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Sweet Poison. Nuestro trabajo es totalmente sin fines de


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Sinopsis

Quiero a la única chica que no puedo tener...

Zoe Romero está atrapada en un contrato de matrimonio con el


psicópata más sádico de Kingmakers.

Ella no podría estar más fuera de los límites. Robársela a Rocco


Prince rompería las reglas más férreas del mundo de la mafia.

Pero tengo que tenerla. Es mi alma gemela. La quiero a ella, o a


nadie.

Haré cualquier cosa para salvarla. Rocco hará cualquier cosa para
destruirla.

Tengo una oportunidad para lograr lo imposible...


Por todas mis hermosas Love Larks que me han dado tanta energía e
inspiración para esta serie, y algunas grandes ideas que robo
mientras estás teorizando en nuestro grupo de Facebook;)
También gracias a todas las mujeres que hacen maravillosos
collages, ediciones, videos, Tiktoks y listas de reproducción. Tu arte
me alimenta. No hay mayor cumplido que cuando basas tus
proyectos en mis personajes.

Xoxoxo

-Sophie
Playlist Official de The Rebel

Vintage - Blu DeTiger


Astronaut In The Ocean - Masked Wolf
POPSTAR - DJ Khaled, Drake
Money - The Flying Lizards
Asturias - Marc Lezwijn
Calm Down - G-Eazy
feel something - Bea Miller
Everyday - A$AP Rocky
Paint It Black - Vanessa Carlton
feel good inc. - renforshort
Plas c Hearts - Miley Cyrus
Drugs - UPSAHL
Just A Lil Bit - 50 Cent
Señorita - Shawn Mendes & Camila Cabello
O en - The Weeknd
Choke - Royal & the Serpent
Unchained Melody - The Righteous Brothers
Can't Help Falling In Love - Kina Grannis
S ll Don't Know My Name - Labrinth
Take On Me (MTV Unplugged) - a-ha
Minefields - Faouzia & John Legend
1

ZOE

Esta noche es mi fiesta de compromiso.

Nunca he estado menos emocionada de celebrar algo.

Mi madrastra Daniela envía a su equipo de especialistas para


asegurarse de que esté en forma, por lo que Rocco y su familia
pueden estar seguros de que están obteniendo el valor por su dinero.

Vienen a mi habitación a las tres en punto de la tarde y pasan las


siguientes cuatro horas frotando, exfoliando, depilando,
humectando, pintando y arreglando cada centímetro cuadrado de mi
cuerpo.

La pelea empieza inmediatamente cuando exijo saber por qué me


están depilando la línea del bikini.

―'Es una fiesta de compromiso' ―le digo a Daniela―. No la noche


de bodas. No espero que nadie revise debajo mi falda.

Miro a mi madrastra, que ya está en medio de sus propios y


agotadores preparativos para la noche que viene. Tiene una máscara
de barro en su rostro y su cabello está recogido en rulos del tamaño
de latas de sopa. Lejos de verse ridícula, solo la hace parecer aún
más imperiosa cuando los rulos rodean su cabeza como una corona,
y la máscara oscurece los pocos indicios de emoción que Daniela
revela. No puedo decir si ella realmente carece de un sentimiento
humano o si es muy buena para ocultarlo.
Daniela es solo diez años mayor que yo.

Yo tenía nueve cuando mi madre murió, y nueve y medio


cuando mi padre se volvió a casar.

Él utilizó a mi madre como una vieja esponja, haciéndola pasar


por catorce embarazos, diez abortos, dos partos muertos, y la
vergonzosa llegada mía y mi hermana Catalina, de los cuales
ninguno produjo un heredero varón.

Ese último parto con un feto muerto fue su muerte. Tuvo una
hemorragia en la camilla. La parte más oscura de mí sospecha que
mi padre retuvo al médico, permitiendo que la vida se frenará de mi
madre como castigo por el hecho de que incluso ese bebé sin
respiración era una niña.

Mi padre entró en cólera.

No hubo consuelo para Catalina y yo, ni tiempo para llorar a


nuestra madre. En vez de eso, ordenó vestidos de 'niña de flores'.

Ya estaba haciendo arreglos para casarse con Daniela, la hija


menor del jefe de clan gallego rival. Sus hermanas habían tenido dos
hijos cada una para sus maridos, prueba a los ojos de mi padre de
que Daniela también sería fértil y útil.

Daniela quedó embarazada en la luna de miel, pero un análisis


de anatomía mostró que el feto era de nuevo del sexo femenino y mi
padre la obligó a abortar.

Solo lo sé porque lo escuché gritarle por horas, reprendiéndola


para que lo hiciera. Estuvo enferma durante varias semanas, pálida e
incapaz de caminar de una habitación a otra sin encorvarse.
No sé cuántas veces más la obligaron a repetir ese proceso.

Finalmente, mi padre dejó de confiar en el destino y recurrió a la


ciencia.

Acudieron a especialistas en fertilidad. Daniela se sometió a


varias rondas de fecundación in vitro, en las que se extrajeron óvulos
con el único fin de seleccionar el sexo con antelación.

Ninguno de estos intentos fue exitoso. Daniela no tuvo ningún


bebé.

Me sentiría mal por ella, pero la simpatía no sería devuelta.

Daniela me odia y también odia a mi hermana.

Su lealtad es toda hacia mi padre, sin importar cómo la maltrate.


Es su espía constante, actuando como carcelera de Catalina y mía, y
ayudando a llevar a cabo todos los planes más insidiosos de mi
padre para nosotras.

Cómo este compromiso.

Fue Daniela quien negoció el acuerdo con Rocco Prince y su


familia. Le dijo a la madre de Rocco que yo era inteligente, estudiosa,
obediente, sumisa, y por supuesto, hermosa.

Cuando sólo tenía doce años, ella le envió a los Prince fotografías
mías sentada junto a la piscina en mi traje de baño.

La primera visita de los Prince no tardó en llegar. Rocco tenía


trece años, era solo un año mayor que yo, pero ya podría decir que
había algo muy mal con él.
Salió al jardín donde estaba sentada en un banco debajo de los
naranjos, leyendo The Witch of Blackbird Pond. Me levanté cuando lo
vi acercarse, alisando la falda blanca de muselina del vestido de
verano que Daniela había seleccionado para mí.

Por aquel entonces, era lo suficientemente inocente como para


seguir fantaseando con una vida mejor. Había visto películas como
la Bella durmiente y La princesa cisne, en las que el príncipe y la
princesa eran comprometidos por sus padres, pero su amor era
auténtico.

Así que cuando me enteré que Rocco venía a verme, imaginé que
sería guapo y dulce, y que tal vez nos escribiríamos cartas como
amigos por correspondencia.

Cuando se acercó a mí en el jardín, me complació ver que era


alto, de cabello oscuro, delgado y pálido con el aspecto de un artista.

―Hola ―dije―. Soy Zoe.

Me dio una mirada evaluándome, sin responder al principio.


Luego dijo:

―¿Por qué estás leyendo?

Me pareció una pregunta extraña. No "¿Qué estás leyendo?" sino


"¿Por qué estás leyendo?"

―¿Intentas impresionarme? ―dijo.

Sacudí la cabeza, confundida y nerviosa.

―Siempre leo los sábados ―dije―. Cuando no hay escuela.


No le dije que no había nada más que hacer en mi casa, a Cata y a
mí no se nos permitía ver la televisión ni jugar videojuegos.

Recogió mi novela del banco, examinó la portada y la volvió a


tirar despectivamente, perdiendo la página por donde iba. Me
molestó, pero traté de no demostrarlo. Después de todo, él era mi
invitado y ya era consciente de que nuestros futuros estaban
destinados a entrelazarse.

―Eres bonita ―dijo, desapasionadamente, mirándome de


nuevo―. Demasiado alta, sin embargo.

Si eso significaba que no querría casarse conmigo, ya estaba


empezando a pensar que eso podría ser algo bueno.

―¿Vives en Hamburgo? ―pregunté, tratando de ocultar mi


creciente desagrado.

―Sí ―dijo Rocco, con una sacudida de su cabello oscuro que


podría haber sido orgullo o desdén, aún no podía decirlo―. ¿Has
estado alguna vez ahí?

―No ―dije.

―Eso me imaginaba.

Noté pequeñas manchas negras en el azul de sus ojos, como


alguien hubiera salpicado sus iris con tinta.

―¿Qué es ese ruido? ―Rocco preguntó.

Un loro estaba chillando en el naranjo, volando en picado sobre


nuestras cabezas y luego regresando a su rama.
―Está molesto porque tiene un nido lleno de bebés ahí arriba
―dije―. Quiere que nos vayamos.

Rocco metió la mano dentro de su chaqueta y sacó una pistola de


balines. Era pequeña, del tamaño de una pistola real. Supuse que era
una pistola de juguete, y me pareció infantil que la llevara encima.

Apuntó al pequeño loro verde, siguiendo su camino de vuelo en


la mira. Pensé que estaba jugando, tratando de impresionarme.
Entonces apretó el gatillo y escuché un fuerte soplo de aire. El loro
enmudeció, se cortó en medio del llanto y cayó como una piedra en
la maceta.

Grité y corrí hacia él.

Recogí el loro de la tierra, viendo el pequeño agujero oscuro en


su pecho.

―¿Por qué hiciste eso? ―grité.

Pensé en sus bebés en el nido. Ahora que el loro ya no graznaba,


podía escuchar sus débiles chillidos.

Rocco se puso a mi lado, mirando al pájaro de color musgo.


Parecía patético en mis manos con sus alas dobladas y polvorientas.

―Los polluelos esperarán y esperarán ―dijo―. Al final morirán


de hambre.

Su voz era plana e inexpresiva.

Miré en su rostro y no vi ninguna culpa o piedad en él. Sólo la


ausencia de expresión.
Excepto por la pequeña curvatura hacia arriba de sus labios.

Esas pequeñas manchas negras en sus iris me recordaron al


moho. Como si hubiera algo rancio en él, pudriéndolo por dentro.

―Eres horrible ―dije, dejando caer el pájaro y limpiando


atávicamente mis palmas de las manos en los costados de mi
vestido.

Entonces, Rocco si sonrió, mostrando unos dientes blancos y


parejos.

―Soló nos estamos conociendo ―dijo.

Rocco no ha mejorado al conocerlo. Cada vez que lo veo, lo


detesto más.

Esta noche se espera que baile con él, que me cuelgue de su brazo
y que lo mire como si estuviéramos enamorados. Es todo un
espectáculo para los invitados.

No me quiere más que yo a él.

Lo único que le gusta de mí es lo mucho que lo desprecio. Lo


disfruta mucho.

Ese es el hombre por el que Daniela exige que me depile el coño.

La miro con profunda desconfianza, preguntándome qué sabe


que ella que yo no sepa. ¿Por qué cree que es importante que esté
perfectamente suave de la barbilla para abajo? ¿Qué espera que
ocurra?
―No lo voy a hacer ―le digo―. No me va a tocar esta noche.

Daniela inclina la cabeza hacia un lado, con los ojos


entrecerrados.

Es muy guapa, nunca negaría eso. Tiene la mirada austera de una


santa en un cuadro. Como una santa, adora a un dios cruel y
vengativo: Mi padre.

―Será mejor que aprendas a complacerlo ―dice en voz baja―.


Será mucho más difícil para ti si luchas. Las cosas que un hombre
puede hacerle a su esposa cuando está atrapada con él, sola en una
gran casa como esta, con solo sus soldados.

Parpadea lentamente de una manera que siempre me recuerda a


un reptil.

―Deberías aprender a halagarlo. Cómo ayudarlo. Cómo servirle


con tu cuerpo.

―Prefiero morir ―le digo rotundamente.

Ella se ríe suavemente.

―Oh, desearás estar muerta... ―dice.

Señala con la cabeza a su equipo de esteticistas. Con un poco de


fuerza, me empujan hacia la tumbona, me separan las piernas y me
extienden la cera caliente sobre la totalidad de mi coño, hasta el
punto de mi ano. Luego me arrancan la cera en tiras, hasta dejarme
absolutamente lisa como un huevo en todas partes.

Daniela mira todo, luego examina el resultado final. Ella verifica


mi coño desnudo para ver si hay algún signo de deformidad que
pueda desbaratar sus planes. Luego asiente su aprobación.

―Cuando me presentaron a tu padre, me desnudaron delante de


una docena de sus soldados. Me evaluaron como a un caballo en una
subasta ―dice―. Agradece que solo tengas que impresionar a Rocco.

Me deja con las esteticistas para que pueda completar su propio


embellecimiento.

Daniela ya ha seleccionado la ropa y las joyas que llevaré.

Las esteticistas llevan a cabo sus órdenes y me ponen una bata


sofocante que me levanta los pechos y me ciñe la cintura a una
fracción de su tamaño habitual. El vestido es largo, dorado y
brillante, con un tipo de mangas que no son mangas en absoluto,
sino sólo tela drapeada bajo los hombros. Llevo el cabello recogido
en la cabeza con una cinta dorada a modo de diadema.

Todo es innegablemente hermoso, con un gusto impecable.

Soy un brillante regalo de oro.

