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Austin Cómo Hacer Cosas Con Palabras Copia 2
Austin Cómo Hacer Cosas Con Palabras Copia 2
PALABRAS
J. L. Austin
(1955)
Edición electrónica de
www.philosophia.cl / Escuela de
Filosofía Universidad ARCIS.
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ÍNDICE
CONFERENCIA I............................................................................................................................ 3
CONFERENCIA II ........................................................................................................................ 10
CONFERENCIA III....................................................................................................................... 18
CONFERENCIA IV....................................................................................................................... 27
CONFERENCIA V......................................................................................................................... 36
CONFERENCIA VI....................................................................................................................... 45
CONFERENCIA VIII.................................................................................................................... 62
CONFERENCIA IX ....................................................................................................................... 71
CONFERENCIA X......................................................................................................................... 78
CONFERENCIA XI ....................................................................................................................... 86
CONFERENCIA XII...................................................................................................................... 96
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CONFERENCIA I
1Por supuesto, nunca es realmente correcto decir que una oración es un enunciado. Mas bien lo
correcto es decir que la oración es usada al hacer un enunciado. El enunciado mismo es una
“construcción lógica” a partir de las formulaciones de enunciados.
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*“Constatativo” es, por supuesto, un neologismo derivado del galicismo “constatar”. Austin usa
“constative” que, en inglés también es un neologismo. (T.)
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fragmentarios, con parti pris y guiados por fines diversos. Esto es común en todas
las revoluciones.
quizá, ya lo son. Sin embargo están dispuestos a entregarse a su medrosa ficción de que un
enunciado “de derecho” es un enunciado de hecho.
4 Esto no es casual: todos ellos son realizativos “explícitos” y pertenecen a esa clase avasalladora
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Esto dista de ser tan paradójico como puede parecer, o como, no sin mala
intención, he tratado de presentarlo. En realidad los siguientes ejemplos pueden
parecer decepcionantes.
E.a) “Sí, juro (desempeñar el cargo con lealtad, honradez. etc.”), expresado
en el curso de la ceremonia de asunción de un cargo5.
E.b) “Bautizo este barco Queen Elizabeth”, expresado al romper la botella de
champaña contra la proa.
E.c) “Lego mi reloj a mi hermano”, como cláusula de un testamento.
E.d) “Te apuesto cien pesos a que mañana va a llover”.
En estos ejemplos parece claro que expresar la oración (por supuesto que en
las circunstancias apropiadas) no es describir ni hacer aquello que se diría que hago
al expresarme así6, o enunciar que lo estoy haciendo: es hacerlo. Ninguna de las ex
presiones mencionadas es verdadera o falsa; afirmo esto como obvio y no lo
discutiré, pues es tan poco discutible como sostener que “maldición’’ no es una
expresión verdadera o falsa. Puede ocurrir que la expresión lingüística “sirva para
informar a otro”, pero esto es cosa distinta. Bautizar el barco es decir (en las
circunstancias apropiadas) la palabra “Bautizo...” Cuando, con la mano sobre los
Evangelios y en presencia del funcionario apropiado, digo “¡Sí, juro!”, no estoy
informando acerca de un juramento; lo estoy prestando.
¿Cómo llamaremos a una oración o a una expresión de este tipo?7 Propongo
denominarla oración realizativa o expresión realizativa o, para abreviar, “un
realizativo”. La palabra “realizativo” será usada en muchas formas y
construcciones conectadas entre sí, tal como ocurre con el término “imperativo”8.
Deriva, por supuesto, de “realizar”, que es el verbo usual que se antepone al
sustantivo “acción”. Indica que emitir la expresión es realizar una acción y que ésta
no se concibe normalmente como el mero decir algo.
5 En el original inglés se alude a una ceremonia nupcial y se ejemplifica con las palabras “I do”
dichas por el novio. J. O. Urmson incluyó allí la siguiente nota: “Austin advirtió demasiado tarde
que la expresión «I do» no se usa en la ceremonia nupcial; ya no podía enmendar su error. No
hemos modificado su ejemplo porque el error carece de importancia filosófica”. Nosotros hemos
reemplazado, aquí y en el resto del libro, los ejemplos referentes al acto de casarse porque los
contrayentes no emplean, entre nosotros, expresiones realizativas ni otras que puedan confundirse
con ellas. (T.)
6 Menos aún algo que ya he hecho o que no he hecho todavía.
7 Las oraciones forman una clase de “expresiones lingüísticas”. Esta clase debe ser definida, según
pienso, en forma gramatical. Tengo mis dudas. empero, de que se haya dado ya una definición
satisfactoria. Las expresiones realizativas son contrastadas, por ejemplo y esencialmente, con las
expresiones “constatativas”. Emitir una expresión constatativa (es decir, emitirla con una referencia
histórica) es hacer enunciado. Emitir una expresión realizativa es, por ejemplo. hacer una apuesta.
Ver infra lo relativo a “alocuciones”.
8 En otras ocasiones usé la palabra “realizatoria” (“performatory”), pero ahora prefiero “realizativa”
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Hay otras palabras que pueden presentarse como candidatas, cada una de
las cuales cubriría adecuadamente esta o aquella clase más o menos amplia de
realizativos. Por ejemplo, muchos de éstos son expresiones contractuales (“te
apuesto”) o declaratorias (“declaro abierta la sesión”). Pero no conozco ninguna
palabra en uso corriente que tenga amplitud suficiente como para abarcarlos a
todos. La palabra que más se aproxima a lo que necesitamos es, quizás, el término
técnico inglés “operative” (“operativo”) en el sentido estricto que le dan los
abogados para aludir a aquellas cláusulas de un instrumento que sirven para
realizar la transacción (transferencia de un inmueble o lo que sea) que constituye el
objeto principal de aquél, mientras que el resto del mismo simplemente “refiere las
circunstancias en que el acto se lleva a cabo9. Pero“operative” tiene otras acepciones,
y hoy en día se usa a menudo para significar poco más que “eficaz” o
“conducente”. Me he decidido por una palabra nueva; aunque su etimología no es
irrelevante, quizás no nos sintamos tentados a atribuirle algún signifícalo
preconcebido.
Decir y hacer
En un principio tal idea suena rara o aun impertinente, pero puede llegar a
no serlo si adoptamos suficientes precauciones. Una objeción inicial de peso, que
no carece de importancia, puede ser ésta. En muchos casos es posible realizar un
acto exactamente del mismo tipo, no con palabras, escritas o habladas, si no de otra
manera. Por ejemplo, puedo apostar colocando una moneda en la ranura de una
máquina automática. Podríamos entonces transformar la correspondiente
proposición anterior de algunas de estas maneras: “decir ciertas pocas palabras es
apostar” o “apostar, en algunos casos, es simplemente decir unas pocas palabras”,
o “decir simplemente algo determinado es apostar”.
Pero probablemente la verdadera razón que hace que tales observaciones
parezcan peligrosas reside en otro hecho obvio, al que tendremos que volver con
más detalle más adelante. Se trata de lo siguiente: expresar las palabras es, sin
duda, por lo común, un episodio principal, si no el episodio principal, en la
realización del acto (de apostar o de lo que sea), cuya realización es también la
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10 No me propongo excluir a todos los otros participantes que no aparecen en el escenario, los
iluminadores, el director, ni siquiera el apuntador. Sólo objeto a algunos oficiosas actores
reemplazantes.
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11No intentaré aquí distinguir esto de manera precisa porque la distinción no tiene relevancia para
lo que estamos examinando ahora.
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CONFERENCIA II
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Hasta aquí sólo hemos sentido que el terreno firme del prejuicio se torna
resbaladizo. Pero ahora, en tanto que filósofos, ¿cómo habremos de proseguir? Una
cosa que, por supuesto, podríamos hacer sería empezar de nuevo. Otra, sería
adentrarnos, por etapas lógicas, en el tembladeral. Pero todo esto llevaría tiempo.
Comencemos, por ahora, por concentrar nuestra atención en una cuestión mencio
nada al pasar: la de las “circunstancias apropiadas”. Apostar no es simplemente,
como hemos dicho, pronunciar las palabras “te apuesto, etc.”. Alguien podría
pronunciarlas y, sin embargo, no estaríamos dispuestos a aceptar que ha
conseguido hacer una apuesta o, al menos, hacerla cabalmente. Para probar esto,
basta considerar —por ejemplo— el caso de la persona que anuncia su apuesta
cuando la carrera ya ha terminado. Además de pronunciar las palabras
correspondientes, al realizativo, es menester como regla general, que muchas otras
cosas anden bien y salgan bien para poder decir que la acción ha sido ejecutada
con éxito. Esperamos descubrir cuáles son estas cosas examinando clasificando
tipos de casos en los que algo sale mal y, como consecuencia de ello, el acto —
asumir un cargo, apostar, legar, bautizar, o lo que sea— es un fracaso o, por lo
menos, lo es en cierta medida. Podemos decir entonces que la expresión lingüística
no es en verdad falsa sino en general, desafortunada. Por tal razón, llamaremos a la
doctrina de las cosas que pueden andar mal y salir mal, en oportunidad de tales
expresiones, la doctrina de los infortunios.
Tratemos primero de enunciar esquemáticamente —y no pretendo atribuir
carácter definitivo a este esquema— alguna de las cosas que son necesarias para el
funcionamiento “afortunado” o sin obstáculo, de un realizativo (o, al menos, de un
realizativo explícito altamente elaborado tales como los que hasta ahora hemos
tenido en cuenta). Luego pondremos ejemplos de infortunios y de sus efectos. Me
temo, pero al mismo tiempo espero, que las siguientes condiciones necesarias
resultarán obvias.
A.1) Tiene que haber un procedimiento convencional aceptado, que posea cierto efecto
convencional; dicho procedimiento debe incluir la emisión de ciertas palabras por
parte de ciertas personas en ciertas circunstancias. Además,
A.2) en un caso dado, las personas y circunstancias particulares deben ser las apropiadas
para recurrir al procedimiento particular que se emplea,
B.1) El procedimiento debe llevarse a cabo por todos los participantes en forma correcta, y
B.2) en todos sus pasos,
G.1) En aquellos casos en que, como sucede a menudo, el procedimiento requiere que
quienes lo usan tengan ciertos pensamientos o sentimientos, o está dirigido a que
sobrevenga cierta conducta correspondiente de algún participante, entonces quien
participa en él y recurre así al procedimiento debe tener en los hechos tales
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Ahora bien, sí violamos una (o más) de estas seis reglas, nuestra expresión
realizativa será (de un modo u otro) infortunada. De más está decir que hay
diferencias considerables entre estas “formas” de ser infortunadas. Las letras y
números elegidos para identificar cada uno de los apartados, precedentes se
proponen poner de manifiesto estas formas diversas.
La primera distinción importante se da entre las primeras cuatro reglas A y
B, tomadas conjuntamente, en oposición a las dos reglas G (de ahí el uso de letras
romanas y griegas). Si transgredimos algunas de las primeras (las reglas del tipo A
o B), esto es si —por ejemplo— emitimos la fórmula incorrectamente, o si —por
ejemplo— no estamos en situación de asumir el cargo porque ocupamos ya un
cargo incompatible con aquél, o porque quien nos recibe el juramento es el
ordenanza y no el ministro, entonces el acto en cuestión, esto es, asumir un cargo,
no es realizado satisfactoriamente, no tiene lugar, no se lleva a cabo. Por oposición,
en los dos casos G el acto es llevado a cabo, aunque llevarlo a cabo en esas
circunstancias como, por ejemplo, cuando somos insinceros, constituye un abuso
del procedimiento. Así, cuando digo “prometo” sin intención de cumplir, he
prometido pero… Necesitamos nombres para referirnos a esta distinción general.
Por ello llamaremos desaciertos a los infortunios del tipo A.1 a B.2, en los que no se
consigue llevar a cabo el acto para cuya realización, o en cuya realización, sirve la
fórmula verbal correspondiente. Y, por otra parte, llamaremos ABUSOS a aquellos
infortunios (los del tipo G) en los que el acto es llevado a cabo. (No hay que
subrayar demasiado las connotaciones normales de estos nombres.)
Cuando la expresión es un desacierto, el procedimiento al que pretendemos
recurrir queda rechazado (no autorizado) y nuestro acto (jurar, etc.) resulta nulo o
carente de efecto, etc. Nos referimos a él llamándolo un acto intentado o, quizá, un
intento, o nos valemos de una expresión tal como “sólo usé una fórmula de
juramento”, por oposición a “juré”. Por otra parte, en los casos G nos referimos a
nuestro acto desafortunado llamándolo “pretendido” o “hueco”, más que
intentado, o también calificándolo de no perfeccionado, o no consumado, más que
de nulo o carente de efecto. Quiero apresurarme a añadir, sin embargo, que estas
distinciones no son firmes y nítidas; en especial, que no han que atenerse en
demasía a palabras tales como “intentado” y “pretendido“. Haré dos obser
vaciones finales respecto de la calidad de nulos o de carentes de efecto que pueden
presentar los actos. Predicarles estas calidades no significa decir que no hemos
1 Más adelante se explicará por qué el tener estos pensamientos, sentimientos e intenciones no se
incluye como una más de las otras “circunstancias” a que nos referimos en (A).
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hecho nada; podemos haber hecho muchas cosas —por ejemplo, podemos haber
cometido el delito de usurpar un cargo—, pero no habremos hecho el acto
intentado, esto es, asumir el cargo. Además, “carente de efecto” no significa aquí
“sin consecuencias, resultados, efectos”.
