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INTRODUCCION

Alemania comenzó su revolución industrial en la década de 1840. Fue, por lo tanto, el más
rezagado de los países de la primera oleada de industrialización en el continente, pero en
vísperas de la Primera Guerra Mundial había logrado superar a Gran Bretaña y se había
transformado en la principal potencia económica europea.
A principios del siglo xix, los mayores obstáculos a la industrialización alemana eran de orden
institucional. Su territorio se hallaba fragmentado en una gran cantidad de unidades políticas
independientes, y ello creaba fuertes trabas para la formación de un mercado interno
unificado. El comercio interior se veía limitado por innumerables barreras aduaneras,
diferentes monedas y monopolios comerciales.
Aunque la unificación política de Alemania se completó recién en 1871, ya en 1834 se llevó a
cabo una unión aduanera (el Zollverein) que permitió la unificación del mercado interno.
Antes de las guerras napoleónicas seguían subsistiendo rasgos feudales en la sociedad y lazos
de servidumbre en las áreas rurales, sobre todo en las regiones orientales. Ello limitaba la
movilidad geográfica y social, y desalentaba la iniciativa individual y las innovaciones. También
redundaba en una capacidad de demanda interna restringida, con una población sometida a
cargas feudales e impuestos públicos, y un escaso desarrollo de una economía de mercado.
Como contrapartida, Alemania contaba con una serie de condiciones ventajosas que, una vez
superados los obstáculos institucionales, sirvieron para motorizar el proceso de
industrialización más exitoso del continente. Entre ellas, podemos destacar la disponibilidad de
recursos naturales (principalmente hierro y carbón), una fuerte tradición en la industria
doméstica y artesanal, y un sistema educativo avanzado, con tasas de analfabetismo inferiores
a las del resto de Europa, salvo Suiza.
Una de las peculiaridades de la Revolución Industrial alemana fue el avance simultaneo de la
tecnología manufacturera y de la conversión en una economía de mercado.
Al igual que en casi todas las naciones que se industrializaron a partir del siglo xvIII, en
Alemania fueron muy marcadas las diferencias regionales. En términos globales, la región
occidental del territorio fue la más industrializada, mientras que la zona oriental, en cambio,
siguió siendo, en gran parte, un área agrícola.
A medida que avanzó la industrialización, ambas zonas tendieron a complementarse el este
proveía al oeste de materias primas y alimentos, y el oeste vendía al este productos
manufacturados. El este fue, además, un área de emigración de mano de obra, que se dirigía a
los centros industriales de la zona occidental. Por otro lado, la producción agraria del este
también se destinaba al mercado externo sobre todo a Gran Bretaña--, contribuyendo a
equilibrar la balanza comercial.
A su vez, en el conjunto del territorio hubo fuertes diferencias entre las regiones. Algunas
zonas lideraron el proceso de industrialización, como Sajonia y Renania, pero la industria no se
difundió en forma automática desde estos centros hacia otras partes de Alemania, y en
términos regionales el desarrollo industrial fue muy desigual.
El caso alemán es un ejemplo de industrialización derivada, ya que el modelo inglés ejerció
una profunda influencia sobre él. El proceso de modernización de la industria fue en gran
medida, en sus orígenes, una respuesta al desafio que significó la competencia de los
productos británicos, en especial después del fin de las guerras napoleónicas. Como en caso
inglés, la industrialización recibió su mayor impulso en un período relativamente breve, y se
basó en los mismos sectores: carbón, hierro, industria mecánica y textil. Pero a diferencia de
Inglaterra, en Alemania la importancia de la industria textil fue limitada, y los sectores de punta
fueron la industria pesada y la de bienes de capital.
Durante la primera mitad del siglo xIx, Alemania pudo aprovechar las ventajas del atraso
imitando a otros países - Inglaterra en primer lugar, pero también Bélgica, Francia y Suiza--,
tanto en lo relativo a la innovación tecnológica como a las transformaciones institucionales que
habían acompañado a los procesos de industrialización.
En los comienzos de su industrialización, recibió el aporte de capitales extranjeros (por
ejemplo, capitales franceses en la minería), e importó insumos industriales (como hierro e
hilados de algodón) y bienes de capital (máquinas de vapor, maquinaria textil, locomotoras,
etc.). Más tarde, la industria local sustituyó paulatinamente a las importaciones, y la inversión
contó con fuentes de financiación interna.

