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Casi magia.

Los duendes del pasadizo secreto se asomaban tras los botes de basura que iluminaban la
atmosfera, ellos tan curiosos y vivarachos sacudían su pupila de arriba a abajo dando una señal
divina algo así como la iniciación de un ritual sagrado… Eran 6 despampanantes y saltarines seres
del más acá.

Ninguno sabía que nombre le pertenecía, no se distinguían por un par de letras si no gracias a un
color especifico, único e irrepetible, ese mismo que recorría sus cuerpos arrojando la pócima
nutritiva para el bienestar de un organismo no tan putrefacto… como la sangre ¡Sí! pero menos
espesa y más agraciada; Todo ese color invadía cada milímetro físicamente hablando de estos
pequeños seres.

El pigmento les proporcionaba vida pero solo faltaba el toque secreto para que no se aturdiera,
apagara o quebrara esa identidad; era necesario y más que eso obligatorio que cada duendecillo
se valiera de los caminantes nocturnos para así poder cumplir con su misión y sobretodo sobrevivir
que al fin y al cabo era la ley principal de la selva-ciudad.

Aquellos 6 geniecillos se adentraban en el corazón más afligido y roto, escarbaban cada maldición,
tropiezo, desaliento y temor, devoraban las sensaciones de fracaso y al hacer esto su color
personal cobraba más vida de lo normal logrando ser cada vez más despampanante y mágico… era
una conversión casi matemática, lo opaco rápidamente se transformaba en tonalidad.

Lo más impresionante de tal hazaña es que no podían ser atrapados por los seres humanos osino
inmediatamente se esfumaban, desapareciendo, quedando en la nada…

Ocultos detrás de la noche usaban sus dos luciérnagas que resguardaban cada nariz puntiaguda…
únicamente la luz de sus mayúsculos ojos lograban adentrarse en cada caminante sin que lo
notaran, ese color que los representaba iluminaba los callejones esperando el momento adecuado
para así otorgarles una medicina para tanta mierda cotidiana a los caminantes descoloridos.

Por medio de miradas aquellos 6 duendes ganaban un alma para complementar esa vida-color y
los caminantes perdían el peso de sus actos que no les permitía ver el tinte del que estaban
hechos.

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