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moe or ee Los Breviarios del FONDO DE CULTURA ECONOMICA constituyen la base de una biblioteca que lleva Ia uni Versidad al hogar. poniendo al alcance del hombre o la mujer no especializados los grandes temas del conoci: miento moderno. Redactados por especialistas de cré dito universal, cada uno de estos Breviarios es un tra. tado sumario y completo sobre la materia que anuncia su titulo: en su conjunto. cuidadosamente planeado, forman esa biblioteca de consulta y orientacién que la cultura de nuestro tiempo hace indispensable. —— ARTE @ LITERATURA @ RELIGION Y FILOSOFIA HISTORIA @ PSICOLOGIA Y CIENCIAS SOCIALES: CIENCIA Y TECNICA Pierre Mannoni @ EL MIEDO : PIERRE MANNONI os ea CRE MIARIO @ Fondo de Cultura Economic 377 i | | HEUTE BREVIARIOS del Fonpbo DE CuL ae ECONOMICA 377 EL MIEDO Sa a ar BP a a a a a a ak EL MIEDO por PIERRE MANNONI Traduccién de Marcos Lara FONDO DE CULTURA ECONOMICA MEXICO PBUH HUE RUERUEREEE Ree Primera edicion en francés, 1982 Primera edicion en espafiol, 1984 I INTRODUCCION Era fama que un tal Pierre du Terrail, caballero francés, seior de Bayard, no conocia el miedo. Y como él, se sabe de algunos otros. Pero para quien no haya sido tallado seguin el modelo de este vale- roso stibdito de Luis XII y de Francisco I, o de quien se le asemejase, la emocién del miedo ha sido y es una experiencia corriente. Tan es asi que, segtin Tito Livio, los romanos, a imitacién de los griegos, les consagraron santuarios especiales a dos divinidades: Palor y Pavor,! a quienes les atri- bufan no sin raz6n la responsabilidad de las derro- tas militares. Y efectivamente, la desbandada de los | ejércitos produce la impresién de que una horda de demonios recorre el campo de batalla, atra- pando a los que huyen despavoridos. Es asi que los antiguos consideraban aliados eficaces a estas divi nidades a la vez que adversarios temibles, con los pete! que habia que congraciarse antes de emprender © 1982, Presses Universitaires de France, Paris cualquier campasia bélica. Pero seria falso circuns- Coleccién Que sais.e? cribir el miedo solamente al mbito guerrero, por Se més que encuentre en él un campo particular mente propicio para desarrollarse. En esto coinci- dimos plenamente con J. Delumeau cuando inicio su reciente antologia sobre el miedo con un capi- 2 D. R. © 1984, Fonpo pe CuLTura Economica ) uM : i Av. de la Universidad, 975; 03100 México, D. F. tulo dedicado a su omnipresencia. I 1496-8 + Nuevas figuraciones que remplazaron a los dioses griegos Serer Deimos (el Temor) y Fobos (el Miedo). } * La peur en Occident, Paris, Fayard, 1978, pp. 31-74. 7 Impreso en México 8 INTRODUCCION Es incuestionable que, se mire donde se mire, siempre aparece el miedo 0 se adivina su proximi- dad. Se lo ha relacionado con lo lejano y con lo cercano, con lo nuevo y con lo antiguo, se lo ha visto habitar en el seno de las olas y en el centro mismo de las nubes, aparecerse en los bosques y las selvas, poblar las tinieblas, aunque tampoco evita la luz del dia. No hay lugar ni época donde no se lo encuentre, a veces de manera discreta, a veces aco- sadora. Pero mas alla de esta presencia generali- zada, es en rigor en el propio coraz6n del hombre, © mejor en su espiritu, donde se halla su verdadera morada, desde la que ejerce su pleno poderio. Por cierto que tampoco los animales lo desconocen, pero lo que ellos puedan experimentar esta lejos de asemejarse a lo que el hombre siente frente al miedo, ya que las destacables facultades humanas de representacién e imaginacién hacen del indivi- duo el principal artesano de sus propios terrores, a la vez que el propagandista de los que puedan per- turbar a otros. No s6lo la experiencia del miedo es universal, sino que comienza muy tempranamente. Cuando el nitio abandona la ilusion de omnipotencia, que los psicoanalistas han descrito como caracteristica de la primera infancia, descubre su debilidad y su vulnerabilidad ante el fracaso reiterado de sus de- seos; y con la repeticién de estos reveses, el temor se apodera del nifio para no abandonarlo jamas. Asi comienza el aprendizaje del miedo. Mas tarde, y a todo lo largo de la existencia individual, el miedo cambiara de-contenido y de grado, pero ee INTRODUCCION 9 sin desaparecer nunca por completo. En el mejor de los casos, es dable observar en el sujeto normal a manera de treguas, mas o menos prolongadas, entre dos manifestaciones de temor. Y aunque cada edad tiene sus emociones especificas y sus pesadillas particulares, ninguna etapa de la vida humana queda libre del miedo. Por lo demas, y dejando de verlo ahora como un asunto individual, privado, para dar libre curso a su naturaleza expansiva, el miedo puede conver- tirse en epidémico y alcanzar su maxima irradia- cién: penetra entonces en el conjunto del cuerpo social, donde es capaz de llegar a provocar el vér- tigo de un grupo o del pueblo entero. De tal modo, todos los hombres se han visto afectados por el miedo de alguna manera, en to- dos los lugares y en todos los tiempos: nada parece escapar a su imperio, lo que convierte a este fend- meno en uno de los componentes fundamentales de la existencia. Tal caracteristica justifica que una vez mas se plantee una cuestién que, aunque no es nada original, debe ser siempre reactualizada: en efecto, y tal como acabamos de sugerirlo, importa tomar en cuenta los diferentes aspectos que puede revestir el miedo, especialmente en funcién de lo que se podria denominar “el genio de una época”. La nuestra, que no escapa a esta regla, parece te- ner tendencia a un cierto exceso en esta materia. El miedo, por ser uno y multiple, por tener raices seculares aunque se lo vea en la extrema avanzada del progreso, reinventa constantemente sus desa- fios. Por eso no pretendemos darle un tratamiento ‘sodurea so sopor ua epuapnad ey & aonput Sou opueno ‘soungisos oparut ordoud jap anb uot 91 &| tepiajo e ‘ausuresiza1d “espreamba -epiqap | “UI epepne eun sensoul e11as oparut [ap sourume> } So] 40d ealsaox9 epua_yns oD .e/uese anb eX ‘pep “HOUWIA epor seAa ap ‘sand ‘sousrerery -o8son1 2p soiuaxa uvisa ou ‘oueusuen ered sopifo[9 Soumures sof ouros eurar {2 rue “anb outar> 10g “Opatur Jap so19a39 so} ajqisod O| ua seu exed opiqaouo> uey sazquioy soy anb Sorpauiay saiuaz2y1p so] ugisnfouo9 EI ua sowaieu “9801 ‘ouInIN 40g “oANDa[09 ouro> fenpuatput ouEjd [2 uo o1uer ‘oparur jap eBojoredootsd ey orqure> uo srepyoge aured epunsas e7 -wsBojoia ey & voturf eB ~ojoatsd vy “eBojo1styoo1sd Bap sourue> so sours sos [end of exed “feutzou opeaso fo 9 eDuanoa44 rokeur uo> uaoarede anb soy ‘sa1uati409 soparuu so} ap o1pmiso [e auaurea1}>adso sur epestpap wuviss aud eiouitid ey “1ere9u9 auodosd as o1qiy ouanb vad asa onb soadse soy ap sounsje uos sore y ‘a1qwuar ofirequia urs & serrurey pep {UIP kis v UOKEUNXoIde eIs>pou! LUN o19s Ue} soursseiuaiur ofj9 Jog “eopeaidsut esnur osnyout © oBeur 198 & eBay] opar (2 “e/Sojored vy ap sant So] sanbueay ou anb ap fer uoo 4 ‘sousrxoxed sns Ope] ap opuelap sand ‘opsazey ajqeasap eutas oseoe tu ‘orgdutoo 10d opatut ja .reanfuod ajqisod avared Sou ovodure.y sottosny! 1081 ua s9 of[9 anb soutoq -es anbiod ibe ojsenyeaa seinooud je oansneyxs OddIW Tad SALNATAAOD SO.LOAASY aLavd VaINIg NOTDONGOULNI or mo Peery) Cee Ce I. BREVES CONSIDERACIONES PSICOFISIOLOGICAS AL IcuAL que la alegria y la tristeza, la célera, el amor y el desagrado, el miedo forma parte de las emociones fundamentales. Como tal, se relaciona con dos registros que interacttian estrechamente: uno vinculado con la esfera afectivo-intelectual, el otro ligado al dominio de la biologia. Como conse- cuencia de ello, el miedo podria ser visto como un estado que resulta de la unién de una reaccién afectiva de intensidad variable con manifestacio- nes neurovegetativas mas 0 menos importantes; y | todo ello repercutiendo intensamente en los actos del sujeto. Los primeros teéricos de las emociones inaugu- raron un debate que versa sobre el problema de las relaciones existentes entre estos dos érdenes de hechos y la posible prioridad de uno sobre el otro. James y Lange suponian, contrariando la creencia ‘comunmente aceptada, que el sentimiento esta de- terminado por un comportamiento emotivo, o si se prefiere, que la percepcién de un estimulo pro- voca directamente una reaccién, independiente- mente de la apreciacién de la situacién por parte del intelecto. No se llora porque se esta triste, sino que se est triste porque se llora (W. James, 1890). Asimismo, la secuencia veo un lobo, tengo miedo, tiemblo, deberia enunciarse mas bien, segun el mis- mo autor, veo un lobo, tiemblo y por eso tengo miedo. 1 =a ef ee ee ee ek kk RE Gk Gk OE OE 14 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO Cannon y Bard, oponiéndose a la teoria de Ja- mes y Lange, consideraron que es necesario diso- ciar la experiencia emocional del comportamiento afectivo, ya que uno se encuentra situado bajo el control talamico y el otro es comandado por el hipotalamo (Cannon, 1929). Las numerosas investigaciones emprendidas para confirmar o refutar estas teorias, no han po- dido llegar a una conclusién favorable a una u otra. En cuanto a los trabajos mas recientes, ellos han seguido una orientacién sensiblemente dife- rente, influidas en especial por los descubrimien- tos realizados en neurologia cerebral, endocrino- logia y psicofisiologia. No entra dentro de nuestro propésito profundi- zar, y tampoco, a fortiori, resolver la cuestién, tanto mas que no es indispensable una respuesta (cual- quiera que sea) para comprender lo que es una emocion como el miedo. De lo que acaba de de- cirse retengamos, no obstante, la distincién que se establecié entre el trastorno afectivo y la pertur- bacin fisiolégica. Esta division es forzosamente artificial, pero presenta la ventaja de que favorece el anilisis, al permitir el reconocimiento de dos conjuntos de fenémenos que en realidad se inter- penetran profundamente y hasta cierto punto se confunden. NIVEL PSICOLOGICO En determinadas situaciones, el hombre se ve en- frentado a estimulos, objetos o representaciones MP Gk Gt Gk GP Be ea CONSIDERACIONES PSICOFISIOLOGICAS 15 mentales que él siente como amenazas. Y es justa- mente este reconocimiento de un peligro, real 0 imaginario, el que determina en el individuo un sentimiento de miedo. Su actitud puede variar entonces entre dos polaridades extremas y opuestas. Cuando tiene la impresién de que podra elimi- nar la amenaza mediante la fuerza (destruccién del objeto o del estimulo nociceptivo), el hombre, al igual que el animal, le hace frenté y pasa al ataque. Esta agresién de caracter defensivo encuentra su expresion tiltima en la furia, paroxismo compor- tamental de una célera animada por el miedo. La brutalidad que puede resultar de esta situacién efectiva sera tanto mayor cuanto més intenso haya sido el terror. Todos sabemos que las céleras de los asustados son mis explosivas en su aparicién, mAs violentas en sus manifestaciones y mds graves en sus consecuencias, que las de los individuos mas calmos. En este caso habria que hablar con mayor propiedad de una reaccién paradéjica, tomando en cuenta el hecho! de que el miedo se asocia por lo general con la huida o con la sumisién: la agre- sin puede volverse puramente ilusoria y el sujeto se bate wnicamente porque est4 amenazado. Lo mis frecuente es que ni siquiera tenga otra opcién posible, lo que justifica la expresion “batirse de espaldas contra la pared”. A la inversa, se puede no ver 0 no creer en la posibilidad de una resistencia a la amenaza. O se puede considerar que la huida representa una al- * Como se ve, muy discutible. SS oa Se eh 8 ot oe Bt Oo 16 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO ternativa preferible, y cuando ella es posible se la suele elegir a fin de evitar los riesgos de un com- bate siempre perjudicial. En ambos casos, el indi- viduo busca entonces escapar, evitar al adversario, ocultarse 0, si nada de esto es posible, someterse. Tal el comportamiento del miedo que podriamos calificar de “clasico”.? Y es casi siempre cuando la huida se ve obstaculizada natural o experimental- mente, cuando se ve aparecer la reaccién de furia agresiva, a menos que aparezca en su lugar todo un conjunto de perturbaciones de caracter patol6- gico de los que trataremos mas adelante. En suma, las dos actitudes de furia y de miedo tienden por igual a apartar al individuo de la si- tuacion peligrosa en la que se ve sumido, y le per- mite procurarse proteccion.’ Pero cualquiera que sea la alternativa, hay que subrayar la importante perturbacién subsiguiente del comportamiento. El Sujeto se ve obligado, bajo el imperio de su emo- cién, a interrumpir casi siempre brutalmente lo que esta haciendo y reaccionar muy rapido, sin tener tiempo casi nunca de organizar ni de coor- dinar adecuadamente sus movimientos. Cuanto mas apremiante es la amenaza, mas posibilidades hay de que aparezca una gesticulacién inadaptada y superflua 0, por el contrario, una inhibicién que no resulta nada practica. 2 En realidad, nada justifica que se considere a esta actitud ‘como mis clisica que la anterior; pero ella se ajusta mejor a la idea mas difundida sobre la reaccién propia del miedo. 3 Este papel protector que desemperia el miedo sera exami- nado en el capitulo IV. a CONSIDERACIONES PSICOFISIOLOGICAS 17 Esta perturbacién de la actividad va acompa- ada en el hombre, por lo comtin, de un angosta- miento importante del campo de sus facultades intelectuales y de su atencién ante la realidad. “Desde lo instintivo hasta lo espiritual, desde los reflejos a la accién, escribe G. Delpierre,* todo se deteriora bajo el influjo del miedo.” El individuo aterrorizado tiene acaparado su espiritu por el, pe- ligro y ya no es capaz de un juicio o un razona- miento coherente. Sus ideas se han vuelto vagas y desordenadas. Ya no es, practicamente, accesible a los anilisis discursivos ni a las argumentaciones de la logica. Por el contrario, produce la impresién de una regresién mas 0 menos profunda a niveles infrarracionales donde dominan pensamientos muy arcaicos. Algunos miedos (a la oscuridad, a los contactos sociales) son en gran parte, proba- blemente, reminiscencias de emociones arquetipi- cas, sedimentadas en el fondo de los seres por en- cima de las generaciones, o terrores infantiles que slo esperan la oportunidad de volver a manifes- tarse. En efecto, el psicoandlisis nos ha habituado a considerar a ciertos temores del adulto como re- ediciones de antiguas emociones: por ejemplo, se conoce el caso de familias que envuelven a sus nifios en tal sobreproteccién ansiosa, que se trans- forma en un verdadero condicionamiento para el miedo. Los padres, temerosos ellos mismos de ta- les 0 cuales objetos o situaciones, les transmiten pura y simplemente sus angustias a sus descen- * La peur et etre, Toulouse, Privat, 1974, p. 55. 18 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO dientes, tanto mas receptivos cuanto mas jévenes sean. No hay mucho que decir sobre la emocién- choque que se disipa al instante, casi siempre sin dejar huella perdurable. Provocada por un estimu- lo inesperado, cuya intensidad minima varia se- giin los individuos, tal emocién se caracteriza por la reaccién de sobresalto, bien conocida, y la casi suspension general de las funciones superio- res. Es lo que ocurre cuando se golpea una puerta detras del sujeto 0 cuando se lo toca sin que él lo espere. La emocién, asi como aparecié brusca- mente, desaparece en general con mucha rapidez, una vez que el estimulo quedé identificado y se disipé el elemento sorpresa. No ocurre lo mismo con lo que se podria denominar la situacién de miedo, Menos espectacular en su comienzo, su evolucion es mds lenta y su duracién de mayor importancia. Su caracteristica dominante es quiz el desbocamiento generalizado de la imaginacién, la cual, azuzada por el peligro, todavia no actual pero si esperado o temido, tiene tendencia a pro- ducir profusamente toda clase de representacio- nes mentales. Los elementos ansidgenos son numerosos en esta actividad seudoonirica y su im- portancia suele ser exagerada mucho mas de os li- mites de la realidad, cuando no son pura y simple- mente inventados. Los nifios que tienen miedo de la oscuridad, por ejemplo, son victimas con fre- cuencia de este fendmeno: seres espantables 0 ma- léficos se aprovechan de las sombras de la noche para tratar de introducirse en la habitacién. Para i | CONSIDERACIONES PSICOFISIOLOGICAS 19 tranquilizarse, esos nifios necesitan una presencia 0, a falta de ella, una luz que disipe los fantasmas. Sefialemos a este respecto que tal situacin puede convertirse en una buena ocasién para que el nifio utilice el miedo como un factor para extorsionar a su madre procurando prolongar su presencia, 0 para obtener alguin beneficio de una manera o de otra. Recordemos los desasosiegos del joven caba- lero de Chateaubriand. Sin explicarlo todo natu- ralmente, la soledad del muchacho en el siniestro torreén de Combourg,* dejé impresa probable- mente una profunda impronta en su obra. Lo imaginativo, por otra parte, tiene su légica, que no suele alimentarse de razonamientos. Por el contrario, es mas sensible a la desmesura y a las solicitaciones “de lo misterioso” y de “lo enigma- tico”, para emplear la expresién de R. Caillois.° En el plano psicolégico, el yo es invadido por descargas andrquicas de afectos. El equilibrio ti- mico resulta trastornado radicalmente. “Las ideas y los actos padecen un cambio profundo. La insuficiencia de la inhibicin tiene como conse- cuencia la excesiva labilidad de los procesos psi- quicos, el predominio del automatismo, el desen- cadenamiento de operaciones reflejas. De ahi el desajuste de la aptitud para actuar. Los actos se vuelven precipitados 0 incoherentes. La falta de inhibicién deja inertes a otros sujetos, pasivos, len- tos en sus reacciones, incapaces de iniciativa y de 5 Cf. Mémoires doutre-tombe, Paris, Gallimard, 1951 * La piewore. Essai sur la logique de Vimaginaire, Paris, Ed. de la Table Ronde, 1973, p. 228. 20 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO esfuerzo”, segin la descripcién realiz Delpierre. Por lo demas, ciertos elementos constitucionales y rasgos de la personalidad, predisponen al miedo © refuerzan sus efectos, especialmente entre los individuos que presentan un terreno favorable para su aparicién. Son hombres 0 mujeres que po- seen una constitucién fundamentalmente marcada por la hiperemotividad y la ansiedad. Sin em- bargo, como estas caracteristicas suponen un im- portante componente somatico y presentan ya un aspecto patolégico, completaremos mas adelante estas consideraciones. da por G. ASPECTOS FISIOLOGICOS DEL MIEDO. Todo el mundo conoce por experiencia propia las principales manifestaciones fisicas que acompatian al miedo. En lo fundamental, ellas siguen las vias dél sistema neurovegetativo, como ocurre con la mayoria de las emociones. :Quién no ha sentido en si mismo la aceleracién cardiaca, los sudores “frios”, la reaccién de sobresalto? Pero también son posibles otras expresiones fisiolégicas, aunque mas raras, cuando se sienten miedos ms intensos. Pueden consistir en temblores generalizados, pér- dida del habla, incluso un eclipse mas 0 menos prolongado de la conciencia. El explorador D. Li- vingstone experimenté uno de estos desajustes neurovegetativos. Sorprendido por un leon Op. cit p. 67 | | | Set eee ee eee ee eee CONSIDERACIONES PSICOFISIOLOGICAS 21 cuando transitaba por la sabana, fue agredido sal- vajemente por el animal. Relata en su testimonii El rugido del Je6n resonaba espantablemente en mis oidos. La fiera me sacudia como el fox-terrier sacude a una rata. El shock provocé en mi una especie de estupor paralizador, semejante al que puede experi- mentar un ratén entre los dientes de un gato. Incluso me provocé una especie de insensibilidad, y yo no sentia ni dolor ni miedo, por més que estaba perfec- tamente consciente. Me encontraba en el estado de un paciente que, bajo la accién del cloroformo, per- cibe todos los gestos del acto operatorio, pero no se da cuenta de la accién del bisturi. Este estado tan peculiar no era consecuencia de un proceso volunta- rio, sino el shock que aniquilaba toda sensacion de miedo, aun delante del leén. Este solo ejemplo podria bastar como demostra- cién. Pero los mecanismos fisiolégicos que el mie- do desencadena son mucho més variados y asi, en lugar de la inhibicién total que acabamos de ver, puede generarse un comportamiento motor com- plejo, como pasar al ataque o huir, a los que ya nos hemos referido. Las reacciones autonémicas que entran en juego son capaces de afectar a todos los aparatos del organismo, ya sea acelerando las fun- ciones habituales de la estructura correspondiente ya, por el contrario, retardandola. La doble iner- vacién, simpatica y parasimpatica, de cada érgano, permite la aparicién de posibles desequilibrios a * Seguin B. Disertori y M. Piazza, La psychiatrie sociale, Paris, ESF, 1975, p. 30. eee eee a a a a 22 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO partir de las perturbaciones de la sinergia funcio- nal que existe en estado normal (es decir, sin to- mar en cuenta excitaciones violentas) entre los dos sistemas. Es dable asi observar, segiin el inventario que propone J. M. R. Delgado,® diversas variantes: a nivel de la epidermis (mas precisamente la modi- ficacion de la resistencia de la piel, de la tempera- tura, de las reacciones vaso-motoras, la horripila- cién, que sin ser especificas o fundamentales, acomparian a la mayoria de las emociones); a nivel del sistema cardiovascular (taqui o bradicardia), respiratorio (apnea, disnea, hipernea), gastrointes- tinal (secreciones y reacciones vasomotoras) 0 también genitourinario (modificacién de la diure- sis o del ciclo menstrual en ritmo y volumen). También se puede observar alteraciones a nivel de los 6rganos sensoriales especificos (la reaccién pu- pilar, por ejemplo), o también de los musculos es- queléticos (tension, temblor). Estas reacciones son provocadas por secreciones humorales antag6ni- cas de epinefrina (adrenalina) 0 de acetilcolina, que activan, ya al sistema simpatico, ya al pa- asimpatico. La elaboracién cerebral de este con- junto reaccional se basa en la activacién de ciertas estructuras de la region diencéfalo-mesencefalica, especialmente el hipotalamo. Las recientes investi- gaciones emprendidas en esta materia no han permitido determinar atin con exactitud los cen- tros que intervienen. Se sospecha que un grupo de neuronas, que probablemente pertenecen entre otros a los nicleos amigdaliano, talamicos, a los de ® L'émotivité, Paris, Masson, 1975, p. 19 y ss. pew e-qsw wwe ww re UU CONSIDERACIONES PSICOFISIOLOGICAS 23 la formacién reticulada, desempefian un papel de- terminante en las reacciones emocionales. Pero todavia es dificil afirmar si estas reacciones son la causa 0 la consecuencia de la conmocién emo- cional. Comoquiera que sea, es manifiesto que el miedo, al igual que las demés emociones, tiene efectos fisiolégicos variados segiin los individuos y las circunstancias. Incluso pueden observarse reac- clones opuestas en la misma persona frente a un mismo factor desencadenante. Esta variabilidad de la sensibilidad se explica en gran parte, tal como ya lo dejamos indicado, por la constitucién emotiva de los sujetos. En general, és- tos presentan una exageracién de las manifesta- ciones somaticas que acompanan a las emociones. Tambien se puede registrar en los hiperemotivos, tal como lo hace L. Michaux,'® “un eretismo del sistema neurovegetativo que comanda un sindrome permanente, que se puede comprobar hasta cuando falta toda emocién: vivacidad de los reflejos tendi- Nosos, cutaneos y pupilares; hiperestesia sensitiva y sensorial, exageracion de las reacciones vasomo- toras (palidez, congestién facial, transpiracién), tendencia a los espasmos, taquicardia, perturba- ciones de la alocucién”. Es facil prever lo que ocu- tre cuando aparece una emoci6n, sobre todo} si es inopinada: ésta “desencadena el acceso emotivo caracterizado por el temblor generalizado, la agi- tacion muscular, la congestion facial, la aceleracién del pulso, las perturbaciones de la palabra, los '° Les phobies, Paris, Hachette, 1968, p. 139. 