You are on page 1of 96

1

EUROPA IV. PRIMER PARCIAL.


LOS TIEMPOS DEL SIGLO.
Lo que nos enseñó la Primera Guerra Mundial. Fernando Arancón.
Se pensaba que la IGM (1914 – 1918) iba a ser “la guerra que pondría fin a todas las
guerras”. Sin embargo, no obtuvo los efectos deseados. Las malas negociaciones dieron
fruto a la IIGM.
Lecciones:
1. Que la guerra no es una opción deseable
La IGM fue la última en librarse con tácticas decimonónicas (S.XIX) y la primera en
librarse de forma moderna. Una guerra que se venía evitando desde el período de “Paz
Armada” (1871 – 1914). La Conferencia de Berlín fue un intento de negociación para
evitar la guerra. Sólo cuando las potencias crecieron en armamento militar se efectuó la
misma.
[Paz armada: Cuando la Triple Alianza (Alemania, Austria e Italia) ampliaron su
capacidad militar, la Entente Cordiale (Rusia, Francia e Inglaterra) trató de imponerse y
alcanzar a sus rivales en lo militar. La industria de armas aumentaría considerablemente
en recursos, además la producción de nuevas tecnologías para la guerra estaría en
ascenso. Además, casi todas de Naciones europeas adoptaron el servicio militar
obligatorio, para así fomentar el sentimiento nacionalista. La paz armada (1870-1914)
fue uno de los periodos más notorios antes de la Primera Guerra Mundial. La
persistencia de las tensiones entre los Estados, tanto para los conflictos internos y
ambiciones imperiales llevaron a muchos Estados a designar gran parte de los recursos
del estado en la inversión de la industria de armamentos y el fomento del ejército. Esto
dio lugar a un complejo sistema de alianzas en que las naciones estaban en conflicto, sin
estar en guerra.
Después de la guerra franco-prusiana, ningún grave conflicto turbaba la paz en la
Europa central y occidental. Sin embargo, se aglutinaban una serie de factores para que
las potencias europeas iniciaran una vertiginosa carrera armamentista: La aparición de
dos nuevos estados grandes: Alemania (Unificación de Alemania e Italia (Unificación
Italiana). Conflictos entre los estados europeos durante la expansión colonial. El
sentimiento nacionalismo romántico alentado principalmente por Alemania que
ensalzaba la idea de que cada individuo pertenecía a una nación «Nacionalismo
exacerbado». La guerra económica en un ambiente liberal, principalmente por Alemania
e Inglaterra. Un proselitismo pan-serbio en los Balcanes y el conflicto entre Austria-
Hungría y Rusia por la hegemonía de los Balcanes que siempre había sido un
importante punto de conflicto por su diversidad, una mezcla de pueblos, lenguas,
religiones, etc. El imperio Austro-húngaro y el Imperio Ruso trataron de aumentar su
influencia en los Balcanes, aprovechándose de la debilidad del Imperio Turco.]
https://www3.gobiernodecanarias.org/medusa/ecoblog/arodmae/2017/02/15/la-primera-
guerra-mundial-resumen/
En 1919 se crea la Sociedad de Naciones, impulsada por Estados Unidos y con poco
éxito a nivel internacional. Las condiciones humillantes sobretodo de Alemania provocó
que estos países se fueran de la misma.
2. Que los países no son tartas
2

La desintegración del Imperio austrohúngaro y el otomano, luego de la IGM dio lugar a


la formación de nuevos estados nacionales. Algunos de ellos son: Polonia,
Checoslovaquia, Austria, Hungría y Yugoslavia. De esta manera, la conformación de
los territorios se dio por la influencia e intereses de las potencias triunfantes. Minorías
nacionales quedaron atrapadas en uno u otro territorio, provocando graves conflictos en
el interior de los países.
En oriente próximo, la promesa de una nación árabe quedó traicionada por el acuerdo de
Sykes Picot en 1916 por Francia e Inglaterra, que se repartieron de forma arbitraria los
territorios otomanos.
El efecto de esta política en Europa fue limitado: unido al exacerbado nacionalismo de
la posguerra, estos países generaron en la mayoría de los casos un irredentismo
importante al verse cercenados de su ideal nacional. A pesar de tener un Estado propio,
en pocos países se encontraban satisfechos con las fronteras que les habían tocado y en
muchos casos buscaron aumentarlas a costa de los vecinos. En el caso de los rescoldos
otomanos, el resultado fue prácticamente el mismo: el nivel de arbitrariedad con el que
se habían creado los nuevos territorios obligó a comunidades muy diversas a
relacionarse —también en términos de poder— y a creer en una identidad nacional
bastante endeble, lo que a menudo generó Estados frágiles que solo pudieron
mantenerse con regímenes autoritarios y no sin pocos conflictos de por medio.
3. Que humillar a otro país sólo genera rencor
Los acuerdos de paz buscaron resarcir económicamente a los vencedores y penalizar a
los derrotados. Francia quería que el pago de la deuda fuese una sumisión de Alemania
respecto a su país. Con la crisis económica de los años veinte, Alemania incumplió sus
compromisos y Francia y Bélgica decidieron invadir la rica e industrial cuenca del Ruhr
para extraer sus recursos y así cobrarse lo que consideraban se les debía. Aunque la
ocupación terminó unos años después y se llevaron a cabo una serie de planes para
flexibilizar los pagos, el sentimiento de humillación alemán fue notable y abonó de
forma inmejorable el terreno para que, tras el crack del 29, el nacionalsocialismo se
hiciese con el poder.
4. Que en la guerra no todo vale
Pre y pos guerra se fueron buscando consensos y alternativas para humanizar los
conflictos. El primer Convenio de Ginebra, de 1864, puso las bases de todo el Derecho
internacional humanitario desarrollado posteriormente. Antes de la Gran Guerra hubo
otras conferencias relevantes que también llevaron a ciertos compromisos —hoy quizás
vistos con ingenuidad—, como no arrojar proyectiles desde globos aerostáticos o
torpedos desde submarinos. La prohibición más relevante fue no usar diversos venenos
y gases en una guerra, uno de los primeros episodios en la erradicación de las armas
químicas. La IGM respetó poco o nada aquellos compromisos y Alemania fue declarada
culpable de la guerra.
La IIGM juzgó los delitos contra la humanidad a través de los juicios de Núremberg. En
1998 se crea la Corte Penal Internacional. Son organismos internacionales quienes velan
por los DDHH.
Por otro lado, la guerra de 1914 generó cierto mito sobre la letalidad de las armas
químicas que ha perdurado hasta hoy. Apenas el 1% de las muertes de aquel conflicto
vino por su uso —al contrario que la artillería, que ocasionó cerca de dos tercios de las
3

bajas—, pero fue suficiente para entender que había que poner freno a aquellas armas
que mataban de forma totalmente indiscriminada.
5. Que la sociedad será más igualitaria
Las mujeres y los excombatientes. Las primeras se habían encargado en muchos casos
de ocupar los puestos en las fábricas que las distintas levas habían ido vaciando; los
segundos, tras haber sufrido lo indecible durante años, tampoco tenían intención de
reincorporarse a una vida civil con escasos derechos políticos y condiciones laborales
irrisorias. Por todo ello y por evitar una revuelta como la ocurrida en Rusia —la
bolchevique— o en Alemania — la espartaquista—, las distintas élites nacionales
tuvieron que transigir en otorgar ciertos derechos y permitir la movilidad social. El
sufragio universal y los movimientos de descolonización fueron algunos de estos
avances.
6. Que hay amenazas más allá de la guerra
La pandemia fue uno de los ejemplos más evidentes de la incidencia que podían tener
amenazas no militares y la necesidad de estar convenientemente preparados para
afrontarlas. La guerra ya no es la principal causa de muerte, ya que fueron sustituidos
por distintas enfermedades, el hambre, los desastres naturales, entre otros. Se instala el
concepto de seguridad humana.
VISTA PANORÁMICA DEL SXX – Eric Hobsbawn
“SIGLO XX CORTO” (visualizarlo en línea histórica )
Van desde los años transcurridos desde el estallido de la Primera Guerra Mundial
(1914) hasta el hundimiento de la URSS (1991), que, como podemos apreciar
retrospectivamente, constituyen un período histórico coherente que acaba de concluir:
el mundo que se desintegró a finales de los años ochenta era aquel que había cobrado
forma bajo el impacto de la revolución rusa de 1917. Ese mundo nos ha marcado a
todos, por ejemplo, en la medida en que nos acostumbramos a concebir la economía
industrial moderna en función de opuestos binarios, «capitalismo» y «socialismo»,
como alternativas mutuamente excluyentes. El segundo de esos términos identificaba
las economías organizadas según el modelo de la URSS y el primero designaba a todas
las demás.
¿Cuál es la máxima dificultad del historiador? COMPRENDER SIN JUZGAR. Siglo
XX: siglo de guerras de religión, cuyo rasgo principal es la intolerancia. “Comprender
la época nazi en la historia de Alemania y encajarla en su contexto histórico no significa
perdonar el genocidio”.
A su vez, este corto siglo XX, Hobsbawn lo desglosa como un tríptico:
 1914-1945: época de catástrofes.
 1945- 1970/1975: edad de oro. Período de 25 o 30 años de extraordinario
crecimiento económico y transformación social, que probablemente transformó
la sociedad humana más profundamente que cualquier otro período de duración
similar.
 1975/1991: era de descomposición. La última parte del siglo fue una nueva era
de descomposición, incertidumbre y crisis y, para vastas zonas del mundo como
África, la ex Unión Soviética y los antiguos países socialistas de Europa, de
catástrofes.
4

El siglo xx conoció una fugaz edad de oro, en el camino de una a otra crisis, hacia un
futuro desconocido y problemático, pero no inevitablemente apocalíptico.
EPOCA DE LAS CATÁSTROFES:
Comienza con la Primera Guerra Mundial, que marcó el derrumbe de la civilización
(occidental) del siglo xix, cuyas características son:
 capitalista desde el punto de vista económico,
 liberal en su estructura jurídica y constitucional,
 burguesa por la imagen de su clase hegemónica característica y
 brillante por los adelantos alcanzados en el ámbito de la ciencia, el
conocimiento y la educación, así como del progreso material y moral.
 eurocentrista, estaba profundamente convencida de la posición central de
Europa, cuna de las revoluciones científica, artística, política e industrial, cuya
economía había extendido su influencia sobre una gran parte del mundo, que sus
ejércitos habían conquistado y subyugado, cuya población había crecido hasta
constituir una tercera parte de la raza humana.
¿Qué sucedió?

Sus cimientos fueron quebrantados por dos guerras mundiales, a las que siguieron
dos oleadas de rebelión y revolución generalizadas, que situaron en el poder a un
sistema que reclamaba ser la alternativa a la sociedad burguesa y capitalista. Los
grandes imperios coloniales que se habían formado antes y durante la era del imperio se
derrumbaron y quedaron reducidos a cenizas.

Además, se desencadenó una crisis económica mundial de una profundidad sin


precedentes que pareció que podría poner fin a la economía mundial global, cuya
creación había sido un logro del capitalismo liberal del siglo xix. Las instituciones de
la democracia liberal desaparecieron prácticamente entre 1917 y 1942, como
consecuencia del avance del fascismo y de sus movimientos y regímenes
autoritarios satélites.
Sólo la alianza —insólita y temporal— del capitalismo liberal y el comunismo funcionó
para hacer frente a la Alemania de Hitler, cuya derrota fue esencialmente obra (no
podría haber sido de otro modo) del ejército rojo.
¿Por qué insólito y temporal?
Durante la mayor parte del siglo —excepto en el breve período de antifascismo— las
relaciones entre el capitalismo y el comunismo se caracterizaron por un antagonismo
irreconciliable. La victoria de la Unión Soviética sobre Hitler fue el gran logro del
régimen instalado en aquel país por la revolución de octubre. Probablemente, de no
haberse producido esa victoria, el mundo occidental consistiría en diversas variantes de
régimen autoritario y fascista. Una de las ironías que nos depara este extraño siglo es
que el resultado más perdurable de la revolución de octubre, cuyo objetivo era acabar
con el capitalismo a escala planetaria, fuera el de haber salvado a su enemigo
acérrimo, tanto en la guerra como en la paz, al proporcionarle el incentivo para
reformarse desde dentro al terminar la Segunda Guerra Mundial y al dar difusión al
concepto de planificación económica, suministrando al mismo tiempo algunos de los
procedimientos necesarios para su reforma.
5

Ahora bien, una vez que el capitalismo liberal había conseguido sobrevivir —a duras
penas— al triple reto de la Depresión, el fascismo y la guerra, parecía tener que hacer
frente todavía al avance global de la revolución, cuyas fuerzas podían agruparse en
torno a la URSS, que había emergido de la Segunda Guerra Mundial como una
superpotencia.
El sistema económico improvisado en el núcleo euroasiático rural arruinado del antiguo
imperio zarista, al que se dio el nombre de socialismo, no se habría considerado —nadie
lo habría hecho— como una alternativa viable a la economía capitalista, a escala
mundial. Fue la Gran Depresión de la década de 1930 la que hizo parecer que podía ser
así, de la misma manera que el fascismo convirtió a la URSS en instrumento
indispensable de la derrota de Hitler y, por tanto, en una de las dos superpotencias
cuyos enfrentamientos dominaron y llenaron de terror la segunda mitad del siglo xx,
pero que al mismo tiempo —como también ahora es posible colegir— estabilizó en
muchos aspectos su estructura política. De no haber ocurrido todo ello, la URSS no se
habría visto durante quince años, a mediados de siglo, al frente de un «bando socialista»
}que abarcaba a la tercera parte de la raza humana, y de una economía que durante un
fugaz momento pareció capaz de superar el crecimiento económico capitalista.
EDAD DE ORO:
El principal interrogante al que deben dar respuesta los historiadores del siglo xx es
cómo y por qué tras la Segunda Guerra Mundial el capitalismo inició —para sorpresa
de todos— la edad de oro, sin precedentes y tal vez anómala, de 19471973. No existe
todavía una respuesta que tenga un consenso general y tampoco yo puedo aportarla.
Lo que ya se puede evaluar con toda certeza es la escala y el impacto extraordinario de
la transformación económica, social y cultural que se produjo en esos años: la mayor, la
más rápida y la más decisiva desde que existe el registro histórico.
La repercusión más importante y duradera de los regímenes inspirados por la revolución
de octubre fue la de haber acelerado poderosamente la modernización de países
agrarios atrasados. Sus logros principales en este contexto coincidieron con la edad de
oro del capitalismo.
ERA DE LA DESCOMPOSICIÓN:
El periodo que sigue al hundimiento del socialismo soviético serían decenios de crisis
universal o mundial: La crisis afectó a las diferentes partes del mundo en formas y
grados distintos porque la edad de oro había creado, por primera vez en la historia, una
economía mundial universal cada vez más integrada cuyo funcionamiento
trascendía las fronteras e ideologías estatales.
CRISIS ECONÓMICA
El mundo capitalista entre 1980 y 1990:
 desempleo masivo,
 graves depresiones cíclicas
 enfrentamientos entre los mendigos sin hogar y las clases acomodadas
 ingresos limitados del estado y un gasto público sin límite.
Los países socialistas, con unas economías débiles y vulnerables, se vieron abocados a
una ruptura tan radical, o más, con el pasado y, ahora lo sabemos, al hundimiento. Ese
6

hundimiento puede marcar el fin del siglo xx corto, de igual forma que la Primera
Guerra Mundial señala su comienzo.
CRISIS POLÍTICA
El colapso de los regímenes comunistas destruyó el sistema internacional que había
estabilizado las relaciones internacionales durante cuarenta años y reveló, al mismo
tiempo, la precariedad de los sistemas políticos nacionales que se sustentaban en
esa estabilidad. Las tensiones generadas por los problemas económicos minaron los
sistemas políticos de la democracia liberal, parlamentarios o presidencialistas.
 Los «estados-nación» territoriales, soberanos e independientes, incluso los más
antiguos y estables, resultaron desgarrados por las fuerzas de la economía
supranacional o transnacional y por las fuerzas infranacionales de las regiones y
grupos étnicos secesionistas.
CRISIS SOCIAL Y MORAL

Era la crisis de las creencias y principios en los que se había basado la sociedad desde
que a comienzos del siglo xviii.

Sin embargo, la crisis moral no era sólo una crisis de los principios de la civilización
moderna, sino también de las estructuras históricas de las relaciones humanas que la
sociedad moderna había heredado del pasado preindustrial y precapitalista y que, ahora
podemos concluirlo, habían permitido su funcionamiento. No era una crisis de una
forma concreta de organizar las sociedades, sino de todas las formas posibles. Los
extraños llamamientos en pro de una «sociedad civil» y de la «comunidad», sin otros
rasgos de identidad, procedían de unas generaciones perdidas y a la deriva. Se dejaron
oír en un momento en que esas palabras, que habían perdido su significado tradicional,
eran sólo palabras hueras. Sólo quedaba un camino para definir la identidad de grupo:
definir a quienes no formaban parte del mismo.
¿Qué paralelismo puede establecerse entre el mundo de 1914 y el de los años noventa?
 Este cuenta con cinco o seis mil millones de seres humanos, aproximadamente
tres veces más que al comenzar la Primera Guerra Mundial,
 La mayor parte de los habitantes que pueblan el mundo en el decenio de 1990
son más altos y de mayor peso que sus padres, están mejor alimentados y viven
muchos más años
 El mundo es incomparablemente más rico de lo que lo ha sido nunca por lo que
respecta a su capacidad de producir bienes y servicios y por la infinita variedad
de los mismos. De no haber sido así habría resultado imposible mantener una
población mundial varias veces más numerosa que en cualquier otro período de
la historia del mundo.
 La humanidad es mucho más instruida que en 1914
 El mundo está dominado por una tecnología revolucionaria que avanza sin
cesar: la revolución de los sistemas de transporte y comunicaciones, que
prácticamente han eliminado el tiempo y la distancia.
Hobsbawm se pregunta: ¿cómo explicar, pues, que el siglo no concluya en un clima de
triunfo, por ese progreso extraordinario e inigualable, sino de desasosiego? ¿Por qué,
cómo se constata en la introducción de este capítulo, las reflexiones de tantas mentes
brillantes acerca del siglo están teñidas de insatisfacción y de desconfianza hacia el
futuro?
7

Por las catástrofes humanas que ha causado, desde las mayores hambrunas de la historia
hasta el genocidio sistemático. Desde 1914 se ha registrado un marcado retroceso desde
los niveles que se consideraban normales en los países desarrollados y en las capas medias
de la población y que se creía que se estaban difundiendo hacia las regiones más atrasadas y
los segmentos menos ilustrados de la población.
En el siglo xx, las guerras se han librado, cada vez más, contra la economía y la
infraestructura de los estados y contra la población civil. Desde la Primera Guerra Mundial
ha habido muchas más bajas civiles que militares en todos los países beligerantes, con la
excepción de los Estados Unidos.
No pasamos por alto el hecho de que la tortura o incluso el asesinato han llegado a ser un
elemento normal en el sistema de seguridad de los estados modernos, pero probablemente
no apreciamos hasta qué punto eso constituye una flagrante interrupción del largo período
de evolución jurídica positiva, desde la primera abolición oficial de la tortura en un país
occidental, en la década de 1780, hasta 1914.
El mundo de fines de SXX, es un mundo cualitativamente distinto al anterior, al menos en
tres aspectos.
 En primer lugar, no es ya eurocéntrico: Ya no son mayoría a nivel numérico (de
1/3 a 1/6), sus industrias emigran a otros países, las “grandes potencias
imperiales”, han desaparecido.
 Se generó un proceso de mundialización: el mundo es ahora la principal unidad
operativa, las «economías nacionales» han quedado reducidas a la condición de
complicaciones de las actividades transnacionales.
La característica más destacada de este período final del siglo xx es la incapacidad de
las instituciones públicas y del comportamiento colectivo de los seres humanos de estar
a la altura de ese acelerado proceso de mundialización. Curiosamente, el
comportamiento individual del ser humano ha tenido menos dificultades para adaptarse
al mundo de la televisión por satélite, el correo electrónico, las vacaciones en las
Seychelles y los trayectos transoceánicos.
 La desintegración de las antiguas pautas por las que se regían las relaciones
sociales entre los seres humanos; han alcanzado una posición preponderante los
valores de un individualismo asocial absoluto.
UN SISTEMA – MUNDO DIVIDIDO EN CENTRO Y PERIFERIA.
¿Cuántas veces nos hemos sentado ante el televisor, hemos contemplado la
desagradable visión del estómago de un niño afectado por kwashiorkor y hemos
pensado “¿cómo es posible que en pleno siglo XXI sigan sucediendo estas cosas?”. La
respuesta a esta pregunta es que vivimos en un sistema-mundo. ¿Pero qué es un sistema-
mundo? Siguiendo siempre la teoría esbozada por Wallerstein en los años 70 del siglo
pasado, un sistema-mundo es un tipo de sistema social, (actualmente el único existente a
nivel planetario) basado en la existencia de una única división del trabajo a escala
mundial y, al mismo tiempo, de múltiples sistemas culturales (que podrían ser
equiparados a civilizaciones, países…). Así, el concepto de sistema mundo, entendiendo
éste como una totalidad, constituye una “unidad de análisis” para comprender las
relaciones internacionales actuales. Y en función de que el sistema-mundo disponga (o
no) para su organización de un sistema político común, la geografía política actual
distingue entre imperios-mundo y economías-mundo.
8

Pero como cualquier persona sabe, la época de los grandes imperios (Roma, China, o
Egipto) ya ha pasado y el planeta se encuentra dividido en numerosos estados
soberanos. Así pues, creo que debemos centrar nuestros esfuerzos en la comprensión de
la otra variedad de sistema-mundo: la economía-mundo.
Podemos afirmar, sin riesgo a caer en el simplismo, que economía-mundo y capitalismo
son hermanos gemelos, caras de la misma moneda; y por ello, las claves del
funcionamiento del capitalismo como sistema de organización socioeconómico nos
darán las claves del funcionamiento de la economía-mundo actual, y por ende, de cómo
funciona en la actualidad el mundo en el que vivimos.
La característica esencial del sistema capitalista es la producción de bienes y servicios
destinados a su compraventa en un mercado para obtener el máximo beneficio posible.
En base a esto, la producción se aumentará constantemente en la medida en que puedan
cosecharse beneficios, y los individuos (o empresas) inventarán paulatinamente nuevas
fórmulas para maximizar dichos beneficios. Esto es lo que los marxistas denominan la
acumulación incesante de capital.
Ahora tengamos en cuenta un hecho indudable: la Tierra, el planeta en el que vivimos y
al que explotamos para garantizar nuestro desarrollo y supervivencia, cuenta con unos
recursos naturales determinados y, en muchos casos, limitados. Así pues, y pensando en
términos económicos, estos actores del mercado que buscan maximizar sus beneficios
en la compraventa de bienes y servicios, lo hacen en una “situación de escasez”. ¿Y cuál
es la consecuencia inevitable de este razonamiento? Que siempre llega un punto en que
esta acumulación incesante de capital se convierte en un juego de suma cero. Es decir,
que, inevitablemente, para que unos actores del mercado puedan continuar
enriqueciéndose, otros deben empobrecerse, puesto que la matriz generadora, en última
instancia, de este crecimiento (la Tierra), ya no puede satisfacer de forma equitativa la
demanda de recursos de todos sus demandantes.
Así llegamos a otro de los pilares básicos del capitalismo: la necesidad de contar con
una “superestructura” política que vele por la protección y correcto funcionamiento de
la “estructura” económica (el mercado). Dicha superestructura no es otra que los
Estados-nación. Así pues, y en base a la aproximación por analogía hecha previamente
entre capitalismo y economía-mundo, podemos afirmar que las unidades políticas
básicas que interactúan en el sistema mundo actual son Estados, que velan por la
supervivencia de las empresas (unidades económicas básicas de la economía) radicadas
en su territorio, y de esta forma entran en el juego de la acumulación incesante de
capital.
Expongamos teóricamente esta afirmación. Siguiendo los planteamientos de Taylor y
Flint, los Estados-nación están insertos en una estructura geográfica dividida en tres
escalas: escala local (asociada a la experiencia), escala nacional (asociada a la
ideología) y escala global (asociada a la realidad). La escala local se identifica con
nuestra vida 2/5 cotidiana, en la cual surge la necesidad de acumular capital para que los
ciudadanos puedan cubrir sus “necesidades fundamentales” (alimento, vestimenta,
trabajo…). ¿Y dónde se realiza en última instancia esta acumulación? En la escala
global; es decir, en el mercado mundial de esta economía mundo en la que vivimos, y en
la que se determinan los valores que terminarán por imponerse en la vida cotidiana.
9

Pero esta influencia del mercado global en las vidas de los ciudadanos, antes de llegar a
ellos, atraviesa un filtro constituido por los Estados-nación, que, al pretender velar por
el bienestar de sus ciudadanos, llevan a cabo una labor de reinterpretación de estas
decisiones globales, presentándolas en términos de beneficio para los habitantes de su
territorio. De esta forma, el Estado-nación actúa como una escala intermedia que impide
el choque entre dos polos opuestos: las comunidades locales, que se rigen por el deseo
de cubrir necesidades básicas; y la economía-mundo, basada ante todo en la
acumulación de capital, un deseo de acumulación que desdeña lo que se refiere a cubrir
las necesidades de amplios sectores de la población. Así, podemos ver que la
interacción entre las tres escalas se produce en un único proceso asociado a la existencia
de un único sistema: el sistema-mundo capitalista.
Centro, periferia y semiperiferia.
Acabamos de ver que los Estados-nación no son entes aislados de los que les rodea, sino
que están en permanente contacto con sus semejantes. Esto nos lleva a la otra estructura
fundamental presente en el sistema-mundo, enunciada por Wallerstein y definida por
Taylor y Flint como “estructura geográfica horizontal tripartita”. Antes hemos afirmado
que la “estructura” económica no puede funcionar sin una “superestructura” que la
proteja, y que ésta estaba formada por los Estados-nación. Es decir, que el capitalismo a
nivel global no puede funcionar sin un sistema interestatal. Este conjunto de Estados
insertos en una única economía global capitalista, pueden ser clasificados en tres grupos
o zonas económicas en función del rol que ocupan en la división internacional del
trabajo: centro, periferia y semiperiferia.
Los países del centro son aquellos que dominan el sistema-mundo a nivel político y
económico, y en ellos los niveles de eficiencia en la producción agroindustrial y de
acumulación de capital son los más altos. De esta forma, los Estados del “centro” están
especializados en la producción de bienes fabricados mediante altos niveles de
tecnología y mecanización, y que, debido precisamente a esto, tienen un mayor precio
en los mercados internacionales. Europa Occidental, Estados Unidos y Japón son las
zonas económicas consideradas “centrales”.
En el otro extremo del sistema mundo se sitúan los países “periféricos”. Están
caracterizados por tener un sistema de producción menos sofisticado y mecanizado que
los países del “centro” y por lo tanto, su producción, basada fundamentalmente en la 3/5
exportación de materias primas y productos agrícolas, está menos valorada en los
mercados internacionales. Buena parte de los Estados de Asia, África y América Latina
estarían incluidos en este grupo.
Para los teóricos del sistema-mundo, la relación que se establece entre ambos grupos es
fundamentalmente de explotación del “centro” sobre la “periferia”, y basan esta
explotación en lo que ellos denominan intercambio desigual. Este concepto gira en
torno a la idea de que al tener un menor precio los productos “periféricos” en los
mercados mundiales con respecto a los producidos por el “centro”, cuando éstos son
intercambiados, la mayor parte de la plusvalía generada por los trabajadores de los
Estados periféricos termina en manos de los grandes productores de los Estados del
“centro”. Esto, unido al hecho de que los Estados periféricos están gobernados en su
mayoría por gobiernos títeres al servicio de las grandes multinacionales de los países
10

ricos (o del “centro”) que dan trabajo a buena parte de sus poblaciones, hace que la
relación de explotación antes mencionada se estabilice y perpetúe.
La pregunta lógica que todos nos haríamos en este punto sería: ¿y cómo es posible que
estos pueblos explotados no reclamen sus derechos y derriben a sus explotadores?.
Según Wallerstein, hay tres mecanismos fundamentales que permiten al sistema-mundo
gozar de una relativa estabilidad política: la concentración de la fuerza militar en las
áreas céntricas, la difusión entre la población de los Estados del centro de la convicción
de que su propio bienestar depende de la supervivencia del sistema como tal y,
finalmente, la división de los explotados en un gran estrato inferior y un estrato
intermedio más pequeño. Este estrato intermedio es lo que se conoce como
semiperiferia, cuya función principal es, pues, dividir a los explotados para que no
hagan frente común contra los privilegiados del centro del sistema mundo. Para ello se
le da un papel en la división del trabajo que hace que las economías de estos Estados
estén basadas en sistemas de producción que mezclan componentes de las otras dos
zonas económicas y que les permiten desempeñar, al mismo tiempo, un papel de
explotado (por el centro) y explotador (de la periferia). Ejemplos de Estados
semiperiféricos serían Brasil o Argentina. Dentro del esquema de intercambio comercial
que se da entre centro y periferia (bienes de capital intensivo por materias primas y
productos agrícolas) los países semiperiféricos intervienen en el mercado mundial
exportando al centro bienes procedentes de sectores deslocalizados (por ejemplo, la
industria del automóvil) y, al mismo tiempo, vendiendo a las áreas periféricas productos
semejantes a los del centro (pero con un menor nivel de capital intensivo).
Una vez divididos los Estados miembros del sistema interestatal en zonas económicas y
señaladas las interacciones económicas que se dan entre ellos, ahora se impone la
necesidad de averiguar cómo se relacionan estos Estados a nivel político en el
sistemamundo. Estas relaciones políticas se desarrollan en un marco de competencia
permanente por aumentar el poder propio en un juego de suma cero, en un intento por
conseguir las mejores condiciones para el desarrollo de las industrias y empresas
nacionales. En este contexto la guerra juega un papel fundamental, puesto que permite a
los Estados ascender posiciones en el sistema-mundo (pasando, por ejemplo, de país 4/5
semiperiférico a país central), para reestructurar las relaciones de poder entre “centro” y
“periferia” (mediante la creación, por ejemplo de clientelas) y, finalmente, reestructurar
las relaciones de poder entre los países del “centro”, de tal forma que ninguno de ellos
pueda dominar en solitario el conjunto del sistema mundo.
Sin embargo, esto no siempre se ha conseguido y ha habido épocas en las que un Estado
(evidentemente de los considerados “céntricos”) ha logrado asumir un papel de potencia
hegemónica dentro del sistema-mundo. Un Estado se convierte en hegemón cuando
adquiere una ventaja competitiva frente a sus rivales en las tres áreas económicas
principales: producción agro-industrial, comercio y finanzas. Esta superioridad
económica permite al Estado hegemónico imponer en gran medida sus reglas y deseos
en los terrenos político, económico, militar, diplomático y, en ciertos casos, cultural.
Esto ha ocurrido en los últimos siglos tres veces y en todas ellas se han cumplido unos
patrones que permiten establecer un ciclo hegemónico: primeramente un Estado
adquiere ventaja competitiva en producción agro-industrial, luego en comercio y
finalmente en el ámbito financiero; a continuación se vive un periodo relativamente
11

corto de tiempo en el que el hegemón mantiene su posición de forma incontestable


(entre 30-50 años) para después ir perdiendo su ventaja competitiva en el mismo orden
en que la consiguió, lo que hace que paulatinamente su poder se resquebraje y termine
siendo sustituido como potencia hegemónica por otro Estado. Los tres casos históricos
mencionados anteriormente son los de las Provincias Unidas entre 1625-1672, Reino
Unido entre 1815-1873 y Estados Unidos entre 1945-1967.
En resumen:
Nuestro mundo actual funciona como una economía-mundo globalizada en la que los
Estados ya no tienen el control absoluto de lo que ocurre dentro de sus territorios, y que
se ha estructurado en el terreno económico conforme a las reglas del capitalismo y en el
terreno político-diplomático en un sistema interestatal en el que el principal mecanismo
de cambio es la guerra y en el que se han dado sucesivamente hegemonías de vida
finita. Además, dentro de este sistema-mundo los Estados se ven divididos en unas
zonas económicas que se relacionan entre ellas conforme a un modelo de explotación.
Este es, en última instancia, el diagnóstico pertinente de esas barrigas hinchadas y esas
caras atravesadas por mil sufrimientos.
Marc Nuschi
Historia del siglo XX: todos los mundos, el mundo.
Introducción:
El siglo XX, el último siglo del segundo milenio, está cruzado por ideologías: el
leninismo, el fascismo, el nazismo, el estalinismo, el maoísmo… que han aspirado todas
ellas al dominio universal. Moldear al hombre para levantar una sociedad “ideal”. Estas
ideologías movilizan a las masas conducidas por los jefes de partido apoyados en las
estructuras estatales. Porque la sustancia que alimenta la ideología del dominio es el
Estado, con su territorio y su frontera santificados, su bandera y su ejército exaltados,
sus fuerzas de vigilancia y adoctrinamiento reforzadas, su jefe adorado. Sin embargo,
diferencia básica con respecto a las ideologías del siglo XIX, las de hoy cuentan con
posibilidades tecnológicas abrumadoramente superiores.
El siglo XX lleva hasta el límite la dinámica de acumulación propia del capitalismo: la
acumulación de bienes inmateriales se acelera enormemente. Esta capacidad para
satisfacer los deseos da al liberalismo una fuerza tal que se impone a lo largo de la
década de 1980 contra el socialismo estalinista y brezhneviano culpable de haber
instaurado una penuria generalizada. Pero a pesar de los éxitos materiales que alcanzan
cada vez a más territorios, otras fuerzas operan en simultáneo: el desmoronamiento de
las grandes ideologías materialistas, la incapacidad del mercado para llenar el vacío que
se ha creado, el miedo al milenarismo, el retorno de las grandes plagas de antaño, la
voluntad de distanciarse de las Iglesias oficiales. La propia ciencia no se escapa a este
cuestionamiento. Pasamos de una sociedad que adoraba las certidumbres y el control
total del mundo a una sociedad centrada en la condición humana, que es condición de
incertidumbre.
Para delimitar el siglo tenemos dos opciones: podemos adoptar el tiempo de los
astrónomos – 1 de Enero de 1900 / 31 de Diciembre de 1999 – o podemos tomar el
partido del historiador al acecho de las encrucijadas y de las rupturas que evidencian
cambios profundos. Los siglos nunca comienzan ni terminan en un fecha fija. Es así que
12

todo se renueva en los veinte años que anteceden a la Primera Guerra Mundial: la
ciencia con la mecánica cuántica, la música con la gama atonal, la pintura con el
cubismo, la literatura con el decadentismo y el hermetismo. El papel de la mujer
evoluciona con el movimiento de las sufragistas, la democracia se hace más profunda
con la protección del secreto de voto… Estos cambios dan testimonio del final de un
mundo y del nacimiento del otro; el siglo XX comienza bastante antes de la IPGM y
termina progresivamente tras las décadas setenta y ochenta.
Con la caída de la ideocracia leninista que se desvanece para dejar paso a unos Estados,
lo que se cuestiona es la concepción del tiempo que estructura la conciencia occidental.
Su desaparición suscita una inmensa inquietud, pues nuestra relación con el tiempo
entra en crisis. Se acabó el tiempo de las promesas, desapareció la “historia de la
humanidad que se dirige hacia unos horizontes” (Levinás). Esta ruptura ideológica y
política que sacude los cimientos de Europa no tiene, sin embargo, sentido en las otras
zonas continentales.
Asia peninsular parece escapar totalmente a la “Edad Media” europea: ninguna “crisis
de sentido”, sino todo lo contrario, el despegue de economías exportadoras. La
contradicción entre la brutalidad de los cambios económicos y las resistencias políticas
es portadora de desórdenes potenciales, en particular en China continental. El “Oriente
Lejanísimo” ha entrado en una nueva era sin revoluciones espectaculares: la emergencia
de los émulos de Japón, los NPIA (Nuevos Países Industrializados Asiáticos), se
inscribe a mediano plazo. La emergencia económica del Lejano Oriente contraste con
las convulsiones de Asia del Sur. De todos los continentes, el peor situado es África,
que se hunde en la anarquía y el desorden. En cuanto a América Latina, se mezclan
emergencia y enclavamiento, afirmación y dependencia.
Esta rápida panorámica planetaria ilustra la fragmentación del tiempo entre zonas
continentales que obedecen a su lógica propia. Al tiempo único, de origen europeo, por
la colonización y la polarización económica que condicionaba la primera mitad del
siglo, suceden los tiempos continentales, variables y todos diferentes. A la duración le
sustituye el instante, las certidumbres y las premisas absolutas desaparecen unas tras
otras. Lo que se viene abajo es nuestro aparato conceptual y nuestras matrices de lectura
conformadas por la historia, alimentando ese malestar, - ¿una “crisis de civilización”? –
que es la expresión del final de un mundo.
Con la conquista del aire y del espacio, con la “revolución” de la comunicación, da un
vuelco toda la geografía de los flujos, pero también la vida cotidiana, las relaciones con
el poder. Sin embargo, mientras que el “otro lejano” se acerca, el “otro cercano”, el
vecino, se aleja. En las sociedades, desarrolladas o no, la dinámica de fragmentación
alimenta efectivamente la exclusión. Al final del siglo, el Estado tiene cada vez menos
el monopolio de la violencia legítima (Weber): incapaz de controlar las “fuerzas de la
sombra” – economía sumergida, mafia, tráficos… –, de responder a las expectativas
difusas de la opinión pública y de actuar sobre un entorno opaco, el Estado tradicional,
heredado de los siglos pasados, está cayendo en una crisis profunda.
¿Qué inclinará la balanza? ¿Los inventos vertiginosos, el mayor bienestar, las
instituciones más justas? ¿O los millones de muertos de las guerras, los nacionalismos
exacerbados, los odios raciales y religiosos?
Nouschi. Primera parte. Los tiempos del siglo
13

