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Presentación

Inicuo, sonso —o zonzo— bembo, cenaoscuras, atufado, oligofrénico, lángara,


comadrero, suato, sierpe, mangajo, tontuelo, bagayo, tiquismiquis, atontado,
pelma, comemierda, transido, ufanero, papo, vaina, uyuyuy, zarrapastroso,
hético, son sólo algunas de las formas que usamos para insultar con elegancia,
sin tener que llegar a la ignominia, sin tener que decir chinga’os y —sobre
todo— sin remordimientos de conciencia. Pues si bien insultar a alguien suele
resultar catártico, también puede ser penoso si no se hace de la forma y la
manera correctas.

Aprender a insultar es todo un arte, ya lo decía el gran Schopenhauer, se trata


del último recurso cuando todas las demás artes de la argumentación han
fracasado, también cuando no nos queda nada más que hacer o decirle a
alguien, ya sea porque reprobamos tajantemente su conducta, porque nos
hemos visto perjudicados por su estupidez o porque —justo y de ninguna
manera— no entiende razones. Si bien el fundador del pesimismo desaconsejó
en todos sus escritos llegar a tal extremo, fue generoso a la hora de diseminar
a lo largo de sus obras insultos, improperios, ofensas, escarnios y sentencias
tajantes de las que cualquiera en su época podría hacer uso y tomar ventaja.
Pero no fue el único en practicar y deleitarse con este arte, en su haber
encontramos filósofos como Voltaire, Montaigne y el propio Diógenes, y
escritores de todas las épocas, desde Cervantes, Shakespeare, Rabelais o
Molière, los poetas malditos Rimbaud o Verlaine, Oscar Wilde —que era el
maestro de maestros al respecto— o Mark Twain hasta, en épocas más
recientes, Bukowski, Papini, Burroughs, Ibargüengoitia y Marías cada quien
con su estilo y forma, pero siempre punzantes, dando en el blanco.

Siguiendo su ejemplo, creemos fervientemente que no es necesario recurrir


siempre a las «palabrotas» altisonantes, a expresiones zafias o al tan
manoseado «¡chinga tu madre!» en cada ocasión que se nos presenta, para
poder resarcirnos o vengar una afrenta —aunque hay algunas que bien lo
ameritan—, sino que se puede recurrir al sarcasmo, a la ironía, a la elegancia
y a la analogía para poder darle un giro cuántico al insulto; sobre todo si se
apela a la riqueza del lenguaje, al léxico florido y al vocabulario más
elegante, más acucioso, más antiguo y menos ordinario.

En atención a estas necesidades, nos dimos a la tarea de recopilar durante


varios años más de 2 000 insultos, muchos de ellos tomados de diccionarios,
legajos, textos literarios, pasquines y del uso coloquial del habla para formar
un diccionario que le haga honor al Arte de Insultar y nos ayude a «hacerlo con
propiedad». A todos y cada uno de estos términos le hemos dado una
definición clara, precisa y, además, hemos agregado ejemplos fidedignos de
uso, tomados del habla cotidiana, que seguramente serán de suma utilidad para
el hablante común en su devenir diario.
abandonista. Persona que apoya o pertenece a la tendencia de abandonar
algo que posee, o que le corresponde.
Mi padre es un abandonista: se fue por cigarros y nunca volvió.

abanto, a. Aturdido y torpe.


Pobre Tere: anda con un abanto que no da pie con bola.

abejaruco, a. Persona chismosa.


La tía Elvirita como buena abejaruca le contó todo a mi mamá.

abejorro. Persona pesada y molesta.


La semana pasada estábamos en el antro y llegó un abejorro a querer
ligarnos.

abellacado, a. Sinónimo de bellaco, vil.


Un abellacado le robó su celular en pleno concierto.

abestializado, a. Que parece bestia. Es común encontrar el término


‘abestiado’ con el mismo sentido.
Fernanda andaba con un tipo abestializado que se la pasaba todo el día
en el gimnasio.

abizcochado, a. Que tiene forma de bizcocho, gordo, masoso.


Después de tantos tamales y tortas, debería de dejar de usar ombligueras.
Mira nada más qué abizcochada me veo vestida así.

abobado, a. Persona que no se entera de las cosas, no entiende o no discurre;


bobo o tonto.
Mira a Marquitos: todo abobado y cacheteando las banquetas por
Blanquita.

abogadete. Despectivo frecuente de ‘abogado’.


Mira, Fernando, si contratas a puro abogadete, ¿cómo no quieres que te
embarguen?

abogado del diablo. Contradictor de buenas causas.


Eso de hacer notas «justificando a los criminales» es jugarle al abogado
del diablo.

abombado, a. Tonto, falto o escaso de entendimiento o razón.


No pierdas tu tiempo, yo ya le he explicado; es muy abombado para
entender.

abominable. Que es despreciable.


Qué abominable es esa mujer, ha propalado una serie de engaños,
mentiras y falsedades.

aborrecible. 1. Antipático, digno de desprecio. 2. Sujeto miserable que se


ha hecho acreedor, merced a su conducta, a la aversión de quienes tienen la
mala fortuna de tratar con él. 3. Se dice de la persona que aburre o fastidia,
y cuya compañía resulta insufrible.
Qué aborrecibles son las personas llenas de prejuicios.
Ese criminal es un sujeto aborrecible.
Me resulta aborrecible su compañía.

aborto. 1. Persona cuya fealdad extrema incomoda y llama la atención. 2.


Engendro o producción rara y caprichosa de la naturaleza.
Qué aborto es ése con el que sales.

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