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Todo Por Ti
Copyright ©2022 Layla Hagen
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial
de este libro de cualquier forma o medio electrónico o mecánico, incluyendo
sistemas de almacenamiento y recuperación de información, sin permiso escrito y
expreso del autor, excepto para el uso de citas breves en evaluaciones del libro. Esta
es una obra de ficción. Los nombres, personajes, negocios, lugares, eventos e
incidentes son producto de la imaginación de la autora o se usan de manera ficticia.
Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o hechos reales es pura
coincidencia.
Traducido por Well Read Translations
Tabla de Contenido
Derechos de Autor
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Capítulo Treinta y Uno
Epílogo
Capítulo Uno
Landon
—Necesitas unas vacaciones —dijo Adam.
Estaba deambulando por mi oficina en el rascacielos de
San José, masajeando mi sien derecha. Podía percibir que se
avecinaba un dolor de cabeza.
—Lo sé.
—Unas vacaciones de verdad. No unas que duren cuarenta
y ocho horas.
Me reí porque esa era una descripción exacta de cómo
habían sido mis vacaciones durante los últimos años. Como mi
mano derecha, Adam estaba al tanto de todo. Pero en ese
momento acababa de cerrar las negociaciones para formar una
sociedad con otro importante actor de la industria del software.
Durante las próximas semanas, todos iban a estar centrados en
el papeleo y la celebración. Yo no era imprescindible para
ninguna de las dos cosas, y estaba agotado. Los meses previos
habían sido muy intensos.
—Tienes razón. No sería mala idea tomarme dos semanas
de descanso.
Adam abrió los ojos y dijo:
—¿Lo dices en serio?
Deambulé un poco más por el despacho, acercándome a la
ventana, que era mi lugar favorito de la habitación. Era
panorámica, con una generosa vista de la ciudad. Pasaba la
mayor parte del tiempo en el interior, pero a través de esta
ventana siempre me había sentido menos alejado del mundo
exterior, como si formara parte de esa vorágine.
—Claro. Tienes razón. La empresa no quebrará si me tomo
unas vacaciones prolongadas. Llegar a la cima de la industria
había requerido mucho esfuerzo. Mantenerse allí requería aún
más esfuerzo.
—Landon, dos semanas no son vacaciones prolongadas.
Tenemos gente que se toma excedencias de un año. Es parte de
los generosos beneficios que ofreces, ¿recuerdas? Pero dos
semanas son un milagro para ti.
Finalmente dejé de deambular y me centré en Adam.
—¿Estás seguro de que puedes encargarte de todo aquí?
—Por supuesto. Por eso me has contratado. Soy tu hombre
de confianza, tu mejor amigo, y tu hermanito de la caridad.
Levanté una ceja.
—No sé si estás intentando que te aumente el sueldo o si
solo quieres recibir cumplidos.
—Quizá ambas cosas. O quizá ninguna de las dos y solo
quiero que tu patético ser se marche de San José antes de que
colapse. ¿Dónde quieres ir? ¿A las Bahamas? ¿Bali? ¿México?
Negué con la cabeza. No quería ir a ningún destino
exótico. Sabía exactamente a dónde quería ir: a casa. Había
crecido en Los Ángeles y mis cinco hermanos seguían allí.
También mi sobrino. Hacía más de cuatro años que no pasaba
más de dos días seguidos con ellos. Desde que había fallecido
mi mujer, me había centrado en el trabajo.
—No, a Los Ángeles. Quiero pasar un tiempo con mi
familia.
—Me parece genial. Puedo contar con que Val tirará tu
teléfono al océano si pasas el tiempo contestando correos
“urgentes”.
Adam asintió animado, haciendo el gesto de comillas en la
palabra urgente.
—No le des ideas —le advertí. Mi hermana gemela
Valentina ya solía tener bastantes ideas. Cogí el móvil, que
estaba en el escritorio. —Le llamaré ahora mismo.
Adam captó el mensaje y salió del despacho. Marqué el
número de mi hermana y respondió después del quinto timbre.
—Enhorabuena —exclamó antes de que tuviera la
oportunidad de decir algo—. Acabas de cerrar las
negociaciones, ¿no? ¿Cómo lo estás celebrando?
Solo Val podía recordar el momento exacto en que sellaría
el trato. Era única.
—Sí, así es. Y en cuanto a la celebración… quiero ir a casa
durante dos semanas.
Hubo una pausa, y me pregunté si alguno de nosotros
había terminado la llamada por accidente. Entonces Val
exclamó:
—Un momento, me parece que mis oídos me están
engañando. Queridísimo hermano mío, ¿has dicho realmente
que vendrás a casa? ¿Por dos semanas?
Pude percibir la sonrisa en su voz.
—Sí, exactamente.
—¿Por negocios?
—No, quiero tomarme un descanso.
—¡Guau! ¡Guau! ¿A qué debemos este milagro? En
verdad, ¿sabes qué? No me lo digas. No quiero darte la
oportunidad de reconsiderarlo. ¿Cuándo vas a llegar?
—Puedo coger un vuelo mañana mismo.
—Genial. Cuanto antes, mejor. Milo va a flipar cuando se
lo diga. No deja de hablar de ti.
Sonreí. Milo era el hijo de seis años de nuestra hermana
Lori. Hablaba con él todos los sábados por la mañana, pero me
moría de ganas de pasar un rato en persona con mi sobrino. El
niño me adoraba tanto como a un héroe, y yo hacía todo lo
posible por estar a la altura, por ser una buena influencia, pero
se me hacía difícil poder influenciarle en algo a distancia.
—Le pediré a mi asistente que me compre un billete ahora
mismo. ¿Necesita algo? ¿Hay algo que deba comprarle?
—No. Bueno, no estaría mal que le trajeras un regalo a
nuestro queridísimo sobrino.
—Siempre le llevo regalos —le recordé, sentándome
finalmente en mi escritorio.
—¿A qué hora llegarás?
—Vendré a la oficina por la mañana para ultimar algunas
cosas, pero cogeré un vuelo a primera hora de la tarde. Llegaré
para la hora de la cena.
Las cenas de los viernes eran una tradición en nuestro clan,
y mis hermanos se reunían todas las semanas pasase lo que
pasase.
—¡Estupendo! Vamos a estar todos. ¡Qué alegría, Landon,
esto es genial! Me muero de ganas de tenerte aquí. Hace tanto
tiempo que no pasamos más que unos días juntos.
Noté el cambio en el tono de su voz, la repentina suavidad.
—Yo también me muero de ganas, pitufa —dije.
—No me llames así —protestó Val.
Ese había sido el apodo que le había puesto nuestro padre.
Lo usaba cuando quería burlarse de ella. Siempre le había
hecho sonreír.
—Que sepas que seguramente tendrás que aguantarlo
durante las próximas dos semanas.
—Qué bruto eres. Al menos dame unos días para disfrutar
de tu presencia antes de que empieces a molestarme.
—No prometo nada. Nos vemos mañana, Val. Quiero
pedirle a mi asistente que compre el billete de avión antes de
que se vaya.
—Claro. Adelante. Nos vemos mañana.
Cuando la línea se quedó estática, me levanté de mi asiento
de cuero, miré por la ventana y sonreí. Me iba a casa.
Capítulo Dos
Maddie
Me incorporé cuando Val dijo mi nombre y me dirigí hacia la
casa, con cuidado de no pisar nada. Había estado trabajando en
su jardín delantero y el desorden era total, pero es lo que
sucedía cuando uno trabajaba en cualquier tipo de reforma,
especialmente en la fase inicial.
—He preparado té helado.
Puso la bandeja en la gran mesa de madera que había
delante de la casa y sirvió el té en dos vasos.
—¡Gracias!
Lo engullí con avidez, el líquido me refrescó la garganta.
Esto era justo lo que me había recetado el médico. Era una
tarde inusualmente calurosa para finales de junio en Los
Ángeles. La casa estilo finca de Val estaba situada en el lado
noroeste de la ciudad, y el océano estaba tan lejos que ni
siquiera llegaba una mísera brisa hasta aquí.
—¿Qué tal todo?
—Ya he terminado por hoy, solo espero que me entreguen
los postes de madera. He hablado con el conductor hace un
rato. Debería llegar en diez minutos.
Val terminó el té y recorrió el jardín con la mirada. Me
había encargado de transformar su propiedad en pendiente en
un jardín con terrazas, y el primer paso consistía en dividir la
ligera pendiente en varios niveles. Había empezado el
proyecto esa misma semana, así que en ese momento parecía
que un meteorito le había dado de lleno en el centro.
—Vale. Landon llegará pronto del aeropuerto de Los
Ángeles. ¿Quieres venir a cenar con nosotros? Vienen todos
mis hermanos.
Ella sonrió cálidamente. Val era una jefa inusual, en el
mejor sentido posible. Hace unos meses le había arreglado el
jardín que rodea el edificio donde tiene su oficina, y el
resultado le había gustado tanto que me había vuelto a
contratar.
Era simpática y divertida, y estuve más que tentada de
aceptar. Había conocido a su hermana Lori y a su hijo Milo, y
también eran divertidos. Y el viernes pasado había estado en la
casa para tratar los últimos detalles del proyecto con Val y
pude ver a toda la familia —menos a Landon, por supuesto—
cuando llegaba para cenar, me habían parecido muy unidos.
Lo único que tenía en casa eran restos de pizza, y ninguna
compañía, pero negué con la cabeza. No quería invadir su
momento familiar.
—Gracias, pero estoy bien.
—De acuerdo.
Tamborileó con los dedos sobre la mesa, comprobando la
hora en el móvil, con una evidente excitación. Cuando se oyó
el inconfundible sonido de un coche acercándose a la puerta de
entrada, se levantó de su asiento y patinó por la tierra irregular,
con su pelo castaño oscuro cayendo por su espalda. La casa
estaba en lo alto de la ladera, la puerta de entrada en la parte
inferior. Este sitio iba a parecer el Jardín del Edén cuando
acabara con él. Era una pena que estuviera destrozado justo
cuando había llegado su hermano.
Yo también me levanté del asiento, buscando la mejor
forma de desaparecer para poder ofrecerles intimidad. Terminé
dirigiéndome al interior de la casa. Había depositado mi bolso
y una muda de ropa en el vestíbulo por la mañana, y podía
revisar mis correos electrónicos mientras esperaba la entrega.
Aunque el grueso del trabajo de reformas era manual, seguía
dedicando una o dos horas a tareas de organización o a ultimar
diseños para el siguiente proyecto. Solamente trabajaba de
lleno en un proyecto de jardinería por vez, pero normalmente
terminaba la fase de diseño para el siguiente proyecto al
mismo tiempo. Por desgracia, me encontré con que mi
teléfono se había quedado sin batería. Debió de morir después
de que hablara con el conductor de la entrega. Me planteé
quitarme la ropa de trabajo, pero no tenía sentido. Iba a tener
que ayudar a descargar el camión y acabaría ensuciando la
ropa buena.
Cuando volví a salir de la casa, Valentina y su hermano
estaban terminando de subir la cuesta, y madre mía. ¿Ese era
Landon Connor? La semana anterior, cuando había visto a la
familia, ya había comprobado que la reserva genética de los
Connor era envidiable.
Las mujeres eran altas, con rasgos delicados y elegantes,
los hombres aún más altos —por encima del metro ochenta—
y muy guapos. Pero, en mi humilde opinión, Landon era el
más guapo de todos.
Desde luego, mi opinión podría estar sesgada por el hecho
de que ahora llevaba un traje. Como trabajaba al aire libre, la
mayoría de las veces veía al sexo opuesto en camisetas sin
mangas o de manga corta, empapadas de sudor. Me gustaban
los hombres con traje, especialmente los que lo llevaban tan
bien como Landon. Su pelo era de un tono marrón más oscuro
que el de Valentina, pero sus ojos parecían tener el mismo
verde brillante. Ambos dejaron de hablar al verme.
—Landon, te presento a Maddie Jennings.
—He oído que serás la responsable de convertir esto —
señaló el terreno detrás de él— en algo irreconocible.
—Así es.
Se le levantaron las comisuras de los labios. Vaya, esa
sonrisa. Estaba deseando cambiarme. Los trozos de tierra se
pegaban a mis vaqueros y me había manchado la camiseta a lo
largo del día. Mi pelo rubio colgaba en una coleta floja. No es
que quisiera impresionar a Landon, por muy irresistible que
fuera su sonrisa o por lo bien que llevara el traje, pero me
sentía fuera de lugar entre su impecable ropa y la falda de tubo
y la blusa de Val.
Val le dio un codazo juguetón.
—Bueno, si me hubieras avisado con unos días de
antelación, podría haberle dicho a Maddie que empezara
después de que te fueras.
Le interrumpió un tono de llamada. Venía del interior de la
casa y dejó de sonar después de dos timbres.
—Esa podría ser la llamada del proveedor que he estado
esperando todo el día. Prometo que no tardaré, pero tengo que
devolverle la llamada. Uno de los proveedores de lavanda ha
renunciado, y necesito reemplazarle de inmediato —dijo con
tono de queja.
—Puedo mover algunos hilos y preguntar en mi círculo
sobre algún productor de lavanda… —empezó a decir Landon,
pero Val le interrumpió.
—¡Landon Connor! —Levantó el dedo índice—. Estás de
vacaciones. No has estado de vacaciones por tanto tiempo que
posiblemente hayas olvidado lo que significa. Sí a los cócteles,
a pasarlo bien y a los días de descanso al sol. No a cualquier
tipo de trabajo.
Al instante, Landon respondió:
—Puedo hacer lo que me dé la gana.
—Espera, no empieces a comportarte como si fueras mi
hermano mayor. Soy tu gemela.
Sus labios se movieron, y dijo:
—Soy más viejo que tú por quince minutos.
Val negó con la cabeza y se volvió hacia mí:
—Parece que no entiende el concepto de vacaciones, así
que necesitará de toda nuestra ayuda. Se quedará aquí en la
casa, te pido que me hagas el favor de ser mi espía. Si lo ves
cerca de su teléfono o de su portátil, infórmame de inmediato.
Sonreí ante sus bromas y sentí la necesidad de contribuir
también:
—Pero necesitas un proveedor, y él puede mover los hilos.
Simplemente quiero decir que si yo tuviera un hermano que
pudiera mover los hilos por mí, aceptaría su ofrecimiento.
Landon silbó en señal de aprecio.
Valentina me miró fijamente:
—¿De qué lado estás?
—Del tuyo —respondí con falsa seriedad—. Tú eres quien
me paga.
—Voy a comprobar mi teléfono.
Entrecerró los ojos y se dirigió al interior de la casa. Unos
segundos más tarde, oí que un camión se detenía frente a la
puerta.
—Supongo que ese será el envío —le informé a Landon.
—¿Qué envío?
—Postes de madera para el proceso de terraplenado. Para
estabilizar la tierra.
—¿Quién los descarga?
—El conductor y yo. Los otros chicos que trabajan para mí
ya se han ido a casa.
Landon hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta.
—Vamos, te echaré una mano.
Se encogió de hombros para quitarse la chaqueta del traje,
la dejó sobre la mesa de madera y bajó la cuesta antes de que
yo pudiera decir algo. De camino, se abrió los botones de las
mangas y las subió hasta el codo, dejando al descubierto sus
fuertes antebrazos. Suspiré, mientras negaba con la cabeza. Me
gustaban los hombres con traje, pero los hombres con mangas
remangadas y antebrazos musculosos eran mi kriptonita.
—Puedo encargarme de esto, Landon. Es mi trabajo. Ve a
relajarte.
Se rió.
—Hagamos un trato. Tú empiezas el trabajo de espionaje
para Val el lunes, y yo te ayudo con esto, será más rápido.
Tenía razón en ese punto. Abrí la puerta doble y el
conductor metió el camión en el jardín. Se bajó de él al
segundo siguiente.
—¡Hola, Maddie! Siento haberme retrasado. El tráfico es
una pesadilla.
—¡Hola, Johnny!
Había trabajado con él en mis últimos seis proyectos, y
siempre había llegado tarde. Pero su madera era de primera
categoría y, además, me gustaba trabajar con pequeños
productores locales.
Landon estrechó la mano de Johnny.
—Landon Connor.
Debía admitir que el hombre había tenido más autoridad en
esas dos palabras que otras personas en discursos enteros. La
forma en que se comportaba irradiaba confianza y poder. Me
gustó que no pareciera pensar que el trabajo físico no era una
tarea para un hombre como él.
La descarga nos llevó mucho tiempo, incluso con la ayuda
de Landon. Rápidamente pude notar que hacía ejercicio con
regularidad, porque no se esforzó ni una sola vez con el peso
de los postes. Cuando nos quedaban los tres últimos, Johnny
fue a la parte delantera del camión para traer los papeles que
tenía que firmar para confirmar la entrega. Yo estaba de pie
dentro del camión y Landon en el suelo cuando, de repente,
sentí que algo me tiraba del pie. Al mirar hacia abajo, me di
cuenta de que el cordón de mi zapato se había desatado y un
extremo estaba atascado bajo un poste. Tiré del pie con la
esperanza de liberar el extremo del cordón. En lugar de eso, lo
único que conseguí fue perder el equilibrio. Se me escapó un
grito al darme cuenta de que no había nada a lo que pudiera
agarrarme para detener la caída. Me encontraba en el borde del
camión, lo que significaba que me precipitaba directamente
hacia el suelo. Hice un movimiento desesperado con los
brazos, se me contrajo el pecho y el estómago se me subió a la
garganta. El cordón del zapato se liberó y entonces sentí que
dos fuertes manos me sujetaban por los hombros, deteniendo
mi caída libre justo cuando ponía un pie firmemente en el
suelo, y luego el otro.
—¡Dios mío!
Me aferré a Landon con todas mis fuerzas, con la
respiración entrecortada. Todavía temblaba.
—Estás bien. Solo respira —dijo.
Así lo hice, me sentía un poco tonta y muy acalorada.
Descubrí que esto último se debía a que Landon me tenía
arropada contra su pecho. Olía a madera y a algo más. Algo
masculino y potente. Me miraba con una mezcla de
preocupación y seguridad, y me derretí un poco bajo su intensa
observación. Hacía mucho tiempo que alguien, excepto mi
hermana pequeña, Grace, no se preocupaba por mí. El verde
de sus ojos parecía aún más intenso de cerca. Me sentía tan
bien entre sus brazos, tan fuertes y firmes, que tardé más de lo
debido en zafarme de ellos. Me ardía la cara.
—Gracias —murmuré.
—¡Maddie! ¿Qué ha pasado?
Apareció Johnny, con la mandíbula desencajada y los
papeles arrugados en la mano al verme, aún aturdida y
desaliñada.
—Me he caído del camión, pero estoy bien. El cordón de
mi zapato se ha enganchado bajo un tronco y he perdido el
equilibrio.
Johnny seguía angustiado a pesar de que había intentado
tranquilizarle.
—¿Está bien tu tobillo?
—Perfecto. Vamos a terminar de descargar.
—Nos encargaremos de ello con Johnny.
El tono de Landon era educado pero autoritario. Imaginaba
que esta actitud de mando tan educada le había llevado muy
lejos en el mundo de los negocios, pero estaba más que tentada
de contradecirle solo para ver cómo reaccionaba al ser
desafiado. Vaya, me estaba volviendo peleona. Este hombre
tenía un efecto extraño en mí.
Pero la verdad es que mi tobillo estaba un poco inestable al
pisar, de modo que decidí no tentar a la suerte. Por lo tanto, me
puse a firmar los papeles que Johnny me había entregado.
También me dediqué a observar cómo Landon flexionaba esos
músculos que ahora conocía más íntimamente, ya que el lado
de mi cara chocaba contra ellos. Eran una maravilla, se
marcaban a través de la camisa.
Una vez que todos los troncos estuvieron bien colocados
en el suelo, Johnny se despidió de nosotros y quitó el camión
del jardín. Cerré rápidamente las puertas, consciente de que
estaba sola con Landon. Aunque el espacio que nos rodeaba
era inmenso, de repente me pareció extremadamente pequeño.
—Voy a quitarme la ropa de trabajo, a ducharme y luego
me marcharé —dije.
Landon asintió, pero su mirada se dirigió a mi tobillo.
—¿Seguro que no quieres que te lo revisen? Te duele
cuando lo pisas.
Era perceptivo. ¿Me había observado tan de cerca? Una
ola de calor se extendió por mis extremidades al pensarlo.
Cuando levantó su mirada para encontrarse con la mía, tuve la
sensación de que estaba ardiendo por completo.
—Le pondré hielo y se va a recuperar. No te preocupes.
Hice un gesto hacia la casa.
—Subamos antes de que Val termine su llamada y se dé
cuenta de que he fallado en mi día de trabajo como espía.
La sonrisa de Landon era contagiosa.
—Hemos acordado que no empezarías tu trabajo de espía
hasta el lunes.
—Pero ella no lo sabe, ¿verdad?
No tenía ni idea de por qué me sentía tan a gusto con él.
Acababa de conocerle. Quizás, al conocer a Val, me parecía
que también lo conocía a él, por asociación.
—Aprendes rápido, Maddie. Nos vamos a llevar bien.
Subí la cuesta hasta la casa, más despacio que de
costumbre, con Landon del brazo. Cuando mi paso vaciló
debido al maltrecho tobillo, Landon llevó la mano a mi
espalda, estabilizándome y haciendo que se me estremeciera
todo el cuerpo con ese simple contacto. «¡Ducha fría, allá
voy!».
Val había conseguido convencerme en cuanto dijo que mi
equipo y yo podíamos utilizar un cuarto de baño para el
personal, para ducharnos al final de la jornada. En el edificio
de su despacho, tenía pequeños servicios en la planta baja.
Luego nos había brindado la misma cortesía para asearnos
cuando empezamos a trabajar en la casa, insistiendo en que
tenía suficientes baños como para no incomodarla en lo más
mínimo.
Dejé a Landon en el porche, cogí mi mochila del vestíbulo
y me dirigí directamente a la ducha. Quince minutos después,
salí del baño con la sensación de que había renacido. Llevaba
un vestido rojo de algodón hasta la rodilla y unas bailarinas
negras. Pasaba tanto tiempo con vaqueros y camisetas rugosas
en el trabajo que mi vestuario para el tiempo libre consistía
casi exclusivamente en vestidos. También me había lavado el
pelo y lo había secado. Ahora colgaba en ondas sueltas por mi
espalda.
Al salir de la casa, oí que Val seguía hablando por teléfono.
No tenía sentido esperar para despedirme de ella. Encontré a
Landon en el porche. Estaba bebiendo un vaso del té helado
que Val había preparado antes, aunque hacía un buen rato que
el hielo se había derretido.
Sus ojos se abrieron de par en par cuando se fijó en mí, y
luego su mirada recorrió mi cuerpo antes de volver
rápidamente a mi cara. Sentí una repentina oleada de orgullo
femenino y me felicité por haberme pintado los labios y puesto
el rímel.
—Te veo el lunes, Landon.
—¿Quieres quedarte a cenar? Ya están al llegar todos los
demás.
Era oficial. No era solo Val; los Connor eran gente muy
amistosa. Y me sentí aún más tentada de aceptar que cuando
Val me lo había pedido. Algo en la voz grave de Landon hacía
que la oferta pareciera un poco más dulce, y mucho más
sensual —cortesía de los musculosos antebrazos, estaba
segura, ya que sus mangas aún estaban enrolladas—. Pero era
la primera noche que iba a pasar en casa con su familia. A
juzgar por el entusiasmo de Val, no había estado en casa desde
hacía mucho tiempo. No quería interrumpir su momento.
—Gracias, pero no puedo.
—Nos vemos el lunes, entonces.
Me tendió la mano y me pareció un tanto formal que
quisiera estrecharla, pero cuando puse mi pequeña mano sobre
la suya, mucho más grande y firme, me sorprendió
llevándosela a la boca y besándola. Un rayo de energía
recorrió mi cuerpo cuando me tocó la piel con los labios. Me
estremecí. Literalmente. Landon exhaló bruscamente,
clavando sus preciosos ojos verdes en mí.
—Que tengas una buena noche, Maddie.
Asentí, pasando de puntillas por delante de él después de
que me soltara la mano.
Cuando llegué a casa, traté de centrarme en el proyecto
que estaba elaborando. Quería terminarlo esa noche porque no
veía la hora de pasar el día de mañana en Venice Beach con mi
hermana, y posiblemente ir a Malibú a nuestra marisquería
favorita. La idea de un fin de semana de descanso debería
haber mejorado mi concentración, pero cierto hombre guapo
seguía acaparando mis pensamientos.
Capítulo Tres
Landon
—¿Dónde está Maddie? —preguntó Val cuando entré en el
vestíbulo unos minutos después.
—Acaba de marcharse. No sabíamos cuánto tiempo
estarías al teléfono.
—Vaya, vale. ¿Qué le ha pasado a tu camisa?
Bajé la vista. Tenía algunas manchas de suciedad de los
postes.
—Un pequeño incidente. Cosas que suceden cuando toda
la propiedad parece un campo de minas.
También faltaba un botón, probablemente se había
desprendido cuando Maddie se abalanzó contra mí. Verla caer
de la camioneta casi me dio un ataque al corazón. Quiso poner
cara de valiente frente a Johnny, pero yo sabía que todavía
estaba conmocionada. Había estado temblando en mis brazos
momentos antes, cuando había presionado cada precioso
centímetro de su cuerpo contra mí.
—Ah, vale. Qué pena que Maddie no haya podido
quedarse a cenar.
—Yo también se lo he pedido, pero al parecer ya tenía
planes.
Val levantó una ceja.
—¿Cuál sería el aspecto de alguien que tiene planes?
—Ya sabes, iba vestida elegantemente. Estaba guapa.
Estaba despampanante con ese vestido rojo, con esos
labios rojos.
—Aleluya, aleluya —exclamó Val, juntando las manos
como si rezara, llevándolas a la barbilla, mirando de manera
burlona hacia el techo.
—¿Qué dices?
—Te estás fijando en las mujeres.
Me quejé.
—¿Puedo al menos cenar antes de empezar esta charla?
Val entrecerró los ojos como si estuviera considerando mi
sugerencia.
—No, no. Hablaremos ahora mismo. Las verdades duras
son más fáciles de tragar con el estómago vacío.
Sonreí. Mi hermana había heredado la costumbre de
nuestro padre de soltar refranes sin sentido. De hecho, éste
había sido uno de sus dichos.
—Deberías volver a tener citas —dijo.
—Pitufa, ya hemos pasado por esto.
—No me llames así. —Val dudó y luego añadió—: Hace
cuatro años que murió Rachel.
—Soy consciente de ello —dije con frialdad—. Si
estuvieras en mi lugar, no insistiría en el tema.
—Sí, lo harías. Sabes que lo harías. Y yo me opondría,
como tú lo estás haciendo, pero no te rendirías. Así que yo
tampoco me voy a rendir. Para algo está la familia.
Respiró profundamente, entrecerró los ojos, y preguntó:
—¿Quieres darte una ducha antes de cenar?
—Sí. No me esperaba que fueras a desistir tan rápido.
—Creo que nuestra comida se está quemando. Ya volveré
a hablar de ello. No te preocupes, prefiero hacerlo después de
que hayas tomado un poco de bourbon. Te he comprado tu
favorito, por cierto. Siéntete como en casa. Voy a comprobar la
comida.
Subí corriendo las escaleras y me dirigí a la habitación que
Val solía dejarme cuando estaba de visita; el dormitorio daba a
la parte trasera de la propiedad. A través de la ventana, vi que
el terreno estaba intacto, lo que significaba que el proyecto de
terraplenado solo abarcaba la parte delantera. Volví a pensar en
Maddie. Por supuesto que me había fijado en ella. Ya lo había
hecho incluso antes de que se cambiara. Esos preciosos ojos
azules y su delicada piel eran imposibles de pasar por alto.
Además, me gustaba su sentido del humor.
Contrario a lo que pensaba Val, no estaba negado a
involucrarme con al sexo opuesto. Pero cuando Rachel murió,
una parte de mí también murió, y sería injusto para cualquier
mujer ofrecer solo lo que quedaba de mí. ¿Qué mujer sería
feliz con eso? Y también estaba el riesgo de volver a amar y
perder a alguien, no podía exponerme a eso de nuevo. Había
tomado esa decisión.
Me duché rápidamente y, cuando volví a bajar, ya había
llegado toda la familia.
Val, sentada con las piernas cruzadas en el sofá, charlaba
con nuestras otras hermanas, Lori y Hailey. Mis hermanos,
Will y Jace, estaban de pie cerca de la mesa del comedor, cada
uno con una bebida en la mano.
—¡Tío Landon! —exclamó Milo cuando entré en el salón,
mientras corría hacia mi y me rodeaba la cintura con los
brazos.
—Vaya. Has crecido mucho desde la última vez que te vi.
Milo dio un paso atrás, mostrándose orgulloso:
—Soy todo un hombrecito ahora.
Contuve la sonrisa. Había cumplido seis años a principios
de año.
—Así es. Ahora, déjame saludar a mi hermano,
hombrecito —dijo mi hermana Lori, esquivando a su hijo y
abrazándome, mientras unos cuantos pelos que sobresalían de
su larga melena rubia me hacían cosquillas en la cara.
Una vez que se apartó, Will me tendió una mano:
—Esto es mucho más varonil que un abrazo.
—Sí, no te hemos echado tanto de menos como para
justificar un abrazo —añadió Jace, estremeciéndose al
pronunciar la última palabra.
Había echado mucho de menos a esos tíos.
Hailey puso los ojos en blanco y dijo:
—Pues yo quiero un abrazo. Así que quitaos de en medio.
Ella era un poco más baja que Lori y Val, pero su agarre
era firme. Hacía honor a la familia de nuestra madre, ya que
había heredado los ojos y el pelo marrón oscuro de mamá.
—Tío Landon, ¿has traído regalos? —preguntó Milo en
cuanto Hailey le soltó.
—Claro. Jamás me atrevería a venir aquí sin regalos. ¿Qué
clase de tío sería?
Traje su regalo del vestíbulo, y ver a Milo desenvolverlo
fue tan reconfortante como siempre. Me encantaba este niño.
—¡Guau! —exclamó, sosteniendo el balón de fútbol para
que todos lo vieran—. Gracias, tío Landon. Te prometo que no
perderé este también.
Luego, entre risas, nos dirigimos a la mesa donde Val
señaló con orgullo el pavo relleno.
—Sé que no es Acción de Gracias, pero tenía ganas de
festejar. Lo he hecho con la receta de mamá.
Jace se frotó las manos.
—Val, voy a serte sincero. Ni siquiera recuerdo cómo sabía
el de mamá, pero el tuyo es el mejor pavo del mundo. Luego
de haber sido envenenado por muchos admiradores con buenas
intenciones, he aprendido a valorar plenamente tus talentos
culinarios.
Jace tenía nueve años cuando murieron nuestros padres.
Demasiado pequeño como para poder recordar esos detalles.
Val y yo teníamos diez años más. Acabábamos de empezar
nuestro primer semestre en Harvard. Nuestros padres estaban
muy orgullosos de nosotros, habíamos recibido una beca de
fútbol y nuestro entrenador decía que nos iban a reclutar para
jugar profesionalmente.
Pero nuestros padres murieron en un accidente de coche
cuando estábamos en segundo año, justo antes de la Navidad.
Val y yo abandonamos todo y vinimos directamente a casa. Ni
siquiera habíamos tenido tiempo de pasar por el duelo porque
no había nadie más que nosotros que pudiera cuidar de
nuestros hermanos. Will era quien nos seguía en la línea
familiar, pero aún era tres años menor que nosotros y todavía
no era mayor de edad.
Mi padre había abierto un bar al emigrar de Irlanda y había
sido el sustento de nuestra familia. Mi madre había vendido
cosméticos caseros, pero nunca habían dado muchos
beneficios. No había forma de que Val y yo volviéramos a
Harvard. Abandonamos los estudios y dirigimos el pub
mientras tomábamos clases en una universidad local. Eso ni
siquiera había sido la mayor complicación. Lo más difícil
había sido criar a nuestros hermanos y ayudarles a superar su
dolor.
