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Afiliado a la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Salesiana – Roma

Incorporado a la Secretaría de Innovación Ciencia y Tecnología del Estado de Jalisco


RVOE ESLI20111449 del 03 de octubre de 2011

Instituto Superior Salesiano


Licenciatura en Teología

Pentateuco y Libros Históricos


«Vocación de Abraham.
Una tarea de discernir la llamada de Dios»

Carlos Pérez Morales

Profesor: Rev. P. Rafael Vicent, SDB

Tlaquepaque, Jalisco, México


25 de marzo de 2021
“Con Abraham, Dios interviene menos y en modo más discreto,
dejando el campo al discernimiento, a la libertad y
a la fragilidad de las personas”
-Rafael Vicent, SDB

En este breve trabajo, tengo la intención de abordar el relato que nos presenta el libro del
Génesis en su capítulo 12, donde se narra la vocación de Abraham. Quisiéramos focalizar la
relación que se da entre la gracia de la vocación (sentido descendente) y la tarea de discernir
(sentido ascendente), que vivió intensamente Abraham para tomar la decisión de dejar su patria y
salir al improviso, sin tener más seguridad que la promesa de Dios.
En un primer momento abordaremos la vocación como una forma de relación dialogal para
después, apoyados por el relato de la vocación de Abraham, analizar y enlistar los momentos de
crecimiento vocacional y la comunicación que existía con Dios para poder cumplir su voluntad.

En la historia de la salvación, Dios se revela por la Palabra. Por medio de ella, «Dios no
solo comunica algo de sí, algo que está implícito en toda palabra, sino que pide algo a alguien, al
que llama, manda, promete, juzga»1. Mediante el canal de su Palabra, Dios se va a dirigir al ser
humano para llamarlo, hacerle una propuesta y esperar la respuesta libre del que ha sido llamado.
Si recordamos un poco, la raíz de la palabra vocación, nos remite a la voz latina «vocare»2
que nos ayuda a comprender la fuerza de esta Palabra en la propia historia de la salvación. Vocare
es entendido con el significado de llamar, invitar y, finalmente, adjudicar un nombre a una persona.
En este sentido, Dios dirige su llamada al ser humano, lo invita a una relación interpersonal y le
impone un nombre, con lo que le genera una nueva identidad y configura la existencia de la
persona, otorgándole la gracia de la vocación fundamental: el ser hijo de Dios. Así veremos que la
vocación será siempre gracia de Dios. Sin importar las fallas que pudiera tener el hombre, siempre
permanece inalterado el llamado de Dios, que se revela y dirige su mirada hacia la persona, quien
no puede sino acoger, discernir y responder, asumiendo su tarea de colaborar con la gracia de la
vocación recibida.
Dios, que se revela en la experiencia vocacional, le mostrará al hombre desde su bondad
infinita, que su Palabra se acerca a la fragilidad humana. Incluso en la Sagrada Escritura, el
proyecto de la “llamada” revela y confirma la capacidad de la persona para acoger la llamada de
Dios; así lo experimentó Abraham, al momento de ser escogido y llamado para salir «de su tierra,
y de su patria, y de la casa de su padre, a la tierra que Yo te mostraré» (Génesis 12,1). En este
relato podemos confirmar que, por su Palabra, Dios dirige una llamada al hombre, en este caso,
personificado por Abraham, pero, no se trata de cualquier llamada, sino que en Abraham
encontramos una Alianza, prototipo de relación entre Dios y el hombre.
Ordinariamente en los relatos vocacionales que nos presenta la Sagrada Escritura, Dios
toma el papel principal, Él es el protagonista. En el caso de Abraham, Dios deja que sea él quien
tome el papel protagónico para “dejar el campo al discernimiento, a la libertad y a la fragilidad de
las personas”3 y así mostrar que la respuesta humana a la llamada divina es posibilitada por la fe.
Ahora bien, hemos enunciado que la llamada que Dios le hace al hombre, es plenamente
un diálogo, donde interviene la voz del que llama y la respuesta del llamado; hemos de reconocer

1
Carlo María Martini, La vocación en la Biblia. De la vocación bautismal a la vocación presbiteral (Madrid: Sociedad
de Educación Atenas, 1997), 20.
2
Lothar Coenen, “Llamada”, en Diccionario teológico del Nuevo Testamento 3, dir. Mario Sala y Araceli Herrera
(Salamanca: Sígueme, 1993), 9-15.
3
Rafael Vicent, Apuntes de clase “Pentateuco y libros Historicos”, México, 2021
que esta capacidad para acoger la llamada divina es una cualidad que solo los hombres de fe,
pueden realizar. A este respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica recuerda que: «porque ha sido
creado a su imagen y semejanza, el hombre tiene capacidad de conocer y acoger la revelación de
Dios»4.
Además de ver la firme respuesta de Abraham, en esta relación dialogal que tiene con Dios,
nos queda claro, que únicamente por la fe, que marca fuertemente la vida de Abraham, es que se
puede responder a un proyecto de tal magnitud: consideremos que era un hombre mayor, de unos
75 años, no tenia hijos o descendencia, y por el relato que se nos presenta, demuestra un arraigo
grande a su familia y todo lo que ello implicaba. Ya lo elogiaba san Pablo en su epístola a los
Gálatas: «Ahí está el ejemplo de Abraham: creyó a Dios y ello le fue tenido en cuenta para alcanzar
la salvación» (Gál 3, 6). Él es modelo de «Una fe que resiste a las pruebas y tentaciones» (Heb 11,
17-19) presentes en toda vida humana.

En la historia vocacional de Abraham, podemos encontrar cuatro momentos clave que


marcan el llamado de Dios y la respuesta generosa del hombre de fe. Estos cuatro momentos son:
1º El Señor dijo a Abram: «Sal de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que
te mostraré. 2º Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre y serás una
bendición para todos los pueblos. 3º Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te
maldigan, y en ti serán benditas todas las familias de la tierra. 4º Abraham marchó, como le había
dicho el Señor, y con él marchó Lot.
Por estas promesas y la fe que marcaba la vida de Abraham, nuestro “padre en la fe”, es
que la relación dialogal que inició en la llamada, se convierte en un dialogo personal (yo – tú) que
después incluirá a todos (yo – tú – ellos)5, y que se convertirá en una bendición provechosa no solo
para los que en ese momento participaban en la relación del pueblo, sino que se hará extensiva a
todos los pueblos, en todos los tiempos.

Teniendo en cuenta estos elementos, podemos considerar que la experiencia de Abraham


como llamada, demuestra que, por su Palabra, Dios dirige una llamada al hombre. En este sentido,
la Palabra Divina va a ser un medio, que posibilita que Abraham desde su realidad histórica: tierra,
parientes, casa de su padre (Gn 12,1), pueda responder de una manera libre, pues la invitación de
Dios será «una elección que no otorga honores o títulos de gloria, sino que comporta exigencias:
dejar... y marchar»6, Él «es un hombre que se siente puro y simplemente alcanzado por Dios en su
identidad para iniciar una historia»7. Es decir, llamado por Dios, en su realidad concreta y con un
objetivo, que específicamente está relacionado con una tierra y un pueblo. Sin pretensiones de
nada más que aceptar y obedecer la voluntad de Dios, pero siempre poniendo el discernimiento
como un recurso inagotable para cada paso que el Señor Dios le proponía. Volvemos a recalcar: si
Abraham decidía quedarse, no pasaba nada, y Dios respetaría su decisión pero al aceptar el riesgo
de salir, se le abren horizontes insospechados que dejan al descubierto que «Ya desde el principio
este acontecimiento vocacional manifiesta la relación entre singularidad y universalidad que hay
siempre en toda vocación»8.

4
Catecismo de la Iglesia Católica. Catecismo de la Iglesia Católica: Compendio (Madrid: Asociación de Editores del
Catecismo, 2005) n. 36.
5
Cf Rafael Vicent, Apuntes de clase “Pentateuco y libros Históricos”, México, 2021, pag. 37.
6
Ibid, 38.
7
Martini, 46
8
Ibid., 48.

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