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FALLO Cavura de Vlasov
FALLO Cavura de Vlasov
Que por el contrario, la Cám. Nac. de Apel. Civil de la Capital Federal admitió la excepción
de incompetencia de jurisdicción y revocó por tanto la sentencia de 1ª instancia.
Que la jurisprudencia de esta Corte, elaborada sobre la base de los casos enunciados en
el artículo 9° de la ley 4055, atinente a las posibles cuestiones de competencia entre
autoridades judiciales de distinta jurisdicción, declaró que correspondía también a la Corte
Suprema la decisión de otros conflictos insolubles entre jueces. Quedó así establecido
que, cuando la divergencia entre jueces planteara una situación contradictoria que no
tuviera solución adecuada dentro de las organizaciones judiciales respectivas, procedería
la intervención de la Corte Suprema para dirimirla, aunque no se configurase una
específica cuestión de competencia (conf. Fallos, t. 153, p. 55; t. 162, p. 171; t. 179 -LL t.
8, p. 771, fallo núm. 3715-; t. 181, p. 137 -LL t. 11, p. 227, fallo núm. 5220- y otros).
Que se ha declarado igualmente que, aun cuando no estuvieran llenados los trámites
legales de la controversia entre jueces o tribunales que caracteriza la contienda de
competencia, incumbe, sin embargo a la Corte Suprema intervenir en las oportunidades en
que puede producirse efectiva denegación de justicia por la declaración de incompetencia
de los respectivos magistrados requeridos para dictarla (doct. Fallos, t. 178, ps. 304 -LL t.
7, p. 836, fallo núm. 3155- y 333 -LL t. 7, p. 823, fallo núm. 3149-; t. 188, ps. 171 -LL t. 20,
p. 206, fallo núm. 10.228- y 82 -LL t. 20, p. 213, fallo núm. 10.234- y también Fallos, t. 201,
p. 483 -LL t. 38, p. 547, fallo núm. 18.933-; t. 204, p. 653 y otros). Y se admitió incluso la
facultad del tribunal de declarar la competencia de un tercer magistrado, no partícipe en la
contienda, por responder esa doctrina a la razón de ser del conocimiento de la Corte en
circunstancias tales (doct. Fallos, t. 207, p. 290 y otros).
Que esta Corte estima que, en el caso de autos, existe privación de justicia con las
características señaladas. Porque si bien ella no resulta ciertamente de la sola declaración
de la incompetencia de los tribunales argentinos, se añade en la especie a ella, y a la
ausencia del país por parte del marido, la edad de los cónyuges -el demandado tenía 81
años en julio de 1958, cuando se dictó la sentencia apelada-; la dificultad que importa para
la radicación del juicio en el extranjero la circunstancia de que V. desenvuelve "sus
negocios en los centros financieros, industriales y comerciales más importantes del
mundo" y su carácter de naviero cuyos barcos "pertenecen actualmente a la matrícula
inglesa, italiana, panameña y griega"; la actitud adoptada ante la iniciación del juicio, por
virtud de la cual, a más de 5 años después de presentada la demanda -lo fue el 18 de
mayo de 1954- ella aún no ha sido contestada; la posibilidad siempre presente de
cuestionar la competencia de cualquier tribunal extranjero ante el cual la causa se radique
-máxime cuando la sentencia del a quo no indica concretamente a qué tribunal italiano
correspondería intervenir- y la imprevisibilidad de la sentencia de éste sobre su jurisdicción
la que, de ser negativa, escaparía a toda revisión por parte de esta Corte.
Que es cierto que esta doctrina es, a su vez, resultado de una evolución de soluciones que
anteriormente admitían la consideración de matices menos objetivos que las
circunstancias antes mencionadas. Pero no es dudoso que el actual estado de cosas es
satisfactorio precisamente porque evita discusiones minuciosas, impide prejuzgamientos
en causas que, como la de autos, se fundan en abandono del hogar, conviene así a la
seguridad jurídica sin desmedro de la justicia y, además, porque encuentra fundamento
normativo bastante en el art. 104 de la ley de matrimonio -regla directamente aplicable al
caso-, incluso si se lo vincula con el art. 94 del Cód. Civil, alegado en el decurso del
proceso y omitido en la sentencia del a quo, que da primacía al lugar donde está la familia
frente al lugar donde se hallan los negocios.
