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MIA COUTO (1992), TIERRA SONÁMBULA, EDITORIAL 13 INSURGENTES,

TRADUCCIÓN DE EDUARDO NAVAL (1998).

Reseña de novela, en formato PDF, de la edición 13 Insurgentes, revisión 1.0, de 13


de octubre de 2019.

Pedro Santos Mbá Mbá da Silva

La novela se publicó en el 92, el mismo año del fin de la guerra civil


mozambiqueña. De hecho, su argumento gira en torno a este hecho, buscando y
rebuscando entre las causas endógenas de la autodestrucción del hombre: causas de
carácter ancestral y causas modernas, causas tribales y causas racistas, causas
económicas y de otras muchas índoles. Se emplean bastantes recursos narrativos para
conseguir transmitir una filosofía entera de un pueblo que vive entre la superstición
mágica y la realidad bélica. El recurso más recurrente es el del sueño y la superposición
de dimensiones y realidades que están destinadas a transponerse, de forma que una
realidad sustituya a la otra. Estos elementos recuerdan bastante al realismo mágico de
Márquez, sobre todo en su manera de tratar el tiempo en Cien años de soledad, un
tiempo mágico, acelerado y a veces cíclico. También recuerda al mágico-realismo de
Cortázar, en su empleo de diferentes planos y en la capacidad de extraer el plano ficticio
hacia el plano real, como ocurre en Continuidad de los parques o en La noche
bocarriba. Si mencionamos a Cortázar también cabe mencionar a Borges, uno de los
maestros de aquél, sobre todo en cuanto a su relato Sur o La muerte y la brújula.
También podemos mencionar lo real-maravillo de Carpentier (a veces nos da la
sensación de estar asistiendo a su relato Viaje a la semilla cunado leemos sobre la
infantilización de la vieja Virginia). Hay que resaltar que la constante presencia de la
muerte en esta novela y cómo es posible que exista un continuum con la vida recuerda a
Pedro Páramo, de Juan Rulfo.

Es posible que Couto tuviera influencia de esta literatura rica y en máxima


explotación durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX, pero probablemente su
mayor inspiración fuera la realidad bélica de su propio país y la filosofía del mundo de
las culturas ancestrales bantúes (de hecho, esto se puede comprobar en las citas iniciales
que hace el autor). Así se deja ver en cada pasaje de esta novela que las culturas tribales
son las verdaderas protagonistas del sueño, de la vida, de la muerte, de la magia, y de su
realidad. El dualismo en torno a los argumentos y la necesidad de contar historias, de
crear realidades, es una de las cosas que más se repiten en la novela.

La máxima expresión de esto que acabamos de decir es el hecho de que existan dos
argumentos paralelos para la novela, los cuales, al final se fusionan en uno solo y nos
remiten otra vez al principio de la novela, creando así una estructura cíclica.

El primer capítulo nos introduce a un mundo ya devastado por la guerra. Aparecen


en escena un anciano y un joven (llamados Tuahir y Muidinga, respectivamente). El
anciano había rescatado al joven de las garras de la muerte, lo curó y lo mantuvo a su
lado a pesar de que no lo conocía. Ahora erraban de un lugar a otro, venían de ninguna
parte e iban a ninguna parte, simplemente huyen de la miseria. De pronto llegan a un
autobús estrellado contra un baobab y calcinado, a la orilla de la carretera. Los
personajes deciden acampar en él, a pesar del peligro que suponen las carreteras en
tiempos de guerra. Deciden enterrar los cadáveres que hallan dentro y, en esta faena,
descubren otro cadáver fuera del autobús y muerto a tiros. Este acababa de ser asesinado
y llevaba consigo una maleta. Lo entierran en la fosa común con los otros cuerpos y
descubren en su maleta varios cuadernos en los que llevaba escrito su viaje a modo de
diario. Más adelante, el viejo le dice a Muidinga que le lea los cuadernos para poder
coger sueño y dormir. De este modo el chico empieza leyendo el «Primer cuaderno de
Kindzu».