Capítulo I: El nacimiento del siglo

1885, 1895, 1905, 1914, 1917, 1919… el historiador puede elegir entre múltiples fechas
para dar comienzo al siglo XX, todas tienen un sentido. Todos estos puntos de
referencia, elegidos entre una pluralidad de acontecimientos, dan testimonio de la
lentitud del cambio entre el siglo XIX y el XX. Resulta, pues, necesario cuestionarse
sobre los inicios de un siglo que afirma progresivamente su identidad.
La inflexión de la “Belle Époque”. Una “edad de oro”.
La época que antecedió a la IPGM era “la edad de oro de la seguridad”. Así es como
Stefan Zweig comienza El mundo de Ayer. Describe una especie de edad de oro
caracterizada por la estabilidad, la perennidad, y sobre todo la previsibilidad. Y Zweig
no es el único que idealizó la preguerra. En 1919 los franceses, volcándose hacia su
pasado, inventan la noción de “Belle Époque”, los británicos tienen la era eduardiana,
por referencia a Eduardo VII (1901-1910), los alemanes hablan de la era guillerminiana
para caracterizar el reinado de Guillermo II (1890-1918). Pero mantengamos lejos de
nosotros la tentación en que cayeron los contemporáneos de entonces, quienes exaltaron
un tiempo de su juventud. Estas dos últimas décadas del siglo XIX tienen ya un regusto
del siglo que vendrá, con su mezcla de inmovilidad engañosa y de cambios profundos.
De una economía mundo a otra.
A través de la economía podemos estudiar mejor este paso de la regulación
anglocéntrica a otra, nueva, impregnada por los modelos norteamericano y alemán.
Toda una serie de indicadores pone de manifiesto la languidez en la que se hunden las
islas británicas: estancamiento a partir de 1880 de la producción industrial, descenso del
crecimiento del PBN real, descenso de los salarios reales. El capitalismo británico va
rezagándose al lado de los nuevos ascensos. La economía norteamericana, más
dinámica, acabará ocupando el primer lugar.
El sistema norteamericano de fabricación.
De entrada, la economía norteamericana se diferencia de la europea por su dimensión,
pero también por la abundancia y la variedad de sus riquezas naturales y mineras. Y
sobre todo, se beneficia de la llegada creciente de inmigrantes: según los cálculos de R.
Gallman, el crecimiento de la población activa podría explicar casi la mitad del aumento
del producto nacional neto entre 1840 y 1914, de modo que el resto se distribuye entre
la tierra (9,4%), el capital (25,1%) y la productividad (19,2%).
La irrupción de la economía-mundo norteamericana supone en realidad que una
regulación de tipo oligopólico ocupe el lugar de la de antaño, más competitiva: a partir
de 1882, las grandes unidades de producción movilizan importantes presupuestos de
investigación en un momento en que el crecimiento depende cada vez más de
conocimientos científicos. La segunda “revolución” industrial represente en realidad el
reinado del ingeniero, del equipo de técnicos capaces de controlar cálculos y ecuaciones
cada vez más complejas.
Una recuperación ejemplar.
A final de la década de 1890, la excepción del Reino Unido, el conjunto de los países
industrializados muestran señales tangibles de recuperación económica.
14

La abundancia monetaria.
A principios de la década de 1890 son descubiertos los nuevos yacimientos de oro en
Klondyke (Alaska) y en la provincia de Transvaal (África del Sur). En aquel entonces,
el sistema monetario internacional – el patrón oro – descansaba en mecanismos y
automatismos bastante sencillos. Todo nuevo descubrimiento de metal precioso tenía
una triple consecuencia: un efecto monetario y bancario inmediato, ya que el aumento
de la masa metálica generaba un crecimiento sincrónico de las existencias en moneda
metálica fiduciaria y escrituraria por medio del descenso de los tipos de interés.
El aumento de la cantidad relativa de oro disponible favorece el despegue de los precios
y de los beneficios. El aumento subsiguiente de las rentas y de los fondos monetarios
alimenta la confianza, incluso la euforia, ya que el alza llama al alza. Los prolegómenos
del siglo no conocen la inflación. El comportamiento del consumo privado no difiere del
existente en el pasado: misma mesura respecto del consumo destinado al placer, misma
preocupación por el ahorro para prevalerse contra los imprevistos de la vida. En aquella
época los sistemas de previsión social están en sus balbuceos. Misma ausencia de
créditos para el consumo. Son “convenciones”, como dirá más adelante Keynes, que
impiden que se generalice la inflación.
Una industria nueva.
La recuperación de la “Belle Époque” descansa también en la afirmación de nuevos
sectores motores, es decir, ramas industriales capaces, por su peso y por su dinamismo,
de tirar del resto de la economía en un crecimiento global y acumulativo. Las industrias
de vanguardia de aquella época son el automóvil y las industrias eléctricas.
El trabajo en cadena generalizado por Henry Ford en 1913 en su fábrica de Detroit debe
mucho a la experiencia acumulada en el despiece de la carne de cerdo: abatir y
despiezar un canal es desensamblar un organismo complejo diseñando una organización
del trabajo adaptada; construir un automóvil es ensamblar piezas múltiples. La
producción se confunde con el tiempo de circulación de la cinta transportadora. Louis
Renault como Henry Ford tienen una preocupación constante por normalizar la
producción para reducir el precio del coste: los primeros Ford T que salieron en 1909
costaban 900 dólares, siete años más tarde 345 dólares. Jamás un producto, el coche,
tuvo tantas consecuencias generales e individuales: el primer salón del automóvil data
de 1898. Está naciendo una nueva civilización. El 26 de mayo de 1927 sale de las
Fábricas de Detroit el Ford T número quince millones.
Las paradojas del proteccionismo.
El tercer factor favorable para la recuperación industrial depende de la política aduanera
realizada por las naciones industrializadas. El crecimiento se da dentro de un marco que
ha vuelto al proteccionismo pues la ecuación librecambio = prosperidad se veía
desmentida por la realidad histórica. La vuelta al proteccionismo arancelario tiene unos
efectos recesivos sobre el comercio mundial durante unos ocho años, y a continuación
vuelve la expansión, con tasas de crecimiento mayores que el período del librecambio.
Finalmente, el gran perdedor de esta nueva situación comercial el Reino Unido, cada
vez más limitado por su política librecambista. Sin embargo, facilitó la emergencia de
naciones jóvenes que pudieron proteger así su crecimiento con aranceles educativos.
15

Estas últimas décadas del siglo XIX o las primeras del siglo en gestación marcan una
ruptura en la historia contemporánea. El desfase entre la velocidad de las inflexiones
económicas y la velocidad, menor, de los cambios sociales, genera un malestar
lacerante, una especie de “neurosis de fin de siglo”.
LA NEUROSIS DE FIN DE SIGLO
Una nueva lucha de clases.
“Gran malestar” o “neurosis de fin de siglo” son expresiones que traducen un mismo
proceso: la reactivación de la lucha de clases en el mundo obrero. Este movimiento, que
comienza con las primeras manifestaciones de la recuperación, dura hasta 1914, se
interrumpe al principio de la guerra antes, antes de culminar más fuerte que nunca entre
1917 y 1920.
La recuperación de los negocios acelera el capitalismo al mismo tiempo que se refuerza
el sentimiento de desigualdad en los trabajadores. Con la vuelta al pleno empleo y la
subida de los salarios reales, las huelgas y el miedo al despido afectan menos a los
obreros, que se sienten en una posición más sólida. La conciencia de clase aparece con
mayor virulencia. El taylorismo y el fordismo quiebran numerosas prácticas obreras. A
los obreros de los oficios suceden los “similaires”, antepasados de los obreros
especializados, y las solidaridades heredadas de casi un siglo de historia en común se
borran para dar paso a un nuevo adiestramiento.
Entre 1890 y 1914, todo concurre a quebrar la antigua clase proletaria para dar
nacimiento a una nueva: la energía eléctrica, utilizada cada vez más en los procesos
productivos, independiza a las fábricas de las minas, acercándolas a los centros de
producción hidroeléctrica o a los centros de consumo, las grandes metrópolis. El
acortamiento del tiempo de formación, consecuencia generalizada del taylorismo a los
sectores motores, permite contratar nuevos obreros, más jóvenes, a menudo mujeres e
inmigrados. La descomposición del trabajo en operaciones sencillas hace inútil la
famosa maestría adquirida tras larga experiencia. El resultado es una modificación de
las relaciones entre el capataz y los equipos obreros. La especialización regional
provoca la crisis del trabajo a domicilio y la destrucción de actividades tradicionales. En
suma, la “obrerización” que se traslucía en “yo, minero, hijo de minero”, deja paso a
una clase obrera hecha migas, desarraigada. De este malestar nacen las huelgas, a
menudo espontáneas.
Estos movimientos no los provocan únicamente cuestiones salariales, sino también el
trabajo a destajo, los nuevos reglamentos, los controles nacidos del taylorismo, las
condiciones de higiene. Finalmente, el aumento de la sindicalización traduce la
generalización de la conciencia de clase.
Spencer y el darwinismo social.
Los defensores del orden liberal encuentran su teórico en Herbert Spencer (1820-1903),
fundador británico del evolucionismo y el darwinismo social. Volviendo a las ideas
esbozadas por Malthus sobre la inutilidad de socorrer a los pobres, el filósofo inglés
Spencer las integra en la teoría darwinista sobre la evolución de las especies. El
resultado es un biologismo social que exalta la lucha por la vida, la supervivencia de los
más aptos y la selección natural. En Estados Unidos, las tesis de Spencer tienen gran
16

éxito en el mundo patronal y universitario. Los magnates mezclan el puritanismo, el


darwinismo social y la ética hiperindividualista para justificar su función social.
La respuesta patronal.
No obstante, el paternalismo patronal, heredado del pasado, no es apto para la
organización científica del trabajo. No consigue ni asentar la nueva clase obrera ni
ofrecer una respuesta adecuada a las expectativas del proletariado. Entonces la patronal
recurre otros métodos: la utilización de esquiroles (personajes que trabajan mientras el
otro hace huelga), la formación de sindicatos “amarillos”, los despidos colectivos tras
los paros, las denuncias anónimas de los capataces. Todo ello traduce el vigor de la
represión. La prosperidad no puede ser duradera si la fuerza de trabajo cuestiona el
orden establecido (Emile Cheysson). El laissez-faire, laissez-passer característico del
liberalismo sebe reducirse para evolucionar progresivamente hacia un tímido hacer en
materia social.
Los prolegómenos de la democracia social.
En el origen de esta inflexión existen varios factores: la desaparición de la dimensión
encomiástica del liberalismo (alabarlo) al salir de la Gran Depresión de 1870-1896, los
éxitos de los partidos socialistas y socialdemócratas que se identifican con la esperanza
de la sociedad ideal obrera, la fuerza de los modelos extranjeros de integración social.
Profundas diferencias enfrentan unas legislaciones sociales con otras: en los países
precozmente dotados de leyes de protección de los individuos frente a los grandes
“riesgos” de la existencia, la enfermedad, los accidentes laborales, el paro y la vejez, se
contraponen los que sólo conocen un sistema tardío y rudimentario. El Reino Unido
sigue con un retraso de treinta años en el camino abierto por Bismarck.
Bien o mal, la Europa industrial va realizando poco antes de la IPGM una mutación
silenciosa. Comienza a inventar un cierto tipo de relaciones sociales que integran a los
trabajadores. La ecuación “clase trabajadora clase peligrosa” pierde algo de su
virulencia, en particular en Reino Unido y Alemania, que tienen la clase obrera más
numerosa. La realidad del comienzo del siglo desmiente terminantemente las tesis
marxistas: nada de crisis final del capitalismo, ni proletarización de la clase obrera, sino
todo lo contrario, un aburguesamiento.
El siglo XIX marcado por la dureza de los enfrentamientos sociales está borrándose
para dar paso a un siglo XX corrector de las desigualdades. O al menos en ciertas
perspectivas. Después habrá que hacerlas realidad.
El higienismo.
En una Europa racionalista, la revolución pastoriana legitima las preocupaciones
higienistas y lleva a los gobiernos a legislar por evidentes razones de interés general. En
Estados Unidos, el higienismo viene más bien de los empresarios que, a imagen de
Henry Ford, están obsesionados por la racionalidad de las ordenaciones necesarias.
El triunfo de la democracia.
La realización, la profundización y la ampliación de la democracia no fueron
espontáneas, todo lo contrario. Fueron necesarias revoluciones, guerras y crisis más o
menos violentas para extender la democracia al conjunto del continente. La extensión
del sistema democrático es a un tiempo horizontal y vertical: horizontal en tanto se
17

amplía con el sufragio universal bajo el impulso de las fuerzas políticas interiores y bajo
el efecto de los modelos extranjeros. Vertical, porque la democracia se profundiza: la
cabina de votación, adoptada primero en Reino Unido, se generaliza en Francia en 1914.
Las mujeres comienzan a obtener derechos civiles: en los países escandinavos, las
mujeres pagan impuestos, pueden votar en las elecciones legislativas, y en Noruega son
elegibles desde 1911. La democracia sale vencedora de esta crisis que marca el último
plazo del proceso de democratización comenzado unas décadas antes.
DECADENTISMO Y MODERNIDAD
El diagnóstico del nihilismo.
En el plazo de varios años, entre 1887 y 1900, vuelan por los aires todos los sistemas de
conocimiento que estructuraban las ciencias humanas y las llamadas exactas. Por
oposición a las rupturas intelectuales anteriores, por ejemplo, la nacida de la filosofía
kantiana en el siglo XVIII, las nuevas teorías de finales del siglo XIX parecen destruir
más de lo que construyen, aunque la destrucción pueda formar un sistema de
pensamiento. Entre todos los filósofos de este período, Nietzsche (1844-1900) es el que
ha dirigido la mirada más crítica y más profética sobre el desencanto del mundo. El loco
que lanza el grito sobre la muerte de Dios en La Gaya Ciencia expresa el final de los
valores y de los ideales, fundamentos del Occidente cristiano. El pensamiento
nietzscheano es el espejo de un mundo entre dos épocas: con él se derrumba el ideal
metafísico y se abre un período marcado por la sospecha. Nietzsche, que se presentaba
como el último filósofo, es en realidad el primero que abre el siglo XX.
Reformular la ciencia física.
El carácter lineal de una ciencia que acumula conocimientos unos tras otros queda roto
para siempre con Max Planck (1858-1947), profesor en Yale desde 1889. Nace la física
cuántica. El siglo XX científico había comenzado en Berlín antes de la guerra, aunque
las consecuencias no hayan llegado hasta después. La llegada de la mecánica cuántica,
la física que describe los átomos, al principio del siglo XX, iba a hacer volar por los
aires el rígido corsé determinista. El azar y la fantasía entrarán con fuerza en un mundo
en el que todo estaba minuciosamente ajustado.
Y las artes…
No es casual que el cine, contemporáneo de la aviación, el automóvil, la electricidad, lo
sea también de los primeros trabajos de Freud sobre el psicoanálisis y de la reflexión del
filósofo Bergson. La introducción del movimiento en el concepto se realiza exactamente
en la misma época que la introducción del movimiento en la imagen. Y en 1911 el cine
accede al rango de séptimo arte. La creación musical también vive una revolución que
conduce al nacimiento de una escritura totalmente nueva. Viena, más que París, está en
el origen de la llamada música contemporánea, que deja atrás el principio tonal (no
entiendo de música).
El fin del ilusionismo.
No es casual que, paralelamente al cuestionamiento de los principios euclidianos y
newtonianos, emerja una nueva concepción de la perspectiva y de la frontalidad en la
pintura. En la era de la velocidad, de los medios de comunicación y de la placa
fotográfica, de los grandes medios de transporte, ¿cómo concebir una estética basada en
el punto de vista único? La electricidad modificará la luz y por ende la visión del artista.
18

La electricidad impondrá su presencia real en la obra pintada o esculpida. Los artistas


rompen con las escuelas anteriores para identificarse con un florecimiento de
movimientos: simbolismo, fauvismo, impresionismo, cubismo y futurismo.
EL SIGLO XX. Juan Pablo Fusi.
Al siglo XX se le ha definido ya, con mayor o menor fortuna, de muchas formas. En
fechas recientes se han usado, entre otras denominaciones, estas que yo conozca: el
siglo del psicoanálisis (Freud acuñó el término en 1897), el siglo del electrón (que
Thomson descubrió ese mismo año), la edad de las masas, el siglo americano, la edad
nuclear, la era posmoderna, el siglo de la comunicación, la edad del extremismo. Para su
estudio ha aparecido, también en estos últimos años, un buen número de interesantes
estudios de conjunto. En Italia, por ejemplo, se publicaron en 1996 dos libros (no
traducidos) con títulos reveladores: La modernitá e i suoi nemici, -del historiador Piero
Malogran¡, y L'Atinovecento, de Marcelo Veneziani. En España cabe citar, entre otros,
El siglo XX. 1914-1991, de Eric J. Hobsbawn; Civilización y barbarie en la Europa del
siglo XX, de Gabriel Jackson, e Historia del siglo XX, de Marc Nouschi. Yo añadiría
también El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, de
François Furet, y La guerra civil europea, 1917-1945. Nacionalismo y bolchevismo, de
Ernst Nolte, puesto que más que monografías sectoriales querían ser, y son de hecho,
análisis capitales de cuestiones determinantes para la comprensión cabal de todo el
siglo. No he citado los libros de Malograni y Veneziani por pura pedantería. Centran
con precisión el que, a mi gusto, es el debate verdaderamente sustantivo sobre el siglo
XX. El libro de Malogran¡ es una apología del progreso que el bienestar de la
humanidad (economía, medicina, ciencia, niveles de renta y consumo, seguridad social,
etcétera) ha experimentado desde 1900; Veneziani, por el contrario, se interroga sobre
los costes existenciales, civiles, culturales y religiosos que la construcción del mundo
moderno ha conllevado, desde la convicción de que la modernidad habría provocado sin
duda un progreso material y científico incomparable pero que habría terminado por
generar también un sentimiento de infelicidad colectiva y, desde luego, un gran vacío
moral.
El libro de Gabriel Jackson que citaba más arriba, Civilización y barbarie en la Europa
del siglo XX, incide desde luego en ese debate. Es en buena medida una reflexión ética
sobre nuestro tiempo (como corresponde a su autor, un historiador en cuya obra alienta
siempre un hondo sentido moral ante las cosas, como ya era evidente en La República
española y la guerra civil 1931-1939, el admirable libro que escribió en 1965). La tesis
de Jackson, recogida en el mismo título de su libro, civilización y barbarie, es que el
siglo XX ha producido espléndidas realizaciones intelectuales, científicas y culturales -
las ciencias naturales y sociales, las bellas artes y la música- suficientes por sí mismas
para mejorar la vida, elevar nuestra conciencia y ensanchar decisivamente nuestro
conocimiento; pero que ha producido también dos guerras mundiales atroces y
devastadoras, el horror nazi, la dictadura soviética, la división de Europa entre 1945 y
1989 (el libro se refiere sólo a la historia europea) y, ya en estos últimos años, las
limpiezas étnicas de la ex Yugoslavia.
Cabría, pues, vertebrar una interpretación general del siglo XX en torno a dos grandes
tesis. Primero: la revolución tecnológica, económica y social que el mundo occidental
experimentó en las últimas décadas del siglo XIX y primeros años de XX alteró
19

sustancialmente las estructuras de la sociedad y de la política y creó las fuerzas


colectivas -ante todo, el nacionalismo- que erosionaron el orden liberal del siglo XIX y
provocaron la I Guerra Mundial, acontecimiento que aparecería como particularmente
decisivo puesto que de ella salieron nada menos que la revolución rusa, el fascismo,
Hitler y la desaparición de los imperios austro-húngaro y otomano. Segundo: la
evolución de la vida intelectual y cultural a lo largo de todo el siglo y la misma
progresiva prosperidad que el mundo conocería desde el Final de la II Guerra Mundial
cambiaron la vida material, las formas del comportamiento colectivo, las relaciones
sociales, el horizonte vital, si se quiere, del hombre occidental, esto es, sus ideas y
creencias básicas, y generaron, en efecto, ese gran vacío moral que muchos
observadores creen impera en la vida contemporánea.
Este último punto es, conviene dejarlo claro, un argumento a menudo esgrimido por el
pensamiento conservador moderno. El filósofo británico Roger Scruton, por ejemplo,
suele atribuir ese vacío espiritual que parece anidar en la conciencia moderna -y
vivimos ciertamente una época en que cualquier atrocidad, cualquier horror, toda
vulgaridad, toda conducta antisocial parecen estar permitidos- a los valores mismos que
inspiran, desde el siglo XVIII, las ideas de bienestar y progreso: al pluralismo
ideológico, a la permisividad moral, a la pérdida o rechazo de la religión, a la tolerancia
sexual, a la visión misma de la vida como placer.
El juicio de la historia nunca es tan categórico. Pero el argumento no carece de
fundamento. Desde luego, el siglo XIX vio cómo las formas tradicionales de la vida
religiosa fueron perdiendo gradualmente su función como elemento de cohesión social.
Elaborar una ética laica y liberal que sustituyese a la religión vino a ser así uno de los
grandes problemas del siglo XX. Por lo que sabemos, eso no ha tenido hasta el
momento solución convincente. La Guerra Mundial alteró radicalmente la conciencia de
la humanidad. Hechos como el holocausto y como el estalinismo sólo son posibles
cuando la sociedad no se fundamenta en pautas morales sólidas y vigorosas.
Pero tampoco convendría precipitarse a conclusiones desesperanzadas y pesimistas.
Jackson, por ejemplo -por volver al argumento anterior-, ve en su libro el futuro de
Europa con esperanza. En primer lugar, en razón de la importancia y magnitud que las
políticas de bienestar y seguridad social han adquirido desde 1945, una conquista sin
duda irreversible; en segundo lugar, a la vista del derrumbamiento de los regímenes
comunistas en la Europa del Este, del fracaso del comunismo como ideología. El futuro,
para Gabriel Jackson, es el liberalismo: una economía de mercado limitada y corregida
por reformas humanitarias, libertades individuales, libertad de expresión, política
constitucional, tolerancia. Visto lo ocurrido en estos últimos cien años, habrá que desear
que lleve razón: el liberalismo democrático es casi la única ideología no asociada en el
siglo XX a violencia y destrucción.
LOS INICIOS DEL SIGLO XX: CAMBIOS POLÍTICIOS Y CULTURALES
ANTES DE LA 1° GUERRA MUNDIAL.
La colonización de África: 1815 – 2015.
1800-1880. África antes de la colonización europea.
20

En 1820, los ejércitos egipcios comenzaron a avanzar hacia el sur, remontando el río
Nilo. En pocos años Mehmet Alí se hizo con el control de las tierras de Nubia y Sudán,
ricas en recursos y en esclavos. Egipto era uno de los cinco Estados africanos que
podemos etiquetar como modernos y que no estaban bajo el control de los europeos.
Los otros tres Estados autóctonos que convivían en el continente eran Marruecos, el
Imperio Otomano (su rama libia), el Sultanato de Zanzíbar (en la costa Este) y el Estado
afrikáner al norte de la Colonia del Cabo, que si bien era un país «de blancos», se puede
considerar como Estado netamente africano (sus habitantes no eran europeos).
o que caracterizaba a estos cinco países era su condición de africanos (no eran colonias
de países extranjeros) y su adelanto tecnológico (por eso lo de modernos). En África
predominaban los Estados de origen tribal, pequeños territorios gobernados por
monarquías familiares históricas, como los Reinos Mossi. La mayoría de estos Estados
desaparecieron conforme avanzaba el S.XIX y llegaban masivamente los colonos
europeos.
La llegada de los europeos al África subsahariana provocó la desarticulación de los
antiguos patrones comerciales y del intercambio cultural. Aunque en torno al año 1800
la presencia continental de Europeos se limitaba a la Colonia del Cabo (ingleses), al
Magreb (franceses) y a las costas angoleñas y de Mozambique (portugueses), lo cierto
es que las potencias europeas sí tenían varios enclaves portuarios por toda la costa
africana. España tenía puertos en el Golfo de Guinea, así como Inglaterra y Francia, que
tenía puertos desde Senegal hasta Gabón.
Los europeos explotaron una forma de comercio (el marítimo) que los reinos africanos
no habían desarrollado. Los portugueses fueron pioneros instalándose en las costas
orientales (Beira, Quelimane, Mozambique…), donde comerciaron y compartieron
espacio con el Sultanato de Zanzíbar, un Estado que en realidad era un asentamiento
permanente de los omaníes de la Península Arábiga. La presencia de comerciantes
musulmanes dio lugar a la aparición de nuevos Estados, sobretodo en la zona de los
Grandes Lagos.
Conforme avanzaba el S.XIX, los exploradores europeos aumentaron en número y
ambiciones. Los enclaves portuarios no eran suficiente implantación como para
controlar las riquezas del interior del continente. El descubrimiento de la riqueza
mineral del sur de África en la década de 1870 detonó la lucha por esos territorios entre
los países europeos.
1880-1950. Un continente invadido por inmigrantes.
La superioridad militar fue la responsable de que los europeos colonizaran en poco
tiempo un continente tan grande como África, y el factor determinante de que ese
control se alargara en el tiempo hasta la mitad del siglo XX. Durante interminables
décadas el continente africano vio cómo sus minas se vaciaban y sus árboles se
cortaban, para beneficio de unos extranjeros blancos que tenían el poder de la
tecnología.
Una superioridad tecnológica que en realidad era un pretexto para llevar a la práctica la
superioridad moral que los europeos creían tener sobre los subdesarrollados africanos.
21

El ministro de asuntos exteriores alemán, Bernard von Bulow, excusó la colonización de


África en 1897 porque Alemania tenía derecho a «ocupar un lugar bajo el Sol».
El derecho de cualquier país a ocupar un lugar bajo el Sol (un derecho casualmente
reclamado únicamente por países europeos, nunca por africanos) significaba la
justificación de la colonización y la explotación de los recursos de territorios
extranjeros. Tales preceptos morales carentes de ética fueron firmados y aceptados en la
Conferencia de Berlín de 1885, donde Europa decidió unilateralmente el futuro y el
destino de África.
Los europeos no sólo derramaron sangre en su avance hacia el corazón del continente,
sino que además implantaron las costumbres occidentales, terminando con culturas y
tradiciones locales milenarias. Abolieron las monedas existentes, introdujeron
impuestos, cambiaron los modelos de comercio… Tanto las materias primas como los
recursos humanos fueron explotados en beneficio exclusivo de la industria y del
comercio de Europa. Ante este ataque tan evidente, en varios puntos del continente
surgieron movimientos de resistencia, que no duraron mucho.
Tan sólo un Estado logró hacer frente a los europeos: Etiopía, liderada por el
modernizador emperador Menelik II, aplastó a un ejército italiano en la batalla de Adua
(1896). El Estado de esclavos libres de Liberia también logró sobrevivir, a pesar de una
importante pérdida territorial a manos de Gran Bretaña y de Francia.
La descolonización durante el S. XX:
El proceso de descolonización fue complicado y escalonado en el tiempo. Después de la
Primera Guerra Mundial (1914-1918) los movimientos independentistas africanos
tomaron relevancia, pero fue tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) cuando las
fuerzas aliadas, deseando quitarse la carga económica de mantener grandes imperios,
prometieron la independencia de sus colonias en África.
En la mayoría de las colonias británicas y francesas la transición a la independencia se
produjo de manera pacífica, a excepción de la sangrienta Guerra de Independencia de
Argelia (1954-1962). Otros países también requirieron el uso de las armas para
conseguir librarse de sus ocupadores, como en el caso de la Guerra colonial portuguesa
(1961- 1975).
Tras los procesos de independencia, el continente africano se encontró en una situación
de inestabilidad política, pobreza económica y dependencia de las potencias
occidentales debido a la deuda pública. Numerosas guerras civiles y conflictos
nacionalistas ensombrecieron el periodo de independencia. La introducción de nuevas
ideologías (marxismo y neoliberalismo), las diferencias raciales, los nacionalismos y las
fronteras artificiales fueron (y son) algunos de los causantes de la inestabilidad y los
problemas en África.
1990 – 2015. La invasión como forma de colonización:
200.000 millones de dólares es el enorme monto que totalizó el comercio entre África y
China en el año 2013, más del doble de los nada despreciables 85.000 millones que
Estados Unidos intercambió con el continente africano ese mismo año. Una cifra que,
22

traducida en términos de relaciones internacionales, convierten a China en el principal


socio económico de África.
Ser el principal socio económico de África en el S.XXI puede equipararse a ser el
mayor colonizador en el S.XIX. Dejando a un lado la colonización cultural, el
exterminio de pueblos y la esclavización de personas, en términos económicos supone
la misma importancia: China tiene colonias en África, solo que ahora las conocemos
como socios comerciales. En la actualidad el continente africano sigue sufriendo un
intenso proceso de colonización.
Tres colonizadores que usan métodos diferentes: China, Francia y Reino Unido. El
gigante asiático es conocido por tener en África un interés especial. En el caso de
Francia, la colonización militar se excusa por la «obligación moral» de proteger la
llamada Francáfrica. Y finalmente, Reino Unido tiene un estilo mucho menos discreto.
China: financiación de infraestructuras ¿A cambio de qué?
l primer viaje oficial que realizó el presidente chino, Xi Jinping, fue a Rusia.
Inmediatamente después de visitar a un aliado crucial para la geopolítica mundial como
es su país vecino, el máximo mandatario del país más poderoso del mundo se dirigió a
África. Constatación de que el continente africano es una prioridad en la agenda del
Gobierno chino en su estrategia de desarrollo.
El continente africano esconde bajo sus tierras el 57% del cobalto del mundo, el 46% de
los diamantes, el 16% del uranio, el 13% del petróleo del planeta, el 21% del oro, el
44% del cromo, el 39% del manganeso… en definitiva: un tesoro de recursos naturales
codiciado por las grandes potencias, que, no hay que olvidarlo, están en una constante
competición por el control de los recursos.
Eso es lo que China quiere de África. Y lo está consiguiendo. Hoy en día es el principal
extractor de recursos naturales del continente, principalmente consumidor de minerales
y metales. Por ello es tan importante mantener satisfechos a los gobiernos africanos.
Nada es gratis en este mundo.
Francia: fuerte implantación militar ¿Para proteger qué?
En los últimos cincuenta años Francia ha intervenido militarmente en suelo africano en
44 ocasiones. Hasta la década de los noventa, lo hizo de manera unilateral, sin preguntar
a nadie. Hoy son más precavidos y cuando actúan lo hacen bajo el mandato de algún
organismo internacional. El aval no cambia el fondo: el ejército francés ha ocupado
África.
Atendiendo al mapa anterior, observamos cómo Francia tiene varias bases militares en
la zona del Sahel, y tropas desplegadas en muchos países. En la mayoría de los casos no
son tropas estáticas ni pasivas, sino que se emplean con intensidad en sus labores
militares. Ejemplos recientes los encontramos en los años 2002, 2003, 2004, 2008, 2011
y 2014. Es una región del mundo muy convulsa: el escenario perfecto para desplegar
tropas.
Si bien es cierto que la labor del Ejército francés es importante para frenar el avance de
los yihadistas, hay voces que dudan de la buena voluntad del Gobierno de Francia. A las
23

sospechas de intereses ocultos se unen noticias que empeoran la imagen de las tropas
francesas en el continente. Un informe de la ONU acusó a soldados franceses de violar a
niños en la República Centroafricana. Al parecer chantajeaban a los menores
prometiéndoles comida. Más allá de casos puntuales que pueden hacer dudar de la
intervención militar de Francia en África, debemos preguntarnos, ¿qué están
protegiendo todos esos soldados franceses en tierras extranjeras?
Las explicaciones a este despliegue de fuerzas militares se pueden encontrar en tres
dimensiones: histórica, humanitaria y económica. Brevemente comentaremos que,
efectivamente, históricamente Francia tiene un vínculo indudable con muchos países
africanos. Se puede entender una sincera voluntad de ayudar a antiguos hermanos. En la
dimensión humanitaria, qué duda cabe que muchos de estos países necesitan de la ayuda
de países ricos como Francia para crecer y desarrollarse.
Son varios los analistas que apuntan a que no es descabellado pensar que Francia está en
África para vigilar el control de los recursos naturales. Además, es sorprendente ver
cómo todavía hoy algunos países africanos tienen que pagar tributos a Francia por los
supuestos beneficios que obtuvieron de la esclavitud y la colonización.
Pero no toda la acción francesa en África está sujeta a la condena pública. A finales de
2015, Francia anunció una inversión de 130 millones de euros para el desarrollo de
infraestructuras en Nigeria.
Reino Unido: explotación sistemática de los recursos energéticos.
in ningún tipo de excusa como las que se pueden intuir en los casos anteriormente
citados de China y Francia, que pueden defender su implantación territorial en países
extranjeros con argumentos por el desarrollo y la seguridad de los pueblos africanos, el
Reino Unido mantiene una posición muy directa y clara: está en África para extraer sus
recursos, principalmente energéticos.
El país que vio nacer el liberalismo económico pone en práctica su marco teórico a la
perfección: la empresa privada tiene vía libre para actuar. Y lo hace. Fruto del gran
control territorial que a comienzos del S.XX el Imperio Británico tenía en el continente
africano, empresas como las señaladas en el mapa, tienen hoy la exclusividad de la
explotación de recursos naturales como el petróleo y el gas.
En la actualidad, más de 100 años después, ambas empresas nos recuerdan que la época
de la colonización sigue activa. En Egipto, uno de los territorios controlados por los
ingleses, el 40% del gas producido por el país lo produce British Petroleum, así como el
15% del petróleo.
VIDEO: EL IMPERIALISMO.
El termino imperialismo hace referencia a la actitud, doctrina o acción que conduce al
dominio de un estado a otros, mediante el empleo de la fuerza militar, económica o
política. Un estado imperialista desea imponerse sobre otros países y ejercer su control,
se trata de naciones que tienen una gran fuerza y no dudan en utilizarla de manera
indirecta o directa.
Historia del imperialismo.
24

Durante el último tercio del S XIX, las potencias europeas y extra europeas, como EE
UU y Japón, desarrollaron una política de expansión colonial acelerada que ya venía
gestándose desde comienzos del siglo, esta nueva fase del colonialismo, que recibe el
nombre de imperialismo tendía a la formación de grandes imperios y constituyo una
constate fuente de conflictos que desembocaron en la PGM.
Algunas veces el sistema imperial se asocia con la expansión económica de los países
capitalistas, otras veces a la expansión europea después 1870.
¿Imperialismo o colonialismo?
Aunque algunos dicen que el imperialismo significa lo mismo que el colonialismo, y los
dos términos se utilizan de la misma manera, hay que distinguir entre los dos:
Imperialismo: el sistema imperial es la política de expansión y dominio territorial o
cultural y económico de una nación sobre otra y ocurrió en la época de la segunda
revolución industrial, se ejerce formal e informalmente, directa o indirectamente,
política o económicamente.
Colonialismo: normalmente implica un color político, involucrando la anexión de
territorios y la pérdida de la soberanía, aunque en muchas ocasiones el colonialismo fue
producto del sistema imperial, los países imperialistas buscan: materia prima, mercado
consumidor y mano de obra barata.
Datos importantes del imperialismo:
El imperialismo que se desarrolló durante el S XIX, surgió como una consecuencia de la
revolución industrial, la expansión de esta revolución en su segunda fase, genero entre
los países, la progresiva necesidad de ampliar sus mercados para mitigar los efectos de
la alta competitividad y disminución de ganancias. También se dio un retroceso
económico afectando a las potencias europeas, causando su producción, agotamiento de
mercados, lo que hizo que las potencias se volvieran rivales por creación de nuevos
mercados en todo el mundo.
La expansión imperial fue considerada como un desarrollo histórico y la guerra fue vista
como una condición necesaria para instituir el dominio que sumaba sentido de
superioridad racial.
Características del imperialismo:
El estado busca su expansión principalmente a partir de la sumisión económica de otras
naciones, también el estado dominante ejerce dependencia política, cultural o
económica sobre los demás.
El etnocentrismo, donde se decía que unas razas estaban por encima de otras.
El darwinismo social, superioridad de los pueblos dominantes en relacion a los
dominados además que promueve la supervivencia del más apto como un factor social.
Como el proceso de expansión de las potencias europeas, para ser más dominantes,
también capital industrial fundido al capital financiero, fuerte impulso gracias al
desarrollo industrial dado por la revolución industrial, utilización de mano de obra
barato en los pueblos conquistados.
25

