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MIA COUTO Reseña
MIA COUTO Reseña
La máxima expresión de esto que acabamos de decir es el hecho de que existan dos
argumentos paralelos para la novela, los cuales, al final se fusionan en uno solo y nos
remiten otra vez al principio de la novela, creando así una estructura cíclica.
Por su parte, la historia de Kindzu, que como ya hemos dicho, se narra de forma
paralela a la otra, y a propósito de que Muidinga y Tuahir van leyendo sus cuadernos;
decimos, es una historia aún más dinámica que la otra. Es una especie de odisea que nos
lleva a diferentes coordenadas espaciotemporales y nos permite conocer el estado físico,
anímico y espiritual del país en plena guerra. Kindzu cuenta su historia en primera
persona, pero a menudo es un narrado omnisciente. Todo empieza en su pequeño
poblado, donde nos revela la difícil situación de su familia, su padre enloquecido, su
relación con un comerciante de origen indio llamado Surendra, y su determinación por
encontrar a los bandos armados para unirse a ellos en la lucha, ya que ellos son la causa
de la desgracia de los pueblos, pero al mismo tiempo parecen ser la esperanza, la lucha
es la esperanza. La historia de Kindzu comienza con un montón de anécdotas
maravillosas, como la transformación de su hermanito en gallo, la misteriosa muerte de
su padre y su funeral en el mar, los consejos de los ancianos y las continuas referencias
a una maldición por abandonar su pueblo.
En efecto, Kindzu deja atrás su pueblo, en busca de los bandos o de un futuro
diferente, y asume desde ese momento la maldición de su padre (y en su viaje no para
de tener visiones maravillosas, las cuales no sabe si son rales o imaginarias). Viaja en el
mar hasta que llega a Matimatí, un pueblo donde reina el caos, el desorden y la
corrupción debido a la guerra. Se encuentra un barco de carga naufragado cerca de la
costa y en su interior a una mujer, Farida, decidida a permanecer en el barco hasta que
vayan a su rescate y lo lleven a Europa con ella dentro. Ella le cuenta su trágica historia
marcada por la orfandad, el abuso sexual, el abandono, el rechazo de su pueblo, la
pérdida de su hijo, etc. Kindzu convive con ella en su espera durante un tiempo, tienen
relaciones y se enamora de ella. Le promete volver a tierra y encontrar a su hijo. Desde
este momento el propósito de Kindzu parece cambiar: sigue deseando unirse a los
bandos, pero ahora solo quiere encontrar al hijo de Farida. En esta nueva búsqueda le
siguen pasando cosas asombrosas: conoce a otra mujer con la que tiene encuentros
carnales y luego resulta ser la hermana melliza secreta de Farida. La figura de Carolinda
(la hermana) viene a contrastar con la de Farida, pues esta última busca evadirse, huir,
mientras que la otra busca un compromiso más directo y práctico con la sociedad.
Carolinda es la mujer del administrador de la ciudad, Estevao, y por lo tanto es un actor
político (ella).
En esta ciudad, en plena búsqueda de Kindzu, nuestro héroe asiste a los episodios
más estrambóticos que explican la corrupción y una de las causas del caos y la guerra en
el país. Llega a ser secuestrado. Nos asiste a los chanchullos del administrador
coqueteando y conspirando con los espíritus de los muertos. Conoce a Virginia, una
mujer blanca, que le cuenta la historia del hijo perdido de Farida. Visita un campo de
refugiados donde los políticos dejan pudrir la comida en vez de repartirla, ya que solo
quieren que se haga la repartición cuando están ellos. Después de una larga ausencia,
Kindzu vuelve a buscar a Farida, convencido de que no ha podido hallar a su hijo, pero
se entera de que la amada ha muerto. Se desespera, se indigna, se enfurece, se enfada
con la gente. Hacía mucho que no tenía ningún propósito, pero ahora pensaba que, si
acaso lo había tenido, pues definitivamente ahora ya no existía. Se dispone a abandonar
la ciudad de Matimatí, pero en algún momento de su narración experimenta la agonía de
su propia muerte, nos sigue narrando los delirios que está teniendo, las sensaciones que
experimenta mientras abandona este mundo. Nos enteramos de que ha muerto tiroteado
cuando regresamos al inicio de la novela y comparamos la escena que describen
Muidinga y Tuahir cuando encuentran su cuerpo y los cuadernos:
Por el camino de regreso encuentran un cuerpo más. Yacía junto a la cuneta, echado de
espaldas. No estaba quemado. Había sido muerto a tiros. La camisa estaba empapada en sangre,
ni se notaba el color original. A su lado estaba una maleta, cerrada, intacta. Tuahir sacude al
muerto con el pie. Le revisa los bolsillos, en vano: alguien ya los había vaciado.