En segundo lugar, debemos tratar de poner en claro la distinción general
entre los casos A y los casos B, esto es, entre los dos tipos de desaciertos. En los dos
casos rotulados A se da una mala apelación a un procedimiento. Sea porque —
hablando vagamente— no hay tal procedimiento o porque el mismo no puede
hacerse valer en la forma en que se intentó. En consecuencia, los infortunios de la
clase A pueden ser denominados Malas Apelaciones. Entre ellos, podemos
razonablemente bautizar al segundo tipo (A.2) —esto es, al caso en que el
procedimiento existe pero no puede aplicarse como se intenta hacerlo— Malas
Aplicaciones. No he podido encontrar una buena denominación para la clase A.1. En
oposición a los casos A, ocurre que en los casos B existe el procedimiento y es
aplicable a la situación, pero fallamos en la ejecución del rito con consecuencias
más o menos calamitosas. Por ello, los casos B, por oposición a los casos A, pueden
llamarse Malas Ejecuciones, en oposición a las Malas Apelaciones: el acto que se
intentó está afectado, ya sea porque hay un vicio en la realización de la ceremonia o
porque ésta no se llevó a cabo en forma completa. La clase B.1 es la de los Actos Vi
ciados y la clase B,2 la de los Actos Inconclusos.
Obtenemos, así, el cuadro siguiente2:
2 Cabe hacer notar que a veces Austin usó otros nombres para los distintos infortunios. Así, por
ejemplo, llamó a los casos G.1 “Simulaciones” y a los G.2, entre otros nombres, “Incumplimientos”.
J.O.U.
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Supongo que pueden surgir algunas dudas respecto de A.1 y G.2, pero
pospondremos un poco su consideración detallada.
Antes de entrar en detalles, permítaseme formular algunas observaciones
generales acerca de los infortunios. Podemos preguntar:
En primer lugar, parece claro que aunque los infortunios nos han atraído (o
no han logrado atraernos) en conexión con ciertos actos que en todo o en parte
consisten en emitir palabras, son una afección de la que son susceptibles todos los
actos que poseen el carácter general de ser rituales o ceremoniales, esto es, todos
los actos convencionales. Por cierto que no todo rito está expuesto a todas y cada
una de estas formas de infortunio (pero esto tampoco ocurre con todas las
expresiones realizativas). Esto resulta claro ya por el mero hecho de que muchos
actos convencionales, tales tomo apostar o transferir el dominio de una cosa,
pueden ser realizados por medios no verbales. Los mismos tipos de reglas deben
ser observados en todos estos procedimientos convencionales: basta con omitir en
A la referencia especial a la expresión verbal. Todo esto es obvio.
Vale la pena señalar, o recordar, cuántos actos de los que se ocupan los
juristas son o incluyen la emisión de realizativos o, por lo menos, son o incluyen la
realización de algunos procedimientos convencionales. Y, por cierto, se apreciará
que de una u otra forma los autores de derecho han sido conscientes en forma
constante de las variedades de infortunio e incluso, a veces, de las peculiaridades
de la expresión realizativa. Sólo la obsesión todavía difundida de que las
expresiones jurídicas y las expresiones usadas en los llamados actos jurídicos
tienen que ser de algún modo enunciados verdaderos o falsos ha impedido que
muchos juristas vean esto con mayor claridad, ni siquiera me animaría a sostener
que algunos de ellos no lo han hecho ya. Sin embargo, tiene un interés más directo
para nosotros advertir que, de la misma manera, muchos de los actos que caen
dentro del dominio de la Ética no son simplemente y en último extremo, tal como
los filósofos dan por sentado con demasiada facilidad, movimientos físicos. Muchos
de ellos tienen el carácter general, en todo o en parte, de ser actos convencionales o
rituales, y por ello, entre otras cosas, están expuestos a infortunios.
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Por último, podencos preguntar —y aquí tendré que poner algunas de mis
cartas sobre la mesa— si la noción de infortunio se aplica a expresiones que son
enunciados. Hasta aquí hemos presentado a los infortunios como característicos de
la expresión realizativa, que fue “definida” (si es que podemos decir que dimos una
definición) contraponiéndola a la clase supuestamente familiar de los enunciados.
Me limitaré por ahora a señalar que una de las cosas que los filósofos han hecho
recientemente ha sido examinar detenidamente enunciados que, si bien no son
exactamente falsos ni “contradictorios”, resultan sin embargo chocantes, por
ejemplo, enunciados que se refieren a algo que no existe, tales como “El actual Rey.
de Francia es calvo”. Podríamos sentirnos tentados a asimilar este caso al del
intento de legar algo que no nos pertenece. ¿No hay acaso en uno y otro ejemplo
una presuposición de existencia? ¿No podemos decir que un enunciado que se
refiere a algo que no existe es nulo, y no que es falso? Y cuanto más consideramos a
un enunciado no como una oración (o proposición) sino como un acto lingüístico
(del cual aquéllos sor construcciones lógicas), tanto más estamos estudiando todo
el problema en cuanto acto. Además, hay obvias similitudes entre una mentira y
una promesa falsa. Más adelante volveremos sobre el particular.
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A) que yo haya sido oído por alguien, quizá por el destinatario de la promesa;
B) que el destinatario de la promesa haya entendido que hice una promesa.
La respuesta es obvia.
a) No, en el sentido de que podemos fallar de dos maneras a la vez
(podemos prometer insinceramente a un burro darle una zanahoria).
b) No, y esto es más importante, en el sentido de que las maneras de fallar
“no se distinguen entre sí nítidamente” y “se superponen”; decidir entre ellas es
“arbitrario” de distintas maneras.
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Podría decirse que “sólo en las formas” bauticé el barco pero que mi
“acción” fue “nula” o “sin efecto” por cuanto yo no era la persona indicada, no
tenía “capacidad” para realizar el acto. Pero también podría decirse, en forma
alternativa, que cuando, como sucede en nuestro caso, no hay siquiera una
apariencia de capacidad, o una pretensión mínima de ella, entonces no existe un
procedimiento convencional aceptado; el acto es una farsa como sería casarse con
un mono. También podría decirse que forma parte del procedimiento hacerse
designar para bautizar el buque. Cuando el santo bautizó los pingüinos, este acto,
¿fue nulo porque el procedimiento del bautismo no se aplica a los pingüinos o
porque no hay un procedimiento aceptado. para bautizar nada que no sea un ser
humano? No creo que estas cuestiones tengan importancia en teoría, aunque sea
agradable investigarlas y resulte conveniente en la práctica tener a mano, como los
juristas, una terminología para lidiar con ellas.
3El caso de bautizar niños es aun más complicado. Podría darse la situación de que el nombre esté
equivocado y que el sacerdote no es el que deba intervenir en la ceremonia. Esto es, que se trate de
alguien autorizado a bautizar niños, pero que no tenía que bautizar a éste.
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CONFERENCIA III
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A.1: Tiene que existir un procedimiento convencional aceptado, que posea cierto efecto
convencional, y que debe incluir la expresión de ciertas palabras por ciertas
personas en ciertas circunstancias.
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permita elegir a personas que no desean jugar, ya sea porque, en las circunstancias,
Jorge no es un objeto apropiado para aplicarle el procedimiento de elección. O en
una isla desierta otro puede decirme: “vaya a buscar leña”, y yo contestarle “no
recibo órdenes suyas”, o “usted no tiene derecho a darme órdenes”, con lo que
quiero significar que no recibo órdenes del otro cuando éste pretende “afirmar su
autoridad” (cosa que yo podría aceptar o no) en una isla desierta, en
contraposición al caso en el que el otro es el capitán de un barco y por ello tiene
autoridad genuina.
Podríamos decir, ubicando el caso en A.2 (Malas Aplicaciones): el
procedimiento —expresar ciertas palabras, etc.— era correcto y aceptado, pero lo
que estaba mal eran las circunstancias en que se apelaba o recurría a él o las
personas que apelaban o recurrían al mismo. “Elijo” sólo funciona bien cuando el
objeto del verbo es “un jugador”, y una orden sólo es tal cuando el sujeto del verbo
es “una autoridad”.
O también podríamos decir, incluyendo el caso bajo la regla B.2 (y quizá
deberíamos reducir la sugerencia anterior a esto), que el procedimiento no ha sido
ejecutado íntegramente, porque es parte necesaria del mismo, digamos, que la
persona a quien se dirige la expresión “te ordeno que…” tenga que haber
previamente constituido en autoridad a la persona que da la orden, mediante un
procedimiento tácito o verbal, por ejemplo, diciendo “te prometo hacer lo que me
ordenes”. Esta es, por supuesto, una de las incertidumbres —de carácter
puramente general— que subyacen en el debate que se presenta en el campo de la
teoría política cuando discutimos si hay o no, o si debiera haber, un contrato social.
Me parece que no interesa en principio cómo vamos a decidir los casos
particulares, aunque podamos concordar, sea en los hechos o mediante la
introducción de definiciones adicionales, en preferir una solución a otra. Lo que
interesa es tener en claro lo siguiente:
1) con respecto a B.2, que por muchas que sean las adiciones que hagamos al
procedimiento, siempre será posible que alguien lo rechace en su conjunto;
2) que la aceptación de un procedimiento supone mucho más que el mero
hecho de que sea efectiva y generalmente usado, aun por las personas que estén
realmente involucradas; y supone también que esté abierta a cualquiera, en
principio, la posibilidad de rechazar cualquier procedimiento —o código de
procedimientos— aun cuando el que lo rechaza lo haya aceptado hasta ese
momento. Esto puede ocurrir, por ejemplo, con el código del honor. Quien rechaza
el procedimiento se halla expuesto, claro está, a sanciones; los otros pueden
rehusarse a jugar con él, o pueden decir que no es un hombre de honor. Por encima
de todo, no debemos expresar estas cosas en términos de puras circunstancias
fácticas, porque estaríamos expuestos a la vieja objeción de haber derivado un
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no debamos admitir la fórmula “Te prometo que te romperé los huesos”. Me han informado, sin
embargo, que cuando el duelo entre estudiantes estaba en su apogeo en Alemania era costumbre
que los miembros de una agrupación desfilaran ante los miembros de una agrupación rival, y que
cada uno de los primeros se dirigiera, al pasar, al contendor elegido, y le dijese muy cortésmente:
“Beleidigung”, que significa “te insulto”.
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Son mucho más comunes, sin embargo, los casos en los que es incierto hasta
dónde llega el procedimiento, esto es, qué casos comprende o qué variedades
podría hacérsele comprender. Es inherente a la naturaleza de cualquier
procedimiento que los límites de su aplicabilidad y, con ellos, por supuesto, la
definición “precisa” del mismo, queden vagos. Siempre se darán casos difíciles o
marginales respecto de los cuales nada habrá en la historia anterior de un
procedimiento convencional que permita decidir en forma concluyente si el mismo
es o no correctamente aplicado a uno de ellos. ¿Puedo bautizar a un perro si éste es
reconocidamente racional? ¿O ello sería un desacierto del tipo A.1? En el derecho
abundan tales decisiones difíciles, en las que, por supuesto, resulta más o menos
arbitrario determinar si estamos decidiendo (A.1) que no existe una convención o
(A.2) que las circunstancias no son apropiadas para recurrir a una convención que
indudablemente existe. De una u otra manera, nos inclinaremos a sentirnos
obligados por el “precedente” que establecemos. Los juristas por lo general
prefieren aceptar la segunda decisión, pues ella importa aplicar derecho y no
crearlo.
Puede presentarse otro tipo de casos, susceptibles de ser clasificados de
distintas maneras, que merecen una atención especial.
Todas las expresiones realizativas que he puesto como ejemplo son muy
desarrolladas; corresponden al tipo de las que más adelante llamaré realizativos
explícitos, en oposición con los realizativos implícitos. Todas ellas incluyen una
expresión altamente significativa y libre de ambigüedad, tal como “apuesto”,
“prometo”, “lego”, expresiones que muy comúnmente también se usan para
designar el acto que realizo al emitir tal expresión, por ejemplo, apostar, prometer,
legar, etc. Pero por supuesto es al mismo tiempo obvio e importante que a veces
podemos usar la expresión lingüística “vaya” para obtener prácticamente lo mismo
que obtenemos mediante la expresión “le ordeno que vaya”, y en ambos casos
diremos sin vacilar, al describir posteriormente lo que hicimos, que ordenamos a
otro que se fuera. Sin embargo puede de hecho ser incierto, y si nos atenemos a la
mera expresión lingüística siempre lo es cuando se usa una fórmula tan poco
explícita como el mero imperativo “vaya”, si mi interlocutor me está ordenando (o
pretende ordenarme) que vaya, o simplemente me está aconsejando, suplicando,
etc., que vaya. Del mismo modo “hay un toro suelto” puede o no ser una
advertencia, porque al decir eso uno podría estar meramente describiendo lo que
ve; y “estaré allí” puede o no ser una promesa. Aquí hallamos realizativos
primitivos, como cosa distinta de los realizativos explícitos; y puede ocurrir que las
circunstancias no nos permitan decidir si la expresión es o no realizativa. De todos
modos, en un caso dado, puedo tener la posibilidad de tomarla sea de un modo o
de otro. Quizá fue una fórmula realizativa, aunque el procedimiento en cuestión no
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fue suficientemente explícito. Tal vez no tomé la expresión como orden o en todo
caso no tenía que tomarla así. La persona a quien dije “estaré allí” no lo tomó como
una promesa, esto es, en las circunstancias del caso no aceptó el procedimiento, en
razón de que éste fue ejecutado por mí en forma incompleta.
