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“age Oa 8, Edcones Sala SA. Soe tie Aull, Ale, Tare, Altguara S.A © De esta edicién: 2014, EDICIONES SANTILLANA S.A. fav. Leandro N. Alem 720 (CL001AAP) Ghudad Autonoma de Buenos Aires, Argentina ISBN: 978-950-46-3510-9 Hecho el depésito que marca la Ley 11.723, Impreso en Argentina, Printed in Argentina Primera edicién: enero de 2014 Coordinacién de Literatura Infantil y Juvenil: Mania FERNANDA MAQUIEIRA Discfio de la coleccién: Manet Esteana Tlustraciones (originales a color) SANDRA LAVANDEIRA Mara ds yen lesen Mara Inés Faon ; stad por Sand Lavine - Ite. Buenos Aes Santillana, 2014 144i; 12x200m.- (Naan) ISBN 978-950-463510.9, 1. Uiteraura afl y ave Argentin. 1 Lavardira, Sand, i, cop Awss9242 ‘Todos los derechos reservados. Fsta publiacion no puede ser repro- Aucids, ni en todo ni en parte, niregstrada en, otrensmitida por un sister de reeuperacin de informacién, en ninguna forma ni por rng medio, ea esi, oeguice, eleetnic, magico, leetrodptico, por fotocopia, o cualquier oto, sin el permiso previo or escrito de In editorial, oe © santiwana Leyendo leyendas Marla Inés Falconi llustraciones de Sandra Lavandeira —EE———— escrita, si no se segu‘an contando, cortian el riesgo de perderse para siempre. Con la conquista espafiola y el avance de lg civilizacién occidental, estos pueblos se fueron sepa. rando, y algunos también fueron desapareciendo junto con sus leyendas. Por suerte, mucha gente que sf sabia escribir, a medida que las escuchaba, las fue recopilando. Atin hoy, hay quienes van recorriendo poblaciones muy pequefias para que los ancianos les cuenten cuentos y Ieyendas y después los escriben, asi como los escucharon, sin cambiarles nada para que nosotros podamos conocerlos como originalmente se contaban. Las leyendas que se cuentan en este libro res- petan la forma original, “adornadas” por detalles y situaciones que se me fueron ocurriendo mientras las lefa, para hacerlas mds comprensibles y también més divertidas. A veces, los personajes hablan parecido a la gente de la regién donde se originé Ia leyenda, y usan expresiones y dichos poco frecuentes en las grandes ciudades. No se preocupen, al final de cada una estd todo aclarado. Si estas leyendas les gustan, no se olviden de contarselas a alguien todas las veces que puedan, as{ nosotros también ayudamos a que no se pierdan, Maria Inés Fatcony EL chews LEYENDA DE ORIGEN CALCHAQUI Kins Capac era el jefe de los huma- huacas. Los humahuacas vivian, como cortespon- de, en la quebrada de Humahuaca, y hablaban quechua. En su idioma, Aino pac queria decir Aguila Jefe, y estaba muy bien dicho, porque Aino cra todo un Aguila (0 un aino, como se prefiera), y también era el jefe EI pueblo lo adoraba y lo obedecia con gusto, porque Aino las tenfa todas: era un jefe comprensivo, justo, simpatico, valiente, inteligen- te y lo que se dice un verdadero bombonazo. Las tenfa todas, menos una: Aino era muy timido con las mujeres. ;Y eso que todas las huma- huaquitas estaban locas por él! Pero bastaba que una chica lo mirara para que Aino se pusiera colorado como un tomate y empezara a tartamudear. Su mami ya estaba preocupada. —Este chico no se me va a casar nunca —suspiraba—. ;Cudndo voy a tener nietos, eh? {Con las chicas tan lindas que hay en Humahuaca! PR6LOGO QUE SON LAS LEYENDAS Pi pueblos que habitaban Ja Argentina desde mucho antes de que llegaran los espafioles tenian sus propias religiones, con sus dioses, sus fies- tas y sus ceremonias, y también tenian su manera de explicar el mundo en el que vivian y las cosas que los rodeaban. En cada uno de estos pueblos se contaban cuentos que explicaban el origen de las plantas, de los animales, del Sol, de la Tierra y hasta del hombre. Estos cuentos se Ilaman leyendas. Son tan antiguas, que nadie sabe quién las inventé y hasta se llega a creer que son historias ciertas. Como la gente de estos pueblos no habia aprendido todavia a leer ni a escribir, las leyendas no figuraban en ningun libro. Los mas ancianos se las contaban a los mds jévenes, y cuando estos enveje- cfan se las contaban a los més jévenes, y cuando estos envejecian, a los otros, y asi a través de afios y afios, de generaciones y generaciones. Como no estaban 10 Pero sus suspiros se perdian en el aire, Por que Aino seguia huyéndoles a las j6venes como cuan. do era chico, y las humahuaquitas se refan de 4 lly. méndolo aguilucho, en ver de éguila, ‘A & no le importaba. Aino era feliz como todos los humahuacas, y eso era ser muy feliz. Por aquel tiempo, la quebrada era un lugar muy verde, muy bonito y muy fértil. Todo lo que plantaban cre. cfa répido como perejil: el maiz, los tomates, las papas, las flores, los arboles... y el perejil. Los huma- huacas no tenfan que preocuparse por su alimente, y, la verdad, tampoco tenian que esforzarse demasiado, Solo era cuestién de echar semillas, ise a dormir, y al dia siguiente recoger los frutos. Un verdadero parai- so, Tenfan tiempo para reuniones, juegos, competen- cias, bailes y diversiones, y como si todo fuera poco, tenfan un jefe que era una maravilla. Tan felices vivian, que los calchaquies y los diaguitas, que eran sus vecinos, los empezaron a envidiar. Los enyidiaban por separado, claro. Iban Jos calchaquies y decian: —Ay, qué envidia, Y después iban los diaguitas y también decfan: —Ay, qué