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CONSEJERÍA EN CASOS DE DIVERSIDAD CULTURAL

1. De acuerdo a lo visto en clase y después de las exposiciones de casos, ¿es posible insertar
la experiencia conversacional hermenéutica en el trabajo de consejería, cuando se trata de
contextos en diversidad? ¿Cómo? ¿o, es imposible, por qué?

Creo que es posible y necesario insertar la experiencia conversacional hermenéutica en el


trabajo de consejería, cuando se trata de contextos en diversidad. Esto requiere un esfuerzo
adicional del consejero para intentar comprender la cosmovisión del aconsejado y apertura al
diálogo por ambas partes. El consejero ha de tener empatía, capacidad de escucha y paciencia
para ir tejiendo la historia y su significado a partir de la información que va revelando el otro.
También requiere acercarse al otro con humildad, sin fórmulas ni soluciones hechas, sino con el
ánimo de escuchar, reflexionar e intentar comprender, buscando un terreno común.
Quiero dar el ejemplo de un caso de consejería con una mujer de 38 años llamada María,
proveniente de la selva, que atendí en la cárcel hace más de un año. La trajeron a mí otras internas
porque estaba muy deprimida y no salía casi de su celda. La dejé hablar, estupefacta ante su
historia de abandono infantil, múltiples violaciones desde pequeña, soledad, abusos, maltrato,
violencia, todo lo que ha podido sufrir una mujer. Me despedí de ella después de más de una hora
de escuchar la narración de sus tragedias porque era la hora de salida del penal, pero le ofrecí verla
nuevamente cada semana, cosa que hice durante un año.
Al principio su problema era que estaba muy sola, sus hijos estaban abandonados y nadie la
visitaba en el penal. Al cabo de un par de semanas, su problema explícito era que no podía
perdonar a su madre – que estaba ahora muy enferma -- por haberla vendido de pequeña y haber
prostituido a su hermana. Posteriormente, la hermana trajo a su madre de visita en silla de ruedas,
y su pena se debió a que su madre iba a morirse. Luego la madre se murió y la embargó la pena
por la muerte de su mamá. Después ocurrió que su hija de 15 años quedó embarazada y ella no
podía hacer nada al respecto. Me contó que había ahorrado lavando para hacerle a su hija un
“quinceañero” porque tenía esa ilusión, dado que María nunca tuvo una fiesta (sin embargo, la hija
no iba al colegio “porque no hay plata para los cuadernos”). Ante esas historias me llenaba de
compasión, en el sentido de compartir su sufrimiento, equivalente a la comprensión emocional
(Orange, 1995). De otro lado, contenía mi frustración ante sus decisiones, que partían de un
pensamiento mágico, creencias y valores muy distantes de los míos.
Los problemas que iba revelando María eran cada vez peores: su pareja bebía y les pegaba;
de los 7 hijos que había dejado en casa, el mayor de 18 era agorafóbico (no tenía valor para salir de
casa), la chica de 15 estaba embarazada de otro chiquillo, el de 12 era autista, la menor era en

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realidad hija de su hermana menor que fue violada por la pareja de María pero murió al dar a luz,
por eso ella criaba a la niñita. A cada pregunta salía a luz un problema mayor. La interna era
además analfabeta; había sido detenida por “paquetera” (venta de drogas al menudeo) en Las
Malvinas.
Pensaba que quizás no hay solución para algunos casos, pero también que toda persona
tiene fortalezas y hay que encontrarlas, sobre todo cuando esa persona tiene 7 hijos. Debido a que
María no reaccionaba, solo lloraba, tuve el impulso errado de buscar yo las soluciones. Le ofrecí
llevar a su hija a un hogar para madres adolescentes que podía encargarse de la joven y su bebé
durante dos años, pagarle la clínica y educarla. María me respondió entonces que a ella le quitaron
su primer hijo, producto de una violación cuando trabajaba de doméstica cuando tenía la misma
edad que su hija. No quería perder a su nieto de la misma manera. A pesar de su depresión y sus
problemas, María se aferraba a su amor por sus hijos para seguir viviendo.
Comprendí entonces que mis soluciones no podían adecuarse a sus necesidades y que
ella necesitaba apoyo para sus propias decisiones, basadas en su historia, sus creencias, sus
temores. Me costó mantener la fe en María y en sus potencialidades para salir adelante.
Admiraba en ella su capacidad de perdón, su amor de madre y todo lo que estaba dispuesta a
hacer (equivocada o no) por sus hijos. Me di cuenta que ése era nuestro punto de encuentro,
lo que hizo posible la experiencia conversacional hermenéutica entre las dos. El amor de
madre fue el puente que hizo posible nuestro encuentro dialogal.
Seguí escuchándola, interesándome por cada uno de sus hijos, sus características y la
manera de María de ejercer su maternidad. Creo que aprendí mucho de ella. Este nexo cambió
nuestra relación, permitiéndome llegar a ella y ganar su confianza, aunque todavía faltaba que
reaccionara y se afirmara como persona. En este sentido, Gadamer (2003) sostiene que una actitud
compasiva, “que no siempre tiene que parecer suave o amable – en efecto, en ocasiones puede
desafiar o contradecir o introducir perspectivas alternativas --, posibilita formas hasta entonces
desconocidas e imposibles de experiencia.” En consecuencia, la desafié a darme cada semana una
buena noticia, a decirme algo positivo, para cambiar su rol de víctima.
Hasta entonces había sido renuente a estudiar, ingresar a un taller para aprender un oficio,
todo lo veía difícil debido a su falta de dinero. Empezó poco a poco un cambio sutil. Venía a
decirme cosas como: “…mi hija se fue a vivir con el enamorado, la suegra la cuidará; nació la
nieta, dicen que es linda y le han puesto mi nombre; mi hijo ha empezado a trabajar con mi esposo
(soldador). El día que vi la luz fue cuando me preguntó: ¿Puede regalarme un cuaderno para ir a
clases y aprender a leer?”
Después de más de un año, María es otra persona. Está orgullosa de sí misma y de su
capacidad para aprender. Ha demostrado ser inteligente. Hasta físicamente parece distinta debido
a su nueva actitud. Ha sido un proceso largo, que no puede ocurrir en otros contextos, pero en la
cárcel el tiempo sobra. Solo lamento no haber identificado antes el punto de encuentro entre ella y