Las etapas de la industrialización alemana


En las últimas décadas, los historiadores de la industrialización alemana han logrado un
consenso acerca de su periodización, que si bien retorna al modelo de las etapas de Rostow,
corrige la cronología que el mismo Rostow había establecido.
La primera etapa, comprendida entre 1780 y las décadas de 1830-1840, constituye lo que se
denomina "primera industrialización". Este período fue el de los comienzos de la mecanización,
en el que se llevaron a cabo reformas institucionales que favorecieron la liberalización del
comercio, y de los mercados de mano de obra y de la tierra.
La segunda, que transcurre entre 1840-1850 y la década de 1870, corresponde a la Revolución
Industrial, o al "despegue" en términos rostowianos (aunque no todos aceptan la pertinencia
del concepto de despegue). En esta etapa fueron cruciales el desarrollo del ferrocarril y su
impacto sobre la industria del carbón, la del hierro y la de las maquinarias, que pasaron a ser
los sectores líderes de la industria alemana.
La tercera etapa se ubica entre la década de 1870 y la Primera Guerra Mundial, y se caracteriza
como *fase industrial madura". Coincide con la difusión de la industria moderna, y con la
aceleración del cambio estructural y de la urbanización. En este período tuvo lugar la
expansión internacional de la economía alemana, que comenzó a desplazar a Gran Bretaña en
el liderazgo industrial.

6.3.2. La protoindustrialización
Como la mayor parte de los países europeos, Alemania tenía una larga tradición
protoindustrial. Desde el siglo xvi, en varias árcas rurales se había ido expandiendo la
producción industrial orientada hacia la exportación, basada en el sistema de industria a
domicilio. Esta actividad protoindustrial se incrementó a lo largo del siglo xvII, favoreciendo el
desarrollo de las industrias textil y metalúrgica. La producción se destinaba tanto al mercado
interno como al externo, incluyendo a Europa y a regiones extracuropeas, sobre todo el
continente americano.
El caso alemán, en el que la industria rural ha sido un tema muy estudiado desde el siglo xix,
sirve para observar el impacto diferenciado que la protoindustria tuvo en distintas regiones
sobre el posterior desarrollo industrial.
En términos generales, la actividad protoindustrial contribuyó a crear condiciones favorables a
través de diversos canales. Desde mucho antes del siglo XIX existían regiones industriales que
producían bienes textiles y metalúrgicos, entre las que se destacaban Renania, Sajonia y Silesia.
En todas ellas la protoindustria favoreció la acumulación de capital, la capacitación de la mano
de obra y el desarrollo de los circuitos comerciales dentro y fuera del territorio alemán.
De todos modos, la transición hacia el sistema de fábrica no fue automática. Veremos como en
el sector textil, que era el más importante a comienzos del siglo XIX, en Renania y en Sajonia la
base protoindustrial dio el impulso para el desarrollo de la industria de fábrica, mientras que
en Silesia la industria tradicional no consiguió llevar a cabo un proceso de transformación y
termino desapareciendo. Las diferentes reacciones frente a la mecanización se explican, en
gran medida, por las condiciones socioeconómicas e institucionales de las regiones.
Aunque a continuación nos centraremos en el sector textil, con el fin de simplificar la
exposición, en las tres regiones también se había desarrollado la industria metalúrgica. La
principal zona productora en esta rama era Renania, en la que se fabricaban productos de
metal -entre ellos, cuchillos, armas y una gran variedad de utensilios, que se destinaban
mayormente a la exportación.
Silesia (situada en el área oriental del reino de Prusia) se había especializado en la industria
textil del lino, que era el producto de mayor consumo popular, y desde el siglo XVI producía
para el mercado internacional. Hasta fines del siglo xvIII, la expansión de la producción
continuó sin impedimentos, basada en el sistema de trabajo a domicilio en las áreas rurales. A
partir del fin de las guerras napoleónicas y de la reanudación del comercio europeo con Gran
Bretaña, la producción textil de Silesia comenzó a entrar en crisis. Debió competir con los
hilados y los tejidos de lino británicos, cuyo precio era muy inferior porque se elaboraban en
forma mecanizada, y también con los tejidos de algodón, que empezaban a reemplazar a los de
lino.
Frente a la competencia británica la industria no se modernizó, sino que inició una decadencia
irreversible y perdió sus mercados. La resistencia a la mecanización fue producto de una
diversidad de factores ligados a las características de la industria a domicilio en la región, y, en
general, a la estructura social e institucional, que conservaba fuertes rasgos feudales. Por otro
lado, la industria del lino fue uno de los sectores protoindustriales más negativamente
afectados en toda Europa por la Revolución Industrial, ya que, como ya dijimos, debió
enfrentar la competencia del algodón como producto sustituto.
La región de Renania tuvo, en cambio, una evolución muy distinta. Era una zoma mucho más
integrada al mercado mundial, gracias a la cercanía con Holanda. En ella el sistema feudal se
debilitó tempranamente, y se vio favorecida de manera directa por las reformas institucionales
que tuvieron lugar durante la ocupación napoleónica.
El sector más desarrollado en la etapa protoindustrial fue el de la industria textil: en una
primera etapa, la del lino, más tarde, también la de la seda, y, desde fines del siglo xvIII, la del
algodón.
A diferencia de Silesia, Renania pudo competir con la producción inglesa que comenzó a
inundar el mercado después de las guerras napoleónicas, especializándose en la fabricación de
bienes textiles de alto valor agregado, mecanizando la industria de tejidos de algodón y
utilizando hilados importados de Inglaterra. Las razones de esta reacción tan diversa frente al
desafío de la competencia británica radican, en gran medida, en las características de la
sociedad, en la que las estructuras agrarias tradicionales habían sido erosionadas y el marco
social era mucho más abierto a la innovación.
Por otra parte, en ambas regiones la organización del sistema de trabajo a domicilio había sido
diferente. En Silesia, predominaba el Kaufsystem, en el que los pequeños productores vendían
su producción a los comerciantes, asumiendo todos los riesgos. En Remania, en cambio, el
sistema más extendido era el Verlagssystem. en el que los comerciantes empresarios
encargaban el trabajo y proveían la materia prima. En este último caso, las posibilidades de
adoptar innovaciones eran mucho más amplias.
La región de Sajonia, por último, era otra de las zonas de mayor tradición protoindustrial. La
actividad principal era la industria textil, seguida por la metalurgia y otros rubros. La artesanía
textil rural derivó desde comienzos del siglo xix hacia la industria mecanizada, favorecida, como
en el caso de Renania, por condiciones institucionales y sociales que propiciaban la innovación.