envidia. Los calchaquies y los diaguitas vivian del otro lado de las montafias, en unas tierras también nT bonitas, pero nada verdes y, mucho menos, férti- les, y esto les parecia absolutamente injusto. Los calchaquies espiaban a los humahuacas y dectan: ‘Ay, qué injusto. Y los diaguitas también espiaban a los humahuacas y decian: —Ay, qué injusto. Ahi, los calchaquies y los diaguitas se die- ron cuenta de que pensaban lo mismo. —Hagamos una alianza —dijo un cal- chaqui —Ha... ga... mos. —dijo un diaguita, arrastrando las palabras, porque era un poco len- to—. Alianza para qué? —Para destruir a los humahuacas... —el calchaqui se mordié la lengua justo cuando iba a decir “pedazo de estipido”. No le parecia un buen comienzo para una alianza. —Destruir a los humahuacas... si, sefor —dijo el diaguita sin apuro, sonriendo con su boca sin dientes—, ;Para...? El calchaqui pataled contra el piso (no lo pudo evitar), pero junté aire, puso su mejor sonri- sa y contest, —Para quedarnos con sus tierras, mi ami- g0 —lo de “mi amigo” lo reforz6. — Ustedes... 0 nosotros? — dijo el diaguia, siempre sonriendo y moviendo la cabeza de artiba abajo, y no dijo més. —jHay alianza 0 no hay alianza? —se impacienté el calchaqui. —Yo no he escuchado ninguna noticia, usted quién le ha dicho..2 El calchaqui ni contest6. No lo soportaba més. Salié corriendo montafia abajo en busca de su jefe. A El diaguita lo vio irse y comenté: —le habran dado ganas de ir al bafio también se fue para su pueblo. El calchaqui lleg6 corriendo, y se metié en la casa del jefe (del jefe calchaqui, claro). Como era medio consejero, medio brujo y medio amigo, no tuyo ni que golpear, Ahi mismo, con la lengua afuera, le conté lo que se le habfa ocurrido: hacer una alianza con los diaguitas para atacar a los humahuacas y que- darse con sus tierras. —Eso si —aclaré—, yo con los diaguitas no hablo. Al jefe calchaqui le gusté la idea, Su Ppue- blo no lo queria demasiado, y si consegufa Ilevar- los a vivir a la quebrada se iba a anotar un Poroto 13 (un romate, una papa, y todo lo que por ahi se sembraba). / s{ que empezaron las tratativas Mensajero va, mensajero viene, fijaron un dia de reunion. Ahi estaban el jefe diaguita, con sus ancianos conse cros diaguitas, sus bru- jos diaguiras y sus guetreros diaguitas, y el jefe calchaqui con sus ancianos consejeros calcha- qufes, sus brujos calchaqufes y sus guerreros calchaqaem Es una injusticia que los humahuacas la pasen tan bien —decian los calchaquies. —Es una injusticia —aprobaban los dia- guitas. Y se anotaba: punto uno, acuerdo. —Tenemos que hacer algo —decian los diaguitas. —Tenemos que hacer algo —aprobaban los calchaquies. Y se anotaba: punto dos, acuerdo. —Atacarlos —decian los ealchaquies. —Atacarlos —decfan los diaguitas. Y se anotaba: punto tres, acuerdo. Asi Ilegaron al punto noventa y nueve: todos de acuerdo. Formarian un ejército de gue- rreros calchaco-diaguita 0 diago-calchaqui (el nombre no quedé muy claro), y atacarian con un éxito seguro, porque los humahuacas eran “unos 4 estuipidos campesinos”, al decir de todos. Has dia y hora fijaron, cantidad de guerteros, do arcos, de flechas, de hondas, de piedras, de lag zas, y ya estaban por celebrar cl acuerdo cuandy el diaguita aquel de la montafia, el desdentade logr6 redondear un pensamiento que le vent, dando vueltas desde el principio de la reunién, y hablo: —Se olvidan de Aino Capac — dijo. Se produjo un silencio. =) um divllle co apreanes peamiane: al jefe calchaqui, que no querfa que tanto trabajo sc fuera al tacho. —Ningiin detalle... no, sefior —dijo al dia- guita, mostrando las encias. Los calchaquies sonrieron nerviosos (ellos con dientes). —Los humahuacas son unos estdipidos campesinos, pero, si Aino se los pide, son capaces de seguirlo hasta el fin del mundo. ¥ Aino es muy valiente, y se los va a pedit: ¥ si Aino dice piliar —queria decir “pelear”—, van a piliar, Si, sefor. Aunque més no sea a los tomatazos. Y nos yan a vencer, con alianza y todo. Si, sefior, No dijo més, pero fue suficiente para que el acuerdo se pospusiera para préxima fecha, cuan- do hubiera un plan bien pensado. 15 Diaguitas y calchaquies anduvieron toda la semana caminando de un lado para otro pensando en vor alta, hasta que la idea aparecid. Otra vez reunién con consejeros, brujos y guerreros. —Lo que tenemos que hacer es distraer a Aino Capac. Cuando esté distraido, atacamos —dijo un diaguita. —Distraer c6mo? —pregunté un cal- chaqui. —Eso no lo pensé. La reunién se volvié a posponer hasta que a alguien se le ocurriera cémo distraer a Aino Capac. Otra vez camina que te camina, hasta que aparecié Ia idea. Ahora, le aparecié aun calchaqui —Sefores, tengo la solucién —dijo triun- fante, Se fue hasta la puerta, golped las manos e hizo pasar a la mujer més hermosa que jams dia- guitas, calchaquies o humahuacas hubieran visto: Zumac Huayna (0 “flor hermosa”, propiamen- te,dicho en quechua). Los consejeros, brujos guerreros y jefes quedaron mudos, boquiabiertos... y babosos. — Esta quién es? —le pregunté un conse- jero calchaquf a otro. —la Zumac, la hija de la Kakuy. 