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LANOVELA SEMANAL MARIO RO/O DE LUNA Ma Pid Slew) aye), i> O CEN 7 TM O $| i AP DDDPDODOADIDOADD = DODODODSS DODADO $ LA NOVELA SEMANAL ANO Iv 27 DICIEMBRE DE 1924 NUM. 181 MARIO ROSO DE LUNA En suspension de pages NOVELA PUBLICACIONES PRENSA GRAFICA MADRID FfFOSODOSSSS SONS SIGS ENO ASNS = CRONE RENE QOS NERS DD DDDDDADI DIDI ADAADIOAI AT AS: : MARIO ROSO DE LUNA Mario Roso de Luna es uno de esos finos espiri- tus de seleccién que marcun su paso por una cpoca sin abdicacién de la inteligencia ni concesiones & lav vulgaridad ambiente. Concede la literatiura aquellas ercelsas eualtida- ves que para otros se cambian en granjeria 6 en torpe oficie. Sobre la sélida cimentacién cientifica deuna cultura bien distribuida y asimilada, eleva sus normas estéticas y cmbellece sus deliquios ima- yinativos. Astrénomo, Quimico, tedsofo, poeta, matemativo, investigador constante de las fuergzas ocultas ¥ mis- teriosas de la Naturaleza, historiador de las eivili. zactones remotas, intérprete apasionado de la exis- tencia ultratelurica, Mario Roso de Luna es ademas un hombre sencillo, ajeno & las ecvicas retumban- vias de los simuladores del éxito. La actividad intelectual, la inquietud sensible y sensitiva de este esptritu, tan por encima del nivel corriente de sus contempordneos, se ha esparcido por las mds diversas regiones. Impone su nombre _dun astro descubierto por él en el infinito polvo luminoso de los espacios sidéreos; ufirma, en Aca- demias y Sociedades cientificas de Espatia y de 3 fuera de Espana, personates é inéditas contribucio- nes dla sabidurta especialista de cada una de ellas; da siempre la idea de un elegido del mds alld para, dulcemente, modestamente, revelar las gentes de este niundo.las confidencias de las gentes del otro. Y toda belleza, toda aspiracion idealista tiene en él un paladin y un exégeta fervoroso. _ Pedro de Répide, en una bellisima crénica que strvio luego para dar titulo al volimen biogrdfico- eritico, referente dla vida y la obra admirables de Mario Roso de Luna—El| Mago de Logrosin—dice, alabando_una de sus mejores obras—El tesoro de los lagos de Somiedo: «Mds yo juro por Hermes Trismegisto que pocas narraciones han cautivado mi atencién como ésta de Roso de Luna, el mago, que es de la casta de Agripa y Paracelso, y puede re- montarse en pldtica con Liull y los dos' Albertos, con Nicolds Flamel y Arnaldo de Vilanova, _»Parece que les ha conocido & todos y que viene viviendo cientos de atios, no como el de San Germdn, sino de una manera auténtica y positiva. Dirtase que, a través de.las paginas del caballero Casanova, le hemos visto en casa de aquella mada- me Urfé, experta en las artes de la magia, que de- seaba'renacer con sexo distinto, menos satisfecha con su estado que Tiresias, el Tebano, Quien por. castigo que merecté de Mercurio, fué mujer una temporada, y luego de vuelto d su pristina condicion, recordaba, al parecer con nostalgia lo mucho que se habta divertido en su pasada y transitoria, calidad. .»Y el mdgico de Logrosdn, honor positivo de: la: ciencia espatiola, sera recordado como merece por lag generaciones venideras.» Y debta ser venerado, también & medida gloriosa’ de ese merecimiento, por las generaciones presentes si tuviéramos los espajioles. ese noble prurito nacio- nalista que hace, por ejemplo, & los franceses consis 4 derar & Camilo Flammarion como una de las md: altas inteligencias de todos los siglos. «La mayoria de los espaiioles ignoran que Ma- rio Roso de Luna es un sabto europeo— dijo—hace mds de doce atios Andrés Gonzdlez Blanco—, por- que no tienen gana de enterarse. Ellos dirdn que no tienen tiempo, como las solteronas que no se ca- san dicen que no ha sido por falta de novio, sino por falta de voluntad. Mientras en las revistas ale- manas se traducen articulos de Roso de Luna, en las revistas espaiolas apenas se les concede atencton.» «Hay que leer sus libros—aiiade Julio Casares, el critico y académico, el atio 1916—para_ saber cudnto vale este extremetio de copiosa erudicién, de sutilisimo ingenio, de fantasta brillante, que reco- rre todos los campos del saber con cierto settorto, y solitarto cast; va interrogando al Misterio como Chela 6 discipulo de cierto ocultismo indico 6 Teo- softa exdtica—anacrénica acaso, y poco conocida por el que esto escribe, pero entretenido como cuen- to de hadas—, la cual tiene sus magos, de que es realidad viviente Mario Roso, recibido en América, a donde fué como un Mesias, como un ungido; bru- jo del siglo XX que sabe mil diabluras y parece, da veces, el mismisimo demonio, pero de frac y guai- te blanco para no asustar.» Dos publicaciones paralelas y de un nexo inti- mo encauzan edesde hace tiempo la vastisima y la radiante produccién literarto-ctentifica del insigne escritor: la revista Hesperia y la Biblioteca de las Maravillas. En ambas han ido- apareciendo fragmentaria: mente 6 con la plena, fructifera y ejemplar totali= dad de desarrollo de los grandes temas prometidos, esas portentosas obras que se titulan Por la Astu- rias tenebrosa: El tesoro de los lagos de Somiedo} ‘Wagner, mitologo y ocultista; El drama lirico de ‘Wagner y Los misterios de la antigiiedad; Las gentes del otro mundo; La Atlintida, continente histérico; la Vida y milagyos de H. P. Blavatsky, narraciones donde se alian por extraordinarta fu- sién de verdad y de ensueiio, de solidez histérica y poesta espiritualista, la maxima sabiduria con el andximo interés anecdotice y episddico. _ Pero, ademds, Roso de Luna habia publicado antes libros como En el umbral del Misterie, Ha- cia Ia Gnosis (Ciencia y Teosofia), Conferencias teoséncas en la América del Sur, La ciencia hiera- tica. de los Mayas (Estudio de los cédices mexica- nos de! Anahuac). En Mayo de 1913, después de un curso de vein- tiuna conferencias en el Ateneo de Madrid, lo mds saliente de la docta casa solicité.del entonees mi- nistro de Instruccién Publica, en una instancia qué firmaban altisimos prestigios.intelectuales de Espatia, la creacién, con cardeter oficial, en.la Universidad madrileria, de una cdtedra de Polidi- Gactica (Ciencias Filosdficas y Mitologia compara- das) d cargo de este hombre tan excepetonal eomo mat recompensado por su patria. Ahora bien—diré el lector de La Novena Sema- NAL—; gpero es Roso de Luna un cuentista, un no- velista nropiamente tal? Lo es, y con un don de la amenidad y de ta be- tleza estilista que para st quisieran muchos que presumen y cobran de esa presuncion. Ni una sola de las obras de Roso de Luna, por abstrusos, dridos y'herméticos que parezcan sus th tulos, deja de tener esos inadquiribles dones det ni- ador. Siempre Rose de Luna posee—y usa mag- ntficamente de él--el secreto de intrigar y cautivar las tmaginaciones todas. Las cultivadas, por su pre- paracion intelectiva; las ignorantes ¢ ingenuas, por 6 la frescea, jugosa, noble y benévola ternura que pone en los relatos para hacerles accesibles a todos. Y, por si aun _se dudara, debe leerse su libro re cién publicado, Del arbol de las Hespérides (Cuen- tos teosdficos espafioles), y esta linda novela con que nuestra Revista honra hoy sus paginas, contri- buyendo dla divulgacién de Mario Roso de Luna, «iluminado y hombre de bien, pensador y ofician- te», sequn le nombré el maestro Antonio Zozaya. BOP R RIPON RTO R TRON OO RRO RT RRR? En suspension de pagos EN ED CAFE DEL (LYON D'OR) img, Andrés, me podrias prestar, por unos dias, mil quinientas pésetas? —Imposible, querido Luis. He pagado ayer la cuota militar de mi hijo para ver de salvarle hasta cierto punto de las balas rifefias y de las molestias del cuartel; preparo, como sabes, el ajuar de mis dos hijas, que estén detenidas de casarse por falta de dinero. Ton- go muy mal atendidos & mis otros tres hijos en colegios y otras zarandajas. Ademas, los gastos de ereccién del sanatorio, en el que me he metido para complementar mi clinica, olvidando el ada- gio de que «el que toma, prestado para edificar, construye para vender», han excedido del triple del presupuestc. Mis gastes, en fin, erecen en progre- sién geométrica, al par que mi fama de neurépata, pero mis ingresos apenas si suben en progresién aritmética. Yo no sé dénde diablos se va cl dinero en estos miseros dias de la postguerra. Un «palas. 9 cio. real»,.como. Antonio. Hama. pintorescamente.