Marcela Pazuerida mamé:
1° No estoy perdi-
do asi que no se ponga
nerviosa.
2°—Tampoco se eno-
je porque lo que pasé es
pura fatalidad.
3°.~ Si tiene quinientos pesos puede venir a
buscarme a la policia de Renca. Si no los tiene
véndale mi rifle al lechero, que lo quiere com-
prar.
4°.~ Yo estoy tranquilamente detenido, pero
no preso.
Y le voy a explicar lo que paso porque a us-
ted le habria pasado lo mismo. También piense
que si usted estuviera detenida, su mamé la
irfa a buscar, aunque le costara quinientos pe-
sos. Usted dice que la media suela de un zapa-
7to vale quinientos pesos, asf que no es mucha
plata
El sargento Neri, que es amigo de la Domi,
me presté papel y lapiz para que le escriba a
usted y él mismo le va a llevar la carta esta no-
che.
Hay bastante gente en este calabozo asf que
no da miedo. Todos estén durmiendo y roncan-
do menos yo. Hay un ratén sin cola que le come
el pan duro al Chirigite, y aunque lo tiene en el
bolsillo ni lo siente
A lo mejor usted ni se acuerda quién es el
Chirigiie
Las cosas pasaron asf
Esta mafiana, cuando usted salié, yo me fui
ala puerta a esperarla porque le iba a pedir per-
miso para algo que no me acuerdo. Y cuando la
estaba esperando pasé por ahi el Chirigiie y nos
pusimos a conversar. {Se acuerda de ese amigo
mio que vivia en el fundo de la tia Rosarito?
Ahora vive en Santiago, porque estaba durmien-
do en un tren y cuando despert6, el tren estaba
en Santiago. Y resulta que él se haba encontra-
do en la calle una cosita de oro pero no sabia-
mos ni para qué servia. Pero tal vez valia como
tun millon de pesos. Y yo le dije que si la vendia,
él se podia comprar una motoneta, pero él me
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dijo que si la llevaba a vender lo tomaban preso
porque iban a pensar que se la haba robado. Y
yo le dije que él era un pesimista y él me dijo
que no entendia lo que era eso, pero que él sabia
muchas cosas que yo no sabia. Y asf nos fuimos
9discutiendo y discutiendo y de repente lleg6 su
micro y él se subi6. Y yo también me senté en el
parachoques porque lo querfa convencer. Pero
era tanta la bulla y el humo del motor que no
habia caso. Y ni nos dimos cuenta cuando llega-
mos a la poblaci6n y aos bajamos.
Entonces él me yendié la cosita de oro en cin-
cuenta pesos y yo me la eché al bolsillo para re-
galarsela a usted y le di mis cincuenta pesos. Y
nos fuimosa un aimacén y comimos unas galle-
tas blandas como género y un pedazo de jamén,
color café y seco.
~Quiero ver tu casa -le dije al Chirigie.
Es un rancho por alld... -y me apunté con,
la pera un montén de casuchas hechas de palos,
cartones, latas y sacos.
La cuestidn es que lo convencf de que me la
mostrara y fuimos a verla.
La poblacién era como una cancha de fuit-
bol, pero sin cancha y no tiene ningun peligro.
Son toda gente conocida. Y hay que caminar
miles de kilémetros al sol y pasar un zanjén Ile-
no de cdscaras de sandia. El Chirigiie me conté
que ahi se ahogé una guagua y también siete
mujeres de amor. Hay un 4rbol viejo sin ningu-
na rama porque se usan de lefia y hay un basu-
ral inmenso que sirve para encontrar cosas per-
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didas y juntar latas, papeles, trapos que se ven-
den, etc. Y lo que no sirve sé vende como tierra
de hoja. Asf que no importa que sea un poco fé-
tido porque es como una verdadera mina.
Pero lo que pas6 fue bastante terrible y casi
no sé cémo empezar a contarselo.
