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Tribulación y pandemia.

Lectura existencial/espiritual de un filósofo

Carlos Díaz
Universidad Complutense (Madrid)

Recibido el 10 de mayo de 2021


Aceptado el 24 de junio de 2021

Resumen: Pandemia es la antítesis de ademia; lo primero es lo que afecta a


todo el pueblo, lo segundo lo que a nadie afecta, extremos que vienen a tocarse,
pues una buena parte de la gente se comporta de la forma más incívica posible.
Como poseído por un animismo conspirador, el nuevo tipo de hombre, el hom-
brecovid, se fabrica sus métodos autoprofilácticos que a modo de cinturón de
seguridad supone le van a proteger de la sintaxis del contagio. En realidad este
animismo huye de la muerte pero la disfruta tratando de hacerla compatible con
el hedonismo escondido de la fiesta clandestina, como si burlar la autoridad para
evitar la multa engañase también al virus. En fin, de semejante pandemia adémi-
ca se salvará quien pueda. Y la vuelta a la normalidad será la vuelta de la puerca
lavada a su vómito, el vómito de la muerte. A menos que caiga algún milagro del
cielo en la travesía de este desierto, porque el humano de aquí abajo actúa como
si fuera un mal bicho cuya cepa viral resulta inerradicable.
Palabras clave: pandemia, muerte, conversión, sufrimiento y amor.

Tribulation and pandemic.


The existential / spiritual reading of a philosopher.

Summary: Pandemic is the antithesis of ademic; the former affects all peo-
ple, while the latter affects no one. They are extremes which meet, because a
large number of people behave in the most uncivil way possible. As if possessed
by a conspiratorial animism, the new type of person---Covid man---fabricates

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self-prophylactic method which, like a seat belt, are meant to protect one from
the syntax of contagion. In reality, this animism flees from death, while actually
enjoying it by attempting to make it compatible with the hidden hedonism of
clandestine parties and gatherings, as if circumventing authority so to avoid a
fine could also deceive the virus. In short, from such an ademic pandemic, who-
ever can will be saved. And the return to normality will be like a pig wallowing
in its own vomit---the vomit of death---unless some miracle falls from the sky
during this desert crossing, since human beings are acting as if they were an evil
germ whose viral strain is ineradicable.
Palabras clave: pandemic, death, conversion, suffering and love.

1. La lección más perversa que me enseña esta gran


desolación
A todos nos ha atacado por la espalda la puñalada trasera, algo
o alguien conspiraba para matarnos sin dar la cara: iba a por mí sin
que yo pudiese negociar con él a fin de postergar su homicidio, así
piensa la gente. Esta histeria contra la muerte, esta recopilación de
aplausos a la hora taurina de las cinco en punto de la tarde para apla-
car la Parca, explica la reagrupación de la manada para defenderse
en círculo con las patas traseras contra el animal asesino.
Los creyentes han demostrado que quieren a toda costa no ver
a Dios tan pronto, y los no creyentes no verse expulsados antes de
tiempo del cierre de las persianas chirriantes de los grandes almace-
nes, que es donde verdaderamente mora para ellos lo sagrado. A mí,
haber visto cómo la gente está apegada a la vida como la estampilla
al sobre me ha sorprendido más de la cuenta, a pesar de mi provecta
edad. Quizá haya sido la lección más grande que me ha dado esta
gran tribulación: ver cómo vivimos como si hubiésemos adquirido
el derecho a vivir con garantía de no caducidad, pero sin asumir el
deber de plantarle cara a la muerte. Esta ansia sólo la había visto
en un cenotafio griego en cuya lápida se leía: Zeus inmortal. Claro
que el temor a morir tan propio del humano que también se cree
Zeus inmortal se agudiza entre quienes han tenido y tienen miedo a
vivir, mientras que aquellas personas que han sabido ser más felices
suelen ser también más agradecidas por la vida que va a concluir.
En una época de seguros y de reaseguros eso vende, aunque la úni-
ca diferencia sea que el féretro del rico pesa más y es más vistoso

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aunque al instante sea enterrado, metido en tierra, regresado a su


propio humus.
Además, dígase lo que se diga, soto voce, muchos se han alegra-
do de que los virus se vayan llevando sobre todo por delante a los
más viejos: ¿te imaginas cuánto dinero vamos a ahorrarnos de los
que hubieran sido destinados para mantener tanto caquéctico que no
terminaba de morir? Menos pensiones a pagar a los ancianos, se va a
notar. Esta crisis habrá servido de eutanasia limpia, porque el trabajo
sucio lo habrán hecho los virus. A viejo muerto, joven puesto, creen
los muy pillos, aunque yerren.
Así que, con la vacuna ya correteando, podremos en breve vol-
ver a comprar a plazos las mismas chucherías con nuestras dora-
das tarjetas Visa (en latín, las cosas vistas) ¡habíamos dejado de
comprar durante una larguísima e insoportabilísima cuarentena de
cuarentenas para resurgir del Orco, resistiremos, es decir, re-existi-
remos, venga a nosotros el círculo del eterno retorno de lo eterno!
Esto quiere decir que en lugar de muerte habremos tenido reencar-
nación. Hemos descubierto que en realidad no estábamos tan mal.
Qué ingratos éramos a pesar de tanta bronca, pues lo que realmente
nos encanta es volver al mismo menú de antes, regresar al redil del
conformismo agradecido. Qué buenos son los hermanos regidores,
qué buenos son que nos llevan de excursión: tres hurras por el Inser-
so, que ya incluso nos mete la sopita en la boca desdentada. Al me-
nos ahora sabemos que éramos unos mentirosos de copete cuando
nos quejábamos de lo que tan denodadamente queremos recuperar,
virgencita que me quede como estoy. Incluso los sedicentes revolu-
cionarios mentían cada vez que abrían el pico.
Los pobres seguirán siendo pobres, más aún si cabe que antes, y
los ricos seguiremos siendo más ricos comparativamente, si también
cabe. Ninguna simpatía nos queda, pues, para la menor revolución,
evolución, o reforvolución, a vivir, que son dos días. Nosotros los
humanes, incluidos los orangutanes, no tenemos en nuestras ma-
nos la más mínima posibilidad de alterar los designios científicos
de Charles Darwin, así que se acabó la voluntad de aventura, todos
a bordo del Beagle 1839, nuestra arca de Zoé o Noé con todo el