6.3.3. La primera industrialización (1780-1840)


En las primeras décadas del siglo xIx, Alemania sufrió una serie de transformaciones que
sirvieron de base para el proceso de industrialización que se aceleró a partir de los años
cuarenta.
En primer lugar, fueron removidos muchos de los obstáculos de orden institucional y legal que
dificultaban el desarrollo industrial. Con las guerras napoleónicas se alteraron las estructuras
tradicionales, y la nueva legislación debilitó a las instituciones feudales. Paulatinamente fue
desapareciendo la servidumbre en las áreas rurales y. al mismo tiempo, se liberalizó la
actividad industrial, suprimiendo los privilegios gregales. Estas medidas no tuvieron efectos
inmediatos, pero permitieron liberar mano de obra e integrar la población campesina en el
mercado.
Desde fines de las guerras napoleónicas se inició también un proceso de crecimiento de la
población, gracias al aumento de las tasas de natalidad y de nupcialidad. El número de
habitantes pasó de 24.800.000 en 1816 a 35.500.000 en 185038. Ello se vio acompañado por el
incremento de la producción agrícola, que se basó, sobre todo, en la ampliación de la
superficie cultivada, pero que implicó también un proceso de modernización que incluyó la
reducción del barbecho y la introducción de nuevos cultivos.
Como ya señalamos, Alemania contaba con una importante tradición protoindustrial,
sustentada en la producción artesanal y la industria doméstica, en la que se destacaban el
sector textil y el metalúrgico.
Hasta la década de 1840, los incrementos en la producción industrial provinieron
mayoritariamente de estos dos sectores, que se fueron modernizando de modo gradual. En la
industria textil comenzó la mecanización fundamentalmente en el sector del algodón, primero
en el hilado y luego en el tejido, pero las antiguas formas de producción siguieron subsistiendo.
También en la industria metalúrgica asistimos a una lenta difusión de los nuevos métodos
junto a los tradicionales. Los mayores pasos tuvieron lugar en la fabricación de bienes (como el
acero o los objetos de ese material) que requerían pericia técnica y un alto empleo de mano de
obra. En ese rubro, el principal centro de producción era Renania, seguido por Silesia.
En esta etapa se constituyó, en 1834, una unión aduanera, el Zollverein, que permitió la
integración económica de la mayor parte de los territorios que más tarde formaron el imperio
alemán, contribuyendo de manera decisiva al proceso de industrialización. El mercado se
unificó gracias a la abolición de las aduanas interiores, y se establecieron aranceles comunes
para el comercio exterior, que ofrecieron una protección moderada a la industria.

