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bajas—, pero fue suficiente para entender que había que poner freno a aquellas armas
que mataban de forma totalmente indiscriminada.
5. Que la sociedad será más igualitaria
Las mujeres y los excombatientes. Las primeras se habían encargado en muchos casos
de ocupar los puestos en las fábricas que las distintas levas habían ido vaciando; los
segundos, tras haber sufrido lo indecible durante años, tampoco tenían intención de
reincorporarse a una vida civil con escasos derechos políticos y condiciones laborales
irrisorias. Por todo ello y por evitar una revuelta como la ocurrida en Rusia —la
bolchevique— o en Alemania — la espartaquista—, las distintas élites nacionales
tuvieron que transigir en otorgar ciertos derechos y permitir la movilidad social. El
sufragio universal y los movimientos de descolonización fueron algunos de estos
avances.
6. Que hay amenazas más allá de la guerra
La pandemia fue uno de los ejemplos más evidentes de la incidencia que podían tener
amenazas no militares y la necesidad de estar convenientemente preparados para
afrontarlas. La guerra ya no es la principal causa de muerte, ya que fueron sustituidos
por distintas enfermedades, el hambre, los desastres naturales, entre otros. Se instala el
concepto de seguridad humana.
VISTA PANORÁMICA DEL SXX – Eric Hobsbawn
“SIGLO XX CORTO” (visualizarlo en línea histórica )
Van desde los años transcurridos desde el estallido de la Primera Guerra Mundial
(1914) hasta el hundimiento de la URSS (1991), que, como podemos apreciar
retrospectivamente, constituyen un período histórico coherente que acaba de concluir:
el mundo que se desintegró a finales de los años ochenta era aquel que había cobrado
forma bajo el impacto de la revolución rusa de 1917. Ese mundo nos ha marcado a
todos, por ejemplo, en la medida en que nos acostumbramos a concebir la economía
industrial moderna en función de opuestos binarios, «capitalismo» y «socialismo»,
como alternativas mutuamente excluyentes. El segundo de esos términos identificaba
las economías organizadas según el modelo de la URSS y el primero designaba a todas
las demás.
¿Cuál es la máxima dificultad del historiador? COMPRENDER SIN JUZGAR. Siglo
XX: siglo de guerras de religión, cuyo rasgo principal es la intolerancia. “Comprender
la época nazi en la historia de Alemania y encajarla en su contexto histórico no significa
perdonar el genocidio”.
A su vez, este corto siglo XX, Hobsbawn lo desglosa como un tríptico:
1914-1945: época de catástrofes.
1945- 1970/1975: edad de oro. Período de 25 o 30 años de extraordinario
crecimiento económico y transformación social, que probablemente transformó
la sociedad humana más profundamente que cualquier otro período de duración
similar.
1975/1991: era de descomposición. La última parte del siglo fue una nueva era
de descomposición, incertidumbre y crisis y, para vastas zonas del mundo como
África, la ex Unión Soviética y los antiguos países socialistas de Europa, de
catástrofes.
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El siglo xx conoció una fugaz edad de oro, en el camino de una a otra crisis, hacia un
futuro desconocido y problemático, pero no inevitablemente apocalíptico.
EPOCA DE LAS CATÁSTROFES:
Comienza con la Primera Guerra Mundial, que marcó el derrumbe de la civilización
(occidental) del siglo xix, cuyas características son:
capitalista desde el punto de vista económico,
liberal en su estructura jurídica y constitucional,
burguesa por la imagen de su clase hegemónica característica y
brillante por los adelantos alcanzados en el ámbito de la ciencia, el
conocimiento y la educación, así como del progreso material y moral.
eurocentrista, estaba profundamente convencida de la posición central de
Europa, cuna de las revoluciones científica, artística, política e industrial, cuya
economía había extendido su influencia sobre una gran parte del mundo, que sus
ejércitos habían conquistado y subyugado, cuya población había crecido hasta
constituir una tercera parte de la raza humana.
¿Qué sucedió?
Sus cimientos fueron quebrantados por dos guerras mundiales, a las que siguieron
dos oleadas de rebelión y revolución generalizadas, que situaron en el poder a un
sistema que reclamaba ser la alternativa a la sociedad burguesa y capitalista. Los
grandes imperios coloniales que se habían formado antes y durante la era del imperio se
derrumbaron y quedaron reducidos a cenizas.
Ahora bien, una vez que el capitalismo liberal había conseguido sobrevivir —a duras
penas— al triple reto de la Depresión, el fascismo y la guerra, parecía tener que hacer
frente todavía al avance global de la revolución, cuyas fuerzas podían agruparse en
torno a la URSS, que había emergido de la Segunda Guerra Mundial como una
superpotencia.
El sistema económico improvisado en el núcleo euroasiático rural arruinado del antiguo
imperio zarista, al que se dio el nombre de socialismo, no se habría considerado —nadie
lo habría hecho— como una alternativa viable a la economía capitalista, a escala
mundial. Fue la Gran Depresión de la década de 1930 la que hizo parecer que podía ser
así, de la misma manera que el fascismo convirtió a la URSS en instrumento
indispensable de la derrota de Hitler y, por tanto, en una de las dos superpotencias
cuyos enfrentamientos dominaron y llenaron de terror la segunda mitad del siglo xx,
pero que al mismo tiempo —como también ahora es posible colegir— estabilizó en
muchos aspectos su estructura política. De no haber ocurrido todo ello, la URSS no se
habría visto durante quince años, a mediados de siglo, al frente de un «bando socialista»
}que abarcaba a la tercera parte de la raza humana, y de una economía que durante un
fugaz momento pareció capaz de superar el crecimiento económico capitalista.
EDAD DE ORO:
El principal interrogante al que deben dar respuesta los historiadores del siglo xx es
cómo y por qué tras la Segunda Guerra Mundial el capitalismo inició —para sorpresa
de todos— la edad de oro, sin precedentes y tal vez anómala, de 19471973. No existe
todavía una respuesta que tenga un consenso general y tampoco yo puedo aportarla.
Lo que ya se puede evaluar con toda certeza es la escala y el impacto extraordinario de
la transformación económica, social y cultural que se produjo en esos años: la mayor, la
más rápida y la más decisiva desde que existe el registro histórico.
La repercusión más importante y duradera de los regímenes inspirados por la revolución
de octubre fue la de haber acelerado poderosamente la modernización de países
agrarios atrasados. Sus logros principales en este contexto coincidieron con la edad de
oro del capitalismo.
ERA DE LA DESCOMPOSICIÓN:
El periodo que sigue al hundimiento del socialismo soviético serían decenios de crisis
universal o mundial: La crisis afectó a las diferentes partes del mundo en formas y
grados distintos porque la edad de oro había creado, por primera vez en la historia, una
economía mundial universal cada vez más integrada cuyo funcionamiento
trascendía las fronteras e ideologías estatales.
CRISIS ECONÓMICA
El mundo capitalista entre 1980 y 1990:
desempleo masivo,
graves depresiones cíclicas
enfrentamientos entre los mendigos sin hogar y las clases acomodadas
ingresos limitados del estado y un gasto público sin límite.
Los países socialistas, con unas economías débiles y vulnerables, se vieron abocados a
una ruptura tan radical, o más, con el pasado y, ahora lo sabemos, al hundimiento. Ese
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hundimiento puede marcar el fin del siglo xx corto, de igual forma que la Primera
Guerra Mundial señala su comienzo.
CRISIS POLÍTICA
El colapso de los regímenes comunistas destruyó el sistema internacional que había
estabilizado las relaciones internacionales durante cuarenta años y reveló, al mismo
tiempo, la precariedad de los sistemas políticos nacionales que se sustentaban en
esa estabilidad. Las tensiones generadas por los problemas económicos minaron los
sistemas políticos de la democracia liberal, parlamentarios o presidencialistas.
Los «estados-nación» territoriales, soberanos e independientes, incluso los más
antiguos y estables, resultaron desgarrados por las fuerzas de la economía
supranacional o transnacional y por las fuerzas infranacionales de las regiones y
grupos étnicos secesionistas.
CRISIS SOCIAL Y MORAL
Era la crisis de las creencias y principios en los que se había basado la sociedad desde
que a comienzos del siglo xviii.
Sin embargo, la crisis moral no era sólo una crisis de los principios de la civilización
moderna, sino también de las estructuras históricas de las relaciones humanas que la
sociedad moderna había heredado del pasado preindustrial y precapitalista y que, ahora
podemos concluirlo, habían permitido su funcionamiento. No era una crisis de una
forma concreta de organizar las sociedades, sino de todas las formas posibles. Los
extraños llamamientos en pro de una «sociedad civil» y de la «comunidad», sin otros
rasgos de identidad, procedían de unas generaciones perdidas y a la deriva. Se dejaron
oír en un momento en que esas palabras, que habían perdido su significado tradicional,
eran sólo palabras hueras. Sólo quedaba un camino para definir la identidad de grupo:
definir a quienes no formaban parte del mismo.
¿Qué paralelismo puede establecerse entre el mundo de 1914 y el de los años noventa?
Este cuenta con cinco o seis mil millones de seres humanos, aproximadamente
tres veces más que al comenzar la Primera Guerra Mundial,
La mayor parte de los habitantes que pueblan el mundo en el decenio de 1990
son más altos y de mayor peso que sus padres, están mejor alimentados y viven
muchos más años
El mundo es incomparablemente más rico de lo que lo ha sido nunca por lo que
respecta a su capacidad de producir bienes y servicios y por la infinita variedad
de los mismos. De no haber sido así habría resultado imposible mantener una
población mundial varias veces más numerosa que en cualquier otro período de
la historia del mundo.
La humanidad es mucho más instruida que en 1914
El mundo está dominado por una tecnología revolucionaria que avanza sin
cesar: la revolución de los sistemas de transporte y comunicaciones, que
prácticamente han eliminado el tiempo y la distancia.
Hobsbawm se pregunta: ¿cómo explicar, pues, que el siglo no concluya en un clima de
triunfo, por ese progreso extraordinario e inigualable, sino de desasosiego? ¿Por qué,
cómo se constata en la introducción de este capítulo, las reflexiones de tantas mentes
brillantes acerca del siglo están teñidas de insatisfacción y de desconfianza hacia el
futuro?
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Por las catástrofes humanas que ha causado, desde las mayores hambrunas de la historia
hasta el genocidio sistemático. Desde 1914 se ha registrado un marcado retroceso desde
los niveles que se consideraban normales en los países desarrollados y en las capas medias
de la población y que se creía que se estaban difundiendo hacia las regiones más atrasadas y
los segmentos menos ilustrados de la población.
En el siglo xx, las guerras se han librado, cada vez más, contra la economía y la
infraestructura de los estados y contra la población civil. Desde la Primera Guerra Mundial
ha habido muchas más bajas civiles que militares en todos los países beligerantes, con la
excepción de los Estados Unidos.
No pasamos por alto el hecho de que la tortura o incluso el asesinato han llegado a ser un
elemento normal en el sistema de seguridad de los estados modernos, pero probablemente
no apreciamos hasta qué punto eso constituye una flagrante interrupción del largo período
de evolución jurídica positiva, desde la primera abolición oficial de la tortura en un país
occidental, en la década de 1780, hasta 1914.
El mundo de fines de SXX, es un mundo cualitativamente distinto al anterior, al menos en
tres aspectos.
En primer lugar, no es ya eurocéntrico: Ya no son mayoría a nivel numérico (de
1/3 a 1/6), sus industrias emigran a otros países, las “grandes potencias
imperiales”, han desaparecido.
Se generó un proceso de mundialización: el mundo es ahora la principal unidad
operativa, las «economías nacionales» han quedado reducidas a la condición de
complicaciones de las actividades transnacionales.
La característica más destacada de este período final del siglo xx es la incapacidad de
las instituciones públicas y del comportamiento colectivo de los seres humanos de estar
a la altura de ese acelerado proceso de mundialización. Curiosamente, el
comportamiento individual del ser humano ha tenido menos dificultades para adaptarse
al mundo de la televisión por satélite, el correo electrónico, las vacaciones en las
Seychelles y los trayectos transoceánicos.
La desintegración de las antiguas pautas por las que se regían las relaciones
sociales entre los seres humanos; han alcanzado una posición preponderante los
valores de un individualismo asocial absoluto.
UN SISTEMA – MUNDO DIVIDIDO EN CENTRO Y PERIFERIA.
¿Cuántas veces nos hemos sentado ante el televisor, hemos contemplado la
desagradable visión del estómago de un niño afectado por kwashiorkor y hemos
pensado “¿cómo es posible que en pleno siglo XXI sigan sucediendo estas cosas?”. La
respuesta a esta pregunta es que vivimos en un sistema-mundo. ¿Pero qué es un sistema-
mundo? Siguiendo siempre la teoría esbozada por Wallerstein en los años 70 del siglo
pasado, un sistema-mundo es un tipo de sistema social, (actualmente el único existente a
nivel planetario) basado en la existencia de una única división del trabajo a escala
mundial y, al mismo tiempo, de múltiples sistemas culturales (que podrían ser
equiparados a civilizaciones, países…). Así, el concepto de sistema mundo, entendiendo
éste como una totalidad, constituye una “unidad de análisis” para comprender las
relaciones internacionales actuales. Y en función de que el sistema-mundo disponga (o
no) para su organización de un sistema político común, la geografía política actual
distingue entre imperios-mundo y economías-mundo.
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Pero como cualquier persona sabe, la época de los grandes imperios (Roma, China, o
Egipto) ya ha pasado y el planeta se encuentra dividido en numerosos estados
soberanos. Así pues, creo que debemos centrar nuestros esfuerzos en la comprensión de
la otra variedad de sistema-mundo: la economía-mundo.
Podemos afirmar, sin riesgo a caer en el simplismo, que economía-mundo y capitalismo
son hermanos gemelos, caras de la misma moneda; y por ello, las claves del
funcionamiento del capitalismo como sistema de organización socioeconómico nos
darán las claves del funcionamiento de la economía-mundo actual, y por ende, de cómo
funciona en la actualidad el mundo en el que vivimos.
La característica esencial del sistema capitalista es la producción de bienes y servicios
destinados a su compraventa en un mercado para obtener el máximo beneficio posible.
En base a esto, la producción se aumentará constantemente en la medida en que puedan
cosecharse beneficios, y los individuos (o empresas) inventarán paulatinamente nuevas
fórmulas para maximizar dichos beneficios. Esto es lo que los marxistas denominan la
acumulación incesante de capital.
Ahora tengamos en cuenta un hecho indudable: la Tierra, el planeta en el que vivimos y
al que explotamos para garantizar nuestro desarrollo y supervivencia, cuenta con unos
recursos naturales determinados y, en muchos casos, limitados. Así pues, y pensando en
términos económicos, estos actores del mercado que buscan maximizar sus beneficios
en la compraventa de bienes y servicios, lo hacen en una “situación de escasez”. ¿Y cuál
es la consecuencia inevitable de este razonamiento? Que siempre llega un punto en que
esta acumulación incesante de capital se convierte en un juego de suma cero. Es decir,
que, inevitablemente, para que unos actores del mercado puedan continuar
enriqueciéndose, otros deben empobrecerse, puesto que la matriz generadora, en última
instancia, de este crecimiento (la Tierra), ya no puede satisfacer de forma equitativa la
demanda de recursos de todos sus demandantes.
Así llegamos a otro de los pilares básicos del capitalismo: la necesidad de contar con
una “superestructura” política que vele por la protección y correcto funcionamiento de
la “estructura” económica (el mercado). Dicha superestructura no es otra que los
Estados-nación. Así pues, y en base a la aproximación por analogía hecha previamente
entre capitalismo y economía-mundo, podemos afirmar que las unidades políticas
básicas que interactúan en el sistema mundo actual son Estados, que velan por la
supervivencia de las empresas (unidades económicas básicas de la economía) radicadas
en su territorio, y de esta forma entran en el juego de la acumulación incesante de
capital.
Expongamos teóricamente esta afirmación. Siguiendo los planteamientos de Taylor y
Flint, los Estados-nación están insertos en una estructura geográfica dividida en tres
escalas: escala local (asociada a la experiencia), escala nacional (asociada a la
ideología) y escala global (asociada a la realidad). La escala local se identifica con
nuestra vida 2/5 cotidiana, en la cual surge la necesidad de acumular capital para que los
ciudadanos puedan cubrir sus “necesidades fundamentales” (alimento, vestimenta,
trabajo…). ¿Y dónde se realiza en última instancia esta acumulación? En la escala
global; es decir, en el mercado mundial de esta economía mundo en la que vivimos, y en
la que se determinan los valores que terminarán por imponerse en la vida cotidiana.
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Pero esta influencia del mercado global en las vidas de los ciudadanos, antes de llegar a
ellos, atraviesa un filtro constituido por los Estados-nación, que, al pretender velar por
el bienestar de sus ciudadanos, llevan a cabo una labor de reinterpretación de estas
decisiones globales, presentándolas en términos de beneficio para los habitantes de su
territorio. De esta forma, el Estado-nación actúa como una escala intermedia que impide
el choque entre dos polos opuestos: las comunidades locales, que se rigen por el deseo
de cubrir necesidades básicas; y la economía-mundo, basada ante todo en la
acumulación de capital, un deseo de acumulación que desdeña lo que se refiere a cubrir
las necesidades de amplios sectores de la población. Así, podemos ver que la
interacción entre las tres escalas se produce en un único proceso asociado a la existencia
de un único sistema: el sistema-mundo capitalista.
Centro, periferia y semiperiferia.
Acabamos de ver que los Estados-nación no son entes aislados de los que les rodea, sino
que están en permanente contacto con sus semejantes. Esto nos lleva a la otra estructura
fundamental presente en el sistema-mundo, enunciada por Wallerstein y definida por
Taylor y Flint como “estructura geográfica horizontal tripartita”. Antes hemos afirmado
que la “estructura” económica no puede funcionar sin una “superestructura” que la
proteja, y que ésta estaba formada por los Estados-nación. Es decir, que el capitalismo a
nivel global no puede funcionar sin un sistema interestatal. Este conjunto de Estados
insertos en una única economía global capitalista, pueden ser clasificados en tres grupos
o zonas económicas en función del rol que ocupan en la división internacional del
trabajo: centro, periferia y semiperiferia.
Los países del centro son aquellos que dominan el sistema-mundo a nivel político y
económico, y en ellos los niveles de eficiencia en la producción agroindustrial y de
acumulación de capital son los más altos. De esta forma, los Estados del “centro” están
especializados en la producción de bienes fabricados mediante altos niveles de
tecnología y mecanización, y que, debido precisamente a esto, tienen un mayor precio
en los mercados internacionales. Europa Occidental, Estados Unidos y Japón son las
zonas económicas consideradas “centrales”.
En el otro extremo del sistema mundo se sitúan los países “periféricos”. Están
caracterizados por tener un sistema de producción menos sofisticado y mecanizado que
los países del “centro” y por lo tanto, su producción, basada fundamentalmente en la 3/5
exportación de materias primas y productos agrícolas, está menos valorada en los
mercados internacionales. Buena parte de los Estados de Asia, África y América Latina
estarían incluidos en este grupo.
Para los teóricos del sistema-mundo, la relación que se establece entre ambos grupos es
fundamentalmente de explotación del “centro” sobre la “periferia”, y basan esta
explotación en lo que ellos denominan intercambio desigual. Este concepto gira en
torno a la idea de que al tener un menor precio los productos “periféricos” en los
mercados mundiales con respecto a los producidos por el “centro”, cuando éstos son
intercambiados, la mayor parte de la plusvalía generada por los trabajadores de los
Estados periféricos termina en manos de los grandes productores de los Estados del
“centro”. Esto, unido al hecho de que los Estados periféricos están gobernados en su
mayoría por gobiernos títeres al servicio de las grandes multinacionales de los países
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ricos (o del “centro”) que dan trabajo a buena parte de sus poblaciones, hace que la
relación de explotación antes mencionada se estabilice y perpetúe.
La pregunta lógica que todos nos haríamos en este punto sería: ¿y cómo es posible que
estos pueblos explotados no reclamen sus derechos y derriben a sus explotadores?.
Según Wallerstein, hay tres mecanismos fundamentales que permiten al sistema-mundo
gozar de una relativa estabilidad política: la concentración de la fuerza militar en las
áreas céntricas, la difusión entre la población de los Estados del centro de la convicción
de que su propio bienestar depende de la supervivencia del sistema como tal y,
finalmente, la división de los explotados en un gran estrato inferior y un estrato
intermedio más pequeño. Este estrato intermedio es lo que se conoce como
semiperiferia, cuya función principal es, pues, dividir a los explotados para que no
hagan frente común contra los privilegiados del centro del sistema mundo. Para ello se
le da un papel en la división del trabajo que hace que las economías de estos Estados
estén basadas en sistemas de producción que mezclan componentes de las otras dos
zonas económicas y que les permiten desempeñar, al mismo tiempo, un papel de
explotado (por el centro) y explotador (de la periferia). Ejemplos de Estados
semiperiféricos serían Brasil o Argentina. Dentro del esquema de intercambio comercial
que se da entre centro y periferia (bienes de capital intensivo por materias primas y
productos agrícolas) los países semiperiféricos intervienen en el mercado mundial
exportando al centro bienes procedentes de sectores deslocalizados (por ejemplo, la
industria del automóvil) y, al mismo tiempo, vendiendo a las áreas periféricas productos
semejantes a los del centro (pero con un menor nivel de capital intensivo).
