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FUNDAMENTOS DE UNA FAMILIA SÓLIDA

Estaba participando de un programa radial, y el periodista


me formuló la siguiente pregunta: “¿Cuál es el tema por el que
la gente con mayor frecuencia consulta a un pastor?”. No
tuve que hacer mucho esfuerzo en encontrar la respuesta. Le
contesté espontáneamente: “la mayor preocupación son los
conflictos familiares”.

Se dice que en Latinoamérica de cada dos matrimonios


que se forman, uno concluye en divorcio. En países como
Uruguay en los últimos diez años los matrimonios legalmente
constituidos descendieron un 20% y las disoluciones aumentaron
un 80 %.

Estas cifras muestran parcialmente lo que está pasando en los hogares. En realidad
existen otras dificultades que no se pueden cuantificar, pero que traen desdicha y
frustración. Entre ellos: la violencia doméstica, los roles mal asumidos, las adicciones,
la falta de comunicación y todas las consecuencias emocionales de los malos
vínculos.

Pero Dios quiere anunciarle a la familia que hay esperanza. La única solución
real está en orientar la vida y la familia, en una obediencia voluntaria y gozosa a la Palabra
de Dios.

Por este motivo quiero invitarle a considerar las palabras de Jesús que se encuentran
registradas en el evangelio: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace,
le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió
lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa, y no
cayó, porque estaba fundada sobre la roca.

Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un


hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron
ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue
grande ruina” (Mateo 7: 24 al 27).

Esta ilustración es la conclusión del más profundo, sencillo y práctico mensaje que se
haya predicado y es conocido con el nombre de: “Sermón del Monte”.

Esta breve parábola nos habla de dos construcciones. Ambas fueron sometidas a las
presiones externas, pues dice que: “descendieron ríos, soplaron vientos, y golpearon contra
aquella casa”. En apariencia eran iguales, pero al ser sometidas a las inclemencias del
tiempo, tuvieron diferentes resistencias. De una de ellas se dice que cayó y fue grande su
ruina y de la otra se dice que se sostuvo con firmeza. Jesús explicó que la diferencia estaba
en lo que no se veía: los fundamentos. La casa que permaneció sólida fue la que escuchó las
palabras de Jesús y las puso en obra.

Justamente en este Sermón del Monte se nos dan los siguientes principios para
obedecer en la familia que colocarán fundamentos sólidos sobre los cuales edificar un hogar.

JESÚS HABLÓ ACERCA DE LOS VÍNCULOS

Cuando surgen conflictos en la familia, tenemos que asumir que son absolutamente
normales. Bajo un mismo techo tienen que convivir armónicamente personas que vienen de
historias diferentes, a las cuales se les añaden los hijos y demás
familiares.

Así que cuando aparecen las diferencias debemos poner en


práctica, lo que enseñó Jesús:

No debemos juzgar

Dice en Mateo 7: 1 y 2: “No juzguéis para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con
que juzgáis, seréis juzgados”. Hay familias que funcionan como verdaderos tribunales en
donde el esposo, la esposa o los hijos, ocupan el papel de jueces.

Qué deprimente es para una esposa que da lo mejor de sí, no ser valorada. Los
reproches abarcan desde rasgos de la personalidad hasta su desempeño en las tareas
domésticas. Sucede lo mismo con un esposo que en medio de tantas dificultades se esfuerza
por el bienestar de la familia y debe escuchar la ingratitud por parte de su cónyuge.

Hace poco un adolescente me contaba que no tenía fuerzas para luchar, porque su padre era
tan exigente que nunca podía satisfacerlo. Además le decía que cuando era más joven se
desempeñaba mejor que él y que había logrado más cosas.

Cambiemos de actitud. Las áreas de debilidad de nuestra familia, no se corrigen con juicios
severos. Cuando mires a tu cónyuge, a tus hijos o a tus padres, aprende a valorar sus
cualidades y aprecia sus esfuerzos. Y no dudes: dilo con palabras.

