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Versión web 2009

Conceptos de Economía -versión web- 2


Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

L a señora Joan Robinson (1903-1983),


discípula de John Maynard Keynes y
una de los grandes economistas del
siglo pasado gustaba de señalar cuando se le
preguntaba por razones para estudiar
decidido asumir ese riesgo voluntariamente,
de modo consciente. Más bien, ha sido para
nosotros un peaje obligado puesto que, en la
medida de lo posible, hemos pretendido en
cada una de las entradas que el concepto
Economía, la de aprender a no dejarse descrito lo fuese de la manera más completa
confundir por los economistas. Contribuir a posible para así evitar al lector el
esta tarea clarificadora ha sido nuestro inconveniente de deambular a lo largo del
objetivo último al redactar esta suerte de volumen, saltando de una a otra entrada para
diccionario personal, buscando proporcionar entender el concepto en cuestión. Asimismo,
el bagaje conceptual mínimo necesario para hemos tenido también muy claro que uno de
que los lectores puedan ser capaces de los objetivos de un trabajo de este tipo debía
entender a los economistas sin dejarse ser el evitar caer en el tratamiento
embaucar más allá de lo necesario por su desintegrado que suele ser habitual en los
retórica, que también –somos conscientes de muy abundantes diccionarios de términos
ello- es la nuestra. Un objetivo, por otro lado, económicos, que con demasiada frecuencia
que en este mundo crecientemente dominado ofrecen una perspectiva deslabazada del
por la Economía y lo económico se nos conjunto de la Economía, conformados, como
antoja cada vez más necesario, por no decir lo están, a manera de racimos de palabras en
imprescindible. Ojala lo hayamos muchos casos carentes cada una de ellas de
conseguido. una conexión clara con el resto. Hemos
tratado por ello, siempre que ha sido posible
En su origen la obra tenía una
y era pertinente, de establecer una conexión
dimensión mucho más modesta y pretendía
entre los diferentes conceptos contemplados,
ser poco más que un glosario que ayudara al
explotando así las interrelaciones entre los
lector a entender críticamente, o sea, a
mismos, de modo que el lector, pasando de
desvelar el lenguaje, a veces jerga, de los
forma asistida (con la ayuda en esta versión
economistas. Con el tiempo, y para nuestra
electrónica de un hipervínculo) de un
sorpresa pues pensábamos que en un texto
concepto a otro, pueda llegar a obtener una
breve seríamos capaces de trasladar el núcleo
visión más integrada de la forma de pensar en
de los saberes de los economistas a un
Economía. De haberlo conseguido ello sería
lenguaje accesible, la obra ha ido creciendo
una de las posibles fortalezas de este trabajo.
en extensión. Hoy, incluso, nos damos cuenta
El recurso tipográfico utilizado para este
de que podría o quizás –para algunos- debería
propósito ha sido señalar en negrita aquellas
ser todavía más amplia, pero no creemos que
palabras que remiten a conceptos
deba serlo so pena de perder en ese camino
desarrollados en el diccionario y cuya lectura
hacia una mayor extensión la
adicional considerábamos recomendable. En
“manejabilidad” que ha de ser inherente a un
cursiva, por otro lado, aparecen aquellos
diccionario.
conceptos o expresiones propias del análisis
Somos conscientes de sus debilidades. económico que no tienen una entrada
Hay conceptos que sin duda merecían haber específica y cuyo contenido se define en el
tenido un tratamiento más extenso. Hay propio texto.
ausencias, vacíos, que pedirían ser rellenados.
Fácilmente podrá comprobar el lector
Pero la escasez que domina todo el análisis
que la extensión de las distintas voces dista
económico también ha impuesto aquí su ley.
de ser homogénea. Conceptos técnicos de
El espacio tipográfico no es ilimitado, por lo
índole instrumental así como otros de
que hay que ser eficientes en su uso. Creemos
carácter básico o fundamental en Economía
que todos los conceptos que figuran son
reciben sin embargo un tratamiento
imprescindibles. Hay otros que no aparecen y
relativamente breve, en tanto que algunos
que quizás, de nuevo para algunos, lo
otros, en apariencia más accesorios o
merezcan. Pero hemos tenido que elegir, y
secundarios, se alargan más de lo que los
éste ha sido el resultado.
“conocedores” pudieran estimar previsible o
Por otro lado, cuando se opta como adecuado en un texto como este de tipo
hemos hecho nosotros por el formato de introductorio e instrumental, todo lo cual en
diccionario, se corre el riesgo de caer en suma puede parecer a primera vista una
repeticiones innecesarias o redundantes a arbitrariedad. De nuevo, esta ausencia de
tenor de la reiteración de algunos argumentos homogeneidad responde a una decisión
o ideas en más de una entrada. Hemos pensada. Ocurre, por un lado, que hay
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conceptos muy básicos e importantes que son


relativamente sencillos de explicar y
comprender, lo que hacía innecesario
demorarse en ellos dada la restricción de
espacio; por otro, sucede que si se pretende
satisfacer el objetivo de pertrechar al lector
con las herramientas para desentrañar
críticamente las argumentaciones de los
economistas, era necesario hacer incursiones
en desarrollos conceptuales más avanzados,
novedosos o relativamente marginales.
Asimismo, a lo largo de todo el libro
se ha intentado dar cabida a los múltiples
enfoques y teorías que conviven, no siempre
pacíficamente, dentro de la Economía.
Aunque a menudo ésta se antoja como un
saber monolítico, lo cierto es que, debido en
gran parte a sus peculiaridades como ciencia,
existen visiones muy distintas de los mismos
fenómenos, lo que por otra parte explica la
conocida broma de que donde hay dos
economistas hay, al menos, tres opiniones.
De este modo, junto con un tratamiento que
se ha pretendido extenso y detallado del
núcleo dominante, la economía neoclásica, se
han introducido tanto otras visiones
alternativas o complementarias, como
contrapuntos críticos a ésta.
Un diccionario como este es deudor de
las palabras e ideas de muchos autores. Pero
sus características, así como el intento de
favorecer cierta ligereza en la narración que
facilitase su lectura, impedían, sin embargo,
hacer una detallada mención de todos ellos,
de modo que salvo raras excepciones no
encontrará el lector referencias explícitas de
las fuentes utilizadas. Con la finalidad de
subsanar, siquiera mínimamente esta
carencia, se ha añadido al final del libro una
breve guía de referencias de ampliación que
sirvan al lector para profundizar, de acuerdo
con sus intereses, en los conceptos abordados
en el texto.
Finalmente, tras la versión tradicional
en papel realizada por Alianza Editorial en
2005, presentamos ahora una versión en
hipertexto. En la medida en que la versión
electrónica facilita la ampliación de las voces
incorporadas en el tratado, esperamos que el
mismo se vea aumentado con otros conceptos
que con el paso del tiempo nos parezca
interesante incorporar en la medida de
nuestras posibilidades.
Salamanca–Madrid, Septiembre 2009
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1. acción colectiva 39. bien inferior


2. acelerador 40. bien libre
3. actividad, tasa 41. bien normal
4. actividades de búsqueda de rentas 42. bien posicional
5. activo 43. bien público
6. actualización 44. bien relacional
7. acumulación 45. bien sustitutivo
8. ad valorem 46. bien Veblen
9. adicción 47. bienestar
10. agente, véase relación de agencia 48. bolsa de valores
11. ahorro 49. burbuja
12. ajuste macroeconómico 50. burocracia
13. ajuste, proceso de 51. búsqueda
14. altruismo
15. amortización 52. caeteris paribus
16. análisis coste-beneficio 53. cambio estructural
17. análisis media-varianza 54. cambio técnico
18. animal spirits 55. capacidad ociosa
19. antitrust, legislación 56. capital
20. apertura, tasa 57. capital humano
21. aprendizaje, curva de 58. capital social
22. arancel 59. capitalismo
23. arrastre, efecto 60. cartel
24. asalarización 61. ciclo económico
25. austriaca, economía 62. ciclo económico político
26. autarquía 63. ciclo vital
27. aversión al riesgo 64. Coase, teorema de
65. Cobb-Douglas, función
28. balanza de pagos 66. coeficiente de caja
29. banco central 67. colusión
30. Banco Mundial 68. comercio estratégico
31. barreras de entrada 69. comercio intraindustrial
32. barreras no arancelarias 70. competencia
33. base monetaria 71. competencia factible
34. beneficios 72. competencia imperfecta
35. bien complementario 73. competencia monopolista
36. bien creativo/ bien defensivo 74. competencia perfecta
37. bien de densidad 75. competitividad
38. bien Giffen 76. concentración de mercado
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77. conflicto 115. desempleo


78. conglomerado 116. tasa de desempleo
79. Consenso de Washington 117. desigualdad
80. consumo 118. deuda
81. consumo conspicuo 119. devaluación (depreciación)
82. Contabilidad del crecimiento 120. diferenciación de productos
83. Contabilidad Nacional 121. dilema del prisionero
84. convergencia 122. dilema del samaritano
85. cooperativa 123. dinero
86. coste de oportunidad 124. discriminación de precios
87. costes de transacción NUEVO
125. discriminación salarial
88. coste irrecuperable 126. distribución de la renta
89. coste laboral unitario 127. divisa
90. costes 128. división del trabajo
91. Cournot 129. “dolarización”
92. crecimiento económico 130. dualismo económico
93. crecimiento endógeno 131. dumping
94. crecimiento, límites
95. crecimiento sostenible 132. Economía
96. cuota 133. econometría
97. cuota de mercado 134. economía experimental
98. currency board 135. economía de mercado
99. curva de Beveridge 136. economía sumergida
100. curva de indiferencia 137. economías de aglomeración
101. curva de Kuznets 138. economías de escala
102. curva de Kuznet medioambiental 139. economías de gama
103. curva de Phillips 140. economías de red
141. ecuación cuantitativa
104. deflación 142. efecto dotación
105. deflación de deuda 143. efecto expulsión
106. deflactor 144. efecto externo
107. demanda 145. efecto renta
108. demanda agregada 146. efecto riqueza
109. demanda de dinero 147. efecto sustitución
110. demanda efectiva 148. eficiencia
111. dependencia, tasa de 149. eficiencia asignativa
112. dependencia, teoría de la 150. eficiencia dinámica
113. desarrollo 151. eficiencia-x
114. desarrollo sostenible 152. elasticidad
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153. Elección Pública (“Public Choice”) 191. frustración relativa


154. empleo, tasa 192. función asimétrica de valor
155. empresa 193. función de producción
156. empresario 194. función de reacción
157. envidia 195. función objetivo
158. equidad
159. equilibrio 196. gasto público
160. equilibrio general competitivo 197. GATT
161. equilibrio Nash 198. Globalización
162. equilibrio macroeconómico
163. equilibrio parcial 199. hambre, economía del NUEVO

164. escala mínima eficiente 200. Harrod-Domar, modelo de


165. escasez 201. Herscher-Ohlin, teoría de
166. especulación 202. hiperinflación
167. Estado de Bienestar 203. Hirschman-Herfindal, índice
168. estado estacionario 204. histéresis
169. estanflanción 205. homo economicus.
170. esterilización monetaria 206. Hotelling, teorema de
171. estrategia dominante 207. humanista, economía
172. ética
173. excedente del consumidor 208. ilusión monetaria
174. excedente económico 209. importaciones
175. excedente del productor 210. imposibilidad, teorema de la
176. expectativas 211. impuesto
177. explotación del trabajo 212. impuesto negativos sobre la renta
178. exportaciones 213. incentivos
179. externalidad 214. incentivos, compatibilidad de
180. extramercado 215. incertidumbre
216. incidencia impositiva
181. factores productivos 217. inconsistencia temporal.
182. fallos del mercado 218. Índice de desarrollo humano
183. felicidad, economía de 219. inflación
184. flexibilidad laboral 220. inflación subyacente
185. flujo circular de la renta 221. información asimétrica
186. Fondo Monetario Internacional 222. información completa, valor de la.
187. formación bruta de capital 223. información, economía de la.
188. fragilidad financiera 224. ingresos.
189. free rider 225. inocencia de la mercancía
190. frontera de posibilidades de producción 226. input- output, tabla y análisis
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227. “insider trading”. 262. modelo


228. insider-outsider, teoría 263. monetarista, economía
229. institucionalista, economía 264. monopolio
230. integración económica 265. monopolio natural
231. integración horizontal 266. monopsonio
232. integración vertical 267. multiplicador
233. intercambio. 268. multiplicador de impuestos y
234. interés, tipo de transferencias
235. inversión 269. multiplicador monetario
236. inversión extranjera directa
237. IPC 270. NAIRU
238. IS-LM 271. Nash, equilibrio
239. isocoste 272. neoclásica, economía
240. isocuanta 273. neocolonialismo
274. neokeynesiana, economía
241. juegos, teoría de 275. neoproteccionismo
242. justicia 276. neutralidad del dinero
277. “niño mimado”, teorema del
243. keynesiana, economía 278. nueva economía
279. nueva macroeconomía clásica
244. Lerner, índice de
245. ley de Engel 280. obsolescencia
246. librecambismo 281. oferta
247. LM 282. oferta agregada
283. oferta monetaria
248. macroeconomía 284. Okun, ley de
249. maldición de los recursos 285. Oligopolio
250. maldición del ganador 286. oligopolio colusivo
251. margen sobre coste 287. OMC organización mundial del
252. marxista, economía comercio
253. maximización de beneficios
254. medición 288. paradoja del ahorro
255. mercado 289. Pareto, criterio de
256. mercado atacable 290. paridad de poder adquisitivo
257. mercado de futuro 291. patentes
258. mercado de trabajo 292. pensiones
259. mercado negro 293. PIB
260. Mercantilismo 294. PIB potencial
261. microeconomía 295. Planificación
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296. pleno empleo 334. rendimientos


297. pobreza (absoluta y relativa) 335. renta básica universal
298. poder 336. renta disponible
299. poder de mercado 337. renta económica
300. política cambiaria 338. renta nacional
301. política de competencia 339. revaluación
302. política de rentas 340. revelación de demanda, mecanismos de
303. política fiscal 341. riesgo
304. política industrial 342. riesgo moral
305. política monetaria 343. riqueza
306. postkeynesiana, economía
307. precio 344. salario
308. precio predatorio 345. salario de eficiencia
309. precios hedónicos 346. salario mínimo
310. precios Ramsey 347. salario de reserva
311. preferencia por la liquidez 348. salario de subsistencia
312. preferencias 349. saldo exterior
313. presión fiscal 350. saldo presupuestario público
314. principal-agente, relación 351. Say, ley de
315. principio de exclusión 352. segundo óptimo (second best)
316. productividad (media y marginal) 353. seguro
317. productividad del trabajo 354. seguro de desempleo
318. productividad total de los factores (TFP) 355. selección adversa
319. progresividad 356. señalización
320. propensión a consumir 357. señoreaje
321. proteccionismo 358. soberanía del consumidor
322. publicidad 359. Solow, modelo de
360. Stackelberg (equilibrio de,
323. racionalidad 361. subasta
324. racionalidad limitada 362. subasta del dólar
325. racionamiento 363. subdesarrollo
326. recesión 364. subempleo
327. recursos naturales
328. reglas de política económica 365. tasa de descuento
329. regulación 366. tasa interna de retorno
330. relación capital-producto 367. tasa natural de desempleo
331. relación capital-trabajo 368. teorema de la telaraña
332. relación de agencia 369. terciarización
333. relación real de intercambio 370. Thrilwall, ley de
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371. tipo de beneficio 386. utilización del capital, tasa de


372. tipo de cambio 387. vaciamiento del mercado
373. tiranía de la duración 388. valor
374. tiranía de la pequeñas decisiones 389. valor actual neto
375. Tobin, tasa 390. valor añadido
376. trabajo productivo/improducto 391. valor de la vida
377. tragedia de los comunes 392. valor esperado
378. trampa de liquidez 393. valor, teoría del
379. trampa de pobreza 394. valoración contingente
380. transferencia 395. variación compensatoria
381. trueque 396. variación conjetural
397. variación equivalente
382. unión aduanera 398. ventajas absolutas
383. unión económica 399. ventajas comparativas
384. unión monetaria 400. votante mediado, teorema
385. utilidad (media, marginal, función de) 401. zona de libre cambio
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A
acción colectiva en los asuntos económicos y sociales es muy frecuente que los agentes (ya
individuos, empresas o grupos) tengan intereses comunes. A menudo se ha supuesto que tal comunión de
interese era suficiente para que surgiese de modo más o menos espontáneo en cada uno de los agentes de
modo aislado el comportamiento adecuado para alcanzar el efecto agregado deseado. Así, no es infrecuente
que en el análisis económico y social se personalice y singularice a los grupos y se hable del comportamiento
de una clase social o de un grupo de consumidores o de empresas como si fuesen un solo agente. Sin embargo
tal congruencia entre los comportamientos individuales y la acción colectiva requerida para alcanzar una
finalidad común dista de estar garantizada, más bien todo lo contrario si se supone que los agentes actúan de
modo racional persiguiendo sus propios intereses (véase homo oeconomicus). En efecto, en la medida que el
objetivo común tiene las características de bien público, fundamentalmente que una vez conseguido resulta
difícil o costoso impedir que nadie disfrute total o parcialmente de él, entonces los agentes tienen incentivos a
“escaquearse” (comportamiento llamado de free-rider o del “gorrón”) a la hora de contribuir con sus recursos
al fin colectivo, con la consecuencia lógica de que la existencia de una finalidad común no suscitará el
comportamiento individual al nivel necesario para realizarla.
El impedimento a la acción colectiva que plantea la racionalidad individual egoísta no es absoluto
sino que dependerá de cuatro circunstancias. En primer lugar, está el tamaño del colectivo. Es fácil darse
cuenta de que conforme sea más pequeño el grupo, la acción colectiva tendrá más posibilidades de realizarse
debido tanto a que la parte de los beneficios comunes que recae sobre cada agente es mayor, como a que es
más fácil detectar los “escaqueos” y más simple entablar negociaciones entre los miembros para repartirse las
cargas de la acción colectiva. A este respecto, merece la pena hacer mención a un resultado paradójico
conocido como la “explotación de los grandes por los pequeños” que aparece cuando las demandas o
valoraciones del objetivo común por parte de los agentes son distintas, de modo que los que más lo valoran
tendrán un incentivo a realizar buena parte de la acción colectiva requerida motu proprio, aunque los demás no
lo hagan pues se benefician de lo que hace “el grande”. En este caso, el reparto de las cargas de la acción
colectiva es desproporcionadamente asimétrico penalizando a los que más la valoran. Esta paradoja de la
explotación de los grandes por los pequeños se observa, por ejemplo, en la contribución diferencialmente más
elevada a las alianzas militares que hacen los países más poderosos.
En segundo lugar, la acción colectiva depende de la capacidad del grupo de crear una estructura de
incentivos selectivos, que recompensen o castiguen a los miembros del grupo según hayan asumido o no una
parte de las cargas de la acción colectiva. Tal es el caso de los sindicatos de empresa en los países anglosajones
cuando se organizan según lo que se conoce como “taller cerrado” (closed shop), situación en la que sólo los
miembros del sindicato se benefician del mayor poder negociador del sindicato. Otros ejemplos lo son, la
información, contactos y otras ventajas adicionales de las que se benefician los miembros de colegios
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profesionales, el castigo entre los grupos mafiosos a los que colaboran con la justicia, etc. Se señala a este
respecto, que la capacidad de formar grupos de presión está en función de la capacidad de establecer una
estructura de incentivos selectivos que, a su vez, en muchos casos suele depender del nivel educativo y de renta
de los componentes, de modo que la acción colectiva tiene un sesgo a favor de los grupos de mayor renta.
En tercer lugar, y en relación a lo anterior, la posibilidad de la acción colectiva dependerá también de
la repetición de la interacción entre los componentes del grupo (véase dilema del prisionero), pues la
permanencia y conexión del grupo puede permitir que se alcance la cooperación necesaria en la medida que los
agentes son capaces de conocerse mejor, identificar a los infractores y generar el sistema de incentivos
selectivos.
Finalmente, en cuarto lugar, la acción colectiva depende de la tecnología de la acción colectiva. El
caso más simple es la de agregación, de modo que la acción colectiva es la suma de las acciones aisladas de los
miembros del grupo. La agregación supone que la consecución del objetivo común puede ser mayor o menor
dependiendo de cuántos agentes se comporten de modo adecuado. Un caso opuesto sería la llamada tecnología
del “eslabón más débil”, en donde el resultado agregado depende del comportamiento unánime de todos los
agentes, de modo que la acción colectiva fracasa si uno cualquiera (el eslabón más débil) no se comporta
adecuadamente. El ejemplo prototípico es la del dique que frente a un río elevan los propietarios de las parcelas
adyacentes. Basta con que uno de ellos no lo haga para que desaparezca para todos la protección contra las
avenidas. El coste asociado a la defección personal hace que, para este tipo de tecnología, sea razonable
esperar un menor impedimento a la consecución de la acción colectiva. Caso distinto es el de la llamada
tecnología del “mejor disparo”, donde el resultado colectivo depende de modo exclusivo del agente que haga la
mejor contribución, como sucede por ejemplo en la calificación de un grupo de tiradores deportivos en una
competición en la que gana el equipo que logre el mejor disparo. Aquí, por el contrario, el logro de la acción
colectiva encontraría más dificultades.
Quedarían fuera de consideración la importancia de la aparición de valores “morales” dentro del grupo
que identifique como comportamiento adecuado el tendente a la acción colectiva y como condenable el
opuesto. Se trataría éste de un factor en principio de naturaleza extraeconómica que potenciaría la acción
colectiva, si bien hay economistas que explican los sistemas éticos y sus cambios en función precisamente de
los problemas que presenta la acción colectiva.

acelerador teoría del comportamiento de la inversión en términos agregados según la cual en cada momento
del tiempo ésta depende positivamente del crecimiento esperado de la renta: a mayor crecimiento esperado de
la renta, mayores serán las expectativas de crecimiento de la demanda de los productos elaborados por las
empresas y, por lo tanto, también mayores sus necesidades de capital físico para hacer frente a este
crecimiento. Necesidades de capital que se intentarían cubrir mediante el aumento de la inversión.
Supongamos que el stock óptimo de capital, K*, es proporcional al producto y que esta proporción permanece
constante, es decir:
K* = α Y
Sean t y t-1 los subíndices que refieren las variables a los períodos t y t-1. Supongamos, adicionalmente, que el
stock de capital óptimo ya se consiguió en el periodo t-1:
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K*t-1 = α Yt-1
En ausencia de otros factores, el stock de capital deseado habría de crecer en el periodo t en la cantidad:
K*t - K*t-1 = α (Yt-1 – Yt)
La inversión del periodo, It, dependerá de la “rapidez” con que los inversores quieran y puedan eliminar
cualquier discrepancia entre el stock de capital real y el óptimo. Si se llama λ al coeficiente que traslada esa
diferencia a inversión, se tendría:
It= λ α (Yt-1 – Yt) = v (Yt-1 – Yt)
donde It mide la inversión neta en el periodo t y su valor positivo o negativo dependerá de la diferencia entre
Yt-1 e Yt. Obviamente, la inversión explicada por el acelerador será negativa si la tasa de crecimiento es
negativa. Las debilidades de la teoría de la inversión que aparece implícita en el principio del acelerador
resultan evidentes. En primer lugar, la teoría del acelerador sólo explicará correctamente el comportamiento de
la inversión en el caso en que las empresas no dispongan de capital instalado ocioso, esto es, si utilizan todo el
capital con el que cuentan, ya que de otra forma tendrían capacidad para aumentar la producción sin necesidad
de aumentar su capital (véase utilización de capital). En segundo lugar, para que se cumpla la teoría del
acelerador hace falta que la inversión genere un rendimiento superior al coste de realizarla, esto es que el tipo
de beneficio sea superior al tipo de interés. En tercer lugar, existen además otros muchos factores que influyen
sobre la inversión como el estado de las expectativas, el ritmo de cambio técnico, etc. Finalmente, el
coeficiente λ depende de circunstancias no explicadas por la teoría que incluyen elementos como las
condiciones de oferta de la industria de bienes de equipo o las propias expectativas.

actividad, tasa de suma de la población empleada y la población desempleada con respecto a la población
potencialmente activa (aquella que tiene entre 16 y 64 años). La tasa de actividad ofrece información sobre el
grado de implicación de la población potencialmente activa de un país en el mercado de trabajo. Dentro de la
UE la tasa de actividad toma valores que van del 80 % en Dinamarca a poco más del 60 % en Italia, diferencia
que se explica fundamentalmente por el grado de participación de la mujer en el mercado de trabajo.

actividades de búsqueda de rentas concepto que englobaría todas aquellas acciones legales e ilegales,
desarrolladas por los agentes económicos dirigidas a alcanzar una situación en la que obtienen unos ingresos
mayores a los que les corresponderían por su aportación al sistema productivo y su participación como
beneficiarios en el sistema de protección social. Las acciones de una empresa dirigidas a expulsar a
competidores del mercado y convertirse en monopolio, la corrupción de funcionarios públicos que exigen
dinero para realizar unos trámites administrativos, las presiones de una asociación de productores a favor del
establecimiento de un arancel que reduzca la competencia exterior y aumente sus ingresos serían ejemplos de
este tipo de actividades. Las actividades de búsqueda de rentas suponen desviar hacia acciones no socialmente
productivas recursos económicos que podrían utilizarse para aumentar el bienestar de la población y por ello
son una rémora al crecimiento.

activo cualquier “cosa” o stock que proporcione o dé derecho a su propietario a obtener un flujo de renta
monetaria ya sea de forma real o imputada. Por ejemplo, una cuenta en un banco o unas acciones proporcionan
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intereses y dividendos a su propietario de un modo visible, en tanto que una vivienda es un activo que
proporciona unos servicios a su propietario a los que se puede imputar un valor monetario que sería al menos
igual al alquiler que podría obtener si, en vez de utilizarla directamente, la arrendara. La corriente de ingresos
que recibe el propietario de un activo puede ser explícita (intereses, alquileres, dividendos, etc.) o implícita,
adoptando en este caso la forma de una variación en el valor o precio del activo, es decir, como una ganancia
de capital que no se realizará explícitamente, o sea, en términos monetarios, hasta el momento en que se que
ese activo se venda. Los activos son más o menos líquidos en función de su relativa facilidad para
transformarse en dinero, el cual es el activo líquido por excelencia. Todo activo es por esencia arriesgado
puesto que el flujo de renta que proporcionará (si lo hace) en el futuro será siempre aleatorio pues nadie tiene
la capacidad de predecir con certeza lo que sucederá. Así, el valor de una acción, o del oro, puede subir o bajar,
nada asegura tampoco que un inquilino pagará el alquiler de una vivienda, y el banco donde una persona tiene
depositado sus ahorros puede quebrar. Ni siquiera el atesoramiento del dinero, el “guardarlo en el colchón”,
garantiza el mantenimiento de su valor pues la inflación afectará a su poder de compra. A este respecto, se
llama rendimiento real de un activo a la corriente de renta real total que genera (incluyendo las ganancias o
pérdidas de capital), es decir, a su rendimiento nominal menos la tasa de inflación que ha ido erosionando ese
valor nominal. El rendimiento esperado o rendimiento ex ante de un activo es el valor esperado o promedio de
su rendimiento, que es en general distinto a su rendimiento efectivo, aquel que realmente proporciona y que
sólo se podrá conocer en el futuro. Aceptando que todos los activos son arriesgados, resulta sin embargo
evidente que unos lo son más que otros. Se habla así de activos libres de riesgo para referirse a aquellos que
proporcionan una corriente de renta real o de servicios que se conoce casi con certeza (por ejemplo, dado que
es difícil imaginar que un Estado importante y estable, quiebre o sufra una revolución, podrán considerase
libres de riesgo los bonos del Tesoro que ese Estado emita). Los rendimientos esperados varían de unos activos
a otros, el que exista mercado para los activos con rendimientos esperados más bajos que los que ofrecen otros
activos sólo se puede explicar porque la demanda de un activo depende no sólo de su rendimiento esperado
sino también de su riesgo no diversificable (véase riesgo). La demanda de un activo cuyo rendimiento esperado
es menor que otro se explicaría porque su riesgo es inferior (véase análisis media-varianza).

actualización proceso mediante el que se hace que cuenten en las decisiones que se toman en el presente los
beneficios o costes que se estima sucederán en el futuro como consecuencia de esas mismas decisiones. El
proceso de actualización recibe también el nombre de descuento. Los individuos, por lo general, no son
indiferentes entre tener una determinada renta real hoy a tener esa misma cantidad de renta dentro de un año; la
prefieren hoy. Una actitud achacable ya sea al riesgo de muerte, ya a la noción de que en el futuro tendrán más
renta que hoy, por lo que, como consecuencia del supuesto de que la utilidad marginal de la renta es
decreciente, la utilidad marginal de una unidad de renta en el futuro será menor de la que tendría hoy, o bien
finalmente a una simple predilección por el presente sin otra justificación. El caso es que esa impaciencia les
lleva a los individuos a preferir disponer de una renta hoy a disponer de ella en el futuro, o lo que es lo mismo
les lleva a pedir que a cambio de no poder disfrutar de esa renta hoy se le devuelva en el futuro con un interés.
Dicho a la inversa, una determinada cantidad de renta futura vale hoy, actualizada o descontada, una cantidad
menor. Si el tipo de interés real de mercado es r a un año, y un consumidor está dispuesto a no disfrutar de un
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euro hoy, ese euro valdrá (1+r) dentro de un año, y (1+r)(1+r) = (1+r)2 dentro de dos años ( si el tipo de interés
en el segundo año es igual al del primero), y así sucesivamente. Esto significa, a la inversa, que el valor actual
o descontado de un euro de dentro de un año es 1/ (1+r), y el de un euro de dentro de dos años sería 1/(1+r)2, y
así sucesivamente. En general, una corriente o flujo de rentas (A, B, C, D...) que se va a obtener a lo largo de n
periodos tiene un valor descontado o actualizado igual a:
A/(1+r) + B/(1+r)2 +C/(1+r)3 + ....+ N/(1+r)n
bajo el supuesto de que los tipos de interés anuales permanecen constantes.
El mecanismo de la actualización o del descuento es extremadamente útil a la hora de decidir si
realizar una inversión hoy en la compra de nuevo capital. Éste tiene un coste de adquisición pero a cambio
genera un flujo de beneficios monetarios que se extiende a lo largo de su vida económica y técnica útil. La
decisión de invertir dependerá entonces de si el valor actual de la corriente de beneficios futuros supera o no al
coste de adquisición, o dicho de otra manera, de si el valor actual neto (es decir, contando los costes de
adquisición y de otro tipo que se pudieran producir en el futuro) o VAN de la inversión es positivo o no:
VAN = -C + π1 /(1+r) + π2 /(1+r)2 +π3 /(1+r)3 +....+ +πn /(1+r)n
donde C es el coste de adquisición del capital y πi (i= 1,2,3..,n) son los beneficios reales de cada periodo. El
problema se plantea a la hora de elegir la tasa de descuento r. El tipo de descuento que se elija dependerá de los
destinos alternativos que el inversor podría dar a su dinero, dado que si el inversor no invirtiese en ese proyecto
podría lanzarse a otro que rindiese otra corriente de beneficios reales distinta. La inversión que decide realizar
tiene pues un coste de oportunidad que es precisamente el rendimiento perdido en la mejor alternativa. El
suponer, como se ha hecho hasta ahora, que el tipo de descuento era igual al tipo de interés real de mercado es
por lo tanto únicamente adecuado si la inversión realizada produjese una corriente de beneficios futuros
enteramente segura, de modo que la alternativa a una inversión de esas características sólo fuese la de
mantener el dinero en una cuenta o la compra de un bono que ofrezca una seguridad similar, y es por ello por
lo que el coste de oportunidad de la inversión (o sea, el tipo de descuento a aplicar) tendría que ser, en este
caso, el tipo de rendimiento que se obtendría en la inversión alternativa, es decir, el tipo de interés. Ahora
bien, para la mayor parte de inversiones reales que hacen las empresas no se puede predicar esa misma certeza
en cuanto al flujo de beneficios futuros, que son sólo esperados o previstos. Para tomar en cuenta el riesgo que
corre el inversor un procedimiento habitual es elevar la tasa de descuento que se usa para calcular el VAN
incorporando una prima por el riesgo al tipo de interés libre de riesgo para reflejar la idea de que los inversores
tienen aversión al riesgo, por lo que los flujos de rentas futuras en los proyectos arriesgados valen menos que
los de los proyectos seguros. El problema, de nuevo, es cuál ha de ser esa prima de riesgo, y la respuesta
depende del tipo de riesgo que el inversor corre. Si el riesgo es diversificable o no sistemático, no habría que
incluir ninguna prima de riesgo puesto que como el inversor puede eliminar este tipo de riesgo, nadie le pagará
por correr con un riesgo que no es necesario correr. Si el proyecto de inversión tiene un riesgo no diversificable
o sistemático, el coste de oportunidad de invertir en él es mayor que el tipo de rendimiento libre de riesgo, y
habrá que incluir una prima. Un método para averiguar a cuánto debe ascender esa prima es el llamado modelo
de la fijación del precio de los activos de capital (MPAC) que mide la prima de riesgo de una inversión
concreta comparando su rendimiento esperado (al que llamaremos ri ) con el rendimiento esperado de todo el
mercado de valores (al que llamaremos rM). Si se invirtiese en un fondo de inversión que contuviese acciones
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de todas las empresas, la inversión estaría diversificada con lo que sólo se correría el riesgo no diversificable o
sistemático, que es el que afecta conjuntamente a todas las empresas y que depende de la marcha de la
economía en general. Si llamamos rS al tipo libre de riesgo, (rM - rS) representaría por tanto la prima de riesgo,
el rendimiento extra respecto a una inversión segura que ha de ofrecer el fondo de inversión para atraer a
inversores. Ahora bien, el riesgo no diversificable que se corre por invertir en una empresa concreta, por
adquirir parte de su capital, puede medirse en función del grado en que el rendimiento del activo tenderá a
estar más o menos correlacionado con el rendimiento de todas las empresas en conjunto: si el rendimiento del
activo se mueve a la vez que el de todas las empresas, la prima de riesgo sería igual a la del mercado ya que el
riesgo no diversificable de esa inversión en concreto sería nulo, mientras que si se mueve de modo más amplio
(o más atenuado) que el rendimiento de todo el mercado, su prima de riesgo debería ser mayor (o menor) que
la del mercado, puesto que el inversor correría un riesgo mayor (o menor) que el inversor que invierte en todo,
el mercado por ejemplo a través de un fondo. El MPAC resume esta relación en la siguiente ecuación:
(ri - rS) = β (rM - rS)
que señala que la prima por riesgo de una inversión en un proyecto concreto es proporcional a la prima por el
riesgo del mercado. La constante de proporcionalidad β se la conoce como la beta del
activo y mide la sensibilidad del rendimiento de un activo concreto a las variaciones del mercado, y, por lo
tanto, su riesgo no diversificable. Puesto que el valor de beta se puede calcular por procedimientos estadístico,
el tipo de descuento que debe utilizarse para calcular el VAN de un proyecto de inversión, sería:
ri = rS + β (rM - rS)

acumulación aumento del stock de capital físico (maquinaria, infraestructuras, etc.) disponible para producir
bienes y servicios. La acumulación es una de las vías de crecimiento económico, ya que la disposición de más
equipo de capital aumenta la capacidad de producción. Hay que señalar, sin embargo, que la acumulación de
capital no es estrictamente condición necesaria para que se asista a un proceso de crecimiento económico, ya
que la capacidad productiva puede crecer también gracias el incremento del stock de capital humano y al
cambio técnico. Tampoco la acumulación de capital físico es condición suficiente para el crecimiento, pues
para que éste se produzca hará falta que exista la demanda efectiva suficiente que permita utilizar la mayor
capacidad productiva derivada de la acumulación de capital. En las sociedades avanzadas se puede decir que,
en términos generales, la cantidad de capital, esto es, la acumulación, no actúa como restricción al crecimiento,
ya que la utilización del capital instalado suele ser inferior a su utilización potencial, esto es, el capital está
operativo menos tiempo del que podría estarlo técnicamente. El concepto de acumulación es similar al de
inversión en el sentido de que la inversión, cuando es superior al desgaste del capital existente, da lugar a un
proceso de acumulación.

ad valorem se está en presencia de un impuesto indirecto ad valorem si éste se expresa como un porcentaje
del precio del bien o servicio sobre el que se establece, por lo que su recaudación crece cuando se incrementa
el valor de mercado del bien o servicio de que se trate. Ejemplos de impuestos ad valorem serían el IVA y, en
general, todos los impuestos sobre las ventas. Otros impuestos indirectos son impuestos específicos que gravan
cada unidad del bien o servicio que se intercambia en una cantidad determinada independientemente de su
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valor y, los impuestos de cuota fija cuya carga fiscal es constante independientemente de la cantidad o el valor
de la producción.

adicción los comportamientos adictivos han sido objeto de la atención de los economistas por dos razones. En
primer lugar, por su propio interés intrínseco en la medida que algunas actividades adictivas,
fundamentalmente de tipo negativo como la ludopatía o las toxicomanías, son materia de preocupación pública
por sus efectos individuales y sociales. En segundo lugar, porque el estudio de los patrones de conducta
habituales y adictivos se ha revelado útil para explicar la congruencia interna de los modelos de
comportamiento económico que quedaban demasiado “abiertos” en la medida en que no entraban en el análisis
de la formación de los gustos y preferencias de los individuos (aplicando el conocido dictum de que “de
gustibus non est disputandum”).
A la hora de analizar el comportamiento adictivo, el primer paso consiste en definir qué es un patrón
de conducta habitual. Siguiendo el modelo de “adicción racional” de Gary Becker (Nobel de Economía de
1992) y Kevin Murphy, se define un comportamiento habitual como aquel resultante de la existencia de una
relación positiva entre el consumo en el presente y el consumo que se hizo en el pasado, es decir, que los
bienes de consumo habitual serían aquellos en los que hay una relación de complementariedad en el tiempo de
modo que un mayor consumo en el pasado aumenta el consumo que se hace en el presente. Ello quiere decir
que un bien de consumo es habitual si el incremento en el consumo en el pasado aumenta la utilidad marginal
del consumo que se hace de ese bien en el presente. A la hora de explicar el desarrollo de un hábito en un
individuo racional, junto con este factor, que se conoce en la literatura como efecto refuerzo, concurren otros
dos. Por un lado, está la tasa de descuento de los niveles de utilidad futuros. Así, sólo los individuos miopes o
con tasas de descuento intertemporal muy elevadas dejarían de tomar en cuenta las consecuencias sobre su
nivel de utilidad futuro que se seguirán de su consumo en el presente de un bien habitual. Por otro, el
desarrollo de un hábito depende también de la tasa de depreciación de la contribución del consumo pasado a la
utilidad del presente, de modo que conforme esa tasa de depreciación sea más elevada más fuerte será el
hábito.
Un hábito se convierte en una adicción para un individuo cuando es tan fuerte que llega a ser
desestabilizante, es decir cuando el comportamiento o el consumo del bien de que se trate crece
continuadamente. En todo hábito o en toda adicción se da, como se ha indicado, el efecto refuerzo, es decir, el
efecto positivo del consumo pasado sobre la utilidad marginal del consumo presente, pero ello obviamente no
significa que ocurra lo mismo con la utilidad o bienestar total. Así, un hábito o una adicción es negativa o
dañina si un aumento de consumo en el presente hace decrecer la utilidad total que se obtiene del consumo
futuro; lo contrario se daría, obviamente, para un hábito benéfico. Es por ello que alguien con un hábito
negativo tiene una mayor tendencia a convertirlo en una adicción ya que tenderá a consumir cada vez más para
así mantener el mismo nivel de utilidad (el fenómeno de la tolerancia o la habituación) o para evitar el malestar
asociado a la ausencia de consumo (síndrome de abstinencia). Una vez “enganchados” los individuos
experimentan un fenómeno de disonancia: sufren y lamentan los efectos negativos que en el presente tiene el
consumo que hicieron de la sustancia adictiva en el pasado a la vez que racionalmente siguen consumiéndola
para restablecer sus niveles de utilidad. Para los bienes adictivos, es necesario distinguir entre la demanda a
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corto y la demanda a largo ya que en tanto que una caída no esperada y sostenida en el tiempo en su precio no
tendrá mucho impacto en la demanda dado que no altera el consumo pasado, no ocurre lo mismo con el
consumo en el largo plazo en la medida que el consumo se incrementa continuamente aunque la respuesta
inicial haya sido pequeña. En lo que respecta a la lucha contra las drogodependencias esta diferencia entre las
elasticidades a corto y a largo plazo de la demanda de bienes adictivos arroja serias dudas sobre la efectividad
a largo plazo de las políticas de legalización del mercado de drogas adictivas prohibidas, puesto que el
argumento a su favor descansa no sólo en la reducción de los costes sociales que tal política supone
(disminución en la delincuencia, en la marginación social de los toxicómanos, etc.) sino también en que la
caída de precios asociada a la legalización no aumentará en medida apreciable la cantidad demandada, lo cual
como se ha indicado dista de estar garantizado.
Frente al modelo de adicción racional descrito se han levantado voces críticas que señalan que los
adictos muestran formas de reversión de preferencias y debilidad de voluntad difícilmente conciliables con el
modelo de racionalidad perfecta en la medida que: (1) revelan inconsistencias de tipo dinámico, presentes,
por ejemplo, cuando un individuo que se enfrenta a la elección entre una remuneración baja a corto plazo –la
que proviene de consumir una sustancia adictiva- frente a una remuneración más alta a largo plazo –los
beneficios de abstenerse de hacerlo- optará por la segunda alternativa cuando el momento de la elección se
sitúa lejano, pero cambia a la primera conforme el momento de decisión se acerca, (2) muestran una
incapacidad de calcular la utilidad total o agregada que se sigue de muchas elecciones distribuidas en el
tiempo; y (3) reflejan la importancia de la presión social de conformarse con los patrones de conducta del
grupo social al que pertenecen.

agente, véase relación de agencia

ahorro ingresos no gastados en el período de referencia. Según sea el agente económico que realiza el ahorro
se habla de ahorro personal, ahorro empresarial y ahorro del sector público. El ahorro, junto con los préstamos
procedentes del exterior, compone el flujo de fondos que se encuentra a disposición de los que piden préstamos
para financiar sus gastos. Las motivaciones para ahorrar son distintas para los distintos agentes. En el caso del
ahorro personal, el ahorro es tanto un sistema para protegerse con respecto a contingencias futuras no previstas,
como un mecanismo que permite hacer frente en el futuro a la compra de bienes de consumo duraderos como
vehículos o viviendas, cuya adquisición exige un desembolso superior a las posibilidades de los consumidores
a corto plazo, algo que además se verá facilitado por el hecho de que, frecuentemente, el ahorro está
remunerado. El ahorro es, pues, un mecanismo para acumular riqueza. Un crecimiento en su valor real ya sea
por aumento en los precios de mercado de sus componentes o bien por caída en el nivel de precios general de
la economía o por una combinación de ambos procesos, puede hacer decrecer el ahorro (proceso conocido
como efecto riqueza) en la medida que los agentes podrían estimar que ya tienen suficiente riqueza
acumulada. Dado que el ahorro personal es el remanente que le queda a las unidades domésticas tras realizar
sus decisiones de consumo, los modelos explicativos de esta clase de ahorro y las variables de que puede
depender se deducen directamente de las teorías explicativas del consumo.
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Por su parte, el ahorro empresarial consiste en las amortizaciones (si el ahorro se define en términos
brutos) y la parte de los beneficios que retiene la empresa, esto es, aquella que no reparte en forma de
dividendos. El ahorro empresarial constituye una de las vías posibles para financiar la inversión de las
empresas. Aunque bajo determinadas circunstancias –Teorema de Modigliani y Miller- el valor de una empresa
sería independiente de su estructura de capital (esto es, de la forma en la que financien sus inversiones, ya sea
mediante endeudamiento, ampliación de capital o utilización de los beneficios retenidos o autofinanciación), la
introducción de supuestos más realistas sobre la existencia de costes de transacción o el aumento del riesgo de
quiebra en caso de endeudamiento excesivo, pueden explicar que las empresas opten por financiar parte de su
inversión mediante la autofinanciación. Una opción que así mismo reduce su dependencia de las instituciones
de crédito y que les permite no agotar sus posibilidades futuras de ampliación de capital.
Por último, el ahorro del sector público, definido como ingresos ordinarios menos gastos totales o
saldo presupuestario público, es una variable de política económica, en el sentido de que la presencia de
ahorro público positivo supondrá una detracción de la demanda efectiva, y por lo tanto reflejará una política
fiscal contractiva. La existencia de déficit público, por el contrario, supondrá que el sector público no puede
cubrir sus gastos totales con los ingresos ordinarios de los que dispone, y por lo tanto equivaldrá a una
situación de desahorro.
Las tasas de ahorro toman valores muy distintos entre países, dependiendo de su situación económica
puntual y de su idiosincrasia –hay culturas más frugales que otras. Por ejemplo, en 2002 en Estados Unidos la
tasa de ahorro bruto (expresada como porcentaje del PIB) era tan sólo del 14,6 %, mientras que en España era
del 22,8 % y en Corea alcanzaba el 29%. Esa baja tasa de ahorro en Estados Unidos se explica por la presencia
de un déficit público abultado, el 3,8 % del PIB, y un ahorro personal de tan sólo el 2 % (en términos netos), de
lo que se deduce que en este país prácticamente todo el ahorro es ahorro empresarial.
La importancia del ahorro radica en su papel de condición necesaria para que una sociedad pueda
dedicar recursos a la inversión, con el consiguiente aumento del capital disponible y crecimiento de la renta.
Precisamente, este es el papel del sistema financiero: el canalizar el ahorro realizado por unos agentes
económicos (ya sean empresas, particulares o administración pública) hacia aquellos otros que necesitan unos
recursos de los que no disponen para poder llevar a cabo sus planes de inversión. En una economía cerrada,
que no pueda contar con el ahorro exterior para financiar su inversión, sin ahorro, esto es, sin una liberación de
recursos de la producción para el consumo para dedicarlos a producción de bienes de inversión, no será posible
la inversión y por lo tanto el crecimiento sostenido.
Ahora bien, en una economía abierta pueden darse, y de hecho se da de forma habitual, situaciones en
las que el ahorro es inferior a la inversión, desequilibrio que se manifiesta mediante un saldo exterior
negativo. Esto es, el resto del mundo, por así decirlo, estaría cediendo parte de su ahorro para que ese país en
cuestión pudiera invertir por encima de lo que está ahorrando. Y a la inversa, cuando un país exporta más que
lo que importa es que estará ahorrando más de lo que invierte, financiando por lo tanto el exceso de inversión
sobre ahorro del resto del mundo.
Una vez reseñada la importancia del ahorro, hay que hacer hincapié en que de nada sirve el ahorro si
no hay agentes que lo movilicen trasformándolo en inversión. Todo lo contrario, el aumento del ahorro sin el
correspondiente aumento de inversión se traducirá en la caída de la demanda efectiva y la consiguiente
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reducción de la producción y el empleo (véase paradoja del ahorro). Para los economistas neoclásicos una
situación como la descrita nunca se produciría, pues el mecanismo de ajuste del mercado financiero garantiza
que la inversión se iguale siempre al ahorro ex-ante, esto es que la cantidad que los ahorradores planean
ahorrar coincida con las cantidades que las empresas planean invertir. Este ajuste se produciría gracias a los
movimientos del tipo de interés. De esta forma, si aumenta el ahorro, la abundancia de fondos prestables para
financiar proyectos de inversión provocará: (1) la caída en el tipo de interés (el precio al que se prestan tales
fondos) y el consiguiente aumento de la demanda créditos para financiar la inversión, al ser el coste de
financiación –determinante del volumen de inversión- inferior, y (2) la reducción del ahorro fruto de la caída
de su remuneración. Estos movimientos se mantendrían hasta que se alcanzara el tipo de interés que igualara
ahorro e inversión. Para los economistas keynesianos, sin embargo, este ajuste ex –ante no tiene porque
producirse ya que la inversión depende de otros factores, además del tipo de interés, como son las expectativas
sobre la demanda futura, que pueden afectar a su respuesta ante hacer una caída del tipo de interés. Desde esta
óptica, el ajuste ahorro-inversión se produciría sólo ex –post mediante el siguiente mecanismo: (1) al ser el
ahorro mayor que la inversión se producirá una situación de falta de demanda efectiva, que conducirá a una
caída en la renta y al aumento del desempleo, (2) la caída de la renta repercutirá en una reducción del ahorro,
(3) el proceso se repetirá hasta que el ahorro asociado al nuevo nivel de renta coincida con la inversión, esto es,
el ajuste se produce ex-post en términos de magnitudes reales pero no en términos de magnitudes previstas o
planificadas.

ajuste, proceso de las condiciones de oferta y demanda varían continuamente en todos los mercados, en
consecuencia las posiciones de equilibrio son transitorias y lo habitual es que los mercados estén en
desequilibrio. Ahora bien, estos desequilibrios no son estáticos sino que manifiestan un dinamismo que se
conoce como procesos de ajuste: procesos de cambio en las cantidades intercambiadas y en los precios que
definen la estabilidad o inestabilidad del equilibrio de un mercado y que no serían sino la plasmación de las
conocidas comúnmente como leyes de la oferta y la demanda. A la hora de estudiar el proceso de ajuste en un
mercado de competencia perfecta es necesario distinguir el cómo se lleva a cabo del quién se encarga de
hacerlo. Respecto a lo primero, o sea, la cuestión del cómo opera el procedimiento de ajuste, hay que hacer
referencia a dos tipos de mecanismos según cuál sea la variable instrumental a través de la que se produce el
ajuste: el mecanismo walrasiano (a partir de los trabajos de M. E. Leon Walras, 1834-1910), y el
marshalliano (a partir de los de Alfred Marshall, 1842-1924). En el caso del primero, el mecanismo
walrasiano, se supone que la variable que responde más rápidamente a una situación de desequilibrio y que
pone en marcha el proceso de ajuste es el precio. Así, por ejemplo, si las condiciones de demanda o de oferta
en un mercado se alteran de modo que al precio existente la cantidad que se demanda es mayor que la que se
ofrece, se tendría una situación de exceso de demanda. En este caso el procedimiento de ajuste operaría
mediante la subida del precio en ese mercado por lo que, consiguientemente, la cantidad demandada iría
paulatinamente decreciendo a la vez que el precio más alto incentivaría el aumento de la cantidad ofrecida por
parte de los oferentes. El exceso de demanda decrecería paulatinamente. El proceso de ajuste finalizaría cuando
se alcanzase un nuevo equilibrio definido como la situación en que en el mercado se da un precio para el que
no existe ningún exceso de demanda. Si, alternativamente, la ruptura del equilibrio se hubiese traducido en que
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para el precio inicial la cantidad demandad fuese más pequeña que la ofrecida, se tendría una situación de
exceso de oferta para ese precio. El mecanismo de ajuste walrasiano exige en este caso que el precio
descienda. Conforme lo hiciese, la cantidad demandada crecería a la vez que la cantidad ofrecida tendería a
disminuir, y en consecuencia también se enjugaría el exceso de oferta. El ajuste continuaría hasta que se
alcanzase un precio para el que el exceso de oferta despareciese. Es fácil comprobar de modo gráfico que si la
curva de oferta de un mercado es creciente y la de demanda decreciente, el mecanismo walrasiano de ajuste
engendra las fuerzas necesarias para que se restablezca el equilibrio si por cualquier causa se ve alterado. Lo
mismo sucedería aun si la curva de oferta fuese perfectamente elástica (oferta ilimitada para un precio dado) o
incluso decreciente, siempre que en este caso la curva de demanda fuese menos inclinada (tuviese menor
pendiente) que la de oferta.
Frente al mecanismo walrasiano está el mecanismo marshalliano. Este mecanismo de ajuste sería el
que entraría en acción caso de que, en un mercado, la respuesta de los precios fuese más lenta que la de la
cantidad intercambiada, de modo ésta se convierte en la variable a través de la que se efectúa el ajuste. La idea
de Marshall es que, en un mercado, se pueden definir dos posiciones de desequilibrio. En la primera, la
cantidad intercambiada está en desequilibrio porque los vendedores están dispuestos a ofertarla a un precio
menor del que los compradores están dispuestos a pagar por ella. Se tendría consiguientemente una situación
de exceso de precio de demanda, la información que este desequilibrio de precios transmite a los oferentes es
que la cantidad que ponen en el mercado es muy escasa dada la demanda, en consecuencia los oferentes están
dispuestos a aumentar sus ventas. Ahora bien, por un lado, si la curva de oferta es creciente los oferentes, para
hacerlo, han percibir precios más altos; por otro lado pasa que conforme aumenta la cantidad ofertada los
compradores ven cada vez más satisfechas sus necesidades con lo que cada vez estarán dispuestos a pagar
precios más bajos. La suma de estos dos efectos lleva por tanto a la disminución del exceso de precio de
demanda. El nuevo equilibrio se alcanzaría para un nivel de cantidad intercambiada para el que el exceso de
precio de demanda fuese nulo. Si, por el contrario, el desequilibrio inicial se caracterizase porque la cantidad
que se intercambia en el mercado es tal que el precio que piden los oferentes por ella es mayor que el precio
que están dispuestos a pagar los demandantes tendríamos un exceso de precio de oferta. En este otro caso, los
vendedores no podrán obtener el precio que piden por su oferta por lo que se verán obligados a disminuirla.
Conforme así lo hiciesen, el mercado dejaría de estar tan saturado, los compradores estarían dispuestos a pagar
un precio más alto, a la vez que la disminución de la producción supondría ahorros en los costes y la
posibilidad de ofertar a precios más bajos. El exceso de precio de oferta iría así disminuyendo hasta que se
alcanzase una nueva situación de equilibrio definida por aquel nivel de cantidad intercambiada para el que el
precio de oferta coincide con el de demanda, o sea, un exceso de precio de oferta nulo. Si la curva de oferta de
un mercado es creciente y la de demanda decreciente, el mecanismo marshalliano permite definir al mercado
como estable en el sentido de que, gracias a él, cualquier alteración del equilibrio inicial engendra fuerzas que
lo contrarrestan. Lo mismo pasaría si la curva de oferta fuese perfectamente elástica o aún si fuese decreciente
siempre que sea menos inclinada que la de demanda. Obsérvese que si la curva de oferta es decreciente pero de
pendiente menor que la de demanda, el mecanismo walrasiano de ajuste es inestable, en tanto que el
marshalliano es estable. Si, por contra, la curva de oferta es decreciente pero de pendiente más pronunciada
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que la de demanda, el proceso de ajuste de Walras es estable en tanto que el de Marshall desequilibraría aun
más al mercado una vez fuera de su posición de equilibrio.
Pero el estudio del proceso de ajuste no se limita a cómo se lleva a cabo. Queda la cuestión de quién lo
lleva adelante. Ello no plantea demasiados problemas si el mercado no es de competencia perfecta, pues si así
fuera algún o algunos de los agentes que actúan en él tendrían capacidad para alterar los precios. Pero la
cuestión se convierte en una auténtica trampa lógica si analizamos el caso de un mercado de competencia
perfecta, pues aquí ningún agente puede fijar o alterar el precio ya que todos los agentes son precio aceptantes.
Y si tal cosa ocurre, ¿quién es quien sube o baja los precios para ir acercándose al equilibrio, dado que nadie
tiene capacidad para hacerlo? Enfrentándose a esta cuestión, Walras imaginó la existencia de un “ente”
exógeno al mercado al que llamó subastador, su tarea era precisamente la de cambiar los precios. Lo que haría
sería ir “cantando” precios en un proceso denominado tâtonnement o tanteo, observando para cada precio si la
cantidad demandada era igual o diferente a la cantidad ofrecida. Caso de que la cantidad demandada casase con
la ofrecida, permitiría que se efectuasen los intercambios, caso de que no, se negaría a ello; y procedería a
“cantar” otro precio con arreglo a la lógica del proceso de ajuste que lleva su nombre. Otro economista, Francis
Y. Edgeworth (1845-1926), quizás insatisfecho con el recurso a ese deus ex machina que es el subastador,
imaginó otro procedimiento para sortear la dificultad al que se conoce cono recontratación. Con arreglo a este
sistema, los agentes económicos que participan en un mercado tienen siempre la posibilidad de renegociar los
acuerdos de intercambio a que hubieran podido llegar, de modo que sólo son firmes aquellos acuerdos que se
alcanzan cuando ningún agente a los precios vigentes tiene un exceso de oferta o de demanda. Antes de que se
llegara a esa situación, y al igual que sucedía en el tâtonnement ningún intercambio tendría lugar. Obviamente,
en la realidad de los mercados, ni hay subastadores walrasianos, ni los procesos de recontratación se llevan
hasta el extremo imaginado por Edgeworth antes de que los intercambios tengan lugar. Enfrentados, pues a
esta dificultad lógica, los economistas han buscado una salida consistente en señalar que dado que todo el
problema arranca en que la información de que disponen los agentes en los mercados no es perfecta, el proceso
de ajuste ha de concebirse en función del modo en que estos forman sus expectativas respecto a las
condiciones que regirán en el futuro en un mercado. En efecto, el problema del desequilibrio y del proceso de
ajuste es, en último extremo, un problema de información imperfecta, ya que si hay un desequilibrio en un
mercado ello sólo puede deberse a que los agentes no conocen cuál es el precio de equilibrio, pues de otro
modo, si lo supiesen, no perderían el tiempo tanteando ni recontratando ni buscando a tientas el precio de
equilibrio sino que directamente intercambiarían al precio de equilibrio de las nuevas condiciones de oferta y
demanda. Pero los agentes no disponen de esa información, por lo que su actuación viene conformada en
función de lo que esperan que vaya a ocurrir en el futuro. Tal cosa resulta evidente en el caso de los oferentes,
ya que dado el normal lapso temporal que requiere el proceso de producción, han de decidir el nivel de
producción que van a llevar al mercado en función de los precios esperados. La discusión del proceso de ajuste
se retrotrae, pues, al procedimiento de formación de expectativas que siguen los agentes. Si, por ejemplo, los
productores forman sus expectativas de modo adaptativo, el proceso de ajuste puede dar lugar al conocido
como ciclo del cerdo o teorema de la telaraña. Si, por contra, lo que se supone que los agentes definen sus
expectativas de modo racional, el ajuste es inmediato, se vuelve a la posición de equilibrio de modo
instantáneo, y el modelo se asemeja al de información perfecta. Entre estos dos extremos cabe cualquier
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procedimiento de formación de expectativas, y correspondientemente, cualquier mecanismo de ajuste.


Diferentes estructuras informacionales que definan el nivel de conocimiento de los agentes darán lugar a
diferentes procesos de ajuste y diferentes posiciones de equilibrio. El equilibrio único, consecuentemente,
desaparece (véase equilibrio general).

ajuste macroeconómico conjunto de medidas necesarias para que los niveles de gasto, ahorro y producción de
una economía sean tales que posibiliten una situación sostenible en su balanza de pagos, es decir, aquella en
la que cualquier déficit de la balanza por cuenta corriente pueda ser financiado por entradas de capital
normales. Para conseguir este resultado, el FMI suele recomendar un paquete de medidas compuesto por una
devaluación del tipo de cambio y unas políticas fiscales y monetarias contractivas (véase consenso de
Washington). En la práctica lo anterior supone reducir el déficit público, a menudo mediante la reducción de
los gastos sociales y la subvención a productos de primera necesidad, y consecuentemente reducir el nivel de
actividad económica, generando, al menos a corto plazo, un aumento del desempleo y de la desigualdad social.
Todo ello con la esperanza de que una vez recuperado el equilibrio exterior y de las cuentas públicas se ponga
en marcha un proceso de crecimiento económico equilibrado, en el sentido de no generar un déficit exterior
insostenible.

altruismo si entre las variables de las que depende positivamente la utilidad de un agente económico se
encuentra el nivel de renta (o los niveles de consumo de algún o algunos bienes o el nivel de bienestar) de
Otro u otros agentes, se dice que sus preferencias son altruistas. El altruismo se plasma entonces en unas
curvas de indiferencia decrecientes entre, por ejemplo, los niveles de renta propia y los niveles de renta del
Otro, de modo que un altruista estaría dispuesto a renunciar a parte de su renta a cambio de que el Otro tuviese
más. El grado extremo del altruista es aquel en que la renta propia y la del Otro son perfectamente sustituibles
a una tasa de uno a uno a los ojos del altruista (las curvas de indiferencia serían líneas rectas con una pendiente
de 45º). El altruismo puede ser unidireccional, donde el donante da sin pensar en ninguna contraprestación, o
recíproco, donde la donación de un agente será probablemente recompensada de alguna manera
posteriormente, ya que da origen o forma parte de una cadena o entramado de regalos, aunque tal reciprocidad
dista de ser obligatoria. A este respecto, no hay que confundir la reciprocidad con el intercambio de mercado.
En este último hay simultaneidad en el intercambio así como obligatoriedad de dar a cambio de recibir y
equivalencia entre lo dado y lo recibido.
El altruismo plantea algunos problemas asociados a su modelización que provienen del hecho de que
un altruista que sea racional ha de ser, paradójicamente, egoísta en el sentido de comportarse tratando de
maximizar su propia utilidad (en la que influiría la utilidad o la renta de los demás). Dicho con otras palabras,
nada impide que un homo oeconomicus pudiera ser altruista, y la existencia de homo oeconomicus altruistas es
la única justificación posible, desde el punto de vista de la eficiencia, a las alteraciones en la distribución de
la renta. Este tipo de cambios en la distribución de la renta se ajustarían a las llamadas redistribuciones óptimas
de Pareto (que no son, por otra parte, sino formas de la caridad) pues beneficiarían tanto a los receptores de
renta como a los altruistas donantes, y satisfacerían por tanto el criterio de mejora paretiana. No obstante, a
efectos de obviar confusiones de carácter lingüístico se suele mantener que para ser un auténtico homo
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oeconomicus no basta con perseguir egoísta y racionalmente los propios intereses, sino que estos, además, han
de estar “autocentrados”, es decir, que las preferencias de un auténtico homo oeconomicus han de ser neutrales
respecto a los niveles de renta o bienestar de los demás.
Una economía de mercado sería totalmente inviable en un mundo de altruistas plenos. Como señaló
Robin Matthews, “si estoy vendiéndote una casa y tu bienestar cuenta para mí tanto como el mío cuenta para ti,
entonces el precio es un asunto enteramente indiferente para ambos: 10000$ para ti, 10000$ para mí. ¡Qué más
da entonces cuál sea el precio! Como resultado el precio no es una auténtica señal de mercado”. Pero si el
altruismo extremo es incompatible con el mercado ¿Cabe, sin embargo, imaginar una “economía basada en las
donaciones” y por tanto no de mercado”? ¿Qué pasaría con una economía de altruistas puros en la que los
bienes y los servicios se transfiriesen mediante donaciones o regalos? Pues que en tal economía aunque todos y
cada uno quisiesen promover el bienestar de los demás compartiendo sus bienes y dándoles sus recursos
(como su propio trabajo), el problema sería saber qué dar, a quién darle y cómo. Sin la existencia de señales
que indiquen qué donaciones hacer de cada cual a cada cual se corre el riesgo de acabar en una situación no
deseable. Dicho con otras palabras, aunque el altruismo extremo puede resolver eficientemente el problema
motivacional, plantea fuertes dificultades a la hora de enfrentarse al problema informacional. Que cada uno
supiera qué necesitan todos los otros se convertiría en una cuestión absolutamente necesaria en esta sociedad
de altruistas, y no se dispondría de ningún medio de bajo coste que los indicase. Tal ineficiencia con seguridad
se agudizaría conforme la sociedad fuera más amplia y compleja, por lo que no será previsible esperar que
unos niveles altos de altruismo se den, por estrictas razones de eficiencia, más allá de grupos pequeños,
simples o cerrados (familias, grupos de amigos, sociedades poco “desarrolladas” económicamente). A la
inversa, de lo anterior también se deduciría que el crecimiento económico, con el desarrollo concomitante del
mercado, la división del trabajo y las relaciones cada vez más complejas y anónimas entre los agentes
económicos, conduciría a la paulatina desaparición de los grupos simples, estables y aislados en donde cabe
pensar que podría florecer el altruismo.
Sin embargo, esta visión no es enteramente cierta. Por un lado, el altruismo cumple funciones muy
importantes en una economía de mercado donde la ubicua presencia de fallos de mercado representa un serio
impedimento a su eficiencia. Así, por ejemplo, los problemas que supone la información asimétrica (selección
adversa, riesgo moral, relación de agencia) en que se desenvuelve buena parte de las transacciones en una
sociedad compleja resultan atenuados por la existencia de comportamientos benevolentes o altruistas que
ayudan a difundir la necesaria información y reducir los costes de transacción. El comportamiento altruista es,
por otro lado, una de las fuentes para la acumulación de capital social al que cada vez se asigna más
importancia a la hora de explicar el crecimiento económico y el bienestar social.
Por otro lado, el tipo de preferencias opuesto al altruismo es la envidia y el comportamiento
malevolente a que da lugar. Envidia que también cuenta en los grupos pequeños y sociedades tradicionales con
un caldo de cultivo extraordinariamente apropiado para su desarrollo. Usando un modelo de teoría de juegos
evolucionista, puede mostrarse cómo lo socialmente conveniente desde el punto de vista evolutivo es la
coexistencia de cierto grado de preferencias altruistas y envidiosas. Supongamos que se enfrentan dos tipos de
preferencias y sus comportamientos característicos: el altruista benevolente y el envidioso malevolente. Cada
vez que dos agentes malevolentes se relacionen, cada uno tratará de perjudicar al otro con el peor resultado
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para ambos. Cada vez que un envidioso malevolente se relacione con un altruista benevolente le engañará y
éste saldrá perdiendo. Por el contrario, cuando dos benevolentes se encuentren se producirá el resultado que
podemos calificar de pacífico. La matriz de pagos de este juego de relación entre estrategias puede describirse
entonces como:
A-B E-M
A-B (3,3) (2,4)
E-M (4,2) (1,1)
Donde A-B representa la estrategia altruista-benevolente, y E-M la envidiosa- malevolente. Los pagos están
ordenados cualitativamente de modo que 1 representa el resultado menos deseado, 2, el siguiente, y así
sucesivamente hasta 4 que es el mejor resultado. El rendimiento medio o esperado de la estrategia A-B, RMe
(A-B), dependerá del porcentaje (p) de veces que un agente con estas características interaccione con otro con
una estrategia del mismo tipo y del porcentaje (1-p) de veces que interaccione con alguien con una estrategia
E-M, y lo mismo para el rendimiento esperado o medio de la estrategia E-M, RMe (E-M):
RMe (A-B) = p . 3 + (1-p) 2 = p + 2
RMe (E-M) = p. 4 + (1-p) 1 = 3 p + 1
Obsérvese que RMe (A-B) supera a RMe (E-B) hasta alcanzar el equilibrio evolutivamente estable, lo que
sucede cuando ambos rendimientos son iguales. Dados los números utilizados en la matriz de pagos, siempre
que p sea menor que ½ el rendimiento medio del altruismo es superior al de la envidia. El equilibrio se alcanza
para un valor de p igual a ½, es decir cuando la mitad de loa agentes (o la mitad de las veces) se comportan
como altruistas y la otra mitad lo hacen como envidiosos malevolentes. Quizás podría entenderse este
resultado, en el sentido de que los individuos en el equilibrio no serían ni altruistas ni envidiosos, sino
neutrales, confirmando así de modo indirecto el modelo de homo oeconomicus que utiliza el análisis
económico. Finalmente, y siguiendo en esta línea especulativa, puede argumentarse que el equilibrio
evolutivamente estable alcanzado no sería un óptimo social, que exigiría un nivel de altruismo más elevado
(aunque ese óptimo no sería un equilibrio estable), justificando así la habitual crítica a las economías de
mercado en términos de que adolecen de un déficit de solidaridad y de comportamientos altruistas.

amortización se denomina así a la parte de los ingresos de las empresas que va a compensar el desgaste
(depreciación) del capital utilizado en el proceso productivo. El uso, sin embargo, no es la única fuente de
depreciación del capital, ya que éste puede quedar inutilizable simplemente por la aparición de nuevos
procedimientos de producción más eficientes (véase obsolescencia). En la medida en que esos fondos no están
sujetos a impuestos, las empresas normalmente tienden a amortizar tan rápidamente como pueden el capital
instalado, independientemente de su duración real.

análisis coste-beneficio técnica de apoyo a la toma de decisiones, fundamentalmente en el sector público, que
se basa en la valoración y contabilización en términos monetarios de todos los costes y beneficios sociales y
económicos asociados a la realización de diferentes proyectos de inversión o actuación en áreas donde o bien
hay fallos del mercado o bien es el estado quien asigna los recursos. El análisis coste-beneficio, ACB, permite
así comparar proyectos sobre una base común: su eficiencia social definida por el tamaño de la diferencia entre
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los beneficios y los costes. Dos son los principales problemas asociados a la realización de este tipo de
ejercicios de evaluación. El primero es que, en general cualquier proyecto dura más de un periodo, ello obliga
a la hora de evaluar la eficiencia de un proyecto a actualizar o descontar los costes y beneficios que se espera
ocurran en periodos futuros. El problema que se plantea aquí es elegir la tasa de descuento más apropiada.
Existen dos enfoques distintos respecto a cuál debe ser esa tasa de descuento social. El primero defiende que la
tasa de descuento social ha de ser la llamada tasa marginal social de preferencia temporal, TMSPT: la tasa a la
que la sociedad está dispuesta a ceder consumo presente a cambio de consumo futuro y que por tanto refleja la
preferencia de la sociedad por los beneficios presentes sobre los que se darán en el futuro. La TMSPT será
menor que el promedio de las tasas de preferencia temporal privadas ya que en las tasa de preferencia temporal
privadas aparece el factor “riesgo de muerte”, que no se da para la sociedad a la que puede considerársele
inmortal, lo que da lugar a que no se refleje en la debida medida, la preocupación por las generaciones futuras.
Se plantea aquí el problema de la llamada justicia intergeneracional, dado que por un lado, el uso de tipos de
descuento positivos puede desplazar las cargas de los costes sobre generaciones futuras que nada han tenido
que ver en la decisión (por ejemplo, los costes futuros de un proyecto de mantenimiento de un basurero de
residuos radioactivos parecen pequeños cuando se descuentan para expresarse en valor actual); y, por otro, y a
la inversa, el uso de un tipo de descuento igual a cero puede discriminar a los proyectos que ofrecen unos
resultados más elevados si se reserva el capital acumulado para uso de las generaciones futuras.
El segundo enfoque considera que la tasa social de descuento ha de ser la llamada tasa marginal
social de rendimiento de la inversión, TMSRI, la tasa a que, de modo efectivo, la sociedad puede transformar
los recursos presentes en futuros. Este enfoque descansa en el concepto de coste de oportunidad, y su idea es
que no se produzca una situación ineficiente en la que se lleve adelante un proyecto público que rinda un 5%,
por ejemplo, y que por ello se deje de realizar un proyecto privado que rinda un 10%. El problema con este
segundo enfoque es que la comparación entre rendimientos de las inversiones públicas y privadas ha de
hacerse sobre una base común, ya que el coste de oportunidad privado del capital es distinto a su coste de
oportunidad social, que sería la auténtica tasa de descuento que habría que utilizar, por la presencia de factores
como: (1) los efectos externos, que típicamente no se tienen en cuenta en las decisiones de inversión privadas,
lo que en general, puede elevar ineficientemente la rentabilidad privada, y (2) la consideración del riesgo en los
proyectos privados, que hace elevar el tipo de rendimiento requerido, pero cuya importancia o consideración ha
de ser mucho más baja para los proyectos públicos cuyo efecto conjunto puede reducir el rendimiento privado
de la inversión.
En general se tiene que TMSPT < TMSRI, y no existen razones de suficiente peso para abogar por
una u otra tasa de descuento social. El segundo gran problema que afecta al ACB es que normalmente algunos
costes y beneficios asociados a los recursos usados en un proyecto no se pueden conocer directamente pues o
no hay mercado para ellos (por ejemplo el aire limpio, el ahorro en vidas, el aumento en los niveles de salud), o
bien son intangibles (costes o beneficios psicológicos o sociales), o bien su precio no refleja su auténtico coste
marginal pues el mercado en que se intercambian no es perfectamente competitivo, hay efectos externos u otras
distorsiones (como los impuestos y las subvenciones, el desempleo, etc.) por lo que, para contabilizarlos
adecuadamente, hay que proceder a estimar su valor en ausencia de esas distorsiones, su auténtico valor social
conocido como precio sombra. Para los elementos para los que existe mercado, la elaboración de sus precios
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sombra requiere la corrección del precio de mercado para dar cuenta de las externalidades, desviaciones de la
competencia perfecta y existencia de impuestos y subsidios. Así, por ejemplo, en presencia de desempleo en
alguna ocupación, el coste de oportunidad social de emplear un trabajador de esa cualificación no es el salario
que se le paga sino una cantidad mucho más reducida que se aproxima al valor del ocio que pierde ese
trabajador antes desempleado. Para aquellos otros bienes y recursos para los que no hay mercado, por lo que no
cabe partir de ninguna valoración directa a la que recurrir, se han elaborado tres métodos de valoración
indirecta. El primero se conoce como método de la disponibilidad a pagar y en él la valoración resulta de la
pregunta hecha al público de cuánto estaría dispuesto a pagar si hubiera mercado del bien intangible que se
trata de valorar (o si se trata de un mal que acompaña al proyecto, qué cantidad habría que dársele para
compensarle). El segundo se conoce como el método de las valoraciones implícitas. En este caso el precio
sombra buscado aparece implícito en el comportamiento de los agentes económicos Por ejemplo, de la
observación del comportamiento del pasajero cuando elige entre dos formas de viaje, una más lenta usando un
autobús y otra más rápida yendo en taxi, es posible deducir el valor del ahorro del tiempo a partir de la
diferencia de coste entre ambos medios de comunicación, lo que resulta de inestimable ayuda a la hora de
evaluar monetariamente las ganancias en tiempo de los proyectos de mejora en economía del transporte.
Finalmente, un tercer método es el del capital o el de los llamados precios hedónicos. Aquí se evalúa un efecto
intangible de un proyecto por la alteración que sufre el precio de los activos a los que afecta. Un ejemplo sería
el aire puro consecuencia de un proyecto antipolución cuya valoración se haría en relación a la revalorización
que causa en el precio de las viviendas de una zona colindante. Ni qué decir tiene que siempre hay una cierta
medida de discrecionalidad en estas estimaciones, pero a efectos pragmáticos puede argüirse que es mejor
tener una estimación que no tener ninguna siempre que se describa con claridad cómo se ha llegado a ella.
Una forma de mitigar estos problemas es realizar distintos análisis con supuestos distintos de
valoración de aquellos costes y beneficios no directamente cognoscibles con la finalidad de saber al menos el
peso que tienen esas estimaciones divergentes en la evaluación final (proceso conocido como análisis de
sensibilidad). Pese a estos métodos de valoración indirecta, habrá beneficios y costes intangibles (referidos
usualmente a efectos psicológicos de los proyectos) que se resistan a una valoración siquiera aproximada. En
tal caso el ACB sólo podrá dar cuenta de su presencia como información suplementaria en el proceso de toma
de decisiones respecto a los proyectos por parte de los decisores últimos. Finalmente, dado que los beneficios y
costes de un proyecto pueden afectar diferencialmente a distintos individuos, es necesario tomar una decisión
acerca de las consecuencias distributivas del mismo. De no hacerlo, es decir si se suman los costes y los
beneficios tal cual sin contar sobre quienes recaen, ello equivale a aceptar la distribución actual de la renta
como la apropiada. Si, por el contrario, el analista pretende valorar de forma diferencial los efectos del
proyecto según sobre quienes recaigan, podrá hacerlo ponderando esos efectos, ponderaciones que serían la
expresión de otros posibles criterios distributivos (véase equidad, justicia)

análisis media-varianza el modelo general de elección en situación de riesgo basado en el enfoque de la


utilidad esperada es el más apropiado a la hora de estudiar la forma en que un agente “coloca” su riqueza
entre los diferentes activos arriesgados que le ofrece el mercado. Sin embargo, bajo supuestos especiales, el
análisis media-varianza, AMV, ofrece una aproximación útil, si bien parcial, del problema reformulándolo en
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términos similares al del problema de elección del consumidor. El supuesto básico del AMV consiste en
simplificar la función de utilidad del agente en situación de riesgo como una función que depende de sólo dos
argumentos: el rendimiento medio o esperado de la “cartera” o conjunto de activos en que el agente coloca su
riqueza y el riego que corre al así hacerlo, definido como la volatilidad del rendimiento de la cartera medida
por la desviación típica de su rendimiento real. La aversión al riesgo se plasma entonces en que las curvas de
indiferencia que reflejan las preferencias del consumidor en el espacio de los rendimientos medios de la
cartera y su desviación típica son crecientes, es decir, que para que el agente sea indiferente un aumento del
riesgo de su cartera habrá de venir asociado con un crecimiento de su rendimiento medio. Supongamos que un
agente puede invertir su riqueza o sus ahorros en dos activos: uno seguro como son las Letras del Tesoro que
casi están exentas de riesgo y un grupo representativo de acciones, es decir, en un fondo de inversión. Sea rS el
rendimiento real y esperado del activo seguro, y sea rM el rendimiento esperado del grupo de acciones o
rendimiento esperado del mercado, obviamente rM > rS, pues caso contrario los inversores con aversión al
riesgo no comprarían ninguna acción de rendimiento variable. El rendimiento medio de la “cartera”, rC, del
agente dependerá de la proporción (b) de su riqueza que el agente dedica a comprar acciones y de la proporción
(1-b) que dedica a comprar letras del tesoro:
rC = b rM + (1-b) rS
A continuación, el riesgo de la “cartera” se mide por la desviación típica de su rendimiento, σC, que dado que
el rendimiento del activo seguro no varía es igual a:
σC = b σM ; b = σC /σM de donde:
(rM - rS )
rC = (σC /σM ) rM + (1-(σC /σM ) ) rS = rS + ------------ σC
σM

siendo σM la desviación típica del conjunto de activos del mercado.


Esta ecuación define una recta presupuestaria en la medida que expresa la disyuntiva a la que se
enfrenta el inversor entre el riesgo, σC , y el rendimiento esperado, rC , de modo que el rendimiento esperado de
la cartera crece conforme aumenta el riesgo. Al cociente [(rM - rS ) /σM ] se le conoce como precio del riesgo,
en la medida que muestra el riesgo adicional debe asumir un inversor a cambio de un aumento en el
rendimiento esperado de su cartera. La forma de las curvas de indiferencia de cada inversor, que expresan su
valoración relativa del rendimiento esperado y el riesgo, junto con la restricción presupuestaria recién definida
definen su posición de equilibrio allí donde una curva de indiferencia sea tangente a la restricción, es decir, el
agente realiza la elección óptima de los niveles de rendimiento esperado y desviación típica, lo cual determina
la composición de la cartera óptima. Obsérvese que la formulación de la restricción presupuestaria, y por
consiguiente, el precio del riesgo, es igual para todos los inversores independientemente de su nivel de riqueza.
Ello implica que el nivel de riqueza no influye en la composición relativa de la cartera óptima, por lo que con
arreglo al AMV, la composición de la cartera de dos agentes con diferentes niveles de riqueza pero con el
mismo grado de aversión al riesgo será igual.
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animal spirits a largo plazo, uno de los motores básicos de una economía es la inversión de las empresas,
que amplía la capacidad de producir de la sociedad, incorpora las innovaciones desarrolladas en los centros de
investigación y permite explotar nuevas fuentes de riqueza. Aunque se pueden identificar muchos factores que
explican el comportamiento de la inversión, en última instancia ésta depende del “instinto” de los empresarios
que, en un momento dado, “ven” o, mejor, sienten que hay una oportunidad de inversión o que no la hay. Con
el concepto de animal spirits, Keynes hace referencia a ese componente intuitivo, casi instintivo, que estando
presente en la mente de los empresarios resulta sin embargo no modelizable pues está al margen del cálculo
racional, y que hace tan difícil predecir el comportamiento de la inversión.

antitrust, legislación con este término genérico se abarca todo el conjunto de leyes de distinto rango
promulgadas con la finalidad de impedir la aparición o consolidación de comportamientos contrarios a la
competencia en los mercados. Desde la promulgación en Estados Unidos de la primera ley antitrust, la Ley
Sherman de 1890, que castiga los intentos de monopolizar el mercado, todos los países se han dotado de algún
tipo de legislación antitrust. Las leyes de defensa de la competencia actúan en dos frentes distintos: vigilando
que la fusión de empresas que operan en un mismo sector no reduzca los niveles de competencia del mercado,
y velando para que no se produzcan acuerdos, como la fijación conjunta de precios entre las empresas que
operan en un sector, que limiten la competencia, y no se creen artificialmente barreras a la entrada de nuevas
empresas al sector. En la medida en que en muchos mercados las grandes empresas cuentan con ventajas a la
hora de producir eficientemente, puede existir tensión entre el objetivo de permitir que haya empresas grandes
capaces de aprovechar las economías de escala, y el objetivo de garantizar la existencia de un número mínimo
de empresas que garantice la competencia (véase política de competencia).

apertura, tasa indicador del grado de integración de un país en la economía mundial. La tasa de apertura se
define como la suma de exportaciones e importaciones de bienes y servicios con respecto al PIB, y se expresa
normalmente en porcentaje. La tasa de apertura toma valores muy distintos según los países, así, por ejemplo,
en Estados Unidos, un país grande y donde el sector exterior tiene un peso menor en su economía, la tasa de
apertura es del 26 %, mientras que en los Países Bajos es del 125 %, en Irlanda de 175 % y en España del 62
%.

aprendizaje, curva de la curva de aprendizaje hace referencia al hecho comprobado empíricamente en


muchos procesos productivos, de que las necesidades de mano de obra para producir una unidad del bien final
son decreciente con el volumen acumulado de bienes producidos. El concepto de curva de aprendizaje,
desarrollado por Theodore P. Wright en 1936 a partir del estudio de costes de una planta de ensamblaje de
aviones, es sencillo pues simplemente supone que la repetición de una misma operación por parte de un
trabajador derivará en una mejora del conocimiento de la tarea y por lo tanto en una reducción del tiempo
necesario para realizarla en el futuro (véase división del trabajo). La existencia de este fenómeno tiene
implicaciones sobre la competencia de un sector, ya que en los casos en que exista y sea pronunciada las
empresas potencialmente entrantes se encontrarán con una desventaja de costes al tener que competir con
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empresas con experiencia en la producción del bien y por lo tanto con unos costes de mano de obra pr unidad
de producto inferiores.

arancel impuesto ligado a la importación que genera un encarecimiento de los bienes producidos en el
exterior en relación a los producidos internamente. Aunque en sus orígenes los aranceles estuvieron motivados
por la necesidad de los monarcas de obtener ingresos, con el desarrollo de la economía de mercado pronto se
convirtieron en un sistema para proteger a los productores nacionales de la competencia exterior. El arancel
eleva artificialmente el precio de los productos importados por lo que permite subsistir a empresas nacionales
que tengan unos costes de producción más elevados que los de las empresas que producen en el exterior. El
análisis económico de tipo más estático concluye que un arancel que grave la importación de un bien tiene un
coste en términos de eficiencia para los ciudadanos que se mide por la suma del excedente del consumidor
perdido en las unidades que deja de consumir por la subida del precio más el coste de oportunidad de los
recursos empleados en incrementar ineficientemente la producción nacional por encima del coste de comprar el
bien en el mercado internacional. No obstante, se puede defender que, en determinadas circunstancias, los
aranceles pueden servir para proteger a las industrias nacientes y permitir su desarrollo. Unas industrias que en
ausencia de protección, no habrían podido crecer hasta alcanzar el necesario nivel de eficiencia productiva
(véase comercio estratégico) debido a la competencia exterior. El problema, sin embargo, es como garantizar
que la protección no se traduzca precisamente en todo lo contrario, en la consolidación de empresas
ineficientes al no contar con el acicate de la competencia. En todo caso, en la actualidad en la UE la mayoría de
productos industriales no tienen arancel o lo tienen muy bajo, siendo la protección media del 3,5 %. Otra
cuestión son los productos agrícolas, con un nivel de protección mucho más alto.

arrastre, efecto ejemplo de externalidad positiva en la función de demanda individual que se manifiesta en
que la demanda de un bien ya no dependería solamente de su precio, del de los demás bienes y de la renta
monetaria del individuo en cuestión, sino también de la cantidad que agregadamente se consume. Aparecerá un
efecto de arrastre siempre que se observe una situación en la que cada individuo desea más de un bien
conforme más es comprado por el resto de los consumidores, ya sea para parecerse a ellos -como sucede con
la moda- o por el mayor el partido o utilidad que el individuo le saca al bien que compra según aumenta el uso
que hacen los demás -como sucede por ejemplo con el uso de Internet- (véase externalidad de red).
Formalmente, se tendría que la función de demanda de un bien Q sería:
Q = F (P, Q)
F1 = (δF /δP) < 0 (por ser la curva de demanda decreciente respecto a su propio precio)
F2 = (δF /δQ) > 0 (por efecto arrastre)
donde P es el precio y Q representa la cantidad comprada del bien
Tomando la diferencial total de la función de demanda, se tiene
d Q = (δF /δP) dP + (δF /δQ) dQ = F1 dP + F2 dQ
de dónde: (d Q / dP) = F1 / ( 1- F2 )
Es decir que la curva de demanda de mercado de un bien para el que existe un efecto arrastre tiene una mayor
elásticidad que en su ausencia pues la caída en su precio tiene dos efectos superpuestos: el efecto precio
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habitual más el efecto arrastre. Este efecto puede ser tan fuerte como para hacer que pueda haber algún tramo
en que la curva de demanda de mercado sea creciente (tal cosa pasaría si F2 > 1).

asalarización proceso por el cual los trabajadores dejan de trabajar por cuenta propia y pasan a trabajar como
empleados por cuenta ajena. Si definimos la tasa de asalarización como el porcentaje de trabajadores por
cuenta ajena con respecto al total de ocupados, el desarrollo de la economía de mercado va ineludiblemente
unido a un aumento de esta tasa. Por ejemplo, en España, en 1955 la tasa de asalarización era tan sólo del 54
%, frente al 81 % en 2002, un valor que todavía está por debajo del de los países de renta más alta que se sitúa
por encima del 90 %. Este proceso de asalarización está ligado a la mayor eficiencia de las empresas frente al
trabajo autónomo asociada a la existencia de economías de escala y costes de transacción, y a la pérdida de
importancia del sector agrícola en las sociedades modernas (véase cambio estructural). No obstante,
recientemente se ha detectado un aumento del trabajo autónomo en algunos subsectores del sector servicios,
que se explicaría por una opción de las empresas a favor de la subcontratación de algunas de las actividades
que antes desarrollaban internamente. Este proceso se habría visto facilitado por las características de las
nuevas tecnologías de la información.

austriaca, economía la escuela austriaca se desarrolla a partir de la obra de Carl Menger (1840-1921), uno de
los artífices de la llamada “revolución marginalista” de la década de 1870, que consagraría una teoría del valor
subjetiva basada en la utilidad, marcando una ruptura con los economistas clásicos e inaugurando el
nacimiento de la economía neoclásica. Entre sus discípulos destacan Eugen von Böhm-Bawerk (1851-1914),
Ludwig von Mises (1881-1973) y Friederick A. von Hayeck (1889-1992), premio Nobel de Economía en 1976.
Aunque la escuela austriaca comparte muchos elementos con el análisis económico neoclásico, como su
creencia en la superioridad del mercado como mecanismo de asignación, la existencia de rendimientos
decrecientes, su defensa de un individualismo metodológico extremo, según el cuál todos los fenómenos
sociales se pueden reducir a fenómenos referentes a individuos o relaciones entre individuos, etc., existen
diferencias sustantivas que permiten hablar de una escuela separada. Entre éstas destacan: (1) Frente al énfasis
en el análisis del equilibrio de la economía neoclásica, esta escuela considera que el equilibrio es una
construcción teórica proveniente de las ciencias físicas que poca relevancia tiene en los asuntos sociales, donde
el objetivo de los agentes a la hora de actuar es precisamente romper cualquier situación estática de
“equilibrio” en su búsqueda de beneficios. (2) Precisamente será la búsqueda de esos beneficios extraordinarios
por parte de los empresarios (mediante el desarrollo de nuevos productos, nuevos mercados, nuevas formas de
producir, etc.) lo que hará del capitalismo un sistema económico dinámico y cambiante. Debido a ello, el
empresario innovador en los términos antes señalados - que ve oportunidades de negocio donde otros no las
ven- se convierte en el elemento clave del funcionamiento de la economía de mercado. (3) Este proceso de
desequibrio, sin embargo, nunca alcanzará situaciones socialmente destructivas o explosivas en cuanto que el
propio mecanismo de mercado, orden espontáneo en terminología de Hayeck, fruto de la acción humana, pero
no del diseño humano, sienta las bases para su control y corrección. (4) Los economistas austriacos confieren
una gran importancia al estudio de la incertidumbre, bien ausente del análisis neoclásico, o bien presente sólo
en la forma de riesgo, mucho menos dañina para los análisis de equilibrio. La mayor importancia concedida a
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la incertidumbre servirá a los defensores de esta escuela para explicar la superioridad del capitalismo frente a
otros sistemas de organización social, en la medida en que la naturaleza descentralizada de la economía de
mercado sería la más adecuada para enfrentarse a este tipo de situaciones. (5) Estos dos elementos:
desequilibrio e incertidumbre son los que subyacen a su rechazo del uso (abuso desde su punto de vista) que el
análisis económico dominante hace del lenguaje matemático, un rechazo que aparece en Menger y se mantiene
desde entonces. (6) Por último, en su defensa de la economía de mercado, esta escuela presenta un rechazo
frontal a cualquier tipo de intervención del Estado (orden designado en terminología de Hayeck) en la
economía. Así, por ejemplo, se rechaza la propia existencia de los Bancos Centrales, abogando por un
funcionamiento libre del mercado de dinero (de su oferta y de su demanda) como si de cualquier otro bien
privado se tratara, despojando también al Estado de su papel redistributivo al suscribir un enfoque de la
justicia según el cual toda transacción voluntaria en el mercado, por el mero hecho de serlo, es justa.

autarquía opción de política económica que rechaza el comercio internacional y propone la autosuficiencia a
todos los niveles de la economía de un país. Objetivo social de las sociedades llamadas primitivas como nos
cuentan los antropólogos económicos, aparece ligada en tiempos más modernos a ideologías nacionalistas y
totalitarias, y su puesta en práctica ha estado asociada con períodos de grave decadencia económica, de lo cual
España en la década de los cuarenta es un magnífico ejemplo.

aversión al riesgo característica psicológica de los agentes económicos que no están dispuestos a participar
en un juego justo (aquel cuyo valor esperado es cero). Correspondientemente, un agente con amor al riesgo
estaría siempre dispuesto a participar en un juego justo, en tanto que uno que fuese neutral ante el riesgo le
resultaría indiferente el así hacerlo. En economía es habitual supone que los agentes tienen por lo general
aversión al riesgo, un comportamiento enteramente congruente con el supuesto de utilidad marginal
decreciente de la renta o de la riqueza, UMAW. En efecto, si la UMAW es decreciente, ello se traduce en que
en un juego justo que ofrezca la posibilidad de ganar X € con probabilidad p y de perder esa misma cantidad
con probabilidad (1-p), la ganancia de X € genera menos utilidad adicional que la pérdida de utilidad asociada
a que se pierdan los X €, por lo que ningún agente racional con una UMAW decreciente aceptaría un juego así.
Es decir, que la UMAW decreciente es equivalente a la aversión al riesgo. El que un agente con aversión al
riesgo nunca esté dispuesto a participar en un juego justo que le ofrezca la posibilidad de ganar una cantidad H
con probabilidad p o de perder esa misma cantidad con probabilidad (1-p), significa, a la inversa, que estará
dispuesto a pagar por no participar en él, es decir por estar o permanecer en un estado de no riesgo, seguridad o
certeza. Este es el fundamento de los seguros. La cantidad o prima, PR, máxima que tal agente estaría
dispuesto a pagar por ese seguro sería aquella que de pagarla, le dejase en una situación tal que fuera
indiferente entre contratar el seguro o participar en el juego, es decir, arriesgarse. Esta cantidad sería aquella
que hiciese que la utilidad esperada del juego fuese igual a la utilidad cierta que se tiene cuando se ha suscrito
el seguro, U (W- PR):
U (W- PR) = p. U(W+ H) + (1-p) U(W- H)
Se demuestra sin demasiada dificultad que la prima PR depende positivamente del grado de aversión al riesgo
del agente y de la varianza del juego.
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Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

B
balanza de pagos documento contable que recoge las transacciones económicas realizadas entre
un país y el exterior. El principio que rige la organización de la información de la balanza de pagos es el de
contabilidad por partida doble, que significa que toda transacción da lugar a dos anotaciones, una que refleja la
entrada –en el caso de importaciones- o salida –en el caso de exportaciones- del bien, servicio o activo objeto
de comercio, y otra que recoge la contrapartida monetaria asociada a esta exportación o importación (en el
primer caso, una salida de divisas y, en el segundo, una entrada de divisas). Ello implica que la balanza de
pagos, BP, siempre tiene que estar equilibrada, en el sentido contable de que cada salida tiene su entrada
correspondiente. Cuestión distinta, sin embargo, es que estén equilibradas las distintas partes que conforman
BP. En efecto, atendiendo a la distinta naturaleza de los intercambios económicos con el exterior la BP se
divide en tres cuentas o balanzas principales: balanza corriente, de capital y financiera. La balanza por cuenta
corriente se subdivide a su vez en cuatro balanzas básicas que registran el movimiento de bienes, servicios,
rentas (incluyendo las rentas de inversión) y transferencias corrientes (por ejemplo, las realizadas por los
emigrantes). La balanza por cuenta de capital recoge las transferencias de capital (cuya partida más importante
en el caso español es la correspondiente a los fondos comunitarios para el desarrollo regional destinados a
nuestro país.) Por último, la balanza financiera recoge las inversiones, tanto directas, Inversión Extranjera
Directa, como en cartera (la compra de activos financieros de todo tipo).
Un déficit en la balanza por cuenta corriente, esto es que las exportaciones de bienes y servicios sean
menores que las importaciones, una situación que per se, no tendría que ser algo negativo ya que significa que
el país en cuestión está utilizando más bienes y servicios del exterior de los que él aporta al resto del mundo,
puede compensarse o “financiarse” con un superávit en la cuenta de capital; y a la inversa. Otra cuestión es la
sostenibilidad de tal situación, ya que, en última instancia, esa incapacidad por parte de un país para financiar
sus importaciones con sus exportaciones muy probablemente genere una pérdida de confianza en su economía,
por lo que las necesidades de financiación del exterior acabarán generando presiones tendentes a la
devaluación de su moneda. Ahora bien, el hecho de que la devaluación garantice el equilibrio en el mercado
de divisas y por tanto el equilibrio conjunto en la BP, no resuelve todos los problemas, ya que el recurso a la
devaluación no garantiza que el déficit por cuenta corriente vaya a corregirse automáticamente, más aún si
como consecuencia de la depreciación, que hace subir el precio en moneda nacional de los productos
importados, se produce inflación que contribuye a deteriorar la competitividad internacional de los productos
de exportación.
Al considerar las medidas de ajuste de la BP se ha de prestar por lo tanto atención prioritaria a la
balanza por cuenta corriente si el interés fundamental radica en el funcionamiento de la economía real y no en
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Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

el mero equilibrio financiero contable. Existen a este respecto, tres planteamientos básicos que responden a las
posibles causas del déficit comercial. El primero, que se conoce como el planteamiento de las elasticidades, ve
el déficit como consecuencia de unos precios relativos distorsionados o la falta de competitividad comercial,
por lo que el ajuste debiera producirse mediante la corrección de esas distorsiones en los precios o la alteración
a la baja del precio de los bienes nacionales. Un ajuste que haría aumentar la cantidad de bienes exportada y
disminuir la importada, aunque dado que como consecuencia de la devaluación el valor unitario de los bienes
exportados ha caído y el de los importados ha subido, la valía de esta medida de ajuste dependerá de la relación
entre las elasticidades de la demanda de exportaciones y de importaciones, de forma que cuanto mayor sea la
elasticidad precio de los bienes importados y exportados más fácil será alcanzar el equilibrio por esta vía
(véase ley de Thirlwall). El segundo enfoque, llamado de absorción, considera que el déficit comercial es
consecuencia de unos niveles excesivos de demanda agregada en relación al PIB, por lo que el ajuste debería ir
en la línea de una política de contención del gasto mediante la puesta en marcha de políticas fiscales
contractivas. El tercer enfoque, llamado monetario, considera los déficit en cuenta corriente como fruto de un
exceso de oferta monetaria, causada, por ejemplo, por ser el tipo de interés real de un país más elevado que el
existente en los mercados monetarios del exterior. Esta circunstancia dará lugar a una entrada masiva de
capitales del exterior con la consiguiente apreciación de la moneda nacional y la pérdida de competitividad de
los productos nacionales. La actuación de política económica adecuada en este caso pasará por corregir ese
tipo de interés excesivamente alto mediante las oportunas actuaciones de política monetaria, en este caso
expansivas.

Banco Central el Banco Central, BC, es la institución, normalmente de propiedad pública, dedicada al
control del sistema monetario y de crédito, así como a la supervisión del sistema financiero (esto es, el
encargado de la vigilancia del buen comportamiento de los bancos y cajas de ahorro en el desarrollo de su
negocio crediticio). Los bancos centrales, además de ser los encargados de la emisión de moneda, cuentan con
distintos mecanismos para controlar la oferta monetaria. Entre ellos destaca la fijación de un coeficiente de
caja o depósitos obligatorios que los bancos y cajas de ahorro deben que mantener en el BC, en función de los
depósitos que tienen, y las “subastas de dinero” mediante las cuales el BC ofrece fondos a los bancos y cajas de
ahorro que estos, a su vez ofrecen a sus clientes en forma de créditos. Al fijar el tipo de interés de tales
préstamos, el BC estará abaratando o encareciendo los créditos que en última instancia reciben las empresas y
los particulares, influyendo de este modo sobre la actividad económica. En la actualidad la corriente dominante
en economía defiende la importancia de que los BC actúen con independencia del gobierno, para evitar que
éste, en su búsqueda de réditos electorales a corto plazo, desarrolle una política monetaria dirigida a aumentar
la cantidad de dinero para financiar gasto público, que pueda generar inflación (véase inconsistencia
temporal). Esta práctica de sacar la política monetaria del las competencias del gobierno se enfrenta, sin
embargo, a la crítica que aquellos que cuestionan el que una parte importante de la política económica quede
fuera del mandato democrático, en el sentido de que se hurtaría a los ciudadanos de la posibilidad de opinar
sobre la orientación de la política monetaria mediante el ejercicio del voto. El último ejemplo de esta política
de independencia de los bancos centrales lo encontramos en el Banco Central Europeo, con unos estatutos que
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subrayan su independencia con respecto al poder político y un mandato explícito de defensa de la estabilidad
de precios, sin prácticamente entrar en otras consideraciones de política económica.

Banco Mundial concebido en 1945, junto con el FMI, en el momento de crearse el sistema monetario
internacional de la post-guerra, tiene como misión apoyar los esfuerzos de desarrollo económico de los países
menos desarrollados. El Banco Mundial, formado en la actualidad por 184 estados, cuenta para ello con fondos
propios con los que financiar directamente mediante créditos proyectos de desarrollo, tradicionalmente
centrados en la inversión en infraestructuras, realizando así mismo labores de asesoría e investigación en
estrategias de desarrollo -el Banco Mundial es en la actualidad uno de los principales centros de investigación
sobre cuestiones de desarrollo (www.worldbank.org)-. Los críticos a las tareas desarrolladas por el Banco
Mundial denuncian el control que los Estados Unidos tienen sobre el funcionamiento de la institución, así
como la imposición de unas políticas a los países que pretenden beneficiarse de sus créditos que, en su opinión
no han mejorado el nivel de vida de la mayoría de la población y que suponen una limitación a la capacidad
para tomar decisiones de sus gobiernos.

barreras de entrada en un mercado se dice que existen barreras de entrada cuando las empresas
potencialmente entrantes a ese mercado se enfrentan con costes que no tienen (o han tenido) las empresas
instaladas en el mismo. Las barreras de entrada pueden obedecer a la existencia de restricciones legales a la
entrada de nuevas empresas (como en el caso de los taxis, donde existe un número fijo de licencias), o a la
presencia de restricciones de tipo técnico asociadas al mejor conocimiento del mercado y la tecnología
productiva por parte de las empresas instaladas, o al control del abastecimiento de materia prima por parte de
éstas. En todos los casos las barreras de entrada dificultan la incorporación de nuevas empresas al mercado y
por lo tanto generan una reducción de la competencia. De hecho, la inexistencia de barreras de entrada es una
de las características de los mercados competitivos, ya sean éstos definidos de forma estricta, como
competencia perfecta, o laxa: mercados atacables. Una forma de detectar la existencia de barreras de entrada
es que los precios de mercado sean superiores a los costes medios, ya que si la entrada al mercado fuera libre,
unos precios superiores a los costes medios atraerían a nuevas empresas, con lo que aumentaría la oferta y
bajaría el precio hasta que éste se igualara al coste medio. El que este ajuste no se produzca puede indicar la
existencia de barreras de entradas.

barreras no arancelarias son todas aquellas normativas que pretendan, de forma indirecta, dificultar la
competencia de los productos extranjeros, impidiendo su entrada en el mercado nacional o encareciéndolos. La
existencia de engorrosos trámites de aduanas, la exigencia de pasar rigurosos controles sanitarios, la
obligatoriedad de cumplir con una normativa de seguridad diseñada a medida de las características de los
bienes fabricados por los productores nacionales son ejemplos de la utilización de legislación con una finalidad
distinta a la que supuestamente justifica su existencia, que en los casos anteriores sería el control de las
importaciones, y de la salubridad y seguridad de los productos importados. Tradicionalmente se ha considerado
que las barreras no arancelarias tienen unos efectos más negativos sobre el comercio que los aranceles al no ser
transparentes y generar por lo tanto inseguridad en los intercambios.
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Base Monetaria suma del dinero (papel moneda y moneda) en circulación y las reservas (depósitos
obligatorios) que los bancos tienen depositadas en el Banco Central (véase coeficiente de caja). A través del
control de la base monetaria el Banco Central puede actuar sobre la cantidad de dinero que hay en una
economía (véase política monetaria).

beneficios para un contable, los beneficios brutos son la diferencia entre los ingresos totales por ventas y los
gastos en sueldos, salarios, alquileres, materias primas y otros productos comprados en el normal
funcionamiento de una empresa. Los beneficios netos, son los beneficios brutos menos los gastos imputados a
la depreciación del equipo capital (también llamados gastos de amortización). Si a los beneficios netos se les
detraen los impuestos, queda el excedente que o bien puede ser repartido entre los propietarios de la empresa
(como dividendos) o bien puede ser retenido por la empresa para generar unos fondos de reserva o para
financiar una nueva inversión. La visión de un economista es distinta. Para él, los beneficios son el excedente
que resta en manos de los propietarios de las empresas (que no tienen porqué ser los capitalistas o propietarios
del capital, como atestigua la existencia de cooperativas de trabajadores y empresas públicas) una vez que se
detraen de los ingresos generados por las ventas todos los costes asociados al proceso de producción y venta.
Ello quiere decir que dentro de los costes no sólo habría que incluir los gastos en materias primas y demás
factores de producción como los costes por el uso del capital que los capitalistas prestan a la empresa (sean o
no sus propietarios) sino también los costes imputados por cualquiera otros servicios que el o los propietarios
de la empresa (ya sean trabajadores o capitalistas) presten a la misma, como pueden ser sus capacidades de
organización, sus conocimientos técnicos o del mercado, etc. El beneficio económico será pues distinto al
beneficio contable en la medida que la contabilidad no incluya estos costes de oportunidad del empresario. El
análisis económico predice, por otra parte, que los beneficios económicos (también llamados extraordinarios)
de una empresa a diferencia de los beneficios contables (o normales o sea la remuneración normal por la
actividad que realiza el empresario incluyendo el coste de uso del capital caso de que el empresario sea
también el propietario del capital) están siempre amenazados por las fuerzas competitivas, de modo que si el
mercado es de competencia perfecta, en el equilibrio a largo plazo, ninguna empresa podría obtener
beneficios económicos pues caso contrario, si las empresas de un sector los tuvieran, otras empresas entrarían
en el mercado y al hacer aumentar la oferta, ocasionarían una caída en el precio que enjugaría los beneficios
extraordinarios. En consecuencia, el análisis económico neoclásico sólo “justifica” la existencia de beneficios
económicos o rentas económicas en los sectores no competitivos. Ahora bien, dado que a largo plazo no es
fácil mantener barreras de entrada que protejan de la competencia a las empresas de un sector, y, dado
también que la separación entre la propiedad y el control de las empresas, propiciada por la expansión de la
moderna sociedad anónima, ha limitado sobremanera –por no decir totalmente- cualquier papel económico real
que tuviesen los propietarios de las empresas en su gestión o dirección, queda la cuestión de cómo se
“justifica” la existencia de beneficios económicos extraordinarios que, como rentas de la propiedad, van a parar
a manos de esos empresarios más o menos absentistas que son los titulares de las empresas en las modernas
corporaciones. Las alternativas que pueden explicar esos beneficios económicos, esas rentas de la propiedad,
no son muchas. En primer lugar, estaría la explicación de la economía marxista, según la cual los beneficios
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resultan de la explotación a que los empresarios capitalistas someten a sus trabajadores. En segundo lugar, la
economía austriaca ha justificado los beneficios económicos como el incentivo necesario para que los agentes
económicos tomen decisiones de inversión en un contexto siempre aquejado por la incertidumbre (los
beneficios no serían el pago del empresario por correr un riesgo, pues éste se puede transformar por medio de
un seguro en otro coste más igual al del resto de costes, conocido por tanto para la empresa.) En tercer lugar, se
han explicado los beneficios como rendimiento de la actividad innovadora que se traduce –si es exitosa- en la
consecución de un monopolio temporal. En la medida que el flujo de innovaciones no cese, esos monopolios
temporales ligados a diferentes innovaciones se encadenaran generando un flujo continuo de beneficios.

bien complementario es aquel que se consume conjuntamente con otro. Este tipo de bienes se caracteriza por
tener demandas que se mueven en la misma dirección: cuando baja el precio de un bien, al aumentar su
cantidad demandada, aumenta también la demanda del bien complementario (véase elasticidad cruzada). Los
coches y la gasolina son un buen ejemplo de bienes complementarios.

bienes creativos/ bienes defensivos atendiendo al tipo de bienestar que proporcionan, los bienes se clasifican
en creativos, aquellos cuyo consumo reporta nueva o más utilidad, y defensivos, aquellos cuyo consumo
permite recuperar unos niveles de utilidad o bienestar perdido por cualesquiera circunstancias ya sea físicas,
económicas o sociales. Son productos o bienes defensivos todos aquellos con los que se intenta impedir o
remediar daños, males o incomodidades, por lo que su consumo no aumentaría en términos netos el bienestar
de los individuos sino que únicamente liberan o satisfacen una necesidad, devolviéndoles por así decirlo a un
nivel cero o “normal” de utilidad o bienestar. Por el contrario, mediante el consumo de bienes creativos los
individuos experimentan un nivel de bienestar nuevo o superior por encima del habitual. Aplicando la conocida
diferencia conceptual entre la libertad negativa (libertad de algo que entorpece o cohíbe) y la libertad positiva
(libertad para hacer o ser algo), está claro que la libertad de los consumidores en el caso de los bienes
defensivos es de tipo negativo, en tanto que sería de tipo positivo para los bienes creativos. Un ejemplo patente
de bienes defensivos son los medicamentos: nadie los demanda por gusto, sino por necesidad, por obligación,
por lo que, consecuentemente, la soberanía de los consumidores –y su libertad de elección- estaría
fuertemente mediatizada para este tipo de bienes: no tendrían más remedio que consumir esos bienes so pena
de experimentar pérdidas en sus niveles de utilidad. Los gastos en policía, defensa, protección y recuperación
medioambiental junto con buena parte de los gastos en educación y otras señales, y en los bienes posicionales,
tienen un carácter netamente defensivo. Por el contrario el gasto en bienes creativos sería un auténtico gasto
libre, discrecional, no condicionado pues por necesidad inmediata o directa alguna. La distinción entre bienes
creativos y defensivos es en muchos casos fundamentalmente de tipo conceptual, lo cual se traduce en que en
la realidad cotidiana lo que abunden sean bienes que a la vez presentan características creativas y defensivas.
Así, por ejemplo, una comida reúne ambos tipos de características. Por un lado, es un gasto “necesario” para la
vida, una necesidad, pero, adicionalmente, puede presentar connotaciones de disfrute gastronómico de tipo
inequívocamente creativo. Y, lo mismo sucede con infinidad de otros bienes. Cabe finalmente señalar que,
dado que la cifra del PIB no recoge la distinción entre bienes creativos y defensivos, su uso como indicador de
crecimiento del bienestar es incorrecto pues una buena parte de los bienes que se producen tiene su origen en la
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demanda que surge del intento de atenuar las consecuencias negativas que el propio crecimiento económico ha
supuesto sobre el medioambiente natural y social de los individuos.

bien de densidad en esta categoría se incluyen todos aquellos bienes defensivos públicos o privados que se
han hecho necesarios por el hecho de vivir en sociedades masificadas o de elevada densidad. Considérese, por
poner un ejemplo, las obligaciones que la creciente urbanización impone tanto a los individuos como al sector
público sólo en lo que respecta al transporte: el automóvil y sus correspondientes carnets de conducir, seguros
y gastos de mantenimiento, protecciones a los peatones, medidas y defensa contra el ruido y la polución, gastos
médicos para los accidentados, semáforos, guardias urbanos, etc. Todos ellos son “bienes” que satisfacen
necesidades asociadas al tamaño o la densidad social.

bien Giffen bienes cuya curva de demanda es creciente de modo que la cantidad demandada del mismo crece
al aumentar su precio. Este comportamiento atípico se explicaría por tratarse de bienes de muy baja calidad, de
los que los consumidores huyen en cuando aumenta su renta pero que se ven forzados a comprar cuando su
renta es baja. En esta situación un aumento de precios, al repercutir negativamente sobre su capacidad
adquisitiva puede llevar a los consumidores con pocos ingresos a comprar más y no menos del bien cuyo
precio ha aumentado. En términos técnicos serían bienes inferiores con un efecto renta superior al efecto
sustitución. Este tipo de bienes son más una posibilidad teórica que un hecho real, ya que desde que el
economista inglés Alfred Marshall hiciera referencia a estos bienes en 1890 no se ha detectado ningún caso
convincente de un bien Giffen.

bien inferior es aquel cuya demanda disminuye al aumentar la renta, y viceversa. Se suele corresponder con
bienes baratos y de escasa calidad, de los que los consumidores prescinden cuando aumentan sus ingresos.

bien libre con este nombre se denominan aquellos bienes que existen en tal abundancia que su disfrute
no está sujeto a ningún coste de oportunidad, pues no son proporcionados por el hombre, no hay que
renunciar a nada para acceder a ellos y se dan en tal abundancia que el consumo que un individuo haga de ellos
no disminuye lo que queda disponible para el disfrute de cualquier otro. Son bienes que, en consecuencia, no
tienen precio y cuyo consumo no está limitado. El que un bien sea libre o no depende de las circunstancias
históricas de la sociedad; en Norte América, en tiempos de las colonias, la tierra era un bien libre, debido a su
abundancia con respecto a la población (blanca) del momento, poco más de un siglo después había dejado de
serlo para convertirse en un bien normal. De igual modo, actualmente, el aire todavía es un bien libre para los
consumidores aunque en algunos países haya dejado de serlo para algunas empresas contaminantes que ahora
tienen que pagar por el hecho de contaminarlo. Sin embargo, y pese a lo que acaba de decirse, cabe dudar
seriamente de que existan o hayan existido alguna vez algún tipo de bienes enteramente libres o gratuitos.
Fuera del paraíso donde se puede presumir que el tiempo no existe, aquí en este mundo el tiempo es un factor
escaso: no hay más de 24 horas cada día, de modo que el disfrutar de los bienes “libres” requiere usar de ese
recurso escaso. Ello significa que aunque los bienes llamados “libres” no tengan un precio explícito sí que
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tienen un precio implícito o precio “sombra” igual al valor del tiempo (es decir, a su coste de oportunidad)
que es necesario dedicar para su disfrute.

bien normal es aquel cuya demanda aumenta al aumentar la renta. Si la demanda aumenta menos que
proporcionalmente al crecimiento de la renta se dice que el bien es necesario, en tanto que si crece más que
proporcionalmente se dice que el bien es de lujo o superior (véase elasticidad renta). La segunda residencia en
el campo o los buenos vinos son ejemplos claros de bienes de lujo, en tanto que el pan “normal” sería un bien
necesario. Obsérvese que si cae la renta el consumidor, en ausencia de otras consideraciones, se desprende
antes de los bienes de lujo que de los bienes necesarios.

bien posicional técnicamente los bienes posicionales son bienes normales o superiores cuya oferta es muy
inelástica o rígida, incluso en el largo plazo. Se trata de bienes cuya escasez no es superable en el curso del
crecimiento económico ya sea: (1) por causas naturales (los kilómetros de playas de una determinada zona
están dados y no pueden aumentarse y lo mismo sucede con los espacios naturales de valor paisajístico), (2)
históricas (no hay más pinturas de los grandes maestros del pasado que las ya existentes salvo excepcionales
descubrimientos), (3) de tipo social: la provocada por un entorno social o económico dado. La escasez social
puede ser de dos tipos, por un lado puede ser de tipo “técnico”, cuando viene asociada a la misma definición de
una pauta social. Así, conforme se asciende en la escala del organigrama de cualquier organización jerárquica
va descendiendo el número de puestos disponibles de modo que es difícil saltarse la regla de que sólo puede
haber un número uno. Por otro, la escasez social aparece siempre que la calidad de un bien o servicio se vea
limitada por el aumento del número de quienes disfrutan del mismo, por lo que la oferta de igual calidad está
restringida. Así, por ejemplo, el aumento del número de puestos en un escalón de una jerarquía degrada el
significado o valor posicional de ese escalón; de igual manera, el aumento de la población que tenga un título
universitario degrada también el valor señalizador o discriminador de ese título. La necesidad de mantener la
escasez social define a los bienes Veblen, puesto que en ellos resulta patente que su capacidad como señales
de posición social o económica decrece con la difusión de su uso, y también sucede lo mismo con los bienes
públicos cuyo consumo está sujeto a congestión. Si la escasez, ya sea natural o social, junto con su elevada
elasticidad renta es el elemento definidor de los bienes posicionales, ello permite definirlos de una manera
intuitiva como el conjunto formado por “las buenas cosas de la vida”, aquellas cosas a las que sólo puede
accederse si se encuentra uno en una buena posición social y/o económica.

bien público los bienes públicos se caracterizan por: (1) consumo no rival, es decir, que una persona consuma
el bien no impide que otra persona lo consuma simultáneamente, (2) oferta conjunta o consumo no excluyente,
es decir, una vez que se proporciona el bien, éste está disponible o se ofrece a todo el mundo por lo que no se
puede excluir de su consumo a aquellos que no pagan por su uso. Los bienes públicos pueden ser más o menos
puros. Así, por ejemplo, la defensa nacional se suele considerar un bien público puro pues satisface las dos
condiciones mencionadas, en tanto que un parque público sería un bien público impuro puesto que, por un
lado, se puede vedar su acceso y cobrar por la entrar (a veces se llama bienes club a estos bienes no rivales que
permiten imponer un mecanismo de exclusión puesto que su provisión semeja a la que realizan los clubes), y,
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además, está sujeto a congestión, lo que significa que su disfrute o “consumo” es en cierta medida rival, puesto
que conforme más gente utiliza el mismo parque, el placer que sacan sus paseantes decrece a partir de cierto
nivel de uso. Obsérvese que en buena parte de los casos, el que un bien público sea más o menos puro estará en
función del tamaño o la localización del grupo de consumidores que lo usan. Así, en el caso de un bien público
puro, el tamaño o la localización del grupo no importa; en tanto que los bienes públicos impuros son en
muchos casos bienes locales, es decir, que se dirigen o son usados por colectivos concretos o situados en
espacios concretos.
En el caso de que un bien sea público puro no se puede confiar en el mercado para su producción, ya
que las empresas no podrían excluir de su uso a aquellos que no pagan por el consumo del bien (o sería muy
costoso hacerlo), y los individuos no tendrían el menor incentivo en revelar su demanda por el mismo, ya que
al ser su oferta conjunta ello se traduce en que una vez producido, el bien estará disponible para todos los
individuos, incluso para los “gorrones” o free-riders. Todo ello explica que sea el Sector Público el que se
encargue, ya sea produciendo el bien o servicio directamente, ya sea encargando –y financiando- su producción
a empresas privadas, de la provisión de este tipo de bienes. Pero surge aquí el problema de definir cuál es el
nivel de provisión óptima del bien. Preguntar a los individuos por su demanda de un bien público significa
toparse nuevamente con el problema del gorrón, ahora en el sector público, pues los individuos tampoco tienen
el menor incentivo a revelar sus verdaderas preferencias o valor que asignan a diferentes cantidades de
provisión del bien, puesto que si lo hiciesen ello serviría como señal inequívoca para que el sector público
asignase los impuestos necesarios para su financiación repartiéndolos en función de la disponibilidad a pagar
así manifestada. Este problema, que no tiene una solución fácil ni siquiera a nivel teórico (aunque se han
propuesto algunos esquemas ideales que incentivarían a los individuos a la revelación sincera de sus
preferencias, véase, revelación de demanda, mecanismos), puede resolverse algo mejor para el caso de los
bienes públicos locales. En ellos, y supuesto que los individuo son relativamente móviles, cabe inducir que los
individuos señalizarán sus preferencias por distintos niveles de provisión de los mismos eligiendo vivir en la
comunidad local que ofrezca unos niveles de bienes públicos y un sistema de impuestos para financiarlos más
adecuado para sus intereses. Los individuos que quieren tener espacios verdes abundantes o un nivel de
seguridad más elevado pueden obtener esos bienes públicos optando y “pagando” unos impuestos locales más
altos por vivir en comunidades que los ofrecen diferencialmente. “Votar con los pies” es así un mecanismo
indirecto -aunque imperfecto- de revelación de demanda de bienes públicos.

bien relacional tipo de bien público impuro caracterizado porque la utilidad que proporciona su uso o
consumo crece conforme aumenta el número de individuos que lo utilizan, es decir, que a diferencia de los
otros bienes públicos impuros, la congestión aumenta la satisfacción que produce el uso. El disfrute que
proporciona asistir a un partido de fútbol cuando el estadio está repleto suele ser para los hinchas mucho mayor
que si está vacío. Lo mismo pasa con la asistencia a bares de copas y otros lugares de diversión: en ellos la
escasa concurrencia disminuye el disfrute, en tanto que la incomodidad cuando el aforo está más que superado
lo aumenta. Desde un punto de vista más general, puede decirse que el análisis económico, al concentrarse en
el estudio del comportamiento económico del individuo en su búsqueda de bienestar individual, olvida con
frecuencia que el hombre, como animal social, busca la compañía y consuelo de sus congéneres, en un proceso
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que contribuye a su bienestar. En la medida en que ese sentimiento de pertenencia a un grupo, esa compañía,
puede llegar a ser escasa, podemos considerar a todo ese conjunto de relaciones sociales como un bien que
contribuiría al bienestar, igual que otros bienes materiales, pero de distinta naturaleza. La filosofía competitiva
consustancial al capitalismo más clásico y el propio proceso de crecimiento económico pueden incidir
negativamente en el volumen de bienes relacionales disponibles, reduciendo por lo tanto el impacto positivo
que el crecimiento económico tendría sobre el bienestar.

bien sustitutivo son aquellos que sirven, hasta cierto grado, para cubrir la misma necesidad o saciar el mismo
deseo. Se identifican por que al aumentar el precio de un bien, caería su cantidad demandada y aumentaría la
demanda de sus bienes sustitutivos (véase elasticidad cruzada). El transporte interprovincial en tren y autobús
sería un caso de bienes sustitutivos.

bien Veblen se llaman así, a partir de Thornstein Veblen (1857-1929), el economista que los definió, a
aquellos bienes cuyo valor para un individuo se deriva de que otros no los puedan consumir. Dado que el
precio de un bien es un factor disuasorio en su demanda, precios más altos de un bien cuando en su demanda
está presente el efecto Veblen, tienden a incrementar la cantidad que se demanda del mismo -dentro de ciertos
límites- en la medida que su consumo a precios más elevados transmite la señal de que se dispone de una
elevada capacidad de pago. El caso de los bienes Veblen es un ejemplo de la presencia de una externalidad en
la función de utilidad de un individuo, puesto que en ella influyen positivamente no sólo la cantidad que
consuma sino también el precio que paga por ella. Dicho con otras palabras, la compra que se hace de un bien
Veblen responde a dos motivos: la utilidad intrínseca que tenga su consumo, y su característica de consumo
conspicuo, es decir, el hecho de que los demás vean o sean conscientes de que uno puede permitirse el
comprarlos.

bienestar el economista Arthur C. Pigou (1877-1959) definió el bienestar económico como el conjunto de
factores que influyen sobre el bienestar humano y que pueden medirse utilizando como patrón de medida el
dinero. El bienestar de tipo económico, es decir, el nivel de utilidad de un individuo, dependería así sólo de su
nivel de renta monetaria, esto es, de su capacidad de compra en el mercado. Más renta implicaría más acceso a
bienes, más necesidades satisfechas y, lo que es lo mismo, más bienestar económico; y, en la medida que este
tipo de bienestar fuese un elemento importante del bienestar en un sentido más general, a más bienestar
económico cabría esperar más bienestar personal. Una vez considerado el nivel de bienestar económico
individual cabría plantearse como evaluar el nivel de bienestar económico colectivo o agregado de una
sociedad. Pero esa es una cuestión teóricamente compleja. Los niveles de bienestar o de utilidad
experimentados subjetivamente son de difícil –por no decir, imposible- medición dadas las técnicas disponibles
hoy día (los hedonimómetros todavía no están disponibles), pero aunque lo fuesen no serían comparables entre
los distintos individuos, de lo que se deduce que no se podría construir un indicador de bienestar económico
agregado a partir de los niveles de utilidad o satisfacción individuales, pues equivaldría a comparar objetos
disímiles. Y no acabarían aquí las dificultades, pues sucede que, aun en el caso de que los niveles de utilidad de
los distintos individuos fuesen comparables entre sí, que no lo son, el Teorema de Imposibilidad de Arrow
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prescribe que no se pueden agrupar esos niveles individuales en un indicador agregado o función de bienestar
social mediante un procedimiento o regla que satisfaga ciertos requisitos mínimos. En suma, que a partir de los
supuestos más usuales de la teoría económica no parece que se pueda avanzar mucho en el camino de buscar
un indicador agregado del nivel de bienestar económico de una sociedad que sea teóricamente aceptable. Eso,
sin embargo, no ha disuadido a los economistas y a los analistas sociales que han usado como criterio operativo
de los cambios en el bienestar económico agregado de una sociedad la evolución de la renta nacional real y el
modo en que se distribuye entre sus miembros. La justificación ha sido que, dado que la renta le sirve a cada
individuo para satisfacer sus necesidades, la suma de las rentas individuales le sirve a la “nación” para
solventar las suyas. Son varios los supuestos subyacentes a esta forma de “medir” el bienestar económico
agregado (véase función de bienestar social), pero, merece la pena pasarlos por alto sin discutirlos, y
centrarse en las implicaciones de este modo tan habitual de entender el bienestar económico agregado. La
implicación primera es que un incremento de la renta real nacional sin que su distribución se hiciese menos
equitativa (o dicho con otras palabras, una mejora económica de tipo paretiano) vendría a significar que todos
los miembros de la sociedad tendrían una mayor capacidad para obtener más bienestar económico.
Ahora bien, este enfoque sobre el bienestar económico está sujeto a importantes críticas. Por un lado,
deja sin resolver el problema de los cambios económicos que no son mejoras paretianas (cuando algún o
algunos sujetos mejoran su posición económica en tanto que otros empeoran), o aquellos otros que son mejoras
paretianas pero no equitativas en la medida que aunque aumente la renta de todos los individuos, lo hace
aumentando la desigualdad. Incluso sería muy cuestionable el uso del criterio paretiano a la hora de evaluar de
los cambios en el bienestar económico aunque estemos en presencia de una inequívoca mejora paretiana de
tipo equitativo, pues parece difícilmente sostenible que una mejora del 10% en el bienestar económico de
todos los individuos de forma que el que ganara 1 euro pasase a ganar 1,1 y el que ganase 1.000.000 pasase a
ganar 1.100.000 fuese considerada por el individuo más pobre como una mejora en su bienestar equivalente a
la que ha experimentado el más rico, aunque la desigualdad, medida como se suele hacer en términos relativos,
no hubiese aumentado. No es demasiado aventurado suponer que en este ejemplo el individuo más pobre
habría considerado el crecimiento proporcional de su renta y de la del más rico como un deterioro en su
posición relativa, como una disminución en su poder económico no contemplado en la definición del bienestar
económico a partir del nivel de renta y su distribución. Es decir, que la exclusión del concepto de poder
económico en la valoración del bienestar económico resta validez a la utilización de la renta real y su
distribución como criterios de bienestar. Pero, además, sucede que la idea de que el bienestar económico
individual depende sólo de los bienes que se compran en un mercado es muy cuestionable pues sería necesario
incorporar los bienes y servicios que no se obtienen en el mercado (como los bienes libres) así como el valor
asignado a los efectos externos negativos y positivos que acompañan a los procesos de producción y consumo.
Cabe aquí también plantear cómo la consideración de los gastos en bienes defensivos y otros de gastos de
señalización aumentan las dudas acerca de la valía de la renta y su distribución como indicadores de bienestar
económico.
Finalmente, el economista Amartya Sen ha señalado que más que el acceso a los bienes lo que importa
a la hora de evaluar el bienestar económico son las capacidades que se tengan para obtener a partir de ellos
bienestar. Tener un ordenador nada agrega al bienestar si no se sabe cómo manejarlo. La consideración de las
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capacidades permite ampliar por otro frente el análisis del bienestar económico en la dirección de la necesidad
de contar con los elementos (algunos de tipo extraeconómico como, por ejemplo, la libertad política, la
democracia, etc.) que permiten expandir esas capacidades sin las cuales el bienestar económico no crece
aunque sí lo hagan las dotaciones de bienes a que se tenga acceso.

bolsa de valores mercado donde se intercambian activos financieros, principalmente bonos y acciones, pero
también derivados financieros como futuros u opciones (véase mercado de futuros y valor opción). La Bolsa
es una institución central de la economía de mercado pues facilita la captación de fondos por parte de las
empresas mediante la emisión de bonos y acciones, al convertir a éstas en activos fácilmente negociables, esto
es, vendibles, en Bolsa. De otra manera, estos activos verían limitado su atractivo ya que los compradores no
tendrían tantas facilidades para venderlos en el caso de que decidieran dejar de ser accionistas o acreedores de
las empresas. En las últimas dos décadas, sin embargo, la Bolsa ha cobrado un protagonismo económico que
va mucho más allá de su papel como mercado secundario o de reventa de activos financieros, al convertirse en
un elemento clave de algunas estrategias de crecimiento económico. De este modo, se confía que la
revaloración de las acciones que cotizan en Bolsa genere un aumento en la riqueza de los accionistas que se
traduzca en un aumento de la demanda y la actividad económica (efecto riqueza). Ello ha llevado a que se
primen aquellas medidas de política económica que tienen un efecto positivo sobre la cotización bursátil, como
la reducción del tipo de interés (que resta atractivo a otras formas de colocar el ahorro como los depósitos a
plazo fijo), la moderación salarial (con su efecto positivo sobre los beneficios empresariales) o la reducción de
los impuestos que gravan a los beneficios.
A la hora de entender el comportamiento de los mercados bursátiles resulta fundamental el explicitar
los mecanismos que definen el comportamiento de los agentes que en ellos participan. Dado que lo que se
intercambia en estos mercados son activos cuyo valor depende de lo que se estime que acontecerá en el futuro,
es fundamental el supuesto que se haga sobre se cómo se forman las expectativas sobre el futuro. El supuesto
de expectativas racionales ha conducido a la llamada “hipótesis de los mercados eficientes”, que defiende que
los mercados bursátiles son eficientes, donde por eficiencia aquí se entiende el que el precio o cotización de
cualquier activo refleje en todo momento toda la información existente sobre el mismo, incluidas las
estimaciones previsibles sobre su rendimiento futuro, por lo que las variaciones en su precio dependerían
solamente de la llegada aleatoria e impredecible de nueva información previamente desconocida.
La evolución de las cotizaciones se podría entonces describir, en términos estadísticos, como un
proceso errático, un paseo aleatorio, que ningún agente podría predecir estadísticamente a partir de la
información histórica. Esa aleatoriedad que pudiera interpretarse como irracional o absurda sería, sin embargo,
racional. Dicho con otras palabras, frente a lo que sugeriría el sentido común, los precios en un mercado de
valores eficiente debieran comportase erráticamente. Si la hipótesis de los mercados eficientes fuera acertada,
los sedicentes expertos y analistas financieros, como por ejemplo, los llamados chartistas, que siguen a la hora
de pergeñar sus evaluaciones complejos sistemas de predicción estadística a partir de informaciones pasadas o
presentes se dedicarían a una tarea inútil, ya que la hipótesis de los mercados eficientes no duda en calificar a
tales expertos como equivalentes en fiabilidad a la hora de anticipar el comportamiento futuro de las
cotizaciones a los astrólogos. Nadie puede predecir consistentemente el comportamiento del mercado y por
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tanto nadie puede obtener beneficios siguiendo los consejos de los expertos pues nadie puede predecir
consistentemente los acontecimientos impredecibles. Hay dos objeciones que pueden esgrimirse contra la
hipótesis de los mercados eficientes de activos. La primera cuestiona qué sucedería si todos los agentes, dado
que los precios de los activos reflejan toda la información cognoscible, dejaran paradójicamente de buscar
nueva información. Los precios, entonces, no reflejarían toda la información y por lo tanto los agentes podrían
lograr beneficios actuando a tenor de la información existente. Pero la persecución de los beneficios llevaría a
los agentes a buscar mejor información, con lo que, al final, operarían como predice el modelo de los mercados
eficientes. Es decir, que los mercados eficientes se autorregulan. La segunda crítica atiende al hecho de que
parece que algunos “expertos” son mejores que otros a la hora de “acertar” en sus previsiones, como lo
atestigua el que hayan obtenido beneficios extraordinarios a largo plazo, contrariamente a lo que se sigue de la
hipótesis. Ahora bien, ello no plantea ningún problema fundamental, pues esos resultados o bien son fruto de
información privilegiada –es decir, no disponible para el conjunto de los agentes-, o bien son fruto del azar –a
fin de cuentas, siempre hay quien gana la lotería-, o bien son equivalentes a las rentas que algunos agentes
obtienen por sus habilidades extraordinarias, al igual que las que obtienen aquellos individuos con habilidades
remuneradas diferencialmente en sectores como el deporte, la gestión empresarial, el arte, etc. Rentas
diferenciales que no invalidan la pertinencia de la conclusión de que no pueden existir beneficios
extraordinarios en el largo plazo.
Con arreglo a la hipótesis de los mercados eficientes, los mercados de valores aparecen como una
institución básica para la eficiencia general de la economía, en la medida que transmiten rápida y de modo
relativamente poco costoso la información pertinente para que los agentes tomen las decisiones de inversión
más adecuadas ante la llegada de nueva información. Pero frente a esta hipótesis cabe plantearse otra que
acentúa su inestabilidad inherente. En opinión de Keynes, la Bolsa se asemejaba a un “concurso de belleza”.
En este tipo de concursos lo que más importa a cada individuo a la hora de acertar en la selección del o de la
concursante ganador/a no es tanto la opinión personal acerca de la belleza relativa de los candidatos sino la
idea que uno tenga sobre la opinión que tienen los demás. En Bolsa, de modo similar, los agentes se
comportarían no tanto según sus propias convicciones o creencias respecto a su evolución futura sino
atendiendo a las ideas “prevalecientes” en el mercado. El resultado de esta forma de elaborar las expectativas
de los agentes, tan distinta de las expectativas racionales, es por ejemplo, que no importa que un agente estime
que un activo está sobrevalorado a la hora de operar con él, lo que es decisivo es lo que crean los demás ya que
mientras la burbuja especulativa siga creciendo, se podrá beneficiar del alza de las cotizaciones y obtener
beneficios, sobre todo si adivina el cambio de tendencia y se anticipa a él jugando a la baja. En la medida en
que los agentes en los mercados de valores sigan esas pautas de comportamiento en las que priman los efectos
arrastre, éstos mercados tenderán a ser inherentemente inestables, muy sensibles a crisis que se manifiestan en
forma de pánicos de venta (las ventas generan una caída de las cotizaciones que lleva a otros accionistas a
vender reforzándose la crisis) o, alternativamente, en forma de euforia que se plasma en fiebres compradoras
(las compras hacen que suba la cotización de las acciones incentivando la entrada de nuevos compradores y su
consiguiente revalorización). En consecuencia, dado el papel que pueden jugar los efectos riqueza, parece claro
que tales mercados habrían de estar fuertemente controlados para evitar que su inestabilidad contagie a la
economía “real”. La estrategia de ligar el crecimiento económico con los mercados bursátiles parecería pues
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muy cuestionable y ello sin tener en cuenta que, aunque en últimas décadas se haya popularizado la colocación
del ahorro en Bolsa, la propiedad de las acciones sigue estando mayoritariamente en manos de la población
más rica, con lo que este tipo de política tiene un claro efecto redistributivo hacia este colectivo.

burbuja el precio de un activo ya sea físico (como la vivienda) o financiero (como una acción) depende, en
cada periodo, de las circunstancias que afectan a su oferta y a su demanda. Pero junto con variables como los
costes de producción, los precios de los activos sustitutivos y complementarios y los niveles de riqueza de
quienes participan en el mercado, hay que contar, además, con un elemento adicional cual es las expectativas
de precios y la consiguiente especulación a que esas expectativas dan lugar. Porque si los oferentes esperan
que los precios en el futuro (o precio de reventa) vayan a subir, algunos tratarán de aprovecharse de ello
retirando oferta del mercado; en tanto que los demandantes que esperen una subida de precios tratarán de
anticiparse a ella adelantando sus compras. El resultado conjunto de ambos procesos (retirada parcial de oferta
y aumento de la demanda) es que los precios subirán ya en este periodo, con lo que la expectativa se
autocumplirá. En suma, el precio del activo en el periodo t, Pt, dependerán de ese conjunto de variables X que
afectan a la oferta y la demanda, y de los precios esperados en el futuro, o periodo t+1, (Pt+1)e :
Pt = aX + b (Pt+1)e :
donde a y b son parámetros. Si las variables incorporadas en X no cambian, la única fuente de variaciones en
los precios será los precios esperados. Si los precios esperados se formasen con arreglo a la siguiente regla de
formación:
(Pt+1)e = [a/ (1-b) ] X
es fácil comprobar que el mercado estaría en un equilibrio estable en el que los precios sólo se modificarían
cuando cambiasen las variables incorporadas en X (o los parámetros a y b).
P = Pe = [a/ (1-b) ] X
P

Pero, claro está, esta es una situación que sólo por el más improbable azar podría darse. Lo habitual
será que haya una divergencia entre precios esperados y corrientes, es decir, que el mercado sea “inestable” en
el sentido de que los precios fluctúen. Esta fluctuación puede autocorregirse de forma que los precios
converjan a un nuevo equilibrio. Pero si los precios suben continuamente por el hecho de que se espera que
sigan subiendo, la inestabilidad es explosiva y se asiste a una burbuja especulativa, en la que los precios crecen
porque se prevé que van a seguir subiendo de modo que la demanda del activo se sustenta no tanto en su
rentabilidad como en su valor de reventa.
La existencia de una burbuja especulativa se puede producir tanto si el proceso que siguen los agentes
a la hora de formar sus expectativas es adaptativo como si es racional. En este segundo caso, siempre sería
posible encontrarse con un precio superior al del equilibrio estable si (Pt+1)e excede Pt y tal precio esperado
(Pt+1)e será racional si iguala a Pt+1. A su vez este precio, Pt+1, puede tomar este valor más elevado si se espera
que (Pt+2)e sea aún más elevado, y así sucesivamente. Dicho de otra forma, la especulación hará subir los
precios corrientes siempre que se espere que el ascenso en los precios futuros sea todavía mayor, y resulta
racional esperar que así se comporten los precios conforme sigan esa senda acelerada.
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En presencia de expectativas adaptativas, los precios esperados dependen del comportamiento seguido
en los periodos pasados. Un esquema simple, en que la subida de precios en el pasado se traslada a la
expectativa de subida en el futuro puede ser:
(Pt+1)e = Pt + c (Pt - Pt-1)
donde el precio previsto en el periodo t+1 se estima será igual al actual más una proporción c del incremento
previo en el precio. Si esta estimación se utiliza en la ecuación de precios anterior se tendría que los precios en
el periodo t dependen de los precios en el periodo t-1:
Pt = aX + b [Pt + c (Pt - Pt-1)]
Pt = (a/ d)X - (b c/d) ( Pt-1)
siendo d = [1-b(1+c) ]
Si suponemos que las variables incorporadas en X no varían, los precios en t dependerán de los precios en el
periodo anterior:
( δ Pt / δ Pt-1) = - (bc/d)
De modo que si el valor de los parámetros b y c es tal que (bc/d) sea negativo y mayor en valor absoluto que
la unidad, los precios en el periodo t crecen más que en el periodo precedente.
Obviamente, ningún precio puede seguir una senda ascendente hasta el infinito. Toda burbuja acaba
pinchándose, asistiéndose a un proceso deflacionista en el que los precios entran en una espiral descendente,
que tampoco puede continuar indefinidamente. La existencia de burbujas resulta de la mayor importancia
cuando afectan a una buena parte de los activos financieros o a un activo de elevado peso en la demanda de
consumo, como puede ser el mercado de la vivienda. La razón estriba en que a la hora de financiar sus compras
de activos, los agentes adoptan posiciones más arriesgadas fundando su endeudamiento en la esperanza de que
los precios sigan subiendo (véase fragilidad financiera). El problema aparece cuando al pincharse la burbuja,
la pérdida de valor de los activos arrastra a la economía (por el efecto riqueza) a una deflación de deuda que
puede conducir a una recesión económica.

burocracia para Gordon Tullock y William Niskanen, economistas de la escuela de la elección pública, la
economía puede ofrecer una explicación del comportamiento y efectos de la burocracia del sector público
distinta de las habituales de tipo sociológico. Para estos autores, los burócratas como el resto de los individuos
se comportan como predice el modelo del homo oeconomicus sólo que, en su caso, la persecución de su propio
interés no se puede expresar normalmente como maximización de beneficios monetarios (excepto en caso de
soborno) dado que forman parte del sector público y su remuneración no depende de la valoración de mercado
de su actividad. En su lugar, lo que intentan maximizar los burócratas es un conjunto más complejo de
variables entre las que se puede incluir junto con el sueldo, el poder, el prestigio, las oportunidades de ascenso,
la vida tranquila, etc., en una combinación que será particular para cada burócrata y que dependerá de su
posición en el escalafón y de sus expectativas de ascenso. Modelizar una lógica del comportamiento
burocrático que tenga en cuenta un conjunto de variables objetivo finales tan disperso es imposible, a menos
que se encuentre una variable objetivo intermedia cuya consecución sea instrumental a todas ellas en el sentido
de que sea necesaria para su realización. Niskanen encuentra que para un burócrata esa variable intermedia es
el tamaño del departamento –buró- que dirige o el presupuesto que administra; de modo, que una burocracia se
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define como una organización en la que sus miembros tienen por objetivo maximizar el presupuesto o el
tamaño de la organización. Más dinero a su cargo significa más sueldo, más poder, más prestigio, más
subordinados, más expectativas de ascenso e incluso más tranquilidad.
Por supuesto, esta expansión burocrática es ineficiente, si bien es habitual “justificarla” con el
“argumento” de que mientras queden necesidades sociales por cubrir toda expansión es racional. Obviamente,
lo es para el burócrata dados sus objetivos, pero no desde el punto de vista social. El gráfico siguiente ofrece
una ilustración para un caso simplificado. La línea D expresa la demanda o valoración social de un
determinado servicio ofrecido por un buró. El coste marginal de la provisión se supone constante e igual a OA.
La cantidad óptima del servicio sería por tanto X0 (correspondiente al nivel en que el coste de proveer una
unidad adicional del servicio es igual a la valoración social de esa unidad), por lo que el presupuesto óptimo
del buró estaría representado por el área OABX0. Ahora bien, el burócrata al cargo del servicio podría
argumentar que la valoración social de éste, reflejada en lo que la sociedad estaría dispuesta a pagar por las X0
unidades proporcionadas (es decir, el área OCBX0 incluyendo el excedente del consumidor) supera al
presupuesto del buró, y así justificar, acudiendo al hecho de que quedan necesidades por cubrir (siempre
quedarán hasta que la curva D no corte al eje de abcisas), que se expanda el presupuesto del buró hasta que
iguale a la valoración de la sociedad. Ello llevaría a expandir el tamaño del buró hasta que produjese, por
ejemplo, una cantidad como X1, de modo que el presupuesto ampliado fuese equivalente al área OAEX1 igual
al área OCBX0. Obsérvese que con este cambio sólo habría ganado el burócrata que habría conseguido
convertir el excedente del consumidor que antes estaba en manos de los consumidores del servicio en un
“beneficio” no pecuniario ahora en sus manos. La producción del servicio sería ineficiente puesto que el coste
marginal de producir cada una de las unidades a partir de la X0 es mayor que el valor social que tienen.

C
Demanda social

B E
A

O
Xo X1

búsqueda en un entorno de información asimétrica y limitada entre los agentes que operan en un mercado es
habitual la existencia de cierta dispersión de los precios (y de los niveles de calidad) de los bienes o servicios
que se intercambian. La búsqueda de las condiciones más ventajosas para un agente es un proceso costoso
puesto que requiere dedicar tiempo y otros recursos para informarse acerca de ellas, por lo que nunca será
óptimo recabar toda la información disponible. Elegir una estrategia de búsqueda de precios (o de nivel de
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calidad), a priori puede no ser lo más adecuado. Si, por ejemplo, un agente encontrara un precio
sorprendentemente bajo (o una calidad sorprendentemente alta) en la cuarta tienda inspeccionada, tendría poco
sentido seguir buscando. La estrategia de búsqueda consecutiva que resulta ser óptima en una diversidad de
circunstancias consiste en que el agente elija un precio (o nivel de calidad) de reserva y acepte el primer precio
(o nivel de calidad) que encuentre que sea igual o inferior (o el nivel de calidad superior) al de reserva. La
teoría de los procesos de búsqueda establece entonces que el precio (o calidad) de reserva es aquel que iguala
el beneficio marginal o ganancia esperada (en términos, por ejemplo, de encontrar un precio medio más bajo o
una calidad media más elevada) de prolongar el proceso de búsqueda con el coste marginal de realizar una
búsqueda adicional.
A partir de este sencillo esquema algunos economistas han propuesto una explicación alternativa de la
persistencia del desempleo y de los medios para combatirlo. En efecto, con arreglo a este modelo, los
trabajadores desempleados se enfrentan a una diversidad de puestos de trabajo y remuneraciones, por lo que
han de realizar un proceso de búsqueda para hallar el más ventajoso. Pero mientras buscan, los trabajadores
están y aparecen como desempleados en las estadísticas, y así permanecerán tanto más tiempo cuanto más
largo sea el proceso de búsqueda. Según este planteamiento los responsables en buena parte de esta
permanencia en las colas del desempleo serían aquellos mecanismos del Estado de Bienestar (como el seguro
de desempleo) que se traducen en una atenuación de los costes de búsqueda, puesto que incitarían a los
trabajadores desempleados a seguir más tiempo en el paro esperando que surja un trabajo más adecuado para
ellos. Las políticas contra el desempleo que se derivan de esta forma de ver las cosas consistirían
consecuentemente en hacer que crecieran los costes de la búsqueda (mediante la reducción de las prestaciones
de desempleo por ejemplo), y/o en atenuar el beneficio marginal de los procesos de búsqueda adicionales
mediante la difusión de mejor información sobre las vacantes y sus condiciones en los mercados de trabajo.
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C
caeteris paribus condiciones que se suponen rigen a la hora de proceder al análisis de los efectos
de cualquier cambio en una variable económica según las cuales se supone que el resto de variables que
influyen el proceso económico permanecen constantes. Las condiciones caeteris paribus están presentes en
cualquier análisis de equilibrio parcial. Por ejemplo, a la hora de evaluar los efectos de la bajada del precio de
algún bien, concluir, como es lo habitual –si no es un bien Giffen-, que la cantidad demandada del mismo
crece es razonar bajo la cláusula caeteris paribus pues en la argumentación detrás de la “ley de la demanda” se
está suponiendo que no varían ni el precio de los demás bienes, ni los gustos, preferencias o expectativas de los
consumidores, ni la cantidad de renta de la que disponen, ni cómo se distribuye ésta.

cambio estructural el proceso de crecimiento económico va acompañado por un cambio en la


importancia relativa de los distintos sectores de la economía. Así, el sector agrícola es dominante en las
sociedades menos desarrolladas, pudiendo llegar a suponer más de las tres cuartas partes del empleo.
Históricamente el crecimiento económico se ha visto acompañado por una caída del peso del sector agrícola a
favor del sector industrial, en primer lugar, y de ambos a favor del sector servicios con posterioridad. A modo
de ejemplo, en 1960 la agricultura ocupaba en España al 40 % de la población activa, porcentaje que a finales
de siglo se situaba por debajo del 7%. De esta forma, mientras que en Alemania la aportación del sector
primario (agricultura, ganadería y pesca), secundario (industria y construcción) y terciario (servicios) es
respectivamente, de 3 %, 35 % y 63 %, en un países de renta baja como Gabón los valores son de 52 %, 16 % y
32 %. En todo caso, mientras que en los países de renta alta el proceso de cambio ha seguido el orden
agricultura → industria → servicios, en muchos países de renta baja el cambio estructural ha favorecido a los
servicios sin pasar previamente por una etapa de crecimiento industrial. Un proceso que se explica al ser la
categoría de servicios en cierto modo un cajón de sastre, incluyendo desde actividades altamente tecnificadas,
como comunicaciones o banca, a otras muy intensivas en mano de obra, como comercio minorista, de forma
que detrás del sector servicios en países de renta alta y baja tenemos actividades muy distintas.
El proceso de cambio estructural tiene implicaciones importantes sobre el comportamiento de la
productividad, puesto que el sector industrial tiene habitualmente una productividad más elevada que el
agrícola, el paso de trabajadores de la agricultura a la industria redunda en un aumento de la productividad,
facilitando la convergencia de PIB per capita entre países. Por el contrario, en la medida en que el sector
servicios esta formado en gran parte por actividades intensivas en mano de obra, en muchos casos poco
cualificada, el crecimiento de este sector a costa del sector industrial puede repercutir en una caída en el
crecimiento de la productividad. La incorporación de las nuevas tecnologías de la información al sector
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servicios podría sin embargo reducir el impacto negativo que la “terciarización” de la economía ha tenido en
el pasado sobre el crecimiento de la productividad.

cambio técnico mejora en los conocimientos relacionados con los procesos productivos que posibilita el
aumento de la producción o la calidad de los bienes producidos sin incrementar los inputs. El cambio técnico
puede materializarse en nueva maquinaria, nuevos conocimientos de los trabajadores, nuevas formas de
organización del trabajo, nuevos productos, etc. Por sus distintas implicaciones se puede hablar de
innovaciones de procesos, cuando el cambio técnico afecta a la forma de producir, pero no al producto, e
innovaciones de productos. En el primer caso el cambio técnico reducirá los costes, mientras que el segundo
caso supondrá la aparición de nuevos productos, que en ocasiones desplazarán a otros más antiguos en la
satisfacción de determinada necesidad (por ejemplo, luz eléctrica frente a luz de gas). Aunque el cambio
técnico está asociado al avance del conocimiento científico, históricamente no es extraño encontrarse casos de
avances tecnológicos que antedatan a los correspondientes avances científicos. En lo que a esto respecta, sin
embargo, la tecnología moderna se basa cada vez más en la ciencia y por lo tanto el cambio técnico en su
avance.
Sin duda alguna el cambio técnico es la causa fundamental del crecimiento económico al largo plazo.
Mientras que a corto plazo se puede crecer o bien aumentando el uso eficiente que se hace de los recursos ya
disponibles (capital, trabajo y recursos naturales), o bien aumentando éstos mediante la inversión ya sea en
capital físico o humano, a largo plazo el cambio técnico es el que explica el crecimiento económico en
términos de PIB per capita (véase contabilidad del crecimiento). Aunque el conocimiento de los factores
determinantes del cambio técnico dista de ser completo, se sabe que éste responde tanto a factores de demanda
como factores de oferta e institucionales. Así la demanda actuaría señalando una necesidad no satisfecha y por
lo tanto una posibilidad de beneficio e indicaría el objetivo. Alternativamente, muchas de las grandes
innovaciones responden a acontecimientos que se producen sin una conexión directa con el mercado, siendo
resultado de un proceso autónomo de mejora del conocimiento técnico que luego se lleva al mercado para
probar su rentabilidad, esto es, generan su propia demanda. Por último, es importante señalar que la generación
de nuevos conocimientos (invención, I) y su de conversión en nuevos productos o procesos (desarrollo e
innovación, D+i) exige de un marco institucional favorable. En lo que a esto respecta, se debate qué estructura
de mercado es más favorable para el progreso técnico, ya que mientras que hay argumentos para defender que
un entorno más competitivo será el caldo de cultivo más favorable a la hora de incentivar el progreso técnico,
también se ha argumentado, al contrario, que los mayores beneficios asociados al monopolio dotarán a las
empresas de los recursos e incentivos necesarios para llevar a cabo los procesos de I+D+i. (véase eficiencia
dinámica). Así mismo hay que señalar que los nuevos conocimientos tienen un componente de bien público
ya que una vez descubierto un nuevo producto o proceso éste puede ser fácilmente copiado, por lo que a menos
que institucionalmente se conceda al inventor un derecho temporal de explotación exclusiva de lo inventado
(véase patentes), el incentivo a la invención se verá seriamente reducido. La importancia del marco
institucional favorable al progreso técnico resulta evidente cuando se comprueba como la historia de la
humanidad está llena de avances tecnológicos que tuvieron que esperar mucho tiempo para revelar su potencial
de crecimiento. En la actualidad, los países desarrollados cuentan con sistemas tecnológicos, I+D+i, que
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absorben entre el 2 y el 3 % del PIB habiéndose convertido la innovación en una parte rutinaria de la actividad
productiva de las empresas, en especial de las grandes. Es importante señalar que alrededor de la mitad del
gasto en I+D corresponde a gasto público, lo que se explica tanto por el alto nivel de incertidumbre relacionado
con las actividades de I+D+i, como por la existencia de efectos externos, fruto de la incapacidad de las
patentes para garantizar totalmente el uso exclusivo de las innovaciones por parte de las empresas que la
realizan, así como por el efecto positivo que el aumento del conocimiento en un área de la actividad económica
puede tener sobre otras áreas conexas.
Desde una aproximación microeconómica el cambio técnico se clasifica en incorporado y
desincorporado, siendo el primero aquel que se materializa en nuevas máquinas y bienes o servicios y el
desincorporado aquel que afecta de forma simultánea al conjunto de los factores de producción (véase
productividad total de los factores). En lo que se refiere a esta última cuestión, es habitual distinguir entre
progreso técnico neutral, ahorrador de capital y ahorrador de trabajo, atendiendo al impacto que la nueva
tecnología tenga sobre la relación capital trabajo (en ausencia de cambios en los precios de los factores). El
progreso técnico será neutral cuando afecte en la misma medida a la productividad del trabajo y del capital,
dejando por lo tanto invariable después de la adopción del cambio técnico la relación capital trabajo de la
economía. Por el contrario el progreso técnico no será neutral si afecta con distinta intensidad a la
productividad del trabajo y del capital. Se llama ahorrador de trabajo al progreso técnico que aumente
diferencialmente la productividad del trabajo, y se llama ahorrador de capital al progreso técnico que favorece
relativamente la productividad del capital. No obstante, el tipo de progreso técnico que se produzca vendrá
frecuentemente, aunque no sólo, determinado por los cambios que se produzcan en los mercados de factores.
Así, cuando el factor trabajo se encarezca con respecto al capital será de esperar que los esfuerzos de desarrollo
tecnológico se dirijan a la creación de nuevas formas de producir que ahorren del factor ahora más caro, en este
caso el trabajo, intensificándose la utilización del capital en los procesos productivos. Por el contrario, en
aquellos países con abundancia de mano de obra y salarios bajos, las tecnologías desarrolladas tenderán a tener
un sesgo favorable a la utilización de ese factor. El crecimiento tendencial de los salarios asociado al
crecimiento económico explicaría, a la vez que también es explicado por, la mayor intensidad de capital de las
tecnologías ahorradoras de trabajo desarrolladas en estos países de renta alta con respecto a las vigentes en
otras partes del mundo con menor nivel de renta.

capacidad productiva ociosa véase utilización del capital

capital capital es cualquier “bien” que una vez producido es capaz de generar un flujo de renta en periodos
futuros. En su acepción más tradicional el capital por excelencia es el capital físico, las máquinas, que
habiendo sido producidas por otras máquinas y mano de obra, son capaces a su vez de producir bienes o
servicios. Como tal, capital y trabajo son los factores esenciales de la actividad económica y el crecimiento.
De hecho una de las diferencias principales entre países desarrollados y menos desarrollados es la distinta
dotación de capital que hay en sus economías, con mayor dotación en los países más avanzados. Esta
constatación llevó a pensar que el desarrollo era tan sólo una cuestión de acumulación de capital, que bastaría
con incrementar éste mediante un aumento de la inversión para generar crecimiento económico. Con el paso
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del tiempo y tras muchas experiencias frustradas se ha comprobado que el capital, por si sólo, no genera
crecimiento, siendo necesario que se de una combinación más difícil de alcanzar de capital, iniciativa
empresarial, incentivos, buen gobierno, capital humano, etcétera. En todo caso, en términos generales sí se
puede decir que aquellas tecnologías más intensivas en capital están asociadas con mayores niveles de
productividad. En la actualidad junto con el capital físico existe, cada vez con más importancia, un capital
intangible, que consiste en la capacidad de desarrollar una idea o concepto. Así hay empresas que no disponen
de maquinaria, y simplemente subcontratan la producción a otras empresas a lo largo del mundo (Nike es una
de ellas, con más de 900 subcontratistas), limitándose a idear, desarrollar y distribuir sus productos, sin
fabricarlos directamente. La importancia que está cobrando este tipo de “capital” exige revisar muchos de los
planteamientos tradicionales de la economía, entre ellos el sistema de calcular el valor de las empresas.
La acepción de capital como aquello, ya sea físico, conocimientos (véase capital humano) o ideas,
que sirve para producir, es distinta de la acepción vulgar del término, que asocia el capital con la posesión de
una cantidad de dinero. En ese caso estaríamos hablando de otro tipo de capital, el capital financiero, con un
papel muy distinto en el proceso productivo, ya que éste no participa directamente en el proceso de creación de
renta, sino sólo a través de su conversión en capital físico, humano o intangible: esto es, cuando una empresa
pide un crédito para realizar una inversión y ampliar su capacidad productiva. Una parte nada desdeñable del
capital financiero, sin embargo, no se dedica a estos menesteres y se concentra en la especulación con
acciones, divisas u otro tipo de activos financieros ya existentes en el mercado (véase bolsa), y que por lo tanto
no dan lugar a nueva inversión.
Aunque como se ha visto, desde el punto de vista de la producción el capital físico (un conjunto de
maquinaria) es distinto del capital financiero (una suma de dinero), frecuentemente el análisis económico
utiliza las dos formas de capital de manera intercambiable, es decir como si el valor monetario del capital, o
capital financiero midiese la cantidad de capital que se está utilizando en una economía o en sus distintos
sectores. En efecto, la remuneración del capital son los beneficios, mientras que al cociente entre éstos y el
stock de capital usado para producirlos se denomina tipo de beneficio, r. El tipo de beneficio por lo tanto se
puede entender como la remuneración por unidad de capital que hay que pagar a sus propietarios por el hecho
de que éstos permitan que se utilice en la producción de bienes y servicios, de modo que el valor del capital
sería igual al producto del tipo de beneficio por la cantidad de capital utilizado (r.K), donde K sería un
indicador de la cantidad de capital. Sin embargo este proceder esconde el hecho de que el capital no existe de
forma abstracta, sino incorporado en formas concretas aptas para producir sólo determinado tipo de bienes.
Este hecho cobra especial trascendencia cuando se procede a medir el capital.

En efecto, como se ha dicho, el valor del capital sería el producto de la cantidad de capital por su valor
unitario que, según el análisis neoclásico, coincidiría con el valor de su productividad marginal, esto es lo que
aporta a la producción una unidad adicional de capital. Ahora bien, para así proceder es necesario saber
previamente cuántas unidades de capital físico se están utilizando. Ello no plantearía ningún problema si el
capital fuese homogéneo, es decir, si éste fuera un objeto maleable que pudiera adoptar cualquier forma
específica de bien de capital, algo así como la “plastilina”, que se pudiese medir en unidades físicas idénticas,
por ejemplo en kilos. Si ello fuera posible, la cantidad de capital se mediría de forma similar a como se mide el
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trabajo, para lo que se utiliza una unidad física común, las horas de trabajo, y donde las diferencias de
cualificación se reducen a unidades homogéneas, de modo que, por ejemplo, una hora de trabajo cualificado
equivalga a cinco horas de trabajo no cualificado.
El problema con el capital es que está compuesto, como se ha señalado, de objetos heterogéneos, no
siendo posible reducirlos a una unidad física común a la hora de agregarlos (piénsese en la imposibilidad de
sumar ordenadores y azadas). La forma tradicional de resolver este problema y poder sumar objetos
heterogéneos es multiplicar cada bien de capital por su precio, agregando los resultados así medidos de forma
que, al final, se alcance una medida del capital expresada en valores monetarios. El problema de carácter
lógico que ello supone es que la teoría explícitamente establece que para conocer el precio de un factor es
necesario conocer cuanta cantidad del mismo se está utilizando, por lo que entraríamos en un círculo vicioso:
para conocer el valor del stock de capital sería necesario conocer los precios de cada uno de los objetos de
capital, pero para conocer estos precios es necesario contar con una medida de cuánto capital se dispone. Esta
cuestión dio origen a un complejo debate en la década de 1960 y 1970 conocido como la “controversia del
capital”. El resultado de esta controversia es que no existe una medida de la cantidad de capital, en términos de
un valor agregado de la misma, que sea independiente de la distribución de la renta. Es decir, que no es que la
cantidad de capital determine el valor del capital y correspondientemente la parte de la renta que va a sus
propietarios, si no que es la distribución de la renta, fruto de consideraciones de carácter sociológico o político
(la lucha distributiva) la que determina el valor de la cantidad de capital que se tiene.
Un sencillo ejemplo construído a partir de los trabajos de Piero Sraffa (1898-1983) nos ayudará a
entender esta cuestión. Supongamos una economía simplificada en la que sólo se producen dos bienes: trigo, T,
y hierro, H, con arreglo a la siguiente tabla input-output:

Industrias Input de trigo Inputs de hierro Input de trabajo Output total


Trigo 280 Tn. 12 Tn. 20 h. 575 Tn.
Hierro 8 Tn. 120Tn. 10 h. 25 Tn.
Input totales 400 Tn. 20 Tn.

Como vemos, se trata de una economía con excedente económico puesto que la producción final de bienes
supera a la de los inputs utilizados (175 Tn. de trigo y 5 Tn. de hierro). Para que el proceso productivo pueda
reproducirse y esté en condiciones de equilibrio es necesario que los precios de los diferentes inputs, PH y PT,
el salario, w, y el tipo de beneficio sobre el capital, r, (en este caso los inputs de trigo y hierro utilizados en
ambas líneas de producción) guarden determinadas proporciones. En concreto deben satisfacerse las siguientes
ecuaciones:
(280PT + 120 PH) (1+r) + 20w = 575 PT
(8PT + 120 PH) (1+r) + 10w = 25 PH

donde PH y PT son los precios del hierro y el trigo respectivamente.


Si por ejemplo se toma como unidad de medida, o numerario en el que se expresan todos los precios, el precio
del del trigo, de forma que PT sea igual a 1, el sistema se convierte en un sistema de dos ecuaciones y tres
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incógnitas (PH, r y w). Lo que significa que no tiene una solución determinada a menos que una de las
variables quede definida exógenamente. Dando por ejemplo un valor concreto al salario, que podría ser el
salario de subsistencia, el sistema admite solución: habría un precio del hierro, PH, y del tipo de beneficio, r,
que serían congruentes con las condiciones de producción y equilibrio del sistema. Obsérvese, sin embargo,
que cada distinto posible valor del salario daría lugar a soluciones diferentes para los otros precios.
Correspondientemente, el valor del capital usado en cada sector (280PT + 120 PH) para el caso de la
producción de trigo y (8PT + 120PH) para el de hierro, no es independiente del valor de r o w, es decir de
cómo se distribuya el valor del excedente generado. Ello significa que las mismas cantidades de capital físico
(trigo y hierro) utilizadas en los dos sectores tendrán valores distintos para diferentes valores de w o de r. No
hay por lo tanto ninguna medida única de la cantidad de capital independiente de la distribución de la renta.
Para unos valores de w o de r el sector de producción de trigo será más intensivo en capital que el de
producción de hierro, en tanto que, para otros, sucederá a la inversa. Hablar por tanto de que un sector (por
ejemplo, el de producción de hierro) es más intensivo en capital que otro, o que utiliza una relación capital
trabajo más elevada no tiene sentido si no se dice que ello depende de los valores de w o de r. En este
contexto, incluso sería posible encontrar circunstancias en las que, de modo contrario a lo que predice el
análisis neoclásico, incrementos en el valor del capital vayan asociados a aumentos de r, proceso conocido
como “reswitching de técnicas”, esto es, que incrementos en el rendimiento del capital estén asociados con
procesos de producción más intensivos en capital, resultado éste en absoluta discordancia con la ley de la
productividad marginal decreciente que señala que. caeteris paribus, la acumulación de capital va
inexorablemente unida a una caída de su productividad marginal.

capital humano término que hace referencia al conjunto de conocimientos que tienen los trabajadores con
efecto sobre su capacidad de producir (productividad). Una vez considerado el conocimiento como capital, el
paso lógico a dar es considerar la educación como inversión, sujeta a los mismos criterios que cualquier otro
tipo de inversión. Así, para la escuela del capital humano, liderada por el Nobel de Economía de 1992 Gary
Becker, los individuos invertirán en educación cuando su rentabilidad, medida como la diferencia entre el
salario de los trabajadores con más y menos educación, sea superior a los costes de la misma, considerando
entre éstos el coste de oportunidad de estudiar, que incluiría el salario que se deja de obtener por estudiar en
vez de trabajar. Desde esta aproximación, la educación –tanto formal como en el trabajo- aumentaría la
productividad de los trabajadores, lo que explicaría la existencia de diferencias salariales. El análisis de Becker
tiene implicaciones importantes en términos que quién financia la educación, ya que si son los individuos los
que se apropian de los beneficios de la educación, su financiación pública sólo se explicaría por la existencia
de externalidades: los individuos no se pueden apropiar de todos los beneficios derivados de su inversión en
educación, o por cuestiones de igualdad de oportunidades. Por otra parte, en lo que se refiere a la educación
por parte de la empresa o on the job training, ésta sólo debería financiar la educación específica al puesto de
trabajo desarrollado por el trabajador en la empresa, que no tendría valor fuera de ésta, pero no la general, que
aumentaría el capital humano del trabajador para las demás empresas, aumentando por lo tanto también el
riesgo de que éste deje el trabajo, perdiendo la empresa la inversión en educación realizada. Esta circunstancia
explicaría la existencia de contratos a largo plazo con fuertes penalizaciones para el trabajador en el caso de
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abandono de la empresa cuando ésta realiza grandes inversiones en capital humano general del que se
beneficiaría el trabajador si cambiara de empresa, por ejemplo, los pilotos de aviones en el ejército (véase
salarios).
Esta visión de la educación se enfrenta a críticas, tanto por la no consideración de otras motivaciones
distintas de la crematística a la hora de decidir el tipo de educación a seguir, como por la posibilidad de que la
educación sea un filtro del que se valen las empresas a la hora de contratar personal, sin que exista
necesariamente una relación con las diferencias en productividad de los individuos. Desde esta aproximación
los individuos, al invertir en educación, estarían adquiriendo una señal que les permitiría acceder al mercado
de trabajo de forma ventajosa, posibilitándoles diferenciarse de los demás.

capital social conjunto de organizaciones sociales, vínculos afectivos de confianza o profesionales, redes y
normas sociales que facilitan la coordinación y la cooperación en todos los ámbitos de la sociedad, incluido el
económico. Desde el momento en que la actividad económica no se da en el vacío sino en un contexto social,
es razonable pensar que el grado de vertebración de la sociedad, la existencia de vínculos entre sus miembros,
y su conocimiento y nivel de confianza mutuo repercutirán positivamente en ésta. Todo este conjunto disperso
de elementos, recogidos bajo la denominación de capital social, actuaría como un factor más en el proceso
productivo, potenciando el impacto de otros inputs, como el capital físico y el humano, sobre la producción.
El capital social tendría así un papel relevante a la hora de explicar el crecimiento económico, aunque su efecto
no se limitaría a éste, ya que también contribuiría directamente al bienestar al dotar a las personas de una
sensación de pertenencia y comunidad.
De entre las distintas clasificaciones de capital social es útil distinguir entre lo que en terminología
inglesa de denomina bonding social capital, de bond, unir, y bridging social capital, de bridge, puente. El
primero, o capital social integrador, haría referencia a los distintos vínculos de unión entre personas, ya sea por
su pertenencia a la misma familia, ONG, vecindario o barrio. Vínculo que puede actuar como red de seguridad
en situaciones de necesidad. Por su parte, el capital social “puente”, haría referencia a la existencia de redes
relacionales que permiten a los individuos trascender su entorno más inmediato y acceder a otros entornos
sociales o económicos. Los contactos en empresas o en países extranjeros serían ejemplo de este tipo de capital
social que facilitan encontrar un trabajo o emigrar a al extranjero en su búsqueda serían en ambos casos
manifestaciones de este tipo de capital social en funcionamiento. Algunos colectivos, como los pobres,
normalmente tienen un alto stock de capital social del primer tipo, lo que posibilita su supervivencia en
condiciones muy precarias, pero muy poco capital social del segundo tipo, lo que dificulta su promoción
socioeconómica.

capitalismo véase economía de mercado

cartel acuerdo entre empresas para controlar el precio mediante la determinación conjunta de la oferta
(véase oligopolio de oferta). El ejemplo más famoso de cartel es la Organización de Países Exportadores de
Petróleo, OPEP, que en los años 70 y 80 consiguió fuertes aumentos del precio del petróleo controlando la
oferta mediante la limitación de la producción de los países miembros. El sistema de organización más común
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es: (1) se determina cuál es el precio que se quiere conseguir por el bien -en el caso de la OPEP el petróleo- (2)
se calcula cuál es la oferta del bien que arrojaría en el mercado un precio igual al elegido y se ajusta la
producción total de forma que ésta sea compatible con dicho precio, (3) se distribuye la producción entre los
países miembros, de forma que mientras que éstos limiten su producción a la cuota establecida se mantiene el
precio deseado (véase colusión).

ciclo económico la actividad económica está sujeta a cambios en su intensidad, pasando por momentos de
auge y situaciones de recesión. Cuando estas fluctuaciones de actividad siguen una pauta temporal más o
menos regular en torno a la tendencia de crecimiento a largo plazo, entonces se habla de ciclos económicos. Es
tradicional descomponer el ciclo en cuatro fases, tomando como punto de referencia el valor medio de la
variable cuyo comportamiento cíclico se pretende medir: una fase de auge hasta alcanzar un valor máximo, una
fase de recesión que se manifestaría en una caída desde el valor máximo hasta el valor medio, la depresión, que
recogería la fase de caída desde la media hasta el punto de valor más bajo, y la recuperación que sería el
proceso de vuelta hasta alcanzar los valores medios.
Desde un punto de vista empírico se pueden clasificar los ciclos según su duración. Así, en el extremo
inferior estarían los ciclos estacionales, de duración inferior a un año, y que se explican normalmente por el
comportamiento estacional de la demanda –piénsese en la demanda de aparatos de aire acondicionado y
ventiladores, por ejemplo-, el extremo opuesto lo ocuparían los llamados ciclos de Kondratiev, los ciclos más
largos -tan largos que muchos economistas dudan de su existencia- de origen tecnológico y que abarcarían
alrededor de medio siglo. Entre ambos extremos se han identificado, y bautizado, ciclos de tres años (los ciclos
de Kitchin), los más estudiados de entre siete y diez años (ciclos de Juglar), y de 15-20 años (ciclos de
Kuznets). No sólo existen ciclos de muy distinta duración, sino que éstos difícilmente mostrarán unas
características idénticas: cada ciclo es distinto a los demás, lo que ha llevado a muchos autores a dudar de la
utilidad del concepto de ciclo y optar por hablar en su lugar de fluctuaciones de la actividad económica. Al
igual que la duración de los ciclos es distinta, también puede serlo su naturaleza. En el siglo XIX, la variable
que mostraba un comportamiento más cíclico eran los precios, mientras que la producción estaba sujeta a unas
oscilaciones mucho menores. Sin embargo, con el cambio de siglo, los precios pasaron a mostrar un
comportamiento mucho más estable, en el sentido de ser mucho menos corrientes las deflaciones, mientras que
la producción pasó a mostrar un comportamiento cíclico más claro. Cuando se considera conjuntamente la
evolución de la producción a corto o medio plazo con la tendencia o el ciclo a más largo plazo, se habla
entonces de ciclos de crecimiento, en donde las fases expansivas caracterizadas por el rápido crecimiento se
alternan con fases contractivas de crecimiento más lento, que no tiene porqué ser negativo o nulo. En todo
caso, la observación de los ciclos de la tasa de crecimiento del PIB a lo largo del siglo pasado pone de
manifiesto su mayor intensidad en la primera parte, y la reducción de su amplitud coincidiendo con la puesta
en marcha de las políticas contracíciclas keynesianas y la construcción del Estado de Bienestar a partir de la
década de 1950.
Los primeros intentos de desentrañar la causa y funcionamiento interno de los ciclos, a finales del
siglo XIX, se caracterizan por buscar en variables exógenas a la economía el elemento explicativo de los
mismos. Tal punto de vista, que ha dominado la teoría de los ciclos, es congruente con una visión del sistema
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económico que acentúa sus características de estabilidad (véase equilibrio general), pero sometido a un
bombardeo continuo de shocks o acontecimientos externos. Los modelos de ciclos se diferenciarían entonces
por el tipo de “modelo de impulso” o shock externo y por el tipo de “modelo de propagación” que se supone
que es capaz de transformar los shocks en una perturbación cíclica en toda una económica. Así, Stanley
Jevons (1835-1882), uno de los padres de la microeconomía neoclásica, asociaba los ciclos económicos con
las manchas solares y sus efectos sobre la producción agrícola, de forma similar a Henry L. Moore (1869-
1958), que consideraba que es la existencia de ciclos de lluvia de ocho años, y su impacto sobre la producción
lo que subyace a los ciclos económicos. Con posterioridad se plantearon multitud de teorías en las que los
shocks generadores de los ciclos se situaban dentro del ámbito de la economía y el comportamiento de los
agentes económicos, aunque manteniendo la condición de exogeneidad de la variable que desataba el ciclo:
aumentos de la liquidez (Hawtrey o Hansen), cambios en las expectativas (Pigou), cambios tecnológicos
(Tugan-Baranovsky) o institucionales (Vogel) aparecen como candidatos a causa prima de la perturbación que
desataría el ciclo. Pero la asociación de los ciclos con una causa externa, exige también que la variable que
desata el ciclo empujando a la economía a una sucesión de auge y depresión tenga a su vez un comportamiento
cíclico, algo ausente en la mayoría de las propuestas teóricas planteadas.
Existe una tan amplia variedad de teorías de los ciclos económicos que resulta inviable realizar una
aproximación siquiera parcial a las mismas. El único modo de proceder consiste en agregar esa diversidad en
grupos de teorías que comparten algunos elementos comunes. Recogemos a continuación algunos elementos
centrales de cuatro grandes grupos de teorías, dentro de las cuales se enmarcarían la mayoría de teorías
explicativas existentes. El primer grupo de teorías sitúa en factores de tipo monetario la causa del
comportamiento cíclico de la economía. Estas teorías del ciclo monetario consideran que la fijación de un tipo
de interés artificialmente bajo respecto al tipo de interés “natural” asociado a la productividad del capital,
generará un aumento de la inversión y de la producción hasta que se agoten las posibilidades de crédito de los
bancos y estos procedan a aumentar el tipo de interés, lo que provocará una caída en la demanda y un aumento
de la desocupación. Dentro de este grupo merece la pena destacar la interpretación de la escuela austriaca para
la cual el ciclo no es algo inherente al funcionamiento de una economía de mercado autoregulada, sino más
bien el fruto de la intervención en la oferta monetaria. Para Friedrich August von Hayek, (1889-1992), uno de
sus máximos exponentes, la expansión del crédito consecuencia de un tipo de interés artificialmente bajo, y el
consiguiente aumento de la demanda de bienes de consumo, generará un aumento del precio de los bienes y de
los beneficios de las empresas, cambios que provocarán una reducción de los salarios reales y un aumento de la
inversión. La caída de los salario, a su vez, hará que la inversión se dirija hacia tecnologías intensivas en
trabajo debido a su menor coste, de forma que el sector de producción de bienes de capital (maquinaria) se verá
simultáneamente sujeto a dos fuerza opuestas: por un lado la que surge del aumento de su demanda, al haber
más inversión, y por otro la que la disminuye al ser la inversión cada vez más intensiva en trabajo. A partir de
un cierto momento, para Hayeck primará el segundo de los factores, con lo que se producirá una caída en la
producción del sector y el correspondiente aumento del desempleo que marcará el inicio de la fase depresiva
del ciclo.
Desde una aproximación alternativa, de corte keynesiano, hay todo un grupo de teorías en las que
juega un papel central la interacción del acelerador y el multiplicador, de modo que los ciclos serían el
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resultado más o menos inmediato de la respuesta de la inversión ante un aumento de la renta. Un aumento de la
renta, por cualesquiera razones, provocará mediante la mecánica conocida como acelerador un aumento de la
inversión (con la que las empresas pretenden dotarse de capacidad productiva con la que hacer frente al
aumento de demanda asociado al aumento de la renta), lo que a su vez repercutirá, por el efecto multiplicador,
en un aumento mayor de la demanda y producción y correspondientemente de la inversión. Este proceso
continúa hasta que se alcanza la plena ocupación de la capacidad instalada, momento en el que se frenará el
crecimiento. Esta caída en el crecimiento tendrá, a su vez, una repercusión a la baja en la inversión, que
repercutirá en la demanda –también a la baja- provocando la recesión.
En tercer lugar, están las llamadas teorías del ciclo real, desarrolladas a partir de los trabajos
realizados en la década de 1980 por los premios Nobel de Economía de 2004, Edward C. Prescott y Finn E.
Kydlan, que supone una ruptura radical con las teorías anteriores al plantear que detrás de los ciclos se
encuentra el comportamiento del cambio técnico y la adaptación de los trabajadores ante tales cambios. De este
modo, si por cualquier razón se produce una reducción en el ritmo de cambio técnico, la productividad del
trabajo caerá y con ella los salarios, situación ante la cual los trabajadores responderán reduciendo su oferta de
trabajo. Esta caída en la oferta de trabajo provocará a su vez la reducción de la producción. Alternativamente,
la aceleración del cambio técnico provocará un aumento de la productividad y el correspondiente aumento del
salario, al que los trabajadores responderán aumentando su oferta de trabajo, con lo que aumentará la
producción. Según esta interpretación, los ciclos estarían provocados por la respuesta óptima de los
trabajadores a las fluctuaciones de sus salarios derivadas del distinto ritmo de cambio técnico: los trabajadores
aumentarán su demanda de ocio cuando los salarios sean más bajos e incrementaran por contra su oferta de
trabajo cuando éstos sean más altos. Como se puede apreciar, esta interpretación hace innecesarias todas las
costosas intervenciones anticíclicas realizadas por el sector público con la intención de combatir las
fluctuaciones económicas, ya que éstas serían tan sólo el resultado de la respuesta óptima de los trabajadores
ante cambios en los salarios derivados de shocks tecnológicos externos. Como señala Larry H. Summers, si
esta teoría fuera correcta ello sería equivalente a arrojar a la macroeconomía desarrollada a partir de la
revolución keynesiana a la papelera de la historia. No parece sin embargo, que los grandes niveles de
desempleo alcanzados en muchos países en las fases depresivas del ciclo se puedan explicar fácilmente como
desempleo voluntario fruto de una masiva opción por parte de los trabajadores a favor de más tiempo de ocio.
De igual forma, el modelo tampoco explica satisfactoriamente las causas detrás de los shocks tecnológicos que
supuestamente son los que desatarían todo el proceso de ajuste. De hecho, la caída en la productividad que se
produce en las fases depresivas del ciclo se puede explicar alternativamente más que como un shock exógeno,
como la respuesta de las empresas ante la caída de su demanda y su política de no repercutir totalmente esa
caída en reducción del empleo. En conjunto, no faltan autores que consideran que esta teoría no es si no un
intento de cerrar uno de los problemas teóricos que restaban solidez a la nueva economía clásica, haciendo
compatible la existencia de ciclos económicos con los modelos en donde prima el vaciamiento de mercado.
En cuarto lugar se puede hablar de un conjunto de aproximaciones al comportamiento cíclico que se
inspiran en dinámicas relacionadas con la economía marxista. Con arreglo a este enfoque, en el que el ciclo se
genera de forma endógena en el propio sistema económico, la lucha de clases en el terreno de la distribución
de la renta sería el motor del comportamiento cíclico con arreglo al siguiente esquema: unos salarios elevados
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en circunstancias cercanas al pleno empleo se traducirían en una menor tasa de beneficios, lo que a su vez
llevaría a una menor tasa de inversión y a la caída consiguiente en la tasa de crecimiento (fase contractiva). El
consiguiente aumento en el desempleo moderaría los salarios, lo que haría crecer la participación de los
beneficios en la renta, estimulando el crecimiento de la inversión, la tasa de crecimiento y el empleo. Esta fase
expansiva acabaría conforme, al acercarse al pleno empleo, los salarios volviesen a crecer, comenzando de
nuevo la fase contractiva.
Es característico de todas las teorías del ciclo reseñadas y otras muchas que no se han recogido en
estas páginas su naturaleza mecánica, en el sentido de su alternancia regular; es decir que dada una causa o
motor del ciclo, éste se desenvuelve en una sucesión automática y regular de fases alcistas y bajistas en forma
de una serie de ondas que, dependiendo de los parámetros usados en las ecuaciones que describen los modelos,
se repetirían ya sea con la misma amplitud, con una amplitud creciente (en cuyo caso tendríamos un ciclo
divergente que se alejaría cada vez más del “equilibrio”) o decreciente (en que el ciclo se iría convergente
acercándose a un nuevo “equilibrio” a expensas de que apareciera una nueva “causa” o shock generador del
ciclo). Los ciclos así obtenidos tendrían una regularidad tal que permitiría la predicción de su evolución y su
control por parte de las autoridades económicas. Sin embargo, como se ha señalado previamente, en la realidad
económica los ciclos se caracterizan por su irregularidad tanto en duración como en amplitud y su
comportamiento muy imprevisible: el saber la posición del ciclo en la que una economía se encuentra en un
momento dado no garantiza poder predecir automáticamente donde se encontrará en periodos futuros, por lo
que la posibilidad de control se ve notablemente reducida. En consecuencia, como señaló Milton Friedman en
1955, la actuación contracíclica de las autoridades económicas podría tanto acentuar las fluctuaciones como
atenuarlas. Incluso, a tenor del retardo en la recogida y manipulación de la información económica pertinente,
bien pudiera ser que la actuación pública fuese en buena parte de los casos contraproducente: haciendo una
política contractiva cuando la economía ya hubiese entrado realmente en la fase recesiva, o haciendo una tardía
política expansiva, cuando la economía ya se hubiese recuperado.
A la hora de dar cuenta de las irregularidades de los ciclos de la economía real los modelos de ciclo se
ven obligados a incorporar variables exógenas de una forma ad-hoc que den cuenta de las mismas. Así, Ragnar
Frisch (1895-1973), premio Nobel de Economia de 1969, propuso como forma de salir de la dificultad, que si
bien el ciclo generado por un shock exógeno genera un ciclo regular (como sucede con las ondas que genera
una piedra que cae en un estanque), la acumulación de shocks exógenos da origen a ciclos irregulares (como
sucede con las ondas que se producen cuando son muchas las piedras que caen al estanque). El objetivo del
análisis sería por tanto conseguir separar qué elementos intervinientes en la generación de ciclos que se
agregan en el ciclo general son más o menos aleatorios o circunstanciales de aquellos más permanentes o
estructurales, de modo que la irregularidad observada en el ciclo no impidiera la predicción estadística de su
devenir, lo que posibilitaría una política anticíclica relativamente eficaz. Ello ha dado origen a toda una
industria econométrica que ha producido una enorme cantidad de modelos estocásticos de ciclos con, por
decirlo caritativamente, tasas de acierto en las predicciones que no son para echar las campanas al vuelo una
vez que se pasa del muy corto plazo.
Por otro lado, las últimas aportaciones a la teoría del ciclo pretenden resolver la cuestión de la
irregularidad haciendo uso de la nueva matemática de las dinámicas no lineales o caóticas. En ellas, el
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comportamiento de los agentes económicos, ya sean consumidores o inversores, depende de modo directo del
comportamiento de los demás (véase economías de red), dando lugar a interacciones de tipo no lineal. En este
contexto, pequeños cambios de comportamiento se amplifican provocando fácilmente perturbaciones cuyo
desenvolvimiento cíclico es irregular e impredecible fruto de la característica de dependencia de las
condiciones iniciales que definen este tipo de dinámicas: una pequeña variación en esas condiciones iniciales
se amplifica de de modo más que proporcional en cuanto a sus efectos.
Finalmente, es necesario destacar que una teoría de ciclos es en sí incompleta a la hora de explicar el
entero comportamiento dinámico de una economía a menos que incluya a la vez una explicación de la
tendencia en torno a la que el ciclo se mueve.

ciclo económico político, en el supuesto de que los votantes tengan en cuenta a la hora de votar la situación
económica, los gobiernos pueden verse tentados a poner en marcha medidas expansivas de política fiscal antes
de las elecciones (reducción de impuestos y/o aumento de transferencias y otro tipo de gasto público) con la
finalidad de ganar adeptos entre los votantes (véase elección colectiva). De igual forma, existirían incentivos
para posponer cualquier medida contractiva (reducción de gasto o aumento del tipo de interés) hasta después
de las elecciones para no “espantar” a los posibles votantes. Si esto fuera así, sería posible identificar un ciclo
de gasto público según el cual las medidas expansivas se concentraran justo antes de los periodos electorales,
mientras que las medidas contractivas se aplicarían tras éstos. Este fenómeno se conoce como ciclo económico
político, en cuanto que sería la política la que marcaría o reforzaría el ciclo económico. Esta narrativa, que de
forma anecdótica puede contrastar el lector fijándose en el apretado calendario de inauguraciones de obras
públicas que suele preceder a las elecciones de distinto ámbito, y que cuenta con cierta (aunque no
abrumadora) confirmación empírica, entraría en contradicción, sin embargo, con el supuesto de agente
económico racional –que por serlo no se dejaría “engañar” por el calendario de las actuaciones de política
económica- y con el supuesto de expectativas racionales, que llevaría al votante a anticipar que antes o
después va a tener que pagar por ese aumento del gasto.

ciclo vital, teoría aproximación que defiende la conveniencia de estudiar las decisiones de consumo y ahorro
de los individuos desde una visión a largo plazo que comprenda toda su vida. Este enfoque parte de la
constatación de que los ingresos de las personas son más bajos al comienzo de su vida activa y tras su
jubilación, y mayores en los periodos centrales de su vida de trabajo. Si los individuos tienen, como se
defiende, preferencia por cierta estabilidad en su consumo a lo largo de la vida, para conseguirlo procederán a
endeudarse en los primeros años de vida laboral, ahorrarán en sus años centrales y desahorrarán tras su
jubilación, manteniendo así un patrón de consumo relativamente homogéneo a lo largo de su vida. Desde esta
aproximación, el perfil de edad de la población es una variable decisiva a la hora de conocer el
comportamiento del consumo y ahorro, ya que la población de mayor edad tendrá una tasa de ahorro inferior (o
negativa) con respecto a aquella de edad mediana. Esta teoría se enfrenta a varios problemas, entre los que
destaca por un lado la tendencia de raíz cultural al ahorro de las personas mayores, en parte con la intención de
dejar una herencia, y en parte por precaución o costumbre, y por otra, la incertidumbre con respecto al futuro,
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tanto en lo que se refiere a la esperanza de vida como al perfil de ingresos, que hace difícil que los individuos
planifiquen de forma adecuada su comportamiento temporal de ahorro y consumo.