Una vez divididos los Estados miembros del sistema interestatal en zonas económicas y
señaladas las interacciones económicas que se dan entre ellos, ahora se impone la
necesidad de averiguar cómo se relacionan estos Estados a nivel político en el
sistemamundo. Estas relaciones políticas se desarrollan en un marco de competencia
permanente por aumentar el poder propio en un juego de suma cero, en un intento por
conseguir las mejores condiciones para el desarrollo de las industrias y empresas
nacionales. En este contexto la guerra juega un papel fundamental, puesto que permite a
los Estados ascender posiciones en el sistema-mundo (pasando, por ejemplo, de país 4/5
semiperiférico a país central), para reestructurar las relaciones de poder entre “centro” y
“periferia” (mediante la creación, por ejemplo de clientelas) y, finalmente, reestructurar
las relaciones de poder entre los países del “centro”, de tal forma que ninguno de ellos
pueda dominar en solitario el conjunto del sistema mundo.
Sin embargo, esto no siempre se ha conseguido y ha habido épocas en las que un Estado
(evidentemente de los considerados “céntricos”) ha logrado asumir un papel de potencia
hegemónica dentro del sistema-mundo. Un Estado se convierte en hegemón cuando
adquiere una ventaja competitiva frente a sus rivales en las tres áreas económicas
principales: producción agro-industrial, comercio y finanzas. Esta superioridad
económica permite al Estado hegemónico imponer en gran medida sus reglas y deseos
en los terrenos político, económico, militar, diplomático y, en ciertos casos, cultural.
Esto ha ocurrido en los últimos siglos tres veces y en todas ellas se han cumplido unos
patrones que permiten establecer un ciclo hegemónico: primeramente un Estado
adquiere ventaja competitiva en producción agro-industrial, luego en comercio y
finalmente en el ámbito financiero; a continuación se vive un periodo relativamente
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todo se renueva en los veinte años que anteceden a la Primera Guerra Mundial: la
ciencia con la mecánica cuántica, la música con la gama atonal, la pintura con el
cubismo, la literatura con el decadentismo y el hermetismo. El papel de la mujer
evoluciona con el movimiento de las sufragistas, la democracia se hace más profunda
con la protección del secreto de voto… Estos cambios dan testimonio del final de un
mundo y del nacimiento del otro; el siglo XX comienza bastante antes de la IPGM y
termina progresivamente tras las décadas setenta y ochenta.
Con la caída de la ideocracia leninista que se desvanece para dejar paso a unos Estados,
lo que se cuestiona es la concepción del tiempo que estructura la conciencia occidental.
Su desaparición suscita una inmensa inquietud, pues nuestra relación con el tiempo
entra en crisis. Se acabó el tiempo de las promesas, desapareció la “historia de la
humanidad que se dirige hacia unos horizontes” (Levinás). Esta ruptura ideológica y
política que sacude los cimientos de Europa no tiene, sin embargo, sentido en las otras
zonas continentales.
Asia peninsular parece escapar totalmente a la “Edad Media” europea: ninguna “crisis
de sentido”, sino todo lo contrario, el despegue de economías exportadoras. La
contradicción entre la brutalidad de los cambios económicos y las resistencias políticas
es portadora de desórdenes potenciales, en particular en China continental. El “Oriente
Lejanísimo” ha entrado en una nueva era sin revoluciones espectaculares: la emergencia
de los émulos de Japón, los NPIA (Nuevos Países Industrializados Asiáticos), se
inscribe a mediano plazo. La emergencia económica del Lejano Oriente contraste con
las convulsiones de Asia del Sur. De todos los continentes, el peor situado es África,
que se hunde en la anarquía y el desorden. En cuanto a América Latina, se mezclan
emergencia y enclavamiento, afirmación y dependencia.
Esta rápida panorámica planetaria ilustra la fragmentación del tiempo entre zonas
continentales que obedecen a su lógica propia. Al tiempo único, de origen europeo, por
la colonización y la polarización económica que condicionaba la primera mitad del
siglo, suceden los tiempos continentales, variables y todos diferentes. A la duración le
sustituye el instante, las certidumbres y las premisas absolutas desaparecen unas tras
otras. Lo que se viene abajo es nuestro aparato conceptual y nuestras matrices de lectura
conformadas por la historia, alimentando ese malestar, - ¿una “crisis de civilización”? –
que es la expresión del final de un mundo.
Con la conquista del aire y del espacio, con la “revolución” de la comunicación, da un
vuelco toda la geografía de los flujos, pero también la vida cotidiana, las relaciones con
el poder. Sin embargo, mientras que el “otro lejano” se acerca, el “otro cercano”, el
vecino, se aleja. En las sociedades, desarrolladas o no, la dinámica de fragmentación
alimenta efectivamente la exclusión. Al final del siglo, el Estado tiene cada vez menos
el monopolio de la violencia legítima (Weber): incapaz de controlar las “fuerzas de la
sombra” – economía sumergida, mafia, tráficos… –, de responder a las expectativas
difusas de la opinión pública y de actuar sobre un entorno opaco, el Estado tradicional,
heredado de los siglos pasados, está cayendo en una crisis profunda.
¿Qué inclinará la balanza? ¿Los inventos vertiginosos, el mayor bienestar, las
instituciones más justas? ¿O los millones de muertos de las guerras, los nacionalismos
exacerbados, los odios raciales y religiosos?
Nouschi. Primera parte. Los tiempos del siglo
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1885, 1895, 1905, 1914, 1917, 1919… el historiador puede elegir entre múltiples fechas
para dar comienzo al siglo XX, todas tienen un sentido. Todos estos puntos de
referencia, elegidos entre una pluralidad de acontecimientos, dan testimonio de la
lentitud del cambio entre el siglo XIX y el XX. Resulta, pues, necesario cuestionarse
sobre los inicios de un siglo que afirma progresivamente su identidad.
La inflexión de la “Belle Époque”. Una “edad de oro”.
La época que antecedió a la IPGM era “la edad de oro de la seguridad”. Así es como
Stefan Zweig comienza El mundo de Ayer. Describe una especie de edad de oro
caracterizada por la estabilidad, la perennidad, y sobre todo la previsibilidad. Y Zweig
no es el único que idealizó la preguerra. En 1919 los franceses, volcándose hacia su
pasado, inventan la noción de “Belle Époque”, los británicos tienen la era eduardiana,
por referencia a Eduardo VII (1901-1910), los alemanes hablan de la era guillerminiana
para caracterizar el reinado de Guillermo II (1890-1918). Pero mantengamos lejos de
nosotros la tentación en que cayeron los contemporáneos de entonces, quienes exaltaron
un tiempo de su juventud. Estas dos últimas décadas del siglo XIX tienen ya un regusto
del siglo que vendrá, con su mezcla de inmovilidad engañosa y de cambios profundos.
De una economía mundo a otra.
A través de la economía podemos estudiar mejor este paso de la regulación
anglocéntrica a otra, nueva, impregnada por los modelos norteamericano y alemán.
Toda una serie de indicadores pone de manifiesto la languidez en la que se hunden las
islas británicas: estancamiento a partir de 1880 de la producción industrial, descenso del
crecimiento del PBN real, descenso de los salarios reales. El capitalismo británico va
rezagándose al lado de los nuevos ascensos. La economía norteamericana, más
dinámica, acabará ocupando el primer lugar.
El sistema norteamericano de fabricación.
De entrada, la economía norteamericana se diferencia de la europea por su dimensión,
pero también por la abundancia y la variedad de sus riquezas naturales y mineras. Y
sobre todo, se beneficia de la llegada creciente de inmigrantes: según los cálculos de R.
Gallman, el crecimiento de la población activa podría explicar casi la mitad del aumento
del producto nacional neto entre 1840 y 1914, de modo que el resto se distribuye entre
la tierra (9,4%), el capital (25,1%) y la productividad (19,2%).
La irrupción de la economía-mundo norteamericana supone en realidad que una
regulación de tipo oligopólico ocupe el lugar de la de antaño, más competitiva: a partir
de 1882, las grandes unidades de producción movilizan importantes presupuestos de
investigación en un momento en que el crecimiento depende cada vez más de
conocimientos científicos. La segunda “revolución” industrial represente en realidad el
reinado del ingeniero, del equipo de técnicos capaces de controlar cálculos y ecuaciones
cada vez más complejas.
Una recuperación ejemplar.
A final de la década de 1890, la excepción del Reino Unido, el conjunto de los países
industrializados muestran señales tangibles de recuperación económica.
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La abundancia monetaria.
A principios de la década de 1890 son descubiertos los nuevos yacimientos de oro en
Klondyke (Alaska) y en la provincia de Transvaal (África del Sur). En aquel entonces,
el sistema monetario internacional – el patrón oro – descansaba en mecanismos y
automatismos bastante sencillos. Todo nuevo descubrimiento de metal precioso tenía
una triple consecuencia: un efecto monetario y bancario inmediato, ya que el aumento
de la masa metálica generaba un crecimiento sincrónico de las existencias en moneda
metálica fiduciaria y escrituraria por medio del descenso de los tipos de interés.
El aumento de la cantidad relativa de oro disponible favorece el despegue de los precios
y de los beneficios. El aumento subsiguiente de las rentas y de los fondos monetarios
alimenta la confianza, incluso la euforia, ya que el alza llama al alza. Los prolegómenos
del siglo no conocen la inflación. El comportamiento del consumo privado no difiere del
existente en el pasado: misma mesura respecto del consumo destinado al placer, misma
preocupación por el ahorro para prevalerse contra los imprevistos de la vida. En aquella
época los sistemas de previsión social están en sus balbuceos. Misma ausencia de
créditos para el consumo. Son “convenciones”, como dirá más adelante Keynes, que
impiden que se generalice la inflación.
Una industria nueva.
La recuperación de la “Belle Époque” descansa también en la afirmación de nuevos
sectores motores, es decir, ramas industriales capaces, por su peso y por su dinamismo,
de tirar del resto de la economía en un crecimiento global y acumulativo. Las industrias
de vanguardia de aquella época son el automóvil y las industrias eléctricas.
El trabajo en cadena generalizado por Henry Ford en 1913 en su fábrica de Detroit debe
mucho a la experiencia acumulada en el despiece de la carne de cerdo: abatir y
despiezar un canal es desensamblar un organismo complejo diseñando una organización
del trabajo adaptada; construir un automóvil es ensamblar piezas múltiples. La
producción se confunde con el tiempo de circulación de la cinta transportadora. Louis
Renault como Henry Ford tienen una preocupación constante por normalizar la
producción para reducir el precio del coste: los primeros Ford T que salieron en 1909
costaban 900 dólares, siete años más tarde 345 dólares. Jamás un producto, el coche,
tuvo tantas consecuencias generales e individuales: el primer salón del automóvil data
de 1898. Está naciendo una nueva civilización. El 26 de mayo de 1927 sale de las
Fábricas de Detroit el Ford T número quince millones.
Las paradojas del proteccionismo.
El tercer factor favorable para la recuperación industrial depende de la política aduanera
realizada por las naciones industrializadas. El crecimiento se da dentro de un marco que
ha vuelto al proteccionismo pues la ecuación librecambio = prosperidad se veía
desmentida por la realidad histórica. La vuelta al proteccionismo arancelario tiene unos
efectos recesivos sobre el comercio mundial durante unos ocho años, y a continuación
vuelve la expansión, con tasas de crecimiento mayores que el período del librecambio.
Finalmente, el gran perdedor de esta nueva situación comercial el Reino Unido, cada
vez más limitado por su política librecambista. Sin embargo, facilitó la emergencia de
naciones jóvenes que pudieron proteger así su crecimiento con aranceles educativos.
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Estas últimas décadas del siglo XIX o las primeras del siglo en gestación marcan una
ruptura en la historia contemporánea. El desfase entre la velocidad de las inflexiones
económicas y la velocidad, menor, de los cambios sociales, genera un malestar
lacerante, una especie de “neurosis de fin de siglo”.
LA NEUROSIS DE FIN DE SIGLO
Una nueva lucha de clases.
“Gran malestar” o “neurosis de fin de siglo” son expresiones que traducen un mismo
proceso: la reactivación de la lucha de clases en el mundo obrero. Este movimiento, que
comienza con las primeras manifestaciones de la recuperación, dura hasta 1914, se
interrumpe al principio de la guerra antes, antes de culminar más fuerte que nunca entre
1917 y 1920.
La recuperación de los negocios acelera el capitalismo al mismo tiempo que se refuerza
el sentimiento de desigualdad en los trabajadores. Con la vuelta al pleno empleo y la
subida de los salarios reales, las huelgas y el miedo al despido afectan menos a los
obreros, que se sienten en una posición más sólida. La conciencia de clase aparece con
mayor virulencia. El taylorismo y el fordismo quiebran numerosas prácticas obreras. A
los obreros de los oficios suceden los “similaires”, antepasados de los obreros
especializados, y las solidaridades heredadas de casi un siglo de historia en común se
borran para dar paso a un nuevo adiestramiento.
Entre 1890 y 1914, todo concurre a quebrar la antigua clase proletaria para dar
nacimiento a una nueva: la energía eléctrica, utilizada cada vez más en los procesos
productivos, independiza a las fábricas de las minas, acercándolas a los centros de
producción hidroeléctrica o a los centros de consumo, las grandes metrópolis. El
acortamiento del tiempo de formación, consecuencia generalizada del taylorismo a los
sectores motores, permite contratar nuevos obreros, más jóvenes, a menudo mujeres e
inmigrados. La descomposición del trabajo en operaciones sencillas hace inútil la
famosa maestría adquirida tras larga experiencia. El resultado es una modificación de
las relaciones entre el capataz y los equipos obreros. La especialización regional
provoca la crisis del trabajo a domicilio y la destrucción de actividades tradicionales. En
suma, la “obrerización” que se traslucía en “yo, minero, hijo de minero”, deja paso a
una clase obrera hecha migas, desarraigada. De este malestar nacen las huelgas, a
menudo espontáneas.
Estos movimientos no los provocan únicamente cuestiones salariales, sino también el
trabajo a destajo, los nuevos reglamentos, los controles nacidos del taylorismo, las
condiciones de higiene. Finalmente, el aumento de la sindicalización traduce la
generalización de la conciencia de clase.
Spencer y el darwinismo social.
Los defensores del orden liberal encuentran su teórico en Herbert Spencer (1820-1903),
fundador británico del evolucionismo y el darwinismo social. Volviendo a las ideas
esbozadas por Malthus sobre la inutilidad de socorrer a los pobres, el filósofo inglés
Spencer las integra en la teoría darwinista sobre la evolución de las especies. El
resultado es un biologismo social que exalta la lucha por la vida, la supervivencia de los
más aptos y la selección natural. En Estados Unidos, las tesis de Spencer tienen gran
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amplía con el sufragio universal bajo el impulso de las fuerzas políticas interiores y bajo
el efecto de los modelos extranjeros. Vertical, porque la democracia se profundiza: la
cabina de votación, adoptada primero en Reino Unido, se generaliza en Francia en 1914.
Las mujeres comienzan a obtener derechos civiles: en los países escandinavos, las
mujeres pagan impuestos, pueden votar en las elecciones legislativas, y en Noruega son
elegibles desde 1911. La democracia sale vencedora de esta crisis que marca el último
plazo del proceso de democratización comenzado unas décadas antes.
DECADENTISMO Y MODERNIDAD
El diagnóstico del nihilismo.
En el plazo de varios años, entre 1887 y 1900, vuelan por los aires todos los sistemas de
conocimiento que estructuraban las ciencias humanas y las llamadas exactas. Por
oposición a las rupturas intelectuales anteriores, por ejemplo, la nacida de la filosofía
kantiana en el siglo XVIII, las nuevas teorías de finales del siglo XIX parecen destruir
más de lo que construyen, aunque la destrucción pueda formar un sistema de
pensamiento. Entre todos los filósofos de este período, Nietzsche (1844-1900) es el que
ha dirigido la mirada más crítica y más profética sobre el desencanto del mundo. El loco
que lanza el grito sobre la muerte de Dios en La Gaya Ciencia expresa el final de los
valores y de los ideales, fundamentos del Occidente cristiano. El pensamiento
nietzscheano es el espejo de un mundo entre dos épocas: con él se derrumba el ideal
metafísico y se abre un período marcado por la sospecha. Nietzsche, que se presentaba
como el último filósofo, es en realidad el primero que abre el siglo XX.
Reformular la ciencia física.
El carácter lineal de una ciencia que acumula conocimientos unos tras otros queda roto
para siempre con Max Planck (1858-1947), profesor en Yale desde 1889. Nace la física
cuántica. El siglo XX científico había comenzado en Berlín antes de la guerra, aunque
las consecuencias no hayan llegado hasta después. La llegada de la mecánica cuántica,
la física que describe los átomos, al principio del siglo XX, iba a hacer volar por los
aires el rígido corsé determinista. El azar y la fantasía entrarán con fuerza en un mundo
en el que todo estaba minuciosamente ajustado.
Y las artes…
No es casual que el cine, contemporáneo de la aviación, el automóvil, la electricidad, lo
sea también de los primeros trabajos de Freud sobre el psicoanálisis y de la reflexión del
filósofo Bergson. La introducción del movimiento en el concepto se realiza exactamente
en la misma época que la introducción del movimiento en la imagen. Y en 1911 el cine
accede al rango de séptimo arte. La creación musical también vive una revolución que
conduce al nacimiento de una escritura totalmente nueva. Viena, más que París, está en
el origen de la llamada música contemporánea, que deja atrás el principio tonal (no
entiendo de música).
El fin del ilusionismo.
No es casual que, paralelamente al cuestionamiento de los principios euclidianos y
newtonianos, emerja una nueva concepción de la perspectiva y de la frontalidad en la
pintura. En la era de la velocidad, de los medios de comunicación y de la placa
fotográfica, de los grandes medios de transporte, ¿cómo concebir una estética basada en
el punto de vista único? La electricidad modificará la luz y por ende la visión del artista.
18
En 1820, los ejércitos egipcios comenzaron a avanzar hacia el sur, remontando el río
Nilo. En pocos años Mehmet Alí se hizo con el control de las tierras de Nubia y Sudán,
ricas en recursos y en esclavos. Egipto era uno de los cinco Estados africanos que
podemos etiquetar como modernos y que no estaban bajo el control de los europeos.
Los otros tres Estados autóctonos que convivían en el continente eran Marruecos, el
Imperio Otomano (su rama libia), el Sultanato de Zanzíbar (en la costa Este) y el Estado
afrikáner al norte de la Colonia del Cabo, que si bien era un país «de blancos», se puede
considerar como Estado netamente africano (sus habitantes no eran europeos).
o que caracterizaba a estos cinco países era su condición de africanos (no eran colonias
de países extranjeros) y su adelanto tecnológico (por eso lo de modernos). En África
predominaban los Estados de origen tribal, pequeños territorios gobernados por
monarquías familiares históricas, como los Reinos Mossi. La mayoría de estos Estados
desaparecieron conforme avanzaba el S.XIX y llegaban masivamente los colonos
europeos.
La llegada de los europeos al África subsahariana provocó la desarticulación de los
antiguos patrones comerciales y del intercambio cultural. Aunque en torno al año 1800
la presencia continental de Europeos se limitaba a la Colonia del Cabo (ingleses), al
Magreb (franceses) y a las costas angoleñas y de Mozambique (portugueses), lo cierto
es que las potencias europeas sí tenían varios enclaves portuarios por toda la costa
africana. España tenía puertos en el Golfo de Guinea, así como Inglaterra y Francia, que
tenía puertos desde Senegal hasta Gabón.
Los europeos explotaron una forma de comercio (el marítimo) que los reinos africanos
no habían desarrollado. Los portugueses fueron pioneros instalándose en las costas
orientales (Beira, Quelimane, Mozambique…), donde comerciaron y compartieron
espacio con el Sultanato de Zanzíbar, un Estado que en realidad era un asentamiento
permanente de los omaníes de la Península Arábiga. La presencia de comerciantes
musulmanes dio lugar a la aparición de nuevos Estados, sobretodo en la zona de los
Grandes Lagos.
Conforme avanzaba el S.XIX, los exploradores europeos aumentaron en número y
ambiciones. Los enclaves portuarios no eran suficiente implantación como para
controlar las riquezas del interior del continente. El descubrimiento de la riqueza
mineral del sur de África en la década de 1870 detonó la lucha por esos territorios entre
los países europeos.