24 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO trastornos digestivos y urinarios, a veces el de- sorden en las ideas”. Agreguemos que las manifestaciones emociona- les sufren la influencia, ademas, de los patterns cul- turales de comportamiento y se ven determinadas por la civilizacion y la educacion. Es asi como cier- tos pueblos, especialmente los orientales, les ense- fan a sus nifios la impasibilidad ante el dolor 0 ante el miedo; y otros, como los anglosajones, pro- curan inculcarles el dominio de sus sentimientos, el famoso self-control. Pero el miedo-emocién no es todo el miedo, y éste no puede reducirse a las perturbaciones afectivo-comportamentales que acabamos de des- cribir. Por eso procuraremos captarlo ahora a tra- vés de la movilidad de sus formas y la diversidad de sus manifestaciones, segan que prefiera los ca- minos de la realidad o las fantasias de lo imagi- nario. 1 Id, ibid, en TY ee ee II. LOS ROSTROS DEL MIEDO Los MIEDOS NATURALES Si peyamos de lado el hipotético traumatismo del nacimiento, del cual algunos! quieren hacer el prototipo de todas las angustias futuras ~angustias que no pueden ser consideradas, en rigor, como miedos-, los primeros miedos verdaderos del indi- viduo tienen que ver con el desarrollo de su uni verso perceptivo. Se sabe que éste no se constituye de inmediato, sino que s6lo poco a poco el bebé se va haciendo receptivo a los estimulos sensoriales. Un gran ntimero de observaciones han establecido que los aparatos sensitivos del recién nacido se en- contraban protegidos contra estas excitaciones por un umbral elevado. Es lo que confirma especial- mente R. Spitz,? quien considera que durante las primeras semanas de vida, el bebé esta a cubierto de los estimulos del contorno. Y éstos “no seran percibidos -precisa el autor- hasta que su intensi- dad no legue a sobrepasar el umbral protector. Entonces esos estimulos envuelven al recién nacido, rompiendo la quietud en que se encontraba, y ante ello manifestara violentamente su desa- grado”. En este momento el miedo hace su en- trada en el mundo del nijio. "©. Rank, Le traumatisme de la naissance, Paris, Payot, 1976. ® De la naissance a la parole, Paris, Pur, 1973, p. 28. On Se eaeaggag 26 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO Con esos estados tensionales de los primeros tiempos, y los fendmenos de descarga que los acompanian (gritos, lantos, gesticulaciones) vincu- lados a sobreestimulaciones 0 sensaciones desa- gradables, se combinan pronto ~alrededor del octavo mes~ reacciones de desagrado ante determi- nadas situaciones donde la afectividad desempefia un papel de importancia. El objeto libidinal, la ma- dre, ha quedado por entonces constituida e identi- ficada, y el nifio exterioriza su angustia cuando ese objeto lo abandona, sobre todo si en su lugar apa- rece un extrario. La proximidad de éste decep- ciona el deseo del bebé que esperaba a su madre, y reactiva su miedo de ser abandonado. Al Yo in- existente del comienzo de la vida le ha sucedido un Yo estructurado, que rompe con la etapa de indi- ferenciacién libidinal anterior, y se vuelve capaz de constituir relaciones objetales estables con un polo privilegiado. La pérdida de este primer objeto se vive entonces como una amenaza narcisista di: recta, que a veces reviste el caracter de un impor- tante traumatismo afectivo. Incluso éste puede conducir, en los casos mas graves, al sindrome de hospitalismo escrito por R. Spitz * como una ca- quexia dramatica. Pero el miedo a la pérdida del objeto y a lo desconocido, que aparecieron con los rudimentos del Yo, seran pronto ampliamente so- brepasados. Pero importa sefialar la instalacién de estos miedos originales en esta etapa fundamental del desarrollo genético, porque toda la elaboracién futura del Yo, la manera como éste se estructurara 8 Op. cit, p. 214. oe A ea LOS ROSTROS DEL MIEDO 27 y organizara, va a depender en buena parte de cémo hayan sido dominados los estimulos, tanto propioceptivos como exteroceptivos, y asimismo de como se haya superado esta primera crisis de angustia: el miedo a la separacion, que la consti- tuye en lo fundamental, es practicamente -seria- lemos desde ya- el primer miedo verdadero del nifio en el sentido sentimental del término. Es facil imaginar que sera seguido de muchos otros, que ofreceran, tal como lo sefiala L. B. Ames,‘ un as- pecto particular en funcién de la edad. Hacia los dos arios y medio o tres arios, suele aparecer el miedo a la oscuridad, que se prolon- gard hasta los cinco afios o atin mas. No hay casi discriminaci6n intersexual a este respecto, y tanto las nifias como los varones temen en su habitacién en sucama la presencia de animales feroces 0, un poco mis tarde, de fantasmas o ladrones escondi- dos en los armarios o detras de los cortinados. Los rituales para hacer dormir (presencia de la madre, cantos, acunamiento), las actividades preparato- rias al suefio (succién del pulgar, caricias en la me- jilla o en la oreja, manipulacién de una mecha de cabellos), y el agarrarse a objetos o animales de peluche, tienen un valor de practicas conjuratorias contra la oscuridad: tranquilizan, comunican se- guridad. A pesar de ello, el descanso nocturno puede verse perturbado o interrumpido por pesa- dillas o terrores nocturnos, que delatan la persis- * “Sleep and dreams in childhood”, en Problems of sleep dream in children, 6-29, Ed. por E. Harms, Publ. Pergamon Press, 1964. 28 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO tencia en el inconsciente del nifio de aprehen- siones relacionadas con un conflicto interno no resuelto. Estos fendmenos se observan sobre todo en la fase prepubertaria, pero se prolongan en casos mas raros hasta la llegada de la adolescencia. Sobre esta cuestién del miedo a las tinieblas es quiza facil pasar de la psicologia individual a la mentalidad colectiva. Efectivamente, todos los grupos humanos han hecho la experiencia de que la noche es inquietante, y esto desde los tiempos mas antiguos. Pensemos en el terror que debia provocar en los hombres de las primeras edades la caida del sol, acurrucados unos con otros en el fondo de alguna gruta, ciegos durante largas ho- ras a los peligros ambientales y la proximidad de las fieras. Es decir, que las tinieblas pueden ocultar peligros reales, cuyo lugar es ocupado por los te- rrores nocturnos recién mencionados, subjetivi- zando los riesgos. Tanto en un caso como en otro, se trata de un miedo en la oscuridad, que se trans- forma poco a poco en miedo a la oscuridad, segan la diferenciaci6n establecida por J. Delumeau,’ si- guiendo a J. Boutonier. “Estos miedos que retor- nan cada noche han sensibilizado a la humanidad y le ensefiaron a temer las celadas de la noche”, escribe este autor.* Y si el hombre se siente hasta tal punto desam- parado en la oscuridad, ello se debe al parecer, a la accién conjugada de dos factores. Por un lado, el ser humano adquirié en el curso de la filogénesis, ® La peur en Occident, op. cit, pp. 89-90. © Id., ibid. Be eee eee LOS ROSTROS DEL MIEDO 29 una vision estereoscépica muy aguzada, en detri- mento de otras funciones sensoriales. Asi, mien- tras que para la mayoria de los mamiferos, el oido © el olfato (sin hablar de los érganos que emiten ultrasonidos, verdaderos sonares de los murciéla- 80s 0 los delfines) sustituyen a una vision nocturna claudicante, el hombre se ve desprovisto de tales instrumentos. Por otra parte, la naturaleza lo ha dotado de una poderosa imaginacién, que es la fuente de su actividad creadora y de sus produc- Clones estéticas y técnicas. Pero esta elaboracion imaginativa tiene el defecto de sus propias virtu- des, como lo dejamos indicado antes. La sombra que se extiende en el crepuiscullo. Se le hace propi- cia al hombre para dejar libre curso a sus fantasias Este es, precisamente, el rasgo que destaca Victor Hugo cuando habla del creptisculo: El momento en que flotan en el aire los sonidos con- fusos que la sombra exagera. Pero las representaciones a que da lugar la no- che superan lo que dice de ellas el poeta. Ni si quiera hace falta un sustrato perceptive determi. nado, pues el espiritu encuentra en si mismo re. Cursos suficientes, y las ficciones que es capaz de engendrar no se basan necesariamente en lo real, Es asi como cobran vida todas las criaturas sobre. naturales y fantasticas, concebidas por seres a quienes la noche extravia; y hablaremos de ellos en 1a segunda parte de este mismo capitulo. Mientras tanto, mencionemos también la curiosa 30 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO elaboracién que ha provocado el declinar del dia, y que no ha podido ser eliminada por completo a pesar de su cardcter irracional y de lo que nos muestra la experiencia cotidiana: la angustia de que el sol no vuelva a aparecer, o de que la oscuri- dad que llega no sea borrada nunca mas por la aurora. Este miedo supersticioso atormenté a pueblos enteros (por ejemplo, a los aztecas), y acaso es legitimo ver en ello un testimonio de las emociones del alma ante lo que considera una an- ticipacion de la muerte. Los mitos, por otra parte, parecen confirmar este punto de vista, pues se los ve recurrir con regularidad al mismo universo te- nebroso para ilustrar los mundos infernales y los reinos finebres. ¢Como no vincular estas fabula- ciones colcctivas con las espantables experiencias arcaicas de una sombra que retornaba cada dia con el empecinamiento de una maldici6n? Pero la noche, entre los fenémenos naturales, no es, el tinico mensajero del miedo. Las manifes- taciones celestes, hasta las més triviales, aportan también su contribucién, especialmente en tiem- pos en que la ciencia y la técnica no habjan alcan- zado todavia un desarrollo suficiente y cuando los espiritus eran particularmente receptivos a las in- terpretaciones magicas y supersticiosas. El hom- bre, incapaz de explicar, y por consiguiente de comprender, lo que eran realmente los fenémenos naturales originados en el firmamento, no podia menos que temer espontaneamente aquello cuya potencia a veces.devastadora habia experimen- tado. Es comprensible que en esas épocas de igno- eee eee eae LOS ROSTROS DEL MIEDO 31 rancia, las tempestades, las caidas de nieve y gra- nizo, los tornados que se abaten de tanto en tanto sobre los cultivos y las habitaciones, provocando graves trastornos, hayan sido muy temidos. Ni qué decir los temblores de tierra o las tempestades ma- rinas. Enfrentado a los peligros de los sismos 0 del océano furioso, el hombre hace la dramatica com- probacién de su impotencia. No tiene cémo en- frentar ni los sacudimientos teluricos ni el pavo- roso romper de las olas, y s6lo le resta entregarse a estas fuerzas de las que se siente un ridiculo ju- guete. Queda entonces enteramente dominado por el miedo. A estos fenémenos, naturalmente temibles, se agregan otros que, sean 0 no consecuencia de los primeros, resultan igualmente espantables. Por ejemplo, los incendios, las crecidas de los rios y las inundaciones, las sequias ardientes