Coase, teorema de en presencia de externalidades los costes y/o beneficios privados difieren de los sociales,
por lo que dado que los individuos al actuar sólo tienen en cuenta los primeros, ello parecería implicar que por
sí solos los mercados no podrían alcanzar la eficiencia económica. Así, por ejemplo, a la hora de decidir usar
su propio coche cada individuo tiene en cuenta el precio de la gasolina, el desgaste del vehículo, el precio
implícito de su tiempo, etc., pero no tiene en cuenta la contaminación acústica, la polución atmosférica, y los
costes para los demás en términos de tiempo perdido en atascos que cada individuo genera con su uso del
coche. Muchas de las instituciones y convenciones sociales que regulan los comportamientos privados (las
normas de buena educación, la honradez, la preocupación por el qué dirán…) tienen su justificación en el
intento de evitar aquellos comportamientos con costes sociales más elevados favoreciendo por contra otros
donde los beneficios sociales son claros. Sin embargo, en muchos casos esa aproximación indirecta al
problema de las externalidades no es suficiente, de forma que parece que es necesario que una fuerza externa a
los individuos –la autoridad estatal- fuerce a los individuos a “internalizar” en su comportamiento esos otros
costes y/o beneficios sociales que sus actividades generan.
Frente a este punto de vista, Ronald H. Coase, premio Nobel de Economía de 1991, señaló que bajo
determinadas circunstancias esa intervención estatal en la economía está de más, de modo que: (a) si los
derechos de propiedad están perfecta y claramente definidos (de forma que se sepa con precisión el tipo de uso
al que está autorizado cada agente), (b) si los efectos renta son despreciables, y (c) si los costes de
transacción o de negociación son de escasa entidad; la libre negociación entre las partes tendrá como resultado
la internalización de la externalidad que hubiera entre ellas, alcanzándose un resultado eficiente que sería
independiente de cómo estuvieran asignados los derechos de propiedad entre las partes. Resultado que se
conoce como Teorema de Coase.
Por ejemplo, supongamos que una cervecería utiliza el agua de un río. Aguas arriba está localizada
una fábrica de papel que vierte sus residuos en la corriente. Supongamos también que para depurar el agua lo
suficiente para poder hacer cerveza, la cervecera tuviera que incurrir en unos costes de 1000 € mensualmente,
en tanto que si la fábrica de papel limpiase sus vertidos sólo tendría que hacer frente a unos costes
suplementarios de 500 € por mes para eliminar sus productos de desecho hasta el grado necesario para que la
cervecera pudiese usar el agua sin ulterior depuración. En principio, parecería de sentido común que el
resultado dependería de quién tuviese el derecho a usar el agua y en qué condiciones. Pero no es así. Veamos,
si fuera la cervecera quien tuviera el derecho (de propiedad) a usar un agua lo suficientemente limpia para su
uso productivo, ello significaría que la papelera motu propio acabaría utilizando un sistema adicional de
limpieza, so pena de ser denunciada por la cervecera y obligada a sufragar sus costes de limpieza mensuales.
Si, por el contrario, fuese la papelera quien tuviese el derecho (de propiedad) que le autorizase a ensuciar el
agua cuanto quisiese, a la cervecera le interesaría pagarle al menos 500 € para que utilizase el sistema de
limpieza. El resultado en términos de un agua lo suficientemente limpia para el uso de la cervecera sería pues
el mismo independientemente de quién tuviese el derecho a usarla. El coste de evitar la contaminación (500 €
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mensuales) sería plenamente internalizado por la papelera en el primer caso y por la cervecera en el segundo.
Este resultado tiene las siguientes implicaciones:
1) en primer lugar, hay que resaltar que la solución alcanzada no excluye que la papelera sigua
contaminando. Pero ese nivel de contaminación sería, no obstante eficiente, pues para eliminar
totalmente la contaminación habría que, o bien cerrar la fábrica de papel, o bien obligar a que la
papelera utilizara unos sistemas de limpieza cuyos costes ninguna de las dos empresas estarían
dispuestas a asumir. Obsérvese que los niveles de limpieza por encima de los conseguidos a un coste
de 500 € no le valen de nada a la cervecera. Para los economistas pues, y por lo general, existen unos
niveles óptimos de contaminación positivos.
2) la subida en los costes de producción por la internalización de los gastos de limpieza se refleja en
mayor o menor grado en los precios que pagan o bien los compradores de papel o los de cerveza. Es
decir, que son los usuarios finales (junto con los propietarios de los factores productivos) quienes han
de pagar por la contaminación que su producción genera ya sea en precios más elevados y/o en
niveles de producción más bajos.
3) el resultado alcanzado: la incorporación por parte de la papelera de un sistema de limpieza a un coste
de 500 €, es más eficiente que el que la cervecera limpie el agua a un coste de 1000 €.
Obsérvese también que, en este caso, aunque ninguna de las dos empresas tuviera ningún derecho de
propiedad privada sobre el agua (es decir, si el agua fuese de propiedad común), se alcanzaría el mismo
resultado si los costes de negociación fueran nulos ya que la cervecera tendría todos los incentivos a pagarle a
la papelera 500 € (y hasta un máximo de 1000 €) por su limpieza, puesto que el hecho de estar aguas arriba es
equivalente -en este caso de propiedad común- a que la papelera tenga el derecho de propiedad. Este resultado
acentúa la importancia del segundo de los requisitos necesarios para que se pueda aplicar el teorema de Coase.
Sólo cuando los costes de transacción (los costes de negociación, información, vigilancia y cumplimiento de
los acuerdos) son nulos, los agentes en sus negociaciones alcanzan la eficiencia paretiana.
Sin embargo, es muy probable que las partes no puedan negociar con éxito por, al menos, tres
importantes razones: en primer lugar, sucede que si los costes de transacción son muy elevados, es posible que
no merezca la pena que las dos partes implicadas negocien nada. Supóngase, por ejemplo, que en el caso
anterior en vez de tratarse de una empresa cervecera la que está aguas abajo, fuese una pequeña ciudad de 1000
familias cada una de las cuales tuviera que gastar 1 € mensual en limpieza. Los costes de negociación con cada
una de ellas puede que hiciesen inviable ningún tipo de acuerdo, o que se alcanzase un resultado subóptimo.
Por ejemplo, es más que posible que los costes de negociación sean menos elevados para la empresa que para
las familias aisladas
En segundo lugar, si las partes adoptan un comportamiento estratégico en la negociación es muy
posible que no se pueda llegar a un acuerdo. En la negociación del ejemplo anterior, se tendría que a la
papelera le interesaría “hinchar” sus gastos de limpieza si es ella quien tiene el derecho a usar como quiera el
agua, pues recibiría una compensación por encima de sus gastos reales de limpieza, en tanto que es a la
cervecera a quien le interesaría hacer lo mismo si es a ella a la que asiste el derecho. El resultado puede ser que
si alguna de las partes “se pasa” en ese comportamiento estratégico, no se llegue a ningún acuerdo. Por
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ejemplo, si en el primer caso la papelera hincha sus gastos de limpieza hasta los 1001€, no habrá acuerdo, de
forma que la limpieza correrá a cargo de la cervecera a un ineficiente coste de 1000€.
En tercer lugar, si cualquiera de las partes carece de información acerca de los costes o beneficios
sociales de la transacción es más que posible que no se alcance un resultado eficiente, pues simplemente no
sabrían cuál es.
Finalmente, la aplicación del Teorema de Coase exige que los efectos renta sean despreciables pues si
no lo son, entonces sucederá que la asignación de derechos de propiedad alterará el resultado final. La razón de
ello es que la distribución de la renta depende de quién reciba los derechos de propiedad pues estos son
siempre valiosos. Si esto a su vez altera la valoración que tiene una de las partes de lo que se intercambia, ello
se traduce en que la asignación final dependerá de la asignación de derechos de propiedad, contrariamente a lo
que afirma Coase. Por ejemplo, supongamos que en el caso anterior se “enfrentan” la papelera y los vecinos de
un pueblo aguas abajo. La concesión del derecho a un agua limpia a estos últimos en aplicación del principio
de que “quien contamina, paga”, aumentaría su renta y, paralelamente, también lo haría su valoración y
demanda de un agua aún más limpia pues la preocupación por los asuntos ecológicos tiene las características
de los bienes de lujo. Si, por el contrario, el derecho le fuese concedido a la papelera, de modo que los vecinos
del pueblo pagasen a la papelera porque esta realizase la limpieza, los niveles de contaminación del agua tras la
negociación serían indudablemente superiores que en el otro caso.

Cobb-Douglas, función la función Cobb-Douglas es una forma concreta de función de producción que
responde a la siguiente expresión: Y = ALαKβ, donde L representa el input de factor trabajo y K representa el
input de factor capital. El valor concreto que tomen α y β tiene implicaciones importantes en lo que se refiere
a la relación entre evolución de los inputs y comportamiento de la producción. Así, cuando su suma sea igual a
la unidad el output crecerá al mismo ritmo que los inputs, si α +β es mayor que la unidad el output crecerá a un
ritmo mayor de lo que lo hagan los inputs, mientras que si α y β es menor que la unidad ocurrirá lo contrario.
Estaríamos así en presencia de una función de producción con rendimientos a escala constantes, crecientes o
decrecientes respectivamente. Los parámetros α y β recogen, por otra parte, la elasticidad del producto
respecto a la utilización de cada factor (trabajo y capital). Adicionalmente, se demuestra que en competencia
perfecta α y β reflejarán respectivamente la participación de los salarios y los beneficios en la producción
total.

coeficiente de caja mecanismo utilizado por los bancos centrales para controlar la cantidad de oferta
monetaria que consiste en la obligatoriedad de que los bancos depositen un porcentaje de los depósitos de sus
clientes en el Banco Central. En la medida en que los bancos utilizan los fondos que tienen depositados para
conceder préstamos aumentando así la oferta monetaria (multiplicador monetario), cuanto mayor sea el
coeficiente de caja, c, menor será la capacidad de crear dinero por parte de los bancos. Así, en el caso extremo
de que el coeficiente de caja fuera del 100% los bancos tendrían que respaldar cada unidad monetaria
depositada por sus clientes con una unidad monetaria depositada por ellos en una cuenta del Banco Central, y
por lo tanto la creación de dinero bancario sería nula. Por el contrario, si el coeficiente de caja es del 5 %, eso
supone que por cada 100 unidades monetarias depositadas en un banco, éste dispone de 95 (las otras cinco se
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dedicarían a cumplir con el requisito impuesto por el coeficiente de caja y se depositarían en el Banco Central)
para conceder créditos. Unos créditos que irán a parar en forma de depósitos a otros bancos y que generarán a
su vez más dinero bancario ya que una vez cubierta las reservas obligatorias (95 x c.) el banco dispondrá del
remanente para continuar con el proceso de creación de dinero) [95 – 95 x c = 95(1-c) ] y así sucesivamente.

colusión acuerdo entre empresas con la finalidad de reducir o evitar la competencia en el mercado en el que
operan. Si el acuerdo colusivo tiene éxito el resultado será que las empresas operarán conjuntamente como un
monopolio, reduciendo la producción con respecto a la que se alcanzaría en situación de competencia. Por ello
la colusión es una práctica perseguida por las leyes de defensa de la competencia, que normalmente limitan la
posibilidad de acuerdos entre empresas a aquellos campos, como la investigación y desarrollo, de los que se
pueden derivar ventajas para los consumidores. Los acuerdos colusivos serán tanto más fáciles de alcanzar
cuanto menor sea el número de empresas del sector y más parecido sea su tamaño y costes (lo que reduce los
costes de negociación y control del cumplimiento del acuerdo). Una de las características de los acuerdos
colusivos es su alta inestabilidad, ya que si bien las empresas tienen incentivos para alcanzar este tipo de
acuerdos, puesto que menos competencia significa mayores beneficios, una vez conseguidos las empresas
tienen razones para burlarlos, ya que si todas las empresas mantienen los precios y una empresa incumple el
acuerdo y los baja, la empresa que haga trampas conseguirá, mientras el incumplimiento pase desapercibido
para las demás, aumentar su cuota de mercado y sus beneficios. Ahora bien, como este incentivo es el mismo
para todas las empresas un resultado final probable es que todas acaben haciendo trampas y se rompa el
acuerdo. La colusión es la inestable solución cooperativa a un juego no cooperativo del tipo del dilema del
prisionero.
A la hora de luchar contra los acuerdos colusivos las autoridades de defensa de la competencia se
encuentran frecuentemente con la dificultad de probar que dichos acuerdos existen, ya que generalmente no
hay pruebas materiales del mismo (las empresas no levantan acta de sus conspiraciones colusivas) y
normalmente la mera coincidencia temporal en las políticas aplicadas por las empresas no se considera prueba
suficiente, algo que ha llevado a muchos países a incentivar la delación garantizando la inmunidad o un trato
especial a las empresas que denuncien la existencia de tales prácticas.

comercio estratégico, política de frente a la recomendación genérica del librecambio como la mejor política
comercial, en los últimos tiempos se ha defendido el activismo estatal en los asuntos de comercio internacional
basándose en la idea de que un país puede crear una ventaja comparativa a través de medidas como la
protección arancelaria, las subvenciones y ayudas fiscales, o las políticas industriales, en sectores
económicos que requieren niveles de producción muy elevados para alcanzar las economías de escala, dan
lugar a amplias economías externas, son de alto riesgo o se caracterizan por ser mercados fuertemente
oligopolizado en el ámbito mundial. Son estas las características típicas de los sectores de alta tecnología
(semiconductores, ordenadores, telecomunicaciones, aviación, etc.), y son en este tipo de sectores donde se ha
defendido el uso estratégico de la política estatal. El objetivo de esa política comercial intervencionista sería
conseguir, gracias al fortalecimiento de esas actividades, generar amplias economías externas y aumentar las
perspectivas de crecimiento a largo plazo.
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Si bien las políticas de comercio estratégico pueden teóricamente reforzar la posición de un país en un
mercado oligopolizado internacionalmente y sujeto a economías de escala ya que el apoyo a la industria
nacional le permitiría a ésta vender a precios más bajos, aumentar su producción y beneficiarse de las
economías de escala expulsando a los competidores de otros países, las dificultades de que ese éxito teórico se
materialice en la práctica son muy fuertes. En primer lugar, resulta extremadamente difícil elegir a los
ganadores a largo plazo, es decir, no es fácil decidir qué sectores serán aquellos que generarán en el futuro
economías externas de dimensiones tan grandes como para justificar las medidas de apoyo en el presente. En
segundo lugar, puesto que son muchos los países que a la vez intentan apoyar a sus sectores estratégicos, ello
se traduce en que los esfuerzos de unos interfieren y anulan los de los otros, de modo que las ganancias
potenciales para cada país se ven disminuidas en gran medida. En tercer lugar, si un país tiene éxito en su
apoyo a un sector, ese éxito lo consigue a costa del fracaso y las pérdidas de otro u otros que tendrán así todo el
incentivo en devolverle el golpe en otros sectores.
El MITI (Ministerio de Industria y Comercio Internacional del Japón) ha sido “acusado” de llevar a
cabo una política de comercio estratégico en terrenos como el de los semiconductores en el que Japón ha
desbancado a los Estados Unidos desde comienzos de la década de 1990. Sin embargo, a la hora de explicar
ese éxito muchos economistas acentúan otros factores distintivos japoneses como el énfasis en la educación en
matemáticas y ciencias, las tasas más elevadas de inversión y la perspectiva más a largo plazo de las empresas.
Por otro lado, fracasos estrepitosos como el Concorde también ponen en duda la capacidad para llevar adelante
una política comercial estratégica, por lo que incluso sus impulsores teóricos, en la práctica y dadas las
dificultades para su implementación, acaban por defender el librecambio.

comercio intraindustrial las teorías clásicas del comercio internacional (ventajas absolutas, ventajas
comparativas y modelo de Hecksher-Ohlin) coinciden en señalar que el comercio internacional derivará en una
especialización de los países en determinado tipo de productos y sectores, precisamente aquellos que pueden
producir de forma más eficiente, de lo que se deduce que el comercio entre países debería ser un comercio en
el que se intercambiasen productos muy o bastante diferenciados. Sin embargo, cuando se examinan los flujos
comerciales entre países desarrollados se observa que en gran medida éstos exportan e importan los mismos
tipos de bienes. Este comercio, denominado comercio intraindustrial, sería el resultado de la política de
diferenciación de productos seguida por las empresas, una diferenciación que sólo se puede hacer a un coste
razonable si los bienes diferenciados se producen en número suficiente como para aprovechar las economías de
escala existentes, lo que a su vez exige que parte de la producción se dirija al mercado exterior. Como
resultado tendríamos comercio de bienes distintos pero pertenecientes a la misma categoría genérica de
productos (por ejemplo, se importan y exportan coches, pero de distintas categorías y modelos).

competencia en el análisis económico coexisten interpretaciones muy distintas del concepto de


competencia. En primer lugar, y tal como la concebían los autores clásicos como Adam Smith, por
competencia se entiende el proceso por el cual las empresas rivalizan unas con otras intentando aumentar sus
ventas y ampliar su cuota de mercado, a costa de las ventas de otras empresas que operan en el mismo
mercado. Desde esta aproximación, que coincide con la interpretación habitual de la competencia fuera del
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mundo de los economistas, la competencia es un proceso continuado que se manifiesta mediante cambios en
los precios, en los atributos de los productos, en el servicio de venta y postventa, etc. En definitiva una imagen
poco compatible con la “pacífica” idea de equilibrio.
Alternativamente la competencia se puede entender como una estructura de mercado concreta, la
llamada competencia perfecta, que se caracterizaría por el cumplimiento en un determinado sector o industria
de las siguientes condiciones: (1) un número elevado de oferentes y demandantes, (2) información perfecta por
parte de compradores y vendedores de los precios y niveles de producción y calidad del producto de todas las
empresas, (3) un bien homogéneo, es decir, el mismo e idéntico bien sería ofrecido por todas las empresas (4)
ausencia de barreras de entrada. Si se cumplen estas condiciones todos los agentes: productores y
consumidores, son precio aceptantes. Su único comportamiento económico se reduciría a adaptarse a los
precios vigentes en el mercado y consistiría en decidir cada uno de ellos cuanto va a producir y cuanto va a
consumir. Cada empresa produciría hasta el punto en que la producción y venta de una unidad adicional le
reportase un ingreso (el llamado ingreso marginal) que cubriese exactamente el coste adicional o marginal que
la producción de esa unidad supone. Como cuando las empresas están en competencia perfecta, ninguna tiene
poder de mercado, o lo que es lo mismo no pueden fijar el precio de venta, ello significa que lo que obtienen
por la venta de una unidad adicional es el precio al que la pueden vender. En consecuencia, en competencia
perfecta, las empresas deciden llevar su producción hasta el nivel en que el coste marginal es igual al precio de
venta. Adicionalmente, en competencia perfecta, en el equilibrio a largo plazo, ninguna empresa puede obtener
beneficios extraordinarios por encima del tipo de beneficio normal de la economía que representa el coste de
uso por utilizar el capital, pues, caso contrario, la ausencia de barreras de entrada fomentaría la entrada de
capitales y empresas de otros sectores donde la rentabilidad fuese menor, produciendo una expansión de la
oferta que, al provocar la disminución consiguiente de precios, acabaría con los beneficios extraordinarios de
todas las empresas. Si en el equilibrio no hay beneficios ello significa que los ingresos cubren los costes
(incluyendo los beneficios normales o valor de los costes de uso del capital), o lo que es lo mismo que el
ingreso medio por unidad de producto (o sea el precio por unidad vendida) es igual al coste por unidad o coste
medio. Por consiguiente, en el equilibrio competitivo, las empresas producen una cantidad para la que el precio
es igual al coste marginal y también al coste medio. Dado que el coste marginal y el medio sólo son iguales
para el nivel de producción para el que los costes medios alcanzan su valor mínimo (véase costes), ello
significa que en el equilibrio competitivo a largo plazo las empresa producen de modo eficiente, minimizando
costes, y utilizando por consiguiente toda la capacidad productiva. Se puede demostrar, finalmente, que los
mercados competitivos que cumplen adicionalmente una serie de supuestos adicionales (incluidos bajo la
rúbrica de la ausencia de fallos de mercado) alcanzan unos resultados eficientes desde el punto de vista
asignativo y productivo general (véase eficiencia y equilibrio general).
Curiosamente, en los mercados perfectamente competitivos no se dan ninguna de las características de
la competencia clásica, como proceso, ya que las empresas producen bienes iguales (no hay por lo tanto
competencia en términos de los atributos de los bienes vendidos) y los venden a un mismo precio (no habiendo
tampoco por lo tanto competencia de precios).
Cuando se analizan los supuestos de obligado cumplimiento para poder definir un mercado como de
competencia perfecta se llega inevitablemente a la conclusión de que esta categoría de mercado es una
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categoría que es, por un lado, problemática en términos de su consistencia interna, y, por otro, ahistórica. En
primer lugar, el modelo de competencia perfecta adolece de agudos problemas de fundamentación conceptual.
Está, para empezar, la cuestión de quién fija los precios, pues dado que todos los agentes que participarían en
un mercado así definido son precio aceptantes, nadie puede fijar el precio (véase ajuste). En segundo lugar,
está la cuestión del tipo de interacción entre las empresas. Según el modelo, la relación entre las empresas es
indirecta, pues las empresas se relacionan entre sí adaptándose al precio común. Ahora bien, el modelo
establece como regla de comportamiento que cada empresa puede producir tanto cuanto quiera sin que ello
afecte al precio común de mercado. Intuitivamente esta idea se sustenta en la enorme cantidad de empresas que
el modelo supone, de modo que la variación en la producción de cualquier empresa no afecte al precio. Pero, al
margen de intuiciones, para que tal cosa suceda de modo estricto es lógicamente necesario que si una empresa
aumenta su producción, otra debe disminuirla en la misma medida, pues si no, el incremento en la producción
que se produce por el comportamiento expansivo de una empresa se traducirá en un incremento de la cantidad
ofrecida en el mercado y la caída consiguiente en el precio. Dicho con otras palabras, para que el modelo se
mantenga, es necesario que la interacción entre los niveles de producción de las empresas sea directa,
contrariamente a los supuestos del modelo, de modo que si una empresa aumenta su producción haya al menos
otra que reduzca compensatoriamente la suya. Finalmente, la noción de equilibrio en un mercado (lo que se
conoce como equilibrio parcial) está sujeta a cualificaciones que cuestionan su viabilidad (véase equilibrio).
La idea de competencia perfecta es, además, ahistórica, perteneciente no sólo al mundo de las ideas
sino al de las idealizaciones, de modo que, en palabras de John B. Clark (1847-1938), “no existe y
probablemente nunca existió”. Su utilidad analítica corresponde por ello no tanto al de las herramientas
teóricas necesarias para “destripar” el mundo real sino a otra dimensión: la de servir como patrón deseado de
estructura de mercado a la hora de juzgar hasta qué punto un sistema compuesto por agentes aislados que
toman sus decisiones persiguiendo sus propios intereses (véase homo oeconomicus) puede arrojar resultados
ordenados (véase eficiencia). En un mundo de recursos escasos poblado por ese tipo de individuos, el conflicto
violento parecería en principio inevitable. Eliminarlo totalmente, buscando la coordinación entre los diversos
agentes mediante la regulación y el control de sus comportamientos ya sea por parte de un agente externo
(como el estado) o ya mediante la interiorización de normas “morales” que les prescriban el comportamiento
socialmente querido, sería, sin embargo, costoso e impredecible a la vez que ineficiente en la medida que los
agentes persigan egoístamente sus propios intereses. Un conflicto de baja intensidad en el que los agentes se
disputen pacíficamente el uso de los recursos escasos puede ser eficaz en la medida en que, como resultado, los
recursos sean asignados a aquellos agentes que puedan sacarles un mayor partido. La competencia perfecta
combinaría de este modo la idea de coordinación con la idea de un conflicto domesticado en una suerte de
modelo idealizado de interacción económica. A este respecto, es de destacar también el papel que juega el
modelo de competencia perfecta como justificación ideológica de las economías de mercado, por mucho que
éstas se alejen en la práctica de este modelo.
Perspectiva diferente sobre la competencia es la que aporta Joseph A. Schumpeter (1883-1950) y en
general los economistas de la escuela austriaca Para estos autores, la clave de la competencia no se
encontraría en la existencia de muchas o pocas empresas en un momento dado del tiempo, sino en la movilidad
de las posiciones dominantes dentro de un mercado a lo largo del tiempo. La llave del progreso económico
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estaría así en el incentivo que tienen las empresas para desarrollar nuevos productos o procesos productivos
que les permitan superar a sus competidores y convertirse en monopolios virtuales en el mercado en el que
operan. Una situación que, sin embargo, será temporal, ya que antes o después el resto de las empresas
replicarán o incluso mejorarán las innovaciones desarrolladas desbancándole de su posición dominante. El
incentivo de alcanzar la condición de monopolio, aunque sea temporal, y los beneficios asociados a dicha
condición, serían así el motor de la economía capitalista y las consideraciones de competencia en el corto plazo
pasarían a un segundo plano (véase eficiencia dinámica). Para otras acepciones de competencia véase
competencia factible, competencia monopolista y mercados atacables.

competencia factible partiendo de la idea de que la competencia perfecta, en sentido estricto, no existe
en ningún sector el economista americano John B. Clark (1883-1950) propuso en 1940 un nuevo concepto de
competencia con la intención de transformar la idea de competencia perfecta en un instrumento útil para el
análisis empírico de mercados. Los mercados de competencia factible o practicable (workable competition) se
caracterizarían por la existencia de diferencias de precios y atributos en los productos, el recurso a la
publicidad y la actuación en un contexto de cierta incertidumbre sobre el comportamiento de los rivales, al
tiempo que las empresas obtendrían unos beneficios “suficientes”. Aunque este concepto, por su indefinición,
no ha tenido un gran eco en el desarrollo de la Economía, se puede decir que el planteamiento de Clark ha
influido en las actuaciones de las autoridades de defensa de la competencia, que en última instancia buscan
alcanzar en los mercados una situación similar a la competencia factible.

competencia imperfecta se denomina competencia imperfecta a todas aquellas estructuras de mercado


caracterizadas por incumplir alguna de las condiciones necesarias para la existencia de competencia perfecta.
Estas situaciones comprenden: el monopolio, en donde hay un único oferente, el monopsonio, en donde hay
un único demandante, el monopolio bilateral, en donde hay un oferente y un demandante, la competencia
monopolista, en donde hay muchos oferentes pero con productos ligeramente diferenciados, y el oligopolio, en
donde hay un número reducido de oferentes. Salvo excepciones, como los mercados atacables, los mercados
de competencia imperfecta se caracterizan por arrojar unos resultados en términos de eficiencia asignativa y
dinámica peores que los de competencia perfecta, siendo por lo tanto el campo natural de aplicación de las
políticas de competencia y regulación pública.

competencia monopolista estructura de mercado caracterizada por la existencia de multitud de


empresas pero que, a diferencia de lo que sucede en competencia perfecta, producen bienes ligeramente
diferenciados, de forma que no son perfectamente sustitutivos entre sí a los ojos del consumidor, con lo que
cada empresario tiene cierto poder de mercado local de tipo monopolista. Ello se traduce en que la curva de
mercado a la que hace frente cada empresa tiene cierta pendiente, pues sólo si baja su precio de venta podrá
captar más clientes y vender más. El resultado más distintivo de esta estructura de mercado es que, en el
equilibrio a largo plazo, ninguna empresa obtiene beneficios extraordinarios pues, caso contrario, entrarían
nuevas empresas a disputárselos, lo que significa que cada empresa produce una cantidad tal que el precio a
que se vende es igual al coste medio. Ahora bien, dado que la curva de demanda de cada empresa es
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decreciente, lo anterior significa que, en el equilibrio, cada empresa produce una cantidad inferior a la
eficiente, aquella que hace mínimo el coste medio, de forma que este tipo de mercado está asociado a la
existencia de exceso de capacidad productiva. Una “ineficiencia” –el tener capacidad instalada ociosa- que se
puede interpretar, de modo más positivo, como el coste de la ventaja de poder contar con una producción
variada de bienes.

competencia perfecta, véase competencia

competitividad término, que no concepto analítico, utilizado con profusión en el debate económico que hace
referencia a la capacidad de las empresas (aunque en algunos casos se utiliza referido a países completos) para
competir en los mercados nacionales e internacionales. Desde el momento en que una empresa puede ser
“competitiva” en los mercados por vías muy distintas, realmente el término no nos dice mucho sobre la
eficiencia de una economía ni el nivel de bienestar alcanzado. Así, una empresa o país puede basar su
competitividad en el pago de salarios bajos y escasas prestaciones sociales, o alternativamente en la existencia
de una alta productividad que le permita pagar salarios elevados y contar con prestaciones sociales de calidad.
En los dos casos estaríamos en presencia de empresas “competitivas”, y sin embargo el significado económico
y social de esa competitividad sería radicalmente distinto.

concentración de mercado situación en la que un número reducido de empresas controlan una parte
importante de la producción del mercado. Las dos formas más comunes de medir la concentración de mercado
son el índice simple de concentración, ICn, y el índice de Hirschman-Herfindhal, IHH. El primero mide la
concentración como la cuota de mercado de las principales n empresas. Así, por ejemplo, un IC5 de 0,7
significaría que las principales cinco empresas del mercado analizado aportan un 70 % de la producción del
mismo. Por su parte, el IHH se define como la suma de la cuota de mercado de cada empresa elevada al
cuadrado. El IHH es un indicador más completo de concentración al tener en cuenta el tamaño de todas las
empresas del sector y no sólo el de las n principales. En los dos casos el índice puede tomar valores entre cero
y uno, siendo la concentración tanto mayor cuanto mayor sea el valor del índice.

conflicto en un entorno ya sea local o general que se defina por la escasez de algún o algunos recursos caben
teóricamente dos alternativas para los individuos que los pretenden para satisfacer sus necesidades privadas. O
bien se arbitran instituciones que garanticen la cooperación entre los agentes para realizar un uso productivo
de los mismos y luego repartirse los resultados (como los son el mercado, la planificación, y las tradiciones,
las ideologías y costumbres que regulan los comportamientos); instituciones que, como ocurre con la de
mercado, pueden dar cabida a cierto nivel de rivalidad y competencia con el fin de garantizar un uso eficiente
de los escasos recursos. O bien, alternativamente, los individuos (solos o agrupados) se disputan los recursos
escasos recurriendo al conflicto interindividual o grupal como medio de apropiación, pudiendo llegar a acudir
a expedientes como la destrucción del adversario o de sus recursos o incluso a su conversión en una fuente de
recursos (la esclavización). No todos los conflictos, si embargo, implican el uso desenfrenado de la violencia.
Los hay que, formando parte de un sistema de negociaciones o de distribución, están fuertemente ritualizados y
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regulados, lo cual presupone la existencia de una cooperación previa entre las partes que disputan así como el
acuerdo entre ellas respecto a los medios que se pueden utilizar e incluso las reglas que determinan quién se
proclama triunfador. Ejemplos de estos conflictos que presuponen y se apoyan sobre un amplio nivel de
cooperación son los conflictos industriales (las huelgas y cierres patronales) o aquellos que se ventilan en los
tribunales de justicia.
La economía neoclásica ha tendido a dar muy escasa importancia al papel del conflicto en la
economía. Al acentuar el intercambio voluntario en los mercados competitivos como la forma de interacción
económica predominante, el conflicto sólo aparece, y de modo relativamente marginal allí donde el mercado
no es competitivo (por ejemplo, en las relaciones entre un sindicato y una empresa, analizadas como un
monopolio bilateral), o bien donde el conflicto puro es la forma de “relación” ya que hay individuos que
obligan a otros a tomar parte en “intercambios no voluntarios” (como son todos los del tipo de “la bolsa o la
vida” ), es decir, en el mundo de la actividades delictivas. En el otro extremo se situaría la economía marxista,
que centrada como lo está en el concepto de explotación del trabajo, por fuerza ha de considerar el conflicto
(la lucha de clases) como un elemento fundamental conformador de la realidad económica.
Es posible que la persistencia –e incluso el aumento en cuanto a su intensidad y efectos- de los
conflictos en la realidad social, política y económica del siglo XX, haya sido la razón de que la Economía
haya ampliado su punto de mira rebasando el de las interacciones no reducibles a intercambios pacíficos, de
modo que ya se puede hablar de una Economía del Conflicto que, a partir de la Economía neoclásica, usa de
sus herramientas habituales (racionalidad instrumental, análisis coste-beneficio, teoría de la producción,
etc.) para estudiar los conflictos. Por supuesto que “dos no se pelean si no quieren”, de modo que la existencia
de preferencias antitéticas como causa primera de los conflictos queda, como es habitual (véase preferencias),
fuera de este tipo de análisis, por lo que muchos de los conflictos que han caracterizado la historia y que tienen
sus causas en factores extraeconómicos (ideológicos, religiosos, raciales, etc.) quedarían -en principio- fuera
del campo de la Economía, en la medida que ésta nada quiera (o pueda) decir sobre los procesos de formación
de preferencias, incluidos los de las “preferencias” que algunos grupos tengan por considerar a quienes no son
del mismo color, nacionalidad o religión como “enemigos” (si bien, y merece la pena comentarlo, un enfoque
económico más amplio bien pudiera encontrar motivaciones económicas subyacentes a esas “preferencias”
antitéticas). Pero, al margen de los conflictos asociados a los “gustos”, hay muchos otros en los que el motivo
directo y fundamental está en la lucha por la apropiación de recursos para maximizar una función de utilidad
donde no aparece el odio al otro o, si surge, es meramente circunstancial, por lo que el comportamiento
conflictivo cabe entonces ser estudiado desde el punto de vista de la racionalidad instrumental, como resultado
de un cálculo coste-beneficio. Tres son los elementos que pesan en el surgimiento de este tipo de conflictos:
a) las percepciones o creencias que los agentes tienen respecto a sus resultados caso de entrar en
conflicto. Si las percepciones de los rivales son ampliamente incongruentes (por ejemplo, todos los que se
enfrentan creen que acabarán ganando, lo cual es imposible) las posibilidades de que surja un conflicto
aumentan. La congruencia en las expectativas asociada, por ejemplo, a una mejor información, disminuiría por
tanto las posibilidades de conflicto. Así, si coinciden en la expectativa de quién puede ganar, no habrá lucha
pues “dos no pelean si uno no quiere”. El conflicto encuentra un terreno abonado en las asimetrías
informacionales.
Conceptos de Economía -versión web- 70
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

b) la tecnología del conflicto. Al igual que se habla de una función de producción de bienes, se
puede hablar de una función de éxito que define el resultado de la pugna en función de los inputs o recursos
que las partes le dedican, cantidades siempre limitadas puesto que la actividad conflictiva ha de competir en su
uso con las otras actividades de producción que también los requieren. Se suele distinguir dos tipos de formas
funcionales de la función de éxito: aquella en la que la probabilidad de éxito depende de la magnitud relativa
del esfuerzo dedicado a la lucha, y aquella otra en la que la probabilidad de triunfo depende de la diferencia
absoluta en los niveles de esfuerzo. En la función de éxito no sólo cuenta la diferencia absoluta o relativa del
esfuerzo bélico sino también otros factores como la efectividad técnica de los recursos (asociada al nivel de
desarrollo tecnológico de los recursos físicos y humanos que se emplean en el conflicto y su grado de
motivación o eficiencia-X) y lo que se conoce como la “decisividad” de los mismos que tiene que ver con el
grado en que el esfuerzo bélico que realiza uno de los contendientes se transforma en un mayor éxito, un
concepto similar al concepto de rendimientos en la función de producción que recoge la idea del grado en
que los aumentos en el esfuerzo bélico aumentan más o menos que proporcionalmente la probabilidad de éxito.
Obsérvese, por otro lado, que la incongruencia de las percepciones señalada en el punto anterior vendría dada
porque la suma de las probabilidades de éxito que cada parte estima en función de su propia función de éxito
fuera mayor que la unidad, lo cual puede deberse bien al desconocimiento que cada una tienen tanto del nivel
de esfuerzo bélico que hace la otra como de su “parámetro de decisividad” o al hecho de no compartir el
tipo de función de éxito. La difusión de información así como el espionaje y los controles para certificar que la
información es correcta aparece así como uno de los mecanismos más importantes para impedir los conflictos.
c) las oportunidades abiertas a los contrincantes y la secuencia de sus actuaciones. A este respecto,
la teoría de juegos proporciona un conjunto de esquemas o modelos de interacción conflictiva entre agentes
racionales sin preferencias antitéticas, es decir, sin que los agentes se odien y deseen acabar unos con otros por
las razones que sea. Así sucede, para empezar, en el juego más conflictivo, el de ataque y defensa que se puede
representar mediante la siguiente matriz de pagos, donde los números dentro de los paréntesis expresan
simplemente la posición en el orden de preferencias de las partes que se enfrentan de modo que, para cada
contrincante, 1 representa la peor posición, 2 la siguiente en orden ascendente y así sucesivamente. En este
juego, el entorno de oportunidades se caracteriza por ser de suma cero, de modo que lo que gana uno lo pierde
el otro. Si la interacción es simultánea, los contrincantes sólo pueden jugar al azar. Si la interacción es
secuencial, la ventaja está para quien mueve en segundo lugar. Así el jugador B siempre podría alcanzar su
mejor posición (1,2) pues conociendo la opción de A siempre puede contrarrestarla.

B
DEFENSA POR DEFENSA POR
TIERRA MAR
ATAQUE POR
TIERRA (1,2) (2,1)
A
ATAQUE POR (2,1) (1,2)
MAR
Conceptos de Economía -versión web- 71
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

La mayor parte de interacciones sociales no reflejan una contraposición de oportunidades tan fuerte
como la que se plantea en el juego anterior, y así, es habitual que en los juegos sociales y económicos se
mezclen elementos de oposición de intereses con los de congruencia de los mismos. Un ejemplo lo es el
llamado juego de la batalla de los sexos, título que surge de la “explicación” con que se suele acompañar su
exposición para “darle color”. Un matrimonio se plantea cómo pasar la noche del sábado. Las opciones son ir
al boxeo (la mejor opción para el marido) o ir al ballet (lo deseado por su mujer), pero, sin embargo prefieren
estar juntos a estar separados. Se encuentran en un conflicto muy atenuado:
ELLA
BOXEO BALLET
BOXEO (3,2) (1,1)
ÉL
BALLET (1,1) (2,3)

El conflicto en la batalla de los sexos es el típico ejemplo de conflicto distributivo que se superpone a
una base de cooperación muy importante. Es, por ejemplo, el conflicto entre el capital y el trabajo en las
empresas. Ambos agentes tienen interés en estar juntos por encima de andar separados, el conflicto aparece
después a la hora de decidir si van juntos al boxeo o van al ballet, es decir cómo se reparten las rentas
generadas en la empresa. En el primer caso, pierde la mujer, en el segundo el marido. Hay dos equilibrios de
Nash correspondientes a las dos posibles situaciones en que van juntos. Si el juego es secuencial, estamos en
un caso donde importa mucho ser quien primero mueve, pues puede asegurarse su mejor resultado.
En otro juego llamado el juego del cobarde, cuya matriz de pagos en el caso de dos “jugadores” A y B
es:
B
COOPERAR ENFRENTARSE
COOPERAR (3,3) (2,4)
A
ENFRENTARSE (4,2) (1,1)

Ambos jugadores tienen un mutuo incentivo en no acabar en la situación peor para ambos (1,1), pero la
interrelación se modeliza de tal manera que la solución cooperativa
no es un equilibrio Nash. Los equilibrios estables son dos, pero ambos exigen que uno de los participantes
acceda a plegarse a las exigencias del otro, por lo que las posibilidades de que surjan los comportamientos con
consecuencias catastróficas crecen. Si el juego se juega secuencialmente, la ventaja está en quien mueve
primero, cuya estrategia de opción es comportarse agresivamente. Este esquema de interacción se produce con
cierta frecuencia en los conflictos industriales, donde es habitual la aparición de huelgas y cierres patronales
cuando ni la patronal ni los sindicatos aceptan plegarse a las duras condiciones que ambas partes se imponen.
En el “juego de la reciprocidad” el comportamiento cooperativo recibe un mayor estímulo. Cada
jugador responde cooperando a la cooperación, pero si falla entonces a la agresión se responde con agresión,
Conceptos de Economía -versión web- 72
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

De nuevo, en un juego secuencial, el que primero mueve tiene incentivo en ser pacífico, de modo que se
alcanza el mejor resultado colectivo (4,4), que es un equilibrio Nash. Pero si la interacción es simultánea en un
entorno de desconocimiento, puede acabarse en la solución peor, pues también es un equilibrio de Nash.
B
PACIFICO AGRESIVO
PACIFICO (4,4) (1,3)
A
AGRESIVO (3,1) (2,2)

Finalmente, se encuentra el dilema del prisionero donde los jugadores se encuentran atrapados en
el peor resultado aun siendo conscientes de la existencia de una alternativa mejor
B
PACIFICO AGRESIVO
PACIFICO (3,3) (1,4)
A
AGRESIVO (4,1) (2,2)

conglomerado empresa presente en campos muy distintos de la actividad económica como resultado de un
proceso de diversificación de la inversión.

Consenso de Washington La crisis económica de los 70 y el “redescubrimiento del mercado” asociado a la


contrarrevolución neoclásica en el mundo de la Economía y la revolución conservadora en el mundo de la
política, pone en marcha un proceso de cuestionamiento de las prioridades defendidas en los años 60 relativas a
la importancia de contar con un Estado fuerte que actue como agente de desarrollo. Si en los años 1960 el
objetivo era corregir los fallos del mercado mediante la intervención pública, en los 1970 y 1980 devolver al
mercado todo su protagonismo pasa a ser el objetivo a cumplir, con lo que el desmantelamiento del Estado se
convierte en la variable clave de desarrollo. Liberalización, privatización, equilibrio presupuestario y apertura
al exterior se convirtieron así en las líneas maestras de una política de desarrollo que consideraba que bastaba
con devolver al mercado aquello que le había sido arrebatado con anterioridad para que, una vez alcanzados los
equilibrios macroeconómicos fundamentales y reestablecidos los incentivos necesarios, se generara
crecimiento y desarrollo económico. Con el paso del tiempo estos principios, adoptados como ejes
fundamentales de política económica en multitud de países menos desarrollados, PMD, a veces por
convencimiento y a veces haciendo de la necesidad virtud como requisito para acceder a préstamos del FMI y
del Banco Mundial (véase ajuste macroeconómico), pasarían a conocerse con el término de “Consenso de
Washington” a partir de la compilación realizada por John Williamson:
Conceptos de Economía -versión web- 73
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

Elementos del Consenso de Washington

1. Equilibrio presupuestario 6. Liberalización del comercio exterior


2. Reorientación del gasto público (a favor de 7. Apertura a la inversión extranjera directa
educación y salud – necesidades básicas- e
infraestructuras y en contra de subsidios)
3. Reforma impositiva (base impositiva amplia y tipos 8. Privatización
marginales moderados)
4. Liberalización de los tipos de interés 9. Desregulación
5. Tipo de cambio único y competitivo. 10. Fortalecimiento del derecho de propiedad

A pesar del significado peyorativo que el término “Consenso de Washington” tiene en algunos
círculos tanto académicos como políticos, hay que reconocer que las recomendaciones recogidas en el texto
original de Williamson, inspiradas en la experiencia de América Latina, no hacen sino reflejar, al menos en
parte, las lecciones aprendidas de la insostenibilidad de una estrategia de desarrollo basada en la acumulación
dirigida hacia el mercado interior. El énfasis en la planificación y la política de sustitución de importaciones
había conducido en muchos casos a una hipertrofia del sector público y a una utilización partidista de lo
público, ampliando las posibilidades de corrupción y generando industrias ineficientes y sobredimensionadas
sin mejorar al tiempo los niveles de pobreza y la distribución de la renta. Sin embargo, una vez más, en la
práctica, la política económica inspirada en dicho “consenso” se centró en algunos aspectos –liberalización,
privatización y apertura al exterior- olvidando otros, tanto considerados en el consenso: reestructuración del
gasto, como ausentes de éste: fortalecimiento de las instituciones. De todos los elementos recogidos en el
“consenso”, dos han centrado las propuestas de actuación de los organismos internacionales: la reducción del
peso del sector público y la apertura al exterior mediante la liberalización comercial, en un primer momento, y
financiera con posterioridad. En cuanto a lo primero, hay que señalar dos cuestiones. En primer lugar, que los
países menos desarrollados no se caracterizan por tener un sector público especialmente abultado en términos
comparativos, ni con un perfil de crecimiento agresivo del mismo. En concreto, el peso del sector público en
los PMD se ha mantenido al mismo nivel en términos de PIB durante el último cuarto del siglo XX. En
segundo lugar, la literatura económica no es concluyente en lo que respecta al impacto del gasto público sobre
el crecimiento. Un resultado que no debería en todo caso sorprender ya que lo importante no es cuánto se gasta
sino en qué se gasta y con que nivel de eficiencia. Una constatación que se incorporará al Consenso de
Washington II, o consenso extendido, que recoge la importancia de contar con instituciones de gobierno
sólidas y responsables, algo que difícilmente se alcanzará desde una aproximación negativa al sector público y
su papel en el desarrollo económico. En lo que se refiere a la liberalización comercial y financiera se sostiene
que la apertura al exterior dotará a los PMD de la demanda efectiva necesaria para la plena utilización de sus
recursos (siguiendo las líneas de especialización asociadas a sus ventajas comparativas y/o absolutas) al
tiempo que impedirá, por el aumento de la disciplina económica impuesta por la competencia exterior, la
utilización ineficiente de los recursos escasos existentes, aumentándolos gracias a la Inversión Extranjera
Directa y al incremento de las posibilidades de financiación que supone la integración plena en el sistema
Conceptos de Economía -versión web- 74
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financiero internacional. La liberalización se convertiría así en la nueva llave del desarrollo, de forma que
bastaría con estabilizar las economías y abrirlas al exterior para que las fuerzas del mercado activaran un
proceso de desarrollo mantenido en el tiempo. Sin embargo, desde el punto de vista teórico sorprende el énfasis
puesto en los procesos de apertura al exterior, ya que el propio análisis económico concede al comercio
internacional sólo ventajas en términos de eficiencia asignativa estática, sin que, en principio, se siga de ello
una mejora del crecimiento a largo plazo. En definitiva, en palabras de uno de los principales especialistas en
esta materia, Dani Rodrik, la naturaleza de la relación entre política comercial y crecimiento económico es
todavía en gran parte una pregunta sin contestar. Obviamente, ello no quiere decir que el crecimiento
económico esté asociado con lo contrario, esto es, con una política de aislamiento exterior, autarquía y
renuncia a la inmersión del país en la economía mundial. Más bien lo que se deriva de los resultados arriba
señalados es que difícilmente la apertura exterior, en la línea propuesta por el Consenso de Washington de
liberalización unilateral, es responsable de los éxitos de crecimiento en aquellos países donde éste se ha
producido con mayor intensidad.

consumo por consumo, en términos agregados o macroeconómicos, se entiende el gasto realizado por los
agentes económicos para hacer frente a necesidades o deseos presentes, pudiéndose distinguir entre consumo
privado, cuando son los agentes del sector privado, los consumidores, los que realizan la actividad de consumo
y consumo público, cuando lo realiza el Sector Público. Las partidas fundamentales que conforman el consumo
público son la sanidad y la educación junto con los servicios generales, incluyendo aquí administración,
seguridad, justicia, y defensa etc. De estas partidas se exceptúan aquellos componentes del gasto relacionados
con la infraestructura y maquinaria utilizada en la provisión de los servicios: un instituto o un equipo de
resonancia magnética, por ejemplo, que son consideradas inversión. Dentro del consumo privado se incluyen
todas las compras de bienes y servicios realizadas por los consumidores, incluyendo también, por convención
estadística, lo que se conoce como consumo de bienes duraderos, que serían todos aquellos que el individuo
adquiere en un periodo y disfruta durante más de un periodo (un automóvil, por ejemplo), en cuyo caso lo
correcto sería considerar como consumo del periodo sólo el valor imputado a los servicios proporcionados por
ese bien en el mismo y no su precio de compra. La parte de renta que se dedica al consumo en términos
agregados suele permanecer relativamente estable a lo largo del tiempo (en España se sitúa alrededor del 77%
del PIB).
La teoría keynesiana simple considera que el consumo depende de forma creciente, aunque a una tasa
decreciente, de la renta disponible de las unidades domésticas (la que tienen tras pagar los impuestos y recibir
transferencias), de tal manera que aquellos individuos con más renta consumirían más en términos absolutos
pero menos en proporción a su renta, y ahorrarán más (tanto en términos absolutos como relativos). Utilizando
la terminología económica, lo anterior significa que la propensión marginal al consumo (lo que aumenta el
gasto en consumo al aumentar la renta) es positiva, pero decreciente con el nivel de renta. Según esta
aproximación, los cambios en la distribución de la renta se dejarán sentir en la demanda de consumo de forma
que una redistribución a favor de las rentas más bajas generará un aumento de éste, mientras que una caída de
su participación en la renta provocará una caída en el consumo (véase política de rentas). La consideración de
que los individuos tienen acceso al mercado de capitales, esto es, que pueden prestar o pedir prestado para
Conceptos de Economía -versión web- 75
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

financiar sus gastos corrientes de consumo, lleva a incluir el tipo de interés, junto con la renta, entre los
determinantes del consumo. Así, una caída del tipo de interés abaratará los costes financieros de la compra a
plazos y por o tanto repercutirá positivamente en el consumo. Tomar en cuenta al tipo de interés implica que el
consumo en cada periodo no depende sólo de la renta de ese periodo, sino también del valor actual de las rentas
futuras, es decir de la riqueza del individuo. Ahora bien, puesto que la riqueza está formada por múltiples
factores: precio de las acciones, capital humano, patrimonio físico, etc., y su valor no sólo depende del tipo de
interés, el consumo en cada periodo dependerá no sólo de la renta y del tipo de interés, sino del valor de la
riqueza en general (efecto riqueza)
Otros enfoques han incidido en la lógica que siguen los consumidores a la hora de decidir cómo
consumir su riqueza, tratando de explicar la estabilidad de la función de consumo agregado a la que ya se ha
hecho referencia. La Hipótesis de la Renta Permanente considera que los consumidores sólo cuentan para el
consumo con aquella fracción de su renta que consideran permanente, en el sentido de estable en el tiempo, de
forma que los aumentos de renta de una unidad doméstica no se trasladarán al consumo de modo inmediato,
sino sólo cuando dejen de considerarse transitorios para pasar a ser contemplados como permanentes.
Alternativamente, la llamada Hipótesis de la Renta Relativa, plantea que los consumidores experimentan un
proceso de acostumbramiento a los niveles de consumo, de forma que mientras que el consumo crecería con
los aumentos de renta, no pasaría lo mismo con las caídas de ingresos. Es decir, que al caer la renta los
consumidores tenderían a reducir en mucha menor medida su consumo, intentando mantener el mismo patrón
de gasto al que socialmente se han acostumbrado. Este enfoque reconoce el papel de señal de estatus social que
tiene el consumo (véase bien posicional), y de ahí la resistencia de los individuos a reducir su nivel de gasto
cuando caen sus ingresos. Por último, la llamada Hipótesis del ciclo vital considera que las personas intentan
igualar su nivel de consumo a lo largo de su ciclo de vida, lo que implica consumir por encima de su renta en
aquellas etapas donde sus ingresos son menores (al principio y al final de su vida laboral), y ahorrar en los años
centrales de la misma.

consumo conspicuo término utilizado por el sociólogo norteamericano Thorstein Veblen (1857-1929) en
su Teoría de la clase ociosa (1899) para referirse al consumo de bienes que se realiza con la finalidad de
marcar la posición o estatus social que se tiene. Para Veblen, la posición económica y social elevada está
intrínsecamente relacionada con el alejamiento de las actividades económicas necesarias para la subsistencia.
Dos son los caminos mediante los que se expresa esa elevada posición: por medio de lo que llamaba “ocio
ostensible” y por medio del consumo conspicuo u ostentoso. La primera forma de manifestación de la
superioridad social sería la más adecuada en sociedades pequeñas donde todo el mundo se conoce. Pero en
sociedades grandes, el ocio ostensible no es fácilmente evidente para todo el mundo, de modo que se sustituye
por un consumo visible u ostentoso (véase bien posicional).

contabilidad del crecimiento, método con el que se intenta profundizar en el conocimiento de la naturaleza
del crecimiento económico acontecido en un país estimando, a partir del concepto de función de producción,
cuál es el peso que el aumento de la cantidad de los distintos factores productivos disponibles (capital,
trabajo, capital humano, etc.) ha tenido a la hora de explicar el crecimiento económico experimentado. Desde
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finales de los años 50, este procedimiento se ha utilizado de forma habitual, obteniendo en la mayoría de los
casos el resultado, a primera vista sorprendente, de que el aumento de los inputs trabajo y capital (esto es,
mayor población activa y más maquinaria en funcionamiento) era incapaz de explicar el grueso del crecimiento
experimentado en los países estudiados, siendo corriente que ambos factores no expliquen mucho más de la
mitad de las tasas de crecimiento observadas. El residuo no explicado, denominado productividad total de los
factores, TFP en su acrónimo inglés, “la medida de nuestra ignorancia” en palabras de Moses Abramovitz
(1912–2000), pasa en esta literatura a identificarse con el cambio técnico, que se convierte así en el factor
singular más importante detrás del crecimiento económico. En los casos en que la TFP sea positiva y alta
estaríamos en presencia de un crecimiento económico basado en la aplicación de nuevos conocimientos y
tecnologías, mientras que cuando la TFP sea nula o baja, el protagonismo recaería en la mera acumulación de
capital y/o trabajo igual al existente. Por último, valores negativos de la TFP, como se han dado en África en la
década de los 80, indicarían la existencia de factores, como inestabilidad social, corrupción o catástrofes
naturales que hacen que el crecimiento sea inferior al que tendría que haberse producido dada la tasa de
acumulación de factores productivos de esa economía. A pesar de su utilidad para ordenar información, este
sistema adolece del problema de pretender medir la aportación de los distintos factores productivos al
crecimiento de forma artificialmente aislada, mientras que todo parece indicar que el crecimiento es más bien
el resultado de la interacción entre los factores, lo que hace que el producto sea más que la suma de las partes.

Contabilidad Nacional sistema de cuentas mediante las que se pretende medir la actividad económica de un
país. El elemento central de Contabilidad Nacional es el concepto de Producto, como agregación del valor
monetario de todos los bienes y servicios producido en un país en un año (véase PIB), que a su vez coincide
con la suma del Consumo, la Inversión y las Exportaciones menos las Importaciones, en la medida en que todo
lo producido o bien se consume, o se invierte, o se exporta, y que parte de lo consumido, lo invertido y lo
exportado proviene del exterior (de ahí que las importaciones estén restando). A partir de esta necesaria
identidad se ha construido todo un edificio relativamente sofisticado en donde tales variables se desagregan por
tipos de consumo e inversión, por agentes económicos, por sectores de actividad, etc. El objetivo de la
Contabilidad Nacional es recoger lo más fielmente posible el flujo de bienes y servicios producidos en un
determinado espacio y tiempo. Una de las críticas de fondo a las que se enfrentan los sistemas de contabilidad
nacional es que sólo tienen ojos para las transacciones de mercado, y no para todo el conjunto de actividades
productivas que se dan al margen de éste (por ejemplo la producción y el trabajo doméstico). De igual modo se
cuestiona la validez de unas cuentas de producción y consumo que no consideran el impacto de la actividad
económica sobre el medio ambiente. La solución adoptada para resolver estos problemas ha sido construir una
serie de cuenta satélites a la Contabilidad Nacional, que traten estas y otras cuestiones.

convergencia tendencia de los países a alcanzar niveles similares de PIB per capita o productividad con
el paso del tiempo. La relación entre PIB per capita y productividad es directa, ya que, si denominamos L a la
población total de un país, y E a la población ocupada, entonces:
PIB p.c. = PIB/L = (PIB/L).(L/E) = π. e
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Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

Donde π es la productividad del trabajo y e la tasa de empleo total definida como población ocupada con
respecto a población total; de forma que las diferencias en PIB per capita estarán explicadas bien por
diferencias en la productividad o bien por diferencias en el porcentaje de población que trabaja, siendo el
primer factor el normalmente más importante, ya que e tiene un valor máximo (inferior a la unidad ya que ni
los muy niños ni los muy ancianos pueden trabajar), mientras que π no.
De acuerdo con el análisis convencional, las diferencias en productividad entre países responden a
diferencias en la dotación de capital de los mismos. Aquellos países con mayor capital por trabajador tendrían
una productividad más elevada, y por lo tanto un PIB per capita mayor, mientras que aquellos que no
dispusieran de tanto capital por trabajador tendrían menor productividad. La clave de la convergencia, a partir
de una situación como la descrita, estaría en que, si la remuneración de los factores responde a su escasez, en
aquellos países con menos capital éste estaría mejor remunerado, con lo que sería de esperar que el capital
fluyera de los países más ricos (esto es, con más capital y una menor remuneración del mismo) hacia los más
pobres. Este aumento del capital repercutiría en un aumento de la productividad y en un aumento del PIB per
capita a un ritmo mayor que en aquellos países más desarrollados, provocándose así un proceso de
convergencia.
A la hora de contrastar si existe convergencia entre un grupo de países o regiones es habitual referirse
a dos tipos de convergencia, que responderían a dos formas de medirla: convergencia σ, y convergencia β. La
primera se produciría cuando a lo largo del tiempo se reduce la desviación estándar (una medida estadística de
dispersión) de la variable objeto de estudio, normalmente el PIB per capita, mientras que la segunda se
produciría cuando el crecimiento del PIB per capita depende negativamente del valor de partida, esto es cuando
en las regiones/países más ricos éste crece menos que en los más pobres. De la contrastación empírica se
concluye que la convergencia es mucho menos universal de lo que se deduciría de la teoría neoclásica descrita
más arriba, y que ésta, de darse, no es estable en el tiempo ni implica a todos países, hablándose de “clubes de
convergencia” para señalar el hecho de que la convergencia se limita a determinados países. Para explicar la
ausencia de convergencia β se ha introducido el concepto de convergencia β condicional, que se produciría
aunque los países no llegaran a igualar sus tasas de PIB per capita, siempre que las diferencias finalmente
existentes estuvieran explicadas por diferencias en otros factores, como su situación geográfica, dotación de
capital humano, etc., con un efecto positivo sobre el crecimiento. Obsérvese, que en cierto modo la existencia
de este tipo de convergencia en última instancia significa muy poco para los países menos desarrollados, pues a
fin de cuentas se limita a señalar que no convergen por que no cuentan con los factores necesarios para crecer
más rápido, esto es, que adolecen de carencias estructurales que les impiden en último termino aspirar a un
proceso de convergencia de PIB per capita.
Las causas de la frustración de esta hipotética convergencia entre países de diferentes “clubes” se
explicaría simultáneamente por: (1) la necesidad de complementar el capital con otros factores como
formación, infraestructuras, estabilidad social, etc., para que este desarrolle su potencial efecto sobre la
productividad y PIB, (2) por el hecho de que el capital fluya mayoritariamente de países ricos a países ricos
(véase inversión extranjera directa), y (3) por la existencia de economías de escala y aglomeración que
compensarían los supuestos rendimientos decrecientes necesarios para que se produzca convergencia (véase
crecimiento endógeno).
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cooperativa aunque hay cooperativas que son propiedad de colectivos como, por ejemplo grupos de
consumidores, la mayoría de las cooperativas son propiedad de los trabajadores que trabajan en ellas. En
consecuencia, el grupo de trabajadores hace el papel de empresario, tomando pues las decisiones respecto a
precios y niveles de producción (autogestión) y llevándose en consecuencia la diferencia entre ingresos y
costes (de capital y de otros factores usados en la producción, e incluso los costes laborales de aquellos
empleados que no son propietarios) que se distribuye con arreglo a alguna regla establecida. Si bien los
trabajadores pueden aportar capital, supondremos aquí a efectos simplificadores, que no hay otros trabajadores
que no sean los propietarios o miembros de la cooperativa así como que el capital es alquilado o comprado en
el mercado por la cooperativa. En la empresa cooperativa por lo tanto, el trabajo alquila el capital en vez ser el
capital el que alquila al trabajo o un empresario el que alquila a ambos como sucede en las empresas
capitalistas. El objetivo de una cooperativa es maximizar los ingresos netos medios por trabajador, es decir el
excedente que queda una vez pagado el capital y otros factores empleados, lo que no es lo mismo que
maximizar los beneficios como sucede en la empresa capitalista puesto que, en ésta, el volumen de beneficios
no depende del número de capitalistas o propietarios, en tanto que en una cooperativa, al asumir los
trabajadores el papel de propietarios, se tiene que la cantidad producida y el volumen de “beneficios” depende
de las dimensiones de la plantilla. Un trabajador o cooperante más supone por un lado un incremento en los
ingresos (por la cuantía del valor de su productividad marginal) pero también uno más entre quienes repartir el
excedente generado. En el corto plazo, la productividad marginal decreciente implica que tanto el ingreso a ella
asociada, el llamado ingreso de la productividad marginal, así como los ingresos medios por trabajador
decrezcan continuamente con el aumento de la plantilla. Ello implicaría que caso de que la cooperativa quisiese
maximizar los ingresos medios, el tamaño de la plantilla debiera ser minimizado. Pero como a los ingresos
medios por trabajador hay que restarles los costes fijos medios (que también disminuyen cuando aumenta la
contratación) se tiene que los ingresos netos medios (que son el objetivo a maximizar) no disminuyen
continuamente con el tamaño de la plantilla. Cada trabajador adicional si bien supone un crecimiento más
pequeño de los ingresos medios por trabajador por la productividad marginal decreciente, también significa un
coste fijo medio por trabajador más bajo, por lo que la plantilla crecerá mientras el ingreso asociado a la
productividad marginal que supone contratar a un trabajador adicional supere al ingreso neto medio. El nivel
óptimo de contratación se producirá cuando ambos valores coincidan. Un curioso efecto de esta forma de
determinar el tamaño de la plantilla se tiene cuando se considera que crece el precio del producto al que vende
la cooperativa. Un ascenso en el precio, hace que suba el ingreso medio para todos los niveles de contratación
por lo que la necesidad de contratar más trabajadores para hacer que los costes fijos se repartan entre más
trabajadores se atenúa, lo que llevaría a la cooperativa a reducir el número de sus miembros, y por tanto su
nivel de producción ante una subida del precio de su producto. La curva de oferta a corto plazo de una
cooperativa se volvería, pues, hacia atrás. Por otra parte, una variación en los costes fijos, que no producen
efectos sobre la producción y tamaño de la plantilla de las empresas capitalistas al no afectar a sus costes
variables y marginales, sí que tiene un efecto sobre las cooperativas. Así, un aumento en los costes fijos (por
ejemplo, un impuesto de cuota fija) exige que la cooperativa aumente su tamaño para repartir ese superior
coste entre un mayor número de miembros. Finalmente, quedaría la comparación entre la cooperativa
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autogestionada y la empresa capitalista. Si ambas comparten la misma tecnología, operan en un entorno


competitivo y los beneficios extraordinarios de la empresa capitalista son nulos, ambas producirán lo mismo,
pues la empresa capitalista contrata hasta el punto en que el salario es igual al valor de la productividad
marginal y además ocurre que el salario es igual al ingreso neto medio si los beneficios extraordinario son cero.
Pero supongamos que la empresa capitalista tiene ahora pérdidas ello significa que el salario sería superior a
los ingresos netos medios. Si ahora esta empresa pasase a estar gestionada por sus trabajadores, las pérdidas
serían ahora soportadas por los trabajadores, que tratarían de repartirlas entre un mayor número, lo que les
llevaría a tratar de incrementar el tamaño de la plantilla. Quizás este efecto sirva para explicar el hecho
relativamente frecuente del surgimiento de cooperativas de trabajadores en sectores en declive, que dan la
impresión de estar sobredimensionadas en comparación con las empresas capitalistas. Finalmente, en una
empresa capitalista con beneficios, el salario será más bajo que el ingreso neto medio, por lo que si pasase a ser
autogestionada, reduciría el tamaño de la plantilla.

coste de oportunidad en un contexto en el que los recursos están dados y son finitos, toda decisión de
producir un bien o servicio significará simultáneamente prescindir de la producción de otro u otros bienes o
servicios, en cuanto que el trabajo, capital y/o tiempo utilizado en la producción de ese bien no podrá ser
utilizado para producir otros. El coste de oportunidad recoge este hecho, representable gráficamente mediante
la denominada frontera de posibilidades de producción.
El concepto de coste de oportunidad es el concepto de coste que usa el análisis económico y es
distinto del concepto de gasto y del concepto de pago. En un mundo de recursos escasos toda actividad que se
realiza es costosa pues supone que otra u otras no se hacen. Los economistas suelen referirse a este hecho con
la expresión de que “no hay almuerzo gratuito”. El que a un individuo le salga gratis el almuerzo significa que
él no se ha gastado nada, pero para la sociedad ha habido un coste en el sentido de que recursos que podrían
utilizarse para otros menesteres han sido dedicados a la producción de dicho almuerzo. Incluso en una
situación de desempleo la utilización de los trabajadores parados tiene un coste de oportunidad, que sería el
valor del ocio involuntario del que “gozan” en su condición de parados. Obsérvese, en esta situación, la
diferencia entre gasto y coste de oportunidad a la que se ha hecho mención previamente. El gasto que hace una
empresa que contrata a un trabajador parado es el salario que le paga, en tanto que el coste de oportunidad es el
valor del ocio del que prescinde el parado al empezar a trabajar.
El concepto de coste de oportunidad se aplica a todos los agentes económicos. Así, cuando un
consumidor opta por consumir un bien, siempre que tenga una restricción presupuestaria, esto es, siempre que
tenga un límite a sus posibilidades de consumo, esa decisión encerrará un coste de oportunidad, en el sentido
que habrá otros bienes o servicios de los que no podrá disfrutar al haber optado gastar parte de su renta en un
bien concreto. Se podría pensar que en países de renta alta, y sobretodo para aquellos individuos muy ricos en
cualquier país, el consumo de bienes no estaría sometido a ningún coste de oportunidad, ya que su elevada
renta les permitiría hacer frente a prácticamente cualquier consumo. Sin embargo, incluso estas personas se
enfrentan a un coste de oportunidad, ya que existe un recurso, el tiempo, que es limitado para todos los
mortales, y que en las sociedades de renta alta se convierte en el recurso escaso por excelencia, y para
consumir, al igual que para cualquier otra actividad humana, hace falta tiempo. Para los empresarios el coste de
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oportunidad por su actividad es el mayor valor que su actividad organizadora y gestora podría contar en el
mercado de trabajo, es decir si en vez de trabajar para si mismos en sus empresas trabajaran como asalariados
para otras. Para un capitalista el coste de uso de dedicar su capital en un periodo a una actividad productiva
concreta sería la suma de dos componentes: el tipo de interés que podría obtener si prestara su capital en forma
líquida y la tasa de depreciación por tenerlo en forma de capital físico sujeto a desgaste.

costes de transacción por costes de transacción se entiende en la literatura económica todos aquellos costes
relacionados con una transacción económica que no están incluidos en precio directo de la transacción. Por
ejemplo, a la hora de comprar un automóvil hay que informarse sobre los distintos vehículos ofrecidos, sus
características y precio, lo cual exige frecuentemente desplazarse hasta los concesionarios de automóviles, a
menudo en los extrarradios de las ciudades, con el consiguiente gasto de tiempo y dinero. Igualmente hay que
realizar toda una serie de gestiones burocrática, probablemente conseguir financiación, etc. La suma de todos
esos costes es lo que se conocen como costes de transacción. Cuantos más y mayores sean los costes de
transacción mayor será el coste de utilizar el mercado como mecanismo de solución de los problemas
económico (véase empresa).

costes irrecuperables los costes fijos se pueden clasificar en recuperables e irrecuperables. Los primeros son
aquellos que la empresa no tiene que hacer frente caso de que decida abandonar la actividad que realiza (por
ejemplo, el pago de un alquiler por un almacén); los segundo, por el contrario son los costes comprometidos a
los que la empresas ha de hacer frente aunque decida abandonar la actividad (por ejemplo, una máquina para la
que no existe mercado de segunda mano). Por consiguiente, los costes irrecuperables son aquellos necesarios
para desarrollar una actividad productiva que no se pueden recuperar en el caso de que la empresa decida
abandonar el mercado. Las empresas que no tengan costes irrecuperables (o hundidos en traducción literal del
termino inglés: sunk cost) tendrán mayor facilidad a la hora de abandonar el sector en el que se encuentren, ya
que la salida del mismo no estará sujeta costes (véase mercados atacables).

coste laboral unitario definido como el salario dividido por la productividad, el coste laboral unitario es el
mejor indicador a la hora de comparar los costes laborales de las empresas, al relacionar el salario del
trabajador con la aportación de éste a la empresa –la productividad. Cuando el salario se expresa en términos
reales, esto es, dividido por el índice de precios, se denomina coste laboral unitario real, CLUR. Esta formula
es la más adecuada para estudiar la evolución de los costes laborales de las empresas a lo largo del tiempo.
Cuando el CLUR se calcula para el conjunto de la economía, su valor refleja la participación de las rentas del
trabajo en la producción total: CLUR = w/(Y/L) = wL/Y = MS/Y, donde Y es el PIB, w, el salario medio de la
economía, L el empleo y MS la masa salarial. Puesto que la producción total se reparte entre salarios y
beneficios, MS/Y reflejaría la participación de los salarios en la renta o distribución funcional.

costes (fijo, variable, medio y marginal) todo proceso de producción exige la utilización de trabajo, capital y
productos intermedios. Por coste se entiende el valor monetario de tales recursos. A la hora de clasificar los
costes es útil distinguir entre los costes fijos, CF, que son aquellos que no varían con el volumen de producción,
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por ejemplo, el alquiler de una tienda, que es el mismo independientemente de que las ventas sean mayores o
menores (véase, también, costes irrecuperables), y costes variables, CV como la electricidad, la materia prima o
el trabajo, que varían con la producción. La suma de los costes fijos y los variables conforman los costes totales,
CT. En Economía, el corto plazo se define, precisamente, como aquel espacio temporal en el que al menos uno
de los factores productivos es fijo. Es decir el corto plazo se define por la existencia de costes fijos, mientras que
el largo plazo vendría dado por aquella situación en la que todos los factores son variables.
En el análisis microeconómico es habitual utilizar otros dos conceptos de coste: el coste medio y el
coste marginal. El coste medio, CMe, en el corto plazo, que a su vez puede ser coste medio fijo, variable o total,
se define como el cociente entre el coste total (o fijo o variable) y la cantidad producida, e indica lo que cuesta
por término medio producir un bien o servicio. Obviamente, puesto que los costes fijos no varían con la
producción, los costes fijos medios son siempre decrecientes con el nivel de output, Q. El coste marginal, CMg,
a su vez, se define como el aumento de coste asociado al aumento del output (CMg =δCT/δQ). Que los costes
medios sean decrecientes significa que el coste de producir una unidad más es menor que el coste medio de las
unidades producidas, de forma que los costes marginales serán necesariamente inferiores a los medios. Por el
contrario, para que los costes medios sean crecientes, el coste de producir cada sucesiva unidad, el coste
marginal, tendrá que ser mayor de lo que por término medio cuesta producir el bien o servicio. En términos
formales:
CMe = CT/Q => CT = Q. CMe, y derivando respecto a Q se tiene
δCT/ δQ = CMe + Q. δCMe/ δQ, es decir:
CMg = CMe + Q. δCMe/ δQ,
Por lo que si el CMe es creciente, esto es, (δ CMe/ δ Q) > 0, el coste marginal será mayor que el coste medio. Si,
por el contrario, el coste medio es decreciente, esto es, (δCMe/ δQ) < 0, el coste marginal será menor que el
medio. Por último, cuando el coste medio alcance su valor mínimo, esto es, (δCMe/ δQ) = 0, el coste medio y
marginal coinciden.
Si a efectos de simplificación suponemos que existe un único factor variable, el trabajo, L, con un coste por
unidad, o salario, W, entonces:
CV = WL; CVMe = WL/Q = W/(Q/L) = W/PMeL, donde PMeL es la productividad media del trabajo,
Por otro lado tendríamos que CT = CF + WL;
CMg = δCT/ δQ = δCF/ δQ + W (δL/ δQ) = 0 + W/( δQ/ δL) = W/PMgL
Donde PMgL es la productividad marginal del trabajo
En el análisis microeconómico tradicional se supone que la productividad marginal de los factores
primero crece en relación al output, para luego pasar a ser decreciente, lo que implica que el coste marginal sea
primero decreciente y luego creciente, dando lugar a una la estructura de curvas de costes en el corto plazo como
la representada en el gráfico adjunto.
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Curvas de Costes

CMg
CMg
CMe
CVMe CMe

CVMe

Como se ha dicho, en el largo plazo no hay costes fijos, el tamaño de planta se convierte en un factor
tan variable como cualquier otro, por lo que la estructura de costes medios dependerá de los rendimientos a
escala que ostente la función de producción. El análisis convencional supone que de forma similar al corto plazo
la curva de costes medios a largo plazo tiene también forma de U, lo cual vendría explicado por la existencia de
un tramo de rendimientos crecientes a escala seguido por otro de rendimientos decrecientes. La realidad parece,
sin embargo, señalar que es más habitual, al menos en medianas y grandes empresas, la existencia de un tramo
de rendimientos crecientes seguido, en su caso, por un tramo considerable de rendimientos constantes, con lo
que la curva de costes medios a largo plazo tendría una forma de L, esto es, un tramo decreciente seguido de un
largo tramo constante.

Cournot, modelo de el modelo de Cournot, desarrollado por el economista francés Antoine Agustin
Cournot (1801-1877), es el primero de los modelos dedicados a desentrañar el funcionamiento de mercados
oligopolistas. Para ello plantea cuál sería el resultado que se alcanzaría en un mercado con dos empresas
idénticas produciendo el mismo bien. Del análisis de Cournot se deriva que la producción final sería inferior a
la de competencia (dos tercios de ésta para el caso de dos empresas o duopolio) pero superior a la de
monopolio, y bajo el supuesto de igualdad de costes se repartiría a partes iguales entre las empresas
contendientes. En el caso de costes distintos entre las empresas, aquella con unos costes menores tendría una
mayor cuota de mercado. Este modelo, fácilmente generalizable a más empresas, incorpora dos conceptos
centrales al análisis de los mercados oligopolistas: el concepto de variación conjetural, que hace referencia a
la respuesta que una empresa espera de sus competidores ante sus decisiones, y el de función de reacción, que
recoge la respuesta efectiva de las empresas ante tales cambios. Específicamente Cournot supone que la
variación conjetural es nula, esto es, que a la hora de determinar su propia producción cada empresa supone
que las del resto no varían. Cuando las conjeturas que hacen las distintas empresas son consistentes entre sí, es
decir, cuando cada una produce lo que las demás esperan que vaya a producir, se alcanza el llamado equilibrio
de Cournot que coincide con el equilibrio de Nash.
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crecimiento económico aumento del flujo de bienes y servicios, tal y como los recoge el PIB, por ejemplo,
producidos por una sociedad. Aunque el crecimiento económico ha pasado a convertirse en una constante de
las economías de mercado, de forma que su ausencia se interpreta en términos de crisis, históricamente, los
periodos de crecimiento económico, aunque han sido frecuentes, también han sido contingentes, esto es, se han
limitado a un espacio temporal no muy largo y normalmente se han visto seguidos de una fase de decadencia.
Los últimos dos siglos, por lo tanto, marcarían una diferencia importante en lo que al crecimiento económico
se refiere. Siempre que se habla de crecimiento merece la pena distinguir entre el llamado crecimiento
extensivo, aquel que obedece al incremento en la cantidad de factores utilizados en el proceso productivo sin
que aumente la productividad del trabajo, y el crecimiento intensivo que va asociado a un aumento de la
productividad del trabajo y que en último extremo sería el “auténtico” crecimiento en la medida en que
permite aumentar la cantidad disponible de bienes per capita.
Existen tres vías al crecimiento económico. La primera de ellas es utilizar de forma más intensa los
factores de los que dispone una sociedad: que trabaje más gente (aumentar la tasa de empleo) que lo hagan
durante más horas (aumentar la jornada de trabajo) e incrementar la utilización del capital (24 horas al día en
vez de 8 o 12). La segunda vía es aumentar los factores productivos, ya sea trabajo –mediante la inmigración o
políticas natalistas-, capital –mediante la inversión- o capital humano, mediante la educación. La tercera vía,
y la que explica el crecimiento a largo plazo, es el cambio técnico, mediante el cual obtener mayor cantidad de
bienes y servicios a partir de cantidades constantes de trabajo y capital. En ausencia de éste, la teoría
económica indica que en el mejor de los casos se alcanzará un crecimiento estable que coincidirá con la tasa de
crecimiento de la población. Esto es, llega un momento en que no es rentable invertir más –hay tanto capital en
la economía que su rentabilidad es muy baja- de forma que la única fuente de crecimiento es el aumento del
factor trabajo.
Se puede decir que el nacimiento de la Economía como saber independiente de otras disciplinas está
asociado al estudio del crecimiento económico, eso al menos indica el título del que se considera como el
primer libro de Economía propiamente dicho, Una Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de
las naciones, publicado por Adam Smith en 1776 (véase división del trabajo). Los primeros economistas, en
su mayoría británicos, viven en una época de grandes cambios económicos asociados a la Revolución
Industrial, por lo que no es de extrañar que dirigieran sus esfuerzos a intentar explicar cuales eran las fuerzas
que estaban detrás de tales cambios. Paradójicamente, para el conjunto de los economistas clásicos las
economías de mercado estaban abocadas en el futuro a alcanzar un estado estacionario de crecimiento cero.
En su versión más elaborada, la planteada por David Ricardo (1772-1823) en sus Principios de Economía
Política publicado en 1817, el crecimiento económico y el aumento de la población llevarían a la roturación de
tierras cada vez menos productivas, lo que generaría un aumento del precio de los cereales y de las rentas
agrícolas, y a la reducción de los beneficios en la medida en que los empresarios se verían obligados a pagar
salarios cada vez mayores para hacer posible la subsistencia de los trabajadores. Este proceso continuaría hasta
que los beneficios se anulasen, lo que frenaría también el proceso de acumulación y crecimiento, alcanzándose
un estado estacionario en la economía. Solo el aumento de la productividad agrícola derivado de la aparición
de nuevas tecnologías, la ampliación del stock de tierras disponibles mediante la colonización, o el recurso a la
importación de alimentos podría temporalmente retrasar la llegada de ese estado estacionario. De ahí que
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Ricardo fuera un ferviente defensor de la eliminación de las restricciones a la importación de grano. El último
de los economistas clásicos, Karl Marx (1818-1883), plantearía un escenario futuro similar, no para la
economía sino para una forma concreta de organización de esta, el capitalismo (véase economía marxista), al
que se llegaría también debido a una caída de la tasa de beneficios generada por la sustitución de trabajadores
por capital, siendo que en el esquema teórico marxista el trabajo es la única fuente de beneficio.
Con la muerte de Marx en 1883 también desaparece de la Economía la preocupación por el análisis
del crecimiento económico. La nueva orientación teórica –economía neoclásica- centra su interés en el estudio
del corto plazo y de las condiciones en las que se alcanza el equilibrio en el mercado; no habiendo nada más
alejado del crecimiento –que necesariamente es cambio- que la idea de equilibrio. Tras un paréntesis de más de
medio siglo, la Teoría del Crecimiento Económico se ve enriquecida por dos aportaciones, los modelos de
Harrod-Domar y el modelo de Solow, que conformarán el marco de referencia de la teoría del crecimiento
hasta prácticamente finales del siglo XX. Ambos modelos son diferentes tanto en su inspiración como en sus
conclusiones. El primero de ellos responde a una preocupación, no tanto por los determinantes del crecimiento,
como por su estabilidad, esto es, por delimitar en qué condiciones se puede esperar que las economías de
mercado experimenten un crecimiento estable no sometido a oscilaciones. En definitiva, Sir Roy Harrod no
hace si no llevar a un contexto dinámico la preocupación keynesiana por las condiciones necesarias para que
se alcance una situación de equilibrio con pleno empleo en el corto plazo, investigando cuál debería ser la tasa
de crecimiento de la renta que haría que se mantuviera ese equilibrio a lo largo del tiempo, así como la
virtualidad de que tal tasa se alcance de forma automática. La conclusión de Harrod es que la renta tendría que
crecer a un valor igual al cociente de la tasa de ahorro y la relación capital producto para garantizar el pleno
empleo del capital, y que tal cociente tendría que ser igual a la tasa de crecimiento de la población para
garantizar el pleno empleo del trabajo. Aunque nada asegura que la renta vaya a crecer a esa tasa que
garantizaría el equilibrio. El trabajo de Harrod dio lugar a toda una serie de exploraciones dirigidas a investigar
en qué medida los resultados obtenidos eran sensibles a cambios en los supuestos de comportamiento de las
variables clave del modelo. La aportación del Nobel de economía de 1987, Robert Solow de 1957, se
convertiría en la respuesta neoclásica a los problemas de estabilidad derivados del modelo de Harrod. Solow
plantea qué ocurriría si la tecnología utilizada en la producción, que se plasma en la relación capital producto,
fuera de coeficientes variables, de forma que cuando exista un exceso de capital, se utilice una tecnología más
intensiva en este factor, y cuando haya exceso de trabajo lo contrario. El resultado alcanzado por Solow es
radicalmente distinto al obtenido por Harrod, ya que el modelo plantea que a largo plazo las economías de
mercado alcanzarán una tasa de crecimiento igual a la tasa de crecimiento de la población, sin abandonar nunca
esa senda de crecimiento estable, ya que los posibles desequilibrios serán absorbidos de forma automática por
cambios en la relación capital producto producidos por cambios en los precios de los factores, reflejo de su
escasez relativa. Por otra parte, el supuesto habitual de la economía neoclásica de existencia de rendimientos
decrecientes, por los cuales según un país disponga de más capital (maquinaria) su productividad marginal, al
igual que su remuneración, será cada vez menor, lleva a la conclusión añadida de que a largo plazo los países
tenderán a la convergencia en renta per capita, pues el capital tenderá a situarse en aquellas áreas donde sea
más escaso (y por ende, más rentable), lo que contribuirá a la aceleración de su crecimiento.
Conceptos de Economía -versión web- 85
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Precisamente será la llamativa ausencia de convergencia entre los países menos y más desarrollados,
junto con el hecho de que este tipo de modelos cuando se han enfrentado a la realidad del crecimiento
económico en los distintos países han sido incapaces de explicarlo de forma satisfactoria (véase contabilidad
del crecimiento), los dos factores que están detrás de la contribución más reciente a la teoría del crecimiento
económico: la teoría del crecimiento endógeno, que explora el efecto que sobre el crecimiento tendría la
existencia de rendimientos crecientes a escala. Este conjunto de teorías se diferencia de los modelos
anteriormente señalados al plantear el cambio técnico como una variable endógena, fruto de la propia actividad
de investigación y desarrollo de las empresas y sector público.

crecimiento endógeno los modelos tradicionales de crecimiento neoclásicos concluyen que dada una tasa
de crecimiento de la población, dotarla de los medios de producción adecuados para mantener la productividad
y la renta per capita, determina la tasa de acumulación y la tasa o senda de crecimiento económico a largo
plazo. A largo plazo no habría pues crecimiento de tipo intensivo, sólo extensivo, esto es crecería la renta pero
no la renta per capita, a menos, claro está, que hubiera cambio técnico (considerado exógeno en esta literatura)
o aumentara el capital por trabajador. Aunque en este último caso, el incremento en la tasa de crecimiento
sobre la tasa tendencial sería tan sólo transitorio debido al supuesto de rendimientos decrecientes incorporado
en este tipo de análisis.
Frente a estos modelos, la teoría del crecimiento endógeno postula que las economías actuales se
caracterizan por la existencia de rendimientos crecientes a escala, esto es, con la acumulación de capital por
trabajador, la productividad del capital aumenta o se mantiene constante, lo que se traduce en que la
productividad media del trabajo crece (el crecimiento es, entonces, siempre de tipo intensivo). Las razones
esgrimidas para explicar la ausencia de productividad marginal decreciente del capital varían según los autores,
aunque en todos los casos se explican por la presencia de efectos externos al propio proceso de acumulación de
capital, de forma que se mantiene el principio de productividad marginal decreciente, si bien ésta se vería
compensada por cambios en otras variables que neutralizarían el efecto negativo del incremento de capital
sobre su productividad. Así, para Paul Romer (1986), el primero de los autores contemporáneos que planteó
esta posibilidad, la causa estaría en las externalidades relacionadas con el gasto en investigación y desarrollo,
para Robert Lucas (1988) sería la inversión en capital humano la que generaría las externalidades que
neutralizarían los rendimientos decrecientes del capital, mientras que para Gene Grossman y Elhanan Helpman
(1991) el factor clave serían las externalidades tecnológicas derivadas del comercio internacional y la
inversión extranjera directa. Otros factores que podrían actuar en la misma línea señalados en la literatura
son las economías de aglomeración o la inversión en infraestructuras. Las implicaciones de esta teoría son muy
importantes ya que significa que en las economías de mercado no habría ningún mecanismo automático que
hiciera que la renta tendiera a converger en términos espaciales. Todo lo contrario, en este contexto es
perfectamente posible que el capital de las regiones/países pobres huya hacia las regiones/países ricos donde
será más rentable. Así mismo, en presencia de rendimientos crecientes o constantes no habría ningún
mecanismo, fuera de las consideraciones medioambientales (véase crecimiento, límites al) que limitara el
crecimiento de la renta.
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crecimiento, límites al a pesar de que los economistas clásicos tuvieron muy presente el impacto negativo
que sobre el crecimiento económico podría tener la finitud de nuestro planeta, manifestada en la existencia de
una cantidad no ampliable de superficie cultivable, el crecimiento económico sin parangón asociado a la
consolidación de la economía de mercado llevó a abandonar el pesimismo clásico y a sustituirlo por un
optimismo en el que no había cabida para las restricciones medioambientales al crecimiento. Así, se puede
decir que durante gran parte del siglo veinte, la economía vivió en un mundo de “economía del far west”, una
economía que operaba en la práctica en un entorno ecológico abierto o ilimitado en el sentido de que cuando
algunos recursos se agotaban bastaba con desplazarse hacia el “oeste” y explotar nuevos recursos. De igual
modo, cuando la polución en una localidad geográfica se hacía insostenible bastaba con que los que pudieran se
fueran “más lejos”, a otros sitios todavía "vacíos", limpios o sin explotar. En suma, faltaba todavía por entonces
conciencia del elemento de escasez necesario para que un recurso se convierta en objeto del análisis económico,
más allá de problemas de escaseces localizadas geográficamente. Un planteamiento insostenible en el tiempo dada
la finitud de nuestro planeta. En 1966 el economista Kenneth Boulding (1910-1993) da el primer toque de
alarma urgiendo a la Economía en la dirección del análisis no de una economía del far-west con problemas
ecológicos localizados sino de lo que definió como la economía de “la nave espacial Tierra”: la economía
posible dentro de un sistema ecológico cerrado. Pocos años más tarde, en 1972, se publicaría Los límites del
crecimiento, un informe del Club de Roma sobre las limitaciones al crecimiento derivadas de la existencia de
recursos naturales finitos, con unas conclusiones demoledoras sobre la imposibilidad de crecer de forma
ilimitada en un mundo finito, cuyo impacto mediático se vería enormemente ampliado por la crisis del petróleo
de 1973.
La finitud de los recursos naturales del planeta Tierra impone dos tipos de limitaciones al crecimiento
económico de naturaleza muy distinta. Por un lado, la producción de bienes y servicios utiliza como input
recursos naturales, en muchos casos, como el petróleo, no renovables, disponibles en cantidades mayores o
menores, pero en cualquier caso limitadas. Paralelamente, el proceso de producción genera, junto con los
bienes y servicios deseados y demandados por la población, desechos no deseados que de forma ordenada
(vertederos controlados, alcantarillado y depuradoras) o desordenada (contaminación atmosférica) se arroja a la
Tierra para su reciclaje o almacenaje. Cuando esta producción no deseada de contaminación y desechos es de
baja intensidad, por el escaso grado de actividad económica existente, por ejemplo, la misma puede ser
absorbida por la naturaleza y sus mecanismos biológicos de reciclaje sin impacto sobre la calidad de vida y el
propio equilibrio ecológico, pero una vez traspasado su capacidad de absorción (carrying capacity), la actividad
económica alterará el equilibrio ecológico degradando el medio natural y con ello el bienestar.
En lo que al primer tipo de problemas se refiere, la incompatibilidad entre una economía en
crecimiento permanente, y por lo tanto con una demanda creciente de recursos naturales, en especial con la
incorporación a la sociedad de consumo de parte de la población del mundo hasta ahora excluida de la
demanda de recursos naturales por su bajo nivel de desarrollo, desde la Economía se han planteado tres razones
que harían menos alarmante la perspectiva de agotamiento de los recursos naturales. En primer lugar se puede
argumentar, como hace por ejemplo el premio Nobel de Economía, Robert Solow (1974), que gracias a la
sustituibilidad existente entre los distintos factores de producción no sólo es concebible, sino posible, que el
mundo pueda subsistir sin recursos naturales, para lo cual bastaría con que según éstos se vayan haciendo más
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escasos se compense su menor utilización con una mayor utilización de los recursos productivos renovables
(trabajo y/o capital). Es más, el propio funcionamiento del mercado garantiza que tal sustitución se haga de
forma automática, ya que la escasez de determinado recurso natural generará un aumento de su precio relativo
que incentivará a su sustitución en el proceso productivo por otros relativamente menos costosos. En segundo
lugar, se puede argumentar que el cambio técnico y la aparición de innovaciones, tanto de productos como de
procesos de producción, permitirá prescindir de viejas fuentes de aprovisionamiento de materias primas, y dará
lugar a la aparición de nuevas fuentes de recursos, esto es, recursos antes carentes de utilización como inputs
productivos. El todavía hoy sueño tecnológico de la fusión nuclear como fuente de energía, y la utilización de
sodio como input productivo en su proceso de generación, es un buen ejemplo de la confianza en la capacidad
del hombre de desarrollar nuevas tecnologías como mecanismo para vencer la finitud de la Tierra y sus
recursos. En tercer lugar, cabe plantear la posibilidad de cambios tecnológicos en la utilización de los viejos
recursos productivos y/o mejoras en la tecnología de su extracción que permitan compatibilizar la reducción de
los stocks disponibles de recursos naturales con un aumento en la capacidad de producir bienes y servicios a
partir de los mismos, con lo que, paradójicamente, se tendría un aumento en la “cantidad efectiva” disponible
de recursos para satisfacer los crecimientos en la demanda. Frente a estos tres argumentos cabe presentar
distintos contrargumentos. En primer lugar, hay que preguntarse si los factores de producción tienen un grado
infinito de sustituibilidad, o si por el contrario existen determinadas rigideces en las funciones de producción a
partir de las cuales cada uno de los factores será insustituible. También se puede cuestionar la confianza en los
futuros descubrimientos tecnológicos, y sobre todo, la consideración que se hace de los mismos como
descubrimientos siempre positivos, en el sentido de ser nuevos conocimientos que aumentan las posibilidades
de utilización de los recursos naturales, excluyendo, sin embargo, el hecho de que junto con este tipo de
avances se desarrollen también conocimientos “negativos”, entendidos como nuevos saberes que llamen la
atención sobre los efectos perniciosos de antiguas tecnologías en uso.
En cualquier caso, sea cual sea la opinión que se tenga sobre la futura penuria de recursos naturales,
cabe preguntarse si la economía de mercado cuenta con los instrumentos necesarios para resolver
satisfactoriamente el asunto de su asignación óptima, garantizando un ritmo de utilización, y en su caso
depredación, óptimo (véase recursos naturales). A este respecto, es necesario recalcar que desde el momento
en que el mercado excluye a las generaciones futuras de participar en la asignación presente de los recursos
naturales (expresando sus preferencias en el mercado) se producirá una tendencia a la sobreexplotación de los
mismos. Por lo que si consideramos que la función de utilidad de los individuos incorpora algún elemento que
haga referencia al bienestar (y por lo tanto acceso a los recursos naturales presentes) de las generaciones
futuras, será necesario incorporar en el mecanismo de asignación algún sistema que garantice su
mantenimiento en el tiempo. Dicho esto hay que señalar que desde algunas posiciones se defiende que, en la
medida en que es muy probable que las generaciones futuras disfruten de un mayor desarrollo tecnológico,
también podrán sacar mayor partido de los recursos (menores) que posean, con lo que no se debería sacrificar
el consumo de recursos presentes para trasmitirlos en herencia a las generaciones futuras, ya que por mor del
cambio técnico su valor futuro será menor, y por lo tanto tal sacrificio no sería eficiente.
La cuestión de los límites al crecimiento fruto de la incapacidad de la Tierra de absorber las
alteraciones al ecosistema derivadas de la actividad productiva es de una naturaleza distinta. La Economía ha
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contado con herramientas para analizar y responder al problema de lo que genéricamente llamaremos
contaminación al menos desde las obras de Alfred Marshall (1842-1924), acuñando para referirse a este tipo de
problemas el término de externalidades negativas, de consumo o de producción según la contaminación esté
asociada a una u otra fase de la actividad económica. Desde este enfoque el exceso de contaminación es el
resultado de la no consideración de sus costes a la hora de determinar las cantidades a producir. Si las empresas
consideraran todos los costes, tanto internos como externos, el precio de venta sería mayor y la cantidad producida
e intercambiada en el mercado menor, con lo que se eliminaría el problema de la contaminación. Aunque el
objetivo es claro, a la hora de resolver el problema aparecen dos cuestiones que complican su solución en la
práctica En primer lugar, para alcanzar una asignación óptima hay que conocer cuál es el impacto negativo, esto es
el coste que la contaminación tiene sobre el bienestar de los individuos, lo cual, como todo lo que tiene que ver con
impacto ambiental, es enormemente complicado. Por un lado, porque se tarda mucho tiempo en detectar y más aún
en demostrar la intensidad de los efectos negativos de la contaminación; por otro, porque una vez detectados tales
efectos la toma de decisiones tendentes a su reducción es también lenta. En segundo lugar, porque una vez
tomadas las decisiones el tiempo necesario para que éstas tengan efecto sobre el ecosistema es normalmente
también elevado. Y en tercer lugar porque el impacto de la contaminación sobre el medio ambiente no tiene porqué
seguir un comportamiento lineal, y puede comportarse de forma altamente inestable, donde una pequeña variación
marginal genere un cambio discreto en el medio al sobrepasar la capacidad de absorción de la Tierra. Esta
incertidumbre sobre los efectos futuros y los retardos a la hora de conocerlos, evaluarlos y tomar medidas
compensatorias, hace que cualquier pretensión de adoptar comportamientos contaminantes óptimos sea una mera
ilusión formal, lo que ha llevado a algunos autores a aconsejar la adopción el principio de precaución cuando se
trata de estos asuntos (véase desarrollo sostenible). Pero cabe preguntarnos si resuelto el problema de la
incertidumbre podría el mercado, a su vez, garantizar que no se traspase ese nivel óptimo. Una vez más la respuesta
es negativa, ya que para que el mercado asigne eficientemente es necesario que estén correctamente definidos -y
defendidos- los derechos de propiedad de todos aquellos recursos que participan el proceso de producción,
condición que se vulnera cuando aparecen, externalidades (véase Coase, teorema de). Es más, el comportamiento
racional en el mercado, en presencia de distintas técnicas productivas con el mismo coste final, pero distinto coste
privado, esto es interno, potenciará la adopción de aquellas técnicas contaminantes en donde la relación coste
interno/externo sea más favorable a este último.
A partir de esta constatación se pueden plantear, cuatro mecanismos de intervención del sector público
que servirían para garantizar una asignación eficiente del “recurso sumidero”: (a) impuestos para encarecer el
consumo del bien contaminante y reducir su uso –sería el caso de los impuestos especiales sobre el consumo de
carburantes líquidos- (b) subvenciones para favorecer la utilización de tecnologías menos contaminantes –como las
subvenciones a la instalación de sistemas de energía solar- (c) regulación de emisiones máximas – como la
obligatoriedad de utilizar gasolina sin plomo-(d) definición de derechos de propiedad. Estas opciones no son
excluyentes, de hecho últimamente se está favoreciendo la combinación de fijación de límites a las emisiones
contaminantes –regulación- y la definición de derechos de propiedad: permisos de contaminación, con la intención
de utilizar el mercado para alcanzar determinado objetivo de reducción de emisiones con el menor coste económico
posible.
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Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

Desde otra perspectiva se ha argumentado la existencia no de unos límites al crecimiento por razones
ecológicas o de insuficiencia de recursos, sino por razones de tipo social. Estos límites sociales al crecimiento
obedecerían a la existencia de una escasez de tipo social derivada del hecho de que conforme aumenta el nivel de
renta y los individuos sacian sus necesidades de carácter biológico o material, sus fuentes de satisfacción, y por lo
tanto su demanda, se dirige hacia bienes cuya oferta es rígida incluso a largo plazo. Las “buenas cosas de la vida
siempre son escasas” (véase bienes posicionales). Desde el momento en que la lucha por conseguirlas lleva a los
individuos a redoblar sus esfuerzos de obtención de renta, esa competencia posicional agudizará los problemas
medioambientales asociados al crecimiento económico.

crecimiento sostenible, véase desarrollo sostenible

cuota mecanismo de protección del mercado interior de la competencia extranjera basado en la imposición
de una limitación física (cuota) a las importaciones. Esta limitación hará que aumente el precio de los
productos importados y por lo tanto generará artificialmente un aumento de la competitividad de la empresas
nacionales dentro del mercado nacional. En la medida en que la cuota genera un aumento de precio del bien
importado, el importador de los bienes sometidos a cuotas se verá beneficiado con un beneficio extraordinario
derivado de la mera intervención pública al fijar la cuota, por lo que es habitual que este tipo de mecanismo
proteccionista vaya acompañado de un sistema de venta o subasta del derecho de importación para trasladar al
menos parte de esos ingresos extraordinarios al sector público. Aunque aranceles y cuotas tienen el mismo
efecto sobre las importaciones: aumentar su precio y reducir su cantidad, el efecto de los aranceles sobre la
cantidad importada es indirecto, a través del aumento del precio, mientras que el de las cuotas es directo.

cuota de mercado parte de la demanda de mercado cubierta por una empresa o conjunto de empresas.
Tener una cuota de mercado elevada puede suponer ciertas ventajas para la empresa a la hora de fijar precios o
actuar de líder en ese mercado, con efectos positivos sobre los beneficios. Por otra parte, el seguimiento de su
comportamiento en el tiempo sirve de elemento de comparación del funcionamiento de las empresas que
operan en un mercado, de ahí que la evolución de la cuota de mercado sea una de las variables a las que más
atención prestan las empresas.

currency board sistema por el cual los países se comprometen a mantener un tipo de cambio fijo de su
moneda con respecto a otra adoptada como “ancla”. Para ello se crea una institución, el currency board o caja
de conversión que respalda cada unidad de moneda nacional con reservas de la moneda elegida como ancla (u
otro tipo de activos, como oro, rápidamente convertibles a ésta). La existencia de este tipo de sistema implica
por lo tanto, el compromiso formal y efectivo de cambiar cada unidad de moneda nacional por la divisa ancla,
lo que exige un volumen de reservas idéntico al de la cantidad de moneda nacional en circulación. Este sistema
tiene dos ventajas reconocidas: garantiza la estabilidad cambiaria con respecto a la divisa de referencia e
impide que los gobiernos financien su déficit mediante la emisión de moneda con los efectos negativos que el
aumento de moneda puede tener sobre la inflación (véase ecuación cuantitativa del dinero). Sin embargo,
este mecanismo elimina la posibilidad de ajustar el tipo de cambio para hacer frente a desequilibrios del sector
Conceptos de Economía -versión web- 90
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exterior (ante la existencia de déficit exterior no se puede devaluar la moneda) y limita la capacidad de
desarrollar una política monetaria independiente, ya que el aumento de la oferta monetaria exige un aumento
paralelo de las reservas de la divisa ancla. Argentina que tuvo este tipo de sistema entre 1991 y 2002, con un
tipo de cambio de un peso por un dólar, es un buen ejemplo de las ventajas y los inconvenientes de este
sistema, ya que si bien en un primer momento ayudó a combatir la hiperinflación, al final, con la apreciación
del dólar de finales de la década de los 90, contribuyó a profundizar la crisis de su economía situando al peso
con un tipo de cambio muy por encima del de equilibrio. Como ejemplo de la sobrevaloración del peso a la que
dio lugar este sistema basta con señalar que tras la suspensión del currency board el tipo de cambio se situó
alrededor de 3 pesos por dólar.

curva de Beveridge relación entre el desempleo existente y las vacantes o puestos de trabajo sin ocupar
que hay en una economía. La curva de Beveridge, denominada así a partir de Lord William Henry Beveridge,
(1879-1963), tiene una pendiente negativa: el número de vacantes será decreciente con el desempleo, puesto
que cuantas más personas estén buscando trabajo más fácil será cubrir las vacantes existentes en las empresas.
Adicionalmente, los crecimientos en la tasa de desempleo se traducirán en caídas más que proporcionales de
las vacantes, con lo que la curva de Beveridge será convexa con respecto al origen de coordenadas. Pero más
que la forma de la función, lo que importa es su localización concreta en el cuadrante, ya que cuanto más lejos
esté la curva del origen de coordenadas, ello reflejará un peor funcionamiento del mercado de trabajo, en el
sentido de que sus características harían más difícil cubrir las vacantes existentes. Entre los factores que
pueden afectar a la posición de la curva de Beveridge se pueden citarse los siguientes: (a) la existencia de
puestos de trabajo en lugares geográficamente distantes de donde están los desempleados, lo que reflejaría
problemas de movilidad espacial de la mano de obra-, (b) la falta de información, que reflejaría el mal
funcionamiento de los servicios de empleo (c) la existencia de diferencias entre las cualificaciones demandadas
por las empresas y la formación ofrecida por los trabajadores, que pondría de manifiesto desajustes en el
sistema educativo y (d) la existencia de un salario de reserva por encima de los ofrecidos en el mercado.

curva de indiferencia combinaciones de cantidades de dos bienes distintos que son igualmente preferidas
por un consumidor, de forma que éste sería indiferente entre cualquiera de ellas. No hay que confundir
indiferencia con ignorancia, es decir, indiferencia entre dos combinaciones de bienes no es equivalente a
responder “no sabe/no contesta” a la pregunta sobre cual de las combinaciones recogidas en la curva de
indiferencia es preferible. Todo lo contrario, es un supuesto de la teoría del comportamiento del consumidor
que éste siempre es capaz de establecer un orden entre cualesquiera combinaciones de bienes.
Las curvas de indiferencia son una herramienta central del análisis del comportamiento del
consumidor. Se denomina relación marginal de sustitución, RMS, a la tasa a la que el consumidor estaría
dispuesto a cambiar una unidad adicional de un bien por otro. La RMS se mide por la pendiente de la tangente
a la curva de indiferencia entre estos dos bienes en cada uno de sus puntos, y será creciente o decreciente según
la forma de la misma. Si las curvas de indiferencias son convexas, como en el gráfico adjunto, la RMS a lo
largo de una curva de indiferencia cualquiera será decreciente, ello se explicaría intuitivamente por la idea de
que conforme consumimos más de un bien, menos estaremos dispuestos a sustituir otro bien a cambio de un
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mayor consumo del bien ya que consumimos en abundancia. Según nos alejamos del eje de coordenadas cada
una de las curvas estaría asociada a un nivel de utilidad mayor. Las curvas de indeferencia nunca se pueden
cruzar pues ello supondría que el mismo paquete de bienes consumidos produciría simultáneamente dos
niveles de satisfacción distintos. Por último, representar las curvas de indiferencia como se ha hecho en el
gráfico adjunto supone que las preferencias del individuo representadas por este mapa de curvas de
indiferencias son continuas, es decir que pequeñas (infinitesimales) alteraciones en la cantidad consumida de
un bien no alteran sustancialmente el nivel de satisfacción del individuo.

Bien A

IC2

IC1

Bien B

curva de Kuznets relación en forma de U invertida entre la desigualdad en la distribución de la renta y el


crecimiento económico planteada por Simon Kuznets (1901-1985) en 1952. Según este autor, el crecimiento
económico estaba asociado en una primera fase con un aumento de la desigualdad, mientras que una vez
alcanzado determinado nivel de renta, más crecimiento significaba menor desigualdad. En su origen, esta
relación responde simplemente a una constatación empírica: cuando se analizaba la desigualdad en la
distribución de la renta en países con distinto nivel de PIB per capita, los países ricos y los países pobres
aparecían con menor desigualdad que los países de ingresos intermedios. La primera explicación propuesta de
este comportamiento se basaba en el cambio estructural que acompaña al crecimiento económico, con una
reducción de la importancia del sector agrícola y aumento del peso del sector industrial, y su efecto sobre la
distribución de la renta. De forma resumida, se plantea que al haber una menor desigualdad en un sector
agrícola atrasado que en el industrial, y unos ingresos mayores en éste último sector, el traspaso de población
de la agricultura a la industria generará un aumento de la desigualdad. Este crecimiento de la desigualdad se
corregiría cuando al reducirse la población agrícola este sector se modernizara, elevando su productividad y
aumentando la renta los trabajadores agrícolas. Posteriormente se han avanzado distintas explicaciones
teóricas de este comportamiento y se han multiplicado los esfuerzos por confirmar la existencia de tal relación.
Así, se ha defendido que la desigualdad, al concentrar mayor renta en un número menor de personas potencia
el ahorro, de lo que se podría derivar un aumento de la inversión y del crecimiento, lo que explicaría la primera
fase de la curva. Sin embargo, esta relación no es automática ya que esas mayores rentas de la clase pudiente
pueden también dirigirse al consumo de lujo o colocarse en el exterior –la llamada fuga de capitales. Por otra
parte una menor desigualdad puede contribuir al crecimiento económico propiciando estabilidad social, algo
siempre positivo para la actividad económica, permitiendo una mayor implicación de la población en
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actividades de autoempleo mediante el acceso a créditos y educación, y generando una mayor demanda
efectiva. Con lo que la relación teórica entre crecimiento y desigualdad dista de estar clara.
En la actualidad la información empírica disponible no parece avalar la existencia una relación
predeterminada entre ambas variables, en el sentido que para crecer no es ni necesario más desigualdad, ni el
crecimiento a partir de determinada renta genera per se más igualdad. Más bien existen experiencias de
crecimiento y de estancamiento con y sin mejora de la igualdad, dependiendo de la política económica y la
estrategia de desarrollo adoptada.

curva de Kuznes medioambiental, por analogía con al curva de Kuznets, la curva de Kuznets
medioambiental hace referencia a la existencia de una relación también de tipo de U invertida entre el deterioro
del medio ambiente y el crecimiento económico, según la cual en una primera fase, un mayor crecimiento
estaría asociado con una pérdida de calidad medioambiental, mientras que a partir de cierto nivel de renta, el
crecimiento estaría asociado a una mejora de la calidad medioambiental. Varias son las explicaciones
propuestas de esta relación. Por un lado, el crecimiento económico y el cambio estructural que conlleva,
supone pasar en una primera etapa de la preponderancia de la actividad agrícola a la industrial, más
contaminante, y con posterioridad a la dominancia de los servicios, menos contaminantes. También se defiende
que la calidad del medio ambiente es un bien normal de lujo, de forma que su demanda aumenta más que
proporcionalmente con el aumento de la renta, esto es, las sociedades ricas estarían dispuestas a dedicar más
recursos a recuperar su medio ambiente. De la misma forma, y en la medida en que los países ricos tengan una
legislación ambiental más estricta, se puede producir un desplazamiento de las actividades contaminantes hacia
los países más pobres que a explicar la relación entre mayor renta y menor deterioro ambiental. Es importante,
sin embargo, señalar que tal relación en forma de U invertida sólo se observa para algunos tipos de
contaminación, fundamentalmente la contaminación local, y no para otros, como la contaminación por CO2,
principal causante del efecto invernadero, que muestra una relación creciente, esto es, la contaminación
aumenta de forma continua, creciendo en intensidad, con el aumento de la renta. Como conclusión se puede
decir que el crecimiento económico ayuda a resolver algunos problemas medioambientales, pero contribuye a
crear y agravar otros.

curva de Phillips en 1958 Alban W. Phillips (1914-1975) publicó un artículo que analizaba la relación
existente entre el crecimiento de los salarios nominales y la tasa de desempleo en el Reino Unido durante casi
un siglo, en el que se mostraba la existencia de una relación inversa entre ambas variables, de forma que el
crecimiento de los salarios nominales era mayor cuanto menor era la tasa de desempleo. Más adelante, Paul
Samuelson y Robert Solow, investigaron una relación diferente aunque asociada a ésta: la relación entre
inflación y desempleo, encontrando que los datos justificaban también la existencia de una relación inversa
similar a la de la curva inicial de Phillips. Obviamente, ambas relaciones estaban relacionadas si bien el modo
concreto en que el desempleo, la inflación de precios y el crecimiento de los salarios interactuaban dependía de
que el tipo de tipo de inflación fuese de costes, de demanda o producto de la lucha por la distribución de la
renta. En cualquier caso, fuera cual fuese el tipo de inflación, la relación hallada entre inflación y el desempleo
sirvió a lo largo de la década de 1960 como guía para la política económica de los gobiernos de los países
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industrializados, de modo que ante un aumento del desempleo, unas políticas fiscales o monetarias expansivas
podrían hacerle frente a expensas de un coste en términos de más inflación (véase también, ciclo económico
político). Sin embargo, a partir de la década de los 70, las cosas cambiaron radicalmente. Apareció el
fenómeno conocido como estanflación o sea, la coexistencia de elevados niveles de inflación con elevados
niveles de desempleo, situaciones que por tanto estarían fuera de la curva de Phillips, lo que significaba que
realmente no había una curva de Phillips a lo largo de la cual podía situarse una economía sino que ésta se
había desplazado a lo largo del tiempo haciéndose cada vez más vertical.
Una explicación para esta nueva situación fue propuesta por Milton Friedman. Para él, la existencia
de tasas de inflación siempre positivas en todo el periodo posterior a la II Guerra Mundial y su relación inversa
con el desempleo, llevó a los agentes económicos a aprender de esa nueva experiencia histórica. Dicho con
otras palabras, para Friedman, los agentes económicos, como agentes racionales que son, acabaron
incorporando en sus expectativas y, por tanto, en su comportamiento a la propia curva de Phillips. El
conocimiento de cómo iba a comportarse la economía en presencia de desempleo, llevaba a los agentes a
alterar su modo de actuación impidiendo a la postre que la economía se comportase realmente como se
esperaba. Así, el conocimiento de que la disminución del desempleo suponía un incremento de la inflación,
llevaba a los agentes a no esperar a que realmente se produjese ese crecimiento en los precios para actuar de
forma compensatoria en sus políticas de fijación de precios con el objetivo de mantener el valor real de sus
rentas, como sucede, por ejemplo, en las negociaciones salariales. El argumento en tal caso era el siguiente: si
los trabajadores anticipaban con exactitud la variación en la inflación esperada como resultado de unas
medidas de política económica expansivas contra el desempleo, ello les llevaría a pedir desde ya unos ascensos
de salarios monetarios que la compensasen. Eso implicaba, por un lado, que en el caso de que consiguir las
subidas de los salarios monetarios compensadores de la inflación esperada, no variarían los salarios reales por
lo que no se produciría ningún aumento en el empleo (véase mercado de trabajo); pero además sucedería que
la tasa de inflación real subiría hasta alcanzar el nivel de la esperada o prevista debido al aumento en los costes
laborales unitarios derivado de las subidas de los salarios en una situación de productividad constante. Mismo
desempleo, pues, y más inflación; a la vez que absoluta ineficacia de la política económica. En un contexto de
expectativas racionales la “curva” de Phillips ya no sería una relación decreciente entre tasa de inflación y
desempleo sino una línea vertical que se elevaría para la tasa de desempleo que resultase de la estructura y
condiciones del mercado de trabajo, llamada tasa natural de desempleo. Donde el término “natural” responde
a que sería la resultante natural de la presencia de factores distorsionantes del libre juego competitivo en los
mercados de trabajo como la presencia de sindicatos, regulaciones estatales, prestaciones sociales, seguros de
desempleo, etc. En un momento dado, una economía se encontraría en equilibrio cuando se encontrase en su
tasa natural de desempleo, de modo que la tasa de inflación real coincidiría con la que los agentes anticipan o
esperan.
Los intentos de reducir el desempleo por debajo de la tasa natural sólo tendrían efectividad si los
agentes no utilizan expectativas racionales, y por lo tanto son incapaces de anticipar con precisión la inflación
resultante de las políticas expansivas, o si son engañados por las autoridades (véase inconsistencia temporal).
En esos casos, la economía podría moverse a lo largo de una curva de Phillips “tradicional” hacia posiciones
de menor desempleo que el “natural” pero con tasas de inflación mayores que la esperada. Pero ¿cuánto tiempo
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podría una economía estar en esa situación? Es razonable pensar que sólo a corto plazo, pues, pronto, los
agentes se darían cuenta del error en sus predicciones, lo que les llevaría a ajustar sus comportamientos a la
inflación realmente experimentada, con el resultado de que las subidas de salarios monetarios para compensar
la inflación no anticipada harían crecer los salarios reales y el desempleo hasta que éste volviese a su nivel
anterior, el “natural”, sólo que ahora con una tasa de inflación superior. De este modo, como resultado de la
política expansiva y la disminución a corto plazo del desempleo, la tasa de inflación habría aumentado para el
nivel “natural” de desempleo. Dicho con otras palabras, sólo cuando una economía se sitúa en la tasa natural de
desempleo la tasa de inflación esperada coincide con la que realmente se experimenta, porque en la medida que
los trabajadores piden subidas salariales para compensar la inflación prevista, al ser está igual a la real no se
producen incrementos en la propia tasa de inflación. Es por ello que a la tasa natural de desempleo se la conoce
también como tasa de desempleo no aceleradora de la inflación (o NAIRU, acrónimo correspondiente a su
denominación en inglés). Obsérvese que, con arreglo a esta hipótesis de funcionamiento de una economía,
podría ocurrir que los reiterados y frustrados intentos para disminuir la tasa de desempleo por debajo de la
“natural” de modo permanente acabaran llevado a una aceleración de la tasa de inflación hasta que ésta
alcanzara un nivel muy elevado. Reducirla obligaría entonces a arbitrar políticas que se tradujesen en que la
tasa de inflación real fuese menor que la esperada por los trabajadores, para que éstos fuesen ajustando a la
baja sus demandas de incrementos salariales compensadores. Ello exigiría de medidas monetarias y fiscales
contractivas que, aumentando el desempleo, hiciesen que la inflación real fuese menor que la esperada,
llevando consigo ulteriores descensos en las tasas de crecimiento tanto de los salarios monetarios como de los
precios en un proceso que acabaría finalmente al alcanzar la tasa natural de desempleo, pero a una tasa de
inflación más baja.
Los resultados empíricos han cuestionado fuertemente este enfoque teórico. La variabilidad observada
en la NAIRU dentro de un mismo país en el curso del tiempo, así como la influencia de muchos factores
institucionales que operan en los procesos de fijación de precios y el modo y la rapidez con que los agentes
ajustan sus expectativas, deja vacía de contenido buena parte de las implicaciones del modelo. Diferentes
países en diferentes períodos observarán diferentes tipos de relación entre las tasas de inflación, sus variaciones
y los movimientos de la tasa de desempleo. Así, por ejemplo, del análisis de la relación entre desempleo e
inflación en las últimas tres décadas, reproducido en el gráfico adjunto para España, se concluye que mientras
que en algunos períodos (de 1977 a 1986) se observa un curva de Phillips de “libro de texto”, en otros (1997-
2002) la relación es prácticamente horizontal, lo que limita de forma importante la utilidad de la curva de
Phillips para la predicción y gestión económica.
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D
deflación proceso de reducción generalizada de precios (no confundir con desinflación que es una
reducción de la tasa de inflación, pero en un contexto de aumento de precios). La deflación puede obedecer a
dos causas distintas. Por un lado los precios pueden caer como resultado de un crecimiento generalizado de la
productividad, como ocurriera en Estados Unidos en el último tercio del siglo XIX, fruto de la introducción
de nuevas tecnologías en la industria y los transportes. Este tipo de deflación no es negativo pues los costes
disminuyen a la par que los precios, es más, la reducción de los costes fruto del aumento de la productividad es
lo que da lugar a la caída de precios. La otra fuente de deflación es la asociada a situaciones de recesión, falta
de demanda efectiva y exceso de capacidad productiva. Las consecuencias de este tipo de deflación son, en
principio, mucho más perniciosas ya que: (1) las empresas, que se enfrentan con costes salariales más rígidos,
ven reducida su rentabilidad y retrasan sus planes de inversión, profundizando la caída de demanda, (2) los
consumidores posponen sus compras (esperando una mayor caída de precios) con el mismo efecto negativo
sobre la demanda, y (3) aumenta el valor real de la deuda, lo que puede provocar una ola de quiebras y
problemas en el sector financiero por aumento de la morosidad (véase deflación de deuda). Al mismo tiempo,
los agentes económicos, al menos en la actualidad, están peor preparados para enfrentarse a situaciones de
deflación que de inflación, fenómeno que ha marcado la actualidad económica durante el último cuarto del
siglo XX. Así, en situaciones de deflación los estados pierden una de sus herramientas de política económica,
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la política monetaria, ya que el tipo de interés nominal no puede ser negativo (véase trampa de la liquidez).
En la última década Japón ha experimentado una situación técnica de deflación, con caídas en el índice de
precios de alrededor de un 1% anual. La deflación puede, sin embargo, tener un efecto positivo en caso de
recesión si los anteriores efectos negativos resultan más que compensados por el llamado efecto riqueza.

deflación de deuda (efecto Fisher) para el economista americano Irving Fisher (1867-1947), la solución
deflacionista ante una recesión abogada por Arthur C. Pigou, (1877-1959) -véase efecto riqueza- era
enteramente contraproducente. La razón estriba en que para Fisher la dirección e intensidad del efecto riqueza
dependía no sólo del valor de la riqueza externa sino también del de la interna. Sin embargo, a la hora de
calcular el efecto riqueza tal y como lo define Pigou no se tiene en cuenta la riqueza interna (los títulos de
deuda en manos privados que se corresponden a deudas de otros agentes privados) en la medida que se supone
que las variaciones en su valor no tiene efectos macroeconómicos. Esto es, se asume que en una deflación el
aumento en el valor de su riqueza que experimentan los acreedores se compensaría exactamente con el
aumento en el peso de sus deudas que simultáneamente experimentarían los deudores. Sin embargo, Fisher
estimó que la población no se distribuía aleatoriamente entre deudores y acreedores, sino que los primeros lo
son porque tienen una propensión a gastar más alta (son empresas o consumidores con menor aversión al
riesgo, familias jóvenes) que la de los segundos, de modo que si los precios caen, el servicio de su deuda les
quitaría una parte mayor de sus rentas y sus márgenes de solvencia disminuirían, lo que les incapacitaría para
obtener nuevos prestamos. Ello provocaría un aumento de las quiebras y suspensiones de pagos e intentos de
restaurar la estructura financiera mediante el aumento en el ahorro, todo lo cual puede más que compensar el
aumento en el valor de la riqueza que experimentan los acreedores. Si a ello se suma la propensión diferencial
al gasto de deudores y acreedores (menor en este último colectivo) se tendrá que como consecuencia de la
deflación es perfectamente posible que el efecto riqueza interna negativo vía Fisher más que compense el
efecto riqueza externa positivo vía Pigou. Por contra, los efectos de una reflación, esto es, un aumento de los
precios y salarios, serían los opuestos: disminución de la carga de la deuda que estimula la demanda agregada
de los deudores en mayor medida de lo que desestimula la demanda agregada de los acreedores.

deflactar el aumento de valor de una variable monetaria agregada a lo largo de un determinado periodo de
tiempo, por ejemplo el PIB, obedece a dos fenómenos distintos: el aumento de las cantidades producidas (o
crecimiento real) y el aumento de sus precios (o crecimiento nominal). A la hora de evaluar el comportamiento
de un país, un sector o una empresa es interesante diferenciar qué parte del crecimiento obedece a un aumento
de los precios y qué parte a un aumento de la producción. Eso es precisamente en lo que consiste deflactar una
variable: descontar el efecto que puede haber tenido sobre su temporal el cambio en los precios. La variable
deflactada será la resultante de efectuar la siguiente operación:

Variable real (año t) = Variable monetaria (año t) . [precios (año base) / precios(año t)]
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Siendo el año base el año que tomamos como referencia o punto de partida. Según cual sea la variable que
estemos deflactando interesará escoger un índice de precios distinto. Si es el PIB, interesa utilizar el llamado
deflactor del PIB, o índice de precios agregado para toda la economía, si es el consumo, el IPC , etc.

demanda desde una perspectiva microeconómica la demanda es el deseo de un bien o servicio que está
respaldado por la disposición a pagar por el mismo. En ausencia de esa disposición y capacidad de pago, el
mercado es sordo a los posibles deseos de los individuos: esto es, el mercado sólo conoce de aquellas
necesidades respaldadas por dinero. La demanda de un individuo de un bien o servicio depende, además de sus
preferencias, de distintos factores, siendo los más importantes el precio del bien, su renta disponible y el
precio de otros bienes sustitutivos y complementarios. Aunque no se puede olvidar aquí la presencia de otros
elementos como el consumo o la producción que hacen otros individuos (véase economías de red y
externalidades) o las expectativas. Si suponemos que todos los factores excepto el propio precio permanecen
constantes, se habla de curva de demanda del bien, que se puede definir como el conjunto de precios máximos
que está dispuesto a pagar un consumidor por las distintas cantidades o paquetes de un bien. Esta curva, de
modo general, se puede representar como decreciente con respecto del precio, de tal forma que cuando mayor
sea el precio menor será la cantidad demandada del producto. Detrás de esta relación negativa entre precio y
cantidad demandada se encuentra el supuesto de que los consumidores son racionales y tratan de maximizar la
utilidad que obtienen de los bienes de consumo. Puesto que su renta es limitada, tienen que distribuirla entre
los distintos bienes y servicios que ofertan las empresas de la mejor manera posible. El consumidor habrá
optimizado su comportamiento cuando haya utilizado su renta de forma que la última unidad monetaria gastada
en cada uno de los bienes le reporte la misma satisfacción. A esta condición se la conoce como la “ley de las
utilidades marginales ponderadas”. Otra manera de expresar esta misma condición de optimalidad es decir que,
en el equilibrio, el consumidor iguala la tasa a la que puede cambiar un bien por otro en el mercado (es decir su
precio relativo) con la tasa a la que estaría dispuesto a hacerlo, es decir, la relación marginal de sustitución
entre esos bienes en la curva de indiferencia más elevada a la que puede optar dado su nivel de renta. El
movimiento a lo largo de una curva de demanda ante una variación del precio, o efecto precio total, se puede
descomponer en dos subefectos: el efecto sustitución y el efecto renta. Dependiendo de los distintos tipos de
bienes así será la importancia relativa de uno y otro efecto, que a su vez determinará la dirección del cambio en
la cantidad demandada ante una variación del precio. Para todos los bienes normales y para la mayoría de los
bienes inferiores el efecto precio total será no positivo, es decir el aumento del precio nunca generará un
aumento en la cantidad demandada.
La curva de demanda de mercado de un bien privado se construye mediante la suma horizontal de las
curvas de demanda individuales, es decir, sumando para cada precio la cantidad demandada que compraría
cada consumidor. Dado que cada curva de demanda individual depende de la renta del individuo, la curva de
demanda de mercado normalmente dependerá de la distribución personal de la renta. Ello se traduce en que, en
el caso de la demanda de mercado, no esta lógicamente garantizada para todos los casos la antedicha relación
decreciente entre precio y cantidad. Tal cosa sucede si las alteraciones en el precio de un bien van asociadas a
modificaciones importantes en la distribución personal de la renta. Por ejemplo, una caída en el precio de uno
de los llamados bienes-salario (aquellos consumidos fundamentalmente por los trabajadores) derivada de una
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reducción de los salarios y la correspondiente caída de los costes de producción, puede estar asociada a una
caída de su demanda si la reducción de los salarios afecta de forma significativa la capacidad de compra de los
trabajadores, precisamente los que demandan dicho bien-salario.
Lo anterior se aplica fundamentalmente a los bienes de carácter privado. Para el caso de los bienes
públicos puros la curva de demanda se construye sumando verticalmente las curvas de demanda individuales
(véase adicionalmente excedente del consumidor, eficiencia).

demanda agregada desde una perspectiva macroeconómica, la función de demanda agregada recoge las
combinaciones de precios y producción agregada en una economía que se corresponden con posiciones de
equilibrio tanto en el sector real como en el monetario, esto es, con igualdad entre la demanda efectiva y la
producción por un lado, y la oferta y demanda de dinero por otro. La función de demanda agregada
normalmente tiene pendiente negativa, recogiendo por lo tanto una relación de tipo inverso entre precios y
producción.
La forma más simple de relación de demanda agregada es la que se deriva del tratamiento de la
escuela monetarista a la ecuación cuantitativa del dinero. Si, como hace esta escuela, suponemos que la
velocidad de circulación del dinero, V, es constante, entonces se tiene que: P = (M.V)/Y, donde P es el nivel de
precios e Y la producción agregada. Es decir, que para cada nivel de la oferta monetaria habría una relación
decreciente en forma de hipérbola equilátera entre el nivel de precios y el nivel de producción. Una caída en el
nivel de precios llevaría de forma directa e inmediata a un incremento en la demanda de bienes y servicios a
través del mecanismo de transmisión del llamado efecto riqueza.
Una forma más general de entender la relación inversa entre precios y producción agregada, que tiene
sus orígenes en el pensamiento de la escuela keynesiana, parte de que la velocidad de circulación del dinero no
es constante, de modo que el mecanismo de transmisión del aumento de liquidez asociado a una caída en el
precio toma un camino más indirecto. La lógica detrás de esa relación es la siguiente: (1) cuanto menor sea el
precio, mayor será la liquidez del sistema, o sea que dada una oferta monetaria mayor será la cantidad de
dinero existente en términos reales, con lo que menor será el tipo de interés. Este menor tipo de interés tendrá
un efecto positivo sobre la demanda, tanto de inversión como de consumo de bienes duraderos (automóviles,
etc.) cuya compra en gran parte se financia mediante créditos, y por lo tanto se ve afectada por el tipo de
interés; (2) cuanto menor sea el precio mayores serán las exportaciones y menores las importaciones, con lo
que mayor será la demanda efectiva y la producción agregada; (3) un precio más bajo hace, en principio que
los individuos se sientan más ricos y aumenten tanto su consumo como su inversión (véase efecto riqueza,
pero también deflación de deuda). De lo anterior se deduce que cuanto menos sensibles sean exportaciones e
importaciones al precio y la inversión y el consumo duradero al tipo de interés, o menor el efecto riqueza, más
pendiente tendrá la función de demanda agregada, que llegaría a ser vertical (el nivel de precios no influiría en
la producción agregada) si los precios no afectaran al sector exterior y el tipo de interés no afectara a la
inversión y al consumo duradero. Por su parte, los aumentos en el gasto público y transferencias o la reducción
de los impuestos, afectarán a la demanda efectiva (al alza), desplazándola a la derecha para cada nivel de
precios. Lo mismo ocurrirá con cambios en la demanda exterior no provocados por variaciones en los precios.
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Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

↑Gasto ↑Transferencias ↓ Impuestos

Demanda agregada

demanda de dinero el dinero es un activo que se caracteriza por su liquidez por un lado, y por su escasa o
nula rentabilidad, por otro; por lo que es de esperar que a la hora de decidir qué parte de su riqueza quieren
mantener en forma de dinero los agentes económicos ponderen sus ventajas como activo líquido frente a sus
desventajas frente a otros activos –bonos, acciones, capital físico, etc.- que, a diferencia del dinero, dan lugar a
un flujo positivo de rendimientos. A partir de la obra de Keynes se considera que los agentes económicos
demandan dinero por tres razones distintas: a) para disponer de un medio de pago con el que realizar compras
en el mercado –demanda por motivo transacción-, b) para protegerse con respecto a posibles imprevistos –
demanda por motivo precaución-, y c) para poder contar con liquidez cuando llegue un buen momento para
comprar activos financieros –demanda por motivo especulación. Según el primero motivo, la demanda de
dinero, por parte de los agentes económicos, será mayor cuanto mayor sean los precios y sus renta monetaria,
menor la periodicidad de las transacciones que realizan (pues eso les exigirá necesitar de una menor cantidad
media de dinero en metálico o en la cuenta corriente para pagar sus compras), menor el coste de convertir un
activos menos líquidos en líquidos (como son los costes de transacción asociados a sacar dinero de una cuenta
a plazo, o los costes de usar cajeros automáticos, etc.) y menor el coste de oportunidad de tener la riqueza en
forma monetaria, es decir, el tipo de interés. En consecuencia, a nivel agregado, la demanda de dinero por
motivo transacción dependerá del nivel de precios y del nivel de producción, y del marco institucional que
adopte el sistema financiero a la hora de permitir la fácil conversión a dinero de las formas menos líquidas de
la riqueza. En cuanto al motivo precaución parece claro que la demanda de dinero será mayor cuanto mayores
sean la incertidumbre con respecto a lo que pueda acontecer y la aversión al riesgo de encontrase en una
situación de falta de liquidez de los sujetos. En lo que se refiere a la demanda por motivo especulación, si la
rentabilidad de los activos financieros, por ejemplo, de unos bonos, expresada por el tipo de interés, resultase
ser anormalmente baja respecto a la prevista (o, lo que es lo mismo, si el precio de estos bonos fuesen
demasiado elevados sobre su nivel esperado) cabe esperar que los agentes retrasen el momento de la compra de
tales activos, esperando a que suba su remuneración (o a que baje su precio), por lo que la demanda de dinero
por motivo especulación será alta, ya que los individuos preferirán tener una mayor proporción de su riqueza
en dinero para así contar con la liquidez necesaria para comprar activos cuando suba el tipo de interés. Si no lo
hicieran así y, por ejemplo, compraran los bonos que ofrecen un bajo tipo de interés, llevados por la idea de
que más vale un rendimiento por inesperadamente bajo que sea –el de los bonos- que nulo –el del dinero-,
cuando en el futuro subiera el tipo de interés se encontrarían con que tienen su riqueza colocada en activos de
bajo rendimiento y no contarían con la liquidez necesaria para comprar unos bonos ahora más rentables. En
Conceptos de Economía -versión web- 100
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

conjunto pues, según este planteamiento, que se identifica con la visión keynesiana del funcionamiento de la
economía, la demanda de dinero aumentará cuando aumente el nivel de renta y caiga el tipo de interés,
mientras que se reducirá en situación de recesión y tipo de interés elevado.
Desde una posición alternativa, identificada con el monetarismo y con la obra de Milton Friedman,
hay que entender la demanda de dinero dentro de un enfoque general sobre la decisión de repartir la riqueza en
sus diferentes colocaciones. La demanda de dinero depende entonces, positivamente, de la renta permanente,
que se puede entender como la renta esperada a largo plazo, esto es, aquella no sujeta a incertidumbre y con la
que el sujeto piensa que puede contar, y, negativamente, de la rentabilidad esperada de los bonos y de otros
activos financieros y reales así como de la inflación esperada, ya que cuanto menor sea la rentabilidad
esperada de los activos financieros y reales menor será el coste de oportunidad de mantener dinero en forma
líquida, igual que cuanto mayor sea la inflación esperada mayor será la pérdida futura de valor del dinero. Este
elemento, distintivo del análisis de Friedman, significa que en el caso de esperar inflación los agentes
económicos sustituirían dinero por activos financieros y reales (casas, terrenos, etc.) como forma de protegerse
ante sus efectos. Para Friedman, en la medida en que los shocks temporales no afectan a la renta permanente, la
demanda de dinero será relativamente estable a lo largo del ciclo.

demanda efectiva demanda total real de los bienes y servicios que produce una economía. A diferencia de lo
que se conoce como demanda nocional o tentativa, que es el plan de demanda que los agentes económicos les
gustaría realizar ante los diferentes precios, la demanda efectiva es la que realmente se hace en el mercado, es
decir, la demanda respaldada por dinero. La demanda efectiva, DE de un país está formada por el gasto en
bienes de consumo que realizan los consumidores, C, la demanda que proviene del sector público, G, la que
realizan las empresas en forma de gastos de inversión, I, y la demanda que el resto del mundo hace de bienes y
servicios producidos en el país o exportaciones, X. Puesto que parte del gasto en consumo, en inversión y en
gasto público puede dirigirse a la compra de bienes y servicios producidos en el exterior, para determinar la
demanda efectiva de lo producido internamente en un país a la suma de los gastos en consumo, inversión, y
gasto proveniente del exterior en forma de exportaciones hay que restarle las importaciones realizadas:
DE = C + I + G + X – M
Los distintos componentes de la demanda efectiva se diferencian no sólo por cuál sea el agente económico que
la realiza: las unidades domésticas en el caso del consumo, las empresas en el caso de la inversión, las
administraciones públicas en el caso del gasto público, los tres en el caso de las importaciones y, por último,
los agentes económicos extranjeros en el caso de las exportaciones, sino también por su comportamiento más o
menos estable a lo largo del tiempo así como en las variables que los determinan. Así, entre los distintos
componentes de la demanda, tanto el consumo como el gasto público tienen un comportamiento esencialmente
estable. Las importaciones y exportaciones a su vez dependen en gran medida de los niveles de renta de un
país y de los del resto del mundo respectivamente, y salvo cambios importantes en los precios relativos o el
tipo de cambio, no suelen tener variaciones bruscas. Sin embargo, la inversión, al depender de modo muy
importante de las expectativas de las empresas destaca por su inestabilidad e imprevisibilidad, convirtiéndose
frecuentemente en la variable determinante de la evolución de la demanda efectiva a través del multiplicador.
Conceptos de Economía -versión web- 101
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

La anterior es la perspectiva que defiende la escuela keynesiana, para la cual la demanda efectiva es
la variable clave en macroeconomía, puesto que su volumen determina el nivel de producción agregado en la
medida en que las empresas ajustan sus niveles de producción, y por tanto su demanda de factores de
producción, al nivel de demanda efectiva que realmente reciben y a sus expectativas sobre su evolución. Desde
esta perspectiva, la demanda efectiva es una variable que no siempre alcanzará el volumen necesario para
garantizar el pleno empleo de los recursos de capital y trabajo de una economía. Sería posible, en
consecuencia, que una economía se encontrase en situaciones de equilibrio macroeconómico subóptimo, en
donde la demanda efectiva y el nivel de producción a que da lugar fuese inferior al necesario para garantizar la
plena utilización de los recursos disponibles. Ello se debería a expectativas muy negativas que desincentivasen
la inversión o a una distribución de la renta muy desigual que actuase como freno al consumo agregado. Este
tipo de situaciones exigiría la puesta en marcha de medidas de política económica que, alterando el nivel de
demanda efectiva, permitan la consecución de un equilibrio más cercano al pleno empleo. Para esta escuela, en
caso de insuficiencia de demanda efectiva, el desempleo involuntario de recursos no genera por sí sólo las
fuerzas económicas necesarias para que se alcance un equilibrio con plena ocupación, debido
fundamentalmente a que la inversión depende de las expectativas de demanda futura, y en una situación de
recesión difícilmente ésta será halagüeña. Ello explica que una de las formas de luchar contra una recesión sea
el aumento del gasto público, en la confianza de que al aumentar por esta vía la demanda efectiva, aumente
también la producción (véase política fiscal), o la puesta en marcha de medidas de política monetaria o de
rentas con la misma finalidad.
Frente a este punto de vista se podría pensar que, ante una caída de la demanda efectiva o una
insuficiencia de la misma de modo que ya no se alcanzase el pleno empleo de los recursos, las empresas
podrían reaccionar ajustando a la baja los precios de modo que ello generase la demanda efectiva necesaria
para alcanzar un equilibrio con pleno empleo. Y si no lo hacen es porque no se estaría dejando actuar de forma
flexible a los mercados. Tal es el punto de vista que mantiene la escuela alternativa a la keynesiana, la
neoclásica. Desde su perspectiva, la relación entre demanda efectiva y producción se invierte ya que, para esta
escuela, tal y como recoge la ley de Say, el mero hecho de producir genera a nivel agregado la demanda
efectiva necesaria para absorber lo producido. De esta forma, en el caso de hallarse una economía en una
situación de equilibrio macroeconómico subóptimo, esto es, con unos niveles de producción agregada
inferiores a los necesarios para emplear a todos los oferentes de trabajo, ello se debe a que los salarios reales
son superiores a los de pleno empleo con lo que bastaría con que los salarios monetarios se ajustaran a la
baja, haciendo más atractivo para las empresas la contratación de los trabajadores hasta entonces
desempleados. La caída en los salarios llevaría a una caída en los precios de los bienes que, a su vez,
estimularía los niveles de consumo y de inversión por dos mecanismos: la caída en los tipos de interés y el
efecto riqueza. Así pues las situaciones de desequilibrio se resolverían automáticamente mediante ajustes en
el mercado de trabajo, sin necesidad de que el sector público tuviera que poner en marcha medida alguna de
política económica expansiva. De forma que, de no producirse tal corrección, la causa estaría en el mal
funcionamiento del mercado de trabajo y no en la falta de demanda efectiva. Para esta escuela, por lo tanto, la
demanda efectiva sería un concepto de mucha menor trascendencia teórica.
Conceptos de Economía -versión web- 102
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

Al margen de los debates académicos, parece fuera de dudas que, a corto plazo, los ajustes
macroeconómicos tienden a ser vía cantidades en mucha mayor medida que vía precios por ser estos mucho
más inflexibles, por lo que la perspectiva keynesiana acerca de la demanda efectiva parece mucho más
relevante que la neoclásica (si bien en la actualidad se arguye por parte de los defensores de esta última que la
globalización y la revolución de la tecnología de las comunicaciones está haciendo mucho en la dirección de
flexibilizar los precios). A largo plazo, sin embargo, el debate permanece abierto. Puede ser que dejándoles el
tiempo suficiente, los mercados se ajusten como pronostica el modelo neoclásico de modo que por sí solos
alcancen el equilibrio con pleno empleo de los recursos, pero, por un lado, la opinión despectiva de Keynes
respecto a quienes se encomiendan a unas fuerzas que operarán en el largo plazo expresada en términos de que
“a largo plazo todos estaremos muertos” y que, por tanto, más vale peocuparse por cómo salir de una situación
de desempleo aquí y ahora sigue siendo válida; por otro, la idea de que hay un equilibrio óptimo a largo plazo
al que los mercados llegarán si se les deja funcionar solos no es cierta. (Véase equilibrio general).

dependencia, tasa de indicador demográfico que recoge el número medio de personas no potencialmente
activas (menos de 16 y más de 65) que hay en un país por cada persona potencialmente activa. En algunas
ocasiones este índice se calcula considerando tan sólo la población de más de 65 años. La tasa de dependencia
es un indicador útil para analizar el efecto económico de cambios demográficos, aunque desde un punto de
vista económico es más correcto construir el índice contando en el denominador no toda la población
potencialmente activa, sino los ocupados (índice de dependencia económica), ya que podría muy bien ocurrir
que un país con mayor dependencia demográfica tuviera menor dependencia económica gracias a una mayor
tasa de empleo entre los potencialmente activos. Este indicador ha cobrado últimamente actualidad a propósito
del debate sobre el futuro de las pensiones en un contexto de cambio demográfico caracterizado por aumento
de la longevidad de la población y reducción de la tasa de natalidad (envejecimiento poblacional), lo que
genera un aumento de la tasa de dependencia. Expresado en porcentaje y con respecto a la población con 20-64
años la tasa de dependencia en la UE está prevista que pase de 28,3 % en el año 2000 (28,7 % en España) a 55
% (59,8 %) en el 2040.

dependencia, teoría de la planteada por el economista argentino Raul Prebisch (1901-1985), la teoría de la
dependencia pretende explicar la situación de subdesarrollo de gran parte de los países del mundo acudiendo al
análisis de las relaciones comerciales existentes entre éstos países –periferia- y los países desarrollados –
centro. Según esta teoría, como resultado de las relaciones coloniales y neocoloniales (prácticamente todos los
países subdesarrollados han sido colonias en algún momento no muy lejano de su historia), la periferia se ha
especializado en la producción de bienes primarios poco elaborados que exportan a los países del centro para
su transformación en productos finales, importando de ellos bienes industriales. Esta división internacional del
trabajo resultaría perjudicial para la periferia por dos razones: (1) el mercado de bienes primarios sería un
mercado relativamente competitivo, donde las ganancias de productividad se trasladarían a precios más bajos,
mientras que el mercado de bienes industriales estaría dominado por grandes empresas y las ganancias de
productividad se trasladarían a salarios y/o beneficios, (2) los bienes primarios son bienes cuya demanda
aumenta muy poco con los aumentos de renta (véase elasticidad renta) lo que condena a la periferia a
Conceptos de Economía -versión web- 103
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

especializarse en mercados de escaso crecimiento. La suma de los dos efectos, explicaría que la relación real
de intercambio definida como el precio de los bienes primarios con respecto al precio de los bienes
industriales manifestara una tendencia decreciente a largo plazo, esto es que los países de la periferia tuvieran
que exportar cada vez más unidades de bienes primarios para importar una unidad de los bienes transformados
producidos por el centro. El análisis del comportamiento de la relación real de intercambio parece confirmar la
existencia de esa tendencia decreciente, por lo menos para grandes períodos históricos (véase también
globalización y ley de Thirlwall).

desarrollo aunque no es infrecuente asociar el desarrollo con el aumento de la producción de bienes y


servicios de un país, tal y como la recoge el PIB per capita, en la actualidad existe consenso en que el
desarrollo es algo más que el mero crecimiento económico. Siguiendo a dos premios Nobel de Economía tan
distantes en el tiempo como Amartya Sen (1998) y Arthur Lewis (1979), el propósito del desarrollo sería
mejorar la vida de las personas aumentando el rango de cosas que una persona pueda ser y hacer, sus opciones
vitales. Desde esta aproximación el desarrollo significa remover los obstáculos, como el analfabetismo, la
enfermedad, la falta de recursos materiales o libertades políticas que limitan las posibilidades de los individuos
(véase Índice de Desarrollo Humano). Esta definición de desarrollo llama la atención sobre las limitaciones
de las estrategias de desarrollo basadas en el mero aumento del PIB –en sociedades de renta alta- ya que,
aunque el crecimiento de la producción de bienes y servicios actúe favorablemente sobre el desarrollo al
resolver carencias materiales puede, sin embargo, tener otros efectos negativos sobre el bienestar de las
personas como la falta de tiempo o el aumento del estrés que actúen limitando y no aumentando las opciones
vitales de los individuos. Esa es la conclusión que se obtiene de numerosos estudios existentes que investigan
cuál es la relación existente entre el crecimiento del PIB y el nivel de bienestar definido de forma amplia para
tener en cuenta no sólo la evolución de la producción material sino su distribución, el tiempo de ocio, la
seguridad, etc. Estos trabajos coinciden en todos los casos, independientemente de la metodología utilizada, en
que el crecimiento del bienestar es sensiblemente inferior al crecimiento del PIB, indicando la existencia de
cierto nivel de renta a partir del cual se agota la contribución del crecimiento del PIB al desarrollo (véase
economía de la felicidad).
En todo caso, a comienzos del siglo XXI una parte importante de la población de la Tierra se
encuentra todavía con unos niveles de renta muy por debajo de aquellos a partir de los cuales se reduciría la
contribución del crecimiento del PIB al desarrollo. Así, el 40 % de la población del planeta tienen una renta per
capita en paridad de poder adquisitivo de poco menos de 2.200 $, lo que supone el 12 % de la renta mundial,
mientras el 15,6 % de la población de los países más ricos, con una renta per capita de 26.650 $, tiene el 56 %
de la renta mundial.
La llamada Economía del Desarrollo, ED, ha seguido un comportamiento que podemos calificar de
errático en lo que se refiere a su interpretación de las claves del desarrollo económico. La ED moderna nace en
la década de los años 50 del pasado siglo, coincidiendo con el fin del colonialismo y el nacimiento de multitud
de países que se enfrentan por primera vez al reto del desarrollo. En esta primera etapa hay coincidencia en una
lectura del subdesarrollo como un proceso de causación circular acumulativa del tipo: baja productividad ⇒
baja renta ⇒ baja tasa de ahorro ⇒ baja tasa de inversión ⇒ baja productividad, y en señalar a la inversión
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como la variable capaz de romper ese círculo vicioso de la pobreza. Así, W. Arthur Lewis (1915 - 1990),
consideraba necesario pasar de una tasa de inversión del 5 al 12 % para activar el proceso de desarrollo,
mientras que Walt W. Rostow (1916- 2003) estimaba que el “despegue” está asociado a una inversión que
alcance como mínimo el 10 % del PIB. En la medida en que el escaso grado de desarrollo actuaba como freno
a la inversión, se defiende la planificación económica y la sustitución de importaciones (penalización de las
importaciones mediante la aplicación de fuertes aranceles) como vía de generar demanda interna y superar la
más que probable restricción al crecimiento impuesta por el sector exterior (el desarrollo exige la importación
de capital y tecnología que pueden llevar a un saldo comercial negativo que limite sus posibilidades de
crecimiento, véase ley de Thirlwall). Por último, se cuenta con la ayuda exterior y el endeudamiento como
mecanismos para completar la capacidad de ahorro nacional hasta alcanzar las tasas de ahorro necesarias para
financiar los niveles de inversión perseguidos.
Las primeras cautelas sobre la capacidad de la acumulación de capital para explicar el crecimiento de
la economía están asociadas a los cálculos realizados mediante contabilidad del crecimiento, según los cuales
en los países desarrollados la acumulación de capital sería capaz de explicar una parte del crecimiento menor
de la esperada, siendo éste en su mayor parte (del 50 al 75 % según los casos), un residuo sin explicar, o
productividad total de los factores, lo que llevó a algunos autores a señalar que la acumulación de capital no
era una causa fundamental del crecimiento económico si no más bien, una característica importante de este
proceso.
Con la llegada de la década de los 70 la inversión en capital físico cede el testigo como elemento
clave de desarrollo a dos nuevas variables. La primera consiste en la ampliación del concepto de capital para
dar cabida al capital humano, esto es, la educación. La segunda es el resultado del fracaso de muchos de los
programas de industrialización dirigida desde el sector público y el consiguiente reconocimiento de la
necesidad de devolver protagonismo al mercado y permitir que los precios relativos se ajusten a las escaseces
relativas de factores, lo que se traduce en una reducción de la intervención del sector público en la economía
como agente de desarrollo. Empezando por la primera de las variables, parece sensato pensar que la educación
tenga un papel importante en los procesos de desarrollo, y ello no sólo por su función instrumental como
herramienta de crecimiento económico, sino también por su condición de elemento definitorio del propio
desarrollo (véase Índice de Desarrollo Humano). De hecho, el consenso sobre su importancia es tal, que la
universalización de la educación primaria para el año 2015 es uno de los 8 Objetivos de Desarrollo para el
Milenio de las Naciones Unidas. Desde una perspectiva teórica, la educación influye sobre el crecimiento por
tres vías distintas: como factor de producción, como determinante del proceso de adopción de innovaciones y
por los efectos externos positivos asociados a ésta que permiten compensar total o parcialmente los posibles
rendimientos decrecientes generados por la acumulación de factores. Sin embargo, numerosos estudios
econométricos realizados desde entonces, entre ellos uno con el elocuente título de ¿adonde ha ido a para toda
esa educación?, han sido incapaces de confirmar la existencia de una relación clara entre más capital humano y
mayor crecimiento económico. Dejando al margen la posibilidad de que la ausencia de resultados obedezca a
problemas de medición o a cuestiones relacionadas con las técnicas de contrastación utilizadas, existen
algunas hipótesis interesantes que podrían explicar dicha paradoja. Así, es posible que la mala calidad de la
educación haga que el aumento en el número de años de escolarización de la población no repercuta en la
Conceptos de Economía -versión web- 105
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

cantidad de capital humano existente. De igual modo puede ocurrir que la economía sea incapaz de crear
empleos en donde se aplique el mayor capital humano existente, esto es, pueden existir problemas de demanda.
Por último, la existencia de un entorno institucional perverso puede hacer que los ahora más educados se
dediquen a actividades no productivas de búsqueda de rentas. A estos factores se le puede añadir la
posibilidad de que la educación sea, en gran medida, una señal que actúe como filtro a la hora de conseguir los
trabajos mejor remunerados, sin aportar aumentos de productividad tan relevantes como las diferencias
salariales generadas. En ese caso estaríamos ante un bien posicional, lo que explicaría que las sucesivas
adiciones de años de educación no tuvieran grandes efectos sobre el PIB. Una posibilidad respaldada
indirectamente por numerosos estudios que demuestran que la enseñanza primaria es la que tiene un mayor
impacto sobre el crecimiento. En resumen, al igual que pasara con la inversión en capital fijo, si bien la
educación es importante en los procesos de desarrollo, difícilmente puede ser por si sola el factor
desencadenante de dicho proceso. El repaso de estos dos factores parece más bien indicar que el desarrollo
económico, como proceso de cambio sistémico, exige la actuación conjunta y simultánea sobre un conjunto
amplio de variables.
Paralelamente, la crisis económica de los 70 y el “redescubrimiento” del mercado asociado a la
contrarrevolución neoclásica en el mundo de la Economía y la revolución conservadora en el mundo de la
política, pone en marcha un proceso de cuestionamiento de las prioridades defendidas en los años 60 relativas a
la importancia de contar con un Estado fuerte que actuara como impulsor del desarrollo en sustitución de una
iniciativa privada ausente. Liberalización, privatización, reducción del papel del Estado, equilibrio
presupuestario y apertura al exterior se convierten así en las líneas maestras de la política de desarrollo en lo
que se vendría a conocer como Consenso de Washington. Si en los años 50 el Estado era el depositario de las
esperanzas de desarrollo, en los 80 el objetivo pasa a ser la potenciación del mercado, para lo que se entiende
que es suficiente con reducir el peso en la economía de un Estado que se había demostrado incapaz para
generar desarrollo económico. Simultáneamente, se defiende la apertura radical al exterior como forma de
facilitar la entrada de capitales y de bienes y servicios que contribuyan al proceso de desarrollo y, al tiempo,
aumentar los mercados disponibles para los productores nacionales. Aunque el debate sobre el impacto de la
apertura al exterior y la globalización en los países menos desarrollados es todavía un debate abierto, no
exento de pasiones, ya ha transcurrido suficiente tiempo como para poder señalar que la apertura al exterior,
sin más, raramente genera por si sola desarrollo económico. La evidencia existente confirma que los países que
crecen rápido tienden a experimentar aumentos importantes en su tasa de apertura al exterior, pero lo
contrario no parece ser cierto en términos generales. Por último, no se puede hablar sobre apertura y desarrollo
sin mencionar, siquiera brevemente, el fuerte coste en términos de crecimiento y renta per capita perdida que
ha tenido para los países menos desarrollados la liberalización financiera defendida en el Consenso de
Washington y las sucesivas crisis financieras sufridas por éstos (México y América Latina, 1994-5, Asía, Rusia
y Brasil, 1997-8, Argentina, 2001-2) como consecuencia de una apertura financiera que les ha dejado inermes
ante los “cambios de humor” de los mercados financieros internacionales.
Tras la decepción con los resultados en términos de desarrollo derivados de la aplicación del
Consenso de Washington, una decepción global, pero ejemplificada en la llamada “década perdida de América
Latina”, en el hundimiento económico y social de Rusia y en la debacle de la crisis financiera asiática, han
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aparecido nuevas voces que defienden una interpretación menos fundamentalista del mismo y su ampliación
para incorporar aspectos como la creación de redes de protección social, la lucha contra la corrupción, el dar
prioridad a la lucha contra la pobreza, el fortalecimiento de las instituciones públicas, la potenciación del
capital social, etcétera. Un cambio que supone el reconocimiento del papel central que las instituciones tienen
en los procesos de desarrollo y cambio social y por lo tanto la necesidad de fortalecer –y no debilitar- el
Estado, sus instituciones básicas y su capacidad de resolución de conflictos como pieza angular de toda política
de desarrollo. Algo que, sin embargo, es más fácil decir que hacer, ya que frente a otras políticas como la
potenciación de la inversión o la educación, la creación y fortalecimiento de instituciones que faciliten los
procesos de desarrollo es una tarea mucho más compleja.
A modo de resumen, tras medio siglo de ED podemos decir que: (1) el desarrollo no es monocausal,
esto es, no basta con actuar sobre una sola variable para provocarlo, ya sea esta la acumulación de capital, la
educación, la potenciación del sector público o, alternativamente, su desmantelamiento; (2) a la hora de
evaluarlo tampoco basta con utilizar un único criterio; en definitiva, el PIB per capita sólo indica el potencial
de un país para aumentar el bienestar de su población, y no su bienestar efectivo, que dependerá de la
distribución del mismo y de su impacto sobre los distintos aspectos del bienestar humano; la opción a favor de
indicadores compuestos o de baterías de indicadores específicos de uso cada vez más frecuentes, no es sino el
reflejo de este convencimiento; (3) el desarrollo no es un proceso lineal, la historia nos indica que los brotes de
crecimiento puntuales no son excepcionales, lo excepcional y complejo es mantener vivas las condiciones
necesarias para que tales brotes de crecimiento se prolonguen en el tiempo; (4) las experiencias de desarrollo
más exitosas -Mauricio, Botswana, China, Corea del Sur, Taiwán, Irlanda, Singapur, etc.- muestran, por lo
general, que el éxito se debe a una combinación de políticas ortodoxas y heterodoxas; (5) el enfoque de “una
misma política para todos” defendido por instituciones internacionales como el Fondo Monetario
Internacional, es especialmente inapropiado en lo que se refiere a las instituciones sociales. La adopción de
políticas probadas con éxito en otros lugares, exige su adaptación a las restricciones y potencialidades locales.
En definitiva, a comienzos del siglo XXI la inversión, tanto privada como pública, incluyendo inversión en
infraestructuras, junto con la potenciación de la educación, una actuación decidida en materia de sanidad
(principalmente, aunque no sólo, malaria y SIDA) y la apertura al exterior, pero manteniendo capacidad de
modulación de la misma para evitar que la aparición de déficit exterior frene el proceso de desarrollo, aparecen
como elementos clave de éste. La diferencia sería que ahora se es más consciente de la importancia que tiene
contar con instituciones solventes capaces de sentar las bases para que las actuaciones en los campos anteriores
deriven en desarrollo económico.

desarrollo sostenible el concepto de sostenibilidad empezó a utilizarse en el campo de la gestión forestal


para definir un principio de explotación de bosques caracterizado por limitar la tala de árboles a la capacidad
de reforestación de la empresa maderera. En los años 80 del siglo pasado, y dentro del debate sobre los límites
del crecimiento, el informe Nuestro Futuro Común popularizaría esta idea, aplicada ahora al conjunto de los
ámbitos de actividad económica. Aunque en su origen la idea del desarrollo sostenible se basa en el principio
de justicia intertemporal: considerar el interés de las generaciones futuras, desde la Conferencia de la ONU de
Río de 1992 se incorporan también objetivos de desarrollo de los grupos más desfavorecidos de la Tierra, y por
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lo tanto cuestiones relacionadas con la justicia intrageneracional. En su acepción actual, por lo tanto, el
desarrollo sostenible es una propuesta de mejora global de las condiciones de vida de la población mundial
pero asegurando las mismas oportunidades para las generaciones futuras. Hay dos formas de interpretar este
objetivo. Por un lado, la definición débil de sostenibilidad considera que lo importante es que las generaciones
futuras reciban un stock de capital (incluyendo el capital físico, el humano y el natural) que no sea inferior al
actual, para que sus posibilidades de existencia tampoco sean menores. Lo anterior no exige, por lo tanto, que
se mantenga constante el capital natural, ya que éste podría deteriorase, como resultado de la explotación de los
recursos naturales y de la emisión de contaminantes por encima de la capacidad de reciclaje de la naturaleza,
sin vulnerar el principio de sostenibilidad (débil), siempre que esa reducción del capital natural se compensara
con un amento del capital físico y/o humano. Alternativamente, la definición estricta de sostenibilidad
exigiría que el crecimiento actual no afectara negativamente al capital natural, de forma que las generaciones
futuras pudieran contar, al menos, con el stock de capital natural del que disfruta la generación actual. Ello
significa que la mejora de las condiciones de vida, el desarrollo, debe hacerse sin alterar el equilibrio
medioambiental.
Una posible forma de medir si una economía se encuentra en una senda de desarrollo sostenible es
estudiar si el mantenimiento del nivel de vida de la población es compatible con la capacidad de regeneración
de la Tierra. Algo que en la actualidad no se cumple, con estimaciones que sitúan en un 20 % la superación de
esa capacidad de sustentación de la Tierra, en el sentido de que haría falta un planeta una quinta parte más
grande, para que el actual impacto de la actividad humana sobre el medio ambiente se situara dentro de las
posibilidades de regeneración, absorción y neutralización del planeta. El desarrollo sostenible significa, por lo
tanto, asumir que el proceso de desarrollo tiene una nueva restricción: la protección de las bases naturales de la
vida, e implica replantearse los modos actuales de crecimiento en los países desarrollados, donde un 20 % de la
población mundial utiliza un 75 % de los recursos minerales y energías fósiles, siendo por lo tanto estos países
los principales responsables del deterioro medioambiental. Estos patrones de consumo son difícilmente
compatibles con el mantenimiento del equilibrio ecológico en un planeta de más de seis mil millones de
habitantes y con la pretensión de mejorar las condiciones de vida de esa mayoría hasta ahora marginada de los
logros del desarrollo. Aunque el concepto de desarrollo sostenible goza de muy buena salud, no se puede decir
lo mismo de su práctica, como demuestra que Estados Unidos, el principal causante del efecto invernadero por
la intensidad de sus emisiones de CO2, haya rechazado firmar el Protocolo de Kyoto de reducción de gases
causantes de dicho efecto (un protocolo que, por otra parte, se queda corto con respecto a los principios de
desarrollo sostenible).

desempleo por desempleo se entiende la infrautilización de los factores productivos disponibles en una
sociedad. Por lo tanto el desempleo puede ser de capital (véase utilización del capital) o de trabajo, aunque
dadas las características especiales que tiene el desempleo de trabajo normalmente el término desempleo se
utiliza para referirse a éste. Los tipos de desempleo son muy variados, pudiéndose hablar de: (a) desempleo
coyuntural cuando éste responde a la existencia de una recesión económica, asociada al comportamiento en
ciclos de la economía. Este tipo de desempleo previsiblemente desaparecería cuando se entrara de nuevo en
una fase de crecimiento. (b) Desempleo friccional cuando éste responde a la incorporación de nuevos
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trabajadores al mercado de trabajo o al movimiento de trabajadores entre empresas y/o sectores. Este tipo de
desempleo, normalmente bajo, existirá siempre en la medida en que las economías de mercado son economías
dinámicas y cambiantes en las que se crean y desaparecen empresas –y por lo tanto puestos de trabajo-
continuamente. (c) Desempleo tecnológico, resultante de la incorporación generalizada de nuevas formas de
producir que necesitan de menos mano de obra por unidad de producto final. (d) Desempleo disfrazado, o
subempleo, cuando los trabajadores tienen una carga de trabajo muy inferior a la que pueden asumir, pero por
las razones que sean las empresas optan por mantenerlos en plantilla. (e) Desempleo estructural, asociado a
una incapacidad global del sistema de generar puestos de trabajo al ritmo requerido para absorber a todos
aquellos que buscan empleo. Detrás del desempleo estructural se encuentran factores de muy distinta
naturaleza que van desde una mala opción a la hora de especializarse en la producción de bienes y servicios en
sectores poco dinámicos, con poco crecimiento o sujetos a alta competencia internacional, la existencia de
divergencias entre los perfiles formativos demandados por las empresas y la formación de los trabajadores, una
regulación laboral que encarece y/o dificulta la contratación, elevando artificialmente el salario de reserva
(véase búsqueda y seguro de desempleo) o unos salarios elevados con respecto a la productividad de los
trabajadores, esto es, a su aportación a la producción.
A riesgo de simplificar en exceso se puede decir que existen dos grandes visiones de las causas
últimas del desempleo coyuntural y estructural. Por un lado, la visión más tradicional considera que el
mercado de trabajo es como cualquier otro mercado, de forma que si existe desempleo es porque el precio –
en este caso, el salario- es demasiado elevado. Igual que cuando hay un exceso de tomates en el mercado la
forma de darles salida es mediante una bajada de su precio, este enfoque defiende que el desempleo se resuelve
mediante la reducción del salario. Alternativamente están aquellos que consideran que el mercado de trabajo es
un mercado distinto de los demás, aunque sólo sea porque lo que compra el empresario no es trabajo sino
capacidad de trabajo, de forma que el resultado final de la contratación de un trabajador depende, en gran parte,
de su disposición a trabajar (véase salario de eficiencia). Igualmente, el ser humano, a diferencia de los bienes
y servicios que se intercambian en los mercados normales, no se produce para el mercado, para trabajar, de
forma que los mecanismos de ajuste existentes en otros mercados no funcionarán en éste. Por último, en la
medida en que los individuos viven en su mayoría de las rentas del trabajo, lo que ocurra en este mercado
tendrá implicaciones importantes en términos de bienestar, algo que no pasa en el mercado de hortalizas. Por
otra parte, y puesto que los trabajadores son también consumidores, la lucha contra el desempleo mediante la
reducción salarial, además de problemas de índole distributivo puede tener implicaciones negativas para el
conjunto de la economía al provocar una caída de la demanda efectiva. Desde esta óptica, la generación de
demanda efectiva –ya sea mediante una política monetaria o fiscal expansiva- o mediante el apoyo a aquellos
sectores más dinámicos y capaces de ofrecer un mayor número de puestos de trabajo en el futuro, se convierte
en el eje central de lucha contra el desempleo, más allá del mero ajuste de los salarios a la baja.
La observación de los resultados en términos de tasa de desempleo alcanzados en distintos países
europeos y en Estados Unidos pone de manifiesto que hay múltiples vías de lucha contra el desempleo. Así,
países tan distintos en sus opciones de política económica como Dinamarca, Suecia, Austria, Irlanda o Estados
Unidos han sido capaces de alcanzar el pleno empleo en la segunda mitad de los 90. Unos, como Estados
Unidos basándose en la flexibilidad salarial y la casi nula intervención pública en el mercado de trabajo –junto
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con la estimulación de la demanda efectiva tanto fiscal como monetariamente cuando ha sido necesario-, otros
como Dinamarca o Suecia, compaginando altos niveles de protección social, gasto público y salarios elevados
con una economía dinámica basada en la asunción de riesgos y la explotación de nuevas tecnologías, y otros,
como los Países Bajos, potenciando la contratación a tiempo parcial en un contexto de flexibilidad que permite
a los trabajadores alternar el trabajo a tiempo completo y a tiempo parcial según sus intereses vitales.
Una forma de ordenar las distintas estrategias de lucha contra el desempleo es mediante la siguiente
tautología, que recoge la relación existente entre los cambios en la tasa de ocupación (definida como 1 – tasa
de desempleo), e, y los cambios en la demanda efectiva, Y, la productividad por persona ocupada, π, la jornada
laboral, j, la tasa de actividad, a, y la población potencialmente activa, N:
. . . . . .
e=Y–π–j–a–N

Esta identidad indica que, caeteris páribus, la tasa de empleo aumentará cuando el crecimiento de la demanda
efectiva y producción, Y, sea mayor que la suma de los aumentos de la productividad, la jornada laboral, la
tasa de actividad o la población potencialmente activa. Por ejemplo, si la demanda aumenta en un 3% y la
productividad aumenta también en un 3 %, resultará que no hace falta contratar a más trabajadores para
producir ese 3 % más de bienes y servicios, ya que la mayor productividad de los trabajadores contratados
permitirá aumentar la producción sin un incremento de la mano de obra. Lo mismo ocurriría si, a igualdad de
productividad, aumenta la jornada de trabajo en un 3 %, ya que ahora los mismos trabajadores, trabajando más
horas serían capaces de aportar ese 3 % más de bienes y servicios demandados.
Según la expresión anterior, por lo tanto, se puede aumentar la tasa de ocupación, o lo que es lo
mismo, reducir la tasa de desempleo, de las siguientes formas: (1) Consiguiendo aumentos mayores de la
demanda efectiva, esto es, actuando sobre Y. Ese es el caso de Irlanda, con un crecimiento anual medio del PIB
en la década de los 90 del 7,3 %. (2) Potenciando el crecimiento de sectores de baja productividad muy
intensivos en mano de obra. El resultado de este tipo de estrategia será que el crecimiento del PIB se traducirá
en un alto crecimiento del empleo (véase ley de Okun). Esta ha sido, por ejemplo, la estrategia de Estados
Unidos previa a la “revolución” de las tecnologías de la información y las comunicaciones. Esta opción de
política económica exige tener un mercado de trabajo poco regulado y escasa intervención en materia de
política social de forma que los trabajadores tengan pocas opciones a la hora de rechazar trabajos de baja
cualificación y bajos salarios –precisamente los asociados a una baja productividad. (3) Reduciendo la jornada
laboral media, de forma que la misma carga de trabajo, al repartirse entre más trabajadores, de lugar a una tasa
de empleo más elevada. Esta estrategia de lucha contra el desempleo puede adoptar dos planteamientos
distintos. Por un lado se puede potenciar el trabajo a tiempo parcial, como se ha hecho en los Países Bajos
donde el 35 % de la población ocupada trabaja a tiempo parcial. Alternativamente, como se ha intentado hacer
en Francia, se puede reducir por ley la jornada laboral – semana de 35 horas-, con un menor efecto en este caso
sobre la tasa de empleo ya que la reducción de la jornada laboral habitualmente genera cambios en la
organización del trabajo y aumentos de la productividad que absorben parte del impacto de la caída de la
jornada sobre el empleo (4) En cuarto lugar, se puede actuar sobre la tasa de actividad a la baja, de forma que
el mismo nivel de empleo, sobre una población activa menor, arroje una menor tasa de desempleo. Aunque la
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reducción de la tasa de actividad no es una opción de política de empleo –de hecho el objetivo de la UE es
justo el contrario, aumentarla-, ocasionalmente, en situación de recesión muchos países recurren a la jubilación
anticipada como forma de luchar contra el aumento del desempleo, una política que significa reducir la tasa de
actividad. Por último, ya fuera de las opciones de política económica, la reducción de la población
potencialmente activa, resultado del proceso de envejecimiento de la población o de la existencia de
emigración masiva, repercutirá positivamente sobre la tasa de ocupación, en esta ocasión, al igual que en el
caso anterior, no porque haya más ocupados, sino por haber menos población activa.

desempleo, tasa población de 16 o más años que queriendo trabajar y estando activamente buscando trabajo
no lo encuentra, esto es, los desempleados, dividida por la población de ese rango de edad que está trabajando
o buscando trabajo (población activa). Existen dos formas estimar el número de desempleados, la primera es
utilizando un registro administrativo – en España los datos de Paro Registrado elaborados por el INEM,
www.inem.es-, que recoge aquellos que no teniendo trabajo y no estando desarrollando otra actividad como
estudios, por ejemplo, se acercan a una oficina de empleo a inscribirse como desempleados. La segunda fuente,
más correcta pues en ella no interviene los incentivos que tenga el sujeto desempleado para inscribirse como
tal, es mediante la realización de una encuesta representativa –Encuesta de Población Activa, en España:
www.ine.es-, en donde se pregunta a las unidades familiares (unas 65.000), su situación laboral, considerando
desempleado a aquellos no hayan trabajado en la semana de referencia, estén disponibles para trabajar y estén
buscando activamente trabajo. Alternativamente, ocupados se consideran a todos aquellos de 16 o más años
que durante la semana de referencia han estado trabajando durante al menos una hora, a cambio de una
retribución en dinero o especie.

desigualdad normalmente referida a la renta o los ingresos de las personas de un país o región -aunque
aplicable a otros indicadores como riqueza, acceso a salud, acceso a nuevas tecnologías, etc.- por desigualdad
se entiende la distancia existente entre una distribución perfectamente igualitaria de la variable en cuestión, la
renta, por ejemplo, y la distribución realmente existente en un momento dado. Hay distintos indicadores
sintéticos que miden el grado de desigualdad. Uno de los más utilizados es el Índice de Gini, que toma valores
entre 0 y 1 siendo 0 la igualdad total (todos los individuos tienen la misma renta) y 1 la desigualdad completa
(un individuo tienen toda la renta). En el cuadro adjunto se puede ver la diversidad de resultados distributivos,
incluso entre países de un mismo entorno económico, existentes en el mundo a finales de la década de los 90,:

Índice de Gini Índice de Gini

Suecia 0,22 España 0,33


Dinamarca 0,23 Grecia 0,34
Bélgica 0,28 Portugal 0,37
Austria 0,26 Marruecos 0,39
Alemania 0,28 Estados Unidos 0,42
Países Bajos 0,29 Federación Rusa 0,49
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Indonesia 0,32 Chile 0,56


Reino Unido 0,33 Sudáfrica 0,58
Italia 0,33 Brasil 0,67

Este indicador, como otros muchos, parte de un concepto relativo de desigualdad, según el cual lo
importante no es la distancia absoluta de renta existente entre las personas, sino su participación relativa en la
renta generada. Así, según el índice de Gini las siguientes situaciones son equivalentes en términos de
desigualdad: (a) una persona tiene una renta de 10 y otra una renta de 90, y (b) una persona tiene una renta de
20 y otra una renta de 180, ya que en los dos casos uno tiene el 10 % de la renta y el otro el 90 %. Lo que
significa que el mantenimiento del grado de desigualdad, según recoge el índice de Gini es perfectamente
compatible con un ensanchamiento de la distancia de renta entre personas (o países, según cuál sea el sujeto de
análisis), o lo que es lo mismo, un aumento en la desigualdad en términos absolutos.
El grado de tolerancia de las sociedades con respecto a la desigualdad es muy diferente y depende de
muchos factores. En primer lugar está la cuestión de la movilidad, entendida como una situación en la que es
relativamente frecuente el que los individuos cambien de estrato socioeconómico de referencia. Cuanto mayor
sea el grado de movilidad, mayores serán las expectativas de los individuos desfavorecidos de ver mejorada su
posición relativa, y por lo tanto mayor será el grado de tolerancia frente a la existencia de desigualdades. En
segundo lugar, y en relación con esto, en un contexto de crecimiento los individuos suelen ser más tolerantes
con respecto a la desigualdad al haber expectativas de promoción. Sin embargo, Albert O. Hirschman ha
alertado sobre como se puede producirse una reversión de la tolerancia ante la desigualdad en un contexto de
crecimiento mediante lo que ha llamado el “efecto túnel”: todos hemos estado alguna vez atascados en un túnel
y hemos observado primero con alivio el hecho de que los vehículos del otro carril comiencen a moverse,
alivio que se transforma en enojo y comportamientos asociales cuando pasa el tiempo y sólo se mueven los
vehículos de ese otro carril. En tercer lugar hay que señalar que desigualdad no es lo mismo que ausencia de
equidad. En cuarto lugar, en aquellos países donde domina la ideología conservadora y rige un criterio de
justicia económica según la cuál los individuos son, si no los únicos si los principales responsables de su
situación económica, la desigualdad preocupa menos, al considerarse que es un resultado natural, esperable y
deseable, en un mundo en donde unas personas están más capacitadas y se esfuerzan más, mientras que otras
yerran en sus decisiones y se esfuerzan menos. Bajo esta óptica la desigualdad es un ingrediente central del
triunfo de las economías de mercado, pues actúa como incentivo de superación. Del mismo modo,
históricamente las sociedades cristianas, ha sido más tolerantes con las desigualdades al considerar que lo
importante era prepararse para la vida eterna y no la situación de cada cual en “este valle de lágrimas” (lo
mismo se podría decir de las sociedad hindú, con un sistema de castas que legitimaba la desigualdad). Esta
distinta tolerancia frente a las desigualdades contribuye a explicar que los perfiles distributivos en sociedades
con niveles similares de renta puedan ser muy diferentes, ya que la menor tolerancia frente a la desigualdad
normalmente conduce a la adopción de medidas legislativas y presupuestarias con implicaciones distributivas
(véase distribución de la renta).
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deuda la deuda se genera cuando un agente económico incurre en unos gastos por encima de sus ingresos en
un periodo. Mediante el endeudamiento los agentes económicos pueden hacer frente a esa diferencia entre
ingresos y gastos a cambio del pago de un interés durante el periodo de vigencia de ésta (servicio de la deuda),
y la devolución del capital prestado cuando vence (principal). Referido al sector público, el análisis económico
neoclásico justifica el recurso a la deuda pública cuando los fondos obtenidos por este sistema se dirigen a
financiar inversiones con una rentabilidad futura suficiente para cubrir los costes financieros del
endeudamiento. Un criterio, pues, idéntico al aplicado por las empresas privadas cuando también financian su
inversión mediante la emisión de deuda. Otros motivos que explican la emisión de deuda pública son, para el
caso de los países desarrollados, las necesidades de financiación de las políticas del Estado de Bienestar, y,
para los países menos desarrollados, la financiación de las políticas de desarrollo dada su escasa capacidad
fiscal y la corrupción y el mal uso de los dineros públicos. Los niveles de deuda pública pueden llegar a
alcanzar valores elevados que llegan al 185 % del PIB en el Líbano, 154 % en Japón, 70 % en la eurozona o 62
% en Estados Unidos.
Desde la perspectiva keynesiana el endeudamiento del Estado es uno de los posibles mecanismos a
utilizar cuando existan problemas de demanda efectiva que lleven a la economía a una situación de recesión,
ya que la emisión de deuda pública permitirá al Estado gastar por encima de sus ingresos e inyectar así
demanda efectiva en la economía para combatir la recesión, si bien el Estado dispone de otro mecanismo para
financiar el exceso de sus gastos sobre sus ingresos fiscales: la emisión de dinero (véase política monetaria).
Ahora bien, esta visión de los efectos de las emisiones de deuda pública ha sido matizada por algunos
economistas acudiendo a lo que se conoce como teorema de equivalencia ricardiana (pues el argumento fue
expresado por primera vez por David Ricardo, si bien no consideró que tuviese relevancia práctica) según el
cual los agentes que adquieren bonos de deuda pública emitidos para financiar un déficit público no los
consideran un incremento de su riqueza neta, por lo que, en la medida que su comportamiento depende de la
riqueza (véase efecto riqueza), no aumentarán por ese motivo sus niveles de gasto en consumo sino, todo lo
contrario, los disminuirán a nivel agregado en la medida que prevean las detracciones fiscales a que serán
sometidos para financiarla. La razón estriba en que si los agentes tienen expectativas racionales, anticiparán
que el Estado deberá subir en el futuro sus impuestos para pagar en el futuro los intereses y el principal de la
deuda emitida hoy, por lo que ante la previsión de unos impuestos más elevados en el futuro comenzarán a
ahorrar desde hoy, lo que significa que sus niveles de gasto en consumo decrecerán pudiendo compensar así el
efecto expansivo del mayor gasto que hace el Estado. Por otro lado, las emisiones de deuda pública tendrán
un efecto alcista sobre el tipo de interés con el correspondiente encarecimiento de las inversiones privadas que
ello supone (véase efecto expulsión). Finalmente, la propia existencia de deuda, cuando sobrepasa
determinados valores, puede dificultar la acción contracíclica del sector público, y limitar su capacidad para
realizar política social o inversiones en infraestructuras al tener comprometida una parte de su presupuesto de
antemano en el pago de los intereses.
La financiación mediante deuda tiende a generar en el tiempo un proceso circular acumulativo con
arreglo a la siguiente cadena causal: déficit presupuestario ==> emisión de deuda pública para financiarlo ==>
incrementos en los pagos por intereses ==> incrementos del gasto público para pagarlos ==> incrementos de
las emisiones de deuda. Ello ha llevado a plantearse bajo qué circunstancias la deuda pública es sostenible y
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en cuales otras el endeudamiento puede llevar a una situación insostenible derivando en la imposibilidad de
hacer frente a los compromisos contraídos. Una forma habitual de enfrentarse a esta cuestión es definir como
política fiscal sostenible aquella que arroja un saldo presupuestario que mantiene constante el ratio de deuda
pública con respecto al PIB monetario, b, [b = B/ (PY)], donde B es la deuda existente en un periodo dado, y
PY, es el valor nominal del PIB, Y. La razón de fijarse no en el tamaño absoluto de la deuda, B, sino en su
tamaño relativo, b, está en que al ser el PIB una medida del tamaño de la economía, permite poner en
perspectiva la importancia de un determinado volumen de deuda. Pues bien, habría un saldo presupuestario
que sería compatible con el mantenimiento de b, de modo que si éste fuera inferior al asociado a la política
fiscal sostenible, entonces se producirá un aumento en b y la situación se considerará insostenible. La
comparación del saldo presupuestario real y el saldo que garantizaría la estabilidad de b permitirá, a su vez,
conocer si el ajuste fiscal necesario para garantizar la estabilidad es viable. Esta aproximación, por lo tanto,
adopta como criterio de sostenibilidad el mantenimiento del ratio b en su valor actual, con lo que valores como
el 102 % para Bélgica puede ser sostenible y el 48 % de Rumania insostenible.
La sostenibilidad de la deuda depende de cuatro factores: (1) del valor de partida del ratio deuda/PIB;
(2) de la tasa de crecimiento económico, ya que al crecer Y, el PIB real, se reduce el índice b; (3) del saldo
presupuestario primario, x, (es decir, de la diferencia entre ingresos menos gastos excluyendo de estos últimos
los intereses pagados por la deuda), medido como fracción del PIB nominal; y, finalmente, 4) del tipo de
interés real de la deuda pública, r . Nótese que el tipo de interés aquí relevante es el real, es decir aquél que
resulta de descontar al tipo de interés monetario la tasa de inflación, lo que puede hacer que los países
altamente endeudados relajen sus políticas de lucha contra la inflación ya que una inflación alta reducirá el
peso de la deuda. La relación entre las variables implicadas aparece en la siguiente ecuación:
Δ b = b.r – b.y - x
Donde la sostenibilidad significa que b no crece (Δ b = 0). Si los costes del servicio de la deuda en
términos de pagos por intereses sobre el PIB nominal (b.r) superan al margen de crecimiento del valor de la
deuda B que el crecimiento económico permite manteniendo b constante (b.y), entonces la única manera de
que la deuda sea sostenible es que haya superávit presupuestario primario ( x > 0).
En el análisis anterior no se ha realizado distinción alguna entre tipos de deuda: ya sea a corto o largo
plazo, ya nacional o exterior. Sin embargo, la forma que adopte la deuda puede afectar a los riesgos que
asume el Estado que la contrae. Así, la deuda externa a menudo tiene como tipo de interés de referencia un tipo
de interés fijado en un país extranjero y, por lo tanto, determinado por una política monetaria sobre la que no
puede influir el país endeudado. Igualmente, la deuda externa puede estar contraída en divisas, al igual que el
pago de intereses, lo que significa que el país deudor corre con el riesgo de que una revaluación o apreciación
de la moneda en la que se ha contraído la deuda aumente su carga financiera. Estos dos factores, aumento del
interés y apreciación del dólar, explican en gran medida la crisis de la deuda de muchos países de América
Latina en la década de los 80, cuando una política monetaria restrictiva de la Reserva Federal de Estados
Unidos hizo subir el tipo de interés y apreciarse el dólar.
Para concluir merece la pena comentar una afirmación recurrente en los debates sobre la deuda
pública, consistente en considerar el endeudamiento como un sistema de financiación que traslada a futuras
generaciones el pago de los gastos generados para satisfacer las necesidades de las generaciones presentes. En
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lo que a esto respecta basta con señalar que tal argumento es engañoso, puesto en el momento de pagar ya el
servicio de la deuda ya el principal al saldarla, ocurre que tanto los que pagan mediante impuestos como los
que reciben el pago de la deuda contraída por generaciones pasadas pertenecen a la misma generación. Esto es,
las generaciones heredan tanto las deudas contraídas por sus antecesores, como los títulos de deuda suscritos
por éstos. Con lo que el efecto es puramente intrageneraciónal no intergeneracional. Sólo se podría hablar de
un efecto empobrecedor de las generaciones futuras de un país cuando los títulos de deuda hayan sido suscritos
por agentes de otros países, en tal caso aunque el pago se haga entre miembros de la misma generación, desde
una perspectiva nacional los beneficiarios serán extranjeros.

devaluación por devolución o depreciación se entiende la pérdida de valor de la moneda nacional frente a
otras monedas y divisas. Detrás de la devaluación está bien una situación en la que los ingresos por
exportaciones son menores que los pagos por importaciones, o bien una venta masiva de la moneda nacional
por parte de especuladores que no confían en el mantenimiento de su valor y pretenden evitar pérdidas futuras
desprendiéndose de la misma. La devaluación de una moneda tiene los siguientes efectos sobre la economía:
(1) Se encarecen los productos importados, reduciéndose las importaciones y mejorándose el saldo comercial
con el exterior. En lo que a esto respecta, hay que señalar que si bien esto normalmente es cierto a largo plazo,
en el corto plazo, la carencia de flexibilidad por parte de los consumidores nacionales a los nuevos precios
resultantes de la devaluación les puede llevar a mantener sus niveles de importación, lo cual se podría
traducirse en un empeoramiento de la balanza comercial (fenómeno que se conoce como la curva j). (2) El
encarecimiento de los productos importados en moneda nacional, en la medida que desvíe parte de la demanda
hacia bienes y servicios producidos dentro del país, generará un aumento la demanda efectiva, la producción y
el empleo, con un efecto expansivo sobre la economía. (3) Al encarecerse los productos importados, en la
medida en que algunos –el petróleo, por ejemplo- no se podrán sustituir por bienes nacionales, aumentarán los
precios. Si este aumento de precios se traslada a salarios el efecto a medio plazo será el de un aumento de la
inflación y la pérdida de las ganancias de competitividad generadas por la devaluación. El efecto final de la
devaluación dependerá por lo tanto de la intensidad de estos tres factores que apuntan en direcciones
contrapuestas. La experiencia reciente, tanto española (devaluaciones de la peseta en 1989-90) como del Euro
(depreciación del euro entre 1999-02) son ejemplos donde ha primado el impacto expansivo.