La Revolución Industrial (1840-1870)


A partir de la década de 1840, la modernización de la industria se aceleró, sobre todo gracias a
la construcción de los ferrocarriles que comenzó luego de I835- y a los eslabonamientos que
éstos generaron. La construcción ferroviaria disminuyó un poco en la década de 1850, pero
luego se aceleró nuevamente, y continuó aún después de la de 1870. La longitud de las vías
férreas era en 1850 de 6.000 kilómetros, y en 1870 - momento en el que ya habia sido
construido lo esencial de las grandes líneas-- alcanzaba los 19.500 kilometros.
Los ferrocarriles permitieron, en primer lugar, el abaratamiento del transporte, cuyo costo
descendió entre un 80 y un 85%41. La red ferroviaria fue clave para la integración del mercado
interno, y se complementó con la de canales y carreteras, que también se expandieron y
mejoraron. El ferrocarril hizo posible el transporte terrestre a larga distancia del carbón,
contribuyendo decisivamente a la difusión de la máquina a vapor y. en general, al desarrollo de
la industria.
No obstante, el impacto más significativo de los ferrocarriles sobre el sector industrial fue el
impulso que dieron a la expansión y modernización de la industria siderúrgica y mecánica, que
pasaron a liderar el proceso de industrialización desde los años cuarenta.
En los primeros años, la demanda generada por los ferrocarriles era cubierta mediante la
importación, pero rápidamente se desarrolló una industria sustitutiva. Al comenzar la
construcción de las líneas férreas, casi la totalidad de los productos de hierro que se requerían
eran importados, pero en el curso de dos décadas los ferrocarriles fueron abastecidos por la
industria local, desde las locomotoras hasta los rieles y los metales necesarios para su
fabricación.
El acelerado desarrollo de la siderurgia se vio favorecido por la disponibilidad de yacimientos
de hierro y carbón. En este punto Alemania tuvo una situación privilegiada, debido a su
dotación de recursos naturales. En la segunda mitad del siglo xix, comenzaron a explotarse
nuevos centros mineros en la Alta Silesia, el Sarre y Renania-Westfalia.
Desde la década de 1840, la principal zona productora de hierro y carbón fue la de la cuenca
del Ruhr, en la región de Renania-Westfalia, que se desarrolló en forma tardía pero a un ritmo
muy rápido. En el lapso de medio siglo se transformó en la principal región industrial del
continente, gracias a sus riquísimos yacimientos de hulla y a su ubicación geográfica; esta
última le permitía comunicarse con el resto del territorio por vía fluvial (a través de ríos y
canales) o por vía terrestre, mediante el ferrocarril.
Para el desarrollo del área del Ruhr, la construcción de la red ferroviaria fue un factor decisivo
por diversas razones. En primer lugar, por el incremento de la demanda de hierro y carbón,
pero también porque los ferrocarriles permitieron el transporte del carbón a larga distancia y el
abastecimiento de mineral de hierro a las cuencas carboníferas, cuyas reservas de hierro eran
reducidas.
La explotación sistemática de los yacimientos de carbón se inició recién en la década de 1840,
porque, debido a su profundidad, requirieron tecnología muy avanzada. Como vimos, en
Renania existía una industria metalúrgica desde comienzos de la época moderna, pero el
distrito del Ruhr en el siglo xVII era un área principalmente agrícola, en la que sólo había
algunas pequeñas explotaciones mineras. La producción de carbón era insignificante, y la
industria metalurgica seguía usando métodos tradicionales. Recién en 1848 fue instalado el
primer alto horno para la producción de hierro mediante la utilización de coque.
En la segunda mitad del siglo xix, la producción de carbón creció a un ritmo vertiginoso,
pasando de 1.700.000 toneladas en 1850 a 11.600.000 toneladas en 1870, a 60.100.000
toneladas en 1900 y a 114.220.000 toneladas en 1913. Esta última cifra representaba el 60% de
la producción alemana, y casi 3 veces el total de la producción francesa.
Junto con la producción de carbón se expandió la industria siderúrgica, cuyo principal centro
fue también la zona del Ruhr, en la que se desarrollaron las primeras empresas que integraron
verticalmente la producción. Las mayores corporaciones, como Krupp, Thyssen y otras, eran
propietarias de minas de hierro y carbón, de plantas para la producción de coque, de altos
hornos, de fundiciones, de plantas de laminación, y de fábricas de productos metálicos y de
maquinarias.

