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EMILIO GARCIA GOMEZ POEMAS ARABIGOANDALUCES SECUNDA EDICION COLECCION AUSTRAL ESPASA-CALPE ARGENTINA, 5S. A. BUENOS. AIRES. MEXICO A MIS MAESTROS DON JULIAN RIBERA TARRAGO ¢ ¥ DON MIGUEL asiN PALACIOS sDespucs do guarneosr de pluma mie Alas, las mojaroo de genetoso elo: por sso no Duedo volar dea tribe (De Bax ax-Tamana, 4 Denia EMILIO GARCIA GOMEZ _ POEMAS ARABIGOANDALUCES SEGUNDA EDICION ESPASA - CALPE ARGE BUENOS AIRES -MEx1CO Sepunde edisién expeciaimente autoricade por el eutor para la COLECCION AUSTRAL Primera edietén: 10 - VIE ~ 1940 Segunda edicién: 25 - XI 1942 Queda hecho ot depéeito que previene la ley Ne 11788 Toles las coracteritioas gréfieas de cata coleccién ham side repistraden en la oficina de Patentes Marcos de la Nacién, Copyright by Cts. Baitora Bepasa-Calpe Argentina, S.A. Buenos Aires, 1048, ) Boeasion de Silver (iiataitid) Noche de flesta.(Mutamia) Is Aisa eadenay prisonero en” Aaiaat (tu Pasnron.<. (alsadt billab 5: Petlelon de un haleon (Ben el-Gabtaraah) Invitaciéa (Ben al-Gabeurnuh)<.- te Hn Ja betalle (Ben al-Qabeurma) 0.200000 EI naranjo (Ben Sars)". Stee ‘El brascro (Ben Sara), EE iliro y la lin (Den Sava). a ‘estzala fagas (Ben Sars). : a tberen com toesens (Bei Sa). HL Rio de ln Mia (Ben Abi Hah). Liuvia sobre el vio (alcManisl). 1 Ta bell de Joe Tunares (en Bi sol (Ben Abi Hasan). EL Surtidor (en Rai) i-Saaal Regalendo tn eepeio. (Bon al-Saboni) Gnilas del Guadeiguivie (Ben Sahl). Aruna cela perse, que agitabe el viento’ (2 Fiesta en el ro (Ben Labbal). TL, — Poctas del Centro de al-Andalus J. La ter blanca (Ben Abd Rabbiht Gonfengo ei semi e ns catia (ew Baa: 3! Gastidad’ (Ben’ Paraeh) =. EY membrillo (alcfushai PRINTED IN ARGENTINE Acsbado de imprimir el dia th de diciembre de 1942 Cia, Grat, Fatrit Pinanciera, 8. A. Iriarte 2035 | oe 8 inwpIcE 51, 1De qué mundo eres? (Ben Harm). 82! Las burbaies (Ubada. ben Ba al-Saa) EE, Fragmenion do In caida em nana (Be Zarda 84: Desde alsZatien (Ben Zaydun) oo SE: BU eel (en” nig Ei vaio de Ameria (Ben Safer) aoa ol Gadatguvis (Bon Sal} Encens do sor (en Sefat) ‘El viento (en Said al-Magrib) i A'an eaballo negro con el becho blanco (en Said sige. TIT, — Portas det Oriente de al-Andalus ‘Los vasos (Idris ben al-Yaman). es Satin (Hen Sarat) EL vello (Ben asta) El luto en al-Andalis (AbwcicHasaa’ aici) Los hnares (Ben al-Labl Mamid yu arti ember psn a dit” (eae Tabbans): ren La margarita (Ben al-Zaqgad) 3: Lae rosas (Ben alsZaaaaa) I. Hscena Beguicn (Ben atid). relates de Anémonse (Hen ai-Zsqaaa) Hares (Ahoaad ben Wadia 5 El caballo alasin (Hen Jafacha) i: EI To. (Ben Jafacha) : (Sed alSayn) Ef fonar (sicNamas) Insomnto (Ben al-Hamma'a). MIE, Tas burbojas (Abu Zakariyya al bats) Arixoice ue nt ie I ADVERTENCIA A ESTA EDICION Cuando en 1930 aparecié la primera edicién de este Kibrito, logré de la critica y del piblico una acogida para mi inesperada. Sorprendid, sin duda, esta nueva cala en el alma de nuestra divina Andalucta, Por aquel entonces estaba, ademés, muy prézima la conmemora~ cién del III Centenario de Don Luis de Gongora, por primera vez entendido, después de su época, por un grupo de eruditos y de artistas. Nuestros brillantet céreulos posticos se interesaban por la metéfora y la imagen. Y mi coleccién —por estar basada en un ebdice de Ben Said, que ea cabalmente una antologia de frag- ‘mentos metaféricos— servia este interés con documentos a Ia par arqueolégicos y novisimos, Han pasado diez afios: una década més cargada que las de Tito Livio de vergiienzas, de lulos y de glorias. Nuestro clima poético ha cambiado. También el autor ha cambiado un poco: le preocwpan otros temas de la lirica arébigoandaluza, que conoce mejor que entonces; tiene tal vez un criterio algo distinto sobre la técnica de las versiones. Hubiera tenido que rehacer por completo este libro. Pero jqué verdad ea la de que los libros llevan una vida independiente de eus autores! Todo es[uerzo de renovacién se ha estrellado contra una forma defini tivamente helada por diez aitos. Bn esta segunda edicién, el libro, con retoques més 0 menos importantes, sigue to EMILIO GARCIA GomEZ siendo, esencialmente, nada mds que una coleccién de fragmentos descriptivos y metaféricos. Fuera de & quedan provincias enteras de la poesia de los érabes de Espaia, Los retoques principales, aparte insignificantes roc- Uificaciones, son: 1.°, la considerable ampliacién det prélogo, que, conservando su tono, contiene ahora un bosquejo sumartsimo, pero completo, de la historia ex- terna de la lirica arébigoandaluza; y 2.°, la adicién de 42 nuevos fragmentos, traducidos con igual eriterio, y —con pocas excepciones—obedientes al mismo espiritu. La arquitectura general del libro subsiste idéntica, Los poctas siguen agrupados geogréficamente, para reape- tar la arquitectura cldsica de las antologtas andaluzas- Unicamente, dentro de cada secciém, han sido clasifica~ dos por orden cronolégico. Una iiltima observacién. Poco después de 1980 ta escuela de arabistas espaiioles adopts un sistema cien- tfico de transcripeién del aljabeto érabe, casi idéntico al de empleo internacional, Con arreglo a él han sido ortografiados de nuevo los nombres y vocablos ardbigos, si bien, por necesidades tipogrdficas, se ha prescindido de los signos diacriticos, que los orientalistas podrin suplir sin grave dificultad. Solamente ha sido necesario, para evitar desviaciones fonéticas de bulto, transoribir 1a 5. letra del alifato por ch, segiin el uso antiguo. En los nombres propios, se escribe Ben en vez de Ibn, con objeto de darles una fisonomia més tradicional, desea~ Ble en obras, como ésta, de pura vulgarizacién. 