diferenciación de productos la diferenciación de productos puede entenderse de dos maneras. Por un lado, en
la medida en que los consumidores tengan gustos distintos, la diferenciación de productos, al aumentar las
opciones de compra de los consumidores, tendría un efecto positivo sobre el bienestar. Desde esta perspectiva,
que parte de la existencia de unas preferencias distintas de los consumidores que no son alterables por la
publicidad ni otras estrategias de marketing de las empresa, la diferenciación de productos aparece como un
mecanismo eficiente para mejor satisfacerlas. El número óptimo de marcas depende positivamente de la
densidad de población y la distribución de las preferencias en ella, del grado de correlación entre esa
distribución y la distribución de la renta (o sea de cómo la diversidad de preferencias se transforma demanda
efectiva diferencial por los diferentes bienes) y de los costes de los consumidores de “trasladarse” de una
marca a otra conforme se ven obligados para satisfacer sus preferencias a utilizar bienes con características
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más alejadas de aquellas que las satisfarían plenamente. Por el contrario, el número óptimo dependerá
negativamente de los costes fijos asociados a la creación de nuevas marcas. Que el mercado ofrezca el número
óptimo de diferenciación de productos es una cuestión que depende de las circunstancias. Puede ser mayor o
menor. Lo que sí se puede demostrar es que un cambio cualquiera que altere el número óptimo de marcas
genera una respuesta de la misma dirección en el mercado, es decir, que si por ejemplo aumenta la población y
la diversidad de preferencias, las empresas del mercado aumentarán la diferenciación del producto.
Pero frente a esta perspectiva, cabe contemplar la diferenciación como una estrategia empresarial de
competencia que tiene como finalidad reducir el grado de sustituibilidad del bien o los bienes que produce una
empresa en relación a los bienes que producen las empresas del sector. Si los bienes producidos por las
distintas empresas que rivalizan en un mercado son idénticos, las empresas se encontrarán con que no van a
poder aumentar el precio con respecto al marcado por sus competidores, ya que los consumidores simplemente
cambiarán de proveedor. Por lo tanto tiene sentido dedicar recursos a alterar algunas de las características
definitorias del producto con la finalidad de hacer que los consumidores lo estimen de más difícil sustitución
por los fabricados por los competidores, aumentando los costes de “traslado” o aceptación de otras marcas o
bienes semejantes. Para ello se puede actuar sobre las características físicas del bien o servicio, alterando sus
atributos objetivos (mejores prestaciones o menor consumo en un automóvil, por ejemplo) o actuar sobre sus
atributos subjetivos, mediante cambios en el diseño e inversión en publicidad, de forma que dos productos
similares en sus atributos sean, a los ojos del consumidor, absolutamente distintos. La diferenciación de
productos confiere poder de mercado a las empresas al reducir la sensibilidad de los consumidores a los
cambios en el precio (reducción de la elasticidad precio de demanda) mediante un aumento de la lealtad del
consumidor, formando parte, por lo tanto, de las llamadas estrategias de “fidelización” de consumidores
seguidas por las empresas. Desde este enfoque, por lo tanto, la diferenciación tendría que ser evaluada
negativamente, pues aleja a los mercados de la eficiencia competitiva (véase competencia monopolística).

dilema del prisionero el dilema del prisionero es una de las situaciones modelizadas en la Teoría de Juegos
más populares al servir de ejemplo de cómo la persecución racional del propio interés por parte de los
participantes en un juego no cooperativo conduce al peor resultado posible para cada uno de ellos a causa de
la imposibilidad de desarrollar y mantener acuerdos entre ellos que restrinjan los comportamientos
privadamente racionales y garanticen la cooperación que permita alcanzar el mejor resultado colectivo. La
interacción del dilema del prisionero se suele contar con el siguiente cuento: supongamos que dos delincuentes
son detenidos por la policía. Ésta tiene constancia de que son culpables de un delito mayor, pero carece de
pruebas concluyentes, por lo que necesita una confesión de los sospechosos so pena de sólo poderles acusar de
un delito menor. El fiscal les plantea el siguiente acuerdo a cada uno de los sospechosos por separado: aquel
que aporte pruebas contra su compañero recibe una sentencia reducida, digamos 1 año, mientras que al
compañero le caen 10 años. En el caso de que no colabore ninguno serían acusados de un cargo menor y
condenados a 2 años de privación de libertad. La matriz de pagos, o resumen de los resultados asociados a los
distintos comportamientos (denominados pagos en teoría de juegos), donde cooperar significa no delatar al
compañero y no cooperar significa delatarlo, sería:
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Sujeto A
Cooperar No cooperar
1
2
Cooperar
2
Sujeto B 12
1 10
No cooperar
12 10

Más allá de los valores concretos incorporados en esta matriz de pagos, lo que interesa resaltar es el orden de
los pagos que reciben cada uno de los jugadores correspondiendo a cada una de las posibles interacciones que
se dan entre ellos. Obsérvese que, planteado este dilema a los dos sospechosos, y bajo el supuesto de que su
comportamiento esté motivado por la persecución racional de su propio interés individual, el supuesto de
comportamiento habitual en Economía (véase homo oeconomicus), cada uno de los sospechosos hará el
siguiente razonamiento: si mi compañero no me delata a mi me interesa delatarlo, porque de una manera paso
dos años en prisión y de otra 1; por otra parte, si mi compañero me delata a mi me interesa delatarle también,
pues de lo contrario recibo una sentencia de 12 años frente a 10. Con lo que el resultado que surge es la
delación por ambas partes pues esa es la estrategia dominante (véase equilibrio de Nash). Un resultado que
comparado con la cooperación es el peor posible en términos del colectivo que forman los dos presos, ya que
supone un total de veinte años de reclusión frente a cuatro.
El dilema del prisionero aparece así como el reverso de la mano invisible que opera en el mercado de
Adam Smith. En las situaciones donde el modelo del dilema del prisionero se aplique se tendrá que cada agente
persiguiendo su propio interés se ve conducido por una mano igual de invisible a la peor situación. Y ocurre
que no son pocos los ámbitos de la actividad económica donde la interacción de los agentes económicos se da
en contextos que pueden modelizarse como dilemas del prisionero. Este es el caso de la financiación de bienes
públicos, de las empresas que operan en mercados oligopolísticos, de la contaminación del medio ambiente,
de los agentes que provocan un pánico en los mercados financieros (véase fragilidad financiera), de las
empresas en mitad de una depresión cuando a cada una le interesa bajar los salarios que paga a sus empleados
pero que el resto no lo haga, etc. De ahí la importancia que tiene este “juego” en el análisis económico.
¿Es el resultado no cooperativo el único equilibrio posible en un dilema del prisionero? La experiencia
nos dice que los agentes sometidos a este tipo de situaciones tienden a buscar mecanismos que les permita
alcanzar el resultado asociado a la cooperación. Una de estas vías es la garantía mutua entre los contrarios de
que no se va a traicionar, empeorando voluntariamente el pago asociado a lo no cooperación (como, por
ejemplo, pasa con las violaciones a la “ley del silencio” de los grupos mafiosos). En un sentido distinto, cabe
pensar en todas aquellas instituciones en sentido amplio (es decir, incluyendo las ideologías o los códigos
morales) favorecedoras de la cooperación o la solidaridad que, interiorizadas por los individuos, les ponen
trabas mentales (costes psíquicos) o sociales (costes “sociales” o “relacionales”: el ostracismo, la mala fama,
etc.) a la persecución racional del propio interés. Por otro lado, la teoría de juegos ha mostrado que el
resultado no cooperativo sólo es inevitable en juegos que duran o bien un único período, o bien duran un
número determinado de periodos, pero no cuando la interacción entre los agentes se repite un durante un
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número indefinido de muchos períodos consecutivos. Obsérvese que si un dilema del prisionero se repite entre
los mismos jugadores, cabría pensar que la cooperación surgirá de modo espontáneo entre los agentes
conforme con la repetición se den cuenta de que si ambos cooperan ambos estarían en mejor situación, siempre
y cuando esa estrategia de cooperación por parte de los agentes vaya acompañada de una penalización para
aquel agente que en una partida no coopere. Dicho de otra manera, la repetición de las interacciones
económicas concede un valor a la reputación de ser fiable, honrado, eficaz, etc. Ahora bien, para que esta
intuición pueda verse reflejada en la realidad es necesario que el juego se repita un número indefinido de veces,
pues, si sólo se repite una determinada cantidad de veces, por ejemplo, 100, en la última partida, la número
100, cada jugador sabe que, por ser la última, no tiene sentido para ninguno cooperar pues ya no hay
posibilidad de ser castigado ulteriormente. Lo racional es, por tanto, no cooperar en la partida 100. Pero
entonces, sabiendo ambos que en la 100 nadie va a cooperar, la partida 99 es a todos los efectos la “última” a la
hora de decidir qué estrategia hacer. Y, de nuevo, por un razonamiento similar al anterior, lo racional también
será no cooperar en esa partida. Pero lo mismo pasa entonces para la partida 98, y luego para la 97... hasta
llegar a la primera. En suma, que si el número de partidas es finito, la estrategia de no cooperación sigue siendo
la dominante. Diferente es el caso cuando el número de partidas es indefinido. Ahora, la inexistencia de una
partida que pueda considerarse como la última impide que se ponga en marcha el mecanismo de inducción
hacia atrás que se daba en el caso anterior, por lo que pueden surgir de modo espontáneo estrategias de
cooperación más o menos complicadas. En general, el surgimiento de la cooperación de modo espontáneo
dependerá: (1) del peso que tenga el futuro en las decisiones presentes (o sea, del tipo de interés) pues
conforme mayor sea ese peso más importante serán hoy los resultados de que haya cooperación en el futuro,
(2) de los costes de detección de las infracciones a la cooperación, pues si son muy elevados los agentes creen
que pueden librarse del castigo actuando no cooperativamente, (3) del tiempo que pasa entre la detección y la
instrumentación de la penalización, (4) del número de agentes que participan en el juego, pues a mayor número
más dificultad en la detección e instrumentación de las penalizaciones, y (5) el tipo y duración de la
penalización. A este respecto, se ha comprobado que la estrategia denominada tit fot tat, (el viejo mandato del
“ojo por ojo”de la ley del Talión bíblica) que comienza con la cooperación y sigue con ella a menos que el otro
no coopere, de modo que castiga con la no cooperación a la no cooperación en la partida previa, se ha
demostrado más rentable por término medio frente a cualquier otra estrategia más blanda o más castigadora
(por ejemplo, una del tipo tit for two tats que sólo penaliza con la no cooperación tras dos defecciones, o del
tipo two tits for a tat, que penaliza con dos partidas no cooperando a una defección). Quizás el ejemplo más
impactante que muestra cómo puede surgir la cooperación en un juego repetido del dilema del prisionero lo es
el que dieron los combatientes de la I Guerra Mundial enfangados en una guerra de trincheras a los pocos
meses de declarase las hostilidades. Ocurrió, para asombro de los estados mayores de los ejércitos
contendientes, que la “efectividad” militar de ambos bandos cayó rápidamente. A lo que parece, los batallones
que se enfrentaban repetidamente pronto aprendieron que era una buena estrategia el “vivir y dejar vivir”, lo
que se mostraba en multitud de situaciones (disparar alto para no dar ni a hospitales ni a lugares de reunión,
avisar de cuándo se iba a hacer una avanzada que, con el tiempo, se convertía en simulacros para el consumo
de los oficiales superiores destinados a vigilar la eficacia combativa, etc.). Lamentablemente para los soldados
de a pie, los altos mandos pronto se percataron del problema y empezaron a mover a los batallones a lo largo
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del frente, acabando pues con la repetición de los enfrentamientos entre los mismos combatientes. Pronto, la
“efectividad” militar, medida en la diaria ración de muertos y heridos, ascendió. De nuevo, los soldados
estuvieron prisioneros del dilema del prisionero

dilema del samaritano supongamos que un agente altruista al que llamaremos A, que puede ser una persona
o una institución (una empresa, un estado) está dispuesta a transferir recursos a otro agente B, caso de que este
se encuentre en un problema económico. La consecuencia no deseada por el primero es que si B es consciente
del altruismo de A, ahorrará como precaución para el futuro menos de lo que sería óptimo socialmente. Esta
situación ha sido denominada por el Premio Nobel James Buchanan como “dilema del samaritano”, y surge por
la incapacidad de A para comprometerse anticipadamente, a causa de sus preferencias altruistas, a no ayudar a
B cuando este se encuentre en dificultades independientemente de su comportamiento. El samaritano, en suma,
sólo podría evitar caer en el dilema si lograra decidir su nivel de ayuda de antemano de modo que su conducta
no fuera manipulable por el beneficiario (véase, por otro lado, “niño mimado”, teorema).
El dilema del samaritano ha sido empleado para describir multitud de cuestiones tanto normativas
como positivas. Así, ha sido usado para justificar la existencia de un sistema de seguridad social obligatorio
con el argumento de que sólo el Estado puede forzar a los individuos a ahorrar y asegurarse en mayor medida
de lo que lo harían voluntariamente, y así no caer en el dilema. También, el dilema del samaritano proporciona
una explicación racional para las transferencias públicas en especie ya sea hacia individuos o hacia otros
estados (ayuda exterior), ante la posibilidad de que las transferencias en dinero se vean ineficientemente
utilizadas desde una perspectiva temporal, llevando a la necesidad de ulteriores transferencias.
El dilema del samaritano y la importancia de sus efectos dependen de los supuestos informacionales
de los agentes que en él participan de modo que si la información que los perceptores de la ayuda tienen acerca
de la fuerza de las preferencias altruistas del donante es incompleta, sus efectos negativos se verán
disminuidos.

dinero la base del funcionamiento de la economía de mercado es el intercambio, y para que este se pueda
hacer de forma eficiente en sociedades complejas es necesario contar con algún objeto que todos quienes
participan en transacciones económicas reconozcan como medio de pago, pues de lo contrario el intercambio
entre dos agentes A y B cualesquiera se verá constreñido a situaciones en las que A desee algo concreto que
tenga B y B desee, a cambio, algo que tenga A (véase trueque). Ese objeto, que denominamos dinero, permite
que se realicen intercambios de modo que A adquiera de B algo que necesita y éste tiene, aunque A no tenga
nada concreto que B necesite. El dinero como medio de pago podría ser cualquier objeto: desde un bien que
sirva además para satisfacer algunas necesidades de consumo (como sucedía cuando se usaba el oro –o la
plata- como dinero aunque a la vez fuese deseado por sus propiedades físicas como metal y sus propiedades
ornamentales por su color y ductibilidad, o también cuando se utilizaban los cigarrillos como dinero en los
campos de concentración), hasta un objeto material que para nada adicional sirve (como es el caso del papel
moneda), pasando por un ente casi inmaterial como son los apuntes contables electrónicos en una cuenta
cuando se paga con tarjeta de crédito. En suma, si nos atenemos a la función de medio de pago que tiene el
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dinero, su utilidad adicional como bien es meramente accesoria. Dicho de otra manera, el dinero como medio
de pago, en el caso general y con la posible excepción de los avaros que valoran al dinero por sí mismo como
si fuese cualquier otro bien en la medida que su posesión les reporta una satisfacción directa y no como
“medio” para conseguir algo valorable en sí (el mejor ejemplo de esta actitud siempre lo ha sido el personaje
del Tío Gilito de Walt Disney quien, literalmente, disfruta bañándose en dinero), no entraría en la función de
utilidad de los individuos. En consecuencia la demanda de dinero como medio de pago no cabe interpretarla
como la demanda del resto de bienes. Obsérvese que en su función de medio de pago, a los agentes
económicos les interesará tener cuánto menos dinero, mejor, o, mejor dicho, no les interesaría quedarse con
dinero una vez que los mercados de bienes hubieran llegado a un equilibrio. Pues quedarse con dinero, un
objeto que no produce utilidad, equivale a no satisfacer en la mayor medida posible las necesidades que se
tienen. Como medio de pago el dinero facilita las transacciones económicas reduciendo los costes de
transacción, por ello las características de fácil transporte, durabilidad y troceabilidad aparecerán en los
objetos que sirvan de dinero.
Pero el dinero no sólo cumple la función de medio de pago, también cumple otra, la de servir como
unidad de cuenta o de valor. El dinero permite contar con un patrón de medida que facilita comparar el valor
que tienen bienes de muy distinta naturaleza. Lo habitual es que el objeto que se utilice como medio de pago
sirva también como unidad de cuenta, pero no es estrictamente necesario que así lo sea. Así, por ejemplo, antes
de la entrada del euro como medio de pago se utilizó como unidad de cuenta.
Finalmente, el dinero cumple otra función derivada de la de medio de pago. En la medida que algunos
de los agentes que intercambian en un mercado no usen su dinero en el periodo y lo guarden para realizar
intercambios en periodos posteriores, o en la medida que el pago de una compra no se realiza simultáneamente
sino que el vendedor acepta que se posponga al futuro (a cambio de un interés), el dinero sirve para pagos o
intercambios diferidos y, para ello, es necesario que sea un depósito de la capacidad de pago que dura en el
tiempo, que sea pues un depósito de valor . Cierto que cualquier bien duradero sirve como depósito de valor
en el tiempo, pero el dinero tiene la ventaja añadida de ser líquido es decir, de poder ser convertido
inmediatamente en cualquier otro bien o servicio por el hecho de ser el medio de pago de aceptación general.
Que el dinero sea un “depósito” de valor no es lo mismo que decir que sea en sí “valor” o “riqueza”, pues
excepto en aquellos casos en que por dinero se utiliza un bien (por ejemplo, el oro) el dinero es un “signo” de
la riqueza, aunque, paradójicamente, para cualquier individuo que posee dinero, su dinero es un activo más
entre los demás activos físicos que tiene y conforma junto con ellos su riqueza. Pero desde el punto de vista de
la comunidad o sociedad que le reconoce su papel de signo de la riqueza, el dinero no es riqueza como lo es
para cada uno de sus individuos, lo cual se comprueba si imaginamos una situación en que todos los
componentes de una sociedad tratan simultáneamente de desprenderse de sus posesiones de dinero, es decir, de
cambiarlo por activos reales. Es imposible: alguien al final se queda con el dinero. Desde otro punto de vista se
llega al mismo resultado, una acción es un “título” que señala a su propietario como el dueño de una parte de
los activos reales o capital de una empresa, un bono es un título que obliga a quien lo ha emitido a hacer algo
(a pagarle) a quien lo posea, pero qué tipo de título es el dinero, qué activo es aquél que realmente se
corresponde con el dinero o a qué o a quién obliga a hacer algo el hecho de que alguien tenga dinero. No hay
un determinado activo que se corresponda en la realidad con el dinero, no hay nadie concreto que tenga la
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obligación de hacer algo por que yo tenga dinero. El dinero es un título que corresponde a algo abstracto: la
existencia, estabilidad o poder de la comunidad en la que es signo de la riqueza. Por eso, situaciones históricas
en que una sociedad entra en una crisis social que suponga dudas respecto a su capacidad de permanencia en el
tiempo llevan aparejadas la caída en el valor, fiabilidad o utilidad de su dinero como depósito de valor (véase
dolarización). Por ello mismo, el poder militar de una nación está directamente relacionado con la capacidad
de su dinero para servir como depósito de valor tanto para sus ciudadanos como para los de los demás países lo
que adoptan, pues ese poder es garantía de permanencia en el tiempo así como muestra de su capacidad para
imponerla como medio de pago internacional. No es ajena a esta circunstancia el grado de aceptabilidad
internacional del dólar estadounidense, muy superior al peso relativo de la economía norteamericana en la
economía mundial y a su incapacidad histórica para equilibrar su balanza comercial.
Hay que recalcar, por otro lado, que hasta el momento hempos estado haciendo referencia a lo que se
conoce como dinero legal (billetes y monedas emitidas por la autoridad monetaria). Esto no constituye sino un
pequeño porcentaje de la cantidad de oferta monetaria existente. De hecho, la mayor parte de lo que
conocemos como dinero no existe ni siquiera físicamente, siendo tan sólo apuntes magnéticos en el ordenador
de un banco, de forma que la gran mayoría de las transacciones y cancelaciones de deudas se hace simplemente
mediante la anulación de unas cantidades en una cuenta corriente (la del comprador) y su adición a otra cuenta
(la del vendedor). Eso explica que cuando se produce una crisis bancaria y la gente acude en masa a los bancos
a rescatar su dinero estos no puedan entregarlo, ya que en ningún país existe dinero legal suficiente para
respaldar todo el dinero existente. De hecho, el papel moneda constituye menos del 10 % de lo que
normalmente se considera como dinero (por ser depósito de valor y medio de pago).
Finalmente, existe una relación entre la cantidad de dinero y su valor, de forma que para un nivel de
producción dado, el aumento de la oferta monetaria ira inevitablemente unido al deterioro de su capacidad
como depósito de valor. Véase a este respecto, ecuación cuantitativa e inflación.

discriminación de precios estrategia empresarial que consiste en cobrar precios unitarios distintos a
diferentes consumidores dependiendo de su disposición a pagar por el producto, de tal forma que los
consumidores que estén dispuestos a pagar más por el bien paguen un precio más alto, mientras que aquellos
que valoran menos el producto lo obtengan a un precio más bajo. Con esta estrategia las empresas intentan
apropiarse de todo o parte del excedente del consumidor que los consumidores obtendrían si el precio fuera
único. Para que una empresa pueda realizar discriminación de precios tienen que cumplirse dos condiciones:
que el producto no se pueda revender y que el comprador tenga información sobre la disposición a pagar del
consumidor. La discriminación se denomina perfecta cuando cada unidad del bien producido se vende a un
precio distinto a cada consumidor. Sin embargo, es más normal la práctica de discriminación por bloques (o de
segundo grado), en donde dependiendo de cuantas unidades demande cada consumidor el precio es diferente.
La existencia de precios especiales para jóvenes o jubilados en las salas de cine son un ejemplo de la
denominada discriminación de precios de tercer grado, donde es posible segmentar a los consumidores en
función de características fácilmente observables.
Existen mil y una formas de fijación de precios en los mercados reales en las que aparecen la
discriminación de precios. Por ejemplo, es muy habitual la llamada discriminación por obstáculos, en la que
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los consumidores que están dispuestos a afrontar un coste en términos de tiempo o recursos adicional obtienen
el bien a un precio más bajo. Tal es el caso de las tarifas aéreas más baratas para aquellos viajeros a hacer una
escala más larga o un mayor número de escalas para llegar al destino final. También es un ejemplo de
discriminación todos aquellos bienes de consumo que ofrecen una rebaja en el precio final o la obtención de
unidades adicionales más baratas si el consumidor se molesta en enviar una prueba de compra a determinado
apartado postal.

discriminación salarial en Economía se considera que existe discriminación salarial cuando dos personas
con la misma productividad, y por lo tanto que aportan lo mismo a la producción de la empresa en la que
trabajan, reciben salarios distintos como resultado de alguna característica personal que no interfiere para nada
con su rendimiento como trabajadores. La existencia de discriminación salarial podría explicarse por tres
causas distintas. Según la primera, que se manifestaría fundamentalmente en el sector servicios, la
discriminación sería practicada por las empresas para contentar a sus clientes que, por razones
extraeconómicas, no desearían verse obligados a interactuar con personas de otro sexo u origen étnico al
demandar los servicios producidos por la empresa. Ese sería el caso de bares y restaurantes en los estados
sureños de los Estados Unidos en los largos años de la segregación. Este tipo de discriminación sólo se puede
combatir mediante la promulgación de leyes que la prohíban, ya que cualquier empresario que no hiciera caso
a las preferencias de sus clientes y contratara a personal perteneciente al grupo discriminado se enfrentaría con
una caída en la demanda que podría expulsarle del mercado. La segunda causa se fundamentaría en el uso
oportunista por parte de las empresas de la discriminación social para pagar a los trabajadores del grupo
discriminado salarios más bajos y reducir sus costes. En un mercado competitivo, paradójicamente, está
práctica derivaría con el tiempo en la equiparación salarial del grupo discriminado ya que la mayor demanda de
ese tipo de trabajadores por parte de las empresas para aprovecharse de su menor salario acabaría generando un
aumento del mismo hasta que el salario se igualara con la productividad. De este modo, la existencia de
mercados competitivos y discriminación salarial sólo sería posible si los empresarios pagaran un salario mayor
que su productividad al grupo contra el que no quieren discriminar, de forma que, por comparación aquellos
trabajadores cuyo salario coincida con su productividad reciban un salario menor. Este mecanismo, sin
embargo, significaría que las empresas discriminadoras tendrían unos costes mayores y, por lo tanto menores
beneficios, una opción poco acorde con el comportamiento de maximización de beneficios que supuestamente
siguen las empresas en las economías de mercado. Por último, la discriminación puede ser el resultado de
presiones por parte de un grupo de trabajadores (hombres o blancos, por ejemplo) para excluir de su entorno de
trabajo a los trabajadores del grupo discriminado (mujeres o negros, por ejemplo). Sin embargo, este tipo de
comportamiento derivaría no tanto en una discriminación salarial, sino en la concentración de los grupos
discriminados en actividades laborales segregadas con respecto al resto, con lo que difícilmente podría explicar
la existencia de discriminación salarial en sentido estricto, aunque si la existencia de una brecha salarial
asociada a la expulsión de determinados colectivos de actividades de mayor productividad e ingresos (por
ejemplo la supervisión). Junto con estas causas, la discriminación salarial puede ser el resultado de lo que se
conoce como discriminación estadística que sería la derivada de que el empresario, al carecer de información
fehaciente sobre la productividad de cada uno de sus trabajadores de forma individualizada, tenderá a asociar
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su productividad con la productividad media del grupo al que pertenece, igualando así el salario de todos los
trabajadores que comparten las mismas características externas. Puesto que la productividad media de un grupo
se construye agregando comportamientos individuales que pueden diferir entre los individuos que pertenecen
al grupo de referencia, las personas del grupo con un alto nivel de productividad se verán discriminadas al
recibir un salario igual a la productividad media, más baja, del grupo al que pertenecen.
La observación de las estadísticas de salarios pone de manifiesto la existencia de diferencias considerables en
los salarios medios de determinados colectivos de trabajadores según su origen étnico o sexo. Así, por ejemplo,
en 1999 en el conjunto de la UE(15) los ingresos brutos por hora de las mujeres eran el 84 % de los de los
hombres, con una horquilla que varía según países entre el 78 % de Irlanda o el 79 % del Reino Unido al 91 %
de Italia o el 95 % de Portugal. Sin embargo esta diferencia en ingresos no se corresponde plenamente con la
existencia de discriminación salarial tal y como se ha definido más arriba, ya que hombres y mujeres tienen
distintas características en lo que se refiere a antigüedad, formación o sectores en los que trabajan, factores
todos ellos que inciden en el salario. Así, las mujeres trabajan mayoritariamente en sectores con unos salarios
medios menores (como el sector servicios, donde trabajan el 83 % de las mujeres ocupadas frente al 59 % de
los hombres), tienen por término medio una menor antigüedad en la empresa, tanto debido a las rupturas en su
carrera profesional asociadas a la maternidad como por estar más que representadas en el colectivo de
trabajadores con contratos temporales (en España el 35% de las asalariadas tienen un contrato temporal frente
al 30% en el caso de los hombres), y desempeñan con menor frecuencia puestos de supervisión (16 % en el
caso de los hombres frente al 9 % en el de las mujeres, en el conjunto de la UE), factores todos ellos que
explican una parte significativa de esa diferencia salarial. En contraste, las mujeres tienen una mayor
formación, entendida como estudios acabados. En la UE, por ejemplo, el porcentaje de asalariadas con estudios
superiores es del 26% frente al 23 % en el caso de los hombres, diferencia que en España se sitúa en más de
diez puntos (38% frente a un 27% en el caso de los varones). De esta forma sería más correcto hablar de la
existencia de una brecha de ingresos, probablemente asociada en cierta medida con algún tipo de
discriminación social ajena al mercado de trabajo que contribuya a explicar las características del empleo
femenino. Esa brecha de ingresos por razón de sexo podría tener también como uno de sus elementos
explicativos la discriminación salarial propiamente dicha en la medida que los mercados donde se diese no
fuesen lo suficientemente competitivos.

distribución de la renta (funcional, personal, espacial) a la hora de estudiar como se distribuye el producto
generado en una economía entre la población, se pueden seguir tres criterios distintos: el funcional, el espacial
y el personal. La distribución funcional atiende a cómo se distribuye la renta agregada entre los que aportan el
capital, en sentido amplio, en el proceso productivo –beneficios, B - y los que aportan el trabajo – masa
salarial, MS. Obviamente la suma de beneficios y masa salarial, será igual a la producción o renta total, PY, y
la suma de sus participaciones en ésta será igual a la unidad. Puesto que todas las economías tienen un
determinado número de personas que trabajan de forma autónoma y reúnen simultáneamente la condición de
propietarios de capital y trabajadores, sus rentas, llamadas mixtas, normalmente se agregan a los beneficios. En
una época como la actual, de grandes diferencias salariales, la distribución funcional dice muy poco sobre la
desigualdad existente en un país. En todo caso, y puesto que las rentas de capital están más concentradas que
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las rentas de trabajo, los aumentos en la participación de las rentas de capital en la renta total normalmente
estarán asociados con incrementos en la desigualdad. Por otra parte, en la medida en que la propensión a
ahorrar de las rentas de capital sea mayor que la propensión ahorrar de las rentas del trabajo, los cambios en la
distribución funcional de la renta pueden afectar a la tasa de ahorro de una economía y, a través de ésta, a la
demanda efectiva. En este caso, una redistribución a favor de rentas de capital, caeteris paribus, generaría un
aumento de la tasa de ahorro y una caída en la demanda efectiva (véase política de rentas).
La distribución espacial de la renta hace referencia a cómo se distribuye la renta generada entre las
distintas regiones o áreas geográficas de un país. Este enfoque sirve para conocer si existen grandes diferencias
espaciales en renta, es decir, si ricos y pobres están distribuidos más o menos homogéneamente a lo largo del
territorio nacional o, si por el contrario (como suele ocurrir), se concentran en determinadas zonas (véase
convergencia).
Por último la distribución personal ofrece información sobre cómo se distribuye la renta entre el
conjunto de familias o personas de un país, independientemente de donde vivan y del origen de la misma. Este
criterio es el realmente relevante para investigar el grado de desigualdad existente en una economía. A la hora
de calcular la distribución de la renta se puede hacer atendiendo a la renta de mercado que obtienen las
personas en su condición de trabajadores o propietarios, o bien atendiendo a la renta realmente disponible de
los individuos, resultante ésta de descontar a la renta de mercado lo que se paga en concepto de impuestos
directos y contribuciones sociales y sumarle lo que se recibe en concepto de transferencias (prestaciones por
desempleo, pensiones, etc.)
El grado de desigualdad en la distribución personal de la renta depende tanto de la dotación de
recursos de los individuos como de su remuneración en el mercado. De este modo, cuanto mayor sea la
concentración de la propiedad, como ocurre en la mayoría de los países Latinoamericanos, mayor será la
desigualdad. Así mismo, cuanto mayor sea la desigualdad salarial (en la UE alrededor del 70% de los ingresos
de las familias provienen de las rentas de trabajo) mayor será también la desigualdad. Otros factores a tener en
cuenta a la hora de explicar la distribución de mercado son la existencia de desempleo, cuando éste, como
suele ocurrir, no se distribuye homogéneamente entre la población del país sino que se concentra en los grupos
de población con menores ingresos, o la propia estructura demográfica de la población, ya que la población
joven normalmente tendrá una renta más baja que la población en edad madura, con mayor experiencia y
antigüedad en sus trabajos. Por último, la existencia de Estado de Bienestar hace que la distribución de
mercado, tanto personal como espacial, sea más desigual que la distribución de la renta disponible, con lo que
en última instancia la desigualdad de la distribución de la renta disponible dependerá de la intensidad de su
acción compensadora, esto es, de la progresividad de sus sistema impositivo y de la generosidad y
características de sus programas de transferencias. Por ejemplo, en la UE, el índice de Gini (véase
desigualdad) de la renta de mercado es de 0,35, frente al 0,31 en términos de renta disponible, una diferencia
que es mayor en los Estados de Bienestar más activos, como el danés, donde pasa de 0,30 a 0,23. En lo que se
refiere a la desigualdad espacial, y a modo de ejemplo, Extremadura, la Comunidad Autónoma de menor PIB
per capita de España, reduce en alrededor de un tercio su diferencia con el PIB medio del país como resultado
de la acción compensadora del sector público.
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Cada escuela económica tiene su propia interpretación del proceso de distribución funcional de la
renta. Así, para los autores clásicos, y en especial para David Ricardo (1772-1823) que consideraba que el
objetivo central de la Economía era, precisamente, el estudio de la distribución de la renta y sus implicaciones
sobre el crecimiento, los salarios se determinaban de acuerdo a las necesidades de subsistencia de los
trabajadores (salarios de subsistencia), las rentas de la tierra por la diferencia entre lo que costaba producir en
las tierras marginales (las que marcaban el precio de mercado del bien agrícola) y en las tierras de mejor
calidad, y los beneficios aparecían como una categoría residual una vez pagados los salarios y rentas de la
tierra (véase estado estacionario). Sobre este esquema, para Marx los salarios no se encontraban ligados
estrictamente a los niveles de subsistencia, de modo que la distribución de la renta era consecuencia directa de
la lucha de clases entre capitalistas y trabajadores y los beneficios el fruto de la explotación de estos. La
distribución de la renta se explicaría por lo tanto por la fuerza que en cada momento tengan cada una de esas
dos clases sociales. En este sentido, el desempleo actuaría como un agente debilitador de la clase trabajadora y
redundaría en una caída en su participación en la renta (véase ciclo y economía marxista).
Para los economistas de raíz keynesiana, el proceso de fijación de precios se realiza mediante el
establecimiento de un margen q, sobre costes salariales, w.L, o masa salarial, MS, de modo que el valor
agregado de la producción, YP, sería igual a w.L.q. En consecuencia: YP/MS =q => 1/t = q, donde t es la
participación de las rentas salariales en el valor de la producción, MS/YP. La distribución funcional de la renta
se deriva pues de modo directo del tamaño del margen, de forma que cuanto mayor sea el poder de las
empresas para fijar un margen más elevado, caeteris paribus, mayor será el precio y menor será tanto el
salario en términos reales como la participación de los asalariados en la renta final. El cuestionamiento de la
distribución resultante por parte de los trabajadores sería para estos autores una de las causas de la inflación.
Por último, para los economistas neoclásicos, por el contrario, la remuneración de los distintos
factores, y por ende la distribución de la renta, es una cuestión fundamentalmente de carácter técnico y no
social o de poder, en la medida en que la remuneración unitaria de cada factor depende del valor de su
productividad marginal. Esa remuneración dependerá de la escasez relativa de los factores, de modo que, por
ejemplo, cuanto más abundante relativamente al trabajo sea el capital, esto es, mayor la relación capital
trabajo (aunque véase capital), menor será su productividad marginal relativa a la del trabajo, y por lo tanto
menor su remuneración unitaria. Estos aumentos de la cantidad relativa de capital, acompañados de caídas en
su remuneración unitaria, implicarían cierta constancia de la participación del las rentas de capital en la renta
total, y por lo tanto una distribución funcional de la renta aproximadamente constante a lo largo del tiempo.
Hasta ahora, el análisis de la distribución de la renta se ha llevado a cabo desde la perspectiva de una
economía cerrada. En una economía abierta, la existencia de importaciones implica la reducción del tamaño de
“la tarta” a repartir y se convierte, en consecuencia, especialmente en situaciones de aumento de precios de
bienes importados de difícil sustitución (petróleo), en un factor adicional de conflicto distributivo, y por lo
tanto de inflación.

divisa moneda que se acepta como medio de pago en transacciones internacionales. A la hora de comprar en
el mercado internacional los agentes económicos normalmente no pueden utilizar como medio de pago sus
monedas nacionales, viéndose obligados a pagar sus compras con otra moneda a la que se reconoce mayor
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fiabilidad o estabilidad (véase dinero). Las monedas que tienen reconocido ese papel se denominan divisas. La
principal divisa, que protagoniza alrededor del 50 % del comercio mundial es el dólar, seguida de lejos por el
Euro. El hecho de tener que utilizar una tercera moneda para comerciar internacionalmente aumenta el coste de
transacción del comercio internacional, ya que para poder importar un bien o servicio previamente hay que
acudir al mercado de divisas y adquirir el medio de pago (divisa) necesario para realizar la importación,
ocurriendo lo mismo en el caso de las exportaciones: los exportadores reciben divisas que luego cambian en el
mercado de divisas por su moneda nacional.

división del trabajo existen dos dimensiones distintas de la división del trabajo. Por un lado podemos hablar
de división horizontal del trabajo, como aquella que tendría lugar cuando un proceso complejo de producción
se convierte en procesos especializados distintos que dan lugar a la producción de bienes también distintos, de
modo que puedan realizarse por trabajadores diferentes. Esto sucede, por ejemplo, cuando una empresa deja de
realizar las tareas contables o publicitarias y las contrata fuera. Paralelamente, lo que se conoce como división
vertical del trabajo implica la descomposición del proceso de producción de un bien en distintos subprocesos o
fases técnicas. Cuando Adam Smith (1723-1790) se plantea en la Riqueza de las Naciones cuál es la causa del
crecimiento económico concluye que el elemento central explicativo del crecimiento económico es la división
de las tareas productivas y la consiguiente especialización de los trabajadores en un número pequeño de éstas.
Al descomponerse el proceso productivo de cualquier bien o servicio en una suma de tareas consecutivas
simples se obtiene según Smith un aumento importante de la productividad debido a tres motivos: la
reducción de tiempos muertos (los utilizados en pasar de una actividad a otra), el aumento de destreza de los
trabajadores, al concentrarse en una sola tarea, y la mayor facilidad para introducir innovaciones y maquinaria
al simplificarse las tareas.
La división técnica del trabajo es compatible con distintas formas de su división social, entendida ésta
como las distintas maneras de asignar las tareas a diferentes individuos dependiendo de su posición o status
social (por ejemplo, en toda sociedad han existido siempre formas de división sexual del trabajo en que las
tareas se asignaban según el género) y organizativa. Si nos fijamos en ésta, la más relevante a efectos
económicos, dada una determinada división vertical del trabajo en un proceso de producción cabe hablar de
dos modelos alternativos de organización. Por un lado, está el que podría denominarse sistema de producción
artesanal en el que cada trabajador realiza secuencialmente buena parte o todas las operaciones necesarias para
completar la producción dedicando a cada una de ellas el tiempo necesario de modo que el tiempo que se
pierde al pasar de una actividad a otra se minimice (es el modo de organización típico también de la
producción agraria en el que agricultor realiza sucesivamente las distintas fases primero se prepara toda la
tierra, luego se siembra, se abona, etc., se cosecha y se manipula hasta obtener el producto final). En este
modelo organizativo los trabajadores pueden ser vistos como factores de producción independientes. Por otro,
está el llamado sistema de fábrica en el que cada trabajador se especializa en una o unas pocas de las
operaciones, o dicho de otra manera, los trabajadores individuales se convierten en factores de producción
complementarios que trabajan en cadena. Históricamente, este segundo modo de organizar la división del
trabajo sustituyó al primero, y sigue siendo un asunto de debate las razones por las que se dio ese cambio. Por
un lado están los que arguyen que la transición se debió a razones meramente de eficacia puesto que la
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especialización en una tarea por parte de cada trabajador produjo la consiguiente estandarización del producto
final así como otras ventajas en costes: ahorro de costes de inventario de productos semielaborados o en
proceso, ahorro de capital físico (por ejemplo, si los artesanos trabajan en paralelo en una determinada fase de
la producción, habría capital ocioso en forma de los instrumentos de las otras fases que ahora no se usan) y
ahorro de capital humano (en términos de la mínima formación de los trabajadores en cadena con respecto a
los artesanos). Frente a esta opinión están aquellos que señalan que el cambio de un modelo a otro fue más bien
consecuencia del poder diferencial de los propietarios del capital sobre los trabajadores (ver empresa), pues en
el modelo fabril los trabajadores perdieron a favor del capitalista el control sobre su propio trabajo, sobre el
proceso de producción en su totalidad y sobre el producto del mismo, a la vez que se vieron reducidos a la
realización de tareas simples y repetitivas, cuyos efectos alienantes y embrutecedores reconoció el propio
Adam Smith. Si bien los economistas se han decantado mayoritariamente por la primera de las explicaciones,
merece la pena señalar que la ventaja en términos de eficiencia del modelo fabril de división vertical del
trabajo en su típica formulación fordista-taylorista con su énfasis en minimizar el capital humano, maximizar la
destreza en la realización de tareas simplificadas al máximo y minimizar el tiempo muerto entre tareas se ha
visto modernamente puesta en cuestión con el desarrollo de nuevos modelos organizativos reminiscentes del
modelo aquí llamado artesanal como por ejemplo los círculos de calidad, las células de producción, etc., en
donde se acentúa el papel de los grupos de trabajadores y su conocimiento del entero proceso de producción, lo
que aumenta su capacidad inventiva e innovadora.
La división del trabajo depende del tamaño del mercado: hasta que aparece Viernes, Robinson Crusoe
tuvo que hacerse el mismo todo lo que necesitaba. Con Viernes presente ya pudo practicar una limitada
división tanto horizontal como vertical del trabajo. En este último caso, la dependencia de la división del
trabajo de la extensión del mercado plantea un problema al modelo competitivo, pues al aumentar el volumen
de producción de un bien, se ampliaría la división del trabajo en su proceso de producción con las
consiguientes ganancias de productividad. Dicho de otra manera, la división vertical del trabajo en un proceso
de producción implica la presencia en el mismo de economías de escala con las dificultades que ello supone
para la existencia de competencia perfecta en ese sector. Finalmente, si la división del trabajo depende del
tamaño del mercado, el librecambio será obviamente la política comercial adecuada para su desarrollo, ya que
cuanto menos trabas arancelarias y de otro tipo existan, mayor será el tamaño del mercado, y
consecuentemente mayor será la división del trabajo y la productividad.

“dolarización” proceso por el cual un país renuncia a la soberanía monetaria asumiendo la moneda nacional
de otro país –normalmente el dólar, de ahí el término, aunque podría ser el euro. En la medida en que la
dolarización supone un cambio de la moneda nacional por otra, este proceso se asemeja en cierto modo al
derivado de la creación de una unión monetaria. Sin embargo los dos escenarios son distintos en la medida en
que la dolarización supone una subordinación plena en materia monetaria a un tercer país, cosa que no ocurre
con la unión monetaria. Países como Ecuador, Liberia o Timor Oriental han adoptado el dólar como única
moneda, mientras que en otros casos, como en El Salvador, el dólar funciona a la par del Colón. Otros países
como San Marino, Andorra o Mónaco, plenamente integrados comercial y económicamente con sus países
vecinos, han adoptado el Euro como moneda. La aplicación del análisis económico a la cuestión de la
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dolarización permite señalar las siguientes ventajas e inconvenientes. Empezando por el lado de los costes: (1)
tras la dolarización el país pierde la posibilidad de obtener ingresos mediante la emisión de moneda, o
señoreaje. Para hacerse una idea del coste de la pérdida de este recurso, en el período 1985-89 el conjunto de
países de la UE obtuvieron por esta vía ingresos equivalentes al 1 % del PIB. Este coste se sumaria al lucro
cesante derivado de la necesidad de comprar los dólares (con una rentabilidad nula) que se van a utilizar como
moneda en vez de destinar tales fondos parar comprar, por ejemplo, Bonos del Tesoro norteamericano, con una
rentabilidad positiva. (2) Imposibilidad de realizar política de tipo de cambio. De hecho, la competitividad de
sus productos dependerá en gran parte del comportamiento del dólar (o el euro en su caso), una moneda cuya
cotización responderá a la situación y política económica de Estados Unidos (o la eurozona). (3) La
dolarización también supone la pérdida total de la capacidad para ejercer una política monetaria autónoma.
(4) Por último, y en la medida en que la moneda sea un elemento importante de identidad nacional, cabe hablar
de un coste psicológico derivado su desaparición. En lo que se refiere a las ventajas: (1) la dolarización reduce
los costes de transacción asociados a la utilización de distintas monedas en el comercio internacional, con el
consiguiente impacto positivo sobre éste. (2) Al desaparecer la posibilidad de devaluación, la dolarización
debería dar lugar a una reducción del tipo de interés (reducción de la prima de riesgo) al que puede obtener
fondos el país. También cabe esperar que la desaparición del riesgo de devaluación incentive la inversión
extranjera. (3) La dolarización, al suponer la renuncia a realizar una política monetaria autónoma (e imponer
restricciones a la capacidad de realizar política fiscal), actúa como señal de que el país está comprometido con
el mantenimiento de una política monetaria estable. En concreto, un país que adopte el dólar como moneda
trasfiere la responsabilidad de la política monetaria a la Reserva Federal de los Estados Unidos. En la medida
en que el país dolarizado haya tenido un historial de inflación, la dolarización servirá para enviar una señal al
mercado de que su compromiso de estabilidad es firme. Nótese como, curiosamente, la pérdida de
discrecionalidad en materia de política monetaria se puede considerar como un inconveniente y como una
ventaja, dependiendo de la posición teórica que se mantenga sobre la capacidad de desarrollar una política
monetaria contracíclica sin desembocar en una situación de inflación.

dualismo económico característica de muchos países en vías de desarrollo que cuentan con un sector moderno
(que concentra la producción industrial y parte de los servicios) normalmente urbano y con un funcionamiento
similar al de economías con mayor nivel de desarrollo, y un sector tradicional, rural, fundamentalmente
agrícola y de servicios –comercio minorista- en gran parte ajeno a los modos propios de las modernas
economías de mercado. La existencia de estos dos sectores no significa la ausencia de relación entre ellos, ya
que el sector rural es el que aporta la mano de obra que nutre al sector moderno –mediante la emigración- y
parte de la demanda para sus productos.

dumping el dumping, o ventas a pérdidas, consiste en vender a un precio por debajo del coste de producción.
Detrás de esta estrategia, en principio insensata para una empresa, suele estar la intención de penetrar en un
mercado nuevo, ya sea dentro o fuera del país. El dumping es una actividad considerada como competencia
desleal y como tal está prohibida por los acuerdos de la OMC. En caso de detectarse, los países perjudicados
pueden, con la autorización de la OMC, imponer medidas antidumping (penalización de la importación de
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ciertos productos) al país trasgresor con la finalidad de presionar para su eliminación. Todo este esquema de
garantías, sin embargo, tiene el problema de que es muy difícil saber exactamente cuáles son los costes de un
competidor, algo necesario para poder saber si existe dumping. Esa dificultad hace que las denuncias de
dumping se utilicen a menudo como instrumentos para protegerse de una competencia exterior perfectamente
leal.
El término dumping se ha extendido para abarcar aquellas otras situaciones en las que competidores
extranjeros obtienen ventajas de costes al no existir una regulación laboral (dumping social) o medioambiental
(dumping ecológico) tan exigente en sus países de origen, normalmente de menor nivel de desarrollo. Este, sin
embargo, es un problema más complejo, ya que no se puede esperar que países con menor nivel de desarrollo
tengan una legislación social y ambiental tan avanzada como los países ricos –igual que éstos no la tenían
cuando eran menos ricos. Con lo que el problema estriba en definir unos mínimos a cumplir por todos, como la
libertad sindical o la prohibición del trabajo infantil, por ejemplo.
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E
Economía parte de la realidad social que se compone del conjunto de relaciones que los
individuos establecen entre sí y con su medio circundante para resolver sus necesidades materiales. Toda
economía tiene que responder a una triple cuestión: 1) qué bienes producir (o sea, cuántos y cuáles bienes se
han de producir a partir de los recursos o factores de producción de que la sociedad dispone); 2) cómo
producirlos (o sea, cómo distribuir y coordinar esos recursos incluyendo entre ellos el tiempo de los individuos
en las distintas actividades productivas); y 3) cómo distribuir los bienes producidos entre los distintos
componentes de la sociedad. A la vez, llamamos Economía –así, con mayúscula- a la reflexión sobre la
realidad económica tanto para conocerla como para actuar sobre ella.
Dada esta relación entre la Economía como reflexión intelectual y la economía como actividad
práctica, se puede por ello esperar que la primera, es decir, la Economía, guardará una íntima relación con el
modo de inserción de la economía real en el todo social y con las formas en que las distintas sociedades han
construido sus economías respondiendo al triple problema económico. Históricamente, grosso modo, la
instancia económica se ha insertado en el todo social de tres maneras, por lo que, consecuentemente, se podría
hablar de tres tipos de Economía. Ha habido épocas y sociedades en las que lo económico, pese a su
importancia, ha sido una parte subordinada dentro del todo social, de modo que el comportamiento económico
de los individuos así como sus fines y su coordinación estaban constreñidos y definidos por normas y
obligaciones procedentes de otras instancias sociales (el poder religioso y el poder político), la tradición y la
costumbre. Se trata en este caso de economías correspondientes a sociedades aisladas y pequeñas sin un Estado
desarrollado, es decir, de las sociedades llamadas “primitivas”. Para ellas se podría así hablar de una Economía
Moral, que regularía el uso de recursos y las relaciones económicas entre los individuos de acuerdo con
criterios extraeconómicos procedentes de la religión, la tradición o la ideología típicos de esas sociedades
pequeñas y tradicionales. Son características de las economías de este tipo de sociedades las siguientes: una
escasa división social del trabajo (que adopta su forma más elemental: la de una división sexual del trabajo), la
escasa importancia de los derechos de propiedad y un reparto del producto social utilizando mecanismos
basados en la reciprocidad y la ayuda mutua atendiendo a criterios normativos consuetudinarios más que
dependiendo de los intercambios.
En otras épocas y sociedades, ya más “desarrolladas”, la instancia económica sigue subordinada no
tanto a la sociedad en general sino a la instancia política, al Estado, de modo que la economía se ha regido por
los intereses del Estado o mejor dicho, por los intereses de quienes han ocupado la organización estatal pues
frecuentemente no ha habido demasiada diferencia entre unos y otros. Cabría entonces hablar de una Economía
Política que determinaría el uso de los recursos, definiría los diezmos y tributos y controlaría los intercambios
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con otras sociedades. La división del trabajo está más desarrollada en este tipo de economías. Frente a la
predominancia de esquemas de propiedad común de las sociedades primitivas, las estructuras de propiedad
estarían asimismo más desarrolladas habiendo surgido la propiedad pública de los recursos productivos y
cierta propiedad privada al menos de los bienes de consumo. El reparto del producto social utilizaría en este
tipo de economías mecanismos de tipo redistributivo ordenados desde la autoridad estatal, aunque no sería de
desdeñar el peso de los intercambios a través de los mercados que poco a poco irían ocupando un papel más
importante.
Finalmente, en las sociedades modernas lo económico no sólo ha ido alcanzando más y más
autonomía respecto a las demás instancias sociales, sino que progresivamente las ha ido dominando de modo
que, tanto la política como las instancias ideológicas, se acomodan en mayor grado a lo que reclama la
instancia económica que a la inversa. Tal proceso es consecuencia de la extensión del mercado como
mecanismo de coordinación de los comportamientos económicos de los individuos. Son éstas economías donde
la división del trabajo alcanza un enorme desarrollo, la propiedad privada alcanza un desarrollo general y
donde el reparto del producto social se hace fundamentalmente vía el uso generalizado del intercambio en
mercados autorregulados. En sociedades de este tipo aparece la autodenominada Ciencia Económica (aquí
llamada escuela neoclásica), para la cual el comportamiento económico de los individuos no dependería de
consideraciones morales e institucionales sino que estaría regido por la persecución del propio interés personal
egoísta (véase homo oeconomicus). Cada individuo actuaría movido por su propio interés para satisfacer las
necesidades que estime tener.
Obviamente, en la realidad económica concreta de toda sociedad incluyendo las sociedades modernas
siempre conviven las tres formas de economía comentadas, de modo que a la vez que tiene prioridad el
mercado a la hora de distribuir el producto social entre los individuos, también el Estado y las costumbres, las
tradiciones y los valores sociales juegan su papel. Y es precisamente el asunto de las diferencias respecto al
papel relativo que hayan de jugar estos distintos mecanismos de coordinación económica el que ha definido en
buena medida las discrepancias entre los economistas. Y así puede hablarse de la Economía Neoclásica que
cuestiona el uso de la planificación e intervención estatal en la economía reduciéndolo al mínimo
imprescindible para eludir los fallos del mercado y las situaciones más insostenibles de desigualdad,
defendiendo en nombre de la eficiencia la extensión del mercado como mecanismo de coordinación para la
gestión de cualquier recurso en condiciones de escasez. Frente a ella y sus derivaciones (véase Economía
Monetarista, Nueva Macroeconomía Clásica, Elección Pública) se alza una variedad de enfoques entre los
que se puede destacar la llamada Economía Keynesiana que justifica la intervención del estado en la economía
para regular el pleno empleo de los recursos que, en su opinión, el libre funcionamiento de los mercados dista
de garantizar. La Economía Humanística cuestionaría tanto el uso exclusivo del mercado como del Estado a la
hora de dirigir el funcionamiento de las economías, requiriendo una mayor participación de instancias sociales
con criterios valorativos distintos a los que se usan desde el poder político y a los que el mercado da prioridad.
También es necesario mencionar otros enfoques alternativos como los que ofrece la Economía Marxista y la
(Vieja) Economía Institucional para los que las motivaciones de la participación en la economía del estado y
otras instituciones supera el ámbito de la funcionalidad económica para entrar de lleno en el de la definición de
la estructura sociológica o política.
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La diversidad de enfoques respecto a la importancia relativa que deberían tener los distintos modos de
coordinación económica es un ejemplo de las dificultades que la Economía presenta como actividad intelectual
de rango científico pese a los esfuerzos de los economistas por reclamarse científicos al mismo nivel que los de
las ciencias naturales. Como forma de sortear este “problema”, los economistas gustan aquí de diferenciar,
dentro del todo que compondría la Economía, entre dos enfoques. Habría uno, de tipo normativo, con el que se
pretendería analizar la relativa bondad de políticas o instituciones económicas, enfoque llamado a veces
economía del bienestar, cuyo estatus no sería estrictamente científico en la medida que en él se ha de acudir
ineludiblemente al uso de criterios o juicios de valor que reflejan posturas éticas como instrumentos teóricos.
Habría, sin embargo, otra parte en la que primaría un enfoque positivo, de carácter más netamente científico
con el que se pretendería explicar no cómo debería ser la realidad económica sino como es, tratando, además,
de predecir su comportamiento al margen pues de todo juicio de valor acerca de su deseabilidad. Hay, sin
embargo, numerosos problemas con este enfoque positivo que ponen en cuestión la pretensión a un estatus
científico como el que disfrutan las ciencias naturales. Por un lado, la dificultad para realizar experimentos
repetidos de valor admitido (véase economía experimental) que sirvan para eliminar hipótesis explicativas
permite la coexistencia de multitud de explicaciones, teorías o paradigmas alternativos, algunos claramente
incongruentes entre sí. A ello se suma tanto la capacidad que ha demostrado sobradamente la econometría
para “justificar” con el adecuado “tratamiento” de los datos la pertinencia de prácticamente cualquier hipótesis
explicativa, como la dificultad para conocer unos datos económicos relevantes, pues es difícil reducir la
diversidad realidad socioeconómica a una información cuantitativa, y fiables (véase medición). En especial si
consideramos que frecuentemente los propios agentes económicos tienen sobrados incentivos para no
proporcionar tales datos. Finalmente, la realidad económica es una realidad social que resulta moldeable por la
propia Economía en la medida que los agentes que la componen resultan afectados en su comportamiento por
las propias explicaciones o teorías económicas, es decir, que en el ámbito económico la distinción entre sujeto
y objeto dista de ser nítida.

econometría la economía se diferencia de otras ciencias sociales en su forma de analizar la realidad por su
preferencia por la utilización de modelos con la finalidad de expresar de forma sucinta y precisa la relación
existente entre las principales variables que explican un determinado fenómeno, como pueda ser el consumo, la
inversión, etc. Pues bien, la econometría es la rama de la economía que se dedica a contrastar si la lógica de
tales modelos se corresponde con la realidad. Para ello hace falta tener datos que reflejen el comportamiento en
la realidad de las variables incluidas en el modelo y contar con técnicas estadísticas capaces de desentrañar si
las variables se relacionan entre sí de acuerdo con lo derivado del modelo. La econometría sería la rama de la
economía que se dedica a desarrollar y explotar métodos para la contrastación de hipótesis. Gracias al avance
experimentado por las técnicas de contrastación y al acceso generalizado a ordenadores con gran capacidad de
cálculo, la econometría ha experimentado un fuerte desarrollo en las últimas décadas, lo que ha permitido dotar
de mayor contenido empírico a muchos de los modelos económico. Sin embargo, y dadas las características de
la Economía como ciencia, el avance en los métodos econométricos no ha sido suficiente para resolver las
grandes cuestiones económicas, generando en muchos casos la aparición de debates escolásticos que en poco
contribuyen al avance del conocimiento. De hecho, muchas veces se utilizan sistemas muy potentes de
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estimación econométrica que, sin embargo, se alimentan con una información de baja calidad, con lo que los
resultados, de acuerdo con la vieja máxima del análisis de datos: “metes basura, sale basura”, son poco
relevantes desde un punto de vista sustantivo, aunque reflejen el virtuosismo estadístico de aquellos que los
desarrollan. Igualmente, es muy común confundir la relevancia estadística, esto es, que dos variables estén
estadísticamente relacionadas, con la relevancia económica, esto es que tal relación tenga suficiente peso como
para convertirse en una variable determinante del comportamiento económico que se intenta explicar. En todo
caso, y frente aquellos que consideran a la econometría como el núcleo duro de la Economía, que no sería así
sino una rama de la matemática aplicada, la contrastación sólo nos permite desentrañar la relación entre
variables, pero nunca su causalidad o su razón de ser, con lo que la econometría, en última instancia necesitaría
de la utilización de modelos que otorguen sentido a las relaciones descubiertas. Finalmente, la econometría, en
su faceta predictora de los efectos de las políticas económicas, se ha visto atacada en sus mismos fundamentos
por la consideración de que los agentes económicos se comportan a la hora de formar las expectativas que
guían sus comportamientos con arreglo a la hipótesis de las expectativas racionales que cuestiona el uso de
relaciones y parámetros en los modelos econométricos elaborados a partir de datos del pasado como base del
comportamiento de agentes económicos racionales, pues éstos no se basarían en el pasado sino en las nuevas
informaciones disponibles a la hora de predecir el futuro.

economía experimental la Economía Experimental, consagrada como una aproximación al conocimiento


económico con la concesión del premio Nobel de 2002 a Vernon L. Smith, considerado el padre de esta
corriente, intenta resolver una de las críticas tradicionalmente planteadas al estatus de la economía como
ciencia: su incapacidad para hacer experimentos controlados que permitan elegir entre teorías alternativas. Con
este enfoque se pretende recrear, en el contexto de un laboratorio, el medio en el que los agentes toman sus
decisiones económicas teniendo en cuenta los recursos iniciales de cada uno, sus preferencias y los costes que
motivan el intercambio. El medio se controla mediante la utilización de recompensas monetarias similar a la
que encontrarían en el mercado con la finalidad de que los agentes se enfrenten a una determinada
configuración de recompensas y costes. Según los defensores de esta aproximación, la planificación cuidadosa
de los experimentos puede permitir discriminar entre teorías, explorar las causas por las cuales el
comportamiento de los agentes no se ajusta al supuesto por la teoría, establecer regularidades empíricas que
sirvan para la construcción de nuevas teorías, comparar instituciones y sus resultados en distintos contextos y
evaluar y proponer medidas de política económica, como sistemas de subastas, por ejemplo. A pesar de la
contribución de este tipo de enfoque al conocimiento económico, desafortunadamente no todos los fenómenos
económicos se pueden replicar en condiciones de laboratorio, siendo éstas en principio adecuadas para estudiar
cuestiones de elección individual y funcionamiento de mercados parciales, dentro pues del ámbito de la
microeconomía, pero no en otros campos como por ejemplo la macroeconomía.

economía de mercado sistema económico en el que los procesos de coordinación y distribución de los bienes
y recursos económicos están regulados por una red de mercados interrelacionados. Una primera condición para
la existencia de una economía de mercado es que el desarrollo técnico y la división del trabajo haya alcanzado
un nivel tal que los distintos grupos encargados de producir bienes y servicios (familiares, tribales o sociales en
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sentido amplio) sean capaces de generar unos excedentes de esos bienes por encima de sus necesidades que
puedan dedicarse al intercambio en mercados más o menos formalizados y regulados. Ahora bien, la mera
existencia de intercambios mercantiles no determina que una sociedad sea una economía de mercado, y así ha
sucedido en buena parte de la prehistoria e historia humanas donde, si bien se daban intercambios en mercados
no siempre pequeños y locales sino ocasionalmente muy desarrollados (como, por ejemplo, los intercambios a
larga distancia presentes en la Antigüedad Clásica y en las ferias medievales), su falta de conexión e
interrelación, es decir, su relativo aislamiento unos de otros, impiden considerar esos ejemplos históricos como
economías de mercado plenamente desarrolladas en la medida que los procesos fundamentales de la
coordinación económica quedaban en manos de otras instancias sociales como el poder político y religioso.
Para que se pueda hablar de una economía de mercado es necesario, pues, que los distintos mercados que
existan en una economía estén interrelacionados conformado un sistema que se autorregula y tiene a su cargo
la coordinación económica general. Para el historiador y antropólogo económico Karl Polanyi (1886-1964), esa
conexión entre los mercados aislados, esa constitución de un sistema de mercado plenamente autorregulado,
pasaba por la creación y desarrollo de mercados libres para lo que él denominaba “mercancías ficticias”, o sea,
aquellos bienes o recursos que –en principio- no se producían con vistas a su compraventa en un mercado.
Estas mercancías ficticias eran, en su opinión, tres: los seres humanos en cuanto trabajadores, los recursos
naturales y el dinero. Para Polanyi, pues, el desarrollo de unos mercados libres de trabajo, de la “tierra” y de
los servicios financieros, incluyendo el dinero, servían de elemento vertebrador del sistema de mercado.
Si bien se ha demostrado formalmente que una economía de mercado es compatible con diferentes
tipos de propiedad de las empresas, ello se ha hecho en términos estrictamente económicos, es decir, fuera de
consideraciones sociológicas, políticas e ideológicas que afecten a sus posibilidades reales de existencia. Se ha
llegado así a hablar de socialismo de mercado para referirse a una economía de mercado en la que las empresas
son propiedad del estado, o de autogestión para referirse a la posibilidad de que las empresas de una economía
de mercado sean propiedad de cooperativas de trabajadores. En la práctica, sin embargo, las economías de
mercado realmente existentes se caracterizan por el predominio de las empresas de tipo capitalista, lo que ha
llevado frecuentemente a considerar como sinónimo economía de mercado y capitalismo. Los fallos de
mercado, las consideraciones de equidad, y la inestabilidad que ha aquejado a las economías de mercado han
propiciado la intromisión del Estado en la economía de modo que no es posible encontrar ninguna economía de
mercado que no sea una economía mixta: es decir, en ninguna economía de mercado realmente existente la
coordinación económica queda exclusivamente en manos de unos mercados autorregulados.
La consolidación histórica de la economía de mercado fue un proceso largo y complejo en el que se
vieron implicadas todas las instancias de las sociedades y no sólo la económica. Diversos autores han
acentuado el papel de distintos elementos en este proceso. Entre ellos se puede destacar el punto de vista de
Karl Marx (1818-1883) y sus seguidores que han privilegiado el papel de la instancia más económica
acentuando el desarrollo técnico de las fuerzas productivas y el papel de los comerciantes. Otros, como
Crawford B. McPherson (1911-1987), han señalado la importancia de los elementos ideológicos, poniendo de
manifiesto la relevancia de la generalización de lo que ha llamado el individualismo posesivo, según el cual la
definición del individuo está ligada básicamente a sus propiedades, a sus riquezas y a sus rentas y a la máxima
libertad posible para hacer uso de ellas. Para Max Weber (1864-1920) y Werner Sombart (1863-1941), la
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consolidación del capitalismo exigió del surgimiento de una ética que acentuaba el trabajo, el ahorro y la
persecución racional de los propios intereses. Finalmente otros entre los que estarían Joseph A. Schumpeter
(1883-1950) junto a los teóricos de la escuela austriaca y los de la denominada Nueva Historia Económica,
enfatizan el papel del empresario y sus posibilidades legales de actuación. El establecimiento de un marco legal
adecuado que defina y proteja los derechos de propiedad privados y que garantice el cumplimiento de los
contratos de compraventa aparecen así como elementos esenciales para el desarrollo de una economía de
mercado. El debate entre estas y otras corrientes a la hora de establecer los criterios centrales explicativos del
surgimiento y consolidación de una economía de mercado no tiene sólo un simple interés histórico pues, dado
que la economía de mercado se ha revelado como el motor de crecimiento económico más efectivo, el
conocimiento de los mecanismos que favorecen su aparición constituye uno de los caminos más importantes a
la hora de explicar e instrumentar las políticas de desarrollo económico y de transición de las economías
socialistas.
Un punto de vista distinto lo representa la visión del historiador Fernand Braudel (1902-1985), para
quien existe una clara distinción e incluso oposición entre economía de mercado y capitalismo. La primera
agrupa el enorme conjunto de intercambios transparentes, en el sentido de que son fácilmente visibles y
comprensibles, más o menos locales y competitivos en los que participan buena parte de los miembros de una
sociedad conforme se especializan en distintas tareas y oficios. El capitalismo englobaría por el contrario a los
intercambios sofisticados, de las altas finanzas, de tipo más o menos monopolista.
Desde un punto de vista estrictamente económico una economía de mercado ofrece dos grandes
ventajas como forma de coordinación económica. En primer lugar estaría la forma descentralizada y de bajo
coste en términos relativos de usar del conocimiento para realizar una tarea como ésa, cuya complejidad crece
exponencialmente con el desarrollo económico (véase mercado). En segundo, las economías de mercado, en
la medida que se basan en la libertad individual para tomar decisiones económicas y en la apropiación
individual de los resultados de las mismas, facilitan y fomentan la especialización y la división del trabajo,
bases para el crecimiento de la productividad y el desarrollo económico. Adicionalmente, entre las ventajas de
una economía de mercado se apuntan criterios extraeconómicos como el respeto a la libertad individual, la
“democracia” entendida como soberanía del consumidor y la justicia inherente a los procesos de intercambio
en la medida que son voluntarios.
Entre las desventajas de tipo económico se pueden citar, como ya se ha señalado, la existencia de una
tendencia a la inestabilidad así como la presencia de fallos de mercado, consecuencias en ambos casos y en
último extremo, del modo descentralizado de toma de decisiones, y también la despreocupación por las
cuestiones de equidad en la distribución de la renta. Por otro lado, la exaltación del individualismo y la
persecución de los propios intereses egoístas como modo de comportamiento más adecuado en persecución de
la eficiencia redunda en los llamados problemas de la acción colectiva: las dificultades que afrontan los
individuos para actuar de modo colectivo en defensa del tejido social o comunitario, las redes de sociabilidad
y sus soportes materiales o ecológicos. Ello se traduce en que la capacidad de generar riquezas por parte de las
economías de mercado en forma de bienes y servicios privados y públicos va asociada con las dificultades en
el mantenimiento de aquello que no es ni privado ni público (en el sentido de estatal), sino social o
comunitario, pues ni los individuos egoístas que conforman el mercado dedicaría a esa tarea los recursos
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necesarios ni hay modo compulsivo que les obligue a hacerlo. La consecuencia de esa dejadez acerca de lo
comunitario se plasma en la pérdida de sociabilidad, lo que dificulta que el crecimiento de la renta se traduzcan
en crecimiento del bienestar subjetivamente definido (véase economía de la felicidad) así como en la
necesidad de dedicar cada vez una proporción mayor de los recursos a bienes defensivos de carácter público o
privado que sustituyan en la medida de lo posible lo que antes resultaba socialmente “producido”.

economía sumergida por economía sumergida se hace referencia a aquellas actividades económicas,
normalmente limitadas a la producción para el mercado, (esto es, excluyendo las actividades de subsistencia y
la producción extramercado), que no se recogen en las estimaciones de la actividad económica de un país.
Son, por lo tanto, actividades opacas para los servicios de estadística. Las implicaciones de la existencia de
economía sumergida son múltiples e importantes, ya que en los países donde ésta sea significativa, las
estadísticas disponibles infravalorarán el PIB y los niveles de empleo y sobrevalorarán el nivel de precios y,
probablemente, la inflación, ya que se puede esperar que en el sector sumergido de la economía los precios
sean inferiores (al menos siempre que prime el libre mercado, ya que en caso contrario, o sea en situación de
mercado negro, los precios serán mucho mayores). Las motivaciones que explican la existencia de economía
sumergida son tan variadas como distintas son las actividades que se desarrollan en su ámbito. Así, por un
lado, estarían todas aquellas actividades de mercado ilegales y perseguibles penalmente, como el proxenetismo
o el tráfico de drogas. Por otro, aquellas actividades legales, pero sumergidas con la finalidad de evitar el
acatamiento de las leyes fiscales, laborales o medioambientales. Por último, hay toda una serie de actividades
de comercio o realización de servicios de menudeo, perfectamente legales, cuya no contabilización responde a
la marginalidad de las mismas. La propia característica de opacidad estadística de las actividades de la
economía sumergida hace que sea difícil contar con estimaciones fiables de su dimensión. De hecho las
estimaciones disponibles varían, según los países, los autores y los métodos utilizados, entre unos pocos puntos
del PIB hasta más del 20 %, un rango tan amplio que prácticamente las hacen inservibles.

economías de aglomeración ahorro de costes derivado de la concentración de la actividad económica en


espacios geográficos próximos. Junto con otras consideraciones de tipo urbanístico y medioambiental, la
existencia de economías de aglomeración explicaría la existencia de los polígonos industriales, parques
tecnológicos y la concentración de la actividad económica en áreas específicas de la geografía de un país. De
hecho, las economías de aglomeración actúan como las economías de escala, si bien en este caso la escala
relevante no es la de la cada planta productiva, sino la de la suma de las plantas que comparten una misma
localización.

economías de escala existen economías de escala cuando el coste medio de producir determinado bien o
servicio disminuye con el tamaño de la empresa que lo produce. Esto es, cuando producir el doble cuesta
menos del doble. La existencia de economías de escala es una de las variables, aunque no la única, que explica
la aparición de las grandes empresas y el aumento de la concentración de muchos mercados experimentado
durante el siglo XX. En el caso de que los costes aumenten al mismo ritmo que la escala productiva, esto es
que el tamaño de la planta, se habla de economías constantes de escala, mientras que si los costes aumentan a
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un ritmo mayor que la escala productiva existen deseconomías de escala. Las razones de la existencia de las
economías (y deseconomías) de escala se pueden agrupar en dos grandes epígrafes. Por un lado, están las
llamadas economías (deseconomías) internas de escala que aparecen cuando los costes unitarios de la empresa
decrecen (crecen) con la producción sin que ni varíen los precios de los factores ni sufran alteración las
condiciones técnicas de producción. La existencia de economías (deseconomías) internas de escala depende
fundamentalmente de la presencia de rendimientos crecientes (decrecientes) a escala en la función de
producción, si bien otros procesos como los asociados a la mejora en la eficacia debida al aprendizaje
asociado a la producción repetida o a las largas tiradas (véase curva de aprendizaje) también son fuente de
economías internas para las empresas. La presencia de economías internas a escala en una actividad
productiva aboca a que ese sector se convierta en un monopolio natural.
Por otro lado, se habla de economías (deseconomías) externas a escala cuando la caída (crecimiento)
de los costes medios al aumentar la empresa su producción se debe a la disminución (aumento) del precio de
los factores necesarios para expandir el producto –y se habla entonces de economías (deseconomías) externas
pecuniarias-; o bien, al aumento (caída) de la eficiencia tecnológica con la que se realiza la empresa el proceso
de producción –y se habla entonces de economías (deseconomías) externas tecnológicas-. Un ejemplo de
deseconomías externas tecnológicas lo sería el aumento en los costes unitarios de producción de cada una de
las empresas pesqueras conforme aumentan todas ellas las extracciones, agotando progresivamente los
caladeros, lo que lleva a que lleve más tiempo el pescar lo mismo que antes; un ejemplo de economías externas
tecnológicas lo son las debidas a las economías de aglomeración que permiten, por ejemplo, a cada empresa
disponer de una bolsa de trabajadores cualificados como fruto del incremento agregado de su actividad. A
diferencia de lo que sucede con las economías internas, la estructura de un sector puede ser competitiva aún en
presencia de economías externas a escala. La existencia de este tipo de economías justificaría que la curva de
oferta del sector fuese a largo plazo decreciente. De modo similar, se tiene que una industria competitiva con
deseconomías externas ya sean pecuniarias o tecnológicas tendría una curva de oferta a largo plazo creciente.

economías de gama se dice que hay economías de gama (o de alcance), cuando producir dos o más bienes de
forma conjunta cuesta menos que producirlos por separado. La existencia e intensidad de las economías de
gama, EG, se pueden medir mediante el siguiente índice:
EG =⎨ C(q1, 0) + C(0,q2) - C(q1,q2)⎬/ C(q1, q2)
Donde C(q1, 0) y C(0,q2) es el coste de producir el bien 1 y 2 de forma separada y C(q1, q2) el coste de
producirlos conjuntamente. Cuando cueste menos producir los bienes conjuntamente que por separado, el
numerador será positivo, y por lo tanto EG será mayor que cero, en cuyo caso se dice que existen economías
de gama, cuando el coste de producir los bienes de forma conjunta sea mayor, el numerador, al igual que el
índice EG será negativo, en cuyo caso se dice que hay deseconomías de gama. Las economías de gama serán
tanto más intensas cuanto más se aproxime EG a la unidad.

economías de red se dice que hay economías de red cuando la utilidad que obtiene un agente económico del
uso o consumo de un bien se ve incrementada con el consumo que del mismo bien hacen otros. Así, por
ejemplo, la utilidad de un programa informático de tratamiento de texto depende, en gran parte, de cuanta
Conceptos de Economía -versión web- 137
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gente utilice dicho programa, ya que cuantos más usuarios tenga, mayor será el número de personas que podrán
leer en su ordenador lo que se escribe con dicho programa. Uno de los ejemplos habituales de economías de
red es el que se conoce como la economía de “qwerty”, “palabra” ésta formada por las seis primeras teclas de
la fila superior del teclado habitual de una máquina de escribir. Según se cuenta, esa disposición de las teclas
no obedece a ninguna razón ergonómica, sino a la necesidad de limitar la velocidad de pulsaciones para evitar
que se atascaran las teclas en las primitivas máquinas mecánicas por parte de usuarios angloparlantes.
Obviamente, tras la aparición de las máquinas eléctricas primero, y los ordenadores después, tal razón habría
dejado de existir. Sin embargo, pese a la facilidad de modificar el diseño del teclado que permite la tecnología
informática, es escaso el número de usuarios que lo hace ya que ello exigiría aprender o acostumbrarse a un
nuevo teclado de escritura. Circunstancias semejantes parece que se han dado con otras tecnologías como las
que han acabado privilegiando al sistema VHS de video frente al beta o al sistema operativo Windows de
Microsoft frente al de Apple. Pero no hay que irse a las nuevas tecnologías para hablar de economías de red, de
la dependencia de las decisiones anteriores (“path-dependence”) y del enganche o bloqueo (“lock-in”) de un
sistema o proceso en una tecnología pese a que existan alternativas más eficaces. Los conductores británicos
han descubierto desde la inauguración del Túnel del Canal de la Mancha cómo lo que era una economía de red
dentro de las Islas Británicas se ha convertido en una deseconomía ahora que pueden viajar a bajo coste a la
Europa continental.
No todos los “enganches, “bloqueos” o “locks-in” se deben a la existencia de economías de red.
Existen, a este respecto, dos tipos de enganche. Para el primer tipo, el enganche en un producto (o en una
técnica) surge debido a que el cambio a uno nuevo más eficaz supone incurrir en unos costes, además del
precio de compra, como son los costes de aprender a usarlo o las dificultades de usarlo conjuntamente con
otros productos o técnicas que ya se tienen. A este tipo de enganche se le llama autoincompatibilidad o
enganche débil, y es extremadamente común. Obsérvese que si los productos que son técnicamente mejores
son rechazados por su autoincompatibilidad, ello no es ineficiente. Lo que sería ineficiente es hacer el cambio,
incurriendo en todos los costes a menos que la mejora conseguida fuese lo suficientemente grande como para
justificarlo. Frente a este tipo, está lo que se conoce como “enganche fuerte” que sí se debe a la existencia de
economías de red y donde el nuevo producto es incompatible con las elecciones de los demás consumidores.
La incompatibilidad sería aquí de tipo externo e implica que los consumidores no cambiarán al nuevo y
superior producto a menos que también lo hagan otros muchos.
La presencia de “enganches fuertes” refleja, pues, un fallo de coordinación, causa pérdidas
económicas y concede ventajas a quienes sean los primeros en establecer el patrón en un sector. En efecto, la
existencia de economías de red en un sector acentúa la importancia de la posición relativa inicial de cara al
éxito pues en presencia de este tipo de economías una pequeña ventaja competitiva inicial se magnifica no
linealmente en el curso del tiempo. Hecho que favorece la puesta en marcha de estrategias empresariales con el
objetivo de asentar esa ventaja relativa y que se pueden agrupar bajo el denominador común de buscar ser el
primero en moverse (lanzar un producto, gastar más en publicidad, etc.)
Pese a los ejemplos mencionados previamente, se ha puesto en duda la importancia de los “enganches
fuertes”. Así se ha discutido la supuesta superioridad de teclados alternativos al qwerty o del sistema Beta
sobre el VHS. Por otro lado, hay larga experiencia de cambios a nuevas tecnologías pese a obstáculos de
Conceptos de Economía -versión web- 138
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economías de red: coches, teléfonos, máquinas de fax, etc. Finalmente, es un error suponer que en presencia de
enganches fuertes, los consumidores y los productores no buscarán medios para sortear el problema. Por el
lado de la demanda, los consumidores pueden agruparse y coordinar sus decisiones, y por el lado de la oferta,
los productores pueden promover estrategias (vender inicialmente a precios por debajo de los costes,
publicidad, asumir los gastos de compatibilidad de los consumidores, etc.) con vistas a generar la masa crítica
necesaria para que las economías de red a favor del nuevo producto aparezcan y se asienten.

ecuación cuantitativa tautología que recoge la necesaria relación existente entre la cantidad de dinero en
circulación, la velocidad a la que lo hace y el valor de las transacciones que se realizan en una economía en un
cierto periodo de tiempo. Para hacer cualquier transacción se requiere dinero, por lo que hay una relación clara
entre el volumen de transacciones y la cantidad de dinero necesaria para llevarlas a cabo. Ahora bien, como
una misma unidad monetaria se puede utilizar en muchas transacciones, ello significa que la cantidad de dinero
siempre será inferior al volumen de transacciones dependiendo la diferencia de la rapidez con la que cada
unidad monetaria cambia de manos para efectuar transacciones, es decir, de la velocidad de circulación del
dinero. Si llamamos PT, al precio medio de cada transacción, T al conjunto de transacciones, M a la cantidad de
dinero, y V a su velocidad de circulación, tenemos que:

M V ≡ PT
Dado que el valor de las transacciones se puede aproximar por la cifra de valor de la producción, la fórmula
puede rescribirse como:

MV ≡PQ
Donde P sería el índice de precios y Q el valor de la producción en términos reales, o sea, que PQ sería
aproximadamente el valor nominal del PIB. Si, por ejemplo, el PIB nominal en un año fuese de 3,600 billones
de euros y la cantidad de dinero en circulación fuese 0,6 billones de euros, V, la velocidad-renta de circulación
del euro sería de 6. Ello significa que cada euro cambia de mano en promedio 6 veces al cabo del año, o que en
un día cualquiera la gente ha tenido en sus manos dinero en una cantidad equivalente al valor de dos meses del
PIB anual.
Esta tautología se convierte en una ecuación y en toda una teoría, la Teoría Cuantitativa del Dinero,
base de la corriente económica monetarista, cuando se suponen ciertas relaciones de causalidad entre las
variables y ciertos valores de las mismas. Concretamente, a partir de la relación anterior se puede deducir que
si se produce un aumento de la cantidad de dinero en una determinada proporción y no aumenta la producción,
Q, porque no se cree que la demanda efectiva dependa de la cantidad de dinero, ni se reduce el número de
veces que se utiliza cada unidad monetaria en un periodo de tiempo dado, V, porque se piensa que ese valor es
un parámetro institucional, entonces aumentarán los precios en la misma proporción que aumenta la cantidad
de dinero. En definitiva, cuanto más dinero haya para comprar un volumen dado de bienes o servicios menor
valor tendrá éste y por lo tanto más habrá que pagar por la misma cesta de la compra.
Esta versión simplista de la Teoría Cuantitativa supone que el dinero se demanda y se utiliza
fundamentalmente como medio de cambio. No tiene por tanto en cuenta que 1) el dinero se demanda no sólo
como medio de cambio sino como activo o medio de mantener la riqueza, y 2) que su velocidad de circulación
Conceptos de Economía -versión web- 139
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puede variar. Tanto la corriente económica keynesiana como la monetarista han tomado en cuenta estas dos
circunstancias, llegando sin embargo a interpretaciones diferentes respecto a los medios (o mecanismos de
transmisión) y capacidad de la política monetaria para afectar a la demanda agregada. Los monetaristas
mantienen la vigencia última de la Teoría Cuantitativa señalando que la relación entre la cantidad de dinero y
el gasto final es simple e inmediata pues la velocidad de circulación del dinero es muy constante de forma que
si los agentes económicos se encuentran con una cantidad de dinero mayor que la que desean, utilizarán el
dinero excedente gastándolo ya sea demandando más bienes de consumo y/o de inversión. Para los
keynesianos, el mecanismo de transmisión de la política monetaria es más tortuoso, requiriendo del
cumplimiento de dos fases sucesivas. Primero, hay que señalar que el “exceso” de dinero líquido no se dirige
directamente al gasto sino que los agentes lo llevan a los mercados financieros para comprar activos, si no hay
trampa de liquidez, ello haría que los precios de los activos subieran o lo que es lo mismo que cayeran los
tipos de interés. Segundo, la caída en los tipos de interés ha de hacer que aumente el gasto agregado en
consumo y en inversión. Dado que tanto el consumo, como sobretodo la inversión, dependen de otras
variables, para los keynesianos dista de estar garantizado que el mero descenso en los tipos de interés, si se
produce, estimule la demanda agregada. En todo caso, la relación entre cantidad de dinero en circulación, gasto
agregado e inflación, capturada por la ecuación cuantitativa, está detrás del papel otorgado a la existencia de
Bancos Centrales independientes del poder político como garantes de la estabilidad de precios.

efecto dotación por este efecto se entiende el caso en que los individuos valoran más un objeto una vez que ya
es suyo. Es decir, que la posesión altera la valoración. ¿Cambiaría uno su casa o su coche por su valor
monetario? En términos técnicos la presencia del efecto dotación se plasma en que los individuos tendrían una
menor disponibilidad a pagar por adquirir una unidad adicional de un bien que la cantidad que estarían
dispuestos a aceptar a cambio de renunciar a la misma. Su existencia pondría, pues, en cuestión la noción de
curva de indiferencia que subyace al modelo de elección racional, pues a lo largo de una curva de indiferencia
es igual la cantidad que un individuo estaría dispuesto a pagar por una unidad adicional de un bien que la
cantidad que habría que darle para compensarle si se le exigiese renunciar a ella. El efecto se justificaría a
partir de la existencia de una aversión a las pérdidas en el marco de la función asimétrica de valor que valora
de modo diferencial las pérdidas sobre las ganancias a partir de una situación dada, es decir, de las propiedades
que se tienen. Caso de que el efecto dotación fuese una característica habitual en el comportamiento de los
agentes ello significaría que algunas de las conclusiones del análisis económico no serían aceptables. Por
ejemplo, con arreglo al Teorema de Coase las asignaciones iniciales de derechos de propiedad entre los
agentes no cuentan a la hora del resultado final en la medida que estos puedan negociar libremente y a bajo
coste los efectos externos que hubiese, de modo que, por ejemplo, en el caso de que un agente contamine a
otro, el primero pueda si le interesa comprarle al otro el derecho a usar su propiedad como vertedero al precio
de mercado, pero si hay efectos dotación las asignaciones iniciales de derechos de propiedad tienen valores
distintos para los que los que los disfrutan que para aquellos que pretenden adquirirlos a su precio de mercado
con lo que las negociaciones no se llevarían a cabo en la medida deseada.
Conceptos de Economía -versión web- 140
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efecto expulsión la política fiscal expansiva de aumento de gasto público o reducción de impuestos, al
generar un aumento de la producción provocará también un aumento de la demanda de dinero. Si esta política
no va acompañada por aumentos de la oferta monetaria, se producirá una falta de liquidez, que se resolverá
con una subida del tipo de interés. En la medida en que la inversión dependa del tipo de interés puede ocurrir,
por lo tanto, que paralelamente al aumento de la renta derivado de la política fiscal se produzca una caída de la
inversión. Este efecto, denominado efecto expulsión (o crowding out), en la medida en que el aumento del
gasto público “expulsaría” a la inversión privada de la actividad económica, fue una de las principales críticas
que desde la economía neoclásica se hizo en las décadas de 1960 y 1970 a la política fiscal. La existencia del
efecto expulsión, y su intensidad, dependerá de los siguientes factores: (1) la política fiscal expansiva no debe
ir acompañada de una política monetaria expansiva, ya que de ser así el aumento de la oferta monetaria
compensaría el aumento de demanda de dinero sin que aparecieran los problemas de liquidez que dan lugar al
aumento del tipo de interés, (2) el tamaño del aumento del tipo de interés necesario para establecer la liquidez
en el sector monetario de la economía –esto es, para resolver el problema de liquidez generado por la política
fiscal (véase IS-LM), (3) la inversión debe depender del tipo de interés con mayor intensidad que de otros
factores, como las expectativas de demanda futura, ya que de no ser así, el aumento de la demanda efectiva
derivado de la política fiscal podría muy bien generar un aumento de la inversión (un efecto crowding in, o
inclusión) que compensara o incluso superara el efecto negativo sobre ésta del aumento del tipo de interés. Por
último, y desde otro enfoque, habría que señalar que de existir, cosa que no parece respaldar la evidencia
empírica, el efecto expulsión se produciría no sólo asociado a la política fiscal expansiva, sino en cualquier otra
situación en la que se produjera un aumento de la demanda efectiva (por aumentar las exportaciones, por
aumentar el consumo autónomo, etc.) sin que aumentara paralelamente en la cantidad necesaria la oferta
monetaria.

efecto externo véase externalidad

efecto renta los efectos de un aumento del precio sobre la cantidad demandada de un bien son de dos tipos.
Por un lado, el aumento del precio provoca un efecto similar a una reducción del nivel de renta del comprador,
pues su dinero ahora le sirve para menos. Pues bien, el efecto renta, ER, mide el impacto que tiene esa
reducción aparente de la renta del sujeto debida al ascenso del precio sobre la cantidad demandada. En caso de
una disminución del precio, el efecto renta sería el opuesto, pues la caída en el precio haría como si la renta
del comprador fuese mayor. El efecto renta de la variación del precio de un bien normal será, pues, de signo
negativo (caída en el precio => aumento en la renta aparente => aumento en la cantidad demandada), en tanto
que el ER para un bien inferior será de signo positivo.
Pero hay otro efecto asociado a los cambios en el precio de un bien. Así, al aumentar el precio se
encarece relativamente respecto a los demás, con lo el comprador tratará en la medida de lo posible (en el
grado en que ese bien tenga sustitutivos cercanos) de reducir la cantidad demandada del mismo, proceso
conocido como efecto sustitución, ES. Por supuesto, si el bien bajase de precio, el abaratamiento relativo que
ello supone llevaría a comprar más del mismo disminuyendo las compras de los demás. El efecto sustitución
siempre es no positivo, es decir, que una variación del precio de un bien lleva, por ES, a una variación de signo
Conceptos de Economía -versión web- 141
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contrario de la cantidad demandada. El efecto total, o efecto precio sobre la cantidad demandada dependerá del
signo e intensidad de ambos efectos, y será, de ordinario, también negativo:

↓ Cantidad demandada (bien normal)


(ER): ↓ Renta - (I)
↑P ↑Cantidad demandada (bien inferior)
(ES): ↓ Cantidad demandada (II)

(I) Si el efecto renta y el efecto sustitución tienen el mismo signo (negativo), el resultado del
aumento del precio es una caída de la cantidad demandada.
(II) Si el efecto renta es positivo, el impacto final sobre la demanda dependerá de la intensidad
relativa de cada efecto. Si el efecto renta es mayor que el efecto sustitución en valor absoluto, la
cantidad demandada aumentará con el precio, estaríamos así en presencia de un Bien Giffen,
mientras que si el efecto sustitución es más intenso, la cantidad demandada caerá al aumentar el
precio, aunque con menor intensidad que en el caso (I). En este supuesto estaríamos en presencia
de un bien inferior.

efecto riqueza por efecto riqueza se entiende el impacto que la acumulación de riqueza, o los cambios en el
valor de ésta, pueden tener sobre el consumo de los individuos. En el caso de existir efecto riqueza, también
denominado efecto Pigou o efecto “saldos reales”, el cambio en el valor del patrimonio de un individuo, por
ejemplo como resultado de un aumento del valor en Bolsa de las acciones que posee o por aumento en su valor
como consecuencia de una caída en los precios nominales de los bienes (véase deflación), repercutiría
positivamente en su nivel de consumo dado que el aumento que ha experimentado el valor de su riqueza le
permitiría disminuir su ahorro en el presente pues, a fin de cuentas, si ahorraba era para acumular riqueza y
constituir un patrimonio para el futuro. Desde una perspectiva macroeconómica la importancia del efecto
riqueza en un contexto de flexibilidad de precios y salarios como medio para salir de una recesión fue
recalcada por Alfred C. Pigou (1877-1959). Si la recesión se traduce en deflación, el valor real de la riqueza
externa de la comunidad aumentaría puesto al caer los precios crecería paralelamente el poder de compra del
stock de dinero en manos de público (o sea la base monetaria) y –posiblemente también- el de los bonos u
obligaciones del estado que generan interés. El aumento del valor real de la riqueza externa estimularía a su
vez el crecimiento del consumo y la inversión, el output y el empleo (véase adicionalmente deflación de
deuda) .
efecto sustitución véase efecto renta

eficiencia la cuestión de la eficiencia, es decir, el cómo extraer el máximo partido a los escasos bienes y
recursos de que dispone una sociedad en cada momento del tiempo se puede subdividir en un triple problema
que toda sociedad ha de resolver simultáneamente. En primer lugar está el problema de la eficiencia
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asignativa, o sea, la decisión de qué hacer, cómo hacerlo y cómo repartir lo hecho entre los diferentes
individuos que componen una sociedad. En segundo lugar, está el problema de la eficiencia informacional
(véase información, economía de la), que se refiere a la cuestión de cómo comunicar a los distintos agentes
qué es lo que tienen que hacer para que se consiga la eficiencia asignativa. En tercer lugar, está el problema de
la eficiencia motivacional (véase eficiencia-X, incentivos), la cuestión de cómo incentivar a los agentes a que
hagan lo que se les ha dicho que tienen que hacer.

eficiencia asignativa la eficiencia en la asignación de recursos consiste en la aplicación del llamado criterio
de eficiencia paretiana (véase optimalidad paretiana) según el cual se habría alcanzado una situación
eficiente si fuera imposible mejorar la posición económica de ningún individuo o aumentar el nivel de
producción de cualquier bien sin que ello no implicara un deterioro en la posición de algún o algunos
individuos o una caída en los niveles de producción de algún o algunos otros bienes y servicios. La eficiencia
asignativa consiste en aplicar este criterio tanto a las decisiones de reparto entre los distintos individuos de los
bienes de consumo producidos, como a las de reparto de los recursos productivos entre las distintas líneas de
producción y, por último, a qué bienes producir.
La primera cuestión se ocupa de las condiciones de eficiencia en la distribución de los bienes de
consumo entre los distintos individuos. Esas condiciones establecen que todos los individuos han de valorara
cada uno de los bienes de igual manera, es decir, que se cumplirán cuando cualquier individuo valore una
unidad adicional o marginal de cada bien de modo igual. Por valor de un bien en términos de otro (que puede
ser el dinero) ha de entenderse la cantidad máxima de unidades del otro bien (o de dinero) a las que un
individuo está dispuesto a renunciar a cambio de disponer de una unidad adicional del mismo: es decir, para un
individuo el valor económico de un bien en términos de otro es su relación marginal de sustitución. El valor de
un bien puede variar para cada individuo en función de sus gustos y de la dotación del mismo que tengan. Pues
bien, es fácil constatar que si esas valoraciones divergen no se habría alcanzado la eficiencia asignativa en el
consumo. Supongamos que un individuo A valora (una unidad adicional del) bien X en 2 unidades del bien Y
(es decir, que a cambio de una unidad más de X está dispuesto a renunciar a 2 unidades de Y), en tanto que
otro individuo B valora al bien X en 4 unidades del bien Y. La situación no sería eficiente pues redistribuyendo
las dotaciones de X e y entre A y B o bien uno o el otro o ambos acaban ganando. En efecto, a cambio de una
unidad adicional de X, B estaría dispuesto a renunciar a 4 de Y, por lo que si le damos esa una unidad de X a
cambio de sólo 3 unidades de Y, obviamente estará mejor. Démosle esa unidad quitándosela al individuo A.
Ahora bien, para que A no se viese perjudicado por ello habría que haberle dado 2 unidades de Y, pero sucede
que le podemos dar hasta 3, pues esas son las unidades de las que B se ha desprendido a cambio de la unidad
adicional de X, por lo que como resultado de la reasignación de bienes ambos individuos (en este caso) están
mejor. Al variar las dotaciones de bienes de cada individuo variarán también los valores que les den a los
distintos bienes (habitualmente en el sentido de que conforme más unidades de un bien se tenga, menos serán
valoradas unidades adicionales del mismo), de modo que tras la reasignación habría que volver a observar si
esas valoraciones son iguales para todos los individuos. Caso de que no lo sean, ello es una señal de que se
puede proceder a ulteriores reasignaciones eficientes desde un punto de vista paretiano. Cuando se alcanzase
una situación en la que todos los individuos valorasen de la misma manera a todos los bienes, se habría
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alcanzado la eficiencia paretiana en el consumo, pues cualquier reasignación de los bienes entre los distintos
individuos sería ineficiente en el sentido de que llevaría a que alguno o algunos de ellos empeorasen.
Dos cuestiones merecen ser aquí recalcadas. En primer lugar, dado que la valoración que hace un
individuo de cada uno de los bienes depende de la cantidad que tenga del mismo, el resultado final, o sea, la
asignación eficiente depende de la asignación inicial de dotaciones de los bienes de la que se partió, es decir, la
eficiencia depende de la distribución inicial. Alcanzada la asignación eficiente, en ella, todos los individuos
valoran exactamente igual una unidad adicional de cualquier bien, sean ricos o pobres. Pero ello no significa,
obviamente, que todos estén igual de bien en términos de bienestar, utilidad, satisfacción o riqueza. En
segundo lugar, hay que incidir en que llegado a una asignación eficiente las reasignaciones ulteriores
ineficientes no podrían ser sino forzadas, pues nadie voluntariamente aceptaría un cambio no compensado en
sus dotaciones de algún bien.
Las condiciones de eficiencia asignativa en la distribución de los bienes de consumo son generales, es
decir, independientes del tipo de economía que se esté considerando. Una economía de mercado competitiva
las satisface en la medida que para cada bien existe un único precio al que todos los consumidores pueden
adquirirlo en el mercado. Cada individuo, dependiendo de sus gustos y nivel de renta, compra, persiguiendo su
propio interés, una cantidad tal de unidades de cada bien que cumpla la condición de que la última unidad de
cada uno de los bienes la valora en la misma medida que el dinero del que se tiene que desprender para
adquirirla. Por consiguiente, para todos y cada uno de los individuos, el valor de cada bien (la relación
marginal de sustitución entre el bien y el dinero) es igual a su precio de mercado. Cualquier reasignación de los
bienes (obligando a que alguien adquiera más o menos de lo que desea) sería un alejamiento de las condiciones
de eficiencia. Dicho con otras palabras, persiguiendo su propio interés cada consumidor en el mercado alcanza
la mejor posición posible. Y si ello le pasa a cada individuo, lo mismo puede decirse para el conjunto de todos
ellos, y concluir que en el mercado se maximiza el bienestar o satisfacción colectiva de los individuos como
consumidores.
Ahora bien, hay que recalcar que esa maximización del bienestar colectivo depende de los niveles de
distribución de la renta iniciales. Una redistribución de la renta llevaría a otra definición de cuáles serían las
asignaciones eficientes de bienes entre los distintos individuos. La eficiencia en el consumo, es decir, la
distribución de bienes entre los consumidores que maximiza su bienestar no es un resultado inalterable sino
que depende de la distribución inicial de renta. En consecuencia, la maximización del bienestar colectivo en el
mercado exige de una decisión previa respecto a cuál es la distribución inicial de la renta. Por otro lado, en una
economía de mercado no se satisfacerán automáticamente las condiciones de eficiencia en el consumo en
presencia de discriminación de precios pues diferentes individuos valorarían un mismo bien de distinta
manera, y tampoco en presencia de externalidades “técnicas” como la educación, la higiene personal o el uso
del tabaco.
Las condiciones de eficiencia a la hora de decidir de qué manera se han de repartir los factores de
producción entre las distintas actividades de producción de bienes y servicios se derivan de la aplicación del
mismo principio paretiano. Se habrá alcanzado la eficiencia asignativa de los factores de producción entre sus
diversas utilizaciones productivas cuando no se pueda proceder a ninguna reorganización de los mismos entre
las diferentes actividades productivas que no venga acompañada de la disminución en la producción de uno o
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más bienes o servicios. De nuevo un ejemplo servirá para clarificar esta condición. Supongamos que en la
producción de un bien X se está utilizando una técnica tal que es factible sustituir 1 unidad del factor trabajo
(L) por 2 unidades del factor capital (K) sin que se altere el nivel de producción (es decir, que la relación
marginal de sustitución técnica de trabajo por capital es 2, véase función isocuanta); en tanto que en la
producción del bien Y se utiliza una técnica que permite sustituir 1 unidad de L por 4 de K sin que mengüe el
nivel de Y. Con esta información ya se sabría que se están utilizando ineficientemente las escasas dotaciones
de L y de K pues es fácil reorganizar la producción e incrementar, sin utilizar más inputs, los niveles de
producción de X o de Y o de ambos. En efecto, si se desplaza una unidad de L de la producción de X a la de Y
a la vez que se desplazan 2 unidades de K de la producción de Y a la de X, los niveles de producción de X e Y
no habrían variado a la vez que se dispondrían de 2 unidades extra de L que se pueden utilizar para producir
más X y/o más Y. En presencia de rendimientos marginales decrecientes, conforme se utilice más de un
factor en una actividad productiva su productividad marginal se va reduciendo, haciendo más difícil el
proceso de sustitución de ese factor por cualquier otro (por ejemplo, y por seguir con el caso anterior, tras la
reorganización, ahora en la producción de Y una unidad de L ya no podría sustituir a 4 unidades de K sino a
una cantidad inferior). De igual manera, cuantas menos unidades de un factor se usen en una actividad
productiva, la productividad marginal de ese factor será más elevada, de nuevo haciendo más difícil sustituir
ese factor por otro (en el ejemplo anterior, tras la reorganización en la producción de X, sustituir 1 unidad de L
exigiría más de 2 unidades de K). Esas crecientes dificultades para la sustitución entre factores acabarían en
una situación eficiente que se caracterizaría porque una unidad marginal o adicional de un determinado factor
sustituiría a la misma cantidad de unidades de cualquier otro factor en todos y cada uno de los procesos
productivos. Formalmente, ello equivale a decir que la relación marginal de sustitución técnica entre cada par
de factores es la misma en cualquier proceso productivo.
Si los precios de los factores son los mismos para todas las empresas, una economía de mercado
competitiva satisface las condiciones de eficiencia asignativa en la producción o eficiencia productiva pues,
dado el objetivo de maximizar beneficios, cada empresa contrata o compra unidades de factor hasta el punto
en que su precio sea igual al valor de su productividad marginal. Ello se traduce en que en todas las empresas,
el valor de la productividad marginal de cualquier factor es el mismo, y correspondientemente lo es también el
cociente entre esos valores de las productividades marginales de los factores, o sea, las relaciones marginales
de sustitución técnica entre factores. No se satisfará esta condición de eficiencia productiva si hay
discriminación de precios y diferentes empresas pagan distintos precios por los factores que emplean, o si
existen rendimientos marginales crecientes en alguna actividad productiva o si hay efectos externos
tecnológicos en algunas actividades productivas.
La última de las condiciones de la eficiencia asignativa se refiere a la decisión relativa a qué bienes
producir y en qué cuantía. Producir una unidad más de un bien cualquiera (por ejemplo, el X), en un contexto
de escasez de recursos, tiene un coste de oportunidad que viene dado por la obligada reducción en el volumen
de otro u otros bienes a la que habría que hacer frente (por ejemplo, en el Y). El criterio de eficiencia paretiano
nos recomendaría que se produjese esa unidad adicional de X siempre que el coste marginal en términos de Y
fuese menor que el valor social que para los individuos tiene esa unidad adicional de X en términos del
consumo de Y que se pierde. Se alcanzaría la eficiencia asignativa en la combinación de bienes producida, es
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decir se produciría la cantidad eficiente de bienes, cuando para cada uno sucediese que el valor que los
individuos le dan a una adicional de cualquiera de ellos fuese igual al coste de hacerla, es decir, a su coste
marginal. Ahora bien, el problema reside en que el valor de un bien para los consumidores depende por lo
general de la distribución inicial de las dotaciones de bienes, por lo que el valor de la unidad adicional de X no
estará definido unívocamente sino que dependerá de la importancia que para la sociedad tenga cada individuo
según se plasme en la distribución inicial de bienes. Ello significa que para satisfacer las condiciones de
eficiencia asignativa es necesario la existencia de una función de bienestar social o, en su ausencia, de algún
criterio que pondere la importancia que para la sociedad tienen los distintos individuos. En suma, el valor que
tenga una unidad del bien X para la sociedad dependerá de cuánto estén los individuos dispuestos a renunciar
de bien Y a cambio, lo cual a su vez depende de cómo se han repartido las dotaciones de bienes y recursos o lo
que es lo mismo del peso que a cada individuo se le da a la hora de determinar qué bienes y servicios y en qué
cuantía ha de producir la economía, lo cual a su vez depende de criterios extraeconómicos acerca del “valor”
social de cada individuo.
Una economía de mercado competitiva (es decir, de competencia perfecta sin externalidades)
“satisface” también esta última condición para la eficiencia asignativa sin requerir de la formulación de
ninguna función de bienestar social sólo si se da por válida la distribución inicial de recursos entre sus
miembros (la distribución de capital, trabajo, recursos naturales, inteligencia, etc.), es decir, si se acepta sin
cuestionar la distribución inicial de derechos de propiedad o de riqueza. Dados unos precios de los factores,
esta distribución inicial de riqueza determina los niveles de renta de cada individuo y, en consecuencia, la
capacidad de obtención de utilidad y de demanda de cada uno de ellos, es decir, el poder de orientar la
capacidad productiva de la economía en la dirección que más se acomode a sus gustos. Este resultado se
conoce como Primer Teorema de la Economía del Bienestar, y viene a decir en síntesis que dada una
distribución inicial de las dotaciones de recursos escasos, una economía de mercado de competencia perfecta
satisface las condiciones de eficiencia asignativa y maximiza por ello el bienestar social. Alterar esa
distribución final es ineficiente en el sentido de que algunos ganan y otros pierden por ello. Ahora bien, una
distribución inicial diferente de las dotaciones de recursos llevaría a una distribución la riqueza final distinta
así como a una distinta combinación de bienes y servicios producidos, y aun reparto diferente de la utilidad o el
bienestar. Dado que caben infinitas distribuciones iniciales de recursos, existen infinitas posibles situaciones
finales, cada una eficiente, cada una maximizadora del bienestar social. Decidir cuál de entre ellas sería la más
deseable, es, como se ha dicho, una cuestión que no se puede resolver sin acudir a algún tipo de juicio de valor
(véase justicia económica) que valide una determinada distribución inicial o final de la riqueza y el proceso
que lleva de la primera a la segunda. Ahora bien, si la distribución final de renta o la riqueza existente se
estima que no coincide con la deseada, una forma de conseguirlo es procediendo a la redistribución de las
dotaciones iniciales de modo que sea el propio funcionamiento de una economía de mercado de competencia
perfecta la que consiga alcanzar eficientemente la distribución final deseada. A este resultado se conoce como
Segundo Teorema de la Economía del Bienestar, y viene a decir que la distribución final deseada de renta o de
bienes y servicios se puede conseguir de modo eficiente redistribuyendo eficientemente las dotaciones iniciales
de factores. El problema (véase equidad) es que en la práctica no es nada fácil proceder a esas redistribuciones
eficientes.
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Finalmente, ha de señalarse que todas estas condiciones de eficiencia asignativa se han establecido
para la provisión o uso de bienes y recursos privados. Si los bienes o los recursos son o tienen componentes
característicos de los bienes públicos, las condiciones de eficiencia tendrán que tomar en consideración esta
circunstancia. En concreto, la condición de eficiencia en la provisión de un bien público puro establece que
puesto que todos los agentes usan la misma cantidad y en la misma medida, su valor será la suma de las
valoraciones que le dan los distintos individuos (dependientes, por otro lado de la distribución inicial de la
riqueza). La provisión óptima se alcanzaría cuando el volumen del bien público producido fuese tal que el
valor de una unidad adicional medida por la suma de lo que todos los individuos estarían dispuestos a pagar
por ella en términos de otro bien fuese igual al coste de producir esa unidad adicional. El problema es
conseguir que los individuos manifiesten con sinceridad esas valoraciones pues, dado que no se puede excluir a
ninguno del disfrute del bien, ninguno tiene incentivos a revelar sinceramente cómo lo valoran pues ello les
permitiría ir de “gorrones” (actuar como free-riders, por usar de la jerga usual) disfrutando sin pagar nada a
cambio. Ahora bien, si persiguiendo su propio interés todos se comportasen así, el bien público no se
produciría. Por ello es que la provisión de los bienes públicos, en ausencia del uso de los llamados mecanismos
de revelación de preferencias, recae sobre el sector público quien estima cuáles son las cantidades adecuadas
y decide cómo se financian. La consecuencia es que sólo por azar esas cantidades coincidirán con las óptimas
(véase votante mediano), aquellas que debieran producirse caso de que se conociesen las preferencias ocultas
de los individuos.

eficiencia dinámica (schumpeteriana) para Joseph Alois Schumpeter (1883-1950) la eficiencia asignativa
estática no sólo era de menor relevancia que el progreso tecnológico a la hora de explicar el éxito de la
economía de mercado, sino incluso contraproducente en cierto sentido. La razón de ello estriba en que para
Schumpeter una estructura de mercado de competencia perfecta en sentido estricto no estimulaba el progreso
técnico que, por el contrario, exige de mercados imperfectamente competitivos como el entorno adecuado y
necesario para que los innovadores puedan cumplir su tarea. Un mercado perfectamente competitivo gastará
demasiado poco en innovación por dos razones. En primer lugar, las innovaciones son inversiones arriesgadas,
por lo que las empresas perfectamente competitivas tenderán a subinvertir, ya que los beneficios de los que
disponen son pequeños (los llamados beneficios normales), lo que dificulta la financiación a la vez que hace
que pese en mayor grado su aversión al riesgo. En segundo lugar, la inversión en innovaciones será menor que
la deseada por la dificultad de capturar las externalidades positivas asociadas a las innovaciones, pues una
invención es un beneficio para la sociedad cuyo rendimiento económico no revierte en el innovador a menos
que disponga de un mercado protegido (véase patentes). Las empresas oligopolísticas por el contrario, son,
por un lado, más grandes que las competitivas por lo disponen junto a mayores recursos para innovar, el interés
en hacerlo para defender su poder de mercado y una mayor capacidad para limitar los efectos externos. Por lo
tanto, un oligopolio estable puede ser un contexto más favorable para la innovación que una situación de
competencia de precios predatoria.

Para Schumpeter, si bien el efecto final de la competencia perfecta puede ser la eficiencia asignativa,
la forma que adopta el proceso competitivo se puede describir como de destrucción creativa. Este proceso
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turbulento de cambio que pone en cuestión las posiciones establecidas de las que algunos gozan en los
mercados a la vez que hace ascender las de otros, y que normalmente es alabado como ejemplo y símbolo de la
flexibilidad y dinamismo de la economía de mercado, también tenía para Schumpeter unos claros aspectos
negativos ya que ponía en riesgo los resultados de las innovaciones para sus autores, pues cuánto mayor sea la
competencia, mayor será la “tasa” de destrucción creativa y en menor grado gozarán los innovadores del
necesario refugio que les facilite la apropiación de los rendimientos de su innovación.

eficiencia-X el modelo de comportamiento económico más usado (véase homo oeconomicus) presupone que
todos los agentes tratan de maximizar racionalmente sus propios objetivos. Sin embargo, el mundo económico
y social real se caracteriza porque los agentes adolecen de información imperfecta y asimétrica. Es decir, no
conocen con precisión todos los datos implicados en los intercambios incluyendo no sólo las características de
los bienes de consumo y producción sino las motivaciones de los demás agentes. Esta información asimétrica
se ve reforzada por la especialización que acompaña a la división del trabajo, por lo que los agentes no sólo
carecen de información para actuar sino también de la capacidad de hacerlo en multitud de transacciones que
afectan a sus objetivos. Ahora bien, frente a estas carencias de información y capacidad, la respuesta obvia es
utilizar agentes intermediarios que actúen en nombre de uno y que dispongan de la información y capacidad
adecuadas. De los puntos anteriores se sigue una conclusión: que junto con la ineficiencia asignativa (derivada
de que los precios de mercado no sean los correctos) existe otra fuente de ineficiencia, llamada a partir de los
trabajo de Harvey Leibenstein (1922-1994) ineficiencia-X , que surge de la ineludible necesidad que todo el
mundo tiene de utilizar intermediarios o agentes (véase relación principal-agente) en un mundo
crecientemente complejo y que obedece a que estos agentes no buscan como autómatas el cumplimiento de los
objetivos de sus principales o contratadores –es decir, la maximización de beneficios o la minimización de los
costes-, sino que también persiguen sus propios intereses no coincidentes de modo exacto con los de aquellos,
por lo que los costes de las actividades productivas en los que tomen parte serán más elevados de lo que serían
si fueran los principales los se encargaran directamente de la gestión.

elasticidad (renta, precio, cruzada, de oferta, de demanda) el concepto de elasticidad, profusamente


utilizado en el análisis económico, hace referencia a la sensibilidad que una variable dependiente, por ejemplo
la demanda, tiene ante los cambios de otra variable de la que depende, por ejemplo el precio, bajo el supuesto
de que el resto de las variables de las que depende, por ejemplo, la renta o los gustos, permanecen constantes
(supuesto caeteris paribus). De forma más técnica, la elasticidad se define como la variación proporcional (en
%) de la variable dependiente ante una variación proporcional (en %) de la independiente. Se puede así hablar
de elasticidad de demanda con respecto al precio o elasticidad-precio, que sería el ejemplo anterior, con
respecto a la renta o elasticidad-renta, que capturaría el impacto que cambios en la renta tienen sobre la
demanda de un bien, de elasticidad cruzada que nos diría cómo reacciona la demanda de un bien ante cambios
en el precio de otros bienes, etc. Puede hablarse también de la elasticidad de la oferta, o de la del output
respecto a los factores de producción, y, en general, de cualquier variable económica en función de alguna de
las variables de la que dependa. La ventaja de usar una medida como la elasticidad es que es adimensional, es
decir que es una cifra pura independiente de la forma en que se midan las variables utilizadas en su cálculo. Así
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ya se exprese la cantidad que se demanda en gramos, kilos o toneladas y el precio o la renta en euros o
céntimos o pesetas, la elasticidad no variará. Matemáticamente, la elasticidad precio de demanda se define
como:
Edp = (δX/δP).(P/X) = (δX/ X) / (δP/P)

Donde X es la cantidad demandada de un bien y P su precio. De la lectura de la elasticidad-precio de demanda


se pueden sacar las siguientes conclusiones: (1) si es negativa, el comportamiento más habitual, significa que al
aumentar el precio cae la cantidad demandada, (2) prescindiendo del signo, es decir, si sólo nos fijamos en su
valor absoluto, se tiene que cuanto mayor sea el valor de la elasticidad, mayor será también la sensibilidad de
la demanda ante cambios en los precios, así, un valor de 2 significa que la cantidad demandada del bien varía,
siempre en términos relativos, el doble de lo que lo haya hecho el precio. Cuando el valor en términos
absolutos es mayor que 1 se habla de bienes de demanda elástica respecto al precio –muy sensibles a los
cambios de precios-, cuando es igual a 1 se habla de bienes de elasticidad unitaria, indicando que la demanda
cambia con la misma intensidad que los precios de modo que el nivel de gasto no varía al variar el precio, y,
finalmente, cuando es inferior a 1 se habla de bienes de demanda inelástica, esto es, y refleja bienes con muy
poca respuesta de la demanda ante cambios en los precios. La elasticidad precio de la demanda varía a lo largo
de la curva de demanda pues lo hace la pendiente (excepto en el caso de demanda lineal) así como el cociente
(P/X).
Por su parte, la elasticidad renta se define como:

Edp = (δX / δR).(R / X) = (δX / X) / ( δR / R)

donde R es la renta monetaria. En este caso, si es positiva significa que la demanda sigue el mismo camino que
la renta, esto es, aumenta cuando aumenta la renta y disminuye cuando disminuye ésta, calificándose a este
tipo de bien como bien normal. En caso de que sigan comportamientos divergentes se habla de bien inferior.
Por último, la elasticidad- precio cruzada de demanda se define como:

EdX,Y = (δ X/ δPY). (PY / X) = (δ X/ X ) / (δPY / PY )

y muestra cómo responde la demanda del bien X frente a cambios en el precio del bien Y. En este caso, cuando
el signo es negativo estamos en presencia de un bien complementario de X, ya que al subir el precio de Y se
consume menos de X, y cuando el signo es positivo, Y sería un bien sustitutivo. Mayor valor significará
mayor complementariedad o sustituibilidad entre los bienes.
El mismo ejercicio se puede hacer con la Oferta, pudiéndose hablar de elasticidad precio y elasticidad-
precio cruzada de oferta, según se defina la elasticidad con respecto al precio del bien o con respecto al precio
de otros bienes.
En el caso de la producción, si la función de producción es Y = f (K, L), donde K y L reflejan las
cantidades de capital y trabajo utilizados por periodo en la producción del bien Y, la elasticidad de la
producción respecto a uno cualquiera de los factores, por ejemplo, L sería:
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EYL = (δY/ Y) / (δL / L)

Si el factor trabajo es remunerado de modo que el salario (W) es igual a su productividad marginal (véase
distribución), entonces se tiene:

EYL = (δY/δL) (L/Y) = W ( /Y) = (W.L) / Y = MS/Y

donde MS es la masa salarial. Es decir, que, en este caso, la elasticidad de la producción respecto al empleo
mide la participación de los salarios en el producto. De igual manera, si el capital es remunerado por su
productividad marginal, la elasticidad de la producción respecto al capital utilizado en la producción mediría la
participación de los beneficios normales en la producción.

Elección Pública (“Public Choice”) corriente del pensamiento económico de la escuela neoclásica que
considera que el comportamiento de los encargados de gestionar el sector público (políticos y burócratas), no
se puede analizar al margen de la lógica de comportamiento del homo oeconomicus. Dicho de otra manera, los
políticos y los burócratas no serían ni ilustrados “déspotas benevolentes” ni platónicos “reyes filósofos”, sino
individuos que persiguen la satisfacción máxima posible de sus propios intereses tanto cuando están en el
mercado como cuando actúan dentro del aparato del Estado. Razonar de otra manera sería suponer que los
políticos y funcionarios padecerían una suerte de esquizofrenia que les llevaría a comportarse de modo
diferente dependiendo de la hora del día y del lugar en que se hallasen. Serían egoístas maximizadores de su
propia utilidad en el mercado cuando actuasen como compradores, vendedores y ahorradores, en tanto que
serían dedicados altruistas al bien común en su lugar de trabajo. Desde la perspectiva de la Elección Pública la
política y todo lo que la rodea sería, por tanto, una actividad económica como otra cualquiera susceptible del
mismo tipo de análisis que el comportamiento del consumidor, del productor o del comerciante de bienes y
servicios. Y una primera conclusión se sigue de razonar en estos términos: si la conducta egoísta y
maximizadora de los individuos es en buena parte responsable de muchos de los fallos del mercado, ese
mismo tipo de conducta producirá unas disfunciones e ineficiencias en el sector público que reciben, de modo
paralelo, la denominación de fallos del estado.
¿Cuáles serían los fines que perseguirían los políticos y de los burócratas para esta escuela? El
comportamiento de los funcionarios burocráticos de rango no político sino técnico, se explicaría en términos
de una función objetivo que depende en último término del tamaño del presupuesto que el burócrata gestiona
(véase burocracia). Más complicado resulta modelizar el objetivo de los políticos en sentido estricto. Dado
que el poder, el prestigio, las oportunidades para obtener riqueza (legal o ilegalmente) pasan en último término
por la permanencia en un cargo público político, ello implica -para un político que actúa en un sistema
democrático-, que su actividad fundamental tendrá que ir dirigida a la obtención de votos en unas elecciones.
En el sistema político, los políticos representarían pues un papel similar al que los empresarios de las empresas
privadas representan en la economía de mercado. En tanto que el objetivo del empresario es maximizar los
beneficios de la empresa, el objetivo del político sería maximizar las oportunidades de ser reelegido, para ello
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actúan como oferentes de distintos programas políticos en los que se defienden una panoplia de políticas
económicas y no económicas, pugnando por ser las más “compradas” en esa suerte de “mercado” político que
son unas elecciones. Razonar de este modo conduce a considerar a los votantes de modo análogo a los
consumidores en el mercado. En tanto que en los mercados los individuos como consumidores compran bienes
y servicios de carácter privado para sí mismos, mediante su participación en unas elecciones, al elegir a unos
políticos al cargo de los distintos niveles de gobierno, “comprarían” indirectamente políticas y niveles de
provisión de bienes públicos para toda la comunidad.
Pero esta comparación entre votantes y consumidores es engañosa. Es un hecho que en todas las
elecciones de carácter más o menos general, el voto de cualquier persona tiene una posibilidad ínfima de influir
en el resultado. Y también es un hecho que el votar tiene sus costes. En consecuencia, si los votantes se
comportasen persiguiendo exclusivamente su propio interés, es decir, como maximizadores de su utilidad
particular, como prescribe el modelo de comportamiento de un homo oeconomicus, ninguno se preocuparía en
votar en unas elecciones generales. La abstención sería completa. Sin embargo, aunque no sea racional desde
un punto de vista instrumental el hacerlo la gente suele ir a votar en un porcentaje relativamente elevado. Y lo
hacen incluso en mayor grado en elecciones nacionales que locales, cuando la lógica económica llevaría a
predecir lo contrario teniendo en cuenta el efecto estimulante de la votación que debería tener la cercanía de los
problemas locales. Suponer que debajo de este comportamiento de los votantes hay razones extraeconómicas
(el “gusto” por votar, los gustos estéticos y/o las “razonadas” preferencias por un determinado candidato, la
moral pública, etc.) es, claramente, una debilidad de este enfoque económico de la política, pues obligaría a
introducir elementos exógenos al análisis. Pese a ello, hay que señalar en apoyo a este enfoque que la
participación electoral es raro que sea general, que en muchos países es obligatorio votar y que los individuos
participan más en aquellas elecciones más reñidas, todo lo cual es coherente con el supuesto de que es el
interés individual lo que influye en la decisión de acudir a las urnas.
La falta de simetría entre consumidores y votantes se acentúa adicionalmente si se tiene en cuenta que
los votantes invierten mucho menos en información sobre las decisiones políticas de lo que lo hacen en sus
decisiones de mercado. A esta falta de información se la suele denominar ignorancia racional. Resulta racional
desde el punto de vista individual no estar informado respecto a los asuntos públicos por tres razones. En
primer lugar, como resultado de una elección, los elegidos adoptan el papel de agentes de la comunidad
encargados de la “compra” de bienes públicos, los votantes en su papel de principales (véase relación
principal-agente) pierden interés en controlar su actividad. En segundo lugar, y como ya se ha indicado, cada
votante individual siente que su capacidad de influir en los asuntos públicos es mínima, lo contrario que en sus
elecciones en el mercado. En tercer lugar, en general es mucho más costoso para un individuo recoger
información respecto a los problemas y decisiones de elección pública que respecto a las elecciones en el
mercado. Por ejemplo, es mucho más difícil evaluar las repercusiones completas de la eliminación de un
sistema público de pensiones que evaluar su compra de un plan de pensiones. La consecuencia de este tercer
elemento es que la información sobre asuntos públicos y la participación en política será buscada por aquellos
individuos que más se vean afectados por las decisiones que se vayan a tomar. Y a la inversa, ante la
ignorancia racional en los asuntos de debate público exhibida por la mayor parte de individuos, los políticos
tenderán a apoyar aquellas políticas que beneficien en mayor grado a pequeños grupos de interés especiales.
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En efecto, como acaba de verse, la estricta lógica de la elección racional llevaría en principio a la
ignorancia racional y la abstención total. Pero, si tal cosa ocurriese, es decir, si la abstención fuese total, a
cualquier individuo que tuviese el más mínimo interés en una decisión política le interesaría votar, pues en
caso de una abstención masiva un voto aislado sí que es decisivo (paradoja del voto). Ello se traduce en que
dado que los incentivos a la abstención y a la ignorancia racional están desigualmente repartidos en el cuerpo
electoral, es razonable pensar que aquellos individuos que tienen más interés en una elección acaben votando y
formando grupos de interés a favor del candidato que mejor defienda sus particulares intereses.
Los grupos de intereses especiales son grupos de presión o “lobby” que persiguen la elección de
políticos que apoyen su causa aprobando leyes y regulaciones que los beneficien, aunque ello vaya
generalmente contra el interés general. Son ejemplos de grupos de interés especiales los colegios
profesionales, las asociaciones gremiales, los sindicatos por grupos de trabajadores especializados, las
agrupaciones de empresarios por sectores, etc. Todos ellos, arguyendo razones a favor del bien común (por
ejemplo, la calidad de sus productos, la defensa de la producción nacional, el empleo, etc.) intentan restringir la
competencia o lograr unos precios de garantía mínimos para sus productos o actividades, lo cual suele ser por
lo general negativo desde el punto de vista agregado, es decir, que el coste para los consumidores en términos
de excedente del consumidor perdido asociado al precio más elevado que consiguen los miembros del grupo
supera las ganancias que estos se embolsan, aún teniendo en cuenta los costes de la actividad de “lobby”. Por
ejemplo, una ley que imponga restricciones a la importación de calzado procedente de China quizás sólo
suponga que el precio de un par de zapatos sea un euro más caro por término medio, en tanto que proporciona
millones de euros de beneficios adicionales a los productores nacionales. Poco puede culpárseles a los
consumidores individuales de esta perdida de eficiencia si se tiene en cuenta que el coste para cada uno de ellos
no ascenderá a más allá de unos pocos euros al año. Con toda certeza a un consumidor cualquiera le costaría
mucho más tratar de que sus representantes políticos en el Congreso simplemente le recibiesen y atendiesen a
sus argumentos. Una vez más nos encontramos aquí con un problema de acción colectiva.
Los grupos de intereses especiales se caracterizarían, pues, por detraer recursos de las actividades
productivas para dedicarlos a actividades para conseguir redistribuir renta a su favor, que suelen ser
improductivas desde el punto de vista agregado (véase rentas). En la medida que una sociedad sea más estable
y lleve tiempo siéndolo será previsible que existan más grupos de interés, con lo que mayor será el coste de
eficiencia que su actividad suponga, y consiguientemente mayor será su tendencia al estancamiento
económico. Por el contrario, una sociedad que haya sufrido una intensa conmoción (una revolución, una
derrota militar, etc.) que haya puesto patas arriba el entero conjunto institucional habrá experimentado –en
opinión de Mancur Olson (1932-1998).- una bendición disfrazada pues el cambio habrá dado al traste con los
grupos de interés existentes, y hasta que de nuevo se formen y consoliden, esa sociedad gozará de un periodo
de expansión e innovación. Tal efecto sería lo que para Olson explicaba el espectacular éxito de sociedades
como la alemana o la japonesa tras su derrota en la II Guerra Mundial y el relativo fracaso paralelo de una
sociedad vencedora como la Gran Bretaña.
De modo similar, el Nobel de Economía de 1982 George J. Stigler (1911-1991) ha señalado que la
idea de que la intervención estatal (véase regulación) de las empresas es necesaria para proteger a los
consumidores de las actividades monopolísticas es una ingenuidad. Las empresas, en muchos casos, no temen
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la actividad reguladora del sector público porque sencillamente han capturado a los reguladores encargados de
llevarla a cabo. Para Stigler suele ocurrir que las empresas utilizan la regulación como forma de protegerse de
la competencia dinámica (véase eficiencia dinámica). Con arreglo a esta teoría las empresas ya instaladas en
un sector tienen incentivos en producir toda la información a su favor ante la comisión encargada de su
regulación, cuyos medios para verificarla son con seguridad más escasos y también su interés, pues, el
“público” (recuérdese la ignorancia racional) no parece prestar demasiada atención. Y ello sin contar con el
hecho habitual de que los reguladores son técnicos que proceden del sector a regular, al que volverán cuando
acabe su paso por la administración pública, por lo que no es exagerado suponer que no tendrán fuertes
incentivos en enemistarse con sus colegas. Es de destacar que esta “captura” de los reguladores no exige –
aunque no lo excluye- ningún comportamiento ilegal (sobornos, corrupción) en los regulados ni en los
capturados.
Finalmente, los economistas de la Elección Pública se han enfrentado a la cuestión del déficit público.
Para el Premio Nobel de Economía de 1986 James Buchanan, iniciador junto con Gordon Tullock de esta
corriente, una característica de las economías modernas es la persistencia del déficit público se, esté o no en
una situación de recesión económica, ya que con arreglo a la lógica de la economía keynesiana que ha
informado la política económica en la segunda mitad del siglo XX, en los periodos de auge se tendrían que
haber producido superávit presupuestarios. La respuesta en opinión de Buchanan es muy simple, a los políticos
les gusta complacer a sus electores. Los programas de gastos son placenteros y rinden beneficios para la gente,
en tanto que los impuestos son odiados. Resultado: déficit público. Pero si el déficit público persistente acaba
afectando negativamente a la economía en general, ¿cómo es que la gente no se da cuenta y exige un
presupuesto equilibrado? Buchanan responde que los efectos negativos de los déficit públicos son indirectos y
difusos, en tanto que su corrección (subiendo impuestos y recortando gasto público) supone unos efectos
negativos evidentes y frecuentemente centrados en aquellos que la sufren, por lo que –una vez más- su
capacidad de enfrentarse a una política de ajuste presupuestario es mucho más elevada que la de aquellos a los
que le favorece. Algunos economistas de esta corriente, que son políticamente muy conservadores y partidarios
a ultranza del mercado libre, han llegado por este camino a afirmar que los políticos manipulan la política
macroeconómica en función de sus intereses electorales, con lo que simpatizarían con quien primero elaboró
esta hipótesis del ciclo económico político, el economista marxista Michal Kalecki (1899-1970).

empleo, tasa la tasa de empleo, definida como la población ocupada con respecto a la población
potencialmente activa (población entre 15 y 65 años) ofrece información sobre el porcentaje de población que
realiza actividades productivas de mercado en una determinada sociedad. En la actualidad, en los países de
renta alta, la tasa de empleo fluctúa entre el 42 % de España y el 80 % de Islandia. Una diferencia
fundamentalmente explicada por la menor o mayor participación de la mujer en el mercado de trabajo. La tasa
de empleo aporta información sobre la capacidad de una economía de generar puestos de trabajo, pero en sí
misma no nos dice nada sobre el bienestar de la sociedad, ya que no ofrece información ni sobre la calidad del
empleo ni sobre la contribución al bienestar del tipo de bienes y servicios que se producen (por ejemplo, si
aumentase el empleo en la industria militar o en el sector de la prostitución ¿debería valorarse como positivo?).
De hecho, uno de los elementos positivos asociados al crecimiento económico es que la gente puede optar por
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trabajar menos, bien sea trabajando menos horas –algo que no se refleja en la tasa de empleo-, o trabajando
menos años, lo que sí se recogería en la tasa de empleo. En definitiva, una baja tasa de empleo podría evaluarse
negativamente sólo si fuera el resultado de falta de puestos de puestos de trabajo para todos aquellos que
quieren trabajar, y no cuando es el fruto de la opción por parte de muchos individuos potencialmente activos a
favor de actividades distintas del trabajo de mercado. En todo caso, la información de encuesta parece avalar la
conclusión de que la tasa de empleo deseada en la mayoría de los países está por encima de la realmente
existente, con lo que, en principio, sería correcto evaluar positivamente el hecho de tener una alta tasa de
empleo, en la medida que los niveles de renta más elevados irían asociados a una satisfacción más elevada de
las necesidades percibidas por los individuos, si bien, de nuevo un análisis más completo habría de cualificar
esa conclusión atendiendo al tipo de necesidades que se cubren con la renta adicional. Si el empleo sirve para
satisfacer necesidades de carácter posicional o defensivo, una mayor tasa de empleo no agregaría más o nuevo
bienestar. Querer trabajar más no sería una elección libre sino una obligación encubierta.

empresa desde un punto de vista económico una empresa es una parte de un proceso productivo en el que la
coordinación organizativa de los agentes que controlan los distintos factores de producción no se lleva a cabo
recurriendo al mercado sino que se realiza por medio de la planificación ya sea ésta establecida o impuesta
jerárquicamente, como suele ser lo habitual, o fruto del acuerdo. Por ejemplo, el proceso de producción y venta
de una barra de pan abarca una miríada de subprocesos de producción y distribución de inputs intermedios que
van desde la preparación de la tierra y la siembra de semillas hasta la venta del producto final pasando por la
producción de abonos, tractores, cosechadoras, harina, sal, levadura, energía, etc. Coordinar completamente
todos estos subprocesos que reflejan la división del trabajo requeriría la puesta en marcha de unas
capacidades de control, información y gestión casi inimaginables, de ahí que para reducir esos costes de
transacción si para cada nueva tarea que tuviese que realizar un trabajador hubiese de negociarse el
correspondiente contrato de trabajo, se recurre al mercado como institución que facilita la coordinación de el
enorme número de subprocesos de producción que conforma la división del trabajo vertical. Sin embargo, el
mercado tiene también sus propios costes de transacción que convierten en ineficiente el recurso al mercado
como medio de coordinación a partir de cierto nivel. Si para cada actividad que exigiese el desenvolvimiento
técnico se hubiese de recurrir al mercado, si cada día se tuviesen que negociar en un mercado las tareas a
realizar por cada factor de producción entre sus propietarios respectivos y si para cada nueva tarea que tuviese
que realizar un trabajador hubiese de negociarse el correspondiente contrato de trabajo, los costes de tanta
negociación en tiempo y recursos harían ineficiente el proceso de producción. Es por ello que los agentes
encargados del control de los factores de producción crean espacios donde la coordinación de sus tareas no se
realiza día a día negociando en el mercado sino llegando acuerdos de plazo más largo –para evitar, por
ejemplo, la repetición cotidiana de las negociaciones- de forma que las tareas se distribuyen siguiendo un plan
donde cada parte tiene predeterminadas sus actividades, a la vez que existen mecanismos de retroalimentación
y control para ajustarlas en función de las necesidades productivas. Las empresas aparecen así, como “islotes”
de coordinación de la división del trabajo mediante la planificación en mitad del océano de la coordinación
mediante el mercado. Esta sería, en opinión del Nobel de Economía de 1991 Ronald H. Coase, la justificación
económica de la existencia de las empresas. La comparación entre los costes de transacción relativos del uso
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del mercado respecto de los de la planificación explicaría, adicionalmente, el tamaño relativo de las empresas
en distintos sectores pues, por un lado, la sola consideración de factores técnicos a la hora de entender el
tamaño óptimo de un proceso productivo como son las indivisibilidades y otras fuentes de rendimientos
crecientes a escala, llevaría sin duda a un tamaño excesivo de las empresas al no considerar los costes de
control e información; y, por otro, y a la inversa, la no consideración de los costes de transacción propios del
mercado pueden llevar a un tamaño de la empresa ineficientemente pequeño. El efecto de cambios
tecnológicos como la revolución de la tecnologías de la información sobre el tamaño óptimo de las empresas
sería ambiguo, pues, por un lado, al facilitar la información y el control, disminuyen los costes de la gestión
centralizada y permiten una planificación mucho más flexible, por lo que serían un factor que apoyaría la
expansión del tamaño de las empresas; pero, por otro, al facilitar la comunicación interempresarial, hacen
disminuir los costes de transacción del uso del mercado, por lo que promoverían la subcontratación y
segregación de tareas y actividades que antes se hacían dentro de una empresa (lo que se conoce como
“outsourcing”).
Este enfoque, que acentúa el papel de los costes de transacción a la hora de explicar la empresa, deja
sin embargo fuera la cuestión del tipo de empresa, desde el punto de vista de quién ejerce dentro de ella el
poder de decisión, el poder de controlar el proceso productivo y el poder de decidir cómo repartir el excedente
o renta caso de que la haya (véase competencia imperfecta). Parece claro que ese poder lo ejercerá quien sea
su propietario. Y nada a este respecto dice el anterior modelo de la empresa basado en los costes de
transacción, pues se declara neutral en esta cuestión de la titularidad. Esto es una clara debilidad pues es
característica de las economías de mercado la predominancia casi general de las empresas capitalistas, en
donde la propiedad y por tanto el poder lo ostentan los propietarios del factor capital (o de la tierra en el sector
primario) que alquilan el factor trabajo; mientras que son muy minoritarias tanto las empresas propiedad de los
trabajadores o empresas cooperativas en las que los trabajadores-propietarios alquilan el capital, como
aquellas otras propiedad de los consumidores (cooperativas de consumo) o propiedad del Estado (empresas
públicas) en las que un tercero es el propietarios y alquila el trabajo y el capital que requiere el proceso
productivo.
Pues bien, dejando de lado tanto a las empresas públicas cuya evolución está ligada a la existencia de
monopolios naturales y a la realización de los objetivos económicos y sociales del Estado de Bienestar en
sentido amplio, así como a las cooperativas de consumo; a la hora de explicar la predominancia en la
economía de mercado de las empresas de tipo capitalista hay que remitirse tanto a la historia económica como
a la propia teoría económica. La primera enseña que el paso de la empresa artesanal -en la que los trabajadores
son propietarios de buena parte del equipo productivo y controlan autónomamente el proceso de trabajo que no
se realiza en fábricas de modo general- a la empresa capitalista -en la que, por contra, el capital está
fundamentalmente en manos de los capitalistas que pasan a controlar el proceso de trabajo que se realiza en
fábricas-, no fue inicialmente el resultado lineal de la mayor eficiencia tecnológica de la producción fabril
como se suele suponer sin más, sino que fue también fruto de un conflicto social en la que los ganadores –los
capitalistas- adoptaron el sistema fabril por ser el medio más eficaz de control y disciplina del trabajo. Ahora
bien, este punto de partida inicial determinó que los adelantos técnicos posteriores consiguientes se realizasen
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dentro ya del molde de la empresa capitalista, de modo que el modo de organización típico de la empresa
capitalista ha acabado al final viéndose “justificado” por su eficiencia técnica.
Pero si bien la explicitación histórica da cuenta del cómo han sucedido las cosas, deja fuera la
cuestión de porqué los trabajadores no actuaron de la misma manera, o no en la cuantía necesaria, esto es,
porqué los trabajadores no recuperaron el control del proceso de trabajo, no siendo ellos quienes más adelante
crearan empresas alquilando o pidiendo prestado el capital para comprar el equipo técnicamente necesario,
empresas técnicamente similares a las capitalistas pero en las que el control del proceso productivo y del
producto final lo ejercieran ellos.
Una explicación (avanzada por Axel Leijonhufvud) se encontraría en la solución al problema de
negociación que plantea el reparto del excedente o renta conjunta generada por la existencia de rendimientos
a escala crecientes asociados a la división vertical del trabajo que se produce dentro de las empresas. Tanto los
trabajadores como los propietarios del capital tienen poder de negociación como manifiesta el hecho de que
ambos pueden amenazar con retirarse del proceso de producción, con lo que la renta conjunta generada pasaría
a ser cero (ello implica suponer que capital y trabajo son perfectamente complementarios). Pero la posición
negociadora dista de ser simétrica: por un lado, hay abundancia de trabajadores poco especializados en el
mercado pero pocos sustitutivos hay de las máquinas especializadas, de ahí la tendencia a que los trabajadores
acaben percibiendo un salario igual a su coste de oportunidad (la remuneración que podrían obtener en un
empleo alternativo dada su cualificación) y a que los capitalistas se lleven la mayor parte del excedente o renta
conjunta. Pero sin embargo, y por otro lado, en tanto que las máquinas especializadas tienen pocas alternativas
a su empleo fuera del proceso de producción donde están siendo utilizadas, los trabajadores sí que disponen de
empleos alternativos en tanto que no estén completamente especializados. ¿Modifica esto el resultado de la
negociación? Podría hacerlo si los capitalistas individuales tuviesen el control de las máquinas específicas de
las que fuesen propietarios, pues en tal caso sería difícil que llegaran a acuerdos estables entre ellos a la hora
del reparto de las ganancias, pues dada la complementariedad entre las máquinas a la vez que su
especialización cada capitalista individual tiene un elevado poder de negociación. La solución es, por supuesto,
un diseño institucional que impida a los capitalistas individuales poseer y controlar máquinas específicas, lo
cual se consigue mediante la creación de la empresa o sociedad por acciones en la que los capitalistas actúan
conjuntamente como un cártel que posee conjuntamente el equipo capital frente a los trabajadores,
repartiéndose la renta conjunta en función de su participación relativa en el capital accionarial. A diferencia de
los capitalistas que fácilmente pueden poner en común las máquinas específicas de las que son propietarios, los
trabajadores no pueden hacer lo mismo de un modo tan simple con sus trabajos respectivos pues, obviamente,
el trabajo no se posee como se posee un objeto como una máquina, y ello plantea multitud problemas difíciles
de incentivos y negociación a la hora de repartirse la renta conjunta, pues la cantidad de trabajo que aporte
cada trabajador dependerá de la remuneración que a su vez dependerá de la cantidad de trabajo aportada. Las
cooperativas de productores acaban por ello frecuentemente siendo propietarias del capital y contratando
trabajadores, es decir, acaban siendo básicamente empresas capitalistas en las que los socios capitalistas son
también trabajadores.
Finalmente, el hecho de que los propietarios de las máquinas se convierten en accionistas, lleva
aparejado el problema de la separación de la propiedad del control, un ejemplo del problema de la relación
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principal-agente que acontece conforme los propietarios del capital dejan paulatinamente de gestionar y
controlar los procesos productivos de modo detallado y concreto dejando esas actividades en manos
administradores técnicamente cualificados que, como es económicamente “natural”, en su actuación no sólo
atenderán a los objetivos de los capitalistas (maximizar los beneficios) sino que también buscarán satisfacer
sus propios objetivos con los costes de eficiencia que ello puede suponer (véase eficiencia-X). Para disminuir
esas desviaciones así como para no incurrir en costes de control demasiado onerosos, los propietarios han
establecido para este tipo de administradores sistemas de remuneración distintos al salarial que incentiven en
los administradores el comportamiento deseado. En estos sistemas de remuneración alternativos los pagos
dejan de ser fijos y se hacen dependientes del cumplimiento de objetivos (de producción, de rebaja de costes,
de valoración de acciones, etc.), incorporan una parte variable como porcentaje de los beneficios conseguidos,
o incluyen una participación en el capital de la empresa, ya sean acciones u otros títulos como las opciones de
compra de acciones (véase relación de agencia).
El objetivo de los propietarios de una empresa capitalista es el de maximizar el valor de sus activos de
capital, es decir, su riqueza. Dado que ello depende a su vez del flujo de beneficios que genere la empresa
(véase actualización), el supuesto de comportamiento usual en Economía es que las empresas tratan de
maximizar sus beneficios, o sea, la diferencia entre los ingresos totales, IT, por ventas y sus costes totales, CT.
Dos son las condiciones para que ello se produzca: la primera exige que el nivel de producción se establezca en
el punto en que el ingreso que se obtenga por aumentar la producción en una unidad, o ingreso marginal, IMg,
sea igual al coste de hacerlo, o coste marginal, CMg. Si una unidad más generara más ingresos que costes,
significa que generaría más beneficios, luego habría que producirla y venderla.
Esta condición para la maximización de beneficios es, por otro lado, la misma que la que asegura la
minimización de los costes. En efecto, si el coste marginal de incrementar la producción fuese distinto según
ese incremento se hiciese aumentando el uso de un factor u otro de los factores de producción, podrían
incrementarse más los beneficios si los incrementos de producción se hiciesen usando el procedimiento cuyo
coste marginal fuese inferior. Y así se haría hasta que el coste marginal de aumentar la producción fuese el
mismo independientemente de cómo se hiciera. Es decir, que en el caso más simple de que la función de
producción sólo usase dos factores, capital, K, y trabajo, L, maximizar la producción exigiría que el coste
marginal de aumentar la producción usando de más unidades de factor trabajo, CMgL fuese igual al coste
marginal de hacerlo usando más capital, CMgK . La primera condición de maximización de beneficios exige
pues, el cumplimiento de las siguientes igualdades:

IMg = CMg
y, CMg = CMgL = (W/ PMgL) = CMgK = (r/ PMgK)

donde W sería el salario monetario por trabajador, PMgL la productividad marginal del trabajo, PMgK la
productividad marginal del capital y r el coste de uso del capital (véase coste marginal). De las dos últimas
igualdades se sigue la llamada condición de minimización de costes que exige que:

(W/r) = (PMAL / PMAK) = RST


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la relación marginal de sustitución técnica, RST, sea igual al cociente de los precios de los factores, o, lo que
es lo mismo, que se cumpla la llamada ley de la igualdad de las productividades marginales ponderadas:

(PMgL /W) = (PMgK /r)

que exige que la última unidad monetaria que se gaste en cada factor permita obtener la misma cantidad de
producto adicional.
La segunda condición para la maximización de beneficios exige que a largo plazo no haya pérdidas, es
decir que los ingresos totales, IT, cubran los costes totales, CT:

IT ≥ CT, lo que implica (dividiendo por la cantidad de producto) que:


P ≥ CTMe, o sea, que el precio sea mayor o igual al coste medio.

Estas condiciones de comportamiento no rigen para las empresas que no son capitalistas como las
cooperativas. Un objetivo posible tanto para las empresas de propiedad pública (véase regulación) como para
las no lucrativas podría ser cubrir con sus ingresos sus costes (en los que, como siempre, estarían incluidos los
costes de uso del capital o beneficios normales). Ello, si los costes medios son superiores a los marginales,
implicaría que la producción se realizaría de modo ineficiente, pues no se satisfaría la condición de
minimización de costes.

empresario el término empresario aparece por primera vez en la literatura económica en la obra del
economista irlandés Richard Cantillon (1680?-1734), para el que la función específica del empresario era la de
poner en marcha actividades económicas sin la seguridad de saber cuál va a ser beneficio que obtendrá, ya que
“los empresarios viven, por decirlo así, de ingresos inciertos, mientras que el resto (los asalariados) cuentan
con ingresos ciertos durante el tiempo que de ellos gozan”. Vemos pues que en sus orígenes, el término
empresario va unido al de capitalista, definido como aquél que aporta el capital y en última instancia asume el
riesgo de la actividad. Sería esta una identificación que se justificaría históricamente por el hecho de que en esa
fase del capitalismo eran los mismos individuos los que ejercían unas y otras labores (la de propietario y gestor
del negocio). De acuerdo con Joseph A. Schumpeter (1883-1950), el primer economista en atribuir al
empresario un papel diferencial en el proceso de producción es el economista francés Jean-Baptiste Say (1767-
1832), quien tras distinguir entre tres tipos de actividades necesarias en todo proceso productivo: el
conocimiento práctico de los procesos naturales, la aplicación de ese conocimiento a determinada finalidad y el
esfuerzo productivo necesario para llevarlo a cabo, atribuye al empresario la realización del paso intermedio,
contribuyendo a la creación de valor al trasladar recursos de actividades de baja productividad a áreas de
mayor productividad y rendimiento. Un planteamiento suscrito por John Stuart Mill (1773-1836) para el que la
aportación principal del empresario al proceso productivo era la asunción de las tareas de gestión de la
empresa, en contraste con el capitalista que sólo asumiría el riesgo pero no el día a día de la organización de la
actividad productiva.
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Con todo, será Schumpeter quien formule de una manera más clara el papel del empresario,
diferenciándolo del capitalista como agente que aporta el capital y asume el riesgo. Para él las invenciones
básicas son más o menos exógenas al sistema económico, y son los empresarios los que transforman esas
invenciones en oportunidades de negocio movidos por el incentivo de convertirse, siquiera temporalmente, en
monopolistas en la provisión del bien o servicio fruto de la innovación hasta que el resto de las empresas estén
en condiciones de rivalizar en el mercado. Desde este punto de vista, el empresario es mucho más que el gestor
de una empresa o negocio, pues se convierte en la clave del crecimiento en la medida en que él es el agente
económico que, imaginando nuevas oportunidades de negocio (en forma de nuevos productos, nuevos métodos
de producción, nuevas formas de organización de la empresa o nuevos mercados) las hace posibles. De este
modo, para Schumpeter, aunque el empresario tenga normalmente una doble condición de organizador del
proceso productivo y activador de nuevas actividades, será esta última dedicación la que definirá su aportación
diferencial al proceso de crecimiento económico, siendo habitual así hablar de empresario “schumpeteriano”
para referirse a este tipo de agente económico y distinguirlo de aquellos que simplemente se dedican a la
gestión de un negocio de forma rutinaria.
Por último, para Israel Kizner y otros economistas de la escuela austriaca como Friedrich A. Hayek
(1889-1992), el empresario es fundamentalmente un agente económico que se caracteriza por su capacidad de
aprovecharse de oportunidades de negocio que han pasado desapercibidas para otros, actuando en
consecuencia con la finalidad de obtener beneficios. Desde esta aproximación, el empresario ejercería y
obtendría sus ingresos de actividades de arbitraje (véase especulación), que contribuirían a que los mercados
se movieran hacia situaciones de equilibrio: la actividad de estos empresarios puros (en la denominación de
Kirzner) explicará cómo cambian los precios y las cantidades y calidades de los recursos de los productos. En
la medida en que la coordinación entre las transacciones del mercado de productos y el mercado de recursos
sea imperfecta, esto es, cuando exista una diferencia significativa entre el precio de un producto final y la suma
de los precios de los recursos utilizados en su producción, muchas de estas oportunidades de negocio se
situarán en el campo de la producción de esos bienes finales, con lo que la figura del empresario a menudo se
identificará con la del productor o gestor de recursos. Y ello aunque desde una aproximación conceptual su
papel como propietario de recursos sea totalmente distinto a su papel como empresario puro que pone en
marcha su proceso de toma de decisiones sin ningún recurso que aportar al proceso de producción, ya que en
su condición de puro empresario “lo único que hace es estar alerta para descubrir las diferencias de precios
entre compras y ventas”.
Es importante constatar que estas ideas sobre la actividad empresarial no encontrarían reflejo en el
modelo canónico de la teoría de la empresa. En él, la tarea del empresario es simplemente la de responder del
modo más simple a los precios existentes en los mercados decidiendo cuál es el nivel de producción que
maximiza los beneficios y/o minimiza los costes. En el caso de la empresa en competencia perfecta,
curiosamente, esa actividad empresarial alcanzaría su mínimo: el empresario sólo tendría que ajustarse a los
datos que la realidad económica le suministra. Dicho con otras palabras, dado que la actividad empresarial está
inequívocamente asociada a la información asimétrica y a la existencia de incertidumbre, en los modelos
económicos que no incluyen estas situaciones no hay actividad empresarial.
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No es infrecuente, por otro lado, hablar del empresario como si de un cuarto factor productivo se
tratara, que junto al trabajo, la tierra y el capital, hace posible la actividad económica, aunque con una
relevancia especial al ser este “factor” el responsable de movilizar a los otros tres. Una visión que, por ejemplo,
suscribe la llamada estrategia comunitaria de empleo de la Unión Europea al incluir entre sus objetivos
prioritarios el fomento del espíritu empresarial, con la intención de mejorar la capacidad de movilizar los
recursos económicos ociosos y fomentar el crecimiento del empleo. Desde esta misma perspectiva, la falta de
iniciativa empresarial se ha señalado como uno de los factores determinantes a la hora de explicar el escaso
crecimiento económico de muchos países. Por ejemplo, para Nicholas Kaldor (1908-86), las diferencias en
niveles de desarrollo obedecían menos a circunstancias fortuitas como la dotación de recursos o los nuevos
descubrimientos, que a las actitudes con respecto a la “asunción de riesgos y el hacer dinero”, siendo que el
capitalismo se caracteriza por tener las instituciones necesarias para que los individuos den rienda suelta a “sus
egos, optimismo, e incluso temeridad”, de forma que “las tasas de crecimiento probablemente serán más altas
en aquellos lugares donde estas características de los empresarios sean más pronunciadas”.
Sin embargo, más allá de ejemplos históricos concretos, la contrastación de la relación entre iniciativa
empresarial y crecimiento es compleja, ya que se puede argumentar que si bien la mayor iniciativa empresarial
puede generar crecimiento, también es cierto que el crecimiento a su vez fomentará la aparición de nuevas
empresas, con lo que de la existencia de correlación entre ambas variables no se puede derivar, sin más, que
sea la mayor iniciativa empresarial la que esté detrás del mayor crecimiento.
A la hora de estudiar los factores que explicarían las diferencias en iniciativa empresarial entre países,
algunos autores hacen hincapié en el esquema de incentivos económicos existentes: en aquellas sociedades
donde los empresarios gocen no sólo de recompensas económicas, sino de prestigio y respaldo social, esta
actividad será destino prioritario de aquellos individuos con las mejores capacidades y formación, con lo que la
“oferta” de empresarios será alta y la actividad empresarial floreciente; por el contrario, cuando el prestigio y/o
las posibilidades de obtención de rentas económicas se encuentren en otros ámbitos de la sociedad –ejército,
política, etc.- (véase búsqueda de rentas), la oferta de empresarios será menor.

envidia si el nivel de bienestar o utilidad de un individuo A depende de modo directo y negativo de los niveles
de utilidad, renta o consumo, de otro individuo B, se dice que el primero envidia al segundo. La envidia, como
su contrario, el altruismo, sería un caso posible de efecto externo en la teoría del consumidor, con
consecuencias muy destructivas para la definición de eficiencia. En efecto, si se acepta la presencia de envidia
y se cuenta con ella a la hora de utilizar el criterio paretiano, el principio de mejora paretiana dejaría de
cumplirse como regla general siempre que hubiese un envidioso pues incrementos en el nivel de bienestar o de
las renta de un individuo cuando los correspondientes niveles del envidioso no variaran (o aún si lo hicieran)
dejan de ser necesariamente mejoras paretianas. De ahí que, para que el uso de la noción paretiana de eficiencia
no tenga problemas, se acuda, por un lado, a la defensa de la indeferencia moral como norma ética, es decir, al
supuesto de que a nadie le importe la posición económica de los demás. Y, por otro, se quite a la envidia su
calificación como efecto externo generador de ineficiencias relevantes en la medida que se la relegue a un
asunto estrictamente personal, sin connotaciones económicas a efectos de la definición de eficiencia. Ambos
procedimientos son altamente discutibles y más si se tiene en cuenta que la envidia como característica de
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índole estrictamente personal, se convierte en un asunto menor comparado con el fomento de las
comparaciones envidiosas a que se dedica con una ingente cantidad de recursos todo un sector económico: el
de publicidad y marketing. Si la generación de envidia se ha convertido en una actividad económica, su
conceptualización como efecto externo negativo es difícilmente rechazable a la vez que resulta más que
cuestionable toda la industria de la publicidad desde el estricto punto de vista de la eficiencia.
No hay que confundir, por otro lado, las comparaciones envidiosas con la competencia posicional, que
no requiere de modo necesario la presencia de envidia. En la rivalidad posicional, si bien el nivel de bienestar
de un individuo depende de la posición que obtenga otro, la interrelación entre el bienestar no es directa, como
sucede en el caso de la envidia, sino que surge indirectamente debido al hecho de que el tipo de bien en el que
se produce la interacción es un bien posicional de modo que si uno obtiene algo más el otro ha de conformarse
con tener algo menos.
Finalmente, la envidia, o mejor dicho, su ausencia, se ha utilizado recientemente como criterio de
justicia económica a la hora de evaluar una situación económica. Si con arreglo a los propios valores
incorporados en su función personal de utilidad, cada individuo valora más su dotación que las dotaciones
que reciben los demás, se dice que la asignación está libre de envidia.

equidad a la hora de evaluar las situaciones económicas y sus cambios junto con el criterio de eficiencia es
necesario contar con algún criterio de justicia. Si bien existe variedad respecto a las definiciones de justicia
económica que pueden usarse así como a los factores que han de ser tenidos en consideración a la hora de
evaluarla (la equidad, los niveles de esfuerzo, el respeto a la libertad individual, el respeto a la propiedad, etc.),
el de la equidad de la situación o proceso que se evalúa suele tener un peso relevante a la hora de calificarla
como justa. Sucede sin embargo, que, como ocurre con los de eficiencia o justicia, detrás de todo criterio de
equidad se encuentran una serie de juicios de valor social, sólo que, a diferencia de lo que ocurre con la
eficiencia, en este caso se carece de una definición que sea compartida por la generalidad de los economistas
por lo que su uso se ve siempre sujeto a discusión.
Por otra parte, independientemente de la discusión acerca del criterio de equidad que se proponga
como el más adecuado, y aun en el caso utópico de que se llegase a un acuerdo sobre la definición concreta de
equidad a utilizar como criterio evaluativo, quedaría todavía por resolver la cuestión de cuál es la ponderación
que habría de tener la equidad como criterio evaluativo en comparación con el criterio de eficiencia, pues,
como se verá más adelante, en muchas situaciones económicas es posible asistir a lo que se conoce como el
trade-off entre equidad y eficiencia, que alude a situaciones que se caracterizan porque la persecución de una
mayor eficiencia acaba estando al final reñida con la equidad, y a la inversa.
La primera cuestión a la hora de abordar el problema de la equidad es señalar
respecto a qué se mide. Lo adecuado sería referirse a los niveles de bienestar o utilidad de los individuos.
Ahora bien, dadas las dificultades para realizar una medición cardinal de la utilidad así como la imposibilidad
de hacer comparaciones interpersonales de utilidad, es necesario recurrir a otra variable respecto a la que
juzgar si los procesos económicos son equitativos o no. En una economía de mercado, la variable que surge
de modo inmediato para encarar este problema es la renta (y también la riqueza) pues en este tipo de
economía la cantidad de renta o riqueza de un individuo refleja su poder de mercado. Una distribución más
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igualitaria de la renta vendría así a indicar que el poder de mercado se encontraría repartido más
equitativamente. Sin embargo, el así proceder no está exento de inconvenientes, pues en la medida que el nivel
de renta esté relacionado con el esfuerzo productivo de un individuo, ello implica que la desigualdad que se
observara en la distribución de la renta nada dice en principio respecto al nivel de justicia pues los niveles de
esfuerzo que realizan los distintos individuos pueden ser muy diferentes, de modo que podría darse el caso de
que perseguir una mayor equidad podría ser injusto. Esta ambigüedad exige ser más precisos conceptualmente.
Se distingue así entre dos conceptos de equidad en función del tipo de igualdad que se considera. Por un lado
estaría la llamada igualdad de oportunidades, con arreglo a la cual la equidad de un proceso económico se
evaluaría en función de que los participantes en el proceso hubieran gozado de salida de las mismas
oportunidades. Por otro, la igualdad de resultados califica la equidad del proceso económico en función de la
situación final de llegada tras el desenvolvimiento de los procesos económicos. Si se parte de una situación
equitativa de salida y el proceso económico se estima justo, entonces la desigualdad final, si la hay, no debiera
ser considerada un problema de equidad. Sobre este argumento se apoyan los partidarios de la economía de
mercado, pues dado que los intercambios en los mercados son voluntarios para los que participan en ellos, se
estiman justos, por lo que las desigualdades en la distribución de la renta no se consideran injustas. Por
supuesto, este argumento descansa en dos cimientos. Por un lado, en una teoría de la justicia de carácter
procesual, que dista de ser unánimemente compartida; y, por otro, en la asunción no cuestionada de la
distribución inicial de oportunidades. Esta distribución inicial dista de ser igualitaria y es fruto tanto de factores
históricos, económicos y extraeconómicos, mercantiles y no mercantiles; factores, de los que no se puede hacer
responsables a quienes participan en el momento presente en los procesos económicos. Por ello, no se puede
pretender que la mera justicia de los intercambios mercantiles justifique sus inequitativos resultados.
Dos son los caminos abiertos para corregir esa situación de desigualdad considerada como injusta.
Cabe recurrir a políticas que traten de corregir la desigualdad final (como, por ejemplo, los impuestos sobre la
renta y riqueza progresivos, las transferencias de renta, las subvenciones directas en especie, etc.), o que
combatan la desigualdad inicial (imposición sobre herencias, subvenciones a la educación, medidas de refuerzo
de la igualdad de oportunidades, políticas de acción afirmativa o de discriminación positiva, etc.). En cuanto a
los primeros, los economistas más propensos a confiar exclusivamente en el mercado como forma de
coordinación económica han gustado de señalar que dada la dificultad de diseñar unos impuestos de cuota fija,
es decir, aquellos que los agentes no los pueden evitar ni siquiera parcialmente alterando su comportamiento
económico, el resultado es que, en general, los intentos de conseguir una distribución de la renta y la riqueza
más igualitaria se traducirán en pérdidas de eficiencia como resultado de que los que se ven afectados
negativamente por ellas (los más ricos) tratarán de evadirlas alterando su comportamiento productivo
(ahorrando menos o trabajando con menor intensidad). En la medida que aquellos que resulten beneficiados
(los más pobres) no aumenten su ahorro o su trabajo de modo compensatorio, los niveles de producción
disminuirían. Los intentos de corregir la distribución inicial de oportunidades han tenido una mejor acogida, si
bien se ha señalado que hay recursos que no se pueden alterar (como las capacidades genética, el tipo de
familia en que uno nace, el temperamento innato) y que pretender discriminar positivamente a favor de
aquellos que están peor situados en la carrera económica desincentiva a los que por cualquiera razón están
mejor situados, lo que supone, de nuevo, un coste de eficiencia.
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Pese a estas opiniones, no parece que el trade-off o disyuntiva entre equidad y eficiencia sea tan
limitativo como lo pintan esos economistas neoclásicos. Por un lado, los keynesianos han señalado
repetidamente desde un punto de vista macroeconómico que, fuera de una situación de pleno empleo de
recursos, una redistribución de la renta hacia los sectores más desfavorecidos tiene efectos positivos sobre la
demanda efectiva, el empleo y el crecimiento económico, es decir, que esa oposición entre equidad y eficiencia
distaría de estar garantizada. En segundo lugar, se ha señalado también que los pretendidos efectos renta
negativos de las medidas igualitarias sobre la oferta de trabajo de los trabajadores más ricos y, por ello mismo,
más productivos, son en la práctica poco importantes y dependen de factores institucionales asociados a la
movilidad y a la competencia fiscal entre zonas (como por ejemplo sucede con los impuestos sobre las rentas
del capital, cuyos efectos desincentivadores en un país concreto no serían muy elevados si los demás países
optaran por no competir entre ellos para atraerse inversiones).
Finalmente, estudios de economía experimental han concluido que la equidad puede ser incluso una
condición para la eficiencia en la mayor parte de casos. Así, las políticas de igualdad de oportunidades en las
empresas incrementan los ingresos de los grupos que antes estaban en desventaja a la vez que aumentan los
beneficios de las empresas que las ponen en práctica. La razón sería muy simple: el trato igual a los grupos
antes desfavorecidos los motivará, y ello obligará también a un mayor esfuerzo en los que antes gozaban de
trato aventajado. Si todos los miembros de la empresa están más motivados, el producto y los beneficios
crecerán. En cuanto a las políticas de acción afirmativa, que favorecen diferencialmente a aquellos que han
sido tratados discriminatoriamente, sus efectos son más complejos. Si el grado de discriminación histórica que
han sufrido en la empresa o en la sociedad no ha sido muy fuerte, los programas de acción afirmativa tienden a
aumentar los resultados económicos de los grupos discriminados a la vez que se reduce la producción y la
rentabilidad de las empresas que los acometen. En tanto que si la discriminación ha sido muy elevada, la
acción afirmativa tiene efectos positivos tanto sobre los grupos a los que se dirige como sobre la productividad
y los beneficios. La razón de este doble comportamiento estriba en que cuando un grupo se ve fuertemente
discriminado, sus miembros tienen el incentivo a quedarse al margen y hacer cuantos menos esfuerzos mejor.
La puesta en marcha de un programa de acción afirmativa, corrige este efecto en la medida que los que antes se
veían marginados ven que se abren caminos de integración, lo que aumenta su motivación y, con ella y como
en el caso anterior, la de los que no estaban discriminados. Por el contrario, si la discriminación era baja, los
grupos desfavorecidos no se “descolgaban” de la actividad productiva, de modo que cuando se implementa un
programa de acción afirmativa, pueden convertir su nuevo estatus en una oportunidad para tomarse las cosas
con más tranquilidad ya que, con el mismo nivel de esfuerzo o motivación que antes, serán promocionados y
avanzarán en sus carreras ocupacionales con mayor facilidad. La caída de su motivación induciría en sus
colegas una respuesta similar de modo que, en este caso, la eficiencia se resentiría.

equilibrio el concepto de equilibrio es una herramienta conceptual central de cualquier análisis económico,
si bien no tiene el mismo significado para las distintas escuelas. Para los primeros economistas, fisiócratas y
economistas clásicos (incluyendo entre ellos a Karl Marx, 1818-1883), y sus seguidores modernos entre los
que destaca el análisis input-output de Wassily Leontief (1906-1999) y el enfoque de Piero Sraffa (1898-
1983), el equilibrio ha de entenderse como aquél conjunto de precios de los bienes producidos por los
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diferentes sectores productivos que posibilita la autorreproducción del sistema o su crecimiento armonioso.
Desde un punto de vista práctico, esta noción de equilibrio es la que ha estado debajo de todos los intentos de
asignar los recursos mediante la planificación. Para otras escuelas, como la neoclásica y la mayor parte de la
keynesiana, el sentido del concepto de equilibrio que utilizan, proveniente de la física newtoniana, se define
por la situación en que las fuerzas que se contraponen en los mercados (las que están detrás de la oferta y la
demanda de cada bien) por fin se igualan o contrarrestan. Dentro de esta concepción los estudios se han
centrado en las características del equilibrio en diferentes tipos de estructuras de mercado (véase competencia
perfecta, monopolio, oligopolio) tanto en un marco de análisis limitado (véase equilibrio parcial) como en
uno más generalizado, si bien aquí el análisis se ha centrado fundamentalmente en el constituido por un
sistema de mercados competitivos interrelacionados (véase equilibrio general competitivo). Finalmente, se
puede hablar de una escuela, la austriaca, que tiene a gala distinguirse por situar como elemento central de
sus análisis no el equilibrio sino el desequilibrio, si bien, en el fondo, comparte con los economistas
neoclásicos la visión del equilibrio como tendencia a la anulación de fuerzas contrapuestas, sólo que para los
economistas de esta corriente el equilibrio no es deseable como punto de llegada sino de partida, pues desde su
perspectiva, la acción innovadora de los agentes, responsable del cambio económico y el progreso (por
ejemplo, su comportamiento de inversión) se define precisamente por sus características desequilibradoras, de
ruptura de cualquier situación de equilibrio.

equilibrio general competitivo se dice que un mercado cualquiera de competencia perfecta está en equilibrio
si hay un precio para el que la demanda coincide con la oferta de modo que a ese precio se “vacía” el mercado,
y nadie desea ni comprar ni vender más unidades de las que compra o vende. Ese equilibrio será además único
si sólo hay un precio para el que la oferta coincida con la demanda, será estable si cualquier perturbación que le
afecte y le sitúe en una posición de desequilibrio desencadena fuerzas que le hacen volver a la posición
equilibrada inicial (a menos que hayan variado las condiciones de oferta o demanda); y, finalmente, será
eficiente si la última unidad que se produce cuesta igual hacerla de que lo que es valorada por los compradores.
La tarea que se plantea la teoría del equilibrio general competitivo es la de si se puede generalizar este
resultado a un conjunto de mercados interrelacionados, todos de competencia perfecta, que compongan una
economía de mercado ideal. Es decir, lo que plantea esa teoría son las cuestiones interrelacionadas de la
existencia, unicidad, estabilidad y eficiencia u optimalidad en el sentido paretiano de un equilibrio general
competitivo. El planteamiento y la respuesta –si la hay- a este conjunto de cuestiones no es nada fácil y ha
ocupado el centro más abstracto de la economía neoclásica. Al margen de su relevancia teórica, es necesario
recalcar que la teoría del equilibrio general parece satisfacer adicionalmente una “necesidad” de tipo
ideológico. En efecto, si la teoría logra demostrar que una economía de mercado competitiva plenamente, por
muy simplificada que esté en su formulación o descripción, satisface las anteriores y deseables propiedades,
ello parecería justificar “científicamente” la expansión, profundización, y desregulación de las economías de
mercado reales así como las políticas económicas tendentes a favorecer la expansión del sistema de mercado
como forma de asignar los recursos.
Fue M. E. Leon Walras (1834-1910) quien en 1874 empezó la tarea de estudiar un modelo de
equilibrio general competitivo y a obtener los primeros resultados. A él se debe la definición del modelo como
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conjunto de ecuaciones de demanda y oferta para todos los bienes y servicios (incluyendo el dinero como
medio de pago) por parte de todos agentes que, en el equilibrio, habrían de resolverse simultáneamente en un
momento dado, y donde las variables a encontrar o “despejar” serían el conjunto de precios que armonizase la
demanda y la oferta en cada uno de los mercados. Y de ahí, la formulación de la llamada Ley de Walras que
exige que la suma total de las ofertas deseadas ha de ser igual a la suma total de las demandas deseadas o
nocionales para todos y cada uno de los bienes y servicios. Obviamente, la Ley de Walras se cumpliría en el
equilibrio que “vacía” los mercados, pero también lo haría en situaciones fuera del equilibrio. De modo que si
en algún o algunos de los mercados (por ejemplo, en los de trabajo) hay un exceso de oferta, cosa que se
traduciría en presencia de desempleo (situación, por otra parte, sólo achacable dentro del modelo a unos
salarios superiores a los de equilibrio), la ley exige la existencia simultánea de excesos de demanda
compensadores en otro u otros mercados (por ejemplo, en los de dinero o en los de uso de factor capital por
parte de las empresas a consecuencia de “elevado” precio del trabajo). Dicho de otra manera, con arreglo a la
ley no puede haber desequilibrio en sólo un mercado, como mínimo una situación de desequilibrio entre la
oferta y la demanda en un mercado concreto tiene que venir acompañada por un desequilibrio de signo opuesto
en otro mercado. Desde la perspectiva walrasiana, la vuelta al equilibrio consistiría en encontrar el modo de
conseguir que en todo mercado rigiesen los precios correspondientes al equilibrio general.
Pero previamente a esta conclusión, era necesario demostrar que ese equilibrio general existía, era
único y estable. Los métodos empleados por Walras, basados en la matemática de su tiempo, no le permitieron
avanzar mucho. Ha sido a lo largo del siglo XX, en una tarea en que han participado muchos economistas y
matemáticos de la talla de John Von Neumann (1903-1957), Gerard Debreu, Nobel de Economía de 1983, y
Kenneth Arrow, Nobel de Economía de 1972, cuando se ha completado la tarea que Walras comenzó, y se ha
logrado demostrar que en una economía de mercado totalmente competitiva existe un único equilibrio general
estable y óptimo. Ahora bien, y adelantando acontecimientos, lo que sucede es que este resultado, si bien
resuelve el problema matemático, dista de resolver el problema económico pues la ingente cantidad de
supuestos simplificadores, a cada cual más increíble, que resulta necesario establecer para alcanzar esas
conclusiones teóricas llevan a pensar, en sentido contrario al esperado, que si en la teoría las cosas son tan
difíciles a la hora de demostrar la estabilidad y optimalidad de una economía de mercado pura, en la práctica
sin duda que lo serán mucho más por lo que sería demasiado peligroso confiar enteramente al mercado la
marcha de una economía real pues las posibilidades de que los resultados que se obtengan sean subóptimos
serían demasiado elevados.
En efecto, en lo que respecta a la existencia de un equilibrio general competitivo, es decir, a la
existencia de un conjunto de precios que “vacíen” todos los mercados, ello implica, además de que se cumplan
las condiciones de la competencia perfecta en cada uno de los sectores, que exista una solución que haga
congruentes los planes o acciones de todos los demandantes y oferentes del sistema económico. Dicho de otra
manera, la tarea de los agentes (ya sean consumidores o productores) en el modelo del equilibrio general es
elaborar en el presente planes para su comportamiento para todo el futuro, es decir, especificaciones de las
cantidades de bienes y servicios que demandarán y ofrecerán hoy y en todo periodo futuro. Un equilibrio si es
general tendría que poder coordinar todo ese conjunto de planes mediante el sistema de precios. Por ejemplo,
en un equilibrio auténticamente general debería ser posible que un consumidor pudiera ser capaz de contratar
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hoy la entrega de un coche (o de cualquier otro bien) dentro de un año si así satisface su función objetivo. Esto
significa que para que un equilibrio sea auténticamente general deben existir un número enorme de mercados
de futuros. En cada instante debería de haber un mercado de coches para ser intercambiados hoy, pero también
otro para los coches que se intercambiarán mañana, y otro para los de pasado mañana, y así sucesivamente para
todos y cada uno de los bienes. Obviamente, la realidad dista sobremanera del modelo y pocos son los
mercados de futuro realmente existentes fuera de los mercados de seguros y algunos mercados de productos
financieros o materias primas. Si en el modelo se incluyera este hecho de la realidad económica de cualquier
economía de mercado, es decir la inexistencia o incompletitud de una enorme cantidad de mercados, la
conclusión sería que no existe un equilibrio general competitivo. Es decir, que el conjunto de precios que se
alcanzaría en un sistema con mercados incompletos distaría de satisfacer las condiciones de optimalidad
deseadas.
La segunda cuestión, la de la unicidad del equilibrio general competitivo no es menos problemática.
Las demandas y las ofertas de cualquier agente de bienes y servicios hoy, ya sea en los mercados corrientes o
de futuros, dependen de las expectativas que se tengan sobre el mismo. Por ejemplo, la compra de un paraguas
hoy depende no sólo de que hoy esté lloviendo sino de las expectativas que se tengan sobre la climatología en
el futuro. Si me creo las predicciones sobre el cambio climático que hoy se barajan, es posible que no me
merezca la pena comprarlo. De igual manera, la compra de capital físico por parte de una empresa depende de
los beneficios esperados en el futuro. Ahora bien, en la medida que estas expectativas se caracterizan por la
incertidumbre ello significa que, en general, no hay un único equilibrio general sino una enorme cantidad de
ellos, cada uno definido por la congruencia de las expectativas de los agentes. Y ello se traduce en que habrá
equilibrios que sean mejores que otros, de modo que una economía puede caer y estar atrapada en un equilibrio
ineficiente. No era otra cosa lo que Keynes tenía en mente cuando razonó que en una economía de mercado era
posible un equilibrio subóptimo, con desempleo de recursos. Para que lo fuera bastaba con que las expectativas
de los agentes fuesen congruentes. Por ejemplo, si los empresarios guiados por unos decaídos animal spirits
estiman que si aumentan su producción ésta no se va a vender, sus expectativas se verían satisfechas pues ni
harían nuevas inversiones ni contratarían más trabajadores, por lo que no se generaría la demanda efectiva que
sería necesaria para dar salida a una producción ampliada.
Para eliminar esa multiplicidad de equilibrios, el análisis neoclásico ha tenido que recurrir a supuestos
cada cual más fantástico extendiendo el supuesto de información perfecta a unos extremos de perfección
inimaginables. Así, por ejemplo, Arrow ha imaginado para justificar la unicidad del equilibrio general no sólo
que existe una enorme variedad de mercados para todas y cada una de las circunstancias que puedan darse en el
futuro, es decir para todos los bienes en todos los posibles estados de la naturaleza posibles por decirlo en jerga
técnica, sino que cada agente tiene la misma y correcta expectativa acerca del precio que regirá en cada
mercado en cada uno de esos potenciales estados de la naturaleza en cada momento del futuro. Por su parte,
otro teórico, Roy Radner, demostró que para alcanzar los resultados deseados no era necesario que todo el
mundo tuviese las mismas expectativas para el futuro, sólo bastaba que tuviesen una capacidad de cálculo
literalmente infinita. Es decir, no sólo que los homo oeconomicus que pueblan el modelo fuesen criaturas de
Dios –cosa de la que algunos dudarían- sino que fuesen realmente emanaciones de Su Persona.
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La cuarta cuestión atiende a la estabilidad del equilibrio, o sea la posibilidad de llegar alcanzarlo
desde una posición de desequilibrio. Ya Walras había demostrado que descubrir cuál era el equilibrio y llegar a
él no era nada fácil, tarea a la que había destinado un personaje ideal, el subastador (véase ajuste), pues no se
podía permitir que se realizasen intercambios a precios falsos o de desequilibrio so pena de alejarse o
permanecer “dando vueltas” cíclicamente en torno a él. El problema se agudiza sobremanera si aceptamos,
como la lógica y el sentido común así lo exigen, la posibilidad de existencia de múltiples equilibrios, pues en
tal caso aún si el subastador evitase que se produjeran intercambios a precios de desequilibrio, ello no
impediría que ante una perturbación en el sistema económico se “salte” de equilibrio yendo a parar al ámbito
de influencia de otro que puede ser menos (o más) óptimo que el de salida.
Dicho todo lo anterior, está claro que, dadas todas las condiciones necesarias para que el equilibrio
general competitivo sea óptimo en sentido de Pareto, es decir, todas las necesarias para que haya competencia
perfecta en todos los sectores de la economía así como las necesarias para que el equilibrio exista, sea único y
estable, se impone la conclusión de que el que así lo sea es enteramente irrelevante. Pensar que el modelo del
equilibrio general competitivo es un fundamento adecuado para los argumentos a favor de una economía de
mercado y de las políticas tendentes a su expansión y profundización deja de ser una apreciación científica para
entrar de lleno en los terrenos de la Fe, como parte de una teología económica que considera al mercado como
una suerte de dios que regula benévolamente un mundo paradisíaco ajeno a cualquier realidad económica del
mundo terrenal. Ni siquiera es posible demostrar que el resultado competitivo sea el más adecuado para el
conjunto de los mercados si sucede que hay un mercado que no puede serlo por cualesquiera circunstancias
(véase segundo óptimo), por lo que el esfuerzo para avanzar en la dirección de una mayor competencia en el
conjunto de los mercados dista de ser una política a favor de la eficiencia si no se puede producir
simultáneamente en todos los mercados.
Finalmente, hay que señalar los esfuerzos todavía no conclusos para elaborar modelos de equilibrio
general no competitivo, introduciendo hipótesis de comportamiento en los agentes que les permitan influir en
los precios.

equilibrio de Nash se denomina así (por John F. Nash, matemático y Nobel de Economía de 1994) al
conjunto de estrategias o acciones adoptadas por los distintos participantes en un “juego” que se caracteriza por
ser congruentes entre sí de modo que ningún agente tiene el menor incentivo a cambiar su estrategia, dadas las
estrategias adoptadas por los demás. Dicho de otra manera, en un equilibrio de Nash cada jugador (ya sea
individuo o empresa) obtiene el mejor resultado posible dado el comportamiento de los demás.

equilibrio macroeconómico situación en la que la demanda agregada de una economía coincide con la
oferta agregada. En términos no monetarios, sino reales, el equilibrio macroeconómico se define por la
igualdad entre la producción agregada, Y, y la demanda efectiva, DE. En el equilibrio macroeconómico se
cumple, pues:

DE = C + I + G + X == Y = C + S + T + M
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Donde C es el consumo agregado de la economía, I la inversión agregada, G es el gasto público, S es el


ahorro, T son los impuestos, X son las exportaciones y M las importaciones.
Buena parte del debate macroeconómico se establece en torno a la naturaleza eficiente de este
equilibrio, es decir, si dadas las variables de las que dependen esos valores agregados, en el equilibrio
macroeconómico que se alcanza en una economía de mercado se produce pleno empleo de recursos o si, al
contrario, por algún tipo de fallos de los mercados o de impedimentos a su libre funcionamiento pueden existir
equilibrios macroeconómicos con desempleo de recursos.
Por otro lado, a partir de la anterior igualdad se llega a esta otra:

(S – I) + (T – G) + (M –X) = 0

que establece el equilibrio macroeconómico en términos de flujo de fondos entre sectores, de modo que las
necesidades (o capacidades sobrantes) de financiación de la inversión del sector privado, del sector público y
del sector exterior tienen que ser congruentes entre sí. Aunque cualquier esquema de desequilibrios entre
sectores sería en principio consistente con el mantenimiento del equilibrio macroeconómico en términos
contables, en la realidad económica no es así. Sin embargo está abierto a discusión entre los distintos
economistas, el grado en que en una economía actúan autónomamente fuerzas que tienden a restablecer la
congruencia o si es necesario realizar políticas para corregir el desequilibrio en el sector exterior y el público
en algunas economías (véase ajuste macroeconómico).

equilibrio parcial en Economía es habitual estudiar qué es lo que ocurre en un mercado cuando cambia el
valor de alguna de las variables de las que, caeteris paribus, depende la demanda o la cantidad que se saca a la
venta (a saber: el precio de los bienes sustitutivos o complementarios, el precio de los factores de producción,
la renta de los consumidores y su distribución entre ellos, los gustos, la publicidad, etc.) sin tener en cuenta los
efectos indirectos que los cambios en este mercado tengan sobre otros, ni los efectos feed-back que,
consiguientemente, recaerían sobre el mercado donde se produce la variación inicial de partida, que a su vez
llevarían a ulteriores efectos sobre otros, y así sucesivamente. A esta forma de análisis se le denomina de
equilibrio parcial, calificativo que indica a las claras el carácter de incompletitud que tiene un análisis que sólo
tiene en cuenta los efectos directos. Por ejemplo, el aumento del salario en un sector concreto de la economía –
sector A- puede incentivar a los empresarios de ese sector a sustituir mano de obra por maquinaría, y por lo
tanto tener un efecto negativo sobre el empleo del sector. Ese sería el resultado que se obtendría en un análisis
de equilibrio parcial. Sin embargo, cuando abandonamos el corsé del equilibrio parcial, muy bien podría
ocurrir que la demanda de maquinaria de sector donde se produce la sustitución de trabajo por maquinas diera
lugar a un aumento de la producción del sector de bienes de capital, con el correspondiente aumento del
empleo. A su vez, también podría ocurrir que los nuevos trabajadores del sector de bienes de capital utilizaran
parte de sus salarios para comprar bienes producidos en el sector A, con el consiguiente aumento de la
producción y empleo del sector. Al hacer abstracción de todas estas posibilidades, el análisis del equilibrio
parcial arrojaría una conclusión: caída del empleo, que podría ser contraria a la realmente producida cuando se
tienen en cuenta todas las posibles implicaciones de la variación estudiada.
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A este respecto, Piero Sraffa (1898-1983) mostró que existen considerables dificultades lógicas a la
hora de analizar en términos de equilibrio parcial un mercado en competencia perfecta. Con arreglo a este tipo
de análisis, el precio y la cantidad de equilibrio en un mercado en competencia perfecta se determinan por la
intersección de la curva de oferta de la industria que responde respectivamente a las condiciones de
producción y la curva de demanda que refleja los gustos y capacidades monetarias de los consumidores.
Razonar así exige que las condiciones que afectan a la oferta y a la demanda puedan considerarse
independientes. En el caso de un mercado competitivo, ello se traduce en que las condiciones que hay detrás de
la curva de demanda decreciente no se vean afectadas por las que explican que la curva de oferta sea creciente.
Ahora bien, para que la curva de oferta de la industria sea creciente es necesario que así lo sean las curvas de
coste marginal de todas las empresas que la componen. Y para que estas así lo sean se requiere que haya para
todas y cada una un factor de producción en oferta muy rígida, lo cual justificaría que ante aumentos en la
cantidad producida aparezcan los rendimientos marginales decrecientes pues, dado que no podrían
incrementar el uso de ese factor en la cantidad deseada, las empresas para aumentar su producción se verían
obligadas a usar técnicas más intensivas en el resto de factores. Para que tal cosa pudiera sucederle a todas las
empresas de una industria competitiva esa industria tendría que caracterizarse por hacer un elevado uso de ese
factor. Pero eso significaría que al aumentar su producción haría aumentar el precio de ese factor lo cual, a su
vez, modificaría el resto de los precios de las industrias que también lo usan, así como la distribución de la
renta. Dicho con otras palabras, si la curva de oferta de una industria es competitiva, las variaciones en su
producción alteran también las condiciones que hay debajo de la demanda. No habría, pues, en ese caso,
independencia de la oferta de la demanda.
Si por el contrario, si las empresas que componen la industria que estamos analizando no usan de un
factor de modo determinante, no habría razón para que los incrementos en la producción incurriesen en
rendimientos marginales decrecientes, pues las necesidades adicionales de factores que tal crecimiento exigiría
se podrían satisfacer fácilmente sin aumento en los precios. Ello plantea un conjunto de problemas. Por un
lado, los precios no dependerían de la demanda sino de las condiciones de producción y oferta pues los coste
medios y marginales serían constantes en el largo plazo para cada empresa, pero ello dejaría sin resolver la
cuestión de cómo se reparte la producción entre las distintas empresas. Eso en el largo plazo, que en el corto,
los costes marginales estarían por debajo de los costes medios (véase costes) por lo que si las empresas fijan su
precio según establece el modelo de competencia perfecta (precio = coste marginal), tendrían pérdidas, aunque
esa situación sería imposible, pues dado que los costes medios serían decrecientes, al final la industria dejaría
de ser competitiva, ya que conforme mayor fuera el volumen producido por una empresa menor sería su coste
unitario, con lo que acabaría expulsando a las demás. En suma, una industria que esté en competencia perfecta
se resiste al análisis de equilibrio parcial.
Obviamente, la respuesta a estas dificultades pasa por realizar análisis de equilibrio general
competitivo, que así se llaman cuando se tienen en cuenta todos los efectos directos e indirectos que
acompañan al cambio en alguna variable. Aunque en la práctica en la mayor parte de los casos este enfoque
será inviable por la enorme cantidad de información que requiere. Ello ha llevado a que, pese a todas sus
incongruencias lógicas y defectos prácticos, el análisis de equilibrio parcial sea de uso habitual como forma de
explicar el proceso de determinación del precio en cada mercado. Tal forma de proceder podría considerarse la
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adecuada siempre que las ventajas de coste de requisitos informacionales del análisis parcial no superen a la
pérdida de precisión que necesariamente supone y si las interdependencias entre la oferta y la demanda fuesen
despreciables. Ello sucedería cuando el tamaño de los efectos indirectos fuese de poca cuantía o despreciable.
El problema, es que, para saber el error absoluto o relativo que se comete cuando se analizan las repercusiones
del cambio en una variable en un mercado concreto sería necesario conocer con precisión el efecto real, es
decir, realizar un análisis de equilibrio general.
Finalmente, dada la dificultad para formular modelos no competitivos de equilibrio general, los
análisis de mercados monopolísticos y oligopolísticos no tienen otra opción que recurrir al análisis de
equilibrio parcial para explicar la fijación de precios en los mercados dominados por una o varias empresas.

escala mínima eficiente con este término, asociado al concepto de economías de escala, se alude al tamaño
de la planta productiva a partir del cual se anulan las economías internas de escala. Ello, en la práctica no
implica que de aumentar la escala no haya ninguna caída en los costes medios, sino que, de haberla, ésta será
mínima. El conocimiento de la escala mínima eficiente, EME, permite saber cuál es el número máximo de
empresas de un sector compatible con el pleno aprovechamiento de las economías de escala. Así, por ejemplo
si la EME se corresponde con una producción del 10 % del mercado, en ese sector razones de tipo tecnológico
explicarían que sólo hubiera 10 empresas, por lo tanto, si la concentración es mayor, es que existen otras
causas distintas de las tecnológicas que explicarían el grado de concentración.

escasez concepto primitivo para la Economía neoclásica que define lo que se ha venido en llamar el
problema económico. Para los economistas neoclásicos, la condición humana gira en torno a la Escasez. Los
hombres siempre viven en un entorno de Escasez, de escasez de recursos frente a las ilimitadas necesidades
que, a diferencia de los animales, los hombres son capaces de generarse. El “hecho” empírico de la
omnipresente Escasez sería la justificación de la visión de la vida humana de la Economía neoclásica como una
competencia cuasidarwiniana en la que los individuos, quiéranlo o no, habrían de comportarse por regla
general como homo oeconomicus rivales obligados siempre a elegir su comportamiento del modo más egoísta
y racional si quieren satisfacer del modo más eficiente posible sus ilimitadas necesidades. Todo ello dentro de
un marco social que regularía institucionalmente ya sea por el Estado o por el Mercado y con cierta ayuda de
normas morales o costumbres de sociabilidad ese ineludible conflicto a que la Escasez lleva. La cadena causal,
pues, entre escasez ⇒ rivalidad y egoísmo ⇒ competencia ⇒ elección ⇒ racionalidad parecería una verdad
elemental que fundaría conceptualmente el enfoque económico de la investigación social.
Pero esta cadena causal presenta algunas inconsistencias y requiere de consideraciones adicionales.
Así, supuesto que hay escasez de algo, para que esta escasez engendre rivalidad, es necesario en primer lugar
que los individuos se encuentren en el mismo “plano” social, es decir que sean “iguales” no en el acceso sino
en la mera posibilidad de acceder a los recursos escasos, de modo que realmente puedan ser rivales. Si, por el
contrario, restricciones sociales (un sistema de castas), políticas (una sociedad de ordenes como la feudal) o
culturales (la segregación racial o religiosa) clasifican a los individuos como diferentes ello dificulta o impide
su igualdad en cuanto a su posibilidad de acceso, por lo que la mera existencia de escasez no tiene porqué
engendrar rivalidad. En un caso extremo en el que una sola persona (un rey, por ejemplo) tenga el derecho de
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acceso a un recurso, su escasez no engendra obviamente rivalidad, pues sólo él tiene esa posibilidad. Por otro
lado, a veces la conexión corre en sentido opuesto de modo que es la rivalidad la que engendra escasez. Tal
situación ocurre cuando la escasez no se debe a la insuficiencia de recursos materiales o escasez natural sino
que es claramente una escasez social y surge siempre que el valor de lo que uno tiene de algo depende de la
cantidad que tiene los demás (véase bien posicional). El valor de un automóvil como medio de transporte para
un individuo cualquiera depende de cuantos otros lo tengan, si este número crece, el mismo coche dejaría de
satisfacer de igual manera las necesidades de transporte de ese individuo que pasaría a sufrir por tanto una
“escasez” asociada a la congestión generada socialmente por la rivalidad en el acceso a las carreteras. De igual
forma., conforme un medio ambiente urbano se deteriora, engendra el deseo general y rival de escapar del
mismo y huir a las zonas suburbanas de ambiente más amable, rivalidad que genera a su vez escasez.
En suma, de lo anterior puede concluirse que no es que la escasez engendre siempre rivalidad, sino
que –al contrario- es la propia rivalidad la que frecuentemente engendra escasez. La rivalidad entre los
individuos puede expresarse de múltiples formas y en una multiplicidad de ámbitos además del económico. Y
así, en los mundos premodernos la rivalidad entre aquellos que socialmente podían serlo buscaba no sólo ni
fundamentalmente la riqueza sino también la gloria, la admiración, el poder; y se ejercía en terrenos como la
guerra, la oratoria, la religión organizada, etc. Lo que confiere su distinción al mundo moderno es que la
revoluciones políticas y sociales han acabado con las distinciones de rango social (por nacimiento, por raza,
religión, etc.) distintas a la económica, lo que se ha traducido en que hoy todos los individuos sean iguales en
su derecho a rivalizar y competir en el terreno al que la modernidad ha canalizado la rivalidad: al terreno de “lo
económico”. De ahí emerge la Escasez como característica ubicua en la sociedades modernas, Escasez que
afligiría a todos y a cada uno de sus agentes, Escasez nunca sofocada ni aminorada por más crecimiento
económico que se logre y avances técnicos que se produzcan. Las opulentas sociedades modernas viven así en
escasez, aunque paradójicamente se haya convertido en un agudo problema (de escasez de espacio) encontrar
dónde almacenar el ingente volumen de residuos que genera.
Para que tal cosa haya sido posible, para que la Escasez haya surgido como definidora de la condición
humana en la edad moderna, ha sido necesario además de los cambios políticos y sociales a los que se ha
hecho referencia, que las escaseces parciales se hayan “generalizado” o “interconectado”, tarea en la que
expansión del Mercado ha jugado un relevante papel. Si uno está hambriento o enfermo, tener joyas no le
resuelve directamente su necesidad a menos que se puedan convertir (intercambiar) por alimentos o medicinas.
Al extenderse el ámbito de los intercambios o del Mercado los bienes se hacen fungibles, de modo que las
escaseces parciales que responden a situaciones de necesidad o penuria particulares se subsumen en una
Escasez general.
Todo lo anterior apunta a un resultado en principio sorprendente: que la Escasez es una construcción
histórica y social. Avalan esta tesis además hechos como el que el propio concepto de Escasez sea un concepto
moderno, desconocido curiosamente para las sociedades premodernas. Ello no significa que no hubiese
escaseces concretas, particulares, definidoras de la situación de un grupo humano en períodos y lugares dados.
Para los hombres de todas esas sociedades había tiempos de penuria y de escasez, pero también había tiempos
de abundancia. Sin embargo, la idea de que la condición humana es la de una eterna y ubicua Escasez es
inequívocamente una idea moderna cuya aparición define y funda la de la propia Economía como cuerpo de
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reflexión intelectual separado de la Política y la Filosofía Moral. En segundo lugar, y a un nivel más concreto,
los datos suministrados por la Antropología moderna distan de ofrecer pábulo a la noción de que el pasado
prehistórico haya sido un pasado tan miserable como sugieren las películas de Hollywood . Concretamente, y a
partir de la información aportada por la arqueología, la paleoantropología, y el estudio de las sociedades
primitivas todavía existentes hace unos treinta o cuarenta años, parece que los niveles de salud y alimentación
eran equiparables a los de las sociedades europeas de primeros del siglo XX, a la vez que el esfuerzo que
tenían que dedicar a proveerse de los medios para su subsistencia material (caza, recolección) eran muy bajos
(de seis a doce horas de trabajo a la semana). Ello ha llevado a algunos analistas de la economía de la Edad de
Piedra a definirla como una economía opulenta, la primera históricamente hablando. Obviamente estas
sociedades primitivas eran sociedades pobres, pero su pobreza material, su precario stock de recursos
materiales, no implicaba que su vida discurriese perpetuamente en un estado de Escasez generalizada. Dicho
de otro modo, pobreza no implica Escasez. Para que esta implicación se de es necesario que los niveles de
recursos no puedan cubrir las necesidades sentidas: si una sociedad pobre satisface sus necesidades es pobre
pero no padece de Escasez. Dicho de otra manera, las escaseces se convierten curiosamente en Escasez cuando
con la modernidad y el crecimiento económico aparecen los medios para aliviarlas y generarlas.
Tampoco, por seguir con la cadena causal, está nada clara la conexión entre escasez y elección
racional. Más bien, sucede lo contrario. Es la abundancia de alternativas, es decir, la no escasez, lo que obliga a
elegir, a ponderar, a decidir, de modo que cuantas más opciones se tengan más difícil será el proceso de elegir
una en concreto. Por el contrario, la pobreza acota las posibilidades, marca por sí misma el camino. La
implicación es que el peso de los comportamientos racionales y egoístas, típicos del homo oeconomicus, será
mayor en las economías ricas que en las pobres, como así parecen confirmarlo los datos antropológicos que
muestran cómo en economías de subsistencia es habitual la presencia de comportamientos “ineficientes” o
irracionales desde el punto de vista de la producción (por ejemplo, reglas de explotación de los recursos
siguiendo principios mágicos, uso de la propiedad comunal con los consiguientes problemas asociados a la
tragedia de los comunes, abundancia de ocio, ritos de destrucción de recursos como el “potlach”, etc.)
Si la Escasez es una construcción moderna, ¿cuál es su futuro? Hubo un tiempo en que fue usual
imaginar que el crecimiento económico tarde o temprano acabaría con la Escasez, de modo que se anticipaba
una “sociedad del ocio” en la que la ausencia del problema económico podría llevar o bien a un paraíso en el
que los hombres podrían por fin dedicarse a las actividades espirituales y relacionales, las más elevadas de
entre las humanas, o bien, y por el contrario, a un infierno de violencia y anomia sociales si unos individuos tan
acostumbrados a trabajar y a competir como homini oeconomici se quedaban progresivamente sin tareas
productivas en las que emplear sus vidas. Estos análisis sociopsicológicos no han sido por lo general (aunque
siempre hay excepciones) compartidos por los economistas. La razón estriba en que estos habitualmente han
distinguido, como hacía Keynes, entre unas necesidades absolutas, sentidas por cualquiera
independientemente de la situación del resto de los miembros de una sociedad y cuya satisfacción puede
pensarse que se podría ser lograr en términos generales para todos los miembros de una sociedad (por ejemplo,
las necesidades básicas de alimento, alojamiento, vestido), y unas necesidades relativas, que dependen del
entorno social. Son estas últimas las necesidades de pertenencia y posición social (véase bien posicional), cuya
satisfacción pasa porque cada individuo, por un lado, se conforme en sus hábitos de consumo y actuación a los
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estándares que a la vez definen y son definidos por el grupo al que pertenece y, por otro, trate de superarlos
para conseguir marcar una diferencia deseada de estatus, prestigio o posición social. Este tipo de necesidades,
relativas por su propia esencia, nunca pueden ser satisfechas para todo el mundo (véase frustración relativa)
por dos razones: En primer lugar, la competencia posicional por acceder a los bienes que proporcionan estatus
determina que no todos pueden ganar y por lo tanto exige que haya perdedores insatisfechos en esa carrera por
ser más que los demás. En segundo lugar, la carrera posicional eleva el nivel de las normas de actuación
necesarias para pertenecer al grupo, de modo que los individuos han de esforzarse continuamente no ya por ser
más dentro del grupo social sino por mantener su pertenencia al mismo. En suma, la Escasez en un entorno
social donde la pertenencia y la posición social de un individuo depende de su nivel económico se reinventa
cada día y goza de un futuro prometedor, a menos que cambie de una forma inimaginable hoy por hoy el modo
en que se define la pertenencia social y se concede el prestigio.

especulación por especulación se entiende el hecho de adquirir un producto no con la finalidad de consumirlo,
sino para acumularlo con la intención de revenderlo cuando suba su precio en el mercado. La compra
especulativa, también llamada arbitraje es una compra que depende de la expectativa futura de precios. Dado
que la propia actividad especulativa puede generar un aumento del precio en el corto plazo es habitual que el
término esté rodeado de connotaciones peyorativas cuando el bien sobre el que se especula es un bien de
primera necesidad o de consumo muy difundido. Estas apreciaciones negativas se acentúan si el especulador
acierta con sus previsiones, de modo que llega un momento en que se produce una escasez del bien y sube su
precio. En ese momento, el especulador aparece como un acumulador de bienes que se beneficia de la
necesidad general pues puede sacar a la venta sus existencias acumuladas, venderlas a un precio elevado y
obtener pingües beneficios. Esta visión negativa que se suele tener de los especuladores, es para los
economistas completamente equivocada pues los especuladores realizan a sus ojos una actividad económica
muy necesaria cual es asegurar a la sociedad frente a las escaseces no esperadas suavizando su impacto.
Obsérvese que en ausencia de especuladores, una escasez sobrevenida dejaría a una sociedad sin medios de
afrontarla. Los altos beneficios que obtiene un especulador exitoso no deben confundir, pues hay que contar
con las pérdidas a las que se enfrenta cuando sus previsiones no han sido acertadas, de modo que su beneficio
medio dista de ese alto beneficio que gana cuando la suerte le ha sido favorable. La especulación se produce de
forma cotidiana y sin ningún tipo de connotaciones negativas en relación con activos financieros –acciones,
por ejemplo- (o divisas), cuando se adquieren con la intención no de conservarlos a medio largo plazo (o
realizar alguna transacción internacional, en el caso de las divisas), sino de revenderlos en el momento que se
produzca una subida de su precio.