Un sudario negro sería más apropiado. Siento que voy a mi


propio funeral.

Soy como esas doncellas que los incas sacrificaban a los dioses:
las vírgenes del sol. Durante todo el año eran alimentadas con
manjares: maíz y carne de llama. Las bañaban y embellecían con
tocados de plumas y collares de conchas exóticas. Y luego las
llevaban a las tumbas en la cima de la montaña, para sellarlas dentro
como una ofrenda a un dios que anhelaba su muerte.

Catalina entra en mi habitación, igualmente vestida para la noche


que se avecinaba.
Cat encaja perfectamente con su nombre. Es pequeña y ágil, y se
mueve tan silenciosamente como un pequeño gato negro. Tiene una
bonita cara en forma de corazón, grandes y oscuros ojos y una pizca
de pecas en la nariz. Va vestida con un vestido de color lavanda
pálido.

Aunque solo nos separa un año, se ve mucho más joven.

Siempre ha sido tímida.

Puedo ver lo nerviosa que está por la fiesta, por tener a todo el
mundo mirándonos. Por suerte para ella, la mayor parte de la
atención se dirigirá en mi dirección. Y no tiene que preocuparse de
que la obliguen a contraer un odioso contrato de matrimonio, al
menos aún no. Eso fue parte de mi acuerdo con mi padre: Cat no
tiene que casarse hasta que se gradúe en la universidad, y yo
tampoco.

Mi padre y mi madrastra me permiten asistir a Kingmakers


durante los cuatro años, siempre y cuando acepte casarme con Rocco
directamente después de la graduación.

Fue una última y desesperada estrategia por mi parte para


retrasar lo inevitable.

Solo aceptaron porque Rocco también está en Kingmakers, al


igual que muchos de sus primos y de los míos, siempre cerca para
espiarme, para asegurarse de que no bebo ni salgo con nadie ni
incumplo ninguna de las reglas del compromiso.

Kingmakers no es una escuela normal.

Es un colegio privado para los hijos de las familias mafiosas de


todo el mundo, ubicado en Visine Dvorca, una pequeña isla en el
mar Adriático.

No se puede imaginar un lugar más solitario o aislado.

Y, sin embargo, casi disfruté de mi primer año.

Fue la primera vez que viví lejos de mi padre. El alivio que sentí,
sola en mi pequeña habitación, no se parecía a nada que hubiera
experimentado. Cuando asistía a mis clases, era libre de estudiar y
aprender, e incluso de hacer amigos sin juicios constantes, sin
críticas constantes.

Kingmakers es una fortaleza de castillo, una ciudad en sí misma.


Tan vasta y extensa que podía evitar fácilmente a Rocco la mayor
parte del tiempo. Como es un año mayor que yo, no compartimos
clases juntos.

El alivio que sentí fue doloroso, porque sabía que no podía durar.

Probar la libertad sólo podría hacerme más daño al final.

Me sentí culpable por dejar a Cat sola, sé que fue un año difícil
para ella, puedo verlo cuando se sienta en el borde de mi cama.
Tiene una reacción de sobresalto al ruido que ha empeorado desde
que me fui.

Pero pronto experimentará la misma libertad, la han aceptado en


Pintamonas y se irá en otoño, igual que yo.

Cat es una artista talentosa. Le encanta dibujar, pintar y el diseño


gráfico. Florecerá muy bien en la escuela.

Cuanto más se aleje de nuestro mundo, mejor será para ella. Tal
vez se escape por completo, de alguna manera o de alguna forma.
―Te ves impresionante ―me dice Cat, con los ojos muy abiertos e
impresionada.

Cat es tan inocente, siempre he intentado protegerla de las cosas


más feas de nuestras vidas. Como lo mucho que detesto a Rocco.

Sabe que no estoy emocionada de ser empujada al matrimonio,


pero nunca le he dicho lo mucho que me aterroriza. La devastaría.
No hay nada que ella pueda hacer para ayudarme.

―Los Prince estarán tan impresionados por ti ―dice Cat


sinceramente.

―Te ves preciosa, también ―le digo.

―He hecho esto para ti ―dice Cat.

Con cuidado, ella pone una pulsera en la palma de mi mano. Es


delicada e intrincada, una red de pequeñas cuentas doradas
engarzadas en cables tejidos. No puedo imaginarme las horas de
trabajo minucioso para trenzar esos frágiles hilos.

Me dan ganas de llorar.

Saber que te quieren, que te quieren de verdad, al menos una


persona, hace la diferencia en el mundo.

Rodeo a mi hermana con el brazo y la abrazo con fuerza,


cerrando mis ojos ardientes.

―Gracias Cat ―murmuro.

―Te ayudaré a ponértela ―dice.


Me rodea la muñeca y cierra el pequeño broche. Se adapta
perfectamente.

Daniela estará furiosa si ve que he aumentado su meticuloso


look, pero me importa un carajo. No puedo expresarle a Cat cuánto
significa para mí llevar algo que realmente me gusta, un buen
presagio en esta horrible noche.

―Será mejor que bajemos ―le digo a Cat.

Aunque Cat y yo llegamos temprano, nuestro padre y madrastra


ya están esperando en el aireado vestíbulo. Eso demuestra lo
ansiosos que están para cerrar este trato con la familia Prince.

Daniela está usando un vestido elegante de color bronce, con su


cabello recogido en un elegante moño. Mi padre lleva una chaqueta
de terciopelo negro con un pañuelo de bolsillo a juego. Es un
hombre de altura y anchura considerables, aunque Daniela siempre
tiene cuidado de seleccionar tacones que la sitúen al menos uno o
dos centímetros por debajo de él. Tiene una melena canosa que lo
hace parecer un león mayor, y una nariz amplia y aristocrática. Su
boca es la única característica débil sobre él, sus labios son finos y sin
carne, siempre tirando hacia abajo de las comisuras.

Se giran para examinarnos a Cat y a mí mientras bajamos las


escaleras. Meto la muñeca izquierda en los pliegues de mi falda, para
que Daniela no note la pulsera.

Daniela frunce el ceño, disgustada por algo en nuestro aspecto.


Tal vez sean los rizos sueltos de Cat que nunca pueden ser domados,
a pesar de los mejores esfuerzos de los profesionales. Tal vez piense
que mi cintura no es lo suficientemente pequeña. Siempre es algo, y
por lo general nada que podamos arreglar.
Mi padre asiente con aprobación, por lo que Daniela guarda
silencio.

―Asegúrate de hacer reverencia a Rocco cuando lo veas ―dice mi


padre.

Aplaudo la parte rebelde de mí que se encoge ante esa


instrucción. Odio este desfile formal de afecto falso, odio que se
espere de mí que me incline y haga muecas durante toda la noche
delante de todos estos odiosos desconocidos.

Sigo a mi padre fuera de la casa hasta la limusina.

Vivimos en una villa de estilo tradicional en Sitges, en la costa


sur de Barcelona. Mi padre compró este lugar por la inusual
amplitud del terreno y clara vista del océano. El terreno incluye un
spa y una sauna, un baño turco, varios estanques con peces exóticos,
un gran comedor al aire libre y un huerto. Rodeado por todos lados,
por supuesto, de setos y muros de piedra.

Le gusta considerarse un caballero, aunque descendemos de


pescadores.

Los clanes gallegos eran todos pescadores para comenzar.

Luego el golfo de Vizcaya se agotó y se dedicaron al contrabando


de tabaco. El contrabando era mucho más lucrativo que la pesca, las
flotas se multiplicaron y los pescadores se enriquecieron con redes
vacías y bodegas llenas de tabaco, hachís y cocaína.

Los gallegos establecieron contactos en Colombia y Marruecos.


España se convirtió en el punto de entrada de la mayor parte de la
cocaína de alta calidad contrabandeada en Europa.
Construyeron rutas de distribución hacia Portugal, Francia y
Gran Bretaña, y se aliaron con los albaneses y la mafia turca para
introducir también la heroína. Compraron a políticos y se ganaron el
cariño de la gente patrocinando festivales, escuelas y equipos de
fútbol. El Juventud Cambados se convirtió en los jugadores de fútbol
mejor pagados del país, a pesar de estar ubicado en un pequeño
pueblo, todo gracias al dinero del narco.

Pero lo que había sido una operación local entre los unidos clanes
gallegos se convirtió en una empresa internacional. Los clanes
comenzaron a enemistarse, los resentimientos arraigados volvieron a
surgir y esta vez con fuerza exponencial.

Las amenazas se convirtieron en secuestros, el secuestro se


convirtió en tortura y asesinato, un ciclo de represalias sangrientas
dividió los clanes.

Aquí es donde se encuentra ahora mi padre: atrapado entre el


poderoso clan Alonso, que se ha aliado con los británicos y la familia
Torres dueña del Partido Popular y del primer ministro de Galicia.

Mi padre necesita un socio, o será tragado por uno de los otros


clanes, o peor, aplastado debajo de su bota. Solo se aferra a su
imperio con las uñas.

Ahí es donde entra la familia Prince.

Los Prince poseen la red de distribución más poderosa de


Alemania. Con nuestro producto y su red, todos nos volveremos
ricos sin medida.

Por el pequeño precio de mi matrimonio con Rocco Prince.


Estoy segura de que sus padres saben que están criando un
psicópata.

Rebotó por los internados de toda Europa para acallar los


rumores de su crueldad, su depravación, su violencia sin sentido...

Dudo que haya una familia de la mafia en Alemania que le dé


una de sus hijas.

Pero un español desesperado... Sí, mi padre me entregará con


gusto mientras tenga la protección que necesita.

Mientras nos sentamos en el asiento trasero de la limusina, mi


padre descorcha una botella de champán frío y llena las cuatro
copas, con la mano firme incluso con el movimiento impredecible
del auto en marcha mientras nos dirigimos a la ciudad.

―Por asegurar nuestra fortuna ―dice, levantando su copa.

Daniela observa cómo me bebo la mía.

Solían atiborrar a las vírgenes incas con alcohol y coca para


mantenerlas dóciles. Para ayudarlas a aceptar su horrible destino.

―Toma otra copa, por qué no ―me dice Daniela―. Para los
nervios.

Vamos hacia Port Vell, a los astilleros reales. Los antiguos


astilleros medievales han sido renovados para convertirlos en
grandes destinos para bodas y galas. Los amplios espacios que una
vez albergaron los huesos de los barquentinos ahora acogen a la élite
de la sociedad española con sus esmóquines y vestidos de gala, con
sus risas gentiles resonando en lo alto de las vigas.
Es casi medianoche. En Barcelona, no cenamos hasta las diez de
la noche, esta fiesta no alcanzará su punto álgido hasta la
madrugada, ya estoy agotada solo de pensarlo.

Mi padre toma mi brazo en un agarre de acero y me dirige


implacablemente hacia el centro de la sala donde puedo ver a Dieter,
Gisela y Rocco Prince celebrando la corte entre sus numerosos
admiradores.

Los Prince parecen tan regios como su nombre, Dieter podría ser
un Káiser con su bigote negro inmaculadamente recortado y su
esmoquin de estilo militar. Gisela es rubia y pálida,
significativamente más joven que su esposo. Rocco se encuentra
entre ellos, con el pelo negro peinado hacia atrás, la cara delgada y
pálida y bien afeitada, las mejillas, tan hundidas que una sombra
oscura le recorre desde la oreja hasta la mandíbula.

Mi padre me empuja hacia adelante, así que me veo obligada a


hacer una pequeña reverencia ante Rocco. Siento sus ojos mirando
por la parte delantera de este vestido ridículo. Me obliga mantener
esa posición un instante más, antes de poner sus dedos fríos y
delgados bajo mi barbilla e inclinarme la cara.

―Hola, mi amor ―dice en su voz suave y sensual.

Sus dedos se sienten tan suaves y fríos como la cola de una


serpiente. Quiero alejarme de su toque.

En cambio, me levanta y deja que las yemas de sus dedos


recorran mi clavícula y la parte superior de mis pechos mientras me
suelta.

Hago una pequeña reverencia a su madre y a su padre. Dieter


Prince toma mi mano y se la lleva los labios en un beso breve y seco.
Prefiero su indiferencia al tormento deliberado de su hijo.

Gisela Prince me mira brevemente y luego aparta la mirada.


Apenas he hablado con la madre de Rocco, pero si sabe algo sobre su
hijo, debe sentir cierta culpa sobre el destino que me espera.
Supongo que hay una razón por la que los Prince nunca tuvieron
otros hijos, puede que les preocupara que Rocco estrangulara al bebé
mientras dormía.

―¿Bailamos? ―dice Rocco.

No espera mi respuesta. Toma mi mano y me lleva a la pista de


baile, que ya está llena de parejas que se arremolinan. La guitarra
española ligera y cadenciosa contrasta con la tensa repulsión que
siento cada vez que Rocco me toca.

Los músicos están tocando Asturias, pero tan pronto como Rocco
me tiene en la pista, chasquea los dedos, ordenando que cambien al
tango en su lugar.

―No sé bailar tango ―le digo, tratando de alejarme.

Me atrae contra su cuerpo, con la mano aunando mi nuca y los


dedos clavándose en la vulnerable piel de mi garganta.

