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El Canon Del Nuevo Testamento - Sociedad Bíblica Chilena
El Canon Del Nuevo Testamento - Sociedad Bíblica Chilena
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25/9/22, 22:13 El canon del Nuevo Testamento | Sociedad Bíblica Chilena
«Porque por la mucha tribulación y angustia de corazón os escribí con muchas lágrimas, no para que fueseis contristados
… Porque aunque os contristé con la carta, no me pesa, aunque entonces lo lamenté …» (2 Co 2.4; 7.8a).5
Fueron muy diversas las «ocasiones» o circunstancias que movieron a los diferentes autores del Nuevo
Testamento a poner en papiro (que era el papel de la época) sus pensamientos, exhortaciones, esperanzas, oraciones,
etc. El material que se incluye en esa obra global es variado: hay predicaciones (u homilías), cuentos que Jesús contaba
(eso son las parábolas, y Jesús era un consumado e inigualable narrador), relatos de acontecimientos, oraciones,
exhortaciones, visiones proféticas y apocalípticas, escritos polémicos, cartas personales, secciones poéticas … En cada
caso, fue el problema o situación particular que el autor quería enfrentar y las características propias de sus lectores lo
que determinó la naturaleza de cada escrito.
Por supuesto, mucho de lo anterior también se encuentra en la Biblia hebrea y, de alguna manera, ella sirvió de modelo
para los escritores neotestamentarios. A ese modelo ellos agregaron su propia creatividad y ciertos detalles que eran
característicos de la época en la que se forma el Nuevo Testamento.6 Hay, sin embargo, en el desarrollo de la comunidad
cristiana de los primeros tiempos y en su producción literaria, una diferencia fundamental respecto de los escritos
heredados del judaísmo. Veamos:
• Cuando Pablo, Pedro, Juan o Judas, pongamos por caso, se sientan a escribir, ya sea por propia mano o, como solía
hacer Pablo, por la interpósita mano de un secretario, lo que querían hacer era responder a la situación específica que se
les había presentado: pleitos entre hermanos, inmoralidad en la congregación, penetración en la comunidad cristiana de
ideas extrañas que negaban tanto la eficacia de la obra de Jesucristo como la eficacia de la fe, gozo por la fidelidad de los
hermanos y por la expresión de su amor, necesidad de recibir aliento en momentos de dificultad y prueba … o lo que
fuera. Y esas autoridades de la iglesia escriben, habiendo buscado la dirección de Dios, en su calidad de tales: apóstoles,
obispos (en el sentido neotestamentario), pastores y dirigentes de la comunidad cristiana en la diáspora.
• Cuando ellos escribían, ni siquiera soñaban que aquello que producían tenía, o llegaría a tener, la autoridad de los
escritos sagrados que leían en la sinagoga y en las primeras congregaciones de cristianos. Puede decirse que en el
Nuevo Testamento, quizás con la excepción del Apocalipsis—por su naturaleza particular—, no hay indicios de que sus
autores creyeran que lo que estaban escribiendo iba a ser parte de «La Escritura».7 Pero, por proceder esos escritos de
quienes procedían, por la autoridad que representaban sus autores y por considerar que, de alguna manera, eran
testimonio de primera mano y fidedigno de «las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas» (Lc 1.1), los grupos
cristianos no sólo guardaron y releyeron los textos que directamente ellos habían recibido sino que, además,
comenzaron a producir muchas copias y a distribuirlas entre otras tantas comunidades hermanas.8 Poco a poco,
los cristianos fueron reconociéndoles a esos textos autoridad privilegiada9 para la vida de la Iglesia y, con ello,
reconocieron la inspiración divina en su producción y elaboraron, en fecha posterior, la doctrina correspondiente.10
Nos hemos referido hasta ahora a libros del Nuevo Testamento que se escribieron, en su mayoría, «de corrido». La
situación se torna más compleja cuando tratamos de textos como los de los evangelios, cuya composición siguió otro
camino.
En efecto, a Jesús no lo seguían estenógrafos que iban tomando notas de todo lo que él hacía y enseñaba, y que luego
«se sentaron a escribir un libro».