& los billetes de-mil pesetas, vale hoy menos en la practica. que antafio.uno de cien. Le cambias, -y mas dirfase que le quemas, pues que te dan un puiiado de billetes chicos que pronto no son en nuestras manos pecadoras sino duros, pesetas y morralla de calderilla, que se va en no sé qué: en tranvias, en café, en cigarrillos y en propinas... jOh, la odiosa propina. Jimosna obrera que ya ha debido suprimir por dignidad. el sccialismo! -—Si. Es cierto. Ello ccmprueba, como dice Ri- varol, que lo’ pueblos civilizados se hallan tan cer canos & la barbarie como del orin lo esta el hierro mas pulimentado, y nuestros mejores proyectos no son sino proyectos de esclavos impotentes ante el unico Ordenador. Nuestra eivilizacion, alzada so- bre el oro, por el oro sc derrumba, y la fraternidad de los hombres hoy es como la de aquellos des gi- gantazos de Fasat y Faffier de Hf Anillo de los Ni- belungos, muy hermanos. cuando. construyeron un palacio para Ios dioses, pero que el uno maté al otro asi que Jos des entraron en disputa por el oro del Rhin, maldito. Pero yo te pedia la cantidad aquella con verdadera:necesidad, con angustia. més bien, pues ya sabes que estimo con Horacio que el mayor de los bienes es la independencia que hoy sin el dinero no se puede mantener. jLos muchos que me deben no me pagan, unos porque real- mente no tienen, otres porque no quieren 6 bien, simplemente, por perezas y desarregios en sus nego- cies, y yo pago 4 tedo ef mundo, si puedo, antes de que las cuentas venzan! —Y, ademas, te ocurre lo que te ecurre porque, como tantas veces te Io Nevamos reprendido tu prima Antonia y yo, eres fildsofo y poeta: las dos cosas mas absurdas que en la actualidad puede ser un hombre, y durante toda tu vida, con tus ideas 10 sabias, pero Taras, nas queriau navegar contra co- rriente, olvidando aquel eforismo de Las mil y wna noches, obra por ti tan ponderada, en el que se te dice: (Oh; poeta, poeta! Nunca soplaré- hacia ti el viento de la fortuna; jignoras, hombre inge: nuo, que tu pluma jamés, te enriquecera?» —jPero moralmente podré redimirme, y de he- cho me redime! Yo, con dinero 6 sin él, soy de los que todavia creen con las religiones que aqui, en esta, vida fisica, somos unos tristes caidos proce- dentes de regiones mas excelsas, 4 las que habre- mos de retornar victoriosos con la muerte, si por la virtud, que es «cualidad de varén», segun la eti- mologia latina, sabemos redimirncs de las lucha: de-este mundo, en el que somos meros peregrino: efimeros. —iTa-ta-ta! ;Ya salié aquello que te pierde, hombre puro entre canibales, hombre ingenuo de siglos que’ se fueron ya 6 que acaso atin no han venido. Tus doctrinas serian buenas para el ceno- bio. ;Dime, si no, per qué, pensando asi, te ca- saste, y por qué tuviste hijos? —Porque la primera virtud del hombre debe set la de cumplir la ley de 1a Naturaleza, que impone el sexo y sus consiguientes consecuencias & todo cuanto existe: planta, animal 4 hombre. Porque como «peregrinos», como: administradores no més de los bienes materiales, debemos restituir cuanto se nos ha dado: le vida, que recibimos de nuestros padres; la educacién, de ellos también recibida. ZOlvidas, acaso, tii, bidlogo de nota, aunque equi- vocado materialista, que las trasgresiones de la ley natural se pagan caras, tarde 6 temprano, y rais que nada las trasgresiones sexuales, que no tienen otra derivacién normal y légica que la del matrimonio? : — No me toques & la Marina.» Tu ya sabes qua pa A me cas$ por amor con tu prima, y que por ahi dicen, que soy marido, padre y ciudadano modelo, ‘pero mis miras son mas ‘amplias. El matrimonio es un yugo, y yo protesto contra todo yugo. No hay por qué vincular en el matrimonio todos los fueros del sexo. El amor libre... —Si. No sigas. El amor libre ser& todo lo her- moso que ti suefies en tus delirios, ya que.no hay gentes més fantaseadoras y menos légicas que los positivistas, pero el hogar, como ménada social, es indispensable en las sociedades organizadas y ha existido siempre désde los tiempos.més primitivos. En las cuevas del ursus sploens cuaternario atin halla el paleontélogo las cenizas de aquellos hoga- res sin los cuales no habria habido luego familias, gentes, tribus y puebles, es decir, no existiriamos. Nuestras opulentas sociedades, corroidas por el céncer del individualismo egoista, integradas estan por los hogares cual las células integran 4 los orga- nismos vivos. Si, como dice otro porverbio milno- charniego, seria verdaderamente un prodigio sin segundo el ver 4 un hombre sano y salvo de la se- duccién femenina, y viceversa, respecto también de la masculina seduccién 4 la mujer, las tales seducciones con las que-se asegura la continuidad de la especie, 6 conducen en noble derechura hacia el hogar, 6 conducen al dolor consiguiente, 4 todas Jas trasgresiones de la ley de la Naturaleza. ,;Tu no crees que hoy en el mundo se llora infinitamente més por el sexo anormalizado que por la misma falta de dinero? El sexo es nuestra cruz; pero, bien entendido y levade, es también nuestra glorifica- cién en nosotros y en ‘nuestros hijos. El es todo des- velos, y la gloria de los humanos es la hija inmor- tal. de desvelos continuos. A la muerte, dice el texto, llegaria en su-esperanza vana quien quisiera aleanzar la gloria sin esfuerzo. 12 -—iSi gloria sin dinero! -—;8i; dinero sin ‘gloria! —Pero, si tanta razén tienes, ;por qué hoy te ves necesitado de mil quinientas pesetas, en un Madrid donde tantos millones de ellas se derro- chan diariamente? —Porque, como Jesiis en el Monte de las Olivas, necesito apurar hasta las heces el céliz de la amar- gura. Porque, en mis estrecheces de momento, por culpa de otros, que no mia, necesito llegar hasta ti, cuya negativa estimo perfectamente sincera. ——De eso no puedes abrigar la menor duda, pues que ya me conoces. Si yo te dijese que estoy mucho peor que tu, y que el problema. de tus mil quinien- tas pesetas es en mi de més de mil quinientos duros... —Te creo, y debes agotar, por tu parte, todos los medios de salir adelante. Yo, sin embargo, su- fro menos que tu, porque & ti te falta la fe en el porvenir, la fe integral que remueve las montafias, mientras que yo estoy seguro de que el cuervo antes de tres dias me habré Ilevado & casa ese pufiado de pesetas que preciso. —, Qué cuervo es ese, adorable iluso? -—El cuervo de San Pablo, primer ermitafio, aquel ave, més simbélica que real, encargada de llevar diariamente al santo anacoreta el pan de su alimento cotidiano; aquel ave que supo aportar dos paneg-el dia en que el solitario recibia la visita de otro cenobita, visita inmortalizada, como sabes, en uno de los mejores cuadros de nuestro Museo Nacional de Pinturas. El cuervo wagneriano: de «a solucién imprevista», en fin. —No te entiendo. —§8i. La solucién imprevista que salvara 4 Else por la intervencién de Lohengrin, el hombre supe- rior de lejana patria y de ignorado nombre. 18 «causalidad, que rige 4 las Esferas», y & la que Ila- ma «simple casualidad» el ciego mundo. Ese «juego de causas providentes 6 ignotas» que 4 ti y 4 mi nos ha salvado cien veces, igual que 4 tantos otros, y habraén de salvarnos otras tantas. No te acuer- das de cuando en nuestra comtm infancia, en Ciu- dad Rodrigo, mi familia no tenia una tarde qué cc- mer’ y entré en el pertal un borracho esparciendo 4 diestro y siniestro las monedas de dos cuartos, que no quiso luego recoger, y que nos valieron para la comida? ;Olvidas también tu cuando, en cireuns- tancias andlogas, tu pobre, padre no tenia para sa- carte el titulo, y la hermana del paérroco, hombre bastante usurero por cierto, te puso en las manos, quieras que no quieras, y sin interés alguno, los tres mil reales con los que sacaste tu titulo de Li- cenciado en Medicina? ;No te representa ya tt hermosa imaginacién aquel otro dia en que los pleitos de tu familia’... Al llegar aqui, yo, sincero aunque indiscreto cro- nista, que con el sombrero caida sobre los ojos y el periédico ante las narices, como aquel que lee ensimismado sin preocuparse del vecino, estaba si- guiendo desde la mesa de al lado, con mi oido de tisico, la conversacién 4 media voz sostenida por los dos parientes, no aleancé ya 4 oir més. Una dis- cusién de tonos naturalmente més fuertes surgida entre un grupo de estudiantes fronteros, acerca de no sé qué estrelluca de cabaret, me robé el resto del sabroso al par que