―No me mientas ―me dice al oído.

Los bandoneones dobles tocan su riff introductorio, sus dedos


vuelan sobre las cuerdas. Rocco mete su muslo entre los míos y me
sumerge en su otra pierna hasta que parece que se me va a romper la
columna vertebral. Entonces me levanta de nuevo, con nuestros
cuerpos pegados desde el pecho hasta la cadera y con su cara a
escasos centímetros de la mía. Me obliga a mirar sus ojos y lo mucho
que disfruta de esto.
Avanza a grandes zancadas, empujándome hacia atrás en cuatro
largos pasos. Rocco es delgado, pero terriblemente fuerte; no hay
nada en su cuerpo más que músculos y tendones. Luchar contra él es
inútil, especialmente cuando todas las miradas de la sala están
puestas en nosotros y no puedo montar una escena.

Levantando su brazo por encima de mi cabeza, me hace girar


como un trompo, y luego me dobla hacia atrás exponiendo mis
pechos a la multitud aún más de lo que ya estaban.

Este es el verdadero propósito de que bailemos juntos, para que


Rocco pueda mostrar su control sobre mí. No hay pasión en su
tango, no hay sensualidad, sus movimientos son rápidos y
técnicamente precisos, pero sin ningún sentimiento. El baile latino es
todo deseo. La música es cruda, insistente, todo calor.

No hay calor en Rocco.

Creo que ni siquiera siente lujuria.

Hace alarde de mi cuerpo porque sabe que me avergüenza. Todo


su placer proviene de mi incomodidad, mi deseo de desafiarlo
contrapuesto a mi total incapacidad para hacerlo.

Me siento como una marioneta con cuerdas. De hecho, me gusta


bailar, las pocas veces que he podido disfrutar sin que nadie me
mire. Rocco está envenenando esto, como envenena todo. Tengo la
cara encendida, siento ácido en la garganta. La canción parece
interminable, la multitud que nos rodea es un borrón de colores y
ojos oscuros y fijos.

Finalmente, la música se detiene y los invitados aplauden


cortésmente. Esta fiesta es una puta farsa, a nadie le importamos
Rocco ni yo, ni nuestra próxima boda. Todos los presentes están
totalmente concentrados en los tratos que planean hacer esta noche,
las conexiones y los acuerdos.

Rocco no me ha soltado.

―Ya está bien de bailar ―le digo―. Necesito una bebida.

―Por supuesto, mi amor ―dice Rocco.

Se deleita en fingir ser el prometido cariñoso usando estos


términos de cariño, pretendiendo que tiene mis intereses en el
corazón. Cuando en realidad todo lo que hace es en busca de su
propia diversión.

Por eso me obliga a tomar su brazo cuando nos dirigimos al bar.


Me quiere cerca, y quiere que lo toque en todo momento.

―Solo agua, por favor ―le digo al camarero. Ya he bebido


bastante en la limusina, no quiero estar ebria cerca de Rocco.

―Dos whiskys ―me dice Rocco.

El camarero lo obedece, no a mí. Sirve el caro licor sobre las


esferas de hielo y nos pasa las bebidas.

―Hasta el fondo ―dice Rocco, con sus ojos azules clavados en los
míos.

Me trago la bebida. Cuanto antes acabe con estas sutilezas, bailar


con él, beber con él, hablar con él, antes podremos volver a
separarnos.

―Vamos a dar un paseo por el puerto deportivo ―dice Rocco.


―Yo… no creo que debamos dejar la fiesta ―protesto.

No quiero estar a solas con él.

―Tonterías ―dice Rocco en voz baja―. Es de esperar que la pareja


feliz quiera escabullirse.

Dejo mi vaso en la barra, la esfera de hielo gira como un planeta


solitario.

―Está bien ―digo―. No podré ir lejos en estos tacones.

―Puedes apoyarte en mí ―responde Rocco con una fina sonrisa.

A estas horas debe haber mucha gente en el puerto deportivo en


esta época de la noche. Los muelles están llenos de restaurantes,
discotecas y tiendas. Aun así, sé que no me lleva ahí sin motivo,
siempre tiene una razón.

Miro a mi alrededor en busca de Cat cuando nos vamos,


esperando hacer contacto visual con ella para que sepa a dónde he
ido. Está bailando con uno de los socios de mi padre, una viejo
imbécil con una cabeza calva manchada que la tiene demasiado
cerca de él y le susurra Dios sabe que cosas al oído. La sonrisa de Cat
parece pegada a su cara.

No me ve.

Rocco se da cuenta de hacia dónde miro y sonríe de una manera


que no me gusta nada.

Me mete la mano en el pliegue del codo una vez más y empieza a


pasearme por el puerto deportivo.
―Estás muy unida a tu hermana ¿verdad? ―dice.

―No más de lo normal ―digo.

La mentira es instintiva y automática, Rocco utilizará cualquier


ventaja que pueda encontrar para molestarme, no quiero que sepa
que lo único que me importa en el mundo es Cat.

Pero él ya lo sabe. No hace una pregunta sin saber la respuesta y


siempre puede saber cuándo estoy mintiendo.

―¿Ella te hizo esa pulsera? ―pregunta, tocándola con un dedo


índice largo y delgado.

Arrebato la muñeca irracionalmente indignada. No quiero que


manche la pulsera.

―No ―vuelvo a mentir.

Es mi única protección contra él, negarme a responderle con


sinceridad, incluso en los detalles más pequeños. Intento construir
una pared a su alrededor, aislándolo de cualquier cosa genuina. Es la
única forma de mantenerme a salvo.

Odio mentir, soy una persona honesta, el engaño nunca sabe bien
en mi boca sin importar la razón para ello. La forma en que me
obligan a esconderme y ocultar, por Rocco y por mi padre y
madrastra, me enferma el alma.

A Rocco le gusta hacerme mentir.

Eso es lo que quiere: Destrozarme. Retorcerme y cambiarme.


Pasamos por delante de una marisquería, el patio abierto está
lleno de comensales disfrutando de su vino y pescado escalado.

Más rápido de lo que puedo pestañar, Rocco me agarra del brazo


y me empuja en el estrecho callejón entre dos restaurantes. Me
empuja contra la pared, y el olor a conchas de mejillón vacías y
espinas de pescado me llena las fosas nasales.

Me agarra la mandíbula con la mano y me pellizca con fuerza las


dos mejillas. La presión de mi piel contra mis muelas es
intensamente dolorosa. Me obliga a abrir la boca.

―El año pasado no fuiste muy amable conmigo en la escuela


―sisea, con su nariz a centímetros de la mía―. Casi sentí que me
evitabas Zoe.

Tengo la espalda desnuda pegada a la sucia pared del callejón.


Me duele la mandíbula y me siento absurdamente vulnerable con los
labios separados, espero que intente besarme.

En cambio, me escupe en la boca.

La saliva fría me golpea la lengua. Me abalanzó instintivamente,


arrancando la cara y golpeándolo para que se aleje de mí mientras
me siento miserable y me dan arcadas. El indeseado whisky sale
disparado y vomito sobre el cemento, salpicando mis dedos
desnudos en sus sandalias doradas.

Mi brazo agitado golpea a Rocco en la cara. Me frunce el ceño, ya


sea por el golpe o por mi extrema reacción a su escupitajo en mi
lengua.

Al menos no quiere tocarme más, ahora que he vomitado.


―Espero que tu actitud mejore en septiembre ―dice Rocco con
frialdad―. Si no, habrá consecuencias.

Se aleja de mí, dejándome sola en el callejón.

Las piernas me tiemblan tanto que apenas puedo volver a la


fiesta.

En cuanto entro en la sala, Daniela aparece a mi lado siseando:

―Arréglate el maquillaje, pareces una puta.

Me dirijo a trompicones hacia los baños. Efectivamente, tengo los


ojos llorosos por el vómito y el rímel manchado como si hubiera
hecho una mamada entusiasta en ese callejón.

Daniela no tendría ningún problema con eso, es lo que esperaba


que hiciera. Es la falta de cuidado en mi apariencia lo que ella no
puede soportar.

La saliva de Rocco en mi boca era casi tan mala como la


alternativa.

Me lavo la boca en el fregadero, enjuagándome una y otra vez


hasta que recupero la capacidad de tragar sin vomitar.

No me gusta esta nueva exigencia de Rocco, pero no veo cómo


puede él imponerla. Acepté casarme con él después de la
graduación, nunca dije que seríamos los mejores amigos en la
escuela.

Me deja sola el resto de la noche, y creo que eso es todo lo que me


tiene reservado. Creo que me ha liberado con relativa facilidad.
A la mañana siguiente, mi padre y mi madrastra desayunan con
Dieter y Gisela Prince para despedirlos antes de que regresen a
Hamburgo y sin duda para discutir los detalles de su nueva
colaboración.

No me invitan. Mi ánimo empieza a subir, sabiendo que no


volveré a ver a Rocco hasta que embarque hacia Kingmakers.

Cuando nos encontremos de nuevo, tendré amigas a mi


alrededor: Anna Wilk y Chay Wagner, por ejemplo, que
compartieron el mismo dormitorio conmigo el primer año. Son
chicas formidables, ambas Herederas propiamente dichas que
realmente heredarán los negocios de sus familias en lugar de recibir
el título sólo de nombre y casarse inmediatamente.

Anna dirigirá la mafia polaca de Chicago y tendrá una docena de


Braterstwo bajo su mando. Chay es la Heredera de la sección
berlinesa de los Lobos Nocturnos, una banda rusa de moteros. Con
esas dos chicas a mi lado, no tengo miedo de enfrentarme incluso a
Rocco y sus amigos.

Eso es, hasta que mi padre nos llama a Cat y a mí a su estudio.

Odio entrar en el despacho de mi padre, es un lugar al que nunca


me invitan a menos que esté en problemas, el sudor frío se apodera
de mi piel con solo poner un pie en el umbral.

Cat está aún más asustada, aprieta los dientes con rigidez para no
castañear.
Entramos en su estudio, que es oscuro y opresivo, con las
paredes forradas de estanterías del suelo al techo de madera de
ébano, la mayoría de sus espacios llenos de fósiles en lugar de libros.
Mi padre está inmensamente orgulloso de su colección, que incluye
varias libélulas conservadas en piedra caliza, la pelvis de un
rinoceronte lanudo y un archaeopteryx completo.

No miro nada de eso porque veo a Rocco Prince de pie junto a mi


padre. Rocco va vestido con un traje oscuro y corbata, con un alfiler
de rubí en la solapa que brilla como una gota de sangre, como si se le
cayera de la comisura de los labios.

―Siéntense ―dice mi padre, indicando las sillas que hay frente a


su amplio y reluciente escritorio.

Cat y yo nos sentamos mientras mi padre permanece sentado en


su gran silla y Rocco se sitúa a su lado, como un rey y su verdugo.

―Tu prometido está preocupado por ti ―dice mi padre


mirándome fijamente bajo sus canosas cejas―. Dice que anoche
estabas de mal humor.

Echo una mirada rápida a Rocco tratando de adivinar su


propósito.

Me está castigando por haberlo abofeteado anoche. ¿Pero qué


quiere exactamente?

No sé cómo responder. Discutir sólo me meterá en más


problemas.

―Lo siento ―digo.


―Rocco dice que fuiste infeliz todo el año pasado en Kingmakers.
Dijo que parecías estar sola.

Mis ojos van y vienen entre el ceño fruncido de mi padre y el


rostro liso e impasible de Rocco.

¿Qué es este juego?

¿Intenta que le prometa que lo adularé en el colegio?

¿Intenta que abandone los estudios? No. Rocco todavía tiene dos
años más en Kingmakers. Me quiere ahí donde pueda vigilarme,
estoy segura.

―La escuela fue nueva y diferente al principio ―digo, con


cautela―. Pero creo que al final me adapté.

―Tu prometido no está de acuerdo.

Aprieto las manos con fuerza en mi regazo y mi mente se acelera.


No conozco el punto de vista de Rocco, así que no tengo ni idea de
cómo intentar contrarrestarlo. El reloj de mi padre hace tictac en la
pared con un ruido enloquecedor.

Mi padre se aclara la garganta y mira entre mi hermana y yo.

―Después de discutirlo, he pensado en una manera de que estés


más cómoda en tu segundo año.

Intento tragar, pero tengo la boca demasiado seca.

―¿Qué? ―digo.
―Cat asistirá a Kingmakers contigo.

Cat da un chillido aterrorizado en el asiento contiguo al mío.

Antes de que pueda contenerme, grito:

―¿Qué? ¡No puedes!

La cara de mi padre se ensombrece y baja la cabeza como un toro


a punto de embestir.

―¿Perdón? ―dice.

Veo el destello de una sonrisa en los labios de Rocco, le estoy


haciendo el juego, al desafiar a mi padre sólo estoy afianzando su
decisión.

Intento dar marcha atrás.

―Sólo quería decir... ¿Qué pasa con Pintamonas? Cat ya ha sido


aceptada...

―Ella irá a donde yo le diga ―gruñe mi padre.