16 —sLa hija de la Kakuy. do, pues! Ia joven les sonrefa con una sonrisa ange. lical y no podian dejar de mirarla. iComo ha creg. —Zumac Huayna se ha ofrecido —explics el calchaqui tratando de que alguien le diera bol. lla—. jEy, muchachos! ;Me siguen? Todos carraspearon y trataron de ponerse setios. —Zumac se ha oftecido a ayudarnos —todos la miraron con una sonrisa boba—. Lo que vamos a hacer... Pero nadie lo escuchaba. Fue necesario des- pedir a Zumac y tomarse un recrefto antes de que el calchaqui pudiera explicar su plan, que fue acepta- do por unanimidad, Fijaron la fecha del ataque para la prime- ta noche de luna nueva 0, lo que era lo mismo, la primera noche sin luna. Los guerreros se escon- derian en la montafia, y Zumac Huayna bajarfa al pueblo de los humahuacas para entretener a Aino Capac, que, daban por descontado, no podria resistirse a los encantos de su hermosura y caeria perdidamente enamorado, Entonces, cuan- do Aino Capac estuviera distraido, el ejército calchaco-diaguita 0 diago-calchaqui (no habfan logrado ponerse de acuerdo) atacarfa. Aino Capac no iba a tener tiempo de alertar a su gente, y mucho menos de organizar la defensa Yasi se hizo. Los guetreros se escondieron, no sin antes darle a Zumac un besito de despedida y buena suerte. Ninguno quiso dejar de hacerlo, asi que la joven bajé hacia la quebrada con la cara tampada de besos. ‘Zumac era muy linda, pero nada buenita y, por supuesto, muy mentirosa, asi que cumplié de maravillas su papel, como una verdadera espia pro- fesional. Legando al pueblo, empezd a llorar (0, mejor dicho, a hacer que lloraba, pero parecfa que lloraba de verdad, porque le salia muy bien). Decfa que se habia perdido, y que le daba miedo volver sola por las montafias en una noche tan oscura, y que si no se podia quedar hasta mafana, y que tenia tanto miedo, y que querfa ver al jefe (esta era la par- te mas importante), y que queria ver al jefe, y que queria ver al jefe. Lo dijo como cincuenta veces. (Comonlosihumahtsessictanimuysbiend gente, le dijeron a todo que si, pero llevarla a ver al jefe... A eso nadie se animaba. Sabian perfectamen- te lo incémodo que se pondria Aino frente a una desconocida tan linda, y tenfan miedo de que se enojara con ellos, porque Aino era muy bueno, pero también tenia su caracter. 18 Quién sabe si Zumac hubiera logrado sy objetivo, si justo en ese momento, no hubierg pasado por ahi la mismisima madre de Aino, Poco le importé a la vieja humahuaca g Zumac estaba perdida, 0 qué le pasaba. La vio y pens6: “Mujer, bonita, extranjera... Mmmm.,, Capaz que con esta tenemos suerte”, Y antes de que Zumac le pudiera contar su mentira, la agarré de una mano y se la llevé corriendo a la casa de Aino. —Nene —le dijo (Aino no habia podido sacarle esa costumbre)—, acd hay una sefiorita de no sé dénde, que necesita de tu ayuda. A ver qué podés hacer —y agregé mas bajito, acercén- dose a su hijo—: Esmerate, nene. Y, tan rapido como habia llegado, desapa- recié por la puerta, dejando a Aino frente a frente con Zumac. Zumac sonrié, y Aino se dio cuenta de que se estaba poniendo colorado como un tomate. —Si... si... se... se... sehorita —jy ahora el tartamudeo!—. ;En qué... en qué ppt... puedo ayudarla? Zumac lo miré extrafiada. Nadie le habia dicho que el jefe humahuaca era tartamudo, Aino se pasé la mano por la frente, Trans- piraba como si hubiera salido a cazar guanacos, 9 =U... t... u.. usted dird —insisti6. Zumac se sobrepuso a su sorpresa y vol- vid @ contar otra vez la historia de la jovencita perdida en la noche, pero, como ya estaba justa- mente frente al jefe, le agregé otro dato: dijo algo asi como que unos hombres muy malos la yenian persiguiendo (no dio sefas ni nombres), que por eso se habfa perdido, y que por eso... jjQUERIA porMIR auf...!!! Donde pudieran protegerla, agregé. Aino tragé saliva. ;En qué lio lo habfa meti- do su madre? —E... 2. esta bien —dijo por fin—. Le... le... le vamos a dar protec... protec... protec cién. Ordenaré a mimi (;a mimi)... a mis guar- dias que la acomoden en una casa desocupada y cuiden su pupt... puerta toda la noche. “jIdiota!”, pensd Zumac, “;quién quiere a tus guardias?”. Claro que no dijo eso, Bajé suave- mente los parpados de largas pestaiias, y con un hilito de yoz susurré; —No. Quiero dormir aca... Aino se froté la cara con las manos. qué le estaba pasando esto? Por —U... u... usted comprendera, sefio... seflo... sefiorita... —Llimeme Zumi —dijo Zumac. 20 —Si... no... eh... se... zu... zu.., Sefiorita —ahi Aino suspir6 para adentro, Furioso consigs mismo—, dormir acé no es posible. —Acd... —volvié a repetir Zumac e hing que una légrima le rodara por la mejilla. “Genial”, pensd. —Ph... No —tepitié Aino. —Por favor... —Dos ldgrimas. —No... no... no se ponga a llorar, mimi.., —Zuni... —Minii... mire. Yo... acd... —Acé... —tepitié Zumac. Aino se dio por vencido. —Estd bien. Acd —acepté. “jEsal”, se dijo Zumac, apretando los purios disimuladamente. —Puede dormir en mi cama. Yo me aco- modo por ahi. Aino noté que el malhumor habia hecho que se le fuera el tartamudeo, —Todavia no tengo suefio... —dijo Zumac, que tenia bien clarito que el que se tenia que dormir era Aino, y no ella. —Como quiera. Ahora, si me disculpa, tengo cosas que hacer. “Si... enamorarte de mi”, pensé Zumac con una sonrisa maléfica. Y puso manos a la obra. Hizo de todo, baild, canté, tocé los tambo- riles, cont6 historias, sonrié... pero no logré que Aino le Ilevara el apunte. El jefe leia y anotaba signos raros en una picdra chata... como si hicie- ra cuentas, 0 escribiera cosas que ella no enten- dia. Ni