De la palabra hablada a los textos escritos
La primera etapa de la transmisión del material que se incluye en los cuatro evangelios corresponde a la «tradición oral»:
los apóstoles y demás discípulos de Jesús contaron a sus nuevos hermanos en la fe todo lo que podían recordar de su
experiencia con su Señor y salvador.
Muy pronto comenzaron a hacerse colecciones escritas de los dichos de Jesús.11 Quizá nos parezca que algunos dichos
de nuestro Señor que encontramos en los evangelios canónicos están como «descolgados» de su contexto literario.
Probablemente se deba ello a que hayan sido tomados de alguna de esas colecciones.
De los textos que han llegado hasta nosotros, y por los testimonios de escritores antiguos, sabemos, además, que los
seguidores de Jesús y de sus apóstoles también hicieron, en fecha posterior, otras colecciones de libros sagrados. Textos
favoritos de esas colecciones parecen haber sido los escritos de Pablo.12
Cuando los autores de los evangelios que son parte del Nuevo Testamento se pusieron a redactar en forma final sus
escritos,13 echaron mano del material que tenían a su disposición, e incluso buscaron más información por su propia
cuenta. De ello da claro testimonio el propio Lucas, al comienzo de su evangelio.
Ahora bien, ni los cuatro evangelistas fueron los únicos que escribieron obras de ese género literario que llamamos
«evangelio», ni Lucas fue el único que escribió un libro como el de Hechos, ni las epístolas del Nuevo Testamento fueron
las únicas epístolas cristianas que circularon en el mundo antiguo, ni nuestro Apocalipsis es el único libro cristiano de ese
tipo que se escribió en la antigüedad.
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El canon
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Marción
En el siglo II aparece un personaje de cuya vida tenemos muy pocos datos: Marción. Al parecer, fue excomulgado de la
iglesia por su propio padre (quien debió, por tanto, ser obispo). Luego se afilió a la comunidad cristiana de Roma, y
también de allí lo expulsaron (probablemente en el 144 d.C.20 Influido por creencias no cristianas, consideró que el Dios
de quien habla el Antiguo Testamento no es el Dios verdadero, por lo que rechazó, en bloque, todos los libros de la Biblia
hebrea. Por aquel entonces no se había establecido en la iglesia ningún canon, y por eso bien puede afirmarse que es
Marción el primero que define un canon de libros cristianos. Según él, estaba constituido por el Evangelio de Lucas y por
diez de las epístolas paulinas (todas menos las cartas pastorales; Hebreos no cuenta). Aun en esos libros que aceptó,
Marción hizo recortes, pues consideraba que la iglesia había manipulado el texto y lo había pervertido.
La acción de Marción fue muy significativa. Muchos escritores cristianos lo atacaron. Fue condenado en el 144 d.C. Pero
su atrevimiento dio inicio, en cierto sentido, a un proceso que llevaría a la definición de un canon «cerrado». «La polémica
contra las pretensiones de los gnósticos de disponer de tradiciones secretas y contra las de Marción de escoger y corregir
los textos, rechazando además las Escrituras hebreas, contribuyó a reforzar la conciencia del privilegio que tenían los
escritos juzgados como apostólicos, en función de la acogida que obtuvieron entre las principales iglesias y teniendo en
cuenta los criterios internos de seriedad y ortodoxia».21
Ya por el año 200 d.C. se ha aceptado la idea del canon y se ha compilado una buena parte de su contenido; sin embargo,
no hay unidad de criterio en cuanto a la totalidad de los libros que lo componen. Este hecho se percibe muy bien por las
dudas y variaciones que se presentan en las listas que se dan en diversas partes donde el cristianismo se había
desarrollado.
Taciano
Antes de finales del siglo II, Taciano—que había sido discípulo de Justino Mártir—escribe su Diatessaron (ca. 170 d.C.),
que es una armonía de los cuatro evangelios. Este hecho muestra que, para esa fecha, ya se consideraba que los
evangelios canónicos eran esos cuatro.
