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García Gutiérrez, Antonio Luis. – Lingüística documental.

-- Barcelona :
Mitre, 1984.

Lenguajes documentales de estructuras jerárquica


Los lenguajes documentales de estructura jerárquica o arborescentes corresponden a las clasificaciones
tradicionales y al adagio pronunciado por Otlet de <una cosa para cada lugar y un lugar para cada cosa>. Una
definición general de clasificación la determina como <repetición metódica de términos, desarrollada por
división lógica de un sujeto o por medio de un conjunto de características. Por extensión, toda forma de
disposición sistemática de una materia».

Desde el punto de vista de uso institucional. Meetham define la clasificación como «parte estratégica del
sistema principal de la Biblioteca, organizada en asociaciones y clases que nos conducen por sendas que
atraviesan el sotobosque del saber«. El mismo autor divide las clasificaciones en lineales o jerárquicas (CDU),
múltiples (facetas), y coordinadas (tesauros), desbordando el concepto de clasificación de los límites impuestos
por el campo del lenguaje documental, y continúa, a propósito de las ventajas e inconvenientes de los tres
sistemas, que el método jerárquico consiste en una esperada división del campo, en ámbitos cada vez más
pequeños cada uno de los cuales tiene que considerarse por separado; por tanto, parece que un documento típico
o normal puede no encuadrar en un solo ámbito, y uno atípico no encuentra división precisa, si no se ha
provisto. Esto en cuanto al enfoque recuperacional. En lo que concierne al terminológico, las clasificaciones
lineales no se ciñen en gran medida a las pautas marcadas por los léxicos especializados, sino mas bien por los
temas o ideas generales y, por tanto, no son reflejos de aquellos.

Por otro lado, afirma Meetham con relación a las clasificaciones múltiples o facetadas que «son
diabólicamente difíciles de diseñar, pero económicas en cuanto al número de preguntas clave que el indizador
debe contestar>. En cuanto a los sistemas coordinados o basados en las posibles combinaciones de descriptores,
Meethar se erige como un gran detractor al afirmar que <se necesita poca habilidad para idear sistemas
coordinados bastantes elaborados y que éstos son tan amorfos que es difícil establecer reglas para proyectarlos>

Estos lenguajes requieren, además de gran precisión terminológica, una estructura flexible que permita
infinidad de combinaciones. La aportación de Meetham podemos reducirla al campo estricto de los lenguajes
documentales jerárquicos y, en el seno de ellos, incluimos una singular concepción de clasificación desde el
punto de vista descriptivo, propuesta por el mismo investigador: «Clasificación es una brevisima descripción
temática del documento».

Es indiscutible, sin embargo, que todos los lenguajes documentales parten de la clasificación tradicional, y
que ésta, al decir de Bradford, «es la base fundamental de la Documentación, y su origen se debe más a las
necesidades comunes de los negocios que a las exigencias intelectuales». Efectivamente hay que recordar que el
surgimiento de la Ciencia documental es parejo a la creación de una clasificación de tipo universal adaptada por
Paul Otlet a finales del siglo XIX como se examinará en el siguiente epígrafe. Detengámonos antes en los
primeros esbozos históricos de la clasificación para poder estimar los hitos de su evolución: Las más antiguas,
después de la invención de la imprenta, son la de Aldus en 1498, inserta en su Libri Graeci Impressi, donde
dividía el saber universal en cinco clases: Gramática, Poética, Lógica, Filosófica y Sacra Scriptura. Por otra
parte, Robert Etienne presentaba catorce clases en 1546. Pero hasta 1840 no se dispusieron, según Bradford, de
los suficientes recursos para el conocimiento y control de los fondos de las bibliotecas, pues hasta entonces éstas
eran simples museos, a veces, sin inventariar. En esa fecha comenzaron a emplearse los catálogos de autores y
materias como el realizado por Panizzi: Cataloque of Printed Books in the Library of the Brithish Museum de 1841. Y
en 1873, como ampliaremos seguidamente, Melvíl Dewey materializará la idea de normalizar una clasificación
general de los conocimientos, estableciendo el punto de partida de la concepción moderna de lenguaje
documental.

La característica general de los lenguajes de estructura jerárquica o arborescente es 'que todos los conceptos
dependen de uno superior, de significado más genérico, que a su vez se integra en otro superior y así suce-
sivamente. Finalmente se llega a un tronco común de donde parten las diversas ramas y de ahí la denominación
de arborescente. Este tipo de lenguaje clasificatorio, cualquiera que fuese su grado de especialización, se
presenta como poco operativo a la hora de recuperar información de carácter disperso y especializada, meros
datos documentales o documentos presentados en las formas no habituales. Tal afirmación no impide que los
procedimientos jerárquicos aún imperen en otros tipos de lenguajes más flexibles. Entre las principales
clasificaciones existentes destacaremos las enciclopédicas, las facetadas y las especializadas.

Clasificaciones enciclopédicas. Campo de aplicación de la Clasificación


Decimal universal.