semitrégico didlogo de aque- los dos sabios, que sin duda lo eran, cada cual 4 su manera, los dos simp&ticos deseonocidos. Tra- gedia intima y silenciosa sin duda, pensé después, era la de aquel santo moderno, sin a} tosidades ni falsos ascetismos, 4 quien, de alli & pocos minu- tos, vi cruzar por delante de mi mesa, del brazc de su pariente, hasta perderse ambos entre la multitud 14 aquella dulce y soleada.mafiana de invierno. Xo les segui.con la mirada en el torrente, luminoso por fuera, cenagoso y doloride quiz& por dentro, de unos cientos 6 miles de personas que, calle de Alealé arriba y calle de Alcalé abajo, con sendas sonrisas histriénicas en labios ora pélidos y .sin pintar do ellos, cra rojos y pintados de muchas de ellas, llevaban acaso ‘en sus respectivos corazones el torcedor de otros miles de pesetas que sin duda también necesitaban. Lejcs de esperar, sin embar- 20, las pesetas con la serenidad absoluta del extrafio desconocido, puede ser que no pocos confiasen el lograrlas por los mil medigs ilicitos de la estafa, la seducci6n, el vicio 6 el erimen, cosas todas harto més chic y més bien que esotra antigualla ridicula é increible del mito del cuervo de San Pablo, pri- mer ermitafio, mito que yo apenas si entendia, ane buen: comerciante, adorader tan: s6lo ‘del dios ato. CORAZONADA «La Naturaleza—dicen que dijo Goethe—tiene misterios, atm en medio del dia, y por muchos descubrimientos que se hayan hecho en el pais del amor propio, atm quedan por explorar en él muchas tierras desconccidas.» Y -en verdad que si nada tortura tanto dicho amor porpio como el necesitar dinero y tener que pedirlo, aunque sea al mejor amigo, la exploracién psicoldégica de aque- lia «tierra desconocida» de un hombre culto y bue 15 no, como segun todos los indicios lo era aquel fild- sofo seXagenario de elevada estatura, de barba blanca & lo Moisés y de un mirar’ dulcisimo tras gafas 4 lo Pi y Margall, persona cuyo secreto aca- baba de sorprender casi sin quererlo;se me antojé & mi, hombre de mundo, un tema, de filosofia prac- tica digno de serio estudio. Habia, ademas, en aquel interés que la conver- sacién despertara en mi, una enorme parte de sim- patia; una vibracién sintonizada, como hoy se dice en el extrafio lenguaje de los_radioistas, porque mi situaci6n econémica de comisionista internacional, préspera hasta hacia pdcos meses, se habia, empeza- do & complicar también, en lo que iba de afio, de un -modo alarmantisimo. La baja de los francos habia amenguado mucho mi cartera de valores y la ruina total del marco alemén habiala perjudica- do en mas de otra mitad. Las casas americanas do Chile y Argentina, 4 las que solia fiar como comi- sionista, habian dado en la flor.de quebrar unas, de suspender sus pagos otras, y las inglesas, due- fias del mercado del oro con las yanquis, tenian contra mi sendas letras en oro, que iban & vencer de:alli & poco muchas de ellas. A causa de esto, y ante la amenaza inminente de los vencimientos ya anunciados, aquella misma majiana habia anclado en los divanes del conocido café como barco viejo en el muelle del carenaje, porque so pretexto de las alarmas del Banco. de Barcelona primero y del de Castilla después, nadie habia querido descontarme mis letras, ni antici- parme un céntimo por mi crédito mercantil 6 per- sonal, y mi porvenir era sombrio, como noche de tempestad, obscuro como boca de abismo. {Del abismo de la bancarrota ve bien pronto me iba 4 tragar! En mi estéril Via-Crucis, pues, yo me son: reia compasivo de aquellos buenos parientes cuya 16 conversacion sorprendiera, angustiados el uno por necesitar miseras mil quinientas pesetas, y el otro por deeir deber més de mil quinientos duros, siendo asi que mi déficit comercial no se saldaba quizd con mil quinientas libras esterlinas. ° Mi oido de tisico, repito, harto mejor que mi cansada vista, me permitié coger al azar las prime- vas palabras de aquellos desconocidos, aunque di- chas, naturalmente, en tono bajo y confidencial. Lo demas fuéme facil el oirlo, tanto por la creciente nimacién con que hablaran el fil6sofo y el neu- rélogo, como por mi bien llevado disimulo, gracias al vermouth y al diario de la mafiana. Por otra parte, es proverbial que los verdaderos hombres de siencia, en punto 4 negocios, son més indiscretos que los nifios, porque viven en otro mundo que el resto de los mortales ‘con sus ensuefios cienti- ficos. : Lieno de simpatia hacia entrambos y, ypor qué no decirlo?, con esa curiosidad tan espaiiola y ese medio derecho del que nos creemos asistidos los patroquianos de un café, que és prolongacién espi- ritual de nuestra casa, jardin ciudadano de nues- tros recreos y Agora griega disimulada bajo los sonvencionalismos modernos, interroguéle al cama. rero acerca de aquéllos. ; ~—Son—me respondié éste~—dos sefiores muy dis- singuidos, que vienen por aqui de vez en cuando. El uns, el de las gafas, se llama don Luis, y el otro, més grueso y afeitado, don Andrés, que creo es un especialista de nota. Ambos son muy sabios, 4 Jo que colijo, porque suelen decirse cosas que yo no las entiendo, cosas que, cuando se les agregan otrog doctores y se animan hablando més alto, suelen atraer también la curiosidad de las mesas vecinas, como le ha pasado al sefior. Esto es todo cuanto al sefior sé decirle. ag —j ,Y no conoces Ios apellidos. ni los domiciliost Ko. Sélo presumo que el uno vive cerca del Hipédromo, por haberle oido dar sefias como de la calle de Almagro alguna vez 4 los del punto. Pocos datos eran aquellos en si para una curio- sidad insana como la mia, y de la que no me daba cuenta yo mismo. Quedé asi la cosa, y las diaria< veces que recalé en el café para descansar de mis tan fatigosas como inttiles pesquisas en busca de dinero, no tuve el placer de tornar & echar la vista encima 4 los dos desconocidos. —tDesde que los hombres piensan, todo esté di- cho»—murmuré entre dientes con La Bruyére, el viejo satirico francés del siglo xvi1, predilecto de mi maestro de Contabilidad—, ,qué me inportan 4 mi tragedias ni secretos ajenos, si cada uno lleva la suya en su pecho, pesada como una cruz é in- sondable como una sima?’ Sin embargo, valgan verdades, lector. Semejan- te modo de combatir mi curiosidad era mera hipo. cresia por mi parte, porque 4 ti, que no eres por tu dicha acreedeor, ni corresponsal mio, puedo de- cirtelo al oido. Nunca haré grances negocios por- que soy muy abtilico y porque, como 4 tantos hom. bres mediocres, que andan por esas calles, me gusta el hallar quien: me dé los alientos de los que carez- co, y & quien hacer editor responsable, quizé de mis desaciertos, si el caso llega. —Un hombre tal, como el de las gafas, tan bra- vamente sereno ante el peligro metélico, que es hoy el peligro de peligros, y 4 quien lejos de afec- tarle la negativa dol otro, le ha dejado tan sereno y tan confiado en que el Destino proveer4 por él des- pués de haber agotado como yo todos los recursos defensivos, seria un gran arrimo para mi abulia y quiz& también un sabio consejero en mis apuros, iva aue nada une tanto 4 los hombres como la iden- 18 tidad en el dolor—me dije, vacilante, presa del in- somnio en que la preocupacién monetaria me tenia. Riéndome de mi mismo, traté cien veces de re- zhazar ja preocupacién por el sabio de la barba blanca, pero otras tantas veces volvia 4 ella, con el persistente ciclo propio del delirio de mi calen- tura..La voz de mi inconsciente, esa &.la que de- nomina «corazonadas» el vulgo, me gritaba cada vez més obsesionante, mas fuerte: : «jVete 4 ver al de la blanca barba, pues que 4 nadie més te queda ya que ver! ;Vete, no seas abtilico! Mi pobre mujer, 4 quien al fin tuve que contar el caso, preocupada tanto y.maés que yo por lo que se nos venia encima, y por un resto quizé de su- persticién andaluza, corroboré insistente: — Quién sabe si nuestra suerte esté en esto? Vete, vete & verle. Por verle nada se pierde. ai) sino sé ni quién es ni cémo presentarme & él. : —Pues averigualo, y vete. —Después de todo—pensé al fin—, eso y el pe- garme un tiro, que sera lo definitivo, es lo unico ,que me queda que hacer. Hagamos, pues, lo uno, y luego 4 ser buen chico y 4 quitarse lindamento del escenario del mundo con lo otro. Desde entonces, me transformé en un incansable ipolicia. Nada hay més terco, en efecto, que un ‘débil de voluntad cuando, por reaccién natural, llega & decidirse alguna vez. Nuevo Sherlok-Holmes, fuime al Circulo Mercantil con el sdlo dato de un don Andrés, neurélogo, y un don Luis muy sabio. En, la Guia de Madrid encontré con alegria, entre flos habitantes de] final de la calle-de Almagro, 4 run doctor:don Andrés Garnelo y-4 su clinica de enfermedades nerviosas. Un duro corruptor, dado .4& tiempo al portero galoneado de la clinica, me hiza 19 saber también, después, que cierto don Luis de Sandoval, primo hermano de la, sefiora de la casa,, habitaba con su familia en un modesto séptimo piso de. uno. de los modernos rascacielos del barrio deli Congreso, -frente por frente del Retiro. Dueiio ya de tales datos, al dia siguiente de la averiguacién me encaminé, como un autémata, en derechura, de la casa, del sabio, cuyo portal se abria no lejos del hotel de Cajal, frente 4 frente de la verja del hermoso parque. Un ascensor me subié sépidamente hasta el ultimo piso, Uy LA FE EN LA FR Segtin él ascensor subia, yo me iba arrepintiendo de mi atrevimiento.