siquiera la miré. La verdad es que Aino no estaba haciendo nada importante, slo se escondia detrés de las piedras para no tener que hablar con ella, y lo tinico que querfa, desespera- damente, cra que Zumac se durmiera de una buena vez. Cada tanto, Zumac se asomaba por la ven- tana y movia un pafuelo amarillo: era la seal con- venida para que los guerreros siguieran esperando. Cuando sacara el pafuelo rojo, querfa decir que podfan atacar, ;Pero qué! Aino estaba mds des- pierto que una lechuza a medianoche. Claro, ni ella ni los diaguitas ni los calchaquies habfan ofdo hablar de la terrible timidez de Aino, y esto estaba desbaratando sus planes. " En un momento, Zumac se senté en la cama, tratando de pensar qué otra cosa podia hacer para llamar la atencién de Aino, pero, antes de que se le ocurriera, se qued6é dormida. 22 Cuando Aino la vio, respiré aliviado, §¢ paré para estirar las piernas, y levanté un pafiuely rojo que vio tirado en el piso. Después se asomé a la ventana. Necesitaba respirar un poco de aire fresco. Distraido, se paso el pa‘tuelo por la cara, Todavia estaba transpirando Los guerreros vieron el pafiuelo rojo, pero no vieron a Aino, porque, si se recuerda, era una noche muy oscura. “Listo”, pensaron, y al grito de “Al ataque!”, salieron de su escondite y bajaron por la montafia sacudiendo las lanzas en el aire. Aino se refteg6 los ojos (también con el paftuelo). No veia alos guerreros, pero ve‘a las lan- zas. La verdad es que creyé que los que estaban atacando eran “los hombres malos” que perseguian a Zumac, y como habia prometido protegerla, corrié a dar la sefial de alarma: cinco golpes de tambor y un estornudo (era en clave). Los humahuacas eran un pucblo muy pacifico que no peleaba nunca, pero tampoco eran tontos. Tenian muy bien armados sus sistemas de defensa. Hombres, mujeres, chicos y ancianos corrieron al fondo de sus casas en busca de las municiones: tomates. El ejército diago-calchaqut o calchaco-dia- guita (ni esa noche se habian puesto de acuerdo) se vio detenido por una lluvia de tomates que cafa 24 por todas partes. Y qué punterfa tenfan los huma. huacas! Por un momento, esto los desconcerté, pero enseguida se dieron cuenta de que una flecha puede mds que un tomate, y esquivando los golpes siguieton avanzando, Zumac se desperté con los gritos, tompié uun jarrén en la cabeza del humahuaca que Aino habfa dejado para cuidarla, y huyé a las montafas Aino llegé a verla entre tomate y tomate, Abf entendid todo. “Seré timido, pero no tonto”, pen- s6, “zmird si me dormia?”... Lo cierto es que dormidos 0 despiertos, los humahuacas no podian contra semejante ejér- cito. Eso de la alianza estaba funcionando muy bien. Los calchaco-diaguitas eran muchos y los diago-calchaquies parecfan muchos més, Cuando terminaron con los tomates, los humahuacas empezaron con las papas, y después, con los zapallos, y hasta perejil tiraron, pero no conse- guian detenerlos. Aino peleaba con yalentia, Atajaba las fle- chas con el pecho, con las manos y hasta con los dedos de los pies. Por cada flecha que recibia, tins. ba por lo menos cinco tomates, pero, a paar de eso, se habia dado cuenta de que los iban a vencer, Entonces, subié al recho de su casa y les greg can toda su furia: —Jamés podran sacarnos de nuestra tic- rra! ;Echaremos raices si es necesario! jj¥ el que intente arrancarnos de este lugar conocer’ el dolor, se los aseguro!! Su yor soné como un eco entre las monta- fias. Todos los humahuacas levantaron sus brazos para apoyarlo, y €n ese momento, sintieron que sus pies se hundian en la tierra, y un tronco duro y leno de espinas los recubria para protegerlos Todos los humahuacas se habian transfor- mado en cactus. Cactus enormes y pinchudos que levantaban sus brazos al cielo. Los diaguitas y los calchaquies noraron que los tomatazos habian terminado. Entre sombras, por aquello de la noche oscura, vefan que los humahuacas se habfan quedado muy quietos. Entusiasmados por cl triunfo, se lanzaron al tiltimo ataque. Corriendo, se arrojaron contra los cactus creyendo que eran perso- nas, y las espinas los hicieron aullar de dolor. “Yo se los dije”, se sonrefa Aino, el cactus més grande. Los diaguitas y los calchaquics salicron corriendo de la quebrada, tratando de arrancarse como podian las espinas que les habjan quedado clavadas. —Va a ser mejor atacar de dia —dijeron los jefes—. Ya los tenemos listos, no tienen més municiones. 26 Pero, cuando amanecié, no Jo que estaban viendo. Los huma desaparecido, no quedaba ni uno, pers ran hablan desaparecida las casas, y las cereay planraciones, los doles, y todo. En la quate sobre una tierra seca y rojiza, solo quedaban una, plantas enormes que ellos nunca habfan vis, a tuido del viento que no cesaba, Los diaguitas y los calchaquies volvieron ; sus tieras. La quebrada reseca ya no les serva pay nada y, aunque les hubiera servido, ya nadie queria bajar, por miedo a los pinchazos. A Zumac no volvieron a ver. Avergonzada por no haber podide enamorar a Aino, parece que se quedé a vivir sola en las montafias. Desde entonces, la quebrada de Huma huaca tiene ese aspecto, seco y drido, y esta lena de cactus que siguen cuidando su tierra, En pri- mavera les brotan unas enormes flores rojas, blan- cas o amarillas, Dicen los que saben que son las almas de los humahuacas que se asoman para ver su tierra y para recordarles a todos que jams los van a poder sacar de ahi, Ti Pudieron huzeas hay” Algunas palabras J ekptesiones tatas TA BUENO: esta bueno. Algo sobre | cactus El cactus también se lama cardén, Su tronco y sus ramas son de una madera muy fuerte que se utiliza en el campo para la construccién de casas. Esta recubierto de espinas, que en realidad son las hojas. Crece en lugares muy secos, ya que es una planta que necesita poca agua para vivir. 