Las clasificaciones enciclopédicas pretenden cubrir parte o la totalidad del conocimiento dividiéndolo en
áreas y subáreas en estricta jerarquía e infinitamente, desde los conceptos más generales á los más específicos.
Como primera característica que presenta este tipo de clasificaciones, se encuentra una tendencia a la
universalidad. Este factor, si bien es de gran utilidad para extensos y heterogéneos depósitos de documentos
tradicionales, parece encontrar grandes inconvenientes para la revisión y puesta al lía de estos sistemas. Por otra
parte, ninguna clasificación enciclopédica respondería a las necesidades concretas del usuario que busca una
información selectiva y elaborada.

Los dos mayores defectos de estos lenguajes los denuncia Dziki con dos tajantes argumentos: 1) La
clasificación tradicional divide los problemas de la investigación en disciplinas básicas, mientras que los más
relevantes trabajos hechos hoy día en la frontera de varias ciencias, agradecen su realización, precisamente, al
hecho de que esas fronteras estén abolidas entré ellas, y 2) la clasificación provisional prueba ser de poco uso
para la automatización y búsqueda de los documentos requeridos cuando el depósito es considerable o
especializado.

Ambas sentencias no privan de validez a las clasificaciones enciclopédicas cuando son utilizadas en
bibliotecas generales, aunque con la entrada de la informática en todos los niveles del tratamiento y la recupe-
ración documentales, se hace necesaria una reestructuración de las mismas. En este sentido, se trabaja
permanentemente en el seno de las comisiones dedicadas a revisar y actualizar las distintas ediciones de la
Clasificación Decimal Universal (CDU). Este sistema clasificatorio fue creado por Paul Otlet y Henry La
Fontaine, fundadores del Instituto Internacional de Bibliografía (hoy Federación Internacional de
Documentación (FID), sobre la base de la clasificación elaborada por el norteamericano Melvil Dewey, puesta
en práctica por primera vez en la Amberst College Library de Massachusetts (USA) en 1873. La clasificación
Dewey fue presentada como tesis doctoral en 1875 y contaba con 24 páginas de las cuales la mitad eran índices.
La decimocuarta edición de 1942 tenia ya dos mil páginas.

Ambas clasificaciones dividen los conocimientos en diez grandes apartados (decimal), del O al 9, los cuales
pueden subdividirse hasta el infinito siempre decimalmente. Inspirado en los trabajos de Comte y Bacon, Dewey
e1aboró en 1876 una clasificación que fue rápidamente analizada traducida y adaptada por los documentalistas
belgas Otlet y La Fontaine, los cuáles la ampliaron y sustituyeron los operadores decimales utilizados por Mevil
Dewey. En 1905, la CDU aparece al primer Repertorio Bibliográfico Universal (RBU), comprendiendo diez mil
divisiones. Actualmente es aplicada en la mayoría de los países, exceptuando las bibliotecas americanas donde
se sigue empleando el sistema Dewey, y se investiga en las posibles formas de expansión intrínseca, sobre todo
en materia de tecnología, comunicación vía satélite, etc.

La Clasificación Decimal Universal ha sido ampliamente criticada, injustamente en ocasiones, pues tiene
una función insustituible en la ordenación de los conocimientos universales insertos en documentos que no
requieren una difusión colectiva o rápida. Por otra parte, también existían acérrimos defensores que, en su
empeño de aplicar la CDU donde no puede ser aplicada, entorpecen el desarrollo del saber humano. Bradford
destaca como uno de los máximos defensores de la CDU frente a los sistemas modernos de clasificación,
aunque hay que observar que estos últimos no habían sido rigurosamente utilizados cuando Bradford escribía su
obra Documentación. Advierte el autor que «la CDU fue planeada para la indización por materias de todas las
ramas del saber en el mundo (...) La elección del sistema decimal se debe a que los números ordinales pueden
ser subdivididos sin alterar su secuencia, y son conocidos y utilizados en todos los países.

Cuando Otlet y La Fontaine fundaron el Instituto Internacional de Bibliografía en 1895, adoptaron y


ampliaron la clasificación de Dewey y en 1899 fue publicada como base para el RBU que preparaba el Instituto.
La segunda edición de la CDU apareció en 1905 y 1907 y la tercera en 1927 y 1933, atravesando numerosos
cambios y adaptaciones a las exigencias del desarrollo científico. Las primeras publicaciones secundarias que
estructuraron sus contenidos de acuerdo con la CDU fueron la Bibliographia Physicologica 1893, la
Bibliographia Zoologica en 1896 y la Bibliographía Anatómica en 1897. En una postura más realista, Bradford
señala más tarde que no hay que reconocer en la CDU facultades divinas «porque puede no ser el mejor proceso
para todos los objetivos y los decimales pueden no ser los mejores números para indicar todas las divisiones y
secuencias». Efectivamente como alternativas de ordenación clasificatoria aparecen la alfabética y la
alfanumérica aunque está más generalizada la tendencia de aceptar los códigos numéricos como sistema que
ofrece más posibilidades.