―¡Estoy perfectamente feliz en Kingmakers! Ya me he adaptado,


Cat no necesita...

―La escuela de arte no tiene sentido ―interrumpe mi padre―.


Rocco me ha estado contando todo lo que está aprendiendo en
Kingmakers, la variedad de habilidades que se enseñan entre las
distintas divisiones. Cat es tímida. Cobarde, incluso. Le vendría bien
aprender el verdadero trabajo de los mafiosos, aunque sólo sea para
que pueda apreciar lo que hace su marido, cuando llegue el
momento.

Cat me lanza una mirada desesperada y suplicante, rogándome


que piense en alguna forma de sacarla de esto. Le he dicho lo
desafiante que es Kingmakers, lo brutal que puede ser. Para mí es
una distracción bienvenida, para Cat será el infierno en la tierra.

―Por favor, padre ―digo―. Cat es delicada, podría resultar


herida...

―Es hora de que se endurezca ―dice mi padre sin miramientos―.


He tomado mi decisión.

Rocco tomó la decisión, más bien. Luego manipuló a mi padre


para que pensara que era su idea.

No quiero mirar a Rocco, pero no puedo evitarlo.

Le dirijo una mirada furiosa.

Me sonríe, mostrando sus afilados dientes blancos.

―No te preocupes, mi amor ―dice―. Yo me ocuparé de tu


hermana...
2

MILES

Para el lanzamiento del álbum de Iggy, organizo la mayor fiesta


del verano en una antigua fábrica de carbón en Bucktown.

He organizado algunas fiestas, pero esta supera a todas.

Pedí todos los favores que tenía para conseguir que The Shakers
hiciera el set de apertura. Eso es crucial para traer invitados de
primera fila y para dar la impresión de que Iggy es aún más famoso
que la banda más popular de Chicago.

Preparo el escenario y el sistema de sonido en el tejado, y


soborno preventivamente a los policías de guardia para que ignoren
cualquier queja sobre el ruido.

A continuación, reúno la lista de invitados con modelos,


influencers, músicos y fotógrafos, además de todas las jóvenes y
sexys del círculo de mis padres, advirtiéndoles que no cuenten nada
sobre el evento privado, para asegurarme de que envíen mensajes a
todos los hijos de puta que conozcan.

Consigo productos de regalo a bajo precio, haciendo un trueque


con amigos que quieren poner sus artículos de lujo en manos de la
élite de Chicago.

Y, por último, libero un vagón de carga de Bollinger del patio de


maniobras, porque quiero fuentes de champán, y no hay forma de
conseguir lo mejor por un precio razonable.
No hay mejor lugar para una fiesta que una vieja fábrica. Los
amplios espacios abiertos, los enormes hornos en las esquinas, las
paredes de hormigón en bruto y las vigas desnudas en lo alto... dan
esa sensación de autenticidad descarnada que nunca se podría
encontrar en un centro de eventos. La gente de la alta sociedad
quiere sentirse como en los barrios bajos y los artistas necesitan
sentirse como en casa.

Tengo a cuatro de mis chicos encargándose de la seguridad.

Por mucho que quiera que parezca una bacanal fuera de control,
todo tiene que ir bien esta noche. Iggy está a punto de firmar un
contrato de siete cifras con un sello discográfico de Los Ángeles.

Conozco a Iggy desde que éramos niños. Su padre solía ser el


chofer de mi padre cuando era alcalde de la ciudad. Iggy y yo nos
apiñábamos en el asiento delantero acristalado, tocando música y
jodiendo con las luces, mientras mis padres viajaban en la parte de
atrás, trazando estrategias para la noche que les esperaba.

Iggy tiene mucho talento. Sus ganchos son pegadizos, y sus


esquemas de rima tan densos e interconectados que siento que tengo
que escuchar sus canciones cinco veces antes de poder apreciarlas de
verdad.

Iggy es un encanto, es más poeta que gánster. Su único defecto de


personalidad es su disposición a confiar en la gente equivocada.

Lo que nos lleva a la mayor trampa de la noche: el tío de mierda


de Iggy.

―Declan Poe no pasa por esta puerta ―le digo a mi chico Anders,
señalando con la cabeza las puertas dobles de acero de la entrada―.
Si lo ves, me llamas, no esperes a que cause problemas.
Anders asiente. Beckett y Anders están construidos como
refrigeradores gemelos, podrían manejar un pequeño ejército ellos
solos.

Dirijo la fiesta como un maestro al frente de una orquesta.


Distribuyo las bebidas, la comida, la música, la iluminación y el flujo
de invitados con una precisión obsesiva, al tiempo que creo la
ilusión de libertad de movimiento y de elección.

Me deslizo entre la multitud, presentando a modelos


hambrientas de fama a productores sórdidos, a videógrafos
brillantes a representantes de marketing. Cada conexión es un nuevo
favor en mi bolsillo, ya que les ofrezco exactamente lo que necesitan.

También animo a Iggy. Odia tocar en público, se pone nervioso


cada vez.

―Ni siquiera es un concierto ―le digo―. La gente está aquí para


pasar el rato, no hay presión.

Hay una puta tonelada de presión, más presión que la falla de


San Andrés, pero a Iggy no le hará ningún bien escuchar eso.

Todo está impecable, hasta que veo a otra persona no invitada.

Está de pie junto a la barra sorbiendo una copa de mi carísimo


champán robado, con un minivestido que usa menos tela que un
pañuelo de gran tamaño. Veo al menos a seis hombres diferentes
revoloteando a su alrededor esperando su oportunidad para
abalanzarse mientras ella charla con el nuevo lanzador de los Cubs.

El lanzador parece haber recibido un golpe en la cabeza. Mira


fijamente a los ojos de Sabrina con expresión aturdida y no consigue
llevarse la pajita a los labios cuando intenta dar un sorbo a su cóctel
y, en cambio, se pincha en la nariz. Sabrina reprime una risita,
mordiéndose la comisura del labio.

Me abro paso entre la multitud y la agarro del brazo.

―Disculpa ―le digo al pitcher.

Sacude la cabeza, saliendo de su trance.

―¡Oye! ―dice―. ¡Estábamos hablando!

―Ella te va a hablar directamente en la cárcel del condado de


Cook ―le informo―. Tiene dieciséis años.

El pitcher se queda boquiabierto.

Sabrina me frunce el ceño, una expresión que sólo consigue


hacerla más bella. Mi prima es jodidamente peligrosa.

―Suéltame ―dice con frialdad.

―De ninguna jodida manera, te estás colando.

―Oh, por favor. ―Se echa el pelo largo y oscuro por encima del
hombro―. Estás dejando entrar a cualquiera aquí. Ese tipo le regaló
tres home runs a los Sox el jueves.

Sigo arrastrándola hacia la salida.

―Sí, todo el mundo es bienvenido excepto tú.

―¿Por qué?
―Porque no quiero que el tío Nero me corte la puta cabeza.

Ahora Sabrina está realmente enojada.

―¿Hablas en serio?

―Tan serio como la resistencia a los antibióticos.

―¡Miles!

―¡Sabrina! ―La llevo hasta el callejón lleno de hiedra junto a la


fábrica―. Mira, lo entiendo. Odias que te traten como a una niña y
sólo quieres bailar y tomar un par de copas y hacer que esos tipos se
avergüencen para tu diversión. En una noche normal, no tendría
ningún problema, pero me juego mucho en esto y no puedo vigilarte
al mismo tiempo.

―¡No necesito que hagas de niñera!

―Sí, sí, lo sé: puedes cuidarte a ti misma. Ve a hacerlo en otra


fiesta, porque tu padre ya está enojado conmigo.

Silbo para llamar la atención de un taxi que deja otro cargamento


de fiesteros.

Sabrina me mira con una ceja alzada.

―Le robaste el auto.

―Lo tomé prestado para una sesión de fotos, y lo devolví.

―Con arena en el motor.


La empujo al asiento trasero de la cabina.

―¡Buenas noches! ―digo, cerrando la puerta en su cara.

Lo que sea que Sabrina me grite se pierde en el sonido que


emana de la fábrica de carbón.

Con un suspiro de alivio, me regreso hacia la fiesta.

Quiero a mi prima, pero su padre es un psicópata apenas


civilizado y mi noche no necesita más complicaciones.

Además, tengo que centrarme en Iggy. Oigo que The Shakers


están acabando, lo que significa que él saldrá en un par de minutos.

Vuelvo a subir a la azotea, entre bastidores, al pequeño camerino


que he preparado para él. Iggy está revisando su hoja de letras, que
parece el diario de un loco, lleno de garabatos de tinta, líneas
tachadas y pequeñas flechas que señalan revisiones.

Levanta la vista cuando entro, se aparta el pelo desgreñado de los


ojos y me dedica una sonrisa lenta y somnolienta.

―La banda suena muy bien ―dice.

―Tú vas a sonar mejor.

―¿No hay mucha gente ahí fuera?

―No ―miento―. Apenas hay.

En las brillantes luces del escenario, Iggy no verá nada diferente


hasta que ya ha terminado.
―Eso es bueno ―suspira.

La voz normal de Iggy es tan suave y lenta que la transformación


a su rap rápido me sobresalta cada vez.

―Si tu álbum se vende como creo que lo hará, el contrato con


Virgin es seguro ―le digo.

―Pronto lo sabremos ―dice Iggy.

Mi teléfono suena en el bolsillo. Lo saco y veo un mensaje de


Anders:

Poe se presentó con tres tipos, pero lo mandé a la mierda. Creo que se ha
ido.

Bien. Sabía que no podría resistirse a mostrar su fea careta, pero


me alegro de que Beckett y Anders fueran lo suficientemente
intimidantes como para disuadirlo. Si vuelve, vamos a tener una
conversación mucho menos amistosa.

―¿Problemas? ―pregunta Iggy.

―No ―digo, guardando mi teléfono de nuevo en el bolsillo―.


¿Estás listo?

Iggy dobla su hoja de letras y se la mete en el bolsillo. Sé que ya


lo tiene todo guardado en ese cerebro demente que tiene, sólo le
gusta mirarlo para tranquilizarse.

El público grita y aplaude cuando The Shakers hace una


reverencia.
―Parece que hay mucha gente ―dice Iggy suavemente.

―Lo tienes ―lo tranquilizo.

Lo acompaño a las escaleras que suben por la parte trasera del


escenario. El técnico de sonido conecta el micrófono de Iggy y le da
también el de mano. Comienzan a sonar los primeros compases de
Deathless Life. Iggy cuadra los hombros y veo cómo se transforma:
sus ojos se entrecierran, sus labios se tensan y sus dedos agarran el
micrófono.

Entonces sube las escaleras y empieza a gritar con la velocidad de


un subastador:

Dijeron que estaba enterrado

Disecado y muerto

Voy a salir de la tumba

Romperé la piedra en tu cabeza

Estoy sin aliento y temerario

Continuamente subo

Bebo el vaso hasta el fondo

Y chupo la lima...

Para cuando llega al estribillo, toda la azotea está gritando la


letra con él. Iggy sabrá que la fábrica está abarrotada, una masa de
gente que rompe todos los códigos de incendios posibles, pero ya no
importará, está en la onda.

Le dije a mi chico Kelly que lo grabara todo. Se lo enviaré a


Victor Kane esta noche y que me condenen si no firma el contrato en
el acto. Iggy se irá a L.A., donde estará libre de sus parientes
chupasangre.

Justo cuando me estoy deleitando con el triunfo, mi teléfono


vuelve a sonar.

Lo saco y veo el número de Sabrina.

Mi prima no llamaría sólo para rogar que la dejen volver a la


fiesta.

Me acerco el teléfono a la oreja, intuyendo ya lo que voy a


escuchar.

―Tu portero necesita una lección de modales ―dice Poe, con su


áspera voz de tres paquetes al día.

―Nunca ha pasado la prueba de etiqueta del manual de


formación de empleados ―respondo.

―Pero tú si, ¿eh? ―Poe se burla―. Eres todo bromas.

―Yo diría que es una ocurrencia en el mejor de los casos.

―A ver qué gracia tiene cuando estrangule a tu prima y tire su


cuerpo al callejón.

Solté una lenta bocanada de aire.


―No es una buena idea. ¿Sabes quién es su padre?

―Me importa una mierda con quién estén emparentados,


mierdecillas ―sisea Poe―. Baja aquí y deja a tus putos gorilas en el
almacén.

―Es una fábrica ―lo corrijo―. Pero de acuerdo, ya voy.

Me molesta tener que irme en medio de la actuación de Iggy y


aún más molesto por haber arrastrado a Sabrina a esto.
Probablemente se bajó del taxi en cuanto dobló la esquina. Siempre
ha sido un imán para los problemas.

Cuando paso por delante de Beckett y Anders que vigilan la


puerta, Anders dice:

―¿Pasa algo, jefe?

―Un pequeño inconveniente ―digo.

Podría echarle mierda a Anders por no haberme llamado cuando


apareció Poe como le dije que hiciera, pero esto se veía venir de una
forma u otra.

―Espera doce minutos ―le digo a Anders―. Luego ve al callejón.