A partir de este momento, la novela se va alternando en diferentes episodios entre


los capítulos propiamente dichos y los cuadernos de Kindzu, es decir, los capítulos
referidos al otro argumento. Así es que, por un lado tenemos la línea argumental de
Tuahir y Muidinga y por otro lado la historia de Kindzu.

Respecto a Tuahir y Muidinga, toda su presencia en la novela gira en torno al


autobús que han adoptado como refugio. Siempre permanecerán en él como su casa,
leyendo los cuadernos de Kindzu que se irán sucediendo en episodios a medida que los
capítulos del libro avanzan. A menudo saldrán para buscar leña, agua, o cualquier otro
elemento de su necesidad inmediata, pero siempre regresarán al autobús (salvo al final).
No obstante, en esos pequeños lapsos fuera del autobús les pasarán cosas
extraordinarias. Primero se encontrarán con un anciano de un poblado cercano que los
secuestrará y pretenderán sacrificarlos y de este modo conseguir repoblar su aldea; pero
conseguirán convencerlo de otras vías y se librarán de él. Probablemente uno de los
momentos más mágicos para estos dos personajes es su encuentro con Ñamataca, un
personaje fabuloso que vive entre la locura y la cordura, ya que se ha empecinado en
hacer un río por su cuenta excavando surcos en el suelo. Su propósito de hacer un río se
fundamenta en que él había nacido en un río y por lo tanto, había de devolver un río a
las fuerzas de la naturaleza. Pero solo por un memento, durante una noche tormentosa,
sus surcos se llenan de agua, y durante la celebración de haber conseguido crear un río,
le cae un rayo encima y su cuerpo inerte se pierde entre las aguas torrenciales de su río.
Más adelante, Miudinga sufrirá el ataque de un grupo de mujeres que lo golpearán y lo
violarán sexualmente en una especie de ritual justiciero debido a que el muchacho
irrumpe en sus plantaciones durante un acto tradicional vetado a los hombres por los
mandatos tradicionales. El resto de la historia de estos dos personajes va a consistir en
sus propias conversaciones en torno a lo que leen de los cuadernos o en anécdotas
evasionistas. El viejo Tuahir acabará enfermando debido las picaduras de unos
mosquitos y morirá después de un largo viaje hacia el mar. Su muerte y su improvisado
funeral en el mar nos remiten a la muerte y el funeral del padre de Kindzu.

Por su parte, la historia de Kindzu, que como ya hemos dicho, se narra de forma
paralela a la otra, y a propósito de que Muidinga y Tuahir van leyendo sus cuadernos;
decimos, es una historia aún más dinámica que la otra. Es una especie de odisea que nos
lleva a diferentes coordenadas espaciotemporales y nos permite conocer el estado físico,
anímico y espiritual del país en plena guerra. Kindzu cuenta su historia en primera
persona, pero a menudo es un narrado omnisciente. Todo empieza en su pequeño
poblado, donde nos revela la difícil situación de su familia, su padre enloquecido, su
relación con un comerciante de origen indio llamado Surendra, y su determinación por
encontrar a los bandos armados para unirse a ellos en la lucha, ya que ellos son la causa
de la desgracia de los pueblos, pero al mismo tiempo parecen ser la esperanza, la lucha
es la esperanza. La historia de Kindzu comienza con un montón de anécdotas
maravillosas, como la transformación de su hermanito en gallo, la misteriosa muerte de
su padre y su funeral en el mar, los consejos de los ancianos y las continuas referencias
a una maldición por abandonar su pueblo.
En efecto, Kindzu deja atrás su pueblo, en busca de los bandos o de un futuro
diferente, y asume desde ese momento la maldición de su padre (y en su viaje no para
de tener visiones maravillosas, las cuales no sabe si son rales o imaginarias). Viaja en el
mar hasta que llega a Matimatí, un pueblo donde reina el caos, el desorden y la
corrupción debido a la guerra. Se encuentra un barco de carga naufragado cerca de la
costa y en su interior a una mujer, Farida, decidida a permanecer en el barco hasta que
vayan a su rescate y lo lleven a Europa con ella dentro. Ella le cuenta su trágica historia
marcada por la orfandad, el abuso sexual, el abandono, el rechazo de su pueblo, la
pérdida de su hijo, etc. Kindzu convive con ella en su espera durante un tiempo, tienen
relaciones y se enamora de ella. Le promete volver a tierra y encontrar a su hijo. Desde
este momento el propósito de Kindzu parece cambiar: sigue deseando unirse a los
bandos, pero ahora solo quiere encontrar al hijo de Farida. En esta nueva búsqueda le
siguen pasando cosas asombrosas: conoce a otra mujer con la que tiene encuentros
carnales y luego resulta ser la hermana melliza secreta de Farida. La figura de Carolinda
(la hermana) viene a contrastar con la de Farida, pues esta última busca evadirse, huir,
mientras que la otra busca un compromiso más directo y práctico con la sociedad.
Carolinda es la mujer del administrador de la ciudad, Estevao, y por lo tanto es un actor
político (ella).

