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En este breve trabajo, tengo la intención de abordar el relato que nos presenta el libro del
Génesis en su capítulo 12, donde se narra la vocación de Abraham. Quisiéramos focalizar la
relación que se da entre la gracia de la vocación (sentido descendente) y la tarea de discernir
(sentido ascendente), que vivió intensamente Abraham para tomar la decisión de dejar su patria y
salir al improviso, sin tener más seguridad que la promesa de Dios.
En un primer momento abordaremos la vocación como una forma de relación dialogal para
después, apoyados por el relato de la vocación de Abraham, analizar y enlistar los momentos de
crecimiento vocacional y la comunicación que existía con Dios para poder cumplir su voluntad.
En la historia de la salvación, Dios se revela por la Palabra. Por medio de ella, «Dios no
solo comunica algo de sí, algo que está implícito en toda palabra, sino que pide algo a alguien, al
que llama, manda, promete, juzga»1. Mediante el canal de su Palabra, Dios se va a dirigir al ser
humano para llamarlo, hacerle una propuesta y esperar la respuesta libre del que ha sido llamado.
Si recordamos un poco, la raíz de la palabra vocación, nos remite a la voz latina «vocare»2
que nos ayuda a comprender la fuerza de esta Palabra en la propia historia de la salvación. Vocare
es entendido con el significado de llamar, invitar y, finalmente, adjudicar un nombre a una persona.
En este sentido, Dios dirige su llamada al ser humano, lo invita a una relación interpersonal y le
impone un nombre, con lo que le genera una nueva identidad y configura la existencia de la
persona, otorgándole la gracia de la vocación fundamental: el ser hijo de Dios. Así veremos que la
vocación será siempre gracia de Dios. Sin importar las fallas que pudiera tener el hombre, siempre
permanece inalterado el llamado de Dios, que se revela y dirige su mirada hacia la persona, quien
no puede sino acoger, discernir y responder, asumiendo su tarea de colaborar con la gracia de la
vocación recibida.
Dios, que se revela en la experiencia vocacional, le mostrará al hombre desde su bondad
infinita, que su Palabra se acerca a la fragilidad humana. Incluso en la Sagrada Escritura, el
proyecto de la “llamada” revela y confirma la capacidad de la persona para acoger la llamada de
Dios; así lo experimentó Abraham, al momento de ser escogido y llamado para salir «de su tierra,
y de su patria, y de la casa de su padre, a la tierra que Yo te mostraré» (Génesis 12,1). En este
relato podemos confirmar que, por su Palabra, Dios dirige una llamada al hombre, en este caso,
personificado por Abraham, pero, no se trata de cualquier llamada, sino que en Abraham
encontramos una Alianza, prototipo de relación entre Dios y el hombre.
Ordinariamente en los relatos vocacionales que nos presenta la Sagrada Escritura, Dios
toma el papel principal, Él es el protagonista. En el caso de Abraham, Dios deja que sea él quien
tome el papel protagónico para “dejar el campo al discernimiento, a la libertad y a la fragilidad de
las personas”3 y así mostrar que la respuesta humana a la llamada divina es posibilitada por la fe.
Ahora bien, hemos enunciado que la llamada que Dios le hace al hombre, es plenamente
un diálogo, donde interviene la voz del que llama y la respuesta del llamado; hemos de reconocer
1
Carlo María Martini, La vocación en la Biblia. De la vocación bautismal a la vocación presbiteral (Madrid: Sociedad
de Educación Atenas, 1997), 20.
2
Lothar Coenen, “Llamada”, en Diccionario teológico del Nuevo Testamento 3, dir. Mario Sala y Araceli Herrera
(Salamanca: Sígueme, 1993), 9-15.
3
Rafael Vicent, Apuntes de clase “Pentateuco y libros Historicos”, México, 2021
que esta capacidad para acoger la llamada divina es una cualidad que solo los hombres de fe,
pueden realizar. A este respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica recuerda que: «porque ha sido
creado a su imagen y semejanza, el hombre tiene capacidad de conocer y acoger la revelación de
Dios»4.
Además de ver la firme respuesta de Abraham, en esta relación dialogal que tiene con Dios,
nos queda claro, que únicamente por la fe, que marca fuertemente la vida de Abraham, es que se
puede responder a un proyecto de tal magnitud: consideremos que era un hombre mayor, de unos
75 años, no tenia hijos o descendencia, y por el relato que se nos presenta, demuestra un arraigo
grande a su familia y todo lo que ello implicaba. Ya lo elogiaba san Pablo en su epístola a los
Gálatas: «Ahí está el ejemplo de Abraham: creyó a Dios y ello le fue tenido en cuenta para alcanzar
la salvación» (Gál 3, 6). Él es modelo de «Una fe que resiste a las pruebas y tentaciones» (Heb 11,
17-19) presentes en toda vida humana.
4
Catecismo de la Iglesia Católica. Catecismo de la Iglesia Católica: Compendio (Madrid: Asociación de Editores del
Catecismo, 2005) n. 36.
5
Cf Rafael Vicent, Apuntes de clase “Pentateuco y libros Históricos”, México, 2021, pag. 37.
6
Ibid, 38.
7
Martini, 46
8
Ibid., 48.