Él asiente lentamente, con los ojos fijos en los míos. Me doy


cuenta de que preferiría seguirme ahora mismo, pero hará lo que le
pido.

―De acuerdo, jefe ―dice.


―Doce minutos. ―Golpeo el Breitling1 en mi muñeca―. Usa la
puerta lateral.

Anders echa un vistazo a su propio reloj para confirmar la hora y


mueve la cabeza afirmativamente.

Paso por delante de la larga fila de gente que sigue esperando


para entrar, todos mirando con envidia hacia la azotea, donde la
actuación de Iggy patea culos está en pleno apogeo.

Luego doblo la esquina hacia el estrecho callejón donde Poe


espera con sus tres matones.

El callejón es en realidad bastante bonito, la pared de la fábrica


está alfombrada con una gruesa capa de hiedra colgante y el lado
opuesto está bordeado por una ornamentada valla de hierro forjado.
El estrecho espacio canaliza el sonido, de modo que el concierto de
Iggy suena mucho más lejos de lo que realmente está y puedo oír el
eco de mis pasos en el concreto.

Poe tiene a uno de sus amigos idiotas en la entrada del callejón,


un hijo de puta con cara de rata y chaqueta de cuero de gran tamaño.
Me sonríe cuando paso, Poe y sus otros dos matones retienen a
Sabrina al final del callejón, frente a una puerta con candado.

El tipo más grande tiene los brazos de Sabrina inmovilizados en


la espalda, una posición que levanta aún más su diminuto vestido.
Su amigo, un tipo fornido con lágrimas tatuadas en ambas mejillas,
se sitúa ligeramente detrás de ella para poder disfrutar de la vista. Si
no estuviera tan ocupado mirando su trasero, podría notar el brillo
del metal en la parte superior de su muslo.

Sabrina me mira fijamente, no hay ningún indicio de miedo o


remordimiento en su rostro, sólo pura y ardiente furia.
No parece que la hayan maltratado, así que tal vez Poe no sea tan
estúpido como parece.

Parece bastante estúpido, es un personaje de dibujos animados


andante: su cabeza cuadrada y rectangular está asentada sobre un
cuello del mismo grosor, por lo que forma un largo pilar desde el
cráneo hasta los hombros. Tiene la cara tan afeitada que el pelo de la
cabeza se posa sobre ella como un tupé. A esto hay que añadir un
bigote caído y los dientes de Bugs Bunny.

Sin embargo, sería un error encontrarlo cómico. Poe no es ajeno a


la violencia, el hombre más peligroso es aquel que no tiene nada que
perder.

Poe es un convicto de seis años, traficante de drogas y adicto al


fentanilo que está a punto de perder su último billete de comida. Se
aferrará a Iggy hasta que se le arranquen las uñas a menos que
ponga fin a esto de una vez por todas.

―Eres un maldito irrespetuoso, muchacho ―sisea Poe―. ¿Das una


fiesta para el álbum de Iggy y ni siquiera invitas a su representante?

―Tú no eres su mánager ―respondo―. Y tienes razón, no te


respeto. Eres una sanguijuela. Has estado desangrando a Iggy desde
que publicó su primera canción y no haces nada por él.

―¡Lo hago todo por él! ―Poe raspa, indignado―. ¿Quién ayudó a
pagar el alquiler de su madre después de la muerte de su padre?
¿Quién compró sus regalos de Navidad?

―Les dabas cincuenta dólares aquí y allá para poder usar su casa
para esconder tus drogas ―resoplo―. Y la única Navidad que
recuerdo haberte visto es aquella en la que tenías un monitor de
tobillo y necesitabas una dirección permanente para tu oficial de la
condicional.

Si alguien pagaba el alquiler de Iggy era mi padre, que ayudó a la


madre de Iggy a conseguir un trabajo como asistente personal en el
Ayuntamiento después de que su padre cayera muerto por un
derrame cerebral con sólo cuarenta y ocho años.

―¡No tengo que darte explicaciones! ―Poe aúlla, su cara se


vuelve del color de un nabo―. ¿Crees que puedes llevarte a mi
sobrino? Pues yo tengo a tu jodida prima, así que puedes romper ese
contrato de mierda con el jodido como-se-llame-Virgin, o le
arrancaré su bonita cara.

Le doy un segundo para recuperar el aliento. Luego respondo,


con calma.

―Eso no va a pasar, Iggy se va a ir, tú te quedas aquí. Ya está


decidido, pero estoy dispuesto a discutir los términos: podemos
irnos todos contentos esta noche.

―¡Que se jodan tus jodidas condiciones! ―Poe se ríe en mi cara―.


¡Mira a tu alrededor! Somos cuatro y tú uno.

Finjo mirar a sus tres matones con algo parecido al respeto. En


realidad, sólo estoy confirmando sus posiciones exactas y la de Poe,
también.

―No hay necesidad de que esto se ponga feo ―digo.

―Oh, ya pasamos lo feo ―se burla Poe―. ¿Crees que estás


haciendo un trato aquí? Le dispararé a esta perra en la cara sólo para
asegurar la mesa.
Saca una maltrecha 45 de la cintura de sus sucios pantalones y
apunta a Sabrina, amartillando el gatillo. Las fosas nasales de
Sabrina se agitan, calculo que tengo unos dos minutos más antes de
que haga alguna locura, lo que coincide con mi propia línea de
tiempo.

Poe no quiere la zanahoria, es hora de sacar el palo.

―Me alegro de que hayas sacado el tema de las armas de fuego,


Poe ―digo.

Avanzo lentamente para colocarme entre Poe y Sabrina. A Poe no


le importa: le parece bien apuntarme a la cara con su arma. Gira su
cuerpo, con el brazo extendido, de modo que su espalda está en la
pared cubierta de hiedra y los dos matones de Poe están detrás de
mí.

―Es difícil deshacerse de un arma ―digo―. Quiero decir,


deshacerse realmente de ella. Puedes limar los números de serie y
tirarla a un río, pero sigue ahí esperando a ser encontrada, y a veces
no quieres tirarla al río, las malditas cosas son caras, a veces la
tentación de guardarla es demasiado fuerte...

―¿De qué coño estás hablando? ―dice Poe, con el bigote


crispado.

―Iggy y yo somos amigos desde hace mucho tiempo ―digo―.


Como aquella Navidad de la que hablábamos, pasé la mitad de las
vacaciones en su casa. Probablemente recuerdes...

Poe estrecha los ojos hacia mí, con el dedo curvado alrededor del
gatillo de su pistola. No me gusta que lo sostenga de esa manera,
está lo suficientemente nervioso como para dispararme por
accidente.
―Iggy y yo acabábamos de empezar a fumar hierba. Creo que
teníamos catorce, quince años tal vez. Teníamos que encontrar un
lugar donde esconder su alijo para que su madre no nos echara la
bronca. Acabamos desmontando el conducto de ventilación y
metiendo nuestra bolsita en los conductos, aunque es curioso... no
éramos los primeros en esconder algo ahí...

Poe intuye a dónde quiero llegar, pero no se lo cree del todo.

―Acababas de salir de la cárcel después de asaltar el 7-11 de


Kedzie con un par de tus amigos, y alguien le disparó a la cajera...
oops. Murió dos días después. La policía pensó que habías sido tú,
pero no pudieron probarlo en la cinta de seguridad y no tenían el
arma del crimen. Tú escondiste el arma, pero no la escondiste muy
bien. Tíos y sobrinos piensan igual, supongo, porque Iggy la sacó de
la pared.

―Mentira ―sisea Poe. Aunque niega con la cabeza, da un paso


atrás de modo que queda casi presionado contra la hiedra.

―Me temo que no ―digo en voz baja―. Por supuesto que no sabía
qué era esa pistola en ese momento ni de dónde venía, pero cuando
empezaste a exigir que Iggy te pagara una comisión del cuarenta por
ciento... desenterré el archivo de tu viejo caso. Comprobé el calibre
de la bala que sacaron del cuello de la cajera y recordé lo que
encontramos aquella Navidad. Sólo me llevó una hora visitar la casa
de Iggy y comprobar el respiradero de nuevo.

―No sé de qué estás hablando ―dice Poe. Tiene la mandíbula


obstinada y está sudando.

―Todavía estaba ahí. Un revólver Magnum 357 con un rasguño


en la empuñadura, por lo sucio que estaba... creo que ni siquiera
limpiaste tus huellas.
―Maldición, ¿y eso qué? ―Poe grita desafiante―. No significa
nada.

―Significa mucho ―digo―. Me parece que la única prueba que


necesita la policía es esa pistola. Saben que estuviste en la gasolinera
esa noche, sólo que no pudieron probar quién apretó el gatillo, los
asesinatos no prescriben, desafortunadamente...

El agarre de Poe en su arma no es demasiado firme. Mira a un


lado y a otro entre el imbécil desgarbado que sujeta a Sabrina y yo.
Espero que mi influencia sea suficiente para que podamos acabar
con esto pacíficamente, pero también mantengo a los matones de
Poe en mi periferia, contando los segundos que quedan de esos doce
minutos...

―¡Eres un maldito mentiroso! ―Poe grita―. No tienes ningún...

La pesada puerta metálica que le golpea en la espalda le


interrumpe la acusación. No la vio justo detrás de él, cubierta por la
hiedra. Anders atraviesa la puerta lateral a toda velocidad y golpea a
Poe con tanta fuerza que éste sale despedido hacia delante,
extendido sobre el pavimento, arrancándole varias capas de piel de
la cara.

Como estaba esperando exactamente ese momento, tengo ventaja


sobre los otros dos idiotas. Cargo contra el de la cara tatuada,
confiando en que Sabrina se encargue del otro tipo durante un
segundo.

Mi padre siempre me dijo que atacara con inteligencia, no con


fuerza. Cuando tu adrenalina está arriba, la inclinación natural es
entrar repartiendo, tienes que controlar eso si quieres ser estratégico.
Los puños están sobrevalorados: es demasiado fácil romperse la
mano al primer golpe. Es mejor usar las rodillas y los codos.

Me acerco a Lágrimas Caídas con un rodillazo largo,


aprovechando todo el impulso de mi carrera para clavarle la rótula
directamente en el estómago. Luego, cuando se dobla, le doy con el
codo en la nuca.

Justo a mi lado, Alto y Feo ha cometido el error de soltar los


brazos de Sabrina, quizá pensó que ella se quedaría ahí indefensa
mientras él se lanzaba a la lucha, pensó mal.

Con un rápido movimiento, Sabrina desenfunda el pequeño


cuchillo de plata que lleva atado al muslo y le hace un corte en la
cara, abriéndole la mejilla desde la oreja hasta la mandíbula. Él se
lleva la mano a la cara, la sangre se le escurre entre los dedos, y
Sabrina aprovecha esa abertura para apuñalarlo bajo las costillas. Él
cae como una piedra, con su cuchillo aún enterrado en el costado.

Cara de Rata se ha dado cuenta de que su vigilancia del callejón


ha sido infructuosa y que ya no es necesaria, así que viene a la carga
contra mí, tratando de sacar su pistola de su chaqueta de cuero que
ondea. Le lanzo mi teléfono móvil a la cara, golpeándole en el
puente de la nariz con un satisfactorio crujido. A continuación, le
doy un golpe de derecha que le quita el resto de su determinación.

Mientras tanto, Anders forcejea con Poe, que se las ha arreglado


para mantener su pistola a pesar de su breve salida de la gravedad y
de la erupción en la mejilla. Poe aprieta el gatillo salvajemente,
disparando dos tiros al aire, y un tercero que por poco alcanza mi
oreja.

―¡Cuidado! ―grito.
―Lo siento ―gruñe Anders. Le arranca la pistola de la mano a
Poe y la utiliza para golpearlo en la mandíbula. Un diente sale
volando de la boca de Poe y aterriza junto al zapato de Sabrina.

―Asco ―dice ella.

Arranco la pistola de la chaqueta de Cara de Rata y le doy otra


patada en la tripa para recordarle que se quede en el suelo. Luego
examino a Alto y Feo.

―Sabrina ―digo, con un suspiro irritado―. ¿Tenías que ir por el


hígado? No pensaba enterrar un cadáver esta noche.

Alto y Feo me mira, haciendo una mueca de dolor.

―No estoy muerto ―suplica.

―Lo estarás si te saco ese cuchillo ―digo.

Está enterrado hasta la empuñadura en su costado y tiene las


huellas de Sabrina.

Sabrina lo mira con desprecio.

―Podrías llevarlo a uno de los pisos francos ―dice―. O


simplemente sacarle la navaja y dejarlo en un lado de la carretera.

―Yo no voy a hacer nada ―le digo―. Tengo que terminar esta
fiesta. Tú y Anders llévenlo. Salgan por ahí ―le digo a Anders,
señalando con la cabeza hacia la puerta con candado―. No quiero
que ningún invitado lo vea.
―¿Y los otros tres? ―dice Anders, mirando a los imbéciles
semiinconscientes que gimen.

―Pueden irse caminando a casa o pagarse su maldito taxi.

Mañana enviaré la Magnum a mi policía corrupto favorito de la


policía de Chicago. No porque me guste ser un sapo, de verdad no
me gusta. Es el principio de la cosa.