Podríamos asimilar esto a una realización defectuosa o incompleta (B.1 a
B.2), si no fuera porque es en realidad completa, aunque no está libre de
ambigüedad. (En el derecho, por supuesto, este tipo de realizativo no explícito será
normalmente incluido en B.1 o B.2 porque de acuerdo con las reglas, por ejemplo,
legar en forma no explícita es realizar un acto incorrecto o bien incompleto. Pero en
la vida ordinaria no somos tan estrictos.) Podríamos asimilar esto a los Malos
Entendidos (que todavía no hemos examinado), pero se trataría de una clase
especial, relativa a la fuerza de la expresión como algo opuesto a su significado. Y
la cuestión no es aquí simplemente que el auditorio no entendió sino que no tenía
que entender, así, por ejemplo, tomar a la expresión como una orden.
Por cierto que incluso podríamos asimilarla a A.2. diciendo que el
procedimiento no ha de ser usado a menos que resulte claro que se lo está usando,
y si no ocurre así el uso es absolutamente nulo. Podría sostenerse que el
procedimiento sólo ha de Ser usado en circunstancias tales que resulte claro y sin
ambigüedad alguna que se lo está usando. Esto sería recomendar la perfección.
A.2: En un caso dado, las personas y circunstancias particulares deben ser las apropiadas
para apelar o recurrir al procedimiento particular que se emplea.
Pasemos ahora a las violaciones de la regla A.2, esto es, al tipo de infortunio
que hemos llamado Malas Aplicaciones. Los ejemplos son aquí numerosos: “Lo
designo para tal cargo”, expresado cuando el interlocutor ya ha sido designado o
cuando algún otro lo ha sido anteriormente, o cuando el que pretende designar
carece de facultades para ello, o cuando se pretende designar un caballo; “Te regalo
esto”, expresado cuando la cosa no es mía o cuando es una parte de mi cuerpo.
Contamos con diversas palabras especiales para usar en distintos tipos de casos:
“ultra vires”, “incapacidad”. “objeto (o persona, etc.) inadecuado o inapropiado”,
“ausencia de facultades”, etcétera.
La línea divisoria entre “personas inapropiadas” y “circunstancias
inapropiadas” no es, necesariamente, nítida y fija. Por cierto que las “circunstan
cias” pueden claramente extenderse hasta abarcar en general “la naturaleza” de
todas las personas que participan en el acto. Pero debemos distinguir entre
aquellos casos en los que el carácter inapropiado de las personas, objetos, nombres,
etc., es cuestión de “incapacidad”, y, aquellos otros más simples en los que el objeto
o el “protagonista” no es del tipo adecuado. Esta, a su vez, es una distinción tosca y
elusiva, aunque no carece de importancia (por ejemplo, en el derecho). Debemos
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distinguir así los casos en que un sacerdote bautiza con el nombre que
corresponde, a un niño que no es el que debe bautizar o que bautiza a un niño
“Alberto” en lugar de “Alfredo”, de aquellos otros en que el sacerdote dice
“bautizo a este niño 2704” o alguien expresa “te prometo que te daré una paliza”, o
alguien designa Cónsul a un caballo. Los últimos casos incluyen algo inadecuado
en cuanto a clase o tipo, mientras que en los otros el carácter inadecuado es sólo
cuestión de incapacidad.
Ya hemos mencionado algunas superposiciones de A.2 con A.1 y B.1. Si
tenemos dos situaciones, (i) una en que la persona como tal es inapropiada, y nada
—ningún procedimiento o designación anteriores, etc.— habría podido regularizar
las cosas y (ii) otra en la que sólo se trata de que la persona no ha sido debidamente
designada, entonces es más probable que hablemos de Mala Apelación (A.1) para
referirnos al primer caso que para referirnos al segundo. Por otro lado, si tomamos
literalmente lo de la designación (cargo, por oposición a status), podríamos clasificar
al infortunio como un caso de ejecución inadecuada más que un caso de procedi
miento inadecuadamente aplicado. Por ejemplo, si votamos a un candidato antes
de haber sido reconocido oficialmente como tal. El problema consiste aquí en
determinar hasta dónde hemos de remontarnos en el “procedimiento”.
A continuación consideraremos ejemplos de B llamados Malas Ejecuciones,
ya tomados en cuenta someramente.
B.1: El procedimiento debe llevarse a cabo por todos los participantes en forma correcta.
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B.2: El procedimiento debe llevarse a cabo por todos los participantes en todos sus pasos.
3 Podría así ponerse en duda sí no hacer entrega del objeto que manifestamos obsequiar deja
incompleto el acto de obsequiar o es un infortunio del tipo G.
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CONFERENCIA IV
1. Sentimientos
Los siguientes son ejemplos de casos en los que no se tienen los sentimientos
requeridos:
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Las circunstancias están aquí en regla y el acto ha sido realizado, esto es, no
es nulo, pero sin embargo es insincero; sintiendo lo que sentía, yo no tenía que
felicitar a mi interlocutor o darle el pésame.
2. Pensamientos
“Te aconsejo hacer tal cosa”, dicho cuando no pienso que el acto o actitud
aconsejados serán los más beneficiosos para mi interlocutor.
“Lo declaro inocente” o “lo absuelvo” dicho cuando creo que la persona en
cuestión es culpable.
3. Intenciones
Los siguientes son ejemplos de casos en los que no se tienen las intenciones
requeridas:
1) Las distinciones son tan imprecisas que los casos no son necesariamente
distinguibles con facilidad. De todos modos, ellos pueden, por cierto, ser
combinados y usualmente lo son. Por ejemplo, si digo “lo felicito”, ¿qué debo tener
realmente, el sentimiento o el pensamiento de que el otro se merece la felicitación?
¿Tengo un pensamiento o un sentimiento de que lo que motiva la felicitación es
altamente meritorio? En el caso del prometer, debo tener la intención de cumplir,
pero además tengo que pensar que lo que prometo es practicable y pensar, quizá,
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2 Esto se refiere, presumiblemente, a los ejemplos del punto 1. Sentimientos, y no a los de la pág.
siguiente. El manuscrito no orienta al respecto. J.O.U.
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enunciados “fácticos” son muchas más que la mera contradicción (la que, de todos
modos, es una relación complicada que exige ser definida y también explicada).
2. Implica
El hecho de que yo diga “el gato está sobre el felpudo” implica realmente
que yo creo que está allí, en un sentido de “implica” que ya advirtió G. E. Moore.
No podemos decir “el gato está sobre el felpudo pero yo no lo creo”. (Este en reali
dad no es el uso ordinario de “implica”, en el sentido de “da a entender”.
“Implica” o “da a entender” es en realidad más débil, como cuando decimos
“fulano dio a entender que yo no sabía”, o “usted dio a entender que sabía tal cosa
como algo distinto de que simplemente creía tal cosa”.)
3. Presupone
“Todos los hijos de Juan son calvos” presupone que Juan tiene hijos. No
podemos decir “todos los hijos de Juan son calvos pero Juan no tiene hijos”, o
“Juan no tiene hijos y todos sus hijos son calvos”.
Frente a todos estos casos existe un sentimiento común de que se incurre en
un abuso. Pero para abarcarlos no podemos usar un término general como
“implica” o “contradicción” porque hay grandes diferencias. Hay muchas otras
maneras de matar a un gato que ahogándolo en manteca, pero este es el tipo de
cosas (como lo indica ese proverbio inglés) que pasamos por alto. Hay más
maneras de abusar del lenguaje que la de incurrir simplemente en contradicción.
Las preguntas principales son: ¿cuántas son esas maneras?; ¿por qué ellas son
abusos del lenguaje?, y ¿en qué consiste el abuso?
Contrastemos estos casos apelando a procedimientos familiares:
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debajo del gato” se sigue “el gato no está sobre el felpudo”. Aquí, de la verdad de
una proposición se sigue la verdad de otra, o la verdad de una proposición es
incompatible con la verdad de otra.
2. Implica
3. Presupone
Implica
Supongamos que digo “el gato está sobre el felpudo” cuando no es el caso
que creo que el gato está sobre el felpudo. ¿Qué diríamos entonces? Claramente es
un caso de insinceridad. En otras palabras, aquí el infortunio está afectando un
enunciado, exactamente de la misma manera en que el infortunio infecta “te
prometo” cuando digo esto y no tengo la intención, no creo, etc. La insinceridad de
una afirmación es la misma que la de una promesa. “Prometo pero no tengo la
intención de hacer lo prometido” es paralelo a “esto es así pero yo no lo creo”.
Decir “prometo” sin tener la intención, etc., es paralelo a decir “esto es así” sin
creerlo.
Presuposición
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CONFERENCIA V
Dije que parecía haber alguna similitud, y tal vez incluso una identidad,
entre la segunda de estas conexiones y el fenómeno que, respecto de los
enunciados como cosa opuesta a los realizativos, ha sido denominado
“presuposición”; y que también hay similitud, o quizás identidad, entre la tercera
de esas conexiones y el fenómeno que, respecto de los enunciados, se llama a veces
(pienso que incorrectamente) “implicación”. La presuposición y la implicación son
dos maneras en las que la verdad de un enunciado puede estar ligada de modo
importante con la verdad de otro, sin que sea el caso que de uno se siga al otro en
el único sentido que toman en cuenta las personas obsesionadas por la lógica. Sólo
la última de las conexiones puede ser presentada —no digo en qué medida se lo
puede hacer satisfactoriamente— de modo que parezca una relación de
implicación lógica entre enunciados. “Prometo (me comprometo a) hacer X pero no
estor obligado a hacerlo” puede por cierto parecerse más a una autocontradicción
—sea lo que esto fuere— que “prometo hacer X pero no tengo intención de
hacerlo”. También se puede sostener que de “no tengo obligación de hacer p” se
sigue “no prometí hacer p”, y podríamos pensar que la forma en que un cierto p me
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consideraré brevemente— que hacen que éste sea el tipo más común de realizativo
explícito. Adviértase que “presente” e “indicativo” no son denominaciones
acertadas (para no mencionar las implicaciones equivocas de “voz activa”). Sólo las
uso en el sentido gramatical conocido. Por ejemplo, el “presente”, como cosa
distinta del “presente continuo”, por lo común no tiene nada que ver con describir
(o ni siquiera con indicar) lo que estoy haciendo ahora. “Bebo cerveza”, como cosa
distinta de “estoy bebiendo cerveza”, no es análogo al tiempo futuro, que describe
lo que haré en el futuro, o al tiempo pasado, que describe lo que hice en el pasado.
En realidad, es más comúnmente el indicativo habitual, en los casos en que es
realmente “indicativo”. Y cuando no es habitual, sino, en cierto sentido,
genuinamente “presente”, como de alguna manera ocurre en el caso de los
realizativos, tales como “te bautizo…”, entonces ciertamente no es “indicativo” en
el sentido que los gramáticos tienen en mira: esto es, en el de describir un cierto
estado de cosas o sucesos, de informar acerca de él, de dar cuenta del mismo.
Porque, tal como hemos visto, la expresión realizativa no describe ni informa en
absoluto, sino que es usada para hacer algo o al hacer algo. Usamos la expresión
“presente del indicativo” meramente para aludir a la forma gramatical inglesa “I
name” (“bautizo”), “I run” (“corro”), etc. (Este error en la terminología se origina en
asimilar, por ejemplo, la oración inglesa “I run” (“corro”), con la expresión latina
curro, que generalmente debiera traducirse en inglés por “I am running” (“estoy
corriendo”). El latín no tiene dos tiempos, mientras que el inglés sí.
Pero, ¿es el uso de la primera persona singular del llamado presente del
indicativo en la voz activa un ingrediente esencial de toda expresión realizativa?
No es menester que perdamos tiempo en las obvias excepciones constituidas por el
uso de la primera persona del plural: “prometemos”, “aceptamos”, etc. Hay
excepciones más importantes y obvias en todas partes. Ya hemos aludido a
algunas.
Un tipo muy común e importante de lo que, podríamos pensar, es un
realizativo indudable, lleva el verbo en segunda o tercera persona (singular o plural)
y (en inglés) en la voz pasiva. Por lo tanto la persona y la voz no son esenciales. He
aquí algunos ejemplos de este tipo.
1) “You are hereby authorized lo pay” (“Por la presente usted está autorizado a
pagar…”).
2) “Passengers are warned to cross the track by the bridge only” (“Los pasajeros
están advertidos de que sólo se pueden cruzar las vías por el puente “).
En realidad, el verbo puede ser “impersonal” en casos que (en inglés) llevan
la voz pasiva. Por ejemplo:
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Esto nos lleva a una impasse en lo que concierne a un criterio simple y único
fundado en la gramática o en el vocabulario. Pero quizás no es imposible mostrar
un criterio complejo, o, al menos, un conjunto de criterios, simples o complejos,
que tomen en consideración tanto la gramática como el vocabulario. Por ejemplo,
uno de los criterios podría ser que toda expresión con el verbo en el modo impe
rativo es realizativa. Esto, empero, ofrece muchas dificultades, que no me
propongo considerar (por ejemplo, la de determinar cuándo un verbo está en el
modo imperativo y cuándo no lo está).
Prefiero volver atrás por un instante y ver si hay alguna buena razón para
justificar nuestra preferencia inicial por los verbos en el llamado “presente del
indicativo en la voz activa”.