Consecuencias:
 Cuestiones demográficas. Incremento al disminuir la mortalidad, esto trajo el
desequilibrio de la población y los recursos.
 Cuestiones económicas. La explotación de los territorios obtenidos hizo
necesaria el establecimiento de un desarrollo.
 Cuestiones sociales. Estas se manifestaron en el establecimiento de la burguesía
de comerciantes y funcionarios procedentes de la metrópoli.
 Cuestiones políticas. Los territorios dominados sufrieron la dependencia de la
relacion con la metrópoli, sin embargo, esta dependencia no estuvo exenta de los
conflictos.
 Cuestiones culturales. Produjo la pérdida de identidad y de valores tradicionales
de las poblaciones indígenas y de la adopción de las pautas de conducta, como
educación, lengua y mentalidad de los colonizadores.
 Cuestiones geográficas. Los mapas políticos se vieron alterados por la creación
de las fronteras artificiales que nada tenían que ver con la configuración
preexistente.
 Cuestiones ecológicas. Provocaron la modificación, destrucción de ecosistemas
naturales.
El colonialismo
En 1870 el mundo había conocido aproximadamente cuatrocientos años de
imperialismo europeo entendiendo por ello la expansión de las potencias europeas sobre
otros países. Siempre, su control sobre territorios no europeos había supuesto comercio,
misiones, aventura, asentamiento, pillaje, orgullo nacional, conquista y guerra. Pero no
fue siempre necesario cruzar el mar; tenemos buenos ejemplos del mismo proceso
dentro de áreas continentales: la creación de grandes imperios dinásticos por los
Habsburgo y por los turcos otomanos, las conquistas continentales de Napoleón, el
rápido avance de Rusia sobre Asia Central y Meridional durante el siglo XIX, la
expansión hacia el Oeste de los Estados Unidos… La etapa posterior a 1870 empezará
muy pronto a ser conocida – en un sentido específico y desagradable – como la edad del
imperialismo. Así, cuando analizamos el mapa colonial de 1815 debemos tener
cuidado. La verdad colonial de 1815 está prácticamente constituida por la red que sobre
todo el mundo ha trazado la marina y los intereses británicos; una red que presenta el
único desgarrón de la independencia de los Estados Unidos.
El viejo colonialismo tenía su lógica en el triunfo del mercantilismo; la colonia era
entonces una parte integrante de un sistema considerado necesariamente cerrado. Esta
visión pierde consistencia según se extienden las ideas liberales. En 1815 el interés
económico de las colonias no es tan evidente como había sido antes. Por otro lado, las
metrópolis se verán sacudidas por las ideas de emancipación mientras descubren la cruel
suerte que están corriendo las poblaciones colonizadas. Pero ya trate de colonias
tropicales, de la India o de colonias de poblamiento, la necesidad de mantener la
comunicación con cada una de ellas exige a Inglaterra el desarrollo de otro tipo muy
especial de colonias: los establecimientos comerciales y puntos de escala que se van
añadiendo a las bases adquiridas en 1815 y que jalonan las rutas comerciales.
26

Entre 1876 y 1914, aproximadamente las cuarte parte de la superficie del planeta fue
distribuida o redistribuida en forma de colonias entre media docena de Estados: el Reino
Unido, Francia, Alemania, Bélgica, Italia y Estados Unidos (en su propio territorio).
Más difícil es calibrar las anexiones imperialistas de Rusia, ya que se realizaron a costa
de los países vecinos y siguiendo un proceso de varios siglos de expansión territorial.
De los grandes países coloniales, solo los Países Bajos no pudieron, o no quisieron,
anexionarse nuevos territorios, limitándose a ampliar su control sobre las islas
indonesias.
Los últimos decenios del siglo XIX y los comienzos del siglo XX constituye, pues, la
edad de oro del imperialismo colonial. La colonización se convierte en la gran aventura
de los pueblos modernos. Al final, el mundo blanco se verá desgarrado por dos
objetivos contradictorios: unirse para asegurar su supremacía o dejar hablar a las
ambiciones nacionales y hacer del éxito colonial un elemento fundamental del prestigio
de cada Estado.
Lo que hace necesario encontrar alguna razón especial para el nuevo imperialismo es
tanto su repentina aparición como su preeminencia en la política de las potencias
durante los años 1870-1914. Adam Smith consideró que las cargas del colonialismo
eran más pesadas que los beneficios que proporcionaban. El radicalismo favoreció el
laissez-faire. Pero años después todos anunciarán su conversión a una política de
consolidación imperial y de expansión mientras la opinión pública también cambia
abruptamente. El coro de anticolonialismo anterior a 1870 resulta raro como preludio de
una era de febril reparto colonial. No es extraño que desde entonces busquemos la
explicación de un giro tan extraordinario.
Para los observadores ortodoxos se abría una nueva era de expansión nacional en la que
parecía difícil separar con claridad los elementos políticos y económicos y en la que el
Estado desempeñaba un papel cada vez más activo y fundamental en los asuntos
internos y externos.
Los observadores heterodoxos analizaban la nueva época considerándola una nueva fase
del desarrollo capitalista.
En cualquier caso, aunque el colonialismo apareciera como un aspecto – por muy
importante que fuese – de un cambio más generalizado del mundo, el colonialismo era,
sin duda, el aspecto más visible y constituyó el punto de partida de análisis más
amplios.
No debemos olvidar que el análisis del imperialismo realizado por Lenin se convertirá
en un elemento central del marxismo revolucionario de los movimientos comunistas a
partir de 1917.
Para entender la controversia debemos darnos cuenta de que el punto central del análisis
leninista era que el nuevo imperialismo tenía raíces económicas en una nueva fase
específica del capitalismo que entre otras cosas, había conducido a la división territorial
del mundo entre las grandes potencias capitalistas y al estallido de las rivalidades
producidas por dicho reparto.
27

Para entender mejor la naturaleza del llamado imperialismo colonial conviene plantear
su relación con el proceso general histórico antes de preguntar por la causa de aquel
específico reparto del mundo. La creación de un mercado mundial alteró profundamente
las bases de todas las sociedades existentes potenciando grados y formas muy diversas
de desarrollo.
Las diferencias de niveles técnicos y económicos entre los países económicamente
desarrollados y aquellas áreas del globo caracterizadas por economías tradicionales
agrarias, y a menudo primitivas, condujo a la dependencia económica de estas últimas;
aquellas regiones que asistieron al nacimiento de la industria moderna se convirtieron en
áreas dominantes durante toda una época de la historia.
Es necesario tener en cuenta que, a medida que cada país empezó a sentir el impacto de
la revolución industrial, comenzó a tomar forma lo que podría llamarse su fisonomía
económica nacional. El nacionalismo, especialmente en el período que siguió a la
Revolución Francesa, se constituyó en una de las grandes fuerzas de la historia europea.
El nacionalismo, lo mismo que el liberalismo, fueron alimentados por el crecimiento
económico; la industria moderna nació dentro de los límites del Estado nacional. En el
mismo momento en que las mejoras de las comunicaciones y del transporte parecían
reducir los límites del mundo y los Estados quedaban cada vez más implicados en la
división internacional de la producción, se hizo más aguda la identificación de los
intereses de la ascendente burguesía industrial y comercial con el Estado-Nación:
correspondía al Estado proporcionar un clima favorable para las actividades de sus
negocios en el país y promover sus intereses frente a los de sus rivales extranjeros.
Pero ¿por qué los principales Estados industriales iniciaron una carrera para dividir el
mundo en colonias? El argumento más conocido del análisis marxista es la presión del
capital para encontrar inversiones más favorables que las que se podían realizar en el
interior del país.
A partir de aquí, el imperialismo colonial se nos muestra como producto de una
economía internacional basada en la rivalidad de varias economías industriales
competidoras. Pero por muy importantes que sean las fuerzas económicas, no pueden
explicar, por ejemplo, por qué Francia, uno de los países del occidente europeo menos
industrializados, fue uno de los primeros en tomar la senda de la expansión colonial.
No tiene pues ningún sentido que pensemos que todas y cada una de las nuevas
colonias, por las que tanto pelearon las grandes potencias de la época del imperialismo,
fueron conquistadas con la idea de hacer de ellas un Dorado. Las colonias podían ser
simplemente bases adecuadas para la penetración económica, puntos estratégicos de un
diseño más amplio o símbolo de status de gran potencia.
Así, una vez que el estatus de gran potencia se asoció con el hecho de hacer ondear la
bandera sobra una playa, la adquisición de colonias se convertirá, con independencia de
su valor real, en un símbolo de status. Un país fuerte tenía que tener colonias y las
colonias hacían fuerte a un país. Este sentimiento lo tendrán los británicos y lo tendrán
las naciones continentales.
28

Estados que no pueden esperar extenderse por Europa, pueden conseguir amplios
territorios fuera de ella. La arrebatiña por África presenta, de una forma muy particular,
un magnífico ejemplo de competición entre Estados.
También algunos ideales y algunas necesidades psicológicas propias de la época
sostienen a este nuevo imperialismo. Las actividades de exploradores y aventureros, de
sociedades anti-esclavitud y de misiones cristianas, proporcionan un fuerte impulso a
los movimientos coloniales.
Sus súplicas se encontrarán con la respuesta de aquellos que si bien no comparten su
celo por extender los beneficios del Cristianismo en ultramar, aceptan, sin embargo, la
común creencia de que era obligación de los pueblos europeos tomar sobre sí la carga
del hombre blanco, emprender la misión civilizadora y llevar a las regiones atrasadas los
beneficios de la civilización contemporánea.
A finales del siglo XIX, a las tres principales grandes potencias europeas del nuevo
imperialismo – Reino Unido, Francia y Rusia – se unen otras dos: Alemania e Italia, que
por tanto, siempre consideraron que han llegado tarde al reparto.
En resumen, dentro del proceso de formación de una economía, por primera vez
verdaderamente mundial, el aspecto más nuevo del nuevo imperialismo está constituido
por el reparto de dos continentes – África y Asia – despiezados en forma de colonias.
Como se trata de las únicas grandes áreas el globo que no habían caído bajo la
influencia europea antes de 1870, las décadas que van de 1870 a 1914 verán cómo se
completa, con gran rapidez, la expansión de la influencia europea sobre el conjunto de
la Tierra y cómo el proceso se consuma en una época, por ello, muy especial, en la que
el realismo, la crueldad y las rivalidades de los Gobiernos de los Estados nacionales
europeos serán excepcionalmente grandes.
Una época, por consiguiente, que tendrá un carácter especialmente autoritario e
implacable. Pues bien, esta cualidad proviene tanto de la naturaleza de la política
europea como de las necesidades del desarrollo económico.
La desnuda política de poder del nuevo imperialismo fue la proyección, sobre la
pantalla ultramarina, de las posiciones y rivalidades entre los Estados de Europa. Es esta
combinación de nuevas condiciones económicas con relaciones políticas cada vez más
anárquicas la que puede explicar mejor la naturaleza del nuevo imperialismo. Y para
comprender mejor esas relaciones internacionales conviene que nos detengamos en el
análisis del sistema del Concierto de Europa.
No es fácil concretar la naturaleza del Concierto de Europa porque la mayor parte de sus
éxitos se basaba en actitudes – en disposiciones de ánimo – que conducían a una
diplomacia moderada al servicio de unos objetivos moderados, como respuesta al hecho
fundamental de toda política internacional: la distribución del poder.
No debemos olvidar que nos encontramos ante un sistema internacional que tiene su
núcleo en el viejo continente y que disfruta de un amplísimo entorno exterior formado
por el resto de la geografía mundial.
Estos dos factores – el equilibrio entre cinco grandes potencias y la existencia de una
determinada área donde funciona el compromiso de moderación – serán destruidos al a
29

vez por la misma razón: la difusión del proceso de avance tecnológico en la mayor parte
de las sociedades desarrolladas, cuyas principales consecuencias son una profunda
alteración de las bases del poder y un profundo cambio en la naturaleza del Estado.
No resulta aventurado considerar que fue la habilidad tecnológica alemana lo que
permitió su ascenso y, como consecuencia, puso fin a la igualdad entre los grandes
Estados. Al mismo tiempo, la revolución de los transportes y de las comunicaciones
llevó al colapso a la noción de área definida: el sistema fue perdiendo los límites que
separaban su núcleo de su entorno exterior.
De esta manera la destrucción del Concierto de Europa puede explicar de manera
satisfactoria decisiones políticas como las que llevaron a tantos Estados europeos a
precipitarse sobre África y Asia.
No olvidemos que sin esta diferencia entre núcleo y entorno, ni Inglaterra ni Rusia
hubieran aceptado la idea de que las relaciones de poder entre las cinco grandes
potencias eran equilibradas y que, por lo tanto, debían apuntalar el sistema
internacional. Por la misma razón parece también conveniente que el reparto de esos
continentes sea considerado en relación con el problema que se plantea cuando, como
resultado de los cambios en la distribución del poder, parece necesario ampliar el núcleo
del sistema y llevar al hasta entonces entorno exterior los beneficios del Concierto.
África: la penetración económica europea estaba extendiendo una fuerte inestabilidad
por todo el continente; ni las economías tradicionales ni las sociedades tribales podían
permanecer estables, sobre todo en los años 1880 y en la zona costera occidental. Los
antagonismos sociales y las crisis locales suponen un riesgo para el comercio europeo y,
paradójicamente, proporcionaban un nuevo argumento para recomendar el paso de la
penetración económica al control político.
Asia: el inmenso continente asiático fue, como el africano, escenario privilegiado del
gran impulso colonial de las grandes potencias del siglo XIX. Los rusos colonizarán
Siberia, Cáucaso y Turkestán, e intentarán extender su poder sobre China y su zona de
influencia. Los británicos se habían establecido tan firmemente en India que allí era
muy difícil que pudieran penetrar los competidores. Será en la zona conocida Lejano
Oriente donde se condense la nueva rivalidad entre unas potencias que ahí no serán
únicamente europeas.
Los países que bordean el Pacífico eran más atractivos y saludables que los territorios
africanos y aunque estaban densamente poblados y altamente civilizados, no serán
capaces, durante este período, de resistir a los recursos económicos, políticos y militares
empleados por las potencias. Con todo, la zona mayor era la formada por China y sus
vasallos, un imperio virtualmente cerrado a los europeos durante siglos y que en siglo
XIX mostrará una especial determinación para excluir el comercio exterior y la
penetración extranjera que el colonialismo hará fracasar a lo largo de un proceso
histórico especialmente dramático.
Pero si en África los acuerdos entre las potencias conducirán a un reparto casi completo,
en Asia por el contrario, las rivalidades entre los europeos y las resistencias autóctonas
serán de tal entidad que se hará imprescindible tolerar independencias o defenderlas por
su función de Estados tapón.
30

Estados Unidos: hasta finales del siglo XIX, las ambiciones territoriales
estadounidenses encontraron en América del norte su escenario natural. La situación
será distinta cuando los intereses estadounidenses se concentren en el Pacífico y en
Centroamérica. La fecha clave es 1898, cuando la derrota española pone en sus manos
Cuba, Puerto Rico y Hawái. A pesar de la retórica oficial que rechaza toda expansión
colonial, por fidelidad a su propia historia, la intervención de Estados Unidos en la vida
económica y política de esas zonas tiene mucho que ver con los intereses de una
economía que ha alcanzado la madurez, mientras se extienden con gran éxito las ideas
imperialistas de autores como Mahan.
Con el presidente Theodore Roosevelt, la política del gran garrote hace de la región del
Caribe el patio de atrás de la gran potencia norteamericana: a partir de 1900 las
intervenciones se multiplican.
Con respecto a sus, en sentido jurídico, colonias, Estados Unidos desarrollará una
política más liberal.
Ahora bien, parece seguro que ningún Gobierno de una gran potencia europea en los
años anteriores a 1914 deseaba ni una guerra general ni un conflicto militar limitado con
otra potencial. Esto queda plenamente demostrado por el hecho de que allí donde las
ambiciones entraban en oposición directa, sus numerosas confrontaciones se
solucionaban siempre a través de acuerdos pacíficos. En vísperas del estallido de 1914,
los conflictos coloniales no parecían plantear problemas insolubles para las diferentes
potencias competidoras, hecho que se ha utilizado para afirmar que las rivalidades
coloniales no influyeron en el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial.
Las raíces de la guerra deben buscarse en el carácter de unas situaciones nacionales cada
vez más deterioradas, que fueron escapando progresivamente al control de los gobiernos
y que estallaban en medio de una Europa dividida en bloques opuestos de potencias.
Esos bloques eran nuevos y resultaron esencialmente de la aparición en el escenario
europeo de un Estado alemán unificado, establecido mediante la diplomacia y la guerra
a expensas de otros que serán neutralizados con una serie de alianzas en tiempos de paz.
Que a su vez desembocaron en otras contraalianzas.
El sistema de bloques será peligrosísimo para la paz cuando las disputas entre ellos se
conviertan en confrontaciones incontrolables. Pues bien, no parece exagerado relacionar
el colapso del Concierto de Europa con una desesperada búsqueda de seguridad en un
mundo internacional profundamente alterado por la globalización del sistema. Al final,
la progresiva ampliación del núcleo del sistema internacional terminará por destruir al
mismo, provocando un aumento de la inseguridad que, unido a otros temores más
domésticos, llevaron a los estadistas a soluciones catastróficas.
Por último, conviene no olvidar que si no fueron colonialistas los motivos inmediatos
que llevaron a las declaraciones de guerra en 1914, esa decisión fue tomada sobre la
base de unas imágenes del mundo forjadas, en parte, por anteriores empresas coloniales.
El pensamiento imperialista aceptó siempre el riesgo de la guerra y consideró siempre la
lucha armada como una parte esencial de la expansión imperial. Las decisiones del
verano de 1914 no hubieran sido posibles sin un preexistente estado de ánimo que hizo
de los europeos gentes dispuestos no solo a aceptar la guerra sino incluso a recibirla con
31

alborozo. El imperialismo colonial contribuyó de manera destacada a la creación de ese


volátil estado anímico.
¿Qué define una colonia?
Cuando se creó la ONU nada más terminar la Segunda Guerra Mundial, un buen
número de países —entre ellos algunos ganadores de la guerra— tenían bajo su control
una gran cantidad de territorios enmarcados en un régimen colonial. En su artículo 1, la
Carta de las Naciones Unidas indica “el respeto por el principio de la igualdad de
derechos y por el de la libre determinación de los pueblos”. Y aquí aparecía un concepto
clave: libre determinación de los pueblos. Como indica la propia ONU, ese derecho
significa que “el pueblo de una colonia o Territorio dependiente decide sobre la futura
condición de su país”. Relacionado con eso, también surgía la duda de qué se podía
considerar una colonia o territorio dependiente, y la ONU lo definió como “un territorio
cuyo pueblo todavía no ha alcanzado un nivel pleno de autogobierno”.
Esta idea a menudo se ha confundido con una especie de derecho a la independencia,
cuando no es exactamente así. El derecho a la autodeterminación estipula que los
territorios coloniales tenían derecho a decir qué querían ser en el futuro. La mayoría, por
motivos obvios, han acabado eligiendo la independencia, pero otros territorios, a
menudo insulares y bastante dependientes, han preferido mantenerse ligados a otro país,
normalmente europeo —como ocurrió recientemente con Nueva Caledonia, territorio
francés—. Incluso llegó a haber extraños inventos federales y confederales en un último
intento de las metrópolis europeas por conservar estos territorios atados —y eludir en lo
posible las obligaciones descolonizadoras—, como la Unión Francesa o la Unión
Indonesio-Neerlandesa.
Ante las dilaciones de las potencias coloniales en aplicar el derecho a la
autodeterminación, la ONU insistió en 1960 con la Resolución 1514, donde se exponía
que “En los territorios en fideicomiso y no autónomos y en todos los demás territorios
que no han logrado aún su independencia deberán tomarse inmediatamente medidas
para traspasar todos los poderes a los pueblos de esos territorios”, seguida de la
Resolución 1541, que era algo así como una guía para saber cuándo un territorio se
consideraba descolonizado y en la que, para garantizar que esto se cumplía, creó el
llamado Comité Especial de Descolonización.
Este comité es el que pilota y asesora a los territorios para poder ejercer su derecho a la
autodeterminación, aunque es la Asamblea General de la ONU la que decide si incluir o
no a un territorio en la lista de los lugares pendientes de descolonización. Hoy esa lista
consta de 17 territorios que aún no han ejercido el derecho a la autodeterminación. La
mayoría son islas y archipiélagos, además de dos territorios continentales: Gibraltar y el
Sáhara Occidental. Cada uno de ellos tiene una potencia administradora, que es el país
que es responsable de garantizar que la descolonización se haga efectiva. De igual
manera, todavía existen cinco potencias coloniales: Reino Unido, Francia, Estados
Unidos, España y Nueva Zelanda.
En cuanto a la segunda pregunta —si las colonias tienen que ser necesariamente
territorios de ultramar—, la respuesta es no. Al menos no es un requisito
imprescindible, si bien existe correlación en que, tanto históricamente como en la
32

actualidad, las colonias estaban muy alejadas de la metrópolis. Hay que tener en cuenta
que el estatus de colonia lo marca el hecho de que el territorio aún no haya decidido su
futuro libremente, no el tipo de futuro por el que se decanten —sea cual sea—. Así, un
territorio como Mayotte, situado en el Índico, es un departamento francés de ultramar
que también está dentro de la Unión Europea. De hecho, varios países de la Unión
Europea tienen territorios de ultramar que no tienen estatus de colonia, caso de Portugal
—Azores y Madeira—, España —las Canarias— o el Reino de los Países Bajos, con
varias islas en el Caribe.
LA GRAN GUERRA. CONSECUENCIAS SOCIALES Y POLÍTICAS.
REVOLUCIÓN RUSA.
Pecharromán. La Primer Guerra Mundial Parte 1.
Pecharromán. La Primer Guerra Mundial Parte 2.
Capítulo II. Tiempos trágicos.
En diferentes ocasiones, Europa estuvo muy cerca de la guerra, sin llegar a caer en la
conflagración mundial. Estas tensiones, crisis y conflictos regionales acostumbran
progresivamente a los hombres al apocalipsis, refuerzan el papel de los estados mayores
en el proceso de toma de decisiones y anestesian los flacos contrapoderes
internacionalistas. En sus orígenes, la IPGM es la última conflagración del siglo XIX,
ya que es la expresión de los contenciosos acumulados en las décadas anteriores; sin
embargo, por sus consecuencias a medio y largo plazo, la IPGM es claramente la cuna
del siglo XX.
Del nacionalismo al imperialismo
Europa existe, pero no tiene identidad. Hay múltiples factores en el origen de esta
paradoja: una ausencia de límites geográficos claros en el Este, una gran diversidad en
su población, una historia marcada por la dialéctica de la unidad y la dispersión… Y
sobre todo, en segundo plano, la imposibilidad de concebirse como un conjunto
solidario. El siglo XIX lleva a sus límites al nacionalismo, ideología de legitimación de
los Estados y de los pueblos en vías de unificación. La cuestión nacional conforma las
conciencias y ejerce su primacía en las relaciones internacionales.
Durante la mayor parte del siglo XIX, la ola nacionalista queda circunscripta a Europa,
pero a partir de la Gran Depresión (1873-1896) se extiende al mundo. La carrera por los
territorios de ultramar y la constitución definitiva de los imperios coloniales abren la era
del imperialismo. Se puede considerar al imperialismo como el reflejo de la política
nacional en las relaciones internacionales.
Simultáneamente, el imperialismo marca una ruptura en las relaciones internacionales
identificándose con una fase histórica precisa, la posterior a 1880; que expresa la
interdependencia creciente entre las naciones europeas que, proyectando en el mundo
sus rivalidades, generan un nuevo tipo de crisis y de conflictos periféricos. Demuestra la
interpenetración entre los medios económicos, militares y políticos: el nacional-
capitalismo que está apareciendo anticipa las formas caricaturescas que podemos
observar en el período de entreguerras. El imperialismo es también la matriz de una
nueva ideología, e incluso de una cultura totalmente específica: esta última no se limita
a la arquitectura o la literatura, sus formas más populares se manifiestan en la prensa
ilustrada y los artículos de difusión. El imperialismo se inscribe en la historia del
33

liberalismo que, desde la década de 1880, ha perdido su poder revolucionario para


limitarse a ser un principio de conservación social.
Anatomía de un concepto.
De entrada, el concepto de imperialismo tiene una fuerte dimensión polémica.
Caracteriza en 1850 a los partidarios del imperio napoleónico. Y en el Reino Unido,
quienes denuncian la política de expansión colonial. Luego, durante la década de 1880-
1890, el imperialismo pierde parte de su connotación negativa para expresar la adhesión
de las masas a la expansión colonial.
El imperialismo contra Europa.
El imperialismo entendido como un combate, un arma y una cultura afecta al mundo
entero, pero a partir de 1880-1890 se focaliza en algunas zonas: África, Oriente
Próximo y China. En 1914, África está totalmente dividida y sometida a los intereses
europeos que, apoyándose en las ciudades costeras, han extendido su dominio hacia el
interior. Los motivos de esta carrera, que se realiza en menos de veinte años, no son de
orden económico, cultural, religioso o siquiera humano. Lo que importa es la voluntad
de poder político. Se trata de poner un pie en el continente negro, de plantar la bandera,
de imponer un idioma, un comercio. África es víctima de un imperialismo por defecto
que alimenta fantasías sobre la “fuerza negra” indispensable para Occidente. Este
proceso parece dar la razón a Raymond Aron, quien escribía en 1962, en Paz y Guerra
entre las naciones, que el imperialismo es propio de toda gran potencia ideocrática,
independientemente de su régimen económico, que trata de expandir hacia el exterior
una forma de gobierno. Al hacerlo, la carrera por los territorios alimenta el orgullo y la
frustración. Orgullo para los Estados que, como Francia e Inglaterra, consiguen crear
bloques más o menos homogéneos en términos geoestratégicos. Para Alemania, Bélgica
e Italia, solo quedan resabios de colonias y están al acecho de nuevos repartos que
calmen sus frustraciones.
El peligro alemán.
El desfase entre la potencia económica y la debilidad exterior alcanza dimensiones
explosivas en Alemania, donde se agitan los partidarios de un flamante Gran Reich. El
despegue de Alemania implica un elemento nuevo en un mundo que ya está repartido. Y
es factor de desorden. Las condiciones de emergencia de este imperialismo mezclan
principios dinásticos, ideología conservadora y nacionalismo de tipo darwinista. El
símbolo es el emperador Guillermo II. La Alemania guillermiana evoluciona hacia un
Reich imperialista cuyos teóricos van sustentando la empresa de colonización que
preconiza.
La política mundial corre en todas direcciones. La Europa danubiana y oriental, el
Oriente Próximo y África… Estas ambiciones planetarias de Alemania expresan la
irrupción de la burguesía nueva, que desea la apertura del comercio mundial, mientras
que las antiguas clases dirigentes desean más bien la formación de un bloque en Europa
Central, cerrado a las influencias occidentales. La contradicción entre estos 0dos
objetivos pone en peligro el equilibrio interno del Reich.
A pesar de algunos sucesos localizados, la opinión pública y los dirigentes del Reich
experimentan una sensación de fracaso, e incluso una impresión de inseguridad
creciente: el país podría verse ahogado por las otras potencias europeas, cada vez más
34

hostiles. Este pangermanismo a ultranza no ve más camino que la eliminación de


Francia, la creación de una confederación de Estados bajo la tutela alemana y la
conquista de nuevas colonias. De este modo, Alemania escapará a la decadencia
mediante una guerra preventiva, antes que sus dos rivales, franceses y rusos, estén listos
para ello.
Enfrentamiento de los dos sistemas diplomáticos en vísperas de la Primera Guerra
Mundial.
Dos sistemas de alianzas se enfrentan en Europa, la Triple Entente (Inglaterra, Francia,
Rusia) y la Triple Alianza o Tríplice continental (Alemania, Italia y Austria-Hungría).
La situación de finales del siglo XIX obedece a la lógica del instante. El choque entre el
rimo del “viejo continente” y el ritmo del mundo, la confusión entre los litigios
intraeuropeos y los que nacen del imperialismo acentúan los riesgos de conflicto y
hacen reaparecer el espectro de la guerra y en la conciencia colectiva.
Hay que tener en cuenta también un nuevo operador en las relaciones internacionales: la
opinión pública. Más educada y mejor informada por la prensa de grandes tiradas, la
opinión pública suele estar manipulada por los extremistas para desarticular las políticas
de apaciguamiento. Desempeña un papel esencial durante las fases de crisis, pues su
nacionalismo reduce el margen de maniobra de los responsables.
La lógica del combate.
Las primeras guerras del siglo XX son las de Secesión (1861-1865), las de los Boers
(1898-1902) y la ruso-japonesa (1904-1905). La guerra civil norteamericana demuestra
el papel determinante de las armas de fuego y la artillería. Sacando enseñanzas de este
conflicto, los militares coinciden en pensar que el éxito de un ataque exige una
intensidad de fuego superior a la del adversario. La puesta a punto de los obuses, con
más distancia y más cadencia; la artillería pesada con alcances de decenas de
kilómetros; explosivos cada vez más potentes; aleaciones para fusiles más ligeros; la
ametralladora que revoluciona las condiciones de combate, cuya potencia de tiro
consigue una equivalencia a una compañía de 200 hombres y torna imposible el asalto
contra posiciones defendidas por estas armas. Las líneas de frente son enormemente
más amplias que las de las décadas anteriores y los comandantes han de acostumbrarse a
la idea de grandes batallas de quince días. Lo que aún permanece, obstante las
mutaciones tecnológicas, es la caballería acorazada, que asume la tarea de hundir las
líneas enemigas con un choque frontal. El dirigible y el aeroplano también introducen
un elemento muy nuevo en el “arte” de la guerra.
La guerra del futuro depende tanto de la capacidad para producir armas de fuego en
número suficiente como de la aptitud para disponer en los campos de batalla de los
ejércitos más numerosos posibles. En cada país, desde mediados del siglo XIX, los
tácticos han percibido el papel determinante del ferrocarril, indispensable para el
transporte de las tropas de un terreno de operaciones a otro.
La rivalidad naval.
Guillermo II había asimilado muy bien la relación entre comercio, aprovisionamiento y
necesidad de disponer de una flota de guerra. La potencia marítima depende en primer
lugar del comercio, que por su parte sigue las rutas más ventajosas; la potencia militar
ha seguido siempre al comercio para ayudarlo a progresar y para protegerlo. Se reactiva
35

la carrera armamentística en Europa, los gastos en flotas se elevan considerablemente en


Alemania, Inglaterra y Francia.
La opinión pública entre militarismo y pacifismo.
En los otros Estados Europeos, los desfiles militares alimentan el militarismo. En
Alemania, los valores de los halcones prusianos, el orden, la disciplina y la obediencia,
se extienden por el conjunto de la burguesía, e incluso a gran parte de la clase obrera. A
partir de 1905 la militarización de la opinión pública responde al nacionalismo belicoso
de los poderes públicos. A principios del siglo XX, este nacionalismo belicoso sólo
tropieza con contrapoderes mediocres.
El camino hacia la guerra.
No se trata de describir con todo detalle las etapas que conducen a la primera guerra
suicida de Europa, sino comprender cómo cada una de las crisis diplomáticas es en
primer lugar una ocasión para las cancillerías de someter a prueba la solidez de las
alianzas y de los acuerdos firmados. Este es el sentido de la primera crisis marroquí.
El polvorín de los Balcanes.
La no coincidencia entre las fronteras de los Estados y la localización de los pueblos es
una fuente de conflictos internos recurrentes en los Balcanes. A causa de los vínculos
muy fuertes entre estos jóvenes Estados y las grandes potencias, toda crisis regional
tiene forzosamente repercusiones a escala europea. Serbia cuenta con el apoyo
incondicional ruso; Bulgaria se refugia en un nacionalismo anti-griego; Grecia sigue
teniendo como objetivo central la reunión de todos los territorios griegos; Albania busca
independizarse de los otomanos.
Todos los ingredientes de una crisis internacional de envergadura están servidos desde
1913. La continuidad es total entre los elementos de 1912-13 y los de junio de 1914.
La crisis final.
El 28 de junio de 1914, el archiduque heredero Francisco Fernando y su esposa caen en
Sarajevo bajo las balas de un estudiante serbio, Gavrilo Princip, miembro de la sociedad
secreta La Mano Negra. La guerra preventiva contra Serbia, factor de desintegración del
Imperio, es la opción adoptada por Viena, mucho antes del atentado. Los hechos
trágicos del 28 de junio solo confirman esta opción. El 5 de julio, Guillermo II, seguro
de la superioridad de las fuerzas alemanas, y confiado de la neutralidad inglesa, se
alinea con los belicistas para mandar un ultimátum inaceptable a los serbios. Bastan
ocho días para que la guerra salga del marco balcánico y se convierta en un conflicto
europeo. El funcionamiento automático de las alianzas, la voluntad de seguir adelante
dando la impresión de no ser responsables de lo irreparable, son algunos de los últimos
factores que originan la IPGM.
Cada gobierno sucumbe a la tentación de sobreestimar sus propias fuerzas hasta el
punto de obviar la realidad: la guerra en gestación no se limitará a los Balcanes.
Tampoco será corta, “fresca y alegre”, sino larga y trágica. Los responsables habían sido
víctimas de una ilusión; la guerra no era la solución para todas sus dificultades internas
y externas, sino todo lo contrario, un problema primordial en el origen de una nueva
jerarquía en Europa.
36

Las fases de la guerra.