Estaba dispuesto a darle a Poe un último pago siempre y cuando


dejara a Iggy en paz después de eso. Siempre elegiría hacer un
aliado antes que un enemigo.

Pero Poe se negó a hacer un trato, así que tiene que pagar las
consecuencias.

Dando a Sabrina una última mirada para asegurarme de que está


bien, vuelvo a entrar en la fábrica. Envío a Beckett para que ayude a
Anders con la limpieza, y luego vuelvo a la azotea justo a tiempo
para ver a Iggy hacer su reverencia. Por lo que sé, la música estaba lo
suficientemente alta como para ahogar los disparos, o bien la gente
pensó que era parte de la pista de acompañamiento, ya que hoy en
día está de moda utilizar 'sonidos encontrados'.

El resto de la noche transcurre en plena paz. Los clips de la


actuación de Iggy se hacen virales en todas las plataformas posibles.
Cuando su álbum sale a medianoche, 'Deathless Life' consigue cien
mil descargas en la primera hora.

Victor Kane me envía una foto del contrato de Iggy con su firma
garabateada en tinta en la parte inferior.

Iggy y yo lo celebramos dándonos un baño en la fuente de


champán.
―Gracias, hombre ―dice Iggy, brindando por mí con una copa,
demasiado borracho para darse cuenta de que ya está vacía.

―Tú eres el talento ―le digo―. Sólo tenía que iluminarte con un
foco.

Iggy deja su vaso en el suelo y trata de centrar su mirada sombría


en mí.

―¿Por qué no te vienes conmigo, hombre? ¿A Los Ángeles?

―Lo haré ―digo―. Pero todavía no, tengo dos años más de
estudios.

―¿Para qué necesitas un título? ―dice Iggy―. Ya eres un puto


genio.

―No es el título ―digo―. Son las conexiones.

Aunque Iggy y yo siempre hemos estado muy unidos, no le he


contado cómo es realmente Kingmakers. No puedo decírselo a nadie
que no sea un mafioso.

La isla está aislada y es restrictiva. Cada estudiante sólo puede


traer una sola maleta. La lista de artículos prohibidos incluye
alcohol, drogas y la mayoría de los aparatos electrónicos.

En Kingmakers hago exactamente lo que hacía en el instituto,


pero a una escala mucho mayor: Soy un intermediario, proporciono
contrabando introducido en la isla a través de una red de pescadores
y lugareños.

Llevo trabajando desde los doce años, ahorrando hasta el último


céntimo para conseguir mi objetivo final.
Quiero ser un verdadero hacedor de reyes. El designador de
estrellas. Creador de música, moda y cine.

No quiero ser Justin Bieber, quiero ser Scooter Braun.

No tengo ningún deseo de ser una celebridad, el verdadero


poder es el hombre detrás de la cortina. El productor en el epicentro
de la cultura global.

Quiero encontrar cien Iggys, y quiero lanzar mil álbumes, quiero


producir la próxima franquicia de los Vengadores y quiero controlar
los miles de millones de dólares de publicidades y anuncios
vinculados a todo ello.

Hay un factor crucial de este sueño: Tengo que hacerlo por mi


cuenta.

Estoy construyendo mi imperio sin un centavo del dinero de mis


padres.

Quiero estar en la cima de la montaña sin un solo asterisco junto


a mi nombre.

El sueño americano es ser un hombre hecho a sí mismo.

Y por eso empecé con mi cuenta bancaria en ceros, sin fondo


fiduciario, sin trampas. Cada dólar que gano va a parar a esa cuenta:
cada esfuerzo, cada negocio. Ahora tengo 9,8 millones de dólares,
dinero ganado con mi propio trabajo meticuloso, ingenioso e incluso
imprudente.

La comisión que gané con el contrato de Iggy con Virgin me


llevará casi a los 10 millones de dólares.
Creo que 12 millones es la cifra que necesito para lanzar mi
imperio en Los Ángeles. Lo tengo todo planeado: la mansión de
Malibú que alquilaré, el espacio de oficinas que alquilaré en Wilshire
Boulevard, las fiestas que daré y los peces que pescaré uno a uno.

Puedo verlo todo perfectamente en mi mente.

Dos años más en Kingmakers, y luego me uniré a Iggy en La La


Land.

El Uber me deja en casa de mis padres a las 5:20 de la mañana.

Se parece más a una tienda de Apple que a una casa: un prisma


transparente de cristal apuntalado sobre pilotes, de modo que la
mitad del suelo sobresale del lago. No hay cortinas ni persianas que
bloqueen ninguna de las ventanas, en el interior de las habitaciones
se pueden ver los elegantes y modernos muebles de mi padre y las
atrevidas obras de arte de mi madre, salpicadas de pintura, en las
paredes.

Veo a mi madre sentada en la mesa de la cocina tomando su café


matutino con su vieja camiseta favorita de los Cubs, y el pelo
recogido en un moño con un bolígrafo atravesado para mantenerlo
en su sitio.

Levanta la vista en cuanto entro en la casa y su brillante sonrisa


se dibuja en su rostro como si llevara horas despierta y no veinte
minutos como máximo.
―Hay café fresco en la cafetera ―dice―. A no ser que pienses irte
a dormir en un minuto.

Está revisando un montón de documentos que parecen


transacciones inmobiliarias, probablemente algún nuevo desarrollo
con el tío Nero. Tan pronto como termina uno, pasa al siguiente.

―Tomaré una de esas ―digo, quitándole una rodaja de manzana


del plato.

―Felicidades ―me dice.

―¿Por qué?

―Por la canción de Iggy. Vi las listas de éxitos en cuanto me


desperté.

No puedo evitar sonreír, nunca le dije a mi madre nada sobre la


fiesta de lanzamiento o la salida del single. Es una jodida
escurridiza, como yo. Siempre está recabando información.

―Se va a Los Ángeles ―le digo.

―Eso es genial ―responde mi madre, con verdadero placer―. Es


un buen chico, se lo merece. Deberías estar orgulloso, Miles.

La satisfacción es el enemigo del éxito, estaré orgulloso de mí


mismo cuando tenga todo el maldito mundo a mis pies.

―Eres un buen amigo ―dice mi madre.

―Me llevé una buena comisión por el trato ―le digo, cogiendo
otra rodaja de manzana.
―Sé por qué lo hiciste ―responde mi madre. Me mira como
siempre, como si fuera la mejor persona del mundo. Como si no
pudiera evitar sonreír sólo con verme.

Esto no es merecido, puedo ser un imbécil egoísta, un verdadero


pedazo de mierda. A mi madre no le importa: siempre elegiría un
volcán antes que un agradable arroyo de montaña. Para ella, el único
pecado es ser aburrido.

―¿Has hecho la maleta para ir al colegio? ―me pregunta.

―Más o menos.

Lo que significa que no he metido nada en la maleta, pero he


pensado en hacerlo.

Mi madre resopla, no se deja engañar ni un segundo.

―Compré un par de uniformes nuevos para ti.

―¿Qué talla de pantalones?

―Treinta y cuatro de largo. Todavía estás creciendo.

Se levanta para poder alborotarme el pelo y tiene que ponerse de


puntillas para hacerlo. Le rodeo la cintura con los brazos y la abrazo,
levantándola de sus pies. Se ríe y trata de devolverme el abrazo,
pero la aprieto demasiado.

―Es un día oscuro en el que tus hijos podrían enviarte a tu


habitación si realmente quisieran ―dice.
―No te preocupes ―me burlo de ella―. Todavía le tengo miedo a
papá.

―Gracias a Dios ―dice.

En realidad, no le tengo miedo a mi padre. Podría tenerlo si solo


lo viera a él, con su mirada eléctrica y su forma de ladrar órdenes
que parece llamar la atención de los hombres como si los hubieran
golpeado con un látigo, pero entonces mi madre se acerca a él
lanzándole pequeñas pullas, haciéndolo reír cuando estás seguro de
que nunca ha esbozado una sonrisa en su vida, y te das cuenta de
que, después de todo tiene alma por mucho que intente ocultarla.

Es un buen hombre. Mi madre es una buena mujer, la mejor.

Aun así, no puedo esperar a salir de aquí.

Porque soy una cosa salvaje, como lo fue mi madre una vez.

No quiero que me cuiden y me protejan.

Quiero cazar.

―Asegúrate de despedirte de Caleb y Noelle ―dice mi madre―.


Especialmente de Caleb.

―Lo haré ―le prometo.

Sé lo molesto que se pondría Caleb si no lo hiciera. Intenta


hacerse el duro, pero por dentro es un maldito malvavisco.

Ser el mayor es algo complicado. Tus hermanos son muy


molestos la mayor parte de tu vida, pero aun así, los quieres. No
puedes evitarlo.

Y admito que Caleb no se está perfilando tan mal. Es un pequeño


luchador en la escuela, podría darle a nuestro primo Leo una carrera
por su dinero en la cancha de baloncesto uno de estos días, y puede
ser bastante divertido cuando trabaja en su material y mantiene sus
anécdotas concisas.

Dale al chico un par de años más y un par de centímetros más, y


podríamos ser amigos legítimos. Por el momento, puedo doblarlo
como un pretzel si se pone impertinente.

Noelle es una bestia diferente. Es inteligente, y me refiero a una


inteligencia que asusta. Es como una computadora de inteligencia
artificial que podría descubrir la cura para el ébola, o podría decidir
que la humanidad es el virus y debería ser eliminada de la tierra.

Es demasiado pronto para saberlo. De momento, está muy guapa


con un par de coletas y su camiseta de Sailor Moon.

Mi padre entra en la cocina, recién duchado y con un traje


impecable.

Su pelo se ha vuelto prematuramente plateado, lo que crea un


alarmante contraste con sus brillantes ojos azules. A mi madre le
gusta llamarle Caminante Blanco cuando quiere enojarlo de verdad.

―Está vivo ―dice mi padre cuando me descubre.

―¿A dónde vas? ―le pregunto.

―A desayunar con tu tío Nero.


―No sé si vale la pena vestirse para eso ―digo―. Ya que
probablemente va a aparecer en mono de trabajo.

―No voy a aceptar consejos de alguien que lleva botas de luna.


―Mi padre frunce el ceño, sacudiendo la cabeza ante mis tenis―.
¿Qué demonios son esas?

―Son... ¡moda! ―dice mi madre, haciendo manos de jazz.

―Son la reedición de las Nike Air Mag ―le informo―. Sólo


hicieron ochenta y nueve pares. Podría venderlas por treinta y cinco
mil dólares ahora mismo. Usadas.

―Te pagaré treinta y cinco mil dólares si no tengo que volver a


verlas ―dice mi padre.

―Tentador ―digo yo―. Pero si sigo negociando, puede que me


haga con un par de huevos de oro macizo.

―Por favor, dime que estás guardando al menos parte de tu


dinero en un IRA2 ―dice mi padre.

―No te preocupes, papá. ―Sonrío―. Lo bueno del dinero... es que


siempre puedes ganar más.

Tomando la última rodaja de manzana de mi madre, subo la


escalera flotante al nivel superior. Pensaba tirarme directamente en
la cama, pero no puedo porque mi madre ha dejado ahí mi maleta
vacía, junto con los nuevos uniformes.

Entendiendo la indirecta, meto en la maleta el resto de la ropa y


los libros, así como un buen fajo de billetes envueltos con gomas
elásticas. Es mi capital inicial para el próximo semestre. Repartiré ese
dinero entre los pescadores y los empleados más avariciosos de la
escuela, y pronto tendré mi propia pequeña y sedosa ruta para traer
manjares exóticos a la isla que podré vender a mis compañeros a
precios exorbitantes. El té y la porcelana no tienen nada que ver con
el vodka y Molly3.

Una vez hecho el equipaje, cierro la maleta, la tiro al suelo, me


quito los tenis y me meto en la cama.

Me duermo contando dólares en lugar de ovejas.


3

CAT

Me voy a Kingmakers el primero de septiembre.

No dejaba de rezar para que ocurriera algo que me impidiera ir.


Mi principal esperanza fue que simplemente no me aceptaran, al
solicitarlo tan tarde.

Entonces llegó al correo un pesado sobre gris, sellado con cera


del color de la sangre seca, con el escudo de la escuela: una calavera
coronada. La dirección manuscrita llevaba mi nombre legal
completo, Catalina Resmella Romero, en una letra que parecía
centenaria.

Antes de abrirla, ya sabía lo que iba a decir, o al menos eso creía.

Catalina Romero,

Te escribo para informarte que has sido aceptada en la Academia


Kingmakers. Después de haber revisado tu solicitud y evaluado tus
calificaciones, te hemos asignado a la división de Espías.

Las clases comenzarán el 3 de septiembre. Saldrás del muelle de


Dubrovnik a las 10:00 de la mañana del 2 de septiembre.

La admisión en nuestro campus es singular e irrevocable. Si decides


marcharte por cualquier motivo, no se te permitirá regresar. Asegúrate de
traer todos los artículos que necesitarás para la duración de tu programa.
Se adjunta una lista de nuestras normas y reglamentos. Firma y
devuelve tu aceptación del contrato, incluyendo tu voluntad de acatar
nuestro sistema de arbitraje y castigo. También se requiere la firma y el sello
de tus padres.