Cuando fbamos caminando a la casa del
Chirigiie, habia un tremendo boche en la puerta
de un rancho y un hombre le pegaba a otro y
una mujer gritaba como una verdadera radio. A
nadie le importaba mucho porque parece que
en esta poblacidn la gente discute asf. Lo tnico
malo era la mujer que gritaba, pero como nadie
le hacia caso, la mujer se callo. Resulta que el
que gané la discusién se fue y el que perdié qui
dg tendido en el suelo con su sangre. Yo le dije
al Chirigiie:
~A lo peor esté muerto.
Pero él se ri6.
Esta borracho, como todos los dias -contes-
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Yo no me convencf y me acerqué a él
~Oiga -le dije al hombre-. ;Quiere una aspi-
rina?
Pero él me miré con ojos de rinoceronte y
escupié sangre. Yo sabfa que escupir sangre es
Jo més grave que hay. Después revolvié los ojos
uy los dejé arriba y yo me aseguré de su muer-
te.
Me fui donde el Chirigiie que estaba jugan-
do con otros cabros, pero no podia pensar mas
que en el muerto. Yo sentia que era mi obliga~
Gién ayudarlo, pero ahora pienso que tal vez era
una tentacion del demonio. Porque todo lo que
pas6 fue por culpa de eso.
—Oye, Chirigiie -le dije-, si
esté muerto, est agonizando.
Resulta que otro chiquillo se interesé y nos
fuimos los ocho a verlo. Y le hicimos cosquillas
y le tiramos el pelo y no pestaiie6. Entonces nos
convencimos de su muerte.
Hay que esconderlo -dijo el Rubio, que era
el mas grande-. Porque si no va a haber rosca
Asi que lo pescamos entre los ocho y lo Ile
vamos al basural y lo dejamos bien tapadito
se hombre no
basura. Estaba completamente muerto por-
que ni chist6. Y lo mas raro es que a nadie le
importé nada que lo enterréramos sin coro-
nas. Ni preguntaron por él, Sélo que en ese mo-
mento al Chirigiie lo llam6 su tia y entramos al
rancho. Ella le dio un coscacho en la cabeza y 10
insults.
~Pelusa... que te Hlevai palomillando en vez.
de hacer lo que te mandan le dijo.
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Pero si jui onde me dijo -alegé el Chirigie.
~Z¥ cual es que lo trajiste?
—Pero sino estaba el julano...
-{Y quign te manda a ponerte a jugar con
este pijecito?
Pero si apenita legué no ma..
-{Mrajiste algo pa'l desayuno?
El Chirigiie se dio la vuelta los bolsillos ro-
tos y se rascé un pie con el otro.
La tia le dio otro coscacho y empez6 a hablar
de que no tenia ni aziicar para una agiita ni
pan duro, Habia un mocoso bien gordito con ro-
madizo colgado que empez6 a Horar. La tiale
pasé un choclo amarillo y lo sents en el suelo.
EI chiquillo se callé y chupaba y chupaba la
coronta.
—Oye -e dije al Chirigiie-, por qué no ven-
dimos algo mio? Tu tia no ha tomado desayuno.
El Chirigiie me mir6 de arriba a abajo, como
si nunca me hubiera visto y después me pelliz~
6 la camisa.
Yo sé quién te puede comprar tu camisa
~dijo.
Fuimos a otro rancho y negociamos la cami
sa. Nos dieron veinte pesos y una polera usada.
Me quedaba chica y rota pero ya no me dirfan
“pijecito”. En el aimacén compramos aziicar,
13pan y dos pirulines y le llevamos las cosas a la
tia. Ella no nos dio ni las gracias y se puso a ha-
cer fuego y hablaba todo el tiempo mal del Chi-
rigiie. Después nos dio una agiiita de azticar tos-
tada bien calentita y el gordito con romadizo dej6
la coronta y también tom6. Cuando de repente
la ta se puso més furiosa y nos pregunté:
~zY ustedes qué andan haciendo con el Cha-
to? Quién los manda meterse en roscas?