—Eh, tú, este tipo no apesta. Atacaron el machimbombo hace poco tiempo. (Couto,
1992: 12)1.
1
Hay que resaltar que estas citas no son muy exactas, debido a que estamos manejando una versión
electrónica de la obra que no muestra la paginación real. Por lo tanto, la paginación que aquí se señala
es la del cómputo de la aplicación pdf.
También vemos esa reciprocidad de identificaciones entre Muidinga y Kindzu,
Tuahir y Taimo (el padre de Kindzu), y en otras ocasiones más. Como bien decimos, la
novela pretende mostrarnos el estado de ánimo de una cultura alienada por la guerra, y
que muchas veces se escuda en la fantasía. Se podrán sacar muchísimas conclusiones
sobre esta novela, pero vamos a señalar solamente algunas, las que creemos más
pertinentes. Couto pretende resaltar algunas de las causas de este caos, de esta confusión
generacional, entre los antepasados y los jóvenes, hijos de una nueva sociedad; entre un
antiguo régimen primitivista y colonial y un nuevo régimen modernista e independiente
de la potencia europea. En este sentido, destacamos las creencias tradicionales como
una de las principales causas de las desgracias de los habitantes de Mozambique. Los
elementos de estas tradiciones están muy presentes, a veces solamente como un
testimonio antropológico de una cultura, y otras veces, de forma nada gratuita, para
mostrar hábitos indignos para las nuevas sociedades. Pensemos por ejemplo que los
mozambiqueños sienten el peso de la tradición y los antepasados, que les condiciona y
los atrapa en unas aldeas estériles y sin futuro, sin posibilidad de avanzar, ya que sus
habitantes se niegan a buscar nuevos horizontes. Este es el miedo inicial de Kindzu,
pero se puede comprobar también en otros personajes:
Cualquiera que fuese mi elección algo era cierto: tenía que salir de allí, aquel mundo me
estaba ya matando. La primera vez que dudé el asunto fue cuando mi padre me surgió en el
sueño, preguntando:
—¿Quieres salir de la tierra?
—Padre, ya no aguanto aquí. Cierro los ojos y sólo veo muertos, veo la muerte de los
vivos, la muerte de los muertos.
—Si sales tendrás que verme a mi: te he de perseguir, vas a sufrir para siempre mis
visiones…
—Padre, pero…
—Nunca más me llames padre, a partir de ahora seré tu enemigo.
Yo quería hablarle, pero él se me salió del sueño. Desperté transpirado de la sábana a la
cabeza. Estaba aterrorizado con la amenaza del espíritu de mi padre (Couto: 29).
Entonces, la más vieja se coloca con las piernas abiertas sobre su cuerpo derrumbado y,
con un tirón, se deshace de la capulana. Aparecen las utilizadas carnes, arrugadas hasta los
huesos, los senos pendientes como sacos muertos. Grita, se lame a sí misma, con inesperadas
voluptuosidades. Pasa la mano entre las piernas y se deja caer sobre el muchacho. Y se desata el
restregar de encuentro al postrado Muidinga, más celosa que ansiosa. Las otras acompañan
xiculunguelando, dando palmas. Una por una, todas las restantes, se van quitando la ropa, trapos
y sacos con los que se cubrían. Están desnudas, bailando frenéticas en torno a ellos. La más vieja
hace más exageración en sus intentos, sobando las íntimas partes del chico, abrazada como si le
quisiese arrancar el alma. Muidinga no quiere ni enterarse de la sucedencia: estaba siendo
violentado, con flagrante abuso. La primera se sacia, abusa y ensucia. Después, las otras
continúan, en un amontañado de cuerpos, grasas y piernas.
[…]Lo que había sucedido era que aquellas mujeres estaban en sagrada ceremonia,
apartando las langostas que habían asaltado las plantaciones. Estaban ahuyentándolas,
conjurando la maldición. La llegada de un intruso rompió los mandamientos de la tradición.
Ningún hombre puede asistir a esta ceremonia. Ninguno, nunca. (Couto: 100-101).
Y qué decir del hecho de que su tutor, Tuahir, al que a veces llama tío y otras veces
padre, le hace una masturbación en contra de su voluntad:
Otro de los temas que queremos resaltar aquí, y otra de las muestras ejemplares del
caos en el país es la práctica de la corrupción por parte de las autoridades. Este tema se
nos presenta desde el episodio de la llegada de Kindzu a Matimatí (Tercer Cuaderno de
Kindzu, p. 54), donde se encuentra el barco varado, que ha sido motivo de
aprovechamiento por parte de las autoridades. El personaje más representativo de esta
corrupción es el administrador Estevao (y su secretario Assane), que tiene su
contrapunto en su esposa, Carolinda, que es también la hermana melliza de Farida.