Dijimos que la noción de expresión realizativa exigía que la expresión
consistiera en la realización de una acción (o fuera parte de dicha realización). Las
acciones sólo pueden ser llevadas a cabo por personas, y en nuestros casos es obvio
que quien usa la expresión debe ser el que realiza la acción. De aquí nuestro
justificable sentimiento —que en forma equivocada presentamos en términos pura
mente gramaticales— en favor de la “primera persona”, que debe aparecer, ser
mencionada o ser referida. Además, si el que formula la expresión está actuando,
tiene que estar haciendo algo; de allí nuestra preferencia, quizá mal expresada, por
el presente gramatical y la voz activa gramatical del verbo. Hay algo que, en el
momento en que se emite la expresión, está haciendo la persona que la emite.
Cuando en la fórmula verbal de la expresión no hay una referencia a la
persona que la emite y realiza así el acto, esto es, cuando no hay una referencia a
ella mediante el pronombre “yo” (o su nombre propio), entonces “se hará
referencia” a dicha persona en una de estas dos formas:
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a) En las expresiones orales, por el hecho de que ella es la persona que emite la
expresión. Por así decir, es el punto de origen de la misma, lo que es usado
generalmente en cualquier sistema de referencias coordenadas verbales.
b) En las expresiones escritas (o “inscripciones”) por el hecho de que dicha
persona coloca su firma (hay que hacer esto porque, por supuesto, las expresiones
escritas no están ligadas a su punto de origen de la manera en que lo están las
orales).
El “yo” que está haciendo la acción entra así esencialmente en escena. Una
ventaja de la forma con la primera persona del singular del indicativo en la voz
activa —y también de las formas en la voz pasiva (en segunda y tercera persona y
cuando el verbo es “impersonal “), todas ellas con el agregado de la firma— es que
se hace explícita esta característica especial de la situación lingüística. Además, los
verbos que, en base al vocabulario, parecen ser especialmente realizativos, cum
plen la finalidad especial de explicitar (lo que no es lo mismo que enunciar o
describir) cuál es la acción precisa que ha sido realizada al emitir la expresión. Las
otras palabras o giros que parecen tener una función especialmente realizativa (y
que en realidad la tienen), tales como “culpable”, “posición adelantada”, etc., se
comportan así cuando están ligadas en su “origen” a verbos realizativos explícitos
tales como “prometer”, “proclamar”, “declarar”, etc., y en la medida en que lo
están.
La fórmula “por virtud de la presente” es una alternativa útil, pero es
demasiado formal para los fines ordinarios, y, además, podemos decir “por la
presente enuncio…“, o “por la presente observo…“, y no debemos olvidar que
estamos buscando un criterio para distinguir los enunciados de los realizativos.
(Tengo que señalar nuevamente que aquí andamos a los tumbos. Sentir que el
terreno firme del prejuicio se desliza bajo nuestros pies es excitante, pero tiene sus
inconvenientes.)
Nos sentiríamos inclinados a decir que toda expresión que es en realidad un
realizativo tendría que ser reducible, expansible o analizable de modo tal que se
obtuviera una forma en la primera persona singular del presente del indicativo en
la voz activa (gramatical). Tal es el tipo de test que en realidad hemos usado. Así:
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1 Por ejemplo. ¿cuáles son los verbos con los que podemos hacer esto? Si se expande así el
realizativo, cabe preguntar cuál es el test para determinar si la primera persona del singular del
presente del indicativo en la voz activa es, en un caso dado, realizativa, teniendo en cuenta que
todas las otras formas deben ser reducibles a ésta.
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*Esto es, la construcción que denota una acción durativa que tiene lugar, además, en el presente
actual. (T.)
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CONFERENCIA VI
Hemos sugerido que los realizativos no son tan obviamente distintos de los
constatativos: los primeros afortunados o desafortunados, los segundos verdaderos
o falsos. Por ello, consideramos la posibilidad de definir a los realizativos de una
manera más clara. Lo primero que sugerimos fue un criterio o criterios
gramaticales o de vocabulario, o una combinación de ambos. Señalamos que, por
cierto, no hay ningún criterio absoluto de este tipo y que, muy probablemente, ni
siquiera se puede enunciar una lista de todos los criterios posibles. Además, tales
criterios no permitirán distinguir a los realizativos de los constatativos, puesto que
es muy común que la misma oración sea empleada en diferentes ocasiones de ambas
maneras, esto es, de manera realizativa y constatativa. Esto parece no tener
remedio si hemos de dejar a las expresiones lingüísticas tal como están y nos
obstinamos en buscar un criterio.
Sin embargo, el tipo de realizativo de donde tomamos nuestros primeros
ejemplos, que tiene un verbo en la primera persona singular del presente del
indicativo de la voz activa, parece merecer nuestra preferencia. Si emitir la
expresión es hacer algo, el “yo”, el “activo” y el “presente” parecen, al menos,
apropiados. Los realizativos no son realmente como el resto de los verbos en este
“tiempo”; aquéllos presentan una esencial asimetría. Esta asimetría es,
precisamente, la nota característica de una larga lista de verbos de aspecto
realizativo. Sugiero, pues, que podríamos:
1) hacer una lista de todos los verbos que exhiben esta peculiaridad;
2) suponer que todas las expresiones realizativas que no poseen de hecho
esta forma privilegiada —que comienzan con “yo x que”, “yo x a” o “yo x”—
pueden “reducirse” a dicha forma y convertirse así en lo que podríamos llamar
realizativos explícitos.
Cabe preguntar ahora si esto va a ser fácil o, aun, posible. No hay mayor
dificultad en dar cuenta de ciertos usos normales, aunque diferentes, de la primera
persona del presente del indicativo de estos verbos, usos en los que ellos
desempeñan una función constatativa o descriptiva. Me refiero al presente
habitual, al presente “histórico” y al presente continuo. Pero entonces, como
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o, incluso muy probablemente, emitir algún ruido o palabra como, por ejemplo,
“salaam”. Ahora bien, decir “salaam” no es describir mi acción ni enunciar que
estoy realizando un acto de pleitesía, tal como no lo es quitarme el sombrero. Por la
misma razón —más adelante volveré sobre el particular— tampoco es describir mi
acción decir “lo saludo”. Hacer o decir estas cosas es poner en claro cómo ha de
tomarse o comprenderse la acción, esto es, de qué acción se trata. Lo mismo ocurre
cuando emitimos la expresión “prometo que”. Esta no es una descripción porque:
1) no puede ser ni verdadera ni falsa; 2) decir “prometo que” (por supuesto, de una
manera afortunada) constituye una promesa y además, lo es de una manera no
ambigua. Podemos decir que una fórmula realizativa tal como “prometo” pone en
claro cómo ha de entenderse lo que se ha dicho e incluso, concebiblemente, pone
en claro que tal fórmula “enuncia que” se ha hecho una promesa. Pero no podemos
decir que tales expresiones son verdaderas o falsas ni que son descripciones o
informes.
En segundo lugar, cabe formular una advertencia de menor importancia.
Obsérvese que si bien en este tipo de expresiones tenemos una cláusula que sigue a
un verbo y comienza con “que” (“prometo que”, “declaro que”, “proclamo que” o,
quizás, “estimo que”) no tenemos que considerar que esto es un caso de “discurso
indirecto”. Las cláusulas que comienzan con “que” en el discurso indirecto u oratio
obliqua constituyen casos en los que informo lo que ha dicho otra persona o lo que
he dicho yo en otra oportunidad. Es un ejemplo típico “él dijo que…“, y es un
ejemplo posible “él prometió que…” (¿hay aquí un uso doble de “que”?), o “en la
página 465 sostuve que…“ Si ésta es una noción clara1, vemos que el “que” de la
oratio obliqua no es similar en todos sus aspectos al “que” de nuestras fórmulas
realizativas explícitas. En éstas no estoy informando acerca de mi propio discurso
en la primera persona singular del presente del indicativo en la voz activa. Dicho
sea de paso, no es en modo alguno necesario que un verbo realizativo explícito
deba ser seguido por “que”; en clases importantes de casos es seguido por “a…“
(“lo exhorto a…”) o por nada (“le pido disculpas”, “lo saludo”).
Formularé algo que parece ser, por lo menos, una buena conjetura a partir
de la elaboración de la construcción lingüística, como también de la naturaleza de
ésta, en el realizativo explícito. Se trata de lo siguiente: históricamente, desde el
punto de vista de la elaboración del lenguaje, el realizativo explícito tiene que
haber constituido un desarrollo posterior a ciertas expresiones lingüísticas más pri
marías, muchas de las cuales son ya realizativos implícitos, incluidas en la mayoría
de los realizativos explícitos como partes de un todo. Por ejemplo, “lo haré” es
1 Mi explicación es muy oscura, como lo son las de los libros de gramática cuando se refieren a las
cláusulas que comienzan con “que”. Téngase presente la explicación más oscura aún acerca de la
expresión “lo que” en oraciones tales como “me refiero a lo que usted dijo ayer”.
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2 Es probable que los lenguajes primitivos fueran de este tipo. Cf. Jespersen.
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1. Modo
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4. Partículas conectivas
3Algunos de estos ejemplos replantean la cuestión de si “concedo que” y “concluyo que” son o no
realizativos.
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importantes, que padecen una deliberada ambivalencia o se benefician con ella. Tal
ambivalencia es combatida mediante la constante introducción de frases que
deliberadamente son realizativos puros. ¿Podemos sugerir algunos tests para
decidir si “considero que está bien” o “lo siento” están usados (si alguna vez lo
están) de una u otra manera?
Un test sería comprobar si tiene sentido preguntarse “¿hizo realmente eso?”
O, “¿es realmente así?” Por ejemplo, cuando alguno dice, “lo felicito” o “me alegro”.
podemos decir “me pregunto si realmente se alegró”, aunque no podríamos decir
de igual manera “me pregunto si realmente lo felicitó”. Otro test sería preguntarse
si uno podría realmente estar haciendo eso sin decir nada, por ejemplo, sentirlo
(estar apenado) sin pedir disculpas, o experimentar gratitud como cosa distinta de
agradecer, o considerar censurable como cosa distinta de censurar, etc4. Un tercer
test sería, por lo menos en ciertos casos, preguntar si antes del verbo pre
suntamente realizativo podemos insertar un adverbio tal como “deliberadamente”,
o una expresión tal como “tengo el propósito de”. Este es un test adecuado porque
(posiblemente) si la expresión consiste en realizar cierto acto, entonces es sin duda
algo que, en ocasiones, podemos hacer deliberadamente, o algo que podemos tener
el propósito de hacer. Así, podemos decir “deliberadamente aprobé su acción”,
“deliberadamente agradecí”, y podemos decir “tengo el propósito de pedir
disculpas”. Pero no podemos decir “deliberadamente consideré que su acción
estaba bien”, ni “tengo el propósito de sentirlo (de estar apenado)” como cosa
distinta de “tengo el propósito de decir que lo siento (que estoy apenado) “.
Un cuarto test sería preguntarse si lo que uno dice puede ser literalmente
falso, como ocurre a veces cuando digo “lo siento”, o sólo podría implicar falta de
sinceridad, como cuando digo “pido disculpas”. Estas frases hacen borrosa la
distinción entre insinceridad y falsedad5.
Pero hay una cierta distinción acerca de cuya naturaleza exacta tengo dudas.
Hemos vinculado “pido disculpas” con “lo siento”, pero hay numerosas
expresiones convencionales de sentimiento, muy similares entre sí en ciertos
aspectos, que nada tienen que ver con los realizativos. Por ejemplo:
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pasar”. J.O.U.
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CONFERENCIA VII
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Hay una segunda clase importante de palabras en las que, como ocurre con
los comportativos, se da con particular intensidad el mismo fenómeno del
desplazamiento de la expresión descriptiva a la expresión realizativa, así como la
oscilación entre ambas. Se trata de la clase de los que llamaré expositivos. Aquí el
cuerpo principal de la expresión tiene generalmente, o a menudo, la forma lisa y
llana de un “enunciado”, pero al comienzo hay un verbo realizativo explícito que
muestra cómo encaja el “enunciado” en el contexto de la conversación, intercambio
verbal, diálogo o, en general, exposición. Veamos los siguientes ejemplos:
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Sin embargo, hay numerosos verbos que tienen un aspecto muy semejante a
estos últimos y parecen pertenecer a la misma clase que ellos, que no pasarían en
forma satisfactoria estos tests. Por ejemplo, “supongo que”, como cosa distinta de
“postulo que”. Podría ufanamente decir “en tal momento yo estaba suponiendo
que…“, aun cuando en ese momento no me daba cuenta que estaba suponiendo
algo, y no había dicho nada relativo a ello. Y puedo estar suponiendo algo, aunque
no me de cuenta, o decir “supongo que…”, en sentido descriptivo y estricto.
Puedo, sin duda, estar afirmando o negando algo, sin decir nada a tal fin, y no
obstante ello “afirmo” y “niego” son realizativos explícitos puros en algunos
sentidos que no son aquí relevantes. En efecto, puedo asentir con un movimiento
de cabeza, o afirmar o negar algo por implicación cuando digo otra cosa. Podría
haber estado suponiendo algo sin decir nada, pero no por implicación al decir otra
cosa, sino simplemente quedándome sentado en silencio en un rincón. Por el
contrario no podría estar sentado en silencio en un rincón negando algo.
En otros términos: “supongo que…” funciona en la forma ambivalente en
que funciona “lo siento…”. Esto último a veces es equivalente a “pido disculpas”, a
veces describe mis sentimientos, y a veces hace ambas cosas a la vez. Del mismo
modo “supongo” a veces es equivalente a “postulo…” y a veces no lo es.