Estamos deseando conocerte. Te unirás a una institución de élite con


una larga historia. Tal vez algún día tu nombre estará inscrito en la pared
de Dominus Scelestos.

Tu hermana se distinguió en el Quartum Bellum en su primer año.


Espero verte hacer lo mismo cuando se convoque el desafío de este año.

Sinceramente,

Luther Hugo

Necessitas Non Habet Legem. La necesidad no tiene ley

Reconocí el sobre por la misiva idéntica de Zoe del año anterior.


Por su grosor, supuse que me habían aceptado, y que incluiría la
draconiana lista de normas de la escuela y el contrato irrevocable en
el que mi padre y yo tendríamos que estampar nuestras sangrientas
huellas dactilares, aceptando que Kingmakers tiene derecho a
disciplinarme o incluso a ejecutarme si transgredo sus leyes.

Todo eso lo sabía de antemano.

Lo que no esperaba era que me pusieran con los Espías.

Kingmakers tiene cuatro divisiones: los Herederos, que están


entrenados para dirigir a sus familias como un general dirige un
ejército. Los Ejecutores, que son los soldados. Los Contables, que se
encargan de las finanzas y las inversiones del negocio. Y luego los
Espías.

Los Espías son la división menos numerosa y más oscura, su


trabajo consiste en vigilar y analizar a los grupos enemigos, tanto a
las fuerzas del orden como a los delincuentes rivales. Predicen las
amenazas contra la familia y, a veces, sirven de enlace con el
enemigo. Y, sobre todo, descubren las amenazas dentro de sus
propias filas.

No puedo imaginar un trabajo menos adecuado para mí.

Los Espías tienen que ser audaces y astutos, despiadados y


hábiles.

Me aterra mi propia sombra, lloro si alguien me mira de reojo.


No tengo ninguna habilidad aparte de pintar y dibujar, y soy
bastante buena con los ordenadores. Nunca he estado en una pelea y
nunca he disparado un arma en mi vida.

Como Espía, no hay nadie que te proteja. Un paso en falso, y


serás torturado y asesinado.

Me siento como un cangrejo arrancado de su caparazón.

Lo peor de todo es que Zoe y yo no pudimos viajar juntas a


Dubrovnik. Los estudiantes de primer año empiezan una semana
más tarde que los demás, así que ella ya está en el campus, mientras
que yo tengo que subir al imponente barco por mi cuenta, entre la
multitud de estudiantes de todo el mundo.

En el muelle oigo una babel virtual de idiomas, aunque todos


tenemos que hablar en inglés una vez que llegamos, ya que es la
lengua de comunicación en Kingmakers.
Intento encontrar el rincón más alejado y discreto del barco para
no molestar a los marineros de aspecto hosco, observando a mis
compañeros desde la distancia.

Todos parecen mucho más geniales y confiados que yo. Muchos


de ellos parecen conocerse ya, quizá porque son del mismo país o
porque se han cruzado antes.

No reconozco ni una sola cara, hasta que una alegre chica de


rizos rubios me toca en el hombro y me dice:

―¿Cat? ¿Eres tú?

―¿Sí? ―digo con dudas.

―¡Ya me lo imaginaba! Soy yo, ¡Perry!

―¿Perry? ―digo sin comprender, y luego―: ¡Oh, Perry! Dios mío,


te ves tan... tan... diferente.

Se ríe.

―Me metí en natación y perdí mucho peso.

Nunca la habría reconocido como la misma chica que conocí hace


tres veranos en un resort en Mónaco. Yo estaba ahí con mi familia y
Perry con la suya, nuestros padres parecían amistosos, estoy segura
de que tenían el mismo propósito de 'vacacionar' esa semana,
aunque nunca me enteré de cuál era.

No es sólo el peso lo que ha cambiado a Perry: parecía una niña


cuando construíamos castillos de arena en la playa privada frente a
nuestro hotel. Ahora es segura de sí misma y tiene estilo, vestida con
una boina y una chaqueta alegres que complementan perfectamente
su uniforme escolar.

Yo me siento infantil en comparación, con mis gruesos calcetines


hasta la rodilla, mis zapatos planos y mi falda demasiado larga. Me
doy cuenta de que el resto de las chicas han hecho que sus faldas de
cuadros verdes lleguen a la mitad del muslo, lo que es mucho más
favorecedor. Me sonrojo, pensando en todas las reglas tácitas que los
demás parecen intuir y que pasan por encima de mí.

―¡No sabía que ibas a venir a Kingmakers! ―dice Perry.

―Fue una especie de decisión de última hora.

―¿Qué división eres?

―Espía ―digo, apretando nerviosamente los dientes.

―Ohh ―dice Perry, con las cejas levantadas―. ¡Bien por ti! Yo soy
Contable.

―No sé por qué me pusieron ahí ―admito―. Tal vez fue un


error...

―No creo que cometan errores ―dice Perry―. ¿No lo solicitaste?

―No. ―Sacudo la cabeza―. Definitivamente no, yo también


esperaba ser Contable.

―Me pregunto qué habrá pasado. ―dice Perry con curiosidad.

Realmente no había reflexionado sobre eso, ya que me parecía


una desagradable sorpresa más para amontonar en el montón de
mierda.

―Bueno... ―digo con dudas―. Sé un poco de programación...

En la escuela secundaria, tuve una profesora de informática que


era simplemente brillante. Ella despertó mi interés por todo lo
relacionado con la tecnología, me dijo que debía dedicarme a la
programación, pero me gusta tanto el arte que elegí el diseño gráfico.
No es que importe al final, ya que no voy a estudiar ninguna de las
dos cosas.

―Podría ser eso. ―Perry se encoge de hombros―. Hay mucho


análisis de sistemas de seguridad en la división de espionaje.
También algo de hackeo, o al menos, eso es lo que me dijo mi primo.

―Desearía estar en tu división ―digo con nostalgia.

―Yo también ―dice Perry―. Podríamos haber compartido


habitación.

Mi estómago se hunde más que nunca. Voy a compartir


habitación con una desconocida. Tomando clases con extraños. Zoe y
yo estaremos en Kingmakers, pero quién sabe cuánto nos veremos.
Me siento tan sola e intimidada.

No sé cómo Zoe navegó todo esto por su cuenta el año pasado,


siempre ha sido más valiente que yo.

Al menos me dijo dónde abordar el barco y cómo es la isla. Ella


se metió en todo eso a ciegas, no tenemos ningún amigo cercano que
haya asistido a Kingmakers antes que nosotras, sólo algunos primos
imbéciles que evitamos a toda costa.
Estoy teóricamente preparada mientras cruzo la amplia y vacía
extensión del océano que lleva a la lejana Visine Dvorca. Zoe incluso
me ha advertido de que el agua se agitará a medida que nos
acerquemos, así que siento el cambio en el cabeceo del barco mucho
antes de ver los acantilados de piedra caliza que sobresalen de las
olas.

―Vaya ―susurra Perry a mi lado. Está mirando la fortaleza del


castillo, como casi todos los demás.

Nunca he visto nada igual.

Kingmakers sobresale directamente de la roca, tallada en la


misma piedra caliza pálida que los acantilados. Se eleva en hileras
como un pastel áspero y de aspecto antiguo. De las ventanas salen
manchas oscuras, como si el castillo estuviera llorando. Estoy segura
de que sólo son las marcas del agua de lluvia, pero dan una extraña
sensación de premonición a la que no ayudan las grotescas y
demoníacas gárgolas que amenazan cada cornisa.

Las olas golpean ferozmente contra los acantilados. Zoe me


advirtió de que el viaje hasta el puerto sería difícil, y efectivamente,
el barco cabecea y rueda con tanta fuerza que a veces parece que los
mástiles van a sumergirse en el agua.

Sin embargo, una vez que entramos en la bahía protegida, el mar


se suaviza de nuevo y puedo observar con interés el pequeño pueblo
que rodea los muelles.

Es un bonito pueblo, con edificios de madera desgastada


apilados contra el agua sobre pilotes, con espacios debajo para que
los botes de remos puedan llevar a los pescadores hasta sus puertas.
La isla se eleva detrás del pueblo: campos y granjas, huertos y
olivares, y manchas de espeso bosque verde. Luego, en el punto más
alto y distante: las torres de Kingmakers.

El aire lleva el familiar sabor salado del mar, pero también olores
más agudos y fríos: pino y piedra. Humo y hierro.

Varias carretas abiertas esperan para llevarnos a la escuela.


Compruebo si mi maleta ha sido descargada de forma segura del
barco, pero hay demasiados estudiantes pululando por ahí para
poder ver bien.

―¡Vamos! ―me dice Perry―. ¡Tomemos asiento!

La sigo hasta la carreta más cercana, donde nos mete en un grupo


de chicos que aparentemente ya conoce. Son agradables y
simpáticos, pero una rápida ronda de presentaciones revela que
todos son Contables o Ejecutores. No he conocido a ningún otro
Espía, lo que no ayuda a mis nervios.

Y lo que es peor, cada vez que explico mi división me reciben con


una expresión de desconcierto, debo parecer tan incompetente como
me siento.

La división de Contables es el lugar habitual para los hijos


estudiosos e introvertidos de las familias mafiosas. Es el lugar donde
podemos ser útiles, un trabajo destinado a mantenernos a salvo.

Como Espía, no seré más que un lastre.

Tengo miedo de no sobrevivir a las clases, nadie va a lanzar


puños en Combate, utilizaremos munición real en la sección de tiro.
Lo peor de todo son las Técnicas de Tortura.
―Te conectan a la batería de un auto ―dice un fornido Ejecutor―.
Lo hacen por parejas y se turnan, uno de ustedes tiene que apretar el
interruptor y el otro tiene que recibir la descarga, es para
insensibilizarte. Si puedes electrocutar a tu amigo, no tendrás
problema en hacerlo con un enemigo...

Los amigos de Perry comparten las historias más extravagantes y


aterradoras que han oído sobre Kingmakers.

―He oído que al menos cinco estudiantes mueren cada año ―dice
una chica asiática delgada.

―Tonterías ―replica un chico rubio y regordete―. No pueden ser


tantos, o nadie enviaría a sus hijos.

―La gente sí se muere ―dice una chica pelirroja con acento


francés―. El año que mi hermano mayor estuvo aquí, un chico de
cuarto año se colgó en la Catedral.

―Bueno, eso es suicidio ―dice obstinadamente el chico rubio―.


Eso puede pasar en cualquier sitio.

―Sólo lo hizo porque lo llevaron a ello con todas las tareas y


exámenes ―dice la pelirroja, levantando la barbilla.

―Odio los exámenes ―dice Perry, dejando escapar un lúgubre


suspiro.

No me molestan los exámenes. De hecho, a veces los hago por


diversión, si se trata de algo interesante como un test de inteligencia
o de personalidad, pero eso es algo de cerebritos, así que me lo
guardo para mí.

―¿Quién tiene hermanos aquí? ―pregunta Perry.


Cerca de la mitad de los chicos levantan la mano, incluyéndome
a mí.

―Es tan estúpido que no nos dejen traer nuestros teléfonos


―refunfuña un chico bajito y fornido.

―De todos modos, no nos serviría de nada ―dice la chica


pelirroja―. No hay internet, ni servicio de móvil.

―Tampoco hay baños ―dice un chico flaco y pecoso―. Hay que


usar un orinal.

La chica asiática lo mira con horror.

―Te está molestando ―se ríe Perry―. Tienen baños normales.

Me obligo a reírme junto con los otros chicos. Sinceramente, nada


me sorprende cuando se trata de Kingmakers.

Al menos la isla es hermosa. Visine Dvorca no se diferencia de


Barcelona en que es soleada y verde, con una agradable brisa
marina. Sin embargo, supongo que en invierno hace más frío, a
juzgar por el grosor de los suéteres y las chaquetas de lana que se
incluían en nuestros uniformes.

Pensar en el invierno me recuerda que no volveré a casa durante


casi todo un año. Por primera vez siento un ligero escalofrío de
emoción: el alivio de no tener los agudos ojos de Daniela
constantemente clavados en mí, ni el temperamento ardiente de mi
padre aplicado a mí.

Varios de nuestros primos asisten a Kingmakers. Zoe me advirtió


que dos en particular -el odioso Martín Romero y el arrogante
Santiago Cruz- la han estado espiando e informando a nuestro
padre, pero eso sigue siendo menos opresivo que vivir bajo su techo.

Ese infinitesimal rayo de esperanza se apaga inmediatamente


cuando atravesamos las prohibidas puertas de piedra de
Kingmakers. Juro que la temperatura desciende veinte grados dentro
de los imponentes muros, a medida que el tamaño y el alcance del
castillo se hacen evidentes. Veo docenas de edificios grandiosos,
torres, invernaderos, terrazas con balaustradas y estructuras que ni
siquiera puedo nombrar. Me siento como si me hubieran reducido al
tamaño de una hormiga, empequeñecida por la monumental
arquitectura.

Las charlas amistosas cesan entre los estudiantes de primer año


de mi carreta mientras contemplamos asombrados todo lo que nos
rodea.

