en una noche, Nereida, acostado en un ladrillo y besando tu diadema, viviendo en un desierto en donde todo es tiniebla; el silencio es mi castigo, la esperanza es mi condena. Y, aunque ella me haya olvidado, y aunque yo siempre la quiera: mi mente sigue perdida, mi vida sigue con ella. Bogando se encuentra mi alma como el viento que se aleja, sueña volar muy, muy lejos, y es un barco en pasarela. Los días se hacen prisiones y todo en llanto se queda. Ella, ella amarme bien quiso y de eso adjunto yo prueba; pero, aunque lo haya jurado a la luz de sus bellezas, un día se fue sin verle entre el monte y la pradera, y vestida con harapos, y cubierta de orlas negras, yo no pude despedirme aunque así fuese su meta: mi cuerpo sigue en su busca y mi alma, nunca la encuentra. Samuel Dixon