Debemos perdonar

El Señor enseñó: “Si os perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a
vosotros vuestro Padre Celestial”.

Todos nos equivocamos y necesitamos ser comprendidos y perdonados. La Biblia


dice: “Todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, este es varón
perfecto”. (Santiago 3: 2).

Muchas personas están enfermas porque guardan resentimientos que entorpecen la


buena comunicación. En entrevistas personales, me sorprende escuchar que bajo una
apariencia de unidad familiar, aparecen rencores acumulados, y reproches por recuerdos del
pasado.

Palabras que fueron hirientes, debilidades del carácter o situaciones de orden


financiero, cuando no son tratados convenientemente, se traducirán en ira, apatía y
depresión.

Creo que en todos los hogares tendría que colocarse en un lugar visible el mandato
bíblico que dice: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería... antes sed
benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os
perdonó a vosotros” (Efesios 4: 31 y 32).

Puede ser que alguien le haya tratado mal o injustamente, pero cuando usted ha
experimentado el perdón de Dios, podrá perdonar a quienes le lastimaron.
JESÚS HABLÓ DE LA FIDELIDAD

Abordó este tema con las siguientes palabras: “Oíste que fue dicho: no cometerás
adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró
con ella en su corazón” (Mateo 7: 27 y 28).

El adulterio es un pecado que consiste en la violación de la fidelidad conyugal. Es el


rompimiento de los votos pronunciados frente a Dios, ante la ley y la sociedad.

Muchas veces dejando encender pasiones desordenadas, hombres y mujeres se


lanzan en busca de una aventura amorosa cayendo en degradación moral y culpas que
atormentan. El sabio Salomón observando estas prácticas dijo: “El que comete adulterio es
falto de entendimiento; corrompe su alma el que tal hace. Heridas y vergüenza hallará”
(Proverbios 6: 32 y 33).

Pero Jesús fue más profundo en el tema, pues dijo: “El que mira a una mujer para
codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”. Con esto estaba afirmando que el primer
paso es consentir un anhelo pecaminoso en la mente y al guardarlo en el corazón, se
concretará en acciones.

Nuestra generación ha sido influenciada por la pornografía, que distorsiona el


verdadero propósito de la sexualidad. La mujer es vista como un objeto de placer, y el
hombre como cliente y consumidor. En décadas pasadas ser varón implicaba tener la libertad
y derecho de engañar a su esposa, pero desde la invención de la píldora anticonceptiva, la
mujer se ha sentido en igualdad de condiciones para la experimentación prematrimonial y
extramatrimonial. Del mismo modo se está aceptando como normal las relaciones
homosexuales, al punto que en algunas Constituciones se ha legalizado la unión matrimonial
entre personas del mismo sexo. Para los cristianos, todo lo legalmente posible, no es
éticamente admisible, por lo que reafirmamos el valor del matrimonio civil entre varón y
mujer. ¡Cuántos conceptos equivocados!

Contrariamente a lo que muchos suponen, las Sagradas Escrituras nos hablan acerca
de la sexualidad. Es más: hay un libro que se llama El Cantar de los Cantares, que está
compuesto de varias figuras que representan el genuino amor y erotismo que son esperables
entre el esposo y la esposa.

Dios ha colocado el atractivo natural entre ambos sexos, no para atormentarlos, sino
para disfrutarlo. Desde la perspectiva bíblica, hay tres claros propósitos en la sexualidad.
Ellos son: la expresión del amor, el placer y la procreación, siempre dentro del límite del
matrimonio.

Jóvenes, no arruinen sus vidas con lo que Dios ha


diseñado y sepan esperar hasta el día en que formen un
hogar. Al pasar el tiempo los esposos deben seguir
manteniendo el deseo mutuo que despertará un legítimo
anhelo y así poner en práctica la enseñanza bíblica que
dice: “Alégrate con la mujer de tu juventud, como cierva
amada y graciosa gacela. Sus caricias te satisfagan en
todo tiempo, y en su amor recréate siempre”
(Proverbios 5: 18 y 19).