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zoológico dentro. El género, menuda especie humana. Se han termi-


nado las molestas utopías morales, las cosas viven y mueren some-
tidas a una Ananké necesaria que rige el mundo. Aborregados, los
gurús nos guiarán con sus piernitas cruzadas y su fálico lingayat,
siguiendo el curso de las estrellas en las cuales todo está al parecer
escrito. Se acerca la era de Acuario explicada por la Cienciología, la
religión de Hollywood. La crisis vírica se ha vuelto viral, nos ha de-
jado muy claro que no hay más cera que la que arde. He ahí también
el nihilismo consolado, sólo lo útil vale, sólo el hedonismo tierno de
los tenerísimos Bandos del Alcalde. En fin, el nuevo decálogo del
amoralismo virtuoso cabalga de nuevo:
 1. Tenemos que morir, y esta crisis sanitaria ha demostrado que,
si lo sabíamos, no lo creíamos. Siempre se morían ellos, aho-
ra también yo.
 2. Nunca antes se había visto tanto pánico a nada. Cuando ha-
blo de pánico, hablo de una inversión absoluta de la objeti-
vidad y de una conturbación de la capacidad afectiva de las
masas, que han perdido el juicio y la perspectiva. El galli-
navirus: todos descabezados corriendo los últimos metros
antes de morir.
 3. En Europa se ha evidenciado la escasez de recursos intelec-
tuales, ideológicos o religiosos del ciudadano «escolariza-
do» para afrontar el analfabetismo antropológico y el inma-
nentismo. Fracaso educativo en toda regla.
 4. El coronavirus ha vuelto a poner de relieve la mentalidad
preconvencional de las personas y de las familias («para mí,
para mí y para mi familia»). La gente se tapa como puede
y se embozala según prescripción, pero no va a cambiar de
hábitos de vida. Yendo yo caliente, ríase la gente
 5. El ansia por pasar de fase en fase hasta la fase final es la pla-
ya, el chiringuito, la cerveza, y el regreso al dorado chalé,
todo lo que constituye las expectativas hedonistas del burgués
y de la burguesía.
 6. La piedad necrofílica se ha adherido a las banderas con
crespones luctuosos. Es más fácil llorar a los muertos que

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luchar contra lo que mata y que compartir el dinero con los


empobrecidos.
 7. También se ha puesto de relieve la incapacidad cognitiva para
procesar lo que no sean las costumbres rebañegas, por ejem-
plo, para afrontar la problemática ecológica que todos miran
sin horror, como si ya formara parte del habitual paisaje.
 8. El tiempo no cura los virus. Vendrán más virus que matarán
más y nos harán más infelices. Te llamarán agorero si les
recuerdas que el tiempo no es elástico ni infinito, y que tiene
un término, un apocalipsis.
 9. ¿Acaso van a poner el cascabel al gato vírico los apoyos
económicos de China, de USA, o de Europa? ¿Abandonarán
para ello sus luchas armamentísticas, su perversa polución
planetaria, su darwinismo social? La incapacidad crítica de
las personas les lleva a aplaudir a quienes arrojan primero
la bomba y luego las tiritas y la mercromina para sanar las
heridas.
10. Los virus son el rostro visible del caos global de la humanidad
y del humanitarismo. No hay peor virus que el ser «humano»1.

2. Los buenistas: pesimistas con esperanza inactiva


Uno de los dos ha cometido el asesinato y yo no he sido: alguien
ha sembrado los virus, pero a mí que me registren. Yo no he conta-
giado a nadie, ¿no querrá usted que me culpabilice por la muerte de
algún infectado? Mucha gente no se sostiene en pie sobre la tierra,
pero a mí no me mire tan fijamente, nada quiero saber de esos cadá-
veres, no me los cuelgue, busque usted en otra parte, yo tengo todos
los papeles en orden contable. El impostor lo es también en plena

1
Cfr. Mis libros Estos días llenos de noches. Un planteamiento ético sobre
la pandemia; En las cimas de la desesperación. El miedo a vivir; Por mí que
no quede; Derecha burra e izquierda caviar; Del tamaño de un hipopótamo su-
mergido; Cementerio de ideas; Organizar la compasión. Estos ocho libros han
sido publicados en Editorial Sinergia, Guatemala. Son totalmente desconocidos
en España.

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pandemia, aunque le ponga palabras bonitas: «Mi único propósito


es ese: disfrutar más y quejarme menos. Frases como “hemos vivido
equivocados, hemos de cambiar nuestra manera de existir, la culpa
la tienen los abusos del egoísmo o la falta del respeto a la ecología”
son falsas. No, se trata de una plaga y se acabó. Ha habido plagas
desde que los seres humanos tienen memoria y habrá muchas más.
Esta en concreto tiene una virulencia brutal, pero también tenemos
mucho más medios para enfrentarnos a ella y contrarrestarla. Pero
no entiendo eso de en seguida empezar a sacar conclusiones como
en la Edad Media, de que es un castigo divino. No puede ser que
ahora a los castigos divinos se les llame castigos de la naturaleza.
Me parece insoportable que los moralistas vayan repitiendo cosas
como que ahora nos enteramos de lo importante que son los otros.
Es como si hubiera habido que esperar 21 siglos y una plaga para
darnos cuenta de que los otros son importantes.
Tras esta crisis se van a producir cambios sociales importantes.
Todo lo que ocurre, desde las crisis hasta los embotellamientos de
los findes o fines de semana, siempre marca un antes y un después.
Cuando era joven estudié en un colegio de curas —aunque no se me
note demasiado— y nos llevaban de ejercicios espirituales. Íbamos
a un lugar durante cuatro o cinco días y nos daban charlas y medi-
taciones. La idea era que eso nos ayudara a cambiar de vida. Esta
situación se parece un poco. Estamos oyendo a muchos predicadores
laicos que quieren salvarnos y nos quieren hacer mejores. Pero yo
no pienso cambiar de vida. De hecho, añoro la que tenía. Creo que
deberíamos aprender a disfrutarla como era. Mi único propósito es
ese: disfrutar más y quejarme menos. Hay cosas sencillas, elemen-
tales, como la ternura de una caricia, una palabra amable, un chiste
contado a tiempo, la conversación. Todas esas cosas ahora las vamos
a valorar más. Y, por supuesto, los paseos, sean al campo, al borde
del mar o con amigos en la ciudad... Los desastres naturales no tie-
nen nada de bélico. Nos enfrentamos a algo que no tiene ningún tipo
de aprecio o de desprecio por nosotros. Simplemente sigue un pro-
ceso de la naturaleza, que es un mecanismo admirable en muchas
cosas, pero a la vez implacable. No tiene piedad: destruye y tortura
a los seres como ninguna otra cosa. Si tenemos que esperar algo

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de piedad, es de nuestros semejantes, no de la naturaleza. La vida