5.4.0. Made, abril do 1060, PROLOGO Las cifras entre paréntesis que siguen a los nombres de al- gunos perenojeeindican le Jchan de nacimientoy muerte al menos la de la muerte, y, si se trata de reyes, las del per todo de eu reinado, Las retantescifrae entre parénteia vec tmiten al mimero de orden de los fragmentos poéticos que for- man esta coleccién, Evorvor6x pz La romsta ORIENTAL Hastaque el traspunte de la Historia los Uama a es- cena, permanecen los drabes ignorados, como escondidos en un rincén oculto del planeta. Eran finos y veloces como flechas, pero de corto alcance: se embotaban en las dunas del desierto natal. S6lo Mahoma, certero sagitario, supo limpiar de arena estos dardos y dispararlos por at orbe. Los musulmanes Uaman a la época anteislé- ‘mica Chahiliyya, o sea «iempos de ignoranciay, Bfeo- tivamente, nada habia perfecto en ellos, salvo dos cosas: Ta poesia y el amor, Quien lee las muallagas, el Kitab al-Agani («Libro de las Cancioness) de Abu-l-Farach de Isbahan, o cualquier otra coleccién de poemas anti guos, se queda suspenso, El inmenso mar —todo blanca espuma —del desierio, sembrado de tiendas remenda- das, pespunteado por hileras de camellos, emborronado de oasis y de palmeras, es un maravilloso universo de auténtica poesia. Y ya en aquellos tiempos Antara pre- guataba: ¢Han dejado los poetas algo por remendart Kilo esta perfeccién inicial puede explicar la posterior evolucién de la poesia arébiga, Cuando el corazén polt- tico del Islam se desplaza primero de Arabia y luego de Damasco, tan cerca todavia del desierto, para sepultarse en los profundos senos mesopotamios de Bagdad, y se 1 : EMILIO GARCIA GOMEZ inficiona de asiatismo; cuando el Califato pasa de las manos de los Omeyas, enamorados de la. vida némada, Gristécratas bedutnos de la vieja escuela, a las de los Abbastes, déspotas del Oriente antiguo, encerrados en torres de autoridad, la poesia tradicional pierde wn tanto su razén de existir. Se ha ahogado en las gargantas la ronca y dspera voz pastoral. Hl poeta no sabe ya con- tar las vértebras del camello, ni describir los matojos de las dunas, ni las sangrientas lides, ni los festines bér- baros, ni la libertad cristalina e injinita de la miseria yl hambre. Ya no es el ordoulo politico de la tribu, que edlebra la victoria, insulta al enemigo o azuza a la ven- ganza, sino el panegirista asalariado o el libelista in sidioso. Su amada no es ya la beduina libre y mag- nifica de belleza, a pesar de su suciedad y eus harapos, porque se ha encerrado con un latid en la cargada at- mésfera del gineceo. Los poetas de ahora no conocen el sol ni el desierto, sino las callejuelas, las libreréas y los palacios, los alfi- Terazos de las tertulias y los aplausos de los donceles pervertidos. Algunos recitan en piiblico, como aquél de Mosul, de quien nos habla Sabusti: cel rostro embadur- nado de rojo, vestido con un manto de fieltro rojo y tur- bante rojo, con un bastén rojo en la mano y zapatos rojas en los pies. La poesta ha de cambiar, y estalla da que- rella de los antiguos y los modernosy. Bassar ben Burd, Abu-l-Atahiya, Abu Nuwas, Ben al-Mulaze y luego muchos otros, como al-Sanawbari 0 Ben al-Hachchach, desde fines del siglo VIII hasta comienzos del X, en- Sayan nuevos temas: las flores de estufa, los estanques, Tos peces, la nieve, los amores dificiles o inmorales, los exquisitos protocolos del vino, las esclavas disfrazadas de garzones. Se hacen elegias a los gatos. Se adora lo POEMAS ARABIGOANDALUCES 15 extravagante, se va en pos de lo raro, se delira por lo artificial y lo ingenioso (badi): Vino amarillo en vaso azul, escanciado por blanca mano: sol es la bebida, estrellas las bur- bujas, eje terrestre la mano, cielo la copa. ‘Se embute en los versos la mayor cantidad posible de conceptos (maani). Y, aunque esta evolucién afecta principalmente al fondo, y subsisten tntegros los viejos metros y, en definitiva, los antiguos cuadros compli- cados, comienza a diseharse un poema béquico puro, breves cantos de amor aislados, meditaciones filosbficas independientes. La qasida tiende a convertirse en epi- © grama. Pero la victoria de dos modernos» no Wegé a ser to- tal. ; Fuerza poderosa, sobre todo entre los érabes, la del arcatsmo! En las letras musulmanas, fundamental- mente eruditas, seguia pesando enormemente la mole de la maravillosa poesia antigua, earchivo de los éra~ bear, donde constaban las’viejaa riftas, las genealogias, y hasta la boténica y la geografia de las rutas de are~ na. Todos se la sabian de memoria y los graméticos pedantes la adoraban, la zurcian y la contrakactan con virtuosa habilidad. En el siglo X se preludia una restauracién eneoclisicar (Abu Tammam, Buhturi, Maarri). Elque habia de Uevarla a cabo definitivamente es el més grande poeta que los érabes han conocido después del Islam: Mutanabbi (905-965). Alma ar- diente, quizd no del todo ortodoa; con un cardcter Weno de orgullo, que se plegaba con dificuliad a la mendici- dad asalariada, por lo cual cambié a menudo de sefto- rea, ya que no podta prescindir de ellos; viajero incan- sable; conocedor del viejo y del nuevo ambiente, Muta- 16. EMILIO GARCIA GomEZ nabbi concilia con rara fortuna y con un talento sin par todas las tendencias de la poesta érabe. Con algu- nas‘ catdas, é sabe dar a las excentricidades de dos modernosr, que usa ampliamente y afina, el esplendor de oro de otro tiempo. Carga su verso de electricidad ingeniosa, de sentidos intrincados, pero lo mantiene tenso, Ueno de nervio elegante; espada de verdad, no de juguete. Epica no la ha habido nunca propiamente entre los drabes; pero Mutanabbi, al cantar las luchas de Sayf al-Dawla con los bizantinos —Cruzadas prema- turas—, aleanza en ocasiones un tono no distante det épico, aunque falto de la fuerza natural y colectiva de nuestras viejas gestas. Las sentencias conceptuosas y el lirismo filosbjico, aunque la forma maravillosa oculte @ veces un pensamiento vulgar, son su fuerte. Pero Butanabbi ama, sobre todo, la vieja poesia, donde ra- dica-el alma esencial de su pueblo, el mundo ideal de su raza. Su sbeduinidads no es arcatsmo, sino inmer- ‘idn en la conciencia eterna de los drabes. Cuando le~ vania de nuevo el muro de la vieja qasida, aunque de- jando dentro muchas de las innovaciones ingeniosas de dos modernos», aprisiona para siempre la poesta drabe, que ird languideciendo —monétona, lacia, cansada— en tuna paulatina decadencia. La poesia ardbigoandaluza —objeto de este libro— deriva de la oriental, y en ella ae reflejan las anterio- res evoluciones. Los poetas anteislémicos eran muy estudiados en Espafia, pero como tema arqueolégi- €0: no ejercieron influencia eficaz. «Los modernos» tampoco injluyeron gran cosa, a no ser en brotes epi- sédicos 0 en la parte de su eatética que se incorpord a la neoclésica. Porque, como veremos, Ia aparicién en Espaita de una poesta drabe digna de tal nombre coin- PORMAS ARABIGOANDALUCES 7 cide com el apogeo de esta tiltima eset ey que hacer, desde un principio, la salvedad de que, por lo general y aunque puedan sefalarse algunas excepcio- nes, Ia lirica