JESÚS HABLÓ DE LOS BIENES MATERIALES

En una sociedad que estaba compuesta por amos y esclavos, explica que el dinero no
se debe transformar en un señor ante el cual tener una actitud servil. En la ocasión, usó
estas palabras:

“Ninguno puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o
estimará al uno y menospreciará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas” (Mateo
6: 24).

No hay dudas de que vivimos en una sociedad materialista, que ha hecho del confort
y el consumo un verdadero culto. Esto genera todo un abanico de actitudes y estilo de vida
particulares, donde la acción de comprar, tener y exhibir se ha transformado en la principal
finalidad de la vida.

Cuando no se alcanza lo deseado aparece la frustración, la desdicha y


hasta los celos por la prosperidad ajena. El afán por obtener bienes y
servicios establece un nuevo modelo de familia que se caracteriza por
padres ausentes que viven todo el día trabajando para obtener
electrodomésticos, video-games, automóviles y viajes. Sin embargo,
pocos reparan en el hecho de que esta situación les resta tiempo para
dialogar con sus hijos, privándoles de afecto, estímulo y orientación. Por
esto no es extrañó que muchos jóvenes solitarios, se refugien más
adelante en la droga o el alcohol.

Pero la actitud idolátrica hacia el dinero no es exclusiva de los que lo poseen, sino
también de aquellos que quieren poseerlo. La seducción que produce empuja a ceder a la
tentación de obtenerlo por mecanismos ilícitos o deshonestos. Asimismo se nos ofrece
permanentemente la posibilidad de adquirir lo que queremos, recurriendo a las tarjetas de
crédito que con sus elevados intereses comprometerán el salario y patrimonio personal, con
grandes endeudamientos.

Ante la crisis financiera mundial y los pronósticos poco alentadores, es imprescindible


que adoptemos conductas austeras, aprendiendo a diferenciar lo que es imprescindible de lo
accesorio. ¡Hay que disciplinar el bolsillo!

Dice Dios a los esposos: “¿Por qué gastas tu dinero en lo que no es pan, y vuestro
trabajo en lo que no sacia?” (Isaías 55: 2). Asimismo enseña la Biblia que una mujer
virtuosa es modesta y precavida y: “con voluntad trabaja con sus manos y no carecerá de
ganancias” (Proverbios 31: 13 y 11). Los jóvenes tienen que resistir la presión de usar ropas
de marcas internacionales, exigiendo a sus padres gastos innecesarios, sólo por la necesidad
de estar a tono con lo que les imponen las empresas de la moda.

Que bien haremos si ponemos por obra el consejo bíblico que expresa: “Sean
vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te
desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13: 5).

CONCLUSIÓN

Esto es lo que enseñó Jesús. Explicó que al escuchar su Palabra y ponerla por obra, se
colocarán los fundamentos sólidos que posibilitarán que ante los fuertes temporales, la casa
permanezca firme.

Con mucha frecuencia hablo con personas que se sienten mal porque no pueden
controlar su carácter y lastiman a su cónyuge o a sus hijos. Otros sienten la culpa de la
infidelidad o administran equivocadamente el dinero. Quieren cambiar, se esfuerzan en
hacerlo y aunque hagan promesas al resto de la familia, se encuentran atrapados en la
reiteración de sus errores.

Dice la Biblia: “Si el Señor, no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican”
(Salmo 127:1). Hay posibilidad de una vida distinta, si le permite a Jesucristo construir su
hogar.

Cuando él murió en la cruz, cargó con esos pecados que anidados en el


corazón se expresan en las relaciones familiares. Si los reconocemos, y con
sinceridad los confesamos, recibiremos su perdón. Al reconciliarnos con Dios,
también habrá reconciliación entre los integrantes de la familia y el hogar se
transformará en un espacio, donde esposos, padres e hijos, experimentan una
nueva vida de relaciones profundas y satisfactorias.

Lic. Pedro Lapadjian

Pastor

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