y prolongadas. Estas catastrofes, que ahora pueden ser combati- das en mayor medida merced al progreso técnico, han dejado paso, cuando menos en los paises mas adelantados, a la contaminacién de los océanos, al envenenamiento quimico de los cultivos y la gana- deria, a las radiaciones atémicas. Un miedo su- planta al otro. Silos importantes darios materiales y la amenaza de un retorno ciclico obliga a tomar en serio estos temores y los elementos que los generan, no ocu- tre lo mismo con otros que, aunque también de origen natural, despiertan terrores mucho mas irracionales. Tal el caso del miedo a los cuerpos celestes, astros, cometas, eclipses, cuyas conse- NTES DEL MIEDO 32 ASPECTOS CORRI cuencias nefastas son, sin embargo, excepcionales. Por supuesto que se puede temer la explosion de una estrella mas 0 menos cercana, una Iluvia de meteoros, la colisién con un asteroide, la modifi- cacién intempestiva de la radiacién idnica, la extincién del Sol, la modificacién de las érbitas planetarias y otros hechos de parecida naturaleza Sin embargo, hay que reconocer que la posibilidad de tales accidentes es mas que limitada. Pero de tanto en tanto se producen en el cielo fenémenos que inspiran inquietud. Su rareza y su caracter inexplicable para una ciencia que se encontraba todavia en su infancia, los hizo temi- bles, independientemente de sus eventuales con- secuencias catastroficas, casi inexistentes. J. Delu- meau? recuerda como operaba en siglos pasados este “terror que despertaban los fenémenos celes- tes desacostumbrados, incluido el arco iris. Las perturbaciones en el firmamento y, mas genéri- camente, cualquier anomalia en la creacién, no podian dejar de presagiar desgracias”. Los come- tas y los eclipses formaban parte también de estos prodigios celestes, y todavia hoy son contemplados con cierto estremecimiento. De una manera general, todos estos signos cés- micos impresionan poderosamente al publico, porque tienen lugar justamente en el cielo, que ha sido la clisica morada de los dioses. Asi, no es difi- cil interpretarlos como simbolos, mediante los cua- les las divinidades se dirigen a los hombres * Op. cit, pp. 68-71 LOS ROSTROS DEL MIEDO 33 Como acabamos de decir, tales terrores pertene- cen al orden de lo irracional. Sobre ellos suelen apoyarse los aspirantes de toda laya, al poder. La ingenuidad de las poblaciones de los tiempos anti- guos, asi como la habilidad de charlatanes y predi- cadores, Ilevaron a elaborar una verdadera creencia en el poder de los astros. La magia y la su- persticién encontraron en el miedo a los astros un aliado de primer orden, y as{ pudieron apoderarse de espiritus ya por naturaleza inestables. La época contempordnea no quebranta del todo esta norma, y son muchos los astrélogos que todavia hoy alcan- zan predicamento. Quizas los astrélogos han resis- tido mejor que los predicadores el advenimiento de la cultura cientifica, pues vemos que éstos, sin haber desaparecido totalmente, no tienen el mismo éxito que antes. Los hombres de iglesia de antafio no dejaban pasar la ocasién de interpretar estas sefiales “de lo alto” como una manifestacién de la célera divina. Sus Juicios Finales recibian de este modo socorros “providenciales”, y las amena- zas de aniquilacion y de castigo un formidable res- paldo. De tal manera, estos predicadores estable- cfan en su beneficio uni poder sobre las almas profundamente trastornadas, que cllos ejercian mediante el terror, y que es legitimo ver como una verdadera pedagogia del miedo. Volveremos sobre el punto. Entre tanto, sefialemos también que los hom- bres, en el curso de la historia, tuvieron oportuni dad de experimentar miedos mas coyunturales, originados en una catastrofe natural o en un acon- 34 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO tecimiento politico-social importante. Dejemos de lado los terremotos y otros sismos: de todas mane- ras son bastante excepcionales. En cambio, las epi- demias, las hambrunas, las sediciones y las guerras han constituido, y constituyen atin, amenazas re- currentes que inquietan justificadamente a las po- blaciones en distintos lugares del planeta. Los ejér- citos en caipaiia, las revueltas de campesinos, las invasiones que vienen a sumarse a dificultades econémicas frecuentes, han agravado la inseguri- dad que estas tiltimas provocan. Concurren también a crear y alimentar este in- quietante clima los individuos que se hallan mal adaptados al cuerpo social, o que son francamente marginales. Los parias, vagabundos y bandidos de los tiempos antiguos, han dejado lugar en los nues- tros a delincuentes y criminales de toda clase. En relacién estrecha con el tipo de sociedad de la que proceden, tanto unos como otros propagan el miedo, aunque éste adopte a veces los colores equivocos de la fascinacién. G. Roheim® y G. Deve- reux® han subrayado “la condena con admiracién” que a ciertos grupos primitivos les merecia el va- r6én incestuoso, acentuando “el reconocimiento explicito” que la sociedad acuerda a “todo des- viado, incluso al mas extremo”.° “El prestigio ro- mantico del desviado, explica G. Devereux," re- * “Psychoanalysis of Primitive Cultural Types”, en Interna- tional Journal of Psycho-Analysis, 13, 1982, pp. 1-224 ° Essais d'éthnopsychiatrie générale, Paris, NRF, trad. franc., 1970, p. 119. 1° Id, ibid, Td, ibid. a a at of Or af at al LOS ROSTROS DEL MIEDO 35 fieja en cierta medida la aceptacién imperfecta de la norma, incluso por parte de los individuos me- jor adaptados, y su identificacién con el ‘héroe’, el ‘gran criminal’ y el ‘excéntrico’, que se atreven a desafiarla”. Tampoco las enfermedades mentales dejaron de conmover, como bien se sabe. Hacia finales de la Edad Media, “la locura y el loco se convirtieron en personajes mayores, desde su misma ambigiie- dad: amenaza e irrisién, vertiginosa sinrazén del mundo, lastimoso ridiculo de los hombres”: asi habla M. Foucault'* de la vesania en el Renaci- miento. Y cualesquiera que hayan sido sus migra- clones posteriores en las mentalidades; ya se la haya convertido, en una época, en posesion de- moniaca que podlia hasta levar a la hoguera, 0 reconocido en otro como enfermedad, accesible como tal a la terapéutica, la locura no deja de tur- barnos ain hoy, a causa del mismo misterio de su naturaleza, todavia no aclarado por completo en nuestros dias. Y hay que reconocer que los muros de nuestros hospitales psiquiatricos, todo el mo- derno aparato médico, desde la quimica hasta la neurocirugia, pasando por los tratamientos psico- l6gicos diversos, no alcanzan a tranquilizarnos; en Parte porque inquietan en si mismos, pero tam- bién porque no ofrecen garantia suficiente contra esta amenaza que se quisiera poder conjurar sin Violencia, tanto mis que se la siente como un peli- gro interior, " Histoire de la folie, Parts, uct, 1961, p. 25. ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO La locura es lo insélito. Pero también lo desco- nocido despierta terrores. El miedo primitivo del nifio, del que antes hablamos, encuentra proba- blemente en lo desconocido una buena ocasién de reactualizarse. Pero aunque el miedo puede ser alimentado de distintas maneras en las multiples circunstancias que constituyen la existencia hu- mana, hay’ especialmente un hecho que escapa a toda experiencia posible, al menos aparte de lo mediato, y que en punto a misterio sobrepasa a todos los demas: la muerte. Clasico tema de preo- cupacién, habita en el fondo de todas las concien- cias y alimenta todos los desasosiegos. “Nadie esta exento del miedo a morir, como re- cuerda J. C. Barker,"® pues nadie escapa a la muerte. Es un miedo muy particular, totalmente diferente a todos los otros”. Y Paul Tillich agrega que es “el miedo a algo desconocido muy especial, particularmente inexplicable, el miedo a algo que jamds se conocera”, Por esto mismo resulta ya es- pantable. Pero lo demas, lo que se sabe de la muerte no resulta més tranquilizador que lo que se ignora. Cémo evitar, en efecto, la dramatizacion que no deja nunca de acompanar a la representacién del cuerpo muerto, cualquiera sea el nivel de desarro- lo alcanzado por la civilizacién, su disolucién que se efecttia en medio de fealdades y fetideces, la tanatomorfosis 0 transformacién bastante rapida del ser viviente en restos minerales, condenados a una erosion mas lenta. "2 La peur et la mort, Paris, Stock, 1969, p. 15. of at of et BY BY et ot LOS ROSTROS DEL MIEDO 37 Son conocidos los vértigos del poeta ante el es- pectaculo de la descomposicién. La carrofia no puede ser contemplada sin espanto: Hirviente, rezumando venenos.. .'* No faltan testimonios que demuestran que el cadaver en putrefaccién fue siempre motivo de horror, y que el hombre no puede verlo sin sen- tirse trastornado por su fealdad pavorosa. En una expresion brutal pero certera, L. V. Thomas'® pone fuertemente el acento en que “morir es po- drirse”. Y las imagenes referidas a la licuefaccion de la carne no pueden menos que provocar emo- ciones irreprimibles. Para comprobarlo, basta re- cordar los “aparatos” que el hombre ha inter- puesto siempre, entre esta evidencia y él, a lo largo de todas edades: multitud de ritos y usos, segin los itinerarios simbélicos propios de cada cultura; procedimientos que procuran retocar y transfigu- rar el hecho: el espiritu humano, ante su incapaci- dad, de por si espantable, de poder cambiar en nada la realidad, y ante la ineluctabilidad del acon- tecimiento, se esfuerza por disminuir su influjo a través de una serie de enmascaramientos. El nu- mero de protecciones que ha buscado, y que ha aumentado sin cesar, demuestra su necesidad im- periosa de tranquilizacién. Las més estructuradas de esas protecciones, las religiones y los cultos fu- * Ch. Baudelaire, “Une charogne”, en Les Fleurs du Mal, xxvii, Paris, Gallimard, 1972, p. 43. 8 “Le cadavre”, Bruxelles, Ed. Complexe, 1980. 38 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO nerarios, se originan ciertamente en un meca- nismo fundamental de defensa del psiquismo con- tra lo que le resulta insoportable. Sin embargo, estas disposiciones no han seguido siempre las mismas vias y varian segiin los tiempos y lugares. En el pasado, la muerte se hacia presente de modo ostensible, especialmente en los cortejos empenachados y drapeados, en el protocolo ba- rroco de las exequias, en las vestiduras de duelo, en la extensi6n de los cementerios, en los peregri- najes a las tumbas y el culto del recuerdo. Hoy se ha vuelto mas “innombrable”, segun la expresién de P. Aries,!® que alude a “la prohibicién que ha recaido sobre la muerte en las sociedades indus- triales”."7 Actitud nueva de una sociedad embria- gada de confort. Nunca como hoy el hombre habia estado en condiciones de disfrutar de tantos bene- ficios técnicos, ni de aprovechar de tal multitud de productos de consumo. Pero tampoco estuvo tan desprotegido ante la muerte, ni jamds intenté +ha- cerse trampas con ella como hoy es dable observar en las sociedades occidentales contempordaneas. Es lo que R. Caillois'* subraya al referirse a las cere- monias de inhumaci6n estadounidenses: “Los ob- servadores estan de acuerdo en cuanto a la finali- dad buscada: escamotear la muerte, no insistir en 1 “Les attitudes devant la mort”, en Essais sur Phistoire de la mort en Occident du Moyen Age a nos jours, Paris, Seuil, 19° p. 80 "id, p. 2 18 “La représentation de la mort dans le cinéma améric: en Instincts et sociétés, Paris, Gonthier, 1964, p. 125. eee ee ee ae LOS ROSTROS DEL MIEDO 39 la tristeza y el misterio, suprimir los ritos, darle a todo un cardcter inocente y festivo, en una palabra ayudar a los vivos a seguir siendo felices a pesar de la muerte, a pesar de los desaparecidos.” Pero aparte de la diversidad de actitudes ante la muerte, se puede vislumbrar una constante tras el cambio aparente: la busqueda de una tranquiliza- cién, procurada siempre, pero jamés alcanzada. En comparacién con toda esta agitacién ansiosa y estéril, qué maduros y calmos podrian parecer estos versos de Paul Valéry:!