se hace humana cuando aplicamos la ciencia. Me refiero no solo a
las ciencias físicas y la tecnología, sino al conocimiento en general.
Toda la desdicha de los hombres se debe a una sola cosa, la de no
saber permanecer en reposo en una habitación. Un hombre que tiene
lo suficiente para vivir, si supiese quedarse en casa con placer, no
saldría de allí más que para embarcarse o para vivir el asedio de una
plaza. Si se compra un grado en el ejército a buen precio es porque
resulta insoportable no moverse de la ciudad; y si se busca el trato
de los demás y las diversiones de los juegos es porque no sabe per-
manecer en su propia casa placenteramente»2.
No puedo asumir el gran dolor que los buenistas me producen,
porque además de equivocarse estoy seguro de que mienten: no es
creíble que haya tanto imbécil que no se dé cuenta de la marcha de
nuestro planeta ni de nuestro mundo personal a la deriva. Lo cierto es
que no se lucha contra el mal, mientras rebosan los mataderos de cor-
deros, borregos y carneros degollados que todo lo toleran y de este
modo lo refuerzan. Hay demasiados muertecitos que cada vez más
se ponen de perfil para sobrevivir. Muchos arrodillados asidos única-
mente a su instinto de conservación, y muchos premuertos antes de
que los maten, viven para huir del morir. Y son precisamente estos
hipócritas cómplices los que con su inacción hacen más por el mal.
Lo peor es que estos desaparecidos para el combate proclaman
tener todavía esperanza porque dicen que creen en la bondad de la
humanidad, aunque sean eucatastróficos en plena discatástrofe sin
aducir argumentos. Creen, tienen fe, tienen esperanza, o así lo di-
cen, pero no actúan, no alzan la voz, se hacen los locos, no tienen
caridad con nadie, abrumados como lo están por el pánico. La vida
es para ellos el arte de aferrarse a un clavo ardiendo. Son pesimistas
con esperanza inactiva, faquires de la nada. Son pesimistas por su
rapidez para decir y por su taruga lentitud para hacer, como si una
justicia tardía no fuera una injusticia. Por eso son como son. No
digo de ninguna manera que no haya gente admirable, auténticos

2
Savater, F: Declaraciones a El Tiempo, Lima 16/05/2020.

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maestros de humanidad, pero esos son los que sienten más desgarro
ante la situación, los que menos se dejan anestesiar y caminan en
carne viva. Viva, sí, viva.
Lo propio de las sociedades insanas es que interrumpen y exclu-
yen la comunicación solidaria con todos sus miembros, y a conse-
cuencia de ello alteran su comunicación con los demás. En las so-
ciedades neuróticas quedan bloqueadas algunas partes de sí mismas
—inconscientes reprimidas, o negadas a la conciencia social— de
manera tal que ellas ya no se comunican entre sí, porque quienes
entran en ese infierno han perdido toda esperanza, como Dante en
el infierno. Si tienen esperanza, es una esperanza límbica, la de al-
canzar el nirvana. Y, si me dieran a elegir entre un buenista con su
peculiar «esperanza» y un desesperado activo, elegiría a éste, por
su bien: porque a quien presume de lo que no tiene le irá mal, pero
a quien no tiene y lucha por tenerlo puede comenzar a abrírsele un
claro en el bosque.
Estos meses no he cesado de preguntarme por qué este apego
destructivo a la vida: ¿por qué ha aumentado el 26% en los centros
de salud europeos el número de personas que están patológicamente
enfermos de gravedad por miedo al coronavirus, a veces tan grave
que ha llevado a la destrucción de vínculos personales y familiares?
Porque una cosa sensata es protegerse y una cosa insensata soñar
con que tal o cual riesgo de contagio vírico va a por mí, por lo cual
me aíslo absolutamente, a cal y canto, a fin de acorazarme en el
bunker de mi salud. Vivir así, con una profilaxis tan espantada, es
perder contacto con la vida, por renuncia a la cual se exige el aisla-
miento e incluso el encierro en una burbuja perfectamente aséptica
y sin mezcla alguna de amenaza, a fin de que la vida asesina no
mate a la vida sana.
Si volver a la vieja normalidad está significando para muchos
volver a lo que siempre fueron, es decir, a la normalidad de su
anormalidad, y eso ya no hay quien lo pare cuando la vida se tor-
na bárbara berreando en manada en los estadios de fútbol, en los
botellones, en las despedidas de soltero o de soltera, o en simples
banquetes de amigos o familiares, qué se le va a hacer, no es mejor

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sin embargo la nueva normalidad consistente en enfermar de miedo


a la vida, la cual seguirá amenazando con eliminarnos. El prolonga-
do hábito de temer la muerte hace que terminemos odiando la vida,
forma evidente de círculo vicioso.
Todo esto ¿qué nos está diciendo? He ahí el clamor de fracaso,
la incapacidad que la sociedad misma exhibe para educar, es de-
cir, para no pasar de la barbarie ofensiva a la barbarie defensiva.
¡Y todavía andan por ahí los partidos políticos vaciándose entre sí
los ojos ciegos como carroñeras aves elaborando nuevos planes de
estudios sin enterarse de que huelen y no a ámbar, amigo Sancho!
Puede corregirse un temor con otro, pero ese miedo al morir con
nada puede contrarrestarse, pues quien lo padece hace rato que está
premuerto y casi RIP.
El miedo a la locura enloquece, «su aspecto aterrador proviene
de que percibimos en su presentimiento una disipación total, una
pérdida irremediablemente para nuestra vida. La locura nos hace
perder todo lo que nos individualiza en el universo, nuestra perspec-
tiva propia, el cariz particular de nuestro espíritu. De ahí que, aun-
que sea persistente y esencial, el miedo a la muerte resulte menos
extraño que el miedo a la locura, en la cual nuestra semipresencia es
un factor de inquietud mucho más complejo que el terror orgánico
a la ausencia total experimentada en la nada, es decir, en la muerte.
¿No sería la locura una manera de evitar las miserias de la vida? El
presentimiento de la locura va acompañado del miedo a la lucidez
durante la locura, el miedo al regreso a sí mismo, en los que la intui-
ción del desastre podría engendrar una locura aún mayor.
Exceso del mal, angustia químicamente pura, he ahí la estruc-
tura disipativa de la locura. La persona enferma se desploma y ya
deja de producir la tensión necesaria como para buscar la salida,
mientras la persona sana hace virtud del miedo al vacío y unifica
desde las grietas de sus miedos y de sus carencias la existencia
uniendo aquello que la separa, o sea, sacando fuerzas de flaqueza.
Podríamos decir que de este modo reproduce la newtoniana ley de
la gravitación universal que une a los planetas por la fuerza misma
que los separa y de este modo el centro de gravedad de aquellos

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deviene a la vez su centro de salud. Menos por menos, más. Cuando


no se afronta de ese modo el mal no cabe sino vivir disparatadamen-
te, alocadamente, descontroladamente, al modo de las estructuras
disipativas: «Me gustaría perder el juicio con una sola condición:
tener la certeza de ser un loco jovial, sin problemas ni obsesiones,
jocoso durante todo el día»3.

