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APUESTA _ i. a vieja tenia fama de bruja. Muchas viejas la tienen, pero ésta habia justificado esa creencia después de engua- lichar a diecisiete solterones, enmudecer a un’ insoportable peluquero charlatan, y llevar la buena y mala suerte a uno u otro hogar, segtin los encargos dé la clientela. : Cuando murié —acababa de cumplir noven- ta y cinco ahos—, mucha gente experimenté un gran alivio, sintiéndose a salvo de sus he- chicerias, verdaderas 0 no. Claro que siempre hay. algtin descrefdo. Precisamente uno de los que siempre se ha- bian burlado de los poderes de la vieja era 53 “Surtidor”, el ayudante de la estaci6n de ser- vicio. Surtidor era un muchacho comin cu- yos unicos rasgos sobresalientes eran su des- creimiento y el desmedido gusto por las apuestas. Sdlo crefa en el papel determinante de la nafta en la civilizacion actual y pasaba todo el dia haciendo apuestas. Tras la muerte de la anciana, Surtidor apost6 a que visitarfa la tumba durante la noche. —éiCémo sabremos que realmente estuviste allf? —pregunté uno de sus amigos. —Cierto —murmuré Surtidor—. Llevaré un aerosol en el bolsillo para pintar una cruz ver- de en la lapida. Alas doce delanoche se despidié de sus ami- gos en la misma estaci6n de servicio y salid en su bicicleta llevando una linterna y un aerosol. En los alrededores del cementerio la oscu- ridad era absoluta. La débil claridad de la luna dejaba ver la entrada —dos altas columnas blanquecinas que apuntalaban un gran por- ton de hierro—, recortandola sobre los oscu- ros y altisimos eucaliptos que se bambolea- ban suavemente a sus costados. El muchacho dejé la bicicleta sobre unos matorrales y con decisién trepé por el enrejado. 54 En toda la tarde, desde’que se le habia ocurri- do jugar esa apuesta, no habia sentido miedo, pero empezaba a inquietarse ahora que camina- ba por la galeria principal del cementerio, su ca- lle central, a cuyos flancos se levantaban las al- , tas bévedas de marmol donde moryaban los muertos mas sobresalientes del puebio/(no so- bresalientes por gordos, narigones, orejudos, ca- bezones, etc., sino los de cuentas bancarias im- portantes, campos interminables y casas de lujo), Segiin recordaba Surtidor, la tumba de la vie- ja estaba en el otro extremo y para llegar a ella deberia salir de ese camino e internarse en un angosto sendero que conducia a la parte po- bre, donde se deposita a los muertos en tierra y se los cubre con una loza de cemento, don- de va una humilde inscripcién en hierro y un recipiente para las flores. Surtidor repar6 en el profundo silencio que habfa alli.’Y qué pretendia que hubiera, ¢émusi- ca tropical? Por mds que se empefara en amor- tiguar las pisadas y caminar casi sin hacer con- tacto con el suelo, los golpes de sus zapatos resonaban sobre las baldosas produciendo ecos lejanos. Pensé luego que una vez que pin- tara la lapida de 1a vieia tendria que regresar hasta la puerta del cementerio dandole la es- 55 paida a esa tumba. Era una tonterja, sf, pero por un momento no pudo apartar su pensa- miento de eso. En fin, ya no podia volverse atras. Continud, ahora echando rapidos vistazos a los costados, fugaces giros de la cabeza, alerta, presintiendo que algo se deslizaba detrds. Su conocimiento dei cementerio tenia que ver con la luz del dia, de modo que asi, poblado por las sombras de la alta noche, se le hacia desagradablemente des- conocido. De pronto se detuvo: acababa de es- cuchar un ruido. Aguanto la respiracion y las ganas de salir corriendo y apoyé la espalda contra una pa- red de nichos superpuestos. Después se ani- m6 a sacar la linterna del bolsillo aunque no a encenderla. Sintié un roce. Cerr6 los ojos. Algo le tocaba las piernas: no tuvo coraje ni para retirar el pie. Tard6é una eternidad en de- ducir que se trataba de un gato. Demoro dos 0 tres minutos en recuperar la respiracién normal y en acallar su coraz6n que bombeaba sangre hacia sus venas como si fue- ra uno de esos modernos surtidores de nafta que hay en las estaciones de servicio de Bue- nos Aires. Encendié la linterna y retomé la marcha hacia la tumba de la hechicera. 