arébigoandaluza es de una extrema po- brean intelectual. El Mutanabbi que influyd entre nos- otros fud el ingenioso, mis que el pensador. Encerrados enun rigido molde formal, los poetas musulmanes espa~ Aioles, como sus colegas orientales, no pudieron alterar sino el fondo de la poesia, intentando darle novedad @ fuerza de destilarlo en retoricos alambiques, hasta Uegar @ constituir e308 deliciosos arabescos literarios, verdaderas Alhambras verbales, que son los poemas andaluces. Desprovisizs de ordenacién intelectual, y hasta muchas veces de humanidad —casi pura poesta decorativa—, falta a las lujosas qasidas expafolas, com- plejas y grévidas, la suave elasticidad de la oda a sica, Estén, mds que cargadas de imégenes, recarga- das. Tan recargadas, que la mayoria apenas se con~ servan 0 se estiman por entero. Como de un érbol gra- nado con exceso, se desprenden de ellas —independien- tea— las metéjoras y los pensamientos, que los letra~ dos recogen en los azafates de las antologias, Salvo unos cuantos divanes completos y algunas qasidas célebres, Ta mayor parte de la poesia arébigoandaluea ha Uegado @ nosotros desarticulada en fragmentos; pulvericada, aunque en irisado polvo de diamante. Onmwrn y Ocorenrs EN 1A rfnroa ARARIGOANDALUZA En todo problema relativo a la Espaita musulmana € preciso contestar previamente a una doble pregun- ta: de un lado, gquéié al-Andalus al Islam?; del otro, équé dié el Islam a al-Andalus? 8 EMILIO GARCIA GOMEZ En poesia, la respuesta es facil. Espaita dié al Islam au Lirica propia, de la que aqui se prescinde, la de los zéjeles y muwassahas, estudiada por Ribera. Y eb Islam dié a Bepaiia ta lirica cléisica, ta qasida del de- sierto, Cuando Abd al-Rakman I, al venir de Siria, cantaba a la palmera que plants en Cordoba: 40h palma! Ti eres, como yo, extranjera en Occidente, alejada de tu patria, no s6lo eran extranjeros el principe y la palmera, sino también la poesia en que la cantaba. Distinguir en el apretado tejido dela lirica arébigoan- daluza cudles hilos vinieron del Oriente y cudles olros del Occidente; separar, en este coro de voces, qué acentos ‘ogué timbres ha creado la latitud geogréfica espaitola, es empresa déliciosa y ardua que, por fuerza, queda reservada a la erudicién del porvenir, Hoy no es la hora de levarla a cabo, sino sélo de darse cuenta de las di- ficultades que entraa y de las delicadas cautelas con que ¢8 forzoso acometerla. Desde luego, ser preciso un conocimiento detallado y minuciosisimo de los dos extensos orbes podticos, que hoy no se encuentran estu- diados del todo y, en buena parte, ni siquiera edita- dos. Pero, aun supuesta esta labor previa, la discrimi~ nacién habré de resultar muy espinosa. Por ejemplo, €6 evidente que, cuando un poeta andaluz canta temas orientales 0 «bedutnos» (como el desierto, o el camello, 0 el campamento abandonado por la amada), trabaja con entera licitud sobre materiales de su propiedad, puesto que pertenecen nada menos que al mundo ideal y mitolbgico de su raza, También, més tarde, en las dsperas sierras ibéricas se ha de hablar de Atenas odel Olimpo. ;Qué quedaria de la poesia castellana det si- PORMAS ARABIGOANDALUCES 19 glo de oro si le quitésemos sus alusiones mitolbgicas Porque 6on grecorromanas, sus citas 0 imitaciones bf- Blicas y sus préstamos de la Urica toscana? ;Qué que- daria de la poesia hispancamericana si le quitdsemos sus préstamos de la espatola peninsular? Todo esto ‘in contar con que es necesario ponerse en guardia con- tra posibles exageraciones de la influencia racial. Las razas son abstracciones cémodas para explicar los fe~ némenos historicos, pero de origen emptrico y poco definibles en cuanto a su esencia iniama. Nada més aventurado que precisar las interferencias entre los mun- dos de la sangre y del espiritu, Limitémonos, por ahora, a sugerir algunos datos sobre la historia externa de la lirica arébigoandaluza. ‘Ex verfono pz ros pos Eurraros Durante toda ta etapa de los dos Emiratos, depen Hiente ¢ independiente, o vea desde el aito 711 al 929, ta poesia andaluza se encuentra en periodo de oscura formacién, en medio de las luchas y fricciones que ea~ racterizan la constitucién de una sociedad que nace entonces, y mientras un orden nucvo se va afianzando ton lentitud, burlando las embestidas de la anarquit Eco apagado de lejanos Orientes, la poesia se cultiva y pn dos medios muy distantes entre si: de un lado, por [principed (como Abd al-Rakman I y Abd al-Rakman II ¥, en general, por los restantes/emires omeyas), 0 por ‘magnates (como el famoso y bravo caudillo drabe Said ben Chudt), que distraen sus melancolias, ezaltan sus hazafias 0 cortejan sus mujeres; de otro, por poetas- tros nada brillantes (Chawana ben al-Simma, Bakr al- Kinani, Abbas ben Nasih, Garbib, Qarluman, Ubay- 20. EMILIO GARCIA GoMEZ dis, Ben Samra, al-Qalfat, Abut-Majsi, Ben Qui- zum, Hasana Tamimiyya, etc.). En estos tltimos puede observarse el tréinsito progresivo entre la condicién antigua y la moderna de los cantores dulicos, Unos todavia, como en los viejos tiempos anteislémicos, sir- ven de lengua politica a su bando o faccién, y us poemas, aunque pedestres, son arengas bélicas, libelos de propaganda o boletines de Estado Mayor. Otros, en cambio, sin perder nunca cierto matiz politico, som ya turiferarios asalariados de una realeza decorativa. Si alguno sobresale entre ellos, es mas por eu vida pin- toresca que por el mérito de su obra, como el famoso y bellisimo Gazzal (m. 864), que llegé a enamorar a una reina normanda, o Ben Firnas (m. 887), célebre por sus invenciones y que, nuevo Icaro, se vistié de plu- mas y logré volar algiin trecho, aunque no sin cierto detriment de su persona. Lo apasionante en esta época es, para el erudito, se- guir el curso de las aportaciones orientales. La poesta de Bagdad se difundéa, en gran parte, en las trémulas ediciones musicales de las esclavas cantoras venidas a Espaita, como Qamar y Achfa, Sobre el entusiasmo que esta tiltima producia en los andaluces conocemos una pintoresca historia narrada por al-Argami y conser da por Maggari (II, 97-98): Al-Argami y su amigo Abwl-Saib fueron a casa del dueto de la esclava, y entraron en una habitacién con sblo edos divanes que habian perdido la tela, quedando en pura urdimbre, rellenos de crin vegetal, y dos taburetes cojos. Salib, al fin, la famosa cantora, a la que no hablan visto