3. Protréptico
Con ática elegancia, y como elemento esencial en la paideia,
enseñaba el estoico Epicteto: «La muerte está frente a tus ojos cada
día, y no tendrás nunca un pensamiento rastrero ni una pasión exce-
siva». También Séneca lo predicaba: filosofar es aprender a morir.
Esta actitud fue en buena medida compartida por el cristianismo de
los primeros siglos, y así san Basilio, apodado el Grande, escribe:
«Nosotros, hijos míos, no damos ningún valor a esta vida terrena ni
consideramos ni llamamos un bien a lo que muestra utilidad sola-
mente para esta vida. Ni el brillo del nacimiento, ni la fuerza física,
ni la belleza, ni el tamaño, ni los homenajes de todo el mundo, ni la
misma realeza, ni todo lo que se llamaría humano, nada de esto es
grande ni aun deseable según nuestra opinión, y aquellos que lo po-
seen no causan en absoluto nuestra admiración. Nosotros llevamos
más lejos nuestra esperanza y cumplimos todas nuestras acciones
para prepararnos otra vida. Decimos que hay que amar y buscar con
todas nuestras fuerzas lo que nos sirve para aquella vida y despre-
ciamos como no valioso lo que a ella no conduce».
La tarea de enseñar a vivir no es la de llenarla de pánico, sino
la de llenar de vida al propio pánico rompiendo los barrotes de su
jaula de muerte, es decir, llenando de luz y fecundidad cada rincón
oscuro de la existencia supuestamente amenazada. Como terapeuta
durante los últimos años, sobre todo en países muy empobrecidos,
hasta hoy siempre he comprobado que los más miedosos han sido
los más infecundos y estériles, aquellos cuya vida ha sido peor rea-

3
Cioran, E: En las cimas de la desesperación (Barcelona: Tusquets Edi-
tores, 1991), 41.

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lizada. Como si en el fondo fuera una misma cosa ser colocado en


la cuna o en el ataúd, repiten con la Tristitia de Ovidio: quocumque
aspicio, nihil est nisi mortis imago, allí donde miro sólo veo imagen
de muerte. Porque la muerte no solamente viene de fuera, sino del
interior de quien está muerto de miedo. Por eso no me gusta la te-
rapia de la autocompasión, sino la de la lucha. En último extremo,
sólo para quien lucha tiene sentido morir.
Y una reflexión protréptica o exhortativa: eduquen a sus hijos, a
sus alumnos, a sus amigos, a sí mismos en la fecundidad existencial,
abandonen tanto proteccionismo sin que eso signifique descuido,
dediquen sus días a agradecer la vida, y no a poner una vela al final
de sus jornadas como réquiem por el día que pasó. Que pasó y no ha
sido. No deberíamos robar a los vivientes el amor con que acompa-
ñamos a los muertos cuando los enterramos. Tenemos la obligación
de ser mejores que nuestros muertos. Tenemos la obligación de vivi-
ficarles dando vida a los vivos. Fin del duelo.
«¡Cuánto me gustaría que todas las personas ocupadas o inves-
tidas de una misión, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, seres su-
perficiales o serios, alegres o tristes, abandonasen un buen día sus
tareas, renunciando a todo deber u obligación, y saliesen a pasear a
la calle cesando toda actividad! Todos esos imbéciles que trabajan
sin motivo o se complacen en su contribución al bien de la hu-
manidad, ajetreándose —víctimas de la ilusión más funesta— para
las generaciones futuras, se vengarían entonces de la mediocridad
de una vida nula y estéril, de ese absurdo derroche de energía tan
ajeno al progreso espiritual. ¡Cómo saborearía yo esos instantes en
los que ya nadie se dejaría embaucar por un ideal ni seducir por
ninguna de las satisfacciones que ofrece la vida, esos momentos
en los que toda resignación sería ilusoria, en que los límites de una
vida normal estallarían definitivamente! Que todos los ideales sean
declarados nulos; las creencias, bagatelas; el arte, una mentira, y la
filosofía, pura chirigota. Ojalá torbellinos de llamas se eleven con
un ímpetu salvaje e invadan el mundo entero para que el menor
ser vivo sepa que el final está cerca. Ojalá toda forma se vuelva
informe y el caos devore en un vértigo universal todo lo que en este

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mundo posee estructura y consistencia. Que todo sea estrépito de-


mente, estertor colosal, terror y explosión, seguidos de un silencio
eterno. ¡Marcha atrás hacia el caos inicial, retorno a la confusión
primordial! ¡Lancémonos hacia el torbellino interior a la aparición
de las formas! Que nuestros sentidos palpiten gracias a ese esfuer-
zo, a esa demencia, a ese arrebato, a esos abismos. Que desaparez-
ca todo lo que existe para que en esa confusión y en ese desequili-
brio podamos alcanzar plenamente el vértigo total, remontándonos
desde el cosmos hasta el caos, desde la naturaleza hasta la indivi-
sión original, desde la forma hasta el torbellino. La evolución: un
apocalipsis invertido, pero brotando de las mismas aspiraciones.
Porque nadie desea el regreso al caos si no ha experimentado ple-
namente los vértigos del apocalipsis. Qué inmensos son mi terror
y mi alegría cuando imagino que soy atrapado bruscamente por
el tumulto del caos primigenio, por su confusión y su paradójica
geometría, la única geometría caótica, sin excelencia formal ni de
sentido. El vértigo, sin embargo, aspira a la forma, de la misma ma-
nera que el caos posee virtualidades cósmicas. Me gustaría vivir en
el comienzo del mundo, en el torbellino demoniaco de las turbulen-
cias primordiales: que nada de lo que en mí es veleidad de forma
se realizase, que todo vibrase con un estremecimiento primitivo,
como un despertar de la nada. Yo sólo puedo vivir en el comienzo o
en el fin del mundo. Los seres que gozan de buena salud no poseen
ni la experiencia de la agonía ni la sensación de la muerte. Su vida
se desarrolla como si tuviera un carácter definitivo. Es caracterís-
tico de las personas normales considerar la muerte como algo que
procede del exterior, y no como una fatalidad inherente al ser... La
vida como agonía prolongada y camino hacia la muerte no es sino
una versión suplementaria de la dialéctica demoniaca que la obliga
a engendrar forma que ella destruye. La multiplicidad de las formas
vitales engendra una dinámica demente en la que únicamente se
reconoce el diabolismo del devenir y de la destrucción. La irracio-
nalidad de la vida se muestra en ese desbordamiento de formas y
de contenidos, en esa frenética tentación de renovar los aspectos
desgastados. Una especie de felicidad podría obtener quien se en-
tregase a ese devenir dedicándose, más allá de toda problemática

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torturadora, a saborear todas las potencialidades del instante, sin la


perpetua confrontación relevadora de una relatividad insuperable»4.
Hasta aquí Ciorán, con el cual concuerdo en que «el hecho de
que la sensación de la muerte sólo aparezca cuando la vida es tras-
tornada en sus profundidades prueba de una manera evidente la in-
manencia de la muerte en la vida». En casi todo lo demás discrepo.
No es cierto que las personas sanas sean las que viven diabólica-
mente. Diabólico es lo que separa, antítesis por tanto de lo simbóli-
co, es decir, de lo que une. Una vida no realizada ha de resultar más
pronto que tarde diabólica, y en última determinación esquizofré-
nica, escindida de todos y enemistada consigo misma. Lo vital no
es verdadero porque separe, eso pertenece a lo enfermizo. Ciorán
coloca la carreta de su pesimismo metafísico delante de los bueyes
y de este modo, después de afirmar a carretadas ese su pesimismo,
obliga a los bueyes entorpecidos por la carreta a que aren con sur-
cos torcidos. En mi opinión, puede ser que al depresivo su proceso
de interiorización le revele una región en la cual vida y muerte se
hallan indisolublemente unidas, pero eso no es propiedad exclusiva
del deprimido, todos los hombres son mortales, Sócrates es hombre,
luego Sócrates tiene que morir, moriri habemus, con o sin depre-
sión. Moriri, del verbo latino morior, tiene voz pasiva y significa-
ción activa, poniendo de este modo perfectamente de relieve que
no ha de traducirse el moriri habemus por todos tenemos que ser
destripados y acabar mal muertos, sino lisa y llanamente, nos guste
o no nos guste, velis nolis, que tenemos que morir.
Y, añado, que más vale morir con honra que vivir con vilipendio.
Es precisamente el temple de ánimo con el que se muere y con el
que se vive el que diferencia al depresivo del que no lo es o no lo
está. La realidad es, lisa y llanamente, que unas personas aran de-
recho con líneas derechas, otras derecho con líneas torcidas, otras
torcido con líneas derechas que no conducen a parte alguna, y otras
torcidamente siempre. Si a mí me dieran a elegir entre existir como
lo hacen los animales «sanos» y despreocupados (y así también mu-

