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La enfermedad m ortal

La enfermedad mortal

Soren Kierkegaard

Prólogo y traducción del danés de Demetrio Gutiérrez Rivero

Nota preliminar de Oscar Parcero Oubiña

lí 1) I T O R I A L T R O T T A
CONTENIDO

C o l e c c ió n estru ctu ra s y pro ceso s


S e r ie F ilo s o fía

Nniii preliminar: Óscar Parcero Oubiña................................................ 9


l'iñlo^o: Demetrio Gutiérrez Rivero....................................................... 11

LA ENFERMEDAD MORTAL
O DE LA DESESPERACIÓN Y EL PECADO

Una exposición cristiano-psicológica


para edificar y despertar

l’rólogo ............................................................................................................................. 25
Introducción..................................................................................................................... 27

Título original: Sygdommen til Doden


PRIMERA PARTE
LA ENFERMEDAD MORTAL ES LA DESESPERACIÓN
© Editorial Trotta, S .A ., 20 08
Ferraz, 55 . 2 8 0 0 8 Madrid 1.IBRO PRIMERO: La desesperación es la enfermedad mortal................... 33
Teléfono: 91 54 3 03 61
I .IBRO SEGUNDO: La universalidad de esta enfermedad
Fax: 91 5 4 3 14 88
(de la desesperación).................................................................................... 43
E-mail: editorial@trotta.es
http://www.trotta.es Libro tercero : Formas de esta enfermedad (de la desesperación)....... 50

© Herederos de Demetrio Gutiérrez Rivera, para el prólogo y la traducción, 20 08


SEGUNDA PARTE
© Ó scar Parcero O ubiña, para la Nota preliminar, 20 08 LA DESESPERACIÓN ES EL PECADO

ISBN: 978-84-8164-982-6 L ib r o p r im e r o : La desesperación es el pecado.......................................... 103


Depósito legal: M. 2 1 .1 3 4 -2 0 0 8
L ib r o seg u n d o : La progresión del pecado........................................................ 136

Impresión
Closas Orcoyen, S.L. índice general.......................................................................................... 169

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NOTA PRELIMINAR

Ó scar P arcero O u biñ a

Se reedita ahora la traducción que Demetrio Gutiérrez Rivero hiciera


en 1969 de La enfermedad mortal1, primera y única hasta el momento
realizada en castellano directamente desde el original danés [Sygdom-
men til Doden, 1849], del pseudónimo kierkegaardiano Anti-Clima-
cus2 (sí existen otras versiones en castellano, si bien despreciables, al

1. El título elegido por Kierkegaard para la presente obra es una referencia di­
recta a las palabras de Cristo según éstas se recogen en el Evangelio según san Juan,
11, 4. Allí se dice que la enfermedad de Lázaro no es «para la muerte» sino «para la
gloria de Dios». Esta contraposición, que en las distintas traducciones castellanas de la
Biblia se lee con distintos grados de precisión, es particularmente clara en las versio­
nes danesas del Evangelio, que hacen uso de la misma preposición (til) para referirse
primero a la muerte y luego a la gloria de Dios. Es precisamente en tal contraposición
donde tanto el título como el sentido de la presente obra toda se fundamentan: en el
Evangelio, se nos habla de una enfermedad que no es para la muerte, pero sí es mortal
(Lázaro muere); Anti-Climacus, por su parte, se dispone a hablarnos de aquella en­
fermedad que no es materialmente mortal (dedelig), pues no acaba en la muerte, sino
para la muerte (til Deden), en tanto que espiritualmente conduce en dirección a ésta.
2. Kierkegaard utilizaría, un año más tarde, el mismo pseudónimo para firmar
Ejercitación del cristianismo. Es obvio que Anti-Climacus hace referencia al anterior
pseudónimo kierkegaardiano Johannes Climacus, autor de Migajas filosóficas, o Un poco
de filosofía y también protagonista del relato inédito proyectado años antes Johannes
Climacus o De ómnibus dubitandum est. No obstante, no debemos caer en el engaño de
interpretar el sentido de este Anti-Climacus como un pseudónimo «opuesto a» Climacus,
sino que el «anti» significa aquí más bien «antes de»: Anti-Climacus está jerárquicamente
«antes» o por encima de Climacus, a la vez que «ante» él, es decir, teniendo presente su
obra. El propio Kierkegaard lo explica: «Anti-Climacus tiene varias cosas en común con
[Johannes] Climacus; pero la diferencia es que mientras que [Johannes Climacus] se si­
túa tan bajo que incluso dice de sí mismo no ser un cristiano, en [Anti-Climacus] parece
poder detectarse que él se considera un cristiano en grado extraordinario» (NB 1 1 :2 0 9 ,
1849). Podríamos resumir, pues, diciendo que Anti-Climacus representa la realización

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NOTA PRELIMINAR

haber sido realizadas de segunda mano a partir de otras traducciones,


desconociendo por tanto los textos originales). Como en el caso de la
otra traducción del propio Gutiérrez Rivero anteriormente reeditada
(Los lirios del campo y las aves del cielo. Trece discursos religiosos3), se
ha mantenido el texto castellano original, siendo la única modifica­ PRÓLOGO
ción realizada la de omitir algún fragmento del prólogo del traductor,
de nuevo por considerar que se trata de comentarios puntuales ya ob­ D em e tr io G u tiérrez R ivero
soletos, distantes como estamos del contexto histórico en que tal pró­
logo fue realizado y en el que dichos comentarios adquieren sentido.
El prólogo de Gutiérrez Rivero a La enfermedad mortal es espe­
cialmente explícito respecto de la concepción religiosa de Kierkegaard
que él defendía contra la presentada, especialmente, por el existen-
cialismo, tal y como ya quedó comentado en la nota preliminar a la
mencionada anterior reedición. En este sentido me permito recordar
al lector la necesidad de poner al día, en su lectura de la obra, esta
contraposición presentada por el traductor mediante la incorporación l.a enfermedad mortal es la continuación y profundización de El con­
de una nueva lectura contrapuesta a «la religiosa». Si en su momento cepto de la angustia. Sin embargo, la aparición original de los mismos
Gutiérrez Rivero se esforzó por enfrentar al pesimismo, tragicismo e estuvo separada por un espacio de cinco años largos, desde el 17 de
incluso ateísmo implícitos en las lecturas existencialistas de Kierke­ junio de 1844 al 30 de julio de 1849. Estas fechas circunscriben ca­
gaard la visión de una religiosidad pura y triunfante, hoy esta inter­ balmente la etapa más madura de toda la actividad literaria de nues-
pretación, aún vigente, habría que contraponerla no ya a la existen- l ro escritor, que agotó los últimos doce años de su corta vida con tan
cialista, claramente caduca en ambientes kierkegaardianos, sino a la enorme actividad. Y son, sin duda, estos dos libros sobre la angustia
estética. Entiéndase por esta última la interpretación de Kierkegaard y la desesperación los que han contribuido a extender e inmortalizar
que, contra lo defendido por Gutiérrez Rivero, pone especial énfasis la fama de Kierkegaard.
en la dimensión estética de su obra, equiparando así la producción A pesar de la diversidad de títulos y de la separación de su com­
pseudónima (o no-religiosa) a la religiosa, frente al sometimento de posición, el fondo soterrado y al final dominante es común y único en
aquélla a ésta defendido por Gutiérrez Rivero. Como comentaba a ambos libros, a saber, el tema del pecado, que es mucho más que un
propósito de la nota preliminar a la reedición de Los lirios del campo tema. Por ser tal este tema, se están rondando siempre las fronteras
y las aves del cielo, esta lectura estética de la obra de Kierkegaard ha del dogma del pecado original y siempre partiendo de supuestos cris­
venido ganando en los últimos años más y más adeptos en el ámbito tianos o, según nos dice el autor, «siempre con lo cristiano in mente».
de los estudios kierkegaardianos. Así pues, animo al lector, repito, a Cada uno, pues, de estos títulos representa una mitad correlativa en
que actualice la lectura de la presente obra al contexto de hoy día la completa descripción de lo que el hombre hace invirtiendo y va­
y tenga por tanto presente no las claves de lo religioso frente a lo ciando el auténtico sentido de la existencia, es decir, pecando.
existencialista, sino más bien ahora lo religioso frente a lo estético. La primera mitad de esta sinfonía maldita se desarrolla en El
concepto de la angustia y en sus dos movimientos: la angustia como
Compostela, enero de 2008 condición del pecado y la angustia como consecuencia del mismo. La
angustia originariamente, en el punto cero de la existencia, era una
condición neutral, ambigua. En ese punto cero igualmente se puede
del ideal cristiano tal y como éste lo había analizado antes en sus obras Johannes Clima- girar hacia la fe que hacia la desesperación, hacia una vida que se
cus. Por cierto, el uso de los pseudónimos parece indicar que en ninguno de los dos luga­ vaya encadenando en la «consecuencia del bien» o en la «consecuen­
res Kierkegaard se reconoce a sí mismo; de nuevo en sus propias palabras: «A mí mismo
cia del mal», por saltos cualitativos absolutamente distintos. Pero el
me situaría más alto que [Johannes Climacus], más bajo que [Anti-Climacus]» (ibid.).
3. Trotta, Madrid, 2007. hombre, en la encrucijada, no ha querido escoger el camino de la

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DEMETRIO GUTIÉRREZ RIVERO PRÓLOGO

esperanza y en seguida empiezan a manifestarse las diversas formas Aparte de estas formas, descubiertas bajo el enfoque de la catego­
de la angustia, mientras que va hundiéndose cada vez más en el abis­ ría de la conciencia, el autor reseña otras, aunque de una manera más
mo que le produce vértigo, hasta caer al fin tan bajo que ya le entran bien abstracta y atendiendo a los diversos momentos de la síntesis del
angustias del mismo bien, como si la bondad le perdiera mucho más yo. «El hombre es una síntesis de infinitud y finitud, de lo temporal y
que la nada o la propia maldad. lo eterno, de libertad y necesidad». Lo temporal y lo eterno han sido
En la segunda mitad —ésta en que ahora estamos— parece que los dos momentos decisivos en el estudio y diferenciación de las for­
la angustia le pasa la antorcha a la desesperación en esta olimpiada mas anteriores. La consideración de los otros momentos —infinitud
al revés, de total agotamiento sin victoria. También la antorcha es al y finitud, y de cara a la libertad: posibilidad y necesidad— servirá
revés, porque no hace más que intensificar la noche. Sólo la letra ha para hacer el balance de las cuatro formas correspondientes.
cambiado, pero no las estridencias del espíritu. Los motivos se en­ En la segunda parte de La enfermedad mortal se habla ya ex­
trecruzan sin cesar o, al menos, siempre son paralelos. Aquí los dos presamente del pecado. La desesperación es el pecado definitivo. La
movimientos correspondientes vienen desarrollados, con un ritmo iradición cristiana siempre la ha considerado como el gran pecado.
todavía más perfecto, en las sendas partes que componen esta nueva Kierkegaard, este gran especialista de tan grave enfermedad, pro­
obra. yecta con fuerza toda esa sabiduría cristiana. El motto de este libro
La clave de toda la primera de estas partes nos la da escuetamente muy bien pudiera ser aquello que dijo en su diario dos años antes de
el enunciado mismo del capítulo I. Después de enunciar el motivo escribirlo:
radical de la desesperación y su calidad típica, el autor nos ofrece el
esquema de sus tres formas características. Por lo pronto, la desespe­ Quizá un hombre peca primero por debilidad, sucumbiendo a la mis­
ración es una «enfermedad del yo» o en el yo, relativa a «lo eterno en ma — ¡ay, tu debilidad es cabalmente la fuerza del placer y de la incli­
nación, de la pasión y del pecado!— ; pero entonces se desespera por
el hombre»; una «enfermedad del espíritu», puesto que «el espíritu
ello y quizá vuelva a pecar, pecando por desesperación1.
es el yo». En esto consiste la peculiaridad, la gravedad y la responsa­
bilidad continuas que comporta esta enfermedad, la única mortal. Y,
Y ¿qué es el pecado? El pecado es una posición, no una negación
sin embargo, ¡sin poder morirse! Ni siquiera esta última esperanza, la
como pretenden los teólogos enredados en el idealismo de Hegel, ni
de la muerte, ya que la desesperación es «un estar muriendo eterna­
tampoco una simple ignorancia como pretendía el noble Sócrates,
mente, muriendo y no muriendo, muriendo la muerte..., pero morir
sino que dimana de la voluntad. Pero lo específico del pecado es
la muerte significa que se vive el mismo morir».
que se cometa delante de Dios y que se necesite una revelación para
El estar inconsciente en cuanto espíritu o ignorando que se posee
saber lo que es. He aquí otra vez el escándalo, siempre montando la
un yo, «precisamente un yo eterno», constituirá la primera forma de
guardia a la puerta de todo lo cristiano. El último capítulo se destina
desesperación, impropiamente tal, pero la más frecuente de todas.
a la desesperación máxima, al pecado contra el Espíritu Santo. Este
Y así, es también desesperación lo más bello que hay en el mundo:
pecado consiste en que se rechace el cristianismo, no queriendo exis­
«Una muchacha en flor, rebosante de paz, armonía y gozo»:
tir delante de Cristo, verdadero Dios y hombre insignificante, la pa­
Nadie negará que todo eso es una dicha, pero la dicha no es ninguna radoja absoluta, pero también la total transparencia de la existencia.
categoría del espíritu, y por eso allá dentro, muy dentro, en lo más «Porque Cristo es — o el hecho de que exista y haya existido— lo que
hondo y oculto del corazón de la dicha, habita también la angustia, la decide toda la existencia».
angustia que es desesperación. Así, brevemente contada, es la trama de estos dos fenómenos en
lo que tienen de destructor en el hombre por el camino de la muerte.
La inmediatez no basta para atravesar la vida. «El hombre es es­
Sólo en lo que tienen de destructor, porque hay otro camino para el
píritu» y tiene que cobrar plena conciencia de sí mismo. Ahora bien,
hombre, otra vida que pudiera haber sido en él, otra verdad lúcida,
teniendo conciencia de su yo, en el cual hay algo eterno a pesar de
la de su existencia cristiana, curado de la angustia, libre de sus garras
todo, el hombre puede desesperadamente no querer ser sí mismo, o
querer desesperadamente ser sí mismo. He aquí las otras dos formas
de desesperación. La de la debilidad y la de la obstinación. 1. Papirer VIII, A 64.

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DEMETRIO GUTIÉRREZ RIVERO PRÓLOGO

mortales, y liberado también de la misma muerte en vida que es la «lelimtiva, evanescente. Heidegger, más tajante, une el «ser-consigo-
desesperación. Éste ha sido un resumen trágico, catastrófico, pero no nnsino» con el «ser-en-el-mundo» y se queda totalmente mudo ante
fatal. La angustia y la desesperación son dialécticas en grado sumo. H problema de Dios. Para Kierkegaard, sin embargo, el yo humano
Aquí, ex profeso, el autor ha tratado los lados negativos. Cuántos es una relación «derivada», «una relación que en tanto se relaciona
olvidan, a pesar de lo sencilla, la advertencia que aquél nos hace al i (insigo misma, está relacionándose a un otro» y tiene que «apoyar-
final de la nota preliminar: «Deseo una vez por todas que los lectores *«■ en el Poder que la fundamenta», en el Poder que la ha puesto o
caigan en la cuenta de que en todo este libro [...] la desesperación es «irado. Pero Kierkegaard no se queda en el plano ontológico, no
considerada como una enfermedad, no como una medicina». Por eso pierde a ese Poder-Dios entre la niebla, sino que lo hace aparecer en
solamente al final se preludia otra nueva sinfonía, totalmente distin­ medio de la conciencia como blanco de la elección, al elegirnos y al
ta, claramente sonora, la de la fe. «Lo contrario de estar desesperado llegar a ser nosotros mismos. Nos alecciona, pero siempre invocando
es tener fe.» La oposición más cristiana de todas es la que enfrenta la nn compromiso, reclamando un examen. Su rigor y sus dificultades
fe al pecado. De esta suerte El concepto de la angustia termina con el nos amedrentan, mas el diálogo con los «primeros pensamientos»
capítulo de «la angustia con la fe como medio de salvación» y La en­ y los imperativos categóricos nos espolea a la autenticidad y a una
fermedad mortal se nos alivia con una espléndida definición de la fe lelicidad altísima. La presencia de Dios no nos deja dormir en una
en sus últimas líneas: «cuando en relación consigo mismo y al querer alegría fácil, en el aburguesamiento. Ahí empieza la desesperación. Y
ser sí mismo el yo se apoya lúcido en el Poder que lo fundamenta». en un crescendo horrísono, como una tormenta interior desoladora,
De esta definición dice el autor que es «como el faro luminoso al que va avanzando hasta la culminación del desafío, cuando el hombre «se
no dejo de mirar ni por un momento en todo este escrito». rebela contra toda la existencia», como una presunta errata tozuda
Cuidadosamente he dejado fuera de la trama, para referirla aho­ «|iie intenta decirle a Dios que es un autor mediocre. Pocas veces se
ra con algún detenimiento, la clave fundamental de estas situaciones habrá descrito tan de veras la tragedia del humanismo ateo:
límites, eso a lo que Zubiri llamará mucho después el «vínculo on-
tológico del ser humano» o «religación». Porque, efectivamente, y Poseer un yo y ser sin yo es la mayor concesión —una concesión infi­
en conexión con las necesidades que le impone la aclaración de la nita— que se le ha hecho al hombre, pero además es la exigencia que
desesperación como tema y como tragedia, Kierkegaard profundiza la eternidad tiene sobre él. [...] La desesperación del fatalista es haber
perdido a Dios y con ello haberse perdido a sí mismo, puesto que el
hasta la raíz misma de la existencia, dándonos una de las definicio­
que no tiene Dios, tampoco tiene ningún yo.
nes más acabadas que tenemos sobre el hombre. En este sentido es
interesantísimo todo el breve capítulo primero. Es, indudablemente,
Ahora ya se explica muy bien, de raíz, el fenómeno de la desespe­
el texto filosófico más significativo e influyente de todos los de Kier­
ración. Ya en Las obras del amor había predicho Kierkegaard que «la
kegaard. Veámoslo. En primer lugar, «¿Qué es el yo? El yo es una
desesperación es que le falte a uno la relación con Dios». Pero aquí
relación que se relaciona consigo misma, o dicho de otra manera:
se ve con claridad meridiana cómo lo que el desesperado pretende es
es lo que en la relación hace que ésta se relacione consigo misma».
«desligar su yo del Poder que lo fundamenta»:
Parece evidente que éste haya tenido que ser el texto que maneja­
ron los dos más famosos existencialistas germanos antes de lanzar al La discordancia de la desesperación no es una simple discordancia,
mundo la definición de existencia como autorrelación. «Ser-consi- sino la de una relación que se relaciona consigo misma y que ha sido
go-mismo», dijo Heidegger; «comportamiento para consigo mismo», puesta por otro; de suerte que la discordancia de esa relación, exis­
anunció Jaspers2. Pero aquí se pararon en seco, para tomar la direc­ tente de por sí, se refleja además infinitamente en la relación al Poder
ción más fácil. Es cierto que Jaspers abre esa autorrelación existen- que la fundamenta.
cial a la trascendencia, pero ésta resulta demasiado «cifrada» y, en
Otra fórmula equivalente a la de la religación, por donde le duele
al desesperado, es la de «lo eterno en el hombre». Ahí inciden todas
2. Compárese la dura fórmula alemana de Jaspers: «sich-zu-sichselbst-Verhal-
las formas de desesperación, por ahí el hombre atrapa tan típica en­
ten», con su gemela danesa de la primera definición: «et Forhold der forholder sig til
sig seiv». ¿Pueden ser más idénticas? fermedad de continuo, abusando de lo eterno que hay en él. Pero el

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DEMETRIO GUTIÉRREZ RIVERO PRÓLOGO

hombre, por definición, no puede en absoluto desentenderse de ello i nula del cristianismo»— que llegó a situarse en una lacerante extre-
y, en este sentido, es refractario del todo: mosidad, en la cual parece sentirse a sus anchas cuanto más ahonda
el abismo y más dificulta el salto.
El hombre no puede liberarse de lo eterno; no, no podrá por toda la Hablar de la posible desesperación personal de Kierkegaard al
eternidad. No, el hombre no podrá una vez por todas arrojar lo eter­ prologar este tratado —cosa que no es la primera vez que se ha he-
no lejos de sí; nada hay más imposible. Siempre que el hombre está i lio4— me parece que es coger un poco el rábano por las hojas, con
sin lo eterno es porque lo ha rechazado o lo está rechazando todo lo
afán de éxito espectacular, pero tremendamente confundidor. Sería
lejos que puede.
ingenuo negar que sus diarios íntimos están llenos de confesiones
melancólicas, como lo están algunos de los libros de sus pseudóni­
Mas éste es tan vano empeño como el de la desfundamentación
mos, empezando por los Diapsalmata, en los que en virtud de idén-
de la existencia, pues lo eterno vuelve a cada instante. Lo eterno que
lica equivocación se ha querido ver, al traducirlos a nuestra lengua, la
hay en el hombre viene a ser lo mismo que esa presencia ontológica
expresión «más importante de la obra de Kierkegaard, porque nos
de Dios y hasta cierto punto otra manera de nombrar a Dios mismo
dicen de dónde arranca, de qué impulsos, de qué necesidades». Por
«ab interiore homine» [desde el interior del hombre].
mi parte, juzgo que ésta es una falsa pista y que, en consecuencia, los
Sin embargo, en la segunda parte de la obra, parece que se echa
críticos no debieran volverse tanto sobre el autor y menos polarizarlo
abajo toda esa «teología humana» y se exacerba la paradoja cristiana
en el tema de su vida atormentada, de sus lacras patológicas, de su jo­
hasta los límites del escándalo. Es como si el barco se partiera en
roba, o de sus peripecias con el padre y con Regina Olsen, dolorosa­
dos, como si se jugase con dos barajas, la de los conceptos y catego­
mente vitales. Esta pista es mala por dos razones que el propio autor
rías filosófico-existenciales y la de las paradojas cristianas, estando
relata en sus mismos diarios y en dos notas con fechas muy separa­
la primera parte destinada a los paganos no cristianos y la segunda
das, la una hacia el 5 de mayo de 1843, aniversario de su nacimiento,
a los paganos dentro del cristianismo3. ¿Acaso no ha distinguido ex­
y la otra a fines del año en que escribió La enfermedad mortal:
presamente Kierkegaard dos religiosidades? ¿De tal manera que «lo
eterno en el hombre» muy bien pudiera ser el núcleo de la religiosi­
Después de mi muerte nadie encontrará en mis papeles — éste es mi
dad A? ¿No existimos todos delante de Dios ? ¿O hay una diferencia consuelo— ni una sola aclaración sobre aquello que en realidad ha
enorme entre existir delante de Cristo y existir delante de Dios? De llenado mi vida; nadie podrá encontrar ese texto que yace en mi
lo contrario quedaría borrado el significado de la primera parte y no interior más profundo, ese texto que lo explica todo y que frecuente­
se explicaría bien la universalidad e historia del fenómeno en tantos mente convierte para mí en acontecimientos de enorme importancia
hombres desesperados. Lo que pasa es que Kierkegaard desemboca los que el mundo llamaría bagatelas. Yo mismo los consideraría sin
demasiado pronto en lo cristiano, quizá porque empezó suponién­ ninguna importancia en cuanto dejase de atender a la nota secreta
dolo demasiado incluso en el momento de filosofar, cosa ésta que que es la clave de todo5.
intencionadamente hizo con el fin de aclarar de un modo más con­
vincente el carácter existencial del cristianismo. Además, al hacer ese Esto indica bien claramente que todas sus confesiones escritas
esclarecimiento y cumplir tal cometido, se movía en una oposición y publicadas tienen más de táctica encubridora e intrigante que de
tan absoluta a Hegel y a la cristiandad establecida — esa «edición ave- comunicación directa. En este sentido de la ambigüedad y de la co­
municación indirecta se puede afirmar que son un mero pendant de
sus pseudónimos, nunca definibles en su última postura al darnos
3. Lo curioso es que, a pesar del exaltado cristianismo de Kierkegaard, los pri­
meros no han dejado de leerle y estimarle tanto o más que los mismos europeos. Esto
su mensaje de existencia. La otra nota es todavía más categórica al
es un indicio fehaciente de que en sus obras hay también una filosofía antropológica
y religiosa de alcance universal e incondicionado. En el Japón, por ejemplo, se insti­
tuyó en 1960 una «sociedad kierkegaardiana» que a los dos años contaba con casi un 4. El que desee oír tristezas de propia boca puede leer el elenco de textos ínti­
centenar de miembros y con una intensa actividad académica y editorial. Y añadamos, mos que nos ofrece Jean J. Gateau en la introducción a la traducción francesa de esta
como anécdota admirable y envidiable, que este mismo libro de La enfermedad mortal obra, traducción que él mismo ha realizado en colaboración con Knud Ferlov, titulán­
obtuvo nada menos que seis traducciones japonesas distintas en el corto espacio de dola de forma expedita: Traité du désespoir, Gallimard, Paris.
cuatro años, entre 1948 y 1952. 5. Papirer IV, A 85.

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DEMETRIO GUTIÉRREZ RIVERO PRÓLOGO

afirmar el error que supone para la comprensión de sus obras el in­ umirailictorio de la desesperación. Kierkegaard, como de costum-
miscuirle a él en ellas: liir, procedía a contrapelo de la gente y de las opiniones vulgares.
I leí i.i a todas horas que su vida era angustiada y desesperada, pero
Los demás no pueden comprenderme del todo por cuanto refieren imi tealidad no lo era. Lo parecía, pero no lo era. O lo era según el
bonitamente a mí mismo mis propios tratados6. tmuepto mundano y pagano de una típica concepción jovial de la
vul.i, pero no según el concepto propiamente humano y cristiano que
También se ha afirmado con mucho aplomo que tuvo que vivir i'l analizó de raíz, mas no desde la raíz de su melancolía.
la desesperación a fondo para describirla tan bien. Sin embargo, y en V ¿qué si nuestro autor, a fin de cuentas, fue un desesperado, un
lo que atañe a la desesperación, Kierkegaard tampoco estuvo nun­ ni,il desesperado? Después de todo la melancolía del hombre Kier-
ca casado y, sin embargo, escribió esos inigualables papeles de «un keg.iard sería un asunto particular, puramente biográfico. Y así, en
esposo» que forman los que nosotros hemos llamado Dos diálogos i elación con las grandes ideas de sus obras y por mucho que hubiera
sobre el primer amor y el matrimonio. Desde luego, y sin punto de nulo el mutuo trasiego, no dejaría nunca de ser un asunto distinto,
comparación, más se puede dudar de que fuese un desesperado que periférico. La obra está ahí para ser juzgada en sí misma, conforme
de que tuviera fe, pues lo contrario del desesperado es un creyente. A la legitimidad de su contenido tan rico y profundo; para que se
¿Cómo pudo desesperar el que, prescindiendo de unos titubeos juve­ eMudie como lo que es, un esfuerzo colosal de reflexión e intuición
niles, nunca dudó de la verdad cristiana? Porque Kierkegaard real­ unidas en el análisis descriptivo de los fenómenos y problemas máxi­
mente nunca dudó de la majestad de Dios, de la divinidad de Cristo y mos de la existencia humana y cristiana, asiéndose constantemente al
del valor absoluto de la Redención. Y no dudar para él era como vi­ rigor de la categoría o a la exigencia de la fe. El autotormento de su
vir, «creer es ser». ¿Cómo pudo desesperar el que lo entregó todo en autor puede ser muy bien lo que menos nos interese incluso dentro
favor de lo eterno en el hombre y estuvo sujeto a la voluntad de Dios de su vida, y lo que de él más valga en el horizonte de la cultura eu­
«como un perro fiel —un gran perro de caza bien amaestrado— a la ropea siempre será su obra y no su vida, sea ésta cual fuere. Y lo que
mirada de su amo»7? Quizá no tuvo fe bastante para incorporar a su ile aquel posible tormento vital se filtre en sus obras es precisamente
vida el estadio estético, porque de tenerla —nos dice él mismo8— se lo que menos nos importa de ellas. Sus senderos filosóficos, sus ex­
hubiera casado con la muchacha que tanto amó. Lo que probaría que posiciones y meditaciones cristianas, sus valores literarios9, eso es lo
su desesperación fue muy otra y, en todo caso, fue de las que se están
curando, de esas «que constituyen el tránsito hacia la fe», es decir,
que más que de una enfermedad se trata de una medicina. Con la 9. Si el contenido filosófico-cristiano de este libro muestra ser tan hondo, ¡cuán
desesperación se puede uno equivocar con mucha facilidad: .ulccuada no es además su vestidura literaria! Hay un alarde continuo de contención
de la forma expresiva en favor de las definiciones y del esquema, pero con la mayor
frecuencia la misma forma se pone a cantar dentro del concepto mismo y, con no
La desesperación no sólo es dialéctica de una manera completamente monos frecuencia, las explicaciones teóricas vienen acompañadas íntimamente por la
distinta a la que lo sea cualquier otra enfermedad, sino que también aclaración metafórica de algún que otro símil maravillosamente desarrollado y apli-
todos sus síntomas son dialécticos; y ésta es la causa de que la consi­ i ¿ido. Así tenemos el ejemplo de «una casa con sótano, entresuelo y primer piso» para
deración vulgar se engañe tan fácilmente al diagnosticar si la desespe­ oxplicar la primera forma de desesperación; el símil de «la puerta condenada», detrás
ración hace presa o no en determinados individuos. ilo la cual no había nada, para explicar la segunda forma en su primera división; la
do la puerta cerrada, tras de la cual se sentaba el yo hermético, en trance de desafío y
marcando el paso de la segunda a la tercera forma de desesperación, que en su peculia­
Lo curioso es que los hombres, por lo general, llaman desespe­ ridad se describe todavía más bellamente con la historia de «la errata» tozuda. O aque­
rados a quienes menos lo son, porque tienen un concepto espurio y llas otras historias del labriego borracho que compró medias y zapatos nuevos en la
ciudad y se despertó por peteneras, del pobre jornalero y el emperador prometiéndole
la princesa, del criminal que viajaba en el tren y llevaba debajo del asiento la denuncia
6. Ibid. X , 2 A 163, in medio. para su inmediato arresto en la estación más próxima, etc. Para que no falte nada, el
7. Papirer X I, 2 A 423. Merece leerse este testimonio precioso de humildad y lector se encuentra a veces metido en un auténtico sermón. La destinación parenética
firmeza en el cumplimiento de una vocación de escritor religioso. Data del 3 de julio de la obra le obligaba al autor a ello, y éste lo hacía con sumo gusto, ya que «predicar»
de 1855, cuatro meses antes de morir. privadamente era la gran vocación de su vida. No se olvide que su primera intención al
8. Ibid. IV, A 107. ir redactando este libro fue la de publicarlo con el siguiente subtítulo: «Una exposición

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DEMETRIO GUTIÉRREZ R1VERO PRÓLOGO

que vale, lo otro no vale nada. ¡Ojalá que no haya significado tanto rula, no se cansan de entablar polémica con los «estetas», afirmando
en su vida ni se nos filtre apenas a través de su obra! Especialmente que el estadio estético de la existencia, aisladamente vivido como
esto último, pues lo demás se lo tragó a solas y se lo llevó consigo a quieren los últimos, no es más que desesperación. El «juez» siempre
la tumba, que por cierto tiene un hermoso epitafio: le está echando en cara a su interlocutor su profunda melancolía, su
i uriosidad hipocondríaca, su completa falta de fe. Rasgos todos ellos
Aún un poco de tiempo muy sintomáticos de la época decimonónica:
y el cielo habré ganado,
y todo este combate Se habla desde hace mucho tiempo de la superficialidad de nuestra
ya se habrá disipado. época; yo creo que ya ha llegado la hora de que se hable un poco de
En la sala llena de rosas su melancolía, con lo que las cosas quedarían más claras. ¿No es aca­
y por toda la eternidad so la melancolía el vicio de la época? ¿No es ella la que rebota incluso
podré incesantemente bajo su risa superficial? ¿No es la melancolía la que nos ha robado el
con mi Jesús hablar10. coraje de mandar y el coraje de obedecer, la fuerza para la acción y la
confianza en la esperanza?13.
Quede, pues, bien claro que según los conceptos de Kierkegaard
la desesperación no ha podido ser rechazada más lejos. La desespera­ Además, si en La enfermedad mortal no se nos da todo el alivio
ción no es para el danés ni un talante ni una cualidad peculiarmente del contrapeso de alegría que la fe comporta, es porque en este libro,
cristianos, sino todo lo contrario, la negación absoluta de la fe. La según dijimos casi al principio, sólo se tratan los aspectos negativos
enfermedad mortal, toda ella, representa el descrédito mayor de la en la dialéctica de la desesperación y no su medicina, el bálsamo di­
desesperación, que en cuanto se opone a la fe queda al aire y a los vino que la cura. Esta es la música preludiada, la música que hay que
ojos de cualquier lector con las visceras desolladas. A buen seguro ir a buscar a otra parte. Por ejemplo, Los lirios del campo y las aves
que si no se tuvieran noticias de quién es el que se encubre bajo el tlfl cielo14, cuya última serie fue escrita el mismo año, nos ofrecen
seudónimo de «Anti-Climacus», todos pensarían que se trataba de un mino lección definitiva — después de otras doce de estos humildes
ángel o poco menos, eso sí, con una espada flamígera que no permi­ maestros— nada menos que la de la alegría, «la alegría que se goza
tía retornar al paraíso a ninguna de las criaturas desesperadas, por de Dios omnipotente, [...] que sostiene todo el mundo y porta todos
muy alegres que aparentasen. Los mismos diarios, al menos cuando los cuidados del mundo —incluidos los del lirio y el pájaro». ¡Cuánto
hablan en general de la desesperación, no hacen sino corroborar esta más los de los hombres!
doctrina y este alegato contra la maldecida enfermedad. La coinci­
dencia es sorprendente para quien se agarra a las hojas11. Los escritos ¿Acaso no será ningún motivo de alegría el que hayas nacido, que
«éticos», que se encuentran preferentemente encerrados en la segun­ existas, que consigas «hoy» lo necesario para subsistir; que hayas na­
da parte de O lo uno o lo otro 12 y de Los estadios en el camino de la cido hombre...?15.

Podemos concluir que La enfermedad mortal es la obra del ci­


cristiano-edificante (en lugar de «psicológica») y en forma de discursos» (Papirer VIII, rujano de la desesperación y que Los lirios del campo y las aves del
2 B 140). De esta manera Kierkegaard ha puesto en esta obra, por partes iguales, un líelo, junto con otros muchos discursos edificantes, son las obras del
poco de todo lo que él era y, en consecuencia, nos ha dejado en ella su expresión más defensor y cantor de la fe salvadora. O ¿será quizá esta voz de Kierke-
madura y completa. Es como si un filósofo, un predicador, un poeta y un novelista
Haard la expresión de esa «existencia-de-poeta», tan dramática en la
constituyesen una pieza única, inconfundible e incomparable.
10. Estos versos que figuran en la tumba de Kierkegaard, por expresa voluntad dirección de lo religioso como baldía en el orden de la salvación, que
suya, están sacados de un «salmo» de H. A. Brorson. Cf. Den danske salmebog, Copen­
hague, 1959, p. 582.
11. En el valioso «índice de términos» kierkegaardianos con que complementa 13. Cf. Dos diálogos sobre el primer amor y el matrimonio, Guadarrama, Madrid,
C. Fabro la selección y traducción que ha hecho al italiano —Diario, 3 vols., Morcelliana, 1961 , p. 72, y passim.
Brescia, 1948-1951— puede verse esta feliz coincidencia en la palabra «Disperazione». 14. Trotta, Madrid, 2007.
12. Un fragmento de vida II, trad. de Darío González, Trotta, Madrid, 2007. 15. Ibid., pp. 189 ss.

20 21
DEMETRIO GUTIÉRREZ RIVERO

se nos describe al empezar el primer libro de la segunda parte de La


enfermedad mortal ? ¿No será más bien la de ese creyente enamorado
a quien no se le puede comparar en entusiasmo el más enamorado de
todos los enamorados, según se afirma al final de dicho libro? Mu­
chos prefieren como autorretrato el primero, yo estimo que su ver­
dadera faz interior es la del segundo, y también creo que «la espina
en la carne» de Kierkegaard fue muy parecida a la del apóstol Pablo.
En cuanto a las notas, todas las que aparezcan indicadas con as­
terisco (*) son mías.

LA ENFERMEDAD MORTAL
O DE LA DESESPERACIÓN Y EL PECADO

Una exposición cristiano-psicológica


para edificar y despertar

por
Anti-Climacus

Editado por
S. Kierkegaard

Copenhague, 1849

22
PRÓLOGO

Herr! gib uns blode Augen


für Dinge, die nichts taugen,
und Augen voller Klarheit
in alie Deine Wahrheit*.
A muchos quizá les parezca un poco extraña la forma de esta «ex­
posición», creyéndola demasiado rigurosa como para que pueda ser
edificante, y demasiado edificante como para que pueda ser riguro-
xamente científica. Por lo que se refiere a lo último, no tengo forma­
da opinión alguna; pero en cuanto a lo primero no soy del mismo
parecer. Y en el caso de que fuera demasiado rigurosa como para ser
edificante, ello constituiría a mi juicio un gran fallo. Claro que una
i usa es que no sea edificante para todos, ya que no todos cumplen
las condiciones previas que el seguirla supone, y otra muy distinta
que carezca del carácter propio de lo edificante. Porque según la re­
gla cristiana todo, absolutamente todo, ha de servir para edificación.
Precisamente por eso será acristiana cualquier forma de cientificidad
que no acabe siendo edificante. Toda exposición cristiana tiene que
guardar cierta semejanza con las explicaciones que el médico da jun­
io al lecho de un enfermo; de suerte que no se necesita ser un experto
en la materia para hacerse una idea de las mismas, atendiendo a la
circunstancia perentoria en que se dicen. Esta relación de lo cristiano
con la vida —en contraste con una científica lejanía de la misma— o
este lado ético de lo cristiano es precisamente lo edificante; y toda
exposición que persiga este ideal, por muy rigurosa que sea, siempre
se distinguirá completamente, con una diferencia cualitativa, de cual­
quier especie de cientificidad que pretenda ser «indiferente», y cuyo
* El texto alemán de esta oración a modo de epígrafe, conocida por Kierke- exaltado heroísmo estará cristianamente tan lejos de ser heroísmo,
l f o i a(5rT 5 S2 Í Un S£rmÓn dd ° blSP° J - B' dC Albertim “ t0ffl0 a la C a n a “ que más bien será en el sentido cristiano una forma de curiosidad
Michael s’aíler S° n generalmente tribuidos al teólogo católico Johann
inhumana. El heroísmo cristiano, muy raro por cierto, consiste en
S c e n a rÍL VerS1° n “ T ™ SIgUe: <<¡Señ° r’ danOS unos °<os de c° » o
que uno se atreva a ser sí mismo, un hombre individual, este hombre
verdad tuyll» ^ n° V ’ X Un0S ° Í0S plen° S de daridad Para toda
concreto, solo delante de Dios, solo en la inmensidad de este esfuer­

25
LA E N F E R M E D A D MORTAL

zo y de esta responsabilidad. ¿Qué tendrá que ver con este heroísmo


todo ese dejarse embaucar con la idea del puro hombre, o ese jugar
a extrañarse con la historia universal? Todo conocimiento cristiano,
al margen de lo rigurosa que sea su forma de expresarse, ha de ser
en sí mismo un conocimiento preocupado, ya que esta preocupación INTRODUCCIÓN
constituye justamente lo edificante. La inquietud es la relación con
la vida, con la realidad de la persona, y consiguientemente, en el
sentido cristiano, es la seriedad. La fría superioridad de la ciencia
dista mucho, cristianamente, de ser la seriedad; al revés, en el sentido
cristiano, no es más que broma y vanidad, mientras que la seriedad es
a su vez lo edificante.
Por tanto, este pequeño libro es en un cierto sentido tan sencillo
que hubiera podido escribirlo un seminarista; aunque en otro sentido
es quizá tan específico que no todos los profesores serían capaces de
la misma empresa.
En todo caso, puedo afirmar que la urdimbre característica de ■•lista enfermedad no es de muerte» (Juan 11, 4). Y, sin embargo, Lá­
este tratado es algo que he pensado a fondo y que su contenido tam­ zaro murió. Pero como los discípulos no comprendieran lo que luego
bién es a pesar de todo psicológicamente correcto. Ya sé que se utiliza anadió Cristo: «Lázaro, nuestro amigo, está dormido, mas yo voy
un estilo más solemne, tan solemne que no suele ser muy apropiado y .i despertarle» (11, 11), entonces el Maestro les dijo ya sin ninguna
que por añadidura, cuando se está muy acostumbrado a él, fácilmen­ •mibigüedad: «Lázaro ha muerto» (11, 14). Por lo tanto, Lázaro ha­
te termina por no decir nada. bía muerto y con todo no se trataba de una enfermedad mortal; estaba
Solamente me queda por hacer una advertencia, sin duda un muerto y, no obstante, su enfermedad no era de muerte.
poco superficial, pero que no tengo más remedio que hacer. A saber, Ahora sabemos, sin lugar a dudas, que Cristo estaba pensando en
que deseo una vez por todas que los lectores caigan en la cuenta de aquel milagro que iba a permitir a los contemporáneos — en la medi­
que en todo este libro —cosa que el mismo título indica bien a las da en que éstos creyeran— «contemplar la gloria de Dios» (11, 40);
claras— la desesperación es considerada como una enfermedad, no que estaba pensando hacer aquel milagro que iba a despertar a Láza­
como una medicina. Porque en realidad la desesperación es algo muy ro de entre los muertos, de suerte que esa enfermedad no solamente
dialéctico. Con ella ocurre como con la muerte, ya que ésta, en la lio era mortal, sino que era, según la predicción del mismo Cristo,
terminología cristiana, también viene a significar la mayor miseria «para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios fuese glorificado por
espiritual y, sin embargo, la curación está precisamente en morir, en fila» (11, 4). ¿Diremos acaso que si Cristo no hubiese resucitado a
morir a todas las cosas terrenas. 1,azaro habría dejado de ser igualmente cierto que esa enfermedad,
la muerte misma, no era una enfermedad mortal? Desde el momento
1848 en que Cristo se acerca a la tumba y grita con fuerte voz: «Lázaro,
sal fuera» (11, 43), desde ese mismo momento empieza a ser total­
mente cierto que esa enfermedad no es mortal. Y aunque Cristo no
hubiese pronunciado tales palabras, ¿no bastaría acaso el solo hecho
ile que se acercara al sepulcro —Él, que era «la resurrección y la vida»
( II, 25)— para darnos a entender con suficiente claridad que esa en­
fermedad no es mortal? ¿Acaso el solo hecho de que Cristo exista
lio indica ya bien a las claras que no se trata de una enfermedad de
muerte? ¡De qué le hubiera servido a Lázaro haber resucitado de
entre los muertos si al fin de cuentas tenía que terminar muriéndose!