En esta ciudad, en plena búsqueda de Kindzu, nuestro héroe asiste a los episodios
más estrambóticos que explican la corrupción y una de las causas del caos y la guerra en
el país. Llega a ser secuestrado. Nos asiste a los chanchullos del administrador
coqueteando y conspirando con los espíritus de los muertos. Conoce a Virginia, una
mujer blanca, que le cuenta la historia del hijo perdido de Farida. Visita un campo de
refugiados donde los políticos dejan pudrir la comida en vez de repartirla, ya que solo
quieren que se haga la repartición cuando están ellos. Después de una larga ausencia,
Kindzu vuelve a buscar a Farida, convencido de que no ha podido hallar a su hijo, pero
se entera de que la amada ha muerto. Se desespera, se indigna, se enfurece, se enfada
con la gente. Hacía mucho que no tenía ningún propósito, pero ahora pensaba que, si
acaso lo había tenido, pues definitivamente ahora ya no existía. Se dispone a abandonar
la ciudad de Matimatí, pero en algún momento de su narración experimenta la agonía de
su propia muerte, nos sigue narrando los delirios que está teniendo, las sensaciones que
experimenta mientras abandona este mundo. Nos enteramos de que ha muerto tiroteado
cuando regresamos al inicio de la novela y comparamos la escena que describen
Muidinga y Tuahir cuando encuentran su cuerpo y los cuadernos:

Por el camino de regreso encuentran un cuerpo más. Yacía junto a la cuneta, echado de
espaldas. No estaba quemado. Había sido muerto a tiros. La camisa estaba empapada en sangre,
ni se notaba el color original. A su lado estaba una maleta, cerrada, intacta. Tuahir sacude al
muerto con el pie. Le revisa los bolsillos, en vano: alguien ya los había vaciado.
—Eh, tú, este tipo no apesta. Atacaron el machimbombo hace poco tiempo. (Couto,
1992: 12)1.

Tanto la historia de Muidinga y Tuahir como la de Kindzu no nos llevan a un


propósito marcado desde el inicio. Ninguna de las historias define el destino del héroe,
el destino final que es motivo de toda la narración, «Por eso yo digo: no es el destino lo
que cuenta sino el camino» (Couto: 31). Al contrario, se trata de una colección de
situaciones que van y vienen, colección de personajes que van y vienen. Se muestra por
un lado, la panorámica de una tierra mágica atrapada entre la fantasía y la realidad
bélica, y por otro lado, la capacidad de la humanidad de repetirse una y otra vez en un
proceso cíclico e infinito. Por eso vemos que las dos historias están conectadas desde el
principio, pero sobre todo al final, provocando a la crítica literaria un debate
interesantísimo: ¿es la historia de Kindzu la continuación de la historia de Miudinga y
Tuahir?, ¿o es la historia de estos dos la continuación de la de Kindzu? En cualquier
caso, este recurso cíclico podría provocar la relectura infinita de la novela. (Como
decíamos antes, esto nos recuerda a los grandes maestros del surrealismo narrativo en el
boom latinoamericano). Y es un recurso que podremos comprobar en varias ocasiones,
cuando se emplea la confusión de historias y de pensamientos entre los personajes, la
transposición de posturas, de circunstancias de identidades. Un caso particularmente
interesante es la escena en la que Virginia intenta recordar sus pensamientos pasados y a
una personalidad concreta pero no acierta a recordar si era un hombre negro o un
hombre blanco, lo cual se puede interpretar como ese continuum entre los planos y entre
las identidades, pero también como una invitación a la unidad de las distintas razas, que
en realidad son una sola raza:

En el mientras tanto de la historia, el dicho abuelo iba perdiendo el nombre, saltando de


casa y profesión. Las hablas de Virginia no concordaban. Los niños, a veces, corregían: El
mucuña Curucho, no lo olvide, yaya. Más Virginia repite los cuentos, más la verdad se resbala:
el abuelo Cruz de ojos rubios, hoy; mañana un negro con el rostro encrespado. La niñada ni se
preocupa. La verdad, en la infancia, es un juego de jugar. Alrededor de la ancianita, los críos
siempre lo pasan bien, sin desilusión. Con amplio gesto, ella pide menos ruido (Couto: 158).

1
Hay que resaltar que estas citas no son muy exactas, debido a que estamos manejando una versión
electrónica de la obra que no muestra la paginación real. Por lo tanto, la paginación que aquí se señala
es la del cómputo de la aplicación pdf.
También vemos esa reciprocidad de identificaciones entre Muidinga y Kindzu,
Tuahir y Taimo (el padre de Kindzu), y en otras ocasiones más. Como bien decimos, la
novela pretende mostrarnos el estado de ánimo de una cultura alienada por la guerra, y
que muchas veces se escuda en la fantasía. Se podrán sacar muchísimas conclusiones
sobre esta novela, pero vamos a señalar solamente algunas, las que creemos más
pertinentes. Couto pretende resaltar algunas de las causas de este caos, de esta confusión
generacional, entre los antepasados y los jóvenes, hijos de una nueva sociedad; entre un
antiguo régimen primitivista y colonial y un nuevo régimen modernista e independiente
de la potencia europea. En este sentido, destacamos las creencias tradicionales como
una de las principales causas de las desgracias de los habitantes de Mozambique. Los
elementos de estas tradiciones están muy presentes, a veces solamente como un
testimonio antropológico de una cultura, y otras veces, de forma nada gratuita, para
mostrar hábitos indignos para las nuevas sociedades. Pensemos por ejemplo que los
mozambiqueños sienten el peso de la tradición y los antepasados, que les condiciona y
los atrapa en unas aldeas estériles y sin futuro, sin posibilidad de avanzar, ya que sus
habitantes se niegan a buscar nuevos horizontes. Este es el miedo inicial de Kindzu,
pero se puede comprobar también en otros personajes:

Cualquiera que fuese mi elección algo era cierto: tenía que salir de allí, aquel mundo me
estaba ya matando. La primera vez que dudé el asunto fue cuando mi padre me surgió en el
sueño, preguntando:
—¿Quieres salir de la tierra?
—Padre, ya no aguanto aquí. Cierro los ojos y sólo veo muertos, veo la muerte de los
vivos, la muerte de los muertos.
—Si sales tendrás que verme a mi: te he de perseguir, vas a sufrir para siempre mis
visiones…
—Padre, pero…
—Nunca más me llames padre, a partir de ahora seré tu enemigo.
Yo quería hablarle, pero él se me salió del sueño. Desperté transpirado de la sábana a la
cabeza. Estaba aterrorizado con la amenaza del espíritu de mi padre (Couto: 29).