1880-1950. Un continente invadido por inmigrantes.
La superioridad militar fue la responsable de que los europeos colonizaran en poco
tiempo un continente tan grande como África, y el factor determinante de que ese
control se alargara en el tiempo hasta la mitad del siglo XX. Durante interminables
décadas el continente africano vio cómo sus minas se vaciaban y sus árboles se
cortaban, para beneficio de unos extranjeros blancos que tenían el poder de la
tecnología.
Una superioridad tecnológica que en realidad era un pretexto para llevar a la práctica la
superioridad moral que los europeos creían tener sobre los subdesarrollados africanos.
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sospechas de intereses ocultos se unen noticias que empeoran la imagen de las tropas
francesas en el continente. Un informe de la ONU acusó a soldados franceses de violar a
niños en la República Centroafricana. Al parecer chantajeaban a los menores
prometiéndoles comida. Más allá de casos puntuales que pueden hacer dudar de la
intervención militar de Francia en África, debemos preguntarnos, ¿qué están
protegiendo todos esos soldados franceses en tierras extranjeras?
Las explicaciones a este despliegue de fuerzas militares se pueden encontrar en tres
dimensiones: histórica, humanitaria y económica. Brevemente comentaremos que,
efectivamente, históricamente Francia tiene un vínculo indudable con muchos países
africanos. Se puede entender una sincera voluntad de ayudar a antiguos hermanos. En la
dimensión humanitaria, qué duda cabe que muchos de estos países necesitan de la ayuda
de países ricos como Francia para crecer y desarrollarse.
Son varios los analistas que apuntan a que no es descabellado pensar que Francia está en
África para vigilar el control de los recursos naturales. Además, es sorprendente ver
cómo todavía hoy algunos países africanos tienen que pagar tributos a Francia por los
supuestos beneficios que obtuvieron de la esclavitud y la colonización.
Pero no toda la acción francesa en África está sujeta a la condena pública. A finales de
2015, Francia anunció una inversión de 130 millones de euros para el desarrollo de
infraestructuras en Nigeria.
Reino Unido: explotación sistemática de los recursos energéticos.
in ningún tipo de excusa como las que se pueden intuir en los casos anteriormente
citados de China y Francia, que pueden defender su implantación territorial en países
extranjeros con argumentos por el desarrollo y la seguridad de los pueblos africanos, el
Reino Unido mantiene una posición muy directa y clara: está en África para extraer sus
recursos, principalmente energéticos.
El país que vio nacer el liberalismo económico pone en práctica su marco teórico a la
perfección: la empresa privada tiene vía libre para actuar. Y lo hace. Fruto del gran
control territorial que a comienzos del S.XX el Imperio Británico tenía en el continente
africano, empresas como las señaladas en el mapa, tienen hoy la exclusividad de la
explotación de recursos naturales como el petróleo y el gas.
En la actualidad, más de 100 años después, ambas empresas nos recuerdan que la época
de la colonización sigue activa. En Egipto, uno de los territorios controlados por los
ingleses, el 40% del gas producido por el país lo produce British Petroleum, así como el
15% del petróleo.
VIDEO: EL IMPERIALISMO.
El termino imperialismo hace referencia a la actitud, doctrina o acción que conduce al
dominio de un estado a otros, mediante el empleo de la fuerza militar, económica o
política. Un estado imperialista desea imponerse sobre otros países y ejercer su control,
se trata de naciones que tienen una gran fuerza y no dudan en utilizarla de manera
indirecta o directa.
Historia del imperialismo.
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Durante el último tercio del S XIX, las potencias europeas y extra europeas, como EE
UU y Japón, desarrollaron una política de expansión colonial acelerada que ya venía
gestándose desde comienzos del siglo, esta nueva fase del colonialismo, que recibe el
nombre de imperialismo tendía a la formación de grandes imperios y constituyo una
constate fuente de conflictos que desembocaron en la PGM.
Algunas veces el sistema imperial se asocia con la expansión económica de los países
capitalistas, otras veces a la expansión europea después 1870.
¿Imperialismo o colonialismo?
Aunque algunos dicen que el imperialismo significa lo mismo que el colonialismo, y los
dos términos se utilizan de la misma manera, hay que distinguir entre los dos:
Imperialismo: el sistema imperial es la política de expansión y dominio territorial o
cultural y económico de una nación sobre otra y ocurrió en la época de la segunda
revolución industrial, se ejerce formal e informalmente, directa o indirectamente,
política o económicamente.
Colonialismo: normalmente implica un color político, involucrando la anexión de
territorios y la pérdida de la soberanía, aunque en muchas ocasiones el colonialismo fue
producto del sistema imperial, los países imperialistas buscan: materia prima, mercado
consumidor y mano de obra barata.
Datos importantes del imperialismo:
El imperialismo que se desarrolló durante el S XIX, surgió como una consecuencia de la
revolución industrial, la expansión de esta revolución en su segunda fase, genero entre
los países, la progresiva necesidad de ampliar sus mercados para mitigar los efectos de
la alta competitividad y disminución de ganancias. También se dio un retroceso
económico afectando a las potencias europeas, causando su producción, agotamiento de
mercados, lo que hizo que las potencias se volvieran rivales por creación de nuevos
mercados en todo el mundo.
La expansión imperial fue considerada como un desarrollo histórico y la guerra fue vista
como una condición necesaria para instituir el dominio que sumaba sentido de
superioridad racial.
Características del imperialismo:
El estado busca su expansión principalmente a partir de la sumisión económica de otras
naciones, también el estado dominante ejerce dependencia política, cultural o
económica sobre los demás.
El etnocentrismo, donde se decía que unas razas estaban por encima de otras.
El darwinismo social, superioridad de los pueblos dominantes en relacion a los
dominados además que promueve la supervivencia del más apto como un factor social.
Como el proceso de expansión de las potencias europeas, para ser más dominantes,
también capital industrial fundido al capital financiero, fuerte impulso gracias al
desarrollo industrial dado por la revolución industrial, utilización de mano de obra
barato en los pueblos conquistados.
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Consecuencias:
Cuestiones demográficas. Incremento al disminuir la mortalidad, esto trajo el
desequilibrio de la población y los recursos.
Cuestiones económicas. La explotación de los territorios obtenidos hizo
necesaria el establecimiento de un desarrollo.
Cuestiones sociales. Estas se manifestaron en el establecimiento de la burguesía
de comerciantes y funcionarios procedentes de la metrópoli.
Cuestiones políticas. Los territorios dominados sufrieron la dependencia de la
relacion con la metrópoli, sin embargo, esta dependencia no estuvo exenta de los
conflictos.
Cuestiones culturales. Produjo la pérdida de identidad y de valores tradicionales
de las poblaciones indígenas y de la adopción de las pautas de conducta, como
educación, lengua y mentalidad de los colonizadores.
Cuestiones geográficas. Los mapas políticos se vieron alterados por la creación
de las fronteras artificiales que nada tenían que ver con la configuración
preexistente.
Cuestiones ecológicas. Provocaron la modificación, destrucción de ecosistemas
naturales.
El colonialismo
En 1870 el mundo había conocido aproximadamente cuatrocientos años de
imperialismo europeo entendiendo por ello la expansión de las potencias europeas sobre
otros países. Siempre, su control sobre territorios no europeos había supuesto comercio,
misiones, aventura, asentamiento, pillaje, orgullo nacional, conquista y guerra. Pero no
fue siempre necesario cruzar el mar; tenemos buenos ejemplos del mismo proceso
dentro de áreas continentales: la creación de grandes imperios dinásticos por los
Habsburgo y por los turcos otomanos, las conquistas continentales de Napoleón, el
rápido avance de Rusia sobre Asia Central y Meridional durante el siglo XIX, la
expansión hacia el Oeste de los Estados Unidos… La etapa posterior a 1870 empezará
muy pronto a ser conocida – en un sentido específico y desagradable – como la edad del
imperialismo. Así, cuando analizamos el mapa colonial de 1815 debemos tener
cuidado. La verdad colonial de 1815 está prácticamente constituida por la red que sobre
todo el mundo ha trazado la marina y los intereses británicos; una red que presenta el
único desgarrón de la independencia de los Estados Unidos.
El viejo colonialismo tenía su lógica en el triunfo del mercantilismo; la colonia era
entonces una parte integrante de un sistema considerado necesariamente cerrado. Esta
visión pierde consistencia según se extienden las ideas liberales. En 1815 el interés
económico de las colonias no es tan evidente como había sido antes. Por otro lado, las
metrópolis se verán sacudidas por las ideas de emancipación mientras descubren la cruel
suerte que están corriendo las poblaciones colonizadas. Pero ya trate de colonias
tropicales, de la India o de colonias de poblamiento, la necesidad de mantener la
comunicación con cada una de ellas exige a Inglaterra el desarrollo de otro tipo muy
especial de colonias: los establecimientos comerciales y puntos de escala que se van
añadiendo a las bases adquiridas en 1815 y que jalonan las rutas comerciales.
26
Entre 1876 y 1914, aproximadamente las cuarte parte de la superficie del planeta fue
distribuida o redistribuida en forma de colonias entre media docena de Estados: el Reino
Unido, Francia, Alemania, Bélgica, Italia y Estados Unidos (en su propio territorio).
Más difícil es calibrar las anexiones imperialistas de Rusia, ya que se realizaron a costa
de los países vecinos y siguiendo un proceso de varios siglos de expansión territorial.
De los grandes países coloniales, solo los Países Bajos no pudieron, o no quisieron,
anexionarse nuevos territorios, limitándose a ampliar su control sobre las islas
indonesias.
Los últimos decenios del siglo XIX y los comienzos del siglo XX constituye, pues, la
edad de oro del imperialismo colonial. La colonización se convierte en la gran aventura
de los pueblos modernos. Al final, el mundo blanco se verá desgarrado por dos
objetivos contradictorios: unirse para asegurar su supremacía o dejar hablar a las
ambiciones nacionales y hacer del éxito colonial un elemento fundamental del prestigio
de cada Estado.
Lo que hace necesario encontrar alguna razón especial para el nuevo imperialismo es
tanto su repentina aparición como su preeminencia en la política de las potencias
durante los años 1870-1914. Adam Smith consideró que las cargas del colonialismo
eran más pesadas que los beneficios que proporcionaban. El radicalismo favoreció el
laissez-faire. Pero años después todos anunciarán su conversión a una política de
consolidación imperial y de expansión mientras la opinión pública también cambia
abruptamente. El coro de anticolonialismo anterior a 1870 resulta raro como preludio de
una era de febril reparto colonial. No es extraño que desde entonces busquemos la
explicación de un giro tan extraordinario.
Para los observadores ortodoxos se abría una nueva era de expansión nacional en la que
parecía difícil separar con claridad los elementos políticos y económicos y en la que el
Estado desempeñaba un papel cada vez más activo y fundamental en los asuntos
internos y externos.
Los observadores heterodoxos analizaban la nueva época considerándola una nueva fase
del desarrollo capitalista.
En cualquier caso, aunque el colonialismo apareciera como un aspecto – por muy
importante que fuese – de un cambio más generalizado del mundo, el colonialismo era,
sin duda, el aspecto más visible y constituyó el punto de partida de análisis más
amplios.
No debemos olvidar que el análisis del imperialismo realizado por Lenin se convertirá
en un elemento central del marxismo revolucionario de los movimientos comunistas a
partir de 1917.
Para entender la controversia debemos darnos cuenta de que el punto central del análisis
leninista era que el nuevo imperialismo tenía raíces económicas en una nueva fase
específica del capitalismo que entre otras cosas, había conducido a la división territorial
del mundo entre las grandes potencias capitalistas y al estallido de las rivalidades
producidas por dicho reparto.
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Para entender mejor la naturaleza del llamado imperialismo colonial conviene plantear
su relación con el proceso general histórico antes de preguntar por la causa de aquel
específico reparto del mundo. La creación de un mercado mundial alteró profundamente
las bases de todas las sociedades existentes potenciando grados y formas muy diversas
de desarrollo.
Las diferencias de niveles técnicos y económicos entre los países económicamente
desarrollados y aquellas áreas del globo caracterizadas por economías tradicionales
agrarias, y a menudo primitivas, condujo a la dependencia económica de estas últimas;
aquellas regiones que asistieron al nacimiento de la industria moderna se convirtieron en
áreas dominantes durante toda una época de la historia.
Es necesario tener en cuenta que, a medida que cada país empezó a sentir el impacto de
la revolución industrial, comenzó a tomar forma lo que podría llamarse su fisonomía
económica nacional. El nacionalismo, especialmente en el período que siguió a la
Revolución Francesa, se constituyó en una de las grandes fuerzas de la historia europea.
El nacionalismo, lo mismo que el liberalismo, fueron alimentados por el crecimiento
económico; la industria moderna nació dentro de los límites del Estado nacional. En el
mismo momento en que las mejoras de las comunicaciones y del transporte parecían
reducir los límites del mundo y los Estados quedaban cada vez más implicados en la
división internacional de la producción, se hizo más aguda la identificación de los
intereses de la ascendente burguesía industrial y comercial con el Estado-Nación:
correspondía al Estado proporcionar un clima favorable para las actividades de sus
negocios en el país y promover sus intereses frente a los de sus rivales extranjeros.
Pero ¿por qué los principales Estados industriales iniciaron una carrera para dividir el
mundo en colonias? El argumento más conocido del análisis marxista es la presión del
capital para encontrar inversiones más favorables que las que se podían realizar en el
interior del país.
A partir de aquí, el imperialismo colonial se nos muestra como producto de una
economía internacional basada en la rivalidad de varias economías industriales
competidoras. Pero por muy importantes que sean las fuerzas económicas, no pueden
explicar, por ejemplo, por qué Francia, uno de los países del occidente europeo menos
industrializados, fue uno de los primeros en tomar la senda de la expansión colonial.
No tiene pues ningún sentido que pensemos que todas y cada una de las nuevas
colonias, por las que tanto pelearon las grandes potencias de la época del imperialismo,
fueron conquistadas con la idea de hacer de ellas un Dorado. Las colonias podían ser
simplemente bases adecuadas para la penetración económica, puntos estratégicos de un
diseño más amplio o símbolo de status de gran potencia.
Así, una vez que el estatus de gran potencia se asoció con el hecho de hacer ondear la
bandera sobra una playa, la adquisición de colonias se convertirá, con independencia de
su valor real, en un símbolo de status. Un país fuerte tenía que tener colonias y las
colonias hacían fuerte a un país. Este sentimiento lo tendrán los británicos y lo tendrán
las naciones continentales.
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Estados que no pueden esperar extenderse por Europa, pueden conseguir amplios
territorios fuera de ella. La arrebatiña por África presenta, de una forma muy particular,
un magnífico ejemplo de competición entre Estados.
También algunos ideales y algunas necesidades psicológicas propias de la época
sostienen a este nuevo imperialismo. Las actividades de exploradores y aventureros, de
sociedades anti-esclavitud y de misiones cristianas, proporcionan un fuerte impulso a
los movimientos coloniales.
Sus súplicas se encontrarán con la respuesta de aquellos que si bien no comparten su
celo por extender los beneficios del Cristianismo en ultramar, aceptan, sin embargo, la
común creencia de que era obligación de los pueblos europeos tomar sobre sí la carga
del hombre blanco, emprender la misión civilizadora y llevar a las regiones atrasadas los
beneficios de la civilización contemporánea.
A finales del siglo XIX, a las tres principales grandes potencias europeas del nuevo
imperialismo – Reino Unido, Francia y Rusia – se unen otras dos: Alemania e Italia, que
por tanto, siempre consideraron que han llegado tarde al reparto.
En resumen, dentro del proceso de formación de una economía, por primera vez
verdaderamente mundial, el aspecto más nuevo del nuevo imperialismo está constituido
por el reparto de dos continentes – África y Asia – despiezados en forma de colonias.
Como se trata de las únicas grandes áreas el globo que no habían caído bajo la
influencia europea antes de 1870, las décadas que van de 1870 a 1914 verán cómo se
completa, con gran rapidez, la expansión de la influencia europea sobre el conjunto de
la Tierra y cómo el proceso se consuma en una época, por ello, muy especial, en la que
el realismo, la crueldad y las rivalidades de los Gobiernos de los Estados nacionales
europeos serán excepcionalmente grandes.
Una época, por consiguiente, que tendrá un carácter especialmente autoritario e
implacable. Pues bien, esta cualidad proviene tanto de la naturaleza de la política
europea como de las necesidades del desarrollo económico.
La desnuda política de poder del nuevo imperialismo fue la proyección, sobre la
pantalla ultramarina, de las posiciones y rivalidades entre los Estados de Europa. Es esta
combinación de nuevas condiciones económicas con relaciones políticas cada vez más
anárquicas la que puede explicar mejor la naturaleza del nuevo imperialismo. Y para
comprender mejor esas relaciones internacionales conviene que nos detengamos en el
análisis del sistema del Concierto de Europa.
No es fácil concretar la naturaleza del Concierto de Europa porque la mayor parte de sus
éxitos se basaba en actitudes – en disposiciones de ánimo – que conducían a una
diplomacia moderada al servicio de unos objetivos moderados, como respuesta al hecho
fundamental de toda política internacional: la distribución del poder.
No debemos olvidar que nos encontramos ante un sistema internacional que tiene su
núcleo en el viejo continente y que disfruta de un amplísimo entorno exterior formado
por el resto de la geografía mundial.
Estos dos factores – el equilibrio entre cinco grandes potencias y la existencia de una
determinada área donde funciona el compromiso de moderación – serán destruidos al a
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vez por la misma razón: la difusión del proceso de avance tecnológico en la mayor parte
de las sociedades desarrolladas, cuyas principales consecuencias son una profunda
alteración de las bases del poder y un profundo cambio en la naturaleza del Estado.
No resulta aventurado considerar que fue la habilidad tecnológica alemana lo que
permitió su ascenso y, como consecuencia, puso fin a la igualdad entre los grandes
Estados. Al mismo tiempo, la revolución de los transportes y de las comunicaciones
llevó al colapso a la noción de área definida: el sistema fue perdiendo los límites que
separaban su núcleo de su entorno exterior.
De esta manera la destrucción del Concierto de Europa puede explicar de manera
satisfactoria decisiones políticas como las que llevaron a tantos Estados europeos a
precipitarse sobre África y Asia.
No olvidemos que sin esta diferencia entre núcleo y entorno, ni Inglaterra ni Rusia
hubieran aceptado la idea de que las relaciones de poder entre las cinco grandes
potencias eran equilibradas y que, por lo tanto, debían apuntalar el sistema
internacional. Por la misma razón parece también conveniente que el reparto de esos
continentes sea considerado en relación con el problema que se plantea cuando, como
resultado de los cambios en la distribución del poder, parece necesario ampliar el núcleo
del sistema y llevar al hasta entonces entorno exterior los beneficios del Concierto.
África: la penetración económica europea estaba extendiendo una fuerte inestabilidad
por todo el continente; ni las economías tradicionales ni las sociedades tribales podían
permanecer estables, sobre todo en los años 1880 y en la zona costera occidental. Los
antagonismos sociales y las crisis locales suponen un riesgo para el comercio europeo y,
paradójicamente, proporcionaban un nuevo argumento para recomendar el paso de la
penetración económica al control político.
Asia: el inmenso continente asiático fue, como el africano, escenario privilegiado del
gran impulso colonial de las grandes potencias del siglo XIX. Los rusos colonizarán
Siberia, Cáucaso y Turkestán, e intentarán extender su poder sobre China y su zona de
influencia. Los británicos se habían establecido tan firmemente en India que allí era
muy difícil que pudieran penetrar los competidores. Será en la zona conocida Lejano
Oriente donde se condense la nueva rivalidad entre unas potencias que ahí no serán
únicamente europeas.
Los países que bordean el Pacífico eran más atractivos y saludables que los territorios
africanos y aunque estaban densamente poblados y altamente civilizados, no serán
capaces, durante este período, de resistir a los recursos económicos, políticos y militares
empleados por las potencias. Con todo, la zona mayor era la formada por China y sus
vasallos, un imperio virtualmente cerrado a los europeos durante siglos y que en siglo
XIX mostrará una especial determinación para excluir el comercio exterior y la
penetración extranjera que el colonialismo hará fracasar a lo largo de un proceso
histórico especialmente dramático.
Pero si en África los acuerdos entre las potencias conducirán a un reparto casi completo,
en Asia por el contrario, las rivalidades entre los europeos y las resistencias autóctonas
serán de tal entidad que se hará imprescindible tolerar independencias o defenderlas por
su función de Estados tapón.
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Estados Unidos: hasta finales del siglo XIX, las ambiciones territoriales
estadounidenses encontraron en América del norte su escenario natural. La situación
será distinta cuando los intereses estadounidenses se concentren en el Pacífico y en
Centroamérica. La fecha clave es 1898, cuando la derrota española pone en sus manos
Cuba, Puerto Rico y Hawái. A pesar de la retórica oficial que rechaza toda expansión
colonial, por fidelidad a su propia historia, la intervención de Estados Unidos en la vida
económica y política de esas zonas tiene mucho que ver con los intereses de una
economía que ha alcanzado la madurez, mientras se extienden con gran éxito las ideas
imperialistas de autores como Mahan.