® Asi como el fruto se funde en el goce, como si cambiara en delicia su ausencia en una boca donde su forma muere, yo aspiro aqui mi humo futuro y el cielo canta en el alma consumida el cambio de sus formas en rumor, sino se descubriera en ellos una discreta amar- gura, una emocién gobernada, por cierto, pero presente lo mismo. Es que nadie queda exento del miedo a la muerte, ni siquiera los espiritus mas elevados. Esta ha sido para los hombres, sin duda, una de las causas principales de terror, y todos los demas terrores se vinculan de algtin modo con ella. No obstante, a pesar del desborde fantasmagorico de las imagenes que se relacionan mas corriente- mente con la muerte, ésta sigue siendo del domi- nio de la realidad, y cada hombre tiene derecho, * Le Cimeti¢re Marin, Paris, Gallimard, versos 25-30. a nuuaageg 40 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO razonablemente, a temerla como un peligro obje- tivo. Asi como también tiene derecho a temer las guerras, las epidemias, las hambrunas, el bandole- rismo, que han sido sus precursores. Otro tanto puede decirse, aunque no tan categéricamente, de las configuraciones astrales y otros fenémenos césmicos o meteorolégicos. Pero, por mas que sean una referencia duradera de lo espantable, es facil advertir que la objetividad de estos hechos se di, luye muy rapidamente en la supersticién o en la metafisica. De un solo paso se franquean las fron- teras de lo natural y entonces se hace necesario considerar una nueva categoria de terrores. Los MIEDOS A LO SOBRENATURAT. Aun cuando los agentes del miedo tienen puestos los pies en la tierra, el peligro que trasmiten suele estar referido a una voluntad divina o a un poder demoniaco. Se puede decir sin temor a exagerar que para muchos el universo del miedo huele a azufre, Esa voluntad suele ser, por lo demas, la que favorece el pasaje de un mundo al otro, de lo terrestre a lo extraterrestre, de lo natural a lo so- brenatural, de lo inmanente a Jo trascendente. El miedo, inspirador y emperador de los transmun- dos, organiza para los hombres vertiginosas per- manencias en tales regiones. Conviene también precisar que, desde este punto de vista, todos los objetos y situaciones fobégenas que hemos presen- tado en la primera parte de este capitulo como npaageageaak & & fi at LOS ROSTROS DEL MIEDO 41 miedos naturales, pueden volver a encontrar lugar en esta otra categoria, reservada més especifica- mente a los rostros de lo sobrenatural. En efecto, todos poseen una propensién a exa- gerar, todos estan predispuestos al desborde de la imaginaci6n, en todos tiene cabida lo fantastico y no tarda en imponerse. La muerte, verdadero gozne entre el mas aca y el més allé, ocupa un lugar articulador entre estos dos géneros de temo- res. Son raros los que, directa o indirectamente, no transitan por esta encrucijada hacia lo sobrenatu- ral, hasta el punto de que el terror proviene siempre de la muerte y vuelve a ella. Nucleo psicodinamico del miedo, la muerte -repitamos- es como el lu- gar geométrico de todos los temores, pues “en el fondo no existe mas que un miedo, el de la muerte”, segiin la expresion de G. Delpierre.?°?! Pero quizas no es tanto la muerte lo que el hombre teme, sino el impenetrable misterio de lo que habra después, tal como ya indicamos. La imagina- ci6n le tiene horror al vacfo y esto la lleva a inven- tar lo que no conoce, a riesgo de perderse en ello. Al fin de cuentas, alli donde el pensamiento ra- cional y materialista, es decir objetivo, podria no ver mas que un accidente biolégico o natural, a la manera del epicureismo antiguo, la imaginacién engendra toda una fantasmagoria tan rica como fa- laciosa y siempre colmada de amenazas. Vemos abrirse ante nosotros el mundo de lo insdlito y de 2° Op. cit, p. 39. + Veremos en el capitulo siguiente que esta formula es to- davia mas verdadera aplicada a la angustia que al miedo. 42 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO lo extratio: en medio de vapores infernales se di bujan siluetas en las que no se tardara en identi car, cuando menos en Occidente, la serie de mas- caras tras las cuales gesticula el Anticristo. Y el anuncio reiterado de sus amenazas o de sus triun- fos ha pautado la vida de los pueblos hasta nues- tros dias. Pero aun cuando el demonio actue dis- cretamente, sigue haciendo estragos el miedo a la muerte. Y asi se ha constituido a su favor toda una serie de representaciones sobrenaturales, que son otras tantas figuras adoptadas por ese miedo. Puede resultar instructivo inventariarlas rapida- mente. Parece conveniente ubicar en primera fila a los seres que han tenido un comercio directo con la muerte, es decir, los muertos mismos. El cadaver inspira terror, como vimos, y se ex- plica en parte por las propiedades fisicoquimicas de la descomposicién. Su cambio de aspecto, su fetidez, provocan una mezcla’ de horror y repul- sion. Pero el miedo a los muertos se vincula tam- bién, como lo ha mostrado acertadamente Levy- Bruhl, con la creencia magica en la contagiosidad de la muerte. Ello explica los multiples ritos de purificacion impuestos a los que tienen contacto con un cadaver. Sin embargo, las principales aprensiones rela- cionadas con el difunto tienen que ver mas bien, segtin nos parece, con su posible retorno. “Existfan antafio dos maneras diferentes de creer en las apa- riciones de los muertos”, escribe J. Delumeau.”* * Op. cit., p. 77. LOS ROSTROS DEL MIEDO 43 Una “horizontal” (E. Le Roy Ladurie), naturalista, antigua y popular, planteaba implicitamente “la supervivencia del doble” —la expresién es de E. Morin: el difunto continuaba viviendo por un cierto tiempo mas en cuerpo y alma y retornaba a los lugares de su existencia terrenal. La otra con- cepci6n, “vertical” y trascendental,2* fue la de los tedlogos (...) “que trataron de explicar a los apa- recidos (...) por accién de fuerzas espirituales”. Observemos de paso que aun cuando los tiem- Pos modernos atenuaron en mucho estas creen- cias, algo persiste todavia hoy. Por ejemplo, son raros los que se animan a atravesar de noche un cementerio, hecho que resultarfa incomprensible sin el temor, irracional y frecuentemente criticado por los mismos que lo experimentan, de encon- trarse con un fantasma. A fortiori, cuando dos fue- gos fatuos danzan por encima de las tumbas re- cientes, fendmeno mas facilmente observable cuando los cuerpos han sido sepultados directa- mente en la tierra y a poca profundidad. Las pe- quefias llamas producidas por Ia liberacién del hi- drégeno fosforado que contienen las materias organicas durante el proceso de descomposicién, le proporcionan al miedo a los aparecidos un sustento de veracidad que, por lo demas, no nece- sitaba. En todos los tiempos se ha temido el regreso de los muertos, fundamentalmente porque se les atribufa deseos de venganza. Sigmund Freud 24 * Pensamos que debe leerse “trascendente”. * Totem et tabou, Paris, Payot, 1975 (trad. franc ), p. 74. 44 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO fue de los primeros en interpretar esta inquietud como un sentimiento de culpabilidad. El demo- nismo de las almas se explica, segtin él, por el he- cho “de que la muerte del padre proporcioné sa- tisfaccién a un deseo inconsciente que, si hubiera sido suficientemente poderoso, habria provocado esta muerte. Contra este deseo inconsciente reac- ciona el reproche, después de la muerte del ser querido”. Caso clasico de la ambivalencia de la afectividad humana. El fantasma, lejos de poseer la seudomaterialidad que le atribuyen ciertas teo- rias, no es mas que el disfraz del remordimiento. La pretendida y temida hostilidad del difundo es, pues, la imagen invertida de los sentimientos ne- gativos que se experimentaban a su respecto en vida. El psicoandlisis denomina proyeccién a este me- canismo psicolégico mediante el cual se le atribuye al otro los sentimientos que experimenta uno mismo. Evidentemente, el sobreviviente busca los me- dios de ponerse al abrigo de los ataques del muerto. El complacerlo y apaciguarlo parece ofre- cer s6lidas garantias. También se entrega a toda clase de privaciones, restricciones, sufrimientos aceptados voluntariamente, que en su conjunto constituyen el duelo. Pero la experiencia demues- tra que no es facil sentirse libre rapidamente de esas preocupaciones: la multiplicidad, por no decir la exacerbacién, de las libaciones, sacrificios y otros ceremoniales destinados a congraciarse con los espiritus, acaparaa veces una parte importante de la actividad social y de sus ritos, y constituye el eee Pee a a LOS ROSTROS DEL MIEDO 45 culto de los antepasados, del cual las religiones suelen ser una elaborada emanaci6n. 1a amplitud de las disposiciones que se adopten €n este campo, nos dara la medida del miedo que inspiran los muertos; maxime que ellos son, segiin la expresion de Freud,?* “dominadores podero- sos”. Lo atestiguan, por ejemplo, las danzas maca- bras medievales, en las que se veia a esqueletos arrastrando por la fuerza a jévenes y viejos, a ricos y pobres de los dos sexos, para formar una ronda finebre; y nada podia escapar a su poder. En cuanto a sus sucedaneos, fueron multiples y diversos. No cabria incluir aqui su inventario com- Pleto, pues excederia los limites de esta obra. Por lo demas, esta al alcance del publico un niimero. considerable de monografias o de ficciones nove. lescas sobre el tema, que ocupan estanterias ente- Tas ¢n las librerias, algunas de las cuales hasta se especializan en esta clase de publicaciones, Nos conformaremos, pues, con algunas breves indica- ciones, Parece que se puede dividir glotalmente el mundo de los espectros en dos categorias de desi- gual importancia. En la primera, se incluye a los fantasmas “bienhechores”, preocupados por apor- ar una ayuda a los vivientes, sean 0 no descen- dientes suyos. Asi, el padre de Hamlet se le apa- rece a su hijo y a sus amigos para impetrar justicia yayudar a que ésta se cumpla. Del mismo modo, el discurso teolégico de los tiempos antiguos utiliza a estos difuntos para ponerlos al servicio de su pro- * Op. cit, p. 65. Cee 46 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO paganda. En tal caso, los aparecidos se convierten a su pesar en testigos y partidarios de una ideolo- gia religiosa militante. También Ulises desciende a los Infiernos para consultar a las sombras habla- doras sobre la conducta a seguir. Papel de conse- jero que también se les reconoce a los antepasados en las culturas antiguas: la muerte les confiere po- deres magicos, gracias a los cuales pueden apoyar y asistir a sus descendientes, siempre que éstos los hayan predispuesto en su favor. La segunda categoria, mucho mas importante que la primera, agrupa a todos los muertos malin- tencionados, perseguidores de los vivos. Entre los mas célebres, citemos a los vampiros, que salen por la noche de sus tumbas para beber la sangre de sus victimas, sorprendidas en su sueno por este “besa- dor” de ultratumba que los hace morir de pos- tracion. La creencia en estos espectros fue culpable de verdaderas epidemias de miedo, que se propaga- ron especialmente a fines del siglo xvi y comien- zos del xvii en Hungria, Silesia, Bohemia, Mora- via, Polonia y Grecia. Todavia en el siglo x1x se creia en ellos en Rumania, donde nacié la leyenda de Dracula.?