EI Chirigiie no contest6, asf que yo le expli-
qué:
Ese sefior estaba muerto, por eso lo ente-
ramos...
{Muerto? ~y puso los ojos bien redondos
mirando al Chirigie. EI le dijo que “s{” con la
cabeza y siguié tomando agiiita, pero la tia me-
tid una pelotera de cosas.
-Si estd muerto -decfa~ va a venir el auto-
patrulla y toditos a declarar. Ustedes los pri-
meritos. Y al Bonito lo van a secar en la cércel si
no lo matan... Estas bien seguro de que esta
oa el Chato? -le volvia a preguntar al
Chi
En fin que en eso el nifio con romadizo me-
tié una manito gorda al fuego y comenzé a chi-
lar y la tfa se olvidé del muerto buscando acei-
te para curarlo,
4
‘Aproveché para irme y de repente divisé al
Bonito, que era el hombre que discutia con el
‘Chato, y fui corriendo donde él.
~Oiga, sefior -le dije-, seria bueno que us-
ted se escondiera o tal vez se desapareciera
porque el Chato se murié y lo van a tomar
reso.
‘Me tap6 la boca con su mano negra y me lle-
v6 a un lado.
~Quién te dijo eso? ~me pregunté con voz
de trueno.
~Yo lo vi y todos lo vimos. Pero ya esta ente-
rrad
interrado? ,Quién lo enterr6?
Nosotros con el Chirigiie.
-.El Chirigiie? ;Donde esta ése?
El Chirigiie se habia desaparecido, pero alla
lejos, corriendo por el puentecito del zanjon se
vefan sus piernas. El Bonito me pescé de un bra-
20 y ech a correr conmigo. Corriamos como a
cien kilmetros por hora y no lo agarrébamos.
Por fin llegamos a una calle, justo a tiempo para
verlo subirse a una micro. El Bonito me solté y
acezaba y acezaba mas que una locomotora an-
tigua
Apenas me movi, él me pescé de nuevo con
su garra.
15~2Quién sois vos? -me pregunts.
~Papelucho -le dije.
~2Sois de aqui?
-No. Vine con el Chirigiie.
~{Tenis familia?
Claro... y ahora mismo quiero irme a mi
casa.
No tan ligero, amigo. Tai te quedas conmi-
Yo traté de soltarme de su garra, pero él apre-
taba més y més.
~Me duele -le dije.
~Andando -ordené como un militar. Y co-
‘menzamos a caminar por una calle y fuimos a
dar a un bar oscuro. Eno me soltaba y yo pen-
sando todo el tiempo cémo me podria escapar.
Porque el Bonito me daba un poco de miedo por
lo callado. También yo queria saber lo que fba-
‘mos a hacer.
Se sent6 en una mesa y pidi6 un Chacolf. Le
trajeron un vaso grande de tinto. Y me acordé
de la sangre del Chato. Me revolvia el estémago
verlo tomar.
Yo no sabia lo que él pensaba, siempre pes-
cado de mi brazo. Yo querfa conversar para sa-
ber algo.
—Oiga me salié como carraspera-. Yo le vine
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a avisar lo del Chato para que usted se escape.
@Por qué no me deja ir?
~Porque tu boca es habladora. Tendrés que
ser mudo por unos dias...
Es que yo le prometo no decirle nada a na-
die te dije.
-Es que yo no me ffo.
Es que yo le avisé a usted para que se sal-
vara, Porque usted no habfa pensado matar al
Chato, Estaban discutiendo.
El Bonito se puso a pensar de nuevo. Tenia
la cara como ploma y la nariz colorada. Le tem-
blaban las manos y le costaba respirar.
~Me gustaria irme a mi casa -le dije.
—Céllate -bufé-. Déjame pensar...