A veces los miraba y no podía creer que ya fueran adultos.
Jace jugaba al fútbol profesionalmente. Hailey era consultora
de negocios. Will era detective, y Lori dirigía una popular
agencia de organización de eventos, a la vez que criaba en
solitario a su hijo. Val estaba al frente de su propia empresa de
cosméticos y fragancias.
Una vez que los dos nos graduamos de la universidad,
abandonamos el pub para dedicarnos a los trabajos
corporativos: tanto los ingresos como las perspectivas eran
mucho mejores. Val empezó a pensar en la idea de fabricar
cosméticos. Siempre le había gustado ayudar a mamá.
Empezamos el negocio de forma paralela y, en tres años, ya
daba suficientes beneficios como para que ambos dejáramos
nuestros trabajos y nos centráramos en la empresa. Mi pasión
y mi talento residían en el software, pero me gustaba trabajar
con Val, de modo que me quedé en la empresa hasta que fue lo
bastante estable como para que no necesitara de mi ayuda.
Entonces, monté mi propia empresa, una firma de software
que revolucionó las transacciones de pago, más o menos al
mismo tiempo que conocí a Rachel. Nos mudamos juntos a
San José para poder estar en el corazón de la industria del
software.
—Bueno, solo para confirmar —dijo Will—, ¿vas a
quedarte aquí dos semanas enteras? Eso es lo que ha dicho
Val, pero siempre existe el riesgo de que solo sea producto de
su imaginación.
—Me quedaré por dos semanas, así que también estaré
aquí el 4 de julio —confirmé—. Lo que significa que no
podréis libraros de mí.
Jace agitó la mano.
—Pfff, Val es quien no podrá librarse de ti. Nosotros nos
pasaremos a cenar de vez en cuando para sacar provecho de
sus habilidades culinarias. No te importa que nos
aprovechemos de ello, ¿no, hermana querida?
Val le señaló con el tenedor.
—Si tú traes el postre, no me importa.
Dirigí mi atención a Milo.
—He oído que estás de vacaciones, Milo. ¿Qué te parece si
hacemos unos entrenamientos de fútbol?
—¿De verdad? ¿Todos los días?
Lori le puso una mano gentilmente en el brazo y le dijo:
—Todos los días, no. Seguro que el tío Landon también
tiene otras cosas que hacer.
—No lo sé —dije con sinceridad—. Ya veremos cómo
prosigue todo, amigo, ¿vale? Soy un entrenador muy estricto,
así que puede que no te convenga que entrenemos todos los
días.
—Pero quiero hacerlo —espetó Milo.
A pesar de no dedicarme profesionalmente al fútbol,
todavía me picaba el gusanillo, y jugaba todos los domingos
por la mañana en San José. Jace entrenaba regularmente con
Milo, pero al chaval le seguía gustando jugar conmigo.
—Vale —dijo Hailey lentamente, apoyando los codos en
su mesa y dirigiendo sus ojos almendrados hacia mí—. Para
que quede claro, eres mío durante los fines de semana. Es el
único momento en que estoy en la ciudad.
Como consultora de negocios, Hailey viajaba a los sitios
donde tenía sus proyectos de lunes a jueves y volvía a Los
Ángeles los viernes. Tanto Val como yo habíamos hecho una
campaña continua para convencer a Hailey de que trabajara
con alguno de nosotros, pero no lo habíamos conseguido. Cada
vez que mencionábamos el tema, ella nos recordaba que
debíamos dejar de comportarnos como hermanos mayores
puesto que todos éramos adultos ya. Sí, claro. Me sentía tan
responsable de ellos a los treinta y cuatro años como cuando
tenía diecinueve.
Hailey era muy inteligente, pero por nuestras largas
llamadas telefónicas, había llegado a la conclusión de que sus
esfuerzos no eran apreciados como se merecía.
—Lori, ¿cómo va el negocio de organización de eventos?
—le pregunté, escuchando atentamente su respuesta, para ver
si necesitaba ayuda, ya fuera económica o simplemente para
conocer mi opinión. Estaba en Los Ángeles de vacaciones,
pero eso no significaba que no pudiera hacer lo que mejor
sabía hacer: cuidar de mi familia.
La cena se prolongó hasta bien entrada la noche, mientras
nos reíamos de viejos recuerdos y nos burlábamos unos de
otros. Me sentí bien en casa, rodeado de mi familia. En San
José también tenía familia: los Bennett, primos por parte de mi
madre, que vivían en San Francisco. Me habían adoptado,
sobre todo durante los períodos de vacaciones, y me gustaba
pasar tiempo con ellos, pero echaba de menos a mis hermanos.
Cuando finalmente dimos por terminada la noche y nos
levantamos de la mesa, Hailey dijo:
—Si no tienes planes para mañana, pensaré en algo. No
querría dejarte demasiado a tu aire. Podrías recurrir a tus
viejos trucos… como trabajar.
Le lancé a Val una mirada exasperada.
—¿Qué has hecho, pitufa, hacer que toda la familia esté
pendiente de mí?
—No me subestimes. También a todo el vecindario,
además de Maddie. Le he pedido que lo vigilara mientras
estuviera aquí —dijo a nuestros hermanos.
Lori dio una palmada.
—Bien hecho.
Miré a Jace y luego a Will.
—¿Alguno de vosotros piensa echarme una mano con
esto?
Will fingió pensarlo mucho y luego dijo:
—Yo prefiero no meterme.
—Yo tampoco. Estás frito, hermano —exclamó Jace—. No
voy a quedarme a bordo de un barco que se está hundiendo.
Mientras crecíamos, siempre habían sido duelos de
hermanos contra hermanas, pero había percibido un cambio en
la mesa. Ahora era Connors contra Landon, y yo estaba
perdiendo por un margen considerable.
De repente, se me cruzó la imagen de Maddie por la
mente, con aquel vestido rojo y su pelo cayendo en
encantadores rizos a su alrededor. Se había estremecido
cuando le había besado la mano y apenas había contenido el
impulso de hacerlo de nuevo.
Teniendo en cuenta la rapidez con la que se puso de mi
lado hoy en lo que respecta al proveedor de Val, tenía plena
confianza en que podría convencer a Maddie para que se
pusiera de mi lado. Estaba deseando que llegara el momento.
Capítulo Cuatro
Maddie
Me encantaba Los Ángeles. Me encantaban las playas
interminables, las montañas de la Sierra de San Gabriel en la
distancia. Me encantaba porque se podía conducir de un lado a
otro y sentirte como si estuvieras en una ciudad totalmente
diferente. Cosmopolita y siempre cambiante, Los Ángeles
tenía vida propia. Desde que me había mudado allí, me había
enamorado de todo lo que tenía que ofrecer, incluido el
ocasional avistamiento de famosos.
También había cosas que no me gustaban, como el tráfico
o los pequeños actos de vandalismo, sobre todo cuando tenía
que enfrentarme a ellos a las seis de la tarde. El lunes por la
mañana, encontré mi querida camioneta Chevy con el
parabrisas roto. Como no había posibilidad de aparcar delante
de mi bungalow, siempre aparcaba en la calle adyacente,
donde dos de las tres farolas estaban rotas. Supuse que la
penumbra había propiciado tales actos. Quité los cristales del
asiento del conductor lo mejor que pude, luego me subí y
conduje directamente al taller de reparación de coches.
El mecánico trató de convencerme de usar un pequeño
Prius como coche de intercambio mientras mi camioneta
estaba en el taller, pero yo no quería saber nada de eso.
—Señora, esto no es una empresa de alquiler de coches.
Tiene que coger lo que tengamos.
Me crucé de brazos y le clavé la mirada.
—Dirijo una empresa que se dedica a las reformas. Debo
transportar suministros todo el tiempo y necesito espacio para
cargar herramientas y plantas. Si no tienes una camioneta para
darme, tendré que llevarme el Chevy y darle mi negocio a
otro.
Era un farol a medias. Necesitaba un vehículo grande, pero
tampoco tenía tiempo para encontrar otro taller. Al final, me
salí con la mía y me llevé un viejo y maltrecho camión con la
caja de cambios defectuosa.
Llegué a casa de Val cuarenta minutos más tarde, pero los
chicos con los que trabajaba, Sevi y Jacob, ya estaban allí y
habían empezado con el primer trozo de tierra, que se
convertiría en una terraza. Como mi empresa era un
emprendimiento unipersonal, solo los contrataba en función de
cada proyecto. No era la mejor opción, ya que a veces me
abandonaban a mitad de camino, pero de momento, contratar a
un equipo a tiempo completo no entraba en mi presupuesto. El
beneficio extra se destinaba a la matrícula de Grace en la
facultad de Derecho. No quería que estuviera endeudada hasta
las cejas cuando se graduara.
Si todo marchaba de acuerdo a lo previsto, en dieciocho
meses iba a poder contratar gente a tiempo completo.
Pero para ser una empresa unipersonal, estaba orgullosa de
lo rápido que me había hecho un nombre en este negocio.
Durante dos años seguidos, había ganado el premio al “Mejor
Jardín” concedido por una de las revistas de diseño más
prestigiosas de Los Ángeles.
—¡Hola, Maddie! —saludaron al unísono.
Les devolví el saludo y me dirigí a la casa para dejar mi
mochila en el vestíbulo, como siempre.
—¡Buenos días! ¿Cómo está tu tobillo?
Salté al oír la voz de Landon. Atravesó la puerta principal
y entró en el vestíbulo. Dios mío, qué guapo estaba. Llevaba
unos pantalones deportivos y una camiseta que se amoldaba
perfectamente a su pecho. Las mangas cortas confirmaban lo
que había deducido el viernes, cuando me abrazó: sus brazos
estaban llenos de músculos. A juzgar por el brillo del sudor en
su piel, debía de haber acabado de correr.
—Buenos días, Landon. Mi tobillo está como nuevo. ¿Está
Val?
—Ya se ha ido.
—Oh, vale. Quería explicarle por qué he llegado tarde.
Alguien rompió mi parabrisas y he tenido que llevarlo al
mecánico.
—¿Cómo ha ocurrido eso?
Me encogí de hombros.
—Vándalos, supongo.
—¿Ya has presentado una denuncia a la policía?
—No, eso lleva demasiado tiempo y no suele resolver
nada.
—Will es detective. Le llamaré y le pediré que lo
investigue por ti.
Un sentimiento cálido brotó de mi pecho y le sonreí,
recordando cómo había ofrecido su ayuda a Val el viernes.
Landon Connor tenía el síndrome del caballero blanco y,
sinceramente, me encantaba. No es que yo fuera una damisela
en apuros. No necesitaba que me salvaran y, aunque así fuera,
podía ser mi propio caballero. Pero era agradable saber que la
caballerosidad no había muerto.
—Gracias, Landon, pero no quiero hacer perder el tiempo
a tu hermano. Estas cosas no suelen llevar a ninguna parte.
Landon se acercó más. Tan cerca, de hecho, que pude ver
los contornos de su tableta de chocolate. Levanté la mirada
hacia su rostro, rezando para que, por algún milagro, no se
hubiera dado cuenta de que lo estaba mirando. Landon me
miraba con una intensidad que hizo que todo mi cuerpo se
estremeciera.
Me estaba examinando, y estar en el extremo receptor de
su atención me estaba haciendo retorcer.
—¿Esto sucede a menudo?
La preocupación en su voz me cautivó.
—Estamos en Los Ángeles. Mi barrio está bien, pero estas
cosas pasan de vez en cuando. No es nada del otro mundo.
Su camisa se volvía más transparente a cada segundo
mientras seguía sudando. Y aunque normalmente los hombres
sudorosos me resultaban poco atractivos, todo en Landon me
atraía, incluso su olor, un aroma a desodorante limpio y
varonil.
Quizás la testosterona que rezumaba de él simplemente le
estaba jugando una mala pasada a mis sentidos. Tenía que
dejar de mirarle. Cuando volví a encontrarme con sus ojos, me
di cuenta de que esta vez me había pillado mirándole
fijamente.
—Llamaré a Will —insistió.
—No estás acostumbrado a que te digan que no, ¿verdad?
Sonrió.
—¿Es tan obvio?
—Sí. Y te estoy diciendo que no. Aprecio la preocupación,
Landon, pero no tengo tiempo para presentar quejas y demás.
Debería empezar a trabajar —dije, recordando que estaba allí
para trabajar en el jardín de Val.
Landon mantuvo esos hermosos ojos verdes fijos en mí
hasta dejarme sin aliento. Finalmente, cedió.
—Te dejo con ello. Voy a meterme en la ducha.
Intenté con todas mis fuerzas alejar cualquier pensamiento
de un Landon desnudo a solo unos metros de distancia
mientras empezaba mi jornada laboral. No era poca cosa.
Apenas conocía al hombre y ya me había hechizado, pero
estaba decidida a combatirlo. Él estaba en la ciudad de
vacaciones y yo estaba en la casa para trabajar, nada más.
Todavía me quedaban algunas cicatrices de mi
compromiso fallido, aunque habían pasado ocho meses desde
que Owen y yo habíamos roto. Le había seguido a Los
Ángeles y no me arrepentía de haberme mudado porque me
encantaba la ciudad. Pero cuando la relación implosionó, me
sacudió hasta los huesos. Había llegado a Los Ángeles con el
sueño de construir una vida juntos y, tras la ruptura, sentí
como si mi plan de vida se hubiera borrado y estuviera vacía.
Seguía tratando de trazar un nuevo plan de vida. Tenía la parte
profesional resuelta, pero iba a tener que esforzarme mucho
para encontrar un nuevo rumbo para mi vida personal.
Me centré en sacar la tierra del primer nivel de la terraza
durante la mayor parte de la mañana, y apenas me detuve
cuando vi entrar a Lori en el jardín con su hijo, Milo.
Me saludaron y Lori dijo:
—Se quedará con Landon unas horas. Entrenamiento de
fútbol. —Volviéndose hacia su hijo, añadió—: Vamos, Milo.
Creo que Landon nos está esperando en el jardín trasero.
El hecho de que a Landon le gustara pasar sus vacaciones
entrenando a su sobrino hizo que me gustara aún más. Lori y
Milo se metieron dentro de la casa y, poco después, Lori se
fue.
Empecé a poner los cimientos del sendero de madera
improvisado que serviría de camino principal durante las
próximas dos semanas. Para transformar la ladera en niveles
aterrazados había que retirar trozos de tierra, y el antiguo
camino hasta la casa quedaría un poco bloqueado en el
proceso. Al final del proyecto, contrataría a un especialista en
albañilería para que construyera escalones de piedra, pero por
el momento, el sendero improvisado serviría.
Al llegar el mediodía, cuando había completado la mitad
del trabajo, oí un grito desgarrador proveniente del jardín.
«Milo». El corazón se me subió a la garganta y corrí hacia la
casa.
Cuando mis glúteos y muslos estaban ardiendo por el
esfuerzo, casi me choco con Landon.
—¿Sabes dónde guarda Val el botiquín? —preguntó.
—Tengo uno en el coche. ¿Qué ha pasado?
***
Landon
—Corte menor bajo la rodilla.
—¿Menor? Le he oído gritar desde el frente. —Me dirigió
una mirada severa que encontré adorable—. Traeré el botiquín
del coche y me lavaré las manos.
—Vale, ven directamente al jardín trasero después.
Calmé a Milo hasta que llegó Maddie, con las manos
limpias, cargando el botiquín. Estaba sentado en la hamaca,
inspeccionando de cerca su pierna.
—Oye, Milo, déjame echarle un vistazo a eso.
Se puso en cuclillas sobre él, extendiendo la palma de la
mano justo debajo de su corte.
—Bien, no es nada grave. Lo limpiaremos y le pondremos
una tirita.
Me miró con el rabillo del ojo y no pude ocultar mi
sonrisa.
—Pero necesitaré puntos —murmuró Milo—. Se abre,
mira.
Maddie se estremeció cuando Milo procedió a tirar de
ambos lados de la pierna y la herida se abrió.
—No es tan profundo como parece, Milo.
—¿Estás segura?
—Estoy segura. Va a escocer un poco cuando la limpie,
pero tú eres valiente, ¿no?
Milo asintió solemnemente y apretó los dientes mientras
Maddie trabajaba en el corte. La ternura de sus gestos despertó
algo en mi interior. Siguió hablando con él, distrayéndolo, con
un tono de voz calmo y tranquilizador.
Milo solo se aflojó cuando la tirita estuvo colocada. Bajó
de la hamaca y apoyó el pie en el suelo lentamente.
—Oye, no me duele nada. Volvamos a jugar.
Me reí.
—El entrenamiento ha acabado por hoy, amigo. Hemos
quedado con tu madre en dos horas. Deberíamos irnos si
quieres ese helado.
—Vale, voy a cambiarme.
Cuando entró, Maddie me preguntó:
—¿Cómo es que sabes jugar al fútbol?
—Quería jugar como profesional. Incluso conseguí una
beca universitaria para ello.
—Qué bien. ¿Y por qué no te hiciste profesional?
—Me mudé aquí tras el fallecimiento de mis padres y me
centré en otras cosas. Sigo jugando como hobby.
—Vaya, tú sí que estás lleno de sorpresas.
—Todavía no has visto nada.
Abrió los ojos de par en par y suspiró, un bonito sonido
que quería saborear. Sus labios eran perfectos: rosados,
carnosos, con un dulce pliegue en el centro. Esta mujer era
muy tentadora, y yo no había sido tentado en años. No quería
ser tentado. Pero había estado pensando en Maddie toda la
mañana. Lo del parabrisas roto todavía me molestaba. Ella no
parecía necesitar ni querer mi protección, pero yo quería
dársela de todos modos.
—Bueno, será mejor que vuelva al trabajo —dijo.
Pasó junto a mí dentro de la casa y percibí el olor de su gel
de baño, un aroma floral pero fresco de alguna manera. Olía de
maravilla. Con un movimiento de cabeza, me propuse quitar a
Maddie de mi mente.
Conseguí cumplir mi objetivo durante unas veinticuatro
horas. Como me había criado en Los Ángeles, todos mis
amigos más antiguos estaban en esa ciudad, pero solo tenían
tiempo para reunirse después del trabajo. Había quedado para
desayunar la semana siguiente, pero había reservado las
mañanas de la semana en curso para Milo. Como era finales de
junio, él estaba de vacaciones de verano, de modo que tenía
tanto tiempo que ocupar como yo.
Al día siguiente, Lori dejó a Milo para el entrenamiento a
las ocho y lo recogió a las diez. Salí a correr después y terminé
mi recorrido en la parte delantera de la casa. Maddie estaba
unos metros más abajo en la ladera, agachada, asegurando uno
de los troncos. Estaba con el culo en alto y la vista era
gloriosa. Cuando por fin se enderezó, sus pechos rebotaron
con el movimiento, y su cara estaba sonrojada; la mitad de su
pelo rubio se había desprendido del moño. Parecía un poco
salvaje, y eso me hizo ver una imagen en mi mente: un
destello de todo el cuerpo de Maddie reaccionando ante una
embestida mientras pronunciaba mi nombre. Yo le apretaba el
pelo con el puño mientras me enterraba en ella hasta la base.
Me miró a los ojos y sonrió tímidamente, pasándose una
mano por el pelo. Su sonrisa era increíble. No pude apartar los
ojos de ella y le mantuve la mirada, observando cómo el rubor
se extendía a su pecho, mientras se mordía ligeramente el labio
inferior. Sin embargo, no rompí el contacto visual. Ella sí, pero
seguí mirándola durante mucho después de que desviara la
mirada.
Suficiente. Necesitaba distraerme de Maddie. Por suerte,
para hacerlo solo tenía que hacer una llamada.
Capítulo Cinco
Maddie
Me ardían las mejillas. ¿Se daría cuenta? Esperaba que no. De
todos modos, la sangre ya se me había subido a la cara antes
por haber estado agachada tanto tiempo. ¿Cómo podía
ponerme tan nerviosa solo porque él me miraba? Me arreglé el
moño por enésima vez en el día. ¡Maldito pelo! Había ido a
cortármelo el día anterior. Tenía las puntas abiertas y le dije
que solo quería un retoque.
«Claro, cariño, por supuesto. Solo te cortaré un poco», me
había asegurado el peluquero.
No tengo ni idea de a qué se refería con “un poco”, pero
estaba claro que no eran solo unos centímetros, porque me
había cortado mucho de la parte delantera. Ahora esa parte
estaba en esa extraña longitud entre parecer un flequillo y
tener los mechones sueltos, y se salía constantemente del
moño. Era la última vez que iba a confiar en que una persona
con las raíces azules y las puntas rosas se acercara a mí con
unas tijeras. Me gustaba llevar un moño en la parte superior de
la cabeza, no en la base, pero tendría que usar horquillas hasta
que me volviera a crecer el pelo, y no era agradable sentir
trozos de metal o plástico en el cuero cabelludo.
Me pasé la mitad del día con el culo en alto, caminando a
lo largo de la base horizontal que los muchachos habían
excavado para el poste de madera, comprobando que tenía la
anchura y la profundidad adecuadas. El olor de la tierra recién
removida llenaba mis fosas nasales. Me detuve y me saqué los
auriculares hacia el mediodía, cuando Sevi y Jacob se habían
ido a almorzar. Los oídos me estallaron un poco. En el
inquietante silencio, se oyó la voz de Landon resonando en la
propiedad.
—No, ya hemos acordado los objetivos de los KPI. Ya no
hay nada que negociar.
Gruñí. Era mi segundo día en mi trabajo de espía y ya
estaba fallando. ¿Cuánto tiempo llevaba trabajando?
Dejé la pala y salí corriendo al porche para vigilar a
Landon. Estaba sentado en la mesa de picnic de madera, con
profundas arrugas en la frente y la mandíbula desencajada. Me
moví hasta situarme frente a él, coloqué las manos en las
caderas y entrecerré los ojos, dirigiéndole mi mirada más seria
y sensata, lo que, inesperadamente, le hizo sonreír.
—Te llamaré más tarde —dijo en el teléfono, y luego
cortó.
—¿Cómo es eso de que le llamarás más tarde? Querrás
decir “no te llamaré en las próximas dos semanas. Olvida que
existo”.
Landon se encogió de hombros, sin dejar de sonreír.
—He descansado durante toda la mañana. Se me ocurrió
tomarme un descanso de mi descanso durante el almuerzo.
—Val tenía razón. De verdad que no sabes cómo estar de
vacaciones, ¿no?
—Me falta práctica, eso es todo. Tengo un equipo
competente, y un director general en funciones al que confiaría
mi vida, pero es difícil desconectar.
—Bueno, supongo que los imperios empresariales no se
construyen cogiendo vacaciones muy a menudo. ¿Cuándo ha
sido la última vez que has tenido unas vacaciones en serio?
—Hace cuatro años.
Su respuesta me hizo recordar algo. Val me había dicho
que la mujer de Landon había muerto hacía cuatro años. Ahora
entendía la determinación de Val de asegurarse de que se
relajara. Me propuse no volver a fallar en mi trabajo de
espionaje.
—¿Estás comiendo con tu equipo? —preguntó.
—No, yo no almuerzo.
Tamborileó con el dedo sobre la mesa de madera.
—¿Por qué no?
—Casi siempre me olvido. Me resulta incómodo comer en
los lugares donde trabajo. Se me ensucian mucho las manos y,
además, preparar la vianda es una lata.
Justo en ese momento, mi estómago se revolvió con
fuerza.
—Tu estómago parece no estar de acuerdo —dijo.
—Suele ser así.
—Almuerza conmigo hoy. Vamos, que tienes hambre.
—¿Y quién se encargará de terminar el trabajo?
—Maddie, necesitas almorzar y me encantaría que me
acompañaras.
Maldita sea, su voz volvió a tener ese tono autoritario pero
cortés del primer día y, de manera instantánea, mi resistencia
se esfumó.
—Vaya, no lo sé. Aunque por otro lado, si como contigo,
puede que consiga distraerte y así evitar que vuelvas a llamar a
tu socio.
Se le movieron las comisuras de los labios, como si se
estuviera riendo de una broma internamente.
Landon se levantó del banco y señaló con la cabeza hacia
la casa.
—Desde luego, tú ve delante y… distráeme.
La forma en que lo dijo, en un tono más bajo y ronco, hizo
que pareciera obsceno. Separé los labios y exhalé. ¿Landon
estaba ligando conmigo? ¿O mi mente me estaba jugando una
mala pasada porque le había estado mirando desde que había
llegado? Aunque esa mirada que me había dirigido antes…
podría decirse que también era un poco pervertida. Como sea,
lo más inteligente era quedarse fuera y trabajar durante el
almuerzo.
Sin embargo, quería acompañarle dentro. Todo en él me
atraía; la atracción que sentía hacia él era casi magnética.
—Vale, acepto. ¿Qué me darás de comer? —pregunté.
—Algo delicioso.
No había mentido. Comimos en la mesa de la cocina restos
de carne asada calentados y fue lo mejor que había comido en
mucho tiempo. La carne estaba tierna y me pareció percibir un
toque de canela en la salsa. De alguna manera me las arreglé
para mancharme los dedos con la salsa.
—Val es una excelente cocinera —exclamé.
—Siempre lo ha sido. Aprendió los mejores trucos de
mamá.
—No puedo imaginar lo difícil que debe haber sido criar a
vuestros hermanos y hermanas.
—No fue fácil. Sabíamos cómo ser sus hermanos mayores,
pero criarlos era algo totalmente diferente. Tendrías que
habernos visto a Val y a mí echándoles la bronca cuando les
pillábamos saliendo a escondidas de casa. ¿Sabes quién les
había enseñado a hacerlo? —Se señaló a sí mismo con ambos
pulgares, riendo.
—¿Alguna vez te arrepentiste de haber dejado la
universidad y el fútbol? Creo que estuviste en Harvard, ¿no?
Val lo mencionó una vez.
—Sí, fue en Harvard. Nunca me arrepentí. Me necesitaban
aquí —dijo sin más, y le creí. Nada en su lenguaje corporal
contradecía sus palabras. Le admiré por no haber esquivado la
responsabilidad y el compromiso.
—¿Cómo os las arreglasteis económicamente? —pregunté.
—Val y yo llevamos el bar de papá durante un par de años
mientras tomábamos clases en una universidad local. Lo
dejamos en cuanto tuvimos ofertas de trabajo decentes.
Queríamos conservarlo porque nos recordaba a nuestros
padres, pero no era viable. Papá lo había abierto cuando vino
de Irlanda —dijo con una sonrisa melancólica.
—Espera, ¿vosotros sois irlandeses?
—Medio irlandeses. ¿Lo de Connor no te ha servido de
pista?
—La verdad que no. Ninguno de los dos tiene ese típico
acento irlandés.
Menos mal que no lo tenía. Si había una cosa que Landon
no necesitaba era algo que le hiciera ser aún más sexy, y el
acento irlandés era muy sensual.
—Eso no lo tenemos. Pero heredamos una sólida ética de
trabajo, una interminable lista de dichos extraños que mi padre
insistía en que eran irlandeses —aunque nunca he encontrado
pruebas de ello— y la tradición de cenar en familia los viernes
por la noche. Papá siempre nos decía que se reunía con sus
padres todos los viernes antes de mudarse al otro lado del
océano, y nosotros adoptamos esa tradición. Mis hermanos se
reúnen todas las semanas. Yo formaba parte del ritual antes de
mudarme a San José —dijo con una mirada nostálgica.
—Y lo echas de menos.
—Mucho. Creo que venir aquí me ha recordado cuánto.
Pero basta de hablar de mí. Háblame de tu negocio —dijo—.
¿Por qué has elegido el paisajismo?
—Estudié arquitectura, pero después de obtener mi título,
me di cuenta de que me gustaba transformar los espacios
exteriores, así que me dediqué al paisajismo y también hice
cursos sobre plantas y flores. Me dedico sobre todo a los
jardines personales de la gente. Me gusta crear espacios
bonitos en los que las personas puedan llegar a casa y
relajarse.
Landon había acercado su silla a la mía, y nuestros muslos
se tocaban por debajo de la mesa, lo que activó todos mis
sentidos.
—Bien pensado. Todo el mundo necesita un lugar para
desconectar y recargarse.
—Exactamente. Y me encanta cuando tengo un espacio
enorme para trabajar, como aquí. Puedo hacer muchas cosas.
Nos mudábamos con frecuencia cuando era niña y, como mis
padres sabían que no íbamos a quedarnos por mucho tiempo,
alquilábamos espacios pequeños. Durante las vacaciones de
verano, viajábamos en una caravana. Era muy claustrofóbico,
y el espacio exterior se convertía en un gran parking.
—¿Por qué os mudabais tanto?
—Mis padres viajaban a conciertos por todo el país, y no
había nadie con quien pudieran dejarnos a mí y a mi hermana.
Esa existencia nómada había sido agotadora. Como nos
mudábamos tan a menudo, había sido difícil establecer
relaciones sólidas en la escuela.
—¿Viven en Los Ángeles ahora?
—No, siguen viajando por todas partes. Pero yo he echado
raíces aquí. Mi hermana también vive en la ciudad.
No estaba segura de cuánto quería saber o si solo estaba
siendo educado, pero de repente tenía muchas ganas de
charlar. Normalmente era todo lo contrario, especialmente con
los hombres que acababa de conocer. Pero Landon me había
hecho bajar la guardia.
—¿Por qué Los Ángeles?
Me encogí de hombros y dije:
—Me mudé con mi ex. La relación no funcionó, pero soy
feliz aquí. Anteriormente había vivido en Miami, fui a la
universidad allí, pero me gusta mucho más esta ciudad. Hay
menos humedad.
Sonrió y añadió:
—Y no hay caimanes.
Le devolví la sonrisa y dije:
—Es un gran punto a favor. En Miami, cada vez que
alguien que vivía cerca del agua me pedía que trabajara en su
propiedad, estaba continuamente en estado de alerta.
—¿Allí también trabajabas por tu cuenta?
—Sí. Me gusta la independencia, más allá de que los
ingresos varíen mucho, sobre todo entre proyectos. ¿Nunca
desconectas la parte empresarial de tu cerebro?
—Pues debo responder con un rotundo “no” a eso —dijo.
Sonrió y joder, ¡cómo me gustaba verle sonreír!
Mientras masticaba el último trozo de carne, un mechón de
pelo se me enganchó en la comisura de la boca. Moví la mano
para apartarlo, pero tenía un poco de salsa en los dedos, así
que lo único que conseguí fue que el mechón se pegara a mis
dedos.
Gruñí, y Landon se rio.
—Ayer me corté el pelo y me lo han dejado hecho un
desastre. La parte delantera ha quedado demasiado corta como
para hacerme un moño. Lo he tenido en la cara todo el día.
—Espera, te lo despegaré.
Trajo un paño húmedo del fregadero y me frotó los dedos
y luego las comisuras de la boca. El gesto me pareció íntimo,
sobre todo porque Landon me miraba de cerca los labios. Me
los lamí casi inconscientemente, y él respiró con fuerza,
levantando la mirada. Estábamos tan cerca que sentí su aliento
en la piel de mi labio superior. Hizo que se me estremeciera
todo el cuerpo. Mientras me limpiaba la comisura derecha de
la boca, mantenía su mano derecha sobre mi mejilla. La forma
en que me miraba… Madre mía, tenía miles de sensaciones.
Cuando se apartó y volvió con el paño al lavabo, sentí frío.
—Gracias por el almuerzo. Te ayudaré a limpiar.
Levantó una mano y dijo:
—No te preocupes. Lo único que tengo que hacer es poner
los platos en el lavavajillas.
—Vale, entonces te dejaré volver a relajarte.
Hice hincapié en “relajarte” con un movimiento de mi
dedo. Se le inclinaron las comisuras de los labios hacia arriba.