Que la conclusión a que se llega hace innecesario el examen de las otras cuestiones
planteadas.
Opinión del procurador general de la Nación A fs. 872 V.E. ha declarado procedente el
recurso extraordinario interpuesto a fs. 739. Toca, pues, examinar el fondo del asunto.
Ocurre, empero, que en la especie, las consecuencias de lo decidido por el a quo sobre el
punto, trascienden los límites a que podría considerarse ceñida la cuestión resuelta, si
tales límites dependieran exclusivamente de la sola naturaleza de la cuestión. En efecto, la
consecuencia inmediata de la sentencia en recurso -no obstante admitirse en el
pronunciamiento que el domicilio conyugal quedó fijado en 1941 en esta Capital, y no
obstante, también, la falta de constancias de que la esposa haya abandonado el territorio
nacional después de aquella oportunidad- es que el conocimiento de esta acción de
divorcio, viene a quedar sustraída de la jurisdicción de los jueces de la República.
Es esto, precisamente, lo que da contenido federal al pronunciamiento apelado, toda vez
que para que la garantía de los jueces naturales resulte ajena a las decisiones sobre
competencia es requisito que ésta se atribuya a tribunales del país (Fallos, t. 234, p. 146; t.
238, p. 141 y t. 239, p. 438 entre otros) o a jueces permanentes del Poder Judicial de la
Nación o de las provincias (Fallos, t. 235, ps. 284 y 672).
Entiendo, por ello, que lo conducente para la solución del problema, es determinar:
En efecto, tanto de acuerdo con la doctrina de V.E. como con la de los tratadistas que el
mismo fallo menciona, el domicilio conyugal al momento de la separación de los esposos
no es, precisamente, el del marido en tal ocasión, sino el que tenían los dos cónyuges
debiendo entenderse por tal, el último en el que ambos han convivido.
Basta compulsar los precedentes de Fallos, t. 235, p. 348 (LL t. 87, p. 465, fallo núm.
40.888); t. 237, p. 212 (LL t. 90, p. 93, fallo núm. 41.838); y la causa C. 352, fallada el 19
de diciembre último, para encontrar, teniendo en cuenta las particularidades de hecho de
los respectivos casos sentenciados, el apoyo de esta tesis. Es más, de dichos precedentes
se desprende (v. en especial párr. II de la resolución recaída en la recién citada causa C.
352), que a los efectos del juicio de divorcio, no puede considerarse domicilio conyugal, a
aquel en el que, aunque vivan permanentemente el marido y los hijos del matrimonio, no
vivió la esposa.
Acuña Anzorena, en el artículo intitulado "El divorcio en la ley 2393" (LL t. 78, ps. 673 y
sigts.), al referirse al juez competente para conocer en la acción de divorcio (núm. 28, p.
689) expresa:
"Dispone el art. 104 de la ley 2393 que las acciones de divorcio y nulidad de matrimonio
deben intentarse en el domicilio de los cónyuges, debiéndose entender por éste el último
domicilio conyugal, es decir, el del marido, por aplicación de lo preceptuado por los arts.
90, inc. 9° del Cód. Civil y 51 y 53 de la ley antes citada.
"¿Qué decidir cuando los cónyuges se encuentran separados de hecho? Durante mucho
tiempo se aplicó aquella regla con rigidez inflexible, autorizando al marido a promover la
demanda ante los jueces del nuevo domicilio elegido por él y obligando a la mujer a
concurrir ante ellos.
"Criterio tal no se justifica, pues, como escribe Rébora, el art. 104 'no solamente protege al
matrimonio, sino que particularmente protege a la mujer, en cuanto la libera de la
obligación de seguir con su demanda a un marido errante y fugitivo'. Fue así que la
jurisprudencia empezó por admitir el carácter relativo del principio de que el domicilio
conyugal es el domicilio del marido, reconociéndole limitaciones.