4
Ibíd., 154-155.

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410 CARLOS DÍAZ

chas gentes), o como un ser personal que sabe que va a vivir sufrien-
do tensiones y después muriendo yo elegiría esto último. Porque un
perro que muere y no sabe que muere, que vive y no sabe que vive,
yo no quisiera serlo: no quisiera que el mío fuese un mondo cane.
Al perro lo que es del perro. Sólo los verdaderos enfermos, aquellos
que conocen su infirmitas o carencia de firmeza, son los capaces de
seriedad auténtica, de dar la cara, de no renunciar en lo más íntimo
de sí mismos a las revelaciones metafísicas más allá de las físicas,
a cambio de un amor cándido o una voluptuosa inconsciencia. Toda
enfermedad implica heroísmo, un heroísmo de la resistencia, y no
de la conquista, que se manifiesta a través de la voluntad de mante-
nerse en las posiciones perdidas de la vida»5.
La depresión es la ausencia de fortaleza tanto para resistir como
para contrarrestar. No sólo la psicología, sino también la actitud
virtuosa le otorga una fuerza básica para salir de la oscura depre-
sión. Todo individuo que se plantee seriamente el problema de la
muerte no podrá por menos de sentir miedo, eso resulta inevita-
ble, pero —aunque nos tiemblen las piernas— podemos sostener-
nos sobre ellas haciendo lo suficientemente al menos por no huir.
Que nos tiemblen es normal, que nos tiemblen donde nos tengan que
temblar es valiente; que nos tiemblen donde nos tengan que temblar
sin renunciar a los ideales y trabajando por ellos es heroico. Sin ese
aferrarse a una esperanza o a una realidad salvadora, a veces uno se
hunde en el vacío del ser que habita el ser sin serlo. Sin ello, las for-
mas y las categorías abstractas aparecen ante la muerte como insig-
nificantes, mientras que su pretensión de universalidad se vuelve ilu-
soria frente al proceso de aniquilación irremediablemente devorador.
En esta situación, muchos se vuelven escépticos radicales, in-
cluso nihilistas absolutos, pues preferirían la nada antes que el ser
que irremediablemente muere. Del mismo modo, otros muchos se
han declarado ateos a lo largo de la historia porque han temido a un
Dios juzgador que hubiera podido poner de relieve las estructuras
de pecado que ellos mismos han descubierto al tiempo que ocultado

5
Ibíd, 48.

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celosamente en sus propias vidas. El miedo a la muerte no afrontada


neurotiza tanto como el miedo a la vida más allá de la muerte. Pero,
si no hay salvación ni en la existencia ni en la nada, ¡que revienten
entonces este mundo y sus leyes eternas! Cuando la fatiga nos hace
vivir por debajo del nivel normal, y ni siquiera nos concede ya un
presentimiento de las fuerzas vitales que aún nos quedan, entonces
se hace acopio de la última capacidad de afirmación, pero con ca-
rácter implosivo: ¡que se vaya todo a la mierda, la mía incluida! El
desapego progresivo de todo lo que es concreto e individualizado te
ha llevado a apegarte, pero la mirada melancólica hasta la muerte ha
devenido de todo punto inexpresiva cuando se concibe sin la pers-
pectiva de lo ilimitado.
«Para ser psicólogo, dice Ciorán, hay que conocer suficientemen-
te la desgracia a fin de comprender la felicidad, y poseer el suficiente
refinamiento para poder convertirse en un bárbaro; para ejercer la
psicología se necesita una desesperación lo bastante profunda para
no distinguir ya si se vive en el desierto o en las llamas. Proteiforme,
tan centrípeto como centrífugo, nuestro éxtasis deberá ser estético,
sexual, religioso y perverso»6. Cierto lo primero, falso lo segundo.
Quita a un ser humano las ilusiones de su vida y le mandas al ma-
nicomio, psicólogo: un paso más allá del entusiasmo y se cae en el
fanatismo, otro paso más y se llega a la locura. Para ser psicólogo
lo que hace falta es inteligencia emocional y mucho sacrificio. Ese
pandémico pánico a morir demuestra que la inmensa mayoría de la
población necesita ser reeducada en la vida, y nunca es tarde. Es im-
prescindible más inteligencia emocional, disminuir la toxicidad de la
histeria contagiosa, para que mueran menos. La muerte no es morir,
morir se acaba.
De nuevo Ciorán: «Tengo la clara certeza de haber concentrado
en mí todo el sufrimiento de este mundo y de poseer el derecho a
su gozo exclusivo, y ello a pesar de que constato sufrimientos aún
más atroces, que se puede morir perdiendo trozos de carne, que
se puede desintegrar uno ante sus propios ojos. Hay sufrimientos

6
Ibíd., 204.

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412 CARLOS DÍAZ

monstruosos, criminales, inaccesibles»7. Quien vive sin locura no


es tan cuerdo como cree, pero quien tiene el monopolio de la locura
es el más cuerdo. Además, con las cosas atinentes al sufrimiento
no se juega. El sufrimiento deforma tanto, que incluso el miedo
al sufrimiento puede matar el alma. Jamás locura alguna me hará
reírme de la locura. Un hombrecillo asustado por una musaraña de
campo puede padecer la misma angustia que un gladiador circense
frente a un retiario gigantesco. Nada tan poderoso como el poder
del miedo, nada tan contagioso, pero aterrador, dejándonos sin tie-
rra bajo los pies.
Por otra parte, es más locura el que un cuerdo siga a un loco,
que un loco siga sus propias locuras. Precisamente porque está loco,
el loco suele contradecirse y dejar a medias sus proyectos, aunque
sea para pasarse a otros aún más locos. Si el hábito de la cordura
envejece, el de la locura rejuvenece, como dejó dicho Erasmo de
Rotterdam: ¡hay que ver la fuerza con que se resiste un loco a ser re-
ducido! Cuando el miedo es paranoico incendia con su tea de miedo
al mundo entero. Un paranoico bien entrenado puede incendiar una
megalópolis con una cerilla, siendo su lema «antes quemar que ser
quemado».