® Los comportamientos de defensa o de conjuracién a que dan lugar, son por demas elo- cuentes. Para desembarazarse de la perturbacién que ocasionan estas visitas de los “aparecidos”, las colectividades desenterraban su cadaver perni- cioso y procuraban terminar con este muerto ma- léfico. Se le cortaba’la cabeza 0 se quemaba su *8 Cf. J. Delumeau, op. cit., pp. 80-81 LOS ROSTROS DEL MIEDO 47 cuerpo en una hoguera, o bien se volvian a colocar en la fosa las dos partes en que habia sido cortado y se las rociaba con cal viva. En otros casos, se le arrancaba el coraz6n para arrojarlo al fuego, a menos que se creyese mas seguro atravesarlo con una estaca. Desde un punto de vista psicosociol6- gico “es claro como lo indica J. Delumeau-*? que estos vampiros desempefiaban en ciertos lugares un papel de chivos emisarios, comparable al que se les atribuyé en otras partes a los judios durante la Peste Negra y a las brujas en los afios 1600”. Y concluye acertadamente este autor: “En suma, gno vale més echarles la culpa a los muertos que a los vivos?” Sin duda alguna, sobre todo cuando se co- nocen las torturas abominables que el miedo les ocasiono a pobres criaturas inocentes. Pero estos pintorescos “bebedores de sangre” solo representan un ntimero pequerio dentro del gran contingente de muertos inquietantes. Tam- bién habria que mencionar a los fantasmas, apare- cidos, espectros, apariciones y demonios diversos que fueron bastante corrientes en el dominio de lo imaginario, y que representan otras tantas figura- ciones que revistié el difunto para sobrevivir a su deceso. Muertos celosos de los que siguen aprove- chando los bienes de la existencia; muertos encole- rizados contra la injusticia que padecieron; muer- tos vengadores: en suma, toda una cohorte silenciosa pero amenazadora, que despreciando los cotos cerrados de los cementerios y tanat6polis, reivindican, mas que un territorio, un reinado. Y *” Op. cit, p. 81. Se eee eee 48 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO hubo que hacerle lugar en este mundo a estos es- pectros coronados; un lugar practicamente igual al que se les reserva a los vivos. Numerosas creencias populares testimonian que si los vivos siguen bene- ficiandose con la luz, la noche debe serle cedida a los muertos. Por algo en todas partes se la muestra poblada de sortilegios. Pero es este estado enigmatico del difunto el que plantea el problema. El rechazo de su aniquilacién abre fisuras en la reflexion humana, por las que se deslizan las concepciones més fantasiosas. Empe- zando por las que despiertan una inquietud, o me- jor dicho una sospecha, en cuanto a los posibles grados del deceso: nunca se puede estar seguro de si el muerto esta bien muerto, es decir, muerto su- ficientemente. También se emplea csa preocupa- cién de diversas maneras (pero la intencién es siempre la misma) para contrarrestar las posibles negligencias del deceso natural. Esto se traduce por una multiplicacién de precauciones con un di- funto que, decididamente, no debe regresar.?* Se le despista, se le engafia, se le abandona, pero como suprema garantia se lo vuelve a matar, tal como vimos con los vampiros. Pues es de tal mag- nitud el miedo al retorno del muerto, que hay que recurrir a todos los medios para impedirlo, inclu- yendo los mas radicales. Recogemos en L. V. Thomas * la descripcién de las siguientes costum- bres: 2® Por mas que algunas practicas tengan una significaci inversa, 2 Anthropologie de la mort, Paris, Payot, 1976, p. 301 LOS ROSTROS DEL MIEDO 49 En Africa... para “incitar” a ciertos difuntos a que no regresen, se mutila su cadaver antes de inhumarlo, rompiéndole por ejemplo los fémures, se le arranea una oreja, se le corta una mano: entonces, ya sea por vergtienza 0 por imposibilidad fisica, el muerto se vera obligado a quedarse donde esta. Si se trata de muertos buenos, no hay mas que un medio: asegurar- les funerales dignos. En Nueva Guinea, los viudos salen tinicamente si van provistos de un sdlido mazo para defenderse contra la sombra de la desaparecida... En Quees- land, alos muertos se les rompjan los huesos a garro- tazos, después se les flexionaba las rodillas hasta unir- las con el ment6n, y por ultimo se les llenaba el esté- mago de piedras. Es siempre el mismo miedo, que llev6 a ciertos pueblos a colocar pesados bloques de picdra encima del pecho de los cadaveres, a cerrar herméticamente las cuevas con pesadas losas, 0 a cla- var las urnas y atatides. Visto desde esta perspectiva equé pensar de la profundidad de nuestras fosas y del peso de nues- tras piedras tumbales? ¢No es siempre el mismo miedo el que opera en nosotros y nos impulsa de modo mas 0 menos inconsciente a garantizarnos, mediante entierros infranqueables, contra en. cuentros no deseados? Para terminar con esta categoria, que seria muy dificil de agotar, subrayemos de nuevo que detras de todos los espectros se perfila siempre, al menos en la cultura cristina, la silueta de Satan. El Ma- ligno, reclutador de fantasmas de todo género, los envia luego entre los hombres para atormentarlos. 50 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO Y justamente, manipulando con arte el latigo del miedo, estos demonios hacen crujir los dientes a mas de un pobre mortal. El mas alla esta poblado de maniobras diabélicas. En el registro de los temores a lo sobrenatural, se encuentran también los relacionados mas 0 me- nos directamente con una perspectiva escatolé- gica. Estos son los miedos recurrentes al fin del mundo y a las expectativas apocalipticas. Por mas que ciertos grupos —adventistas y testigos de Jehova, por ejemplo- aspiran al establecimiento del milleniun prometido por los Evangelios como un nuevo triunfo de Cristo, en general el Juicio Final es pintado con tintes sombrios y determina una angustia tanto mayor cuanto mas simples sean los espiritus, y los tormentos anunciados mas es- pantables y eternos. Es asi que se asocia a la ame- naza satanica la de un dios vengador que se re- serva el derecho de golpear a los hombres con los ms temibles castigos, de los que la destruccién del mundo seria el punto culminante de su venganza. EI miedo al afio 1000 procedia del horror que ex- perimentaba una humanidad crédula ante la perspectiva de la ira divina. Aun hoy dia hay quie- nes no dudan en ver en la carrera armamentista nuclear el nuevo signo del final de los Tiempos. ¢Pero no sera mas bien el término proximo de un segundo milenio el que inflama las imagina- ciones? Asi concluye esta rapida vision panorémica de las diferentes formas que puede adoptar el miedo, segtin que adopte las vias naturales o las de lo LOS ROSTROS DEL MIEDO i sobrenatural. Es preciso preguntarnos ahora este miedo del que hemos hablado hasta aqui como de un estado psicolégico siempre idéntico a si mismo, es realmente asi, 0 si es necesario dife- renciarlo de estados parecidos pero diferentes. LOS ESTADOS DE MIEDO 53 casi siempre por denominaciones enojosamente II. ESTUDIO DIFERENCIAL intercambiables”, escribe exagerando DELOS an lanto la falta de discriminacion existente, Aun. ESTADOS DE MIEDO ALGUNOS autores distinguen grados en el miedo. G. Delpierre ' considera al nerviosismo como una forma menor de esta emocién. Lo acompajia en esto L. Michaux,? quien le suma la timidez. Otros, como R. Préaut,’ situan en estos niveles inferiores a la inquietud y al temor. El acuerdo se hace und- nime en cuanto a ubicar el panico y el terror en el extremo contrario, Sin embargo, creemos que las diferencias entre Estos estados no son quiza tanto de grado como de naturaleza. EI hecho resulta atin mas sensible cuando se introducen las nociones de angustia y de ansiedad: entonces uno se ve llevado necesaria- mente a preguntarse sobre el carécter normal o Patol6gico de estas alteraciones psiquicas. Pero no resulta facil poner orden en nomencla- turas de este género, maxime que reinan confu. siones seménticas y ambigiiedades semiolégicas que oscurecen el problema. “Los estados timéricos:‘ inquietud, miedo, te- "Tor 0 espanto, ansiedad, angustia, son designados mayores resultan més facilmente ide Pues, en el nivel medio, interesante, puesto que en hes como el miedo, la a donde es mas probable qu diferencial, ntificables, Es, que a la vez es el mag él se encuentran nocio- ANGUSTIA-ANSIEDAD: ¢Una DISTINCION NECESARIA? decir que clasicos. A comienzos de siglo, Brissaud® los definia como sigue: “La angusta es un tras- tomo fisico que se traduce por una sensacién de Spustricci6n, de sofocacién, mientras que la ansic. dad es un trastorno psiquico que se traduce por un fentimiento de inseguridad indefinible”. \o que lleva a distinguir una angustia-sensacion de una ansiedad-sentimiento, tesis que luego fue reto. mada Por autores mds recientes, como Claude y Lévy-Valensi.7 * Op. cit., pp. 69 y ss. 5 Les phobies, Paris, Hachette, 1968, p. 140. \ Combat contre la peur, Paris, Laffont, p. 152. * Neologismo imputable al autor citado. 52 { Lansité et tangoisse, Paris, pur, 1976, p. 5 In. J. Favez-Boutonier, Vangoise, Paris, px ” Ibid. , 1963. 54 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO. A. Le Gall,* a su vez, considera que las manifes- taciones somaticas (constriccién tordcica, trastor- nos vaso-motores, desequilibrio neurovegetativo) acompaiian a la angustia y obligan a separarla de la ansiedad, de la que faltan estas perturbaciones. Pero otros teéricos, como M. Eck,® consideran este debate “demasiado especioso” y creen que ta- les tentativas no resultan muy concluyentes. En efecto, la angustia puede tener cualquier asenta- miento somitico ¢ interesar a cualquiera de los aparatos: cardiovascular, respiratorio, digestivo, urogenital. Esta indeterminaci6n de la localizacion fisica, su caracter difuso, sugiere mas bien un ori- gen psicogenético de la angustia. Por otra parte, es lo que piensa J. Favez-Boutonier,!® quien declara que ésta cs “ante wdo un estado psiquico: es la angustia la que les da un valor a las sensaciones fisicas”. De aqui a concluir la inutilidad de la dis- criminaci6n entre los dos estados, la angustia y la ansiedad, no hay més que un paso, que este autor franquea sin mucho miramiento. “En definitiva -escribe-,"! en la literatura médica contempora- nea, psiquidtrica, asi como también novelesca y aun hasta filosofica, la ansiedad es barrida por la angustia, si asi puede decirse: casi siempre se habla de ésta, y si la sinonimia de lds dos términos ha pesado, ha sido indiscutiblemente en beneficio de la angustia”. Y son muchos los que se adhieren a * Ibid, p. 12. ® Lthomme et Cangoisse, Paris, Fayard, 1964, p. 14. 1° Op. cit., pp. 29-23, " Ibid, p. 29. Se keane Nee LOS ESTADOS DE MIEDO este punto de vista. Por nuestra parte, no nos pa- rece efectivamente muy fecundo buscar a cual- quier precio disimilitudes que acaso no sean mas que teéricas y que nos arriesgan a forzar la reali- dad. La presencia o falta de elementos somaticos en la descripcién de los estados ansiosos, no es sin duda, el verdadero problema. Pero el contrario, nos parece mas importante considerar que la an- gustia y la ansiedad deben entenderse basicamente como fuerzas de desorganizacién comportamental que actiian de manera practicamente similar; su accién determina en el individuo afectado, lo que en psiquiatria se llama la personalidad ansiosa. La elaboracién de ésta hace intervenir elementos sub- jetivos (inquietud permanente, sentimiento de frustracién e incapacidad, fatiga, escaso entu- siasmo vital) sobre un fondo constitucional (desa- juste del sistema auténomo). Llegamos asi a la con- clusién de que existe una confusion muy poco perjudicial entre la angustia y la ansiedad y admi- timos globalmente su intercambiabilidad. En cam- bio, conviene distinguir el miedo de la angustia, y es lo que vamos a ver inmediatamente. MIEDO Y ANGUSTIA El término unico Angst utilizado por Freud, no permite captar siempre su ambigiiedad intrinseca. Sin embargo, debe observarse, como lo hace J. Co- rraze,!? que “no solamente se han multiplicado las 1 Les maladies mentales, Paris, PuF, 197, p. 22. Roe oe a at a dt at a at a 6 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO. formas de la angustia, sino que también se han mostrado sus diferencias psicologicas y fisiologicas con el miedo (Gellhorn), incluso factoriales (Cattel y Bartlett, 1971)”. “La angustia —escribe también el mismo autor-,"? aparece todo a lo largo de la noso- logia psiquiatrica: es el sufrimiento psicolégico por excelencia”. Es de toda evidencia que no puede decirse lo mismo del miedo, a pesar del malestar pasajero que éste produce. En efecto, el miedo es més trivial y se lo encuentra en situaciones mas comunes. Apoyados en esta definicién, seria ten- tador establecer una primera y gran diferencia en- tre el miedo y la angustia: la de lo normal y lo patolégico. Pero existen miedos patolégicos, que se manifiestan especialmente, tal como luego ve- remos, en forma de fobias: y hay una angustia normal, que Henry Ey’ considera una de las ca- racteristicas de la condicién humana. Debe buscarse en otra parte, pues, lo que las distingue. El mejor criterio que se puede encon- trar es probablemente el que indica J. Favez Bou- tonier!