Me encantaba hacerle sonreír. Le quedaba bien. Mejor dicho:
no solo le quedaba bien, sino que hacía que su boca fuera aún
más sensual. Dios mío, esa boca. Apuesto a que podría hacer
cosas increíbles con ella.
—Es lo que planeo hacer, no te preocupes por mí. He
quedado con algunos viejos amigos esta semana, pero siempre
por la noche.
—Pues entonces deberías pasar por el bar donde trabaja mi
hermana. Tienen música en vivo todos los martes y jueves.
—¿Qué tal es la banda?
—Son muy buenos. Yo también voy a veces, para ponerme
al día con ella.
—¿Dónde está el bar?
Le dije la dirección y la anotó en su teléfono.
—¿Vas a ir esta semana, Maddie?
—Sí, el jueves.
—Entonces yo también me pasaré por allí, con mi amigo.
Di una palmada, me froté las manos, y dije:
—Genial. Os lo vais a pasar bien.
Movió las cejas y dijo:
—¿Lo prometes?
Tragué, me sentía un poco desorientada. Vaya, es increíble
lo que me habían provocado esos preciosos ojos verdes y esos
tentadores labios.
—Lo prometo.
¿Esta química entre nosotros y la mirada ardiente de antes
eran solo producto de mi imaginación? Obtuve mi respuesta
cuando Landon me recorrió el cuerpo de arriba abajo con la
mirada. Sentí un cosquilleo en mi interior. Era una mirada
ardiente.
Capítulo Seis
Landon
La vi en cuanto entré en el bar. Era imposible no ver a Maddie.
Su pelo rubio estaba de nuevo recogido en un moño
despeinado, con varios mechones colgando alrededor de su
cara. Encima, estaba detrás de la barra, sirviendo una cerveza
de barril.
Mientras me abría paso entre los clientes, inspeccionaba el
lugar. Siempre que iba a un bar nuevo, lo comparaba
automáticamente con el pub que Val y yo dirigíamos hace
años. Era todo de madera negra y diferentes tonos de verde, y
tenía un aire rústico en general.
Este tenía tonos cálidos, y la tenue iluminación proyectaba
un agradable resplandor sobre la madera marrón. El local
estaba repleto de clientes alrededor de las altas y circulares
mesas. Unos cuantos camareros rondaban la sala, y en el
extremo había un escenario improvisado, pero aún estaba
vacío.
—Me alegro de verte aquí, forastero —dijo Maddie con
tono juguetón cuando llegué a la barra—. ¿Dónde está tu
amigo?
—No ha podido venir al final.
—¿Y entonces por qué has venido?
—Prometiste que me lo pasaría bien, Maddie. ¿Qué haces
detrás de la barra?
—Mi hermana está enferma, así que la estoy sustituyendo.
—Frunció el ceño mientras extendía la mano hacia el estante
sobre nuestras cabezas, donde colgaban las copas de vino—.
Se ha estado enfermando mucho últimamente. Ya le he dicho
que no es normal, que debería ir al médico, pero no me
escucha. Dice que soy una pesada.
Sonreí, apoyando los antebrazos en la barra. Llenó una
copa de vino y se lo entregó a una pelirroja que estaba a mi
lado. Entonces Maddie me señaló y dijo:
—No te burles de mí. Sé que ya es mayorcita, pero no
puedo evitarlo.
Mi sonrisa se amplió. Sabía de lo que estaba hablando.
—Nada más lejos de querer burlarme de ti. A mí me pasa
lo mismo, lo llamo el síndrome del hermano mayor. Qué bien
haber encontrado un espíritu afín. Dime, ¿cómo es que puedes
trabajar en lugar de tu hermana, acaso conoces al dueño?
—Solía trabajar aquí. Cuando me mudé por primera vez,
mi negocio no aportaba muchos ingresos, así que lo
complementaba con la hostelería. Por eso, si mi hermana no
puede hacer alguno de sus turnos, la cubro para que siga
recibiendo el dinero. ¿Qué puedo ofrecerte, Landon?
Miré la pizarra que colgaba de lo que supuse era una pared
de baldosas falsas a nuestra derecha. En ella había varios
cócteles garabateados con tiza blanca.
—Pediré la especialidad de la casa.
Hizo un gesto con el dedo para que me acercara y me
incliné sobre la barra. Aunque los vapores del alcohol se
arremolinaban a nuestro alrededor, percibí claramente su
perfume. Apenas me abstuve de acercarme un poco más.
—Te dará una resaca muy desagradable mañana. Varias
personas ya se han quejado de ello, incluida esta humilde
servidora. No lo recomiendo. De todos modos, pareces un tío
de bourbon.
Me aparté y sonreí.
—¿Te lo parezco? ¿Será que Val ha estado hablando de
mí?
—Puede que me haya contado algunas cosas. Entonces,
¿bourbon?
Asentí, observando cómo preparaba mi bebida. En
aquellos últimos días, la había observado más a menudo de lo
que hubiera querido y había conseguido que almorzara
conmigo todos los días. Le rocé los dedos cuando cogí el vaso,
y ella respiró con fuerza, reaccionando levemente, como si el
contacto la hubiera electrizado. ¿Qué haría si subiera con mi
boca hasta el cuello y le tirara del lóbulo de la oreja con los
dientes? Una imagen de Maddie arqueando las caderas y su
espalda hacia mí invadió mis pensamientos. Su olor aún estaba
fresco en mi mente, al igual que la sensación de su piel bajo
mis dedos. Prácticamente podía sentirla presionada contra mí.
—Quiero mi maldita bebida.
Ambos miramos en la dirección de donde había venido la
voz. Un surfista, por su lamentable aspecto. Levantó las cejas
hacia Maddie, golpeando la barra con la mano.
—Venga, ¿cómo de difícil puede ser hacer un mojito?
Ponte a trabajar de una puta vez.
—Discúlpate con Maddie, o te haré trizas en diez
segundos. —Manteniendo la calma, me moví más cerca,
poniéndome bien erguido.
Se encorvó ligeramente cuando se dio cuenta de que era
más alto que él. Dirigió su mirada a Maddie, luego a mí, y
después levantó ambas manos en señal de rendición.
—De acuerdo, lo siento.
Maddie le sonrió dulcemente mientras trabajaba en su
cóctel y le dijo:
—Regla número uno. Nunca seas irrespetuoso con la
persona que te sirve la comida o la bebida. Nunca se sabe lo
que pueden poner.
Cuando deslizó su vaso hacia él, el tío lo miró como si
tuviera miedo de tocarlo. Levanté mi vaso en su dirección,
sonriendo. Su descaro era contagioso.
Atendió a los demás clientes mientras yo disfrutaba de mi
bourbon, sentado en uno de los taburetes. Los camareros que
se arremolinaban en la sala preparaban los pedidos que
recibían ellos mismos, pero Maddie seguía estando muy liada.
Un grupo musical subió al escenario poco después e
interpretó versiones de canciones conocidas, así como algunas
propias. Maddie tenía razón: eran muy buenos. Varios clientes
se pusieron a bailar. Ella también, detrás de la barra. Llevaba
un vestido azul con un cinturón negro alrededor de su pequeña
cintura. Tenía los hombros descubiertos.
—Bailas muy bien.
Disfruté del vaivén de sus caderas y muslos, de la forma
sensual y a la vez elegante en que su culo se arqueaba al ritmo
de la música. Tuve una visión muy repentina y muy clara en la
que le sostenía esas caderas, apretándola contra mí. Dios mío,
no había sentido tal atracción hacia una mujer en años. No
podía despegarme de ella.
—Gracias. Suelo bailar durante toda la actuación, pero las
normas de la casa me prohíben salir de la barra. Eso sí,
ninguna regla dice que no puedo bailar aquí detrás.
—¿A qué hora termina tu turno?
—Tengo que cerrar, así que a las tres.
—¿Y vas a trabajar en el jardín de Val mañana?
—Sí. El café será mi mejor aliado.
—Hablaré con Val. Estoy seguro de que no le importará
que te tomes el día libre.
Ella negó con la cabeza y dijo:
—No puedo hacerlo. No me gusta faltar al trabajo por
motivos personales.
Vaya mujer más testaruda. No me gustaba que durmiera
solo unas horas, pero respetaba su ética de trabajo.
—Mi casa está a solo cinco manzanas. Estaré en casa en
veinte minutos como máximo —continuó.
—¿Va a ir caminando?
—Por supuesto. —Señalando mi vaso vacío, preguntó—:
¿Otro bourbon?
—No. —Quería mantener la cabeza despejada, así que
eché un vistazo a la carta y elegí la primera bebida sin alcohol
que me llamó la atención—. Tomaré una limonada de menta
con jengibre y fresa.
—Debes estar muy seguro de tu masculinidad. Eso suelen
pedirlo las mujeres.
—Estoy muy seguro de mi masculinidad, Maddie.
Sus labios se separaron, formando una pequeña y
encantadora O. Estaba generando un impacto en ella, del
mismo modo que ella me impactaba a mí. No dejé de mirarla
mientras preparaba mi bebida. Me miraba cada dos por tres y
yo disfrutaba inmensamente de la forma en que se mordía el
labio inferior después de cada mirada.
—¡Aquí está tu bebida!
Parecía sin aliento.
Me quedé en el bar durante las siguientes horas,
escuchando a la banda, pidiendo casi todo de la parte no
alcohólica de la carta y apartando a cualquier hombre que se
acercara demasiado a Maddie.
—Deja de ahuyentar a los clientes —me amonestó después
de que hiciera huir al tercer cliente masculino.
—Estaba más interesado en ti que en la bebida.
—Lo sé, pero aun así no puedes ahuyentar a los clientes.
—¿Pero puedes disuadirles de que no beban la
especialidad de la casa? —la cuestioné.
—No lo hago con todos. Solo con la gente que me gusta.
Me guiñó un ojo y siguió bailando mientras mezclaba
cócteles y servía bebidas. Era un pozo insaciable de energía y
movimientos irresistibles. Cuanto más la observaba, más
deseaba saber cómo sería tenerla contra mí. Quería bailar con
ella, lo cual era algo nuevo para mí.
También charlaba con otros clientes y, a decir verdad, me
molestaba cada vez que un hombre le pedía su número.
Siempre se negaba, y entonces me di cuenta de que podía estar
saliendo con alguien. ¿Por qué no se me había ocurrido antes?
Era muy difícil que una mujer como ella estuviera soltera. Era
inteligente, atrevida y trabajadora. Había mencionado a un ex,
pero eso no significaba que no tuviera a alguien en su vida en
ese momento. Joder, por más que no tuviera derecho a
molestarme, ese pensamiento me molestaba.
A medida que se acercaban las tres, los clientes se iban
retirando uno a uno, aunque el grupo seguía tocando como si
estuviera lleno. Quince minutos antes del cierre, solo
quedaban dos personas más aparte de nosotros. Maddie había
liberado a los camareros del turno, diciendo que podía cerrar
ella sola.
Vi cómo su baile se volvía más salvaje, más apasionado, y
no pude aguantarme más. Me incliné sobre la barra y dije:
—Ven a bailar aquí fuera.
Hizo pucheros y dijo:
—No puedo. Son las reglas de la casa.
—Ven aquí.
—Landon…
—Rompamos las reglas juntos, Maddie. Baila conmigo.
Tragó saliva, miró el reloj, a los dos últimos clientes que se
dirigían a la puerta, y luego asintió. Salió de detrás de la barra
y sonrió tímidamente mientras se acercaba a mí. Era su
primera sonrisa tímida. Sus ojos azules eran preciosos.
Miré hacia donde estaba la banda, que había empezado a
recoger sus cosas cuando los clientes se fueron, pero que en
ese momento estaba tocando solo para nosotros. Era el tipo de
música que quería. No quería un baile lento sino uno salvaje.
La cogí de la mano y la hice girar una vez antes de bajar las
manos a sus caderas. Ella estaba de espaldas a mí, y yo me
acerqué hasta que su espalda se apretó contra mi pecho.
Maddie puso sus manos sobre las mías y no me las apartó. Nos
mantuvimos quietos por un momento. Tenía que preguntar
primero. Tenía que saberlo.
—Maddie, ¿estás saliendo con alguien?
Se estremeció en mis brazos, apretando aún más su espalda
contra mí.
—No hay nadie en mi vida, Landon.
—Entonces sé mía para este baile.
Oí cómo respiró profundamente y luego su pelo me hizo
cosquillas en la cara. La mitad de su moño se había deshecho
de nuevo. Tiré de la goma de la coleta. Su pelo era sedoso y
delicado.
—Deshagámonos de esto, ¿te parece? No hace más que
estorbar.
Asintió sin decir nada, cogiendo la gomilla de mi mano y
metiéndola en un pequeño bolsillo de su vestido. Le aparté el
pelo, dejando al descubierto su nuca. Mantuve los dedos sobre
su piel más tiempo del necesario, presionando con el pulgar
donde terminaba la línea del cabello.
—¿Vamos a bailar o qué? Estoy rompiendo las reglas
contigo, Landon. Será mejor que lo hagas valer.
También estaba rompiendo algunas de mis reglas. Era la
primera vez que me permitía acercarme tanto a una mujer en
años. Pero eso no importaba ahora. Ese momento era lo único
que importaba. Maddie era lo único que importaba. Había
querido liberarse y alocarse toda la noche, pero no había
podido detrás de esa barra. Iba a darle lo que necesitaba.
Volví a bajar mis manos a sus caderas y empecé a
movernos al ritmo de la música. Ella simplemente se entregó a
la música, y a mí. El vaivén de su cuerpo era fluido y
atrayente. Su aroma me estaba volviendo loco, y sabía que la
embriagadora dulzura de las flores quedaría grabada en mis
sentidos durante mucho tiempo. Tomando sus manos, la hice
girar, captando la mirada feroz de sus ojos.
—Se te da bien esto, Landon.
La hice girar de nuevo, una, dos veces, hasta que perdió el
sentido del espacio y tambaleó hacia mis brazos. Una risa
brotó de ella y pude oír el eco de sus carcajadas contra mi
pecho. Era contagiosa. Me empecé a reír también, pero luego
se dejó llevar de nuevo por la música y la atraje hacia mí.
Quería absorber toda su sensual energía. Nuestras caderas
estaban alineadas y nuestros pechos se tocaban. El calor crecía
en mi interior y, cuando sentí su agitado aliento aterrizar en mi
mandíbula, me invadió una ráfaga de lujuria. Una gota de
sudor goteaba de su sien, llegando al lóbulo de su oreja.
Quería lamerla allí.
Cuando la música se detuvo, miramos hacia el escenario
desorientados. No quería que el momento terminara. A juzgar
por lo fuerte que Maddie me agarraba la mano, ella tampoco.
—Lo siento, chicos, ya hemos tocado quince minutos extra
para vosotros, pero de verdad tenemos que marcharnos.
Maddie se sobresaltó, me soltó la mano, y dijo:
—Joder, tengo que cerrar. He perdido la noción del tiempo.
Yo…
Mientras la banda recogía sus instrumentos, Maddie
limpiaba la superficie del bar con un paño húmedo y metía los
vasos que quedaban en el lavavajillas.
—Landon, no tienes por qué esperarme.
—Por supuesto que sí. Te acompañaré a tu casa.
Maddie se incorporó, examinándome como si me viera por
primera vez.
—Vivo a unas pocas manzanas.
—No es negociable. Es tarde y tu coche ha sido
vandalizado. No es seguro.
Se rió en voz baja.
—Te conocí la semana pasada. ¿Cómo sé que estaré a
salvo contigo?
—Val puede dar fe de ello. Llámala.
—¿A las tres de la mañana? —Inclinó la cabeza, con una
mirada desafiante en sus ojos.
—El dueño no debería dejar que una mujer cierre el bar.
Nunca dejé que Val lo hiciera. Debería haber pedido a uno de
los chicos que trabajaba como camarero que lo hiciera. Andan
muchos borrachos por el frente después de la hora de cierre y
la mayoría de la gente que se encuentra en la calle a esa hora
es peligrosa.
—Vuelvo a casa sola cada vez que salgo del bar.
—Esta vez no.
—Eres intenso.
Me reí y le respondí:
—Podría decirse que sí.
—¿Así que por eso te has quedado toda la noche? ¿Para
acompañarme a casa?
—Sí, y también porque quería bailar contigo. Así que
asunto zanjado.
—No, para nada.
—No puedes deshacerte de mí, cariño. Te acompañaré
hasta tu casa.
***
Maddie
Finalmente cedí, ¿cómo no iba a hacerlo? Tenía la ligera
sospecha de que no habría importado: me habría acompañado
a casa de todos modos. Parecía el tipo de hombre que no se
dejaría disuadir por un no, eso me gustaba, y mucho. También
me gustaba que fuera tan protector conmigo. ¿Acaso eso me
convertía en una especie de chiflada?
La verdad es que agradecí su oferta, porque con la oleada
de turistas que traía el verano, nunca se podía estar tranquila,
por más precavida que fuera. Grace siempre se iba en coche
después de su turno porque vivía más lejos.
Tenía razón en cuanto a lo que había sucedido con mi
coche y tuve que reconocer que quería contar con su compañía
durante unos minutos más. La forma en que había bailado
conmigo… Se me derretían las entrañas solo de recordarlo. Mi
cuerpo todavía seguía tenso por todas las sensaciones que
había despertado en mi interior.
—Es una noche preciosa —exclamé al salir del bar.
—Ideal para dar un paseo —respondió. A juzgar por la
cantidad de gente que había en la calle, nadie hubiera dicho
que eran casi las cuatro de la mañana. Los Ángeles estaba tan
viva y vibrante como siempre, aunque el verano parecía ser
una época especialmente concurrida.
Luchaba para no hacerle el millón de preguntas que tenía
para él. No quería entrometerme, pero al mismo tiempo quería
saber más sobre él y quería averiguar las cosas directamente
de la fuente, no de Val.
Tal vez estaba imaginando cosas, pero mientras
bailábamos, había sentido una conexión, algo que iba más allá
de una simple chispa entre nosotros. En la agonía del baile,
parecía soltarse de una manera que no le había visto desde que
había llegado.
—¿Puedo preguntarte algo? —lancé.
—Claro.
—¿Pasó algo para que decidieras tomarte un tiempo libre?
—Acabamos de culminar las conversaciones para una
asociación con otra empresa del sector. Tenemos muchas
sinergias entre nosotros y era lo más lógico. Pero he estado
trabajando dieciséis horas al día durante los últimos seis meses
para conseguirlo. Necesitaba un descanso. Y echaba de menos
a mi familia. Hacía años que no pasaba más que unos días
seguidos con ellos. —Me sonrió, una sonrisa que hizo que se
me agitaran las entrañas. Joder, qué interior más traidor. No
tenían por qué agitarse—. Pero si mis hermanos preguntan, les
diré que necesitaba un buen descanso para desconectarme de
todo, si no, nunca dejarán de vacilarme. Además, necesitaba
unas vacaciones en las que no me despertara para comprobar
las cifras de ventas ni me acostara haciendo proyecciones.
—En lugar de eso, descargas postes de madera y
acompañas a las mujeres a sus casas en medio de la noche.
—Solo a una mujer. Y lo haría de nuevo con gusto. Me lo
he pasado muy bien esta noche, Maddie. Me ha encantado
bailar contigo.
Se me erizó la piel y casi me derrito cuando ladeó la
cabeza y atrapó mi mirada con la suya.
—A mí también me ha encantado.
—¿Ha merecido la pena romper las reglas? —dijo con
tono desafiante.
—Al cien por ciento.
—Cuéntame acerca de tu hermana.
—Grace es muy inteligente —dije—. Está en la facultad
de derecho con una beca parcial y trabaja en el Lucky Bar y en
algunos otros sitios.
—¿Y eso le alcanza para pagar el resto de la matrícula?
—No, de eso me encargo yo. Trabaja para cubrir sus
gastos fijos.
Sonrió y me dijo:
—Eres una gran hermana.
—Gracias. No quiero que Grace se gradúe con una
tonelada de deudas. Sería una presión enorme para una joven
profesional.
Llegamos a mi calle más rápido de lo esperado. El tiempo
había volado. Los diminutos bungalows se apiñaban unos con
otros a lo largo de la calle. No tenía jardín, pero era el precio
que tenía que pagar por vivir sola en Los Ángeles.
No estaba preparada para despedirme, pero tampoco le
invitaría a entrar. El baile había sido divertido y mucho más
explosivo de lo que esperaba, pero no cruzaría esa barrera.
Subí a mi porche, pero Landon permaneció con los pies en
el suelo, sin hacer ningún movimiento para seguirme. Me
gustó mucho que supiera cuándo insistir y cuándo respetar los
límites.
—Nos vemos mañana, Landon. Gracias por acompañarme
a casa.
—Un placer, Maddie.
Sacó el teléfono y preguntó:
—¿Cuál es tu número?
—¿Por qué lo necesitas?
Sus ojos estaban centrados en la pantalla, pero se le
inclinaron las comisuras de la boca hacia arriba.
—Ya lo verás. ¿Número?
Lo recité, observándolo atentamente. Mi corazón latía con
fuerza contra mi caja torácica mientras trataba de interpretar la
situación. Cuando se metió el teléfono en los vaqueros, me
dedicó una sonrisa y sentí un cálido escalofrío recorriéndome
la espalda, seguido de otro más frío. No tenía ni idea de por
qué ese hombre tenía semejante impacto en mí. La situación
no hizo más que agravarse cuando me cogió la mano y se la
llevó a la boca, como había hecho aquel primer día. Rozó con
sus labios mis nudillos, y esa vez el calor se extendió por todo
mi cuerpo, centrándose en la parte más baja del mismo. Otra
oleada de calor se disparó entre mis piernas cuando levantó la
vista y vi que se le habían dilatado las pupilas. Me soltó la
mano al segundo siguiente. Menos mal. Si me hubiera
sostenido la mano más tiempo, podría haber hecho alguna
locura. Como besarle. ¿Qué digo? Habría saltado sobre él.
—Nos vemos mañana, Maddie.
Noté que me estaba mirando mientras abría y empujaba la
puerta. Una vez dentro, me apresuré a acercarme a la ventana
y lo vi alejarse con pasos firmes. Me invadió el impulso de
volver a salir y pedirle que entrara.
Me di cuenta de que no me había dicho para qué
necesitaba mi número, pero tuve la respuesta unos minutos
después, cuando me llegó un mensaje al teléfono.
Landon: Ahora también tienes mi número, preciosa.
Cuando necesites que alguien te acompañe a casa,
llámame.
Me quedé mirando ese mensaje durante mucho tiempo,
sonriendo como una tonta.
Capítulo Siete
Landon
—Bueno, bueno, alguien está tramando algo.
Casi me sobresalto al oír la voz de mi hermana. Lori estaba
en el salón de Val, acurrucada en el sillón cerca de la ventana,
con la luz de su libro electrónico iluminando sus rasgos. Val
los había invitado a ella y a Milo a pasar la noche en la casa,
ya que al día siguiente los iba a llevar a un festival cerca de
Venice Beach. Tanteé la pared hasta llegar al interruptor de la
lámpara de la esquina más cercana y lo encendí.
—¿Por qué has hecho eso? —preguntó Lori. Levantó las
manos de manera dramática y se tapó los ojos.
—No todos tenemos vista de lince, Lori. ¿Qué estás
haciendo aquí?
Levantó su libro electrónico y dijo:
—Este fantástico libro me tiene atrapada.
No le creí.
—¿Todavía tienes problemas para dormir?
—Sí.
Lori solía decir que ella y yo habíamos heredado la
aflicción por el sueño de nuestra madre, pero yo discrepaba.
Mamá me había dicho una vez que no podía dormir porque
tenía demasiados pensamientos y preocupaciones.
—Y bien, ¿dónde estabas?
—Fuera.
—Vamos, Landon. No seas malo. ¿Sabes cuántas veces he
fantaseado con ser la que te pillara entrando a escondidas?
—A ver si lo adivino. ¿Cada vez que te pillaba?
—Exactamente.
Sonreí a mi hermana y me propuse atormentarla.
—Sé guardar mis secretos.
—Eres insoportable.
—Pero aun así me amas.
Ella suspiró y dijo:
—Por supuesto.
Intenté contener un bostezo. Estaba cansado, pero
sospechaba que a mi hermana le vendría bien algo de
compañía. Como yo también tenía dificultades para dormir,
sabía lo aburrido que era pasar esas horas despierto, o lo
oscuras que eran, dependiendo del tipo de pensamientos que se
me cruzaran por la mente. Pero, de alguna manera, los
pensamientos positivos nunca se daban en la oscuridad de la
noche.
Así que, aunque sabía que era una de esas ocasiones en las
que me quedaría dormido enseguida, me dejé caer en el sillón
junto a Lori. Mi hermana dejó el libro electrónico y me
observó. O, mejor dicho, me examinó. Parecía como si mi
hermana tuviera una lupa sobre mí, buscando pistas.
—Estaba con Maddie.
Lori entrecerró los ojos y sus labios se volvieron tan finos
que me recordaron al instante a nuestra madre, aunque no se
parecía en nada a ella.
—Y qué has hecho, ¿te has acostado con ella y luego la
has dejado en la oscuridad de la noche? Te quiero, hermano,
pero eso es una gilipollez.
Me sobresalté.
—Dios mío.
Lori ya no sonreía.
—Lo digo en serio.
Negué con la cabeza. Siempre había estado muy unida a
mis hermanos, pero hablar de lo que constituía una gilipollez
con mi hermana a altas horas de la noche era algo nuevo.
—No tienes nada de qué preocuparte, Lori. Estábamos en
el Lucky Bar con Maddie, que estaba cubriendo un turno de su
hermana. Ha tenido que quedarse hasta el cierre…
—Y te has quedado hasta que cerró para poder
acompañarla a casa. —Lori suspiró con alivio—. Me alegro de
que mamá se haya asegurado de que vosotros continuarais el
legado de caballerosidad de papá.
Me sorprendió su comentario porque no recordaba esos
detalles sobre nuestro padre. Sabía que había sido un buen
marido y un buen padre. Pero algunos detalles no los
recordaba, o los había olvidado, lo cual era aún más frustrante.
Yo le llevaba cinco años a Lori, pero las mujeres siempre
habían sido más perceptivas que los hombres. Mamá se había
tomado la enseñanza de los modales muy en serio.
—Nunca me gustó la idea de que Val cerrara el bar todas
las noches —dije.
—Sí, lo recuerdo.
—No creía que fuera seguro entonces, y no creo que lo sea
ahora.
—Has hecho lo correcto. Pero ahora que sé que no te has
comportado como un gilipollas con Maddie, puedo sacar el
tema de tu vida amorosa.
—Lori, han pasado seis años desde que ese capullo os dejó
a ti y a Milo, y sigues soltera. No me des lecciones sobre el
asunto de las citas.
Se puso rígida y al principio me arrepentí de mis palabras,
pero después no tanto. Rara vez tocábamos el tema de su vida
personal.
—No sabes nada de mi vida amorosa.
Tenía razón, pero el hecho de haber reaccionado de manera
defensiva la delataba. Además, si hubiera estado saliendo en
serio con alguien, yo me habría enterado. Alguno de mis
hermanos me lo habría dicho.
—Han pasado seis años, Lori —insistí—. ¿No te sientes
sola?
—Por supuesto que sí. ¿Y crees que no me gustaría volver
a salir para ir en busca de ese sueño de tener una casa y formar
una familia? Me gano la vida planificando bodas. Pero no
puedo ir haciendo desfilar a distintos hombres por la vida de
mi hijo todo el tiempo. El mundo de las citas es como ver una
aleta en el agua y pensar que es un delfín, para luego descubrir
que es un tiburón. Hay que probar y equivocarse para llegar a
los buenos. No quiero hacerle daño a Milo, haciéndole creer
que por fin va a tener una figura paterna en su vida para luego
fastidiarle la vida.
—Lo entiendo.
—Will va a pedir tu cabeza por esto. Deberías ver las
miradas que le echa a cualquier tío que se acerque a husmear.
Como si yo tuviera dieciséis años o algo así.
Oculté una sonrisa. Sabía a ciencia cierta que Will pensaba
que estaba siendo lo bastante listo como para que Lori no se
diera cuenta.
—Sé cómo tratar con Will.
Lori se rio.
—Estás fuera de práctica, Landon.
—Pues parece que ya es hora de volver al ruedo.
—Totalmente de acuerdo. Qué bien que estés aquí. ¿Quién
más se quedaría a hablar conmigo a pesar de estar muerto de
cansancio?
—Qué encanto. Me estás haciendo sentir muy especial en
este momento.
Se recostó en el reposacabezas y bostezó.
—Gracias por mimar así a Milo, por entrenarlo. Es muy
importante para él.
—Estás cambiando de tema.
—No tengo nada más que añadir sobre ello.
Tuve la tentación de presionarla más, pero decidí no
hacerlo. Además, parecía más somnolienta que cuando llegué
y, como colega del insomnio, sabía que debía irse a la cama en
ese momento. Como si fuera una señal, volvió a bostezar.
—Creo que me iré a dormir —dijo.
—Buenas noches, Lori.
A continuación, subió las escaleras hacia su habitación. A
fin de cuentas, parecía que al menos uno de nosotros iba a
tener una buena noche de sueño, pero no iba a ser yo. Aunque
había estado a punto de dormirme cuando había entrado, en
ese momento estaba muy despierto.
Mi mente volvió a Maddie. No podía negar que me sentía
atraído por ella, en todos los aspectos. Cuando sonreía, lo
iluminaba todo y yo quería un poco de esa luz. La deseaba. Me
gustaba su sonrisa, su risa, la forma en que se le enternecía la
mirada cuando hablaba de Grace. Su férrea determinación de
que su hermana tuviera lo mejor.
La única razón por la que no le había dado un beso de
despedida era que no iba a poder detenerme solo en un beso.
Quería más. Probar su piel, hacerla gemir. Todos los nuevos
impulsos que deberían haber hecho que me alejara. Había
luchado mucho para recomponerme después de perder a
Rachel. Me había jurado que no iba a permitir encariñarme
con alguien tan profundamente de nuevo, que ni siquiera me
permitiría querer encariñarme. Pero en el caso de Maddie, lo
único que quería era acercarme.
Cuando subí la escalera, saqué el teléfono y vi un mensaje
suyo de hacía una media hora.
Maddie: ¿Has llegado bien a casa?
Aunque probablemente ya estaría dormida, decidí
responder de todos modos. Ella lo vería por la mañana.
Landon: El taxi me ha dejado hace un rato, y he
charlado con Lori hasta hace unos minutos.
Respondió unos segundos después.
Maddie: ¿El insomnio viene de familia? En mi primer
día de trabajo, volví a las dos de la mañana porque me
había olvidado de cortar la corriente de una de las
máquinas y Val estaba en el porche, ¡escribiendo en su
portátil!
¡Hay que ver! Y Val decía que era yo el adicto al trabajo.
Me quedé con el pulgar sobre las teclas, pero no quise
contestar. Quería escuchar su voz. La necesitaba. Dios, había
pasado menos de una hora desde que la había dejado y ya la
echaba de menos. Me dirigí a mi habitación y marqué su
número en cuanto cerré la puerta tras de mí.
—Eyyy, ¿es tan larga la respuesta que necesita una llamada
telefónica?
—Me gusta más hablar que escribir. —No era
estrictamente cierto, ya que pensaba que los correos
electrónicos eran más eficientes que las llamadas en el trabajo,
pero el mero hecho de escuchar su voz me hizo sonreír—. Es
algo que viene de familia. Mamá era así, y Lori es igual que
ella. ¿Por qué no te has ido a dormir?
—Tengo demasiada energía. Bailar suele tener ese efecto
en mí, sobre todo con un compañero que sabe lo que hace. Y
ciertamente has cumplido tu promesa.
Me senté en la cama completamente vestido, tratando de
dar sentido a la opresión en mi pecho. Pensar en Maddie con
otros tíos me volvía loco. ¡Joder! No tenía derecho a ser
posesivo con ella.