4. La necesidad espiritual de sentido en el ser humano


«En los campos de concentración se vive bajo una profunda apa-
tía, especie de mecanismo con que uno se rodea y protege a sí mis-
mo. Se produce lo que ciertos observadores consideran como una
regresión al primitivismo. Los intereses de la persona se concentran
en las necesidades más elementales y más apremiantes. Todo lo que
rebasa de los problemas actualísimos del puro instinto vital de la
propia conservación llega a carecer de todo valor. Y esta tenden-
cia creciente y cada vez más extensa de desvalorización se traduce
en la frase más corriente entre cuantas se oían en los campos de
concentración: Todo es una mierda. Los intereses superiores quedan
postergados durante la reclusión en el campo, y el recluso va hun-

7
Ibíd., 92.

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TRIBULACIÓN Y PANDEMIA. LECTURA EXISTENCIAL/ESPIRITUAL... 413

diéndose culturalmente en una especie de sueño invernal»8. Pero ¿es


todo «una mierda»? Todo radica en la singularidad de cada uno de
los seres humanos, el sentido de la vida se realiza en el ser propio
de cada cual. Por excelentes que fueran los valores heredados de la
sociedad, de los padres, o de Dios, cada persona debe ratificarlos,
hacerlos suyos, pues una herencia que no se reactualiza se endurece,
se enfría y se pierde; sin un esfuerzo de apropiación personal no se
produce empoderamiento alguno, en ese último sentido siempre es-
tamos solos, cada quien tiene que vivir su propia muerte aunque esté
tan acompañado de deudos y seres queridos como Sócrates según lo
relata la Apología de su discípulo Platón. Vida y muerte hemos de
vivirlas en una soledad, aunque se trate de una soledad acompañada.
El sentido del sentido, the meaning of meaning puede variar a
lo largo de la vida, y a veces bastan unos pocos segundos para que
la existencia de un vuelco total; el sentido va vinculado a un siem-
pre por la mediación del antes y del después, y en ambos casos el
sujeto ha de estar al pie del cañón. Para no pocos el mundo huele
mal y esa desesperación los enfrenta a la decisión del «suicidio de
balance», por cuanto resulta de un balance de vida negativo, com-
para haber con debe, contrapone lo que la vida le debe y lo que él
cree poder alcanzar todavía en la vida, y el balance negativo que
ve en esa comparación le mueve al suicidio. Pero tal vez alguien
objete que concede que el suicidio sea un hecho absurdo, pero que
quizás la vida llegue a carecer de sentido simplemente a la vista
del mero hecho de la muerte natural que se le presenta a todo ser
humano y nada hay en absoluto de perdurable. Respondemos a esta
objeción dándole la vuelta; preguntémonos: ¿qué pasaría si nosotros
fuéramos inmortales? Si fuésemos inmortales podríamos aplazarlo
absolutamente todo, pues nunca se daría el caso de tener que hacer
algo ahora, o mañana, o pasado mañana, o dentro de un año, o den-
tro de cien años, o cuando fuere: ya habría tiempo para ello, siempre
tendríamos tiempo, infinitamente mucho tiempo. Por el contrario,
el hecho de que seamos mortales, de que nuestra vida se acabe, de

8
Frankl, V: Un psicólogo vive el campo de concentración. Traducción de
Carlos Díaz (Guatemala: Editorial Sinergia, 2016), 98.

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414 CARLOS DÍAZ

que nuestro tiempo esté limitado y de que todas las posibilidades


también lo estén permite con sentido pleno el emprender algo, el
utilizar una posibilidad de sacar provecho y de convertirlo en fértil.
Por otra parte, y aceptando que los suicidas también encuentran sen-
tido en el sinsentido de suicidarse, ¿cómo distinguir entre el sentido
y el sinsentido? Estos inconvenientes, de otra parte, se deben a la
indefinición de lo que sea el sentido: si el sentido es subjetivo, ¿tam-
bién las personas superficiales que ponen su vida en la peluquería?
La logoterapia pretende ayudar a la persona a ponerse en dispo-
sición de encontrar su sentido existencial y los valores que dimanan
de aquel. El terapeuta no propone ni proporciona una cosmovisión
o un sistema axiológico al paciente. El terapeuta no impone nada,
se contrapone así al dogmatismo mecanicista de otras orientaciones
psicológicas que pretendían poder sanar entendiendo el psiquismo
como un mecanismo estropeado al que era suficiente aplicarle la
técnica adecuada. En logoterapia, la tarea del terapeuta será la de
acompañar a la persona para que éste mismo obtenga un despertar
sobre sí mismo. Por eso, no se considera a la persona un «paciente»
sino un agente de su propia sanación, un interlocutor en el viaje
hacia el propio sentido. Y esto se lleva a cabo a través del encuen-
tro con el otro doliente. Inspirado por Buber, repite Frankl que el
encuentro entre personas es lo que propicia la salud: el cambio sólo
puede surgir de la experiencia adquirida en una relación.
Si un individuo no tiene que enfrentarse con misiones que cum-
plir y evita la tensión específicamente despertada por dichas mi-
siones, se establecerá un determinado tipo de neurosis, la neurosis
noogénica: «No hace más de un año que los hombres del campo
de concentración se encontraban cavando zanjas y matándose para
abrir con pico y pala el suelo helado, de forma tal que al hacerlo
saltaban las chispas. Y, cuando el centinela de guardia se alejaba del
grupo y, ya por un rato sin vigilancia, dejábamos reposar las palas y
los picos entre nuestras manos desnudas, entonces daban comienzo
allá afuera los diálogos entre estos hombres que se encontraban en
el destacamento exterior, esos diálogos al pie de obra que giraban
una y otra vez con desapacible automatismo anímico en torno al

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TRIBULACIÓN Y PANDEMIA. LECTURA EXISTENCIAL/ESPIRITUAL... 415

mismo asunto: el tragar. Precisamente al pie de la zanja se inter-


cambiaban ellos recetas de cocina y menús culinarios preguntándo-
se uno al otro por sus comidas favoritas o llenándose la cabeza con
fantasías respecto a sus bocados exquisitos, esmerándose incluso en
describir aquello a lo que se invitarían a comer unos a otros y a lo
que se agasajarían entre sí tras la liberación del campo de concentra-
ción. Sin embargo, los mejores entre ellos no deseaban ese día de la
liberación para abandonarse al goce de los placeres culinarios, sino
por un motivo completamente diferente: para que finalmente cesara
aquella situación de indignidad humana absoluta en la cual no se po-
día hacer otra cosa que pensar simplemente en tragar, esa situación
en la cual no se puede pensar otra cosa a no ser en si falta un cuarto
de hora o media hora para las diez de la mañana antes del mediodía,
o media hora o tres cuartos de hora para las doce, y cuántas horas
han de pasar todavía en aquella zanja con este estómago vacío hasta
que llegue la breve pausa del medio día, o hasta que al fin adviniese
el anochecer y pudiera llevarse a cabo la marcha de regreso al cam-
po de concentración para, finalmente, recibir en la cocina el cuenco
de sopa. ¡Cómo ansiábamos entonces un sufrimiento propiamente
humano, problemas propiamente humanos, conflictos propiamente
humanos, en lugar de aquellas cuestiones infrahumanas del tragar o
del hambrear, del quedarse helado de frío o del dormir, del trabajar
como negros o del ser golpeados!»9.
La vida tiene un sentido hasta el último aliento. Eso es algo que
en cada instante sólo depende de nosotros. Si la vida tiene un sen-
tido, entonces también el sufrimiento debe tenerlo. El ser humano
puede sufrir sin estar enfermo, y puede estar enfermo sin sufrir. El
sufrimiento es una oportunidad auténtica para la vida humana como
tal —de la cual forma parte por necesidad—, que en determina-
das circunstancias el no sufrir puede ser un indicio de enfermedad.
Existen signos patognomónicos de enfermedades anímicas en las
cuales el ser humano ¡sufre! por no poder sufrir. Existe, por ejem-
plo, una forma especial de melancolía que, a diferencia de la habi-
tual, no se manifiesta con una disposición de ánimo de tristeza o de