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A.a) es siempre realizar el acto de emitir ciertos ruidos (un acto “fonético”) y
la expresión es un phone;
A.b) es siempre realizar el acto de emitir ciertos vocablos o palabras, esto es,
ruidos de ciertos tipos pertenecientes a cierto vocabulario y en cuanto pertenecen a
él, emitidos en una construcción determinada —es decir, que se adecuen a cierta
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gramática y en cuanto se adecuan a ella—, que se emiten con cierta entonación, etc.
Podemos llamar a este acto un acto “fático” (“phatic”) y a la expresión que en ese
acto se emite un “pheme” (como cosa distinta del phememe de la teoría lingüística); y
A.c) generalmente, es realizar el acto de usar tal pheme o sus partes
constituyentes con un “sentido” más o menos definido y una “referencia” más o
menos definida (“sentido” y “referencia” que tomados conjuntamente equivalen a
“significado”). Podemos llamar a este acto un acto “rético” (“rhetic”), y a la
expresión que en este acto se emite un “rheme”.
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CONFERENCIA VIII
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En relación con esto, y aunque ello nos lleva más allá de lo que nuestro
interés específico requiere, haré algunas observaciones generales dignas de ser
tenidas en cuenta:
1) Es obvio que para realizar un acto “fático” tengo que realizar un acto
fonético, o, si se prefiere, al realizar uno estoy realizando el otro. (Esto no, significa,
sin embargo, que los actos “fáticos” sean una subclase de los fonéticos, esto es, que
pertenezcan a la clase de estos últimos.) Pero la afirmación conversa no es
verdadera, porque, aunque un mono haga un ruido que suene exactamente igual
que la palabra “voy”, eso no es un acto “fático”.
2) Es obvio que al definir el acto “fático” agrupamos dos cosas: el
vocabulario y la gramática. Así, no hemos dado un nombre especial a la persona
que expresa, por ejemplo, “gato concienzudamente el entonces” o “los inidosos
tringles fragaron”. Otro punto que se presenta, además del de la gramática y el del
vocabulario, es el de la entonación.
3) El acto “fático”, sin embargo, como el fonético, es esencialmente imitable,
reproducible (incluso en su entonación, muecas, gesticulaciones, etc.). Se puede
imitar no solamente el enunciado entre comillas “su cabello es rubio natural”, sino
el hecho más complejo de que ese enunciado fue dicho de la siguiente manera: “su
cabello es rubio natural” (sonrisa irónica).
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Añadiré una cosa más a propósito del acto “rético”. El sentido y la referencia
(nombrar y referirse), son en sí actos accesorios realizados al realizar el acto
“rético”. Así, podemos decir “usé ‘banco’ con el significado de…”, y también
“cuando dije ‘él’ me estaba refiriendo a…” ¿Podemos realizar un acto “rético” sin
hacer referencia a algo o alguien o sin nombrarlo? En general parecería que la
respuesta es negativa, pero hay casos desconcertantes. ¿Cuál es la referencia en el
caso de “todos los triángulos tienen tres lados?” En forma correspondiente, resulta
claro que podemos realizar un acto “fático” que no sea un acto “rético”, aunque no
a la inversa. Así, podemos repetir las observaciones de otro, o mascullar alguna
oración, o podemos leer una frase en latín sin conocer el significado de las
palabras.
Aquí no nos interesan mucho cuestiones como la de saber cuándo un pheme
o un rheme es el mismo, sea en el sentido del “tipo” o del “caso concreto” (token), ni
si hay uno o más phemes o rhemes, etc. Pero, por supuesto, es importante recordar
que el mismo pheme (ejemplo concreto del mismo tipo) puede ser usado en
distintas ocasiones de expresión con un sentido o referencia diferentes. Y ser así un
rheme diferente. Cuando se usan phemes distintos con el mismo sentido y referencia,
podríamos hablar de actos “réticamente” equivalentes (en cierto sentido, el
“mismo enunciado”) pero no del mismo rheme o de los mismos actos “réticos” (que
son el mismo enunciado en otro sentido, que importa el uso de las mismas
palabras).
El pheme es una unidad de lenguaje (language); su deficiencia típica es la de
carecer de sentido. Pero el rheme es una unidad del habla (speech); su deficiencia
típica es ser vago o vacuo u oscuro, etcétera.
Pero aunque estas cuestiones tienen mucho interés, ellas no arrojan luz
alguna sobre nuestro problema que consiste en distinguir, como cosas opuestas, la
expresión constatativa y la expresión realizativa. Por ejemplo, podría ser
perfectamente posible, con respecto a una expresión, v.gr.: “está por atacar”, que
tuviéramos completamente en claro “qué estamos diciendo” al emitirla, en todos
los sentidos que acabamos de distinguir, y sin embargo que no tuviéramos en
absoluto en claro si al emitir la expresión se estaba realizando o no el acto de
advertir, o el que fuere. Puede ser perfectamente claro lo que quiere decir “está por
atacar” o “cierre la puerta”, pero puede faltar claridad acerca de si la expresión fue
formulada como un enunciado o una advertencia, etcétera.
Podemos decir que realizar un acto locucionario es, en general, y eo ipso,
realizar un acto ilocucionario (illocutionary act), como propongo denominarlo. Para
determinar qué acto ilocucionario estamos realizando, tenemos que determinar de
qué manera estamos usando la locución:
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y muchos otros semejantes. (No estoy sugiriendo, en modo alguno, que esta sea
una clase claramente definida.) No hay nada misterioso aquí acerca de nuestro eo
ipso. La dificultad radica más bien en el número de sentidos distintos de una
expresión tan vaga como “de qué manera estamos usando” la locución. Esto se
puede referir también al acto locucionario y, además, a los actos perlocucionarios
que mencionaremos un poco más adelante. Cuando realizamos un acto
locucionario, usamos el habla; pero, ¿en qué modo preciso la estamos usando en
esta ocasión? Porque hay muchísimas funciones o maneras en que usamos el
lenguaje, y constituye una gran diferencia para nuestro acto en algún sentido —
sentido (B)1— de qué manera y en qué sentido la estábamos “usando” en esta
ocasión. Es muy diferente que estemos aconsejando, o meramente sugiriendo, o
realmente ordenando, o que estemos prometiendo en un sentido estricto o sólo
anunciando una vaga intención, etc. Estas cuestiones entran un poco, y no sin
confusión, en el terreno de la gramática (ver anteriormente), pero constantemente
las discutimos preguntando si ciertas palabras (una determinada locución) tenían la
fuerza de una pregunta, o debían haber sido tomadas como una apreciación, etcétera.
Expresé que realizar un acto en este nuevo sentido era realizar un acto
“ilocucionario”. Esto es, llevar a cabo un acto al decir algo, como cosa diferente de
realizar el acto de decir algo. Me referiré a la doctrina de los distintos tipos de
función del lenguaje que aquí nos ocupan, llamándola doctrina de las “fuerzas
ilocucionarias”.
Puede decirse que durante demasiado tiempo los filósofos han desatendido
este estudio y tratado todos los problemas como problemas de “uso (usage)
locucionario”. Puede decirse también que la “falacia descriptiva”, mencionada en
la Conferencia I, surge comúnmente como consecuencia de confundir un problema
del primer tipo con uno del segundo. Es cierto que estamos librándonos de esa
confusión; desde hace algunos años venimos advirtiendo cada vez con mayor
claridad que la ocasión en que una expresión se emite tiene gran importancia, y
que las palabras usadas tienen que ser “explicadas”, en alguna medida, por el
“contexto” dentro del cual se intenta usarlas o fueron realmente usadas en un
intercambio lingüístico. Sin embargo quizá, todavía, nos sentimos demasiado
inclinados a explicar estas cosas en términos del “significado de las palabras”. Es
cierto que también podemos hablar de “significado” para referirnos a la fuerza
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ilocucionaria: “sus palabras tuvieron el significado de una orden”, etc. Pero deseo
distinguir fuerza y significado, entendiendo por este último sentido y referencia, tal
como ha llegado a ser esencial distinguir sentido y referencia dentro del
significado.
Además, aquí tenemos un ejemplo de los diferentes usos de la expresión
“usos del lenguaje”, o “uso de una oración”, etc. “Uso” es una palabra demasiado
amplia, incurablemente ambigua, tal como lo es la palabra “significado”, que
muchos no toman hoy con seriedad. Pero “uso”, su reemplazante, no está en una
posición mucho mejor. Podemos poner totalmente en claro cuál ha sido el “uso de
una oración” en una ocasión particular, en el sentido de acto locucionario, sin tocar
siquiera el problema de su uso en el sentido de acto ilocucionario.
Antes de seguir afinando esta noción del acto ilocucionario, contrastemos el
acto locucionario y el acto ilocucionario, por un lado, con un tercer tipo de acto,
por otro.
Hay un tercer sentido (C), según el cual realizar un acto locucionario, y, con
él, un acto ilocucionario, puede ser también realizar un acto de otro tipo. A
menudo, e incluso normalmente, decir algo producirá ciertas consecuencias o
efectos sobre los sentimientos, pensamientos o acciones del auditorio, o de quien
emite la expresión, o de otras personas. Y es posible que al decir algo lo hagamos
con el propósito, intención o designio de producir tales efectos. Podemos decir
entonces, pensando en esto, que quien emite la expresión ha realizado un acto que
puede ser descripto haciendo referencia meramente oblicua (C.a), o bien no
haciendo referencia alguna (C.b), a la realización del acto locucionario o
ilocucionario. Llamaremos a la realización de un acto de este tipo la realización de
un acto perlocucionario o perlocución. Por ahora no definiremos esta idea con más
cuidado —por cierto que lo necesita— sino que nos limitaremos a dar ejemplos:
Ejemplo 1:
Acto (C.b.)
Hizo (consiguió) que se lo diera a ella
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Ejemplo 2:
Acto (C.b.)
Él me volvió a la realidad
Él me fastidió
2[Aquí se lee en el manuscrito una nota escrita en 1958, que dice: “(1) Todo esto no está claro (2) y
en todos los sentidos relevantes (A) y (B) como cosas distintas a (C) todas las expresiones ¿no serán
realizativas?”] J.O.U.
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cómo las expresiones “significado” y “uso de una oración” pueden hacer borrosa la
diferencia entre los actos locucionarios e ilocucionarios. Advertimos ahora que
hablar del “uso” del lenguaje puede, de igual modo, hacer borrosa la distinción
entre el acto ilocucionario y el perlocucionario. Por ello los distinguiremos con más
cuidado dentro de un momento. Hablar del “uso del ‘lenguaje’ para prometer o
advertir”, parece exactamente igual a hablar del “uso del ‘lenguaje’ para persuadir,
excitar, alarmar, etc.” Sin embargo, el primer tipo de “uso”, puede, para decirlo sin
mayor precisión, ser considerado convencional, en el sentido de que por lo menos es
posible explicarlo mediante la fórmula realizativa, cosa que no ocurre con el
último. Así, podemos decir “te prometo que” o “te advierto que”, pero no
podemos decir “te persuado que” o “te alarmo que”. Además, podemos poner
totalmente en claro si alguien estaba o no recomendando algo sin tocar la cuestión
de si estaba o no persuadiendo a su interlocutor.
2) Para dar un paso más, aclaremos que la expresión “uso del lenguaje”
puede abarcar otras cuestiones además de los actos ilocucionarios y
perlocucionarios. Por ejemplo, podemos hablar del “uso del lenguaje” para algo,
por ejemplo, para bromear. Y podemos usar “al” de una manera que difiere en
mucho del “al” ilocucionario, como cuando afirmamos que “al decir ‘p’ yo estaba
bromeando”, o “representando un papel” o “escribiendo poesía”. O podemos
hablar de un “uso poético del lenguaje” como cosa distinta del “uso del lenguaje en
poesía”. Estas referencias al “uso del lenguaje” nada tienen que ver con el acto
ilocucionario. Por ejemplo, si digo “ve a ver si llueve”, puede ser perfectamente
claro el significado de mi expresión y también su fuerza, pero pueden caber dudas
muy serias acerca de estos otros tipos de cosas que puedo estar haciendo. Hay usos
“parásitos” del lenguaje, que no son “en serio”, o no constituyen su “uso normal
pleno”. Pueden estar suspendidas las condiciones normales de referencia, o puede
estar ausente todo intento de llevar a cabo un acto perlocucionario típico, todo
intento de obtener que mi interlocutor haga algo. Así, Walt Whitman no incita
realmente al águila de la libertad a remontar vuelo.
3) Además, puede haber cosas que “hacemos” en alguna conexión con el
decir algo, sin que la situación quede exactamente incluida, por lo menos
intuitivamente, en ninguna de estas clases que hemos delimitado en forma
aproximada, o también que parezca quedar vagamente incluida en más de una.
Pero, de todas maneras, no vemos aquí desde un principio que las cosas estén tan
alejadas de nuestros tres tipos de actos como lo está el bromear o el escribir poesía.