28 Algo sobre los calchawliies Y los diaguitas Estos dos pueblos formab, una misma cultura, Fso quiere dec costumbres muy parecidas y habla lengua, pero mientras que los calc en los Valles Calchaqufes de la pr ta, los diaguitas vivian un poco Catamarca. De todas las poblaciones que habiaba ta Argentina antes de la llegada de los espafole, Parece que la cultura diaguita era la més dese rrollada. Vivian en casas de piedra con techos de Paja, y formaban poblaciones bastante numero- sas. Se ve que eran un montén, No solo cultiys- ban la tierra, sino que también conocfan el rie- go. Esto, que ahora nos Parece muy simple porque cualquiera tiene un; dera en su casa, Pan Parte de HT Que ten, ban la tisg, haqufes vivian ovincia de S4) mas al sur, ey ‘a canilla y una rega- en aquella época era algo bas- tante complicado. Ellos plantaban sus semillas y después tenfan que hacer canaletas para desviar el agua de los rios, y asi evitaban que las plantas se secaran. Plantaban mata, tapallo y porotos, Dicen que, alrededor del ano 1470, 16, fincas! que tenian su imperio en el Pert, llegaron hace, Catamarca y los conquistaron, y les Nsefiaron a y 5 S s ezas, algunas de ta construir caminos y fortalez e cuales todavia se conservan EL FUE¢CO LEYENDA DE ORIGEN TOBA H... muchisimos afios, vaya uno a saber cudntos, la gente no conocfa el fuego. Todo un problema, porque sin fuego tenian que comer la carne cruda, que era horrible, y no podian cocinar ni un caldito; porque cuando hacia frfo se congelaban; por- que a la noche no yefan ni medio si no habia luna, y seguramente tampoco podian festejar los cumpleafos, porque no habja velitas que apagar. Un dia, una vieja que estaba tratando de comer un pedazo de carne cruda se puso a pro- testar, porque, como casi no tenia dientes, no le podia dar ni un mordiscén. —Yo no sé qué le hacen, che, que la car- ne esta cada dia mas dura —decia—. Si sigue asi, cualquier dia de estos me voy a morir de hambre. —Tendria que hervirla —le dijo el carancho desde la rama de un Arbol. Por esa 82 época, los animales y las personas hablabay igualito. —jDejate de hablar pavadas!, cquergy —se molesté la vieja. No son pavadas —se defendis g carancho—. Usted calienta un poco de agua, pone la carne adentro, y le queda tiernita, tiernj- ta. Se llama carne hervida. —(Dénde se ha visto agua caliente! ;Est4s borracho, vos? No sabés que el agua es fifa? —Si la pone al fucgo se calienta —asegu. 16 el carancho. —jQué fuego ni fuego! ;De dénde has sacado eso? —Yo lo he visto. —jBah! —dijo la vieja—. Seguro es una de esas cosas modernas que no sirven para nada, —Es titil —insistié el carancho. —A mj dejame de... :cémo dijiste que se llamaba eso? —Fuego. —A mi dejame de fuego y carne hervida. Yo lo que necesito son unos buenos dientes, y eso no hay fuego que lo pueda conseguir. —Ahi tiene razén. Dientes nuevos no s¢ dénde hallar. Ahora, si quiere fuego, yo sé quién tiene. 33 —iYa te dije que no quiero, che! —se enojé la vieja—. Y no me molestes mds, que no puedo comer. El carancho, ofendido, levanté yuclo yse fue a otro drbol. “jHabrase visto lo tontos que son estos animales!”, pensé Pero la vieja, a pesar de haberlo sacado volando, lo habfa escuchado, y le conté a otra vieja lo que el carancho le habia dicho, y esta vieja a otra, y esta a otra mds, hasta que el asun- to del fuego llegé a ofdos del cacique. Entonces este mandé llamar al caran- cho. —Usted dir4, cacique, para qué me nece- sita —dijo el carancho cuando llegé a la reunién de jefes. Estaba acostumbrado a tratar con los jefes. Ya més de una vez le habfa hecho algiin favor a la gente del pueblo, y era un pdjaro muy apreciado por todos. —Miré, Taynik{ —dijo el cacique. Asi lo llamaban en su lengua: Jayniki, “carancho”—. Acé la vieja anda diciendo que vos le mencionas- te no sé qué invento para calentar el agua, 0 algo asi... Es verdad eso? —Asi es. El fuego, le dicen. —Y qué vendrfa a ser el fuego? —quiso saber el cacique. am 34 —Y... vea... El fuego es algo calicnge Ms caliente que el sol. Ni se lo puede toca, —;,No estas macaneando vos? Para nada, jefe. Yo lo vi. esd —Depende para qué.. —No sé... No cono: co... Para qué se usa eso? —Y bueno... el fuego es tan caliente gue, sisted loldejalprendido por la noche y ducrme ahi cerquita, ya no tiene més frio. —;Prendido? —Asi se dice. Prendido-apagado. Iguali- to al sol. —jAjal z¥ para qué quiero fuego, enton- ces, si el sol esta ahi, tan a mano? —Porque, a este que yo le digo, usted lo prende cuando quiere, zme entiende? —Ie expli- 6 el carancho—, ;Quiere sol a la noche? Bue- no... vay prende un fuego, y lo tiene. El cacique empezé a interesarse, aunque todavia no entendia bien de qué se trataba, Y vos sabés dénde hay de eso? —pre- gunté. —EI jaguar y el zorro saben tener, Yo lo he visto. —Y se puede consegui. 