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290 a _— Poiitioas de i a —Poicas del sxpetoye, mises, sino pau consents Burges. da be ant social es s6lo un fragmento, siempre ha contenido en sf cle das contradcciones y amb aibitidede de tramcendense a istiedales —y, porende, ls posibilidades mnisia—. Para que estas contradiceiones se entien, dan bien es esencial fijarse en las relaciones de poder hist6ricas a Occidentey el Teotr Mundo, y examitar de qué fuemas toa vinys Jado dialécticamente con las cond riot ls ones pricticas, os supuestos bisi- cos y el producto intelectua: de todas las disciplinas que represertan | inerpretacién europea de lahhumanidad no europea (..) . Marzo de 1973 Ambito académico* Jon Gledhill 'A primera vista, parece evidente que hoy la antropologia no pucde Sevitar e1 compromiso con Jos asuntos «politicos». Muchos antropélo- {gos deciden trabajar con poblaciones «indigenes» que demandan que Jos estados y las empresas capitalistas transnacionales reconozcan sus derechos y les indemnicen por las injusticias pusadas. Como «exper os» en «cultucas no occidentales>, con frecuencia los antropélogos se ‘ven involucrados en procesos judiciales relacionados con materias ta Jes como los derechos de los indfgenas a la tierra, ademds de actuar ‘como testigos expertos en los casos que tienen que ver con personas Gue piden asilo y con inmigrantés en los pafses del Norte, Sin embar- go, el grado de compromiso que los antropstogos individuales mani fiestan en dichos contextos varfa, al igual que las posturas que acloptan ‘con respecto & las cuestiones en ellos implicadis. {2Cémo se pueden, por ejemplo, sopesar los intereses de un grupo indfgena de It Amazonia frente a los de tos miembros pobres de otros sectores de fa sociedad nacional que han emigrado a esa regién cn busca de susiento y que se pueden encontrar en una situacién mucho peor si se reconocen los derechos especificos de la poblacién indige ha? Este tipo de problemas resultan magnificados por Ia naturaleza intensamente estructurada de los puntos de vista que sustentan los cerca de quiénes son los «auténticos» indfgenas, Un se ha distribuido «forasteros» ejemplo lo constituye el modo en que, en Guatemala + ened podery sus dijraces, Perapecivas antrapoldsicas de la Poles, Bellatr. arte 3000, pp. 337-370 (20. Power & ts Diagishes. Anthenpologinl Perspec fives on Politics, Lats, Plute Press, 1994 292 —____poiticas dela amtopsiogi, a menudo lu ayuda de las ONG: baséindose en la apariencia még ‘menos «india» de Ia poblacién segiin su indumentaria (Smith, 1999, Les posaniongets nies meee a ‘spanorama general, debido a los compromises personales cue esx blecen con ta poblacién erire la que realizan su trabajo de campo. Cox frecuencia, su visin del mundo privilegia los intereses de los grupos andjgenas»y sus intresesprofsionales les impiden evalua as pro tensiones de las distintas partes. Como sefiala Nugent (1993), los «campesinos» de la Amazonia son «invisibies» en numerosas concep tualizaciones antropoldgieas de la sociedad amaz6nica. Y alli donde aparecen, siempre de manera marginal, son anatematizados. Cémo puede un ant-opélogo tratar cuestiones que plantean una setie de principios éticos enfrentados, come la continuidad de la préc tica de ta clitoridestoma por parte de inmgrantes en las sociedades del Norte? Este tipo de cuestiones pueden resultar sumamente politi zadas, n0 s6lo porque implican conflictos inmedistos de intereses so ciales que no se pueden reducir fécilmente a una clara divisién entre buenos y malos, sino debido a que revelan otras cuestiones de mayor envergadura, relacionadas con el impacto del colonialismo occidental y los problemas contemporéncos del poder del estado, el poder de las clases y el racismo, En realidad, muchos untrop6logos no querrian considerar su pa- pel como un papel «politico», argumentando que los antropslogos dle ben prescindir de las simpatias, las creencics y los compromisos per= sonales, participando Gnicamente en calidad de «expertos» cuyo testimonio corresponde a aquello que se puede defender como conc! 1miento académico. A los panicipantes en el debate del GDAT celebri- ddo.cn Manchester en 1995 no les convencieron los argumentos que se plantearon en contra de Ia mocién de que «la abogacta constituye un compromiso personal de los antsopélogos, no un imperativo institu cional de la antropologia» (GDAT, 1996). El mismo aio, I Current Anthropology publicé un debate centrado en un artieulo de Roy d’Andrade, quien afirmaba que las «posturas morales» obstaculi zan el «trabajo cientifico>, y otro de Nancy Scheper-Hughes, quien sostenfa que las «tesponsabilidades éticas» de los antropélogos deben cupar un papel fundamertal en su labor prictica, de modo que les obligue a «tomar partido». Los argumentos de esta autora provocaron algunos comentaries especialmente polémicos; aunque mas adelante revisia ypromiso, responsabilidad y ,..) — 293 | antopologia y politics: o _yolveremos sobre ellos con mayor detalle, quisiera empezar formulan do algunas observaciones generales propias. ‘La primera es que no resulta tan evidente que cualquier forma de “ conocimiento académico pueda pretender legitimamente ser «objet vya» € «imparcial» ni que Tos académicos puedan evitar «adoptar una postura ni siquiera cuando permanecen en silencio. Lo que resultaba politicamente problemético en la antropologia del periodo colonial fran precisamente sus silencios, la reduccién de lus cuestiones del po- der al Ambito neutral de una de los derechos humanos y la corrupcién, aun cuando éstas forman | parte del entramado de la vida cotidiana. Sin embargo, y como ya he: mos visto, al menos una parte de la moderna investigacién antropol6- gica ha tratado de ubordar Ins dimensiones mis desafiantes y terribles de las relaciones de poder local y mundial contemporineas de una manera directa y sin securrir a eufemismos. Actualmente no debemos centrarnos tanto en el silencio como en la cuestion de cuales son posi- blemente los mayores dilemas que plantea el hecho de hablar. En este «timo capitulo nos centraremos, sobre todo, en la rela- ciGn entre el conocimiento académico y el eonocimiento prictico y politico. La principal forma en la que el conocimiento académico se difunde en Gran Bretaha y Estados Unidos es a través de las publica- ciones académicas, que lee un piiblico especializado, aunque esto no ocurre necesariamente en otros paises, donde los antropéloges partici pan mas estrechamente en una cultura pibliza intelectual, donde las, ideas se difunden através de revistas populares y programas