Con el presidente Theodore Roosevelt, la política del gran garrote hace de la región del
Caribe el patio de atrás de la gran potencia norteamericana: a partir de 1900 las
intervenciones se multiplican.
Con respecto a sus, en sentido jurídico, colonias, Estados Unidos desarrollará una
política más liberal.
Ahora bien, parece seguro que ningún Gobierno de una gran potencia europea en los
años anteriores a 1914 deseaba ni una guerra general ni un conflicto militar limitado con
otra potencial. Esto queda plenamente demostrado por el hecho de que allí donde las
ambiciones entraban en oposición directa, sus numerosas confrontaciones se
solucionaban siempre a través de acuerdos pacíficos. En vísperas del estallido de 1914,
los conflictos coloniales no parecían plantear problemas insolubles para las diferentes
potencias competidoras, hecho que se ha utilizado para afirmar que las rivalidades
coloniales no influyeron en el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial.
Las raíces de la guerra deben buscarse en el carácter de unas situaciones nacionales cada
vez más deterioradas, que fueron escapando progresivamente al control de los gobiernos
y que estallaban en medio de una Europa dividida en bloques opuestos de potencias.
Esos bloques eran nuevos y resultaron esencialmente de la aparición en el escenario
europeo de un Estado alemán unificado, establecido mediante la diplomacia y la guerra
a expensas de otros que serán neutralizados con una serie de alianzas en tiempos de paz.
Que a su vez desembocaron en otras contraalianzas.
El sistema de bloques será peligrosísimo para la paz cuando las disputas entre ellos se
conviertan en confrontaciones incontrolables. Pues bien, no parece exagerado relacionar
el colapso del Concierto de Europa con una desesperada búsqueda de seguridad en un
mundo internacional profundamente alterado por la globalización del sistema. Al final,
la progresiva ampliación del núcleo del sistema internacional terminará por destruir al
mismo, provocando un aumento de la inseguridad que, unido a otros temores más
domésticos, llevaron a los estadistas a soluciones catastróficas.
Por último, conviene no olvidar que si no fueron colonialistas los motivos inmediatos
que llevaron a las declaraciones de guerra en 1914, esa decisión fue tomada sobre la
base de unas imágenes del mundo forjadas, en parte, por anteriores empresas coloniales.
El pensamiento imperialista aceptó siempre el riesgo de la guerra y consideró siempre la
lucha armada como una parte esencial de la expansión imperial. Las decisiones del
verano de 1914 no hubieran sido posibles sin un preexistente estado de ánimo que hizo
de los europeos gentes dispuestos no solo a aceptar la guerra sino incluso a recibirla con
31
actualidad, las colonias estaban muy alejadas de la metrópolis. Hay que tener en cuenta
que el estatus de colonia lo marca el hecho de que el territorio aún no haya decidido su
futuro libremente, no el tipo de futuro por el que se decanten —sea cual sea—. Así, un
territorio como Mayotte, situado en el Índico, es un departamento francés de ultramar
que también está dentro de la Unión Europea. De hecho, varios países de la Unión
Europea tienen territorios de ultramar que no tienen estatus de colonia, caso de Portugal
—Azores y Madeira—, España —las Canarias— o el Reino de los Países Bajos, con
varias islas en el Caribe.
LA GRAN GUERRA. CONSECUENCIAS SOCIALES Y POLÍTICAS.
REVOLUCIÓN RUSA.
Pecharromán. La Primer Guerra Mundial Parte 1.
Pecharromán. La Primer Guerra Mundial Parte 2.
Capítulo II. Tiempos trágicos.
En diferentes ocasiones, Europa estuvo muy cerca de la guerra, sin llegar a caer en la
conflagración mundial. Estas tensiones, crisis y conflictos regionales acostumbran
progresivamente a los hombres al apocalipsis, refuerzan el papel de los estados mayores
en el proceso de toma de decisiones y anestesian los flacos contrapoderes
internacionalistas. En sus orígenes, la IPGM es la última conflagración del siglo XIX,
ya que es la expresión de los contenciosos acumulados en las décadas anteriores; sin
embargo, por sus consecuencias a medio y largo plazo, la IPGM es claramente la cuna
del siglo XX.
Del nacionalismo al imperialismo
Europa existe, pero no tiene identidad. Hay múltiples factores en el origen de esta
paradoja: una ausencia de límites geográficos claros en el Este, una gran diversidad en
su población, una historia marcada por la dialéctica de la unidad y la dispersión… Y
sobre todo, en segundo plano, la imposibilidad de concebirse como un conjunto
solidario. El siglo XIX lleva a sus límites al nacionalismo, ideología de legitimación de
los Estados y de los pueblos en vías de unificación. La cuestión nacional conforma las
conciencias y ejerce su primacía en las relaciones internacionales.
Durante la mayor parte del siglo XIX, la ola nacionalista queda circunscripta a Europa,
pero a partir de la Gran Depresión (1873-1896) se extiende al mundo. La carrera por los
territorios de ultramar y la constitución definitiva de los imperios coloniales abren la era
del imperialismo. Se puede considerar al imperialismo como el reflejo de la política
nacional en las relaciones internacionales.
Simultáneamente, el imperialismo marca una ruptura en las relaciones internacionales
identificándose con una fase histórica precisa, la posterior a 1880; que expresa la
interdependencia creciente entre las naciones europeas que, proyectando en el mundo
sus rivalidades, generan un nuevo tipo de crisis y de conflictos periféricos. Demuestra la
interpenetración entre los medios económicos, militares y políticos: el nacional-
capitalismo que está apareciendo anticipa las formas caricaturescas que podemos
observar en el período de entreguerras. El imperialismo es también la matriz de una
nueva ideología, e incluso de una cultura totalmente específica: esta última no se limita
a la arquitectura o la literatura, sus formas más populares se manifiestan en la prensa
ilustrada y los artículos de difusión. El imperialismo se inscribe en la historia del
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millones de dólares sobre los aliados y unas reservas en oro equivalentes a la mitad de
las reservas mundiales. Esto hace que sea una época marcada no sólo por la amplitud de
los desgarros espirituales y la violencia política sino también por la brusquedad de las
mutaciones económicas.
Una prueba importante para los regímenes.
La longitud de la conflagración y la necesidad de movilizar todas las energías modifican
las reglas del juego democrático: a los regímenes liberales suceden sistemas más
autoritarios marcados por la concentración de los poderes en manos de un jefe político.
En el seno mismo de las democracias victoriosas, las sociedades están recorridas por
nuevas líneas de fractura: cuatro años de guerra alimentan la oposición entre los del
frente y los de la retaguardia, los de primera línea contra los atrincherados; las terribles
pruebas sufridas en 1916 y 1917 modifican el sentido del combate y alimentan en los
que han ido a la guerra un estado de ánimo compuesto de extremismo y pacifismo.
La muerte de una cierta idea de Europa.
Entre 1914 y 1918, la guerra suicida entierra una cierta idea de Europa que se
identificaba con una garantía y una certidumbre: la violencia y la duración de las
operaciones militares interrumpen el proceso de acumulación de capital, material,
inmaterial y demográfica que había comenzado hace más de un siglo en el viejo
continente. Por otra parte, la seguridad de encarnar el único camino posible hacia el
progreso, desaparece definitivamente de la conciencia europea. En este sentido, la
guerra es una inmensa regresión que invierte la relación entre Europa y el resto del
mundo. Los 460 millones de Europeos, es decir el 27% de la población mundial de
entonces, ya no está en condiciones de asumir el futuro de los otros mil millones de
hombres. Ya no son dignos de educar a estos “pueblos infantiles”, de iniciarlos en la
“modernidad” para que salgan de la oscuridad en la que estaban encarnados. Todos los
valores europeos desaparecen en el salvajismo de los combates. El europeo parece con
los rasgos de El hombre vencido que esculpe Wilhelm Lehmbruck en 1915.
Capítulo III. Tiempos de desorden
El armisticio del 11 de noviembre de 1918 y la paz de Versalles firmada el 25 de junio
de 1919 no significaron una “vuelta a la normalidad”. La dinámica de desorden que
comienza en 1917 crece para culminar a comienzos de los años veinte, antes de volver a
caer siguiendo ritmos variables: a los países anglosajones que consiguen recuperar una
forma de estabilidad, se oponen los del continente europeo, más afectados por los
trastornos. La intensidad del caos no deja de crecer de la Europa Central a la Oriental,
alcanzando dimensiones agudas en Alemania y Rusia. A los desórdenes externos
nacidos de las diferencias de la paz de Versalles, se suman los desórdenes internos
producidos por la IPGM: inflación, convulsiones monetarias, paro estructural,
inestabilidad política, formación de la “sociedad ideal” en la ahora Rusia bolchevique.
Todo ellos sorprende a los gobernantes, poco acostumbrados a fenómenos de este tipo.
El desorden se convierte en el factor de alternancia de la política. Después de tres años
de disturbios, Italia cae en el fascismo, Alemania espera la llegada de un hombre
providencial. Todas estas transformaciones, aunque no puedan volcarse en el mismo
plano por sus diferencias, tienen un punto en común: la opinión pública está
desorientada y en busca de un “salvador” capaz de aportar la estabilidad, grandeza y
potencia de antaño.
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A pesar de una estabilización aparente durante la década del veinte, los desequilibrios
están latentes. La Gran Crisis del 29 pone término a la posguerra y hace entrar al mundo
en un nuevo período de preguerra. Comprender esta dinámica de la inestabilidad
permite no sólo explicar cómo las consecuencias de la IPGM se convierten en las causas
de la Segunda, sino también captar los fundamentos de los “Treinta Gloriosos”.
La fragilidad del nuevo concierto europeo:
Europa absorbe ahora el 50% de las exportaciones norteamericanas. Y tenemos que
diferenciar los países que han tenido que sufrir los daños de la guerra de los que, como
Reino Unido, sólo soportan daños materiales mínimos, básicamente en materia naval.
Lo esencial de las operaciones se ha desarrollado en el norte de Francia y de Italia, y en
las regiones occidentales de Rusia. Todos los países beligerantes llevan en su carne las
huellas del combate. En primer lugar, el desequilibrio entre sexos, consecuencia de la
movilización de hombres. Luego se dará, en el período de entreguerras, un descenso del
número de matrimonios, cuyas consecuencias se verán veinte años después. Al mismo
tiempo la gripe española supone la desaparición de más de un millón de personas en
Europa.
Cuatro años de guerra anulan cuarenta años de crecimiento. Francia se encuentra en
1921 con cifras similares a las del censo de 1876. Y a las muertes y déficit de
nacimientos hay que sumar los inválidos, heridos, gaseados y quemados, los centenares
de miles de huérfanos y otros pupilos de la nación. La última hipoteca que condiciona el
futuro es el endeudamiento. En la Francia de 1919 el servicio de la deuda equivale a la
totalidad de los gastos presupuestarios de 1913. Es algo que pesa sobre todos los
gobiernos de los años veinte. Está en juego la autoridad del Estado, su credibilidad y la
eficiencia misma del contrato democrático.
El nuevo mapa de Europa.
Más de cinco meses de negociaciones, de enero a junio de 1919, entre mil delegados
representantes de 27 naciones, se juntaron a redactar el tratado de paz y dibujar los
contornos de la nueva Europa integrada en el nuevo orden mundial. El mapa es el
testimonio del triunfo del derecho de los pueblos a la autodeterminación, ya que los
grandes imperios multinacionales del siglo XIX dejan paso a las “Naciones Estado” que
incluyen a menudo fuertes minorías alógenas.
Los cambios afectan en primer lugar a Europa Central. En esta región intermedia, un
cuarto del kilometraje de fronteras es posterior a la guerra. Sin embargo, el orden
surgido de Versalles no es ficticio, responde a las ambiciones manifestadas en el
pasado. De este modo, polacos, checos, eslovacos y los esclavos del sur, disponen de un
Estado, moneda e instituciones reconocidas.
La Sociedad de Naciones (SDN), entre universalismo e impotencia.
La SDN, que se reúne por primera vez en Ginebra en Enero de 1920, es una asociación
de gobiernos, un organismo internacional y un sistema de organización de la vida
diplomática. La SDN obedece a la lógica del tiempo corto dominado por la urgencia del
momento. Esta contradicción entre el tiempo y el instante es con seguridad una de las
causa de su fragilidad inicial, pues queda asimilado a la voluntad de poder de los
vencedores. Y los males congénitos de la SDN son bien conocidos: no es más que una
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liga cuyo funcionamiento depende del consenso mutuo entre los Estados miembros.
Uno de sus artículos prevé que las decisiones deberán tomarse por unanimidad.
Quizá la SDN era demasiado avanzada para su tiempo, estaba en una posición difícil
respecto al nacionalismo y la cultura del Estado omnímodo y no contó con suficiente
apoyo de la opinión pública. Aun así, la SDN acumuló una experiencia valiosa que pudo
aprovechar más adelante la ONU.
Los olvidados de la Paz.
Los vencidos están ausentes en la negociación. Su ausencia expresa la fragilidad del
nuevo concierto europeo. Excluir a Alemania de las negociaciones iniciales y de la fase
final de la Conferencia es reforzar el complejo de bloqueo que habíamos viste crecer
antes de la guerra. Tres cláusulas humillan en particular a los alemanes: el artículo que
los convierte en los únicos responsables de la guerra y les fuerza firmar un cheque en
blanco cuya cifra no se fija hasta 1921; las sanciones económicas – confiscación de
todas sus patentes industriales, amputación de su capacidad de producción carbonífera –
no solo restringen su potencia industriar sino que corroen las bases de la unidad
alemana. Finalmente, las cláusulas morales que prevén el juicio de las personas
acusadas de haber cometido actos contrarios a las leyes y costumbres de la guerra,
incluido el ex emperador, acusado de “ofensa suprema contra la moral internacional y
la autoridad sagrada de los tratados”, alimentan el resentimiento de los alemanes.
El segundo olvidado de las conferencias de paz es la Rusia bolchevique. El grupo de
Los Cuatro tienen serios temores de que se propague la “peste roja”, el bolchevismo, y
también de una colusión ruso-alemana. Europa nunca estuvo tan cerca, como en 1919,
de caer en el internacionalismo proletario: en todas partes, desde Alemania a Hungría,
desde Francia al Reino Unido, no se habla más que de “repúblicas soviéticas”,
asambleas revolucionarias, huelgas con fuerte contenido político y crecimiento de los
sindicatos.
El bolchevismo se aprovecha del cansancio de los aliados, mientras que algunos
geopolíticos alemanes abogan por un acercamiento a Rusia. Esta ambición se concreta
en 1922. Tras una negociación, Rusia y Alemania deciden establecer relaciones
diplomáticas, renuncian juntas al pago de sus deudas de guerra y se comprometen a
desarrollar sus intercambios comerciales. Los germanos, aplastados en el Oeste, juegan
sus cartas hacia el Este.
El boicot a la ciencia alemana.
Con la participación entusiasta de numerosos hombres de ciencia al esfuerzo bélico,
desaparece el ideal universal de una comunidad científica solidaria y preocupada por
salvaguardar la paz. Por iniciativa de Estados Unidos, sea crea el Consejo Internacional
de Investigación, que favorece la cooperación entre todos los vencedores y excluye por
doce años a las instituciones científicas alemanas, austríacas, búlgaras y húngaras.
El orden norteamericano visto desde Europa.
El declive británico, que había comenzado en el último tercio del siglo XIX, condiciona
a su vez la esfera monetaria y financiera. Londres nunca podrá ser el alter ego de
Washington. Y Washington deseaba abrir el mercado europeo a sus capitales. Frente a
la amenaza de una hegemonía en sentid único en Europa, frente al riesgo de la
formación de un bloque europeo hostil a los intereses económicos norteamericanos,
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El año 1917 desgasta a toda velocidad a las fuerzas políticas, alternativas incapaces de
responder a la corriente democrática, liberal y nacional. A lo largo de 1917, el mundo
rural conoce una revolución social sin transformaciones políticas reales, mientras que
las ciudades pasan por revoluciones políticas que se suceden sin transformaciones
sociales. Esta es una de las paradojas rusas que aprovecho en parte Lenin, a su vuelta el
4 de abril de Suiza, donde estaba exiliado.
Si durante el verano del diecisiete las masas urbanas son cada vez más
numerosas en su movilización callejera, las rurales desempeñan un papel
creciente.
Las jornadas de octubre de 1917 en Petrogrado no son las que exaltó la
imaginería soviética. Las masas están ausentes, los bolcheviques son bastante
poco profesionales en su golpe de estado y en cuanto al país profundo, se escapa
de cualquier control central y los campesinos siguen con su proceso
insurreccional. Octubre no merece la calificación de revolución, es apenas el
resultado de un caos, de una podredumbre de la vida política y de las frágiles
instituciones nacidas en el desorden.
Lenin, el empirismo y la construcción de la sociedad ideal.
En 1917 Lenin tiene un sólido pasado de revolucionario, encarcelado, perseguido y
exiliado. Desde su encuentro con Plejanov en 1895, Lenin, apoderado el viejo, ha tenido
tiempo de reflexionar en la adaptación del marxismo a la situación específica de Rusia.
De la teoría marxista conserva algunas convicciones tranquilizadoras: la desaparición de
las categorías de valor y de precio con la extinción del capitalismo, la lucha de clases
como motor de la historia, el comunismo, etapa ultima de la dictadura del proletariado.
Lenin está convencido de la inminencia de una crisis revolucionaria generalizada en
Europa. La comprensión del hecho diferencial ruso hace a Lenin a convertir la Snycka,
la alianza entre el proletariado y el campesinado, en el eje central de la revolución que
se está gestando. Por oposición a Marx, Lenin está íntimamente convencido de la
necesidad de inculcar al obrero una conciencia revolucionaria desde el exterior
apoyándose en un partido profesional.
Durante la fase de dictadura del proletariado, una revolución cultural debe transformar
las mentalidades y permitir la consolidación del poder, a la espera de la disolución de
las clases y de la decadencia del Estado.
Desconocido de las masas urbanas hasta su vuelta de Suiza, Lenin consigue imponerse
en Petrogrado gracias a sus dotes oratorias, su talento de visionario y sus fórmulas
asesinas. Presidente del Consejo de comisarios del pueblo, Lenin redacta a partir del 26
de octubre los decretos sobre la paz y la tierra: el primero sobre la paz sin
indemnizaciones ni anexiones vibra con un mesianismo internacionalista
grandilocuente; el segundo, para abolir la propiedad privada y entregarlas tierras a los
comités locales rurales, no se inscribe tanto en la teoría marxista como en la realidad de
la época. Siguen las decisiones sobre el control obrero en las empresas sobre las
nacionalidades. En lugar de calmar el orden, estos decretos lo amplifican.
Luego de la burocracia se alimenta de la pérdida de prestigio de los soviets que se
vacían de sus funciones durante el año 1917. Los superan en sus tareas comités cada vez
más numerosos: los comités de fábrica, de barrio, cuyos miembros mantienen estrechas
relaciones con el partido bolchevique y responden a las preocupaciones diarias de los
ciudadanos. El principio de elección que retrocede frente al de nombramiento
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organizado por iniciativa del partido expresa esta burocratización desde arriba. Mientras
tanto, la remuneración de los miembros permanentes de los comités a partir de los
fondos públicos expresa la burocratización desde abajo. De este modo, los bolcheviques
disponen de instituciones y de militares que forman una especia de contra sociedad para
actuar con eficacia sobre la población.
Finalmente, la desviación burocrática del poder resulta de las dificultades de
abastecimiento. La batalla por los cereales comienza antes de la guerra civil. Para ganar,
Lenin inventa una nueva lucha de clases, alzando a los campesinos pobres, los biednaks,
contra los labriegos, los Kulaks. El resultado es un divorcio profundo y duradero entre
el poder y el campo.
El comunismo de guerra.
Durante los tres años de guerra civil, de junio de 1918 a marzo de 1921, Rusia vive lo
que se llamó el comunismo de guerra. Efectivamente en 1918 las circunstancias son
excepcionales, pues el régimen sufre por todas partes los asaltos de los blancos,
apoyados por los contingentes enviados por catorce estados occidentales.
La guerra civil no es suficiente para explicar el giro dictatorial, pues muchas medidas
terroristas se toman antes de su inicio: la disolución de la Asamblea Constituyente el 19
de abril es la expresión de la emergencia de la ideocracia bolchevique.