26 27
i n t r o d u c c i ó n
LA E N F E R M E D A D MORTAL

¡De qué le hubiera valido de no existir Aquel que es la resurrección , Mino con la relación con D ios del pagano: éste no co n o ce al verda-
iln o D ios, pero no se para en tal ignorancia, sino que se arrodilla
y la vida para todos los que creen en El! No, no es porque Lázaro
resucitase de entre los muertos por lo que se puede afirmar que esa tidi'i.mdo a un ídolo co m o D ios.
Sólo el cristiano sabe lo que ha de entenderse por enfermedad
enfermedad no es mortal, sino por el hecho de que Cristo exista.
inmi.il. Com o cristiano ha recibido un ánim o que el hom bre natura
Pues hablando humanamente la muerte es lo último de todo y sólo
d' Munocc por com p leto..., un ánimo que r e c i b i ó precisam ente al
cabe abrigar esperanzas mientras se vive. En cambio, entendiendo las
,i|tM iuler el tem or por lo que es sobrem anera horrible. Un hom bre
cosas cristianamente, la muerte no es en modo alguno el fin de todo,
Mi inprc consigue ánim o del siguiente m odo: cuando tem e un peligro
sino solamente un sencillo episodio incluido en la totalidad de una
m.iyor, el hom bre siempre se siente con ánim o para arriesgarse en
vida eterna; y, según ese mismo sentido cristiano, en la muerte caben
infinitamente muchas más esperanzas que en lo que los hombres lla­ mi peligro más pequeño; y cuando se tiene un tem or infinito ante un
man vida, por mucho que ésta sea plena de salud y fuerzas. prlit-,ro único, entonces todos los demás peligros nos resultan com o
Inexistentes. Pero eso espantoso que el cristiano aprendió a conocer
Por tanto, en el sentido cristiano, ni la misma muerte alcanza la
categoría de enfermedad mortal, y mucho menos la alcanza todo eso rs hi enfermedad mortal.
a lo que suele llamarse sufrimientos terrenos y temporales: necesi­
dad, enfermedad, miseria, apuros, calamidades, penas, dolores del
alma, cuidados y aflicción. Y aunque todo ello fuese tan pesado y
penoso que los hombres, al menos los que sufren, se vieran obligados
a exclamar: «esto es peor que la muerte»..., sin embargo nada de esto,
comparable a una enfermedad, pero en realidad no siéndolo, puede
llamarse en el sentido cristiano una enfermedad mortal.
El cristianismo es el que ha enseñado al cristiano a pensar de
manera tan altamente animosa sobre todas las cosas terrenales y
mundanas, incluida la misma muerte. Casi como para que el cris­
tiano se envalentone con esta soberbia elevación sobre todo lo que
los hombres llaman de ordinario desgracias, sobre todo lo que los
hombres llaman de ordinario el peor de los males. Pero, como con­
trapartida, el cristianismo ha descubierto una miseria que ignora el
hombre en cuanto tal; esta miseria es la de la enfermedad mortal.
Para el cristiano es como una broma todo lo que el hombre natu­
ral considera horroroso; por eso, cuando éste hace la descripción
de todos los horrores y ya no acierta a nombrar ninguno más, el
cristiano no puede por menos que tomarlo en cierto modo a risa.
Tal es la distancia que existe entre el hombre natural y el cristiano,
algo similar a la que media entre el niño y el adulto: aquello por lo
que el niño tiembla, no es nada para el adulto. El niño no sabe lo que
es horrible, el hombre lo sabe y tiembla ante ello. En primer lugar,
el defecto del niño consiste en que no conozca lo que es horrible;
y además, como consecuencia de su ignorancia, en que se espante
de lo que no es horrible. Lo mismo le acontece también al hombre
natural, que empieza por ignorar lo que es verdaderamente horrible
y, sin embargo, no sólo no se libera del espanto, sino que se pone a
temblar por lo que en realidad no es horrible. Aquí, a su vez, ocurre

29
28
P rim er a parte

LA ENFERMEDAD MORTAL
ES LA DESESPERACIÓN
L ib r o p r im e r o

I A DESESPERACIÓN ES LA ENFERMEDAD MORTAL

Capítulo I

I A DESESPERACIÓN ES UNA ENFERMEDAD PROPIA


DI.L ESPÍRITU, DEL YO, POR LO QUE PUEDE REVESTIR
I RES FORMAS: LA DEL DESESPERADO QUE IGNORA
l’OSEER UN YO (DESESPERACIÓN IMPROPIAMENTE
TAL), LA DEL DESESPERADO QUE NO QUIERE
SER SÍ MISMO Y LA DEL DESESPERADO
QUE QUIERE SER SÍ MISMO

es espíritu. Mas ¿qué es el espíritu? El espíritu es el yo. Pero


I I h o m b re
¿linó es el yo? El yo es una relación que se relaciona consigo misma,
o ilicho de otra manera: es lo que en la relación hace que ésta se re-
l,n ione consigo misma. El yo no es la relación, sino el hecho de que
l.i relación se relacione consigo misma. El hombre es una síntesis de
infinitud y finitud, de lo temporal y lo eterno, de libertad y necesidad,
en una palabra: es una síntesis. Y una síntesis es la relación entre dos
icTtninos. El hombre, considerado de esta manera, no es todavía un yo.
En una relación entre dos términos, la relación es lo tercero
mino unidad negativa y los dos se relacionan con la relación y en
relación con la misma; de este modo, y en lo que atañe a la definición
ilc «alma», la relación entre el alma y el cuerpo es una simple relación.
Por el contrario, si la relación se relaciona consigo misma, entonces
esta relación es lo tercero positivo, y esto es cabalmente el yo.
Una tal relación que se relaciona consigo misma —es decir, un
yo— tiene que haberse puesto a sí misma, o haber sido puesta por otro.
Si la relación, que se relaciona consigo misma, ha sido puesta por
otro, entonces la relación es lo tercero; pero esta relación, esto terce­
ro, es por su parte una relación que a pesar de todo se relaciona con
lo que ha puesto la relación entera.
Una relación así derivada y puesta es el yo del hombre; una rela­
ción que se relaciona consigo misma y que en tanto se relaciona con-

33
LA E N F E R M E D A D MORTAL ES L A D E S E S P E R A C I Ó N

sigo misma, está relacionándose a otro. A esto se debe el que puedan


darse dos formas de desesperación propiamente tal. Si el yo del hom­
bre se hubiera puesto a sí mismo no podría hablarse más que de una
sola forma: la del no querer uno ser sí mismo, la de querer librarse de
sí mismo; pero no podría hablarse de la desesperación que consiste Capítulo II
en que uno quiera ser sí mismo. Precisamente esta última fórmula
expresa la dependencia de la relación entera —la dependencia del POSIBILIDAD Y REALIDAD DE LA DESESPERACIÓN
yo— ; expresa la imposibilidad de que el yo pueda alcanzar por sus
propias fuerzas el equilibrio y el reposo, o permanecer en ellos, a no
ser que mientras se relaciona consigo mismo lo haga también respec­
to de aquello que ha puesto toda la relación. Y por cierto que esta
segunda forma de desesperación —la de que uno desesperadamente
quisiera ser sí mismo— lejos de constituir una peculiar especie de
desesperación, representa por el contrario una forma de tal carác­
ter que en definitiva todas las formas de desesperación se resuelven
y convergen en ella. Por eso si quien se cree personalmente un des­ •M'.s la desesperación una ventaja o un defecto? En un sentido pura­
esperado, cayendo en la debida cuenta de la desesperación de que es mente dialéctico es ambas cosas. Si nos aferráramos a la idea abstracta
presa y no hablando sin sentido acerca de la misma, como de algo ile la desesperación, sin pensar concretamente en ningún desespera­
que simplemente le acontece — algo así como lo que le ocurre al do, de seguro que tendríamos que decir que la desesperación es una
que padece vértigos, que engañado por sus mismos nervios no hace ventaja enorme. La posibilidad de esta enfermedad es la ventaja del
más que hablar de un cierto peso que le echa abajo las sienes, o de hombre sobre el bruto, ventaja que nos caracteriza infinitamente más
algo que le hubiese caído sobre la cabeza, etc., en tanto que tal peso que la del andar vertical, ya que ella significa la infinita verticalidad
o presión no es en realidad nada externo, sino un reflejo invertido o elevación que nos compete por el hecho de ser espíritu. La posi­
de la propia interioridad— si tal desesperado, repito, pretende con bilidad de esta enfermedad es la ventaja del hombre sobre el bruto;
todas sus fuerzas, por sí mismo y nada más que por sí mismo, elimi­ i-acr en la cuenta de esta enfermedad es la ventaja del cristiano sobre
nar la desesperación, no podrá por menos de verificar que a pesar de el hombre natural; y estar curado de esta enfermedad es la felicidad
todo permanece en la desesperación y que lo único que logra con su
del cristiano.
enorme esfuerzo supuesto no es otra cosa que irse hundiendo más Por tanto, poder desesperar es una ventaja infinita; y, sin embar-
profundamente en una todavía más profunda desesperación. La dis­ Ho, estar desesperado no solamente es la mayor desgracia y miseria,
cordancia de la desesperación no es una simple discordancia, sino la sino la perdición misma. No suele ser ésta de ordinario la relación
de una relación que se relaciona consigo misma y que ha sido puesta entre la posibilidad y la realidad; pues, por lo general, si es una ven­
por otro; de suerte que la discordancia de esta relación, existente de taja el poder ser esto o aquello, mucho más ventajoso será sin duda
por sí, se refleja además infinitamente en la relación al Poder que la el serlo. Lo que significa que ser es más que poder ser. En cambio,
fundamenta.
por lo que atañe a la desesperación, ser un desesperado representa
Porque, cabalmente, la fórmula que describe la situación del yo una caída respecto del poder serlo; y tan profunda es la caída, como
una vez que ha quedado exterminada por completo la desesperación infinita la ventaja de la posibilidad. Por consiguiente, en lo que se
es la siguiente: que al autorrelacionarse y querer ser sí mismo, el yo refiere a la desesperación, lo más elevado es precisamente no estar
se apoye de una manera lúcida en el Poder que lo ha creado. desesperado. Sin embargo esta precisión denota todavía una cierta
ambigüedad. Porque eso de no estar desesperado no es lo mismo, por
ejemplo, que no ser cojo o no estar ciego. Pues si no estar desespe­
rado no significa más ni menos que no estarlo, entonces cabalmente
lo cierto es que se está desesperado. No estar desesperado tiene que

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35
LA E N F E R M E D A D MORTAL ES L A D E S E S P E R A C I Ó N LA D E S E S P E R A C I Ó N ES L A E N F E R M E D A D MORTAL

significar la destrucción de la posibilidad de estarlo; para que se pue­ Ahora bien, una vez que ha hecho acto de presencia la discor-
da decir con toda verdad de un hombre que no está desesperado, es iliitu 1.1 que constituye la desesperación, ¿será una mera consecuen-
necesario que en cada momento esté eliminando la posibilidad. No 1 1 >1 el que persista? De ninguna manera; no se trata de una mera
suele ser ésta de ordinario la relación entre la posibilidad y la reali­ iiiiiscmcncia. Si la discordancia persiste, ello no hay que achacarlo
dad. Si bien es cierto que los filósofos afirman que la realidad es la i! I.i discordancia misma, sino a la relación que se relaciona consigo
posibilidad eliminada, de suyo esto no es completamente exacto, ya i i i i m i i . i . Esto significa que siempre que la discordancia hace acto de

que la realidad es la posibilidad cumplida, la posibilidad realizada. pi esencia en todos y cada uno de los momentos de su duración, hay
En cambio, en nuestro caso, la realidad —no estar desesperado— en t|ii< buscar el origen de su procedencia en la misma relación. Ponga­
cuanto también es, consiguientemente, una negación, equivale a la mos un ejemplo para aclarar por contraste este asunto. Supongamos
posibilidad desarmada y suprimida de raíz. Es decir, que por lo ge­ i|iir .ilguien ha contraído una enfermedad cualquiera, y que la ha
neral la realidad suele ser una confirmación de la posibilidad, sin t nnt raído por imprudencia. La enfermedad, pues, está ahí, y desde el
embargo aquí equivale a una negación de la misma. mismo momento de declararse empieza a ser una realidad cuyo ori­
La desesperación es una discordancia en una síntesis cuya relación gen es cada vez más remoto. Sería cruel e inhumano estar diciéndole
se relaciona consigo misma. Sin embargo la síntesis no es la discor­ mu cesar al enfermo: «En este mismo momento acabas de contraer
dancia, sino meramente la posibilidad; o dicho de otra manera: en la Itil enfermedad». Con ello se significaría que en cada momento se
síntesis radica la posibilidad de la discordancia. Si la misma síntesis resolvía la realidad de la enfermedad en su correspondiente posibi-
fuese la discordancia, entonces no existiría en absoluto la desespe­ lul.id. Es cierto que tal sujeto ha contraído la enfermedad, pero lo
ración, sino que ésta sería algo inherente a la naturaleza humana en In/o una vez, y la persistencia de la enfermedad no es más que una
cuanto tal, en una palabra, algo que no sería desesperación. Sería algo mera consecuencia del hecho de haberla contraído aquella vez. Por
que le acontecía al hombre, algo que él padecía, poco más o menos eso no se le puede echar la culpa del progreso de tal enfermedad; es
como otra cualquiera de las enfermedades que contrae, o como la verdad que la contrajo por imprudencia, pero no se puede afirmar
misma muerte que es el destino común. Pero no, el desesperar radica que sigue contrayéndola. Muy distinto es el caso de la desesperación.
en el hombre mismo, y si el hombre no fuera una síntesis tampo­ ( i.ula uno de los instantes reales de la desesperación tiene que ser
co podría desesperar; y si esta síntesis no hubiese salido cabalmente telendo a la posibilidad de la misma, y del hombre desesperado se
armónica de las manos de Dios, entonces el hombre tampoco sería puede afirmar que en cada uno de los momentos de su desesperación
capaz de desesperar. duradera, la está contrayendo. En este caso, el tiempo presente queda
¿De dónde viene, pues, la desesperación? De la relación en que siempre como volatilizado en relación con la realidad situada ya en
la síntesis se relaciona consigo misma, mientras que Dios, que hizo el pasado, y en cada uno de los instantes reales de la desesperación
al hombre como tal relación, lo deja como escapar de sus manos; tiene el desesperado que portar como algo presente todo lo que haya
es decir, mientras la relación se relaciona consigo misma. Y en el podido acontecer en el pasado. Esto se debe a que la desesperación es
hecho de que esta relación sea espíritu, sea un yo, radica precisa­ una categoría propia del espíritu, y en cuanto tal guarda relación con
mente la responsabilidad a que la desesperación está sujeta en todos lo eterno en el hombre. Ahora bien, el hombre no puede liberarse
y cada uno de los momentos de su duración, esto por más que el ile lo eterno; no, no podrá por toda la eternidad. No, el hombre no
desesperado, engañándose ingeniosamente a sí mismo y engañando podrá una vez por todas arrojar lo eterno lejos de sí; nada hay más
a los demás, pretenda hablarnos de su desesperación como de una imposible. Siempre que el hombre está sin lo eterno es porque lo ha
simple desgracia que le ocurre. De esta manera, el desesperado no rechazado o lo está rechazando lo más lejos que puede..., pero lo eter­
hace más que confundir su situación con la anteriormente aludida de no vuelve a cada instante; y esto significa que el desesperado está atra­
los vértigos, con los cuales aquélla, aunque cualitativamente diversa, pando a cada instante la desesperación. Ya que la desesperación no
tiene mucho en común; puesto que los vértigos equivalen dentro de procede de la discordancia, sino de la relación que se relaciona con­
la categoría «alma» a lo que la desesperación es bajo la categoría del sigo misma. Y un hombre no puede deshacerse de esta autorrelación;
espíritu, no siendo raro que aquéllos guarden innumerables analo­ esto le sería tan imposible como deshacerse de su propio yo, cosa que
gías con la última. por lo demás es idéntica a la primera, ya que el yo es la autorrelación.

36 37
LA D E S E S P E R A C I Ó N ES L A E N F E R M E D A D MORTAL

V i ii.indo el peligro es tan grande que la muerte misma se convierte


lli esperanza, entonces tenemos la desesperación como ausencia de
Indas las esperanzas, incluso la de poder morirse.
I'.n esta última acepción es la desesperación la enfermedad mor­
id!. I1se tormento contradictorio, esa enfermedad del yo que consiste
Capítulo III
rn estar muriendo eternamente, muriendo y no muriendo, murien­
LA DESESPERACIÓN ES LA ENFERMEDAD MORTAL do la muerte. Pues morir significa que todo ha terminado, pero morir
hi muerte significa que se vive el mismo morir; basta que se viva la
muerte un solo momento para que la viva eternamente. Para que
r! Iuimbre muriera de desesperación, como muere de otra enferme­
dad cualquiera, sería necesario que lo eterno en él — el yo— pudiese
mui ir en el mismo sentido que el cuerpo muere a causa de la enfer­
medad. Pero esto es imposible. El morir de la desesperación se trans­
muta constantemente en una vida. El desesperado no puede morir.
«Así como el puñal no puede matar el pensamiento», así tampoco la
Este concepto de «enfermedad mortal» exige que lo precisemos de desesperación, gusano inmortal y fuego inextinguible, puede devo-
una manera muy peculiar. Directamente significa una enfermedad iiir lo eterno —el yo— que es el fundamento en que aquélla radica.
cuyo fin o desenlace es la muerte. De este modo la enfermedad mor­ No obstante, la desesperación es precisamente una «Míodestrucción,
tal suele tomarse como sinónimo de una enfermedad de la que se pero impotente, incapaz de conseguir lo que ella quiere. Porque esta
muere. Pero en este sentido no puede llamarse enfermedad mortal miisunción lo que quiere es devorarse a sí misma, pero no lo consi­
a la desesperación. Ya que, cristianamente, la muerte misma no es gue, y esta impotencia es una nueva forma de íntima consunción, en
más que un tránsito a la vida. Por lo tanto, en el sentido cristiano, la cual, sin embargo, la desesperación vuelve otra vez a sentirse inca­
no hay ninguna enfermedad terrena o corporal que sea mortal. Pues paz, de conseguir lo que busca: su propia extinción. Se trata de una
de seguro que es la muerte el último trance de la enfermedad, mas la especial potenciación, o de la ley de la potenciación correspondiente,
muerte misma no es lo último. Por todo esto, para que pueda hablar­ liil es la fogosidad propia de la desesperación, o su incendio frío;
se con absoluta precisión, tiene que darse el caso en que lo último sea ionio una carcoma característica, siempre en movimiento hacia den­
la muerte y la muerte sea lo último. Y éste es cabalmente el caso de tro, hundiéndose más y más en la íntima consunción desapoderada e
la desesperación. impotente. Y no es ningún consuelo para el desesperado, ni mucho
Y, sin embargo, la desesperación es la enfermedad mortal en otro menos, que la desesperación no lo devore por completo; este consue­
sentido todavía más categórico. Porque el desesperado está infinita­ lo es cabalmente su suplicio, y lo que mantiene la carcoma en vida y
mente lejos de llegar a morir — entendiéndolo en el sentido direc­ a la vida en la carcoma. Porque aunque no desesperado precisamente
to— de esta enfermedad, o de que esta enfermedad termine con la en este aspecto, desespera con todo de que no pueda devorarse a sí
muerte corporal. Al revés, el tormento de la desesperación consiste mismo, de que no pueda deshacerse de sí mismo y quedar reducido a
exactamente en no poder morirse. De esta manera la situación del nada. Ésta es la fórmula de la especial potenciación de la desespera­
desesperado tiene mucha similitud con la de un agonizante que yace ción, la continua subida de la fiebre en esta enfermedad del yo.
en el lecho de muerte, debatiéndose con ella y sin poder morirse. Así Un desesperado desespera a propósito de algo. Esto es lo que
estar «mortalmente enfermo» equivale a no poder morirse, ya que parece a primera vista, pero sólo a primera vista, pues en seguida se
la desesperación es la total ausencia de esperanzas, sin que le quede muestra la verdadera desesperación, o la desesperación en su verda­
a uno ni siquiera la última esperanza, la esperanza de morir. Pues dera figura. Mientras el hombre desesperaba de algo, lo que propia­
cuando la muerte es el mayor de todos los peligros, se tienen esperan­ mente hacía no era otra cosa que desesperar de sí mismo, y lo que
zas de vida; pero cuando se llega a conocer un peligro todavía más ahora quiere es deshacerse de sí mismo. Esto es lo que le pasa, por
espantoso que la muerte, entonces tiene uno esperanzas de morirse. ejemplo, al ambicioso de dominio, al que tiene el lema de «o César o

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LA ENFERMEDAD MORTAL ES L A D E S E S P E R A C I Ó N
LA D E S E S P E R A C I Ó N ES L A E N F E R M E D A D MORTAL

nada», que en cuanto no llega a ser César, se pone a desesperar sobré;


ti,ulero suplicio, ya que tiene que ser un yo sin «él». Este propio yo,
el particular. Pero en realidad lo que esto significa es algo distinto, a :
ijiie habría podido ser la riqueza de toda su vida —en otro sentido no
saber: que tal sujeto, precisamente por no haber llegado a ser César» ■
menos desesperado— se le ha tornado ahora en un vacío repugnante,
ya no puede soportar ser sí mismo. Por lo tanto, no desespera pro- j
(tuesto que «él» ha muerto; o ha llegado a ser para ella algo que le da
píamente sobre el particular de no haber llegado a ser César, sino j
<>, ya que le recuerda constantemente que ha sido engañada. En
del propio yo que no lo ha llegado a ser. Y este propio yo, que en el |
esi.i situación, intenta acercarte a la muchacha diciéndole: «Te estás
caso de haberse convertido en César habría hecho las delicias de toda i
i (insumiendo del todo»; y ella te responderá: «¡Ah, qué más querría
su vida —no por eso menos desesperada, aunque en otro sentido—, -
Vi i; pero no, mi tormento consiste precisamente en no poder consu­
este propio yo, repito, es ahora para él lo más insoportable de todo,;
mirme del todo!».
Visto, pues, más de cerca, lo insoportable para tal sujeto no está en
Desesperar uno de sí mismo, querer uno desesperadamente des-
el hecho de no haber llegado a ser César, sino que lo que le resulta
It.leerse de sí mismo, es la fórmula de toda desesperación, de suerte
insoportable es el propio yo que no llegó a serlo, o dicho todavía más
(|ue también la otra forma de desesperación: «que uno desespera-
exactamente, lo que le resulta insoportable de todo punto es el no!
il,miente quiera ser sí mismo», puede resolverse en la primera: «que
poder deshacerse de sí mismo. Si hubiese llegado a ser César, habría]
uno desesperadamente no quiera ser sí mismo». De la misma manera
encontrado una bonita manera, aunque desesperada, de haberse des­
que anteriormente —véase el capítulo I— resolvimos la forma: «que
hecho de sí mismo; pero una vez que no llegó a serlo, ya no le queda
tino desesperadamente no quiera ser sí mismo», en la forma: «que uno
sino esa desesperada impotencia de no poder deshacerse de sí mismo. *
desesperadamente quiera ser sí mismo». Porque un desesperado quie­
Esencialmente su desesperación sería la misma en ambos casos, ya i
re desesperadamente ser sí mismo. Pero al mismo tiempo de querer
que lo que le falta es su propio yo, ser sí mismo. Tampoco lo hubiera
esto, ¿acaso no quiere también desembarazarse de sí mismo? Desde
llegado a ser de haberse convertido en César, pero al menos tendría
luego, así parece al menos a primera vista; mas cuando se considera
la impresión de haberse deshecho de sí mismo; en cambio, ahora,
el caso más de cerca, entonces se ve que la contradicción es la misma.
al no convertirse en César, está desesperado de no poder destruirse
I I yo que aquél desesperadamente quiere ser, es un yo que él no es
a sí mismo. Por eso manifiesta tener un punto de vista muy superfi­
-ya que querer ser el yo que uno es en verdad representa cabal­
cial el que afirma respecto de un desesperado, como si ello fuera su
mente todo lo contrario de la desesperación— . En una palabra, que
merecido castigo, que se está destruyendo a sí mismo. Sin duda que
lo que aquél quiere no es otra cosa sino desligar su yo del Poder que
semejante punto de vista se debe a no haber visto nunca una persona
lo fundamenta. Pero en esto fracasa inevitablemente, a pesar de toda
desesperada, ni siquiera a sí mismo. Puesto que el desesperado cabal­
su desesperación; porque a pesar de todos los esfuerzos de la deses­
mente desespera por eso, por no poder destruirse, y esto es lo que en
peración aquel Poder es el más fuerte y le constriñe a ser el yo que él
realidad constituye su tormento. Y es natural que no pueda destruir­
no quiere ser. Y de este modo siempre pretende el hombre deshacerse
se, ya que la desesperación ha puesto fuego a una cosa refractaria al
tic sí mismo, del yo que realmente es, para llegar a ser un yo de su
fuego, a algo que no puede ser pasto de las llamas, es decir: al yo.
propia invención. Ser ese yo que él quiere — aunque en otro sentido
Por tanto, desesperar de algo no es todavía la auténtica desespe­
1 1 0 iba a ser menos desesperado— habría constituido para él las de­
ración. Es el comienzo; como cuando el médico dice de una enfer­
licias de su vida, pero estar constreñido a ser un yo que él no quiere
medad: todavía no se ha declarado. Una vez declarada la desespera­
ser, constituye su verdadero suplicio, el cual consiste en no poder
ción, uno se desespera de sí mismo. Aquí podemos traer el ejemplo
desembarazarse de sí mismo.
de la muchacha que está desesperada de amor. Desespera, pues, por
Sócrates probaba la inmortalidad del alma por la imposibilidad
la pérdida de su novio, porque éste ha muerto, o porque le ha sido
de que la enfermedad propia de la misma —el pecado— la destruya;
infiel. Pero ninguno de estos síntomas son los de una desesperación
algo que no pasa con las enfermedades corporales, las cuales acaban
declarada; lo grave está en que la muchacha desespera de sí misma.
con el cuerpo. Así también se puede demostrar muy bien lo eterno
Este propio yo, del que ella se hubiera desentendido o lo hubiera
que hay en el hombre por la imposibilidad de que la desesperación
dejado perder de la manera más deliciosa para convertirlo en el de
destruya su propio yo, imposibilidad en que precisamente estriba el
«su» amado..., este propio yo, repito, le resulta ahora a ella un ver-
suplicio contradictorio de la desesperación. Si no hubiera nada de

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LA E N F E R M E D A D MORTAL ES L A D E S E S P E R A C I Ó N

eterno en nosotros, entonces nos sería imposible desesperarnos; maSj ]


por otra parte, si la desesperación fuese capaz de destruir nuestra]
alma, entonces tampoco existiría en modo alguno la desesperación» i
De esta manera es la desesperación, esta enfermedad en el propio j
L ib r o seg u n d o
yo, la enfermedad mortal. El desesperado es un enfermo de muerte, j
De esta enfermedad se puede afirmar — si bien en un sentido com *:
LA UNIVERSALIDAD DE ESTA ENFERMEDAD
pletamente distinto al que de ordinario tiene respecto a algunas otras I
(DE LA DESESPERACIÓN)
enfermedades— que ha atacado las partes más nobles; y, sin embar* 1
go, el desesperado no puede morir. La muerte no es aquí el último j
trance de la enfermedad, sino que es incesantemente lo último. ES
imposible quedar curado de esta enfermedad mediante la muerte,
ya que aquí la enfermedad y su tormento... y la muerte, consisten;
cabalmente en no poder morirse.
Esta es la situación característica de la desesperación. Y por más
que el desesperado logre evitar muchos de sus malos tragos, por
Del mismo modo que los médicos dicen que probablemente no
más que el desesperado alcance un éxito completo — cosa valede­
ra sobre todo para el caso de aquella especie de desesperación que liiiy ningún hombre que esté del todo sano, así también podríamos
iifirmar, conociendo a los hombres a fondo, que no hay ni siquiera
esté ignorante de serlo— en la empresa de la pérdida del propio yo, |
uno solo que no sea un poco desesperado, que no sienta en el más
hasta haberlo perdido de tal manera que no se note para nada..., no 1
profundo centro de su alma una cierta inquietud, un desasosiego,
obstante, la eternidad pondrá de manifiesto que su situación era des- :
una desarmonía, una angustia de algo desconocido, o de algo con
esperada y volverá a enclavarlo a su propio yo, con lo que el suplicio
lo que no desea entablar conocimiento, una angustia ante una po­
permanecerá, al serle imposible deshacerse de su yo y quedando al
sibilidad de la existencia o una angustia por sí mismo; es decir, que
descubierto que lo del éxito era un ensueño. Y es natural que la eter­
el hombre —un poco como aquellos que, según la expresión médi­
nidad actué de esta manera, puesto que poseer un yo y ser sin yo es
ca, están en pie y se mueven de acá para allá con una enfermedad
la mayor concesión — una concesión infinita— que se le ha hecho al
■•sorda» en el cuerpo— va caminando con una enfermedad a cuestas,
hombre, pero además es la exigencia que la eternidad tiene sobre él.
padeciendo una enfermedad del espíritu, la cual de vez en cuando,
i n medio de la angustia inextricable que lo domina, suele dar alguna
señal clara y repentina de su existencia allá dentro. Y en todo caso,
nadie puede vivir, ni ha vivido jamás fuera de la cristiandad sin que
sea desesperado; ni tampoco se librará nadie de serlo, aunque viva
dentro de la cristiandad, si no es un cristiano auténtico, pues quien
no lo sea íntegramente, siempre tendrá algo de desesperado.
A muchos sin duda les parecerá este punto de vista una parado­
ja, una exageración, y al mismo tiempo una perspectiva sombría y
ilescorazonadora. Sin embargo, no es nada de eso. No es sombría, ya
que precisamente busca el esclarecimiento de algo que por lo general
suele dejarse en una cierta oscuridad; tampoco es descorazonado-
ra, sino que le anima a uno a elevarse, puesto que considera a cada
hombre a la luz de la categoría de la máxima exigencia que lo recla­
ma, a saber: la de que es espíritu. Ni es una paradoja, sino todo lo
contrario, pues se trata de una perspectiva radical desarrollada de un

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LA E N F E R M E D A D MORTAL ES L A D E S E S P E R A C I Ó N IA U N IVERSALIDAD DE ESTA ENFERMEDAD (DE LA D E S E S P E R A C I Ó N )

modo perfectamente lógico, y en consecuencia tampoco es ninguna Vltlim .ilirma acerca de su estado de salud, o a todo lo que dice sobre
exageración. II cst.» sano o está enfermo, de que sufre tanto y cuanto, etc. Ya que
Por cierto que la que suele fundarse en meras apariencias es laj Iri u r e a de un médico no consiste meramente en recetar tales y cuales
consideración habitual de la desesperación, que por eso mismo no eli Hit'iliimas, sino principalmente en que conozca las enfermedades y,
más que una perspectiva superficial de la cosa, es decir, una absoluta! i>n mnsecuencia, sepa antes que nada si el supuesto enfermo lo está
falta de perspectiva. Y así se da por supuesto que nadie mejor que i n tím e n t e , o si el supuesto sano no está con todo realmente enfermo.
uno mismo sabe si está o no desesperado. Por tanto, se considerará! V en la misma situación se encuentra también el psicólogo respecto
desesperado a quien diga que lo está, y como no desesperado a quien lie la desesperación. Éste sabe a fondo lo que es la desesperación,
opine que no lo está. Ipso facto la desesperación se convierte en un lii lonoce muy bien y por ello no se contenta con lo que el indivi­
fenómeno muy raro, cuando en realidad se trata de un fenómeno muyj duo en cuestión le diga sobre si está o no está desesperado. Porque
universal. Lo raro no es que alguien esté desesperado; al revés, lo] litiy que tener muy en cuenta que en cierto sentido no siempre están
raro, lo rarísimo está en que podamos encontrar a uno que de verdad! desesperados los que más afirman estarlo. La desesperación puede
no lo esté. i M't afectada y, dado que es un fenómeno del espíritu, no suele ser
Lo que pasa es que la gente, siguiendo esa consideración vulgar,] liada difícil interpretarla equivocadamente o confundirla con toda
no tiene ni idea de la desesperación. Así, por ejemplo —para no ci-1 i lase de talantes pasajeros de mal humor, o con ciertos abatimientos
tar otros, y siendo éste con todo, correctamente entendido, más que! transitorios que en realidad no entran en la desesperación. Claro que
suficiente para catalogar a miles y millones de hombres dentro de la i el psicólogo también considera estos otros fenómenos como formas
categoría de los desesperados— , a ese modo vulgar de ver la cosa se de desesperación; sabe muy bien que se trata de una afectación, pero
le escapa por completo el hecho de que una forma de desesperación pi casamente tal remedo constituye una forma de desesperación;
sea precisamente la de no estar desesperado, la de estar ignorante de salie muy bien que todos esos talantes de mal humor y abatimiento
que uno es un desesperado. La consideración vulgar de la mayoría no significan de suyo gran cosa, pero cabalmente el hecho de que no
suele tener infinitamente menos caletre para discernir acerca de la signifiquen gran cosa constituye una desesperación.
desesperación que el que manifiesta muchas veces al diagnosticar si Además, la consideración vulgar pasa por alto, al compararla con
Fulano o Mengano están o no están enfermos. Decimos «infinitamente las demás enfermedades, el hecho de que la desesperación, precisa­
menos caletre», ya que la consideración vulgar entiende muchísimo mente por ser una enfermedad propia del espíritu, es dialéctica de
menos del espíritu que de enfermedades o de salud; y sin entender lo una manera completamente distinta a la que lo son aquéllas. Y esta
que el espíritu sea, no hay manera de entender tampoco la desespera­ dialéctica especial, entendida rectamente, coloca de nuevo a miles
ción. Por lo genera], todos están de acuerdo en que está sano el hom­ de hombres bajo la categoría de la desesperación. Un médico puede
bre que no dice estar enfermo; ¡y no digamos nada si el propio sujeto tener pruebas del perfecto estado de salud de que gozaba un deter­
dice que está sano! En cambio, el médico suele mirar la enfermedad minado individuo que acaba de contraer una enfermedad cualquiera;
de un modo completamente distinto. Y esto, ¿por qué? Porque el en este caso, el médico tendrá razón al afirmar que tal sujeto estaba
médico tiene una idea mucho más concreta y amplia acerca de lo que antes sano y ahora está enfermo. Pero con la desesperación sucede
significa estar enfermo y siempre somete a prueba el estado de un algo distinto. Su aparición no hace sino corroborar que el que la pa­
hombre en conformidad con esa idea. El médico sabe muy bien que así dece ya estaba desesperado con anterioridad. Y por eso no se puede
como hay enfermedades que sólo son una imaginación, así también afirmar que Fulano o Mengano no han sido curados de la misma por
lo son ciertos estados saludables; y en estos casos empieza por pres­ haber desesperado. Ya que el mismo suceso que en un momento dado
cribir el tratamiento que logre poner al descubierto la enfermedad. lanza a alguien en la desesperación, manifiesta simultáneamente que
De ordinario el médico, precisamente por serlo —por ser un experto tal sujeto ha sido un desesperado a lo largo de toda su vida anterior.
en la ciencia médica— , no suele prestar mucha confianza a todo lo En cambio, de uno que tenga fiebres no se podrá afirmar sin más que
que el paciente le dice acerca de su propio estado de salud. Y no cabe las haya tenido durante toda su vida. Pero la desesperación es un
duda de que ser médico equivaldría a una profesión de ensueño en fenómeno del espíritu, algo que se relaciona con lo eterno y que, por
el caso de poderse atener con absoluta confianza a lo que cada indi- consiguiente, contiene algo eterno en su dialéctica.

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LA E N F E R M E D A D MORTAL ES L A D E S E S P E R A C I Ó N
I A U N IVERSALIDAD DE ESTA ENFERMEDAD (DE LA D E S E S P E R A C I Ó N )

La desesperación no sólo es dialéctica de una manera comple­ i|in es desesperación. Lo que ésta desea con el mayor gusto es que
tamente distinta a la que lo es cualquier otra enfermedad, sino que w le conceda permiso para permanecer allí dentro, ya que el rincón
también todos sus síntomas son dialécticos; y ésta es la causa de que liiilm.ible más querido y buscado por la desesperación es cabalmente
la consideración vulgar se engañe tan fácilmente al diagnosticar si la «ttll.i dentro en lo más hondo de la dicha». Toda inmediatez, a pesar
desesperación hace presa o no en determinados individuos. Y así, no ile su seguridad y sosiego ilusorios, es angustia; y por ello, con plena
estar desesperado puede significar cabalmente que se está desespera- ninseciiencia, es en la mayoría de los casos un puro angustiarse por
do, y también puede significar que se está curado de la desesperación 11,1(1,1. Porque no hay que creer que la descripción más espeluznante
sufrida. La tranquilidad y el sosiego pueden significar que se está de .ilgo espantoso en grado sumo amedrente tanto a la inmediatez
desesperado, es más, esta misma tranquilidad y este sosiego pueden ii mío pueda hacerlo una simple palabrita referente a algo indetermi-
ser desesperación; pero también pueden significar que se ha superado imiIo, dejada caer casi al azar, pero reflexivamente intencionada hasta
la desesperación y que se ha alcanzado la paz. No estar desesperado nt.is no poder. Sí, esto es lo que más llena de angustia a la inmediatez,
es algo muy distinto de no estar enfermo; pues no estar enfermo no ipie de una manera insidiosa se le insinúe que tiene que estar ente-
significa en modo alguno que se está enfermo, en cambio no estar riiiln de lo que se habla. En realidad ella no lo sabe, y esto es lo que
desesperado puede muy bien significar que se está desesperado. Con aprovecha la reflexión intencionada. Pues la reflexión jamás echa ce­
la desesperación no acontece como con una enfermedad cualquiera, pos más seguros que los que conforma de la nada, y nunca es ella más
que el sentirse mal sea la enfermedad. El sentirse mal es a su vez «I misma que cuando no es nada. Hace falta una reflexión eminente,
dialéctico. Tan dialéctico, que el no haber experimentado jamás esa o dicho con mayor exactitud, hace falta una gran fe para poder cor-
sensación de malestar es cabalmente un síntoma inequívoco de des­ i,ir la reflexión que se dispara por los derroteros de la nada, es decir:
esperación.
1.1 reflexión infinita. Por lo tanto, incluso lo más bello y amable que
El último fundamento de todo esto hay que ponerlo en que la h.iy en el mundo: una muchacha en flor, es con todo desesperación,
situación del hombre, considerado como espíritu —y para poder ha­ es dicha. Por eso no basta esta inmediatez para atravesar la vida. Y
blar de desesperación es preciso considerar al hombre dentro de la .iimque esta dicha fuese suficiente para recorrer todo el camino de la
categoría del espíritu— , siempre es una situación crítica. En el caso vida, de seguro que no serviría de gran cosa, puesto que también es
de las enfermedades suele hablarse de una crisis, pero no en el caso de desesperación. En realidad es desesperación, precisamente por ser
la salud. Y ¿por qué no? Porque la salud física es algo inmediato, algo ésia una enfermedad del todo dialéctica, por ser la enfermedad de
que solamente empieza a ser dialéctico en caso de enfermedad, y 1.1 que puede afirmarse que la mayor desdicha consiste en no haberla
entonces ya se habla de crisis. Pero en lo espiritual —o considerando tenido nunca..., y una auténtica dicha divina el haberla contraído,
al hombre como espíritu— tanto la salud como la enfermedad son •tunque por otra parte, cuando uno no desea curarse de ella, sea la
críticas, no dándose ninguna salud inmediata del espíritu. más peligrosa de todas las enfermedades. En todos los demás casos
Tan pronto como se deje de considerar al hombre bajo la catego­ puede decirse que es una suerte el estar curado de una enfermedad,
ría específica del espíritu —y de este modo tampoco es posible hablar
ya que la enfermedad es la desgracia.
de desesperación— para no ver en él más que una síntesis de alma De todo esto se concluye que no está en lo cierto la conside­
y cuerpo, entonces toda la salud se torna una categoría inmediata ración vulgar de la mayoría al suponer que la desesperación es un
y sólo la enfermedad del alma o del cuerpo pasa a ser la categoría fenómeno raro, cuando en realidad sucede todo lo contrario, que
dialéctica. Sin embargo, la desesperación consiste precisamente en es un fenómeno completamente universal. Tampoco tiene razón, ni
que el hombre no tenga conciencia de estar constituido como espíri­ mucho menos, esa concepción vulgar de la mayoría al suponer que
tu. Y así es también desesperación incluso aquello que en el lenguaje no están desesperados todos aquellos que no estiman o no sienten
humano es tenido como lo más bello y amable de todo lo que hay, que lo están, y que sólo lo está el que afirma estarlo. Al revés, quien
a saber: una muchacha en flor, rebosante de paz, armonía y gozo. afirma sin cortapisas que es un desesperado, está con todo bastante
Nadie negará que todo eso es una dicha, pero la dicha no es ninguna más cerca de la curación —todo un paso dialéctico más cerca que
categoría del espíritu, y por eso allá dentro, muy dentro, en lo más todos aquellos a quienes las gentes, o ellos mismos, no consideran
hondo y oculto del corazón de la dicha, habita también la angustia como desesperados. Sin embargo, la regla general — cosa en la que

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|A U N I V E R S A L I D A D DE ESTA ENFERMEDAD (DE LA D E S E S P E R A C IÓ N )
LA E N F E R M E D A D MORTAL ES L A DESESPERACIÓN

los psicólogos me darán sin duda toda la razón— es que la mayoría viil.i, hasta que un día el reloj de arena se pare para siempre, el reloj
de los hombres viven sin tener conciencia clara de estar constituidos tlt atrita de la temporalidad; hasta que el ruido de la mundanidad se
como espíritu y que, en consecuencia, todas esas seguridades de que , ,illc y e) activismo desapoderado o cansino se termine, cuando todo
* 11 lomo tuyo sea silencio, como sucede en la eternidad. Y entonces,
hablan y toda esa alegría satisfecha de vivir y demás cosas por el
estilo no son en realidad sino desesperación. En cambio, los que afir­ m-.is hombre o mujer, rico o pobre, dependiente o independiente,
man estar desesperados son ordinariamente aquellos que poseen una til, lioso o desgraciado..., seas el monarca que portó con esplendor
naturaleza mucho más profunda, de suerte que no pueden por menos |,t i ovona real o uno que desapercibido por completo tuvo que sufrir
de ser conscientes de su espiritualidad; o también puede tratarse de las molestias y los rigores de los días..., sea que tu nombre haya de
aquellos otros a quienes un terrible acontecimiento o una decisión m i recordado mientras el mundo sea mundo es decir, mientras
espantosa han ayudado a tomar conciencia de su espiritualidad. En rl mundo fue mundo— o que sin nombre hayas pasado por la vida
una palabra, que se trata de unos pocos; pues ciertamente es muy (•enhilo entre la innumerable multitud de los hombres..., sea que la
raro quien no esté de veras desesperado. gloria de que estuviste rodeado sobrepasara toda humana descrip-
¡Ah, en el mundo se habla muchísimo de las calamidades y mi­ , ion o que se cebó en ti el juicio humano más riguroso e ignominioso
serias humanas! Por mi parte, intento comprender este lenguaje y en .I,- todos, entonces, repito, la eternidad te preguntará — como a cada
más de un caso he conocido alguna de aquellas calamidades muy de uno de todos esos millones y millones de hombres— solamente por
cerca. ¡En el mundo también se habla muchísimo de las vidas des­ lina cosa: si has vivido o no has vivido desesperado, y si desesperado,
perdiciadas! Sin embargo, no hay más que una vida desperdiciada, m no supiste que lo eras, o si llevaste ocultamente esta enfermedad
la del hombre que vivió toda su vida engañado por las alegrías o los ni lo más hondo de ti mismo como el secreto devorador de tu vida
cuidados de la vida; la del hombre que nunca se decidió con una o como el fruto de un amor prohibido apretado contra tu corazón, o
decisión eterna a ser consciente en cuanto espíritu, en cuanto yo; o, quizá la llevaste de tal manera que, siendo el espanto de los demás, no
lo que es lo mismo, que nunca cayó en la cuenta ni sintió profunda­ hagas más que enfurecerte en medio de la desesperación. Y si es así,
mente la impresión del hecho de la existencia de Dios y que «él», él si has vivido desesperado, lo que ganaste o perdiste no cuenta absolu­
mismo, su propio yo existía delante de este Dios, lo que representa tamente para nada, todo se ha perdido ya para ti y la eternidad no te
una ganancia infinita que no se puede alcanzar si no es pasando por reconoce como suyo ni te reconocerá nunca, o lo que es todavía más
la desesperación. ¡Ay, de esta miseria no se habla! No se habla de horrible, te conoce como eres conocido y te mantendrá bien sujeto,
que tantos hombres vayan viviendo la vida completamente engaña­ por tu mismo yo, en los brazos de la desesperación.
dos respecto del pensamiento más feliz de todos los pensamientos.
No se habla de que muchos hombres se ocupen, o se ocupe a la
masa de los hombres, con todo lo demás, empleando y agotando
todas sus fuerzas en el gran espectáculo de la vida, sin nunca traerles
al recuerdo esa felicidad; agrupándolos como en un rebaño y enga­
ñándolos, en vez de separarlos unos de otros, para que cada indivi­
duo conquiste el bien supremo, lo único por lo que merece vivirse
y más que suficiente para vivir en ello por toda una eternidad. ¡Ay,
yo podría estarme llorando toda la eternidad sobre el hecho de que
tanta miseria exista! Y lo que a mí me parece más terrible y más me
impresiona de esta enfermedad y miseria, la más espantosa de todas
las enfermedades y miserias es su condición de oculto. No sólo que
el que la padece pueda desear ocultarla y lo consiga, sino que pueda
darse en un hombre de tal manera que nadie, absolutamente nadie lo
descubra..., es más, que de tal manera puede ocultarse en el interior
de un hombre, que ni siquiera él mismo lo sepa. Y así va pasando la

48 49
L ib r o tercero Capítulo I

FORMAS DE ESTA ENFERMEDAD LA DESESPERACIÓN CONSIDERADA NO PRECISAMENTE


(DE LA DESESPERACIÓN) EN CUANTO SE REFLEXIONA SOBRE EL HECHO
DE SI ES O NO CONSCIENTE, SINO SÓLO
REFLEXIONANDO SOBRE LOS MOMENTOS
QUE CONSTITUYEN LA SÍNTESIS

I. LA DESESPERACIÓN VISTA BAJO LA DOBLE CATEGORÍA


Las formas de la desesperación pueden esclarecerse muy bien de una DE FINITUD-INFINITUD
manera abstracta si aplicamos nuestra reflexión sobre los diversos
momentos que constituyen al yo en cuanto síntesis. El yo está for­
El yo es la síntesis consciente de infinitud y finitud, que se relaciona
mado de infinitud y finitud. Pero esta síntesis es una relación y, ca­
consigo misma, y cuya tarea consiste en llegar a ser sí misma, cosa
balmente, una relación que, aunque derivada, se relaciona consigo
que sólo puede verificarse relacionándose uno con Dios. Ahora bien,
misma, lo cual equivale a la libertad. Mas la libertad es lo dialéctico
llegar a ser sí mismo significa que uno se hace concreto. Pero hacerse
dentro de las categorías de posibilidad y necesidad.
concreto no significa que uno llegue a ser finito o infinito, ya que lo
Sin embargo, la desesperación ha de ser considerada principal­
que ha de hacerse concreto es ciertamente una síntesis. La evolución,
mente bajo la categoría de conciencia. Pues, al fin de cuentas, la dife­
pues, consistirá en que uno vaya sin cesar liberándose de sí mismo en
rencia cualitativa entre una y otra desesperación depende del hecho
el hacerse infinito del yo, sin que por otra parte deje de retornar ince­
de que aquélla sea o no consciente. Sin duda que, conceptualmente
santemente a sí mismo en el hacerse finito de aquél. Por el contrario,
considerada, toda desesperación es consciente; pero de esto no se
si el yo no llega a ser sí mismo, entonces lo tenemos desesperado,
sigue que todo aquel en que haya desesperación —y que conforme al
sépalo o no lo sepa. En definitiva, un yo siempre está en devenir en
concepto de la misma ha de llamarse un desesperado— esté conscien­
todos y cada uno de los momentos de su existencia, puesto que el yo
te de ello. De esta manera, la conciencia es lo decisivo. En general,
k c i t ú Súyapov realmente no existe, sino que meramente es algo que
la conciencia, es decir, la autoconciencia, siempre es lo decisivo con
tiene que hacerse. Por lo tanto, el yo no es sí mismo mientras no se
relación al yo. Cuanta más conciencia, más yo; cuanta más concien­
haga sí mismo, y el no ser sí mismo es cabalmente la desesperación.
cia, más voluntad; cuanta más voluntad, más yo. Un hombre que no
tiene voluntad no es un yo; pero cuanto mayor sea su voluntad, tanto
1. La desesperación de la infinitud equivale a falta de finitud
mayor será también la conciencia de sí mismo.