nunea, era rojiza, y Wevaba encima una tela de Ha- rat, de color amarillo, destenido a fuerza de lavados, Sue piernas, de sucias que estaban, eran negras como POEMAS ARABIGOANDALUCES at Ta nocher. Pero cuando templé el latid y rompié a cantar: ‘Se acabé el disimulo. Dondequiera que te escon- dag, saldré a lus y 8e sabrd tu secreto.., estancia y ejeculante se transformaron. Los dos visi- tantes se revolearon en los divanes, cayendo al suelo. «Yo —dice al-Argami— tiré mi taylasan, y, cogiendo una colcha, me la puse en Ia cabeza, gritando como 6 pre- gonan las judias en Ia ciudad, Abu-l-Saib se levanth, cogié una cesta que habia en la habitacién, Uena de bolellas de aceite, y ee la puso en la cabeza. Bl duefio de Ta esclava, que hablaba con media lengua, gritaba: {Mis botenas!, queriendo decir: (Mis botellas! Las bo- tellas ee tambalearon y se rompicron, y el aceite corrié por el rostro y el pecho de Abu-l-Saib...» La esclava jud después adquirida por Abd al-Rakman I. El apogeo de la injluencia oriental en este periodo To marca Ia entrada en Bspafa del célebre cantor Zir- yab, el Pajaro Negro», expulsado de la Bagdad de Harun al-Rasid por celos de su maestro Ishaq al- Mawsili, y generosamente acogido en Cérdoba por el emir Abd al-Rahman II (821-852), el contempord- neo de Carlomagno, Con él entraron @ bandadas en Andalueta las canciones orientales, de remoto origen grecopersa, que han sido la matriz melédica de nues- tra misica nacional. El las cantaba en su laid eape- cial, que pulsaba con plectro de pluma de dguila y ab que aiindié la quinta cuerda entre las cuatro tradicio- nales:/la prima amarilla, roja la segunda, la tercera Blanca y el negro bordén. Con Ziryab la alta sociedad cordobesa aprendid ademds las mds exquisitas nove- dades de Oriente: peinarse con flequillo, comer espd~ tragos, usar vajillas de cristal y manteles de cuero, 22 EMILIO GARCIA GomEZ En esta colecciin no se incluyen las poesias de este periodo, nada importantes en ef mismas, Las grandes innovaciones literarias de la época poco tienen que ver con la poesia clisica. Una es la produccién de poemas histéricos (archuzas), que han permitido a Ribera eu poner la existencia de una épica andaluza romanceada anterior. La otra, de mucha mayor trascendencia, es Ta invencién de Ia muwassaha, que los textos atribu- yen aun poeta ciego, Mugaddam de Cabra, que vivib en la época de los tiltimos emires independientes, Ex renfopo psp Carraro La lirica ardbigoandaluzn no logra su plena sazén, au medliodia estético, hasta el siglo X, coincidiendo con la proclamacién del Califato (929). La sagaz politica omeya habia triunfado de todas las crisis: ya no en- fervorizaba San Eulogio los cenobios mozérabes, ni el dguila andaluza anidaba en Bobasiro. Las -aporta- ciones culturales de Persia y de Bizancio se fundian con la vieja solera andaluza, Para presidir Ia fusion contaba Espatia con un elemento neutral y de la mayor valia: la dinastia omeya, que, siendo de la més pura sangre drabe, y, por tanto, no espaitola, era, ademés, acérrrima enemiga de los Abbasies de Oriente. En Cérdoba se hablaba érabe y romance, sonaban las cam~ panas y las voces de los almuédanos. Algunos poetas que visitaban las iglesitas mozérabes renovaban el viejo uso de los cantores beduinos que iban a beber vino en las solitarias lauras del desierto, La convivencia de todas las razas y de todas las religiones habia creado una atmésfera moral didfana, exquisita, Hra la misma civilizacién de la Bagdad de las Mil y unanoches, pero desprovista de todo lo oscuramente monstruoso que | POEMAS ARABIGOANDALUCES 23 para nosotros tiene siempre el Oriente; occidentali- zada por el aire sutil y campero de Sierra Morena. BL poder asimilador de Obrdoba lo aceplaba todo, pero todo lo transformaba depurindolo: si la bandera y el Iuto eran negros en Bagdad, en Andalucia eran blan- * cos. Los reinos cristianos del Norte hactan una pobre vida de aldea, y los verdaderos reyes de Espaita eran los seitores de Cérdoba: Abd al-Rakman, al-Hakam, Almanzor. Las naves en penumbra de la Gran Mez- quita, las ruinas maravillosas de Madinat al-Zahira, 60~ bre las cuales pastan hoy toros bravos, las telas y las cajitas de marfil que aun custodian catedrales y mu- se0s, nos hablan todavia de aquellas glorias indelebles, ¥ también nos habla de ella la poesia contempordnea. Los divanes de Mutanabbi y de otros célebres neo- clésicos eran ya conocidos en Bspafia en tiempos de Abd al-Rahman IIT (912-961). Las cortes de este gran Califa, de ow hijo el sabio biblisfilo al-Hakam II (961-976), y del todopoderoso valido Almanzor (muer- to en 1002) presencian la lUegada de las embajadas cul- turales del Oriente, desde Abu Ali al-Qali (entré en 941) @ Said de Bagdad (entré en 990). Llegan también mi- siones oristianas de Occidente, 0 cortejos bizantinos, cargados de pequeiios tacos de mosaicos y de los ebdi- ces de Dioscbrides que han de iniciar en Espaita el espléndido desarrollo de las ciencias naturales, que culminaré en el siglo XIII. Todo un mundo nuevo de cultura fermenta en Cordoba. A la sombra de eapa~ as invencibles, garrapatean los escribas, disertan los maestros apoyados en las columnas de la Aljama, los ricos pujan en las subastas de cédices, cantan las e5- clavas, versifican los poetas y los eruditos ordenan las primeras antologias, ET Te Py EMILIO GARCIA GOMEZ Los grandes poetas de la época, sin contar algunos reagados del Emirato ni los autores de muwassahas, son: Ben Abd Rabbihi (m. 939), el autor del famoso fibro al-Igd al-farid («el Collar tinicor), que sus émulos Wamaban dla ristra de ajos»; Ben Hani de Elvira (muer- to en 972), que dejé pronto Hepaita por las cortes norte- africanas, y cuya poesia brillante y pedregosa compa- raba al-Maarri con «un molino que triturase cuernos; al-Zubaydi (m. 989); Ben Abi Zamanin (m. 1007); los mencionados por Bon Hazm en su risala histériea; al visir Mushaji (m. 982), desposetdo y encarcelado por Almanzor; Ben Farach de Jaén (m. 976), autor de la famosa antologia Libro de los Huertos, en que emulé el Kitab al-zahra de Ben Dawud de Isbahan; el roméntico principe Talig (m. 1009), también encarce- Tado ‘por haber asesinado a au padre, de quien estaba ecloso; Ben Sujays; al-Ramadi (m, 1022); Ben Idris al-Chaziri (m. 1003); Ben Darrach al-Qastallé (muerto en 1030), complicado y gongorino; Ben Burd (muer- to en 1053), etc. Un poco més