Estado de Bienestar el nombre genérico de Estado de Bienestar, EB, o Estado Social como se conoce en el
campo del derecho, hace referencia a un conjunto de instituciones derivadas del compromiso del sector público
con los siguientes aspectos del bienestar de los ciudadanos: (1) implicación pública en el funcionamiento del
mercado de trabajo con la intención de garantizar unos derechos mínimos a los trabajadores y simultáneamente
intentar alcanzar el pleno empleo, (2) cobertura extramercado de las necesidades sociales básicas,
fundamentalmente salud y educación, y en menor medida vivienda, (3) garantía de rentas, esto es, derecho de
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los ciudadanos a algún tipo de ingreso en el caso de desempleo transitorio (seguro de desempleo), incapacidad
temporal o permanente (pensión de incapacidad), jubilación (pensión de jubilación) u otra situación de
necesidad (renta mínima de inserción o salario social).
De entre las múltiples razones que explican la aparición de Estados de Bienestar más o menos
generalizada en el conjunto de países capitalistas avanzados, aunque con diferentes intensidades y cronologías,
destacan cuatro. En primer lugar la ruptura con las formas de hacer y vivir que vino de la mano de la
consolidación del capitalismo y la revolución industrial. Unos cambios que supusieron el hundimiento de los
mecanismos de protección social precapitalistas y el aumento de la incertidumbre y la dependencia. En
segundo lugar el triunfo de la revolución Rusa y el nacimiento y desarrollo de movimientos críticos al
capitalismo en los países industrializados trajo consigo la aparición de una alternativa global al sistema
capitalista, que se trató de desactivar mediante los mecanismos ya mencionados que atenuaran los resultados
del mercado más ineficientes desde el punto de vista económico, como el desempleo, o menos compatibles con
el criterio de justicia dominante, como la pobreza y la desigualdad creciente de acceso a los frutos del
crecimiento económico. Así, mediante las actividades propias del Estado de Bienestar el Estado trataría de
legitimar el sistema capitalista ante la población, y desactivar posibles intentos de cambio social. Una
interpretación del EB que explicaría la posición crítica al mismo que durante las décadas de 1960 y parte de
1970 se mantuvo desde posiciones de izquierda, con lo que paradójicamente el EB pasó ser atacado desde la
izquierda (como política de parches que retrasa el cambio radical) y la derecha (como muestra de infiltración
socializante). En tercer lugar, con la gran depresión de los años 30 y el triunfo del keynesianismo cambia la
interpretación dominante del funcionamiento del mercado, ese dejar hacer, dejar estar del liberalismo
decimonónico. Tras Keynes, el Estado cobra un papel central para el buen funcionamiento del mercado,
mediante la amortiguación de sus ciclos a través de la actuación contracíclica vía gasto público, transferencias
e impuestos. Este cambio de interpretación confiere al sector público de una base económica que facilitará sus
intervenciones en el campo del bienestar. Por último, y aunque una de las características de la construcción del
EB es su “bipartidismo”, esto es, la existencia de un acuerdo general en su conveniencia por parte de partidos
políticos de distinta ideología, la realidad es que la ideología ha tenido cierto papel a la hora de explicar el
diseño concreto del EB, o su mantenimiento en estos tiempos de monopolio social de la economía de mercado
tras el hundimiento de la Unión Soviética.
Aunque prácticamente en todos los países capitalistas existen rasgos de lo que hemos llamado EB, su
intensidad y ámbito de actuación es muy distinto, como se puede ver en el cuadro adjunto que recoge el peso
que el gasto social (excluyendo educación) tiene el PIB de un grupo de países de la OCDE. Diferencias que se
reflejan en el número de campos en los que intervienen, en la calidad de las prestaciones, y en la universalidad
o selectividad de las mismas. También hay claras diferencias entre los EB que optan por la prestación directa
del servicio frente a los que se inclinan por realización de la transferencias monetarias dejando que sea el
beneficiario el que decida, su uso así como en el método utilizado para su financiación.
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Gasto social como porcentaje del PIB


1999 1999 1999
Suecia 32,9 Holanda 28.1 Portugal 22.9
Francia 30.3 Noruega 27.9 España 20.0
Alemania 29.6 Media UE(15) 27.6 Canadá* 17.9
Bélgica 28.2 Reino Unido 26.9 Australia* 17.4
Dinamarca 29.4 Finlandia 26.7 EE.UU.* 14.7
Austria 28.6 Grecia 25.5 Irlanda 14.7
Suiza 28.3 Italia 25.3 Japón* 14.0
(*)OCDE, 1997, resto Eurostat.

En contraposición con el respaldo bipartidista del que se benefició la construcción del EB, las dos
últimas décadas del siglo XX se han caracterizado por una creciente hostilidad hacia el EB, al que se achaca su
inefectividad para conseguir una sociedad de pleno empleo, la generación de efectos no deseados al alterar los
incentivos del mercado, su mal funcionamiento como resultado de la falta de competencia en aquellos sectores
de provisión y producción pública, o en el mejor de los casos su no adecuación a unas circunstancias
cambiantes marcadas por la globalización y el envejecimiento demográfico. Estás críticas todavía no han
afectado a los programas con mayor respaldo del EB, pero sí se han dejado sentir en algunas de sus actividades
de asistencia social y que en el futuro podrían conducir al deterioro de sus prestaciones con la consiguiente
pérdida de respaldo por parte de la población.

estado estacionario situación de estancamiento económico, ligada al pensamiento de algunos economistas


clásicos, consecuencia de la acción contrapuesta de dos fuerzas: la tendencia de la población a crecer sin
límites y la ley de los rendimientos decrecientes. No es esta una relación que se encuentre en el primero de los
economistas clásicos, Adam Smith (1723-1790.), quien más bien veía el futuro de la economía con optimismo.
Su idea de que la división del trabajo, y por ende, la productividad aumentaba paralelamente con la
extensión del mercado y de la población llevaba a considerar que, en la industria, los rendimientos tendían a
ser crecientes, en tanto que en la agricultura posiblemente lo fueran constantes en la medida que el progreso
técnico y la división del trabajo compensarían la puesta en explotación de tierras menos fértiles conforme
creciesen las necesidades de una población en aumento. Frente a esta posición, se alzó el análisis de David
Ricardo (1772-1823), para quién la industria se caracteriza por la existencia de rendimientos constantes
mientras que en la agricultura existirían rendimientos decrecientes. Ello, junto con su forma de entender la
distribución funcional del producto, le llevó a una inexorable conclusión: el estado estacionario. En efecto,
para Ricardo la fuente de la dinámica del sistema económico se encuentra en la inversión que hacen los
capitalistas a partir de los beneficios. Ahora bien, conforme creciese la población, la necesidad de alimentarla
llevaría a cultivar tierras de peor calidad, lo cual conduciría a una subida en el precio de los cereales o, en
general, de todos los productos agrícolas. Pero ¿quién se beneficiaría de esta subida? No, obviamente, los
trabajadores que reciben salarios de subsistencia. Pero tampoco los capitalistas, pues habrían de pagar
salarios más altos a sus trabajadores para que al menos pudieran subsistir. Los beneficiarios de la subida en los
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precios agrarios serían los terratenientes de las tierras de mayor calidad (véase renta de la tierra). En efecto, el
valor de la producción agraria en una explotación cualquiera ha de repartirse entre los trabajadores, el
agricultor-capitalista y el terrateniente que alquila la tierra. Si aumenta la parte que se llevan los trabajadores
por el ascenso de los salarios de subsistencia, la parte que le queda al capitalista-agricultor ha de caer
paralelamente, pues aunque aumente el valor de la producción, se produce a la vez un incremento del alquiler
de la tierra. Consecuentemente, el tipo de beneficio sobre el capital invertido en la agricultura cae, pero lo
mismo ocurre en la industria pues los capitalistas industriales se ven obligados a subir los salarios de
subsistencia que pagan a sus trabajadores. Dado que para Ricardo los terratenientes son una clase
improductiva, en el sentido de que no invierten sino que gastan sus rentas en artículos suntuarios, la economía
acaba estancándose en un estado estacionario pues los salarios de subsistencia permiten que sólo se
reproduzcan los trabajadores, y la inexistencia de beneficios lleva a la ausencia de inversión. Cierto que los
avances técnicos podrían compensar esta situación coyunturalmente, pero a la larga no podrían evitarla.
El análisis de Ricardo fue asumido en términos generales por todos los economistas clásicos incluido
Karl Marx (1818-1883), si bien su relevancia empírica dependía de la importancia que se le concediese al
progreso técnico o del papel improductivo de los terratenientes. Así, para Marx el progreso técnico se
convertiría en una fuente autónoma de ascenso en la productividad una vez desapareciese el capitalismo. Para
Malthus (1766-1834), los terratenientes podrían convertirse en una clase productiva, como los capitalistas, y
aminorar la tendencia al estado estacionario Pero para el resto de los autores, el estado estacionario se cernía
como una amenaza, con la sola excepción de John Stuart Mill (1806-1873), quien afirmó la superioridad social
de un estado en el que la actividad principal de los hombres no fuera la lucha por la supervivencia o la
competencia por la riqueza sino la persecución de la felicidad.
Los desarrollos tecnológicos del siglo XIX y principios del XX, alejaron el estado estacionario y sus
consecuencias del centro de atención. El análisis keynesiano, en manos de Alvin Hansen (1887-1975) volvió a
situarlo en escena hacia los años 1940 en forma de teoría del estancamiento o de la madurez económica, según
la cual los elementos o factores exógenos constitutivos del crecimiento económico son tres: 1) las
innovaciones, 2) la explotación de nuevos recursos naturales, y 3) el crecimiento de la población. Para Hansen,
el segundo y tercero de esos factores daban claras muestras de debilidad, en tanto que el primero dependía del
grado de monopolización de la economía. Hansen suponía que las empresas monopolísticas dominaban
crecientemente en las economías desarrolladas, a la vez que tenían pocos incentivos a innovar pues el
incremento en las ventas que supone la innovación para este tipo de empresas es despreciable. En
consecuencia, los factores dinámicos externos dejarían de cumplir sus tareas, la economía se acabaría
estancando en una suerte de moderno estado estacionario, esta vez por razones de demanda y no de oferta
como en el caso de los economistas clásicos. A menos, claro está, que desde el estado se actuase con políticas
macroeconómicas de estímulo de la demanda (inversiones públicas, reducción de impuestos, investigación
pública, etc.) Tampoco las predicciones de Hansen se han visto corroboradas por los hechos. Las innovaciones
no sólo se han sucedido con regularidad sino que han acelerado su ritmo, y ni la población ni los recursos
naturales han sido obstáculo al crecimiento.
Por todo ello es que, el estado estacionario, despojado de sus connotaciones sociológicas y políticas,
ha pasado a convertirse para la mayor parte de economistas en una pieza analítica, en un concepto con el que se
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define una situación de equilibrio con respecto a la cual estudiar lo que se da en la realidad. Desde esta
perspectiva, el estado estacionario se define como la situación teórica en la que la producción y la población
son constantes. No hay consecuentemente progreso técnico ni inversión neta, de modo que se va reponiendo
únicamente el equipo capital que se desgasta.
Pero, una vez más, el estado estacionario se resiste a cumplir ese papel comparsa y reclama su valor.
Así, un grupo de economistas, en cierto sentido discípulos de John Stuart Mill, defienden una perspectiva
ecológica y humanística de la economía que acentúa la conservación de los recursos naturales para de las
futuras generaciones (véase crecimiento sostenible) y cuestiona la existencia de una relación directa entre
crecimiento económico y felicidad (véase economía de la felicidad). Desde esta posición el estado
estacionario, a veces llamado, crecimiento cero, se plantea como un objetivo deseable a partir de cierto nivel
de desarrollo económico.

estanflación neologismo construido sumando los términos de estancamiento económico e inflación, acuñado
en los años 70 para referirse a un fenómeno económico nuevo en su tiempo: la coexistencia de estancamiento o
recesión económica e inflación. Para la teoría dominante en la época, de inspiración keynesiana, la presencia
de unos niveles de inflación relativamente elevados debía estar asociada a una situación próxima al pleno
empleo de los recursos disponibles, donde los incrementos en la demanda agregada no encontrarían respuesta
adecuada en la capacidad de producción de la economía, haciendo subir los precios. La existencia de inflación
en un contexto de recesión económica o de escaso crecimiento, con niveles de desempleo altos e incluso
crecientes constituía así una anormalidad teórica, ya que lo esperable era que las recesiones, sino se veían
acompañadas de caídas en los precios, deflación, por lo menos estuvieran asociadas con moderación en los
precios. La existencia de un fenómeno como la estanflación supuso el final del predominio de la economía
keynesiana, tanto como explicación teórica macroeconómica dominante como en su papel de guía de la
política económica, pues a la hora de enfrentarse a este fenómeno cobraron protagonismo tanto la escuela
monetarista, como nuevos enfoques como la nueva macroeconomía clásica, que acusaban a las políticas
macroeconómicas de demanda de generar inflación sin resolver el problema del desempleo (e incluso
empeorándolo) por haber descuidado los determinantes de la oferta (véase tasa natural de desempleo, y
NAIRU).

esterilización monetaria cuando un exportador cambia las divisas que obtienen de la venta de sus productos
en el exterior se produce un aumento en la oferta monetaria, mientras que cuando un importador se dirige a
un banco a cambiar su moneda nacional por divisas para proceder a importar algún bien o servicio, se reduce la
oferta monetaria, ya que se retira moneda de la circulación. Por lo tanto, en el caso de que las importaciones,
M, sean mayores que las exportaciones, M, se producirá una caída de la oferta monetaria, mientras que si las
exportaciones superan a las importaciones se producirá una reducción de la oferta monetaria. Se dice que el
Banco Central practica una política de esterilización monetaria cuando pone en marcha medidas ad-hoc de
política monetaria dirigidas específicamente a compensar las variaciones en la oferta monetaria derivadas de la
existencia de desequilibrios en el sector exterior. En el caso de X >M la intervención tendría una naturaleza
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contractiva dirigida a reducir la liquidez, mientras que cuando M >X la intervención sería de carácter
expansivo.

estrategia dominante se dice que un jugador o agente en una interacción económica y social tiene una
estrategia dominante cuando es su mejor regla de comportamiento independientemente de las estrategias que
sigan los demás jugadores. Si estos también tienen estrategias dominantes, el resultado sería un equilibrio
Nash en estrategias dominantes. Un ejemplo prototípico de juego con estrategias dominantes es el dilema del
prisionero.

ética quizás una de las mayores y más revolucionarias contribuciones de Adam Smith (1723-1790) al
pensamiento económico y social es la idea de que si el modo de organización económica se basa en el libre
mercado, no es necesario que los individuos tengan que comportarse de modo ético o moral para la sociedad
se articule armoniosamente de modo que se alcance el mejor resultado en términos agregados, sino que es
suficiente con que los individuos persigan su propio interés. Si así lo hacen, el mercado actúa como una “mano
invisible” y redirige de modo casi milagroso, pero con mano dura, (véase equilibrio general competitivo),
esos comportamientos egoístas individuales hacia la situación de máximo bienestar social. Aquél individuo que
no se plegara a los dictados del mercado, que no se comportara de modo racional y eficiente buscando
satisfacer los intereses de sus clientes, simplemente sería apartado por la competencia y se vería abocado a
desparecer del mercado. En suma que la economía de mercado, nada necesitaría de la ética, pues como señaló
uno de los contemporáneos de Smith, el doctor Samuel Johnson (1709-784), “hay pocas cosas a las que un
hombre pueda dedicarse que sean más inocentes que el hacer dinero”. Con este planteamiento Smith se aleja
del supuesto tradicional que subyacía a la filosofía social previa que explicaba los males sociales a partir de los
comportamientos “pecaminosos” de los individuos.
Esta idea del poder civilizador del mercado, de lo que Montesquieu (1689-1775) llamaba “le doux
commerce” o dulce comercio, estaba bastante generalizada en tiempos de Smith entre las mentes más
ilustradas. Frente a la noción de que el mundo no mercantil estaba regido por las “pasiones”, siempre pugnando
por salir a la luz destrozando la leve capa de unos códigos éticos, exógenos a los individuos, y más o menos
interiorizados por la educación y las costumbres, aparecía el mundo comercial, guiado por el despliegue
racional de los fríos intereses, como un remanso pacífico y, porqué no decirlo, moral, pues la mejor manera
en que cada cual puede conseguir satisfacer sus propios objetivos consiste en ayudar a que los demás satisfagan
los suyos.
Pero las cosas no son tan fáciles, y no es tan sencillo deshacerse de la noción de que el mundo
económico y social necesita de unos valores éticos asumidos por los participantes en los mercados y no sólo
como medio para cumplir algún objetivo de justicia, sino por estrictas razones de eficiencia económica. En
efecto, por un lado, el egoísmo del que habla Smith hay que entenderlo como “neutralidad” hacia la situación,
intereses o comportamientos de los demás, es decir como directa asunción y aplicación de una regla que
prescribe que cada uno ha de “ir a la suyo”, sin fijarse en los demás. Con arreglo a la lógica smithiana, la
“mano invisible” podría hacer que una economía de mercado funcionase bien sin benevolencia o altruismo,
pero no puede funcionar bien con malevolencia o envidia entre los individuos o cuando, aunque no las hubiere,
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ocurriera no obstante que el cumplimiento de los objetivos de cada individuo pasase porque los otros no
satisficiesen los suyos propios, pues en tales casos la persecución del propio interés exige lógicamente no sólo
no favorecer sino, todo lo contrario, poner trabas a que los demás persigan los suyos. Por otro lado, la defensa
del egoísmo neutral en los comportamientos individuales en los mercados exige adicionalmente del supuesto
de que o bien las mercancías son inocuas (véase inocencia de la mercancía) o bien, caso de que no lo sean,
que los que las vendan sean enteramente irresponsables del uso que de ellas se haga. Finalmente, existen
situaciones donde el mercado fracasa por múltiples razones (véase fallos del mercado), de modo que la
persecución egoísta de los propios interese dista de ser consistente con el bienestar agregado. Un caso
particular es la información asimétrica, cuya existencia incita a la deshonestidad en la persecución del propio
interés con los consiguientes costes de eficiencia (véase riesgo moral y selección adversa). Por ello, se ha
señalado que un funcionamiento suave de una economía de mercado requiere de la generación de un clima
social de confianza mutua entre los agentes que realizan las transacciones. Si Adam Smith no lo acentuó en la
Riqueza de las Naciones (aunque sí en su otra gran obra, la Teoría de los Sentimientos Morales) fue porque los
mercados que tenía a la vista y en su mente cuando planteó su idea del egoísmo como criterio de
comportamiento en el mercado, se caracterizaban por ser unos mercados de rango fundamentalmente local, con
empresas relativamente pequeñas, donde se intercambiaban productos simples y donde el repetido contacto
entre los participantes premiaba la honestidad y facilitaba el surgimiento de relaciones de confianza mutua, por
lo que los problemas que plantea la información asimétrica se veían notablemente atenuados. Distinta es, sin
embargo, la situación en mercados como los actuales de rango global, de productos complejos, con presencia
de grandes empresas y donde los participantes son frecuentemente anónimos. Ello, sin duda, dificulta la
aparición de la confianza entre las partes que intervienen en las transacciones de mercado en la medida que los
comportamientos deshonestos son menos detectables y por tanto menos “castigables” por la competencia en el
mercado.
Desde un punto de vista menos filosófico y más histórico, ciertos valores sociales se han revelado
como más efectivos a la hora de promover el crecimiento económico en las economías de mercado. Partiendo
de que en una economía de mercado la actitud moral adecuada es que cada uno persiga sus propios intereses de
modo racional, la pregunta sería entonces cuáles son esos intereses de modo más concreto. A este respecto, los
economistas y sociólogos han acentuado un conjunto de valores que han informado históricamente los
objetivos de los individuos. Max Weber (1864-1920) acentuó el papel de la llamada ética protestante, centrada
en “virtudes” como el ahorro, el trabajo duro, la honradez, el éxito económico individual como indicador de
valor social y moral, etc., en el surgimiento y expansión del capitalismo en la medida que los comportamientos
a los que tal ética da lugar son congruentes y facilitan la inversión, la expansión de los mercados y el
crecimiento económico. Modernamente, sin embargo, el ascenso de la productividad ligada a un progreso
técnico cada vez más rápido y autónomo donde, además, buena parte del ahorro para la inversión procede de
la autofinanciación empresarial, habría dado lugar a unas economías que habrían socavado la relevancia de tal
tipo de ética centrada en la renuncia y la abnegación, de modo que la “ética” más adecuada a una economía de
mercado desarrollada donde los problemas económicos pueden surgir por el lado de la demanda sería una ética
que primase algunos de los “valores” opuestos: el consumo, el lujo, la satisfacción inmediata.
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excedente del consumidor el concepto de excedente del consumidor hace referencia a la diferencia entre la
cantidad máxima de renta monetaria que un consumidor hubiera estado dispuesto a pagar por todas las
unidades que compra de un bien a un determinado precio y la cantidad que paga realmente. Gráficamente el
excedente del consumidor es la zona comprendida entre la función de demanda y el precio existente en un
momento dado (zona PAC). El excedente del consumidor es una medida monetaria del cambio de bienestar
para los consumidores que procede de las ganancias del intercambio, de las ventajas o beneficios que la
existencia de un mercado reporta a los consumidores. En efecto, es un error relativamente común “razonar”
que en una transacción mercantil nadie sale beneficiado dado que se intercambian equivalentes: el consumidor
pagaría por las unidades del bien que se lleva exactamente lo que para él lo valen, pues si no lo valiesen, no las
compraría. Pues bien, esto sería cierto para la última de las unidades que compra, la XN del gráfico, por la cual
el consumidor está dispuesto a pagar y paga exactamente lo que para él vale (el precio P), pero no es cierto
para todas las unidades que compra (de la 1 hasta la XN-1) a las que valora más de lo que le cuestan, como se ve
por la curva de demanda.

A
P
Demanda

O XN X

Se denomina, por otra parte, precio todo o nada (“o lo tomas o lo dejas”) al precio unitario máximo que estaría
dispuesto a pagar un consumidor o grupo de consumidores por un paquete de unidades de un bien antes de
quedarse sin él. El precio todo o nada es el precio que resulta de incluir en el gasto el excedente del
consumidor, y conforme un oferente sea capaz de acercarse a él más señala eso su posición dominante en el
intercambio, pues caso de conseguirlo el resultado que alcanza resulta equivalente al de un monopolista que es
capaz de realizar una discriminación de precios de primer grado. El precio todo o nada del caso reflejado en
el gráfico sería:

P* = P + (área PAC)/ XN

excedente económico el concepto de excedente económico hace referencia a la diferencia entre la producción
y las necesidades de bienes y servicios para garantizar el mantenimiento de la población y la renovación del
capital utilizado en el proceso productivo, es decir, la reproducción de la economía. De este modo, una
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sociedad que no genere excedente económico será una sociedad estancada en términos de población y de
producción. El excedente económico aparece así como una condición necesaria, aunque no suficiente, para que
exista crecimiento económico, ya que implica la posibilidad de desviar parte de la producción para incrementar
el capital, o si se prefiere, la posibilidad de liberar a parte de los trabajadores de la producción de bienes y
servicios para la subsistencia y dedicarlos a producir bienes de capital. En contra de lo que pudiera pensarse,
sin embargo, la limitación central al crecimiento a la que se han enfrentado las distintas sociedades a lo largo
de la historio no ha sido su incapacidad para generar excedente económico, sino la utilización no productiva a
la que se ha dedicado históricamente el mismo. Todos los legados arquitectónicos del pasado, desde las
pirámides egipcias a las catedrales góticas, son ejemplo de la capacidad de esas civilizaciones de generar
excedente, otra cuestión es que tal excedente se dedicara a usos ornamentales o al mantenimiento de clases no
productivas. Sólo con el advenimiento y consolidación de la economía de mercado se dará la circunstancia de
que aquellos con derechos sobre el excedente: la burguesía, dediquen una parte importante del mismo a la
acumulación de capital, haciendo posible el crecimiento. El concepto de excedente tiene como limitación la
dificultad de definir cuál es el nivel de bienes y servicios necesario para garantizar la supervivencia de la
población, un nivel que se puede definir de forma objetiva cuando se toma como referencia la mera
supervivencia física, pero que es difícil de determinar en términos sociales, dada la naturaleza necesariamente
subjetiva del concepto de necesidades sociales mínimas.

excedente del productor cuando la función de coste marginal de una empresa tiene pendiente positiva, el
coste de ir produciendo unidades adicionales va continuamente creciendo y, sin embargo, todas las unidades
producidas se venden a un mismo precio. Si el productor maximiza beneficios, ello significa que producirá
sucesivas unidades hasta el punto en que el ingreso que obtenga por producir y vender una más (o ingreso
marginal) sea igual al coste que suponga esa unidad adicional. Si el oferente está en condiciones de
competencia perfecta, el ingreso marginal que recibe es constante e igual al precio de mercado pues, en esas
condiciones, puede vender cuantas unidades quiera al precio vigente. En tal caso, el productor u oferente
estará recibiendo por todas las unidades producidas, excepto por la última, aquella cuyo coste marginal es igual
al ingreso marginal o precio, un precio superior al de su respectivo coste marginal, es decir al coste en que ha
sido necesario incurrir para producir esas unidades. Dicho con otras palabras, por cada una de esas unidades
ingresa más que su coste de oportunidad. La diferencia entre el ingreso total obtenido en el mercado por la
venta de un paquete de unidades de un bien o un servicio y el ingreso mínimo exigido por el productor para
ofrecer dichas unidades en el mercado que cubra sus coste de oportunidad (el área bajo la curva de coste
marginal), recibe el nombre de excedente del productor (área CPA en el gráfico) y también el de renta
económica.
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Coste Marginal

A
P

O XN X

Si la curva de coste marginal es perfectamente elástica (horizontal), el oferente no obtiene ninguna


renta económica en esta actividad de modo que con sus ingresos cubre exactamente sus costes de oportunidad,
es decir, sus ingresos coincíden con la remuneración mínima para incentivarle a que dedique sus recursos a esa
actividad y no a otra alternativa (es por ello que esos ingresos mínimos se les llama ingresos de transferencia).
Si, por el contrario, la curva de coste marginal fuera vertical o perfectamente inelástica ello vendría a indicar
que el oferente o productor realiza una actividad tan especializada que no tiene usos alternativos, de modo que
el hacerla no tiene coste de oportunidad pues nadie le pagaría por su dedicación a otra actividad productiva.
Por consiguiente su remuneración en este caso sería solamente excedente del productor o renta económica.
Obsérvese que si a un oferente de un bien o de un servicio se le quita su excedente del productor en
todo o en parte mediante un impuesto sobre la renta económica o de cuota fija, ello no tendría costes de
eficiencia, es decir no induciría a este oferente a alterar su conducta bajando su esfuerzo o dedicación
productiva: produciría exactamente lo mismo que antes pues sus ingresos seguirían cubriendo sus costes de
oportunidad. Por ejemplo, considérese la remuneración de algunos futbolistas “galácticos”, pues bien, en la
medida que su remuneración es fundamentalmente renta económica, depende exclusivamente de lo que quieran
pagar por ellos los clubes, de modo que si estos decidiesen actuar conjuntamente y rebajar lo que les pagan en
digamos un 50% cabe pensar que nada pasaría, seguirían jugando tan bien (o tan mal) como siempre, pues sin
duda están tan especializados en su “oficio” que sus ocupaciones alternativas como trabajadores no
especializados no serían demasiado lucrativas.
El excedente del productor es, finalmente, una medida del aumento en el bienestar que experimenta el
o los oferentes por el hecho de que exista un mercado. Junto con el excedente del consumidor refleja las
ganancias del intercambio. El precio mínimo para que el oferente acepte estar en el mercado, el precio OC en
el gráfico, se conoce como precio de reserva.

expectativas las expectativas sobre el comportamiento futuro de la economía son una de las piezas centrales
de todo modelo económico. Desde el momento en que los agentes económicos toman decisiones en el presente
cuyo efecto tendrá lugar en el futuro: qué estudiar, en dónde colocar sus ahorros, si deben o no ampliar la
capacidad productiva de sus empresas, etc., éstas se verán fuertemente condicionadas por las expectativas que
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se tengan sobre el desarrollo futuro de los acontecimientos. Así, una empresa aumentará su capacidad
productiva si piensa que la demanda futura va a ser mayor que la presente, pero no lo hará si espera una caída
de la misma, un trabajador hará un curso de formación si piensa que el mismo tendrá un impacto positivo sobre
su vida laboral futura, etc. Desde el momento en que el futuro es incierto, las expectativas cumplen un papel
muy importante en el propio moldeado del mismo. Así, en economía, son frecuentes los casos de expectativas
que se autocumplen, en el sentido de que al esperar que ocurra algo, los agentes económicos actúan de tal
manera que propician tal acontecimiento. Piénsese, por ejemplo, en que por cualesquiera razones, se cree que
determinada acción va a aumentar el valor de unas acciones en la Bolsa, tales expectativas alcistas provocarán
un aumento de la demanda de dichos valores y el consiguiente aumento de su cotización.
Existen dos grandes modelos genéricos sobre el proceso de formación de expectativas. La hipótesis de
las expectativas adaptativas considera que los agentes económicos esperan que el futuro sea una proyección
del pasado, y por lo tanto adaptan sus expectativas respecto al comportamiento futuro de una variable en
función de la tendencia que haya mostrado esa variable en el pasado. Si los agentes piensan “adaptativamente”
observan el comportamiento pasado de las variables y sólo ajustan gradualmente sus previsiones. Por ejemplo,
si los precios han crecido en un 3% en los últimos años pero crecen a una tasa del 5% en este año, entonces,
con arreglo a un modelo de expectativas adaptativas, que acentúa los datos del pasado, podría esperarse que el
año que viene subiesen un 3,5 o un 4%. Si las expectativas de los agentes son adaptativas, sólo las cambiarán
conforme la experiencia les obligue a hacerlo. Aunque recibiesen una nueva información de que –por poner un
ejemplo- tanto la política monetaria como la fiscal se van a alterar en el sentido de ser mucho más expansivas,
información que deja sin sentido el uso como predictores de datos del pasado, no variarían sus predicciones por
ello hasta que las estadísticas suministren nuevos datos sobre la inflación. La consecuencia es que con
expectativas adaptativas los agentes pueden incurrir en errores sistemáticos de previsión por no tomar en
consideración las nuevas informaciones que vuelven inservibles los datos acumulados del pasado.
Por el contrario, si los agentes forman sus expectativas según la hipótesis de las expectativas
racionales, toda nueva información es inmediatamente incorporada en el proceso de formación de expectativas
de modo que los agentes aprenden de sus errores y no incurren en errores sistemáticos. Pueden ser engañados
o sorprendidos alguna vez pero tratarán de que ello no se repita. El supuesto de comportamiento racional a la
hora de formar sus expectativas implica que los agentes económicos utilizan toda la información disponible,
incluido el modelo de funcionamiento de la economía, sus interrelaciones y parámetros, información que va
siendo actualizada conforme se produce nueva información sobre cambios que acontecen en algunas de esas
relaciones y/o parámetros. Ello no significa que conozcan qué es lo que va a pasar, pero sí que conocen qué es
lo que debería pasar si la economía se comportara de acuerdo con las previsiones del modelo económico. Si se
equivocan, ello significa que se han visto sorprendidos. Habría pasado algo nuevo que no se conocía
previamente o que habría alterado algunos de los elementos del modelo. Nueva información que sería
instantáneamente incorporada para evitar que el error se reproduzca. Consecuentemente, una de las
conclusiones inmediatas que se siguen del supuesto de expectativas racionales es que los modelos
econométricos son inservibles en su generalidad pues todos están basados en datos del pasado y usan modelos
estadísticos que no pueden predecir los efectos de una nueva política económica en la medida que los agentes
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se comportan con arreglo a esa nueva información. A esta conclusión se la conoce, a partir del trabajo del
Nobel de Economía de 1995 Robert E. Lucas, como la crítica de Lucas.
Adicionalmente, el supuesto de que los agentes forman sus expectativas racionalmente se traduce en
la mayor dificultad para desarrollar la política económica al adelantar o anticipar los agentes económicos los
efectos de la misma y en algunos casos neutralizarlos con su comportamiento (véase nueva macroeconomía
clásica).
Puestos a juzgar la hipótesis de expectativas racionales, los críticos han señalado que, excepto en
algunos mercados como los bursátiles, el comportamiento de los agentes económicos suele tener una elevada
proporción de hábito y predecibilidad pues es costosa la actitud de alerta permanente o la búsqueda incesante
de nueva información. Adicionalmente, y aún en el caso de que las expectativas se formasen racionalmente, es
muy probable que en su comportamiento real los agentes no lo reflejasen. En los mercados reales, los costes
de transacción suelen ser elevados, dicho de otra manera, la flexibilidad y el cambio son costosas. Ello se
traduce en la existencia de contratos a largo plazo que fijan los comportamientos y limitan la rapidez del
cambio ante la nueva información.
Finalmente, además de jugar un papel crucial en el desarrollo de los modelos macroeconómicos, las
expectativas también son determinantes a la hora de estudiar el comportamiento de las empresas en situación
de oligopolio, en donde los resultados de una empresa dependen tanto de sus decisiones como de la reacción
de sus competidores ante las mismas. La inexistencia de un único modelo de comportamiento oligopolista
obedece precisamente a que hay tantos modelos como supuestos de reacción se puedan diseñar.

explotación del trabajo se dice que el factor trabajo está explotado si percibe una remuneración inferior al
valor de su contribución a la producción. El concepto de explotación del trabajo está ligado fundamentalmente
a la obra de Karl Marx (1818-1883) que convierte a la explotación de los trabajadores en la principal fuente de
los beneficios y de la renta de la tierra. Para Marx, en todas las sociedades históricas caracterizadas por la
escasa presencia del mercado (las sociedades antiguas -Egipto Babilonia-, la antigüedad clásica -Grecia y
Roma- y las sociedades feudales) los trabajadores siempre han producido un excedente por encima de sus
necesidades de subsistencia y las de mantenimiento del equipo productivo del que se han apropiado las clases
“ociosas” dedicadas no a trabajar sino a actividades culturales, políticas, religiosas o militares. Es decir que en
todas las sociedades históricas los trabajadores habrían sido explotados de modo más o menos aceptado. La
explotación estaría ligada directamente a la reducción de los trabajadores en esas sociedades a la condición de
esclavos y siervos. La desaparición de la esclavitud y la servidumbre en las modernas economías de mercado
conllevaría, pues, la ausencia de explotación del trabajo como norma general, ya que los trabajadores ahora
libres sólo participarían en los mercados de trabajo voluntariamente, es decir, que sólo participarían en
aquellos intercambios que les pareciesen ventajosos.
Pero para Marx, las modernas economías de mercado no serían una excepción a la “regla” histórica de
la explotación, sólo que en ellas la “explotación” aparecería oculta. No se daría en los mercados de trabajo,
pues en ellos los intercambios son voluntarios, sino en los procesos productivos, allí donde no hay mercado
sino una relación jerárquica entre los propietarios del capital y los trabajadores que obliga a estos a trabajar y
producir más valor (o plusvalía) del valor que reciben como salarios.
Conceptos de Economía -versión web- 184
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

Fuera del ámbito de la economía marxista, y dentro de la economía neoclásica, a veces se ha señalado
que en presencia de poder monopsonístico en el mercado de trabajo, los trabajadores también son explotados
en la medida que el valor de su productividad marginal supera al salario.

exportaciones bienes, servicios o activos financieros o reales cuyo destino es el mercado exterior. Entre otros
factores, las exportaciones dependen del tamaño del país, ya que normalmente los países más pequeños tienen
que acudir al exterior en busca de mercados, especialmente en el caso de productos especializados o en
presencia de economías de escala, de la competitividad de la economía, expresada por los precios relativos de
los productos nacionales (incluyendo coste de transporte y aranceles) con respecto a los productos extranjeros,
del tipo de cambio y de la renta del resto del mundo, como variable que recoge su capacidad de demanda. En
el caso de exportaciones de activos financieros, el factor determinante es la diferencia de rentabilidad, recogida
por el tipo de interés, de los activos financieros del país con respecto a la rentabilidad de los activos
financieros del exterior, así como la seguridad, o si se prefiere, el nivel de riesgo de tales activos, incluyendo
aquí las expectativas sobre el comportamiento futuro del tipo de cambio.

externalidad cuando la decisión ya sea de consumo, de producción o de intercambio de un agente


económico afecta de modo involuntario a otro u otros agentes económicos y no media acuerdo de
compensación monetaria entre ellos, se dice que tal acción tiene un efecto externo o que genera una
externalidad. Los efectos externos pueden ser pecuniarios, cuando el efecto del comportamiento de un agente
sobre otro es indirecto pues se plasma en que los precios que este otro ha de hacer frente se ven afectados por
el comportamiento del primero, y, tecnológicas, cuando un agente afecta a otro de modo directo afectando a su
función de utilidad o de producción o costes sin que medien precios. Un ejemplo de una externalidad
pecuniaria puede ser el aumento en el precio de la gasolina que tengo que pagar como consecuencia de que
haya más conductores, por el contrario una externalidad tecnológica es la demora en el tiempo que necesito
para desplazarme como consecuencia de esa abundancia de coches. Son estas últimas las que habitualmente
plantean problemas a la eficiencia de mercado pues, al no venir reflejadas en los precios, no son consideradas
por los agentes en sus decisiones de compra, producción e intercambio, constituyendo así una de las categorías
de los llamados fallos de mercado. Es necesario recalcar que no todas las externalidades aunque sean
tecnológicas suponen problemas de eficiencia. Por ejemplo, el crecimiento de la renta de un vecino les puede
amargar la vida a sus convecinos envidiosos, pero obviamente esa envidia, que es sin duda una externalidad,
no plantea el menor problema de eficiencia pues en una economía de mercado (quizás no en otras) todo el
mundo tiene el derecho a enriquecerse y quizás hasta el deber de hacerlo, independientemente de cómo les
siente eso a los demás (véase, sin embargo, envidia). Serán las externalidades tecnológicas, que interfieren en
el valor de las propiedades de otros o afectan a las formas de su uso legalmente admitido en una sociedad, las
que serán fuente de ineficiencias y a las que se hará referencia en lo que sigue.
Las externalidades pueden ser positivas o negativas. Así, por ejemplo, cuando alguien se vacuna
contra la gripe está generando efectos externos positivos sobre sus compañeros de trabajo, ya que ello reduce
las posibilidades de convertirse en un futuro trasmisor de esta enfermedad. De igual forma, cuando alguien
pone música a un volumen elevado a altas horas de la madrugada es casi seguro que ello produce una
Conceptos de Economía -versión web- 185
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

externalidad negativa sobre los vecinos del inmueble donde se realiza la audición. Las externalidades pueden
estar asociadas a acciones de consumo, como las dos arriba mencionadas, o a actividades de producción y de
intercambio. La polución atmosférica o acústica generada por actividades productivas pesadas sería un
ejemplo de externalidades negativas de producción.
La existencia de efectos externos tiene implicaciones económicas importantes en la medida en que,
como se ha dicho, los agentes económicos que los generan no tienen en cuenta su presencia a la hora de
decidir las cantidades que se van a producir o consumir de un determinado bien, de lo cual resulta una
producción y consumo finales superior (en el caso de externalidades negativas) o inferior (en el caso de
externalidades positivas) de lo que sería óptimo. Así, por ejemplo, y utilizando de nuevo el ejemplo de la
vacuna, el consumidor, a la hora de decidir si se vacuna o no tendrá en cuenta los beneficios personales
derivados de ponérsela y los comparará con los costes de vacunarse, de forma que si los primeros son mayores
que los segundos se vacunará, y en caso contrario no lo hará. De acuerdo con la lógica del comportamiento
racional en economía (véase homo oeconomicus) los únicos beneficios y costes que tiene en cuenta el
consumidor son los que recaen sobre su persona, no considerando los beneficios y costes externos que recaen
sobre sus compañeros, con lo cual es posible que decida no ponerse la vacuna, aunque si tuviera en cuenta
todos los beneficios y costes, personales y sociales o externos, la decisión socialmente acertada o racional fuera
vacunarse. En general, la presencia de efectos externos positivos en el consumo lleva a un consumo del bien
inferior al óptimo (y más alto en el caso de que se tratase de una externalidad negativa). En el caso de un efecto
externo negativo en la producción, la empresa solo tiene en cuenta los costes a los que tiene que hacer frente, y
no los costes externos que también genera pero recaen sobre otras personas, con lo que los costes marginales y
el precio del bien que produce serán menores de lo que tendrían que ser, y por consiguiente su producción y su
consumo serán mayores que los niveles óptimos.
Para resolver este problema de incongruencia entre los resultados de las acciones individualmente
racionales y la racionalidad social se han ideado distintas formas de intervención en las decisiones de los
agentes para reconducirlas en la persecución del interés colectivo, de modo que estos internalicen los efectos
externos de sus decisiones. Se puede, en primer lugar, proceder a la regulación directa de las actividades que
generan efectos externos negativos. Así, por ejemplo, las ordenanzas municipales que prohíben las actividades
que generan ruido por la noche o aquellas otras que establecen límites obligatorios a las emisiones de gases de
los automóviles o de las empresas, intentan de este modo restringir la producción de efectos externos
negativos. La enseñanza obligatoria sería, por el contrario, un ejemplo de regulación de una actividad
generadora de efectos externos positivos. La regulación directa de los efectos externos se considera que es la
forma de internalizar externalidades menos eficiente desde un punto de vista general, pues es incapaz de
discriminar entre el valor económico que tienen las distintas actividades ya que a todas las que generan el
efecto externo se les aplica la misma norma reguladora por igual, pudiendo ocurrir que los costes de la
reducción de una actividad (o los costes de su expansión) sean en muchos casos y para algunos agentes
superior al valor del efecto externo negativo (o positivo) que motivó la regulación (por ejemplo, ¿ merece, la
pena extender la educación obligatoria más allá de los 16 años?). La regulación requiere adicionalmente gran
cantidad de información y dedicar muchos recursos a la creación de una agencia encargada de hacerlo. Una
alternativa a la regulación directa consiste en el uso de impuestos sobre los bienes que generan tales
Conceptos de Economía -versión web- 186
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

externalidades negativas (tabaco, por ejemplo) de forma que al encarecerse el precio del bien se reduzca su
producción y consumo. En el caso de una actividad que genere externalidades positivas, la internalización
exigirá el establecimiento de subvenciones a su producción o a su consumo, de forma que aumenten los niveles
de realización de esa actividad. Finalmente, y como alternativa al establecimiento de impuestos/subvenciones
(llamados pigouvianas a partir de Alfred Pigou, 1877-1959, el primer economista que los consideró), bajo
determinadas condiciones, las externalidades se pueden resolver mediante la negociación de las partes
implicadas (véase teorema de Coase) en la medida que el problema que plantea su existencia se debe a la
inexistencia de un derecho de propiedad que o bien garantice el derecho de un agente a generar el efecto
externo negativo (por ejemplo, contaminar a otro), o bien, alternativamente, garantice el derecho a no sufrir ese
efecto (el derecho a no ser contaminado). De modo que si se otorga ese derecho de propiedad (en el sentido
que sea), la externalidad podría ser internalizada mediante una tercera vía: a través de la creación de un
mercado de derechos a contaminar, de modo que en el caso de que la asignación de derechos a contaminar –
por seguir con este ejemplo paradigmático- que recibe un agente sea nula o insuficiente para realizar sus
actividades, deberá comprarles a otros sus derechos a contaminar (o a no ser contaminados) y al así hacerlo los
costes externos aparecerán como costes internos, dando lugar al aumento del precio de la actividad y a la
correspondiente disminución en su producción y consumo. Simultáneamente, al internalizarse los costes
externos, la competencia llevará a las empresas a buscar su reducción innovando hacia técnicas menos
contaminantes.

extramercado en el estudio de la economía es habitual centrarse en las relaciones de producción o consumo


que se realizan a través del mercado. Sin embargo, una parte muy importante de la actividad económica se
realiza fuera del ámbito del mercado. El término producción o consumo extramercado hace referencia a todo
ese conjunto de actividades. Toda la producción que no se lleva o utiliza al mercado como la producción de
subsistencia y las actividades de mantenimiento, junto con la producción doméstica para el autoconsumo y las
tareas asociadas a la reproducción demográfica o las prestaciones sociales pertenecerían a este ámbito
extramercado. El proceso de crecimiento económico en una economía de mercado en expansión se puede
interpretar en términos de una continua ocupación por parte del mercado de actividades que antes se realizaban
fuera de su esfera de influencia. El aumento de la participación de la mujer en el mercado de trabajo, otrora
encargada de la producción doméstica extramercado, es un fiel reflejo de ese proceso de mercantilización de la
producción. Es necesario resaltar que la lógica de asignación y distribución de las actividades extramercado es
distinta de la lógica del mercado. Así, por ejemplo, el acceso a la sanidad privada está sujeto al pago directo de
un precio explícito directa o indirectamente mediante el pago de una prima de seguro, de tal manera que el no
pago excluye a la persona del derecho a recibir el servicio médico. Sin embargo, en un sistema sanitario
público universalizado, el derecho a la prestación está desvinculado del pago de la misma. Obviamente, para
que exista sanidad pública hay que adjudicar recursos que tendrán que ser financiados de una u otra manera,
pero todo ese proceso de asignación, y eso es lo importante, se hace al margen del mercado y con criterios
distintos: en función de la necesidad, por orden de llegada, etc.
Conceptos de Economía -versión web- 187
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F
factores productivos recursos o inputs que se utilizan en el proceso productivo. A nivel agregado
tradicionalmente se considera que existen tres grandes categorías de factores productivos: la tierra,
especialmente importante en las economías agrícolas, pero en todo caso fundamental como sustento físico de la
producción, el trabajo y el capital. En algunos análisis se considera que la actividad empresarial es un cuarto
factor, vital en cuanto que es el que moviliza a los otros tres factores, si bien también se puede considerar que
la actividad empresarial es un tipo especial de trabajo.
A la hora de medir la cantidad de factores productivos que utiliza la economía surge el problema de su
heterogeneidad. La cantidad de trabajo utilizada se puede medir en términos físicos de personas, o
preferiblemente horas de trabajo, cualificando más tarde las diferencias cualitativas entre los trabajadores en
función del distinto capital humano incorporado en cada hora de trabajo y de su correspondiente productividad
(una hora de ingeniero equivalente a x horas de trabajador manual, por ejemplo). Con la tierra se puede
proceder de forma similar, midiéndola en términos de unidades físicas de superficie ponderadas por su
productividad diferencial. No sucede lo mismo con los bienes de capital, cuya agregación no se puede realizar
en términos de unidades físicas (ya que el capital es esencialmente heterogéneo y no admite, por lo general,
una unidad física común de medición), lo que obliga a la hora de calcular el capital agregado a hacerlo en
términos monetarios, es decir multiplicando cada bien de capital por su precio y sumando las cifras, ahora
homogéneas, así obtenidas. El problema es que ello requiere conocer previamente los precios y estos a su vez
dependen del volumen de capital utilizado. Un círculo vicioso conocido como el problema de la medición de
capital.

fallos del mercado de acuerdo con la Teoría del Equilibrio General bajo determinadas condiciones el
mercado garantiza que se alcanza una situación de eficiencia, sin embargo, las condiciones exigidas para
alcanzar este resultado son muy estrictas y difícilmente se dan en la realidad. Cuando un mercado concreto no
cumple alguno de estos supuestos se dice que hay fallos de mercado. Los principales son: externalidades,
existencia de bienes públicos, ausencia de información perfecta sobre precios y productos, ausencia de
mercados completos, entendiendo por tan que no existen mercados para determinados bienes o servicios (por
ejemplo no hay un mercado de seguros contra la ruptura afectiva) e imperfecciones de la competencia. La
existencia de fallos de mercado es una de las justificaciones de la intervención del sector público en la
economía: hay cosas que el mercado no puede hacer, o no hace bien, y que por lo tanto tiene que hacer el
sector público (véase fallos del estado).
Conceptos de Economía -versión web- 188
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

fallos del estado el hecho de que existan fallos del mercado que justifiquen la intervención pública no
significa que ésta no esté libre de problemas. Una cosa es que desde un enfoque teórico, la existencia de
imperfecciones en el mercado se pueda resolver mediante la intervención correctora del Estado, y otra muy
distinta que en la realidad la intervención del sector público en los asuntos económicos esté libre de fallos. Así:
(1) existen problemas a la hora de conocer cuales son las preferencias de los individuos con respecto a la
provisión de bienes públicos, preferencias que en el mercado revelan directamente los consumidores mediante
la demanda que hacen del bien, y que en el caso de los bienes públicos no existe. Esta cuestión tiene suficiente
entidad como para que exista un área de la Economía, denominada Public Choice o Elección Colectiva
dedicada a su estudio. (2) Los políticos y funcionarios encargados de tomar decisiones y gestionar las
actividades del sector público pueden tener unos objetivos o intereses distintos de los de la colectividad, y
utilizar los recursos del sector público en su beneficio y no en el de ésta (véase burocracia). (3) Los contextos
de ausencia de competencia característicos de la intervención pública pueden conducir a una utilización
ineficiente de los recursos (4) Existen grupos de interés que pueden “capturar” a los reguladores haciendo que
éstos respalden con sus actuaciones sus intereses privados y no el interés público (véase rentas). (5) La
intervención pública, debido a la discrecionalidad y la ausencia de transparencia que la caracteriza, puede
facilitar la corrupción. (6) La incorporación de procedimientos rígidos de control para impedir la utilización
inadecuada de los fondos públicos puede derivar en una falta de flexibilidad a la hora de hacer frente a las
necesidades cambiantes de intervención pública y en un aumento de sus costes.

felicidad, economía de la pese a parecer una mera figura literaria, un oximoron que buscara a efectos
retóricos el difícil maridaje entre la alegría de felicidad y la ciencia lúgubre –como calificara a la Economía
Thomas Carlyle (1795-1881)-, la Economía de la felicidad es sin embargo uno de los campos más sugerentes y
prometedores para la reflexión económica y social. Su pertinencia y definición han sido dadas por Pierre
Bourdieu (1930-2002), en los siguientes términos:
“hay que poner en cuestión de modo radical la visión económica que lo individualiza todo, tanto
la producción como la justicia o la sanidad, tanto los costes como los beneficios, y que olvida
que la eficacia, de la que ofrece una definición mezquina y abstracta, al identificarla tácitamente
con la rentabilidad financiera, depende, sin duda, de los fines con los que se la mide (...). A esa
economía mezquina y miope hay que oponer una economía de la felicidad, que tomaría buena
nota de todos los beneficios, individuales y colectivos, materiales y simbólicos, asociados a la
actividad (como, por ejemplo, la seguridad), así como todos los costes, materiales y simbólicos,
asociados a la inactividad o la precariedad (por ejemplo, el consumo de medicamentos)”.

El hecho de que esta definición de la economía de la felicidad sea de tipo negativo así como que su autor sea
un sociolólogo, no es algo anecdótico sino que señala la posición marginal que ocupa una reflexión que utiliza
como criterio de referencia la felicidad en el marco de una Teoría Económica cada vez más autorreferenciada,
que tiene como sola guía de valor científico la formalización matemática. Ahora bien, y precisamente por esa
situación de marginalidad, la economía de la felicidad puede a contrario leerse como un retorno de la reflexión
Conceptos de Economía -versión web- 189
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

económica a sus orígenes, a su centro, que abandonó cuando trató de convertirse en la Ciencia de las ciencias
sociales copiando las formas de la Física ya que no podía hacerlo con su método (véase Economía). Dicho de
modo más concreto, la Economía de la Felicidad no sería sino la continuación critica de la Economía del
Bienestar tradicional ante el cuestionamiento que la realidad económica y social ha hecho de dos de los
grandes supuestos que informaban su elaboración teórica y su aplicación práctica:
1) el supuesto de que el bienestar económico, aquella parte del bienestar que se puede poner en relación
con el patrón de medida que es el dinero no está reñido con el bienestar individual, es decir, que tener
más dinero o bien da la felicidad o, si no lo hace, al menos no impide alcanzarla,
2) el bienestar social crece si nadie pierde bienestar económico (véase criterio de Pareto), lo cual implica
–en conjunción con el supuesto anterior- que el bienestar social crecerá si crece la renta de todos los
componentes de una sociedad. Dadas las dificultades de medición, esta implicación se ha redefinido de
un modo no enteramente equivalente pero sí más operativo, como un criterio según el cual el bienestar
social crece si crece la renta per capita y se produce una mejora en su distribución.
Ahora bien, resulta claro que en la mayor parte de países se ha producido a lo largo de los últimos cincuenta
años un fuerte crecimiento económico acompañado por procesos de redistribución derivados de la adopción
más o menos general de lo que se conoce como Estado de Bienestar. Sin embargo, abundan los indicadores
directos e indirectos de que el bienestar social no habría crecido pari passu. El crecimiento económico no se
habría traducido en una atenuación de la morbilidad de las enfermedades sociales. La violencia doméstica y
social, la desintegración familiar, el alcoholismo, el consumo de drogas legales e ilegales, la delincuencia, la
anomia social, la corrupción, la apatía política..., son características de la vida individual y social que no parece
que hayan sufrido una atenuación en ese periodo.
Para la Economía de la Felicidad dos serían las causas explicativas de este fracaso del proyecto del
liberalismo económico. En primer lugar, cabe aducir que el crecimiento del bienestar económico y su
distribución no ha sido tan palpable como parece deducirse de las cifras de los indicadores económicos
habituales como el PIB. Dicho con otras palabras, estos indicadores de producción y renta agregan al valor de
los bienes que satisfacen nuevas necesidades el valor de bienes y servicios que realmente no son sino bienes
defensivos, bienes que los individuos se ven obligados a utilizar para compensar las externalidades negativas
que se producen en el curso de los procesos de crecimiento económico cuando estos se dejan enteramente en
manos del mercado, so pena de una caída en sus niveles de bienestar. Por otro lado, estos indicadores de
bienestar económico sólo apuntan al bienestar que experimentan los individuos como consumidores,
consecuentemente se olvidan del bienestar que experimentan como trabajadores. Y aquí, de nuevo, el
crecimiento económico en la medida que ha venido acompañado de un aumento de la precarización e
inseguridad en el trabajo, así como en una pérdida de autonomía y cualificación asociada a la mayor división
del trabajo, no ha contribuido al crecimiento en el bienestar. En segundo lugar, los estudios empíricos sobre
los determinantes de la felicidad personal ponen en cuestión uno de los supuestos más queridos del análisis
económico convencional: la relación directa entre variaciones del nivel de renta absoluta y el nivel de utilidad.
Así, el nivel de bienestar individual dependería no sólo del nivel de renta en términos absolutos sino del nivel
de renta en términos relativos, de la posición que se ocupa en la escala formada por la distribución de la renta,
acentuándose además esta dependencia en el curso del crecimiento económico. Y ello no tanto porque los
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individuos sean envidiosos caracteriológicamente –aunque este sea el rasgo psicológico que una economía de
mercado más valora, recompensando los comportamientos que en él se basan- o porque estén genéticamente
programados a evaluarse comparativamente, sino porque a partir de cierto nivel de satisfacción de las
necesidades más básicas, la demanda de los individuos se dirige a los llamados bienes posicionales. La
competencia posicional, la persecución de ascensos en la escala posicional, es, desde un punto de vista
agregado, contraproductiva: los individuos dedican tiempo y recursos a una carrera que por definición no todos
pueden ganar, por lo que a la frustración del fracaso se superpone el coste de oportunidad del tiempo y recursos
dilapidados, las oportunidades de producción de “bienes” relacionales y de otras actividades personales y
sociales que influyen directamente en su felicidad y que no se llevan a cabo por estar dedicados a la tarea de
ganar más dinero que los demás.
A partir de lo anterior, no extrañará la radical diferencia en el criterio orientador de la política
económica que se sigue de una aproximación a los problemas económicos basada en la Economía de la
Felicidad en comparación con el enfoque centrado en la Economía del Bienestar de corte liberal. En tanto que
esta última contempla los problemas económicos y sociales como causados por la ineficiencia debida en buena
medida a la intervención del Estado en la economía, y de ahí su apoyo a las políticas neoliberales de
profundización y extensión del mercado como mecanismo para alcanzar mayores niveles de eficiencia
económica, la Economía de la Felicidad aboga por contra por políticas menos “desarrollistas” que disminuyan
los incentivos a la competencia posicional y que reorienten la economía hacia las actividades y producciones
más directamente relacionadas con la felicidad de los individuos que componen la sociedad (véase economía
humanista).

Fondo Monetario Internacional, FMI institución internacional, que en la actualidad cuenta con 184
miembros, creada en 1944 con la finalidad de potenciar la cooperación en asuntos monetarios, la eliminación
de las restricciones existentes a la libre convertibilidad de las monedas de los países (lo que significa libertad
de movilidad de capitales) y la estabilidad del sistema monetario internacional. Para ello el FMI dispone de
capacidad para ayudar –mediante préstamos retornables en un período de 3 a 5 años- a las naciones que sufran
desequilibrios temporales en su balanza de pagos, si bien el acceso a estos préstamos está sujeto al
establecimiento de consultas con el FMI sobre las políticas puestas en marcha para corregir tales
desequilibrios, y a la aprobación de las mismas por del Fondo. Este es el origen de dos de las principales
críticas a las que se enfrenta el FMI en la actualidad. Por un lado, la condicionalidad de los préstamos –para
obtenerlos se exige el visto bueno del Fondo a las medidas de política económica planteadas por los países en
crisis- vulnera cualquier criterio democrático, ya que son los técnicos y burócratas del Fondo los que en última
instancia deciden lo que hay que hacer en materia de política económica. Más aún, el sistema de toma de
decisiones del FMI es dudosamente democrático al depender el número de votos de cada país de la aportación
financiera que haga al Fondo (que a su vez depende de su nivel de renta). De esta forma, cuatro países
(Estados Unidos, Alemania, Francia y el Reino Unido) tienen un tercio de los votos, mientras que China e
India, con un tercio de la población mundial, no llegan al 5 %, un porcentaje similar al de Italia y España. Por
otra parte, se cuestiona que las políticas apoyadas por el Fondo, centradas en la apertura incondicional al
exterior y la plena y rápida liberalización de los mercado financieros, sean las vías más acertadas para alcanzar
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los objetivos programáticos del FMI. Unos objetivos entre los que se incluye el mantenimiento de un alto nivel
de empleo y el desarrollo de los recursos productivos de todos sus miembros.

flexibilidad laboral por flexibilidad laboral se entiende la capacidad de las empresas, y generalizando, del
mercado de trabajo, para alterar las características de la relación laboral que tienen con sus trabajadores en
respuesta a los cambios experimentados en el mercado. Tradicionalmente se han considerado cuatro ámbitos
distintos de flexibilidad: (1) el espacial, que implica movilidad geográfica de la mano de obra ya sea dentro de
una empresa o en el mercado de trabajo, (2) el salarial, que implica facilidad para alterar las condiciones
salariales en presencia de cambios en el mercado, (3) el funcional, que hace referencia a la facilidad con la que
las empresas pueden alterar el tipo de tareas desarrolladas por el trabajador, (4) el numérico, relativo a la
facilidad para contratar y despedir trabajadores; aunque la idea de flexibilidad se puede aplicar a todos los
campos de negociación entre trabajadores y empresa, como puede ser el tiempo de trabajo, donde frente a un
horario laboral fijo e invariable se puede plantear el desarrollo de jornadas laborales flexibles, de acuerdo con
los intereses del trabajador, de la empresa o de ambos.
La palabra flexibilidad se ha convertido en un término fetiche de la política laboral y no es difícil explicar
porqué. Indudablemente, si por flexibilidad entendemos capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias de
un mercado cambiante, está claro que la flexibilidad es algo positivo. Para algunas escuelas (véase economía
neoclásica), la flexibilidad salarial sería así condición suficiente para garantizar el pleno empleo, mientras que
desde otros enfoques la ausencia de flexibilidad numérica, o mejor dicho, sus altos costes, retraería la
contratación de trabajadores por parte de las empresas temerosas de los elevados costes a los que tendrían que
hacer frente en el caso de no necesitarlos en un futuro. Pero no hay que olvidar que el mercado de trabajo no es
un mercado más y tiene sus especificidades. Muchas de las supuestas rigideces del mercado de trabajo son el
resultado de un dilatado proceso de enfrentamiento y negociación entre dos agentes económicos: los
trabajadores y las empresas, que tienen a la vez intereses compartidos y contrapuestos (véase conflicto). A los
dos, por ejemplo, les interesa la supervivencia de la empresa, pero sin embargo a los trabajadores les interesa
que sus salarios sean tan altos como lo permita la supervivencia de la empresa y a ésta que sean tan bajos como
lo permita la supervivencia de los trabajadores, siempre que ello no redunde en una caída de su rendimiento
(véase salarios de eficiencia). Lo mismo podríamos decir con respecto a la flexibilidad horaria, campo en el
que los intereses de trabajadores y empresas no tienen porqué coincidir. El debate sobre la flexibilidad adolece
de considerar la existencia de esta tensión permanente entre los intereses de ambos colectivos.
Para entender el debate sobre la flexibilidad hay que plantearse cuáles son las razones que explican la
existencia de rigideces en el mercado de trabajo. Aunque en cada país los elementos que explican la
conformación de su sistema de relaciones laborales son distintos, se puede decir que detrás de aquellos
aspectos de la misma que confieren cierta rigidez al mercado de trabajo está la consideración de la relación
laboral como una relación de naturaleza desigual entre empresas y trabajadores, y la necesidad de compensar
esa desigualdad mediante el establecimiento de garantías dirigidas a aumentar la seguridad de los trabajadores.
Una seguridad que se puede alcanzar de formas muy distintas, en algunos casos entrando en conflicto directo
con la flexibilidad (por ejemplo mediante el establecimiento de fuertes penalizaciones al despido), y en otros
sin prácticamente afectar a ésta (mediante sistemas de prestaciones por desempleo generosos y buenos
Conceptos de Economía -versión web- 192
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programas de reciclaje profesional). En todo caso, y si tenemos en cuenta que según las encuestas la estabilidad
en el empleo es el aspecto más valorado de un buen puesto de trabajo, la persecución de una flexibilidad total,
en todos los campos de la relación laboral, sin contar con una red de protección social efectiva, aunque
generara más crecimiento y empleo, probablemente lo hiciera a costa de una pérdida de bienestar.

flujo circular de la renta esquema que recoge las principales relaciones económicas existentes entre los
distintos agentes económicos que conforma una economía de mercado. Como se puede apreciar en el gráfico
adjunto, las unidades domésticas ofrecen su trabajo en el mercado por el que reciben sueldos y salarios que
utilizan para consumir y ahorrar. Fruto del ahorro, las mismas unidades domésticas reciben rentas de capital
bien de las instituciones financieras bien de las empresas en el caso de que el ahorro se materialice en
acciones. Por su parte las empresas, mediante la contratación de trabajo, la adquisición de bienes intermedios a
otras empresas y ayudándose de financiación obtenida acudiendo al mercado financiero, producen bienes y
servicios que venden a las unidades domésticas y al sector público. Por último las empresas y unidades
domésticas pagan impuestos que el Sector Público utiliza en la producción de servicios dirigidos a las
empresas (infraestructuras, seguridad, formación,...) y las unidades domésticas (salud, educación,...) y en
transferencias dirigidas en este caso mayoritariamente a las unidades domésticas (pensiones, prestaciones por
desempleo,...), pero también a las empresas (ayuda a la investigación, subvenciones,...).
Sobre el esquema representado en el gráfico adjunto, habría que incorporar el sector exterior, que se
reflejaría en que parte de las compras de los agentes económicos se harían al exterior (importaciones) y parte
de las ventas de las empresas se realizarían en el exterior (exportaciones). Igualmente las unidades domésticas
ofrecerían parte de su trabajo a empresas extranjeras (emigración), al tiempo que parte de los trabajadores
contratados por las empresas del país provendrían del exterior (inmigración).
Normalmente los distintos sectores que conforman la economía (unidades domésticas, sector público,
empresas y sector exterior) no estarán en equilibrio. Es decir, tendrán unos gastos mayores o menores que sus
ingresos. El superávit de un sector se manifestará en un incremento de sus activos financieros, que representan
derechos con respecto a otros sectores, que a su vez habrán incurrido en deudas como resultado de tener unos
ingresos inferiores a sus gastos. En la medida en que cada activo se corresponde con un pasivo, es evidente que
la suma de los derechos y obligaciones o superávit y déficit sectoriales de una economía se anulará. El flujo
circular de la renta se corresponde así con un flujo de fondos entre los distintos sectores que conduce a un
equilibrio macroeconómico.
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Flujo circular de la renta

Mercado de flujos reales


trabajo flujos monetarios
trabajo
salarios

bb&ss Mercado de Unidades


Empresas bienes y servicios domésticas


Ahorro y Ahorro y
endeudamiento endeudamiento
Mercado
financiero
Impuestos Impuestos

Sector Público

Servicios y subvenciones Servicios y transferencias

Formación Bruta de Capital véase inversión

fragilidad financiera la hipótesis de la fragilidad financiera, formulada por Hyman P. Minsky (1919-96),
hace referencia a una de las características del sistema financiero en las economías de mercado desarrolladas:
su facilidad para alternar situaciones de fragilidad y robustez, y a sus implicaciones a la hora de explicar los
ciclos económicos. Para Minsky existe un alto grado de sustituibilidad entre dinero, bonos y acciones, en
donde el peso de cada uno de estos tipos de activos en el conjunto de la riqueza de los particulares estará
determinado por el tipo de interés, el tipo de beneficio y las expectativas futuras sobre éste (el grado de
confianza en la economía). De este modo, cualquier shock externo que afecte positivamente al tipo de
beneficio o al grado de confianza, producirá un aumento en la demanda de acciones, y consiguientemente un
aumento de su precio y del nivel de riqueza del país. El mismo shock generará un aumento de la inversión
(apoyado por el efecto riqueza sobre la demanda de consumo), que se traducirá en un aumento de las
necesidades de financiación de las empresas. Las dos fuerzas conducirán así a un estado de euforia en el que
los balances de las empresas empezarán a deteriorarse, ya que el contexto económico alcista hará menos
peligroso y más normal el aumento del endeudamiento y los comportamientos financieros “poco ortodoxos”,
resultando en un aumento de la fragilidad financiera del sistema, que se verá reforzado por una desviación de
recursos desde las actividades productivas a actividades especulativas, con unos rendimientos mucho mayores
como resultado del exceso de demanda de activos generado por la euforia.
En esta situación basta con que se produzca una caída en el tipo de beneficio, o en la confianza en la
economía, o que algunos insiders (véase insider-trading) decidan proceder a la realización de beneficios, o
que salga a la luz la existencia de alguna gran empresa en situación precaria como resultado de su exceso de
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endeudamiento, para que se ponga en marcha un proceso contractivo en donde el sector real y financiero se
refuerzan mutuamente profundizando la senda recesiva. En términos de las variables arriba comentadas, una
caída del tipo de beneficio y un empeoramiento del estado de confianza se traduciría en un cambio en la cartera
financiera de los particulares a favor del dinero, lo que provocaría un aumento en el tipo de interés y una caída
en el precio de las acciones que a su vez afectaría al mercado de bienes. La caída simultánea de inversión,
consumo y beneficios a su vez afectaría a las posibilidades de supervivencia de las empresas fuertemente
endeudadas y generaría un proceso de quiebras y suspensiones de pagos.

free rider el término inglés “free rider”, que se puede traducir por gorrón, recoge un comportamiento potencial
de los consumidores de bienes públicos profusamente estudiado por la economía, que consiste en su negativa a
contribuir a los costes de la producción de un bien o servicio cuando esperan que otra persona se haga cargo de
ellos, ya que dada la naturaleza del bien o servicio, una vez producido todos podrán consumirlo. Así, por
ejemplo, un trabajador no necesita estar afiliado a un sindicato para que éste defienda sus intereses, con lo que
posiblemente no lo hará, “gorroneando” el esfuerzo que otros trabajadores afiliados hacen para conseguir sus
reivindicaciones. La existencia de este problema tiene varias implicaciones, la primera que en presencia de
bienes públicos tiene sentido que exista algún tipo de coacción para que todos contribuyan a financiar sus
costes de producción (aunque véase revelación de preferencias). La segunda, que si todo el mundo se
comporta como un gorrón dejarán de producirse bienes y servicios con los que todos desean contar: cada uno
pensará que su contribución no es necesaria y al final no se podrá disfrutar del bien o servicio. Siempre que
aparece el problema del free rider estamos en presencia de una interacción social modelizable en términos del
dilema del prisionero, por lo que a las soluciones apuntadas a este problema cabe añadir todas las que
resuelven en términos colectivamente satisfactorios dicho dilema.

frontera de posibilidades de producción función que recoge las cantidades de bienes máximas que se
pueden producir con los factores productivos disponibles en una sociedad. La frontera de posibilidades de
producción, FPP, representada en el gráfico adjunto para dos bienes concretos: cañones y mantequilla, llama la
atención sobre dos cuestiones. La primera es que partiendo de unos recursos y una tecnología dados, una vez
situados sobre la FPP, producir más de un bien exige producir menos de otro (véase coste de oportunidad). La
segunda es que la FPP permite diferenciar si una sociedad está situada en su nivel de producción máximo, esto
es si está utilizando todos los recursos productivos disponibles, en cuyo caso se situaría sobre la FPP (punto
A), o si está produciendo menos de lo que podría producir (punto B). En este último caso el aumento de la
producción de un bien se puede realizar sin sacrificar la producción del otro, ya que sólo haría falta poner en
uso aquellos recursos que se mantienen desocupados, lo cual sería una mejora paretiana. En contra de lo que
pueda parecer, la existencia de desempleo de trabajo y de capital (véase utilización de capital) refleja que la
mayoría de países se encuentran en una posición interior a la FPP, más próxima a B que a A. La forma cóncava
utilizada en el gráfico responde a la idea de que el coste de oportunidad de producir unidades adicionales de
cañones en términos de toneladas de mantequita sacrificadas es creciente. Ello obedecería a que los factores
que se liberan de la producción de mantequilla para dedicarlos a la de cañones lo hacen en una proporción que
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no resulta idónea para la producción de cañones dado que las funciones de producción de cañones y
mantequilla son diferentes.

Frontera de posibilidades de producción

mantequilla

■A

■B

cañones

frustración relativa situación que acontece cuando los agentes económicos individualmente juzgan o estiman
el valor de lo que hacen, obtienen o consumen en relación a lo que hacen, obtienen o consumen los
componentes de su grupo de referencia. Al así hacerlo algunos pueden experimentar una sensación de
frustración relativa conforme se den cuenta de que no disfrutan del mismo nivel que los componentes de su
grupo de referencia. El siguiente modelo proporciona una ilustración de la llamada “lógica de la frustración
relativa”. Supongamos que hay N individuos cada uno de los cuales tiene la oportunidad de “ganar” un premio
por un valor de B si participan en una competencia o una lotería en la que participar cuesta C unidades, y
donde la probabilidad de ganar sólo depende del número de participantes debido a que el número de ganadores
está fijado en n. Esta estructura caracteriza un buen número de competiciones económicas, como, por ejemplo,
la competencia posicional por alcanzar puestos jerárquicos en cualquier organización, las carreras de patentes,
las competencias deportivas, etc. Se supone, adicionalmente, que todos los individuos son idénticos y
neutrales respecto al riesgo. Cada individuo, enfrentado a la decisión de participar o no en la competición, se
guiará por el principio del valor esperado, de modo que participará si el valor neto esperado de su
participación es mayor o igual que cero. Al final, habrá un número x de participantes definido a partir de la
igualdad entre el valor esperado de la participación y el coste de hacerlo, o sea cuando: (n/x) B – C = 0,
donde n/x refleja la probabilidad de ganar de cada individuo dependiendo del número x de participantes.
Dentro de este grupo habrá dos subgrupos: el de los ganadores (n) y el de los perdedores (n-x). Un indicador de
la frustración relativa vendría dado por la siguiente fracción que expresa la proporción del grupo que ve
frustrados sus propósitos pues participa en la competencia pagando por ello un coste C y no saca nada de la
misma:
(x – n) n [( B/C) –1]
FR = ------------ = ----------------------
N N
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De donde se sigue que la proporción del grupo que experimentará frustración relativa crece conforme se
incrementa: (1) n/N, es decir, la proporción de ganadores en el grupo; y, (2) B/C, o sea, el valor de la ganancia
potencial si se entra en la competición. Este resultado explicaría, por ejemplo, la paradoja hallada en los
estudios sociológicos que muestra la inexistencia en múltiples ocasiones de una relación directa y positiva
entre el crecimiento de las oportunidades de progreso material (medido por el producto nB) y la satisfacción
social.

función asimétrica de valor uno de los supuestos subyacentes en el modelo de elección racional de
cualquier agente económico es que, en sus cálculos, agrega las ganancias y las pérdidas derivadas de cualquier
decisión económica a la hora de decidir si la llevan a cabo. Frente a esto, los psicólogos Daniel Kahneman,
Nobel de Economía en 2002, y Amos Tversky (1937-1996), plantean que, en la práctica, los agentes no
realizan tal agregación, que las ganancias y las pérdidas que acompañan a las decisiones no son fungibles, de
forma que las ganancias y pérdidas de riqueza se evalúan por separado, a partir de un nivel de referencia,
dando además una importancia asimétrica a las pérdidas de riqueza con respecto a las ganancias (fenómeno
conocido como aversión a las pérdidas por el que los individuos manifiestan una preferencia por evitar
pérdidas más que por adquirir ganancias). De este modo, los individuos no evaluarían las alternativas y sus
resultados con la función de utilidad convencional, sino con una función de valor que se define con respecto a
los cambios en la riqueza y que además es asimétrica. Por ejemplo, una decisión económica que se tradujese en
una ganancia y una pérdida de riqueza de idéntica magnitud dejaría al individuo en el mismo nivel de utilidad
con arreglo al análisis tradicional de la función de utilidad, por lo que el individuo sería indiferente entre
llevarla o no a cabo. Sin embargo, con arreglo al enfoque de la función asimétrica de valor, el individuo
otorgaría un mayor valor (negativo) a la pérdida que a la ganancia y, por lo tanto, optaría por no realizar la
acción. Para que este tipo de comportamiento “no racional” se produzca es necesario que se cumplan dos
supuestos. El primero tiene que ver con la lectura asimétrica que los individuos deben hacer de las pérdidas y
ganancias en las que incurran a la que ya se ha hecho referencia. El segundo, que el sujeto contemple
independientemente los dos sucesos (las pérdidas y las ganancias cada una por su lado) en cuentas mentales
separadas, y no de forma agregada.
Para estos autores la función asimétrica de valor sería una pieza a considerar en la elaboración de una
teoría positiva del comportamiento de los agentes económicos, mediante la que tratarían de describir cómo los
individuos toman sus decisiones, y no cómo “deben” tomarlas para así maximizar una supuesta función de
utilidad. Un efecto de esta forma de entender la conducta individual es el llamado efecto dotación así como la
aparición de sesgos en la conducta dependiendo del marco o la forma en que se plantean las alternativas, pues
estas se evaluarán de modo diferente según cómo se expliciten en cada una de ellas los costes y las ganancias.
De ser pertinente esta teoría positiva de la elección pondría en cuestión algunos de los resultados más
acreditados del modelo de elección racional. Por ejemplo, es una consecuencia lógica de este modelo el que los
agentes no han de preocuparse a la hora de tomar una decisión por los costes irrecuperables o costes hundidos
sino tan sólo por los costes de oportunidad que supone el hacer una determinada acción. Sin embrago, parece
que es relativamente frecuente que los individuos los tomen en consideración. Por ejemplo, es corriente
Conceptos de Economía -versión web- 197
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observar en las paradas de autobuses urbanos largas colas en las que los sufridos ciudadanos se quejan de la
tardanza, pero siguen esperando “justificando” esa espera adicional en términos de que el abandonar la cola
equivaldría a aceptar que el tiempo de espera ya pasado habría sido una pérdida de tiempo sin sentido. Sin
embargo, el tiempo que ya ha pasado es un coste irrecuperable, por lo que racionalmente nada debería pesar
éste a la hora de decir si se sigue en la parada un minuto más. Con arreglo al modelo de la elección racional,
esta “justificación” para seguir esperando sería pues irracional, con arreglo al modelo de la función asimétrica
de valor, sin embargo, esta decisión se explicaría en la medida que el tiempo que se ha pasado esperando se
registra en la contabilidad mental de cada momento como una pérdida cuya reducción requiere la
compensación al menos parcial de subirse al autobús.

función de producción la función de producción recoge la relación existente entre los inputs o factores
productivos utilizados en el proceso de producción y el output o bien/servicio producido. En su formulación
matemática más genérica se correspondería con la siguiente expresión: Y = f(K, L, T), donde, K es el capital,
L el trabajo y T la tierra. La cantidad de bien final obtenido a partir de una cantidad determinada de inputs
productivos dependerá de la tecnología existente en cada momento y se reflejará en la forma concreta que
adopte la función de producción. Junto con los factores contratados para la realización del proceso productivo
hay que tener en cuenta que las actividades de otros agentes económicos pueden afectar a la producción. Estos
efectos externos pueden ser positivos, como por ejemplo, las economías de aglomeración, o negativos (por
ejemplo la polución de un río que obliga a una empresa cervecera a incorporar un sistema de filtrado).
Las funciones de producción se pueden clasificar en tres grandes tipos según cual sea la relación entre
aumento de los input y aumento del output: cuando el output crece a mayor ritmo que los inputs estamos en
presencia de una función de producción con economías de escala crecientes, cuando el output crece al mismo
que los inputs estamos en presencia de una función con economías de escala constantes, y cuando el output
crece a un menor ritmo que los inputs estamos en presencia de una función de producción con deseconomías
de escala.
Las funciones de producción que se clasifican adicionalmente atendiendo al grado de sustituibilidad
entre los factores. Cuando esta sustituibilidad no existe y los factores han de utilizarse siempre en unas
proporciones determinadas, la función de producción se dice presenta coeficientes fijos. En este caso los
factores de producción serían complementarios perfectos. Por el contrario, las funciones de producción se
denominan de coeficientes variables cuando los factores productivos pueden intercambiarse en mayor o menor
medida para generar un mismo output (véase isocuanta). Cuando el proceso de producción da lugar a un único
tipo de bien o servicio se habla de producción simple. Alternativamente, cuando el resultado de la producción
son varios bienes o servicios se habla de la existencia de producción conjunta.
La función de producción no permanece constante a lo largo del tiempo, sino que puede sufrir
alteraciones derivadas de cambios en la tecnología productiva disponible fruto del cambio técnico. Tales
cambios deben ser diferenciados de los cambios en la forma de producir el bien o servicio fruto de alteraciones
en los precios de los factores que hagan ahora más aconsejable adoptar una distinta combinación de inputs, y
por lo tanto una técnica diferente del catálogo de tecnologías disponibles.
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La utilización de la función de producción extiende el significado del supuesto de comportamiento


racional de las empresas, el de maximización de beneficios. Maximizar beneficios es lo mismo que minimizar
los costes de producción. De modo similar a la teoría del comportamiento del consumidor, la minimización de
costes en un proceso productivo se alcanza cuando la última unidad monetaria que se gasta en cada uno de los
factores produce el mismo output adicional (ley de la igualdad de las productividades marginales
ponderadas). Caso contrario, esto es si la última unidad gastada en determinado factor aportara más a la
producción final que la última unidad gastada en otro, lo eficiente sería repartir mejor los gastos empleando
más de este segundo factor y menos del primero. Sustitución que se llevaría hasta que se cumpliera la ley
antedicha.

función de reacción concepto utilizado en los modelos de comportamiento de los mercados oligopolistas que
recoge la reacción de una empresa, ya sea en el precio en la cantidad, en la publicidad, etc., compatible con su
función objetivo (maximización de beneficios, por ejemplo), ante cada uno de los precios, cantidades
producidas, etc., de otra empresa competidora. El supuesto implícito incorporado en la definición de la función
de reacción de una empresa es de tipo “conservador” o adaptativo, en el sentido de que la empresa toma las
decisiones de sus rivales como dadas y se adapta a ellas.
La función de reacción de una empresa puede ser creciente o decreciente dependiendo del la forma en
la que se comporte la variable económica sobre la que actúan las empresas. Se dice que una variable es
sustitutiva estratégica para una empresa cuando ante un incremento en el nivel de la misma que hiciera una
empresa rival, la primera respondería disminuyendo el suyo. En este caso, la función de reacción sería
decreciente. Esta es la función de reacción característica de las empresas en el oligopolio de Cournot en el que
las interacciones se dan vía cantidades producidas, de modo que el incremento en el output de una empresa
rival conduce a una reducción en el nivel de producción de la otra. Por el contrario, si la variable de rivalidad
es complementaria estratégicamente, los incrementos en su nivel por parte de una empresa generarán
movimientos en la misma dirección de su rival. Tal sería el caso de los precios cuando su aumento por parte de
la empresa rival permite subir los precios a las demás empresas del sector. La publicidad, en la medida que sea
genérica (la que pretende estimular el consumo de un bien) es sustitutiva estratégica, y en la medida que sea
específica, dirigida a una marca concreta de ese bien, será complementaria estratégica.

función objetivo el término función objetivo hace referencia al fin perseguido por la empresa en su actividad
productiva. El análisis microeconómico considera que la función objetivo de las empresas es la maximización
del beneficio en el corto plazo. Sin embargo, diversos autores han planteado la posibilidad de que en presencia
de mercados concentrados las empresas asuman objetivos distintos a éste, como pueda ser el crecimiento, o la
propia supervivencia de la empresa. Así, por ejemplo, William Baumol defendió la posibilidad de que las
empresas, especialmente las grandes empresas que operan en mercados concentrados, prioricen en su función
objetivo las ventas y su crecimiento, esto es su propio tamaño, sujeto a la restricción de obtener unos
beneficios suficientes como para satisfacer a sus accionistas y obtener parte de los fondos necesarios para
financiar la inversión que haga posible el crecimiento de la empresa. Una vez alcanzado el nivel de beneficios
necesario para cubrir ambas finalidades, el beneficio y el crecimiento aparecen como objetivos contrapuestos,
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ya que para alcanzar mayores cotas de crecimiento será necesario una política de precios distinta (precios
inferiores) que cuando el objetivo es la maximización del beneficio.
A la hora de explicar la existencia de objetivos distintos a la maximización del beneficio, que en
principio debería ser el interés de los accionistas y propietarios de las empresas, uno de los factores a tener en
cuenta es que crecimiento experimentado por las empresas en el último siglo ha hecho que se produzca una
separación entre la propiedad de las empresas y su control, de forma que los que controlan las empresas, los
directivos, a menudo no son sus propietarios (a diferencia de lo que ocurría cuando la mayoría de las empresas
eran de capital familiar). En este contexto es razonable defender que en muchos casos los directivos
perseguirán sus intereses promoviendo el crecimiento de la empresa más que el crecimiento de sus beneficios,
ya que su remuneración –tanto directa como indirecta- está más relacionada con el tamaño de las empresas que
con los beneficios que obtienen. Los escándalos de la empresa Enron, en Estados Unidos, o de Banesto, en
España, serían dos ejemplos extremos de la utilización en beneficio privado de una empresa por parte de sus
directivos, de conflicto entre propietarios y directivos, aunque no hace falta acudir a ejemplos de actividades
delictivas para plantear la existencia de ese enfrentamiento de intereses (véase relación de agencia).
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G
gasto público una parte importante del PIB de los países con economías de mercado está
relacionado directamente con las actividades de provisión de bienes y servicios o de redistribución del sector
público, llegando a suponer para el conjunto de la UE(15) el 48 % del PIB. Bajo la rúbrica genérica de gasto
público se recogen todo el gasto del conjunto de las administraciones públicas de un país. Una forma
tradicional de clasificar las actividades del sector público que implican gasto es distinguiendo entre gasto de
inversión y de consumo, donde el primer concepto recogería aquellas actividades de inversión realizadas por el
sector público que se traducen en la generación de unos activos duraderos de los que el estado o la sociedad en
su conjunto pueden obtener una corriente de rendimientos futuros (explícitos en forma monetaria o implícitos
como externalidades positivas) cuyo valor presente supera al coste de adquirirlos o generarlos: infraestructuras
de transporte y medioambiente, hospitales, colegios, etc. Los gastos en consumo corriente, por su parte, serían
una especie de cajón de sastre, que incluiría el resto de gastos asociados a la compra de bienes perecederos o
el pago por servicios que no se traducen en nuevos activos (ni, por tanto, en rendimientos futuros). Se trata esta
de una distinción que, pese a su simplicidad y claridad, da lugar a equívocos pues parece que los gastos en
consumo, si no los realizan los agentes del sector privado como vehículos para incrementar su utilidad, están
asociados en el imaginario popular a lo contingente, al derroche o a lo simplemente inútil cuando quien los
hace es el sector público. Sin embargo, los gastos de consumo incluyen la atención sanitaria, la educación, las
pensiones, seguridad y justicia, investigación, etc, en suma las actividades que caracterizan a un estado
moderno, con un fuerte impacto positivo sobre el bienestar de los ciudadanos y el crecimiento de la economía.
Otra forma más útil de clasificación del gasto público es hacerlo en función de los objetivos que se pretenden
alcanzar, en cuyo caso de habla de servicios generales y defensa, prestaciones sociales –desempleo, pensiones
y asistencia social-, bienes sociales –educación, sanidad y vivienda y servicios colectivos, servicios
económicos –subvenciones a empresas e inversiones-, e intereses de la deuda. El gasto público, además de
servir para cubrir necesidades de la población y de la economía, es uno de los instrumentos con los que cuenta
el Sector Público en su gestión económica, ya que ese gasto es demanda para las empresas y, por lo tanto,
fuente de actividad económica para el sector privado (véase política fiscal, aunque también efecto expulsión).

GATT el GATT -acrónimo del inglés General Agreement on Tariffs and Trade, o Acuerdo General sobre
Aranceles y Comercio-, fue creado en 1947 con la finalidad de fomentar la reducción de las barreras al
comercio y el aumento del comercio mundial, en un momento en que, como resultado de la crisis de los años
1930 y la Segunda Guerra Mundial, el comercio internacional se encontraba en valores mínimos. Su
funcionamiento se basaba en la realización de sucesivas Rondas de negociación, ocho en total desde la primera
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desarrollada en Ginebra en 1947, que dio lugar a su creación, hasta la última desarrollada en Uruguay en 1986-
94. En esta última ronda se creó la Organización Mundial del Comercio, OMC, institución que asumió a partir
de 1995, junto con otras tareas, las propias del GATT. En estas reuniones, que deben entenderse como sesiones
abiertas que duraban varios años, los países negociaban bilateralmente la reducción de sus aranceles y de sus
barreras no arancelarias para luego extender los resultados de las mismas al resto de países integrantes del
GATT, bajo el principio de no discriminación en contra de ningún país (cláusula de nación más favorecida),
con la única excepción de los países menos desarrollados que, a partir de los años 70, se pudieron beneficiar de
un sistema de preferencias generalizadas por el cuál algunos de sus productos disfrutaban de menor protección
en los mercados de los países desarrollados. En términos globales se puede decir que el GATT ha tenido éxito
a la hora de reducir la protección arancelaria, que en las naciones más desarrolladas ha pasado de un 15-20 %
en la década de 1950 a alrededor del 4 % para los productos industriales, aunque fue incapaz de liberalizar el
comercio en algunos sectores de gran importancia para los países menos desarrollados como la agricultura o
los textiles.

globalización la palabra “globalización” se ha convertido en uno de los términos más presentes en los
medios de comunicación y en el debate económico y político. Esta ubicuidad responde a un cambio importante
en el mundo económico, pero también en los mundos cultural y político, acontecidos en la segunda mitad del
siglo XX y fundamentalmente en las últimas dos décadas de la centuria. En todo caso, hay que señalar que no
es la primera vez que el mundo se enfrenta a fenómenos de aumento del ámbito geográfico de las actividades
económicas. Así, un grupo de autores, entre los que destacan Inmanuel Wallerstain y Andre G. Frank (1929-
2005), defienden que el descubrimiento de América por Cristóbal Colón en 1492 y la apertura de nuevas rutas
marítimas desde el viejo continente hasta la India y China en 1489 por parte de Vasco de Gama, supuso el
nacimiento de una economía mundo, con lo que el origen de la globalización habría que buscarlo mucho antes
en el tiempo. Si la cuestión anterior está todavía abierta a discusión, no ocurre lo mismo con la que sería la
siguiente ola de aumento de las relaciones económicas internacionales que tuvo lugar durante el siglo XIX. Un
siglo en el que se abrieron las fronteras de los países tanto a las mercancías como a las inversiones extranjeras,
alcanzándose unas tasas de apertura y unos índices de inversión exterior similares, cuando no mayores, a los
existentes en los años 70 del siglo XX, y un movimiento de poblaciones, a diferencia de la globalización
actual, substancialmente más alto.
Empezando por este último factor, y por poner algunos ejemplos relevantes, en la última década del
siglo XIX la entrada de inmigrantes en Argentina fue equivalente al 25 % de la población existente en el país
al comienzo de la década, al 9 % de la estadounidense y al 16 % de la australiana, mientras que países como el
Reino Unido, España o Suecia perdían entre un 5 y un 7 % de su población por este motivo. Un siglo más
tarde, entre los principales países desarrollados sólo Estados Unidos se acercaba a tales intensidades con la
entrada de cerca de un millón de emigrantes por año, lo que supone el 4 % de la población durante la década,
así y todo un incremento de menos de la mitad del experimentado un siglo antes. En lo que se refiere al
movimiento de bienes, a principios del siglo XX, la tasa media de apertura de los principales países del
mundo (Francia, Alemania, Japón, Países Bajos, Reino Unido y Estados Unidos estaba en torno a un 42 %.
Un valor que no se volvería a alcanzar hasta la década de 1980. Por último, en la actualidad los flujos
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financieros a largo plazo no son, en términos relativos, mayores que los existentes a principios de siglo (la
exportación de capital en Gran Bretaña por esas fechas llegó a alcanzar el 9 % del PIB), si bien mientras que
entonces prácticamente se limitaban al sector público y al desarrollo del ferrocarril, en la actualidad se dirigen
a un número mucho mayor de sectores y actividades.
Las dos guerras mundiales y la Gran Depresión supusieron el hundimiento del comercio
internacional de forma que a mediados del siglo XX tanto la tasa de apertura como los movimientos de
capitales tomaban valores sensiblemente inferiores a los existentes a principios de siglo, mientras que los
aranceles duplicaban en muchos casos a los vigentes en esa época. Este hundimiento del comercio explica
que, cuando en los años 70 y 80 del siglo pasado se observa la creciente importancia del mismo, se otorgue a
este fenómeno un componente de novedad del que carece cuando se contempla la evolución del comercio y las
relaciones económicas internacionales desde una perspectiva temporal más amplia. Si bien nada impide que la
globalización pueda ir todavía más lejos, como pone de manifiesto el éxito alcanzado por determinados
procesos regionales de integración económica, de lo anterior se siguen dos conclusiones importantes: la
primera es que la globalización no es un proceso novedoso en sí mismo, la segunda es que es un proceso
potencialmente reversible.
Las causas que explicarían este relanzamiento del comercio internacional en la segunda mitad del
siglo XX son de distinto orden e incluyen las siguientes: la conveniencia de contar con mercados crecientes
para poder explotar economías de escala tanto en la producción de bienes como en la de servicios, cuya
importancia en el comercio mundial ha crecido hasta suponer una cuarta parte del mismo, una política
continuada de reducción de los aranceles hasta situarse alrededor del 4 % propiciada por el GATT (a modo de
comparación, en los años 30 en estados Unidos la protección arancelaria media alcanzaba el 48 % en una
considerable reducción de los costes de transporte y comunicaciones, y, finalmente, la liberalización del
sistema financiero.
Las principales ventajas asociadas a la apertura comercial, una de las claves del desarrollo
económico de acuerdo con el Consenso de Washington serían: (1) el comercio internacional permite acceder
a bienes, servicios y tecnologías no disponibles en el mercado interior o disponibles con unos costes más
elevados, lo que significaría que se están utilizando recursos en producir algo que se podría obtener de forma
más eficiente del exterior, liberando al tiempo esos recursos para la producción de otro u otros bienes o
servicios. El resultado anterior se mantiene, como demuestra la teoría de las ventajas comparativas, incluso
cuando el país en cuestión no produce ningún bien de forma más eficiente (entendida como menos
“costosa”en términos absolutos) que sus posibles socios comerciales; (2) el comercio internacional, al ampliar
el tamaño del mercado para los productos fabricados en un determinado país, facilitará la obtención de
ganancias de productividad gracias a las economías de escala. Este factor puede ser de especial importancia
para los países menos desarrollados, que tienen mercados interiores muy pequeños, lo cual limita la
posibilidad de sus empresas de alcanzar economías de escala; (3) el comercio exterior también permite
encontrar demanda efectiva para factores de producción que, por ausencia de suficiente demanda interna,
podrían quedar sin utilización productiva –recursos energéticos, pesqueros, etc.; (4) las exportaciones, al
posibilitar la entrada de divisas, permiten a un país poder importar bienes y servicios que de otra forma
quedarían fuera de sus posibilidades. Unos bienes y servicios, como los bienes de capital, que pueden tener un
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papel importante en el proceso de desarrollo económico (véase ley de Thirlwall). Estas ventajas se verían
complementadas por el aumento de la inversión extranjera directa, y por las ventajas derivadas de la
apertura de los mercados de capitales, que harían menos costosa la obtención de financiación para la puesta en
marcha de proyectos de inversión, haciendo más fácil vencer la restricción que las bajas tasas de ahorro
pueden suponer para la puesta en marcha de un proceso de crecimiento.
Esta visión amable de los efectos de la globalización se enfrenta, sin embargo, con algunas críticas
que llaman la atención sobre sus posibles efectos negativos. Entre ellas destacan: (1) tanto la teoría de las
ventajas absolutas y comparativas como la explicación de la globalización como una salida para el
excedente de factores que en ausencia de demanda externa estarían infrautilizados sugieren que el resultado
natural de la apertura de una economía al exterior es la especialización en un grupo limitado de productos. Una
especialización que puede, bajo determinadas condiciones, generar dependencia del país y sus productores del
exterior con el consiguiente aumento de su riesgo. Por otra parte las ventajas comparativas pueden llevar a la
economía a especializarse en sectores que estén asociados con bajas posibilidades de obtención de ganancias
en productividad o economías de escala dinámicas, con lo que el efecto a corto plazo podría ser positivo
(resultado de una mejor asignación de los recursos disponibles), pero a largo plazo negativo. (2) La
especialización, y el consiguiente cambio de la estructura productiva, puede muy bien generar cambios en la
distribución de la renta con un impacto negativo sobre los segmentos más pobres de la sociedad. Piénsese, por
ejemplo, en el impacto que puede tener la especialización de determinado país en agricultura de exportación,
en sustitución de la agricultura de subsistencia, con el consiguiente aumento del riesgo en el caso de caída del
precio mundial del producto, que dejaría a los agricultores sin posibilidades de cubrir sus necesidades mínimas
de subsistencia. (3) La mayor dependencia asociada a la especialización no tendría, sin embargo, que plantear
excesivos problemas, exceptuando el caso de catástrofes naturales, como plagas en el caso de monocultivos de
exportación, cuando los precios de los productos en los que se especializan los países tienen un
comportamiento estable a lo largo del tiempo. Sin embargo, en presencia de fluctuaciones significativas de los
precios mundiales de estos productos, el país se verá incapacitado, en las épocas de caída del precio mundial,
de mantener sus, ahora imprescindibles, importaciones. (4) Independientemente del problema anterior de la
fluctuación de los precios en los mercados mundiales de productos primarios, la especialización será negativa
si existe una tendencia al deterioro de la relación real de intercambio entre los productos primarios y los
manufactureros. Un deterioro que, de producirse, significaría que existe una relación causal directa entre el
desarrollo del “norte” y el subdesarrollo del “sur”, a través del funcionamiento del comercio, y que justificaría
la demanda de algunos países y ONG en favor de un comercio justo “norte-sur” (véase teoría de la
dependencia). (5) Por último, el proceso de especialización estará asociado necesariamente al hundimiento de
algunos sectores (aquellos en los que el país tenga desventaja comparativa). Unos sectores que no tienen
porqué estar ubicados en la misma zona en la que se localicen los sectores en los que se especialice el país por
tener ventaja comparativa en ellos. Sectores éstos que a su vez pueden demandar mano de obra con
características distintas (demanda de mano de obra femenina, por ejemplo) a la de los trabajadores que se ven
desplazados de los sectores no competitivos. Todo ello generará, junto con el crecimiento de algunas áreas, el
hundimiento de otras -al menos en el corto-medio plazo. Aunque todo proceso de desarrollo supone en última
instancia, en palabras de Schumpeter, una “ola de destrucción creativa”, por lo que siempre hay colectivos
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perjudicados del mismo, al menos a corto plazo, el cambio en la composición sectorial cuando ésta responde a
movimientos de comercio internacional, es normalmente mucho más rápido y por lo tanto más brusco y con
un coste social más elevado.
En lo que se refiere a la liberalización financiera, las numerosas crisis financieras producidas tras los
procesos de liberalización de este sector han puesto de manifiesto los peligros asociados a la plena
liberalización financiera en un contexto de debilidad del sector financiero y en presencia de grandas masas de
capital financiero especulativo libres para moverse de país en país en tiempo real y en respuesta no a
variaciones de las expectativas a largo plazo respecto al comportamiento futuro d elas variables fundamentales
de la economía de un país sino a situaciones transitorias o no demasiado relevantes para esas expectativas, con
los consiguientes efectos desestabilizadores sobre los tipos de interés y las tasas de cambio de las monedas.
Las reflexiones anteriores atañen fundamentalmente a los países menos desarrollados, sobre los que
también recaen las mayores presiones para abrir sus mercados nacionales. En los países de alto nivel de renta,
con índices ya elevados de apertura -el 70 % en el caso de la UE (15)- el debate sobre los efectos de la
globalización se ha centrado en otras cuestiones, entre las que destacan los efectos económicos y sociales de la
inmigración y el peligro de deslocalización masiva de empresas. Empezando por este último factor, la
existencia de enormes diferencias salariales y de regulación social y medioambiental entre los países de renta
alta y los países de renta media y baja recientemente incorporados a la economía mundial, podría dar lugar a
una fuga significativa de empresas desde los países de renta alta, donde actualmente se encuentran radicadas,
hacia otros países de renta media o baja con la finalidad de reducir sus costes directos (salariales) e indirectos
(medioambientales y sociales) de producción. Si este fuera el caso, la huida de empresas al exterior
deterioraría el tejido productivo de los países ahora desarrollados, tanto industrial como de servicios, ya que
gran parte de la deslocalización se daría en actividades terciarias asociada al proceso de subcontratación
(outsourcing) de actividades antes desarrolladas dentro de las empresas –la importación de servicios
empresariales alcanza el 1 % del PIB del Reino Unido- (véase terciarización), al tiempo que mejoraría los
niveles de renta de aquellos países en donde se instalaran. Los estudios disponibles sobre la cuestión no
señalan que tal movimiento se haya producido de forma intensa y dramáticamente unidireccional, y por lo
tanto no parece que el mismo haya sido causante de una pérdida neta importante de puestos de trabajo, lo cual
no es óbice para que cada nuevo anuncio de cierre de una empresa por traslado a un país menos desarrollado
no se interprete como la contrastación de que tal proceso existe. En todo caso, los procesos de deslocalización
tienen efectos muy distintos sobre los agentes económicos: las empresas mejorarán sus resultados, y por lo
tanto será beneficioso para sus accionistas, los consumidores pues podrán contar con productos más baratos,
mientras que los trabajadores desplazados se verán obligados a buscar otro trabajo, probablemente con salarios
y condiciones de trabajo peores. En todo caso, hay una forma indirecta más sutil por la que la deslocalización
afecta al bienestar de los trabajadores de los países de renta alta, y es alterando el equilibrio de poder existente
entre éstos y la empresa a la hora de negociar sus condiciones de trabajo, así como el equilibrio de poder entre
las empresas y los estados a la hora de establecer regulaciones laborales o impositivas. La posibilidad que les
brinda la globalización a las empresas de “votar con los pies”, trasladando su producción a otros países,
afectaría así a las negociaciones salariales y de condiciones de trabajo, y a la política impositiva. Este es, sin
duda, uno de los factores detrás de la progresiva reducción de la imposición sobre las rentas de capital –un
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factor móvil-, y en contra de las rentas de trabajo –un factor más fijo debido a las dificultades personales y
económicas y sociales asociadas al desplazamiento geográfico y ocupacional que tienen los trabajadores.
En lo que se refiere a la inmigración, los estudios disponibles confirman que el aumento de la oferta
de trabajo derivada de la inmigración prácticamente no afecta a los salarios de los trabajadores, exceptuando
al segmento de trabajadores no cualificados, que podrían sufrir como consecuencia un deterioro de sus salarios
en relación a los salarios de los trabajadores cualificados. De igual forma, dadas las características
demográficas de los inmigrantes, también parece confirmarse que su aportación neta a las arcas del Estado es
positiva, en el sentido de que aportan vía impuestos y cotizaciones sociales más de lo que detraen en
prestaciones sociales. Por último, los inmigrantes cumplen un papel importante como oferta de trabajo en
muchos sectores, alguno de ellos especialmente importantes en términos de bienestar, como los servicios
personales (atención a personas mayores, etc.). De hecho, dadas las perspectivas demográficas de los países
desarrollados, la inmigración es un elemento importante para aminorar el problema de envejecimiento
demográfico. Más parece, en suma, que los problemas asociados a la inmigración se sitúen más en la esfera
social, esto es, en los problemas que suscita su integración en las sociedades hacia las que emigran, que en la
económica. Abundan en el pasado ejemplos de migraciones masivas, que, a corto plazo, alteraron el perfil
étnico y cultural de los países receptores, y que sin embargo, con el paso del tiempo, han dado lugar a
sociedades cohesionadas, lo que señalaría que tal integración es posible, aunque no siempre es fácil.
Por último, la globalización también se manifiesta en la esfera de la cultura, y, paradójicamente, con
efectos contrapuestos. Por un lado la apertura comercial, junto con la mejora de los medios de transporte y
comunicación, especialmente Internet ha permitido que lleguen a Occidente con mayor facilidad que en el
pasado otras músicas y otras literaturas, apareciendo con fuerza una corriente de mestizaje cultural novedoso y
enriquecedor. Sin embargo, paralelamente, se está produciendo una homogenización cultural en donde
aquellas expresiones culturales que cuentan con un mayor apoyo de la industria del ocio desplazan a otras
culturas locales, utilizando como herramientas de nuevo Internet, las emisiones de televisión por satélite y la
inversión extrajera que toma la forma de una réplica de las formas de ocio o consumo de los países de origen.
Para aquellos que confían en la soberanía del consumidor nada hay que objetar a tal desembarco industrial-
cultural. Para aquellos otros que dudan de que los consumidores puedan siempre ejercer su soberanía en el
mercado por la existencia de multitud de fallos de mercado, esta globalización cultural no sería sino una
expresión más del neocolonialismo.
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Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

H
hambre, economía del En lo que sigue designaremos como hambre y malnutrición aquellas situaciones de
acceso a una dieta alimenticia con déficit importante de nutrientes, ya en términos generales, calorías o
proteínas, ya en términos de algunos nutrientes específicos como yodo, hierro o vitaminas. Las situaciones de
hambre o malnutrición se distinguirán de las situaciones de hambrunas en la intensidad de la insuficiencia, ya
que en este último caso, la deficiencia es súbita, intensa y frecuentemente mortal. Ello, sin embargo, no hace al
hambre y malnutrición continuada menos peligrosa (aunque sea menos dramática en términos de opinión
pública), ya que existe sin duda alguna una intensa relación entre la tasa de mortalidad y la insuficiencia
alimentaría y malnutrición, pues estas reducen la capacidad del cuerpo humano de combatir enfermedades que
se convierten en mortales en personas mal nutridas cuando no lo serían en personas con una nutrición
suficiente y equilibrada.
Desde el ámbito de la Economía existen dos aproximaciones generales que fijan el centro de atención
a la hora de explicar las hambrunas y la malnutrición en dos elementos distintos (aunque no excluyentes): la
insuficiencia de alimentos por problemas de oferta, y la falta de capacidad de acceso a unos alimentos
disponibles en el mercado.
La principal, y probablemente más popular teoría del hambre, parte de una lectura desde el lado de la
oferta de las causas que subyacen al hambre y la malnutrición. Según esta aproximación, la malnutrición y el
hambre responderían a la existencia de un desequilibrio entre las necesidades alimenticias de la población y las
capacidades de producción de alimentos. Este desequilibrio puede ser permanente y de menor entidad, dando
lugar a situaciones de malnutrición estructural, o intenso y temporal, manifestándose en hambrunas. Desde una
perspectiva dinámica, la visión del hambre como un problema de oferta se plantea en términos de existencia de
un desequilibrio entre el crecimiento de la población y el crecimiento de la producción de alimentos. Desde
este enfoque, planteado originariamente por el reverendo inglés y economista clásico Robert Thomas Malthus
(1766-1834) en su An Essay on the Principle of Population; or a View of its past and present Effects on
Human Happiness; with an Inquiry into our Prospects respecting the Removal or Mitigation of the Evils which
it occasions, publicado por primera vez en 1798 y posteriormente revisado y ampliado en 1803, el hambre en
sus diferentes intensidades no sería sino el resultado natural derivado de un crecimiento de la población por
encima del crecimiento de la capacidad de producción de alimentos.
Esta visión plantea un escenario pesimista del futuro en cuanto que supone que antes o después, pero
inevitablemente, la dinámica de crecimiento demográfico superará a la dinámica de crecimiento de la
producción de alimentos (sometida a la ley de rendimientos decrecientes que enunciara David Ricardo). El
Conceptos de Economía -versión web- 207
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que esto no ocurra en la práctica se explicaría según Malthus por la existencia de controles preventivos o ex-
ante y controles positivos o ex-post, mecanismos que en los dos casos supondrían caídas de la población con
respecto a su crecimiento potencial en ausencia de controles. Dentro de los controles preventivos Malthus
incluye todos aquellos comportamientos tendentes a reducir el número de hijos: “control moral (...) renuncia al
matrimonio bien por un tiempo o permanentemente (...) con una estricta conducta sexual en el intervalo.
Siendo este el único modo de mantener la población a nivel con los medios de subsistencia perfectamente
compatible con la virtud y la felicidad (...)”. El resto de los controles de tipo preventivo serían: “el tipo de
relaciones sexuales que genera esterilidad en algunas de las mujeres de las grandes ciudades; una corrupción
general de la moral en relación con el sexo (...): pasiones contranatura y mecanismos poco correctos para
prevenir las consecuencias de la relaciones irregulares” (1830, p. 250).
Entre los controles positivos estarían todos aquellos que tienden a acortar prematuramente la vida
humana como: “trabajos insalubres, (...) comida o vestido mala o insuficiente resultado de la pobreza; mala
crianza de los niños; excesos de todo tipo; ciudades y fábricas, todo el conjunto de enfermedades comunes y
epidemias, guerras; infanticidio; plagas y hambrunas” (1830, p. 250).
El planteamiento de Malthus responde razonablemente bien a los hechos estilizados de la relación
entre abundancia de recursos y población anteriores a su época, como se refleja en la fuerte correlación
existente entre la evolución de los salarios reales y el número de hijos por mujer en la Inglaterra del XVI-
XVIII, o entre población y precio del trigo en muchas (aunque no todas) regiones europeas en el XVIII. Sin
embargo, echando la vista atrás se observa que pese al continuo aumento de la población experimentado desde
la época de Malthus (de mil millones a más de seis mil millones de habitantes), no se ha producido esa
divergencia global esperada y tantas veces predicha entre población y producción de alimentos, que diera lugar
a un ajuste Maltusiano brusco.
Dos son las razones de tal comportamiento. Por un lado, y en contra del planteamiento de los
economistas clásicos desde Ricardo, el sector agrícola ha mostrado una fuerte capacidad para reinventarse,
evitando entrar en rendimientos decrecientes mediante roturación de nuevas tierras y sucesivas revoluciones
tecnológicas que han desplazado la frontera de posibilidades de producción agrícola. Por otro, el aumento de
renta ha ido acompañado, aunque con retraso, de un proceso de transición demográfica, de forma que de una
situación estable de alta mortalidad y alta natalidad se ha pasado a una situación de baja mortalidad (y por lo
tanto alta esperanza de vida) y baja natalidad.
Frente al planteamiento del hambre y la malnutrición como un problema de oferta, derivado de la
existencia de una insuficiente producción (o de la existencia de movimientos especulativos de acaparamiento),
una perspectiva alternativa hace hincapié en el hambre como resultado de la incapacidad de los individuos de
hacer visibles sus necesidades alimenticias ante los mecanismos responsables de la asignación de los productos
alimenticios. Centrándonos en la economía de mercado, lo anterior significa que para que exista un episodio
extendido de hambre, o una situación estructural de malnutrición, bastaría con que parte de la población, por
cualesquiera razones, se vea imposibilitada de manifestar sus necesidades en el mercado, efectuando la
demanda correspondiente. A menudo se ha comparado el mercado con un sistema plebiscitario, en el sentido
de que los consumidores reflejarían directamente sus preferencias mediante el ejercicio de la demanda. Sin
embargo, como es bien sabido, para que una preferencia se vea atendida en el mercado es necesario que la
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misma vaya avalada con votos monetarios. La ausencia de éstos convierte a los consumidores en personas
invisibles y silenciosas para el mercado. Desde esta aproximación, el hambre podría existir en un contexto de
abundancia, para lo que sólo haría falta que parte de la población se viera privada de su capacidad para hacerse
oír en el mercado.
La importancia de la capacidad de gasto de las personas como determinante del hambre y la
malnutrición ha sido tratada de forma detallada por Amartya Sen (1981), Memorial Nobel de Economía de
1998, en su libro Pobreza y hambrunas. Un ensayo sobre derechos y privaciones, publicado bajo los auspicios
de la OIT en 1981. En pocas palabras, Sen defiende que la clave de las hambrunas está en la incapacidad de la
población afectada de conseguir comida por los medios legalmente disponibles en la sociedad, incluyendo la
producción, el comercio y la protección social. Esa incapacidad para hacer valer unos “derechos”, en su
terminología entitlements, en el mercado de alimentos, y no una crisis de oferta, sería la que estaría detrás de la
mayoría de las hambrunas modernas. Desde una perspectiva más amplia, que recoge algunas de las críticas
realizadas al enfoque de Sen, aplicada a una economía de mercado, el enfoque de los derechos supone que una
persona sufrirá hambre y desnutrición si: (1) pierde la capacidad para producir directamente alimentos, (2) no
tiene la posibilidad de adquirirlos en el mercados (3) no puede obtenerlos mediante uno u otro mecanismo de
redistribución (ya sea público o privado). Esta última ampliación es importante ya que, frecuentemente las
raíces del hambre estén menos en la falta de poder adquisitivo en el mercado que en la falta de poder de
presión ante las instituciones nacionales e internacionales. Este enfoque incluiría asimismo (4) la pérdida de
derechos derivada de situaciones de crisis (guerra, bandidaje, estados fallidos, etc.) que frecuentemente
caracterizan las crisis alimentarias actuales (por ejemplo Darfur), así como aquella fruto de la incompetencia y
corrupción gubernamental. Esta última circunstancia no es baladí ya que, como señala Stephen Devereux, en el
último cuarto del siglo XX la existencia de un conflicto bélico, sola o en combinación con sequías, se ha
convertido en causa prima de las hambrunas en África. Esta realidad ha dado lugar a una tercera aproximación
a las causas del hambre, conocida como el enfoque de las emergencias complejas, que considera que todas las
hambrunas son políticas.
La importancia de los mecanismos públicos de acceso a la alimentación ha sido últimamente
remarcada por autores que subrayan la ausencia del reconocimiento de este derecho económico y social básico
como uno de los elementos claves a la hora de entender esa incapacidad de acceso a la alimentación. En todo
caso, este factor también aparece en los trabajos de Sen cuando señala que en democracia (y con prensa libre)
no hay hambrunas, lo que significa que convertir el hambre en un problema político facilitaría su resolución.
Lo anterior no significa que la caída local en la producción agrícola no pueda ser un factor
desencadenante de hambrunas, pero no sería la causa final. Pongamos un ejemplo. La ausencia de lluvias
puede reducir localmente la producción agrícola y el acceso directo a alimentos de los pequeños agricultores,
dando lugar, paralelamente, a una reducción de su demanda de trabajo estacionario de jornaleros, de forma
que ambos colectivos verán comprometida su capacidad de alimentarse. La reducción de sus ingresos
repercutirá a su vez en una caída de la demanda de otros servicios, por ejemplo peluquerías, comprometiendo
la supervivencia de otros grupos de población. Todo ello puede desencadenar una situación de hambre aunque
exista un suministro suficiente de alimentos. Es más, esa ruptura de los derechos de los campesinos y
jornaleros (en un caso fruto de la propiedad y en otro de la venta de su fuerza de trabajo) puede dar lugar a un
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paradójico movimiento centrífugo de alimentos desde la zona afectada por la hambruna hacia otras zonas libres
de ésta, algo frecuentemente observado en la realidad, que no sería sino la natural respuesta del mercado a una
caída de la demanda local.
En el cuadro adjunto se resumen varios trabajos que realizan un análisis detallado de algunas
hambrunas modernas bajo esta perspectiva.

Características de una muestra de hambrunas del siglo XX.


Fuente Lugar y año Impacto Análisis
Sen Bangladesh 26,000 - La disponibilidad fue mayor que en los 3 años anteriores y en los 2
(1981) 1974 1,000,000. posteriores. Inundaciones y caída del empleo agrícola, aumento general de
precios y caída de los salarios reales, aumento del precio de los alimentos
tras las inundaciones por movimientos especulativos. Pérdida directa e
indirecta de la capacidad de acceso a comida.
Sen Bengala, 1942 Tres Pequeña caída en la disponibilidad de alimentos, alrededor del 5%, menor
(1981) millones que años anteriores (en 1941 fue del 13%). Aumento de precios por el
esfuerzo bélico. Acaparamiento por expectativas de aumento de precios, la
pequeña caída en producción se traslada a una gran caída en oferta. La
prohibición de exportación de grano en otras regiones impide el arbitraje
espacial. Desigual aumento de los ingresos y de la capacidad de compra que
favorece a las ciudades (Calcuta). Mecanismo de transmisión vía caída en la
demanda a colectivos no agrícolas
Sen Etiopía Entre Sequía en la región de Wollo. Probable caída de la disponibilidad en el país
(1981) 1972-74 50.000 y del 7%. No parece ser un problema de acceso, ya que había comercio de
200.000 alimentos de Wollo hacia Addis Abeba (o Asmara en la costa). La sequía
produce una pérdida directa de derechos de los agricultores, tanto directos
(pérdida de la cosecha) como indirectos (ausencia de ingresos). Estabilidad
de precios. Las comunidades de ganaderos se ven afectadas por la sequía
pero también por la utilización de pastos para agricultura comercial.
Riskin China 16-30 Fuerte caída en la producción asociada parcialmente a la estrategia
(1990) 1958-61 millones productiva del Gran Salto Adelante, cuyos efectos se amplifican por falta de
O’Grada reconocimiento de la situación por parte de las autoridades, información
(2007) errónea e incentivos al ocultamiento de la situación por parte de las
autoridades locales.

Como conclusión, en un contexto de economía de mercado, mercados integrados y suficiencia


alimentaria mundial, es evidente que el hambre tiene que estar asociado a una incapacidad de la población en
riesgo de hambruna de cubrir directamente sus necesidades con la producción de autosubsistencia o,
alternativamente, manifestar su demanda en el mercado. Pero hay que ir un paso hacia atrás y preguntarse qué
es lo que provoca esa situación de inexistencia para el mercado de parte importante de la población, y un paso
adelante y preguntarse qué es lo que impide que se activen las medidas compensatorias necesarias para generar
derechos de acceso a alimentación por mecanismos distintos al mercado o, alternativamente, qué es lo que
impide que se activen los programas necesarios para hacer visibles a los desposeídos en ese mercado para el
que no existen. Detrás de esa pérdida de acceso a la producción directa y derechos de mercado normalmente se
encuentra un hecho natural: frecuentemente sequía o inundaciones, pero también se puede encontrar un hecho
provocado por el hombre: conflictos civiles armados, expropiaciones forzosas, etc. Detrás de la inacción en
caso de riesgo de hambruna a menudo nos encontramos con los mismos factores: estados fallidos (Somalia),
corrupción, conflictos civiles (Sudán, Etiopía) y utilización de la alimentación como un arma de guerra más.
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Harrod-Domar, modelo el modelo de Harrod-Domar, H-D, síntesis de dos modelos distintos, el de Sir Roy
Harrod (1931) y el de Evsey Domar (1947), analiza el comportamiento a largo plazo de las economías de
mercado, y en concreto, las condiciones que tienen que producirse para que el crecimiento económico en el
tiempo se pueda caracterizar como equilibrado, significando con ello que la producción sea igual a la demanda.
La idea central del modelo de H-D es el doble papel de la inversión. Por un lado, la inversión supone compra
de equipo capital (máquinas) nuevo y, por lo tanto, afecta positivamente a la demanda de la economía y a la
producción, de forma que cuanto mayor sea la inversión, mayor será la producción agregada (véase
multiplicador). Por otro lado, la inversión, una vez realizada, se materializa en nuevas máquinas instaladas y
listas para producir, y por lo tanto aumenta la capacidad productiva de la economía. De esta forma la inversión,
a la vez que genera demanda efectiva, genera mayor necesidad de demanda en el futuro para mantener a la
economía en situación de pleno empleo. En la medida en que la demanda crezca al mismo ritmo que el
aumento de capacidad productiva derivado de la inversión (y el aumento de población-mano de obra), la
economía se mantendrá en equilibrio, de no ser así entraría en una situación de desequilibrio.
El modelo H-D, parte de una situación simplificada en la que se analiza a nivel agregado una economía cerrada
y sin sector público y en la que el aparato productivo se describe mediante una función de producción agregada
con coeficientes fijos, es decir, donde no hay posibilidades de sustitución entre los factores capital y trabajo.
Queda también fuera del modelo cualquier consideración de cambio técnico que alterase esas
proporcionalidades en el uso de los factores. Bajo estos supuestos, partiendo de una situación de equilibrio
macroeconómico donde el ahorro, S, y la inversión agregadas, I, son iguales: S = I, dividiendo ambos lados
de la igualdad por Y (el nivel de renta o producción agregada), se tiene:
(S /Y) = (I /Y); y multiplicando por (ΔY /ΔY):
(S / Y) = (I /Y) (ΔY/ΔY) = (I /ΔY) ( ΔY /Y)
Ahora bien, (S/Y) es la propensión media a ahorrar o tasa de ahorro, s, (ΔY/Y) es la tasa de crecimiento de la
economía, g, y dado que la inversión, I, en ausencia de depreciación, coincide con incremento en el stock de
capital (Δ K), entonces (I/ΔY) = (ΔK/ΔY). Puesto que la relación capital-producto v = (K /Y), una relación
técnica que nos dice cuanto capital es necesario para producir una unidad de output, es constante por suponer
que la producción se realiza usando una tecnología de coeficientes fijos, entonces (ΔK/ΔY) el incremento en el
stock de capital necesario para incrementar el producto en una determinada cantidad será también constante e
igual a (K/Y). Se tiene por tanto que:

g=s/v

El modelo de H-D demuestra que el equilibrio macroeconómico (S=I) se mantendrá siempre que la
economía crezca a una tasa, g, igual al cociente entre la tasa de ahorro, s, y la relación capital-producto, v. Si la
inversión real coincide con la deseada por las empresas satisfaciendo sus expectativas, entonces a la tasa de
crecimiento que mantendría la igualdad entre ahorro e inversión deseada se la conoce como tasa de crecimiento
garantizada, gw. Si, por contra, la inversión real supera a la deseada (o si es inferior), entonces la tasa de
crecimiento real será mayor que la garantizada, g > gw, (o, a la inversa, g < gw). Sólo cuando la tasa de
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crecimiento real coincide con la garantizada se cumplen (parte de) las condiciones para tener un crecimiento
autosostenido y constante. Ahora bien, para que esa tasa de crecimiento económico sea capaz de mantener en
el tiempo el equilibrio económico con pleno empleo, se requiere adicionalmente que sea igual a la tasa de
crecimiento de la población, n. A la tasa de crecimiento que mantiene el pleno empleo se la conoce como tasa
de crecimiento natural, n, y es igual a la tasa de crecimiento de la fuerza de trabajo supuesto que se mantiene
en el curso del tiempo la relación capital-trabajo. Es decir, que para dar empleo a toda nueva población activa
que entre en el mercado de trabajo, la economía ha de crecer a un tasa que permita dotarles a estos nuevos
trabajadores con los bienes de capital que necesitan, pues dado el supuesto de coeficientes fijos la relación
capital-trabajo así como la productividad media del trabajo permanecen constantes. El modelo H-D concluye
que la economía se moverá en una senda de crecimiento autosostenido y constante cuando la tasa de
crecimiento real coincida con la tasa garantizada y con la tasa natural:

g = gw = s/v = n

El modelo de crecimiento H-D llama la atención sobre la naturaleza inestable del crecimiento en una
economía de mercado. El modelo establece una senda de crecimiento autosostenido y constante (steady-state)
para una economía en la que, de seguirla, la tasa de crecimiento esperado coincide con la real y la natural. Pero
esa senda es como el “filo de una navaja”, de modo que cualquier desviación de la misma genera fuerzas
contractivas o expansivas explosivas que alejan la tasa de crecimiento real cada vez más de la de la senda. Así,
si por cualquier razón la tasa de crecimiento real fuera inferior a la prevista por las empresas (la tasa
garantizada), es decir, si la demanda efectiva creciera menos de lo esperado, las empresas reaccionarán
reduciendo el volumen de su inversión real ya que no necesitan tanto capital nuevo (dada la relación capital
producto) para atender una demanda que resulta ser inferior a la prevista, lo que, a su vez, repercutirá en una
caída adicional de la demanda efectiva y, por lo tanto, en una nueva caída la de la inversión real y de la tasa de
crecimiento, y así sucesivamente en un proceso acumulativo. Esto es, la reacción natural de las empresas ante
una desviación de la senda de crecimiento autosostenido y constante no haría sino profundizar la crisis.
El crecimiento sería, por el contrario, explosivo en el caso de que en un periodo el crecimiento de la
demanda fuera mayor que el esperado, ya que el aumento de la inversión que provocaría –al intentar los
empresarios en esta ocasión instalar más capital para poder hacer frente a la demanda no esperada- generará un
crecimiento todavía mayor de la demanda efectiva y la profundización de la diferencia entre el crecimiento de
la demanda y el crecimiento esperado de la misma. El crecimiento alcanzaría en este caso su límite superior
cuando se topase con la restricción asociada al pleno empleo de trabajo, lo que supondría que la tasas de
crecimiento fuese inferior a la esperada iniciándose en consecuencia una caída de las tasas de crecimiento.

Herscher-Ohlin, teorema de el Teorema de Heckscher-Ohlin, H-O, desarrollado por los economistas suecos
Eli Heckscher (1919) y Bertil Ohlin (1933), intenta explicar porqué distintos países tienen diferentes ventajas
comparativas en la producción de bienes y servicios en el comercio internacional. Según el teorema H-O,
siempre que se cumplan determinados supuestos (los países utilizan las mismas tecnologías en la producción
de bienes y servicios que, además, se caracterizan por tener economías constantes a escala, ningún país se
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especializa completamente en la producción de un o unos bienes, hay competencia perfecta en todos los
mercados, hay también movilidad perfecta de los factores de producción dentro del país y nula entre países, y
finalmente, no hay costes de transporte ni aranceles y se está en situación de pleno empleo en todos los
países), las ventajas comparativas de cada país responderán solamente a la existencia de distintas dotaciones de
factor capital y factor trabajo en los diferentes países. De forma que, en términos generales, los países menos
desarrollados que normalmente tienen una mayor dotación de factor trabajo -y por lo tanto un menor coste
relativo de éste- mostrarán ventajas comparativas en la producción de bienes intensivos en mano de obra,
mientras que los países desarrollados, con una mayor dotación de capital, disfrutarán de ventajas comparativas
en la producción de bienes intensivos en capital. Obsérvese que, dados los extremados supuestos en los que se
basa el teorema de H-O, esta teoría constituye una muestra más de conocimiento negativo, es decir, que más
que justificar el comercio internacional en función de las ventajas comparativas asociadas a la dotación
diferencial de factores, lo que establece es la dificultad de así hacerlo.
Como corolario de éste teorema, también se puede demostrar formalmente (de lo que se encargó el
premio Nobel de Economía Paul Samuelson en 1948) que, de garantizarse determinadas condiciones, el
comercio internacional entre países con distinta dotación de factores pondrá en marcha un proceso de
igualación progresiva del precio de éstos. En términos muy simples este proceso se explicaría porque el
aumento de demanda de bienes intensivos en capital provocado por el comercio internacional en aquellos
países con mayor dotación relativa de capital (y , por tanto, con un menor precio relativo del mismo) generará
un progresivo aumento de su precio, mientras que el aumento de la demanda de bienes intensivos en mano de
obra fabricados en los países con mayor dotación relativa de trabajo (normalmente países menos
desarrollados), provocará un aumento de los salarios hasta converger con los existentes en los países más
desarrollados (con ventaja comparativa por lo tanto en bienes intensivos de capital). En definitiva, pues, el
modelo H-O explicaría –bajo una serie de supuestos restrictivos- tanto el porqué de la existencia de
determinadas ventajas comparativas en los distintos países, como la “provisionalidad” de las diferencias en la
remuneración de los factores entre países. El impacto del comercio sobre la remuneración de los factores
explicaría así, para algunos estudiosos del mercado de trabajo, al menos parte del creciente aumento de las
diferencias salariales experimentado desde los años 80 en la mayoría de los países industrializados, ya que el
aumento del comercio con los países menos desarrollados (fundamentalmente en bienes intensivos en mano de
obra poco cualificada) provocaría una reducción de la demanda de este tipo de trabajadores en los países
desarrollados y la correspondiente caída de sus salarios.

hiperinflación por hiperinflación se entiende un crecimiento desaforado de los precios. Aunque no existe un
umbral concreto a partir del cual se considera que existe una situación de hiperinflación (¿80 %?, ¿100?) lo
cierto es que cuando se produce ésta se hace notar con unos efectos totalmente devastadores sobre las
economías que la padecen. Así, por ejemplo, en Alemania, después de la Primera Guerra Mundial la inflación
llegó a alcanzar el 23.000 % al año, propiciando la subida del partido Nazi al poder. Más recientemente, en
1992 en Rusia la liberalización de precios en una situación de caída de la producción elevó la inflación hasta
el 1.500 %, mientras que en 2007 la inflación en Zimbabue alcanzaba, según el Banco Central de ese país, el
6.723 %. En un contexto de hiperinflación la función de depósito de valor del dinero desaparece a la vez que la
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de ser medio de pago se hace cada vez más dificultosa por lo que los agentes se ven forzados cada vez más a
abandonar los intercambios multilaterales recayendo en el trueque a la vez que pierden toda confianza en la
capacidad del Estado para garantizar el valor de la riqueza y consecuentemente el mantenimiento del orden
social .

Hirschman-Herfindal, índice véase concentración de mercado.

histéresis en el análisis neoclásico del mercado de trabajo, la existencia de una perturbación del mismo, por
una caída en la demanda de bienes y servicios o por una subida en los salarios reales, puede generar la
aparición temporal de desempleo que, sin embargo, debería desaparecer cuando el mercado superase esa
situación de desequilibrio temporal. El restablecimiento de los niveles de demanda efectiva o la caída en los
salarios reales deberían, pues, llevar al restablecimiento de los niveles de empleo. El término histéresis hace
referencia a la posibilidad de que no ocurra así, de que el efecto sobre el mercado de trabajo de un shock de
demanda o de oferta pasajero que genere desempleo permanezca incluso en el largo plazo, una vez
desaparecidas las causas que lo provocaron. Una primera explicación de la histéresis se centra en la posibilidad
de que los trabajadores desempleados como resultado del shock vean cómo se deteriora rápidamente sus
habilidades productivas, haciendo su incorporación al mercado de trabajo más difícil una vez superada la crisis,
alargándose así su situación de desempleo. Paralelamente, la experiencia de desempleo puede desanimar a los
trabajadores e incidir negativamente en su esfuerzo de búsqueda de trabajo.
La existencia de histéresis tiene implicaciones importantes sobre la forma de entender el
funcionamiento del mercado de trabajo, ya que cuestiona el análisis tradicional según el cual el
comportamiento de una variable, en este caso el nivel de desempleo, se explica por el comportamiento de las
variables de las que normalmente depende: salarios reales, demanda efectiva, progreso técnico, etc. La
existencia de histéresis implica que dos mercados de trabajo similares, sometidos a la misma influencia de
estas variables, pero con un historial distinto, pueden ofrecer resultados diferentes en términos de desempleo.
De forma que el resultado depende del camino seguido por ese mercado, de su historia, de ahí el término de
histéresis.

homo oeconomicus la actividad económica es una actividad humana, y por lo tanto su estudio exige disponer
de un modelo de las motivaciones del comportamiento humano. En el análisis económico dominante, la
economía neoclásica, este modelo se corresponde con el llamado homo oeconomicus, que asume que en su
comportamiento los individuos siempre actúan en un entorno de escasez persiguiendo racionalmente su propio
interés. Egoísmo, racionalidad y autonomía a la hora de definir los objetivos personales son pues los tres
elementos definitorios del tipo de hombre que puebla los modelos económicos habituales. Veamos con mayor
detalle lo que significan estos supuestos. En primer lugar, el supuesto de egoísmo implica que a la hora de
tomar decisiones los individuos sólo tienen en cuenta el efecto de las mismas sobre su propio bienestar
definido autónomamente y no el impacto positivo o negativo que puedan tener en otras personas o cosas.
Como mucho, tales efectos se tendrían en cuenta si, a través del impacto que tengan sus acciones en otras
personas, acaban afectando indirectamente a su bienestar, actitud que se conoce como “egoísmo ilustrado”.
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Según esto, por ejemplo, un auténtico homo oeconomicus sólo dejaría propina en aquellos establecimientos a
los que se pensara volver, sólo sería amable con aquellas personas de trato cotidiano, jamás echaría una mano
a un desconocido, y carecería en principio de cualquier complejidad psicológica asociada a emociones y
sentimientos como la culpa, la vergüenza, el remordimiento, la benevolencia, el amor o el odio, del mismo
modo que carecería de toda complejidad sociológica y política asociada a consideraciones como la justicia, la
igualdad, los derechos políticos, etcétera.
Dado que en la realidad sería difícil encontrar, fuera de algún psiquiátrico o de alguna cárcel, algún
individuo tan “inhumano” y “asocial” que representase al tipo ideal de homo oeconomicus, los economistas
neoclásicos han necesitado dotar de este tipo de elementos sociales y psicológicos. Una primera forma de
hacerlo consistió, y aquí interviene el supuesto de autonomía en la definición de los propios objetivos que
también caracteriza al homo oeconomicus, en argumentar que por egoísmo ha de entenderse solamente la
persecución del propio interés y que éste no tiene porqué ser “egoísta”, de modo que hasta un reconocido
altruista como Francisco de Asís puede ser visto como un perfecto ejemplar de homo oeconomicus, un egoísta
perseguidor racional y calculador de sus propios objetivos ultraterrenos. Ahora bien, sucede que si todo
comportamiento puede ser racionalizable como egoísta y si se supone también que los individuos son
plenamente autónomos para definir e informar sus objetivos, el modelo del homo oeconomicus se convierte en
una tautología que realmente nada explica pues todo comportamiento, hasta el suicidio, puede “explicarse”
como el resultado de un proceso de maximización del propio interés egoísta. Es por ello que para que el
modelo del homo oeconomicus tenga enjundia teórica y no sea un mero juego de palabras, el supuesto de que
la conducta humana es egoísta ha de ser entendido en su sentido fuerte y estricto. Ello ha obligado a los
economistas a tratar de explicar comportamientos que no podrían ser incluidos sin violencia bajo la rúbrica de
egoístas y que se reclaman de valores morales, éticos y políticos como fruto de la persecución del propio
interés egoísta apoyándose para ello en investigaciones desarrollados en campos de fuera de la Economía como
la Sociobiología o la Ética. El éxito de estos intentos ha sido limitado en la medida que el “egoísmo ilustrado”
no da cuenta de buena cantidad de los comportamientos altruistas y morales que ofrecen en su vida real los
individuos. Ahora bien, en la medida que los individuos se comportan también siguiendo pautas, valores o
normas sociales, queda en cuestión la autonomía e independencia de los individuos para definir sus objetivos.
En última instancia, los individuos no son completamente interesados, preocupándose además de por su
recompensa personal por la justicia y la reciprocidad, y están dispuestos a recompensar a aquellos que actúan
de forma cooperativa aunque la compensación les sea costosa, y a alterar los resultados distributivos aunque
ello se haga a costa de sus propios intereses. Dicho con otras palabras, el homo oeconomicus no ocupa
enteramente la mente de un individuo sino que la comparte siempre con un homo sociologicus. Finalmente,
en el modelo de homo oeconomicus se considera que los individuos son capaces de comportarse siempre con
arreglo a los criterios de la racionalidad instrumental, es decir, de la racionalidad entendida como la mejor
adecuación entre medios y fines que se expresa en términos matemáticos como maximización de una función
objetivo dadas unas restricciones. Las insuficiencias informacionales, los costes de la toma de decisiones y
otras limitaciones cognoscitivas (véase racionalidad limitada) así como la ubicuidad y persistencia de
irracionalidad en los comportamientos (véase función asimétrica de valor) ponen en cuestión el uso del
supuesto de racionalidad instrumental como criterio general. Por otro lado, los comportamientos informados
Conceptos de Economía -versión web- 215
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por una racionalidad instrumental deben ser intencionados, entendiendo por tal que la acción esté asociada a un
estado futuro que se pretende alcanzar, de forma que ésta se considere directamente y no por azar un medio
para alcanzar la meta. El criterio de consistencia, definidor de la racionalidad instrumental, por si sólo, es
insuficiente para delimitar los comportamientos racionales, ya que su aplicación conduciría a considerar como
racional a una persona que hiciera sistemáticamente lo contrario de lo que le permitiría alcanzar el objetivo
deseado. Es necesario, por lo tanto, exigir también cierta correspondencia entre acción y objetivos. De esta
manera se excluyen las reacciones y comportamientos compulsivos que no hayan pasado un proceso previo de
reflexión y no tengan como objetivo alcanzar una meta predeterminada. Ahora bien, el análisis del
comportamiento humano revela que con frecuencia éste es no intencionado (compras compulsivas, discusiones
de tráfico), afecta negativamente al bienestar de los individuos (adicciones y conductas autodestructivas), se
ve motivado por sentimientos (atracción sexual, paternidad,...), o refleja cambios autónomos en los gustos y
preferencias que se traducen en comportamientos inconsistentes en distintos periodos. Todos estos
comportamientos que se han intentado explicar desde la teoría neoclásica salvando el supuesto de homo
economicus, admiten, sin embargo, explicaciones alternativas más simples que parten del reconocimiento de la
existencia de un homo psicologicus con pulsiones, emociones y sentimientos de origen biológico y social que
comparte con el homo oeconomicus y el homo sociologicus la psique de todo individuo, de modo que el
reduccionismo radical implícito en una Economía construida considerando a los individuos
fundamentalmente definidos como hombres económicos a quienes se les ha extirpado aquellas partes de su
condición psicológica y social que no se puede explicar mediante el cálculo racional con fines egoístas, plantea
serias dudas respecto a su relevancia explicativa o su poder predictivo general. Ahora bien, el que la especie
homo oeconomicus pura no exista ni haya existido nunca (aunque sólo fuera porque, como señaló Kenneth
Boulding, de haber existido alguno difícilmente se habría reproducido, pues ¿quién en su sano juicio se
emparejaría con un frío calculador egoísta sin sentimientos?), ello no quiere decir que no se pueda crear
socialmente mediante procesos educativos. Por otro lado, conforme el éxito económico se convierte en la
instancia definidora del éxito social o general como resultado de la extensión y profundización de la economía
de mercado y la comercialización paulatina del mundo social, más adecuado se convierte a los ojos de cada
individuo el acomodar su comportamiento al del homo oeconomicus. Dicho con otras palabras, si bien el
supuesto del homo oeconomicus era irreal a la hora de describir el comportamiento humano en épocas
históricas previas, donde la economía era una instancia subsumida en el todo social, se hace más real conforme
la mercantilización de la vida social ha llevado a convertir la instancia económica en la instancia social
dominante.

Hotelling, teorema de desarrollado por el norteamericano Harold Hotelling, (1895-1973) este teorema trata
de explicar la paradoja que se produce en muchos mercados en los que la existencia de muchos vendedores no
conduce a una diferenciación de sus productos a lo largo de una característica: las emisoras de radio de un
determinado tipo programan los mismos temas, los espacios televisivos de las distintas cadenas en las mismas
franjas horarias suelen ser indistinguibles y los grandes hipermercados tienden a situarse unos enfrente de las
otros.
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El caso más simple de este teorema, que además conduce a una situación de equilibrio estable, es uno de
localización espacial, aunque su significado puede extenderse rápidamente para cubrir la diferenciación, no por
situación geográfica, sino por alguna de las características del producto medida a lo largo de una sola
dimensión (por ejemplo, la longitud de las faldas, el tamaño de las casas o de los coches, etc.). Imaginemos un
mercado lineal donde a lo largo de una calle se distribuyen de forma homogénea los consumidores cuya renta y
preferencias se supone que son iguales. Supóngase, adicionalmente, que sólo hay dos empresas. S si los
consumidores prefieren consumir cerca de su localización por la existencia de costes de transporte (ya sean
físicos o “psicológicos” asociados a tener que consumir un producto alejado en cierta media del tipo preferido),
una localización como la recogida en el gráfico adjunto –una empresa en A y otra en B- parecería razonable en
la medida en que ambas empresas se repartirían al 50% el mercado:

A O B

Sin embargo, esa posición no sería de equilibrio, ya que cada una de las empresas tendrá incentivos para
desplazarse hacia el centro, O, pues, al hacerlo, ninguna perdería a los consumidores situados en el extremo
del mercado más cercano a ella (el izquierdo para A, el derecho para la B) ya que para los consumidores
localizados cerca de ambos extremos su mejor opción es siempre acudir a la empresa que se sitúa más cerca,
aunque al cambiar de posición se vaya alejando, al tiempo que captarán clientes de la empresa competidora.
Ese incentivo para desplazarse hacia el centro hará que ambas acaben situadas, espalda contra espalda, en la
posición O, precisamente la que hace máxima la distancia (física o mental) que tiene que recorrer el
consumidor que está más alejado de las empresas. La llamada ley de Hotelling se manifiesta en muchos
mercados, como puede ser el de las gasolineras en las carreteras. Diferente sería el resultado en caso de ser el
mercado no lineal, sino circular (o sea, cuando “los extremos se tocan”), situación a la que se puede llegar
cuando los bienes no se diferencian en atención a una sola dimensión, sino cuando se caracterizan por tener
varias dimensiones relacionadas inversamente las unas con las otras (más de una, menos de la otra, por
ejemplo, en los coches, caeteris paribus, la mayor seguridad asociada al tamaño va usualmente asociada a una
menor velocidad). En este caso las empresas se distribuirían –bajo las mismas condiciones de distribución
homogénea de consumidores iguales y costes de transporte similares para todos ellos- en forma equidistante las
unas de las otras dando lugar a la existencia de cierta diferenciación o variedad en los productos (véase
competencia monopolista, diferenciación de productos).

humanística, economía corriente, más que escuela, de pensamiento económico que agrupa a economistas y
analistas sociales que comparten puntos de vista alternativos al de resto de escuelas de pensamiento económico
más o menos formalizadas que se agrupan en torno a corpus teóricos bien estructurados y definidos (economías
neoclásica, keynesiana, postkeynesiana, institucionalista, marxista, austriaca). Sus antecedentes
intelectuales pueden situarse en la crítica de pensadores decimonónicos como John Ruskin (1819-1900),
William Morris (1834-96) o Thomas Carlyle (1795-1881) a los negativos efectos económicos, ecológicos,
Conceptos de Economía -versión web- 217
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sociales y psicológicos que tuvo la Revolución Industrial sobre las condiciones de vida de amplias capas de la
población. Ante los enormes costes sociales que supusieron las transformaciones asociadas a la Revolución
Industrial en términos de desarraigo, condiciones penosas de trabajo, anomia social, etc., estos autores y otros
que les siguieron a los largo del siglo XX y entre los que se puede citar a John A. Hobson (1858-1940),
Richard H. Tawney (1880-1962), Mahatma Gandhi (1948-1869), Leopold Kohr (1909-1994), Ernst F.
Schumacher (1911-1977) y Ivan Illich (1926-2002), reivindicaron métodos de producción alejados de la
producción en masa, y una vuelta y reconsideración de los métodos de producción más artesanales que
recompusieran los valores éticos y estéticos perdidos por los trabajadores como resultado de la
mercantilización de la vida económica. Esta visión humanística de la economía, que acentúa la importancia que
en ella tienen (o mejor, tendrían que tener) los aspectos espirituales y relacionales, hace pues del
enfrentamiento a “lo masivo” (producción en masa, grandes ciudades, consumo masivo) quizás sus señas de
identidad más característica, como se plasma en el título del libro de Schumacher Lo pequeño es hermoso, que
se puede considerar como uno de los manifiestos modernos de esta corriente. Para L. Kohr, el tamaño
“excesivo” (de las fábricas, empresas, mercados, ciudades, países) sería el responsable de la mayor parte de
males económicos y sociales (incluidos las crisis económicas) que, a partir de cierto nivel, más que
compensarían los efectos positivos sobre la eficiencia asociados a las economías de escala y la división del
trabajo ligadas al tamaño de las actividades productivas. Pero, frente al tamaño, no es tanto que lo deseable
sea “lo pequeño” en general, cuanto lo apropiado (así estos autores hablan, por ejemplo, de tecnologías
apropiadas) donde por tal ha de entenderse el tamaño adecuado o proporcionado al mantenimiento de una vida
social ordenada que permita al menos que todos sus componentes consigan satisfacer las necesidades básicas
biológicas y sociales. Se reivindica pues, frente al uso exclusivo de los criterios de eficiencia y equidad como
guías de la actuación económica, el uso de otros criterios sociales que reflejen los valores éticos y estéticos de
la sociedad que la dotan de sentido y garantizan su permanencia. La Economía Humanística sería, pues, la
continuación moderna de la Economía Moral de las sociedades premodernas (véase Economía).
Se pueden señalar como puntos compartidos por los miembros de esta corriente un enfoque del
consumo que cuestiona radicalmente la soberanía del consumidor acentuando la determinación social de las
actividades de consumo, la importancia de que todo el mundo tenga cubiertas sus necesidades básicas así como
la importancia de la satisfacción de las necesidades estéticas y espirituales. En lo que respecta a la producción,
la economía humanística cuestiona la expansión de la división del trabajo dentro de un marco
institucionalizado o formal, señalando la pérdida de autonomía individual que la dependencia de la misma
supone. Se distingue así un modo autónomo de producción de los bienes en el que los individuos aisladamente
o mediante acuerdos más o menos informales se procuran los bienes que necesitan frente a un modo
heterónomo que recurre al mercado y al estado. Dicho de otra manera, los partidarios de este enfoque
mantienen que el bienestar social depende de la cantidad de valores de uso que una sociedad produce y del
modo en que los distribuye entre sus miembros. Ese conjunto resulta en toda sociedad ser más grande que el
conjunto de valores de uso que son susceptibles de alcanzar un valor de cambio, es decir, el conjunto formado
por los bienes que se incorporan en la cifra agregada del PIB, de modo que el que crezca este subconjunto –el
PIB o la renta nacional- no implicaría necesariamente que a la vez aumente la dotación total de valores de uso
disponible para la sociedad, pues bien puede ocurrir que ese crecimiento del PIB implique y/o sea
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consecuencia de la disminución de la cantidad de valores de uso producidos de modo autónomo por los
miembros de una sociedad (véase bienes defensivos). Unos ejemplos aclararán la distinción. A la hora de
aprender, ello se hace “autónomamente”, estando despierto a las cosas de la vida y en un entorno repleto de
sentido y comunicación interpersonal, y “heterónomamente” dentro de una institución profesional dedicada a
la enseñanza ya sea pública o privada. La buena salud se consigue llevando una buena “higiene”
(etimológicamente, “arte de vivir”) o bien poniéndose en manos de unos terapeutas especializados del sistema
público privado de salud. Se puede tener una relación con el espacio en que se habita fundada en
desplazamientos en los que se recurre al uso de energía metabólica (andando, yendo en bicicleta, usando
vehículos de tracción animal) o se puede ser transportado en vehículos de motor producidos industrialmente.
En todos estos casos, y otros muchos, el problema está en cómo definir la combinación más adecuada o
proporcionada entre el modo autónomo y el heterónomo de producir bienes o valores de uso. Frente a la
discusión entre cuál es el tamaño adecuado de los sectores privado y público que define a los economistas
neoclásicos y keynesianos, los economistas humanistas recalcan y reclaman la importancia y necesidad de
mantenimiento de un tercer espacio: el ámbito de lo que, a falta de un nombre aceptado generalmente, podría
denominarse “lo común”, lo que no es gestionado ni por el mercado ni por el estado, que es la base de la
sociedad civil cuya permanencia se pone en peligro conforme o bien aumenta la privatización de la sociedad o
su estatalización.
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I
ilusión monetaria creencia –equivocada- en que el valor del dinero no varía. Fue Keynes quien
popularizó esta expresión al argumentar que los trabajadores estarían más predispuestos a aceptar una caída en
sus salarios reales si ésta se debía a un ascenso en los precios en vez de si era consecuencia de un reducción en
sus salarios nominales, argumentando que serían mucho más conscientes de una disminución directa en el
valor real de sus pagas, en este segundo caso, que de la disminución indirecta de su poder de compra fruto de la
inflación. Resulta claro que la importancia que tenga la ilusión monetaria en el comportamiento de los agentes
económicos dependerá de la información que estos tengan sobre la inflación y sus causas, así como de sus
experiencias de procesos inflacionistas. La experiencia con procesos inflacionistas continuados tras la Segunda
Guerra Mundial, junto con el desarrollo de instituciones de investigación estadística que ofrecen información
rápida, puntual y relativamente creíble sobre la tasa de inflación pasada a la vez que proporcionan
anticipaciones sobre la futura, ha llevado a que el factor de ilusión monetaria en la configuración de los
modelos económicos se haya visto reducido en la medida que los agentes anticipan o prevén los cambios
esperados en las variables nominales (la tasa de inflación, los tipos de interés, los tipos de cambio) y los
“descuentan”, es decir, ajustan su comportamiento a esos cambios ya previstos (véase expectativas), lo que se
traduce en que la eficacia de los cambios que produce la política económica en esas variables nominales se vea
disminuida en mayor o menor grado. Así, por ejemplo, una política fiscal expansiva, con el objetivo de
disminuir el desempleo que se apoya en el mantenimiento o descenso en los salarios reales, se verá desactivada
conforme los trabajadores prevean la subida de precios, y se anticipen a ella negociando ascensos en los
salarios nominales que les compensen por la perdida de poder adquisitivo derivado de la subida de precios
(véase curva de Phillips).

importaciones flujo de bienes y servicios que, producidos en el exterior, entran en un país y se venden en él.
Las importaciones dependen, entre otros factores, del tamaño del mercado interior -los países grandes, como
Estados Unidos, por ejemplo, importan menos que los pequeños como Bélgica-, del nivel de renta del país – a
mayor nivel de renta más importaciones-, del precio relativo de los bienes y servicios comerciados, incluyendo
aquí los costes de transporte, y del tipo de cambio. Las importaciones suponen así una detracción de la
demanda efectiva. Aunque de una naturaleza distinta, también se puede hablar de importación de capital, que
sería la resultante de la compra de activos financieros como acciones u obligaciones o activos reales como
empresas (véase inversión extranjera directa), por parte de una empresa o particular extranjero.
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imposibilidad, teorema de supongamos que tres individuos (1,2,3) han de tomar una decisión colectiva
respecto a cuál de entre tres alternativas (A, B, C) escoger o, lo que viene a ser lo mismo, han de ordenarlas en
un ranking de preferencia social. Las alternativas pueden referirse a cualquier decisión de índole colectivo
como, por ejemplo, de política económica, donde A puede ser la alternativa que representa un cambio profundo
en una política económica, B una modificación parcial de la misma y C no actuar. Obviamente, el mejor
camino para llegar a la mejor elección social pasaría por la construcción de un ranking u ordenación de las
preferencias desde un punto de vista colectivo sobre esas tres alternativas. Para construir esa ordenación de las
preferencias sociales, los individuos deciden utilizar una regla de decisión o una forma de construcción que
cumpla las siguientes propiedades que se estiman razonables: 1) en la elaboración de un ranking que exprese
las preferencias sociales entre un grupo de alternativas se habrá de atender únicamente a las preferencias que
sobre ellas tengan los individuos, es decir, no habría de darse ningún peso a factores de índole extraindividual
como la patria, la clase social, la religión, la raza, etc.; 2) la regla de construcción no habría de privilegiar a
ninguno de los individuos, es decir, que la regla elegida no se caracterizará por producir una ordenación social
que tenga la peculiaridad de coincidir siempre con las preferencias de un individuo concreto -condición
llamada de no dictadura; 3) a la hora de decidir cuál es la preferida entre dos alternativas cualquiera, por
ejemplo, entre la A y la B, la regla elegida tendría que decidir entre ellas dos sin que pese en esa decisión el
ranking o la valoración que se le de a la alternativa C -condición conocida como de independencia de las
alternativas irrelevantes; 4) la regla que se elija tendría que producir una ordenación racional de las
alternativas. Lo que esto significa es que todas las alternativas han de ser clasificadas, y que además habrá de
satisfacerse la propiedad de transitividad, que viene a decir que si, por ejemplo, se diese que se prefiere
socialmente la alternativa A a la B (A > B) y la B a la C (B > C) , entonces la regla de construcción elegida no
ha de permitir que se prefiera la C a la A, es decir, que la regla elegida debe concluir que A es preferido a C -
condición de racionalidad colectiva; 5) una condición obvia es que la regla de construcción del ranking social
que se elija tendría que ser capaz de clasificar cualquier preferencia que tengan los individuos sean estas las
que sean -condición conocida como de dominio universal; y 6) también resulta evidente que la regla que se
elija tendría que tener la propiedad de que si todo el mundo prefiere, por ejemplo, la alternativa B a la A, la
sociedad deberá preferir también la alternativa B a la A, -condición de dominancia paretiana. Pues bien, una
vez establecidos esos criterios mínimos que debería cumplir cualquier regla que tratase de agregar las
preferencias individuales en una ordenación de preferencias colectiva, nuestros tres individuos se ponen a
buscar y surge una propuesta: la regla de decisión democrática, que aparentemente parecería satisfacer los
criterios exigidos. Deciden, pues utilizarla, y así lo hacen. Supongamos aquí que las preferencias individuales
fuesen las siguientes:
Individuo 1: A > B > C
Individuo 2: B > C > A
Individuo 3: C > A > B

Y salta aquí la sorpresa: la regla de decisión democrática falla en el sentido de que es incapaz de ordenar
consistentemente las preferencias sociales. En efecto, a la hora de decidir entre A y B, la aplicación de la regla
conduce a que A ha de ser socialmente preferida a B (ya que son dos los individuos que así lo votan –el 1 y el
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3- frente al 2 que está en desacuerdo). Por lo mismo B habría de ser socialmente preferido a C (votan a favor
los individuos 1 y 2, y en contra el 3). A partir de estas preferencias sociales y por la propiedad transitiva
recogida en el tercer criterio, A debería ser preferido a C. Pero cuando se plantea la elección entre C y A, C
resulta ser socialmente preferido a A por dos votos (los de los individuos 2 y 3) a uno (el del individuo 1). Así
que de la estricta aplicación de la regla democrática de decisión a este esquema de preferencias individuales
resulta la siguiente cadena: A > B > C > A, relación cíclica que, obviamente, impide tomar una decisión
racional. La regla democrática no permite pues agregar las preferencias sociales en una ordenación social.
Fue el Marqués de Condorcet (1745-1794) quien se dio cuenta de esta inconsistencia de la regla
democrática (a la que se llama por ello Paradoja del Voto o Paradoja de Condorcet) a la hora de deducir una
ordenación social a partir de las ordenaciones de preferencias individuales. Con ello alcanzó un resultado
parcial que fue generalizado por Kenneth Arrow para cualquier tipo de regla de decisión en lo que se conoce
como Teorema General de Imposibilidad, que viene a decir que es imposible hallar una regla de elección
colectiva que satisfaga las anteriores condiciones. O, dicho de otra manera, que no se puede antropomorfizar a
la sociedad, es decir, hablar de una sociedad como si fuese una persona, como si fuese posible ordenar las
preferencias sociales sobre alternativas al igual que lo haría una persona. La inexistencia de una regla de
agregación de las preferencias individuales en una decisión colectiva que satisfaga las condiciones establecidas
implica asimismo que las decisiones sociales siempre serán susceptibles de manipulación, por muy
democrática que sea la regla que se elija para alcanzarlas, y, concretamente, que no se cumplirá el principio de
la independencia del proceso, es decir, que la decisión colectiva a la que se llegue dependerá de la forma
concreta en la que se plantee la elección. De este modo la definición de la agenda es susceptible de determinar
el resultado de la elección colectiva (por ejemplo, si en el caso anterior quien defina la agenda del proceso de
decisión quiere que salga elegida la alternativa B, plantearía que se decidiese en primer lugar entre A y C.
Ganaría A. Y luego entre B y A, ganando B.

impuesto transferencia forzosa de renta de empresas, instituciones e individuos hacia el sector público. La
capacidad para fijar impuestos, junto con la capacidad de organizar un ejército e imprimir moneda, son tres de
los elementos tradicionalmente asociados con el nacimiento del poder político. Los impuestos son la fuente
principal de financiación del gasto público y por lo tanto su importancia está asociada con las competencias de
gasto asumidas por éste. Así, en la Europa comunitaria, UE(15), la llamada presión fiscal (Impuestos/PIB %)
alcanza valores que van del 54 % en Suecia al 34 % en Grecia o Irlanda.
Los impuestos tradicionalmente se clasifican en impuestos directos: aquellos que gravan directamente
la capacidad de pago de los sujetos o instituciones sobre los que recaen (impuestos sobre las rentas del trabajo,
de la tierra y del capital, e impuestos sobre la riqueza o patrimonio que tengan los agentes), e impuestos
indirectos que gravan manifestaciones indirectas de dicha capacidad de pago, como pueda ser el consumo.
Dado que los agentes económicos derivan sus rentas de la posesión que tienen de factores de producción, los
impuestos directos se establecen realmente sobre los mercados de factores (aunque véase renta de la tierra)
en tanto que los indirectos se establecen sobre los mercados de bienes. Dentro de los impuestos directos es
posible, y habitual, que aparezcan el fenómeno conocido como doble imposición, que consiste en que las rentas
de capital son doblemente gravadas, en un primera fase en el momento de su generación en las empresas
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mediante el impuesto de sociedades y, en una segunda fase, por el impuesto sobre la renta, cuando las
empresas reparten beneficios a sus accionistas; dividendos que los accionistas tienen que declaran como renta,
y por lo tanto que están sujetos a una segunda ronda de imposición.
Atendiendo a criterios de equidad, los impuestos se pueden clasificar como proporcionales, cuando la
cantidad a pagar aumenta de forma proporcional a la capacidad de pago (por ejemplo, la renta), regresivos,
cuando el aumento de la capacidad de pago lleva parejo un aumento menos que proporcional de la cantidad a
pagar, y progresivos, cuando la cantidad a pagar aumenta a un ritmo mayor que la capacidad de pago, y por lo
tanto aquellos con mayor capacidad contribuyen más que proporcionalmente a las arcas del Estado.
Normalmente los impuestos sobre la renta y la riqueza o patrimonio pertenecen a esta última categoría,
mientras que los impuestos sobre el consumo suelen ser regresivos, en la medida en que la propensión a
consumir es menor cuanto mayor es la renta. Sin embargo, esta relación dista de ser inequívoca; así tipos del
IVA más bajos sobre los bienes necesarios y más altos sobre los bienes de lujo tienden a compensar esa
regresividad, de igual manera, las deducciones en las rentas de capital contempladas en el impuesto sobre la
renta son claramente regresivas.
Los impuestos se clasifican, adicionalmente, en: a) impuestos de cuota fija o de capitación, cuando
son un tamaño dado y los agentes que han de pagarlos no pueden disminuir su magnitud alterando su
comportamiento económico, puesto que son para quienes los soportan un gasto fijo; b) impuestos específicos o
por unidad que gravan con una determinada cantidad a cada una de las unidades que se producen o
intercambian en un mercado, por lo que actúan como un gasto variable más en la actividad económica de
aquellos que los soportan; y c) impuestos ad valorem, que son como los anteriores con la diferencia de que
gravan con un porcentaje fijo del precio del bien o factor a cada una de las unidades que de ellos se producen o
intercambian sobre los que recaen. A diferencia de los impuestos de cuota fija, la recaudación de los restantes
impuestos depende de las actuaciones que sigan los agentes sujetos a ellos con el fin de eludirlos
(comportamiento de evitación de impuestos que es legal a diferencia de la conducta de evasión). La evitación
de un impuesto, en la medida que sea posible, se plasmará muy frecuentemente en un descenso en la actividad
económica gravada. Ello significa que, en general, los impuestos tienen un coste de eficiencia resultante de que
en el mercado del bien o del factor gravado por un impuesto, el precio de mercado tras el impuesto se aleja del
coste marginal, o lo que es lo mismo, a consecuencia del impuesto, el valor que los demandantes le darían a un
incremento en una unidad de la cantidad intercambiada o producida (o sea , el precio que estarían dispuestos a
pagar por ella) supera al coste de producirla, por lo que no se habría alcanzado la eficiencia.
Finalmente, una distinción muy importante atañe a la diferencia entre aquél o aquellos agentes sujetos
legalmente al impuesto y que efectivamente lo recaudan y abonan, de aquél o aquellos otros que realmente lo
pagan, cuestión conocida como la incidencia impositiva.
Desde un punto de vista macroeconómico los impuestos, en la medida que retraen renta de los agentes
económicos afectan negativamente al gasto agregado en consumo e inversión, y por lo tanto suponen,
caeteris paribus una reducción de la demanda efectiva de la economía ( véase multiplicador de impuestos).

impuesto negativo sobre la renta uno de los problemas a los que se enfrenta la política social es como evitar
que las ayudas sociales que puedan recibir las personas en situación de necesidad económica afecten
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negativamente a los incentivos de éstas personas a trabajar. El impuesto negativo sobre la renta, propuesto por
Milton Friedman en la década de 1960, es una de las posibles formas de enfrentarse a este problema. Este
impuesto negativo se caracteriza porque los beneficiarios de la ayuda no reciben una transferencia de renta
hasta alcanzar los ingresos considerados socialmente necesarios, sino un porcentaje de la renta que ganan en su
trabajo. Ese porcentaje (denominado impuesto negativo sobre la renta, en cuanto que la persona en vez de
pagar en función de su renta, recibe una transferencia en función de la misma) estaría calculado de modo que si
una persona no tuviese ningún ingreso, su renta, tras el impuesto negativo, alcanzase el nivel de renta
considerado socialmente como mínimo necesario. Conforme un individuo trabajase y obtuviese rentas de su
trabajo, su renta total (rentas del trabajo más el impuesto negativo sobre las mismas) sería, por tanto, mayor
que la renta mínima. El individuo recibiría ayuda siempre que sus rentas totales estuviesen por debajo de cierto
valor umbral. A partir de ese nivel de renta las personas dejarían de ser recipiendarias de ayuda para pasar a
pagar un impuesto positivo, es decir, para ser contribuyentes. Dos son los argumentos con los que se defiende
la oportunidad de este tipo de mecanismo frente a las tradicionales transferencias incondicionadas: por un lado,
sus costes comparativos de información, gestión e implementación son bajos ya que se puede gestionar
utilizando el entramado existente del impuesto sobre la renta, por otro, y de modo más fundamental, su efecto
desincentivador es menor en aquellos individuos de rentas salariales más bajas, ya que la renta total que
perciben (la suma del impuesto negativo y el salario) depende positivamente de su participación en el mercado
de trabajo.

incentivos la consecución de la eficiencia requiere de los agentes económicos que no sólo sepan lo que hay
que hacer, sino que se vean motivados a hacerlo. De acuerdo con el punto de vista económico sobre el hombre
(véase homo oeconomicus), éste siempre trata de satisfacer en la máxima medida posible, es decir, dadas sus
restricciones externas, su interés propio o egoísta, en lo que se conoce como motivación del comportamiento
por la ganancia. Consecuentemente con esta visión, si lo que se pretende es que el comportamiento de un
agente económico cambie en alguna dirección determinada, la Economía tiende a ver como efectivo y
predecible sólo un camino: el de incentivarle a comportarse de la manera deseada ya sea mediante la adecuada
alteración de las restricciones externas a las que se enfrenta, es decir, modificando los precios a los que los
individuos hacen frente (incluyendo entre ellos la remuneración por su actividad) en lo que podría definirse
como regulación indirecta, ya sea regulando directamente su comportamiento mediante el establecimiento de
un sistema de normas acompañado de los correspondientes castigos por su incumplimiento. A este respecto, el
sistema de precios constituye un eficaz mecanismo de incentivación de bajo coste en relación a un sistema
basado en las órdenes y las normas, una vez que el grupo al que se pretende incentivar alcanza un cierto
tamaño (véase empresa, y economía de mercado). En efecto, si por poner un ejemplo, el precio de un bien
sube, esto señala por un lado la existencia de una escasez relativa en la producción de ese bien, pero esa subida
del precio transmite también la información de que se pueden obtener beneficios extraordinarios
produciéndolo, lo que incentiva a los agentes movidos por el motivo ganancia a dirigir sus recursos allá donde
la escasez ha hecho subir el precio, contribuyendo así a paliarla. Conseguir ese mismo resultado planificando
ese desplazamiento de recursos y llevándolo a cabo mediante el establecimiento de un conjunto de órdenes
Conceptos de Economía -versión web- 224
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

sería una alternativa posiblemente más costosa, sobre todo cuando las circunstancias económicas son
rápidamente cambiantes.
Este punto de vista acerca de los incentivos, que es el que predomina en Economía, implica, por otro
lado, minusvalorar -cuando no olvidar totalmente- otra posible vía de incentivación a la que otros científicos
sociales como los sociólogos y los psicólogos prestan gran importancia: la alteración de las preferencias,
deseos o gustos de los individuos ya sea por convencimiento o por manipulación psicológica, de modo que los
individuos experimenten una motivación intrínseca a comportarse de la manera deseada. Un olvido que
obedece a que estos otros mecanismos de incentivación se juzgan poco fiables, de eficacia dudosa cuando no
impredecible y, en general, fuera del campo del análisis económico. Sin embargo, cada vez son más los
economistas que señalan que la separación entre ambos esquemas de incentivación y el olvido de las otras
fuentes de motivación sería incorrecto e incluso perjudicial para el diseño de una adecuada política de
incentivos, pues el uso de un esquema de incentivos externos puede llegar a afectar negativamente a las
motivaciones intrínsecas, con el resultado paradójico de la pérdida de efectividad de las políticas centradas en
el diseño de mecanismos externos. A este respecto cabe avanzar tres proposiciones: 1) el uso de los precios
como incentivos para favorecer -o refrenar- una actividad (por ejemplo, el establecimiento de un impuesto con
el objetivo de frenar el consumo de un bien o controlar el nivel de una actividad no deseada) destruye la
motivación intrínseca que pudiera haber para que los agentes se comportase en la manera deseada en menor
medida que la regulación directa (por ejemplo, mediante la prohibición explícita) de la actividad de que se
trate, en la medida que la sensación de pérdida de autonomía y de estar externamente controlado es menor si
los individuos adaptan su comportamiento a los nuevos precios que si se ven constreñidos a comportarse en la
manera deseada; 2) el uso de incentivos basados en los precios reduce el valor que los individuos le dan a
comportarse de la manera deseada, dañando así la motivación intrínseca que tuvieran para hacerlo, en la
medida que una vez que el individuo paga el precio más elevado por hacer la actividad que se desea frenar, no
hay razones para que se autolimite, puesto que el precio más alto que se ve obligado a pagar actúa como si
fuera el precio por comprar la licencia legal para hacerla. Estos efectos dañinos de la motivación intrínseca son
especialmente importantes en el contexto de la política medioambiental, lo que puede explicar porqué la venta
de “cuotas de contaminación” es en general entendida por los no economistas como la compra de una “licencia
o derecho a contaminar” y por tanto la compra de una licencia para hacer un mal que debilita el incentivo
interno o moral a comportarse adecuadamente; 3) las regulaciones directas que moralmente condenan una
actividad, refuerzan la autovaloración de los individuos que se abstienen de realizarla y consecuentemente
estimulan su motivación intrínseca.

incentivos, compatibilidad de cuando la información es asimétrica o no verificable y los agentes tienen


incentivos a perseguir sus propios intereses en sus transacciones, el resultado que obtenga una de las partes de
la transacción es arriesgado no sólo por las características propias de la transacción (que depende de factores
exógenos a los individuos que en ella participan) sino porque puede depender además de las acciones no
controlables que pueda realizar la otra. Tal situación es de lo más habitual y aparece, por ejemplo, en toda
relación de agencia como la existente entre los propietarios de una empresa (los accionistas) y los gerentes de
la misma. El problema es entonces el de diseñar un mecanismo de incentivos que tenga el menor coste posible
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en términos de desviación del resultado obtenido con respecto al que se alcanzaría en una situación ideal en la
que no hubiera “actividades ocultas” para ninguna de las partes. Parecería que la solución obvia consistiría en
diseñar los contratos de modo que ofrecieran incentivos para que los agentes no incurrieran en esas actividades
de engaño, manipulación o búsqueda de intereses privados. Una primera estrategia para lograr este objetivo
consistiría en condicionar el resultado que obtiene el agente a su esfuerzo, y dado que su esfuerzo no resulta
fácilmente visible observable, a un indicador del mismo. Pero tal cosa, aun siendo en sí misma difícil, pues a la
hora de diseñar el sistema retributivo incentivador habría que atender a factores como la naturaleza de la
producción y los objetivos distintos de los agentes, no recoge, sin embargo, el entero problema pues habría que
contar con los efectos que sobre la distribución de los riesgos (véase aversión al riesgo) tiene la adopción de
un sistema de incentivos. En el ejemplo de la relación entre accionistas de una empresa y los gerentes, un
contrato que tuviese en cuenta el esfuerzo podría establecerse fijando la remuneración del agente en función de
los resultados de la empresa. Ahora bien, al así hacerlo se desplazarían los riesgos de la transacción a una de
las partes (en nuestro ejemplo, a los gerentes, pues su remuneración se vería afectada por los riesgos que corre
la empresa al margen de su comportamiento). El problema del diseño de un contrato compatible en términos de
incentivos consiste pues en encontrar el punto óptimo de compromiso entre el objetivo de incentivar, el
comportamiento eficiente de los agentes implicados y una distribución eficiente de riesgos. Considérese el
siguiente ejemplo: un trabajador percibe un salario de mercado w = A independientemente de su nivel e de
esfuerzo. Si decide esforzarse al máximo (e =1), eso le supone unos costes de tensión C que los valora en 1000
euros. Su esfuerzo no es observable directamente aunque, como se ve en la siguiente matriz donde aparecen los
resultados netos que percibe la empresa (Ingresos – A), aparece reflejado en el desenvolvimiento de la
empresa. El problema es que en los rendimientos de la empresa intervienen también otros factores aleatorios,
aquí reflejados en dos escenarios distintos, denominados mercado favorable y mercado no favorable. Si la
probabilidad de que suceda cualquiera de esos estados es la misma (es decir, ½), resulta claro que si la empresa
sólo paga el salario de mercado, el trabajador no tiene incentivos en esforzarse (e = 0), por lo que el ingreso
neto medio o esperado por la empresa será 1500 (1000 x 0,5+ 2000 x 0,5).