Entre julio y agosto de 1918 la Republica Soviética Federativa Socialista de Rusia,
RSFR, depura los soviets de todos sus elementos no bolcheviques. El terror rompe la
utopía soviética y funda el sistema totalitario de partido Estado. La cheka, brazo armado
del partido, ejerce su vigilancia sobre los ciudadanos. En 1919 los primeros campos de
deportación y granjas penitenciarias reciben a los opositores reaccionarios y
revolucionarios.
Trotski lleva hasta el final de su lógica el sistema de la nación en armas creando el
Ejército Rojo. El restablecimiento del servicio militar el 29 de mayo de 1918 y el
bloqueo ideológico del ejercito gracias a la presencia de comisarios político junto a los
oficiales permite al régimen disponer de un instrumento capaz de repelar los asaltos
blancos y de pasar incluso a la contraofensiva a partir de 1919.
La Rusia soviética presenta unos rasgos característicos que perduraran hasta el
desmoronamiento en 1991: una militarización total de la economía y de la sociedad,
pues la defensa del socialismo implica que se consagren en prioridad a las fuerzas
combatientes lo esencial de los recursos productivos; un control ideológico tal que el
ejército no puede ser un contrapoder; una glorificación hipernacionalista de la patria de
los soviets. La guerra legitima de forma permanente todas las violaciones de la legalidad
socialista.
No obstante, para lograr la victoria, los bolcheviques necesitan los recursos de las otras
repúblicas, que han pasado a ser independientes a partir de Octubre: Ucrania, Armenia,
Georgia, dirigida por mencheviques, son objeto de ataques violentos por parte del
Ejército Rojo, antes de ser invadidas e integradas en la esfera de influencia de Lenin y
de Trotski. Es el anuncio del imperialismo estalinista-brezneviano puesto en práctica
tras la 2GM.
La diferencia principal con respecto al fenómeno estalinista, el terror, no se ejerce
durante estos años contra los bolcheviques, Lenin no es tonto sabe muy bien que la
Rusia de aquella época no es un país en el que reina el socialismo.
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Un país exangüe.
El balance de la guerra civil es dramático, el proletariado, ya debilitado por la
revolución, se ha quedado en la mitad en estos tres años. En las ciudades, ya no
representan más que el 15% de la población total, frente a un 19% en 1917; las dos
terceras partes de los habitantes de Petrogrado han desaparecido. Jamás en su historia
conoció el país semejante “seísmo demográfico”: 16 millones de muertos en combate o
a causa del hambre. Con el tiempo, el déficit de nacimiento de uno 15 millones de
personas puede suponer una grave amenaza para el mercado de trabajo.
Las operaciones militares en Rusia útil dejaron la producción a un nivel tan bajo que se
desencadena la inflación. Esta emergencia de un capitalismo de estado refuerza una
burocracia cada más importante que se convierte en la base social del partido. En el
exterior, Rusia roja ya no puede contar con la dinámica de la revolución mundial: los
movimientos proletarios de tipo insurreccional retroceden en toda Europa a partir de
1919-1920. De estos escombros surge un nuevo partido con 600.000 miembros muy
diferentes de los militantes del 17: una minoría de proletarios frente a contramaestres,
representantes de la clase media. Todos comparten un conocimiento mediocre de la
teoría marxista-leninista; todos consideran al partido como un instrumento de
promoción social y como un medio para escapar a los rigores de la época. Esta
desviación preocupa a la vieja guardia leninista que no tiene ningún control sobre estos
nuevos afiliados.
Como efecto del fin de la guerra civil, en el X congreso del partido, reunido en maro de
1921, la dirección de desgarra con violencia a propósito de los sindicatos. Nunca en la
historia del partido bolchevique, que siempre ha sido un partido de tendencias, ha estado
más cerca la desintegración. No obstante, el X congreso del partido, Lenin se las arregla
para defender una posición intermedia a propósito de los sindicatos, y sobre todo
refuerza la dimensión monolítica del partido, prohibiendo las facciones. Se trata de un
medio legal para la facción más fuerte de eliminar definitivamente a sus adversarios.
En el país profundo, por ejemplo en la provincia de Tambov, el Volga, Ucrania, norte
del Cáucaso, el campesinado se subleva. El régimen se enfrente con una rebelión
generalizada que en la historia rusa, ha acabado ya con el poder central.
La pérdida de toda base social hace correr un peligro mortal a la dirección bolchevique
que experimente de forma neurótica una sensación de aislamiento: a la crisis de
identidad, al miedo de verse barridos por los campesinos amotinados, se suma el temor
al bloqueo internacional. En estas condiciones, Lenin inventa una nueva política
totalmente antinómica del comunismo de guerra.
La NEP.
De la misma forma que Lenin había improvisado el comunismo de guerra, diseña de
forma empírica la NEP. Esta fase que comienza en 19121 y se cierra con la tercera
revolución rusa, la socialización estalinista de 1928-29, sienta unos principios que
retomará más adelante la dirección de PC.
Lenin crea una especia de comunismo de marcado mezclando la propiedad socialista de
los medios de producción y la economía privatizada, autoridad y libertad, ideología y
expedientes. En 1921, Lenin ha perdido toda esperanza de ver estallar fuera de Rusia
una revolución socialista, pero para preservar el socialismo en un solo país, el régimen
acepta un “Brest-Litovsk campesino”, en formula del delegado Riazanov en el
Congreso: supresión de las requisas, instauración de un impuesto en especie, libertad
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para los campesinos de vender sus excedentes en el mercado libre. Este compromiso,
indispensable para preservar el avituallamiento de las ciudades, deberá durar
generaciones para transformar el conjunto de la psicología y de las costumbres de los
pequeños granjeros.
La NEP revela en realidad el foso entre la teoría y la praxis, entre el principio
del sueño y el de la realidad, entre el Estado y la sociedad, es decir, el
campesinado.
A la muerte de Lenin, el 21 de enero de 1924, el país se está lamiendo las heridas: a
pesar de la crisis de las tijeras marcada por el deterioro de los términos del intercambio
para el campesinado, las ciudades están mejor abastecidas y los niveles de producción
son más o menos los de 1913. Sin embargo, la NEP y su lógica de mercado hacen correr
un riesgo mortal a la ideocracia leninista. La persistencia del paro en alrededor de dos
millones de personas, la profundización de las desigualdades sociales, la independencia
creciente de los campesinos, socavan las bases mismas de la URSS.
El culto de Lenin organizado por el secretario general del PC y la petrificación del
leninismo solo tienen una función: ocultar a la sociedad soviética la lucha fratricida
entre facciones.
El leninismo, empresa de modernización forzosa de las estructuras arcaicas de Rusia,
aparece como una práctica evolutiva: al Lenin-Marx, del exilio sucede Lenin-Lenin de
octubre de 1917, y el Lenin-Trotski, capaz de inventar el Ejército Rojo como trinchera
del poder.
El leninismo solo ha sido una serie de improvisaciones, de respuestas más o menos
adaptadas a un contexto movedizo. Sin embargo, a partir dela muerte del fundador de la
Rusia comunista, este empirismo se fosiliza para convertirse en un camino modelo hacia
el socialismo. Este es el malentendido original que pesa sobre la historia de la URSS y
más tarde de las democracias populares.
LOS FASCISMOS ITALIANOS.
¿Qué es el fascismo?
El fascismo se caracteriza por la alianza del nacionalismo y del socialismo, por la
voluntad de revisión del marxismo, por el rechazo del individualismo, por el moralismo,
por el carácter corporativo, por la incorporación del hecho nacional, por el rechazo de la
noción de clase, por el planismo y por el espiritualismo.
La irrupción de las masas expresa las lentas transformaciones del cuerpo social bajo el
efecto del progreso de la alfabetización y de la instrucción. Ya antes de la PGM la
inadecuación entre las masas cada vez más conscientes de su fuerza y las elites había
favorecido la formación y el crecimiento de nuevos movimientos: partidos socialistas,
sindicatos, grupos nacionalistas. En este sentido, el fascismo, que no tiene más
propósito que controlar al pueblo para utilizarlo en su estrategia interna y externa, se
inscribe en la línea de una revolución que comienza en las últimas décadas del siglo
XIX.
El fascismo nace también de un traumatismo muy específico: la guerra y cortejo de
sufrimientos perturban en profundidad las sociedades europeas. La estabilidad de los
precios y de los ingresos, condición indispensable de la ascensión social de la clase
media, clase central de los regímenes liberales, se ve cuestionada por la inflación y la
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Por todas partes, la radicalización del mundo colonizado es producto de la miopía de las
metrópolis. No existe ninguna imaginación para captar a las nuevas elites formadas en
la escuela occidental, ninguna voluntad de tener en cuenta las exigencias locales cuando
se trata de modificar el estatuto político, sino una tentación de represión permanente. El
europeo sigue siendo fiel a su sentimiento de superioridad que lo lleva a considerar a las
poblaciones de color como pueblo objetos.
La degradación de la situación económica, que se manifiesta con la caída precoz del
precio de las materias primas, agrava las condiciones de vida de los indígenas. Los
movimientos independentistas pueden contar así con la movilización progresiva de las
masas rurales. Las ideologías exógenas desempeñas un papel importante, pero es más
fundamental el papel de las dinámicas internas, en las que se mezcla el rechazo y la
fascinación que produce occidente, el mimetismo y la adaptación a la estructura local.
De manera muy significativa, los insurrectos fueron acusados por los bolcheviques de
sabotear los acuerdos internacionales en curso de negociación. Y la misma necesidad de
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Desde aquel año de 1921 no iba a quedar en Rusia una oposición política organizada en
contra del régimen bolchevique. Las discrepancias en torno al poder se desarrollarían a
partir de aquí siempre dentro de la dirección del propio Partido Comunista.
El partido se había convertido en el centro del Estado, con el resto de las instituciones
subordinadas a él y la consiguiente disminución de influencia por parte de los soviets.
Los soviets no serían ya clubs de discusión sino meros órganos de administración.
Las nacionalidades
Tres años después, en 1920, cuando se perdieron las esperanzas de revolución inmediata
en otras partes de Europa, la cuestión de una organización más estrecha se presentó
imperiosa.
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José Stalin, por vez primera significado para el curso de los acontecimientos posteriores,
fue el encargado de reconstruir un Estado soviético multiétnico.
La federación suponía unos estatutos muy complejos que respondían a las situaciones
más diversas. Algunas naciones quedaron organizadas en Estados soberanos: las
repúblicas federadas. Las más pequeñas, o las que todavía no reunían las condiciones
para su soberanía, tuvieron un marco estatal, aunque no soberano: las repúblicas
autonómicas. Y, por último, las nacionalidades o formaciones étnicas menos
desarrolladas, e incluso los grupos étnicos, que se beneficiaban también del
reconocimiento de su especificidad cultural, dispusieron de una organización espacio-
nacional (como regiones autónomas o distritos nacionales) que garantizaba sus derechos
culturales.
La organización interna del Estado soviético fue, pues, reflejo de la complejidad étnica
de la sociedad que lo componía.
Pero esta política de indigenización a ultranza tuvo dos consecuencias: exigió una
promoción de las culturas nacionales por igual y el control constante de unos cuadros de
muy distinta procedencia política y social, dada la escasez de mandos de confianza.
Este compromiso cultural no habría de ser desagradable para Lenin, que lo aprobaría en
breve, pues combinaba las exigencias del presente (satisfacer los sentimientos
nacionales y romper las grandes unidades pan-nacionales) con el objetivo de lograr la
progresiva adhesión a una cultura política común.
Desde 1921 las empresas quedaron divididas en dos categorías: las que todavía
permanecían bajo la centralización estatal y las que gozaban ya de una independencia
comercial y financiera totales.
La NEP significó, como tantas veces se repitió entonces, una vuelta al mercado. Se
produjeron desnacionalizaciones, sobre todo en las pequeñas empresas, que pasaron a
ser regidas en muchos casos por cooperativas.
Volvieron a surgir las tiendas privadas y hasta el comercio al por mayor fue atendido
por estos nuevos capitalistas.
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Tras dos años de NEP, el invierto de 1922-1923 dio muestras de una importante
recuperación económica.
En aquel mismo invierno la relación de precios entre los productos agrícolas y los
industriales – hasta entonces favorables a los primeros – empezó a alterarse, lenta, pero
constantemente, en favor de la industria.
La industria no se recuperó con tanta facilidad. La industria artesana y rural mejoró con
la NEP pero deterioró el eslabón que se pretendía tender entre campo y ciudad.
La crisis de 1923 no se parecía en nada a las otras sufridas desde 1917. Aquellas eran
crisis de escasez, y ahora, en cambio, los almacenes se hallaban repletos de mercancía y
la cosecha incluso era excedentaria. Se trataba de la falta de métodos y sistemas
comerciales capaces de encauzar la corriente de artículos desde el trabajador industrial
al campesino y viceversa.
Lo que la NEP había creado no era el tan traído y llevado eslabón o alianza entre el
proletariado y los campesinos, sino una áspera lid en la que los dos elementos
principales de la arrasada economía soviética luchaban entre sí en un mercado de
características competitivas, en una pelea que primero se inclinaba gravemente te hacia
un lado y después hacia otro. La sociedad rusa no iba a poder resistirlo.
Las huelgas más serias se produjeron en la industria pesada. Contra cualquier tipo de
descontento, o incluso para recortar jornales, se registraron despidos frecuentes. Y el
proletariado se desconcertó: había tomado el poder y era dueño de los medios de
producción; sin embargo, la revolución procuraba escasas ventajas materiales, de las
que disfrutaban especialistas y nepmen. El porvenir de aquel Estado obrero, en un clima
que recordaba al del régimen zarista, no parecía encararse con optimismo.
En enero de 1924, la XIII Conferencia del Partido iba a poner fin a las ásperas
discusiones que lo agitaron más de tres meses.
El triunvirato
Lenin moría en Gorki en la tarde del 21de enero de 1924. Trotsky, de viaje hacia el
Cáucaso para reparar su salud, no estuvo presente en el entierro. Stalin, ante el II
Congreso, identificó partido de los leninistas con partido de los comunistas y partidos
de los trabajadores, el viejo vocabulario bolchevique.
Por entonces, todavía Stalin compartía la teoría clásica de que el socialismo no podía
constituirse en un solo país, de que era precisa la repetición del Octubre rojo en otros
lugares para alimentar el proceso.
La caracterización de un régimen
Los años de 1924-1926 son definidos como una época crítica, en la que el régimen
revolucionario, para bien y para mal, forja sus características decisivas. El
marchitamiento de la visión revolucionaria, el culto al sentido común en la
administración y al detalle en los asuntos de cada día, dio origen a cierto espíritu
conservador (el socialismo en un solo país).
podían y sin renunciar al robo o a la violencia. Los hogares estatales gozaban de pésima
fama.
Respecto a la religión, la revolución no había podido hacer de ella tabla rasa. El obrero,
según se vio, no compra nuevos íconos, pero tampoco tira los viejos. Entre las
campesinas, sobre todo, las creencias seguían incólumes.
La ley
En resumen, desde noviembre de 1917 a 1922 estuvieron sin leyes. Hasta entonces, en
que se introdujo el código civil, hubo un menosprecio general hacia los asuntos legales,
y hasta se propuso abandonar su estudio en las universidades, porque se relacionaba
estrechamente con el derecho de propiedad. Pero ¿y el derecho penal? ¿Y las normas de
derecho internacional? Todo ello se solidificó a partir del año 1922, también de acuerdo
con la NEP. Entonces se abandonó la conciencia revolucionaria como forma de llenar
lagunas en el código legal, para sustituirlo con criterio codificado.
Fue un giro importante: en el código civil, la ley soviética aparecía por primera vez no
como la agresora, sino como la protectora de los derechos individuales.
Cada vez con menos disimulo, las lagunas del nuevo código se llenaron con
disposiciones de la legislación zarista.
A pesar de los aparentes titubeos de la política económica de Stalin entre 1923 y 1928,
lo cierto es que marchó, sin desviarse un palmo, por una línea recta: la marcada por su
determinación de hacer de la URSS una potencia autárquica e independiente del oeste.
Stalin era el más ruso (a pesar de ser georgiano) de los jefes de la primera hora, no solo
por desdeñar el oeste, sino porque apenas apreciaba los nacionalismos locales del
antiguo imperio.
Así, Stalin se convertía en el creador no sólo del socialismo en un solo país, sino del
socialismo edificado sobre bases casi por completo rusas. Lo que Stalin aportó a la
política soviética no fue –ya lo hemos visto– originalidad teórica, sino vigor y crudeza
en la ejecución.
Su éxito fue inmediato, porque lograba combinar el objetivo final con la recuperación
del sentimiento nacional, con el orgullo suplementario de ser los primeros. Era más que
59
un análisis económico o una consigna política. La nueva opción era una declaración de
fe en la capacidad y en el destino del pueblo ruso.
La llamada al sentimiento nacional no iba dirigida hacia el pasado, sino hacia el futuro.
Y por ello, el desafío implicaba la capacidad de crear un nuevo mundo con los recursos
propios. La autarquía proclamada, de esta manera, no como fin, sino como medio
necesario. Sería la industrialización la que hiciese de la URSS una potencia grande e
independiente del oeste, contra la cual se iría en un momento determinado. Por primera
vez en la historia de Rusia, industrialización y occidentalización no parecieron
sinónimos.
Ello no quería decir que los problemas económicos hubiesen desaparecido. Había
persistente escasez de los bienes de mayor necesidad y el desempleo seguía creciendo.
Disminuidos al máximo los capitales provenientes del exterior, la URSS carecía del
impulso necesario para llevar adelante la industrialización acelerada que había escogido.
Esa producción industrial resultaría, además de costes elevados, que hay que sumar a
los gastos adicionales ocasionados por la persistente búsqueda de la autarquía, producto,
a su vez, de la insegura posición de la URSS en política exterior. Otros costos venía a
gravar las finanzas estatales: los muy elevados de la Administración o las fuertes sumas
desembolsadas en subvencionar la revolución permanente.
Mientras los restantes Estados europeos parecían sanar de sus dolencias, la situación en
la URSS se hizo temible. El buró político, a principios de diciembre de 19026, aprobó
una resolución por la que encargaba a la diplomacia soviética emprender una política de
colaboración con los Estados capitalistas, procurando poner especial énfasis en los
aspectos económico y financiero.
La crisis
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Tensiones sociales
Ante la difícil crisis económica y social, con privaciones inauditas para amplias capas
de la población, Stalin se decidió por una solución que prescindía del factor humano.
Para salvar la situación con un salto adelante, afrontaría cualquier resistencia social.
Conforme avanzaba 1928, la relación de fuerzas en el país cambiaba cada vez más en
favor de Stalin. La primera preocupación era deshacerse de los moderados. Stalin
instruyó a la organización del parido: todo liberalismo hacia la oposición era
inadmisible, y los trotskistas se habían convertido en una organización clandestina
antisoviética. La GPU recibió instrucciones de intensificar las represalias contra los
oposicionistas, detenerles y enviarles al destierro.
La perestroika fue una reforma para liberalizar la economía llevada a cabo en los
últimos años de la Unión Soviética. Mijaíl Gorbachov llegó al poder en 1985 y puso en
marcha un ambicioso plan de políticas aperturistas para potenciar el desarrollo
económico del país y su democratización al estilo occidental. Lo novedoso de
Gorbachov es que era joven. Transparencia informativa, se aprobaron leyes a favor de
las industrias y cooperativas.
Nouschi: Nueva guerra fría en los 70, con la llegada en los 79 de Regan y Margaret
Thatcher.
La desintegración yugoslava
Datos, no opiniones: Tito era de boca y logra unificar Yugoslavia, para frenar
una posible invasión soviética.
No tenían más motivos para estar juntos, un año después comienzan las guerras.
El fin del mundo comunista. Taibo.
Guerra en Ucrania.
Tensión en Ucrania. ¿Qué está pasando y por qué? Adrián Vidales.
Miles de manifestantes han tomado las calles del centro de Kiev con la firme intención
de hacer caer al gobierno de Viktor Yanukovych, y parecen estar dispuestos a todo por
lograr ese objetivo. La revuelta, bautizada como “Euro Maidan” en referencia a la plaza
Maidan Nezalezhnosti, epicentro del movimiento, comenzó el 21 de noviembre de
2013, cuando el gobierno de Viktor Yanukovych decidió abandonar las negociaciones
para firmar un Acuerdo de Asociación con la Unión Europea. Esta decisión provocó que
la oposición saliese a la calle a protestar contra lo que consideraban un error en la
política exterior ucraniana, que acercaba Ucrania a Rusia y a su pasado más reciente en
detrimento de los lazos con la Unión Europea.
Tras más de una semana de protestas continuas, en la noche del 30 de noviembre, el
gobierno envió a las fuerzas especiales de la policía ucraniana para desalojar a los
manifestantes de la plaza, con el saldo de docenas de manifestantes heridos durante una
operación que dejaría brutales escenas de represión por parte de la policía y que no
lograría su objetivo.