tarde, entre tantos otros, habria que citar los brillantes dias del efimero ealifa Abd al-Rahman V Mustazhir (m. 1024), rodeado de Titeratos y literato 1 mismo. La lirica arébigoandaluza ha ensayado ya todos los temas, desde los religiosos y los hisléricos hasta los impromptus sobre flores (nawwriyyat), tan en boga en la corte de Almanzor. Ben Scmayp x Ben Haz En la frontera misma de la Espaiia omeya com los Reinos da Taijas se yerguen dos figuras imponentes de la cultudha ardbigoandaluza: Abu Amir ben Suhayd Ben Hazm, A entrambos estaba reservada Ia triste PORMAS ARABIGOANDALUCES 25 suerte de vivir la caida del Califato y de Uorar sobre Ta ruina de los palacios de Cordoba. Cada uno a su modo, los dos demuestran el temple del alma omeya en la crisis més grave del Islam expaitol. Ben Suhayd (992-1035), poeta y eritico, es el puro intelectual que, por su rango, no hace de las letras ofi- cio, sino ministerio/Su poesia tiene a veces misterio- aaa resonancias modernas, Como critico nos ha legado ‘una risala en que ce narra el viaje de un poeta al parat~ 40, precedente de la otra risala de Marri y de la Di- vina Comedia. Perseguido por la intransigencia de los régulos altes, sujrié luego una. grave enfermedad que 60- porté con estoica entereza. Fué enterrado en el Jayr, un parque de Cordoba, donde se pudrié bajo las flores. Ben Hazm (994-1063), a quien hoy su patria, por la pluma de Asin, ha rendido el merecido homenaje, es mds significativo todavia. Su vida resulla un sim- bolo de la Espaiia de entonces, Elegante doncel de la alia sociedad omeya; politico Iuego; desterrado y cons- pirador mds tarde, se convierte por «iltimo en un inte- Tectual agrio y trotamundos que defiende com insul- tos y acerada dialéctica originales concepciones juridé- ens, filoséfieas y teolégicas. «Hombre polemistas (rachul chadalf) se hace Namar en uno de sus libros. Y jpole- mista ambulante. Se le podria aplicar el verso suyo? Parece hecho de esas nubes que el viento empu- ja sin cesar hacia otro horizonce, Su obra de poligrafo es inmensa. Entre su produe- cién cientifica descuella la Historia de las religiones, que hoy podemos leer en castellano. Entre la literaria sobresalen sus Confesiones, libro dspero y profundo, xy sobre todo su Collar de la Paloma o Libro del amor, "7 | 26 EMILIO GARCIA GoMEZ cuya tradueciém publicaré en breve, Es la Vita Nova de Andalucia: ramillete fragante de historias, poemas y anilisis psicolégicos y morales sobre el amor. Su poesia es, unas veces, caliente y apasionada (50), y otras se eleva a frias cimas de abstraccién intelectual, desconocidas en la rica ardbigoandaluea (51). Era un espaitol puro, Bien lo dice su verso: jLejoe de ms, oh porla de la Chinal Me basta con el rubt de Eepata, Los Rurvos px Tarras (s1eL0 x1) La Cérdoba omeya —mestiza del Oriente y el Oc- cidente— estaba en equilibrio inestable, Su imperio, al derrumbarse, se fragmenta, Sobre sus ruinas ae alean, los reyezuelos drabes, los principes beréberes y los es- clavos palatinos. Se pierde la britjula politica y, To que es mds grave, el ideal espaiiol. En el eterno tejer y destejer de la Historia, ai los omeyas occidentaliza~ ron el Oriente, los Reyes de Taifas orientalizan de nue~ vo el extraito Occidente cordobés. Bagdad se refleja en microscépicas Bagdades. Ademés, la situacién exterior ha cambiado. La Espaiia cristiana despierta y tiende su mano a Europa: es la época de Mio Cid. Al otro lado del Bstrecho, los ajricanos se organizan en su desierlo y crean un imperio. Entre uno y otro fuego, los reyezuelos, débiles y fastwosce, apenas go- biernan en sus deliciosas ciudades, especie de rept- blicas italianas con turbante. Kpoca de jestines y de erimenes, de ‘pasiones y de caprichos, de puftal y de veneno. Gran época, por tanto, de poesia, «Los ‘poelas — dice al-Saqundi— se balanceaban entre los reyes como los céfiros en los jardines y entraban a saco en Sus tesoros con la vehemencia de al-Barrad>. POBMAS ARABIGOANDALUCES a7 Cada reyezuelo de Taifas tendrd su especialidad: Mutawakkil de Badajoz, la erudicién; Ben Di--Nun de Toledo, el fausto; Ben Razin, la misica; Mugta- dir de Zaragoza, las ciencias; Ben Tahir de Murcia, Ia elegancia en la prosa rimada. Pero en todas las cor- tea se cultivard, més que nada, la poesta, especialmente en Ia deliciosa Sevilla de los Abbadies, cuando la no- ble Cérdoba languidece y los principes beréberes de Ia alta Andalucia se entregan en manos de los judios. Las aportaciones orientales son yx escasas. Se compo- nen antologias, como la de Abu-l-Walid al-Himya- ri (m. hacia 1048) sobre las flores de la primavera; 8¢ siguen versificando muwassahas. Pero, principal- mente, se componen a miliares versos neocldsicos, ;To~ dos poetas! Hn Silves —anota Qazwini— cualquier labrador que guiaba eu carreta de bueyes podia impro- visar sobre el tema que se le propusiera. Los poctas cruzan toda Espaita visitando las cortes, donde hay @ au servicio aposentadores, alojamientos, gratifica= ciones, protocols de audiencia, escalafones y cbte- dras. Un impromptu puede valer un visirato, Soli- citados a porfia, elevan la tarija de los ditirambos: uno de ellos afirma que no escribiré un elogio por menos de cien doblas de oro. Otros fracasan y renuncian, re- firdindose de nuevo a sus campos o a sus oficios. Los altos personajes —reyes, visires, magnates, embajado- res— se invitan, ae eacusan, se insultan, se envian re- galos, se autobiografian, siempre en billetes poéticos ‘en que 8e comparan con los astros o con las flores. ;Todo poesia! Poesia en gran parte artificial y falsa, pero en la que no dejan de ajlorar de vez en cuando los mas nobles y elernos sentimientos humanos, Si este delirio universal por la poesia hubiera de =a 28 EMILIO GARCIA GOMEZ simbolizarse en una sola persona, habriamos de ele- gir a Mutamid, rey de Sevilla (1068-1091). Su padre, al terrible Mutadid (1042-1069); sus hijos —sobre todo el dulce Radi, rey de Ronda— fueron también poetas; pero é los supera a todos, y a todos sus con- temporéneos, porque personifica la poesia en trea sen- fidos: compuso admirables versos; su vida fué pura poesia en accién; protegid a todos los poetas de Hspa- fia, e incluso a los de todo el Occidente musulman, cuando Sicilia y Qayrawan fueron, respectivamente, énvadidas por los normandos y las tribus bedutnas. jMaravillosa vida la de Mutamid! De joven, cuando principe, gobierna