Por ejemplo, insinuar, como cuando insinúo algo al emitir una expresión o porque
emito una expresión. Esto parece suponer alguna convención, tal como ocurre con
los actos ilocucionarios, pero no podemos decir “yo insinúo…”*, pues el insinuar, al
* Aquí “insinuar” no está usada en el sentido —quizás “incorrecto”— de “hacer tímidamente una
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igual que el dar a entender, parece ser el efecto de cierta habilidad, más que un
mero acto. Otro ejemplo es el de demostrar o exteriorizar emociones. Podemos
exteriorizar emoción al emitir una expresión o porque la emitimos, como cuando
insultamos; pero tampoco hay aquí cabida para fórmulas realizativas ni para los
restantes recursos de los actos ilocucionarios. Podemos decir que en muchos casos
usamos el insultar para dar rienda suelta a nuestros sentimientos. Debemos
advertir que el acto ilocucionario es un acto convencional; un acto hecho de
conformidad con una convención.
4) Puesto que los actos de los tres tipos consisten en la realización de
acciones, es necesario que tomemos en cuenta los males que pueden afectar a toda
acción. Tenemos que estar siempre preparados para distinguir entre “el acto de
hacer x”, esto es, de lograr x, y “el acto de intentar hacer x”. Por ejemplo, tenemos
que distinguir entre prevenir e intentar prevenir. Aquí cabe esperar infortunios.
Los próximos tres puntos se presentan principalmente porque nuestros
actos son actos.
5) Puesto que nuestros actos son actos, siempre tenemos que recordar la
distinción entre producir consecuencias o efectos queridos o no queridos. Debemos
tener presente, en conexión con esto, (i) que aunque el que usa una expresión se
proponga alcanzar con ella un cierto efecto, éste puede no ocurrir, (ii) que aunque
no quiera producirlo o quiera no producirlo, el efecto puede sin embargo ocurrir.
Para hacernos cargo de la complicación (i) invocamos, como ya lo hemos hecho, la
distinción entre intento y logro; para hacernos cargo de la complicación (ii)
invocamos los recursos lingüísticos normales para rechazar nuestra responsa
bilidad (v.gr.: mediante formas adverbiales como sin intención”, y análogas),
disponibles para uso personal en todos los casos de realización de acciones.
6) Además, debemos admitir, por supuesto, que nuestros actos, en cuanto
tales, pueden ser cosas que en realidad no hemos hecho, en el sentido de que las
hemos realizado por la fuerza o de alguna otra manera característica. En el punto
2) hemos aludido a otros casos en los que podemos no haber hecho plenamente la
acción.
7) Por último, tenemos que hacernos cargo de una objeción acerca de
nuestros actos ilocucionarios y perlocucionarios —a saber, que la noción de acto no
es clara— mediante una doctrina general de las acciones. Tenemos la idea de que
un “acto” es una cosa física determinada, que se distingue tanto de las
convenciones como de las consecuencias. Pero
a) el acto ilocucionario, y aun el acto locucionario, suponen convenciones.
Consideremos el caso de rendir pleitesía. Algo constituye un acto de pleitesía
proposición”, sino en el sentido del diccionario: “dar a entender una cosa, no haciendo más que
indicarla o apuntarla ligeramente”. Es en este sentido que no podemos decir “Yo insinúo…” (T.)
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CONFERENCIA IX
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sobre la acción, no es más sorprendente que el hecho inverso. A saber, que la realización de una
acción cualquiera (incluso la expresión de un realizativo) tiene por lo común como consecuencia
hacernos, y hacer a otros, conscientes de los hechos. Hacer un acto cualquiera de manera
perceptible o descriptible, también es darnos a nosotros y generalmente a otros la oportunidad: a)
de saber que lo hicimos, y, además, b) de conocer muchos otros hechos acerca de nuestros motivos,
nuestro carácter, o lo que sea, que pueden ser inferidos del hecho de que hicimos ese acto. Si arrojo
un tomate a otro en una reunión política (o grito “protesto” si otro lo hace —suponiendo que eso
sea realizar una acción) ello tendrá probablemente como consecuencia que los demás adviertan que
tengo ciertas convicciones políticas. Pero esto no hará que el acto de arrojar el tomate o de gritar
sean verdaderos o falsos (aunque ellos puedan ser equívocos, y aún serlo deliberadamente). Por lo
mismo, la producción de cualquier número de efectos o consecuencias no impedirá que una
expresión constatativa sea verdadera o falsa.
4 No me ocuparé aquí de examinar hasta dónde pueden extenderse las consecuencias. Los errores
usuales sobre este tema son tratados, por ejemplo, en los Principia Ethica de Moore.
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dedo, que produjo el movimiento del gatillo, que produjo…, que produjo la muerte
del burro). Mucho se puede decir, por supuesto, acerca de este tema, pero no es
necesario que nos ocupemos aquí de ello. Por lo menos en el caso de los actos que
consisten en decir algo:
5 Adviértase que si suponemos que cuando digo “mover el dedo” el acto físico mínimo es el
movimiento del cuerpo, el hecho de que el objeto movido es parte de mi cuerpo introduce en efecto
un nuevo sentido de “moví”. Así, puedo ser capaz de mover las orejas como hacen los chicos, o
tomándolas entre el pulgar y el índice, o mover el pie del modo ordinario, o bien con ayuda de las
manos, como cuando se me ha “dormido”. El uso ordinario de “mover” en ejemplos tales como
“moví el dedo” es último. No debemos seguir buscando tras él para llegar a “contraje los músculos”
y cosas semejantes.
6 Este in parí materia podría ser equívoco. No quiero decir, como señalé en la nota anterior, que mi
“mover el dedo” sea, metafísicamente, análogo al “movimiento del gatillo” que es su consecuencia,
o al “movimiento del gatillo por mi dedo”. Pero “el movimiento del dedo que está en el gatillo” está
in pari materia con “el movimiento del gatillo”.
O bien podemos expresar la cuestión de otra manera más importante diciendo que el
sentido en el que decir algo produce efectos sobre otras personas, o causa algo, es un sentido
fundamentalmente distinto de “causa” que el que se emplea en la causación física por presión, etc.
Tiene que operar a través de las convenciones del lenguaje y es una cuestión de influencia ejercida
por una persona sobre otra. Este es probablemente el sentido original de “causa”.
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actos de decir algo, ya sea en forma más particular por quien emitió la expresión, o
incluso por otro7. De modo que tenemos aquí una especie de ruptura natural de la
cadena, lo que no ocurre en el caso de las acciones físicas, fenómeno que se vincula
con la clase especial de nombres de las ilocuciones.
Pero a esta altura cabe preguntar si las consecuencias que introducimos con
la terminología de las perlocuciones no son en realidad consecuencias de los actos
(A), esto es, de las locuciones. Cabe preguntar si, en nuestro intento de separar
“todas” las consecuencias, no debemos continuar nuestro regreso y dejar atrás la
ilocución hasta llegar a la locución, y en realidad, hasta llegar al acto (A.a), esto es,
a la emisión de ruidos, que consiste en un movimiento físico8. Hemos admitido,
por cierto, que para realizar un acto ilocucionario es menester realizar un acto
locucionario; por ejemplo, que agradecer es necesariamente decir ciertas palabras.
Y decir ciertas palabras es necesariamente, por lo menos en parte, hacer ciertos
movimientos, de difícil descripción, con los órganos vocales9. De tal modo, el
divorcio entre las acciones “físicas” y los actos de decir algo no es del todo
completo: existe entre unas y otros alguna vinculación. Pero (i), si bien esto puede
ser importante en algunas conexiones y contextos, no parece impedir que tracemos
una línea para nuestros fines presentes donde necesitamos hacer tal distinción, esto
es, donde el acto ilocucionario se completa y comienzan todas sus consecuencias. Y
además (ii), lo que es mucho más importante, tenemos que evitar la idea, que más
arriba hemos sugerido pero no expresado, de que el acto ilocucionario es una
consecuencia del acto locucionario, y también la idea de que lo que introduce la
terminología de las ilocuciones es una referencia adicional a algunas de las
consecuencias de las locuciones10. Esto es, que decir, “X me instó a” es decir que X
dijo ciertas palabras y, además, que el decirlas tuvo ciertas consecuencias; p. ej.: un
efecto sobre mí, o, quizás, que ese decirlas llevaba el propósito de que las palabras
tuvieran esas consecuencias. Aunque tuviéramos que insistir, por alguna razón y
en algún sentido, en “desandar nuestro camino” desde la ilocución hasta el acto
fonético (A.a), no deberíamos regresar hasta la acción física mínima por la vía de la
cadena de sus consecuencias, de la manera en que supuestamente lo hacemos
partiendo de la muerte del burro hasta llegar al movimiento del dedo en el gatillo.
La emisión de sonidos puede ser una consecuencia (física) del movimiento de los
órganos vocales, de la expulsión de aire, etc., pero la emisión de una palabra no es
una consecuencia, física o de otro tipo, de la emisión de un ruido. Tampoco la
7 Ver infra.
8 ¿Es así? Ya hemos señalado que la “producción de ruidos” es en sí realmente una consecuencia del
acto físico mínimo de mover los órganos vocales.
9 Por razones de simplicidad nos limitamos a las expresiones orales.
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cierto sentido. Tiene que lograrse un efecto sobre el auditorio para que el acto
ilocucionario se lleve a cabo. ¿Cómo podemos expresar esto? ¿Y cómo podemos
limitarlo? En general el efecto equivale a provocar la comprensión del significado y
de la fuerza de la locución. Así, realizar un acto ilocucionario supone asegurar la
aprehensión del mismo.
2) El acto ilocucionario “tiene efecto” de ciertas maneras, como cosa distinta
de producir consecuencias en el sentido de provocar estados de cosas en el modo
“normal”, esto es, cambios en el curso natural de los sucesos. Así, “Bautizo a este
barco Queen Elizabeth” tiene el efecto de bautizar o dar un nombre al buque;
después de ello ciertos actos subsiguientes, tal como referirse a él llamándolo el
Generalísimo Stalin, están fuera de lugar.
3) Hemos dicho que muchos actos ilocucionarios reclaman, por virtud de
una convención, una respuesta o secuela, que puede tener una o dos direcciones.
De ese modo podemos distinguir, por un lado, sostener, ordenar, prometer, sugerir
y pedir, y, por otro, ofrecer, preguntar a otro si desea algo, y preguntar “¿sí o no?”
Si tiene lugar la respuesta o la secuela, ello requiere un segundo acto de parte del
que protagonizó el primero o de una tercera persona. Y es un lugar común del
lenguaje en que se expresan consecuencias que esto no puede quedar incluido en el
tramo inicial de la acción.
Sin embargo, en general siempre podemos decir “lo hice hacer x”. Esto
presenta el acto como atribuido a mí y, si es el caso que para realizarlo se emplean
o pueden emplearse palabras, es un acto perlocucionario. Así, tenemos que
distinguir entre “le ordené y me obedeció” y “lo hice obedecerme”. La implicación
general de la última expresión es que se utilizaron otros medios adicionales para
producir esta consecuencia como atribuible a mí, medios tales como recursos
persuasivos e, incluso a menudo, el uso de una influencia personal equivalente a la
fuerza. Hasta suele darse un acto ilocucionario distinto del mero ordenar, como
cuando digo “al afirmar x hice que él lo hiciera”.
De tal modo que aquí hay tres maneras en las que los actos ilocucionarios
están unidos a efectos. Las tres son distintas del producir efectos que es
característico del acto perlocucionario.
Tenemos que distinguir las acciones que poseen un objeto perlocucionario
(convencer, persuadir) de aquellas que sólo producen una secuela perlocucionaria.
Así, podemos decir “traté de prevenirlo pero sólo conseguí alarmarlo”. Lo que
constituye el objeto perlocucionario de una ilocución puede ser la secuela de otra.
Por ejemplo, el objeto perlocucionario de advertir, esto es, poner a alguien en
estado de alerta, puede ser la secuela de un acto perlocucionario que alarma a
alguien. A su vez, que alguien se sienta disuadido puede ser la secuela de una
ilocución, en lugar de ser el objeto de decir “no hagas eso”. Algunos actos
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perlocucionarios siempre tienen secuelas más que objetos, a saber aquellos actos
que carecen de fórmula ilocucionaria. Así, puedo sorprender, o turbar o humillar a
otro mediante una locución, aunque no existen las fórmulas ilocucionarias “te
sorprendo diciendo…”, “te turbo diciendo…”, “te humillo diciendo…”.
Es característico de los actos perlocucionarios que la respuesta o la secuela
que se obtienen pueden ser logradas adicionalmente, o en forma completa, por
medios no locucionarios. Así, se puede intimidar a alguien agitando un palo o
apuntándole con un arma de fuego. Incluso en los casos de convencer, persuadir,
hacerse obedecer, y hacerse creer, la respuesta puede ser obtenida de manera no
verbal. Sin embargo esto solo no basta para distinguir los actos ilocucionarios,
dado que podemos, por ejemplo, advertir u ordenar o designar o dar o protestar o
pedir disculpas por medios no verbales y aquéllos son actos ilocucionarios. Así,
podemos hacer ciertas gesticulaciones o arrojar un tomate como modo de protestar.