de televi- sién que Hlegan @ una audiencia mucho mas amplia. Sin embargo, ni siquiera en Gran Bretaiia y Estados Unidos las publicaciones acadé micas constituyen la dniea forma en la que surge el conocimiento an- tropol6gico a partir del trabajo de campo, Incluso los antropélogos que ocupan algdin puesto en Ta universidad pueden elaborar informes para organismios del gobiemo, ONG o empresas privadas, y un cre- ciente mimero de licenciados cn antropologis pasan a trabajar directa ‘mente para institutos y organizaciones ajenas a la universidad. Tanto si esctibimios un libro © un articulo que te¢ricamente pertenecen al mbito pablico como si elaboramos un informe destinado tnicamente este-conocimiento, Las respuest mente sencillas, La politica de Ia produccién del conoci algunos dilemas iniciales imienio antropolégico: Se puede decir que, en oeasiones. al mene sini 0 ptr hoe as politica exterior britinica 0 estadounidense, asi co minaosreimenes atriaios ano silos antoylones ins © anindos pr ls onan de opal shen mo si oer fo encubierto). Ya hemos visto de s buedeeuesiona el conocinien» deus ena bs se eee itica de Poole y Rénique a ta «senderolow ante lg uno pases sts mS Gstas quienes les pagan, Esto podria parecer uni munere any n asegurat que el conocimiento antropolégico ay ‘ualdades de poder en el mundo y sirva tnicamente a consas jae Ber al ni de ex capa con on aincsonsnone tan sonst, unaS de Ts razones por Tas que las cosas oo resin sig aa 4a cuestisn de si Ia defensa ee Tos intereses de inereses de otros que podria ser merecedores de tun tato igual o mejor, con frecuencia ls antropilogo ae enenen ; aparente. servido alos imtereses de jy stad poles los académicos no tienen ‘Necesariamente Ja tiltima pala- ie aces soevesran Fon que existe una potencial contradic i * €n Olras circunstancias, podrian decir acerca de la «cultura tie determinado. Jugar y los intereses Practicos de las per- ee a los recursos qe reivindican en sus hu (os cosas qu, quiz4, no tenen necesariamente per qu se nea politica: eompromiso, responsabilidad y ( sin embargo, existen Ingares donde los antropdlogos no podrian trabajo de campo sin hacer algunas concesiones a la demand star algtin servicio a la poblacién que desean estudiar, Ya no te~ fas potencias coloniales que hagan del rmando un hugar seguro para ir08. {La relaci6n entre conocimiento acaclémico y préctica politica re- particularmente problemstica para los antropélogos debido a que amos de un contacto cara a cara con la gente sobre la que escri- , Neeesitamos pensar de manera reflexiva sobre la relacidn entre antropslogos ¥ las personas a las que éstos estudian, tal como han ayado diversos representantes de las tendencias hermenéutico in etativa y tive para demestrar nuestra «relevanciam segiin unos criterios que elegimos nosoiros. Por supuesto, podemos seguir Iuchando por tras propias prioridades, pero parece improbable, dada 1a ampli- politica de la stuacién, que estas prioridades Heguen a ser las pre- jominantes. Los azadémizos profesionales siempre se han vst imi jos por las estructuras institucionales, pero si ahora estos limites se cen mas estrechos, resultard lisa la vigorosa de- sa de la autoncmfa universituria y de Ta capacidad de las propias tuciones académicas para determinar los proyectos de investiga- oS np ier enna liso pen YS 8 instituciones tniversitarias son organizaciones sociales con sus ries atures, loaes de pode conc on oe OCU ‘un importante papel la hora de conformar la opinién pibliea. En este sentido hay que destucar el esfuerzo por parte de Harvard para propor- cionar una justificaci6n al uso de armas atémieas contra Japén (Bird y Lifschuitz, 1993). £1 Centro de Investigaciones Rusas de Harvard, di- sido por el ntropélogo Clyde Kluckhohn, [ue av arma importante ea gue fi ice, 1998, Una gran pane de ls cinvetgncions> e Harvard se centraron cn la propaganda dirigida a socavar al gobier nosis De hecho, yas abiarcitio a iierswibogtioges alizar este ‘ipo de abajo durante la segunda guerra mus {Sisqo ca corerinfeno de dfn cura = oir ten Ta guotapiclige co as japneses, Mucho ean La goer Ssmplemente como una extensién de esa anterior labor parities a cultura yl paradiama dele personalidad se presteban espectalmen- te a este punto de vista. Margaret Mead y Ruth Benedict permitieron gue sus invesigaciones furan finan por ongnsasiones como ation, de las que sabfan que no eran sino extensiones operas els Se a da cords Com De entre ota, leg estar nl nina de a CTA dante wn tempo, Otros proyectos, especialmente el «Human Area Files» de George Pe especialmente 300 —___. Politicas d Ia antropiacig ter Murdock, recibieron financiacién encubierta de 1a CIA debido que el seryicio de inteligencia pensaba que el estudio de otras culturay resultaria util con vistas a la injerencia de Estades Unidos en otras, reas del mundo, Fue Kluckhohn, sin embargo, quien ocup6 un ugar especialmen te destacado en las redes que vinculaban la inyest gacién antropolo. ica con los personajes que, dentro y fuera del émbito neadémico desempefiaban algiin papel a la hora de configurar Tas estrategias de seguridad de Estados Unidos a escala mundial; asimismo, fue asesor del FBI. Aun cuando la implicacién de estos eruditns venia dada tin: camente por una cuestién de prineipios y de compromiso con los vi lores norteamericanos, sigue habiendo fuertes objesiones éticas 3 sus actividades: trabajar para la «seguridad nacional del estado» converts os etndgrafos en espias v producia un eonocimiento que se pod utilizar para dafiar fisicamente a otros seres humaros, Por otra parte tal como muestra Price, el poder de estos colaboracores antropélogos de la «seguridad nacional del estado» les hizo también cémplices de la anatematizaci6n de algunos de sus colegas profesionales durante la caza de brujas del «Comité de Actividades Antinorteamericanas» &: senador Joseph McCarthy, procesos en los que algunos de ellos rect rrieron a técticas que la mayorfa de las personas considerarfan poco 4éticas en cualesquiera circunstancias. Hubo, sin embargo, procesos atin mas insidiosos. Stephen Reyna (1998) ha afirmado que el trabajo de Clifford Geerz. sobre Indonesia, defiende un «cégimen de verdad» en el que la culpa de la masacre de los comunistas de 1965 se reparte por igual entre los propias comunis: 18 y el ejército indonesio. La eritica de Reyna a Geertz no constituy una negacién del «relativismo ético» que nos antoriza a tener nuestris propias creeneias, sino un ataque a una forma de relativismo que s¢ riega a aceptar que los juicios morales tienen que éasarse en eviden ccias, Sea