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Mira Lobe
| Ingo y Drago
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seto estaba el muro gris de la fabrica.
En cambio, hoy veia aquel prado cu-
bierto de una hierba espesa y suave,
brillando al sol. En medio se veia algo
redondo y de colores.
—jEs mi pelota! —exclam6 Ingo.
Pero enseguida dijo—: No, no es. No
tiene los mismos colores ni la misma
forma, Esto parece un huevo.
Corrié hasta aquel objeto y lo levan-
t6, Bra grande, pesado, y al tocarlo lo
not6 caliente a causa del sol. La cés-
cara tenia unos colores preciosos, mu-
cho més bonitos que los de su pelota.
—jHola, huevol —le dijo el mucha-
cho—. Te Ilevaré conmigo a casa.
Ahora eres mio.
La vuelta no fue nada facil, pues
Ievaba una mano ocupada. Por es0
iba con cuidado, despacio, para que
no le pasara nada al huevo. Las raices
y las ramas le cerraban el camino. Los
espinos no le dejaban andar. Pero
Ingo avanzaba tranquilo. Mientras, le
hablaba carifosamente a su huevo:
—No tengas miedo, yo te cuidaré.
Este es un seto horrible, pero pronto
estaremos al otro lado. Te Hevaré a
casa, te haré un nido muy comodo.
Estaras de maravilla. Ya veras lo bien
que vas a estar...
Cuando, al fin, dejaron el seto atrés,
Ingo estaba cubierto de arafiazos y se
le habian enredado pequefias ramas
en el pelo. Llevaba la camisa fuera de
los pantalones. Se la puso bien y guar-
dé el huevo entre la camisa y la piel.
—Para que no te vea nadie —le dijo.
‘A continuacién eché a correr por el
parque. Aquello era digno de verse:
jun nifio desgrefiado, agarrandose la
ae con las dos manos y hablando
solol...
a 9Al pasar por la fuente, un chucho
emper6 a_ladrarle. Era el perro de
Miguel y Petra. Seale
—Eh, Ingo! —grité Miguel—. ¢Por
qué corres como si te persiguieran?