- -—iCémo me voy & presentar—pensaba—ante mi sabio desconocido don Luis de Sandoval, y, sobre todo, cémo abordarle con mi pretensién sin exponerme al ridiculo? : ero mi inconsciente, mi «voz interior», més po- derdsa y autoritaria.que mi mente consciente, me respondia: -——Los sabios verdaderos tienen mucho de_con- fesores. El tout connattre c’ est tout pardoner de Mon- taigne, reza con ellos como con nadie. Ellos lo saben todo, y el mismo Schopenhauer creo ha di- cho que las gentes dotadas de brillantes cualidades fapenas oponen dificultad ni-en reconocer 6 descu- 20 brir sus defectos, ni en ser benevolente con los ajenos. Como se. ve, al acercarme al venerable de la barbs nivea, yo también me sentia filésofo. Sin duda, el aura de un hombre verdaderamente vir- tuoso es como la del creptisculo matutino respec” to del sol. Se adelanta & su llegada misma. Y, nervioso, llamé. -Cual si presintiese la llamada, abriéme al punto la puerta el propio sabio, haciéndome pasar 4 un gabinete de trabajo: un despacho grande, pletérico de cosas, pero ordenado, limpisimo 6 inundado por los torrentes de luz que penetraba por las ven-| tanas abiertas de par en par sobre la fronda del madrilefio parque. Tras el saludo de rubrica, cuando el sabio me hizo. sentar amablemente 4 su lado con paternal ademén que inspiraba pleng confianza, le dije, un poco vacilante y confuso: —Sefior; no sé c6mo empezar, porque, 4 ciencia cierta, no sé & qué es 4 lo que vengo. Soy un hom- bre de escasisima voluntad, un abtlico perfectc mas bien. Soy, ademas, un picaro indiscreto que; dias pasados, al sorprender involuntariamente des: de mi mesa una conversacién mantenida por usted con su pariente, el doctor Garnelo, en otra de las mesas del «Lyon d’Or», y ver la firmeza con que usted confiaba contra el destino adverso, con fe de iluminado. apéstol, me dije: «Un ser que'en la ad- versidad se expresa_tan serenamente, por fuerza es un ser superior que puede, aconsejandome, sal- varme del abismo, & mi, que me hallo en condi- ciones cien veces peores que las suyas.» Natural- mente, ni vengo & pedirle el dinero que no tengo, ni menos, jay!, 4 traerle el que en su confidencia indic6 necesitar. {Quién-pudiera hacerlo! Sélo, si, llego confiado 4, suplicarle, por lo que més. quiera, al en el mundo, primero que me disculpe benévolo, 1y segundo, que me ensefie algo de esa incomparable \filosofia, Nena de fe integral, que graficamente com- endiase usted en aquello de «el cuervo de Sar “Pablo el ermitatio». \ —Hntendido, mi querido sefior, y de acuerdo— replicéme al instante el sabio, con la mejor de sus sonrisas. Acercandose mds 4 mi y déndome una ypalmadita en el muslo, afiadié:—Por haberlo apren- dido de Horacio, puedo ensefiarle 4 ser valiente en la ‘pobreza, ya que vale mas deseo sin posesién que ,posesion sin deSeo. «Antes de afirmar que el pozo ,es demasiado hondo, hay que averiguar si es lo “bastante larga la cuerda que ha de sondarle». Quic- ro decir, con Emerson, que tinicamente puede Ila- ‘marse & engafio de la vida quien 4 si mismo se ;engafia, creyéndola un fin y no un medio para algo superior que hay que conquistar valientemente, ya que el valor no es mas que la paciencia de un mo- amaento, y, como dice Mahoma, no hay cosa, por angosta que sea, que no pueda ensancharla Alah. 4Limando siempre, puede convertirse en finisima .aguja la gruesa barra de acerol... \ “—Vos, sefior—insinué timidamente—, os mos- ‘trasteis sereno cuando vuestro mismo pariente os megaba mil quinientas pesetas. Yo, en circunstan- ieias andlogas, mejor dicho, peores, por no poder *Saldar 4 mis acreedores sus cuentas, y falto ademas le vuestra fe, casi me hallo, os lo confieso, al borde el suicidio. ;Cémo es, decidme, que un mismo pstado de conflicto os halla 4 vos sereno y 4 mi ‘en riesgo tan supino? —Porque, como afiadia Emerson, ni los honores, gi el dinero, ni ningiin otro acontecimiento favo- wable, incluso la salud, puede traernos la Paz in- terna, reservada tan sélo al triunfo de los princi- ios. La vida entera es una continua afirmacién 22 de la propia re mverior. rit que se onsuIna en Morir, muere, y el que en vivir, vive. ;Ha sido tan mal en- tendido, doquiera, aquel pasaje del Evangelio de San Mateo, en el que nos pone como ejemplo de esa Ley de Conservacién, que es ley de vida, 4 las florecillas del campo, que visten galas no com- pradas, y 4 las aves del cielo, amparadas providen- temente, aunque ninguna tanto como lo esté el hombre, que, laborando, ora con su labor! La fe interior ha removido hasta las montajfias siempre, porque, como dijo Voltaire, el que es duefio de si es duefio del mundo. —Pero jy si nos falta, como 4 mi, una fe seme- jante? —Entonces, & no mediar esas ¢protecciones invi- sibles», nada raras en la vida y conocidas vulgar- mente como Providencia que provee, es inevitable la caida. —iIneludible? —Tan ineludible como la.de aquel que, pudiendo recorrer muchos metros por el diente dé'una acera sin caer, no puede hacer otro tanto por el ancho pretil de un puente, porque le falta la fe que cs precisa para contrarrestar y vencer 4 la atraccién del abismo. —Pero la fe de que hablais y el libre examen, propio de todo hombre que se estime como ser racional, son perfectamente incompatibles. -——Yo no hablo de la fe vulgar en el dicho de otro, aunque no hay sol para los ciegos, ni truenos para los sordos,.si no tienen fe en la honrada palabrs ajena. Hablo de la propia fe en ese algo inconscien- te que, tasi contra la voluntad consciente de us- ted, le ha traido hasta aqui, porque el hombro no es bueno si no tiene buena fe... - —-Perdonad, pero en vuestras palabras entreveo wierto fatalismo, 23 . —No. En modo alguno. Kn la llamada fatalidaa lel Destino, «que no es sino la légica», y, como in- desviable consecuencia, de nuestros libres actos del pasado, hay siempre un tanto por ciento mayor 6 menor de posibilidades librés que, aprovechadas & tiempo, la pueden evitar; por eso, cuando al sabio le preguntaron acerca de quién era superior, si el Destino 6 el Hombre, respondié, al cabo dé un rato de contrapesar las razones en pro y en contra del uno 6 del otro, que el hombre es siempre superior al Destino. —Yo bien quisiera creerlo también asi... —No se trata de ninguna creencia, sino de una cientifica conviccién que mi ya larga experiencia correboré siempre. Debéis; ademas, tomar mis aser- tos, no 4 cierraojos, sino como una mera hipéte- sis, si queréis, al tenor del dicho de Enler, de que la mayor libertad para formular hipdétesis no es perniciosa para la investigacién de la verdad, pues el sabio se convencé pronto de que sélo después de multiples ensayos y de concebir hipdtesis trat hipétesis, nos esté permitida la conquista de la ver- dad que buscamos. —En resumen, y sin filosofias, que por pobre y acosado que os veais, estdis siempre seguro da que seréis socorrido en el momento supremo. —Segurisimo, si no: pierdo la fe en mi mismo y en Algo Superior que, providente, nos atienda y cobija. .