lo que sea Jo que creemos que es bueno y justo, debemos ser ‘capaces de proporeionar evideneias de que la situacién que juzgarnos ‘como buena de acuerdo con nuestros valores realmente satisface nus tos criterios de bondad y justicia, Geertz no estii a favor de tratar brutalmente a los débiles. Sin embargo, en su obra, parcialmente outo- biognitica, Afier the Fact (1995) utiliza toda una serie de persuasivos recursos retéricos para Hevarnos a creer que ambos bandos tenfan €) mismo poder y que el PKI era capaz. de hacerse conel poder del esta- 301 Assropologia y politica: compromiso, responsabilidad y(. do por la fuerza. Ademés, evita explayarse en el papel de los servicios de seguridad estadounidenses a la hora de convert el ejército indone- ssio en el monstruo que demosteé set, una vez més, tras la cafda de Suharto, cuando las tropas indonesias se cruzaron de brazos mientras Jas milicias asesinaban a un gran nimero de timoreses orientales y a varios observadores de la ONU tras celebrarse el referéndum para 1a independensia, a pesar del compromiso del gobierno de Yakarta de respetar el resultado. Lo que sefiala Reyna no es s6lo que existen sus- tanciales evidencias de que los comunistas eran demasiado débiles para amenazar al estado, y que Geertz prefiere ignorarlo, sino que 1a hermenéutica de Geertz hace que toda la cuestiGn de las evidencias y del fundamento de los juicios parezca irrelevante, de un modo tal que, ‘en iltima instancia, sirve a los intereses de los podcrosos y vicia los " valores humanistas liberates que declara poser, Ross (1998) Ileva atin mas lejos la critica de Geertz alirmando. ‘que su primer trabajo sobre la Indonesia rural y urbana (Geertz, 19638, 1963p) muestra una fuerte afinidad con ef paradigma del «colapso de Ja modernizacién» y la «ingenieria social y politica» de Huntington, ‘en cuanto a la perspectiva que defiende. Una vez més, Geertz te perfecto derecho a no compartir los puntos de vista de Ia critica mar- xista a la naturaleza del desarrollo capitalista en Indonesia, y, de he- ‘cho, debatis vigorosamente estas cuestiones. Sin embargo, el autor ofrecta unaexplicacién de la pobreza rural de Indonesia que alejaba la culpa de las estructuras de poder asociadas a Jos intereses de Estados ‘Unidos y la stuaba de leno en los colonialistas holandeses, al tiempo que colocaba el desarrollo capitalista poscolonial bajo la luz positiva de la «modernizaciGn». Esta obra resulté extremadamente gratificante para quienes ostentaban el poder en el sistema universitario, estrechis- ‘mente vinculados al aparato de seguridad nacional, y, como muestra Ross, plantza importantes cuestiones acerca de cémo participan los intelectuales en Ia vida social a través de las instituciones. ‘Aleunos de los mentores de Geertz en el Departamento de Rela- ciones Sociales de Harvard fueron socidlogos profundamente conser vadores, especialmente el anticomunista ruso emigrado Pitirim Sorokin y el norteamericano Talcott Parsons. Ambos participaron activamente én Ia politica de la guerra fria, incluso en el programa disefiado pars dar relugioen Estados Unidos a antiguos nazis. Podemos pluntear al gunas cuesiiones interesantes acerca de emo el origen social de un 302 trop crudito como Parsons podsfa haber configurado su actitud re Scotlbonralecoomy lsrars Fuearek seston encase eke departamentos de ite de a universidad, busta en una plea de mens tores y recompensas, podria haber yenerado una promocién de «pry gio» euyos propiosoxigeaes sociales son dsinon Esto no eva A sugeric que exis una zeleciGn mocdnic nie os ideas ye orges, politicos que las uasciendee, en unos perils histricos y en unos Tugs conereos prof qual a eae no obane importa i de vical I egetrisprofesionales dels nvidos ya ideas que éstos producen a los procesos sociales que las contiguran o leno de ls universidades. Cora ruesta Wiliam Rosebery (1996) tn ands de i formaciGn de sescuelass en tarno a una sete de centros del pensamiento antropol6gico estadounidense ls redes no s6lo promocionan a los individuos, sino que tambign los excluyen ‘una parte de la politica de la produccién acaiémica se lleva a caby contratando a determinadas personas. oe Incluso determinados acontecimientos ideol6gicos aparenteme te aprogresistas» en el seno de la institucidn universitara rele la dindmica del poder y de a politica académicos. Paul Rabinow sefala gue resulta obvio que el dnsbito politico en ol que surgieron las econ tempordneas proclamas aniropol6gicas de anticolonialismo» no es el del mundo colonial eal de finales de la dévada de 1950, sino et dambi- to académico de Ia de 1980, y afirma que tales proclamas «se deben considerar estrategias polfiicas dentro de x comunidad acudémica» (Rabinow, 1996, p. 49). Asi el autor concluye . Mi apuesta es que merecer cada, el Tensnlero? 20600 se hacen y sovlstrugea hoy las curate cis (ibid, pp. $0-51). ~ 303 clot y poli: compro, responsabilidad y (..) ——— respuesta de fune Nash @ las preguntas de Rubinow es que la «in jucién de 1a antropologia en la eritica culturaby era un producto de ; hombres blaricos que defendian sus privilegios (Nash, 1997, p. 22). ay, sin embargo, otras virtudes politics en «la duda epistemolégics jetemntican desde Ia perspectiva de personas muy poderosas ajenas al ito académieo, Por otra parte, se podrian hacer otras eriticas a Ia tropologia «del Norte» desde el punto de vista de los antropslogos 1e viven y trabajan en el «Sur»? En la 6poca actual, Ia politica de la antropologts presenta mn panorama complejo. Por una parte, existe una mayor discusion de ' cuestiones polticas y éticas que en los perfodos anteriores, y ac~ gos reflexionan mas acetca de las implicacio- s sociales y politicas de su actividad académica, Por otra parte, no g6lo resulta dificil lograr un consenso sobre Tos rrincipios, sino que iquiera est claro que la préctica de la pofesin en general esté carn- Ibiando de una manere profunda como resultado del hecho de hablar Ide los problemas. Debemos preguntarnos si realmente tiene sentido Ihablar como si lo que hacen Ia mayorfa de los antropélogos fuera el producto de alguna comunidad internacional de agentes intelecusles fibres e iguules que buscaran un consenso. Creo que la respuesta °s que no tiene absolutamente ningin sentido. El trabajo antropolégico esti implicado en unas estructuras de poder académicas que poseen distintas configuraciones en cada pafs, pero que, a su vez, estin ene dadas en unas estructuras de poder nacional e internacional de mayor envergadura, S6t0 las consideraciones financieras aseguran que las voces de algunos antropdlogos se oigan mucho més fuertes a escala Jnternacional que las de otros.’ Podemos apreciar la permanente im: portancia de estos problemas evisando un momento de crisis ya passe pues 2. Véate Krotz (1997) y los comentarios sobre su arteulo en el mismo nimero, ‘otros posteriones. dla rrist See rane okstcesariamente uns simple cuesiGn de Norte frente a Sur. Los esti 3. densuy oe algunos pulses del . Eto penn que proponents eta anes x30 Tucan spots proba ok antrpgos sobre tems ales come a gualdoracn las amas icles las is y lent las peblacions storgenes. Leg ve aprobo na meeign pata ana dechin de a presidenci por un extecho margen Después eine jern enicndas que eirinacon un legato que sfimaba que Estado Uaids estaba iningindo el detec internacional tliandn mss prokibids y tamferan I responsabilidad del yoiero de stan ‘Amcopotogta y poltica: eampromiso, responsabilidad y(... 305 Unidos a todos les gobicrnos» (..) Las a presién, la mayoria de los antropSlogos eran capaces de dejar constan- cia de que si profesigin se oponia a una matansa masiva, Pero es evi dente que muichos de ellos no estén dispuestos a condenar a su propiv 1968, pp. 136-137) 1as demostraban que, bajo La renvencia de Tos antropélogos norteamericanos a criticar @ su go~ biemo constitufa un reflejo de sus posturas politicas personales y de tun anticomunismo que, como muestra Worsley (1992), no se limitaba 1 que la staba en fa la rama norteamericana de ta profesién ni al perfodo ‘guerra fria se hallaba en su apogeo. Sin embargo, lo que abi juego era algo mas que una cucstién de actitudes, y tanto Worsley ‘como Gough reflejan la cara mis siniestra del conservadurismo antro- afanes personales, pol6gico a través de la historia de st ‘Worsley muestra e6mo la inve rentesco abor se vio inluida por la eaza de brujus anticomunista no s6lo del estado, sino del propio establishment antro- poldgivo. En el centro de su relato se n de la que fue objeto Fred Rose, un comunista convencido que finalmente se traslad6 a Alemania Oriental, Worsley sefala cue la estigmatizacion del trabajo académico de Rose por parte del establishment antropol6 ico result6 especialmente inapropinda, dado que loy métodos rigarosos ¢ innovadores que utiliz6 para registrar los datos relativos al parentes- 0 hicieron que a otros antroplogos les resultars particularmente fécil reinterpretar sis descubrimientos del modo que deseuran, con la con: fianza de que ef material empirico era fiable. Asimismo, a ningin ob servaclor desapasionaalo le resultaria fécil demestrar que la visi6n po- Iitica de Rose distorsionaba su visin antropoldgica de una manera especialmente perniciosa. El propio Worsley hubo de wit edmo Tos de- anos de su profesién le advertfan de que no habfa ningiin futuro en la antropologia fara una persona con sus antecedentes politicos: después de eso, Worsley prosiguid su eminente carrera como socidlogo en Manchester. Pero los piblicamente declarados «rojos» no fueron tas gacién sobre los sistemas de p: alla la porsecuci Xinicas victimas. Otros antropélogos a los que apenas se podia acusur de manifestar simpatas prosoviéticas, como David Turner, se encon- traron excluidos de sa dmbito de trabajo en Australia, en lu d&cada de 1970, a través de otras formas mas sutiles de obstruccién oficial, Las razones de su exclusién nunca fueron revelads of almente, en una 306 Pri de la Antropol mnestra de lo que Worsley describe como el terror de la incertum, bre», pero estos acontecimientos reflejan la reaccién del estado aus, traliano ante la creciente preocupacién piblica por los derechos los aborigenes y ante la propia movilizaci6n de éstos. El telén fondo era el impacto social y medioambieatal cada vez mas devasia dor del capitalismo minero en las reservas aborigenes (Worsley, 199 p.57), En 1962, Kathleen Gough pronuncié un discurso condenande el bloqueo norteamericaro de Cuba en su universidad, que gozaba de una reputacién liberal. Inmediatamente fue amonestuda y se le informs de que nose le renovarfa su contréto cualquiera que Tuer la opinion de sus colegas sobre sus méritos aeadémicos. Después, al ser una inmigrante briténica, fue sometida a investigacién por parte de Servicio de Inmigracién y Nacionalizacién, gue int colegas acerca de si se la debfa considerar un peligro para la scwuti dad nacional. Una beca sclicitada en 1964 a la Fundacién Cientities Nacional fue rechazada tras la intervencidn del Ministerio de Asun. tos Exteriores, busindose en que la investigacién propuesta, acerca de por qué los aldeanos del sur de India se habfan convertido en par tidarios del comunismo, no se consideraba de interés nacional. Esto resultaba paraddjico, ya que 1964 era el ailo en que el ejército esta dounidense habfa destinado entre cuatro y seis millones de délares a una investigaci6n sociol6gica relacionada con los Factores que ha. ban dado origen a los movimientos sociales revolucionarios de! Tet- cer Mundo, el infame Proyecto Camelot, que fue finalmente cance lado en 1965 a rafz de las protestas internacionales. Evidentemente quienes podian simpatizar con los objetives revolucionarios no eran ‘considerados investigadores apropiados para realizar aquella «proli- laxis de Ia insurreccién». Finalmente, Gough logr6 financiar su in vestigacién del sur de India, en parte con su propio dinero; a su re reso, tras finalizar su trabajo de campo, el Ministerio de Asuntos Exteriores se mostsé bastante interesado en sus resultados (Gout. 1968, p. 152), La postura de Gough, como la de Worsley, era abiertamente iz: quierdista, La automa insistia en que la antrozologfa habia de analiz el orden mundial en térmiros de neoimperialismo y Hamaba la ate ci6n a sus alumnos sobre el modo en que la modernizacién capitalista estaba produciendo una creciente polarizacién social en todo el mun pologta y olties: compromiso, responsabilidad y (..). subdesarrollado, Vea 1a revolucién armada como ie una nueva y progresiva imposicién de la dominacién occidental Tos pafses subdesarrollados y confesaba abiertamente su simpatia ro que ella consideraba una nueva marea revolucionaria. En deter jnados aspectos que resultan evidentes, el mundo de Ia década de 1990 es distinto del que Gough anticip6 en la de 1960, pero resulta sds que discutible qne sus obras hayan quedaco anticuadas, especial pecne si pressindimos desu valor, exeesvamente optimists de Aas perspectivas de una «revolucidn mundial» en las dos di guientes. SA finales de la década de 1990, hay pocos paises en el mundo en os que no resulte pertinente plantear el tema del progresivo destase entre ricos y pobres. Tampoco se puede