"Si bien es exacto que la mujer tiene el domicilio del marido y que éste puede cambiar su
domicilio de un lugar a otro (arts. 90, inc. 9° y 97) -dijo la Corte Suprema nacional-, no es
menos cierto que las disposiciones citadas no pueden interpretarse con un criterio de
latitud extrema que permita al titular del derecho ejercitarlo a su arbitrio, hasta impedir o
menoscabar el ejercicio de derechos correlativos, como es el de la mujer de deducir contra
el marido una acción personal ante el juez del domicilio conyugal al tiempo de la
interposición de la demanda".
"Así, pues, aunque medie separación, la demanda debe promoverse en el último domicilio
conyugal, que es el en que vivían los esposos al producirse los hechos constitutivos de la
separación o abandono, y no el que fijó el marido, después de ella".
También Rébora ("El estatuto de la mujer y las relaciones emergentes del matrimonio",
número 54 c-, ps. 99 y sigts.) al desarrollar el punto relativo a cuál es el juez competente
para entender en el juicio de divorcio, arriba a conclusión análoga, compartiendo el criterio
que en igual sentido resulta de la jurisprudencia que cita y como consecuencia de la cual
"el traslado del marido de un punto a otro, aunque sea con ánimo de cambiar de
residencia, no significa un cambio del domicilio de los cónyuges". Además agrega (ps. 99
"in fine" y 100) que "la obligación que pesa sobre la mujer de habitar con su marido donde
quiera que éste fije su residencia (art. 53, ley de matr.) se limita instantáneamente en el
momento en que la mujer se rebela contra ella".. "Después de ese momento el marido
puede cambiar su residencia individual pero no la del matrimonio, su domicilio personal
pero no el domicilio de derecho de la esposa, que no podría ser variado sin que para ello
se reunieran los dos elementos que determinan en este caso el cambio de domicilio, a
saber: el desplazamiento y la intención".
Por último, Orgaz ("Personas individuales") participa de igual opinión, pues admite la
subsistencia del domicilio conyugal, que prevalece sobre el del marido, para determinar la
competencia judicial en caso de divorcio, tanto en el caso de abandono (p. 245, núm. 12,
párr. 2°), como en el de que el esposo haya mudado su domicilio (p. 257, núm. 19 a-).
En tales condiciones, resulta claro que las dos afirmaciones se excluyen, pues no pueden
coexistir al mismo tiempo, en el mismo sentido, y tomadas bajo la misma relación. Y como
la exacta, según se ha demostrado, es la primera, la segunda debe desaparecer del
planteamiento, para que éste no quede inicialmente deformado por falta manifiesta de rigor
lógico.
Admitido entonces que la competencia corresponde al juez del último domicilio conyugal, y
que éste no puede ser otro que aquel en que convivieron efectivamente ambos cónyuges
antes de la separación, la lógica consecuencia es que lo conducente para la solución del
problema sea, si, como lo expresa el a quo.
1) Cuándo se produjo la separación de los esposos; pero lo segundo no será ya "cuál era
en ese momento el domicilio de V.", sino;
1) Que los esposos fijaron en 1941 su domicilio conyugal en esta Capital, 2) Que el esposo
realizó viajes periódicos, emprendiendo el último en 1952, para no regresar más a este
país sino, y por pocos días, después de promovido el presente juicio.
3) Que los esposos han compartido hasta fines de enero de 1952, el domicilio conyugal
que tenían establecido en el país; y 4) Que -y esto se desprende de la sentencia- no han
convivido después de enero de 1952, en otro domicilio común.
Los escritos de fs. 854 y 875, contienen expresiones que pueden comportar
responsabilidad penal. Procedería, pues, remitir testimonio de los mismos al tribunal que
corresponda, a sus efectos.- Mayo 12 de 1959.- R. Lascano.