Pensemos también en la historia de Farida (ver el episodio del Cuarto cuaderno de


Kindzu, La hija del cielo), cuya madre tuvo hijas gemelas y la tradición la acusó de
haber visitado la tierra de los dioses, por lo que estaba maldita, y para evitar la desgracia
de la comunidad, la obligaron a deshacerse de una de sus hijas de las peores maneras,
sacrificarla para los dioses (aunque luego nos enteramos de que no lo hizo así).
Pensemos también en el episodio en el que Muidinga es violentado y abusado
sexualmente por un grupo de mujeres en una especie de purificación ritual:

Entonces, la más vieja se coloca con las piernas abiertas sobre su cuerpo derrumbado y,
con un tirón, se deshace de la capulana. Aparecen las utilizadas carnes, arrugadas hasta los
huesos, los senos pendientes como sacos muertos. Grita, se lame a sí misma, con inesperadas
voluptuosidades. Pasa la mano entre las piernas y se deja caer sobre el muchacho. Y se desata el
restregar de encuentro al postrado Muidinga, más celosa que ansiosa. Las otras acompañan
xiculunguelando, dando palmas. Una por una, todas las restantes, se van quitando la ropa, trapos
y sacos con los que se cubrían. Están desnudas, bailando frenéticas en torno a ellos. La más vieja
hace más exageración en sus intentos, sobando las íntimas partes del chico, abrazada como si le
quisiese arrancar el alma. Muidinga no quiere ni enterarse de la sucedencia: estaba siendo
violentado, con flagrante abuso. La primera se sacia, abusa y ensucia. Después, las otras
continúan, en un amontañado de cuerpos, grasas y piernas.
[…]Lo que había sucedido era que aquellas mujeres estaban en sagrada ceremonia,
apartando las langostas que habían asaltado las plantaciones. Estaban ahuyentándolas,
conjurando la maldición. La llegada de un intruso rompió los mandamientos de la tradición.
Ningún hombre puede asistir a esta ceremonia. Ninguno, nunca. (Couto: 100-101).

Y qué decir del hecho de que su tutor, Tuahir, al que a veces llama tío y otras veces
padre, le hace una masturbación en contra de su voluntad:

Y sonríe recordando la escena de las viejas violentando al muchacho. El muchacho


merecía otras iniciaciones.
—Espera, pequeño. Deja sentarme cerca. Se acomoda a su lado en el asiento de
Muidinga. Mete la mano entre las ingles del chico. Sin prisa le va soltando la bragueta.
—Ahora piensa en las muchachas.
—¡Tío! No haga eso…
—No pruebes negárteme, aún te atizo unos tortazos. Venga, haz lo que te digo.
—Pero tío: así no lo consigo…
—Es a causa de que estás pensando sólo con la cabeza. ¡Piensa con todo el cuerpo!
—No va a resultar, tío.
—Seguro que estás pensando en Maria Bofe, aquella allá del campo. Ésa ni tiene
tatuaje, piel de ella es lisa como un hombre. Piensa en Joaquinha, piensa Tinita. Esas tienen sus
propios tatuajes, tocas su barriga y sientes parecer que es una cáscara.
—No es cuestión de piel, ni tatuaje. Es que no resulta, así de pensamiento.
—Es motivo de la piel, yo sé. ¿Ya has visto un pescado sin escamas? El pescado
siempre tiene escamas. Sin tatuaje la mujer que está en la persona no despierta. ¿Lo ves, ahora?
Sólo de hablar del asunto ya estás despertando. Venga, continúa, muchacho, yo te ayudo.
Imagina que mi mano es Joaquinha (Couto: 122).