56 Con el tembloroso haz de luz saliendo de su mano se sintié mas expuesto, fn medio de la oscuridad la luz de la linterna debia verse des- de trescientos metros, “Como si los muertos necesitaran luz para ver a alguien que recorre el cementerio a las doce de la noche”, se dijo, Al fin encontré la tuinba de la vieja en el sec- tor mas ruinoso del cementerio. No quiso demorar un instante mas en pre- guntarse si no terminarfa arrepintiéndose de lo que estaba haciendo, Se dijo que no y em- pezo a rociar la lapida con la pintura verde de su aerosolEl aerosol fue inventado por el sue- co Erik Rothein en 1926, quien envas6 liqui- dos con gases. El aerosol es algo que se in- vento gracias a la existencia previa del petré- leo y las naftas. “Se podria apostar un millon de dodlares —se dijo Surtidor—a que jamas hubiera exis- tido el aerosol de no existir antes la nafta.” _ Poco después Surtidor se incorporé dando por terminado el trabajo. Pens6 que, de ocu- rrir algo sobrenatural (aunque pensar eso era una tonterfa), de ocurrir algo como una apari- cién o una venganza de la vieja cuyo cadaver yacfa ahf nomds debajo de una capa de tierra 57 a centimetros de donde estaba él parado, de ocurrir algo asi, tendria lugar en ese mismo insiante en que, terminada su profanacion, él debia salir del cementerio. Un prolongado estremecimiento recorri6 su cuerpo y ya no pudo mantener la calma: caminé apurado hacia la salida como si algo lo persiguiera. Esta vez no se atrevié a mirar hacia atras. Ni 6] mismo hubiera podido explicar c6mo lleg6 hasta la bicicleta. Recién a las seis o siete cuadras del cementerio pudo recupe- rar la calma. Alas diez cuadras ya se felicitaba por su va- lentfa y pensaba en la cara de sus amigos cuan- do les dijera que acababa de cumplir con su apuesta y que al dia siguiente podian ir hasta el cementerio a ver la ldpida pintada de verde. Lleg6 a la estaci6n de servicio, apoyé la bici- cleta en la pared y se dirigié al despacho don- de permanecian sus companeros cuando no habfa clientela que atender. Empujé la puerta de vidrio y se paré detras de los dos hombres que en ese momento jugaban a las cartas. Es- taba por decirles que habia cumplido con la apuesta, pero se contuvo porque vio la extrana cara con que lo miraron. 58 La expresién de sus dos companeros combi- naba la incomprensién y'el espanto. El terror que delataban sus miradas era tan manifiesto que él mismo, aterrado, se volvid lentamente hacia la puerta que acababa de transponer. éMabia pasado ante algo horrible sin verlo? No. Como si hubieran aprovechado que él les vol- via la espalda, sus compafieros se precipitaron hacia la puerta trasera llevandose todo por de- lante: Surtidor camino detrds de ellos pregun- tandoles qué les ocurria y vio que se lanzaban a toda carrera hacia la ruta. No intent6 seguir- los. Se qued6 un segundo apoyado en una vi- trina. Luego, como respondiendo a una secre- tay horrible intuicién, Se acercé al enorme es- pejo que habia en la pared lateral. Tuvo que mover la cabeza para terminar de comprobar que la cara que le devolvia el espejo, ahora, era suya. Y entendié también por qué sus com- pafieros gritaban “iLa vieja!” mientras corrian desesperados. 59

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