—4Puedo yo, abtilico y desgraciado, alcanzar se- mejante fe? —Podéis, si sabéis quererlo. “~pHlablais por propia experiencia? or dilatadisima experiencia hablo. —0Os creo bajo vuestra palabra. —Haréis mejor en creerme por los propios he-. chos, 24 —Luego le ha ocurrido... —Lo que les ocurre & cuantos, sin dejar do iabo- rar fieles bajo el deber, confian en las dos cosas que he dicho, columnes firmisimas que ninguna fuerza extrafia-~puede derribar. Cuando el hombre llega 4 tamajfia, perfeccién integral, le acontece que se siente como regenerado, como «nuevamente na- cido», 6 «enacido en espiritu y en verdad», que diria el apdstol inicial, San Pablo, y entonces puede realizar imposibles verdaderos que le... La palabra del sabio qued6 cortada en aquel interesante momento por el angustiador campa- nillazo. de un visitante nuevo. ; —No os inquietéis—terminé el sabio—.’ Es mi primo Andrés el que llega para sacarme de pasec en su coche. ,Queréis acompafiarnos? —iQué me place!—resvondi. inclinéndome agra decido, IV OTRA TRAGEDIA INTIMA La puerta del despacho del admirable don Luis de Sandoval se abrié bruscamente, irrumpiendo en la estancia, no el sefior que esperaba el sabio, sino una hermesisima mujer en la plenitud de su edad, mujer ebtirnea, de ojos desmesuradamente gran- des, negros y penetrantes, enMmarcados en una sua; visima, cara morena del mas correcto perfil y baja: un abundante cabello color de ébano, ese color que en nuestras meridionales iberas denuncian & las claras un lejano abolengo egipcio. La «Isis ne- 25 gra», como hubé ae Lamaria..al punto, sin perca-. tarse de mi presencia,. presa.-de.-una- agitaciOn. an- gustiosa, se eché Norando en brazos.del-sabio, dis ciéndole: Luis, por Dios! {Ven inmediatamente 4 case para tranquilizar & aquel loco! Y, al darse cuenta de que no estaban solos, afia- bch vacilante, pretendiendo inttilmente serenarst algo. —Perdén, caballero..Son tristes.cosas- de fami- lia ee e efiora—repliqué, inclinandome—. Es 4 mi, que me retiro al punto, & quien tenéis que per- donar. Antonia; el sefior es persona lo bastante bien educada para comprender que algo anormal te trae aqui, dada la forma angustiada en.que vienes. Ha- bla, que 61 sabré, ser discreto—opuso el sabip, co- giéndome por el brazo, : tHe Y, como yo pugnase. por desasirme y marchar, 4ste me retuvo, diciéndome imperativo: —Quedaos; j,quién sabe si el Destino os trajc aqui auxilio nuestro? —Sin. duda. que asi seré—apoyd la dama, con aire de confianza.—Quedéos y azompafiadnos. Ye fio en vuestra discrecién. Real y verdaderamente yo no. sabia qué hacer, pero ella. continué, con noble confianza: _ 7—Sefior; las crueldades de la lucha por Ja vida son capaces hoy de abatir al mas fuerte. Casi ne hay hombre 4 quien no le acontezca otro tanto ahora. Dificultades econémicas mal previs‘as; una numerosa familia; adversidades de la suerte; pn fin, multitud de cosas tristes 4 cual més.y cuya enumeracién no es del caso, tienen exasperado 4 mi pobre esposo en términos que me hacen temer hasta de que trate de atentar contra su vida. Acabo 26 de dejarle en, una, situacion de horrible abatimiem to, tras un paroxismo tal que he Ilegado & temerla todo de él. Por eso vengo en persona 4 llevarme & mi primo, y, pues él Destino lo quiere, también & llevarme & usted. ,Quién sabe si su presencia como extrafio...? A - Yo, con movimiento de cabeza; daba & entender mi asentimiento. Hl —Si, si,—confirmé el sabio.— {Vamos pronto allé los tres! Y, precedidos por aquella odalisca de cuarenta y cinco, afios, que parecian treinta 4 lo sume, ocu- pamos el carruaje que aguardaba, 4 la puerta, to- mando rapidos en derechura hacia el Hipéddromo. La, suntuosa morada del doctor Garnelo, por mj ya conocida merced 4 mis extrafias pesquisas poli- ciacas, nos abri6 bien pronto su amplia escalera. El cuadro que se. ofrecié ante nuestros ojos, al Ppenetrar en aquella, no pudo ser més conmovedor. Sumido, mas que sentado, en muelle divén, se ha- llaba el médico, quien no parecia el mismo que yo viera en el café. Palido, desencajado como un mubr: to, con los parpados enrojecidos por el insomnio} semejaba un espectro. Sobre sus rodillas apare- cian sentados dos pequefiuelos morenitos y viva- rachos como su madre, 4 quienes pretendia en vand sonreir. No mostré darse cuenta de nuestra pre- sencia. —Papaito, te cogi—reia inconsciente la nifia,. que era la mds pequefia—. Ni 4 Luisito ni 4 mi ios viste cuando nos escondimos tras el portier para darte un susto. “—Dame el juguete brillante que tapaste bajo los Rep aeasaereeue muy formalote e] mayor, atu-' xandole la barba. : Un salto de fiera, con su correspondiente rugido, puso‘ de manifiesto al instante el peligro dela si-/ 27 tuacion. La garra, que nO 1a Mano de 14 sefora, derribé al suelo, de un zarpazo, un dietario-abierto, bajo el que, con su brillo siniestro, aparecié un lindo revélver de. bolsillo, cargado y montado, mientras que con la otra garra la sefiora asié ho- rrorizada un plieguecillo de papel de cartas, en el que habia escritas tres meras silabas, las tres sila- bas iniciales de la frustrada tragedia: Sefer ju... 2 —Qué significa esto?—grit6é la sefiora, blan- giendo el pliego y desplomandose sobre la alfom- ra. _ Irguidse al momento el médico, y sobreexcitado su amor de esposo, juntamente con su instinto de profesional, salt6 en socorro de su consorte para reanimarla, mientras que los nifios, adivinando aca- so con’ sus infantiles cebecitas toda la magnitud del drama, rompian 4 llorar. Yo me los llevé fuera, con engafios, mientras que la hieratica figura del sabio, cruzados los brazos y abismandose en sus meditaciones, murmuraba entre dientes: . . Todo ello -es légico, de una légica aplastante y fatal, pero lo que no acierto & comprender es quién .es el que nos ha descorrido por dentro el cerrojo. ; Y.como coincidiendo con esta perplejidad del sa- big, el doctor, al sentir ya reanimada & su esposa, lo primero que le pregunté fué: —Todo es aqui verdaderamente’ inexplicable. 4Cémo habéis podido pénetrar hasta aqui, si mi primer cuidado fué el de cerrar la puerta por dentro? —Caballero—dije, por mi parte, al doctor, to- mando el sombrero, asi que hube alejado 4 los mifios—..j;Perdonad mi involuntaria’ indiscrecién! (No vine-dé mi voluntad, sino que fui traido por lestos.dos seres tan amados por usted. Soy todo ivuestro. Yo nada vi y nada diré. . -—Bien seguro de ello, caballero, antes bien me 28 permito rogaros que os quedéis. Confio en que el secreto de mi necedad de un momento podraé que- dar sepultado en el pecho de los cuatro como, en el mio. De un instante tal de locura, que ya me aver- giienza, nadie esté libre. —Yo, por angustias monetarias, estuve & punto de hacer otro tanto anteayer, y 4 no ser por este delegado de la Providencia—insinué timidamente, sefialando al sabio—mi cadaver y el de usted, aca- so, habrian dormido juntos el suefio eterno en las frias losas del Depésito Judicial, mezclandose nues- tros nombres en la crénica negra de los: diarios. Asi que... —Si. La comuin desgracia une 4 los hombres otro tanto de lo que separarlos suele la fortuna. Permitidme, pues, deciros, con toda la sinceridad le que soy capaz, que estdis en vuestra casa, donde os tiends mi mano de, amigo. —iNo deseo otra cosa!—contesté, estrechando entre las mias la mano del doctor, mano convulsa y fria, como la que yo ya tuve antes, cuando un sudor de muerte bajiara mis sienes, palpitantes también de angustia ante el inevitable proyectil de acero... La enfermera, bien ajena 4 lo que pasaha, 6 ereyendo 4 lo sumo en una de las habituales es- cenas de la-clinica, nos sirvi6, de alli & poco—por. orden de la sefiora, que més duefia de si habia salido—, unas azucaradas tisanas que acabaron de aplacdr nuestros nervios, predisponiéndonos 4 en- trar de lleno en el terreno'de las confidencias, con- fidencias. harto légicas entre tres enfermos cré- nicos de la terrible sindeniritis. Vv CONFIDENCIAS Y CUITAS ~—, Fumiis?—interrogéme el doctor, alarganco- me la caja de vegueros, que no falta en la casa de ningtin médico. —-jUn estanco cada afio!-—repliqué sonriente, eli- giendo una gruesa tranca de Vuelta de Abajo, con vitola multicolor. : ~—Y nuestro sabio, ;fuma también?