El Fragmento Muratori
De finales del siglo II o principios del III, es un manuscrito que contiene una lista de libros del Nuevo Testamento, escrita
en latín, conocida como el Fragmento Muratori, por el nombre del anticuario y teólogo que descubrió el documento:
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Orígenes
Por su parte, el gran Orígenes (quien muere alrededor del año 254 d.C.), indica que son aceptados veintiún libros del
actual canon de veintisiete; pero hay otros que él cita como «escritura», como la Didajé y la Carta de Bernabé. Luego
menciona entre los textos acerca de cuya aceptación algunos dudan, los siguientes: Hebreos, Santiago, Judas, 2 de
Pedro, 2 y 3 de Juan, además de otros libros (como la Predicación de Pedro o los Hechos de Pablo).23
Eusebio de Cesarea
Eusebio de Cesarea nos presenta, en su Historia eclesiástica, una síntesis de la situación a principios del siglo cuarto, en
cuanto al status de los libros sagrados dentro del cristianismo. Dice así el padre de la historia eclesiástica:
«En primer lugar hay que poner la tétrada santa de los Evangelios, a los que sigue el escrito de Hechos de los Apóstoles.
»Y después de este hay que poner en lista las Cartas de Pablo. Luego se ha de dar por cierta la llamada 1 de Juan,
también la de Pedro. Después de estas, si parece bien, puede colocarse el Apocalipsis de Juan, acerca del cual
expondremos oportunamente lo que de él se piensa.
»Estos son los que están entre los admitidos [griego: homolo-goumena]. De los libros discutidos [antilegomena], en
cambio, y que, sin embargo, son conocidos de la gran mayoría, tenemos la Carta llamada de Santiago, la de Judas y la 2
de Pedro, así como las que se dicen ser 2 y 3 de Juan, ya sean del evangelista, ya de otro del mismo nombre.
»Entre los espurios [noza] colóquense […] aun, como dije, si parece, el Apocalipsis de Juan: algunos, como dije, lo
rechazan, mientras otros lo cuentan entre los libros admitidos».24
Resumen
Tercero, que así se fue reuniendo un conjunto de libros que gozaban del mismo privilegio de aceptación. Este proceso de
colección no fue uniforme en todo el territorio en que había presencia cristiana. Por una u otra razón, algunos libros eran
aceptados por unas comunidades y rechazados por otras. Fue esa precisamente la causa de que no hubiera una única e
idéntica lista de libros «canónicos» en todas partes.
Cuarto, que el fenómeno que acabamos de explicar no se limita, de manera exclusiva, a variaciones dentro del conjunto
de libros que hoy aceptamos como canónicos. No sólo algunos de estos eran rechazados por algunas comunidades, sino
que otros libros extraños a esa lista eran aceptados, quizás por esas mismas comunidades.
Quinto, que las listas de los siglos II y III que han llegado hasta nosotros representan, fundamentalmente, la
posición de los grupos cristianos que las confeccionaron (o a los cuales pertenecían las personas que las
confeccionaron). Por ejemplo, el «canon» de Muratori (o sea, la lista de libros que aparece en el fragmento de ese
nombre) es, con toda probabilidad, el «canon» de la comunidad cristiana de Roma.
Sexto, que la variedad que se produjo se daba, en términos generales, dentro de un marco determinado, con excepción
de los «cánones» que se fueron formando en comunidades que estaban al margen de la iglesia (como es el caso de la
iglesia marcionita).
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Séptimo, que no es sino a partir del siglo IV cuando comienzan a tomarse decisiones conciliares respecto de la
composición del canon. Al principio se trató solo de concilios locales o regionales. Muy posteriormente fue asunto de los
concilios generales o ecuménicos.
Octavo, que esas decisiones conciliares confirman la tendencia que se manifestaba en los siglos precedentes y, poco a
poco, va consiguiéndose un consenso que se orienta al cierre del canon de los veintisiete libros, en las iglesias cristianas
mayoritarias. Desde el siglo IV en adelante, los concilios publican listas de los libros que componen el Nuevo Testamento.
Algunos de los libros tenidos por «dudosos» pasan a engrosar la lista del canon. Otros, quedan fuera para siempre. A
veces, las circunstancias religiosas de una región podían afectar la aceptación definitiva de un determinado libro. Por
ejemplo, en el Oriente se tarda más tiempo en aceptar el Apocalipsis de Juan porque este libro fue usado por algunos para
apoyar ideas que se consideraban heterodoxas. Por otra parte, se siguió dudando, hasta el día de hoy, de la paternidad
literaria paulina de Hebreos (o de la petrina de 2 de Pedro). Pero los veintisiete libros canónicos son los que la iglesia
cristiana en su gran mayoría ha aceptado y acepta.