Acá lo dejo. El desarrollo bélico puede estudiarse mejor en los Cuadernos de Historia.
La guerra, ¿para qué?
Catorce puntos son la base de los tratados de paz de 1919. Un principio virtuoso, la
diplomacia abierta; dos actores de fe, la “libertad absoluta de navegación” tanto en
tiempos de paz como en tiempos de guerra y el libre cambio; un axioma, la reducción de
los armamentos a un “nivel mínimo compatible con la seguridad interna”; una doctrina,
encontrar una solución para todas las reivindicaciones coloniales, teniendo en cuenta
tanto los intereses de las poblaciones en cuestión como las reivindicaciones equitativas
del gobierno cuyo título habrá que definir; los ocho puntos siguientes refieren a los
litigios territoriales de Europa.
La guerra total.
La IPGM es la primera guerra total de la historia contemporánea. La decisión sobre el
terreno depende de un número cada vez mayor de parámetros, entre los que el
psicológico y el económico desempeñan un papel determinante. Prever, planificar,
organizar, repartir, movilizar… son algunas de las palabras claves de la época. Con la
guerra, Estados Unidos entra en la el del Big Goverment. La movilización de 8.5
millones de hombres en Francia y de 13 millones en Alemania hipoteca el futuro de los
combates. La feminización de la población activa en sectores hasta entonces reservados
a los hombres permite resolver las dificultades en lo que se refiere a la oferta de trabajo.
Todas estas evoluciones empíricas abren una nueva era en la historia del capitalismo, la
de la regulación monopolística estatal: la extensión de las funciones gubernamentales es
excepcional, ya que las grandes libertades que estructuran la economía de mercado se
interrumpen a causa de la guerra. Cuando vuelva la paz, todos estos organismos
desaparecerán, pero durante más de cuatro años el Estado se convertirá en Regulador de
la economía. Queda, pues, demostrado que el control y el impulso que emanan de los
poderes públicos no se confunden necesariamente con el dirigismo execrado por
liberales. Entre el estatalismo y el mercado, entre el socialismo y el liberalismo, una
tercera vía que combina los dos anticipa la evolución futura: ha llegado la hora del
capitalismo organizado.
El dinero, nervio de la guerra.
En el ámbito monetario y financiero es donde el conflicto tiene efectos más
significativos. La longitud del conflicto desequilibra de forma duradera el circuito de la
captación de ahorro y de las finanzas públicas. El circuito de la financiación de la guerra
queda garantizado, pero los efectos desestabilizadores a largo plazo son numerosos: una
bomba inflacionista, un empobrecimiento del país, muy endeudado con el extranjero, un
cambio de la relación de fuerzas entre el Banco de Francia y los poderes públicos…
Todas estas dificultades, ocultadas por la guerra y por el control de cambios, estallan
una vez firmados el armisticio y la paz. La inestabilidad monetaria se convierte en un
problema crítico del período entreguerras, con el que se enfrentan equipos
gubernamentales poco preparados.
La guerra es portadora de un cambio importante en el equilibrio planetario. Europa se
empobrece, mientras que Estados Unidos se beneficia de un enriquecimiento
generalizado: una moneda que sigue siendo convertible en oro, deudas de unos 12.000
37

millones de dólares sobre los aliados y unas reservas en oro equivalentes a la mitad de
las reservas mundiales. Esto hace que sea una época marcada no sólo por la amplitud de
los desgarros espirituales y la violencia política sino también por la brusquedad de las
mutaciones económicas.
Una prueba importante para los regímenes.
La longitud de la conflagración y la necesidad de movilizar todas las energías modifican
las reglas del juego democrático: a los regímenes liberales suceden sistemas más
autoritarios marcados por la concentración de los poderes en manos de un jefe político.
En el seno mismo de las democracias victoriosas, las sociedades están recorridas por
nuevas líneas de fractura: cuatro años de guerra alimentan la oposición entre los del
frente y los de la retaguardia, los de primera línea contra los atrincherados; las terribles
pruebas sufridas en 1916 y 1917 modifican el sentido del combate y alimentan en los
que han ido a la guerra un estado de ánimo compuesto de extremismo y pacifismo.
La muerte de una cierta idea de Europa.
Entre 1914 y 1918, la guerra suicida entierra una cierta idea de Europa que se
identificaba con una garantía y una certidumbre: la violencia y la duración de las
operaciones militares interrumpen el proceso de acumulación de capital, material,
inmaterial y demográfica que había comenzado hace más de un siglo en el viejo
continente. Por otra parte, la seguridad de encarnar el único camino posible hacia el
progreso, desaparece definitivamente de la conciencia europea. En este sentido, la
guerra es una inmensa regresión que invierte la relación entre Europa y el resto del
mundo. Los 460 millones de Europeos, es decir el 27% de la población mundial de
entonces, ya no está en condiciones de asumir el futuro de los otros mil millones de
hombres. Ya no son dignos de educar a estos “pueblos infantiles”, de iniciarlos en la
“modernidad” para que salgan de la oscuridad en la que estaban encarnados. Todos los
valores europeos desaparecen en el salvajismo de los combates. El europeo parece con
los rasgos de El hombre vencido que esculpe Wilhelm Lehmbruck en 1915.
Capítulo III. Tiempos de desorden
El armisticio del 11 de noviembre de 1918 y la paz de Versalles firmada el 25 de junio
de 1919 no significaron una “vuelta a la normalidad”. La dinámica de desorden que
comienza en 1917 crece para culminar a comienzos de los años veinte, antes de volver a
caer siguiendo ritmos variables: a los países anglosajones que consiguen recuperar una
forma de estabilidad, se oponen los del continente europeo, más afectados por los
trastornos. La intensidad del caos no deja de crecer de la Europa Central a la Oriental,
alcanzando dimensiones agudas en Alemania y Rusia. A los desórdenes externos
nacidos de las diferencias de la paz de Versalles, se suman los desórdenes internos
producidos por la IPGM: inflación, convulsiones monetarias, paro estructural,
inestabilidad política, formación de la “sociedad ideal” en la ahora Rusia bolchevique.
Todo ellos sorprende a los gobernantes, poco acostumbrados a fenómenos de este tipo.
El desorden se convierte en el factor de alternancia de la política. Después de tres años
de disturbios, Italia cae en el fascismo, Alemania espera la llegada de un hombre
providencial. Todas estas transformaciones, aunque no puedan volcarse en el mismo
plano por sus diferencias, tienen un punto en común: la opinión pública está
desorientada y en busca de un “salvador” capaz de aportar la estabilidad, grandeza y
potencia de antaño.
38

A pesar de una estabilización aparente durante la década del veinte, los desequilibrios
están latentes. La Gran Crisis del 29 pone término a la posguerra y hace entrar al mundo
en un nuevo período de preguerra. Comprender esta dinámica de la inestabilidad
permite no sólo explicar cómo las consecuencias de la IPGM se convierten en las causas
de la Segunda, sino también captar los fundamentos de los “Treinta Gloriosos”.
La fragilidad del nuevo concierto europeo:
Europa absorbe ahora el 50% de las exportaciones norteamericanas. Y tenemos que
diferenciar los países que han tenido que sufrir los daños de la guerra de los que, como
Reino Unido, sólo soportan daños materiales mínimos, básicamente en materia naval.
Lo esencial de las operaciones se ha desarrollado en el norte de Francia y de Italia, y en
las regiones occidentales de Rusia. Todos los países beligerantes llevan en su carne las
huellas del combate. En primer lugar, el desequilibrio entre sexos, consecuencia de la
movilización de hombres. Luego se dará, en el período de entreguerras, un descenso del
número de matrimonios, cuyas consecuencias se verán veinte años después. Al mismo
tiempo la gripe española supone la desaparición de más de un millón de personas en
Europa.
Cuatro años de guerra anulan cuarenta años de crecimiento. Francia se encuentra en
1921 con cifras similares a las del censo de 1876. Y a las muertes y déficit de
nacimientos hay que sumar los inválidos, heridos, gaseados y quemados, los centenares
de miles de huérfanos y otros pupilos de la nación. La última hipoteca que condiciona el
futuro es el endeudamiento. En la Francia de 1919 el servicio de la deuda equivale a la
totalidad de los gastos presupuestarios de 1913. Es algo que pesa sobre todos los
gobiernos de los años veinte. Está en juego la autoridad del Estado, su credibilidad y la
eficiencia misma del contrato democrático.
El nuevo mapa de Europa.
Más de cinco meses de negociaciones, de enero a junio de 1919, entre mil delegados
representantes de 27 naciones, se juntaron a redactar el tratado de paz y dibujar los
contornos de la nueva Europa integrada en el nuevo orden mundial. El mapa es el
testimonio del triunfo del derecho de los pueblos a la autodeterminación, ya que los
grandes imperios multinacionales del siglo XIX dejan paso a las “Naciones Estado” que
incluyen a menudo fuertes minorías alógenas.
Los cambios afectan en primer lugar a Europa Central. En esta región intermedia, un
cuarto del kilometraje de fronteras es posterior a la guerra. Sin embargo, el orden
surgido de Versalles no es ficticio, responde a las ambiciones manifestadas en el
pasado. De este modo, polacos, checos, eslovacos y los esclavos del sur, disponen de un
Estado, moneda e instituciones reconocidas.
La Sociedad de Naciones (SDN), entre universalismo e impotencia.
La SDN, que se reúne por primera vez en Ginebra en Enero de 1920, es una asociación
de gobiernos, un organismo internacional y un sistema de organización de la vida
diplomática. La SDN obedece a la lógica del tiempo corto dominado por la urgencia del
momento. Esta contradicción entre el tiempo y el instante es con seguridad una de las
causa de su fragilidad inicial, pues queda asimilado a la voluntad de poder de los
vencedores. Y los males congénitos de la SDN son bien conocidos: no es más que una
39

liga cuyo funcionamiento depende del consenso mutuo entre los Estados miembros.
Uno de sus artículos prevé que las decisiones deberán tomarse por unanimidad.
Quizá la SDN era demasiado avanzada para su tiempo, estaba en una posición difícil
respecto al nacionalismo y la cultura del Estado omnímodo y no contó con suficiente
apoyo de la opinión pública. Aun así, la SDN acumuló una experiencia valiosa que pudo
aprovechar más adelante la ONU.
Los olvidados de la Paz.
Los vencidos están ausentes en la negociación. Su ausencia expresa la fragilidad del
nuevo concierto europeo. Excluir a Alemania de las negociaciones iniciales y de la fase
final de la Conferencia es reforzar el complejo de bloqueo que habíamos viste crecer
antes de la guerra. Tres cláusulas humillan en particular a los alemanes: el artículo que
los convierte en los únicos responsables de la guerra y les fuerza firmar un cheque en
blanco cuya cifra no se fija hasta 1921; las sanciones económicas – confiscación de
todas sus patentes industriales, amputación de su capacidad de producción carbonífera –
no solo restringen su potencia industriar sino que corroen las bases de la unidad
alemana. Finalmente, las cláusulas morales que prevén el juicio de las personas
acusadas de haber cometido actos contrarios a las leyes y costumbres de la guerra,
incluido el ex emperador, acusado de “ofensa suprema contra la moral internacional y
la autoridad sagrada de los tratados”, alimentan el resentimiento de los alemanes.
El segundo olvidado de las conferencias de paz es la Rusia bolchevique. El grupo de
Los Cuatro tienen serios temores de que se propague la “peste roja”, el bolchevismo, y
también de una colusión ruso-alemana. Europa nunca estuvo tan cerca, como en 1919,
de caer en el internacionalismo proletario: en todas partes, desde Alemania a Hungría,
desde Francia al Reino Unido, no se habla más que de “repúblicas soviéticas”,
asambleas revolucionarias, huelgas con fuerte contenido político y crecimiento de los
sindicatos.
El bolchevismo se aprovecha del cansancio de los aliados, mientras que algunos
geopolíticos alemanes abogan por un acercamiento a Rusia. Esta ambición se concreta
en 1922. Tras una negociación, Rusia y Alemania deciden establecer relaciones
diplomáticas, renuncian juntas al pago de sus deudas de guerra y se comprometen a
desarrollar sus intercambios comerciales. Los germanos, aplastados en el Oeste, juegan
sus cartas hacia el Este.
El boicot a la ciencia alemana.
Con la participación entusiasta de numerosos hombres de ciencia al esfuerzo bélico,
desaparece el ideal universal de una comunidad científica solidaria y preocupada por
salvaguardar la paz. Por iniciativa de Estados Unidos, sea crea el Consejo Internacional
de Investigación, que favorece la cooperación entre todos los vencedores y excluye por
doce años a las instituciones científicas alemanas, austríacas, búlgaras y húngaras.
El orden norteamericano visto desde Europa.
El declive británico, que había comenzado en el último tercio del siglo XIX, condiciona
a su vez la esfera monetaria y financiera. Londres nunca podrá ser el alter ego de
Washington. Y Washington deseaba abrir el mercado europeo a sus capitales. Frente a
la amenaza de una hegemonía en sentid único en Europa, frente al riesgo de la
formación de un bloque europeo hostil a los intereses económicos norteamericanos,
40

Washington consiguió imponer su punto de vista. Así se encuentra consolidada esta


comunidad atlántica que se había esbozado en 1917 cuando Estados Unidos entró a la
guerra y que, en 1929, está unida por el idealismo pacifista norteamericano (y por el
flujo de capitales que llegados de Wall Street). En tanto, Francia desiste de reforzar sus
vínculos con Europa del Este y Rusia se embarca en una planificación que la disocia
cada vez más del mundo capitalista. De este modo, el centro de gravedad de Europa se
incline hacia Occidente.
La primera posguerra no está tan lejos como parece de la segunda, la del plan Marshall
y la guerra fría. Los objetivos son globalmente idénticos, las modalidades bastante
cercanas, los resultados acordes con una visión marcada por la permanencia. Solo
difiere la voluntad de asumir el vínculo entre economía y política.
El final de una América abierta.
Con la restricción drástica, entre 1921 y 1924, de la llegada de inmigrantes al país,
Estados Unidos pone punto final al siglo XIX cerrando la puerta a los “ejércitos de
invasión” venidos de Europa. Presa de la histeria, se lanza a la “caza de rojos”,
“anarquistas” y “agitadores” que supuestamente amenazan la seguridad interior. El
rechazo del Otro alimenta la convicción de una superioridad moral norteamericana. Con
esta política, Estados Unidos debilita las bases mismas de su prosperidad. Cerrarse a los
extranjeros no sólo es atacar uno de los factores indispensables para el crecimiento, sino
también aumentar el desequilibrio entre la producción intensiva y el consumo. Esta
dinámica está en el origen de la gran crisis de superproducción/subsconsumo, que en
1929 se pone en marcha. Estados Unidos entra en total contradicción entre sus
pretensiones universalistas para sus productos made in USA y el cerrojo a le llegada de
los hijos de Europa.
Aun así, Estados Unidos se ha convertido, sin haberlo buscado en acreedor del mundo:
los banqueros de New York tienen ahora intereses y deudas precisas en todas partes del
globo; controlan empresas en todos los países y tienen a su merced gobiernos que poner
o sacar con movimiento. Esta hegemonía, sin precedentes, les llegó de repente y sin
anticipación.
La inflación contra los hombres.
Subrayar la dinámica del desorden durante el período de entreguerras es casi un truismo
(obviedad). No hay más que perturbaciones: precios dislocados por las crisis
inflacionistas, variaciones erráticas de monedas y cambio, llegada al poder de nuevos
dirigentes, soflamas nacionalistas y cuestionamiento de la tutela europea. A esto se le
suma la falta de una teoría adecuada para enfrentar el problema macroeconómico. Habrá
que esperar a 1936 y la Teoría general para que desarrolle realmente la previsión y las
anticipaciones. Esta aportación es tan revolucionaria que encontrará incomprensión en
la mayor parte de los dirigentes políticos, que siguen apegados a los grandes dogmas
liberales: exaltación del mercado, hostilidad hacia toda intervención de los poderes
públicos. La continuidad es total entre el antes y el después de los poderes públicos.
Los gobernantes están sometidos también a las circunstancias económicas sin acabar
con los problemas. La inflación debilita a las nuevas democracias y hace tambalear a
regímenes firmes. La inflación debilita a las clases medias, eje de las democracias, de
modo que el conjunto de las certidumbres burguesas, que ya se han resentido de los
cuatro años de guerra, acaban desapareciendo a comienzos de los años veinte:
41

debilitamiento de la moral del trabajo y de su corolario, el ahorro,, cuestionamiento de


la ascensión social… todo se conjuga para llenar de zozobra los espíritus. La inflación,
impuesto invisible, acentúa las desigualdades y debilita los lazos sociales. Establece una
diferencia entre los que la saben aprovechar y los que la padecen. Acelera la
masificación de los individuos y hace retroceder el individualismo burgués.
Pero no todos los países sufren en las mismas proporciones los efectos de la inflación:
los vencidos están más afectados que los vencedores, pues el valor de una moneda
depende en primer lugar de la confianza que suscita el Estado, su valor de derecho
determina su valor de hecho. De este modo, las democracias triunfantes en 1919 pierden
en poco tiempo su prestigio. A la regla mayoritaria basada en el Parlamento sucede la
era del hombre providencial, capaz por su carisma de acabar con la inflación. Hay algo
del arquetipo del mago… con ellos se acaba el pánico, la inflación retrocede, la moneda
se recupera frente a otras divisas. Sin embargo, las recetas utilizadas son de lo más
clásicas. Es un mundo que aún ignora las causas reales de las disfunciones y que carece
de indicadores estadísticos, la crisis monetaria contribuye a crear el mito del taumaturgo
y refuerza en los ciudadanos la sensación de incredulidad. La principal víctima es la
democracia, que se esfume ante el Jefe y su culto.
La guerra y las nuevas vanguardias.
Las corrientes artísticas que aparecen antes y después de la guerra evidencian una
ruptura. La muerte, los cadáveres, la descomposición, las atrocidades serán el leitmotiv
de sus producciones artísticas a partir de 1915. Al contrario de la época anterior a la
guerra, en la que había un lugar para la redención mística del hombre, ya solo queda la
consternación o la violencia. Además, los artistas toman conciencia de sus nuevas
responsabilidades con la sociedad. ¿Es justo hacerse pintor en una época de
convulsiones sociales? Queda el silencio. No hablar de la guerra es mejor que hablar,
aun cuando sea para maldecirla, pues es hacerle propaganda, escribe Aragón en el
Aniceto. Simultáneamente, la ideologización creciente fascina a muchos artistas con
alma rebelde. Muchos colocan su talento al servicio de la revolución bolchevique y de
los ideales revolucionarios. El arte comprometido no es una no vedad, pero durante los
años de la posguerra se generaliza para hacerse dominante.
Hollywood, el nacimiento de un mito.
A causa de la guerra, el pulso entre el cine europeo y norteamericano se resuelve en
beneficio de este último: los centros de producción californianos atraen a directores
franceses que dirigen a las estrellas norteamericanas. Y paradójicamente, las sucursales
de las casas centrales francesas abiertas en el continente americano antes de la guerra no
sirven tanto para exportar películas europeas como para inundar Europa con imágenes
rodadas en Estados Unidos. En Hollywood, desde los veinte, el cine es una industria
organizada de acuerdo con principios taylorianos y controlada por unas pocas
productoras.
CAPÍTULO 4. TIEMPOS DE IDEOLOGÍAS. Nouschi.
Durante la Primera Guerra Mundial por primera vez, una ideología de tipo materialista,
que aspira a la universalidad y está animada por una fe igualitaria pretende hacer
retroceder y abatir los regímenes liberales.
La guerra esta también en el origen de la emergencia de una nueva ideología, el
fascismo. En 1919 se crean los Fasci Italiani di Combatimento y el NSDAP, partido de
42

dos trabajadores nacionalsocialistas alemanes. En el espacio de unos años, estos


grupúsculos que mezclan socialismo anarquizante, hipernacionalismo y odio al
parlamentarismo, adquieren una «respetabilidad» que los convierte en partidos de
alternancia política.
La revolución fascista busca tanto destruir como construir una sociedad ideal definida
por oposición al individualismo burgués y al liberalismo. El marxismo-leninismo apare
ce así como una ideología liberadora de los pueblos colonizados. Porque los tiempos de
la ideología también se aplican a los imperios coloniales, que conocen los crujidos que
anuncian la descolonización que vendrá: en general, el alcance del cuestionamiento del
poder del “hombre blanco” escapa de los medios considerados bien informados.
LAS REVOLUCIONES RUSAS.
Una vía original de crecimiento.
Nada en la situación interna de la Rusia de 1914 podía hacer presagiar el estallido, en
1917, de una revolución fatal para el sistema zarista. En vísperas de la guerra, el
régimen parece haber reforzado incluso su autoridad: la economía estaba renovada, el
ejército modernizado, la oposición amordazada. Y sin embargo...
Veinticinco años después del «despegue» económico iniciado por el ministro S. I.
Witte, Rusia conocía en vísperas de la Primera Guerra Mundial un crecimiento
auto-alimentado. El camino económico seguido es el de un país atrasado: índices de
crecimiento industrial rápidos, que descansan en sectores motores con fuerte intensidad
tecnológica y capitalista (los bienes de equipo, en particular el ferrocarril), una
concentración impresionante de mano de obra asalariada en enormes empresas
cartelizadas, la afirmación de un Estado regulador de la economía, que sustituye a las
iniciativas insuficientes del mercado.
 Las concentraciones obreras están en las zonas industriales: San Petersburgo,
Moscú, las regiones del Don, de Silesia y de los Urales.
En las ciudades se afirma una nueva clase media compuesta por funcionarios y
empleados, en total casi seis millones de personas. El centro de gravedad del país sigue
siendo el mundo rural.
Las leyes de noviembre de 1906 y de junio de 1910 quiebran el mir y abren camino al
individualismo rural: en este sentido traducen el triunfo del liberalismo entendido porno
ideología de la sociedad de mercado en el combate para desterritorializar la economía y
construir un espacio fluido y homogéneo, estructurado únicamente por la geografía de
los precios.
El poder tiene un doble objetivo:
1. En primer lugar, cortar de raíz el espíritu de solidaridad favorable al
colectivismo
2. En segundo lugar, favorecer la emergencia de pequeños propietarios, los kulaks,
que liberarán excedentes de producción exportable y que constituirán un
mercado de consumo para los productos industriales.
El país pasa por una tradición demográfica acelerada, de modo que en veinte años la
población pasa de 124 millones a 171 millones en 1914.
Rusia entre el Estado de derecho y el Estado de hecho.
43

A partir de 1906, hay tres caminos posibles: reforzar la monarquía constitucional


afirmar un conservadurismo autoritario de tipo bismarckiano, y finalmente la
revolución.
Desde 1906 y la elección de la primera Duma, el Estado de derecho v Jo mejor o peor.
El zar Nicolás II, que asciende al trono en 1894, conserva el poder supremo, al que
todos deben “obedecer en conciencia como ordena el mismo Dios” (artículo 4 de las
leyes fundamentales del 23 de abril de 1906). Sus poderes, ya considerables en tiempos
de paz, aumentan en caso de circunstancias extraordinarias: en ese caso puede decretar
estado de guerra, estado de excepción en l provincias implicadas, promulgar ukas de
acuerdo con las leyes existentes para apartar el peligro que pesa sobre el Estado. Tiene
libertad para disolver la Duma siempre que fije la fecha de las nuevas elecciones y de la
convocatoria de la Asamblea.
Finalmente, la asamblea controla aproximadamente la mitad de los gastos
presupuestarios, ya que están fuera de su control los asignados al servicio de la deuda y
los gastos reservados. Por el artículo 17 de las leyes fundamentales, el zar nombra y
destituye a todos los funcionarios del Estado, pero se preserva el principio de la
inamovilidad de los jueces, de modo que poder judicial dispone de alguna
independencia.
Durante los ocho años anteriores a la guerra, los partidos políticos legalistas de
oposición, les KD, demócratas constitucionales dirigidos por Miliukov, y los laboristas,
rama reformista de los SR, social revolucionarios, dirigidos por Kerenski, pierden poco
a poco su credibilidad en beneficio de las fuerzas de oposición de tipo revolucionario.
Los bolcheviques, que se separan de los mencheviques en 1903, y los SR boicontean la
Duma
Los primeros quieren adaptar el marxismo a la sociedad rusa, los segundos desarrollan
su propaganda entre las masas rurales, a las que prometen el to de la tierra. Por un lado,
los occidentalófilos que, instigados por Lenin, se dotan de una organización autocritica
supercentralizada formada por revolucionarios profesionales. Por otro, los eslavófilos,
que denuncian el individualismo egoísta y el materialismo de la civilización occidental.
Ambos tienen en común la realización de acciones terroristas.
A pesar de la represión que obliga a numerosos dirigentes bolcheviques a seguir el
camino del exilio, la adaptación obrera vuelve a partir de 1912. No es un complot
organizado por los partidos maximalistas, sino la consecuencia del crecimiento
industrial y la subida de los precios.
Dentro de este contexto, el poder apoyado por los medios nacionalistas, partido de los
nacionalistas rusos formado en 1909, se refugia en un autoritarismo creciente. La
solución liberal fracasa por Nicolás II nunca acepto las leyes fundamentales.
En 1914, Rusia se encentra ante un vacío completamente nuevo, y en esto llega la
guerra, que exacerba la política negativa de Nicolás II.
Las tres caras de la expansión rusa.
Desde el siglo XVI, el poder moscovita no deja de perseguir la formación de un
conjunto territorial y político que se pueda defender. La conquista con fines de
seguridad se despliega en tres direcciones, el Este, el Oeste y el Sur.
44

Hacia el Este, el ferrocarril acelera la conquista de Siberia. La terminación del


transiberiano en 1906 es obra del poder central que dispone así de un medio para poblar,
explotar las regiones pioneras y controlar una frontera inmensa. Rusia adquiere una
nueva dimensión: además de potencia europea, se convierte en un Estado asiático que
suscita la inquietud y la hostilidad de los japoneses principalmente. El resultado es la
guerra de 1904-1905.
Hacia el Sur, Rusia desarrolla en las regiones de Asia central una colonización que
recuerda mucho la de los europeos en el Magreb y en el mundo otomano: mismo papel
clave de las expediciones militares, misma voluntad de hacer retroceder al islam. Sin
embargo, Rusia nunca consiguió, con excepción de Kazajstán, establecer importantes
colonias de población eslava en estas regiones.
Hacia el Oeste, Moscú tropieza con sociedades organizadas, a menudo domina das por
una nobleza cristianizada. Rusia utiliza en ese caso tres armas: la esclavización, la
integración de la nobleza local en la administración, el ejército y, por supuesto, la
represión de los brotes nacionalistas: en diferentes ocasiones durante el siglo xx, los
polacos, los finlandeses, los bálticos... sufren la violencia del poder moscovita.
(MAPA)
El poder en estas condiciones, recurre a dos ideologías de legitimación para formar una
nación imperial, sin nación rusa. La primera, muy cerca de la ideología colonial inglesa
o francesa, insiste en el papel civilizador de Rusia. Se aplica a las regiones musulmanas,
turcomanas. La Segunda descansa en un mesianismo trascendental que asocia la
religión, el estado y la santa Rusia en el tríptico, un zar, una fe, un idioma. La confusión
entre el registro espiritual y temporal convierte en nacionalismo ruso en uno de los más
violentos. Su virulencia da a los pueblos rusificados la sensación de vivir en una cárcel
y perjudica la imagen de Rusia ante el resto de los gobiernos europeos.
 Los partidos revolucionarios quieren aprovechar el apoyo de las nacionalidades
oprimidas para derrocar el régimen.
Los partidos incluye entonces las disposiciones siguientes: autodeterminación para las
regiones que se diferencian por su modo de vida y la composición de su población,
introducción de idiomas indígenas en igualdad de condiciones con el idioma del estado
en los establecimientos de enseñanza y en las administraciones locales, derecho de todas
las naciones a la autodeterminación.
La guerra, el regalo más hermoso para la revolución (Lenin).
En Rusia, más que en cualquier otro sitio, la guerra sacude en profundidad la sociedad y
la economía: la ausencia de plan de movilización económica, unida al severo bloqueo
impuesto por las potencias centrales, tiene varias consecuencias: crisis alimentaria en las
ciudades desde 1915, parálisis progresiva de las fabricas más abastecidas, inflación de
hambre que adopta proporciones vertiginosas en 1916, de modo que gigantescas huelgas
sacuden los centros industriales.
La guerra, entonces, agrava todos los problemas sin resolver desde 1914. Nicolás II ha
perdido todo su prestigio: incapaz de llevar sus soldados a la victoria, incapaz de dar de
comer a las ciudades reducidas a la miseria, el zar focaliza todos los descontentos y todo
el odio.
Los bolcheviques, una alternativa al vacío.
45

El año 1917 desgasta a toda velocidad a las fuerzas políticas, alternativas incapaces de
responder a la corriente democrática, liberal y nacional. A lo largo de 1917, el mundo
rural conoce una revolución social sin transformaciones políticas reales, mientras que
las ciudades pasan por revoluciones políticas que se suceden sin transformaciones
sociales. Esta es una de las paradojas rusas que aprovecho en parte Lenin, a su vuelta el
4 de abril de Suiza, donde estaba exiliado.
 Si durante el verano del diecisiete las masas urbanas son cada vez más
numerosas en su movilización callejera, las rurales desempeñan un papel
creciente.
 Las jornadas de octubre de 1917 en Petrogrado no son las que exaltó la
imaginería soviética. Las masas están ausentes, los bolcheviques son bastante
poco profesionales en su golpe de estado y en cuanto al país profundo, se escapa
de cualquier control central y los campesinos siguen con su proceso
insurreccional. Octubre no merece la calificación de revolución, es apenas el
resultado de un caos, de una podredumbre de la vida política y de las frágiles
instituciones nacidas en el desorden.
Lenin, el empirismo y la construcción de la sociedad ideal.
En 1917 Lenin tiene un sólido pasado de revolucionario, encarcelado, perseguido y
exiliado. Desde su encuentro con Plejanov en 1895, Lenin, apoderado el viejo, ha tenido
tiempo de reflexionar en la adaptación del marxismo a la situación específica de Rusia.
De la teoría marxista conserva algunas convicciones tranquilizadoras: la desaparición de
las categorías de valor y de precio con la extinción del capitalismo, la lucha de clases
como motor de la historia, el comunismo, etapa ultima de la dictadura del proletariado.
Lenin está convencido de la inminencia de una crisis revolucionaria generalizada en
Europa. La comprensión del hecho diferencial ruso hace a Lenin a convertir la Snycka,
la alianza entre el proletariado y el campesinado, en el eje central de la revolución que
se está gestando. Por oposición a Marx, Lenin está íntimamente convencido de la
necesidad de inculcar al obrero una conciencia revolucionaria desde el exterior
apoyándose en un partido profesional.
Durante la fase de dictadura del proletariado, una revolución cultural debe transformar
las mentalidades y permitir la consolidación del poder, a la espera de la disolución de
las clases y de la decadencia del Estado.
Desconocido de las masas urbanas hasta su vuelta de Suiza, Lenin consigue imponerse
en Petrogrado gracias a sus dotes oratorias, su talento de visionario y sus fórmulas
asesinas. Presidente del Consejo de comisarios del pueblo, Lenin redacta a partir del 26
de octubre los decretos sobre la paz y la tierra: el primero sobre la paz sin
indemnizaciones ni anexiones vibra con un mesianismo internacionalista
grandilocuente; el segundo, para abolir la propiedad privada y entregarlas tierras a los
comités locales rurales, no se inscribe tanto en la teoría marxista como en la realidad de
la época. Siguen las decisiones sobre el control obrero en las empresas sobre las
nacionalidades. En lugar de calmar el orden, estos decretos lo amplifican.
Luego de la burocracia se alimenta de la pérdida de prestigio de los soviets que se
vacían de sus funciones durante el año 1917. Los superan en sus tareas comités cada vez
más numerosos: los comités de fábrica, de barrio, cuyos miembros mantienen estrechas
relaciones con el partido bolchevique y responden a las preocupaciones diarias de los
ciudadanos. El principio de elección que retrocede frente al de nombramiento
46

organizado por iniciativa del partido expresa esta burocratización desde arriba. Mientras
tanto, la remuneración de los miembros permanentes de los comités a partir de los
fondos públicos expresa la burocratización desde abajo. De este modo, los bolcheviques
disponen de instituciones y de militares que forman una especia de contra sociedad para
actuar con eficacia sobre la población.
Finalmente, la desviación burocrática del poder resulta de las dificultades de
abastecimiento. La batalla por los cereales comienza antes de la guerra civil. Para ganar,
Lenin inventa una nueva lucha de clases, alzando a los campesinos pobres, los biednaks,
contra los labriegos, los Kulaks. El resultado es un divorcio profundo y duradero entre
el poder y el campo.
El comunismo de guerra.
Durante los tres años de guerra civil, de junio de 1918 a marzo de 1921, Rusia vive lo
que se llamó el comunismo de guerra. Efectivamente en 1918 las circunstancias son
excepcionales, pues el régimen sufre por todas partes los asaltos de los blancos,
apoyados por los contingentes enviados por catorce estados occidentales.
La guerra civil no es suficiente para explicar el giro dictatorial, pues muchas medidas
terroristas se toman antes de su inicio: la disolución de la Asamblea Constituyente el 19
de abril es la expresión de la emergencia de la ideocracia bolchevique.
Entre julio y agosto de 1918 la Republica Soviética Federativa Socialista de Rusia,
RSFR, depura los soviets de todos sus elementos no bolcheviques. El terror rompe la
utopía soviética y funda el sistema totalitario de partido Estado. La cheka, brazo armado
del partido, ejerce su vigilancia sobre los ciudadanos. En 1919 los primeros campos de
deportación y granjas penitenciarias reciben a los opositores reaccionarios y
revolucionarios.
Trotski lleva hasta el final de su lógica el sistema de la nación en armas creando el
Ejército Rojo. El restablecimiento del servicio militar el 29 de mayo de 1918 y el
bloqueo ideológico del ejercito gracias a la presencia de comisarios político junto a los
oficiales permite al régimen disponer de un instrumento capaz de repelar los asaltos
blancos y de pasar incluso a la contraofensiva a partir de 1919.
La Rusia soviética presenta unos rasgos característicos que perduraran hasta el
desmoronamiento en 1991: una militarización total de la economía y de la sociedad,
pues la defensa del socialismo implica que se consagren en prioridad a las fuerzas
combatientes lo esencial de los recursos productivos; un control ideológico tal que el
ejército no puede ser un contrapoder; una glorificación hipernacionalista de la patria de
los soviets. La guerra legitima de forma permanente todas las violaciones de la legalidad
socialista.
No obstante, para lograr la victoria, los bolcheviques necesitan los recursos de las otras
repúblicas, que han pasado a ser independientes a partir de Octubre: Ucrania, Armenia,
Georgia, dirigida por mencheviques, son objeto de ataques violentos por parte del
Ejército Rojo, antes de ser invadidas e integradas en la esfera de influencia de Lenin y
de Trotski. Es el anuncio del imperialismo estalinista-brezneviano puesto en práctica
tras la 2GM.
La diferencia principal con respecto al fenómeno estalinista, el terror, no se ejerce
durante estos años contra los bolcheviques, Lenin no es tonto sabe muy bien que la
Rusia de aquella época no es un país en el que reina el socialismo.
47