Ingresos netos, IN
Mercado favorable Mercado no favorable
Bajo nivel de esfuerzo e = 0 1000 2000
Alto nivel de esfuerzo e = 1 2000 4000

Ahora bien, si la empresa ofrece el siguiente esquema de incentivos: w = A si los ingresos netos son 1000 o
2000 euros, pero w = A+2002 si los ingresos netos son 4000, entonces la cosa cambia pues el salario medio o
esperado cuando e = 1, es ahora w = A+1001 (recuérdese que hay un 50% de probabilidades de que aunque el
trabajador se esfuerce mucho el mercado no sea favorable y la empresa no alcance la cifra de 4000 de ingresos
netos), lo que le daría al trabajador un salario medio neto de A+1001-C = A+1001-1000 = A+1, mayor que A,
lo cual le incentiva a esforzarse. A la empresa, por otra parte, también le interesa este sistema de primas, pues
los ingresos netos medios que obtendría del trabajador pasarían a ser 1999 (2000x0,5 + 4000x0,5 - 1001). El
mismo resultado incentivador se alcanzaría si el salario se estableciese en función del ingreso, In, así un
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esquema salarial w = A+In – 999 también incentivaría que el trabajador ejerciese un esfuerzo e = 1.
Obviamente, los resultados de este ejemplo dependen del grado de aversión al riesgo del trabajador, que aquí
se ha supuesto que es neutral al riesgo.

incertidumbre se dice que existe incertidumbre, a diferencia de riesgo, cuando no sólo no se conoce qué es
lo que va a pasar en el futuro, sino que, además, ni siquiera se tiene información completa de los posibles
futuros acontecimientos (o los distintos posibles “estados del mundo”), de modo que los agentes no pueden
asignar probabilidades a los mismos. La existencia de incertidumbre limita las posibilidades de actuación
racional en la medida que la ausencia de una estimación de las probabilidades acerca de los posibles
acontecimientos impide construir una función objetivo a maximizar, la función de utilidad esperada, a partir
de la cual encontrar el comportamiento más adecuado.

incidencia impositiva el concepto de incidencia impositiva hace referencia a quién es el que paga en última
instancia un impuesto, esto es, sobre quién recae la carga impositiva independientemente de quién sea el
contribuyente nominal. Pongamos como ejemplo cualquier impuesto indirecto, como el impuesto especial
sobre el alcohol. Formalmente es el productor quien ingresa la recaudación por el mismo en Hacienda, pero no
es él quien lo paga enteramente puesto que en la medida que logra transmitir el importe del impuesto al precio,
el pago del mismo lo hace también el consumidor. Utilizando como herramienta de análisis las curvas de
demanda y oferta se puede ver cómo la incidencia final de un impuesto de este tipo es compartida entre
consumidor y productor: el primero al tener que pagar un precio mayor por el bien adquirido, y el segundo al
vender menos como resultado de este aumento de precios. Así, del total recaudado por el impuesto (A+B), en
nuestro ejemplo el consumidor pagaría la parte A, y el productor la parte B.

Análisis de la incidencia impositiva


Precio
Oferta después de impuestos

Oferta inicial (antes de impuestos)


P final
A
P inicial

Demanda
B

Final Inicial Cantidad

Sólo en los casos en los que la demanda fuera totalmente inelástica (demanda vertical y por lo tanto insensible
al precio) o la oferta fuera totalmente elástica (oferta horizontal), la incidencia del impuesto recaería
Conceptos de Economía -versión web- 227
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exclusivamente sobre el comprador, mientras que sólo en los casos de demanda infinitamente elástica o oferta
totalmente inelástica o rígida el impuesto sería pagado exclusivamente por el productor.

inconsistencia temporal un plan de acción óptimo, consistente desde un punto de vista temporal, es aquel
que establece qué actuación ha de seguir el agente en cada periodo futuro, siendo así mismo viable en el
sentido de que el agente pueda realmente realizar en cada momento la acción especificada en el plan para ese
momento. Por el contrario, existe inconsistencia temporal cuando la acción tomada en un momento cambia las
preferencias del agente o modifica sus circunstancias de modo que ya no puede seguir el plan óptimo
pergeñado previamente. El ejemplo paradigmático al que se acude a la hora de ilustrar esta situación lo
proporciona la narración clásica de la Odisea cuando Ulises se enfrenta a la decisión de elaborar un plan al
acercase al lugar donde las Sirenas entonan sus cantos. El plan óptimo consistiría en oírlas y seguir su periplo,
pero Ulises bien sabe que ese plan óptimo es inconsistente temporalmente, pues si se para a oírlas quedará
atrapado y no seguirá su viaje. Un ejemplo más cotidiano se plantea a la hora de considerar si una anunciada
política antinflacionista en situación de desempleo es consistente temporalmente. Resulta claro que no lo es,
pues los agentes económicos privados (trabajadores, empresas, consumidores) anticipan que si se comportan
suponiendo que el Estado cumple sus propósitos antiinflacionistas y que por tanto no habrá inflación, el Estado
no cumplirá su anunciado plan pues tiene todos los incentivos para incumplir sus propósitos declarados y
sorprenderlos –por no decir, engañarlos- con una política expansiva que se traduzca en una inflación no
esperada con los consiguientes efectos positivos sobre el empleo (véase curva de Philips). Como es de sobra
conocido Ulises resolvió su problema de inconsistencia temporal personal limitando su libertad atándose al
palo mayor de su nave de modo que no pudiese alterar su derrota, de igual manera, para resolver el problema
de falta de credibilidad de los planes antiinflacionistas se ha propuesto la limitación de la libertad en asuntos
macroeconómicos de los gobiernos dejando la sola responsabilidad del control de la inflación en manos de
unos bancos centrales independientes (véase reglas de política económica).

Índice de Desarrollo Humano aunque siempre ha existido un amplio consenso en que el desarrollo
económico abarcaba muchos más campos de la vida humana que la mera producción material, esto es el
aumento del PIB per cápita (PIB partido por población, PIB p.c.), tradicionalmente, y posiblemente por
cuestiones de disponibilidad estadística, el PIB p.c. ha sido el indicador más utilizado para medir el nivel de
desarrollo. Sin embargo, la constatación de que el aumento del PIB p.c. no siempre iba acompañado de mejoras
en aspectos importantes del bienestar como la educación o la salud, llevó, por lo menos desde los años setenta,
a plantear indicadores alternativos que reflejaran mejor la complejidad del desarrollo. De todos estos intentos,
uno de ellos, el Índice de Desarrollo Humano, IDH, promovido por el Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (www.undp.org), parece haber cuajado hasta convertirse en el indicador de desarrollo más
consolidado (aunque no por ello exento de críticas). El IDH es un índice de naturaleza multidimensional que
intenta reflejar la situación de un país en tres áreas básicas del desarrollo: educación, salud y ausencia de
privaciones materiales. El primer campo se recoge mediante el valor medio de dos indicadores de educación: la
tasa de alfabetización y la tasa de matriculación en enseñanza primaria y secundaria, el segundo mediante la
esperanza de vida y el tercero mediante el PIB p.c. en paridad de poder adquisitivo. En este caso se realiza
Conceptos de Economía -versión web- 228
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una transformación matemática con el fin de que no toda la renta pondere de la misma medida en el índice
construido. Con esta transformación se pretende hacer operativa la idea de que a partir de determinado nivel de
renta las nuevas adiciones a ésta aportan cada vez menos al desarrollo humano. El problema que supone
construir un indicador compuesto por variables definidas utilizando magnitudes distintas: porcentajes en el
caso de la educación-, años en el de la esperanza de vida- y dólares en el caso del PIB p.c, se resuelve situando
los valores de cada país en una escala que va desde un valor mínimo a un valor máximo. Una vez realizada
esta transformación el IDH se calcula como:

tasa de alfabetización + tasa de matriculación


2 + esperanza de vida + PIB p.c.
IDH =
3

Junto a este índice, el PNUD ha desarrollado toda una familia de índices que incluyen el IDH femenino, con la
finalidad de evidenciar las diferencias de género en los niveles de desarrollo humano, el Índice de Potenciación
de Género, que pretende medir la participación relativa de las mujeres en esferas de actividad política y
económica, y dos índices de pobreza, uno adaptado a los países en vías de desarrollo y otro orientado a la
medición de la pobreza en los países industrializados.

inflación aumento continuado y generalizado de los precios. La inflación puede obedecer a causas muy
distintas, aunque en última instancia, y puesto que los precios se expresan en dinero, la existencia de inflación
sólo se dará en un contexto de aumento de la cantidad de dinero en circulación (véase ecuación cuantitativa
del dinero). Pero no hay que confundir las causas de un fenómeno con el medio en el que éste se expresa, por
lo que plantear el fenómeno inflacionista como un fenómeno estrictamente monetario no hace sino trasladar el
problema de las causas de la inflación a otro ámbito: el de cuáles son las razones subyacentes a ese aumento en
la cantidad de dinero en circulación. Atendiendo a estas causas más profundas, tradicionalmente se ha
distinguido entre inflación de demanda, de costes e importada. Empezando por esta última, la inflación
importada sería aquel aumento continuado de precios que tiene su razón de ser en el aumento de los precios de
los productos importados, por lo que en principio parecería no obedecer a cuestiones internas. La inflación
provocada por un aumento de los precios del petróleo sería un ejemplo de este tipo de inflación. La inflación
de demanda obedecería a la existencia de una demanda agregada o nominal superior a la producción, y a la
incapacidad de la oferta agregada de crecer al ritmo de esa demanda, lo que provocaría un aumento continuado
de los precios. Dado que los agentes económicos del sector privado (consumidores y empresas) se encuentran
limitados en su capacidad de compra por los ingresos que derivan de las ventas que hacen de sus bienes y
servicios en los mercados, la causa última de este tipo de inflación habrá que buscarla en el comportamiento de
aquel agente cuyos gastos pueden exceder a sus ingresos porque su capacidad de gasto no se encuentra
restringida por sus ingresos por ventas o de otro tipo. Sólo hay un agente económico que tiene esa capacidad de
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gasto, aquél que tiene la capacidad especial de financiar sus gastos mediante la emisión de dinero. En suma, tal
agente sería el Estado, cuyo comportamiento sería pues el responsable de los procesos inflacionistas bajo dos
condiciones: que sus gastos superaren a sus ingresos por impuestos y endeudamiento, y que la demanda
adicional así generada no se viese acompañada de un incremento equiparable de la producción. Por último, la
inflación de costes sería aquella provocada por un aumento de los costes de producción no compensados por
crecimientos paralelos en la productividad de modo que los costes medios se elevasen (véase costes laborales
unitarios).
Aquí se entra en la otra de las causas últimas de los procesos inflacionistas: la inflación como
resultante de un conflicto distributivo. En efecto, el propietario de un factor de producción sólo logrará
aumentar su participación en la renta si consigue que su remuneración crezca por encima de lo que crece el
valor de su aportación a lo producido, o sea, si crece por encima del valor de su productividad. Ello sólo será
posible si los propietarios de los demás factores de producción aceptaran que se redujera su respectiva
participación en el valor de lo producido. Caso de que esto no ocurra, los propietarios del resto de los factores
responderán tratando de contrarrestar ese movimiento luchando por una subida en su remuneración. De
conseguirlo, esta subida se traducirá en un aumento de los costes y por lo tanto de los precios, es decir
inflación. Desde este punto de vista, la inflación importada en un país no es sino un ejemplo más de inflación
de costes resultado del intento de los propietarios extranjeros de un factor (por ejemplo el petróleo) de llevarse
una parte mayor de la renta nacional. En la medida que los propietarios de los factores de producción
nacionales traten de impedir esa redistribución y lo logren, surgirá un proceso inflacionista.
Aunque por razones expositivas tiene sentido realizar esta diferenciación de causas últimas de la
inflación, en la realidad, las distintas causas suelen estar interconectadas y encadenadas conforme se desarrolla
un proceso inflacionista. Así, por ejemplo, la inflación de demanda y el correspondiente aumento de precios
puede hacer que aumenten las reivindicaciones salariales de los trabajadores para protegerse de la pérdida de
poder adquisitivo de sus salarios (y la correspondiente caída en la participación de los salarios en la renta
nacional, véase distribución) provocada por el aumento de precios. De tener éxito en sus reivindicaciones, este
comportamiento se traducirá en un aumento de los salarios, y en una posible causa de aumentos posteriores de
los precios (inflación de costes) en la medida que otros propietarios de otros factores intenten compensar sus
respectivas pérdidas de renta real, produciéndose así una espiral precios-salarios-precios.
Desde otra aproximación, se puede hablar de inflación esperada, como aquella ya incorporada en las
expectativas de los agentes económicos, e inflación inesperada. La primera tendría menor impacto sobre los
agentes económicos al poder éstos adaptar sus decisiones al previsible aumento de precios, aunque,
precisamente por eso, cuando la inflación es esperada es más fácil que se active un proceso de aceleración de la
inflación, ya que los agentes intentarán protegerse de la inflación aumentando los precios o los salarios, según
sean empresarios o trabajadores (véase curva de Phillips).
El principal efecto negativo de la inflación es que los precios pierden gran parte de su papel de señal
que dirige los recursos hacia aquellas actividades donde son más necesarios, afectando por lo tanto a la
eficiencia del mercado como mecanismo de asignación. La inflación también afecta a la distribución personal
de la renta, actuando en contra de aquellos sectores de la población que tienen rentas fijadas en términos
nominales, por ejemplo aquellos bancos que hayan concedido créditos a un tipo de interés fijo, y en general a
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aquellas personas con poca capacidad para negociar el mantenimiento del poder adquisitivo de sus ingresos. En
términos agregados, la inflación, siempre y cuando no vaya acompañada de una devaluación paralela de la
moneda nacional, empeora la competitividad de la economía con respecto al mercado exterior, y por lo tanto
tiene un impacto negativo sobre las exportaciones y positivo sobre las importaciones, contribuyendo a la
aparición de déficit exterior.

inflación subyacente crecimiento de los precios sin tener en cuenta aquellos componentes de la
economía cuyos precios se comportan de forma más volátil: energía y alimentación. Este concepto sirve de
forma más adecuada para ver si existen tensiones inflacionistas en la economía de determinado país, más allá
de aquellas derivadas de factores en gran medida exógenos como lo puedan ser los precios del petróleo o los
alimentos (influidos por la meteorología).

información asimétrica situación que se produce cuando las dos partes que podrían realizar una transacción
no disponen de idéntica información sobre las condiciones de la misma, lo que se traduce en su realización
ineficiente o incluso su no realización, con la consiguiente pérdida de beneficios potenciales o ganancias del
intercambio. Se trata ésta de una situación extremadamente frecuente en economía. A menudo el vendedor
conoce la calidad del producto que vende mucho mejor que el comprador, también es habitual que los
trabajadores conozcan sus cualificaciones y características mejor que sus empleadores, del mismo modo los
directivos saben mejor que los propietarios la posición competitiva, los costes y las oportunidades de inversión
de las empresas. La presencia de características de una de las partes contratantes ocultas para la otra define la
posibilidad de existencia de un problema de selección adversa, en tanto que la existencia de acciones ocultas
para una de las partes por parte de la otra da origen a un problema de riesgo moral. La existencia de
información asimétrica y su importancia dependerá de los costes de información y del valor de la información.

información completa, valor de la diferencia entre el valor esperado de una decisión en situación
de riesgo cuando la información sobre los factores que la afectan (calidad de los recursos, estados de la
naturaleza, fiabilidad de los demás participantes en el proyecto, etc.) es completa y el valor esperado cuando es
incompleta. Supongamos que un agricultor ha de decidir si invertir o no en fertilizar sus tierras. El rendimiento
que saque de ellas es incierto ya que dependerá de la decisión que tome respecto a la fertilización y de si llueve
o no llueve. Si no llueve y ha incurrido en gastos de fertilización, sus rendimientos serán muy bajos. En tanto
que si la decisión de fertilizar fuese acompañada por la lluvia, sus resultados económicos serían excelentes.
Supongamos, que los cuatro resultados posibles para sus rendimientos netos expresados en miles de euros
aparecen en la siguiente tabla o matriz de pagos:
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Estados del mundo


Lluvia Sequía
Plan A: Fertilizar 5 1
Plan B: No fertilizar 3 3

Si el agricultor no tiene información adicional respecto a la probabilidad de que el año sea lluvioso o no, ambas
situaciones serían igualmente probables, por lo que les asignaría la misma probabilidad (0,5) a ambos posibles
estados del mundo. Consecuentemente los valores esperados, VE, de ambos planes coincidirían {valor
esperado del plan A: VE (A) = 0,5 x 5 + 0,5 x 1 = 3, valor esperado del plan B: VE (B) = 0,5 x 3 + 0,5 x 3 = 3}
y no sabría que decisión tomar, el valor de cualquier plan con información incompleta sería el mismo.
Supongamos ahora que hay un meteorólogo que acierta el 100% de las veces (recuérdese que esto es un
ejemplo). Consultándole nuestro agricultor podría tener una información completa y actuar en consecuencia.
Es decir, si el meteorólogo le dijese que va a llover, elegiría el plan A, que es el que más rinde si llueve, y si le
dijese que habrá sequía elegiría el plan B, el de mayor rendimiento en caso de sequía. Si la lluvia o la sequía
fuesen igualmente probables, el rendimiento esperado de la decisión con información completa sería entonces:
VE con información completa: 0,5 x 5 + 0,5 x 3 = 4. Dado que con información incompleta el rendimiento
esperado se elevaba a 3, ello querría decir que el valor de la información completa asciende para el agricultor
hasta los mil euros. Por supuesto que casos como éste no es fácil que se den en la realidad, pero el mismo
procedimiento puede utilizarse para calcular el valor de una mejora en la calidad de la información aunque ésta
siga siendo relativamente incompleta.

información, economía de la para alcanzar la eficiencia no sólo se requiere saber qué hay qué hacer con los
recursos escasos con los que cuenta una sociedad o un grupo social (por ejemplo una empresa), sino que
también se requiere que los agentes conozcan qué es lo que tienen que hacer. Este problema informativo ha
sido resuelto en distintas sociedades y dentro de una misma sociedad utilizando en distinto grado tres sistemas
o medios de comunicación: 1) la tradición en sentido amplio, entendida como conjunto de reglas
consuetudinarias formales e informales que determinan lo que cada quién ha de hacer, 2) la planificación, que
mediante el uso de un sistema jerárquico asigna centralizadamente a cada cual las actividades que ha de
realizar y 3) el mercado, en donde son los precios quienes transmiten descentralizada y anónimamente la señal
de que hay una relativa abundancia o escasez de algún bien o servicio en relación a las necesidades que se
expresan en su demanda en el mercado. Cada uno de esos tres mecanismos informativos tiene sus ventajas y
sus inconvenientes. Por ejemplo, la tradición es un sistema informativo que utiliza mecanismos de difusión ya
sea informales (creencias, valores morales, etc.) o formales (leyes y otras normas) de bajo coste pero que, sin
embargo, tiene en su contra su alta rigidez, siendo esta escasa flexibilidad responsable de que su utilidad se
deprecie en sociedades complejas y dinámicas, que, por ello mismo, exigen una amplia flexibilidad en la
asignación de tareas para adaptarse a situaciones continuamente cambiantes. De igual manera, los costes
informacionales de un sistema de planificación centralizado (entre los que habría que contar los costes
asociados a la recogida de la información sobre necesidades y recursos, a su transmisión a los puestos de
dirección, a la elaboración de un plan de actuación, y a la comunicación de las tareas a realizar a los miembros
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del sistema y el seguimiento de su cumplimiento) crecen más que proporcionalmente conforme aumenta el
tamaño del sistema. Por último, el mercado, en el que los precios los determina el libre juego de la oferta y la
demanda, aparece como el mecanismo informacionalmente menos costoso y más flexible, en la medida que la
información se produce y distribuye descentralizada y rápidamente mediante las variaciones en los precios
relativos, por lo que cada agente no necesita tener más información que la contenida en los precios de los
bienes y servicios que le afectan a él particularmente. Así, un ascenso en el precio relativo de un bien refleja la
aparición de una escasez relativa del mismo o las expectativas de que tal escasez sucederá (véase
especulación), una caída en ese mismo precio informará de lo contrario.
Pero el uso del sistema de precios como mecanismo de información también tiene sus costes. Y ello
no solo porque pueden existir diferentes precios para un mismo producto en un mercado, por lo que descubrir
el precio más interesante para un agente económico le supondrá incurrir en unos costes de búsqueda, sino que
en sí mismos los precios no reflejan sino la información que los agentes tienen respecto al futuro, es decir, sus
expectativas. En efecto, el ascenso del precio relativo de un bien no tiene porqué reflejar la aparición real de
una escasez relativa del mismo o las expectativas fundadas de que así sucederá, sino que puede reflejar
también las creencias que cada uno de los que participan en un mercado tiene respecto a las creencias de los
demás en relación a la situación futura de ese bien (su relativa abundancia o escasez), con lo que nada
garantiza que la información que transmitan unos precios resultantes de esa base informacional sea la
adecuada.
Un problema básico de la economía de la información es el de las condiciones para su generación o
producción. Por un lado, la información es valiosa (véase información completa), y, por otro, la información
tiene la característica de que cualquiera la puede “robar” sin que su propietario lo note, pues no desaparece
físicamente (dicho con otras palabras más técnicas, la información es de uso no rival, es decir tiene una de las
características definitorias de los bienes públicos). Ello se traduce en que la generación por el sector privado
de información valiosa no se realizará en la cantidad adecuada, pues nadie tendría incentivos en invertir tiempo
y recursos para producirla a menos que se garantice que su uso sea exclusivo para aquellos que la produzcan o
paguen por ella, mediante mecanismos como las patentes. Ahora bien, en la medida que mecanismos de este
tipo suponen para quienes disponen de esa información el disfrute de una posición de monopolio, con la
consiguiente ineficiencia asociada a tal estructura de mercado, resulta que la economía de la información
siempre se mueve en aguas de segundo óptimo, viéndose obligada a elegir entre la ineficiencia asociada a la
insuficiente producción de información por un lado y la ineficiencia asociada al monopolio cuando se arbitran
las regulaciones para producirla en las cantidades adecuadas.

ingresos un agente económico obtiene ingresos por diversas fuentes: por transferencias o por la
remuneración procedente de la venta o alquiler de sus factores o recursos productivos (trabajo, activos de
capital, recursos naturales, etc.) y de sus bienes. Si nos atenemos a esta segunda fuente de rentas, el valor total
o ingreso total, IT, del agente depende del precio unitario al que se vende o alquila el bien o recurso, p , y de la
cantidad que se vende o alquila, x: IT = p.x. El ingreso medio, IMe, o ingreso por unidad vendida será,
obviamente, p, puesto que IMe = (IT/x) = p. Dado que la cantidad vendida x depende caeteris paribus del
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precio del factor, p = f(x), donde f(x) es la curva de demanda de x, el ingreso marginal, IMg, o variación del
ingreso total que se produce como consecuencia de una variación en las ventas será:

δ IT δ (p.x) δp x δp 1
IMg = --------- = ---------- = p + x ----- = p ( 1 + ---- -------) = p ( 1+ -----)
δx δx δx p δx ε

donde ε es la elasticidad precio de la demanda . Esta fórmula conocida como fórmula de Amoroso, establece
que el IMg será igual al precio de venta p en el caso de que el agente que venda su factor o producto sea
precio-aceptante, es decir, cuando sus decisiones no afecten al precio de mercado (en situación de
competencia perfecta). El precio p será mayor que el IMg siempre que la curva de demanda a la que se
enfrenta el agente tenga pendiente negativa, es decir, cuando sus decisiones respecto a cuánto producir o
vender afecten al precio. La razón de que el IMg sea inferior al precio resulta aparente cuando se considera que
el hecho de vender una unidad más hace que baje el precio al que se vende no sólo esa última unidad sino el de
todas las demás unidades, por lo tanto el IMg no es el ingreso de la venta de esa última unidad (o sea, su
precio) sino que a ese precio hay que quitarle los ingresos perdidos en las demás unidades que ahora se
venderían a un precio más bajo que antes (véase monopolio). A partir de la fórmula de Amoroso se sigue que
los ingresos totales alcanzan un valor máximo (o lo que es lo mismo, los ingresos marginales se hacen nulos)
cuando el agente económico vende una cantidad de x que corresponde al punto donde la curva de demanda
tiene una elasticidad unitaria (ε = - 1). Ningún agente económico pasaría jamás de ese punto, pues si aumentase
la cantidad que pone en el mercado, los ingresos marginales serían negativos, es decir que la venta de unidades
en el tramo inelástico de la curva de demanda de un bien o de un factor significaría que sus ingresos totales
disminuirían.

inocencia de la mercancía por el principio de “inocencia de la mercancía” el ensayista Rafael Sánchez


Ferlosio se refiere a la idea de que las consecuencias perjudiciales que de la producción, venta y consumo de
los bienes se sigan no se consideran (excepto como se verá más adelante en un caso, y no siempre) atributo
propio de los objetos sino que serían responsabilidad o bien del consumidor si este es soberano, o bien del
productor si las circunstancias económicas fuesen tales que impidiesen la plena soberanía del consumidor. En
efecto, si el consumidor es libre y soberano en sus decisiones de compra y consumo, los productores de los
bienes no serían responsables de los efectos que tengan el uso de los bienes que produce y vende (principio
paralelo de la irresponsabilidad del empresario), de modo que si de éste se derivaran algunas consecuencias
perjudiciales, los responsables serían los únicos agentes económicos que son libres y autónomos: los
consumidores soberanos. Esta “irresponsabilidad del empresario” –como la denomina Ferlosio- se daría
incluso en presencia de externalidades negativas (por ejemplo, la contaminación), que no serían
responsabilidad del productor o vendedor, sino fallos del mercado, por lo que atribuir la culpabilidad de esas
consecuencias negativas a una de las partes de la transacción carecería de justificación racional (véase Teorema
de Coase). Las mercancías por sí mismas, pues, serían en general inocentes de cualesquiera consecuencias
negativas que de su uso o consumo se siguieran. Y esto valdría tanto para la publicidad dirigida a un público
infantil, el contenido de los programas televisivos, o la venta de automóviles o armas. Que el Estado regule en
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alguna medida la actividad económica en estos campos, como en otros en los que se dan externalidades, no
invalida la idea de que, en sí mismas, las mercancías (la publicidad, los vehículos, las armas, etc.) sean
neutrales, de modo que lo que el Estado trataría de lograr con su intervención sería que su uso fuese el más
adecuado ante los problemas de información, inexistencia de derechos de propiedad o manejo inadecuado por
distintos grupos de consumidores. Hay, sin embargo, un caso donde esta inocencia de la mercancía es a veces
cuestionada: las drogas. A diferencia del resto de las mercancías, de ellas se piensa (véase adición) que, por sí
mismas, no son neutrales en la medida que tienen un efecto perturbador directo sobre la racionalidad y la
libertad de elección de los individuos. No serían, pues, mercancías inocentes y habría una justificación para
hacer responsables a los productores por los efectos perjudiciales que se pudiesen seguir de su uso. Pero si se
acepta que las drogas no son inocentes, de igual manera podría razonarse respecto a todas aquellas otras
mercancías que afectan negativamente a la racionalidad de los consumidores cuando las usan o consumen
como, por ejemplo, la publicidad, las armas o los vehículos. Si tal fuese el caso, no se podría concluir que el
principio de la inocencia de la mercancía y el de la irresponsabilidad del empresario se puedan mantener como
tales principios generales.

Input-output, tabla la tabla input-output, desarrollada por el economista de origen ruso Wassili Leontieff
(1906-1999), es una forma sintética de recoger información: (a) sobre el destino que tiene la producción de
cada sector, ya sea que se convierta en producción comprada por otros sectores para producir bienes o
servicios, o por el consumidor final, y (b) sobre el origen de los inputs utilizados por los distintos sectores para
producir sus bienes y servicios. Esta información se presenta en una tabla de doble entrada donde las filas
recogen las ventas de bienes y servicios (output) que cada sector hace a cada uno de los sectores de la
economía, incluyéndose a si mismo, y donde cada columna recoge las compras de bienes y servicios (input)
que cada sector hace a los demás sectores (de nuevo incluyéndose a si mismo). La tabla input output de una
economía nos permite así saber las necesidades de output de cada sector para producir una unidad final del
bien o servicio producido por cada sector (lo que se conoce como la matriz de coeficientes técnicos verticales),
convirtiéndose por lo tanto en una herramienta imprescindible de planificación económica al permitir
identificar posibles cuellos de botella en el desarrollo de un sector, o conocer el impacto sobre la producción y
el empleo de cada sector de la economía de un aumento de la demanda.

“insider trading” práctica comercial que consiste en que agentes privados, que por su trabajo o su relación
con algunos acontecimientos o instituciones económicas conocen con antelación a que se haga pública alguna
información referida a los mismos (información que, una vez que se haga pública, afectará a los precios de
activos como acciones, bonos, monedas, etc.), se aprovechen de ese conocimiento previo con fines de
enriquecimiento privado. El “insider trading”, expresión inglesa que podría traducirse como comercio con
información privilegiada, es una práctica generalmente ilegal o de dudosa legalidad al menos cuando se utiliza
en Bolsa.

“insider-outsider” con la expresión inglesa insider-outsider, literalmente “los de dentro - los de fuera”, se
hace referencia a toda una serie de modelos, originariamente aplicados al funcionamiento del mercado de
Conceptos de Economía -versión web- 235
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trabajo, que se distinguen por suponer la existencia de un dualismo o una segmentación extrema del mercado
de trabajo, de forma que hay dos tipos distintos de trabajadores: “los de dentro”, caracterizados por tener
buenos contratos de trabajo y estabilidad en el empleo, y los de fuera, con contratos precarios. Lo importante
en estos modelos no es tanto la causa de la segmentación, que puede ser la diferente formación o capital
humano de unos y otros trabajadores, su pertenencia a un sindicato, o simplemente la antigüedad en la
empresa, sino el hecho de que los primeros o “insiders” se sienten protegidos de la situación del mercado de
trabajo, ya que en presencia de problemas en la empresa, será sobre los “outsiders” sobre los que recaiga el
ajuste de plantillas. De ser así, en este tipo de modelos se argumenta que las reivindicaciones laborales de los
insiders se harán al margen de la situación del mercado de trabajo, pudiéndose, por ejemplo, producirse
aumentos en los salarios en un contexto de desempleo, justo el comportamiento opuesto al aconsejable en un
análisis de equilibrio parcial para resolver ese problema. Por lo tanto la existencia de trabajadores “insider”
afectaría negativamente a la capacidad de ajuste de los mercados de trabajo, al suponer la aparición de
rigideces que impedirían que los salarios se comportaran de la manera exigida para resolver los desequilibrios
del mismo, especialmente en presencia de desempleo. Pese a lo anterior, es necesario señalar que la existencia
de este tipo de trabajadores puede representar un valor positivo para las empresas en la medida que doten a la
relación entre la empresa y sus trabajadores de una continuidad y un conocimiento mutuo beneficioso para la
planificación a largo plazo de la empresa, con posibles efectos positivos sobre la productividad (véase salario
de eficiencia).

institucionalista, economía comparten el nombre de economía institucionalista dos corrientes de pensamiento


económico (las llamadas respectivamente viejo y nuevo institucionalismo) que, paradójicamente, tienen en
común poco más que el nombre. Por un lado estaría la primera o vieja escuela institucionalista, con nombres
como Thorstein Veblen (1857-1929), John R. Commons (1862-1945) o Weslay Mitchell (1874-1948), y más
modernamente John K. Galbraith o Robert Heilbroner. Esta escuela se caracteriza por el abandono crítico del
estrecho marco de análisis de la economía neoclásica que, con su énfasis en el formalismo y su asunción de un
comportamiento maximizador por parte de los agentes económicos, fácilmente formalizable matemáticamente,
tendría por objetivo la definición de las condiciones de un equilibrio semejante al de la mecánica clásica
donde se compensarían las fuerzas contrapuestas de la oferta y la demanda. No es pues el objetivo de estos
institucionalistas el encontrar las condiciones de una eficiente asignación de los recursos o las de la
determinación de los niveles de producción, empleo o precios, sino el estudio de la organización y el control
del sistema económico. Por ello, los institucionalistas de la primera hornada proponen situar las instituciones
en el centro de sus preocupaciones analíticas. Unas instituciones que Commons definía como “la acción
colectiva en control de la acción individual” y que incluían desde las “costumbres no organizadas a las
familias, las empresas, las asociaciones de comercio, los sindicatos, los bancos centrales y el estado”, haciendo
énfasis por lo tanto en los fundamentos sociales de la acción humana. Por su parte, Veblen definía las
instituciones como “los hábitos comunes de comportamiento y las prácticas que prevalecen en un momento
dado”, haciendo énfasis en la naturaleza contingente y cambiante de los sistemas sociales.
Siguiendo a Robert Gordon, este primer análisis institucionalista se caracteriza por: (1) el
comportamiento económico se ve fuertemente condicionado por el medio institucional en el que tiene lugar.
Conceptos de Economía -versión web- 236
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Esta relación es de naturaleza dialéctica, ya que la actividad económica también afecta a la estructura
institucional. (2) Las interacciones entre instituciones y comportamiento individual evolucionan en el tiempo,
de ahí la necesidad de adoptar un enfoque evolutivo en Economía. (3) Al analizar este proceso evolutivo se
pone el énfasis en las condiciones impuestas por la tecnología, las instituciones monetarias y una economía
mixta con fuerte presencia del sector público. (4) Frente a la imagen armónica de la economía de mercado que
caracteriza el análisis neoclásico, los institucionalistas subrayan la existencia e importancia de los conflictos
entre agentes y grupos de agentes consustanciales al sistema de mercado. (5) Este carácter conflictivo del
sistema hace necesario la existencia de instituciones que lo canalicen mediante el establecimiento de distintos
sistemas de control social del mercado. (6) Por todo ello, los institucionalistas defienden un enfoque
interdisciplinario en su estudio de la actividad económica en donde la sociología, la psicología, la antropología
y el derecho contribuirían a entender el comportamiento de los agentes económicos. Estos elementos se ven
acompañados del énfasis en el estudio de la realidad como fuente de obtención de información sobre la que
sustanciar el análisis del comportamiento de los agentes económicos. Por poner un ejemplo, mientras que la
economía neoclásica a la hora de explicar cómo se fijan los precios en determinado mercado procede
planteándose qué comportamiento de los productores maximizaría el beneficio en ese mercado, y asume que
las empresas actuarán de ese modo, un autor institucionalista procedería a analizar directamente cómo se fija el
precio en ese mercado observando el comportamiento de las empresas (de hecho, este enfoque es el origen de
la teoría de fijación del precio vía un margen sobre los costes).
Resulta extremadamente difícil tratar de resumir la diversidad de las ideas de los viejos
institucionalistas en un marco sistemático pues todos ellos se caracterizan por su negativa a actuar como un
grupo intelectual, más o menos difuso, dedicado a construir un modelo o grupo de modelos sobre la realidad
económica que les sirviera de referencia a sus aportaciones individuales. Puestos a esa tarea inevitablemente
destinada al fracaso se pueden resaltar algunos elementos presentes en la obra del más destacado de entre ellos,
Veblen, que contrastan con el paradigma dominante en Economía. Queda, pues, fuera de estas páginas el
estudio de lo que sería más propio de estos autores: el análisis sistemático de las instituciones y de su
evolución. Para Veblen el análisis económico entonces (y hoy) en boga, el neoclásico, fundado en la teoría
marginalista del valor adolecía de serios errores que lo hacían inútil para el estudio de todos los campos
determinantes de la evolución económica. Así, en lo que respecta a las decisiones que guiaban la demanda de
los consumidores, el enfoque convencional señalaba que la cantidad demandada dependía inversamente del
precio, lo cual sin duda era cierto pero sólo si no se tenían en cuenta la influencia de factores culturales y
sociales. Los institucionalistas señalaban que colocar todas esas influencias en la gran “bolsa” de las
condiciones caeteris paribus que se mantienen inalteradas a la hora de definir la ley de la demanda, la volvía
insignificante a efectos analíticos. La necesidad sentida por todos y cada uno de los individuos de conformarse
a los patrones sociales de vida, pensamiento y consumo junto con la necesidad complementaria que cada uno
sentía de destacar dentro del grupo de referencia del que formaba parte se traducía en que algunos bienes de
consumo socialmente visibles fuesen privilegiados en las cestas de compras de los consumidores, haciendo que
para ellos los efectos de las alteraciones de los precios fuesen diferentes (e incluso opuestos) a los previstos
por los economistas neoclásicos. La importancia económica de la clase social dominante (llamada, por Veblen,
clase ociosa, lo que no significa que sus miembros no hiciesen nada con fines pecuniarios, sino que no hacían
Conceptos de Economía -versión web- 237
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nada productivo) a la hora de establecer las formas de vida y los patrones de consumo que las demás intentaban
seguir se convertía así, mucho más que los movimientos de los precios relativos, en la pieza clave para
entender el comportamiento de los consumidores (véase bienes Veblen, consumo conspicuo, competencia
posicional).
En cuanto a las decisiones de los oferentes de trabajo productivo, los trabajadores incluidos los
ingenieros y técnicos, distintos tanto de los propietarios de las grandes empresas como de sus administradores
ligados a la clase ociosa, Veblen sostenía que la noción de que el trabajo productivo que hacía cosas útiles
para la humanidad era un mal en términos económicos, cuya realización por tanto requería un pago (es decir, la
noción que está debajo de la idea de la curva de oferta de trabajo creciente, elemento imprescindible para
explicar el mercado de trabajo desde el punto de vista neoclásico), era propia de una clase ociosa que sólo
concebía las actividades económicas en las que participaba como medio para alcanzar riqueza pecuniaria y
posición social. Los trabajadores trabajaban por dinero, pero no sólo por él. Existía una suerte de instinto de
trabajo eficaz que llevaba a los trabajadores y técnicos a trabajar con vistas a hacer cosas útiles y hacerlas bien,
eficientemente. Este instinto chocaba con las condiciones de trabajo y su dirección impuestas por los
propietarios miembros de la clase ociosa pecuniaria, para quienes la cuestión de la eficiencia productiva desde
un punto de vista social, carecía de significado en sí misma, sólo guiados como estaban por el deseo de
acumular riqueza y hacer un consumo ostentoso generador de envidia en el resto de las clases. La evolución
del aparto productivo se veía aquejada por ese conflicto entre los representantes de la eficiencia científica y
técnica y los dirigentes empresariales. La competencia, además, poco podía hacer para reconducir esos
comportamientos de los grandes propietarios pues conforme se sucedían los avances técnicos de producción en
serie, ello se traducía en que los sectores clave de la economía estaban cada vez más controlados por las
grandes empresas.
El viejo institucionalismo despareció como tal corriente. Hoy ya sólo quedan algunos economistas que
se reclaman sus herederos e intentan incorporar a sus análisis elementos procedentes de la sociología o la
antropología. Quizás haya sido John Kenneth Galbraith el último –por el momento- gran economista de este
tipo de institucionalismo. Para Galbraith, a diferencia de Veblen, en el capitalismo moderno existe ya una
congruencia de intereses entre los propietarios y directores de esas empresas y los ingenieros y técnicos,
conjunción a la que llama tecnoestructura. Gracias a las técnicas de la publicidad y marketing las
tecnoestructuras de las grandes empresas tendrían el poder de manipular las formas en las que los
consumidores creen que pueden satisfacer sus necesidades, a lo que llama efecto dependencia. Ello significaría
que el criterio de eficiencia definido como el mejor modo de satisfacer las necesidades de los consumidores
dejaría de tener sentido en las modernas economías de mercado (véase soberanía del consumidor).
Finalmente, ese estímulo continuado del consumo privado se traducía en la opulencia privada y el descuido de
lo público.
El último cuarto del siglo veinte ha visto surgir un nuevo institucionalismo, de la mano de autores
como Ronald H. Coase, Oliver Williamson o Douglas C. North, aunque con un enfoque absolutamente distinto
al de los viejos institucionalistas, que según Coase: “sin una teoría no tenían nada que pasar a sus sucesores
excepto una masa de material descriptivo en espera de una teoría, o el fuego”. Esta corriente se caracterizaría
por recoger el guante lanzado por el viejo institucionalismo intentando explicar la aparición y funcionamiento
Conceptos de Economía -versión web- 238
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de las instituciones políticas, sociales y económicas como el estado, la familia, el derecho, las convenciones
sociales o las empresas, utilizando las herramientas de análisis y los conceptos y supuestos de comportamiento
con los que la economía neoclásica estudia a los agentes económicos en su actuación en y para el mercado. En
este sentido, y de forma antitética a los viejos institucionalistas, el programa de investigación de los nuevos
institucionalistas lleva a la economía neoclásica a ámbitos del comportamiento humano antes explicados desde
otras disciplinas, como la sociología, la antropología o la psicología, mereciendo por ello la crítica por parte de
los practicantes de estas disciplinas, que cuestionan el llamado imperialismo económico. Así, la lógica de la
acción colectiva se ha utilizado como medio de explicar las condiciones para que surjan y sean estables
multitud de diseños institucionales que van desde los clubs hasta los grupos de presión y los partidos políticos.
El Teorema de Coase ha servido para analizar cómo las decisiones judiciales pueden afectar a la eficiencia.
Gary S. Beker ha estudiado cómo los hábitos y costumbres se explican como una adicción racional, y también
cómo las actividades delictivas son resultado de elecciones racionales eficientes (aunque inmorales o ilegales)
y responden, por tanto, a variaciones en incentivos “económicos” (siendo aquí los “precios” las penas
legales). También Becker, junto con Jacob Mincer, han defendido que las decisiones de fertilidad y creación de
una familia también se pueden analizar en términos de una función de utilidad familiar en la que los hijos
entran a formar parte en el mismo plano que otros bienes duraderos. Por otra parte, Richard Posner ha
analizado desde una perspectiva de eficiencia económica la normativa y proceso legal (por ejemplo, una
sencilla regla “económica” de responsabilidad en caso de accidente es que la victima no puede exigir
compensación por sus daños si la probabilidad del accidente por el valor del daño causado a la victima es
mayor que el coste en prevención). Finalmente, Robert W. Fogel y Douglass C. North, premios Nobel de
Economía de 1993, han hecho uso extensivo del análisis económico y los métodos cuantitativos para explicar
el cambio económico e institucional, algo que estaba ya presente en la economía marxista, solo que ahora
desde una perspectiva neoclásica. Así, para North las nuevas instituciones aparecen cuando determinados
grupos en una sociedad ven la posibilidad de apropiarse de beneficios que serían imposibles de obtener con el
entramado institucional vigente. De forma que en presencia de conflictos entre una oportunidad de negocio y
las instituciones existentes es probable que se produzca un cambio institucional. De igual forma North, padre
de la nueva historia económica, considera que los incentivos económicos, basados en los derechos de
propiedad individual, son un prerrequisito para el crecimiento económico.
La nueva economía institucional subraya, en suma, la necesidad de estudiar el desenvolvimiento de
cualquier institución, hábito o proceso social desde una perspectiva “micro”, como fruto de comportamientos
individuales guiados por la consecución de ganancias, antes de suponer sin más que su surgimiento responde o
es mejor explicado desde fuera de la racionalidad económica individual por circunstancias o factores de tipo
“macro”, como son los factores sociales, ideológicos, jurídicos o religiosos. De igual manera, con arreglo a este
punto de vista, las instituciones (incluyendo las empresas), las costumbres o los procesos sociales
languidecen, cambian o desaparecen cuando dejan de ser eficientes para los individuos. En suma, la existencia
de instituciones en sentido amplio no sólo no sería un obstáculo a la relevancia de la economía neoclásica,
como pensaban los viejos institucionalistas, sino más bien todo lo contrario: un campo donde se puede aplicar
con provecho.
Conceptos de Economía -versión web- 239
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integración económica proceso por el cuál dos o más países deciden reducir las barreras que dificultan los
intercambios comerciales (fundamentalmente aranceles, pero también otras barreras no arancelarias). El
grado de integración dependerá por lo tanto de la intensidad con que se eliminen tales diferencias. Un primer
nivel de integración, denominado zona o área de libre cambio, limita la integración a la eliminación de los
aranceles existentes entre los países miembros del acuerdo, sin afectar a la política comercial que éstos tengan
con respecto a terceros países. El Tratado de Libre Comercio de Norte América (o NAFTA según sus siglas
inglesas) suscrito entre Estados Unidos y Canadá en un primer momento y ampliado a México en 1993, sería
un ejemplo de este nivel de integración. Sin embargo, la limitación de la integración a este ámbito puede
generar problemas de desviación de comercio, en el sentido de que al mantener los países su propia política
comercial se produzca una reducción de las importaciones de terceros países en aquellos estados miembros del
acuerdo con mayores aranceles, importaciones que pasarían ahora a realizarse desde el país con un menor
arancel exterior común para luego reexportarse, ya sin necesidad de pagar aranceles, al otro país. Una forma de
evitar esta distorsión del comercio es ampliando el ámbito de integración para incluir la homogenización de la
política comercial con terceros países, creando un arancel exterior común a todos ellos. En este caso se habla
de la existencia de una unión aduanera (eliminación de aranceles y arancel exterior común). La Unión
Europea desde 1968 es un buen ejemplo de unión aduanera. En el caso de que la eliminación de trabas al
comercio de bienes y servicios se extienda a la movilidad de factores (trabajo y capital) se habla del
establecimiento de un mercado común. De nuevo, la UE sería un buen ejemplo de este nivel de integración. El
proceso de integración puede intensificarse si los países deciden homogeneizar sus instituciones económicas
principales, como por ejemplo la moneda, en cuyo caso se habla de la existencia de una unión económica o
unión económica y monetaria. La UE en la actualidad se encontraría embarcada en un proceso de
construcción de una unión económica, habiendo concluido el proceso de integración monetaria pero existiendo
todavía fuertes diferencias en otros aspectos como la imposición, la legislación económica y laboral, la política
económica, etc. Por encima de una unión económica plenamente desarrollada solo quedará la unión política.
Históricamente el ejemplo que mejor se ajusta a una unión política construida a partir de una zona de libre
cambio es Alemania, cuyo proceso de integración comienza con la creación de una unión aduanera, el
Deutscher Zollverein, en 1834.

integración horizontal sistema organizativo en que distintas plantas producen productos iguales o
estrechamente relacionados dentro de una misma empresa.

integración vertical proceso por el cual las sucesivas fases o etapas productivas de un bien o servicio se
desarrollan dentro de una misma empresa. El caso extremo de integración vertical sería, por lo tanto, cuando la
totalidad del proceso de producción y distribución se integra en una misma empresa. Desde la Económica, la
integración vertical se explica por la existencia de costes de transacción (de información y control) elevados
que harían que acudir al mercado para proveerse de los inputs necesarios para la producción fuera más costoso
que producir tales inputs internamente. Por lo tanto, cuanto menores sean los costes de transacción menos
justificada estaría (desde el punto de vista de la eficiencia) la existencia de empresas con alto grado de
integración vertical. En este caso, las empresas se especializarían en la realización de determinadas actividades
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productivas puntuales y venderían el producto inacabado en el mercado para que otras lo completaran. Desde
otro punto de vista, la integración vertical se justifica por la existencia de complementariedades tecnológicas
en la producción por las cuales la fabricación de varios bienes o servicio conjuntamente esté asociada a unos
costes menores que su producción por separado (véase economías de gama).
De forma sencilla el grado de integración se puede medir mediante el cociente entre el valor añadido
y el valor de la producción de una empresa, normalmente expresado en porcentaje. En una hipotética empresa
que realizara internamente todo el proceso de producción de un bien, desde la obtención de la materia prima
hasta la comercialización del producto, el valor añadido coincidirá con el valor de la producción, y por lo tanto
el índice tomaría el valor máximo de 1, correspondiendo al nivel máximo de integración.
La existencia de integración vertical plantea el problema de la eficiencia de las relaciones entre las
diferentes divisiones que conforman una empresa verticalmente integrada. El procedimiento más adecuado
para resolver este problema consiste en simular la existencia de un mercado interno dentro de la empresa en el
cual las divisiones superiores (las más alejadas de la fabricación del bien final) “venden” su output a la división
inmediatamente inferior, hasta llegar a aquella que vendería al mercado externo. Al conjunto de precios
internos óptimos de los bienes semifacturados se les denominan precios de transferencia¸ que son aquellos que
maximizando los beneficios de cada una de las divisiones maximizan el beneficio conjunto de la empresa.

intercambio actividad que realizan los agentes económicos en los mercados. Si el intercambio es voluntario,
ambas partes ganan, ganancia que se puede medir por la suma del excedente del consumidor y el excedente
del productor o renta. En efecto, frente a la falacia de que el intercambio es un juego de suma cero en el que
nadie gana ya que se intercambian equivalentes (el demandante paga por una cosa su valor que ha de ser
exactamente lo que le cuesta al productor el hacerla, de modo que uno sólo podría ganar algo en la medida que
el otro lo perdiese, lo que le llevaría a este último a negarse a intercambiar), cabe argumentar que si existe
competencia perfecta, al precio de mercado, sólo la última unidad (o unidad marginal) que se intercambia vale
para el demandante lo mismo que para el oferente, de modo que para el resto de unidades intercambiadas (las
llamadas unidades intramarginales), por un lado, el valor que les asigna el demandante (el precio que estaría
dispuesto a pagar por ellas tal como aparece en la curva de demanda) es superior al precio que paga por ellas
ganando pues en cada una de ellas un excedente; y, por otro, el precio que por cada una de ellas recibe el
oferente es mayor que su coste de producción, o coste marginal, obteniendo también correspondientemente una
ganancia. Conforme un mercado se hace menos competitivo, las ganancias del intercambio decrecen y se
redistribuyen, pero no dejan de existir. Así, en un monopolio las ganancias del intercambio son más pequeñas
y se distribuyen sesgadamente a favor del único vendedor, pero pese a ello los demandantes siguen ganando
con el intercambio, pues aún al precio que fija el monopolio, para las unidades intramarginales hay un
excedente del consumidor. Sólo en caso de un monopolista perfectamente discriminador, aquel que cobra un
precio distinto por cada unidad vendida que coincide con el precio más alto que cada consumidor está
dispuesto a pagar por esa unidad (véase discriminación de precios), los demandantes no ganarían –ni
perderían- nada en el intercambio y serían indiferentes entre intercambiar y no hacerlo. A partir de lo anterior,
resulta obvio que quienes forman parte de una transacción sólo pierden en caso de que el intercambio sea
forzoso. Finalmente, quizás no sea ocioso añadir que la conocida relación entre un atracador y su víctima en la
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que el primero le ofrece al segundo la elección entre “la bolsa o la vida” no es siquiera un intercambio
involuntario sino una transferencia forzosa de renta disfrazada de intercambio.

interés, tipo de el tipo de interés se puede definir como el precio que hay que pagar para disponer
temporalmente de un dinero del que no se dispone, o la remuneración que se recibe por prescindir
temporalmente de un dinero que se tiene y se presta. En el análisis del tipo de interés es útil distinguir entre
aquellas operaciones financieras realizadas en el corto plazo, en los llamados mercados monetarios, que
adoptan la forma de créditos de muy alta liquidez, y las operaciones que abarcan un plazo más largo de tiempo
(préstamos a largo plazo) características de los mercados de capitales. Se tendría, por lo tanto, toda una
estructura interrelacionada de tipos de interés, en donde los tipos a corto plazo serán habitualmente más bajos
que los tipos a largo plazo, tanto por razones de su liquidez más inmediata como por el menor riesgo asociado,
caeteris paribus, a operaciones financieras con vencimiento próximo. Entre los tipos de interés a corto plazo
destaca por su importancia en la determinación de la estructura de tipos de interés de mercado, el llamado tipo
de interés de descuento, que es aquel que carga el banco central en los prestamos que realiza a las entidades
bancarias con la finalidad de regular a la liquidez del sistema (véase política monetaria). A largo plazo, los
tipos de interés están relacionados con el precio de los activos financieros. Pongamos un ejemplo, supongamos
un título de renta fija –un bono- con un valor nominal de 1000€ y una rentabilidad del 10% anual sobre dicho
valor nominal, que por lo tanto rinde anualmente 100€. Si el tipo de interés de mercado fuera el 10% anual, la
cotización del bono, su precio en el mercado de bonos, correspondería a su valor nominal, es decir a los 1000€.
Sin embargo, si el tipo de interés de mercado pasara a ser del, por ejemplo, 20%, ello significaría que la
rentabilidad de un bono de 500€ emitido bajo esta nueva circunstancia sería 100€ (20% de 500), luego la
cotización del bono de valor nominal 1000€ emitido en el pasado caería hasta que su rentabilidad se igualara
con la de los nuevos bonos, esto es su precio pasaría a ser de 500€, con lo que su propietario, que lo compro a
su valor nominal de 1000€ experimentaría claramente una pérdida de capital. Existe por lo tanto una relación
de tipo inverso entre el precio de los activos financieros (claramente para el caso de los bonos, pero también,
aunque con matices, para las acciones) y el tipo de interés.
Por otro lado, el tipo de interés puede ser fijo, en cuyo caso el riesgo derivado de la inflación no
esperada recae sobre el prestamista, o variable, en cuyo caso este riesgo recae sobre el prestatario, lo que
explica que los tipos de interés fijos sean normalmente más elevados que los variables. Por último, el tipo de
interés se puede definir en términos nominales y en términos reales. El primero sería aquel que figura en los
contratos de préstamo, mientras que el segundo sería aproximadamente el tipo de interés nominal menos el
incremento de precios en el período de referencia. Esto es, si un consumidor obtiene un crédito personal de
1000€ con un tipo de nominal del 7% a devolver en un año, y durante ese año los precios aumentan en un 4%,
cuando al vencer el crédito el consumidor devuelve 1070€, (1000 correspondientes a la cantidad recibida como
préstamo, o principal, y 70 en concepto de intereses), debido al aumento de los precios, esos 1070€ tendrán
ahora una capacidad adquisitiva menor (aproximadamente 1030€), con lo que el tipo de interés real sería del
3% y no del 7%. Obviamente, el tipo de interés relevante para los agentes económicos es el real y no el
nominal.
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Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

Hay diferentes teorías que pretenden explicar la existencia y determinación del tipo de interés. Para las
llamadas teorías reales del tipo de interés, el tipo de interés actúa como el mecanismo equilibrador de las
decisiones de los ahorradores y de los inversores. Esta teoría parte del supuesto de que los individuos
manifiestan una preferencia temporal por el consumo presente, es decir que obtienen mayor satisfacción del
consumo realizado en el momento presente que de aquel que se deja para un momento posterior, lo que explica
que la gente esté dispuesta a pagar por disfrutar del acceso a bienes y servicios en el presente, cuando no tiene
fondos para hacerlo, más de lo que cuestan estos bienes. Téngase en cuenta que cuando una agente económico
pide un crédito con la finalidad de comprar un bien o servicio, el precio total final que pagará por el mismo es
el precio del bien que paga en el presente más el interés que tiene que pagar en el futuro para obtener, mediante
un préstamo, fondos con los que realizar la compra. Por idéntica razón, se supone que para convencer a un
individuo que tiene la posibilidad de consumir toda su renta en el presente de que no lo haga y postergue parte
de su consumo, habrá que compensarle con el pago de unos intereses, en la medida en que la utilidad derivada
de posponer ese consumo para el futuro sea menor de la que obtendría si lo consumiese hoy. Con arreglo a la
misma lógica sería necesario consecuentemente un tipo de interés más alto para motivar a que los
consumidores se abstuviesen de consumir cantidades adicionales de sus rentas en el presente. Ello se traduce
en que la curva de oferta de ahorro o de fondos prestables será creciente con respecto al tipo de interés. Por el
lado de la demanda, la demanda de fondos prestables se dirige a financiar la compra de bienes duraderos por
parte los consumidores o bienes de inversión por parte de las empresas. En este último caso la demanda de
fondos prestables estará relacionada directamente con el valor de la productividad de ese nuevo equipo capital.
Dado que la productividad marginal del capital es decreciente, también lo será la demanda de fondos
prestables. En el equilibrio en el mercado de fondos prestables el tipo de interés será igual al valor de la
productividad marginal del capital. A este respecto se denomina coste de uso del capital al coste asociado al
uso del capital que incluiría el tipo de interés (real) que hay que pagar por su financiación, más la tasa de
depreciación que sufra ese capital en el período. Obsérvese, finalmente, que el tipo de interés surge de la
interacción entre las demandas y ofertas en los mercados de bienes de consumo e inversión, es decir, surge de
las decisiones referentes a la asignación de recursos reales al consumo presente o (vía la inversión) al consumo
futuro, y de ahí el que se conozca a esta teoría como teoría real del tipo de interés.
Frente a esta teoría real del tipo de interés se encuentra la teoría monetaria del mismo, asociada a la
obra de Keynes, según la cual el tipo de interés se determinaría exclusivamente en el mercado monetario por la
interacción de la oferta monetaria (fijada exógenamente por la autoridad monetaria) y la demanda de dinero
de los agentes económicos. De esta forma, la consideración del tipo de interés como una remuneración
necesaria para compensar la abstinencia del consumo, se convierte en algo irrelevante a la hora de explicar su
determinación. El tipo de interés es simplemente la remuneración por no atesorar el dinero sobrante que no
han gastado los agentes económicos, y no cumple ningún papel relevante en la igualación del ahorro y la
inversión ya que, desde esta aproximación, el ahorro se determina de forma residual una vez que los
consumidores fijan su nivel de consumo a partir de sus niveles de renta, y por lo tanto no depende (o depende
sólo de modo marginal) del tipo de interés. Para Keynes, la cantidad de dinero que los agentes quieren
mantener (su demanda de dinero) es decreciente con respecto al tipo de interés, puesto que cuanto más bajo
sea éste menor será la disposición de los agentes económicos a comprar unos activos financieros que ofrecen
Conceptos de Economía -versión web- 243
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una rentabilidad baja y fija (a los que llamaremos genéricamente bonos). Ya que si los compraran estarían
bloqueando su liquidez en esos activos arriesgándose por lo tanto a que, cuando aumentase el tipo de interés, se
encontrasen sin liquidez para suscribir unos bonos ahora más rentables. De este modo, dada una preferencia
por la liquidez, hay un tipo de interés de mercado resultante de la igualación entre la demanda de dinero y la
oferta monetaria existente. Conforme esta oferta sea menor, el tipo de interés de equilibrio de la oferta y la
demanda de dinero será más elevado (lo que estará asociado a una caída en la demanda de dinero por motivo
especulación), mientras que si la oferta monetaria aumenta, el tipo de interés de equilibrio caerá, ya que la
demanda de dinero por motivo especulación se elevará a la espera de que lleguen mejores tiempos para
comprar bonos. De todo ello se sigue que el tipo de interés mide el coste de oportunidad de tener riqueza en
forma líquida, en forma de dinero.
Dependiendo de la forma de explicar su determinación, el tipo de interés tendrá un papel distinto a la
hora de entender el comportamiento agregado de la economía. Para los economistas neoclásicos¸ los tipos de
interés y su flexibilidad son una pieza fundamental para explicar el equilibrio macroeconómico y su ajuste
ante cualquier perturbación, en la medida que, a partir de la teoría real del tipo de interés en la que se basan, el
tipo de interés tiene un papel central para ajustar y equilibrar los cambios en las decisiones de ahorro y de
inversión en cada período. Por ejemplo, una caída en la inversión por cualquier causa, que podría generar
desempleo al caer la demanda de bienes de capital, generaría (mediante una disminución de la demanda de
fondos prestables) una caída del tipo de interés que, a su vez, induciría a un mayor consumo de bienes
duraderos al abaratarse su financiación, al aumento de la inversión por idéntico motivo y, por último, a una
caída del ahorro y por lo tanto a un aumento del consumo. Todo ello redundaría en una aumento compensador
de la demanda efectiva eliminando el efecto primitivo negativo sobre ésta de la caída de la inversión.
Para los economistas de raíz keynesiana, el papel de los tipos de interés y su flexibilidad es mucho
menor, pues lo realmente relevante es la demanda efectiva, ya que las decisiones de ahorro y de inversión no
se equilibran por el tipo de interés, sino por ajustes en los niveles de renta, siendo los cambios en la inversión
los determinantes. Así, una caída en la inversión generaría una caída en la renta que provocaría una caída en el
consumo y en el ahorro, de forma que la igualdad ahorro e inversión se daría ahora para un menor nivel de
renta. La previsible caída del tipo de interés asociada al aumento en la cantidad de dinero “sobrante” (puesto
que al caer la renta hay menos transacciones y por lo tanto una menor demanda de dinero por motivo
transacciones) que se dirige al mercado de bonos, poco afectaría a la inversión, más influida por las
expectativas negativas que llevaron a disminuir la inversión.
La apertura al exterior y liberalización de los mercados de capitales experimentada en las últimas
décadas del siglo veinte exige contemplar la determinación del tipo de interés desde una perspectiva distinta,
en donde éste no está ya determinado exclusivamente por las condiciones de los mercados nacionales, sino que
se ve influido por los movimientos internacionales de capital. Si suponemos que los costes de transacción son
nulos, los capitales financieros se moverán casi instantáneamente de un país a otro para aprovecharse por
arbitraje de las diferencias existentes entre los tipos de interés entre países, generando así una tendencia a su
igualación. Ahora bien, dado que los intereses se pagan en cada país en su propia moneda, esa convergencia no
se producirá completamente en la medida que los tipos de interés habrán de reflejar las expectativas de
depreciación o devaluación de las diferentes monedas, ya que los inversores extranjeros, que se verían
Conceptos de Economía -versión web- 244
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perjudicaros en el caso de depreciación de la moneda en la que han realizado su inversión exigirán, como
contraprestación, un tipo de interés más alto que les compense del riesgo de devaluación. El resultado final,
conocido como relación de paridad descubierta de los tipos de interés establece que entre dos países el tipo de
interés de uno de ellos debe ser aproximadamente igual al tipo de interés del otro más la tasa esperada de
depreciación de la moneda del primero.

inversión utilización de recursos económicos en el presente con la finalidad de generar un flujo futuro de
producción e ingresos. Toda inversión implica reducir el consumo presente con el objetivo de aumentar el
acceso a bienes y servicios en el futuro, y por lo tanto encierra una elección intertemporal. En el análisis
económico es conveniente distinguir entre la inversión real que supone el mantenimiento y/o aumento del
capital instalado y que por lo tanto se traduce en un mantenimiento y/o aumento de la capacidad futura de la
economía para producir, y la inversión financiera, que se refiere a la compra de activos financieros
(obligaciones, acciones, etc.) y que no tiene porqué generar un aumento en el stock de capital, ya que puede
suponer simplemente el cambio de propiedad de tales activos. Desde un punto de vista agregado, sólo el primer
tipo de inversión tendría efectos sobre el flujo futuro de bienes y servicios y por lo tanto, sólo la inversión real
se ajustaría al concepto de inversión. Otra cuestión es que, desde el punto de vista individual del comprador de
activos financieros, tal comportamiento se ajuste a la idea de cambiar consumo presente por ingresos futuros,
en la medida que tales activos financieros le reporten aumentos de éstos.
En gran parte por convención, en Contabilidad Nacional la construcción, aunque sea para uso
residencial, se considera como integrante de la inversión (57 % de la inversión en España en 2001), si bien la
construcción residencial tendría unas características y motivaciones distintas del resto de la inversión. La
inversión se puede definir en términos brutos, esto es, sin descontar la depreciación a la que se ha visto
sometido el stock de capital existente como resultado de su utilización y desgaste, y en términos netos, en
donde al aumento del capital fruto de la inversión del periodo se le descuenta la depreciación del stock de
capital instalado. Junto con la inversión en capital o formación bruta de capital fijo en terminología de
Contabilidad Nacional, también recibe la consideración de inversión la variación de existencias (producción
del período no vendida en el caso de variación positiva de existencias, y producción vendida pero no fabricada
en el período en el caso de variación negativa). En todo caso, la variación de existencias tiene un peso marginal
en el comportamiento de la inversión, suponiendo para España en 2003 sólo el 1,2% de la inversión total. Por
último la inversión puede ser pública (fundamentalmente inversión en infraestructuras) o privada, dependiendo
que sea el sector público o los agentes privados los que la realicen. En 2002 en la UE(15) la inversión pública
suponía el 11,2 % de la inversión total. En los países de renta alta la inversión toma valores alrededor del 22%
del PIB, mientras que en los países menos desarrollados toma valores más bajos.
Existen dos grandes enfoques de los factores determinantes de la inversión. Para la escuela
neoclásica, la inversión depende de la rentabilidad futura del capital y de su coste, representado por el tipo de
interés, de tal manera que, caeteris paribus, cuanto menor sea éste, mayor será la inversión. Detrás de esta
relación de tipo inverso se encuentra el supuesto de productividad marginal decreciente de la inversión, esto es,
la idea de que según una empresa amplía su capacidad productiva, el rendimiento de la misma por unidad de
capital adicional será menor. Dado que el rendimiento esperado neto de un aumento del stock de capital
Conceptos de Economía -versión web- 245
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depende de la diferencia entre su rentabilidad esperada bruta (el valor de su productividad marginal) y su coste
de financiación y uso (el tipo de interés y la tasa de depreciación), conforme caiga el tipo de interés mayor será
la inversión. En otras palabras, si el tipo de interés es muy bajo, incluso los proyectos de inversión menos
rentables serán interesantes para la empresa, con lo que aumentará la inversión. Por el contrario, si el tipo de
interés es elevado, sólo unos pocos proyectos con una alta rentabilidad generarán suficientes beneficios como
para hacer frente al coste de su financiación.
Alternativamente, para la escuela keynesiana, puesto que la inversión significa aumentar la capacidad
productiva instalada, el factor determinante de ésta serán las expectativas de demanda (véase animal spirits).
Esto es, las empresas invertirán, con la intención de aumentar su capacidad productiva instalada cuando
consideren que la demanda futura de sus productos vaya a aumentar y no cuenten con capacidad instala para
hacerla frente, y reducirán su inversión cuando consideren lo contrario. En la versión más simple de este
enfoque, conocido como teoría del acelerador, la inversión dependerá positivamente de la diferencia entre la
renta actual y la renta futura esperada. Obviamente estas dos aproximaciones no son, ni pretenden ser,
excluyentes, ya que tanto el coste del capital como las expectativas futuras de demanda son variables
importantes para las empresas a la hora de decidir la intensidad de su esfuerzo inversor. La diferencia está en
que en que el enfoque neoclásico, por su concepción del funcionamiento de la economía de mercado, considera
que no hay problemas de demanda efectiva, mientras que la aproximación keynesiana considera que éste es el
factor central, ya que un mismo proyecto podrá tener una rentabilidad alta o baja, y por lo tanto llevarse o no a
cabo con un mismo tipo de interés, dependiendo de cuál sea la situación de la demanda efectiva.
Junto con estas dos aproximaciones, el premio Nobel de Economía de de 1981 James Tobin (1918-
2002) propuso en 1969 una teoría alternativa de la inversión, aunque de inspiración keynesiana, basada en la
relación existente entre el valor de mercado la empresa, VM, tal y como se refleja en la valoración de sus
acciones en bolsa, por ejemplo, y el valor de reposición de sus activos, VR. Este índice, que pasaría a ser
conocido como la q de Tobin [q = VM/VR], refleja hasta qué punto la valoración que se hace en el mercado de
una empresa es superior, inferior o idéntica al valor del capital en términos de coste de reposición que
conforma la misma y se puede utilizar como indicador de la situación de la empresa y como teoría de la
inversión. Como indicador de la situación de la empresa un índice superior a la unidad señala que el valor que
el mercado confiere a la empresa es superior a lo que costaría reconstruirla, lo que refleja la confianza de los
inversores en la capacidad de la empresa para obtener beneficios extraordinarios en el futuro. Como teoría de
la inversión, si los mercados financieros valoran el stock de capital de una empresa por encima de su coste de
reposición, se crearán incentivos para que la empresa amplíe su capacidad productiva, ya que, por ejemplo, si q
es igual a 1,2, la compra por parte de la empresa de nuevo capital por valor de 100€ será valorada por el
mercado en 120 €. Este comportamiento de la inversión, a su vez, sentará las bases de un proceso de
convergencia en el tiempo hacia valores de q próximos a la unidad, ya que si existe productividad marginal
decreciente es de esperar que la productividad del nuevo capital sea inferior a la productividad del capital
instalado, con lo que el mercado reduciría la valoración global que hace de la empresa. Por el contrario, si q es
inferior a la unidad, la empresa tendrá incentivos a desinvertir –vender parte de sus instalaciones- ya que lo que
obtendría por ellas en el mercado sería mayor de su valoración en el mercado de valores.
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Por último, el pensamiento marxista considera que la inversión depende de la tasa de ganancia de la
economía, que a su vez depende positivamente de la tasa de explotación o plusvalía y negativamente de la
composición orgánica del capital. La idea que subyace a este enfoque sería que puesto que el trabajo humano
es el único creador de valor, conforme suban los salarios la parte del valor de la producción que va a beneficios
(plusvalía) disminuiría, de forma que cuanto más capital se utilice menor será la tasa de beneficio y con ello
menor el incentivo a acumular capital. La inversión por tanto depende de la lucha de clases por la distribución
del producto.
Las variables consideradas como elementos cruciales en la determinación de la inversión en estas
teorías no agotan el elenco de factores que en un momento dado actúan, a veces de forma determinante, sobre
la inversión. Así, por ejemplo, el clima social (paz social), la tasa de utilización del capital instalado, la
existencia de un marco institucional adecuado que defienda los derechos de propiedad, la existencia de un
contexto social favorable al cambio y la innovación, la incentivación de éste mediante políticas de I+D del
sector público, una adecuada distribución de la renta que permita a las empresas generar suficientes fondos
internos de financiación de la inversión, el momento del ciclo, etc., son factores todos ellos potencialmente
relevantes a la hora de explicar el comportamiento de la inversión.
Una de las características más importantes de la inversión es su comportamiento altamente volátil,
precisamente por depender de algo tan variable como las propias expectativas sobre el comportamiento futuro
de la economía. Esta alta volatilidad de la inversión (comparada con el consumo agregado, por ejemplo), hace
que su comportamiento sea crucial a la hora de explicar las fluctuaciones económicas. Hasta ahora, nos hemos
referido sólo a uno de los papeles que cumple la inversión: el de aumentar la capacidad productiva de la
economía, sin embargo la inversión cumple otro papel vital como componente de la demanda efectiva:
cuando una empresa invierte aumenta la demanda de bienes de capital y por lo tanto la demanda efectiva. Esto
es lo que explica el papel crucial que tiene la inversión a la hora de explicar las fluctuaciones económicas: si
las expectativas de futuro no son buenas, las empresas reducirán su inversión, lo que generará una caída en la
demanda efectiva y en la producción con un efecto contractivo total amplificado (véase multiplicador) sobre
la renta.

inversión extranjera directa, IED, por IED se entiende la inversión realizada por una empresa en un país
distinto del suyo, siempre y cuando tal inversión lleve asociada el control de la actividad a la que ésta da lugar.
La IED se diferencia así de la inversión en cartera que sería la mera compra de acciones que no lleva pareja la
capacidad de controlar la empresa. La IED es el mecanismo mediante el cuál se produce la
transnacionalización de las empresas. Históricamente la IED ha alimentado un fuerte debate, no exento de
emociones, entre sus partidarios y detractores. Para sus partidarios, la IED permite a los países menos
desarrollados, PMD, acceder a capital, tecnología y conocimientos de los que no disponen, y por lo tanto
facilitaría su desarrollo. Para sus detractores la IED, sobretodo aquella llevada a cabo por parte de grandes
empresas transnacionales, crea grandes desequilibrios de poder económico y pone a países enteros al servicio
de intereses foráneos. Simultáneamente, la IED, al materializarse en enclaves productivos cerrados no serviría
para dinamizar el tejido productivo del resto del país Para éstos, por lo tanto, la IED no sería una vía al
desarrollo sino una herramienta del neocolonialismo.
Conceptos de Economía -versión web- 247
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Independientemente de las razones erigidas por partidarios y detractores de la IED, hay que señalar
que: (a) la mayoría de la IED procede y tiene por destino los países desarrollados -en 2003 los PMD recibían
sólo el 31 % de la IED, (b) la parte de la IED dirigida a los PMD está fuertemente concentrada en un número
muy limitado de ellos -en 2003 seis países absorbían el 60 % de la misma, (c) existen métodos para potenciar
los efectos positivos de la IED, como negociar la contratación interna de parte de los inputs utilizados en la
producción, y reducir sus efectos negativos, como la suscripción de códigos de buena conducta por parte de la
empresas transnacionales.

IPC el Índice de Precios al Consumo es el indicador más frecuentemente utilizado para medir el crecimiento
de los precios. El IPC pretende responder a la pregunta de en cuánto deberían aumentar los ingresos de una
persona, en presencia de aumentos en los precios, para mantener inalterado su consumo, representado éste por
una cesta de bienes, de modo que pudiese seguir comprando los mismos bienes y servicios que compraba en el
periodo o periodos previos. Para su elaboración se parte de la información sobre los hábitos de consumo de las
personas, construyendo así una cesta de la compra representativa de un consumidor medio (compuesta por 484
ítems en el IPC de español de 2002), procediendo con posterioridad a hacer un seguimiento de los precios de
los productos integrantes de dicha cesta. Para construir el indicador, el aumento de los precios de cada bien se
multiplica por un factor de ponderación que refleja su importancia dentro del consumo, y que cambia a lo largo
del tiempo para recoger los cambios en los patrones de consumo. Recientemente se ha estudiado la fiabilidad
de este procedimiento estándar para recoger fielmente los cambios en los precios, concluyendo que
probablemente el IPC sobrevalore ligeramente la inflación al no incorporar adecuadamente la mejora en la
calidad de los productos que incorpora, especialmente los bienes de consumo de alta tecnología, como
ordenadores o electrónica de consumo. Finalmente, hay que señalar que si una persona consigue que se le
compense por la subida de precios usando el IPC, resultará más que compensada por una razón adicional, ya
que la compensación que recibe una persona usando el IPC le posibilitaría acceder a la misma cesta de bienes
que antes compraba a los viejos precios. Ahora bien, dado que los precios relativos varían en el curso del
crecimiento general de precios, ello se traduce en que esa persona compra a los nuevos precios relativos una
cesta de bienes distinta a la que compraba a los viejos precios, de modo que al compensársele usando el IPC se
le da una renta adicional que le permite comprar la vieja cesta de bienes sólo que ahora no le interesa
comprarla pues, a los nuevos precios relativos, prefiere comprar otra.

IS-LM mediante las siglas IS-LM, del inglés Investment-Saving y Liquidity-Money, esto es, Inversión-Ahorro
y Liquidez-Dinero, se denomina el que fuera y probablemente todavía sea el modelo macroeconómico
dominante, desarrollado en los años 40 con la intención de integrar la visión keynesiana y neoclásica del
funcionamiento agregado de una economía y conocido como la Síntesis Neoclásica. Desde esta aproximación,
el sector real de la economía, aquel que entiende de las cuestiones relacionadas con la demanda efectiva, el
empleo, la producción etc., se representa mediante una función que recoge las combinaciones de tipo de
interés, i, y producción, Y, de equilibrio en el sentido de igualar la demanda efectiva con la producción (véase
gráfico adjunto). Todo ello bajo el supuesto de que el Gasto Público en bienes y servicios, G, y transferencias,
Tr, y los Impuestos, T, permanecen constantes. La relación entre estas variables es negativa, significando que
Conceptos de Economía -versión web- 248
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cuanto el tipo de interés es elevado se retrae tanto la inversión como el consumo y, por lo tanto, cae la
demanda efectiva y tras ella la producción, mientras que cuando el tipo de interés es bajo ocurriría todo lo
contrario. Por su parte, desde el punto de vista monetario, dada una oferta de dinero, Mo, determinada
exógenamente por el Banco Central, cuanto mayor es la producción mayor será la demanda de dinero por
motivo transacción y, por lo tanto, mayor el tipo de interés, de forma que el equilibrio del sector monetario
(recogido por la función LM), entendido como igualdad entre la oferta y demanda de dinero, exige que cuanto
mayor sea la producción mayor sea el tipo de interés. De hecho el equilibrio monetario es algo más complejo,
ya que si la cantidad de dinero es constante, y al aumentar la producción aumenta la demanda de dinero para
poder realizar las transacciones comerciales, el equilibrio sólo se podrá producir se reduce la demanda de
dinero por algún otro motivo. Ese es el papel que cumple la subida del tipo de interés. Si el tipo de interés
sube, aumenta el coste de oportunidad de mantener el dinero ocioso (véase preferencia por la liquidez), con
lo que disminuirá la demanda de dinero por motivo especulación (aquel dinero que se mantenía en forma
líquida esperando precisamente un buen momento para comprar activos financieros). Ese sería el mecanismo
de ajuste que hace que el equilibrio del sector monetario exija que mayor renta vaya acompañada de mayor
tipo de interés.

i IS (Go, To, Tro)


LM (Mo)

↑ Mo
ie

↑ G, ↑Tr, ↓T

Ye Y

La consideración del sector exterior completa el modelo presentado hasta ahora. Por el lado del sector
real, la diferencia entre importaciones y exportaciones aparece como un elemento más de la demanda efectiva,
y como tal ha de aparecer en la formación de la IS, que correspondientemente, pasaría ahora también a
depender de aquellas variables que influyen sobre el volumen de exportaciones e importaciones,
fundamentalmente la relación real de intercambio, los tipos de cambio y el nivel de renta del resto del
mundo. En el sector monetario, el sector exterior puede afectar a la oferta monetaria, en la medida en que un
saldo comercial favorable implica una entrada de dinero, que, a menos que sea neutralizado por el banco
central (véase esterilización) supondrá un aumento de la oferta monetaria. Finalmente hay que señalar que el
tipo de interés correspondiente al equilibrio interno IS-LM se verá influido en economías abiertas por los tipos
de interés existentes en otros países. A este respecto, si el tipo de interés real de un país es muy bajo con
respecto al existente en los países de su entorno económico, se producirá una entrada de capitales en búsqueda
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de esa mayor rentabilidad, lo que a su vez generará una apreciación de la moneda nacional, con la cascada de
efectos que se deriva. Ello señala las dificultades de desarrollar simultáneamente por parte de las autoridades
de un país políticas monetaria y de tipo de cambio independientes. Concretamente el Premio Nobel de
Economía 1999 Robert Mundell junto con Marcus Fleming demostraron que si abandona el control de los
movimientos de capital un país no puede elegir simultáneamente el tipo de interés y el tipo de cambio que más
le convenga, sólo pudiendo actuar sobre una de las variables. Por ejemplo, en presencia de libertad de
movimiento de capitales, una política monetaria dirigida a rebajar el tipo de interés para estimular la economía
no es compatible con el mantenimiento del tipo de cambio, en la medida en que esta rebaja provocaría la huida
de capitales internos al exterior, con la consiguiente devaluación de la moneda. Por el contrario, mantener el
tipo de cambio significará renunciar a fijar el tipo de interés, que se alineará con los tipos de interés
internacionales.
Este modelo se complejiza en la medida en que se considere que el comportamiento de los agentes
(consumidores, inversores, etc.) no sólo depende de las variables mencionadas sino de las expectativas futuras
sobre las mismas (tipos de interés esperados, tipo de cambio esperados, etc.).

isocoste función que recoge la distinta combinación de inputs productivos (trabajo y capital) que se pueden
adquirir a un coste determinado. Bajo el supuesto de que el precio de los inputs no cambia con las cantidades
contratadas por parte de una empresa, la relación isocoste toma la forma de una línea recta, cuyos extremos
corresponderían respectivamente con la cantidad de capital y trabajo que se podrían contratar si todo el dinero
se dedicara a la contratación de un único factor, y cuya pendiente reflejaría la tasa a la que se puede adquirir en
el mercado más de un factor en términos del otro, o lo que es igual, la pendiente coincidiría con el precio
relativo de un factor en términos del otro.

isocuanta relación que recoge todas las posibles combinaciones de factores productivos con las que se puede
producir una determinada cantidad de un bien o servicio. Si la tecnología, es decir, si la función de
producción, presenta coeficientes variables, cada isocuanta será una curva continua cuya pendiente en cada
punto mide la llamada relación marginal se sustitución técnica entre dos factores, que indica a cuántas
unidades de un factor se puede renunciar si se aumenta en una unidad la cantidad utilizada del otro. Esta
relación será igual al cociente de las productividades marginales de los factores. La combinación óptima de
factores para producir una determinada cantidad de producto se dará en el punto en el que una curva isocuanta
sea tangente a una curva isocoste, es decir en el punto en el que la tasa a la que se puede sustituir un factor por
otro sin alterar el nivel de producción es igual a la tasa a la que se puede, en el margen, cambiar un factor por
otro en el mercado. En ese punto, por tanto, la relación marginal de sustitución técnica es igual al cociente que
expresa el precio relativo de los factores de producción. Dicho de otra manera, en el punto en el que se alcanza
la elección óptima de factores se cumple la llamada ley de la igualdad de las productividades marginales
ponderadas, que viene a decir que el presupuesto de gastos de una empresa está eficientemente distribuido
cuando la última unidad monetaria que se gasta en un factor aporta lo mismo la producción final que la última
unidad monetaria que se gasta en cualquier otro factor.
Conceptos de Economía -versión web- 250
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J
juegos, teoría de en el modelo canónico de estructura de mercado, el de competencia perfecta, la
interdependencia entre los agentes que operan a cada lado del mercado (productores de un lado, compradores,
del otro) es de un tipo muy especial, ya que todos y cada uno no hacen sino ajustarse al precio de mercado. Se
trata, por tanto, de una interdependencia impersonal e indirecta, mediatizada por el mercado, que recibe la
denominación de interdependencia paramétrica ya que todos los agentes ajustan su conducta a un parámetro,
el precio. Diferente es el tipo de interacción que se da en otras estructuras de mercado (véase oligopolio) en
donde, ya sea por ser el número de agentes que en ellas participan relativamente pequeño, ya sea porque la
variable de interacción no sólo es el precio, o ya sea porque no tienen información perfecta los unos de los
otros, la relación que existe entre ellos es directa y personal por lo que, para cada agente, cabe toda suerte de
comportamientos destinados a influir sobre la actuación de los demás: amenazas, sobornos, engaños, “faroles”,
acuerdos, etc. Al tipo de interrelación que engloba todas esas alternativas de conducta, se la denomina
interdependencia estratégica y se caracteriza porque en las decisiones de cada agente económico que se
considere (consumidores, empresas, trabajadores, países, bancos, etc.) influyen tanto la conducta que los demás
como el efecto que sobre estas conductas ajenas tenga su propio comportamiento. Por ello, dada la enorme
variedad de posibles respuestas que se abren para cada agente en una interacción económica si la estructura de
mercado se aleja de la de competencia perfecta, no es nada extraño que, aún reconociendo su importancia, la
Economía se contentase con analizar un número muy reducido de ellas dentro de las teorías clásicas del
oligopolio. Sin embargo, esta situación cambió con la Teoría de Juegos, cuyo origen se encuentra en la obra de
John Von Neuman (1903-1957) y Oskar Morgenstern (1902-1976), La Teoría de Juegos y el Comportamiento
Económico de 1944, que ha permitido la formulación de un marco general de modelización de las
interdependencias estratégicas.
Un “juego” o interacción económica o social se compone de tres tipos de elementos: los jugadores,
las estrategias factibles para cada jugador y las reglas del juego que determinan los resultados para cada
jugador de las estrategias seleccionadas por él y los demás. Los juegos se clasifican en cooperativos, si
permiten que los agentes se comuniquen, negocien, lleguen a acuerdos vinculantes respecto a las estrategias a
adoptar por cada uno de ellos y establezcan las reglas de reparto de los resultados (por ejemplo, el “juego” de
la colusión en el oligopolio), y no cooperativos, en los que cada jugador “va a la suya” sin acordar nada con
los demás. Los juegos pueden ser de coordinación, en los que los agentes tienen un objetivo común (por
ejemplo, conducir por la izquierda o por la derecha, pero no cada uno a su antojo), o de conflicto donde la
rivalidad es manifiesta y la consecución de sus objetivos por parte de un jugador choca con la consecución de
los suyos por otro (por ejemplo, en el ajedrez). A este respecto, hay que señalar que la mayor parte de
Conceptos de Economía -versión web- 251
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interacciones sociales son juegos donde coexisten elementos de coordinación con los de rivalidad (véase
conflicto). En el “juego del mercado”, por ejemplo, coexiste el interés en cooperar (el llegar a un intercambio)
y el conflicto (pues cada parte quiere conseguir un precio diferente: más alto el vendedor, más bajo el
comprador), alcanzándose, “gracias” a la mano invisible, un resultado de equilibrio óptimo que representa una
mejora paretiana para cada uno de los agentes respecto a la situación previa al intercambio. El “juego” del
mercado, aunque no sea de competencia perfecta, sería un juego de suma mayor que cero en la medida que
todos los participantes ganan si el intercambio es voluntario. Los juegos de suma menor que cero son aquellos
en los que las ganancias de los ganadores son más pequeñas que las pérdidas de los perdedores. Juegos de
suma cero son aquellos en que lo que ganan los ganadores es lo que pierden los perdedores, como acontece,
por ejemplo, en todos los juegos de mesa. Si un determinado juego se repite entre los mismos jugadores, se
llama juego repetido. Si las reglas del juego establecen que primero un jugador toma una decisión, y luego el
otro le responde, y así sucesivamente, el juego es secuencial. Si, al contrario, todos los jugadores actúan
desconociendo las decisiones de los demás, el juego es simultáneo. En un juego secuencial, ser el primero en
mover puede conferir ventajas como suele suceder en mercados donde existen economías de red (véase
también oligopolio de Stackelberg), aunque ello no ocurrirá siempre, pues el segundo en mover puede
beneficiarse de la experiencia del primero.
Los juegos se pueden representar de dos formas. En la llamada forma normal, usada
fundamentalmente para juegos simultáneos, los electos que definen un juego se representan mediante una
matriz de pagos que refleja los resultados, para cada uno de los jugadores, de las posibles estrategias que cada
una puede elegir. Si el juego es de información completa, cada agente conoce esta matriz de pagos, es decir,
no sólo sus estrategias sino las estrategias abiertas a los demás y los resultados de las interacciones entre ellas.
A la hora de seleccionar una estrategia, los agentes actuarán según existan o no estrategias dominantes, caso
de que un agente tenga una estrategia dominante su elección de estrategia sería independiente de las decisiones
de los demás. Cuando un agente no tiene una estrategia dominante, su elección de estrategia dependerá de
alguna regla de comportamiento. Una regla de comportamiento en este caso es la llamada regla maximín que
consiste en que el agente clasifica a sus posibles estrategias atendiendo a sus peores resultados (recuérdese que
cada estrategia rinde distintos resultados dependiendo de las estrategias que tomen los otros jugadores), y luego
selecciona aquella que le garantizaría el mejor de ellos. La estrategia maximín maximiza el pago mínimo que
puede obtenerse. Se trata, pues, de una estrategia conservadora. Si los agentes tienen información sobre las
probabilidades de que los otros elijan una u otras estrategias, pueden comportarse maximizando la ganancia
esperada. Veamos un ejemplo: supongamos que la interacción entre los niveles de gasto en publicidad (Poco,
P, o Mucho, M) de dos empresas, I y J, se representa mediante la siguiente matriz de pagos donde los valores
dentro de cada paréntesis representan los beneficios en millones de euros correspondientes a la empresa I y a la
J respectivamente en cada situación estratégica:
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Empresa J
P M
P (7, 5) (5, 6)
Empresa I
M (8, 4) (4, 3)

En este juego, ninguna de las dos empresas tendría una opción o estrategia dominante. La estrategia maximín
para la I es la P, pues el pago mínimo que le garantiza la P es 5, en tanto que el pago mínimo que le garantiza
la M es 4. La elección maximín de J es también la P, pues, para ella, el pago mínimo de la P es 4 en tanto que
el pago mínimo de la M es 3. Si la empresa I supiese o creyese que la J elegirá la estrategia P con un 90% de
probabilidad (y, por tanto, la M con un 10%), entonces la ganancia esperada para ella de la estrategia P es 6,8
(7 x 0,9 + 5 x 0,1), en tanto que la ganancia esperada de la estrategia M sería 7,6 (8 x 0,9 + 4 x 0,1). Ello la
llevaría, si sigue la regla de maximización de la ganancia esperada, a elegir M. Diferentes reglas, diferentes
expectativas acerca de la conducta probable de los demás jugadores, darían pues lugar a distintas decisiones.
El resultado de un conjunto de decisiones adoptadas por los distintos agentes es un equilibrio de
Nash si ningún agente tiene incentivos para alterar su conducta. En el ejemplo, el par de estrategias maximín
de ambos agentes (P, P) no es un equilibrio de Nash pues, en esa situación, la empresa I tiene incentivos en
variar su comportamiento eligiendo la estrategia M. El par de estrategias (M, P) = (8,4) sería, sin embargo, un
equilibrio de Nash. Sin embargo éste no es el único, pues el par (P, M) = (5,6) también lo sería. El juego
anterior tendría, por tanto, dos equilibrios de Nash en estrategias puras, es decir cuando se opta por una
estrategia o, alternativamente, por la otra. Pero también existen equilibrios de Nash en estrategias mixtas, lo
que sucede cuando los agentes no se deciden por una u otra alternativamente, sino que eligen una u otra con
cierta probabilidad, de modo que cada empresa elegiría P o M con unas determinadas probabilidades. Si
llamamos α a la probabilidad de que la empresa I elija P y β a la probabilidad de que J elija P, entonces los
valores de α y β que permiten un equilibrio de Nash en estrategias mixtas serían los que satisficiesen el
siguiente par de ecuaciones:
α [ β.7 + (1- β) 5 ] = (1 – α ) [ β.8 + (1- β) 4]
β [ α.5 + (1- α ) 4 ] = (1 – β) [α.6 + (1- α ) 3]
donde la primera ecuación muestra que la ganancia esperada de la empresa I es la misma si elige P con
probabilidad α o M con probabilidad (1-α), dado que la empresa J se comporta eligiendo P con probabilidad β
y M con probabilidad (1-β). La segunda ecuación expresa la misma condición para la empresa J. Se demuestra,
finalmente, que en todo juego con un número determinado de jugadores y con un número finito de estrategias
siempre existe al menos un equilibrio de Nash ya sea en estrategias puras o mixtas.
Alan Blinder ha mostrado un buen ejemplo de la utilidad de la modelización con teoría de juegos a
propósito de la cuestión de la coordinación entre la política monetaria y la política fiscal. Se trataría de un
juego bipersonal en el que, de un lado, está la autoridad monetaria, que es independiente del poder político, es
decir el Banco Central, BC, y cuya principal responsabilidad es el control de la inflación. Ello, obviamente, la
hace estar predispuesta a las políticas monetarias contractivas más que a las expansivas. En el otro lado de la
interacción, se encontrarían los “políticos” (Estado) a cargo de la gestión del gasto y déficit público, guiados
Conceptos de Economía -versión web- 253
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por la presión que les plantea la necesidad de revalidar sus cargos (véase ciclo económico político) lo que les
lleva a preferir políticas fiscales expansivas sobre las contractivas. El objeto del juego para cada parte consiste
en forzar a la otra a que tome la decisión que menos desea. Así, el BC preferiría que el Estado tuviera superávit
presupuestario, ello en sí mismo sería antinflacionista lo que le evitaría la necesidad de actuar con políticas
monetarias contractiva y ser mirados, como suele ocurrir, como los aguafiestas de las expansiones
económicas. A los políticos en el poder, por su parte, lo que más les gustaría es que la política monetaria fuese
laxa, lo que tendría un efecto expansivo que les libraría de la necesidad de incurrir en déficit fiscales que les
hacen parecer derrochadores. El juego entre ambas partes, donde como se ve se entremezclan elementos de
conflicto con los de coordinación, se puede representar mediante la siguiente matriz de pagos correspondiente
a cada una de las tres estrategias viables para cada parte: política expansiva (PE), política contractiva (PC), y
“neutralidad” o sea no ni una cosa ni otra (N)

BC
PC N PE
PC (1,7) (4,9) (6,6)
ESTADO N (2,8) (5,5) (9,4)
PE (3,3) (7,2) (8,1)

En esta matriz de pagos concreta las cifras que aparecen como pagos no se refieren a magnitudes a lo largo de
una dimensión cardinal (como lo serían, por ejemplo, la cantidad de dinero, el número de votos en una
elección, etc.) sino que sólo indican el orden del resultado alcanzado como consecuencia de cada par de
estrategias utilizadas por los jugadores en sus órdenes de preferencias. Así, el número de la izquierda en cada
uno de los resultados correspondientes a cada par de estrategias muestra la posición del resultado alcanzado en
el orden de preferencias del Estado que va desde el 1 (el resultado menos valorado) al 9 (el más valorado).
Correspondientemente, el número de la derecha es el orden del resultado en el ranking del BC. Por ejemplo, el
peor resultado para el Estado (1,7) se produce cuando tanto la política del BC como la fiscal son contractivas,
aunque ese resultado es el séptimo en el orden de preferencias del BC. Por el contrario, el peor resultado,
desde el punto de vista de la autoridad monetaria, se produce cuando tanto ella como el Estado realizan
políticas expansivas (8,1), aunque ese resultado es casi el más deseado por el Estado. Si suponemos que el
juego es no cooperativo, el equilibrio corresponde al par de estrategias (PE, PC), que es un equilibrio de Nash
y también, con seguridad, no es un óptimo paretiano, pues existen resultados mejores para ambos jugadores.
Así, en efecto, los pares de estrategias (N, N), (PC, N), (PC, PE) y (N, PE) dominan paretianamente al
equilibrio de Nash alcanzado, y, además, los tres últimas dominan a (N, N).
Cuando un juego se repite entre los mismos agentes se tiene un juego repetido o iterativo. En este tipo
de juegos los agentes han de plantearse no sólo la mejor elección en una partida concreta sino cómo esa
elección puede influir en las decisiones del resto de los jugadores en las siguientes partidas. El peso del futuro
en las decisiones presentes (y, por tanto, el tipo de interés), la posibilidad de castigar en partidas sucesivas, la
reputación que se consiga, etc., son elementos que tienen un papel importante en este tipo de juegos (véase,
para un ejemplo concreto, el dilema del prisionero).
Conceptos de Economía -versión web- 254
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A esta aproximación a los juegos repetidos hay que sumar la que procede de la Teoría de la
Evolución. La idea es que no son tanto los agentes los que se enfrentan en las partidas sino que son más bien
las estrategias las que se enfrentan en una suerte de torneo en donde ganan aquellas cuyo rendimiento medio
para el agente que la utiliza supera al de las estrategias rivales que son “expulsadas”, como si de la dominancia
en un nicho ecológico se tratase. Supongamos que tenemos el siguiente juego (un juego del cobarde) entre dos
estrategias, la de colaboración C (mantenimiento del precio por parte de la empresa), y la de no colaboración,
NC (hacer una política de rebaja de precios), que compiten respecto al porcentaje de agentes (empresas en un
sector) que sigue una u otra. La situación ideal para cada empresa considerada aisladamente es tener un precio
más bajo que las demás (NC, C) para I; o, alternativamente, (C, NC) para J, siendo el peor resultado posible
una guerra de precios (NC, NC). Esta situación que puede representarse por la siguiente matriz de pagos
I
C NC
C (3,3) (2,4)
J
NC (4,2) (1,1)

Donde, de nuevo, los números sólo representan posiciones en el orden de preferencias. Si se supone
que las empresas son idénticas, entonces, si p es el porcentaje de agentes que elige C, el rendimiento medio de
optar por C por parte de cada empresa dependerá de las veces que interaccione con otros que elijan también C,
y por lo tanto del porcentaje p. Cada vez que la empresa I, cuando decide optar por C, se relacione con otra J
que también ha optado por C (lo que sucederá un p % de las veces) obtiene un resultado de 3 (es decir, su
segundo mejor resultado posible). Cada vez que se tropiece con una empresa que opte por NC (lo que sucederá
un (1-p) de las veces) obtendrá un resultado de 2. El rendimiento medio de la estrategia de colaboración,
RMe(C), dependerá del porcentaje p de agentes que elijan la estrategia C , y es:
RMe (C) = p (3) + (1-p) (2) = p + 2
El correspondiente rendimiento medio de la no cooperación es:
RMe (NC) = p (4) + (1- p) (1) = 3 p +1
RME (C) > RME (NC) cuando p + 2 > 3 p + 1; lo que sucede siempre que p < 1/2. Es decir, que si menos del
50% de las empresas optan por mantener sus precios (estrategia C), elegir esa estrategia tiene un rendimiento
medio superior a bajarlos. Pero a partir de ese porcentaje, la estrategia NC sería por término medio más
rentable. En este caso, la combinación de que un 50% de los agentes optase por C y un 50% por NC, o que –
alternativamente- un 50% de las veces un agente mantuviese los precios y un 50% los bajase, sería un
equilibrio evolutivamente estable, EES, al que se llegaría si las estrategias compiten como los hacen las
especies en un entorno natural. Obsérvese finalmente que el EES no tiene porqué ser óptimo en términos
paretianos, como sucede en este caso. El óptimo se encontraría en aquel porcentaje p* que hiciese máximo el
rendimiento social medio (RSMe), definido como la suma ponderada del rendimiento medio que obtienen
quienes toman la estrategia C y de los que toman la estrategia NC, es decir que el óptimo corresponde al valor
de p que maximiza la función RSMe = p RME (C) + (1- p) RME (NC).
Conceptos de Economía -versión web- 255
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Los juegos secuenciales suelen representarse de forma extensiva mediante un árbol de decisión, donde
en cada una de sus bifurcaciones (nodos) está un jugador que tiene que optar entre los caminos o ramas (es
decir, estrategias) que se le abren. Como ejemplo, considérese el juego de la entrada, en el que una empresa
entrante, E, se plantea si entrar o no en un mercado donde ya está operando otra, la instalada, I, cuyas opciones
son acomodarse y compartir el mercado con la entrante o competir con ella. El árbol de decisión que muestra
todas las posibles alternativas y los pagos respectivos de (E, I) sería:

Acomodarse (3,3)
Entrar I
Competir (1,2)
E Acomodarse (2,4)
No entrar I
Competir (2,4)

Para hallar la solución a un juego en forma extensiva se comienza por el final. En este caso, el juego tiene dos
equilibrios Nash: o bien la empresa E no entra (2,4), o bien entra, y la ya instalada se acomoda y comparte con
ella el mercado (3,3). El primero es un equilibrio aparentemente extraño porque, realmente, si la E no entra, ahí
se acabaría el juego, por lo que la I no tendría que elegir. Sin embargo, el árbol de decisión se completa aquí
presentando las opciones de I en este caso de la no entrada para verificar el equilibrio Nash en este momento
del juego. La opción elegida por la I sería, en este caso, la de competir, elección que justificaría la decisión de
la E de no entrar ya que, si la empresa ya instalada realmente compitiese, a la entrante no le interesa hacerlo.
Este equilibrio se basa, pues, en la amenaza de competir que esgrime la instalada y que, de hecho, nunca se
pone a prueba. El segundo equilibrio, se alcanza cuando E entra de hecho, en tal caso a la I lo que le interesa es
acomodarse. Ahora bien, aunque haya dos equilibrios de Nash, el primero no es creíble ya que una vez que la
E entre, la I no cumplirá su amenaza de competir. A este proceso de exclusión de los equilibrios de Nash que
no son creíbles se denomina encontrar el equilibrio perfecto del juego. Un equilibrio es perfecto si las
estrategias que lo caracterizan se encuentran en equilibrio no sólo en el juego en su conjunto sino en cada uno
de los subjuegos que lo componen. En este caso la acomodación domina en el subjuego que surge cuando la E
entra y no es dominada por la de competencia cuando no entra. El problema de la empresa ya instalada es que
no puede señalizar de modo creíble de antemano que sí va a luchar contra la entrante. Si la empresa I
encontrase algún mecanismo que de modo creíble la comprometiese con antelación a la estrategia de competir,
la disuasión a la entrada funcionaría. Este papel lo suelen cumplir las llamadas inversiones idiosincrásicas que
se plasman en costes irrecuperables y bien visibles para las potenciales entrantes que la empresa sólo puede
cubrir si tiene el mercado para sí sola. La idea pues sería que dadas estas inversiones, a la empresa I sólo le
queda la opción de competir: “ha quemado sus barcos” y sólo tiene ese camino por delante.
Si para finalizar volvemos a la matriz de pagos de la interrelación entre el BC y el Estado, se observa
cómo en su forma normal también se puede analizar un juego secuencialmente. Si el juego fuese secuencial, y
fuese el BC quien actuase primero anunciando qué política monetaria va a seguir, lo que le convendría es elegir
una política expansiva, lo que llevaría a que el resultado final fuese el par (N, PE) superior paretianamente al
Conceptos de Economía -versión web- 256
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equilibrio de Nash en el juego simultáneo (PE, PC). Algo similar sucede si quien mueve primero es el Estado,
su mejor opción es comprometerse a realizar una política fiscal contractiva, lo que lleva –si tal decisión fuera
creíble (véase inconsistencia temporal)- a un equilibrio final en (PC, N). En ambos casos quien gana más es
quien mueve en segundo lugar, contrariamente al resultado de otros casos como el del equilibrio en el
oligopolio de Stackeberg.

justicia económica a la hora de juzgar una situación económica no es sólo habitual, sino que es necesario
plantearse si es justa. Y ello no sólo por unas consideraciones morales de tipo extraeconómico, sino también
por razones estrictamente provenientes del terreno de la Economía. La idea de que la Economía es una cosa de
técnicos que ha de preocuparse por las cuestiones de eficacia y dejar para otros, los políticos, los moralistas,
las cuestiones éticas que atienden a la pertinencia del reparto de las cargas y beneficios económicos, es –
simplemente- una idea falsa ya que no se puede evaluar ningún cambio económico con la ayuda única del
criterio de eficiencia.
En efecto, cualquier cambio económico que sea eficiente, supone que nadie pierde como consecuencia
del mismo (véase criterio de Pareto,). Ahora bien, dado que a partir de cualquier situación ineficiente caben
una infinidad de posibles cambios eficientes, ello significa que sólo con el criterio de eficiencia no se sabrá
cuál elegir. Por otro lado, si ya se estuviera de salida en una situación eficiente, es decir en un óptimo
paretiano, dado que por lo general esa situación no es única (ya que, si a partir de una situación ineficiente hay
infinidad de cambios eficientes, ello implica lógicamente que tiene que haber infinidad de posiciones finales
eficientes), nada nos garantiza que ése en el que estemos sea el mejor entre el indefinido conjunto de los
posibles óptimos paretianos, todos igualmente eficientes. La cuestión, de nuevo, es cómo elegir el óptimo de
los óptimos, para lo cual el criterio de eficiencia no serviría para nada. En suma, sin la existencia de un criterio
adicional al de eficiencia que permita elegir entre las múltiples maneras de ser eficientes que atienda a la
justicia de las mismas no se puede concluir ninguna recomendación de política económica. Cierto que en la
realidad económica es habitual escuchar cómo se avala un cambio económico o una determinada situación
acudiendo aparentemente tan sólo a su eficiencia. Al así proceder lo que se está haciendo a la vez es asumir de
manera implícita u oculta un determinado criterio de lo que es justo.
Porque el problema está en que, en tanto que el criterio de eficiencia siguiendo a Pareto es
generalmente aceptado entre los economistas, no existe un criterio de justicia que reúna similar aceptación.
Existe una gran diversidad de aproximaciones a la justicia con efectos dispares económicos. Esta diversidad,
siguiendo a Andrew Schotter, puede clasificarse en distintos grupos. En primer lugar están aquellas
concepciones de la justicia para las que un resultado económico será justo si todos los agentes piensan que lo
es y no hay una fuente, fundamento o autoridad externa de filósofos o expertos que tengan derecho a
cuestionarla. Estas teorías de la justicia se pueden definir, pues, como endógenas en el sentido de que sólo
hacen uso de los códigos éticos personales. Por el contrario, serían exógenas las teorías que definen criterios de
justicia apoyándose en principios formulados sin tener en cuenta las preferencias éticas personales, sino que se
elaboran e imponen “desde arriba”. Desde otro punto de vista, las teorías de la justicia se clasifican en función
de si lo juzgado son los “procesos económicos” (teorías de orientación procesual) o si lo que se juzgan son los
Conceptos de Economía -versión web- 257
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resultados (teorías de orientación terminal). El uso de estos dos esquemas permite clasificar los distintos
criterios de justicia en cuatro grandes grupos:
a) Teorías de justicia exógenas y de orientación procesual. Que vendrían representadas en Economía
por la teoría de la justicia de Robert Nozick (1938-2002), y, en general, por los liberales más radicales, para
quienes, sea cual sea el resultado final de los procesos económicos, es decir, sea cual sea la desigualdad final,
se habrán satisfecho sin embargo los requerimientos de la justicia si los procesos económicos que han
conducido a esa situación son justos, definidos aquí como resultado de acciones voluntarias y que respetan la
propiedad privada de los individuos. Con arreglo a esta aproximación, el libre mercado sería un mecanismo
económico justo independientemente de la distribución final de la riqueza y de la renta, ya que las
transacciones realizadas en el mismo son voluntarias y nadie es obligado a intervenir, lo que significa que se
respetan los derechos individuales de propiedad y nadie pierde.
b) Teorías de justicia endógenas de orientación terminal. Una situación es justa cuando los individuos
deciden si lo es atendiendo a sus propias preferencias. Un ejemplo de este tipo de teorías lo proporciona el
criterio de ausencia de envidia, defendido por Hal Varian, William Baumol y Ducan Foley, para quienes una
situación es justa si ningún agente de la sociedad envidia lo que tienen los demás, cada uno evaluando los
resultados de los demás en función de sus propias preferencias.
c) Teorías de la justicia exógenas y de orientación terminal. Constituyen el grupo más amplio, y se
distinguen según el criterio concreto de justicia que aparece incorporado en una función de bienestar social
que exógenamente, desde afuera, sirve para dirimir cuál es la más apropiada entre las distintas situaciones
finales a las que llega un proceso económico. Pudiendo bien ocurrir con arreglo a su utilización que se prefiera
y elija una posición ineficiente pero conceptuada como justa a una eficiente pero más injusta Ejemplos de este
tipo de teorías, de uso amplio en Economía son: (1) el utilitarismo. Una situación social es tanto más justa
cuanto más eleve el bienestar social definido como la suma de los niveles de bienestar o utilidad individuales.
Con arreglo a este criterio debería darse más renta a quienes tienen mayor capacidad de disfrute de la misma.
Si, adicionalmente, se supone que todos los individuos tienen: (a) los mismos gustos o la misma función de
utilidad, y (b) que la utilidad marginal del dinero es constante para todos los individuos, entonces no importa
cómo se redistribuya la renta, pues la pérdida de utilidad que experimenta un rico cuando se le quita algo de su
renta se ve exactamente compensada por el incremento en la utilidad del pobre a quien se le de. Bajo estos
supuestos, se puede entonces obviar el engorroso asunto de cómo comparar los niveles de satisfacción
individuales, de modo que el utilitarismo se convierte en un criterio operativo que avalaría la receta habitual
de que siempre es aconsejable cualquier política económica que maximiza el tamaño del PIB per capita o la
cifra del crecimiento económico. Dicho de otra manera, cuando políticos, economistas y periodistas juzgan
como positivos cualquier cambio económico que aumenta el PIB están, sin saberlo, manteniendo que la
función de bienestar social es utilitarista; (2) el criterio de Rawls. Para John Rawls (1921-2002) un cambio
económico es aconsejable si beneficia a quien se encuentre en una peor posición. Se trata de un criterio
fuertemente igualitario al que Rawls encuentra justificación amparándose en el siguiente juego mental.
Supongamos a los individuos de una sociedad en un estado de incertidumbre plena, tras un velo de ignorancia,
que les impide saber cuál va a ser su situación final. ¿Qué criterio social de justicia estimarían más adecuado?
Sin tener la más remota idea de cómo les va a ir en el juego económico no es nada irrazonable suponer que un
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criterio que les protege de las malas situaciones sería un criterio ampliamente defendido; (3) el criterio de
Nash. Para John Nash, la función de bienestar social debiera definirse no como la “suma” de los niveles de
bienestar de los individuos sino como su “producto”.
d) Teorías de la justicia endógenas y de orientación procesual (“justicia irreprochable”). Con arreglo a
este criterio, una situación es justificable si nadie puede reprochar a nadie las acciones que ha realizado, a
partir de las cuales se ha llegado a donde se ha llegado. Si al ponernos en el lugar de los demás, nada podemos
“echarles en cara” con nuestros criterios, es decir, si hubiésemos hecho lo mismo que ellos, entonces su
comportamiento es irreprochable. Obsérvese que, si bien su orientación es procesual, se diferencia del criterio
de los partidarios del libre mercado porque puede justificar intromisiones en los derechos de propiedad
privados o en las transacciones voluntarias (por ejemplo, cuando se justifica el robo en situaciones de penuria
extrema). Un ejemplo de lo común de esta forma de contemplar lo que es o no justo aparece cuando una
subida de precios se considera “justificada” si obedece a un crecimiento de los costes de producción de las
empresas e injustificada y criticable si es fruto de aumentos de la demanda por un incremento en las
necesidades de ese bien.
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K
Keynesiana, economía la escuela keynesiana toma su nombre del economista inglés y profesor de
Cambridge John Maynard Keynes (1883-1946), autor de la Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero,
publicada en 1936, probablemente el libro de Economía más influyente del siglo XX. Con la Teoría General,
que supone el nacimiento de la macroeconomía, Keynes pretende explicar los factores determinantes de la
producción agregada de una economía y, por lo tanto, del empleo, en una situación histórica concreta marcada
por la aparente incapacidad de las corrientes económicas dominantes (la neoclásica y la austriaca) de explicar
satisfactoriamente las causas de la Gran Depresión que asolaba al conjunto de las economías capitalistas.
Keynes plantea una nueva visión del funcionamiento de la economía en donde el nivel de producción de
equilibrio, aquel en el que coinciden demanda y oferta, viene determinado por la demanda efectiva existente
en el sistema, una demanda que debido a distintas causas, entre ellas las expectativas de los empresarios, puede
ser inferior a la demanda necesaria para garantizar el pleno empleo de los recursos (capital y trabajo), de forma
que la economía puede perfectamente encontrarse en una situación de equilibrio subóptimo con desempleo
masivo de capital y trabajo. Alcanzada una situación como la descrita, sólo la política económica podría
resolver el problema del desempleo, al menos a corto plazo, buscando aumentar la demanda efectiva de la
economía y arrastrando tras ella a la producción y el empleo. El Estado se convierte así en un actor
fundamental de la economía de mercado garantizando mediante una gestión adecuada de la demanda efectiva,
ya sea mediante el ejercicio de la política fiscal o monetaria, que ésta se desvíe lo menos posible (ni por
exceso ni por defecto) de la necesaria para alcanzar el pleno empleo. Junto a la idea de producción determinada
por la demanda efectiva, Keynes incorpora en su análisis novedades como la importancia de las expectativas,
la inefectividad de la flexibilidad de precios para hacer frente al desempleo o una teoría monetaria del tipo de
interés basada en la preferencia por la liquidez.
El problema que se planteó Keynes era cómo explicar que el mercado, que tan bien cumplía sus
labores de coordinación en mercados concretos, podía fallar en el conjunto de todos ellos. La formulación
exacta de este problema le hubiese llevado por la vía del equilibrio general siguiendo las líneas de Leon
Walras (1834-1910) y la escuela de Lausana, pero perteneciendo a otra tradición dentro de la Economía, la de
Cambridge, su modelo mental partía del equilibrio parcial. Fue la insuficiencia de esta perspectiva para tratar
de los problemas del conjunto de una economía lo que le llevó a crear un nuevo enfoque, el enfoque agregado
o macroeconómico con arreglo al cual, a la hora de analizar la fuente de los fallos de coordinación de carácter
general entre demandantes y oferentes en una economía de mercado, era necesario estudiar las regularidades
resultantes de las decisiones tomadas por grandes grupos de agentes. Así, por el lado de la demanda, la
demanda efectiva se constituía como la suma de las funciones de consumo, que agregaba las decisiones de una
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miríada de consumidores, la de ahorro que hacía lo mismo con las de los ahorradores y la de inversión que
agrupaba las de los compradores de equipo capital para ampliar el aparato productivo. Para Keynes, la
coordinación de las decisiones de los consumidores y las de los productores de bienes de consumo a través del
mercado no planteaba problemas importantes o permanentes pues eran directas, ya que eran los consumidores
quienes se financiaban sus compras. El problema aparecía a la hora de la coordinación de las decisiones de los
inversores con los de los productores de bienes de capital pues los inversores no se financiaban sus compras
sino que los que lo hacían en último extremo eran los ahorradores, y por lo general los individuos que decidían
ahorrar no eran los mismos que quienes realizaban las inversiones reales. El resultado de todo ello, era que si
bien siempre la inversión final o ex post coincidía en el equilibrio macroeconómico con el ahorro que
finalmente se realiza o ahorro ex post, ello no significaba que tal equilibrio fuese uno con plena ocupación de
los recursos productivos. Dicho de otra manera, se tenía que no había forma de garantizar que un aumento en el
ahorro deseado o ahorro ex ante por parte de los consumidores se tradujese en una inversión mayor, o que una
caída en la inversión ex ante o deseada por los inversores hiciese disminuir el ahorro y aumentar el consumo de
modo compensatorio. Esto violaba la llamada Ley de Say según la cual toda oferta crea siempre su propia
demanda de modo que, por ejemplo, la oferta de nuevo ahorro generaría la suficiente demanda del mismo en
forma de nueva inversión ya que el ahorro no era sino una señal de que los agentes querían posponer su
consumo al futuro, a lo que el mercado respondía incrementando la capacidad productiva para ese futuro
mediante la inversión. De igual manera, para Say, una caída en la demanda de bienes de capital, sólo
significaba que la sociedad no quería tener un aumento tan grande de bienes de consumo en el futuro o lo que
es lo mismo, que la sociedad en su conjunto prefería consumir más hoy que mañana, lo que se traducía en una
disminución del ahorro.
Pero para Keynes ello no tenía sentido, el problema es que fallaba en uno de sus pasos la secuencia de
interrelaciones característica de la economía neoclásica según la cual el deseo de un agente económico de
abstenerse de consumir hoy una parte mayor de su renta (es decir, de aumentar su ahorro), reducía la demanda
de bienes de consumo, los ingresos de las empresas de ese sector y el empleo en el mismo, pero esos efectos se
veían exactamente compensados por el incremento en el ahorro total de la sociedad que, al forzar una caída en
el tipo de interés, llevaba a un incremento en la demanda de fondos para inversión, un aumento de ésta y, por
consiguiente, un crecimiento en la producción y el empleo en el sector de los bienes de equipo. El fallo en esta
secuencia se producía, para Keynes, ya en el primer paso: el intento de ahorrar (ex ante) más por parte de uno o
muchos agentes no se traducía en un incremento del ahorro (ex post) total en la economía. Por el contrario, ese
intento se quedaba en eso solamente, en deseo, pues al abstenerse de gastar, ello reducía de golpe la renta y el
ahorro de otros agentes (véase paradoja del ahorro). El ahorro a nivel agregado era el residuo que quedaba
una vez se gastaba parte de la renta en consumo, y como tal remanente dependía mucho más del nivel de renta
que del tipo de interés. No se podía confiar, por tanto, en que éste jugase el papel de coordinación que la
secuencia clásica le otorgaba (estimular la demanda de inversión que acomodara el aumento en los ahorros
deseados). Si, por ejemplo, el nuevo ahorro que los agentes hiciesen se dirigiera a los bancos en forma de
depósitos, esos nuevos depósitos se verían compensados por la caída en los depósitos de quienes han visto
reducirse sus rentas por la caída en el consumo que los ahorradores han provocado. Y lo mismo pasaría si el
ahorro adoptase otras formas como compras de activos financieros o aumentos en la cantidad de dinero en
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manos de los agentes. En lo que respecta a la poca importancia de los tipos de interés como mecanismo de
ajuste entre la oferta de ahorro y la inversión, Keynes señalaba, adicionalmente, que los flujos de ahorro e
inversión nuevos en cada periodo son relativamente pequeños en comparación al stock preexistente de activos
financieros, de modo que los efectos netos de un incremento en su demanda por parte de los nuevos
ahorradores serán de muy pequeña magnitud frente a la actitud de la gran masa de propietarios de los activos.
Si un buen número de estos deciden vender bonos ante la expectativa de que los tipos vayan a subir, o de que
los resultados empresariales van a ser malos debido a la caída en las ventas, sus decisiones más que
contrarrestarían cualquier incremento en el flujo de ahorros sobre los tipos de interés y la inversión. De modo
similar, si se produjese un aumento repentino en la demanda de liquidez (véase demanda de dinero), y dado
que la remuneración de los ahorros cuando se tienen en forma de dinero líquido es nula o muy baja, ello
implicaría que los ahorradores estarían pensando que la cotización de los activos financieros va a caer, ante lo
cual reaccionarían pasándose al dinero a la espera de que realmente bajasen los precios. Esto es, si aumenta la
demanda de liquidez es porque los agentes creen que los tipos de interés van a subir. En una ocasión Keynes
definió al tipo de interés como la medida de nuestra inquietud, de modo que era fácil darse cuenta de cómo el
aumento en la inquietud venía asociado al incremento en los tipos de interés consecuencia de una aumento en
la preferencia por la liquidez llevaba aparejada una caída en la inversión y el desempleo consiguiente. En estas
situaciones resulta fácil entender cómo una política monetaria expansiva podría quizá ser útil para salir de una
situación depresiva en la medida que llevara a una caída de los tipos de interés suficiente como para estimular
la demanda de inversión. Keynes, no obstante, era sólo moderadamente optimista respecto a la política
monetaria en atención a la posibilidad de que se hubiese alcanzado un suelo por debajo del cual no se
consiguiese que los tipos de interés cayesen (trampa de la liquidez), y por otra parte, a su desconfianza de que
los tipos de interés pudiesen compensar unas expectativas depresivas.
Pero más que los movimientos repentinos en los deseos de ahorrar o en la preferencia por la liquidez
como factores autónomos que puedan dar origen a las perturbaciones generales o macroeconómicas, Keynes
asignaba ese papel a las inversiones empresariales. En efecto, siendo el consumo y el ahorro dependientes
fundamentalmente del nivel de renta, a la hora de determinar ésta la variable independiente que actúa en la
generación de demanda efectiva vía el multiplicador recaía en la inversión. Ahora bien, resultaba que en la
inversión junto con el tipo de interés influían de modo determinante un conjunto de factores de índole
psicológico difícilmente modelizables debido al tipo de concepto de “tiempo” en que debían realizarse los
análisis económicos. Keynes criticaba el concepto de tiempo usado por el análisis neoclásico, un tiempo lógico
en que se puede ir y volver de modo que cabe el arrepentimiento y la enmienda si las decisiones no resultan
como se preveían, un tipo de tiempo en que el desconocido futuro sólo plantea la existencia de riesgo lo cual
permite realizar predicciones estadísticamente ajustadas (es éste el tiempo que se usa en la modelización de las
expectativas racionales). Por contra, para Keynes la actividad económica sucedía siempre en un tiempo
histórico en el que el pasado estaba dado, por lo que no hay vuelta atrás y las decisiones incorrectas se pagan, a
la vez que el futuro no se podía conocer ni predecir significativamente de modo estadístico. En ese tipo de
tiempo, el futuro no sólo es arriesgado sino que se caracteriza por la inevitable presencia de incertidumbre
como marco de las decisiones económicas, y entre ellas y fundamentalmente, las de inversión, pues son
aquellas que por referirse al futuro más se ven afectadas por su imprevisibilidad radical y por las ideas que los
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agentes se hagan sobre él (véase animal spirits). ¿Qué pasaría, entonces, si por las razones que fuesen las
expectativas se hiciesen más ominosas de modo que las inversiones planeadas o deseadas disminuyesen
haciéndose menores que el ahorro ex ante? Este desequilibrio económico generado por una insuficiencia de
demanda efectiva se traduciría, en el esquema keynesiano, en una caída de los niveles de producción, renta y
empleo de modo que se restauraría el equilibrio macroeconómico entre el ahorro y la inversión a un nivel más
bajo de renta. Para los economistas neoclásicos tal cosa sólo podría suceder si los salarios monetarios y los
precios fuesen inflexibles, pues si no lo son el ascenso en el desempleo haría caer los salarios monetarios y los
precios lo cual estimularía la demanda efectiva por el efecto riqueza. Con arreglo a esta perspectiva Keynes no
habría dado con una nueva Teoría General sino con un caso especial del modelo existente. Pero esa caída en
los precios más bien podía se contraproducente (véase deflación de la deuda) a efectos de generar demanda en
la medida que aumentaba el valor real de las obligaciones y deudas de aquellos agentes más dispuestos a
gastar, por lo que Keynes aconsejaba que los salarios no fuesen demasiado flexibles, más como de
recomendación de política económica que como un supuesto a la hora de proceder en el análisis. Aunque
Keynes no lo dijera en estos términos, las decisiones de cada empresa aisladamente de bajar los salarios a sus
empleados plantean un problema de acción colectiva. Aunque en un contexto económico contractivo la mejor
política para cada una fuese bajar los salarios a sus empleados (y luego sus precios de venta), el resultado
agregado cuando todas las empresa se comportasen de igual manera sería probablemente la reducción de la
demanda de cada empresa, y la consiguiente agudización de contracción y las expectativas negativas respecto
al futuro.
El punto de vista que Keynes tenía sobre las expectativas y su relevancia en las decisiones económicas
era, como se ha dicho, muy diferente al de los economistas neoclásicos pero muy semejante al de los de la
escuela austriaca. Ambos mantienen que los errores de los agentes en sus decisiones económicas son
inevitables dado el marco de incertidumbre en que se toman. La diferencia estaría en dos puntos. En primer
lugar, para los austriacos los errores son aleatorios, de modo que estadísticamente es factible esperar que los de
unos se vean compensados por los de otros. Para Keynes, por el contrario, no existe esa aleatoriedad, de modo
que en los mercados reales será siempre más probable que la inversión planeada caiga por debajo de los
ahorros planeados que al revés. Ello significa que en las economías de mercado habrá una tendencia hacia la
subinversión, la insuficiencia de demanda efectiva y el desempleo no deseado de recursos reales. En segundo
lugar, para los austriacos los errores individuales, cuando no se autocompensan, tienden a ser corregidos por el
funcionamiento de unos mercados flexibles. Para Keynes, la flexibilidad de de los mercados no corrige todos
los errores sino que los puede exacerbar. La caída en los precios en una depresión alimenta las expectativas de
ulteriores caídas lo que incita a posponer las compras agravando así la crisis.
Aunque la Teoría General cuestionaba por tanto gran parte del entramado en el que se basaba la
economía de su época como la Ley de Say, o la primacía de los ajustes de precios frente a los ajustes de
cantidades, no ofrecía una alternativa completa a ésta. Ello se tradujo en que pronto empezaron los intentos
para su asimilación y conversión, como se ha dicho, en un caso particular del modelo más general. Fue Sir
John Hicks (1904-1989), Nobel de Economía de 1972, quien integró lo que consideraba las principales
aportaciones keynesianas desde el punto de política económica en el marco de análisis neoclásico, dando
origen a la llamada Síntesis Neoclásica, popularizada por el economista americano Alvin S. Hansen (1887-
Conceptos de Economía -versión web- 263
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1975), -véase IS-LM- . Pero esa síntesis de tipo macroeconómico no encajaba plenamente con el paradigma
neoclásico en la medida que su enfoque macro chocaba con la fundamentación microeconómica central al
análisis neoclásico, dando lugar a una especie de “esquizofrenia” teórica entre la macroeconomía de la Síntesis
y la microeconomía tradicional. Tensión que se intentaría resolver con el paso del tiempo de dos formas
distintas: revisando la microeconomía neoclásica con el objetivo de construir una microeconomía propia que
completase la macroeconomía keynesiana, tarea a la que se dedicarían los neokeynesianos y postkeynesianos
a partir de los años 70, y, alternativamente, construyendo una macroeconomía nueva expurgada de las herejías
keynesianas a partir de los principios fundamentales de la microeconomía neoclásica, tarea que desarrollaría la
denominada nueva macroeconomía clásica.
En un artículo publicado en los años 80, el economista keynesiano Alan S. Blinder resumía en los
siguientes términos qué significaba ser keynesiano: (1) creencia en que la demanda agregada, que veces se
comporta de forma errática, está influida por multitud de decisiones públicas y privadas; (2) la demanda
agregada se ve afectada tanto por la política fiscal como la política monetaria, (3) los cambios en la demanda
agregada, ya sean anticipados o no, a corto plazo afectan más a la producción real y el empleo que a los
precios, esto es dominan los ajustes de cantidades, (4) los mercados en general, y en especial el mercado de
trabajo responden de manera muy lenta y con poca intensidad a los shocks, de forma que no se puede confiar,
salvo a largo plazo, en que los ajustes de precios resuelvan los desequilibrios generados por tales shocks, (5) el
desempleo normalmente es demasiado alto y demasiado variable como para ser interpretado como un nivel de
desempleo óptimo: el desempleo es en su mayoría involuntario, (6) La mayoría de economistas keynesianos –
aunque no todos- apoyan la política de estabilización para reducir la intensidad de los ciclos económicos.
Dejando al margen esa tensión entre la macro y la microeconomía, se puede decir que durante las
décadas de los 1950 y 60 el keynesianismo, siquiera aguado en forma de síntesis neoclásica, constituyó la
corriente dominante de análisis macroeconómico, tanto en el mundo académico como en el de la política
económica, entrando sin embargo en crisis en la década de los 70. Una crisis asociada a su presunta
incapacidad de explicar satisfactoriamente la recesión de la década de 1970, caracterizada por la aparición del
fenómeno de la estanflación, ya que la existencia conjunta de inflación y desempleo creciente no tenía cabida
en el entramado keynesiano estándar (véase curva de Phillips). Aunque los economistas keynesianos
reaccionaron con rapidez abriendo su análisis para incorporar no sólo aquellos cambios en la demanda
agregada que en el pasado habían sido dominantes a la hora de explicar las fluctuaciones de la actividad
económica, si no también los determinantes y efectos de cambios en la oferta agregada (los shocks de oferta
como el causado por el aumento de los precios del petróleo en 1973), la adaptación de sus modelos a la nueva
realidad económica no fue suficiente como para mantener su liderazgo teórico en el mundo académico. Este
hecho, junto con dos elementos de naturaleza extraeconómica como son el cambio en la ideología política
dominante protagonizada por la “revolución conservadora” de Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret
Thatcher en el Reino Unido, y la aparición de una nueva generación de economistas con la formación
matemática adecuada para aprovechar las mayores exigencias formales de la alternativa a la economía
keynesiana, la nueva macroeconomía clásica, explicarían, según Blinder, el abandono por parte del mundo
académico, que no por parte de los encargados de diseñar la política económica, del keynesianismo.
Conceptos de Economía -versión web- 264
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L
Lerner, índice de una de las características de los mercados perfectamente competitivos es que el
precio, P, coincide con el coste marginal, CMg. Esto es, el precio al que se venden los bienes o servicios en el
mercado es igual al aumento de costes asociado a la producción de una unidad adicional. Partiendo de este
resultado, el economista norteamericano Abba Lerner (1903-1982) propuso el siguiente índice, conocido como
Índice de Lerner, basado en la diferencia entre el precio y el coste marginal, como indicador de la existencia de
poder de mercado por parte de esa empresa: IL = (P – CMg)/ P.
Una expresión que, a partir de la igualdad entre ingreso marginal y coste marginal (véase ingreso),
condición necesaria para la maximización de beneficios, se transforma en:

IMg = CMg => P [1 + (1/ε)] = CMg => IL = (P-CMg)/ P = 1/ε

donde ε el valor absoluto de la elasticidad precio de demanda de la empresa. De este modo, en un mercado de
competencia perfecta, al ser P = CMg, el índice de Lerner tomará el valor cero para todas las empresas,
mientras que cuanto más nos alejemos de la competencia, tanto más se diferenciará el precio del CMg, con lo
que el indicador tomará valores más elevados. En el caso extremo de monopolio el valor del índice será la
inversa de la elasticidad precio de la curva de demanda de todo el mercado, ε, por lo que el IL fluctuará entre 0
(competencia) y 1/ε (monopolio). Nótese que en un mercado monopolista, el IL será tanto mayor, y por lo
tanto mayor el poder del monopolio, cuanto menor sea la elasticidad, esto es, cuanto menos sensible sea la
demanda ante los cambios en los precios, ya que cuando no hay competencia, el único elemento que puede
limitar el poder de mercado de una empresa es la respuesta del propio consumidor ante los aumentos del precio
del monopolista.

Ley de Engel en 1857 el director de la Oficina de Estadística de Prusia, Ernst Engel (1821-1896), publicó un
artículo en donde propugnaba la existencia de una relación de tipo inverso entre el nivel de renta y la parte de
ésta que se dedica al consumo de alimentos, de forma que con el crecimiento económico ésta sería cada vez
menor. Esta hipótesis se ha contrastado desde entonces en multitud de ocasiones. Así, por ejemplo, en 1968 el
español medio dedicaba un 51 % de su gasto de consumo a este tipo de bienes, mientras que en la actualidad
se gasta un 18 %, un porcentaje mucho más bajo pero todavía superior al de otros países con renta más alta,
como Alemania, donde éste se sitúa en el 11%. Los bienes que se comportan según la Ley de Engel reciben el
nombre de bienes inferiores y se caracterizan por tener una de elasticidad renta positiva pero inferior a la
unidad, lo que significa que su consumo aumenta en menor medida que lo hace la renta.
Conceptos de Economía -versión web- 265
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Desde un punto de vista de estrategia de desarrollo económico, especializarse en la producción de un


bien inferior puede ser peligroso ya que ello implica que con el aumento del PIB la demanda crecerá menos
de lo que lo haga la renta, y por lo tanto será difícil para los productores de dicho bien conseguir que sus
ingresos crezcan a la par que la renta media del país.

librecambismo por librecambismo se entiende la defensa de la eliminación de todo tipo de trabas al comercio
internacional. El librecambismo aparece a finales del siglo XVIII como extensión natural de la creencia en las
bondades del libre mercado. Si éste era bueno dentro de un país, también debería serlo entre países, de ahí la
defensa de la libertad de comercio entre países, tras una época, conocida como mercantilista, en la que el
Estado ejercía un fuerte control sobre exportaciones e importaciones. La doctrina librecambista se desarrolla
en primer lugar en Gran Bretaña, el país económicamente más potente de la época, y por lo tanto también el
que tenía una mejor posición para competir en el mercado mundial. La liberalización del comercio, defendida
desde el análisis económico por las teorías de las ventajas absolutas y comparativas, dará lugar a una gran
ola de “globalización” de la economía mundial en la segunda mitad del siglo XIX que, sin embargo, se trunca
tras la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión de los años 30, dando paso a un período caracterizado por
el proteccionismo. Tras la II Guerra Mundial la potenciación del comercio internacional se volvería a
convertir en uno de los objetivos prioritarios de los gobiernos, creándose para ello una institución, el GATT,
con el mandato específico de facilitar la reducción de aranceles, poniéndose en marcha un proceso de
liberalización del comercio exterior que daría lugar en el último cuarto del siglo a una segunda ola
globalizadora.

LM véase IS-LM
Conceptos de Economía -versión web- 266
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M
macroeconomía parte del análisis económico dedicado a estudiar el comportamiento de la
economía como un todo considerando que, para ello, no hace falta partir del análisis del comportamiento de
los agentes económicos en los mercados concretos que la conforman, sino de las regularidades observadas,
consecuencia de sus decisiones, en variables como los niveles de gasto agregado en consumo, en inversión, en
importaciones o exportaciones, el nivel de precios, los niveles de deuda pública, etc. La macroeconomía, por
lo tanto, se preocupa de cuestiones como la determinación del nivel de producción y empleo, la inflación y el
saldo de la balanza de pagos, así como el estudio de las variables que afectan a la tasa de crecimiento.
Dentro de la corta historia de la Economía, la conveniencia de estudiar la actividad económica desde
una perspectiva agregada no aparece hasta bien entrado el siglo XX, coincidiendo con la Gran Depresión de los
años treinta y el nacimiento de la economía keynesiana, que conforma el punto de arranque de la
macroeconomía. Con anterioridad, la confianza en el buen funcionamiento de un sistema de mercado no
asistido desde el Estado llevó a considerar el comportamiento agregado de la economía como la mera suma de
los comportamientos individuales, con lo que bastaría conocer las motivaciones y acciones de los agentes
económicos individuales a nivel microeconómico para conocer, simplemente procediendo a su agregación, el
comportamiento global de una economía que en definitiva estaba compuesta por un conjunto de agentes y
mercados. La economía keynesiana, sin embrago, defiende que los resultados agregados pueden diferir de los
que se derivarían de la mera agregación de los comportamientos individuales, cuya explicación o dilucidación
teórica, los llamados fundamentos macroeconómicos de la macroeconomía, no sería imprescindible para
estudiar el movimiento de las variables agregadas (consumo, inversión, exportaciones, etc.) de la economía. Un
conocido ejemplo de ello lo sería la llamada paradoja del ahorro.
Obviamente, aunque desde un punto de vista analítico se pueda estudiar el comportamiento agregado
de los precios, por ejemplo, sin tener que hacer referencia al proceso de fijación de precios en cada uno de los
mercados que conforman una economía, y lo mismo pueda hacerse con el resto de las variables propias del
análisis macroeconómico, ello no exime de la satisfacción del requisito de que exista coherencia entre el
comportamiento de las variables agregadas defendido por la teoría macroeconómica y el comportamiento de
los agentes en el ámbito de análisis microeconómico. Esta cuestión ha ocupado crecientemente la atención
tanto de los economistas neokeynesianos, dedicados a justificar unos fundamentos microeconómicos de tipo
neoclásico para la macroeconomía keynesiana a partir de la inevitabilidad de los fallos de mercado asociados a
la información imperfecta y otras externalidades, como de los propios economistas neoclásicos, que orientan
sus esfuerzos a la construcción de la llamada nueva macroeconomía clásica, que será la forma de
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comportamiento agregado que se seguiría de la lógica del comportamiento individual en ausencia de todo tipo
de fallos de mercado.

maldición de los recursos los recursos naturales: petróleo, minerales, bosques, etc. se utilizan en mayor o
menor medida en todos los proceso productivos, de forma que el hecho que un país esté bien dotado de este
tipo de recursos debería afectar positivamente a su crecimiento económico. Esto se refleja en la propia historia
económica de Occidente, que muestra cómo la Revolución Industrial, asociada a la explotación del carbón
como fuente de energía, se produjo en países como el Reino Unido, con reservas importantes de este mineral.
Sin embargo, cuando se pregunta por cuál es el efecto que la dotación de recursos naturales tiene sobre el
crecimiento de los países menos desarrollados en la actualidad se constata que, salvo raras excepciones como
Botswana en el África Austral (un país con grandes reservas de diamantes y excelentes resultados
económicos), existe una relación negativa entre dotación de recursos naturales y crecimiento económico, de
forma que cuanto más ricos en recursos son los países peor es su comportamiento en términos de crecimiento
del PIB.
Varias son las razones que pueden explicar esta paradoja: 1) Puede argumentarse que la explotación
de recursos naturales es una actividad de baja generación de valor añadido ya que la actividad más
remunerativa es su transformación (que es frecuente que no se desarrolle en el lugar de origen de los recursos)
y no su extracción. 2) Los productos primarios, por otro lado, se enfrentan a una relación real de intercambio
decreciente, esto es, su precio tiene una tendencia a caer por término medio respecto a los precios de los bienes
manufacturados, con lo que los países que, por tener recursos naturales, se especializan en su explotación
estarían especializándose en una actividad cada vez peor remunerada. (3) Ocurre también que los mercados de
materia primas son muy inestables, lo que puede generar problemas en aquellos países cuya economía dependa
de su explotación. (4) Se observa, adicionalmente, una relación estadísticamente robusta entre dotación de
recursos naturales y conflictos armados. La existencia de una fuerte recompensa (las divisas obtenidas por la
explotación de los recursos naturales) en el caso de alcanzar el poder político actúa de incentivo para el
alzamiento armado de grupos/regiones excluidas del mismo, a la vez que genera los recursos necesarios para
mantener vivos los conflictos bélicos durante mucho tiempo: la guerra de Angola, activa durante casi treinta
años estuvo sostenida por la existencia de diamantes en la zona controlada por los rebeldes y petróleo en la
zona controlada por el gobierno. (4) Asimismo, la existencia de recursos naturales abundantes favorece los
comportamientos parasitarios del sector público, y deriva gran parte del capital humano hacia este sector en
perjuicio de sectores productivos con mayor contribución al crecimiento económico. (5) Por último, se puede
producir lo que, a partir del impacto que tuvo el descubrimiento de grandes depósitos de gas en la economía de
los Países Bajos, se conoce como la enfermedad holandesa. La explotación de recursos naturales a gran escala
aumenta las exportaciones y provoca una apreciación de la moneda, lo que repercute negativamente en otros
sectores exportadores, como los manufactureros o industriales con mayor capacidad de contribución al
crecimiento económico. Simultáneamente, la explotación de los recursos naturales pasará a absorber una parte
creciente de la inversión, abandonándose otros sectores con mayores economías de escala, con un efecto
negativo sobre el crecimiento a largo plazo.
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maldición del ganador en una subasta de valor común, es decir donde lo que se subasta tiene un valor real -
aunque éste sólo pueda estimarse de antemano- igual o muy parecido para todos los que participan en ella, cada
postor tiene el incentivo de pujar hasta el valor que personalmente estime que tiene el bien subastado. Esta
estrategia, sin embargo, no es la mejor y está sujeta a lo que se conoce como la maldición del ganador
(winner´s curse), que resulta del hecho de que, como todas las pujas que hacen los postores están sujetas a
error, es decir que algunas estarán por debajo del valor real del bien y otras estarán por encima, es muy
probable que quien gane la puja sea el postor que haya cometido el mayor error positivo, es decir el más
optimista: aquél que haya sobreestimado en mayor medida el valor real del bien objeto de subasta. La
maldición del ganador ha caído recientemente sobre alguno de los triunfadores de las subastas de licencias para
telefonía móvil UMTS, pero es conocida también en otros sectores en los que se subastan licencias o
concesiones administrativas para la explotación o gestión de alguna actividad productiva, como, por ejemplo
yacimientos petrolíferos o mineros.
La forma de evitar incurrir en la maldición del ganador consiste en que cada individuo no se
comporte (puje) siguiendo su expectativa racional acerca del valor real del bien subastado, sino teniendo
cuenta tanto la valoración estimada que los demás tienen del bien como el hecho de que todas esas
estimaciones –incluida la suya propia- están sujetas a error. Para evitar la maldición del ganador, la puja
máxima de un postor cualquiera ha de ser, por tanto, inferior a su estimación del valor real en una cuantía
igual al error esperado del postor vencedor para que así, en el caso de resultar vencedor en la subasta, haya
pagado por el bien su valor real. Obviamente, en caso de una subasta de un bien único, a cada participante le
sería de antemano muy difícil, por no decir imposible, estimar ese error esperado del ganador; sin embargo, si
la subasta es una más de una larga serie de subastas del mismo tipo de bien, los participantes contarán con
información acerca de los errores que cometieron los ganadores en subastas previas, lo que les permitirá tener
en cuenta la maldición del ganador a la hora de hacer sus pujas ofreciendo unas pujas máximas inferiores al
error esperado del postor que gane.

margen sobre coste fórmula de fijación de precios empleada frecuentemente por las empresas, consistente en
aplicar un determinado incremento en términos porcentuales o margen, q, sobre los costes medios de
producción, CMe, para determinar el precio de venta, P, de forma que el precio será igual a:
P = q . CMe.
De este modo, valores de q superiores a la unidad significarán que la empresa está generando beneficios,
mientras que cuando q es inferior a la unidad ésta se encontrará en situación de pérdidas. La existencia de
márgenes con valores sensiblemente superiores a la unidad, resultado común en economías industrializadas,
refleja la existencia de mercados con escaso nivel de competencia, ya que supone que las empresas pueden
cargar un precio a sus productos muy por encima de sus costes medios y marginales (véase índice de Lerner).
Esta hipótesis acerca del comportamiento de fijación de precios entra, en principio, en conflicto con la
hipótesis de maximización de beneficios de las empresas que exige que el ingreso marginal, IMg, sea igual al
coste marginal de producción, CMg. Resolver esta inconsistencia implica suponer que las empresas que
utilizan este mecanismo están produciendo en el tramo de rendimientos constantes a escala de modo que el
Conceptos de Economía -versión web- 269
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coste marginal es igual al coste medio, CMe. En tal caso se tendría que para maximizar beneficios se cumpliría
(véase ingresos):
IMg = P(1 + 1/ε) = CMg = CMe
lo que implica, dado que P = CMe . q, que el margen, q sería igual a {1/[1+(1/ ε)]}. Por lo que el margen será
tanto más elevado cuanto más inelástica sea la curva de demanda a la que hace frente la empresa.
Esta solución no acaba, sin embargo, con las inconsistencias con respecto al modelo habitual de
fijación de precios pues, adicionalmente, dado que el precio es mayor que el coste medio, es necesario suponer
que existe algún tipo de barreras de entrada que impida a otras empresas instalarse en el sector con la
finalidad de aprovecharse de la existencia de beneficios extraordinarios.
Esta forma de fijación de precios se revela extraordinariamente útil a la hora de explicar los procesos
inflacionistas que se manifiestan en la forma de una espiral precios salarios: la subida de los salarios haría subir
los costes medios, lo que generaría un aumento del precio que a su vez se trasmitiría a salarios, etc.

marxista, economía la obra de Karl Marx (1818-1883) está presente en casi todos los campos de las ciencias
sociales aunque, curiosamente, mientras que rara vez se omite su contribución a la Sociología, y los autores
marxistas ocupan posiciones prominentes en la Historia, los estudiantes de Economía pueden pasar por su
licenciatura sin leer una sola página de Marx. Joseph Schumpeter (1883-1950), en su monumental historia del
análisis económico señalaba al hilo de la obra de Marx que era una de esas creaciones a las que “los juicios
adversos, e incluso la refutación más rigurosa, por su mismo fracaso de herirla mortalmente, sólo sirven para
poner de manifiesto la fortaleza de su estructura”. Dos son los aspectos de esa estructura analítica en los que
nos detendremos. El primero es la visión del proceso de cambio social que subyace al concepto de modo de
producción. El segundo lo constituyen los elementos centrales del análisis que Marx realiza del capitalismo, al
que dedica los tres volúmenes de su obra económica principal, El Capital, publicados en 1867, 1885 y 1894.
Para Marx la producción es algo que necesariamente se realiza dentro de un marco social
determinado. Esa interrelación entre lo económico y lo social se recoge en el concepto de modo de producción,
utilizado por Marx para definir las distintas formas de organización social habidas y futuras. Cada modo de
producción está definido por un determinado estado de desarrollo de las fuerzas productivas, que incluyen el
trabajo y los medios de trabajo (materia prima y capital) y por unas relaciones de producción concretas que
abarcan el conjunto de relaciones económicas, sociales y el entramado institucional e ideológico en el que se
desarrolla el proceso productivo. Marx define cinco modos de producción cualitativamente distintos: comunal,
esclavista, feudal, capitalista y comunista; tipos abstractos de organización económica y social que sirven
como herramientas conceptuales para diseccionar y estudiar lo que Marx denomina formaciones sociales, que
serían modelos de sociedades históricas concretas en las que se expresaría con mayor o menor pureza un modo
de producción. Así, por ejemplo, al final de la Edad Media las sociedades europeas eran ejemplos de una
formación social en que el modo de producción feudal convivía más o menos conflictivamente con el modo de
producción capitalista ascendente. Pero Marx no se limita con estos conceptos a ofrecer una taxonomía con la
que clasificar las distintas formas de organización social habidas o por haber, sino que incorpora una
explicación endógena del propio proceso de cambio social (lo que se conoce como materialismo histórico).
Para Marx los modos de producción sólo se mantendrán en el tiempo si existe una correspondencia entre el
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grado de desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción dominantes. Sin embargo, el
hecho es que mientras que las relaciones de producción tienden a ser algo estático (en la medida en que a la
clase dominante le interesa el mantenimiento del status quo), las fuerzas productivas, y en especial uno de sus
componentes, la tecnología, se caracterizan por su dinamismo. De esta forma, si en un principio la
correspondencia en cada modo de producción entre fuerzas productivas y relaciones de producción es
completa, con el desarrollo de las fuerzas productivas posibilitado por el cambio técnico el entramado
institucional acabará actuando de restricción a su evolución, apareciendo un conflicto entre fuerzas productivas
y relaciones de producción que se resolverá –temporalmente- con un cambio revolucionario que instale unas
relaciones de producción coherentes con el nivel de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas, esto es,
con la aparición de un nuevo modo de producción. Es en este contexto en el que Marx, paradójicamente, alaba
la fuerza liberadora del mercado y la capacidad transformadora de la burguesía que “históricamente ha jugado
el papel más revolucionario” (1848) en la transición del feudalismo al capitalismo. El planteamiento de las
relaciones económicas como relaciones fundamentalmente sociales es una de las grandes herencias del
marxismo.
En su análisis del capitalismo, y en lo que se podría llamar “microeconomía marxista”, Marx, el
último de los economistas clásicos, parte de la teoría del valor trabajo ricardiana, según la cual a la hora de
explicar el precio medio (o sea, el precio en situaciones normales de demanda y oferta) de intercambio de dos
bienes cualquiera o valor de cambio de los mismos, la explicación pasa por encontrar qué de común puede
haber entre dos objetos heterogéneos que explique porqué uno se cambia por otro en un mercado a una
determinada tasa. Marx encuentra ese elemento común no en el hecho de que ambos bienes tengan utilidad o
valor de uso, pues ésa es una circunstancia “natural” no social, sino en que ambos son fruto del trabajo
humano. Y ello les hace tener valor. El valor de cambio de una unidad de un bien dependerá de su valor,
medido por la cantidad de trabajo socialmente necesaria para su producción, ya que el trabajo que se incorpora
en los bienes es el único elemento en común de tipo social que entre sí tienen bienes heterogéneos. En la
sociedad capitalista el trabajo es, por otra parte, una mercancía más que se vende en el mercado de trabajo,
mercancía a la que Marx llama fuerza de trabajo, y que como las demás tiene también su valor: el tiempo
necesario para su reproducción, o lo que es equivalente: el valor en tiempo de trabajo de los bienes que los
trabajadores necesitan para asegurar su susbsistencia y reproducción. El valor de cambio de la fuerza de trabajo
que es lo que se intercambia en los mercados de trabajo sería, pues, el salario de subsistencia (entendida por
Marx no en términos biológicos sino sociales, de modo que el salario de subsistencia sería aquel necesario para
que los trabajadores puedan vivir y reproducirse de un modo adecuado a tenor de los patrones sociales de la
sociedad en la que viven). Sin embargo, aunque la remuneración de la fuerza de trabajo se realice como la de
cualquier otra mercancía, y el trabajador reciba un salario por periodo igual al valor de la fuerza de trabajo en
el periodo, existe una diferencia fundamental entre la mercancía fuerza de trabajo y el resto de las mercancías:
la capacidad productiva del trabajo (el tiempo que un trabajador puede estar trabajando), su valor de uso, es
superior al salario que se paga por él, su valor de cambio, esto es, el producto del trabajador es superior al
producto necesario para su reproducción. La diferencia entre el valor de uso y el valor de cambio del trabajo, o
entre producción y producción necesaria para la reproducción de la fuerza de trabajo, de la que se apropia el
capitalista, es lo que Marx denomina plusvalía. Esta diferencia entre lo que recibe el trabajador y lo que aporta
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a la producción es lo que explica la interpretación en términos de explotación y conflicto que hace Marx del
trabajo en el capitalismo, ya que si de acuerdo con la teoría del valor trabajo éste es la única fuente del valor, el
ejercicio del trabajo debería ser la única forma de adquirir un derecho sobre el producto del mismo, por lo que
si los capitalistas se apropian de una parte del valor generado – la plusvalía-, esa apropiación significará
necesariamente la explotación de los trabajadores. Si bien, a diferencia de otros modos de producción como la
esclavitud, en el capitalismo la explotación se oculta en el intercambio formalmente voluntario que caracteriza
el mercado de trabajo. No habría explotación en el mercado de trabajo pero sí dentro del proceso de
producción.
Obviamente, la producción exige la utilización, junto al trabajo, de materia prima y maquinaria, cuyo
valor es llamado por Marx capital constante, c; pero en el esquema de Marx estos medios de producción sólo
aportan valor al producto final en función de su desgaste, a diferencia de la fuerza de trabajo contratada a cuyo
valor (el valor de los salarios pagados) llama Marx capital variable, v, pues de ese capital se puede extraer una
plusvalía. A partir de esta distinción entre capital variable y constante se puede definir la tasa de plusvalía, pl,
como la relación entre la plusvalía, s, y el capital variable adelantado por el capitalista: pl =s/v, expresión de la
que se deduce que para un salario determinado, la tasa de plusvalía dependerá de la jornada de trabajo (ya que
para cada trabajador, s + v = jornada de trabajo). De forma que cuanto mayor sea ésta mayor será la tasa de
plusvalía (gracias a un incremento en la plusvalía absoluta), y de ahí la importancia que para Marx tenía la
limitación legal del tiempo de trabajo. La segunda vía para aumentar la tasa de plusvalía es mediante un
aumento de la productividad en el sector de la producción de bienes de consumo para los trabajadores,
normalmente mediante la introducción de más o mejor maquinaria, que permita reducir el tiempo de trabajo
dedicado a la reproducción de la fuerza de trabajo, v (plusvalía relativa en terminología marxista). Por último,
Marx define el concepto de tasa de ganancia, g, como el cociente entre la plusvalía y la suma del capital
desembolsado por el capitalista para poder hacer frente a los gastos relacionados con la producción, la suma
del capital variable y el capital constante: g = s/(c+v) = pl / [1 + (c/v)], dándose la paradoja que la misma tasa
de plusvalía puede dar lugar a diferentes tasas de ganancia, para lo cual es suficiente con que la relación entre
capital constante y capital variable, c/v, la composición orgánica del capital, o relación capital-trabajo en
términos de valor sea distinta entre sectores. Puesto que la plusvalía se genera a partir del capital variable y no
del capital total, la misma tasa de plusvalía dará lugar a una tasa de ganancia mayor allí donde la composición
orgánica del capital sea menor.
Será precisamente este hecho, junto con el recurso a la utilización creciente de maquinaria para
aumentar la tasa de plusvalía, lo que marcará según Marx el futuro del capitalismo como modo de producción,
que estará caracterizado por la reducción continuada de la tasa de ganancia (ley de la tendencia descendente de
la tasa de ganancia). Esta tendencia era tan evidente para Marx que llega incluso a plantear que el principal
problema a resolver por los economistas no era “explicar el descenso de la tasa de ganancia” sino “cómo
explicar que dicho descenso no haya sido más considerable o rápido” a la luz de la intensificación de la
utilización de maquinaria que había tenido lugar. Entre las causas que podrían explicar la ausencia de caída en
la tasa de ganancia Marx incluye el aumento de la tasa de plusvalía, la reducción de los salarios relacionada
con la existencia de un exceso de oferta de trabajo (el desempleo llamado por Marx ejército de reserva
industrial) y la reducción del valor del capital constante.
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Dentro de la “microeconomía” marxista habría que señalar también el papel de Marx como teórico del
equilibrio. Si dejamos de lado el pensamiento fisiócrata del siglo XVIII, fue Marx el primer autor que
estableció las condiciones que deben satisfacerse en la producción realizada por los diferentes sectores de una
economía, para que ésta pueda reproducirse o crecer de una manera equilibrada. En ello, por tanto, es un claro
predecesor del análisis input output.
En el ámbito macroeconómico, la contribución de Marx es extremadamente relevante y anticipa el
pensamiento keynesiano. Para Marx el sistema de mercado era profundamente inestable tanto a corto como a
largo plazo. Así, Marx descree profundamente de la ley de Say, señalando una debilidad esencial de la misma:
para Say el objetivo de todo productor es vender lo que produce para luego gastar los ingresos derivados de la
venta, no teniendo en cuenta que en el capitalismo existe una clase completa de agentes, los capitalistas, cuyo
objetivo es acumular y no gastar la riqueza obtenida. Por su parte, a largo plazo los efectos de la lucha de clase
implicaban un movimiento económico de carácter cíclico (véase ciclos).
El esquema marxista de análisis de la economía de mercado se enfrenta a numerosas críticas entre las
que destaca las inconsistencias que plantea la teoría del valor trabajo. Aunque supongamos que el trabajo es la
única fuente de valor, los valores de cambio expresados como cocientes de los valores de las mercancías no se
corresponden de manera significativa con los precios relativos de los bienes. El mismo Marx se dio cuenta de
que si los precios equivalen a los valores, la tasa de ganancia en los sectores más intensivos en capital sería
mucho más baja, como ya se ha indicado, que la tasa de ganancia de los sectores menos intensivos. Tal cosa no
tiene sentido en una economía de mercado competitiva, donde cabe suponer que la competencia se plasmará en
una tendencia a la uniformización de las tasas de ganancia. La consecuencia lógica de esta hecho es que los
precios de los bienes no se corresponden de una manera simple o directa con sus valores. Muchos han sido los
intentos de resolver este problema (el problema de la transformación de valores en precios) de un modo
adecuado. Sin embargo, esos esfuerzos han sido baldíos. En consecuencia, la teoría del valor trabajo, espina
dorsal de la microeconomía marxista, aparece como una construcción redundante desde un punto de vista
teórico y por ello con un valor puramente ideológico. No ocurre lo mismo con la macroeconomía de raíz
marxista que aparece integrada en las corrientes postkeynesianas más actuales.
El marxismo ha mantenido viva una línea de pensamiento económico diferenciado de la economía
neoclásica, caracterizada por su creencia en la naturaleza fundamentalmente contradictoria del capitalismo, en
el sentido, como señala Andrew Glyn, de que sus problemas de funcionamiento derivan de forma esencial de
su estructura, no siendo, por lo tanto “imperfecciones” de un mecanismo que en su ausencia sería armonioso.
Un ejemplo de la aproximación moderna al análisis económico desde esta perspectiva lo constituye el llamado
marxismo analítico, una corriente de origen anglosajón, y entre cuyos miembros se encuentran el noruego Jon
Elster, y el estadounidense John Roemer, cuya obra se caracteriza por un tratamiento abierto y no dogmático
de las principales cuestiones marxistas, desde una aproximación más abstracta y haciendo uso, en palabras de
Roemer, de "las herramientas contemporáneas de la lógica, la matemática y la construcción de modelos".

maximización de beneficios supuesto de conducta de las empresas según el cuál el objetivo de las mismas es
hacer máximo, tanto a corto como a largo plazo, la diferencia entre los ingresos derivados de su actividad
económica y los costes totales, incluyendo dentro de éstos el coste de uso del capital o beneficio normal del
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empresario. Para maximizar beneficios en cualquier proceso económico la regla de comportamiento es siempre
la misma: realizar cualquier actividad que contribuya a generar ingresos (producir unidades adicionales,
contratar publicidad, etc.) hasta el punto en que el ingreso adicional que se obtiene por el incremento de esa
actividad, o sea, el ingreso marginal, sea igual al coste adicional de realizarla, el coste marginal (para una
formalización más precisa del proceso, véase empresa).
Desde un punto de vista lógico las reglas que conducen a la maximización de beneficios son idénticas
a las que se derivan de si lo que se quisiese fuese la minimización de costes, es decir, producir un determinado
volumen de output al menor coste posible. Maximización de beneficios y minimización de costes son caras de
una misma moneda. Por otro lado, el supuesto de maximización de beneficios está ligado intrínsecamente con
la noción de eficiencia, pues ésta establece que a la hora de asignar recursos en una situación de escasez, éstos
han de dedicarse a una actividad concreta hasta el punto en que el valor para los consumidores de una unidad
adicional del producto sea igual al coste marginal de oportunidad por producirla.
El supuesto de maximización de beneficios parece un supuesto razonable para explicar el
comportamiento de las empresas capitalistas que operan en mercados de competencia perfecta. En tal caso,
cualquier otro comportamiento distinto del derivado de la maximización de beneficios supondría pérdidas a
corto plazo y su expulsión del mercado. Si las empresas no son capitalistas, véase cooperativas, o en el caso
de las empresas públicas (véase burocracia), la regla de maximización de beneficios deja de ser el patrón de
comportamiento. Adicionalmente, en estructuras de mercado no competitivas, dado que la presión de la
competencia es menor, cabe la posibilidad de que las empresas adopten otros patrones de conducta (véase
función objetivo). La existencia de separación entre propiedad y control (véase relación de agencia) es uno
de los factores que pueden explicar la asunción de objetivos distintos a la maximización de beneficios, como
puede ser la maximización de las ventas, o la maximización del valor de las acciones.

medición en la Biblioteca Harper de la Universidad de Chicago se puede encontrar una inscripción de Lord
Kelvin, el padre de la escala de medición de temperatura utilizada más frecuentemente en física, que dice: “Sin
medición el conocimiento es escaso e insatisfactorio”. Desde otro punto de vista, el economista Oskar
Morgenstern (1902-1976), uno de los padres de la teoría de juegos, recordaba en uno de sus artículos más
famosos: “qui numerare incipit errare incipit” (el que mide mucho, yerra mucho). Estas dos citas recogen
perfectamente el dilema al que se enfrentan los economistas en su trabajo: es difícil conocer el mundo
económico y contrastar la validez de las teorías alternativas que lo interpretan sin una medición de las variables
económicas más relevantes, pero a la vez, las estadísticas son sólo estimaciones, en muchos casos sujetas a un
considerable y desconocido margen de error. Esta cuestión es reconocida por todos los practicantes de la
Economía, pero sin embargo está ausente en gran parte de los trabajos econométricos que utilizan como
materia prima las estadísticas económicas, y en la práctica de la política económica, donde se manejan sin
rubor cifras con dos decimales, y a veces se toman decisiones trascendentales en función de cambios mínimos
de tales estadísticas, cuando, como veremos, éstas a lo sumo son un reflejo distante de las variables reales
subyacentes que difícilmente podemos esperar llegar a capturar de forma exacta. Morgenstern en su libro
Sobre la exactitud de las observaciones económicas, publicado en 1963, cita las siguientes fuentes de error que
actúan en los procesos de medición de variables económicas: (1) imposibilidad de hacer experimentos
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controlados y repetidos; (2) ocultación de información por parte de los agentes económicos que tienen que
suministrarla y/o por parte de las propias agencias estadísticas encargadas de su elaboración y difusión; (3)
errores materiales no intencionados derivados del cumplimiento de los cuestionarios estadísticos; (4) cuando
los errores no son aleatorios, las estadísticas económicas, al construirse normalmente a partir de un número
elevado de observaciones, incorporarán un problema de acumulación de errores, produciéndose una desviación
significativa con respecto al comportamiento real del fenómeno que se trata de medir; (5) dificultad de traducir
la abstracta precisión de los conceptos teóricos a la imprecisión de los fenómenos económicos del mundo real:
el mundo teórico a menudo es binario, una persona está empleada o desempleada, mientras que la realidad es
más borrosa, la condición de empleado y desempleado es mucho más rica en matices. En las palabras
perfectamente aplicables a esta cuestión del Nobel de Economía Amartya Sen: “¿Por qué evitamos las
conclusiones acertadas aunque vagas, para dedicarnos a errar de forma precisa?”
Junto a estos problemas existen otros, derivados no ya de la confección de las estadísticas económicas,
sino de su utilización. Así, por ejemplo, la variable PIB, que pretende “simplemente” medir el valor de la
producción de un país, se utiliza en forma de PIB per capita como un indicador del bienestar, algo para lo que
nunca fue diseñada (véase Índice de Desarrollo Humano y economía de la felicidad). La variable tasa de
desempleo se utiliza como indicador de la eficiencia de una economía, cuando ésta probablemente esté más
relacionada con la productividad que con el desempleo, etc. Obviamente, todo ello no debe conducir a
renegar de las estadísticas económicas, pero si a evitar tomarlas “por su valor nominal”, sin mayores
consideraciones sobre los problemas asociados a su construcción y la idoneidad de las variables disponibles
para reflejar el fenómeno económico que estamos estudiando.

mercado un mercado es una institución social donde se encuentran voluntariamente, aunque no


necesariamente cara a cara, los vendedores y compradores reales (y a veces, en cierto sentido, también los
potenciales, véase mercados atacables) de un bien o servicio. Bajo determinadas circunstancias (competencia
perfecta), de la interacción de la oferta y la demanda para cada bien surgirá un precio de intercambio que
permitirá el ajuste óptimo entre lo que están dispuestos a vender los productores y lo que están dispuestos a
comprar los consumidores. Los movimientos o alteraciones de estos precios relativos servirán, por otro lado,
de señal sobre la situación del mercado.
El mercado es uno de los mecanismos de coordinación más eficaces de los que disponen los agentes
económicos para enfrentar el problema de la escasez. Ello es así porque, si el mercado es competitivo, los
precios que de él se deriven satisfacerán las tres dimensiones que definen el problema de la eficiencia
económica. En lo que respecta a la eficiencia asignativa el mercado permite producir los bienes y servicios
privados para los que hay demanda efectiva al mínimo coste posible (véase economía de mercado). En lo que
respecta a la eficiencia informativa o comunicacional, los precios actúan como señal de la escasez relativa
existente en la sociedad indicando con un mínimo coste dónde ésta es mayor: una subida en el precio relativo
de un bien estaría señalizando que ha surgido escasez de ese bien y a la inversa. Por último, los precios actúan
también como mecanismo de eficiencia motivacional, incentivando a los agentes que buscan maximizar sus
intereses privados (véase homo oeconomicus) a que dirijan sus recursos allá donde por ser más valorados son
más necesarios (véase especulación). Por otro lado, y desde el punto de vista de la eficiencia dinámica,
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el mercado favorece la división del trabajo y la especialización, con el consiguiente efecto positivo sobre el
crecimiento económico. La merecida sorpresa que cabe experimentar ante el hecho de que un mecanismo que
sólo exige de cada uno de los agentes económicos que persiga su propio interés despreocupándose de los
intereses o necesidades del conjunto social y sea, sin embargo, capaz de armonizarlos en un resultado colectivo
eficiente llevó a Adam Smith a acuñar una metáfora sobre su funcionamiento que ha alcanzado el éxito. Los
individuos en los mercados actuarían como si estuviesen guiados por una benefactora mano invisible de tipo
impersonal que redirigiría sus comportamientos egoístas hacia el bien común.
Ahora bien, todas estas ventajas sólo se pueden garantizar en el caso de mercados competitivos. La
existencia de fallos del mercado tanto microeconómicos como de carácter macroeconómico (véase economía
keynesiana) pone en duda las virtudes coordinadoras del mercado y avalan el uso complementario de otros
mecanismos de coordinación. Finalmente, hay que señalar que los rasgos de carácter más adecuados para el
buen funcionamiento del mercado, los propios del homo oeconomicus, siempre persiguiendo de una manera
racional su interés egoísta, pueden no ser, desde una perspectiva más amplia, los rasgos más deseados para los
miembros de una sociedad humana (véase altruismo).

mercado atacable se dice que un mercado es atacable o disputable cuando cumple las siguientes
condiciones: (1) cualquier nueva empresa puede incorporarse al mismo en igualdad de condiciones a las
empresas ya instaladas, lo que exige que no existan barreras de entrada de ningún tipo, y (2) si las empresas
que operan en el mercado deciden dejar la actividad, pueden hacerlo sin tener que hacer frente a ningún coste
(lo que se conoce como ausencia de costes irrecuperables). La ausencia de barreras de entrada y de costes de
salida define los mercados atacables, pudiéndose demostrar que cuando un mercado es atacable, el resultado
alcanzado en el mismo en términos de eficiencia productiva y asignativa es el mejor de todos los posibles,
independientemente del número de empresas que operen en ese mercado. Ello implica que, a la hora de evaluar
el grado de competencia que existe en un mercado, no será suficiente con observar el número de empresas que
participan en el mismo. En un mercado atacable, por lo tanto, el que haya una sola empresa no afecta al
resultado, que será el que se daría en competencia, ya que la única empresa se tendrá que comportar como si
de hecho hubiera competencia, pues de no hacerlo y poner un precio superior al que regiría en competencia
perfecta entrarían otras empresas y el beneficio extraordinario desaparecería. En este contexto, el concepto
clave es la competencia potencial y no la competencia directamente observable. En todo caso, las condiciones
exigidas para que un mercado sea atacable son difíciles de encontrar en la realidad, ya que es habitual que las
empresas que se incorporan a un mercado se encuentren en desventajas con respecto a las que ya están
instaladas en el mismo, y la salida de un mercado casi siempre suele generar algún tipo de coste.

mercado de futuro así se denomina a cualquier mercado en el que se realicen contratos de venta para la
entrega del bien o servicio contratado a un precio determinado en una fecha futura. Como señala Peter
Bernstein, los mercados de futuros han existido desde épocas remotas, así, por ejemplo, en las ferias del siglo
XII se firmaban lettres de faire en las que se garantizaba la entrega futura de los bienes vendidos, en el siglo
XVII los señores feudales japoneses vendían su arroz en un mercado de futuros denominado cho-ai-mai, por
último, el mercado de futuros del Chicago Board of Trade se han negociado contratos de futuros en bienes
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como trigo o cobre desde 1865, si bien habrá que esperar a la revolución de las tecnologías de la información y
al desarrollo de los mercados financieros acontecido en el último cuarto del siglo XX para que los mercados de
futuros aumenten en importancia y cotidianeidad. En su origen este tipo de mercado está asociado a la
necesidad de los agricultores de protegerse contra posibles caídas del precio de mercado de los productos que
cultivan. Los mercados de futuros al fijar de antemano el precio de venta cumplen esta función.
Complementariamente, las empresas transformadoras de productos primarios también pueden beneficiarse (en
este caso como demandantes) de la firma de contratos de futuros con sus proveedores que les garanticen que
no va a haber aumentos en sus costes. Con lo que en este caso el mercado de futuros permite reducir el riesgo
total de la economía. El precio de futuro de un bien perecedero vendrá determinado por las expectativas sobre
la demanda y la oferta del bien en el momento futuro en el que se realice la su entrega.

mercado de trabajo para el análisis neoclásico, el mercado de trabajo es tan sólo un mercado más, por
importante que sea, y como tal lo trata. Como en todo mercado, su funcionamiento dependerá de la interacción
y los determinantes de la oferta y la demanda de trabajo. La oferta de trabajo es la aportada por los trabajadores
a cambio de un salario -el precio relevante en este mercado-, mientras que las empresas actúan de demandantes
de trabajo, con la finalidad de utilizarlo en la producción de bienes y servicios. La demanda de trabajo es, por
lo tanto, una demanda derivada, en el sentido de que es una demanda que surge y depende tanto de las
condiciones de demanda de los bienes los servicios que se producen para el mercado como de las condiciones
técnicas de producción. Si suponemos que el objetivo que persiguen las empresas es la maximización de
beneficios, ello las llevará a demandar unidades adicionales de trabajo hasta el punto en que el coste asociado a
contratar una unidad adicional (el salario que se le paga) sea igual a los ingresos por la venta del producto
adicional asociado a utilizar esa unidad más del factor trabajo, es decir, al ingreso del producto marginal del
trabajo. En el caso particular de que la empresa que está demandando un tipo particular de trabajo venda su
producción en un mercado de competencia perfecta sucede entonces que, dado que esa producción adicional se
vende al mismo precio que las unidades anteriormente producidas, el ingreso marginal del producto marginal
es el valor de la productividad marginal, o sea, el producto del precio de venta del bien por el producto
marginal del trabajo. La demanda de ese tipo de trabajo dependerá, por tanto, de esas dos variables. Si se
supone que la función de producción es tal que, a corto plazo, la productividad marginal del trabajo es
decreciente, la curva de demanda de trabajo también lo será, por lo que el aumento en las contrataciones por
parte de cada empresa pasará, cateris paribus, obligadamente por una caída en el salario. El efecto total de
esa caída en el salario cuando se tienen en cuenta todas las empresas que demandan de ese tipo de trabajo,
dependerá también del efecto que la caída en los costes laborales de todas las empresas tenga sobre los precios
de los bienes que venden y los consiguientes aumentos de demanda que experimenten y que les exigirán
contratar a más trabajadores. En el largo plazo, adicionalmente, hay que contar a la hora de describir la
demanda de trabajo con los efectos sustitución entre capital y trabajo de modo que a los efectos descritos que
se dan ante una caída en los salarios hay que agregar los resultantes de los cambios a técnicas más intensivas
en trabajo (al haberse abaratado este factor con respecto al capital). En general, la curva de demanda de trabajo
será siempre más elástica, esto es, más sensible a cambios en el salario, a largo que a corto plazo.
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La curva de demanda de trabajo es distinta si la o las empresas utilizan una tecnología de coeficientes
técnicos fijos de modo que cada unidad de capital o máquina requiere usar un número determinado de unidades
de trabajo. En tal caso, la productividad marginal del trabajo es constante mientras queden máquinas no usadas
(véase utilización de capital), pues nada obliga a que las unidades de trabajo adicional que se utilizan en
combinación con una máquina antes parada produzcan una cantidad inferior de producto a la que producen los
trabajadores que usan las otras máquinas. Ahora, en esta situación, la demanda de trabajo dependerá
exclusivamente de la demanda del producto siempre que los salarios no superen a la productividad marginal
(que en este caso es igual a la productividad media). Cuando todas las máquinas se estuviesen empleando,
entonces contratar más unidades de trabajo sería absurdo pues no agregarían nada a la producción, es decir, su
productividad marginal sería cero. En este caso, la curva de demanda de trabajo es constante para cada salario
(si es menor que la productividad marginal) y cae a cero cuando se usa plenamente el capital. Una disminución
en el salario, en este caso, no supondría más contrataciones a menos que las empresas tuviesen una mayor
demanda de sus productos. Finalmente, ha de tenerse en cuenta que lo que las empresas demandan no son
trabajadores por sí, sino las horas de trabajo efectivas que estos realizan. Dicho de otra manera, el input que
utiliza una empresa son las horas de trabajo que se emplean efectivamente en la producción en cada periodo de
tiempo. La cantidad de horas efectivas que utiliza una empresa en un determinado periodo (por ejemplo, una
semana) viene dada por la siguiente expresión: L = H.j.e; donde H es el número de trabajadores contratados, j
es la jornada contratada de trabajo (por ejemplo, 40 horas semanales) y e es la efectividad con la que esas horas
contratadas se convierten realmente en horas de trabajo (jefectiva /j), cuyo valor nunca alcanzará su máximo
(esto es, e <1, salvo en el caso de que se realicen horas extraordinarias no remuneradas), en la medida que no
todo el tiempo contratado es tiempo efectivo de trabajo ya que los intereses de los trabajadores y los
propietarios de las empresas no coinciden plenamente. Resulta obvio que a las empresas les interesa que el
valor de e sea lo más elevado posible, pero aumentarlo les supondrá incurrir en costes de transacción
asociados ya sea al establecimiento de sistemas de vigilancia y control (por ejemplo, capataces,
videovigilancia, etc.) ya al establecimiento de sistemas de motivación pecuniaria (véase incentivos) para
resolver ese problema de agencia (véase relación de agencia).
En lo que a esto se refiere, hay que resaltar que presuponer que las empresas son capaces de conocer
la productividad marginal de los trabajadores es un supuesto muy exigente, poco válido en buena parte de las
situaciones reales. El conocimiento de la productividad marginal de cada trabajador, lo que sería la situación
teóricamente ideal a la hora de ajustar la remuneración de cada uno, sólo será factible en aquellas condiciones
en que los trabajadores lo hagan aisladamente los unos de los otros en el sentido de que la productividad de
uno afecte a la de otro. Caso contrario, si el trabajo se realiza en grupo, la delimitación de una remuneración
individualizada en función de la productividad marginal de cada uno será muy difícil por lo que las empresas
habrán de recurrir a compensar a los trabajadores en función de la productividad media del grupo (con el
problema que surge inmediatamente de los “gorrones” ( free-riders) que se aprovechan del esfuerzo de los
demás) o atendiendo a sus niveles de esfuerzo individuales, más fácilmente observables, y no a la producción
(véase salario).
Por el lado de la oferta, el análisis neoclásico, hace suya la maldición bíblica que castiga a los
pecadores originales a “ganarse el pan con el sudor de la frente”. El trabajo, consiguientemente, es un mal en
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términos económicos por lo que la única razón para ofrecer trabajo en el mercado es la obtención de un salario,
una renta que permita que los individuos compren bienes que, junto con el ocio, son las cosas que producen
utilidad. Ello significa que el salario que les interesa a los trabajadores es el salario real, pues su valor es el
que les muestra su capacidad de comprar bienes. La cantidad de tiempo que un individuo cualquiera estaría
dispuesto a ofertar resultará de la elección racional que haga entre esos dos bienes, la renta y el ocio, dado el
salario que el mercado le paga por hora de su trabajo. Cada trabajador comparará la desutilidad que le genera
trabajar más, en el sentido de que trabajar más supone disponer de menos tiempo de ocio, y la utilidad derivada
de la renta salarial obtenida trabajando. Un aumento del salario implica que el coste de oportunidad del ocio
aumenta, por lo que por efecto sustitución un individuo demandaría menos del mismo (es decir, trabajaría
más), y un efecto renta de signo contrario en la medida que el ocio es, con seguridad, un bien normal.
Mientras el efecto sustitución supere al de renta, las subidas en los salarios vendrán asociadas a incrementos en
la cantidad de horas que se desean trabajar. La curva de oferta de trabajo individual será pues creciente a partir
del salario mínimo o salario de reserva que el individuo estime que le ha de ser pagado para ponerse a
trabajar. Pero llegará un momento en que la situación se revertirá, ya que al irse haciendo el ocio más escaso
éste se hará no sólo más valioso sino también más necesario debido a que se habrá de contar con más tiempo
para consumir los bienes que las mayores rentas salariales permiten. A partir de ese momento, la curva de
oferta individual de trabajo se “volverá hacia atrás” y las subidas de salario vendrán asociadas a menores
cantidades ofertadas de trabajo. La curva de oferta de mercado para una determinada ocupación estará formada
por la suma horizontal de las curvas de demanda individuales de los distintos trabajadores que están en esa
actividad. A diferencia de la curva individual, la de mercado siempre será creciente pues conforme los salarios
suban entrarán más trabajadores a esta actividad abandonando otras. Este planteamiento de la curva de oferta
de trabajo supone que la reacción ante una reducción del poder adquisitivo del salario por un aumento general
de los precios sería una reducción de la cantidad ofertada de trabajo, algo que entra en conflicto con la
observación diaria, donde la reducción salarial en muchos casos genera un movimiento contrario de aumento
de la cantidad ofertada de trabajo para conseguir mantener el nivel adquisitivo (véase salario de subsistencia).
En el gráfico adjunto se puede observar la combinación de oferta y demanda de trabajo construida con
estos supuestos de comportamiento de oferentes (trabajadores) y demandantes (empresas). Como se puede
apreciar, y ése es el mensaje más simple del análisis neoclásico del mercado de trabajo, en ausencia de
restricciones al funcionamiento del mercado, esto es, si no existen regulaciones laborales o sindicatos, el
mercado competitivo llegaría automáticamente a un salario de equilibrio, We, en el que se igualaría la demanda
y la oferta de trabajo en cada ocupación, y en el que por lo tanto no habría desempleo involuntario, en el
sentido de que aquellos trabajadores que no trabajasen lo harían de modo voluntario, al no compensarles
trabajar a un salario como We. El desempleo aparecería sólo si se fijase un salario mínimo legal por encima
del de equilibrio o si un sindicato con poder de mercado fijase un salario también más elevado. En el
equilibrio, el salario que percibirían los trabajadores igualaría el valor de la productividad marginal de trabajo
con su desutilidad marginal. Dicho de otra manera, una unidad adicional de trabajo generaría un aumento en el
valor de la producción igual a su coste en términos de ocio perdido. Una situación eficiente que algunos han
considerado adicionalmente como justa.
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W Oferta de trabajo = g(w)

We
Demanda de trabajo = f(w)

Ee Empleo

Obviamente, como en todos los modelos, los resultados dependen de los supuestos incorporados, de
forma que bastaría con suponer un comportamiento distinto de oferta y demanda para que las conclusiones
fueran también diferentes. Así, podríamos pensar en una función de oferta que en su origen tuviera un
comportamiento muy elástico, esto es, que una parte importante de la población activa estuviera dispuesta a
trabajar al salario de mercado, en cuyo caso el equilibrio de mercado podría coexistir con trabajadores
desempleados dispuestos a trabajar al salario existente, esto es, con de desempleo involuntario. Por otro lado,
el caso representado corresponde a un mercado de trabajo perfectamente competitivo. La consideración de
otras estructuras de mercado alteraría el resultado. Así, si una empresa tiene poder de mercado en un mercado
de trabajo concreto (véase monopsonio), el salario en ese mercado sería menor al valor de la productividad
marginal del trabajo. Ello significa que los trabajadores estarían explotados.
Pero no es en este ámbito, en el del cuestionamiento de los supuestos de oferta y demanda de trabajo,
en el que el análisis tradicional se enfrenta a críticas mayores y de más calado. La mayor insatisfacción con
este planteamiento responde al tratamiento del mercado de trabajo como si de otro mercado cualquiera se
tratara, siendo que, el trabajo, por sus propias características, es de naturaleza distinta a cualquier otro bien o
servicio intercambiado en un mercado. Tal es así, que para Karl Polanyi (1886-1964), el trabajo era junto con
el dinero y la tierra, una mercancía ficticia en el sentido de que no se producía con la finalidad de venderse en
un mercado. Pero éste no es el único factor que distingue al trabajo de cualquier otra mercancía. En segundo
lugar, el trabajo es mucho más que una forma de “ganarse la vida”, actuando en las sociedades de mercado
como el mecanismo por excelencia de inserción social y la principal fuente de autoestima, como se refleja en
que todos los estudios sobre el efecto del desempleo sobre los parados indiquen que el impacto negativo de la
situación de paro sobre los desempleados trasciende con mucho su impacto meramente económico. En tercer
lugar, el trabajador, de nuevo a diferencia de cualquier otra mercancía, es capaz de afectar con su
comportamiento el resultado derivado de su contratación, esto es, el trabajador en gran parte decide el valor de
su productividad (véase salarios de eficiencia). El empresario adquiere fuerza de trabajo en el mercado, pero
la transformación de esa fuerza de trabajo en trabajo depende en gran medida de la disposición que tenga el
trabajador, algo que no ocurre cuando se compra, por ejemplo, una lechuga. Por último, el mercado de trabajo
es un mercado en donde, precisamente por tratar con seres humanos, el concepto de justicia y las creencia o
normas sobre lo que es o no justo, sobre lo que se puede y no se puede hacer, tienen un papel predominante.
Así, por ejemplo, cuando una empresa en situación de crisis obtiene de los trabajadores su conformidad para
una reducción salarial, normalmente lo hace argumentando que en caso contrario tendrá que cerrar y no
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amenazando con sustituir a sus trabajadores por otros dispuestos a trabajar por un salario menor. Es más, los
propios trabajadores desempleados no acuden a las empresas ofreciéndose a trabajar por menos de lo que
cobran sus compañeros empleados, cuando ese sería precisamente el ajuste típico de cualquier mercado
competitivo en situación de exceso de oferta: nadie quiere ser un esquirol. De hecho, la historia de las
instituciones de la economía de mercado es, en gran parte, la historia de cómo se ha intentado sustraer al
mercado de trabajo de las reglas del mercado, fundamentalmente mediante la aprobación de normativa laboral
y la creación de sindicatos que limitaran el espacio de actuación del mercado. Por último, nada garantiza que
el salario de equilibrio en situación de exceso de oferta fuera suficiente para garantizar la subsistencia de los
trabajadores, lo que haría inútil para ellos el hecho en sí de trabajar.

mercado negro incluido dentro de la economía sumergida y en muchos casos confundido con ésta, el
mercado negro tiene una connotación de ilegalidad que no tienen necesariamente todas las actividades de la
economía sumergida. Un mercado negro aparece siempre que las autoridades económicas fijan un precio
inferior al que regiría si se dejase que la oferta y la demanda se ajustasen libremente. Lo anterior implica que,
al precio oficial, existe un exceso de demanda del bien objeto de regulación. Ese exceso de demanda es el que
se deriva hacia el mercado negro, con la consecuencia de que el precio real que pagan estos consumidores es
superior al fijado por la administración. Por su parte, la oferta del mercado negro estará compuesta en parte por
la reventa de artículos comprados en el mercado oficial al precio intervenido y en parte por la desviación ilegal
de producción hacia este mercado por parte de productores, intermediarios o especuladores. Así, por ejemplo,
en la posguerra española se compraba aceite de estraperlo en el mercado negro a unos precios muy superiores
de los oficiales. Ejemplos más habituales de aparición de mercados negros lo son el control de alquileres y la
política de regulación de tipo de cambio. En lo que se refiere al primer caso, la existencia de una limitación al
precio de alquiler del stock de viviendas de alquiler existentes se traduce en una reducción de la cantidad
ofertada al precio intervenido, en una reducción de su calidad que se manifiesta en el deterioro de las viviendas
de alquiler, así como en el surgimiento de un mercado paralelo de alquileres donde la reducida oferta existente
se asigna a un precio (ilegal) por encima del regulado. En lo que se refiere al control del tipo de cambio, su
fijación a un nivel artificialmente bajo, dadas las condiciones del mercado de divisas, con el objeto de abaratar
las importaciones dará lugar también a la aparición de un mercado negro de divisas, al que acudirán todos
aquellos demandantes de divisas (importadores) que no pueden satisfacer su demanda al tipo de cambio
intervenido, teniendo que recurrir a canales informales para conseguirlas. En este mercado la divisa será más
cara, dependiendo la prima (el sobreprecio) que se paga del exceso de demanda existente en el mercado y del
riesgo en el que incurren los cambistas “ilegales” del mercado negro. La existencia de mercados negros implica
por lo tanto un alejamiento de las condiciones de eficiencia.

mercantilismo con el desarrollo del comercio internacional a lo largo de los siglos XVI y XVII aparecen las
primeras interpretaciones del impacto de éste sobre las economías de los recientemente creados estados-nación.
El mercantilismo consideraba que la riqueza de un país estaba asociada a la cantidad de metales preciosos
acumulados en el mismo. La lógica económica tras este planteamiento procede de la ecuación cuantitativa del
dinero en un contexto histórico en el que el dinero tiene una base metálica. Según esta interpretación, cuanto
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Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

más dinero existe en una economía, más actividad económica habrá. Correspondientemente, el mercantilismo
defendía que el objetivo del comercio exterior consistía en facilitar la acumulación de metales preciosos-dinero
en una economía, lo cuál solamente podría suceder cuando las exportaciones superasen a las importaciones,
contribuyendo así al incremento del stock de metales preciosos, es decir, la oferta de dinero.
Inspiradas en esta doctrina se promulgaron regulaciones que limitaban la capacidad de los
comerciantes para intercambiar con el exterior (relativas, por ejemplo, a la exportación de materias primas o
tecnología). Con el triunfo de la Revolución Industrial, el mercantilismo dio paso, siquiera brevemente, al
librecambismo, para luego verse a su vez sustituido por el proteccionismo de entreguerras, aunque en este
caso con una motivación distinta, ya que no se trataba de evitar la salida de metales preciosos asociada a una
balanza comercial negativa, sino de evitar la pérdida de demanda efectiva a favor de empresas extranjeras.

microeconomía así se denomina a la parte del análisis económico dedicada al estudio del comportamiento
individual de los agentes económicos: consumidores, empresas, trabajadores, burócratas, etc., y a la
investigación del funcionamiento de los mercados individuales en los que operan (equilibrio parcial) y la
interacción entre esos mercados (equilibrio general). La cuestión central del análisis microeconómico es cómo
se asignan los recursos limitados de una economía, esto es, cómo eligen los individuos en situaciones de
escasez entre las diversas alternativas que tienen ante sí, para lo cual se estudia el comportamiento de los
demandantes (consumidores) y oferentes individuales (trabajadores y empresas) de bienes y servicios y su
interacción en los distintos mercados en los que participan (mercado de bienes y servicios, de trabajo, de
capital, etc.).
A la hora de explicar las conductas individuales, la microeconomía toma diferentes caminos según los
supuestos que informan la lógica de la elección que se presume conforma la conducta de los agentes
económicos. Para la microeconomía neoclásica los puntos de partida consisten en suponer que los agentes
económicos se comportan racionalmente persiguiendo unos objetivos cuya definición y estructura concreta
quedan al margen del análisis. Con arreglo a este enfoque, el llamado individualismo metodológico, los
comportamientos sociales son el resultado agregado de los comportamientos individuales. De este modo, para
conocer el todo basta con conocer las partes: el consumidor representativo, el burócrata representativo, la
empresa representativa, el trabajador representativo
Otras perspectivas microeconómicas alternativas (véase economía institucional, economía marxista
y economía keynesiana y postkeynesiana) no comparten el individualismo metodológico, considerando que
las funciones objetivo de los agentes se ven más o menos influidas o determinadas por el entorno social y que
el supuesto de racionalidad es demasiado exigente a la hora de explicar los comportamientos de los agentes
económicos (véase racionalidad limitada, función asimétrica de valor).

modelo los modelos económicos son representaciones simplificadas de la realidad que se pretende estudiar.
El objetivo de todo modelo es reducir la compleja maraña de relaciones entre agentes económicos subyacente a
cualquier fenómeno económico, eliminando lo accesorio, y facilitando así la comprensión de los aspectos
centrales del fenómeno estudiado. Todo modelo, por lo tanto, es una idealización de la realidad que, cuando es
acertado, facilita su comprensión. Los modelos pueden adoptar lenguajes diversos. Así, se puede construir un
Conceptos de Economía -versión web- 282
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

modelo de tipo narrativo, en el que se recojan literariamente las relaciones existentes entre las variables clave
del fenómeno a estudio. De igual modo se puede optar por la utilización de aparato gráfico que aísle y recoja
tales relaciones, en cuyo caso el modelo adoptaría una forma diagramática, opción utilizada en numerosas
ocasiones en el desarrollo de estas páginas y recurso habitual en los libros de texto de Economía. Por último,
los modelos pueden adoptar un lenguaje matemático. Basta con hojear cualquier revista de economía para
comprobar que la modelización matemática es la opción dominante en el análisis económico, probablemente
por permitir este tipo de lenguaje un mayor rigor expositivo.
La construcción de un modelo económico pasa por tres etapas. Lo primero que hay que hacer es
estudiar el fenómeno económico que se pretende analizar (y modelizar), identificando cuáles son las variables
económicas implicadas, así como sus relaciones, la existencia de restricciones al comportamiento de los
agentes económicos, etc. El objetivo es contar con un conjunto de relaciones entre variables, con capacidad
explicativa del fenómeno estudiado, tan simple como lo permitan las circunstancias. En palabras del Hal
Varian: “Como la escultura, la mayor parte del trabajo de construcción de un modelo no consiste en añadir
cosas, consiste en quitárselas”. Una vez que se tiene el modelo, el siguiente paso es comprobar su consistencia
interna, esto es, estudiar si los resultados son coherentes entre sí. En caso afirmativo, se podrá proceder, en un
último paso, a su contrastación empírica, con la finalidad de averiguar hasta qué punto esa idealización de la
realidad es capaz de predecir y explicar el comportamiento de las variables económicas objeto de estudio.
Dada la importancia de los modelos en el desarrollo de la Economía, no es de extrañar que uno de los
debates metodológicos más trascendentes mantenidos en el campo del análisis económico haya estado
relacionado con las condiciones que deben cumplir los modelos para ser evaluados satisfactoriamente. Para
Milton Friedman, los modelos deben ser aprobados o rechazados en función de su capacidad predictiva,
quedando en un segundo plano su capacidad explicativa del fenómeno sometido a modelización. Desde esta
aproximación, el que los supuestos de partida que sustenten el modelo sean o no realistas, en el sentido de
verse confirmados en la realidad, es irrelevante, siempre y cuando el modelo sea capaz de avanzar el
comportamiento de las variables estudiadas. Por el contrario, los críticos con esta posición defienden que
difícilmente se puede considerar como ciencia un conjunto de predicciones, por acertadas que sean, resultado
de un modelo que es como una “caja negra” que nada dice del proceso por el cual se alcanzan tales resultados.
Desde esta posición se defiende, alternativamente, la necesidad de que los supuestos de partida del modelo
sean tan realistas (y contrastables) como lo permita la necesidad de abstracción del modelo.

monetarista, economía el monetarismo, con el Premio Nobel de Economía de 1976 Milton Friedman como
su máximo representante, constituyó la corriente crítica principal a la escuela keynesiana que dominó el
análisis macroeconómico en la década de 1960. El núcleo que define la corriente monetarista es su defensa de
la ecuación cuantitativa del dinero, según la cual la oferta monetaria es el único determinante de la
demanda agregada de la economía dado el supuesto de constancia de la velocidad de circulación del dinero, v.
Las variaciones en la cantidad de dinero determinarían así las variaciones en la demanda agregada que, o bien
se trasmiten a mayores niveles de producción o a un mayor nivel de precios dependiendo del comportamiento
de la oferta agregada.
Conceptos de Economía -versión web- 283
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

El “viejo monetarismo” justificaba la constancia de v aludiendo a factores institucionales invariables a


corto plazo (periodicidad en los pagos de salarios, estructura del sistema bancario, etc.). Este planteamiento fue
criticado por Keynes, para quién v era una magnitud muy inestable, de modo que la misma cantidad de dinero
podía financiar diferentes niveles de demanda agregada dependiendo de su velocidad de circulación. Ello
sucedía en la medida en que Keynes incorporaba, en su teoría de la demanda de dinero, un tercer motivo (el
de especulación) a los motivos para demandar dinero del monetarismo (el de transacción y el de precaución),
de modo que variaciones en la preferencia por la liquidez (dependiente de las expectativas de los agentes
económicos, y por lo tanto voluble) afectaban a la cantidad de liquidez que los individuos deseaban tener, y
que, por tanto, no gastaban en bienes y servicios. De este modo la misma cantidad de dinero puede dar origen a
niveles diferentes de demanda agregada.
Friedman, en lo que daría lugar al “nuevo monetarismo”, argumenta por el contrario que la demanda
de dinero por parte de los individuos es muy estable porque depende de factores como la salud, la educación, o
la renta permanente. Puesto que ninguno de estos factores varía de forma brusca, la demanda de dinero
tampoco lo hará, con lo que v será básicamente constante. Concretamente, para Friedman, los individuos, de
acuerdo con sus preferencias a largo plazo, y por lo tanto estables, mantienen su riqueza de forma diversificada
en diferentes activos con distintas características (lo que se denomina cartera), que irán desde el dinero hasta
activos reales. En este contexto, un crecimiento en la oferta monetaria desequilibraría de modo inmediato la
composición de la cartera, al tener los individuos una mayor liquidez de la deseada, lo que conduciría a un
reajuste de la misma en la forma de compra de activos financieros y reales hasta recomponer la estructura
deseada, afectando así de modo directo y predecible a la demanda agregada.
Una implicación añadida de la visión monetarista es el cuestionamiento de la efectividad de una
política fiscal de corte keynesiano, ya que los aumentos en el gasto público, no financiados mediante la
emisión de dinero, no generan demanda añadida puesto que el dinero que ahora utiliza el Estado tendrá que
detraerse de otros agentes económicos que verán reducida su capacidad de gastar (véase efecto expulsión)
Junto con la defensa de la estabilidad de la velocidad del dinero, y por lo tanto la defensa de una
conexión entre oferta monetaria y demanda agregada, los monetaristas consideran que en la medida en que la
producción viene determinada por el mercado de trabajo, los aumentos en la demanda agregada se trasmitirán
plenamente a precios y no a aumentos en el nivel de producción, a menos que a corto plazo los aumentos en el
nivel de precios se traduzcan en caídas de los salarios reales. De esta creencia deriva su oposición a la
utilización discrecional de la política monetaria en el corto plazo como herramienta de política expansiva para
aumentar la demanda efectiva de la economía. Como resultado de ello los monetaristas proponían la adopción
de algún tipo de regla de comportamiento fija en lo que se refiere al crecimiento de la oferta monetaria, de
forma que ésta se ajuste al crecimiento del PIB a largo plazo. Una propuesta que también justifican en el
insuficiente conocimiento que se tienen sobre la forma en la que la política monetaria afecta a la economía y en
la existencia de retardos temporales importantes entre el momento de toma de decisiones en materia de política
monetaria y el momento en el que ésta afectaría a la economía. Un retardo que puede hacer que las medidas
aplicadas sean improcedentes al haber cambiado la situación del mercado. Junto con la defensa de la inutilidad
de la política económica discrecional, ya sea de carácter fiscal, monetaria o de rentas, la escuela monetarista
muestra una mayor confianza que los keynesianos en la estabilidad de la economía de mercado, y en su
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Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

capacidad para alcanzar de forma automática su tasa natural de desempleo, que en presencia de mercados
flexibles coincidirá con el pleno empleo. De esta actitud se deriva el abogar por un sector público de pequeño
tamaño, proponiendo para ello una reducción de la presión impositiva como mecanismo para forzar el recorte
del gasto público, una estrategia que se ha utilizado de forma profusa, especialmente en Estados Unidos desde
entonces. Por último, el monetarismo ha mostrado siempre una mayor preocupación por la inflación que por el
desempleo, al considerar que la primera era más destructiva, en especial la inflación no anticipada por los
agentes económicos, al alterar la función de señal que tienen los precios y de la que depende la eficiente
asignación de los recursos en una economía de mercado.
Las últimas décadas han demostrado que la velocidad de circulación del dinero es mucho más
inestable que en el pasado. Un hecho sin duda relacionado a los cambios acontecidos en los sistemas
financieros. La liquidez en cierta medida habría pasado a ser producida endógenamente por los propios
mercados financieros atendiendo a las necesidades de financiación del sistema económico. Que esta situación
ha dejado de ser una posibilidad para pasar a ser una realidad con la que contar vendría avalada por la continua
necesidad de redefinir lo que es oferta monetaria y el abandono por parte de los bancos centrales de la
pretensión de controlar su evolución, sustituyendo esta estrategia de política monetaria por la determinación de
un tipo de interés compatible con sus objetivos de control de la inflación (véase política monetaria).

monopolio empresa que opera en solitario en un mercado en donde la existencia de barreras de entrada
impide la entrada de empresas competidoras. Al verse libre del efecto disciplinador de la competencia, las
empresas monopolistas fijan unos precios superiores a los de competencia perfecta y producen unas
cantidades inferiores, generando unos resultados por lo tanto ineficientes socialmente desde el punto de vista
asignativo, pero obteniendo, sin embargo, unos beneficios privados más elevados. En el gráfico adjunto se
recoge la producción de equilibrio en monopolio, bajo el supuesto de que su función objetivo es la
maximización de beneficios y para el caso más sencillo de costes medios, CMe, constantes e iguales a los
costes marginales, CMg. Esa producción será aquella para la que se iguale el coste marginal y el ingreso
marginal, IMg. A diferencia de lo que le sucede a cada una de las empresas que operan en un mercado de
competencia perfecta, que se enfrenta con suficiente demanda en el mercado como para poder vender todo lo
que quieran sin tener que bajar el precios, el monopolista, al ser el único vendedor del mercado, si quiere
aumentar sus ventas tendrá que bajar el precio. Ello significa que el ingreso adicional asociado a la venta de
una unidad más será inferior al precio al que vende esa unidad, ya que, en ausencia de discriminación de
precios, vender esa última unidad exigirá no sólo bajar el precio que cobra por vender esa unidad más sino
bajar también el precio de todas las demás unidades que vende. Ello explica que el ingreso marginal del
monopolista sea inferior al precio (curva de demanda).
Si comparamos el equilibrio en monopolio (Xm) con el resultante en competencia perfecta (Xc), en el
caso de que las curvas de costes no se modificasen al pasar de una a otra estructura de mercado, veremos
como este tipo de mercado está inevitablemente asociado a una pérdida de eficiencia asignativa: precios
mayores, menor producción y beneficios extraordinarios. Junto con la existencia de beneficios extraordinarios,
John Hicks (1904-1989) resaltaba como un segundo incentivo de las empresas para intentar alcanzar una
posición de monopolio el disfrutar “de una vida tranquila”, ajena a la tensión permanente de los mercados
Conceptos de Economía -versión web- 285
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

competitivos, lo que sin duda se traducirá en unos costes del monopolio más elevados de los que la empresa
tendría si tuviese que hacer frente a una competencia disciplinante.