35 —Usted ya los conoce, jefe. Se lo van a mezquinar. No son gente facil. —;Por qué no nos hacés la gauchada, che? —dijo el cacique—. Capaz que te dan un poquito. Para probar aunque mis no sea No es tarea sencilla la que me pide... el carancho se hizo el importante—, pero déjelo en mis manos. Voy a ver qué puedo hacer. —Tre lo agradezco, che —lo despidié el jefe—. Y que haya suerte. El carancho anduvo un par de dias revo- loteando, tratando de encontrar la forma de tracr fucgo al pueblo, hasta que un atardecer lo vieron salir volando, monte adentro. Algo se le habfa ocurrido. Antes de llegar, pasé por el rio y se pegé un chapuz6n. El carancho odiaba mojarse, pero esto formaba parte de su plan, Chorreando agua, volé como pudo, has- ta la cueva del jaguar y del zorro, y bajé sin que lo vieran. Los encontré mateando y contando his- torias junto al fuego, “/8i que la pasan bien estos dos!” pensé, Entonces, doblé un ala, se hizo el rengo, y se acercé temblando como una hoja. or es 36 Bh! ;Taynikil Qué le anda pasandy —pregunts el 7orv0, que fue el primero que j vio. {Ni me hable, amigo! —dijo el caran. cho, haciendo castafictear el pico—. Dia de malg| suerte, si los hay. —Ya lo veo —dijo el jaguar—. ;Lo ag. rré la tormenta? | — Qué tormenta ni tormenta! Una pie. dra —mintié el carancho. —Una piedra lo mojé asi? ;Debié de ser una bombita de agua! —se rid el zorro. —No, amigo. Una piedra de verdad. Yo andaba volando por el monte, cuando un idiota tiré una piedra con la honda y me dio en el ala Mire cémo me la dejé. Ni estirarla puedo. —i cémo fue que se mojo? —qui saber el zorro, que no entend{a qué tenia que ver Ia piedra con el agua. —Ahi només perdi el equilibrio, y me fui de cabeza al rio el carancho traté de darle dramatismo al asunto, —Una desgracia con suerte, De no estar al rio abajo, no contaba el cuento, mi amigo —comenté el jaguar, —Ya lo creo que si —dijo el carancho—, Y ahi que sali del rio, me di‘cuenta de que andabs ~ 38 cerca de su casa, y me dije, “voy ah cer Una visi taa mis amigos, mientras me seco un poco”, —Hizo muy bien. Para eso estin log amigos —dijo el zor70. —Acérquese, acérquese al fitego para que se le vaya el frio. —Se lo agradezco. El carancho se acercé al fuego. La verdad es que estaba agradable ahi, pero él no tenia tiem. po que perder. Tenia que robarse el fuego antes de que los ottos se dieran cuenta de sus intenciones, —Mire... yo no sé si es atrevimiento quedarme un rato —dijo—, pero el ala que me golpearon me esté doliendo mucho. —Me imagino —dijo el jaguar, mientras le daba una chupada al mate. —Usted no tiene alas... no se puede ima- ginar —retrucé el carancho. —Gran verdad —afirmé el zorro. —Un ala es algo muy frdgil... y se tiene que mover patejo. Si no le queda el andar torcido, Vuela en circulos només —exagerd el carancho. —No bromee, Tayniki... yolar4 rengo, a lo sumo. —Si no bromeo. Usted, seguramente, si Je arruinan una pata, también corre en circulos, Feo espectaculo, vea —artiesgé el carancho, 39 —A mi, si me arruinan una pata, igual corto derechito para donde yo quiera —contest6 el jaguar en tono menos amistoso. —Eso no es posible —insistié el carancho. —Digalé, Guayaga le dijo al zorro, a quien también llamaban asi—. Digalé acé, al amigo, si no es asi. Usted también tiene cuatro patas. —Pero nunca se me arruiné ninguna —dijo el zorro, distraido. —;Pero alguna vez vio un zorro corrien- do en redondo, ch? —insistié el jaguar, que no querfa perder la discusién—, ;Alguna yez vio un jaguar...? —No. Si no es para morderse la cola... —coincidié el zorro. —Ahi tiene —dijo el jaguar, —Yo no creo... —insistié el carancho—. Tendria que verlo —Oiga, amigo —protest6 el jaguar, que ya se estaba enojando—. No estard queriendo que me quiebre una pata para demostrarle, zno? —jPero cémo se le ocurre, amigazo! La mala suerte no se le desea a nadie. —Asi es. Se hizo un silencio. El carancho sabia que ya tenfa al jaguar justito donde queria: 40 dispuesto a hacer cualquier cosa para demosgg que tenia razén. —lgual no creo... —dijo entonces_ Tendria que ver. : Mite que es cabezén, amigo! Quigg ver? Le vua mostrar. —iNo! jPare, mi amigo! No es necesari —mintié el carancho. —Es necesario, porque usted me esti tomando de mentiroso, y a mi eso no me gusta, Ya va a ver —el jaguar ya estaba decidido. —Pero qué va a hacer? —el carancho se hizo el asustado. —Me voy a arar la pata a un palo, para que usted vea como, con tes, gual camino derechito —le dijo mientras se ataba un palo ala pata delantera, —iQué zor10 es este jaguar! —comenté el zorro—. ;Mire lo que se le ocutrié! Cuando el jaguar tuyo empez6 a caminar apoyado en las cierto, caminaba derechito, —2Y? ¢Ahora qué me dice? —Que usted, que es jepuar —admitié el carancho—. Pero habrig zorro, la pata arada, Otras tres. Y era —Acese, mi amigo, arese usted también, vamos a mostrarle, a 41 El jaguar hizo que el zorto también se arara un palo ala pata. Era justo lo que el caran- cho queria —Camine, camine para que vea.., —insistié el jaguar. El zorro caminé, y caminaba derechito, también. —Despacito puede ser... —dijo el caran- cho—, pero a la carrera... Mmmm... Yo no creo. — Pero que habia sido duro de pelar! ;Quie- re una cartera...? Amigo zorro, le corro una carrera hasta el drbol aquel —el jaguar estaba dispuesto a cualquier cosa para demostrar que tenia razén, —Muy cerca... —dijo el carancho. —Esta bien, hasta el otro de mas lejos. e parece bien aht? —Me parece