Un país exangüe.
El balance de la guerra civil es dramático, el proletariado, ya debilitado por la
revolución, se ha quedado en la mitad en estos tres años. En las ciudades, ya no
representan más que el 15% de la población total, frente a un 19% en 1917; las dos
terceras partes de los habitantes de Petrogrado han desaparecido. Jamás en su historia
conoció el país semejante “seísmo demográfico”: 16 millones de muertos en combate o
a causa del hambre. Con el tiempo, el déficit de nacimiento de uno 15 millones de
personas puede suponer una grave amenaza para el mercado de trabajo.
Las operaciones militares en Rusia útil dejaron la producción a un nivel tan bajo que se
desencadena la inflación. Esta emergencia de un capitalismo de estado refuerza una
burocracia cada más importante que se convierte en la base social del partido. En el
exterior, Rusia roja ya no puede contar con la dinámica de la revolución mundial: los
movimientos proletarios de tipo insurreccional retroceden en toda Europa a partir de
1919-1920. De estos escombros surge un nuevo partido con 600.000 miembros muy
diferentes de los militantes del 17: una minoría de proletarios frente a contramaestres,
representantes de la clase media. Todos comparten un conocimiento mediocre de la
teoría marxista-leninista; todos consideran al partido como un instrumento de
promoción social y como un medio para escapar a los rigores de la época. Esta
desviación preocupa a la vieja guardia leninista que no tiene ningún control sobre estos
nuevos afiliados.
Como efecto del fin de la guerra civil, en el X congreso del partido, reunido en maro de
1921, la dirección de desgarra con violencia a propósito de los sindicatos. Nunca en la
historia del partido bolchevique, que siempre ha sido un partido de tendencias, ha estado
más cerca la desintegración. No obstante, el X congreso del partido, Lenin se las arregla
para defender una posición intermedia a propósito de los sindicatos, y sobre todo
refuerza la dimensión monolítica del partido, prohibiendo las facciones. Se trata de un
medio legal para la facción más fuerte de eliminar definitivamente a sus adversarios.
En el país profundo, por ejemplo en la provincia de Tambov, el Volga, Ucrania, norte
del Cáucaso, el campesinado se subleva. El régimen se enfrente con una rebelión
generalizada que en la historia rusa, ha acabado ya con el poder central.
La pérdida de toda base social hace correr un peligro mortal a la dirección bolchevique
que experimente de forma neurótica una sensación de aislamiento: a la crisis de
identidad, al miedo de verse barridos por los campesinos amotinados, se suma el temor
al bloqueo internacional. En estas condiciones, Lenin inventa una nueva política
totalmente antinómica del comunismo de guerra.
La NEP.
De la misma forma que Lenin había improvisado el comunismo de guerra, diseña de
forma empírica la NEP. Esta fase que comienza en 19121 y se cierra con la tercera
revolución rusa, la socialización estalinista de 1928-29, sienta unos principios que
retomará más adelante la dirección de PC.
Lenin crea una especia de comunismo de marcado mezclando la propiedad socialista de
los medios de producción y la economía privatizada, autoridad y libertad, ideología y
expedientes. En 1921, Lenin ha perdido toda esperanza de ver estallar fuera de Rusia
una revolución socialista, pero para preservar el socialismo en un solo país, el régimen
acepta un “Brest-Litovsk campesino”, en formula del delegado Riazanov en el
Congreso: supresión de las requisas, instauración de un impuesto en especie, libertad
48

para los campesinos de vender sus excedentes en el mercado libre. Este compromiso,
indispensable para preservar el avituallamiento de las ciudades, deberá durar
generaciones para transformar el conjunto de la psicología y de las costumbres de los
pequeños granjeros.
 La NEP revela en realidad el foso entre la teoría y la praxis, entre el principio
del sueño y el de la realidad, entre el Estado y la sociedad, es decir, el
campesinado.
A la muerte de Lenin, el 21 de enero de 1924, el país se está lamiendo las heridas: a
pesar de la crisis de las tijeras marcada por el deterioro de los términos del intercambio
para el campesinado, las ciudades están mejor abastecidas y los niveles de producción
son más o menos los de 1913. Sin embargo, la NEP y su lógica de mercado hacen correr
un riesgo mortal a la ideocracia leninista. La persistencia del paro en alrededor de dos
millones de personas, la profundización de las desigualdades sociales, la independencia
creciente de los campesinos, socavan las bases mismas de la URSS.
El culto de Lenin organizado por el secretario general del PC y la petrificación del
leninismo solo tienen una función: ocultar a la sociedad soviética la lucha fratricida
entre facciones.
El leninismo, empresa de modernización forzosa de las estructuras arcaicas de Rusia,
aparece como una práctica evolutiva: al Lenin-Marx, del exilio sucede Lenin-Lenin de
octubre de 1917, y el Lenin-Trotski, capaz de inventar el Ejército Rojo como trinchera
del poder.
El leninismo solo ha sido una serie de improvisaciones, de respuestas más o menos
adaptadas a un contexto movedizo. Sin embargo, a partir dela muerte del fundador de la
Rusia comunista, este empirismo se fosiliza para convertirse en un camino modelo hacia
el socialismo. Este es el malentendido original que pesa sobre la historia de la URSS y
más tarde de las democracias populares.
LOS FASCISMOS ITALIANOS.
¿Qué es el fascismo?
El fascismo se caracteriza por la alianza del nacionalismo y del socialismo, por la
voluntad de revisión del marxismo, por el rechazo del individualismo, por el moralismo,
por el carácter corporativo, por la incorporación del hecho nacional, por el rechazo de la
noción de clase, por el planismo y por el espiritualismo.
La irrupción de las masas expresa las lentas transformaciones del cuerpo social bajo el
efecto del progreso de la alfabetización y de la instrucción. Ya antes de la PGM la
inadecuación entre las masas cada vez más conscientes de su fuerza y las elites había
favorecido la formación y el crecimiento de nuevos movimientos: partidos socialistas,
sindicatos, grupos nacionalistas. En este sentido, el fascismo, que no tiene más
propósito que controlar al pueblo para utilizarlo en su estrategia interna y externa, se
inscribe en la línea de una revolución que comienza en las últimas décadas del siglo
XIX.
El fascismo nace también de un traumatismo muy específico: la guerra y cortejo de
sufrimientos perturban en profundidad las sociedades europeas. La estabilidad de los
precios y de los ingresos, condición indispensable de la ascensión social de la clase
media, clase central de los regímenes liberales, se ve cuestionada por la inflación y la
49

fluctuación de las monedas. Los valores humanistas y la fe ciega en el progreso


desaparecen en las trincheras. Sobre este fondo de escepticismo, el funcionamiento de la
democracia ha quedado suspendido durante cuatro años: censura, propaganda,
desposesión de la iniciativa parlamentaria, leyes de excepción, expresan el triunfo del
principio de autoridad sobre el de libertad que parecía prevalecer antes del conflicto.
Con la guerra se impone la necesidad de un poder fuerte, a menudo personalizado, que
subordine permanentemente los medios al fin: los aliados no ganan la guerra gracias a la
democracia, sino a pesar de la democracia.
Desde el último cuarto de siglo XIX, el liberalismo ha perdido parte de su poder mítico:
la libertad que quiere defender conduce a los oligopolios y acentúa las desigualdades
sociales.
En suma, el liberalismo que pretendía ser universal no tiene suficientemente en cuenta
los fenómenos económicos y sociales en el espacio y en el tiempo. Todas estas
insuficiencias estallan durante la guerra, con las grandes libertades fundadoras del
liberalismo suspendidas por los estados beligerantes. El desfase entre la teoría liberal y
la realidad política demuestra el deterioro de una ideología cada vez más conservadora.
En el otro extremo del abanico político, el socialismo también evoluciona bajo el
impacto de la revolución bolchevique: con la experiencia de Rusia, las nociones de
colectivización, de planificación, de economía dirigida, salen de las obras teóricas para
convertirse en una realidad que fascina o aterroriza.
El fascismo se define también por su oposición al decadentismo burgués, pusilánime y
egoísta y por su voluntad de aplastar el materialismo marxista nivelador. De este modo,
la revolución, motos de la lucha por un mundo mejor, ya no es exclusiva de la izquierda,
siendo recuperado por el fascismo que puede así seducir a todas las clases sociales,
incluidas las populares. El último rasgo del fascismo reside en su dimensión totalitaria.
Las mutaciones del fascismo italiano.
El fascismo no puede reducirse a un simple accidente: es una respuesta a una crisis
multiforme que atraviesa Italia tras la victoria de 1918.
Tres curatos de siglo despues de los acontecimiento que agitaron Italia, es posible
precisar las etapas y el proceso de fascistización. Cuatro fascismos se suceden unos a
otros entre 1919 y 1939:
1. El primero que se desarrolla en un contexto de crisis, pretende defender los
intereses de las clases medias con el capitalismo y contra los movimeintos
revolucionarios de extrema izquierda.
2. El segundo cuyo objetivo es la toma del poder, descanza en la alianza entre las
fuerzas propietarias y la pequeña burguesía.
3. La tercera etapa es la del acceso al poder y la presencia en el mismo, antes del
establecimiento del totalitarismo absoluto o fascismo integral.
El prefascismo.
Estas cuatro fases suceden al prefascismo, que hunde sus raíces en las primeras décadas
del siglo XX. Italia es un país de unidad reciente cuyo sistema político, de inspiración
británica es frágil en el sur, tierra predilecta del clientelismo. La revolución industrial
inconclusa desemboca en violentos contrastes sociales y en una estructura económica
dual. En cuanto a la expansión imperialista, no consigue satisfacer las ambiciones
50

nacionalistas, el tiempo que revela todas las fragilidades de Italia. En diferentes


ocasiones, entre 1891 y 1898, graves convulsiones políticas y sociales agitan la ciudad y
el campo. Demuestran el desfase entre el sistema político elitista y las masas
transformadas por el crecimiento económico.
El país oscilo entre dos respuestas: una institucional, consiste en convertir al Estado en
arbitro moderador de las tensiones; la otra, más conflictiva pasa por el enfrentamiento
entre los partidos antes de llegar a un consenso.
La fundación del Partido Popular Italiano, en 1919, debilita un poco más a todas las
fuerzas políticas tradicionales que pierden su clientela católica: Italia se vuelve
ingobernable. Cinco gobiernos se suceden entre la victoria y la toma del poder por los
fascistas.
En el momento más fuerte de estos años rojos, los puntos débiles del movimiento se
hacen presentes: una ausencia de conexión entre los campesinos y los obreros, un
partido socialista indeciso sobre el camino a seguir, una base obrera maximalista que
inquieta a los dirigentes socialistas, divididos entre la negociación y la huida hacia
adelante. El fascismo se presenta así como la expresión de una ruptura que tiene todas
las características de una crisis de civilización.
De la fascistización al totalitarismo.
De la llegada al poder a la entrada en la guerra, el régimen pasa por dos momentos
principales: 1925 y el establecimiento de la dictadura, 1938 y la tentación totalitarista.
La máscara cae el 3 de enero de 1925, cuando Mussolini reivindica la responsabilidad
política, moral, histórica de lo que ha ocurrido, es decir, el asesinato del diputado
socialista Matteotti, el 10 de junio de 1924.
El fascismo puede suspender las libertades fundamentales, porque ha sabido domesticar
a las clases medias que buscan un reconocimiento social: concede entre 1922 y 1924
magnificas subidas de sueldo a los funcionarios, define el estatuto jurídico de los
magistrados, crea nuevos grados intermedios en las carreras administrativas, establece
un escalafón jerárquico para el conjunto de la función pública. Además, el partido es un
instrumento de promoción al servicio de la pequeña y mediana burguesía.
Este giro clave se acompaña con una nueva orientación en la política económica:
Mussolini encarga a un banquero liberal, la tarea de realizar una política de deflación
que pesa cobre las clases populares, es beneficiosa para los medios financieros,
tranquiliza a los deudores anglosajones, acelera la racionalización de la herramienta
productiva.
No obstante, para ampliar el consenso de las masas, Mussolini retoma el proyecto de
1923 y concede a un millón de mujeres, de los doce existentes, derecho al voto en las
elecciones regionales. Esta ley aunque se llegara a aplicar, porque se suprimirán las
elecciones provinciales, demuestra la voluntad de sumarte las instancias feministas y de
aparecer como modernista.
La fascitización de 1925-26 dota al aparato estatal de nuevos poderes para adoctrinar,
reclutar, vigilar a la población y encarcelar a los opositores. No hay ninguna voluntad
subversiva que llevaría a desarrollar el sistema del partido-estado, sino todo lo contrario,
el deseo de llevar a cabo el proceso de unidad comenzando cincuenta años antes: se
trata de inventar el estado-partido, condición indispensable para la reagrupación de los
51

italianos. La nación es creada por el estado, que da al pueblo, consciente de su unidad


moral, una voluntad y una existencia efectiva.
El “cuarto fascismo”, un totalitarismo a la italiana.
La evolución de los acontecimiento hipotecan esta reforma, que nunca se llegará a
aplicar totalmente, pero su contenido muestra la voluntad de realizar una revolución
cultural, en el sistema educativo.
En la esfera económica, el régimen endurece su control sobre la economía y refuerza la
autarquía. Primeramente defensiva y adoptada por razones de necesidad, la autarquía se
hace cada vez más agresiva, tendiendo en una dirección: la independencia nacional
como factor de influencia internacional.
La revolución cultural de 1938.
El lugar de Italia, que cambia en las relaciones internacionales con la guerra de Etiopia,
una crisis del consenso interno y problemas psicológicos propios del Duce son algunas
de las claves de comprensión de este episodio que lleva al cuarto fascismo.
La conquista de Etiopia, iniciada en octubre de 1935, al mismo tiempo que venga el
honor de Italia humillada en Adua en 1896, es un laboratorio del totalitarismo en
gestación: en sus orígenes, la guerra obedece a una lógica racial.
La guerra es una ocasión para la PNF de mostrar su autonomía y su fuerza a los mandos
monárquicos del ejército italiano. Unidades de tropas paramilitares desarrollan
operaciones bajo las órdenes directas del secretario del partido, al margen del ejército
regular al mando del general Badoglio. La guerra de Etiopia trastorna el equilibro
interno de Italia. La agricultura se resiente del descenso de los cultivos de exportación y
del retroceso de la ganadera que para invertir su signo habrían necesitado importantes
obras de regadío en el Sur. En la industria crece el desequilibrio entre las industrias de
bienes de producción, indispensables para la política nacionalista de expansión y las de
bienes de consumo que se resienten por ello. Por todas partes, la intervención del
Estado, consecuencia de la crisis de 1929, avanza dando paso a un capitalismo estatal de
tipo monopolístico.
Para contener el descontento popular nacido del aumento de los precios el gobierno
concede subidas salariales, adopta medidas favorables para la promoción de las capas
populares, a través de la reforma de la escuela y el refuerzo de la burocratización.
El totalitarismo a la italiana depende de la evolución psicológica de Mussolini. El éxito
de la expedición etíope refuerza su sensación de infalibilidad y demuestra la necesidad
de proteger el régimen de las amenazas que podrían surgir en el momento de su muerte.
Mussolini pretende construir la nueva civilización la que perdurara después de su
muerte, a través del totalitarismo, la revolución cultural y la autarquía. De este modo la
nueva ítala podrá reanuda su marcha hacia el Océano, hacia Túnez, Córcega, el Tesino
suizo.
LA PRIMERA OLEADA DE DESCOLONIZACIÓN.
Los imperios amenazados.
La PGM marca una ruptura en la historia de las relaciones entre las metrópolis y sus
imperios. Esta historia de los inicios de la descolonización se articula alrededor de tres
polos: las capitales europeas, básicamente Londres y París; las colonias que comienzan
52

a mantener relaciones directas entre ellas, generando mecanismos de contagio, y el


marco diplomático internacional.
En la base misma de esta dinámica se encuentra la expansión colonial; el dominio
europeo suscita actitudes proceses de rechazo. Las fisuras posteriores a 1918 se suman a
las resistencias anteriores, a menudo reprimido. Como en otros temas, la PGM es un
revelador de las contradicciones latentes y un acelerador de las transformaciones
generadas.
La nueva situación colonial generada por la guerra.
La participación activa de los imperios coloniales da a la guerra su carácter de conflicto
mundial. En agosto de 1914 los acorazados alemanes bombardean las costas argelianas,
mientras que las tropas aliadas desencadenan ataques contra los territorios alemanes de
Togo. En el Sudeste africano, la guerra fue larga (1915-18), costosa y enfrento al
ejército colonial alemán con el contingente británico.
De todos los teatros de operaciones, el principal es el Imperio Otomano, que pasa por
una guerra de posiciones al norte, en la península de Gallipoli, y una guerra de
movimiento en Arabia.
Las poblaciones coloniales sufren una agravación de las condiciones de su vida
cotidiana, e incluso una crisis larvada: crisis de suministros y de exportaciones a causa
de la guerra submarina, crisis de inversiones, crisis sanitaria con marcha de los médicos
coloniales hacia el frente.
Tras la guerra, el desmembramiento del Imperio Otomano y el golpe que reciben los
poderes del califa de Constantinopla desencadenan un fuerte movimiento de protesta en
el mundo musulmán, sobre todo en India. Así se refuerzan el panislamismo y el
panarabismo, aunque en Oriente Próximo la victoria de la Entente permite a Francia y al
Reino Unido ejercer, mientras que Alemania, vencida, pierde la totalidad de las
colonias.
En busca de identidad.
Desde 1914 en las zonas musulmanas se dibuja un movimiento simultáneo de vuelta a
las fuentes de la religión y de fascinación por la modernidad occidental.
En combate por la libertad.
En Marruecos, la resistencia adopta unas dimensiones muy violentas con la guerra del
Rif. Entre 1921-26 se proclama una república rifeña, tratando de atraer las simpatías
occidentales.
En el otro extremo del mundo musulmán, en Indonesia, el nacionalismo se apoya en dos
movimientos, el islam y el marxismo.
Tres factores se combinan para explicar la reacción anticolonial precoz en Indochina: la
existencia de antiguas civilizaciones que estructuran una fuerte conciencia de identidad,
el agravamiento de la cuestión social en el campo y en la ciudad en el periodo
entreguerras. La represión de los movimientos de protesta por parte de las autoridades
francesas locales, las promesas incumplidas, descalifican progresivamente a los partidos
legalistas en beneficio de los movimiento nacionalistas, extremistas.
Balance provisional.
53

Por todas partes, la radicalización del mundo colonizado es producto de la miopía de las
metrópolis. No existe ninguna imaginación para captar a las nuevas elites formadas en
la escuela occidental, ninguna voluntad de tener en cuenta las exigencias locales cuando
se trata de modificar el estatuto político, sino una tentación de represión permanente. El
europeo sigue siendo fiel a su sentimiento de superioridad que lo lleva a considerar a las
poblaciones de color como pueblo objetos.
La degradación de la situación económica, que se manifiesta con la caída precoz del
precio de las materias primas, agrava las condiciones de vida de los indígenas. Los
movimientos independentistas pueden contar así con la movilización progresiva de las
masas rurales. Las ideologías exógenas desempeñas un papel importante, pero es más
fundamental el papel de las dinámicas internas, en las que se mezcla el rechazo y la
fascinación que produce occidente, el mimetismo y la adaptación a la estructura local.

La URSS de Lenin a Stalin. Hernández Sandoica.

La sociedad, que había experimentado un rápido desarrollo relativo bajo el sistema


económico y social impuesto por el zarismo, ve arrasado ese sistema por una revolución
eminentemente popular, tras la cual habrá de proseguir por el mismo camino de la
industrialización acelerado.

Por su contenido fuertemente subversivo del orden social y económico existente, la


Revolución de Octubre abrió la puerta a reivindicaciones y aspiraciones de las masas
que destruyeron las formas anteriores de la civilización industrial en Rusia. Las guerras
mundial y civil (1914-1921), con sus inmensos destrozos económicos, sociales y
culturales, impidieron que el país recobrara las riendas del desarrolla hasta 1927.

El período que transcurre entre el final de la guerra civil y la sublevación de Kronstadt y


el triunfo de Stalin en la lucha por la sucesión de Lenin constituye la época de la
consolidación del Estado soviético, de la frustración de numerosas expectativas
revolucionarias y de la aparición de un modelo político, el estalinismo, destinado a dejar
una honda huella en la historia de nuestro siglo.

Por medio de la Revolución de Octubre – escribía el editorialista – había esperado la


clase obrera conseguir su liberación. Pero como resultado, apareció una esclavitud aun
mayor de la persona humana. El poder de la policía y de la guardia real cayó en manos
de usurpadores, de los comunistas que, en lugar de dar libertad a los trabajadores,
implantaron el temor constante a la Tcheka.

Para los revolucionarios, el reino de la igualdad social que Lenin prometiera en El


Estado y la revolución, la eliminación de la burocracia prevista por los primeros
decretos del Gobierno soviético, la soberanía de las masas representadas en los
soviets…, todo esto había sido reducir a la nada por los tres duros años de la dictadura
bolchevique.

Los soviets de aquel momento, en consecuencia, representaban la revolución


traicionada. Apenas quedaba ya en Rusia un movimiento político organizado capaz de
ampliar el eco de estas proclamas.

De manera muy significativa, los insurrectos fueron acusados por los bolcheviques de
sabotear los acuerdos internacionales en curso de negociación. Y la misma necesidad de
54

mostrarse compactos y prepotentes de cara al extranjero llevó a la eliminación de la


oposición: no eran aquellos momentos para discutir, entendería Lenin.

Desde aquel año de 1921 no iba a quedar en Rusia una oposición política organizada en
contra del régimen bolchevique. Las discrepancias en torno al poder se desarrollarían a
partir de aquí siempre dentro de la dirección del propio Partido Comunista.

El Partido Comunista, partido único.

Poco a poco la policía política se consolidó: las sentencias pronunciadas en 1921 lo


fueron en ausencia de los acuerdos, se controló la prensa, los libros, los desplazamientos
de unos y de otros, los establecimientos públicos y quienes los frecuentaban… La
organización policial vio aumentar sus poderes y, fundamentalmente, sus efectos
humanos. Incluso los propios bolcheviques, algunos de ellos, comenzaron a preocuparse
por unas dimensiones ya entonces alarmantes.

Desde entonces, el partido bolchevique se halló en posesión del monopolio político: el


XII Congreso del Partido declaró, en consecuencia, en 1923, que la dictadura del
proletariado sólo puede afianzarse bajo la forma de la dictadura de su vanguardia
dirigente, es decir, del Partido Comunista.

El partido se había convertido en el centro del Estado, con el resto de las instituciones
subordinadas a él y la consiguiente disminución de influencia por parte de los soviets.
Los soviets no serían ya clubs de discusión sino meros órganos de administración.

A la altura de 1922 el partido había sufrido una evolución compleja. En aquellos


momentos, los viejos bolcheviques, los que participaron en febrero del año 17, no
representaban más del 2 o 3 por 100 del total, lo que repercutía en la formación teórica
del conjunto.

La dirección se hallaba reservada a una minoría.

El partido también controlaba las elecciones sindicales. Los sindicatos se encargaban de


proporcionar a las brigadas de choque el personal administrativo.

Las libertades formales

La Constitución de la República Socialista Federativa de los Soviets de Rusia (RSFSR),


aprobada el 10 de julio de 1918, preveía en su artículo 9 como problema esencial (…)
de la transición actual el de la instauración de la dictadura del proletariado urbano y
rural (…) con objeto de aplastar a la burguesía, de anular la explotación del hombre por
el hombre y de hacer triunfar el socialismo.

La libertad de expresión, de prensa y de reunión, y el derecho a la educación, aparecían


recogidos con excepciones.

Las nacionalidades

Tres años después, en 1920, cuando se perdieron las esperanzas de revolución inmediata
en otras partes de Europa, la cuestión de una organización más estrecha se presentó
imperiosa.
55

A lo largo de 1920-1921, la República Federada de Rusia firmó tratados bilaterales con


todas las repúblicas vecinas, anudando estrechos lazos económicos y militares,
buscando un espacio exterior que le permitiera la supervivencia en una Europa hostil, y
definiendo minuciosamente sus campos de acción común.

José Stalin, por vez primera significado para el curso de los acontecimientos posteriores,
fue el encargado de reconstruir un Estado soviético multiétnico.

La federación suponía unos estatutos muy complejos que respondían a las situaciones
más diversas. Algunas naciones quedaron organizadas en Estados soberanos: las
repúblicas federadas. Las más pequeñas, o las que todavía no reunían las condiciones
para su soberanía, tuvieron un marco estatal, aunque no soberano: las repúblicas
autonómicas. Y, por último, las nacionalidades o formaciones étnicas menos
desarrolladas, e incluso los grupos étnicos, que se beneficiaban también del
reconocimiento de su especificidad cultural, dispusieron de una organización espacio-
nacional (como regiones autónomas o distritos nacionales) que garantizaba sus derechos
culturales.

La organización interna del Estado soviético fue, pues, reflejo de la complejidad étnica
de la sociedad que lo componía.

Pero esta política de indigenización a ultranza tuvo dos consecuencias: exigió una
promoción de las culturas nacionales por igual y el control constante de unos cuadros de
muy distinta procedencia política y social, dada la escasez de mandos de confianza.

Pero la promoción de las culturas nacionales presentó a la vez dificultades evidentes:


una educación puramente nacional solo podría reforzar los sentimientos nacionalistas y
las dificultades de integración. Por ello, el concepto de cultura nacional fue imbuido en
un doble contenido que Stalin, de nuevo, vino a definir.

Este compromiso cultural no habría de ser desagradable para Lenin, que lo aprobaría en
breve, pues combinaba las exigencias del presente (satisfacer los sentimientos
nacionales y romper las grandes unidades pan-nacionales) con el objetivo de lograr la
progresiva adhesión a una cultura política común.

La lucha por el poder

El nuevo sistema descentralizado que la NEP inauguró descansaba sobre unidades de


comercio autónomas, que recibieron el nombre trusts. Los trusts se multiplicaron para
hacerse cargo de las empresas que se iban liberando de la dependencia de los
suministros estatales y de la obligación aneja de entregar su producción al Estado.

Desde 1921 las empresas quedaron divididas en dos categorías: las que todavía
permanecían bajo la centralización estatal y las que gozaban ya de una independencia
comercial y financiera totales.

La NEP significó, como tantas veces se repitió entonces, una vuelta al mercado. Se
produjeron desnacionalizaciones, sobre todo en las pequeñas empresas, que pasaron a
ser regidas en muchos casos por cooperativas.

Volvieron a surgir las tiendas privadas y hasta el comercio al por mayor fue atendido
por estos nuevos capitalistas.
56

Lenin lo describía como un sistema transitorio y mezclado, denominado por él mismo


capitalismo de Estado, y que no era sino el modelo económico procurado antes de que
la guerra civil trastocase la evolución normal del nuevo régimen.

Campo y unidad frente a la nueva economía

Tras dos años de NEP, el invierto de 1922-1923 dio muestras de una importante
recuperación económica.

En aquel mismo invierno la relación de precios entre los productos agrícolas y los
industriales – hasta entonces favorables a los primeros – empezó a alterarse, lenta, pero
constantemente, en favor de la industria.

Hasta entonces, un sector importante de los campesinos había mejorado sensiblemente


su suerte. A finales de 1922 se consiguió una pequeña exportación de trigo
excedentario, y se repartió a los cultivadores una cantidad de grano sin precedente para
la siembra.

La industria no se recuperó con tanta facilidad. La industria artesana y rural mejoró con
la NEP pero deterioró el eslabón que se pretendía tender entre campo y ciudad.

Se intentaron aliviar los problemas financieros recortando subsidios a la industria; ello


conllevó disminuciones en producción y salarios. Las contribuciones aumentaron
igualmente y se dieron los primeros pasos para la reforma monetaria, no ya en rublos de
la anteguerra o en rublos oro (como en 1922/23) sino en Chervontsy, la nueva moneda.

Las tensiones sociales, en efecto, entre campesinos y obreros se habían agravado en el


verano y el otoño siguiente.

La crisis de 1923 no se parecía en nada a las otras sufridas desde 1917. Aquellas eran
crisis de escasez, y ahora, en cambio, los almacenes se hallaban repletos de mercancía y
la cosecha incluso era excedentaria. Se trataba de la falta de métodos y sistemas
comerciales capaces de encauzar la corriente de artículos desde el trabajador industrial
al campesino y viceversa.

Lo que la NEP había creado no era el tan traído y llevado eslabón o alianza entre el
proletariado y los campesinos, sino una áspera lid en la que los dos elementos
principales de la arrasada economía soviética luchaban entre sí en un mercado de
características competitivas, en una pelea que primero se inclinaba gravemente te hacia
un lado y después hacia otro. La sociedad rusa no iba a poder resistirlo.

Huelgas y oposición política

Las huelgas más serias se produjeron en la industria pesada. Contra cualquier tipo de
descontento, o incluso para recortar jornales, se registraron despidos frecuentes. Y el
proletariado se desconcertó: había tomado el poder y era dueño de los medios de
producción; sin embargo, la revolución procuraba escasas ventajas materiales, de las
que disfrutaban especialistas y nepmen. El porvenir de aquel Estado obrero, en un clima
que recordaba al del régimen zarista, no parecía encararse con optimismo.

La crisis había provocado también discrepancias políticas. Enfrentados a Trotsky, y con


Lenin gravemente enfermo, deploraban los manifestantes la ausencia de liderazgo.
57

La nueva política económica

El conflicto interior en el Partido Comunista de la URSS se recrudecía por entonces. En


los meses finales de 1923, Lenin agonizaba. La ausencia de Lenin solo podía suplirse
con una voluntad colectiva, un pensamiento colectivo, una energía y una determinación
colectivas.

El XII Congreso, permitió a Stalin – hábilmente – mostrarse como discípulo de Lenin.


Se iba ganando tiempo en el inminente problema de la sucesión.

En enero de 1924, la XIII Conferencia del Partido iba a poner fin a las ásperas
discusiones que lo agitaron más de tres meses.

El triunvirato

Lenin moría en Gorki en la tarde del 21de enero de 1924. Trotsky, de viaje hacia el
Cáucaso para reparar su salud, no estuvo presente en el entierro. Stalin, ante el II
Congreso, identificó partido de los leninistas con partido de los comunistas y partidos
de los trabajadores, el viejo vocabulario bolchevique.

En efecto, las condiciones de ingreso se suavizaron, en lugar de seguir los pasos de


Lenin, cada vez más restrictivos en sus criterios. Desde entonces, el partido avanzó por
un proceso de expansión que continuaría en sus vicisitudes posteriores.

Por entonces, todavía Stalin compartía la teoría clásica de que el socialismo no podía
constituirse en un solo país, de que era precisa la repetición del Octubre rojo en otros
lugares para alimentar el proceso.

La caracterización de un régimen

Habían pasado cuatro meses de la muerte de Lenin y se cerraba el interregno. Una


buena cosecha, de nuevo, permitiría continuar las líneas económicas de la NEP sin
grandes cambios y conseguir éxito en la reforma monetaria.

Los años de 1924-1926 son definidos como una época crítica, en la que el régimen
revolucionario, para bien y para mal, forja sus características decisivas. El
marchitamiento de la visión revolucionaria, el culto al sentido común en la
administración y al detalle en los asuntos de cada día, dio origen a cierto espíritu
conservador (el socialismo en un solo país).

La falta de cultura y de experiencia administrativa entre los comunistas, asunto que


preocupó a Lenin en sus últimos años, había traído como consecuencia que las tareas
administrativas y gerenciales fueran a parar, en gran parte, a manos de los
supervivientes del régimen anterior- La continuidad de lo viejo con lo nuevo se hallaba
asegurada. El núcleo familiar, la familia, parecía ser el enemigo mayor de mucho de lo
que la revolución trataba de implantar. El programa de Juventudes Comunistas adoptado
en 1920 mencionaba el conservadurismo de los padres, junto a la influencia de los curas
y kulaks, entre los factores adversos para la juventud campesina. La legalización del
aborto, conseguida con la revolución, comenzó a ser objeto de críticas. De la guerra –
mundial y civil – procedían los niños sin hogar, huérfanos sin parientes o alejados de
sus casas, que vagaban en pandillas por las ciudades y el campo, arreglándoselas como
58

podían y sin renunciar al robo o a la violencia. Los hogares estatales gozaban de pésima
fama.

Respecto a la religión, la revolución no había podido hacer de ella tabla rasa. El obrero,
según se vio, no compra nuevos íconos, pero tampoco tira los viejos. Entre las
campesinas, sobre todo, las creencias seguían incólumes.

La ley

La cuestión legislativa estuvo revestida de ambigüedad.

En resumen, desde noviembre de 1917 a 1922 estuvieron sin leyes. Hasta entonces, en
que se introdujo el código civil, hubo un menosprecio general hacia los asuntos legales,
y hasta se propuso abandonar su estudio en las universidades, porque se relacionaba
estrechamente con el derecho de propiedad. Pero ¿y el derecho penal? ¿Y las normas de
derecho internacional? Todo ello se solidificó a partir del año 1922, también de acuerdo
con la NEP. Entonces se abandonó la conciencia revolucionaria como forma de llenar
lagunas en el código legal, para sustituirlo con criterio codificado.

Fue un giro importante: en el código civil, la ley soviética aparecía por primera vez no
como la agresora, sino como la protectora de los derechos individuales.

Cada vez con menos disimulo, las lagunas del nuevo código se llenaron con
disposiciones de la legislación zarista.

La ley se consideró pilar básico de la economía y del Estado. El giro, en dirección


opuesta, desde la hostilidad inicial de los revolucionarios contra la ley fue uno de los
síntomas más reveladores del cambio de opinión que preparó el camino a la doctrina del
socialismo en un solo país.

A pesar de los aparentes titubeos de la política económica de Stalin entre 1923 y 1928,
lo cierto es que marchó, sin desviarse un palmo, por una línea recta: la marcada por su
determinación de hacer de la URSS una potencia autárquica e independiente del oeste.

Stalin era el más ruso (a pesar de ser georgiano) de los jefes de la primera hora, no solo
por desdeñar el oeste, sino porque apenas apreciaba los nacionalismos locales del
antiguo imperio.

El socialismo en un solo país

Así, Stalin se convertía en el creador no sólo del socialismo en un solo país, sino del
socialismo edificado sobre bases casi por completo rusas. Lo que Stalin aportó a la
política soviética no fue –ya lo hemos visto– originalidad teórica, sino vigor y crudeza
en la ejecución.

La planificación comenzó a ser aceptada por el partido en la primavera de 1924. Trotsky


y la oposición ya habían sido condenados. La doctrina del socialismo en un solo país
cobraba validez como modelo.

Su éxito fue inmediato, porque lograba combinar el objetivo final con la recuperación
del sentimiento nacional, con el orgullo suplementario de ser los primeros. Era más que
59

un análisis económico o una consigna política. La nueva opción era una declaración de
fe en la capacidad y en el destino del pueblo ruso.

La llamada al sentimiento nacional no iba dirigida hacia el pasado, sino hacia el futuro.
Y por ello, el desafío implicaba la capacidad de crear un nuevo mundo con los recursos
propios. La autarquía proclamada, de esta manera, no como fin, sino como medio
necesario. Sería la industrialización la que hiciese de la URSS una potencia grande e
independiente del oeste, contra la cual se iría en un momento determinado. Por primera
vez en la historia de Rusia, industrialización y occidentalización no parecieron
sinónimos.

Las dificultades de la troika

Entre tanto, Bujarin se empleaba en la formulación teórica de la doctrina futura, la del


socialismo en un solo país. Hoy coincide la historiografía más reciente que en la
formación del estalinismo tiene una trascendencia especial la profunda crisis económica
y político-social que se produjo en la URSS en el momento culminante de la NEP. El
período de reconstrucción de la economía soviética concluyó en el bienio 1926-1927,
cuando el valor de la producción industrial y agrícola total alcanzó los niveles de la
preguerra.

Hacia la formación del estalinismo

Ello no quería decir que los problemas económicos hubiesen desaparecido. Había
persistente escasez de los bienes de mayor necesidad y el desempleo seguía creciendo.
Disminuidos al máximo los capitales provenientes del exterior, la URSS carecía del
impulso necesario para llevar adelante la industrialización acelerada que había escogido.

La formación de capital para invertir en la industria se incrementaba mediante el recurso


forzado a la población, en especial la campesina. Pero los impuestos y empréstitos que
se arrancaron al campo no bastaron para hacer frente a las formidables necesidades de
industrialización.

Esa producción industrial resultaría, además de costes elevados, que hay que sumar a
los gastos adicionales ocasionados por la persistente búsqueda de la autarquía, producto,
a su vez, de la insegura posición de la URSS en política exterior. Otros costos venía a
gravar las finanzas estatales: los muy elevados de la Administración o las fuertes sumas
desembolsadas en subvencionar la revolución permanente.

Mientras los restantes Estados europeos parecían sanar de sus dolencias, la situación en
la URSS se hizo temible. El buró político, a principios de diciembre de 19026, aprobó
una resolución por la que encargaba a la diplomacia soviética emprender una política de
colaboración con los Estados capitalistas, procurando poner especial énfasis en los
aspectos económico y financiero.

El pleno del Comité Central, en febrero de 1927, decidió ampliar de manera


significativa el capital de inversión, y pronto se recurrió al Ejército y a la Marina, hasta
entonces prácticamente desmantelados por no constituir objetivos prioritarios. Pero
antes de que todo ello pudiera surtir efecto, la crisis se hizo imperiosa y exigió medidas
drásticas. Nadie en la URSS la había previsto a tan corto plazo.

La crisis
60

Se ven implicados una serie de factores económicos combinados (atraso de la


explotación cerealista, crecimiento de la población, falsa política de precios, escaso
suministro de productos industriales al campo, etc.). Y tampoco es posible ocultar
factores políticos: al sobrevalorar constantemente la producción agraria total, (y de ello
no puede excluirse a la oposición, sino todo lo contrario), los puntos referenciales se
hallaban distorsionados. Además, la política fiscal aplicada no podía estimular la venta
de grano. A todo ello, como factor general, había que añadir la constante pérdida de
valor adquisitivo de la moneda.

Tensiones sociales

Ante la difícil crisis económica y social, con privaciones inauditas para amplias capas
de la población, Stalin se decidió por una solución que prescindía del factor humano.
Para salvar la situación con un salto adelante, afrontaría cualquier resistencia social.

Como ello no podía evidenciarse sinceramente, se eligió el camino del silencio y la


ocultación real de la sociedad. Incidir en ésta se convirtió en un acto contra el partido,
digno de las máximas condenas. Se llegaba sin paliativos a lo que, de manera
inapropiada, se denominaría culto a la personalidad, un sistema de juicios o decisiones
individuales o restringidas indiscutibles, y voluntariamente arbitrarias.

Conforme avanzaba 1928, la relación de fuerzas en el país cambiaba cada vez más en
favor de Stalin. La primera preocupación era deshacerse de los moderados. Stalin
instruyó a la organización del parido: todo liberalismo hacia la oposición era
inadmisible, y los trotskistas se habían convertido en una organización clandestina
antisoviética. La GPU recibió instrucciones de intensificar las represalias contra los
oposicionistas, detenerles y enviarles al destierro.

La posición de los moderados fue calificada, a partir de aquí, como desviacionismo de


derechas, y la mayor parte de ellos no siguieron en sus cargos. De la confrontación,
Stalin salió con una línea política propia –que antes no tenía– y un predominio estable
en la dirección del partido. Los acontecimientos que se sucedieron a principios de este
año de 1929 determinaron en buena parte la trayectoria posterior de la URSS.

¿Que fue la perestroika?

La perestroika fue una reforma para liberalizar la economía llevada a cabo en los
últimos años de la Unión Soviética. Mijaíl Gorbachov llegó al poder en 1985 y puso en
marcha un ambicioso plan de políticas aperturistas para potenciar el desarrollo
económico del país y su democratización al estilo occidental. Lo novedoso de
Gorbachov es que era joven. Transparencia informativa, se aprobaron leyes a favor de
las industrias y cooperativas.

Nouschi: Nueva guerra fría en los 70, con la llegada en los 79 de Regan y Margaret
Thatcher.

La desintegración yugoslava

Es una consecuencia de la disolución de la URSS de 1991, con el golpe de Estado, que


tenía el objetivo de frenar las reformas que Gorbachov estaba llevando a cabo.
Implosión, sus propios problemas internos lo generaron.
61

 Datos, no opiniones: Tito era de boca y logra unificar Yugoslavia, para frenar
una posible invasión soviética.

Descomposición de Yugoslavia en el 94:

80: muere Tito

91: disolución de la URSS.