La razón última de este fenómeno radica en la dialéctica de que el yo


sea una síntesis, por lo cual una cosa nunca deja de ser su contraria.
A esto se debe el que ninguna forma de desesperación puede ser defi­
nida directamente —es decir, de un modo no dialéctico— , sino sólo
reflexionando sobre su contraria. Desde luego, se puede describir di­
rectamente la situación del desesperado dentro de la desesperación, y

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LA E N F E R M E D A D MORTAL ES LA D E S E S P E R A C I Ó N FORMAS DE ESTA ENFERMEDAD (DE LA D E S E S P E R A C I Ó N )

esto es lo que hace el poeta recurriendo a la réplica; en cambio, para no puede por menos de notar inmediatamente cuándo va a haber un
definir la desesperación siempre es necesario el recurso a lo opuesto cambio de tiempo..., así también le acontece al hombre a quien el
de la misma. Aquella réplica no podría ser poéticamente valiosa si no sentimiento se le ha vuelto fantástico: que en cierto modo se torna
reflejase en el colorido de su expresión el contraste dialéctico. infinito, pero no de forma que se vaya haciendo más y más sí mismo,
Por eso toda existencia humana, tanto la que se cree ya infinita sino no dejando de perderse constantemente.
como la que meramente lo pretenda, no es otra cosa que desespe­ Lo mismo pasa con el conocimiento cuando éste se torna fan­
ración; sí, todos y cada uno de los momentos en que una existencia tástico. La ley del progreso del yo en referencia al conocimiento,
humana se ha hecho infinita o meramente lo pretenda, son una des­ en cuanto ha de ser verdad que el yo se haga sí mismo, no es otra
esperación. Ya que el yo es la síntesis en que lo finito es lo que limita que la de que el grado ascendente del conocimiento corresponda al
y lo infinito es lo que ensancha. De ahí que la desesperación peculiar grado del conocimiento de sí mismo, es decir, que el yo, cuanto más
de la infinitud sea lo fantástico, lo ilimitado; pues solamente se da un conoce, más se conozca a sí mismo. De lo contrario, el conocimiento
caso en que el yo esté incontaminado y libre de la desesperación, a se convertirá, en la medida de su ascensión, en una forma de co­
saber: cuando, precisamente por haber desesperado, se fundamenta nocimiento inhumano, en cuya consecución se destruirá el yo del
transparente en Dios. hombre, algo así como sucedió con la edificación de las pirámides
Es cierto que lo fantástico dice primariamente relación con la que costaron tantas vidas humanas, o lo que sucede en esa música de
fantasía; pero la fantasía se relaciona a su vez con el sentimiento, el coros rusos en que los hombres se destrozan la voz con el fin de dar,
conocimiento y la voluntad, de suerte que un hombre puede tener un poco más o menos, una sola nota.
sentimiento, un conocimiento y una voluntad fantásticos. La fantasía Igualmente, cuando la voluntad se torna fantástica, el yo no hace
es en general el medio de la «infinitización»; aquélla no es una facul­ sino evaporarse más y más. En este caso, la voluntad no será siem­
tad como las demás facultades, sino que es —si se quiere expresar pre y en el mismo grado tan concreta como abstracta, de suerte que
así— la facultad instar omnium [mayor de todas]. En definitiva, los cuanto más infinita se haga en los propósitos y resoluciones, tanto
sentimientos, los conocimientos y la voluntad que haya en un hom­ más presente sea a sí misma y actualmente disponible para todas las
bre dependen de la fantasía que tenga, es decir, de cómo todas aque­ pequeñas tareas que han de realizarse en seguida. De este segundo
llas cosas se proyecten reflexivamente en la fantasía. La imaginación modo la voluntad, haciéndose infinita, retorna con la mayor exac­
equivale a la reflexión infinitizadora, por lo que el viejo Fichte tenía titud a sí misma, de suerte que cuando más lejos estaba de sí misma
mucha razón al suponer que la fantasía, incluso respecto del conoci­ —ya que había alcanzado la máxima infinitud con sus propósitos y
miento, es el origen de las categorías. El yo es reflexión, y la fantasía resoluciones— tanto más cerca que nunca se encuentra de sí misma
es reflexión, es reproducción del yo, lo que representa la posibilidad en la disponibilidad de llevar a cabo todas las pequeñas tareas infini­
del yo. La fantasía es la posibilidad de toda reflexión; y la intensidad tas que pueden realizarse todavía hoy, en esta misma hora y en este
de este medio es la posibilidad de la misma intensidad del yo. mismo instante.
Lo fantástico es en general aquello que transporta al hombre de Y cuando el sentimiento, el conocimiento o la voluntad se han
tal manera hacia lo infinito, que no hace sino descaminarle todo lo vuelto así fantásticos, entonces el yo entero corre el peligro de tor­
que puede lejos de sí mismo, manteniéndole apartado en la imposibi­ narse también imaginario; ya sea de una forma más bien activa, arro­
lidad de retornar a sí mismo. jándose el hombre mismo en el mundo de la fantasía, ya sea de una
De este modo, una vez que el sentimiento se torna imaginario, el forma preponderantemente pasiva, como si lo hubieran transportado
yo se va evaporando poco a poco, hasta no ser al final más que una allá, pero en ambos casos sin dejar de ser responsable. En definitiva,
especie de sensibilidad impersonal, la cual inhumanamente no per­ el yo lleva así una existencia fantástica dentro de una infinitización
tenece ya a ningún hombre, sino que inhumanamente y como quien abstracta o en medio de un abstracto aislamiento, siempre faltándole
dice de un modo sentimental participa en el destino de una u otra su mismidad, de la cual no hace sino alejarse más y más. Aclaremos
abstracción, por ejemplo: la humanidad in abstracto. De la misma este fenómeno con un ejemplo tomado de la esfera religiosa. La re­
manera que el reumático no es dueño de sus sensaciones, sino que lación con Dios representa una infinitización; pero esta infinitización
éstas están a merced de los vientos y del clima, de suerte que aquél puede transportar fantásticamente a un hombre de tal manera que

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sólo se convierta en una borrachera. A un hombre le puede pare­


haberse uno perdido a sí mismo; sólo que ahora esta pérdida no
cer insoportable la idea de tener que existir delante de Dios, ya que
acontece mediante la evasión hacia lo infinito, sino haciéndose uno
en esa situación el hombre no podría retornar a sí mismo y hacerse
completamente finito y, en vez de ser un yo, haberse convertido
sí mismo. Semejante sujeto, fantásticamente religioso, diría — para
en un número, en uno de tantos, en una simple repetición de esa
personificarle con sus propias palabras— : «Se comprende que pueda
eterna monotonía.
vivir un gorrión, puesto que éste no barrunta que existe delante de
La limitación desesperada es carencia de originalidad, o que uno
Dios. Pero ¡saber que se existe delante de Dios, y no volverse loco en
se ha despojado a sí mismo de su originalidad primitiva, habiéndose,
el mismo momento o no convertirse en nada...!».
en el sentido espiritual, castrado. Porque todo hombre en su estructu­
Mas porque un hombre esté así en la proa de lo imaginario y,
ra primitiva está natural y cuidadosamente dispuesto para ser un yo, y
consiguientemente, sea un desesperado, sin embargo, aunque la ma­
en cuanto tal tiene sin duda muchos bordes, pero éstos no han de des­
yoría de las veces aquello quede al descubierto, no queremos decir
templarse, sino afilarse con suavidad, de suerte que el hombre de
con ello que nuestro buen hombre no pueda seguir viviendo como
ninguna manera renuncie a ser sí mismo por miedo a los hombres, o
si tal cosa y ser un hombre según parece, ocupándose de lo tempo­
movido por el mismo miedo no se atreva siquiera a ser sí mismo en
ral, contrayendo matrimonio, multiplicándose en la prole y siendo
toda su singularidad más esencial —incluso con sus mismos bordes;
honrado y bien visto por todos —sin que nadie quizá llegue a notar
los cuales, desde luego, no han de destemplarse— y en la cual uno es
para nada que a nuestro buen hombre le falta un yo en el sentido más
sí mismo delante de sí mismo. Pero así como hay una especie de des­
profundo de la palabra. Claro que en el mundo no se hace mucho
esperación que se hunde ciegamente en lo infinito, perdiéndose uno
hincapié en estas cosas; y un yo es precisamente la cosa por la que
mismo, también hay otra que consiste poco más o menos en que «los
menos se pregunta en el mundo, al mismo tiempo que nada hay más
demás» le escamoteen a uno su propio yo. De esta manera, con tanto
peligroso que el hecho de dar a notar que se tiene. Por cierto que el
mirar a la muchedumbre de los hombres en torno suyo, con tanto aje­
mayor de todos los peligros, el de la pérdida del yo, puede pasar en
treo en toda clase de negocios mundanos, con tanto afán por llegar a
el mundo completamente desapercibido, como si fuera una nadería.
ser prudente en el conocimiento de la marcha de todas las cosas del
Ninguna pérdida puede acontecer tan sin ruidos y ningún lamento;
mundo..., nuestro sujeto va olvidándose de sí mismo e incluso llega a
toda otra pérdida, por ejemplo: un brazo, una pierna, unas monedas,
olvidar — entendiéndolo en el sentido divino de la expresión— cómo
una esposa..., ¡ah, eso sí que se nota bastante!
se llama, sin atreverse ya a tener fe en sí mismo, encontrando muy
arriesgado lo de ser uno sí mismo, e infinitamente mucho más fácil y
2. La desesperación de la finitud equivale a falta de infinitud
seguro lo de ser como los demás, es decir, un mono de imitación, un
número en medio de la multitud.
La razón de este fenómeno —según quedó expuesto en el apartado
En el mundo realmente nadie cae en la cuenta de esta forma
anterior— radica en la dialéctica de que el yo sea una síntesis, por lo
de desesperación. Al revés, el hombre que se ha perdido a sí mismo de
cual una cosa nunca deja de ser su contraria.
esa manera, y precisamente por ello, entra en posesión de todas las
Carecer de infinitud es desesperada limitación y estrechez. Aquí,
perfecciones requeridas para tomar parte en cualquier empresa o ne­
naturalmente, sólo se habla de limitación y estrechez en el sentido
gocio, pudiendo estar seguro de que el éxito no tardará en sonreírle
ético. En cambio, en el mundo propiamente no se habla más que de
en el mundo. Aquí no hay ningún entorpecimiento, aquí el hombre
estrechez intelectual o estética, y, sobre todo, de lo que más se habla
no encuentra ninguna dificultad con su propio yo o con la tarea de
es de las estrecheces en el sentido económico; ya que la mundani­
hacerse infinito, sino que queda pulido como un canto rodado y
dad consiste cabalmente en que se atribuya un valor infinito a lo in­
como una moneda corriente que va de mano en mano. Nadie le
diferente. La consideración mundana de las cosas siempre se aferra
considera en absoluto como un hombre desesperado, sino que todos
a las diferencias entre hombre y hombre, no teniendo — como es
ven en él un hombre a carta cabal. El mundo en general, cosa bien
obvio, puesto que tenerlo significa espiritualidad— ninguna com­
obvia, no tiene ni idea acerca de lo auténticamente terrible. Es natu­
prensión para lo único necesario y, en consecuencia, tampoco la tie­
ral que no se considere en modo alguno como desesperación lo que
ne acerca de la limitación y estrechez que representa el hecho de
no le acarrea a uno ninguna molestia en la vida, sino que se la hace

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II. LA DESESPERACIÓN VISTA BAJO LA DOBLE CATEGORÍA


más cómoda y placentera. Para ver que ésta es la perspectiva de los DE POSIBILIDAD-NECESIDAD
juicios mundanos basta hacer, por ejemplo, un mero repaso de casi
todos los refranes al uso, los cuales no son más que reglas de pru­ l’ara hacerse uno —y el yo ha de hacerse con toda libertad— son
dencia. Así se dice que uno tendrá que arrepentirse diez veces por igualmente esenciales la posibilidad y la necesidad. De la misma ma­
haber hablado, en contra de una por haberse callado. Y ¿por qué? nera que a la constitución del yo pertenecen la infinitud y la finitud
Porque el haber hablado, en cuanto hecho externo, puede acarrearle (Ó T T e ip ov-T T é p a?), así también pertenecen la posibilidad y la necesi­
a uno muchas molestias, ya que se trata de una realidad. ¡Como si el dad. Por eso, tan desesperado es el yo que carece de posibilidades,
callarse no fuera nada! Siendo así que el callarse constituye el mayor como el que no tiene ninguna necesidad.
de los peligros. Pues, callándose, uno queda como totalmente aban­
donado a sí mismo, sin que la realidad venga a echarle una mano I. La desesperación de la posibilidad equivale
con los castigos que ella impone, o dejando que las consecuencias a la carencia de necesidad
de lo que ha dicho caigan sobre él. En este sentido la cosa va bien
cuando uno se calla. Pero precisamente por eso, el que sabe lo que La razón de este fenómeno, según quedó ya demostrado, radica en
es lo terrible, teme más que ninguna otra cosa cualquier yerro o falta la dialéctica.
que se pierda en la dirección interiorizadora, sin dejar ningún rastro Del mismo modo que lo finito es lo que limita respecto de la
en lo exterior. También es peligroso a los ojos del mundo el arries­ infinitud, así también es la necesidad lo que retiene en relación con
gar algo. Y ¿por qué? Porque así se puede perder. Lo prudente es no la posibilidad. Desde el momento en que el yo, en cuanto síntesis de
arriesgar nada. Y, sin embargo, precisamente por no arriesgar nada finitud e infinitud, ha sido puesto y es «cuá 8úva|j.iv, pero precisa­
se puede perder con la más espantosa facilidad lo que difícilmente mente para hacerse en seguida..., desde ese mismo momento empie­
se hubiera perdido arriesgándose, por mucho que se perdiera, y que za aquél a proyectarse en el medio de la fantasía y con ello se está
en todo caso no se habría perdido nunca con esa facilidad y como si revelando ya la infinita posibilidad. El yo, «a-ra Súvapiy, es tanto
fuese nada. ¿Qué es lo que puede perder uno de esta manera? ¡A sí posible como necesario; ya que sin duda es sí mismo, pero teniendo
mismo! Pues si yo me he arriesgado en falso, entonces no pasa nada, que hacerse. En tanto que es sí mismo se trata de una necesidad, en
la misma vida me ayuda con su castigo. Mas si no arriesgo nada en cuanto ha de hacerse estamos ante una posibilidad.
absoluto, ¿quién me ayudará entonces?, ¿de qué me servirá sacar, Si la posibilidad derriba a la necesidad por los suelos, entonces el
cobardemente, partido de todas las ventajas del mundo porque no yo sale en volandas a la grupa de la posibilidad, huyendo de sí mis­
he arriesgado nada en el sentido más eminente de la palabra — lo mo y sin que quede nada necesario a lo que retornar. Este es el caso
que significaría que uno había cobrado plena conciencia de sí mis­ de la desesperación propia de la posibilidad. Semejante yo se con­
mo— si pierdo mi propio yo? vierte en una posibilidad abstracta, debatiéndose hasta el cansancio
Esto es lo que cabalmente sucede con la desesperación de la en lo posible, sin que con todo se mueva del sitio, e incluso sin ha­
finitud. El hombre que está así desesperado puede vivir a las mil ma­ ber alcanzado ningún sitio, puesto que lo necesario es cabalmente el
ravillas en la temporalidad y ser un hombre en apariencia, alabado sitio. Hacerse uno a sí mismo es precisamente un movimiento en el
por los demás, honrado y bien visto, ocupándose siempre en toda sitio. Devenir significa en general un cambio de lugar, pero devenir
suerte de proyectos terrenos. Desde luego, lo que se llama mundani­ uno sí mismo equivale a un movimiento sobre el terreno.
dad no es más que la suma de tales hombres, sobre los que se puede De esta manera, la posibilidad aparece cada vez mayor a los ojos
afirmar que han quedado adscritos al mundo. Semejantes hombres del yo y éste ve surgir posibilidades por todas partes, ya que nada se
hacen gala de sus recursos, amontonan dinero, realizan sensaciona­ torna real. Hasta que al fin todo es posible, lo que quiere decir que
les hazañas mundanas, son artistas de la previsión, etc., etc., e inclu­ el abismo se ha tragado al yo. La más pequeña posibilidad necesitaría
so quizá pasen a la historia, pero no son en modo alguno sí mismos, un poco de tiempo para realizarse, pero al final ya no hay tiempo,
no tienen en el sentido espiritual ningún yo, no poseen ningún yo en pues el tiempo necesario para la realidad se ha hecho cada vez más
virtud del cual arriesgarlo todo en un momento dado, ni poseen corto y en definitiva todo se resuelve en una instantaneidad desapo­
ningún yo delante de Dios —y todo esto a pesar de ser tan egoístas. derada. La posibilidad va creciendo constantemente en intensidad,

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pero no en el sentido de la realidad, sino en el sentido de la misma Es indudable que en lo posible caben todas las posibilidades. Ésta
posibilidad; ya que en el sentido de la realidad, lo intensivo consiste es la razón de que el yo pueda extraviarse de mil maneras posibles por
en que algo de lo que era posible se haga real. Porque tan pronto los derroteros de la posibilidad, pero en definitiva todas esas maneras
como algo se revela posible y en el mismo momento ya esté pisándole se reducen a dos. Una forma de extravío es la del deseo y la nostalgia,
los talones otra nueva posibilidad sin que hagamos nada por nuestra y la otra es la de la melancolía imaginativa. Entre paréntesis digamos
parte, nos encontraremos irremediablemente envueltos en un círcu­ que la primera forma tiene algo que ver con el camino de la esperanza
lo de fantasmagorías, las cuales desfilarán tan rápidas que todo nos y la segunda con el del temor o la angustia. Con la posibilidad del
parecerá posible, y es precisamente en este momento definitivo cuan­ deseo pasa algo muy semejante a lo que le aconteció a aquel caballe­
do el individuo mismo ya no será otra cosa que un puro fantasma. ro, del que tanto se habla en los libros de aventuras y en las leyendas
Al yo le falta realidad en esta situación. ¡No cabe duda! Y éste es populares, que cabalgando un día, no muy lejos de sus dominios, al­
en general el modo de hablar de la gente; por ejemplo, cuando nos canzó a ver de repente un ave extraña, y pareciéndole al principio que
dice que Fulano se ha hecho irreal. Pero mirando las cosas más de la tenía muy próxima, se puso a seguirla con todo ahínco, mientras
cerca, lo que propiamente le falta a nuestro individuo es la necesidad. que el ave no dejaba de volver a tomar vuelo cada vez que aquél se le
Porque los filósofos no tienen razón al afirmar que la necesidad es la acercaba..., hasta que de esta manera se echó la noche encima y nues­
unidad de posibilidad y realidad, no, la realidad es la unidad de po­ tro caballero estaba ya muy lejos de los suyos, sin poder encontrar el
sibilidad y necesidad. Tampoco es falta de fuerza la que padece el yo camino de vuelta en unos parajes tan desconocidos. Pues esto mismo
cuando se dispara de un modo tan salvaje por los derroteros de la po­ es lo que le sucede al hombre que en vez de sujetar la posibilidad con
sibilidad, al menos no se puede entender esa ausencia de vigor como las riendas de la necesidad, se pone a correr tras de la primera..., hasta
la entiende la gente de ordinario. No, lo que le falta es en realidad que al final ya no acierta a encontrar el camino de retorno a sí mismo.
la fuerza de la obediencia, el vigor para someterse a la necesidad in­ En el caso de la melancolía acontece todo lo contrario, pero de la
cluida en el propio yo, a lo que podríamos llamar sus fronteras inte­ misma manera. El individuo, melancólicamente anhelante, empieza
riores. La desgracia de semejante sujeto tampoco consiste en que no persiguiendo una posibilidad de la angustia, hasta que al final esa po­
haya llegado a ser nada en el mundo, sino que su desgracia consiste sibilidad lo aleja de sí mismo y le deja que se muera en esa angustia,
en no haber caído en la cuenta de sí mismo, en no haberse apercibido o que se muera precisamente en aquello de lo que más le angustiaba
de que el yo que él es representa algo completamente determinado y tener que morirse.
en cuanto tal una necesidad. Lo único que ha hecho es perderse a sí
mismo, dejando que su propio yo se proyectara fantásticamente en 2. La desesperación de la necesidad equivale
el mundo de la posibilidad. Incluso para mirarse en un espejo es un a la carencia de posibilidad
requisito necesario el que se conozca uno a sí mismo, pues en otro
caso no se verá a sí mismo, sino que meramente contemplará a un Si comparamos el extravío en la posibilidad con los balbuceos de un
hombre. Sin embargo, el espejo de la posibilidad no es un espejo co­ niño, entonces la carencia de posibilidad la tendríamos que comparar
rriente y por eso toda la prudencia es poca para mirarse en él. Pues es con el estado de mudez. La necesidad es como un montón de sólo
el espejo del que con mayor razón se puede afirmar que es engañoso. consonantes, y no hay modo de pronunciarlas si no entra en juego la
Un yo que se espeja de esta o de la otra manera en la posibilidad de posibilidad. La existencia humana es desesperada siempre que falta
sí mismo es solamente una verdad a medias ya que en la posibilidad la posibilidad, siempre que se la haya conducido al límite de tal ca­
de sí mismo el yo está muy lejos de ser sí mismo, o a lo más a medio rencia, y aquélla nunca dejará de ser desesperada en ninguno de los
camino. Y en esta coyuntura lo que importa es saber qué determina­ momentos que le falte la posibilidad.
ciones próximas tomará la parte necesaria de ese mismo yo. Con la Con frecuencia se afirma que en definitiva no hay más que un
posibilidad acontece como con un niño a quien se le invita a partici­ cierto período de la vida que sea rico en esperanzas, o se habla de que
par en uno u otro juego; el niño está dispuesto a jugar inmediatamen­ sólo hasta cierto tiempo y cierto momento de la vida se es o se fue
te, pero lo que importa es saber si los padres lo consienten. Pues bien, muy rico en esperanzas y posibilidades. Pero todo este modo de ha­
la necesidad viene a ocupar en nuestro caso el puesto de los padres. blar es meramente humano y no llega a ser verdadero; ya que todas

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estas esperanzas y toda esta desesperación no son todavía la auténtica el aire que respira. Ocasionalmente cualquier hallazgo de la fantasía
esperanza y la auténtica desesperación. puede bastar para abrirle paso a la posibilidad, pero en definitiva, es
Lo decisivo es lo que se contiene en la siguiente afirmación: para decir, cuando se trata de creer, lo único que ayuda es la seguridad de
Dios todo es posible. Esto es eternamente verdadero y, por tanto, es que para Dios todo es posible.
verdadero en todo momento. Las gentes, desde luego, siempre y a to­ Ésta es la batalla entablada. La victoria depende exclusivamente
das horas tienen en su boca las palabras de la anterior afirmación, pero de que quien combate en ella quiera abrirle paso a la posibilidad; o,
esa fórmula solamente empieza a ser decisiva cuando el hombre es lle­ dicho de otro modo: depende de que tenga fe. Él sabe, sin embargo,
vado a una situación de extrema necesidad, en la cual, humanamente que su ruina, hablando humanamente, es segurísima. En esto consiste
hablando, no quede ninguna posibilidad. Y entonces lo que importa el movimiento dialéctico de la fe. De ordinario, el hombre cuenta
es que el hombre quiera creer que para Dios todo es posible; es decir, ion que esto o lo otro no le sucederá..., que probablemente, casi
lo que importa es que quiera creer. Ahora bien, ésta es cabalmente la seguro, etc., etc., no le sucederá tal cosa. El temerario por su parte
fórmula para perder la razón. Pues la fe significa precisamente que se mete en el peligro con muchas posibilidades, naturalmente, en un
se pierde la razón para ganar a Dios. Supongamos, por ejemplo, un sentido o en otro; y si le ocurre lo peor, entonces desespera y sucum­
hombre que con todas las fuerzas pavorosas de la fantasía se ha estado be. En cambio, el creyente ve y comprende, hablando humanamente,
imaginando tal o cual cosa espantosa, verdaderamente insoportable. su ruina —ya sea respecto de aquello que le ha salido al encuentro, ya
Y hete aquí que de hecho le ocurre semejante espanto, precisamente sea respecto de aquello en lo que él mismo se ha arriesgado— , pero
a él. Mirando las cosas humanamente, no cabe duda de que su ruina cree. Y esto es lo que le salva. Deja completamente en manos de Dios
es segurísima..., y, sin embargo, la desesperación que anida en su el problema de cómo ser socorrido, contentándose con creer que
alma se pone a luchar desesperadamente con todas sus fuerzas para para Dios todo es posible. Ahora bien, creer en su propia perdición
que se le permita desesperar, para que se le permita, por así decirlo, es imposible. La fe es comprender que tal cosa, humanamente, es su
encontrar descanso en la desesperación, concentrando toda su perso­ perdición, creyendo a la par en la posibilidad. Entonces Dios viene
nalidad en los goznes de la desesperación, de suerte que nada ni na­ en su ayuda, quizá ahorrándole el espanto, o quizá mediante el pavor
die serían más malditos para él que la cosa o la persona que vinieran a mismo, pero en tanto que también se le muestra la ayuda divina de
impedirle que desesperase. ¡Qué bien nos ha descrito esta situación el un modo inesperado y milagroso. Sí, milagrosamente..., porque es
poeta de los poetas con aquellas palabras inigualables: «¡Maldito sea, una mojigatería peculiar eso de pensar que un hombre sólo podía ser
primo, el que me aparta de los suaves caminos de la desesperación!»*. socorrido milagrosamente hace mil ochocientos años. El hecho de
Así las cosas, no cabe duda de que a los ojos humanos la salvación que un hombre sea socorrido milagrosamente depende en realidad
será absolutamente imposible; pero ¡para Dios todo es posible! Ésta del apasionamiento de su inteligencia para comprender que la ayuda
es la lucha de la fe, la cual combate locamente —y puede emplearse era imposible, al mismo tiempo que de la lealtad que haya manifesta­
muy bien este adverbio— por la posibilidad. Pues la posibilidad es do para con el Poder que a pesar de todo le ayudó. Pero los hombres
lo único que salva. Cuando uno se desvanece, todos gritan: ¡agua!, en general no hacen ni lo uno ni lo otro, sino que se retuercen dando
¡agua de Colonia!, o gotas de cualquier otra esencia; pero cuando gritos sobre la imposibilidad de la ayuda, sin que ni siquiera una vez
uno está a punto de desesperar, hay que gritarle: ¡ábrete una posi­ hayan puesto en tensión la inteligencia para tratar de encontrar la
bilidad!, ¡no cierres las puertas a la posibilidad! La posibilidad es lo ayuda, y a renglón seguido se ponen a mentir llenos de ingratitud.
único que salva. Si hay una posibilidad, entonces el desesperado vuel­ El creyente posee el eterno y seguro antídoto contra la desespe­
ve a respirar y revive. Estar sin posibilidades es como faltarle a uno ración, es decir, la posibilidad; ya que para Dios todo es posible en
cualquier momento. Ésta es la salud de la fe, la cual resuelve todas
las contradicciones. La contradicción aquí consiste en que la ruina,
* Cita de Ricardo II (acto III, escena 2.a). Como de costumbre, las palabras del
hablando humanamente, es segura; y, sin embargo, sigue habiendo
rey a su primo Aumerle están citadas en alemán, según la traducción de Schlegel y Tieck,
que Kierkegaard siempre tenía a mano. He aquí esas palabras en su original inglés: posibilidad. La salud en general consiste en que se puedan resolver
«Beshrew thee, cousin, which didst lead me forth todas las contradicciones. Así, por ejemplo, en el orden corporal o
Of that sweet way I was in to despair!». físico tenemos que una corriente de aire es una contradicción, un

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LA E N F E R M E D A D MORTAL ES L A DESESPERACIÓN

movimiento desigual de frío y calor sin ninguna dialéctica, pero el lu posible encuentra un pequeño sitio; y así es como se pierde la po­
cuerpo sano resuelve esta contradicción y no nota la corriente. Lo sibilidad de descubrir a Dios. Sin imaginación, cosa que el pequeño
mismo acontece también con la fe. burgués nunca ha tenido, éste va viviendo en un cierto conjunto banal
La carencia de posibilidad significa que todo se nos ha convertido ilc experiencias, sólo avizor a lo que pasa, a las oportunidades y a lo
en necesario o en pura trivialidad. i|iic suele acontecer, importando muy poco que por lo demás sea un
El determinista o fatalista es un hombre desesperado y en cuanto vinatero o un primer ministro. De esta manera el pequeño burgués
tal ha perdido su propio yo, ya que para él todo es necesidad. A seme­ se lia perdido a sí mismo y ha perdido a Dios. Porque para caer en la
jante hombre le acontece como a aquel rey que se moría de hambre, i iit-iita de uno mismo y de Dios es preciso que la fantasía le eleve a
pues todos los alimentos se le convertían en oro. La personalidad es uno sobre la atmósfera vaporosa de lo probable, arrancándole de ella
una síntesis de posibilidad y necesidad. Por eso, con el subsistir de la y enseñándole — en cuanto hace lo que está a mil leguas de toda ex­
personalidad sucede como con la respiración — re-spiratio—, que es periencia positiva— a esperar y a temer, o a temer y a esperar. Claro
un continuo flujo de aspiraciones y exhalaciones. El yo del fatalista que el pequeño burgués no tiene imaginación, ni quiere tenerla, es
no respira, ya que la pura necesidad es irrespirable y en ella el yo del .ilgo que detesta con todas sus fuerzas. Es natural que por este camino
hombre no hace más que asfixiarse. La desesperación del fatalista es no pueda venir ningún socorro. A veces, quizá venga en su ayuda la
haber perdido a Dios y con ello haberse perdido a sí mismo, puesto existencia misma con algunos de sus espantos, los cuales superan con
que el que no tiene Dios, tampoco tiene ningún yo. Ahora bien, el mucho toda esa sabiduría peculiar de papagayos subidos al árbol de la
fatalista está sin Dios, o, lo que es lo mismo, su Dios es la necesidad; experiencia banal..., entonces el pequeño burgués se pone a desespe­
porque de la misma manera que para Dios todo es posible, así también rar, quedando de manifiesto que la desesperación ya habitaba en él y
podemos afirmar que Dios equivale a que todo sea posible. La religión I.litándole al mismo tiempo la posibilidad de la fe para, con la ayuda
del fatalista es a lo sumo una mera interjección, y propiamente no es ilivina, poder salvar un pobre yo que se está hundiendo sin remedio.
más que mutismo, muda sumisión e incapacidad absoluta para la ple­ El fatalismo y el determinismo incluyen con todo la suficiente
garia. Rezar es también respirar, y la posibilidad es para el yo como el imaginación como para desesperar acerca de la posibilidad, e inclu­
oxígeno para los pulmones. Claro que así como no se puede respirar yen la suficiente posibilidad como para descubrir la imposibilidad.
solamente oxígeno o solamente nitrógeno, así tampoco la respiración I .n cambio, la banalidad burguesa se halla satisfecha en lo trivial y
de la plegaria puede mantenerse con sola la posibilidad o con sola la está igualmente desesperada, tanto si marchan las cosas bien como
necesidad. Para rezar es necesario, de una parte, que haya un Dios, si van mal. Al fatalismo y al determinismo les falta la posibilidad de
que haya un yo, y de otra parte que haya posibilidad; o si se quiere amainar y suavizar, les falta la posibilidad para atemperar la necesi­
expresar de otro modo equivalente, para rezar se necesitan un yo y dad, en una palabra: la posibilidad en cuanto suavidad. En cambio,
posibilidad, entendiéndola en el sentido más plenario de la palabra, ya a la banalidad burguesa le falta la posibilidad para despertarse de la
que Dios es lo mismo que la absoluta posibilidad, o la absoluta posi­ lalta de espíritu. Esta banalidad se jacta de tener a su disposición las
bilidad es Dios. Y sólo quien haya sido sacudido en su íntima esencia posibilidades, como si hubiese atrapado esa inmensa elasticidad en
de tal modo que llegue a ser espíritu, comprendiendo que todo es la trampa o en la jaula de locos de lo probable; y, luego, se pone a
posible..., sólo ése ha entrado en contacto con Dios. Porque lo que pasear por todas partes la posibilidad aprisionada en la pajarera de lo
hace que un hombre pueda rezar no es otra cosa que el hecho de que probable, enseñándosela a todo el mundo, pensando que él es todo
la voluntad de Dios sea lo posible; si no hubiera más que lo necesario, un señor y no notando en absoluto que precisamente por eso se ha
entonces el hombre sería tan esencialmente mudo como lo es el bruto. aprisionado a sí mismo en las redes de la esclavitud propia de la falta
Algo distinto acontece con la pedantería y la trivialidad, las cuales de espíritu, hasta ser el último de los parias. Y mientras que el que se
también implican por esencia una carencia de posibilidad. La pedan­ extravía locamente por los derroteros de la posibilidad se alza lleno
tería es una falta de espíritu, así como el determinismo y el fatalismo de audacia en las alas de la desesperación, y el que no cree más que
eran una desesperación espiritual; pero la falta de espíritu es también en lo necesario sucumbe estrujado por la desesperación bajo el peso
una desesperación. La trivialidad no posee ninguna de las categorías de la existencia..., mientras tanto, el burgués banal, sin un adarme de
del espíritu y por eso se mueve en el campo de la probabilidad, donde espiritualidad, triunfa y vive a sus anchas en el mundo.

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esta prerrogativa sutil de la verdad, como tampoco se suele preocu­


par, ni muchísimo menos, de la relación con la verdad misma, no
considerando que relacionarse con la verdad es el bien supremo y
estar en el error, socráticamente dicho, la mayor de las desgracias.
Capítulo II Entre la gente, en la mayoría de los casos, lo sensible prevalece con
mucho sobre su intelectualidad. Y así se encuentran los hombres a
LA DESESPERACIÓN CONSIDERADA sus anchas, supuestamente dichosos e imaginándose que lo son, pero
BAJO LA CATEGORÍA DE LA CONCIENCIA considerando su situación a la luz de la verdad son unos desgracia­
dos, aunque por su parte, por lo general, estén muy lejos de desear
que se les arranque de ese error. Al revés, se enfadan sobremanera y
consideran como a su peor enemigo al que intente semejante cosa,
que a sus ojos representa como un atentado y casi como un verda­
dero crimen, ya que, según ellos mismos afirman, de ese modo se
intenta nada menos que matar su dicha. Y ¿por qué ese modo de
reaccionar? Porque tales hombres están dominados por lo sensible
El grado ascensional de la conciencia, o la conciencia en cuanto as­ y por lo anímico-sensible; porque viven solamente en las categorías
ciende, representa la continua potenciación ascendente de la desespe­ que están al ras de los sentidos, las categorías de lo agradable y lo
ración. Cuanta más conciencia, tanto más intensa será la desespera­ desagradable, después de haber dicho adiós al espíritu, a la verdad y
ción. Este fenómeno se puede verificar en todos los casos, pero nunca a todas esas cosas por el estilo. En una palabra, reaccionan así por­
con mayor claridad que en los dos casos extremos y opuestos de la que son demasiado sensitivos como para tener el coraje de correr el
desesperación. La desesperación del diablo es la más intensa de todas, riesgo y soportar ser espíritus. Los hombres, por muy vanidosos e in­
ya que el diablo es puro espíritu y por ello conciencia y transparencia fatuados que sean, suelen formarse una idea muy pequeña acerca de
absolutas; en el diablo no se da ninguna oscuridad que pueda servir sí mismos, es decir, que no tienen ni idea acerca de que son espíritu,
de disculpa atenuante y por eso su desesperación es la más absoluta que es lo absoluto que un hombre puede ser. En cambio, vanidosos
de todas. Éste es el grado máximo de la desesperación. El mínimo e infatuados, ¡eso sí que son!, pero dentro del balance comparativo
sería un estado —humanamente estamos tentados a llamarlo así— de de las confrontaciones en torno a lo indiferente. Comparemos lo
cierta inocencia, la cual ignora incluso que se trate de desesperación. de ser hombre, por ejemplo, con una casa compuesta de sótano,
A tal inconsciencia suma corresponde, naturalmente, la desespera­ entresuelo y primer piso, la cual ha sido construida así, al menos
ción menos intensa; hasta tal punto, que en pura dialéctica resulta ésa era la intención; para que sus habitantes ocupasen su respectivo
muy problemático designar semejante estado como desesperación. apartamento en conformidad con la categoría de su estado. Y ahora,
siguiendo el símil, preguntémonos: ¿Qué pasaría en semejante casa?
Pues algo muy lamentable y no menos ridículo, a saber, que la mayo­
I. LA DESESPERACIÓN QUE ESTÁ INCONSCIENTE DE SERLO,
O LA DESESPERADA INCONSCIENCIA DE QUE SE TENGA UN YO ría de los hombres en este caso armarían un altercado, en su propia
Y PRECISAMENTE UN YO ETERNO casa, para ver quién tenía la suerte de ir a instalarse en el sótano.
Todo hombre es una síntesis de cuerpo y alma dispuesta natural­
El hecho de que este estado sea en definitiva desesperación y que mente para ser espíritu. Ésta es nuestra estructura. Sin embargo, los
con todo derecho haya de ser llamado así, viene a expresarnos, en hombres prefieren habitar en el sótano, es decir, en las categorías de
el buen sentido, el espíritu pleitista de la verdad. Veritas est index lo sensible. Y no solamente prefieren habitar en el sótano, sino que
sui et falsi*. Sin embargo, la gente no se preocupa en realidad de tienen una ilusión tan grande por ir a parar allí, que se enfadan mu­
chísimo con quien les proponga pasar a ocupar — ¡ya que están en
* Esta sentencia de Spinoza, un poco alterada por el autor, significa: «La ver­ su propia casa!— el primer piso, el piso de los señores, que siempre
dad es índice de sí misma y de lo falso». está vacante y a su disposición.

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Desde luego, lo que los hombres —en una postura por completo ella. En cambio, si se considera la cosa en otro sentido, en el sentido
aristocrática— menos temen de todo es eso de estar en el error. No ético-dialéctico, entonces hay que decir que el que consciente de la
hace falta correr mucho para tropezarse con algunos ejemplos sor­ desesperación se mantiene desesperado, está mucho más lejos que
prendentes, que nos aclararán a una escala enorme este contrasenti­ nadie de la salvación, ya que su desesperación es más intensa. Sin em­
do. ¡Veámoslo! Un pensador acaba de construir un enorme edificio, bargo, la inconsciencia en este caso puede ser la forma más peligrosa
lógico, un sistema, un vasto sistema que abarca toda la existencia y de la desesperación, atendiendo a que el no sabedor no suele hacer
toda la historia universal, etc., etc. Ahora bien, consideremos su vida nada por salir de la misma, e incluso confunde la desesperación con
personal. ¿Dónde habita? ¡Asombroso! ¡Lamentable y ridículo hasta la no-desesperación. En la ignorancia, y para su propia perdición, el
más no poder! Porque nuestro pensador no habita personalmente, desesperado está seguro de no caer en la cuenta de su estado, es decir,
como cabría esperar, en ese espléndido palacio de bóvedas altísimas, que está completa y seguramente a merced de la desesperación.
sino que habita en las caballerizas de al lado, o quizá en la misma En la ignorancia de que se está desesperado es cuando el hom­
perrera, o a lo más en la casita destinada al portero del palacio. Y bre está también más lejos de ser consciente en cuanto espíritu. Pero
Dios te libre de que se te ocurra venir a insinuarle que se dé cuenta de cabalmente esta inconsciencia en cuanto espíritu es la desesperación;
semejante contrasentido, pues no te puedes figurar lo mucho que se el secreto de la falta de espíritu es la desesperación, importando muy
disgustaría. Ya que no le atemoriza para nada lo de estar en el error, poco que la apariencia externa de semejante estado revista la forma
su única preocupación ha sido lograr acabar el sistema, precisamente de una extinción total, de una vida meramente vegetativa o de una
aprovechando que estaba en el error. vida ajetreada. En este último caso, al desesperado le acontece algo
Por tanto, importa muy poco que el que está desesperado no sea parecido a lo que le pasa al tuberculoso, que cuando mejor se en­
sabedor de que su estado es propiamente el de la desesperación, puesto cuentra y se cree sanísimo, quizá cuando incluso los demás piensan
que de todos modos es un desesperado. El hecho de que su desespe­ que goza de una salud envidiable, precisamente entonces es cuando
ración sea tan extraviada que la desconozca, es un hecho que no hace su enfermedad reviste mayor peligro.
mucho al caso, si no es para empeorarlo, ya que además de estar en Esta forma de desesperación — que consiste en que se la igno­
la desesperación, está en un error. Con esta ignorancia respecto de la re— es la más frecuente de todas en el mundo; sí, en eso que se lla­
desesperación sucede lo mismo que con la ignorancia relativa a la an­ ma mundo, o con mayor exactitud: en eso que el cristianismo llama
gustia, a saber, que la angustia de la total falta de espíritu se reconoce mundo. El paganismo y el hombre natural dentro de la cristiandad,
cabalmente por la seguridad vacía de espíritu que experimenta el que es decir, el paganismo tal como históricamente existió y existe, y el
la padece. Pero la angustia está de todos los modos en la raíz, como paganismo peculiar dentro de la cristiandad, no son cabalmente otra
también lo está la desesperación, la cual sale inmediatamente a la su­ cosa que esa especie de desesperación, no son, por más que se ignore,
perficie, o manifiesta que habita allá en el fondo, tan pronto como ce­ sino desesperación. Es verdad que tanto el paganismo como el hom­
san las ilusiones de los sentidos y la existencia empieza a tambalearse. bre natural hacen distinción entre estar desesperado y no estarlo, es
Si comparamos al desesperado que es consciente de su desespera­ decir, que ambos hablan de la desesperación como si sólo unos pocos
ción con aquel que la ignora, diremos que este último está — un paso individuos la padeciesen. Pero esta distinción es tan falaz como la que
negativo— todavía más lejos de la verdad y de la salvación. La des­ el paganismo y el hombre natural hacen entre el amor y el egoísmo,
esperación misma es una negatividad, y la ignorancia de la desespera­ como si todo ese amor no fuera esencialmente egoísmo. Sin embar­
ción, una nueva negatividad. Ahora bien, para alcanzar la verdad es go, tanto al paganismo como al hombre natural les es imposible dar
necesario atravesar todas las negatividades; en el camino de la verdad ni siquiera un paso más allá de esa falaz diferenciación, ya que lo
sucede un poco como con ese sortilegio musical de que nos hablan específico de la desesperación de que se trata reside precisamente en
algunas leyendas populares, según las cuales es preciso volver a bailar el hecho de que se la ignore, o que se ignore que es desesperación.
la pieza entera, en sentido inverso, si queremos que el sortilegio se Con esto vemos fácilmente que el concepto estético de la falta
rompa. Sin embargo, solamente en un sentido, en el de la pura dialéc­ del espíritu no puede darnos en modo alguno la medida para de­
tica, se puede afirmar que está más lejos de la verdad y de la salvación terminar lo que la desesperación sea o no sea. Cosa perfectamente
el que ignora su desesperación que el que a sabiendas permanece en lógica, ya que la esencia auténtica del espíritu no se deja determinar

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de un modo estético. Por eso, ¿cómo podría lo estético darnos la res­ desconocían el concepto espiritual del yo y por eso juzgaban así del
puesta de aquello que a sus ojos ni siquiera existe? Sin embargo, sería suicidio-, y esto lo hacían los mismos paganos que, por otra parte,
una solemne tontería pretender negar que tanto las naciones paganas tenían formado un juicio moral muy severo acerca del robo, la lujuria
en masa como determinados individuos paganos han llevado a cabo y otras cosas similares. Lo que sucede es que al pagano le faltaba la
hazañas asombrosas, suficientes como para llenar de entusiasmo, con verdadera perspectiva para enfocar el suicidio, ya que en realidad
justa razón, a todos los poetas. Sin duda que sería una tontería venir el pagano estaba sin la relación a Dios y sin el yo; por eso, vistas las
a afirmar ahora que el paganismo no presenta algunos ejemplos que, cosas de un modo meramente pagano, el suicidio es algo indiferente,
estéticamente, nunca se admirarán lo bastante. Como también sería .ilgo que cada uno puede realizar si le place, puesto que a nadie le
una insensatez pretender negar que el paganismo y el hombre natural importa. Para desaconsejar y rechazar el suicidio desde la perspectiva
han podido y pueden llevar, aprovechando todos los recursos favora­ propia del paganismo habría que dar un rodeo muy largo con el fin
bles de su disposición, una vida rica en los mayores placeres estéticos de mostrar así que el suicida violaba los deberes que ligan a todo
y llena de exquisitez, haciendo incluso que el arte y la ciencia les hombre con los demás hombres. Pero, en todo caso, al pagano no se
sirvan para elevar, embellecer y ennoblecer los placeres. Pero, cabal­ le pasaba ni siquiera por las mientes la gravedad definitiva del suici­
mente por eso, el concepto estético de «la falta de espíritu» nunca dio, a saber, que éste sea precisamente un crimen contra Dios. Por
nos podrá ofrecer la medida de lo que sea o no sea la desesperación; eso no se puede decir que el suicidio fuese una desesperación, pues
para esto será necesario emplear un concepto ético-religioso, a saber, ello no sería sino una absurda inversión de términos, confundiendo
el concepto del espíritu, o la falta negativa de espíritu, la inespiritua- lo primero con lo último; no obstante, se puede afirmar sin ningún
lidad. Y así, será una desesperación — por muy asombrosas que sean titubeo que el hecho de que los paganos juzgaran así en torno al sui­
las hazañas que lleve a cabo, por más que logre esclarecer toda la cidio, constituía una desesperación.
existencia fáctica y por muy intensivo que estéticamente sea su gozo A pesar de todo, siempre habrá una diferencia cualitativa entre
de la vida— toda existencia humana que no tenga conciencia de ser el paganismo en sentido estricto y el paganismo dentro de la cristian­
espíritu, o que no esté personalmente convencida, delante de Dios, de dad, es la diferencia que ya Vigilius Haufniensis* destacó lo bastante
que es espíritu. Será una desesperación; desde luego, toda existencia en relación con la angustia. Esta diferencia consiste en que el paga­
humana que no se funde de un modo transparente en Dios, sino que nismo antiguo desconoce sin duda el espíritu, pero está con todo
prefiera oscuramente reposar y remontarse en las nubes de una u otra orientado hacia el espíritu, mientras que al paganismo dentro de la
abstracción universal — el estado, la nación, etc.— , o perderse del todo cristiandad le falta el espíritu en el sentido de que se ha ido alejando
en la propia oscuridad, empleando todas sus facultades solamente de él, traicionándole, lo que hace que este último y peculiar paganis­
como fuerzas de acción, sin llegar a saber en el sentido más profundo mo represente una negación del espíritu mucho más rigurosa.
de dónde le vienen y, definitivamente, considerando que su propio yo
no es más que un enigma inextricable en las mallas de la interioridad. II. LA DESESPERACIÓN QUE ESTÁ CONSCIENTE DE SERLO. POR TANTO,
Sí, toda esta existencia es una desesperación. Esto es lo que los Padres LA DESESPERACIÓN QUE TIENE CONCIENCIA DE POSEER UN YO EN EL
de la Iglesia querían insinuar cuando afirmaban que «las virtudes de QUE A PESAR DE TODO HAY ALGO ETERNO Y, SIN EMBARGO, EL QUE
LA PADECE: O DESESPERADAMENTE NO QUIERE SER SÍ MISMO,
los paganos son vicios espléndidos»; porque eran de la opinión de
O TAMBIÉN DESESPERADAMENTE QUIERE
que la interioridad del pagano equivalía a la desesperación, que los SER SÍ MISMO
paganos no tenían conciencia, delante de Dios, en cuanto espíritus.
A esto se debe también —cosa que citamos aquí como un ejem­ Aquí, para empezar, se impone como obvia una aclaración, la de si el
plo más, aunque muy estrechamente unida con todo el asunto de desesperado, que está consciente de su desesperación, tiene con todo
nuestra investigación— el que los paganos juzgasen de una manera una idea cabal de lo que es la desesperación. Porque muy bien puede
tan extraordinariamente ligera acerca del suicidio, hasta llegar a ala­ suceder que tal sujeto, conforme a la idea que se ha formado, tenga
barlo. Precisamente el suicidio, el quitarse la vida de ese modo, lo
que para el espíritu representa uno de los pecados mayores que se * Pseudónimo utilizado por Kierkegaard para la publicación de El concepto de
puedan cometer, una verdadera rebeldía contra Dios. Los paganos la angustia.

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derecho a llamarse un desesperado y que incluso tenga razón cuan­ esperación, pero en seguida vuelve a pensar que su malestar se debe
do afirma que está desesperado, pero con esto no queda dicho que a otros motivos, a algo relacionado con lo externo y que de todos
posea la verdadera idea de la desesperación. Quizá haya que decir, modos está fuera de él, acosándole. Y, naturalmente, si eso cambiara
considerando su vida a la luz de esa idea: ¡Amigo mío, en el fondo ya no habría motivo para estar desesperado. También puede ser que
estás todavía mucho más desesperado de lo que tú mismo crees, la nuestro hombre recurra a las distracciones o cosas semejantes — por
desesperación ha echado en ti raíces todavía más profundas! Esto ejemplo, al trabajo y al ajetreo como medios de distracción— para
es lo que acontecía —para recordar una vez más lo anteriormente encontrar íntimamente el modo de defender una cierta penumbra
expuesto— con los paganos; cotejándose con otros paganos se consi­ sobre su propia situación, pero cuidándose muy bien al mismo tiem­
deraban a sí mismos como desesperados, y sin duda que tenían razón, po de no ver claro por qué lo hace, es decir, que está haciendo todo
porque de verdad lo eran, pero no tenían razón pensando que los eso para fomentar aquella penumbra y ensombrecimiento propios. Y,
demás no lo eran, es decir, que los primeros no poseían la verdadera finalmente, incluso puede acontecer que nuestro hombre tenga con­
idea acerca de la desesperación. ciencia de que está trabajando así con el fin de hundir su alma en la
Por eso, para que la desesperación sea consciente se necesita en oscuridad, haciéndolo con una cierta perspicacia y cálculo prudente,
primer lugar tener una idea cabal de lo que es la desesperación. En intencionadamente psicológicos, pero sin saber, en el sentido más
segundo lugar, se necesita que uno tenga lucidez sobre sí mismo, en profundo, lo que verdaderamente está haciendo y cuánta desespera­
la medida, naturalmente, que lucidez y desesperación pueden pen­ ción hay en su modo de comportarse, etc., etc. Pues de seguro que en
sarse juntas. Decimos en la medida en que una plena claridad sobre toda oscuridad e ignorancia existe una especie de concierto dialécti­
sí mismo, acerca precisamente de que uno está desesperado, pueda co entre el conocimiento y la voluntad, y por eso puede uno equivo­
conciliarse en realidad con el estado de desesperación. Porque cabría carse tan fácilmente al juzgar a un hombre en cuanto sólo acentúe el
preguntarse: ¿No debiera esa lucidez de conocimiento, y de conoci­ conocimiento o, por el otro extremo, sólo acentúe la voluntad.
miento propio, arrancarlo a uno de las oscuras garras de la desespe­ Pero lo cierto es, según se dijo anteriormente, que el grado de
ración? ¿No debiera llenarlo de pavor para consigo mismo, de suerte conciencia exalta la desesperación. Esta será tanto más intensa —exac­
que cesara de estar desesperado? Pero dejemos este problema para tamente en la misma proporción— cuanto más acertada sea la idea
más adelante, donde encontraremos sitio adecuado para adentrarnos que se haya formado de la desesperación el hombre que a pesar de
en toda esta investigación concreta. No obstante, sin perseguir ahora todo se mantiene en ella; y también será tanto más intensa cuanto
el rumbo de esta idea hasta su extremo dialéctico, permítasenos sola­ más clara sea la conciencia que el hombre tiene de que está des­
mente llamar la atención sobre el hecho de que de la misma manera esperado, aunque no por ello abandone la desesperación. Así, por
que puede ser muy diverso el grado de conciencia que se tenga acerca ejemplo, mucho más intensa será la desesperación del que se suicida
de lo que la desesperación es, así también puede serlo por lo que teniendo conciencia de que el suicidio es una desesperación — y, por
toca a su propio estado de desesperación. La vida real es demasia­ tanto, teniendo una idea cabal de lo que la desesperación es— , que
do varia como para que solamente se dedique a mostrar semejantes la del que se quita la vida sin tener una idea verdadera de que el sui­
contradicciones abstractas, como, por ejemplo, la que existe entre cidio es una desesperación. En este último caso no puede caber duda
una desesperación plenamente inconsciente de serlo y otra que tenga de que su falsa idea del suicidio comporta una desesperación menos
conciencia plena de ello. Lo más frecuente suele ser que el estado intensa. Por otra parte, cuanto más clara sea la conciencia que tiene
del desesperado venga envuelto en una semioscuridad — la cual a su de sí mismo — autoconciencia— el que se suicida, tanto más intensa
vez viene acompañada de los matices más diversos— acerca de su será su desesperación, sobre todo al compararla con la de aquel cuya
propio estado. Desde luego, el desesperado sabe hasta cierto punto alma, comparada a su vez con la del anterior, se debate en un estado
en su fuero interno que lo está, no puede por menos de notar algún de confusión y tinieblas.
ramalazo de la desesperación sobre sus lomos internos, pero prefiere, En lo que sigue intentaremos dilucidar las dos formas de la des­
como quien lleva incubada una enfermedad en el cuerpo, no declarar esperación consciente, pero haciéndolo de tal manera que al mismo
abiertamente de qué enfermedad se trata. En un momento nuestro tiempo se vea un crecimiento de la conciencia en torno a la esencia de
hombre está casi convencido de que su estado es una auténtica des­ la desesperación y también en torno al propio estado de uno en cuan­

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to es de desesperación; o lo que es lo mismo y lo decisivo en este caso: ti) La desesperación por lo terrenal, o por algo terrenal
de tal modo que se vea el crecimiento de la conciencia en torno al yo.
Ya se sabe que lo contrario de estar desesperado es tener fe, y por eso lista es la pura inmediatez, o la inmediatez que contiene una reflexión
—en plena conformidad con lo que dejamos expuesto anteriormen­ simplemente cuantitativa. En este caso no se da ninguna conciencia
te— diremos ahora que aquella fórmula que dimos como descripción infinita en torno al yo, o acerca de lo que sea la desesperación, ni
del estado en que no hay absolutamente nada de desesperación vuel­ tampoco acerca del estado de desesperación en que uno está. La des-
ve a tener aquí plena vigencia como fórmula de la fe: relacionándose
consigo mismo y queriendo ser sí mismo, el yo se apoya lúcido en
el Poder que lo fundamenta. (Véase el capítulo I del Libro primero.) delicada..., y, sin embargo, su esencia es la entrega, y lo maravilloso del caso es que
lodo lo aludido no es propiamente sino una expresión de que su esencia es la entrega.
Pues cabalmente porque su esencia entraña la total entrega femenina, cabalmente por
1. La desesperación de no querer uno ser sí mismo eso la naturaleza ha dotado amorosamente a la mujer de un instinto, de una finura tan
o la desesperación de la debilidad enorme que en su comparación la reflexión masculina más eminentemente desarro­
llada es como una nada. Esta capacidad de entrega de una mujer, o como decían los
Al llamarla de la debilidad a esta forma de desesperación se está in­ griegos, este don de los dioses y esta riqueza son un tesoro demasiado grande como'
para que se pueda desperdiciar a ciegas; y, sin embargo, ninguna humana reflexión
cluyendo ya en ello una reflexión acerca de la segunda forma, de la
contemplativa sería capaz de ver con suficiente claridad el modo recto de emplear
que se hablará en el próximo apartado 2, es decir: la del que deses­ ese tesoro. Por eso, la naturaleza misma ampara a la mujer, de suerte que ésta, en su
peradamente quiere ser sí mismo. Por lo tanto, la mutua oposición ceguera, instintivamente, sea capaz de ver con mayor claridad que la más clarividente
de ambas formas no es más que relativa. Porque, en verdad, no existe inteligencia reflexiva qué es lo que merece su admiración y dónde debe entregarse.
ninguna desesperación que no entrañe obstinación o desafío. Aquí, MI abandono es lo único que la mujer tiene, y por esta razón la misma naturaleza se
encarga de ser su defensora. A esto se debe también el que la femineidad no nazca sino
por ejemplo, la misma expresión «no querer ser...» nos está indi­ mediante una metamorfosis; es decir, que la mujer aparece de veras cuando la infinita
cando obstinación. Por otra parte, la suprema obstinación de una gazmoñería se trasmuta y se revela como abandono femenino. Pero, a su vez, el que
desesperación nunca deja de venir acompañada de cierta debilidad. la esencia de la mujer sea el abandono, da lugar a la desesperación, es también un
En una palabra, que la diferencia mutua es sólo relativa. Podríamos modo de desesperación. En la entrega se ha perdido la mujer a sí misma y solamente
así es feliz, solamente es ella misma; porque, desde luego, no tiene ni un adarme de
decir que la primera forma es típica desesperación de la femineidad
femineidad la mujer que sea feliz sin el abandono, es decir, sin entregar su propio yo,
y que la segunda lo es de la virilidad1. por muchas que por otra parte sean las cosas que entregue. Un hombre también se
entrega, y sin duda que es un mal hombre el que no lo hace; pero el yo del hombre
no es el abandono —ya que ésta es la fórmula del esencial abandono femenino— ; ni
1. Si guiados por la psicología hiciéramos una excursión por la realidad, ten­ tampoco se puede afirmar que el hombre alcance su yo mediante la entrega, como en
dríamos ocasión de comprobar que este caudal rico de ideas puede muy bien verificar­ cierto sentido es lo peculiar de la mujer, sino que aquél ya lo tiene de antemano cabe
se y que de hecho se verifica, de suerte que nuestra clasificación anterior abarca toda sí mismo. El hombre también se entrega, pero su propio yo queda todavía a su lado,
la realidad de la desesperación. En primer lugar, por lo que al niño atañe, no solemos como una cierta conciencia sobria en torno al abandono; en tanto que la mujer, con
hablar de desesperación, sino solamente de enfados; pues aunque con toda razón pre­ toda su auténtica femineidad, se precipita y lanza su propio yo en el objeto de su aban­
suponemos que lo eterno está presente KaTa Súvajnv en el niño, sin embargo no dono. Si este objeto queda eliminado, entonces se esfuma también el yo de la mujer y
tenemos derecho a exigir de él lo que con toda razón podemos exigirles a los adultos, aparece su típica forma de desesperación, a saber: la de no querer uno ser sí mismo.
a saber, que lo eterno sea actual en ellos. Por otra parte, no pretendo negar en modo Sin duda que no es éste el modo que el varón tiene de entregarse, y por eso existe
alguno que en la mujer puedan darse formas de desesperación masculina e, inversa­ para él una segunda forma, típicamente masculina, de desesperarse, esto es: la del que
mente, que entre los varones se den formas de desesperación femenina; pero éstas son desesperadamente quiere ser sí mismo.
excepciones. Y esto es comprensible, ya que lo ideal es muy raro; y por eso solamente Todo esto que acabamos de decir se refiere a la relación que media entre la des­
en pura idealidad es del todo verdadero lo que se pueda decir acerca de esa diferencia esperación de la virilidad y la desesperación de la femineidad. Sin embargo, hemos de
entre la desesperación de la femineidad y la desesperación de la virilidad. En la mujer, recordar que aquí no se trata del abandono con respecto a Dios, ni tampoco se habla
por mucho que ésta aventaje al varón en delicadeza y finos sentimientos, no se da esa de la relación con Dios, ya que de todo esto se hablará en la segunda parte. Pues por
profundidad subjetiva y desarrollada que caracteriza al varón, ni tampoco se da, en el lo que atañe a la relación con Dios —donde desaparece la diferencia de varón y mu­
sentido decisivo, la intelectualidad. En cambio, la esencia de la mujer es la entrega, el jer— vale tanto para el varón como para la mujer el principio de que el abandono es el
abandono; y no hay femineidad donde no haya eso. Es bastante curioso que nadie sea yo y de que éste ha de conquistarse a través del abandono. Esto es valedero igualmente
capaz de igualar en melindres a una mujer — para la cual parece que el idioma mismo para el varón y para la mujer, aunque hemos de añadir que en la mayoría de los casos
ha ido acuñando esa palabra— , tan melindrosa que a veces llega a hacerse cruelmente la mujer realmente no se relaciona con Dios sino a través del varón.