acusaira Gough de exagerar el alcance de las estrategias «contrarrevoluicionarias» empleadas por las potencias neoimperialistas. Lit polémica cuestién de la violacién del derecho intemacional por parte de Estados Unidos queds minimizada fala luz de los acontecimientos posteriores, Por otra parte, da Ia impre sin de que ‘a mayor parte de las cuestiones que Gough planteaba acerca del papel de la antropologfa en relaci6n con los problemas E mundiales no han perdido ni un dpice de su relevancia. {Deben los antropslogos realizar un trabajo aplicado al servicio de los gobiernos o de otros organisinos internacionales como el Banco ‘Mundial? ;Deben trabajar en aquellas zonas del mundo que estén ex~ perimentundo una convulsiGn social y politica, y pueden hacerlo sin tomar partido? ;Cémo pueden los antropslogas hacer un trabajo que no resulte trivial si no reconocen el papel de la fuerza, el sufrimiento xy la explotacién en los procesos de cambio social. y el modo en que s locales resultan influidas por a distribucién mundial Smico y politico-militar? ;Cémo respondemos a las im- licaciones del hecho de que los salarios de los untropdlogos sean pa- ‘gados por los gobiemos, sus organismos o los «segmentos privados de Ia élite en el poder» (Gough, 1968, p. 150), con lo que la ret6rica de las libertades demoeriticas y académicas se halla constantemente en peligro de verse comprometida? Mientras se enfrentaba a estas cuestiones, Gough pudo experi- mentar cierto alivio derivado del hecho de que, en enero de 1967, el profesor Ralah Beals y el Comité de Etiva y Problemas de Invest ign de la AAA presentaran un nuevo documento sobre Ia politica de 308 ____ oe ican deb amcopotogy la AsociaciGn, En él se aconsejaba que se evitara escrupulosamente 1g posibilidad de rclacionarse con actividades y organismas de investiga. cién clandestinos, se exigia el levantamiento de las restricci nes det gobierno sobre Investigacion en el extranjeo aprobadas por ls ine tituciones académicas y los colegas profesionales de la investigadora, se abogaba por la difusién ilimitada de todos los aspectos de los des. cubrimientos de los proyectos de investigacin entre la poblacidn de fitriones y se defendia el principio de libertad de publi cidn, sin ningun tipo de censura o interferencia, Sin embargo, Gough sefialaba también el modo en que se reclutaba a diversos antropélozos para trabajar en proyectos antiinsurreccionales, como una deprimente evVidencia de que dichos principios podian no respetarse en la prictica, ya fuera por los organismes del estado, 0 ye fuera, como minimo, p tuna minoria de Los propios antropSlogos. Su principal esperanza rai caba en la siguiente generacién de estudiantes, Intelectual y polfticamente, una gran parte de lo que signif Gough en la década de 1960 habia de desarrollarse en la antropolo; de las de 1970 y 1980, pero, tal como ha sefialado Joan Vincent, 1 extrema politizacién de la antropologia de la década de 1970 no ll una simple renovacidn éel paradigma. La coexistencia de paradig mas enfrentados entre si produjo divisiones profundas en el émbito académico, pero al mismo tiempo desdibujé algunas de las fronteras establecidas entre sradicalismo» y «conservadurismo» en la medida en que los reflexivos planteamientos posmodemos socavaron el tipo de ccertezas implicitas en la pe-spectiva de Gough (Vincent, 1990, p. 388). En la prctica, la susceptibitidad de la siguiente generacién a los para~ digmas intelectuales radicales se vio moderada por su vulnerabilidad al desempleo Es importante no simplificar en exceso los dilemas que la situs cién contempordinea esta provocando en la antropologia. Considere ‘mos, por ejemplo, la cuestisn de ta «antropologia aplicada». Lat antro- pologfa aplicada se podrfa considerar an modo de realzar el ‘compromiso de la ¢isciplina, poniendo su conocimiento al servicio de Jos problemas socicles préctivos. En dreas como la asistencia social y los paises la medicina publica, una inyeccién de «conocimiento de la cultura» puede desempefiar un importante papel a Ia hora de mejorar algunas de las consecuencizs del etmocentrismo y del racismo. Pero lo que re sulta factible en este sentido se ve limitado por los émbitos, de mayor Antropologta y poliia:compromiso, responsabilidad y..) 309 envergadura, de las relaciones de poder. Se podria afirmar también {que los resultados de este trabajo son siempre susceptibles de manipu: Jacién por parte de quienes tratan de mejorar sus estrategias para Ile- yar la prictica sistemas de poder/conocimierto en el sentido foucaul- tinno, sistemas que pucden tener un proyecto de «contenido» muy istinto al de resolver los problemas de las personas. Sin embargo, estd claro que a quienes les resulta més fécil afirmar la pureza teérica e ideolégica es a los académicos que disfrutar de los salarios necesa- ios para sustentar su imparciatidad, en distinguidas universidades pa- blicas o privadas. Puede que tales acackémicos estén dispuestos incluso a tolerar procesos como la precariedad del empleo acackémico para defender su propia posicién privilegiada, escribiendo obras «progre- sistas» sobre los suftidos pobres del Sur al tiempo que se niegan a apoyar las luchas por la mejora de la retribucisn y de las condiciones laborales de sus profesores ayudantes, sus colegas subalteruos y otros empleados universitarios (Di Giacomo, 1997) Sin embargo, parece inevitable el constante debate sobre ta ética de algunos tipos de antropologia aplicada. Se deberia participar, por ejemplo, en un tratujo relacionado con los programas de transmigra- cién en Indonesia baséndose en que, de todos modos, ese tipo de cosas, se van a llevar a cabo, aunque formen parte claramente de la estrategia del estado indonesio para consolidar su control sobre un territorio am- pliado por medio de la anexién’? Filer (1999) ha abordado esta cues: tién en relacién con el trabajo que realizan muchos antropSlogos. quiencs apcyan 0 asesoran a diversos grupos indigenas que luc! ‘contra el desarrollode la minerfa en sus territorios por parte de empre- sas transnacionales. Este autor seftala que las empresas mineras cons- tituyen organismos muy poderosos, los cuales normalmente disfrutan de-un considerable apoyo local del estado, que desea Tos ingresos de la mineria. Los grupos indigenas rara vez se unen en su oposicién al de- sarrollo minero, y si una mayorfa deseara alzar la bandera roja y hacer tuna revoluciéa social y politica, lo mds probable es que fracasara, Si nuestro anilisis de la situacién no favorece el punto de vista de que tuna accién «radical» podria tener éxito, qué