—afiadi, alar. gandole la caja. —En las ocasiones solemnes, cual lo es ésta, ya también fumo, porque, como al cldsico, «nada, hu- mano me es ajeno»—respondié don Luis, encendien< do el suyo. Elaroma de la tisana y el de los tabacos perfu- maron bien pronto el saloncito, desterrando 4 los elementales de la tristeza y del suicidio, y creando un ambiente de dulce intimidad bajo los rayos do-i rados del sol poniente de aquelia tarde melancélica del invierno madrilefio. El doctor, como resucita-: do, tifiendo la sangre de la reaccién periférica sug antes palidisimas mojillas, dijo, al hurdirse en una de las poltronas, indicéndome que hiciera to mismo" en la otra: —El pedazo de la cinta cinematogréfica de mi vida ‘que habéis visto, por desgracia vuestra, me ahorra explicaciones,-mi noble desconocido y ya 30 amigo. ,Seria, pues, indiscreto si en este momento tan desusado para la imvolidad social ambiente os invitase 4 mostrarnos el otro pedazo gemelo de la cinta vuestra, dado, por supuesto, que ello no haga, de haceros sufrir 6 de perjudicaros lo més minimo? =—Todo Jo conttario, querido doctor. Pero antes es mi deber el sincerarme al par que el justificar mi presencia en esta casa en el critico momento an que 4 ella he venido por primera vez. —Yo lo haré por usted en la parte que conoz- co—interrumpié don Luis—. En cuanito 4 le otra, 4 Ja parte intima, ya nos la completara usted, si le place, después. Y, con la modestia que le caracterizaba, el sa- bio refirié lo de la conversicién que sorprendi sin malicia en el «Lyon d’Or»; la extrafieza que los coneeptes emitides por él causaran en mi, por estar afectado, como medio mundo, de una dolencia.ané&: loga & la suya; mi lucha interior, que, de-acuerds con mi costilla, mas intuitiva y més sabia por con- secuencia, me llevara inconsciente hasta su casa, en demanda de un consuelo filos6fico que me evi- tase el suicidio, consuelo mas ‘precioso, sin-duda, que el dinero mismo, y, ya en la casa de don Luis, cortando una conversacién mas propia de gentes de otras edades que de frivolos positivistas de la post- guerra, la Negada de la sefiora del doctor, otra intuitiva cuyo corazén nunca la habia engafiado, como no nos engafia el coraz6n sino las veces que, por tener empafiada la conciencia, no sabemos leer sus mensajes, y, por no tener hechos los oidos més que las palabras necias del mundo, no sabemos oirle. —Lo demas ya te lo presumes—termin6 el sa- bio—, y lo que falta & mi relato, que ‘lo supla el ‘interesado, si le place. —Poco es ello en si, pero no menos substancioso »—afiadi—. Mi industria, con las fluctuaciones del 81 mercado, fluctuaciones que son en si una guerra del dinero después de la guerra de la sangre, pasa por un momento de terrible crisis. Con toda la sin- ceridad de que soy capaz, les digo que no estoy en quiebra,“por cuanto mis medios son muy superio- tes & mis deudas en muchos miles de pesetas, pero como me deben y' no me pagan, merced 4 la agu- deza de la crisis, y me vencen de aqui 4 tres dias muy cerca de cincuenta mil pesetas do letras, estoy incurso.de lleno, sin escape, en el triste estado calificado de «suspensién de pagos» por el Cédigo de Comercio, y si de aqui 4 tres dias no viene la «solucién imprevista» de que habla nuestro sabio, al fin tendré que consumar, mi querido doctor, lo que en usted felizmente hemos evitado, pero que en mi seré inevitable. —E5so, jjamés!_;Yo lo evitaré decididamente en asted y’en mi, aunque no sepa bien cémo! Para prueba, basta con lo ocurrido, y que en estos mo- mentos me horroriza—recalcé, con acento solemne, ‘el doctor arrepentido—. ,Sabéis buenamente lo que es sentir en un cuerpo al que ya se ha renun- ciado, déndole por muerto, el calor vital de dos seres inocentes, 4 los que antafio se diese la vida y 4 los que se castiga con injusticia cruel & perder la proteccién de un padre? {Os imagindis siquiera lo que @s pensar en lo que seria ese mismo contacto cuando el frio de la Intrusa alzara entre mi y ellos Ja barrera insuperable? jOh, Luis, Luis, primo mic nobilisimo; hermano; m&s que hermano, padre y maestro en una pieza, tt sdlo eres el sabio, el santa y el dios! jTt lo eres todo para mi y para éste /—aca- b6 el doctor, abrazéndole y soltandg al fin unas lagrimas de arrepentimiento sincero que hacia rato pugnara por contener. Yo me emocioné también como él, é hice trino y uno con ambos el abrazo. 82 —iQuien lo evitaré seré yo!—exciameé en un mo- vimiento heroico—jMi corazén me dice que lo evi- taré, aunque mi mente ofuscada, torpe y falta de fe, no alcance 4 decirme cémo! —Si. La «Ley de las Esferas», Karma, Destino, Providencia, 6 como se diga, que no vosotros solos, es la que se encargaré de evitarlo. Estéis, mejor dicho, estamos en el mismo caso de Elsa cuando, & punto de perder su-honra y su dinero arrebata- dos por la perfidia de un malvado, ve venir, Rhin adelante, 4 Lohengrin y su Cisne, el Salvador de remota patria y de ignorado 6 inviolable nombre;: es el caso de Job, que con la. paciencia agotada bajo el embate de todos los sufrimientos, entona gallardo el Tema de la Justificacién, que ata las manos al mismo Jehovaé, que tan cruelmente le pusiera & prueba; es el caso, en fin, de todos los dramas, de todos los hombres y de todos los tiempos, el punto eritico que dicen los quimicos, més all& del cual ningin gas puede ser liquidado sean las que fueren la presién y la temperatura que sobre’ él acttien, Agotados humanamente todos los es-- fuerzos, la solucién tiene que venir, y viene com esa légica inflexible con que & la Resize y sin pre- muras acttia siempre la Madre Naturaleza. —iAh, si el anterior verano no hubiese sido tan: fatal para. mi con las obras del Sanatorio, consu-: miendo, con su presupuesto triplicado, todos mis ahorros! jHubiera habido para los tres, y no. para uno solo!—murmuraba, el médico. 7 —iAh, si me‘pagasen, como es debido y 4 tiem- po, mis articulos, mis novelas, mis informes y mis conhsejos!—afiadia el sabio. —jAh, si mis clientes de América, & quienes llevo clamando en vano desde hace un semestre, se per- catasen do ello y me compadeciesen! {Si el cliente italiano de Valparaiso, que me debe cuarenta mi) 83 Pesos, en el afan de desquitarse y nivelarse, no hubiese jugado su fortuna y la de mi crédito jun- tamente! j;Ah, si el. Banco donde tenia en cuenta corriente mis francos mermadeos por un cambio desfavorable, no los hubiese hecho marcos sin va- lor—clamaba yo, como quien ora. —No nos angustiemos—acabé diciendo el sa- bio—. Cada sufrimiento tiene su alegria, porque toda obra humana, tiene los dos polos de luz y de sombra, de dolor y de placer. Las malas acciones suelen producir el placer. al principio—un placer -falso 6 ilusorio, por supuesto—, y el dolor al fin, ‘y las buenas, 4 la inversa. Como dice Trine, no hay que perder un momento en lamentaciones, sinc apurar hasta las heces el céliz que nos brinda ei ‘Destino, y aprovechar el tiempo malgastado er aquellas en mirar hacia adelante y establecer so- ‘bre las bases firmes de la futura accién las condicio- nes 4 las que se aspire. im sabio tiene razén—dije, levanténdome para salir. —Separémonos, pues, confiando en el porvenii ~-afiadié apostélicamente el sabio. —Yo, por mi parte, os aseguro—terminé el doc: tor,—que 0s miraré 4 los dos como 4 los salvadore: de mi honra y de mi vida. jId con Dios! —iSi algdn dia vuelvo 4 mi fortuna pasada—ex. clamé, inspirado por una fe nunca como entonce: sentida—, no tendréis por qué lamentaros tampoce ninguno de los dos! —El complemento de un préspero destino ven- dré. {No lo dudéis!—nos dijimos unos.é otros al despedirnos. Y, cambiando un abrazo, nos separamos los tres amigos, vI COLOQUIOS CASEROS La comin desgracia suele unir més intimamenté & los'seres que bien se quieren, y hay algo en la, intimidad del hogar honrado que justifica la defi- nicién que el Derecho Romano dicen que daba del matrimonio: «Consorcio de toda la vida y comuni- cacién de todos los derechos humanos y divinos.» Consigno esto 4 propésito de las mutuas confi- dencias entre mi mujer y yo bajo la espada de Damocles de las letras fatales, cuyo cobro se ave- cinaba y quo 4 los dos nos tenian con el alma en un hilo, como suele decirse. i Cuando so ha pasado la terible edad de la pasion, : la convivencia conyugal entre los que bien se quie- ren tiene algo de fraternidad verdadera que ayuda, eficacisimamente 4 ir conllevando las crueldades de Ja vida, raz6n por la cual un hogar bueno es insus- tituible y tiene en si toda la santidad de un templo, con més las ventajas de una cooperativa de pro- duccién y de consumo. Por eso e8 indestructil le, perdurando & través de todas las vicisitudes his- toricas que desacreditan ideas y hunden imperios. De sobremesa en nuestra cena frugal de aquel dia, fui narrando 4 mi mujer mis aventuras del dia, en casa del sabio, primero, y en la del doctor, Gax- nelo, después. Los detalles del, frustrado suicidio 85 “de éste estremecieron de terror 4 mi consorte, y Ja escena salvadora de los nifios la conmovieron, itanto més cuanto que nuestra mala suerte prover- ‘bial nos habia privado también del consuelo dé itener_hijos. ; ——jEs maravilloso 6 increible!