De esta forma, las protestas continuarían constantemente durante el mes de diciembre
con altercados y cargas policiales, lo que provocaría que a mediados de enero el
gobierno promulgase una serie de leyes que limitaban el derecho de reunión y
endurecían las sanciones por participar en manifestaciones ilegales y ocupar edificios
gubernamentales.
Yanukovych daba marcha atrás y aprobaba una serie de medidas entre ellas la
derogación de estas polémicas leyes, la aprobación de una amnistía general para todos
los detenidos por delitos de menor gravedad, la destitución del primer ministro Azarov
y la apertura de una ronda de negociaciones con los líderes de la oposición
parlamentaria para intentar dar una salida pacífica al conflicto.
Estas medidas darían lugar a un alto el fuego que se prologaría hasta el pasado martes
18 de febrero, cuando el parlamento ucraniano incumplió la tarea de iniciar los trámites
legales para volver a instaurar en Ucrania un sistema de gobierno parlamentario y así
limitar los poderes del Presiente. Ante esta noticia, los manifestantes tomaron un
edificio cercano a la sede del parlamento. Lo que comenzó como una crítica a la política
exterior de Yanukovych, se ha transformado en un movimiento “antiYanukovych”.
Trasfondo político, tanto interno como internacional:
62
Así, Rusia juega constantemente la carta energética, ligando rebajas en el precio del gas
que vende a Kiev a contrapartidas como la firma de acuerdos comerciales, la ampliación
y mejora de las condiciones de arrendamiento del puerto de Sebastopol o la firma de
acuerdos de colaboración entre empresas rusas y ucranianas para la gestión de a red de
transporte hacia Europa del gas ruso. Además, Moscú ha venido ofreciendo ayudas
económicas al gobierno ucraniano, aunque siempre en la misma línea de
condicionamientos políticos y económicos que suele tener la ayuda al desarrollo.
La UE ha anunciado que está preparando junto a los Estados Unidos un paquete de
ayudas económicas para la maltrecha economía ucraniana y numerosos líderes políticos
comunitarios han visitado el campamento en la plaza Maidan.
Así pues, vemos que aunque a la ola de protestas en Ucrania se le siga llamando “Euro
Maiden”, la cuestión europea no es el pilar único sobre el que pivota toda la situación,
sino que está claramente relacionada con multitud de factores internos y externos a la
política ucraniana.
Rusia y espacio postsoviético en 2020. Javier Espadas.
A lo largo de 2019, la Federación Rusa ha orientado su política exterior a un
acercamiento a Occidente a través de la Francia de Macron y los EE. UU. de Trump. La
llegada de Volodímir Zelenski a la presidencia de Ucrania ha permitido un intercambio
de prisioneros y que se vuelvan a poner en marcha las negociaciones para resolver el
conflicto en el Donbás. A consecuencia de ello, en Europa cada vez se habla más de
acabar con las sanciones contra Moscú, siempre y cuando se avance en el proceso de
paz con Kiev.
La guerra de Ucrania, del Maidán al Donbás. Javier Espadas.
Desde su estallido en 2014 tras la revuelta del Maidán, el conflicto se ha cobrado la vida
de más de 13.000 personas y ha visto fracasar varios planes de paz. Sin embargo, la
llegada de Volodímir Zelenski a la presidencia de Ucrania en 2019 y un cierto cambio
de postura por parte de Rusia acercan la guerra a su resolución.
Víktor Yanukóvich, el entonces presidente de Ucrania, viajó a Moscú el 17 de
diciembre de 2013 para aceptar la oferta de su homólogo ruso, Vladímir Putin, de
exportar gas natural a Ucrania a precio reducido. Yanukóvich puso fin a meses de
acercamiento a la Unión Europea, con la que había estado negociando un acuerdo de
libre comercio.
Las protestas proeuropeas contra Yanukóvich que estallaron entonces en la céntrica
plaza del Maidán de Kiev acabarían derribando el Gobierno y convirtiéndose, como
consecuencia de la represión policial, en la revolución más importante de la historia de
la Ucrania independiente.
De Maidán al Donbás.
Durante la Revolución del Maidán, los ucranianos ocuparon permanentemente el centro
de la capital, Kiev. . La policía de Yanukóvich, que reprimió duramente las protestas, se
apoyó además en los titushki, jóvenes violentos a los que el Gobierno pagaba para que
provocaran el caos y disuadieran a la gente de salir a protestar.
A medida que la confrontación aumentaba, las protestas proeuropeas se transformaron
en un movimiento mucho mayor que incluía grupos nacionalistas y ciudadanos
hastiados con la corrupción y la represión del Gobierno. La violencia llegaría a su punto
64
La resistencia de algunos grupos de veteranos es uno de los mayores escollos a los que
se enfrenta el Gobierno de Ucrania para avanzar en el proceso de paz. Sin embargo,
Zelenski ha mostrado mucha más capacidad de negociación que sus predecesores: desde
su llegada al poder, se han producido varios intercambios de prisioneros entre Ucrania y
Rusia e incluso con las autoridades rebeldes. La valentía de Zelenski al enfrentarse a los
veteranos insumisos, temidos aún por buena parte de la clase política, lleva a pensar que
quizás sea él quien acabe con el conflicto, aunque solo en el Donbás; Crimea ya parece
irremediablemente en manos de Rusia.
El cambio de postura de Kiev ha sido correspondido con una actitud similar en Moscú.
En febrero, Putin destituyó como responsable ruso para el Donbás a Vladislav Surkov,
que orquestó las campañas de desinformación y socavamiento de la unidad nacional en
Ucrania.
El legado soviético y la construcción del sentimiento nacional en Ucrania.
La situación ahora se agrava por una guerra civil en el este y por la anexión rusa de la
península de Crimea, territorio que pertenecía a Ucrania desde 1954.
Ucrania celebró un referéndum el 1 de diciembre de 1991 para legitimar la declaración
de independencia que había emitido el parlamento ucraniano en agosto de ese mismo
año. El intento de golpe de Estado que el sector duro del Partido Comunista había
lanzado contra Gorbachov para rechazar sus políticas aperturistas abrió la puerta a otras
declaraciones similares en el resto de repúblicas de la URSS.
El mismo día que se votaba la independencia, los ucranianos también eligieron al que
sería su primer presidente: Leonid Kravchuk, quien había sido previamente presidente
del parlamento de la época soviética. Los ucranianos comenzaban a vislumbrar un
futuro prometedor y, por primera vez, independiente de las potencias que la rodean.
La sombra rusa.
Para Rusia, la importancia de Ucrania no radica únicamente en mantener a un país
fronterizo en su esfera de influencia; Ucrania es además un país muy cercano en
términos históricos, culturales, religiosos e incluso étnicos. Kiev fue la capital del Rus
de Kiev , una confederación de tribus eslavas que dominó la zona de la actual Ucrania
entre los siglos IX y XIII, y que es considerada tanto por Ucrania como por Rusia el
origen de sus naciones. Además, durante la época zarista, Moscú trató de acabar con la
identidad local enviando campesinos rusos al territorio ucraniano, y la cantidad de
matrimonios mixtos hacía difícil distinguir a rusos de ucranianos ya durante la Unión
Soviética.
Más allá de la historia común, había otros asuntos sin resolver que impedían a Moscú
aceptar un alejamiento de Ucrania. La península de Crimea había estado bajo control
ruso desde 1783 hasta que en 1954 Nikita Kruschev la transfirió a la República
Socialista Soviética (RSS) de Ucrania.
No fue hasta la firma del Tratado de Amistad de 1997, por el que ambos países
reconocían mutuamente sus fronteras, que la atención rusa sobre Crimea se rebajó un
tanto, aunque las protestas del Maidán de 2014 volvieron a cambiar la situación: Rusia
se anexionó Crimea en 2014 y el entonces presidente ucraniano Petro Poroshenko se
negó en 2018 a renovar un tratado que, en cualquier caso, ya estaba muerto. Crimea
tiene un alto valor geopolítico debido a su localización en el mar Negro: ya fue
escenario de la guerra de Crimea, que enfrentó a británicos, franceses y turcos contra
67
rusos a mediados del siglo XIX, y ahora acoge una importante base naval rusa en la
ciudad de Sebastopol.
Con todo, la relación entre Ucrania y Rusia comenzó a truncarse mucho antes de la
anexión de Crimea. Ya en 2004, la revolución naranja puso de manifiesto las injerencias
occidentales y rusas en los asuntos internos del país. Los primeros apoyaron
económicamente a líderes de la oposición como Víktor Yúschenko y Yulia Timoshenko
durante los años previos a la revolución.
El final del mandato de Yúschenko (2005-2010) se caracterizó por las disputas en torno
al precio del gas, conocidas como “guerras del gas”. Rusia exportaba gas a Ucrania a un
precio subvencionado como pago a cambio de mantener a su vecino dentro de su área
de influencia, y estas disputas demostraron que Ucrania comenzaba a actuar de manera
más o menos autónoma, muy a pesar de Moscú. Con la llegada a la presidencia de
Víktor Yanukóvich, en 2010, Kiev viró de nuevo para situarse geopolíticamente más
cerca del Kremlin. Las protestas del Maidán de 2014 obligaron a Yanukóvich a dejar la
presidencia y abandonar el país, y cambiaron de nuevo el rumbo en Ucrania, que volvía
a orientarse hacia Occidente y alejarse de Rusia. Esta vez, Moscú respondería
anexionándose Crimea y patrocinando a las guerrillas separatistas en la guerra civil que
se abrió en el Donbás, en el este del país. No obstante, si la injerencia rusa en estas dos
regiones fue posible, e incluso relativamente sencilla, en parte se debe a la incapacidad
del Gobierno ucraniano para construir una identidad nacional durante las tres décadas
desde la independencia.
Estado unitario, división lingüística.
La Ucrania postsoviética heredó un país dividido en muchos aspectos entre un oeste
culturalmente ucraniano, y un este y sur en gran medida rusificados.
La promoción del idioma ucraniano debía ser uno de los pilares de la construcción
nacional, fundamento de unas instituciones fuertes y legítimas en un Estado unitario.
Pero, al mismo tiempo, una política lingüística discriminatoria podría provocar
tensiones sociales insalvables. No obstante, y a pesar de que en Ucrania el uso de la
lengua rusa no indicaba necesariamente la presencia de nacionalismo ruso, ya desde los
90 se adoptó una política discriminatoria que dejaba al ucraniano como el único idioma
oficial en el país y al ruso como lengua minoritaria no oficial.
La batalla historiográfica se ha producido en numerosos campos, como la herencia del
Rus de Kiev, la relación entre los territorios de la actual Ucrania y Rusia durante los
periodos zarista y soviético, o el Holodomor, la hambruna que acabó con millones de
ucranianos entre 1932 y 1933 (también transcrito “Golodomor”, y que deriva del
ucraniano ‘matar de hambre’). Kiev achaca esta catástrofe a Stalin, que habría
pretendido con ella acabar con el nacionalismo ucraniano, y la ha convertido en un
elemento muy importante de la identidad de la Ucrania independiente, de la misma
forma que el Holocausto es utilizado por el Estado de Israel para legitimar su existencia.
Los intentos de Kiev de promover a nivel nacional una identidad cultural más propia de
las regiones occidentales del país han polarizado a la sociedad ucraniana y agravado la
división entre el este y el oeste, consiguiendo, de hecho, lo contrario de lo que
buscaban: el porcentaje de población que se identificaba como ucraniana en el Donbás
descendió del 32% al 24,7% entre 2012 y 2014, y los ciudadanos para quienes la
identidad regional era la más importante pasaron del 19% al 30,1% en el mismo
periodo.
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¿Solución a la vista?
El presidente ha comenzado su mandato con un intercambio de prisioneros con Rusia y
otro con las autoproclamadas Repúblicas de Donetsk y Lugansk, lo que ha dado nuevas
esperanzas a las negociaciones de paz. Sin embargo, el fin del conflicto requerirá mucho
más que carisma y habilidad diplomática: si desea alcanzar la paz, Zelenski deberá tener
en cuenta las demandas y el sentir de la población del Donbás.
Crimea, una península por la que se enfrentan imperios.
La península de Crimea es un enclave geopolítico por el que a lo largo de la historia se
han enfrentado numerosas naciones e imperios: el control del mar Negro es un activo
fundamental si se quiere dominar Europa del Este, el Cáucaso y la península de
Anatolia.
Al calor de las protestas del Euromaidán en Ucrania, la península fue invadida por
Rusia y posteriormente anexionada ante la impotencia del Gobierno de Kiev y del resto
de la comunidad internacional.
Expansionismo ruso.
En 1783, después de independizarse del Imperio otomano bajo el nombre de Kanato de
Crimea, es conquistada por vez primera por la Rusia imperial de Catalina “la Grande”.
Crimea servirá en un primer momento como destino vacacional de las élites imperiales
a lo largo del siglo XIX y, más importante, será el lugar donde se asiente la base naval
rusa de Sebastopol, un emplazamiento portuario clave para el Imperio ruso a nivel
comercial y militar.
Es así como en 1853 estallará la guerra que sería bautizada con el nombre de la misma
península: la guerra de Crimea (1853-1856), pues será esta la zona donde se desarrollen
gran parte de los enfrentamientos. La contienda, de dimensiones internacionales,
implicaría a numerosos actores en ambos bandos: por un lado, Francia, Inglaterra y el
reino de Piamonte-Cerdeña se aliaron para hacer frente a Rusia con el objetivo de frenar
su avance por Europa. También se les sumó el Imperio otomano, motivado por el
revanchismo y por su estado decadente, con la esperanza de poder recuperar algunos de
los territorios que había perdido frente a los rusos. Por otro lado, se encontró la Rusia
del zar Nicolás I, que aparte incorporó a su bando los territorios de los que luego
surgirían Rumanía, Bulgaria y Serbia, así como el Reino de Grecia.
Las fronteras de esta guerra traspasaron los límites de la península: los rusos se refieren
a esta como ‘guerra del Este. El Tratado de París, que puso fin al conflicto, estableció
una serie de sanciones a la Rusia zarista entre las cuales estaba la desmilitarización del
mar Negro y el abandono de la base de Sebastopol.
Con el estallido de la revolución bolchevique en 1917, Ucrania cae dentro de la órbita
soviética. Crimea será de los últimos bastiones de los que será expulsado el Ejército
Blanco, bando que apoyaba al zar Nicolás II durante la guerra civil rusa. Una vez
conquistada por el Ejército Rojo, su estatus pasará a ser el de república autónoma dentro
de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia dentro de la URSS.
En 1954, Nikita Kruschev —entonces presidente del Politburó soviético— regaló la
península de Crimea a la República Socialista Soviética de Ucrania, que desde entonces
la ha considerado parte de su territorio.
La revolución del Euromaidán y la anexión rusa.
69
sirve como muro de contención frente a las costas de Rumanía, Bulgaria y Turquía,
todos ellos miembros de la OTAN.
Segundo, a Rusia le conviene conservar la península por la construcción del puente del
estrecho de Kerch, un megaproyecto de ingeniería que ostenta el título de ser el puente
más largo de Europa. Esta construcción, patrocinada por el Gobierno ruso e inaugurada
por el propio Putin en 2018, viene a resolver en parte uno de los grandes problemas de
la anexión: abastecer Crimea por tierra.
Por último, cabe destacar la importancia que tiene la posibilidad de explotar el rico
fondo marino del mar Negro. Rusia se ha hecho con el control de la petrolera
Chornomornaftogaz, subsidiaria de la estatal ucraniana Naftogaz en la península. Una
vez que Chornomornaftogaz fue incorporada a Gazprom, el gigante gasístico ruso, se
instalaron dos plataformas de perforación en las aguas del mar Negro. Este movimiento
por parte del Kremlin formaría parte de la lógica geopolítica eurasianista: un
aprovisionamiento en materias energéticas, distanciarse poco a poco del mercado
europeo y acercarse más a China mediante acuerdos comerciales con alto valor
estratégico.
¿Qué futuro hay para Crimea?
Tampoco parece que la llegada al poder del nuevo presidente de Ucrania, el cómico
Volodímir Zelenski, vaya a cambiar el escenario actual. Aunque en un primer momento
Zelenski haya supuesto una moderada amenaza para Putin, el nuevo presidente está
dispuesto a dialogar con Rusia. Su defensa de la Fórmula Steinmeier para poner fin a la
guerra, que pasa por celebrar elecciones locales en el Donbás y la concesión de un status
de autonomía a la región, coloca a Rusia en una posición ventajosa. Esta fórmula no
incluye ningún plan para Crimea y Zelenski ya ha concluido que no se podrá hacer nada
para recuperarla, sobre todo sin el apoyo internacional.
Kolomoiski es el fundador de fuerzas paramilitares proucranianas, como el Batallón
Azov, que siguen todavía en activo en el este de Ucrania, y puede que todavía le
guarden lealtad.
Ordenamiento del espacio post soviético.
Rusia en 2017: el regreso de un actor imprescindible.
La Rusia de Putin es el actor que empieza en mejor posición el año 2017. Occidente
actuaría desde entonces a pesar de Moscú y Rusia pasó, a los ojos de Occidente, de ser
uno más a ser el otro. Tanto es así que hoy todavía hablamos de Rusia como un ente
ajeno a Europa. Enmarcados en esa lógica de bloques, cuando el Muro cayó, se habló de
que había llegado “el fin de la Historia”, la victoria de la democracia de libre mercado,
ante la que una Rusia derrotada acabaría por ceder.
Rusia, que ya no quiere ser el otro ni mucho menos el otro derrotado de los años 90,
verá en este 2017 la confirmación de que, comandada por Putin, ha vuelto a ser un actor
central en el escenario internacional.
Long Live Putin: política interna.
A nivel interno, 2017 supone un reto para el Kremlin: el centenario de la Revolución de
Octubre es un acontecimiento ineludible, pero su herencia todavía es un asunto delicado
en Rusia. El gran éxito de Putin quizá consista precisamente en aunar ambas
sensibilidades: sin renegar de su pasado soviético, recupera también el legado de la
71
es el siguiente: mientras EE. UU. deja de lado la región para centrarse en otros intereses,
el nuevo gran actor es Rusia, sin la cual Asad no habría podido ganar la guerra de esta
manera.
Rusia, que no había sido relevante en Oriente Próximo al menos desde la caída de la
URSS, pasa ahora a ser el padrino del bando vencedor, respaldado por los también
benefactores Irán y Turquía. Cabe añadir que cuenta con un puerto militar en Tartús y
una base aérea permanente en Latakia, ambos territorios sirios. En el bando perjudicado
queda Arabia Saudí, gran opuesta de Irán y sus aliados.
El nivel de influencia en la nueva Siria llega hasta el extremo de que son rusos quienes
redactan la propuesta de la nueva Constitución, que promete ser más inclusiva con los
kurdos culturalmente, pero no en autonomía política.
La intención de Putin de marcar la agenda regional ha quedado demostrada también por
un nuevo impulso dado a las negociaciones araboisraelíes, que el Kremlin podrá asumir
sin las limitaciones que tendría una Administración estadounidense.
El futuro pasa por un mundo multipolar.
Rusia también mira hacia el este. La cooperación con China es creciente y ambos
poderes comparten una visión parecida de hacia dónde tiene que ir Asia, tanto que se
plantean unir sus dos proyectos de expansión económica estrellas —la Unión
Económica Euroasiática y la Nueva Ruta de la Seda— en el marco de una revitalizada
Organización de Cooperación de Shanghái. De materializarse, supondría una unión
comercial desde Bielorrusia a Manchuria y desde Siberia al Índico.
La creciente importancia económica de China ha alimentado la teoría, cada vez más
extendida, de que caminamos hacia un mundo multipolar. Es indudable que EE. UU.
seguirá siendo durante mucho tiempo la mayor potencia militar, pero abandonamos ya
los años en que, después de la caída del Muro, la única gran potencia del mundo se
administraba desde Washington. En este nuevo orden, el tercer actor será Rusia,
renacida de su decadencia postsoviética y dispuesta y con recursos para influir en
grandes áreas del mundo.
Este 2017 será el año en que veremos a una convulsa Unión Europea enfrentarse a sí
misma, también el probable fin de la guerra de Siria y una creciente cooperación euro-
asiática, todo ello sazonado con los inciertos movimientos del recién llegado Trump. En
todos los escenarios, Rusia parte con una posición favorable. Por eso puede afirmarse
que, pase lo que pase este año, Rusia no puede ya ignorarse o aislarse, sino que es de
nuevo un actor imprescindible en el tablero de juego.
Rusia y espacio postsoviético en 2020.
A lo largo de 2019, la Federación Rusa ha orientado su política exterior a un
acercamiento a Occidente a través de la Francia de Macron y los EE. UU. de Trump. La
llegada de Volodímir Zelenski a la presidencia de Ucrania ha permitido un intercambio
de prisioneros y que se vuelvan a poner en marcha las negociaciones para resolver el
conflicto en el Donbás. A consecuencia de ello, en Europa cada vez se habla más de
acabar con las sanciones contra Moscú, siempre y cuando se avance en el proceso de
paz con Kiev. La firma del acuerdo de integración económica con Bielorrusia en
septiembre ha permitido al Kremlin apuntarse otro tanto.