Demanda

IMg
Pm
Beneficios
extra-
ordinarios

Pc CMe= CMg

Xm Xc X

Además de la pérdida de eficiencia asignativa derivada de precios más elevados y menores niveles de
producción que en una situación competitiva, y la correspondiente pérdida de bienestar social, el análisis
económico considera que hay otras dos fuentes de ineficiencia asociadas a la existencia de monopolios: (1)
puesto que el empresario monopolista se beneficia de su condición de único oferente en el mercado, cabría
esperar que dedicara recursos a fortalecer su situación, esto es a impedir o cuanto menos dificultar, mediante la
creación de barreras de entrada (publicidad, cambios acelerados de modelos, etc.), que otras empresas
entren al mercado. Desde un punto de vista colectivo estos recursos no generarían ningún bienestar, ya que su
única finalidad sería ayudar a mantener la posición monopolista de la empresa. (2) Desde el momento que el
empresario monopolista puede obtener altos beneficios sin preocuparse de la eficiencia con la que funciona la
empresa, ya que la ausencia de competencia le permite trasladar en cierto grado sus costes a precios, este tipo
de estructura de mercado favorecerá el “relajo gerencial” y la pérdida de eficiencia productiva el corto (costes
más elevados) y largo plazo (menor innovación). En lo que a esto se refiere, cabe plantear alternativamente,
como defendía Joseph A. Schumpeter (1883-1950), que en la medida en que el objetivo de alcanzar una
posición monopolista en el mercado actúe como incentivo para que las empresas mejoren sus productos y/o
procesos productivos, la condición de monopolio, mientras fuera temporal, no afectaría negativamente a la
eficiencia productiva, sino todo lo contrario, pues convertirse en monopolista sería el acicate que llevaría a las
empresas a innovar (eficiencia dinámica). La existencia de monopolios y los comportamientos monopolistas
está perseguida por las leyes de defensa de la competencia, que velan por que no se produzcan tales situaciones
(controlando las fusiones de empresas, por ejemplo), o en el caso de producirse, por que no ejerciten su poder
de mercado (véase política de competencia).
Conceptos de Economía -versión web- 286
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

monopolio natural en aquellos sectores donde los costes medios decrecen con la escala de producción -
economías de escala-, las empresas con mayor tamaño y por lo tanto menores costes medios- expulsarán del
mercado a las empresas más pequeñas, que se verán incapaces de competir con ellas, siendo fácil que el
proceso culmine en la situación en que una sola empresa se adueña del mercado, lo que se conoce como
monopolio natural. En este caso, la política de dividir la empresa y fomentar la competencia podría resultar
contraproducente desde el punto de vista de la eficiencia, ya que, al hacerlo, las empresas resultantes, más
pequeñas, tendrían unos costes medios mayores, con lo que el consumidor saldría perjudicado. En este tipo de
situaciones la intervención pública pasa por el establecimiento de algún tipo de regulación a la hora de fijar los
precios, de forma que se mantenga la ventaja de costes asociada al tamaño, trasladándola a unos precios
menores de los que fijaría la empresa. La particular estructura de costes de este tipo de empresa, con unos
costes marginales inferiores a los costes medios, hará imposible aplicar el criterio de óptimo social de igualar
precio y coste marginal, que generaría pérdidas, a no ser que se esté dispuesto a subvencionar a la empresa de
forma permanente. Una posible alternativa es el criterio que se conoce como subóptimo, consistente en fijar un
precio igual al coste medio, lo que supone producir una cantidad inferior a la óptima, pero evita la necesidad de
subvenciones. El ferrocarril es un buen ejemplo de este tipo de mercado.

monopsonio se dice que hay un mercado monopsonista cuando una empresa –el monopsonio- es el único
demandante del producto que se vende en ese mercado. El monopsonio es, por lo tanto, la estructura de
mercado homóloga, en el lado de la demanda, a la del monopolio de oferta. Si bien puede haber estructuras
semejantes (oligopsonios) en mercados de productos o de bienes concretos, por ejemplo el mercado
internacional de café o diamantes, fundamentalmente se ha recurrido al monopsonio para analizar los mercados
de trabajo en algunas situaciones muy particulares, como las grandes empresas que casi constituyen la única
fuente de demanda de trabajo en el pueblo donde están radicadas (la empresa Bayern en Leverkusen,
Alemania, por ejemplo) o la demanda de trabajo por parte de los grandes latifundios.
El comportamiento de un monopsonio en el mercado de trabajo se puede describir en los siguientes
términos. Por un lado, la curva de oferta de trabajo a la que ha de enfrentarse es, a la vez y desde su punto de
vista, la curva de costes medios asociados a la contratación de trabajo (curva de costes medios del factor), pues
va mostrando el salario medio que se ha de pagar conforme varía el número de trabajadores contratados. Si
esta curva es creciente, ello indica que si quiere contratar más trabajadores habrá de subir el salario que pague
pero no sólo para los trabajadores adicionales que contrate, sino también a todos los que ya lo estaban
previamente. Por lo tanto, lo que se denomina como coste marginal del factor trabajo contratado será mayor
que el salario o coste medio del factor trabajo, es decir, el coste adicional de contratar a un trabajador más será
mayor que el salario que se le paga a ese trabajador. Un monopsonio que persiga maximizar los beneficios
contratará por tanto unidades de trabajo hasta el punto en que el valor del producto marginal del trabajo sea
igual al coste marginal del factor trabajo, pero dado que ese coste marginal es mayor que el salario, éste será
correspondientemente más bajo que el valor del producto marginal del trabajo. La existencia de un
monopsonio en el mercado de trabajo implica pues, que el factor trabajo es explotado, pues recibe una
remuneración unitaria (el salario) menor que el valor de su contribución al producto.
Conceptos de Economía -versión web- 287
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La presencia de un monopsonio en el mercado de trabajo depende de la existencia de barreras de


salida para los trabajadores. Si los costes de transacción asociados a la movilidad geográfica y ocupacional
son bajos, los trabajadores podrán irse a otras actividades productivas con lo que la capacidad del monopsonio
para pagarles un salario menor que el valor de su producto marginal se verá reducida; de igual manera un
monopsonio sólo podrá subsistir si existe algún tipo de barreras de entrada que impidan a otras empresas
tratar de beneficiarse de una situación donde el trabajo es pagado a un salario inferior a su productividad
marginal.

multiplicador proceso por el cual el aumento (disminución) del gasto autónomo (gasto público e inversión
autónoma) en una determinada cantidad genera un impacto final positivo (negativo) sobre la demanda
efectiva de mayor magnitud que la cantidad inicial de gasto. El mecanismo del multiplicador del gasto (o de la
inversión) es relativamente sencillo. Un aumento original del gasto, digamos de 15 millones de euros, da lugar
en una primera etapa a un aumento de la producción de bienes y servicios de idéntica magnitud, lo que a su vez
supone un aumento de los ingresos de trabajadores y empresarios de igual cuantía, 15 m €, de los cuales una
parte, 15m.PMC, donde PMC es la propensión a consumir, se dedicará al consumo, generando por lo tanto un
aumento igual de la demanda efectiva y el correspondiente aumento de los beneficios y sueldos y salarios
[15m.PMC]. Ese aumento de renta se traducirá, en una siguiente ronda, en el correlativo aumento del consumo
[15m.PMC].PMC = 15m.PMC2. De nuevo ese incremento del consumo generará un aumento de la producción,
el pago de nuevos sueldos y salarios y beneficios, y el correspondiente aumento del consumo, y así
sucesivamente. Como se puede apreciar, en cada sucesiva vuelta se amplifica el efecto expansivo del aumento
inicial del gasto, si bien, este efecto es cada vez menor. El resultado final sería el correspondiente a una
progresión geométrica con razón, PMC, inferior a la unidad (ya que la propensión a consumir es inferior a la
unidad), de forma que un incremento del gasto, ∆G, generará un aumento de la demanda, ∆D, igual a:

∆ D = ∆G + ∆G .PMC + ∆G PMC2 + ∆G .PMC3 + ……..= [1/(1-PMC)] . ∆G

Puesto que (1-PMC) es la propensión a ahorrar, el multiplicador del gasto (en su versión más simple) será igual
a la inversa de la propensión a ahorrar. Lo que quiere decir, que con una propensión a ahorrar del 10%, un
aumento del gasto de 15 millones de euros generará un aumento total de la demanda de 150 millones de euros
(15 m. de partida más 135 m. por el efecto multiplicador). Este multiplicador corresponde al caso de una
economía simplificada, sin impuestos, ni sector exterior, etc. La incorporación de estas variables complica el
cálculo del multiplicador, sin afectar sin embargo a su esencia.

multiplicador de los impuestos y transferencias mediante un mecanismo idéntico al multiplicador del


gasto, las reducciones de impuestos y los aumentos de las transferencias públicas (prestaciones por desempleo,
por ejemplo) tienen un efecto final sobre la demanda efectiva de mayor magnitud que el primer impacto
directo de la medida sobre la demanda. Si bien, en este caso, el multiplicador adopta una expresión distinta,
debido a que de la primigenia reducción de impuestos (o aumento de transferencias) sólo una parte, la porción
de los impuestos (o transferencias) que se consume, se traduce en aumento de la demanda efectiva. Esto es, el
Conceptos de Economía -versión web- 288
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

primer impacto sobre la demanda de un aumento de las transferencias o una reducción de los impuestos de 15
millones de euros, no será 15 millones, sino el resultado de multiplicar tal magnitud por la propensión a
consumir, PMC, [15m.PMC], con lo que la reducción de impuestos, - ∆T, generará un aumento de la
demanda, ∆ D, igual a =

∆ D= (- ∆T).PMC + (- ∆T).PMC2 + (- ∆T).PMC3 + ……..= [PMC/(1-PMC)].(- ∆T)

Donde el signo negativo es consecuencia de la existencia de una relación inversa entre impuestos y demanda,
de forma que cuando aumentan los impuestos cae la demanda y viceversa. El multiplicador de transferencias es
idéntico al de impuestos, exceptuando el signo, ya que en este caso es el aumento de transferencias el que
genera aumento de la demanda. En todo caso, bajo el supuesto razonable de que la propensión a consumir de
aquellos que reciben las transferencias es mayor que la propensión a consumir de aquellos que pagan los
impuestos (especialmente cuando los impuestos son progresivos y por lo tanto recaen fundamentalmente sobre
aquellos más ricos y las transferencias están dirigidas a los sectores menos favorecidos de la población), el
multiplicador de las transferencias tendrá un valor mayor que el multiplicador de los impuestos.
En relación a lo anterior, al ser el multiplicador del gasto mayor que el multiplicador de los
impuestos, un presupuesto equilibrado, donde los ingresos por impuestos son iguales a los gastos, tendrá
contraintuitivamente, un efecto expansivo sobre la demanda:

∆ D = [1/(1-PMC)] ∆G + [PMC/(1-PMC)].(- ∆T) > 0; aunque ∆G = ∆T

multiplicador monetario el multiplicador monetario recoge el proceso de creación de dinero bancario, por
parte de los bancos. De forma simplificada, los bancos reciben depósitos de sus clientes, que sin embargo no
mantienen inmovilizados en sus cajas fuertes, ya que esa liquidez es utilizada por el banco para desarrollar su
negocio de créditos. Eso significa que esos depósitos son concedidos en forma de préstamo a otros clientes,
que a su vez los utilizan para saldar deudas, con lo que acaba en otras cuentas corrientes de otras empresas o
personas en otros bancos. De nuevo esos depósitos son utilizados para conceder créditos y así sucesivamente.
Lo que hace que ese proceso no sea infinito es que la regulación y/o la práctica bancaria exigen que una parte
de esos depósitos se mantengan de forma líquida, eso es disponible, para hacer frente a las necesidades de caja
de los bancos. Dicha liquidez puede adoptar la forma de depósitos en el Banco Central, denominados
coeficiente de caja, o bien de depósitos voluntarios. El hecho de que los bancos utilicen los fondos de sus
clientes para realizar operaciones de activo (concesión de créditos, compra de acciones,…etc.) explica que en
el caso de pánico financiero, cuando los clientes acuden en masa a retirar sus fondos, el banco no cuente,
aunque sea un banco solvente, con fondos para hacer frente a su pasivo (los depósitos de sus clientes). Para un
coeficiente de caja del 2 % -el fijado por el Banco Central Europeo- el procedimiento de creación de dinero
bancario sería el siguiente:
Conceptos de Economía -versión web- 289
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Proceso de expansión del dinero bancario


Depósito de un particular en el Banco A 1000 € Reservas obligatorias = 20
Préstamo a X = 980
Ingreso en Banco B = 980€
19,6 = Reservas
960,4 = Préstamo a Y Ingreso en Banco C = 960,4€
Reservas = 19,2
Préstamo a Z = 941,2
Ingreso en Banco D = 941,2€

Como se puede apreciar, a partir de un depósito de 1000€, en tan solo tres etapas, se ha creado dinero
(bancario) por valor de 2881,6 €, y el proceso dista de estar agotado. Matemáticamente estamos en presencia
de una progresión geométrica con razón -el coeficiente de caja, c, -inferior a la unidad, cuya solución, esto es el
multiplicador monetario, sería:

∆ Oferta Monetaria = (1/c) .1000 = 5000

Como se puede apreciar en la expresión anterior, cuanto menor sea el coeficiente de caja, mayor será la
capacidad del sistema bancario de crear dinero, por lo que la fijación del coeficiente de caja se puede utilizar
como herramienta de política monetaria. En el caso de que los bancos tuvieran que respaldar al 100% los
depósitos de sus clientes, entonces desaparecería la posibilidad que tienen de crear dinero bancario.
Conceptos de Economía -versión web- 290
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

N
NAIRU acrónimo del inglés non accelerating inflation rate of unemployment o tasa de desempleo
no aceleradora de la inflación, la NAIRU se corresponde en esencia con la tasa natural de desempleo. La
lógica que subyace a la NAIRU es que existe una única tasa de desempleo compatible con una tasa de inflación
estable (véase curva de Phillips), de forma que si por razones de política económica o por otras causas se
produce una caída de la tasa de desempleo por debajo de dicha tasa, aumentará la tasa de inflación. Detrás de
ese aumento de la tasa de inflación estaría, por un lado, el comportamiento de empresas que aprovecharían la
existencia de cuellos de botella en la producción, al estar muchos sectores ya muy cerca de su capacidad
productiva máxima, para aumentar sus precios por encima de la tasa de inflación; y, por otro, el
comportamiento de aquellos trabajadores que aprovecharían la escasez de trabajadores desempleados para
mejorar su posición negociadora en las empresas y así obtener aumentos en los salarios monetarios superiores
a la suma de los aumentos de la productividad y la tasa de inflación, lo que también derivaría en un aumento de
esta última. De ello se deduce que la política económica expansiva sólo tendría sentido en presencia de una
tasa de desempleo superior a la NAIRU, algo que no ocurre en el mundo de la economía neoclásica, donde de
forma automática el mercado se situaría en esa tasa de desempleo. Una vez alcanzada la NAIRU, que puede
estar asociada a tasas muy distintas de desempleo dependiendo del país (por ejemplo, en 1999 la NAIRU
estimada para Portugal era de 3,9%, mientras que la estimada para España era de 15,1%), la única forma de
reducir la tasa de desempleo sin acelerar la inflación sería mediante políticas estructurales de mejora del
funcionamiento de los mercados, y en especial del mercado de trabajo. En definitiva se trataría de romper la
“gran” secuencia: actividad económica => menor desempleo => mayor capacidad de negociación salarial =>
mayores salarios => mayor inflación, actuando sobre el segundo paso, bien incrementando la oferta de trabajo
(mediante la reducción del salario de reserva) y haciendo así a los trabajadores un factor menos escaso, bien
reduciendo la capacidad de negociación salarial de los mismos. La idea de existencia de una NAIRU tiene
cabida en todas las escuelas de análisis macroeconómico, ya sea keynesiana, neokeynesiana, neoclásica y
nueva economía clásica, la diferencia está en que mientras que para las dos primeras la NAIRU coincidiría
con el pleno empleo, esto es, con una tasa de desempleo de 2-3 %, para las dos últimas la NAIRU puede llegar
a situarse en tasas de dos dígitos.
Al margen de su utilidad analítica, hay que recalcar que la NAIRU es una construcción teórica
derivada econométricamente a partir de una variedad de situaciones de tasas de desempleo y tasas de inflación
observadas empíricamente. Ello hace que su estimación dependa de forma crucial de los datos y las técnicas
econométricas utilizadas, arrojando unos intervalos de confianza muy amplios. Por ejemplo, las estimaciones
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de la NAIRU para Canadá ofrecen un rango final de resultados de casi seis puntos porcentuales de diferencia,
lo que claramente reduce su utilidad práctica. Así y todo, del hecho de que exista la NAIRU no se deriva, como
es lo más habitual, que sea el funcionamiento del mercado de trabajo el que determina su valor, ya que el
mismo fenómeno se podría deber a insuficiente capacidad productiva o falta de competencia en los mercados
de bienes. La experiencia de Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido en la década de los 90, o de España a
finales de la misma década, con caídas en la tasa de desempleo significativamente por debajo de los valores
previamente estimados de la NAIRU, sin que se experimentasen aumentos en la tasa de inflación sino todo lo
contrario, y sin que tampoco se hayan producido cambios radicales en el mercado de trabajo que puedan
explicar una reducción de la NAIRU con respecto a sus valores anteriores, sirven como ejemplo de la
fragilidad de este concepto como herramienta de análisis económico.

Nash, equilibrio el equilibrio de Nash, que deriva su nombre del matemático y premio Nobel de Economía
de 1994 John F. Nash, se define como toda aquella situación en la que ninguno de los participantes en un juego
(véase Teoría de Juegos) tiene el menor incentivo en alterar su comportamiento dado el comportamiento de los
demás participantes. Uno de los múltiples ejemplos que se pueden dar de equilibrio de Nash sería el de dos
individuos que tienen que decidir en qué lado de la carretera conducir. En el caso de que uno decida conducir
por su derecha y el otro por su izquierda, el resultado sería un choque seguro, y por lo tanto no cumpliría los
requisitos de un equilibrio de Nash, ya que cualquiera de ellos tendría el incentivo a cambiar su
comportamiento si pudiera. Ello significa que el par de estrategias (conducir por la izquierda uno, conducir por
la derecha el otro) no conduce a un equilibrio de Nash. Este juego tiene dos equilibrios de Nash: que ambos
decidan conducir por su derecha o que ambos decidan conducir por su izquierda, ya que en sendos casos se
evitará el choque y ninguno de los jugadores tendrá ninguna razón para cambiar de estrategia. El concepto de
equilibrio de Nash coincide plenamente con el desarrollado por Cournot como solución para el
comportamiento de las empresas de un oligopolio. Para llegar al equilibrio de Nash-Cournot hay que suponer
que cada empresa se comporta siempre maximizando su función de beneficios y suponiendo adicionalmente
(véase variación conjetural) que el comportamiento de las demás está dado. Por ejemplo, si suponemos que
sólo hay dos empresas, cada una puede pensar que el nivel de producción de la otra está dado. Lo que entonces
haría cada empresa es calcular cuál es su comportamiento óptimo para diferentes comportamientos de las
demás. El resultado, conocido como su función de reacción, le indicaría por tanto su respuesta óptima ante
distintos comportamientos de las otras. Por ejemplo, gracias a la función de reacción una empresa sabría
cuánto producir ante los posibles niveles de producción de la otra. Cada empresa, si se comporta así, tendría su
propia curva de reacción, y de su intersección saldrían unos niveles de producción consistentes y de equilibrio,
pues cada una produciría lo que la otra espera que produzca, y ninguna tendría incentivos en alterar su
comportamiento. Esos niveles de producción representarían por tanto el equilibrio Nash-Cournot del juego del
duopolio.

neoclásica, economía la economía neoclásica constituye la escuela dominante del análisis económico, es la
que se enseña en las Facultades de Economía y la que conforma el grueso de los libros de texto. El análisis
neoclásico tiene su origen en la llamada “revolución marginalista” de la década de 1870, propiciada por la
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publicación de los trabajos de Carl Menger (1841-1921) y Stanley Jevons (1835-1882) en 1871 y Leon Walras
(1834-1910) en 1874, en donde se sientan las bases para el desarrollo de una teoría del valor basada en la
utilidad que los consumidores derivan de los bienes que demandan en el mercado.
En lo que se refiere a la microeconomía neoclásica, que constituye sin duda alguna el núcleo más
elaborado de esta corriente, el supuesto de utilidad marginal decreciente, si bien no es estrictamente necesario,
justifica la existencia de curvas de demanda decrecientes en función del precio, de forma que los consumidores
racionales, cuyo comportamiento está motivado por la maximización de su utilidad individual, estarán
dispuestos a pagar cantidades sucesivamente menores por acceder a cantidades crecientes de un mismo bien.
En lo que se refiere a las condiciones de producción y oferta a corto plazo, los neoclásicos generalizarán al
conjunto de actividades productivas el supuesto de rendimientos marginales decrecientes que aparece en al
obra de David Ricardo (1772-1823) referido a la agricultura (véase renta), lo que significa que los costes
marginales de producción, en el caso general, serán crecientes con la cantidad producida, de forma que las
empresas, maximizando beneficios, exigirán precios cada vez mayores para suministrar al mercado cantidades
crecientes del bien producido, condición de la que se deriva, en el caso competitivo, la existencia funciones de
oferta con pendiente positiva.
Para la escuela neoclásica, a corto plazo, las preferencias, los recursos y la tecnología están dados, lo
que limita la finalidad de la economía a estudiar la forma más eficiente de asignar esos recursos dados a la
hora de satisfacer las necesidades de la población. Entre las distintas posibles formas de resolver este
problema de asignación, se defiende que el mecanismo de intercambio voluntario en mercados competitivos,
donde los distintos actores incumbentes (oferentes y demandantes) toman el precio como dado, careciendo por
tanto de poder para alterarlo, es el mejor sistema de alcanzar una solución óptima (en sentido de Pareto) a este
problema de asignación. Aunque los economistas neoclásicos aceptan que las condiciones que tienen que
cumplir los mercados (competencia perfecta) para garantizar que se alcanza ese resultado difícilmente se dan
plenamente en los mercados reales, sin embargo defienden que la metáfora de la competencia perfecta sigue
siendo válida para entender su funcionamiento, siendo escépticos de las posibilidades reales de corregir los
fallos del mercado mediante la regulación y la intervención pública, aunque se reconozca la posibilidad
teórica de que así sea.
La economía neoclásica considera que los distintos factores productivos (capital, trabajo y recursos
naturales) son remunerados en el mercado de acuerdo con el valor de su productividad marginal en cada
proceso productivo, esto es, según la variación de la producción asociada a la variación en el uso de cada factor
en cada proceso productivo. Por ejemplo, una empresa maximizadora de beneficios estaría dispuesta a
contratar unidades adicionales de un tipo determinado de trabajo siempre que el valor de la producción
adicional generada por tales contrataciones superase los costes salariales que tiene que pagar por ellas. Ese
proceso de contratación de sucesivas unidades de trabajo finalizará, por tanto, cuando el salario que se paga
por unidad sea igual al valor de la productividad marginal de ese tipo de trabajo (argumento extensible al resto
d de los factores de producción). De este modo, la curva de demanda de ese tipo de trabajo será decreciente
con el salario. Dado que la oferta de trabajo fruto de la elección renta ocio (véase mercado de trabajo)
establece que, por lo general, al subir el salario aumentará la cantidad de trabajo que se oferte, la competencia
en el mercado de trabajo definirá el nivel de empleo y el salario de equilibrio. A ese salario todos los
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trabajadores que quieran trabajar encontrarán empleo. El corolario lógico de lo anterior es que el desempleo de
carácter involuntario sólo podrá aparecer si los mercados de trabajo (y en general, de cualquier factor
productivo) no pueden funcionar libremente. La fijación por parte de un sindicato, por ejemplo, de un salario
real por encima del que regiría en el equilibrio de un mercado de trabajo libre sería una de las causas posibles
que explicarían la aparición de desempleo.
Esta aproximación a los mercados de factores ha sido utilizada por algunos autores, como John B.
Clark (1847-1938), para extraer conclusiones de índole ético sobre la justicia del sistema de mercado: “la
competencia perfecta tiende a dar al trabajo lo que el trabajo crea, al capital lo que el capital crea, y a los
empresarios lo que la función de coordinación crea”. Es decir, que al pagar a cada trabajador con arreglo al
valor de su productividad marginal, a cada capitalista con arreglo al valor de la productividad marginal del
capital o a cada propietario de un recursos natural con arreglo al valor de la productividad marginal de sus
recursos naturales, se les estaría remunerando “justamente” porque se les pagaría según su contribución o
aportación a lo producido. La lectura de la teoría neoclásica de la distribución en términos de justicia
distributiva no goza en la actualidad de mucho crédito. Por un lado, obsérvese que con arreglo a ella no se
remunera a los factores sino a sus propietarios, lo que es bastante distinto, pues, por ejemplo, cabe preguntarse
qué título tiene el propietario de una máquina que incorpora buena parte del trabajo de trabajadores, técnicos y
científicos de épocas precedentes para apropiarse de su contribución a la producción en el presente. Por otro
lado, hay que tener en cuenta también que dado que los factores de producción no contribuyen aisladamente a
la producción, la productividad de cada uno dependerá de la cantidad y eficacia con que se utiliza el resto de
los factores, por lo que no parece que el principio de la remuneración según el valor de la productividad
marginal pueda usarse como una guía de justicia distributiva que, si se orientase por el mismo sentido (“a cada
cual según su aportación”) requeriría de un criterio más nítido de diferenciación de las aportaciones de cada
factor. Pese a todo lo anterior, se puede adscribir a esta teoría neoclásica de la distribución gran parte de las
actuaciones dirigidas a reducir las desigualdades de renta que adoptan mecanismos indirectos, como es el caso
de la formación educativa, mediante los que en última instancia se pretende mejorar la productividad de los
individuos y por lo tanto su posibilidades en el mercado (véase capital humano).
En lo que se refiere a la macroeconomía neoclásica, se puede decir que durante mucho tiempo su
visión del funcionamiento agregado de una economía de mercado se limitó a su creencia en el funcionamiento
de la ley de Say, según la cual la “oferta crea su propia demanda”, lo que descartaba la existencia de crisis o
depresiones duraderas de carácter endógeno al propio sistema económico puesto que la demanda efectiva se
ajustaba automáticamente al nivel de producción. El ajuste entre el ahorro y la inversión se producía por lo
tanto de modo instantáneo, en la medida en que el tipo de interés equilibraba la oferta de fondos prestables con
su demanda. En lo que respecta al nivel de precios, los neoclásicos suscriben la vigencia de la ecuación
cuantitativa del dinero, al menos a largo plazo, según la cual el dinero actúa como un velo monetario que
meramente trasforma en valores monetarios los resultados reales (el conjunto de precios relativos) alcanzados
en los mercados: el dinero por lo tanto no afecta al nivel de producción sino tan sólo al nivel de precios, lo que
desaconseja la puesta en marcha de medidas de política monetaria expansiva, que a largo plazo tan sólo
afectarían al nivel de precios (al alza) y no al de producción (véase neutralidad del dinero). En cuanto a la
política fiscal, el punto de vista neoclásico visión mantiene que, puesto que el nivel de producción está
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determinado por las condiciones de equilibrio en cada uno de los mercados, los cambios en el gasto público
sólo afectarán a la composición de la demanda efectiva y no a su volumen. Más gasto público no generará más
producción a largo plazo sino meramente una sustitución entre el sector privado y el público, a favor, claro
está, de este último (véase efecto expulsión).
La Gran Depresión de la década de 1930 y la aparición de la economía keynesiana llevó al abandono
de la ley de Say y al cuestionamiento de la visión neoclásica del funcionamiento agregado de la economía a
corto plazo, donde era suficiente con que precios y salarios fluctuaran libremente para alcanzar una situación
de equilibrio con pleno empleo. Sin embargo este planteamiento crítico se dulcificaría en poco tiempo con la
aparición de la llamada Síntesis Neoclásica (véase IS-LM), que integraba algunos aspectos del análisis
keynesiano en el entramado neoclásico. Así, se aceptaba que, en el corto plazo, la presencia de rigideces de
precios (aunque, fundamentalmente, en el nivel de los salarios monetarios) posibilitaba la aparición de
desempleo involuntario y justificaba la puesta en marcha de medidas de política económica expansiva con la
finalidad de acercar la economía a su equilibrio de pleno empleo. Pero los elementos keynesianos y
neoclásicos no jugaban in papel simétrico en esa síntesis. No bastaba con la mera generación de demanda
efectiva para aumentar los niveles de empleo, pues en ausencia de una disminución de los salarios reales, nada
cambiaría en el mercado de trabajo, el nivel de producción permanecería constante y únicamente se generaría
un aumento en el nivel de precios. Sólo en el caso de que cayeran los salarios reales las políticas públicas
expansivas tendrían efectos reales (véase curva de Phillips). Las políticas de estabilización de corte
keynesiano serían, por consiguiente, condición necesaria pero no suficiente para la consecución del equilibrio
macroeconómico. Por el contrario, la caída en los salarios reales sería condición necesaria y suficiente para el
mismo propósito. Con posterioridad, el monetarismo y más recientemente la nueva economía clásica
sentarán las bases para una teoría macroeconómica plenamente coherente con los postulados de la economía
neoclásica.
A largo plazo, cuando se suponía que la rigideces de precios ya no operaban con la fuerza que lo
hacían a corto plazo, por lo que los ajustes de mercado se satisfacían plenamente, la economía neoclásica se
mantuvo enteramente al margen de la influencia keynesiana aportando una visión teórica sobre los
determinantes del crecimiento económico, el modelo de Solow, dominante hasta la aparición de los modelos
de crecimiento endógeno a finales del siglo XX.

neocolonialismo el período que va desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta comienzos de la década
de los 60 fue testigo del nacimiento de muchos países, que de forma relativamente pacífica, como ocurrió en
Senegal y en menor medida en India, o mediante cruentas guerras de liberación, como en Argelia, consiguieron
liberarse del dominio político de sus metrópolis, fundamentalmente el Reino Unido y Francia y en menor
medida Bélgica. Así, entre 1956 y 1968, 34 protectorados y antiguas colonias del Reino Unido, Francia y
Bélgica, que suponen las 2/3 partes del PIB africano y las ¾ partes de su población, pasaron a ser naciones
independientes. En tan solo un año Francia concedió la independencia a 13 naciones. Sin embargo, la
independencia formal de estos países no supuso la obtención de una independencia real en todos los frentes,
especialmente el económico. Más aún, la coincidencia temporal del proceso de independencia con el comienzo
de la Guerra Fría dificultó todavía más la obtención de una auténtica soberanía, ya que muchos de estos países
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pasaron a situarse en la órbita de influencia una u otra de las grandes potencias. El término neocolonialismo
hace referencia a la existencia de una brecha entre esa libertad formal alcanzada con la independencia y la
capacidad real de los países de actuar de forma soberana. Con la independencia, las metrópolis perdieron los
mecanismos militares, culturales y administrativos de control sus colonias pero mantuvieron sin embargo
múltiples mecanismos de control económico. Los nuevos países se encontraron con una economía centrada en
la provisión de productos primarios para la metrópoli (véase teoría de la dependencia), con unas
infraestructuras dirigidas exclusivamente a este menester y con una ausencia de cuadros técnicos y
universitarios para desarrollar sus propias estrategias económicas. No es así de extrañar que muchos adoptaran
políticas proteccionistas con la finalidad de crear una industria nacional que les permitiera alcanzar también
una independencia económica que dotara de contenido la independencia formal. Otra cuestión es que la propia
falta de recursos, entre otros de capital humano, hiciera que esta opción estuviera en muchos casos abocada al
fracaso.
Junto con este fenómeno, el desarrollo de las grandes empresas transnacionales, ha supuesto la
aparición de nuevas formas de dependencia y sometimiento de los países menos desarrollados a los intereses
de estas empresas, no siempre compatibles con los suyos propios –recordemos que el origen de algunas
colonias como India o Congo está asociado a la actividad de empresas privadas. Aunque las magnitudes de
ventas de una empresa y nivel de PIB miden cosas distintas y su comparación es inadecuada, el hecho de que
una empresa como la General Motors, tenga ventas por un valor superior al PIB de Turquía, o que la petrolera
Royal Dutch Shell tenga ventas que multiplican por dos el PIB de Egipto refleja de alguna manera la fuerte
asimetría a la que se enfrentan países todavía mucho más pequeños que los dos mencionados cuando negocian
con las este tipo de empresas. Un desequilibrio que se refuerza todavía más en la medida que las empresas
transnacionales normalmente cuentan con el apoyo de sus gobiernos.

neokeynesiana, economía la aparición de la Economía neokeynesiana, con autores como Joseph E. Stiglitz y
George A. Akerlof, premios Nobel de Economía de 2001, o Gregory Mankiw, se sitúa en la década de 1980
como reacción a las críticas de los partidarios de la nueva macroeconomía clásica a la economía keynesiana
tradicional, la cual carecía, en su opinión, de unos sólidos fundamentos microeconómicos basados en el
modelo de comportamiento racional de los agentes económicos. Los neokeynesianos asumieron tanto la crítica
como el planteamiento esencial de la economía neoclásica, en el sentido de aceptar que si el proceso de ajuste
en los mercados fuera tan flexible y rápido como mantenían éstos, los equilibrios micro y macroeconómicos
estarían plenamente garantizados tanto a corto como a largo plazo. Ahora bien, lo que los neokeynesianos
señalaron es que ese planteamiento no se sostenía en la realidad, ya que tanto los salarios como los precios
mostraban grandes rigideces a la hora de ajustarse a las variaciones de la demanda agregada. Rigideces que, a
diferencia de los planteamientos que subyacían a la síntesis neoclásica-keynesiana de la postguerra, no era
consecuencia de intervenciones en último término exógenas a los mercados (sindicatos, regulación pública,
Estado de Bienestar, etc.) sino que respondían al comportamiento racional de los agentes en presencia de
información asimétrica, fallos de coordinación y costes de transacción. Entre los factores que explicarían
estas rigideces de precios y salarios pueden destacarse los siguientes: (1) existencia de los llamados costes de
menú, que son los inevitables costes asociados a los procesos de ajuste de precios (hay que hacer nuevos
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catálogos, comunicar los precios, marcar los productos, etc.), por lo que las empresas con objeto de
minimizarlos tenderán a ajustar los precios intermitentemente y no de modo continuo. Cierto que, como dicen
los críticos, los costes de menú son normalmente pequeños, pero los neokeynesianos replican que si bien
pueden ser pequeños para una empresa individual, pueden tener efectos significativos desde el punto de vista
de la economía en su conjunto. La razón de ello se encontraría en que los cambios de precios producen
externalidades, ya que, cuando una empresa baja su precio, hace bajar ligeramente el nivel de precios
agregado, lo que aumenta la renta real y estimula la demanda de bienes de todas las empresas (externalidad de
demanda agregada), un efecto externo que ninguna empresa concreta tendría en cuenta como un beneficio
adicional derivado de la reducción de su precio, con lo que al no entrar en sus cálculos para maximizar sus
beneficios, bien podría decidir no llevar a cabo tal reducción. (2) Otra fuente de rigidez estaría asociada a los
fallos de coordinación a la hora de fijar los precios por parte de las empresas, en la medida que la política
óptima de cada empresa dependa de lo que hagan las otras. Por ejemplo, es habitual que ninguna empresa
quiera ser la primera en subir los precios como consecuencia de una política monetaria expansiva, pues si
alguna se lanza y lo hace perdería clientes, con lo que todas esperarán a que sea otra la que tome la iniciativa,
retrasándose así los necesarios procesos de ajuste. Como en todo problema de coordinación, caben diferentes
equilibrios unos mejores que otros en términos de eficiencia global (véase, teoría de juegos), de modo que
nada impide que el resultado alcanzado por el libre funcionamiento de los mercados sea subóptimo. (3)
También pueden darse los llamados efectos reputación, que son aquellos que aparecen cuando las empresas
consideran que un cambio continuo de precios afectaría negativamente a su reputación, y por lo tanto a su
demanda, lo que les llevaría a retrasar tales ajustes. (4) Por último, una cuarta razón, relacionada con el
mercado de trabajo, sería la existencia de salarios de eficiencia, lo que afectaría a los incentivos de las
empresas a bajar los salarios en presencia de un exceso de oferta de trabajo. La existencia de todos estos tipos
de rigideces justificaría, para esta escuela, la adopción de políticas contracíclicas monetarias y fiscales como
modo de mejorar los resultados macroeconómicos.
El enfoque neokeynesiano, pese a su nombre, supone una ruptura con el planteamiento esencial del
análisis keynesiano. Su énfasis en la existencia de dificultades de coordinación económica como causa de los
problemas macroecómicos debidas a rigideces asociadas a problemas institucionales o informacionales olvida
la lección fundamental de Keynes para el que no se requería el recurrir a tales fallos de coordinación a la hora
de explicar la existencia de equilibrios macroeconómicos subóptimos, pues éstos eran consecuencia de
problemas de demanda efectiva asociados a la existencia de una radical incertidumbre con respecto al futuro
(véase postkeynesianos).

neoproteccionismo término con el que se hace referencia a las nuevas formas de protección del mercado
interno frente a la competencia extranjera. La aparición de este tipo de mecanismos se relaciona con los
acuerdos para la reducción o eliminación paulatina de los sistemas tradicionales proteccionistas: aranceles,
cuotas y subvenciones a empresas, que se han alcanzado en las distintas rondas de liberalización comercial
auspiciadas por el GATT. A diferencia de los mecanismos proteccionistas tradicionales, las prácticas
neoproteccionistas son mucho menos transparentes, y por lo tanto, más costosas de detectar y neutralizar. Estos
mecanismos incluyen: (a) regulaciones acerca de la seguridad o sanidad de los productos importados
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diseñadas a medida de las prácticas productivas de las empresas nacionales para impedir la entrada de
productos extranjeros; (b) acuerdos “voluntarios” de limitación de las exportaciones de otros países, conocidos
como restricciones voluntarias a la exportación, a los que las empresas exportadoras llegan con los países a
donde dirigen sus productos con la finalidad de no verse castigadas con la aplicación de sistemas
proteccionistas más duros. El efecto final de esta medida es el equivalente a las cuotas, aunque es menos
transparente; (c) derechos antidumping, consistentes en una penalización (que en términos medios supera el 20
%) que tienen que pagar las empresas exportadoras en el caso de que los países de destino de esas
exportaciones consideren que los precios de venta se hayan fijado a niveles artificialmente bajos (precios
predatorios) con la finalidad de expulsar a las empresas locales del mercado. El problema en este caso es que
no siempre es fácil conocer los costes de producción con la finalidad de determinar si existe o no existe
dumping, especialmente cuando los países exportadores son de renta baja, lo que hace que esta medida sea
especialmente adecuada como instrumento de protección encubierta.

neutralidad del dinero se dice que el dinero es neutral cuando los cambios en la cantidad de dinero, esto es,
en la oferta monetaria, afectan exclusivamente al nivel de precios, aumentándolo si aumenta la cantidad de
dinero y reduciéndolo si se cae, sin afectar a los niveles de producción. El dinero sería así neutral con respecto
a la actividad económica real, ya que sólo afectaría a las variables monetarias (véase ecuación cuantitativa del
dinero). En el supuesto de que el dinero fuera neutral, la única política monetaria que tendría sentido sería
aquella dirigida a luchar contra la inflación. Política ésta que, además, no tendría ningún efecto negativo sobre
la actividad económica real.
Cuando se habla de neutralidad del dinero es fundamental distinguir entre el corto y largo plazo. Hasta
los economistas neoclásicos admiten que en el corto plazo la noción de neutralidad del dinero es demasiado
rígida, pues la existencia de rigideces en los mercados de bienes y/o factores implica que los precios no se
mueven paralela e instantáneamente a los movimientos en la cantidad de dinero, por lo que las variaciones en
la cantidad de dinero tendrían efectos reales y no sólo monetarios. Sin embargo, para esta escuela, la
neutralidad del dinero si se manifestaría plenamente a largo plazo. Para Keynes, sin embargo, el dinero no es
neutral a corto plazo porque, dada una preferencia por la liquidez, las variaciones en la oferta monetaria, al
afectar al tipo de interés, afectan a las variables reales del sistema independientemente de la existencia de
rigideces en los mercados de bienes.
A pesar de la existencia de abundante evidencia que indica que el dinero no es neutral con respecto a
las variables reales de la economía (producción y empleo), por lo menos en el corto plazo, las autoridades
monetarias, como el Banco Central Europeo, tienden a abrazar este planteamiento, al menos en el largo plazo,
lo que explica su reticencia a utilizar una política monetaria expansiva incluso en situaciones próximas al
estancamiento económico.

“niño mimado”, teorema del el Premio Nobel, Gary Becker, estableció que en la relación entre unos
“padres” altruistas preocupados por el nivel de vida, consumo o renta de un “hijo” egoísta (“rotten kid”),
sólo interesado por sí mismo y cuya conducta puede afectar a la renta de toda la “familia”, ocurre in embargo
que al “hijo mimado” le interesa elegir un curso de acción no egoísta que maximice la renta de la “familia” en
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la medida que ello le suponga un volumen de donaciones que le compensen lo que deja alternativamente de
ganar cuando se comporta egoístamente, con el resultado de que la asignación de recursos es eficiente. Una
condición para ello es que la transferencia al “hijo” se comporte como un bien normal, de modo que si el
comportamiento egoísta del “hijo” se traduce en una pérdida de renta “paterna”, el volumen de transferencias
que recibe también decrece A diferencia del dilema del samaritano, aquí el perceptor de la ayuda sólo
actuará de modo no egoísta si la transferencia a su favor se realiza después de que haya decidido su curso de
acción y su tamaño depende de cuál haya sido éste. El teorema del “niño mimado” ha sido utilizado para
justificar las formas condicionadas de la ayuda dentro del Estado de Bienestar.

nueva economía el desarrollo experimentado por las tecnologías de la información y las comunicaciones,
TIC, en las dos últimas décadas, con el ejemplo paradigmático de Internet, ha llevado a muchos analistas a
defender que se estaría entrando en una nueva era del funcionamiento de los mercados, y a hablar de una
“nueva economía”, en el sentido de que las reglas y teorías de la vieja economía habrían quedado obsoletas
para explicar el funcionamiento de la nueva “sociedad de la información”. Sin duda, es este un planteamiento
que peca por extremado, pues ni la nueva economía en términos reales ha suplantado a la “vieja”, ni la “Nueva
Economía”, en el sentido de conjunto de nuevas herramientas teóricas para analizar la realidad económica,
implica el abandono de las herramientas de análisis de la vieja. A fin de cuentas, el progreso de las TIC se
puede conceptuar como una mera caída en los costes de transacción que tiene grandes efectos sobre la
organización económica, pero que no altera lo más mínimo sus principios esenciales de funcionamiento.
Dejando a un lado la intensidad del cambio técnico asociado a las TIC, que algunos analistas llegan a
comparar con las grandes revoluciones del pasado como la utilización del vapor en el siglo XVIII, o el
desarrollo del motor de explosión interna y la economía del petróleo en el siglo XX, la característica esencial
de las TIC es su aplicabilidad generalizada a todos los campos de la actividad económica en la medida que
afecta positivamente a la transmisión de la información. El incremento en la eficiencia informacional que ello
supone conlleva un crecimiento generalizado en la productividad, junto con la aparición de nuevos mercados y
una mejora de los procesos de ajuste de éstos, con la consiguiente reducción en los costes de transacción.
Estos cambios tecnológicos tendrían implicaciones tanto macro como microeconómicas. En lo que se
refiere a su impacto sobre la macroeconomía, se ha defendido que el mejor conocimiento del mercado por
parte de las empresas que permite Internet, reducirá el comportamiento cíclico de las economías de mercado, al
tiempo que la mayor transparencia asociada también a Internet reducirá la inflación. Por último, la
incorporación masiva de las TIC a la producción de bienes y servicios generará un aumento de la productividad
sin parangón facilitando un crecimiento económico sostenido. Junto con ello, las TIC serían un factor
subyacente al proceso de globalización experimentado en las últimas décadas, al facilitar no sólo los contactos
en tiempo real entre empresas situadas en lugares muy distantes, sino también facilitando de modo
impresionante los movimientos internacionales de capital.
Puestos a evaluar estas predicciones puede señalarse que, en tanto el efecto de las TIC sobre la
productividad parece claro a la luz del importante del crecimiento de la productividad experimentado en
Estados Unidos, país líder mundial en la incorporación de TIC en las empresas, no sucede lo mismo con lo
relativo a los ciclos y a la estabilidad económica. Ello no es nada extraño puesto que si bien las TIC favorecen
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el rápido ajuste de los mercados también, por su propia esencia facilitan la expansión incontrolada de los
fenómenos de contagio que pueden afectar de modo negativo a las expectativas de los agentes, cuando estas
no se forman de acuerdo con el modelo de expectativas racionales, como se ha manifestado en las numerosas
crisis bursátiles y financieras desatas en la última década. Por último, en lo referido a la inflación, los estudios
sobre los precios en Internet señalan que éstos, a diferencia de lo esperado, tienen un mayor rango de
dispersión que en los mercados tradicionales, no siendo por término medio más bajos. Este resultado
contraintuitivo, en el sentido que el aumento de información de los consumidores debería expulsar a los
vendedores más caros del mercado y favorecer la competencia, se podría explicar porque al tiempo que
aumenta la información de los consumidores también aumenta la información de las empresas, tanto sobre las
características de los consumidores –gracias a la propia red- lo que permite una mayor discriminación de
precios, como sobre las estrategias de precios de las empresas rivales. El aumento de información en este
segundo caso puede conducir a que ninguna empresa adopte una estrategias de reducción de precios puesto que
podría ser detectada rápidamente y replicada por otras empresas, reduciendo así el efecto positivo sobre los
beneficios derivado de ser la única que reduce los precios. Por otra parte, también hay que tener en cuenta que
el comercio en Internet todavía es minoritario debido, entre otras cuestiones, a la inexistencia de métodos de
pagos totalmente fiables junto con hábitos de consumo que, al menos en Europa, favorecen la compra
presencial, pudiendo ser que todavía fuera pronto para detectar grandes cambios en el comportamiento de los
precios.
Desde una aproximación microeconómica, las TIC favorecen la reducción de costes en las empresas
mediante la eliminación de intermediarios gracias al comercio electrónico (la mayoría de éste corresponde a
comercio entre empresas o business to business, B2B) y el aumento de la productividad. Si bien la novedad
fundamental es la aparición de nuevos bienes y servicios con externalidades de red y economías de escala,
elementos que en los dos casos favorecerían la concentración económica. Como compensación, Internet facilita
a las empresas el abastecimiento de los llamados “mercados nicho”. Los elevados costes de almacenamiento e
información hacían previamente que en muchos sectores las empresas no consideraban rentables satisfacer las
demandas de consumidores atípicos, centrándose por el contrario en los mercados de masas donde se reúnen
los consumidores que comparten en buena medida gustos o preferencias. Las librerías tradicionales o las
tiendas de música son un ejemplo de ese abandono de los consumidores de gustos minoritarios. Internet,
permite con el mínimo coste de un clic de ratón que las empresas sepan de los gustos de consumidores
individuos raros o minoritarios y de su número, con lo que se cumple la primera condición para que se
desarrollen unos mercados nicho rentables para satisfacer las preferencias de esos consumidores: el conocer
cuántos son y lo que están dispuestos a pagar por los bienes o servicios que demandan. Por último, en la nueva
economía se refuerza el papel de empresas cuyo principal capital es intangible, por ejemplo una marca,
capacidad de organización y venta, etc., que o bien no disponen de capacidad productiva propia, o bien ésta no
es su principal activo. La compra de multitud de empresas de Internet con anterioridad a la crisis de comienzos
de década por unos precios infinitamente superiores al valor de sus activos reales es un buen ejemplo de la
valoración que el mercado, esta vez errónea, hace de la importancia de estos activos intangibles en la nueva
economía.
Conceptos de Economía -versión web- 300
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

nueva macroeconomía clásica la escuela de la nueva macroeconomía clásica, ligada a los trabajos de los
economistas estadounidenses Robert Lucas, Nobel de Economía de 1995, Thomas Sargent y Robert Barro,
entre otros, reivindica la recuperación del análisis neoclásico y el monetarismo incorporando como novedad
el énfasis en la importancia de las expectativas en el funcionamiento agregado de los mercados. Unas
expectativas que para estos autores van a ser racionales, en el sentido de que se supone que los agentes
económicos incorporan toda la información disponible a la hora de tomar sus decisiones. El mundo de la nueva
economía clásica es, por lo tanto, un mundo en el que los mercados se vacían, en donde los precios y los
salarios son flexibles y en donde los agentes económicos racionales utilizan toda la información disponible,
que examinan a la luz de un conocimiento teórico profundo del funcionamiento del mercado, a la hora de
tomar sus decisiones. Partiendo de estos supuestos, la nueva economía clásica defiende que la economía se
situará de forma automática (en ausencia de perturbaciones aleatorias que afecten negativamente a la capacidad
de los agentes de tomar decisiones racionales), incluso a corto plazo, en el nivel de producción asociado a la
tasa natural de desempleo, o el pleno empleo, según las versiones, donde el desempleo, de existir, sería
voluntario y formando por trabajadores que buscan un trabajo mejor que el disponible. Lo anterior supone que
la función de oferta agregada será vertical, haciendo innecesaria toda actuación de política económica.
Pero la política económica no sólo sería innecesaria en este contexto, sino que, en todo caso, sería
incapaz de alterar los resultados alcanzados en el mercado, ya que los agentes económicos, armados de sus
expectativas racionales, anticiparían los efectos de la política y tomarían las acciones necesarias para
neutralizarla (véase inconsistencia temporal). Por ejemplo, la política fiscal sería irrelevante puesto que ante
un aumento del déficit público los agentes anticiparían un aumento de los impuestos en el futuro y
reaccionarían aumentando su ahorro, con lo cual se anularía el efecto expansivo del déficit (tal y como recoge
el teorema de la equivalencia ricardiana, véase deuda). Bajo estas condiciones, la única forma de aumentar el
empleo será mediante cambios en las preferencias de los individuos a favor del trabajo y en contra del ocio –lo
que afectaría a la oferta de trabajo- o mediante mejoras en la tecnología –lo que afectaría a la demanda de
trabajo. Esto es, mediante actuaciones con un efecto positivo sobre la oferta agregada.
Conceptos de Economía -versión web- 301
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

O
obsolescencia depreciación que se produce en el valor de los activos productivos y de los bienes
de consumo duradero como consecuencia no del desgaste asociado a su uso sino del progreso técnico
(obsolescencia técnica) o de los cambios en la moda (obsolescencia psicológica). En lo que respecta a los
bienes de equipo, si las empresas están en un entorno competitivo se verán obligadas a seguir el ritmo de los
avances técnicos (innovación de procesos) so pena de quedar al margen. Pero la obsolescencia técnica no
significa la inmediata asunción de un nuevo proceso tras su descubrimiento. Una empresa competitiva no
tendrá incentivos para innovar y desprenderse de su viejo equipo aunque tenga pérdidas por la competencia de
las que sí han innovado, siempre que las pérdidas sean más pequeñas que los costes variables usando la vieja
tecnología. La rapidez en la respuesta a la obsolescencia técnica se acentúa conforme las empresas carecen de
poder de mercado. En el caso extremo de monopolio, dado que la vieja tecnología permite seguir obteniendo
beneficios extraordinarios por la ausencia de competencia, la obsolescencia tendrá una importancia mucho
menor.
Junto con la innovación de procesos está la llamada innovación de productos, la introducción de
nuevas versiones de sus productos de carácter duradero por parte de las empresas en el curso del tiempo. La
innovación de productos supone otro tipo de obsolescencia técnica que cuando resulta ser consecuencia de un
proceso calculado en función de la política de ventas de las empresas recibe la denominación de obsolescencia
planificada. Esta forma de obsolescencia ha suscitado un amplio debate respecto a su eficiencia, en términos
agregados o sociales, entre aquellos que la consideran como enteramente eficiente si recibe el respaldo de los
consumidores en los mercados, y aquellos otros que consideran el repetido cambio en el estilo, el modelo, el
envoltorio o en algunas de sus características menos fundamentales como un derroche de recursos. Dado que
tales innovaciones son costosas, en un entorno competitivo las empresas sólo las introducirían si el mercado lo
justifica, es decir, sólo cuando sea socialmente óptimo: cuando consumidores perfectamente informados avalan
el cambio de modelo pagando por ello. La situación es diferente conforme la estructura de mercado deja de ser
perfectamente competitiva. En este caso, en muchas circunstancias, ya no puede hablarse en estricto sentido de
obsolescencia planificada en la medida que los cambios de modelo dejan de ser una variable autónoma de las
empresas para convertirse en un instrumento de competencia y estrategia defensiva frente a la competencia de
las demás so pena de perder cuota de mercado. Finalmente, incluso un monopolio que carece de presiones
competitivas tiene el incentivo para introducir nuevas versiones de sus productos aunque no sea socialmente
eficiente. La razón es que el monopolista que vende un bien duradero, puede considerar el “cambio de modelo”
como la mejor estrategia para hacer frente al problema que le plantea la tiranía de la durabilidad. Esta
solución no sería eficiente desde un punto de vista social porque el monopolista al tomar una decisión de
Conceptos de Economía -versión web- 302
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introducción de nuevos diseños no internalizaría (no tendría en cuenta) la desvalorización de las unidades ya
vendidas.
Por último, un bien no tiene solamente unas características de tipo técnico que le hacen útiles para
satisfacer necesidades o preferencias. Tiene también, en muchos casos, unas características simbólicas o
comunicativas cuya efectividad disminuye conforme aparecen nuevos bienes cuyo rendimiento técnico es
superior. Este proceso ha recibido el nombre de obsolescencia psicológica. Por ejemplo, el poder significante
de un producto como un vehículo no depende solamente de sus prestaciones técnicas sino de otras que le
confieren un “halo” comunicativo en determinada dirección (modernidad, juventud, técnica y ciencia,
progresismo, libertad, etc.) Así parece que a la vez que un consumidor compra un coche adquiere también
libertad, atractivo sexual, etc. Y es una experiencia común que el cambio anual de modelos lleva a que el
vehículo que unos meses antes era el signo evidente de esos “valores”, deje de serlo de un día para otro. Pese a
que tal cambio de diseño pase el test del mercado, es decir, a pesar de que encuentre suficientes consumidores
que avalen el cambio de modelo, la obsolescencia psicológica puede ser causa de ineficiencia social.
Veámoslo.
Sea un bien que puede existir en dos calidades diferentes, 1 y 2, tal que la 2 es superior técnicamente a
la 1. Llamemos V(1,1) al valor que el consumidor le da al modelo 1 en ausencia del 2. Una vez que aparece
éste, el valor para el consumidor del modelo 1 pasa a ser V(1,2) -tal que V(1,2) < V(1,1)- por la obsolescencia
psicológica. El consumidor cuando aparece el modelo 2 a un precio P2 tiene dos opciones: o bien sigue
comprando el 1 al precio de siempre P1, con lo que sale perdiendo porque al mismo precio sólo obtiene ahora
el valor V(1,2), o bien se pasa al modelo 2. Si así lo hace será porque le compensa, lo cual ocurrirá si el valor
suplementario que deriva de comprar el modelo 2 respecto al que obtiene si sigue comprando el modelo 1 le
compensa la diferencia de precios, es decir, el consumidor se pasará al modelo 2 si:
V(2,2) – V(1.2) ≥ P2 - P1
Pero aunque así ocurra, esto no le garantiza que salga ganando en todo el proceso asociado a la
innovación. En efecto, su ganancia de valor cuando se pasa al modelo 2 con respecto al valor cuando sólo
consumía el 1 y no existía el 2 es: V(2,2) –V(1,1), y bien puede ocurrir que esta diferencia (la ganancia “real”
en valor entre la situación de después de la innovación y la de antes) sea inferior a la diferencia de precios P2
- P1. Si así ocurriera, el consumidor saldría perdiendo como consecuencia del proceso de innovación y la
obsolescencia psicológica a la que da lugar. Pero merece la pena destacarse que, aunque pierda, al consumidor
no se le fuerza para que compre el nuevo modelo. Una vez esté ya presente en el mercado, comprarlo -si se
cumple la condición anterior- puede ser lo más adecuado, lo cual no es sino un ajuste lamentable a una
situación no deseada.

oferta, función la función de oferta de una empresa en competencia perfecta recoge la cantidad producida por
en función de las variables que influyen en su decisión de cuánto producir bajo el supuesto de maximización
de beneficios. Estas variables serían: el precio de mercado, el precio de los factores de producción, las
expectativas sobre todas las variables, la tecnología disponible, etc. Se denomina curva de oferta de la
empresa competitiva a la relación entre la cantidad que esta pone en el mercado y el precio de venta bajo el
supuesto, caeteris parribus, de que el resto de variables que aparecen en la función de oferta no se modifican.
Conceptos de Economía -versión web- 303
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La forma que adopte la curva de oferta dependerá de la forma que tenga la función de producción de la
empresa. Bajo el supuesto simplificador de que en la producción sólo se utiliza capital y trabajo, a corto plazo,
para aumentar el nivel de producción habrá que aumentar la utilización del factor variable: el trabajo, por lo
que si su productividad marginal es decreciente, el coste marginal de producción será creciente. En estas
condiciones una empresa que pretenda maximizar beneficios deberá producir aquella cantidad para la que el
precio sea igual al coste marginal. Por lo tanto la curva de coste marginal es (en parte) la curva de oferta de la
empresa, de forma que la empresa no aumentará la cantidad ofertada hasta que no se produzca un aumento del
precio de mercado que le compense el aumento de costes. Obviamente, para empezar a producir no será
suficiente con que el precio iguale al coste marginal, sino que los ingresos por ventas deberán cubrir todos los
costes asociados a la contratación del factor variable, o lo que es lo mismo, el precio de mercado deberá ser
igual o mayor a los costes variables medios, por lo que la curva de oferta de una empresa competitiva en el
corto plazo será su curva de coste marginal a partir de que corte a la de coste variable medio. A corto plazo
bien puede suceder que una empresa competitiva produzca cubriendo los costes variables pero no todos los
costes fijos, es decir teniendo perdidas, situación que sería preferible a abandonar el mercado y hacer frente a
todos los costes fijos irrecuperables.
Si pasamos a analizar el largo plazo, tanto capital como trabajo serán variables, por lo que la curva de
costes marginales dependerá del tipo de rendimientos a escala que manifieste la función de producción. Bajo
el supuesto de que los rendimientos a escala son primero crecientes, luego constantes y por último
decrecientes, la curva de costes marginales a largo plazo primero será decreciente, luego constante y luego
creciente. Dado un precio de mercado, el nivel de producción óptimo de la empresa en el largo plazo será aquel
para el que el coste marginal de la empresa, también a largo plazo, sea igual a ese precio en el tramo creciente
de los costes marginales. A largo plazo la empresa no puede tener pérdidas, por lo que sólo se mantendrá en el
mercado si sus ingresos por ventas cubren todos los costes, incluyendo los costes de uso (véase tipo de
interés) del capital incluyendo la remuneración normal de la actividad empresarial empresario. Esto quiere
decir que la curva de oferta a largo plazo de una empresa coincidirá con la curva de los costes marginales a
largo plazo a partir del punto en que el precio de mercado iguala al coste medio.
La curva de oferta de un sector o industria competitiva se construye mediante la suma horizontal de
las curvas de oferta de cada una de las empresas que lo componen, y por lo tanto coincidirá con la suma de los
niveles de producción óptimos de cada empresa para cada precio. La forma de la curva de oferta del sector
dependerá de si el análisis se hace a corto o a largo plazo y de la existencia de efectos externos o de
externalidades tecnológicas y pecuniarias para las empresas de dentro del sector.
A corto plazo, el supuesto es que el número de empresas que forman parte de un sector competitivo
está limitado a las existentes en un cierto momento que, además, no pueden variar su stock de capital o su
capacidad instalada de producción. El resultado será que, a corto plazo, aunque el sector sea competitivo, los
incrementos de precios por incrementos en la demanda permitirán a las empresas ya instaladas obtener
beneficios extraordinarios, en tanto que la producción sólo crecerá (o disminuirá) por el incremento (o el
decremento) de la cantidad de factores variables utilizada. A largo plazo, por el contrario, y a menos que
existan barreras de entrada, los beneficios extraordinarios (o las pérdidas) de que puedan gozar las empresas
existentes en un sector como consecuencia de un aumento (o disminución) en la demanda, actuarán como señal
Conceptos de Economía -versión web- 304
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que atraerá a empresas de otras industrias que buscarán instalarse en este sector para aprovecharse de esos
beneficios extra (o si son pérdidas, incentivará a algunas a irse del mismo). El resultado es que a largo plazo, si
el sector es competitivo, los beneficios (o, en su caso, las pérdidas) de todas las empresas que haya en él
tenderán a cero. Para explicar la curva de oferta a largo plazo, junto con esta tendencia a la entrada y salida de
capital en el sector asociada a los cambios en los precios y en los beneficios (o pérdidas) de corto plazo, hay
que tener en cuenta la existencia de externalidades en la producción para cada una de las empresas pero
internas para el conjunto de ellas. De modo que si no existen este tipo de externalidades la curva de oferta del
sector a largo plazo sería perfectamente horizontal para un determinado precio y sólo se desplazaría hacia
arriba si los precios de los factores aumentasen. Un crecimiento en la demanda que diese origen a subidas en el
precio y a beneficios a corto plazo atraería a otras empresas, que aumentarían la cantidad ofrecida haciendo que
se restableciese el precio. Si existen deseconomías externas ya sean tecnológicas o pecuniarias, es decir, si por
ejemplo sucediese que el aumento en la producción por parte de cada empresa para hacer frente a un
crecimiento en la demanda hiciese subir los precios de algunos de los inputs, ello implicará que al aumentar la
producción por parte de todas las empresas subirán los costes de cada una de ellas, por lo que la curva de oferta
del sector a largo plazo ya no sería constante sino será creciente. Si, por el contrario, hay economías externas
el aumento de producción por parte de todas las empresas irá asociado a una disminución de los costes de
producción de todas y cada una de ellas y la curva de oferta del mercado a largo plazo será decreciente.
El concepto de curva de oferta sólo se aplica lógicamente a sectores competitivos. Las empresas que
operan en estructuras de mercado no competitivas no tendrán curva de oferta, pues en este tipo de mercado, en
la medida que las empresas tienen poder de mercado, no existe una relación unívoca entre cantidad producida
y precio. Es decir, el mismo precio de mercado puede estar asociado a niveles de producción diferentes por
parte de las diferentes empresas según las relaciones que existan entre ellas (véase oligopolio).

oferta agregada función que recoge a corto plazo el nivel total de producción generado en una economía, Y,
para cada posible nivel de precios, P. La forma concreta que adopte la oferta agregada de una economía
dependerá de la forma de la función de producción agregada que idealmente se supone caracteriza al sector
productivo de esa economía. Bajo el supuesto de que esa función de producción es de coeficientes fijos se
puede pensar que dado un precio suficientemente remunerativo, el conjunto de empresas estarán dispuestas a
ofrecer cualquier cantidad que demande el mercado sin exigir aumentos del precio, en cuyo caso la función de
oferta agregada será horizontal. Mientras exista capital instalado ocioso disponible y suficientes trabajadores
desempleados y deseosos de trabajar al salario existente, de forma que las empresas simplemente contratan a
nuevos trabajadores al salario monetario vigente, ponen en marcha máquinas que antes estaban paradas y
aumentan la oferta (al mismo coste medio y precio) según aumente la demanda. Este sería el caso Keynesiano
puro (véase economía postkeynesiana). Si la función de producción presenta coeficientes variables, siempre
se utiliza todo el capital existente pues el capital en este caso se supone maleable, no hay una determinada
relación capital trabajo característica de la economía sino es posible sustituir unas técnicas por otras
dependiendo de la cantidad de trabajo que se emplee. En consecuencia, las variaciones de la producción
dependerán de la utilización del factor trabajo, cuya productividad marginal será decreciente (se supone pues,
adicionalmente que la función de producción presenta rendimientos constantes a escala).
Conceptos de Economía -versión web- 305
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A partir de lo anterior se tienen dos posibles formas extremas de la función de oferta correspondientes
a dos modelos macroeconómicos distintos. Una la Keynesiana pura, ya comentada. La otra sería una curva de
oferta vertical, lo que significaría que la oferta agregada es la misma independientemente del nivel de precios.
Este caso, denominado por Keynes, caso clásico, se correspondería con una economía con una función de
producción agregada de coeficientes variables en la que todas las personas que quieren trabajar al salario real
existente están ya empleadas y por lo tanto, por mucho que aumente el precio no podrá aumentar la
producción. Entre estos dos casos extremos, el keynesiano puro y el clásico, se puede pensar en la existencia
de formas muy distintas de oferta agregada, que corresponderían a distintos funcionamientos del lado real –
productivo- de la economía. Un caso común en los libros de texto, asociado a la síntesis neoclásica, sería una
función de oferta agregada con pendiente creciente hasta alcanzar la situación de pleno empleo, punto en el que
la oferta se haría vertical. La idea que subyace a esta forma de la oferta agregada es la de que, por las razones
que sea, el nivel del salario monetario es fijo en el corto de plazo, de forma que si los precios crecen, y por
tanto caen los salarios reales, las empresas estarían dispuestas a contratar a trabajadores adicionales y aumentar
la producción. En presencia de este tipo de curva de oferta agregada es factible encontrarse en una situación en
la cual al salario monetario existente los precios sean tales que al salario real resultante haya más trabajadores
que quieran estar empleados de los que las empresas contratan. Esta sería una situación de desempleo
involuntario asociada a una insuficiencia de demanda efectiva.

Tipos de función de oferta agregada

P
P P

Y Y Y

Oferta Keynesiana Oferta Neoclásica Oferta clásica

oferta monetaria la oferta monetaria es todo aquello considerado como dinero en una economía, por lo tanto
no es sólo la cantidad de dinero legal emitido por la autoridad monetaria, a la que se denomina base
monetaria. Ello explica que la definición de oferta monetaria haya ido cambiando con el tiempo según han ido
apareciendo nuevas formas de dinero como el dinero bancario (véase multiplicador monetario). En la
actualidad se distinguen tres tipos de agregados monetarios, u oferta monetaria, dependiendo de qué tipo de
activos se consideren como dinero y cuales no. La definición más estrecha o estricta de dinero, denominada
Conceptos de Economía -versión web- 306
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M1, incluye el dinero en efectivo (billetes y monedas) en circulación y los depósitos a la vista (cuentas
corrientes) en bancos y cajas de ahorro –dinero bancario. El segundo agregado, M2, suma a lo anterior los
depósitos a plazo (en el caso de la Unión Monetaria Europea, aquellos depósitos hasta dos años y los
recuperables con tres meses de preaviso). Por último, M3 incluye otros activos altamente líquidos, como los
títulos de los fondos de inversión del mercado monetario a corto plazo y los títulos de deuda con vencimiento
inferior a dos años. A finales de 2004, la oferta monetaria M3 de la eurozona correspondía en un 85,5 % a M2
y en un 44,7 % a M1, mientras que el dinero en circulación –incluido en M1- sólo suponía un 6,9 % de la
oferta monetaria total. Nada impide que en el futuro se siga ampliando la definición de dinero.
La relación existente entre cantidad de dinero y nivel de precios de una economía (véase ecuación
cuantitativa del dinero, escuela monetarista) hace que el seguimiento del comportamiento de la oferta
monetaria sea uno de los elementos que informan la política monetaria de los Bancos Centrales. Así, por
ejemplo, en el período 1999-2002 el Banco Central Europeo consideró que el crecimiento de M3 compatible
con el aumento esperado del PIB en un contexto de estabilidad de precios se situaba en el 4,5 % anual. Las
desviaciones del comportamiento de M3 con respecto a los valores de referencia junto con el análisis de la
situación económica existente en la eurozona son los dos pilares en los que se basa la política monetaria del
Banco Central Europeo.

Okun, ley de formulada por Arthur Okun (1928-80) en 1965, la ley de Okun hace referencia a la existencia de
una relación, que se presumía constante, entre el comportamiento del PIB real en relación al PIB potencial y
la tasa de desempleo. Concretamente la ley de Okun establece, a partir del estudio de la economía
estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial, que por cada dos puntos porcentuales de distancia entre la
tasa de crecimiento del PIB potencial y la tasa de crecimiento del PIB real, la tasa de desempleo crecería en el
1%. Lo anterior implica que si el PIB potencial crece en 3%, y el real en un 2%, la tasa de desempleo crecería
en un 0,5 %, es decir, que para mantener la tasa de desempleo no es suficiente con que crezca la economía,
sino que tiene que crecer a una tasa determinada. La forma habitual de presentar esta relación es indicando en
cuánto tiene que crecer el PIB para conseguir que la ocupación aumente. Así, por ejemplo, en la década de los
80, para que en España aumentara el empleo era necesario un aumento del PIB por encima del 2 %. Ello
significa que aumentos inferiores de la producción se podían alcanzar sin recurrir a nuevos trabajadores, esto
es, el aumento de la productividad haría posible que los mismos trabajadores generaran un PIB mayor, dando
lugar a una situación de crecimiento sin generación de empleo (jobless growth). Por lo tanto, cuanto mayor sea
el crecimiento de la productividad, mayor será el crecimiento del PIB necesario para generar empleo.

oligopolio un oligopolio es una estructura de mercado que se caracteriza por la existencia de un número
reducido de vendedores que por la existencia de barreras de entrada limitan el acceso al mercado a otras
empresas. De este modo, los mercados oligopolistas conforman una situación intermedia entre la competencia
perfecta, donde existe un número indefinidamente grande de empresas, y el monopolio, donde sólo existe una.
La existencia de un alto nivel de concentración sectorial en muchos mercados hace que el oligopolio sea una
figura muy representativa de las economías industrializadas. A diferencia de las empresas competitivas, cuya
interacción con las demás es indirecta, de tipo paramétrico, de forma que todas se ajustan al precio de mercado
Conceptos de Economía -versión web- 307
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existente y ninguna tiene en cuenta lo que harán las demás a la hora de tomar sus decisiones, el resultado de las
decisiones sobre producción y precios (u otras variables) de los oligopolios dependerán de cómo reaccionen
sus competidores. Esto hace que en el análisis del comportamiento oligopolista sea crucial los supuestos que
hagamos sobre cómo espera cada empresa que van a reaccionar sus rivales a sus decisiones sobre cuanta
producción sacará al mercado(véase variación conjetural), el precio al que lo hace, los gastos de publicidad,
la instalación en otras áreas geográficas, etc., lo que, a su vez, explica que no haya una teoría única del
comportamiento oligopolista (como ocurre con las empresas competitivas y los monopolios), sino tantas como
supuestos hagamos sobre lo que sabe la empresa sobre la reacción de sus rivales. De este modo, si suponemos
que cada empresa se ajusta al nivel de producción de sus rivales (tomándolo como dado), modelo de Cournot,
tendremos un resultado distinto a si suponemos que sólo una de las empresas tiene en cuenta la probable
reacción de sus rivales, modelo de Stackelberg, o que existe una empresa que marca el precio, y otras que
aceptan ese precio, modelo de empresa dominante, o si suponemos que las empresas rehuirán el
enfrentamiento mediante la colusión (véase teoría de juegos).

oligopolio colusivo cuando en un mercado operan un número reducido de empresas, éstas pueden optar por
llegar a acuerdos colusivos, actuando como si fueran una única empresa, y beneficiándose de las rentas
monopolistas así generadas. Para conocer cuál es la cantidad y el precio que maximizaría sus beneficios en el
mercado si se comportaran como un monopolio, hay que proceder a calcular sus costes marginales agregados,
lo que se hará sumando las funciones individuales de costes marginales de cada uno de ellos. Esa hipotética
función de costes marginales será la que se utilizaría posteriormente para calcular cuál es la producción
conjunta de máximo beneficio, procediendo posteriormente a repartir esa producción entre las distintas
empresas en función de sus costes marginales individuales. En el caso específico de que todas las empresas
tengan la misma estructura de costes, la cantidad total se repartirá de forma igual entre esas empresa. Este
comportamiento, aunque considerado ilegal por infringir la política de competencia, garantiza unos resultados
idénticos a los que se obtendrían en situación de monopolio.

OMC, Organización Mundial del Comercio establecida en 1995 como sucesora del GATT, la
Organización Mundial del Comercio (www.wto.org) es el organismo internacional encargado de fijar las
normas que rigen el comercio entre países, con el objetivo de facilitar al máximo el comercio mundial. Los
pilares sobre los que descansa este sistema multilateral de comercio son los Acuerdos de la OMC, negociados,
aprobados por consenso y firmados por la gran mayoría de los países que participan en el comercio mundial -
a finales de 2004, 148 países eran miembros de esta organización y otra treintena, entre ellos Rusia, estaba
negociando su incorporación. Esos acuerdos establecen el marco jurídico fundamental del comercio
internacional con el objetivo de potenciarlo. Las fricciones comerciales derivadas del incumplimiento de los
acuerdos o la discrepancia sobre su interpretación se canalizan a través del mecanismo de solución de
diferencias de la OMC que tiene por objeto garantizar que las políticas comerciales de los distintos países se
ajusten a los acuerdos vigentes, reduciéndose así el riesgo de que los conflictos comerciales deriven en
“guerras comerciales” o en conflictos políticos o militares. Las competencias de la OMC incluyen: (a)
administrar los acuerdos comerciales, (b) servir de foro para las negociaciones comerciales, (c) resolver las
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diferencias comerciales, (d) examinar las políticas comerciales nacionales, (d) ayudar a los países en
desarrollo con las cuestiones de política comercial, prestándoles asistencia técnica y organizando programas
de formación, (e) cooperar con otras organizaciones internacionales.
El hecho de que la OMC sea la organización encargada de potenciar el comercio internacional la ha
situado en el punto de mira de los movimientos antiglobalización, que critican los efectos potencialmente
negativos que el aumento del comercio internacional puede tener sobre los países menos desarrollados, PMD.
En la declaración de Doha de 2001 la OMC intentó hacer frente a estas críticas reconociendo explícitamente:
“la particular vulnerabilidad de estos países y las dificultades estructurales especiales con que tropiezan en la
economía mundial”, comprometiéndose “a hacer frente a la marginación de los países menos adelantados en el
comercio internacional y a mejorar su participación efectiva en el sistema multilateral de comercio”. Entre los
asuntos pendientes de solución con especial incidencia sobre los PMD se incluyen las subvenciones agrícolas
de los países desarrollados, con un impacto negativo sobre la competitividad de sus productos agrícolas, y los
derechos de propiedad intelectual en el sector farmacéutico, y su repercusión en términos de la accesibilidad
de los PMD a medicamentos de vital importancia como los antiretrovirales en el tratamiento del SIDA.
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P
paradoja del ahorro la Economía neoclásica, al menos la anterior a la revolución keynesiana que
marca el nacimiento de la macroeconomía, asume que el comportamiento agregado de cualquier variable
económica se puede explicar como la suma de las decisiones individuales de la multitud de agentes que
conforma una economía. La paradoja del ahorro muestra que ello no tiene porqué ser siempre cierto.
Supongamos que todos los individuos de una economía, o una buena parte de ellos, deciden por
cualquier razón aumentar su tasa de ahorro. Aplicando la lógica de que el comportamiento agregado del
ahorro será el resultado de la suma de los comportamientos de los ahorradores individuales, el aumento del
ahorro individual por parte de ese grupo mayoritario de agentes debería derivar en un aumento del ahorro
agregado. Sin embargo, podría ocurrir al menos a corto plazo que el aumento de las tasas de ahorro
individuales provoque una caída en la demanda efectiva que lleve a una situación de caída de la producción y
empleo, de forma que la nueva y más alta tasa de ahorro, aplicada sobre una renta ahora más baja como
consecuencia de la entrada de la economía en recesión, genere un ahorro total menor y no mayor.
Aunque la paradoja del ahorro no aparece de forma explícita en la Teoría General de John M.
Keynes, no es difícil encontrar en esta obra pasajes en donde de forma expresa se señala que el pleno empleo
debe más al consumo que al ahorro, o cuando señala que el crecimiento del stock de capital, es decir, la
inversión, no depende en absoluto de la existencia de una baja propensión a consumo (y por lo tanto de una
alta tasa de ahorro que libere los recursos necesarios para poder llevar a cabo la inversión), sino más bien lo
contrario en la medida que el ahorro actuara como freno a la inversión por su negativo efecto directo sobre las
carteras de pedidos de las empresas dedicadas a producir bienes de consumo.

Pareto, criterio de juicio de valor utilizado para evaluar situaciones económicas elaborado por el economista
italiano Vilfredo Pareto (1848-1923). Se dice que una situación económica (por ejemplo una asignación de
recursos, una determinada distribución de la renta, una estructura de precios, etc.) es eficiente u óptima en el
sentido de Pareto si cualquier alteración que se haga en la misma al menos perjudica a un agente económico.
Por contra, una situación es subóptima en sentido paretiano si es posible alterarla de modo que nadie pierda.
Dicho de otra manera, una situación es ineficiente en sentido paretiano si es posible realizar a partir de ella
mejoras paretianas, es decir, políticas que son respaldadas unánimemente dado que, en el peor de lo casos,
nadie pierde y al menos hay alguien que gana con el cambio.
Dada una situación de partida subóptima existe un número infinito de posibles mejoras paretianas que
pueden conducir a situaciones en las que ya sea imposible realizar nuevas mejoras paretianas, por lo que se
Conceptos de Economía -versión web- 310
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estaría ya en un óptimo de Pareto. Por otra parte, y a tenor de la infinidad de mejoras paretianas distintas que
se pueden hacer a partir de una situación subóptima, se tiene que por lo general existirá un número infinito de
óptimos de Pareto. La elección entre ellos de aquél que se estime socialmente mejor requerirá del uso de algún
tipo de juicio ético socialmente aceptado (véase justicia).
El criterio de Pareto puede verse, en principio, como un juicio de valor “razonable”, tanto por su
exigencia de unanimidad a la hora de calificar un cambio económico como una mejora respecto a la situación
de partida, así como por permitir sortear la dificultad que, a la hora de elaborar un criterio de evaluación de los
cambios económicos, plantea la imposibilidad de realizar comparaciones interpersonales de utilidad o
bienestar. Pero como todo juicio de valor su aceptación no es una obligación de tipo lógico o metodológico ni
es el resultado de una verdad científica, incorporando, adicionalmente, una serie de presupuestos, no evidentes
a primera vista, que merecen ser resaltados.
En primer lugar, se trata de un criterio de tendencia muy conservadora, en el sentido de no importarle
la desigualdad ni su crecimiento. Así sería una mejora paretiana aquella que se tradujese en que todo el
incremento en la renta de un país fuese a manos de una sola persona, siempre que el resto siguiese en la misma
situación inicial. De igual manera, un cambio económico que en una situación de desigualdad extrema (por
ejemplo cuando una sola persona concentre casi toda la renta de un país y el resto esté al nivel de subsistencia),
quitase al rico parte de sus riquezas y las repartiese entre los pobres no sería una mejora paretiana. Tampoco
sería, por otra parte, un “empeoramiento” paretianamente hablando, pues el criterio de Pareto no dice nada
cuando alguien gana y alguien pierde al no agregar los cambios en los niveles de bienestar de los distintos
individuos. El criterio de Pareto sólo refrenda las llamadas redistribuciones óptimas de Pareto, es decir
aquellas redistribuciones de renta de los más ricos a los más pobres que resultan aceptadas por los primeros por
ser altruistas. Ahora bien, dado que la mayoría de cambios económicos fruto de la evolución económica
(véase eficiencia dinámica) o de la puesta en marcha de medidas de política económica se caracteriza porque
siempre suele haber ganadores y perdedores, se sigue que la utilidad del criterio de Pareto en esos casos es
irrelevante.
Enfrentados a esta tesitura, los economistas han buscado un criterio que les permita evaluar los
cambios económicos y que salvaguarde en la medida de lo posible el criterio paretiano. Con esta finalidad, Roy
F. Harrod (1900-78) propuso el llamado criterio de la mejora potencial de Pareto, según el cual un cambio
económico resulta aconsejable si los que ganan con él, ganan tanto que “podrían” compensar a los perdedores
y aún salir ganando. Esto pareció dejar zanjada la cuestión pues, a efectos prácticos, el criterio de la mejora
potencial parecía venir a refrendar como eficiente cualquier cambio económico que se tradujese en un
crecimiento del PIB per capita aunque hubiese quien perdiese renta, pues la satisfacción del criterio en su
nueva versión no exigía que se produjese efectivamente ninguna compensación a los perdedores con el cambio,
pues bastaba con que potencialmente pudiesen ser compensados. Pero pronto se descubrió que si un cambio de
la posición X a la Y era una mejora potencial paretiana, de modo que Y fuese preferido a X, ello no impedía
que el cambio de Y a X también lo fuese, con lo que no se sabría si X sería potencialmente superior
paretianamente a Y o a la inversa. Dicho de otra manera, el criterio de Pareto, ni siquiera en su versión
“aligerada” como criterio de mejora potencial, está garantizado que sirva como criterio fiable para evaluar la
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inmensa mayoría de cambios económicos en los que a la vez hay ganadores y perdedores. Una tarea para la
que se requiere algo más (véase función de bienestar social).
En segundo lugar, el criterio de Pareto encuentra dificultades en aplicación para los bienes
posicionales: el aumento del status, el poder o el prestigio de un determinado individuo o grupo de individuos
afectará per se negativamente a los niveles de bienestar de aquellos cuyo status, poder o prestigio disminuye
paralelamente. Tampoco resulta de fácil aplicación cuando en las funciones de utilidad de los agentes entran
componentes como la renta de los demás o la renta media de los grupos a que pertenecen, es decir, cuando el
nivel de utilidad de los individuos depende de su nivel de renta en términos relativos y no sólo en términos
absolutos, pues en tal caso el crecimiento de la renta de un individuo afecta negativamente al nivel de bienestar
de los demás. Finalmente, el criterio de Pareto es inconsistente con un juicio de valor ampliamente aceptado
como lo es el respeto de los derechos individuales. El premio Nobel Amartya Sen demostró la imposibilidad de
que un liberal (en el sentido de respeto de esos derechos individuales) pudiese ser simultáneamente paretiano
con el siguiente ejemplo. Supongamos que en una sociedad de dos personas (A y B), la primera muy remilgada
y la segunda más “abierta” se plantea la elección entre las siguientes opciones respecto a la lectura de la obra
de D. H. Lawrence “El amante de Lady Chatterly”:
a: que lo lea sólo A; b: que lo lea únicamente B; c: que no lo lea nadie
Los órdenes de preferencias de A y B son respectivamente:
A: c > a > b
B: a > b > c
(el señor B ante la tesitura de que sólo uno de los dos pueda leerlo, prefiere que lo haga A a ver si así se
“moderniza” un poco)
Desde una perspectiva liberal, a la hora de elegir entre las opciones a y c, entre que lo lea el señor A o
no lo leyera nadie, deberían contar las preferencias de A, por lo que la sociedad debiera preferir c a a, es decir,
que nadie leyese un libro tan detestable. Desde la misma perspectiva de respeto a los derechos individuales, a
la hora de optar entre b y c, debiera valer como preferencia social la del sujeto B, es decir que b sería preferido
a c. En consecuencia, desde el punto de vista de respeto a los condicionantes liberales, b sería preferido
socialmente a c y c a a. Sin embargo, que lea el libro B es paretianamente peor que lo lea A (puesto que tanto
A como B prefieren a a b).

paridad de poder adquisitivo a la hora de comparar cualesquiera magnitudes monetarias de dos países con
monedas distintas, ya sean los salarios, el PIB per capita o el precio de algún bien o servicio, hace falta
disponer de una unidad de conversión que exprese las magnitudes monetarias de un país en la moneda de otro
(o las de los dos en una tercera moneda). El procedimiento más directo para resolver este problema consiste en
utilizar el tipo de cambio entre las monedas de ambos países, de forma que la conversión en otra del valor
expresado en una moneda se realiza de forma automática con tan solo multiplicar por su tipo de cambio
respecto a ella. Sin embargo, para que esa trasformación sea relevante en sentido económico de modo que al
proceder a la conversión de un valor a otra moneda se mantenga su poder de compra, haría falta que el tipo de
cambio reflejara de forma adecuada las diferencias de precios entre ambos países. Esto, si el tipo de cambio es
1$ igual a 0,8€, eso debe significar que con 0,8 € se pueda comprar en España lo mismo que con 1$ en
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Estados Unidos. Teóricamente ello debería ser así, ya que si por 1 $ se comprara en Estados Unidos más que
por 0,8 € en España, empresas y personas de este país procederían a cambiar euros por dólares y realizar sus
compras en Estados Unidos, con lo que el dólar se apreciaría hasta alcanzar un valor que reflejara realmente el
poder adquisitivo de una y otra moneda, esto es, hasta que el tipo de cambio reflejara correctamente los precios
de cada país. Sin embargo, en la determinación del tipo de cambio intervienen otros factores además del
comercio de bienes y servicios, como las expectativas sobre su evolución, la especulación en los mercados de
divisas, la política monetaria, etc., que hacen que a menudo el tipo de cambio no refleje adecuadamente el
poder adquisitivo de las monedas, algo especialmente importante cuando se comparan países con distintos
nivel de desarrollo, donde las divergencias suelen ser mayores. Para corregir este problema se ha diseñado un
procedimiento, conocido como Paridad de Poder Adquisitivo, PPA, que consisten en la creación de un índice
de conversión de monedas independiente del tipo de cambio. La construcción del índice de PPA sigue tres
pasos: 1) se define una cesta de la compra con suficientes productos como para reflejar el gasto de un
consumidor medio, 2) se calcula el coste de esa cesta en cada una de las monedas, 3) se obtiene el índice de
PPA comparando lo que cuesta la misma cesta en diferentes monedas. Por ejemplo, si en España la cesta de la
compra cuesta 1120 € y en Estados Unidos cuesta 1500 $, entonces, aplicando la regla de tres, el tipo de
cambio en paridad de poder adquisitivo será de 1 € = 1,34 $, o lo que es igual 1$ = 0,75 €, lo que significaría
que con 0,75 € en España se podría comprar lo mismo que con 1$ en EE.UU. Si el tipo de cambio es de 1$ =
0,8 € ello significará que el dólar está sobrevalorado en un 6,6 % (0,05 sobre 0,75).
A modo de ejemplo, en 2003, el PNB per capita de España, sin tener en cuenta las diferencias de
precios era de 19.990 $, o el 45,2 % del de Estados Unidos, mientras que aplicando PPA era de 22.020
(equivalente al 58,7 %). Una diferencia que, como se ha señalado, es mucho mayor para los países menos
desarrollados: el PNB per capita del conjunto países de ingresos bajos es de 450 $, mientras que usando de una
conversión en términos de PPA alcanza los 2190 $. Por tanto, en comparaciones internacionales es
conveniente utilizar siempre datos en PPA para tener una visión más adecuada a la realidad. Dicho esto, hay
que señalar que la construcción de los índices de PPA no está exenta de problemas, siendo el más importante la
dificultad de obtener una cesta de la compra que sea representativa de culturas, geografías y países con niveles
de renta muy distintos.

patentes las patentes son un mecanismo por el cual los inventores de un nuevo proceso de producción o
producto (material o inmaterial) obtienen los derechos de explotación comercial del mismo en exclusiva
durante un determinado período de tiempo (normalmente veinte años). De esta forma, cualquier persona o
empresa que quiera utilizar legalmente el conocimiento patentado tendrá que pagar unos derechos al
propietario de la patente. Desde un punto de vista de eficiencia asignativa los nuevos conocimientos (lo que se
patenta siempre es, en último término, nuevo conocimiento) deberían tener un precio cero, es decir que
deberían ser de libre acceso, ya que la condición de eficiencia asignativa es que un agente económico debe
pagar por el uso de una unidad adicional de cualquier bien o servicio un precio igual al coste marginal de
producción de esa unidad, y aquí el coste marginal asociado a que un agente económico adicional haga uso de
un nuevo conocimiento, una vez que éste se ha producido, es cero (el nuevo conocimiento una vez producido
tiene una de las características de los bienes públicos). La existencia de patentes, por tanto, violaría ese
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principio de la eficiencia asignativa. Desde otro punto de vista, por otro lado, en la medida que las patentes
conceden el monopolio para la explotación de un nuevo proceso de producción o un nuevo producto durante
un periodo de tiempo, afectan también por ello de forma negativa a la eficiencia económica.
La razón de ser de las patentes hay que buscarla por tanto en otro lado. Es razonable pensar que si una
vez desarrollado un nuevo conocimiento por parte de una empresa, que ha dedicado tiempo y recursos a
hacerlo, éste fuera de libre acceso para todos sus competidores, los incentivos que tendrían las empresas para
invertir en investigación y desarrollo, I+D, serían mucho menores, con lo que las actividades de I+D se
resentirían y con ello la gestación de nuevas innovaciones. Con el sistema de patentes se pretende que las
empresas tengan mayor incentivo para invertir en I+D, lo que implica un estímulo a la llamada eficiencia
dinámica. Cuestión distinta es que la existencia de un mismo período de tiempo de protección para todos los
inventos sea razonable desde un punto de vista económico, ya que el período de recuperación y rentabilización
de la inversión en I+D será necesariamente distinto en diferentes sectores, o que no existan otros sistemas de
fomentar la inversión en I+D, como pueda ser la inversión directa por parte del sector público y las
subvenciones a empresas (de hecho una parte significativa del gasto en I+D, la mitad en el caso de España, es
pública).

pensiones desde los comienzos de la historia los seres humanos han habilitado sistemas de protección de sus
miembros más viejos, incapaces por razón de edad de obtener por sí mismos los medios necesarios para su
supervivencia. En la actualidad, todos los países de renta alta cuentan con algún sistema de pensiones de
jubilación que permite a los trabajadores redistribuir su consumo a lo largo de su vida (véase ciclo vital), de
forma que la discontinuidad entre trabajar y no trabajar que supone la jubilación, no se traduzca en una
discontinuidad entre consumir y no consumir. Paralelamente, la conciencia por parte de los individuos de que
su comportamiento suele ser miope en lo que se refiere a decisiones que tienen que ver con el futuro lejano,
(algo que favorece comportamientos despreocupados con respecto al mismo) explicaría que éstos se
autoimpongan una disciplina externa que garantice que su comportamiento presente es acorde con sus
preferencias “verdaderas”, lo que explicaría que la mayoría de los sistemas de jubilación sean de naturaleza
obligatoria. Desde una aproximación teórica existen dos mecanismos distintos para alcanzar este objetivo: (a)
el primero, se basaría en la acumulación, esto es el “almacenamiento”, de la producción en los años de vida
activa para su disfrute en los años de inactividad, (b) el segundo, más sofisticado, estaría asociado con la
adquisición de derechos sobre la producción futura. Obviamente este último sistema es preferible al primero,
pues permite reducir los costes de transacción (costes de almacenaje) y simultáneamente posibilita el acceso a
bienes no almacenables (no materiales), como puedan ser los servicios médicos, tan importantes en los años de
vejez. Lo cual no impide que muchas conductas de consumo, como la compra de una vivienda, se puedan
entender precisamente en clave de acumulación de bienes para su disfrute futuro.
Una vez elegido el sistema de adquisición de derechos sobre la producción futura, cabe considerar dos
mecanismos distintos para llevarlo a cabo. El primero de ellos se basa, simplemente, en la acumulación de
dinero, esto es, en el ahorro, durante los años de actividad, y el desahorro de lo acumulado tras la jubilación.
Este sistema, conocido como sistema de capitalización, normalmente se basa en la aportación de determinadas
cantidades de dinero, en forma de cuotas, por parte de los individuos o las empresas en las que trabajan durante
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su vida activa, a un fondo de pensiones (normalmente privado), que se materializa o “coloca” en activos
financieros, de forma que cuando se jubilan tienen derecho a tales fondos más los intereses acumulados. Tras la
jubilación la cantidad ahorrada suele transformarse en anualidades, como sistema de protección frente al
"riesgo de vivir demasiado" y agotar el capital acumulado. En definitiva, los trabajadores en activo no hacen
sino ahorrar para suplir, tras su jubilación, las rentas que antes obtenían del trabajo por rentas del capital,
provenientes de los activos en los que se ha ido incorporando su ahorro.
El sector privado es perfectamente capaz de ofrecer este servicio, en la medida en que cumple con los
requisitos necesarios para poder llevar adelante una actividad de seguro: (1) La esperanza de vida como grupo
de los jubilados es conocida con cierta exactitud. (2) Las probabilidades de morir antes o después del número
medio de años de vida tras la jubilación son independientes entre los sujetos, de forma que los que viven
menos financian a los que viven más. (3) No existe información asimétrica que genere situaciones de
selección adversa, en la medida en que en la mayor parte de los casos la gente no sabe cuando va a morir.
Bajo este tipo de sistema la anualidad final que recibirá el pensionista dependerá de las siguientes variables:
anualidad ƒ(fondo acumulado, esperanza de vida de la cohorte, tipo de interés esperado
Esta modalidad de pensión de capitalización se denomina de contribución definida, de forma que la
pensión a la que tiene acceso al final de su vida activa sólo tiene como variables exógenas los cambios no
anticipados en el tipo de interés durante su vida activa y la inflación no anticipada durante su jubilación (para
una esperanza de vida constante). Unos riesgos que recaerían sobre el individuo, ya que no son asegurables al
afectar de forma simultánea a todos los sujetos (esto es, las probabilidades no son independientes).
Alternativamente, el sistema puede tomar la forma de prestaciones definidas, opción normalmente asociada a
empresas o sectores de actividad concretos (las denominadas pensiones "ocupacionales" o profesionales),
donde la contribución está ligada al salario, y la empresa garantiza una anualidad constante tras la jubilación.
En este sistema los riesgos se reparten entre la empresa y el sujeto, de tal manera que la primera corre con los
riesgos asociados a los cambios en el tipo de interés, y el segundo con los asociados a la inflación (en los dos
casos no anticipados). En los Estados Unidos donde el sistema de capitalización está bastante desarrollado, el
42 % de los trabajadores cubiertos por programas de pensiones privados tiene un sistema de prestaciones
definidas, mientras que el resto participa en un sistema de contribuciones definidas, opción que tiene la ventaja
de su mayor transportabilidad cuando el trabajador cambia de empleo.
Los sistemas de capitalización se caracterizan por no dar lugar a problemas de financiación, salvo los
derivados de la mala gestión o los comportamientos fraudulentos de los gestores de los fondos de pensiones, ya
que cada jubilado sólo tiene derecho a lo que ha contribuido al fondo y a los intereses devengados por su
contribución. Esta ventaja, sin embargo, también significa que cada generación, como un todo, se ve
restringida a la hora de cobrar su pensión por los ahorros pasados.
El segundo de los sistemas, conocido genéricamente como sistema de reparto, está basado en el
principio de solidaridad intergeneracional permanente, y se fundamenta en que los activos financian las
pensiones de los jubilados, a través de cotizaciones sociales u otros mecanismos impositivos, en el
entendimiento (existe un contrato social implícito) de que cuando ellos se jubilen los nuevos activos del
mercado de trabajo harán lo mismo. Este sistema per se no implica mayor grado de redistribución, ya que las
pensiones se pueden calcular atendiendo a las cotizaciones aportadas por cada trabajador durante su período de
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actividad, aunque normalmente incorporan determinados mecanismos redistributivos como puede ser la
existencia de una pensión mínima y una máxima.
La comparación de las ventajas e inconvenientes de los dos sistemas arroja el siguiente resultado:
a) Los sistemas de reparto se pueden proteger, si así se desea, de forma casi automática contra la
inflación, ya que no se financian con fondos acumulados sino con cotizaciones contemporáneas (y por lo tanto
sin merma de los fondos reales en la medida en que los salarios se ajusten a la inflación).
b) Los derechos a pensión en los sistemas de reparto se pueden formar rápidamente, pues no se
financian con las contribuciones pasadas sino con las presentes mientras que los sistemas de capitalización
exigen de un largo período de formación.
c) En lo que se refiere a las ventajas relativas de uno u otro sistema, en ausencia de inflación y en
situación de estabilidad en la estructura demográfica, partiendo de un modelo simple de dos períodos, donde el
primero correspondería con el período de actividad del sujeto y el segundo con su jubilación, tenemos que:

Período 1 Período 2
. .
Sistema de Reparto
W. q q[W.(1+π) (1+ n)]
.
Sistema de Capitalización
W. q q (1+r)W

donde Wo es el salario, q la aportación al fondo de pensiones y la cotización social, según el caso, π la


productividad, r el tipo de interés real y n la tasa de crecimiento de la población. De forma que los individuos
serán indiferentes entre uno u otro sistema cuando (el punto significa tasa de variación, esto es, refleja el
comportamiento temporal de la variable):
. . . .
r = n + π + π.n

prefiriendo el sistema de capitalización en el caso de que el crecimiento del tipo de interés sea mayor que la
suma de la tasa de variación de la productividad, el empleo y su producto, y viceversa en el caso contrario.
d) Los sistemas de capitalización de gestión privada suelen tener unos costes de administración
sensiblemente superiores a los costes de administración de los sistemas de reparto. Así, el elemento privado del
sistema de pensiones chileno tiene unos costes de gestión equivalentes al 1% de la masa salarial implicada o el
10 % de las contribuciones. Un coste al que hay que sumar el coste del contrato de conversión del fondo
acumulado en anualidad una vez jubilado que prácticamente alcanza al 4%.
e) Algunos autores defienden la idea de que los sistemas de capitalización fomentan el ahorro, y por
lo tanto las posibilidades de inversión y el crecimiento. Sin embargo, la evidencia empírica no parece respaldar
tal aseveración.
f) La principal crítica que habitualmente se hace a los sistemas de reparto es que hace depender a los
jubilados de las generaciones futuras, una circunstancia especialmente peligrosa en situación, como la actual,
Conceptos de Economía -versión web- 316
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de envejecimiento demográfico fruto del aumento de la esperanza de vida y de la caída de la natalidad. Sin
embargo, esta crítica también es válida para el sistema de capitalización, y para todos los sistemas que no se
basen en el procedimiento poco práctico de acumulación de bienes. En definitiva, la existencia de pensionistas
con derechos adquiridos sobre la producción del periodo significa que los trabajadores en activo van a tener
que ceder parte de la producción a la que da lugar su trabajo a los jubilados. La única diferencia es que en el
sistema de reparto, la cesión se produce de forma automática y visible mediante la retención de parte de sus
nóminas bajo la forma de cotización social (o impuesto), mientras que en el sistema de capitalización la cesión
utiliza un mecanismo más indirecto: la participación de los pensionistas en las rentas generadas por las
empresas como resultado de su condición de propietarios de parte del stock de capital de las mismas y los
ingresos derivados de la venta de tales propiedades. De lo anterior se deduce que el argumento que
normalmente se utiliza para criticar a los sistemas de reparto, el impacto que tendría sobre los mismos el
aumento de la tasa de dependencia (relación entre pensionistas y activos), afecta por igual a los dos tipos de
sistemas. En palabras de Nicholas Barr, reputado estudioso del Estado de Bienestar, “La opinión
genéricamente sostenida (pero falsa) de que los sistemas de capitalización son inherentemente más seguros que
los sistemas de reparto es un ejemplo de la falacia de la composición (...).La única diferencia es que en los
sistemas de reparto el hecho de que las pensiones precisen de recursos presentes se muestra de forma explícita”
En cualquier caso, el aumento de la tasa de dependencia no tiene que dar lugar, en toda situación, a
tensiones graves e insostenibles en el funcionamiento de las pensiones. En primer lugar, porque el aumento del
porcentaje de personas de más de 65 años con respecto a población entre 16 y 65, que se estima se doblará
dentro de medio siglo, no es en sí la variable económicamente relevante a la hora de calcular la viabilidad de
los sistemas de pensiones. Lo verdaderamente relevante es el porcentaje de jubilados con respecto a población
ocupada. Pues bien, en nuestro país, con una alta tasa de desempleo y una baja tasa de actividad, es razonable
pensar que parte del aumento de la población jubilada se podrá compensar con un aumento del porcentaje de
población entre 15 y 65 años que trabaja, reduciéndose así el peso de la financiación de esas mayores
pensiones que soporta cada uno de los ocupados. En segundo lugar, y esto es más importante, porque es de
esperar que dentro de 50 años la productividad de los trabajadores sea mucho más elevada que la actual, lo
que debería permitir que estos experimenten ganancias reales en sus ingresos aunque tengan que pagar unas
cotizaciones más elevadas debido al mayor número de jubilados existentes. A modo de ejemplo, en España en
1990 trabajaban grosso modo el mismo número de personas que en 1950, mientras que el PIB en términos
reales se había multiplicado por cinco. En definitiva, ninguno de los analistas que señalan con alarma la
proximidad de una crisis de las pensiones considera que en el futuro, como resultado de la supuesta caída de la
población activa fruto del envejecimiento demográfico, se vaya a producir una caída en el PIB, luego si el
escenario más probable es una población más pequeña y un PIB más grande, entonces el problema, de haberlo,
será de índole distributivo. Esta perspectiva también indica que de poco sirve una política de creación de un
fondo de contingencia (como no sea para hacer frente a una situación de crisis económica puntual que nada
tenga que ver con el envejecimiento demográfico), más oportuno sería, y esa si sería una política de
fortalecimiento del sistema de pensiones, aumentar la inversión en todo aquello que pueda incrementar la
productividad futura de la economía, y por lo tanto su capacidad para generar renta con la que hacer frente,
entre otras cosas, al pago de pensiones.
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PIB, PNB el Producto Interior Bruto, PIB, magnitud básica de Contabilidad Nacional, es una medida del
valor de la cantidad total de bienes y servicios producidos para el mercado (incluyendo la actividad del sector
público) en un país durante un año. Para evitar la doble contabilización de bienes y servicios, entendiendo por
tal que a la hora de calcular el PIB no se contabilice varias veces el mismo bien en diferentes etapas
productivas (por ejemplo, el trigo como trigo, luego como harina, después como pan y por último en forma de
bocadillo), los distintos bienes y servicios contribuyen al PIB en función de su valor añadido, definido como
el valor final de cada bien menos el valor de los bienes intermedios utilizados en su producción. De este modo,
existe también una identidad entre el valor del producto y las rentas generadas en el proceso de producción, ya
que cuando al valor final de la producción se le descuenta el valor de los inputs intermedios comprados a otras
empresas utilizados en el proceso productivo lo que queda son la suma de salarios pagados y beneficios
obtenidos.
La producción así medida se puede calcular utilizando dos criterios distintos de qué considerar como
“país” a efectos de la medición de la actividad económica. El Producto Interior, considera como producción del
país aquella realizada dentro de sus fronteras, y contabiliza como tal todas las rentas generadas en el mismo
independientemente de si los agentes que las reciben son nacionales o extranjeros, alternativamente el Producto
Nacional, adopta un criterio de nacionalidad, considerando toda aquella producción que de lugar a rentas que
reciben los residentes del país, ya se hayan generado éstas dentro o fuera del mismo. De igual manera, el
producto agregado se puede calcular de dos formas distintas según se tenga en cuenta o no el desgaste del
capital acontecido durante el proceso de producción. De este modo se habla de PIB, o Producto Interior Bruto,
cuando no se tiene en cuenta el desgaste del capital utilizado en el proceso productivo. Alternativamente el
PIN, o Producto Interior Neto, que sí tiene en cuenta este hecho, se obtiene descontando del PIB el valor de la
depreciación (desgaste) del capital. Obviamente el PIB será siempre mayor que el PIN. En cuanto a relación
entre el producto en términos interiores y nacionales, en aquellos países con una fuerte presencia de inversión
exterior, el PIB será significativamente mayor que el PNB, tal es el caso de Irlanda, por ejemplo, donde la
transferencia de grandes sumas de beneficios de las empresas transnacionales a sus países de origen hacen que
el PNB sea un 25 % inferior al PIB. Por último el PIB (o en su caso el PNB), se puede calcular a precios de
mercado o a costes de los factores. La diferencia estriba en que en el primer caso el valor añadido se calcula
incluyendo los impuestos indirectos que gravan los bienes producidos, de ahí su nombre, a precios de mercado,
mientras que en el segundo caso el valor añadido se calcula sobre precios antes de impuestos indirectos.
La utilización del PIB (y más concretamente el PIB per capita, definido como el PIB dividido por la
población del país) como medida del valor de la producción y su habitual lectura en términos de bienestar (“a
más PIB per capita, más bienestar”) se enfrenta a dos importantes problemas. El primero de ellos es que la cifra
del PIB no recoge toda la producción realizada, tan sólo aquella dirigida al mercado, dejando por lo tanto fuera
de consideración la abundante actividad productiva extramercado que existe incluso en las sociedades más
mercantilizadas (véase también economía sumergida). La segunda es que el PIB nada dice acerca de qué es lo
que se produce, no pudiéndose sin más asociar por lo tanto más producción con mayor bienestar (véase
medición, economía de la felicidad).
Conceptos de Economía -versión web- 318
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PIB potencial producción que se podría alcanzar en un país en un momento dado del tiempo, con precios
estables, utilizando todo el capital y el trabajo disponible. La existencia de un PIB potencial superior al PIB
real refleja una situación de desocupación de trabajo y capital. Lo contrario, sin embargo, no es necesariamente
cierto, ya que dependerá de la medida en que según nos vayamos acercando a una situación de pleno empleo
de capital y trabajo empiecen a aparecer tensiones inflacionistas. Si estas se producen antes de llegar a la plena
ocupación, entonces un país podría paradójicamente estar en una situación en que el PIB potencial fuese igual
al PIB real a la vez que hubiese desocupación (ya sea de trabajo o de capital).

planificación método de coordinación de las actividades económicas alternativo al mercado, de tipo


jerárquico y centralizado. El objetivo de la planificación económica es coordinar ex ante algunas de las
decisiones de inversión y/o consumo que toman el Estado, las empresas y las economías domésticas, con vistas
a satisfacer ciertas metas explícitas. Independientemente de su tamaño y ámbito, existe en cualquier sistema
económico planificado, explícita o implícitamente, un organigrama piramidal que muestra la cadena
jerárquica de autoridad y de toma de decisiones. El nivel de autonomía de las decisiones de cada agente está
más limitado conforme más abajo esté en esa escala, de modo que cuanto más bajo sea el puesto que se ocupe,
la tarea del agente se resume crecientemente en cumplir órdenes. Esa carencia de autonomía se encuentra en el
origen de los costes de transacción característicos de todo sistema de planificación. A los agentes hay que
comunicarles lo que han de hacer (con los consiguientes costes de información) y hay que lograr que lo hagan
del modo deseado (con los costes de motivación y control que ello supone). Obviamente, ambos tipos de costes
crecerán inevitablemente con el tamaño de la organización y el número de puestos jerárquicos. La
planificación adolece también de rigidez a la hora adaptarse a los cambios del entorno económico, pues
cualquier nueva necesidad detectada ha de pasar por distintos lugares antes de que se tome una decisión de
ajuste, la cual, a su vez, habrá de recorrer el camino de vuelta para alterar en la forma deseada el
comportamiento de los agentes en los distintos escalones jerárquicos. Y queda, finalmente, la cuestión de cómo
y quién define los objetivos a perseguir por la organización, pues la centralización de una cadena jerárquica
implica que son pocos sobre los que recae esa tarea, lo que significa que, por muy capaces que sean, su
posibilidad de manejar información estará limitada.
Pero no todo van a ser inconvenientes en este sistema de coordinación, y así, frente a un sistema
descentralizado como es el mercado, que se funda en la autonomía decisoria de los agentes, la planificación
tiene también sus ventajas asociadas a la permanencia y continuidad de la organización y al conocimiento
mutuo entre los agentes implicados que permite esa continuidad, lo que hace innecesaria la continua
renegociación de las tareas a realizar o del sistema de incentivos, lo que atenúa la incertidumbre.
La comparación entre los respectivos costes y beneficios determinaría en cada caso concreto de
coordinación la eficiencia relativa de un sistema de planificación. Por ejemplo, una empresa privada que actúa
en un mercado se puede entender como un pequeño sistema planificado que puede ser muy eficiente. A un
nivel más general, la planificación se ha utilizado, bien como complemento, bien como alternativa al mercado
como método de coordinación económica. En el primer caso se habla de planificación indicativa, en donde si
bien el mercado continúa efectuando su tarea de asignar descentralizadamente los recursos, coordinando las
decisiones de empresas privadas y unidades domésticas, el Estado formula un plan con disposiciones
Conceptos de Economía -versión web- 319
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vinculantes para el sector público, pero sólo indicativas para el privado, a quien se incentiva a cumplirlas
mediante mecanismos indirectos de política económica para que, por ejemplo, invierta en determinadas
actividades estratégicas o en determinadas regiones menos desarrolladas. Por otro lado está la planificación
imperativa, en la que el plan sustituye en buena parte al mercado como mecanismo central de asignación de
recursos: un ejemplo lo fue la planificación centralizada que en mayor o menor grado practicaban los países
socialistas. Se trataba de un sistema en el que Estado establecía los objetivos a cumplir para los distintos
sectores productivos en el marco de un plan que se seguía durante un periodo (los famosos planes quinquenales
sovíéticos, por ejemplo), a la vez que fijaba los precios de transferencia entre empresas que servía para
articular los procesos productivos. La historia del fracaso económico final de la planificación central en la
antigua URSS ilustra bien los problemas de la planificación como procedimiento de coordinación.
Paradójicamente, la planificación central mostró sus carencias precisamente cuando el desarrollo de los
métodos de gestión (por ejemplo, la investigación operativa, la programación lineal, etc.) y de las tecnologías
informáticas para desarrollarlos e implementarlos parecería que más la facilitaban. Y, al contrario, la
planificación centralizada de tipo soviético mostró sus mayores virtudes (en el terreno estrictamente
productivo, no en el sociopolítico) cuando no se disponía ni de los métodos ni los procedimientos más
adecuados para responder a la ingente tarea de coordinar el aparato productivo de toda una economía nacional.
Mucho se ha hablado de la corrupción y del ineficiente sistema de incentivos como explicación de ese fracaso,
pero al margen de esos problemas, no se puede olvidar la carencia de flexibilidad y la dificultad de responder a
las cada vez más complejas y variadas necesidades económicas de una sociedad una vez se han superado los
niveles más elementales de supervivencia. Dicho con otras palabras, es probable que el sistema de
planificación fuera en cierta medida víctima de su propio éxito inicial.

pleno empleo en términos genéricos, pleno empleo es aquella situación en la que todas las personas que
quieren y pueden trabajar al salario vigente en los distintos mercados de trabajo tienen un trabajo remunerado.
En términos prácticos, sin embargo, el pleno empleo no exige un desempleo cero, ya que en todo momento hay
personas que entran por primera vez al mercado de trabajo o que pierden o dejan su empleo y están buscando
otro, de forma que aunque haya vacantes en el mercado para todos los que quieran trabajar siempre existirá un
pequeño volumen de desempleo –denominado friccional- derivado de ese movimiento de trabajadores.
Existen dos grandes visiones sobre la viabilidad del pleno empleo en las economías de mercado. Para
la economía neoclásica, el mercado de trabajo no es distinto a cualquier otro mercado, y como en todo
mercado el exceso de oferta se corrige mediante una caída su precio (véase ajuste). Desde esta aproximación,
para alcanzar el pleno empleo basta con que, en presencia de desempleo, el salario se reduzca – animando así a
los empresarios a contratar a más trabajadores- hasta que todos aquellos que quieran trabajar encuentren
trabajo. Será la existencia de impedimentos a la reducción del salario: sindicatos y convenios colectivos que
fijan los salarios a pagar en cada sector, prestaciones por desempleo que ofrecen a los desempleados ingresos
cuando están en el paro, haciendo menos imperiosa su necesidad de volver a trabajar y por lo tanto más
exigentes sus demandas salariales, etc., lo que dificultará alcanzar el pleno empleo. Bastaría pues con que
desaparecieran estas rigideces para que los países se instalaran en el pleno empleo.
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Alternativamente, desde el análisis keynesiano, se defiende que el desempleo obedece en gran


medida a cuestiones ajenas al funcionamiento del mercado de trabajo, fundamentalmente a la existencia de
insuficiente demanda efectiva para emplear a todos los demandantes de trabajo, de ahí que sus propuestas de
lucha contra el desempleo se centren en aspectos relacionados con la generación de demanda, ya sea mediante
el gasto público o mediante el fomento de la inversión y políticas estructurales para aumentar la competitividad
y mejorar las exportaciones. Ello, obviamente, no quiere decir que la cuestión salarial no sea relevante, puesto
que cuanto más altos sean los salarios habrá menos actividades que se puedan desarrollar de forma rentable por
parte de las empresas, y por lo tanto se cerrarán posibilidades de empleo.
El problema está, por otra parte, en que el empleo no es una finalidad en si mismo, ya que una de las
razones para trabajar (aunque no la única) es obtener unos ingresos suficientes como para poder desarrollar
una vida “adecuada” desde un punto de vista social y personal. Por lo tanto, decir que si los salarios fueran
suficientemente bajos no existiría desempleo, al margen de que sea o no cierto, es decir muy poco, ya que si los
salarios son muy bajos o los puestos vacantes no se corresponden con las capacidades de los trabajadores,
emplearse en esas condiciones dejaría de ser para muchos el mecanismo de integración social y de autoestima
personal que los individuos piden del trabajo. En otras palabras, puesto que los problemas del desempleo son la
falta de ingresos junto con el coste psicológico vinculado a considerase un inútil, el pleno empleo conseguido
mediante salarios muy bajos o canalizando a los trabajadores hacia actividades que no estimen valiosas en si
mismas, no será suficiente para resolver los problemas de insuficiencia de ingresos asociados al desempleo ni
para satisfacer la búsqueda de integración social y valoración personal.
Durante el último cuarto de siglo, la visión que relaciona desempleo con salarios por encima de los
asociados al pleno empleo y rigideces en el mercado de trabajo ha ocupado una posición dominante en el
análisis económico, inspirando muchas medidas de desregulación del mercado laboral tendentes a facilitar la
creación de puestos de trabajo con salarios bajos y su aceptación por parte de los parados, generando así cierto
deterioro de la calidad del empleo. Esta cuestión ha calado lentamente en el debate actual sobre pleno empleo,
de forma que, al menos en la UE, el objetivo de pleno empleo se ha enriquecido con el de una mejora de la
calidad y las condiciones salariales del trabajo. Lo que significa reconocer que el pleno empleo por sí sólo no
resuelve los problemas de pobreza y exclusión.
Para concluir hay que señalar que si bien hasta ahora se ha supuesto que la existencia de pleno empleo
era posible y que las diferencias entre distintas corrientes de pensamiento se centraban en cómo alcanzarlo,
desde el análisis marxista, el pleno empleo sería incompatible con el funcionamiento del mercado, ya que los
empresarios necesitarían de la existencia de desempleo, de un ejército de reserva en palabras de Marx, para
mantener bajos los salarios y permitir así la generación de beneficios mediante la explotación de los
trabajadores.

pobreza sin duda alguna todavía hoy es posible encontrarse con pobres de solemnidad y también abundan
los pobres de espíritu. Asimismo, no es infrecuente tropezarse con personas de alto nivel de renta que sin
embargo reciben el calificativo de pobres hombres. La pervivencia de esos usos metafóricos relacionados con
la noción de pobreza, al margen de su estricto significado económico, es útil en la medida en que sirve para
recordar que la pobreza es un fenómeno multidimensional que no se agota en su aspecto más evidente: el
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Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

económico, sino que también repercute y es afectado por otras instancias de socialización. Una vez señalada la
multidimensionalidad de la pobreza, esto es, las múltiples vías por las que una persona puede verse excluido
socialmente, no debe resultarnos extraño que, en una sociedad dominada por la economía y “lo económico”,
sea esta dimensión la que se haya convertido en característica dominante de la definición de pobreza. En
cualquier caso, la limitación del concepto de pobreza a sus manifestaciones económicas no supone una pérdida
importante de información si tenemos en cuenta que existe un alto grado de correlación entre las variables
económicas de la pobreza, esto es, la exclusión material, y otros campos de exclusión como pueda ser la salud,
la integración personal o familiar, la educación o la integración social.
Todas las definiciones de pobreza comparten el criterio de privación como elemento definitorio de la
misma, el pobre, lo es, por estar privado de algo a lo que los demás tienen acceso. La diferencia está en la
definición de qué tipo de privaciones hacen a una persona pobre y cuales no. En concreto, y adoptando una
visión del problema limitada a la esfera material, esto es económica, el problema es definir qué tipo de
privación económica es la que fija la línea de demarcación entre pobreza y no pobreza. Una cuestión que no se
puede considerar en absoluto como meramente académica, ya que la evaluación que se haga tanto de la
eficiencia social del sistema económico imperante (economía de mercado) cómo del entramado institucional
diseñado para moldear sus resultados (Estado de Bienestar) dependerá en buena medida de cuál sea el
comportamiento de la pobreza a lo largo del tiempo. En otras palabras, si el crecimiento económico no es
suficiente para erradicar la pobreza de nuestras sociedades es que el mercado no esta haciendo bien su trabajo,
mientras que si ésta se mantiene a pesar de las crecientes transferencias públicas, lo mismo se podrá decir con
respecto al Estado de Bienestar.
La primera alternativa a la que se enfrenta el investigador a la hora de convertir el concepto de
privación en un concepto operativo, esto es medible, es la de considerar a la pobreza desde una perspectiva
absoluta, como la incapacidad para acceder a determinado paquete de bienes y servicios definidos
exógenamente (o la renta equivalente) a partir de unos criterios objetivos y “pretendidamente” inmutables, u
optar por una definición relativa de la misma, en donde el límite de pobreza se asocie con un determinado
nivel de vida, relacionado a su vez con el nivel de vida medio de la población. Según la primera aproximación,
la pobreza no vendría definida por la privación per se, sino por la privación de un conjunto de bienes definido
de forma estrecha según criterios de subsistencia. Un ejemplo de aplicación práctica de este criterio sería la
línea de pobreza utilizada en los Estados Unidos para definir si una familia y/o individuo debe ser considerado
pobre, confeccionada a partir de los cálculos realizados por el Departamento de Agricultura de ese país sobre
gasto mínimo necesario para cubrir las necesidades alimenticias de una persona, multiplicado por tres para
contar con las necesidades de subsistencia no asociadas a la alimentación. Esta línea de pobreza se revisa
anualmente para tener en cuenta el impacto del aumento de los precios, pero no otras consideraciones como el
aumento de la renta per capita.
La utilización del criterio alternativo de pobreza relativa, al aplicar una interpretación relativa de la
privación según la cual el concepto de necesidad es una construcción social y por lo tanto cambiante, obvia la
necesidad de definir una cesta de bienes y servicios fija. Según este criterio, el fenómeno de la pobreza se debe
entender en términos de privación relativa con respecto a lo que es normal en una sociedad, de forma que a la
hora de establecer qué es y no es necesario no cabría hacer diferencia, por ejemplo, entre las necesidades
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alimenticias y, digamos, un traje de primera comunión (como muy bien recoge el director Ken Loach en su
película Lloviendo piedras). La opción a favor de la utilización de un criterio de pobreza relativa, que supone
también optar por un criterio dinámico de necesidad, se puede encontrar, por ejemplo, en Adam Smith (1776)
cuando señala que bajo el término de necesidades incluye “no sólo aquellas cosas que la naturaleza hace
necesarias, sino aquellas cosas que las reglas de decencia establecidas han convertido en necesarias incluso
para las clases más bajas de población”, o en Marx cuando señala que “una casa puede ser grande o pequeña;
mientras que las casas que la rodean sean igualmente pequeñas satisface todas las demandas sociales de sus
moradores en lo referente a vivienda. Pero si a su lado se levanta un palacio, ésta pronto se convierte en una
choza”. La utilización de un criterio relativo de pobreza también se puede justificar haciendo referencia a la
propuesta del Nobel de Economía Amartya Sen, de considerar la pobreza como un problema de capacidades,
en el sentido de que más importante que lo que tenemos (en términos de renta) es lo que podemos hacer física,
psíquica y socialmente. Siendo que la privación relativa de renta incide de forma negativa grave en las
capacidades de las personas.
La elección entre un criterio absoluto o relativo de pobreza es crucial, ya que es precisamente a partir
de la distinción entre pobreza relativa y pobreza absoluta cuando se desvela la profunda relación existente entre
el comportamiento de la desigualdad en la distribución de la renta y los niveles de pobreza. Así, en el caso
de optar por una medida absoluta de pobreza, los cambios en la distribución de la renta externos al colectivo
identificado como pobre no afectarán al índice de pobreza, ya que, al medirse la pobreza con respecto a unas
necesidad definidas de forma impersonal, esto es, no asociadas (al menos de forma automática) a los niveles de
vida medios de la población, lo que quiera que ocurra con las rentas de los no pobres será ajeno a la medición
de la pobreza. En este caso, la eliminación de la pobreza sólo exigirá que crezca la renta de los pobres. Sin
embargo, la utilización de criterios relativos de pobreza, hace perfectamente posible que una mejora en los
niveles de renta de los pobres sea compatible con un aumento de la pobreza, para lo cual bastaría con que éstos
aumentaran su renta en menor medida que la población no pobre, haciendo compatible, por lo tanto, la mejora
en el nivel de vida de la población pobre y el aumento de la distancia entre ésta y el nivel de vida medio de la
población total.
En la Unión Europea la tasa de pobreza (población en riesgo de pobreza en terminología
comunitaria), se define como el porcentaje de población con una renta inferior al 60 % de la renta mediana en
cada país, y por lo tanto adopta un criterio relativo. En 2001 del 15 % de la población de la UE(15) se
encontraba en esta situación (frente al 23 % de Estados Unidos), si bien con diferencias importantes entre
países, con valores más elevados para Irlanda, 21%, Grecia y Portugal, 20%, y España, 19%, y entre el 9-11%
para los Países Escandinavos y Holanda. Entre otros factores, estos resultados obedecen al mayor desarrollo
del Estado de Bienestar en esas latitudes, junto con la existencia de una menor disparidad salarial. Aunque
normalmente se asocia la pobreza con el desempleo, la inactividad laboral y la vejez, en el sentido de que la
probabilidad de caer en una situación de pobreza es mayor cuando no se trabaja (ya sea por estar desempleado,
inactivo o jubilado), lo cierto es que en el conjunto de la UE(15), el 35 % de los hogares por debajo del umbral
de la pobreza son unidades familiares que cuentan con al menos una persona que trabajaba a tiempo completo
(el 42 % en el caso español), pero con un salario insuficiente como para superar ese umbral de pobreza. De ahí
que para erradicar la pobreza, junto al pleno empleo y a pensiones dignas sea necesario un empleo de calidad.
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Otro indicador útil para conocer la intensidad de pobreza de un país, es el denominado brecha de
pobreza, definido como la distancia, expresada en porcentaje, que existe por término medio entre los ingresos
de la población pobre y la línea de pobreza, ya que una tasa similar de pobreza puede esconder intensidades
muy distintas de ésta dependiendo de la distancia de la renta media de este colectivo con respecto a la renta que
se toma como umbral de pobreza. Para terminar hay que señalar que en los países menos desarrollados, donde
el criterio de pobreza absoluta es todavía plenamente relevante, los organismos internacionales utilizan como
umbral de pobreza, uno y dos dólares por persona y día: a comienzo de este siglo alrededor del 23 % de la
población de los países de renta media y baja, el 43 % en el caso de África Subsahariana, subsistían con menos
de un dólar al día en paridad de poder adquisitivo.

poder el gran ausente en la Economía. Aparece fundamentalmente sólo en una forma atenuada o débil: como
poder de mercado. En efecto, centrada como lo está en el estudio de las transacciones de mercado que, por
definición, son voluntarias, la Economía ha tendido a dejar de lado las interacciones sociales de efectos
económicos en las que un o unos agentes económicos obligan contra su voluntad a que otro u otros hagan algo
a su favor so pena de afrontar un gran coste. Y aquí, al hablar de poder no hay que pensar solamente en
fenómenos de coerción de tipo agresivo como el robo o el uso de la violencia directa en la economía, sino
también en una forma menos aparatosa o más sutil o solapada como es la coerción psicológica o social,
mediante la cual los que tienen poder amenazan valores psicológicos o sociales de los que no lo tienen, como
su reputación, su identidad, su autoestima, su derecho a ser respetados, etc.,
En general, como se ha dicho, todas las formas de ejercicio del poder que no es de mercado han
recibido escasa atención (véase, sin embargo, conflicto) fuera de corrientes marginales como la
institucionalista o, más aún, la marxista. Dentro del análisis institucionalista, por ejemplo, John K. Galbraith,
en su análisis del capitalismo norteamericano de los años 1960, recurrió al concepto de poder compensador
para hacer referencia al papel que los sindicatos tenían como contrapeso del poder de las grandes
corporaciones, destacando su importancia a la hora de explicar el funcionamiento del modelo de capitalismo en
los Estados Unidos de la época. Por su parte, el poder tiene gran importancia en el análisis marxista a la hora
de explicar las relaciones de producción (es decir, fuera del mercado) entre capitalistas y trabajadores,
convirtiéndose en el elemento central explicativo de la dinámica económica.
Finalmente, el poder debiera entrar en el análisis económico de la mano del estudio del Estado como
agente económico, cuyo monopolio legal en el uso de la violencia le permite actuar discrecionalmente. Sin
embargo, esa capacidad discrecional o poder del Estado pronto desaparece en la medida que la Economía
interpreta ese ejercicio del poder como resultado de una suerte de mercado político de votos que restringe en
buena medida esa capacidad de comportamiento discrecional (véase ciclo económico político).

poder de mercado capacidad de una empresa (o de un comprador o grupo de compradores) para fijar precios
y/u otras condiciones de venta (o de compra) en un mercado. El caso extremo de poder de mercado es el
monopolio de oferta, donde hay un único vendedor, o el monopsonio de demanda, donde sólo hay un único
comprador, de forma que la única opción de los compradores (o, en su caso, de los vendedores) es la de
comprar (o vender) con las condiciones impuestas por el monopolista o bien abstenerse de participar en el
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mercado. Una forma de medir el poder de mercado es mediante el índice de Lerner. El poder de mercado
tiene como límite el hecho de que en todo mercado, por muy monopolizado que esté, los intercambios son
voluntarios.

política cambiaria el tipo de cambio es una variable central en la determinación de las exportaciones e
importaciones de un país, y éstas son a su vez dos de los componentes de la demanda efectiva: las
exportaciones suponen un aumento de la demanda efectiva, y las importaciones una reducción de ésta, en la
medida en que se sustituya demanda de productos nacionales, con un efecto positivo sobre la producción y
empleo del país, por demanda de productos extranjeros, con un efecto positivo sobre la producción y empleo
de los países donde se compra. De esta manera, la actuación sobre el tipo de cambio se convierte en una
herramienta de política económica: la devaluación de la moneda nacional, es decir, el aumento de su tipo de
cambio frente a las monedas de otros países, abaratará artificialmente los productos nacionales en esos países,
y encarecerá sus productos en el propio, por lo que tendrá un efecto positivo sobre la demanda efectiva. Por el
contrario, una apreciación de la moneda nacional abaratará las importaciones y tendrá efectos positivos en la
lucha contra la inflación. Como ejemplo, el hecho de que el euro disfrutara de un tipo de cambio relativamente
bajo con respecto al dólar en 2004, de 0.8 € = 1 $, comparado con el existente unos años antes de 1,24 € = 1 $,
sirvió para reducir el impacto inflacionista de la escalada de los precios del petróleo de finales del 2004. En
todo caso, no todos los sistemas de tipo de cambio permiten este tipo de actuaciones, ya que los países pueden
optar por anclar su tipo de cambio con respecto a alguna divisa (véase currency board) o por mantener el tipo
de cambio fijo al margen de su situación económica interna. De hecho, durante cerca de tres décadas tras la
creación del FMI el tipo de cambio fijo fue dominante, salvo excepciones, en la escena mundial.
La política de tipo de cambio y la política monetaria (de tipo de interés) están asociadas, de forma
que, en ausencia de control de los movimientos de capital, los países tendrán que optar por actuar sólo en uno
de estos dos campos de política económica (véase IS-LM). El análisis realizado hasta ahora de los efectos de la
política de cambio ha dejado fuera el papel, que puede ser fundamental, de la credibilidad que tenga para los
agentes económicos que participan en los mercados de divisas las decisiones de política cambiara. Si, por
ejemplo, un gobierno anuncia su compromiso de mantener un tipo de cambio sobrevaluado respecto al tipo de
cambio que prevalecería en un mercado de divisas no intervenido, y los agentes privados que participan en
estos mercados consideran que los recursos de divisas con los que cuenta ese gobierno para mantener su
compromiso son insuficientes (véase tipo de cambio), la duda de los agentes se traducirá en una conducta
vendedora de la moneda en cuestión, que dificultará todavía más el mantenimiento del compromiso cambiario
del gobierno, provocando posiblemente su devaluación real. Así, los intentos de mantener a pesar de todo el
tipo de cambio en multitud de ocasiones ha obligado, en un ejemplo de la interrelación entre política cambiaria
y monetaria aludida más arriba, a subidas dramáticas de los tipos de interés, y en última instancia al abandono
del compromiso cambiario.

política de competencia uno de los elementos que ha caracterizado la evolución de las economías de mercado
en el último siglo y medio ha sido la aparición en numerosos mercados de un número reducido de empresas
que controlan un porcentaje relativamente elevado de las ventas del sector. Este proceso de concentración
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puede suponer un peligro para su buen funcionamiento, afectando negativamente a su eficiencia (véase, sin
embargo, mercados atacables).
Con la finalidad de hacer frente y corregir en la medida de lo posible estas las desviaciones de los
mercados con respecto a la competencia factible, desde finales del siglo XIX los Estados han desarrollado
legislaciones de defensa de la competencia con la finalidad de impedir aquellas actuaciones atenten contra la
competencia repercutiendo negativamente en el funcionamiento de la economía (la primera legislación de este
tipo es la Ley Sherman aprobada en Estados Unidos en 1890)
A la hora de diseñar la estrategia a seguir para garantizar niveles suficientes de competencia en los
mercados cabe adoptar dos comportamientos. Por un lado, se puede considerar que la mera existencia de
concentración en un mercado afectará per se a la competencia, de forma que bastará con que un mercado sea
definido como concentrado para poner en marcha los mecanismos legales de intervención pertinentes.
Alternativamente, se puede considerar que la existencia de un alto nivel de concentración de mercado, siendo
condición necesaria, no es condición suficiente para que aparezcan comportamientos lesivos para la
competencia. En este caso, la actuación en defensa de la competencia sólo se activará cuando las empresas que
operen en mercados concentrados realicen prácticas que atenten contra la competencia. Abundando en este
aspecto, es posible que en presencia de economías de escala, la existencia de un bajo número de empresas esté
asociada a una mayor eficiencia productiva, compensándose parte o la totalidad de los efectos negativos arriba
enunciados. También puede ocurrir que la posibilidad de disfrutar, aunque sea temporalmente, de una posición
dominante en el mercado actúe como incentivo a la innovación (eficiencia dinámica). De estas dos
aproximaciones a la política de defensa de la competencia, la mayoría de las legislaciones (como la
comunitaria y la española, por ejemplo) siguen la segunda, al considerar que lo importante no es que haya
muchas o pocas empresas, sino en qué medida su comportamiento beneficia o perjudica a los consumidores.
Los principales frentes de la política de competencia son la prohibición de los acuerdos entre
empresas que falseen, restrinjan o impidan la competencia dentro del mercado, así como la explotación
“abusiva” de su posición dominante por parte de las empresas que disfrutan de tal posición (por ejemplo, la
legislación comunitaria prohíbe expresamente fijar directa o indirectamente precios de compra o venta, limitar
o controlar la producción, el desarrollo técnico o las inversiones, repartirse mercados o fuentes de
abastecimiento, la práctica de precios predatorios, etc.). Simultáneamente las autoridades de defensa de la
competencia intervienen en los procesos de fusión o absorción de empresas para garantizar que tales procesos,
tan comunes en nuestros días, no tengan un impacto negativo sobre la competencia. La forma concreta de
organización de estas labores varía de país en país, aunque en todos los casos las autoridades de defensa de la
competencia se enfrentan a problemas similares a la hora de probar la existencia de acuerdos para falsear la
competencia (pues rara vez las empresas que participan en los mismos levantan actas de ellos) y falta de
medios cuando tienen que enfrentarse a grandes corporaciones con una capacidad ingente de movilización de
recursos jurídicos, piénsese, por ejemplo, en Microsoft protagonista de uno de los principales casos de abusos
de posición dominante de los últimos años.

política de rentas la política de rentas pretende alcanzar objetivos de política económica como el pleno
empleo o la estabilidad de precios, mediante la actuación sobre los ingresos que reciben los agentes
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económicos como contrapartida por su participación en el proceso productivo. La política de rentas es un área
atípica de ejercicio de política económica por parte del Estado, ya que, a diferencia de otros ámbitos, como el
monetario o el fiscal, el Estado no tiene un control directo de las rentas de los agentes económicos. Sin
embargo, el hecho de que el Estado no cuente con mecanismos de intervención directa en la formación de las
rentas de los factores no quiere decir que no tenga vías indirectas de afectarlas. La primera, y probablemente
una de las más respaldadas por los agentes económicos, consiste en el desarrollo de Pactos Sociales,
normalmente tripartitos entre Empresarios-Patronal, Trabajadores-Sindicatos y Gobierno en los que se llegan a
acuerdos sobre comportamiento salarial, inversiones, y gasto público tendentes a facilitar la consecución de
determinado objetivo macroeconómico. Por ejemplo, los trabajadores pueden aceptar moderación salarial a
cambio de mayores inversiones de las empresas y un aumento del gasto público social. El control del gasto
público, y su capacidad regulatoria sitúa al Sector Público en una buena posición negociadora frente a los
agentes sociales a la hora de obtener de éstos concesiones en materia salarial o de inversiones. En segundo
lugar, las Administraciones Públicas son también un importante empleador, suponiendo entre algo menos del
10% y casi el 40% del empleo total según que países, y su comportamiento a la hora de fijar los salarios de los
funcionarios tiene una repercusión sobre la negociación salarial de los empleados del sector privado. En tercer
lugar, el gobierno puede utilizar la regulación laboral para alterar la posición negociadora de empresarios y
trabajadores en el mercado de trabajo. Así, es de esperar que un endurecimiento de las condiciones de acceso al
seguro de desempleo, o una reducción de la protección de los trabajadores frente al despido, tenga
repercusiones en su comportamiento en el mercado de trabajo (véase salario de reserva). Por último, el
gobierno puede actuar sobre la presión fiscal para influir sobre las rentas de trabajo o capital. Así, por ejemplo,
si el objetivo es aumentar los beneficios, puede reducir las cotizaciones sociales que pagan las empresas a la
Seguridad Social, o reducir el tipo impositivo que grava las rentas de capital (el impuesto sobre sociedades).
La lógica económica detrás de las actuaciones en materia de política de rentas se basa en la existencia
de una relación entre la distribución funcional de la renta y la demanda efectiva en un contexto de
desempleo keynesiano. En la medida en que la propensión a consumir de los receptores de rentas del trabajo
(salarios) sea mayor que la propensión a consumir de los receptores de rentas del capital (beneficios), una
redistribución de la renta a favor de salarios generará un aumento de la demanda efectiva, y un aumento de la
producción y empleo, mientras que, caeteris paribus, una reducción de su participación en la renta generará
una caída del consumo y una reducción de la demanda efectiva. Por lo tanto, desde esta perspectiva, la
redistribución a favor de salarios tendría un efecto expansivo, mientras que la redistribución a favor de
beneficios tendría un efecto contractivo sobre al economía. Alternativamente, se puede defender sin embargo,
en un planteamiento que ha estado detrás de la política económica de muchos países en la década de 1980, que
en la medida en que la inversión dependa de los beneficios, una redistribución a favor de beneficios, esto es un
aumento de los salarios reales inferior al aumento de la productividad del trabajo, generará no sólo el
incentivo para invertir, sino también los fondos para hacerlo, ya que una parte importante de la inversión de las
empresas se financia con los beneficios que obtienen del ejercicio de su actividad productiva. El aumento de la
inversión provocará a su vez un aumento de la demanda efectiva y el correspondiente aumento del PIB y del
empleo, así como una modernización del aparato productivo. Obviamente, si la redistribución a favor de
beneficios no va acompañada de un aumento de la inversión, el efecto será el contrario del pretendido, ya que
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al ser la propensión a consumir de beneficios más baja que la propensión a consumir de salarios, la
redistribución generará una caída de la demanda efectiva y un aumento del desempleo. De idéntica manera, si
la redistribución a favor de salarios se enfrenta con un boicot empresarial a invertir, puesto que al aumentar los
salarios aumentan los costes laborales de las empresas con un posible efecto negativo sobre la rentabilidad de
sus actividades productivas, el impacto expansivo de esta política se verá neutralizado.
Por último, la política de rentas se puede utilizar como herramienta de lucha contra la inflación, si
entendemos que ésta es, en gran parte, el resultado de una lucha por la distribución de la renta. En concreto, si
los trabajadores cuestionan el statu quo distributivo, intentarán conseguir aumentos salariales, mediante los
mecanismos tradicionales de acción sindical de negociación y presión. Ahora bien, una vez obtenido el
aumento salarial, las empresas pueden adaptarse al mismo reduciendo su margen de beneficios e intentando a
medio plazo compensar esos salarios mayores con aumentos en la productividad del trabajo -mediante el uso
de nuevas tecnologías y nuevas formas de organización del trabajo, por ejemplo- o bien, simplemente,
incrementando los precios de sus productos, trasladando parcial o íntegramente el aumento de sus costes
laborales a los precios. Bastará con que en la siguiente ronda de negociaciones los trabajadores exijan
recuperar la pérdida de poder adquisitivo generada por ese aumento de precios, para que se ponga en marcha
un proceso inflacionista (véase curva de Phillips). Mediante el ejercicio de una política de rentas
institucionalizada, con participación de las partes implicadas, se puede evitar la aparición de tensiones
inflacionistas por esta causa.

política fiscal la política fiscal pretende actuar sobre el nivel de actividad económica de una economía (nivel
de precios, producción y empleo) mediante la gestión de los ingresos y gastos públicos. El mecanismo es
relativamente sencillo, los impuestos suponen detracciones en la renta disponible de los agentes económicos,
y por lo tanto aumentándolos o disminuyéndolos se puede, caeteris paribus, disminuir o aumentar la
demanda efectiva y consecuentemente la producción y empleo en un contexto de desempleo keynesiano. Y
ello con un impacto final sobre el PIB mayor que la variación original de los impuestos (véase multiplicador
de los impuestos). Idéntico efecto, solo que de signo contrario, tiene el aumento de las transferencias, que en
este caso aumentaría el PIB. Por último, el gasto público genera directamente demanda efectiva, con lo que su
aumento estará asociado al crecimiento de la demanda, producción y empleo, de nuevo con un impacto mayor
que la variación original del gasto (véase multiplicador del gasto).
Por lo tanto, si el objetivo de política económica es la lucha contra el desempleo de causa keynesiana,
la política fiscal adecuada será una política expansiva de aumento del gasto público y las transferencias
(seguro de desempleo, por ejemplo), de disminución de los impuestos, o ambas simultáneamente. El impacto
expansivo será mayor si el aumento del gasto se financia de forma extraordinaria mediante la emisión de
deuda pública, esto es, si se incurre en déficit público. Pero incluso si el incremento del gasto se financia con
un aumento en los impuestos, el efecto final sobre la demanda será positivo. Por el contrario, si el objetivo es la
lucha contra la inflación, la reducción del gasto público y el aumento de los impuestos retirará demanda
efectiva del mercado, con lo que se reducirá la presión al alza sobre los precios. Debido a la forma en la que
están diseñados parte de los impuestos, como el impuesto sobre la renta, y algunas de las transferencias
públicas más comunes (como las prestaciones por desempleo), la acción de estabilización de gastos e
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impuestos se produce en gran parte de forma automática, hablándose así de estabilizadores automáticos. Su
funcionamiento es el siguiente: en una situación de recesión, cae el PIB y aumenta el desempleo, eso hace que
se reduzca la renta de las personas (por lo que pagan menos en concepto el impuesto sobre la renta), con lo que
cae la recaudación de impuestos, amortiguándose el efecto de la caída de la renta. Por otro lado, al aumentar el
desempleo, aumenta también automáticamente el pago de transferencias en concepto de seguro de desempleo,
de nuevo con un efecto expansivo sobre la economía. De esta forma, sin necesidad de intervención
discrecional, la propia maquinaria del Estado actuaría de forma compensadora contra la caída de demanda.
Obviamente, ese efecto automático se puede reforzar con medidas de gasto, normalmente gasto en
infraestructuras y servicios públicos, con un efecto multiplicador mayor. La recuperación económica, por su
parte, generará un aumento en la recaudación y una reducción de los gastos de transferencias que deben
facilitar el pago de la deuda pública con la que se ha financiado el exceso de gasto sobre ingresos en los años
de crisis.
La política fiscal se utiliza de forma generalizada por todos los gobiernos cuando se enfrentan a
situaciones de crisis de demanda. Así y todo, desde el último cuarto del siglo pasado han aumentado las críticas
tanto a la sustentación teórica de este tipo de intervenciones (véase nueva macroeconomía clásica,
monetarismo, economía neoclásica), como a la forma en que se llevan a cabo. En cuanto a lo primero, por un
lado, se mantiene que el gasto en consumo de los agentes no depende de las alteraciones de la política fiscal en
la medida en la que éstas sólo conducen a modificaciones transitorias de la renta, sin alterar la renta
permanente. Por otro lado, la financiación por deuda de la política fiscal expansiva tendrían un efecto
contractivo tanto por el llamado teorema de equivalencia ricardiana, como por la subida de los tipos de
interés (véase efecto expulsión) que compensarían plenamente el efecto expansivo buscado. En cuanto a lo
segundo, se defiende que las ataduras políticas de los gobiernos (véase ciclo económico político) hace que sea
más fácil incrementar el gasto y reducir los impuestos que lo contrario, de forma que cuando llega la
recuperación no se genera el superávit necesario para amortizar la deuda emitida durante los años de crisis,
incrementando por lo tanto el endeudamiento del Estado (véase elección pública). Ello ha llevado a países
como Estados Unidos o a la propia Unión Europea, a introducir en sus legislaciones limitaciones al déficit
público (véase reglas de política económica).

política industrial la industria tiene unas características especiales como sector productivo que hacen que su
desarrollo sea en muchos países uno de los objetivos de la política económica. Así, en comparación con otros
sectores, la industria es todavía una actividad que genera un alto valor añadido y por lo tanto permite ofrecer
unos salarios más elevados que la media (en España el salario bruto del sector manufacturero es casi un 70 %
superior al medio). Igualmente, la industria concentra gran parte de la actividad de I+D, siendo por lo tanto un
sector donde los incrementos de productividad son también superiores a la media (en el período 1995-2001 la
productividad del trabajo del sector manufacturero en el conjunto de la UE creció más del cuádruple de la
del conjunto de la economía). Muestra de la importancia de la industria en el proceso de crecimiento, incluso
en estos tiempos de terciarización de la economía, es la fuerte relación existente entre el grado de desarrollo
de una región y la importancia que en su tejido productivo tiene el sector industrial.
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Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

Tradicionalmente las herramientas principales de la política industrial han sido un tratamiento


impositivo favorable a esta actividad, en comparación con otras actividades productivas consideradas menos
importantes para el desarrollo económico, incluyendo subvenciones a la inversión, y medidas de protección
frente a la competencia exterior (véase proteccionismo y comercio estratégico). Sin embargo, en la
actualidad, tanto las reglas de la Organización Mundial del Comercio como la política de defensa de la
competencia comunitaria prohíben este tipo de actuaciones, con lo que la política industrial ha visto limitado su
rango de intervención a las políticas relacionadas con la promoción de la Investigación y Desarrollo en el
sector y a cuestiones auxiliares como la dotación de suelo industrial y una política educativa que permita a la
industria contar con mano de obra cualificada.

política monetaria conjunto de actuaciones que pueden desarrollar los Bancos Centrales, que son las
instituciones encargadas de su ejecución, para influir directa o indirectamente sobre la oferta monetaria de la
economía, y, mediante lo que se conoce como los mecanismos de transmisión de la política monetaria, sobre el
nivel de actividad económica. De forma sintética, utilizando a modo de ejemplo uno de los instrumentos más
comunes de política monetaria, los Bancos Centrales ofrecen financiación a los bancos y cajas de ahorro a un
determinado tipo de interés (tipo de interés de descuento), que pueden fijar libremente al ser monopolistas en
lo que se refiere a la creación de base monetaria. Fondos que el sistema bancario utiliza en su negocio
crediticio. De esta forma, si un Banco Central quiere aumentar la liquidez del sistema no tiene sino que ofrecer
estos fondos a un tipo de interés bajo, incentivando su demanda por parte de los bancos, aumentando la
capacidad del sistema crediticio para ofrecer créditos y la liquidez de la economía (véase multiplicador
monetario). Los cambios en el tipo de interés derivados de esta política afectarán, a su vez, a las decisiones de
consumo e inversión y por lo tanto a la demanda efectiva y al nivel de actividad en un contexto de
estancamiento keynesiano. Por el contrario, en presencia de inflación, un Banco Central puede propiciar
(mediante una reducción de los préstamos que ofrece a los bancos) el aumento del tipo de interés de mercado,
lo que servirá para “enfriar la economía” al reducirse el consumo y la inversión y combatir la inflación
(política monetaria contractiva).
Además del efecto sobre la demanda efectiva, la actuación de los Bancos Centrales sobre los tipos de
interés puede tener otros efectos importantes. Uno de ellos es su impacto sobre la Bolsa, donde las subidas de
los tipos de interés normalmente generan caídas en las cotizaciones: las acciones y los depósitos a plazo son
formas sustitutivas de colocar el ahorro, de modo que si se eleva la remuneración de los depósitos como
resultado del aumento del tipo de interés es probable que se produzca una recolocación del ahorro a favor de
este tipo de depósitos, con la consiguiente caída de las cotizaciones.
Otro efecto secundario, y quizás con mayores implicaciones de política económica, es el efecto sobre
el tipo de cambio. Un aumento del tipo de interés hará más atractivo para los inversores extranjeros la
colocación de sus ahorros en bonos y obligaciones del país, lo que conducirá a un aumento de la entrada de
divisas y a la apreciación de la moneda nacional. Es por eso que la política monetaria y la política cambiara
tienen que estar coordinadas, ya que no es posible, por ejemplo, devaluar la moneda nacional al tiempo que se
lleva a cabo una política monetaria contractiva de aumento del tipo de interés (algo que atraerá a capitales
extranjeros y por lo tanto generará una entrada de divisas y la correspondiente apreciación de la moneda), a
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menos que haya una política de control de los movimientos de capital o que el BC sea capaz de realizar una
esterilización monetaria plena.
En la actualidad, las crisis inflacionistas de los años 70 y la creencia en que los gobiernos pueden
verse tentados a abusar de la política monetaria expansiva para obtener ganancias a corto plazo en términos de
renta y empleo, poniendo en peligro la estabilidad de precios a medio y largo plazo, se ha traducido en una
pérdida creciente de credibilidad de los gobiernos en cuanto a su capacidad de alcanzar los objetivos de
inflación anunciados (véase inconsistencia temporal). Esta desconfianza ha llevado a un gran número de
países a situar las competencias de política monetaria en manos de unos Bancos Centrales independientes del
poder ejecutivo, ya que el primer paso para controlar la inflación es que los agentes económicos construyan sus
expectativas en la confianza de que la autoridad monetaria va a tomar las medidas necesarias para cumplir sus
objetivos. En este sentido, no es extraño que los Bancos Centrales tengan el mandato expreso de garantizar la
estabilidad de precios (entendido en el caso del Banco Central Europeo, por ejemplo, como un crecimiento del
IPC inferior al 2%), dejando el resto de objetivos de política económica en un lejano segundo plano. Este
nuevo marco de asignación de competencias plantea el problema de la coordinación entre la política monetaria,
competencia exclusiva ahora del BC, dirigida al control de la inflación y la política fiscal, en manos del
gobierno y con una mayor preocupación, a menos a corto plazo, por los niveles de empleo y actividad
económica. Problema de coordinación, cuyos resultados, como predice la teoría de juegos, distan de ser por lo
general óptimos.
Los Bancos Centrales cuentan con instrumentos de distinta naturaleza a la hora actuar sobre la
liquidez del sistema: (1) Pueden influir sobre la capacidad de las entidades de crédito de crear dinero bancario
(véase multiplicador monetario) mediante la fijación de unos requisitos mínimos de reservas (coeficiente de
caja). Este mecanismo es cada vez menos utilizado con el objetivo de evitar la incertidumbre que podría causar
en bancos y cajas de ahorro el tener que hacer frente a requisitos de reservas cambiantes. (2) Pueden influir
sobre la cantidad de dinero en manos del público y las entidades de crédito mediante la compra de activos
financieros –normalmente bonos del Estado- cuando el objetivo es inyectar liquidez, y su venta cuando el
objetivo es restarla, procedimiento que se conoce como política de mercado abierto. (3) Por último, la
intervención puede adoptar la forma de la oferta directa de financiación a las entidades de crédito a un
determinado tipo de interés. En el supuesto de que el objetivo sea aumentar la liquidez, el tipo de interés de
descuento se fijará a un nivel bajo, lo que incentivará a bancos y cajas de ahorro a pedir préstamos al Banco
Central con los que poner en marcha un proceso de expansión del dinero bancario. En la Unión Monetaria
Europea el instrumento de regulación monetaria más importante, las “subastas de dinero” en donde bancos y
cajas de ahorro pujan por los fondos subastados por el BC, pertenece a esta categoría. En relación con este
último punto, hay que acentuar que un sistema financiero basado en el dinero bancario está sujeto, enm opinión
de algunos autores, a una tendencia hacia la fragilidad financiera en el sentido de ser susceptible a pánicos
financieros (el imposible intento de los agentes económicos en masa de convertir su dinero bancario en dinero
legal). En estos casos el papel del BC como prestamista de última instancia del sistema bancario, en el sentido
de acudir con dinero legal en el caso de aparecer este tipo de crisis, se revela fundamental a la estabilidad de un
sistema financiero.
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Una de las decisiones que tienen que adoptar las autoridades monetarias como paso previo a su
intervención es qué estrategia seguir para alcanzar los objetivos marcados de política monetaria (normalmente,
como se ha dicho, la estabilidad de precios). Una de las posibles estrategias es fijar un objetivo de crecimiento
de la oferta monetaria compatible con el crecimiento de la producción esperado en un contexto de precios
estables, y proceder a actuar sobre el tipo de interés cuando la evolución de la oferta monetaria sea diferente de
la senda de crecimiento considerada como adecuada. Se subiría el tipo de interés si el crecimiento de la oferta
monetaria es superior al objetivo y se lo bajaría si es inferior. Sin embargo, para que esta estrategia sea efectiva
es necesario que se cumplan dos condiciones: 1) existencia de una relación estable entre oferta monetaria y
nivel de precios, tal y como postulan los monetaristas, y 2) que el Banco Central tenga instrumentos
suficientemente potentes como para controlar rápidamente la oferta monetaria. Algo esto último que no
siempre es posible dada la naturaleza en gran parte endógena del dinero, en el sentido de que con frecuencia
los mercados financieros son capaces de generar autónomamente (es decir, al margen de las autoridades
monetarias de los Bancos Centrales) liquidez, creando nuevos activos financieros con algunas de las
condiciones o características del dinero. Por ello, una estrategia alternativa (la seguida por el Banco Central
Europeo) consiste en la fijación de un objetivo de inflación, y el diseño de un método transparente y claro de
actuación en el caso de que la economía muestre una tendencia a superar el objetivo fijado. Dado la existencia
de retardos temporales entre el momento en el que se aplican las medidas de política monetaria y el momento
en las que éstas tienen efecto, esta estrategia exigirá de los Bancos Centrales la capacidad para realizar una
política monetaria anticipatoria. Por último, dado el efecto que las variaciones en el tipo de cambio tienen
sobre el nivel de precios a través de su impacto sobre los precios de los bienes importados (una devaluación de
la moneda generará un aumento en el nivel de precios), se puede adoptar una estrategia basada en el objetivo
de mantener un determinado tipo de cambio. Esta estrategia será especialmente adecuada en economías
pequeñas y muy abiertas al exterior.

postkeynesiana, economía de igual forma que la economía keynesiana aparece como reacción a la economía
neoclásica, se puede decir que la economía postkeynesiana se desarrolla como reacción a la interpretación
dominante de los elementos centrales de la Teoría General de Keynes que se realizó tras la II Guerra Mundial
(en la llamada la síntesis neoclásico-keynesiana, véase IS-LM). La recuperación del núcleo más puro del
pensamiento keynesiano así como su desarrollo para llevar la visión crítica de Keynes a terrenos ni siquiera
explorados por él, es lo que caracteriza el enfoque postkeynesiano, que lo diferencia así no sólo de la economía
neoclásica y sus seguidores contemporáneos (véase nueva macroeconomía clásica) sino también de los
llamados neokeynesianos. La primera generación de autores postkeynesianos incluye a economistas
contemporáneos de Keynes como Joan Robinson (1903-1983), Nicholas Kaldor (1908-1986), Michal Kalecki
(1899-1970), Sydney Weintraub (1914-1983) o Paul Davison. Autores como Alfred S. Eichner (1937-1988),
Hyman P. Minsky (1919-1996) o Malcolm Sawyer forman parte de una segunda generación de esta escuela.
El elemento distintivo de la posición postkeynesiana en lo que se refiere al análisis de la oferta
agregada es el supuesto de que las empresas, sobretodo las grandes empresas que marcan las pautas del
comportamiento de los mercados concentrados, fijan sus precios mediante la aplicación de un margen sobre
costes, como forma normal de comportamiento en un entorno de incertidumbre, pues en tal contexto (a
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diferencia de uno de riesgo) el criterio de maximización de beneficios carece en buena medida de relevancia
práctica puesto que en muchos casos las empresas son incapaces de anticipar de modo racional los resultados
de sus acciones. Entre las teorías postkeynesianas de determinación del margen destacan aquellas que
defienden que su tamaño depende del equilibrio entre dos fuerzas contrapuestas: por un lado, la necesidad de
mantener las barreras de entrada y atraer a nuevos consumidores al mercado, lo que llevaría a fijar un
margen reducido; y, por otro, la necesidad de financiar internamente (con beneficios retenidos) al menos parte
de la inversión planeada, lo que llevaría a fijar un margen más elevado. Con arreglo a esta interpretación los
precios fijados por las grandes empresas pierden buena parte de su papel como mecanismo asignativo o
señalizador, reforzándose su papel como mecanismo de acumulación.
Adicionalmente, la idea de que las tecnologías de coeficientes fijos reflejan de modo más certero la
realidad de las funciones de producción de las grandes empresas, junto con el supuesto de existencia de
capacidad ociosa instalada (véase utilización de capital), lleva a esta escuela a defender que las empresas
pueden aumentar su producción sin entrar en el tramo creciente de la curva de costes medios. En el ámbito
agregado este comportamiento daría lugar a que la curva de oferta agregada a corto plazo de la economía fuera
perfectamente elástica hasta el nivel de producción de plena utilización de la capacidad instalada. Ello quiere
decir que, mientras no se use plenamente la capacidad instalada, los aumentos de la demanda agregada se verán
correspondidos con aumentos en la producción sin necesidad de que aumenten los precios, siempre y cuando,
claro está, los salarios monetarios y el margen de precios sobre costes permanezcan constantes. En lo que se
refiere al mercado de trabajo, los poskeynesianos consideran que, en circunstancias normales, los
trabajadores no actúan como los agentes racionales y maximizadores del análisis neoclásico, ya que, como
ocurre con las empresas, la existencia de incertidumbre e información incompleta (véase racionalidad
limitada) hace que recurran a rutinas, normas y convenciones sociales a la hora de ajustar su comportamiento.
De lo anterior se deriva que los salarios tienen un papel menor en la determinación del empleo, yendo la
relación más bien en dirección opuesta, de forma que sería el nivel de empleo el que determina el nivel de los
salarios. Desde esta óptica, la inflación se interpreta como el resultado de un conflicto distributivo entre capital
y trabajo, cuyo resultado dependerá del marco institucional (es decir, el poder relativo de sindicatos y patronal)
y del nivel de desempleo. Todo ello explica, por un lado, el énfasis que esta escuela pone en el papel de la
demanda efectiva en la determinación del nivel de producción de equilibrio macroeconómico, y por otro, la
importancia de contar con instituciones eficientes de resolución de conflictos que desactiven el potencial
inflacionista de los conflictos distributivos.
En lo que se refiere a la demanda agregada, los postkeynesianos recalcan, al igual que hiciera Keynes,
el papel central que en ella tiene la inversión, y la dificultad de que ésta se sitúe por si sola en los niveles
necesarios para alcanzar el pleno empleo. La causa, una vez más, estaría en la importancia que las expectativas
tienen en la determinación de la inversión (véase animal spirits), y en la naturaleza intrínseca de la
incertidumbre en la economía, que haría irrelevante la noción de equilibrio como un lugar o estado más o
menos definido al que tenderían los procesos económicos en el curso del tiempo. Noción ésta que George L. S.
Shackle, (1903-1992) sustituyó por el de una realidad “caleidoscópica”, continuamente cambiante como los
colores de un calidoscopio: en la medida en que los sistemas sociales se transforman de forma impredecible, la
incertidumbre se convierte en la norma. Es por ello que esta escuela defiende la necesidad de una intervención
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contracíclica del sector público que de certidumbre en la medida de lo posible a las decisiones de los agentes
económicos.
En lo que a esto respecta, los postkeynesianos consideran que, en cierto sentido, el dinero es como
cualquier otro bien, cuya oferta (determinada por el comportamiento de los bancos) responde a la demanda de
créditos, con lo que la oferta monetaria se determinaría en buena parte de forma endógena en los mercados
financieros mediante la creación de nuevas formas de dinero. En la medida que así suceda, los Bancos
Centrales perderían su capacidad de control de la oferta monetaria, quedándoles sólo la posibilidad de influir
sobre ella de forma indirecta mediante la actuación sobre el tipo de interés. Es por ello que estos autores
consideran que la política fiscal es más efectiva que la monetaria. No obstante, algunos economistas de esta
tendencia, agrupados en torno a la obra de Hyman Minsky, hacen hincapié en la importancia de los mercados
financieros en el desarrollo de las economías de mercado y con ello en el papel de las autoridades monetarias:
En la medida que tales mercados, en un entorno de incertidumbre, son propensos a perturbaciones explosivas
(véase fragilidad financiera) ello reforzaría el papel de los Bancos Centrales en la regulación, control y apoyo
(prestamista en última instancia) de los mercados financieros.

precio tasa a la que se puede intercambiar una unidad de un bien o de un servicio ya sea por dinero, en
cuanto que unidad de cuenta, llamándose entonces precio nominal o absoluto, o por una unidad de otro bien o
servicio, en cuyo caso se denomina precio relativo (el cociente entre los precios nominales de dos bienes
distintos). El estudio de los precios relativos, su determinación, características y movimientos, es la cuestión
central del análisis económico, ya que los individuos a la hora de tomar decisiones asignativas rara vez lo
hacen en términos absolutos, esto es, fijándose tan solo en el precio de lo que van a comprar o vender (véase,
no obstante, ilusión monetaria), sino que realizan comparaciones entre los precios de distintos productos, o lo
que es lo mismo, entre distintas opciones de actuación, mediante el uso de los precios relativos (véase coste de
oportunidad). El conjunto de los precios nominales, sólo transmiten en principio una indicación del poder de
compra del dinero (véase inflación), sin embargo, cuando los precios nominales de los distintos bienes no
varían en la misma proporción se produce además una variación en los precios relativos y consecuentemente
un cambio en su estructura. Hablaremos aquí a partir de este momento sólo de los precios relativos. El precio
de un bien puede resultar de la libre actuación de demandantes y oferentes en un mercado, o ser fijado por una
unidad administrativa, llamándose entonces precio administrado o intervenido. Si un bien se vende a un precio
administrado por debajo del que hubiera alcanzado en el mercado se dice que el precio es público.
Cuando el precio relativo de un bien se fija en un mercado que satisface las condiciones de la
competencia perfecta es simultáneamente el valor que los compradores dan a la última unidad que adquieren
de ese bien y el coste de producir y entregar esa última unidad. Si así ocurre, ese precio relativo es eficiente en
el sentido de que a ese precio es cuando se satisfacen en la mayor medida posible las necesidades que los
compradores tienen del bien o servicio de que se trate dada la distribución de la renta (véase, no obstante,
segundo óptimo). Algunos economistas han pretendido sacar adicionalmente la conclusión de que el conjunto
de precios relativos que surge de un sistema de mercados perfectamente competitivos sería también justo en la
medida en que los consumidores al acceder a una unidad de un bien y pagar su precio están en último término
pagando por el hecho de que para hacer esa unidad hay que detraer recursos de otros procesos productivos, lo
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que dejaría sin satisfacer otras necesidades. Si el precio relativo de un bien o de un servicio se fija en un
mercado que no es perfectamente competitivo, entonces, o bien no será igual al coste marginal (será superior)
de producirlo o bien no será igual al valor que los compradores le dan a la última unidad que adquieren (véase
monopsonio).
Si el precio relativo de un bien resulta de la libre interacción de la demanda y la oferta en un mercado
de competencia perfecta, entonces cumple dos funciones básicas para la coordinación económica: 1) sirve
como señal de la presencia de escasez relativa, es decir, ocurre que su ascenso transmite a los propietarios o
gerentes de los factores de producción la información de que, por las razones que sea (un cambio en los gustos,
una situación de dificultad de aprovisionamiento, etc.), en ese determinado sector ha aumentado la escasez de
ese bien; 2) sirve como incentivo para que los factores de producción se desplacen a ese sector dónde hay
escasez relativa, ya que si el precio relativo de un bien o de un servicio sube, en el corto plazo, sus propietarios
obtienen beneficios extraordinarios, lo cual incentiva a los propietarios de los factores de producción, que
están operando en otros sectores donde sólo obtienen una remuneración normal, a moverse hacia el sector
donde se obtienen esas ganancias anormalmente altas. De lo anterior se sigue que el control de los precios, es
decir, el poner trabas a su libre movilidad, subvierte tanto el papel señalizador como el incentivador de los
precios, impidiendo a la economía coordinarse eficientemente a la hora de resolver los problemas de escasez.
El permitir la máxima flexibilidad en los precios es por ello una regla general de actuación que caracteriza el
punto de vista económico, de modo que la intervención en los mismos con vistas a corregir alguna situación
económica que no se juzgue deseable siempre ha de estar justificada. Por ejemplo, si se estima que algún
colectivo de individuos requiere ayuda económica por las razones que sea, el modo de actuación prima facie
aconsejado por los economistas, a igualdad de gasto, es una transferencia directa de renta antes que la ayuda
indirecta mediante la subvención de alguno de los precios de los bienes que consumen (principio de cuota fija)
Adicionalmente, los precios en mercados oligopolísticos cumplen una función de acumulación, es
decir, son usados por las empresas como medio de generación de fondos internos para financiar las
inversiones. Obviamente, el uso de los precios para esta función choca con los otros servicios que prestan los
precios: señalización e incentivación. Finalmente, una última función que indirectamente cumplen los precios
es la de servir como señal de calidad, cuando ésta no es directamente observable en mercados con información
asimétrica.
Si el mercado de un bien o de un factor no es perfecto por la presencia de algún tipo de fallo del
mercado o incluso, en el caso extremo, porque no hay mercado para los mismos (por ejemplo, para el caso de
bienes como el aire limpio, o los paisajes, etc.), el precio de mercado (si lo hay) estará distorsionado y no
reflejará el coste de oportunidad del bien o su valor para la sociedad. En estos casos la gestión eficiente del
bien o del factor requiere la corrección de los precios, caso de que existan, o su imputación, caso de que no los
haya, a la hora de regular su uso (véase análisis coste-beneficio). A los precios resultantes tras la corrección o
la imputación, se les conoce como precios sombra, y su valor sería igual a los precios que regirían si el
mercado existiese y fuese de competencia perfecta.
En relación a lo anterior se pueden clasificar los precios en precios explícitos e implícitos. Los
primeros son los que surgen en el mercado y suelen, por lo general, ser los mismos para todos los
consumidores. Ahora bien, tanto el propio proceso de compra como el consumo final de los bienes requiere
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que los demandantes finales dediquen tiempo a ello, ya sea para transformarlos antes de su consumo final (por
ejemplo, como sucede con los productos alimenticios), o ya sea en su propio uso (por ejemplo, el tiempo
necesario para leer un libro o ver una película). Dado que el tiempo es un recurso escaso, tiene un precio
sombra o precio implícito que se suele estimar por el salario o la renta que el consumidor podría obtener si
dedicara a trabajar el tiempo destinado al consumo. Se dice entonces que el precio pleno de un bien es la suma
de su precio explícito o de mercado y su precio implícito asociado al valor del tiempo necesario para su compra
y consumo final. Si llamamos Px al precio explícito de un bien y w es el salario o precio sombra del tiempo, el
precio pleno Fx será:
Fx = Px + wTx
Donde Tx es la cantidad de tiempo necesaria para comprar, preparar y consumir una unidad del bien X.
Obsérvese que el precio pleno de un bien o de un servicio no es el mismo para todos los consumidores en la
medida que el valor o coste de oportunidad del tiempo es subjetivo y variable. No obstante, puede decirse que
conforme más elevado sea el nivel de salarios que percibe un individuo mayor será el precio pleno que pague
por cualquier bien. Por otro lado, merece la pena darse cuenta de que puede darse una “reversión” entre los
precios relativos explícitos y los precios relativos plenos de un bien. En efecto, supongamos que (Px/Py) >1,
ello no impide que (Fx/Fy) <1, tal cosa puede darse si el cociente (Tx/Ty) es lo suficientemente más pequeño
que la unidad. F Finalmente, y en relación a esta última cuestión, puede señalarse que una de las
consecuencias del crecimiento económico es la subida paulatina de los salarios, por lo que de igual manera
suben los precios implícitos de todos los bienes, y de modo más acentuado aquellos que utilizan relativamente
más tiempo en su consumo (véase terciarización). Ese encarecimiento relativo de las actividades más
intensivas en tiempo es, en buena medida, responsable de gran parte de los cambios en los hábitos de consumo
y sus consecuencias sociopsicológicas. De un lado, se tiene la abundancia y el derroche como fruto de la
inconsistencia entre las decisiones de compra y las de consumo: se compran cosas que no da tiempo a
consumir y luego acaban llenando casi sin ser utilizadas nuestras alacenas, estanterías y cubos de basura. De
otro, se tiene la escasez y la pérdida de las cosas inmateriales más valiosas de la vida, fruto aquí de la elección
racional individual. No es que se tenga menos tiempo para cultivar las relaciones personales o para la
ensoñación despierta. Es que todo eso se ha hecho relativamente más caro, con el consiguiente efecto que la
teoría de la demanda predice: se dedica menos tiempo a las relaciones interpersonales, a la reflexión sin
objetivo o al ocio estricto, con las consecuencias que esos cambios suponen para el bienestar individual (véase,
economía de la felicidad).

precio hedónico uno de los problemas de una economía de mercado es que no existen mercados para todos
los productos, por ejemplo, no hay un mercado donde podamos comprar tranquilidad, ni la seguridad de que
nosotros o nuestros hijos no se verán implicados en un accidente de tráfico. Y como no hay mercado para esos
bienes no podemos saber el precio que estarían dispuestos a pagar los agentes económicos por ellos. Una forma
de intentar resolver este problema, y por lo tanto valorar bienes para los que no existe un mercado, es mediante
la comparación del precio, o la disponibilidad a pagar de los consumidores por productos similares pero con
diferencias en algún atributo concreto, de forma que la diferencia de precio se pueda interpretar en términos de
lo que se valora ese atributo en particular. Por ejemplo, si la diferencia de precio de dos casas similares, una en
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un barrio tranquilo y otra en una zona ajetreada de la ciudad es de X € a favor de la casa en la zona tranquila,
entonces podemos deducir que tal cantidad es el precio (implícito) que se paga por la “tranquilidad”.

precio predatorio política de precios consistente en vender a pérdidas (esto es a un precio inferior a los costes
de producción) con la intención de expulsar del mercado a los competidores hasta alcanzar una posición
dominante en el mismo, procediendo con posterioridad a aumentar los precios y obtener unos beneficios más
elevados. Esta política puede parecer a primera vista poco efectiva, ya que los precios predatorios no sólo
generan pérdidas en los competidores, sino en la propia empresa que los fija. De igual modo, en un mercado en
el que no haya barreras de entrada, si una vez expulsados los competidores la empresa sube los precios, los
beneficios extraordinarios alcanzados atraerán a nuevas empresas, de forma que las ganancias serían tan sólo
temporales. En todo caso, esta práctica, perseguida por las leyes de defensa de la competencia (véase política
de competencia), puede ser efectiva si lo que se pretende es debilitar a un competidor con vista a su futura
absorción.

precio Ramsey el filósofo de Cambridge, Frank Ramsey (1903-1930), planteó la pregunta de cuál es la
estrategia que se debería adoptar para hacer mínima la pérdida de bienestar, en términos de excedente del
consumidor, en el caso de que los precios de un producto se deban fijar por encima de su coste marginal (la
regla que asegura la eficiencia asignativa), como resultado, por ejemplo, de incorporar un impuesto. La
respuesta es que si hay que poner un gravamen sobre los bienes, éste no debería ser el mismo para todos, sino
que debería ser mayor en aquellos bienes con demanda más inelástica, y menor relativamente en el caso de
bienes de demanda elástica. De modo intuitivo, parece claro que conforme la demanda sea más inelástica,
menor distorsión sufrirá el mercado, ya que la demanda se verá menos afectada por el incremento del precio
derivado de la introducción del impuesto.