—¿De qué has hablado con Lori? —preguntó.
—De ella, de Milo. Me ha preguntado dónde había estado
esta noche.
—Puedo contárselo todo y decirle que bailas de manera
estupenda.
Sus últimas palabras fueron temblorosas y me provocaron
una descarga por debajo del cinturón. Se oyó un sonido gutural
de su lado, como cuando alguien trata de ahogar un bostezo.
—Vete a dormir, Maddie. Estás cansada.
—Mmm, lo sé, pero me gusta hablar contigo. Es mucho
mejor que dormir. Cuéntame acerca de tu vida en San José.
—Me despierto a las cinco, respondo a todos los correos
electrónicos pendientes y luego voy al gimnasio durante una
hora. Cuando llego a la oficina, repaso la agenda con mi
asistente. Un día típico consiste en tener una serie de reuniones
consecutivas, tanto internas como externas. Me marcho a casa
alrededor de las once.
—¿De la noche? Vaya. ¿Acaso eres humano? ¿Cómo
puedes mantenerte centrado durante tanto tiempo?
—Es el hábito.
—¿Qué haces los fines de semana?
—El sábado hablo por Skype con Milo durante una o dos
horas antes de ir a la oficina, y el domingo trabajo por la
mañana y juego al fútbol por la tarde.
Se hizo un silencio y luego dijo:
—Guau.
Me imaginé a Maddie acostada en su cama, al igual que
yo. ¿Dormía desnuda? ¿Con una camiseta vieja que le llegaba
justo a la mitad del culo? Se me agarrotó la polla en los
pantalones, y me desabroché el cinturón y el botón para aliviar
parte de la presión. No fue suficiente, sobre todo cuando se me
siguió inundando la mente con más imágenes.
—¿Qué es lo más descabellado que has hecho? —pregunté
de improviso. Quería saber todo sobre ella.
—Vaya, ya quieres hablar de cosas importantes, calando
hondo. Tú vas primero.
—Durante una fiesta de fraternidad en Harvard, corrí
desnudo por el campus cuando hacía mucho frío fuera.
—Eso no es descabellado. Es una estupidez.
—Lo sé. Tu turno.
—Nadé desnuda por un reto. De noche, en una playa de
Malibú.
Una imagen de Maddie desnuda en el océano apareció en
mi mente.
—Me hubiera encantado ser mosca en esa pared. Bueno,
en esa arena —dije y la oí recuperando el aliento—. ¿Qué más
te gusta, Maddie?
—Muchas cosas. Burritos con extra de queso y guacamole,
acurrucarse con un buen libro y chocolate caliente, tumbarse al
sol en una playa vacía.
—¿Qué más?
—Bailar con alguien que pueda hacer que todo mi cuerpo
se active.
Sus últimas palabras se oyeron guturales. Bajé la
cremallera de mis vaqueros y liberé mi erección. Se me escapó
un gemido y supe que tenía que terminar la llamada antes de
que ella se diera cuenta de hasta dónde había llegado.
—Eso sí que es una lista —dije con voz tensa.
—Pareces cansado.
—Deberíamos dar por terminada la noche.
—Nos vemos mañana, Landon.
—Que descanses.
Dejé caer el teléfono en el momento en que la línea se
quedó estática y otro gemido salió de mí mientras me tocaba la
polla, imaginando a Maddie allí conmigo. Moví mi mano cada
vez más rápido hasta que me corrí, pero mi hambre de Maddie
aún no estaba saciada.
Capítulo Ocho
Maddie
No dormí nada. Después de terminar la conversación con
Landon, me di cuenta de que tenía que levantarme en dos
horas porque quería ver cómo estaba Grace antes de ir a casa
de Val, y dos horas de sueño solo me dejarían aturdida. Así
que, en lugar de eso, preparé sopa para Grace, pasé por la
farmacia porque estaba segura de que no tendría
medicamentos para su resfriado y me dirigí al edificio donde
vivía. Lo extraño era que tenía tanta energía que podría decirse
que había dormido ocho horas completas e ingerido pastillas
de cafeína al despertar.
Quizás todavía estaba bajo los efectos de mi conversación
con Landon. Seguramente acabaría colapsando en algún
momento, pero a lo mejor el hecho de ver a cierto hermano
Connor bastaría para llenarme de esa extraña y vertiginosa
energía de nuevo.
Cuando llegué a su pequeño apartamento, mi hermana ya
estaba despierta. Su compañera de piso estaba fuera esa
semana.
—¿Qué te ha pasado en el pelo? —exclamó en lugar de dar
los buenos días. Estaba sentada con las piernas cruzadas en la
cama, apoyada con la espalda en el cabecero y rodeada por
montones de servilletas usadas. Grace se parecía mucho a mí y
la gente a menudo nos confundía con gemelas, aunque ella
fuera siete años menor.
—Una catástrofe capilar. Fui a una nueva peluquería
porque necesitaba desesperadamente un corte.
—Te podría hacer un mejor corte aún con los ojos
vendados.
—Lo sé. ¿Cómo te sientes?
Su nariz estaba roja e hinchada, al igual que sus ojos.
—No muy bien. Voy a ir al médico hoy. Tenías razón,
debería haber ido antes.
Apreté los labios para no decir “te lo dije”. Ya iba a tener
la oportunidad de regodearme de mi sabiduría de hermana
mayor, pero este no era el momento.
—Te he traído sopa de pollo. La he dejado en la cocina.
¿Quieres que te traiga un poco?
—No, comeré más tarde. Gracias por ser tan buena
conmigo, Maddie.
Le revolví el pelo y me apartó la mano, fingiendo estar
molesta. Me encantaba mimarla. Desde que era lo bastante alta
para alcanzar la encimera de la cocina, le cocinaba sus platos
favoritos. Nuestros padres siempre estaban fuera, actuando o
ensayando. Al crecer, había echado de menos el calor de un
padre que me acariciara y no quería que Grace pasara por lo
mismo.
No podía protegerla de la inestabilidad de los ingresos de
un músico. Había llevado ropa usada por mí durante toda su
infancia y había Navidades en las que ni siquiera podíamos
permitirnos una comida festiva, pero me había propuesto
compensar lo que pudiera.
—¿Cómo ha estado el Lucky Bar anoche? —preguntó.
Me removí en mi lugar en el extremo de la cama,
sopesando los pros y los contras de contarle todo lo que había
pasado. No le había hablado de lo mucho que me atraía
Landon, pero ahora estaba deseando compartirlo todo; así que
me senté en el borde de la cama y me desahogué, describiendo
cada detalle del baile, de la caminata a casa y de la llamada
telefónica.
—Espera, espera, un momento. ¿Cuál es Landon?
—El que vive en San José.
Levantó el dedo como indicándome que aguardara, cogió
su smartphone y tecleó algo en él.
—¡Dios mío! Landon es como… una mezcla de todas mis
estrellas de cine favoritas. Me refiero a que esta es solo una
foto de la cabeza, pero no puedo imaginar que un hombre con
una cara tan bonita no tenga un cuerpo a su medida.
Sonreí.
—Está bueno. Lo he visto en ropa deportiva unas cuantas
veces. No deja nada a la imaginación, de verdad.
Grace se sonó la nariz con fuerza y luego adoptó una
expresión soñadora.
—Y encima baila bien, ¿no? Ya sabes lo que dicen de los
buenos bailarines.
—Claro que sí, hombre.
Había pensado en ello toda la noche. La forma en que su
cuerpo se movía… imaginé que sería tan estupendo en la cama
como en la pista de baile. Cuando me preguntó si estaba
saliendo con alguien, pensé que me daría la vuelta y me
besaría. Pero entonces me di cuenta de por qué me lo había
preguntado. No habría bailado así conmigo si estuviera
saliendo con otra persona. En cierto modo, nuestro baile había
sido más íntimo que los besos.
Grace inclinó la cabeza, estudiándome.
—Algo te pasa. Normalmente no eres tan abierta cuando te
gusta un chico. No desde…
—No digas su nombre.
—Iba a decir “el que no debe ser nombrado”. Desde él, has
estado más… reservada.
Había intentado salir con alguien después de Owen, pero
no llegó a mucho. Me encogí de hombros, mientras jugueteaba
con sus sábanas entre los dedos.
—Lo sé, pero Landon está tan fuera de mi alcance que es
casi como enamorarse de una estrella de cine. En este caso no
corro ningún riesgo, ¿sabes? Porque es todo producto de tu
imaginación.
—Ese baile no ha sido producto de tu imaginación.
—Lo sé, pero solo ha sido un baile.
No podía explicarle a Grace el enigma que suponía
Landon, principalmente porque yo tampoco lo entendía del
todo. Pero, aunque era divertido, e incluso un poco seductor,
podía detectar esa barrera emocional que había puesto. Quería
acercarme a él, romperla, pero no sabía cómo. Ni que yo fuera
una experta en romper barreras o algo por el estilo. Yo también
había levantado mis propios muros después de lo de Owen. No
quería empezar a abrir el corazón por nadie. Pero joder, me
había encantado la forma en que Landon me había sonreído la
noche anterior. Quería verlo feliz. ¿Era acaso una locura?
—¿Quieres que te lleve al médico? —pregunté.
—No, está bien. Puedo conducir.
—Debería irme. Si llego temprano a casa de Val, acabaré
más rápido y podremos ponernos al día esta noche.
—Cuídate.
De camino a casa de Val, me bebí todo el café que había
comprado en el Starbucks de enfrente del edificio de Grace,
pero ya notaba el cansancio y apenas eran las ocho de la
mañana. Sin embargo, tenía su lado positivo. A menos que
Lori le dejara a Milo temprano para entrenar, esa era la hora en
que Landon solía salir a correr. En cualquiera de los casos, las
probabilidades de verlo con ropa de entrenamiento eran muy
altas.
Encendí la radio, esperando que algo de música ahuyentara
mi somnolencia. Habían pasado tres canciones y ya estaba
muerta de sueño. Entonces el flujo de música se vio
interrumpido por el boletín de noticias.
—Hoy llegará una tormenta desde la costa. Se esperan
fuertes lluvias y el viento puede alcanzar los cien kilómetros
por hora.
Genial. El día anterior había escuchado el informe del
tiempo y habían dicho que la tormenta no llegaría a Los
Ángeles. Vaya suerte la mía. Me quejé cuando el tráfico en La
Cienega Boulevard se ralentizaba casi hasta el punto de
pararse. No era inusual, pero tampoco lo que necesitaba,
especialmente con noticias como esas. Me obligaba a tener
que comprar suministros para cubrir el jardín de Val. La lluvia
traía consigo el riesgo de erosión cuando el terreno tenía una
pendiente. Cogí el teléfono y comprobé dónde estaba la tienda
más cercana. Luego volví a quejarme. Llegaría mil horas tarde
a casa de Val. Necesitaba una funda protectora semipermeable
para el suelo y pinchos para sujetarla. La razón por la que no
los tenía en mi mochila de provisiones era que rara vez llovía
en verano. Era muy poco habitual que lloviera en el último día
de junio.
Cuando por fin tuve el material, ya se habían formado
nubes oscuras y el viento era gélido. La tormenta iba a ser
terrible, pero entre los muchachos y yo nos las arreglamos para
asegurar todo el jardín delantero antes de que empezara el
aguacero.
El espacio frente a la puerta de Val estaba más vacío de lo
que esperaba. Era probable que estuviera en la oficina, pero
cuando me había ido el día anterior, el coche de Lori también
estaba en la entrada. Recordé en ese instante que Milo me
había dicho que ese día iban a ir al festival de Venice Beach y
que saldrían a las ocho. Pero entonces me di cuenta de que
había otra cosa que no cuadraba. Solo Jacob había llegado al
trabajo, pero no estaba trabajando. Estaba apoyado en su
coche… esperando. Se me hizo un nudo en el estómago a
causa de un temor bien conocido. Esto no estaba sucediendo.
No hoy, cuando se avecinaba una tormenta. Me sobresalté de
inmediato ante la situación, y procedí a salir del coche.
—¡Hola, Jacob! ¿Dónde está Sevi?
Me dirigió una mirada de disculpa. ¡Joder! Sabía lo que se
avecinaba.
—Lo siento, Maddie, ayer recibimos una oferta. Hoy es el
primer día de trabajo. Sevi ya está allí. Solo quería decírtelo en
persona.
Esta era la parte de mi negocio que odiaba. La gente se iba
sin más porque una obra más nueva, más grande y mejor
necesitaba trabajadores. Estaba muy enfadada, pero luché por
mantener la calma.
—Jacob, sé razonable. No puedes renunciar a mitad del
proyecto. Te pago el precio de mercado.
Se encogió de hombros.
—Este proyecto es más grande, Maddie. Durará hasta el
final del año.
—Al menos quédate hoy, así podremos asegurar el jardín
antes de que llegue la tormenta. —No pude evitar levantar la
voz. Era el último día de junio y ya les había pagado ese mes,
así que no tenía nada con qué negociar.
—No puedo, Maddie, lo siento mucho. Empieza hoy.
Tengo que estar allí para que no le den el trabajo a otro.
Se encogió de hombros una vez más, subió a su coche y se
marchó. Tenía ganas de gritar, de patalear y quizás hasta de
llorar un poco. ¿Por qué la gente era tan poco fiable? No había
forma de encontrar a alguien que me ayudara a asegurar el
jardín antes de que llegara la tormenta. Con las manos
temblorosas, cogí el teléfono y empecé a publicar ofertas de
trabajo en todos los grupos que conocía. Esto solo me
conseguiría trabajadores temporales para la próxima semana,
pero me servirían hasta que encontrara sustitutos permanentes
para Jacob y Sevi. Había una posibilidad real de que terminara
este proyecto con retraso y odiaba tener que pasar por eso.
Sabía que a Val no le importaría, pero me gustaba respetar mi
palabra, cumplir con los plazos. Por eso había llegado tan
lejos.
Solo me quedaba una cosa por hacer.
Tenía que buscar soluciones. Y pronto.
Capítulo Nueve
Landon
Venice Beach estaba exactamente como la recordaba, petada.
El festival se organizaba a lo largo del paseo marítimo, y los
puestos de los vendedores con juguetes de madera parecían
desentonar con las palmeras y la imagen de la gente cargando
tablas de surf o cócteles. Will también se reunió con nosotros
aquí.
—Si nos damos prisa, podremos pasar por todos los
puestos antes de que empiece la tormenta —dijo Lori—. No
puedo creer que vaya a llover.
Enlazó un brazo con el mío mientras nos adentrábamos en
la locura, mientras Milo iba de un puesto a otro.
—Había olvidado lo que era caminar contigo —dijo Lori
con una risa—. Me siento como si estuviéramos en un desfile.
He pillado a diez mujeres mirándote. Y eso que voy de tu
brazo. No saben que soy tu hermana.
—Creía que querías que tuviera una cita.
—Por supuesto que sí. Pero te daré un consejo de
supervivencia. Si los labios de una mujer parecen haber sido
succionados con un grifo, o no deja de consultar su teléfono
alternando la mirada entre el aparato y tú, corre en otra
dirección. A muchas les gustaría atrapar a un magnate de la
tecnología. Tu patrimonio es mayor que el de cualquiera que
haya impreso las huellas de sus manos en el Paseo de la Fama.
Tu cara ha salido en suficientes revistas como para ser
reconocible. Pero no te preocupes, yo te cubriré las espaldas.
—Soy mayor que tú. Esa tarea no te corresponde a ti.
Lori se burló, se acercó más a mí, y dijo:
—Solo te estaba recordando cómo debes jugar tus cartas
en nuestra querida “Ciudad de Ángeles”. No llevas un anillo
en el dedo que ayude a mantener a los tiburones a raya.
Incluso cuando estaba casado, el anillo nunca me había
ayudado a disuadir a las que salían a pescar un pez gordo, pero
nunca me habían interesado. En ese momento, tampoco. Mi
mente estaba centrada en Maddie.
Will se unió a nosotros quince minutos después,
poniéndome una mano en el hombro.
—¿En serio? ¿Tienes que presumir de esa placa vayas
donde vayas? —desafió Lori—. Estás fuera de servicio.
—La placa tiene sus ventajas. La gente se lo piensa dos
veces antes de intentar cualquier cosa rara.
La mirada de Lori siguió a Milo de un puesto a otro y
luego pasó su otro brazo alrededor del de Will. Todavía no
podía creer que Will formara parte del cuerpo de policía.
Había causado un gran revuelo cuando había anunciado cuál
era la elección con respecto a su carrera. De pequeño, había
tenido un notable desprecio por las reglas, incluso algunos
encuentros con la policía. Vaya contradicción. Val había hecho
tantas bromas sobre los agentes de policía que, cuando nos lo
dijo, supe con certeza que algo andaba mal. En cuanto Will se
marchó, empezó a sollozar.
«Va a tener un arma. Va a estar rodeado de tíos malos. ¿Y
si le pasa algo?».
No lo decía en voz alta, pero estaba de acuerdo con ella.
Sin embargo, si eso era lo que quería, no había nada que
pudiéramos hacer. Val esperaba que fuera una etapa, pero yo
sabía que no era así. Will estaba convencido, y cuando decidía
algo, lo llevaba a cabo, como en este caso. Estaba orgulloso de
él, aunque para mi gusto se estaba poniendo demasiado en
riesgo.
Cuando aparecieron varios nubarrones grises en el cielo,
volví a pensar en Maddie y en su voluntad de continuar con el
proyecto. ¿Consideraba el mal tiempo cuando trazaba un
calendario para un proyecto? ¿O se obstinaba en trabajar a
pesar de la lluvia? Por alguna razón, sentí que ya sabía la
respuesta.
—Esta vez han acertado con ese aviso de tormenta —dije.
—¿Aviso de tormenta? —preguntó Will.
Lori asintió.
—Lo han anunciado esta mañana. Me pregunto si tendrá
un impacto en todo el asunto de las reformas.
—Lo consultaré con Maddie cuando llegue a casa —le
aseguré. Lori levantó una ceja sin poder disimular una sonrisa
cómplice.
—Cuéntanos, ¿qué otros planes tienes hoy, Landon?
No dijo «además de ver cómo está Maddie» en voz alta,
pero capté el sentido de la pregunta.
—He quedado con Craig y su mujer antes de la cena. Craig
era uno de nuestros amigos más antiguos de la infancia.
—¿Entonces estás libre después de la cena? Tal vez
debería invitarte a salir —bromeó Lori.
—¿Qué pasa? ¿No has tenido suficientes burlas de
hermano mayor por mi parte? —respondí con soltura,
intentando no sonreír.
Entrecerró los ojos y me miró como si estuviera
amenazándome.
—¿Así es como quieres jugar?
Levanté una mano y dije:
—Estoy jugando limpio. Solo uso tácticas turbias con la
gente que no comparte nuestra sangre.
—Siempre dices lo mismo —murmuró ella.
—Puedo ayudar con eso —dijo Will—. ¿Sobre qué te has
burlado de ella? Yo entro en la categoría de hermano mayor.
—Colega, entre los hermanos mayores de la familia, eres
el tercero —dijo Lori—. Eso de ninguna manera te da derecho
a entrar en la categoría de hermano mayor. Tampoco a la de
hermano menor. Entras en la misma categoría que yo: ni fu, ni
fa.
Tenía razón. Jace era el más joven, seguido por Hailey.
Luego venían Lori y Will. Pero yo sabía por qué Will se sentía
parte de la pandilla mayor. Cuando Val y yo trabajábamos en
el pub, a menudo cocinaba la cena para Lori, Hailey y Jace, y
los ayudaba con los deberes.
Había echado de menos bromear con mis hermanos
después de mudarme.
—Val y Landon son gemelos. Técnicamente, yo soy el
segundo mayor —dijo Will.
Lori arrugó la nariz, señalándonos a Milo, que se había
adelantado y estaba dos puestos más adelante, y luego dijo:
—Los tecnicismos no me valen, como tampoco me vale tu
placa.
—Sin embargo, te vale para cuando me pides que invente
reglas falsas para Milo. ¿Recuerdas la vez que me hiciste
decirle que podía arrestarlo por comer demasiadas chuches?
—Bueno, es fácil echarle eso en cara. Él es un gran devoto
de las insignias. Y yo soy una gran devota del fudge de
chocolate. —Sonrió, señalando un puesto—. Yo invito.
—No hace falta que… —empezamos a decir Will y yo,
pero ella nos cortó.
—Yo invito. No hay nada que negociar. Es en
agradecimiento por haberme acompañado hoy.
Media hora después, se desató el chaparrón. Conseguimos
ponernos bajo un toldo justo a tiempo. Esperamos un poco,
luego otro poco más, pero no había señales de que fuera a
parar. Le envié un mensaje de texto a Maddie, pero no me
respondió. Estaba cada vez más inquieto por la preocupación.
¿Estaría fuera bajo la lluvia?
Cuando quedó claro que el chaparrón continuaría, me
despedí de Lori, Will y Milo y llamé a un taxi. Volví a enviar
un mensaje a Maddie, pero no obtuve respuesta alguna. La
lluvia era tan espesa que prácticamente no se podía ver nada
por la ventana. El tráfico era una pesadilla. Tardé horas en
llegar a la casa.
Cuando salí del taxi, vi que solamente el coche de Maddie
estaba aparcado. Atravesé la puerta de entrada y exploré el
terreno. La lluvia me empapó en segundos. Tuve que usar la
palma de la mano como protección sobre mis ojos para evitar
que la lluvia me apuñalara los globos oculares. Todo el jardín
parecía cubierto por una especie de lona de plástico. Solo el
sendero de madera estaba descubierto. No vi a Maddie, y eso
me alivió un poco. Pero cuando terminé de escudriñar el jardín
delantero, un movimiento en el extremo izquierdo llamó mi
atención.
Gruñí. Allí estaba ella, con sus manos maniobrando el
extremo de la lona. Y estaba… ¿discutiendo consigo misma?
No podía asegurarlo, pero estaba hablando y sacudiendo la
cabeza, y no había nadie alrededor. Me dirigí directamente
hacia ella.
—¿Qué haces aquí fuera? —Le toqué el hombro, pero aun
así se sobresaltó y se dio la vuelta.
—Tengo que asegurar la cubierta con piquetas —explicó.
—¿Dónde están los muchachos?
—Han renunciado.
—Maddie, vamos a entrar. Puedes terminar esto cuando la
lluvia amaine un poco.
Negó con la cabeza.
—Si no aseguro esto, hay riesgo de que la lluvia desplace
la tierra.
Por lo que pude ver, había piquetas en intervalos regulares.
Me pareció que la cubierta estaba muy bien asegurada.
—Maddie, estás empapada. Y yo también.
—Pues entra. No he acabado.
Siguió tanteando con una piqueta, y yo le sujeté las
muñecas, mirándola fijamente.
—Maddie, deja de ser tan cabezota, o te juro que te cargaré
por encima del hombro y te llevaré dentro.
Sacudió una mano para zafarse de mi agarre y luego
levantó el dedo en señal de advertencia.
—Es que no lo entiendes.
Pero yo sí lo entendía. Conocía esa necesidad febril de
seguir arreglando todo lo que podía mientras un problema se
iba agravando hasta quedar completamente fuera de tu control.
Se me presentaban situaciones como esas al menos dos veces
al mes en la oficina, y haciendo el esfuerzo siempre había
podido resolverlas. Pero no iba a dejar que Maddie pillara una
neumonía.
Intentó zafarse de mi agarre con la otra mano, pero yo
apreté los dedos sobre su piel. Estaba escudriñando su cuerpo,
sopesando cuál sería la forma más fácil de echármela por
encima de los hombros, cuando exclamó:
—Dios mío, de verdad que me vas a echar por encima del
hombro.
—Sí.
Dejó caer la piqueta que aún sujetaba en la mano que yo
tenía cautiva y empezó a caminar hacia la casa. Caminé a su
lado, soltándole la mano, pero manteniendo la mirada fija en
ella por si cambiaba de opinión. Cuando salimos de la lluvia y
llegamos al porche, le eché un buen vistazo. Su camisa gris
estaba empapada y, al volverse transparente, podía ver su
sujetador negro y la curvatura de sus pechos, donde la tela
dejaba paso a la piel. El deseo de tocarla y saborearla se
apoderó de mí. Me pregunté si llevaría bragas que hicieran
juego, aunque no tuve que preguntármelo mucho. Sus
pantalones —no vaqueros, sino de una tela más fina— estaban
tan transparentes como su camisa. Llevaba un tanga negro. El
fino trozo de tela de la parte trasera le pasaba por encima de la
raja, dejando a la vista sus redondos cachetes. Me ardían los
dedos por el impulso de quitarle el tanga para luego tocar y
lamer todos los lugares que habían estado tapados.
—Eres increíble. —Se quitó la goma del pelo y escurrió el
agua de sus mechones rubios antes de girar para mirarme.
Acercándose, me clavó un dedo en el pecho—. Increíble. ¿A
quién se le puede ocurrir hacer eso?
—¿A quién se le puede ocurrir quedarse fuera bajo una
lluvia torrencial? —contesté, tratando de ignorar el rayo de
calor que me había hecho sentir su contacto.
—A alguien que quiere terminar un trabajo. —Me volvió a
empujar con el dedo y le cogí la muñeca porque si me tocaba
una vez más, no iba a poder hacerme responsable de mis actos.
Su boca estaba tan cerca. Era rosada y carnosa, y supe que
también sería suave y dulce. Se lamió el labio inferior, con la
mirada clavada en mi camisa. Cuando nuestros ojos se
encontraron, llevó su mano libre a mi pecho, y exhalé
bruscamente.
Me incliné y capturé su boca. Ella separó sus labios con un
suspiro, permitiéndome la entrada. ¡Vaya sabor! Podría
volverme adicto a él, a la forma en que se entregaba a mí, sin
restricciones ni reservas. Le solté la muñeca y llevé una mano
a su cintura, le sujeté el pelo con la otra y le incliné la cabeza
para poder explorar mejor su boca. Bajé la mano de su cintura
y le cogí el culo, atrayéndola contra mí. Gimió en mi boca
cuando le presioné el vientre con mi erección.
Iba a besarla hasta hacerle temblar las piernas.
***
Maddie
El contacto fue electrizante, activó cada nervio de mi cuerpo.
Sus labios encajaban perfectamente con los míos. El pelo de su
mandíbula me raspó ligeramente la piel, pero me gustó. Me
gustó aún más cuando me empujó hasta que sentí una pared
sólida detrás de mí. Eso sí que era estar entre la espada y la
pared. No me importaría tener que resolver situaciones como
estas más a menudo. Me encantaba estar atrapada por su
poderoso cuerpo, sin otra opción que rendirme completamente
a su beso. ¡Y vaya beso! Nadie me había besado así, nunca.
Me exploraba y me palpaba, nuestras lenguas estaban
entrelazadas en una danza salvaje hasta que sentí que un fuego
líquido fluía por mis venas. Profundizó el beso, reclamando
más, y luego intensificó el ritmo como si le estuviera haciendo
el amor a mi boca. El calor se acumuló en mi cuerpo. Cuando
un profundo gemido resonó en su pecho, mis rodillas
flaquearon. Como si lo percibiera, me cogió por la cintura con
ambas manos, que eran fuertes y firmes. Tenía el
presentimiento de que era ese tipo de hombre que se
mantendría fuerte y firme pasara lo que pasara, que nunca me
dejaría caer.
—Maddie —susurró, una vez que se apartó para que
pudiéramos tomar un muy necesario respiro. Le miré fijamente
a los ojos. Sus pupilas estaban dilatadas, sus párpados
semicerrados. El deseo lo invadía, lo que me impedía pensar
claramente.
En ese segundo, nada parecía más importante que volver a
sentir sus labios sobre los míos. Cuando se inclinó de nuevo, le
agarré del cuello de la camisa y lo atraje hacia mí. En cuanto
nuestros labios se tocaron, me sentí exaltada, atrapada por su
magia una vez más. Esta vez, dimos un paso más, besándonos
con más furia, con más pasión. Me pasó las manos por debajo
del culo y me levantó. Cuando mi centro chocó con su
erección, le apreté el pelo. Nos chocamos el uno contra el otro,
la tensión que habíamos acumulado la noche anterior pedía ser
liberada. Incluso a través de todas las capas de ropa, la fricción
era intolerable. Noté que estaba empapada entre las piernas.
Cuando empujó la punta de su erección contra mi clítoris,
estuve a punto de correrme. Sí, con la ropa puesta y todo.
Pero entonces algo hizo que mi mente se dispersara, y
aparté mi boca de la suya. Miré a mi derecha, y Landon apoyó
su frente en mi sien, su cálido aliento se posaba en mi oreja. A
pesar de tener la ropa empapada, estaba ardiendo. Me bajó al
suelo y nos quedamos así, entrelazados y respirando con
dificultad, hasta que el frío volvió a subir por mi columna
vertebral, haciéndome temblar.
Landon dio un paso atrás y se pasó una mano por el pelo.
Pequeñas gotas de agua salpicaron todo alrededor. Sin la
proximidad de su cuerpo, el frío se apoderó completamente de
mí. Me pasé las manos por los brazos, pero no sirvió de
mucho.
—Deberías cambiarte la ropa mojada.
Suspiré.
—Solo tengo una muda de ropa. No quiero que también se
empape.
—No te dejaré volver a salir en medio de la lluvia.
—¿Qué vas a hacer para que no me vaya, besarme más?
Se le encendieron los ojos.
—No creas que no sería capaz de hacerlo.
Tragué con fuerza, tratando de decidir lo que iba a hacer.
De verdad que tenía que cambiarme de ropa.
—Si no quieres ponerte la tuya, te buscaré algo en la
habitación de Val —dijo.
—No me parece apropiado —repliqué.
Apareció un brilló en esos ojos verdes.
—Para que te quede claro. Sea la ropa de Val o la tuya,
debes cambiarte, no voy a dejar que cojas una pulmonía. Así
que dime, ¿qué vas a hacer?
Sintiendo la necesidad de moverme, empecé a deambular
por el porche. El frío me calaba los huesos.
Landon se aclaró la garganta y me dijo:
—Tu ropa se ha quedado completamente traslúcida.
Dejé de deambular, miré mi pecho e inmediatamente me
crucé de brazos. Joder. Esto explicaba por qué me había estado
mirando como si fuera a comerme antes de besarme. De
hecho, todavía conservaba esa mirada en los ojos. Fui invadida
por la vergüenza. Me sentí desnuda.
—¿Por qué no me lo has dicho antes? Habría salido antes
de la lluvia.
—No creí que fueras a sacrificar tu ética de trabajo por
cualquier cosa.
Landon sonrió, y una risa brotó de mí.
—Si hubiera sabido que el precio era enseñarte mis tetas,
lo hubiera hecho. Tengo prioridades.
—Estás mostrando más que eso. —Tragó con fuerza, y de
repente recordé que no llevaba vaqueros. Me miré los
pantalones. Eran transparentes. Como hoy llevaba un tanga,
también había estado exhibiendo mi culo delante de Landon.
Cuando levanté la vista, ni siquiera me atrevía a mirarlo a
los ojos.
—Iré a ducharme y a ponerme la muda.
Asintió y pude percibir cómo me seguía con la mirada
cuando entramos en la casa. Recogí la mochila del vestíbulo,
me la colgué del hombro y me dirigí al baño.
Me di una larga y caliente ducha, pero todavía me vibraba
el cuerpo por la adrenalina. Mi cabeza estaba tan ocupada con
Landon y su beso que no podía centrarme en otra cosa. Me
pregunté si se estaría duchando en ese momento. Después de
todo, él también estaba empapado. La mera posibilidad de que
estuviéramos desnudos al mismo tiempo me alteraba los
sentidos.
Salí del baño con ropa limpia, sosteniendo la usada delante
de mí con ambas manos. La había escurrido, pero aún estaba
húmeda. Necesitaba una bolsa de plástico para envolverlas
antes de meterlas en mi mochila. Al acercarme al salón, oí la
voz de Landon.