—comenté mi es- posa.—Dicen que el suicidio es contagioso y que, ‘como el rayo, cuando no descarga en un sitio des- carga en otro. —Asi es la verdad—respondila—. Dias pasados Jei en un periédico que las epidemias de suicidios ‘guardan épocas, como tantas otras epidemias, y ‘que los meses de Junio y Septiembre, que son los de mayor tensién eléctrica en le atmésfera, son Hos més abonados para semejante contagio. Tam- ibién lo son & veces Enero y Marzo, cuando la san- ‘gre de la primavera y del nuevo afio comienza ‘a bullir con més vigor en las venas. —Desengaiiate, que en eso, como en todo, lo mo- ‘tal vence & lo fisico. —Desde luego, pero es indudable que la pasién y.la atmésfera guardan entre si relaciones muy in- ‘timas. © —Yo crei, sin embargo, siempre que semejante accién de eliminarse voluntariamente del mundo es una, cobardia, —Y jquién no se siente cobarde alguna vez? ~—La vida es lucha, lucha en la que hay que ganar la campafia, aunque se pierdan las batallas. ~——Eso es bueno para Rredicado, pero no para \practicado muchas veces. Ya ves que yo el otro dia ‘empezaba ya & acariciar la loca idea, y & no ser :por tu amor y tus consejos... .. 77En verdad que'mi intervencién fué tan opor- “tuna como la de los nifios para el doctor Garnelo, pero te confieso que el mérito quizé no sea mio, & no ser que lames mérito 4 mi desgracia de ver 86 jo que nadie ve con eso que Haman histerismo y anormalidad los médicos. —jQué es eso? Habla. No te comprendo. — Es que me da miedo el decirlo... Miedo como el que se experimenta al narrar una, pesadilla, aun después de convencida’ una de que ella fué un mal suefio tan sélo. —iPor Dios, que me exasperas en mi curiosidad! —Bien. Te lo contaré todo—dijo mi esposa, arre- bujandose en un viejo mantén y «echando una fir- ma» en el brasero, que abrié su fuego entre cenizas, como granos de roja granada, bajo las faldas de la vulgar pero practica camilla, la «mesa-estufa», que dice hoy nuestro lenguaje decadente. La noche, fria y cruel, como de Enero, se dejaba ya sentir grandemente, y nuestra sosa velada de viejos animése ante la ansiada revelacién, como cuando en.noches semejantes se_cuentan cuentos de miedo 4 los chiquillos boquiabiertos. —Verés—continué mi compafiera—. Desde’ que la ruina se cierne sobre nosotros, ya no duermo ape- snas. La perspectiva de un futuro prefiado de mise-. rias me despierta siempre con su angustia cuando va & amanecer: esa hora de livida transictén desde ‘la noche al alba, en la que toman forma todos ‘los espectros de la pesadilla y en la que se dice que mueren de Froferencia los que se hallan en estado para ello. Una como losa de plomo me oprime el coraz6n; mis ojos, al abrirse & la indecisa claridad exterior, parecen querer saltarse de sus drbitas; ‘mis brazos extendidos y mis manos abiertas pal- pan el vacio, tratando de apresar algo fugaz en las ‘tinieblas de la alcoba. Entonces empiezo & apretar ‘los labios, & rechinar los dientes y & hacer con los dedos en el embozo de la cama esas «pajaritas» que dicen hacen también los moribundos. Tu, con tu suefio pesadote de siempre, como buen trasno- 387 thador madrilefio, ni me sientes siquiera, aparte de que yo pongo de mi parte cuanto me es dable para que no me sientas. Luego, el obscuro vacio de Ia alcoba y el de la sala inmediata se iluminan eon uns. tenue fosforescencia, que toma tintes azu- lados y violaceos muy desvanecidos, en los que acaba, por dibujarse una silueta pélida de un hom- bre con una herida de bala en ia sien derecha y manando por ella sangre como por una fuente, ‘Yo quiero identificar esa cara del vivo muerto qua: vaga por la estancia indiferente 4 todo, y, jhorroy, de horrores!, esa cara es & veces la de uno de tus eorresponsales de América, cuye nombre no ree cuerdo, otras: veces es la cara del doctor Gamelo, ! cuyo retrato me ensefiaste anteayer en una revista itustrada, con motivo de la inauguracién de su Sanatorio, y otras veces, on fin, querido mio, otras veees... eres ti... : . -Verdaderamente que el dolor trastorna el jui- cio y que precisas un tratamiento psicopatico enér-' gico que el propio doctor Garnelo, como nadie, te puede dar. ‘ : —jAy, no, no! jLa mejor, la Gnica medicina son las letras de cambio reseatadas..., cuando las res- catemos! : : : ‘-—De-eso esté tranquila. El sabio acertaré en sus confiadas predicciones; pero sigue, sigue: ;qué es lo ee pasa después? : 3 - —Una cosa que mi voluntad se resiste 4 con-, tarte; uns. cosa que 4 mf, mujer cobarde como una rata, me tiene asombrada, y es que yo salto de la cama, sin dejar la cama, 6 sea como si me desdo-~, blase y mi cuerpo de carne to quedase ontre las sébanas y mi otro cuerpo de aire y de luz abando~, nase el lecho, me agarrase como una fiera al cue-' flo de la sombra vagarosa y, clavandole las ufias’ del modo mis felino; salgo tuchando 4 brazo par- 38 tido.con ella. por. toda. 1a. sala,. por el mirador y, donosa.locura!, hasta. por el. 4mbito. de la calle jmisma,.como..dos. aves-de presa..que se.pelean en los aires. Entonces pierdo el sentido, y un instan- te después siento como un choque en el costado,' por donde el cuerpo que se fué luchando vuelve & meterse en el cuerpo que quedé en la cama. Otras veces, el retorno del cxerpo guerrero que luch6 & brazo partido con la sombra, al otro que se quedé ; inerte, es por la boca, como si ye misma-me de~ \ glutiese. Alguna, vez, en fin, he vuelto & mi cuer4! po dormido, calzéndomele como“un traje. de pun=| to, como. una funda que se pone 4 un maniqui-de cart6n. ;Quieres mayor absurdo? Seeaetet ~——Meria—la dije 4 mi costilla, procurando in-. fundirla, un valer del que yo estaba muy Iejos—; : eso son parancias, que dicen los médicos; psicoas-: ' tenias, aberraciones sensoriales relacionadas: qué con la edad critica, que ya Se te acerca; cosas que hay que combatir con une enérgica medicacién. —iSi, la. de las letras!... ; ; No; la de los bromuros, el fosfoxil-y el luminal, ue ya te dieron aritafio, cuando. joven. Ahora,.& lormir, que lo. de la. sombra..matutina..carre de.mi cargo, y-al primer movimiento, como-decia el Te- nerio. & Ciutti, le suelto-un pistoletazo. —No hagas tal. No sea que te mates 6 me mates... Aqui el sendo terror nuestro, que pretendiames reciprocamente disfrazar, puso punto final & nues- tra velada y nos fuimos derechitas al lecho, enge-| fidndonos bien pronto el uno al ctro. haciéndonos, ver como que dormiamos. VIT IOVANI SACCOTTE Las emociones del dia anterior y el insomnio consiguiente, producido por las revelaciones alar- mantisimas de mi esposa, hicieron que me levan- tase muy ‘tarde, contra mi costumbre. Acabando estaba de dar los ultimos toques 4 mi vestido para. salir & continuar, como los demas dias, mj inttil caceria de cvartos, en la que no cobraba ni una piezd, ini una piezade 4 cuatro!, cuando un fuerte cam- panillazo, dado:en la puerta de la calle, me hizo estremecer. —jEl correo, el ‘correo fatal con el aviso del giro ‘comprometedor que ha de ser el principio del fin!—pensamos 4 una. Fuime en derechura 4 abrir la, puerta, encontrén- dome, de manos’ & boca, no con el temido carteroy sino con el propio alguacil del Juzgado de la Latina, que, acompafiado por una pareja ‘de Orden Publico, ‘me entregaba, en nombre de su jefe, una orden citéndome secamente de inmediata comparecen~ cla. + 4 Mientras menos cuentas se hayan tenido en las vida con la Justicia, tanto mas es ella de temer.: ‘Yo no sé qué pensé. Diriase que en aquel momento me sentia reo de cuantos delitos quisieran impu- térseme. Un escalofrio de muerte cabrilleé por todos 40 mis miembros, arrancando desde la punta de los ‘pies hasta la cabeza y el corazén. Ni fuerzas tuve para consolar & mi pobre compafiera, més muerta que viva también. Arregléme un poco el lazo de la corbata, tomé el sombrero y parti veloz para el Juzgado, trope- zando como un ebrio con cuantas gentes pululaban & aquella hora por las calles y por los pasillos del feo edificio. Anteponiéndome & otros muchos que esperaban, al ser anunciado por el alguacil acompa- fiante, su sefioria el juez me hizo penetrar en es- trados. Ningtin rec de muerte se presenté jamés ante sus juzgadores tan pdlido y aterrado como yo. El juez, hombre amable, entrado en afios y ducho -en achaques del corazén, conociendo mis emocio- nes por mi aspecto, se alzé benevolente sobre su -asiento, saludandome y diciendo al escribano: . —Lea usted 4 este sefior el atestado consular, cuyas diligencias se acaban de recibir. iUn atestado criminal! jNo cabia. duda! Tuve que apoyarme en la barandilla para no gaer desmayado. gous atestado consular podia ser aquel? ,Traté- chase, acaso, de alguna confusién de persona; de -alguna atroz calumnia, en fin? Su sefioria sonrié levemente, haciendo ademan. de que me tranquilizase. El actuario, con voz cas- cada, indiferente y monétona, leyé: «Yo, don N... N..., Representante consular de Espafia en Chile, con domicilio en la ciudad de Valparaiso, 4 su sefioria el juez de Primera Ins- tancia y de Instruccién del Distrito de la Latina, en Madrid, saludo y hago saber: que en las diligen- vias seguidas por la autoridad judicial competente de dicha ciudad, con motivo de la muerte violenta ‘Jel stibdito chileno, de origen italiano, signore Iova- gi Saccotti...» 