No tenían más motivos para estar juntos, un año después comienzan las guerras.
El fin del mundo comunista. Taibo.
Guerra en Ucrania.
Tensión en Ucrania. ¿Qué está pasando y por qué? Adrián Vidales.
Miles de manifestantes han tomado las calles del centro de Kiev con la firme intención
de hacer caer al gobierno de Viktor Yanukovych, y parecen estar dispuestos a todo por
lograr ese objetivo. La revuelta, bautizada como “Euro Maidan” en referencia a la plaza
Maidan Nezalezhnosti, epicentro del movimiento, comenzó el 21 de noviembre de
2013, cuando el gobierno de Viktor Yanukovych decidió abandonar las negociaciones
para firmar un Acuerdo de Asociación con la Unión Europea. Esta decisión provocó que
la oposición saliese a la calle a protestar contra lo que consideraban un error en la
política exterior ucraniana, que acercaba Ucrania a Rusia y a su pasado más reciente en
detrimento de los lazos con la Unión Europea.
Tras más de una semana de protestas continuas, en la noche del 30 de noviembre, el
gobierno envió a las fuerzas especiales de la policía ucraniana para desalojar a los
manifestantes de la plaza, con el saldo de docenas de manifestantes heridos durante una
operación que dejaría brutales escenas de represión por parte de la policía y que no
lograría su objetivo.
De esta forma, las protestas continuarían constantemente durante el mes de diciembre
con altercados y cargas policiales, lo que provocaría que a mediados de enero el
gobierno promulgase una serie de leyes que limitaban el derecho de reunión y
endurecían las sanciones por participar en manifestaciones ilegales y ocupar edificios
gubernamentales.
Yanukovych daba marcha atrás y aprobaba una serie de medidas entre ellas la
derogación de estas polémicas leyes, la aprobación de una amnistía general para todos
los detenidos por delitos de menor gravedad, la destitución del primer ministro Azarov
y la apertura de una ronda de negociaciones con los líderes de la oposición
parlamentaria para intentar dar una salida pacífica al conflicto.
Estas medidas darían lugar a un alto el fuego que se prologaría hasta el pasado martes
18 de febrero, cuando el parlamento ucraniano incumplió la tarea de iniciar los trámites
legales para volver a instaurar en Ucrania un sistema de gobierno parlamentario y así
limitar los poderes del Presiente. Ante esta noticia, los manifestantes tomaron un
edificio cercano a la sede del parlamento. Lo que comenzó como una crítica a la política
exterior de Yanukovych, se ha transformado en un movimiento “antiYanukovych”.
Trasfondo político, tanto interno como internacional:
62

El principal elemento explicativo de la situación que vive Ucrania es su profunda


división étnico-lingüística. Tras la independencia, el país quedaría dividido en dos
principales asentadas en un territorio muy definido: rusos (17’3% de la población) al
este, ucranianos (77’8%) al oeste, ambas con un referente exterior claro: Rusia en el
caso de la comunidad étnica rusa; y Occidente (UE-EEUU), en el caso de la comunidad
ucraniana. El idioma oficial del país es el ucraniano, pero desde 2012 el ruso es lengua
cooficial en determinados territorios.
Debe tenerse en cuenta que el actual territorio ucraniano no se corresponde con el de la
“Ucrania histórica”. En efecto, la región de Galitzia formó parte durante siglos del
Imperio Austrohúngaro y, por lo tanto, nunca estuvo en contacto con el resto del país, y
no recibió las influencias culturales rusas que sí se hicieron sentir en el resto de lo que
hoy es Ucrania. Esto explicaría, que en esta zona del país hayan tenido origen los más
importantes movimientos nacionalistas ucranianos que se oponen a cualquier tipo de
acercamiento con Rusia.
Ucrania es un país estratégico tanto para la Unión Europea como para Rusia. Su
situación geográfica a orillas del Mar Negro (donde se encuentra la base de Sebastopol,
clave para la flota rusa), su riqueza en recursos naturales y, sobre todo, el hecho de que
por su territorio pasen importantes gaseoductos, hacen de Ucrania una pieza esencial del
tablero geoestratégico europeo. Una pieza a la que nadie quiere renunciar.
La Unión Europea ha tenido tradicionalmente una posición más bien ambigua ante
Ucrania, fruto de las propias divisiones en el interior de la Unión con respecto a este
país ex soviético. Sin embargo, a día de hoy la UE sigue siendo uno de los principales
socios comerciales de Ucrania acumulando una cuarta parte de las exportaciones
ucranianas y un tercio de las importaciones que hace el país eslavo; eso sí, sin eliminar
ninguna de las restricciones existentes a la entrada de productos ucranianos en sus
mercados. Y a esto, ha de sumarse la postura de Estados Unidos, muy interesado en que
Ucrania entre a formar parte de la OTAN para aislar a Rusia y disminuir notoriamente
su presencia en el Mar Negro, limitando así su influencia sobre la región caucásica,
extremadamente importante en materia de hidrocarburos.
Estratégica e históricamente, Ucrania es mucho más importante para Rusia que para la
Unión Europea. La relación entre Ucrania y Rusia ha sido definida en numerosas
ocasiones como de “rivalidad fraterna”, una expresión que encierra a la perfección la
dinámica de relaciones entre ambos países. Rusia y Ucrania han protagonizado fuertes
tensiones, debido principalmente a los reiterados intentos rusos por influir políticamente
en el país. En efecto, Rusia ha mantenido una línea constante, de considerar a Ucrania
como parte de su zona estratégica.
En Ucrania está situada la importantísima base de Sebastopol, clave para el comercio
ruso por el Mar Negro y que durante siglos ha acogido a la flota rusa. Tras la
independencia de Ucrania en 1991, Sebastopol quedó bajo soberanía ucraniana, motivo
por el cual Rusia y Ucrania han firmado sucesivos contratos de arrendamiento de la
base, convirtiéndose este asunto en central en las relaciones entre ambos países. A esto
se suma la intención rusa de crear una unión aduanera con Bielorrusia, Kazajistán y
Ucrania a la que posteriormente se incorporasen otros miembros de la Comunidad de
Estados Independientes que deseen hacerlo, algo a lo que Ucrania se ha venido hasta
ahora resistiendo pese a las presiones rusas, puesto que eso significaría renunciar a
futuros acuerdos comerciales con la UE.
63

Así, Rusia juega constantemente la carta energética, ligando rebajas en el precio del gas
que vende a Kiev a contrapartidas como la firma de acuerdos comerciales, la ampliación
y mejora de las condiciones de arrendamiento del puerto de Sebastopol o la firma de
acuerdos de colaboración entre empresas rusas y ucranianas para la gestión de a red de
transporte hacia Europa del gas ruso. Además, Moscú ha venido ofreciendo ayudas
económicas al gobierno ucraniano, aunque siempre en la misma línea de
condicionamientos políticos y económicos que suele tener la ayuda al desarrollo.
La UE ha anunciado que está preparando junto a los Estados Unidos un paquete de
ayudas económicas para la maltrecha economía ucraniana y numerosos líderes políticos
comunitarios han visitado el campamento en la plaza Maidan.
Así pues, vemos que aunque a la ola de protestas en Ucrania se le siga llamando “Euro
Maiden”, la cuestión europea no es el pilar único sobre el que pivota toda la situación,
sino que está claramente relacionada con multitud de factores internos y externos a la
política ucraniana.
Rusia y espacio postsoviético en 2020. Javier Espadas.
A lo largo de 2019, la Federación Rusa ha orientado su política exterior a un
acercamiento a Occidente a través de la Francia de Macron y los EE. UU. de Trump. La
llegada de Volodímir Zelenski a la presidencia de Ucrania ha permitido un intercambio
de prisioneros y que se vuelvan a poner en marcha las negociaciones para resolver el
conflicto en el Donbás. A consecuencia de ello, en Europa cada vez se habla más de
acabar con las sanciones contra Moscú, siempre y cuando se avance en el proceso de
paz con Kiev.
La guerra de Ucrania, del Maidán al Donbás. Javier Espadas.
Desde su estallido en 2014 tras la revuelta del Maidán, el conflicto se ha cobrado la vida
de más de 13.000 personas y ha visto fracasar varios planes de paz. Sin embargo, la
llegada de Volodímir Zelenski a la presidencia de Ucrania en 2019 y un cierto cambio
de postura por parte de Rusia acercan la guerra a su resolución.
Víktor Yanukóvich, el entonces presidente de Ucrania, viajó a Moscú el 17 de
diciembre de 2013 para aceptar la oferta de su homólogo ruso, Vladímir Putin, de
exportar gas natural a Ucrania a precio reducido. Yanukóvich puso fin a meses de
acercamiento a la Unión Europea, con la que había estado negociando un acuerdo de
libre comercio.
Las protestas proeuropeas contra Yanukóvich que estallaron entonces en la céntrica
plaza del Maidán de Kiev acabarían derribando el Gobierno y convirtiéndose, como
consecuencia de la represión policial, en la revolución más importante de la historia de
la Ucrania independiente.
De Maidán al Donbás.
Durante la Revolución del Maidán, los ucranianos ocuparon permanentemente el centro
de la capital, Kiev. . La policía de Yanukóvich, que reprimió duramente las protestas, se
apoyó además en los titushki, jóvenes violentos a los que el Gobierno pagaba para que
provocaran el caos y disuadieran a la gente de salir a protestar.
A medida que la confrontación aumentaba, las protestas proeuropeas se transformaron
en un movimiento mucho mayor que incluía grupos nacionalistas y ciudadanos
hastiados con la corrupción y la represión del Gobierno. La violencia llegaría a su punto
64

álgido en febrero de 2014, forzando a Yanukóvich a escapar a Rusia el día 21 de ese


mes. Al día siguiente, el Parlamento aprobó terminar su mandato y emitió una orden de
arresto contra él, culminando así la Revolución de Maidán y abriendo un nuevo periodo
en la historia del país.
Inmediatamente después se formó un Gobierno de transición y se convocaron
elecciones presidenciales para el 25 de mayo, que ganaría el oligarca Petro Poroshenko,
conocido por su apoyo a los manifestantes del Maidán.
Donetsk y Lugansk son regiones muy industrializadas ricas en recursos como el carbón,
que les permitían aportar un 20% del PIB del país en 2013 suponiendo solo un 5% del
territorio. Durante el dominio soviético, los mineros eran muy respetados, y la
propaganda incluso ensalzó a algunos como héroes. La situación cambió con la
independencia de Ucrania en 1991. Las crisis económicas, la caída de las subvenciones
al sector minero y las políticas lingüísticas de discriminación positiva en favor del
ucraniano alienaron a la población de la región.
Solo unos días después de la huida de Yakunóvich a Moscú, el 27 de febrero de 2014,
unos “hombrecillos verdes” armados tomaron el parlamento de Crimea, en la ciudad de
Simferópol. Poco a poco, esos hombres fueron capturando las bases militares de
Crimea, encontrando poca resistencia a su paso. Semanas más tarde, el Kremlin
comenzó a insinuar que estos grupos armados con uniformes sin insignias eran en
realidad soldados rusos. Tras un referéndum exprés en el que Crimea dio un apoyo casi
unánime a la unión con Rusia, Putin firmó el 18 de marzo su anexión a la Federación
Rusa, una anexión considerada ilegal por la mayoría de la comunidad internacional y
rechazada por el Gobierno de Ucrania.
Además, la anexión de Crimea ha dado a Rusia el control del estrecho de Kerch, que da
acceso al pequeño mar de Azov desde el mar Negro. Los barcos ucranianos deben ahora
cruzar aguas controladas por Moscú para alcanzar importantes ciudades portuarias del
este del país como Mariúpol. A pesar de que el derecho del mar garantiza paso libre por
los estrechos, ya se han producido diversos incidentes entre Ucrania y Rusia.
Los grupos anti-Maidán del Donbás se organizaron para ocupar los edificios
gubernamentales y declarar la independencia unilateral de las regiones de Donetsk y
Lugansk en mayo de 2014. El 17 de julio de 2014, el vuelo MH17 de Malaysia Airlines
que cubría la ruta de Ámsterdam a Kuala Lumpur fue derribado por un misil tierra-aire
de fabricación rusa mientras sobrevolaba el Donbás.
El dilema de los batallones de voluntarios.
El conflicto del Donbás tomó a las Fuerzas Armadas ucranianas por sorpresa y sin la
capacidad de hacer frente a las milicias apoyadas por Moscú. La respuesta del Gobierno
a la revuelta en el Donbás llegaría en abril de 2014, bautizada como Operación
Antiterrorista para deslegitimar las reclamaciones separatistas. El Ejército ucraniano
aumentó su presencia en la región y se coordinó con los batallones de voluntarios.
A pesar del apoyo que habían prestado durante la guerra, los grupos paramilitares,
algunos de ellos económicamente dependientes de oligarcas, eran también ejércitos
privados que podían ser usados por sus patrocinadores para proteger sus intereses
personales.
Sin embargo, no todos los batallones se integraron en las estructuras del Estado.
Algunos, como el Batallón OUN o el brazo armado de Sector Derecho, siguen siendo
65

independientes y han permanecido en la región. Otros grupos que sí se integraron en os


Ministerios siguen muy vinculados a sus anteriores comandantes, que aún pueden
movilizarlos para presionar al Gobierno.
Desde 2015, el Gobierno y los voluntarios están cada vez más divididos, no solo por los
intentos de Kiev de integrar a los grupos en sus estructuras, sino también por los
crímenes cometidos por los paramilitares en el Donbás.
La llegada a la presidencia ucraniana de Volodímir Zelenski en 2019 ha permitido un
acercamiento de posturas entre Moscú y Kiev: Zelenski se ha mostrado mucho más
dialogante y pragmático que su predecesor, Petro Poroshenko. En respuesta, los
veteranos organizaron manifestaciones en todo el país y amenazaron incluso con acudir
en masa al frente para frustrar las negociaciones de paz. En una imagen bastante
inusual, Zelenski visitó el frente a finales de octubre para confrontar a los voluntarios
que se oponían al proceso de paz, demostrando su voluntad de avanzar en la resolución
del conflicto.
Cuatro planes de paz en un año.
Para Moscú, la vuelta a la situación anterior a 2014 no era suficiente: buscaba garantías
de que Ucrania, y con ella el Donbás, no acabaría integrándose en instituciones
occidentales como la UE o la OTAN. Además, Putin pretendía que Ucrania se
convirtiera en un Estado federal para dar más autogobierno al Donbás. Ante la negativa
rusa, el Ministerio de Exteriores ucraniano propuso el “plan de sincronización de
Poroshenko”, muy similar al plan original pero cambiando el orden de los eventos. El
establecimiento de la zona colchón en la frontera se haría en primer lugar, a pesar de ser
inasumible para Moscú, pues suponía devolver a Ucrania el control de la zona rebelde.
El plan de sincronización tampoco tuvo éxito.
Tras dos intentos fallidos, el 5 de septiembre de 2014, llegó el protocolo de Minsk,
llamado así por haberse negociado en la capital bielorrusa. El protocolo de Minsk se
fraguó en el marco del Grupo de Contacto Trilateral —que reúne a representantes de la
OSCE, Ucrania, y Rusia y los rebeldes— y con la mediación de Alemania y Francia.
Este acuerdo establecía un alto el fuego inmediato verificado por la OSCE y el
autogobierno local de ciertas áreas de las regiones de Donetsk y Lugansk. La ley de
autogobierno, aprobada en 2014 por tres años y extendida ya en dos ocasiones, exime de
responsabilidad penal a las personas involucradas en los eventos del Donbás, garantiza
el derecho de los habitantes a usar el ruso en los ámbitos privado y público, y reconoce
el derecho de estas áreas al autogobierno de conformidad con la Constitución ucraniana.
A continuación, la OSCE monitorizaría la frontera entre Ucrania y Rusia, y finalmente
se producirían elecciones locales en el Donbás.
Minsk I, como sería después conocido, no logró que el alto el fuego se respetara ni
veinticuatro horas: el acuerdo no concretaba suficientemente los mecanismos de
implementación ni tampoco satisfacía del todo a ninguna de las partes. En consecuencia,
los bombardeos volvieron a empezar solo horas después de la firma. Fue necesario más
esfuerzo diplomático para acordar el “Paquete de medidas para la implementación de
los acuerdos de Minsk”, o Minsk II, en febrero de 2015, para pulir algunas de las
deficiencias de su predecesor.
- Minsk II solo fue posible gracias a que también era impreciso en algunos
aspectos, especialmente en el orden de los pasos siguientes.
¿Hacia el final del conflicto?
66

La resistencia de algunos grupos de veteranos es uno de los mayores escollos a los que
se enfrenta el Gobierno de Ucrania para avanzar en el proceso de paz. Sin embargo,
Zelenski ha mostrado mucha más capacidad de negociación que sus predecesores: desde
su llegada al poder, se han producido varios intercambios de prisioneros entre Ucrania y
Rusia e incluso con las autoridades rebeldes. La valentía de Zelenski al enfrentarse a los
veteranos insumisos, temidos aún por buena parte de la clase política, lleva a pensar que
quizás sea él quien acabe con el conflicto, aunque solo en el Donbás; Crimea ya parece
irremediablemente en manos de Rusia.
El cambio de postura de Kiev ha sido correspondido con una actitud similar en Moscú.
En febrero, Putin destituyó como responsable ruso para el Donbás a Vladislav Surkov,
que orquestó las campañas de desinformación y socavamiento de la unidad nacional en
Ucrania.
El legado soviético y la construcción del sentimiento nacional en Ucrania.
La situación ahora se agrava por una guerra civil en el este y por la anexión rusa de la
península de Crimea, territorio que pertenecía a Ucrania desde 1954.
Ucrania celebró un referéndum el 1 de diciembre de 1991 para legitimar la declaración
de independencia que había emitido el parlamento ucraniano en agosto de ese mismo
año. El intento de golpe de Estado que el sector duro del Partido Comunista había
lanzado contra Gorbachov para rechazar sus políticas aperturistas abrió la puerta a otras
declaraciones similares en el resto de repúblicas de la URSS.
El mismo día que se votaba la independencia, los ucranianos también eligieron al que
sería su primer presidente: Leonid Kravchuk, quien había sido previamente presidente
del parlamento de la época soviética. Los ucranianos comenzaban a vislumbrar un
futuro prometedor y, por primera vez, independiente de las potencias que la rodean.
La sombra rusa.
Para Rusia, la importancia de Ucrania no radica únicamente en mantener a un país
fronterizo en su esfera de influencia; Ucrania es además un país muy cercano en
términos históricos, culturales, religiosos e incluso étnicos. Kiev fue la capital del Rus
de Kiev , una confederación de tribus eslavas que dominó la zona de la actual Ucrania
entre los siglos IX y XIII, y que es considerada tanto por Ucrania como por Rusia el
origen de sus naciones. Además, durante la época zarista, Moscú trató de acabar con la
identidad local enviando campesinos rusos al territorio ucraniano, y la cantidad de
matrimonios mixtos hacía difícil distinguir a rusos de ucranianos ya durante la Unión
Soviética.
Más allá de la historia común, había otros asuntos sin resolver que impedían a Moscú
aceptar un alejamiento de Ucrania. La península de Crimea había estado bajo control
ruso desde 1783 hasta que en 1954 Nikita Kruschev la transfirió a la República
Socialista Soviética (RSS) de Ucrania.
No fue hasta la firma del Tratado de Amistad de 1997, por el que ambos países
reconocían mutuamente sus fronteras, que la atención rusa sobre Crimea se rebajó un
tanto, aunque las protestas del Maidán de 2014 volvieron a cambiar la situación: Rusia
se anexionó Crimea en 2014 y el entonces presidente ucraniano Petro Poroshenko se
negó en 2018 a renovar un tratado que, en cualquier caso, ya estaba muerto. Crimea
tiene un alto valor geopolítico debido a su localización en el mar Negro: ya fue
escenario de la guerra de Crimea, que enfrentó a británicos, franceses y turcos contra
67

rusos a mediados del siglo XIX, y ahora acoge una importante base naval rusa en la
ciudad de Sebastopol.
Con todo, la relación entre Ucrania y Rusia comenzó a truncarse mucho antes de la
anexión de Crimea. Ya en 2004, la revolución naranja puso de manifiesto las injerencias
occidentales y rusas en los asuntos internos del país. Los primeros apoyaron
económicamente a líderes de la oposición como Víktor Yúschenko y Yulia Timoshenko
durante los años previos a la revolución.
El final del mandato de Yúschenko (2005-2010) se caracterizó por las disputas en torno
al precio del gas, conocidas como “guerras del gas”. Rusia exportaba gas a Ucrania a un
precio subvencionado como pago a cambio de mantener a su vecino dentro de su área
de influencia, y estas disputas demostraron que Ucrania comenzaba a actuar de manera
más o menos autónoma, muy a pesar de Moscú. Con la llegada a la presidencia de
Víktor Yanukóvich, en 2010, Kiev viró de nuevo para situarse geopolíticamente más
cerca del Kremlin. Las protestas del Maidán de 2014 obligaron a Yanukóvich a dejar la
presidencia y abandonar el país, y cambiaron de nuevo el rumbo en Ucrania, que volvía
a orientarse hacia Occidente y alejarse de Rusia. Esta vez, Moscú respondería
anexionándose Crimea y patrocinando a las guerrillas separatistas en la guerra civil que
se abrió en el Donbás, en el este del país. No obstante, si la injerencia rusa en estas dos
regiones fue posible, e incluso relativamente sencilla, en parte se debe a la incapacidad
del Gobierno ucraniano para construir una identidad nacional durante las tres décadas
desde la independencia.
Estado unitario, división lingüística.
La Ucrania postsoviética heredó un país dividido en muchos aspectos entre un oeste
culturalmente ucraniano, y un este y sur en gran medida rusificados.
La promoción del idioma ucraniano debía ser uno de los pilares de la construcción
nacional, fundamento de unas instituciones fuertes y legítimas en un Estado unitario.
Pero, al mismo tiempo, una política lingüística discriminatoria podría provocar
tensiones sociales insalvables. No obstante, y a pesar de que en Ucrania el uso de la
lengua rusa no indicaba necesariamente la presencia de nacionalismo ruso, ya desde los
90 se adoptó una política discriminatoria que dejaba al ucraniano como el único idioma
oficial en el país y al ruso como lengua minoritaria no oficial.
La batalla historiográfica se ha producido en numerosos campos, como la herencia del
Rus de Kiev, la relación entre los territorios de la actual Ucrania y Rusia durante los
periodos zarista y soviético, o el Holodomor, la hambruna que acabó con millones de
ucranianos entre 1932 y 1933 (también transcrito “Golodomor”, y que deriva del
ucraniano ‘matar de hambre’). Kiev achaca esta catástrofe a Stalin, que habría
pretendido con ella acabar con el nacionalismo ucraniano, y la ha convertido en un
elemento muy importante de la identidad de la Ucrania independiente, de la misma
forma que el Holocausto es utilizado por el Estado de Israel para legitimar su existencia.
Los intentos de Kiev de promover a nivel nacional una identidad cultural más propia de
las regiones occidentales del país han polarizado a la sociedad ucraniana y agravado la
división entre el este y el oeste, consiguiendo, de hecho, lo contrario de lo que
buscaban: el porcentaje de población que se identificaba como ucraniana en el Donbás
descendió del 32% al 24,7% entre 2012 y 2014, y los ciudadanos para quienes la
identidad regional era la más importante pasaron del 19% al 30,1% en el mismo
periodo.
68

¿Solución a la vista?
El presidente ha comenzado su mandato con un intercambio de prisioneros con Rusia y
otro con las autoproclamadas Repúblicas de Donetsk y Lugansk, lo que ha dado nuevas
esperanzas a las negociaciones de paz. Sin embargo, el fin del conflicto requerirá mucho
más que carisma y habilidad diplomática: si desea alcanzar la paz, Zelenski deberá tener
en cuenta las demandas y el sentir de la población del Donbás.
Crimea, una península por la que se enfrentan imperios.
La península de Crimea es un enclave geopolítico por el que a lo largo de la historia se
han enfrentado numerosas naciones e imperios: el control del mar Negro es un activo
fundamental si se quiere dominar Europa del Este, el Cáucaso y la península de
Anatolia.
Al calor de las protestas del Euromaidán en Ucrania, la península fue invadida por
Rusia y posteriormente anexionada ante la impotencia del Gobierno de Kiev y del resto
de la comunidad internacional.
Expansionismo ruso.
En 1783, después de independizarse del Imperio otomano bajo el nombre de Kanato de
Crimea, es conquistada por vez primera por la Rusia imperial de Catalina “la Grande”.
Crimea servirá en un primer momento como destino vacacional de las élites imperiales
a lo largo del siglo XIX y, más importante, será el lugar donde se asiente la base naval
rusa de Sebastopol, un emplazamiento portuario clave para el Imperio ruso a nivel
comercial y militar.
Es así como en 1853 estallará la guerra que sería bautizada con el nombre de la misma
península: la guerra de Crimea (1853-1856), pues será esta la zona donde se desarrollen
gran parte de los enfrentamientos. La contienda, de dimensiones internacionales,
implicaría a numerosos actores en ambos bandos: por un lado, Francia, Inglaterra y el
reino de Piamonte-Cerdeña se aliaron para hacer frente a Rusia con el objetivo de frenar
su avance por Europa. También se les sumó el Imperio otomano, motivado por el
revanchismo y por su estado decadente, con la esperanza de poder recuperar algunos de
los territorios que había perdido frente a los rusos. Por otro lado, se encontró la Rusia
del zar Nicolás I, que aparte incorporó a su bando los territorios de los que luego
surgirían Rumanía, Bulgaria y Serbia, así como el Reino de Grecia.
Las fronteras de esta guerra traspasaron los límites de la península: los rusos se refieren
a esta como ‘guerra del Este. El Tratado de París, que puso fin al conflicto, estableció
una serie de sanciones a la Rusia zarista entre las cuales estaba la desmilitarización del
mar Negro y el abandono de la base de Sebastopol.
Con el estallido de la revolución bolchevique en 1917, Ucrania cae dentro de la órbita
soviética. Crimea será de los últimos bastiones de los que será expulsado el Ejército
Blanco, bando que apoyaba al zar Nicolás II durante la guerra civil rusa. Una vez
conquistada por el Ejército Rojo, su estatus pasará a ser el de república autónoma dentro
de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia dentro de la URSS.
En 1954, Nikita Kruschev —entonces presidente del Politburó soviético— regaló la
península de Crimea a la República Socialista Soviética de Ucrania, que desde entonces
la ha considerado parte de su territorio.
La revolución del Euromaidán y la anexión rusa.
69

El entonces presidente ucraniano, Víktor Yanukóvich, había rechazado el acuerdo de


asociación con la Unión Europea que se había venido negociado. El acuerdo implicaba
la entrada de empresas europeas en el mercado ucraniano, mucho más competitivas que
las nacionales, la eliminación de aranceles y un rescate del FMI. Sin embargo, este
acuerdo representaba un importante acercamiento a los estándares jurídicos europeos,
ayudando así a reducir el escollo de la corrupción.
- Cuando Yanukóvich declina el acuerdo y vuelve la cabeza hacia Rusia,
el pueblo ucraniano sale a la calle en señal de protesta.
Ante la posibilidad de que el nuevo Gobierno ucraniano se alejara de la influencia de
Moscú, Putin decidirá hacerse con el control de la península de Crimea. Desde el
principio de esta campaña, se valdrá de una estrategia de guerra híbrida, evitando el
enfrentamiento directo entre las tropas de los dos países. La primera fase tendrá como
objetivo sitiar la península utilizando proxies del Kremlin como la banda de moteros
Night Wolves, así como soldados rusos sin distintivo nacional. Estos, que serán
bautizados como los “hombrecillos verdes”, se adentrarán en la península tomando los
principales enclaves: el aeropuerto de la capital en Simferópol, el cuartel y la base naval
de Sebastopol. Estos hombres negaron en todo momento su vinculación con Rusia,
argumentando que, ante la amenaza de los nacionalistas ucranianos, formaban parte de
unas milicias locales de autodefensa y desde Moscú, Putin se apresuró a decir que no
había soldados rusos en Crimea.
Acto seguido, el Consejo de Crimea, el órgano de mayor autoridad de la región,
destituye al primer ministro crimeo, Anatoli Maguilov, que pertenecía al partido de
Yanukóvich pero que se había comprometido con mantener la autonomía dentro de
Ucrania. Maguilov sería sustituido por Serguéi Aksiónov, un hombre de negocios afín
al Kremlin y relacionado con el crimen organizado. Este proceso estaría lleno de
irregularidades: únicamente la Rada ucraniana de Kiev puede designar al primer
ministro de Crimea. Además, a Maguilov no se le permitió asistir al proceso, y al menos
uno de los parlamentarios declaró no estar presente durante la elección aunque se
contara el voto a su nombre.
Finalmente, el resultado fue favorable a la anexión y Crimea se convirtió de facto en un
territorio más de la Federación Rusa. El marco legal en el que se sostuvo el proceso fue
inexistente. A nivel nacional, la Constitución ucraniana prohíbe la secesión a no ser que
el referéndum se realice en la totalidad del país.
La reacción internacional no se hizo esperar. El Consejo de Seguridad de la ONU se
reunió el mismo día 16 para tratar el asunto. 13 de los 15 países respaldaron una
resolución condenando el referéndum, mientras que China se abstuvo y Rusia vetó el
documento. Ambos países suelen ir a la par dentro de este organismo, y la decisión de
China de abstenerse se explica debido a sus problemas particulares relacionados con la
integridad territorial.
Crimea en la actualidad.
La batalla por el control de Crimea se ha librado, por descontado, en el plano militar,
pero desde el Kremlin se ha puesto especial énfasis en el plano ideológico.
Putin no da señal alguna de querer deshacer su controvertida jugada, que en su
momento le granjeó una importante subida en sus índices de popularidad. Su
importancia estratégica es significativa, dado que es la sede de su flota del mar Negro y
70

sirve como muro de contención frente a las costas de Rumanía, Bulgaria y Turquía,
todos ellos miembros de la OTAN.
Segundo, a Rusia le conviene conservar la península por la construcción del puente del
estrecho de Kerch, un megaproyecto de ingeniería que ostenta el título de ser el puente
más largo de Europa. Esta construcción, patrocinada por el Gobierno ruso e inaugurada
por el propio Putin en 2018, viene a resolver en parte uno de los grandes problemas de
la anexión: abastecer Crimea por tierra.
Por último, cabe destacar la importancia que tiene la posibilidad de explotar el rico
fondo marino del mar Negro. Rusia se ha hecho con el control de la petrolera
Chornomornaftogaz, subsidiaria de la estatal ucraniana Naftogaz en la península. Una
vez que Chornomornaftogaz fue incorporada a Gazprom, el gigante gasístico ruso, se
instalaron dos plataformas de perforación en las aguas del mar Negro. Este movimiento
por parte del Kremlin formaría parte de la lógica geopolítica eurasianista: un
aprovisionamiento en materias energéticas, distanciarse poco a poco del mercado
europeo y acercarse más a China mediante acuerdos comerciales con alto valor
estratégico.
¿Qué futuro hay para Crimea?
Tampoco parece que la llegada al poder del nuevo presidente de Ucrania, el cómico
Volodímir Zelenski, vaya a cambiar el escenario actual. Aunque en un primer momento
Zelenski haya supuesto una moderada amenaza para Putin, el nuevo presidente está
dispuesto a dialogar con Rusia. Su defensa de la Fórmula Steinmeier para poner fin a la
guerra, que pasa por celebrar elecciones locales en el Donbás y la concesión de un status
de autonomía a la región, coloca a Rusia en una posición ventajosa. Esta fórmula no
incluye ningún plan para Crimea y Zelenski ya ha concluido que no se podrá hacer nada
para recuperarla, sobre todo sin el apoyo internacional.
Kolomoiski es el fundador de fuerzas paramilitares proucranianas, como el Batallón
Azov, que siguen todavía en activo en el este de Ucrania, y puede que todavía le
guarden lealtad.
Ordenamiento del espacio post soviético.
Rusia en 2017: el regreso de un actor imprescindible.
La Rusia de Putin es el actor que empieza en mejor posición el año 2017. Occidente
actuaría desde entonces a pesar de Moscú y Rusia pasó, a los ojos de Occidente, de ser
uno más a ser el otro. Tanto es así que hoy todavía hablamos de Rusia como un ente
ajeno a Europa. Enmarcados en esa lógica de bloques, cuando el Muro cayó, se habló de
que había llegado “el fin de la Historia”, la victoria de la democracia de libre mercado,
ante la que una Rusia derrotada acabaría por ceder.
Rusia, que ya no quiere ser el otro ni mucho menos el otro derrotado de los años 90,
verá en este 2017 la confirmación de que, comandada por Putin, ha vuelto a ser un actor
central en el escenario internacional.
Long Live Putin: política interna.
A nivel interno, 2017 supone un reto para el Kremlin: el centenario de la Revolución de
Octubre es un acontecimiento ineludible, pero su herencia todavía es un asunto delicado
en Rusia. El gran éxito de Putin quizá consista precisamente en aunar ambas
sensibilidades: sin renegar de su pasado soviético, recupera también el legado de la
71

Rusia zarista en aspectos tan capitales como la influencia de la Iglesia ortodoxa,


entendiendo que todo junto forma una identidad rusa genuina.
Es así como, sobre la base del nacionalismo, ha construido Putin una legitimidad para su
Gobierno refrendada en las pasadas elecciones de septiembre de 2016. En la Rusia de
hoy, el contrato social ya no se basa en el desempeño de la economía, sino en la
sensación popular de que Rusia está recuperando su posición en el mundo.
El yugo mongol o por qué la mejor defensa es un buen ataque.
En el subconsciente de todo ruso —y, por ende, también de sus políticos— está lo que
llaman el yugo mongol, heredado de la dominación tártaromongola de lo que hoy sería
Rusia entre los siglos XIII y XVI. Así se explica que, después de la caída del bloque
soviético, la Rusia venida a menos de finales del siglo XX y principios del XXI haya
asistido durante estos años con creciente recelo al progresivo ensanchamiento hacia el
este de tanto la UE como la OTAN. Hoy ambas organizaciones internacionales tienen
fronteras directas con Rusia y los países que quedan en medio sufren las consecuencias
de vivir entre dos gigantes.
Recuperada en gran medida de la crisis de los 90, Rusia ya no tiene intención de
permitir lo que ellos consideran una intromisión en su área de influencia, algo que ya
tiene consecuencias en Ucrania.
Polonia, quizá uno de los países más rusófobos del continente, ha aplaudido un nuevo
despliegue de tropas de la Alianza Atlántica, que es el mayor que se recuerda. En
respuesta, Rusia no solo está movilizando tropas en su propia frontera, sino que las está
llevando a su vecina Bielorrusia en unas cantidades que algunos han llegado a calificar
de “ocupación”.
Rusia y la UE: aprovechando las debilidades del contrario.
La Unión Europea se enfrenta este año a un agitado calendario electoral que verá como
países tan importantes como Francia o Alemania cambiarán sus Gobiernos. Todos estos
partidos —el Frente Nacional de Le Pen, Alternativa para Alemania o el Partido de la
Libertad de Geert Wilders, entre otros— son críticos con el proyecto europeo y barajan
la posibilidad de sacar a sus países de la Unión siguiendo la estela del brexit. Por otro
lado, los une a Putin un nacionalismo y una posición frente al orden internacional que
los lleva a ser los más simpatizantes con el líder ruso de todo el espectro político
europeo.
Rusia no ha dudado en financiarlos y apoyarlos, todo orientado a explotar el
descontento que sus mismos ciudadanos tienen con la UE y que podría llevar a gobernar
a partidos que se proponen incluso desmantelar la Unión.
Así, mientras atrae a sí nuevos aliados que puedan plantear la posibilidad de acabar con
las sanciones que pesan sobre ella, Rusia aprovechará cualquier oportunidad que el
2017 le brinde en la Unión Europea para ayudar a los partidos críticos con Bruselas a
alcanzar sus objetivos. Los miembros de la Unión ya se han dado cuenta, además, de
que para contrarrestar al Kremlin quizá no puedan contar con su histórico aliado
norteamericano. 2017 será, sin duda, un año decisivo en el continente.
Rusia, el nuevo gran actor en Oriente Próximo.
La caída de la resistencia en Alepo supuso la constatación de una nueva realidad en
Siria y, por extensión, en Oriente Próximo. Sin embargo, si hay un gran titular que dar,
72

es el siguiente: mientras EE. UU. deja de lado la región para centrarse en otros intereses,
el nuevo gran actor es Rusia, sin la cual Asad no habría podido ganar la guerra de esta
manera.
Rusia, que no había sido relevante en Oriente Próximo al menos desde la caída de la
URSS, pasa ahora a ser el padrino del bando vencedor, respaldado por los también
benefactores Irán y Turquía. Cabe añadir que cuenta con un puerto militar en Tartús y
una base aérea permanente en Latakia, ambos territorios sirios. En el bando perjudicado
queda Arabia Saudí, gran opuesta de Irán y sus aliados.
El nivel de influencia en la nueva Siria llega hasta el extremo de que son rusos quienes
redactan la propuesta de la nueva Constitución, que promete ser más inclusiva con los
kurdos culturalmente, pero no en autonomía política.
La intención de Putin de marcar la agenda regional ha quedado demostrada también por
un nuevo impulso dado a las negociaciones araboisraelíes, que el Kremlin podrá asumir
sin las limitaciones que tendría una Administración estadounidense.
El futuro pasa por un mundo multipolar.
Rusia también mira hacia el este. La cooperación con China es creciente y ambos
poderes comparten una visión parecida de hacia dónde tiene que ir Asia, tanto que se
plantean unir sus dos proyectos de expansión económica estrellas —la Unión
Económica Euroasiática y la Nueva Ruta de la Seda— en el marco de una revitalizada
Organización de Cooperación de Shanghái. De materializarse, supondría una unión
comercial desde Bielorrusia a Manchuria y desde Siberia al Índico.
La creciente importancia económica de China ha alimentado la teoría, cada vez más
extendida, de que caminamos hacia un mundo multipolar. Es indudable que EE. UU.
seguirá siendo durante mucho tiempo la mayor potencia militar, pero abandonamos ya
los años en que, después de la caída del Muro, la única gran potencia del mundo se
administraba desde Washington. En este nuevo orden, el tercer actor será Rusia,
renacida de su decadencia postsoviética y dispuesta y con recursos para influir en
grandes áreas del mundo.
Este 2017 será el año en que veremos a una convulsa Unión Europea enfrentarse a sí
misma, también el probable fin de la guerra de Siria y una creciente cooperación euro-
asiática, todo ello sazonado con los inciertos movimientos del recién llegado Trump. En
todos los escenarios, Rusia parte con una posición favorable. Por eso puede afirmarse
que, pase lo que pase este año, Rusia no puede ya ignorarse o aislarse, sino que es de
nuevo un actor imprescindible en el tablero de juego.
Rusia y espacio postsoviético en 2020.
A lo largo de 2019, la Federación Rusa ha orientado su política exterior a un
acercamiento a Occidente a través de la Francia de Macron y los EE. UU. de Trump. La
llegada de Volodímir Zelenski a la presidencia de Ucrania ha permitido un intercambio
de prisioneros y que se vuelvan a poner en marcha las negociaciones para resolver el
conflicto en el Donbás. A consecuencia de ello, en Europa cada vez se habla más de
acabar con las sanciones contra Moscú, siempre y cuando se avance en el proceso de
paz con Kiev. La firma del acuerdo de integración económica con Bielorrusia en
septiembre ha permitido al Kremlin apuntarse otro tanto.
La Unión Económica Euroasiática o la reconstrucción del espacio postsoviético.
73