en el Algarve portugués, entre sua- ‘ves placeres, en la compaitia de su apasionado amigo Ben Ammar, torcedor de su vida. Elevado al trono de su padre, siembra de luces el Guadalquivir y Vena de miisica los blancos palacios entre los olivos det Aljarafe. Se casa con una esclava —Rumaykiyya—, que swpo completarle un verso cuando ella lavaba en al rio, junto a Ia «Pradera de platas. Para satisfacer su capricho de amasar adobes, le Wena las albercas de aleanjor y de dmbar. Hace capitén de eus guardias al «Haleén Grisi, un bandolero ingenioso. Conquista ciudades, se le mucren hijos, mata a hachazos a sw mejor amigo, que le ha engatado, Para librarse de Alfonso VI acude a Yusuj el Almordvide; pelea y vence en Zallaga (1086). Pero Yusuf lo traiciona en seguida, y Mutamid, rey-poeta, nuevo David, es ven- ido ‘por el Goliat africano. Encadenado en Agmat, junto al Atlas, Uora hasta su muerte entre palmeras y chozas de adobes, evocando aus palacios y sus oliva- tres sevillanos. Y todos los momentos de su vida ee tra~ ducen en sus poemas, POEMAS ARABIGOANDALUCES 29 Contemportneo de Mutamid, pero de més edad que 41, era. Ben Zaydun (1003-1070), el més grande poeta neoclésico de Espaia. Vivi6 primero en Ia oli- garquia burguesa de Cordoba, su patria, cuyas ruinas y sitios de placer ha cantado con melancolia, y pasé més tarde a Sevilla, al servicio de los Abbadies. Pero Ben Zaydun-es, sobre todo, el poeta del amor. Su amante era/Wallada, princesa de sangre real, virago culia y elegantisima, que acabé por abandonarlo. Los poemas en que Ben Zaydun ha Worado eu ausencia 0 su desdén —principalmente, la famosa qasida en nun (53)— son veraderas delicias de los drabes. Es poesia humana, muy préxima al gusto occidental. Fal- tan en ella los habituales colores brillantes. A veces incluso logra versos que tienen una lechosa claridad de mérmol antiguo: Cuando sus dedos blancos me alargaron el ramo de jazmines, cogt luceroa tuminosos de la mano’ de la luna, Las luces blancas se combinan con sombras negras: Al perderte, mis dias ae han cambiado y ee han tornado negros, cuando contigo hasta mis nochea eran Blancas. Blanco y negro, como un tablero de ajedrez, en que juega Ben Zaydun su partida de amor deseaperado. Otros grandes poctas de la época son: Ben Ammar de Silves (m. 1086), el amigo de Mutamid, personalidad novelesca y Wena de hechizo, aventurero tragico, ambi- cioso y frenético, cuya estétien —salvo en algunas ad- tiras venenosas 0 en algunos poemas apasionados— es de una elegante artificialidad decorativa; Ben al-Lab- bana de Denia (m. 1113), alma dulce y suave, con sdon Sa a 0. EMILIO GARCIA GouEZ de lagrimas», famoso por su fidelidad a Mutamid des- puds dela desgracia; Ben al-Haddad (m. 1087), visir de ‘Almeria, enamorado de ta doncella mozdrabe Nuway- ra; Abu Ishaq de Elvira (m. 1066), terrible aijaqut, de cardcter de esparlo, que ocasioné los pogrom de Gra- nada; Sumaysir, el satirico de la época; los hermanos Banu Qabturnuh, claras voces extremefias, trémulas ‘por un epicuretamo melancdlico; Ben Wahbun de Mur- cia (m. hacia 1087), cortesano diestro y libertino; Ben Sara de Santarén (m. 1123), metaforista audaz y enemigo del frio, del que se ha vengado cantando el fuego y los braseros; Ben Saraf de Berja (1052-1139), Ueno de intencién filosdjica, eto. iQuién podria enumerar los centenares de ‘poetas ‘menores? Consten s6lo algunos nombres: Ubada ben Ma al-Sima, Ben Hisn, Ben al-Qutiyya, Ben al- Missisi, Ben al-Milb, Ben Chaj, Ben al-Bayn, Ben Mugana, al-Qurasi al-Usbuni, Ben Billita, Munfatil, al-Hachcham, al-Chazzar, Ben al-Batli, al-Nahli, Idris ben al-Yaman, etc., etc. En. este inmenso orfeén suenan todas las voces: ds- ‘peros tonos de aljaquies que evocan el terror de los no- visimos; sdtiras retorcidas y emponzonadas; alambica- das cortesias; invitaciones a robar el placer cuando duerme la Desgracia; descripciones del vino, de las flo- res, de las mujeres y de las fiestas; ditirambos falsos ¢ hiperbélicos; cantos de guerra; lamentaciones ante Ta imposibilidad de luchar contra el Destino; jactan- cias, discreteos, amores y elegias, Como héroes de un byronismo prematuro algunos poctas adoptan gestos de un cinismo donjuanesco: Me despojé de todo recato, pero me he revestido de una gloria indespojable. POEMAS ARABIGOANDALUCES st | jMlundo extraiio y apresurado el de este siglo XL an- daluz, donde las lavanderas pasan de Ia orilla del rio al trono, y los reyes, del trono a la muerte o el destierro! Su signo es el fracaso. El vinguido rey Mutasim de Almeria (1051-1091), pilido reflejo de Mutamid, lo de~ cia cuando en su propia aleoba reitéan los Almordvi- des que lo destronaban: «Todo me ha fallado, hasta Ia muertes ‘Los ArmonAvipes (1091-1146) La tromba de los hijos del desierto se precipité sobre Bspaita, con los rostros velados, quizd —como decia ‘un poeta andaluz— para celar el pudor de su barbarie, Yusuf el Almorévide (m. 1107) hace que sus camellos pasen el Estrecho, espantando a los andaluces, que ja més los habian visto, ;Camellos en Espaita! Al-Andalus 8¢ africaniza, vuelve a ser provincia, y, si logra de nuevo restablecer la frontera contra los reyes cristianos, es a costa de la pérdida de todos sus ideales, No deja de ser wn simbolo el que, atin en tiempos del Califato, fueran berberiscos los que arruinaran Madinat al- Zahra. Yusuf, el emperador almorévide, apenas sabta éra- be. En su primera venida, todavia como auciliar, le cantaron los poetas andaluces y, al preguntarle Muta- mid si les entendia, contests: «No los he entendido, pero sé que piden pan.» Vuelto a eu Imperio, Mutamid Ue escribe, apliciindole el verso de Ben Zaydun, antes citado, en que se habla de eockes blancas» por el amor y edias negrosr por la ausencia, Bil cree que le piden esclavas de los dos colores, y, cuando el intérprete ae To cxplica, sélo se le ocurre esta respuesta: ¢;Por Dios, que es bonito! Contéstale que por él corren nuestras ir EMILIO GARCIA GOMEZ, | Uagrimas y que nuestra cabeza nos duele por su ale- jamiento.» Parece que la poesia andaluza va a morir de pron- to, incapaz de soportar el colapso. Por ek momento se repliega sobre si misma, y esptritus cuidadosos se ‘ooupan en elernizar el tesoro y ensilar la magnifica cosecha. Es la época de las grandes antologias: la Da- jira de Ben Bassam de Santarén (m. 1147), y los Co- Wares de oro de Ben Jagan de Alcald la Real. (m. 1134 0 