—Adam, reenvíame todo el intercambio de correos
electrónicos y lo decidiré por mí mismo. —Hubo una pausa, y
luego añadió—: Por supuesto que confío en ti, pero no me
gusta tomar decisiones conociendo solo la mitad de la
conversación.
Disminuí el ritmo, no quería sorprenderle en medio de una
llamada telefónica. Apoyada en la pared, cerré los ojos y
sonreí mientras reproducía el beso en mi mente y la pasión que
contenía. Era el resultado de toda la tensión que habíamos
acumulado la noche anterior durante nuestro baile.
Necesitábamos liberarla. Ya podía volver a soñar despierta con
él de la misma manera que se sueña despierta con una estrella
de cine.
Cuando no le oí hablar más, fui a la sala de estar. Él
también se había cambiado y una imagen suya en la ducha
apareció en mi mente. Joder. Quizás podría volver a soñar con
él sin correr ningún riesgo el lunes, cuando el recuerdo del
beso se disipara, cuando ya no pudiera sentir su sabor en mis
labios. De momento, tenía que poner algo de distancia entre
nosotros.
—Necesito una bolsa de plástico para la ropa o se me
mojará la mochila —dije.
—Claro. Vamos a la cocina a por una.
Mientras él buscaba y se agachaba para revisar los cajones
inferiores, yo hacía lo posible por no mirarle el culo.
Pensándolo bien… ¿por qué no? Ya había determinado que ese
día era una excepción. ¿Por qué no echar un buen vistazo al
culo de Landon mientras pudiera? Era musculoso, fuerte…
Por desgracia, encontró una bolsa de plástico demasiado
rápido. Se la quité, intentando no tocar sus dedos. Ya estaba
nadando en aguas peligrosas por culpa de mis traviesos ojos;
quién sabía lo que su contacto podría incitarme a hacer.
—Bueno, será mejor que me vaya. —Apreté la bolsa de
plástico llena de ropa contra mi pecho—. He comprobado el
informe meteorológico y va a seguir lloviendo. He sujetado la
cubierta al suelo, así que no debería haber problemas.
—Pues entonces, ¿por qué te has empeñado en quedarte
bajo la lluvia para acabar lo que estabas haciendo?
—Bueno, me estaba pasando un poco, quería reforzar
algunos lugares poniendo dos piquetas, pero esto no es un
tornado, solo una tormenta, así que no es realmente necesario.
Puedo llegar a… perderme un poco en mi cabeza cuando las
cosas se van a la mierda. Gracias por sacarme de allí.
—Yo también hago eso cuando las cosas se ponen feas.
Me quedo atrapado en mi mente.
—¿Quién te ayuda a salir?
—Nadie. —Landon se encogió de hombros, y pude
imaginarlo en su despacho hasta altas horas de la noche, con
su brillante mente trabajando incesantemente en la búsqueda
de una solución. Se empeñaba en salvar a todos los demás,
pero quizás necesitaba salvarse un poco a sí mismo.
—Maddie, dime que no te marchas por habernos besado.
—¡Claro que no! Nunca huyo de los problemas.
Pero evitaba las tentaciones… especialmente cuando
venían en la forma de Landon Connor. Algunos podrían decir
que era una actitud de cobarde. Si tenían mejores tácticas para
no querer tirarse a un hombre después de que te acabara de
besar como si fuera lo último que hiciera en su vida, estaría
feliz de poder escucharlas.
Sonrió.
—¿Soy un problema? La verdad que nadie me ha llamado
así.
—¿Tienes a todo el mundo andando con pies de plomo a tu
alrededor?
—Yo lo llamo liderazgo estricto.
—Algunos podrían optar por llamarlo dictador.
—Depende de a quién le preguntes. —Se rió en voz baja,
abrió la boca de nuevo, pero entonces sonó su teléfono. Lo usé
como excusa para marcharme.
—¿Podrías decirle a Val que me he ido temprano por la
lluvia? Prometo que volveré con un equipo completo el lunes.
Y voy a tomar prestado uno de sus paraguas.
—Le transmitiré el mensaje.
Señalé el teléfono que tenía en la mano.
—Y eso tiene que acabar. No hagas que falle en mi trabajo
de espía. No puedo ocultárselo a Val eternamente.
Con una amplia sonrisa, se acercó.
—Pues yo creo que sí. Somos buenos guardando nuestros
secretos, ¿o no, Maddie?
Estaba demasiado cerca y el olor a jabón fresco de su piel
me nublaba la mente. Parpadeé un par de veces y me aparté
con indiferencia. Sin saber qué responder —o si responder
siquiera—, le saludé con la mano. Con la mano.
—Conozco la salida. Sé dónde están los paraguas.
Asintió mientras su teléfono volvía a sonar. Pude oír su
voz mientras me dirigía rápidamente hacia el vestíbulo, cogí
un paraguas rosa con estrellas plateadas estampadas y salí. En
el porche, miré instintivamente a mi derecha. El simple hecho
de ver la pared contra la que me había besado me producía un
cosquilleo en las yemas de los dedos. Todavía podía recordar
cada uno de los detalles de aquel beso.
Tenía la sensación de que no los iba a olvidar hasta el
lunes.
Capítulo Diez
Landon
Adam pasaba de puntillas a mi alrededor y eso me cabreaba.
La única conclusión lógica era que las cosas no iban tan bien
como esperábamos, pero tampoco eran lo suficientemente
graves como para justificar mi regreso. Me había llamado para
ponerme al corriente de los acontecimientos de la semana,
incluido el hecho de que Sullivan, el propietario de la empresa
con la que nos estábamos asociando, estaba tardando mucho
en firmar los papeles.
No estaba cumpliendo con los términos que habíamos
acordado y, encima, estaba haciendo peticiones adicionales.
Adam me dijo que no me había enviado ningún correo
electrónico porque él podía encargarse de todo y no quería
fastidiarme las vacaciones. Yo confiaba en él, pero no quería
quedarme al margen de las conversaciones.
Hicieron falta dos llamadas telefónicas más, casi
amenazantes, para que Adam finalmente me enviara todo el
intercambio de correos con Sullivan. Sentado en el sillón bajo
la ventana, navegué a través de mi móvil, analizando cada
palabra. Era frustrante y prolongaría el proceso unas cuantas
semanas, pero así eran las cosas.
Sin más remedio que admitir que Adam había tenido
razón, dejé el teléfono en la pequeña otomana junto al sillón.
Adam iba a poder encargarse del tema. No justificaba mi
interferencia, y mucho menos tener que regresar antes a San
José. Gracias a Dios.
Rachel y yo habíamos albergado grandes sueños con DBC
Payment Solutions. Aunque ella había estado trabajando como
profesora y no había formado parte de la empresa, siempre la
había animado. Hasta ahora, había superado nuestras
expectativas, pero todo el éxito parecía… vacío. Por primera
vez en años, no tenía ganas de volver a San José. Quería
quedarme más tiempo en Los Ángeles. Pasar más tiempo con
Maddie. No dejaba de pensar en ella. ¡Joder, cómo se había
entregado a mí! Todavía podía sentir su calor. Su delicioso
sabor y sus encantadores gemidos habían quedado grabados en
mi memoria.
Me levanté y salí al exterior. Seguía lloviendo, así que me
dediqué a pasear por el porche, medio esperando que Maddie
cruzara la puerta principal. Aunque estaba de vacaciones,
aunque ya no era un buen candidato para formar un
matrimonio, ni para ningún otro tipo de pareja, quería a
Maddie. La deseaba mucho. Era como si el hecho de haberme
permitido probar a Maddie hubiera abierto una puerta a otros
deseos a los que me había estado negando.
—Maldita sea, ¿ha llegado el gran diluvio o qué?
Parpadeé y vi a Val subiendo a toda prisa al porche. La
lluvia había disimulado el sonido de sus pasos. Agitó su
paraguas, temblando.
—No puedo dejar esto aquí fuera para que se seque, el
viento se lo llevará —murmuró, y observando el jardín, agregó
—: Oh, Maddie ha cubierto el suelo.
—Sí, ha dicho que esto debería evitar que la tierra se
desplace. Se ha marchado hace un rato.
Val asintió.
—Espero que no se haya empapado, pobrecita.
«Vaya, eso sí que había sido un espectáculo», pensé.
—¿Todo bien, Landon? —preguntó ante mi silencio.
Controlé mi expresión para no parecer ni demasiado
ansioso ni demasiado culpable.
—Sí, claro.
Se cruzó de brazos, apoyándose en el mismo lugar en el
que había besado a Maddie. Si superaba esta conversación sin
delatarme, era merecedor de un Oscar. Tanto bromear con
Maddie acerca de ser capaz de guardar un secreto, cuando yo
era el eslabón más débil. Val era mi gemela. Siempre
habíamos tenido un vínculo muy fuerte. Al crecer, a menudo
nos uníamos contra nuestros padres como el par de bandidos
que éramos. Habíamos dominado el oficio de salir a
escondidas cuando teníamos once años, y requería una
cooperación perfecta. Pasamos ese oficio a nuestros hermanos,
lo que se volvió en nuestra contra cuando fuimos nosotros los
que tuvimos que encargamos de ellos. Eso requirió aún más
unión y cooperación entre Val y yo. Contarnos todo había sido
una forma de descargarnos, además de una necesidad. Era
habitual que nuestros hermanos me contaran una historia a mí
y otra a Val, con la esperanza de salir airosos de una situación
complicada. Como nosotros habíamos sido los inventores de la
táctica, nos dimos cuenta muy pronto.
No estaba acostumbrado a usar filtro ante Val.
—Hoy estás diferente. —Entrecerró los ojos, señalándome
la cara con un dedo—. ¿Has recibido buenas noticias de la
oficina o algo así?
—No, todo lo contrario. Hay más problemas de los que
preveía con la fusión. He revisado algunos correos
electrónicos…
—¡Ajá! —Se separó de la pared y se puso las manos en las
caderas, tenía el paraguas bajo un brazo y el bolso colgado en
el otro—. ¿Has estado respondiendo correos electrónicos? Eso
es un pozo sin salida.
Al menos no se había dado cuenta de lo otro. A veces se
gana, a veces se pierde. Pero quería dejar claro un punto.
—No soy un niño, Val. No necesito que me controles en
mis vacaciones.
Se acercó a mí y me acarició la mejilla.
—Claro que lo necesitas, Landon. Esa es la gracia de tener
una hermana que te conoce como la palma de su mano. Te
encantaba equilibrar tu vida laboral con la personal. Hasta
solías sermonearme sobre ello. ¿Me equivoco si asumo que
estás inclinando ese equilibrio hacia el lado del trabajo para no
sentir lo vacía que se ha vuelto tu vida?
Parpadeé ante su mirada. Era imposible ocultarle algo a
Val.
—No te equivocas.
Asintió de manera sensata.
—Entonces no vuelvas a hacerlo mientras estés aquí.
Tómate un tiempo. Lo necesitas. Créeme, no te estoy dando la
lata sin motivo.
Me reí.
—De modo que, siempre que tengas un motivo, ¿podrás
darme la lata sin más?
—Bueno, soy tu hermana. Eso significa que puedo dar la
lata por defecto, y salirme con la mía.
Sonrió de manera pícara y se sentó en el pequeño banco
que había entre las dos ventanas, mirando la lluvia.
—¿Qué haces en casa tan temprano?
—Tengo una videoconferencia esta tarde y me pareció
mejor hacerla desde casa. —Frunció el ceño y miró hacia el
jardín.
—¿Pasa algo?
Val se encogió de hombros.
—No, solo estoy un poco nerviosa. ¿Recuerdas el cliente
potencial del que te había hablado?
—¿El que quiere que desarrolles una línea exclusiva de
fragancias y lociones para sus tiendas?
—Sí. Su equipo llegará en avión el 5 de julio para la
presentación de mi propuesta. Tengo que convencerle. Esto
sería un gran trato, Landon. El mayor de mi vida.
—Lo sé.
El cliente del que hablaba tenía grandes almacenes de alta
gama en todo el mundo. Eso haría que su empresa tuviera
presencia internacional.
—Puedo revisar esa presentación contigo si quieres, para
darte algunas opiniones.
Se enderezó, sus ojos brillaban de emoción, pero negó con
la cabeza de inmediato.
—No, no puedo hacerlo. Estás de vacaciones.
—Es una oportunidad única en la vida.
Apenas conseguí contener una carcajada mientras la veía
luchar consigo misma.
—Te lo enseñaré mañana. —Echó un vistazo a la
propiedad—. No veo la hora de que el jardín esté listo.
—Me habías dicho que Maddie también había arreglado el
jardín del edificio de tu oficina, ¿no?
—Sí. Y no podría haber tomado una mejor decisión. Cada
vez que siento que mi cabeza va a explotar, voy a dar un paseo
allí. Es increíble.
—Son proyectos grandes para una empresa de una sola
persona, por más que pueda contar con trabajadores
ocasionales —dije, y me aparté del borde del porche porque el
viento había cambiado y la lluvia me estaba golpeando la cara.
—Ha dicho que planea contratar un equipo a tiempo
completo en cuanto su hermana termine la carrera de Derecho.
Claro, porque era ella quien pagaba la matrícula. Por eso
hacía el trabajo de varias personas. Quería cuidar de esa mujer,
asegurarme de que no tuviera ninguna preocupación. Y ni
siquiera era mía. Estaba dispuesto a cambiar eso.
Capítulo Once
Maddie
Pasé el fin de semana mimando a Grace, a quien el médico le
había dicho que era mejor que se quedara en casa y descansara
mucho mientras tomaba la medicación contra la gripe. El lunes
por la mañana, me presenté en casa de Val con dos
trabajadores nuevos. Me había dado cuenta de que podría
contar con ellos únicamente de forma temporal con solo
verles. Como mucho, calculé que iban a trabajar para mí
durante una semana, pero ya había lanzado una amplia
búsqueda y confiaba en que iba a encontrar a las personas
adecuadas muy pronto.
—Ben, Derek, voy a poneros rápidamente al tanto del
proyecto y luego os contaré sobre lo que haremos hoy. —
Aunque el día siguiente era 4 de julio y no íbamos a trabajar,
quería que empezaran ese día para poder instruirlos.
Ben sonrió.
—Claro. Este es un terreno muy grande.
Derek estaba inspeccionando la cubierta del suelo.
—Has hecho muy bien en cubrir esto, de lo contrario
hubiéramos tenido que lidiar con un gran problema.
Después de instruirlos en sus tareas, me dispuse a
inspeccionar si la tormenta del fin de semana había causado
algún daño. Al mismo tiempo, espiaba la casa con el rabillo
del ojo. No había movimiento alguno y, cuando entré para
dejar mi mochila, no había rastro de Landon. No pude evitar
tener un sentimiento de decepción. Me había acostumbrado a
esa dosis diaria de guapura masculina. Sobre todo, había
contado con ello para empezar mejor la semana.
Aquel lunes ya era peor que cualquier otro, y cualquier
excusa era buena para poder pasarlo de la mejor manera. Solo
para estar completamente segura de que no estaba, me dirigí al
jardín trasero. Nop. Había perdido la oportunidad de ver a
Landon salir para su carrera diaria. Quizás volviera más tarde
para su entrenamiento con Milo.
«Menos mal que Landon no está», pensé. ¿Me sentía
atraída por él? Claro que sí. No solo porque era más sexy que
cualquier otro hombre que hubiera visto, sino porque
realmente me gustaba estar cerca de él. Me hacía reír. Me
gustaba hacerle reír. Sin embargo, por miles de razones, no
me parecía que fuera el hombre para mí.
Me centré en ellas a medida que retiraba la lona.
No solía estar demasiado sexy en el trabajo, pero
desenganchar piquetas de madera de una tierra relativamente
seca hizo que aquel lunes fuera particularmente desastroso.
Para cuando se hicieron las diez, tenía las botas llenas de
barro. Dos horas más tarde, ya tenía barro hasta en los dientes.
—Jefa, vamos a tomarnos el descanso del almuerzo —
anunció Ben algún tiempo después.
Me levanté, estirando el cuello.
—¿Qué hora es?
—Casi la una. ¿Quieres almorzar con nosotros? Mi chica
ha preparado suficientes bocadillos para alimentar a tres tíos
como yo.
—No, gracias. Disfrutad de vuestro almuerzo.
—Estaremos justo fuera de la puerta principal en mi coche
—dijo Derek.
Cuando se marcharon, suspiré, tratando de no pensar que
Landon y yo comíamos a la una en punto todos los días desde
que él había llegado.
Acababa de dar la espalda a la puerta principal cuando oí
que se abría. Supe sin mirar que era Landon. Fue como si mi
cuerpo reaccionara a su mera presencia. Me empezó a palpitar
el corazón y se me aceleró el pulso. No levanté la vista hasta
que estuvo a mi lado. Vaya. Llevaba un traje, y le quedaba tan
bien que estaba segura de que estaba hecho a medida.
Levantó una bolsa de comida para llevar.
—¿Almorzamos?
Haciendo uso de toda mi capacidad de autoconservación,
di un paso atrás. Pero no antes de oler la bolsa de comida para
llevar.
—¿Son burritos?
—Con extra de queso y guacamole, tal y como te gusta.
No puedes rechazarlos.
—Claro que puedo —bromeé, aunque no podía creer que
hubiera comprado burritos, que hubiera prestado tanta
atención a nuestra conversación—. No eres mi jefe.
Me dedicó una sonrisa tan perfecta que podría jurar que mi
ropa interior estaba ardiendo.
—Almuerza conmigo, Maddie.
¡Genial! Estaba usando el mismo tono que cuando me
había dicho que rompiera las reglas con él aquella noche en el
Lucky Bar. Supe, sin que ninguno de los dos lo dijera en voz
alta, que aquello —nuestra necesidad de estar juntos— era
romper otra regla.
Parecía ser aún más permeable a él después de nuestro
beso. Pero el tío llevaba un traje y me había traído mi comida
favorita. Podía darme el lujo de tener mi dosis diaria de
apreciación del hombre sexy y disfrutar de un burrito al mismo
tiempo. ¿Cómo iba a decir que no?
—Vamos a la cocina —dije.
Me quité los zapatos antes de entrar en la casa y seguí a
Landon hasta la cocina. En cuanto entramos, sentí que las
paredes nos apretaban, obligándonos a estar todavía más
juntos. Estaba pendiente de cada movimiento de Landon. Se
quitó la chaqueta del traje y la colocó en el respaldo de un
asiento. Las mangas de su camisa estaban remangadas hasta
los codos. Lo que la imagen de esos antebrazos llenos de
músculos me había producido no tiene nombre…
—Traeré algunos platos —ofrecí, abriendo uno de los
compartimentos superiores de donde Landon había cogido
platos la semana anterior. Mi memoria me había jugado una
mala pasada porque solo encontré vasos.
—Este es el de los platos. —Landon se acercó por detrás
de mí y abrió el compartimento a mi derecha para coger dos
platos. Cuando bajó el brazo, su codo rozó el lado de mi
pecho. Un cosquilleo hizo que se me erizara la piel, avivando
un fuego en lo más profundo de mi ser. Sentí su intensa
exhalación contra un lado de mi cabeza y me di cuenta de que
estaba agarrando la encimera sin motivo alguno. Lo solté
cuando Landon dio un paso atrás y nos dirigimos a la pequeña
mesa de la cocina. Me senté frente a él, asegurándome de que
nuestras piernas no se tocaran bajo la mesa. La habitación
parecía haber reducido su tamaño en los últimos segundos,
pero sospechaba que cualquier espacio parecería pequeño ante
semejante tensión sexual.
—Oye, ¿cuándo vas a entrenar a Milo hoy? —pregunté.
—Hoy no vendrá. Está en casa de un amigo.
—Ah, vale. ¿Qué has hecho hoy? —Le di un bocado a mi
burrito, saboreándolo.
—Me he reunido con un viejo amigo del cole.
Me tragué el bocado rápidamente.
—¿Te reúnes con tus amigos llevando un traje?
—Podría haber sido una reunión de negocios también, así
que me he vestido como un ejecutivo informal.
—¿Cuál es la parte informal?
Señaló las mangas remangadas con una sonrisa.
—¿Cuál es el código de vestimenta para las reuniones
estrictamente de negocios?
—Gemelos.
Bueno, esperaba no tener que ver nunca esa imagen. No
había nada más sexy que los gemelos. No todos los hombres
podían lucirse con ellos, pero sospechaba que Landon los
llevaba muy bien.
Charlamos sobre su amigo mientras comíamos. Se había
casado con su novia del instituto y estaban a punto de tener su
tercer hijo.
—Es como un cuento de hadas hecho realidad, ¿no? Qué
suerte que se hayan encontrado tan rápido. No han tenido que
andar besando ranas para descubrir al príncipe… o a la
princesa.
—¿Cómo es que tú sigues soltera, Maddie?
—Más de la mitad de la población lo es.
—No me importan ellos. Quiero saber de ti —dijo y apoyó
los codos en la mesa, con un brillo en los ojos—. Vamos, ya
conoces todos mis más profundos y oscuros secretos.
Comparte algunos de los tuyos.
—Bueno, técnicamente Val ha sido quien me ha contado
todo sobre ti.
—Entonces, ¿prefieres que se lo pida a ella? —desafió,
provocándome una risa.
—No tengo ninguna razón profunda y oscura para estar
soltera. Estuve a punto de casarme con ese ex del que te he
hablado, por quien que me mudé a Los Ángeles.
—¿Qué ha pasado?
Noté que tenía la mirada clavada en mí mientras mordía mi
burrito y lo masticaba con cuidado.
—Él también era arquitecto. Estudiamos juntos. Luego se
especializó en edificios, y yo en paisajismo. Tuvo mucho
éxito. Todo ese éxito lo convirtió en un gilipollas. Trabajaba
en un montón de edificios de primer nivel, y hasta con Warner
Bros. en algunos sets de rodaje. Con el paso del tiempo se
volvió más irrespetuoso conmigo, haciendo comentarios
sarcásticos de vez en cuando. Pensé que era el estrés del
trabajo lo que le afectaba. Resulta que simplemente pensaba
que yo estaba por debajo de él.
—¿Qué?
—Sí. Una noche le hablé de un nuevo proyecto y me dijo
que había perdido todo el tiempo que había dedicado a la
carrera de arquitectura para ser una simple jardinera. Le
pareció que no era lo suficientemente ambiciosa.
La mirada de Landon se volvió dura.
—¿Te dijo eso?
—Y más. Dijo que cuando me llevaba a los premios que
recibía, se sentía… avergonzado. Que estaba claro que yo no
quería más de la vida y que lo iba a arrastrar a él. Puse fin a
nuestro compromiso de inmediato. Parecía casi… aliviado.
—¿Por qué no lo dejaste antes al capullo?
Se me calentó todo el cuerpo ante la indignación de su
tono.
—Nadie es perfecto. Creía que si nos esforzábamos mucho
podríamos conseguir que funcionara.
—Estar en una relación no debería ser tan difícil, Maddie.
Apareció una pregunta en mi mente, pero no estaba segura
de si era apropiada. Al final, me ganó la curiosidad.
—¿Siempre fue fácil para ti y Rachel?
Esperaba que se pusiera tenso al oír el nombre, pero se
limitó a echar la cabeza hacia atrás, como si recordara algo.
—Tuvimos nuestras peleas, como todas las parejas, pero
definitivamente no fue trabajoso.
—¿Os conocisteis en Los Ángeles o en San José?
—Aquí. La conocí cuando empezaba a montar la empresa
de software, y congeniamos enseguida. Vivimos unos años
preciosos juntos antes de que enfermara.
—¿Qué le pasó?
—Tumor cerebral. Es una enfermedad cruel. Lo
descubrimos tarde, pero los médicos dijeron que, de todas
formas, no podrían haber hecho mucho si lo hubieran
detectado antes.
—Lo siento.
—Gracias. A veces no puedo creer que ya hayan pasado
cuatro años desde que murió. —Miró al horizonte y luego
negó con la cabeza—. Pero volviendo a tu ex. Ese tipo parece
un gilipollas. Si te miraba y lo único que veía era alguien que
lo hundiría, no te merecía. ¿Quieres saber lo que yo veo?
—¿Qué? —susurré.
—Una mujer trabajadora que ha creado un negocio
haciendo algo que le gusta y que es muy buena en ello.
—Ay, Landon. ¿Cómo puedes decir eso? Me has pillado
teniendo una minicrisis porque mis empleados habían
renunciado.
—Y hoy has aparecido con otros nuevos. La clave para
dirigir un negocio con éxito no es no tener problemas, sino
encontrar soluciones, como has hecho tú. Yo mismo he tenido
muchas crisis. No seas tan dura contigo misma. Lo estás
haciendo muy bien.
—Gracias.
Mi estado de ánimo se disparó. Estaba orgullosa de mi
empresa y de mí, al menos en los días en los que no había
problemas. Pero me había gustado sentirme apreciada por él.
—Ciertamente me encanta mi empresa —añadí.
Tras un silencio de unos segundos, preguntó:
—¿Cómo se encuentra Grace? ¿Sigue enferma?
—Se encuentra mucho mejor. Fue al médico el viernes.
—¿Qué planes tienes para el 4 de julio? ¿Pasarlo con ella?
—preguntó Landon.
No podía creer que ya fuera el día siguiente.
—Qué va, Grace va a celebrarlo con sus compañeros de la
uni. Hace unos meses se mudaron dos de mis amigas cerca de
Desert Hot Springs y me han invitado. Me encantaría pasarlo
con ellas, pero conducir tanto tiempo solo para una escapada
de un día me echa para atrás. El tráfico será una pesadilla, sin
duda. Creo que me pondré a trabajar en algunos diseños para
mi próximo proyecto.
—Pásalo con nosotros. Vamos a dar una fiestecilla aquí.
—Gracias, pero no sé si es una buena idea. Es una reunión
familiar, y…
Eché un vistazo a la encimera de la cocina, donde
habíamos compartido aquel momento ardiente. Cuando volví
la vista, nuestras miradas se cruzaron. Landon me tocó los
tobillos por debajo de la mesa, y una corriente subió desde el
punto de contacto hasta mis muslos, que apreté al sentir un
cosquilleo el centro. Al mismo tiempo, un calor subió a mis
mejillas. La forma en que me miró la boca dejó claro que era
muy consciente de la química que había entre nosotros. El
poder de este jueguito sensual solo hizo aumentar la tensión
entre nosotros. Tenía todo el cuerpo agarrotado por el simple
hecho de estar sentada frente a él y de que nuestros tobillos se
tocaran.
—Me encantaría que estuvieras aquí, Maddie.
—Gracias. Me lo pensaré.
Me levanté de la mesa y llevé nuestros platos a la barra.
Apenas los había colocado sobre la superficie de madera
cuando me di cuenta de que Landon había llegado justo detrás
de mí.
—Debo decir que esa no es una muy buena respuesta.
—¿Ah no? ¿No es de su agrado, Sr. Connor? —le desafié,
y luego acercó la boca a mi oído.
—Para nada, Srta. Jennings. ¿Necesita que la convenza de
otra forma? —Me cogió una de mis caderas con su gran mano
y me hizo girar para mirarle. Estaba a solo un suspiro de mí—.
¿Y si añado otro beso a la mezcla? ¿Inclinaría eso la balanza?
—¡Landon!
Su aroma a cuero y madera me envolvió. No era justo.
¿Por qué tenía que ser tan atractivo?
—¿Se supone que eso ha sido una queja? —me dedicó una
sonrisa diabólica. Era plenamente consciente de que la voz me
había salido de forma jadeante y cargada de deseo—. No
puedo dejar de pensar en ti, Maddie.
Me puso una mano en la cara y extendió los dedos.
«Ay, Landon, Landon, Landon».
—Solo di que sí —dijo.
—No me dejas muchas opciones.
—Lo sé.
Esos ojos verdes se volvieron aún más decididos. Todo su
lenguaje corporal me recordaba a su mirada cuando me sacó
de la lluvia, cuando me anunció que me cargaría al hombro si
no actuaba de manera razonable. Me vino a la mente la imagen
de Landon irrumpiendo en mi bungalow y llevándome al
hombro a la fiesta si no aceptaba. Sonreí. ¿Por qué me divertía
tanto esa idea? Me gustaba estar sola, ser dueña de mi vida.
Pero de pie allí, a un suspiro de Landon, me di cuenta de que
no me importaría que me llevara en brazos.
—Vale, vendré a la fiesta mañana —acepté.
—Bien. Después de eso, me gustaría llevarte a ver los
fuegos artificiales. Los dos solos.
Entrecerré los ojos, a pesar de que el corazón me
retumbaba con fuerza en el pecho.
—Landon —susurré.
—Sigue sin parecer una queja.
—Estás usando tácticas turbias de negociación conmigo.
—No, preciosa, puedo usar tácticas mucho más turbias que
estas. ¿Quieres una muestra?
Me aclaré la garganta.
—Soy todo oídos.
—Sal conmigo. Sabes que quieres hacerlo.
—Vaya, además de jugar sucio, ¿también puedes leer mi
mente?
Inclinó su cabeza hacia delante hasta que nuestras frentes
casi se tocaron.
—No hace falta leer la mente. El viernes me devolviste el
beso como si quisieras que te hiciera mía en ese porche. Y
estuve a punto de hacerlo.
Maldita sea. La testosterona rezumaba de él, y mis
defensas no eran rival. Quizás el hecho de que estuviera en la
ciudad solamente de vacaciones era algo positivo. Mi corazón
no iba a poder involucrarse demasiado en cuestión de días.
Después de todo, se iba a ir en una semana. Mi mente iba a
toda velocidad, pero tenerlo tan cerca estaba afectando mi
capacidad para razonar.
—Tenemos química. Es más que química. Sal conmigo,
Maddie.
—Bien, Sr. Connor. Puede llevarme a ver los fuegos
artificiales.
Inclinó su cabeza un poco más, casi rozando mis labios.
—No veo la hora.
El sonido de la puerta principal al abrirse cortó la tensión
sexual.
—Landon, ¿estás en la cocina? —preguntó Val y la voz se
filtró hasta nosotros.
—Sí. Salgo enseguida —respondió, sin quitarme los ojos
de encima.
Respiré profundamente, observando su precioso culo
mientras salía de la cocina. Cuando salí, unos minutos más
tarde, Landon y Val estaban en el porche, sentados en el
pequeño banco de madera, inclinados sobre un ordenador
portátil. No hice ningún ruido mientras me ponía los zapatos.
—¿Pero no parecerá que no tengo suficiente capacidad de
producción? —preguntó Val.
—No, le hará entender que estás muy solicitada —
respondió Landon.
¿Qué estaba pasando? Me llevé las manos a las caderas y
me puse delante de ellos.
—¿Qué es esto? Val, ¿me has hecho espiar a tu hermano y
ahora eres tú quien lo corrompe?
Val hizo una mueca de dolor.
—Tienes razón. Se ofreció a revisar una propuesta que
preparé para un cliente potencial con el que me reuniré el día
cinco. Se suponía que solo iba a tener que echarle un vistazo el
fin de semana pasado, pero se ha convertido en… esto. La
culpa es enteramente suya.
Habría discutido, pero acababa de tener una experiencia de
primera mano de la capacidad de convencimiento de Landon.
Dirigí la mirada hacia él, que me guiñó un ojo.
—Landon me ha dicho que vendrás a la fiesta mañana.
Los miré a los dos.
—Sí. ¿Estáis seguros de que no me voy a inmiscuir en
vuestro tiempo familiar?
Val miró a su hermano.
—Vaya, ahora que lo pregunta, quizá deberíamos cambiar
de opinión.
Landon se cruzó de brazos, esbozando una sonrisa que
tenía un extraño parecido con la de su hermana.
—Todos están obligados a traer un plato de comida casera
—dijo Val.
Dejé caer la mandíbula en señal de asombro.
—Primero tu hermano me coacciona para que venga a la
fiesta, ¿y ahora tú me estás diciendo que tengo que cocinar?