El ritmo de la innovación tecnológica fue muy rápido. Desde la década de 1860 comenzaron a
adoptarse nuevos métodos para la producción de acero: el proceso Bessemer (que redujo
notablemente los costos) y los altos hornos Siemens-Martin (que posibilitaron elevar la
calidad). En la década del ochenta empezó a utilizarse el proceso Gilchrist Thomas, que
permitió usar hierro con alto contenido de fósforo y emplear el mineral proveniente de la
región de Lorena, que estuvo bajo dominio alemán desde el fin de la guerra franco-prusiana
(en 187I) hasta el término de la Primera Guerra Mundial (1918).
Entre 1870 y 1913, la producción alemana de acero creció a una tasa anual superior al 6%. El
incremento más acelerado tuvo lugar después de 1880, tras la incorporación de las minas de
Lorena: entre 1880 y 1900, la producción se multiplicó por 10. En 1895, la producción de acero
alemana superó a la inglesa, y en 1914, la había duplicado.
Para fines de siglo, el costo de la elaboración del acero era sólo el 10% del nivel que tenía en la
década de 1860.
La reducción del precio del acero permitió incrementar su uso, y comenzó a utilizarse en forma
creciente para la construcción y para la fabricación de barcos y ferrocarriles.

La industrialización madura (1870-1914)


La última fase de la industrialización fue la de mayor expansión económica de Alemania y el
período en el cual superó definitivamente sus condiciones de atraso relativo. Por las
dimensiones de su economía y su adelanto tecnológico se convirtió en el país más desarrollado
del continente europeo, y en algunos sectores --hierro, acero, química, electroquímica--
sobrepasó también a Gran Bretaña.
Entre 1873 y 1914, el producto bruto interno de Alemania se triplicó, y la actividad industrial
contribuyó de manera decisiva a su expansión. Debemos aclarar que a lo largo de ese período
las tasas de crecimiento variaron: fueron menores hasta la década de 1890 y se incrementaron
después. Ello fue consecuencia del impacto de la depresión económica que se extendió entre
1873 y 1895, la cual, de todos modos, afectó a Alemania menos que otros países europeos.
Entre 1873 y 1914, la participación de la industria en el producto total pasó de un tercio a la
mitad. La tasa de crecimiento anual de la producción industrial fue del 3.7%6, y hasta la década
previa a la Primera Guerra Mundial, las industrias productoras de bienes de capital prosperaron
más rápidamente que las de bienes de consumo.
En esos años también se aceleraron el ritmo de crecimiento demográfico y el proceso de
Industrialización. La población aumentó de 41.600.000 en 1871 a 64.900.000 en 1910.
Mientras que en 1871 el 63,9% de los habitantes vivía en áreas rurales, en 1910 la población
rural había descendido al 39,9% y la población urbana alcanzaba al 60,1%, habiéndose
invertido las proporciones.
A pesar del incremento demográfico y de la acelerada urbanización, hasta la Primera Guerra
Mundial el peso del mercado interno de bienes de consumo no fue tan decisivo en la
industrialización alemana como en la inglesa y la norteamericana. La principal diferencia con
Gran Bretaña fue que la tasa de urbanización era más baja, pero, sobre todo, que la población
urbana estaba mucho menos concentrada en grandes ciudades y que las áreas urbanas
estaban mucho más dispersas en el territorio. Todavía en vísperas de la Primera Guerra
Mundial, las únicas grandes concentraciones urbanas eran la de la zona del Ruhr y el área
metropolitana de Berlín. Además, las diferencias regionales entre el oeste industrial el este
agrario siguieron teniendo un fuerte peso en la economía.
Con respecto a los Estados Unidos, la diferencia esencial fue que la tasa de crecimiento de la
población era más baja: en 1871, ambos países tenían casi la misma cantidad de habitantes
(41.000.000), pero en 1910, mientras que Alemania tenía casi 65.000.000, los Estados Unidos
ya superaban los 92.000.000.
Por último, el ingreso per cápita, si bien creció rápidamente en el período anterior a la Primera
Guerra Mundial, siguió siendo inferior al de Gran Bretaña y al de los Estados Unidos.