1140). Este tiltimo no s6lo conserva los poemas de la generacién anterior, encwadréndolos en biografias podti- cas, eacritas en una prosa rimada deslumbrante, sino que incluye también los versos de sus contempordneos, com= puesios muchos de ellos especialmente para 1a, antolo~ gia y dedicados algunos al propio Ben Jagan, que ‘ee adelantaba asi a la propaganda mutua de las moder- nas encuestas. Porque la poesia andaluza no muere bajo Tos Almo~ révides, Lo que hace, simplemente, es adaptarse @ low tiempos nuevos. Dozy trasladé su safia anticlerical a log aljaquies almoravides y denigr6 excesivamente la incul- tura africana, como destructora de la civilizacién anda~ Iuza. Pero ya hemos visio que la cultura de los Reinos de Taifas no era durable. Por otra parte, nada dure en lo humano, La dominacién almordwide fué, ademéay tan breve —alrededor de medio siglo—, que no puda) asentarse en dejinitiva, ni perder del todo su asperes za de ruta agraz. El Oriente también declinaba y ey influencia sobre Eapatta era casi nula; antes, por contrario, comienza ahora 1a corriente emigratorit que ha de Wevar hacia Egipto y Siria a grandes fig ras espafiolas (Abu Salt Umayya, Turtusi). La poe sia: capaiiola comienza fatalmente a declinar y a viv POEMAS ARABIGOANDALUCES 33 | de ou pasado, Es de justicia, sin embargo, reconocer que loo eucesores de Yusuf sucumbieron inmediata- mente ante el embrujo de la cultura andaluzé, y fueron mds espaiioles que africanos. Sus cancillervas ‘se pue- blan con los versificadores y secretarios que quedaban | de la época de los Reyes de Taifas. Algunos, como los Banu Qabturnuh y Ben Abdun (m. 1134), que dedi- carom versos al trégico fin de los Ajiasies a Bada- jaz, y el tiltimo nada menos que su tan famosa coe insoportable qasida en ra, entraron al servicio de los depredadores. En los medios oficiales almordvides tra- bajaron también ilustres figuras espafiolas de esta épo- ea: al-Sayrafi (m. 1174), Ben Abd al-Gafur, ‘Ben al- Imam, Ben Aisa, Ben Abi-l-Jisal (m. 1145), ele, Bnire los muchos poctas provincianos que, més que con la cancilleria central, mantenian relaciones con los gobernadores de comarca, figuran dos levantinos, de Aleira: Ben Jafache (1058-1138) y su sobrino a al-Zagqaq (m. 1134), que en eu juventud trataron Ta generacién anterior. El primero es uno de los més | grandes poctas espaiioles, famoso, sobre todo, por las descripciones de jardines, que le han valido et sobre nombre de sl-Channést (4el jardineron). Ke género que, en Oriente, en la época de ilos modernos», cultivd ee Wantemente Sanawbari, Los paisajes de Ben Jafa- cha (96 a 99) son deliciosos, y pintados con arle insi- muante, como escenarios de idilios 0 partidas bégui- cas; pero seria exagerado ver en ellos un precedente de nuestra manera de entender la naturaleza, Su in- fluencia fué enorme, y el estilo jafach{ Wega a los dil- amos tiempos del reino granadino. La habilidad de Ben/al-Zaqqag/ radica, en cambio, en la inimitable finira de matices con que supo transformar las meté= EMILIO GARCIA GOMEZ $b foras gastadas por el uso, ede un modo —segtin al- Saqundi— que hace nueva su forma en los ofdos y ppenetrante ou enmohecido filo en las intligencias, ‘Ambos son —como Géngora en nuestras llras— la ‘cima extrema de la lirica neoelésica, que, tras ellos, ‘puede repelirse odeclinar. Bie =, en cambio, se esforzaban en vano por: alargar la vida de pasados tiempos, intentando conti- 004 nseiintes de uno a otro cérculo, los ya imp tee Se icedsoe fructuosos, Su fatal desengaio reat ‘ma en verso transidos de alizneria melancélica. Otte) mos, entre ellos, al Ciego de Tudela (m. 1126) va cordobés Ben Bagi (m. 1145). Este tiltimo, que nos dejado algunos admirables poemas de amor (59) ) 9 oe rios panegtricos ingeniosos, tenia la mis alla idea de ‘su condicién. Sueita con alcanzar gloria entre los be- duinos, canténdolos con primor, j 1ra que los caballeros oven mis verses por a Pero fracasa, se impacienta y se quej ‘Las rimaa de la poesta Uoran a todo Uorar por un drabe perdido entre los bérbaros. B ismos poetas neoclésicos, que en otro tiem- Boe “iubieran empleado, en ocasiones solemnes, (as formas wilgares de la musassaha y et xijel se vem forzados a usarlas ahora. Porque en ciertos noel Ta época almorévide, tan falia de aazin, oe adviens también como una reaccién conta las formas aristoer ticas, y un gusto expecial por To vulgar, lo poplars To desvergonzado. Es el momento de los ica Tent, de los posta libertinas y obseenoe (mucheban)) y de los grandes zejeleros. La Bagdad de slos mo 7 POEMAS ARABIGOANDALUCES 36 nos» habla conocido también esta moda. Y ast como hemos visto al Sanawbari revivir en Ben Jafacha, la procacidad ingeniosa de Ben Hachchach parece aso- ‘mar acé y allé en las historietas y los versos de Naz- hiin, poetisa granadina, del Kutandi, del ciego Abu Bakr al-Majzumi, de al-Abyad, y, sobre todo, del rey de los zejeleros andaluces: Ben Queman (m, 1160 6 1169). Su coleccién de zéjeles (es decir, muwassahas eseritas en el dialecto vulgar, que, por su alejamiento de la lirica clésica, no encuentran sitio en esta colec- cién) es, a la par, delicia, escindalo y problema de la erudicién contempordnea, jEran baladas callejeras, pare cantadas a plena voz ante la plebe? gEstén escri- tas para tertulias de mozos elegantes o libertinos? No sé sabe con certeza; pero son poemas espontdneos, ju- guetones, desvergonzados, Wenos de burlas y diminu- tivos, escurridizos, en estilo un poco coq a l'ane. Frente @ la literatura de salén, son, en todo caso, una voz en Ia calle, que nos sirve para humanizar por contraste Ta lirica algebraica de los poemas clasicos. Los Ataowapxs (1146-1269) Tras un breve periodo de segundas Taifas, espejo turbio de las primeraa, los Almordvides fueron sus- tituidos en Espatia por los Almohades, que ya ¢ ha~ bian aduefiado de Marruecos. Su larga dominacién, que dura més de un siglo y que no empieza a cuar- tearse hasta la rota de Las Navas (1212), dié a al- Andalus paz y sosiego. Quizés el Islam occidental nunca se ha parecido tanto a Roma. Las provincias #e ensartan déciles en un orden nuevo, que rigen con prudencia los califas y los sayyids almohades, Se alzan inimilables monumentos, como la Giralda, ancla 36 de Sevilla, donde tn gracia ve derrama sobre 1a forte- toca, y 26 ensanchan mementéneamente, & door Iarge, Ta: mallas de wn elealo decoration ave, wee oloerd