Astuta.
—Ese es mi segundo nombre —confirmó Val—. ¿Cómo
crees que consigo que todas las personas acaten mis órdenes
todo el tiempo?
Capítulo Doce
Maddie
A la mañana siguiente, cuando llegué a la calle de Val, me
quejé. Había tomado prestado el pequeño Volvo de Grace para
la ocasión, previendo que aparcar mi Chevy, que había retirado
del taller mecánico la tarde anterior, podría ser una
complicación. Todos habían llevado invitados a la celebración.
Miré a lo largo de la calle, y estaba claro que tenía más
posibilidades de hacer desaparecer el coche que de aparcarlo
en cualquier sitio.
Estaba a punto de llamar a Val y preguntarle si había un
aparcamiento cercano cuando divisé a Landon caminando
apresuradamente por la fila de coches aparcados. Intenté no
moverme en mi asiento mientras hacíamos contacto visual,
pero perdí la batalla. Landon estaba teniendo un impacto a
nivel visceral en mí, algo que ningún otro hombre había
conseguido.
—Hola, Maddie —dijo, subiéndose al asiento del copiloto
y moviendo el pulgar por encima del hombro—. Da la vuelta.
Hay un terreno que a veces usamos como aparcamiento a unas
calles de aquí.
—No es necesario que vengas conmigo. Solo dame las
instrucciones.
—Confía en mí, es mejor de esta manera.
Cogí el volante con una mano y puse la marcha atrás con
la otra, mirando por el espejo retrovisor mientras me alejaba.
Por el rabillo del ojo vi que Landon tenía la mirada clavada en
mí, lo que me hizo ponerme en alerta.
Seguí sus instrucciones. Había tenido razón. Si me lo
hubiera explicado, no habría encontrado el terreno. Era un
vasto espacio abierto entre dos parcelas rodeadas de vallas
sobre las que se asentaban algunas casas rurales. Ya había
unos cuantos coches aparcados allí. Me detuve junto a un
Chevrolet negro.
—Tengo tarta en el maletero —le expliqué mientras
bajábamos. Cuando llegamos a la parte trasera del coche, me
mordí el labio, mirando la parcela—. ¿Está permitido aparcar
aquí?
—No te preocupes por eso.
Me puse de puntillas, inspeccionando los alrededores en
busca de alguna señal de “No pasar”. Cuando Landon se
inclinó ligeramente, casi pierdo el equilibrio.
—Maddie, en serio. No te preocupes. —Con un tono más
ronco y juguetón, añadió—: Solo rompo las reglas en
ocasiones especiales.
Cierto, y recordaba dichas ocasiones con lujo de detalles.
—No quiero arriesgarme a que la grúa se lleve el coche.
—La parcela es mía.
Abrí los ojos de par en par.
—Oooh, vale.
—Compré el terreno cuando Val compró su casa. Ha sido
una buena inversión. Las propiedades estaban relativamente
baratas cuando las compramos, pero luego los precios se
dispararon.
—Es un barrio precioso. Yo también le tengo echado el
ojo, aunque los precios son una locura. Pero quién sabe…
quizás dentro de unos años. Me gusta el aire a pueblo pequeño
que tiene, más allá de que esté lejos del mar. Inspeccioné la
zona con mi ojo de paisajista. El terreno también estaba
inclinado, pero menos que el de Val. Vaya, las cosas que
podría hacer con este lugar.
Y añadí:
—Es un gran lugar para construir una casa y criar una
familia.
«Qué manera de exagerar, Maddie». Ni siquiera habíamos
tenido una cita y ya estaba hablando de una familia. Había
archivado esos sueños después del compromiso fallido, pero
Landon estaba despertando mi lado romántico. Toda esa
masculinidad era abrumadora.
Me centré en abrir el maletero. Había metido la tarta en un
enorme y redondeado recipiente de plástico, diseñado
especialmente para transportar tarta… pero la tapa se había
caído, y todo el maletero había quedado embadurnado de
glaseado y crema de limón.
—¡Oh, no, no, no!
—Maddie, no pasa nada.
—Val ha dicho que todos teníamos que traer algo. No
quiero aparecer con las manos vacías.
—Hay suficiente comida de todos modos.
—Me ha llevado toda la mañana preparar esto. No quiero
aparecer sin nada.
—Hay una panadería de camino.
—¿Está abierta hoy? Sería genial. No será casero, pero al
menos llevaré algo.
—Hay solución. ¿Qué tipo de tarta era? —preguntó.
—De limón.
Metió un dedo en el desastre y se lo llevó a la boca. Pude
ver casi un centímetro de lengua antes de que el lado de su
dedo desapareciera dentro de ella, y me lamí los labios.
Landon hizo una mueca.
—¿Qué?
Se encogió de hombros.
—Lo siento, pero está… horrible.
—Me estás tomando el pelo. —Metí un dedo para probarlo
y casi me hizo vomitar—. Mierda. Debería haberme ceñido a
la tarta de zanahoria que hice cuando terminé el proyecto de
Val. Parecía gustarle, aunque no comió mucho.
Era una buena cocinera, pero las tartas suponían un reto.
—No es que vaya a importar, considerando el desastre del
Tupperware —dije.
Después de cerrar el maletero, caminamos lado a lado por
el laberinto de calles, deteniéndonos cuando llegamos a un
escaparate con una pinta impresionante. Felicia’s Sweets.
—¡Mmm! —exclamé, frotando las palmas de las manos
mientras Landon me abría la puerta. La tienda era pequeña,
solo un expositor en forma de L con cosas dulces, pero sin
zona para sentarse.
—Feliz 4 de julio —nos saludó una mujer—. ¿Qué puedo
ofrecerles?
—¿Tienen tarta de limón? —pregunté.
Ella negó con la cabeza.
—No. Solo tenemos lo que puede ver aquí en el expositor.
Entrecerré los ojos para ver las pequeñas etiquetas que
había debajo de cada tarta, y ya se me hacía la boca agua.
Landon señaló una tarta de manzana con una pequeña bandera
norteamericana hecha de nata montada en la parte superior.
—Este parece más casero que los otros.
Me puse bien recta, escandalizada.
—Landon Connor, ¿estás sugiriendo que pase un postre
comprado en la tienda por uno casero?
—Eso es exactamente lo que estoy sugiriendo.
—Jamás se me habría ocurrido.
Inclinándose, susurró:
—Es un placer salvar tu honor.
Me pregunté qué otras técnicas para salvar el honor tendría
en su arsenal, y si besarme contra la pared estaba entre ellas,
pero me guardé la pregunta.
—¿Puede sacar la tarta de manzana? —le pregunté a la
vendedora—. Quiero verla más de cerca.
Me rugió el estómago cuando la puso encima de la vitrina,
delante de mis narices. Landon tenía razón.
—De verdad que parece casero… excepto por la bandera
de nata montada. Es demasiado perfecta.
Sonrió.
—Podemos estropearla. ¿Nos puedes dar una espátula?
La vendedora nos miraba como si le preocupara que
estuviéramos desquiciados.
—Pero entonces, ¿la vais a comprar?
—Sí —le aseguré.
—Voy a la parte de atrás a traerte una caja —dijo,
entregándome una espátula.
Landon y yo nos reímos una vez que desapareció al cruzar
la puerta.
Extendió la mano.
—Creo que debería hacer los honores. Ya que ha sido idea
mía.
Fingí que lo consideraba, golpeando un dedo contra mi
barbilla. Me encantaba el entusiasmo infantil que iluminaba su
rostro.
—No te tenía por un travieso. —Seguía jugando con la
espátula entre los dedos y Landon observaba todos mis
movimientos. Me pregunté si estaba planeando arrebatármela.
Luego me pregunté si dichos planes incluían besarme. Me
mordí el interior de la mejilla.
—Bueno, no estás tan equivocada. De pequeño era muy
travieso. Recién empecé a ser un poco más serio en… los
últimos años. Tienes un efecto interesante en mí.
—Es un honor que se me conceda semejante elogio.
Poco a poco, fui reconstruyendo una imagen de quién
había sido Landon a lo largo de los años, y me alegré de
ayudarle a redescubrir partes de sí mismo. Al entregarle la
espátula, reflexioné sobre el efecto que tenía en mí.
Normalmente, no era tan abierta con la gente. Era como si
Landon hubiera quitado algunos ladrillos de ese muro que
había levantado a mi alrededor el día que me besó. No estaba
segura de si era porque me había hecho salir de la lluvia a
pesar de mi maniática obstinación, o porque estar en sus
brazos me había hecho sentir tan bien. Manipuló la espátula
sobre la bandera, revolviendo la nata montada hasta hacer que
pareciera que la había vertido un chef aficionado.
—Se te da bien esto —dije.
La crema multicolor en el borde de la espátula me estaba
llamando. Por eso me horroricé cuando Landon se la llevó a la
boca sin ofrecérmela.
—¡Oye! —le cogí la mano después de que le había dado
un solo lametón—. Yo también quiero un poco de eso.
—Tendrás que luchar contra mí por esto, Maddie, porque
está tan bueno que no pienso dejarte ni una pizca —dijo y le
dio otro lametón—. Ahora que lo pienso, puede que Val no se
trague que hayas hecho esto. Sabe demasiado bien.
¡Qué descaro! Se acabó. No estaba dispuesta a que me
llamara la atención por mis atroces habilidades en la cocina
mientras él lamía la espátula. Me abalancé sobre él, pero
mantuvo su brazo en alto, fuera de mi alcance. Estaba
pensando en lo ridícula que me vería saltando cuando me di
cuenta de que no era necesario. Su axila estaba lista para
recibir cosquillas. Llevaba un polo de algodón bastante grueso
y la zona estaba cubierta por la tela, pero confiaba en poder
hacer algo de daño de todos modos. Landon chilló cuando le
pasé los dedos por la axila, y todo su cuerpo se retorció hacia
delante. Bajó el brazo de un tirón, pero lo volvió a levantar
rápidamente. Maldita sea, tenía muy buenos reflejos.
—Sabes cómo jugar —se burló.
—Te estás interponiendo entre una mujer y su nata
montada, Landon. No te conviene quedarte en ese lugar, es
demasiado peligroso.
—¿Cuán peligroso?
Bajó la espátula y me la ofreció. Luego observó cómo
lamía el glaseado. Me puse a cien cuando me di cuenta de que
él la había lamido momentos antes. No sé quién se inclinó
primero, pero de repente su boca estaba sobre la mía y nos
besamos como si fuera la última vez. Llevó una mano a la
parte baja de mi espalda y me apretó contra él. Disfruté del
contacto, quise aún más. No quería soltarlo. Quería que me
besara durante horas. Esperaba que lo hiciera esa noche,
después de los fuegos artificiales. O durante los fuegos
artificiales. En realidad, no me importaba.
—Ejem. —El sonido me llegó como a través de una
bruma, pero pasó un rato hasta que me di cuenta de que era la
vendedora aclarándose la garganta. Landon y yo nos
apartamos.
—La tarta ya está lista para ser envuelta, ¿no? —preguntó.
—Sí —respondimos al unísono. Observamos en silencio
cómo la envolvía y nos fuimos después de que yo pagara.
Cuando salimos a la calle, sonó el teléfono de Landon. Lo
cogió, frunció el ceño y lo volvió a guardar.
—Eso no tiene buena pinta —dije.
—La asociación no está yendo tan bien como debería.
—¿Por qué no?
—El dueño de la otra empresa sigue dándole vueltas a los
puntos que ya habíamos acordado.
—Sin embargo, las negociaciones son tu fuerte.
—Sí, pero se suponía que las negociaciones habían
finalizado. Por eso he cogido estas vacaciones. No tengo ganas
de volver a tratar cosas en las que ya he invertido meses. Es
una pérdida de tiempo para todos. —Negó con la cabeza y
sonrió—. Pero no quiero perder el tiempo ahora pensando en
ello.
—Vaya. ¿Quién eres y qué has hecho con Landon Connor?
—Creo que la pregunta más apropiada sería ¿qué me has
hecho?
¿Yo? ¿Podría atribuirme ese mérito? Sin duda, estaba más
relajado que la tarde en que había llegado, o que al día
siguiente incluso, cuando tener tiempo libre parecía
incomodarle.
—Me muero de ganas de que llegue esta noche —dijo y
me puso una mano en la cintura para arroparme. Me hizo
entrar rápidamente en calor. Después de haber sentido su boca
sobre la mía, tenía la certeza de que mi cuerpo iba a arder si
seguía tocándome. Pero él no parecía tener planes de liberarme
y no hice ningún intento de zafarme porque me sentía
fenomenal a su lado. Podría acostumbrarme a esto, cosa que
no podía permitirme bajo ningún punto de vista. Miré la tarta
que llevaba y suspiré. No estaba tan convencida de que mi
corazón estuviera a salvo.
Capítulo Trece
Landon
En el tiempo que había estado fuera, mis hermanos ya habían
montado una pequeña fogata, en la que todo el mundo era
bienvenido a hacer pinchos de carne, o s’mores, o lo que la
gente quisiera. Habíamos traído la mesa de picnic y los bancos
del jardín delantero a la parte de atrás y todas las sillas de
plástico que Val guardaba para las fiestas al aire libre.
Me encantaban estas reuniones. En San José, a menudo me
reunía con mis primos. Las celebraciones con los Bennett eran
divertidas. Eran nueve hermanos. Todos estaban casados y la
mayoría tenía hijos, así que siempre estaba la casa llena.
Particularmente, yo era muy amigo de Sebastian, el primo
mayor. Era el fundador de Bennett Enterprises, la empresa de
joyería más exitosa de Estados Unidos. Valoraba mucho sus
conocimientos empresariales. Pero por mucho que me
gustaran las reuniones de los Bennett, nada superaba al hecho
de estar con mis hermanos.
—Venga, que no he podido evitarlo y he robado un bocado
de la tarta de manzana de la nevera —exclamó Val mientras
pasaba entre ella y Maddie—. Necesito esa receta.
—Oh, es… no me lo sé de memoria —murmuró Maddie.
Le habíamos dicho a Val que Maddie había hecho la tarta.
Me dirigí a Jace, que estaba asando chorizo en la fogata.
Cogí otro pincho y le seguí la pista. A medio asar, levanté la
cabeza y busqué a Maddie… y la encontré sentada junto a Will
en la mesa de picnic. Él tenía un brazo alrededor de sus
hombros. Ella no intentó apartarlo. De hecho, parecía cómoda,
casi como si fueran… viejos conocidos. Se me hizo un nudo
en la garganta, los celos se revolvían en mi interior,
retorciéndome las entrañas. No podía creer que estuviera
celoso de mi propio hermano. Tenía una mano apoyada sobre
su brazo y la otra sobre su hombro. Era hora de poner fin a ese
espectáculo. Le entregué el pincho a Jace y me acerqué a Will
y Maddie. Miré fijamente a mi hermano, que tuvo el buen tino
de quitarle las manos de encima a Maddie. Me dedicó una
sonrisa de «aquí hay gato encerrado» antes de acercarse a Jace
en la fogata.
—¿Habéis salido alguna vez? —le pregunté a Maddie sin
más. Las cejas se le subieron hasta la línea del cabello
mientras se levantaba, mientras miraba para todos lados. Mis
hermanas estaban lo suficientemente lejos como para no poder
oír nada.
—¿Lo preguntas en serio?
—Sí.
Entrecerró los ojos.
—¿Estás celoso de tu hermano?
—Aparentemente, sí.
Maddie contuvo una sonrisa.
—Will tiene toda esa cosa de policía sexy.
Me aclaré la garganta y me señaló con el dedo.
—¿Acabas de gruñir?
—Maddie —dije en forma de advertencia.
En ese momento, dejó de contener la sonrisa.
—Efectivamente, has gruñido. Vaya, qué sensual. Relájate,
Landon. Me gustan los hombres que saben cómo llevar un
juego de gemelos. Las esposas, por otro lado, no son de mi
agrado. —Miró más allá de mí y frunció el ceño—. Val y Lori
nos están mirando.
—Seguro que se lo están pasando pipa intentando leer
nuestro lenguaje corporal.
—¿Vosotros habéis tenido entrenamiento de espías o algo
así?
—Más o menos. Nos hemos curtido de pequeños, cuando
nos espiábamos los unos a los otros para informar a nuestros
padres.
—¿Quién espiaba a quién? ¿Había equipos?
De inmediato, le dije:
—Los equipos iban cambiando según los intereses.
Hailey se acercó a nosotros y rodeó la cintura de Maddie
con un brazo.
—Maddie, te necesito. Val y Lori se están aliando contra
mí, y necesito a alguien de mi lado. —Se volvió hacia mí y me
lo aclaró—: Estamos discutiendo sobre zapatos. De salón
versus peep toes.
Puse cara de asco.
—Mejor me mantendré lejos de vosotras.
—Sí, mejor. —Se inclinó más hacia Maddie y susurró lo
bastante alto para que yo pudiera oírle—: La última vez que
intentó aportar algo a nuestra conversación sobre zapatos,
proclamó que todos le parecían iguales.
Maddie se quedó boquiabierta y dijo:
—Dime que no es cierto.
Cuando Maddie y Hailey se reunieron con el resto de mis
hermanas, yo me dirigí a la fogata con mis hermanos.
—Landon, acabas de hacerme perder cinco dólares —dijo
Jace, y luego se volvió hacia Will—. En verdad le gusta.
Will sonrió.
—Lo sabía.
Me quedé mirándolos.
—¿Qué está pasando?
—Tenía la corazonada de que te gustaba Maddie. Jace no
estaba de acuerdo. Gracias por demostrar que tenía razón. —
Dirigió su atención a Jace de nuevo—. Se ha puesto verde de
celos, diría yo.
—Los celos lo estaban sofocando —continuó Jace.
—¿Habéis hecho una apuesta? —pregunté.
—Vaya, hoy estás lento —dijo Will—. Sí. Recuerdas lo
que es una apuesta, ¿verdad? Solías apostar con nosotros todo
el tiempo.
Es verdad. Era la forma más segura de motivarle a hacer
algo que no quería hacer, de ayudarle a salir de su zona de
confort.
Jace dio un mordisco a su chorizo.
—Deberíamos volar a San José más a menudo. Está
perdiendo el toque ahora que ya no estemos cerca para hacerle
pasar un mal rato.
—¿Tanto rollo solo para echarme mierda? Puedes hacerlo
por FaceTime.
Jace se tocó la nariz, como si lo estuviera considerando.
Will negó con la cabeza.
—Tiene más impacto si lo hacemos en persona. Pero en
serio, deberías escuchar nuestros consejos de vez en cuando.
Nos has criado para que seamos personas equilibradas.
—Es como escuchar a tu yo más joven —añadió Jace para
colaborar con la causa.
Hailey se acercó a nosotros, frotándose la barriga.
—Maddie es una traidora. Se ha puesto del lado de Val y
Lori en el debate de los zapatos. Mmm, el fuego parece listo
para asar algo rico. Vosotros no vais a delatarme si empiezo
con algunos malvaviscos, ¿no?
Señalé a nuestro sobrino, que estaba cargando su plato en
la mesa del buffet que habíamos montado a unos metros del
fuego.
—¿Después de que Lori le haya echado la bronca a Milo
por hacer exactamente lo mismo?
—Tienes razón. Me tiraría de los pelos. —Hailey miró los
pinchos en las manos de mis hermanos y luego entrecerró los
ojos al captar nuestras expresiones—. ¡Will, Jace! Le habéis
estado fastidiando.
Jace asintió.
—Esa es nuestra función.
—Déjalo o nos visitará aún menos. —Enganchando un
brazo alrededor del mío, me dio un codazo—. ¿Quieres venir
al buffet conmigo?
—Pensé que nunca lo pedirías.
Fuimos al buffet y llené mi plato con bistec, guacamole y
la famosa hamburguesa vegetariana de Val con panes de
quinoa. Había tantos tipos de platos que la mezcla de especias
provocaba una explosión de aromas.
—Déjame adivinar. ¿Tú has preparado la ensalada de atún?
—preguntó Hailey.
Puse una expresión seria.
—Sí. El pescado es sano. La ensalada, saludable.
—¿De verdad, Landon?
Me encogí de hombros mientras nos dirigíamos a las sillas
de plástico, que estaban lo suficientemente lejos de la mesa de
picnic como para no poder escuchar la conversación entre
Maddie, Val y Lori. Milo se había unido a mis hermanos en la
fogata.
—Tu ensalada de atún no es tan mala como la recordaba.
Aunque es una pena que no hayas ampliado tu repertorio —
dijo Hailey.
—La cocina nunca ha sido mi fuerte.
—No hace falta que me lo recuerdes. Solíamos tener un
plan B cada vez que te tocaba cocinar. Casi siempre consistía
en atiborrarnos de dulces cuando Val no estaba mirando.
—¡Eso ha dolido! Hay cosas que preferiría no saber,
Hailey. De verdad que me estaba esforzando mucho.
Se le cayó la cara de vergüenza.
—¡Lo siento! No quería parecer desagradecida. Sé que
estabas dándolo todo, y que lo estabas haciendo muy bien. Yo
solo…
Riéndome, levanté una mano.
—Estaba de coña. Sabía que las comidas que preparaba
eran una mierda, pero no quería dejar eso en manos de Val y
Will todo el tiempo.
—Aun así, no debería haberte dicho eso.
Le besé la frente.
—No te preocupes, niña.
—Cuéntame, ¿qué han hecho Will y Jace para fastidiarte?
—Lo de siempre.
—Siguieron adelante con esa apuesta, ¿no? Les había
pedido que no lo hicieran.
¿Acaso todos los miembros de la familia estaban cinco
pasos por delante de mí? Mordí la hamburguesa vegetariana.
—Pero ha surtido efecto, ¿no? —preguntó.
—Vaya, ¿de modo que había un plan detrás de ello?
—Bueno… cuando sienten que su territorio está siendo
amenazado, los alfas suelen reaccionar.
—¿Territorio?
Hizo un gesto con la mano para desestimar lo que había
dicho.
—Es una forma de hablar.
Seguí masticando mi hamburguesa, consciente de que
Hailey estaba a punto de exasperarse esperando que dijera
algo.
—Queremos que seas feliz, Landon. Tal vez sea más fácil
de lo que crees… si lo intentaras. Aunque al parecer no lo
estás intentando mucho.
—¿En serio quieres hablar de esto?
—¡Oye! Me estoy comiendo tu ensalada de atún. Lo
mínimo que puedes hacer es escucharme.
Inspeccioné su plato y noté la forma en que había
empujado cuidadosamente mi ensalada a un lado, como para
asegurarse de que no contaminara el resto de la comida.
—Es tan desagradable como la recordabas, ¿no? Solo
querías animarme.
Miró su plato y sonrió tímidamente.
—Puede que sí. A propósito, hemos notado que has estado
haciendo algunas cosas con Maddie.
—¿Habéis hablado de esto?
—Simplemente hemos intercambiado información —dijo
con cara seria—. E inmediatamente, mi razonamiento analítico
detectó un patrón. Entonces, ¿te importaría explayarte? Aquí
me tienes. Te convendría tener en cuenta mi increíble consejo
de hermana.
—Me cuesta mantenerme alejado de ella. —Sabía que
Maddie merecía más de lo que yo podía ofrecerle, pero no
podía evitarlo. Hice una pausa y luego añadí:
—Vamos a salir esta noche.
—Me alegro mucho, Landon. —Hailey suspiró, pero en
lugar de soltar consejos de hermana, su mirada siguió a Val
mientras se movía de la mesa de picnic al buffet, y después
dijo—: ¿Me parece a mí o es que Val está llevando una gran
carga sobre los hombros?
—Tiene una reunión importante mañana —le expliqué. Val
me había dicho que intentaría relajarse al máximo en ese día y
que, al siguiente, iría a la oficina temprano para repasar su
propuesta por última vez. Podía comprender su preocupación.
En San José me esperaba una posible asociación que iba de
mal en peor, pero me había propuesto disfrutar de esos últimos
días en Los Ángeles.
—Lo sé. Pero hoy celebramos el 4 de julio. Me encanta ver
cómo Val te sermonea sobre cómo debes relajarte en tus
vacaciones y ella es la primera en no hacerlo. Voy a intentar
hacer que se relaje. Pero no creas que te has librado —dijo.
—Ni siquiera se me había pasado por la cabeza.
Pasé la tarde charlando de todo un poco con mi familia,
como hacíamos siempre que nos reuníamos. Maddie encajaba
tan bien que no pude evitar preguntarme cómo sería si formara
parte de mi vida de forma permanente. Me costaba mucho
mantener las manos alejadas de ella. Cada vez que estaba a mi
alcance, la tocaba. Joder, necesitaba estar a solas con ella.
Cuando el sol comenzó a ponerse, se dirigió a la fogata,
ensartó algunos malvaviscos y los mantuvo sobre la llama. No
le quité los ojos de encima, y cada dos por tres me miraba, lo
que podría tener algo que ver con el hecho de que se le
derritieran todos los malvaviscos que tenía en el palo. Pude
contar seis de ellos derretidos antes de dirigirme a ella.
—Me estás distrayendo —dijo.
—¿Y es eso mi culpa? —la desafié.
—Te sientas ahí, mirándome, y siendo tan… tú.
Me miró fijamente como si tuviera que entender lo que
quería decir. No entendí lo que había querido decir, pero era
encantadora en ese estado, hecha un manojo de nervios.
—Venga, te mostraré cómo hacerlo bien.
Empaló otro malvavisco en el pincho y le agarré la mano,
guiándola hacia el fuego.
—Sigue girándolo para que las llamas no quemen siempre
un mismo punto.
—Vale —dijo. Parecía que le faltaba el aire. Le pasé mis
dedos por el antebrazo y noté cómo se estremecía ante el
contacto.
—Me encanta tu piel, Maddie.
—Landon… ¿así está bien? —preguntó, moviendo las
manos como le había explicado—. ¿Lo estoy haciendo bien?
Se me vino una imagen en la cabeza: Maddie extendida en
la cama, tocándose, siguiendo mis instrucciones al pie de la
letra y con esos preciosos ojos mirándome directamente para
preguntarme si lo estaba haciendo como yo quería.
—Sí. Lo estás haciendo bien. Tenemos que darle el punto
de calor adecuado.
—¿Seguimos hablando de malvaviscos?
Sonreí.
—Yo, sí. ¿Acaso tú no?
Se puso aún más nerviosa.
—Sea lo que fuere que estabas imaginando, no es nada
comparado con lo bien que te haré sentir esta noche. Lo
prometo, Maddie. —Sus mejillas se tiñeron de rojo mientras
alejaba el pincho del fuego. El malvavisco estaba hecho a la
perfección.
—Si queremos llegar a tiempo para ver los fuegos
artificiales, deberíamos marcharnos —dije mientras ella
soplaba sobre el malvavisco para enfriarlo.
—Cierto. Pero primero tenemos que pasar por mi casa.
Quiero cambiarme.
—Como desee, Srta. Jennings.
Capítulo Catorce
Maddie
No podía creer que Landon estuviera en mi salón. A través de
la puerta entornada de mi dormitorio, podía oírle moverse,
pasearse. Mi ritmo cardíaco aumentaba cada vez que parecía
que se estaba acercando. Quería cambiarme porque estaba
sudada luego de haber estado junto al fuego. Me miré el
vestido en el espejo de pie. ¿Era adecuado? ¿Era demasiado?
Me llegaba hasta las rodillas, me abrazaba bien la cintura y
terminaba con un ribete en forma de corazón sobre el pecho,
mostrando un poco de escote. Los finos tirantes me pasaban
por los hombros. No podía creer que me estuviera
preocupando tanto por un atuendo. Tener a Landon en el salón
me hacía perder la cabeza.
Me froté las manos e intenté ajustar de nuevo la
cremallera. Antes, cuando había tratado de subirla, se me
había atascado en medio de la espalda.
—Vamos —insté, tirando y empujando, y luego tirando un
poco más. No cedió. Me planteé salir así, pero un vistazo a mi
espalda en el espejo confirmó mi sospecha de que eso no
parecería provocador, sino más bien… desabrochado.
Intenté abrir la cremallera un poco más, casi gritando por
la frustración. Un golpe en la puerta parcialmente abierta me
hizo saltar.
—¿Todo bien, Maddie?
—Se me ha atascado la cremallera —murmuré con los
dientes apretados y la cara roja por el esfuerzo—. Me rindo.
¿Puedes ayudar?
Cuando entró, inspiré profundamente. Su presencia parecía
llenar toda la habitación. Inmediatamente empecé a pensar en
lo pequeño que era el cuarto y en los sencillos muebles
blancos que tenía. Era consciente de que él estaba
acostumbrado al lujo.
—Si no puedes subir la cremallera, inténtalo en la otra
dirección para que al menos pueda quitármelo.
Landon se puso detrás de mí. Todavía estaba frente al
espejo, así que pude ver su expresión de intensa concentración
mientras manipulaba la cremallera. Parecía muy sexy. Todo en
él era tan masculino: la forma de su mandíbula, el ángulo de
sus pómulos. Por dentro, yo movía y contraía cada músculo,
notando cómo cada célula se encendía cuando sus dedos se
movían por mi columna vertebral y luego, al tirar de la tela,
me tocaban la nuca. Finalmente, volvieron a rozar la zona
central de la espalda.
Riiiiiiis.
La cremallera finalmente cedió, pero no hacia arriba.
Landon había tirado de ella con tanta fuerza que el impulso
llevó el movimiento hasta abajo, de modo que ahora todo mi
culo estaba a la vista, con la punta del pulgar de Landon
apoyada en uno de los cachetes.
Aspiré un poco de aire. Él gimió, fue un sonido profundo y
primitivo que me hizo flaquear las piernas.
—Eres tan preciosa, Maddie. Tan preciosa.
En el espejo, pude ver cómo me miraba el culo. Cuando
levantó la mirada, vi el brillo feroz de sus ojos, la forma en
que su nuez se hundía al tragar. Supe que no saldríamos de mi
habitación esta noche.
Llevó su otra mano a mi hombro, apartando mi pelo del
cuello. Instintivamente incliné la cabeza hacia el otro lado,
dándole mejor acceso. Necesitaba sus labios en mí, su
contacto. Lo anhelaba tanto que sentía que iba a estallar.
Me besó el cuello y se me aceleró el pulso.
—Te deseo tanto, Maddie —dijo con voz temblorosa,
como si estuviera haciendo todo lo posible por no devorarme y
no le hubieran alcanzado las fuerzas para controlar su voz—.
Quería hablar primero, pero… te deseo demasiado. Quiero
probarte. Todo de ti. Quiero hacerte gemir mi nombre cuando
esté enterrado dentro de ti. Quiero sentir cómo te corres a mi
alrededor.
«Dios mío».
—Podemos hablar mañana —susurré.
No quería ni pensar en el día siguiente. En ese momento,
ninguna razón era lo bastante sólida como para no dejarme
tentar por esa delicia que era Landon Connor.
—Mañana —repitió. Y entonces deslizó los dedos por
debajo de los tirantes y me bajó el vestido. Siguió con el
sujetador, que cayó suavemente a mis pies. Excepto por el
tanga, estaba desnuda. Normalmente, el hecho de estar frente a
un espejo me hacía sentir cohibida, pero ver el deseo en la
expresión de Landon ahuyentaba cualquier duda. Me rodeó
con sus fuertes brazos, me acarició los pezones con una mano
y la otra viajó hacia el sur, deslizándose dentro de mi tanga.
—¡Oh, Dios!
Lentamente, me pasó el dedo medio por la raja. Hacia
arriba, hacia abajo… hacia arriba de nuevo, pasando por mi
clítoris… y otra vez hacia abajo. Me estaba volviendo loca.
Empujé hacia atrás por reflejo y noté a través de sus vaqueros
que estaba empalmado.
—Te haré gritar mi nombre esta noche, Maddie. Aquí
mismo, en tu habitación.