No obstante, a pesar de que la CDU es más amplia que la Dewey (nueve veces mayor), que cuenta con cien
mil tablas (la Dewey sólo con once mil) y que las subdivisiones están muy desarrolladas (la Química orgánica
tiene dos mil encabezamientos frente a los veinte de la Dewey), presenta tres graves inconvenientes: 1) Su
estructura poco flexible no permite infinitas combinaciones, 2) Por su doble carácter universal (geográfico y
temático) cualquier modificación es lenta y requiere la participación de muchos expertos, 3) Ciertos campos
científicos se encuentran dispersos entre sus encabezamientos cuando ya se consideran muy consolidados.

Según Bradford, <la primera oposición a la CDU surge de la aversión del hombre libre a cualquier clase de
reg1amentación> afirmación tan ingenua desde un enfoque científico como los setenta argumentos en contra de
la CDU publicados en 1927 por Diesch, a pesar de la visceral polémica que causaron en su época. Podemos
sistematizar las críticas a la CDU en dos corrientes: Detractores de todo tipo de clasificación jerárquica, y
detractores de cuestiones concretas de la CDU. Entre los primeros destaca el mismo Diesch rozando la
exageración, y entre los segundos todo profesional de la Documentación que actúa en campos altamente
especializados. Sobre este punto señala Currás que «la gran ventaja de la CDU es su universalidad, y su grave
inconveniente son sus continuas modificaciones y ampliaciones. No hay forma de tener un fichero al día ni unos
documentos clasificados según las últimas normas dadas, a menos que se estén siempre cambiando las fichas y
las clasificaciones, lo que es de todo punto imposible>. La CDU es un sistema realizado para bibliotecas
generales y todo intento de modificarla en exceso la perjudica y crea detractores según el argumento anterior. La
misma documentalista opta por una cierta estabilidad de la CDU y por el uso de otros métodos en materias muy
especializadas.

Si se ha mencionado el término estabilidad, debe señalarse que éste es el mayor problema de cualquier
lenguaje documental y el menos preocupante de las clasificaciones universales. Efectivamente parece evidente
que se produce más cambio a niveles concretos que generales de la Ciencia y, por tanto, los lenguajes
documentales destinados a controlar áreas especializadas serán más inestables que los de más amplitud de
acción. Sin embargo, el factor inestabilidad se reduce con el de flexibilidad imperante en los lenguajes de
ámbito restringido y a todas luces inexistente en las grandes clasificaciones.

La gran desventaja de los lenguajes documentales especializados la refleja Rodríguez Delgado al establecer
qué si bien las clasificaciones decimales clásicas presentan muchas insuficiencias para recuperar la información
de grupos especializados de usuarios y es poco adecuada a las necesidades de la Ciencia moderna, por otra
parte, la proliferación de clasificaciones especializadas y tesauros <hace abandonar toda ordenación lógica en
favor de los intereses inmediatos de grupos inconexos de especialistas>. Parece necesario, en consecuencia,
adquirir a niveles especializados el grado de aceptación y normalización internacional conseguido a escala
general de la clasificación, y en este sentido se manifiesta el espíritu del informe UNISIST y enfocan su
actuación los diversos sistemas de información científica y técnica que operan bajo la égida de la UNESCO.

Por otra parte y con una visión conciliadora, existe autores como Séibor, Dhaenens, Moldeveanu, y la
misma Federación Internacional de Documentación (FID) que han desarrollado multitud de estudios con el fin
de engranar el carácter universal de la CDU con los campos más especializados, no sólo a nivel de contenido
sino de estructuras y términos en una especie de clasificaciones híbridas que utilicen encabezamientos y
descriptores. La eficacia conjunta de la CDU y los lenguajes de indización coordinada ha sido puesta de relieve
por el primer autor citado, Séibór, quien recoge en varias conclusiones las ventajas de tal sistema: 1) El tiempo
de búsqueda documental se acorta usando descriptores. 2) Los índices de la CDU elaborados en forma de
tesauros son más eficaces pues permiten la postcoordinación.3) En el futuro, los índices tesaurificados deben
elaborarse en primer lugar para las ediciones especializadas de la CDU. 4) Son necesarias ciertas directrices
internacionales para establecer estos indices en la CDU. 5) Las tablas conjuntas de la CDU y los tesauros
pueden servir como: a) base para elaboración de vocabularios mixtos y de tesauros plurilingues, b)
interconexión de distintos lenguajes mediante la generalidad de la CDU, c) herramienta que permite la
utilización conjunta de los índices de la CDU y de los descriptores. En definitiva, la CDU actuaría como
clasificación aglutinadora de los distintos lenguajes documentales especializados pero éstos se muestran como el
arma más eficaz para la recuperación documental de nuestros días, con la lacra de una escasa unificación
internacional.

Finalmente, pueden mencionarse algunas de las alternativas más importantes a la CDU, como la
clasificación de Cutter, que es muy utilizada en USA y divide el saber en veintiséis grupos, subdivididos en
hasta cuatro cifras. Emplea unos ciento treinta mil términos para sus encabezamientos. Por otro lado, la
Clasificación alfanumérica de la Biblioteca del Congreso de Washington y la Clasificación Internacional de
Patentes de Invención, auspiciada por el consejo de Europa, son otros dos ejemplos de este tipo de
clasificaciones de aplicación general.

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