41 ~—Saccotti, Saccotti, Iovani Saccotti, ,no era sto el nombre precisamente de mi corresponsal en jaquel puerto; el hombre que me habia estafado mu- \chos miles de pesetas y que al morir de muerte \violenta. me complicaba quizé en ella? |Esto me ifaltaba!—pensé, ereyende morir.. \y Mientras, el gangoso foliculario, carraspeando ‘y'mascullando letras, seguia leyendo, indiferente: 4....Con motivo de la muerte violenta del stb- dito chileno, de origen italiano, signore Iovani Sac- scotti, ha recaido la rescluicién siguiente: «Compro- bada por la carta del interfecto, cuanto por los in- formes médico-periciales y testificales, que dicha muerte fué debida al suicidio , determinado en ef &nimo del interfecto por las contrariedades de la vida, aunadas 4 considerabies pérdidas de fortuna -padecidas en malos negocios comerciales primero, ly & otras mayores pérdidas experimentadas Ulti- Imamente en el juego de azar para en vano resar- cirse de aquellas, se ha procedido 4 elevar 4 tltima jvolunted testamentaria los extremos de la carta del suicida, en ia que, tras de consignar los méviles arriba indicados como impulsores de su fatal reso- Aucién, declaraba que, después de la pérdida abso- luta de su fortuna comercial, no poseia, més -bienes que los modestos enseres de su domicilio, contando, en cambio, con un fuerte pasivo de las treinta y nueve mil pesetas que adeudaba al sefior don Brau- lio Pérez y Pérez, comerciante, domiciliado en Ma- drid, calle de Toledo, ntimero..., tienda del entre: suelo y del bajo derecha, por lo cual...» ‘La vista se me turbaba, segin tba avanzando ‘el escriba en su lectura, pero la vida me volvia. ‘Lodo lo que iba adivinando me parecia sofade: la ‘personalidad de mi corresponsal y deudor Saccotti, Su carta, su suicidio, sus declaraciones, cuyo pés- ;tumo alcance, libertador quizé, todavia no alcary 42 taba, & comprender. Segui oyendo, pues, como ei que lo espera todo de la lectura: 4... Por lo eval, y por carecer en su calidad de emigrante y de soltero de todo.ascendiente, des- cendiente y colateral en el grado exigido por la Ney, segtin propia manifestacién, era su terminante ‘voluntad que dichos enseres, cuantos los pocos eré- ditos que pudieran aparecer en su favor, sus li- ‘bros, correspendencia y demas efectos, juntamente con los titulos de las pertenencias mineras denun- ciadas por él en el distrito de Antofagasta, fueran reconocidas como de la exclusiva propiedad de di- vho sefior don Braulio Pérez y Pérez, después de er pagados sus gastos de entierro, funeral, ete.. gastos que ordené fuesen los mas modestos posi: bles... Y, practicada seguidamenté la liquidaciér de estos gastos, la que ha sido cubierta con el pro- ducto integro de repetidos enseres, procede al te nor de aquella disposicién testamentaria cuantc de los preceptos del Cédigo Civil, remitir al here- dero nombrado, don Braulio Pérez y Pérez, de (Madrid, los libros, cartas y demas papeles inventa- riados en la relacién adjunta, duplicada de la ori- ginal que obra en autos. En su virtud, y para cum- limiento de lo acordado, h4gase entrega al sefior Representante consular de Espafia en esta ciudad de dichos libros y demds papeles, para que él, en cumplimiento de los deberes cle su cargo, los haga Jlegar al interesado, firmando tos recibos correspon- dientes. Lo mando y firma, etc.» Luego Vino la lectura de las restantes comunica- -ciones complementarias que son de rigor y las cien \eorrespondientes firmas de entrega. Al callar, en fin, el mondétono escribano, su sefioria hizo cargar ‘al alguacil acompafante con el paquetén de los Hibros, al par que alarg6, complaciente, un grueso ‘pliego lacrado-y sellado con los sellos del Consulado 43 zeneral. de Espaiia en aquellos paises, prometiendo acer igual con otros:objetos de mas. bulto, que me.serian expedidos también como mercancias en otro correo. Previa la venia judicial, y tras haber echado ner | viosamente otras dos firmas més, escapé del ve- tusto caser6én del Jyuzgado en derechura & casa y' con el pliego, sin abrir, debajo del brazo. En alas‘ de la. m4s explicable de las curiosidades, dejaba’ atras en mi marcha 4 peatones y coches. Mi mujer, que me esperaba con la ansiedad que es de colegir, me abrié presurosa, diciéndome: — 1Qué es lo que pasa, al fin? ,Es otra nueva desgracia? : ; —No;-todo lo contrario, es una burla, més del ' Hado impio: juna fortuna minera casi en los anti-/ podas!—repuse, sonriendo con igual escepticismo & si dijese: «{Unas minas en la Luna!» E informé miriuciosamente 4 mi mujer de cuantu en‘el Juzgado me acaeciese. - — Ven, ven en seguida 4 la trastienda para que abramos el pliego—clamé instanténeamente ni cén- yuge, espoleada y acuciada por la consabida cu- riosidad femenina—. Saccotti, Saccotti, ahora re- cuerdo; jéste era el espectro que por las madruga- das yo veia! jEsto trae algo gordo, sin duda alguna! jVeamos, veamos pronto los papeles! _ La novela terrorifica de las matinales pesauillas, tan inopinada y concluyentemente confirmada, de aquel pobre diablo vicioso de Saccotti, era, en efecto, harto més interesante seguramenté que las ¢acciones mineras suyas en la Luna.» : - Al impulso de la plegadera saltaron los lacres del abultado cartapacio, de cuyo vientre fueron saliendo papeles y mas papeles, cartas y. més car- tas, abiertas unas y otras sin abrir, como legadas después de. la desgracia, y cuyos detalles intimos 44 tendriamos que_ir aquilatando mfs despacio en sucesivos dias. Mi mujer, en pleno nerviosismo; escarbaba, inquieta 6 inconsciente, en. ellos, cual la gallina de la fébula buscando el granito de trigg en el basurero. —jAlto!—grité imperativamente, 4 la vista de uni certificado sin abrir, y en cuyo sobre se leia el membrete de mi tienda—, esto lo mismo puede ser grano de trigo que valiosa margarita! En efecto, en el pliego en cuestién habia reconoci- do el que yo enviase y cargase en cuenta 4 Saccotti & principios del Noviembre anterior, conteniendo. un vigésimo de cien pesetas de la Loteria de Na- vidad, vigésimo del que jamais volviese 4 preocu-; parme, firme en mi olimpico desprecio hacia ell vicio loteril, que tiene arruinados sordamente 4 tan-- tos, y en el que jamas he atravesado una peseta.. ~——iTendria que ver que estuviese premiado el vigésimo!—palmoteé mi costilla, saboreando de an- temano una dicha que de alli & poco habia de re-, sultar fallida, como todas las nuestras. ~—iTendria que ver—afiadi, rompiendo el sobre y_sacandeo el billete loteril—que fuese éste el vigé-: simo que, segtn lei distraidamente en los periédicos del mes pasado, no se habia presentado al cobroi del quinto premio todavia—exclamé, & mi vez, queriendo engafiarme 4 mi mismo con un poquitol de ilusién, de‘la ilusién que las acciones mineras( de Antofagasta no habian alcanzado 4 producirme., *: La administracién de Loterias del barrio estaba/ sélo unos cuantos portales més arriba, y no era/ cosa de seguir en la incertidumbre. Mi mujer, masi impaciente aun que yo, quiso ir alli personalmente. \‘& comprobarlo. Para evitar la escandalera consi-| iente en la populosa, barriada, donde éramos muy ‘conocidos, ‘si por ventura se confirmaban nuestras ‘sospechas y: esperanzas, yo, como menos maestre 45

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