clase de postura politica representaria el hecho de defenderla? Esta linea de argumentacién tra ta de justificar a los antrop6logos que trabajan para las propias com- ppafifas mineras, basdndose en la idea de que, si nos comprometemos auténticamente con Jos intereses del «pueblo» al que estudiamos, la Poitiers deta tropolo fa mejor politica serfa desempeftar un tipo dist eflar un tipo distinlo de papel « jocec oss peal rrtnpua ge tong bc epee? nes y sufran el menor dato posible. — Sin embargo, hay evident y evidentes objeciones a los antrop6l colborandieclameat con ns copresa La pms anon J. ste que lo mers ug lao pare cs esos nb au es lo mejor para su propio empleo, bueno y bien pagado). Exo Pee coer a i anton panes gue "a saut€ntica voz de la poblaci¢n local». En Col neg ; al», En Colombia, las empresas pe wolfeisn holy Occlentt sc tostraroncopcialdnto GANT er eoalncupaleti etarog shames tat atom tar eomo las voces de unas comunidades eon ns que manenn my poco yee qi nes bomen slogan ato suis debe constitu una advertencia de que se puede engafar ix ops atop cals care corona ‘elas empresas us nego ellos msmos purden svcd as representan 5a soured oon sei inroen Amen tom stagione uneanpena pain bpropa soe dad pede prmaneet vin en orn a cus, yt antopSlone te psd econ ec lesan Ge eer apa repaid ___Amemudo pede dase el caso de qu lo ico que se puede hi cero es eras pero 8 nega os tio del imtercambio, per pare star menos polemic —auaue mo de too a Jos antropélogos participen e1 este proceso més como colaboradores¥ Ayuda dels eprsentares de la comune, que como empl dos suelo de fein mis porn Ports pares btn Bs ip at nee pooper ome os Sprocpr c taeis c noncen ech shark Se leva clash Bal pea bo sown veo tn juli oy pln, sino umbin a gnoar el hecho de que ex tt npetuies ovinicnise populre esto sda Mus oot vlizan conta los proyects de desarlio de ente ipo, También equ snares ns dps coi wienes se enfrentan la c6lera de Sus propiosestades y se ponen 2 3 ology polit: sompromiso, reponsiiida y(.-) — El hecho de que se haya planteado una resistencia al «desarro> ge reluciona con la cuestiGa de si los antrop6.ogos deberfan 9 no Ypajar para organisms internacionales como el Baney Mundial 0 a organismos de desurrollo gubernamentales como el Departarnety ide Desarrollo Internacional britanico, Actualmente este organism® plea directamente « més de veinte Ticenciacos en antropologia errno asexores en su secica de desarrollo socal diigida por un doe for en antropolog(a, aunque muchos de quienes tabajan pars OFBsDi- nos de desarrollo son contratados al iempo qve ocupan wh PCS peadémico permanente, Inspirandose en las puderosas cries del seourao del dasarolk?» promovidas por los gobiernos ovcidentales ta Ia segunda guerra mundial, muchos antropslogos han alizmado aque nuestro trabajo consiste en apoyar Los esfuetz0s de es bases para aemporar estrategias de «desarrollo alterativo» (Escobar, 1995). Sin fmbargo, ha habido cambios evidentes en las posturss poltie®s oficiae Fes dela mayoeta de los organismos implicados en el «desarrollo», con te excepcign del FML,incluyendo el Banco Mumia] y se polia art stan gue casi todo el proyecto del «desarrollo altemativo» se ha ineorporado al pensunionto oficial, especialmente en los orBaristens Pe ONU como la UNDP y la UNICEF (Nederveea Picterse, 1998) Serta une ingenuidad imaginar que Tos cambios en la ret6rica de ta representeciGn» y la «participacion» reflejan transformasiont® Fundamentals en laselaciones de poder en el mundo, y seria ain mis ingenuo imaginar que es0s cambios han sido producidos principal- mente por los académricos, yno por los fracasos de los antigvos ‘mode- Tos y por la resistencia y los problemas de gobernabilidad que Prove” 10s reel terreno, En ocasiones puede que no sean sino otro modo de vender el neoliberalismo, pero resulta dificil afirmar quc Jos ea tice carecen totalmente de consecuencias parala poblaciGn. Se podria roe e br ua libro sobre las continnas Timtaciones de los cambios en Las politicas oficiales con relacién al desmantelamiento ce las DCTS tel poder «de arriba a abajo», sobre el mode en que It ayuda S86 settenrando a daminacién econémica y sobre el caréeterintransiges- te del paradigm subyacente de la reestructuracién economics dirigida porel mercala, Sinembargo, no resulta tan evidente dela n9 PATE Facién consttays un modo de actuar més efieaz respecio a eins AX rcmns ni que la participacién no tenga otre impacto en la reali d aque el compromise del presunto erticg. Argumentos come los plan- 31 — Politics de nano opal teas por Paul Rickards acerca de qué tipo de ayuda resulta sinteligentos para wbordar los problemas redeside Siecra Levoa (it chards, 1996) parecen dignos de haber salido, ya no de la im - sina de los propios pasillos del poder: . aia Existen consaatespeigros en el hecho de permitir que las erga nizaciones se apropien de los resultados del irabajo de investigacia Puede que los antroplogus que entegan los dats en bruto de alu een dlicada no sean eapaces de controlar wo que se hace de ellos, especialmente por parte de los orpanismos del gobierno, Log resultados de un trabajo citados fuera de contexto se pueden vtliar para legitimar politicas a las que, en realidad, el investigador se opo. ne. Existe también el problema basico de que la paricipaciéa antropo. Idgiea en et proyecto se utilice simplemente para proporcionar una aparcnca de estudio y de «consuls qu legtme un proeso gc la pete, ao preste ninguna ene eal als puntos de vista oes ies Po imo, angus mene importante organism ue tel contrat normalmentc dicta los tEeminos de referencia de rabu jo reslizado y con frecuencia css trabajo xe realiza tan répidameme {que acaba resultando poco convincente comoinvestigacinantropols gica seria, En dtima instanca, parece dificil legara alguna conclusion ge pulse aioseneh oe cunvunar meee lel do, Actararé que mi punto de vista personal sobre esta cuestiGn es que una oposicionsistondticn a trabajo upficado resuliningostenible, Ex importante no perder de vista las consieraciones éicas y potas que los antropélogos sigan haciendo un tipo de investigacién que offezca ua evestionamicnta erfifen a quienes elaburan ia polteas¥ gue realmnte ese caestqaamiento se publique ea su pats. Pero un tetitud ireal de eruditaimparcalidad y presuntuosa complacencia tespect i a said tasesndentalencamada en un dscuso resin sido al émbito acadénien apenas parece una posta macho mist ictoria polfticamente para un antrop6logo que la de vender la propia concieecia por ut pit ds enicas, un cuando sus chjetivos no resulten conirovertidos. co