Otro de los temas que queremos resaltar aquí, y otra de las muestras ejemplares del
caos en el país es la práctica de la corrupción por parte de las autoridades. Este tema se
nos presenta desde el episodio de la llegada de Kindzu a Matimatí (Tercer Cuaderno de
Kindzu, p. 54), donde se encuentra el barco varado, que ha sido motivo de
aprovechamiento por parte de las autoridades. El personaje más representativo de esta
corrupción es el administrador Estevao (y su secretario Assane), que tiene su
contrapunto en su esposa, Carolinda, que es también la hermana melliza de Farida.
Aquella tiene dos funciones, la de esposa acompañante, que no es muy trascendente,
pero también la de personaje comprometido con el pueblo. La corrupción del
administrador se determina porque él promueve el saqueo del barco varado, retiene los
alimentos para los refugiados (Couto: 184), y utiliza su poder de forma arbitraria y
conspirando contra el pueblo sufriente (Couto: 166-167), véase por ejemplo esta
discusión que tiene con su mujer:
Carolinda, su bella esposa, se le aparece entre oscuros arbustos.
—¿Qué has venido a hacer aquí, Estêvâo?
El administrador, tartamudo, se disculpa: que nada, se trataba de un paseo digestivo para
asentar el estómago.
—¿Dónde está la mujer con quien te encontraste?
Estéváo Jonas se ríe, aliviado. ¿Así que es eso? ¿La esposa, siempre ajena y abstraída,
cree que él ha ido a encontrarse con una amante? El dignatario se siente orgulloso. Los
inesperados celos de la esposa le levantan la cresta, gallo súbitamente galante. Y tranquiliza a la
esposa, le cuenta lo sucedido, acuerdos y sociedades con el seudofallecido. Peor fue la enmienda:
—Ahora te pillé, Estêvão. Estás en combinación con los antiguos colonos.
—¿Cómo en combinación?
—Siempre di el título cierto a tu función: ¡eres un administrador!
En resumen, ¿qué moral era la suya? El administrador contraargumenta: Nadie vive de
moral. ¿Será, querida esposa, que la coherencia la va a alimentar en el futuro?
—Tú, Estêvão, eres como la hiena: sólo tiene destreza con las cosas muertas.
—Esas tus palabras ya son canto de sapo.
—El pueblo te va a pillar. No vuelvas más a esta casa, si no te denuncio.
—¿Cómo que no vuelva? Ahora Romão Pinto y yo tenemos negocios, somos socios.
Tengo que venir aquí. ¿O no me digas, mujer, que quieres que él vaya hasta la administración?
Carolinda le avisa: está subiéndose al árbol por las ramas. La regañina, cuando llegase,
sería sonada. Total, un brujo es sorprendido por otro brujo.
—¿No lo sabes, Estêvão? Casas juntas, arden juntas.
El administrador le pide que se irrite bajito, todavía iban a parar allí indebidas
curiosidades. Paternal, le aconseja buenos sentidos: ella era esposa de un africano, debía
beneficiarse de estar callada, subordinadita. Debía hasta estar contenta, pues la riqueza que
llegase sería para dividir con la familia y sus parientes se ventajarían también.
—No quiero ese dinero. Ni mi familia acepta dinero sucio. Vas a pagar esa traición.
—Pero Carolinda, cálmate. Esto son contradicciones en el seno del pueblo…
—Lárgate, Estêvão. No te quiero oír.
—Tienes que oírme.
—Vete, si no grito, grito hasta que esto se llene de gente.
El administrador se retira con alguna prisa. Antes de desaparecer en la oscuridad aún
mira hacia atrás y se admira con el tamaño de la sombra de Carolinda.

Finalmente, queremos resaltar también el tema del racismo, que se manifiesta desde
dos vertientes. Por un lado, desde el colonialismo portugués, y por otro, desde la
discriminación hacia los ciudadanos de origen indio. La novela no se huelga en el tema
de los colonos portugueses, sino que se centra en los problemas más modernos e
inmediatos, como la eventual guerra. Pero no por eso deja de mencionar las
consecuencias del colonialismo portugués que, como en cualquier otra colonia europea
en África, creó dos tipos de ciudadanos, el blanco privilegiado y señor de tierras y
riquezas, y el negro infantilizado y eterno sirviente de aquél. Esta servidumbre se revela
en las relaciones que tiene la figura del portugués Romao Pinto con el administrador y
con otros personajes (cfr. pp. 142-144). Pero lo más grave es que a veces este colono se
siente con derecho a poseer las vidas de los negros. Así se revela cuando viola
sexualmente a Farida:

Rodillas en el pecho, ella se pequeñizaba. Fuera, la afabilidad de la luna no hacía


sospechar cuánto odio fermentaba en aquella habitación. Los ángeles demoraban, Romão ganaba
ventaja. En su aflicción ella se preguntaba: «¿Y qué pasa con Dios? ¿Por qué tarda tanto?».
Cesó de esperar y se levantó de un salto, evadida, quitando el cuerpo del alcance de las
babas de Romão. Sorprendido, el portugués atrancó la voz en los dientes, soplando amenazas.
Memorias antiguas de la raza le avisaron: mejor sería dejarse, sin tentación ni intención. El
portugués se agigantó, abusando de ella enteramente. Transpiraba inmensos sudores. Romão
surgía cada vez más pegajoso, coloso como un sapo. Aquel sudor le surgió como si fuese la
prueba: aquel hombre era un extranjero, retirado de su mundo. En su tierra ahorraría sudores
haciendo el amor. Pero estaba alejado como un sapo alejado de su charco. Y como un sapo se
durmió en sus brazos, roncando. Empujó el peso de aquel cuerpo como quien aparta una culpa
(Couto: 76-77).

O cuando mantiene una aventura con otra mujer (mulata) a la que obliga a
conspirar contra su marido (cfr. Couto: 147). Por otro lado, la discriminación hacia los
indios se ejerce por parte de los negros. Es representativa la figura de Surendra, un
indio, buen amigo de Kindzu, que comercializa en Mozambique, pero que tiene que
enfrentarse a varias dificultades debido a que los locales no acaban de aceptarle. Pero la
situación de Surendra parece estar extendida como una idea tumoral en el pensamiento
colectivo de la sociedad: no les gustan los indios. Uno de los episodios más
representativos de esta idea está en el discurso del exsecretario del administrador,
Assane:

Volvimos a la casa y de nuevo se trasegaron copas. Assane sobrepasaba el riesgo. Volví


a preguntar por Surendra, el tiempo ya estaba muy avanzado. Surendra, respondió Assane, ha
ido a hacer una embajada, en seguida vuelve. Noté una sombra en su respuesta.
—A ese moñé cabrón aún le joden antes de que yo saque ventaja de mi negocio…
Quise entender mejor lo que decía. Se extendió en la silla y me recordó el día de la
oficial política del gobierno. No había racismo, ninguna discriminación. Había incluso ministros
indios. A pesar de todo, había aquellos que estaban descontentos. Querían cerrarles la puerta a
los asiáticos, autorizar el acceso al comercio tan sólo a los negros. Assane deshiló politicadas,
dejé de escucharle. Surendra ya me había hablado de ese peligro. Pagaría por todos los de su
raza, por los errores y por la ambición de los demás indios. Sería necesario esperar siglos para
que cada hombre fuese visto sin el peso de su raza. Assane proseguía, dando la tabarra:
—No es sólo el indio el que lo va a pasar mal Cuídate tú también. Has venido de fuera,
eres un tribal, nadie conoce tu motivo de viaje. Ya te lo tengo dicho, aquel día en la playa. Eres
testarudo, no te quejes después… (Couto: 112-113).

En conclusión, la novela es una crítica a diferentes situaciones que promueven el


desorden, el caos, y facilitan la guerra, la destrucción. La mayoría de estas situaciones
son de origen endógeno; de una difícil adaptación de la cultura al nuevo orden social y
político, pero sin dejar de reconocer la implicación directa de las causas exógenas. Por
ejemplo, es de extrema gravedad el hecho de que Mozambique no consiguiera su
independencia de Portugal hasta la fecha tardía del 25 de junio de 1975, y en
circunstancias bélicas, lo cual fue una antesala a otra guerra civil después de la
independencia. Ya lo hemos dicho antes, pero también se dejan notar otros temas, como
la evasión física, la migración, la constante presencia de la muerte, que incluso se llega
a normalizar entre las personas. Esto sugiere el continuum vida y muerte (que me hace
pensar en Pedro Páramo). En cuanto a los recursos retóricos y diegéticos de Couto,
podríamos decir que es algo muy general en la literatura poscolonial africana el recurso
a los elemento mágicos y fantásticos, pues África misma es magia. No necesita recurrir
al surrealismo europeo ni al realismo mágico hispanoamericano. Pero he de reconocer
que mi formación en Filología Hispánica y mi reciente encuentro con estos autores del
boom condicionan de alguna manera mi horizonte crítico-literario.

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