9
Frankl, V., o.c., 47, ss.

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416 CARLOS DÍAZ

angustia, y en la cual los enfermos se quejan de no poder alegrarse


pero tampoco sufrir, de su ineptitud para todo tipo de excitación
del sentir en general, no sólo en la dirección de las vivencias agra-
dables, sino tampoco de las desagradables, de que se encuentran
embotados en su disposición anímica y fríos sentimentalmente; una
de sus mayores desesperaciones la constituye precisamente el que el
psiquiatra nunca pueda darse cuenta de todo aquello.
Si nos preguntásemos siquiera una vez, pero con toda honestidad
y seriedad, si desearíamos cancelar las vivencias tristes de nuestra
vida pasada, por ejemplo, las relativas al amor, si desearíamos pres-
cindir de todo aquello que se ha originado en el sufrimiento pleno,
en la vivencia del puro sufrir, entonces todos nosotros diríamos que
no. Pues de algún modo sabemos cuánto hemos crecido y madurado
interiormente en esos fragmentos y épocas de nuestra vida. El sufri-
miento dotado de sentido apunta más allá de sí mismo, remite a una
causa por la que ofrecemos sin masoquismo nuestro padecimiento,
crea en la persona una tensión fecunda y quizá hasta revolucionaria
que evita llorar por lo pasado incancelable: No hay ninguna situa-
ción de la vida que realmente carezca de sentido. Los aspectos apa-
rentemente negativos de la existencia humana, en especial la tríada
trágica en que se juntan el dolor, la culpa y la muerte, pueden tam-
bién transformarse en una realización positiva, con sólo afrontarlas
con la actitud correcta. Hay mucho sufrimiento inevitable, y el tera-
peuta debería cuidarse de colaborar con la tendencia del paciente a
huir de este hecho existencial.
La vida es siempre una ocasión para mejorar: No debes aferrarte
a tu dolor, puedes sumergirlo en el dolor general. La vida no se col-
ma solamente creando y gozando, sino también sufriendo. El dolor
no significa el vacío de la vida. Por el contrario, la persona madura
en el dolor y crece en él; y estas experiencias desgraciadas le dan
mucho más de lo que habrían podido darle grandes éxitos amoro-
sos. Entre las obras de música inmortales no se cuentan solamente
las sinfonías incompletas, sino también las patéticas. El sufrimiento
crea en la persona una tensión fecunda y revolucionaria contra lo
que no debe ser. Quien ante el golpe de infortunio se aturde o trata

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TRIBULACIÓN Y PANDEMIA. LECTURA EXISTENCIAL/ESPIRITUAL... 417

de distraerse no aprende nada. Trata de huir de la realidad, pero la


vida es siempre una ocasión para algo mejor.
Quien se subleva contra su destino y, en consecuencia, contra
aquello que no puede hacer absolutamente nada y contra lo que
resulta imposible cambiar no ha comprendido el sentido de todo
destino. Cuando un epiléptico se pregunta qué habría sido de él si
su padre no hubiese sido un bebedor y no le hubiese engendrado
durante su ebriedad, sólo puedo darle una respuesta, a saber, que él
está inculpando sin sentido a su destino, pues su cuestionamiento es
falso: si a él le hubiese engendrado otro padre, él no hubiera llegado
a ser «él», y por eso tampoco hubiese podido plantear esta cues-
tión carente de sentido, ni alzar sus airadas quejas contra el destino.
Éste pertenece a nuestras vidas y también el sufrimiento; en conse-
cuencia, si la vida tiene sentido, también lo tiene el sufrimiento: la
vida nos pone ante las preguntas a las que debemos responder; si
la posibilidad de sentido no fuera única e irrecuperable, y nosotros
no fuéramos únicos e insustituibles, difícilmente sería ya factible la
responsabilidad.
«Los presos no podían contar con perspectivas de supervivencia.
¿Qué hubiera podido yo decir a esas personas que yacían junto a mí
en el barracón y que sabían bastante exactamente qué y cuán pronto
tenían que morir? Ellas sabían tan bien como yo que no les espe-
raba ninguna vida allá fuera, ningún ser humano y ninguna obra,
o que cualquier esperar resultaba vano... Por tanto, junto al sentido
del sobrevivir, también junto al sentido del sufrimiento, del sufri-
miento inútil, era necesario, y aún en mayor medida, mostrarles el
sentido del morir que hubiese seguido teniendo sentido: que cada
uno muriese su muerte. ¡Vivir nuestra muerte resultaba valioso para
nosotros, pero no por cierto aquella muerte que nos habían impues-
to las SS! Vivir nuestra muerte, es decir, la plenitud de sentido del
morir, que venía a ser como vivir el sentido de la vida, por lo cual se
trataba de algo personal, lo más personal. En calidad de tal, nuestra
muerte nos es dada como tarea, y frente a esa tarea tenemos la mis-
ma responsabilidad que respecto a la tarea de la vida. Cada uno debe
responder a esta última pregunta por sí mismo en última instancia. Y

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418 CARLOS DÍAZ

eso se hace visible cuando, por ejemplo, el uno se siente responsable


en el barracón ante su conciencia, el otro ante Dios, y el tercero ante
un ser humano que ahora se encuentra lejos. Cada uno de ellos, en
cualquier caso, sabía que, de algún modo, en algún lugar, alguien
estaba allí y que le miraba desde su condición de invisible, alguien
que pedía de él que fuera digno de su sufrimiento, y que de él espe-
raba que viviese su muerte. Esta esperanza la sentíamos entonces to-
dos y cada uno de nosotros ante la proximidad de nuestra muerte, y
la sentíamos tanto más cuanto menor era el sentimiento de que uno
mismo pudiese esperar algo de la vida en general, de que alguien o
algo pudiera esperar todavía algo de uno, de que siquiera su super-
vivencia pudiera esperarse.
Pero también hubo un jefe de campo de concentración, un hom-
bre de las SS, que estuvo pagando dinero regularmente en secre-
to y de su propio bolsillo a fin de obtener medicamentos para sus
presos en la farmacia del cercano pueblito bávaro, mientras que en
el mismo campo de concentración el capo, él mismo también un
prisionero, maltrataba de la manera más terrible a los presos por él
mismo comandados: ¡con el ser humano pasan precisamente estas
cosas!»10. En la esencia misma de la constitución humana hay mu-
cho sufrimiento inevitable, y el terapeuta debería cuidarse de cola-
borar con la tendencia del paciente a huir de este hecho existencial.
Una mañana los presos eran conducidos en pelotón a los campos
de trabajo forzado. El viento cortaba el aliento y los presos cami-
naban en silencio. De repente a Frankl le asaltó el pensamiento de
su esposa; no un pensamiento frío, sino una como visión imaginaria
de su figura, su sonrisa, su rostro y hasta el tono de su voz: «Un
pensamiento me traspasó: por primera vez en mi vida comprendí la
verdad tan cantada por los poetas y proclamada por los pensadores
como la última sabiduría; la verdad de que el amor es la última y
más elevada meta a que puede aspirar el hombre. Entonces com-
prendí el significado de ese gran secreto que poesía, reflexión y fe
han querido revelarnos: la salvación del hombre viene con el amor
y por el amor. Entendí entonces cómo un hombre, aun privado de