nos lleva de nuevo al desaffo planteado por Gough al con servadurismo y al eardcter autosuficiente de la antropolog{a profesio- nal, Dado el apasionamiento que generd su compromiso con el soci lismo, resulta facil olvidar que el punto de partida y de Hegada de su critica no era Marx, Lenin o Fidel Castro, sino Ia visi6n de «la ciencia "Antopologi ypotea:compromiso,sesponsabitiday ¢ ee dei hombre» ce la lustracién: «Cémo puede la ciencia del hombre ayudar a la humanidad a vivir de manera mds plena y ereativa, y a fomentar su dignidad, su autonomifa y su libertad» (Gough, 1968, p. 148). La visign de Gough del «antropslogo como funcionario» deja poco espacio «las petensiones de «neutralidadética»y pide uns nue ya considerac:dn de los objetivos fundamentals de la disciplina, La ‘reciente especializacién hace que esta tarea resulte cada vez més di- ficil, Una gran parte de to que pasa por controversia en la antropologia ‘actual se resuelve adoptando Ia defensa del especialista: «Si, por su puesto, 1a dominacién neoimperialista es importante, pero hay otros que pueden escribir sobre ese aspecto gracias « que yo estoy investi- gando esta olra cuesiién antropolégica, hasta ahora descuidada; pero nadie me puede acusar de no adoptar una postera critica». ‘Los antropélogos se han encontrado con que resulta mis fécil mostrarse de acuerdo con lo que definitivamente no es ético que esta lecer unos objetivos étices comunes por sf mismos, Por supuesto, puede que no resulte posible lograr un consenso que valga la pena simplemente porque existen unas profundas divisiones ideolégicas en ‘el seno de la profesidn, tanto 2 escala nacioral como internacional, que no se pueden reconciliar. Pero el problema que la intervencion de Gough signe planteando a la untropologia de la década de 1990 es hhasta que punto los antropologos seguimos eludiendo incluso la post bilidad de clarificarnuestras diferencias, no por falta de compromiso, sino debido a la ausencia de un compromiso basado en las realidades institucionales de la produccién de! conocimiento académico. EI compromiso en la base En este punto debemos revisar el razonamiento de Nancy Scheper- Hughes en favor de una definicién més activa y més intervencionista de la , hacer lo que paler para socavar el poder de 1s poderososy apoyar la resistencia de he resistentes. Scheper Hughes afirma que las mujeres practican con ss hijos una «moralidad de prioridades» en las circunstancias sociales impuestas por las élites en el Alto de Cruzeiro, que ella compara con Ja sala de urgencias de un hospital o el «espacio de la muerte» en u campo de batalla 0 un campo de concentrucida. No debemos negar las «voces y las sensibilidades dispares» de esas mujeres universalizando 1a teoria psicologice occidental, pero si debemes, a fin de cuentas tratar de crear un mondo en el que las mujeres no se vean obligadas 4 dejar morir a sus hijos. Cuando Hlevé a cabo esta investigacién, Sche- per-Hughes tuvo problemas para mantener el tipo de postura rela ta cultural ala que se supone se adscriben los antroplogos —en cuan to ella misma actu6 en contra de las pricticas locales, y, a la vez, se encontes con que el relativismo cultural no era lo bastante bueno ni siquiera desde el punso de vista de servrle para comprender por qué gente hacia To que hacia de ans manera que le permitiera ponerse en su lugar. ‘Tiendo a estar de acuerdo con Scheper-Hughes en que el mundo de la locura del hambre> tiene que ocupar un poco mas el primer plano en nuestra apreciacién de lo que significa ocupar el lugar mas bajo de la sociedad mundial. El problema, sin embargo, consiste en 4que definir una postura éticu que gue la accidn sigue siendo dificil en rumerosos contextos,debida a que tales contextos se hallan plagados de ambigedades morales. En el razonamiento que sigue, no pretendo uiilizar la escapatoria de separar el esfuerzo «centifico» del «compro miso personal», afirmando que el «activism» es una opci6n indivi- dual gue var mucho més allé de 1o que se podris exigiren nombre de a ética y de ta responsabilidad «profesionales», Sin embargo, si parece importante ver cdmo adoptareos una postura éica,y los fndamentos en los que nos basamos para hacerlo. Mi argumenia es que, si preten- de ser responsable, una «buena ética» siempre debe ser situaciona, y on frecuencia, un poco mis zenerosa : En um ensayo soore los derechos humanos (Gledhill, 1997), ra- Anvropolog‘ay politi: eompromiso, responsabilidad y ( taba de algunas de las dificultades que presentaban las tentativas del fildsofo politico literal John Rawls para elaborar una explicacién de cémo las institucioacs politicas podfan poneren préctica «una justicia yy tna ecuanimidad> que no se basaran en la adhesi6n a una determi nada «idea global del mundo». Lo que Rawls (pese a sus innegables buenas intenciones) nos proporciona es o bien una dependencia de la intuicién moral, o bien (como ya he sugerido) un etnocentrismo resi- dual basado en la teorta implicita de la inevitable trascendencia histo rica de determinadas «formas de vida». Asf, Rawls solventa el proble- ma de la ética negindose a tratarla de manera sustantiva (aparte de apelar a la marcha hacia delante de la historia como un hecho socio- 6gico). Scheper-Hughes, por su parte, se ve obligada @ basar su pro- pio razonamiento sobre «la primacta de Ta ética» segtin la idea de que Ja responsabilidad ante «el otro» es precultural, en el sentido de que la moralidad nos permite juzgar la cultura, Dado que los juicios sobre Ja «cultura» se realizan claramente en el marco de unos mundos cultu- rales concretos (por personas que cuestionan o defienden las priicticas dominantes), resulia evidente que un relativismo ingenuo sobre la mo- ralidad —«2ste es e] modo como piensa la gente de la cultura X; por tanto, su conducta no resulta problemitica en relacién a sus pautas»— no lo hard. Sin embargo, parece dificil soslayar la conclusién de que Scheper-Hughes nos invita a compartir sus intuiciones morales como una «ética femenita del cuidado.y de La responsabilidad» trascendente y esenciall (Scheper-Hughes, 1995, p. 419), sin proporcionarnos nin iin fundamento auténticamente sélido para hacerlo, {Por cué «nosotros» deberfamos preocuparnos por «otros» a los {que nunca conoceremos y cuyos suftimientos pueden, en Gltima ins tancia, redundar en nuestro beneficio material (pongamos por caso, actuando sobre el precio del azicar en el mercado mundial) o bien resultar totalmente irrelevantes para nuestra vida? {Se trata simple: ‘mente de que Ios antrop6logos conocen a (a.gun0s de) esos «otros» y se sienten