Aquella tiene dos funciones, la de esposa acompañante, que no es muy trascendente,
pero también la de personaje comprometido con el pueblo. La corrupción del
administrador se determina porque él promueve el saqueo del barco varado, retiene los
alimentos para los refugiados (Couto: 184), y utiliza su poder de forma arbitraria y
conspirando contra el pueblo sufriente (Couto: 166-167), véase por ejemplo esta
discusión que tiene con su mujer:
Carolinda, su bella esposa, se le aparece entre oscuros arbustos.
—¿Qué has venido a hacer aquí, Estêvâo?
El administrador, tartamudo, se disculpa: que nada, se trataba de un paseo digestivo para
asentar el estómago.
—¿Dónde está la mujer con quien te encontraste?
Estéváo Jonas se ríe, aliviado. ¿Así que es eso? ¿La esposa, siempre ajena y abstraída,
cree que él ha ido a encontrarse con una amante? El dignatario se siente orgulloso. Los
inesperados celos de la esposa le levantan la cresta, gallo súbitamente galante. Y tranquiliza a la
esposa, le cuenta lo sucedido, acuerdos y sociedades con el seudofallecido. Peor fue la enmienda:
—Ahora te pillé, Estêvão. Estás en combinación con los antiguos colonos.
—¿Cómo en combinación?
—Siempre di el título cierto a tu función: ¡eres un administrador!
En resumen, ¿qué moral era la suya? El administrador contraargumenta: Nadie vive de
moral. ¿Será, querida esposa, que la coherencia la va a alimentar en el futuro?
—Tú, Estêvão, eres como la hiena: sólo tiene destreza con las cosas muertas.
—Esas tus palabras ya son canto de sapo.
—El pueblo te va a pillar. No vuelvas más a esta casa, si no te denuncio.
—¿Cómo que no vuelva? Ahora Romão Pinto y yo tenemos negocios, somos socios.
Tengo que venir aquí. ¿O no me digas, mujer, que quieres que él vaya hasta la administración?
Carolinda le avisa: está subiéndose al árbol por las ramas. La regañina, cuando llegase,
sería sonada. Total, un brujo es sorprendido por otro brujo.
—¿No lo sabes, Estêvão? Casas juntas, arden juntas.
El administrador le pide que se irrite bajito, todavía iban a parar allí indebidas
curiosidades. Paternal, le aconseja buenos sentidos: ella era esposa de un africano, debía
beneficiarse de estar callada, subordinadita. Debía hasta estar contenta, pues la riqueza que
llegase sería para dividir con la familia y sus parientes se ventajarían también.
—No quiero ese dinero. Ni mi familia acepta dinero sucio. Vas a pagar esa traición.
—Pero Carolinda, cálmate. Esto son contradicciones en el seno del pueblo…
—Lárgate, Estêvão. No te quiero oír.
—Tienes que oírme.
—Vete, si no grito, grito hasta que esto se llene de gente.
El administrador se retira con alguna prisa. Antes de desaparecer en la oscuridad aún
mira hacia atrás y se admira con el tamaño de la sombra de Carolinda.
Finalmente, queremos resaltar también el tema del racismo, que se manifiesta desde
dos vertientes. Por un lado, desde el colonialismo portugués, y por otro, desde la
discriminación hacia los ciudadanos de origen indio. La novela no se huelga en el tema
de los colonos portugueses, sino que se centra en los problemas más modernos e
inmediatos, como la eventual guerra. Pero no por eso deja de mencionar las
consecuencias del colonialismo portugués que, como en cualquier otra colonia europea
en África, creó dos tipos de ciudadanos, el blanco privilegiado y señor de tierras y
riquezas, y el negro infantilizado y eterno sirviente de aquél. Esta servidumbre se revela
en las relaciones que tiene la figura del portugués Romao Pinto con el administrador y
con otros personajes (cfr. pp. 142-144). Pero lo más grave es que a veces este colono se
siente con derecho a poseer las vidas de los negros. Así se revela cuando viola
sexualmente a Farida:
O cuando mantiene una aventura con otra mujer (mulata) a la que obliga a
conspirar contra su marido (cfr. Couto: 147). Por otro lado, la discriminación hacia los
indios se ejerce por parte de los negros. Es representativa la figura de Surendra, un
indio, buen amigo de Kindzu, que comercializa en Mozambique, pero que tiene que
enfrentarse a varias dificultades debido a que los locales no acaban de aceptarle. Pero la
situación de Surendra parece estar extendida como una idea tumoral en el pensamiento
colectivo de la sociedad: no les gustan los indios. Uno de los episodios más
representativos de esta idea está en el discurso del exsecretario del administrador,
Assane: