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Resumen Alemania2
Resumen Alemania2
Alemania comenzó su revolución industrial en la década de 1840. Fue, por lo tanto, el más
rezagado de los países de la primera oleada de industrialización en el continente, pero en
vísperas de la Primera Guerra Mundial había logrado superar a Gran Bretaña y se había
transformado en la principal potencia económica europea.
A principios del siglo xix, los mayores obstáculos a la industrialización alemana eran de orden
institucional. Su territorio se hallaba fragmentado en una gran cantidad de unidades políticas
independientes, y ello creaba fuertes trabas para la formación de un mercado interno
unificado. El comercio interior se veía limitado por innumerables barreras aduaneras,
diferentes monedas y monopolios comerciales.
Aunque la unificación política de Alemania se completó recién en 1871, ya en 1834 se llevó a
cabo una unión aduanera (el Zollverein) que permitió la unificación del mercado interno.
Antes de las guerras napoleónicas seguían subsistiendo rasgos feudales en la sociedad y lazos
de servidumbre en las áreas rurales, sobre todo en las regiones orientales. Ello limitaba la
movilidad geográfica y social, y desalentaba la iniciativa individual y las innovaciones. También
redundaba en una capacidad de demanda interna restringida, con una población sometida a
cargas feudales e impuestos públicos, y un escaso desarrollo de una economía de mercado.
Como contrapartida, Alemania contaba con una serie de condiciones ventajosas que, una vez
superados los obstáculos institucionales, sirvieron para motorizar el proceso de
industrialización más exitoso del continente. Entre ellas, podemos destacar la disponibilidad de
recursos naturales (principalmente hierro y carbón), una fuerte tradición en la industria
doméstica y artesanal, y un sistema educativo avanzado, con tasas de analfabetismo inferiores
a las del resto de Europa, salvo Suiza.
Una de las peculiaridades de la Revolución Industrial alemana fue el avance simultaneo de la
tecnología manufacturera y de la conversión en una economía de mercado.
Al igual que en casi todas las naciones que se industrializaron a partir del siglo xvIII, en
Alemania fueron muy marcadas las diferencias regionales. En términos globales, la región
occidental del territorio fue la más industrializada, mientras que la zona oriental, en cambio,
siguió siendo, en gran parte, un área agrícola.
A medida que avanzó la industrialización, ambas zonas tendieron a complementarse el este
proveía al oeste de materias primas y alimentos, y el oeste vendía al este productos
manufacturados. El este fue, además, un área de emigración de mano de obra, que se dirigía a
los centros industriales de la zona occidental. Por otro lado, la producción agraria del este
también se destinaba al mercado externo sobre todo a Gran Bretaña--, contribuyendo a
equilibrar la balanza comercial.
A su vez, en el conjunto del territorio hubo fuertes diferencias entre las regiones. Algunas
zonas lideraron el proceso de industrialización, como Sajonia y Renania, pero la industria no se
difundió en forma automática desde estos centros hacia otras partes de Alemania, y en
términos regionales el desarrollo industrial fue muy desigual.
El caso alemán es un ejemplo de industrialización derivada, ya que el modelo inglés ejerció
una profunda influencia sobre él. El proceso de modernización de la industria fue en gran
medida, en sus orígenes, una respuesta al desafio que significó la competencia de los
productos británicos, en especial después del fin de las guerras napoleónicas. Como en caso
inglés, la industrialización recibió su mayor impulso en un período relativamente breve, y se
basó en los mismos sectores: carbón, hierro, industria mecánica y textil. Pero a diferencia de
Inglaterra, en Alemania la importancia de la industria textil fue limitada, y los sectores de punta
fueron la industria pesada y la de bienes de capital.
Durante la primera mitad del siglo xIx, Alemania pudo aprovechar las ventajas del atraso
imitando a otros países - Inglaterra en primer lugar, pero también Bélgica, Francia y Suiza--,
tanto en lo relativo a la innovación tecnológica como a las transformaciones institucionales que
habían acompañado a los procesos de industrialización.
En los comienzos de su industrialización, recibió el aporte de capitales extranjeros (por
ejemplo, capitales franceses en la minería), e importó insumos industriales (como hierro e
hilados de algodón) y bienes de capital (máquinas de vapor, maquinaria textil, locomotoras,
etc.). Más tarde, la industria local sustituyó paulatinamente a las importaciones, y la inversión
contó con fuentes de financiación interna.
6.3.2. La protoindustrialización
Como la mayor parte de los países europeos, Alemania tenía una larga tradición
protoindustrial. Desde el siglo xvi, en varias árcas rurales se había ido expandiendo la
producción industrial orientada hacia la exportación, basada en el sistema de industria a
domicilio. Esta actividad protoindustrial se incrementó a lo largo del siglo xvII, favoreciendo el
desarrollo de las industrias textil y metalúrgica. La producción se destinaba tanto al mercado
interno como al externo, incluyendo a Europa y a regiones extracuropeas, sobre todo el
continente americano.
El caso alemán, en el que la industria rural ha sido un tema muy estudiado desde el siglo xix,
sirve para observar el impacto diferenciado que la protoindustria tuvo en distintas regiones
sobre el posterior desarrollo industrial.
En términos generales, la actividad protoindustrial contribuyó a crear condiciones favorables a
través de diversos canales. Desde mucho antes del siglo XIX existían regiones industriales que
producían bienes textiles y metalúrgicos, entre las que se destacaban Renania, Sajonia y Silesia.
En todas ellas la protoindustria favoreció la acumulación de capital, la capacitación de la mano
de obra y el desarrollo de los circuitos comerciales dentro y fuera del territorio alemán.
De todos modos, la transición hacia el sistema de fábrica no fue automática. Veremos como en
el sector textil, que era el más importante a comienzos del siglo XIX, en Renania y en Sajonia la
base protoindustrial dio el impulso para el desarrollo de la industria de fábrica, mientras que
en Silesia la industria tradicional no consiguió llevar a cabo un proceso de transformación y
termino desapareciendo. Las diferentes reacciones frente a la mecanización se explican, en
gran medida, por las condiciones socioeconómicas e institucionales de las regiones.
Aunque a continuación nos centraremos en el sector textil, con el fin de simplificar la
exposición, en las tres regiones también se había desarrollado la industria metalúrgica. La
principal zona productora en esta rama era Renania, en la que se fabricaban productos de
metal -entre ellos, cuchillos, armas y una gran variedad de utensilios, que se destinaban
mayormente a la exportación.
Silesia (situada en el área oriental del reino de Prusia) se había especializado en la industria
textil del lino, que era el producto de mayor consumo popular, y desde el siglo XVI producía
para el mercado internacional. Hasta fines del siglo xvIII, la expansión de la producción
continuó sin impedimentos, basada en el sistema de trabajo a domicilio en las áreas rurales. A
partir del fin de las guerras napoleónicas y de la reanudación del comercio europeo con Gran
Bretaña, la producción textil de Silesia comenzó a entrar en crisis. Debió competir con los
hilados y los tejidos de lino británicos, cuyo precio era muy inferior porque se elaboraban en
forma mecanizada, y también con los tejidos de algodón, que empezaban a reemplazar a los de
lino.
Frente a la competencia británica la industria no se modernizó, sino que inició una decadencia
irreversible y perdió sus mercados. La resistencia a la mecanización fue producto de una
diversidad de factores ligados a las características de la industria a domicilio en la región, y, en
general, a la estructura social e institucional, que conservaba fuertes rasgos feudales. Por otro
lado, la industria del lino fue uno de los sectores protoindustriales más negativamente
afectados en toda Europa por la Revolución Industrial, ya que, como ya dijimos, debió
enfrentar la competencia del algodón como producto sustituto.
La región de Renania tuvo, en cambio, una evolución muy distinta. Era una zoma mucho más
integrada al mercado mundial, gracias a la cercanía con Holanda. En ella el sistema feudal se
debilitó tempranamente, y se vio favorecida de manera directa por las reformas institucionales
que tuvieron lugar durante la ocupación napoleónica.
El sector más desarrollado en la etapa protoindustrial fue el de la industria textil: en una
primera etapa, la del lino, más tarde, también la de la seda, y, desde fines del siglo xvIII, la del
algodón.
A diferencia de Silesia, Renania pudo competir con la producción inglesa que comenzó a
inundar el mercado después de las guerras napoleónicas, especializándose en la fabricación de
bienes textiles de alto valor agregado, mecanizando la industria de tejidos de algodón y
utilizando hilados importados de Inglaterra. Las razones de esta reacción tan diversa frente al
desafío de la competencia británica radican, en gran medida, en las características de la
sociedad, en la que las estructuras agrarias tradicionales habían sido erosionadas y el marco
social era mucho más abierto a la innovación.
Por otra parte, en ambas regiones la organización del sistema de trabajo a domicilio había sido
diferente. En Silesia, predominaba el Kaufsystem, en el que los pequeños productores vendían
su producción a los comerciantes, asumiendo todos los riesgos. En Remania, en cambio, el
sistema más extendido era el Verlagssystem. en el que los comerciantes empresarios
encargaban el trabajo y proveían la materia prima. En este último caso, las posibilidades de
adoptar innovaciones eran mucho más amplias.
La región de Sajonia, por último, era otra de las zonas de mayor tradición protoindustrial. La
actividad principal era la industria textil, seguida por la metalurgia y otros rubros. La artesanía
textil rural derivó desde comienzos del siglo xix hacia la industria mecanizada, favorecida, como
en el caso de Renania, por condiciones institucionales y sociales que propiciaban la innovación.
El ritmo de la innovación tecnológica fue muy rápido. Desde la década de 1860 comenzaron a
adoptarse nuevos métodos para la producción de acero: el proceso Bessemer (que redujo
notablemente los costos) y los altos hornos Siemens-Martin (que posibilitaron elevar la
calidad). En la década del ochenta empezó a utilizarse el proceso Gilchrist Thomas, que
permitió usar hierro con alto contenido de fósforo y emplear el mineral proveniente de la
región de Lorena, que estuvo bajo dominio alemán desde el fin de la guerra franco-prusiana
(en 187I) hasta el término de la Primera Guerra Mundial (1918).
Entre 1870 y 1913, la producción alemana de acero creció a una tasa anual superior al 6%. El
incremento más acelerado tuvo lugar después de 1880, tras la incorporación de las minas de
Lorena: entre 1880 y 1900, la producción se multiplicó por 10. En 1895, la producción de acero
alemana superó a la inglesa, y en 1914, la había duplicado.
Para fines de siglo, el costo de la elaboración del acero era sólo el 10% del nivel que tenía en la
década de 1860.
La reducción del precio del acero permitió incrementar su uso, y comenzó a utilizarse en forma
creciente para la construcción y para la fabricación de barcos y ferrocarriles.
Debido a las características del mercado interno alemán, la gran expansión de las últimas
décadas del siglo xix tuvo como correlato el incremento de las exportaciones de productos
industriales, lo que ocurrió a un ritmo vertiginoso.
Hasta fines del siglo XIX, Alemania exportaba sobre todo bienes de consumo a los mercados
urbanos de Europa Occidental y de los Estados Unidos, pero a partir de inicios de este siglo la
exportación de bienes de capital pasó a ser el rubro principal abarcó, fundamentalmente,
metales, maquinaria, productos químicos y equipos eléctricos.
Los destinos más importantes de estas exportaciones fueron los países de Europa del Ese y del
Sur, que comenzaban sus procesos de industrialización, y Gran Bretaña y los Estados Unidos.
En el terreno de la innovación tecnológica y de la actividad industrial. Alemania fue, a las
últimas décadas del siglo xix, uno de los centros de irradiación de la Segunda Revolución
Industrial (de la cual volveremos a hablar en el próximo capítulo), caracterizada por la
expansión de nuevos sectores de punta, en los que se destacan, junto a la siderurgia y la
producción de bienes de capital, la industria química, y la de equipo y material eléctrico.