10
Ibíd., 91 y 96.

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TRIBULACIÓN Y PANDEMIA. LECTURA EXISTENCIAL/ESPIRITUAL... 419

todo en este mundo, puede, contemplando a su amada, entrever, si-


quiera por un momento, un atisbo de la gloria. En situación de total
desposeimiento, cuando el hombre no puede expresarse en acción
alguna positiva, cuando su única salida es enfrentar honradamente
el sufrimiento, aun en ese caso el hombre puede alcanzar a plenitud
a través de la contemplación de la persona amada. Por primera vez
en mi vida fui capaz de entender el significado de estas palabras:
los ángeles se pierden en la contemplación perpetua de la gloria
infinita»11.
Ser persona es imposible mirando a otro lado: «No hay ninguna
situación de la vida que absolutamente carezca de sentido. Lo as-
pectos aparentemente negativos de la existencia humana, en especial
la tríada trágica en que se juntan el dolor, la culpa y la muerte, pue-
den también transformarse en algo positivo, en una realización, con
sólo afrontarlas con la actitud y tesitura correctas. El sentido de la
vida no puede ser dado, sino que ha de ser descubierto y encontrado
por la persona; la vida no es un test autoproyectivo como el de las
láminas de Rorschach, ni un mero resultado de la voluntad, como
tampoco de inventarlo refugiándose en el absurdo subjetivo pasando
por alto el sentido verdadero, los auténticos quehaceres y problemas
del mundo real: «Los logoterapeutas sólo podemos contribuir a am-
pliar el campo de visión del paciente. El logoterapeuta no es pintor,
sino oculista. El pintor pinta la realidad tal como él la ve, mientras
que el oculista ayuda al paciente para que pueda ver la realidad tal
como es para el paciente. Es decir, amplía su horizonte, su campo
de visión para un sentido y unos valores». Nada ni nadie puede sus-
tituir al paciente: el proceso de búsqueda del sentido es una especie
de proceso de percepción de la forma único e irrepetible. ¿Cómo
podrían la tradición o nuestros padres saber qué clase de deberes o
situaciones concretas deben imponernos o proponernos?

11
Frankl, V., A pesar de todo, decir sí a la vida (Guatemala: Ed. Sinergia,
2015), 180. Curiosa e inexplicablemente existe también otra obra de Frankl de
título homónimo: A pesar de todo, sí a la vida. Tres conferencias pronunciadas
en la Universidad Politécnica de Wien-Ottakring (Barcelona: Ed. Plataforma,
1917). Tengo el honor de haber traducido al español ambas obras.

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420 CARLOS DÍAZ

Nada hay en el mundo tan capaz de ayudarnos a sobrevivir, aun


en las peores condiciones, como el hecho de saber que la vida tie-
ne un sentido. La salud se basa en un cierto grado de tensión entre
lo que ya se ha logrado y lo que todavía no se ha conseguido, en
el vacío entre lo que se es y lo que se debería ser. Esta tensión es
inherente al ser humano y por consiguiente indispensable al bienes-
tar mental. Considero un concepto falso y peligroso para la higiene
mental dar por supuesto que lo que el hombre necesita no es vivir
sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta que le merezca
la pena. Lo que precisa no es eliminar la tensión a toda costa, sino
sentir la llamada de un sentido potencial que está esperando a que él
lo cumpla. Lo que el hombre necesita no es la homeostasis, el equili-
brio, sino lo que yo llamo la noodinámica, es decir, la dinámica espi-
ritual dentro de un campo de tensión bipolar en el cual un polo viene
representado por el significado que debe cumplirse y el otro polo por
el hombre que debe cumplirlo. No debe pensarse que esto es cierto
solo para las condiciones normales; su validez es aún más patente en
el caso de individuos neuróticos. Esa es la cuestión, la homeorresis,
el aumentar la carga.

5. Sufro, luego existo


«Todo el mundo, tras haber vencido el dolor o la enfermedad,
siente, en el fondo del alma, una nostalgia, aunque sea vaga, muy
tenue. A pesar de que deseen restablecerse, quienes sufren larga e
intensamente sed se sienten siempre obligados a considerar como
una pérdida su probable curación. Cuando el dolor forma parte in-
tegrante del ser, su superación suscita necesariamente la nostalgia,
como la que se siente ante algo desaparecido. Lo mejor que yo po-
seo en mí, y también lo que he perdido se lo debo al sufrimiento. De
ahí que no se le pueda amar ni condenar. Yo experimento ante él un
sentimiento particular, difícil de definir, pero que posee el encanto y
el atractivo de una luz crepuscular. La beatitud alcanzada mediante
el sufrimiento no es más que una ilusión, porque ella exigiría la
reconciliación con la fatalidad del dolor para evitar la destrucción.
En esta beatitud ilusoria residen los últimos recursos de la vida. La

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TRIBULACIÓN Y PANDEMIA. LECTURA EXISTENCIAL/ESPIRITUAL... 421

única concesión que puede hacerse al sufrimiento consiste en la nos-


talgia de la curación, pero esa nostalgia, demasiado vaga y difusa,
no puede cristalizarse en la conciencia»12.
Aunque así no sea, «si existen seres felices sobre esta Tierra,
¿por qué no gritan, por qué no salen a la calle a proclamar su ale-
gría? ¿Por qué tanta discreción, tanta reserva? Si yo sintiera en mí
una alegría permanente, una irresistible propensión a la serenidad,
lo proclamaría a todo el mundo, daría rienda suelta a mi euforia. Si
la felicidad existe, debe ser comunicada. Pero quizá los individuos
realmente felices no sean conscientes de su propia felicidad. Si ello
es cierto, nosotros podríamos ofrecerles parte de nuestra conciencia
a cambio de una parte de su inconsciencia»13. Yo afirmaría que lo
mejor que poseo, y también lo que he perdido se lo debo al sufri-
miento. No es que me atraigan las tinieblas del sufrimiento, a juzgar
por la forma en que a veces lo produzco innecesariamente. Para mí
es posible cristalizar en mi conciencia la posible curación, si el sufro
luego existo lo sé transformar en un somos amados luego existimos,
tarea a la que llevo consagrando mis últimos libros.

12
Ibíd., 126.
13
Ibíd., 181.

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