bien —dijo el carancho—, aunque no creo que puedan llegar... van a corret en circulos, —Ya va a ver —lo desafié el jaguar—. {Listo, amigo zorro? —Listo. —jAhora! —grité el jaguar, y los dos salieron cortiendo a toda velocidad. Era lo que el carancho querfa: que estuvieran bien lejos del fuego, y con las patas atadas para que nollo\pudiccm nectar men tenee ean 42 amigos! Y muchas gracias, _—Hasea pronto, acon el pico, levanté vue. ¥ tomando una bras Jo derechito y sin problemas : ‘Al escuchar el grito, los dos animales se fre. naron, Se ha curado de golpe —comenté el zorro, No, mi amigo... jSe esta robando el fuego! FH jaguar eraté de corterlo, pero, claro... eafa solo tres patas. Si que <1 carancho nos metié el perro} —se lamenté el zorro, cuando vieron que ya no lo podian alcanzar. El carancho volaba contento, pero la brasa le quemaba el pico, asi que de ranto en tanto la gol- peaba sobre los drboles, yel fuego se iba prendien- do por donde él pasaba. En el pucblo todos lo estaban esperando. —j¥...? (Has uaido el fuego? —pregunto el cacique. El carancho abrié el pico y dejé caer una bra- sita apagada, —jAy, carancho! —dijo el cacique—. {Tanto Ifo para esta cosita? —Esta cosita es capaz de hacer eso, jefe... —acla- 16 el carancho, sefialando los arboles en llamas. Asi fue como la gente conocid el fuego. Aprendieron a cuidarlo para que no se apagara, rt) pero también a respetarlo, porque era Peligroso. [a vida del pueblo cambis, y fue mejor. Descle exe dia, el carancho fue para ellos un héroe, respetado y admirado, al que nunca més se atrevieron a sacar volando. col Algunas palabras y expresiones tatas ‘Tayniki: Carancho en lengua toba. El caranch ¢ un ave rapaz, con un pico grande y ganchudy patas anaranjadas y un mechén de plumas en jy cabeza que parece peinado para atrés, Dice, que vuela sin gracia. Macaneanpo: Mintiendo. SABEN TENER: Tienen. Tienen algunas veces, Mezquinar: Que son mezquinos, egoistas, no quieren compartir. Gaucuapa: Favor. Capaz QuE...: Puede ser que... Aunque MAS No sea: Aunque sea. No contaBA EL CUENTO: Se moria. No vivia para contarlo. Y anf Que...: Y fue asi que... Anpar TorcIDO: Que camina torcido. Guayaca: Nombre que se le da al zorro en lengua toba; guayaga lachigf. Le VUA Mostrar: Le yoy a mostrar. Nos mert6 et perro: Nos engafid, Duro pe Petar: Dificil de convencer. 15 Algo sobre el fuego Aunque el fuego es algo natural, que no necesita de la mano del hombre para producirse, y ghora se prende girando una perilla, apretando un botén o raspando un fésforo, las tribus pr no lo conocian 0, mejor dicho, lo conocéan pero nitivas no sabfan cémo prenderlo cuando lo necesitaban. Asi es como comfan los alimentos crudos 0 suftian fifo en cl invierno © ni siquiera podian cocinar ucensilios de barro para usar. Cuando la casualidad o la perseverancia hizo que se dieran cuenta de que raspando dos piedras, 0 dos ramas, podian encen- der hojas secas y hacer un lindo fueguito, su vida cambid, Su manera de vestirse, el lugar donde ele- gian vivir, su forma de alimentarse, todo mejora- ba, y asf también su cultura y su conocimiento. ie i 46 Algo sobre los tobas Cuando los esparioles Megaron 2 Amétgg los tobas ya vivian en la llanura chaquena desi, hacia cientos de afios. Era un puchlo ndmada esto quiere decir quenno se quedaban siempre en el mismo lugar, sino que iban todo el tiempo d. acd para alld buscando el lugar donde hubierg més alimento. Las mujeres juntaban los frutos de los arboles y los hombres cazaban y pescaban, 4 buscaban la miel de las avispas. A los espanoles no les fue nada fécil ocupar su territorio, Los tobas eran guerreros y se defendian con coraje, Recién en el afto 1924 pudieron hacer un acuer. do pacifico con el gobierno nacional, EI pueblo toba atin existe, Muchos de ellos viven en el Chaco, pero otros se instalaron en las afueras de Rosario 0 de Buenos Aires. LoS HOMBRES DE ARRO LEYENDA DE ORIGEN PAMPA AGUIRRE ALEJANDRA DOCENTE, Gans un indio viejo que vivia en ciclo. ;Quién sabe cudnto tiempo llevatia ahi! Tan- to, que un dia se empezé a aburrit, Desde arriba miraba para la Tierra porque andaba con ganas de bajarse, pero la Tierra todavia era puro lodo y barro, y le daba como rechazo andar ensucidndose, Igual le miraba y la miraba, hasta que un buen dia se deidid y se ti por la Via L4ctea como si fuera un tobogtin, (Por aquel entonces la Via Lictea llegaba hasta acd. Vea bendon de al Iba Chachao despatarrado, riéndose como un chico, porque era un indio viejo, y los viejos, a veces, son un poco asi como los chicos. Se revoleaba y se ponia de cabeza, levantaba las patas, y se tiraba de panza, y gritaba “ay, ay, ay”, “uy, uy, uy”, porque no tenia de dénde agarrarse, hasta que de golpe no pudo frenar y fue a dar con el trasero al barro. —jLa pucha, que habia sido larga! —dijo Chachao, mirando para arriba—. Lo dificil va a ser volverse. ‘ 48 Y, divertido con su travesura, largo un, carcajada de boca sin dientes. a —W ahorita que ouacer acd? |Si habia sidy puro barro esta porqueria... Traté de pararse, pero el suelo se le escy. rria entre los pies, y patind hasta que se fue 3) piso. —Mejor espero que seque un poco, $i me paro ahora, capaz que me quiebro un hueso, Y, como estaba sin hacer nada, agarré un poco de barro y empezé a darle forma entre las manos. —Bicho feo el que me salié —dijo miran- do su obra—. Mejor