Se abrio la puerta del bar y é1 dio como un
salto. Sus ojos parecian dinamita. Entré un hom-
bre chato y chorreado y se acercé a la mesa.
=Vine a avisarte -le dijo-. Sabes ya?
EL Bonito dijo que sf con la boca apretada.
~zBs cierto entonces?
Cierto.
~Quién lo descubri6?
~La Roja. Cuando te vio correr con este ca-
bro detras del Chirigiie le dio la corazonada y
averigu6. Arm6 la griterfa y ya fueron a dar el
aviso.
7EI Bonito se paré de un salto y me apreté el bra-
zo. Sacé un billete y lo tiré sobre la mesa. Los
tres salimos muy ligero del bar.
{Qué vas a hacer?
=No sé. Por ahora esconderme. Hablar con
Santelices después. £1 conoce abogados.
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Nos subimos en un micro. Los dos se sen-
taron y yo parado con la mano del Bonito en
mi brazo. ;Dénde nos irfamos a esconder?
-pensaba yo. Y se me ocurrfan muchas ideas,
pero no me atrevia a decirlas. Tal vez lo mejor
era imos a mi casa. Nadie pensaria buscarlo
alls
cTenis plata? -le pregunto el otro.
~Poca. ¢Para qu
~Para tomar un tren. Irte bien lejos...
Nos bajamos de repente. Era cerca de la es-
tacidn. Yo pensaba que tbamos a viajar. El Boni-
to hablaba en voz baja con el otro y de repente
sentf otra mano en mi otro brazo. Pensaba de-
jarme preso con el amigo. Di un tiron y me solté
de los dos, pero antes de correr mucho me ha-
bian alcanzado.
Un feroz pellizco me asomé lagrimas a los
ojos.
-Si volvis a tratar de escapar te va a doler
toda la vida -me dijo el Bonito. Y a su ami-
g0- ti te encargas de él y del Chirigiie. Creo
que lo encontrards en la pastelerfa... -y se apar-
t6 de nosotros. Lo vi irse a la estacion y me ha-
bria gustado mas bien irme con él porque era
més conocido. Este otro hombre era muy anti-
patico.
19-Andando -me dijo y caminamos como un
afio sin hablar palabra. Su garra era menos dura
pero més firme.
Por fin llegamos a una pasteleria. Los paste-
les tenfan moscas y unas cosas como cortinas
encima. No daba hambre. Vi al Chirigiie que
desaparecfa detrds de una cortina, pero el hom-
bremearrastr6 y lo seguimos. Era un cuartucho
leno de cajas sucias y una cocina con humo.
~Tii vasa venir conmigo, Chirigiie le dijo el
hombre-. Los dos se quedan conmigo hasta ma-
fiana. Nadie les hard nada si no tratan de esca-
par... si hacen algo, verdn lo bueno...
No parecia tan malo después de todo. Nos
compré un caramelo y nos Hlev6 a su casa. El
Chirigtie no me hablaba y miraba enojado todo
el tiempo.
La casa del Orocimbo era como sala de espe-
ra, Tenia suelo de tablas y una mesa con florero.
Habja un mueble con tres copas de campeonato
yun retrato hinchado con marco y el Orocimbo
adentro vestido de campeén.
La sefiora de él era gorda y colorada y de
una sola pieza. Nos miré como con rabia pero
después se le olvidé. Le eché la Have a la puer-
ta, se la guard6 en el bolsillo y siguis haciendo
sus cosas. El Orocimbo se sents en el patioa leer
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el diario. La seftora picaba cebolla y mas cebo-
Ha.
“Te dije que no te metieras -habl6 por fin el
Chirigie.
~Pero asi se va a salvar el Bonito. A nosotros
no nos pasar nada...
~Ojald -el Chirigiie miré al patio.
—Me gustaria llamar por teléfono a mi casa
para avisarle a la Domi que me voy a atrasar..