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esperación aquí es un mero sufrir, un sufrir bajo las presiones de enormemente frágil, y por eso cualquier quid nimis [nimiedad] que
lo externo, sin que nunca proceda del interior como una verdadera exija reflexión es capaz de llevar hasta la desesperación al hombre
actividad. Por eso, el que en este caso y con el lenguaje propio de la que tenga puesta toda la vida en ella.
inmediatez se empleen palabras como «el yo» y «la desesperación», Por lo tanto, nuestro hombre desespera; o mejor dicho, nuestro
viene a representar una especie de inocente — más o menos— abuso hombre está tan lleno de espejismos y mixtificaciones en lo que a sí
del idioma y un juego de palabras, algo así como cuando los niños mismo respecta, que llama a eso la desesperación. Sin embargo, la
juegan a los soldados. desesperación consiste en que se pierda lo eterno..., y nuestro hom­
El hombre inmediato* — en cuanto en la realidad pueda darse bre no habla para nada de esa pérdida, ni siquiera se le ha pasado
una inmediatez totalmente desprovista de reflexión— no está más por las mientes o en sueños. Perder lo terrenal no es propiamente
que anímicamente determinado, y su yo y él mismo no son más que desesperación, y, sin embargo, aquél no habla de otra cosa y a eso
un simple algo dentro del conjunto de la temporalidad y la munda­ lo llama desesperar. Lo que él dice es verdad en cierto sentido, sólo
nidad, en estrecha interdependencia con lo otro (tó eTepov) y so­ que no es verdadero de la manera que él lo comprende. Pues está si­
lamente teniendo una apariencia ilusoria de que haya algo eterno tuado de espaldas a la cosa, y por eso lo que dice hay que entenderlo
en él. De esta manera, el yo se enlaza inmediatamente con lo otro, a contrapelo. Está como plantado y señalando con el dedo lo que
deseando, anhelando, gozando, etc., pero en definitiva siempre pa­ en realidad no es desesperación, cuidándose muy bien de advertir
sivo. Incluso cuando anhela, este yo no es más que un dativo, como a todo el mundo que él es un desesperado; pero lo que verdadera­
le pasa al niño que siempre está diciendo para mí. Este hombre no mente acontece, sin él saberlo, es que la desesperación le carga por la
conoce otra dialéctica que la de lo agradable y lo desagradable, y sus espalda. Esto es lo mismo que si alguien se encontrara plantado en la
conceptos favoritos son: dicha, desgracia y destino. plaza del Ayuntamiento o de la Catedral, pero de espaldas a ambos
He aquí que a este yo inmediato le acontece, le sobreviene (sobre­ edificios, y señalando con el dedo hacia adelante les dijese a todos los
viene) algo que le lleva a desesperar. Este suceso no puede ser de otra que cruzaban una u otra plaza: «¡Ése es el Ayuntamiento!», «¡Ésa es
manera, ya que el yo en cuestión no encierra en sí ninguna reflexión la Catedral!». No cabe duda, semejante cicerone tiene razón, uno y
y, en consecuencia, lo que le lleva a la desesperación ha de ser algo otro edificio están ahí, pero es preciso que antes se dé media vuelta.
que le venga de fuera, convirtiéndosele la desesperación en una mera Esto exactamente es lo que ocurre con nuestro hombre, porque no es
pasividad. Por tanto, la cosa sucede del modo siguiente: aquello en verdad que esté desesperado, aunque tiene razón al decir que lo está.
que el hombre inmediato tiene puesta su vida, o, en cuanto todavía Por eso, a pesar de todo, se llama desesperado, se considera como
hay en él una leve sombra de reflexión, aquella parte de vida interior muerto y como una sombra de sí mismo. Pero no es que esté muerto,
a la que se siente especialmente vinculado, le es arrebatada «por un todavía hay, como se suele decir, hombre con vida. Bastaría que todo
golpe del destino» y llega a ser —para usar su propia expresión— un cambiase de repente, toda esa exterioridad que le cohíbe, bastaría
desgraciado; es decir, que la inmediatez en él se ha quebrado de tal que sus deseos se cumpliesen y entonces le volveríamos a ver rebo­
manera que ya no puede volver a ensamblarse y no tiene más reme­ sante de vida fresca y jovial en medio de una inmediatez reincorpora­
dio que desesperar. O también puede suceder —cosa que en la reali­ da. Porque ésa es la única manera de lucha que la inmediatez conoce,
dad se ve pocas veces, pero que en el sentido de la pura dialéctica no lo único que ella sabe: desesperar y desmayarse..., y, sin embargo,
implica ninguna imposibilidad—que esta desesperación, propia de la de nada tiene menos idea que acerca de lo que la desesperación sea.
inmediatez, sobrevenga con ocasión de lo que el hombre inmediato Desespera y se desmaya, y luego yace completamente inmóvil como
llama una dicha demasiado grande. La inmediatez, en efecto, es algo si estuviera muerta, dominando a la perfección ese arte de «hacerse
el muerto». Con la inmediatez acontece como con ciertos animales
inferiores, los cuales no tienen ninguna otra arma ni medio de defen­
«Espontáneo», por oposición a «reflexivo», sería aquí la pronta traducción sa que el de quedarse tumbados en el suelo, completamente quietos y
castellana de este adjetivo que el autor emplea como sustantivo. Pero hemos preferido como si de veras estuvieran muertos.
respetar la literalidad del texto, pues en Kierkegaard esa palabra se convierte en la
Y así se va pasando el tiempo. Si soplan vientos favorables en lo
categoría más directa y frecuente para designar el primer estadio de la existencia, el
estadio «estético». exterior de la vida, entonces nuestro desesperado vuelve también a

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reanimarse, empezando por donde lo había dejado —puesto que un que no tuviera otras complicaciones que las que pueda representar
yo tampoco lo fue ni llegó a serlo nunca— y sigue viviendo en la pura un simple cambio de vestimenta. Desde luego, el hombre inmediato
inmediatez. En cambio, si los vientos son adversos, entonces suele no se conoce a sí mismo; sólo se conoce literalmente por la ropa que
suceder algo muy distinto con nuestro hombre. Sin duda que todavía lleva, o le atribuye —lo que es, una vez más, el colmo de la comici­
es una personalidad con un poco de vida, pero él mismo se lamenta dad— la posesión de un yo a la mera exterioridad. ¿Acaso puede dar­
de que «ya no volverá a ser jamás el que fue». Todavía le queda, natu­ se un trastrueque más ridículo? Ya que el yo es infinitamente diverso
ralmente, un poco de sentido para las cosas de la vida, todavía sigue de toda exterioridad. Por eso cuando a nuestro hombre se le tuercen
en la escuela donde sólo se aprende a imitar a los demás hombres y las cosas del mundo exterior y la desesperación está inevitablemente
sus formas de comportarse en la vida —y así también él va vivien­ con él, se pone en seguida a hacer cábalas y todos sus deseos se cifran
do— . Si habita dentro de la cristiandad, nuestro hombre es además en la siguiente exclamación: ¿Por qué no llegué a ser otro distinto?
cristiano, va a la iglesia todos los domingos, escucha y entiende lo ¿Por qué no conseguí para mí un nuevo yo? Claro que si lo hubiese
que el sacerdote dice — ¡sí, se entienden muy bien mutuamente!—, y conseguido tampoco le habría servido de nada, pues sin duda que en
a la hora de morir, aquél le introduce en la eternidad por la módica este caso se desconocería tanto como en el primero. Todo esto me
cantidad de diez monedas..., pero lo que es un yo nunca lo fue, ni se recuerda la historia de aquel labriego que llegó descalzo a la ciudad,
esforzó lo más mínimo por llegar a serlo. pero que había ganado una tan respetable suma que pudo comprarse
Esta forma de desesperación consiste en que uno desesperada­ un par de zapatos y medias nuevas, quedándole todavía lo suficien­
mente no quiera ser sí mismo; o consiste, lo que es todavía más bajo, te como para coger una borrachera de las buenas... La historia nos
en que uno desesperadamente no quiera, en general, ser un yo; o cuenta además que tan borracho como estaba no pudo encontrar
consiste, cosa la más baja de todas, en que uno desesperadamente el camino de su aldea, y mientras lo buscaba se quedó dormido y
quiera ser otro distinto; anhelando con todas sus fuerzas un nuevo cruzado en medio de la carretera. A la hora del alba vino por allí un
yo. La inmediatez de la vida no comporta propiamente ningún yo, coche de caballos al galope, los cuales, naturalmente, tuvieron que
ningún conocimiento propio y, en consecuencia, tampoco encierra pararse en seco. El cochero se puso a gritar como un loco, diciéndole
ninguna capacidad de reconocimiento de uno mismo. Ésta es la razón que o se hacía inmediatamente hacia la cuneta, o no tendría más
de que en la inmediatez todo termine sin pena ni gloria, en la farsa y remedio que pasar por encima de sus piernas. Con tantos gritos, el
en las aventuras. Y mientras uno vive desesperado en la inmediatez labriego borracho se despertó y, atendiendo a lo que el cochero de­
no tiene ningún arresto personal para desear y ni siquiera para soñar cía, se puso a mirar sus piernas, pero al ver las medias y los zapatos
que se ha llegado a ser lo que nunca se fue. El hombre inmediato nuevos que las cubrían no las conoció, con lo que se puso a gritar a su
cubre su déficit de otra manera, es decir, anhelando ser otro distin­ vez: «¡Pasa, que no son las mías!». Lo mismo acontece con el hombre
to. Para comprobarlo, basta observar un poco a la multitud de los inmediato que está en la desesperación. Por eso es imposible describir
hombres inmediatos y en seguida se verá que su deseo más íntimo, su situación sin hacer hincapié en su lado cómico, tan cómico que en
en los momentos de la desesperación, no es otro que haber sido o cierto sentido hay que hacer mil equilibrios para poder expresarse
llegar a ser otros distintos. Es un espectáculo lastimoso, pero en todo aquí con esa jerga en torno al yo y a la desesperación.
caso es imposible contener la risa cuando se contempla a semejan­ La desesperación se modifica un poco cuando se supone que la in­
tes seres desesperados, los cuales, humanamente hablando, además mediatez contiene alguna reflexión. Entonces, al tener el hombre un
de ser unos desesperados son unos ingenuos. Por lo general un tal poco más de conciencia de sí mismo, la tiene también mayor acerca
desesperado es infinitamente cómico. La comicidad estriba en que de lo que es la desesperación y de que su propia situación es desespe­
uno está pensando habérselas con un yo —y después de Dios nada rada. Aquí ya no es tan absurdo que el hombre en cuestión diga que
hay tan eterno como un yo— y resulta que ese yo tiene la ocurrencia está desesperado. Sin embargo, esta desesperación es esencialmente
de estar pensando si no sería factible llegar a ser otro distinto. Esto la de la debilidad y, en consecuencia, no es otra cosa que pasividad.
es, precisamente, lo que le tiene en vilo a nuestro desesperado, cuyo Su forma consiste en no querer uno, desesperadamente, ser sí mismo.
único deseo es lograr la transformación más insensata de todas las En seguida se ve que esta desesperación es un avance en relación
transformaciones, puesto que está soñando con un cambio personal a la desesperación peculiar de la pura inmediatez; ya que aquí la

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desesperación no siempre sobreviene en virtud de un choque o de muflado de la inmediatez— que es la primera forma del yo infinito
algo que simplemente le acontece a uno, sino que puede surgir de la y la fuerza motriz de todo el proceso en que un yo cualquiera asume
misma reflexión en el propio sujeto, de suerte que ya no sea sólo una infinitamente su yo real con todas sus dificultades y ventajas.
pasividad o sometimiento a la presión de lo externo, sino que hasta Por lo tanto, nuestro hombre desespera y su desesperación con­
cierto punto se trata de un esfuerzo personal, de una actividad. Aquí siste en no querer ser sí mismo. No es que se le meta en la cabeza la
hay sin duda un cierto grado de reflexión interior y, consiguientemen­ ridiculez de querer ser otro, ya que mantiene adjunta la relación al
te, un cierto grado de vuelta al propio yo. Con este cierto grado de propio yo, en cuanto la reflexión lo ha ligado consigo mismo. Pero
reflexión interior comienza un acto de escrutinio, mediante el cual el con todo le pasa algo extraño en la relación consigo mismo, algo
yo cae en la cuenta de sí mismo en cuanto esencialmente distinto del asf —lo cómico aquí consistirá en que el lazo que une a un hombre
mundo circundante y de toda la exterioridad con sus presiones. Pero con su propio yo nunca puede ser tan débil como el que le una con
hemos dicho de todo esto que «hasta cierto punto». Pues no suele ser su domicilio particular— como lo que le ocurriría a un hombre en
raro que este yo choque con alguna que otra dificultad en la profun­ relación con su domicilio al hacérsele insoportable porque el humo u
da estructura y necesidad del mismo yo tan pronto como intente, en otra cosa parecida había inundado todas sus habitaciones. ¿Qué ocu­
virtud de aquella poca reflexión interior, asumir el yo entero. Porque rriría? Pues muy sencillo, que el segundo abandonaba su casa por el
se puede afirmar que así como no hay ningún cuerpo humano que momento, pero sin marcharse muy lejos y mucho menos sin concebir
sea perfecto, así tampoco ningún yo. Por lo tanto, aquella dificultad, la idea de irse a vivir a otra parte, sino considerando todavía aquella
cualquiera que ella sea, le hace retroceder lleno de espanto. O a nues­ casa como su domicilio particular y pensando que el motivo de la au­
tro sujeto le sucede algo que le lleva a romper con la inmediatez con sencia no duraría mucho. Exactamente lo mismo es lo que le ocurre
mucha más profundidad que lo hiciera la reflexión; o también puede al desesperado. Desde luego, no se atreverá ni por lo más remoto,
suceder que su imaginación descubra una posibilidad en ciernes, que según suele decirse con mucho énfasis, a retornar a sí mismo mien­
de verificarse señalaría la ruptura con la inmediatez. tras la dificultad persista; en esas condiciones no quiere ser sí mismo.
En una palabra, que nuestro sujeto está desesperado. Su desespe­ Pero probablemente — ¡eso es lo que él sueña!— todo eso pasará muy
ración es la de la debilidad, es decir, un cierto estado pasivo del yo, pronto o quizá cambie, y entonces habrá que olvidar para siempre
por contraste con la desesperación de la autoafirmación del yo. Claro aquella posibilidad sombría. Mientras tanto nuestro hombre viene de
que en este caso, y en virtud de la relativa reflexión interior que con­ vez en cuando de visita a sí mismo, para verificar si se ha producido
tiene, nuestro sujeto intenta defender su propio yo y de esta manera algún cambio. Y tan pronto como se produce algún cambio, se muda
vuelve a diferenciarse del que está metido del todo en la pura inme­ otra vez a su casa y, según su propia expresión, «vuelve a ser sí mis­
diatez. Nuestro hombre comprende que es un mal paso ése de dejarse mo». Pero esto no es más que un modo de hablar, pues en realidad
escapar el yo de entre las manos y por eso los golpes que recibe no solamente comienza donde lo había dejado, puesto que sólo era un
le dejan tumbado en el suelo con el derrame cerebral que padece el yo hasta cierto punto y de ese punto nunca pasó más adelante.
hombre inmediato; aquél comprende también, con la ayuda de la Pero si no ha cambiado nada, entonces se comporta de una mane­
reflexión, que son muchas las cosas que un hombre ha de estar dis­ ra muy distinta. Se aparta en seguida y por completo de la dirección
puesto a perder antes que el propio yo y por eso hace concesiones y hacia el interior, por la cual debió seguir para ser de verdad un yo.
está dispuesto a no perderse. Y, en definitiva, ¿por qué? Porque hasta Todo el problema del yo, entendiéndolo en el sentido más profundo,
cierto punto ha liberado su propio yo de las garras de la exterioridad, no será en adelante más que una especie de puerta condenada en el
porque vislumbra que a pesar de todo tiene que haber algo de eterno fondo de su alma, sin nada detrás de ella. Entonces asumirá todo
en el yo. Pero su manera de luchar es inútil. Porque la dificultad con aquello que en su lenguaje representa su propio yo, es decir, todo lo
que ha tropezado exige una ruptura con todo lo inmediato y para que pueda darse de habilidad y talento en él..., todo esto, sin embar­
esto le falta la reflexión propiamente interior, o la reflexión ética. go, lo asumirá completamente orientado hacia el exterior, hacia lo
No tiene, en el fondo, ninguna conciencia de un yo que haya de ser que se llama vida, la vida real y la vida activa; tomando solamente al­
conquistado a través de una abstracción infinita de todo lo externo, gunas medidas de precaución con la poca reflexión que todavía haya
hasta llegar al yo abstracto y desnudo —por contraste con el yo ca­ en él, no sea que reaparezca lo que yace condenado en el trasfondo

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de su alma. Así logrará ir olvidándose poco a poco y con el tiempo vida espiritual, y de éstos la mayoría vuelve pronto la vista atrás. Y es
lo hallará totalmente ridículo, especialmente cuando esté en sociedad (|iic la mayoría de los hombres no han aprendido a temblar, no han
con otros seres hábiles y activos, los cuales poseen unos conocimien­ .iprendido los imperativos del deber, y de esta manera no les importa
tos y una destreza maravillosa para la vida real. ¡Todo esto es un nada, absolutamente nada, todo lo que en ese orden les pueda acon-
encanto! Y así ya tenemos, como en las novelas, que nuestro hombre icccr. Por eso toleran sin inmutarse el que en el mundo se considere
lleva felizmente muchos años de casado, que es un hombre activo y eso de cuidarse uno de su propia alma y querer ser espíritu como una
emprendedor, padre y ciudadano, y quizá incluso un gran hombre. ibsoluta pérdida de tiempo —cosa que a ellos mismos ya les parecía
En su casa los criados le llaman en voz baja: «El mismo». En la ciu­ una contradicción; mucho más hiriente, sobre todo, si reforzaban su
dad es tenido entre los más honorables. Trata a los demás con toda opinión con los criterios del medio ambiente—, sí, como una irrespon­
consideración personal y todos, a su vez, han de mostrar la máxi­ sable pérdida de tiempo, que debiera ser castigada en lo posible por las
ma consideración para con su persona. Lo que significa, según todas mismas leyes civiles, o al menos despreciada y escarnecida como si se
las consideraciones, que es una persona. Y dentro de la cristiandad i ratara de una especie de traición para con los hombres y de una terca
es un cristiano —completamente en el mismo sentido que en el paga­ locura que insensatamente pretende estar llenando el tiempo con nada.
nismo sería un pagano y en Holanda un holandés—, y un cristiano de Y así, con semejantes ideas, es bien fácil de explicar el comporta­
los cultos. Con mucha frecuencia le ha preocupado el problema de miento de tales hombres. Hubo un momento en sus vidas — ¡el mejor
la inmortalidad y más de una vez le ha preguntado al sacerdote si ile todos los momentos!— en que empezaron a tomar la dirección
de veras existe una tal inmortalidad y si realmente uno volverá a re­ interiorizadora; pero no tardaron mucho en surgir las primeras difi­
conocerse de nuevo. Naturalmente que esta última pregunta ha de cultades y rápidamente abandonaron ese camino, pareciéndoles que
encerrar un interés muy especial para él, ya que no tiene ningún yo. por él se terminaba en un desolado desierto..., «und rings umher liegt
No es posible describir con rasgos auténticos esta forma de deses­ schóne grüne Weide»*.
peración sin un cierto caudal de sátira. Lo cómico está en que nuestro Entonces se ponen a buscar por esas otras partes y olvidan aquel
hombre suele hablar a veces de lo desesperado que estuvo alguna vez su mejor momento, sí, lo olvidan como si fuera una niñería. Y por
en la vida; lo terrible consiste en que su estado actual — después de otra parte, en cuanto cristianos que son — ¡faltaba más!— en me­
haber superado la desesperación, según él mismo opina— es pre­ dio de la cristiandad, están bien tranquilizados por sus sacerdotes en
cisamente la desesperación. Y lo más cómico del caso está en que todo lo que concierne al asunto de su felicidad.
el fundamento de toda esa sabiduría de la vida, tan ensalzada en el Como queda dicho, esta desesperación es la más común de to­
mundo, y de todo ese repertorio satánico de buenos consejos y pru­ das; tan común, que sólo así se explica también esa creencia bastan­
dentes palabras — «deja que pase el tiempo», «no te apures», «todo te general entre las gentes de negocios y vida activa, según la cual la
se arreglará», etc.— no es otro, entendiéndolo idealmente, que una desesperación debe ser algo pertinente de suyo a la juventud, algo
completa estupidez que ni sabe dónde está el verdadero peligro ni en que exclusivamente le acontece a uno en los años jóvenes, pero
qué consiste. Claro que esta completa estupidez ética representa a su que no hay por qué andar buscándolo en los hombres hechos y
vez algo verdaderamente espantoso. derechos, que ya hace tiempo alcanzaron la suficiente madurez de
La desesperación por lo terrenal o por alguna cosa terrenal es la alma y cuerpo. Sin embargo, todo este modo de opinar no es más
especie de desesperación más extendida, y sobre todo en su segun­ que un error de la misma desesperación o, mejor dicho, una equi­
da forma, como inmediatez que contiene una pequeña dosis de re­ vocación desesperada que no tiene ojos para ver que la mayoría de
flexión. En general, cuanto más impregnada de reflexión venga una los hombres, considerados en su esencialidad, no han avanzado en
desesperación, tanto menos se reconocerá o aparecerá en el mundo. realidad a lo largo de toda su vida ni siquiera un paso más allá de
Pero esto demuestra que por más que la mayoría de los hombres no
estén muy hundidos visiblemente en la desesperación, no por eso de­
jan de ser desesperados. Se dan muy pocos hombres que al menos de
* La cita del Fausto recoge las palabras de Mefistófeles al cerrar el trato de la
una manera débil vivan bajo la categoría del espíritu; ni tampoco son compra del alma de su héroe, después de hablarle del «seco erial» en que se mete a
muchos, desgraciadamente, los que por lo menos intenten llevar una girar el que especula..., «mientras en rededor existen verdes y hermosos pastos».

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lo que ya fueron durante la infancia o en la juventud, a saber: una es espíritu y no simplemente una criatura animal— , es una tontería,
pura inmediatez, cubierta de una pequeña dosis de reflexión. ¡Ah, y repito, eso de creer que la fe y la sabiduría nos vienen con los años,
si sólo fuera que en virtud de esa equivocación no se viese eso! Esto .ilgo así y tan bonitamente como pasa con los dientes, la barba y otras
sería casi lo mejor que podíamos afirmar de los hombres, pues con vosas por el estilo. Por muchas que sean las cosas a que el hombre
frecuencia es mucho peor lo que está sucediendo. De todos modos, llegue sin más, o que le lleguen sin más al hombre..., hay una que
la desesperación no es un mero incidente peculiar en los jóvenes, ni i lertamente no le llega de esa manera, a saber, la fe y la sabiduría.
algo que simplemente se deja atrás con los años y del mismo modo I >e hecho el hombre, en el sentido espiritual, no llega sin más y con
que, según se dice, «con los años se van perdiendo también las ilu­ los años a ninguna cosa, ya que esta categoría, que implica la fatali­
siones». Claro que no es verdad que se pierdan las ilusiones, y esto a dad y la ausencia de todo esfuerzo, está cabalmente en la oposición
pesar de que la necedad humana sea tan grande como para sostener más enconada con el espíritu; al revés, lo que con los años y sin más
lo contrario. Por ejemplo, ¿quién no se ha topado muchas veces con suele suceder es que fatalmente siempre se va perdiendo algo. Con
hombres y mujeres y viejos que tienen en la cabeza, o donde sea, los años, por ejemplo, se va perdiendo quizá lo poco de pasión, sen­
infinitamente más ilusiones infantiles que las que pueda conocer timiento e imaginación que se tenía, y también la poca interioridad
un jovenzuelo? Lo que sucede es que en este punto suele pasarse de que uno era dueño, para caer sin más —pues esto sí que puede
por alto el hecho de que la ilusión reviste propiamente dos formas: ocurrir sin más— en una comprensión completamente trivial de la
una la de la esperanza y otra la del recuerdo. La juventud posee la vida. Y es muy probable que el hombre inevitablemente desesperado
ilusión de la esperanza y el adulto la del recuerdo. Pero precisamen­ considere como un bien esta nueva situación introducida sin duda
te porque el adulto está en la ilusión, precisamente por eso tiene ninguna por los años; es muy probable que la considere como «una
también una idea preconcebida acerca de las ilusiones, como si no situación mucho mejor», convenciéndose fácilmente —y en un sen­
hubiera más ilusiones que las de la esperanza. Y, sin embargo, este tido satírico nada hay más cierto— de que de ahora en adelante ya
falso criterio es comprensible, ya que las ilusiones de la esperanza nunca jamás se le ocurrirá desesperar. Desde luego que no; ha toma­
no preocupan al adulto lo más mínimo; al revés, lo que entre otras do todas las medidas de seguridad posibles, porque está desesperado
cosas le preocupa es ese ridículo afán de situarse en la perspectiva y sin un adarme de espiritualidad que lo revierta de la desesperación.
supuestamente superior, desde la cual contempla sin ilusión, allá en ¡Esto es lo que pasa con los años! ¡No es extraño que Sócrates, al
el fondo, las ilusiones de la juventud. Los jóvenes viven en la ilusión, conocer tanto a los hombres, amase a los jóvenes!
esperando que lo extraordinario surja del seno de la vida y de sí Y aunque no fuera así, aunque ningún hombre con los años su­
mismos; por el contrario, en los adultos la ilusión aparece con fre­ cumbiese a la forma más trivial de la desesperación, no por eso ten­
cuencia estrechamente vinculada con el modo que éstos tienen de dríamos que decir que la desesperación sólo estaba reservada para
recordar su juventud. ¿Acaso no hemos visto muchas veces que una la juventud. Porque un hombre, aun suponiendo que se desarrolle
mujer mayor — que por su edad debiera ya haber renunciado a to­ realmente con los años y llegue a madurar en él una auténtica con­
das las ilusiones— estaba más fantásticamente ilusionada que cual­ ciencia en torno al yo, puede muy bien desesperarse en una forma
quier muchacha en flor? ¡Cuánto no le ilusiona a la mujer mayor más alta. Y si no se desarrolla realmente con los años, no cayendo
el recuerdo de cuando era muchacha, de lo dichosa que se sentía por otra parte en la pura banalidad, entonces quiere decirse que per­
entonces y lo hermosa que fue...! Este fuimos, tan frecuente en los manece, poco más o menos, siendo un hombre joven, un mozalbete,
labios de los viejos, está tan lleno de ilusiones como pueda estarlo un hombre bien parecido, padre de familia y con algunas canas en la
la perspectiva abierta hacia el futuro que es propia de los jóvenes. cabeza, pero en definitiva conservando algo de lo bueno que caracte­
Unos y otros mienten, y si no mienten, poetizan. riza a los jóvenes y, en consecuencia, expuesto también a desesperar
Además, hay otra manera completamente distinta y desesperada como un joven, es decir, por lo terrenal o por alguna cosa terrenal.
de equivocarse pensando que la desesperación sólo pertenece a la Sin duda que puede darse alguna diferencia entre la desespe­
juventud. En general, es una solemne tontería —que precisamente se ración de semejante viejo y la de un joven, pero siempre será una
deriva de la incomprensión que se tiene acerca de la naturaleza del diferencia secundaria y meramente accidental. El joven desespera
espíritu y, consiguientemente, del desconocimiento de que el hombre por el porvenir, como si se tratara de un presente en futuro; en el

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porvenir hay algo con lo que no quiere cargar el joven, con lo que h) La desesperación en torno a lo eterno o por uno mismo
no quiere ser sí mismo. En cambio, el hombre de edad desespera
por el pasado, como si éste fuera un presente en pretérito, rebelde a I )csesperarse uno por lo temporal o por alguna cosa temporal equi­
ser cada vez más pasado..., porque, en realidad, nuestro hombre no vale también, en el sentido propio, a la desesperación en torno a lo
está tan desesperado como para haber logrado olvidar totalmente eterno y por uno mismo, ya que esta última es la verdadera deses­
el pasado. Quizá este pasado sea algo que debiera provocar el arre­ peración y la fórmula de toda desesperación2. A pesar de esto, el
pentimiento. Mas para que el arrepentimiento surja es necesario desesperado que se describió anteriormente no caía en la cuenta,
que se empiece por desesperar a fondo, hasta que la desesperación por así decirlo, de lo que estaba sucediendo a sus espaldas. En gene­
se desborde, de suerte que la vida espiritual pueda brotar rauda des­ ral esta clase de desesperados opina que lo están por lo temporal y,
de las mismas raíces. Pero nuestro sujeto está desesperado de una en consecuencia, no hacen más que hablar de estas o aquellas cosas
forma que no se atreve a tomar esa decisión. Permanece plantado temporales que los tienen desesperados, cuando en realidad están
donde estaba y deja que el tiempo corra..., y si las cosas empeoran, desesperados de lo eterno. Esto es evidente, y lo demuestra con toda
entonces desespera todavía más, olvidando todo lo que puede y claridad el mismo hecho de que aprecien tanto lo temporal. O dicho
convirtiéndose así en su propio alcahuete, en vez de ser el penitente de una manera más completa: eso es lo que demuestra, en definitiva,
arrepentido que debiera. Sin embargo, tanto en el caso del joven el hecho de que aprecien tanto algunas de las cosas temporales, una
como del hombre adulto, la desesperación es aquí esencialmente la vez que las han convertido en todo lo temporal y, consiguientemente,
misma, puesto que no se llega a ninguna metamorfosis que favorez­ apreciándolo desmedidamente.
ca la pronta incorporación de la conciencia de lo eterno en el yo, Esta desesperación constituye ciertamente un progreso conside­
con lo que podría desencadenarse la batalla de las dos posibilidades: rable. Si la desesperación anterior era la de la debilidad, podemos
la de una desesperación en una forma todavía más profunda, o la de afirmar que ésta de ahora es una desesperación por su propia debili­
terminar alcanzando la fe. dad, forma que por otra parte —en cuanto todavía sigue mantenién­
Ahora cabría preguntar: ¿Acaso r o es una diferencia esencial la dose a pesar de todo dentro del concepto esencial de la «desespe­
que existe entre esas dos expresiones que hasta aquí hemos empleado ración-debilidad»— es distinta de la que trataremos en el apartado
de modo idéntico, a saber, desesperar por lo terrenal — que indica siguiente, es decir, de la «desesperación-desafío». La diferencia, pues,
la totalidad— y desesperar por alguna cosa terrenal — que indica lo entre las dos primeras es sólo relativa. Esta diferencia consiste en que
particular— ? La respuesta es afirmativa. Pues mientras el yo, fantás­
ticamente, desespera con una pasión infinita por algo terrenal, esta
2. Y de ahí que idiomáticamente sea correcto decir que se desespera por [over
misma pasión infinita es la que convierte ese algo particular en todo
en danés] lo temporal que es la oración, y que se desespera en torno de [om , que en
lo terrenal..., lo que quiere decir que la determinación de la totalidad adelante lo traduciremos muchas veces simplemente por de, indicando según la idea
de lo terreno es algo que radica y pertenece al desesperado mismo. del autor el motivo u objeto formal de la desesperación] lo eterno. Se dice, en cambio,
Lo terrenal y lo temporal en cuanto tal es precisamente lo que se frac­ que uno se desespera por sí mismo, ya que ésta puede ser una segunda expresión de la
ciona en algo, en alguna cosa particular. En realidad es imposible que ocasión de la desesperación, que de suyo y conceptualmente siempre será en torno de
lo eterno, mientras que aquello por lo que uno de hecho se desespera puede ser infi­
se pierda o le arrebaten a uno todo lo terrenal, ya que la categoría de nitamente vario. Así, por ejemplo, uno se desespera por todo aquello que le mantiene
la totalidad de lo terreno no es más que un concepto. Por esta razón aferrado a la desesperación: por su desgracia, por lo temporal, por la pérdida de toda
es el mismo yo quien empieza a aumentar la pérdida real hasta un su fortuna, etc. En cambio, uno suele desesperar de aquello que, entendido rectamen­
nivel infinito y entonces, como es natural, se pone a desesperar por te, contribuye a sacarle de la desesperación, por ejemplo, de lo eterno, de su salvación,
de sus propias fuerzas, etc. Atendiendo al yo se puede afirmar que uno se desespera
lo terrenal in toto [en su totalidad]. Ahora bien, el hecho de que se tanto por sí mismo como de sí mismo, pues el yo es doblemente dialéctico. A esto se
haga valer esencialmente esta diferencia entre la desesperación por debe esa oscuridad que suele imperar en todas las formas de desesperación, sobre todo
lo terrenal y la desesperación por alguna cosa terrenal, representa un en las inferiores, y en la mayoría de los desesperados, los cuales ven con plena claridad
auténtico avance en la conciencia misma del yo. Por eso esta fórmula, y apasionadamente aquello por lo que desesperan, pero se les escapa aquello de que
desesperan. Este giro de la atención siempre será necesario para curarse; y, desde el
según la cual se desespera uno por lo terrenal, viene a ser una prime­
punto de vista filosófico, es un problema muy agudo el saber si alguien puede estar
ra expresión dialéctica de la siguiente forma de desesperación. realmente desesperado al tener plena conciencia de aquello de que desespera.

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la forma anterior de desesperación contenía una conciencia de la de­ Sin embargo, esta desesperación también ha de estar incluida en
bilidad que podríamos llamar su conciencia definitiva, mientras que la forma: que uno desesperadamente no quiere ser sí mismo. Porque
ahora la conciencia no se para solamente en eso, sino que se eleva en este caso, como cuando un padre deshereda a su hijo, el yo tam­
a una nueva conciencia, a la de su propia debilidad. Aquí el mismo poco quiere reconocerse después de tanta debilidad. Desesperada­
desesperado comprende que es una debilidad tomar tan a corazón mente no puede echar en el olvido esa debilidad y por eso se odia en
lo temporal y también comprende que desesperar es una debilidad, cierto sentido a sí mismo, no queriendo humillarse como un creyente
pero en lugar de sacudirse el yugo de la desesperación para abrazarse bajo el peso de su propia debilidad y así poder conquistarse otra vez;
a la fe, humillándose con su debilidad delante de Dios, lo único que no, este individuo débil, en su desesperación, no desea que nadie le
hace es hundirse todavía más en tal desesperación y gemir desespe­ venga a hablar acerca de su caso, porque no quiere saber nada de sí
radamente por su debilidad. De esta manera su perspectiva se hace mismo. Claro que de poco le servirá que intente olvidar, y aunque
totalmente distinta y desde ella se da más cuenta de su desesperación, lo logre y con ayuda del olvido se meta de lleno en una vida sin
de que desespera en torno de lo eterno y por sí mismo, y de que ex­ ninguna espiritualidad, tampoco le servirá de mucho eso de ser, en
clusivamente la enorme debilidad que le domina es la causa de que esa vida, un hombre y un cristiano como los demás hombres y cris­
le dé tanta importancia a lo temporal. Y así este hecho se convierte tianos. No, nada de eso le servirá, porque no en vano el yo es mucho
para él en una expresión desesperada de que ha perdido lo eterno y yo. Porque el yo desesperado no puede desentenderse del todo de sí
de que se ha perdido a sí mismo. mismo; le pasa un poco lo que les suele suceder a muchos padres que
De este modo ascendemos cada vez más. Por lo pronto en la desheredan a sus hijos, que este hecho externo de dejarlos deshere­
conciencia del yo, pues es imposible desesperar acerca de lo eterno dados no les remedia a aquéllos apenas nada, pues no por eso llegan
sin tener una idea del propio yo, de que hay algo eterno en él, o de a desligarse de sus hijos, ya que al menos no los pueden echar del
que contiene en sí algo eterno. Y para desesperar uno por sí mismo pensamiento. O quizá, recurriendo a otro símil, al yo consigo mismo
es preciso que tenga conciencia de poseer un yo, que es por el que en le pase lo que con tanta frecuencia acontece con la maldición que el
realidad desespera y no por lo temporal o por alguna cosa temporal. amante le echa a la persona odiada — es decir, a la persona amada— ,
De esta manera, además, se tiene aquí un mayor conocimiento de lo que esa maldición no sirve apenas para nada, si no es para aprisio­
que es la desesperación, ya que ésta consiste en la pérdida de lo eter­ nar todavía más.
no y de uno mismo. Y, en consecuencia de todo esto, también se tiene Esta desesperación es cualitativamente más profunda que la an­
una mayor conciencia acerca de que el propio estado de uno es la terior y pertenece a la forma de desesperación que con menos fre­
desesperación. Ahora la desesperación ya no es una mera pasividad cuencia se da en el mundo. Aquella puerta condenada de la que se
sino una actividad. Porque cuando a un hombre se le arrebata lo habla en el apartado precedente y detrás de la cual no había nada, es
temporal y desespera, entonces la desesperación parece venir de lo aquí y ahora una puerta real, pero cuidadosamente cerrada..., y tras
exterior, aunque en realidad siempre viene del yo..., pero cuando el ella está el yo — por así decirlo— sentado y vigilándose a sí mismo,
yo se pone a desesperar sobre esta su propia desesperación, entonces pero ocupado o llenando el tiempo con no querer ser sí mismo, aun­
podemos afirmar que esta nueva desesperación proviene del yo, y que todavía sea un yo con arrestos suficientes como para continuar
esto de una manera a la par directa e indirecta, como una especie de amándose. A esto se le llama hermetismo. Es precisamente de lo que
reacción contrapuesta, que es cabalmente lo que la diferencia de la vamos a tratar a continuación, de este hermetismo que es todo lo
desesperación de la obstinación, que siempre proviene directamen­ contrario de la pura inmediatez, por la cual aquél siente un gran
te del mismo yo. Y, finalmente, en todo este proceso ascendente se desprecio en virtud, entre otras cosas, de sus deficiencias en el orden
incluye también, aunque en un sentido distinto, un nuevo avance. A del pensamiento.
saber, que esta forma de desesperación, precisamente por ser mucho ¿Acaso existe en la realidad un yo semejante? ¿Acaso no ha huido
más intensiva que la anterior, está en cierto sentido mucho más cerca fuera de la misma realidad, hasta el desierto, al claustro o a una casa
de poder curarse. Porque es muy difícil de olvidar una desesperación de locos? ¿No es un hombre real, vestido como los otros, o como
tan profunda. Ahora bien, no está muy lejos la posibilidad de la cura­ los demás cubierto con el gabán acostumbrado? Claro que sí, desde
ción siempre que se mantenga abierta la herida de la desesperación. luego, ¿por qué no lo iba a ser? Pero los secretos íntimos de su pro-

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LA E N F E R M E D A D MORTAL ES L A DESESPERACIÓN FORMAS DE ESTA ENFERMEDAD (DE LA D E S E S P E R A C I Ó N )

pió yo no se los confía a nadie, ni siquiera a una sola alma. No siente necesidad como de respirar y otras como de dormir. El que nuestro
impulso comunicativo, o ha aprendido a dominarlo a la perfección hombre experimente esta necesidad vital con mayor vehemencia que
y sólo se escucha a sí mismo hablando sobre el particular. Según él la mayoría de la gente viene a ser otra prueba de que se trata de una
dice, «en realidad sólo los hombres meramente inmediatos* son los naturaleza más profunda. En general, el impulso hacia la soledad
que no pueden guardar nada secreto..., esos hombres que considera­ siempre será un signo de que en el hombre hay alguna espirituali­
dos a la luz de la teoría del espíritu son poco más o menos como los dad y, consiguientemente, ese impulso representará la medida de la
niños en el primer período de su infancia, cuando todo lo toman en misma naturaleza del espíritu. Sólo dentro de «esa masa chismosa de
broma, con una espontaneidad puerilmente maravillosa. Lo que ya seres infrahumanos e inseparables» no se siente ningún impulso a la
no es tan maravilloso es tener que oír que esa especie de inmediatez soledad y todos se morirían, como el pájaro desbandado, en cuanto
se llame en los adultos, con enorme pretensión: «La pura verdad; estuvieran a solas. Así como el niño pequeño no se duerme mientras
que se es auténtico, un hombre auténtico y completamente natural». 110 le canten una nana, así también toda esta gente necesita del can­
¡Si ésta es la pura verdad, entonces sería una mentira imperdonable turreo apaciguador de la sociedad para poder comer, beber, dormir,
el que un hombre se contuviese en cualquier momento en que expe­ rezar, enamorarse, etc., etc. Sin embargo, tanto en la antigüedad
rimentase una necesidad corporal cualquiera! Lo cierto es que todo como en la Edad Media se prestó mucha atención a este impulso
yo que sea un poco reflexivo comprende perfectamente que al yo se hacia la soledad y se tenía un gran respeto por lo que significaba. En
le mantenga a raya. nuestro tiempo las cosas han cambiado muchísimo, pues el orden
Esto es lo que dice nuestro desesperado de turno, el cual, en social establecido siente tanto espanto por la soledad que sólo sabe
conformidad con su discurso, está lo bastante herméticamente ce­ sacar partido de ella — lo que no deja de ser una enorme sátira—
rrado como para mantener lejos a cualquiera de los importunos — es para castigo de los criminales. Claro que desde su punto de vista
decir, a todos— que muy a gusto solazarían su curiosidad entrando tiene bastante razón, pues en nuestros tiempos se considera como
en sus secretos personales. Esto no quita para que nuestro hombre, un verdadero crimen eso de tener espíritu, y por eso no está mal que
externamente, sea «un hombre real». Desde luego, en ese sentido es semejantes tipos, los amantes de la soledad, vayan a compartir con
un hombre con estudios, un hombre hecho y derecho, padre de fa­ los criminales comunes las celdas de la cárcel.
milia..., sin olvidar tampoco que se trata de un funcionario extraor­ De esta manera, el desesperado hermético, ocupado con la rela­
dinariamente capaz, y como padre, muy respetable, con los amigos ción de su propio yo consigo mismo, sigue viviendo, sucesivamente,
una maravilla, con su mujer enormemente suave, y cuidadoso hasta unas horas que aunque no vividas de suyo para la eternidad, sin em­
más no poder con sus propios hijos. Y ¿en cuanto cristiano? Claro bargo tienen un poco que ver con ella. Lo peor del caso es que nues­
que sí, también es un buen cristiano, tan excelente en esto como tro desesperado está estancado ahí. Por eso, cuando pasadas unas
en todas sus demás virtudes, aunque en realidad prefiere que no se horas, el impulso de la soledad ha quedado satisfecho, se puede decir
hable del asunto, limitándose a ver con gusto, y no sin cierta alegría que nuestro hombre vuelve a salir de sí mismo, y esto aun cuando se
melancólica, que su mujer, para edificación propia, es bastante pia­ le vea retornar a casa y mezclarse con su mujer e hijos. Y el hecho de
dosa. Eso sí, no suele ir mucho por la iglesia, porque se ha hecho que como esposo se muestre tan tierno y como padre tan cuidadoso,
a la idea de que la mayoría de los sacerdotes no suelen saber de lo obedece mucho más que a su bondad natural y a su sentimiento del
que hablan. En este punto solamente hace una excepción con algún deber, indudables, al íntimo convencimiento que de la propia debili­
que otro sacerdote muy particular, concediendo que se trata de al­ dad ha ido adquiriendo con su actitud hermética.
guien que sabe de lo que habla. Y, sin embargo, por otros motivos Si a alguien le fuera posible hacerse confidente de su secreto ín­
no tiene mayor interés en escuchar a este sacerdote favorito, pues timo y, en consecuencia, le dijera a nuestro hombre: «Tu hermetismo
le da miedo oír algo que le pudiera empujar demasiado lejos. En es soberbia, lo que tú tienes es mucho orgullo personal»..., entonces
cambio, no raramente suele sentir un impulso vehemente hacia la se cerraría mucho más en banda y no habría peligro de que le fuera a
soledad, como si esto fuera una necesidad vital para él, a veces una contar a nadie lo que le acababan de decir. Claro que a solas consigo
mismo estaría de acuerdo con que en su actitud había algo de sober­
* Véase la nota de la página 74. bia, pero en seguida, impulsado por el enorme apasionamiento con

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L A E N F E R M E D A D M O R T A L ES L A D E S E S P E R A C I Ó N F O R M A S DE ESTA E N F E R M E D A D (DE LA D E S E S P E R A C I Ó N )

que su yo se había hecho a la idea de su debilidad, volvería otra vez nar desesperadamente a la inmediatez, pero siempre con la concien­
a imaginarse que no era posible que aquello fuese soberbia, puesto cia atenta al yo que él no quiere ser. En el primero de estos casos, el
que en realidad estaba desesperado por su misma debilidad. ¡Como ile la desesperación potenciada, ésta se convierte en seguida en pura
si no fuera precisamente la soberbia la que daba tanta importancia a i >bstinación y entonces se verá bien cuánta mentira había en el fondo
la debilidad! ¡Como si no fuera cabalmente el orgullo personal lo que ile la debilidad, y también se verá con toda claridad cuán dialécti­
le impedía soportar el saberse débil! camente verdadero es que la primera expresión de la obstinación la
Tampoco serviría de mucho el que alguien le dijese a nuestro constituye precisamente la desesperación que uno tiene respecto de
hombre: «Amigo mío, estás metido en un extraño laberinto, en un su propia debilidad.
considerable embrollo. Toda tu desgracia no está más que en el modo Antes de terminar echemos todavía una última mirada sobre
de enredarse el pensamiento. Porque lo que a ti te pasa no es nada de este hombre hermético que no sabe más que atollarse en la tacitur­
otro mundo, es bastante normal en éste y lo que tienes que hacer es nidad. Si ésta se mantiene intacta — o dicho con latina concisión, si
seguir por ese mismo camino, hasta que a través de la desesperación se mantiene ómnibus numeris absoluta— , entonces el suicidio es el
en torno al yo llegues al propio yo. No te tiene que extrañar, amigo peligro que más de cerca acecha al hombre taciturno. La mayoría
mío, todo eso de la debilidad; es también completamente normal, de los mortales no tienen ni idea de todas las cosas de que es capaz
pero lo que no puedes hacer es desesperarte tanto por ella. No, el yo un hombre semejante..., si llegaran a saberlo se quedarían asombra­
tiene que romperse y contrastarse para llegar a ser sí mismo; lo único dos. Y esto pone de manifiesto una vez más que el absolutamente
que te hace falta es dejar de desesperar por todas esas cosas». Todo taciturno no tiene otra salida que la del suicidio. Pero supongamos
esto, decíamos, tampoco iba a servir de mucho, pues si bien es cierto que el hermetismo no es total, supongamos que nuestro taciturno
que nuestro hombre, en un momento desapasionado, daría la razón se decide a hablar y confiarse a una persona. Entonces la cosa cam­
a su interlocutor, sin embargo, impulsado de nuevo por la pasión, bia bastante, porque es muy probable que el hombre se sienta tan
volverá en seguida a ver las cosas torcidas y continuará por el camino descontrolado y abatido después de la confidencia que ya no piense
falso que se adentra en la desesperación. en el suicidio como salida de su clausura. Pues el hermetismo con
Como queda dicho, semejante desesperado suele ser raro en el un confidente por medio baja todo un tono de su tesitura absoluta.
mundo. Vamos a seguir estudiándole. Por lo pronto, muy bien puede En una palabra, que es casi seguro que no se suicide. Claro que
suceder que permanezca plantado en el mismo punto descrito, dando también puede suceder que nuestro hombre se desespere todavía
vueltas como una peonza. De no ser así y, por otra parte, si con nues­ más por el hecho de haberse confiado a otra persona, pensando que
tro desesperado no acontece un cambio tan grande que lo introduzca hubiese sido infinitamente mejor seguir callado que tener un con­
por el recto camino que conduce a la fe, pueden acaecer dos cosas: o fidente. De este caso hay muchos ejemplos y, así, el suicidio vuelve
que su desesperación se eleve a una forma superior de desesperación, a estar a la orden del día. Un poeta podría muy bien describirnos
aunque permaneciendo dentro del hermetismo, o que mande a paseo esta catástrofe de otra manera. Empezaría por fingir que el deses­
todos sus íntimos celajes y todas sus retraídas apariencias, bajo las perado taciturno era un rey o un emperador, que una vez hecha la
cuales nuestro desesperado estuvo viviendo tanto tiempo de incógni­ confidencia terminaría por mandar matar al confidente. N o resulta
to. En este último caso también pueden acaecer varias cosas. En pri­ difícil imaginarse un semejante tirano demoníaco que experimen­
mer lugar, es muy posible que nuestro desesperado se arroje de lleno tase la necesidad de hablar con otra persona acerca de todos sus
a la vida, quizá en la distracción de las grandes empresas, y por este tormentos interiores y que para cubrir esa necesidad fuese dando
camino llegue a ser uno de los espíritus inquietos que con su carrera buena cuenta de una respetable cantidad de seres humanos, ya que
fulgurante deje en la historia una gran huella de su existencia..., uno llegar a ser su confidente era la muerte segura. ¡Los subían al patí­
de esos espíritus inquietos que quiere olvidar a todo trance y preten­ bulo tan pronto como el tirano acababa de confiarles su secreto! No
de acallar los fuertes ruidos interiores con medios no menos fuertes, cabe duda de que sería todo un tema para un poeta trágico el pintar
aunque de otra clase, que los que empleaba Ricardo III para no oír esta contradicción dolorosa que se da en un demoníaco al no poder
las maldiciones de su madre. O quizá busque olvidar, lanzándose a la pasarse sin un confidente y al mismo tiempo no poder tenerlo sino
vida de los sentidos, incluso al libertinaje, para de esa manera retor­ eliminándolo.