La Unión Económica Euroasiática o la reconstrucción del espacio postsoviético.
73
En 2010, el presidente kirguizo Kurmanbek Bakíev acabó refugiado en Minsk tras una
ola de revueltas en su país como consecuencia de la mala situación económica y
democrática. La oposición, con el apoyo de Estados Unidos, se hizo con el poder, y
Rusia, que podía haber revertido la situación en favor de Bakíev, no movió un dedo por
el presidente que le había negado una base militar para otorgársela a Estados Unidos
durante la permanencia en Afganistán de los norteamericanos. El Kremlin pareció así
dejar clara la postura de que “con ellos o contra ellos”.
Desde la perspectiva económica también hay ganadores y perdedores, si bien todo sigue
dentro del marco de la hegemonía rusa. Para Moscú, la UEE es un avance notable
aunque insuficiente para las necesidades comerciales y económicas del país. Las
repúblicas centroasiáticas más al este, es decir, Kazajistán, Kirguizistán y Tayikistán
mantienen notables relaciones comerciales con China, especialmente con productos
primarios –excluyendo petróleo y gas natural– y productos manufacturados.
Para el caso kazajo, la aceptación del arancel común impuesto por Moscú ha significado
la elevación de los aranceles que tenía con China.
No significa esto un suicidio comercial de Astaná. A cambio ganan el acceso al
mercado ruso, de algo más de 140 millones de personas. De ninguna manera en el
Kremlin quieren que Pekín articule una política en Asia Central como la implementada
en África, algo que Rusia hoy por hoy es incapaz de contrarrestar en la misma medida.
Por tanto, la única solución plausible es blindar económicamente las fronteras, algo que
debería disuadir a China.
En buena medida, el desarrollo de la UEE va en esa dirección. La Unión Europea ya ha
comprobado dónde están las líneas rojas que no puede traspasar si no quiere tener
problemas con Rusia. La crisis de Ucrania así lo demuestra, y el repliegue de Bruselas
de la zona caucásica es la constatación de una política de integración sobreextendida.
Con la invasión de Afganistán por Estados Unidos una década después, algunos países
titubearon con dar un giro hacia Washington y, una vez desaparecidos los
norteamericanos de la zona, ha irrumpido China con intenciones de llegar hasta el
Caspio.
La motivación de esta Unión Económica Euroasiática no es por tanto económica. La
finalidad de esta organización es institucionalizar una zona de influencia rusa, orientada
especialmente hacia las repúblicas centroasiáticas, y que cree dependencias políticas,
económicas y de seguridad para con Moscú de los países integrados. La zona de los
“tanes”, con sus enormes riquezas minerales y energéticas, es una preciada pieza en el
puzzle que Rusia no se puede permitir perder. De reunir a todos los regímenes
centroasiáticos en la UEE, consolidaría una posición no sólo hegemónica en la región,
sino que aseguraría una plataforma para expandir más allá la influencia rusa a lugares
como Irán, Pakistán o India, un país con el que mantiene unas relaciones muy cordiales
pero con el que comparte pocos intereses.
La responsabilidad de vigilar un polvorín.
A pesar de su puesta en marcha en 2015 y de la pronta incorporación de Kirguizistán, la
UEE todavía no está completa. Aunque uno de los objetivos centrales sea proteger la
región de Asia Central de influencias exteriores, todavía faltan por entrar tres de las
cinco repúblicas que delimitan la zona, lo que de momento supone un desafío para la
política exterior rusa.
76
La cuestión fronteriza es un lastre que arrastra la región desde 1991. Los conflictos
étnicos se han sucedido con regularidad, derivando no pocas veces en masacres de
cientos de personas y miles de desplazados por la violencia. En este aspecto, Uzbekistán
es de los países más belicosos. En una situación de pasividad similar se encuentra
Turkmenistán, el país geográfica y políticamente más alejado de Rusia y el que menos
sufre los conflictivos vaivenes de la región. El acercamiento turkmeno a Rusia y a la
UEE se antoja complicado.
Si Rusia pretende ejercer una clara influencia en la región, o al menos legitimarse como
hegemón en Asia Central, antes de convencer –por las buenas o por las malas– a los
uzbekos y a los turkmenos, los retos más inmediatos son de otra índole, y en buena
medida su resolución les abrirá las puertas para acceder a las díscolas repúblicas
centroasiáticas.
Rusia ha llegado a desplegar fuerzas de interposición, al igual que otras veces se ha
negado a hacerlo. Mediar en ellos y evitar un aumento en la beligerancia de kirguises,
uzbekos y tayikos debería ser una prioridad para el Kremlin. Por ello, debería promover
la reelaboración del pacto centroasiático sobre el uso del agua, bendecido por Rusia en
los primeros años noventa y que no se ha vuelto a tocar desde entonces, cuando las
condiciones políticas, económicas y demográficas de la zona sí lo han hecho, amén de la
situación hídrica de los propios ríos que discurren por el lugar, especialmente el Amu
Daria y el Sir Daria.
Otro aspecto que Rusia deberá vigilar para mantener la estabilidad de la zona y que su
liderazgo resulte creíble será la del terrorismo de corte islamista. Y es que desde
Afganistán hasta la china Xinjiang, encontramos un arco de población musulmana, en
condiciones económicas muy precarias, eminentemente rural, con fuerte arraigo
identitario, desencantado con un sistema político profundamente corrupto y con etnias
distribuidas a ambos lados de varias fronteras, lo que facilita la permeabilidad de las
mismas.
Durante estos primeros años de vida de la Unión, el gigante ruso se encuentra sumida en
una profunda crisis derivada del pronunciado descenso del precio del petróleo y de las
sanciones de Bruselas por su papel en el conflicto ucraniano. Por tanto, habrá que ver
cómo de fervientemente desea reestructurar Rusia su área de influencia y, sobre todo, si
tiene la suficiente mano izquierda como para tratar con astucia y firmeza el delicado
entramado político de su periferia.
La ampliación de la UE hacia el este.
En 2004 la Unión Europea iniciaba un proceso de integración sin precedentes.
En 1957 se fundó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA). En este
selecto grupo se encontraban Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo, Países Bajos y la
República Federal Alemana, así como Argelia como parte de Francia.
La caída del Muro de Berlín, la reunificación de Alemania y la disolución de la Unión
Soviética (URSS) provocó una euforia por la oportunidad que suponía: superar la
división de los dos bloques surgida durante la Segunda Guerra Mundial. Dos años más
tarde, la CECA modificó su nombre por el de Unión Europea (UE) y en 2002 llegaría la
moneda única. Sin duda, la caída del Muro fue el gran punto de inflexión que aceleró el
proceso de integración, y desde entonces la UE ha ido creciendo, especialmente hacia el
este, hasta la reciente entrada de Croacia en el 2013. Actualmente se encuentra formada
por un grupo de 28 países.
77
Con todo, en 1979 ya era imposible ocultar la necesidad de realizar cambios profundos,
hasta la productividad y el crecimiento económico se habían resentido. De hecho no
sería hasta 1982, y ya con Andropov plenamente instalado en el poder, cuando el
gobierno soviético realmente adoptó un amplio programa de reformas para el país.
Los sueldos solo podían crecer si también lo hacia la productividad. De otra forma,
como había ocurrido en los últimos años, se conseguía una demanda cada vez mayor
que por el contrario no podía verse del todo satisfecha. El estado acababa, de forma
indirecta, incentivando el mercado negro y por consiguiente la corrupción. Andropov
aplicaba así aquella máxima socialista de “a cada cual según su trabajo”.
Mijaíl Gorbachov. La URSS en la encrucijada.
No es posible entender el colapso de la Unión Soviética sin analizar las políticas
emprendidas por Mijaíl Gorbachov. Este, en el poder desde el 11 de marzo de 1985,
tuvo un inicio fulgurante al mando del partido. En pocos días quedó claro que el nuevo
líder no venía para asumir un papel pasivo. La senda de transformación, ya marcada por
Andropov, fue rápidamente retomada y Gorbachov siguió legislando contra la
nivelación salarial, en favor del desarrollo científico y técnico o en la lucha contra la
“segunda economía”.
El alto mando soviético cambió su línea de acción a partir de 1987. Al final se acabó
optando por la promoción de la propiedad privada y un sistema de poder orientado hacia
el pluripartidismo. La gran pregunta que debemos responder es por qué se dio tal giro.
En los años 1985 y 1986 la producción y el consumo soviético aumentaron. Además, el
crecimiento económico ascendió hasta el 2% y variables como la esperanza de vida o la
mortalidad infantil mejoraron por primera vez en 20 años.
Tal vez sencillamente el hombre más poderoso de la Unión Soviética quería resultados
inmediatos y no tuvo la paciencia para esperar los resultados de sus medidas. Durante
1987 los soviéticos tuvieron que familiarizarse con dos nuevos términos hasta ahora
desconocidos: la Glasnot y la Perestroika. Ambos, desde un primer momento, fueron
conceptos tremendamente abiertos. La reforma era algo positivo, aunque nunca llegara a
quedar claro hacia dónde se dirigía el gobierno.
Desde una mayor publicidad y transparencia por parte del Partido Comunista hasta una
crítica abierta a todo el sistema soviético. La situación no dejaba de ser paradójica, ya
que era el propio Gorbachov quien alentaba a los medios e intelectuales a censurar las
políticas socialistas, como si él no tuviera nada que ver en todo lo que ocurría.
De la noche a la mañana la prensa se volvió claramente anticomunista, situando en una
posición muy difícil a todos aquellos que osaran criticar el nuevo rumbo marcado desde
Moscú. En junio de 1988 Gorbachov ya se sentía lo suficientemente seguro como para
promover la creación de un Congreso de los Diputados del Pueblo, desde el cual se
elegiría a un Soviet Supremo y un presidente ejecutivo. La medida suponía toda una
revolución política. A partir de ahora la nueva presidencia, y no la Secretaria General
del PCUS, acapararía el poder real en la Unión Soviética. El partido Comunista debía ir
perdiendo paulatinamente todos sus privilegios hasta quedar relegado a una fuerza
parlamentaria como otra cualquiera.
En diciembre de 1987, casi como un anticipo de los años siguientes, se había aprobado
de manera repentina la reducción del número de productos industriales que serían
adquiridos por el estado.
80
En teoría las empresas ganaban autonomía para vender sus productos en el mercado. La
ley de la oferta y la demanda debía ayudar a resolver los problemas de distribución. En
la práctica el planteamiento se mostró totalmente temerario y en pocos meses la
economía se hundió en el caos. A finales de 1988 la escasez ya era un problema grave y
en la Unión Soviética aparecía, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, la
inflación.
Ley de Cooperativas: con ella se pretendía legalizar o cooperativizar las nuevas
organizaciones que surgían a raíz del mercado o que provenían de la segunda economía,
es decir, del mercado negro. La empresa privada tendría bajo este paraguas
reconocimiento legal en el sistema soviético. Las relaciones entre las empresas estatales
y las nuevas cooperativas deberían ser a partir de ahora más fluidas, ayudando a las
primeras a salir de la difícil situación en que se encontraban. Lo que realmente ocurrió
fue que las empresas públicas vieron un buen negocio en arrendar su equipo industrial a
estas cooperativas menos controladas por el estado. De manera informal había
comenzado la privatización de los activos estatales.
A principios de 1989 el panorama era muy poco esperanzador. Desde Moscú el
gobierno no parecía capaz de solucionar la situación, y muchos ciudadanos se
refugiaban poco a poco en el nacionalismo.
¿Cuál fue el hecho que desencadenó el dominó? Es complicado saberlo. 1989 dejó
muchas imágenes para el recuerdo: los soldados soviéticos abandonando Afganistán, un
triunfante Lech Walesa en Polonia o el Muro de Berlín destruido a martillazos eran
mensajes muy claros para toda la URSS. El bloque soviético se derrumbó, de eso no hay
duda, pero el derrumbamiento no era inevitable.
MAPA DESCOMPOSICIÓN UNIÓN SOVIÉTICA.
La Rusia de Putin.
La Rusia de un hombre.
La dura infancia de la nueva Rusia.
Borís Yeltsin ocupó la cabeza del Gobierno durante casi todo un decenio (1991-1999).
Su estrategia económica resultó demasiado radical para la coyuntura: la
desregularización de los precios, la privatización de empresas hasta las fechas estatales
y el impulso del mercado libre fueron unas medidas volátiles para un régimen estancado
en el poder central del Estado durante generaciones.
No obstante, la patente política más importante de Yeltsin fue la aprobación en 1993 de
una nueva Constitución que delineaba férreos poderes centrales en la figura del
presidente de la nación. La desestructuración estatal y la ineficacia de las medidas
económicas durante la primera década de la nueva Rusia pavimentaron la llegada de un
líder capaz de levantar sobre su persona a un Estado necesitado de conciencia nacional y
determinación política, capacitado para dar estabilidad a una década de cambios
troncales erráticos en cada estrato político-social.
El Estado ruso, la mayor empresa capitalista.
La fracasada liberalización económica propuesta por Yeltsin había supuesto la aparición
de una oligarquía con poder político latente y dispuesto a malversar su posición en
detrimento de las necesidades estatales. Cuando Putin llegó al poder, no tuvo
81
contemplaciones en tomar las medidas necesarias para erradicar un estrato social que no
había hecho más que dislocar el organigrama sociopolítico postsoviético.
Desde su primera legislatura, el Kremlin comenzó a nacionalizar compañías y a
arrebatárselas a los oligarcas reacios a seguir la partitura política implantada por el
Ejecutivo.
Tras tres legislaturas como presidente (2000-2008 y 2012-2018) y una como primer
ministro (2008-2012), Putin aspira a cumplir con su último ciclo en el Ejecutivo ruso,
hasta 2024. El líder goza de una reputación y respaldo nacional consolidados; ha sido
capaz de maquinar sus objetivos en cada una de las esferas de poder y delegar
prerrogativas en personas alineadas con su programa político, pero sobre todo de
convertir las instituciones que configuraban el Estado ruso en el organismo más
poderoso de la nación. El epicentro de su propuesta gubernamental siempre ha sido
crear unas vértebras estatales capaces de graduar el poder de entidades
extragubernamentales a través de su absorción, de tal modo que se asegurara el control
de los recursos y la distribución de la producción. No se trata de estar en contra de las
multinacionales privadas, sino de que estén al servicio del Estado.
Un sistema hecho para el presidente.
Rusia es el país más extenso del planeta y, en consecuencia, la distribución
administrativa del Estado exige una configuración particular. Está formada por 83
sujetos federales repartidos en ocho distritos federales.
La Asamblea Federal o Parlamento está constituida por la Duma Estatal y el Consejo de
la Federación. La Duma —cámara baja— admite 450 diputados, elegidos por un
sistema mixto tras la reforma electoral. El Consejo de la Federación —cámara alta— lo
conforman 170 senadores, dos por cada uno de los 85 entes territoriales autónomos.
La Federación Rusa se autoproclama una república semipresidencial. El Ejecutivo se
elige por sufragio universal directo; si algún candidato supera el 50% de los votos, se
proclama vencedor. En el caso de que ninguno alcance tal cifra, se procedería a una
segunda vuelta entre los dos más votados y ganaría quien obtuviese más votos. La
figura de presidente abarca un poder superior al de cualquier otro órgano, ya que su
función es de árbitro.
La panacea de ser potencia de nuevo.
Durante la última legislatura, de nuevo como presidente, Putin recurrió a la coyuntura
internacional para dar un golpe de efecto a los entresijos nacionales. El líder ruso ha
utilizado la identidad nacional creada y pregonada por él mismo como elemento
justificador de las acciones en el exterior, concretamente en Ucrania y la intervención en
Siria.
La arquitectura propagandística del Kremlin se ha encargado de implantar en la
mentalidad del pueblo ruso el afán por recuperar su papel de potencia hegemónica. Las
sanciones de Occidente y la bajada del precio del petróleo pronosticaban una crisis
mayúscula en el país euroasiático; sin embargo, el efecto de la maquinaria mediática y
el crecimiento del mercado armamentístico han permitido hacer de Rusia un actor
capital en regiones estratégicas del planeta al tiempo que han minimizado el efecto de la
82
El control de Rusia sobre el territorio letón se remonta a los siglos XVII-XVIII , cuando
las tropas zaristas derrotaron a las órdenes teutónicas y las fuerzas suecas que se
asentaban en la península de Curlandia y el golfo de Riga.
Siempre bajo la dominación de las potencias regionales, los territorios no conseguirían
afianzar una posición lo suficientemente fuerte como para alcanzar su independencia
hasta finales de la IGM. Esto les salió caro: con la declaración de las independencias,
los nuevos líderes nacionales poco tardaron en buscar la forma de aferrarse al poder.
Siguiendo la línea autocrática que imperaba en Europa, las estructuras de gobierno en la
región báltica tendieron al autoritarismo.
n. Los intentos por consolidar una alianza báltica para reforzar sus defensas contra los
poderes europeos no terminaron de cuajar. Finalmente, con el estallido de la IIGM,
letones, lituanos y estonios tuvieron que aceptar que su sueño tendría que esperar.
La raíz soviética.
La ocupación soviética fue sumamente profunda; las potencias se repartieron Europa y
Stalin no dudó en exigir que el Báltico quedara del lado comunista. Apelando a la
herencia histórica, el Kremlin consiguió hacerse con el control de la región y empezar a
imponer sus políticas para expandir la soñada revolución socialista.
Se comenzó un proceso de rusificación, desde la deportación masiva de población a
Siberia hasta el reasentamiento de poblaciones rusas en localizaciones claves para
afianzar el dominio. Además de las reformas agrarias y la dinamitación de la sociedad
que se había creado durante las independencias, la propaganda soviética se esforzó en
reforzar los vínculos de la población con la madre patria.
Las repúblicas bálticas no dejaron de estar bajo el férreo control comunista, lo que
generó una dependencia de estas para con Moscú.
La dominación soviética ha dejado en la región, un elemento: el de la influencia del
período de la Guerra Fría, que va más allá del legado de barrios soviéticos y complejos
militares abandonados. Las repúblicas bálticas han sufrido un gran cambio desde que
alcanzaran la independencia en 1991. Rápidamente giraron su vista hacia el oeste como
un modo de alejarse lo más rápido posible del que había sido su amo y señor durante
más de 40 años. Sin embargo, no encontraron tanto apoyo como el que buscaban: una
Europa de dos velocidades unos vecinos nórdicos que con su elitismo no favorecían la
aproximación de las repúblicas y una pasividad imperiosa a las advertencias que los
Gobiernos lanzaban sobre el interés de la nueva Federación Rusa por no perder el
control de la región.
Desde que las repúblicas consiguieran la independencia en 1991, el Kremlin ha
mantenido una estrategia de bajo perfil que le ha permitido seguir muy presente en la
política, economía y sociedad bálticas, desde las relaciones que ha establecido con
grupos nacionalistas rusos y polaco-lituanos a los ciberataques o la presión energética.
La reconquista de la influencia.
Pese a la presencia de tropas de la OTAN en el territorio, estas tienen una función
disuasoria más que beligerante. Si nos fijamos en la estrategia de Moscú, veremos que
84
está siguiendo una política de coerción y desgaste para con los vecinos del oeste. El
Kremlin no tiene una intención de conquistar las repúblicas bálticas; la época de los
imperios le queda ya lejos a Putin.
Tradicionalmente, en la diplomacia rusa se ha dicho que la seguridad aumenta cuanta
más tierra haya entre Moscú y las fronteras enemigas: ese es el mantra que la
Administración de Putin está siguiendo. Rusia conseguiría afianzar una zona de bloqueo
que le permitiera tener el control de un espacio suficiente como para no correr el riesgo
de un ataque enemigo. No se persigue ocupar el territorio, sino que este acepte que está
bajo la esfera de Moscú en vez de la de Bruselas y Washington.
A sabiendas de las reticencias que existen dentro de la UE y la propia OTAN con
respecto a la defensa y el aumento del gasto defensivo, el Kremlin ha iniciado una
campaña de desgaste para minar aún más la moral de Occidente. Así pues, se pretende
terminar con la voluntad de los Estados europeos para defender el territorio. No se lleva
a cabo un ataque, sino que se presiona durante un tiempo lo suficientemente largo como
para que los costes del despliegue militar en el Báltico no sean rentables.
Es una estrategia a largo plazo que se ve favorecida por la propia incertidumbre en la
que vive ahora mismo Occidente. Con ese miedo que existe en el seno de la alianza
atlántica, lo último que los socios europeos quieren es que haya una ruptura interna a la
vez que se entra en conflicto con Rusia.
La importancia de los peones
Un enfrentamiento directo con las repúblicas bálticas y los países nórdicos sería
insostenible para Moscú. Sin embargo, el debate gira en torno a la capacidad de la
alianza atlántica para responder en caso de que esta situación se materializara. Las
simulaciones que se han llevado a cabo han demostrado que su capacidad es
insuficiente, y tanto la propia OTAN como Rusia lo saben.