El mundo de hoy camina con paso firme hacia la regionalización. La regionalización es


una excusa perfecta para construir y canalizar política e institucionalmente el dominio
sobre los vecinos, que geográficamente puede abarcar una región, un continente o
incluso el mundo entero.
Existen varios ejemplos donde sí se puede comprobar una hegemonía clara: Alemania
en la Unión Europea, Estados Unidos en la OTAN, Arabia Saudí en la OPEP o Brasil en
la CELAC. Por el contrario, existen regiones del mundo donde, aun habiendo un estado
de poder notablemente superior, este no lo puede canalizar de una manera adecuada ni
por unos cauces institucionales al no existir estos. Se genera así una importante
limitación de la proyección exterior del país y por lo general, una inestabilidad
considerable en la zona.
- Rusia y su gran proyecto político-económico de la Unión Económica
Euroasiática.
Una Rusia incompleta.
Rusia, como idea, es más de lo que hoy abarcan sus fronteras. En buena medida, la
disolución de la URSS en 1991 cercenó partes importantes de esa identidad,
separándolas de donde, para muchos rusos, deberían pertenecer.
Rusia se ha encontrado con dos anillos diferenciados en su periferia inmediata, los
cuales de una u otra manera Moscú entiende que deben estar bajo su amparo y, de una
forma suavizada, bajo su control. El primer anillo estaría formado por los territorios
históricamente rusos y con importantes, si no mayoritarias, poblaciones rusas. Aquí
encontraríamos a Crimea, regalada por Rusia –por Kruschev en realidad– a Ucrania en
1954, y que volvió a la Federación seis décadas después a pesar de violar el concepto de
la integridad territorial ucraniana y de incumplir el Memorándum de Budapest de 1994.
Por último, el norte de Kazajistán, poblado mayoritariamente por rusos. La segunda
zona de influencia abarcaría todos aquellos territorios que formaron parte de la Unión
Soviética y anteriormente del imperio ruso, cuya diferenciación étnica, religiosa o
cultural respecto de Rusia les permite mantener cierta distancia con las injerencias de
Moscú.
En los quince años que siguieron a la formación de todas esas repúblicas exsoviéticas,
Rusia no se encontraba en posición de generar un proyecto integrador como potencia
regional. La debilidad política del Estado, asediado por las luchas de poder, la
corrupción y el terrorismo, además de las sucesivas crisis económicas de los años
noventa, habían dejado al gigante euroasiático interna y exteriormente exhausto. Sólo
comenzó a enderezarse con la llegada de Putin al poder.
Este fortalecimiento facilitó en gran medida el crecimiento económico y la inserción
internacional de Rusia, plasmada en el grupo de los BRICS, recuperando así parte de su
influencia global e intenciones futuras.
La OTAN y la Unión Europea habían atraído a buena parte de sus antiguos socios, e
incluso exrepúblicas. Las fronteras de su rival continental estaban tocando su segundo
anillo y amenazaban con sobrepasarlo en Ucrania y el Cáucaso. Moscú por tanto se vio
ante la necesidad de reaccionar. Dando por perdidas las repúblicas bálticas, su objetivo
ahora era asegurar los dos países al oeste, Bielorrusia y Ucrania; la zona caucásica, que
ya demarcó con contundencia en su guerra con Georgia en 2008 y Asia Central, que
74

aunque estaba en una “zona de nadie” geopolítica, la entonces presencia estadounidense


en Afganistán hizo que Rusia se preocupase de estrechar las relaciones con los “tanes”.
Rusia se decantó por empezar de nuevo un proceso de integración, no dependiendo por
tanto de estructuras previas y pudiendo imponer su modelo dado el abrumador peso
económico, militar y demográfico respecto de los otros socios posibles.
Reunión bajo el paraguas de Moscú.
Económicamente, y con la salvedad de Bielorrusia, casi todas habían realizado una
transición de la economía planificada a la economía de mercado. Los conflictos
inmediatamente posteriores al derrumbe soviético –Cáucaso y Asia Central– se
congelaron. Esto, en clave regional, imprimió cierta estabilidad a la zona y facilitó que
Rusia, poder omnipresente desde entonces, encontrase mayor facilidad de interlocución
política con sus vecinos.
Con este escenario, se empezó a trabajar en una propuesta que el presidente kazajo
Nazarbáyev había sugerido en 1994 como era la creación de una unión económica. Sería
en el año 2000 cuando se fundase la Comunidad Económica Euroasiática (EurAsEC)
por Rusia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguizistán y Tayikistán, con la finalidad de
promover la integración y concertar políticas comunes.
2006 fue un año bastante prolífico para ellos. Rusia, Bielorrusia y Kazajistán acordaron
la creación futura de una unión aduanera mientras que Kirguizistán y Tayikistán se
quedaban de momento al margen al no tener estructuras políticas y económicas
resilientes para afrontar el camino de la supranacionalidad.
Así, en 2012 comenzaron los trabajos y estudios de cara a implementar una unión
económica que se compenetrase con la ya existente unión aduanera, que se tradujo a la
realidad el 1 de enero de 2015, cuando la Unión Económica Euroasiática (UEE) entró
en vigor, formada por Rusia, Bielorrusia, Kazajistán y Armenia como miembros de
pleno derecho mas Kirguizistán, cuya entrada se prevé para mayo de 2015.
Un renacer limitado.
Políticamente, la creación de la Unión Económica Euroasiática es para Rusia una
importante victoria a la vez que una decepcionante derrota. Victoria por haber liderado
y conseguido realizar una unión económica en sólo cinco años, un tiempo bastante
aceptable aunque con la ventaja de que sus únicos socios a integrar son tres países con
un peso infinitamente menor.
Esta limitación en cuanto al alcance geográfico de la UEE es también una derrota para
Moscú al no haber conseguido, al menos de momento, hacer atractivo su proyecto para
otros países que son potencialmente adheribles al bloque, como el estado uzbeko y
tayiko además del caucásico Azerbaiyán y, por qué no, una prorrusa Moldavia.
Y es que los países que podrían acabar integrando la UEE saben a lo que se exponen: la
sumisión casi absoluta a los intereses de Moscú. Bielorrusia, Kazajistán y Armenia han
sido los primeros. Rusia esté falta de canales políticos adecuados, su influencia sigue
siendo considerable en la periferia, en gran medida gracias a los vestigios políticos
soviéticos, la asimétrica dependencia económica y a las fuerzas de interposición
repartidas durante los años noventa en todo el arco sur y occidental, caso de
Transnistria, Georgia o las repúblicas de Asia Central.
75

En 2010, el presidente kirguizo Kurmanbek Bakíev acabó refugiado en Minsk tras una
ola de revueltas en su país como consecuencia de la mala situación económica y
democrática. La oposición, con el apoyo de Estados Unidos, se hizo con el poder, y
Rusia, que podía haber revertido la situación en favor de Bakíev, no movió un dedo por
el presidente que le había negado una base militar para otorgársela a Estados Unidos
durante la permanencia en Afganistán de los norteamericanos. El Kremlin pareció así
dejar clara la postura de que “con ellos o contra ellos”.
Desde la perspectiva económica también hay ganadores y perdedores, si bien todo sigue
dentro del marco de la hegemonía rusa. Para Moscú, la UEE es un avance notable
aunque insuficiente para las necesidades comerciales y económicas del país. Las
repúblicas centroasiáticas más al este, es decir, Kazajistán, Kirguizistán y Tayikistán
mantienen notables relaciones comerciales con China, especialmente con productos
primarios –excluyendo petróleo y gas natural– y productos manufacturados.
Para el caso kazajo, la aceptación del arancel común impuesto por Moscú ha significado
la elevación de los aranceles que tenía con China.
No significa esto un suicidio comercial de Astaná. A cambio ganan el acceso al
mercado ruso, de algo más de 140 millones de personas. De ninguna manera en el
Kremlin quieren que Pekín articule una política en Asia Central como la implementada
en África, algo que Rusia hoy por hoy es incapaz de contrarrestar en la misma medida.
Por tanto, la única solución plausible es blindar económicamente las fronteras, algo que
debería disuadir a China.
En buena medida, el desarrollo de la UEE va en esa dirección. La Unión Europea ya ha
comprobado dónde están las líneas rojas que no puede traspasar si no quiere tener
problemas con Rusia. La crisis de Ucrania así lo demuestra, y el repliegue de Bruselas
de la zona caucásica es la constatación de una política de integración sobreextendida.
Con la invasión de Afganistán por Estados Unidos una década después, algunos países
titubearon con dar un giro hacia Washington y, una vez desaparecidos los
norteamericanos de la zona, ha irrumpido China con intenciones de llegar hasta el
Caspio.
La motivación de esta Unión Económica Euroasiática no es por tanto económica. La
finalidad de esta organización es institucionalizar una zona de influencia rusa, orientada
especialmente hacia las repúblicas centroasiáticas, y que cree dependencias políticas,
económicas y de seguridad para con Moscú de los países integrados. La zona de los
“tanes”, con sus enormes riquezas minerales y energéticas, es una preciada pieza en el
puzzle que Rusia no se puede permitir perder. De reunir a todos los regímenes
centroasiáticos en la UEE, consolidaría una posición no sólo hegemónica en la región,
sino que aseguraría una plataforma para expandir más allá la influencia rusa a lugares
como Irán, Pakistán o India, un país con el que mantiene unas relaciones muy cordiales
pero con el que comparte pocos intereses.
La responsabilidad de vigilar un polvorín.
A pesar de su puesta en marcha en 2015 y de la pronta incorporación de Kirguizistán, la
UEE todavía no está completa. Aunque uno de los objetivos centrales sea proteger la
región de Asia Central de influencias exteriores, todavía faltan por entrar tres de las
cinco repúblicas que delimitan la zona, lo que de momento supone un desafío para la
política exterior rusa.
76

La cuestión fronteriza es un lastre que arrastra la región desde 1991. Los conflictos
étnicos se han sucedido con regularidad, derivando no pocas veces en masacres de
cientos de personas y miles de desplazados por la violencia. En este aspecto, Uzbekistán
es de los países más belicosos. En una situación de pasividad similar se encuentra
Turkmenistán, el país geográfica y políticamente más alejado de Rusia y el que menos
sufre los conflictivos vaivenes de la región. El acercamiento turkmeno a Rusia y a la
UEE se antoja complicado.
Si Rusia pretende ejercer una clara influencia en la región, o al menos legitimarse como
hegemón en Asia Central, antes de convencer –por las buenas o por las malas– a los
uzbekos y a los turkmenos, los retos más inmediatos son de otra índole, y en buena
medida su resolución les abrirá las puertas para acceder a las díscolas repúblicas
centroasiáticas.
Rusia ha llegado a desplegar fuerzas de interposición, al igual que otras veces se ha
negado a hacerlo. Mediar en ellos y evitar un aumento en la beligerancia de kirguises,
uzbekos y tayikos debería ser una prioridad para el Kremlin. Por ello, debería promover
la reelaboración del pacto centroasiático sobre el uso del agua, bendecido por Rusia en
los primeros años noventa y que no se ha vuelto a tocar desde entonces, cuando las
condiciones políticas, económicas y demográficas de la zona sí lo han hecho, amén de la
situación hídrica de los propios ríos que discurren por el lugar, especialmente el Amu
Daria y el Sir Daria.
Otro aspecto que Rusia deberá vigilar para mantener la estabilidad de la zona y que su
liderazgo resulte creíble será la del terrorismo de corte islamista. Y es que desde
Afganistán hasta la china Xinjiang, encontramos un arco de población musulmana, en
condiciones económicas muy precarias, eminentemente rural, con fuerte arraigo
identitario, desencantado con un sistema político profundamente corrupto y con etnias
distribuidas a ambos lados de varias fronteras, lo que facilita la permeabilidad de las
mismas.
Durante estos primeros años de vida de la Unión, el gigante ruso se encuentra sumida en
una profunda crisis derivada del pronunciado descenso del precio del petróleo y de las
sanciones de Bruselas por su papel en el conflicto ucraniano. Por tanto, habrá que ver
cómo de fervientemente desea reestructurar Rusia su área de influencia y, sobre todo, si
tiene la suficiente mano izquierda como para tratar con astucia y firmeza el delicado
entramado político de su periferia.
La ampliación de la UE hacia el este.
En 2004 la Unión Europea iniciaba un proceso de integración sin precedentes.
En 1957 se fundó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA). En este
selecto grupo se encontraban Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo, Países Bajos y la
República Federal Alemana, así como Argelia como parte de Francia.
La caída del Muro de Berlín, la reunificación de Alemania y la disolución de la Unión
Soviética (URSS) provocó una euforia por la oportunidad que suponía: superar la
división de los dos bloques surgida durante la Segunda Guerra Mundial. Dos años más
tarde, la CECA modificó su nombre por el de Unión Europea (UE) y en 2002 llegaría la
moneda única. Sin duda, la caída del Muro fue el gran punto de inflexión que aceleró el
proceso de integración, y desde entonces la UE ha ido creciendo, especialmente hacia el
este, hasta la reciente entrada de Croacia en el 2013. Actualmente se encuentra formada
por un grupo de 28 países.
77

Desde el fin de la guerra de los Balcanes, la prioridad en la política exterior de algunos


de estos Estados ha sido el ingreso en el club. Otros países lejanos al continente —o
península, como algunos afirman— europeo también se han mostrado interesados en
ingresar (Israel, Marruecos y Cabo Verde), pero su ubicación geográfica, entre otros
elementos, hace muy difícil que algún día lleguen a ser Estados miembros.
La precipitación de incluir a países que habían formado parte de la esfera soviética y
que hoy se encuentran bajo influencia rusa puede traer una gran indigestión a la UE,
además de nuevos problemas con la Rusia de Putin, como en el caso de Ucrania.
¿Quién entra?
Los Estados que quieren ingresar deben ser admitidos por consentimiento unánime de
los Estados miembros, así como cumplir las condiciones y criterios de adhesión
adoptados por los dirigentes de la UE en la cumbre de Copenhague de 1993, criterios
que no cumplieron al entrar países como Rumanía o Bulgaria, lo que demuestra el
interés geopolítico de la UE en el espacio postsoviético.
Un problema que existe es que la UE no tiene instrumentos para hacer cumplir dichos
criterios una vez que los nuevos Estados han entrado.
Primero, porque sus Gobiernos han tomado una posición claramente euroescéptica, de
enfrentamiento directo contra las directrices de Bruselas. Segundo, porque se están
limitando las libertades civiles de ciertas minorías étnicas y otros colectivos. Y, por
último, porque son movimientos que están siendo imitados por partidos en otros Estados
que podrían suponer el fin de la UE.
Con la entrada de Rumanía y Bulgaria se permitía la entrada a dos Estados que
incumplían los criterios de Copenhague antes siquiera de convertirse en miembros y que
además suponían un problema en la política exterior, porque su adhesión afectaba a los
intereses de Rusia.
La UE contra Putin.
Desde la disolución de la URSS, la Federación Rusa ha venido perdiendo influencia y la
expansión de la UE hacia el este ha sido una amenaza para sus intereses en la región del
Báltico, los Balcanes y el Cáucaso.
Desde la disolución de la URSS, la Federación Rusa ha venido perdiendo influencia y la
expansión de la UE hacia el este ha sido una amenaza para sus intereses en la región del
Báltico, los Balcanes y el Cáucaso.
El conflicto en Ucrania no ha sido el único donde UE y Rusia se han visto enfrentados
indirectamente. Durante el proceso de desintegración de la URSS, las repúblicas
exsoviéticas y otros Estados afines a Rusia se integraron en la Comunidad de Estados
Independientes (CEI), una confederación supranacional a la que las repúblicas bálticas,
así como Georgia, rechazaron unirse, si bien esta última pasaría a ser miembro en 1993
tras una guerra civil. Moldavia es otro de sus miembros que cada vez está más cerca de
la salida del CEI y de ingresar en la UE, especialmente debido al conflicto en
Transnistria.
¿Expansión ilimitada?
La división este-oeste, a pesar de los intentos, no ha sido borrada y se ha acentuado
recientemente con el brexit, la llegada de refugiados sirios, los enfrentamientos con
78

Rusia y el auge de la extrema derecha y el euroescepticismo. Aunque es difícil de


calcular, hay indicadores que muestran —con excepciones— que el euroescepticismo es
más alto en el este.
Ningún líder de los ocho grupos parlamentarios europeos pertenece a un Estado del este,
hecho repetido de la anterior legislatura.
En el ámbito económico, estos países se enfrentan a enormes dificultades, como la
pobreza y la desigualdad, por el paso de sistemas de economías planificadas a
economías de mercado en un contexto de globalización y crisis económica.
Estas posiciones quedan cuestionadas por la actual escalada de tensión entre la UE y
Rusia con motivo de las maniobras militares de ambas en la frontera occidental. Las
intenciones de la UE de expandirse hacia el este aún no han cesado y, sin duda, eso
traerá nuevos conflictos externos e internos.
El fin de la URSS y el “fin de la historia”.
Mijail Gorbachov, que ha sido durante seis años Secretario General del Partido
Comunista de la Unión Soviética, acaba de presentar su renuncia. La URSS deja de
tener presidente.
La bandera roja es arriada, y en su lugar aparece la bandera tricolor de la Federación
Rusa. La imagen, retransmitida por todos los medios, no deja lugar a dudas: el gran
imperio soviético ha dejado de existir.
El socialismo soviético no funciona. El centralismo no funciona. En definitiva la
economía planificada está condenada al fracaso. La URSS y sus setenta y cuatro años de
vida no han sido más que un mal sueño, un accidente solo sustentado en la represión y
el autoritarismo. Hasta los partidos socialdemócratas aceptarán esta versión. El
marxismo-leninismo ha perdido toda autoridad, mejor simplemente olvidar esa etapa
oscura.
Aún hoy en día es difícil encontrar una explicación de la caída de la Unión Soviética
que no asuma esta como inevitable. ¿Por qué se hundió el sistema soviético? ¿Eran las
decisiones de Gorbachov las únicas posibles o había caminos alternativos de actuación?
De Brézhnev a Andropov. Una oportunidad perdida.
Al fin y al cabo la economía nacional se mostraba pujante. A ojos de los grandes líderes
del partido el sistema funcionaba casi por sí solo. Durante la segunda mitad de los años
sesenta la estabilidad y el consenso se convirtieron en política de estado. Los
funcionarios apenas rotaban en sus puestos, y los que lo hacían, intentaban no introducir
grandes cambios. La iniciativa individual no estaba bien vista y poco a poco se fue
consolidando una autentica gerontocracia dirigente.
Como era de esperar todas las instituciones políticas experimentaron un claro
anquilosamiento y los acomodados dirigentes empezaron a ver en la corrupción una
forma fácil y sencilla de obtener beneficios.
Fueron muchos los que entendieron el partido como un instrumento de promoción
social. Desde esta perspectiva es más fácil entender el aumento constante de la
corrupción. Bajo la oficialidad crecía una “segunda economía” muy difícil de eliminar
en décadas posteriores.
79

Con todo, en 1979 ya era imposible ocultar la necesidad de realizar cambios profundos,
hasta la productividad y el crecimiento económico se habían resentido. De hecho no
sería hasta 1982, y ya con Andropov plenamente instalado en el poder, cuando el
gobierno soviético realmente adoptó un amplio programa de reformas para el país.
Los sueldos solo podían crecer si también lo hacia la productividad. De otra forma,
como había ocurrido en los últimos años, se conseguía una demanda cada vez mayor
que por el contrario no podía verse del todo satisfecha. El estado acababa, de forma
indirecta, incentivando el mercado negro y por consiguiente la corrupción. Andropov
aplicaba así aquella máxima socialista de “a cada cual según su trabajo”.
Mijaíl Gorbachov. La URSS en la encrucijada.
No es posible entender el colapso de la Unión Soviética sin analizar las políticas
emprendidas por Mijaíl Gorbachov. Este, en el poder desde el 11 de marzo de 1985,
tuvo un inicio fulgurante al mando del partido. En pocos días quedó claro que el nuevo
líder no venía para asumir un papel pasivo. La senda de transformación, ya marcada por
Andropov, fue rápidamente retomada y Gorbachov siguió legislando contra la
nivelación salarial, en favor del desarrollo científico y técnico o en la lucha contra la
“segunda economía”.
El alto mando soviético cambió su línea de acción a partir de 1987. Al final se acabó
optando por la promoción de la propiedad privada y un sistema de poder orientado hacia
el pluripartidismo. La gran pregunta que debemos responder es por qué se dio tal giro.
En los años 1985 y 1986 la producción y el consumo soviético aumentaron. Además, el
crecimiento económico ascendió hasta el 2% y variables como la esperanza de vida o la
mortalidad infantil mejoraron por primera vez en 20 años.
Tal vez sencillamente el hombre más poderoso de la Unión Soviética quería resultados
inmediatos y no tuvo la paciencia para esperar los resultados de sus medidas. Durante
1987 los soviéticos tuvieron que familiarizarse con dos nuevos términos hasta ahora
desconocidos: la Glasnot y la Perestroika. Ambos, desde un primer momento, fueron
conceptos tremendamente abiertos. La reforma era algo positivo, aunque nunca llegara a
quedar claro hacia dónde se dirigía el gobierno.
Desde una mayor publicidad y transparencia por parte del Partido Comunista hasta una
crítica abierta a todo el sistema soviético. La situación no dejaba de ser paradójica, ya
que era el propio Gorbachov quien alentaba a los medios e intelectuales a censurar las
políticas socialistas, como si él no tuviera nada que ver en todo lo que ocurría.
De la noche a la mañana la prensa se volvió claramente anticomunista, situando en una
posición muy difícil a todos aquellos que osaran criticar el nuevo rumbo marcado desde
Moscú. En junio de 1988 Gorbachov ya se sentía lo suficientemente seguro como para
promover la creación de un Congreso de los Diputados del Pueblo, desde el cual se
elegiría a un Soviet Supremo y un presidente ejecutivo. La medida suponía toda una
revolución política. A partir de ahora la nueva presidencia, y no la Secretaria General
del PCUS, acapararía el poder real en la Unión Soviética. El partido Comunista debía ir
perdiendo paulatinamente todos sus privilegios hasta quedar relegado a una fuerza
parlamentaria como otra cualquiera.
En diciembre de 1987, casi como un anticipo de los años siguientes, se había aprobado
de manera repentina la reducción del número de productos industriales que serían
adquiridos por el estado.
80

En teoría las empresas ganaban autonomía para vender sus productos en el mercado. La
ley de la oferta y la demanda debía ayudar a resolver los problemas de distribución. En
la práctica el planteamiento se mostró totalmente temerario y en pocos meses la
economía se hundió en el caos. A finales de 1988 la escasez ya era un problema grave y
en la Unión Soviética aparecía, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, la
inflación.
Ley de Cooperativas: con ella se pretendía legalizar o cooperativizar las nuevas
organizaciones que surgían a raíz del mercado o que provenían de la segunda economía,
es decir, del mercado negro. La empresa privada tendría bajo este paraguas
reconocimiento legal en el sistema soviético. Las relaciones entre las empresas estatales
y las nuevas cooperativas deberían ser a partir de ahora más fluidas, ayudando a las
primeras a salir de la difícil situación en que se encontraban. Lo que realmente ocurrió
fue que las empresas públicas vieron un buen negocio en arrendar su equipo industrial a
estas cooperativas menos controladas por el estado. De manera informal había
comenzado la privatización de los activos estatales.
A principios de 1989 el panorama era muy poco esperanzador. Desde Moscú el
gobierno no parecía capaz de solucionar la situación, y muchos ciudadanos se
refugiaban poco a poco en el nacionalismo.
¿Cuál fue el hecho que desencadenó el dominó? Es complicado saberlo. 1989 dejó
muchas imágenes para el recuerdo: los soldados soviéticos abandonando Afganistán, un
triunfante Lech Walesa en Polonia o el Muro de Berlín destruido a martillazos eran
mensajes muy claros para toda la URSS. El bloque soviético se derrumbó, de eso no hay
duda, pero el derrumbamiento no era inevitable.
MAPA DESCOMPOSICIÓN UNIÓN SOVIÉTICA.
La Rusia de Putin.
La Rusia de un hombre.
La dura infancia de la nueva Rusia.
Borís Yeltsin ocupó la cabeza del Gobierno durante casi todo un decenio (1991-1999).
Su estrategia económica resultó demasiado radical para la coyuntura: la
desregularización de los precios, la privatización de empresas hasta las fechas estatales
y el impulso del mercado libre fueron unas medidas volátiles para un régimen estancado
en el poder central del Estado durante generaciones.
No obstante, la patente política más importante de Yeltsin fue la aprobación en 1993 de
una nueva Constitución que delineaba férreos poderes centrales en la figura del
presidente de la nación. La desestructuración estatal y la ineficacia de las medidas
económicas durante la primera década de la nueva Rusia pavimentaron la llegada de un
líder capaz de levantar sobre su persona a un Estado necesitado de conciencia nacional y
determinación política, capacitado para dar estabilidad a una década de cambios
troncales erráticos en cada estrato político-social.
El Estado ruso, la mayor empresa capitalista.
La fracasada liberalización económica propuesta por Yeltsin había supuesto la aparición
de una oligarquía con poder político latente y dispuesto a malversar su posición en
detrimento de las necesidades estatales. Cuando Putin llegó al poder, no tuvo
81

contemplaciones en tomar las medidas necesarias para erradicar un estrato social que no
había hecho más que dislocar el organigrama sociopolítico postsoviético.
Desde su primera legislatura, el Kremlin comenzó a nacionalizar compañías y a
arrebatárselas a los oligarcas reacios a seguir la partitura política implantada por el
Ejecutivo.
Tras tres legislaturas como presidente (2000-2008 y 2012-2018) y una como primer
ministro (2008-2012), Putin aspira a cumplir con su último ciclo en el Ejecutivo ruso,
hasta 2024. El líder goza de una reputación y respaldo nacional consolidados; ha sido
capaz de maquinar sus objetivos en cada una de las esferas de poder y delegar
prerrogativas en personas alineadas con su programa político, pero sobre todo de
convertir las instituciones que configuraban el Estado ruso en el organismo más
poderoso de la nación. El epicentro de su propuesta gubernamental siempre ha sido
crear unas vértebras estatales capaces de graduar el poder de entidades
extragubernamentales a través de su absorción, de tal modo que se asegurara el control
de los recursos y la distribución de la producción. No se trata de estar en contra de las
multinacionales privadas, sino de que estén al servicio del Estado.
Un sistema hecho para el presidente.
Rusia es el país más extenso del planeta y, en consecuencia, la distribución
administrativa del Estado exige una configuración particular. Está formada por 83
sujetos federales repartidos en ocho distritos federales.
La Asamblea Federal o Parlamento está constituida por la Duma Estatal y el Consejo de
la Federación. La Duma —cámara baja— admite 450 diputados, elegidos por un
sistema mixto tras la reforma electoral. El Consejo de la Federación —cámara alta— lo
conforman 170 senadores, dos por cada uno de los 85 entes territoriales autónomos.
La Federación Rusa se autoproclama una república semipresidencial. El Ejecutivo se
elige por sufragio universal directo; si algún candidato supera el 50% de los votos, se
proclama vencedor. En el caso de que ninguno alcance tal cifra, se procedería a una
segunda vuelta entre los dos más votados y ganaría quien obtuviese más votos. La
figura de presidente abarca un poder superior al de cualquier otro órgano, ya que su
función es de árbitro.
La panacea de ser potencia de nuevo.
Durante la última legislatura, de nuevo como presidente, Putin recurrió a la coyuntura
internacional para dar un golpe de efecto a los entresijos nacionales. El líder ruso ha
utilizado la identidad nacional creada y pregonada por él mismo como elemento
justificador de las acciones en el exterior, concretamente en Ucrania y la intervención en
Siria.
La arquitectura propagandística del Kremlin se ha encargado de implantar en la
mentalidad del pueblo ruso el afán por recuperar su papel de potencia hegemónica. Las
sanciones de Occidente y la bajada del precio del petróleo pronosticaban una crisis
mayúscula en el país euroasiático; sin embargo, el efecto de la maquinaria mediática y
el crecimiento del mercado armamentístico han permitido hacer de Rusia un actor
capital en regiones estratégicas del planeta al tiempo que han minimizado el efecto de la
82

cojera económica dentro de sus fronteras. El Gobierno ruso ha hilvanado un programa


híbrido capaz de tener a las masas bajo una relativa satisfacción pese a su precaria
situación gracias al papel preponderante de Rusia en el planeta.
La democracia soberana.
La Rusia actual está precedida por dos imperios, el zarista y el soviético; esto supone
unos pliegues sociales y políticos forjados en los totalitarismos. Si bien hoy se acerca
más a una autocracia, la nación rusa siempre ha estado gobernada bajo las directrices de
un líder que sobresale entre las diferentes oligarquías derivadas del poder. Putin ha
moldeado en sí mismo la identidad nacional: religión ortodoxa, autoritarismo y
demostración de fuerza. Putin no se muestra crítico con los líderes históricos de la
nación rusa; en sus discursos aboga simplemente por mejorar las pretensiones marcadas
por su Historia.
La religión ortodoxa ha recuperado su papel hasta convertirse en piedra angular de la
Rusia de Putin; también se han recuperado símbolos históricos para la reconstrucción
del nacionalismo ruso.
Una oposición invisible.
El 18 de septiembre de 2016 tuvieron lugar las últimas elecciones a la Duma Estatal. El
opositor de Putin, líder del Fondo de Lucha contra la Corrupción, ha llamado a las
masas a boicotear las elecciones como represalia al sistema corrupto. “Nos robaron las
elecciones legítimas y ahora tratan descaradamente de robarnos seis años de nuestra
vida e inculcarnos que no pueden existir otras opciones. Bueno, cuando no hay a quién
escoger, escogemos la huelga”.
Una cultura estoica.
Putin ha sabido dispersar a la oposición; ha permitido la presentación a las elecciones de
más partidos, algo de lo que es consciente que corre a su favor por la falta de unidad
política entre los candidatos. Aun con la percepción generalizada de que los resultados
están predeterminados, el líder de Rusia Unida ha sabido construir una Rusia a su
medida; ha unido unos valores comunes para dar conciencia de nación y ha proyectado
la fuerza rusa hasta recuperar sus alardes pretéritos de potencia. Rusia más que ninguna
otra nación se ha forjado a través de la confrontación y la determinación tiránica de sus
líderes.
La federación ha crecido políticamente con Putin; su estabilidad es su mayor credencial.
La contundencia de sus actos ha devuelto al país al grupo de las potencias mundiales,
pero el precio lo ha pagado una nación que no conoce la evolución liberal tan extendida.
La estrategia de Rusia en las repúblicas bálticas.
La tensión en la frontera entre el Báltico y Rusia ha puesto en alerta a la alianza
atlántica.
Un pequeño entre gigantes.
83

El control de Rusia sobre el territorio letón se remonta a los siglos XVII-XVIII , cuando
las tropas zaristas derrotaron a las órdenes teutónicas y las fuerzas suecas que se
asentaban en la península de Curlandia y el golfo de Riga.
Siempre bajo la dominación de las potencias regionales, los territorios no conseguirían
afianzar una posición lo suficientemente fuerte como para alcanzar su independencia
hasta finales de la IGM. Esto les salió caro: con la declaración de las independencias,
los nuevos líderes nacionales poco tardaron en buscar la forma de aferrarse al poder.
Siguiendo la línea autocrática que imperaba en Europa, las estructuras de gobierno en la
región báltica tendieron al autoritarismo.
n. Los intentos por consolidar una alianza báltica para reforzar sus defensas contra los
poderes europeos no terminaron de cuajar. Finalmente, con el estallido de la IIGM,
letones, lituanos y estonios tuvieron que aceptar que su sueño tendría que esperar.
La raíz soviética.
La ocupación soviética fue sumamente profunda; las potencias se repartieron Europa y
Stalin no dudó en exigir que el Báltico quedara del lado comunista. Apelando a la
herencia histórica, el Kremlin consiguió hacerse con el control de la región y empezar a
imponer sus políticas para expandir la soñada revolución socialista.
Se comenzó un proceso de rusificación, desde la deportación masiva de población a
Siberia hasta el reasentamiento de poblaciones rusas en localizaciones claves para
afianzar el dominio. Además de las reformas agrarias y la dinamitación de la sociedad
que se había creado durante las independencias, la propaganda soviética se esforzó en
reforzar los vínculos de la población con la madre patria.
Las repúblicas bálticas no dejaron de estar bajo el férreo control comunista, lo que
generó una dependencia de estas para con Moscú.
La dominación soviética ha dejado en la región, un elemento: el de la influencia del
período de la Guerra Fría, que va más allá del legado de barrios soviéticos y complejos
militares abandonados. Las repúblicas bálticas han sufrido un gran cambio desde que
alcanzaran la independencia en 1991. Rápidamente giraron su vista hacia el oeste como
un modo de alejarse lo más rápido posible del que había sido su amo y señor durante
más de 40 años. Sin embargo, no encontraron tanto apoyo como el que buscaban: una
Europa de dos velocidades unos vecinos nórdicos que con su elitismo no favorecían la
aproximación de las repúblicas y una pasividad imperiosa a las advertencias que los
Gobiernos lanzaban sobre el interés de la nueva Federación Rusa por no perder el
control de la región.
Desde que las repúblicas consiguieran la independencia en 1991, el Kremlin ha
mantenido una estrategia de bajo perfil que le ha permitido seguir muy presente en la
política, economía y sociedad bálticas, desde las relaciones que ha establecido con
grupos nacionalistas rusos y polaco-lituanos a los ciberataques o la presión energética.
La reconquista de la influencia.
Pese a la presencia de tropas de la OTAN en el territorio, estas tienen una función
disuasoria más que beligerante. Si nos fijamos en la estrategia de Moscú, veremos que
84

está siguiendo una política de coerción y desgaste para con los vecinos del oeste. El
Kremlin no tiene una intención de conquistar las repúblicas bálticas; la época de los
imperios le queda ya lejos a Putin.
Tradicionalmente, en la diplomacia rusa se ha dicho que la seguridad aumenta cuanta
más tierra haya entre Moscú y las fronteras enemigas: ese es el mantra que la
Administración de Putin está siguiendo. Rusia conseguiría afianzar una zona de bloqueo
que le permitiera tener el control de un espacio suficiente como para no correr el riesgo
de un ataque enemigo. No se persigue ocupar el territorio, sino que este acepte que está
bajo la esfera de Moscú en vez de la de Bruselas y Washington.
A sabiendas de las reticencias que existen dentro de la UE y la propia OTAN con
respecto a la defensa y el aumento del gasto defensivo, el Kremlin ha iniciado una
campaña de desgaste para minar aún más la moral de Occidente. Así pues, se pretende
terminar con la voluntad de los Estados europeos para defender el territorio. No se lleva
a cabo un ataque, sino que se presiona durante un tiempo lo suficientemente largo como
para que los costes del despliegue militar en el Báltico no sean rentables.
Es una estrategia a largo plazo que se ve favorecida por la propia incertidumbre en la
que vive ahora mismo Occidente. Con ese miedo que existe en el seno de la alianza
atlántica, lo último que los socios europeos quieren es que haya una ruptura interna a la
vez que se entra en conflicto con Rusia.
La importancia de los peones
Un enfrentamiento directo con las repúblicas bálticas y los países nórdicos sería
insostenible para Moscú. Sin embargo, el debate gira en torno a la capacidad de la
alianza atlántica para responder en caso de que esta situación se materializara. Las
simulaciones que se han llevado a cabo han demostrado que su capacidad es
insuficiente, y tanto la propia OTAN como Rusia lo saben.
Moscú está preparando una zona de influencia que le sea cómoda para años venideros.
Si se fuera a llevar a cabo algún tipo de acción, no iba a ser Rusia la que diera el primer
paso: han demostrado saber cómo generar inestabilidad y encontrar las mejores razones
para forzar la intervención. El principal actor en un posible conflicto serían todos los
Jānis que se extienden por el territorio. Como ya ocurriera en Ucrania, en cualquier
acción de Moscú jugarían un papel fundamental las minorías, aquellos que viven en las
repúblicas pero que no se sienten identificados con la realidad político-social.
Una vez se consiga llegar a estos grupos minoritarios, la intervención será sencilla. La
nueva distribución de las fuerzas rusas en la frontera este del Báltico y el incremento de
su presencia militar en el noroeste de Bielorrusia, país muy cercano al Kremlin, crean
una pinza en torno a la región que permite a Moscú reaccionar rápidamente si fuera
necesario.
Entra aquí en juego el elemento central: Kaliningrado. La cuña de soberanía rusa entre
Lituania y Polonia depende de la conexión de trenes y carreteras que pasan entre las
fronteras lituanas y polacas para recibir la mayoría de sus suministros. Es aquí donde
muchos analistas ven el principal riesgo: si Rusia se hiciera con el control de las
minorías y estas se alzaran y cortaran el tránsito hacia la región, el Kremlin tendría en
85