culpables de que sus sufrimientos sean la materia con la que han construido sus carreras? {Cua es nuestro pretexto moral para su: brayar el sufrimiento del otro in extremis, como una imagen del «Sur» {que borra otras posibles imagenes, asi como, seguramente, los silen cios por los que Scheper-Hughes castiga a lus antropélogos que seri ‘ben sobre otras cosas? Para Scheper-Hughes, la respuesta es, clara mente, que s¢ trata de una experiencia humana que para ella resulta 318 ___ Politica: deta setropy gia insoportable y que sus «otros» tampoco debe ‘ampoco deberian soportar. Sin en 20, esto no resuelve el problema de qué acciones son mejor me res Pura acabar con el sufrimiento, o 1a dificultad que entrafia el hecho de © que, como minimo, padecen a ene a desventaa Expondré ni razonamiento sobre la ambigdedad moral de deter iminadas situaciones telatando un incidente de mi propio trabajo de campo relacionado con la muerte de nifios muy pequemos, quienes de ese modo, se convertian en «angelitos», Esta idea results funda mental en li etnograffa brasilefia de Schepet-Hughes, dado que lo sencial dl argumento de esta autora es que habfa que creer als mu. joes de Atto de Chizeto-chendo-destar que a0 -aligian per i Tile fallecos, contain a que fat peiclogtaSochlex tal sobre la ne gacidn» y el yo dividido ente su estado pablico y su auténtico «estado interior»; eso se debta a que su «cultura», configu rada por sus condicianes de vida, les habia ensetlado «qué sentir» heper-Hughes, 1992, p. 431) La idea de que los bebés que m se convierten en dngsles es comin a todas is culearas catSlicas de {América Latina pero existen algunos rasgos istintivos en el modo de traar la muerte en el Alto de Cruzeiro, Solo se da una ritualizacion superficial dl velaterio y del entiero, y los nifios desempefian un importante papel a la hora de enterrara los 9ebés, de modo qu la muerte de éstos forma parte de Ta socialiacid de los nifios, Scheper Hughes afirma que normalmente esto «funciona», aunque su etnogr- fia indica que se producen tensiones ne slo en el caso de un no que ccasionalmente se pone a Horar, sno también en el de mujeres mad ras que manifiestan emociones «inapropiadas» al recordar alos mucr- to, fo que ls vale lnepimenda de las demas majors 1 argumento de Schepor-Hughes es que los principios morales cabstractos» y universales son algo que estas mujeres no se pueden Permitir y que el modo en que se las retrata en las familias mis ac mmodadas de a localidad, desde una postura de superioidad moral que apela a distintos vatores, conttuye esencialmente una hipocresia que 19 600 ti ¥ sensibiidades de os subaltemos, ino que contribaye a mantener su sufrmiento. Si teemos entre lineas, en esta explicaciin se nos presentan diversas sensibiida des que son objeto de tensiGn, pero que, en gran media, se ven condi- en cuenta Tas distintas voce: opologiey poliea: compromiso,resporsabilidad y 319 I6jouadas hacia la uniformidad por las circunstancias, mientras que se fos da une menor idea del universo moral de las dlites, debido a que la fpinéerafa ya ha tomado su decisién respecto a ellas. Esto podr'a consituir an error, al menos como recomendacién general. En 1983, se me pidid que tomara una foto! de un angelitor ven una aldea del estado de Michoacén, en México: la peticién me la ficieron su madre y su tfa, E} bebé habia echado a andar, se habla co Jocado detrés de un camién que estaba dando marcha atris y el camién fe habfa arrollado, poniendo fin a su vida. En esta regién la gente pa suba menos hambre que en el Alto de Cruzeiro, pero ta mayorfa de las mujeres segufan perdiendo a algunos de sus js, Bl velatorio y sepe tio del angel son aqui mds elaborados, normalmente tiene lugar una silenciosa manifestacién de dolor, aunque temperada por la idea de {que los nifios limpios de pecado van directamente al cielo. Sin embs 0, este fue un caso excepeional, La madre era Ia hija més joven de un hombre que habja sido el campesino més rico de la comunidad y un cacique local. Su esposa, Cruz, habia tenido 21 partos, de los que 14 hijos habian sobrevivido hasta la madurez, La hija que era la madre de ste nino se habfa casado por amor, contra el consejo de su familia, ‘con un trabajador del campo que carcefa de tierras y trabajaba para tino de sus acsudalados hermanos, Aquel habia sido su primer y, hasta ‘entonces, nico hijo,en una época en la que la gente habja legado ala conchusién de que des o tres hijos eran més que suficiente, El camign pertenecfa al hermano rico, pero quien To conducfa en aquel momento era el hermano del marido de ‘a madre del nifio. Este ccataba fuera ce si dedido al dolor y al sentimiento de culpa, pero, evi- Gentemente, no era sino un elemento més de la situacién, ya que el instrumento de la muerte del nifio habia sido el cami6n, que simboli- 44. Posterormente me di cuenta de que mi limitada habiidad fotogrifica no haba 4 are nar por la. que habiun requeido mi presencin (a propia familia posta varias aaa El hecho de que yo vera un excanjero ue, sin embargo, gvzaba de buen ca Hoon 1ndox Tos rvembros de la familia y conoxia ms secretos ftimos hizo Teer peitpacion reslara GO para abode 1s tensioncs, as nsoporables oe sess fargo entre los diverss individuos. i hubiera seuido el ejemplo de She re Hughes es posible qv no hubira pod hacerlo, aunque resonozcodut Ls Ss Pee eee rreccnymas ds ores de un modo tal, que pacden obliga” alos asixopSlogos & eRe Eats coo, el inter de mi investiguein pox in desigualdadesenl song ce dja simpatia personal po las fais obres ys tieras er de sobre doi Janque te nevesariate comparigos i menos respetados por ena ‘omsonas gue artuaimenie siguen ofreciéndome st hogat 320 Politica deta anon zaba la riqueza de los dems miembros de la familia, Lo que todo ef mundo pensaba (pero que, en realidad, nadie decfa) ere que resultaha justo que el hermano rico le hubiera arrebatado lo tinico que elty tenfa, hijo de su amor. Asimismo, en general se consideraba que e} hecito de que fuera el hermano del padre quien estaba al volante a dfa culpabitidad moral a la parte acomodada de la familia: 6sta ery responsable de un acontecimiento que ahora le atormentaria a ¢? dy rante el resto de su vida, En realidad, el propio hermano rico se sentia culpable y posteriormente se dio a ta bebida, Io que era algo totalmen, te inusual en él En este tigico ¢ imprevisto acomtecimiento se planteuban toda una serie de cuestiones morales Algunas de elas tenia desigualdad social: cémo algunas campesinos se hacfa otros. En este caso, la respuesta

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