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LA E N F E R M E D A D MORTAL ES L A DESESPERACIÓN F O R M A S DE ESTA E N F E R M E D A D (D E LA D E S E S P E R A C I Ó N )

2. La desesperación de querer uno ser sí mismo, es sino la más abstracta de las formas y la más abstracta de las posibi­
o la desesperación de la obstinación lidades del yo. Y es cabalmente este yo el que el desesperado quiere
ser, desligando al yo de toda relación al Poder que lo fundamenta,
Si, como ya quedó expuesto, a la desesperación descrita en el número o apartándolo de la idea de que tal Poder exista. Con el recurso de
anterior la podíamos llamar de la femineidad, a ésta de ahora le da­ esta forma infinita pretende el yo, desesperadamente, disponer de sí
remos el nombre de desesperación de la virilidad. Naturalmente que mismo, o ser su propio creador, haciendo de su propio yo el yo que
esta forma de desesperación también ha de ser considerada bajo la él quiere ser, determinando a su antojo todo lo que su yo concreto
categoría del espíritu y esto con mayor motivo que la anterior forma, ha de tener consigo o ha de eliminar. Este su yo concreto o esta
ya que la virilidad pertenece todavía más esencialmente a esa catego­ su concreción ha de contar sin duda con cierta necesidad y ciertos
ría, en tanto que la femineidad es una síntesis inferior. límites, ya que es algo completamente determinado, que tiene estas
La desesperación descrita en el número anterior, letra b, venía o las otras cualidades, estas o las otras disposiciones, etc., y que está
ocasionada por la propia debilidad, de suerte que el desesperado no delimitada por unas u otras circunstancias concretas, etc. Sin em­
quería ser sí mismo. Pero bastaría que se diese solamente un paso, bargo, con el recurso a esa forma infinitamente abstracta que es el
en el sentido dialéctico, para que semejante desesperado caiga en yo negativo, nuestro hombre quiere que se le dejen las manos libres
la cuenta del verdadero motivo por el que no quiere ser sí mismo. desde el principio para conformar todas esas cosas a su capricho y
Entonces todo cambiará automáticamente y hará acto de presencia la así sacar de todo ello el yo que él quiere ser a expensas de esa forma
obstinación, ya que aquél cabalmente no quiere otra cosa que ser sí infinita del yo negativo. Y sólo por este camino quiere ser sí mismo.
mismo. Este es el último rumbo de la desesperación. Esto significa que nuestro hombre quiere empezar un poco antes que
Primero llega la desesperación por lo temporal o por alguna cosa todos los demás hombres, pues no desea empezar con y mediante el
temporal, después la desesperación en torno a lo eterno y por uno principio, sino en el principio. Nuestro hombre no quiere revestirse
mismo. Luego viene la obstinación — que propiamente es desespe­ con su propio yo, ni tampoco estima que su tarea haya de estar rela­
ración a expensas de lo eterno, es decir, el desesperado abuso de lo cionada con el yo que se le ha dado, sino que personalmente quiere
eterno que hay en el yo— y le lleva a uno a querer desesperadamente construirlo de raíz, encarnando aquella forma infinita.
ser sí mismo. Pero precisamente por ser ésta una desesperación a ex­ Si quisiéramos designar con una denominación general esta for­
pensas de lo eterno, se halla en cierto sentido muy cerca de la verdad; ma de desesperación la llamaríamos estoicismo, pero sin que por ello
y precisamente porque está muy cerca de la verdad, está también in­ tengamos que pensar solamente en los miembros de aquella secta
finitamente lejos de ella. La desesperación que constituye el tránsito antigua. Y para esclarecer todavía con mayor precisión esta forma de
hacia la fe es también desesperación a expensas de lo eterno; porque desesperación será mucho mejor que distingamos entre un yo activo
con la ayuda de lo eterno tiene el yo ánimos de perderse a sí mismo y un yo pasivo, mostrando de paso cómo el primero se relaciona
para ganarse. Aquí, por el contrario, el yo no quiere empezar perdién­ consigo mismo al actuar y, por su parte, cómo lo hace el segundo
dose, con el fin de ganarse, sino que a toda costa quiere ser sí mismo. mientras está padeciendo algo, sin que por ello varíe en ningún caso
En esta forma de desesperación hay una mayor ascensión en la la fórmula: querer desesperadamente ser sí mismo.
conciencia del yo y, en consecuencia, hay también una mayor con­ Si el yo desesperado es un yo activo, siempre se relacionará con­
ciencia de lo que es la desesperación y de que el estado en que uno sigo mismo de una manera experimental, y esto por muy grandes
se halla es el de la desesperación. Por eso la desesperación está aquí y asombrosas que sean todas sus empresas, o por mucha que sea la
consciente de ser un acto y no meramente algo que se padece, vinien­ tenacidad que ponga en ellas. No reconociendo ningún Poder sobre
do de fuera bajo la presión de lo externo. No, es algo que brota direc­ sí, le falta en última instancia la debida seriedad, y todos los cuidados
tamente del propio yo. Y de esta manera la obstinación se convierte que pone en sus experiencias más ambiciosas no encierran más que
en una cualidad nueva dentro del género y en comparación con la una mera apariencia de seriedad. En realidad se trata de una seriedad
desesperación que sólo lo era en razón de la propia debilidad. fraudulenta, lo mismo que lo era el fuego que Prometeo les robó a
Para que uno quiera desesperadamente ser sí mismo tiene que los dioses. Aquí lo que se pretende es robarle a Dios el pensamiento
darse la conciencia de un yo infinito. Sin embargo, este yo infinito no — en lo cual consiste la seriedad— de que El nos mira, y en vez de

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L A E N F E R M E D A D M O R T A L ES L A D E S E S P E R A C I Ó N F O R M A S DE ÉSTA E N F E R M E D A D (DE LA D E S E S P E R A C I Ó N )

esto el yo desesperado se contenta con mirarse a sí mismo, con el mísimo momento en que este yo se crea a punto de haber terminado
único propósito de prestar a todas sus empresas un interés y signi­ el enorme edificio todo él se venga abajo como por ensalmo.
ficado infinitos. Así, naturalmente, todas sus empresas no son más Si el yo desesperado es un yo pasivo no por eso dejará la desespe­
que experimentos. Pues nadie dirá que este yo pueda llegar tan lejos ración de consistir en que uno quiera desesperadamente ser sí mismo.
en la desesperación que se convierta en un auténtico Dios que hace Quizá el yo experimentador de que acabamos de hablar y que de una
experimentos. Ahora bien, ningún yo derivado podrá entonces, en manera desesperada quiere ser sí mismo ha llegado a chocar en un mo­
cuanto se mira, darse más de lo que es. Siempre será el mismo yo y mento dado, en tanto que se orienta provisionalmente en la dirección
nunca será ni más ni menos por mucho que se multiplique. Lo curio­ de su yo concreto, con alguna que otra dificultad, con algo que los cris-
so es que con todo ese esfuerzo desesperado por querer ser sí mismo tianos llamarían una cruz, un daño fundamental, fuera el que fuera.
lo único que el yo consigue es no llegar a ser en realidad ningún yo. Quizá la primera intención del yo negativo — o de la forma del yo*—
En toda esa dialéctica dentro de la cual trabaja no hay ningún punto sea en este caso la de arrojar muy lejos esa cruz, haciendo como si no
de apoyo; lo que es el yo no está en ningún momento firme, es decir, existiera y no mencionándola para nada. Pero en este trance no puede
eternamente firme. La forma negativa del yo ejercita tanto el poder por menos de fracasar, ya que toda su destreza en hacer experimentos
que desliga como el poder que ata; y por esta razón puede en todo ; no llega tan lejos, y ni siquiera su destreza para las abstracciones al­
momento y de la manera más arbitraria volver a empezar de nuevo, canza tan lejos. Entonces, como Prometeo, este yo infinito y negativo
al mismo tiempo que por mucho que se persiga una idea siempre ; se sentirá inevitablemente aherrojado en esa esclavitud. Ya tenemos,
quedará la acción correspondiente encerrada dentro de una hipó­ pues, un yo que padece. ¿Cómo se manifestará ahora la desespera­
tesis. Por este camino el yo está tan lejos de lograr llegar a ser cada ción que consiste en que uno quiera desesperadamente ser sí mismo?
vez más sí mismo, que en realidad lo único que hace es dejar cada vez Anteriormente describimos la forma de desesperación que con­
más al descubierto que se trata de un yo hipotético. El yo en este caso siste en que uno se desespere por lo temporal o por alguna cosa tem­
es su propio señor, su propio dueño, y esto, según se dice, de una poral..., de tal manera que se viese con toda claridad que esa forma
manera absoluta. Pero cabalmente en esto consiste la desesperación, se resolvía en la de la desesperación en torno a lo eterno. Es decir,
aunque el desesperado también lo considera como su mayor placer y que en el fondo uno no quería dejarse consolar y curar por lo eterno,
gozo. Sin embargo, al mirar la cosa más de cerca, no será nada difícil poniendo precisamente tan alto lo temporal porque lo eterno no re­
ver que ese señor absoluto no es más que un monarca sin reino y que presentaba ningún consuelo para él. Pero ¿acaso no es también otra
en realidad sus dominios se extienden en la nada. Por eso su situación forma de desesperación el que uno no quiera esperar la posibilidad
y su autoridad nunca dejan de estar sometidas a la ley dialéctica de la de que una miseria o cruz temporales puedan sernos quitadas? Ahora
legitimidad de la rebelión. Porque en definitiva todo depende aquí de bien, nuestro desesperado de turno, que desesperadamente quiere ser
la arbitrariedad del mismo yo. sí mismo, no quiere al mismo tiempo abrigar esa esperanza. Porque se
Por tanto, este yo desesperado no hace más que construir castillos ha convencido de que ese «aguijón en la carne» — ya sea un mal real o
en el aire y siempre está luchando en las nubes. Es admirable el brillo algo que impulsado por su apasionamiento le atormente tanto como
aparente de todas estas virtudes experimentales que nos encandilan un mal realmente existente— está tan profundamente clavado que le
momentáneamente como si fueran un poema del país de Las mil y es imposible hacer abstracción del mismo3, de suerte que lo llevará
una noches. Tanto dominio de sí mismo, tanta imperturbabilidad,
tanta ataraxia, etc., etc., parecen casi limítrofes de lo fabuloso. Desde
* Ya se sabe, según lo que nos ha ido explicando el mismo autor, que con esta
luego, se trata en realidad de una fábula y en el fondo de todo no doble fórmula concisa del yo negativo e infinito se quiere significar el yo que niega
hay nada. El yo quiere desesperadamente gozar la plena satisfacción todos los datos de la concreción necesaria e inmediata, para lanzarse a sus anchas,
de ese hacerse a sí mismo, de ese desarrollo propio, de ese típico infinitamente, por los derroteros de la abstracción más caprichosa y sin llegar, en
ser sí mismo, y quiere también que todo el mundo le honre por esa consecuencia, a ser nunca nada en cuanto yo. La fórmula, desde luego, es inhabitual,
pero de ningún autor quedaría nada genial y verdaderamente aleccionador si simplifi­
admirable disposición poética con la que ha llegado a comprenderse cáramos todas sus fórmulas a gusto de la gente.
a sí mismo. Y, sin embargo, toda esa comprensión propia no es en el 3. Aprovechemos esta ocasión, que evoca algo de lo mismo, para ver precisamen­
fondo más que un enigma, y muy bien puede suceder que en el mis­ te desde este punto de vista que muchas de las actitudes que en el mundo se adornan

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dentro, por así decirlo, por toda la eternidad. Ese mal se le convier­ tundición, anonadándose en las manos del auxiliador, del poderoso
te entonces en piedra de escándalo o, mejor dicho, ese mal le ofrece .iiixiliador a quien todo le es posible. O, simplemente, si se tiene
la ocasión de escandalizarse de toda la existencia. Entonces nuestro uno que inclinar ante otra persona cualquiera, debiendo renunciar a
desesperado quiere tercamente ser sí mismo y obstinándose contra el si mismo durante todo el tiempo que dure la solicitud de la ayuda,
aguijón no quiere estar sin él. Muy bien podría hacerse abstracción i Ah, todo esto sería demasiado doloroso para el desesperado! Por
del mismo, pero nuestro desesperado no puede hacerla, ni tampoco eso prefiere en el fondo, so pretexto de ser sí mismo, quedarse solo
está dispuesto a meterse por la dirección que lleva a la resignación. (.on sus habituales sufrimientos, que sin duda son muchos e incluso
Nada de esto, lo único que quiere, tercamente, o a despecho de toda Juraderos y muy fuertes, pero que al yo en cuestión no le parecen tan
la existencia, es ser sí mismo con el aguijón bien clavado, hasta casi intolerables como aquella humillación.
consolándose de sus tormentos. Porque esperar la posibilidad de un Ahora bien, cuanto mayor sea la conciencia que hay en este yo
socorro, especialmente en fuerza del absurdo de que para Dios todo es pasivo que desesperadamente quiere ser sí mismo, tanto mayor será
posible...; eso no lo quiere él de ninguna manera. Ni tampoco quiere, también la potencia de la desesperación, hasta que termine convir­
por nada del mundo, buscar ayuda en cualquier otra persona. No* tiéndose en algo demoníaco. Su respectivo origen es a buen seguro
antes que buscar ayuda, nuestro desesperado prefiere ser sí mismo aun el siguiente. Un yo, que desesperadamente quiere ser sí mismo, está
a costa de todos los tormentos del infierno. gimiendo bajo alguna que otra calamidad dolorosa, hasta que al fin
Y en verdad que no suele ser totalmente cierto lo que se quiere es ya imposible eliminarla o separarla de su yo concreto. Nuestro
afirmar con la frase de que «todo el que sufre desearía de mil amores hombre arrojará cabalmente todo el fuego de su pasión sobre este
que le ayudasen los que podrían hacerlo». Ni mucho menos, aunque tormento, que al fin no será más que una furia diabólica. Y así,
no en todos los casos se manifieste lo contrario de una manera tan rodo está definitivamente perdido. Aunque el Dios del cielo y todos
agresiva como en la de nuestro desesperado. El fenómeno se explica los ángeles le viniesen a ofrecer su ayuda para sacarlo del apuro,
de la siguiente forma. Por lo general uno que sufre tiene echada la nuestro hombre ya no la querría, porque era demasiado tarde. En
vista, preferentemente, sobre una o muchas de las maneras en que otra ocasión lo hubiera dado todo con gusto por que le quitasen
pudiera ser auxiliado y desearía serlo. Si se le auxilia de una de esas de encima ese tormento, pero lo dejaron mucho tiempo a la espera
maneras no pone ningún reparo en que se le ayude. Pero la cosa cam­ y ya todo es como agua pasada. Lo único que le queda es su pro­
bia bastante cuando se trata de tener que ser socorrido en un sentido pio tormento, devorándole y haciendo que esté furioso contra todo
profundamente serio y sin ninguna condición, como es el caso de al considerarse la víctima injusta del mundo entero y de toda la
una ayuda superior o, sobre todo, de la ayuda suprema. Aquí hay existencia. Cabalmente por este motivo es de la mayor importancia
que humillarse y recibir la ayuda sin poner ningún reparo ni ninguna para él estar alerta para que su tormento no se le escape de entre
las manos o que nadie venga a quitárselo, pues de lo contrario no
podría demostrar ni estar convencido de que tiene razón. Esta idea
con el nombre de resignación pertenecen en realidad a esa especie de desesperación fija le llega a dominar de tal manera que al fin tiene miedo de la eter­
que consiste en que uno quiera desesperadamente ser su propio yo abstracto, preten­
diendo también de una manera desesperada tener bastante con lo eterno y así desafiar
nidad por una razón muy peculiar, a saber, la de que la eternidad
o ignorar todos los sufrimientos terrenales y temporales. La dialéctica de la resigna­ no le vaya a arrebatar esa ventaja infinita — entendiéndolo demo­
ción consiste propiamente en que uno quiera ser su yo eterno y a renglón seguido, en níacamente— que él goza con respecto a los demás hombres y que
cuanto haya algo que hace sufrir al yo, no querer ser sí mismo, consolándose con que le pueda dejar sin la justificación — también entendida de un modo
en la eternidad se verá totalm ente libre de dicho mal y por lo mismo creyéndose en el
diabólico— de ser el que es. Lo único que quiere ser es sí mismo;
tiempo liberado o con derecho a no tener que soportarlo. En este caso, el yo, por más
que lo sufra, no quiere en modo alguno conceder que ese mal le pertenece íntimamen­ empezó con una abstracción infinita del yo y ahora ha llegado a ser
te, com o formando parte del propio yo. Es decir, que no quiere humillarse bajo ese tan concreto que le será imposible hacerse eterno en ese sentido
sufrimiento com o lo hace el hombre que tiene fe. Por eso, considerada la resignación abstracto y, sin embargo, quiere desesperadamente ser sí mismo.
en cuanto desesperación, se distingue esencialmente de aquella desesperación en la que
¡Qué locura más diabólica! Porque precisamente lo que más le saca
uno desesperadamente no quiere ser sí mismo, ya que la resignación pretende de una
manera desesperada ser ella misma, salvo algún caso particularísimo en que desespera­ de quicio a nuestro hombre es la idea de que a la eternidad se le
damente no lo quiera. ocurriese sacarlo de su miseria.

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Esta especie de desesperación no es un espectáculo reciente en el ile esta forma de desesperación no quiere simplemente ser sí mis­
mundo; héroes semejantes sólo se dan en la descripción de los poe­ mo como lo haría un estoico lleno de engreimiento y con un afán
tas, que son los que en realidad confieren a sus creaciones esa ideali­ .mtodivinizador — lo que equivaldría a querer ser sí mismo de una
dad «demoníaca», entendiendo esta palabra en el sentido puramente manera ciertamente engañosa, pero al fin de cuentas buscando en
griego. Sin embargo, tal desesperación se da a veces en la misma cierto sentido la propia perfección— , no, nuestro hombre quiere
realidad. ¿Cuál es en este caso el atuendo exterior correspondiente? ser sí mismo odiando la existencia y buscando su propia desgracia.
Pues muy sencillo, que no hay nada externo que le «corresponda», No, no quiere ser sí mismo simplemente de una manera desafiadora
puesto que una correspondencia exterior respecto del hermetismo y obstinada, sino que lo quiere ser haciendo hincapié con todas sus
sería una flagrante contradicción. La correspondencia es cabalmen­ tuerzas en el desafío mismo. Por eso, tampoco quiere simplemente
te la revelación. Por eso todo signo exterior es aquí completamente por obstinación soltar su propio yo del Poder que lo fundamenta,
indiferente, ya que lo único que se ha de custodiar a todo trance es sino que haciendo hincapié en la obstinación quiere imponérsele,
ese hermetismo o esa interioridad de la que podríamos decir que ha desafiándolo y permaneciendo vinculado a El en fuerza de mali­
perdido la llave en la cerradura. Las formas inferiores de la desespe­ cia. Porque ya se sabe que toda objeción maliciosa tiene que mante­
ración, en las que no había ninguna interioridad — o en todo caso ner siempre y cuidadosamente una relación íntima con aquello que
una interioridad tan pobre que no había nada que decir acerca de pretende rebatir. De esta manera, rebelándose contra toda la exis­
la misma— , tenían que ser expuestas describiendo o hablando algo tencia, nuestro desesperado opina que ha descubierto un legítimo
del atuendo exterior de semejantes desesperados. Pero cuanto más argumento contra ella y contra toda su bondad. Y el desesperado
se espiritualice la desesperación y cuanto más se concierta la interio­ piensa que él mismo es dicho argumento y ése es todo su afán. Por
ridad en todo un mundo para sí dentro del hermetismo, tanto más eso desea ser sí mismo y encallarse en su propio tormento, para con
indiferentes serán también todos los signos exteriores bajo los cua­ ese tormento tan grande rechazar la existencia entera. Lo mismo
les se oculta la desesperación. Ahora bien, precisamente cuanto más que el desesperado débil no quiere oír nada acerca de la consola­
se espiritualiza la desesperación, tanto más cae en la cuenta de una ción que la eternidad pudiera tener guardada para él, así tampoco
manera íntima y con una prudencia diabólica de los modos de que lo quiere oír nuestro desesperado de turno, si bien éste lo hace por
ha de echar mano para mantener a la desesperación encerrada en el otros motivos. Precisamente porque ese consuelo representaría su
hermetismo más riguroso y, en consecuencia, tanta más atención pres­ ruina..., en cuanto es la objeción contra toda la existencia. Aclare­
tará también al hecho de colocar todos los signos exteriores en una mos este caso recurriendo a un símil. Supongamos que un autor
plena indiferencia, haciéndolos tan insignificantes como sea posible. cometiera una errata y que ésta llegara a tener conciencia de que
Del mismo modo que en los cuentos de hadas el duende se esfuma era una errata. Entre paréntesis digamos que en realidad quizá no
a través de una rendija que nadie es capaz de divisar, así también fuera una errata, sino algo que mirándolo desde muy alto formaba
la desesperación, precisamente en la medida en que se espiritualiza, parte esencial de la narración íntegra. La cosa es que esa errata se
más gusta de alojarse en una cierta exterioridad, detrás de la cual, de declaraba en rebeldía contra el autor y movida por el odio le prohi­
ordinario, a ninguno se le ocurriría ir a buscarla. Esta condición de bía terminantemente que la corrigiese, diciéndole como en un loco
oculto es algo espiritual y constituye uno de los medios más adecua­ desafío: ¡N o, no quiero que se me tache, aquí estaré siempre como
dos de asegurarse a espaldas de la realidad algo así como un cercado un testigo de cargo contra ti, como un testigo fehaciente de que eres
o un mundo exclusivamente para uno mismo, un mundo en el que el un autor mediocre!
yo desesperado y sin reposar, como Tántalo, siempre esté ocupado
con esa tarea de querer ser sí mismo.
Comenzamos — en el apartado I, letra a— con la forma más
inferior de la desesperación, es decir, con aquella en que desespera­
damente uno no quiere ser sí mismo. En cambio, la más potenciada
de todas las desesperaciones es la demoníaca, esto es, aquella en
que uno desesperadamente quiere ser sí mismo. El hombre dentro

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Seg u n d a pa rte

LA D E S E SP E R A C IÓ N ES E L P E C A D O
L ib r o p r im e r o

LA DESESPERACIÓN ES EL PECADO

Hay pecado cuando delante de Dios, o teniendo la idea de Dios, uno


no quiere desesperadamente ser sí mismo, o desesperadamente quiere
ser sí mismo. Por tanto, el pecado es la debilidad o la obstinación
elevadas a la suma potencia; el pecado, pues, es la elevación de la po­
tencia de la desesperación. El acento cae aquí en ese delante de Dios,
o en que se tenga al mismo tiempo la idea de Dios. Es precisamente
esta idea de Dios la que en todos los sentidos, dialéctico, ético y reli­
gioso, hace que el pecado se convierta en lo que los juristas podrían
llamar o llaman la «desesperación cualificada».
Aunque esta segunda parte, sobre todo en este primer libro,
no sea lugar oportuno para distraerse en descripciones psicológi­
cas, sin embargo, y con el fin de rondar los linderos más dialécticos
entre la desesperación y el pecado, nos introduciremos en el tema
de lo que podría llamarse una existencia-de-poeta en la dirección de
lo religioso. Es decir, una existencia que tiene algo de común con
la desesperación de la resignación, con la particularidad de que en
este caso se incluye la idea de Dios. Una tal existencia, atendiendo
a las categorías estéticas de conjunción y posición, sería sin ninguna
duda la más eminente de todas las existencias poéticas. Sin embargo
— y a pesar de todo lo que diga la estética— toda existencia poética
es cristianamente considerada un pecado; el pecado de soñar en lu­
gar de ser, el pecado de relacionarse con el bien y la verdad a través
de la fantasía en vez de ser uno personalmente bueno y auténtico,
es decir, en vez de esforzarse uno existencialmente en serlo. Esta
existencia poética de la que estamos hablando se diferencia de la
desesperación en cuanto comporta la idea de Dios, o en cuanto es
una existencia delante de Dios. No obstante, es tan enormemente

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LA D E S E S P E R A C I Ó N ES EL P E C A D O LA D E S E S P E R A C I Ó N ES EL P E C A D O

dialéctica, que en este sentido resulta algo así como un laberinto es en relación con lo religioso un amante desgraciado. Porque en el
inextricable desde el momento en que nos preguntamos hasta qué sentido riguroso no es un creyente, sino que sólo posee la primera
punto tiene conciencia oscura de ser pecado. Semejante poeta, desde parte de la fe, la parte de la desesperación, y en ella se va consu­
luego, puede experimentar una muy profunda necesidad religiosa. miendo con la nostalgia de lo religioso. El conflicto de nuestro poeta
En este caso tampoco puede caber duda de que la idea de Dios forma es el siguiente: ¿acaso no es el llamado?, ¿el aguijón en la carne no
parte de su desesperación. Nuestro poeta ama a Dios sobre todas las manifiesta que su vida ha de ofrecerse en el servicio de una misión
cosas y Dios es para él su único consuelo en medio de sus tormentos extraordinaria?, ¿acaso la misión extraordinaria a la que tiene que
secretos, pero con todo ama también sus tormentos y no los solta­ dedicar toda su vida no es claramente una misión divina?; o, por
rá. Desea profundamente ser sí mismo delante de Dios, pero hecha otra parte, ¿no será acaso el aguijón en la carne algo que él tiene
excepción de ese punto fijo en el cual el yo está sufriendo, pues ahí que soportar humildemente para alcanzar, dejándose de misiones
desesperadamente no quiere ser sí mismo. Espera que en la eterni­ extraordinarias, lo común humano?
dad desaparezcan todos esos dolores, pero aquí en la temporalidad, Creo que ya hemos escrito bastante sobre este particular y que
aunque son muy intensos, no está dispuesto a soportarlos con el con toda verdad puedo exclamar: ¿para quién estoy hablando? Por­
ánimo y la humildad característicos del creyente. Y, sin embargo, si­ que todas estas descripciones psicológicas, elevadas a la enésima po­
gue manteniéndose en relación con Dios y ésta es su única felicidad. tencia, no interesan a nadie lo más mínimo. Y no cabe duda de que
Lo más espantoso sería para él tener que prescindir de Dios, «eso la mayoría de la gente, espiritualmente vacía, está en mucho mejores
sería como para desesperarse». Claro que muy bien puede suceder, condiciones de entender esas imágenes muñequiles que les pinta el
aunque quizá de una manera inconsciente, que nuestro poeta se esté sacerdote y en las que todos y cada uno se encuentran retratados a
formando en realidad una idea de Dios bastante distinta de la verda­ las mil maravillas.
dera, poco más o menos como la de un padrazo que no tuviera otra
cosa que hacer que dar plena satisfacción al único deseo del hijo. Por
este camino — parecido al de quien tuvo una desgracia amorosa y así
llegó a ser el poeta que cantaba jovial la dicha del amor— nuestro
poeta llega a ser el poeta del sentimiento religioso. También él ter­
minó siendo un desgraciado en la religiosidad y ahora tiene una idea
vaga de que lo que se le exige es soltar ese tormento, es decir, que
se humille como un creyente y lo soporte como algo que pertenece
al propio yo. Pero él quiere mantener el tormento lejos de sí y con
ello lo tiene todavía más apresado. Es verdad que él cree que de esa
manera lo mantiene alejado de sí todo lo posible y que ha llegado a
desprenderse de él todo lo que a un hombre le es posible. Lo curioso
es que en cierto sentido tiene razón; sí, dicho a contrapelo, todos los
desesperados tienen razón en lo que dicen y, como es lógico, hay que
entenderlo al revés. En fin, que nuestro desesperado poeta termina
perdiéndose en la oscuridad, porque en definitiva no ha podido ni
ha querido aceptar el sufrimiento.
Pero hemos de afirmar que tanto la descripción del amor que
hacía aquel poeta, como esta descripción de lo religioso de nuestro
poeta, contienen un encanto y un brío lírico que jamás alcanzaron,
respectivamente, ninguno de los casados ni ninguno de los reveren­
dos. No es que sea falso lo que dice, de ninguna manera, pues pre­
cisamente su descripción es su mejor y más feliz yo. Nuestro poeta

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los padres como medida, pronto será un hombre en cuanto tenga


il Estado por medida. Pero ¡qué rango infinito no adquiere el yo
mando Dios se convierte en medida suya! La medida del yo siempre
es aquello ante lo cual el yo es lo que es en cuanto yo, pero esto es
Capítulo I .i su vez la definición de «la medida». De la misma manera que no
se pueden sumar más que cantidades del mismo orden, así también
LOS GRADOS DE LA CON CIEN CIA DEL YO una cosa cualquiera es cualitativamente idéntica a aquella con que se
(LA CATEGORÍA «DELANTE DE DIOS») mide. Ahora bien, lo que es la medida cualitativa de algo es también
su meta en el sentido ético; medida y meta expresan, pues, la calidad
ile las cosas. Sin embargo, en el mundo de la libertad suele transtor-
narse este orden de cosas, ya que muchas veces el individuo no es de
la misma calidad que la que su medida y meta le exigen, de suerte
que se hace responsable de semejante descalificación. Claro que en
este caso la meta y la medida permanecen las mismas, juzgándole y
poniendo de manifiesto de una manera flagrante que no se ajusta a lo
En la primera parte de esta obra se fue poniendo de manifiesto un que cabalmente es su medida y su meta.
crecimiento gradual en la conciencia del yo. En primer lugar — en el La más antigua dogmática tenía una idea muy exacta, a la que
libro tercero, capítulo II y apartado I— se trató de la inconsciencia recurría con mucha frecuencia — aunque también solía cometer mu­
que consistía en no saber que se poseía un yo eterno; a continuación chos errores en su aplicación— , cuando hacía hincapié en que lo te­
— en ese mismo libro tercero y capítulo II, apartado II— se vio lo rrible del pecado consistía en que se pecaba delante de Dios. Esta era
concerniente a un saber de que se tenía un yo, en el cual a pesar de la razón en que se apoyaban para demostrar la eternidad de las penas
todo había algo eterno; y, finalmente, dentro de ese mismo capítulo del infierno. En cambio, una dogmática más reciente ha acostumbra­
y apartado — en el número 1, letra a y letra b, y en el número 2— se do a pasar por alto ese enorme detalle, porque en el fondo le falta­
volvieron a manifestar también diversos grados. ban entendederas y sentido para comprenderlo. Y así no es extraño
Ahora vamos a considerar en una forma dialéctica completamen­ que recientemente algunos teólogos se hayan vuelto tan avisados que
te nueva todos los términos de ese desarrollo. La cosa es como sigue. afirmen simplemente: el pecado es el pecado; el pecado no es mayor
Ese crecimiento gradual de la conciencia del yo, tal como antes lo porque sea contra Dios o delante de Dios. Pero ¡qué cosa más extra­
considerábamos, se movía dentro de la categoría del yo humano, o ña! Pues los mismos juristas nos hablan de crímenes cualitativos, los
del yo cuya medida era el hombre. Pero este yo alcanza una nueva mismos juristas hacen diferencias entre los crímenes; por ejemplo,
cualidad y una nueva calificación al ser precisamente un yo delante de es muy distinto el que se comete contra un funcionario público que
Dios. Ahora ese yo ha dejado de ser simplemente un yo humano para contra un simple ciudadano, y también es muy distinto el castigo
convertirse en lo que estoy dispuesto a llamar — con la esperanza de que se decreta contra un parricida que el castigo impuesto por un
que no se me comprenda mal— el yo teológico, es decir, el yo preci­ simple asesinato.
samente delante de Dios. ¿Acaso no es una nueva realidad infinita la Desde luego, la antigua dogmática tenía razón al afirmar que lo
que alcanza el yo al saber que existe delante de Dios y convertirse que acrecentaba la gravedad del pecado era cabalmente el hecho de
en un yo humano cuya medida es Dios? Un vaquero — si es que esto que éste fuese contra Dios. La equivocación estaba en que se consi­
no es una imposibilidad— que no fuese más que un yo delante de sus deraba a Dios como algo exterior y al mismo tiempo se suponía que
vacas, sería indudablemente un yo muy inferior; y la cosa tampoco solamente algunas veces se pecaba contra Dios. Sin embargo, Dios
cambiaría mucho aunque se tratara de un monarca que sólo fuese un no es nada exterior, algo así como un policía. Aquí lo que importa
yo frente a todos sus esclavos. Tanto el vaquero como el monarca decisivamente es que el yo tenga la idea de Dios, y, no obstante, no
absoluto carecerían en realidad de un yo, pues en ambos casos faltaba quiera lo que Dios quiere, ni se someta a obediencia. Tampoco es ver­
la auténtica medida. El niño que hasta ahora solamente ha tenido a dad que solamente se peque contra Dios alguna vez; puesto que todo

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pecado es cometido delante de Dios o, dicho con mayor exactitud, lo a esta pregunta, digamos que entre las muchas ventajas que puedan
que propiamente hace de una falta humana un pecado es el hecho de concedérsele a esa definición está, sobre todas, la de ser la única que
que el culpable tenga conciencia de existir delante de Dios. concuerda perfectamente con la sagrada Escritura, ya que en ésta
La desesperación se eleva en potencia proporcionalmente a la siempre se define el pecado como una desobediencia. Ahora vayamos
conciencia del yo; pero la potencia del yo se eleva en proporción de a la pregunta. Por lo pronto hay que responder que una definición del
su medida, es decir, se eleva infinitamente cuando la medida es Dios. pecado nunca puede ser demasiado espiritual, a no ser que se haga
Por eso, cuanto mayor sea la idea de Dios que se tiene, tanto mayor tan espiritual que suprima el pecado. Pero en el sentido verdadero
será el yo que se posea; y, viceversa, cuanto mayor sea el yo que se po­ nunca será demasiado espiritual, puesto que el pecado es cabalmente
see, tanto mayor será la idea de Dios que se tenga. Nuestro yo indivi­ una determinación o categoría del espíritu. Además, ¿por qué ten­
dual y concreto solamente llega a ser un yo infinito mediante la con­ dría que ser demasiado espiritual? ¿Quizá porque en esa definición
ciencia de que existe delante de Dios; y este yo es cabalmente el que no se habla de ningún asesinato, robo, lujuria o cosas semejantes?
se pone a pecar delante de Dios. Por eso, el egoísmo en el paganismo Pero ¿quién ha dicho que no se hable en ella de todas esas cosas?
— a pesar de todas las cosas que puedan decirse sobre él— era mucho ¿Acaso no es también todo eso una obstinación contra Dios y una
menos calificado que el que hay dentro de la cristiandad, la cual sin desobediencia que desafía abiertamente sus mandamientos divinos?
duda no está tampoco libre del egoísmo. La razón de esta diferencia Lo que pasa en realidad es algo muy distinto, a saber, que cuando
es muy sencilla, ya que el pagano no tenía su propio yo delante de al hablar del pecado solamente se mencionan esos pecados, se suele
Dios. El pagano y el hombre natural no tienen más medida que la del olvidar con una enorme facilidad que todo eso, hasta cierto punto
yo humano. Por eso, desde un punto de vista más elevado, puede ser y hablando en términos humanos, puede ser perfectamente lógico,
muy razonable ver que todo el paganismo yacía en el pecado, pero pero que lo que no tiene sentido es que dentro de ese ambiente toda
el pecado del paganismo no era en el fondo más que la desesperada nuestra vida sea pecado, el pecado específico que nosotros conoce­
ignorancia de Dios, la ignorancia de que se existía delante de Dios; mos muy bien, el pecado de nuestros vicios espléndidos y de nuestra
en una palabra, «que se estaba sin Dios en el mundo». Por otra parte, terquedad. Esto es lo grave, esa terquedad nuestra que estúpida o
también es verdad que el pagano estrictamente no pecaba, ya que insolentemente se mantiene ignorante o pretende ignorar que el yo
no lo hacía delante de Dios, y ya hemos dicho que todo pecado es humano, en lo concerniente a sus deseos e ideas más secretos, le debe
delante de Dios. Además, podemos afirmar con toda seguridad que a Dios una obediencia profundísima, de suerte que todo él tenga que
muchas veces los paganos vivieron la vida sin que nadie les pudiera ser oídos y docilidad para captar y cumplir con absoluta prontitud
echar nada en cara en cierto sentido, pues en realidad los salvaba su la menor señal de la voluntad divina en cualquiera de sus designios
representación superficial y pelagiana de las cosas. Claro que en este respecto de ese nuestro yo humano. Así, por ejemplo, los pecados
caso su pecado es otro, precisamente esa concepción superficial y pe­ de la carne no son otra cosa que la terquedad del yo inferior; pero
lagiana. Por contraste, también es cosa bien sabida que una rigurosa ¿cuántas veces no ha sido expulsado un demonio con ayuda de otro
educación dentro del cristianismo ha sido con frecuencia y en cierto demonio, llegando a ser la segunda situación peor que la primera?
sentido la causa de que algunos hombres se hundieran todavía más en Pues eso es cabalmente lo que suele acontecer en el mundo: el hom­
el pecado. Esto suele ocurrir especialmente en el período de la juven­ bre empieza pecando por fragilidad o por debilidad, y en seguida
tud, cuando a los muchachos, con poca experiencia de la vida, toda — en seguida quizá aprenda la lección de que su único refugio está en
la concepción cristiana de las cosas se les puede antojar demasiado Dios y así busque ayuda en la fe que lo salva de todo pecado, pero de
seria. Sin embargo, esa educación representa por otro lado una gran esta posibilidad inmediata no nos toca hablar ahora, sino de que— ,
ayuda para ellos, pues les proporciona una idea mucho más profunda en seguida se pone a desesperar con ocasión de su propia debilidad y
acerca de lo que es el pecado. entonces, o se hace un fariseo que de una manera desesperada con­
Se peca, pues, cuando delante de Dios y desesperadamente no se vierte todo en una cierta justificación legal, o desesperado se vuelve a
quiere ser uno mismo, o cuando, también de una manera desespe­ hundir todavía más bajo en el pecado.
rada y delante de Dios; se quiere ser uno mismo. Pero ¿acaso no es Por lo tanto, aquella definición abarca todas las formas imagina­
demasiado espiritual esta definición del pecado? Antes de responder bles y reales del pecado. Además, destaca de una manera plenamente

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exacta los aspectos decisivos del pecado, a saber, que todo pecado es ¿Dónde, pues, se encuentra aquí la posibilidad del escándalo? Esa
desesperación — ya que el pecado no es la furia salvaje de la carne posibilidad se encuentra en la necesidad de que el hombre tenga la
y de la sangre, sino el consentimiento emparejado del espíritu— , y siguiente realidad: que en cuanto hombre individual exista delante
que todo pecado es precisamente delante de Dios. Nuestra definición de Dios; y, en segundo lugar, como consecuencia de lo anterior, que
es en cuanto tal una especie de fórmula algebraica. Naturalmente el pecado del hombre haya de ocupar a Dios. Este enfrentamiento
que este pequeño escrito no ofrece lugar a propósito — intento que decisivo del hombre individual con Dios es algo que nunca entrará en
por otra parte conduciría inevitablemente al fracaso— para que nos una cabeza especulativa. La especulación no hace más que unlversa­
metamos ahora a describir uno por uno todos los pecados particula­ lizar fantásticamente a los hombres individuales dentro de la especie.
res. Lo único que importa es que la definición, como una especie de Este afán especulativo es también el que ha hecho que un cristia­
red, abarque todas las formas. Y esto, desde luego que lo logra. Para nismo infiel haya inventado eso de que el pecado es simplemente el
verificarlo bastaría también contrastar esa definición con su contra­ pecado y que el que sea delante de Dios o no sea es algo que no hace
ria, con la definición de la fe, que es como el faro luminoso al que al caso. En una palabra, que se ha querido eliminar esa categoría de
no dejo de mirar ni por un momento en todo este escrito. La fe, en «delante de Dios», para tener expedito el camino de una sabiduría
efecto, consiste en que el yo, siendo sí mismo y queriéndolo ser, se superior. Pero lo curioso es que tal sabiduría a fin de cuentas no es ni
fundamenta lúcido en Dios. más ni menos — como le suele pasar a toda sabiduría superior— que
A pesar de todo se ha acostumbrado a pasar por alto con excesiva antiguo paganismo.
frecuencia que lo contrario del pecado no es cabalmente la virtud. Algunas gentes han venido repitiendo con harta frecuencia que
Esta apreciación es en parte una apreciación pagana, la cual, al me­ lo que les escandalizaba del cristianismo eran sus muchas oscuridades
dir la gravedad del pecado, se contenta con una medida meramente sombrías, su enorme rigorismo, etc., etc. Sin embargo, ya va siendo
humana, y en realidad no sabe lo que es el pecado y que todo pecado hora de decir abiertamente que en realidad lo que hace que los hom­
lo es delante de Dios. No, lo contrario del pecado es la fe, y por eso bres se escandalicen del cristianismo es su mucha elevación, porque
en la Epístola a los Romanos (14, 23) se nos dice: «Todo lo que no su medida no es una medida humana y porque pretende convertir a
procede de fe es pecado». Éste es, desde luego, uno de los conceptos los hombres en algo tan extraordinario que a éstos no les puede caber
más discriminativos de todo el cristianismo: lo contrario del pecado en la cabeza. Una sencilla explicación psicológica de la naturaleza
no es la virtud, sino la fe. del escándalo nos esclarecerá definitivamente lo que acabamos de
afirmar; al mismo tiempo esa explicación servirá también para poner
de manifiesto lo insensata e inútil que es toda defensa del cristianis­
A p é n d ic e mo basada en dejar fuera el escándalo. Esto fue posible porque se
olvidó por completo, necia o insolentemente, la propia enseñanza de
LA DEFINICIÓN DEL PECADO IMPLICA LA POSIBILIDAD Cristo, quien muchas veces y lleno de honda preocupación nos advir­
DEL ESCÁNDALO. UNA ANOTACIÓN GENERAL tió contra el escándalo, haciendo hincapié en su posibilidad y en su
ACERCA DEL ESCÁNDALO necesidad. Nadie, pues, podrá negar la necesidad del escándalo y su
pertenencia esencial y perpetua a lo cristiano, ya que en caso contra­
Esta típica oposición cristiana entre pecado y fe es la que transforma, rio constituirían una gran insensatéz humana todas las advertencias
cristianizándolos, todos los conceptos éticos, que reciben con ella un de Cristo, tan frecuentes y preocupadas, en contra del escándalo,
relieve más profundo. El motivo radical de esa oposición no es otro cuando lo que tendría que haber hecho, a juicio de los hombres, era
que el cristianamente decisivo encerrado en esa expresión «delante haber empezado por la eliminación del escándalo.
de Dios», la cual representa a su vez la categoría conceptual que con­ Imaginemos una historia. Había una vez un pobre jornalero even­
tiene el criterio decisivo de todo lo cristiano: el absurdo, la paradoja tual y un poderoso emperador, el más poderoso de todos los que han
y la posibilidad del escándalo. La presencia de este criterio es muy reinado en el mundo. Un buen día, de repente, ese gran emperador
importante en cualquier determinación de lo cristiano, ya que es el tuvo el capricho de mandar llamar al jornalero. Luego diremos para
escándalo el que ampara al cristianismo contra toda especulación. qué. Pero es preciso anticipar que el pobre jornalero, por su parte,

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jamás había soñado ni «nunca le había venido a las mientes»* la idea resultaba difícil comprender el pequeño favor; en cambio, lo de ser
de que el emperador estuviera enterado de su existencia. ¡Lo que ha­ yerno del emperador aquel pobre jornalero, no le entraba ni podía
bría gozado él al lograr ver al emperador una sola vez, siquiera fuese entrar a nadie en la cabeza, porque a todas luces era una exageración
de pasada! No cabe duda de que el jornalero, de haber acontecido enorme.
ese gran suceso, el más importante de toda su vida, se lo estaría con­ Y ahora supongamos — sin salimos aún de la misma historia—
tando siempre a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Sin embargo, lo que lo de llegar a ser yerno del emperador no iba camino de ser una
curioso del caso es que el emperador lo mandó llamar para ofrecerle realidad pública, de la que tanto se hablaba, sino una realidad inte­
la mano de su hija, la poderosa princesa. ¿Qué pasaría entonces? Tam­ rior y, por consiguiente, una realidad que no entrañaba ningún indi­
poco puede caber duda de que ahora el buen jornalero, de un modo cio efectivo que ayudase al jornalero a estar cierto, sino que la única
muy humano, se escamaría bastante, más bien muchísimo, y se senti­ efectividad en el caso era la fe y, en consecuencia, que todo quedaba
ría avergonzado y como desinflado. Le parecería humanamente — y sometido a la fe y a expensas de que el jornalero tuviese el suficiente
es lógico que ésta sea la reacción humana en un caso similar— que coraje, propio de la humildad, para atreverse a creerlo. Nótese bien
se trataba de una cosa extraña hasta más no poder, de algo que no que decimos un coraje propio de la humildad, pues el coraje de la
tenía ni pies ni cabeza y sobre lo cual no hablaría con nadie por nada insolencia nunca podrá ayudarnos a creer. Y esto supuesto, pregun­
del mundo..., máxime cuando él mismo, para sus adentros, no estaba tamos: ¿Cuántos jornaleros serían capaces de tener ese coraje? De
muy lejos de dar a semejante oferta la explicación que no tardaría en seguro que el que no lo tuviera se iba a escandalizar; porque lo ex­
ser el tema favorito de las habladurías de todo el vecindario, a saber: traordinario le sonaría casi como una broma que se le quería hacer.
que el emperador se había querido burlar del buen jornalero, para Y quizá dijese, con toda honradez e ingenuidad: «Esas cosas son de­
que éste se convirtiera en el hazmerreír de toda la ciudad, saliese re­ masiado altas para mí y no pueden entrar en mi cabeza; en una pala­
tratado en todos los periódicos y su historia de los esponsales con la bra y sin rodeos, que todo eso me parece sencillamente una locura».
princesa hiciese furor en una nueva serie de cancioncillas populares. Y ahora, a la luz de esta historia, ¿qué diremos acerca del cristia­
A pesar de todo, lo de ser yerno del emperador iba a ser pronto nismo? Porque el cristianismo precisamente enseña que este hombre
una realidad pública, y el mismo jornalero tenía ya indicios más que individual existe delante de Dios. Este hombre individual y cualquier
suficientes de que el emperador tomaba sus planes en serio. Pero, hombre individual, sea quien sea, hombre o mujer, criada o ministro,
con todo, aquél seguía no teniéndolas todas consigo y no cesaba de comerciante o barbero, estudioso o aldeano, etc., etc. El cristianismo
preguntarse: ¿no será que el emperador sólo busca divertirse a costa enseña que este hombre individual, que se daría por muy satisfecho
de un pobre diablo, haciéndole un desgraciado para toda la vida y de haber logrado hablar con el rey siquiera una vez en toda su vida o
poniéndole en condiciones de que termine en un manicomio? Y la que, sin llegar tan alto, apenas puede imaginarse lo mucho que signi­
verdad, cuando hay por medio un quid nimis [algo excesivo], no es ficaría para él entablar relaciones con Fulano o Zutano..., el cristia­
nada difícil que todo empuje en el sentido contrario. De tratarse de nismo, repito, nos viene a enseñar que este hombre individual existe
un pequeño favor imperial, el jornalero lo hubiera podido compren­ delante de Dios y que puede hablar con Dios siempre que quiera, se­
der bastante bien. Desde luego, todo el mundo lo hubiese compren­ guro de que Dios lo escuchará. Sí, a este hombre individual se le ofre­
dido en la ciudad, tanto el muy respetable público educado como ce la oportunidad de vivir en la relación más íntima con Dios. Y todo
los aficionados a las cancioncillas. En una palabra, que lo hubiese esto después que Dios vino al mundo por él, tomó carne humana,
comprendido admirablemente la totalidad del medio millón de almas padeció y murió. ¡Y este Dios sufriente, casi poniéndose de rodillas,
que habitaban en aquella ciudad — por cierto que era ésta una gran le ruega a ese hombre individual que tenga a bien aceptar la ayuda
ciudad si se atiende a la densidad de la población, aunque un autén­ que se le ofrece! Desde luego, si hay algo en el mundo capaz de hacer
tico villorrio si se consideran las entendederas y el sentido de que perder la razón a un hombre es precisamente eso. ¿Quién, de no te­
sus habitantes hacían gala con respecto a lo extraordinario— . Así no ner el coraje humilde de atreverse a creer, no se escandalizará? Pero
¿por qué se tiene que escandalizar? Muy sencillo, porque todo eso es
demasiado alto para él, porque no le puede caber en la cabeza, por­
* Alusión al texto de la primera Carta a los Corintios, 2, 9. que inevitablemente se siente cohibido por ese mensaje, y he aquí la