® cuando escribe: “La angustia nace de la perspectiva y de la expectativa del peligro, incluso y sobre todo si es desconocido, mientras que el miedo supone la presencia y el conocimiento del peligro.” La angustia seria mas bien una disposi- cién latente en todo individuo, una forma vacia a la espera de un contenido. Cuando este contenido aparece, es decir, cuando un objeto determinado "8 [bid. ' Manuel de psychiatriey Paris, Masson, 4%. ed., p. 450. Op. cit, p. 10. i | LOS ESTADOS DE MIKDO 37 ' ha captado la angustia flotante, ésta se trueca en miedo. “El miedo -precisa también M. Eck-,' es 'a angustia desangustiada por ql descubrimiento de una causa.” Desde un punto de vista funcional, cabe recono- cer en este pasaje de un estado a otro, un proce- dimiento de defensa del psiquismo. Mientras éste se ve enfrentado a la angustia, la amenaza se siente como interior, indefinible, no gobernable. Cuando, por el contrario, esta transmitida por un objeto concreto, el peligro queda exteriorizado y puede controlarse en ciertas condiciones. El sujeto que experimenta angustia esta por entero some- tido a ella y padece toda su opresién. Pero cuando identifica al agente responsable de su desasosiego, puede organizarse para evitar las situaciones en que debe enfrentarlo. Asi es, por ejemplo, como proceden los fobicos. El miedo es entonces miedo a algo, tiene un objeto preciso, mientras que la angustia no. Sucede ademas que el miedo se caracteriza por reacciones afectivas, cuya intensidad debe ser pro- porcional a la gravedad y urgencia del peligro que se percibe. Cuando falta esta medida justa en la adecuacién entre la emocién y el agente responsa- ble de ella, es posible que el miedo llegue a hacerse morboso. Ya hemos hablado de los objetos del miedo en el capitulo anterior. Lo que dijimos en él basta para dar una idea de su pluralidad y diversidad. Como vimos, seria inutil querer presentar una lista ex- Op. cit, p. 91. | | 58 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO haustiva. Sefialemos solamente que cada caso de miedo, individual o colectivo, puede explicarse por un elemento circunstancial y coyuntural. So- bre el mismo fondo de conmocién psiquica, por encima de un registro expresivo sin cambio mayor, se puede decir que cada miedo tiene sus caracteris- ticas que permiten aprehenderlo en lo que puede tener de original. Que dos individuos o dos grupos humanos teman lo mismo, el mismo hecho 0 la misma situacién, no significa en absoluto que lo teman con la misma intensidad, por el mismo tiempo ni simulténeamente. Por su parte, la angustia admite también varia- ciones de grado, y se modifica un tanto en funcion de las personalidades que la experimentan, del momento y del lugar. Pero la falta de un agente responsable la priva de los contornos definidos, ficilmente identificables, que se pueden encontrar en el miedo. Ello hace que se hable con mas fre- cuencia de la angustia en singular, mientras que es corriente poner al temor en plural. Sin embargo, para algunos autores, la angustia puede revestir variados aspectos, tal como hicimos notar al comienzo de este capitulo: desde el males- tar trivial y cotidiano que afecta a todos los hom- bres y que resulta inherente a su humanidad, hasta las formas “nitidamente diferenciadas, incluso opuestas para algunos, 0, por el contrario, pro- fundamente entremezcladas para otros, la angus- tia llamada neurotica, de separacion, de castracion y la angustia psicética, que todo lo funde y lo en- globa sin limitaciones”, segun la descripcién que ee LOS ESTADOS DE MIEDO 39 propone C. Cachard.!? También convendria agre- gar a la lista la angustia paranoide (de persecu- cién) y la angustia vinculada con la depresin. Pero la diversidad que sugieren estos cuadros nosol6gicos multiples es probablemente mas apa- rente que real. Mas allé de estas modalidades se- gin las que se manifiesta, la angustia es la misma en todos los casos, seguin creemos, “una e indivisi: ble", de acuerdo con la expresién de J. Cham- bén.'* Unicamente el contexto psiquico que le sirve de marco, la ilumina a veces desde un Angulo, a veces desde otro. Precisamente, la angustia se ha ido convirtiendo en una nocién privilegiada para el psicoandlisis, vista siempre como sensiblemente idéntica a si misma, y como tal ha eclipsado poco a poco al miedo (aun cuando se quicra ver en ella un miedo irracional o un miedo sine materia). Por el contrario, el miedo -repitamoslo— esta condicionado por la presencia de un objeto que le confiere su especificidad. Hasta podria decirse que hay tantos miedos erentes como objetos de miedo; aun cuando en la raiz de esta emocién se encuentra siempre un afecto fundamental, de na- turaleza arcaica, que constituye su nticleo, y que tiende a aproximarla a la angustia. Pero adop- tando casi instanténeamente tal o cual expresion, el terror posee mil rostros, lo que lleva a conside- rarlo multiple. En efecto, mientras que el depre- sivo, el neurético y el psicético sienten el mismo 17 Vivre d’angoisse, in L’angoisse, Revue francaise de Psychana- se, t. SLIn, Paris, PUF, p. 125. + “Liangoisse une et indivisible”, en Liangoise, op. cit, p. 133. tiene horror a las arafias? En suma, el gran criterio diferenciador entre el imiedo y la angustia radica en la presencia ¢ ausen- cia de un objeto. Esto tiene come consecuencia que de los cuales se pueden establoce bles al hombre. ava Hega a ser identificada, la angustix cede el lugar al miedo, lo que suele acompariarse de una sensacion de alivié. Asi, el soldado que espera la IV. EL PUNTO DE VISTA DE LA ETOLOGIA Cvanpo N. Tinbergen ! trat6 de definir el campo de la etologia, la redujo a una pregunta ante un comportamiento: zpor qué el animal (o el hom- bre), ante una situacién determinada, se comporta como lo hace? Seguin él, tal es la cuestién “que constituye la base de todo estudio cientifico del comportamiento 0 etologia”. Si se admite que el miedo orienta numerosas maneras de actuar, ya sean éstas del orden de la adaptacién 0, por el contrario, de la desorganiza- cién, es legitimo preguntarle a la etolugia qué puede ensefiarnos a su respecto. Pero sin duda sera bueno recordar previamente algunos datos que se hallan en la base de esta ciencia. A. PROPOSITO DE CIERTAS NOCIONES FUNDAMENTALES EN ETOLOGIA. No tendria sentido resumir aqui la considerable suma de trabajos que han efectuado los etologistas desde fines del siglo pasado. Sélo a titulo ilustra- tivo cabe recordar que en el origen se encuentran las investigaciones de Loeb y de su escuela a pro- * Liéetude de Vinstinct, Paris, Payot, 1971, p. 13. 62 EL PUNTO DE VISTA DE LA ETOLOGIA 63 pésito del determinismo fisico-quimico que rige la actividad de los seres vivos, y las de Jennings so- bre la actividad refleja de orientacion en la para- mecia. Estos estudios sobre’ los tropismos son los que abren la marcha. Fueron seguidos luego por una exploracién de la relacién entre el organismo y su medio, entre 1900 y 1925. Whitman aplica a este problema los descubrimientos de la teoria de la evolucién y los métodos de la zoologia comparada. Heinroth, por su parte, procura establecer homo- logias en el comportamiento de los andtidas a par- tir de observaciones comparativas, y se propone utilizar este criterio para clasificar a las especies de una manera mids significativa que por su mera forma. Después, von Uexkiill pone el acento en la relacién entre el organismo y su contorno (Um- velt); es decir, se interesa tanto por el medio par- ticular de la evolucién del animal como por sus relaciones con los demas organismos. Y Craig des- cribe la fase terminal de un comportamiento de- terminado (consumatory act), que remata este com- portamiento provocando una reorientacién de la actividad, y muestra que la btisqueda de la presa se elabora a partir de signos especificos, relativos a diversas fases. Weiss, von Holst, Coghill, por su parte, ponen en evidencia la actividad espontanea del sistema nervioso; y Beach afirmara que éste recibe la influencia de las hormonas. Estos tiltimos autores establecieron, pues, que los actos depen- den no sélo de los estimulos externos, sino tam- bién del estado interno del organismo. 64 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO En esta perspectiva se insertan los trabajos de N. Tinbergen, de K. Lorenz y de R. Ardrey.? Como se trata de los verdaderos promotores de la etologia, nos parece «itil enunciar brevemente los grandes temas de sus investigaciones, tal como fueron enumerados por I. Eibl-Eibesfeldt,® principal dis- cipulo de K. Lorenz: “La etologia comparada de los animales ha demostrado que los dominios bien definidos del comportamiento estan programa- dos; se trata de adaptaciones que se desarrollaron en el curso de la filogénesis. Los animales vienen al mundo dotados de todo un repertorio de movi- mientos; desde la primera confrontacién con cier- tos estimulos clave, el animal reacciona por com- portamientos determinados que facilitan la con- servacion de la especie; esta dotado de mecanis- mos fisiologicos que desencadenan sus movimien- tos; en fin, también de facultades innatas de aprendizaje, que aseguran que él aprendera lo que requiere en el momento que lo necesita; en suma, que modificara su comportamiento en el sentido de una adaptacion”. Laconducta del hombre estaria, pues, orientada de antemano, como la de la casi totalidad de los animales, por determinantes endégenos, de tal manera que el autor precitado puede hablar de “programas” elaborados en el transcurso de la fi- * Convendria citar también, entre otros, los nombres de W. H. Thorpe (1963), G. Tembrock (1964), P. R. Marler y W. J. Hamilton (1966), J. Altman (1966), R. Hinde (1966), D, Morris, 3 L’homme programme, Paris, Flammarion, 1976 (13. ed. alem., 1973), p. 8. EL PUNTO DE VISTA DE LA ETOLOGIA 65 logénesis.