Debido a las características del mercado interno alemán, la gran expansión de las últimas
décadas del siglo xix tuvo como correlato el incremento de las exportaciones de productos
industriales, lo que ocurrió a un ritmo vertiginoso.
Hasta fines del siglo XIX, Alemania exportaba sobre todo bienes de consumo a los mercados
urbanos de Europa Occidental y de los Estados Unidos, pero a partir de inicios de este siglo la
exportación de bienes de capital pasó a ser el rubro principal abarcó, fundamentalmente,
metales, maquinaria, productos químicos y equipos eléctricos.
Los destinos más importantes de estas exportaciones fueron los países de Europa del Ese y del
Sur, que comenzaban sus procesos de industrialización, y Gran Bretaña y los Estados Unidos.
En el terreno de la innovación tecnológica y de la actividad industrial. Alemania fue, a las
últimas décadas del siglo xix, uno de los centros de irradiación de la Segunda Revolución
Industrial (de la cual volveremos a hablar en el próximo capítulo), caracterizada por la
expansión de nuevos sectores de punta, en los que se destacan, junto a la siderurgia y la
producción de bienes de capital, la industria química, y la de equipo y material eléctrico.
La industria química comenzó a acelerar su crecimiento en la década de 1860, y en visperas de
la Primera Guerra Mundial se había transformado en una de las ramas más dinámicas. Los
principales productos fueron en esa etapa los colorantes y los fertilizantes artificiales, con los
que por primera vez se pudo reemplazar a los abonos naturales en la agricultura. Desde fines
de siglo se desarrolló, en sus inicios como un derivado de la química, la industria farmacéutica.
La industria eléctrica se expandió rápidamente desde la década de 1880. Al comienzo, sus
aplicaciones más relevantes fueron la iluminación y los transportes urbanos, pero ya a partir
del siglo xx los motores eléctricos empezaron a competir con las máquinas a vapor y a
reemplazarlas.
Tanto la industria química como la eléctrica constituyen ramas en las que la producción está
estrechamente ligada a la investigación científica, y ambas se beneficiaron con el desarrollo del
sistema educativo alemán, al que haremos referencia a continuación.
Los logros de la industrialización alemana a fines del siglo xix y su competencia exitosa con
Gran Bretaña han merecido explicaciones diversas. Sin adoptar ninguna en forma excluyente,
veremos seguidamente algunas de sus características, que contribuyen tanto a la comprensión
del caso alemán como a la reflexión sobre los procesos de industrialización tardía.
Como podrá observarse en párrafos siguientes, el éxito alemán fue resultado de la
combinación de una pluralidad de factores. En la base estuvo, sin duda, la dotación de recursos
naturales, que fue privilegiada en términos de los requerimientos de la industria en el siglo XIX.
Como ya vimos, la construcción de los ferrocarriles tuvo también un rol esencial en la etapa de
la Revolución Industrial. Pero la industrialización alemana no puede comprenderse sin hacer
referencia a la formación de sus recursos humanos, a la acción del Estado, al papel de los
bancos y al de las empresas y empresarios. A eso debemos agregar, por supuesto, la
circunstancia de que la industrialización alemana constituyó, como ya dijimos, una
industrialización derivada, en la que otras naciones industriales estimularon el desafío y la
competencia, y proveyeron, en las primeras etapas, tecnología, recursos humanos y capitales.

EDUCACIÓN, CIENCIA Y DESARROLLO TECNOLÓGICO


Entre las causas a las que suele atribuirse el éxito de la industrialización alemana, su sistema
educativo ocupa uno de los lugares privilegiados, junto a la dotación de recursos naturales, la
disponibilidad de capitales, el carácter innovador de sus empresarios y la acción del Estado.
En el siglo xix, el sistema educativo alemán fue el más avanzado del continente europeo, tanto
en la educación elemental como en la técnica y científica. A lo largo del siglo creció la
escolaridad (en Prusia y Sajonia, donde la enseñanza primaria era obligatoria, alcanzaba en la
década de 1860 a casi el 1009 de los niños en edad escolar), lo cual generó un alto nivel de
instrucción básica en extensos sectores de la sociedad.
Como señalan diversos autores, es difícil establecer una relación de causalidad directa entre la
educación elemental y el desarrollo industrial en el siglo xix, ya que se haría muy complejo
explicar la Revolución Industrial inglesa. Pero como observa LANDES, la calidad de la educación
primaria alemana era muy elevada, y la escolaridad constituía también una experiencia de
disciplinamiento. Por otra parte, a medida que avanzó la industrialización, los requerimientos
de instrucción de los trabajadores fueron aumentando.
En Alemania se estableció de modo precoz la enseñanza profesional, técnica y científica, cuyo
impacto sobre el desarrollo industrial fue mucho más directo. La formación en escuelas
reemplazó al sistema de aprendizaje en los puestos de trabajo, y la complejidad creciente de la
tecnología requirió un mayor adiestramiento del personal.
En las primeras décadas del siglo, las universidades alemanas fueron reformadas, siguiendo el
modelo de las grandes escuelas francesas, y se convirtieron en centros de excelencia
académica, en las que se promovió el desarrollo de las carreras técnicas y de la investigación
científica.
Las universidades fueron pioneras en la adquisición y transferencia del conocimiento y se
orientaron hacia el desarrollo de la física, la química y sus aplicaciones en el campo de la
medicina y la tecnología industrial. Desde fines del siglo xix se crearon posgrados en ingeniería,
y se establecieron universidades técnicas con el objeto de formar personal para industria. A
principios de siglo nacieron las primeras escuelas de negocios, para la formación de cuadros
gerenciales.
El gobierno creó también institutos de investigación científica, que mantuvieron lazos
estrechos con las universidades, las escuelas técnicas y las grandes empresas industriales.
A medida que el desarrollo de la industria comenzó a estar crecientemente subordinado al de
la ciencia, y que la gestión de las empresas tendió a complejizarse y a requerir personal cada
vez más calificado, el sistema educativo y científico alemán fue un factor determinante en el
desarrollo de su economía.