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razón de que lo rechace con todas sus fuerzas, queriéndolo convertir sabiduría y todos la honran con admiración. Y es curioso, el curso
en nada, en una locura y en un contrasentido, pues se cierne sobre él de esa moneda no fluctúa nunca, pues toda la humanidad garantiza
como el patíbulo de su tormento. su valor. De vez en cuando suele aparecer algún genio que otro, que
¿Qué es, en definitiva, el escándalo? El escándalo es una admira­ se sale un poco del camino de la famosa sentencia, pero no importa,
ción desgraciada. Por eso está emparentado con la envidia, pero ésta en seguida vienen los sabiondos, precisamente ellos, tan prudentes, y
es una envidia que se vuelve contra uno mismo; o, más exactamente declaran que el genio está loco. Pero el cristianismo ha entablado una
dicho, es una envidia que se ensaña con uno mismo todo lo que lucha enorme para superar ese ne quid nimis, adentrándose por el
puede. La estrechez de corazón característica del hombre natural es camino del absurdo. Aquí empieza el cristianismo..., o el escándalo.
incapaz de someterse a lo extraordinario que Dios tenía destinado Con esto se vuelve a poner de manifiesto cuán extraordinaria­
para él. Así es como se escandaliza. mente necia — ¡siempre tiene que quedar, a pesar de todo, algo de
El grado del escándalo varía según la pasión que un hombre pon­ extraordinario en el mundo!— es la pretensión de defender el cris­
ga en la admiración. Los hombres de naturaleza más prosaica, sin tianismo. Con esa pretensión se da a entender que se tiene muy poco
imaginación ni apasionamiento — y, en consecuencia, tampoco muy conocimiento de los hombres y, por otra parte, aunque ello se haga
aptos para la admiración— llegan también a escandalizarse, pero inconscientemente, se está como jugando a hurtadillas con el mismo
se suelen limitar a encogerse de hombros, diciendo: «Todo eso no escándalo, convirtiendo lo cristiano en una cosa tan lamentable que
me cabe en la cabeza, mas dejémoslo así». Éstos son los escépticos. a fin de cuentas habría que salvarlo con una defensa cualquiera. Esto
Pero cuanto mayor sea la pasión y la imaginación que un hombre es tan cierto y verdadero que al primero que en la cristiandad se le
tiene, tanto más cerca estará también, en el sentido de la posibilidad, ocurra defender el cristianismo hay que tenerlo realmente por un
de llegar a hacerse creyente. Notémoslo bien: si se pone en actitud Judas, por el Judas número 2. También éste traiciona con un beso,
de adoración y se humilla ante lo extraordinario. Claro que en esta con la sola diferencia de que su traición es la de la memez. Defender
situación, junto a la posibilidad de la fe, tanto mayor será también algo siempre equivale a desaconsejarlo. Por ejemplo, si uno tiene un
el apasionamiento del escándalo y éste luchará con todas sus fuerzas almacén lleno de oro hasta el techo y está dispuesto a darles a los
contra lo extraordinario, no quedando tranquilo hasta que logre ex­ pobres todos los innumerables ducados que allí se encierran, ¿por
terminarlo, aniquilarlo y hundirlo en el barro. qué le vamos a suponer tan tonto que empiece esta magnífica obra
Si se quiere llegar a entender el tema del escándalo ha de estudiar­ de beneficencia haciendo una defensa de la misma con tres razones
se el de la envidia humana, un estudio fuera de serie, pero al que yo aplastantes que demostrasen su legitimidad absoluta? ¿No sería ésta
me he dedicado con todo ahínco y que creo haberlo tratado a fondo. la mejor manera de que los hombres no tardasen mucho en poner
La envidia es una admiración disimulada. El admirador que presiente casi en duda de que se trataba de una obra de beneficencia? Y, en
que no va a ser feliz si se entrega a lo que admira, escoge enfrentarse comparación, ¿qué diremos de lo cristiano? Pues que quien lo defien­
a ello envidiándolo. Entonces, naturalmente, se pone a hablar de otra de, jamás ha creído en ello. Porque si lo cree, entonces el entusiasmo
manera y le anda diciendo a todo el mundo que aquello — a lo que de la fe nunca es una defensa, sino que es un ataque y una victoria.
admira— no es nada, o solamente una cosa tonta e insípida, extraña Un creyente es siempre un vencedor.
y extravagante. La admiración es un abandono feliz, la envidia, en Esto es lo que pasa con el cristianismo y con el escándalo. La
cambio, no es más que una desgraciada reivindicación personal. posibilidad del escándalo está bien patente en la misma definición
Lo mismo acontece con el escándalo. Pues lo que en la relación cristiana del pecado. Todo gira en torno a ese «delante de Dios».
entre seres humanos representan los extremos opuestos de la admira­ El pagano y el hombre natural están de acuerdo en conceder que el
ción y de la envidia, viene a ser remplazado en la relación entre Dios y pecado existe, pero ese «delante de Dios», que es lo que propiamente
el hombre por la adoración o por el escándalo. La summa summarum hace que el pecado sea pecado, representa para ellos una exageración
de toda humana sabiduría es ese «dorado» — mejor sería decir «platea­ enorme e inconcebible. Esto sería a sus ojos — aunque no de la mane­
do»— ne quid nimis, según el cual demasiado poco o mucho en dema­ ra que ha quedado señalada más arriba— dar demasiada importancia
sía lo echan a perder todo. Y, sin embargo, esa sentencia es la moneda a la existencia humana, con un poco menos ya se conformarían...,
que pasa de mano en mano, entre los hombres, como una auténtica pero «una exageración siempre será una exageración.

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—el cristianismo lo llamaría más bien necedad— , pero falta que se


responda a la pregunta: ¿Qué ignorancia es ésa? ¿Es una ignorancia
originaria, de suerte que el que la padece ha estado siempre en ella y
hasta la fecha no ha podido saber nada acerca de la verdad? O ¿no es
Capítulo II acaso una ignorancia adquirida, a la que se ha llegado en un período
posterior? Si se trata de una ignorancia tardía, entonces no cabe duda
LA D EFIN IC IÓ N SOCRÁTICA DEL PECADO de que el pecado hunde sus raíces en algo distinto de la ignorancia, en
algo que tiene que ver con la actividad del hombre, es decir, en una
actividad en la que éste ha trabajado por oscurecer su conocimiento.
Pero aun suponiendo esto, vuelve a acosarnos otra vez ese tenaz y
resistente defecto de la definición socrática, pues nos sale al paso una
nueva pregunta. A saber, ¿tenía el hombre conciencia clara de lo que
hacía al empezar a oscurecer el conocimiento? Porque si no la tenía,
entonces el conocimiento ya estaba algo oscurecido antes de que el
hombre empezase a oscurecerlo. Y en este caso la pregunta sigue en
El pecado es ignorancia. Como es cosa bien sabida, ésta es la defini­ pie. En cambio, si se supone que el hombre tenía conciencia clara de
ción socrática del pecado, la cual, por cierto, como siempre nos acon­ lo que hacía cuando empezó a oscurecer el conocimiento, entonces es
tece con todo lo que arranca de Sócrates, constituye una instancia muy evidente que el pecado no dimana del conocimiento — si bien aquél
digna de tenerse en cuenta. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, no deja de ser ignorancia en cuanto al resultado— , sino que dimana
no son pocos los que se han sentido impulsados a superar esta y otras de la voluntad. Y así podríamos seguir planteando muchas preguntas
muchas doctrinas de Sócrates. similares durante muchos días. Sin embargo, la definición socrática
¡Cuántos no han sentido ya el impulso de superar del todo la no se mezcla propiamente con ninguna de esas preguntas. Sócrates
ignorancia socrática! Y lo más probable es que ese impulso naciera en era indudablemente un ético. La antigüedad no ha sido parca en re­
ellos porque tenían la impresión de que les era imposible mantenerse conocérselo, ya que todos le llaman el padre de la ética. Sí, él fue y
en los linderos de esa ignorancia. Porque, indudablemente, en cada siempre será el primero en su género. Pero empezó con la ignorancia.
generación hay muy pocos hombres que estén dispuestos, siquiera Sócrates tiende intelectualmente a la ignorancia, a no saber nada. En
sea por sólo un mes, a soportar la carga que supone el tener que ex­ el sentido ético entiende por ignorancia algo completamente distin­
presar de un modo existencial una ignorancia absoluta. to, aunque en seguida empieza con la ignorancia. Lo que no podemos
Pero nosotros somos de otro criterio y por eso no daremos por decir es que Sócrates fuese un moralista esencialmente religioso, y
bueno en modo alguno ese principio de que es imposible mantenerse mucho menos — en la debida correspondencia cristiana— que fuese
en la definición socrática. Esto no quiere decir que sea perfecta, y por un dogmático. Por eso, Sócrates ni siquiera se introduce en realidad
esta razón, siempre con lo cristiano in mente, la explotaremos todo en toda esa investigación con la que empieza el cristianismo, no se
lo que sea posible para dejar bien delimitados los aspectos típicos introduce en ese radicalismo en el que el pecado se presupone a sí
de la definición cristiana. La definición socrática es una definición mismo y encuentra la explicación cristiana en el dogma del pecado
típicamente griega y como toda otra definición que no sea riguro­ original. Por cierto que nosotros en esta investigación no haremos
samente cristiana en el sentido más estricto — es decir, como toda más que llegar a las fronteras de ese dogma.
definición provisional— no podrá por menos de dejar al descubierto Por tanto, Sócrates deja intacto el concepto del pecado, y no pue­
su profundo vacío. de caber duda de que eso significa un defecto enorme cuando se trata
Concretamente, el defecto de la definición socrática consiste en de definir el pecado. ¡Veámoslo! Si el pecado es ignorancia, entonces
que no llega a precisar cómo ha de entenderse esa misma ignorancia, propiamente no existe..., ya que el pecado es cabalmente conciencia.
ni tampoco su origen y otras particularidades. Porque, desde lue­ Si el pecado, como afirma Sócrates muy a menudo, consiste en que
go, no se puede negar que el pecado es ignorancia en cierto sentido se ignora lo que es justo y por eso se hace lo que es injusto, entonces

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el pecado no existe. Porque si el pecado no es más que eso, entonces propósito de haber comprendido y entendido a la perfección qué
hay que suponer — y Sócrates ciertamente que lo suponía— que nun­ cosa sea el bien supremo, al mismo tiempo que del virtuosismo con
ca llegará el caso en que un hombre cometa una injusticia a sabiendas que no pocos de entre ellos aciertan, a veces con una maravillosa
de lo que es justo, o a sabiendas de lo que es injusto. Es, pues, evi­ exactitud, a hacer la exposición de ese mismo bien supremo. Pero lo
dente que si la definición socrática es correcta, el pecado no puede que más provoca en uno la risa o el llanto es verificar que todo ese
existir en absoluto. saber y toda esa comprensión no representan en absoluto ninguna
Desde luego, la anterior conclusión es perfectamente lógica des­ virtud operante en la vida de los hombres, hasta tal punto que éstos
de la perspectiva cristiana, y lo es en un sentido especialmente pro­ 110 solamente no expresan con su vida, aunque fuera de una manera
fundo, como se verá a renglón seguido y donde quedará claro cómo muy lejana, que han comprendido, sino que cabalmente expresan en
la anterior conclusión era — precisamente en interés del cristianis­ la práctica todo lo contrario. El espectáculo de un contrasentido tan
mo— quod erat demonstrandum [lo que había que demostrar]. En lamentable como ridículo le hace a uno exclamar, sin poderlo re­
efecto, el concepto que señala la más radical diferencia cualitativa mediar: ¿Pero cómo diablos es posible que hayan comprendido? ¿No
entre el cristianismo y el paganismo es el del pecado, la doctrina del será más bien una mentira? Aquí nos viene a sacar del apuro aquel
pecado. Por esta razón el cristianismo supone con toda lógica que viejo irónico y moralista, diciéndonos: ¡No, amigo mío, no lo creas
ni el pagano ni el hombre natural saben lo que es el pecado. Sí, el nunca; no lo han comprendido, pues si lo hubiesen comprendido
cristianismo está suponiendo a gritos que es necesaria la revelación de veras, entonces lo expresarían también con sus vidas y harían de
divina para saberlo. Por eso no estamos de acuerdo con esa conside­ seguro lo que habían comprendido!
ración superficial que da por supuesto que es la doctrina de la recon­ ¿No habrá acaso dos maneras de entender? Desde luego, comple­
ciliación — o redención— la que establece la diferencia cualitativa tamente exacto. Y quien haya comprendido esto — no precisamente
entre el paganismo y el cristianismo. N o, hay que tomar las aguas en el sentido de la comprensión antes aludida— estará eo ipso ini­
desde más arriba, es decir, hay que empezar con el pecado, con la ciado en todos los secretos de la ironía. En realidad es este contraste
doctrina del pecado, que es también lo que hace el cristianismo. ¿No el que trae atareada a la ironía. ¿Qué tiene de cómico el que un
sería acaso una objeción muy peligrosa contra el cristianismo el que hombre ignore de hecho una cosa? Pues muy poco o nada, de suerte
en el paganismo se nos hubiese dado una definición del pecado que que demostraría poseer muy poco sentido de lo cómico y ninguna
aquél tuviera que reconocer como exacta? capacidad para la ironía el hombre que juzgase lo contrario. Tam­
Por tanto, ¿qué categoría le falta a Sócrates en su definición del poco tiene en realidad nada de cómico el que en otras épocas no tan
pecado? Le falta la categoría de la voluntad, del desafío. La intelec­ avanzadas en los conocimientos, los hombres creyesen por las bue­
tualidad griega era demasiado feliz, demasiado ingenua, demasiado nas que la tierra no se movía. Probablemente nos pasará a nosotros
estética, demasiado irónica, demasiado ingeniosa — en una palabra, algo parecido con respecto a otros tiempos que estarán mucho más
demasiado pecadora en cierto sentido— como para que le entrase adelantados en la ciencia física. En este caso el contraste se establece
en la cabeza que alguien dejara de hacer el bien a sabiendas, o que a entre dos épocas distintas que en el fondo no guardan ningún punto
sabiendas de lo que era justo cometiese una injusticia. El helenismo de comparación en lo relativo a esas cosas y por eso tal contraste no
establece un imperativo categórico intelectual. es esencial; ni, en consecuencia, tampoco lo puede ser la comicidad
Claro que no por todo eso que acabamos de decir hemos de pa­ que se pretenda ver en ello. En cambio, lo que resulta infinitamen­
sar por alto la gran verdad que se encierra en el principio de la ig­ te cómico es que un hombre haga hincapié y nos diga cuál es lo
norancia socrática. Sobre todo, en estos tiempos en que a muchos justo — mostrando así que lo ha comprendido— y en el momento
les domina el prurito de lanzarse de una manera alocada y vanidosa de actuar nos salga cometiendo toda clase de injusticias — con lo
por los derroteros de una ciencia hinchada y estéril..., de suerte que que demuestra que no ha comprendido en absoluto— . Infinitamente
los hombres tienen ahora, todavía mucho más que en la época de cómico es ver que un hombre puede pasarse las horas enteras — con­
Sócrates, una necesidad acuciante de que se les imponga una no pe­ movido hasta las lágrimas, de suerte que no sea solamente el sudor el
queña dieta socrática. Uno no sabe si reírse o ponerse a llorar cuando que gotea por su frente abajo— leyendo o escuchando el desarrollo
oye toda esa retahila de seguridades de que muchos hacen gala a del tema de la abnegación y de la nobleza que implica el que uno

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esté dispuesto a ofrecer su vida por la verdad..., y a renglón seguido, Je acuerdo con hacer de todos esos sujetos unos fariseos. Me parece
con paso marcial — ¡uno, dos, tres, rompan filas!— , y todavía con mucho más comprensible la actitud socrática; porque tú, oh Sócrates,
lágrimas en los ojos y sudor en la frente, lo veamos aprovechando la los consideras como unos farsantes, como una especie de hermanos
más mínima oportunidad que se le ofrezca para defender la mentira. que todo lo toman a broma y que acaparan nuestras risas. Por eso, oh
También es infinitamente cómico tener que contemplar a un predi­ Sócrates, yo sé que cuento con tus parabienes si me sirvo de ellos y
cador poniendo tanta veracidad en la voz y en la mímica que casi se los juzgo en el banquillo de lo cómico — naturalmente, siempre que
sale del pulpito, que se conmueve y te conmueve hasta las entrañas, la ironía resultante sea de la buena.
que de una manera estremecedora te va describiendo todos los rasgos ¡Oh Sócrates, Sócrates, Sócrates! Sí, tu nombre tiene que repe­
de la verdad, que pone por los suelos todas las ínfulas de la maldad tirse tres veces, y no sería demasiado repetirlo diez si ello sirviera de
y tiene entre ojos a todos los poderes del infierno, y todo ello con un algo. Se opina que el mundo necesita una república, un nuevo orden
aplomo en la figura, con una gallardía en la mirada y con una exac­ social e, incluso, una nueva religión. Pero nadie piensa que de lo
titud en el movimiento de los brazos verdaderamente admirables..., que más necesidad tiene el mundo, precisamente en virtud de tanto
para en seguida, casi sin haberse quitado todavía la «negligé», verlo saber que confunde, es de otro Sócrates. Claro que éste ya no sería
con qué cobardía y timidez se aparta del camino al menor entorpe­ tan necesario si hubiera algunos, o mejor muchos, que lo pensaran.
cimiento. ¿Quién no dirá que todo esto es infinitamente cómico? En una total desorientación siempre es lo que más hace falta aquello
Sí, desde luego, es infinitamente cómico que uno haya comprendido en que menos se piensa. De lo contrario no se trataría de una total
toda la verdad en torno a lo malvado y mediocre que es el mundo, desorientación.
etc., etc., y después de haberlo comprendido no nos dé en la práctica Desde luego, nuestro tiempo necesita muchísimo de semejante
ninguna muestra de que lo ha comprendido..., pues casi en el mismo cura irónico-ética, hasta tal punto que quizá sea lo único de lo que
momento ya lo vemos otra vez mezclado con esa misma maldad y en realidad está necesitado — puesto que no cabe duda de que eso
mediocridad, sacando todo el partido que puede de ella, honrándola es en lo que menos se piensa— . Por eso, en vez de haber superado a
y honrándose, es decir, reconociéndola. Y cuando yo veo que algu­ Sócrates, nos sería mucho más provechoso el retornar sin más a su
nos, después de jurar y perjurar que han comprendido a la perfección distinción de las dos maneras de entender, no como a un resultado,
cómo Cristo vivió en el mundo, bajo la forma de un simple siervo, que al fin de cuentas sólo serviría para hundir a los hombres en la
pobre, desgraciado, escarnecido y, según dice la Escritura, escupi­ miseria más profunda, en cuanto que el resultado es cabalmente lo
do..., cuando yo veo, repito, que esos mismos sujetos buscan con que elimina esa diferencia entre dos maneras de entender, sino apro­
tanto afán el puesto en que mundanamente mejor se esté y se instalan piándonosla como una auténtica pauta de la concepción ética de la
en él con todas las comodidades..., cuando yo los veo con qué an­ vida cotidiana.
gustia, como si se tratara de salvar la misma vida, procuran soslayar Por tanto, la definición socrática del pecado se viene a salvar
cualquier ráfaga de viento desfavorable, ya venga de la derecha, ya en cierto sentido y de la siguiente manera. Si un hombre no hace lo
venga de la izquierda..., cuando yo los veo, finalmente, tan dichosos, que es justo, con ello también demuestra que no ha comprendido.
tan sumamente dichosos, tan radiantes de alegría, sí, tan radiantes de Su comprensión es un ensueño. Las seguridades que da de haber
alegría que — para que no falte nada en el cuadro— incluso dan gra­ comprendido constituyen un extravío. Y si se empeña, jurándolo
cias a Dios con una emoción infinita por lo mucho que todo el mun­ por todos los diablos, en seguir asegurando que ha comprendido,
do, absolutamente todo el mundo les honra y les ensalza, entonces entonces no hace más que alejarse enormemente del camino recto
nunca ceso de preguntarme a mí mismo, recordando a aquel noble por el mayor de los rodeos. En este caso la definición de Sócrates
sabio de la antigüedad: «¿Cómo diablos es posible, oh Sócrates, Só­ es indudablemente correcta. Si uno hace lo que es justo, entonces
crates, Sócrates, que esos hombres hayan comprendido lo que dicen de seguro que no peca; y si no lo hace, entonces es claro que no
haber comprendido?». Esto lo he dicho muchas veces, y también he ha comprendido. La verdadera comprensión de lo que es justo le
de confesar que muchas veces he deseado que Sócrates tuviera razón. impulsaría inmediatamente a cumplirlo, convirtiendo toda su vida
Porque, en definitiva, el cristianismo todavía me sigue pareciendo en un eco simultáneo de su comprensión; lo que demuestra que el
demasiado severo a pesar de todo, y mi experiencia tampoco está aún pecado es ignorancia.

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¿Dónde, pues, radica el defecto de esa definición? Ese defecto está |más que de prisa], o algo — que a falta de una terminología filosófica
— cosa que el mismo socratismo reconoce y remedia, pero solamente lo llamaré a la alemana— geschwind wie der Wind*. No, ni muchísi­
hasta cierto punto— en la ausencia de una categoría dialéctica para mo menos, pues cabalmente ahí comienza una aventura muy larga.
hacer el tránsito del haber comprendido al cumplimiento correspon­ En la vida del espíritu no se da ningún reposo — en realidad tam­
diente. En el quicio de esta transición comienza lo cristiano, y por poco se da ningún estado, sino que todo es actualidad— . Por tanto,
este camino llega a manifestar que el pecado radica en la voluntad y si un hombre no pone en práctica lo justo inmediatamente que lo ha
así alcanza el concepto de desafío. Y todavía no se contenta con esto reconocido, entonces, sin lugar a dudas, lo primero que empieza a
el cristianismo, sino que para tocar el fondo del problema recurre en paralizarse es el conocimiento. Y en seguida se plantea la cuestión de
última instancia al dogma del pecado original. Ah, el secreto de la es­ qué es lo que la voluntad estima acerca de lo conocido. La voluntad
peculación, con tanto acentuar y conceptuar, nunca llega al fondo de es un agente dialéctico, y un agente además que tiene las riendas de
los problemas ni nunca termina por dar un nudo al hilo. Con lo que toda la naturaleza inferior del hombre. Si la voluntad no encuentra
no tiene nada de extrañó que la especulación siempre esté tejiendo y estimable el producto del conocimiento, ello no significa, como ca­
tejiendo en las nubes, o, por decirlo de otra manera, como hilando bría esperar, que se ponga en seguida a hacer lo contrario de lo que la
el hilo. En cambio, el cristianismo anuda bien los cabos con la ayuda inteligencia había captado. Tales contradicciones entre ambas facul­
de la paradoja. tades suelen ser muy raras en la práctica. Por eso, lo que la voluntad
En la filosofía de la pura idealidad, donde no se habla para nada suele hacer en ese caso es dejar que pase algún tiempo, una especie
del hombre real e individual, la transición es necesaria — desde luego, de tiempo de tregua, con lo que se queda tranquila y como diciendo:
en el sistema no hay tampoco nada que no suceda por necesidad— ; ¡mañana veremos! Entretanto, el conocimiento se va oscureciendo
o, dicho con otras palabras, en la idealidad pura no hay ninguna todavía más y la naturaleza inferior, por su parte, va acreciendo su
dificultad emparejada con el tránsito del entender al cumplir. Esto es victoria. Desde luego, es preciso que el bien se haga inmediatamente
el helenismo..., aunque no precisamente el socratismo, pues Sócrates que es conocido, sin perder ni siquiera un segundo. Por eso mismo
era demasiado moralista como para seguir ese camino. Y lo mismo resulta tan fácil para la especulación pura el tránsito del pensar al
que del helenismo en general, también podemos afirmar con toda ser, pues allí todo acontece inmediatamente. ¡Lástima que sólo sea
propiedad que ése es el secreto de toda la filosofía moderna. ¿Qué en las nubes! En cambio, las fuerzas inferiores del hombre aumentan
otra cosa significan el cogito ergo sum, o la identidad del pensar y del su poderío en las dilaciones. Y así, la voluntad se va haciendo poco
ser*? En cambio, en el lenguaje cristiano se dice: «Hágase en ti con­ a poco a las dilaciones y no tardamos mucho en encontrarla casi con
forme a tu fe» **; o, dicho de otra manera, según tú crees, así eres tú; las manos en la masa. Y cuando el conocimiento correspondiente se
en una palabra: creer es ser. A la luz de este contraste se ve con toda ha ido oscureciendo al mismo ritmo lento y apaciguador, entonces,
claridad que la novísima filosofía no es ni más ni menos que paganis­ ¿qué duda cabe?, ya podrán entenderse mutuamente y mucho mejor
mo. Claro que esto no es lo peor, pues al fin y al cabo no sería una el entendimiento y la voluntad..., hasta que al final se pongan de per­
bagatela el poderse codear con Sócrates. Pero lo completamente an­ fecto acuerdo y aquél se haya pasado del todo al lado de la voluntad,
tisocrático de la novísima filosofía consiste en que se imagina — cosa ya que entiende que es perfectamente congruo lo que ella quiere.
con que nos quiere además embaucar a todos— que eso es, ni más ni Es muy probable que una inmensa mayoría de los hombres vivan
menos, que cristianismo. de esa manera tan mediocre y que así se pasen toda la vida trabajando
Por el contrario, en el mundo de la realidad, es decir, en el mun­ en el oscurecimiento de sus conocimientos éticos y ético-religiosos,
do en que se trata del hombre individual, no es tan fácil de dar ese que con sus decisiones y consecuencias los llevarían a comportarse
pequeño paso que hay entre el haber comprendido y el cumplimiento de un modo que no agrada a la naturaleza inferior del hombre. Para
correspondiente, ése no es un pequeño paso que se da cito citissime compensarse de este entuerto se dedican con mucho ahínco a de-

Como se ve Kierkegaard identifica el sesgo de la filosofía de Descartes con el * «Ido com o el viento» sería la traducción castellana, o m ejor aún, parodiando
de la filosofía de Hegel. el título de la famosa novela de M argaret M itchell, «algo com o lo que el viento se
** Singularización del texto de M ateo, 9, 29. llevó» (G one with the wind).

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sarrollar todos sus conocimientos estéticos y metafísicos, los cuales Lo cristiano tiene que ser creído. Comprender es la actitud del
éticamente no son más que una distracción. hombre relativa a todo lo humano; en cambio, creer es la única rela­
Sin embargo, con todo esto no hemos superado todavía el socra* ción del hombre con lo divino. En consecuencia, podemos pregun­
tismo. Pues Sócrates siempre diría ante semejantes acontecimientos tarnos cómo explica el cristiano esa doctrina inconcebible. Pues muy
que tales hombres no han comprendido a pesar de todo lo que es la sencillo, de una manera igualmente inconcebible, diciéndonos que se
justicia. En una palabra, que el helenismo — al enunciar que un indi­ trata de una revelación.
viduo comete una injusticia dándose cuenta de ello y a sabiendas de Por tanto, entendiéndolo cristianamente, el pecado radica en la
lo que es la justicia— no tiene ánimos para seguir adelante y como voluntad, no en el conocimiento; y esa corrupción de la voluntad
echando una mano al que así obra, nos dice con insistencia: el que es algo que sobrepasa la conciencia del individuo. Esto es una cosa
hace lo que es injusto es porque no ha comprendido lo que es justo. completamente lógica, pues de lo contrario cada individuo debería
Completamente exacto. Y podemos afirmar que ningún hombre estar en condiciones de poder responder a la pregunta de cómo ha
es capaz de suyo de dar un paso más adelante. Ningún hombre a solas comenzado el pecado.
y por sí mismo es capaz de enunciar lo que sea el pecado, precisa­ Aquí vuelve a hacer acto de presencia el síntoma del escándalo.
mente porque está en el pecado. Todos sus discursos acerca del peca­ La posibilidad del escándalo estriba en que sea necesaria una revela­
do no son en el fondo más que meros paliativos del pecado y meras ción divina para esclarecer al hombre qué cosa es el pecado y cuán
disculpas, o lo que es todavía peor, atenuaciones culpables. Por eso profundas son sus raíces. El hombre natural — el pagano— piensa
el cristianismo comienza de otra manera bien distinta, declarando la poco más o menos de la siguiente manera: «Déjame de cuentos. De
necesidad de una revelación divina que esclarezca al hombre lo que mil amores te concedo que no he comprendido muchas de las cosas
es el pecado, a saber, que el pecado no consiste en que el hombre no que se encierran en el cielo y en la tierra. Incluso te concedo de buena
haya comprendido lo que es justo sino en que no quiera compren­ gana que sea necesaria una revelación para que nos descubra las cosas
derlo ni quiera cumplirlo. Aquí es donde falla Sócrates, pues mientras celestiales. Pero, honradamente, creo que la mayor de las insensate­
éste es el maestro consumado de todos los irónicos y de todas las ces es ésa de exigir una revelación que nos esclarezca la esencia del
operaciones correspondientes gracias a la distinción que introdujo de pecado. Desde luego que no me tengo por una buena persona, ni
dos maneras de entender, sin embargo, respecto a la distinción en­ muchísimo menos, pues sé muy bien lo lejos que estoy de la perfec­
tre poder entender y querer entender, podemos afirmar que Sócrates ción. Y en tal situación, ¡cómo no voy a saber lo que es el pecado!».
no esclareció en realidad nada. Sócrates no hace más que poner en A lo que el cristianismo replica: «Estás muy equivocado, amigo, pues
claro que el que no cumple lo que es justo es porque no lo ha com­ precisamente de lo que menos tienes idea es de lo muy apartado que
prendido. En cambio, el cristianismo toma las aguas desde un poco te encuentras de la perfección y de qué cosa sea el pecado». En este
más arriba y nos dice: eso es porque no quiere comprenderlo y, en sentido, lo que no deja de ser curioso, es una verdad cristiana que el
última instancia, porque no es amigo de la justicia. Y, esto supuesto, pecado consiste en la ignorancia, a saber, en la ignorancia de lo que
la enseñanza cristiana nos dice abiertamente que un hombre comete el pecado sea.
la injusticia — y en esto consiste propiamente el desafío y la obsti­ Con esto tenemos que la definición del pecado — que ya fue dada
nación— a pesar de haber comprendido muy bien lo que es justo; en el capítulo anterior— ha de completarse aún del modo siguiente:
o, viceversa, deja de hacer lo que es justo; sabiendo muy bien lo que Hay pecado cuando, una vez que mediante una revelación divina ha
es la justicia. En definitiva, que la enseñanza cristiana se convierte en quedado esclarecido qué cosa sea el pecado, uno no quiere desespera­
un constante acoso para el hombre, en una acusación reiterada y en damente y delante de Dios ser sí mismo, o cuando, también de una
una como requisitoria que el mismo tribunal divino cree conveniente manera desesperada y delante de Dios, quiere ser sí mismo.
poner demandando al hombre.
Pero así las cosas, ¿será capaz ningún hombre de comprender
esta doctrina cristiana? Desde luego que no; cosa por lo demás no
muy difícil de comprender, ya que tratándose de lo cristiano siempre
nos sale al paso, inevitablemente, el escándalo.

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recurso — que por cierto dice muy poco en favor de su alianza con
una ciencia filosófica— que el de parapetarse en un sinnúmero de
aseguraciones verbales en el mismo punto en que tiene lugar el mo­
vimiento de sus ideas. Y así, siempre con mayor intensidad, con ma­
Capítulo III yores juramentos e improperios, se va asegurando que el pecado es
una posición, que lo contrario, a saber, que se diga que es una mera
EL PECADO NO ES UNA NEGACIÓN, negación, no es más que panteísmo y racionalismo y Dios sabe qué
SINO UNA POSICIÓN otras cosas por el estilo, pero en todo caso algo que la dogmática
especulativa no puede por menos de aborrecer y detestar con todas
sus fuerzas. Y después de esta magnífica imprecación, los susodichos
teólogos ya piensan tener el camino bien expedito para lanzarse a
concebir que el pecado es una posición. Esto significa, para ellos,
que el pecado solamente es una posición hasta cierto punto, es de­
cir, en cuanto ello sea necesario para poder concebirlo.
Y la ambigüedad característica de esa teología especulativa vuelve
Esto es lo que siempre ha sostenido la dogmática ortodoxa y, en ge­ a ponerse de manifiesto en otro punto muy relacionado con el ante­
neral, la ortodoxia, rechazando como panteísta toda definición del rior. En efecto, la determinación del pecado, o ese modo de determi­
pecado que lo redujera a algo simplemente negativo, como por ejem­ nar el pecado, viene a ser decisivo para la determinación de lo que sea
plo, la debilidad, la sensualidad, la finitud, la ignorancia u otras cosas el arrepentimiento. De esta manera los teólogos especulativos, encan­
parecidas. La ortodoxia ha visto con toda claridad que aquí es donde tados con la cifra dialéctica de la «negación de la negación» han visto
estaba entablada la batalla y que aquí, para recordar lo dicho ante­ más claro que el agua que el arrepentimiento no puede ser otra cosa
riormente, era donde había que echar el nudo gordiano, de suerte que la negación de la negación. Aunque quizá no hayan visto tan cla­
que los cabos quedaran bien atados. La ortodoxia ha visto claramente ro que de esa manera el pecado, evidentemente, se convierte en una
que todo el cristianismo se derrumbaba en cuanto se determinara el negación. En tal situación, por otra parte, sería muy de desear que un
pecado de una manera negativa. Por esta razón, la ortodoxia hace buen día apareciera entre nosotros un pensador sobrio para que nos
hincapié en que es necesaria una revelación divina para enseñar al esclareciese hasta qué punto esa pura lógica — que tanto recuerda a
hombre caído lo que es el pecado. Esta comunicación revelada, como las matemáticas y la relación originaria de la lógica con la gramática,
es lógico, es algo que tiene que ser creído, puesto que se trata de un por ejemplo, cuando en ésta se dice que dos negaciones afirman— no
dogma. Y ya se entiende, estas tres categorías — la paradoja, la fe tiene ninguna validez en el mundo de la realidad, en el mundo de las
y el dogma— constituyen una alianza tan perfecta que se convierten cualidades. Ese teólogo sobrio también podría muy bien plantear la
en el sostén y parapeto más seguros contra toda sabiduría pagana. cuestión de si, en general, la dialéctica de lo cualitativo no es cabal­
Esto es lo que pasa con la ortodoxia. Sin embargo, en virtud mente algo distinto..., o de si la «transición» no juega aquí otro papel.
de una enorme incomprensión, hay una así llamada dogmática es­ Porque, naturalmente, cuando todo se considera sub specie aeterni,
peculativa que en extraño contubernio con la filosofía no se cansa aeterno modo, etc., etc., entonces no queda ningún espacio vacío in­
de afirmar la posibilidad de concebir esta categoría, a saber, que el termedio y por eso todo es y no hay en absoluto ninguna transición.
pecado es una posición. Pero si eso es verdad, entonces el pecado Así ya no tiene nada de extraño que en ese ámbito abstracto sea lo
es una negación. Pues el secreto de todo concebir consiste en que el mismo poner que quitar*. No obstante, mirar la realidad de esa ma-
acto mismo por el que algo se concibe siempre sobrepasa cualquie­
ra posición que aquél suponga. El concepto, desde luego, implica
* Aquí, com o se ve y aunque sólo sea por un momento, ya estamos de lleno
una posición, pero el hecho mismo de que ésta se conciba com­ frente a la lógica de Hegel. A este propósito digamos que el autor emplea los dos
porta cabalmente su negación. Aunque sólo sea dándose cuenta a famosos verbos subrayados, teniendo en jaque constante su significado en la lógica
medias, semejantes teólogos especulativos no han encontrado otro hegeliana. Por eso en el texto — cosa no tan sencilla y significativa en castellano— apa-

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ñera es una cosa que no está muy lejos de ser una insensatez. Por este innumerables muestras de subordinación y respetuosa reverencia que
procedimiento, totalmente abstracto, también se podría afirmar lógi­ le ofrecieran sus súbditos cuando él quería pasar de incógnito? ¡Cómo
camente que a lo imperfecto sigue lo perfecto. Pero en el mundo de la le iban a agradar si todas esas innumerables muestras lo único que ha­
realidad sería bien loco el hombre que en virtud de esa teoría conclu* cían era enfrentarse de una manera clamorosa a la voluntad del rey!
yera que de suyo y muy pronto iba a quedar perfectamente acabada la Por eso, dejemos que otros admiren y ensalcen al que se las da de
obra que había dejado sin terminar. Exactamente lo mismo es lo que liaber comprendido el cristianismo. Para mí, en una época tan espe­
nos ocurre con la así llamada posición del pecado, cuando el medio culativa y en la que todos «los demás» se desgañitan por comprender,
en que se establece es el del puro pensamiento. Porque en definitiva constituye una tarea ética inmediata, que quizá exija no poca abnega­
ese medio es demasiado fluido como para que pueda tomarse en serio ción, el confesar que ni podemos ni debemos comprender lo cristia­
lo de la posición que se pretende establecer. no. Esto es cabalmente lo que nuestro tiempo y la cristiandad necesi­
Pero todo esto no ha sido más que una digresión y no es cosa de tan, a saber, una cierta ignorancia socrática respecto de lo cristiano.
seguir perdiendo el tiempo. Por eso, preferimos ajustarnos siempre al Notémoslo bien: una cierta ignorancia socrática. Porque no debemos
principio cristiano de que el pecado es una posición. Notando bien, olvidar nunca — lo que muchísimos no han sabido exponer debida­
naturalmente, que no se trata de un principio inteligible, sino de una mente, o ni siquiera han pensado en ello— que la ignorancia defen­
especie de paradoja que ha de ser creída. Según mi opinión, esto es dida por Sócrates venía a representar una especie de temor de Dios o
lo exacto. Después que todos los intentos de inteligibilidad no han de culto divino. En este sentido podemos afirmar que su ignorancia
servido más que para poner de manifiesto la íntima contradicción del era una transposición griega de la idea judía acerca del temor de Dios
asunto, terminemos por verlo situado en su auténtica pista y como como principio de la sabiduría. Tampoco debemos olvidar nunca que
algo que evidentemente ha de ser referido a la esfera de la fe, es decir, Sócrates, precisamente por respeto a la divinidad, constituía sin sa­
a la alternativa de si uno, personalmente, quiere o no quiere creerlo. berlo — en cuanto esto estaba al alcance de un gentil— como un juez
Comprendo a las mil maravillas — ¡cosa que por cierto no es un montando la guardia en la frontera entre Dios y el hombre, vigilando
objeto muy divino para nuestra comprensión!— que todos los que no para que se reforzase con todo denuedo la enorme hondura de di­
se contentan con menos que llegar a comprenderlo todo, o no están ferencia cualitativa que existe entre ambos, de suerte que Dios y el
dispuestos a ver con buenos ojos sino lo que se manifieste abierto a la hombre jamás lleguen a confundirse en una sola cosa de una manera
comprensión..., comprendo muy bien, repito, que todos esos estimen filosófica, poética u otras por el estilo. He aquí el motivo de la igno­
demasiado pobre todo lo que estamos diciendo. Pero ¿qué mérito rancia socrática, y por esta razón la misma divinidad reconocio que
tiene querer comprenderlo todo si el cristianismo entero estriba en Sócrates era el más sabio de todos. Y si esto es el socratismo, ¿cuanto
que sea creído y no precisamente comprendido?, ¿qué mérito puede más no será el cristianismo, el cual nos enseña que todo lo cristiano
tener eso si ante el cristianismo no queda otra alternativa que la de solamente existe para la fe? Por eso, a estas alturas, resultaría una
creerlo o escandalizarse?, ¿acaso no será más bien una desvergüenza piadosa ignorancia socrática el intentar defender la fe contra la espe­
que un mérito o en el mejor de los casos una absurda irreflexión— culación, recurriendo a la ignorancia y vigilando con todo empeño
el querer comprender lo que no quiere ser comprendido? Cuando para que no se borrase la profunda diferencia cualitativa entre Dios
un rey concibe la idea de pasar totalmente de incógnito y ser tratado y el hombre. Y decimos esto, porque ahora esa diferencia hondísima
como un hombre cualquiera no sería nada correcto, por mucho que ha de ser reforzada como cabalmente lo está en la paradoja y en la
a la mayoría de la gente le pareciera de perlas, el que por todas partes fe, de suerte que nadie debe ya confundir lo divino con lo humano
le saliesen a recibir con las salvas que señala la ordenanza en honor — sea de una manera filosófica, poética u otras similares, pero siem­
del monarca. Eso más bien sería querer ponerse uno en primer lugar pre sistemáticamente— , pues semejante confusión sería hoy mucho
e imponer su propio juicio y capricho a la voluntad del monarca, en más terrible que jamás lo fuera dentro del paganismo.
vez de inclinarse humildemente. ¿Acaso le agradarían al rey todas las Por tanto, sólo desde un punto de vista es posible tratar aquí
de esclarecer el fenómeno de que el pecado sea una posición. En la
recen dos palabras danesas que corresponden a sus hermanas alemanas, a saber: saette primera parte de esta obra tuvimos ocasión de constatar que en la
(setzen en alemán) y ophaeve (aufheben). descripción de la desesperación se daba un constante crecimiento de

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la misma. Este crecimiento venía expresado en parte por la elevación


de la conciencia del yo y en parte por la elevación que suponía el ir
pasando de la pasividad a una cierta actividad consciente. Esta doble
expresión simultánea indica a su vez con toda claridad que la deses­
peración no viene de fuera, sino de dentro. Y en la medida en que A p é n d ic e a este L ib r o p r im e r o
viene de dentro se hace también cada vez más positiva. Pero en virtud
de la definición que anteriormente dimos del pecado, éste implica ¿ACASO NO SE CON VIERTE ASÍ EL PECADO
la realidad de un yo infinitamente potenciado según la idea de Dios EN ALGO MUY RARO?
que posea, con lo cual se alcanza el máximum de conciencia posible (LA MORALEJA)
en torno al pecado en cuanto acto. Y aquí tenemos, en definitiva, la
expresión de que el pecado es una posición, consistiendo cabalmente
su positividad en que lo es delante de Dios.
Esta definición del pecado como posición contiene también, en
otro sentido completamente distinto, la posibilidad del escándalo, lo
paradójico. Porque la paradoja es en realidad la consecuencia relativa
a la doctrina de la redención. En primer lugar el cristianismo se dé* En la primera parte de esta obra recordábamos que cuanto mas in­
cide a establecer firmemente la positividad del pecado, de tal modo tensa era la desesperación con tanta menor frecuencia acontecía en
que jamás podrá comprenderlo la razón humana; y luego, esa misma el mundo. Ahora bien, y puesto que el pecado es la desesperación
enseñanza cristiana se encarga a su vez de eliminar la posición aludi­ elevada a una cualidad de potencia todavía mayor, nos podemos pre­
da, de una manera no menos inconcebible para la razón humana. La guntar: ¿acaso no será muy infrecuente esa desesperación propia del
especulación, que no es amiga de las paradojas, suele rebajar un poco pecado? ¡Extraña dificultad! El cristianismo, en cierto sentido, lo su­
de cada uno de los extremos anteriores y así deja el camino más expe­ bordina todo al pecado; por nuestra parte, siempre hemos procurado
dito para las componendas. Empieza por hacer que el pecado no sea hacer una exposición del cristianismo lo más rigurosa posible..., y
tan positivo y a renglón seguido, a pesar de la atenuada positividad, ahora, de golpe, nos sale al paso este resultado verdaderamente cho­
no logra meter en la cabeza que el pecado pueda ser completamente cante de que el pecado no se da en absoluto dentro del paganismo,
olvidado. En cambio, el cristianismo — que es el primer descubridor sino únicamente en el judaismo y en el cristianismo, y esto muy raras
de paradojas— se muestra aquí tan paradójico como de costumbre. veces.
Porque empieza como trabajando en contra, al hacer tanto hinca­ Lo curioso de este resultado es que en un sentido, sólo en un
pié en que el pecado es una posición que al fin de cuentas parece sentido, es completamente exacto. Ya dijimos que se peca «cuando
totalmente imposible que se logre eliminar..., y, sin embargo, es pre­ después que una revelación divina nos ha esclarecido que cosa sea
cisamente el cristianismo el que mediante la doctrina de la redención el pecado, no se quiere desesperadamente y delante de Dios ser
pretende nada menos que eliminar del todo el pecado, de suerte que sí mismo, o cuando, en las mismas condiciones, se quiere ser sí
quede como ahogado en el mar. mismo». Esto supuesto, es una cosa totalmente cierta que hay muy
pocos hombres que estén tan desarrollados y que sean tan lúcidos
como para que se les pueda aplicar esa definición en su modo de
comportarse. Pero ¿qué es lo que se sigue de todo esto? ¡Que nadie
se precipite en sus conclusiones! Pues hay que tener muy en cuenta
que la dialéctica por estos rumbos se hace muy peculiar. Ya vimos
que del hecho de que un hombre no fuera un desesperado en el
sentido más intenso de este fenómeno, no se seguía sin más que no
fuese un desesperado en absoluto. Al revés; precisamente entonces
quedó bien de manifiesto que la mayoría, la inmensa mayoría de