La industria química comenzó a acelerar su crecimiento en la década de 1860, y en visperas de
la Primera Guerra Mundial se había transformado en una de las ramas más dinámicas. Los
principales productos fueron en esa etapa los colorantes y los fertilizantes artificiales, con los
que por primera vez se pudo reemplazar a los abonos naturales en la agricultura. Desde fines
de siglo se desarrolló, en sus inicios como un derivado de la química, la industria farmacéutica.
La industria eléctrica se expandió rápidamente desde la década de 1880. Al comienzo, sus
aplicaciones más relevantes fueron la iluminación y los transportes urbanos, pero ya a partir
del siglo xx los motores eléctricos empezaron a competir con las máquinas a vapor y a
reemplazarlas.
Tanto la industria química como la eléctrica constituyen ramas en las que la producción está
estrechamente ligada a la investigación científica, y ambas se beneficiaron con el desarrollo del
sistema educativo alemán, al que haremos referencia a continuación.
Los logros de la industrialización alemana a fines del siglo xix y su competencia exitosa con
Gran Bretaña han merecido explicaciones diversas. Sin adoptar ninguna en forma excluyente,
veremos seguidamente algunas de sus características, que contribuyen tanto a la comprensión
del caso alemán como a la reflexión sobre los procesos de industrialización tardía.
Como podrá observarse en párrafos siguientes, el éxito alemán fue resultado de la
combinación de una pluralidad de factores. En la base estuvo, sin duda, la dotación de recursos
naturales, que fue privilegiada en términos de los requerimientos de la industria en el siglo XIX.
Como ya vimos, la construcción de los ferrocarriles tuvo también un rol esencial en la etapa de
la Revolución Industrial. Pero la industrialización alemana no puede comprenderse sin hacer
referencia a la formación de sus recursos humanos, a la acción del Estado, al papel de los
bancos y al de las empresas y empresarios. A eso debemos agregar, por supuesto, la
circunstancia de que la industrialización alemana constituyó, como ya dijimos, una
industrialización derivada, en la que otras naciones industriales estimularon el desafío y la
competencia, y proveyeron, en las primeras etapas, tecnología, recursos humanos y capitales.
El surgimiento de la empresa moderna se dio en Alemania en las últimas décadas del siglo xix,
a la par que en los Estados Unidos. Con el incremento paulatino del número de sociedades
anónimas desde los años setenta se aceleró el proceso de separación entre propiedad y
gestión. Las dimensiones de las empresas, que alcanzaron grandes proporciones, generaron el
desarrollo de una organización burocrática y gerencial, que en muchos casos tomó como
modelo la organización burocrática del Estado.
La competitividad de las empresas alemanas reposó, en gran medida, en la eficiencia de su
organización. Además, fueron tecnológicamente innovadoras, y desde fines del siglo xix
contaron con sus propios laboratorios de investigación científica y desarrollo tecnológico.
Una característica distintiva en las grandes empresas alemanas fue la tendencia a la expansión
y a la integración vertical, con el fin de controlar las diversas fases de la producción, como
vimos al referimos a las empresas de la zona del Rubr.
Desde la década de 1870 se manifiestan otros dos rasgos sobresalientes. Por una parte, la
estrecha vinculación entre empresas y bancos, de la cual ya hemos hablado. Por otra, los
acuerdos de cooperación entre empresas, que llevaron a la formación de carteles (del alemín
"Kartell*), es decir, a asociaciones entre empresas en las que cada una conservaba su
independencia. Dichos acuerdos tenían como objeto el control del mercado, para contrarrestar
las caídas de precios y la sobreproducción en la época de la Gran Depresión.
Una vez superada la crisis, el número de carteles no disminuyó, sino que se incrementó.
Sirvieron para limitar la competencia y controlaron el mercado en forma monopólica. Se
calcula que, en 1907, la producción en manos de carteles equivalía al 25% de la producción
industrial total. El desarrollo de los carteles se vio favorecido por la ausencia de leyes que
limitaran su formación, y su legitimidad fue confirmada por las máximas autoridades judiciales.
Recién se declararon ilegales después del fin de la Segunda Guerra Mundial.
Estos rasgos llevaron a distintos autores a caracterizar al modelo alemán como "capitalismo
organizado o "capitalismo gerencial cooperativo.