Hay que destacar que la aceptación definitiva del canon del Nuevo Testamento no se debió a las decisiones de los
concilios. Lo que estos hicieron no fue sino reconocer y ratificar lo que ya estaba sucediendo en las diversas comunidades
cristianas que formaban la iglesia universal.
Nos toca, como cristianos, agradecer a Dios por el don especial de estos libros que son «un libro», abrir sus páginas para
descubrir en ellas su palabra, para recibir inspiración y corrección, y para comprender mejor su voluntad.
«… conoces las sagradas Escrituras, que pueden instruirte y llevarte a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús.
Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud,
para que el hombre de Dios esté capacitado y completamente preparado para hacer toda clase de bien» (2 Ti 3.15–17,
DHH).
Notas
1 Sobre el tema de los textos sagrados y las religiones del mundo, consúltese el interesante estudio de Harold Coward,
Sacred Word and Sacred Text (Maryknoll, N.Y.: Orbis Books, 1988). Algunos han señalado que por lo menos dieciocho
religiones, desde la antigua religión egipcia a la Iglesia de los Mormones (comienzos del s. XIX), consideran determinados
libros como «Sagrada escritura». Véase, a este respecto, Antonio M. Artola y José Manuel Sánchez Caro, Biblia y Palabra
de Dios (Estella, Navarra: Editorial Verbo Divino, 1992), especialmente el capítulo 3 de la Parte segunda.
2. Hay que recordar que nuestro AT tiene también autonomía propia, en el sentido de que es valioso por sí mismo, aun
cuando los cristianos veamos en el NT la plenitud de su significado. Por ello es saludable llamar a ese grupo de libros La
Biblia hebrea, que es, además, una manera de reconocer que no somos ni los «dueños» ni los únicos depositarios de ese
texto sagrado.
3 Puesto que a este precede otro capítulo sobre el canon del AT, allí remitimos al lector para ver el significado de la
palabra «canon» y su uso cristiano. Véanse también los primeros párrafos del breve artículo de Samuel Pagán,
«Formación del canon y del texto»,(en Taller de ciencias de la Biblia [San José, Costa Rica: Sociedad Bíblica de Costa
Rica, 1991], p. 21 y 22). Para información adicional, véase Philipp Vielhauer, Historia de la literatura cristiana primitiva.
Traducción de Manuel Olasagasti, Antonio Piñero y Senén Vidal (Salamanca: Sígueme, 1991), cap. XI, sección 64 («El
problema de la formación del canon»).
4 En los primeros párrafos del artículo sobre «El texto del NT», en esta misma obra, se describe brevemente parte del
proceso de la formación del texto. Aquí añadimos unos pocos detalles complementarios que permitirán al lector ‘¡así al
menos esperamos!’ percibir más claramente la íntima relación que existe entre la escritura y difusión del texto sagrado y la
formación del canon. En efecto, uno no se comprende bien sin la comprensión del otro.
5 Como estos textos, podrían mencionarse otros, incluso algunos en los que el tono que emplea el autor muestra su
angustia y preocupación, o su enojo. Véanse, a modo de ejemplo, los siguientes: Gl 3.1–5; 4.11–20; Col 2.1,4; 2 Ts 2.1–2.
En este trabajo, cuando transcribimos textos bíblicos lo hacemos de la versión de Reina-Valera, revisión de 1960, excepto
cuando se indique otra cosa.
6 El ejemplo más obvio es lo que podríamos llamar «género evangelio», característico del cristianismo, pues nace con él.
Otro aspecto es el género epistolar: aunque había cartas en el AT (por ejemplo, en Esd 4.11b-16; 4.17b-22; 5.7–17; 7.12–
26), puede decirse que en el NT se presenta como género literario específico, bien desarrollado ya en la época cuando
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7 Al parecer fueron los gnósticos los primeros en tratar como «Escrituras» algunos de los escritos del NT.
8 Véase, en esta misma obra, el capítulo sobre las «Traducciones castellanas de la Biblia», y lo que allí decimos acerca
del por qué se hicieron muy pronto traducciones del texto del NT.