~le dije. Solté la risa.
~{No entendiste lo que te dijeron? Pareces
caido del catre... De aquino nos movemos hasta
quién sabe cuando...
Yo tengo que avisarle a mi mama.
~iCuidado! Yo no quiero pagar por ti. Quie-
tecitos los dos,
Me puse a pensar. Todavia era la mafiana y
la cebolla frita me hacfa sonar las tripas. Me die~
ron unas ganas tremendas de almorzar. La se-
fora de Orocimbo estaba transpirando.
quiere yo le frfo la cebolla -le dije. Me
miré un poco y me pasé la cuchara. Yo empecé
a revolver y ella sacé un pedazo de carne y lo
picd. La cebolla frita era deliciosa. Se me cafa el
jugo de la boca y tuve que probarla. Me quemé
un poco y por suerte nadie me vio. Yo ya ni me
acordaba de por qué estaba ahi y se me habia
aido el susto y lo tinico que tenia era hambre. Y
como ya no aguantaba mas le pregunté a la se-
flora:
=ZA qué hora almuerza usted?
=ZY qué le importa al mocoso insolente?
=me contest6.
~Es por si quiere que le lave los platos ~dije~
y si sobra un poco...
-El pobre siempre tiene que dar-dijo-. Si tie-
nes hambre, siéntate y sirvete..
Los dos con el Chirigiie nos sentamos con
un buen plato cada uno y los dejamos lim-
piecitos. El Orocimbo y ella se comieron toda la
fuente y ni hablaban por comer. Pero cuando
acabaron de limpiar el plato con el pan, ella se
tiré un buen flato, y con la llave en el bolsillo,
se acosté de boca en la cama, La llave qued6 de-
bajo de ella. El Orocimbo se estiré no més, sacé
un tremendo revélver del bolsillo, lo dejé sobre
la mesa, puso los brazos encima y se durmié
como en su almohada.
Resutta que no pude terminar mi carta porque
también me quedé dormido. Y por culpa de eso
2
no se la mandé tampoco. Asf que pienso que
usted debe estar confundida de no saber de mf,
pero supongo que se estar acostumbrando.
Mientras ellos roncaban, el Chirigiie se puso
nervioso.
~Tenemos que irnos ~me dijo.
~Yo estoy listo ~contesté-. Pero, geémo sali-
mos?
—Haz lo que yo te diga
El Chirigtie estaba muy serio y hablaba en
secreto. Yo lo miré que salpicaba unas gotas de
parafina con el depésito de la cocina, después
‘mojaba papeles en la idem y los repartia por todo
el cuarto.
Qué vas a hacer? ~le pregunté.
—Lo tengo muy pensado-me dijo-. Es el tini-
co modo de escaparnos. Hay que asustar a estos
gallos...
Cuando yo le iba a preguntar si iba a hacer
fogata, el Chirigite sacs fésforos y a todo escape
prendié los papeles y la parafina por todos la-
dos.
Se len el cuarto de Hamas y de humo: ~jIn-
cendio! -grité el Chirigiie, y don Oro se desper-
t6 como loco.
Se armé el boche, tiraba agua, maldecfa, ti-
raba todo y gritaba dando patadas. Ella no se
2Bdespert6, pero é1 manoteando y tosiendo abrié
la puerta de un tirén para que saliera el humo.
Junto con el humo salimos el Chirigiie y yo, co-
rriendo por la calle como un cohete. No para-
mos hasta llegar a la orilla de un zanjén y nos
dejamos caer por una pasada de agua y llega-
de cueva con piedras.
sent a descansar, escupié y
se sobé un pie. Yo tenfa puntada.
Aqui no nos encontrar ~dijo-. Esta es la
cueva del Soto.
~Yo prefiero irme a mi casa -le dije. Pero el
Chirigiie se habfa puesto como furioso y sus ojos
estaban tan negros como una sartén.
~Tdi no te mueves ~