a apretare més que munca ov la esenogral ea de Granada, Pero, en el fondo, el Islam andi a figotando, Ya no hay apenas influencia oriental. Ta Bapata mwsulmana vive definitivamente de sv Pe gado y ha de alimentar, ademds, a Joe pardst a Africa, civilizando los desiertos. AL Amman ee tu delicioso confusionismo cormopolita: cosa lo ih dlicional polttien de tolerancia y aon cxpulsadeh 1% ‘mozdrabes. Como respuesta a se ba ‘stianos, cada vez més fuer Tee aino nacional, cobren ners briosy logret YOM= per Ia frontera, ya. no dejarén atrés focos ssimanct ‘como en Toledo; las ciudades cong ee a ventas y aerdn repobladas con hombres det Norte, Be caicordn en Girdata 4 Sev ‘sna Tas casitas moras. La pé upremacta Boicics acta incluso que Espaiia fuese en ae despreciada por Ios africanos, y al-Sagundi (re , para defender los fueros del Islam espaiiol, ba eoribir au célebre risala apologética, que yO ic yno. . Bee wos ciencias espaitolas Uegan ahora a apogeo, con Ben Tufayl, Averroes, Avencoar y ique, a pesar de todo, el entusiasmo ‘por a. Gaunio Abd ab-Munin (1129-1162) pasa a Bepafia, el Pefion de Gibraltar presencia una exraere dinaria audiencia podtica. Otra famosa ay re al-Mansur (1184-1198) en Arealoraehe wn timo Califa, ante la inusitada afluencia de veri dores, se vib obligado en una ocasién a ordenar que EMILIO GARCIA GOMEZ POEMAS ARABIGOANDALUCES Hy a7 no le recitasen mds que los dos o tres primeros versos de cada poesia. Las Cancillerias oficiales, tanto en Espaiia como en Marruecos, siguen dando empleo @ muchos talentos andaluces: Abu Chafar ben Said (m, 1163), Avenzoar (1113-1199), Ben al-Jabbaza, Ben Muchbar (m. 1191), etc. Los famosos Banu Ganiya, que durante algiin tiempo defienden todavia con honor, en las Baleares y el Norte de Africa, las banderas almordvides, tienen también un cantor es- paiiol: Ben Farsan. En las provincias viven magnates © poctas que versifican con destresa. La escuela levan- tina luce atin con al-Rusafi (m. 1177) 0 con Safwan ben Idris de Murcia (1164-1201), autor de una anto- logia. Granada ve surgir una pléyade de poetisas, una de las cuales —Hafsa—, en sus amores con Abu Cha- far ben Said, hace recordar los dias de Rumaykiyya y Mutamid. Pero Sevilla tiene la primacia sobre todas las ciudades de Hspata. AUK coinciden, en uno u otro momento, los ‘poetas locales con los demds que visi- tan la metrbpoli: al-Kasad, Ben Safar, March Kuhl (m. 1236), al-Munsafi, al-Liss, al-Asamm al-Mar- wani, etc. Hn las callejuelas sevillanas reswenan las risas de los zejeleros. Orillas de Triana 0 bajo la To- rre del Oro pasan de noche las barquitas iluminadas con candelas, cambiando versos y miisicas con las mu- jeres escondidas detrés de las barandas. Allé canta el més famoso poeta de esta época, 0, al menos, el que ha alcanzado mayor nombradia en el Islam: el israe- lita converso Ben Sahl)(m. 1251), cuya voz tiene tan ‘mansa e insinuante penetracién eporque reunid las dos Irumillaciones: la de ser enamorado y judtor, Ben Sahl murié ahogado «para que la perla volviese a eu pa- triav, eE—_—_—__ i a8 EMILIO GARCIA GOMEZ ‘Sintoma evidente de la decadencia de al-Andalus era, sin embargo, Ia expatriacién definitiva de muchos de aus ingenios, que ya no iban, como en otros tiempos, a aprender en Oriente, para volver cargados de cien- cia, sino a difundir la cultura espatiola por las tie- tras remotas. Ben Chubayr (m. después de 1217), Ben al-Sabuni, Ben Jaruj (m. 1205) Uevarén a otros ‘limas nuestra poesia. Sustari (m. 1269) y, sobre todo, fl gran murciano Ben Arabi (1165-1240), precursor del Dante, tan estudiado por Asin, Uenardn las ciuda- dea orientales de inquietantes fervores misticos y $0- fadas janiasmagorias, inoculando a los derviches y contagidindose de ellos. Los avances de Ta reconquista ‘cristiana por Levante formarén un escogide cfreulo Titerario andaluz en la corte hafst de Trinez, donde es- criben al-Qartachanni, Ben Abi-l-Husayn, Abu--Hach- chach Bayasi (1177-1255) y tantos otros. En Tiinez murib violentamente uno de los gigan- tescos epigonos de ta cultura andaluza: et valenciano Ben al-Abbar (1198-1250), poeta y antélogo, en quien probablemente revive por tiltima vez el nervio de los antiguos drabes de Espata, fil y Ben Said al-Magri- bi (m, 1274 0 1286), que vivid asimismo en Pines y luego en Siria y Egipto, y que en el Mugrib y en sua otras antologias resumié los esfuerzos literarios de tres generaciones de su ilusire familia, cierran dignamente ‘esta época de la poesia y de la erudicién andalueas, ‘Ex Remo pz GRawaDa (1266-1492) Bl epilogo de Granada, a pesar de su duracién y de gu importancia para tantos aspectos de cultura, no €3 mds que eso: un epilogo. Ya estin instalados los cris- POEMAS ARABIGOANDALUCES 39 tianos, merced a la espada de San Fernay tierras de la Andalucia baja. Los palais bbe e Plancas bandadas, trepan por los riscos penibeticos se aprietan en las playas de Mdlaga, Refugiados en un rincén de Ia peninsula, con wn exceso de pobla- cién angustioso, los ailtimos moros espanoles edifian Alhambras y jabrican loza, tejidos y armas para com- prar su libertad. Vuelta la cara unas veces a Casti- ie de la que son vasallos, y otras veces al Africa de ere se defienden con la esgrima de una suti- ima diplomacia. Pero 1 potismo y de la reerierat ain Entre cientos de juristas, jaquies, comentadores, exé- getas y compiladores, que viven todos a expensaa del pasado, la poesia ardbigoandaluza produce todavia dos figuras egregias que, aunque sin aportar nada nue~ 2, repiten con rara prestancia los ecos de otro tiem- po. Uno es el visir Ben al-Jatid (1313-1374), poli- grajo, retérico, historiador y poeta, que completa. com imponente esfuerzo los gloriosos anales de al-Andalus, Hl otro es también visir: Ben Zumruk (1333-1398), discipulo del anterior y no ajeno a su trdgica muerte, que también habia de ser la suya. Ben Zumruk, en quien la inspiracién de Ben Jafacha ha encontrado la tiltima resonancia, es tal vez, en todo el mundo, el posta ouya obra ha sido editada con un Iujo mayor Sus qasidas decoran los muros de la Alhambra, bor. dean las pequeiias hornacinas, circundan las tazas de Es aad Album maravilloso y siempre nuevo, que ‘lustran los surtic wwadernan los bosques lancblicos! mh ot md El Islam occidental ha Uegado al término trera creadora. Ben Jaldun (1332-1406), a ortiea

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