—Ya lo he hecho. Después de nuestro primer beso, cuando
volví a casa… —confesé. Al pronunciarlas, las palabras me
parecieron pecaminosas, pero en un sentido encantador.
Me mordió el lóbulo de la oreja y luego lo lamió.
—¿Te has corrido pensando en mí?
Sus guarradas hicieron que me ponga muy cachonda entre
las piernas.
—Sí.
—Yo también, la noche que bailamos. —Su voz se había
vuelto más áspera—. Me toqué mientras hablábamos por
teléfono.
Empezó a hacer círculos más rápidos sobre mi clítoris,
presionando más fuerte. Me retorcí contra él, sintiendo cómo
mis terminaciones nerviosas bailaban de placer.
—Haré que te corras así, Maddie.
Era demasiado, sentir su erección empujando a lo largo de
la grieta entre los cachetes del culo, sus obscenidades en mi
oído, sus dedos sobre mi pezón, y en el clítoris…
Me corrí tan rápido y tan fuerte que me quedé sin aliento.
Se me arqueó toda la espalda y, por un momento, creí que me
derrumbaría en el suelo, pero Landon me sostuvo hasta que
superé el clímax. Apenas había recuperado el aliento cuando
se arrodilló detrás de mí y deslizó el tanga hacia abajo.
—Quítatelo, Maddie. Luego pon las manos en el borde del
espejo y abre las piernas para mí. Quiero probarte.
Me incliné ligeramente hacia delante, apoyando las manos
en el marco de madera del espejo. A través de mis piernas
separadas, vi a Landon acercar su boca a mi centro. Grité con
el primer zarpazo de la lengua.
—¡Landon!
Me lamió hasta que me puse de puntillas, sin poder
controlar la corriente que me recorría. Vernos en el espejo
magnificaba cada sensación. Entonces su rostro desapareció de
entre mis piernas. Apenas tuve tiempo de preguntarme qué
vendría después cuando me separó los cachetes y metió su
lengua entre ellos. Agarré el marco con tanta fuerza que me
sorprendió que la madera no se quebrara.
Luego me besó cada una de las nalgas, se puso de pie y me
hizo girar. A través de la nube de lujuria, lo único en lo que
podía centrarme era en desnudarlo. Arriba la camisa, abajo los
pantalones y los calzoncillos. El hombre era una obra de arte.
Sus músculos estaban aún más definidos y esculpidos de lo
que había imaginado. Y eso que había dedicado mucho tiempo
a imaginármelo.
—Maddie, no he traído condones.
—Tengo algunos. Vuelvo enseguida.
Fui al baño y encontré una caja sin abrir en el armario.
Comprobé el paquete para ver la fecha de caducidad, porque lo
tenía desde hacía meses, pero no encontré nada. Daba igual.
Tendrían que servir.
Cuando volví a mi habitación, Landon estaba de pie al
borde de mi cama, tocándose.
Me senté en la cama frente a él y arranqué la lámina del
condón. Pero antes de envolverlo, me lo llevé a la boca,
bajando todo lo que pude.
—¡Maddie! ¡Maddie!
Me cogió del pelo y me movió la cabeza arriba y abajo de
su longitud exactamente dos veces antes de retirarse.
—Túmbate sobre tu espalda —dijo.
Colocamos juntos el preservativo en su erección y luego
me arrastré hasta el centro de la cama, acostándome de
espaldas.
Landon se puso encima de mí, acomodándose entre mis
piernas. Sin embargo, no empujó dentro de mí. En su lugar, me
cogió la cara y me besó con tanta ternura que casi lloré de lo
bonito que había sido el gesto. Después de todas nuestras
ardientes confesiones, no me esperaba que fuera a explorar mi
boca de una manera tan dulce. Me penetró lentamente. Aunque
estaba empapada, era tan gruesa que necesité tiempo para
adaptarme. Metió solo la cabeza de su polla dentro de mí,
hasta que grité por él.
—Landon, te necesito hasta dentro. Por favor.
Me obedeció, deslizándose dentro de mí hasta la base. Mis
músculos internos se agitaron y palpitaron mientras él me
dilataba y mi cuerpo se adaptaba.
—Eres tan perfecta —dijo.
Me rodeó con sus brazos y apoyó su cabeza en el pliegue
de mi cuello. La emoción se me agolpó en el pecho y temblé
por el esfuerzo de contenerla. Cuando me di cuenta de que su
pecho también temblaba, le pasé las manos por los brazos y
los talones por la parte posterior de las piernas, necesitando
tocar todo lo estaba a mi alcance. Mientras me mantenía bien
apretada contra él, empezó a introducirse y salirse, cada vez
con mayor profundidad y rapidez. Pensé que me partiría por la
mitad. Entonces cambió de posición, apartando los brazos.
Con uno de ellos, se empujó ligeramente hacia arriba y, con el
otro, se deslizó entre nosotros.
—¡Landon! —Jadeé cuando tomó uno de mis pezones en
su boca, y luego el otro. Ya echaba de menos el pleno contacto
frontal, pero me encantaba que me estuviera pasando la lengua
alrededor del pezón, y el pulgar sobre el clítoris. La situación
me estaba superando. La tensión no paraba de crecer en mi
interior, estimulada por su lengua, sus dedos y su polla.
Clavé los talones en el colchón, levantando el culo y
recibiendo sus embestidas con fervor, hasta que mis músculos
ardieron.
—¡Jooooder! —Se tensó más dentro de mí y el hecho de
darme cuenta de que estaba a punto de correrse me llevó al
límite. Grité, apoyando mis manos en sus hombros,
contorsionando mi cuerpo hasta que él también llegó al
clímax.
Nos quedamos así, entrelazados por todas partes, envueltos
el uno en el otro hasta que nuestras pulsaciones volvieron a la
normalidad.
—¿Estás bien? —susurró.
Asentí, aún perdida en él. Me acunaba en sus brazos,
salpicando mi cuello de besos.
—No quería ser tan bruto —añadió.
—Me ha encantado.
Me acunó aún más cerca. Ambos estábamos sudados, pero
me encantaba esa cercanía, la forma en que me abrazaba como
si yo fuera tan preciada para él que no podía soltarme.
Las emociones me envolvieron de nuevo, y lo único que
pude hacer fue aferrarme a él con fuerza. Landon me soltó
solo para ocuparse del condón, y luego se acurrucó conmigo,
apoyando su pecho contra mi espalda. Pasó una de sus grandes
manos por mis pechos, acariciando mis pezones. Una
inyección de electricidad fluyó directamente hacia mi
entrepierna. Landon lo notó, bajó la mano, y me separó los
muslos. Cuando me acarició el clítoris con el pulgar, mordí la
almohada.
—Todavía estoy sensible —susurré.
—Pues entonces te vas a correr más rápido. —Me puso
boca abajo al segundo siguiente. Apoyó sus muslos en mis
costados, atrapándome debajo de él. Los latidos de mi corazón
retumbaban con fuerza en mis oídos mientras me recorría la
espalda con besos. Luego se dirigió a uno de mis hombros. Me
pasó la lengua por un punto de mi omóplato derecho.
—Marca de nacimiento —susurré.
—Mmm…
Reacomodó los muslos en el colchón mientras seguía
bajando con su boca.
—¿Qué estás haciendo?
—Buscando otras marcas de nacimiento.
—¿Me creerías si te dijera que no tengo otras?
Noté que la comisura de sus labios se levantaba en una
sonrisa contra la parte baja de mi espalda.
—Soy un hombre minucioso. Me gusta comprobarlo todo
por mi cuenta.
Sonreí contra la almohada, chocando los dedos de los pies
entre sí por la excitación. Landon exploró cada centímetro de
mí, tocando mi piel casi con reverencia, como si yo fuera lo
único que le importaba. Me besó, me lamió y me tocó hasta
que me estremecí debajo de su cuerpo.
—No he acabado contigo todavía, ni cerca de hacerlo.
Haré que te corras más veces, Maddie. Te haré el amor toda la
noche. Lo prometo.
Cumplió su promesa, amándome con ternura, y luego con
rapidez y dureza de nuevo, hasta que ambos quedamos
exhaustos y nos dormimos juntos.
Capítulo Quince
Maddie
Cuando sonó el despertador, escondí la cabeza bajo la
almohada. Cada centímetro de mi cuerpo protestaba ante la
mera idea de salir de la cama. Tenía ganas de dormir durante
una semana. Alcanzando a ciegas mi mesita de noche, silencié
la alarma, y luego me desperecé, extendiéndome por toda la
cama.
No tenía tiempo de más para quedarme en la cama esa
mañana, porque tenía que ir al centro a recoger unos permisos
para mi próximo proyecto antes de ir a casa de Val. Debería
haber puesto el despertador quince minutos antes para poder
acurrucarme con el hombre responsable del encantador
cansancio que tenía. Tardé un segundo en darme cuenta de que
Landon no estaba a mi lado. Luego de refregarme los ojos,
miré a mi alrededor. La puerta del salón estaba abierta y el olor
a café se filtraba en el interior. «¿Landon había hecho café?»,
me pregunté.
Me puse una bata y me dirigí al salón. Landon estaba de
pie junto a la isla de la cocina, completamente vestido. Estaba
de espaldas a mí y tenía una vista privilegiada de su culo.
Ahora que sabía cómo se veía desnudo, me parecía aún más
irresistible. No sabía qué decir, ni cómo actuar, pero tomé
como una buena señal que estuviera allí, en mi cocina. El
suelo crujió bajo mis pies y él se giró.
—Buenos días, preciosa —dijo.
Solo con escuchar esas tres palabras, la tensión
desapareció de mis miembros. Tenía una gran voz. Fuerte y
dulce a la vez y, de alguna manera, parecía decir: «No me
escaparía en medio de la noche. Tú eres demasiado valiosa
para eso».
—Buenos días.
—He hecho café.
Me entregó una taza y la cogí con ambas manos. Luego se
acercó, se quedó mirándome atentamente mientras daba un
sorbo a mi café.
—Vayamos a desayunar a algún lugar de la playa. Quiero
pasar el día contigo. La mañana al menos —dijo.
Me derretí por completo.
—De verdad que quiero, pero no puedo.
Me besó la sien derecha y murmuró:
—Voy a contarte un pequeño secreto. Conozco a tu cliente.
Puedo mover los hilos para obtener favores.
—Lo sé, pero es que tengo una cita para recoger unos
permisos. Han tardado mucho en tramitarlos, así que no quiero
perder la oportunidad.
—¿Sabes? También puedo mover los hilos con gente que
no está relacionada conmigo. Si necesitas resolver algún
asunto, dímelo.
—Gracias, eres muy generoso.
—Simplemente tienes que decirme lo que necesitas,
cariño. No puedo adivinarlo. Todavía.
Respiré profundamente. Olía de maravilla, a puro hombre.
Puse la barbilla en su pecho y le llené el cuello de besos. Si no
fuera por esa cita, podría deleitarme con lo guapo que estaba
Landon aquella mañana. Me rodeó la cintura con los brazos y
me acercó a él. Envuelta así, no pude evitar preguntarme si
Landon era el tipo de hombre que siempre me apoyaría.
—Tienes unos brazos estupendos —murmuré—. Y una
gran voz.
Se rió.
—Me gusta el rumbo que está tomando esto.
—Seguiría, pero tengo que meterme en la ducha.
—Te veré en el almuerzo y hablaremos un poco más.
—Vale. ¿Traerás algo delicioso?
—Por supuesto. Llevaré comida. Y a mí mismo.
—¡Guau! Tienes un lado arrogante. Me preguntaba cuándo
iba a aparecer. —Di un paso atrás, me crucé de brazos e hice
un gesto de disgusto.
—¿Estás suponiendo que tengo uno? —desafió.
—Landon, seamos serios. Con tu aspecto y haciendo lo
que haces para ganarte la vida, esperaba que tu factor de
chulería fuera a estar por las nubes.
Sonrió.
—¿Con mi aspecto?
Le devolví la sonrisa.
—Bueno, ya he mencionado tu voz y tus brazos. Te
contaría el resto, pero debo ir a ducharme. Ya tienes un motivo
por el cual estar deseoso de que llegue el almuerzo. No puedo
revelar todos mis secretos a primera hora de la mañana.
***
Resultó que los pocos minutos que pasé con Landon fueron lo
mejor de la mañana. El empleado encargado de firmar los
permisos parecía dudar de que estuviera cualificada para el
trabajo.
—Usted trabaja sola, ¿verdad? —preguntó. Su despacho
era pequeño y estaba mal ventilado, y el tío olía como si
llevara esa camisa desde Navidad.
—Contrato a gente in situ para cada proyecto.
—Las escuelas son de interés público. ¿Está segura de que
su… empresa puede encargarse de ello?
—El alcance del proyecto es mínimo. Podría hacerlo yo
misma si fuera necesario. Y es una escuela privada, no pública
—repliqué.
—Pero necesita contar con nuestros permisos de todos
modos. Necesito más tiempo para estudiarlo.
Respiré profundamente, obligándome a mantener la calma.
Sabía lo que pasaría si le daba tiempo. Tardaría tanto que
nunca conseguiría los permisos en plazo. Tenía previsto
empezar ese proyecto justo después de terminar el de Val. Le
había prometido a mis clientes una solución integral, y
pretendía cumplirla.
No había llegado a donde estaba por esperar que las cosas
sucedieran. Había tenido que luchar con uñas y dientes para
conseguir que sucedieran. Adopté una postura más recta,
sonreí y me puse en plan encantadora, chuleando como nunca
antes. Diez minutos después, salí con mis permisos.
De camino a casa de Val, encendí el teléfono. Lo había
apagado durante la cita.
Apareció un mensaje nuevo.
Landon: Val ha tenido un accidente con un conductor
ebrio. Llama cuando veas esto.
¡Oh, Dios mío! Comprobé la hora: me había enviado el
mensaje una hora antes. Estaba demasiado petrificada para
llamarle, o para hacer cualquier cosa excepto esperar y rezar
para que Val estuviera bien. No podía ser de otra forma.
Respiré profundamente y, finalmente, llamé a Landon.
Contestó inmediatamente.
—¡Hola! —dijo.
—¡Hola! ¿Cómo está Val?
Sujeté con fuerza el volante del coche con una mano. Ya se
me estaba revolviendo el estómago.
—Tiene tres costillas rotas, y también su pierna derecha.
—Oh no.
—La van a dejar una noche en el hospital y luego tendrá
que llevar una vida tranquila durante unas seis semanas.
—¿Qué ha pasado?
—Hoy tenía que asistir a una gran reunión y condujo hasta
su oficina para prepararse. Un maldito borracho embistió su
coche. —Su voz era tan tensa que quería atravesar el teléfono
y envolverle con mis brazos.
—¿Estás en el hospital?
—He estado allí antes, pero me he marchado porque me ha
pedido que asistiera a la reunión en su lugar. Estoy de camino.
—Estás bromeando, ¿verdad?
Landon se rió.
—Para nada.
—¿Cómo puede seguir pensando en la reunión? —
Esperaba que eso significara que no estaba demasiado
dolorida.
—Lleva un mes preparándose para ello. Es un asunto
importante. Lo hemos hablado varias veces, y yo trabajé en la
empresa hace años, así que conozco los detalles.
—Guau.
—La reunión durará todo el día, así que no podré ir a
comer. Pero me gustaría invitarte a salir esta noche.
—Landon, vas a tener un día infernal. No hace falta que
me invites a salir.
—Quiero hacerlo. Después de la reunión me pasaré a ver a
Val, pero luego, si no tienes planes…
Negué con la cabeza y me di cuenta de que no podía
verme.
—No tengo planes.
—Genial. Te enviaré un mensaje cuando termine la
reunión.
—Vale.
—Todo arreglado, entonces. Te veré esta noche. Ahora
tengo que repasar el informe para la reunión.
—Ve a por ellos. Los dejarás boquiabiertos.
—Gracias por el voto de confianza.
—¿Llevas gemelos? —pregunté, recordando que me había
dicho que los llevaba siempre que iba a tener una reunión
estrictamente de negocios.
—Claro. Luego del hospital fui a casa para cambiarme.
—Aaah, ya tienes el trato en el bolsillo, entonces. Nadie
puede resistirse a los gemelos.
—¡Auch! Retiro mi agradecimiento. —Se rió, y me alegré
mucho de haber conseguido animarle a pesar de todo lo que
estaba pasando—. No veo la hora de verte esta noche, Maddie.
Vaya, no podía describir el efecto que esas palabras habían
tenido en mí. Despertaron mariposas en mi interior. Puede que
incluso me haya desmayado un poco, aunque no lo admitiría
en voz alta. No me había dado cuenta de las ganas que había
tenido de oírlas hasta ese momento. Me invadió una corriente
de adrenalina y no pude controlar mis emociones.
—Lo mismo digo.
Después de cortar, sonreí como una tonta. No quería
ponerme soñadora y romántica, pero no podía evitarlo. Decidí
empezar el día visitando a Val. Me di cuenta de que no sabía
en qué hospital estaba, así que le envié un mensaje a Landon.
Quería comprobar con mis propios ojos que se encontraba
bien, dentro de lo que cabe teniendo en cuenta que tenía tres
costillas rotas y una pierna fracturada. Además, quería llevarle
un bocadillo de mozzarella y tomate. Y pensándolo bien,
también le iba a añadir M&M’s al combo. En lo que respecta a
los recursos para mejorar el estado de ánimo de las personas,
los M&M’s estaban en lo más alto de mi lista, y tenía la
sensación de que a Val le vendría bien cualquier cosa que
pudiera levantarle el ánimo.
Capítulo Dieciséis
Landon
Eran las seis de la tarde cuando salí de la oficina de mi
hermana. Me latía la sien derecha y la cabeza me daba vueltas.
Aunque había llamado a Val varias veces durante los
descansos, me dirigí directamente al hospital para contarle
todo en detalle y ver cómo estaba.
—Pareces estar mejor —dije.
Estaba tumbada en la cama, con una pierna escayolada y el
torso vendado. Su lado derecho se había llevado la peor parte
de la colisión.
Sonrió.
—Sí, claro. Por favor, no escatimes con los mimos. De
verdad que los necesito. No me he visto en un espejo, pero no
puedo estar mejor de lo que me siento, y me siento fatal. Ya
me han mimado con prácticamente todo lo que el dinero puede
comprar, pero el encanto de mi gemelo nunca estará de más.
—Señaló la mesa del hospital que tenía a su lado. Estaba
enterrada bajo montañas de dulces y comida. Luego suspiró y
dijo—: Tengo la cabeza hecha un lío. Hoy he intentado leer
algunos correos electrónicos y casi acabo vomitando.
Los médicos dijeron que tenía una conmoción cerebral, lo
que significaba que no iba a poder fijar la vista para leer
durante algún tiempo, además de que tendría dolores de
cabeza y se cansaría más rápido, pero en definitiva no había
daños permanentes.
—Esto es un desastre —dijo.
—Podría haber sido peor —dije en voz baja. Cuando Will
llamó, lo había explicado todo en un suspiro. Pero en los
segundos que tardó en añadir “su vida no corre peligro”
después de decir: “Un conductor ebrio ha embestido su
coche”, se me había pasado el peor escenario posible por la
mente. Atribuí la negatividad al hecho de haber perdido a tanta
gente ya: nuestros padres, Rachel. La idea de perder a Val me
había paralizado.
—Lo sé, Landon. Ya hemos pasado por tantas cosas que
agradezco mucho estar viva. De momento es una mierda. No
es que exista un momento adecuado para estar mala o herida,
pero justo ahora con lo del trato… Gracias por reunirte con
ellos hoy. —Jugueteó con la colcha y me senté en la cama
junto a su pierna sana—. Van a abandonar el barco. He podido
oírlo en sus voces, aunque no lo hayan dicho en voz alta.
La había puesto en altavoz en algunos momentos cruciales
y no podía mentir a mi hermana.
—Yo también he tenido esa impresión. Creen que tu
equipo no dará prioridad al proyecto contigo en reposo durante
seis semanas.
—Y tienen razón. Quizás pueda trabajar desde casa cuando
se me pase el dolor de cabeza, pero no es lo mismo. Un
proyecto nuevo requiere de mi presencia en la oficina, para
motivar y dirigir al equipo. Este proyecto era mi bebé. Iba a
supervisar todo el desarrollo de la línea. Si yo fuera ellos,
también abandonaría el barco.
Desplazó su pierna sana un poco hacia la derecha, y luego
volvió a colocarla donde estaba.
—Quiero comentarte una idea —dije.
Val se detuvo en el acto de reacomodar su pierna.
—Soy toda oídos.
—Podría quedarme durante las próximas seis semanas,
poner en marcha el proyecto, al menos hasta que te quiten la
escayola. Conozco el negocio a la perfección. Has agilizado
muchos procesos, pero yo aprendo rápido. Creo que si
ponemos esta oferta sobre la mesa, inclinará la balanza a tu
favor.
Val parecía demasiado aturdida para responder, lo que era
mucho decir, porque nada la aturdía hasta el silencio.
—¿Estás seguro? —preguntó al final—. ¿Puedes coger
tanto tiempo libre?
—Tengo un director general interino. Va a tener que
asumir más responsabilidades. Y no es que me vaya a tomar
más tiempo libre, simplemente trabajaré a distancia.
Adam me iba a echar la bronca, pero no me importaba.
Había estado pensando en esto sin parar desde que había
notado que a Val se le estaba escapando el acuerdo entre las
manos. Me necesitaban más en Los Ángeles que en San José.
—Landon, ¿estás seguro?
—Sí. Podemos llamar a Livingston ahora mismo para
hacerle la oferta.
Asintió enérgicamente y luego hizo una mueca de dolor.
Cogí mi teléfono y marqué el número de Livingston,
poniéndolo en altavoz. La conversación duró menos de cinco
minutos. Se lo tragó a pies juntillas.
—Te abrazaría ahora mismo, pero no puedo —dijo Val
después de que la línea se quedara estática—. Gracias, gracias,
gracias. Eres mi héroe.
Alcanzó con su brazo izquierdo la cesta de chucherías y
sacó una bolsa de M&M’s. Entonces entrecerró los ojos, como
si se hubiera dado cuenta de algo.
—Un momento. ¿Tu decisión heroica es por mí al cien por
cien? ¿O Maddie tiene algo que ver con ello?
Sonreí mientras le robaba algunos M&M’s.
—¿Acaso sería menos héroe si respondiera que sí a la
segunda pregunta?
Val echó la cabeza hacia atrás, riendo, y luego hizo un
gesto de dolor, tocándose las costillas.
—Lo sabía. Vaya, Landon, ¿qué voy a hacer contigo?
—Ya soy un hombre adulto, pitufa. No necesito tu
bendición.
—Menos mal. No acostumbro a dar bendiciones. En
cambio, volveré a repartir patadas en el culo apenas me quiten
la escayola.
—Es bueno saberlo.
—Te lanzaría una almohada si pudiera moverme. —Esa
era la forma que tenía Val de expresar su alegría y, a decir
verdad, siempre me había molestado.
—Te ayudaría a moverte, pero no puedo, ya que me darías
un almohadazo. Ya sabes, conflicto de intereses y todo eso.
—No seas tontorrón. Me alegro mucho por ti. Me pareció
que pasaba algo, pero no quería hacerme demasiadas ilusiones.
Solo… ten cuidado, ¿vale? Después de todo, vosotros tenéis
vidas muy diferentes.
Mi sonrisa desapareció.
—Lo sé.
—¿Has hablado con Maddie sobre esto? ¿Sabe que te vas a
quedar más tiempo?
—No, pero he quedado con ella después de salir de aquí.
—Anoche, ¿habéis…?
—No voy a hablar de mi vida sexual contigo, hermana.
Val sonrió de oreja a oreja y, levantando la bolsa de
M&M’s, dijo:
—Voy a tomarlo como una confesión. Me los ha traído
esta mañana. Tenía ese típico brillo a su alrededor, no dejaba
de sonreír. Ahora sé por qué. Y tú deberías marcharte. Ya has
cumplido con creces con tu deber de hermano por hoy. Ve a
divertirte.
—¿Segura que no puedo hacer nada más?
—Estoy segura. Y Jace me ha enviado un mensaje para
decir que se pasará por aquí. Llegará en unos diez minutos
como mucho.
Le besé la frente a Val y luego salí de la habitación. Saber
que yo era el motivo de la sonrisa de Maddie me hizo feliz.
Ese día había estado pensando tanto en ella que me había
tenido que salir de la reunión unas cuantas veces.
Me encontré con Jace al final del pasillo, que estaba
desierto.
—¡Landon, hola! ¿Cómo ha ido la reunión? Val estaba
muy estresada por toda la situación.
—Ha ido tan bien que no ha hecho falta que ella estuviera.
He decidido quedarme en Los Ángeles hasta que le quiten la
escayola para supervisar el proyecto por ella.
—Has… ¿Puedes hacer eso? ¿Con todo el asunto de la
asociación en San José en marcha?
—Me las arreglaré. Y veré cómo hacer para que esté
cómoda en casa. Necesitará ayuda para moverse, así que tal
vez una enfermera a domicilio…
—Eso déjamelo a mí, Landon. Es imposible detenerte
cuando te pones en modo supertrabajador. —Me dedicó una
sonrisa entre dientes—. Descansa un poco. No tienes que
hacerlo todo tú solo. Céntrate en el negocio, deja el resto para
nosotros. El ascensor está detrás de mí. Entra antes de que
empieces a comentar los detalles conmigo.
Le devolví la sonrisa, porque tenía razón. Teníamos
muchos detalles que revisar, pero podríamos encargarnos de
todo eso por la mañana. En ese momento, tenía la necesidad de
ver a Maddie.
Capítulo Diecisiete
Maddie
Me miré en el espejo por enésima vez, preguntándome si mi
conjunto era apropiado. Landon me había enviado un mensaje
antes, diciendo que vendría directamente a mi casa después de
visitar a Val. Teniendo en cuenta que no tenía ni idea de cuál
era el plan para la noche, había optado por un top verde oscuro
bien ajustado, con tirantes entrecruzados en la parte superior
de la espalda, y una falda negra que me llegaba hasta las
rodillas.
Cuando oí que un coche se detenía frente a mi casa, me
apresuré a ir a la entrada, patiné sobre las baldosas y perdí el
equilibrio, casi me precipité de cabeza contra la puerta
principal. «Ups».
Al incorporarme, me aparté el pelo de la cara y abrí la
puerta. Al recibir a Landon, se me pegó la lengua en el paladar
de manera inconsciente.
«Dios mío».
Su traje debía estar hecho a medida. No había otra forma
de que le quedara tan bien sobre sus hombros y sus
musculosos brazos y que, al mismo tiempo, se ciñera a la
cintura.
Había hablado en serio cuando dijo que los trajes que
llevaba la semana anterior eran informales. Este… este no era
para nada informal. Su aspecto hacía honor al puesto de
director general que tenía y estaba increíblemente guapo.
Landon se había vestido para impresionar. Y si bien sabía que
se había puesto el traje para la reunión y no para mí, pues…
estaba impresionada.
Pero no fue su traje lo que me provocó mariposas en el
estómago, ni su sonrisa. Llevaba un ramo de lirios naranjas y
rosas.
—No sabía cuáles eran tus flores favoritas, pero éstas me
parecieron preciosas.
Cuando las cogí, las yemas de mis dedos rozaron sus uñas,
pero ese simple contacto fue suficiente para hacerme sentir un
cosquilleo en la piel.
—¿Me vas a invitar a entrar? —Esbozó una sonrisa falsa.
—Sí, por supuesto. Pasa. Las pondré en un jarrón. Muchas
gracias. Son preciosas.
Mi voz se oía extraña incluso para mis propios oídos. Un
poco aguda, pero también ruda. Me puse a buscar un jarrón, lo
que me llevó algún tiempo, porque estaba demasiado aturdida
para centrarme. Cuando por fin lo encontré y lo sostuve bajo el
grifo, noté que Landon venía detrás de mí.
—Maddie, ¿lo he interpretado mal? ¿Acaso no me quieres
aquí?
En el tiempo que me llevó inhalar, movió su mano desde el
borde del lavabo hasta mi cintura, como si no pudiera evitar
tocarme, aunque no estuviera seguro de si debía hacerlo.
—No, no, quiero que estés aquí. De verdad. —Puse el
jarrón sobre la encimera y metí el ramo en él. Apenas en ese
momento me giré para mirarle. No me gustaban las arrugas de
su frente y mucho menos que yo las haya provocado.
—Lo siento. Es que… hace tiempo que no recibo flores.
Me hacen sentir especial.
Me estudió, llevando una mano a mi cara y acariciándome
la mejilla con el dorso de los dedos.
—Eres especial para mí, Maddie. Hace tiempo que no
compro flores, pero quería hacer esto por ti. Quiero hacer
tantas cosas contigo. Comprarte flores, invitarte a pasear,
hacerte reír.
Sus palabras llegaron tan profundo dentro de mí, que sabía
que echarían raíces allí y no podría olvidarlas después de que
se fuera. Pero eso no me importaba. Lo único que me
importaba era ese momento. Compartir solo un ratito con
Landon era mejor que no compartir directamente nada.
—Me gusta cómo suena eso —susurré. Estaba lo bastante
cerca como para que pudiera oler su gel de ducha. Le toqué la
nuez con la nariz y su agarre en mi cintura se hizo más fuerte.
Olía tan bien. Quería lamer cada trozo de piel que pudiera
encontrar, pero me aparté. El deseo por escuchar qué más tenía
para decir era mayor. Su olor y su sensualidad en general eran
un festín para mis sentidos. Pero sus palabras me habían
llegado directamente al corazón y quería oír más.
—Fui a ver a Val después de la reunión.
—¿Cómo se encuentra?
Sonrió.
—Disfrutando de tus M&M’s. Gracias por pasar a
visitarla.
Le devolví la sonrisa.
—Quería sentirme útil para algo. ¿Cómo ha ido la
reunión?
—Más o menos.
Fingí sorpresa.
—¿Los gemelos te han fallado? Bueno, si te sirve de
consuelo, conmigo funcionan de maravilla. Mis rodillas
parecen estar hechas de gelatina… y todo por culpa de ellos.
Estaban fabricados en plata esterlina con una especie de
patrón negro en el centro. Y, joder, eran impactantes.
Su sonrisa se amplió, transformando toda su expresión.
—¿Así que todo es a causa de ellos? ¿No tengo ningún
mérito?
—Tal vez un poquito.
Para demostrarlo, mantuve el pulgar y el índice tan cerca el
uno del otro que casi se tocaban.
Landon puso sus manos a mi lado, atrapándome. Nuestras
narices estaban solo a unos centímetros. Nuestras bocas a la
distancia de un beso. Y a pesar de ello, no me besó.
—¿Qué estabas diciendo de la reunión? —pregunté cuando
la tensión se había vuelto tan densa que hasta me hizo
endurecer los pezones.
—No estaban muy contentos al enterarse de lo de Val. No
por su bienestar, sino porque no podría supervisar el proyecto
personalmente. Me ofrecí a dirigirlo yo mismo hasta que Val
se sienta mejor. Probablemente vaya a necesitar entre un mes y
seis semanas hasta que pueda retomar sus actividades con
normalidad.
—Entonces, ¿no te marcharás la semana que viene?
Percibí el cambio en él antes de que se apartara. Se le puso
rígida la mandíbula.
—Pareces decepcionada.
Mis capacidades de comunicación eran nulas cuando
estaba sorprendida o nerviosa.
—No estoy decepcionada para nada. Me alegro de que te
vayas a quedar más tiempo. Es que me has cogido por
sorpresa. Es muy bonito lo que haces por tu hermana. —
Bonito era decir poco. No conocía a nadie que pudiera hacer
algo así. Miré a Landon con renovada admiración—. ¿Qué ha
dicho Val?
Se le curvaron las comisuras de los labios.
—Que soy su héroe. Luego pasó a cuestionar dicho
heroísmo, preguntándose si ella era la única razón por la que
había decidido quedarme.