9 Debe indicarse que en el propio NT tenemos unos pocos testimonios en los que, junto a dichos del AT (Dt 25.4), se
ponen dichos de los evangelios (Lc 10.7). Tal es el caso de 1 Ti 5.18. Probablemente algo similar ocurra con la referencia
que a los escritos de Pablo se hace en 2 P 3.15–16.
10 El desarrollo de la doctrina de la inspiración ha sido muy importante en la historia de la iglesia. Aquí no tratamos ese
tema. Sí es bueno acentuar la distinción entre inspiración y autoridad. Y, en cuanto a esta última, también debe distinguirse
entre la autoridad propia del texto y el hecho de que la comunidad cristiana inviste de autoridad, por su recepción y por su
uso, a ese mismo texto. Esta distinción no implica la más mínima contradicción: la definición del primer aspecto
corresponde a la teología; la del segundo es parte del desarrollo de las comunidades cristianas del primer siglo.
11 Los descubrimientos de Nag Hammadi (1945) pusieron a nuestra disposición una gran biblioteca de extraordinario
valor. Ha habido mucha discusión acerca de la naturaleza de los textos allí encontrados y en la actualidad se están
revisando algunas posiciones que se habían tomado, quizás, apresuradamente. Por ejemplo, hoy se considera que no
todos los textos encontrados son gnósticos (por ejemplo, y obviamente, el del libro VI de La República, de Platón) y que,
con mucha probabilidad, la comunidad a la que la biblioteca pertenecía tampoco era gnóstica. De todos modos, lo que
interesa ahora destacar es que allí se encontró un evangelio, de tendencias gnósticas (según unos autores, aunque otros
rechazan esta clasificación), que es una colección de dichos atribuidos a Jesús. Se trata del Evangelio de Tomás. Véase,
sobre este tema, el excelente libro de James H. Charlesworth, Jesus within Judaism (N. Y.: Doubleday, 1988),
especialmente el cap. 4: «Jesus, the Nag Hammadi Codices, and Josephus». En cuanto al Evangelio de Tomás, hay
traducción castellana, por Manuel Alcalá: El evangelio copto de Tomás (Salamanca: Sígueme, 1989).
12 En la Primera carta a los corintios, de Clemente de Roma, en la Carta a los efesios, de Ignacio y en la Carta de
Policarpo a los filipenses se mencionan las «cartas de Pablo». El texto neotestamentario de 2 P 3.15 indica otro tanto. (En
la carta de Policarpo también se hace referencia a una colección de las cartas de Ignacio, obispo de Antioquía y mártir.)
13 Recordemos que ninguno de los cuatro evangelios da el nombre de su autor. La asignación a los cuatro «evangelistas»
es unos cuantos años posterior a los mismos evangelios y corresponde a la tradición oral de la que tenemos testimonio
escrito a partir del s. III.
14 Para mayor información sobre estos aspectos, véase la siguiente obra: Julio Trebolle Barrera, La Biblia judía y la Biblia
cristiana. Introducción a la historia de la Biblia (Madrid: Editorial Trotta, 1993). En las páginas 258–263 se encuentra una
lista de las obras canónicas y no canónicas (o apócrifas), organizadas por sus géneros (evangelios, hechos, etcétera), y
seguida por una breve explicación de las segundas. Se añade, además, una lista de «interpolaciones cristianas», escritos
de los Padres apostólicos y tratados doctrinales y morales.Véanse también: M.G. Mara, «Apócrifos», en: Diccionario
patrístico y de la antigüedad cristiana (Salamanca: Sígueme, 1991), 2 volúmenes; y A. Sánchez Otero, Los evangelios
apócrifos (Madrid: B.A.C., 1956).
15 Se nos ocurre pensar que es el recorrido, pero a la inversa, que siguió Pablo. Este, de perseguidor se convierte en
perseguido. Esto fue parte de su «conversión». La iglesia, por su lado, de perseguida se convierte en perseguidora. ¿Será
esa su «desconversión?».