El papel del Estado


En la industrialización alemana el papel del Estado fue muy activo, y se manifestó de varios
modos. Debemos remarcar que las formas de intervención estatal en los procesos de
industrialización son complejas y van mucho más allá de la política arancelaria, incluyendo
como acabamos de ver medidas tales como la organización del sistema educativo y la
promoción de la investigación científica.
Para el caso alemán podemos señalar, en una instancia inicial, el papel que jugaron las
reformas institucionales de la primera mitad del siglo xix (que liberalizaron la estructura
económica y social heredada del Antiguo Régimen y crearon las condiciones para una
economía de mercado) y, más tarde, la Unión. Aduanera-(que permitió. la constitución de un
mercado interno unificado).
La intervención estatal fue también muy relevante en la modernización del sistema de
comunicaciones. Hasta mediados de la década de 1870, la mayor parte de las líneas
ferroviarias fueron construidas por empresas privadas con participación ocasional del
gobierno, pero a partir de entonces los Estados alemanes adquirieron las compañías
ferroviarias, y las nuevas líneas fueron construidas, en general, por cuenta del gobierno. El
Estado fijó las tarifas ferroviarias de modo de favorecer el intercambio entre las diversas
regiones, y la promoción de las actividades industriales y las exportaciones.
Hasta la década de 1870 la protección arancelaria fue moderada, aunque para el caso de los
ferrocarriles las tarifas propiciaron la sustitución de importaciones, ya que facilitaban la
importación de metales en bruto y gravaban la de productos elaborados.
A fines de los años setenta, la política arancelaria viró hacia el proteccionismo, tanto para la
industria como para la agricultura, como reacción a los efectos negativos de la crisis económica
que se inició a comienzos de la década. En realidad, como veremos en el próximo capítulo,
Alemania no fue el único país en aplicar una política proteccionista en el período de la Gran
Depresión (1873-1895), sino que dicha aplicación fue una tendencia generalizada, con muy
pocas excepciones.
Los aranceles proteccionistas favorecieron la expansión de las exportaciones industriales
alemanas, ya que las empresas pudieron vender a precios elevados en el mercado interno
(protegido por las barreras aduaneras) y a precios bajos en el mercado externo, practicando
políticas de dumping. El Estado, a su vez, contribuyó en forma directa a la promoción de las
exportaciones industriales, facilitando a los empresarios el acceso a la información y
promoviendo su penetración en los mercados externos.
En este punto no es ocioso recordar que las últimas décadas del siglo xix fueron un período de
ascenso del nacionalismo en los países europeos, y que el desarrollo industrial pasó a ser
percibido como un requisito para la expansión económica y militar de las naciones. En el caso
de Alemania, que fue uno de los países que más tarde logró su unificación política, su
afirmación como potencia fue respaldada por su poderío industrial, que fue, a su vez,
explícitamente fomentado por el Estado.