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los hombres son unos desesperados, por más que lo estén en los de esa cristiandad en la cual millones y millones de hombres son
grados inferiores de la desesperación. Claro que tampoco es una cristianos sin más, de suerte que no tiene nada de extraño que en sus
ventaja el estar desesperado en un grado superior. Estéticamente confines haya tantos cristianos como hombres, exactamente los mis­
esto puede constituir una ventaja, pues la estética no atiende más mos! En un pequeño país apenas nacen tres poetas cada generación,
que a la energía que se pone en un fenómeno; pero, éticamente, un pero sacerdotes en número incontable, muchísimos más de los que
grado superior de la desesperación aleja mucho más de la salvación puedan necesitarse. De un poeta se dice que ha de tener vocación;
que un grado inferior. en cambio, a juicio de la muchedumbre de los hombres — es decir,
Y esto mismo es lo que acontece también con el pecado. Consi­ de los cristianos— para hacerse sacerdote basta y sobra pasar un
derándolo con una total indiferencia dialéctica se puede afirmar que examen. Y sin embargo, un verdadero sacerdote es todavía más raro
la vida de la mayoría de los hombres está tan alejada del bien — es que un verdadero poeta, y también es preciso afirmar que el sentido
decir, de la fe— que casi es demasiado inespiritual como para que se original de la palabra «vocación» pertenece a la esfera religiosa. Pero
la llame pecado o se la llame desesperación. en lo relativo a lo de ser poeta todos han conservado en la cristian­
El ser un pecador en el sentido más estricto de la palabra no es dad la idea de que se trata de algo sustantivo y de algo en lo que se
ciertamente, ni mucho menos, nada meritorio. Pero, por otra parte, encierra una vocación. Por el contrario, lo de ser sacerdote es algo que
¿cómo se podrá encontrar en todo el mundo una conciencia esen­ a los ojos de la muchedumbre de los hombres — es decir, de los cris­
cial de pecado — que es cabalmente la conciencia que el cristianismo tianos— cae fuera de toda perspectiva elevada, algo que no encierra
quiere que se tenga— , cuando la vida humana se ha hundido de una ni un adarme de misterioso y que en pura naturalidad no es más que
manera tan lamentable en la mediocridad y todos, como monos de un modo de ganarse el pan. «Vocación» significa tener un empleo, y
imitación, desean ser como «los demás», hasta tal punto que casi es en este sentido se habla de que uno ha sido llamado para esto o para
imposible llamar a eso vida? O es una vida, a lo sumo, tan falta de lo otro..., pero nadie habla ya de tener una vocación, o solamente se
espiritualidad que no merece llamarse pecado, sino que, según dice habla de ello cuando se dice que alguien ha dejado la vocación.
la misma Escritura, merece que «se la vomite»*. ¡Ay, y la aventura de esta gran palabra dentro de la cristiandad
Sin embargo, no por eso ha quedado ya ventilado el asunto, pues es como un símbolo de lo que ha ocurrido con todo lo cristiano! La
la dialéctica del pecado vuelve a hacer presa en él, si bien de otra ma­ desgracia no está precisamente en el hecho de que no se hable ya de
nera. Porque, en definitiva, ¿cómo una vida humana ha podido llegar lo cristiano — como tampoco sería una desgracia que en ese mismo
a ser tan inespiritual que sea imposible aplicarle el cristianismo?, ¿'tan sentido hubiese falta de sacerdotes— . No, la desgracia está en que la
imposible como aplicar un gato — y el cristianismo es, como el gato muchedumbre de los hombres hable de tal manera de lo cristiano que
mecánico, la fuerza de la elevación— donde no hay terreno sólido, ya no piense absolutamente en nada cuando lo menciona — del mis­
sino todo pantanoso y enlodado? ¿Acaso tendremos que decir que mo modo que esa muchedumbre cuando piensa en lo de ser sacerdo­
todo eso es algo que simplemente le ha acontecido al hombre? De te no tiene en la cabeza nada más que una mera equivalencia a lo de
ninguna manera; toda esa situación es humanamente culpable. Pues ser comerciante, procurador, librero, veterinario u otras profesiones
el hombre no nace desprovisto de espiritualidad. Y no es culpa de la por el estilo. En una palabra, que entre toda esa gente ya no produce
vida si a la hora de la muerte son tantísimos los que se encuentran ninguna impresión lo sagrado y lo sublime; se habla y se oye hablar
totalmente vacíos de espiritualidad, como si éste fuera el único botín de ello como de cosas inveteradas, como de cosas que, Dios sabe por
que consiguieron de la vida. qué, llegaron a ser un día uso y costumbre como tantas otras cosas.
Pero ha de decirse, con toda la franqueza posible, que la así lla­ Y en esta situación, al no estar en condiciones de defender la propia
mada cristiandad no sólo es una edición averiada de lo cristiano, una conducta, ¿qué tiene de extraño que los hombres hayan creído nece­
edición llena de erratas embarazosas y de omisiones y añadiduras sario hacer la defensa del cristianismo?
sin sentido, sino que, sobre todo, es un auténtico abuso y una pro­ Sin embargo, un sacerdote debería ser sin duda ninguna un cre­
fanación del cristianismo. ¡Sí, un abuso y una profanación por parte yente. Y ¡qué creyente! Ahora bien, un creyente es ciertamente un
enamorado. Y el más enamorado de todos los enamorados no es
* Cita del texto del Apocalipsis, 3 , 1 6 . en realidad y en lo relativo al entusiasmo más que un mozalbete en

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comparación con un creyente. Pensemos ahora lo que ocurre con Todo esto pone de manifiesto de una manera clarísima que el que
un enamorado. ¿No es verdad que sería capaz de pasarse los días está realmente enamorado no pierde el tiempo en hacer demostracio­
enteros con sus noches, hablando de su enamoramiento? ¿Acaso te nes con tres argumentos o en hacer defensas; pues él mismo es aque­
parece que se le pasaría por la cabeza la idea de que no era decoroso llo que vale más que todos los argumentos y que cualquier defensa, a
hablar de esa manera y que, en consecuencia, se sentiría obligado a saber, él mismo es un enamorado. Y el que haga lo contrario no está
demostrar por tres razones que a pesar de todo había algo de sólido enamorado. Lo único que hace es querer dar a entender que lo está,
en lo de estar enamorado? ¡Imposible, imposible! Esto no se le ocu­ pero desgraciadamente — o felizmente— lo hace tan neciamente que
rre a ningún enamorado. En cambio, a no pocos sacerdotes les parece no demuestra sino que no lo está.
oportuno demostrar por tres razones que rezar, por ejemplo, es una Éste es cabalmente el modo de hablar acerca del cristianismo de
cosa muy provechosa. ¡Como si lo de rezar hubiera bajado tanto que hacen gala los creyentes sacerdotes, intentando «defenderlo», o
de precio que se necesitasen tres razones para empujar un poco el transponiéndolo en «argumentos», cuando no hacen otras chapuzas
alza de su cotización! O como cuando esos mismos sacerdotes — cosa como la de apresarlo en «conceptos». Y lo curioso es que a esto se le
que viene a ser la misma que la anterior, sólo que mucho más ridi­ llama predicar y que todo el mundo dentro de la cristiandad se hace
cula— se empeñan en demostrar por tres razones que rezar es una lenguas considerando todas esas maravillas de predicadores y audi­
felicidad incomprensible. ¡Qué contraste más maravilloso! ¿Quién torios por el estilo. Y ésta es cabalmente la razón — ¡sí, éste es el
no dirá que es una maravilla eso de probar con tres razones lo que so­ argumento que lo demuestra bien a las claras!— de que la cristiandad
brepasa todo entendimiento? No cabe duda de que esas tres razones esté tan lejos de ser lo que se llama, puesto que la inmensa mayoría
tendrán que ser muy fuertes para que no sobrepasen todo entendi­ de los hombres que en ella habitan y la constituyen, llevan una vida
miento y sean comprensibles, de suerte que convenzan a la razón de cristianamente tan poco espiritual que en definitiva no se puede decir
que aquella felicidad en modo alguno sobrepasa todo entendimiento. que sea pecado en el estricto sentido cristiano de la palabra.
Esto es evidente a todas luces, pues las razones no tienen más reme­
dio que moverse dentro del campo inteligible. Desde luego, respecto
de aquello que sobrepasa todo entendimiento — lo mismo que para
quien tiene fe en ello— tres razones o tres argumentos no significan
más que tres botellas vacías o tres ciervos disecados y colgados de una
pared como figuras decorativas.
Y sigamos con el caso del enamorado. ¿Crees tú que a un ena­
morado se le iba a ocurrir entablar una defensa de su enamoramien­
to? Es decir, ¿que iba a admitir que su enamoramiento no era para
él lo absoluto, lo incondicionalmente absoluto? ¿Que iba a pensar
por lo más remoto en el enamoramiento y en una serie de objeciones
emparejadas con el mismo que hicieran necesaria la defensa? Todo
esto equivaldría a obligarle, por las buenas o por las malas, a que
admitiera que no estaba enamorado o en trance de enamoramiento.
Pero nadie será capaz de obligarle a semejante cosa. Al revés, si al­
guien viniera a él aconsejándole que hablase de esa manera racional,
de seguro que lo tendría por loco..., y si aparte de un enamorado
fuera también un poco observador, podemos estar seguros de que
iba a tener más de una sospecha de que aquel que le venía con ta­
les consejos no había conocido nunca lo que es el amor, o que, al
menos, le venía a tentar para que traicionase y renegase del suyo
mediante la defensa.

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LA P R O G R E S IÓ N DEL P EC A D O

contrase ya de camino con la vertiginosidad de todos los pecados


anteriores. Tan natural se le ha hecho el pecado, o de tal modo el
pecado se le ha convertido en su segunda naturaleza, que nuestro
hombre encuentra la cotidianidad completamente en orden y sólo
L ib r o segundo se para algún momento que otro, cada vez que, por así decirlo, un
nuevo pecado le sirve para adquirir nueva velocidad. En su perdi­
LA PROGRESIÓN DEL PECADO ción está tan ciego que no ve que toda su vida es una progresión
del pecado, en vez de entrañar la continuidad esencial de lo eterno,
siendo por la fe delante de Dios.
Pero ¿por qué hablamos tanto de la «continuidad del pecado»?
¿Acaso el pecado no es cabalmente lo discontinuo? Con esta dificul­
tad vuelven a hacer acto de presencia los que afirman que el pecado
no es más que una negación, es decir, algo tan fugitivo que nunca
puede obtener carta de ciudadanía y que es tan imposible que pres­
criba como lo es el caso de los bienes robados. Por tanto, según estos
Todo estado continuado de pecado es un nuevo pecado; o, dicho filósofos, el pecado es meramente una negación, un intento inútil
con mayor exactitud y en el sentido en que iremos desarrollándolo de continuarse, un intento que no llega a conseguir lo que quiere,
a continuación: la permanencia en el pecado es el nuevo pecado, es, retorciéndose en la obstinación desesperada de todos los suplicios de
sencillamente, el pecado. Quiza todo esto le parezca una exagera­ la impotencia. Lo curioso es que todo esto es en teoría exacto, pero
ción al pecador, pues éste lo más que reconoce es que todo nuevo cristianamente el pecado es una posición que se va desenvolviendo
pecado actual sea un nuevo pecado. Pero la eternidad, que también por sí misma en una continuidad cada vez más positiva. Claro, según
lleva su contabilidad, no tiene más remedio que inscribir el estado hemos dicho, que esto no es objeto de la especulación, sino que es
de permanencia en el pecado en el debe de los nuevos pecados. Su algo en lo que hay que creer, puesto que se trata de una paradoja
libro no tiene más que dos columnas y su epígrafe general es que imposible de comprender humanamente.
«todo lo que no proceda de la fe es pecado». Por eso, cualquier peca­ Y la ley del crecimiento de esta continuidad es también muy di­
do del que uno no se haya arrepentido constituye un nuevo pecado ferente de la que rige el crecimiento de una simple deuda o de una
y en cada momento que pasemos sin arrepentimos estamos com e­ negación. Porque una deuda no crece por el hecho de no estar salda­
tiendo un nuevo pecado. Sin embargo, ¡qué pocos son los hombres da, sino sólo cada vez que se le añade una nueva deuda. En cambio,
que conservan una continuidad respecto de su conciencia interior! el pecado crece a cada instante en que no se salga de él. Por eso el
Por lo general, los hombres solamente tienen conciencia de sí mis­ pecador no tiene razón, ni muchísimo menos, cuando considera que
mos en algunos momentos y en las ocasiones muy decisivas, pero el pecado aumenta sólo con cada nuevo pecado, pues en el sentido
en lo cotidiano esa conciencia no aparece para nada. En cuanto cristiano es realmente mayor pecado el estado mismo de pecado, y
espíritu apenas existen una hora a la semana..., cosa que, eviden­ éste es el nuevo pecado. Incluso hay un adagio que nos dice que pe­
temente, representa un modo bastante brutal de ser espíritu. Pero car es humano, pero que permanecer en el pecado es diabólico. Indu­
la eternidad es la continuidad esencial que reclama del hombre que dablemente que en el sentido cristiano este adagio ha de entenderse
permanezca siendo lo que es, es decir, que sea consciente en cuanto de una manera bastante distinta a la de la fórmula. De todos modos,
espíritu y que tenga fe. En cambio, el pecador está tan entregado a hemos de decir que esa perspectiva de mera intermitencia — la cual
la fuerza del pecado que no tiene ninguna idea de su total definición sólo mira al nuevo pecado y se salta todo lo intermedio, todo lo
característica, ignorando también que está metido de lleno en el que está entre los diversos pecados particulares— es una perspecti­
camino de la perdición. El pobre pecador cree que son los nuevos va tan superficial como la de quien supusiera que el tren solamente
pecados los que le precipitan con una velocidad acelerada por esa se movía cada vez que la locomotora resollaba. N o, en realidad no
ruta de la perdición, como si en el momento precedente no se en­ hay que mirar a ese resuello y a la arrancada que le sigue, sino que

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hay que atender a la velocidad pausada con la que la locomotora va hablar de las cosas particulares, de algunas buenas acciones aisladas o
marchando y que es la que produce aquel resuello. Y lo mismo pasa de tales o cuales pecados aislados.
con el pecado. El estado de pecado es el pecado en el sentido más Toda existencia que esté dominada por el espíritu, incluso cuando
profundo, los pecados particulares no son la continuidad del pecado, éste se considere autónomo y plenamente dueño de sus actos y res­
sino la expresión de esa continuidad. Lo único que ocurre es que con ponsabilidades, contendrá siempre y de un modo esencial una conse­
ocasión de cada nuevo pecado particular se nota de un modo más cuencia interior y trascendente, al menos trascendente en una idea.
sensible la marcha del pecado. Ahora bien, todo el que exista de esta manera no podrá por menos
La permanencia en el pecado es peor que los pecados aislados, de tener un temor infinito a cualquier inconsecuencia, puesto que
es el pecado. Y así entendido es verdad que el estado de pecado es también es infinita la idea que se ha hecho acerca de cuál podría
la continuidad del pecado, el nuevo pecado. Ordinariamente no se ser la consecuencia. ¡Sí, ésta muy bien podría ser la de que quedase
entienden así las cosas y, en consecuencia, se piensa que sólo el pe­ desgajado de la totalidad en que había instalado su vida! Por eso, la
cado actual engendra un nuevo pecado. Pero todavía hay una razón menor inconsecuencia representa para él una pérdida enorme, ya que
mucho más profunda para afirmar que el estado de pecado es un sin duda perdería el encadenamiento de la consecuencia. Y entonces,
nuevo pecado. A este propósito, y de una manera psicológica magis­ en el mismo momento, probablemente quedaría roto todo el hechi­
tral, Shakespeare le hace decir a Macbeth (acto III, escena 2 .a): «Sün- zo, desarmado el poder misterioso que liga todas las fuerzas en un
dentsprossne Werke erlangen nur durch Sünde Kraft und Starke»*. solo haz de armonía y agarrotado el resorte de la acción. Entonces,
Esto significa que el pecado es una consecuencia dentro de sí mismo probablemente, todo sería un caos de fuerzas arremolinadas luchan­
y que, además, encierra una cierta fuerza dentro de esa misma conti­ do unas contra otras hasta destrozar el yo, que se debatiría en tanto
nuidad consecutiva del mal. Sin embargo, la inmensa mayoría de los suplicio, pero sin lograr ningún acuerdo consigo mismo y habiendo
hombres nunca llegan a considerar así las cosas, sino que solamente perdido toda velocidad y todo ímpetu. De esta manera se descom­
atienden a los pecados aislados. pone la enorme máquina que gracias a la consecuencia poseía un tan
En realidad, la inmensa mayoría de los hombres viven con muy libre juego de movimientos en sus émbolos de acero y era tan dúctil
poca conciencia de sí mismos, con tan poca que no es extraño que no en su plena potencia. Y ahora, naturalmente, el desconcierto es tanto
tengan ni idea de sus consecuencias. En una palabra, que no existen mayor cuanto más complicada y grandiosa era la máquina. Por eso el
en cuanto espíritu. Su vida, ya sea por el camino de una cierta inge­ creyente, asegurándose su descanso, ha puesto toda su vida en la con­
nuidad infantil y encantadora, ya sea por el camino de una cierta secuencia del bien y tiene un temor infinito a cualquier pecado, por
chismosidad, no consiste más que en un determinado activismo y en pequeño que sea, pues con ello arriesgaría una ganancia infinita. En
unos cuantos sucesos y mezcolanzas. Tan pronto hacen algo bueno cambio, los hombres que viven en la inmediatez y son infantiles hasta
como se meten en un embrollo, y en seguida los volvemos a ver en más no poder, no tienen ninguna totalidad que perder, solamente
el punto de partida. Tan pronto están desesperados toda una tarde, pierden y ganan en el mercado de las cosas particulares y aisladas.
quizá tres semanas, como los vemos llenos de presunción a modo de Pero lo mismo que al creyente le acontece también a su contrai­
mequetrefes, sin que tarden mucho en estar otra vez desesperados magen — es decir, al individuo diabólico— en relación con la conse­
durante todo un día. Podemos decir que para ellos la vida no es más cuencia interna del pecado. A este respecto, al hombre endemoniado
que un juego en que se toma parte, pero sin que jamás se llegue a le pasa un poco como al borracho que no deja de estarlo ni siquiera
arriesgar el todo por el todo o representarse la vida como una con­ un día por miedo a la parada brusca y a la flojedad que ello traería
secuencia infinita y cerrada. Por eso, entre ellos, no hacen más que consigo, aparte de otras posibles consecuencias desagradables que se
seguirían del hecho de pasarse un solo día sin beber nada. No cabe
duda de que si alguien le viniera al hombre de bien tentándole y pre­
Kierkegaard, com o de costum bre, cita a Shakespeare en alemán, siguiendo sentándole el pecado en una u otra figura seductora..., no cabe duda
la traducción de Schlegel y Tieck, según dijimos anteriorm ente. El texto inglés es:
de que aquél le rogaría con toda su alma: «¡No me tientes!». Pues
«Things bad begum make strong themselves by ill». Por su parte, Astrana M arín lo
traduce así al castellano: «¡Las cosas que principian con el mal, sólo se afianzan con
bien, en el caso del hombre endemoniado no faltan tampoco muchos
el mal!». ejemplos de idéntica súplica, aunque en el sentido opuesto. Así, por

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ejemplo, si uno más fuerte que él en la línea de la bondad le viniera


describiendo el bien con los colores más vivos y hablándole de su fe­
liz sublimidad..., entonces, muy posiblemente, el individuo diabólico
se echaría a sus pies y con lágrimas en los ojos le rogaría que no le
hablase de esa manera, que no intentase — según su misma expre­ Capítulo I
sión— debilitarlo. Precisamente porque el individuo demoníaco es
interiormente consecuente y también lo es dentro del encadenamien­ EL PECADO DE DESESPERAR
to del mal, precisamente por eso también él tiene una totalidad que POR LOS PROPIOS PECADOS
perder. Un solo momento fuera de su consecuencia, una única falta
de precaución dialéctica, una sola mirada de reojo o un único instan­
te en que la totalidad en que vive, o al menos una mera parte de ella,
sea vista o entendida en otro sentido distinto..., y ya tenemos que
quizá nuestro individuo, según su propia expresión, no vuelva nunca
más a ser él mismo. Es cierto que ha renunciado al bien para siempre
y de una manera desesperada, siendo una cosa natural que en esa si­
tuación el bien no le pueda echar una mano. Pero lo que sí es posible El pecado es desesperación; la potenciación constituye el nuevo pe­
es que venga a molestarlo, a impedirle que nunca más pueda volver cado de desesperar por los pecados. Fácilmente se ve también que en
a alcanzar la plena marcha de la consecuencia de su encadenamiento esto consiste lo que se ha de entender por potenciación. Aquí no se
y, finalmente, a debilitarlo. Solamente es él mismo en la continuidad trata de un nuevo pecado como, por ejemplo, el de quien robó cien
consecutiva del pecado, solamente en ella puede vivir y tiene la im­ monedas una vez y luego, volviendo a las andadas, roba mil. N o, aquí
presión de su propia personalidad. ¿Qué significa esto? Esto quiere no se trata de los pecados aislados; el estado de pecado es el pecado,
decir que la permanencia en el pecado es aquello que desde allá aba­ y éste se intensifica en una nueva conciencia.
jo, donde él está profundamente hundido, le sostiene compacto a su Desesperar por el pecado significa que el pecado se encierra o
manera, fortaleciéndole impíamente en virtud del encadenamiento pretende encerrarse en su propia consecuencia. Porque no quiere
de la consecuencia. No son los nuevos pecados particulares — ¡qué habérselas para nada con el bien, ni quiere ser tan débil como para
terrible locura!— los que le ayudan, sino que estos nuevos pecados que alguna vez llegara a pararse escuchando otra voz. N o, lo único
aislados no son más que la expresión del estado de continuidad en el que quiere es oírse a sí mismo, habérselas solamente consigo mismo,
pecado, que es lo que propiamente constituye el pecado. encerrarse a solas consigo mismo, sí, aprisionarse en una cárcel in­
Con el concepto, pues, de «la progresión del pecado» — de la que terior todavía más oculta para sentirse a buen recaudo, gracias a la
en seguida hablaremos más concretamente— no han de entenderse desesperación sobre el pecado, contra todas las asechanzas y pes­
tanto los nuevos pecados aislados cuanto el estado mismo de pecado. quisas del bien. Tiene conciencia de haber roto todos los puentes
Esto, a su vez, implica una elevación de la potencia del pecado en que iba dejando tras de sí y de que ya no hay manera de que el bien
sí mismo y una perseverancia consciente en el estado de pecado, de pueda transitar hacia él o él hacia el bien. Sí, todos los puentes están
suerte que la ley del movimiento en la potenciación, aquí como en cortados y por esta razón, por más que en un momento de debili­
todos los casos, marca el camino de la interioridad y de una concien­ dad lo deseara, ya no sería posible otra cosa. El pecado mismo es
cia cada vez más intensa. un arrancarse del bien, pero la desesperación sobre el pecado es un
segundo desprendimiento. Todo esto, como cuando se exprime una
naranja, le saca al pecado hasta sus últimas energías diabólicas y le
confiere ese endurecimiento o terquedad impíos que lo caracterizan
en su último límite. Y así, endurecido y terco, ya no tiene más reme­
dio que considerar con férrea consecuencia que todo lo que se llama
arrepentimiento y todo lo que se llama gracia no solamente es algo

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vacío e insignificante, sino que es su enemigo número uno, contra jetzt — es decir, después que ha asesinado al rey y se encuentra lleno
el cual ha de defenderse con todas sus fuerzas, como se defiende la de desesperación por su pecado— gibt es nichts Ernstes mehr im
bondad contra la tentación. En este sentido, se puede afirmar que es Leben; alies ist Tand, gestorben Ruhm und Gnade». En esta réplica
correcta la réplica de Mefistófeles en el Fausto, cuando le dice a éste lo verdaderamente magistral es ese doble choque en las dos últimas
que en el mundo no hay nada tan miserable como un diablo desespe­ palabras: Ruhm und Gnade. Por el pecado, es decir, al desesperar
rado*; pues aquí se entiende por desesperación que se está a punto de su pecado, Macbeth ha cortado toda relación con la gracia..., y
de sentirse lo bastante débil como para pararse a oír una voz que nos además consigo mismo. Su yo egoísta culmina en la ambición. Desde
hable de arrepentimiento y gracia. Para caracterizar la potenciación luego que ha llegado a ser rey, pero de nada le vale, pues mientras
en la relación entre el pecado y la desesperación del pecado, podría­ desespera por su pecado y de la realidad del arrepentimiento, mien­
mos decir que lo primero es la ruptura con el bien y lo segundo es la tras desespera de la gracia, no ha hecho más que perderse también a
ruptura con el arrepentimiento. sí mismo. N o, Macbeth ya no tiene fuerzas, ni siquiera a sus mismos
La desesperación del pecado es un intento para mantenerse en­ ojos, para sostener todo el tinglado en pie, está totalmente desar­
hiesto en tanto uno se va hundiendo cada vez más profundamente. mado y tan lejos de poder gozar de su personalidad en medio de la
Como el que asciende en un globo lo hace a medida que va arrojando ambición como de echarse en brazos de la gracia.
todos los pesos de que se había provisto, así el desesperado se va
* * *
hundiendo cada vez más cuanto más arroja lejos de sí todo lo bueno
— pues el peso del bien es el de la elevación— . Sí, el desesperado se va
hundiendo, aunque por su parte esté convencido de que asciende. Lo En la vida — donde no sé hasta qué punto se dará tal desesperación
curioso es que en cierto sentido no deja de hacerse más ligero. ¡Cu­ sobre el pecado, aunque de todos modos acontece algo que los hom­
rioso y tristísimo! El mismo pecado es la lucha de la desesperación; bres llaman así— se suele tener una perspectiva muy equivocada
pero cuando las fuerzas quedan agotadas, como en el caso de que acerca de este fenómeno de la desesperación por el propio pecado.
estamos hablando, entonces es necesaria una nueva presión poten- La razón de esto probablemente sea que en el mundo, por lo general,
ciadora, es necesario un nuevo aprisionamiento diabólico dentro de sólo se está ocupado con la frivolidad, la irreflexión y la pura chismo-
los barrotes de la propia interioridad, y esto es precisamente lo que sidad; lo cual, a su vez, es la razón de que la gente de ordinario haga
constituye la desesperación sobre el pecado. Se trata de un progreso, tantos aspavientos de gran solemnidad y respeto ante cualquier ma­
de una ascensión en lo demoníaco, es decir, de una profundización nifestación un poco profunda. Lo cierto es que, ya sea por motivo de
en el pecado. Todo ello no es más que un ensayo para dar prestigio una enorme confusión acerca de lo que uno mismo es y lo que signi­
e interés al pecado, como dotándolo de un poderío que ha escogido fica, ya sea por motivo de una hipocresía camuflada o con el recurso a
eternamente su suerte y que no quiere volver a oír ni una palabra una ingeniosidad sofística — que toda desesperación porta consigo— ,
acerca del arrepentimiento ni tampoco acerca de la gracia. Sin em­ lo cierto, repito, es que la desesperación por el propio pecado suele
bargo, la desesperación del pecado es consciente de su propio vacío estar inclinada a dárselas ante el público de ser algo bueno. Y la gen­
interior y de que no tiene nada de qué vivir, ni siquiera su propio yo te, naturalmente, se cree que hay que estar dotado de una naturaleza
con sus representaciones correspondientes. A este respecto tenemos muy profunda como para tomar tan a pecho sus propios pecados.
otra réplica magistral, en el sentido psicológico, de M acbeth**: «Von Un hombre, por ejemplo, no ha dejado de estar entregado a algún
que otro pecado, pero la verdad es que durante mucho tiempo de esa
entrega tampoco ha dejado de oponer resistencia a la tentación, hasta
Esta réplica mefistofélica está al final de la escena de «Selva y cavernas» (Wald
und H ohle): «Nichts Abgeschmackters find’ich auf der Welt — Ais einen Teufel, der
verzweifelt».
** Véase el acto II, escena 3 .a de M acbeth. El autor cita y comenta la famosa «... from this instant,
traducción alemana, en la que el párrafo está incluso en la misma escena 2 .a. El lector, There’s nothing serious in mortality:
en general, no tendrá mayor dificultad con el texto, que da lugar a tan precioso co­ All is but toys: renown and grace is dead.»
mentario, si lo compara con el original inglés o con la traducción castellana y en prosa «... desde este instante no hay nada serio en el destino humano: todo es juguete:
de Astrana M arín. En los tres casos el paralelismo es casi absoluto: gloria y renombre han muerto» [renombre y gracia].

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que un buen día ha podido salir victorioso del pecado. ¿Qué pasará sa a las tentaciones, nuestro individuo se hizo la idea de que había
si vuelve a recaer y a hundirse en la tentación? En este caso, es muy llegado a ser mejor de lo que realmente era, es decir, llegó a estar
fácil que el mal humor subsiguiente no sea siempre, ni mucho menos, orgulloso de sí mismo. Esta soberbia le llevó interesadamente a pen­
una pena por haber pecado. Puede ser muchas cosas distintas; incluso sar que el pasado había quedado completamente atrás y caducado.
puede ser un estado de irritación contra la Providencia, como si ésta Entonces viene la recaída, y de golpe y porrazo ese pasado vuelve a
tuviera la culpa de haberlo dejado caer en la tentación, mostrándose tener plena actualidad. Estos recuerdos son algo que su orgullo no
muy dura contra un pobre hombre que llevaba tanto tiempo opo­ puede tolerar y de ahí le nace esa profunda tristeza y todas las demás
niendo una resistencia victoriosa a las tentaciones. Pero comoquiera cosas por el estilo. Una cosa es clara, que la dirección de la tristeza
que ello sea, esto de aceptar la aludida pena con los ojos cerrados y no apunta en absoluto a Dios. Es egoísmo solapado y es soberbia.
sin darle mayor importancia no es más que un completo modo de Cuando lo que debería haber hecho era acercarse humildemente a
afeminamiento, que no quiere caer en la cuenta de la enorme ambi­ Dios, dándole gracias por lo mucho que a pesar de todo le había ayu­
güedad que hay encerrada en todo apasionamiento. De esta manera, dado en hacer frente a la tentación, reconociendo, delante de Dios y
no es extraño que surja también ese hecho ominoso según el cual el de sí mismo, que la ayuda divina había sido mucho mayor que lo que
hombre apasionado es capaz, a veces, hasta de llegar a la locura y él tenía merecido y, finalmente, humillándose con el recuerdo de su
de comprender poco después que acaba de decir todo lo contrario comportamiento.
de lo que estaba dispuesto a haber dicho. Un semejante hombre os Aquí, como siempre, la explicación de los viejos libros de edifica­
asegurará, quizá con las más vehementes expresiones, que le apena y ción es muy profunda, experimentada y aleccionadora. Según estos
le atormenta enormemente la recaída en el pecado, que no os podéis libros, Dios permite a veces que el justo dé un mal paso y caiga en
figurar cómo le lleva hasta la desesperación y que es algo, según dice, alguna que otra tentación..., precisamente para que se humille y con
«que no me lo perdonaré jamás». Y todo esto, nada menos, será la ello se afiance todavía más en el bien. ¡Ah, es tan humillante el con­
expresión de lo mucho bueno que hay en él y de cuán profunda es su traste entre la recaída y el progreso quizá muy significativo que se
naturaleza. Sin embargo, todo esto no es más que una mixtificación. llevaba en el camino de la bondad! ¡Qué doloroso suele ser entonces
Y no sin intención he dejado caer un poco antes, al describir el el examen de la propia identidad! Cuanto mejor sea un hombre, tan­
caso, esas palabras que no suelen faltar nunca en los labios de todos to más se dolerá del pecado actual que comete; y su situación será
los que están en análogas circunstancias: «¡No me lo perdonaré ja­ tanto más peligrosa cuanto menos acierte en ella a manejar bien el
más!». Son éstas unas palabras que, por otra parte, nos ponen en la timón para girar en corto. ¡La menor impaciencia puede ser entonces
auténtica pista de la dialéctica en que se está moviendo el individuo muy peligrosa! Quizá la misma pena contribuya a hundirlo en la más
en cuestión. No se lo perdonará nunca..., pero si Dios del cielo estu­ oscura de las melancolías. Y no faltará, probablemente, un director
viese dispuesto a perdonárselo, ¿acaso no tendría nuestro individuo espiritual poco avisado que se apresure a admirar su profundidad de
la suficiente bondad como para perdonarse a sí mismo? Pues no la alma y a constatar la enorme fuerza de bondad que hay en su diri­
tendría; su desesperación estaría muy lejos de venir determinada por gido. ¡Como si todo eso proviniera del bien! Y su esposa, no faltaba
la bondad y no sería más que una determinación mucho más inten­ más, se sentirá muy profundamente humillada al compararse con un
sa de aquel pecado cuya intensidad es creciente hundimiento en el marido tan serio y tan santo, con un marido que toma tan a pecho
pecado. Y todo este proceso de la desesperación por el pecado será el haber pecado. E, incluso, es muy probable que su mismo modo
tanto más profundo cuanto mayor sea el furor de las expresiones de hablar nos desoriente más que ninguna otra circunstancia, pues
apasionadas con las que nuestro individuo no hace otra cosa, aunque casi seguro que nuestro sujeto no nos vendrá diciendo: «No me lo
sin pensar en ello, que poner al descubierto su verdadero talante y lo podré perdonar jamás» — como si en realidad se hubiese perdonado
que hay detrás de esas palabras: «No me perdonaré nunca» el haber con anterioridad sus pecados..., ¡qué blasfemia!— ; no, nuestro sujeto
pecado de esa manera. Todo menos acercarse a Dios con humilde no nos dirá semejante cosa, sino que más bien dirá: «Dios no podrá
contrición, rogándole el perdón de los pecados. Porque la cosa, te­ perdonármelo nunca». ¡Ay, y esto no es más que mixtificación! ¿Y
niendo en cuenta lo que antes dijimos, suele terminar de la siguiente su pena, su preocupación, y su desesperación? Todo ello no es más
forma. Durante aquel tiempo en que opuso una resistencia victorio­ que egoísmo. Aquí, digámoslo entre paréntesis, pasa lo mismo que

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con esa angustia ante el pecado, que a veces mete al hombre tozu­
damente, angustiándole, en el mismo pecado, porque está llena de
amor propio y su orgullo sería muy grande de verse libre del peca­
do. Y volviendo a nuestro hombre, ¿qué diremos para consolarlo?
Absolutamente nada, pues el consuelo es lo que menos necesita. Por Capítulo II
eso no acertamos a comprender por qué los directores espirituales
prescriben en estos casos dosis enormes de motivos consoladores a sus EL PECADO DE LA DESESPERACIÓN
pobres pacientes, con lo que no hacen otra cosa que contribuir a que DEL* PERDÓN DE LOS PECADOS (EL ESCÁNDALO)
se agrave la enfermedad.

Ahora la potenciación de la conciencia del yo consiste en el saber


acerca de Cristo; aquí se sabe que se tiene un yo precisamente delante
de Dios. Primero — en la primera parte de esta obra— apareció la
ignorancia sobre la posesión de un yo eterno; luego surgió el saber
acerca de que se tenía un yo, en el cual a pesar de todo había algo
eterno. Después — en la transición de la primera a la segunda par­
te— se mostró cómo había que entender esa diferencia dentro de la
categoría del yo, el cual tenía una idea humana acerca de sí mismo,
o cuya medida era el hombre. El contraste correspondiente consistió
en encontrar un yo precisamente delante de Dios, siendo esto lo que
pusimos como base de la definición del pecado.
Ahora aparece un yo cabalmente delante de Cristo..., un yo que,
sin embargo, desesperadamente no quiere ser sí mismo o, también de

* Nótese bien la diferencia entre desesperar por (over ) sus pecados y desesperar
del (om) perdón de los pecados. La explicación detallada puede verse en la nota de la
página 85. Sin embargo, digamos aquí que aquella nota de tanta matización prepositi­
va tiene muy difícil aplicación al castellano. Tan difícil, que muchísimas veces empleo
las preposiciones diferenciadas como absolutamente equivalentes, haciéndolo siempre
a conciencia y para aliviar un poco nuestra propia lengua, que sin poderlo evitar ha
de sufrir bastante al tener que apresar dentro de su literalidad y armonía el contenido
de otra lengua esencialmente extraña. Y esto, sobre todo, tratándose de un contenido de
tanta precisión filosófica y de tanta gravedad teológica como el que Kierkegaard apor­
ta a su querida lengua materna, enriqueciéndola mucho con su genialidad también
literaria, pero sin que a pesar de todo pueda evitar muchas veces el llevarla por la calle
de la amargura. N o se olvide nunca que es uno de los genios más vastos y profundos en
la acuñación de nuevas categorías, algunas de ellas de carácter prepositivo, como, por
ejemplo, ésta de «delante de Dios» — o de Cristo— tan repetida en el presente libro, o
aquélla no menos famosa de la verdad «para ti».

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una manera desesperada, quiere ser sí mismo. Porque, efectivamente, que el pecador se había enzarzado en un cuerpo a cuerpo con Dios.
la desesperación en torno al perdón de los pecados nos remite a una Pero, con todo, es preciso que el hombre haya dado un paso atrás muy
de las dos fórmulas de la desesperación, o a la de la debilidad o a la significativo, alejándose de Dios, para poder hablarle de esa manera y
de la obstinación. La de la debilidad consistirá en que uno, escanda­ tener la seguridad de ser escuchado. Porque para luchar así de cerca,
lizado, no se atreva a creer; y la de la obstinación en que uno, escan­ el pecador tiene que estar lejos*. ¡Tal es la extraña acústica del mundo
dalizado, no quiera creer. Claro que aquí la debilidad y la obstinación espiritual! ¡Qué admirable combinación de las relaciones de distancia!
son lo contrario de lo que acostumbran a ser — pues aquí no se trata Solamente estando lo más lejos posible de Dios puede el hombre hacer
de ser uno sí mismo sin más, sino de serlo en la categoría de pecador, oír ese «¡no!», ese maldito «no» que en cierto sentido quiere tragarse a
es decir, se trata de ser sí mismo en la categoría de su propia imper­ Dios mismo. El hombre nunca es tan inoportuno con Dios como cuan­
fección— . De ordinario la debilidad consiste en que uno, desespera­ do está sumamente alejado de él. Si se está cerca de Dios no se puede
damente, no quiera ser sí mismo. Aquí esto se convierte precisamente ser inoportuno con él y quien lo sea, estando cerca, da a entender a las
en obstinación, pues no cabe duda de que es obstinación el no querer claras que realmente está lejos. ¡Oh, humana impotencia frente a Dios!
ser lo que se es, un pecador y, en consecuencia, pretendiendo sus­ Si se es inoportuno con uno de los grandes de la tierra es muy fácil
traerse al perdón de los pecados. Y lo mismo tenemos que decir de que al delincuente lo manden a paseo lo más lejos posible; pero para
la obstinación. Ésta, de ordinario, consiste en que uno, desesperada­ poder importunar a Dios es necesario que uno mismo se haya situado
mente, quiera ser sí mismo. Ahora esto se convierte cabalmente en la muy lejos de él.
debilidad de la desesperación de querer ser sí mismo, un pecador, y La gente, de ordinario, tiene una idea equivocada de este pecado
serlo de tal manera que no haya perdón alguno. — el de la desesperación del perdón de los pecados— , sobre todo
Un yo delante de Cristo es un yo potenciado por la inmensa con­ después de que se ha eliminado la moral y que, en consecuencia, muy
cesión divina y por la enorme fuerza expresiva que se encierra en el pocas veces o nunca se oye una sana palabra ética. En cambio, se sue­
hecho de que Dios mismo, por culpa de ese yo, se haya dignado nacer le honrar la desesperación del perdón de los pecados de una manera
y hacerse hombre, padecer y morir. De la misma manera que antes estético-metafísica, como si ello fuera una señal de que se poseía una
decíamos que cuanto mayor era la idea de Dios en el hombre, mayor naturaleza bastante profunda. Poco más o menos, como si la ineduca­
era sin duda alguna el yo de éste..., así también ahora tenemos que ción de un niño se considerara un síntoma de su profunda naturaleza.
afirmar que cuanto mayor sea la idea que se tenga de Cristo, mayor En general cuesta mucho imaginarse la enorme confusión que reina
será el yo humano. Porque un yo siempre será cualitativamente lo en el terreno religioso después de que en la relación del hombre con
que sea su medida. Dándonos a Cristo por medida, Dios nos ha testi­ Dios ha quedado suprimido el «tú debes», que es el único principio
moniado con una claridad meridiana hasta dónde alcanza la enorme regulativo. Este «tú debes» tiene que formar parte de todas y cada
realidad de un yo; porque en definitiva sólo en Cristo se hace verdad una de las categorías del dominio religioso. En lugar de esto, que es
el que Dios sea el fin y la medida del hombre, o la medida y el fin. lo correcto, se ha abusado de un modo aventurero de la idea de Dios
Ahora bien, cuanto más yo, tanto más profundo será el pecado. o de la religiosidad como si ello no fuera más que otro ingrediente
La potenciación del pecado se puede mostrar también desde otro de la importancia humana, y así dárselas uno de importante delante
punto de vista. Ya vimos que el pecado era desesperación; la potencia­ de Dios. Aquí pasa un poco como en política, que muchos se dan
ción consistía entonces en la desesperación por el pecado. Pero ahora importancia perteneciendo a la oposición y por eso desean que haya
Dios nos ofrece la reconciliación en el perdón de los pecados. Sin em­ un régimen, cualquiera que sea, pues así siempre tendrán algo a lo
bargo, el pecador desespera y su desesperación alcanza una expresión que oponerse. Exactamente lo mismo hacen muchos con Dios..., no
todavía más profunda. Ahora, si se quiere, el pecador entra en contacto lo quieren suprimir del todo, al revés, prefieren que siga existiendo,
con Dios, pero precisamente en cuanto está mucho más alejado de él y con el solo afán de darse importancia estando en la oposición, cons­
hundido mucho más en el pecado. Se podrá pensar que el pecador casi tituyendo la oposición. De esta manera, todo lo que antiguamente se
está más cerca de Dios en cuanto desespera del perdón de los pecados,
y esto es lo que parecen indicar sus mismos gritos desaforados: «¡No, * El autor emplea aquí, respectivamente a los los términos en cursiva, los dos
no existe el perdón de los pecados, es una imposibilidad!». Digamos adverbios latinos correspondientes: cominus y eminus.

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consideraba con horror como manifestaciones de impía rebelión, se era Dios— es necesaria una gran dosis de falta de espíritu — como
toma ahora por genial, como signo de una naturaleza profunda. An­ la que ordinariamente se encuentra en la cristiandad— para no es­
taño se decía, sin ningún empaque y con toda sobriedad, «tú debes candalizarse de que un hombre quiera perdonar los pecados. Y al
creer...», ahora lo genial y el síntoma de una profunda naturaleza es mismo tiempo también se necesita una no menos admirable falta de
afirmar la imposibilidad de creer. Antaño se decía «tienes que creer espiritualidad como para no escandalizarse de que el pecado pueda
en el perdón de los pecados», y como único comentario se añadía: ser perdonado. Esto es para la razón humana lo más imposible de
«Será una gran desgracia para ti si no lo puedes, porque si debes todo..., lo que no significa que por mi parte alabe como una genia­
creerlo es que puedes»..., hoy en cambio, lo genial y el síntoma de lidad el hecho de no poder creerlo, puesto que tiene que ser creído.
una naturaleza profunda es no poder creerlo. ¿Quién dirá que de este En el paganismo, naturalmente, no podía darse este pecado. Si el
modo la cristiandad no ha llegado a un estupendo resultado? pagano no pudo llegar a tener una idea verdadera de la naturaleza del
A este propósito podemos afirmar que si no se oyera una sola pa­ pecado — puesto que le faltaba la idea de Dios— , mal podía entonces,
labra acerca del cristianismo, los hombres no estarían tan infatuados con mayor motivo, llegar a desesperar de sus propios pecados. Pero
como lo están en la actualidad, de suerte que ni siquiera en el paga­ supongamos que un pagano tuvo esa idea del pecado. En este caso, a
nismo se dio algo parecido. Porque lo triste es que todas esas ideas lo más que podía llegar era a desesperar por su pecado. Es más, su­
cristianas, puestas en circulación de una manera muy poco cristiana, pongamos — y ésta es la máxima concesión que cabe hacer a la razón
solamente sirven para dar pábulo a una incalculable impertinencia, y y al pensamiento humanos— que hubo algún pagano que llegó a des­
esto cuando no se abusa de ellas de una manera peor, aunque igual­ esperar, no por el mundo o por sí mismo en el sentido más general de
mente atrevida. Por ejemplo, ¿no es una enorme sátira el que la blas­ la expresión, sino por sus propios pecados4. ¡Cuánto no tendríamos
femia fuese algo desacostumbrado en el paganismo y que, por el con­ que alabar entonces a ese glorioso pagano! Porque, hablando huma­
trario, en la cristiandad sea propiamente una cosa de todos los días? namente, para llegar a eso se necesita estar dotado tanto de una pro­
En el paganismo se pronunciaba el nombre de Dios con un cierto funda capacidad de penetración como de los debidos supuestos éticos.
horror, con temor ante lo misterioso y, la mayoría de las veces, con El hombre en cuanto tal nunca podrá llegar más lejos, y será rarísimo
gran solemnidad. En cambio, dentro de la cristiandad no hay duda el que de hecho llegue tan lejos. Sin embargo, el cristianismo lo ha
de que el nombre de Dios es la palabra que más se usa en el lenguaje cambiado todo, pues nos manda creer en el perdón de los pecados.
cotidiano y, desde luego, la palabra que menos hace pensar, como si Y preguntamos, ¿cómo se encuentra la cristiandad en lo que se
estuviera totalmente vacía de sentido. Sí, el santo nombre de Dios es refiere al perdón de los pecados? La respuesta es categórica: la situa­
la palabra que con mayor descuido se emplea en la cristiandad, don­ ción de la cristiandad es realmente la de la desesperación del perdón
de se tiene la impresión de que el pobre Dios revelado — que fue tan de los pecados. Claro que en la cristiandad se ha retrocedido tanto en
incauto e imprudente como para revelarse, en lugar de mantenerse este sentido que ya no se considera abiertamente que ésa sea su pro­
oculto como ordinariamente suelen hacer las personas distinguidas— pia situación. Por ese camino de retroceso ni siquiera se ha llegado
ha llegado a ser un personaje demasiado conocido por todo el mundo
que la habita. En estas circunstancias no tiene nada de extraño que 4. Se tendrá en cuenta que la desesperación por el pecado es considerada aquí,
la gente se piense que le presta a Dios un servicio inmenso con ir de dialécticamente, en la dirección hacia la fe. Nunca se debe olvidar esta dialéctica,
vez en cuando a la iglesia, donde, naturalmente, recibe los elogios pues si bien en este libro solamente se trata de la desesperación en cuanto enfer­
medad, sin em bargo, en fuerza de su misma dialéctica, la desesperación también
del párroco, el cual les agradece a todos en nombre de Dios el gran
constituye el m om ento inicial de la fe. Por el contrario, cuando en la dirección en
honor de la visita y cierra la escena otorgándoles a cada uno el título que se camina, uno va alejándose de la fe y de la relación con Dios, entonces la des­
de piadosos, no sin antes haber dicho unas palabritas de puya contra esperación por el pecado constituye el nuevo pecado. En la vida espiritual todo es
los que nunca le hacen a Dios el honor de ir a la iglesia. dialéctico. De esta manera, el escándalo, en cuanto posibilidad abolida, es indudable­
mente un m om ento de la fe. Pero el escándalo en la dirección que nos aleja de la fe es
El pecado de la desesperación del perdón de los pecados es un
el pecado. Por eso a un hom bre se le puede echar en cara com o un auténtico em érito
escándalo. En esto los judíos tenían toda la razón cuando se escan­ el que no sea capaz, ni siquiera una vez, de escandalizarse del cristianism o. Hablando
dalizaban de Jesucristo porque pretendía perdonar los pecados. Si en este sentido, se entiende que lo de escandalizarse es algo bueno. Pero, por otra
no se es creyente — y quien lo es cree con toda el alma que Cristo parte, tenem os que afirmar sin lugar a dudas que lo de escandalizarse es un pecado.