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yo que hizo posible nuestro mutuo entendimiento. Aunque sé que algunas veces hay que resignarse
a perder, estoy contenta de haber perseverado con su caso hasta encontrar un terreno común.
2. Dé su opinión sobre si es posible – dado nuestro contexto diverso – hablar de un “consejero
intercultural” o de un “consejero en situaciones de diversidad profunda”, y cuáles serían los
aspectos (personales y externos) que lo potenciarían y cuáles sus límites (personales y sociales). Si
no es posible, ofrezca la argumentación.
Creo que sí es posible hablar de un “consejero intercultural” que tienda puentes entre culturas
diferentes, para lo cual el consejero debe:
- practicar una consejería centrada en la persona tal como es, evitando estereotipos;
-tener una sensibilidad especial que le permita comprender a personas muy distintas a él/ella,
- sentir un respeto profundo por todo tipo de personas e ideas;
- tener humildad en su acercamiento al otro, no creerse dueño de la verdad para poder escuchar la
verdad del otro y reflexionar sobre ella;
-saber que no siempre podrá lograr el diálogo intercultural hermenéutico, ya que esta posibilidad
depende también del interlocutor.
- tener una actitud crítica hacia la cultura organizacional o el sistema en que está inserto e intentar
influir en ella;
- especializarse en cuestiones de multiculturalidad para anticipar problemas y ejercer un liderazgo
positivo en este campo.
-reconocer los valores y fortalezas de personas y culturas diferentes, manteniendo sus propios
valores y cultura.
- tener flexibilidad para aceptar nuevas ideas.
Los límites personales y sociales para el ejercicio de este rol serán:
-estar encerrado en la forma de pensamiento de la cultura dominante o de la cultura que representa;
-sesgos a favor de la asimilación del otro a la cultura dominante o a la cultura que representa;
-estar cerrado a críticas o sugerencias;
- no buscar la verdad sino creerse dueño de ella;
- una actitud de superioridad ante el otro;
- falta de voluntad por parte del consejero o el aconsejado para abrirse al diálogo hermenéutico y a
la comprensión mutua.
- falta de inteligencia y tacto.
- ser muy sensible a la opinión que tengan los otros de él/ella.
- falta de seguridad en sus habilidades como consejero.
- intentar adaptar las necesidades del otro a las soluciones que ofrece en lugar de permitir al otro
encontrar sus propias soluciones.

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REFERENCIAS:

Gadamer, H.-G. (2007). En Orange, D. (2010). Pensar la práctica clínica, p.127. (trad. André
Sassenfeld y Francisco Huneeus). Santiago de Chile: Ed. Cuatro Vientos.

Orange, D.M. (1995). En Orange, D. (2010). Pensar la práctica clínica, p.127. (trad. André
Sassenfeld y Francisco Huneeus). Santiago de Chile: Ed. Cuatro Vientos.

Sánchez, A. (2017). Pautas para el acompañamiento-consejería en contextos de diversidad


(profunda). Separata (junio 2017).. Lima: UARM

Tatar, M. (2008). Contexto cultural y consejería escolar: sensibilidad cultural y defensa de la


justicia social. Revista de Psicología, Vol. XXVI (1), pp.124-145.

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