EI papel de los bancos en la industrialización


Los bancos constituyeron otro factor decisivo en el proceso de industrialización de Alemania:
éste fue el país de Europa en el que existió la relación más estrecha entre crédito bancario y
desarrollo industrial, sobre todo en las últimas décadas del siglo xix. Relación estrecha no
significa necesariamente causalidad directa, ya que la financiación industrial ofrecía también
otras vías, en especial, la autofinanciación, pero ello no puede hacer perder de vista la
importancia de los vínculos que existieron entre bancos y empresas.
La construcción de los ferrocarriles, que hasta la década de 1870 fue llevada a cabo
mayoritariamente por empresas privadas, creó una creciente demanda de capital que favoreció
la creación de nuevas instituciones financieras.
Hacia 1850 nacieron en Alemania los bancos de crédito, creados según el modelo del Crédit
Mobilier francés, que hasta la década de 1870 proveyeron la mayor parte del capital invertido
en el sector ferroviario.
Desde los años cincuenta, los bancos financiaron actividades industriales, pero esta función se
fue acentuando a partir de los años setenta y, sobre todo, desde comienzos de la década de
1890. En la última etapa de la industrialización alemana, el crédito bancario tuvo una
importancia crucial, y la cooperación entre bancos y empresas industriales aumentó
constantemente.
Desde mediados del siglo xix fueron creados los grandes bancos de inversión (todos ellos con
sede en Berlín), que sustituyeron a los bancos de crédito desde la década de 1870. Los bancos
de crédito y los grandes bancos alemanes estuvieron entre las primeras instituciones
financieras que combinaron la función comercial con la de inversión, y por ello se los suele
llamar "bancos mixtos. Además de las operaciones de crédito (de corto y de largo plazo).
promovían la formación de nuevas empresas y canalizaban el ahorro hacia ellas a través de la
emisión de acciones y obligaciones.
En las últimas décadas del siglo xix, los grandes bancos tuvieron un papel que fue mucho más
allá que el de intermediarios financieros. Los bancos se convirtieron en accionistas de las
grandes empresas industriales, y como tales comenzaron a participar en su dirección.
Desde la década de 1870, las sociedades anónimas alemanas tenían la obligación de
contar, junto con el consejo directivo, con un consejo de supervisores, que era elegido par
los accionistas, y podía intervenir en la toma de decisiones estratégicas. En su carácter de
accionistas, los grandes bancos pasaron a formar parte del gobierno de las empresas. El grado
de dependencia entre bancos y empresas industriales variaba de sector a sector. y fue mayor
en la minería que en las industrias química y eléctrica.
La fuerte influencia de los bancos sobre la industria alcanzó su culminación a comienzos del
siglo xx, pero a partir de entonces comenzó a disminuir. La tendencia a las fusiones entre
empresas que los mismos bancos habían promovido aumentó el poder de las empresas
industriales, cuyas necesidades de capital superaban a menudo la capacidad financiera de un
solo banco.

6.3.9. Las empresas y los empresarios


Otro de los rasgos característicos de la industrialización alemana fue el rol que desempeñaron
en ella las grandes empresas que dominaron la actividad industrial desde la década de 1870.
Ello tuvo que ver, en gran medida, con el carácter de los sectores de punta --industria
del carbón, del hierro y del acero, química, eléctrica--, que por sus características favorecieron
la formación de empresas de grandes dimensiones, Para fines del siglo XIX, algunos sectores,
como el minero, el mecánico, el químico, el electromecánico y el textil, mostraban altos índices
de concentración.

El surgimiento de la empresa moderna se dio en Alemania en las últimas décadas del siglo xix,
a la par que en los Estados Unidos. Con el incremento paulatino del número de sociedades
anónimas desde los años setenta se aceleró el proceso de separación entre propiedad y
gestión. Las dimensiones de las empresas, que alcanzaron grandes proporciones, generaron el
desarrollo de una organización burocrática y gerencial, que en muchos casos tomó como
modelo la organización burocrática del Estado.
La competitividad de las empresas alemanas reposó, en gran medida, en la eficiencia de su
organización. Además, fueron tecnológicamente innovadoras, y desde fines del siglo xix
contaron con sus propios laboratorios de investigación científica y desarrollo tecnológico.
Una característica distintiva en las grandes empresas alemanas fue la tendencia a la expansión
y a la integración vertical, con el fin de controlar las diversas fases de la producción, como
vimos al referimos a las empresas de la zona del Rubr.
Desde la década de 1870 se manifiestan otros dos rasgos sobresalientes. Por una parte, la
estrecha vinculación entre empresas y bancos, de la cual ya hemos hablado. Por otra, los
acuerdos de cooperación entre empresas, que llevaron a la formación de carteles (del alemín
"Kartell*), es decir, a asociaciones entre empresas en las que cada una conservaba su
independencia. Dichos acuerdos tenían como objeto el control del mercado, para contrarrestar
las caídas de precios y la sobreproducción en la época de la Gran Depresión.
Una vez superada la crisis, el número de carteles no disminuyó, sino que se incrementó.
Sirvieron para limitar la competencia y controlaron el mercado en forma monopólica. Se
calcula que, en 1907, la producción en manos de carteles equivalía al 25% de la producción
industrial total. El desarrollo de los carteles se vio favorecido por la ausencia de leyes que
limitaran su formación, y su legitimidad fue confirmada por las máximas autoridades judiciales.
Recién se declararon ilegales después del fin de la Segunda Guerra Mundial.

Estos rasgos llevaron a distintos autores a caracterizar al modelo alemán como "capitalismo
organizado o "capitalismo gerencial cooperativo.

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