preferencias en el modelo de hombre (véase homo oeconomicus) que sostiene la corriente dominante en
economía, la neoclásica, se lo presupone dotado de unos gustos o preferencias sobre los bienes que trata de
satisfacer en la mayor medida posible, dadas sus limitaciones de recursos, mediante sus actividades
económicas de producción, intercambio y consumo. Para que tal cosa pueda llevarse a cabo de modo
racionalmente óptimo (véase racionalidad) es necesario que esas preferencias sobre los bienes y servicios
satisfagan una serie de axiomas que permiten concebir y representar el comportamiento económico de cada
individuo como un cálculo racional que busca maximizar la satisfacción de esos gustos o preferencias. Estos
axiomas son:
a) No-saturación (“más siempre es mejor que menos”). Viene a decir que para todo individuo siempre
existe algún o algunos bienes o servicios de los que prefiere tener más de lo que tiene.
b) Completitud. Los individuos son siempre capaces de comparar cualquier posible par de “cestas” (o
grupos) de bienes, y decidir cuál de ellas prefieren o si le son indiferentes; donde por “indiferencia”
ha de entenderse auténtica “indiferencia”, no la indecisión por “no saber/no contestar”.
c) Transitividad. Si una cesta de bienes A es preferida a una B y esta a otra C, entonces la cesta A es
preferida a la C.
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d) Estabilidad y exogeneidad. Las preferencias de los individuos se las supone exógenas al proceso
económico, es decir, que se toman como dadas para la economía que, por tanto, trata de satisfacerlas
tal como vienen, de modo que la eficiencia con la que se realiza la actividad económica y las
instituciones que la regulan se mide por el grado de cumplimiento que se consigue en el objetivo de
que los individuos satisfagan sus preferencias. Una vez formadas como resultado de un proceso
extraeconómico, que Kenneth E. Boulding (1910-1993) describió irónicamente como la “Inmaculada
Concepción de las preferencias”, se supone también que las preferencias han de ser muy estables en el
tiempo. Si las preferencias fuesen volubles o modificables y manipulables en el curso de las
actividades económicas (por ejemplo, mediante la publicidad), ello supondría, entre otras cosas, que
la Economía carecería de un indicador externo con el que medir su eficiencia.
Junto con estos supuestos básicos, se suelen introducir otros dos para facilitar la construcción de
modelos económicos: el de preferencias continuas y el de preferencias convexas. Gracias a estos axiomas de
carácter instrumental, los economistas pueden trabajar con funciones matemáticas diferenciables a la hora de
definir sus modelos, así como definir situaciones de equilibrio con propiedades matemáticas destacables y
convenientes (como las de su unicidad y estabilidad).
Si las preferencias individuales satisfacen estos axiomas se dice que están ordenadas o que tienen la
estructura algebraica de un orden. Ello permite definir a los individuos como (dotados de) una función de
utilidad que tratan de maximizar en su comportamiento. Nada dice la Economía acerca del contenido de esa
función de utilidad o de las preferencias. Proclama que no es asunto suyo. Un individuo podrá ser altruista o
envidioso, sádico o masoquista, pero eso no influye para nada en la lógica que ha de seguir para maximizar la
satisfacción de “sus” preferencias.
Esta forma de contemplar las preferencias de los individuos ha sido sometida a crítica desde al menos
dos perspectivas. En primer lugar, están aquellos que han puesto en duda la pertinencia de algunos de los
axiomas de cuyo cumplimiento depende el análisis. Fuera del axioma de no-saturación, que definido en sentido
amplio es difícilmente atacable (incluso Diógenes, que rechazaba todos los ofrecimientos que le podía hacer un
Alejandro Magno, quería algo más: que se apartara para dejarle que le diera el sol), todos los demás son en
cierta medida cuestionables. Así, el de completitud es de difícil sostenimiento en presencia de novedades, de
bienes de los que nada sabe el individuo pues carece de experiencia previa respecto a su capacidad de
satisfacer sus preferencias (¿cómo es capaz un individuo de decidir por si sólo qué película le gusta más entre
varias antes de verlas?), el de transitividad ha sido puesto en cuestión por la psicología experimental que
repetidamente se ha tropezado con paradojas que ponen de manifiesto la inconsistencia de las elecciones que
realizan los agentes en función del contexto o de cómo se presentan las alternativas. Poner en solfa el axioma
de estabilidad de las preferencias no resulta una tarea demasiado difícil para nadie pues es una experiencia
común el darse cuenta de cómo cambian los gustos con el paso del tiempo, ante situaciones diferentes (por
ejemplo, cuando se consumen drogas o cuando cambia la “posición social”) o como consecuencia de procesos
de aprendizaje. En cuanto a la exogeneidad de las preferencias, también la crítica ha señalado la dependencia
de las preferencias individuales de los procesos económicos, no sólo indicando los esfuerzos de los vendedores
por manipular las preferencias de los compradores utilizando todos los saberes y tretas que les permiten los
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conocimientos de la ciencia de la psicología, sino poniendo de manifiesto la dependencia de la satisfacción de


las preferencias de la forma de hacerlo: ¿es igual el sexo comprado que el sexo libre y gratuitamente otorgado?
Ante cada uno de estos planteamientos críticos, la respuesta de la economía neoclásica ha consistido
en ampliar sus modelos para dar cuenta, en la medida de lo posible, de estas inconsistencias. Así, algunas de
las paradojas asociadas al incumplimiento del axioma de transitividad se han integrado mediante la noción de
una función de valoración más compleja que la función de utilidad (véase función asimétrica de valor). La
estabilidad en las preferencias individuales y su exogeneidad se han cuestionado señalando que si bien
actividades como la publicidad y el marketing producen cambios en el comportamiento, ello se debe no a que
produzcan un cambio en las preferencias sino a que proporcionan nueva información que propicia que los
individuos escojan de modo diferente. De igual manera, la adicción justificaría cambios en los
comportamientos como consecuencia del paso del tiempo o del cambio en las situaciones sociales o personales
en un marco de preferencias estables. Un ejemplo describe perfectamente esta aproximación: si bien cuánto
más música oye una persona, mayor parecería ser su gusto por la música a tenor del mayor consumo musical
que hace, ello no sería debido a un cambio en las preferencias musicales sino a un aumento en la productividad
del tiempo que se pasa escuchando música, lo cual se traduce en una disminución del precio sombra implícito
de la actividad de escuchar música y un aumento del consumo de la misma. Y lo mismo podría decirse para
explicar el cambio en el comportamiento debido al paso del tiempo: no es que uno cambie sus gustos al hacerse
más viejo, es que los cambios físicos y psicológicos asociados al envejecimiento hacen que suba el coste
implícito de ciertas actividades: el cuerpo (y la mente), simplemente, no daría para más.
Pero pese a todas esta ingeniosas defensas por parte del paradigma dominante en Economía, es
imposible sustraerse a la sensación de que la idea de ser humano que defiende lo equipara punto por punto a un
robot dotado de un programa de preferencias bien ordenadas y un “software” cibernético que le permite elegir
cómo satisfacerlas de la mejor manera posible en cada situación. No hay lugar en la mente del homo
oeconomicus para el lamento por las decisiones tomadas ni para los deseos contradictorios, las dudas y
angustias emocionales, o los conflictos valorativos. El homo oeconomicus carece tanto de hondura psicológica
como de responsabilidad social. Tal simpleza ha llevado a otro conjunto de perspectivas críticas del enfoque
dominante de las preferencias
Se ha señalado, a este respecto, que el análisis dominante no distingue entre “necesidades” y “gustos”
en la medida que trata toda necesidad en el mismo plano. Así la satisfacción derivada del pan que mata el
hambre o del vaso de agua que apaga la sed serían cualitativamente iguales a la derivada de alimentar a una
mascota o la de fumarse un cigarrillo, puesto que todas esas satisfacciones se “medirían” o compararían usando
una misma función de utilidad, un mismo orden de preferencias. Frente a este punto de vista se alzaría otra
forma de considerar las preferencias que las contempla como jerarquizadas cualitativamente debido a razones
biológicas y sociales en planos distintos, no reductibles los unos a los otros. Algunas necesidades serían de, o
definirían un, rango más primario (alimentación, alojamiento, vestido, pertenencia) que otras (estatus, fama,
bienes suntuarios, etc.) requiriendo por tanto una prioridad a la hora de hacerles frente o una contribución
distinta a la entera satisfacción del individuo. Cabrían entonces situaciones en las que la persecución de una
necesidad que se encontrase en un plano (por ejemplo, el estatus) entrara en conflicto con la satisfacción de
otra en otro plano (por ejemplo, la salud).
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Más directamente, el enfoque del individuo centrado en su definición como “un” determinado y
estable esquema de preferencias bien ordenado es una visión extremadamente reduccionista que deja de lado
multitud de hechos psicológicos y sociales de gran importancia para el análisis de la realidad económica, a los
que mejor se hace frente acudiendo a un modelo de individuo que lo concibe (al modo de Platón o Freud)
como un “yo dividido”. Así, por ejemplo, los individuos saben que sus preferencias pueden cambiar en el
futuro de forma hoy no deseada. Considérese, por ejemplo, el caso de las mujeres que les piden a sus obstetras
que no les pongan anestesia en el momento del parto aunque saben con certeza que cuando llegue ese momento
les pedirán que sí que lo hagan. Esa inconsistencia temporal de las preferencias es visible también en el caso
de una fiesta regada con alcohol en la que uno sabe que lo mejor es beber ahora y dejar de beber más adelante,
aunque es también plenamente consciente de que si se bebe ahora, la euforia le hará beber luego. Los intentos
de hacer frente a ese cambio en las preferencias asociado al paso del tiempo o al cambio de situaciones han
sido denominados por Thomas Schelling como egonomía. No se piense que tales situaciones son meros
anécdotas de escasa relevancia para la economía. La inconsistencia temporal de las preferencias del Estado a la
hora de mantener sus objetivos en política económica se convierte en uno de los elementos centrales para
explicar la ineficacia de la política económica como afirman algunos economistas.
Por otro lado, es necesario destacar que junto con sus preferencias sobre bienes y comportamientos
económicos, los individuos tienen también “valores” éticos y estéticos que no es infrecuente que entren en
conflicto con la simple búsqueda de la satisfacción de las preferencias. Como ha señalado el premio Nobel de
Economía Amartya Sen, el supuesto convencional de que los individuos tienen un único ranking de
preferencias es insostenible; más adecuado es suponer que coexisten simultáneamente en cada uno de nosotros
varios ranking. Podemos así tener uno con preferencias egoístamente centradas, otro, menos egoísta, que
vendría afectado por consideraciones de simpatía hacia los vecinos, y uno distinto en el que la conformidad
con algunos valores éticos o morales sea muy importante. Como resultado bien puede suceder que la
persecución de la máxima satisfacción, según un determinado ranking, entre en conflicto con la persecución de
la máxima satisfacción según otro ranking de preferencias que coexiste con el anterior en el mismo individuo.
De igual manera, esta idea de que cada individuo es un “yo dividido” permite introducir una segunda
fuente de conflicto interno. El elemento que genera tensión no es aquí los juicios de valor éticos o estéticos que
cada individuo interioriza, sino su pertenencia a un grupo social que viene definido por determinadas pautas de
comportamiento o convenciones sociales a las que tiene que acomodarse si quiere seguir perteneciendo a él.
Dicho de otra manera, las preferencias que el individuo tiene “aisladamente” pueden ser distintas de las que ha
de expresar en el grupo social al que pertenece so pena de exclusión. De nuevo, pugna en el interior del
individuo la tensión entre lo que desea hacer y lo que “tiene” que hacer.
¿Cómo gestionan los individuos esos “yoes divididos” que los constituyen? Sen ha postulado la
existencia de unas metapreferencias con las que los individuos tratan de articular esos ranking de preferencias
disímiles, lo que no evita la aparición de sentimientos de frustración, de lamento, de autorecriminación, de
duda o malestar asociados a la falsificación de preferencias asociada al hecho de mantener explícitamente unas
preferencias distintas de las que se juzga que se deberían tener o de las que se tienen realmente.
Y todo esto, de nuevo, dista de ser una mera construcción de interés sólo psicológico más que
económico. Estos enfoques complejos sobre las preferencias son relevantes ya que permiten dar cuenta de
Conceptos de Economía -versión web- 340
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fenómenos del mundo real difícilmente explicables desde la perspectiva de unas preferencias individuales
únicas y sencillas. Es así relativamente frecuente encontrarse en la realidad económica y social con cambios
repentinos (a veces llamados catastróficos) en los que, de modo imprevisto, los individuos alteran su
comportamiento de modo radical sin un cambio de similar magnitud en las condiciones generales
determinantes. Ejemplos claros los constituyen los cambios revolucionarios, la aparición o desaparición de
mercados para ciertos bienes, las modas, los ciclos económicos, etc. Tales fenómenos, que son difícilmente
explicables en un entorno de preferencias únicas y estables, se explican fácilmente, sin embargo, si las
preferencias explícitas de un individuo cualquiera dependen, por ejemplo, de cuántos otros del mismo grupo
social las compartan de modo que si ese porcentaje baja por debajo de cierto umbral, ello desencadena una
sucesión de saltos o cambios inesperados (véase economías de red).

preferencia por la liquidez con esta expresión se hace referencia a la opción por parte de los agentes
económicos a favor de mantener su riqueza en forma líquida –papel moneda o depósitos a la vista en un
banco- frente a colocarla en activos financieros, como bonos o acciones, con una menor liquidez, esto es con
menor facilidad para utilizarla como medio de pago, pero que a cambio proporcionan rentabilidad en forma de
pagos en concepto de intereses o de participación en los beneficios de las empresas. El principal factor que
determina la preferencia por la liquidez, una vez que los individuos tienen suficiente liquidez para hacer frente
a sus necesidades de dinero para el consumo cotidiano (demanda de dinero por motivo transacción) y para
protegerse de posibles imprevistos (demanda de dinero por motivo precaución) es, caeteris paribus, el tipo de
interés. Así, cuanto mayor sea éste, mayor será el coste de oportunidad de mantener dinero en forma líquida
en vez de transformarlo en activos financieros remunerados. Por otra parte, si el tipo de interés es bajo, los
individuos que compren bonos remunerados al tipo de interés vigente sufrirán pérdidas el día de mañana en
caso de subir el tipo de interés y desear vender sus activos, ya que al estar menos remunerados que los bonos
emitidos al mayor tipo de interés del momento sus tenedores se verán obligados a aceptar un precio por debajo
del nominal: si el tipo de interés sube al 20%, un bono a perpetuidad de 1000 € con una remuneración del 10%
sólo se podrá vender por 500 ya que sólo en ese caso el posible comprador será indiferente entre un bono de
valor nominal de 1000 € emitido en ese momento con un tipo de interés del 20 %, y otro de valor nominal 1000
€ con una remuneración del 10 % pero por el que paga 500 €: 100 € de intereses al año – 10% de 1000- supone
el pago de 100 € al año, que sobre 500 €, lo que ha pagado por el bono, es una rentabilidad del 20 %, la misma
que si compra bonos con un interés del 20 %.
Pero, adicionalmente, la preferencia por la liquidez se verá afectada por todos aquellos factores que
puedan afectar a la estabilidad de la sociedad en la que operan los agentes. Así, en el caso de los agentes
económicos tengan poca confianza en la capacidad de las autoridades monetarias de mantener el valor del
dinero, es decir, en un contexto de inflación, la preferencia por la liquidez será más baja, ya que mantener
riqueza en forma de dinero significará ir perdiendo paulatinamente de modo automático parte de ella. Esta
situación muestra su máxima expresión en situaciones de hiperinflación, (una tasa mensual de inflación del
100 % significa perder la mitad del valor real de las tenencias líquidas en un mes) que pueden conducir a una
preferencia por la liquidez nula. Junto a este elemento, la preferencia por la liquidez también se verá afectada
por la confianza que los agentes tengan en la capacidad de las instituciones socio-económicas de mantener el
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valor de la riqueza cuando se coloca en activos no líquidos. El miedo a una revolución que atente contra la
estructura de derechos de propiedad aumentará sin duda alguna la preferencia por la liquidez.

presión fiscal relación entre los ingresos fiscales recaudados en un país y su PIB. Normalmente expresada en
términos porcentuales, la presión fiscal indica qué parte de la producción se dedica a pagar impuestos y
cotizaciones sociales para financiar las actividades de gasto del Sector Público. Las diferencias de presión
fiscal entre países son tan abultadas como distintas sus opciones a favor de mayor o menor intervención del
Estado en la economía. Así, los países con un fuerte grado de desarrollo del Estado de Bienestar tienen
también una presión fiscal elevada, mientras que aquellos que optan por un Estado menos intervencionista en
materia económica y social disfrutan de una menor presión fiscal. Como ejemplo de lo anterior, en la UE(15)
la presión fiscal es del 42,6 % del PIB, con una diferencia de más de veinte puntos entre el país con menor
presión fiscal, Irlanda con el 34 %, y Suecia y Dinamarca en el otro extremo con 54 %.
Es habitual que la existencia de un alto nivel de presión fiscal se interprete como un factor negativo al
efectuar comparaciones entre países. Tal actitud se fundamente en la obra de un grupo de economistas,
englobados bajo la denominación de economía de la oferta, cuyo máximo exponente fue Arthur Laffer, según
los cuales el alto nivel de presión fiscal de las sociedades desarrolladas se habría convertido en una rémora al
crecimiento económico. En su opinión, los aumentos en la presión fiscal influirían negativamente sobre los
incentivos de los agentes económicos para desarrollar actividades productivas (tanto de oferta trabajo como de
oferta de capital-inversión), pudiendo llegar a afectar negativamente a los niveles de producción, dando lugar
paradójicamente, a que a partir de determinado nivel de presión fiscal, los aumentos en la presión fiscal
llevasen a caídas en los niveles de recaudación de impuestos. Este modelo, conocido como la curva de Laffer,
según el cual una reducción de los tipos impositivos podía, mediante su efecto positivo sobre los incentivos de
los agentes a trabajar e invertir más, generar un crecimiento de la renta y de la recaudación impositiva, cautivó
las mentes de los líderes políticos conservadores en la época de Ronald Reagan hasta el punto de incorporar en
sus programas políticos masivas reducciones de impuestos. El tiempo demostró, que si bien la política de
reducción impositiva tuvo sus efectos keynesianos expansivos previsibles, no resultó en un aumento de los
ingresos fiscales. Ello demostró en la práctica que la información incorporada en los niveles de presión fiscal
es insuficiente para sacar conclusiones sobre el dinamismo o eficiencia de una economía. En este sentido, la
forma concreta en la que se gastan los impuestos y su impacto sobre la economía y el bienestar de la población
es al menos igualmente importante. Por ejemplo, como hemos visto, los países escandinavos tienen una alta
presión fiscal, y sin embargo, año tras año, acaparan los primeros puestos en las listas de competitividad,
dinamismo y calidad de vida.

principal-agente véase relación de agencia

principio de exclusión capacidad que tienen los propietarios de un bien o sus productores de excluir de su
uso o consumo a aquellos que no paguen por el mismo. Esta propiedad es un requisito indispensable para la
producción de bienes y servicios en el mercado, ya que nadie estaría dispuesto a producir un bien o servicio si
una vez producido los consumidores pudieran disponer de él sin efectuar pago alguno por el mismo, al no
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poder ser excluidos de su disfrute con un coste razonable. Los bienes públicos puros, como la defensa
nacional, por ejemplo, se caracterizan por ser de difícil o imposible exclusión. Tampoco actúa plenamente el
principio de exclusión en presencia de externalidades positivas, cuando los consumidores o productores de un
bien o servicio no pueden impedir que otros agentes disfruten del mismo.

productividad por productividad se entiende la capacidad de generar output, esto es de producir un bien o
servicio de un determinado input o factor productivo. Desde un punto de vista microeconómico, el concepto
de productividad se aplica sólo en el corto plazo, es decir, en una situación en la todos los factores que
intervienen en el proceso productivo menos uno, aquel cuya productividad se evalúa, son fijos. En este
contexto se define la productividad media como la producción total dividida por el factor cuya productividad
queremos medir y la productividad marginal como la variación en la producción asociada a la variación en el
uso del factor de producción de que se trate. En el caso general de que los factores sean complementarios, la
productividad de cada uno de ellos dependerá positivamente de la cantidad del resto de los factores
disponibles. La productividad media y la marginal se relacionan de la siguiente manera: siempre que el valor
de la productividad marginal de un factor sea mayor que la productividad media, ésta será creciente; si la
productividad marginal es igual a la media las dos serán constantes, circunstancia que correspondería al nivel
de producción denominado óptimo técnico, finalmente, cuando el valor de la productividad media supere al de
la marginal, la productividad media será decreciente. El análisis microeconómico tradicional supone que en
los procesos productivos se cumplen las llamadas leyes de rendimientos marginales, según las cuales al
aumentar la contratación de un factor, por ejemplo el trabajo (factor variable), que se utiliza con una
determinada cantidad capital (factor fijo) habrá una primera fase en la que la productividad marginal crecerá,
viniendo luego una segunda fase de rendimientos marginales decrecientes en la que esta productividad caerá.
Ello respondería a la idea de que según aumente el número de trabajadores que comparten el mismo stock de
capital necesariamente llegará un momento en el que éstos se obstaculizarán en sus tareas, haciendo decrecer
la productividad. Desde un punto de vista lógico, llegaría un momento en el que la productividad marginal del
trabajo, por esta causa, se hiciese cero (el nivel de producción alcanzado entonces se denomina máximo
técnico) o negativa. Obsérvese, no obstante, que del hecho de que la productividad marginal sea nula, no se
deriva que se anule también la productividad media (el último trabajador no aporta nada a la producción, pero
el producto medio del conjunto de trabajadores empleados es positivo).
La idea de que la productividad marginal de un factor se hace decreciente conforme aumente su
utilización explica que su curva de demanda sea, asímismo, decreciente, ya que si las empresas buscan
maximizar beneficios contratarán unidades de cada factor según el valor que tenga su productividad
marginal. Este punto de vista sólo sería válido para aquellos procesos productivos que se caracterizan por tener
una función de producción con coeficientes variables. Si la tecnología utilizada es, por el contrario, de
coeficientes fijos, de modo que cada unidad de capital ( cada “máquina” en sentido amplio) exige una
determinada cantidad de trabajo, y nada aporta a la producción final el aumento del uso de un factor si no
aumenta paralelamente el del otro, entonces la productividad marginal del factor variable (el trabajo) será
constante, mientras haya máquinas sin utilizar, y nula a partir de la plena utilización del capital.
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Desde una perspectiva de carácter macroeconómico, la productividad de los factores es la variable


clave para explicar tanto las diferencias de PIB per capita entre países como el crecimiento del PIB per capita
en un país a lo largo del tiempo, ya que el aumento de la productividad es lo que permite producir cada vez
más a partir de una misma cantidad de inputs. Así, por ejemplo, el crecimiento de la productividad del
trabajo explica el 70 % del crecimiento del PIB per capita de España entre 1980 y 2001, mientras que el resto
se explicaría por un aumento de la cantidad de trabajadores, en otros países como en el Reino Unido o Suecia
el crecimiento de la productividad explica prácticamente todo el crecimiento del PIB per capita, mientras que
en otros como Bélgica o Francia el aumento de la productividad habría permitido aumentar el PIB per capita a
pesar de haberse producido una caída en el input de trabajo.

productividad del trabajo definida como la relación entre el output y la cantidad de trabajo utilizada en el proceso
productivo, en realidad la productividad del trabajo refleja mucho más que la aportación de este factor a la
producción, ya que cuando se comparan valores de este indicador correspondientes a un mismo país a lo largo del
tiempo, lo que se observa en el numerador, los previsibles aumentos en el output, obedecen a cambios en todos los
factores de producción utilizados en el proceso productivo, y no solamente a los cambios en la variable empleo. Por
ello, es más correcto referirse a este indicador en términos de “productividad aparente del trabajo”, aunque por
economía de lenguaje normalmente no se haga así. La evolución de la productividad del trabajo es una variable
clave de la economía ya que refleja la capacidad de generar output de un trabajador medio, y por lo tanto
determinará el comportamiento del PIB, cuya variación será la suma de la variación del empleo y la variación de
productividad. Por otra parte, los salarios también están relacionados con la productividad, y su aumento con el
aumento de ésta (véase salarios de eficiencia) y con la distribución funcional de la renta.
En el corto plazo, sin embargo, los aumentos de productividad pueden tener un impacto negativo
sobre el empleo, ya que al permitir producir lo mismo con un menor uso de factores, puede hacer redundante a
parte de los trabajadores empleados. Por lo tanto, para que los aumentos de productividad no generen
desempleo será necesario o bien que los trabajadores trabajen menos horas, en cuyo caso el aumento de
productividad se compensaría con una reducción de las horas de trabajo, o que aumente la demanda de bienes
y servicios de forma que los mismos trabajadores, trabajando las mismas horas, produzcan una cantidad mayor
que sin embargo encuentra acomodo en el mercado. Históricamente el aumento de la productividad ha ido
acompañado, aunque no siempre de forma automática, de aumentos de la producción y de reducción del
tiempo de trabajo, no habiendo tenido a medio y largo plazo un impacto negativo sobre el empleo, aunque a
corto plazo lo haya podido tener. Este efecto explica la suspicacia e incluso la violencia (el ejemplo de los
luditas en la Inglaterra decimonónica) con la que desde el mundo del trabajo se ha recibido la aparición de
nuevas tecnologías de producción ahorradoras de mano de obra.

productividad total de los factores (TFP) en la metodología de contabilidad del crecimiento, se denomina
productividad total de los factores (o TFP, acrónimo del inglés total factor productivity) a la parte del
crecimiento económico de un país que no se puede explicar por la acumulación de factores productivos como
capital, trabajo o capital humano. Normalmente la TFP se identifica con el cambio técnico.
Conceptos de Economía -versión web- 344
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progresividad se dice que un impuesto es progresivo cuando la cantidad a pagar en concepto del mismo
aumenta más que proporcionalmente con el aumento de la renta del contribuyente. Aplicado a subvenciones o
transferencias, una subvención sería progresiva cuando ésta es mayor cuanto menor es la renta del sujeto. La
progresividad es una herramienta importante a la hora de reducir la desigualdad de ingresos generada por el
mercado, y está presente en mayor o menor grado en la mayor parte de los sistemas impositivos. Sin embargo,
frente a su papel como mecanismo de redistribución de renta, la progresividad impositiva se ha visto criticada
desde posiciones conservadoras por su posible efecto negativo sobre los incentivos de las personas de renta alta
a invertir o trabajar más horas, ya que sus ingresos adicionales se verán sometidos a una imposición cada vez
más mayor.

propensión a consumir la propensión a consumir recoge la relación que hay entre gasto en consumo, C, y
renta, Y. Así, la propensión media a consumir se define como el consumo total dividido por la renta (PMeC =
C/Y), mientras que la propensión marginal al consumo se define como la derivada del consumo con respecto a
la renta (PMgC ∂C/∂Y), e indica en cuánto aumenta el consumo por cada sucesiva unidad de renta. A partir de
la función de consumo keynesiana más simple C = Co + bY, donde Co sería el consumo autónomo (aquél que
no depende de la renta) la propensión marginal a consumir sería b, y la propensión media, C/Y = (Co/Y) + b,
por lo que la propensión media a consumir es decreciente incluso aunque la propensión marginal sea constante.
Otros enfoques, al acentuar que el consumo no depende de la renta disponible, restan relevancia a los
conceptos de propensión media y marginal a consumir. Finalmente, dado que la renta o se consume o se
ahorra, la propensión media a ahorrar, PMeS, será igual a uno menos la propensión media a consumir (PMeS =
1 – PMeC)

proteccionismo el término proteccionismo hace referencia a todas aquellas medidas puestas en marcha por un
país para dificultar la entrada de bienes y servicios extranjeros en su mercado nacional, favoreciendo por lo
tanto a los productores y trabajadores nacionales que ven así reducida la competencia exterior a la hora de
vender sus productos o su fuerza de trabajo, y perjudicando a los consumidores que ven disminuidas sus
posibilidades de elección y acaban pagando un precio mayor. En sus orígenes, la intervención del Estado
regulando los intercambios con el exterior tenía una finalidad recaudatoria y de evitar que la existencia de
déficit en la balanza comercial derivara en una pérdida de oro por parte del país. Sin embargo, con el paso del
tiempo el proteccionismo pasó a justificarse como una forma de reservar el mercado nacional a las empresas
nacionales y evitar así la pérdida de empleos asociada a una sustitución de productos nacionales (que crean
empleo y generan beneficios dentro del país) por productos extranjeros (que crean empleo y generan beneficios
fuera del país). Las formas que puede adoptar el proteccionismo son múltiples, desde los aranceles y las
cuotas a la importación, a otras, menos transparentes pero no por ello menos efectivas, como la aprobación de
normativa de seguridad, sanidad e higiene o medioambiental ajustada a las características de las empresas
locales que actúe como freno de la importación de unos productos fabricados en el exterior con otro tipo de
normativa, o las restricciones voluntarias a la exportación (véase neoproteccionismo), pasando por una
política cambiaria de infravaloración de la moneda nacional, que haga artificialmente alto el precio de los
productos importados, restándoles competitividad.
Conceptos de Economía -versión web- 345
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En general la Economía es muy crítica con respecto a las prácticas proteccionistas ya que, atendiendo
a la teoría de las ventajas comparativas, todos los países se pueden beneficiar de su participación en el
comercio exterior. Existe sin embargo un planteamiento alternativo, conocido como la teoría de la industria
naciente, según el cual, bajo determinadas circunstancias, puede estar justificado el proteccionismo en un
sector concreto. Ello ocurriría cuando un país quiere desarrollar un sector estratégico con efectos positivos
sobre el resto de la economía, pero que se encuentra atrasado con respecto a otros países, de forma que su
desarrollo sería imposible de no contar con algún mecanismo de protección que le permita subsistir hasta
alcanzar la madurez necesaria para hacer frente a la competencia. La industria aeroespacial europea, que en sus
orígenes contó con un fuerte apoyo público que le permitió soportar la competencia de Boeing hasta la
consolidación de Airbus como una alternativa mundial, es un ejemplo de este tipo de actuaciones (véase
comercio estratégico). En todo caso, hay que señalar que esta política se enfrenta a dos problemas. El primero
es que el legislador se puede equivocar al elegir la industria naciente, y proteger a un sector que no tenga futuro
en el país. El segundo, que aislada de la competencia exterior, nada garantiza que el crecimiento del sector
protegido se haga sin sacrificar su competitividad, ya que la competencia es el principal garante de la
eficiencia en las economías de mercado, pudiendo muy bien acabar el país con una empresa ineficiente y
perpetuamente incapaz de competir en el mercado internacional.
Desde un enfoque distinto, en la última década ha aparecido otra fuente de demanda de
proteccionismo para algunos sectores, basada no ya en su condición de industrias nacientes, sino en sus
dificultades para competir con empresas radicadas en países con una legislación ambiental y sociolaboral
menos exigente (dumping social o ecológico). Este fue, por ejemplo, uno de los argumentos esgrimidos por los
sindicatos estadounidenses en su oposición a la firma del Acuerdo de Libre Comercio con México.

publicidad la publicidad cumple toda una variedad de funciones en una economía. Así, frente a su finalidad
directa, es decir, la transmisión de información acerca del precio, existencia y cualidades reales o imaginarias
de un producto, puede señalarse que la publicidad sirve también como barrera de entrada en un mercado.
Ello se debería a que si para hacerse un “hueco” en un mercado una empresa nueva ha de darse a conocer, sus
gastos en publicidad habrán de ser de salida similares (o superiores, en la medida en que las empresas
instaladas en el mercado lleven mucho tiempo haciendo publicidad de sus productos) a los de las empresas ya
existentes. Ello dificultará su entrada, pues es habitual que las empresas entrantes, al producir cantidades más
pequeñas que las instaladas, tengan unos costes medios de producción más altos, costes a los que habría que
sumarles el gasto en publicidad, dificultando por lo tanto su entrada.
Pero al margen de esta función indirecta, el objetivo directo de la publicad es más amplio y consiste
en solventar el problema de información asimétrica que se suele dar en muchos mercados en los que el
oferente conoce mucho mejor el producto que vende que el demandante. En la medida que la publicidad sea
creíble, los gastos en publicidad sirven para ampliar el tamaño del mercado y por tanto satisfacer mejor las
necesidades. Esta función creadora de mercado que hace la publicidad se manifiesta en el hecho de que
incluso un monopolio, que no se ve afectado por lo tanto por la existencia de competidores, haría publicidad.
El gasto óptimo en publicidad de puede obtener de forma relativamente sencilla a partir de la llamada
regla de Dorfman-Steiner. Si suponemos que la demanda de una empresa, Q, depende positivamente de los
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gastos en publicidad, A, y negativamente del precio, P, al que vende el producto, esto es Q = D(P, A), los
ingresos por ventas serían, por tanto IT = P.Q , y los costes totales CT = C(Q) + A, donde C(Q) son los costes
de producción y A los gastos en publicidad. La función de beneficios B sería, por tanto, en el caso más simple:
B = IT – CT = P.D(P,A) – C(Q) - A
El nivel óptimo de publicidad se establece cuando los beneficios que se obtengan debidos al gasto
publicitario alcancen un valor máximo, es decir, cuando

δB/ δA = P.(δQ /δA) – ( δC/δQ) ( δQ/δA) - 1 = 0


[P - (δC/δQ) ( δQ/δA)] = 1

dividiendo por P, y reordenando términos:

[(P - (δC /δQ)] / P) = (1/P) ( δA/δQ)

ahora bien, el primer término es el Indice de Lerner, y multiplicando el segundo por la unidad [1 =
(P/P)(A/A)], se tiene finalmente:
(A/P.Q) = (EA/EP )
es decir, que el gasto óptimo en publicidad en porcentaje de los ingresos por ventas iguala al cociente entre la
elasticidad de la demanda respecto a la publicidad, EA, y la elasticidad precio de la demanda, EP. De esta forma,
el gasto óptimo será más elevado conforme más inelástica sea la demanda respecto al precio y más sensible sea
la demanda respecto a la publicidad.
Ahora bien, el estímulo de la demanda vía la publicidad tiene una interpretación no tan complaciente.
Desde este enfoque alternativo se distingue entre publicidad informativa, y publicidad persuasiva. En la
medida en que la publicidad sea informativa y resuelva el problema de las asimetrías de información, su
justificación está fuera de dudas. Pero basta con observar los contenidos publicitarios para darse cuenta de que
el objetivo de buena parte de la publicidad no es informativo, sino persuasivo, tratando de manipular las
preferencias de los clientes o consumidores y seducirlos para comprar algún producto. Si eso es así, la
publicidad pondría en solfa uno de los argumentos más claros a favor de la economía de mercado, el que se
articula en torno al concepto de soberanía del consumidor. Si el consumidor es manipulable, entonces el que
la economía de mercado sea la forma más eficiente de satisfacer sus necesidades deja de ser válido con
carácter general, en la medida que lo que más bien haría sería satisfacer las necesidades que el propio sistema
de mercado habría creado. Nadie mejor que un personaje de Gilbert K. Chesterton (1874-1936) expresa este
punto de vista: “La gente dice que los grandes periódicos y los anunciantes dan al público lo que quiere. Pero
no es cierto; dan al público lo que no quiere; por eso tienen que promocionarlo y hacérnoslo tragar. Si el
público quiere algo, correrá tras ello como corre detrás de mí (...) sí, y se meterá bajo tierra por conseguirlo”.
Este punto de vista acerca de la publicidad no es aceptado por la mayoría de economistas fuera de
algunos economistas heterodoxos como John Kenneth Galbraith. Y así, frente a esta idea de que es posible
manipular las preferencias –creencia que obviamente también comparten los publicistas-, los economistas de
la corriente dominante acuden a señalar ejemplos donde las campañas publicitarias han acabado en un
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completo fracaso. Este argumento tiene su peso, y hay que indicar que incluso la industria publicitaria señala –
seguro que exagerando, como es su forma de proceder habitual- que sólo un tercio de las campañas alcanzan el
éxito esperado. Pero entonces, si las campañas publicitarias no afectan directamente a la demanda, surge la
inmediata cuestión de porqué las empresas dedican tan ingentes recursos (el gasto en publicidad en España en
2004 se estima en el 1,7 % del PIB) a todo lo que acompaña a los procesos de marketing y publicidad. La
ingeniosa respuesta de los economistas ha consistido en aducir que los gastos en publicidad son un gasto en
señalización más, una forma de trasmitir a los consumidores información acerca de la bondad de los productos
que venden, ya que al ser los gastos en publicidad costes irrecuperables, si la bondad de lo que se anuncia no
se reflejara en la realidad los consumidores dejarían de comprar el producto y los gastos en publicidad serían a
fondo perdido. Es decir, la publicidad lo que realmente les dice a los consumidores no es que compren un
producto por lo bueno que es, sino más bien que se fijen en cuánto se gastan las empresas en ella de modo que
los consumidores deduzcan que el producto debe ser bueno ya que a menos que lo sea y se venda bien, la
empresa que haya incurrido en tan elevados gastos en publicidad no será capaz de vender lo suficiente como
para recuperarlos. Dicho de otro modo, mediante la publicidad lo que aspiran las empresas es a crearse una
reputación de calidad. Pero, de nuevo, este argumento no cierra la discusión acerca de la publicidad pues cabe
adjetivarlo de ingenuo. En efecto, ¿no existe otro medio de señalar la calidad de los productos que venden las
empresas menos “contaminante” visual, auditiva e intelectualmente que no sea el gasto en publicidad? ¿Acaso
son tan estúpidos los consumidores como para no darse cuenta de la calidad de lo que compran y tan
olvidadizos como para necesitar la repetición infinita de un anuncio como suele ser lo habitual? Desde este
punto de vista, la hipótesis de que los gastos en publicidad tienen el objetivo directo de “crear” demanda
mediante la seducción o la manipulación de los deseos volvería a merecer ser considerada. El que una empresa
no tenga éxito pese a sus gastos de publicidad en un caso concreto o no lo tenga en la medida esperada, no
significaría que la publicidad careciese de efectividad en esa tarea dado que no sólo será esa empresa la que
hace gasto en propaganda, sino también sus rivales. El efecto económico de la publicidad habría entonces que
analizarlo desde una perspectiva agregada, recalcando no tanto su capacidad de crear la necesidad de una
determinada marca en concreto, sino su capacidad de crear la necesidad de un tipo de bien. Charles Kettering,
un ejecutivo de la General Motors, señaló una vez que “la clave para la prosperidad económica consiste en la
creación organizada de un sentimiento de insatisfacción”, y la capacidad de la publicidad para generar
insatisfacción en los consumidores difícilmente puede ser puesta en duda. Y si esto es así, tanto la definición
de “prosperidad económica” como la posición de un sector económico como la publicidad cuyo objetivo sería
la “producción” de insatisfacción entraría en contradicción con el objetivo que se predica de la actividad
económica en general: la satisfacción de necesidades.
Desde una perspectiva macroeconómica, el gasto en publicidad que hacen las empresas no “crea”
directamente demanda efectiva, sino que altera su composición. Sólo en el que caso de que la publicidad
aumente la propensión a consumir se produciría un aumento de la demanda efectiva, a costa, eso si, de una
posible reducción del ahorro.
Conceptos de Economía -versión web- 348
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

R
racionalidad a la hora estudiar cómo se entiende desde la Economía la noción de racionalidad
que informa la conducta del homo oeconomicus que puebla de modo casi predominante su dominio teórico, es
útil distinguir entre lo que se puede denominar racionalidad de los objetivos y lo que cabe colocar bajo la
expresión racionalidad de los medios (también llamada racionalidad instrumental) para alcanzar los objetivos
marcados.
En cuanto al primer tipo de racionalidad, la noción dominante en la economía neoclásica de que los
individuos se caracterizan por tener un orden de preferencias racionalmente construido ha sido objeto de
múltiples críticas que han señalado la existencia de diversas inconsistencias en este planteamiento. Por
ejemplo, uno de los supuestos habituales para la estructuración de un orden de preferencias racionalmente
construido es que tal orden cumpla el criterio de independencia de las alternativas irrelevantes, que viene a
decir que, a la hora de decidir cuál de entre dos opciones, A y B, es la más preferida, la elección ha de ser
independiente de la presencia de una alternativa C, siempre y cuando ésta alternativa no sea preferida a las
anteriores (esto es, sea irrelevante). Tal criterio se dejaría de cumplir, por ejemplo, si a la hora de decidir con
qué bebida acompañar su cena, si vino o agua, se decanta por el agua, pero luego al informarle el camarero de
que también tiene una muy buena cerveza, cambia su elección al vino. Por otro lado, la racionalidad de los
fines se fundamenta en que cada agente tiene un único ranking de preferencias, algo que se ha comprobado no
es cierto en la medida en que en el cerebro de un individuo conviven distintos ranking de preferencias que
pueden entrar en conflicto (véase inconsistencia temporal). De igual manera, los intereses egoístas no son las
únicas guías de los procesos de decisión, la ética y los valores morales se enfrentan con los intereses más
estrictamente egoístas a la hora de articular los objetivos individuales. En palabras de Amartya Sen “mantener
que cualquier otra cosa excepto la maximización del propio interés debe ser considerada irracional es
absolutamente extraordinario”. Por otra parte, las preferencias de los individuos no se articulan y establecen en
un vacío de laboratorio, sino que se ven afectadas por el entorno social en el que se toman las decisiones, con
lo que la presencia de otros agentes puede alterar el orden de preferencia entre diferentes decisiones. Por
ejemplo, es relativamente frecuente que la tasa de ahorro de un individuo depende de su grupo de referencia
variando por tanto dependiendo de si está o no en relación con otros cuyo gasto en consumo es muy elevado
por tener más renta disponible. Finalmente, se ha observado que los individuos, más que comportarse en
términos de una función de utilidad bien construida, lo hacen con arreglo a lo que se ha venido en llamar
función asimétrica de valor por la que la valoración de las distintas decisiones depende del contexto y de la
Conceptos de Economía -versión web- 349
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

forma en que se presentan, con el resultado de la aparición de conductas que reflejan inconsistencias en la
ordenación de las preferencias.
Pasando ahora a la racionalidad de los instrumentos, y supuesto que los agentes tienen unos objetivos
o preferencias racionalmente definidos, la conducta racional se define como aquella que está dirigida a
alcanzar unos determinados objetivos con el mínimo coste (minimización de costes) o a alcanzar el grado
máximo de satisfacción de objetivos a un coste dado (maximización de la función objetivo). Tres son los
grupos de argumentos que se han barajado a la hora de cuestionar la capacidad de los agentes de comportarse
de un modo instrumentalmente racional:
1) La existencia de información incompleta respecto al resultado de las decisiones, introduce un
elemento de distorsión a la hora de comportarse de una forma racional. Cabe distinguir aquí dos situaciones
dependiendo de si la carencia de información completa se produce dentro de un marco de incertidumbre o de
riesgo. En el primero de los casos, la imposibilidad de guiarse por el principio de la maximización de la
función de utilidad esperada lleva a los individuos a utilizar reglas heurísticas o procedimentales de
comportamiento cuya efectividad a la hora de maximizar la utilidad dista de estar garantizada. El problema es
que existen sesgos que determinan que esas reglas se alejen de modo sistemático de los comportamientos
racionalmente óptimos. Por ejemplo, es común que los agentes estimen la frecuencia de un acontecimiento por
la facilidad con la que pueden recordar ejemplos de acontecimientos similares, y aquí ocurre que la memoria
humana tiene tendencia resalta los acontecimientos no tanto en función de su frecuencia, como en función del
impacto emocional de los mismos, el entorno en el que se producen, o su cercanía en el tiempo (véase
racionalidad limitada). En situaciones de riesgo, la racionalidad instrumental exigiría que los individuos se
comportasen maximizando la función de utilidad esperada, sin embargo múltiples experimentos han mostrado
que ese criterio no siempre proporciona una buena descripción de la forma en la que los agentes toman las
decisiones. Por ejemplo, Amos Tversky (1937-1996) y Daniel Kahneman han mostrado que, incluso ante
decisiones muy simples, los resultados son distintos dependiendo del marco o del contexto ( “framing”) en el
que se toman dichas decisiones. Por ejemplo, estos autores preguntaron a un grupo de individuos que
escogiesen entre varias políticas a la hora de enfrentarse a una rara enfermedad que de no hacer nada acabaría
con 600 vidas. A un grupo se le pidió que escogiese entre un programa A, que salvaría a 200 vidas con
seguridad, o uno alternativo B, que ofrecía la posibilidad de salvar 600 vidas con una probabilidad de 1/3. El
72 % de los preguntados eligió la opción A. Un segundo grupo fue enfrentado a una opción C, que implicaba
que 400 personas perderían la vida con certeza, y una programa D, con arreglo al cual nadie moriría con una
probabilidad de 1/3 aunque había una probabilidad de 2/3 de que 600 personas muriesen. En este caso el 78 %
de los individuos escogió D. El problema está en que las opciones A y C son idénticas, al igual que lo son las
opciones B y D, lo que no impidió que los individuos de cada uno de los grupos eligieran “racionalmente”
opciones distintas.
2) Dificultades intrínsecas en la elección racional. Existen diversas situaciones en las que los
individuos son incapaces de proceder en sus decisiones de modo racional. Un ejemplo lo aporta la llamada ley
psicológica de Weber-Fechner, que establece que la diferencia mínima perceptible en un fenómeno es
aproximadamente proporcional a la intensidad original del estímulo, por lo que cuanto mayor es el estímulo
más grande tendrá que ser la diferencia en términos absolutos para que las diferencias sean perceptibles.
Conceptos de Economía -versión web- 350
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

Imaginemos, por ejemplo, que existe una diferencia de 5€ entre el precio que determinado bien tiene en una
tienda próxima a donde se encuentra un consumidor respecto al de una tienda más alejada. Si existen costes de
desplazamiento, es poco probable que el consumidor se desplace a la tienda lejana si el precio del bien es de
500€ y mucho más probable si el precio es sólo de 10€. Sin embargo, desde un punto de vista de la
racionalidad instrumental tal diferencia sería irrelevante al hecho de desplazarse o no, ya que lo importante
sería si los costes del desplazamiento son mayores o menores que los 5€ de la diferencia de precio.
Adicionalmente hay que resaltar que el propio proceso de decisión es psicológicamente costoso, es decir, que
produce ansiedad, de modo que no es infrecuente que los agentes busquen la reducción de estos costes
psicológicos dejando que otros agentes decidan por ellos, tomando la decisión al azar, llevándose por la
costumbre, etc. En el mismo sentido, la decisión racional supone, en último extremo, una capacidad de
procesamiento de información infinita, cosa difícilmente aplicable a unos seres humanos finitos. Este problema
aparece de forma especial cuando se trata de decisiones referidas a alternativas caracterizadas por su
inconmensurabilidad o por la imposibilidad de establecer comparaciones entre ellas. Casos donde, a menudo,
la decisión se toma por lo que, siguiendo a Jon Elster, podemos denominar decisiones basadas en el “segundo
decimal”, esto es, a partir de la consideración de algún atributo secundario asociado con una u otra alternativa,
mecanismo que no puede ser considerado más racional que cualquier procedimiento aleatorio de elección. Esta
irracionalidad también se manifiesta, por último, en el llamado impulso a comportarse buscando la igualación
de los rendimientos medios y no los marginales en la asignación de recursos a diferentes actividades
productivas, es decir, pretendiendo que el rendimiento neto medio de las diferentes actividades o asignaciones,
cuando lo que exige la regla de elección racional es realizar cada una de las actividades hasta el punto en que
el rendimiento neto marginal sea igual (véase eficiencia, maximización de beneficios).
3) Dado que gran parte del proceso de toma de decisiones se realiza en escenarios caracterizados por
la interdependencia de las acciones de los sujetos, el resultado final de una acción determinada por parte de
cada uno dependerá de la reacción de los demás. En consecuencia, existen múltiples situaciones en las que el
resultado de la interrelación de las decisiones racionales de los agentes dista de ser óptimo para ellos (véase
teoría de juegos, dilema del prisionero).
Estas limitaciones del concepto de racionalidad tienen implicaciones importantes para el análisis
económico. Puesto que gran parte de la teoría económica está construida sobre la base de que los individuos
son racionales, a la hora de explicar y predecir el comportamiento de determinado agente en determinada
circunstancia es habitual proceder, aplicando lo que se conoce como análisis situacional, a investigar cuál
sería el comportamiento que maximizaría su función objetivo (ya fuera la función de utilidad o la de
beneficios), para una vez descubierto suponer que ese va a ser su comportamiento real. Bastará con que por
cualquiera de las razones arriba señaladas el comportamiento del agente se desvíe del definido como
“racional”, para que los resultados obtenidos del análisis teórico no se ajusten a lo realmente acontecido.

racionalidad limitada el concepto de racionalidad limitada (bounded rationality) atribuido a Herber Simon
(1916-2001), premio al Nobel de Economía en 1978, hace referencia al hecho de que los seres humanos, a
diferencia del supuesto dominante en el análisis económico, son tan sólo parcialmente racionales en su
comportamiento. De este modo, frente a la imagen del homo oeconomicus maximizador de su utilidad, el
Conceptos de Economía -versión web- 351
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supuesto de racionalidad limitada defiende que el comportamiento de los agentes económicos se aproxima más
al de sujetos que buscan alcanzar con sus decisiones resultados suficientemente satisfactorios -satisficientes en
su terminología-, aunque no necesariamente óptimos. La hipótesis de racionalidad limitada se basa en la
observación de los procesos de toma de decisiones y en el análisis de los comportamiento reales y defiende la
existencia de limitaciones en la capacidad de los individuos para adoptar decisiones óptimas, especialmente en
situación de incertidumbre. En concreto, se defiende que los agentes económicos no tienen acceso a toda la
información necesaria para poder tomar decisiones que maximicen su utilidad, y que en el supuesto de que
tuvieran acceso a ella, no tendrían la necesaria. capacidad de procesamiento de la misma Ello significa que
para conocer el comportamiento de los agentes económicos no es suficiente con averiguar cuál sería el
comportamiento que maximizaría su utilidad y asumir que éstos simplemente así se van a comportar en cuanto
son individuos racionales. Lejos de ello, la imposibilidad o incapacidad de reunir y procesar la información
necesaria para adoptar tales comportamientos maximizadores hará que los agentes económicos recurran a la
toma de decisiones por aproximación, siguiendo la costumbre o la norma social, o utilicen “atajos” o “la cuenta
de la vieja” (rules of thumb). La fijación de precios por parte de las empresas aplicando un margen sobre
costes se podría explicar mediante este supuesto de racionalidad limitada.

racionamiento si los recursos son escasos ante las necesidades que manifiestan los individuos se impone su
racionamiento, es decir, su reparto o distribución entre ellos usando de algún tipo de procedimiento racionador.
El sistema de precios de mercado es, desde este punto de vista, un mecanismo de racionamiento que realiza
esta función de modo descentralizado de modo que la distribución de los recursos o bienes escasos entre los
agentes económicos se realiza por ellos mismos en función de sus preferencias y su respectiva capacidad de
gasto. En el extremo opuesto cabe situar el uso de un mecanismo por el que los bienes y recursos se reparten
entre los agentes desde el poder político de modo discrecional y directo en función ya de criterios “políticos”
extraeconómicos relacionados bien con alguna noción de equidad, o bien con el ejercicio del poder en estricto
sentido (como, por ejemplo, los mecanismos discrecionales de asignación asociados a la corrupción y el
nepotismo); ya de criterios económicos relacionados con la persecución de la eficiencia, como cuando el
sector público trata de corregir los fallos de mercado.
Pero al margen de estos dos grandes sistemas asignativos generales (el mercado por un lado, la
asignación directa desde el sector público, por otro) existe una multitud de otros mecanismos de racionamiento
que no son de mercado pero que tampoco se apoyan de modo directo en la capacidad normativa del Estado.
Entre ellos podemos citar, en primer lugar, la asignación por lotería mecanismo en que el reparto del recurso o
bien escaso se deja en manos del azar en función de las papeletas que tenga cada individuo. Este sistema, si
bien puede ser un método de asignación muy equitativo en la medida que es fácil conseguir que todos los
individuos tengan las mismas posibilidades de éxito (si se estima que ello es lo justo, pues bien podría suceder
que las papeletas no se distribuyeran igualitariamente si esa distribución desigual se juzga más justa), dista sin
embargo de ser eficiente, en la medida de que dado que una asignación por azar no presta ninguna atención a
la diferente valoración que tengan los distintos individuos del bien sorteado, la suerte podrá hacer que el bien
acabe en manos de quien menos lo valora. Este fallo de eficiencia podría de alguna manera corregirse si se
permite la existencia posterior al sorteo de un mercado secundario en el que quienes tengan mayor valoración
Conceptos de Economía -versión web- 352
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

del bien y no hayan resultado agraciados por la suerte traten de comprarles a quienes han sido afortunados pero
menos lo valoran
En segundo lugar, y con mucha mayor importancia económica, se puede citar la asignación por colas.
No hay un solo tipo de asignación por colas sino un variopinto conjunto de mecanismos en los que el tiempo
de espera se convierte en un elemento fundamental a la hora de obtener el recurso objeto de distribución que,
adicionalmente, se suele asignar de forma limitada de modo que llegar a la cabeza de la cola no significa poder
acceder a cuantas unidades se desee del bien objeto de racionamiento sino a una cantidad limitada del mismo.
Si sólo importa el tiempo de espera en la cola, se dice que el sistema de colas es puro. Un sistema impuro sería
aquel en que los individuos para acceder al bien han de estar en la cola pero también pagar un precio por él.
Dado que el tiempo tiene un valor económico (véase precio implícito), el sistema de asignación por colas, si es
puro, es decir, si el bien se concede al primero que se presente, equivale a una subasta en la que los individuos
compiten mediante el tiempo que aguantan en la cola. En el caso en que todos los demandantes tuviesen la
misma valoración del bien (es decir que su curva de demanda del bien fuese la misma para todos ellos), cada
uno estaría dispuesto a dedicar a la cola un tiempo igual al valor monetario que le asigna al bien, que sería el
área por debajo de la curva de demanda (véase excedente del consumidor), dividido por el coste de
oportunidad de su tiempo. Por ejemplo, si el valor monetario que para un individuo tiene el bien objeto de
reparto es 100€ entonces si el valor implícito de una hora de su tiempo es 10€, entonces ello implica que por
acceder al bien está dispuesto a tirarse hasta 10 horas en la cola (100€/ 10€). Si el coste de oportunidad del
tiempo se supone que es igual para cada individuo a lo que el mercado les remunera por hora de trabajo, es
decir, al salario por hora, se tiene que, aunque todos los individuos asignen el mismo valor monetario al bien,
dedicarán más tiempo a la cola, y por tanto se llevarán más unidades del bien o serán los primeros en hacerlo,
aquellos cuyo salario sea más bajo o estén fuera del mercado de trabajo (jóvenes, desempleados,...). Dicho de
otra manera, la asignación del bien usando el mecanismo de colas puro penaliza (si las curvas de demanda son
iguales) a quienes valoran más su propio tiempo, que suelen ser aquellos que tienen acceso a los mejores
empleos. Esta es una de las razones de que no sea fácil encontrar altos ejecutivos haciendo cola para comprar
entradas para una actuación deportiva o musical. Adicionalmente, si existe un mercado negro de reventa
(legal o no) del bien objeto de asignación, los que han estado más en la cola y por tanto hayan podido acceder
al bien podrán revenderlo a un precio más elevado.
La anterior conclusión de que una asignación por colas es más equitativa que una asignación de
mercado ha de ser cualificada ya que, para que se pueda alcanzar ese resultado de modo inequívoco, es
necesario suponer que todos los individuos tengan la misma curva de demanda, es decir, que todos valoren el
bien de la misma manera lo cual exige que tanto la preferencia por el bien como la renta de cada uno sean
iguales, lo cual obviamente es mucho suponer. Si, por ejemplo, la valoración del bien crece más que
proporcionalmente que la renta (si el bien a racionar es por tanto de lujo) en tanto que el valor implícito del
tiempo sólo crece proporcionalmente a su renta, entonces el anterior resultado no se dará pues los individuos
de renta más alta estarán dispuestos a permanecer más tiempo en la cola que los de renta más baja. Finalmente,
obsérvese que dado que los individuos están dispuestos a permanecer en la cola un tiempo equivalente al valor
monetario que le asignan al bien, ello quiere decir que, por conseguirlo haciendo cola, pierden todo o buena
parte de su excedente del consumidor si cuando se agota el bien objeto de reparto todavía hay consumidores
Conceptos de Economía -versión web- 353
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

que, aún estando en la cola, no logran obtenerlo finalmente. En el caso en que todos los consumidores tengan
la misma demanda del bien, todos los consumidores que se llevan el bien racionado pagan por él en términos
de tiempo todo el excedente del consumidor que habrían obtenido si la asignación se hubiese realizado
utilizando el sistema de precios. Y esta conclusión es importante y se puede generalizar para cualquier sistema
de racionamiento distinto al de mercado: si las demandas de los individuos son iguales, cualquier mecanismo
de asignación que se base en que cada individuo tenga que incurrir en algún tipo de costes al margen del
precio de mercado (como es el caso del tiempo de espera en una cola) para acceder al mismo, ello hace que se
disipen todos los excedentes del consumidor de los individuos por los costes adicionales que hay que realizar.
Puede suceder, además, que si la oferta es insuficiente, haya individuos que queden sin acceder al bien pese a
haber estado en la cola. Así, si para optar a algún puesto bien remunerado en una zona (por ejemplo, una
Autonomía) que exige como condición el cumplimiento de alguna condición particular (por ejemplo, el
conocimiento de una lengua particular) entonces los individuos de fuera que pugnen por ese puesto y lo
obtengan perderán parte del excedente en forma de costes adicionales que habrán de incurrir para alcanzar el
nivel de cualificación lingüística requerido, y los que no lo alcancen tendrán una pérdida igual a los costes
incurridos en esa cualificación, unos costes hundidos o irrecuperables sin valor de mercado en otro lugar.
Finalmente, se habla de la existencia de racionamiento administrativo cuando a cada individuo se le
asigna una parte de la limitad oferta disponible. Es un caso que resulta relativamente frecuente en tiempos de
guerra o en circunstancias especiales (como, por ejemplo, el sistema de ORA que raciona el derecho a aparcar
de los residentes de las ciudades a precio bajo o nulo). Es paradigmático a este respecto el caso del
racionamiento de la gasolina en situación de guerra. En este caso, además de la limitación al número de litros
que se puedan adquirir dada la cantidad de cupones de racionamiento que al individuo se le han asignado en
función de sus necesidades o algún otro criterio adicional, habría también que pagar un precio por la gasolina
comprada, menor obviamente que el precio de mercado libre (pues si fuese igual, el reparto de cupones no
tendría sentido pues ya el mercado distribuiría la escasa oferta). Si los cupones no se pueden vender en un
mercado secundario, es decir, si son nominativos; entonces, casi con total certeza, la asignación por cupones
tendrá costes de eficiencia respecto a la asignación de mercado. En efecto, si no se hubiese racionado la
gasolina, el precio de mercado libre hubiese hecho que cada individuo comprase gasolina hasta el punto que el
valor que cada uno le diese al último litro adquirido fuese igual al precio de mercado. Habría habido, pues,
individuos que hubiesen comprado más gasolina que otros en la medida que estarían dispuestos a pagar más
por cada litro de gasolina. Ahora bien, si para acceder a la gasolina se exige un cierto número de cupones por
litro, entonces difícilmente cada individuo recibirá el número de cupones necesarios para acceder a la
cantidad que cada uno hubiese comprado si la escasez se hubiese racionado vía precios. El caso general será
que algunos individuos recibirán menos cupones de los que quisieran, en el sentido de que con los cupones
que reciben no podrían acceder a todos los litros que hubiesen comprado si el precio hubiese sido libre; en
tanto que habría otros que recibirían un número de cupones que les permiten acceder a más litros de gasolina
de los que hubiesen comprado caso de que el precio hubiese sido libre. Pero lo que esto quiere decir es que
estos últimos individuos valoran los cupones adicionales en menos del precio de mercado libre, en tanto que
los consumidores insatisfechos valorarían el disponer de unos cupones adicionales más del precio de mercado
libre.
Conceptos de Economía -versión web- 354
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

Si los cupones no son nominativos y se pueden comprar y vender en un mercado, entonces los
consumidores insatisfechos con su asignación comprarán a los que reciben de más (en los términos
establecidos antes) sus sobrantes. Al final cada consumidor compraría la cantidad que hubiese comprado si el
mercado no estuviese intervenido, y lo que se habría producido mediante el sistema de cupones habría sido una
redistribución de la renta a favor de aquellos que hubiesen recibido inicialmente una dotación de cupones
superior a su demanda a precios de mercado.

recesión técnicamente una economía se encuentra en recesión cuando durante dos trimestres consecutivos se
produce una caída de su PIB. Sin embargo, tecnicismos aparte, en las economías desarrolladas, tan
acostumbradas a tasas anuales positivas y elevadas de crecimiento económico tras la II Guerra Mundial, es
suficiente con que se produzca un estancamiento del PIB, o una caída importante de su tasa de crecimiento con
respecto a los valores normales, para que se hable de recesión económica. Algo, por otra parte comprensible,
ya que debido a la existencia de un aumento tendencial de la productividad, a menudo es suficiente con que
caiga la tasa de crecimiento económico de un país para que se produzca un aumento del desempleo, aunque
simultáneamente este creciendo el PIB (véase Okun, ley de). La naturaleza cíclica de la economía de mercado
hace que las recesiones sean relativamente frecuentes, si bien, desde los años 50, y probablemente como
resultado de la creciente implicación del sector público en la gestión de la economía (aunque esta visión no es
unánimemente compartida entre los economistas, véase ciclo), éstas son cada vez menos frecuentes y, en todo
caso, menos intensas.
Las recesiones pueden obedecer a distintas causas. En primer lugar, pueden obedecer a un shock de
demanda, una caída de la demanda efectiva provocada, por ejemplo, por una reducción de la inversión de las
empresas o por una caída de la demanda exterior, con la consiguiente caída en las exportaciones. Esa reducción
de la demanda efectiva repercutiría en una caída de la producción y del PIB y en un aumento del desempleo.
Por su parte, el aumento del desempleo generará una reducción de los ingresos de los trabajadores y por lo
tanto la caída de la demanda de consumo, amplificándose la intensidad de la recesión (véase multiplicador).
En segundo lugar, la recesión puede obedecer a un shock de oferta, como el aumento del precio del
petróleo en 1973 que daría lugar a una de las recesiones globales más intensas desde la Gran Depresión. En
este caso concreto, el aumento de los precios del petróleo generó una redistribución masiva de renta hacia los
países productores de petróleo y un aumento de la inflación fruto de la resistencia de trabajadores y
empresarios a ese cambio de la distribución de la renta, produciéndose simultáneamente desempleo e inflación.
Los shocks externos, como el ataque terrorista del 11 de Septiembre de 2001 a las Torres Gemelas de Nueva
Cork, pueden afectar negativamente a las expectativas futuras y provocar una caída de la demanda efectiva
fruto del aumento del ahorro (reducción del consumo) como protección frente a la incertidumbre y la caída de
la inversión.
En tercer lugar, la recesión puede estar provocada por una mala gestión de la economía por parte de
las autoridades económicas, en especial de la autoridad monetaria. El celo que las autoridades monetarias
suelen tener a la hora de vigilar la inflación puede llevar a la aplicación de una política monetaria
especialmente estricta, estrangulando la inversión y provocando la recesión.
Conceptos de Economía -versión web- 355
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En cuarto lugar, un tipo de interés de mercado artificialmente bajo consecuencia de una política
monetaria excesivamente laxo puede dar lugar , en opinión de los economistas austriacos, a un exceso de
inversión por parte de las empresas, que genere una brecha entre su creciente capacidad productiva y el
consumo. Téngase en cuenta que los consumidores reducirán su ahorro como resultado de bajo tipo de interés,
con lo que en el futuro dispondrán de menor riqueza para consumir. Este bajo tipo de interés no sólo provocará
una sobreinversión, sino que también puede conducir, al menos parcialmente, a un deterioro de los criterios de
inversión, dando lugar a inversiones de mala calidad, lo que redundará en un aumento fututo de las quiebras
empresariales y en la profundización de la crisis.
Finalmente, para otros autores, el detonante de una recesión habría que buscarlo en la fragilidad del
sistema financiero que vía efecto riqueza podría afectar a la estabilidad de la economía (véase fragilidad
financiera)

recursos naturales bienes económicos “producidos” por la Naturaleza que la actividad humana usa o
transforma. Se pueden clasificar en dos grandes grupos: los renovables que lo son, ya sea porque la naturaleza
los regenera continuadamente mientras se mantengan los parámetros que definen la sostenibilidad de los
ecosistemas de los que forman parte (por ejemplo, bancos de pesca), ya sea porque la propia actividad humana
se dedica a su regeneración (por ejemplo, la repoblación forestal), y los no renovables, caracterizados por
existir en una cantidad determinada (si bien desconocida y sujeta a estimación) como los yacimientos de
minerales. Los primeros son escasos en cada periodo pero, en principio, no limitados, en el sentido de que la
actividad humana, si respeta los parámetros ecológicos de su reproducción, no afectaría a su disponibilidad a
largo plazo. Los segundos son escasos pero también limitados, es decir, que la actividad humana al usarlos
hace decrecer paulatina e inevitablemente las reservas existentes de los mismos.
Si un recurso no renovable es de propiedad común, su utilización conduciría casi inexorablemente a su
ineficazmente rápido agotamiento en una sociedad de homo oeconomicus (véase tragedia de los comunes) que
no hubiese llegado a acuerdos organizativos (normas y costumbres sociales) para su regulación y explotación.
Si el recurso es de propiedad privada, el problema económico que se plantea es el de decidir el ritmo de
extracción y venta. Bajo el supuesto de que su propietario se comporta como un empresario maximizador de
beneficios, la decisión eficiente es aquella que maximiza el valor presente del recurso.
Un ejemplo servirá para aclarar los factores implicados. Supongamos que el recurso es una mina de
carbón, que el carbón se vende en un mercado competitivo y que el coste de extracción de cada tonelada
(incluyendo en él el beneficio normal del capitalista), C, se mantiene constante en el curso del tiempo. Para
simplificar aún más el análisis, supondremos que sólo hay dos periodos de tiempo (1 y 2), de modo que la
decisión a la que se enfrenta el propietario es determinar cuántas toneladas debe extraer y vender hoy (en el
periodo 1) y cuántas dejar para el futuro (periodo 2). Finalmente, supondremos que el propietario conoce no
sólo el precio de la tonelada de carbón hoy (P1) sino también el que regirá en el futuro (P2). Bajo estas
condiciones, el propietario de la mina lo que debería hacer es comparar el valor actual de vender hoy cada
tonelada, que sería [P1 – C], con el valor presente de venderla en el futuro, que sería [(P2 – C) / (1+i)], donde i
es el tipo de interés, (véase actualización), de modo que:
si (P1 – C) > [(P2 – C) /(1+i)], extraería y vendería todo su carbón en el periodo 1
Conceptos de Economía -versión web- 356
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si (P1 – C) < [(P2 – C) /(1+i)], extraería y vendería todo su carbón en el periodo 2


si (P1 – C) = [(P2 – C) /(1+i)], sería indiferente entre vender en 1 o en 2.
Subyaciendo a esta regla hay un argumento económico muy simple: si el propietario vendiera una tonelada de
carbón hoy en vez de dejarla en la mina para el futuro, ganaría hoy (P1 – C). Si invirtiese ese dinero en un
banco, ello le garantizaría en el periodo 2 una cantidad (P1 – C) (1+i). Esta cantidad es por lo tanto el coste de
oportunidad de mantener esa tonelada de carbón en la mina y no extraerla hasta el periodo 2. Si la cantidad
neta que fuera a conseguir en el periodo 2 por esa tonelada, (P2 – C), fuese mayor que ese coste de
oportunidad, le resultaría rentable dejar la extracción para el periodo 2; por el contrario, si fuese menor, le
interesaría extraer la tonelada en el periodo 1.
Este análisis debido a Harrod Hotelling (1895-1973.), se puede generalizar a varios periodos sin
dificultad. Entre cada par de periodos t y t+1, el valor de una tonelada vendida en el periodo t ha de ser igual al
valor presente de venderla en el periodo t+1:
Pt – C = (Pt+1 – C) / (1+i), y de aquí:
Pt+1 = Pt + i (Pt – C), o lo que es lo mismo:
Δ P = Pt+1 - Pt = i (Pt – C),
es decir, que los precios crecen a lo largo del tiempo y la diferencia entre los precios y los costes de extracción
va por consiguiente subiendo también. El propietario de la mina obtiene por tanto una renta económica (un
ingreso por encima del mínimo necesario para ofertar el carbón, que es C) debida a la escasez. Si no hubiese
escasez, el precio en cada periodo sería igual al coste de extracción C, y el propietario no obtendría ninguna
renta económica.
Merece la pena destacar dos consecuencias a partir del análisis anterior. En primer lugar, en el caso de
un recurso no renovable el propio mercado (si es de competencia perfecta) se acomoda a la creciente escasez a
través del aumento continuado del precio que restringe cada vez más los usos del recurso a aquellos más
valiosos, sin necesidad de forzar una intervención estatal que fomente el ahorro. La consecuencia es que las
estimaciones de la duración de algunos recursos naturales a las que se suele llegar mediante la mera
extrapolación de las tasas de extracción actuales dadas unas reservas conocidas, resultan siempre falsas al
menos por la razón de que no tienen en cuenta la caída en la demanda consecuencia de los aumentos de
precios. Ello no quiere decir que si los recursos naturales están en manos privadas y el mercado es competitivo
no existan fallos de mercado. Por un lado, los propietarios privados no tienen en cuenta las implicaciones
medioambientales que sobre la sostenibilidad de los ecosistemas tienen sus actuaciones; por otro, los mercados
de recursos no recogen las demandas opción que sobre los recursos y sus usos puedan tener otros agentes
(véase tiranía de las pequeñas decisiones), por ejemplo, el valor paisajístico de un bosque es difícil que sea
tomado en consideración por las empresas madereras; así como también resulta más que evidente que el tipo de
interés de mercado del que como se ha visto se sirven los agentes privados para tomar sus decisiones es con
certeza inferior al tipo de descuento social, que es el que habría de utilizarse, y que daría más valor hoy al
hecho de conservar los recursos de modo que también los puedan utilizar las generaciones venideras. En
segundo lugar, el crecimiento a lo largo del tiempo en los precios de un recurso no renovable depende, en el
modelo, de tres factores: su escasez, los costes de extracción y la competencia. Los descubrimientos
inesperados de nuevos yacimientos, el progreso técnico que facilita la extracción y permite acceder a nuevos
Conceptos de Economía -versión web- 357
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

yacimientos y explotar más intensamente los antiguos, y, finalmente, un entorno más competitivo son factores
que explican el que, en la realidad, no se haya asistido todavía en la mayor parte de los mercados de minerales
a un ascenso continuado de precios, habiéndose visto, por el contrario, periodos con precios constantes e
incluso decrecientes.
El análisis que se ha realizado para un recurso no renovable se complica al aplicarlo al caso de un
recurso renovable, al exigir la toma en consideración las tasas de regeneración naturales o los costes de su
regeneración artificial (por ejemplo, replantaciones forestales, acuicultura, etc.). Si la tasa de extracción o uso
del recurso no es más alta que su tasa de crecimiento natural o artificialmente inducida, el recurso –en
principio- nuca se extinguirá. Consideremos como ejemplo del análisis económico de un recurso renovable el
caso de una plantación forestal; el problema que se plantearía a su propietario es el determinar cuál es el
momento adecuado de la tala para luego proceder a la repoblación. El valor neto de la plantación (es decir,
descontando los costes de la tala y de mantenimiento y gestión forestal que supondremos constantes) depende
de la cantidad de madera que tengan los árboles y de su precio, es decir depende del momento t en que se hace
la tala y se vende la madera [V(t)]. Supuesto que el precio de la madera no varía, se tiene que el valor de la
plantación está sometido a rendimientos decrecientes, pues conforme pasa el tiempo el crecimiento se hace
más lento, llegando a hacerse negativo conforme aparecen enfermedades y mueren algunos ejemplares. Es
decir, que el crecimiento del volumen de madera, y el correspondiente crecimiento del valor neto de la
plantación, Δ V, dados los supuestos, primero crece para luego pasar a ser decreciente. Si el tipo de interés es i,
la lógica de comportamiento señalada para el caso de un recurso no renovable, se traduce aquí en que:
- si Δ V > i V, entonces todavía no habría que talar la plantación pues el valor de la madera crece
más que el valor en el mercado que se puede obtener si se tala y se coloca el resultado al tipo de
interés de mercado.
- si Δ V < i V, entonces ya habría que haber talado la plantación pues la remuneración del dinero
conseguido por la venta de la madera superaría al crecimiento en el valor de ésta sin talar.
- En consecuencia, si Δ V = i V, el propietario sería indiferente entre talar o mantener la plantación.
Dicho de otra manera, la plantación ha de cortarse cuando: (Δ V / V) = i, es decir, cuando la tasa de
crecimiento del valor neto de la plantación sea igual al tipo de interés.

reglas de política económica uno de los principales debates relativos a las actuaciones de política
económica del sector público, ya sea política monetaria, fiscal o de tipo de cambio, es acerca de si éstas
deben ser, desde el punto de vista de su eficiencia a la hora de alcanzar los objetivos propuestos,
discrecionales, es decir, a elección por parte de quienes las instrumentan; o si, por el contrario, la capacidad de
decisión en materia de política económica debería estar sometida a algún tipo de regla de comportamiento que
limitara la discrecionalidad de los agentes encargados de la toma de decisiones. Desde fuera del mundo de la
Economía, el mero hecho de que se plantee un debate entre reglas y discrecionalidad resulta sorprendente. No
en vano se supone que los gobiernos tienen plenas competencias, con las restricciones marcadas por la ley y
siempre que cuenten con el necesario respaldo parlamentario, para desarrollar aquellas políticas que consideren
más adecuadas. Y, entonces, ¿por qué tendría que ser distinto en el ámbito de las actuaciones de política
económica?
Conceptos de Economía -versión web- 358
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

La literatura sobre esta cuestión recoge distintos factores que explicarían, según sus defensores, la
conveniencia de limitar la discrecionalidad del gobierno en este campo. Entre éstos destaca: (1) existencia de
fuertes retardos temporales entre el momento en el que aparece el problema económico que se pretende atajar y
el momento en el que actúa la medida de política económica aprobada para hacerle frente. El retardo final sería
la suma del tiempo que se tarda en reconocer el problema, la demora en aprobar la política elegida para hacerle
frente y el tiempo que tarda en hacer efecto. Si este retardo fuera amplio, sería posible que cuando entrara en
funcionamiento la política aprobada el problema ya se hubiera resuelto por si sólo, pudiendo llegar a ser
contraproducente su aplicación. (2) Problemas de inconsistencia temporal, de forma que una vez adoptada
una medida con una finalidad concreta, los responsables cedan a la tentación de cambiar su comportamiento:
por ejemplo, el gobierno puede aprobar un ajuste fiscal para reducir el déficit, y renegar posteriormente de sus
compromisos. (3) A partir de la nueva economía clásica y a la hora de evaluar los efectos de una política
económica, se puede argumentar que es necesario conocer también cuál va a ser la política económica futura
ya que los agentes no se comportan sólo en función de la política actual sino de sus expectativas sobre la
política que se seguirá en el futuro, algo que sólo es plenamente posible si ésta se basa en reglas. (4) El proceso
de decisión puede verse condicionado por presiones de grupos de interés que alejen las decisiones de política
económica de aquellas que serían las más adecuadas a la situación de la economía; presiones de las que el
gobierno se vería libre si existe una regla de comportamiento –siempre, claro está, que esa regla no haya sido
dictada por los grupos de presión. (5) La existencia de reglas impide que el comportamiento del gobierno
obedezca a estrategias electorales (véase ciclo económico político y elección pública) no relacionadas con las
necesidades reales de la economía. (6) La asimetría en la distribución de los costes y beneficios de la acción
pública puede hacer que se produzca un sesgo a favor de las políticas de gasto, incentivando la aparición de
déficit independientemente de cual sea el momento del ciclo en el que se encuentre la económica.
La existencia de estos problemas no es algo nuevo, de hecho gran parte de los programas de gasto
están construidos en forma de reglas que minimizan los retardos y garantizan un comportamiento consistente
en el tiempo, sin embargo, desde finales del siglo XX ha aumentado el número de defensores de ampliar las
reglas a cuestiones de índole más global como pueda ser la fijación de la política monetaria o fiscal.
En lo que se refiere a la política monetaria, una de las reglas más extendidas es la llamada regla de
Taylor, propuesta por John Taylor en 1993, según la cual la política monetaria debe responder tanto a los
cambios en el PIB real como a los cambios en la inflación, utilizando el tipo de interés como herramienta de
intervención. De acuerdo con esta regla, el Banco Central debería aumentar medio punto el tipo de interés al
que presta fondos, rt, por cada punto de crecimiento del PIB por encima del PIB potencial. De igual modo, el
Banco Central debería aumentar medio punto el tipo de interés por cada punto de crecimiento de la inflación,
π, por encima del objetivo de crecimiento precios, π*. En concreto:
rt= π + r* + 0,5(πt – π*) + 0,5 ( yt)
Donde yt es (PIBp – PIBr /PIBp), la brecha entre el PIB potencial (PIBp) y el PIB real(PIBr) con respecto al
PIB potencial expresada en puntos porcentuales y r* es el tipo de interés de equilibrio del Banco Central o tipo
de interés natural, definido como aquel compatible con los objetivos de inflación y crecimiento del output a
largo plazo (en el caso de Estados Unidos el 4 %, que, con una objetivo de inflación del 2 %, se convierte en –
aproximadamente- un 2 % en términos reales). Aunque la Reserva Federal de los Estados Unidos no haya
Conceptos de Economía -versión web- 359
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suscrito formalmente esta regla, el análisis de su comportamiento refleja su implícita adhesión a la misma. De
hecho, el propio Taylor plantea su propuesta más como una guía que señala las variables ante las que
sistemática y consistentemente debería reaccionar la política monetaria, que como una regla mecánica. Ello
tendría la ventaja de que permitiría la discrecionalidad cuando fuera necesaria, pero exigiendo una justificación
convincente, garantizando así que la discrecionalidad no se utilice de forma frívola.
En lo que se refiere a la política fiscal, la Hacienda Pública neoclásica siempre ha defendido el
principio de equilibrio en las cuentas públicas o, a lo sumo, la llamada ley de oro del déficit, según la cual el
déficit debería ser como mucho igual a la inversión pública. Este principio no es sino la transposición al sector
público de la idea de que todo endeudamiento debería generar los recursos adicionales necesarios para hacer
frente a su cancelación, lo cual en el caso que nos ocupa se justificaría porque la inversión pública, al aumentar
la capacidad productiva de la economía, redundaría en un aumento futuro del PIB. Más modernamente, y en un
contexto político de “redescubrimiento del mercado” y ataque al papel del sector público en Economía (véase
nueva economía clásica) estos planteamientos han buscado acomodo en distintas disposiciones legales en
diferentes países con la intención de limitar la capacidad del gobierno para incurrir en déficit. Probablemente
la más conocida sea la Ley Gramm-Rudman-Hollings, aprobada por el Congreso de los Estados Unidos en
1985, según la cual, en el caso de que el Presidente y el Congreso no lograran cumplir los plazos de reducción
del déficit publico contemplados en la ley, se activarían recortes automáticos del gasto público hasta alcanzar
el objetivo de déficit cero en 1990. En España, la Ley General de Estabilidad Presupuestaria 18/2001, aunque
menos rígida debido a su carácter plurianual, se puede considerar como una manifestación de este tipo de
planteamiento. Con todo, el ejemplo más actual de la aplicación de reglas fiscales de comportamiento es el
Pacto de Estabilidad y Crecimiento, PEC, vinculado a la creación de la Unión Monetaria Europea, según el
cual los países de la zona euro se comprometían a limitar su déficit público al 3 % salvo situación de grave
recesión, definida como una caída del PIB de más del 2 %, o con permiso del Consejo de Ministros de
Economía y Finanzas de la UE en presencia de una caída del PIB entre 0,75 y 2 %. Este compromiso se
refuerza con un sistema de multas en caso de incumplimiento que podrían llegar al 0,5 % del PIB del país
trasgresor. El PEC, ha demostrado ser un instrumento excesivamente restrictivo, como pone de manifiesto el
que entre 1970 y 1996, año en el que se aprobó, sólo en 9 ocasiones alguno de los 15 estados miembros de la
UE sufrieran caídas del PIB de más del 2 %, mientras que el déficit superó el 3 % en 207 ocasiones, lo que
propiciaría su redefinición y relajación en 2005.

regulación la regulación consiste en la intervención de supervisión y control del sector público en el


funcionamiento de la actividad económica, limitando la capacidad de las empresas del sector regulado de
tomar decisiones sobre precios, características de los bienes y servicios producidos, publicidad y diseño, áreas
de actividad, etc., con la finalidad de ajustar los resultados del mercado a los objetivos económicos o políticos
del gobierno. La regulación de la actividad económica antecede a la economía de mercado y de hecho
caracteriza el funcionamiento de las economías precapitalistas, en donde la economía estaba sujeta a un amplio
conjunto de reglas y tradiciones, en muchos casos de origen religioso. En su formulación moderna, la
regulación aparece a finales del siglo XIX en Estados Unidos como reacción del gobierno a los excesos
cometidos por los grandes monopolios del transporte por ferrocarril, para extenderse con posterioridad a otros
Conceptos de Economía -versión web- 360
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sectores como la aviación, la telefonía o el sector financiero hasta llegar a alcanzar según algunas estimaciones
un siglo más tarde casi la cuarta parte del PIB de ese país. Con todo, la regulación sería la forma menos
“invasiva” de influir en el funcionamiento de las empresas en una economía de mercado frente la alternativa
que supone la asunción de la propiedad directamente por parte de sector público. Esta alternativa habría sido
más favorecida en Europa, en donde en la década de 1960 el sector público era propietario de la mayoría de las
empresas de telefonía, las aerolíneas, y gran parte de la industria pesada y energética. Esta línea de
intervención habría perdido respaldo a finales de siglo, dando lugar a una devolución de éstas empresas
públicas al mercado, fenómeno conocido como privatización.
Tres son las razones principales que explican la existencia de regulación desde un punto de vista
teórico. La primera de ellas es la ausencia de competencia en un mercado, en conjunción con la presencia de
substanciales economías de escala que hagan poco recomendable la aplicación de política de competencia
tendente a dividir el monopolio en distintas empresas que compitan entre sí. En este caso el sector público
puede optar por regular el funcionamiento de la empresa garantizando un comportamiento compatible con la
eficiencia asignativa (véase monopolio natural). La segunda razón está relacionada con la existencia de
externalidades negativas de producción (o de consumo) que generen una producción (o consumo) superior al
óptimo al no tener en cuenta las empresas (o los consumidores) todos los costes asociados a la producción (o
consumo) del bien. La producción de energía eléctrica en centrales térmicas de carbón, principales emisoras de
SO2 e importantes emisoras de CO2 a la atmósfera sería un ejemplo de externalidad de producción, mientras
que el consumo de tabaco en lugares públicos sería un ejemplo de externalidad de consumo. En los dos casos
el sector público puede intervenir regulando la actividad, con la finalidad de forzar a las empresas (y
fumadores) a tener en cuenta tales costes externos. La tercera razón está relacionada con la ausencia de la
información relevante que dificulte la toma de decisiones racionales por parte de los consumidores. Ese es el
caso, entre otros muchos, del mercado de productos farmacéuticos, donde los consumidores tienen dificultades
a la hora de evaluar la información disponible y se enfrentan a costes elevados en el caso de cometer errores de
valoración. Este tipo de problemas se intentan resolver mediante el establecimiento de requisitos sobre el
producto (o su proceso de producción) de obligatorio cumplimiento por parte de las empresas y mediante la
imposición de ciertas obligaciones de información a las empresas (como sucede a las empresas que cotizan en
bolsa).
Son varios los criterios que puede seguir el regulador a la hora de buscar que el sector intervenido se
aproxime al nivel de producción de competencia perfecta (el nivel eficiente). En primer lugar, puede
intervenir obligando a la fijación de un precio igual el precio al coste medio. Este sistema, aunque se aleje del
eficiente que exigiría la igualación del precio con el coste marginal de producción, será el favorecido en
presencia de monopolios naturales cuando el regulador no quiere tener que hacer frente a las pérdidas
contables que una regulación eficiente supondría. En segundo lugar, se puede acudir a la fijación de un sistema
de impuestos o subsidios, buscando una estructura de precios relativos, los llamados precios Ramsey, que
garanticen la minimización de la pérdida de bienestar asociada a la distorsión. En tercer lugar, el regulador
puede fijar precios máximos (o someter a los precios de la empresa a aprobación administrativa previa)
buscando que el precio tienda al que regiría en situación de competencia perfecta. La imposibilidad de fijar un
Conceptos de Economía -versión web- 361
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precio más elevado del permitido significa que la curva de demanda de la empresa regulada será perfectamente
elástica a ese precio, lo que altera, aumentándolo, el nivel de producción de máximo beneficio.
La regulación puede tener un objetivo distinto al de alcanzar la producción de eficiencia. Ese el caso
cuando el regulador simplemente pretende, hacerse con los beneficios extraordinarios de las empresas
reguladas o limitarlos. Para ello, en el primer caso, puede fijar un impuesto de cuota fija sobre los beneficios
extraordinarios, que al no alterar los costes marginales no alterará ni el nivel de producción ni el de precios. En
el segundo caso, el regulador puede o bien establecer un precio que sólo permita a la empresa regulada obtener
la tasa media de rendimientos sobre el capital de la economía, o bien fijar una tasa especifica de modo directo.
En tal caso, dado el tipo de rendimiento autorizado, los beneficios totales de la empresa dependerán de la
cantidad de capital que la empresa utilice, por lo que es posible que aparezca el llamado sesgo de Averch-
Johnson, según el cual este tipo de regulación conduce a la utilización de técnicas más intensivas en capital de
lo que sería eficiente dados los precios relativos de los factores.
La mera existencia de regulación, sin embargo, no significa que necesariamente se vayan a resolver
los problemas que explican su presencia, ya que las empresas pueden presionar para que la regulación se
adapte a sus intereses, y no a los intereses públicos, produciéndose lo que se conoce como la captura del
regulador. Por último, el cumplimiento de la regulación derivará en un aumento del coste de producción para
las empresas y en una pérdida de flexibilidad del mercado. De ahí la importancia de someter continuamente a
la regulación a un proceso de análisis coste beneficio para determinar su eficiencia(véase, adicionalmente,
elección pública).

relación capital-producto la relación capital producto, K/Y, recoge la cantidad de capital necesaria, con una
determinada tecnología, por unidad de output (y usando los demás factores de producción –como las materias
primas- complementarios). Esta relación, definida como el cociente entre el capital utilizado en un proceso
productivo y el output generado por el mismo, tiene un papel importante en muchos modelos de crecimiento
económico, como el de Harrod-Domar, ya que según sea su valor así serán las necesidades de nuevo capital,
esto es la demanda de inversión, exigida para alcanzar una determinada tasa de crecimiento de la producción.
La relación capital producto agregada para el conjunto de la economía en los países desarrollados toma un
valor que fluctúa, según los casos, entre 3 y 4, existiendo así mismo diferencias entre los distintos sectores de
actividad, si bien menos marcadas que en el caso de la relación capital trabajo. Al contrario de lo que ocurre
con la relación capital trabajo, la relación K/Y muestra un valor relativamente estable a lo largo del tiempo,
hasta tal punto de convertirse en opinión del economista británico Nicholas Kaldor (1908-1986), en uno de los
hechos estilizados del crecimiento económico. Nótese que la inversa de la relación K/Y es la productividad
aparente del capital, y, por lo tanto, el que la relación K/Y permanezca relativamente constante a lo largo del
tiempo significaría que la productividad del capital también es constante a pesar del proceso de acumulación,
y el correspondiente aumento de la cantidad de capital por trabajador. De igual manera que sucede con la
relación capital trabajo, las estimaciones de este indicador corresponden realmente a la relación entre el valor
del capital y el valor del producto, y no una relación técnica entre volumen de capital y volumen de producto
(véase capital)
Conceptos de Economía -versión web- 362
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relación capital trabajo definida como el cociente entre la cantidad de capital y la de trabajo utilizados en la
producción, K/L, la relación capital trabajo se utiliza en Economía como un indicador del tipo de tecnología
usada en el proceso productivo. En el análisis económico es habitual distinguir entre dos tipos de tecnologías:
las tecnologías de coeficientes fijos y las tecnologías de coeficientes variables. Se denominan tecnologías de
coeficientes fijos aquellas en donde el proceso de producción exige el uso de una combinación determinada
de capital y trabajo, esto es una relación K/L constante, de forma que si se aumenta el uso de un factor sin
incrementar en la proporción necesaria el uso del otro, la producción no variará (es decir, que su productividad
marginal sería nula), piénsese aquí, por ejemplo, en la relación entre palas y hombres a la hora de abrir una
zanja. Por el contrario, las tecnologías de coeficientes variables serían aquellas en donde la misma cantidad de
capital (o, alternativamente, de trabajo) se puede combinar con cantidades crecientes de trabajo (o,
alternativamente, de capital), obteniéndose un aumento de la producción final, es decir, que la productividad
marginal del trabajo (o del capital) sería positiva. La relación capital trabajo concreta que se adopte en un
proceso productivo caracterizado por una tecnología con coeficientes variables dependerá de los precios de los
factores pues será consecuencia de la decisión de minimizar costes (o, lo que es lo mismo, de maximizar
beneficios) por parte de cada empresa (véase eficiencia).
Si de un proceso productivo concreto pasamos al nivel agregado de la economía, el valor de la
relación capital trabajo de la misma dependerá fundamentalmente de dos factores: 1) la abundancia relativa de
los factores, de modo que cuando un factor concreto sea relativamente muy abundante –y, por ello,
relativamente más barato- se tenderá a desarrollar/utilizar tecnologías que hagan un uso más intensivo del
mismo en los procesos productivos. Ello explica que en aquellos países donde la mano de obra sea
relativamente más abundante, la tecnología utilizada será más intensiva en trabajo (baja relación K/L),
mientras que en los países donde la mano de obra sea más escasa (y cara) relativamente y el capital, por tanto,
más abundante también en términos relativos, primará la tecnología más intensiva en capital. Así, por ejemplo,
en la década de 1990 Estados Unidos o Francia tenían una relación K/L en torno a 36.000 $ mientras que en
España era de 30.000 $, en Chile de 11.000 $ y en la India de 2.000 $. Esta diferencia llama la atención sobre
una de las características de los procesos de de crecimiento económico: el aumento de la relación capital
trabajo. En definitiva, al aumentar la cantidad de capital por trabajador aumenta la productividad de éste
(compárese a un trabajador excavando con una pala –baja relación K/L-, y con una excavadora –alta relación
K/L) y la producción.
2) La relación capital trabajo también es distinta según los distintos sectores de actividad, lo que llama
la atención sobre la existencia de otro tipo de factores, los tecnológicos, que afectan a la relación K/L vigente
en cada sector. Los sectores extractivos y manufactureros tienen una relación K/L mucho más alta que el sector
de servicios, situándose la construcción en último lugar.
Finalmente, hay que recalcar que en los datos anteriores, el capital agregado aparece medido de la
única manera posible: en términos monetarios. Ello significa que esas “relaciones capital trabajo” recogen las
relaciones entre el valor del capital y la cantidad de trabajo, pero no la relación técnica entre la cantidad de
capital y la cantidad de trabajo (véase capital).
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relación de agencia en Economía se dice que existe una relación de agencia cuando un agente económico, al
que se denomina principal, contrata a otro sea individuo o empresa, denominado agente, para que desarrolle
determinada actividad en su nombre. El contrato entre un abogado y su cliente, la relación entre un médico y
su paciente o el trato entre el propietario de un coche y un mecánico son ejemplos relaciones de agencia. El
problema típico de las relaciones de agencia aparece porque ningún contrato entre principal y agente puede
prever todas las contingencias a las que se va a enfrentar el agente en el desarrollo de sus funciones ni, caso de
que fuese posible, el principal puede evaluarlas, con lo que siempre existe cierto grado de comportamiento
discrecional por parte de éste. Dado, por otra parte, que el principal no puede controlar perfectamente la labor
del agente para asegurarse que actúa en todo momento de acuerdo a sus intereses, es previsible que parte de la
conducta del agente no vaya orientada a la satisfacción de los intereses del principal. Tal desviación se refuerza
por el hecho de que el agente, debido a la naturaleza de su actividad, tiene más información sobre las tareas a
realizar que el principal, información asimétrica que tendrá incentivos en utilizar para tratar de engañar al
principal y convencerle de que su comportamiento no se desvía de aquel que maximizaría la utilidad de éste,
algo que, por otra parte, no entraría en absoluto en contradicción con el predicado para un auténtico homo
oeconomicus.
Como es evidente, el problema de agencia desaparecería si los objetivos del principal y agente
coincidieran exactamente. Es en estos términos como hay que interpretar la normas deontológicas o las
peculiares normas morales que rigen determinadas profesiones donde los problemas que plantea la relación de
agencia pueden ser muy importantes para los principales, como es el caso de las que buscan obligar a los
abogados o a los médicos a comportarse en atención estricta a favor de sus clientes fuera de otras
consideraciones o intereses particulares (el “juramento de Hipócrates” puede así entenderse, al menos en parte,
como el intento de imponer un patrón de conducta que evite los costes para los pacientes que pueden seguirse
de la relación de agencia). Pero ni siquiera en estos casos tan particulares se conseguirá una plena confluencia
de intereses entre principal y agente. En el caso general, los intereses de unos y otros serán diferentes en mayor
o menor grado. Así, por ejemplo, cuando los propietarios de una empresa contratan a una persona para que la
dirija en su lugar, es muy posible que la función objetivo de ambos sea distinta. Para los dueños, el objetivo
puede ser hacer máximo el beneficio, mientras que para el directivo el objetivo puede ser crecer, ya que es
habitual que el salario de un directivo dependa más del tamaño de la empresa que de los beneficios que
obtiene. Por otra parte, una empresa grande significa más poder de mercado y reconocimiento social y una
cuenta de gastos mayor. Esa divergencia de objetivos, al traducirse en comportamientos distintos de la empresa
de los que llevarían a la maximización de beneficios, da lugar a un coste que se conoce como pérdida residual,
resultado de la divergencia entre lo que decide el agente y las decisiones que maximizarían la utilidad del
principal.
Pero no serían estos los únicos costes de eficiencia derivados de la relación de agencia. En efecto,
ante esta situación, el principal puede hacer dos cosas. Puede dedicar recursos a aumentar el control sobre el
comportamiento del agente, por ejemplo mediante el reforzamiento de los consejos de dirección en la toma de
decisiones de la empresa. Esta opción derivaría en la aparición de unos costes de vigilancia o control que se
añadirían a la pérdida residual. Alternativamente, el principal puede incorporar en la función de utilidad del
agente algún argumento que le haga perseguir un objetivo congruente con los suyos (véase incentivos). La
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remuneración a los altos directivos con acciones de la compañía, u opciones de compra sobre acciones sería un
ejemplo de esta política tendente a que la función de utilidad del directivo se identifique con la del propietario.
Finalmente, el propio mercado bursátil proporciona una forma de control externo de última instancia que va
asociada a la posibilidad de que si los accionistas no están de acuerdo con el funcionamiento de la dirección
vendan sus acciones. En este caso, la caída de las cotizaciones podría poner en peligro la independencia de la
empresa favoreciendo su absorción por parte de otra, algo que sin duda afectaría negativamente a la utilidad
del agente. Ahora bien, el “juego” entre el principal y el agente no acaba aquí, pues los agentes
aprovechándose de la información asimétrica de la que disponen pueden dedicar recursos reales a trasmitir
información falsa a los principales que les haga creer que actúan enteramente en su beneficio. El coste de estos
recursos (coste de fidelidad) se sumaría los costes de vigilancia y a la pérdida residual conformando los costes
totales de eficiencia de la relación de agencia.

relación real de intercambio la relación real de intercambio, RRI, se define como el cociente entre el índice
de precios de los productos que exporta un país y el índice de precios de los productos que importa. La RRI es,
por lo tanto, una aplicación del concepto de precio relativo al caso concreto del comercio exterior de un país.
Un aumento de la RRI significa que el precio de los bienes o servicios que exporta un país crece por encima
del precio de los que importa, mientras que una relación real de intercambio decreciente significaría lo
contrario, de forma el país en cuestión necesitaría exportar cantidades crecientes de bienes/servicios para
generar las divisas necesaria para importar una cantidad constante de bienes/servicios.
El concepto de RRI va ineludiblemente unido al nombre del economista argentino Raúl Prebisch
(1901-1986) y a su modelo de desarrollo centro-periferia (véase teoría de la dependencia). En este modelo,
los países menos desarrollados –periféricos- se especializan en la producción de bienes primarios poco
elaborados, mientras que los países del centro concentran su producción en el sector manufacturero. Las
características de la demandas de uno y otro tipo de bienes -los primeros con demandas muy poco sensibles al
aumento de la renta, o baja elasticidad renta de demanda, y los segundos con una elasticidad renta mucho más
alta- harían que, con el paso del tiempo y el crecimiento de la renta, el precio de los bienes exportados de los
países de la periferia crezca menos que el precio de los bienes fabricados en el centro, produciéndose así una
tendencia decreciente de la relación real de intercambio que actuaría como restricción al crecimiento
económico de los países menos desarrollados. Aunque el cálculo de la RRI en economías que exportan e
importan multitud de bienes es una tarea compleja que necesariamente arroja resultados imperfectos, la
mayoría de las estimaciones disponibles confirman la existencia de una caída significativa en la RRI de los
países menos desarrollados con respecto a los países desarrollados. A modo de ejemplo, entre 1980 y 1998 el
índice de precios de productos básicos sin petróleo confeccionado por el Banco Mundial (que incluye 31
productos primarios) se redujo casi en un 50%, lo que en el hipotético caso de que los precios de los productos
manufacturados hubieran permanecido constantes significaría una caída de la RRI de cerca del 50 %.

rendimientos el concepto de rendimientos se aplica al efecto sobre la producción de una variación simultánea
en todos los factores productivos. Es por ello un concepto que sólo tiene sentido a largo plazo o bien cuando el
proceso de producción exige de la presencia de un factor fijo indivisible de tan gran tamaño relativamente a los
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demás factores, por lo que aumentar simultáneamente el uso de todos los factores significa utilizar más de
todos los factores y usar en mayor grado la capacidad disponible del factor indivisible (piénsese en el caso del
transporte ferroviario, donde la red de vías actúa como un factor indivisible que se usa en mayor o menor grado
con el uso de los demás factores productivos: electricidad, trenes, vagones, etc.). Cuando el uso de todos los
factores aumenta en la misma proporción se habla de rendimientos a escala. Los rendimientos a escala pueden
ser crecientes, constantes o decrecientes según la producción varíe más, igual, o menos que proporcionalmente
al crecimiento en el uso de los factores productivos. Los rendimientos crecientes van a estar asociados a
incrementos en la división del trabajo y a la existencia de indivisibilidades técnicas propias de los procesos de
producción que utilizan grandes cantidades de equipo capital. Por el contrario, los rendimientos decrecientes
difícilmente se observarán si se permite que varíen todos los factores, pues si producir el doble exige usar más
del doble de factores, las empresas simplemente podrían replicar la planta productiva y tener dos plantas
idénticas en vez de una planta el doble de grande, evitando así la entrada en la zona de rendimientos
decrecientes.
Los rendimientos crecientes están asociados a las economías a escala internas. La competencia
perfecta no es compatible con los rendimientos crecientes a escala pues en esta situación aquella empresa que
tuviera una producción mayor, disfrutaría también de unos costes medios y marginales menores y acabaría
expulsando a sus competidores del mercado, convirtiéndose en un monopolio. Por lo tanto, para que exista
competencia perfecta es necesario que, a largo plazo, todas las empresas operen en el tramo de los
rendimientos constantes a escala. En tal circunstancia se cumple que si se remunera a cada factor de acuerdo
con el valor de su productividad marginal, todo el valor de la producción se reparte entre los factores que la
han producido sin que quede ningún excedente (teorema del agotamiento del producto). Por el contrario, en el
caso de un monopolio que opere en el tramo de rendimientos crecientes, el pago a cada factor con arreglo a su
productividad marginal no agotará el valor de la producción, quedando un excedente o renta monopolística en
manos del propietario de la empresa.

Renta Básica Universal la Renta Básica Universal, RBU, se puede entender como una variante del
impuesto negativo sobre la renta, INR, consistente en una transferencia de renta incondicional, universal y
periódica a todos los miembros adultos de una sociedad, de igual cantidad independientemente de la condición
del sujeto beneficiario y su situación en el mercado de trabajo. Propugnada por el filósofo y científico social
belga Philippe van Parijs entre otros, aunque con antecedentes que se remontan al socialista utópico Charles
Fourier (1772-1837) y su propuesta de un “dividendo territorial” al que tendrían derecho todos los ciudadanos,
según sus defensores, la RBU debería ser suficientemente importante como para cubrir las necesidades básicas
de la persona. A diferencia del INR, en el caso de la RBU la transferencia se realizaría periódicamente, y no
sólo una vez al año (en el momento de realizar la declaración de renta) y estaría dirigida al individuo y no a la
unidad familiar. Con todo, la principal diferencia entre ambas propuestas estaría en la universalidad de la RBU
frente a la selectividad del INR, que sólo beneficiaría a personas con una renta por debajo de cierto umbral.
Una diferencia que, sin embargo, es más de principios que práctica, puesto que si bien la RBU es universal,
también es cierto que aquellas personas con rentas superiores a cierto umbral, en un contexto de RBU
universal, probablemente tendrían que hacer frente a unos impuestos más elevados, con lo que en términos
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Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

netos y agregados acabarían en una posición similar a la asociada al INR. Por último, la universalidad de la
RBU hace que este sistema esté mejor preparado que el INR para luchar contra la trampa de la pobreza, esto
es contra el desincentivo que las personas de bajos ingresos pueden tener para trabajar en el caso de que, al así
hacerlo, pierdan parte de las prestaciones sociales que recibían cuando no tenían trabajo.
En la mayoría de países desarrollados existen programas de asistencia social dirigidos a las personas
que, por distintas circunstancias, son incapaces de obtener una renta suficiente de su participación en el
proceso productivo. Sin embargo la RBU se diferencia de estos programas en que mientras que este tipo de
asistencia suele estar condicionada al cumplimiento de determinados requisitos de necesidad, estando
asimismo en muchos casos limitada en el tiempo, la RBU no requeriría el cumplimiento de ningún requisito y
duraría toda la vida de los ciudadanos.
De acuerdo con sus defensores, la RBU serviría para combatir el efecto que la existencia de empleos con
bajos salarios tiene sobre la pobreza, un fenómeno importante si tenemos en cuneta que más de un tercio de los
hogares europeos con ingresos por debajo de la línea de pobreza corresponde a familias plenamente integradas
en el mercado de trabajo pero con unos salarios insuficientes. La existencia de la RBU, al completar sus
ingresos, facilitaría su salida de esa zona de riesgo de pobreza. Entre los posibles inconvenientes de esta
medida, además de su coste presupuestario, estaría el que su existencia generaría un aumento en la capacidad
de elección de los trabajadores a la hora de aceptar o no un trabajo, puesto que la necesidad de trabajar ya no
sería tan imperiosa al cubrir la RBU las necesidades de subsistencia. Sin embargo, para sus defensores, este
posible efecto negativo de la RBU sobre la oferta de trabajo sería otra de sus ventajas, ya que los ciudadanos
trabajarían sólo en aquellas actividades que consideraran personal, social o económicamente satisfactorias. Por
último, desde una aproximación moral se objeta que la RBI entra en conflicto con el principio básico de
reciprocidad, según el cual las personas que se reciben algo de la sociedad deberían también contribuir con
algo a ésta.

Renta Disponible el conjunto de las rentas generadas en un país durante un período de tiempo, normalmente
un año, o renta nacional, se puede depurar para acercarnos al volumen de ingresos realmente disponible de los
ciudadanos, ya sea para su ahorro o su consumo. Para ello, del valor de la renta nacional hay que descontar
aquella parte de las rentas generadas en el proceso productivo (salarios y beneficios) que por distintas razones
no llegan a los bolsillos de los ciudadanos, y sumar el resto de los ingresos de los ciudadanos que no provengan
directamente de su contribución a la producción (como propietarios del capital o trabajadores). En concreto la
renta disponible es el resultado de descontar de la renta nacional los impuestos directos (renta y sociedades
principalmente), las cotizaciones sociales y los beneficios retenidos por las empresas (esto es todos los
beneficios que no se distribuyen en forma de dividendos) y sumar las transferencias recibidas por los
ciudadanos, fundamentalmente pensiones y prestaciones por desempleo.

renta económica el término renta tiene dos significados distintos en Economía. En su acepción más común y
sencilla, una renta es el pago o remuneración que recibe el propietario de un recurso productivo, ya sea tierra,
capital, etc, por su uso en un proceso de producción. Alternativamente, se habla de modo más técnico de renta
económica para indicar el sobrepago que recibe el propietario de un factor de producción por encima de lo que
Conceptos de Economía -versión web- 367
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

sería necesario para poder disponer del mismo en un proceso productivo o de consumo. Así, por ejemplo, si
una empresa está dispuesta a vender una determinada cantidad de un bien por 100 € y la vende por 150 €, esos
50 € adicionales se consideran una renta económica. En otras palabras, existe una renta económica cuando se
paga por un recurso un precio superior a su coste de oportunidad o ingreso de transferencia, es decir aquella
cantidad mínima necesaria para que su propietario permita que se utilice en una determinada actividad
productiva (o de consumo). Si la remuneración de un factor en un proceso productivo se compusiese
enteramente de renta económica, ello equivaldría a decir que su propietario no tendría ninguna otra alternativa
donde dedicar su recurso. No habría en consecuencia ningún coste de oportunidad por utilizar ese factor, por lo
que las variaciones en el precio que se pagase por él no afectarían a la cantidad que se oferta del mismo.
Dicho con otras palabras, la curva de oferta de este factor para esa actividad productiva sería totalmente
rígida. Obsérvese que el pago de una renta económica por el uso de un factor, como no es un pago que se hace
para compensar ningún coste de oportunidad, no forma consecuentemente parte de los costes del proceso de
producción que utiliza ese factor de producción. Es un gasto pero no un coste. Ello significa que la renta
económica no forma parte de los costes marginales de producción. Dicho con otras palabras, por el uso del
factor de producción con oferta inelástica la empresa paga una remuneración a partir de los ingresos residuales
que quedan una vez pagados los costes de oportunidad de los demás factores de producción. La renta
económica de un factor, al no formar parte de los costes de producción, no determina los precios de venta del
producto, sino que dados los precios, y una vez pagados los costes de producción, si queda algún remanente va
a la remuneración del factor. Pongamos un par de ejemplos. Es frecuente oír que los precios de las viviendas en
el centro de las ciudades son caros porque lo es el precio del suelo. Pues bien, es justo al revés. Al ser altos los
precios de las viviendas por la fuerte demanda, ello hace que los precios de los solares sean elevados, pues el
pago de sus propietarios es enteramente renta económica pues no pueden desplazarse a otro sitio: su curva de
oferta es totalmente rígida. Otro ejemplo: el precio de las entradas de los partidos de fútbol se dice que es caro
porque los sueldos que ganan las superestrellas es muy elevado. También aquí el argumento es incorrecto.
Dadas su elevadísima especialización, los zidanes, ronaldiños y demás tienen pocos usos alternativos a sus
habilidades dando patadas a un balón que no sea jugando al fútbol. En consecuencia buena parte de sus
ingresos es renta económica. Si ganan sueldos galácticos es porque hay gran demanda de fútbol. Si todos los
equipos de fútbol del mundo decidiesen rebajar los sueldos a sus estrellas, nada pasaría, las estrellas del fútbol
seguirían jugando igual de bien o de mal: no tienen alternativas.
Cuando la ausencia de respuesta de la oferta a la variación el precio ocurre sólo a corto plazo, es decir,
cuando la oferta del factor no es enteramente rígida a largo plazo, se habla entonces de que la remuneración
que recibe a corto plazo es una quasi-renta. Obsérvese que el pago que recibe el propietario de un factor fijo de
producción cuando no tiene uso o valor alternativo para nadie en ningún otro proceso productivo es una
quasirenta. Si esta remuneración disminuyera, nada podría hacer su propietario para evitarlo pues no tendría
alternativas. Obsérvese que conforme más especializado esté un factor de producción en un determinado
proceso productivo, mayor será el porcentaje de su remuneración que será una renta económica. A la inversa,
si la curva de oferta de un factor de producción es perfectamente elástica, ello significa que la remuneración
que se le da a este factor de producción en un determinado proceso productivo sólo cubre el coste de
oportunidad del propietario del factor, lo que se comprueba si se piensa lo que pasaría si se le bajase la
Conceptos de Economía -versión web- 368
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remuneración, simplemente la cantidad ofertada del factor pasaría a ser nula, el factor se iría a un proceso de
producción alternativo.
Uno de los primeros ejemplos de la utilización del concepto de renta económica lo encontramos en la
obra de David Ricardo, Principios de Economía Política publicado en 1817. Ricardo se dio cuenta de que el
precio de los cereales venía determinado por la productividad de la tierra menos fértil, por lo que, dado que era
el mismo independientemente de la tierra en que se hubiese producido (un kilo de trigo tenía el mismo precio
fuera cual fuese la parcela de tierra de donde proviniese), los propietarios de las tierras más fértiles recibían
una renta de la tierra equivalente a la diferencia entre lo que cuesta producir en las tierras marginales –menos
fértiles- y lo que cuesta producir en las tierras más productivas, que es obviamente menos. Esta renta extra que
obtenían obedecía a la imposibilidad de incrementar, por razones naturales, la oferta de tierras de buena
calidad. Este ejemplo es interesante porque muestra claramente lo ya dicho, que la renta económica que
percibe un factor no es parte de los costes. Los precios no son altos porque haya que pagar una renta
económica, sino todo lo contrario: al ser los precios del cereal altos, los propietarios de tierras que tengan unos
costes menores de producción podrán pedir –y obtener- un precio más elevado –renta económica- por la
utilización de sus tierras.
La renta de la tierra constituye un ejemplo de las llamadas rentas de situación, pagos extra que reciben
los propietarios de los recursos por algún atributo o circunstancia especial favorable del factor que poseen (la
calidad del factor, su posición geográfica, su accesibilidad, etc.) Una barrera de entrada que permita a una
empresa fijar un precio por encima del coste marginal, se puede interpretar en términos similares como una
“situación” que permite al propietario de un bien o recurso cobrar un precio por encima de su coste de
oportunidad, esto es, hace posible que obtenga una renta de situación a la que llamamos renta monopolística.
El análisis económico tradicional ha tratado la existencia de este tipo de renta económica como una mera
cuestión redistributiva. El precio mayor al competitivo asociado a la posición monopolística que disfrutaría una
empresa le permite transferir a su favor parte del excedente del consumidor que los consumidores habrían
disfrutado si la estructura de mercado hubiera sido de competencia perfecta. Esa transferencia no supondría
ningún coste de eficiencia: el dinero pasaría de las manos de los consumidores a las del monopolista. En el
gráfico adjunto se puede observar la representación de esa transferencia de recursos en el caso más simple en
que los costes medios y marginales son iguales. Como se puede apreciar comparando la situación de
competencia (Xc, Pc) y la de monopolio (Xm, Pm), debido a la monopolización los consumidores acceden a
una menor cantidad de bienes y pagan un precio mayor, perdiendo así parte de su excedente del consumidor.
La pérdida del excedente del consumidor, sin embargo, tiene dos áreas diferenciadas. El rectángulo punteado,
que sería el que correspondería a la renta monopolística, muestra la transferencia de renta de los consumidores
a la empresa que, como se ha dicho, no se considera –en principio- como pérdida de bienestar agregado (pues,
simplemente, muestra un cambio en la distribución de la renta que, en ausencia de una valoración diferencial
por parte de la sociedad de los consumidores frente al propietario de la empresa, ni aumentaría ni disminuiría el
bienestar social). Otra cosa muy diferente sería el triángulo gris que reflejaría la genuina pérdida de bienestar
asociada a los niveles de producción más pequeños por parte del monopolio.
Conceptos de Economía -versión web- 369
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Renta económica en caso de monopolio (renta monopolista)

Demanda
Pérdida de
Pm Bienestar

Renta
Renta
económica
económica
Pc Coste
Medio

Xm Xc X

Esta forma de entender el problema de la renta monopolística como una cuestión de índole meramente
distributivo cambió con los trabajos de Gordon Tullock (1967) y Anne Krueger (1974), que plantean que las
empresas tienen incentivos para dedicar recursos con la finalidad de alcanzar una situación que les permita
disfrutar de rentas monopolistas. En este caso se produciría una pérdida de bienestar superior al triángulo arriba
señalado, ya que tales gastos serían improductivos desde un punto de vista social al no estar dirigidos a
aumentar la producción de bienes o servicios, sino que serían gastos efectuados sólo con la intención de ocupar
la posición que permite obtener rentas económicas. La existencia de actividades de búsqueda de rentas se
plasma, por ejemplo, en los ingentes recursos dedicados a la creación de lobby y a la financiación de sus
actividades, o los gastos de las empresas dedicados a la creación de barreras de entrada con la intención de
dificultar la entrada de posibles competidores en su mercado. Estas actividades reciben también la
denominación de actividades directamente improductivas de búsqueda de rentas, DUPS en su acrónimo inglés.
El coste de estas actividades se ve amplificado cuanto mayor es el número de empresas que pugnan por
alcanzar la posición que les permita obtener rentas económicas en un determinado mercado, con lo que el
derroche de recursos se multiplica por el número de contendientes. En el extremo, cabe pensar que la renta
económica alcanzada por la empresa vencedora se igualará con el gasto total efectuado por ésta en la actividad
de búsqueda de rentas, con lo que el efecto neto sobre los ingresos de la empresa sería nulo.

Renta Nacional la actividad económica de un país se puede medir tanto desde la vertiente de la producción,
como desde la vertiente de las rentas generadas en el proceso productivo. Cuando se utiliza esta última
aproximación se habla de renta nacional, y coincide con la suma de los ingresos por trabajo (salarios) y las
rentas obtenidas por la propiedad de activos usados en los procesos de producción (beneficios, alquileres, renta
de la tierra e intereses). La identidad entre el valor de los bienes producidos (valor añadido) y las rentas
generadas en el proceso de producción hace que la renta nacional y el PIB coincidan en magnitud. Al igual
Conceptos de Economía -versión web- 370
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que ocurre con el PIB, la renta se puede calcular en términos interiores o nacionales, según se tengan en cuenta
las rentas generadas dentro del territorio del país - interior- o por los residentes en el país –nacional, y en
términos brutos o netos. La renta se considera bruta cuando los beneficios incluyen la parte dedicada por las
empresas a cubrir la depreciación del capital, mientras que será neta cuando los beneficios se contabilizan
netos, esto es, después, de la amortización.

revaluación por revaluación o apreciación del tipo de cambio se denomina el aumento de valor de la moneda
nacional con respecto a una moneda extranjera, de forma que tras la reevaluación se puede obtener una unidad
de esa moneda extranjera con una cantidad menor de moneda nacional. La revaluación afecta negativamente a
la demanda efectiva de la economía, ya que tras una revaluación los productos nacionales en moneda
extranjera son más caros, con la consiguiente repercusión negativa sobre las exportaciones. Al mismo tiempo
los productos extranjeros en moneda nacional pasan a ser más baratos, con lo que aumentan las importaciones.
La revaluación, sin embargo, tiene efectos positivos en la lucha contra la inflación, ya que genera a una
reducción automática de los precios de los productos importados, algunos de los cuales, como el petróleo,
tienen gran incidencia sobre el comportamiento del IPC.

revelación de demanda, mecanismos de uno de los problemas que plantea la consecución de la eficiencia en
el caso de la provisión de bienes públicos es conocer cuál es la valoración social de los mismos. Dado que, por
definición, no se puede excluir a nadie del disfrute de un bien público, nadie tiene incentivos a revelar
sinceramente su valoración del mismo, tratando así de disfrutar del bien pagando menos de lo que le tocaría si
el coste se repartiese proporcionalmente a las valoraciones manifestadas. El resultado es que todos los
individuos tienen incentivos para minimizar su valoración, con lo que su agregado será inferior a su valor real
y, correspondientemente, su nivel de provisión será, en general, distinto del óptimo, en la medida que la
provisión la realice el Estado guiándose por los criterios de los políticos y los burócratas que sólo por azar
coincidirán con la (oculta) valoración social real. El problema de motivar a los individuos para que revelen
sinceramente sus preferencias es un problema extraordinariamente difícil. Existen, sin embargo, un conjunto de
sistemas o esquemas que, al menos teóricamente motivan a que los agentes revelen sinceramente sus
preferencias, aunque su implementación en la práctica resulta ser extremadamente compleja. El siguiente
ejemplo, inspirado en Andrew Schotter, pese a su sencillez, da una pista del modo en que se puede proceder
para conseguir que los agentes revelen sus preferencias reales por un bien público.
Supongamos que en una comunidad de vecinos formada por cuatro familias (A, B, C, D) se plantea la
decisión de instalar alumbrado adicional en su urbanización. Existen tres planes que, para simplificar,
supondremos cuestan lo mismo. El plan I supone la instalación de I farola adicional, el II la de 2, y el III la de 3
farolas adicionales. Supongamos que las valoraciones reales de las cuatro familias son las que aparecen en el
siguiente cuadro:
Conceptos de Economía -versión web- 371
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

Planes
Cuotas
Familias I II III
A 6 5 4 0
B 3 7 4 1
C 2 8 3 3
D 4 2 9 0
Disposición total a pagar 15 22 20

A partir de esta información, dado que por hipótesis todos los planes cuestan lo mismo, está claro que
el plan óptimo sería el II, ya que maximizaría la diferencia entre la valoración social y el coste de llevarlo a
cabo. Ahora bien, para poder llegar a esta decisión sería necesario conocer la tabla de disponibilidades a pagar,
y, ciertamente, ningún individuo tendría incentivos a declarar su valoración real si se tuviese que pagar en
función de lo que declarase. Pero imaginemos el efecto de un sistema por el que la cuota que paga cada familia
dependiese de su importancia relativa a la hora de tomar una decisión social en una u otra dirección.
Supongamos, inicialmente, que las familias contestan verazmente, declarando la disponibilidad a
pagar o valor que les dan a las distintas alternativas. Ahora de lo que se trata es de observar el grado en que la
valoración de cada familia es decisiva a la hora de adoptar un determinado proyecto. Si la valoración de un
vecino no influye en la decisión, no se le cargaría nada pues no alteraría la decisión de la comunidad. Si su
valoración es decisiva, entonces se le carga con la diferencia entre la disposición a pagar por la mejor elección
que tomaría la comunidad de tres personas formada sin él, con la que toma cuando el participa.
Con arreglo a estos criterios, la familia A no es decisiva a la hora de decidirse por el plan II. Si la A
no participara, la comunidad formada por B, C y D seguiría optando por el plan II (valorado entonces sólo en
17) que sigue siendo preferido frente al III (valorado ahora en 16) y el I (valorado en 9). La familia B, sin
embargo, sí es decisiva pues si no participa, la comunidad formada por A, C y D, elegiría el proyecto III
(valorado entonces en 16) y no por el II (al que se valoraría en 15). Puesto que la participación de B altera la
decisión colectiva del proyecto III al II, a la familia B se le cargaría entonces una cuota igual a la diferencia
entre el valor que la comunidad da al proyecto elegido sin su presencia (el III, por un valor de 16) y el valor
del proyecto II (15). La cuota de la familia B es, por tanto, 1 (16-15). La familia C también es decisiva pues sin
su participación, la comunidad formada por A, B y D elegiría III en vez de II. Correspondientemente, a la
familia C se le carga una cuota por la diferencia entre el valor de la decisión cuando ella no cuenta, que es la
III, que vale 17, y el valor de la decisión II para A, B y D, que es 14. Se la carga, pues, con 3. Finalmente,
como la familia D no es decisiva, no se le pone ninguna cuota.
Ahora bien, ¿tendrían los agentes bajo este tipo de esquemas incentivos a revelar sinceramente su
valoración de las distintas opciones? Pues bien, es posible demostrar que si son egoístas y racionales, es decir
si se comportan como homo oeconomicus sí que revelarían correctamente sus preferencias. Para darse cuenta
de ello, considérese a la familia C. El plan que más le gusta es el II, luego el III y finalmente el I. Si los demás
vecinos señalizasen unas preferencias (falsas) de modo que la decisión colectiva fuese la opción II cuando no
se cuenta con la valoración de C, en tal caso a C le interesaría ser sincero, pues así saldría el proyecto II (su
Conceptos de Economía -versión web- 372
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

preferido) y no tendría que pagar nada. Si mintiese, lo que no tendría sentido, pudiera ser que se eligiese la
opción I o la II, y encima le tocase pagar.
Pero ¿qué pasa si los otros vecinos manifiestan unas preferencias (que pueden ser o no falsas) que
llevarían, cuando no se toma en cuenta la valoración de C, a elegir la opción III? Pues bien, en tal caso,
también a C le interesa ser sincero. Veamos, si los datos que C proporciona son tales que no alteran la decisión,
se elige III y el beneficio neto para C es 3 (el valor que C le da al proyecto III menos lo que tendría que pagar
por cuota que, en este caso, sería cero, pues su valoración no es decisiva). Supongamos que ahora C se
plantea alterar su información de modo que ello cambiase la decisión social de III a II (recuérdese que le valor
que para C tiene el proyecto II es 8). Pues bien, si con su información se cambia la decisión social, la cuota que
tendría que pagar por el cambio que ha provocado podría ser o bien mayor que 5 o bien menor que 5,
dependiendo de las valoraciones que hubiesen comunicado el resto de participantes. Si la cuota fuese mayor
que 5, entonces lo que le interesa a C es revelar sus preferencias reales, y dejar que III siguiese siendo la
decisión social, pues el valor neto que para él supone el pasar de III a II es sólo 5 (8 que es en lo que valora II
menos 3 que es lo que obtiene si la decisión social sigue en III) con lo que si paga más de 5 sale perdiendo. En
el otro caso, si la cuota que ha de pagar para cambiar con su participación la decisión es menos de 5, también
entonces le resulta conveniente revelar sinceramente su valoración, porque entonces II será elegido y su cuota
será menor de 5 con lo que su ganancia neta por el cambio será mayor que 3, más que lo que obtiene si miente
y la decisión social se queda en III. A C siempre le interesa, pues, ser sincero; y lo mismo les sucede a los
demás. En consecuencia, pues, con un sistema de cuotas como el anterior los agentes revelarían de modo
sincero sus valoraciones por un bien público.

riesgo existe riesgo, a diferencia de incertidumbre, cuando no se tiene certeza sobre lo que va a ocurrir en el
futuro afectando a la riqueza de los agentes, pero al menos se conoce cuáles son los distintos posibles
acontecimientos y se cuenta con una distribución de probabilidades (aunque sea subjetiva) sobre su ocurrencia.
En situación de riesgo, la Economía prescribe que cada agente económico se comporta maximizando su
función de utilidad esperada, definida como la media ponderada de la utilidad que se obtendría en cada una de
las posibles situaciones inciertas, donde las ponderaciones serían las probabilidades asociadas a cada uno de
los posibles sucesos. Imaginemos que un individuo se plantea incorporarse como mercenario a la Legión
Extranjera durante un mes y ha de elegir en qué país lo hace. En uno de ellos, de carácter pacífico, la
posibilidad de guerra es nula, de modo que la utilidad de ser allí soldado viene dada por la utilidad que le
reporte su sueldo que suponemos es de 500 € por mes. La alternativa es irse a un país en guerra. Allí su sueldo
es de 10.000€, pero se enfrenta a una probabilidad del 20% de ser herido en cuyo caso sólo gana 1000€. Si su
función de utilidad, U, es igual a U= U(w), donde w es el salario más las dietas, su función de utilidad
esperada sería, en este caso: Ue(w) = (10000 x 0,8 + 1000 x 0,2). Si este valor fuese superior a su nivel de
utilidad en el país pacifico, U(500), iría a la guerra. Diferentes individuos tendrán distintas actitudes ante el
riesgo. Hay individuos con aversión al riesgo, otros que son indiferentes o neutrales ante el riesgo y otros,
finalmente, que lo buscan, que son amantes del riesgo, como probablemente lo será el mercenario del ejemplo.
Ahora bien, el que un individuo tenga aversión al riesgo ello no quiere decir que nunca se arriesgará. Lo hará si
la utilidad esperada de participar en una actividad o juego arriesgado es mayor que la de no hacerlo. De igual
Conceptos de Economía -versión web- 373
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manera, los individuos con amor al riesgo no siempre participarán en actividades de riesgo cuando las
probabilidades son tales que la utilidad esperada no supera la utilidad de no participar.
Para un individuo con aversión al riesgo, el soportarlo tiene un coste que depende positivamente del
grado de su aversión al riesgo y de la importancia del riesgo que corre y se mide por el rango de la posible
variabilidad de los resultados (o varianza de los posibles resultados) de modo que cuánto más se pueda perder
o ganar más riesgo se corre. Dado ese coste del riesgo, cada individuo tratará de reducirlo mediante alguna de
las siguientes estrategias. Por un lado, se puede reducir el riesgo de la toma de decisiones aumentando su
conocimiento de las distintas alternativas y sus probabilidades de ocurrencia (véase valor de la información
completa,). Por otro, y de modo más fundamental, se puede compartir el riesgo con otros agentes a cambio de
pagarles por así hacerlo. Existen, a este respecto, dos grandes modelos o formas de compartir el riesgo que han
dado lugar a distintas formas institucionales de gestión de riesgos. El primero es lo que se conoce como
aunamiento de riesgos, ello se produce cuando son varios o muchos los individuos que se enfrentan al mismo
tipo de riesgo siendo los riesgos que corren los distintos individuos sustancialmente independientes. La
solución institucional típica en este caso pasa por la creación de compañías que venden seguros. El segundo
modelo es el de diversificación de riesgos. Al igual que puede hablarse de los seguros como la forma
institucional típica del aunamiento de riesgos, la sociedad anónima sería la creación institucional característica
de la diversificación de riesgos. En ella, un proyecto de inversión arriesgado se comparte entre muchos socios
por lo que el riesgo se difumina conforme mayor sea el número de socios. Modernamente, este esquema ha
experimentado un enorme desarrollo con las llamadas sociedades o empresas de capital-riesgo, donde grandes
sociedades con enormes fondos de inversión participan en la financiación de muchos proyectos que, caso de
que el riesgo de cada uno de ellos tuviese que ser soportado solamente por su impulsor, posiblemente no se
llevarían a cabo. Desde el punto de vista de los que aceptan compartir un riesgo, la diversificación implica
que los agentes que lo hacen buscarán invertir sus recursos en varios proyectos de inversión en vez de en uno
solo (la conocida estrategia de “no poner todos los huevos en la misma cesta”). Caso de que los rendimientos
de, por ejemplo, dos proyectos alternativos estén negativamente correlacionados de modo perfecto, de forma
que cuando uno de ellos vaya mal el otro vaya bien, entonces el riesgo puede ser enteramente eliminado
participando en ambos simultáneamente. Si la correlación fuese perfectamente positiva, entonces la
diversificación no atenuaría perfectamente el riesgo. En los casos intermedios (proyectos independientes o
débilmente correlacionados positiva o negativamente) la diversificación produce una atenuación del riesgo. La
diversificación en la bolsa es especialmente útil para quienes quieran reducir el riesgo de su cartera de
riqueza. En cualquier día el precio de una acción puede subir o bajar mucho, pero en ese mismo día habrá
acciones que suban y otras que bajen. Si un individuo invierte un dinero en una determinada acción asume más
riesgos que si se lo coloca en varias acciones. El riesgo puede atenuarse si invierte en un fondo de inversión
que son organizaciones que recogen fondos de varios inversores para comprar acciones de gran número de
empresas.
Aunque la diversificación en bolsa puede atenuar el riesgo, no lo elimina completamente. Ello se debe
a que, si bien en cualquier momento hay acciones que suben y otras bajan, las acciones de todas las empresas
están en alguna medida correlacionadas positivamente y a veces todas (o una gran parte) varían sus
cotizaciones en el mismo sentido respondiendo a cambios en la situación económica (véase burbuja
Conceptos de Economía -versión web- 374
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especulativa, fragilidad financiera). Ello quiere decir que no todo el riesgo puede atenuarse en la medida que
hay riesgos sistemáticos o no diversificables (véase actualización). Son los riesgos que afectan a mucha gente
a la vez, por ejemplo, una guerra, una catástrofe natural, un ataque terrorista como el de las Torres Gemelas de
Nueva York). Los riesgos de tipo no sistemático o diversificable son por el contrario aquellos que los agentes
pueden atenuar mediante la diversificación. Son riesgos que pueden ser asegurados por las compañías de
seguros.
El desarrollo de los sistemas financieros ha propiciado, sin embargo, la aparición de nuevas formas de
gestión de riesgos que se aventuran a cubrir cada vez más riesgos generales. Merece citarse aquí las ideas de un
economista, Robert Shiller, que ha propuesto el desarrollo de macromercados para cubrir las contingencias
que pueden afectar de modo más relevante a los niveles de vida de los individuos y que hoy por hoy todavía no
son asegurables. Ejemplos de estas contingencias lo serían las depresiones económicas que afectan a las
circunstancias económicas de buena parte de los habitantes de un país o de una región, las fluctuaciones de los
mercados de propiedad inmobiliaria que ponen en riesgo el valor de la vivienda, uno de los elementos básicos
de la riqueza individual, o las pérdidas de valor del capital humano en que los agentes invirtieron en su proceso
de formación, etc. Si estos macromercados se desarrollasen, un individuo podría por ejemplo suscribir una
póliza de seguro que le garantizase el cobro de una compensación si la remuneración media de su profesión no
cumpliese las expectativas que le hicieron decantarse por formarse en ella.

riesgo moral las empresas de seguros de automóviles saben que los seguros a todo riesgo “incentivan” a los
conductores, aunque no intencionadamente, a utilizar su coche de forma descuidada e incluso a actuar
voluntariamente de modo “inmoral”, por ejemplo rayando a propósito la carrocería, no siendo infrecuente oír
comentarios del estilo de: “así me cambian todo el lateral. Total, paga el seguro”. Asimismo, si se tiene un
seguro médico, es más que probable que los individuos visiten al médico con una frecuencia mucho mayor que
si tuvieran que pagar cada visita. De igual manera, se ha comprobado que la existencia de instituciones del tipo
de los fondos de garantía de depósitos, que aseguran hasta cierto punto los depósitos que los agentes tienen en
las instituciones financieras, está en el origen de buena parte de los comportamientos extremadamente
arriesgados de los gerentes de esas instituciones en los mercados bursátiles y las quiebras consiguientes a las
que se ha asistido con cierta regularidad en los últimos años de expansión de los mercados financieros. Todos
estos ejemplos y otro muchos que se podrían traer a colación se corresponden con un fenómeno que se conoce
como riesgo moral (traducción literal de la expresión inglesa “moral hazard”), presente siempre que la
información respecto a las acciones o conductas de una de las partes que intervienen en una transacción de
mercado es imperfecta y asimétrica de modo que a la otra parte le resulta muy costoso conocer las acciones
ocultas que aquella pueda emprender.
El problema económico que la presencia de riesgo moral plantea se debe no sólo a que modifica la
conducta de los que participan en una transacción, sino que lo hace de modo ineficiente. Por ejemplo, en el
caso de los seguros (ya sean de automóviles o de vivienda, de robo, médicos, etc.) las empresas aseguradoras
corren con un riesgo moral cuando, por el mismo hecho de contratar el seguro, el asegurado, si su conducta no
es observada, puede influir en la probabilidad de recibir una indemnización o en su cuantía. Si la compañía
aseguradora pudiese controlar sin costes el comportamiento de sus asegurados, podría cobrarles unas primas
Conceptos de Economía -versión web- 375
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más altas a quienes utilizasen más el seguro como consecuencia de su conducta más descuidada. Si no puede
hacerlo la compañía de seguros se encontrará ineludiblemente con problemas financieros causados por sus
responsabilidades frente a los siniestros provocados por unas conductas descuidadas de sus asegurados sobre
las que no tiene control. En ausencia de otras formas de actuación, la única forma de afrontar el problema de
riesgo moral por parte de las compañías aseguradoras sería subir las primas a todos los asegurados, lo cual, a su
vez, induce a que estos disminuyan la cantidad de seguros que contratan, por lo que los agentes con aversión al
riesgo no cubrirían enteramente sus necesidades de seguridad en el mercado.
El riesgo moral es, por tanto, otro tipo de fallo del mercado asociado a la información asimétrica
(véase también selección adversa). El problema con el riesgo moral es, pues, un problema de eficiencia
asociado a que la información asimétrica conduce a que la parte desinformada en una transacción, ante el
temor de las consecuencias negativas que para ella puedan tener las acciones desconocidas que pueda
emprender la otra, disminuya el número de transacciones de mercado por debajo de lo que le hubiera gustado
hacer o las evite.
Frente a los problemas de riesgo moral caben varios remedios, que no soluciones, pues todos ellos
son costosos. Por un lado, la parte desinformada de la transacción puede dedicar recursos a la vigilancia y
control del comportamiento descuidado o discrecional de la otra. Otra alternativa, frecuente en los mercados de
seguros, es lo que se conoce como coseguro que consiste en que el asegurado sólo puede asegurar una parte de
la posible pérdida de valor de los activos que asegura por lo que, dado que ha de correr con parte de los costes
(franquicia) en caso de siniestro, tendrá incentivos a minimizarlos comportándose precavidamente. Otra forma
de enfrentar el riesgo moral es mediante la especificación detallada del comportamiento precautorio que un
agente ha de satisfacer como condición para suscribir una póliza de seguros.

riqueza a nivel individual, la riqueza está formada por todos los activos propiedad de un individuo de los que
puede obtener un flujo de ingresos o rentas en el futuro, ya sean monetarias o en especie, implícitas
(imputadas) y explícitas. Entre ese conjunto de activos se pueden citar, por un lado, sus bienes o riqueza física:
su capital físico y humano, sus propiedades en recursos naturales, edificios y otros bienes duraderos, sus
activos intangibles (marcas, imagen, etc.), y por otro, sus activos o riqueza financiera, compuesta por la
cantidad de dinero que tienen, sus depósitos a la vista o a plazo así como los títulos que reflejan las deudas u
obligaciones que otros agentes nacionales o extranjeros (ya sean individuos, empresas o el Estado) tienen
contraídas con él. Obsérvese que en la riqueza financiera de un individuo no aparecen las acciones u otros
títulos que representan sus propiedades de capital físico en empresas pues, de incluirlas en la riqueza
financiera, la cifra alcanzada de riqueza total sería errónea por haber contabilizado dos veces la riqueza física,
una vez en forma de cosas u objetos y otra como los títulos que certifican que es su propietario. Dado que un
individuo puede tener deudas contraídas con otros, su riqueza neta será la diferencia (que puede ser positiva o
negativa) entre el valor de sus activos y sus pasivos u obligaciones para con otros. El valor nominal de la
riqueza de un individuo en un momento dado se puede calcular de dos maneras: o bien agregando los valores
monetarios de los activos que la componen (es decir, sumando el precio de mercado de cada activo por la
cantidad que del mismo tiene), o bien obteniéndolo como resultado de la actualización del flujo de ingresos y
rentas que de la riqueza puede extraerse, pues el valor de cada activo en manos de un individuo ha de ser, en
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equilibrio, el valor actual de la corriente de rentas futuras que de él puede obtenerse. La riqueza en términos
reales de un individuo puede crecer de dos maneras: o bien por el aumento en la cantidad de los activos que la
componen través de la acumulación de activos conseguida mediante el ahorro individual, o bien por el
aumento en su valor real. A su vez, éste puede aumentar ya sea por un aumento en el precio de mercado de sus
componentes superior al aumento en los precios del resto de los bienes o bien por la caída en el tipo de interés
utilizado para actualizar los ingresos futuros.
Finalmente la composición que adopta la riqueza de un individuo, es decir, la composición de su
cartera, será fruto de los precios actuales y esperados de los distintos activos así como de sus preferencias en
relación a la liquidez y al riesgo según se plasmen en su función de utilidad esperada que recoge sus
preferencias. Por lo que respecta a los efectos de los precios cabe pensar que un incremento en los precios
esperados en el futuro (o una aceleración esperada de la tasa de inflación) supondrá una recomposición de la
cartera hacia activos reales cuyo valor nominal varíe con la inflación (una disminución, pues, de las tenencias
de dinero y bonos cuyo valor se deprecia con la inflación). Las variaciones en el tipo de interés afectarán de
modo inverso al precio de los bonos y muy probablemente también a la cotización de las acciones, lo que
también llevará a una recomposición de las carteras. Por el lado de las preferencias, conforme mayor sea su
preferencia por la liquidez en mayor medida un individuo preferirá tener colocada su riqueza en dinero y
otros activos muy líquidos, es decir, fácil y rápidamente convertibles en dinero. En directa relación con la
preferencia por la liquidez aparece también la actitud que el individuo tenga ante el riesgo como factor
determinante de la composición de la cartera pues el valor de los activos o, lo que es lo mismo, el valor de la
corriente actualizada de las rentas que se pueden conseguir de ellos es incierto, pues esas rentas se producirán
en el futuro, al igual que es inseguro que el tipo de interés futuro que se utiliza en el proceso de actualización
sea el que realmente se dará. El enfoque del análisis media-varianza recoge una forma especial de toma de
decisiones respecto a la composición de la cartera cuando el individuo resume en dos los aspectos que le
interesan en los activos: su rendimiento esperado o medio y la varianza de los rendimientos como medida del
riesgo.
La riqueza normalmente muestra una distribución más desigual que la renta. Tomando el caso de
Estados Unidos como ejemplo, de acuerdo con las estimaciones de Edgard Wolf, en 2001 el 5 % de la
población más rica poseía el 59 % de la riqueza neta (frente al 3,9% del 40% de la población menos rica),
mientras que en términos de renta la diferencia era menor (35,2% frente a 10,1%). Esta diferencia se hace
especialmente patente cuando se analiza su composición, ya que para la mayor parte de la población la
vivienda propia es, con diferencia, su principal forma de tenencia de riqueza, mientras que para los segmentos
más ricos de la población ésta supone tan sólo una parte marginal la misma. Así, en Estados Unidos, el país
que refleja como ningún otro la idea del capitalismo popular, según la cual en las modernas sociedades de
mercado todos son capitalistas pues todos son, ya sea directa o indirectamente (a través de fondos de inversión,
fondos de pensiones, etc.) propietarios de acciones, el 52 % de los hogares eran propietarios de acciones,
aunque el 10 % de éstos eran propietarios del 77 % de el valor total de esas acciones, lo que da una idea de la
concentración de este tipo de riqueza.
Si del enfoque individual se pasa al enfoque agregado se tiene que la riqueza de un país se puede
concebir de dos maneras. Según el primero, la riqueza agregada surge de la agregación simple de los niveles de
Conceptos de Economía -versión web- 377
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riqueza individuales. A la riqueza así hallada se la conoce como riqueza interna. Ahora bien, al así proceder
se está sumando como componente de la riqueza agregada la riqueza financiera constituida por los títulos de
deuda privada y pública en manos de los acreedores sin contar con las deudas de los deudores. Frente a este
modo de proceder se habla de riqueza externa constituida por el agregado de las cifras de riqueza
individuales cuando se supone que, en lo que respecta a sus efectos macroeconómicos sobre la demanda
agregada, se cancelan las variaciones del valor de los activos financieros de unos individuos (los acreedores)
en forma de derechos contra los pasivos de otros (los deudores) en forma de obligaciones o deuda frente a los
primeros. Tal modo de proceder tiene todo su sentido cuando, por ejemplo, el efecto expansivo sobre la
demanda efectiva consecuencia del aumento en el valor real de los títulos de deuda que tienen en su manos los
acreedores (por una caída en el nivel de precios) se ve exactamente compensado por el efecto contractivo que
tiene para los deudores el aumento en el valor real de sus pasivos o deudas (véase efecto riqueza). Cuando el
efecto sobre la demanda efectiva de las variaciones en el valor real de la riqueza financiera es asimétrico para
los acreedores y deudores, se habla de efecto Fisher (véase deflación de deuda) y entonces sí que cuentan las
variaciones de la riqueza interna.
En la riqueza financiera externa de una sociedad por tanto sólo aparecerían los títulos que
representan derechos a los que no responde ningún individuo (sea persona o empresa) concreto de una
sociedad: el dinero, los bonos u obligaciones del Estado y los títulos de deuda privados o públicos de
extranjeros que tienen los individuos del país. La lógica de esta inclusión es la siguiente: en tanto que un
aumento en el volumen de sus deudas o en su valor real obliga a un individuo cualquiera a un cambio en su
comportamiento (disminución de sus gastos en consumo y/o aumento de su esfuerzo productivo para ingresar
más dinero para hacer frente a sus responsabilidades) so pena de incurrir en un castigo caso de no poder
responder a sus obligaciones, ¿por qué va a ocurrir lo mismo cuando el deudor es el Estado? ¿Por qué el Estado
va a verse obligado a hacer un comportamiento compensatorio en el mismo sentido cuando aumenta sus
emisiones de deuda para financiar el déficit público? ¿Quién le puede obligar cuando es él el encargado de
hacer y ejecutar las leyes? Y lo mismo puede decirse con las deudas que emiten otros Estados extranjeros o sus
ciudadanos que quedan relativamente fuera de la autoridad legal nacional. Un incremento en las reservas de
divisas o en el volumen de bonos de agentes económicos extranjeros consecuencia de superávit en la balanza
por cuenta corriente en un país supone un incremento de los activos financieros en manos de los residentes de
ese país, con los correspondientes efectos en el gasto que difícilmente se verán compensados plenamente por
un comportamiento de signo opuesto por parte de los extranjeros que los hayan emitido.
Siguiendo con este planteamiento también se puede hablar de dinero externo e interno. No todo el
dinero es dinero externo pues una gran parte de los activos del sistema bancario se corresponde a préstamos o
créditos al sector privado (véase oferta monetaria, multiplicador bancario), de modo que la parte de los
depósitos bancarios que corresponde a dichos préstamos es claramente dinero interno. La mayor parte del resto
de activos del sistema bancario se compone de bonos u obligaciones del Estado y depósitos de dinero en el
Banco Central. Estos depósitos bancarios en el Banco Central son obviamente dinero externo como lo es el
dinero en manos del público.
La fuente de riqueza financiera externa en una economía cerrada es, por tanto y con arreglo a lo
anterior, el déficit o saldo presupuestario público negativo, en la medida en que se financie con emisión de
Conceptos de Economía -versión web- 378
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

bonos o emisión de dinero. Para una economía abierta, al déficit público hay que sumar el superávit por cuenta
corriente. Finalmente, ha de señalarse que Robert Barro ha cuestionado que los bonos emitidos por el Estado
fueran riqueza neta (o riqueza externa) si los agentes económicos se comportan de modo congruente a la
llamada equivalencia ricardiana (a partir de una sugerencia de David Ricardo), lo cual sucederá si, ante un
incremento en el déficit público, anticipan que el Estado acabará en el futuro subiendo los impuestos para
hacer frente al pago de la deuda pública emitida, y ya desde el presente empiezan a aumentar sus ahorros para
hacer frente a ese pago impositivo más alto al que habrán de responder en el futuro. Obsérvese que, en este
caso, cuando los contribuyentes tienen expectativas racionales, interpretan la deuda pública no como deuda de
un agente externo a ellos como el Estado sino como suma de deudas privadas de todos y cada uno de los
ciudadanos (“Hacienda somos todos”), de modo que los incrementos en el tamaño de la deuda pública se
interpretan como incrementos deuda privada y provocan los mismos comportamientos compensatorios que se
producen cuando crece ésta. En la realidad, sin embargo, no se ha comprobado este comportamiento
anticipatorio por parte de los contribuyentes en la medida necesaria para dudar de que la deuda pública sea
riqueza externa.
Conceptos de Economía -versión web- 379
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

S
salario el salario es la remuneración que recibe el propietario del factor trabajo por su participación
en el proceso productivo. El salario es una institución propia de la economía de mercado, y ausente en gran
medida en otro tipo de sociedades, como la esclavista, donde el trabajo no recibía remuneración, o la feudal,
en la que el siervo, vinculado a la tierra y sin libertad para vender su trabajo, recibía una parte del fruto del
mismo en forma de participación en la producción. Los salarios se pueden definir en términos nominales, tal y
como aparece en las nóminas, o en términos reales, tomando en cuenta el nivel de precios y reflejando así su
capacidad adquisitiva. De igual forma, los salarios se pueden definir en términos brutos, incluyendo la parte del
salario que se paga en concepto de impuesto sobre la renta y las cotizaciones sociales de los trabajadores que
les permiten acceder en el futuro al cobro de pensiones (que sería por tanto un salario diferido) o a las
prestaciones por desempleo, o, en términos netos, descontando estos dos componentes. La diferencia entre
salarios brutos y netos puede ser importante especialmente en aquellos países con un fuerte desarrollo del los
sistemas públicos de prestaciones sociales, que se financian en gran medida por esta vía. En el caso de España,
en 2002, estos descuentos alcanzaban el 21,4 % del salario medio bruto mensual.
En la determinación de los salarios intervienen varios factores. El primer factor, como en cualquier
otro mercado, es la relación existente entre la oferta de trabajo –personas que quieren trabajar a diferentes
salarios -, y la demanda de trabajo –empresas que quieren contratar a trabajadores a diferentes salarios. Cuando
exista escasez relativa de trabajadores, las empresas competirán por esos trabajadores escasos y subirán los
salarios que ofrecen, mientras que cuando la situación sea la contraria, las empresas probablemente podrán
cubrir sus vacantes ofreciendo salarios más bajos. Sin embargo, como se puede observar cuando se examinan
los movimientos salariales a la luz de las variaciones en la tasa de desempleo, el ajuste salarial real es mucho
menor del que cabría esperar si el salario fuera la principal herramienta de ajuste del mercado de trabajo.
Cuando existe una recesión, los salarios reales aumentan poco, o incluso pueden caer, pero rara vez lo hacen
en términos nominales. Cuando se recupera la economía los salarios crecen más rápidamente. Pero sólo
excepcionalmente los salarios se ajustan de forma global, intensa y rápida. Más parece por tanto que el ajuste
en los mercados de trabajo sea un ajuste vía cantidades y no tanto o no en la misma medida vía precios (vía
variaciones en los salarios), de forma que las recesiones suelen ir acompañadas de un aumento de los despidos
y una reducción de las nuevas contrataciones, mientras que con la recuperación aumentan éstas y se reducen
los despidos. El ajuste vía cantidades hace posible por tanto que los salarios permanezcan relativamente
estables al margen de los ciclos.
Conceptos de Economía -versión web- 380
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

Un segundo factor tiene que ver con la productividad de los trabajadores. El trabajo no es una
magnitud homogénea, hay trabajadores con muy distintas capacidades productivas que se traducen en
aportaciones muy diferentes al output. Aquellos trabajadores con mayor productividad por regla general
recibirán salarios más elevados, mientras que aquellos otros con habilidades muy corrientes o que desempeñen
trabajos poco productivos, recibirán unos salarios inferiores. Para profundizar en esta dimensión del salario no
basta con conocer el valor medio de éste en un determinado país o sector, sino que tendremos que conocer cual
es su dispersión, o abanico salarial. La disparidad salarial en los países desarrollados es muy distinta entre
países: alta en Estados Unidos, el Reino Unido y España, por ejemplo, y baja en Dinamarca, Francia o
Alemania. Esta diferencia entre países de un mismo entorno económico obliga a dirigir la atención a un tercer
factor importante en la fijación de los salarios: el contexto regulatorio. Desde los inicios de la economía
capitalista el mercado de trabajo ha sido un lugar propenso al conflicto, en donde trabajadores y empresarios
han luchado por una distribución de la renta o el producto favorable a sus intereses. Un campo de batalla –y
el término no siempre ha sido una licencia narrativa- en donde las empresas han tenido normalmente una
posición dominante, en el sentido de que las posibilidades de supervivencia de las empresas a corto plazo sin la
colaboración productiva de los trabajadores han sido casi siempre mayores que las de los trabajadores sin los
ingresos que obtenían por vender su capacidad de trabajo. Esa situación de desigualdad se ha corregido, al
menos parcialmente, con el paso del tiempo por tres vías distintas: la creación de sindicatos, el desarrollo de
una legislación laboral protectora de los intereses de los trabajadores y la consolidación de mecanismos de
protección social (prestaciones por desempleo, seguro de enfermedad, etc). que han permitido que los
trabajadores fuesen menos dependientes de sus rentas de trabajo para sobrevivir a corto plazo en las economías
de mercado donde sin ingresos monetarios provenientes del trabajo es difícil sobrevivir si no se tienen fuentes
alternativas. Estos tres factores, como veremos, influyen también sobre los salarios. En primer lugar, la
existencia de sindicatos mejora las posibilidades de negociación salarial de los trabajadores, reduciendo el
desequilibrio de poder existente entre la empresa y el trabajador individual. En aquellos países, como Estados
Unidos, en donde los sindicatos representan y negocian las condiciones de trabajo de sus afiliados y no de
todos los trabajadores de la empresa se ha detectado la existencia de una prima salarial importante asociada al
hecho de estar afiliado. De igual forma, aquellas empresas con fuerte presencia sindical tienen por lo general
una productividad también más elevada, como si la presión sindical por mayores salarios actuara como
incentivo para que la empresa aumentara su productividad, compensando así los mayores salarios pagados. En
segundo lugar, la legislación laboral pone límites a la libertad de las parte a la hora de fijar las condiciones de
trabajo, incluyendo el salario, en este caso mediante la fijación de salarios mínimos. Por último, la existencia
de toda una serie de prestaciones sociales permite que la pérdida del trabajo no suponga una pérdida total de
rentas, afectando al equilibrio de poder entre empresas y trabajadores al reducirse el coste de la pérdida de
trabajo y aumentando el salario de reserva.
Desde un punto de vista mas analítico, la microeconomía neoclásica hace una lectura menos
institucional del proceso de determinación salarial y considera, en ausencia de regulación y en situación de
competencia perfecta, que los salarios son resultado de la interacción de la oferta y la demanda en cada uno
de los mercados de trabajo, por lo que los salarios dependerán de la estructura de estos mercados: ya sea
competitiva en caso de ausencia de sindicatos y poder monopsonístico por parte de las empresas, o de
Conceptos de Economía -versión web- 381
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

competencia imperfecta en caso contrario. En situación de competencia perfecta el salario para cada
trabajador resultaría de la igualación entre el valor que cada empresa da a la productividad marginal del
trabajo y la desutilidad marginal del trabajo. Sin embargo existen numerosos factores que pueden hacer que
los salarios individuales no se ajusten a las productividades individuales.
Desde el lado de la demanda de trabajo, uno de ellos, quizás el más importante, está relacionado con
la existencia de actividades de formación dentro de la empresa. Esa formación supone unos costes directos
para la empresa derivados de la contratación del personal de formación y unos costes indirectos caso de
realizarse la formación en la jornada laboral de sus trabajadores, que se medirían por el valor de la producción
perdida en ese tiempo. La formación en la empresa se puede clasificar en dos grandes grupos. El primero, la
llamada formación específica, es aquella que reciben los trabajadores y permite aumentar su productividad en
tareas desarrolladas exclusivamente dentro de la empresa en la que trabajan. Dado que este capital humano
sólo tiene utilidad dentro de la empresa (aprender el manejo de un herramienta específica del proceso
productivo de la empresa, por ejemplo), el coste de la formación será compartido por el trabajador y la
empresa. Por el contrario, la formación general, se define por aumentar la productividad de los trabajadores, no
sólo para la empresa en la trabajan, sino también para otras posibles empresas para las que puedan trabajar en
el futuro (aprender un idioma, por ejemplo). En este caso, la empresa no tendrá el menor incentivo en sufragar
los costes de una formación que puede acabar beneficiando a otras empresas, por lo que sus costes recaerán
enteramente sobre el trabajador en forma de un salario inferior a su productividad marginal.
La existencia de primas de antigüedad también entraría en conflicto con el pago de salarios en función
de la productividad marginal, a no ser que supongamos que ésta crece de forma continuada con la antigüedad
de los trabajadores; algo que, dependiendo de las ocupaciones, parece ser cierto hasta los 45-50 años, pero no
posteriormente. El uso generalizado de este tipo de mecanismo de remuneración (las primas de antigüedad) se
ha intentado explicar como un sistema para resolver el problema que supone para la empresa el conseguir que
los trabajadores se impliquen en el proceso productivo de forma adecuada, evitando situaciones de “escaqueo”.
En efecto, una forma posible de conseguir el aumento de la lealtad de los trabajadores a la empresa y niveles
razonables de esfuerzo, es mediante la creación de un sistema de pago salarial donde la permanencia en la
empresa sea recompensada en forma de un pago en función de la antigüedad. Este sistema opera de la siguiente
forma: inicialmente se pagarían a los trabajadores salarios inferiores al valor de su productividad marginal.
Salarios que irían creciendo con el paso del tiempo hasta que, como resultado del plus de antigüedad, acabaran
siendo superiores al valor de la productividad marginal. Teóricamente esto significa que la empresa
redistribuiría en el tiempo la remuneración correspondiente a la aportación al proceso productivo que hacen los
trabajadores, de modo que sólo los trabajadores que, por su comportamiento y lealtad, permanecen más tiempo
en la empresa pueden compensar con salarios más altos que el valor de la productividad marginal los salarios
más bajos que recibieron al principio de su carrera profesional en la empresa. En este caso, será del interés de
los trabajadores no mostrarse especialmente descuidados en el ejercicio de su trabajo, ya que si a consecuencia
de ello fueran despedidos perderían sus derechos de antigüedad. Esta explicación de los pagos por antigüedad
permitiría explicar, adicionalmente, un fenómeno como es el de las jubilaciones obligatorias, ya que si el
trabajador a partir de ciertos años de antigüedad es remunerado por encima del valor de la productividad
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Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

marginal no tendría ningún incentivo (mientras el salario fuera superior al coste de oportunidad de su tiempo)
en abandonar la empresa.
Hasta ahora se ha supuesto que las empresas son capaces de discernir con precisión cuál es la
aportación al producto de cada trabajador. Algo que sólo será factible: (1) para trabajadores que trabajan
aisladamente en actividades claramente diferenciables de las que realizan otros trabajadores de la empresa, de
modo que sus productividades respectivas sean independientes, y (2) con productividades fácilmente
cuantificables. Obviamente los ejemplos de actividades que cumplan estos criterios no abundan, quizás el caso
más claro sea el de los agentes comerciales, no siendo de extrañar por ello que este tipo de trabajo tenga
normalmente salarios vinculados a los resultados, esto es, a la productividad (ingresos a comisión por ventas),
pero, por lo general, ni la productividad individual es fácilmente medible, ni es independiente de las
productividad de otros trabajadores de la empresa, de tal manera que difícilmente una empresa podrá
remunerar a cada trabajador de acuerdo a su productividad marginal. Cuando no se cumple el segundo criterio,
la remuneración no se podrá hacer en función de los resultados o productividad sino en función de algún
indicador externo del esfuerzo realizado por el trabajador. Cuando no se cumple el primero, la remuneración de
cada trabajador se hará teniendo en cuenta la productividad (o, si no es posible medirla, el esfuerzo) del grupo
de trabajadores con el que realiza sus tareas y del que forma parte. El hecho de que el trabajo sea en muchos
casos una actividad social que se realiza en grupo y se remunera en función de los resultados medios, puede
incentivar la aparición de comportamientos estratégicos por parte de los trabajadores tendentes a la reducción
de sus niveles de esfuerzo tanto individuales como agregados, ya que a fin de cuentas la determinación de la
cantidad de trabajo (y la consiguiente remuneración media) realizado por el grupo es un problema de acción
colectiva. Una forma de intentar resolver el problema de reducción de esfuerzo individual derivado de la forma
grupal de organizar el trabajo, es mediante el establecimiento de un sistema de remuneración en forma de
primas a los grupos más efectivos, generando así una especie de “competencia” de niveles de esfuerzo para
obtener dicha prima. En este tipo de organización serían los propios trabajadores integrantes de cada grupo los
que se encargarían de controlar el esfuerzo de sus compañeros, no haciendo necesaria la existencia de un
control externo.
Desde la oferta también hay razones para cuestionar el principio de remuneración en función de la
productividad marginal. Así, los trabajadores a la hora de decidir la cantidad de trabajo que ofrecen para cada
salario tienen en cuenta todos los atributos del trabajo, incluyendo entre ellos los niveles de seguridad y calidad
del trabajo y su estabilidad. Al así proceder, es posible que los trabajadores estén dispuestos a trabajar por
salarios inferiores a su productividad en la medida que otros atributos del trabajo como la seguridad o la
estabilidad les compensen la percepción de esos menores salarios. Dicho de otra manera, en la misma
ocupación habría diferencias salariales compensatorias que reflejarían la presencia desigual de toda otra serie
de atributos deseables. Finalmente, la consideración de que los grupos de trabajo son, como todo grupo
humano, grupos jerárquicos, se traduce en un sistema de remuneración distinto en el que los salarios pueden
diferir del valor de la productividad marginal, de modo que aquellos trabajadores más productivos y que
ocupan las posiciones de más estatus ganarían salarios inferiores al valor de su productividad marginal (ya que
serían remunerados, en parte, en especie, con el disfrute que un estatus superior supone), en tanto que aquellos
de menor productividad marginal y por tanto menor estatus ganarían salarios superiores al valor de su
Conceptos de Economía -versión web- 383
Fernando Esteve Mora y Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

productividad marginal (como compensación por su aceptación del bajo estatus asociado a las posiciones
inferiores). En los grupos de trabajadores habría, pues, una suerte de mercados internos de estatus. Recuérdese
aquí que el estatus es un bien posicional, que sólo existe para quienes lo disfrutan si hay otros que “aceptan”
no tenerlo, aceptación que si los trabajadores de bajo estatus tienen alternativas de empleo, pasará por vender el
estatus más bajo a cambio de dinero.
Como bien se puede apreciar, la casuística de situaciones en las que los salarios no guardan una
relación directa y discernible con la productividad es amplísima. Una de estas situaciones, que ha recibido
creciente atención, es la que se conoce como “economía de la superestrellas” o mercados de ganador único.
Con esta denominación se hace referencia a aquellos mercados en donde las diferencias absolutas de
remuneración entre los trabajadores que se dedican a una ocupación no guardan relación con las diferencias
absolutas observables en productividad, de modo que pequeñas diferencias de ésta se traducen en enormes
diferencias de remuneración. Así, los “superfamosos” primeros tres tenores del mundo son prácticamente
indistinguibles para la mayor parte de los oídos del público de los desconocidos tres siguientes tenores, y, sin
embargo, es totalmente seguro que los ingresos del primer trío superan enormemente los ingresos del segundo
trío. Y no sería este un caso aislado o anecdótico; lo mismo pasaría en los mercados de deportistas de elite, de
altos directivos de grandes empresas, de arquitectos, de abogados, de actores, de médicos, de cantantes de rock,
etc. Tanto es así, que, para algunos autores, la generalización de este tipo de mercados de ganador único,
potenciada por el desarrollo de las nuevas tecnologías que facilitan el que grupos cada vez más reducidos de
trabajadores sean capaces de abastecer mercados globales (Internet, por ejemplo, ha facilitado que alguien
pueda consultar a un médico a miles de kilómetros de distancia), explicaría buena parte del aumento observado
en la desigualdad en la distribución personal de la renta en las últimas décadas.

salario de eficiencia por salario de eficiencia se hace referencia al hecho de que la productividad de los
trabajadores o su esfuerzo en el desempeño de las tareas que les han sido encomendadas, depende del salario
recibido. Esto es, salario y productividad y/o esfuerzo no son variables independientes, sino que la segunda
dependería directamente de la primera. Este concepto es tan antiguo como la Economía, ya que el propio Adam
Smith se hacía eco de esta posibilidad, aunque no con este nombre, en su Riqueza de las Naciones publicada en
1776 al señalar que:
“La remuneración liberal del trabajo (…) aumenta la diligencia de la gente normal. Los salarios
de los trabajadores incentivan el esfuerzo que, como cualquier otra cualidad humana, mejora en
proporción a los incentivos que recibe. (…) De acuerdo con esto, en aquellos lugares donde los
salarios son elevados encontraremos trabajadores más activos, diligentes y esforzados que donde
son bajos”

Se pueden distinguir dos mecanismos distintos que explicarían esa relación positiva entre salario y
productividad. En primer lugar, cuanto mayor sea el salario menos problemas tendrá el trabajador para cubrir
sus necesidades vitales y por lo tanto mayor será su capacidad física para trabajar y menor su absentismo por
razones de salud. Este mecanismo es especialmente importante en países menos desarrollados donde la ingesta
calórica es deficiente (el 25 % de la población de los países de renta baja se encuentra en situación de
Conceptos de Economía -versión web- 384
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desnutrición permanente). En segundo lugar, un salario elevado aumentará la satisfacción del trabajador y su
identificación con los objetivos de la empresa, lo que redundará en el esfuerzo dedicado al desempeño de su
trabajo.
La existencia de salarios de eficiencia tiene implicaciones importantes en el funcionamiento del
mercado de trabajo, ya que, en presencia de un exceso de oferta de trabajo, esto es, si hay desempleo, la opción
de ajuste típicamente neoclásica de reducir los salarios (si existe desempleo es que hay un exceso de oferta de
trabajo al salario vigente, por lo que su remuneración debería ser menor para así incentivar su contratación)
sería rechazada por las empresas, conscientes de que la caída de salarios vendría acompañada por una caída
del esfuerzo en el trabajo de su empleados y por lo tanto por una caída en la productividad. Esta rigidez
salarial, resultado de decisiones racionales y eficientes por parte de los agentes que participan en el mercado de
trabajo, tendría implicaciones importantes de carácter macroeconómico pues cuestionaría la validez de los
procesos de ajuste que defiende la economía neoclásica (véase economía neokeynesiana).
Finalmente, es importante situar este tipo de fenómenos en su contexto histórico, ya que esta relación
sólo aparece en sociedades donde el trabajador tiene una “mentalidad adquisitiva”, en el sentido de considerar
que merece la pena esforzarse más en el desempeño de su trabajo si se obtiene una recompensa salarial más
alta. La historia económica y la antropología nos enseñan que en los lugares donde no se ha consolidado
plenamente la economía de mercado, salarios más altos podían provocar una reducción en la cantidad ofrecida
de trabajo por parte de los individuos, ya que éstos abandonaban el trabajo en el momento en que tenían los
recursos suficientes como para hacer frente a sus necesidades, dando lugar así lugar curvas de oferta de trabajo
que se vuelven hacia atrás, de modo que a mayor salario, menor cantidad de trabajo se ofrecía (véase mercado
de trabajo).

salario mínimo aunque en los países de economía de mercado la determinación del salario, como si del precio
de cualquier otra mercancía se tratara, se deja a la negociación de trabajadores –oferentes de trabajo- y
empresarios –demandantes-, las características especiales que tiene el objeto intercambiado: la capacidad de
trabajo de las personas de la que en muchos casos depende su subsistencia y calidad de vida, así como el
desequilibrio negociador históricamente existente entre las empresas y los trabajadores a favor de las primeras,
explica que en la mayoría de países de renta alta exista una normativa de obligado cumplimiento, ya sea por
ley o por convenio colectivo, que impide la contratación de trabajo con un salario inferior al fijado por esa ley
o convenio: el salario mínimo. El uso generalizado en esos países del salario mínimo coexiste, sin embargo,
con una gran diferencia en cuanto a su “generosidad”. Así, por ejemplo, en 2001 el salario mínimo suponía en
Francia alrededor del 60 % del salario medio, en Bélgica el 49 %, en Estados Unidos el 39 % y en España tan
sólo el 32 %.
El debate sobre el salario mínimo ha sido uno de los más intensos y e inusuales en Economía, ya que
ha derivado en un cambio de opinión en lo referente a sus efectos sobre el empleo. Así, de acuerdo con el
análisis neoclásico del mercado de trabajo, el salario mínimo es o bien innecesario o bien perjudicial para el
empleo. Innecesario en el caso de fijarse por debajo del salario existente en el mercado, puesto que no afectaría
en nada a los trabajadores. Perjudicial, en el caso de que se fije por encima del salario de mercado, ya que al
hacer más costosa la contratación de los trabajadores que antes cobraban salarios inferiores al nuevo salario
Conceptos de Economía -versión web- 385
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mínimo, se destruirían parte de sus empleos y se expulsaría a los trabajadores menos cualificados del mercado
de trabajo. La decreciente evolución del salario mínimo respecto al nivel del salario medio experimentada en
muchos países, entre ellos España, con una pérdida del salario mínimo de hasta 10 puntos porcentuales con
respecto al salario medio entre 1982 y 2003, reflejaría el temor de las autoridades económicas a que se
produjera una expulsión de los trabajadores menos cualificados del mercado de trabajo como resultado del
aumento del salario mínimo y/o que se desincentivara la creación de empleo en este segmento del mercado de
trabajo. Sin embargo, en la actualidad, y dada la magnitud de evidencia empírica acumulada, se ha pasado a
considerar que sus efectos sobre el empleo son poco significativos, produciéndose como mucho un cambio en
la composición del mismo, en contra de los trabajadores más jóvenes y sin experiencia y a favor de otros
colectivos con mayor experiencia de trabajo, aunque incluso este efecto sería relativamente modesto. Por poner
un ejemplo de este nuevo tipo de evidencia, investigadores del Economic Policy Institute de Washington, tras
un minucioso análisis del efecto del aumento del salario mínimo impulsado por la Administración Clinton en
1996-97, concluyen que no hay constancia de que se haya producido un impacto negativo sobre el empleo
juvenil en ese país. Asimismo, de su análisis se sigue que el 63 % de las ganancias derivadas del aumento del
salario mínimo van al 40 % de la población con menores ingresos, de lo que deduce que el aumento del salario
mínimo tendría un efecto nada despreciable en términos de lucha contra la pobreza, especialmente en lo que se
refiere al subgrupo de trabajadores con salarios por debajo de la línea de pobreza. Un colectivo más abundante
de lo que se piensa.
Finalmente, ha de señalarse que la existencia de un salario mínimo puede incrementar el empleo en
mercados de trabajo monopsonísticos, pues, en tales casos el coste adicional total asociado a contratar un
trabajador adicional para la empresa cada vez que quiera hacerlo (o coste marginal del factor trabajo), será
creciente y superior al salario que le paga al último contratado ya que la empresa monopsonística al pagar un
salario superior al nuevo trabajador que quiera contratar ha de subirles también el salario a los que ha
contratado previamente. El establecimiento de un salario mínimo, si es efectivo, es decir, si es superior al
salario que regiría en su ausencia, hace que el coste marginal del factor trabajo deje de ser creciente para
hacerse constante e igual al salario mínimo, pues la empresa se ve obligada a pagar el mismo salario
independientemente del número de trabajadores que haya contratado. Esto se traduce, en un coste marginal del
factor trabajo más bajo por lo que, dada su demanda de trabajo, el número de trabajadores contratados será
mayor que el que se daría si no hubiese salario mínimo.

salario de reserva la principal razón del trabajo, aunque no la única como demuestra la existencia de trabajo
voluntario, es la obtención de ingresos. El concepto de salario de reserva hace referencia al salario por debajo
del cual los trabajadores no estarán dispuestos a trabajar, en la medida en que los ingresos obtenidos no les
compensasen el esfuerzo realizado. El salario de reserva es, por lo tanto, aquella parte de la remuneración que
cubre el coste de oportunidad (el valor del ocio perdido, si la única alternativa para usar el tiempo es el ocio)
de ponerse a trabajar en una determinada ocupación (véase además renta económica). Como tal, el salario de
reserva es un concepto relativo, en el sentido de que distintos trabajadores tendrán distintos salarios de reserva
dependiendo de sus necesidades y del tipo de trabajo u ocupación a desarrollar. Así, empezando por este último
factor, es habitual leer que determinado actor de Hollywood ha cobrado un salario por debajo de su caché para
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poder trabajar con determinado director de culto, lo que significa que habría reducido en esta ocasión su salario
de reserva por el privilegio de trabajar con ese director. La mayor o menor necesidad de un trabajador de tener
un trabajo como fuente de ingresos también afecta a su salario de reserva. Existe evidencia de que los
desempleados que cuentan con recursos para subsistir, ya sea gracias al apoyo familiar, o a la existencia de
prestaciones por desempleo, son más exigentes (tienen un salario de reserva mas elevado) a la hora de aceptar
un trabajo que aquellos que no tienen otra forma de subsistir al margen del trabajo. Por último, el salario de
reserva también estará determinado por lo que una sociedad considere como un salario normal, razonable o
justo, y por lo tanto se verá afectado por factores de tipo social.

salario de subsistencia esta expresión hace en principio referencia al nivel salarial necesario para garantizar
la subsistencia física del trabajador y su familia, con la finalidad de poder contar con ese trabajador a lo largo
de su ciclo vital laboral, y con sus hijos en el futuro. El concepto de salario de subsistencia aparece en las obras
de los economistas clásicos, para los cuales los salarios se determinaban teniendo en cuenta el coste de
reposición de la fuerza de trabajo (si bien algunos como Karl Marx entendieron que la subsistencia no podía
referirse exclusivamente a la satisfacción de las necesidades básicas de tipo biológico sino que en ellas había
que incluir también las de tipo social, las que proceden del hecho de vivir en una sociedad dada en una época
determinada). Un planteamiento que era coherente con las circunstancias de la época en la que los trabajadores
gastaban la mayor parte de su salario, entre el 78 y el 96 % en la Inglaterra de finales del siglo XVIII, en la
cobertura de sus necesidades físicas. De hecho, uno de los más conocidos economistas de la época, Robert
Malthus (1766-1834), argumenta que en el caso que los salarios crecieran por encima de los salarios de
subsistencia, se activarían fuerzas correctoras que harían que a largo plazo éstos volviesen a sus valores de
equilibrio, de subsistencia. En concreto al crecer los salarios aumentaría la tasa de natalidad y se reduciría la
tasa de mortalidad de la población, lo que haría que con el paso del tiempo aumentase la población trabajadora
haciendo caer los salarios. En la actualidad este concepto está totalmente superado, ya que los niveles de renta
existentes en las sociedades desarrolladas hacen que del trabajo se espere algo más que la mera subsistencia
biológica, aunque pervive en conceptos como el de living wage o salario (socialmente) digno que recogería el
salario necesario para que un trabajador y su familia lleven una vida adecuada dadas las convenciones sociales.

saldo exterior el saldo exterior hace referencia al balance de las exportaciones e importaciones que realiza
un país en determinado período de tiempo (véase balanza de pagos). Este indicador es importante por varias
razones. En primer lugar un saldo exterior positivo significa que el sector exterior está contribuyendo
positivamente a la demanda efectiva, lo que repercutirá en mayor crecimiento y empleo. En segundo lugar,
significa también que las exportaciones generan suficientes divisas para hacer frente a la compra de bienes y
servicios del exterior, lo que garantiza que el sector exterior no supondrá un estrangulamiento o una restricción
al crecimiento del país (véase ley de Thirlwall). En este sentido, uno de los problemas que habitualmente
encuentran los países en crecimiento, sobre todo cuando crecen a una tasa muy superior a la del resto del
mundo, es que ese crecimiento requiere importar bienes y servicios (maquinaria, tecnología, materias
primas,…) a un ritmo muy elevado. Si estos países no son capaces de mantener un saldo exterior positivo o
equilibrado llegará un momento en que ese desequilibrio afectará negativamente al crecimiento frenándolo.
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saldo presupuestario público el saldo público hace referencia al balance entre los ingresos ordinarios, T,
fundamentalmente impuestos, y los gastos totales, G, del conjunto de las administraciones públicas de un país.
Las distintas situaciones del saldo público de un país: superávit, T > G, equilibrio T = G, y déficit T < G,
reflejan distintas posiciones del conjunto de las administraciones públicas con respecto a la economía del país.
En caso de déficit, el conjunto de gastos públicos superarán a los ingresos ordinarios de la administración, lo
que implica que ésta tiene unas necesidades de financiación (otra forma de denominar el déficit público) que
tendrá que cubrir recurriendo al endeudamiento. Por el contrario, un saldo presupuestario positivo significará
que el sector público está detrayendo de la economía, vía impuestos y otros mecanismos como los precios
públicos y las tasas, más recursos de los que inyecta mediante el gasto público, con lo que al final del período
dispondrá de una capacidad de financiación que normalmente empleará en amortizar deuda pública emitida en
los períodos de déficit. De entre las distintas formas de medir el saldo público (recordemos que estamos
hablando de un agente económico complejo, que cuenta con múltiples niveles de administración y con
infinidad de tipos de ingresos y de gastos), hay dos que merece la pena comentar. La primera de ellas es el
saldo público primario, que es el resultante de calcular el saldo público sin considerar dentro de los gastos los
intereses que se pagan por la deuda pública. Este concepto nos permite conocer cuál habría sido el saldo
público si en el pasado no se hubiera incurrido en déficit, y por lo tanto no hubiera que pagar en el presente
intereses por la deuda acumulada. Este indicador se utiliza para conocer si determinado comportamiento
presupuestario es o no sostenible (véase deuda). El segundo concepto, el saldo presupuestario estructural,
abunda en esta línea, al considerar el saldo público dentro de la coyuntura económica. Con el saldo
presupuestario estructural se pretende diferenciar qué parte del saldo presupuestario responde a decisiones
discrecionales del sector público, como un aumento del gasto en sanidad, por ejemplo, y qué parte responde al
momento del ciclo económico en el que se encuentra el país, ya que, en situación de recesión, el
funcionamiento de los estabilizadores automáticos hará que aumente de forma automática el gasto y se
reduzcan la recaudación por impuestos. Puesto que la parte de déficit y/o superávit que obedece al momento
del ciclo económico se corrige automáticamente con el paso del tiempo (al cambiar la fase del ciclo), esta
forma de medir el saldo presupuestario nos permite conocer si, eliminando las perturbaciones provocadas por
el ciclo, la administración pública se encuentra en una situación de déficit o superávit estructural. El cálculo de
este concepto de saldo es más complejo que los anteriores, ya que implica estimar qué parte del saldo
presupuestario responde a la coyuntura. Ello exige: (1) averiguar el peso que tiene la reducción del nivel de
actividad económica sobre los ingresos y gastos públicos (por ejemplo, cada caída en un punto porcentual del
PIB supone una caída de los ingresos públicos equivalente a 0,35 puntos y un aumento del gasto de 0,05, con
lo que el déficit aumentará en 0,4 puntos); (2) determinar cuál es la brecha existente entre el PIB real y el PIB
potencial. Si esta brecha fuera de 5 puntos, un déficit público del 2 % se traduciría en un déficit estructural
nulo, ya que, en la medida en que cada punto de crecimiento del PIB real generara una reducción de 0,4 puntos
del déficit, con lo que bastaría que la economía se situara en su nivel de producción potencial para que éste
desapareciera. Por el contrario, la existencia de un déficit público estructural significa que, en ausencia de
cambios en la política presupuestaria, la recuperación de la economía no será suficiente para alcanzar una
situación de equilibrio presupuestario; y (3) la estimación del PIB potencial exige determinar cuál es la tasa
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natural de desempleo, pues cuanto más baja sea ésta, mayor será el PIB potencial y por lo tanto mayor será el
déficit público compatible con un saldo presupuestario estructural equilibrado. Todo ello hace patente la
dificultad de calcular de forma fiable esta forma de saldo presupuestario.