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todavía a la conciencia de pecado, lo único que se hace es reconocer nada, menos que el más insignificante de los hombres individuos—
como pecados esa especie de ellos que ya los paganos conocieron, como algo muy grande..., y a renglón seguido se la divinizará. Y
y así se vive confiado y feliz en una total seguridad pagana. Junto a así las cosas, en seguida se incorporará esa abstracción divinizada,
esto, no faltaba más, no deja de vivirse en la cristiandad, se supera en filosóficamente, a la doctrina del Dios-hombre. De la misma manera
muchos aspectos al paganismo y la gente, muy de vuelta, se imagina que en la vida política se nos ha enseñado que las masas se impon­
que esa seguridad — ¡para algo se está en la cristiandad!— no es ni gan al rey y los periódicos al Consejo de ministros, así también se
más ni menos que la conciencia del perdón de los pecados, concien­ ha descubierto a última hora que la summa summarum de todos
cia que los párrocos por su parte no cesan de fortalecer entre sus los hombres se imponga a Dios. A esto se le llama ahora la doctrina
feligreses con todos los medios a su alcance. del Dios-hombre, o la doctrina de que Dios y el hombre son idem
La desgracia fundamental de la cristiandad es el cristianismo..., per idem [tal para cual]. Claro que más de un filósofo, entre los que
en la medida en que la doctrina del Dios-hombre — cuyo sentido cris­ propagaron esta doctrina del predominio de las generaciones sobre
tiano, notémoslo bien, está garantizado por la paradoja y por la po­ los individuos, se ha visto precisado a volver la espalda, no sin cierto
sibilidad del escándalo— ha sido tomada en vano de tanto predicarla asco, al ver que su doctrina había caído tan hondo que terminaba
y predicarla..., es que la diferencia cualitativa entre Dios y el hombre por divinizar a la plebe, identificándola con el Dios-hombre. Pero
ha quedado suplantada de una manera panteística, primero por la estos filósofos olvidan que a fin de cuentas ésta es su doctrina, y no
aristocracia especulativa, después por la plebe en las calles y en las tienen ojos para ver que no era más verdadera cuando la hicieron
callejuelas. Nunca jamás doctrina alguna de la tierra ha acercado tan­ suya los distinguidos de la sociedad, es decir, cuando la flor de la
to a Dios y al hombre como lo ha hecho el cristianismo. Tampoco es aristocracia o un grupo muy selecto de filósofos estimaron que ellos
posible que ninguna doctrina terrena llegue a tanto, solamente Dios mismos eran la encarnación.
lo puede y toda invención humana no será en este sentido más que un En una palabra, que el dogma del Dios-hombre — mal interpre­
sueño o una ilusión precaria. Pero, también es verdad que nunca jamás tado— ha hecho insolente a la cristiandad. Casi se tiene la impresión
doctrina alguna se ha armado tan cuidadosamente contra la más atroz de que Dios hubiera sido demasiado débil. Y así le han ido las cosas,
de todas las blasfemias, a saber, aquélla que una vez que Dios ha dado como a un buenazo que, después de haber hecho las mayores conce­
ese paso pretende interpretarlo tan en vano como si Dios y el hombre siones, no recibe otro pago que el de la ingratitud. Dios es, natural­
se hubiesen fusionado en una sola cosa. ¡Sí, nunca jamás doctrina algu­ mente, el que ha inventado la doctrina del Dios-hombre, pero luego
na se ha defendido tan cuidadosamente contra eso como lo ha hecho ha venido la cristiandad e insolentemente la ha interpretado al revés,
el cristianismo, puesto que se defiende con la ayuda del escándalo! poniendo en un plano de absoluta igualdad a Dios y a todo el género
¡Ay de los predicadores blandengues! ¡Ay de los predicadores desata­ humano. De esta suerte, la concesión que Dios hizo viene a significar
dos! Y ¡ay, ay de toda esa teoría compacta de discípulos y turiferarios! aproximadamente lo que en nuestra época significa el hecho de que
Si se ha de mantener la existencia en orden — y eso es precisa­ un monarca establezca una constitución liberal. Y todos saben muy
mente lo que Dios desea, pues no es un Dios del desorden— , enton­ bien lo que esto significa, a saber, «que el monarca se vio obligado
ces es preciso que antes de nada se atienda a que cada hombre sea a dar esa constitución». Es decir, que es como si Dios mismo se hu­
un hombre individual y sea consciente de ser un hombre individual. biese metido en un aprieto y los prudentes, en ese sentido, tuviesen
En cambio, si se empieza por permitir a los hombres que se agrupen razón al echarle en cara: «¡Tú mismo te lo has buscado! ¿Por qué te
precipitadamente en ésa que ya Aristóteles llamó «categoría animal», mezclaste tanto con el hombre? A ningún hombre se le ocurrió jamás
es decir, en la multitud*, entonces no tardará mucho tiempo en con­ semejante cosa. ¡Cómo pudo brotar en ningún corazón humano la
siderarse esta abstracción enorme — que en realidad es menos que idea de que tuviera que haber esa igualdad entre Dios y el hombre!
N o, fuiste tú mismo quien nos reveló esa doctrina, y ahora cosechas
* Maengden, la multitud o las masas, es decir, el contrapolo del hombre indi­ los frutos de lo que sembraste».
vidual. Kierkegaard se ha hecho famoso con su categoría de «el individuo» (E nkelte) Pero el cristianismo ha tomado desde el principio todas las pre­
y nunca ha cesado de enfrentarla a su contraria, revelando así con tan tremendo con­ venciones necesarias. El cristianismo parte de la doctrina del peca­
traste la raíz misma de su filosofía.
do. La categoría del pecado es la categoría de la individualidad. El

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pecado no es ningún objeto del pensamiento especulativo. Porque Y para no disputar más sobre las mismas concesiones que la es­
el hombre individual está siempre bajo el concepto, pero con todo peculación nos hace, mencionemos una dificultad distinta, que por
no se puede pensar un hombre individual, sino que solamente se cierto es la principal en todo este embrollo especulativo. En efecto,
piensa en el concepto de hombre. Por eso la especulación se ha la especulación no tiene en cuenta para nada que en relación con
precipitado inmediatamente en la doctrina de la preponderancia de el pecado la ética representa una parte importante. La ética apunta
la especie sobre el individuo, ya que sería mucho pedir el que la siempre a lo contrario de la especulación y progresa por el camino
especulación estuviera dispuesta a reconocer la impotencia del con­ opuesto, es decir, que la ética nunca abstrae de la realidad, sino que
cepto respecto de la realidad. Sin embargo, de la misma manera que profundiza en la realidad y siempre está operando, necesariamente,
no se puede pensar un hombre individual, así tampoco se puede con la ayuda de esa categoría de la individualidad, tan postergada y
pensar un pecador particular. Se puede pensar un pecado — y en despreciada por la especulación. El pecado es una determinación del
este caso se hace de él una negación— , pero no es posible pensar individuo. Por eso constituye una enorme superficialidad y un nuevo
un pecador particular. Y precisamente ésta es la razón de que no se pecado el tomar por una fruslería lo de ser un pecador particular...,
tome el pecado en serio cuando se le convierte en una cosa en la que sobre todo cuando uno mismo es ese pecador particular. Aquí entra
meramente se piensa. Porque lo serio consiste en que tú y yo somos en baza el cristianismo y tacha con una cruz todo lo que la especula­
pecadores. Lo serio no es el pecado en general, sino que lo tremen­ ción dice, pues a ésta le es tan imposible salir de esa dificultad como
damente serio es ser un pecador, un individuo. A este respecto, la a un barco de vela seguir sus singladuras contra todos los vientos tor­
especulación para ser consecuente consigo misma tendría que hacer cidos. La seriedad del pecado consiste en su realidad en el individuo,
un gran desprecio del hecho de ser «un hombre individual», es de­ sea quien sea, tú o yo. La perspectiva especulativa cae muy lejos del
cir, algo que ni siquiera se puede pensar. A lo sumo, puesta a hacer individuo y por eso no tiene nada de extraño que la especulación ha­
algo en este sentido, la especulación debería decirle al individuo: ble tan a la ligera del pecado. La dialéctica del pecado sigue caminos
«¡No pierdas el tiempo en semejantes fruslerías, olvídalo cuanto diametralmente opuestos a los de la especulación.
antes, eso de ser un hombre individual es no ser nada! ¡Piensa, eso El cristianismo empieza con la doctrina del pecado y, consi­
sí, piensa... y entonces llegarás a ser la humanidad entera, cogito guientemente, con el individuo5. Es verdad que el cristianismo nos
ergo sumí». Claro que todo esto que nos dice la especulación es muy
posible que sea mentira y, en consecuencia, que la cosa más gran­
5. También se ha abusado muchas veces de la doctrina del pecado de la especie
de de todas sea el hombre individual y ser un hombre individual.
humana, porque no se caía en la cuenta de que el pecado, por muy común que sea a
Pero no nos precipitemos, supongamos por el momento que la es­ todos, no engloba a los hombres en un concepto común, en una simple agrupación
peculación tiene razón. ¿Qué tendría entonces que añadir, para ser o en una especie de club — «del mismo modo que en el cementerio la muchedumbre
consecuente consigo misma? Pues muy sencillo, que eso de ser un de los muertos tampoco forma ningún club»— , sino que distribuye a los hombres en
individuos y mantiene a cada individuo bien agarrado en cuanto pecador. Por otra
pecador particular tampoco es en realidad nada fuera del concepto
parte, esta distribución concuerda plenamente con la existencia y tiene com o fin la
y que por ello no hay que perder el tiempo, etc., etc. Y entonces, perfección de la misma.
¿qué? ¿Deberíamos quizá ponernos a pensar en el pecado en vez Ahora bien, al no tener en cuenta lo anterior (acerca del pecado original), se ha
de ser el pecador particular que cada uno somos? ¡Algo así como querido ver (en el dogma de la Redención) co m o si Cristo hubiese redimido en bloque
antes se nos exigía pensar el concepto del hombre en vez de ser un y una vez por todas a la humanidad caída. De esta manera se le ha vuelto a echar a
Dios sobre los hombros otra abstracción enorm e, la cual, en cuanto tal abstracción,
hombre particular! Y entonces, ¿qué? ¿Se convertiría quizá el hecho pretende estar en estrecho parentesco con él. Pero todo esto no es más que un pretex­
de pensar en el pecado en «el pecado» mismo..., cogito ergo sum> to, que sólo sirve para hacer a los hombres todavía más insolentes. Porque cuando «el
N o cabe duda de que se trata de una proposición seductora. Porque individuo» se siente emparentado con Dios — y ésta es cabalmente la enseñanza del
a fin de cuentas no había por qué tener tanto miedo al pecado, a ser cristianismo— no podrá por menos de experimentar también, con tem or y temblor,
todo el peso de esa impresión, descubriendo, si no lo había hecho ya mucho antes, la
el pecado, el puro pecado; puesto que este pecado es precisamente
posibilidad del escándalo. En cambio, si el individuo llega a esa gloria del parentesco
algo impensable. Sí, la especulación, por más que le pese, está for­ divino a través de una abstracción cualquiera, entonces la cosa resultará demasiado
zada a concedernos esa última conclusión, ya que el pecado es una fácil y en el fondo se la profanará. De esta manera el individuo no percibirá el inmenso
desviación lejos del concepto. peso de Dios, un peso que en la humildad le hunde al individuo tan profundamente

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ha enseñado también la doctrina del Dios-hombre, la doctrina de es, y lo es cabalmente «delante de Dios». Esto es lo que hace que
la igualdad entre Dios y el hombre, pero no es menos cierto que el la contraposición sea mantenida en el doble sentido de la misma y
cristianismo odia con todas sus fuerzas cualquier intromisión cu­ que por las dos partes se implique mutuamente — continentur— , de
riosa y juguetona. Dios y Cristo, con el recurso a la doctrina del suerte que no se las pueda separar, sino que manteniéndose así juntas
pecado y del pecador individual, se han asegurado de una vez por manifiesten una diferencia tanto más hiriente. Algo así como cuando
todas y de una manera distinta a como nunca lo hiciera ningún rey se ponen juntos dos colores muy distintos, que resaltan de una ma­
terreno, contra todo eso que se llama plebe, pueblo, masas, público, nera tanto más brillante, según dicen los clásicos: «opposita juxta se
etc., etc., y también digamos que aquéllos han tomado las debidas posita magis illucescunt». De todos los atributos que se predican del
medidas de seguridad respecto de todas las exigencias de una cons­ hombre, el pecado es el único que en modo alguno puede predicarse
titución más liberal. Porque todas esas abstracciones no existen para también de Dios, ni por la via negationis ni por la via eminentiae*.
Dios. Delante de Dios, en Cristo, no existen más que individuos Porque afirmar de Dios que no es un pecador en el mismo sentido
pecadores— , y si bien es verdad que él puede abarcarlo todo per­ en que no siendo finito, es decir: via negationis, se afirma que es infi­
fectamente, sin embargo, no por eso deja de preocuparse hasta de nito— sería una pura blasfemia.
los gorriones. Dios es amigo del orden y con este fin, gracias a su En cuanto pecador el hombre está separado de Dios por el abis­
omnipresencia, está en todas partes y en cada uno de los instantes..., mo de la más profunda diferencia cualitativa. Y, naturalmente, Dios
siendo éste cabalmente uno de los atributos divinos más destacados está separado del hombre por ese mismo abismo cuando perdona los
en el catecismo, un atributo en el cual los mismos hombres piensan pecados. Si por un imposible, recurriendo a una especie de acomo­
de vez en cuando, pero sin que se les pase por la intención el estar dación en sentido inverso, lográramos trasladar todo lo divino a la
pensándolo a cada momento. Después de este inciso, digamos que el altura humana, de suerte que Dios y el hombre fueran semejantes por
concepto divino no es como el del hombre, para quien lo individual completo..., entonces, sin embargo, siempre nos habría quedado una
siempre es algo que está debajo y que nunca puede alzarse hasta el cosa fuera de ese osado proyecto, a saber, la de perdonar los pecados,
concepto. N o, el concepto divino lo abarca todo, aunque en otro pues en esto el hombre jamás podrá asemejarse a Dios.
sentido se ha de afirmar que Dios no tiene ningún concepto. Dios Aquí es donde culmina el escándalo, que es cabalmente la barrera
no recurre nunca a una abreviatura, sino que abarca — comprehen- que ha creído necesario establecer la misma doctrina que nos ha ve­
dit la misma realidad, todo lo individual. Para Dios el individuo nido a enseñar nada menos que la verdad de la semejanza entre Dios
no está por debajo del concepto. y el hombre.
La doctrina del pecado, de que tú y yo seamos pecadores — una Ahora bien, el escándalo es el resorte de la mayor fuerza de deci­
doctrina que disgrega de un modo categórico a «la multitud»— acen­ sión de la subjetividad, del individuo. Sin duda que no es tan impo­
túa la diferencia cualitativa entre Dios y el hombre tan hondamente sible pensar un escándalo sin un escandalizado como lo es pensar un
como nunca jamás se hizo. Sólo Dios es capaz de amurallar así esa sonar de flauta sin un flautista, pero con todo el mismo pensamiento
diferencia. Y el pecado, como dijimos, consiste precisamente en que no tendrá más remedio que concedernos que el escándalo todavía
lo es delante de Dios... Nada hace tan diferente a un hombre de Dios con mayor razón que el enamoramiento— siempre será un concepto
como el hecho de que aquél sea un pecador, cosa que todo hombre irreal mientras no tome cuerpo, es decir, mientras no tengamos a
alguien, a un individuo, que esté escandalizado.
Por lo tanto, el escándalo dice relación al individuo. Y por esta
com o le eleva, sino que con suma facilidad se imaginará tenerlo todo sin más, gracias a razón el cristianismo siempre empieza haciendo de cada hombre un
que participa en aquella abstracción. Con lo de ser hombre no pasa lo mismo que con
lo de ser bruto, pues en esta esfera de la animalidad el ejemplar siempre es menos que
individuo, un pecador particular. Y en este momento se concentra
la especie. En este sentido podemos afirmar que el hombre no se destaca sobre las de­ todo lo que de posibilidad de escándalo puede haber almacenado
más especies animales solamente por aquellas ventajas que de ordinario se mencionan,
sino que se destaca cualitativamente sobre todas ellas en cuanto que en la esfera de la
humanidad el individuo, el singular, siempre será más que la especie. Y esta determina­ * Jun to con la via affirm ationis esas otras dos forman la triple vía simultánea
ción es, a su vez, dialéctica, porque significa que el individuo es pecador, pero también del conocim iento de la esencia y de los atributos divinos a partir de la criatura. En
significa que ser individuo es la perfección. cualquier teodicea puede verse el significado de las mismas.

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en el cielo y en la tierra — ¡solamente Dios está por medio!— , y he sigan predicando de esa manera. Y cuidado con que nadie se des­
aquí el cristianismo. Lo primero que hace es imperar a cada uno en mande y con que ningún particular se atreva a hablar de otra manera.
particular: «tienes que creer», es decir, escandalízate o cree. Ya no ¿Por qué iba a ser tan insensato que se amargase la vida y sintiese,
hay más que añadir, ni siquiera una sola palabra. Es como si Dios con temor y temblor, tan altas responsabilidades? Y encima de eso,
del cielo nos dijera: «Ya he hablado lo que tenía que hablar..., en la ¿quién le metía a él en camisa de once varas, intentando amargar la
eternidad volveremos a hablar otra vez de ello. Mientras tanto, haz vida a todos los demás? ¡No, ya está bien! ¡Declaremos todos juntos
lo que quieras, pero ten la completa seguridad de que el juez se m an- que está loco de atar y que si sigue en las mismas no tendremos más
tiene al acecho». remedio que llevarlo al patíbulo! Puesto que somos tantos, ello no
¿Cómo, un juicio? ¡Sí, un juicio! Los hombres sabemos muy sería ningún crimen. ¿Quién ha dicho que muchos pueden come­
bien tras larga experiencia que cuando hay un motín en un barco ter un crimen? Eso no son más que antiguallas e insensateces. ¡Lo
o en un cuartel son tantos los culpables que es necesario pasar por que hace la mayoría es la voluntad de Dios! Ésta es la sabiduría que
alto el castigo. Ah, y si es el público el que se amotina, el respetable hoy impera y ante ella — lo sabemos por experiencia, porque nadie
público o la plebe, entonces ni siquiera se trata de una manifesta­ piense que somos unos jovenzuelos inexpertos, que lanzamos al aire
ción criminal, sino que, según los periódicos — ¡en los cuales se pue­ palabras sin sentido, sino que estamos hablando como hombres de
de fiar uno tanto como en el Evangelio o en las revelaciones!— se experiencia— se han inclinado hasta ahora todos los hombres, inclu­
trata nada menos que de la voluntad de Dios. ¿A qué se debe toda so los reyes y los emperadores y todas las demás excelencias. Gracias
esta confusión? Pues muy sencillo, se debe a que el concepto «jui­ a esa sabiduría han levantado al fin la cabeza todas las criaturas de la
cio» corresponde al individuo. N o se juzga a las masas. Se puede tierra. ¡Sólo falta ya que Dios también aprenda a inclinarse! ¡Lo único
asesinar al pueblo en masa, regarlo en masa con las mangas de agua, que importa es que seamos muchos, la mayoría absoluta, y que nos
lisonjearlo en masa; en una palabra, de muchas maneras se puede mantengamos unidos..., entonces podemos estar seguros contra el
tratar al pueblo como se trata a las bestias, pero al pueblo no se le juicio de la eternidad!
puede juzgar como a las bestias, pues es evidente que a las bestias Desde luego, los hombres de nuestra generación podrían estar
no se las puede juzgar. Un juicio en que se juzga a muchos es una bien seguros de que no serían juzgados si solamente en la eternidad
farsa y una mentira cuando no se juzga a cada uno en particular6. Por empezaban a ser individuos. Pero los hombres siempre fuimos y so­
eso cuando son tantos los culpables no se puede hacer «humanamente» mos individuos delante de Dios. Ni siquiera el que habite en una urna
un juicio. Se deja el asunto en tal estado, o al menos a nadie se le de cristal se sentirá tan cohibido como lo está cada hombre en su
ocurre en serio hablar de que haya lugar a un juicio. En este caso total transparencia delante de Dios. Esto es la conciencia, y gracias a
son tantísimos los que tendrían que ser juzgados que no habría, ella el hombre está constituido de tal modo que nunca deja de seguir
humanamente, manera de interrogarlos y encararse con cada uno un informe inmediato a cada una de sus culpas, y lo curioso es que ese
en particular. Es decir, que en este caso no hay más remedio que informe lo tiene que redactar el mismo culpable de su puño y letra.
abstenerse de juzgar. Sin embargo, ese informe se redacta con una tinta secreta, y por eso
Lo curioso es que en esta época de las luces, en que tantos in­ no será claramente legible hasta que en la eternidad le enfoque aque­
convenientes se encuentran para cualquiera de las representaciones lla luz con la que la misma eternidad irá revisando las conciencias.
antropomórficas de la divinidad, nadie suele por lo general encontrar En el fondo, cada uno de los hombres ingresará en la eternidad de tal
mayor dificultad en representarse a Dios en cuanto juez como un juez manera que él mismo lleve consigo y presente con toda puntualidad
de paz cualquiera, o como un magistrado militar desbordado por un el balance minuciosísimo de todas y cada una de sus faltas, incluso
proceso tan vasto. Y, así las cosas, la gente se piensa que en la eterni­ sus mínimos deslices, y tanto los pecados de positiva criminalidad
dad pasará exactamente lo mismo. Por eso no cesa de apiñarse cada como los pecados de omisión. Por eso, un niño podría muy bien ser
vez más y tomar las debidas precauciones para que sus sacerdotes el presidente del tribunal en el juicio de la eternidad..., en realidad no
queda nada que hacer para un tercero, ya que todo, incluso las pala­
6. Por eso Dios es «el juez»; porque para él no existe ninguna multitud, sino bras más insignificantes que dijimos, estará perfectamente registrado.
solamente individuos. Al culpable, que va de camino hacia la eternidad a través de la vida

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terrena, le ocurre un poco — ¡lo mismo!— como a aquel delincuente


que huía en el tren y pensaba que con la velocidad de éste se iba ale­
jando del lugar del hecho... y de su crimen. ¡Ay!, debajo del mismo
vagón en que iba sentado corría también, a todo lo largo de la vía, el
hilo telegráfico que no dejaba de transmitir sus señales y la orden de Capítulo III
que lo arrestasen en la primera estación. Cuando, como es obvio, el
criminal llegó a la estación inmediata y echó el pie en el andén, fue EL PECADO DE RECHAZAR EL CRISTIANISMO
arrestado..., en cierto sentido se puede afirmar que él mismo trajo DE M O D O PO SITIVO *, DECLARÁNDOLO FALSO
consigo la denuncia.
Por lo tanto, la desesperación del perdón de los pecados es un
escándalo. Y el escándalo es la potenciación del pecado. De ordinario
no se suele pensar así, sino que por lo general se cree que el escándalo
no es un pecado y, en consecuencia, al catalogar los pecados no se
deja sitio para él. Y si se piensa así, mal puede entrarle en la cabeza
a nadie que el escándalo sea la potenciación del pecado. ¿A qué se
debe esto? A que no se destaca, cristianamente, la oposición entre el Éste es el pecado contra el Espíritu Santo. Aquí el yo se eleva al grado
pecado y la fe, sino entre el pecado y la virtud. supremo de la desesperación. N o sólo no se contenta con rechazar
el cristianismo, sino que lo declara mentira y falsedad. ¡Qué idea
monstruosamente desesperada acerca de sí mismo no tendrá el yo
para hacer esto!
La potenciación del pecado se le aparecerá con toda claridad a
quien considere el pecado como una guerra entre el hombre y Dios,
una guerra que en este caso cambia de táctica. Así, la potenciación
será el tránsito ascensional de la defensiva a la ofensiva. En primer
lugar, el pecado era desesperación, en este caso todavía se estaba al
acecho y siempre cubriendo la espalda. Después surgió la desespe­
ración por sus propios pecados, entonces todavía seguía luchándose
en retirada o defendiéndose dentro de la posición retrasada, aunque
siempre pedem teferens [volviendo el pie atras]. Ahora se cambia de
táctica. Es verdad que aquí el pecado se profundiza todavía más en
sí mismo y por este camino se va alejando, pero con todo podemos
decir que en otro sentido se acerca aún más y es sí mismo de una
manera mucho más decidida. La desesperación del perdón de los
pecados es una minada posición frente a una oferta de la misericordia
divina: en este caso el pecado no está completamente en retirada ni
simplemente a la defensiva. Pero el pecado de rechazar el cristianis­
mo como falsedad y mentira es una guerra ofensiva. En todos los
casos anteriores se admitía en cierto modo que el adversario de turno
era más fuerte. Ahora, sin embargo, es el pecado el que ataca.

* El autor, una vez más, recurre aquí a otra expresión latina: m odo ponendo.

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El pecado contra el Espíritu Santo es la forma positiva del escán­ Cristo no puede hacer es abolir la posibilidad del escándalo. ¡Oh acto
dalo. único del amor, oh tristeza insondable del amor, que ni Dios mismo
La doctrina del cristianismo es el dogma del Dios-hombre, el pueda, aunque lo quisiera — si bien por otra parte tampoco lo quiere
dogma del parentesco entre Dios y el hombre, pero de tal manera ni puede quererlo— , imposibilitar que ese acto de amor llegue a ser
— notémoslo bien— que, en cierto sentido, podríamos afirmar que para el hombre precisamente todo lo contrario, es decir, su extrema
la posibilidad del escándalo es la garantía con la que Dios se asegura desgracia! Pues no cabe duda de que la mayor de todas las desgra­
de que el hombre no se entrometa más de lo justo. La posibilidad del cias humanas, peor aún que el pecado, es escandalizarse de Cristo
escándalo constituye el momento dialéctico de todo lo que es cris­ y permanecer en el escándalo. Y esto ni el mismo Cristo, que es «el
tiano. Si se quita el escándalo, el cristianismo no solamente se tor­ Amor», puede imposibilitarlo. He aquí la razón de que Cristo diga:
na paganismo, sino que se hace una cosa tan fantástica que el mismo «Bienaventurado aquel que no se escandalizare de mí». Cristo ya no
paganismo no tendría más remedio que tomarla como una broma. A puede hacer más. En una palabra: Cristo en virtud de su amor — esto
ningún hombre se le ha podido pasar nunca por las mientes que llega­ es una cosa bien posible— puede llegar a hacer tan desgraciado a un
ría a estar tan cerca de Dios como enseña el cristianismo. Sí, ¿a quién hombre, como éste jamás lo hubiese sido de otra manera. ¡Oh inson­
se le ocurrió jamás eso de poder, osar y tener que acercarse tanto a dable contradicción en el amor mismo! Sin embargo, Cristo, precisa­
Dios por medio de Nuestro Señor Jesucristo?, ¿en qué cabeza cabe? mente por amor, no puede echar sobre su corazón la responsabilidad
Porque si esto no es un misterio, si es algo que todo el mundo puede de no llevar a cabo la obra del amor. ¡Ay, qué misterio tan grande que
entender sin más, como quien bebe un vaso de agua, sin la menor esa obra de amor llegue a hacer a un hombre tan desgraciado como
reserva..., entonces el cristianismo no sería otra cosa que una inven­ nunca lo hubiese sido de otra manera!
ción de un Dios loco, que vendría a remplazar la que se puede llamar Hablemos un poco sobre esto en términos exclusivamente huma­
locura humana de la poesía del paganismo en torno de los dioses. nos. ¡Oh, qué miseria tan grande la de un alma humana que jamás
En este caso, el hombre que no hubiera perdido todavía la razón, se haya sentido la necesidad de amar y ofrecerlo todo por amor! ¡La de
vería obligado a dictaminar que semejante doctrina solamente se le un alma humana que, por consiguiente, nunca haya sido capaz de
pudo ocurrir a un Dios sin cabeza. De esta manera, y en el supuesto ofrecerlo todo por amor! Pero hablemos de los hombres que pudie­
de que el hombre fuese sin más su camarada, el Dios encarnado se ron llegar a tanto. ¿Qué pasaría si uno de estos hombres descubriera
convertiría en un «pendant» del príncipe Enrique* de Shakespeare. que su sacrificio amoroso iba a representar, posiblemente, la mayor
Dios y el hombre son dos naturalezas separadas por una infini­ de las desgracias para la otra persona, para la persona amada? Podían
ta diferencia cualitativa. Toda doctrina que pase por alto esta dife­ pasar dos cosas. La primera, que el amor perdiera toda su fuerza
rencia será humanamente insensata y, en el sentido divino, será una de expansión en el corazón de ese hombre, dejando de ser una vida de
blasfemia. En el paganismo los hombres convertían a Dios en hom­ inmenso poderío, para hundirse en el profundo cerco de la melan­
bre (hombre-Dios), en el cristianismo es Dios el que se hace hombre colía. Y así, nuestro hombre abatido, se iría apartando del amor, no
(Dios-hombre). Sin embargo, en este acto del amor infinito de su gra­ atreviéndose a llevar a cabo la obra del amor. ¡No le habría abatido
cia misericordiosa, Dios pone una condición, nada más que una con­ el peso de la obra de amor proyectada, sino el peso de aquella posibi­
dición, pero inevitable. Precisamente éste es el motivo de la tristeza lidad! Pues del mismo modo que una carga se hace tanto más pesada
de Cristo, a saber, que respecto de esa condición «ni siquiera él pueda cuanto más diste el extremo de la vara, en el que está la carga, del
hacer otra cosa». Porque Cristo puede humillarse, revestirse de la otro extremo por el que tiene que agarrar el que la levanta, así tam­
forma de siervo, padecer, morir por los hombres, invitarlos a todos a bién cualquier acto resultará tanto más pesado en la medida en que se
que vayan a él, ofrecer por ellos los días todos de su vida con todas y torne dialéctico, y pesado hasta más no poder cuando esa dialéctica
cada una de sus horas, e incluso ofrecer la vida misma..., pero lo que sea precisamente la de la simpatía. En este caso, aquello que el amor
se dispone a hacer con toda prontitud por la persona amada, aparece
al mismo tiempo, aunque en otro sentido y en virtud de la solicitud
En Enrique IV, donde el «pequeño» príncipe — luego Enrique V— es cama-
rada de Juan Falstaff, célebre capitán inglés, pero todavía mucho más célebre por sus por la misma persona, como algo completamente desaconsejable.
andanzas libertinas con tan gran señor y el consiguiente favoritismo. Esto es lo primero que pudo acontecer, pero también podía suceder

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una segunda cosa. A saber, que el amor venciera y, amorosamente, mí. Yo, este pobre hombre, es el que hace que los sordos oigan, que los
se atreviese a llevar a cabo su proyecto. ¡Ay, entonces, en medio de ciegos vean, que los cojos anden, que los leprosos sean limpios y que
la alegría del amor — ya que el amor siempre es alegre, en especial los muertos resuciten..., dichoso aquel que no se escandalice de mí.
cuando lo ofrece todo— no dejaría de haber honda tristeza, pues allí Por eso, estas palabras en que Cristo — y por mi parte me atre­
estaba de seguro aquella posibilidad! Sí, este hombre amaba mucho, vo a afirmarlo con toda la responsabilidad que impone el hecho de
y por eso llevó a cabo esa obra de su amor e hizo el sacrificio no sin sentirse abocado al tribunal más alto— nos dice: «bienaventurado
lágrimas en los ojos. Su sacrificio le llenaba, personalmente, de júbi­ aquel que no se escandalizare de mí», tienen una importancia esencial
lo, pero pensando en la persona amada no podía evitar las lágrimas, dentro de la predicación cristiana; no tanta, desde luego, como las
Porque sobre este... ¿cómo le llamaremos?..., sobre todo este lienzo palabras de la institución de la eucaristía, pero sí, al menos, como
historiado de la interioridad se cernía aquella posibilidad sombría. Y, aquellas otras de la Carta a los Corintios: «Examínese cada uno a sí
sin embargo, de no haber flotado esa posibilidad sobre todo el con­ mismo». En definitiva, son palabras del mismo Cristo y no debemos
junto, su obra no hubiera sido la del auténtico amor. ¡Qué tremendo cansarnos, especialmente en medio de la cristiandad, de inculcarlas
conflicto! Sin duda, amigo lector, que tu vida está llena de proyectos. sin cesar y repetírnoslas particularmente a cada uno de nosotros mis­
¡Deja ahora de pensar en ellos! ¡Que tu cerebro quede paralizado! mos. Porque el cristianismo se convertirá en blasfemia en cualquier
¡Que cualquier pensamiento quede fuera como un tronco seco! ¡Que parte7 donde hayan dejado de sonar esas palabras, o en cualquier caso
sólo actúen libres las entrañas del sentimiento que habita en tu pe­ en que la exposición de lo cristiano no venga transida en todos y cada
cho! ¡Echa abajo todas las murallas que te separen del hombre cuya uno de sus puntos por esa idea. Es verdad que Cristo, revestido de
historia estás leyendo! Y en este estado de ánimo, ¡lee a Shakespeare! la forma de un humilde siervo, pasó por el mundo sin necesidad de
Y ahora dime: ¿cuáles no serán los conflictos que te conmoverán de que ninguna guardia le cubriese las espaldas y sin ningún ejército
escalofrío? A decir verdad, el mismo Shakespeare parece que ha re­ de servidores que le fueran preparando el camino y encareciéndo­
trocedido lleno de pavor ante los conflictos propiamente religiosos. les a las gentes quién era el que iba a venir. Pero la posibilidad del
Estos, quizá, sólo se puedan expresar en el lenguaje de los dioses. Y escándalo — ¡su gran tristeza dentro de su inmenso amor!— le tenía
éste es un lenguaje que ningún hombre es capaz de hablar, ya que, y le tiene bien defendido a Cristo. Esa posibilidad no dejó nunca de
según nos ha dicho un griego bellamente: el hombre aprende de los levantar la muralla de un profundo abismo entre él e incluso aquellos
hombres a hablar, pero de los dioses aprende a callar. que más le amaron y más cerca estuvieron de él.
La posibilidad del escándalo radica en el hecho de que entre Dios Porque, en efecto, el que no se escandaliza es aquel que con fe se
y el hombre haya esa infinita diferencia cualitativa de que tanto hemos pone a adorar. Ahora bien, la adoración — que es la expresión de la
hablado. Por eso, nadie podrá eliminar la posibilidad del escándalo. fe— significa también que sigue levantada la gran muralla de la infi­
Dios se hace hombre por amor. En este sentido, él mismo nos dice: mi­ nita diferencia cualitativa entre Dios y el hombre, por más que éste
rad que esto significa ser hombre verdadero, pero — añade— ¡mucha sea ya un creyente. Pues la posibilidad del escándalo vuelve a ser en
atención!, pues además soy Dios..., y bienaventurado aquel que no se medio de la fe el momento dialéctico8.
escandalizare de mí. Dios, en cuanto hombre, se reviste de la forma de
siervo insignificante y de tal manera expresa lo de ser un pobre hom­ 7. Y esto es lo que ahora está aconteciendo en casi todas las partes de la cristian­
bre que a ninguno de los hombres se le pueda ocurrir jamás, en ese dad; la cual, según parece, o ignora por completo que el mismo Cristo fue quien tantas
aspecto, sentirse excluido y mucho menos pensar que son los honores veces y de una manera tan íntima nos puso en guardia contra el escandalo incluso al
final de su vida, incluso a sus fieles apóstoles, que le habían seguido desde el principio
y el prestigio humanos los que a uno le acercan más a Dios. No, él es
y lo habían dejado todo por él— , o quizá se calle a fin de cuentas porque considera
el hombre insignificante. Mirad hacia acá, nos dice, y considerad a que Cristo se pasó de la raya, por así decirlo, al angustiarse tanto con lo del escándalo.
fondo lo que es ser hombre, pero, ¡cuidado!, pues además soy Dios..., ¿Acaso la experiencia de miles y millones no demuestra bien a las claras que se puede
y dichoso aquel que no se escandalizare de mí. O al revés: el Padre y yo creer en Cristo sin notar para nada la posibilidad del escándalo? Claro que todo esto
somos una misma cosa, sin embargo yo soy este hombre particular in­ tiene que ser una equivocación, que quedará bien al descubierto el día en que la posi­
bilidad del escándalo venga a juzgar a la cristiandad.
significante, pobre, abandonado y entregado en las manos solivianta­ 8. Aquí hay una tarea nada despreciable para los observadores. Admitamos que
das de los hombres..., bienaventurado aquel que no se escandalizare de todos los sacerdotes innumerables que aquí, y fuera de nuestras fronteras predican

164 165
L A D E S E S P E R A C I Ó N ES EL P E C A D O LA P R O G R ES IÓ N DEL P E C A D O

Pero el escándalo de que aquí se trata es bien positivo*, puesto sonalmente no quiero formar ninguna opinión sobre el particular»...,
que dice, rechazándolo, que el cristianismo es falsedad y mentira, y ése, desde luego, ya está juzgado; sí, es uno de los que se escanda­
con ello hace lo mismo a su vez con Cristo. lizan. Porque niega la divinidad de Jesucristo, niega que Dios tenga
Para esclarecer esta especie de escándalo, lo mejor será hacer un derecho a exigir de un hombre el que éste se forme una opinión al
breve balance de las diversas formas que adopta. En principio, tal respecto. De nada sirve que tal sujeto nos diga, o se lo diga a sí mis­
escándalo siempre deriva de la paradoja — es decir, de Cristo— . Por mo: «Me abstengo de toda declaración en torno a Cristo..., ni sí, ni
esta razón siempre se le encontrará en todas y cada una de las defi­ no». Porque entonces le preguntamos muy sencillamente: ¿No tienes
niciones o categorías cristianas, ya que todas ellas, en cuanto tales, tampoco ninguna idea de hasta qué punto estás obligado a formarte
guardan relación con Cristo y no hay posibilidad de establecerlas sin o no una idea de Cristo? Si nuestro individuo nos responde: «¡Claro
tener a Cristo in mente. que sí la tengo!», entonces ya está cogido. Y si nos responde: «¡No la
La forma inferior de este escándalo, la más inocente, hablando tengo!», entonces el cristianismo no dejará de juzgar de todos modos
en términos humanos, es la de dejar en tal estado todo lo que se re­ que el individuo en cuestión tiene que formarse una idea sobre el
fiere a Cristo, juzgando poco más o menos de la siguiente manera: particular y, en última instancia, en torno a Cristo, ya que ningún
«Personalmente no tengo por qué juzgar nada sobre el particular; hombre ha de ser tan insolente que deje que la vida de Cristo se le
desde luego, yo no soy un creyente, pero tampoco me atrevo a emitir escurra como una mera curiosidad. N o es ninguna ocurrencia ociosa
ningún juicio». La mayoría no verá en esto ninguna forma de escán­ el que Dios se digne encarnarse y hacerse hombre. Como si por ese
dalo. Y es que se ha olvidado por completo ese cristiano: «tú debes». camino Dios buscase alguna cosa con la que estar ocupado, o quizá
Esta es la razón de que no se vea el escándalo en la anterior postura, para entretenerse, poniendo así fin a su aburrimiento..., pues no será
una postura que instala a Cristo en la balanza de la indiferencia. Sin la primera vez que con todo descaro se ha dicho que lo de ser Dios
embargo, el mensaje del cristianismo, que ha llegado hasta ti, signi­ tiene que ser muy aburrido. N i tampoco se hace hombre para correr
fica que tienes que formarte una opinión en torno a Cristo. Porque unas cuantas aventuras. No, cuando Dios lo hace, ello significa que
Cristo es — o el hecho de que exista y haya existido— lo que decide este hecho constituye la seriedad de la existencia. Y en esta seriedad
toda la existencia. Si Cristo se te ha anunciado, entonces es un escán­ hay encerrada una segunda cosa seria, a saber, que todo hombre tiene
dalo el que nos vengas diciendo: «Personalmente no quiero formar que formarse una opinión sobre el particular. Si un rey visita una ca­
ninguna opinión sobre el particular». pital de provincia en su reino, no podrá por menos que ver con malos
Claro que en los tiempos que corren hay que entender lo ante­ ojos y considerar como una injuria personal el que un funcionario
riormente dicho con una cierta reserva, pues el cristianismo se nos cualquiera, de no tener una debida excusa, no venga a presentarle
anuncia con una mediocridad muy característica. Desde luego, miles sus respetos..., pero ¿qué juzgaría ese mismo rey de un funcionario
y millones de los que poblamos la tierra hemos oído el mensaje del que ni siquiera había querido darse por enterado del magno aconte­
cristianismo, pero ni siquiera una vez hemos oído nada acerca de ese cimiento — que el monarca estaba en la ciudad— y seguía haciendo
«debes». Ahora bien, el que lo haya oído y nos venga diciendo: «Per- su vida privada como si tal cosa, «importándole un comino su ma­
jestad el rey y la constitución»? De igual forma, si a Dios le plu­
y escriben sermones, son cristianos creyentes. Esto supuesto, ¿cómo se explica que go hacerse hombre, sería mucho mas que una desfachatez que a un
nunca se oiga ni se lea la siguiente plegaria, por cierto especialmente oportuna para los hombre cualquiera — pues el hombre es respecto de Dios lo que un
tiempos que correm os: «¡O h Padre celestial, te doy gracias por no haber exigido jamás
funcionario cualquiera en relación con el rey se le antojase venir
de ningún hombre el que tuviera que llegar a la inteligencia del cristianismo! ¡Ah, si
ésa fuese la exigencia yo sería el más desgraciado de todos los hombres! Pues cuanto diciéndonos sobre el particular: «Desde luego, se trata de una cosa
más intento comprenderlo, tanto más incomprensible me parece y no hago más que sobre la cual no tengo en absoluto ninguna gana de opinar». Así sue­
descubrir con mayor fuerza la posibilidad del escándalo. Por eso, Señor, te doy gracias len hablar los aristócratas de lo que en el fondo desprecian. Es decir,
de que no exijas más que la fe, y te ruego, Dios m ío, que la aumentes sin cesar en mí»?
que en este caso se desprecia a Dios de una manera muy distinguida.
Esta plegaria, en el sentido de la ortodoxia, sería totalmente correcta, y suponien­
do que el que la rezara lo hiciese de veras, se convertiría por añadidura en una precisa
La segunda forma de este escándalo es todavía negativa, pero
ironía contra toda la especulación. Pero ¿acaso hay fe sobre la tierra? constituye una pasividad. El hombre que la padece tiene bien experi­
* Véase la nota de la página 161. mentado que no es posible ignorar a Cristo y dejar que su vida se es­

166 167
LA. D E S E S P E R A C I Ó N ES EL P E C A D O

curra allá lejos como una quimera del pasado, mientras se va viviendo
la propia en los ajetreos de costumbre. No, nuestro hombre es incapaz
de ignorar este hecho. Pero tampoco puede creer. Está como clavado,
con los ojos fijos, en un solo y mismo punto, en la paradoja. En cierto ÍND ICE GENERAL
sentido, si se quiere, nuestro hombre honra el cristianismo, ya que con
su misma vida expresa que la pregunta: «¿Qué te parece a ti de Cris­
to?»*, es la más decisiva de todas. Semejante escandalizado va viviendo
como una sombra; su vida se va consumiendo poco a poco, porque su
interior nunca cesa de estar atareado con ese gran problema. Y de esta
manera nos expresa — como en el caso del amor, el sufrimiento por un
amor desgraciado— la enorme realidad que encierra el cristianismo.
La última forma de este escándalo es la positiva, que es la que da
lugar a este capítulo. Según esta forma se declara falso y engañoso
al cristianismo y se niega a Cristo. Es decir, se niega que Cristo haya
existido o que sea Aquél que dijo ser. Esta negación puede hacerse
de dos modos, el de los docetas** o el de los racionalistas, de suerte Nota preliminar: Óscar Parcero Oubiña .........................................................
Prólogo: Demetrio Gutiérrez Rivero ................................................................
que Cristo no sea un hombre individual, sino sólo aparente, o, por
la otra parte, que no sea más que un simple hombre individual.
Así, con los docetas, Cristo es pura poesía o mitología, sin que ello LA ENFERMEDAD MORTAL
importe ninguna reclamación sobre la realidad; o, con los racio­ O DE LA DESESPERACIÓN Y EL PECADO
nalistas, sólo se trata de una realidad que no puede hacer ninguna Una exposición cristiano-psicológica
reclamación en la línea de la divinidad. Esta negación de Cristo en para edificar y despertar
cuanto paradoja comporta, como es obvio, la negación de todo lo
cristiano: el pecado, el perdón de los pecados, etcétera, etcétera. .......... 25
Prólogo........................................................................................... 27
Esta forma de escándalo es el pecado contra el Espíritu. Este es­ In tr o d u c c ió n ............................................................................................................................
cándalo hace de Cristo una invención del demonio, del mismo modo
que los judíos afirmaban de Cristo que echaba a los demonios con
PRIMERA PARTE
ayuda del demonio.
Este escándalo es la potenciación suprema del pecado, por más LA ENFERMEDAD MORTAL ES LA DESESPERACIÓN
que con mucha frecuencia no suela verse así, ya que no se marca,
L ib r o p r im e r o : L a d e se sp e ra ció n es la e n fe rm ed a d m o r t a l....................... 33
como pide el sentido cristiano, la oposición entre pecado y fe.
En cambio, es precisamente esa oposición la que se ha hecho Capítulo I. La desesperación es una enfermedad propia del espíritu,
valer en todo este libro, que ya en la primera parte — libro I, capítu­ del yo, por lo que puede revestir tres formas: la del desesperado
lo I— empezaba estableciendo la fórmula típica del estado en el cual que ignora poseer un yo (desesperación impropiamente tal) la
no se da ninguna desesperación, a saber: cuando en la relación con­ del desesperado que no quiere ser sí mismo y la del desesperado ^
sigo mismo y al querer ser sí mismo el yo se apoya lúcido en el Poder que quiere ser sí m ism o..........................................................................
que lo fundamenta. Fórmula que al mismo tiempo — según lo hemos Capítulo II. Posibilidad y realidad de la desesperación......................... 35
destacado también con la debida frecuencia— es la definición de la fe.
Capítulo III. La desesperación es la enfermedad m o rtal...................... 38

* Singularización del texto de M ateo, 2 2 , 42.


Libro SEGUNDO: La universalidad de esta enfermedad (de la desespe ^
** Miem bros de una secta herética del siglo I I , que defendía que el cuerpo de
Cristo no era un cuerpo real, sino una apariencia de cuerpo. ración).............................................................................................................

169
168
INDICE GENERAL
LA E N F E R M E D A D M O R T A L

L ib r o tercero: Formas de esta enfermedad (de la desesperación)...... 50 Apéndice: La definición del pecado implica la posibilidad del escán­
110
dalo. Una anotación general acerca del escandalo.........................
Capítulo I. La desesperación considerada no precisamente en cuan­ 116
to se reflexiona sobre el hecho de si es o no consciente, sino sólo Capítulo II. La definición socrática del pecado.......................................
reflexionando sobre los momentos que constituyen la síntesis... 51 126
Capítulo III. El pecado no es una negación, sino una posicion..........
I. La desesperación vista bajo la doble categoría de finitud-infi-
Apéndice a este Libro primero: ¿Acaso no se convierte así el pecado
nitud...................................................................................................... 51 131
en algo muy raro? (La moraleja)..... ....................................................
1. La desesperación de la infinitud equivale a falta de fini­
tu d ................................................................................................... 51 136
LIBRO SEGUNDO: La progresión del pecado....................................................
2. La desesperación de la finitud equivale a falta de infi­
141
nitud ............................................................................................... 54 Capítulo I. El pecado de desesperar por los propios pecados.............
II. La desesperación vista bajo la doble categoría de posibili­
dad-necesidad ................................................................................... 57 Capítulo II. El pecado de la desesperación del perdón de los peca­
147
1. La desesperación de la posibilidad equivale a la carencia dos (El escándalo)......................................................................................
de necesidad................................................................................. 57 Capítulo III. El pecado de rechazar el cristianismo de modo positi­
2. La desesperación de la necesidad equivale a la carencia de 161
vo, declarándolo falso.............................................................................
posibilidad.................................................................................... 59

Capítulo II. La desesperación considerada bajo la categoría de la


conciencia................................................................................................... 64
I. La desesperación que está inconsciente de serlp, o la desespe­
rada inconsciencia de que se tenga un yo y precisamente un
yo etern o............................................................................................. 64
II. La desesperación que está consciente de serlo. Por tanto, la
desesperación que tiene conciencia de poseer un yo en el
que a pesar de todo hay algo eterno y, sin embargo, el que la
padece: o desesperadamente no quiere ser sí mismo, o tam­
bién desesperadamente quiere ser sí mismo............................. 69
1. La desesperación de no querer uno ser sí mismo o la deses­
peración de la debilidad........................................................... 72
a) La desesperación por lo terrenal, o por algo terre­
n al............................................................................................. 73
b) La desesperación en torno a lo eterno o por uno
m ism o..................................................................................... 85
2. La desesperación de querer uno ser sí mismo, o la deses­
peración de la obstinación...................................................... 92

SEGUNDA PARTE
LA DESESPERACIÓN ES EL PECADO

L ib r o p r im e r o : La desesperación es el pecado............................................ 103

Capítulo I. Los grados de la conciencia del yo (la categoría «delante


de Dios»)...................................................................................................... 106

170 171
Con La enferm edad mortal Kierkegaard continúa y
profundiza su anterior E l concepto de la angustia. Las
dos obras pertenecen a la etapa literaria más madura
del escritor y el tema dominante en ambas es el mismo:
el pecado original. La angustia constituye para Kierke­
gaard el punto cero de la existencia, y desde él se pue­
de por igual girar hacia la fe o hacia la desesperación.
En este tratado, firmado por el pseudónimo kierke­
gaardiano «Anti-Climacus», la desesperación es consi­
derada com o una enferm edad, una «enfermedad del
yo», relativa a «lo eterno en el hombre», y la única es­
trictam ente m ortal: «un estar m uriendo eternam ente,
muriendo y no muriendo, muriendo la m u erte..., pero
morir la muerte significa que se vive el mismo morir».
La desesperación es «algo muy dialéctico». Justa­
mente, el autor de la presente «exposición cristiano-
psicológica para edificar y despertar» se dedica a trazar
este movimiento dialéctico de la desesperación. Des­
cubre sus formas características, en su camino destruc­
tor, hasta establecer la desesperación com o el pecado
definitivo: desligar el yo del Poder que lo fundamenta,
haber perdido a Dios y, con ello, haberse perdido a sí
mismo.
Seren Kierkegaard (Copenhague, 1 8 13 - 1 8 5 5 )

Figura entre los grandes de la historia del pensamiento.


Su personalidad y su obra han sido calificadas de «tu­
multuosas, desbordantes e incontenibles» y han estado
constantemente sometidas a las más diversas interpre­
taciones por parte de las corrientes filosóficas y teoló­
gicas que le sucedieron.
H ijo menor de un comerciante enriquecido, pronto
perdió a su madre y a la mayoría de sus hermanos.
Durante diez años cursó estudios en la Universidad de
Copenhague hasta que, tras la muerte de su padre, de­
cide presentar su tesis doctoral, que le otorgaría el títu­
lo de Magister. A partir de entonces, y tras la ruptura de
su noviazgo con Regina Olsen, se dedicará en exclusiva
a su oficio de escritor. N o por ello dejó de participar en
los avatares de la vida social, política y religiosa de su
tiem po, hasta su últim a polém ica con tra el obispo
M ynster y la cristiandad oficial.
Arrinconado al principio por este enfrentamiento
con el cristianismo establecido de su época, fue resca­
tado por G. Brandes, T. S. Haecker y M . Heidegger. A
España llegó tempranamente a través de H 0ffding y
Unamuno, que le llamaba «el hermano Kierkegaard»,
pero cayó pronto en el olvido, pese al empeño de au­
tores com o Aranguren y Valverde. Recientem ente se
ha recuperado el interés por su magnífica obra y por su
inquietante personalidad, fruto del cual son los nume­
rosos estudios y congresos en torno a su pensamiento y
la publicación de una nueva edición crítica de su obra
en danés.
D entro de la edición castellana de los Escritos de
S 0ren Kierkegaard, basada en la edición crítica danesa,
han sido ya publicados: Escritos 1. D e los papeles de
alguien que todavía vive. Sobre el concepto de ironía
(22 0 0 6 ); Escritos 2. O lo uno o lo otro. Un fragmento de
vida I (2 0 0 6 ); Escritos 3. O lo uno o lo otro. Un frag­
mento de vida II (2007), y Migajas filosóficas o un poco
de filosofía (52 0 0 7 ). De Kierkegaard han sido también
publicados en esta misma Editorial El Instante (2006) y
Los lirios del campo y las aves del cielo (2007).

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