Moscú está preparando una zona de influencia que le sea cómoda para años venideros.
Si se fuera a llevar a cabo algún tipo de acción, no iba a ser Rusia la que diera el primer
paso: han demostrado saber cómo generar inestabilidad y encontrar las mejores razones
para forzar la intervención. El principal actor en un posible conflicto serían todos los
Jānis que se extienden por el territorio. Como ya ocurriera en Ucrania, en cualquier
acción de Moscú jugarían un papel fundamental las minorías, aquellos que viven en las
repúblicas pero que no se sienten identificados con la realidad político-social.
Una vez se consiga llegar a estos grupos minoritarios, la intervención será sencilla. La
nueva distribución de las fuerzas rusas en la frontera este del Báltico y el incremento de
su presencia militar en el noroeste de Bielorrusia, país muy cercano al Kremlin, crean
una pinza en torno a la región que permite a Moscú reaccionar rápidamente si fuera
necesario.
Entra aquí en juego el elemento central: Kaliningrado. La cuña de soberanía rusa entre
Lituania y Polonia depende de la conexión de trenes y carreteras que pasan entre las
fronteras lituanas y polacas para recibir la mayoría de sus suministros. Es aquí donde
muchos analistas ven el principal riesgo: si Rusia se hiciera con el control de las
minorías y estas se alzaran y cortaran el tránsito hacia la región, el Kremlin tendría en
85
manos de Austria, Prusia y Rusia, siguieron otras dos en 1793 y en 1795. Ese mismo
año, Polonia simplemente dejó de existir.
Durante todo el siglo XIX, los polacos buscaron la recuperación de su perdida
independencia al calor del nacionalismo romántico imperante y las revoluciones
liberales. Esto les llevó a apoyar a Napoleón y a llevar a cabo infructuosas
insurrecciones en 1830, 1846 y 1863. Todas ellas terminaron en un rotundo fracaso, que
no hizo sino avivar las ansias de independencia de la intelectualidad polaca en el exilio.
Sería la Primera Guerra Mundial la que, al calor de la caída de los tres grandes imperios
que se habían repartido Polonia, permitiera el surgimiento de una nueva Polonia.
¿Qué forma había de tomar un estado que no había existido en más de un siglo, que
nunca había tenido unas fronteras claras con sus vecinos y cuyos intereses chocaban
de lleno con los de las nuevas nacionalidades aparecidas en su entorno?
Abrirse paso a codazos: la frontera occidental de la nueva Polonia (1919-1939).
La cuestión acerca de las fronteras de la renacida Polonia se convirtió en uno de los
puntos más polémicos de las negociaciones territoriales en Versalles, donde chocaron
los intereses polacos y los de las potencias vencedoras de la guerra.
Uno de los puntos más peliagudos de la negociación fue definir el límite occidental del
nuevo estado, que se trazaría a costa de las antiguas provincias orientales del Imperio
Alemán y siguiendo criterios étnicos. Polonia recibió la Poznania, con capital en
Poznań, la mitad sur de la Alta Silesia y el área alrededor de la ciudad de Danzig, que
quedó como Ciudad Libre en una solución que no convenció ni a polacos ni a alemanes.
Pese a todo, Polonia había logrado el que era uno de sus objetivos principales: lograr
una salida al mar.
Polonia también recibió las ciudades prusianoorientales de Allenstein, que pasó a ser
Olsztyn, y Marienwerder (Kwidzyn). Con esta auténtica “partición de Prusia” comenzó
un proceso de desgermanización que llevó a los alemanes orientales a emigrar
progresivamente hacia el oeste, una escena que se repetiría a partir de 1945.
No todas las polémicas territoriales de la frontera occidental de Polonia tuvieron a
Alemania como principal rival; las fricciones comenzaron muy pronto con las recién
creadas repúblicas vecinas por la imposibilidad de aplicar el criterio étnico que
buscaban los reajustes de los Tratados de Versalles. En concreto, Polonia sostuvo una
disputa con otra república completamente nueva, Checoslovaquia, por el dominio de
tres comarcas fronterizas del antiguo Imperio Austro-Húngaro: Cieszyn –Těšín para los
checos– Spisz (Spiš) y Orawa (Orava). El conflicto acabó resolviéndose en 1920 con la
división de dos de estas localidades en dos partes, una polaca y otra checa, con la
frontera estatal en medio.
La frontera imposible: el límite oriental de Polonia (1919- 1939).
Con todo, la frontera más controvertida y disputada de Polonia será con diferencia su
límite oriental, con una extensa área que abarcaba las actuales Ucrania, Lituania y
Bielorrusia entre Polonia y la Rusia revolucionaria. Esta zona, se convirtió en el campo
de batalla entre las fuerzas de las recién creadas. Segunda República Polaca y Unión
Soviética. Las hostilidades comenzaron en 1919 con el avance del ejército polaco hacia
87
durísimos reajustes realizados tras la Segunda Guerra Mundial han creado un país
homogéneo étnicamente este es el resultado de una intensa ingeniería política
internacional que tras la Primera Guerra Mundial redibujó las fronteras tratando de
adaptarlas a las nacionalidades, y que tras la Segunda Guerra Mundial redistribuyó las
nacionalidades de acuerdo con las fronteras.
Rusia, uno de los principales actores internacionales que ha decidido sobre las fronteras
de Polonia, que ya no limita con ella desde 1991 exceptuando la franja norte del oblast
de Kaliningrado; pese a ello sigue formando parte principal de la política internacional
de la nueva Rzeczpospolita, que ahora cuenta con un “cinturón de seguridad” de
repúblicas menores –sus viejos vecinos bálticos y Ucrania– frente a su tradicional
vecino del este.
En 1991 los ministros de exteriores polaco y alemán firmaban el “Tratado de la Frontera
Germano-Polaca”, por la cual la República Federal Alemana reconocía la línea del
OderNeisse como la definitiva entre las dos repúblicas. Junto a él se firmó también un
“Tratado de Buena Vecindad y Cooperación Amistosa”, que garantizaba el respeto a las
minorías a ambos lados de la frontera polaco-alemana. Atrás quedaban la brutalidad y
las tensiones que habían dibujado los bordes de Polonia durante casi medio siglo.
El Cáucaso, un hervidero sin solución a la vista.
Una de las regiones que con mayor rigor sufrió este rebrote de nacionalismo fue la
caucásica. Georgia, Armenia y Azerbaiyán, situados en este límite oriental entre Europa
y Asia, reprodujeron a principios de los años noventa terribles episodios bélicos, tanto
entre ellos como de manera intraestatal. La situación se ha complejizado al entrar
nuevos actores en juego. Estados como Rusia, Turquía o Irán, todos limítrofes con uno
o varios de los tres países caucásicos tienen intereses económicos, políticos o culturales
en la zona además de preocupaciones por una posible desestabilización.
Veinticinco años de guerras.
Georgia obtuvo su independencia en abril de 1991, en pleno desmembramiento de la
URSS. En el entramado territorial soviético tenía a su vez a dos repúblicas autónomas
adheridas, la República de Osetia del Sur y la República de Abjasia. La región, habitada
mayoritariamente por osetos, quería en primer lugar independizarse de Georgia para
luego integrarse con Osetia del Norte, territorio de la Federación Rusa.
Finalmente, y coincidiendo con un periodo político y económico especialmente
turbulento para Georgia, Osetia proclamó su independencia en noviembre de 1991,
mientras que Abjasia lo hizo en julio de 1992.
La incapacidad de las tropas georgianas para controlar el territorio rebelde y la ayuda
encubierta de Rusia a las repúblicas separatistas provocó, además de unos cuantos miles
de muertos, 250.000 desplazados georgianos y una considerable destrucción, la retirada
de las tropas de Georgia en 1992 de Osetia y en 1993 de Abjasia y un acuerdo de alto el
fuego.
Económica y políticamente sostenidas por Rusia, las repúblicas independizadas han
intentado distanciarse lo más posible de Georgia, incluyendo expulsar a los georgianos
todavía en sus fronteras.
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Finalmente, en agosto de 2008, tras varios incidentes con tropas rusas, el ejército de
Georgia lanzó una potente ofensiva sobre la capital surosetia, Tsjinvali, con la esperanza
de obtener una rápida victoria que permitiese recuperar la región separatista. Sin
embargo, la defensa de las tropas rusas allí destacadas frustró sus planes. A esto se le
sumó casi de inmediato una invasión rusa de Georgia en toda regla. En pocos días, el
ejército ruso había aniquilado a las tropas georgianas y obligado de nuevo a Tblisi a
aceptar el statu quo con sus pretendidas repúblicas autónomas, cerrando así el último
capítulo en dicho conflicto.
Alto Karabaj, situada dentro de Azerbaiyán pero controlada actualmente por Armenia.
Su historia reciente, así como la de los dos países mencionados, es igualmente violenta.
El motivo principal es que dicha región es mayoritariamente armenia –cristianos–,
integrada en un país étnica y religiosamente distinto como es Azerbaiyán, azerí y
musulmán chií. Así, las habituales protestas de que eran marginados y perseguidos
dentro del país azerí volvieron a ser una técnica habitual para argumentar sus
intenciones.
La tensión entre la autoproclamada república y el gobierno central azerí fue creciendo
en los meses siguientes, desembocando en una guerra abierta fomentada por el vacío de
poder dejado por la URSS en su colapso. Aunque no llegase a haber una declaración
formal de guerra entre Armenia y Azerbaiyán, la contienda entre 1992 y 1994 fue entre
ambos de guerra total. Los azeríes, armados con los restos dejados por la desaparición
soviética y apoyados por Turquía e Irán, partían teóricamente con mayor ventaja en la
contienda.
Los armenios, que para 1994 controlaban todo el territorio de la república
independentista y seis provincias azeríes, iban de victoria en victoria. Finalmente, y para
no verse más derrotados aún, Bakú solicitó un alto el fuego en mayo del 94, una tregua
bendecida por Rusia.
Desde entonces, tanto Nagorno-Karabaj, independiente de facto, como los territorios
azeríes conquistados por Armenia en la guerra se encuentran administrados desde
Yereván. Toda la zona limítrofe entre Armenia y Azerbaiyán está plagada de trincheras,
alambradas y puestos de vigilancia. El alto el fuego significó una rebaja en las
hostilidades, pero ni mucho menos la paz en la zona. Desde 2008 la situación ha
empeorado, y son frecuentes las escaramuzas, los intercambios de disparos e incluso el
fuego de artillería en la línea que separa ambas zonas.
Revoluciones inconclusas.
Uno de los causantes de esta delicada situación en el Cáucaso ha sido su élite
políticomilitar. Heredera de las relaciones de poder en la época soviética, el derrumbe
de la potencia comunista dio alas a los jerarcas de la zona para consolidarse en el poder
de las recién nacidas repúblicas caucásicas. Estos autócratas de principios de los
noventa de marcado carácter personalista, tuvieron que recurrir al clientelismo y la
corrupción en sus élites para mantenerse en el poder. No todos aguantaron. El primer
presidente georgiano, Zviad Gamsajurdia, duró poco más de medio año en el cargo,
viéndose obligado a exiliarse en Armenia cuando un golpe de estado militar le depuso
del cargo al encontrarse el país al borde de la guerra civil. Su sustituto, el último
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Futuro incierto.
El desarrollo económico para los tres países ha sido positivo en algunos aspectos, pero a
su vez les ha otorgado herramientas extremadamente peligrosas. Una de estas
consecuencias se concreta en la acelerada carrera de armamentos que viven los tres
países. De hecho, la caucásica es una de las regiones con mayor aumento en el gasto en
armamento desde el fin de la Guerra Fría. Actualmente el ejército azerí es enormemente
potente y con diferencia.
Hoy la situación es bastante distinta, con ejércitos bien equipados y armamento de
notable calidad. Es esa diferencia cualitativa azerí la que desequilibra en gran medida el
statu quo actual, sólo contrarrestado por la presencia de Rusia, que mantiene un ojo
puesto en la región. En parte esto es causa de que el Grupo de Minsk no prospere.
Azerbaiyán todavía mantiene una actitud revanchista y cada vez se siente más segura de
sus posibilidades dada su creciente capacidad militar. Al otro lado de Nagorno-Karabaj
se encuentra Armenia, creyéndose todavía en el estatus de ganador de la contienda y
cómodo en esa posición puesto que en parte la victoria sobre los azeríes en los noventa
es su venganza particular contra los turcos, que desde hace veinte años mantienen la
frontera cerrada y todavía hoy no reconocen el genocidio sobre los armenios de hace un
siglo.
Rusia parece ser pues el único bálsamo regional. Sin embargo, actúa a la vez como
acicate en los conflictos, ya que su interés es que estos, tanto en Georgia como entre
armenios y azeríes, sigan activos. Durante la mayor época de estabilidad, Georgia y
Armenia giraron hacia la Unión Europea y Azerbaiyán ganó independencia económica
gracias a los hidrocarburos. Eso, en el mapa mental ruso de configuración regional, no
puede volver a suceder.
Por tanto, el principal foco se encuentra en Nagorno-Karabaj. En los últimos años ha
habido conatos de conflicto armado, y sólo es necesario que uno de ellos se vaya de las
manos más de la cuenta para que Armenia y Azerbaiyán vuelvan a la confrontación.
Ahora, es difícil dilucidar quién podría tirar la primera piedra. Armenia es inferior pero
cuenta con el apoyo ruso; Azerbaiyán es notablemente superior pero no está tan
respaldado.
En la zona georgiana la situación está bastante más enfriada. Georgia ya comprobó
cómo no puede atraer a sus ex-territorios por la fuerza, y políticamente no tiene ningún
atractivo reintegrarse bajo Tblisi. Osetia seguirá intentando entrar en Rusia y Abjasia
mantener su estatus semi-independiente, ya que además dispone de mayores
capacidades para tener autonomía, tanto política como económica.
La guerra civil en Ucrania ha demostrado que el mundo occidental no está libre de
conflictos armados, menos aún si hay intereses de grandes potencias de por medio. El
Cáucaso no es una excepción. Sin una solución factible a la vista y con trincheras y
alambres de espino todavía sobre el terreno, sólo cabe esperar que a todos les interese la
paz.
Abjasia y Osetia del Sur, las dos regiones en disputa entre Georgia y Rusia.
93
En la frontera entre Georgia y Rusia existen dos territorios en los que ambos países
dirimen sus diferencias: Abjasia y Osetia del Sur. Abjasia y Osetia del Sur son dos
regiones en el norte de Georgia, en la frontera con Rusia. Oficialmente son territorios
georgianos, aunque ambas son independientes de facto desde 1992 y 1991,
respectivamente.
En un principio, Moscú buscaba así frenar el nacionalismo georgiano, pero ahora su
estrategia está más movida por el interés que tiene en mantener su área de influencia en
los países colindantes. En este sentido, el deseo que mostró Georgia por incorporarse a
la Unión Europea y a la OTAN a partir de 2003 no fue visto con buenos ojos desde el
Kremlin. Por otro lado, en la actualidad las potencias occidentales, aliadas de Georgia,
han perdido interés en integrar a este país en sus filas y no parecen dispuestos apoyar a
los georgianos a reavivar las llamas del conflicto.
La identidad de Abjasia y Osetia del Sur.
Las reivindicaciones territoriales de Abjasia y Osetia del Sur están respaldadas en parte
por sus particularidades identitarias. Las aguas del mar Negro bañan las costas de los
abjasios, descendientes de los circasianos, minoría étnica proveniente del noroeste del
Cáucaso. Los osetios, por el contrario, residen en el interior montañoso de Georgia, al
norte de Tiflis, y son descendientes de los alanos, un grupo etnolingüístico iranio. Los
conflictos que enfrentan a estas dos regiones con Georgia tienen un fuerte componente
identitario, con acusaciones de ambas partes de limpieza étnica.
La lengua abjasia también es un factor clave de su identidad nacional, hablada por cerca
de la mitad de la población en la región. Abjasia, desde principios del siglo XX, pasó a
formar parte de la URSS con el estatus de república autónoma, primero dentro de Rusia
y, a partir de 1931, de Georgia. Desde entonces, Abjasia será víctima de las políticas
soviéticas de georgianización, que tenían por objetivo la homogeneización étnica dentro
del territorio georgiano, incluyendo el cierre de escuelas abjasias o la designación de
oficiales georgianos para los puestos clave de Gobierno.
El clima subtropical de la región y su proximidad al mar Negro la convirtió en un gran
atractivo para el aparato político soviético por dos razones clave: ser un área idónea para
el turismo y para la explotación agrícola. El desarrollo de la región, en gran parte
fomentada por las élites soviéticas, llevó a Abjasia a ser una de las repúblicas con
mejores estándares de vida dentro de la URSS.
Osetia del Sur presenta ciertas diferencias. Al ser una región principalmente montañosa
donde el territorio cultivable escasea, el atractivo que podía tener tanto para Rusia como
para Georgia era mucho menor. Durante el período soviético se respetaría su lengua
oficial y lanzaría una considerable inversión para la construcción de infraestructuras.
Con todo, la región no fue capaz de superar la pérdida de su hermana septentrional,
Osetia del Norte.
La actual Georgia había pertenecido al Imperio ruso desde 1801, pero se separó
brevemente durante la guerra civil. Cuando los bolcheviques la recuperaron en 1921,
Osetia sería partida de forma que la mitad norte quedaría bajo el control ruso y la
meridional en manos georgianas. A Osetia del Sur se le confirió el estatus de provincia
autónoma dentro de Georgia, un rango administrativo menor que el que tenía Osetia del
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Norte como república autónoma dentro de Rusia, una diferencia que fue interpretada
como un intento de frustrar otros intentos de independencia de Georgia.
La primera guerra civil georgiana.
Aprovechando la inestabilidad de los meses de la perestroika, Osetia del Sur reclamó
una mejoría de su estatus regional en el conjunto de Georgia en 1989, a lo que Tiflis
respondería con una negativa tajante, imponiendo el georgiano como lengua oficial en
todo el país e ilegalizando los partidos regionalistas. Lejos de acatar los dictámenes del
Gobierno georgiano, Osetia del Sur se declaró independiente en 1990 como una
república más dentro de la Unión Soviética.
La capital de Osetia del Sur, Tsjinvali, pronto empezó a ser escenario de combates entre
surosetas y georgianos, conflicto que escaló cuando Gamsajurdia envió a la Guardia
Nacional Georgiana a combatir a las milicias surosetas, que habían sido a su vez
reforzadas con infantería y armamento proveniente de Rusia.
Shevardnadze negoció un alto el fuego con Boris Yeltsin, entonces presidente de Rusia,
monitorizado por la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE).
Osetia del Sur vio así refrenadas sus ambiciones independentistas por la OSCE y los
demás mediadores, que respetaron su pertenencia a Georgia.
Parte de las razones que tenía Georgia de querer estabilizar la situación en Osetia del
Sur era su necesidad de dirigir esfuerzos a controlar el estallido de otra insurrección en
Abjasia. El Gobierno abjasio también declaró su independencia de Tiflis como reacción
a las políticas nacionalistas de Gamsajurdia. Entre 1992 y 1993, una plétora de grupos
armados de diferentes etnias y procedencias, como paramilitares chechenos y milicias
abjasias de un lado, frente a georgianos leales al depuesto Gamsajurdia, del otro, se
enfrentarían por ganar el control de la zona.
Pero el bando georgiano estaba abocado a la derrota, pues después del golpe de Estado,
Shevardnadze le retiró el apoyo a la Guardia Nacional Georgiana, leal a su antecesor.
En septiembre de 1993, el bando separatista tomaba de nuevo la capital en la batalla de
Sujumi, la última de la guerra y un episodio de violencia extrema, según Human Rights
Watch. En diciembre del mismo año se firmaría un alto el fuego oficial y Abjasia sería
intervenida por tropas rusas y por la ONU en una misión de mantenimiento de paz. Al
mismo tiempo, se obligó a Georgia a acceder a la Comunidad de Estados
Independientes, una organización regional dominada por Rusia y concebida como un
intento de recuperar su influencia en el espacio postsoviético.
Llegada de Mijeíl Saakashvili al poder.
El fin de la guerra asentó las bases de la política intervencionista rusa en su antigua área
de influencia. Shevardnadze, que había solicitado el apoyo de Rusia para acabar con lo
que quedaba de las milicias leales a Gamsajurdia, tuvo que acatar todas las condiciones
impuestas por Moscú, entre ellas confiarle a los rusos las tareas de mantenimiento de la
paz en las regiones separatistas y, con ello, darles un papel clave en las políticas de
integridad territorial georgianas. Lejos de acabar con el conflicto, desde entonces las
misiones de pacificación rusas han tolerado, incluso incentivado, el tráfico y
contrabando de bienes y armas en Osetia del Sur y Abjasia. La entrada de dinero y el
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