Say, ley de la “ley” de Say recibe su nombre del economista francés Jean Baptiste Say (1767-1832) quien en
su Tratado de Política Económica publicado en 1803, señala que la demanda general de una economía no
puede distanciarse mucho, ni por defecto ni por exceso, de la oferta. En sus propias palabras: “los bienes se
pagan con bienes”. Un planteamiento que James Mill (1776-1836) popularizaría en su forma más conocida: la
“oferta crea su propia demanda”.
El argumento de Say es el siguiente: toda actividad productiva de bienes o servicios da lugar a unas
rentas, ya sea en forma de salario, ya sea en forma de beneficios, que se utilizan en la compra de otros bienes o
servicios. De forma que el propio hecho de producir generará los ingresos necesarios para demandar, con lo
que oferta y demanda tenderán a igualarse. Ello no exige que siempre y en todo momento se alcance una
identidad total entre oferta y demanda en todos y cada uno de los mercados, pero sí que todo exceso de oferta
de un bien se vea acompañado por un exceso de demanda de otro (ley de Walras, véase ajuste), de modo que si
los mercados son flexibles, los excesos de demanda de unos mercados tenderían a desaparecer con la subida en
sus precios, y los excesos de oferta en otros tenderían a resolverse con la bajada en sus precios. En unos
mercados competitivos, por lo tanto, a largo plazo la oferta crearía su propia demanda. A nivel agregado esto
se traduce en que siempre se estaría en el entorno del equilibrio macroeconómico de pleno empleo (véase
economía neoclásica).
Sin embargo, como se encargaría de demostrar John Maynard Keynes, dando lugar al nacimiento de la
economía keynesiana, mientras que lo anterior sería válido para una economía en la que toda producción se
consume, lo mismo no es necesariamente cierto en presencia de ahorro, ya que el cumplimiento de la “ley” de
Say en un mundo con ahorro exige que las cantidades que ahorran los agentes económicos coincidan con las
cantidades que invierten otros agentes económicos. Siendo las motivaciones del ahorro y la inversión en gran
parte distintas por llevarlas a cabo diferentes agentes, nada garantiza que en un mundo que se desenvuelve en
un tiempo histórico donde los agentes forman sus expectativas en un marco de incertidumbre, la oferta y
demanda de ahorros coincidan ex ante, lo que puede dar origen a que el equilibrio macroeconómico alcanzado
finalmente sea subóptimo (véase demanda efectiva). Obsérvese que está crítica también sería perfectamente
válida en un mundo de plena flexibilidad de precios y salarios si las expectativas de los agentes no son las
necesarias para que se de el equilibrio con pleno empleo. Por tanto, para Keynes el incumplimiento de la ley de
Say no estaba vinculado necesariamente a la existencia de rigideces de precios que impidieran los ajustes
pertinentes para su cumplimiento.
La presencia de estas rigideces de precios (y salarios) en los procesos de ajuste de los mercados por
razones institucionales (sindicatos, regulaciones laborales) o del propio funcionamiento del mercado en
presencia de asimetrías de información y costes de transacción (véase economía neokeynesiana) serían, no
obstante, un elemento adicional que cuestionaría la relevancia de la ley de Say. De haber rigideces, las
perturbaciones exógenas (expectativas que no se cumplen, shocks de oferta, etc.) no desencadenarían los
procesos de ajuste necesarios, o no lo harían con la suficiente rapidez e intensidad, con lo que las situaciones
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de exceso de oferta se alargarían en el tiempo, resolviéndose sólo con una reducción de esta, y por lo tanto con
la aparición de desempleo

segundo óptimo (second best), teorema de uno de los logros de los que más satisfechos se sienten los
economistas de la escuela neoclásica es la demostración formal de las condiciones que garantizan que se
cumpla lo que Adam Smith había conjeturado, es decir, que el mercado competitivo actuaba como una potente
y benevolente “mano invisible” que armoniza la persecución racional de los intereses individuales dentro una
racionalidad colectiva. Obviamente las estrictas condiciones necesarias para que se cumpla esa afirmación no
se dan en los mercados reales (véase equilibrio general), pero la demostración actuaba como una “guía de
ruta” acerca de cómo orientar la política económica: a partir de ella se presuponía que cualquier cambio en un
mercado que lo acercase a las condiciones de un mercado competitivo redundaría en una mejora en la
eficiencia colectiva. De ahí la presunción de que siempre era adecuado recomendar cualquier cambio que
llevase a unos mercados lo más parecidos posible a los teóricos. Por ejemplo, supongamos que en una
economía se cumplen todas las condiciones que exige el modelo de equilibrio competitivo excepto dos, que,
por ser más concretos, son que en un mercado de trabajo específico hay un sindicato que actúa como
monopolio de la fuerza de trabajo, y que en un determinado mercado de un bien hay un único demandante
(monopsonio). Es decir, que en esa economía habría dos agentes con poder de mercado (existiría pues un
monopolio bilateral). Entonces, si simultáneamente se les pudiese quitar a ambas partes su poder de mercado,
se cumplirían las condiciones de equilibrio competitivo y la eficiencia general aumentaría. Pero ¿qué pasaría si
sólo se actuase contra una de las partes? ¿Qué pasaría si sólo se le quitase su poder de mercado al sindicato? La
intuición, apoyada en el sentido común, llevaba a pensar que algo mejorarían las cosas, pues a fin de cuentas
ya sólo dejaría de cumplirse una de las condiciones del equilibrio competitivo.
Pues bien, en 1957 Richard Lipsey y Kevin Lancaster (1924-1999) demostraron irrefutablemente que
tal intuición no se podía sostener como válida con criterio general, es decir, que si habiendo dos violaciones de
las condiciones del equilibrio general sólo se eliminaba una, la economía en su conjunto puede funcionar peor
que si se hubiesen mantenido las dos violaciones. Una economía sólo funcionaría mejor de un modo
inequívoco si se eliminasen todas las violaciones de las condiciones de equilibrio, de forma que si hay varias y
se eliminan sólo alguna o algunas no puede teóricamente predecirse el resultado final.
De este Teorema de Segundo Óptimo se sigue que, dado que en cualquier economía real existe un
número indefinido de violaciones de los supuestos necesarios para que se produzca el equilibrio competitivo,
cada paso aislado hacia el ideal de economía competitiva, cada propuesta concreta de ampliar el grado de
competitividad, ha de analizarse particular y empíricamente porque no puede darse por supuesto, como suele
hacerse de modo habitual, la validez de la recomendación genérica de que cualquier paso que conduzca a unos
mercados más competitivos (por ejemplo, mercados de trabajo más flexibles, tipos de cambio flexibles, etc.)
conduzca por sí mismo a una mejora económica a menos que se satisfagan a la vez –lo que dista de ser
plausible- todas las condiciones del equilibrio competitivo.

seguros el futuro es desconocido, nadie sabe nunca con certeza que puede acontecer, ya sea a uno mismo o a
sus activos. Si el desconocimiento acerca del futuro entra en la categoría de riesgo (a diferencia de la de
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incertidumbre), es factible que los agentes puedan realizar actividades económicas que se traduzcan en una
disminución de ese riesgo. Bajo determinadas circunstancias pueden existir mercados específicos, los
mercados de seguros, en los que los individuos con aversión al riesgo pueden comprar seguridad. En ellos los
demandantes serían aquellos que pagando un precio, o prima de riesgo, están dispuestos a adquirir seguridad y
los oferentes serían aquellos que la venden, adquiriendo al así hacerlo los riesgos que no quieren padecer los
compradores de los seguros.
Por el lado de la demanda, un individuo estará dispuesto a comprar un seguro siempre que la utilidad
o bienestar previsible que puede esperar alcanzar caso de no estar asegurado (la llamada utilidad esperada) sea
inferior a la utilidad que con seguridad obtendrá cuando está asegurado. Formalmente, supongamos que un
individuo cualquiera que, hoy tiene una riqueza W se enfrenta a un futuro cuya imprevisibilidad se puede
asemejar a participar en un “juego” con dos posibles resultados correspondientes a dos situaciones (o estados
de la naturaleza) alternativas: o le van bien las cosas y su riqueza no varía, o le van mal, y su riqueza se
desvaloriza hasta w. Supongamos también que el individuo le asigna una probabilidad π a la primera situación,
y correspondientemente (1-π) a la segunda. Su riqueza esperada, E(W), o valor medio de la riqueza que puede
esperar tener en el futuro sería:
E(W) = π (W) + (1-π) (w)
Y su utilidad esperada, E(U), sería:
E(U) = π U(W) + (1-π) U(w)
Donde U es la función de utilidad del individuo que se supone, por simplificar el análisis, que es la misma
independientemente de que las cosas le vayan bien o mal.
Si se le ofreciese un seguro por el tuviera que pagar una prima de riesgo P, estaría dispuesto a
contratarlo siempre que
U (W-P) ≥ E(U)
Es decir, que el seguro le garantizase una riqueza neta (W– P) independientemente que las cosas fueran bien o
mal, cuya utilidad fuese mayor (o al menos igual) que la que podría esperar obtener si se arriesgase y no lo
contratase, que sería la utilidad esperada [E(U)]. La prima máxima (P’) que estaría dispuesto a pagar un
individuo sería aquella que satisficiese la siguiente condición:
U (W-P’) = E(U)
El que un individuo se asegure o no dependerá de su actitud ante el riesgo y de la cuantía de la prima.
Si la prima fuese mayor que P’ aunque el individuo tuviese aversión al riesgo no se aseguraría.
Desde el punto de vista del oferente del seguro, lo que está haciendo es vender seguridad, o lo que es
lo mismo, comprar riesgo a cambio de una prima P. El oferente del seguro, la compañía que compra el riesgo,
obtendrá una prima P con una probabilidad π y habrá de pagar una indemnización (W- w) en caso de siniestro.
La compañía estará en equilibrio financiero (ingresos por primas iguales a indemnizaciones, en ausencia de
otros gastos de capital, administración, personal, etc.) si se cumple por tanto que:
(W- w) (1- π ) = π P; es decir si:
P = [(1- π ) / π] (W – w)
Para que los mercados de seguros fueran completos sería necesario que las aseguradoras conociesen
las probabilidades agregadas de que se produjera cada una de las posibles contingencias aseguradas, así como
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que los riesgos asegurados fuesen diversificables o no sistémicos (véase actualización), es decir que no todos
los asegurados sufran simultáneamente el mismo tipo de siniestro frente al que están asegurados. Unas
condiciones que rara vez se cumplen enteramente, lo que explica la incompletud de los mercados de seguros
(esto es, la imposibilidad de asegurarse privadamente con respecto algunas contingencias, como el desempleo).
La importancia que tiene la existencia de una información completa sobre el riesgo de que se produzca la
contingencia asegurada hace a este sector especialmente vulnerable ante la existencia de información
asimétrica y riesgo moral.

seguro de desempleo prácticamente la totalidad de países de alto nivel de renta disponen de algún sistema de
seguro de desempleo, con la finalidad de proteger a los trabajadores de la reducción de ingresos derivada de la
pérdida de sus puestos de trabajo. El esquema más comúnmente utilizado es el del seguro público, por el cual
los trabajadores contribuyen de forma obligatoria con una parte de su salario mientras están trabajando para
protegerse contra esta contingencia, lo que les da derecho a recibir unas prestaciones por desempleo en el caso
de perder involuntariamente el trabajo. Aunque como se ha señalado, este tipo de mecanismo de protección es
habitual en todos los países con Estado de Bienestar, los distintos sistemas son muy diferentes en lo que se
refiere al grado de cobertura, la duración y la generosidad de la prestación. En cuanto el grado de cobertura,
hay países como Dinamarca o Finlandia, donde prácticamente la totalidad de desempleados tienen acceso a
prestación por desempleo, mientras que en otros como España, el porcentaje se sitúa en alrededor del 50-60 %.
Estas diferencias en cobertura se explican fundamentalmente por el grado de exigencia en términos de tiempo
contribuido al sistema para tener derecho a prestaciones (un año en España y cuatro meses en Francia, por
ejemplo), y por la existencia o no de sistemas no contributivos para aquellos desempleados, como los
demandantes de un primer trabajo, que no hayan cotizado suficiente tiempo para tener derecho a seguro de
desempleo. La segunda diferencia está en la duración de la prestación, normalmente relacionada con el tiempo
de cotización pero sujeta a unos límites, que pueden ir de varios años a unos pocos meses. Por último también
varía la generosidad de la prestación (su cuantía con respecto al salario recibido por el trabajador en su último
empleo), que por término medio se sitúa alrededor del 70 %, aunque en países como Irlanda o Italia no llega al
40 %, y el ritmo de reducción de la cuantía según se prolonga la situación de desempleo, ya que es habitual que
la generosidad de la prestación se reduzca con el tiempo de disfrute de la misma.
Sin duda alguna se puede afirmar que el seguro de desempleo tiene un papel central a la hora de
mitigar el impacto negativo del desempleo sobre los trabajadores y sus familias, permitiendo que la pérdida
temporal de trabajo no se traduzca en un deterioro radical de las condiciones de vida de los desempleados. Así,
el hecho de que la tasa de pobreza de un país no esté estrechamente relacionada con su tasa de desempleo
responde a la existencia de este tipo de prestaciones. Sin embargo, al seguro de desempleo se le critica por
contribuir a empeorar el problema del desempleo al reducir los incentivos que los desempleados tienen de
buscar y aceptar un trabajo, ya que las prestaciones por desempleo sitúan a los desempleados en una posición
menos desesperada, aumentando su salario de reserva. Si bien, también se puede argumentar que la existencia
de menor presión a la hora de buscar trabajo contribuirá a una mejor selección del mismo, esto es, a sólo
aceptar un trabajo acorde con las cualificaciones del desempleado, lo que redundará en un mejor
funcionamiento de la economía. Así mismo, las prestaciones por desempleo facilitan hacer frente a los gastos
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asociados a la búsqueda de trabajo mejorando su eficiencia. En todo caso, las últimas reformas del seguro de
desempleo han ido en la línea de reducir su generosidad y período de disfrute, y asegurar que se realiza una
búsqueda activa de trabajo, limitando en algunos casos la capacidad de elección (de rechazo) de puesto de
trabajo de los desempleados que reciben prestaciones.

selección adversa ¿qué tienen en común los mercados de coches segunda de mano, los de seguros de moto y
de vida, los de trabajadores cualificados, los de alquiler de viviendas y de alojamientos turísticos, o los de
adquisiciones de empresas? Pues que en todos ellos, y en una miríada más de ejemplos, existe una asimetría en
la información de que disponen las partes que intervienen en las transacciones, de modo que una de ellas sabe
algo de sí misma que la otra no sabe: algunas de sus propias características que, siendo relevantes para la
transacción, están ocultas para la otra parte. Así, el comprador de un coche de segunda mano, a menos que sea
un experto mecánico, no sabe con certeza si el coche que le ofrecen es un buen coche o un cacharro con vicios
ocultos; tampoco conocen con precisión las aseguradoras las capacidades para la conducción de sus asegurados
ni sus hábitos de vida más o menos arriesgados para su salud. De igual manera, cuando una empresa contrata a
un trabajador poco sabe de sus capacidades reales y su lealtad; finalmente una empresa que se proponga
adquirir otra empresa en el mercado (por ejemplo, mediante una oferta pública de acciones) tampoco suele
tener toda la información relevante sobre la misma y se ha de conformar con la información pública que los
propietarios hayan difundido. Pues bien, todos estos ejemplos lo son de un fenómeno llamado selección
adversa, por el que en ausencia de medidas compensadoras, la lógica económica conduce a que sean los
oferentes (o los demandantes) que ofrecen un producto de “peor calidad” o “menos atractivo” (o tienen
características menos aceptables como clientes) quienes más probablemente aparecerán en esos mercados.
El ejemplo del mercado de coches de segundo mano, que el premio Nobel de Economía de 2001
George Akelrof exploró en un breve y brillante artículo en 1970, ofrece una ilustración paradigmática de este
problema. Supongamos que, inicialmente, sólo hay dos tipo de coches en ese mercado: los de buena calidad,
B, y los cacharros, M, en una proporción del 50%; y que sólo sus propietarios saben de qué tipo es cada uno de
los coches; es decir, la gente que compra coches de segunda mano no sabe de antemano si el coche que compra
está en buen estado o no. Supongamos que por un coche de tipo B, los consumidores están dispuestos a pagar
su valor para ellos, VB, y por uno malo, el suyo, VM, y que estos valores coinciden con los que les asignan sus
propietarios. Ahora bien, al no poder discernir con exactitud el verdadero estado de un coche, un comprador
cualquiera sólo estaría dispuesto a pagar como máximo el precio correspondiente al valor esperado o valor
medio (0,5 x VB + 0,5 x VM), y eso sólo bajo el supuesto de que el comprador sea neutral ante el riesgo, pues
si tiene aversión al riesgo ni siquiera estaría dispuesto a pagar esa cantidad. Pero el problema es que a los
propietarios de coches en buen estado ese precio de demanda les parecerá insuficiente, por lo que preferirán no
sacar sus buenos coches al mercado. En consecuencia, irán desapareciendo del mercado los coches mejor
conservados. Ahora bien, los compradores se irán dando cuenta de este fenómeno, lo que se verá reflejado en
la rebaja de el precio (o sea, en el valor medio o esperado que para ellos tienen los coches), desincentivando
más aún la venta de coches usados de calidad razonable por parte de sus dueños que encontrarán que el
mercado no los valora suficientemente. Como resultado el mercado acabará estando dominado por coches en
mal estado. De este modo, la existencia de características ocultas para una de las partes en una transacción
Conceptos de Economía -versión web- 393
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deviene, como consecuencia de la desconfianza de una de las partes en la otra, en la contracción del mercado,
es decir, en la no realización de transacciones que serían ventajosas para ambas partes. La selección adversa se
traduce pues en una pérdida de eficiencia y es por ello mismo un ejemplo de fallo de mercado.
Esta conclusión también se aplica al problema de la elección del nivel de calidad por parte de una
empresa en presencia de información asimétrica, ya que si el precio medio que los consumidores están
dispuestos a pagar es menor que el coste marginal de ofrecer un bien de calidad elevada, no habrá bienes de
elevada calidad en el mercado. Por otro lado, el supuesto de que todos los consumidores están totalmente
desinformados, es decir que la información asimétrica es completa parece irrazonable. Supongamos que hay
una proporción χ % del total (que está constituido por 100 consumidores) que está plenamente informada de la
calidad de lo que se ofrece en el mercado. Supongamos también que todos los consumidores tienen los mismos
gustos y están dispuestos a pagar 100 € por una unidad de un bien de buena calidad y nada por uno de mala, y
que como máximo cada uno compra una unidad. Supongamos por último, que los costes medios y marginales
de producción son constantes e iguales a 60 € para un bien B y 20 para un bien M. A la hora de elegir entre
producir un bien tipo B o M, se supone que las empresas se guiarán como siempre por el único criterio de
maximizar beneficios. Si producen un bien B venderán a todos los clientes y obtendrán unos beneficios (es
decir, beneficios por unidad -precio menos el coste medio-, multiplicados por el número de unidades
vendidas), ΠB = (100 – 60) x 100 = 4000 €. Y si producen un bien de tipo M sólo podrán vender a los
B

consumidores no informados, con unos beneficios, ΠM = (100-20) x (100- χ) = 80 (100 - χ). El resultado para
este caso es que ΠB > ΠM cuando χ > 50. Como era de esperar, será más probable que se produzca el bien de
B

tipo B conforme mayor sea el porcentaje de consumidores informados. Este porcentaje podría ser más pequeño
si el precio que están dispuestos a pagar los consumidores por un bien B sube. Así, si en vez de 100 €
estuviesen dispuestos a pagar 200, el porcentaje χ mínimo necesario para que las empresas produjesen un bien
de buena calidad se reduciría al 22%. Estos resultados, si bien se mira, son obvios: la información minimiza el
problema de selección adversa que crea la existencia de información asimétrica. Pero lo hace de una manera
relativamente engañosa, pues la cuestión se plantea en este caso en un nivel superior: qué incentivo tiene un
agente a afrontar los costes asociados a informarse si se puede beneficiar de la información que tengan los
demás. Es decir, cuando –como sucede en el primer ejemplo- la mitad de los consumidores estén informados,
las empresas producen un bien de elevada calidad, de lo que se benefician sobre todo aquellos que no han
incurrido en ningún proceso de búsqueda de información. Si cada consumidor se comporta como homo
oeconomicus ninguno dará el primer paso y todos esperarán a que sea otro el que se informe, con lo que el
nivel de información sería nulo y la selección adversa jugaría plenamente.
Existen distintos mecanismos institucionales mediante los cuales los mercados con información
asimétrica tratan de resolver el problema de la selección adversa. Todos tienen como objetivo la consecución
de una reputación de calidad que sirva a la parte no informada del mercado para discriminar. Uno de estos
mecanismos es la “estandarización” de la producción mediante la que las empresas garantizan a sus clientes
que estén donde estén se van a encontrar con el mismo tipo homogéneo de productos que ya conocen (sea el
que sea el McDonald en el que uno entre, el consumidor sabe que la comida es la misma). Otra forma de
sortear la selección adversa consiste en la concesión de garantías o promesas por parte del vendedor de
rembolsar al comprador en caso de que el producto no sea de la calidad anunciada. Si la garantía es total, en
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caso de que el bien salga mal, el vendedor tendrá que compensar al comprador por la diferencia entre ese
precio y el valor del bien defectuoso (que puede ser cero). Obviamente, los vendedores de bienes de baja
calidad no podrían ofrecer ese tipo de garantía, con lo que el problema de selección adversa estaría resuelto.
Sin embargo hay un pero, cual es que una garantía si es total supone que el mercado resuelve el fallo de la
selección adversa para incurrir en uno de riesgo moral, pues cuando el bien está plenamente garantizado los
compradores no tienen incentivos en usarlos de modo cuidadoso. En consecuencia, la garantía no puede ser
total sino parcial o temporal, lo cual permite que pueda ser ofrecida por vendedores de bienes de calidad
defectuosa, con lo que el problema de la selección adversa reaparece.
Las garantías no son sino un ejemplo más de una forma genérica de enfrentarse al problema de la
información asimétrica conocida por señalización, en la que los oferentes tratan de informar de modo creíble a
sus posibles clientes de la calidad de lo que producen. Otros mecanismos usados por la parte desinformada
para tratar de conocer las características ocultas de la otra suponen ineludiblemente incurrir en costes de
información. Así, por ejemplo, las compañías de seguros acuden a lo que se conoce como discriminación
estadística, que consiste en clasificar a un individuo según su pertenencia a algún o algunos colectivos
fácilmente identificable (por edad, por sexo, por raza, etc.) asignándole las características estadísticas del
grupo como características personales ocultas. Obviamente esto resuelve sólo en parte el problema de la
selección adversa, pues quienes formando parte de esos grupos no compartan esas características no estarán
dispuestos a aceptar las transacciones. Así, el hecho de que los conductores jóvenes tengan una tasa de
siniestralidad más elevada, ha llevado a las aseguradoras a subir las pólizas a todos los miembros de ese
colectivo, o incluso a no ofrecer seguros como el de moto, con el resultado de que muchos jóvenes,
fundamentalmente los que mejor conducen, tienen incentivos para no asegurarse y conducen sin seguro.

señalización en los mercados de información asimétrica y para evitar los problemas de selección adversa, la
parte informada tiene interés en proporcionar a la que no lo está indicadores fiables o señales sobre sus
características para distinguirse de aquellos otros cuya calidad es inferior. Así, los vendedores de coches de
segunda mano de calidad tienen interés en transmitir a los demandantes datos que refrenden la calidad de sus
coches. Para que estas señales de calidad sean efectivas es necesario que sean creíbles, es decir, ciertas, lo cual
implica que no puedan ser imitadas y transmitidas por aquellos cuya calidad es inferior. Si la señalización es
eficaz se asiste a lo que se llama un equilibrio separador, caracterizado porque sólo emiten la señal de calidad
quienes la tienen. Caso contrario, cuando la señalización es ineficaz, todos o ninguno emiten la señal, con lo
que la otra parte de la transacción pierde la capacidad de discriminar.
Un mercado donde este problema de la señalización está presente es el de trabajo. En efecto, las
empresas desconocen de antemano a un coste aceptable (y, a veces, difícilmente pueden conocer aun después
de contratar a un trabajador si el trabajo se hace en equipos numerosos), si un trabajador tiene las
cualificaciones adecuadas para su puesto de trabajo. Ello les lleva a recurrir a la información que proporcionan
los propios sujetos a la hora de la contratación. Pero, obviamente, no les vale con cualquier información,
siendo razonable pensar que la obtención de un título o un diploma educativo puede ser una señal creíble de
cualificación por medio de la cual los trabajadores de elevada capacidad informan de sus aptitudes. Esta
explicación fue avanzada por vez primera por Michael A. Spence, premio Nobel de Economía en 2001.
Conceptos de Economía -versión web- 395
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En su modelo, frente a la diversidad de capacidades de los individuos, se supone que sólo hay dos
tipos de trabajadores: los muy capacitados (cuyo tipo y número lo representamos por A) y los poco capacitados
(tipo y número B). Las productividades (medias y marginales) de cada uno son constantes y se representan por
PA y PB , donde por supuesto PA > PB ; supondremos adicionalmente que la mitad de los trabajadores son del
tipo A y la mitad del tipo B. Si hay información perfecta, las empresas pagarán a cada tipo de trabajadores un
salario igual a su productividad marginal: WA = PA > WB = PB . Si hay información asimétrica, y las
empresas no saben nada de la capacitación de un trabajador cualquiera, ofrecerán a cada uno un salario medio
igual al valor de la productividad media de los trabajadores en su conjunto:
WM = [A/(A+B)] PA + [B/(A+B)] PB B

surgiendo un problema de selección adversa (en forma por ejemplo de desmotivación de los trabajadores con
más aptitudes) ya que WM < PA.
Ahora bien, resulta evidente que a los trabajadores de tipo A les interesa señalizar de modo creíble a
las empresas que lo son, y el nivel de estudios puede ser una señal de ese tipo. Representemos el nivel de
estudios obtenido por medio de la letra E, suponiendo que sólo caben dos situaciones: o se ha estudiado (E=1)
o no se ha estudiado (E=0). Por otro lado, el coste por unidad de la formación educativa se representa por la
letra C, supondremos adicionalmente que CA < CB , es decir, que el coste de educarse es mayor para los
trabajadores de inferior capacidad (lo cual es un supuesto que no siempre se da en la práctica, pues bien puede
suceder que un joven genial hijo de una familia pobre afronte unos costes educativos muy superiores al hijo
tonto de una familia rica). La cuestión a dirimir es si los niveles educativos con los que ambos grupos de
trabajadores se presentan en el mercado serán tales que las empresas puedan discriminar correctamente entre
un tipo y otro de trabajadores, de modo que los más capacitados ganarían más y tendrían más educación, que
los menos. En el caso de que así ocurra se dice que se ha alcanzado un equilibrio separador. En el caso
contrario, ambos grupos de trabajadores se presentarían con el mismo nivel educativo, la señalización no sería
efectiva y estaríamos ante un equilibrio aunador.
Para que se de un equilibrio separador es necesario que se cumplan a la vez dos condiciones: 1) que el
beneficio de la educación para los de tipo A sea superior a su coste. Donde el beneficio se mediría por la
diferencia entre el salario cuando se transmite la señal educativa y ésta es efectiva –las empresas pagan
entonces un salario igual a PA- y cuando no se señaliza –las empresas pagan PB-. El coste educativo es CA.E =
B

CA (pues E=1). Por tanto, los trabajadores de tipo A invertirán en la señal educativa cuando:
PA - PB > CA
B

2) simultáneamente es necesario que los trabajadores de tipo B no consideren rentable educarse, lo cual
sucederá cuando los costes de hacerlo sean superiores a los beneficios que obtendrían si lograran “engañar” a
las empresas haciéndose pasar por trabajadores de tipo A, es decir cuando:
CB > PA - PB
B B

La conjunción de ambas condiciones exige que los beneficios de la educación para los trabajadores de
tipo A sean mayores que sus costes de formación y simultáneamente que sean más pequeños que los costes de
formación para los de tipo B.
Si no se cumple la primera condición, los trabajadores de tipo A, al igual que los de tipo B, no considerarán
rentable educarse. Estaríamos así en un equilibrio aunador donde nadie se forma y todos ganan el salario
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medio WM . Si es la segunda condición la que no se cumple, los trabajadores de tipo B estimarían en principio
adecuado educarse, pero dado que todos los trabajadores se presentarían entonces en el mercado con el mismo
nivel educativo, las empresas no podrían discriminar y, de nuevo, pagarían a todos el salario medio, con lo que
o bien se está en un equilibrio aunador en el que nadie se educa pues la educación no sirve como señal, o bien
sí lo hacen para no señalizar que uno pertenece al grupo inferior. Es fácil comprobar que cuando (WM - PB > B

CB) ambos grupos se educan y están peor que si no gastaran nada en el proceso educativo, pues ganarían lo
B

mismo y no incurrirían en los costes de formación.


Es necesario destacar que si bien la señalización puede ser efectiva para resolver el problema de la
información asimétrica dando origen a un equilibrio separador, ello no significa que no sea costosa en términos
de recursos. Así, por ejemplo, en el equilibrio separador del modelo de Spence, y dado que la señal educativa
no hace que crezca la productividad de los trabajadores, tanto el total de salarios que perciben el conjunto de
los trabajadores como el valor de la producción total que generan son los mismos que si nadie invirtiese en la
señalización educativa, es decir, en el equilibrio aunador, sólo que a diferencia de este caso, en el equilibrio
separador, el conjunto de trabajadores de tipo A han tenido que incurrir para señalizar que lo son en unos
costosos estudios que nada rinden en términos agregados, es decir que la producción neta de esta economía
sería más pequeña por la existencia de la señalización educativa.
A este respecto hay que señalar que algunos hechos empíricos prestan verosimilitud a la relevancia
real del modelo de educación como señal frente al modelo convencional de la educación como inversión en
capital humano. En primer lugar está el denominado efecto pergamino o efecto título, que hace referencia a la
diferencia observada en los rendimientos económicos de la educación que obtienen aquellos que logran acabar
una de sus fases y obtienen un título académico que lo certifica y aquellos que abandonan un año antes de
finalizar. Según algunos cálculos referidos a la enseñanza secundaria, quienes logran sacar el título pueden
esperar unos ingresos medios tres veces mayores a quienes la abandonan un año antes. No parece sensato
pensar que en un sólo año de educación secundaria los que lo realicen consigan una capacitación extra que
garantice tal diferencia, que sin embargo, sería enteramente consistente con la visión de la obtención de un
título como señal. En segundo lugar, de las comparaciones entre países respecto a sus niveles educativos y
renta parece surgir una conclusión relativamente clara. En tanto la extensión de la educación primaria está
fuertemente correlacionada con los incrementos de productividad y renta, esa relación disminuye para la
secundaria y mucho más para la superior. Finalmente, es de sobra conocido el proceso por el que los requisitos
educativos para optar a un puesto de trabajo en multitud de ocupaciones han ido creciendo sin que se haya
alterado sustancialmente la forma de desempeñarlas. Donde antes bastaba con tener formación primaria ahora
se requiere secundaria, y donde antes se pedía secundaria, ahora parece ser imprescindible una superior; que ya
no sería suficiente para las tareas que antes la requerían, sino que ahora ha de ser complementada por unos
estudios de postgrado, cuando no se impone el requisito de la llamada formación continua que convierte a los
trabajadores en eternos estudiantes si quieren seguir en sus puestos. Dicho con otras palabras, la educación a
partir de cierto punto, difícil de precisar pero sin duda real, deja de ser una inversión en capital humano para
convertirse en una costosa carrera posicional, una suerte de “carrera armamentística” donde la acumulación de
“armamento educativo” por parte de los rivales sólo permite una respuesta para el individuo: armarse también,
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lo cual si bien es la única estrategia razonable desde un punto de vista individual, es más que cuestionables
desde el punto de vista de la racionalidad social o agregada.

señoreaje el monopolio de emisión de moneda por parte del Estado genera unos ingresos significativos para
éste que puede utilizar para pagar sus gastos, ya que el valor nominal de la moneda es muy superior a su valor
de producción (un billete de 100 dólares vale 100 dólares, pero solamente cuesta 4 centavos el imprimirlo). Por
señoreaje se denomina la capacidad del Estado de aprovechar esta circunstancia. La importancia del señoreaje
como fuente de ingreso estará directamente en función de la cantidad de moneda que se ponga en circulación.
En aquellos países donde se utilice abundantemente como medio de pago los cheques y transferencias
bancarias o el dinero electrónico, las ganancias por señoreaje serán menores que en aquellos otros donde la
circulación de dinero legal o papel moneda, la base monetaria, sea mayor. Por poner un ejemplo, en 1999 el
señoreaje que ganó el Estado ecuatoriano por imprimir billetes fue equivalente al 3,7% del PIB, un dinero que
dejo de percibir desde ese año al dolarizar su economía, en España, sin embargo en el período 1995-97 se
situaba en el 0,6 % del PIB, si bien en la primera mitad de la década de los 80 alcanzaba el 3,6 %.

soberanía del consumidor la expresión “soberanía del consumidor” hace referencia a un principio básico del
análisis neoclásico de las economías de mercado, cual es que son los consumidores los que, como si de reyes
se tratase, esto es, autónomamente, sin influencias externas, determinan lo que en ellas se produce mediante su
comportamiento como demandantes de bienes y servicios. La soberanía del consumidor se contrapondría así al
modo de determinar la composición de la producción tanto en los sistemas de economía de planificación
central, donde los planificadores eran los “soberanos” más o menos indiscutidos que decidían qué se producía
y como se distribuía, como a los sistemas de organización social basados en las costumbres donde las
decisiones se toman con arreglo a la tradición, de modo que la “soberanía” la tendrían en último término los
antepasados. La idea de que los consumidores reales y concretos, sin intermediarios ni delegaciones, son
soberanos juega por ello un papel central a la hora de evaluar el funcionamiento de las economías de mercado,
pues gran parte de su mérito como sistema de organización social obedecería al hecho de que el mercado
permite que sean los propios individuos los que determinen qué se produce y en qué cantidades. Unos
individuos que conocen mejor que nadie sus necesidades y apetencias. El mercado sería así, para el sistema
económico, una institución de corte semejante a la de la democracia en los sistemas políticos. Al igual que la
soberanía política residiría en el pueblo y se manifestaría en el voto democrático como medio de llegar a las
decisiones políticas, la soberanía económica residiría en los individuos y se expresaría en los mercados.
Dicho lo anterior, hay que señalar sin embargo la presencia de un fuerte componente ideológico o
mistificador en la expresión “soberanía del consumidor”, pues, caso de ser los individuos soberanos, no lo
serán como consumidores, sino en todo caso como compradores, ya que está claro que a las empresas no les
interesan las demandas o necesidades de los consumidores, sino sus demandas efectivas, es decir aquellas que
vienen respaldadas por “votos” monetarios, por dinero. Desde esta perspectiva, el mercado dejaría de una
institución análoga a ese ideal democrático que escucha a todos por igual, para acercarse más a una plutocracia,
que escucha más a quién mas tiene e ignora a quienes nada tienen.
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Adicionalmente, parece que en las economías de mercado es habitual el intento por parte de las
empresas de no respetar la soberanía de los “consumidores”, su libertad para elegir y ello no sólo acudiendo al
arbitrio de reducir su ámbito de actuación a través de la restricción a la competencia en los mercados, sino, más
fundamentalmente, tratando de alterar continuadamente las propias preferencias de los consumidores mediante
mecanismos de coerción psicológica englobados en las actividades de marketing y la publicidad. Finalmente,
también hay que resaltar que el mercado es incapaz de recoger las preferencias de los compradores pues no
siempre les ofrece la posibilidad de elegir entre todas las alternativas relevantes para sus decisiones. Dicho de
otra manera, puede que en verdad el mercado respete la soberanía del comprador, y avales su libertad de elegir
pero, eso sí, sólo entre las opciones que el mercado es capaz de ofrecer (véase tiranía de las pequeñas
decisiones)

Solow, modelo de el modelo de crecimiento de Robert Solow, premio Nobel de Economía de 1987, es la
respuesta neoclásica al modelo de Harrod-Domar según el cual la economía capitalista es fundamentalmente
inestable a largo plazo. El planteamiento de Solow enfatiza, por el contrario, la estabilidad intrínseca de la
economía de mercado siempre que los mercados de factores se ajusten libremente. Dos son los elementos que
diferencian estos dos planteamientos. El primero de ellos es que en el modelo de Solow, consistentemente con
el análisis neoclásico a corto plazo, la inversión siempre se ajusta automáticamente al ahorro, de forma que
nunca existen problemas de demanda efectiva: la parte de la renta que no se consume y que, por tanto, se
ahorra se transforma automáticamente en inversión. La segunda es que la tecnología a largo plazo presenta
coeficientes variables (véase relación capital-trabajo), lo que significa que trabajo y capital son sustituibles
de modo que existen infinitas combinaciones de capital y trabajo para producir un mismo nivel de output
(véase isocuanta). Dado el supuesto de que, a largo plazo, los mercados de capital y trabajo siempre se ajustan
flexiblemente, la inversión por trabajador siempre será igual al ahorro por trabajador, o, lo que es igual, que a
largo plazo la economía se moverá siguiendo una senda de crecimiento autosostenido y constante (steady
state), en la que se cumple que el crecimiento de las necesidades de capital por trabajador que vendrá dado por
n.k, donde n es la tasa de crecimiento de la población trabajadora y k la relación capital-trabajo, será igual a la
oferta de ahorro por trabajador de la economía, que, dada una tasa de ahorro s, es s.y, donde y es el producto
por trabajador o productividad. En la senda de equilibrio se cumple pues que:
s.y = n.k
El modelo de Solow plantea así, que a largo plazo los posibles desequilibrios que pudieran darse se
corrigen automáticamente. Si, por ejemplo, el ahorro, y por lo tanto la inversión, creciese por debajo de las
necesidades de capital para dotar a los nuevos trabajadores que se incorporan al mercado de trabajo (debido al
crecimiento de población, n), el resultado de este desequilibrio no sería la aparición de desempleo, sino que el
exceso de mano de obra provocaría un abaratamiento de este factor y el consiguiente cambio de la técnica
productiva, que ahora pasaría a ser más intensiva en mano de obra (es decir, que se produciría caída de la
relación capital trabajo). Por el contrario, si la inversión fuera superior a la necesaria para dotar de capital, de
acuerdo con la tecnología utilizada, a los nuevos trabajadores que se incorporan al mercado de trabajo, de ello
no se seguiría un desequilibrio por exceso de inversión y la consiguiente aparición de capital ocioso, sino que
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esa mayor abundancia relativa de capital se traduciría en un cambio de la tecnología a favor de técnicas más
intensivas en capital, evitándose por lo tanto entrar en situación de desequilibrio.
La tasa de crecimiento autosostenida y constante viene por lo tanto determinada exclusivamente, dada
una tasa de ahorro, por la tasa de crecimiento demográfico, pues el resto de variables (el ahorro y la
acumulación de capital), se ajustan automáticamente (por el procedimiento mencionado) a las necesidades que
surgen de ese crecimiento de la población. Dicho con otras palabras, en el modelo de Solow, la tasa de
crecimiento demográfico es igual a la tasa de crecimiento de la inversión e igual a la tasa de crecimiento
económico. Un cambio técnico exógeno y puntual o una elevación de la tasa de ahorro darán lugar a un
incremento temporal en la tasa de crecimiento conforme se dota a los trabajadores de más o mejor capital, es
decir, mientras aumenta la relación capital trabajo hasta alcanzar su nuevo valor de equilibrio tendencial.
Alcanzado éste, la tasa de crecimiento económico se igualará de nuevo a la tasa de crecimiento demográfico y
a la tasa de inversión.
Finalmente, la consecuencia de todo lo anterior es que, en este modelo, para que se produzcan
aumentos continuados en la tasa de crecimiento económico, ha de ocurrir que: 1) la tasa de crecimiento de la
población debe crecer continuadamente, 2) se debe asistir a incrementos continuados de la tasa de ahorro, o 3)
debe haber en la economía un progreso técnico continuado. De los tres mecanismos sólo el último parece
realista. La debilidad del modelo, en este punto, consiste en que el cambio técnico es una variable exógena
cuyo comportamiento por lo tanto no se explica en el mismo (véase crecimiento económico, crecimiento
endógeno).

Stackelberg, equilibrio de el modelo de Heinrich von Stackelberg (1905-1946) plantea que ocurriría si en un
mercado duopolista, esto es con dos únicas empresas, una, que denominaremos líder, conoce la función de
reacción de la otra empresa y ajusta su comportamiento anticipando cual va a ser la respuesta de su
competidora ante sus decisiones de producción. La empresa competidora – denominada seguidora-, sin
embargo, se ajusta a las decisiones de su rival. El resultado de este modelo es que el mercado alcanza un
equilibrio que se caracteriza por una producción inferior a la de competencia perfecta pero superior a la de
monopolio, y una cuota de mercado mayor para la empresa líder, igual a 2/3 del mercado en el supuesto de
igualdad de costes. El modelo de Stackelberg es un ejemplo de un juego secuencial donde hay una ventaja en
mover primero. El problema con este modelo es que no explica porqué una determinada empresa actúa de líder
y la otra de seguidora.

subasta aunque existen distintas formas de organizar una subasta, todas tienen en común el que plantean la
compra de un bien, la contratación de un servicio, o la adquisición de un derecho/permiso o una empresa de
forma abierta sin precio fijado de antemano (exceptuando el precio de salida). De manera que son los propios
compradores los que determinan, compitiendo entre si mediante puja, el precio final. La subasta es, por lo tanto
un mecanismo de determinación del precio final al que se realiza una transacción distinto de las dos
alternativas más comunes: los precios fijos y la negociación bilateral entre comprador y vendedor. Aunque la
subasta ha tenido siempre un papel relevante en el análisis económico, no en vano Leon Walras recurrió en
1880 al símil del subastador para describir un mercado perfecto en el que un agente, el subastador walrasiano
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anunciaría un precio, comprobaría si la oferta y la demanda coincidían a ese precio y en caso de que no fuera
así anunciaría otro hasta que se produjera la igualdad entre oferta y demanda y se alcanzara el equilibrio
(véase ajuste), en la práctica y excluyendo mercados muy específicos como las lonjas de pesca o los de
antigüedades, las subastas han ocupado un lugar marginal como mecanismo de determinación de precios. Sin
embargo, en los últimos años la popularización de Internet y la elección por parte de muchas administraciones
públicas de este sistema a la hora de vender empresas públicas y asignar recursos escasos de gran importancia
para las nuevas tecnologías de la información como las frecuencias de telefonía móvil de última generación, ha
generado un renovado interés por estos mecanismos de asignación.
Existen múltiples formas de organizar una subasta, y su diseño afecta de modo determinante a su
resultado. Así, es habitual que el vendedor elija un tipo de subasta que maximice los ingresos que percibe,
pero no es obligado que así ocurra, como acontece en las subastas para la concesión de algún bien o servicio
realizadas por del sector público. Por ejemplo, no es extraño que en la subasta de una concesión administrativa
para realizar un determinado servicio público en régimen exclusivo o cuasiexclusivo (por ejemplo, la contrata
de recogida de basuras en un municipio o la restauración en un edificio público) la licencia se adjudique no a
quien pague más por ella, sino al que ofrezca el servicio al precio más bajo. Si la adjudicación se le da a quien
esté dispuesto a pagar más por ella, el resultado, si hay suficiente competencia entre los postores, será que el
ganador acabe pagando por la concesión una cantidad sensiblemente igual a la renta económica o beneficio
extraordinario esperado de la explotación monopolística que le garantiza la concesión. Dicho con otras
palabras, la subasta actuaría como el mecanismo que utiliza la administración para monetizar y transferir a su
bolsillo la actividad de búsqueda de rentas económicas. Es necesario recalcar, por otro lado, que dado que lo
que paga el ganador en la subasta son gastos fijos, no tienen por ello mismo ninguna repercusión en el precio
que luego cobre de la explotación del servicio. Un precio que, como ocurre en cualquier empresa
maximizadora de beneficios, está en relación con los costes marginales de producción. De otra parte, en el
caso de que la subasta la ganase aquel postor que ofreciese hacerse cargo del servicio al precio más bajo, la
ganará (si hay suficiente competencia) quien ofrezca hacerlo a un precio igual al coste medio, pues esa sería la
oferta que nadie podría batir. Serían los ciudadanos quienes más se viesen favorecidos en este tipo de subastas
pues, en este caso, el volumen de servicio que presta la contrata sería mayor que en el caso anterior (siempre
que la calidad a la que se proporcionase el servicio no cayese).
Centrándose en las subastas diseñadas de modo que aquello que se subasta se adjudique al mejor
postor, atendiendo a las reglas que determinan el ganador éstas se pueden clasificar en: a) subasta inglesa, la
tradicional subasta abierta –oral- al alza. b) subasta holandesa, subasta abierta a la baja. c) subasta con plicas,
en donde las pujas se presentan simultáneamente en sobres cerrados, ganando quien presenta la puja más
elevada. Si bien ello no significa que el ganador tenga que pagar esa cantidad, pues las reglas de la subasta
pueden establecer que pague bien ese precio (subasta según el precio más alto) bien el precio de la segunda
puja más elevada (subasta según el segundo precio más elevado), o una combinación de ambos.
Atendiendo al valor que tenga el objeto o derecho subastado, las subastas se clasifican en dos grandes
grupos: a) subastas de valor privado, que son aquellas en las que cada postor tiene una valoración privada y
subjetiva (o precio de reserva) del objeto subastado, no conocida con certeza para el resto (por ejemplo, una
antigüedad tiene por lo general distinto valor para distintos individuos); b) subastas de valor común, que son
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aquellas en las que lo que se subasta tienen un valor muy similar para los distintos postores, pero ninguno sabe
cuál es ese valor con certeza (por ejemplo, el valor de una concesión administrativa será en la práctica
aproximadamente el mismo independientemente de quien la gane, pero cada postor lo estima de antemano de
distinta manera); y c) subastas mixtas que combinan elementos de las dos anteriores.
Si nos centramos en las subastas de valor privado, se tiene que tanto la subasta inglesa como la
subasta por plicas de segundo precio conducen a resultados similares. En efecto, en este tipo de subasta
postular el precio de reserva es para cada postor su estrategia dominante pues declarar un precio inferior no
tiene ninguna ventaja ya que, caso de ganar, lo que se paga es la postura del segundo mejor postor (por
ejemplo, si nuestra valoración es 100€ y postulamos sólo 85€ nos arriesgamos a perder a favor del segundo
postor que ofrece 90 € cuando ganar –por ejemplo con 91€- nos permitiría una ganancia positiva. Dado que
desconocemos las posturas del resto de participantes, no conviene ofrecer menos del precio de reserva. Pero
tampoco tiene ventaja postular un precio superior al precio de reserva, pues corremos el riesgo de ganar
perdiendo. Por otro lado, en el caso de la subasta inglesa, la estrategia dominante es pujar como máximo hasta
que el precio alcance nuestro precio de reserva. Ahora bien, ¿qué precio alcanzará la puja en una subasta
inglesa? Resulta evidente que la puja continuará hasta que se alcance un precio 1€ más alto que el precio de
reserva del segundo mejor postor. Tanto la subasta inglesa, como la de plicas basada en el segundo precio más
alto conducen, pues, a precios similares. Podría pensarse que subasta por plicas basada en el segundo precio les
reporta menos ganancias a los vendedores que la basada en el precio más elevado, dado que obtendrían unos
ingresos iguales a la segunda mayor puja, pero el asunto es mucho más complicado ya que, en este caso, dado
que el vencedor ha de pagar su puja deberá elegir ésta de modo que sobrepase sólo ligeramente al precio de
reserva que estima tiene el segundo mayor postor, pues nunca le interesará pujar un valor más elevado ya que,
si gana, lo tendrá que pagar. La consecuencia es que el ingreso “esperado” en la subasta por plicas basada en el
precio más alto coincidirá con el ingreso generado si la subasta se basa en el segundo precio, aunque los
ingresos reales pueden ser diferentes.
En una subasta de valor privado se debe, por otro lado, conseguir que haya el número más elevado de
postores, puesto que así se eleva la puja esperada del ganador, así como la valoración promedio del segundo
mejor postor.
En lo que respecta a las subastas de valor común, su característica más destacada es la circunstancia
conocida como maldición del ganador, que refleja el hecho de que –en ausencia de una política previsora-
quien gane la subasta será el que puje una cantidad superior a la del resto, y por lo tanto al valor medio o
esperado que tenga lo subastado, con lo que la probabilidad de que su puja exceda a su valor real será muy
elevada.

subasta del dólar modelo diabólico de juego secuencial inventado por Martín J. Shubik, también llamado
“juego de la escalada”, en que se subasta al alza y de modo abierto (subasta inglesa) un dólar con la
peculiaridad de que todos los participantes y no sólo el ganador tendrán que pagar el precio que ofrecieron. Si,
por ejemplo consideramos que sólo hay dos postores, y que las pujas se suceden de diez en diez centavos, el
juego podría desarrollarse del siguiente modo. Uno de los postores podría empezar ofertando la cifra más baja,
10 centavos, entonces, una vez que el otro responde pujando con cualquier cifra superior, por ejemplo, 20
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centavos, la escalada está garantizada. Imaginemos que ese proceso de alza ha llegado a una situación en que
uno de los postores está pujando 90 centavos y el otro 80. Ahora bien, para que éste no pierda los 80 que ha
pujado sólo le queda la opción de ofrecer un dólar por un billete de un dólar, por lo que de vencer en la
subasta, nada ganaría. Pero claro está, la cosa no queda ahí, pues el otro postor sería en tal caso el perdedor y
tendría que pagar los 90 centavos que pujó previamente. De la comparación de las alternativas que tiene ante
sí: aumentar su puja hasta un dólar y 10 centavos y si gana, perder 10 centavos, o darse por derrotado y
perder 90; surge la única vía “racional”: continuar apostando pujando un dólar y 10 centavos por un billete de
dólar. Pero, una vez hecha, entonces, el otro postor perdería el dólar que había ofrecido antes, por lo que tendrá
interés en aumentar su puja hasta un dólar 20 centavos...y así sucesivamente. Las sucesivas pujas por un billete
de un dólar podrían subir indefinidamente. Por supuesto esto no ocurre en la realidad, pues los postores tienen
limitaciones presupuestarias, y así en distintas subastas del dólar entre estudiantes universitarios se ha
observado que las pujas llegan hasta pagar 3 o 4 dólares por el billete. Pero el mecanismo de escalada que
hace que los agentes en una competencia dediquen demasiados esfuerzos y recursos para alcanzar un resultado
que, al final, no los vale, está presente en multitud de “carreras” competitivas en la realidad social y
económica: la “carrera armamentística”, la competencia posicional, las carreras de señalización, las
actividades de búsqueda de rentas, las “guerras” de publicidad y de precios, la asignación por colas (véase
racionamiento), etc. El cómo es posible que se imponga una dinámica con resultados tan “irracionales” como
la de la subasta del dólar entre agentes racionales, se deriva precisamente de la conjunción entre el diseño de la
subasta y una de las reglas de la elección racional: la que establece que a la hora de tomar una decisión sólo
han de tomarse en cuenta los nuevos costes o costes de oportunidad asociados a la decisión y no los costes
hundidos o costes irrecuperables. Y sucede que una vez hecha una puja por un postor, ésta se convierte
instantáneamente en un coste hundido, un coste fijo que habrá de afrontar independientemente del resultado
final de la subasta, por lo que sólo le preocupará el cómo ganarla para así tratar de minimizar sus pérdidas.

subdesarrollo el subdesarrollo se define por contraposición al desarrollo: un país es subdesarrollado si no


alcanza los niveles de bienestar (véase Índice de Desarrollo Humano) y renta de aquellos países de renta
elevada. Es evidente que la dicotomía desarrollo-subdesarrollo es tan sólo una caricatura de la realidad. El
mundo esta formado por un continuo de países con una renta que va desde los 480 dólares en paridad de
poder adquisitivo, PPA, de Sierra Leona a los 34.320 de Estados Unidos. Utilizando la clasificación del
Banco Mundial, en 2001 la renta per capita mundial PPA era de 7570 $, pues bien 2,5 billones de personas
vivían en países de renta baja, con una renta per capita de 2.040 $, 2,6 billones en países de renta media, con
una renta per capita de 5.710 $, y el poco menos de un billón restante vivían en países de renta alta con una
renta per capita media de 27.680 $. En todo caso, hay que tener en cuenta que incluso dentro de una misma
categoría de renta estamos hablando de países con muy distinta historia, cultura y características geográficas y
económicas. Aún así se pueden distinguir una serie de elementos comunes a gran parte de los países 65 países
de renta baja y en menor medida de los 52 países de renta media baja (5.020 $ de renta per capita), entre los
que destacan: (1) desde un punto de vista geográfico los países menos desarrollados, PMD, se sitúan
mayoritariamente en el trópico, en muchos casos sin salida al mar y lejos de los principales mercados y rutas
comerciales del mundo. (2) Su posición geográfica les hace propicios a la aparición de enfermedades
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parasitarias, algunas de ellas, como la malaria, con un alto índice de morbilidad y mortalidad (un millón de
personas al año en África) y un alto coste económico, estimado para países como Kenia o Nigeria entre el 2 y
el 5% del PIB. (3) Alto crecimiento de la población (2 % frente al 0,7 % de los países de renta alta), fruto de la
caída de las tasas de mortalidad y el mantenimiento de las tasas de natalidad a los niveles existentes cuando la
mortalidad era mayor. (4) Importancia de la agricultura, en muchos casos de subsistencia y las actividades
informales de servicios. (5) El bajo nivel de renta genera una baja tasa de ahorro que a su vez explica su baja
dotación de capital y sus bajos niveles de productividad. (6) Instituciones políticas deficientes, con un alto
nivel de corrupción. (7) Alto nivel de fragmentación etnolingüística, que en combinación con la falta de
mecanismos de representación política puede favorecer la aparición de conflictividad social y conflictos
bélicos. (8) Especialización en la exportación de un número reducido de productos primarios (véase teoría de la
dependencia). Todos estos factores repercuten en bajos niveles de cobertura de las necesidades básicas,
incluyendo acceso a agua potable, alcantarillado, educación (el 37 % de la población de más de 14 años es
analfabeta) y una esperanza de vida significativamente inferior a la de los países de renta alta (59 años frente a
78). En todo caso es importante señalar que las características del subdesarrollo son cambiantes, en la
actualidad, uno de los problemas de los PMD es el crecimiento descontrolado de las grandes ciudades y la
aparición de cinturones de pobreza a su alrededor, algo desconocido en esos países hace cincuenta años,
cuando eran básicamente economías rurales. Del mismo modo, la aparición de la pandemia del SIDA está
afectando a la mejora de la esperanza de vida que lentamente se estaba produciendo en los PMD.

subempleo el concepto de subempleo, o desempleo disfrazado, hace referencia al hecho de que un trabajador
esté ocupado en una actividad en la que, debido a insuficiencia de tiempo o de factores productivos
complementarios, genera una producción inferior a la potencial. La definición anterior incluye cuatro
situaciones de subempleo. La primera y más fácil de medir, que podemos denominar subempleo de tiempo,
incluiría a todos aquellos trabajadores que trabajan menos horas de las que quieren y pueden trabajar, el
ejemplo típico es el de los ocupados a tiempo parcial por no poder encontrar un trabajo a tiempo completo. Los
valores de este tipo de subempleo en Europa fluctúan entre el 1 % de los ocupados en Francia y el 7 % en
Suecia. La segunda fuente de subempleo es la falta de disponibilidad de recursos complementarios al trabajo en
cantidad suficiente para liberar toda su capacidad productiva. Los trabajadores de mantenimiento de carreteras
con poco más de una pala para realizar su trabajo, una escena corriente muchos países menos desarrollados,
sería un ejemplo de este tipo de subempleo. Para algunos de los modelos más famosos de desarrollo económico
este tipo de subempleo cumplía con un papel importante en el proceso de desarrollo ya que su existencia
permitía a las empresas industriales de los países menos desarrollados contar con una oferta ilimitada de mano
de obra a salarios sólo marginalmente superiores a los ingresos del sector rural, sin que por ello se resintiera la
producción agrícola. La tercera causa de subempleo sería la realización de un trabajo para el cual es necesaria
una cualificación inferior a la del trabajador que desarrolla esa actividad, lo que daría lugar a subempleo por
infrautilización del capital humano: la licenciada en química que trabaja como teleoperadora sería un ejemplo
de este tipo de subempleo. Por último, una cuarta fuente tiene que ver con el sobredimensionamiento de las
plantillas en empresas u organismos públicos derivado bien de la utilización de criterios de contratación
distintos al de minimización de los costes, bien de la dificultad, por razones sociales o legales, de despedir a los
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trabajadores no necesarios para la producción como consecuencia de cambios en la tecnología productiva o en


la demanda. La imagen decimonónica de ministerios en donde los funcionarios se entretienen leyendo el
periódico, sería un ejemplo de este último tipo de subempleo.
Conceptos de Economía -versión web- 405
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T
tasa de descuento véase actualización.

tasa interna de retorno la tasa interna de retorno, TIR, es la tasa de descuento que hace que el valor actual
neto, VAN (véase actualización), de un proyecto de inversión sea igual a cero, igualando por lo tanto el valor
presente de los beneficios y costes del proyecto. De forma intuitiva la TIR se puede entender como el tipo de
interés (o tasa social de descuento, si el proyecto en de índole público) que haría que los beneficios netos
actualizados de un proyecto de inversión fueran nulos:
(B1 – C1) (B2 – C2)
B (B3 – C3)
0 = ----------- + ---------- + ----------- + ….
(1+r) (1+r)2 (1+r)3

Donde (B-C) son los beneficios netos en cada periodo (1, 2, 3,…) que dura el proyecto de inversión. Por
ejemplo, un proyecto cuya realización cuesta 100 € y tiene una duración de un año al cabo del cual se obtiene
un resultado de 110€ (es decir, que tiene beneficios estimados de 10 €), tendría una TIR del 10%, lo que
significa que si el tipo de interés fuera del 10 % al inversor le daría lo mismo llevar a cabo el proyecto que
colocar los fondos disponibles para el mismo en bonos con una remuneración del 10 %. De acuerdo con este
criterio un proyecto se llevaría a cabo si su TIR fuese mayor que el tipo de interés, mientras que entre varios
proyectos alternativos que cumplan este requisito, aquel con mayor TIR sería el elegido. Este criterio de
selección de inversiones es, junto al del valor actual neto, uno de los más utilizados para discriminar entre
inversiones alternativas, siendo su principal ventaja su carácter práctico, ya que es habitual que los agentes
económicos piensen en términos de tipo de rendimiento más que en términos de beneficios y costes absolutos
(como en el caso del VAN). En la medida que un proyecto de inversión dure más de un periodo, tendrá
distintas TIR, como resultado del tipo de ecuación que se ha de resolver para calcularla. Si la inversión tiene
dos periodos, se trataría de una ecuación de segundo grado con dos posibles soluciones, si es de tercer grado
habría una solución adicional, y así sucesivamente. En tales casos, la diversidad de valores de TIR para cada
proyecto dificultaría la selección ya que los resultados serían ambiguos, a menos que se decidiese que cada
proyecto se eligiese a tenor de la mayor o menor tasa de TIR entre las posibles que tuviera, lo cual no dejaría
de ser arbitrario. Finalmente, aun con un resultado único, el criterio del TIR no conduce a las mejores
elecciones a la hora de seleccionar entre proyectos de inversión cuando, por ejemplo, los proyectos son
indivisibles y no pueden ser combinados, de modo que se ha de optar por uno o por otro. En este caso, puede
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ocurrir que el TIR no sirva para discriminar entre dos proyectos diferentes pues suceda que existan tamaños
para cada uno de ellos para los que se tenga el mismo TIR. Por todo ello normalmente se considera que el
VAN es una regla de decisión más adecuada.

tasa natural de desempleo el concepto de tasa natural de desempleo, desarrollado por el premio Nobel de
economía de 1976 Milton Friedman, defiende que la posibilidad de optar, a la hora de diseñar la política
económica de un país, bien por una menor inflación a costa de un desempleo mayor, bien por una menor tasa
de desempleo sacrificando para ello la estabilidad de precios, tal y como recoge la curva de Phillips, sería una
opción sólo viable hasta alcanzar cierta tasa de desempleo: la tasa natural de desempleo, TND. A partir de ese
punto la reducción del desempleo sólo se mantendría a corto plazo, regresando a medio plazo a la tasa de
desempleo existente con anterioridad, pero ahora con una mayor inflación. Es decir, que la política expansiva
sólo sería efectiva antes de alcanzar la TND. Una vez alcanzada la TND, el aumento de demanda de trabajo
asociado a la existencia de una demanda efectiva insatisfecha generaría un aumento de los salarios y el
correspondiente aumento de precios, de forma que temporalmente, tal y como indica la curva de Phillips, se
produciría un aumento del empleo, una caída del desempleo y un aumento de la inflación. Sin embargo, en el
medio plazo, los trabajadores, conscientes de la caída en sus salarios reales derivada del aumento de los
precios, exigirían subidas salariales para compensar este aumento, lo que repercutiría en una menor demanda
de trabajo por parte de las empresas, volviéndose a la situación de partida en términos de desempleo, pero con
una mayor inflación (véase también NAIRU).
En todo caso, es necesario señalar que no hay nada de “natural” en la tasa natural de desempleo. No se
trata de una constante de la naturaleza a la que no le afecte las instituciones y la política económica: las
instituciones del mercado de trabajo, el modo como se realice las negociaciones salariales, la existencia de
prestaciones por desempleo o la política de competencia que afecta a la discrecionalidad con la que las
empresas pueden trasladar subidas de costes a precios, alterarán la posición de la TND en el corto plazo. Y ello
sin contar con los cambios demográficos y en la tecnología a largo plazo.

teorema de la telaraña cuando por las características técnicas del proceso productivo de un bien la oferta
tiene un tiempo de respuesta elevado ante las variaciones en el precio, el ajuste entre oferta y demanda puede
demorarse temporalmente. El teorema de la telaraña es un caso de este tipo de proceso de ajuste. Tomemos
como ejemplo cualquier mercado agrícola de un bien perecedero en el que las decisiones de cuánto producir se
tomen, por razones de ciclo productivo, con un año de antelación al momento en el que se lleva el bien al
mercado. El gráfico adjunto recoge este proceso de ajuste. Dadas unas expectativas sobre el precio que
alcanzará el bien en el mercado el siguiente año, Pe0, los agricultores deciden que van a producir una cantidad
Q0. Si por cualquier razón la demanda el siguiente período es inferior a la esperada, los agricultores se verán
obligados a (mal)vender su producción a un precio mucho más bajo, P0. Si los agricultores esperan que ese
precio sea el vigente el año siguiente, Pe0 = P0, entonces ajustarán su producción a la baja, Q1. Pero al haber
reducido su oferta, una vez transcurrido el tiempo necesario de producción los agricultores obtienen en el
mercado un precio más alto, P1, mejorando por lo tanto la rentabilidad de sus explotaciones. Si toman este
precio P1 como el precio esperado para el siguiente período, Pe1 = P1, entonces procederán a producir una
P
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cantidad igual a Q2, para descubrir al año siguiente que, de nuevo, se han equivocado en sus estimaciones de
precio, ya que dada la cantidad ofertada el precio es de P2. Como se puede ver este proceso de prueba y error
converge a una situación de equilibrio en donde oferta y demanda se ajustan, cumpliéndose las expectativas de
los agricultores. Pero no siempre tiene que ser así, ya que en presencia de mercados normales –demanda
decreciente y oferta creciente con el precio- bastaría con que la oferta tuviera menos pendiente (fuera menos
sensible al precio, menos elástica respecto al precio) que la demanda para que el proceso sea divergente en vez
de convergente.
Es importante tener en cuenta que el modelo de ajuste de la telaraña se construye bajo la idea de que
los agentes forman sus expectativas de modo adaptativo, esto es, en cada periodo toman decisiones
suponiendo que el precio vigente será el que regirá también en el futuro, lo que conduce a que se equivoquen
repetidamente a lo largo de todo el proceso de ajuste. Consecuentemente, el ajuste vía telaraña sería
incongruente con el supuesto de que los agentes económicos se comportan racionalmente, lo que implica que
los individuos aprenden lo suficiente del pasado para no repetir los mismos errores año tras año.

Oferta

Pe0

P1

P2

P0

Demanda

Q1 Q3 Q2 Q0

terciarización por terciarización se hace referencia al proceso de aumento de la importancia del sector
servicios en el conjunto de la actividad productiva de un país. La terciarización sería la última fase del cambio
estructural que acompaña al crecimiento económico. Este proceso tiene implicaciones importantes en el
funcionamiento de la economía por varias razones. Por un lado, la terciarización, que frecuentemente va
acompañada por un proceso de desindustrialización, supone el crecimiento de un sector que, por término
medio, tiene tanto niveles como tasas de crecimiento de la productividad más bajos que el sector industrial.
Esta diferencia en términos de productividad tiene implicaciones importantes sobre la economía, ya que si
tenemos dos sectores con diferente crecimiento de la productividad, cuanto mayor sea el crecimiento del sector
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con un comportamiento menos dinámico de la misma, menor será el crecimiento medio de la productividad del
conjunto de la economía. De este modo, en la misma medida que el traspaso de activos del sector agrícola al
sector industrial asociado a la industrialización tuvo un impacto positivo sobre el crecimiento de la
productividad, el traspaso de población activa del sector industrial al sector servicios ralentizaría su
crecimiento. En la práctica, este planteamiento se ha visto matizado por tres factores. En primer lugar, gran
parte del crecimiento del sector servicios responde a lo que se conoce como externalización por la que
actividades auxiliares a la empresa que antes se desarrollaban dentro de ésta, ahora son objeto de
subcontratación, lo que significa que parte del crecimiento del sector servicios reflejaría tan sólo la
contabilización nueva como producción de servicios en el mercado de una actividad productiva que ya existía
con anterioridad pero que no se contabilizaban como tal. En segundo lugar, el sector terciario es una amalgama
de actividades, algunas de las cuales, como los servicios sociales o personales, por sus características
intrínsecas, tienen un bajo crecimiento de la productividad, mientras que otras, como las de transportes,
comunicaciones o las del sector financiero tienen un comportamiento de la productividad mucho más
dinámico. De esta forma, el mismo proceso de terciarización tendrá efectos distintos sobre el crecimiento de la
productividad dependiendo de su composición. Por último, las nuevas tecnologías de la información, a
diferencia de lo ocurrido con otras olas de cambio técnico, han resultado ser especialmente aplicables al sector
terciario, facilitando el aumento de la relación capital trabajo del sector y el crecimiento de su productividad,
algo que antes estaba reservado en gran medida a los procesos manufactureros.
Por otra parte, aunque de forma relacionada con lo anterior, el menor crecimiento de la productividad
del sector terciario (de confirmarse) generaría un aumento de los costes, fenómeno conocido como la
enfermedad de los costes y descrito por William Baumol. Si los salarios industriales crecen a la par del
crecimiento de la productividad en su sector, y los trabajadores del sector servicios a la hora de establecer sus
reivindicaciones salariales se guían por los incrementos salariales de los que gozan los trabajadores
industriales, entonces, al ser los crecimientos de su productividad más pequeños, se producirá un aumento en
los costes laborales unitarios del sector servicios. Este aumento, con toda probabilidad, se trasladará en buena
medida a precios en la medida del sector servicios, por su naturaleza, tiene un escaso grado de apertura a la
competencia exterior. De ahí que, excluyendo la energía, sea el sector servicios el que normalmente contribuye
más al crecimiento de los precios.
Por último, y desde otra perspectiva, se tiene que dado que en gran parte de las actividades de
servicios la producción no se puede desvincular de la venta, el crecimiento del peso del sector servicios en la
economía afectará a la distribución del tiempo de trabajo, que pasaría a ocupar de forma creciente franjas
temporales (sábados, domingos, última hora de la tarde y noche) antes reservadas a otros menesteres y ahora
dedicadas al consumo y a la producción de servicios.

Thrilwall, ley de en 1979 A. P. Thirlwall planteó, mediante un sencillo modelo, la posibilidad de que la tasa
de crecimiento de un país se viera limitada por las restricciones impuestas por el mantenimiento del equilibrio
de la balanza de pagos. La idea subyacente a este modelo es que, puesto que el aumento de la renta de un país
se traduce en un aumento de sus importaciones, para que el crecimiento sea compatible con el mantenimiento
del equilibrio de la balanza de pagos será necesario que simultáneamente crezcan las exportaciones del país
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(que dependerán del tipo de cambio, los precios relativos y la renta del resto del mundo), o, alternativamente,
que aumente la entrada neta de capitales extranjeros. Bajo el supuesto de que los cambios en los precios
relativos y las variaciones en la entrada neta de capitales del exterior tienen poca importancia, y si
consideramos también que las variaciones del tipo de cambio no tienen un efecto significativo permanente
sobre el comportamiento de exportaciones e importaciones (aunque coyunturalmente puedan tenerlo), entonces
el crecimiento de la renta compatible con el mantenimiento del equilibrio de la balanza de pagos
(exportaciones = importaciones), yBP, será aquel para el que la variación en las importaciones asociadas al
crecimiento de la renta de un país (o sea, el producto de la elasticidad renta de las importaciones, ERM, por esa
tasa de crecimiento de la renta del país, yBP) sea igual a la variación de sus exportaciones (o sea, el producto de
la elasticidad renta de las importaciones que le hacen el resto del mundo ERX , por la tasa de crecimiento de la
renta mundial, yR), es decir que se cumpla:
yBP = [ERX / ERM ] . yR = x / ERM
donde x sería la variación de las exportaciones que hace el país.
Esta expresión, conocida como la Ley de Thirlwall, indica que la tasa de crecimiento de la renta de un
país compatible equilibrio del sector exterior depende positivamente del crecimiento de las exportaciones, y
negativamente de su elasticidad renta de demanda de importaciones, esto es, de la sensibilidad de su demanda
de importaciones ante cambios en la renta.
A partir de la expresión anterior se pueden obtener varias conclusiones: (1) dado que los países tienen
diferencias importantes sus valores de ERX y ERM, que reflejan diferencias en su especialización sectorial, el
crecimiento compatible con equilibrio exterior será muy distinto entre países, de forma que aquellos que estén
especializados en la producción de bienes con elasticidad renta elevada y que acudan al exterior para proveerse
principalmente de bienes primarios de baja elasticidad renta, tendrán consiguientemente una tasa de
crecimiento compatible con el equilibrio exterior mucho más elevada que aquellos otros con una pauta de
especialización opuesta. (2) A partir de la expresión anterior se obtiene que el crecimiento relativo de la renta
de un país con respecto al crecimiento de la renta del resto del mundo depende del cociente entre la elasticidad
de sus exportaciones con respecto a la renta mundial y la elasticidad de sus importaciones con respecto a su
renta [(yBP/ yR) = (ERX / ERM)]. Si como señala la teoría de la dependencia los países menos desarrollados se
especializan en la producción y exportación de bienes y servicios con una demanda de baja elasticidad renta,
entonces su tasa de crecimiento de equilibrio exterior será menor que la tasa de crecimiento económico del
resto del mundo [(yBP/ yR ) < 1], lo que significará que, al contrario de lo que señala la economía neoclásica, no
se producirá un proceso de convergencia de renta per capita entre países, sino todo lo contrario: la divergencia
será la norma.
Las estimaciones realizadas desde la formulación de esta “ley”, tanto para países de renta alta como
para países menos desarrollados, muestran que sus tasas de crecimiento real son por lo general similares a las
tasa de crecimiento compatibles con el equilibrio exterior, yBP, lo que se interpreta como una confirmación de
la ley de Thirlwall.
Conceptos de Economía -versión web- 410
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tipo de beneficio el tipo de beneficio, r, es una medida de la rentabilidad media de las inversiones definida
como el cociente entre el beneficio, B, bruto, es decir incluyendo el coste de uso del capital, obtenido de una
actividad productiva y el valor del capital comprometido en la misma, K (r = B/K).

tipo de cambio se denomina tipo de cambio nominal al precio de una moneda en términos de otra. El tipo de
cambio se puede definir también en términos reales, como tipo de cambio real, en cuya determinación
intervienen los precios relativos de los países implicados en el comercio internacional. Este tipo de cambio se
define como el tipo de cambio nominal multiplicado por el nivel de precios en el otro país y dividido por el
nivel de precios nacional. De este modo, una subida del tipo de cambio real, es decir una depreciación real,
puede ser el resultado tanto de la existencia de un crecimiento mayor de los precios en el país como de una
devaluación del tipo de cambio nominal. El tipo de cambio es una variable determinante de las exportaciones
e importaciones pues el precio en moneda nacional de un producto importado dependerá no sólo de su precio
en la moneda del país de origen, sino también del tipo de cambio de esa moneda con respecto a la moneda del
país importador. Así, por ejemplo un producto que en origen valga 1 $ valdrá 0,8 € si el tipo de cambio es 0,8 €
= 1 $, mientras que si el dólar se aprecia hasta valer lo mismo que el euro (1$ = 1€), el mismo bien, sin cambiar
su precio en dólares, aumentará su precio en euros hasta 1. De idéntica forma, la caída del tipo de cambio
(devaluación) abaratará en moneda extranjera los productos nacionales.
Desde una aproximación teórica los países pueden optar por tres formas distintas de gestionar su tipo
de cambio. La primera de ellas es dejar el tipo de cambio libre, también conocida como sistema de flotación
libre, o limpia, consistente en dejar al mercado de divisas que fije libremente el tipo de cambio sin intervenir en
su determinación. En un mercado de divisas libre el tipo de cambio se fijará, como lo hace cualquier precio en
un mercado no intervenido, de acuerdo con los movimientos de la oferta y la demanda de divisas. En este caso
la demanda de divisas la realizarán agentes económicos que desean importar bienes y servicios del exterior,
llevar a cabo inversiones en el extranjero, o remitir parte de sus ingresos a sus familias en el caso de
trabajadores emigrantes. Junto con estas operaciones, otra fuente de demanda de divisas es la que se pudiera
realizar con una finalidad meramente especulativa si se espera que en el futuro se revalúe la moneda nacional.
Este último tipo de operaciones dependerá de forma especial de las expectativas que tengan los agentes con
respecto a la evolución futura del tipo de cambio y las variables de las que puede depender (evolución
económica, tipos futuros de interés, etc.) A su vez la oferta de divisas tendrá su origen en los exportadores que
tras vender sus productos en el exterior cambian los ingresos obtenidos en divisas por moneda nacional (la que
utilizan para pagar a sus acreedores, trabajadores, etc.), inversores extranjeros que pretenden invertir en el país
(véase inversión extranjera directa) y otras fuentes como puedan ser transferencias de emigrantes o de otro
tipo. Al igual que ocurría con la demanda, existe una última motivación distinta de oferta de divisas, que es la
realizada por aquellos agentes que en el pasado adquirieron divisas con una finalidad especulativa esperando su
apreciación y que, ahora, una vez aumentado su valor, las venden en el mercado para realizar sus ganancias.
Que el tipo de cambio sea libre significa que cambiará en función de los movimientos de oferta y
demanda, de forma que el aumento de la demanda de la divisa o moneda extranjera generará una tendencia a
la depreciación de la moneda nacional (caída de su valor con respecto a la divisa), mientras que un aumento de
la oferta una divisa o moneda extranjera generará una apreciación de la moneda nacional. La principal ventaja
Conceptos de Economía -versión web- 411
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que tiene este sistema es que en ningún caso se produce una falta de divisas en el mercado, ya que en presencia
de un exceso de demanda, automáticamente se produce una depreciación de la moneda, con la consiguiente
caída en su cantidad demandada (puesto que al encarecerse una divisa se encarecen también las importaciones)
y un aumento de la cantidad ofrecida (ya que al depreciarse la moneda se facilitan las exportaciones). El
principal inconveniente del tipo de cambio libre es que la misma libertad de movimiento que garantiza un
mercado en equilibrio sin necesidad de intervención (demanda de divisas = oferta de divisas), produce
continuos movimientos del tipo de cambio, dando lugar a incertidumbre sobre cuál será el tipo de cambio en el
fututo (incluso el más inmediato), en perjuicio del comercio exterior, en la medida el desconocimiento de
cuáles van a ser los precios reales de los bienes intercambiados convierte estas actividades en actividades de
riesgo.
En el otro extremo del espectro de sistemas de tipos de cambio se encontrarían aquellos basados en la
existencia de un tipo de cambio fijo, esto es un tipo de cambio que se mantiene invariable, salvo causa de
fuerza mayor, independientemente de la situación de la oferta y demanda de divisas existente un momento
dado. La existencia de un tipo de cambio fijo, cuyo caso extremo sería la creación de un currency board o
caja de conversión, exigirá que la autoridad monetaria actúe como comprador o vendedor de divisas
complementando la demanda o la oferta de divisas del mercado y permitiendo el mantenimiento del tipo de
cambio sin generar una situación de racionamiento. De este modo, si la demanda de divisas es mayor que la
oferta, el Banco Central tendrá que entrar en el mercado como oferente de divisas (provenientes de sus
reservas) hasta que la suma de la oferta de mercado y la oferta de regulación del Banco Central iguale a la
demanda de mercado. Por el contrario, si la oferta fuera mayor que la demanda, el mantenimiento del tipo de
cambio exigiría que el Banco Central actúe como comprador de divisas hasta eliminar el exceso de oferta.
Estas divisas pasarían a formar parte de las reservas del Banco, y posibilitarán su actuación como oferente en
caso de ser necesario en el futuro. Este sistema, dominante en la década de los 50 y 60 del pasado siglo (véase
Fondo Monetario Internacional), tiene la ventaja de eliminar la incertidumbre sobre el tipo de cambio
facilitando el comercio internacional. Sin embargo su funcionamiento exige que las actuaciones de compra y
venta de divisas por parte del Banco Central se alternen, de forma que éste no se enfrente con una situación de
falta de divisas o de sobreacumulación de reservas.
Por último existe una opción intermedia, el tipo de cambio intervenido, también conocido como
flotación sucia, que se caracteriza por permitir que el tipo de cambio fluctúe dentro de una banda establecida
explícita o implícitamente, interviniendo el Banco Central cuando los tipos de cambio en sus fluctuaciones
traspasaran dichas bandas. El Sistema Monetario Europeo existente desde 1979 hasta la entrada en
funcionamiento de la Unión Monetaria Europea en 1999, en el que el tipo de cambio entre las monedas
integrantes del sistema disponían de un margen de fluctuación libre del 2,25 % (6 % en casos especiales) sería
un ejemplo de este tipo de mecanismo. La existencia de una masa cada vez mayor de capitales financieros que
se mueven libre y rápidamente debido a la liberalización financiera de un país a otro en búsqueda de ganancias
especulativas rápidas, ha limitado la viabilidad de este tipo de sistemas, al no contar las autoridades encargadas
del control del tipo de cambio con una capacidad de intervención lo suficientemente contundente como para
contrarrestar los ataques especulativos contra sus monedas. Circunstancia esta que explicaría el abandono de
este tipo de mecanismo cambiario.
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Por otro lado, es importante señalar que la política de tipo de cambio no se puede realizar de forma
aislada, independientemente de las políticas monetarias y fiscales que se establezcan, ya que las actuaciones
monetarias y fiscales afectarán al sector exterior y por lo tanto al tipo de cambio. Por poner un ejemplo, una
política monetaria expansiva de reducción del tipo de interés afectará a la rentabilidad de las inversiones
financieras en el país, con lo que se reducirá la entrada de capitales extranjeros y se favorecerá la inversión de
los capitales nacionales en el exterior –allá donde estén mejor remunerados- algo que supondrá una reducción
de la oferta y un aumento de la demanda de divisas, y la consiguiente depreciación del tipo de cambio de la
moneda nacional, e forma que los objetivos de mantenimiento del tipo de cambio y expansión monetaria no
serían compatibles. Lo anterior significa que la opción a favor de un sistema de tipo de cambio fijo supone
también, implícitamente, la subordinación de la política monetaria al objetivo de mantenimiento del tipo de
cambio.
Junto con estos mecanismos, es posible diseñar sistemas de tipo de cambio múltiple, en los que el
tipo de cambio varía en función de la clase de operación de importación o exportación realizada. Así, por
ejemplo, un país en vías de desarrollo podría fijar un tipo de cambio fijo para sus exportaciones de bienes
primarios y sus importaciones de bienes esenciales, y un tipo de cambio libre para las importaciones no
esenciales y sus exportaciones de manufacturas (muy sensibles a los cambios en los precios), de forma que en
una situación de falta de divisas, el tipo de cambio libre caería –devaluación- de forma importante por debajo
del tipo de cambio fijo, generando una mejora de la competitividad de sus manufacturas y una caída de las
importaciones de bienes no esenciales, sin que por ello se encarecieran las importaciones de bienes esenciales
(sujetas a un tipo de cambio fijo). Este sistema ha sido criticado por los fuertes costes de administración
derivados de garantizar que las divisas obtenidas de la exportación de bienes primarios se dirijan a la
importación de bienes esenciales y por el alto riesgo de ser utilizado de forma fraudulenta propiciando la
corrupción. A finales de la década pasada una veintena de países poco desarrollados tenían un sistema de tipo
de cambio múltiple de uno u otro tipo.
La plena liberalización de los movimientos de capitales, el aumento de la velocidad con la que se
desarrollan las transacciones financieras y el incremento de peso del comercio exterior en el funcionamiento de
unas economías nacionales cada vez más globalizadas, ha llevado a muchos países a plantearse hasta que
punto sus regímenes de tipo de cambio son adecuados a las nuevas coordenadas económicas. Este proceso de
revisión parece haber favorecido a los regímenes extremos, ya sean éstos de tipo de cambio fijo (incluyendo
aquí, la dolarización, la adopción de un sistema de “currency borrad” o la creación de una moneda común –
unión monetaria) o de flotación pura, frente a los sistemas intermedios de flotación sucia o intervenida. Una
tendencia que habría llevado a algunos economistas como Stanley Fischer a hablar de una bipolarización de los
regímenes de tipo de cambio. A comienzos de siglo, el 42 % de los países del mundo tenían un tipo de cambio
libre, el 34 % un sistema intermedio y el 24 % restante un tipo de cambio fijo (frente al 23, 62 y 16 % de la
década anterior).

tiranía de la durabilidad un monopolio que vende un bien duradero se encuentra en una situación paradójica
cual es que, en cada momento, se enfrenta a la competencia de los bienes que previamente ha vendido, o lo que
es lo mismo, se encuentra con que se hace la competencia a sí mismo. Circunstancia que habría de tener en
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cuenta a la hora de tomar decisiones sobre la producción y la estrategia de venta en cada periodo. La
importancia de esta “tiranía” que suponen los bienes ya producidos depende de la existencia de mercados de
segunda mano competitivos, así como del grado de sustituibilidad entre los bienes vendidos previamente y los
que se venden en este periodo. Si la sustituibilidad fuese perfecta porque los bienes duraderos tuviesen una
nula o muy pequeña tasa de depreciación, y el mercado de bienes usados fuese muy competitivo, entonces el
monopolio podría verse obligado a comportarse también de modo competitivo.
El monopolio que vende bienes duraderos puede adoptar algunas estrategias para
zafarse de esa tiranía. Puede optar, por ejemplo, por alquilar su producto y no venderlo (eso intentó hacer
durante un tiempo IBM). Puede también optar por acelerar la tasa de obsolescencia planificada, aumentando la
depreciación económica del bien ofreciendo nuevas variedades con distintas características. Pero tiene otras
alternativas. Dado que la tiranía de la durabilidad se plasma en que el precio al que vende el monopolio de un
bien duradero tiende a caer en el tiempo, ello se traduce en que los compradores no comprarían de salida al
precio de monopolio, esperando que este cayera hacia el competitivo. En consecuencia, si el monopolio quiere
comportarse como tal tiene que trasmitir a los compradores que el precio de salida al que vende no va a bajar.
Para ello puede limitar la tirada garantizando que no se repetirá rompiendo, por ejemplo, los moldes (es lo que
hacer los escultores siguiendo un convenio internacional) o las planchas de impresión; o puede limitar a un
periodo determinado las ventas del bien (como ha ocurrido con las películas clásicas de Disney).

tiranía de las pequeñas decisiones denominación por la que se pretende dar cuenta del hecho de que en una
economía de mercado las decisiones asignativas que afectan a una gran cantidad de bienes y recursos son
resultado de un ingente conjunto de decisiones mucho más pequeñas, realizadas por los muchos individuos que
componen la economía. Y sucede que cada uno decide qué bienes compra o qué recursos pone a la venta
comparando los precios que de unos y otros observa en sus mercados respectivos, precios que se forman a
partir de unos determinados niveles de producción. Pero ocurre que la agregación de esa miríada de pequeñas
decisiones individuales puede, en muchos casos, alterar el marco definido por esas circunstancias iniciales –
que fueron aquellas a partir de las cuales los individuos tomaron sus decisiones- de un modo que no siempre es
el deseado por éstos. El resultado final es que no es infrecuente que los propios decisores individuales se
conviertan en víctimas de la estrechez de los contextos en los que ejercen su soberanía.
Así, por ejemplo, es perfectamente racional el comportamiento de las familias que realizan su compra
en un “hiper” cada quince días, pues les resulta más barato en tiempo y dinero que ir repetidamente a la tienda
de la esquina. Pero cuando son una inmensa mayoría las familias que cambian así su estilo de hacer la compra,
las tiendas de barrio desaparecen, resultado probablemente ni era deseado ni formaba parte de ninguna de las
decisiones individuales de compra de las familias (véase valor opción). Lo mismo pasa con el uso del vehículo
propio frente al ferrocarril, o con el alquiler de DVD frente a la asistencia a de cines y teatros, o también, con
las decisiones de irse a vivir a una urbanización y el mantenimiento de una rica vida ciudadana. La tiranía de
las pequeñas decisiones aparece porque cuando los individuos toman sus decisiones, lo hacen en un contexto
en el que hay transporte público, hay cines y teatros y la vida urbana es febril, pero de lo que no se dan cuenta
–y aunque se den, nada pueden hacer individualmente por remediarlo- es de que, como consecuencia de sus
acciones agregadas, las posibilidades de supervivencia económica de cines, teatros, ciudades que merezcan ese
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nombre se ven socavadas. Resultado que no entraba como variable a considerar en las decisiones que los
individuos tomaron ya que el mercado no puede recoger ese tipo de elecciones a los decisores. El mercado sólo
recoge de modo pleno las demandas que se expresan realmente en cada momento en forma monetaria pero
tiene muchas dificultades para recoger las demandas-opción (excluyendo los casos de algunos productos
financieros), donde por demanda-opción hay que entender la valoración que cada individuo hace de que siga
existiendo la capacidad de producir muchos bienes y actividades, de forma que aunque no la expresen en un
momento dado como demanda concreta de un bien o servicio determinado, les quede sin embargo la
posibilidad de poder ejercer alguna vez la opción real de demandarlos.

Tobin, tasa la existencias de enormes cantidades de “dinero caliente” moviéndose rápidamente por las
economías del mundo en búsqueda de un beneficio especulativo a cortísimo plazo, propiciada por la
liberalización financiera y la desaparición de los controles antes existentes al movimiento de capitales entre
países, ha aumentado la inestabilidad de los mercados financieros, provocando toda una serie de crisis
financieras de carácter regional: Europa durante el verano de 1992 y 1993, México en 1994, Sudeste de Asia
durante el verano de 1994, Rusia un año más tarde, Brasil en 1999 y Argentina poco después. En un sólo día
los mercados financieros registran un movimiento de divisas que excede el valor del comercio mundial de un
año, y casi la mitad de las transacciones tienen un período de ida y vuelta de menos de tres días, lo que nos da
una idea de su naturaleza especulativa. La Tasa Tobin, que deriva su nombre del premio Nobel de Economía
de 1981, James Tobin (1918 - 2002), es una de las propuestas de política económica planteadas con el objetivo
de reducir los efectos negativos que este tipo de movimientos especulativos tienen sobre la estabilidad
financiera de los países, especialmente los menos desarrollados con un sector financiero más frágil. La Tasa
Tobin consiste en un pequeño impuesto, en torno a un 0,1-0,5 % sobre todas las transacciones financieras
internacionales, de modo que sea lo suficientemente alto para desincentivar los movimientos financieros
especulativos a muy corto plazo, y por lo tanto reducir la volatilidad del tipo de cambio, y lo suficientemente
bajo como para no afectar a las transacciones financieras realizadas a medio y largo plazo. Este impuesto se
pagaría dos veces, en el momento de la compra de divisas y en el momento de su venta, discriminando de
forma sensible contra los movimientos a corto plazo. Así, por ejemplo, para un tipo de 0,1 %, suponiendo una
tasa de interés del 5 % anual, para que al inversor le interesara adquirir divisas con una finalidad especulativa
necesitaría obtener de su compraventa una beneficio del 5,2 % anual. Pero si su intención es mantener las
divisas sólo un mes, entonces la tasa ganancia anualizada para compensar el efecto del impuesto debería ser del
7,4 % (5% + 2,4 (=0,2 x 12 meses)%), mientras que para movimientos de un día, la tasa anual tendría que ser
del 77 % (5% + 72(=0,2 x 360 días)%), lo que deja claro su efecto desincentivador de los movimientos
especulativos a corto plazo.
Con su introducción, Tobin esperaba que se redujera el riesgo de ataques especulativos sobre países
incapaces de defenderse de los mismos, una vez liberalizados sus sistemas financieros, e impedir que la
existencia de este tipo de riesgos redundara en un menor compromiso de los países con su apertura al exterior,
un proceso que en términos globales consideraba favorable para su crecimiento económico. Paralelamente, y
dado el gran volumen de transacciones financieras que se realizan diariamente, esta tasa podría generar unos
ingresos considerables, del orden de 100 a 300 miles de millones de dólares al año, que se podrían dirigir a
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luchar contra la pobreza. La Tasa Tobin, a pesar de la contar con cierto apoyo social, en gran parte gracias a la
acción de grupos antiglobalización como ATTAC, se enfrenta a la hora de su aplicación, entre otros problemas,
a la dificultad de hacerla cumplir, ya que su éxito exige de cooperación global, pues de otra manera
simplemente se produciría un desplazamiento de este tipo de actividades hacia los países más permisivos con
las mismas (aquellos que no hicieran cumplir esta regulación impositiva).

trabajo productivo/improductivo existen diferentes tipos de trabajo dependiendo de su relación con la


satisfacción de las necesidades, ya sean individuales o sociales, y de su capacidad para generar valor añadido.
Los economistas clásicos de finales del siglo XVIII y la mayor parte del XIX, como Adam Smith, David
Ricardo, Thomas Malthus, o Karl Marx, distinguían entre el trabajo necesario de una sociedad, aquel capaz de
producir valores de uso en general, o sea, bienes o servicios que satisfacían alguna necesidad de algún o
algunos individuos, del trabajo productivo en sentido estricto en una economía de mercado, que era el trabajo
capaz de generar valores de uso intercambiables para toda la sociedad, es decir, mercancías o valores de
cambio. Adam Smith llevaba esta distinción hasta el extremo de considerar que sólo era trabajo productivo
aquel que se plasmaba en bienes materiales, el tipo de mercancías habitual en su tiempo. No era trabajo
productivo, por tanto, ni el trabajo de los sirviente privados aunque se hiciese a cambio de un salario, ni el de
los sirvientes públicos, magistrados, soldados, reyes y clérigos, por más útil y necesarias que fuesen sus
respectivas actividades para el conjunto de la sociedad. David Ricardo y, sobre todo, Karl Marx, matizaron
posteriormente la visión smithiana en el sentido de incluir dentro del trabajo productivo todo aquel que
produce valores de cambio y ha sido contratado con la finalidad de obtener unos beneficios o plusvalía para
quien lo contrata. Para que un trabajo sea productivo no basta, pues, con que produzca bienes materiales o
servicios, sino que es necesario que se intercambie en un mercado de trabajo por dinero como forma de capital
productivo y no meramente por renta o dinero para el consumo, es decir, es necesario que quien lo contrata lo
use productivamente para generar más valor añadido, más bienes y servicios que se vendan en los mercados
para obtener beneficios. Así, para Marx, el trabajo productivo es sólo aquel que es “comprado” por los
capitalistas para obtener beneficios y no aquel que es comprado ya sea por capitalistas o por otros trabajadores
para obtener valor de uso de ellos. Los servidores domésticos no eran, por tanto, trabajo productivo. Marx, por
otra parte, siguió considerando las actividades que no generaban valores de cambio (los trabajadores públicos)
como trabajo improductivo por muy necesario que fuese.
La distinción entre trabajo productivo e improductivo tiende a desaparecer más tarde con la economía
marginalista y neoclásica. Todo trabajo en la medida que satisface alguna necesidad de algún agente
económico ya sea individuo o empresa, ya sea público o privado, es productivo. Sólo podrían considerarse
improductivos desde un punto de vista social aquellos trabajos que generasen “males” económicos por ser
resultantes de algún fallo del mercado (por ejemplo, el trabajo que se plasma en una externalidad negativa) y
también, aquellos trabajos que los individuos dedican no a producir bienes y servicios para satisfacer
necesidades sino a alterar a su favor la distribución de la renta ya generada, como lo es el conjunto de
actividades búsqueda de rentas, innecesarias socialmente (incluyendo aquí “trabajos” como el robo, la
extorsión, etc.), o el que se traduce en una competencia posicional. Desde este punto de vista todo el trabajo
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dirigido a la producción de bienes defensivos podría incluirse dentro de la categoría de trabajo socialmente
improductivo.

tragedia de los comunes “el ojo del amo engorda el caballo” dice el viejo refrán...pero si no hay amo, ¿qué
pasa con el caballo? Para los economistas, los bienes sin dueño, sea este privado o público, se denominan
recursos de libre acceso o bienes comunes o comunales. Como ejemplos se pueden citar los bancos de pesca
en aguas internacionales, las carreteras, las orillas de los ríos y de los mares, el aire limpio, las aguas oceánicas,
etc. Son bienes sin propietario, por lo que nadie tiene derecho a excluir a nadie de su disfrute, pero no son
bienes públicos pues su uso es rival, es decir, que la parte que usa o disfruta un agente económico no puede
ser utilizada simultáneamente o de la misma manera por otro. Las consecuencias del uso libre, sin normas ni
regulaciones de este tipo de bienes son “trágicas” pues suponen la sobreexplotación y agotamiento o extinción
de esos recursos de libre acceso, y por lo tanto su uso ineficiente. Una situación a la que el biólogo Garret
Hardin (1915-2003) denominó, con expresión que ha gozado de éxito, tragedia de los comunes.
La razón de esa tragedia resulta obvia desde el punto de vista económico. Si los agentes persiguen su
propio interés (como corresponde a especimenes del género homo oeconomicus) a la hora de usar un recurso
de propiedad común atenderán exclusivamente a sus costes privados, es decir, al coste de los recursos que
necesitan emplear adicionalmente para usar el bien comunal, sin tener en cuenta el coste que el uso que
hacen de éste tiene sobre el resto de usuarios, es decir, sin contar con el coste social de su actividad. Dado que
los costes privados son inferiores a los costes sociales, la consecuencia es que cada agente usa en demasía del
recurso de libre acceso, pues cada uno decide el uso que hace del mismo siguiendo la regla de usarlo hasta el
punto en que el valor que obtiene cada uno por ampliar su actividad en una unidad adicional (su utilidad o su
ingreso marginal) sea igual a su coste marginal privado, el único que cuenta para ellos. Así, el patrón de un
barco pesquero que sale a faenar en aguas internacionales sólo tiene en cuenta sus costes particulares
(combustible, redes, depreciación del barco, salarios, etc.), pero no tiene en consideración que las toneladas de
merluzas que él pesca no las pueden pescar los otros barcos lo cual se traduce en que los costes por tonelada de
los demás crezcan. Como todos hacen lo mismo, la consecuencia obvia es el agotamiento del caladero.
Ante la tragedia de lo común caben varias soluciones. Obsérvese que en el caso de los caladeros en
aguas internacionales, el problema reside en que el dios Neptuno no cobra nada por la utilización del mar, si
cobrase los patrones pesqueros internalizarían ese pago como un coste privado más que, al elevar sus costes de
producción, haría disminuir sus jornadas de pesca y sus capturas (dada la demanda decreciente de pescado), de
modo que, dado que no hay un propietario privado del mar, la solución que se ha encontrado ha sido la
extensión creciente de las aguas territoriales de los distintos estados (las 200 millas de exclusividad
económica). La primera solución, pues, es el cambio en la titularidad jurídica del recurso que pase de no ser
propiedad de nadie a serlo de alguien, ya sea publico o privado, que limite o excluya el uso del recurso
mediante regulaciones o normas o usando un precio (véase recursos naturales). Así, para algunos autores, la
tragedia de los comunes estaría debajo del surgimiento histórico de la propiedad privada. Una segunda
solución, que no implica la creación de un sistema de propiedad sobre los recursos de libre acceso, es la
adopción por todos los miembros de la sociedad de normas explícitas o implícitas (por ejemplo, en forma de
mitos) que restrinjan el uso particular de los mismos. Obviamente, esta segunda alternativa resulta viable
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solamente en el caso de sociedades o comunidades estáticas y pequeñas con continuidad y sin demasiadas
interferencias sobre el stock de un recurso común, lo cual se traduce en unos bajos costes de transacción
(costes de elaboración de las normas de uso, de vigilancia de su cumplimiento y de castigo por no hacerlo).
Finalmente, podría pensarse en una tercera alternativa, que los agentes no se comportasen como homo
oeconomicus y de modo personal, razonablemente, no sobreexplotasen los recursos de uso común, pero
obviamente tal cosa no resultaría razonable desde el punto de vista de la Economía.

trampa de liquidez la trampa de la liquidez hace referencia al caso extremo de que el tipo de interés vigente
en un país sea tan bajo que los agentes económicos mantengan en forma líquida los incrementos en la cantidad
de dinero que puedan producirse, con la finalidad de que, en el caso de que en el futuro suba el tipo de interés,
disponer de líquidez para poder comprar bonos (recordemos aquí que si el tipo de interés es próximo a cero,
no hay ninguna razón para no mantener todo el dinero en forma líquida, ya que el coste de oportunidad de así
hacerlo sería nulo). En este caso, la política monetaria expansiva de aumento de oferta monetaria no tendría
ningún efecto sobre la actividad económica, ya que por mucho que aumentara la cantidad de dinero no caería
más el tipo de interés y no se recuperaría la inversión. Esta hipotética situación fue sugerida por John M.
Keynes para explicar cómo en una recesión la política monetaria podría llegar a ser absolutamente ineficaz
para relanzar la economía, lo que dejaría en manos de la política fiscal el protagonismo de la política
económica. En el esquema IS-LM, la trampa de la liquidez se representa mediante una función LM horizontal
que no se ve afectada por las variaciones en la cantidad de dinero. Japón a comienzos de la presente década,
con un tipo de interés a corto plazo del 0 %, y a largo plazo del 1,2 %, es un ejemplo de una situación técnica
de trampa de la liquidez, algo por otra parte muy poco frecuente.

trampa de pobreza la visión dominante de la asistencia social en los países con un Estado de Bienestar
consolidado es que, exceptuando aquellos colectivos que por razón de edad o discapacidad no pueden
participar activamente en el mercado de trabajo, ésta debería dirigirse a aquellas personas o unidades
familiares, según los casos, que por causas ajenas a su voluntad no pueden alcanzar unos ingresos mínimos
trabajando, estando en el espíritu, y algunas veces en la letra de los programas sociales que las intervenciones
deberían ser puntuales y ayudar a que los beneficiarios pudieran, con el paso del tiempo, integrarse en mercado
laboral y obtener independencia económica. Para ello, algunos programas incluyen de forma explícita un límite
temporal a los derechos de disfrute de los mismos, algo que es habitual en las prestaciones por desempleo y
que ha sido introducido de forma general en Estados Unidos en su programa de asistencia social más
importante (cinco años de disfrute máximo). La intención de estas limitaciones es evitar que la recepción de
asistencia se convierta en una “forma de vida” separando de forma permanente a los beneficiarios del mercado
de trabajo.
Uno de los requisitos formales que debe cumplir cualquier programa que se plantee como objetivo
conseguir la reinserción (o la inserción) de los beneficiarios en el mercado de trabajo es que la suma de las
prestaciones tanto monetarias como en especie que estos obtienen de los programas de asistencia de los que
son beneficiarios no iguale o supere al salario neto, esto es después de impuestos y cotizaciones sociales, que
los beneficiarios alcanzarían en el mercado de trabajo de conseguir un empleo. Ya que si no es así, o si la
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diferencia es muy pequeña y las expectativas de promoción en el puesto de trabajo mínimas, es posible que la
propia existencia de prestaciones desincentive la búsqueda de trabajo y por lo tanto alargue y perpetúe la
situación de dependencia de los beneficiarios. Esta circunstancia es lo que se conoce como trampa de pobreza.
Para luchar contra esta trampa lo habitual ha sido actuar en dos frentes distintos. Por un lado, se han hecho
menos apetecibles las prestaciones, endureciendo su acceso, reduciendo su cuantía, o limitando el número de
años a los que se puede tener acceso a la misma. Alternativamente, se ha intentado hacer más apetecible el
empleo, permitiendo compatibilizar algunas prestaciones con el desempeño de un trabajo remunerado o
completando el salario cuando este no alcanza determinado nivel con transferencias vinculadas al hecho de
trabajar (como el programa estadounidense Earned Income Tax Credit). El primer sistema tiene el
inconveniente de que se penaliza a las personas en situación de necesidad, en una parte importante niños que
dependen de las prestaciones sociales de sus padres, mientras que el segundo tiene el inconveniente de su coste
presupuestario, y de que puede incentivar a los empresarios a ofrecer salarios bajos, que se verían completados
por las prestaciones sociales.
Junto con esta interpretación de la trampa de la pobreza centrada en los elementos económicos, en los
años 60 y 70, los análisis de la pobreza realizados en el mundo anglosajón desde una perspectiva sociológica
popularizaron el término cultura de pobreza que extendía las fuentes de la trampa de la pobreza más allá de las
puramente económicas, para incluir aspectos sociales y culturales que hacían de la pobreza una situación
permanente y con escasa movilidad ascendente. (véase, además, impuesto negativo sobre la renta, renta
básica universal)

transferencias en el análisis económico transferencias son los ingresos recibidos por los individuos que no
corresponden a su participación como oferentes de trabajo o de capital o de cualquier otro factor de producción
en el proceso productivo. Una transferencia, por lo tanto, supone un pago unidireccional de aquel agente que la
realiza al que la recibe sin que haya ninguna contraprestación del beneficiario. Las principales transferencias
que se realizan en una economía de mercado son las derivadas de la acción distributiva del sector público,
especialmente importante en aquellos países con un Estado de Bienestar desarrollado, y las realizadas en el
seno de las familias. En lo que se refiere a las transferencias públicas, en la UE en 1999 las transferencias
sociales suponían casi el 25 % de los ingresos de la población (el 33 % en Bélgica y el 17 % en España),
mientras que en Estados Unidos no llegaban al 10 %. Las principales transferencias públicas son las pensiones
(63 % de todas las transferencias en la UE) y, a distancia de éstas, las prestaciones por desempleo. Las
transferencias privadas, fundamentalmente las intrafamiliares, son todavía más importantes, si bien al no ser
transferencias formalizadas no se dispone de datos. En todo caso, la contabilidad de Balanza de Pagos nos
ofrece datos sobre un tipo muy importante de transferencias privadas, las remesas que los emigrantes envían a
sus familias desde los países en los que trabajan, que nos sirve para tener una idea de la importancia de éstas.
Así, por ejemplo en 2001 en Jordania las remesas de emigrantes supusieron el 20 % del PIB, y en El Salvador
el 14 %.

trueque el trueque es una forma de comercio, la más antigua de la humanidad, en donde el intercambio se
lleva a cabo sin necesidad de utilizar dinero, cambiando directamente un bien o servicio por otro. La
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característica central del trueque es que todo comprador tiene que ser, simultánea y necesariamente, vendedor,
ya que la única forma de acceder a un bien en un mercado de trueque es ofreciendo otro bien a cambio. La
ventaja que tiene el trueque es que permite el comercio sin necesidad de dinero, lo que explica que este modo
de intercambio exista bien en sociedades sin dinero, bien en sociedades donde se ha perdido la confianza en
éste (en presencia de hiperinflación, por ejemplo). Como sistema de intercambio, el trueque tiene el
inconveniente de que para que una transacción se pueda llevar a cabo hace falta que el vendedor tenga para
vender exactamente lo que quiere el comprador, y que simultáneamente lo que ofrece éste, coincida con la
demanda del otro implicado en la transacción, lo que dificulta enormemente las transacciones (salvo en
presencia de mercados muy simples con muy pocos bienes, como lo eran los mercados del neolítico), la
división del trabajo y el crecimiento económico. Los elevados costes de transacción del intercambio vía
trueque darían así una explicación de tipo funcionalista al surgimiento del dinero.
En las últimas décadas, sin embargo, como resultado de la crisis de la deuda de mediados de los años
ochenta y los problemas experimentados por muchos países menos desarrollados para financiar de forma
convencional sus exportaciones, el trueque ha aumentado su importancia en el comercio internacional llegando
a suponer entre el 10 y el 20 % de éste. La crisis económica de los antiguos países de planificación central
también ha provocado un renacimiento del trueque, especialmente en Rusia y en Georgia, donde algunas
estimaciones han llegado a situar este tipo de intercambio en el 60 % del PIB.
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U
unión aduanera conjunto de países que deciden eliminar sus aranceles al comercio entre ellos y
aplicar un único sistema común de aranceles con respecto a las importaciones de terceros países (véase
integración económica). La creación de una unión aduanera supone perder la soberanía sobre los aspectos de
la política comercial relacionados con la fijación del nivel de protección arancelaria. La Unión Europea y
MERCOSUR, formado por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, son dos ejemplos de unión aduanera, el
último todavía en construcción.

unión económica una vez alcanzada una unión aduanera los países miembros de la misma pueden optar por
continuar su proceso de integración económica eliminando el resto de las posibles restricciones al libre
movimiento de bienes, servicios, inversiones y personas que pudieran subsistir en sus economías y
desarrollando instituciones económicas comunes y políticas económicas coordinadas. Los países implicados en
ese largo proceso de homogenización de instituciones económicas forman una unión económica.

unión monetaria los países inmersos en un proceso de integración económica pueden optar por unificar sus
monedas adoptando una moneda común y formar una unión monetaria como mecanismo para avanzar en esa
integración. Ese sería el caso de la Unión Monetaria Europea, UME. La creación de una unión monetaria no
hay que confundirla con que un país adopte la moneda de otro, proceso conocido como dolarización, ya que
en las uniones monetarias normalmente se adopta una nueva moneda común, el euro en el caso de la UME, y
lo que es más importante, se crean unas nuevas instituciones monetarias en la que participan todos los países
implicados.
Desde un punto de vista económico existen ventajas e inconvenientes derivados de la creación de una
unión monetaria. Las ventajas principales son: (1) La existencia de una única moneda en los países miembros
de la unión monetaria elimina los costes de transacción asociados a la necesidad de cambiar de moneda
cuando se realizan operaciones de comercio exterior con esos países. Una reducción de costes que para el caso
de la UME se estima de entre el 0,3 % y 0,5 % del PIB comunitario. (2) La existencia de una única moneda
elimina totalmente la incertidumbre asociada a la volatilidad de los tipos de cambio, con lo que es de esperar
que aumente el comercio y, según la teoría económica convencional, mejore la asignación de los recursos. En
definitiva, la incertidumbre enturbia la capacidad de los precios para transmitir información, y por lo tanto
puede conducir a errores de asignación. (3) En la medida en que una única moneda sirva para profundizar la
unidad de mercado entre los países miembros de la unión monetaria, aumentará el tamaño efectivo del
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mercado, con posibles efectos positivos tanto sobre la competencia como sobre la competitividad de las
empresas que en él operan.
En lo que se refiere a los inconvenientes, la creación de una unión monetaria supone la reducción de la
capacidad de los países integrantes de gestionar sus economías de forma individual debido a la pérdida de
herramientas de política económica. En concreto: (1) Se renuncia a la utilización de la política cambiaria -
puesto que desaparecen las monedas nacionales- como herramienta de política económica. La imposibilidad de
utilizar el tipo de cambio como medida de política económica significa, por ejemplo, que los países miembros
de una unión monetaria no podrán compensar la existencia de mayores tasas de crecimiento en sus precios, y
por lo tanto la pérdida de competitividad con respecto al resto de países integrantes de la unión, permitiendo la
depreciación de su moneda. Si se piensa que el alto grado de apertura de las economías actuales junto con la
estrecha conexión entre la evolución de los precios y los salarios reduce en gran medida el efecto real de las
devaluaciones, entonces poco se perdería con la desaparición de este instrumento. Si, alternativamente, se
considera que la flexibilidad de los tipos de cambio, por lo menos para los países más grandes, sigue siendo
útil, entonces el riesgo de aumento del desempleo tras la unión monetaria será mayor. En este sentido, la
experiencia de países como Italia o España de principios de la década de 1990 pone de manifiesto el efecto
expansivo sobre las exportaciones que, al menos a corto plazo, tienen las devaluaciones, y tendería a avalar
esta última posición. (2) Desaparece la posibilidad recurrir a la política monetaria, ya que a partir de la
creación de una unión monetaria, cada país integrante pierde su moneda para pasar a tener una moneda
compartida, perdiendo por lo tanto totalmente la capacidad para desarrollar una política monetaria autónoma,
limitándose a participar, como otro miembro más, en el proceso de formulación de una política monetaria
conjunta y única para todos los miembros de la unión monetaria. En la medida en que no desaparece la política
monetaria como tal, sino que se altera el actor y ámbito de su aplicación (en el caso de la UME el Banco
Central Europeo y los doce países integrantes de la zona euro) cabe pensar que esa pérdida de soberanía
monetaria no tiene porque ser traumática. Para que así fuera, esto es, para que la creación de un único banco
central rector de la política monetaria, y la consiguiente aplicación de una única política monetaria uniforme en
el conjunto de los países miembros de la misma no plantease problemas a los países integrantes de la unión,
tendrían que cumplirse tres condiciones. En primer lugar, los países deberían tener un fuerte grado de
convergencia real de sus economías, esto es, deberían responder con la misma intensidad ante posibles shocks
externos. De ser así, la cesión de soberanía monetaria (y la pérdida del tipo de cambio como herramienta de
política económica) no tendría porqué tener efectos negativos, ya que es de prever que si todos los países se
encuentran en la misma situación económica la política monetaria aplicada será adecuada para todos. El
problema aparece cuando las economías son distintas y se producen shocks asimétricos, entendidos como
acontecimientos económicos que afectan de forma dispar a las distintas economías, en cuyo caso la política
monetaria adecuada para un país no tiene porqué serlo para otro. Idéntico problema aparece si los ciclos
económicos no están sincronizados, esto es cuando algunos de los miembros de la unión monetaria se
encuentran en fase expansiva mientras que otros se encuentran en fase recesiva, ya que de ser así la política
monetaria adecuada para unos y otros será distinta. Además de esta condición, también es necesario que todos
los países tengan el mismo grado de aversión a la inflación.
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Para dirimir en qué caso serán los efectos positivos superiores y por lo tanto conocer en qué contextos
estaría justificada desde la Economía la creación de una unión monetaria, se cuenta con la Teoría de las
Uniones Monetarias Óptimas desarrollada por Robert Mundell, premio Nobel de Economía de 1999. Según
este análisis, el elemento central a considerar a la hora de ver si dos o más países deben plantearse la creación
de una unión monetaria es el grado de similitud de sus economías, su grado de convergencia real, ya que como
se ha visto si las economías están muy integradas lo más probable es que sus ciclos económicos estén
sincronizados, y que en el caso de sufrir algún shock económico exterior, éste afecte con igual intensidad a
todas ellas, con lo que será fácil que la política monetaria que siga la autoridad monetaria supranacional sea
adecuada para todos ellos. Algo que no ocurre si los países tienen distintos ciclos económicos o si sus
economías no responden de igual forma a los shocks exteriores, por tener, por ejemplo, un fuerte grado de
especialización productiva y por lo tanto distinto grado de vulnerabilidad ante los mismos shocks exteriores.
Junto con este factor la Teoría de la Uniones Monetarias Óptimas señala otros dos elementos a tener en cuenta
a la hora de evaluar la oportunidad de creación de una unión monetaria: la flexibilidad salarial y el nivel de
movilidad del factor trabajo, y la capacidad de actuación compensatoria del sector público central. La
flexibilidad salarial y la movilidad del factor trabajo serán importantes porque en ausencia de otros
mecanismos de compensación, y de acuerdo con la economía neoclásica, dentro de la cuál se encuadra este
modelo, el impacto sobre el desempleo de un shock externo asimétrico será tanto menor cuando más flexibles
sean los salarios al aumento de éste. Así mismo, si existe una alta movilidad geográfica del trabajo, la
emigración desde los países más afectados por el desempleo hacia los países con mejores perspectivas de
empleo pondría en marcha una tendencia a la igualación de las tasas de desempleo en todo el territorio de la
unión monetaria, con lo que desaparecería la necesidad de una política monetaria distinta. Por último, la
existencia de algún tipo de autoridad central con capacidad de realizar política fiscal a favor del país afectado
por una recesión podría compensar la imposibilidad de ese país de actuar mediante medidas de política
monetaria o de tipo de cambio tras la integración monetaria.
Para terminar sólo resta señalar que, en todo caso, las uniones monetarias se pueden llevar a cabo por
razones de índole político, como parte de una estrategia de integración política a largo plazo, en cuyo caso las
directrices derivadas de este tipo de análisis actuarían sólo como elementos que informen de los posibles
riesgos de la misma, pero no necesariamente como herramienta de decisión. Al fin y al cabo, este tipo de
análisis no estuvo detrás de los procesos históricos que acabaron en la configuración actual de los países con
soberanía monetaria, en los que primaron otro tipo de consideraciones.

utilidad, la teoría microeconómica tradicional suscribe la filosofía utilitarista de la motivación humana,


defendida entre otros por el filósofo británico Jeremy Bentham (1748-1832), según la cual todos los seres
humanos buscan hacer máxima su felicidad, por lo que todas sus acciones serían el resultado de un cálculo
hedonista en el que se ponderarían los placeres y penas asociados a cada actividad. Los economistas
marginalistas y sus seguidores, los de la escuela neoclásica, partieron de este enfoque a la hora de construir su
teoría del valor. La idea común a sus planteamientos era que los individuos se comportaban como si estuvieran
dotados de una suerte de indicador o instrumento de medición psicológico, al que llamaron utilidad o función
de utilidad, que les servía para comparar la satisfacción neta que les proporcionaban diferentes alternativas
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junto con la insatisfacción o desutilidad que cada una daba lugar en la medida que eran costosas, eligiendo
aquella que mas alto valor alcanzaba en ese indicador. Este primer enfoque de la teoría de la utilidad alcanza su
máximo exponente y desarrollo en la obra de Alfred Marshall (1842-1924), para quien este proceso de
maximización de utilidad que cada individuo realizaría en todas sus decisiones explica todos los
comportamientos de demanda y oferta, constituyéndose así en la pieza angular de Economía. En el enfoque de
Marshall, la función de utilidad cuya maximización guía el comportamiento de todo individuo, es de tipo
cardinal. Con ello lo que quiere decirse es que la utilidad sería una dimensión semejante al calor y susceptible
de medición como éste en una suerte de termómetros internos todavía inexistentes (¿“hedonimómetros”,
podrían llamarse?), que reflejarían en una unidad de medida (los “útiles”) la utilidad al igual que la temperatura
medida en un termómetro refleja las diferencias del calor. Si la utilidad pudiese llegar a ser medible en este
sentido una vez se inventasen esos hedonimómetros, sería entonces cardinal en el sentido de que las diferencias
numéricas en términos de útiles entre los niveles de utilidad procedentes de cantidades distintas consumidas de
un bien tendrían un significado análogo al que tienen las diferencias de temperatura entre el día y la noche
medidas en un termómetro. Por otro lado, el enfoque cardinal de la utilidad tenía que enfrentarse además a la
cuestión de que, aún en el caso de que la utilidad pudiese ser medida individualmente de modo cardinal, su
unidad de medida, los útiles, no era reconocida como unidad de cuenta de los niveles de utilidad por todos los
individuos. En efecto, resultaba evidente que en tanto que diferentes individuos utilizan el indicador de la
temperatura de un termómetro independientemente de la escala que se utilice, Fahrenheit, Kelvin, Centesimal,
como una medida común respecto al calor, independientemente de cómo lo soporte cada uno de ellos, no era
posible encontrar un indicador común en el caso de la utilidad, lo que implicaba que las comparaciones
interpersonales de utilidad carecían de sentido. Esto impidió que la Economía pudiese suscribir enteramente el
programa de la filosofía utilitarista según el cual el objetivo de una economía era maximizar la suma de los
niveles de utilidad individuales, ya que como estos eran incomparables, no se podían agregar. Sin embargo ello
no supuso obstáculo para que la teoría de la utilidad se convirtiese en el fundamento de la teoría de la demanda
y oferta del agente individual a partir del concepto de utilidad marginal decreciente, definida como la
satisfacción adicional que experimenta un individuo por el consumo de una unidad adicional de un bien. Un
planteamiento que asume que cada unidad adicional consumida de un bien genera siempre un aumento de la
utilidad total, aunque de forma decreciente, esto es, tales aumentos son cada vez menores.
Los problemas a los que se enfrentaba el enfoque cardinal, llevaron a sustituirlo más adelante en la
obra de Vilfredo Pareto y John Hicks por uno de carácter ordinal para el que bastaba con que los individuos
fueran capaces de clasificar en una estructura de orden (véase preferencias) la satisfacción que les producían
distintas cestas de consumo de bienes, para tener un sólido fundamento para la teoría de la demanda y para
elaborar un criterio básico con el que juzgar los cambios económicos (véase óptimo de Pareto), si bien no tan
comprensivo y preciso como el que hubiera querido desarrollar Bentham, pues sólo apoyaba los cambios en
que nadie empeoraba y al menos alguien mejoraba y nada era capaz de decir respecto a los más que frecuentes
cambios económicos en que hay algún individuo resulta perjudicado.
Con arreglo al enfoque ordinal, sólo bastaba con que los individuos fuesen capaces de clasificar sus
actividades o elecciones según si eran más, menos o igualmente preferidas que otras alternativas, sin que se les
exigiese conocer y medir la intensidad de esas preferencias como sucedía con el enfoque cardinal. Si las
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preferencias eran racionales, el orden de preferencias resultante podía describirse matemáticamente mediante
una función de utilidad que las representaba. Obsérvese que este enfoque no requiere que los individuos tengan
una única función de utilidad que resuma sus preferencias, puesto que cualquier transformación monótona
creciente de una función de utilidad que expresara sus preferencias, las seguiría reflejando. Ese tipo de
transformación matemática, sólo afectaría a la magnitud concreta que se obtuviese como indicador o nivel de
utilidad del consumo de las distintas cestas de bienes, variación numérica que, en este enfoque, carece de toda
importancia siempre que los nuevos valores obtenidos tras la transformación guarden el orden que tenían antes.
Por ejemplo, si una cesta de bienes es valorada con una función de utilidad determinada en 4 y otra en 2, si se
cambia matemáticamente la función de modo tras la transformación matemática los valores cambian
respectivamente a 16 y a 4, nada habría pasado, la nueva función de utilidad refleja las preferencias
exactamente igual que la de antes, sólo importa que la primera cesta tenga una cifra asociada más alta que la
de la segunda. En términos geométricos esto quiere decir que las preferencias de cualquier agente, que se
plasman en un mapa de curvas de indiferencia, se caracterizan porque a cada una se le puede adscribir
cualquier valor numérico o indicador de la utilidad que proporciona el consumo de cualquiera de las cestas del
bien recogidas en la curva, siempre que se respete el que a una curva más alejada del origen se le asocie un
número o indicador de utilidad más alto que el asociado a una curva más cercana al origen.
En la década de 1940, la función de utilidad como expresión formal del orden de preferencias de un
individuo se extendió al terreno de la elección en situaciones de riesgo mediante la llamada función de utilidad
esperada, que permitía clasificar ordenadamente las situaciones inciertas, es decir aquellas cuya ocurrencia
estaba asociada a determinadas probabilidades, también de una forma consistente. El mecanismo era muy
simple, si, por ejemplo, había tres alternativas posibles con probabilidades asociadas (p, q, r) y si los resultados
en cada caso en términos de riqueza del individuo como consecuencia de cada situación son W1, W2, W3, la
función de utilidad esperada a maximizar del individuo sería:
EU( W) = p.U (W1) + q.U(W2) + r.U( W3)
La función de utilidad esperada, propuesta por John Von Neuman y Oskar Morgernsten en 1944, ha
permitido una cierta recuperación del enfoque cardinal en la medición de la utilidad. Si entre los distintos
resultados de una decisión, el individuo le asigna al menos valorado un nivel (arbitrario) de 1 y al más valorado
le asigna 100, es decir si el individuo construye el punto inicial y extremo de una escala de medición, entonces
es posible encontrar valores numéricos en esa escala de significado cardinal para el resto de los resultados.
Supongamos que el individuo asignara al peor resultado posible si lo obtuviese con certeza, W1, un valor U
(W1) = 0; y al mejor, W3, un valor U( W3) = 100. Entonces a cualquier resultado intermedio, como el W2 , se
le puede asignar un número que exprese su utilidad de forma cardinal preguntando al individuo con qué
conjunto de probabilidades (s,t, tal que s+t =1)) de los resultados extremos obtendría la misma utilidad
esperada que si tuviese el resultado W2 con seguridad. Es decir qué valores de s y t hacen que se cumpla:
U(W2) = s U (W1) + t U( W3) = (1-t) (0) + (t) (100) = 100 t
Y este procedimiento podría hacerse con cualquier otro resultado intermedio, obteniéndose como resultado una
clasificación de los mismos en la escala de 0 a 100 definida por los valores arbitrarios de las utilidades de los
extremos. Por supuesto que tales valoraciones solo servirían para clasificar los resultados de una situación
concreta además de ser enteramente subjetivos, es decir, no comparables con los que surgiesen para cualquier
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otro individuo enfrentado a la misma situación a menos que tuviese la misma escala. Pero obsérvese que las
escalas así construidas semejan mucho a las escalas de los termómetros donde se asigna el 0º al frío que
congela el agua y el valor de 100º al calor que la evapora (esos valores, obviamente, serían distintos para otras
escalas distintas a la centesimal), pero puede decirse con total sentido que la diferencia de temperatura entre
20º y 10º es el doble que la que hay entre 10º y 5º. De igual manera, con el enfoque de la función de utilidad
esperada, puede señalarse que si un individuo le asigna a tener 1000€ una utilidad de 100 y a no tener más que
10€, no le da ninguna utilidad (U(10) = 0). Entonces, si con el procedimiento de la función de utilidad se
obtiene que las utilidades de 800, 600, 400, 300 euros son, respectivamente, para este individuo, 90, 80, 60 y
50, puede concluirse que el paso de tener 300€ a tener 400€ le reporta la misma utilidad adicional que si pasa
de tener 600 a tener 800€.
Finalmente, ha de señalarse el problema metodológico que afecta al enfoque de la función de utilidad
en cualquiera de sus formulaciones y consiste en que puede convertirse en una caja negra que sirve para
“explicar” cualquier comportamiento. No habría conducta económica que no pueda ser racionalizada en
términos de maximización de una la función de utilidad del individuo. La teoría de la utilidad se convierte así
en una mera tautología: los individuos maximizan su utilidad, de forma que cualquier comportamiento, ya sea
altruista, egoísta, creativo o destructivo se interpreta en los mismos términos, como maximización de una
función de utilidad, proposición pues no falsable desde un punto de vista empírico.

utilización del capital de igual modo que puede existir desempleo del factor trabajo, las economías pueden
tener capacidad productiva instalada ociosa, esto es, pueden no utilizar al máximo de sus posibilidades el
capital disponible para producir bienes y servicios. La tasa de utilización del capital, definida como el cociente
entre el tiempo durante el cual se utiliza el capital instalado y el tiempo máximo de utilización (24 horas al día,
7 días a la semana y 52 semanas al año) es una forma, aunque imperfecta, de capturar el grado de utilización
del capital. Si bien no es fácil disponer de los datos necesarios para calcular esta tasa, la información
disponible confirma que un porcentaje significativo del capital instalado permanece una parte importante del
tiempo ocioso. En concreto, en 2003 la tasa de utilización del capital directa las empresas españolas y
portuguesas alcanzaba a duras penas el 41 % -lo que significa poco más de 50 horas de operación a la semana-
, mientras que en Alemania, Francia o el Reino Unido se situaba en el 50 % alrededor de 85 horas de
operación a la semana.
La existencia de capacidad instalada ociosa responde a dos tipos de factores. Por un lado las empresas
pueden sobreestimar sus necesidades futuras de capital, y por lo tanto realizar una inversión superior a la
necesaria, en cuyo caso hablaríamos de capacidad ociosa no planificada. Simultáneamente, las empresas
pueden planificar ese exceso de capital por varias razones. En primer lugar pueden tener expectativas de
crecimiento futuro de la demanda, y decidir invertir con antelación para contar con la capacidad instalada
necesaria cuando aumente ésta. En segundo lugar, las empresas pueden enfrentarse a una demanda estacional,
distribuida de forma desigual a lo largo del tiempo. En ese caso, las empresas pueden optar por instalar una
menor cantidad de capital y producir un flujo constante de bienes procediendo a almacenar los bienes no
demandados en las fases de demanda baja y recurrir a esas existencias almacenadas cuando la demanda es
superior a la producción, con lo que la tasa de utilización del capital será alta. Alternativamente, pueden
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instalar una cantidad mayor de capital que les permita cubrir las puntas de demanda en el momento en que se
producen, pero a costa de mantener capital ocioso en las épocas valle de poca demanda, en cuyo caso la tasa de
utilización del capital será menor. En tercer lugar, todas las sociedades tienen sus normas de utilización del
tiempo debido a las cuales algunas horas y días se consideran más apropiados para el trabajo, mientras que
otras horas y días (el domingo, por ejemplo) se consideran más propias para el descanso. Unas normas que se
traducen en costes más elevados del trabajo en aquellas franjas horarias consideradas menos apropiadas para
trabajar como las noches o los domingos. En este caso, ya sea por el peso de la norma o por el coste de
infringirla (el pago de salarios mayores), las empresas pueden optar por limitar su producción a aquellas franjas
horarias “normales”, lo que exigirá una mayor dotación de capital y una menor utilización horaria de éste. En
cuarto lugar, las empresas que operan en una estructura de mercado de competencia monopolística no agotan
las economías de escala y por lo tanto tienen capital instalado ocioso. Por último, las empresas pueden utilizar
el capital instalado ocioso como una barrera de entrada para impedir la entrada de nuevas empresas al sector.
En este caso, el exceso de capital instalado actuaría como una señal que haría creíble el compromiso previo de
que cualquier intento de entrada será respondido con una guerra de precios. Ello sería viable en la medida que
el exceso de capacidad permite a la empresa instalada aumentar su producción (aunque abandonando la
situación de máximo beneficio) bajando precios, pues sus costes medios totales serían decrecientes. En este
contexto, la credibilidad de la amenaza obedecería a que la empresa estaría incurriendo en un importante gasto
en mantener capital ocioso año tras año con la única finalidad de responder a una posible entrada.
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V
vaciamiento del mercado el supuesto característico acerca del funcionamiento de los mercados
es que estos se ajustan hasta vaciarse, situación que se da cuando ya no hay compradores que quieran comprar
más ni vendedores que quieran vender más al precio existente. El mercado se vacía, pues, cuando no hay ni
excesos de demanda ni exceso de oferta. Cierto que si desde fuera (regulaciones, control del mercado,
racionamiento, etc.) no se deja que el proceso de ajuste vaya adelante, los precios serán rígidos, no se moverán
a sus valores de equilibrio, y el mercado no se vaciará. Pero junto con la existencia de impedimentos exógenos
al proceso de ajuste, parece haber mercados donde persisten en el tiempo situaciones de excesos de demanda o
de oferta no forzados desde fuera sino fruto de decisiones racionales por parte de los agentes que participan en
ellos. Y esto suele pasar en los mercados financieros (por ejemplo, en el caso de algunas emisiones de acciones
en la bolsa), en los de crédito, donde a un tipo de interés más bajo del de equilibrio se raciona la oferta de
prestamos, o en algunos mercados de trabajo (véase salarios de eficiencia).
A la hora de explicar esta ausencia de vaciamiento en algunos mercados, se ha acudido a la hipótesis
de que los agentes económicos reaccionan a la vez tanto a los precios como a las cantidades (véase economías
de red). Ello se traduce en que algunas veces les interesa crear situaciones de desequilibrio a causa de las
ventajas que pueden extraer de la persistencia de una escasez o de una abundancia del bien o servicio que
venden o compran, por ejemplo debido a los efectos externos que tales desequilibrios pueden tener en otros
mercados donde también participan. Por ejemplo, es habitual que las entradas de los conciertos de las estrellas
del espectáculo se vendan a precios deliberadamente más bajos que sus valores de equilibrio, lo que se plasma
en las interminables colas para acceder a las taquillas con antelación así como la aparición de mercados de
reventa para aquellos que no han podido comprarlas. La cuestión que surge inmediatamente es la de porqué los
promotores de los conciertos no ponen precios más altos. Y una convincente respuesta puede ser que la
expectación que provocan las grandes colas, los efectos arrastre, la insatisfacción por el insatisfecho exceso de
demanda, redunda en publicidad gratuita para ulteriores conciertos así como en un aumento de las ventas en los
mercados complementarios del “merchandising”, del DVD y del CD, más que compensando los ingresos no
percibidos por los precios más bajos de las entradas. Lo mismo pasa con las colas a la entrada de las discotecas
y restaurantes de moda, donde la existencia de colas o listas de espera está transmitiendo a otros la información
de que ése es un lugar donde hay que ir.

valor a la pregunta de porqué las cosas tienen valor, la Economía ha avanzado dos respuestas. La primera es
que las cosas tienen valor porque son útiles, porque son valores de uso, la segunda es porque las cosas cuesta
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trabajo hacerlas. Por otro lado, se comprueba que las cosas que tienen valor se cambian las unas por las otras,
es decir, se convierten en mercancías que tienen un valor de cambio que se expresa de modo más o menos
inmediato y exacto en sus precios relativos. La teoría del valor en Economía intenta explicar estos valores de
cambio (y, por lo tanto, los precios relativos) en relación al valor de las cosas.
Los llamados economistas clásicos, los economistas a partir de Adam Smith hasta la llamada
revolución marginalista de la década de 1870 pensaron que, en general, el hecho de que las cosas sean útiles,
el hecho de que tengan valor de uso, de que sean “bienes” que satisfacen necesidades humanas, es una
precondición para que las cosas tengan valor, pero que por sí mismo el ser valores de uso no sirve para explicar
los valores de cambio. Bastaba para ello con reflexionar en la llamada paradoja del valor que contrastaba el
caso del agua, un bien imprescindible pero de escaso valor de cambio por lo general, con los diamantes, un
adorno superfluo absolutamente imprescindible pero de alto valor de cambio. Si el valor de uso carecía de
relación con el valor de cambio una salida al problema consistía en explicar los valores de cambio en términos
del coste de producción de los diferentes bienes. Ahora bien, dado que los valores de cambio o precios
permiten intercambiar bienes absolutamente heterogéneos, ello implica que algo ha de haber en común en los
procesos de producción de los distintos bienes que sirva para homogeneizarlos. La explicación de los valores
de cambio requería, por lo tanto, encontrar el elemento común en el coste de producción de todos los bienes, y,
claro está, el trabajo humano, la otra posible fuente de valor, aparecía como ese factor común que subyacía a
todos los bienes producidos y podía explicar sus valores de cambio. Esta aproximación, conocida como teoría
del valor trabajo, cuyo origen puede situarse en la obra de Adam Smith alcanzó su máxima plenitud en las
obras de David Ricardo y Karl Marx. Según este enfoque el trabajo humano es la única y última fuente de
valor, ya que si bien para producir es necesario trabajo y capital (y recursos naturales o materias primas), el
capital no sería sino trabajo acumulado. De forma que el valor de las cosas vendría determinado por el trabajo
socialmente necesario para producirlas: “el valor de un bien, o la cantidad de cualquier otro bien por la que se
pueda cambiar, depende de la cantidad relativa de trabajo necesario para su producción”, tanto directo: horas
de trabajo, como indirecto: la cantidad de trabajo necesario para producir las herramientas utilizadas por el
trabajador en la producción del bien así como para acarrear y procesar las materias primas usadas. Esta teoría
no explicaría el precio de los bienes que no son fruto del trabajo humano, como es el caso de la tierra y los
recursos naturales, ni tampoco el de aquellos otros que son únicos o irreproducibles, como sucede con las
obras de arte originales, pues nadie puede saber a qué cantidad de trabajo homogéneo socialmente necesario es
equivalente el tiempo que tardó Pieter Brueghel el Viejo en pintar en 1562 El Triunfo de la Muerte. El precio
de este tipo de bienes dependería de la demanda de mercado. Por su parte, el precio del alquiler de la tierra
dependería del precio de los productos que se cosecharan en ella (véase renta de la tierra). Para el resto de los
bienes, todos aquellos que eran producibles y reproducibles (incluyendo como una mercancía más la capacidad
o fuerza de trabajo que se intercambia en los mercados de trabajo), sus precios en el largo plazo o en
condiciones normales y competitivas venían determinados por sus valores de cambio, y estos, a su vez, por sus
respectivos valores. Ello no implicaba que en todo momento los valores de cambio determinasen
exclusivamente los precios de mercado. Así, circunstancias transitorias que alterasen la demanda o la oferta en
el mercado de un bien podrían dar lugar a precios de los bienes distintos de sus valores de cambio, al igual que
sucedería si los mercados no son competitivos: un monopolio podría poner un precio a su producto más alto
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que su valor de cambio. Pero lo que venía a decir la teoría del valor trabajo es que, desaparecidas esas
circunstancias en el largo plazo y en una situación competitiva, los precios de los bienes tenderían a ser
determinados por sus valores de cambio y estos por las cantidades de trabajo directo e indirecto incorporados
en su producción. Obsérvese que la medida del valor de cualquier bien y por tanto su valor de cambio con
respecto a cualquier otro bien, sería independiente de la distribución de la renta: un aumento del salario en la
producción de cualquier bien llevaría a una disminución de los beneficios que obtendrían los capitalistas pero
no alteraría en nada su valor, ni por lo tanto su valor de cambio, ni su precio de equilibrio a largo plazo.
Resumiendo, la teoría del valor trabajo se plantea como una teoría objetiva del valor en la que éste se explica
exclusivamente por factores ligados a la producción, independientemente de la esfera del intercambio y de la
distribución, y en la que por lo tanto no interviene para nada la apreciación que de los distintos bienes tienen
los consumidores. La demanda, la necesidad humana expresada en capacidad de pago, no determina el valor de
cambio o el precio de los bienes, sólo influiría en la cantidad que se produjera de cada mercancía.
La explicación de los valores de cambio y de los precios relativos por la teoría del valor trabajo, pese a
su atractivo intuitivo, resultó ser inconsistente con una economía de mercado donde los procesos de producción
utilizaban técnicas con diferente relación capital trabajo (véase economía marxista). Todas las más o menos
ingeniosas soluciones matemáticas a este problema, conocido como el problema de la transformación de los
valores en precios, incorporando diferentes supuestos, pecaban de lo mismo: eran un rodeo innecesario a la
hora de explicar cómo a partir de las condiciones técnicas de producción se podían deducir un conjunto de
precios de equilibrio que permitían al sistema económico reproducirse, de modo que si bien podía justificarse
filosóficamente que el valor de los bienes es fruto del trabajo humano, ello no servía para explicar directamente
sus valores de cambio. En último término, los precios no podían reducirse a sus valores: a las cantidades de
trabajo incorporadas en los mismos. El tiempo que duraba el proceso de producción y el valor de otros factores
de producción, como los recursos naturales, también intervienen en la formación de los valores de cambio.
Hacia la década de 1870, y por causas que no están directamente relacionadas con los problemas
analíticos de la teoría del valor trabajo, apareció una nueva teoría del valor de cambio. La llamada teoría del
valor utilidad, formulada a partir de los trabajos autores marginalistas Stanley Jevons (1835-1882), Carl
Mengler (1841-1921) y Leon Walras (1834-1910), plantea una explicación del valor basado en el valor de uso
o utilidad que las cosas tienen para los individuos. Una teoría del valor de naturaleza subjetiva, donde el valor
de las cosas se lo confieren los sujetos que las consumen. En palabras de Jevons: “el valor depende totalmente
de la utilidad”. En último extremo, lo que hicieron estos autores fue resolver la paradoja del valor gracias al
concepto de utilidad marginal. Cierto que el valor de uso total del agua es más alto que el de los diamantes,
pero su valor o utilidad marginal, o sea, el valor de un vaso adicional de agua es, para cualquier consumidor (si
es que no se está muriendo de sed en mitad del desierto), mucho más bajo que el de un diamante. Y es por ello
por lo que el valor de cambio de un vaso de agua, en condiciones normales, es mucho más bajo que el de un
diamante. El valor de una unidad de un bien para cada consumidor es su valor en el margen, es decir, el valor
que cada uno le da a la disponibilidad de una unidad adicional del mismo. La teoría del valor utilidad es, pues,
una explicación del valor a partir del valor de uso de los bienes en condiciones de escasez. Es ésta la que,
dadas unas necesidades o preferencias, hace que los individuos confieran valor a los bienes. La conexión entre
esta teoría del valor y los precios resulta inmediata. Si el valor de una unidad de un bien es su utilidad para
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cada consumidor en el margen, el precio que cada uno estará dispuesto a pagar por ella será el resultado de
comparar esa utilidad marginal con la desutilidad marginal que para cada uno le supone el entregar dinero a
cambio para conseguirla, pues también el dinero en tanto que capacidad de compra de cualquier bien tiene por
ello su valor de uso. Cada individuo tendría así una relación de demanda para cada bien o servicio, y la suma
de todas ellas daría la demanda de mercado. Los primeros autores marginalistas aplicaron el mismo análisis a
las decisiones de oferta, entendiendo ésta como una suerte de demanda en negativo puesto que explicaron la
decisión de oferta de un bien como fruto del cambio de comportamiento individual que lleva ante una subida
del precio de un bien a que algunos individuos pasen de ser demandantes a ser oferentes del mismo. Este
análisis de la oferta era muy superficial y fue desarrollado posteriormente por Alfred Marshall en lo que se
conoce como escuela neoclásica. Donde hay que señalar de salida que la referencia a la economía clásica es
totalmente engañosa, pues nada asemejaba el enfoque marshalliano al de los viejos economistas clásicos.
Marshall mantenía en su totalidad el análisis del valor como valor de uso marginal y de la demanda de los
autores marginalistas, y lo que hizo fue aplicar el análisis marginal a las condiciones de producción, para
concluir que era de la interrelación entre las condiciones de producción y oferta (y de ahí el calificativo de
“neoclásico” a su enfoque) y de la demanda de donde surgía la explicación de los valores de cambio y los
precios relativos. Producir implicaba trabajar, o sea, renunciar al ocio y acumular capital, o sea, ahorrar, y por
lo tanto renunciar al consumo a cambio de un consumo mayor en el futuro. Ello significaba que los productores
sólo estarían dispuestos a trabajar una hora adicional o invertir una unidad más de capital si el precio que se les
pagaba por ello (salario y tipo de interés respectivamente) les compensaba la desutilidad marginal asociada
tanto al ocio perdido como a la abstención de consumo en el presente. Dado que los precios de venta deberían
cubrir los costes de producción, entendidos aquí como costes de oportunidad, se tenía así una relación de oferta
que, junto con la de demanda, si alcanzaban el equilibrio explicaban el precio o valor de cambio de los bienes.
La teoría del valor utilidad no tardó en encontrarse también con problemas. La utilidad era una
magnitud subjetiva no observable, ni medible cardinalmente, ni factible de ser comparada entre los individuos.
El enfoque ordinal, asociado a los nombres de Vilfredo Pareto (1848-1923) y John Hicks (1904 - 1989), que
apareció posteriormente para superar estas dificultades asentó en bases más firmes el análisis pero lo dejó
bastante perjudicado a efectos de su aplicación práctica como fundamento de la política económica (véase
óptimo paretiano). Por otro lado, la teoría del valor utilidad como explicación de los precios resultó cada vez
más superflua conforme estos se vieron crecientemente entendidos como el conjunto de relaciones entre los
bienes necesarias para que se satisficieran las condiciones del equilibrio general entre las ofertas y demandas
de todos los bienes y servicios. Finalmente, Paul Samuelson, Nobel de Economía de 1970, dedujo del
comportamiento real de los individuos en los mercados las relaciones de demanda y oferta, enfoque de la
preferencia revelada, que abandonaba totalmente el recurso a una teoría del valor como explicación de la
demanda. Por todo ello la presencia de la función de utilidad en el análisis económico ha de entenderse muchas
veces más como un recurso simplificador que facilita y simplifica la construcción de modelos, que como una
expresión de una teoría del valor que presta fundamento a los análisis.
Finalmente, la imposibilidad de hallar una medida de los valores de cambio que fuera independiente
de la distribución, que aquejaba a la teoría del valor trabajo, también afecta en la misma medida a sus
alternativas. Piero Sraffa (1898-1983) ha mostrado que es imposible hallar una medida del valor del capital que
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sea independiente de la distribución de la renta. Esto, adicionalmente, cuestiona de modo radical el fundamento
de la teoría de la distribución proveniente del análisis marginalista según el cual son las variaciones en la
productividad marginal del capital asociadas a los cambios en la “cantidad” de capital utilizado lo que estaría
por debajo de las condiciones de la demanda de capital y, por ende, de su precio. La razón está en que para
conocer la magnitud de capital utilizado y sus variaciones es necesario saber primero los precios de los bienes
de capital concretos que se usan en los procesos de producción, pues no hay manera de sumar esos bienes de
capital heterogéneos en una medida común que no sea mediante su conversión vía precios en valores
monetarios (véase capital). Dicho de otra manera, a menos que se suponga que los bienes de capital están
hechos de plastilina que se puede agregar en kilogramos, la teoría neoclásica de la distribución adolece de
circularidad.

valor actual neto cuando un proyecto de inversión se enfrenta a gastos en una serie de años y genera ingresos
en otros, el valor actual neto permite conocer cuál es el saldo final (ingresos – gastos) derivado de la inversión,
esto es, permite comparar beneficios y costes que se producen en períodos diferentes de tiempo. Para ello se
aplica la correspondiente tasa de descuento con la finalidad de actualizar, es decir, valorar en el presente los
ingresos y gastos futuros. El valor actual neto, VAN, se define como:

VANt = Bnt + [Bnt+1 / (1+r)] + [Bnt+2 /(1+r)2 ] + …… [Bnt+n/(1+r)n ]


B

Donde Bnt+i es el beneficio neto del período t+i (i= 0, 1, 2,..., n), definido como ingresos menos gastos en ese
periodo, cifra que frecuente será negativa en los primeros años de la inversión, y r es el parámetro que refleja la
preferencia por tener dinero hoy antes que en el futuro, un parámetro normalmente identificado con el tipo de
interés, es decir, la remuneración alternativa que se podría obtener si los fondos dedicados al proyecto se
colocarán en activos financieros, o el coste de oportunidad de cada unidad monetaria que se dedica a financiar
este proyecto. Un VAN positivo significará que el proyecto genera suficientes ingresos actualizados como para
hacer frente a los gastos actualizados asociados al mismo. Entre dos o varios proyectos alternativos, aquel con
un VAN superior será preferible.

valor añadido toda actividad productiva conlleva la transformación de unos productos y/o materias primas en
otros con un mayor valor en el mercado. El concepto de valor añadido hace referencia a este hecho, a la
aportación de valor realizada en el proceso de producción. El valor añadido se define como la diferencia entre
el valor de la producción final y el valor de los bienes intermedios y materias primas adquiridas a otras
empresas y utilizadas en el proceso de producción. De este modo, si la producción de un bien con un valor
final de 300 € exige la compra de materia prima y bienes intermedios por valor de 125 €, el valor añadido en
ese proceso de producción será de 175 €. Precisamente será ésta la cantidad que irá a pagar los salarios de los
trabajadores de la empresa y a remunerar a los dueños de su capital en sentido amplio, pues son ellos con la
aportación de su trabajo y de su capital quienes han hecho aumentar el valor de lo que han recibido de otros
productores. El valor añadido, pues, coincidirá con las rentas generadas en el proceso de producción
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(beneficios, intereses, salarios y alquileres y renta de la tierra). El valor añadido se puede definir en términos
brutos, cuando no se descuenta el desgaste del capital utilizado en la producción, y netos, cuando al valor de la
producción final se le descuenta la depreciación o desgaste del capital. Las actividades productivas con un
mayor valor añadido serán también, tautológicamente, las actividades que aporten más a la renta de un país.

valor de la vida si bien los economistas aceptarían sin problemas la verdad del aserto de que la vida humana
no tiene precio en el sentido de que no debiera haber mercados donde se comprase y vendiese la vida de los
demás, aunque lamentablemente los haya en el mundo del hampa criminal, subrayan, sin embargo, que los
individuos sí que valoran su vida en términos económicos en el sentido de que están dispuestos a correr riesgos
que, valga la redundancia, la ponen en riesgo. También sucede que es necesario evaluar la vida perdida para
intentar compensar de alguna manera a los deudos de quienes han sufrido la muerte como consecuencia de la
actividad voluntaria o involuntaria de otros. Igualmente, no resulta infrecuente que las sociedades se enfrenten
a las llamadas elecciones trágicas, situaciones en las que se ha de elegir entre alternativas excluyentes de
forma que salvar la vida de alguien o intentar hacerlo implica dejar morir o poner en riesgo de muerte a algún
otro. En todos estos casos una aproximación económica al valor de la vida humana puede ser de gran ayuda en
la toma de decisiones.
Desde la Economía, el valor de la vida habría de enfocarse con los mismos criterios que se usan a la
hora de valorar cualquier otro bien. El valor de la vida para un individuo podría evaluarse o bien por su
disponibilidad a pagar por su vida antes de perderla o bien por su disponibilidad a aceptar dinero como
compensación a cambio de su vida. Con el primer criterio se intenta responder al valor de la vida en términos
de la variación equivalente, con el segundo mediante el criterio de la variación compensadora. Puede
pensarse que, en general, un individuo que sea un homo oeconomicus valorará su vida por encima de
cualquier otra consideración (véase, sin embargo, altruismo), ello implica que probablemente estaría dispuesto
a pagar con ella una cifra equivalente al total de sus ingresos presentes y futuros netos (es decir, descontando la
renta necesaria para su mantenimiento) actualizados. Ese sería también el valor económico de una persona
para aquellos que dependiesen o contasen con su vida a efectos económicos, y también sería el valor que la
sociedad daría a su capacidad productiva. De la aplicación de este criterio resulta que el valor de la vida varía
entre las distintas personas según su nivel de renta, su capital humano, su edad y su salud, de modo que la vida
de un joven educado y sano valdría mucho más que la de otro igualmente joven y educado pero con una salud
más débil.
Pese a que parezca extraño imaginar que se pueda aplicar el criterio de la disponibilidad a aceptar a la
hora de valorar la propia vida, pues qué cantidad de dinero que no fuera una cifra infinita por inimaginable
podría compensar a un homo oeconomicus por la pérdida de la vida si tras morir no puede disfrutar de ella,
resulta que los individuos comunes y corrientes, que no suelen ser enteramente homo oeconomicus, lo hacen
sin embargo de modo cotidiano y libre, aunque de forma indirecta, en sus elecciones entre tipos de trabajo más
o menos arriesgados. Si un trabajo que sea marginalmente más arriesgado (en términos de probabilidad de
sufrir un accidente mortal) recibe una diferencia salarial compensatoria se tendría entonces una aproximación
al valor monetario que los individuos dan en el mercado de trabajo a la asunción de la pérdida probabilística de
la vida. Así, para el año 1967, Richard H. Thaler y Harvey S.Rosen hallaron que un incremento en la
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probabilidad de morir por accidente laboral en un 0,1% anual resultaba compensada en el mercado por un
salario adicional de unos 200 $ anuales. Lo que esto significa es que por cada 1000 trabajadores que se
contraten en un trabajo ligeramente más arriesgado, la masa salarial ha de crecer en una cantidad extra por
valor de 200.000 $. Ahora bien, por término medio, dadas las estimaciones de probabilidad de siniestro mortal,
uno de esos mil trabajadores morirá cada año en el trabajo, por lo que su vida se valoraría en esos 200.000$
extra. Obsérvese no obstante que el valor de la vida que así se obtiene no responde a la compensación por la
pérdida de la vida de una persona concreta sino la compensación por la perdida de una vida cualquiera, de una
vida estadística.

valor esperado dado que el futuro es incierto, cualquier variable podrá tomar diferentes valores en el futuro
dependiendo de la conformación que adopte éste. Si a los distintos posibles escenarios de futuro o estados del
mundo se les pueden asignar probabilidades (objetivas o subjetivas) de ocurrencia y se sabe cuál es el valor que
tomará la variable en cada uno de esos estados, entonces el valor esperado de la variable será la media
ponderada de esos valores donde las ponderaciones son las probabilidades de cada posible estado del mundo.
Imaginemos que queremos saber el valor esperado de una acción si sólo caben dos posibles escenarios de
futuro alternativos. El escenario 1 está asociado a una fusión de la empresa, lo que derivaría en un aumento de
su cotización hasta 130 €; en tanto que el escenario 2 está asociado a un fracaso de las negociaciones de fusión,
y una cotización de 90 €. La probabilidad de llegar a buen puerto en la fusión es del 80 %, la de fracaso del 20
%. Con estos datos el valor esperado de la acción será de: 130 x 0,8 + 90 x 0,2 = 122 €

valor opción los individuos pueden conferir valor, y por lo tanto estar dispuestos a pagar por un bien o
servicio que no van a consumir hoy, pero cuya existencia o disponibilidad aprecian por si en el futuro quieren
hacer efectiva su demanda del mismo. Por ejemplo, una persona puede realizar sus compras habitualmente en
un hipermercado, y sin embargo valorar el que exista y esté disponible la “tienda de la esquina”. Al valor que
le da a esa disponibilidad se le conoce como valor opción. Dado que es infrecuente que existan mercados que
recojan este tipo de demandas (a la que se les llama demandas-opción) para muchos tipos de bienes y servicios,
es el Estado quien, mediante algún tipo de legislación que favorezca su existencia, posibilita la satisfacción de
este tipo de demanda que el mercado es incapaz de recoger en buena parte de los casos (véase tiranía de las
pequeñas decisiones).
Ha sido en los mercados financieros donde las demandas opción que los agentes puedan tener respecto
a la disponibilidad (para la compra o para la venta) de algún activo financiero en el futuro han podido ser
recogidas y encontrado amplia expansión. Por opción se entiende aquí un tipo especial de derivado financiero
(instrumentos financieros que no tienen valor en sí mismos y que “derivan” su valor del valor de algún otro
activo). Una opción es, en esencia, una forma de seguro que permite al comprador (si es una opción de
compra) ejercer su derecho a compra (llamado call), en un momento futuro y a un precio determinado de
antemano, o al vendedor (si es una opción de venta) ejercer su derecho de venta (o put), en un momento futuro
y a un precio determinado de antemano, pero –y esto es lo importante- sin obligarles a hacerlo. Es decir, que el
tenedor de la opción es el único que decide si se lleva adelante la operación o no. De acuerdo con el modelo
desarrollado por Fischer Black (1938-1995) y Myron Scholes, premio Nobel de Economía en 1997 (junto con
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Robert Merton, que también contribuyo a la resolución del modelo), el valor de una opción depende de cuatro
variables: el tiempo, los precios, el tipo de interés y su volatilidad. En primer lugar, cuando mayor sea el
tiempo de duración de la opción, mayor será el valor de ésta. En segundo lugar, el valor de una opción
dependerá de la diferencia entre el precio real en el mercado del título sobre el que se establece la opción (ya
sea de compra o de venta) en el momento de contratar la opción y el precio especificado en la opción o precio
de ejecución, de forma que, por ejemplo, una opción de compra valdrá más cuando el precio vigente sea mayor
que el precio de ejecución que cuando sea menor. En tercer lugar, el valor dependerá también positivamente de
los intereses que el comprador pueda obtener de sus fondos hasta el momento en que ejerce su derecho a
compra así como de la rentabilidad que el vendedor pueda sacar al activo hasta su venta. Por último, el valor de
una opción dependerá también positivamente de la volatilidad esperada del precio del activo sobre el que se
establece. Este último factor, el más importante a la hora de determinar el valor de la opción, curiosamente
afecta a su valoración independientemente de que la volatilidad del precio del activo subyacente se manifieste
en una u otra dirección, ya sea con subidas o con bajadas de su precio. Lo que importa es cuán grande es la
dispersión del precio del activo independientemente de cuál sea la dirección que tome. Esto, en principio,
parece contrario a lo que uno puede esperar intuitivamente que sería que una opción resultase más valorada
conforme más estable fuese la cotización del activo de referencia. Lo que sucede es que los inversores saben
que cuando mayor sea la volatilidad de un activo, mayores son las oportunidades esperadas de ganancia; de
forma que lo importante es que su cotización se mueva. Ello se explica porque la pérdida potencial del inversor
se limita, como máximo, a lo que haya pagado por la opción caso de que la cotización del activo de referencia
cayera a cero en el momento en que se cumpliese la opción de compra, mientras que la ganancia potencial es
ilimitada, pues en el momento de ejecutar la opción el precio del activo de referencia puede haber crecido
espectacularmente.

valoración contingente en muchos casos puede ser útil conocer el valor que tiene para un conjunto de
individuos un determinado bien o servicio para el que no existe mercado, y del que por lo tanto no se dispone
de un precio que permita saber directamente en que medida se valora, es decir, cuánto están dispuestos a pagar
por él los consumidores. Uno de los métodos más versátiles y utilizados para resolver este problema es
denominado valoración contingente, consistente en simular un mercado, preguntando a los consumidores
potenciales cuál sería el precio máximo que estarían dispuestos a pagar por sucesivas unidades de dicho bien
(es decir, se trata de estimar la disponibilidad marginal a pagar por el bien). La recopilación de las respuestas
permite obtener una curva de demanda virtual que recogería la valoración que los consumidores hacen de ese
bien (la demanda que existiría para cada uno de los posibles precios), a partir de la cual obtener la valoración
media, marginal y el valor total. Alternativamente, la valoración del bien o servicio se puede obtener
preguntando cuál sería la compensación mínima que exigiría el consumidor para prescindir del disfrute de
sucesivas unidades de un determinado bien o servicio (en este caso, lo que se trata es de estimar la
disponibilidad marginal a aceptar la inexistencia del bien). Aunque en principio, y bajo supuestos razonables,
las valoraciones obtenidas de aplicar uno u otro sistema deberían ser similares (o sea, que la disponibilidad a
pagar sea igual a la disponibilidad a aceptar), generalmente el segundo sistema ofrece una valoración superior
al primero, reflejando la existencia de sesgos en el proceso de cálculo, que llevarían a la infravaloración de su
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disposición a pagar (técnica más conservadora) y la sobrevaloración de la compensación mínima. Este sesgo,
derivado del carácter hipotético del ejercicio, se sumaría a otros derivados del posible comportamiento
estratégico de los encuestados que, sabiendo que no van a tener que materializar su disposición a pagar, pueden
indicar una disposición mayor a la real: con seguridad un ejercicio de este tipo de valoración contingente al
caso de la conservación de, por ejemplo, las ballenas ofrecería un valor muy superior a las contribuciones
voluntarias de las organizaciones dedicadas a este fin. Además de estos y otros problemas derivados de
posibles complicidades entre entrevistador y entrevistado, la valoración contingente se enfrenta a los
problemas habituales de todos los estudios mediante encuesta por muestreo, cuya corrección, sin embargo, es
más sencilla. Por último, una muestra de la flexibilidad de este tipo de análisis es que permite la valoración ex-
ante, preguntando por la disposición a pagar para que se realice determinada actuación, la construcción de un
parque, por ejemplo, y ex-post, preguntando la disposición a pagar por conservarlo.

variación compensadora cuando aumenta el precio de un bien, el consumidor ve reducido su bienestar, ya


que con el nuevo precio no puede mantener la combinación de bienes de consumo de la que disfrutaba antes de
la subida de precios. En este contexto, la variación compensadora se define como el aumento en la renta
monetaria necesario para que el consumidor recupere el nivel de bienestar que tenía con anterioridad a ese
aumento de precios, por lo que es una medida monetaria de la pérdida de bienestar asociada a la subida de
precios (otras lo serían el excedente del consumidor y la variación equivalente). La variación compensadora,
en este caso, respondería a la cuestión de cuál es la disponibilidad a aceptar dinero por parte del individuo que
le compense por la pérdida en el bienestar sufrida a consecuencia del aumento en el precio. Es importante darse
cuenta de que la nueva combinación de bienes que consumiría el sujeto, caso de que la compensación se
produjese efectivamente, no será igual a la de partida, ya que al haber aumentado el precio de un bien tenderá a
consumir menos del mismo por el efecto sustitución. Lo que garantiza la variación compensadora es que el
sujeto será indiferente entre la vieja y la nueva combinación de bienes, ya que ambas le permitirán acceder al
mismo nivel de bienestar pues estarían en la misma curva de indiferencia. Cuando realmente se compensa a
los individuos mediante la variación compensadora, ante las variaciones en algún o algunos de los precios de
los bienes sólo juega el efecto sustitución y ya no el efecto renta. Obsérvese que la variación compensadora
sería la auténtica compensación que habría que hacer si se quisiese que los agentes económicos como
consumidores estuviesen protegidos de la inflación en el sentido de que su renta real definida como nivel de
bienestar no variase. Finalmente, y por una argumentación similar, la variación compensadora ante una caída
en el precio de un bien o de un servicio sería la renta que habría que detraerle al consumidor de modo que su
nivel de bienestar no variase. La variación compensadora, en este caso, mostraría la máxima disponibilidad a
pagar del consumidor por una caída de precios de modo que, si la pagase, su nivel de bienestar no variase.
Dado que el excedente del consumidor mide la diferencia entre lo que el consumidor está dispuesto a pagar por
el consumo acrecentado que puede hacer gracias a la disminución del precio y lo que paga realmente, podría
parecer que la variación compensadora sería igual al excedente del consumidor. Ello sólo es cierto si los
efectos renta son nulos. Si no lo son, como es el caso general, la variación compensadora sólo recoge el valor
monetario extra que el individuo da a la posibilidad de comprar a precio más bajo las unidades del bien que
compraba antes más las nuevas que recoge el efecto sustitución, en tanto que el excedente del consumidor
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recoge el valor monetario extra que el consumidor da a la posibilidad de comprar a precio más bajo las
unidades que antes compraba más las nuevas tanto por efecto sustitución como por efecto renta.

variación equivalente cuando aumenta el precio de un bien, el consumidor ve reducido su bienestar, ya que
con el nuevo precio no puede mantener la combinación de consumo de la que disfrutaba antes de la subida de
precios. La variación equivalente ante una subida en el precio de un bien se define como la reducción en la
renta monetaria del consumidor que generaría una pérdida en su bienestar idéntica a la que se da con el
aumento de precios. Es decir, que la variación equivalente pregunta por la máxima disponibilidad a pagar que
un individuo tendría por que no se produjese el aumento de precios. Las magnitudes en valor absoluto de la
variación equivalente y la variación compensadora son, por lo general, distintas ya que mientras que la
primera toma como referencia los precios originales para calcular en cuánto hay que reducir la renta para
generar el mismo impacto negativo sobre el bienestar que un aumento del precio, la segunda se calcula a partir
de los nuevos precios. La variación equivalente de una disminución en el precio de un bien es la cantidad de
renta que si se le diera al consumidor en ausencia del cambio en el precio le produce el mismo efecto sobre su
bienestar que el que resulta de la disminución en el precio. En este caso, la variación equivalente indaga por la
mínima cantidad de renta que el consumidor está dispuesto a aceptar de modo que le sea equivalente en
términos de bienestar a la caída en el precio. De nuevo, la variación equivalente ante una caída en el precio de
un bien no coincide por lo general con la variación compensadora por lo mismo. Sin embargo, se puede
demostrar que la variación compensadora de una subida en el precio de un bien desde Po a P1 (renta que hay
que dar para compensar) es igual a la variación equivalente de la caída del precio del bien desde P1 a Po (renta
que habría que quitar para que –sin cambio en el precio- no hubiese habido variación en el nivel de utilidad).
Y, también, que la variación compensadora de una caída en el precio de un bien desde Po a P1 es del mismo
valor absoluto que la variación equivalente de una subida en el precio del bien desde P1 a Po .

variación conjetural en los mercados oligopólicos, los resultados derivados de las decisiones de producción,
precios, publicidad, etc., de una empresa dependerán de forma crucial de cómo reaccionen sus competidores
ante las mismas. Puesto que las empresas son conscientes de este hecho, es previsible que en su proceso de
toma de decisiones incorporen la reacción esperada de sus rivales. La variación conjetural (a veces llamada
también conjetura de las variaciones) recogería así lo que la empresa espera que sus competidores vayan a
hacer como respuesta a sus acciones. Formalmente, y en el caso más sencillo de un duopolio (dos empresas) la
variación conjetural de la empresa A se define como ∂XB/∂XA, donde X hace referencia a la variable
B

(cantidades producidas, precios, publicidad,...) en la que se da la interacción estratégica de las empresas. En el


caso de que la empresa espere que su competidora siga sus decisiones, la variación conjetural será positiva,
mientras que de no esperar reacción la variación conjetural será nula. Así, si la interacción es de tipo Cournot
la variación conjetural es cero, pues en el duopolio de Cournot se supone que cada empresa actúa bajo el
supuesto de que la otra empresa no altera su producción. En caso de un oligopolio colusivo, la variación
conjetural será igual al porcentaje o cuota de producción de cada empresa pues en este tipo de oligopolio cada
empresa actúa bajo el supuesto de que lo que se mantiene constante es el reparto del mercado. En competencia
perfecta la variación conjetural implícita en el modelo es igual a –1, ya que si una empresa aumentase su
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producción en una unidad otra debiera disminuirla en esa misma cantidad para que se cumpla que todas las
empresas son precio aceptantes y ninguna puede alterar el precio. En el modelo del oligopolio de Stackelberg
la empresa seguidora tiene una variación conjetural igual a cero pues se comporta como una empresa de tipo
Cournot ajustándose a lo que produce la líder, en tanto que la variación conjetural de esta última viene dada
por la pendiente de la función de reacción de la seguidora, pues ella le señala cómo va a reaccionar ésta ante
las variaciones en su producción.

ventajas absolutas, formulado por Adam Smith en 1776, el principio de la ventaja absoluta como rector del
comercio internacional se limita a enunciar una reflexión de sentido común: si dos países distintos acogen
dentro de sus fronteras a empresas que pueden producir dos bienes (A, B) también distintos, pero por las
razones que sean -las condiciones geográficas y climáticas, por ejemplo - uno de los países, llamémosle X,
produce de forma mucho más eficiente (o sea, a menor coste medio o unitario) un bien, el A, y el otro país, Y,
produce más eficientemente el B, entonces los dos países se beneficiarán si se limitan a producir tan sólo el
bien que producen más eficientemente, consiguiendo el otro bien mediante el comercio internacional con el
otro país. Cuando España exporta naranjas a Noruega e importa salmón ahumado de este país, ambos países no
están sino aprovechando sus respectivas ventajas absolutas en la producción de tales bienes. Las ventajas
absolutas explicarían así la mayor parte del comercio de las grandes rutas comerciales del pasado, como la
Ruta de la Seda, por ejemplo; y todavía una parte importante del comercio internacional -como el comercio de
productos energéticos- se regiría por este principio de las ventajas absolutas.

ventajas comparativas la posibilidad de alcanzar mejoras en el bienestar (esto es, incrementos de la


cantidad de bienes y servicios disponibles) mediante el comercio internacional, no se limita a la derivada de la
existencia de ventajas absolutas. El segundo de los principios explicativos de las bondades del comercio
internacional, la teoría de las ventajas comparativas, formulada por David Ricardo en 1817, es mucho menos
intuitivo que el primero, ya que defiende que dos países se pueden beneficiar del comercio internacional
aunque uno de ellos sea menos eficiente que el otro en la producción de todos los bienes (es decir, que tenga
una desventaja absoluta en la producción de todos ellos). La razón de esta aparente incongruencia está en que
el país que produce los dos bienes menos eficientemente (de modo más costoso) muy probablemente fabricará
uno de ellos relativamente “menos mal” que el otro. De igual forma, muy probablemente, el país que muestra
mayor eficiencia en la producción de ambos bienes, fabricará uno de ellos mucho más eficientemente que el
otro. Con lo que los dos países ganarán si concentran sus esfuerzos productivos precisamente en la producción
del bien que fabrican “menos mal” y “mucho mejor” respectivamente. Es decir que se especializarán según
sus respectivas ventajas comparativas. En un mundo de recursos dados, el coste de oportunidad de producir el
bien A, es que se están utilizando n horas de trabajo/hombre, m horas de trabajo/maquina y determinada
cantidad de recursos naturales (por ejemplo, energía) que podrían utilizarse en la producción del bien B. Pues
bien, lo que los distintos países tienen que preguntarse es cuál es el coste de oportunidad de producir un bien
(siempre en términos del otro bien), de forma que si el coste de oportunidad es distinto entre los países,
entonces habrá lugar para el comercio entre ellos aunque uno de ellos tenga ventajas absolutas en costes en
todos los sectores. Veámoslo con un ejemplo. Imaginemos que el país X utiliza 10 unidades de sus recursos
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para producir cada unidad del bien A y tan sólo 5 para producir una unidad del bien B, de lo que se deduce que
el coste de oportunidad de cada unidad de A son dos unidades de B. De igual manera, por cada unidad de B
que se opte por producir en X la producción de A caerá en 0,5 unidades, luego ése será el coste de oportunidad
de producir B. En el país Y, por su parte, producir una unidad del bien A exige 12 unidades de sus recursos,
mientras que producir una unidad del bien B exige 8 unidades de sus recursos. Como se puede ver Y es menos
eficiente en la producción de ambos bienes, sus costes de producción serían más elevados en los dos sectores,
pero, sin embargo, mientras que en la producción del bien A, Y sólo emplea un 20 % más de recursos por
unidad que el país X, en la producción del bien B emplea un 60 % más que el país X, con lo que según el
principio de las ventajas comparativas tendría sentido que el país Y concentrara sus esfuerzos en la producción
de A. De hecho por cada unidad de A que se produce en el país Y se deja de producir 1,5 unidades de B,
mientras que en el país X por una unidad de A se estaría dispuesto a pagar hasta 2 unidades de B (pues ése es
el coste de oportunidad de A en X), con lo que a un “precio” de, digamos 1,75 unidades de B por cada unidad
de A, ambos países mejorarían su posición si el país Y se dedicara en exclusiva a la producción de dicho bien.
Pero para que haya comercio entre dos países ambos tienen que tener algo que vender deseado por el otro,
pudiéndose comprobar cómo en este ejemplo al país X le conviene especializarse en aquello que produce no
sólo mejor, sino mucho mejor que el país Y, que en este caso es el bien B, ya que por cada unidad de B que
deja de producir sólo consigue en su país ½ unidad de A, mientras que lejos de sacrificar la producción de una
unidad de B para conseguir ½ de A, si lleva esa unidad de B al país Y podrá obtener hasta 0,66 unidades de A,
esto es, hasta un tercio más. La especialización a la que daría origen la existencia de ventajas comparativas será
más o menos completa con arreglo a esta teoría de las ventajas comparativas dependiendo de cómo
evolucionen los costes de oportunidad en el proceso de especialización, de los costes de transacción (aranceles,
cuotas, costes de transporte, etc.) y de la existencia de políticas de comercio estratégico en las relaciones
comerciales entre diferentes países.
La pregunta que entonces se plantea es la de cuál es la causa de las ventajas comparativas, es decir, de
las diferencias en costes de oportunidad de los distintos bienes de que gozan los distintos países. Una
explicación inmediata se encuentra en las diferencias en los tipos y volúmenes de factores de los que disponen
los distintos países. Las diferencias en los gustos o preferencias de los nacionales de los distintos países así
como las diferencias tecnológicas parecen de menor importancia a tenor de la creciente uniformidad de las
preferencias a nivel mundial y el fácil acceso al mercado de la tecnología productiva que se necesite en
cualquier sitio. Son entonces las distintas intensidades relativas de factores las que determinan las diferencias
básicas en costes y la consiguiente especialización productiva. La relativa abundancia de un determinado factor
en un país se traduciría en un coste de producción relativamente más bajo en la producción del bien que
requiriese relativamente más unidades de ese factor. Diferencia de coste de oportunidad que se transmitiría al
comercio exterior en forma de ventaja comparativa. Si los mercados son competitivos, los precios resultantes
del comercio internacional, expresados en la misma moneda, para cada bien o servicio comerciable tenderán a
ser los mismos en todos los países (dejando al margen las diferencias debidas a los costes de transacción) y
determinarán de modo directo los precios de los factores, pues esa igualación de precios finales exige una
igualación de los costes medios y marginales de producción de un bien en todos los lugares donde se produzca.
Como consecuencia de ello, con el tiempo se producirá una igualación de los precios de los inputs que se
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utilizan en la producción de cada bien comerciable internacionalmente pues, si fueran distintos, los costes
medios de producción serían distintos en los distintos países. Obviamente, esta conclusión depende del
cumplimiento de un conjunto se supuestos restrictivos (véase Heckscher-Ohlin) que no se da plenamente en la
realidad.
Si las ventajas comparativas están relacionadas con la intensidad de los factores, dado que la cantidad
de capital de que se disponga depende de la inversión y la cantidad de trabajo depende de la inversión en
capital humano y de factores demográficos, ello quiere decir que la intensidad relativa de los factores y el
grado o tipo de ventajas comparativas dependen en buen medida de las decisiones económicas que toman los
individuos y de la política industrial de los Estados.
Finalmente, uno de los mayores obstáculos que enfrenta la teoría de las ventajas comparativas es que
el tipo de comercio internacional que explica, el llamado comercio interindustrial, en el que diferentes países
producirían bienes pertenecientes a sectores distintos, tiene un volumen relativamente pequeño con respecto al
llamado comercio intraindustrial, el comercio entre países del mismo tipo de productos, de modo que
diferentes países producen e intercambian entre sí marcas del mismo producto. La preferencia por la variedad
(véase diferenciación de productos) en el marco de unas estructuras de mercado de competencia
monopolística serían entonces más relevantes a la hora de explicar el comercio internacional que la ventajas
comparativas. Sólo en los bienes de consumo en que los consumidores de los diferentes países estuviesen
satisfechos con una sola marca en el mercado actuaría el mecanismo de la especialización asociada a las
ventajas comparativas. Caso contrario, los países se especializan no en la producción de un bien sino en un
grupo de marcas de ese bien.

votante mediano, teorema el mercado ofrece un mecanismo directo y simple de determinación de las
cantidades a producir de cada bien. En él los consumidores actúan como si de votantes se tratara en una
elección, aunque, a diferencia de las elecciones en democracia en donde cada elector tiene un voto, en el
mercado los “votantes”, esto es, los consumidores, tienen tantos votos-monetarios como capacidad de pago y
disponibilidad a pagar tengan. Sin embargo, en aquellos casos donde por la naturaleza de los bienes
producidos, como en el caso de los bienes públicos, no existe mercado, hay que habilitar algún sistema que
permita conocer las preferencias de los consumidores, unas preferencias que no pueden revelar acudiendo con
sus votos monetarios al mercado. Esta circunstancia ha llevado a que, desde la Economía, se estudien con
detenimiento las características de los distintos posibles mecanismos de elección colectiva como la
unanimidad, o la mayoría (véase teorema de imposibilidad). El teorema del votante mediano se enmarca
dentro de este esfuerzo de análisis y señala que, bajo determinadas circunstancias, el resultado de las
decisiones tomadas mediante votaciones coincidirá con la opción del votante situado en el centro (mediana) de
la distribución de preferencias de la población con derecho a voto. La condición que se tienen que cumplir para
que se produzca este resultado es que las preferencias de los sujetos entre las alternativas que votan sean
unimodales, lo que quiere decir que, una vez identificada la opción que más le satisfaga, cada votante tendría
como segunda opción aquella que se encuentre más próxima a la preferida. Por ejemplo, si el objeto de
elección es fijar el nivel de gasto en sanidad y hay tres opciones, Alto (A), Medio (M) y Bajo (B), las opciones
de los votantes podrían ser (expresando la relación de preferencia por >):
Conceptos de Economía -versión web- 440
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A > M > B; y también podrían ser:


B > M > A; o, alternativamente, del tipo:
M>A=B
Pero nunca de los tipos:
A > B > M;
B>A>M
El siguiente ejemplo nos ayudará a comprobar el funcionamiento de este teorema. En el cuadro
adjunto se recoge las preferencias de gasto en sanidad de cinco votantes que conforman nuestro universo
electoral:
Votante 1 2 3 4 5
Preferencia de un gasto igual a 20 30 40 50 60

Si la votación es entre 20 y 40 ganará 40–que coincide con la preferencia del votante mediano puesto que
divide el cuerpo electoral en dos partes iguales-, ya que los votantes 3 a 5 preferirán esta opción por coincidir o
estar más próxima a su preferencia. Si la votación fuera entre 30 y 40, también ganaría esta última, lo mismo
que ocurriría entre 40 y 60. Este resultado explicaría la tendencia de los partidos políticos a desplazarse hacia
posiciones de centro, que en principio coincidirán con las preferencias del votante mediano (o aquella que esté
más próxima a sus preferencias). Ello significa que, cuando la teoría sea aplicable, bastaría con conocer las
preferencias del votante mediano para poder adelantar el resultado de la votación.
El teorema del votante mediano se ha utilizado para establecer un marco general interpretativo de la
política fiscal y de gasto redistributivo en una democracia. En efecto, si suponemos que ese gasto se hace en
forma de provisión de un bien público que beneficia a todos los miembros del grupo social por igual, el
votante mediano tratará y conseguirá que la provisión del bien y su financiación les sean beneficiosas para él,
lo cual ocurrirá cuando el nivel de provisión del bien público fuese tal que su beneficio marginal sea igual a su
coste marginal para él, en forma de impuesto adicional. Ahora bien, si el sistema impositivo es proporcional
respecto a la renta y suponemos adicionalmente que la renta del votante mediano es menor que la renta media
del grupo social del que forma parte (un país, una autonomía, una ciudad), se obtiene el resultado de que el
nivel de provisión de bien público (o de redistribución de la renta) que consigue el votante mediano no es el
óptimo socialmente hablando, pues el beneficio marginal (que se supone igual para todos los votantes) sería en
tales circunstancias menor que el impuesto marginal pagado por el votante medio, o, lo que es lo mismo, que
el beneficio derivado de la provisión del bien público es para todos los votantes menor en el margen que el
coste para todos los votantes en el margen.
Se ha cuestionado la relevancia de este teorema en función de las escasas ocasiones en las que se
somete al cuerpo electoral una decisión vinculante para los políticos respecto a una determinada política que
pueda ser evaluada a lo largo de una única dimensión (como podría serlo el nivel de gasto público destinado a
una determinada actividad o el nivel del tipo impositivo medio de un impuesto). Normalmente, las consultas
electorales se hacen sobre paquetes de programas en los que confluyen una gran variedad de propuestas que
dificultan su ordenación unimodal por parte de los electores. Por otro lado, la capacidad de que los electores
obliguen a sus representantes a ejecutar estrictamente los resultados de las votaciones es más que cuestionable.
Conceptos de Economía -versión web- 441
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Z
zona de libre cambio la zona o área de libre cambio, el menos ambicioso de los posibles mecanismos
de integración económica, consiste en la eliminación de los aranceles y otras restricciones al comercio entre
los países integrantes de la misma. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte, NAFTA en su
acrónimo ingles, integrado por Canadá, Estados Unidos y México, es un ejemplo de este tipo de acuerdos.
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REFERENCIAS DE AMPLIACIÓN.

C
omo se ha señalado en el prólogo, el formato de este libro impedía incorporar en cada uno de los
conceptos tratados tanto las principales fuentes utilizadas como una bibliografía de ampliación. En
todo caso, el lector interesado en ampliar sus conocimientos de Economía cuenta con múltiples
opciones de las cuales recogemos algunas que nos parecen especialmente recomendables.
Entre los libros que tratan de forma global el funcionamiento de las economías de mercado destaca
por su claridad y cobertura el ensayo de Charles E. Lindblom El Sistema de Mercado (Alianza Editorial,
Madrid, 2002). En una línea semejante, aunque más centrada en los aspectos diferenciales que definen de
modo característico la perspectiva analítica de los economistas, está la obra de Steven E. Rhoads The
Economist’s View of the World. Goverment, markets and public policy (Cambridge University Press, New
York, 1985). Los enfoques alternativos a la visión dominante en Economía encuentran una buena introducción
en la obra de Robert Heilbroner, Naturaleza y lógica del capitalismo (Península, Barcelona, 2003).
La importancia de la Economía para entender la historia económica se hace patente en la ya clásica
obra de Sir John Hicks: Una teoría de la historia económica, (Aguilar, Madrid, 1974) proporciona una
interpretación de la evolución económica en función de crecimiento y extensión de los mercados. Karl Polanyi,
en su también clásica, La Gran Transformación: crítica del liberalismo económico (Endimión, Madrid, 1989)
ofrece una alternativa muy sugerente basada en la antropología. Finalmente, Douglass C. North y Robert P.
Thomas en El nacimiento del mundo occidental: una nueva historia económica (Siglo XXI, Madrid, 1991)
exponen el punto de vista más moderno sobre la historia económica centrado en la economía institucional y el
cambio en la definición y eficacia de las estructuras de derechos de propiedad.
Para las cuestiones relacionadas con la historia del pensamiento económico, la obra –adjetivada con
entera justicia como monumental- de Joseph A. Schumpeter Historia del Análisis Económico (Ariel,
Barcelona, 1971), sigue siendo una referencia insustituible en esta materia. Otro clásico ineludible es el de
Mark Blaug, La teoría económica en retrospectiva (Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1988). Desde una
aproximación menos ambiciosa, el libro del ya citado Robert Heilbroner, Vida y doctrinas de los grandes
economistas (Aguilar, Madrid, 1972), continúa siendo una magnífica y amena introducción tanto a la historia
del pensamiento económico como a las “historias” de algunos de sus mejores exponentes. El Departamento de
Economía de la New School University de Nueva York tiene una espléndida web dedicada a los principales
economistas y escuelas económicas, incluyendo referencias a sus principales obras
(http://cepa.newschool.edu/het/).
Las cuestiones metodológicas siempre han sido muy polémicas en el campo de la Economía. Resulta
claro que la llamada “ciencia” económica no es una ciencia del mismo tipo que la Física, la Química o las
Matemáticas. La lectura de una obra clásica, cual es la de Milton Friedman, Ensayos de Economía Positiva
(Gredos, Madrid, 1967), es todavía imprescindible a la hora de plantearse el estatus científico de la Economía.
Desde una perspectiva diferente que acentúa la dificultad o incluso la imposibilidad de construir una economía
al margen de los juicios de valor, la obra de Gunnard Myrdal, El elemento político en el desarrollo de la teoría
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económica (Gredos, 1967, Madrid) ofrece todavía una buena introducción a la cuestión de la relevancia de los
elementos ideológicos en Economía. Esta conexión entre Economía e ideología se manifiesta muy
frecuentemente en la propia construcción narrativa que adopta el discurso económico. Esta cuestión se aborda
con inteligencia en las obras de D. N. McCloskey, La retórica de la economía (Alianza, Madrid, 1990) y de
Albert O. Hirschman Retóricas de la intransigencia (Fondo de Cultura Económica, México, 1991). Los
aspectos éticos y su relación con la Economía son tratados en el texto de Amartya Sen Sobre ética y economía
(Alianza, Madrid, 2003).
Paradójicamente para una ciencia que se proclama partir de la noción de escasez, nada escasos son los
textos introductorios al análisis económico. Puestos a escoger alguno, puede recomendarse uno que ya es un
clásico: Economía, escrito por el Premio Nobel Paul A. Samuelson en colaboración con William Nordhaus
(McGraw Hill, Madrid, 2002). Este texto es un excelente manual que sirve con eficacia a su propósito: llevar
de la mano al lector por los variados senderos del pensamiento económico académico con un enfoque no
dogmático. Desde un punto de vista alternativo, Samuel Bowles y Richard Edwards en su Introducción a la
economía: competencia, autoritarismo y cambio en las economías capitalistas (Alianza, Madrid, 1990) ofrecen
una perspectiva crítica con el pensamiento económico dominante.
El análisis de las cuestiones macroeconómicas se puede ampliar mediante alguno de los muchos libros
de textos de macroeconomía disponibles. Entre todos ellos destaca el de Oliver Blanchard Macroeconomía, 2
ed., (Prentice Hall, Madrid, 2004). Por su parte, el libro de Brian Snowdon y Howard R. Vane, Modern
Macroeconomics. Its Origins, Development and Current State (Edward Elgar, Cheltenham, 2005) es también
recomendable por su aproximación centrada en la evolución del pensamiento económico hasta la actualidad.
Estos mismos autores tienen publicado una útil recopilación de artículos que cubren las principales
aportaciones de las distintas escuelas macroeconómicas: A Macroeconomics reader (Routledge, London,
1997). La visión Postkeynesiana, con una menor presencia en los manuales al uso, se puede encontrar en Marc
Lavoie, La economía postkeynesiana. Un antídoto del pensamiento único (Icaria, Barcelona, 2005).
Entre la profusión de libros de texto de microeconomía, el enfoque de Robert H. Frank en su libro
Microeconomía y conducta (McGraw Hill, Madrid, 2005) es especialmente atractivo. En el caso de que el
lector busque un tratamiento más formalizado de las cuestiones microeconómica desde una perspectiva
ortodoxa, lo podrá encontrar en el libro de David Kreps Curso de Teoría Microeconómica (McGraw Hill,
Madrid, 1994) o en el de Andreu Mas Colell (con Michael D. Whinston y Jerry R. Green) Microeconomic
Theory (Oxford University Press, Oxford, 1995). Un enfoque diferente que busca extender el análisis
microeconómico al comportamiento institucional se puede encontrar en el libro de Samuel Bowles:
Microeconomics: Behaviour, Institutions and Evolution (Princenton University Press, Princeton, 2004). La
perspectiva radical, crítica con el planteamiento microeconómico dominante, se encuentra adecuadamente
formulada en el libro de Steve Keen, Debunking Economics: the Naked Emperor of the social sciences (Zed
Books, London, 2001) y en http://www.debunking-economics.com/. Finalmente, merece la pena incluir en este
apartado, dada la relevancia alcanzada en Economía por la Teoría de Juegos, tres obras que exploran su
contenido. La primera de ellas, de carácter introductorio es la amena obra de William Poundstone El dilema
del prisionero. John von Neumann, la teoría de juegos y la bomba (Alianza, Madrid, 1995), la segunda es
Pensar estratégicamente: un arma decisiva en los negocios, la política y la vida diaria (Bosch, Barcelona,
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1992) de Avinash Dixit y Barry Nalebuff y, finalmente, el más completo manual de Ken Binmore Teoría de
Juegos (McGraw-Hill, Madrid, 1993).
Una buena y amena introducción a la problemática del desarrollo económico la encontramos en el
libro de William Easterly: En busca del crecimiento. Andanzas y tribulaciones de los economistas del
desarrollo (Bosch, Barcelona, 2001). Entre los libros de texto dedicados a esta cuestión destacan la octava
edición del libro de Michael P. Todaro y Stephen C. Smith: Economic Development (Addison Wesley, Harlow,
2003) y la séptima edición del libro de Anthony P. Thirlwall: Growth and development with special reference
to developing economies (Palgrave Macmillan, Basingstoke, 2003). Desde una aproximación distinta, tanto el
Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (UNDP en su acrónimo inglés), como el Banco Mundial
publican anualmente sendos informes sobre la situación de los países menos desarrollados, el Informe sobre el
Desarrollo Humano y el Informe sobre el Desarrollo Mundial respectivamente. En ambos casos los informes
se dedican a un tema monográfico y recogen una cantidad considerable de información estadística. Los dos se
pueden consultar en sus respectivas páginas web: www.undp.org y www.worldbank.org, junto con multitud de
trabajos sobre la problemática del desarrollo económico.
Un clásico de pleno derecho del análisis de las teorías del crecimiento es el libro de Hywell G. Jones,
Introducción a las teorías modernas del crecimiento económico (Bosch, Barcelona). Desde un enfoque menos
ambiciosos al no pretender hacer una descripción del elenco de teorías existentes, también es recomendable el
libro de Anthony P. Thirlwall: La naturaleza del crecimiento económico: un marco alternativo para
comprender el desempeño de las naciones (Fondo de Cultura Económica, México D.F. 2003), fruto de unas
conferencias impartidas por el autor en la Universidad Autónoma de México. Desde una aproximación
empírica e histórica, el libro de Angus Maddison La economía mundial. Una perspectiva milenaria (Mundi
Prensa, Madrid, 2001) presenta un panorama de conjunto del crecimiento económico y de los niveles de
población mundial desde el año 1000. En la página web del autor de este autor se encuentran distintos trabajos
que comparten esta perspectiva (http://www.ggdc.net/maddison/). Para aquellos interesados en acceder a
información estadística histórica (desde 1950), tanto sectorial como agregada, recomendamos la web del
Groningen Growth & Development Center: http://www.ggdc.net/.
Entre los libros de texto dedicados al estudio de la intervención del sector público en la economía
destaca el de Joseph E. Stiglitz: La economía del sector público (Bosch, Barceklona, 2003). El libro de
Nicholas Barr Economics of the Welfare State (Oxford University Press, 4 ed., Oxford, 2004) es probablemente
el mejor texto disponible a la hora de analizar las implicaciones económicas de la intervención del sector
público en cuestiones de política social y las características de los principales programas: sanidad, pensiones,
educación, etc. En esta misma línea, el trabajo coordinado por Rafael Muñoz de Bustillo El Estado de
Bienestar en el cambio de siglo (Alianza, Madrid, 2002) cubre, desde una perspectiva comparada, la
fundamentación, características y perspectivas de los Estados de Bienestar de España, Reino Unido Alemania,
Estados Unidos y Países Bajos.
En lo que se refiere al análisis económico del mercado de trabajo, todos los años la OCDE
(www.oecd.org ) publica un informe que con el título Perspectivas del Empleo estudia de forma detalladas
algunos de los aspectos del comportamiento del mercado de trabajo (salarios mínimos, desempleo de larga
duración, etc.) que en su opinión merecen una atención especial (existe traducción del Ministerio de Trabajo y
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Asuntos Sociales). En esta misma línea, aunque con un enfoque más descriptivo, la Unión Europea publica
anualmente un informe sobre El Empleo en Europa. Por último, y todavía desde una perspectiva descriptiva, la
situación del empleo en los Estados Unidos se puede encontrar analizada al detalle en The State of Working
America, (Cornell University Press, 2005), elaborado bianualmente por el Economic Policy Institute de
Washington, que también cuenta con una magnífica página web dedicada a estas cuestiones (www.epinet.org).
Desde un enfoque distinto, más analítico, destaca el recientemente publicado El mercado de trabajo en España
de Juan Ignacio Palacio y Carlos Álvarez (Akal, Madrid, 2005), en donde junto con un repaso a la
microeconomía y la macroeconomía del trabajo se aborda el estudio de las especificidades de este mercado en
España y en la Unión Europea. Un completo libro de texto sobre este tema es el de C. McConnell, y S. Brue,
Economía laboral. (McGraw-Hill, Madrid, 2003). Por último el pequeño libro de Robert Solow, El mercado de
trabajo como institución social (Alianza, Madrid, 1992) ofrece una visión más acorde con el funcionamiento
de los mercados de una mercancía tan especial como el trabajo donde se conjugan los aspectos económicos con
los sociológicos.
Los mercados de capitales y su inherente relación con el riesgo se analizan de forma amena y sencilla
en el libro de Peter L. Bernstein: Against the Gods. The remarkable store of risk, (John Wiley, 1996). En esta
misma línea el trabajo de Charles Kindleberger: Manias, pánicos y cracs (Ariel, Barcelona, 1991) ofrece un
recorrido por la historia de las exuberancias de los mercados financieros del pasado. Por su parte el libro de
Robert Shiller, Exuberancia irracional, (Turner, Madrid, 2003) describe las consecuencias de la desregulación
de los mercados financieros de la última década.
El estudio de la empresa desde el punto de vista económico se aborda en el trabajo recopilatorio de
Louis Putterman La naturaleza económica de la empresa (Alianza, Madrid, 1994). La historia económica de la
empresa recibe un adecuado tratamiento en la obra de Alfred Chandler La mano visible (Ministerio de Trabajo
y Asuntos Sociales, Madrid, 1988) y en el libro de Jesús Mª Valdaliso y Santiago López Historia económica de
la empresa (Crítica, Barcelona, 2000)
En el área de la economía internacional y dentro de los libros que tratan globalmente las cuestiones
relacionadas con este campo, destaca el manual de Paul Krugman y Maurice Obstfeld Economía Internacional.
Teoría y Política (McGraw Hill, Madrid, 1999), y el de Juan Tugores Economía Internacional (McGraw Hill,
Barcelona, 2005). El debate sobre los pros y contras de la globalización se aborda, desde distintas perspectivas,
en los libros de Jagdish Baghwati En defensa de la globalización (Debate, Madrid, 2005), en el engañosamente
titulado El malestar de la globalización, de Joseph Stiglitz, (Taurus, Madrid, 2003) donde más que de la
globalización en sí se debate el papel de los organismos internacionales, especialmente el FMI y el Banco
Mundial, en la gestión del proceso de globalización, o en el libro de Dani Rodrik Has globalization gone too
far? (Institute for Internacional Economics, Washington, 1997). La perspectiva histórica del proceso de
globalización se trata en multitud de trabajos del profesor de la Universidad de Harvard Jeffrey Williamson,
como en su “Winners and losers over two centuries of globalization” (2002), muchos de ellos disponibles en:
http://www.economics.harvard.edu/faculty/williamson
El impacto de la actividad humana en el medio ambiente se analiza desde una perspectiva histórica en
Algo nuevo bajo el Sol. Una historia medioambiental del siglo XX, (Alianza, Madrid, 2003) de John McNeill.
Por su parte, el libro de Bjørn Lomborg El ecologista escéptico (Espasa Calpe, Madrid, 2003) ofrece una
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revisión de los principales problemas medioambientales del planeta desde una posición crítica con la visión
pesimista dominante recogida, por ejemplo, en los sucesivos informes anuales del Worlswatch Institute: El
Estado del Mundo (http://www.worldwatch.org/). El análisis económico aplicado a las cuestiones
medioambientales se puede encontrar en Economía de los recursos naturales y del medio ambiente de David
Pearce y Kerry Turner (Celeste, Madrid, 1995). Alternativamente, Joan Martínez Alier en su Introducción a la
Economía Ecológica proporciona las claves de una visión distinta de las relaciones entre economía y ecología.
En este campo es también muy útil la enciclopedia de libre acceso de la Asociación de Economía Ecológica de
los Estados Unidos disponible en: http://www.ecoeco.org/publica/encyc.htm
La conexión entre ecología y análisis económico de la calidad de vida se aborda en la obra de Herman
Daly y John Cobb, Para el bien común: reorientando la economía hacia la comunidad, el ambiente y un futuro
sostenible (Fondo de Cultura Económica, México, 1993). Que la relación entre crecimiento económico y
satisfacción con la vida personal no está ni mucho menos garantizada se aborda en la obra de Tibor Scitovsky
Frustraciones de la riqueza. La satisfacción humana y la insatisfacción del consumidor (Fondo de Cultura
Económica, México, 1986) y modernamente en el trabajo de Robert Lane: The Loss of Happiness in Market
Democracies (Yale University Press, 2001)
A la Economía han llegado también las formas más actuales de análisis asociadas a conceptos como
auto-organización dinámica no lineal, complejidad y teoría del caos procedentes de la Química y la Física. Una
introducción accesible a estas cuestiones se encuentra en la obra de Paul Krugman: La organización
espontánea de la economía (Bosch, Barcelona, 1997) y en la de Paul Ormerod: Buterfly Economics A New
General Theory of Social And Economic Behavior (Basic Books, Londres, 2001).
Finalmente, una obligada referencia de consulta, aunque desgraciadamente no disponible en
castellano, es la reedición actualizada de 1987 del Dictionary of Political Economy editado por primera vez en
1894, con el título New Palgrave: A Dictionary of Economics (Macmillan, London). Esta obra, de cuatro
volúmenes y 3.500 páginas contienen más de 700 biografías y 2000 entradas escritas por autores de la talla de
Milton Friedman, Kenneth Arrow, John K. Galbraith, James Tobin o George Stigler. La versión “online” de
esta obra se puede encontrar en http://www.dictionaryofeconomics.com/dictionary. El acceso a la misma está,
sin embargo, reservado a subcriptores.
En esat misma línea, pero circunscrita a la Economía Ecológica, la Sociedad Internacional de
Ecología Económica ha elaborado una enciclopea sobre economía ecológica disponible en:
http://www.ecoeco.org/education_encyclopedia.php
Las obras de los principales economistas clásicos y neoclásicos se pueden encontrar en la biblioteca
“online” del Liberty Fund, cuyo acceso es libre en: http://oll.libertyfund.org/.

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