16 No debieran identificarse los dos términos (deuterocanónico y apócrifo). Desafortunadamente, no ha habido acuerdo
para su uso, y este ha cambiado, sobre todo en la tradición protestante. En efecto, la misma palabra «apócrifo» ha variado
su significado, y hoy se maneja, al menos en círculos populares evangélicos, con un sentido básicamente
peyorativo.Respecto de las alusiones y referencias que a algunos de estos libros se hace en el Nuevo Testamento, véase
el «Index of allusions and verbal parallels», The Greek New Testament. Fourth revised edition. Edited by Barbara Aland,
Kurt Aland, Johannes Karavidopoulos, Carlo M. Martini and Bruce M. Metzger (Stuttgart, Germany: Deutsche
Bibelgesellschaft, United Bible Societies, 1993), p. 891–901. En las p. 900 y 901 se registran ciento dieciséis de esas
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17 Se llama así al conjunto de escritores y textos cristianos que aparecen en la etapa inmediatamente posterior a la de los
apóstoles. Conocemos los nombres de los autores de muchas de esas obras. Otros escritos de la época resultan
anónimos. Se cuentan, entre los Padres apostólicos, los siguientes: Clemente Romano, La Didajé, Ignacio de Antioquía,
Policarpo de Esmirna, Papías de Hierápolis, La Epístola de Bernabé, El Pastor, de Hermas, la Epístola (o Discurso) a
Diogneto. Véase, para los textos: Padres apostólicos. Introducción, notas y versión castellana de Daniel Ruiz Bueno
(Madrid: B.A.C., 19672); y para información sobre esos libros: las obras ya citadas de Justo L. González y de Philipp
Vielhauer.
18 Se llama así al conjunto de escritores y textos cristianos que aparecen en la etapa inmediatamente posterior a la de los
apóstoles. Conocemos los nombres de los autores de muchas de esas obras. Otros escritos de la época resultan
anónimos. Se cuentan, entre los Padres apostólicos, los siguientes: Clemente Romano, La Didajé, Ignacio de Antioquía,
Policarpo de Esmirna, Papías de Hierápolis, La Epístola de Bernabé, El Pastor, de Hermas, la Epístola (o Discurso) a
Diogneto. Véase, para los textos: Padres apostólicos. Introducción, notas y versión castellana de Daniel Ruiz Bueno
(Madrid: B.A.C., 19672); y para información sobre esos libros: las obras ya citadas de Justo L. González y de Philipp
Vielhauer.
19 Aunque hay que reconocer, con tristeza, que muchas de las obras de autores que llegaron a ser considerados
«heterodoxos» fueron luego destruidas, como también algunos volúmenes contra el cristianismo escritos por autores
«paganos». De lamentar es la desaparición de los libros de Porfirio (segunda parte del s. III).
21 J. Gribomont, «Escritura (Sagrada)», Diccionario patrístico, p. 742. Veáse, en Philipp Vielhauer, Historia de la literatura
…, p. 817–821, la presentación de las hipótesis que intentan explicar cuál fue el motivo por el que se formó un canon del
NT.
22 La historia de este fragmento, sus posibles interpretaciones y su significado, como así mismo los problemas de
determinación de su fecha están explicados en el capítulo doce («The Muratorian Fragment») de la obra de F. F. Bruce,
The Canon of Scripture (Downers Grove, Illinois: InterVarsity Press, 1988).
23 Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica. Traducción de Argimiro Velasco Delgado (Madrid: B.A.C., 1973), VI, 25, 3–
14; G. Báez Camargo, Breve historia del canon bíblico (México: Ediciones «Luminar», 19822); F. F. Bruce, The Canon of
Scripture, p. 192–195.
24 Eusebio, Historia eclesiástica, III, 25,1-4. El grupo de los espurios (noza) está formado por libros que también son
discutidos, como «Hechos de Pablo, el llamado Pastor y el Apocalipsis de Pedro», entre otros. Eusebio menciona,
además, otros libros que «han propalado los herejes»; y añade: «Jamás uno solo entre los escritores ortodoxos juzgó
digno de hacer mención de estos libros en sus escritos». De esos mismos libros dice que son «enjendros de herejes»
(haireticon andron anaplasmata) y «absurdos e impíos» (atopa kai dyssebe) (III, 25,4 y 6–7).
Libros recomendados
Báez-Camargo, Gonzalo. Breve historia del canon bíblico. México: Ediciones «Luminar», 1982.
Eusebio de Cesarea. Historia eclesiástica. Traducción de Argimiro Velasco Delgado. Madrid: B.A.C., 1973.
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