* Queda por saber en qué medida el miedo, entendido como complejo psiconeuro- vegetativo, ocupa un lugar en estos programas preestablecidos, y qué papel cumple en ellos. MIEDO Y DISPOSICIONES FILOGENETICAS 1. Estado de alerta y vigilancia basica. Es posible ob- servar, todo a lo largo de la escala zoolégica, una misma predisposicién negativa frente al contorno, el cual posee siempre, al parecer, sea 0 no objeti- vamente amenazador, un componente inquie- tante. Vale decir que para cualquier ser vivo, su medio de evolucién es su fuente de subsistencia y al mismo tiempo un universo peligroso. Se des- prende de aqui que la actitud fundamental de un gran numero de especies (y cuanto mas nos eleva- mos en la escala zoolégica, mas se comprueba este hecho) experimentan un sentimiento de inseguri- dad casi permanente, referido a lo que podria lla- marse amenaza de despojo (que puede ir hasta la devoracién pura y simple). Es facilmente comprobable que este estado de alarma da lugar a un comportamiento arquetipico que se encuentra inclusive en las organizaciones vitales mas rudimentarias. Asi, en un medio de cultivo que se deseca, es posible comprobar cémo hasta el bacilo mas sutil forma esporas por con- * Esto no debe hacernos olvidar que el hombre esta igual- mente condicionado por sus adquisiciones culturales, que son también determinaciones acuciantes. REO Eeeaaaaea e 66 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO densaci6n del citoplasma y elabora una membrana espesa cuando se producen estas condiciones de existencia desfavorables. Los protozoarios actiian de igual manera: la amiba se enquista para resistir a la sequedad ambiental y huye de la zona conta- minada con una gota de acido. Los insectos tam- bién dan muestras de su capacidad de reaccion a los estimulos externos mediante cinesis (compor- tamientos en preferendum) y taxias, segtin que su naturaleza sea mecanica (contacto o presién, co- rriente de aire o de agua, accion de la pesantez 0 de un campo eléctrico, vibraciones diversas), fisica (temperatura, radiaciones), 0 quimica (humedad en los animales terrestres, salinidad y ph en los animales acudticos, oxigeno, sustancias odorife- ras), Los termo-higro-fotopreferendum, las foto 0 quimiotaxias (especialmente negativas), constitu- yen una ilustracién corriente de este fenémeno fundamental que consiste en contar con una dis- posicién basica para resistir las condiciones desfa- vorables del contorno, y mucho mis, a fortiori, si son agresivas. Cuanto ms nos elevamos en la escala zool6gica, mas es dado comprobar que este comportamiento fundamental se acentia y se matiza en el sentido de una mayor adaptacién al medio. ‘Asi, por ejemplo, se emprendieron varias inves- tigaciones, ya clasicas, con el fin de estudiar las reacciones de los pajaros ante imagenes falsas que representaban animales depredadores (Goethe, 1937; Kratzig, 1940; Lorenz, 1939). Tinbergen® 50), p. 55. > Liétude de Vinstinet, Paris, Payot, 1971 (1. ed. ingl., 1 EL PUNTO DE VISTA DELA ETOLOGIA 67 demostré que puede producirse una reaccién de alarma cuando la silueta posee determinadas ca- racteristicas que evocan a una especie amenaza- dora. Por lo tanto, la falsa imagen constituye en este caso un desencadenador directo (estimulos clave) del comportamiento de alerta. Este se carac- teriza, al menos entre los mamiferos, por una sus- pensién inmediata de la actividad que se estaba desarrollando, a partir del momento en que se percibe el peligro, asi como la busqueda de infor- maciones perceptivas, una tensién psicolégica y muscular importante, acompafiada de profundas modificaciones neurovegetativas que tienen por finalidad preparar al individuo para el combate o la huida. Es indudable que tales predisposiciones existen también en el hombre. Probablemente, el miedo que, como ya vimos, es en lo fundamental miedo a la muerte, se halla quizd mas arraigado en el fondo del ser humano que un buen numero de otras pul- siones; las sexuales entre otras. En efecto, lo que aqui cuenta es particularmente la preservaci6n del individuo y, a través de él, de la especie, que debe adquirir estos mecanismos de alerta con el fin de proteger su supervivencia. Es posible ver en el do- lor un equivalente fisiolégico de este mismo fend- meno: efectivamente, el dolor nos avisa que existe en alguna parte un dafo organico y que éste puede ser peligroso, primero para el 6rgano, pero luego también para el organismo entero. Es cono- cida la gravedad de la siringomielia, enfermedad caracterizada por la existencia de zonas de dege- tll ll a ae a 68 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO neraci6n de la sustancia gris medular, responsable de la conduccién del sentido térmico y del sentido del dolor. Son numerosos los ejemplos que pueden mos- trarnos estas predisposiciones latentes en el miedo. La clasica reaccién de sobresalto en presencia de un estimulo inesperado, aunque acentuada de di- versa manera, ofrece un buen testimonio de este estado de alerta permanente. 1. Eibl-Eibesfeldt® informa que “en 1971, la re- vista estadunidense Science publicé un articulo de Ball y Tronick que se referia a experiencias reali- zadas con bebés de dos a once semanas. Los bebés reaccionaban ante sombras que se iban agran- dando, tal como si se les aproximara un objeto, demostraban agitacién y efectuaban movimientos de defensa y de apartamiento, Ninguna de estas reacciones se observé cuando las sombras se agrandaban asimétricamente, como si el objeto pa- sase de costado”. Ours experiencias permitieron comprobar que el miedo es una predisposicién innata, que no re- sulta de ningtin aprendizaje o experiencia previa. Si se hace avanzar a un bebé sobre una placa de vidrio asomada a un vacio, por ejemplo, se com- prueba que el pequerio se rehtisa a aventurarse por encima del abismo, a pesar de que jamas hizo la experiencia de una caida. Esto llevé a T. G. Bo- wer? a extraer la conclusién de que “el hombre © Op. cit., pp. 47 ss * Slant perception and shape constancy in infants, Science, 151, pp. 832-834 See CeCe eae EL PUNTO DE VISTA DE LA ETOLOGIA 69 misma del sistema nervioso del hombre” También se puede mencionar el comporta- miento de los nifios sordos y ciegos de nacinienta que manifiestan el mismo miedo a lo desconocid, que todos los demas nifios.* Ello nos refuervacn L, conviccién de que el sentimiento de inseguridad (entendido en su sentido amplio) es une de Ine instintos fundamentales del ser humano. Esta ma: nera de ver fue confirmada por R. Ardrey,® entre otros, quien admite que el miedo es, june com Ia tendencia a dominar, al orden y ala nostalgia, uno de los primeros instintos aparecidos en el mands animal, “por mas lejos que vayamos, incluso tras, Pasando las fronteras del reino primate”, Estas movilizaciones brutales e instanténeas sue- len concluir de inmediato. Sin embargo, se ton Prueba también la existencia de estados de vigilan. cia mas difusos, durante los cuales el individvy Puede continuar ejerciendo una actividad 11 Inismo tiempo que vigila. Esta disposicion puede encontrarse también, en estado normal, en Ik bass del comportamiento de la mayoria de las especies animales. Hasta ocurre en algunos casos que esta Constante se ritualiza en lo que se podria denomi * Gf. especialmente los trabajos de Spi y Bowlby, ya men- s ajos itz y Bowlby, ya m * Les enfants de Cain, Paris, Stock, 1977 (1*. ed, amer. 96) fi ( , 70 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO har procedimientos de seguridad. “Para el que se aleja de alguien -escribe I. Eibl-Eibesfeldt-,1° existe un peligro potencial de que la agresion que hasta ese momento estuvo inhibida, pueda desen- cadenarse bruscamente. Quien, en medio de reve. rencias, abandona una habitacion retrocediendo, probablemente experimenta un sentimiento de miedo”. En todos los aspectos de la vida cotidiana es frecuente comprobar hechos del mismo género. Por ejemplo, observemos a un hombre que esté solo, almorzando apaciblemente en un restau- rante. Por més que no tenga ninguna raz6n para sentirse inquieto, se le ve pasear sus miradas en torno a si de una manera vaga, sin posar sus ojos en cl plato mas que el tiempo necesario para asegu- rarse que ¢l tenedor ha trinchado el bocado pré- ximo: se trata de una caracteristica comportamen- tal que no deja de recordar la alerta atencion del Vigia, sinos remontamos a los lejanos tiempos de los comienzos de la hominizacién. 2. La necesidad de seguridad. Todos los seres aspi- ran alaquietud y al reposo, estados de aflojamiento de las tensiones cuyo punto culminante es el suefio. Sin embargo, observemos que aun en estos mo- mentos, el sentimiento de inseguridad perma- nente no queda abolido del todo. Especialmente los animales han conservado una capacidad de despertarse rapidamente en caso de una estimula- cin sospechosa, y las especies gregarias slo repo- yy Lthologie: biologie du comportement, Paris, Ed. Scientifiques 1977 (14. ed., 1967), p. 140. ae a a af EL PUNTO DE VISTA DE LA ETOLOGIA 7 ian cuando quedan apostados verdaderos centine- as alrededor del grupo, encargados de advertirles Esta necesidad de seguridad, tan importante see ee dullibrio del individu como sue faculta- des de ponerse en guardia, puede ser satisfecha en Parte mediante el contacto social. Ex numerosas ahecies, entre ellas los primates, eg posible ob- sme? qe se trata de una necesidad de primeri- sano orden. R. Spitz"! describié con el nombre de 72 ASPECTOS CORRIENTES DEL MIEDO desarrollo personal. Estos trastornos pueden adoptar formas diversas, que van desde el ma- rasmo fisiolégico y psicolégico hasta las perturba- ciones de las relaciones interpersonales, pasando por los desordenes de la agresividad, de la sexua- lidad, ¢ incluso de las grandes funciones, como la nutrici6n, la adaptacién al ritmo nictemeral, etc. H. F. Harlow!? demostré de manera evidente que en la jerarquia de las necesidades entre los primates, predomina la “Basic security: The for- mation of basic security and trust in infants provi des a security base for exploration of the outer world, both the inanimate world of objects and the animate world of predators, people, and playma- tes, particularly members of one’s own species.” Cuando intervienen acontecimientos perturbado res, especialmente una social deprivation mas 0 me- nos completa, se observa una falla en el plano de las adaptaciones fundamentales al contorno. Por ejemplo, se les hace suftir a monos jovenes un aisla- miento total de seis meses. En seguida se los pone en contacto con congéneres de la misma edad o incluso de la mitad de su edad: Harlow" comprueba entonces que “the isolates commonly huddled in a comer, frozen in terror shielding their face and body by their upraised arms and hands, or lay face upward in a frozen, prostrate position”? * Love created. Love destroyed. Love regained, in Modeles animaux du comportement humain, Paris, CNRS, pp. 13 ss. 8 Tbid., p. 17. 4 [bid., p. 38. * En inglés en el original. (N. del T.] eee eee EL PUNTO DE VISTA DE LA ETOLOGIA 73 Inspirandose en el caso de Gaspart Hauser yen los trabajos de R. Spitz, K. Lorenz!® menciona que el signo patognémico de este estado de privacion de contacto consiste en “quedar acostado sobre e1 vientre, con la cara vuelta hacia la pared”; y mues- tra a la vez que toda adaptacién social posterior ha quedado gravemente hipotecada. Sin duda que habria mucho mas que decir sobre este punto, y son numerosos los autores, etélogos y otros, que han tratado el tema. J. Delumeau,® por su parte, refiriéndose al problema del miedo en la historia, admite abiertamente que “la necesidad de seguridad es [.. .] fundamental”, Esta necesidad es tan Poderosa que H. P. Jeu- dy"” habla de una verdadera “compulsién social de segurizacion”, que afectaria muy especialmente 4 nuestras sociedades hipercivilizadas. A ello obe- dece la implantaci6n a veces exagerada de dispo tvos que tienden a Proteger las estructuras so- ciales, lo que no deja de provocar sentimientos ambivalentes. Para mucha gente, en efecto, las “fuerzas del orden” inquietan tanto como tranqui- lizan: el policia, imagen social de la seguridad, es a la vez testimonio a su pesar de la presencia insi- diosa del criminal y despierta temores que tedri- camente debiera disipar. Pero tratemos con mayor precision este punto. 3. Amenaza y significacién de la amenaza. En’ un 'S Lragression, Paris, Flammarion, 1969, p. 292. 1 Op. cit., p.9. 1" La peur et les médias, Paris, Pur, 1979, p. 20.

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