bandeja la excusa para desplegar unidades y salvaguardar el suministro de víveres a sus


ciudadanos: “No es una ocupación, sino una operación para estabilizar la zona”.
La llamada de Moscú.
La tensión que se extiende por la frontera báltica va más allá del mero despliegue de
tropas. Ucrania ha sido el vivo ejemplo de la instrumentalización de la nacionalidad y la
Historia por parte de la geopolítica rusa. Pese a la oposición general de la ciudadanía a
la presencia rusa en la zona, continúa habiendo pequeños grupos que no lo perciben de
este modo.
Occidente se enfrenta a un complejo desafío en el Báltico. Por un lado, es consciente de
la necesidad de aumentar el gasto militar para poder responder ante cualquier maniobra
de Rusia en la zona, pero tiene que aprender a explicárselo a sus sociedades.
Pero, sobre todo, no tiene la capacidad de llegar a las personas que Jānis representa, una
minoría que intenta mantenerse a flote entre los vestigios de lo que fue una de las zonas
más industrializadas de la Unión Soviética y ahora tiene que competir con unos vecinos
europeos con los que no se identifica mientras escucha la voz de un Putin que llama a la
unidad y a la recuperación del esplendor del este de Europa… incluidas las naciones
bálticas.
El límite intermitente: las fronteras de la Polonia actual.
Polonia es el sexto país más grande de la Unión Europea.
Lo cierto es que lo que actualmente consideramos “Polonia” no es sino resultado directo
de los tratados que en 1945 pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial, la última fase de
un proceso de evolución que ha tenido un final relativamente reciente si lo comparamos
con la formación de otras fronteras como las de Francia, España o Países Bajos. La
volatilidad de las fronteras polacas se ha debido en parte a la ausencia de barreras
naturales claras al este o al oeste, lo que acompañado de la diversidad étnica
característica de los espacios centroeuropeos ha favorecido la falta de estabilidad a la
hora de establecer límites con sus vecinos tradicionales más directos, Alemania y Rusia.
Los antecedentes: de la Rzeczpospolita a la reconstrucción (1569-1918).
Desde el siglo XV, Polonia había estado virtualmente unida a su vecina Lituania, unión
que se ratificó con la creación en 1569 de la Rzeczpospolita – literalmente, República –
de las Dos Naciones, el estado más extenso de Europa en su tiempo, que perduraría
hasta 1795. La República de las Dos Naciones, lejos de ser homogénea, estaba habitada
por una gran cantidad de etnias y pueblos de orígenes muy diversos: junto a polacos y
lituanos había una gran presencia de alemanes, judíos, rutenos, rusos e incluso tártaros,
una cuestión que heredaría indirectamente la Polonia futura.
La época de mayor esplendor de la Rzeczpospolita quedó atrás en el siglo XVIII,
cuando Polonia-Lituania fue cayendo progresivamente en la órbita de sus, muy
especialmente de Rusia.
La progresiva influencia de Rusia y en menor medida de Prusia y Austria en los asuntos
polacos culminaría en 1772 con la primera de las tres particiones que sufriría Polonia. A
esta primera separación, que arrebató a Polonia casi un 30% de su territorio, que pasó a
86

manos de Austria, Prusia y Rusia, siguieron otras dos en 1793 y en 1795. Ese mismo
año, Polonia simplemente dejó de existir.
Durante todo el siglo XIX, los polacos buscaron la recuperación de su perdida
independencia al calor del nacionalismo romántico imperante y las revoluciones
liberales. Esto les llevó a apoyar a Napoleón y a llevar a cabo infructuosas
insurrecciones en 1830, 1846 y 1863. Todas ellas terminaron en un rotundo fracaso, que
no hizo sino avivar las ansias de independencia de la intelectualidad polaca en el exilio.
Sería la Primera Guerra Mundial la que, al calor de la caída de los tres grandes imperios
que se habían repartido Polonia, permitiera el surgimiento de una nueva Polonia.
¿Qué forma había de tomar un estado que no había existido en más de un siglo, que
nunca había tenido unas fronteras claras con sus vecinos y cuyos intereses chocaban
de lleno con los de las nuevas nacionalidades aparecidas en su entorno?
Abrirse paso a codazos: la frontera occidental de la nueva Polonia (1919-1939).
La cuestión acerca de las fronteras de la renacida Polonia se convirtió en uno de los
puntos más polémicos de las negociaciones territoriales en Versalles, donde chocaron
los intereses polacos y los de las potencias vencedoras de la guerra.
Uno de los puntos más peliagudos de la negociación fue definir el límite occidental del
nuevo estado, que se trazaría a costa de las antiguas provincias orientales del Imperio
Alemán y siguiendo criterios étnicos. Polonia recibió la Poznania, con capital en
Poznań, la mitad sur de la Alta Silesia y el área alrededor de la ciudad de Danzig, que
quedó como Ciudad Libre en una solución que no convenció ni a polacos ni a alemanes.
Pese a todo, Polonia había logrado el que era uno de sus objetivos principales: lograr
una salida al mar.
Polonia también recibió las ciudades prusianoorientales de Allenstein, que pasó a ser
Olsztyn, y Marienwerder (Kwidzyn). Con esta auténtica “partición de Prusia” comenzó
un proceso de desgermanización que llevó a los alemanes orientales a emigrar
progresivamente hacia el oeste, una escena que se repetiría a partir de 1945.
No todas las polémicas territoriales de la frontera occidental de Polonia tuvieron a
Alemania como principal rival; las fricciones comenzaron muy pronto con las recién
creadas repúblicas vecinas por la imposibilidad de aplicar el criterio étnico que
buscaban los reajustes de los Tratados de Versalles. En concreto, Polonia sostuvo una
disputa con otra república completamente nueva, Checoslovaquia, por el dominio de
tres comarcas fronterizas del antiguo Imperio Austro-Húngaro: Cieszyn –Těšín para los
checos– Spisz (Spiš) y Orawa (Orava). El conflicto acabó resolviéndose en 1920 con la
división de dos de estas localidades en dos partes, una polaca y otra checa, con la
frontera estatal en medio.
La frontera imposible: el límite oriental de Polonia (1919- 1939).
Con todo, la frontera más controvertida y disputada de Polonia será con diferencia su
límite oriental, con una extensa área que abarcaba las actuales Ucrania, Lituania y
Bielorrusia entre Polonia y la Rusia revolucionaria. Esta zona, se convirtió en el campo
de batalla entre las fuerzas de las recién creadas. Segunda República Polaca y Unión
Soviética. Las hostilidades comenzaron en 1919 con el avance del ejército polaco hacia
87

el territorio soviético y concluyeron en 1920, tras una decisiva victoria polaca en la


batalla de Varsovia.
La frontera entre la Unión Soviética y Polonia quedó establecida en un punto mucho
más al este que la frontera actual, englobando a toda una serie de nacionalidades que
convirtieron Polonia en un estado mucho más heterogéneo de lo que las potencias de
Versalles hubieran deseado.
En su recién adquirida frontera oriental, Polonia entraría en disputa también con la
nueva república de Lituania, que reclamaba para sí la ciudad de Vilna como capital. La
capital lituana seguiría siendo Kaunas hasta 1942.
Los reajustes de fronteras posteriores a la Primera Guerra Mundial convirtieron a la
Segunda República Polaca en un estado multiétnico bastante alejado del estado
homogéneo que buscaban los famosos catorce puntos de Wilson, una circunstancia que
había sido posible sólo gracias a las acciones militares polacas en un momento de
debilidad de los antiguos imperios ruso y alemán.
Todo esto cambiaría en septiembre de 1939 con la invasión alemana y soviética de la
República de Polonia, que dividiría el país en dos partes siguiendo lo estipulado en el
Pacto Molotov-Ribbentrop: la oriental bajo influencia soviética y la occidental, bajo
control del Reich. Finalizaban así veinte años de Polonia independiente, y comenzaba
uno de los períodos más oscuros de la historia del país. La Polonia que saldría de la
Segunda Guerra Mundial sería, con toda probabilidad, una Polonia diferente.
Una solución draconiana: las fronteras actuales de Polonia (1945-).
El fin de la Segunda Guerra Mundial en 1945 trajo una nueva reconfiguración del mapa
polaco, en esta ocasión de manera definitiva, que a grandes rasgos se ha mantenido
hasta la actualidad. Las fronteras de 1945 no solucionaron los problemas del período de
entreguerras, sino que literalmente, y de nuevo en palabras de Norman Davies, los
destruyeron. La frontera oriental de Polonia, origen de inestabilidades y disputas
territoriales durante la primera mitad del siglo XX, fue basada en la llamada “Línea
Curzon”, que había sido propuesta por el ministro de exteriores británico George
Curzon en 1919.
Las grandes pérdidas territoriales experimentadas por Polonia en el este fueron
recuperadas con creces en el oeste, donde se estableció una nueva frontera que seguía
los ríos Oder-Neisse. Las fronteras de la nueva Polonia resultaron una imposición
pragmática al calor de las circunstancias extraordinarias de 1945, sin tener en cuenta
factores como la demografía o las nacionalidades.
Esta trágica situación provocó un vacío demográfico en el oeste de la nueva Polonia,
que fue compensado con la llegada de un millón y medio de refugiados polacos venidos
de las tierras anexionadas a la URSS, que junto a dos millones de colonos del centro del
país y a otro millón y medio de polacos venidos de Alemania, donde habían estado
trabajando en régimen de esclavitud durante la Segunda Guerra Mundial, repoblaron las
nuevas tierras occidentales de Polonia.
A estos ajustes demográficos se sumó la desaparición de más de dos millones y medio
de judíos –un grupo especialmente abundante en Polonia– durante el dominio nazi. Los
88

durísimos reajustes realizados tras la Segunda Guerra Mundial han creado un país
homogéneo étnicamente este es el resultado de una intensa ingeniería política
internacional que tras la Primera Guerra Mundial redibujó las fronteras tratando de
adaptarlas a las nacionalidades, y que tras la Segunda Guerra Mundial redistribuyó las
nacionalidades de acuerdo con las fronteras.
Rusia, uno de los principales actores internacionales que ha decidido sobre las fronteras
de Polonia, que ya no limita con ella desde 1991 exceptuando la franja norte del oblast
de Kaliningrado; pese a ello sigue formando parte principal de la política internacional
de la nueva Rzeczpospolita, que ahora cuenta con un “cinturón de seguridad” de
repúblicas menores –sus viejos vecinos bálticos y Ucrania– frente a su tradicional
vecino del este.
En 1991 los ministros de exteriores polaco y alemán firmaban el “Tratado de la Frontera
Germano-Polaca”, por la cual la República Federal Alemana reconocía la línea del
OderNeisse como la definitiva entre las dos repúblicas. Junto a él se firmó también un
“Tratado de Buena Vecindad y Cooperación Amistosa”, que garantizaba el respeto a las
minorías a ambos lados de la frontera polaco-alemana. Atrás quedaban la brutalidad y
las tensiones que habían dibujado los bordes de Polonia durante casi medio siglo.
El Cáucaso, un hervidero sin solución a la vista.
Una de las regiones que con mayor rigor sufrió este rebrote de nacionalismo fue la
caucásica. Georgia, Armenia y Azerbaiyán, situados en este límite oriental entre Europa
y Asia, reprodujeron a principios de los años noventa terribles episodios bélicos, tanto
entre ellos como de manera intraestatal. La situación se ha complejizado al entrar
nuevos actores en juego. Estados como Rusia, Turquía o Irán, todos limítrofes con uno
o varios de los tres países caucásicos tienen intereses económicos, políticos o culturales
en la zona además de preocupaciones por una posible desestabilización.
Veinticinco años de guerras.
Georgia obtuvo su independencia en abril de 1991, en pleno desmembramiento de la
URSS. En el entramado territorial soviético tenía a su vez a dos repúblicas autónomas
adheridas, la República de Osetia del Sur y la República de Abjasia. La región, habitada
mayoritariamente por osetos, quería en primer lugar independizarse de Georgia para
luego integrarse con Osetia del Norte, territorio de la Federación Rusa.
Finalmente, y coincidiendo con un periodo político y económico especialmente
turbulento para Georgia, Osetia proclamó su independencia en noviembre de 1991,
mientras que Abjasia lo hizo en julio de 1992.
La incapacidad de las tropas georgianas para controlar el territorio rebelde y la ayuda
encubierta de Rusia a las repúblicas separatistas provocó, además de unos cuantos miles
de muertos, 250.000 desplazados georgianos y una considerable destrucción, la retirada
de las tropas de Georgia en 1992 de Osetia y en 1993 de Abjasia y un acuerdo de alto el
fuego.
Económica y políticamente sostenidas por Rusia, las repúblicas independizadas han
intentado distanciarse lo más posible de Georgia, incluyendo expulsar a los georgianos
todavía en sus fronteras.
89

Finalmente, en agosto de 2008, tras varios incidentes con tropas rusas, el ejército de
Georgia lanzó una potente ofensiva sobre la capital surosetia, Tsjinvali, con la esperanza
de obtener una rápida victoria que permitiese recuperar la región separatista. Sin
embargo, la defensa de las tropas rusas allí destacadas frustró sus planes. A esto se le
sumó casi de inmediato una invasión rusa de Georgia en toda regla. En pocos días, el
ejército ruso había aniquilado a las tropas georgianas y obligado de nuevo a Tblisi a
aceptar el statu quo con sus pretendidas repúblicas autónomas, cerrando así el último
capítulo en dicho conflicto.
Alto Karabaj, situada dentro de Azerbaiyán pero controlada actualmente por Armenia.
Su historia reciente, así como la de los dos países mencionados, es igualmente violenta.
El motivo principal es que dicha región es mayoritariamente armenia –cristianos–,
integrada en un país étnica y religiosamente distinto como es Azerbaiyán, azerí y
musulmán chií. Así, las habituales protestas de que eran marginados y perseguidos
dentro del país azerí volvieron a ser una técnica habitual para argumentar sus
intenciones.
La tensión entre la autoproclamada república y el gobierno central azerí fue creciendo
en los meses siguientes, desembocando en una guerra abierta fomentada por el vacío de
poder dejado por la URSS en su colapso. Aunque no llegase a haber una declaración
formal de guerra entre Armenia y Azerbaiyán, la contienda entre 1992 y 1994 fue entre
ambos de guerra total. Los azeríes, armados con los restos dejados por la desaparición
soviética y apoyados por Turquía e Irán, partían teóricamente con mayor ventaja en la
contienda.
Los armenios, que para 1994 controlaban todo el territorio de la república
independentista y seis provincias azeríes, iban de victoria en victoria. Finalmente, y para
no verse más derrotados aún, Bakú solicitó un alto el fuego en mayo del 94, una tregua
bendecida por Rusia.
Desde entonces, tanto Nagorno-Karabaj, independiente de facto, como los territorios
azeríes conquistados por Armenia en la guerra se encuentran administrados desde
Yereván. Toda la zona limítrofe entre Armenia y Azerbaiyán está plagada de trincheras,
alambradas y puestos de vigilancia. El alto el fuego significó una rebaja en las
hostilidades, pero ni mucho menos la paz en la zona. Desde 2008 la situación ha
empeorado, y son frecuentes las escaramuzas, los intercambios de disparos e incluso el
fuego de artillería en la línea que separa ambas zonas.
Revoluciones inconclusas.
Uno de los causantes de esta delicada situación en el Cáucaso ha sido su élite
políticomilitar. Heredera de las relaciones de poder en la época soviética, el derrumbe
de la potencia comunista dio alas a los jerarcas de la zona para consolidarse en el poder
de las recién nacidas repúblicas caucásicas. Estos autócratas de principios de los
noventa de marcado carácter personalista, tuvieron que recurrir al clientelismo y la
corrupción en sus élites para mantenerse en el poder. No todos aguantaron. El primer
presidente georgiano, Zviad Gamsajurdia, duró poco más de medio año en el cargo,
viéndose obligado a exiliarse en Armenia cuando un golpe de estado militar le depuso
del cargo al encontrarse el país al borde de la guerra civil. Su sustituto, el último
90

ministro de exteriores soviético, Eduard Shevardnadze, consiguió mantenerse en el


poder de 1992 a 2003.
La situación política en Armenia y Azerbaiyán no ha sido mucho mejor. Los conflictos
armados, las crisis económicas derivadas de la incapacidad de reconversión tras el
colapso soviético, la corrupción generalizada y los fraudes electorales han sido una
constante que han desgastado políticamente a todos los presidentes.
El año 2003 marcó un antes y después en las dinámicas políticas de la región. Se
celebraron elecciones en los tres países caucásicos, y todos los comicios arrojaron
importantes cambios. En Georgia, la presidencia de Shevardnazde cada vez estaba más
deteriorada. La mala situación económica y la corrupción galopante que estaba
extendida en la élite política acabó por dividir al gobierno y sacar a los georgianos a la
calle, comenzando así la “Revolución de las rosas”.
El nuevo presidente Saakashvili, abiertamente proocidental, prometió mejorar la
economía, acabar con la corrupción y reforzar la posición del país. En los diez años en
los que se mantuvo en el poder, cumplió lo primero, intentó lidiar con lo segundo y
fracasó en lo último.
Sin embargo, la guerra con Rusia en 2008 echó todo por tierra. Las instituciones
occidentales tomaron buena nota del mensaje: el Cáucaso era ruso y la intromisión
occidental en aquella tierra no iba a ser bien recibida desde el Kremlin. Por Georgia, un
país pequeño y sin demasiada importancia, OTAN y UE no iban a dañar –más– sus
relaciones con Moscú.
El 2003 también fue importante para Armenia. Robert Kotcharian, nacido en la
república de Nagorno-Karabaj, se presentaba a la reelección tras su primer mandato, que
comenzó en 1998 con sospechas de fraude electoral incluido.
En el vecino y enemigo Azerbaiyán, los asuntos políticos anduvieron por derroteros
similares. Haidar Aliev, el omnipresente presidente, cedió el testigo a su hijo Ilham, que
para legitimarse convocó elecciones en octubre de 2003, que ganó con solvencia gracias
a un más que posible fraude electoral.
La explotación de hidrocarburos en el Mar Caspio ha contribuido a ello, y aunque la
calidad de vida en Azerbaiyán no ha mejorado espectacularmente, el posicionamiento
del país sí lo ha hecho, proporcionándole cierta protección internacional gracias al
establecimiento de algunas grandes empresas energéticas en Bakú, la capital del país.
La delicada geopolítica y geoeconomía caucásica.
En los tiempos recientes, si bien los cuatro países mencionados son sus protagonistas,
otros estados como Turquía o Irán, además de instituciones como la OTAN o la UE
tienen intereses en la zona, por lo que a mayor número de jugadores, mayor complejidad
en la situación.
En el tablero regional podemos distinguir tres facciones: Georgia, enfrentada con sus
repúblicas secesionistas Abjasia y Osetia además de con Rusia, que apoya a estas dos
últimas en su particular política pansoviética y apoyada, aunque muy nominalmente y
de manera poco efectiva por Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea; otro bando
91

encabezado por Armenia, enfrentado con Azerbaiyán por el comentado enclave de


Nagorno-Karabaj y con el respaldo político-militar de Rusia y de la llamada “diáspora
armenia”, esto es las comunidades de armenios en distintos países del mundo y que se
calcula en unos doce millones de personas.
Tenemos a Azerbaiyán, enfrentada desde la independencia con Armenia y apoyada por
Turquía y por Irán, este último con la intención de debilitar la influencia turca –suní– en
un país mayoritariamente chií como es el azerí.
Bien es cierto que el país con mayor proyección de influencia en la zona es Rusia. Su
idea de mantener estados periféricos afines en los límites europeos y asiáticos tiene una
considerable importancia aquí. Además cabe recordar que durante toda la década de los
noventa, e incluso en el presente siglo, Rusia ha librado una guerra bastante cruenta en
Chechenia contra los grupos paramilitares/terroristas chechenos. Así, la conveniencia
rusa de pacificar la zona es alta, puesto que el conflicto en Osetia o su seguridad
energética depende en buena medida de la estabilización del conflicto checheno y una
situación de caos en la región conlleva graves consecuencias a ambos lados de la
cordillera caucásica.
Rusia no mantiene en general buenas relaciones con Azerbaiyán por la cuestión
religiosa y por el estatus del Mar Caspio, rico en hidrocarburos y que Rusia pretende
dominar. Sin embargo, el debate sobre si es un mar o un lago no fomenta el
entendimiento entre Moscú y Bakú.
Otro aspecto importante a destacar y que es fundamental es la variable económica,
concretada en la importancia tanto de la producción de crudo y gas natural en el Mar
Caspio como su transporte hacia la Europa occidental. Rusia y Azerbaiyán tienen
fuertes intereses, ya que en buena medida la comercialización de hidrocarburos es lo
que sostiene sus economías; por otra parte, Turquía asume el papel de intermediario
entre la región euroasiática y el continente europeo. Implícitamente también está
interesada en que haya paz en el Cáucaso, dado que cobra por el transporte de gas ruso y
azerí por su territorio. Si la región caucásica se sume en el caos, la producción se corta,
al igual que sus ingresos. Por tanto, no sólo se negocia ya cómo articular la política
caucásica en base a los intereses propios de los países allí situados, sino que entre Rusia,
Azerbaiyán y Turquía, intentan reequlibrar la balanza regional de tal manera que ellos
también puedan beneficiarse de los hidrocarburos del Caspio.
A los armenios es Rusia quien les apoya gasísticamente, ya que de no ser por esa ayuda
tendrían serios problemas de suministro. Incluso la UE pretende influir en la política
energética regional. Las conocidas dependencias energéticas comunitarias intentan ser
resueltas diversificando los proveedores, ya que en la actualidad más de un tercio del
gas que Europa importa proviene de Rusia. Conflictos como el de Ucrania y Crimea
ponen en serio peligro la seguridad energética de la Unión, por lo que desde hace unos
años en Bruselas se lleva negociando la importación de hidrocarburos desde el Mar
Caspio, concretamente gas azerí.
No obstante, a principios de diciembre de 2014, Putin anunció la cancelación del
proyecto, por lo que todo el entramado regional energético sigue igual, en manos de
Rusia.
92

Futuro incierto.
El desarrollo económico para los tres países ha sido positivo en algunos aspectos, pero a
su vez les ha otorgado herramientas extremadamente peligrosas. Una de estas
consecuencias se concreta en la acelerada carrera de armamentos que viven los tres
países. De hecho, la caucásica es una de las regiones con mayor aumento en el gasto en
armamento desde el fin de la Guerra Fría. Actualmente el ejército azerí es enormemente
potente y con diferencia.
Hoy la situación es bastante distinta, con ejércitos bien equipados y armamento de
notable calidad. Es esa diferencia cualitativa azerí la que desequilibra en gran medida el
statu quo actual, sólo contrarrestado por la presencia de Rusia, que mantiene un ojo
puesto en la región. En parte esto es causa de que el Grupo de Minsk no prospere.
Azerbaiyán todavía mantiene una actitud revanchista y cada vez se siente más segura de
sus posibilidades dada su creciente capacidad militar. Al otro lado de Nagorno-Karabaj
se encuentra Armenia, creyéndose todavía en el estatus de ganador de la contienda y
cómodo en esa posición puesto que en parte la victoria sobre los azeríes en los noventa
es su venganza particular contra los turcos, que desde hace veinte años mantienen la
frontera cerrada y todavía hoy no reconocen el genocidio sobre los armenios de hace un
siglo.
Rusia parece ser pues el único bálsamo regional. Sin embargo, actúa a la vez como
acicate en los conflictos, ya que su interés es que estos, tanto en Georgia como entre
armenios y azeríes, sigan activos. Durante la mayor época de estabilidad, Georgia y
Armenia giraron hacia la Unión Europea y Azerbaiyán ganó independencia económica
gracias a los hidrocarburos. Eso, en el mapa mental ruso de configuración regional, no
puede volver a suceder.
Por tanto, el principal foco se encuentra en Nagorno-Karabaj. En los últimos años ha
habido conatos de conflicto armado, y sólo es necesario que uno de ellos se vaya de las
manos más de la cuenta para que Armenia y Azerbaiyán vuelvan a la confrontación.
Ahora, es difícil dilucidar quién podría tirar la primera piedra. Armenia es inferior pero
cuenta con el apoyo ruso; Azerbaiyán es notablemente superior pero no está tan
respaldado.
En la zona georgiana la situación está bastante más enfriada. Georgia ya comprobó
cómo no puede atraer a sus ex-territorios por la fuerza, y políticamente no tiene ningún
atractivo reintegrarse bajo Tblisi. Osetia seguirá intentando entrar en Rusia y Abjasia
mantener su estatus semi-independiente, ya que además dispone de mayores
capacidades para tener autonomía, tanto política como económica.
La guerra civil en Ucrania ha demostrado que el mundo occidental no está libre de
conflictos armados, menos aún si hay intereses de grandes potencias de por medio. El
Cáucaso no es una excepción. Sin una solución factible a la vista y con trincheras y
alambres de espino todavía sobre el terreno, sólo cabe esperar que a todos les interese la
paz.
Abjasia y Osetia del Sur, las dos regiones en disputa entre Georgia y Rusia.
93

En la frontera entre Georgia y Rusia existen dos territorios en los que ambos países
dirimen sus diferencias: Abjasia y Osetia del Sur. Abjasia y Osetia del Sur son dos
regiones en el norte de Georgia, en la frontera con Rusia. Oficialmente son territorios
georgianos, aunque ambas son independientes de facto desde 1992 y 1991,
respectivamente.
En un principio, Moscú buscaba así frenar el nacionalismo georgiano, pero ahora su
estrategia está más movida por el interés que tiene en mantener su área de influencia en
los países colindantes. En este sentido, el deseo que mostró Georgia por incorporarse a
la Unión Europea y a la OTAN a partir de 2003 no fue visto con buenos ojos desde el
Kremlin. Por otro lado, en la actualidad las potencias occidentales, aliadas de Georgia,
han perdido interés en integrar a este país en sus filas y no parecen dispuestos apoyar a
los georgianos a reavivar las llamas del conflicto.
La identidad de Abjasia y Osetia del Sur.
Las reivindicaciones territoriales de Abjasia y Osetia del Sur están respaldadas en parte
por sus particularidades identitarias. Las aguas del mar Negro bañan las costas de los
abjasios, descendientes de los circasianos, minoría étnica proveniente del noroeste del
Cáucaso. Los osetios, por el contrario, residen en el interior montañoso de Georgia, al
norte de Tiflis, y son descendientes de los alanos, un grupo etnolingüístico iranio. Los
conflictos que enfrentan a estas dos regiones con Georgia tienen un fuerte componente
identitario, con acusaciones de ambas partes de limpieza étnica.
La lengua abjasia también es un factor clave de su identidad nacional, hablada por cerca
de la mitad de la población en la región. Abjasia, desde principios del siglo XX, pasó a
formar parte de la URSS con el estatus de república autónoma, primero dentro de Rusia
y, a partir de 1931, de Georgia. Desde entonces, Abjasia será víctima de las políticas
soviéticas de georgianización, que tenían por objetivo la homogeneización étnica dentro
del territorio georgiano, incluyendo el cierre de escuelas abjasias o la designación de
oficiales georgianos para los puestos clave de Gobierno.
El clima subtropical de la región y su proximidad al mar Negro la convirtió en un gran
atractivo para el aparato político soviético por dos razones clave: ser un área idónea para
el turismo y para la explotación agrícola. El desarrollo de la región, en gran parte
fomentada por las élites soviéticas, llevó a Abjasia a ser una de las repúblicas con
mejores estándares de vida dentro de la URSS.
Osetia del Sur presenta ciertas diferencias. Al ser una región principalmente montañosa
donde el territorio cultivable escasea, el atractivo que podía tener tanto para Rusia como
para Georgia era mucho menor. Durante el período soviético se respetaría su lengua
oficial y lanzaría una considerable inversión para la construcción de infraestructuras.
Con todo, la región no fue capaz de superar la pérdida de su hermana septentrional,
Osetia del Norte.
La actual Georgia había pertenecido al Imperio ruso desde 1801, pero se separó
brevemente durante la guerra civil. Cuando los bolcheviques la recuperaron en 1921,
Osetia sería partida de forma que la mitad norte quedaría bajo el control ruso y la
meridional en manos georgianas. A Osetia del Sur se le confirió el estatus de provincia
autónoma dentro de Georgia, un rango administrativo menor que el que tenía Osetia del
94

Norte como república autónoma dentro de Rusia, una diferencia que fue interpretada
como un intento de frustrar otros intentos de independencia de Georgia.
La primera guerra civil georgiana.
Aprovechando la inestabilidad de los meses de la perestroika, Osetia del Sur reclamó
una mejoría de su estatus regional en el conjunto de Georgia en 1989, a lo que Tiflis
respondería con una negativa tajante, imponiendo el georgiano como lengua oficial en
todo el país e ilegalizando los partidos regionalistas. Lejos de acatar los dictámenes del
Gobierno georgiano, Osetia del Sur se declaró independiente en 1990 como una
república más dentro de la Unión Soviética.
La capital de Osetia del Sur, Tsjinvali, pronto empezó a ser escenario de combates entre
surosetas y georgianos, conflicto que escaló cuando Gamsajurdia envió a la Guardia
Nacional Georgiana a combatir a las milicias surosetas, que habían sido a su vez
reforzadas con infantería y armamento proveniente de Rusia.
Shevardnadze negoció un alto el fuego con Boris Yeltsin, entonces presidente de Rusia,
monitorizado por la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE).
Osetia del Sur vio así refrenadas sus ambiciones independentistas por la OSCE y los
demás mediadores, que respetaron su pertenencia a Georgia.
Parte de las razones que tenía Georgia de querer estabilizar la situación en Osetia del
Sur era su necesidad de dirigir esfuerzos a controlar el estallido de otra insurrección en
Abjasia. El Gobierno abjasio también declaró su independencia de Tiflis como reacción
a las políticas nacionalistas de Gamsajurdia. Entre 1992 y 1993, una plétora de grupos
armados de diferentes etnias y procedencias, como paramilitares chechenos y milicias
abjasias de un lado, frente a georgianos leales al depuesto Gamsajurdia, del otro, se
enfrentarían por ganar el control de la zona.
Pero el bando georgiano estaba abocado a la derrota, pues después del golpe de Estado,
Shevardnadze le retiró el apoyo a la Guardia Nacional Georgiana, leal a su antecesor.
En septiembre de 1993, el bando separatista tomaba de nuevo la capital en la batalla de
Sujumi, la última de la guerra y un episodio de violencia extrema, según Human Rights
Watch. En diciembre del mismo año se firmaría un alto el fuego oficial y Abjasia sería
intervenida por tropas rusas y por la ONU en una misión de mantenimiento de paz. Al
mismo tiempo, se obligó a Georgia a acceder a la Comunidad de Estados
Independientes, una organización regional dominada por Rusia y concebida como un
intento de recuperar su influencia en el espacio postsoviético.
Llegada de Mijeíl Saakashvili al poder.
El fin de la guerra asentó las bases de la política intervencionista rusa en su antigua área
de influencia. Shevardnadze, que había solicitado el apoyo de Rusia para acabar con lo
que quedaba de las milicias leales a Gamsajurdia, tuvo que acatar todas las condiciones
impuestas por Moscú, entre ellas confiarle a los rusos las tareas de mantenimiento de la
paz en las regiones separatistas y, con ello, darles un papel clave en las políticas de
integridad territorial georgianas. Lejos de acabar con el conflicto, desde entonces las
misiones de pacificación rusas han tolerado, incluso incentivado, el tráfico y
contrabando de bienes y armas en Osetia del Sur y Abjasia. La entrada de dinero y el
95

asentamiento de mercenarios cosacos rusos destinados a apoyar a los movimientos


separatistas demuestran que Rusia en ningún momento ha tenido la voluntad de retirarse
de ninguna de las dos regiones.
La tendencia se revirtió en 2003, año en el que se produjo en Georgia una revolución
popular apoyada por Estados Unidos: la Revolución de las Rosas, una de las
revoluciones de colores que se dieron en el espacio postsoviético en los años 2000.
Georgia se enfrentaba a enormes problemas relacionados con la injerencia rusa, las
mafias y la corrupción. Shevardnadze se vería aquí obligado a dimitir y fue reemplazado
por su ministro de Justicia.
Resulta muy simbólico que Bush fuera el primer presidente estadounidense de la
historia en visitar Georgia. Saakashvili le corresponderá renombrando la carretera que
conecta Tiflis con el aeropuerto con su nombre. Además, el gasto militar georgiano
comenzará a crecer enormemente a lo largo de este periodo, y Georgia demostrará su
alianza con Estados Unidos convirtiéndose en el tercer país que más soldados envíe a
Irak entre 2003 y 2008, solo por detrás de Estados Unidos y Reino Unido.
La recuperación de las regiones separatistas era una de los asuntos más importantes de
la agenda de Saakashvili. A lo largo de su mandato, ya había intentado restaurar la
normalidad en estos territorios combatiendo la corrupción y el contrabando. En la
cumbre de Bucarest de 2008 países como Estados Unidos o Polonia se mostraron a
favor de admitir a Georgia en la Alianza Atlántica, pero la negativa de otro bloque de
países liderados por Francia y Alemania impediría finalmente su entrada.
Agosto de 2008: el blitzkrieg ruso.
Las tensiones comenzaron a aumentar de manera evidente escasos meses después: los
acercamientos de Georgia a la OTAN no gustaban a Rusia, a pesar de que finalmente no
se uniera a la alianza. A mediados de julio, Moscú organizó un ejercicio de maniobras
militares que simulaba un ataque a sus fuerzas de mantenimiento de paz en las regiones
separatistas. Georgia tomó este acto como una declaración de intenciones intolerable y
respondió con maniobras en las que movilizó también a soldados estadounidenses. El 3
de julio, el jefe de Gobierno en Osetia del Sur, progeorgiano, estuvo a punto de ser
víctima de un atentado con una mina y hubo un intercambio de ataques con artillería por
parte de los dos bandos.
La madrugada del 8 de agosto, Georgia bombardea Tsjinvali, la capital de Osetia del
Sur, para después invadir la parte sur de la región con infantería. Rusia respondió a este
ataque tratando de “fascistas” a los georgianos. La invasión rusa tuvo mucho mayor
impacto que en la pasada guerra. En esta ocasión, las tropas del Kremlin tomaron
Tsjinvali, pero además penetraron en territorio georgiano hasta detenerse a solo cuarenta
kilómetros de Tiflis.
Esta vez, el objetivo no era la población, sino la infraestructura militar georgiana que
tanto desarrollo había experimentado en los últimos años. La base militar de Senaki, al
oeste del país, la que era la joya del ejército georgiano y que mayor inversión de la
OTAN había recibido, fue hecha trizas y saqueada por las fuerzas rusas. Los rusos
también tomarían la ciudad natal de Stalin, Gori, en el centro del país; una ciudad de
importante valor estratégico que conecta la parte meridional y septentrional del país, y
96

en la que tanto la estatua erigida a Stalin como el museo dedicado a su memoria


permanecieron intactos.
El alto el fuego llegó el 12 de agosto, tan solo cinco días después del comienzo de esta
guerra relámpago. Saakashvili y el presidente ruso, Dmitri Medvédev, firmarían un
acuerdo mediado por el presidente francés, Nicolas Sarkozy —representando a la Unión
Europea— por el cual ambas partes se comprometieron al cese de las hostilidades. El
fin de la guerra dejaría a Rusia como claro vencedor al alejar a la UE y la OTAN de sus
fronteras, y a Georgia muy deteriorada en el plano material y en el anímico. El fin de la
guerra también traerá el reconocimiento oficial por parte de Rusia de Osetia del Sur y
Abjasia como países independientes, que también han reconocido un pequeño grupo de
países más como Venezuela, Nicaragua o Siria, todos aliados de Rusia.
Rusia afianza su posición.
Desde entonces, ambas regiones han pasado a depender en lo fundamental del
patrocinio ruso. Las relaciones comerciales que mantienen los ahora Estados de facto
con Rusia son prácticamente exclusivas. A día de hoy, la economía de Osetia del Sur
está basada en las importaciones e inversión rusas, pues sus escuetas exportaciones no
van más allá de productos agrícolas. Abjasia sí se beneficia de una mayor inversión en
infraestructuras de un capital extranjero más diversificado.
La cooperación también se extiende al plano militar: Rusia firmó sendos acuerdos
militares con Abjasia y Osetia del Sur en 2014 y 2015, respectivamente, generando un
gran descontento en Tiflis y la condena de países occidentales. Nada hace pensar que
Rusia quiera retirarse de estos dos territorios: después del ingente gasto y esfuerzo
militar invertido, y con la presencia de líderes favorables a Moscú en ambas regiones,
Rusia lo tiene fácil para quedarse. Abjasia y Osetia del Sur cumplirán así su función
para Rusia: ampliar su área de influencia y fomentar la inestabilidad en los países
fronterizos.

You might also like