Más importante es el problema de saber si los actos perlocucionarios
siempre pueden obtener su respuesta o secuela por medios no convencionales. Sin
duda que podemos lograr algunas secuelas de actos perlocucionarios por medios
enteramente no convencionales, esto es, mediante actos que no son en modo
alguno convencionales, o no lo son a esos fines. Así, puedo persuadir a otro
moviendo suavemente un garrote o mencionando con dulzura que sus ancianos
padres están todavía en el Tercer Reich. Hablando en forma estricta, no puede
haber un acto ilocucionario a menos que los medios empleados sean
convencionales, y por ello los medios para alcanzar los fines de un acto de ese tipo
en forma no verbal tienen que ser convencionales. Pero es difícil decir dónde
comienza y dónde termina la convención; así, puedo prevenir a alguien agitando
un palo o puedo obsequiarle algo simplemente entregándoselo. Pero si lo prevengo
agitando un palo, entonces el agitar el palo es una prevención: el otro tendría que
saber muy bien qué es lo que intenté hacer, porque el acto podría parecer un
inequívoco gesto de amenaza. Surgen dificultades similares acerca del acto de dar
consentimiento tácito a algún acuerdo, o de prometer tácitamente, o de votar
levantando la mano. Pero queda en pie el hecho de que muchos actos
ilocucionarios no pueden ser realizados salvo diciendo algo. Esto vale para los
actos de enunciar, informar (como cosa distinta de mostrar), sostener, formular una
apreciación, una estimación, y juzgar (en sentido jurídico). Vale para la mayor
parte de los judicativos y expositivos como cosa distinta de los ejercitativos y
compromisorios12.
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CONFERENCIA X
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protestando” que decir “al decir eso yo protesté”, ni “porque dije eso yo estaba
protestando”*.
2) En general, podríamos sostener que la fórmula no funciona con verbos
perlocucionarios como “convenció”, “persuadió”, “disuadió”. Sin embargo
tenemos que atenuar esto un poco. En primer lugar, hay excepciones que se
originan en un uso incorrecto del lenguaje. Así, la gente dice “¿usted me está
intimidando?”, en lugar de “¿usted me está amenazando?”, y quienes dicen así
podrían decir también “al decir x él me estaba intimidando.”. En segundo lugar, la
misma palabra puede ser usada genuinamente tanto de manera ilocucionaria como
perlocucionaria. Por ejemplo “tentar” es un verbo que puede ser fácilmente usado
de una y otra manera. No tenemos la expresión “yo tiento a usted”, pero sí
tenemos “déjeme que lo tiente”, y hay diálogos posibles tales como “sírvase un
poco más de postre”, “¿me está tentando?” La última pregunta sería absurda
tomada en sentido perlocucionario, puesto que, si tuviera ese sentido, el único que
podría contestarla seria quien la formuló. Si yo contesto “oh, ¿por qué no?” parece
que lo estoy tentando pero que él puede realmente no estar tentado. En tercer
lugar, tenemos el uso anticipante de verbos tales como “seducir” o “pacificar”. En
este caso “tratar de” parece siempre una adición posible a un verbo
perlocucionario. Pero no podemos decir que el verbo ilocucionario designa siempre
la acción de tratar de hacer algo cuya consumación podría ser expresada mediante
un verbo perlocucionario, como, por ejemplo, que “argüir” es equivalente a “tratar
de convencer”, o “prevenir” es equivalente a “tratar de alarmar” o de “alertar”.
Porque, en primer término, la distinción entre hacer y tratar de hacer cabe tanto
respecto del verbo ilocucionario como del perlocucionario; distinguimos entre
“argüir” y “tratar de argüir” tal como distinguimos entre convencer y tratar de
convencer. Además, muchos actos ilocucionarios no consisten en tratar de hacer
algún acto perlocucionario; por ejemplo, prometer no es tratar de hacer nada que
pueda ser descripto como objeto perlocucionario.
Pero todavía tenemos que preguntarnos si es posible usar la fórmula “al”
con el acto perlocucionario. Esto es atractivo cuando el acto no se logra de manera
intencional. Pero aún aquí el uso de aquélla es posiblemente incorrecto, y
deberíamos usar “porque”. En todo caso, si digo, por ejemplo, “al decir x lo estaba
convenciendo”, no estoy explicando aquí por qué dije x, sino cómo llegué a con
vencerlo. Esta es la situación inversa a aquella en que usamos la fórmula “al decir”
para explicar el alcance de una frase, y supone otro sentido distinto al que aquélla
tiene cuando se la usa con los verbos ilocucionarios. (El sentido que supone es el de
* En castellano no se advierte diferencia. En el original los dos últimos párrafos dicen así: “Thus, for
‘in saying that he was making a mistake’ we could put, without change of sense, either ‘In saying
that he made a mistake or ‘By saving that he was making a mistake’ but we do not say ‘In saying
that I protested’ nor ‘By saying that I was protesting’“. (T.)
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“mientras decía”, o “en el curso o como parte del acto de decir”, como cosa distinta
de “un criterio”.)
Consideremos ahora el significado general de la fórmula “al”. Si digo “al
hacer A yo estaba haciendo B”, puedo querer decir que A supone a B (A explica a B
o da cuenta de B) o bien que B supone a A (B explica a A o da cuenta de A). Esta
distinción puede ser traída a luz comparando (a 1) “mientras hacía A estaba
haciendo B” (en el sentido de “como parte de A estaba haciendo B”) (al construir
una casa yo estaba construyendo una pared) y (a 2), “al hacer A, yo estaba
haciendo parte de B” (al construir una pared yo estaba construyendo una casa). O,
a su vez, contrástese (a 1) “al emitir los ruidos R yo estaba diciendo S” y (a 2) “al
decir S yo estaba emitiendo los ruidos R”. En (a 1) explico A o doy cuenta de A (mi
acto de emitir los ruidos) y expreso el propósito que tengo al emitirlos, mientras
que en el caso (a 2) explico B o doy cuenta de B (mi acto de emitir los ruidos) y
enuncio así el efecto de mi acto de emitir los ruidos. La fórmula se usa a menudo
para explicar mi hacer algo, o para dar cuenta de ello, en respuesta a la pregunta
“¿cómo fue que usted llegó a estar haciendo eso?” De los dos diferentes énfasis, el
diccionario prefiere el primer caso (a 1) en el que damos cuenta de B, pero con
igual frecuencia lo usamos en el caso (a 2) para dar cuenta de A.
Si consideramos ahora el ejemplo
nos damos con que B (el olvido) explica cómo fue que llegué a decir x, esto es,
explica a A. Del mismo modo:
“Al hacer un zumbido estaba pensando en que las abejas zumban” explica
mi acto de hacer un zumbido (A). Este parece ser el uso de “al” cuando se lo
emplea con verbos locucionarios: explica mi decir lo que dije (y no su significado).
Pero consideremos los ejemplos:
Vemos aquí que decir lo que uno hizo (hacer un zumbido) en el aspecto de
la intención o en el de los hechos externos, caracterizó a mi hacer tal cosa como un
acto de un cierto tipo, permitiendo que se lo pudiera denominar de manera
distinta. El ejemplo ilocucionario:
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1 Pero supongamos el caso de un curandero. Podemos decir: “Al extraer una muela estaba
practicando la odontología”. Aquí hay una convención tal como en el caso de la advertencia. Un
juez podría decidir.
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la ley (violé la ley)”; y de esta manera porque puede ciertamente ser usado con
verbos ilocucionarios en la fórmula “porque dije”. Así podemos decir “porque
dije…, lo estaba previniendo (lo previne)”. Pero “porque” en ese sentido, no se usa
con verbos perlocucionarios. Si digo “porque dije…, lo convencí (persuadí)“,
“porque” tiene aquí el sentido de medio fin, o, en todo caso, apunta a la manera en
que lo hice o al método que seguí al hacerlo. ¿Se usa alguna vez la fórmula
“porque” en el sentido medio fin, con un verbo ilocucionario? Parecería que ocurre
así por lo menos en dos casos:
En síntesis: para usar la fórmula “por(que) dije” como un test de que el acto
es perlocucionario, tenemos primero que estar seguros:
Hay otros dos tests lingüísticos, subsidiarios que sirven para distinguir el
acto ilocucionario del perlocucionario:
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La conclusión general tiene que ser, sin embargo, que estas fórmulas, en el
mejor de los casos, constituyen tests muy poco rigurosos para decidir si una
expresión es una ilocución, como algo distinto de una perlocución, o si no es
ninguna de estas cosas. Pero de todas maneras “porque” y “al” merecen un estudio
detenido, no menor que el estudio que merece “como”.
Pero, entonces, ¿cuál es la relación entre los realizativos y estos actos
ilocucionarios? Pareciera que cuando tenemos un realizativo explícito tenemos
también un acto ilocucionario. Veamos, pues, cuál es la relación entre 1) las
distinciones hechas en las conferencias anteriores respecto de los realizativos; y 2)
estos diferentes tipos de actos.
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CONFERENCIA XI
1) estamos haciendo algo y, a la vez, diciendo algo, sin que ambas cosas se
confundan, y
2) nuestra expresión puede ser afortunada o desafortunada (al par que, si se
quiere, verdadera o falsa).
1) Sin duda que, hasta en sus mínimos aspectos, enunciar algo es realizar un
acto ilocucionario, tal como lo es, por ejemplo, prevenir o declarar. Por supuesto
que no es llevar a cabo un acto de alguna manera física en especial, salvo en la
medida en que supone, cuando el acto de enunciar es verbal, la realización de
movimientos de los órganos vocales. Pero lo mismo puede decirse de prevenir,
protestar, prometer o designar. “Enunciar” parece satisfacer todos los criterios que
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O para tomar un tipo de test diferente, que también empleamos más arriba,
no cabe duda de que
X no lo hizo
puedo explicitar qué es lo que estoy haciendo al decir eso, o especificar la fuerza
ilocucionaria de la expresión, diciendo algunas de esas tres cosas, o más.
Por añadidura, aunque la expresión “X no lo hizo” sea a menudo emitida
como un enunciado, caso en el que indudablemente es verdadera o falsa, no parece
posible sostener que ese enunciado difiere a este respecto de “enuncio que X no lo
hizo”. Si A dice “enuncio que X no lo hizo”, investigamos la verdad del enunciado
de A exactamente en la misma forma que si A hubiera dicho simpliciter “X no lo
hizo”, cuando consideramos, como con naturalidad suele ocurrir, que esto último
es un enunciado. Esto es, decir “enuncio que X no lo hizo” es formular el mismo
enunciado que decir “X no lo hizo”. No es formular un enunciado diferente acerca
de lo que “yo” enuncio (salvo en casos excepcionales: el presente histórico, el
presente habitual, etc.). Como es notorio, aun en el caso en que diga “pienso que X
lo hizo”, sería un acto descortés que alguien me respondiera: “ese enunciado se
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refiere a usted”. Esto último podría concebiblemente referirse a mí, mientras que el
enunciado no. De modo que no hay necesariamente un conflicto entre
A este respecto compárese, por ejemplo, “le advierto que el toro está por
atacar”, caso en que, de manera semejante, hay una advertencia y, a la vez, es
verdadero o falso que el toro está por atacar. Esto se da tanto en la apreciación de la
advertencia como en la del enunciado, aunque no de la misma manera.
A primera vista, “enuncio que” no parece diferir en ningún modo esencial
de “sostengo que” (y decir esto es sostener que), de “le informo que”, de “declaro
que”, etc. Quizá sea posible, con todo, establecer algunas diferencias “esenciales”
entre tales verbos, pero nada se ha hecho aún en ese sentido.
2) Además, si pensamos en el segundo pretendido contraste, según el cual
los realizativos son afortunados o desafortunados y los enunciados verdaderos o
falsos, y lo examinamos desde el punto de vista de las expresiones supuestamente
constatativas, principalmente de los enunciados, vemos que éstos están expuestos a
todos los tipos de infortunio a que están expuestos los realizativos. Volvamos atrás,
y consideremos si los enunciados no pueden estar afectados exactamente por las
mismas fallas que, por ejemplo, pueden afectar a las advertencias, en el sentido de
lo que denominamos “infortunios”. Esto es, las diversas fallas que hacen que una
expresión sea desafortunada sin que por ello, empero, sea calificable de verdadera
o falsa.
Hemos señalado ya un sentido en el cual decir o enunciar “el gato está sobre
el felpudo” implica que creo que el gato está sobre el felpudo. Hay aquí un
paralelo con el sentido —se trata del mismo sentido— en el cual “prometo que
estaré allí” implica que me propongo estar allí y que creo que podré estar allí. Así,
el enunciado está expuesto a la forma de infortunio que caracteriza a los actos
insinceros, e incluso a la forma de infortunio que denominamos incumplimiento, en
el sentido de que decir o enunciar que el gato está sobre el felpudo me compromete
a decir o enunciar “el felpudo está debajo del gato”, de igual modo que el
realizativo “defino X como Y” (en cuanto, digamos, es un fiat), me compromete a
usar esas palabras de maneras especiales en el discurso futuro, y es fácil advertir
cómo esto se conecta con actos del tipo del prometer. Esto significa que los
enunciados pueden originar infortunios de nuestros dos tipos G.
Ahora bien, ¿qué ocurre con los infortunios de los tipos A y B? (Esto es, con
los que tornan al acto, —advertencia, compromiso, etc.— nulo y sin valor.) ¿Es
posible que algo que parece ser un enunciado sea nulo y sin valor tal como puede
serlo un presunto contrato? La respuesta parece ser afirmativa en un sentido
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importante. Los primeros son los casos A.1 y A.2, en los que no existe convención
(o no hay una convención aceptada), o en los que las circunstancias no son las
adecuadas para que el que emite la expresión recurra a la convención aceptada.
Muchos infortunios de este tipo infectan los enunciados.