«¿Está diciendo lo que yo creo?».
—¿Qué le has dicho?
Apoyé las manos detrás de mi espalda y empecé a golpear
los pulgares contra la encimera.
—Que esos sonidos que hiciste anoche podrían haber
influido en mi decisión también —dijo.
—¡Estás de coña!
Me lancé hacia delante y traté de pellizcarle el estómago,
pero me atrapó la muñeca. Llevé mi otra mano hacia adelante.
¡Error de principiante! También la atrapó. Esposando mis dos
muñecas con una mano, las llevó por encima de mi cabeza y
las inmovilizó contra el mueble.
Cogí un poco de aire cuando la mirada de Landon se posó
en mis labios. Pasó su mano libre por debajo de mi camiseta y
la deslizó bajo el sujetador. Con el pulgar, recorrió lentamente
por la parte inferior de mi pecho hasta que se me arqueó toda
la espalda. Cuando me lo pasó por el pezón, me puse de
puntillas, buscando su boca con desesperación. Nos besamos
hasta que nos quedamos sin aliento.
Mi cocina nunca había sido escenario de una interacción
tan erótica. Casi esperaba que las patas de la mesa de madera
se doblaran ante tanta tensión sexual. Desde luego, sentía que
mis piernas iban a ceder en cualquier momento.
Me soltó las manos y me cogió la cara con las suyas,
apoyando los pulgares en las mejillas y extendiendo los dedos
sobre el cuello. Me abrazaba como si fuera muy valiosa para
él. Tenía tanta energía circulando por mi cuerpo que no podía
quedarme quieta. No paraba de moverme.
—Tengo una condición, Landon. No puedes hacer que me
enamore de ti.
—No tienes de qué preocuparte. —Tragó y su nuez bajó
dentro de su garganta—. Creo que ya he olvidado cómo amar.
—Pues entonces estamos a salvo.
—¿Estás segura? —Sonrió—. Contigo quiero cosas que no
me he permitido desear en años, Maddie.
Tracé el contorno de su mandíbula, preguntándome si
debía callar, pero decidí no hacerlo.
—¿Qué quieres decir con lo de que no te has permitido
desear cosas?
Sus ojos se volvieron tristes.
—Recuperarme tras la muerte de Rachel no fue fácil.
Estaba perdido y vulnerable, y durante mucho tiempo pensé
que lo más seguro era no acercarse demasiado a nadie. Que era
mejor no desear ciertas cosas.
—Vaya, Landon.
La tristeza en su mirada se convirtió en alegría.
—Pero quiero pasar más tiempo contigo, Maddie. Quiero
conocerte. Saber todo de ti.
Me vibró todo el cuerpo ante la idea de pasar más tiempo
con Landon, aunque sabía que estaba poniendo en peligro mi
corazón. No estaba segura de poder mantenerlo a salvo cuando
pensaba que solo iba a pasar unos días con Landon. ¿Pero
semanas?
Nueva resolución: no pensar en el futuro. A decir verdad,
tenía que reconocer que era liberador vivir en el presente sin
preocuparme por el impacto de mis acciones actuales en el
futuro.
«Si me como una segunda loncha de bacon, ¿irá
directamente a mis caderas o a mi barriga? Si pido el jabón
más barato, ¿me secará la piel? Si paso más tiempo con
Landon, ¿me enamoraré de él?». Pues… ese tipo de preguntas
le quitaban la alegría al momento. Algunas de ellas tenían su
fundamento, claro, pero también eran aguafiestas.
—Te estoy invitando a una cita —anunció, metiendo las
dos manos en los bolsillos, como si no tocarme requiriera un
esfuerzo y estuviera dispuesto a conseguir su objetivo. Ah,
pero nuestros objetivos eran opuestos, porque yo quería que
me tocaran, que me besaran, que me ultrajaran.
—Mmm… ¿así es como quieres salir conmigo? ¿Llevando
este precioso traje y gemelos? Esto hará que todas las mujeres
se desmayen. Les estoy haciendo un favor al conservarte solo
para mí. No sabrán lo que se pierden. Además, el tráfico es
una pesadilla a esta hora.
Se le encendió la mirada y una sonrisa bailó en sus labios.
Tuve la sensación de que se había dado cuenta de mi intento
de seducirle. En retrospectiva, había sido bastante patético. El
tráfico, ¿en serio?
—No te confundas, Maddie, cuando volvamos, voy a
meterme tan dentro de ti que te haré olvidar tu propio nombre.
Pero ahora mismo, quiero pasar un rato contigo fuera del
dormitorio. ¿Te parece bien?
—No. —Estaba un poco agitada, con mucho calor. Me
estaba cautivando como si fuera una obligación para él. ¿Era
siquiera consciente de ello?—. Pero para que conste, no solo
tenía en mente actividades al desnudo cuando sugerí que nos
quedáramos en casa. Podría cuidar de ti. Después del día que
has tenido, te vendría bien.
Sus ojos se relajaron y se inclinó hacia mí, besando la
comisura de mis labios. Después de un rato, dijo:
—Podrás cuidarme todas las veces que quieras, Maddie.
Me encantaría. Pero esta noche yo soy quien va a cuidar de ti.
Así que vamos.
Mientras echaba un vistazo a las flores, una pequeña voz
en el fondo de mi mente me susurró que sería muy difícil no
enamorarse de Landon. Acallé la voz mientras él me cogía de
la mano y me llevaba fuera de la casa para una noche de
desenfreno.
Capítulo Dieciocho
Maddie
Landon sabía cómo invitar a una mujer a cenar. Me llevó al
Hotel Four Seasons de Beverly Hills. Tenían un elegante
restaurante en el patio, con luces brillantes colgando por todas
partes. Estaba disfrutando de todo, pero la verdad es que el
hombre sentado frente a mí acaparaba toda mi atención.
—Usted, señor, tiene un gusto excelente —le informé
mientras tomaba un sorbo de vino tinto, un syrah. Era perfecto
para mi filete—. ¿Cómo de difícil piensas que será
compaginar el proyecto de Val y la fusión de tu empresa?
Frunció el ceño.
—Muy difícil. Estoy intentando elaborar un plan de ataque
para poder dar a ambos proyectos la atención que necesitan,
pero va a ser un infierno.
—Bueno, puedes contar conmigo para ayudar a que te
relajes —declaré. Su fruncido ceño se convirtió en una sonrisa.
—¿Cómo piensas hacerlo?
—Todavía no lo sé, pero voy a preparar un plan serio.
Iba a cuidar bien de él. Tan bien que no querría dejarme ir.
«Ups». ¿De dónde había salido esa idea? Culpé a mi syrah.
—¿Cuánto tiempo vas a seguir trabajando en el jardín de
Val? —preguntó.
—Tres semanas. Luego voy a diseñar el jardín de un
colegio. Será menos complicado que el de Val, porque no tiene
terrazas. Me muero de ganas por empezar.
—¿Una escuela? Pensé que habías dicho que te gustaba
trabajar en proyectos residenciales.
Me alegré de que se acordara de ese pequeño detalle.
—Sí, pero no podía dejar pasar esta oportunidad. Es para
un colegio privado y, si a los padres les gusta lo que ven, eso
podría llevar a conseguir otros proyectos.
—Inteligente. Muy inteligente de tu parte.
—Gracias. Ese es el proyecto para el que necesitaba los
permisos.
—¿Así que te encargas de todo? ¿Permisos, diseño,
implementación?
—Sí. Sin embargo, trabajo con subcontratistas. Por
ejemplo, Val quiere escalones de piedra, y para ello traigo a un
albañil. Si el terreno requiere la instalación de algo más que el
sistema de riego estándar, traigo a una empresa especializada
en la materia. Pero intento hacer lo máximo posible yo misma.
Contrataré personal fijo en cuanto Grace termine la carrera de
Derecho.
—Eres una mujer increíble, Maddie Jennings.
—Vaya, gracias, Sr. Connor.
—Eres muy trabajadora y muy comprometida con tu
hermana, dos cualidades que admiro. —Puso su mano sobre la
mía en la mesa y la apretó ligeramente—. Admiro todo de ti.
—Ahora me estás haciendo sonrojar.
—Me encanta cuando tus mejillas se ponen rojas.
Su voz era más baja, más aspirada, e hizo que mi mente se
fuera al diablo.
—¡Landon! Estamos a mitad de la cena. No puedes hacer
que me ruborice ya. Creo que estábamos hablando de mis
asuntos.
Me dedicó una sonrisa voraz.
—Tienes razón. ¿Has pensado en asociarte con alguno de
los subcontratistas que utilizas más a menudo? No los tendrías
en nómina, pero podrías aprovechar las sinergias.
Me recosté en mi asiento, mientras jugaba con mi copa de
vino.
—Lo he pensado, pero honestamente, creo que sería un
dolor de cabeza. Mi ex y yo teníamos un acuerdo similar.
Aunque estábamos especializados en diferentes áreas,
habíamos creado una empresa juntos, Eden Designs.
Compartíamos la oficina y los gastos administrativos, como la
contabilidad. Ocasionalmente, algunos de sus clientes también
utilizaban mis servicios. Cuando todo se fue al garete, me
costó mucho trabajo desvincularme. Se hizo un lío. Se peleaba
conmigo por cada contrato. Los honorarios de los abogados se
comieron muchos de mis ahorros. Me fastidió para las
asociaciones. En fin, trabajo mejor sola.
—Tu ex era un verdadero gilipollas.
—Fue raro, tuve que volver a empezar. Casa nueva, todo
nuevo. La mayoría de nuestros amigos eran suyos, porque él
era de Los Ángeles, así que mi círculo de amigos se redujo de
golpe y conocer gente nueva no es fácil.
—¿Pensaste en volver a Miami en ese momento?
—No, me gusta esta ciudad. Pero cuando me mudé a Los
Ángeles, nunca imaginé que iba a tener que empezar de cero
dos veces. Espero no tener que hacerlo nunca más. Es
agotador.
Landon me escudriñó, pero entonces su atención fue
captada por un hombre alto con traje que se estaba acercando a
nosotros y finalmente se detuvo junto a la mesa.
—¿Landon? No puedo creerlo. No sabía que habías vuelto
a Los Ángeles. ¿Cuánto tiempo ha pasado?
Landon se levantó y estrechó la mano del hombre. Yo
también me levanté.
—Stephen. Me alegro de verte. —Señalándome, dijo—:
Esta es Maddie Jennings. Es una arquitecta paisajista con
mucho talento.
Landon parecía tan orgulloso de mí que quise besarlo en el
acto. Me fijé en su lenguaje corporal y supe que no eran
palabras vacías. Sabía que estaba mal comparar a Landon con
mi ex, pero no podía evitarlo. Cada vez que Owen me
presentaba a alguien, omitía mi profesión, y cuando yo
mencionaba el tema, se avergonzaba.
—Encantado de conocerte, Maddie. —Stephen me
estrechó la mano antes de volver a centrarse en Landon—.
¿Cuánto tiempo te quedarás en Los Ángeles?
—Unas semanas.
—Te llamaré para organizar una reunión. Te dejo para que
disfrutes de la noche.
Volvimos a sentarnos después de que Stephen se fuera y
luego terminamos nuestros filetes. Landon acogió mis piernas
entre las suyas bajo la mesa. Me encantaba estar rodeada de él
así. Cuando el camarero se llevó nuestros platos vacíos, me
froté la barriga.
—¿Vamos a pedir postre? Me muero por probar su panna
cotta.
Se le dibujó una sonrisa en los labios. Acogió mis piernas
con más fuerza hasta que mis rodillas se tocaron.
—Preferiría comerte a ti, pero la panna cotta bastará, por
ahora.
—Eres un desvergonzado —susurré—. ¿Me has traído
aquí y ahora me seduces?
—¿Eso es una queja?
Abrí la boca y la volví a cerrar.
—Estoy excitada, pero siento que debo echarte la bronca
solo por eso. Estoy en conflicto.
Sin quitarme los ojos de encima, pidió panna cotta para los
dos y se inclinó hacia delante.
—¿Cuán excitada estás exactamente?
El aire chispeaba entre nosotros, y consideré la posibilidad
de escaparme antes del postre. Pero mi lado testarudo asomó la
cabeza y me mantuve firme, e incluso disfruté de dos copas
más de syrah hasta que terminamos el postre.
Landon me ofreció el brazo cuando nos levantamos para
irnos y lo cogí con gusto. Llevaba unos tacones de aguja
altísimos. Los zapatos eran nuevos y no había tenido tiempo
de estrenarlos, así que me dolían las plantas de los pies.
Al pasar por la fila de mesas, pude notar que las mujeres le
echaban el ojo. Muchas mujeres.
—Es la última vez que sales conmigo llevando gemelos.
Todas las mujeres de allí quieren follarte —susurré cuando nos
quedamos solos en el pasillo que lleva al vestíbulo.
—¿Follarme? —Se rió. «Oh, ¿así que esto le divierte?»,
pensé—. Estás un poco borracha por el vino.
—Tal vez. Pero sé lo que he visto. La próxima vez que
salgamos, te pondrás algún jersey feo. Una bolsa de papel en
la cabeza tampoco vendría mal.
—¿Eres posesiva?
Cogí un poco de aire.
—Me he excedido, lo siento. No tengo por qué ser
posesiva.
Landon se detuvo y se volvió hacia mí. Me besó tan fuerte
que hizo que mi mente diera vueltas.
—Sí, te corresponde. Cariño, la idea de que estés con otro
hombre me vuelve loco. —Sus ojos brillaron mientras me
pasaba el pulgar por los labios, con una encantadora y evidente
posesividad—. Me gusta verte así de exaltada, pero no tienes
nada de qué preocuparte. Eres todo lo que quiero, Maddie. —
Me besó la comisura de la boca y susurró—: Vayamos a casa
para demostrarte cuánto.
Nunca había rezado tanto para que no hubiera tráfico como
en ese momento.
Cuando entramos en mi bungalow, Landon me besó con
fuerza y me acompañó hasta el dormitorio, hasta que la parte
posterior de mis pantorrillas chocó con la cama. Me bajó sobre
ella, rompiendo nuestra conexión. Encendió la luz y se quedó
cerca del interruptor.
—Quítate la ropa para mí, Maddie.
Me quité los zapatos y me subí a la cama. Me levanté un
poco el top, hasta que se me vio el ombligo. Landon me miró
fijamente, como si me retara a continuar. Lo levanté unos
centímetros más, tan lentamente como pude. Él soltó una
fuerte exhalación, y mis manos empezaron a temblar ante la
expectación. Joder, verle observarme me excitaba muchísimo.
Lo levanté otro centímetro y entonces Landon se quitó la ropa.
Cuando estuvo completamente desnudo, se subió a la cama
frente a mí y me sujetó los tobillos con las manos, sin dejar de
observarme. Cuando me quité la camiseta, se mordió el labio.
Metí la mano bajo la almohada y recuperé el condón que había
escondido allí… por si acaso.
—Desabróchate el sujetador. —Aunque su voz era un
susurro, parecía una orden. Hice lo que me dijo y mis pechos
se liberaron frente a él. Soltando uno de mis tobillos, extendió
un brazo, desabrochó la cremallera y el botón de mi falda, y
luego la bajó por las piernas, arrojándola detrás de él. Me sentí
expuesta, solo llevaba un tanga. Me observaba con una mirada
lujuriosa, sus ojos iban de mi cuello a mis pechos, pasando por
el triángulo entre mis piernas, y luego volvían a subir.
Se abalanzó sobre mí y me capturó la boca. Suspiré contra
sus labios y mis caderas se levantaron de la cama cuando me
cogió un pecho y me retorció el pezón suavemente.
Instintivamente, intenté juntar los muslos. Como él estaba
sentado justo entre ellos, no hice más que apretarle con fuerza.
Gimió y se apartó, mirando hacia abajo entre nosotros. Bajó
una mano, y me puso el pulgar justo en mi entrada, sobre las
bragas. Un escalofrío se apoderó de mi cuerpo. Después,
arrastró el pulgar hasta mi clítoris.
—¡Landon! ¡Oh!
Repitió el movimiento. Separé los muslos para darle un
mejor acceso. Se acomodó entre ellos y bajó la cabeza. En
medio de una bruma de lujuria, sentí cómo deslizaba dos
dedos por el borde de mis bragas, justo donde el muslo se unía
con el centro. Apreté la sábana cuando él enganchó los dedos
en la tela y la empujó hacia un lado. A continuación, posó su
ardiente boca sobre mi piel resbaladiza, y lo disfruté tanto, era
tan increíblemente intenso, que grité sin vergüenza. Levanté la
cabeza y vi que había bajado un brazo. Su hombro se movía,
se estaba tocando. Tenía la boca sobre mí y la mano en su
erección. La imagen despertó algo en mi interior. Un intenso
calor se extendió bajo mi piel.
Inesperadamente, apartó el pulgar de mi clítoris y deslizó
la mano bajo mi culo, levantándolo sobre el colchón. Clavé los
talones en la cama y se me contrajo la barriga mientras me
preparaba. Se metió mi clítoris en la boca.
—¡Aaaaaah!
Se me endurecieron los glúteos, mis muslos ardieron. Mi
centro estaba a punto de estallar. Me temblaba todo el cuerpo.
Era como si unos finos hilos invisibles conectaran mi clítoris
con todas las células de mi cuerpo. Estaba agitada y no paraba
de gemir, necesitaba liberarme. La tensión en mi interior
seguía en aumento.
Los siguientes segundos fueron un poco confusos. Landon
se movió, apartándose de mí justo cuando estaba en la cúspide.
Le oí rasgar el paquete del condón, y luego se movió sobre mí,
introduciéndose en mi interior mientras me corría.
El placer era tan intenso que me dejó sin aliento. Mis
músculos internos sufrieron espasmos y se apretaron a lo largo
de su longitud. Mi orgasmo se acentuó. Una sensación de
satisfacción recorrió todo mi cuerpo, haciendo que los dedos
de los pies se enroscaran y los de mis manos se estiraran, casi
involuntariamente.
—Qué bien se siente, Maddie. Tan bien. —Su voz era un
susurro inestable y, cuando bajé del séptimo cielo, noté que
sus brazos temblaban ligeramente. Los había apoyado a ambos
lados de mí. Besándome el cuello, se deslizó dentro y fuera de
mí. Era imposible, pero sentí que con cada embestida me
llenaba más, me daba más de sí mismo.
—Levanta las piernas, envuélvelas alrededor de mí —dijo.
A ciegas, enganché una pierna alrededor de él, luego la
otra, sin entender a dónde quería llegar… hasta que lo capté.
Cuando presioné mis talones en la parte posterior de sus
muslos, justo debajo de su trasero, el ángulo entre nosotros
cambió y él estaba frotando un punto dentro de mí que no
había tocado antes. Ni siquiera sabía que fuera posible
experimentar un placer tan intenso. Estaba en sus manos y su
cuerpo me acercaba cada vez más al límite con cada
embestida. Se me tensaba todo, los músculos se contraían.
Luego, Landon me besó, entrelazando sus dedos con los míos.
Finalmente, mis sentidos se vieron abrumados mientras se
me retorcía todo el cuerpo con el orgasmo. En medio de mis
gritos de placer, oí los de Landon… y supe que se estaba
corriendo conmigo.
Capítulo Diecinueve
Landon
A la mañana siguiente, a pesar de que todavía era temprano,
las calles estaban abarrotadas de camino a casa de Val. La
ciudad había empezado a despertarse, pero conseguimos llegar
con bastante antelación. El equipo de Maddie ni siquiera había
llegado.
—¿Sabes qué? Haré una tarta de zanahoria para Val como
regalo de bienvenida —dijo Maddie mientras subíamos al
porche.
—Voy a compartir un secreto contigo, Maddie. Las señales
que indican que a mis hermanas no les gusta alguna comida.
Val bebe mucha agua para, de esta forma, evitar tener que
comer. Lori solo toma bocados muy pequeños. Hailey dirá que
está a dieta. Así que si Val no comió mucho la última vez…
Negó con la cabeza.
—¿Por qué no me dijo que no le gustaba?
—No puedes librarte de la impulsiva honestidad de mis
hermanos si compartes su sangre. Pero muestran más tacto con
el resto de las personas.
—¿Y he tenido que acostarme contigo para descubrir el
secreto de la familia?
—No se pueden vender nuestros secretos a bajo precio.
La atraje entre mis brazos y besé esa sonrisa descarada.
Luego subí a cambiarme de ropa. Solo había cogido dos de
mis mejores trajes, pero me encargaría de que me enviaran
más desde San José. La ropa era importante, sobre todo
cuando se trataba de personas que no me conocían. Un aspecto
cuidado establecía una base de confianza, incluso antes de
presentarme. Sabía jugar bien ese juego.
Cuando volví a salir, Maddie estaba cerca de la puerta
principal, estirando la espalda. A su lado, había un saco de la
mitad de su tamaño apoyado en el suelo. Seguramente lo había
descargado del camión ella sola. Me apresuré a acercarme a
ella.
—¡Maddie! Espera a que lleguen los muchachos para
descargar.
—¿Por qué perder el tiempo si puedo empezar ahora
mismo? —Se enderezó, dispuesta a ir hacia la puerta, pero le
puse una mano en la cintura.
—Porque te romperás la espalda. Espera a los muchachos.
Mi voz era firme. No quería que se esforzara. Inclinó la
cabeza hacia un lado y apartó mi mano.
—¿Crees que puedes darme órdenes solo porque tu polla
ha estado dentro de mí?
Ella era toda una fiera, y escuchar la palabra “polla” salir
de su boca me excitaba.
—No te estoy dando órdenes. Solo estoy cuidando de ti.
—Cierto —replicó, su expresión se había suavizado un
poco—. Soy una chica dura, Landon.
—No estoy poniendo eso en duda. Pero las leyes de la
física rigen para ti también. Te ayudaré a descargarlas.
—¿Y arrugar este traje tan apetecible? Anularía por
completo el efecto de los gemelos. No harás tal cosa. Si crees
que…
La atraje hacia un beso, devorando todo su fuego y su
descaro, palmeándole el culo y acercando sus caderas a las
mías.
Llevaba toda la mañana semiempalmado, pero en ese
momento mi erección era completa. Cuando la apreté contra
mí, pude sentir cómo sus pezones se movían incluso a través
del sujetador y su camisa de trabajo. Lo que esta mujer
provocaba en mí era una locura. Mis zapatos se hundieron en
la tierra cuando la cogí por el culo. Me rodeó el cuello con los
brazos y sus rodillas me presionaron los costados.
La besé hasta que nos llegó el sonido de la puerta principal
abriéndose. Maddie se apartó, aún jadeante, cuando la bajé.
—No quiero que los muchachos me vean así —dijo.
—¿Por qué no?
—Porque soy su jefa.
Arrastré el pulgar por la piel de sus labios, que estaba roja
por nuestro beso. La había marcado como mía.
—Te he dejado hecho un desastre —murmuró, arreglando
el cuello de mi camisa y mi traje—. Buena suerte hoy, Landon.
Tomé una de sus manos y le besé la palma, posándola en
mis labios. Me había encantado despertarme a su lado, sentir
su cálido cuerpecito junto a mí. La había acunado en mis
brazos y no estaba preparado para dejarla ir. Tampoco estaba
preparado para hacerlo en ese momento, pero teníamos que
empezar el día.
***
Cogí un taxi para ir a la oficina y, de camino, llamé a Adam.
Como había predicho, no le gustaron mis noticias.
—Landon, no puedes hacer eso, hombre. Mira, siento que
este sea un mal momento para Val, pero tampoco es un buen
momento para nuestra empresa. Sullivan está reconsiderando
todos los puntos. Está tratando de renegociar todo, y de modo
muy agresivo. Se lo pasará en grande cuando descubra que no
volverás hasta dentro de seis semanas.
—Adam, eres mi director general. Sullivan lo sabe.
—Sí, pero no soy el dueño de la empresa, y eso reduce mi
poder de decisión. ¿El proyecto de Val justifica realmente el
riesgo de no llegar a un buen acuerdo con Sullivan? ¿O de que
el trato no llegue a buen puerto?
Un escalofrío me recorrió la espalda. Apretando los
dientes, miré por la ventana. Quería hacer crecer la empresa
para que sea digna de respeto. Nuestros inversores exigían lo
mismo. Para crear la empresa, no había tenido más remedio
que aceptar inversiones externas, y tuve que ceder acciones a
cambio. Yo poseía el cuarenta y nueve por ciento, el resto se
repartía entre los distintos inversores, y ellos querían mayores
beneficios. Llevé la empresa tan lejos como pude, pero no
podía hacerla crecer más por mi cuenta.
Necesitaba más fondos o un socio con acceso a una red de
distribución más amplia, que era lo que aportaba Sullivan. Más
fondos suponía realizar una oferta pública de venta o la
incorporación de más inversores, lo cual no quería porque
tendría que ceder aún más acciones y control. La asociación
con Sullivan era mi mejor opción, y por eso necesitaba que el
acuerdo se llevara a cabo. Por otro lado, no podía evitar ayudar
a mi hermana.
Aunque Adam era un íntimo amigo mío, no entendía lo
profundos que eran los lazos familiares en el clan Connor. Dar
más explicaciones no iba a cambiar las cosas y, de todos
modos, no me importaba hacerlo. A fin de cuentas, yo estaba a
cargo. Adam tenía que hacer lo que yo determinaba.
—Me necesitan, Adam. Oficialmente ya no estoy de
vacaciones, así que pueden contactarme a cualquier hora de
hoy en adelante. Me estoy tomando el tiempo para volver a
familiarizarme con la compañía de Val. Puedo darte diez
minutos ahora mismo para discutir cualquier asunto urgente.
Dos cosas quedaron claras a las pocas horas de estar en la
piel de Val. Una: era más eficiente que el noventa por ciento
de las personas que conocía. Dos: no delegaba una mierda.
Supervisaba todo, desde las decisiones ejecutivas hasta los
pequeños detalles operativos. A su perspicaz mente no se le
escapaba nada, ni a su bolígrafo. Casi todo necesitaba su
aprobación.
—Necesitamos la aprobación de los envíos…
—Las muestras llegarán hoy. Te necesitamos en la sala de
conferencias a las dos.
—El presupuesto aún debe ser ajustado.
—¿Cuándo va a volver Val?
—No ha respondido a nuestros correos electrónicos. Eso
no ha…
Intervine.
—Y de momento no va a responder.
Me sentía como si estuviera en un campo de béisbol,
lanzando pelotas a diestro y siniestro y, mientras estaba
ocupado con otras, varias me daban directamente en la cara.
La lista de tareas diarias de Val estaba lo suficientemente llena
como para que dos personas trabajaran a marchas forzadas
hasta quedar exhaustos. En las pocas ocasiones en que estaba
solo en la oficina, repasaba el presupuesto de la línea de los
grandes almacenes, pero las constantes interrupciones hacían
que fuera imposible centrarse. Val llevaba una política de
puertas abiertas con la que yo no estaba de acuerdo.
Su asistente intervino justo cuando yo había empezado a
tomar notas.
—Sr. Connor, le necesitamos en envíos. Nosotros…
—No.
—¿Disculpe?
—Mira, Angelica, ese es tu nombre, ¿verdad?
—Sí.
—No estaré disponible durante las próximas dos horas.
Se quedó pasmada.
—Pero…
—No hay peros que valgan. Estaré aquí en la oficina, pero
no quiero que nadie me moleste.
—Ha llamado Val.
Dios mío. Mi hermana seguía en el hospital.
—Bien. Hasta que no te indique lo contrario, no atenderás
las llamadas de mi hermana. También necesitaré que me
prepares un informe. Incluye todos los temas importantes a lo
largo de la cadena de valor.
Angélica me miró como si estuviera loco, pero asintió y
salió del despacho. Cerré la puerta tras ella y respiré
profundamente. Tenía que trazar un plan, uno muy bueno. Y, a
diferencia de Val, necesitaba silencio para pensar bien las
cosas.
Las oficinas no estaban allí cuando yo trabajaba en la
empresa. Había menos empleados, así que no hacía falta tener
un edificio entero. Val había hecho bien en trasladar todo a ese
lugar cuando la compañía creció. Estaba bastante lejos de su
casa y los desplazamientos eran una tortura, pero el terreno era
barato, así que lo compró y se ahorró mucho en el alquiler.
Me senté detrás del escritorio que Val había colocado en la
esquina sur de la habitación. Podía mirar fácilmente hacia la
puerta y hacia la ventana. El jardín de Maddie se extendía por
todo el espacio exterior. Incluso desde allí, era como el oasis
relajante que Val había descrito. Me levanté de mi asiento,
cogí el portátil, un bolígrafo y algunos papeles, y salí del
despacho.
Unos minutos después, entré en el pequeño parque. Era
sorprendente. Un ancho camino empedrado serpenteaba por el
centro y varios más estrechos surgían a los lados. Dondequiera
que mirara, era verde, con alguna que otra mancha de color.
No sabía los nombres de los árboles, pero reconocí algunas
palmeras y helechos. Hice una foto y se la envié a Maddie,
junto con un texto.
Landon: ¡Esto es increíble!
Supuse que no lo vería hasta más tarde, porque Maddie no
llevaba el teléfono consigo cuando trabajaba. Contestó en
cuestión de segundos.
Maddie: Hay un banco detrás de ese gran helecho.
Landon: Gracias.
Me reí cuando encontré el banco, preguntándome cómo
podía ser que ya estuviera echando de menos a Maddie.
¿Acaso ella me estaría echando de menos también? Tal vez
había tenido el teléfono a mano porque esperaba tener noticias
mías, aunque era más probable que estuviera esperando una
llamada de negocios. Esa mañana me había parecido un trozo
de la vida de otra persona: el despertar junto a ella, nuestra
cercanía, su tierno gesto de alisar perfectamente mi camisa y
mi traje. ¿Cómo sería la vida si todas las mañanas empezaran
así?
Dejé que esa fantasía se apoderara de mí solo por un
momento antes de sumergirme de nuevo en el trabajo.
Capítulo Veinte
Maddie
Durante los días siguientes, la casa de Val se convirtió en una
puerta giratoria para toda su familia. Will pasaba todos los días
para ver cómo estaba, Lori le llevaba comida y Hailey había
volado para hacer una visita rápida el día que le dieron el alta a
Val. Jace la había visitado a diario entre sus sesiones de
entrenamiento, y ver a un jugador de fútbol de un metro
noventa rondando a su hermana como si fuera un bebé
resultaba entrañable.
El jardín de Val tenía mucho mejor aspecto. El albañil
tenía previsto trabajar en los escalones de piedra la semana
siguiente, y a mí aún me quedaba algo de trabajo, pero había
puesto plantas resistentes a la sequía como la lila de montaña
de California y la milenrama de California en cada uno de los
niveles de la terraza.
Todavía tenía que plantar dos jacarandás cerca de los
bordes exteriores del porche, y el jueves por la mañana fui a
recogerlas a Elise’s Plants and Flowers.
Elise era sin duda mi proveedor favorito. Tenía una tienda
pequeña, pero cualquier cosa que necesitara, ella podía
conseguirla en la mitad de tiempo que cualquier otro, y a un
precio razonable.
—¿Todo bien? Pareces un poco nerviosa —le dije mientras
me ayudaba a cargar las jacarandás pequeñas en la parte
trasera de mi Chevy. Su pelo, negro como la noche, estaba
recogido en un moño sobre la cabeza y parecía cansada.
—Sí, es que estoy… rediseñando mi página web,
esperando que traiga más trabajos. Solo que no sé cómo
mejorarla.
—Podría dar un testimonio. O mejor aún, podrías incluir
las fotos del proyecto de Murieta. Ese fue el que había ganado
el premio al mejor jardín.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Estás segura? No quiero robarte los laureles.
—No estás robando nada, Elise. De verdad deberías
incluirlo en la lista. Te compré todas esas flores a ti.
—De acuerdo, lo haré. Gracias. Está claro que tienes un
don para los negocios, chica.