le pongo unos cuernos —y se los puso—. Ast esté bien. Con cola o sin cola? Sin cola. ;Gordo me qued Y miraba lo que habfa hecho y se reia, por- que era verdaderamente muy feo, Entonces hizo otro. —Este va a ser... chiquitito, Eso es. Chiqui- tito y con orejas.., Ahi va queriendo, Me gusté. Y asi fue modelando uno por uno todos os animales, y los puso uno al ladito del otro y los miré. —Son lindos pero abutridos —dijo, Entonces tomé aire y soplé sobre ellos, Y Jos animales de barro tomiaron vida y se movieron 49 pero no podian caminar porque ellos también se resbalaban en cl barro y se cafan con las patas abiertas y la nariz contra el suelo. Chachao se refa al verlos, pero después le dio pena y para ayudarlos sopl6 otra ver, y un Pee Aire ares ico ee el agua, y también secé el barro. Los animales, al poder pisar en firme, salieron corriendo, cada uno para su lado. —jLinda la hice! —dijo Chachzo alarmado, y alié cortiendo atris con las pocas fuerzas que le {quedaban, menos atin porque estaba muerto de tsa Chachao corrié para todos lados hasta que le falté el aire, pero no pudo agarrar ni a uno. Fstaba tan agitado, que tuvo que sentarse a des- cansat. —Fsto si que es diversién —decia mien- tas se apantallaba con su sombrero. De pronto entrecert6 los ojos enfocando hacia la Via Lactea. — ,Qué es eso que veo alld? ;Ahijuna gran siete! ;Hay uno que se esta subiendo pal cielo! —y latgando el sombrero, salié corriendo para detener al atrevido, que no era otro que ¢l fiandi. —Bajate de ahi, che, que eso no es para vos! —le gritaba. Pero el fiandu segufa Jo mas cam- pante, sacudiendo sus largas patas. » 50 —Bajate te digo! No enue $08 de barry y vas a enchastrar todo el camino? i Pero el fiandit, en vez de bajar, |e hacig burla desde lejos y seguia subiendo encan, mirando que linda se vefa la Tierra desde ¥, por mucho que Chachao corria y po, mucho mds que le gritaba, no lo podia alcangar | Era un andi, después de todo, ¥, si algo saiy hacer ese animal, es correr. Asi que Chachao, sin pensar mds, sacé sus boleadoras y las revoleg jPunterfa la de Chachao! Le enroscg las } paras al pobre fiandt, que cayé resbalando todg desparramado, con el cogote hecho un nudo, —Pa’que aprendas —dijo Chachao, Yel fiandii aprendi6. No subié bajar de cabeza no le habia gustado n: huellas de sus dedos quedaron marcad para siempre formando la Cruz del Su doras de Chachao se estamparon a | mds, porque] ada, pero las as en el cielo 15 y las bolea. | la izquicrda, y hoy se las conoce como las estrellas Alf, y Bera del] Yo solo no uae pod ma ler con todos estos Bichos’, pens6) Vie necesinr ayuda’, 52 Entonecs se sent cerca de la laguna, dondg todavia quedaba un poco de barto, y empers a cong truir nuevas figuras, pero csta ver, sélo con ds pat, lo més parecidas a el que podia, para que no se le fyg ran corriendo, sino que lo ayudaran a atrapar a Jo, demés. Se refa el viejo Chachao cada vez que termi. naba alguna, porque le salian todas torcidas y tidicy. las, como él mismo. Una muy narigona, la otra muy panzona, la otra muy patona y asi. Las iba poniendg en fila hasta terminar la tiktima para echarles cl soply de vida. Pero tan distraido y entretenido estaba, que no escuché que su hermano Gualicho tambicn se habia venido por la Via Lactea, y se acercaba sin hacer ruido, un poco porque queria ver lo que Chachao estaba haciendo con tanto interés, y otro poco pare asustarlo. Y lo asusté. Asi te queria agarrar! —le grité en la oreja. Chachao pegé un salto, y la figura casi terminada que tenia en la mano se le aplasté como empanada, —eTe asustaste, hermanito? —se teia Gualicho a las carcajadas, —@Qué hacks acd vos? ;Quién te dio permiso pa bajar? —;Permiso decis? Yo no ne s de todos. —No te hagis el zonzo, che. Sabés muy est prohibido bajar. Ah... gs? —dijo Gualicho- sito permiso. La Via Lact bien ju . q ~Y entonces ue ; q agatrado. Chachao sabia perfecta- mente que él tampoco tendria que haber bajado, yo! tayo. _—minti. —Y yo también vine por un asunto, —Ah... esi? 2¥ qué asunto, si se puede saber? —pregunt6 Chachao, seguro de que Gualicho men. yo vine por un asunto tfa. —Se puede. Se puede. Te vine a buscar —Entonces, ya que me encontraste, te podés volver pa’ arriba. Yo voy prontito. —Vos te venis conmigo, quién sos vos para darme érdenes? —Tu hermano, —Yo me voy cuando quiero. Ya te lo tengo dicho. Termino unos asuntos y voy. And4 yendo nomas. Chachao queria al menos terminar sus figuritas para que fueran a buscar a los animales, Peto no queria que Gualicho viera cémo las hacia Porque tenia miedo de que se las destruyera. 54 —Te espero —dijo Gualicho, sentindos a su lado—. No tengo apuro Chachao fruncié Ia boca, pero no di, nada, Cuanto més le discutiera, peor. Ya lo cong, cfa bien a su hermano. —2Y eso para qué es? —quiso saber Gua licho mientras lo miraba modelar. No te importa —Si me importa. ;M usés esa por. queria en mi contra? Benen sserirutcontra, y no ninguna porqueria. —Si, lo es... {Mira aquel! Si hasta se parece a vos de puro feo y deforme. Chachao tuvo ganas de meterle una pia, pero se contuvo, Gualicho estaba buscando pelea, ya lo conocia. Lo mejor era ignorarlo. — {Te falta mucho? —pregunté Gualicho, que realmente se estaba aburriendo. —Si. Si te aburris, andate. —Y esas cosas no se mueven? —No, no se mueven. —

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