Hemos hecho notar ya el caso de un enunciado presunto que presupone
(como se dice) la existencia de aquello a lo que se refiere. Si tal cosa no existe “el
enunciado” no se refiere a nada. Algunos dicen que en tales circunstancias, si, por
ejemplo, se afirma que el actual rey de Francia es calvo, “no surge la cuestión de si
es calvo”. Pero es mejor decir que el pretendido enunciado es nulo y sin valor, tal
como cuando digo que vendo algo a otro pero el objeto no es mío o (por haberse
quemado) ya no existe más. Los contratos son a menudo nulos porque los objetos
sobre los que versan no existen, lo que supone un fracaso de la referencia (ambi
güedad total).
Pero es importante advertir que los “enunciados” están además expuestos a
este tipo de infortunios, de otras maneras que también son paralelas a lo que puede
ocurrir en el caso de los contratos, promesas, advertencias, etc. Tal como decimos
con frecuencia, por ejemplo, “usted no puede darme órdenes”, en el sentido de
“usted no tiene derecho a darme órdenes”, lo que equivale a decir que el otro no se
encuentra en situación de hacer eso, así, a menudo, hay cosas que uno no puede
enunciar —que no tiene derecho a enunciar—, pues no está en situación de hacerlo.
X no puede enunciar ahora cuántas personas hay en el cuarto vecino; si X dice “hay
cincuenta personas en el cuarto vecino”, sólo puedo considerar que X está
adivinando o conjeturando. (Así como a veces Y no me está ordenando, lo que
sería inconcebible, sino que posiblemente me está haciendo un pedido de manera
algo torpe, así también X, en forma algo anómala, está “aventurando un parecer”.)
Se trata en este caso de algo que, en otras circunstancias, X podría estar en
situación de enunciar, pero, ¿qué ocurre con los enunciados acerca de los
sentimientos ajenos o acerca del futuro? Por ejemplo, un pronóstico o una
predicción acerca del comportamiento futuro de otras personas, ¿es realmente un
enunciado? Es importante considerar la situación lingüística como un todo.
Del mismo modo como a veces no podemos designar sino confirmar una
designación ya efectuada, así, a veces, no podemos enunciar sino confirmar un
enunciado ya hecho.
Los presuntos enunciados también están expuestos a los infortunios del tipo
B, que caracterizan a los actos viciados y a los actos inconclusos. Supongamos que
alguien “dice algo que realmente no quiso decir” pues usa una palabra
equivocada. Dice, v. gr.: “el gato está sobre el felpudo”, cuando quiso decir el
“pato”. Podemos mencionar otras trivialidades semejantes; aunque quizá no son
puramente trivialidades, porque es posible examinar tales expresiones
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son acertados. Tenemos aquí una nueva dimensión de crítica del enunciado libre
de infortunios.
Pero ahora debemos preguntar:
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de los consejos. Hay diferencia entre decir que un consejo es bueno o malo y decir
que es oportuno o inoportuno, aunque la oportunidad del consejo es más
importante para su calificación como bueno que la de la censura lo es para su
calificación como merecida.
¿Podemos estar seguros de que cuando afirmamos que alguien ha
enunciado con verdad formulamos una apreciación de distinto tipo que cuando
decimos que alguien ha argumentado con fundamento, que ha aconsejado bien,
que ha juzgado en forma razonable o que ha censurado justificadamente? Estas
cosas, ¿no tienen algo que ver, aunque de maneras complicadas, con los hechos? Lo
mismo vale para los realizativos ejercitativos, tales como designar, legar y apostar.
Los hechos tienen relevancia, así como la tiene nuestro conocimiento o nuestra
opinión acerca de ellos.
Por cierto que constantemente se hacen intentos para poner de manifiesto
esta distinción. Se alega que el carácter fundado de los argumentos (si no se trata
de argumentos deductivos, que son “válidos”), y el carácter merecido de una
censura, no son cuestiones objetivas. O se sostiene que, en el caso de la advertencia,
hay que distinguir entre el “enunciado” de que el toro está por atacar y la
advertencia misma. Pero consideremos por un momento si la cuestión de la verdad
o falsedad es tan objetiva como se pretende. Podemos preguntar si un enunciado es
razonable, y, también, si las buenas razones y la prueba adecuada para enunciar y
decir algo son tan distintas de las buenas razones y prueba que pueden invocarse
en apoyo de actos realizativos tales como argüir, prevenir, y juzgar. Además, el
constatativo, ¿es siempre verdadero o falso? Cuando un constatativo es comparado
con los hechos, en realidad lo apreciamos de maneras que suponen el empleo de
un vasto conjunto de palabras que se superponen con las que utilizamos para
apreciar los realizativos. En la vida real, como cosa opuesta a las situaciones
simples contempladas en la teoría lógica, no siempre podemos contestar de manera
sencilla si un enunciado es verdadero o falso.
Comparemos “Francia es hexagonal” con los hechos; en este caso, supongo,
con Francia. Ese enunciado, ¿es verdadero o falso? Bien, si se quiere, es verdadero
en cierta medida. Por supuesto que uno puede entender lo que quiere decir la
afirmación de que es verdadero para ciertos fines y propósitos. Quizá sea suficiente
para un general, pero no lo es para un cartógrafo. “Naturalmente que el enunciado
es simplemente aproximativo”, diríamos, “y bastante bueno como un enunciado
de ese tipo”. Supongamos que alguien insiste: “pero, ¿es verdadero o falso? No me
interesa si es aproximativo o no; por cierto que lo es, pero tiene que ser verdadero
o falso. Es un enunciado, ¿no?” ¿Cómo podría uno contestar a esta pregunta, esto
es, a la pregunta de si es verdadero o falso que Francia es hexagonal? Simplemente
es un enunciado aproximativo y esa es la respuesta correcta y final frente a la
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relación con un auditorio determinado, para ciertos fines y con ciertas intenciones,
lo que se ha dicho ha sido propio o correcto, como cosa opuesta a algo incorrecto.
En general podemos decir esto: tanto respecto de los enunciados (y, por
ejemplo, de las descripciones) como de las advertencias, etc. —concediendo que
realmente enunciamos o advertimos, o aconsejamos, etc., y que teníamos derecho a
hacerlo—, puede plantearse la cuestión de si enunciamos, advertimos o
aconsejamos correctamente. Pero no en el sentido de preguntar si nuestro acto fue
oportuno o conveniente, sino en el de preguntar si, sobre la base de los hechos, del
conocimiento de ellos y del propósito que nos guió al hablar, etc., lo que dijimos
fue lo que correspondía decir.
Esta doctrina es totalmente distinta de la que han sostenido los
pragmatistas, para quienes verdadero es lo que da buenos resultados, etc. La
verdad o falsedad de un enunciado no depende únicamente del significado de las
palabras, sino también del tipo de actos que, al emitirlas, estamos realizando y de
las circunstancias en que lo realizamos.
¿Qué es lo que en definitiva queda de la distinción entre las expresiones
realizativas y las constatativas? En verdad podemos decir que lo que teníamos en
mente era esto:
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CONFERENCIA XII
Hemos dejado numerosos cabos sueltos, pero tras una breve recapitulación
podremos seguir adelante. ¿Cómo se presenta la distinción “constatativos”
“realizativos” a la luz de la teoría que acabamos de exponer? En general, y esto
vale para todas las expresiones que hemos considerado (excepto, quizá para
algunas interjecciones), hemos advertido lo siguiente:
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Dijimos que había una cosa que obviamente tenía que hacerse, y que
requiere una prolongada investigación. Bastante más atrás señalamos que era
menester hacer una lista de los “verbos realizativos explícitos”. Pero a la luz de la
teoría más general aludida, vemos ahora que lo que precisamos es una lista de las
fuerzas ilocucionarias de una expresión. Sin embargo, la distinción entre realizativos
primarios y explícitos habrá de sobrevivir al cambio fundamental que, con éxito, nos
llevó de la distinción realizativo constatativo a la teoría de los actos lingüísticos.
Porque hemos visto que hay razones para suponer que los tests sugeridos para
identificar los verbos realizativos explícitos (“decir…, es hacer…”, etc.) son buenos
tests, y que, en efecto, dan mejor resultado para identificar aquellos verbos que,
como decimos ahora, explicitan la fuerza ilocucionaria de una expresión, o ponen
de manifiesto cuál es el acto ilocucionario que estamos realizando al emitirla. Lo
que no sobrevivirá al cambio, salvo, quizá como un caso límite marginal, es la
noción de la pureza de los realizativos. Tal cosa no debe sorprendernos mucho
porque esa noción nos creó dificultades desde un comienzo. Ella se fundaba,
esencialmente, en la creencia en la dicotomía realizativos/constatativos, que, hemos
visto, tiene que ser sustituida por la idea de que hay familias más generales de actos
lingüísticos emparentados y parcialmente superpuestos, que son, precisamente, los
que ahora intentaremos clasificar.
Usaremos pues, con cautela, el test simple de la primera persona del
singular del presente del indicativo en la voz activa, y recorreremos el diccionario
(bastará con uno conciso) animados por un espíritu liberal. Obtendremos así una
lista de verbos en el orden de 10 a la tercera potencia1. Dije que intentaría alguna
clasificación general preliminar y que haría algunas observaciones acerca de las
1¿Por qué usamos esta expresión en lugar de 1000? En primer lugar porque parece impresionante y
científica. En segundo lugar, porque va de 1000 a 9999 —un buen margen— mientras que de la otra
podría pensarse qué significa “alrededor de 1000”, que es un margen muy estrecho.
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Nos ocuparemos de ellos por orden, pero antes daré una idea aproximada
de cada uno.
Los primeros, los judicativos, tienen como caso típico el acto de emitir un
veredicto, ya sea por un jurado, por un árbitro, etc. Pero no es menester que sean
definitivos; pueden consistir, por ejemplo, en una estimación, en un cálculo o en
una apreciación. Es esencial que se emita juicio acerca de algo —un hecho o un
valor— respecto de lo cual, por razones diferentes, resulte difícil alcanzar certeza.
Los segundos, los ejercitativos, consisten en el ejercicio de potestades,
derechos o influencia. Por ejemplo, designar, votar, ordenar, instar, aconsejar,
prevenir, etcétera.
Los terceros, los compromisorios, tienen como caso típico el prometer o el
comprometer de otra manera; ellos lo comprometen a uno a hacer algo, pero
incluyen también las declaraciones o anuncios de intención, que no son promesas,
y también cosas vagas, que podemos llamar “adhesiones”, tales como tomar
partido. Existen conexiones obvias entre estos verbos y los judicativos y
ejercitativos.
Los cuartos, los comportativos, constituyen un grupo muy heterogéneo, y
tienen que ver con las actitudes y con el comportamiento social. Por ejemplo, pedir
disculpas, felicitar, elogiar, dar el pésame, maldecir y desafiar.
Los quintos, los expositivos, son difíciles de definir. Ponen de manifiesto el
modo cómo nuestras expresiones encajan en un argumento o conversación, cómo
estamos usando palabras. En general, son recursos que utiliza un expositor. Por
ejemplo, “contesto”, “arguyo”, “concedo”, “ejemplifico”, “supongo”, “postulo”.
Debemos tener en claro desde el comienzo que quedan amplias posibilidades de
que se presenten casos marginales o difíciles, así como superposiciones.
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Las últimas dos clases son las que hallo más dificultosas. Podría ocurrir muy
bien que no sean claras o que algunos miembros estén mal clasificados, o, incluso,
que sea necesaria una clasificación completamente distinta. En modo alguno estoy
proponiendo nada definitivo. Los comportativos son dificultosos porque la clase
parece demasiado heterogénea. Los expositivos, porque son demasiado numerosos
e importantes. Los miembros de una y otra clase parecen estar incluidos en las
restantes, y, al mismo tiempo, ser diferentes de una manera que no he conseguido
aclarar ni aun ante mis propios ojos. Bien podría decirse que todos los aspectos
están presentes en todas las clases.
1. JUDICATIVOS
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algunos actos judiciales, en el sentido amplio de actos hechos por un juez en lugar
de serlo, por ejemplo, por un jurado, son realmente ejercitativos. Los judicativos
tienen conexiones obvias con la verdad y la falsedad en lo que concierne al
fundamento y a la falta de fundamento, o a la razonabilidad y a la irrazonabilidad.
Que el contenido de un veredicto es verdadero o falso se advierte, por ejemplo, en
una discusión acerca del dictamen de un árbitro.
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2. EJERCITATIVOS
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3. COMPROMISORIOS
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4. COMPORTATIVOS
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5. EXPOSITIVOS
1. afirmo
niego
enuncio
describo
clasifico
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identifico
2. observo
menciono
¿interrumpo?
3. informo
aviso
digo
respondo
replico
3.a pregunto
4. testifico
refiero
juro
conjeturo
¿dudo?
¿sé?
¿creo?
5. acepto
concedo
retiro
concuerdo
me allano a
objeto
adhiero a
reconozco
repudio
5ª. corrijo
reviso
6. postulo
deduzco
arguyo
omito (deliberadamente)
¿destaco?
7. comienzo por
paso a
concluyo con
7a. interpreto
distingo
analizo
defino
7b. ejemplifico
explico
formulo
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7c. significo
me refiero
llamo
entiendo
considero como
1) presentar un programa, esto es, decir qué es lo que hay que hacer en lugar
de hacer algo;
2) dar conferencias.
Sin embargo, en relación con 1), me agradaría mucho pensar que, en alguna
medida, más que proclamar un manifiesto individual he estado mostrando cómo
han comenzado ya a verse las cosas y cómo se las está viendo, con creciente
impulso, en algunas áreas de la filosofía. Con respecto a 2), ciertamente quisiera
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decir que para mí no podría haber un lugar mejor para dar conferencias que
Harvard.
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