Si pensaba que mis compañeros de primer año eran intimidantes,


no es nada comparado con lo que me parecen los alumnos de los
cursos superiores. Son altos y poderosos, y se pasean por el recinto
con la seguridad que yo nunca soñaría tener. No parecen
estudiantes, sino más bien miembros de la realeza. Son altaneros y
poderosos, con un toque de ferocidad que francamente me aterra.

He estado cerca de los hijos de la mafia antes, pero nunca así,


nunca en masa. Cada persona aquí es un asesino nato.

Excepto yo.

No sé por qué no obtuve ese gen en particular, no hay nada de


mi padre en mí.

Levanto el cuello, buscando a Zoe. No se le ve por ninguna parte.


Sus clases empezaron hace una semana, así que probablemente esté
dentro de uno de los muchos edificios, tomando notas
diligentemente de la conferencia de algún profesor.

Las carretas se detienen y los estudiantes de primer año bajan.


Hay un revuelo mientras intentamos sacar nuestras maletas de la
carreta llena de equipaje. Una vez que hemos asegurado nuestras
maletas, nos recibe un puñado de estudiantes de último año con cara
de desprecio que nos separan según nuestras divisiones.

Los Ejecutores son los más numerosos, y están compuestos casi


en su totalidad por estudiantes varones. En Kingmakers, los chicos
superan a las chicas en una proporción de cuatro a uno. No todas las
familias mafiosas se preocupan por enviar a sus hijas a formarse. Mi
padre no tenía intención de enviar ni a Zoe ni a mí, antes de que Zoe
se negara a casarse con Rocco Prince a menos que pudiera asistir a la
universidad primero.

Pensó que la enviaría a una universidad normal. En cambio, le


ordenó que se uniera a Rocco en Kingmakers.

Ahora he sido empujada a ese trato del diablo junto a ella.

Los Contables son el segundo grupo más grande, y la única


división con una cantidad casi igual de chicas y chicos. La mayoría
de los chicos de mi carreta se dirigen alegremente juntos, llevándose
a Perry con ellos. Ella se despide con la mano mientras se marchan.

Ahora sólo quedan los Herederos y los Espías.

Somos similares en número, pero nuestro aspecto no podría ser


más diferente. Si Kingmakers fuera una cafetería de instituto, los
Herederos serían los chicos geniales: seguros de sí mismos, bien
vestidos, que ya están reuniendo a su círculo de admiradores.
Los Espías son, por decirlo claramente, los inadaptados.

La docena de Espías de primer año muestra una clara tendencia a


los piercings pesados, los tatuajes extraños, los colores de pelo
exóticos y las expresiones adustas.

Luego estoy yo, estoy ahí como un cordero entre los lobos, una
colegiala en el centro de una banda de moteros.

Siento que los otros Espías me miran, y no sé cómo borrar la


estúpida expresión de ojos asustados de mi cara.

Nuestro guía es un chico alto y larguirucho que lleva un chaleco


de suéter verde oliva de gran tamaño y un par de pantalones rotos
metidos en botas militares. Su larga melena oscura le cuelga sobre
las orejas y su pendiente de aro le hace parecer un poco pirata.

Ya me he dado cuenta de que, si bien los alumnos de Kingmakers


están obligados a llevar uniforme, no parecen tener ningún reparo
en estilizarlo según sus preferencias personales.

―Soy Saul Turner ―dice nuestro guía con pereza―. Les mostraré
el Sótano.

No tengo ni idea de lo que es el Sótano, y no quiero ser yo quien


lo pregunte, me pongo en fila detrás de Saul, tirando de mi maleta a
mi lado.

Saul nos lleva a lo que parece el centro de los terrenos de


Kingmakers, al mayor y más grandioso de los edificios.

―Esta es la Fortaleza ―anuncia―. Aquí tendrán muchas de sus


clases. Las clases de combate serán ahí, en la Armería. ―Señala con
la cabeza un edificio de paredes redondeadas―. Y justo después está
el comedor. La biblioteca está ahí al fondo. ―Señala la esquina
noroeste del campus, donde puedo ver una torre alta y enjuta que se
eleva por encima de todo lo demás―. Eso es básicamente todo lo que
necesitan saber por ahora.

No estaba prestando mucha atención después de la mención de


las 'clases de combate'. ¿Cuándo van a empezar exactamente? Sólo sé
que me van a golpear en la cara el primer día.

Mi estómago se siente pesado como una piedra.

Saul sigue caminando hacia la Armería. Lo seguimos como una


fila de patitos obedientes.

―El Sótano está ahí debajo. ―Señala la larga extensión de césped


entre la Armería y el comedor.

―¿Dónde? ―exige una chica de aspecto gruñón con un piercing


en el tabique. Mira a su alrededor como si esperara que un
dormitorio se materializara de la nada.

―Justo debajo de tus pies. ―Se ríe Saul.

―¿Dormiremos en una bóveda? ―se burla la chica, cruzando los


brazos con desdén sobre el pecho. Sus largas uñas están limadas en
punta, con anillos de plata en cada dedo.

―Más bien una bodega ―dice Saul. Parece impermeable a la


grosería, o a cualquier otra emoción que podamos enviar en su
dirección. Tengo la sensación de que uno de nosotros podría ser
alcanzado por un rayo delante de él y no pestañearía―. Entramos
por aquí ―dice.
Lo seguimos al interior de un edificio demasiado pequeño para
albergar a trece estudiantes. Por los bastidores vacíos y oxidados de
las paredes y el olor penetrante de las uvas fermentadas, creo que
esto solía ser una bodega de vinos.

No es nuestro destino final. Saul nos conduce hacia una amplia


escalera que desciende aún más profundamente en la tierra, con su
oscura entrada abierta como una boca.

No me gustan los espacios estrechos. Y definitivamente no me


gusta la oscuridad.

El corazón ya me martillea contra las costillas antes de poner el


pie en la escalera.

Incluso la chica enfurruñada con el anillo en la nariz parece un


poco nerviosa cuando se pone a mi lado. Nuestros pasos resuenan
en la piedra mientras descendemos al Sótano.

Me alivia ver una luz cálida al pie de la escalera. Y me alivia aún


más ver que, al menos, el Sótano no es estrecho. El techo abovedado
de piedra tiene casi seis metros de altura, con gruesos pilares de
apoyo que recorren el centro del espacio, formando un doble juego
de arcos.

La primera parte de este largo túnel es una especie de sala


común, con sofás, una estantería y una gran mesa con bancos para
estudiar. Más abajo, el espacio se divide en dormitorios separados.

―Dos por habitación ―dice Saul―. Sólo los del centro están
vacíos, porque los estudiantes de cursos superiores reclamaron todo
lo que está cerca del baño y de las escaleras.
Caminamos por el pasillo, con precaución en la tenue luz de la
lámpara.

La doble hilera de puertas es idéntica, pero es fácil distinguir


cuáles han sido reclamadas, ya que sus dueños han decorado la
madera cicatrizada con pegatinas y parches. Me doy cuenta de que
nadie ha puesto una etiqueta con su nombre. No se podría encontrar
una habitación concreta sin conocer el parche de la puerta.

Las puertas desnudas del centro son las que están en juego.

Los Espías de primer año se apresuran a entrar en los espacios


que han elegido. Tardo un momento en darme cuenta de que todo el
mundo ya se ha emparejado. Me quedo estúpidamente en el pasillo
hasta que sólo quedamos sin compañeros la chica del piercing
enfurruñada y yo.

Me mira con una expresión de asco aún mayor que cuando se


enteró de que íbamos a compartir habitación bajo tierra.

―Tienes que estar jodidamente bromeando ―dice.

Su desprecio me golpea como una bofetada.

Sé que no debería importarme lo que piensa de mí, pero nunca


he sido capaz de ignorar las opiniones de los demás.

Unas lágrimas humillantes se abren paso en las esquinas de mis


ojos.

Dios mío, no voy a llorar delante de esta chica, no en el primer


día de clase.
Aprieto los puños con tanta fuerza que las uñas se me clavan en
las palmas.

―Mala suerte ―digo con rigidez―. Parece que estás atrapada


conmigo.

La chica pone los ojos en blanco y se dirige a la habitación vacía


más cercana.

Con los nervios a flor de piel, la sigo al interior.

Esperaba que pareciera una celda de prisión, pero en realidad


nuestro dormitorio está ordenado y limpio. Las camas son bajas y
estrechas, bastante bonitas, con cabeceras y pieceros de madera
oscura tallada. Cada una tiene su propia cómoda. La habitación
huele a cedro, marmolina y a tierra limpia. No hay sensación de
humedad ni de podredumbre.

Lo único que falta es una ventana.

Dos suaves lámparas doradas proporcionan la única luz, porque


en efecto estamos bajo tierra.

Mi nueva compañera de piso mira a su alrededor en silencio,


evaluando el espacio.

―Soy Catalina, por cierto ―digo. Mi voz suena al mismo tiempo


tímida y demasiado fuerte en el pequeño espacio compartido―. Mis
amigos me llaman Cat.

La otra chica me mira fijamente, como si deseara que ardiera


espontáneamente.

―No me hables ―dice.


Saca un libro de su mochila y se acuesta en la cama.

Empiezo a deshacer mi propia maleta en silencio y vuelvo a


doblar mi ropa antes de meterla en los cajones de la cómoda.

Mi guardarropa es fácil de organizar porque todas las piezas del


uniforme se mezclan y combinan entre sí: cinco camisas de vestir
blancas y crujientes, seis faldas a cuadros (tres verdes, tres grises),
una sudadera verde salvia y otra en blanco. Dos suéteres grises y
uno negro. Cinco pares de calcetines hasta la rodilla y cinco pares de
medias. Una chaqueta de la academia, también negra, con un escudo
en el bolsillo del pecho. Luego la ropa deportiva.

Dedico a la tarea mucho más tiempo del estrictamente necesario,


no queriendo sentarme en un gélido silencio con mi hosca
compañera de cuarto.

Ni siquiera sé su nombre; estaba demasiado distraída cuando


Saul leyó su lista en voz alta. Un verdadero Espía habría prestado
atención, emparejando cada nombre con su correspondiente alumno.

Probablemente por eso se burló de mí cuando me presenté: ya


sabía mi nombre y el de todos los demás.

Dios, ya estoy arruinando esto.

Echo un vistazo rápido a la chica, apoyada en la almohada con el


libro en las manos.

Lleva el pelo oscuro cortado probablemente por ella misma con


las tijeras equivocadas, ya que los trozos están recortados y
desiguales. Tiene un rostro estrecho, ojos oscuros y almendrados, y
un cuello largo y delgado.
Las páginas de su libro son finas y coloridas. Podría ser una
novela gráfica. La cubierta es de color amarillo brillante con una
mancha roja.

Eso es todo lo que me atrevo a observar, por miedo a que me


descubra mirando.

Coloco mis artículos de tocador encima de la cómoda y luego


apilo mis cuadernos de dibujo y mis lápices en la mesita de noche.
Deslizo mi maleta vacía bajo la cama.

Luego me siento en mi delgado y estrecho colchón.

Ya está. Lo he hecho. He deshecho la maleta.

Ahora sólo tengo que pasar el resto del año.


4

ZOE

Me sorprende lo mucho que disfruto volver a Kingmakers.

Nunca tuve la intención de asistir a una escuela de mafiosos,


pero no puedo negar que lo que aprendemos aquí es complejo y
fascinante. ¿Quién no querría conocer antiguos secretos transmitidos
a través de generaciones de criminales?

Bueno, tal vez Cat...

Parecía estar en el corredor de la muerte cuando me despedí de


ella en el aeropuerto de Barcelona. Me siento tan culpable de que la
hayan engañado para venir aquí conmigo, todo por culpa de ese
sádico de Rocco.

Sé que sólo la quiere aquí para poder utilizar a Cat como palanca
contra mí, un arma más en su arsenal. Sólo puedo imaginar el nuevo
tormento que está soñando. Eso es lo peor de él: la inquietud
constante, como saber que hay una víbora en tu casa sin poder verla.
Oírla deslizarse por el interior de tus paredes. No poder descansar
nunca por si sale de debajo de tu silla y te muerde en el tobillo.

Espero que Cat se esté adaptando tan bien como es de esperar.

Me resulta difícil saber cómo está, ya que no estamos en la misma


división ni en el mismo año. Soy una Heredera, al menos de nombre,
aunque mi padre nunca pretenda que me haga cargo de su negocio.
Eso significa que me alojo en el Solar con el resto de las Herederas.
Por otro lado, parece que a Cat la han metido en algún sótano
con una vampira islandesa como compañera de piso. Todavía no he
conocido a esta compañera de habitación, que Cat cree que se llama
Rakel, pero no puede estar segura porque la chica se niega a hablar
con ella.

Yo no tengo que preocuparme por una compañera de cuarto,


tengo el mismo armario de escobas que el año pasado. Apenas es lo
suficientemente grande como para caber entre la cama y la cómoda,
pero tengo una bonita ventana grande y no tengo que compartirla
con nadie.

Mis dos mejores amigas están al final del pasillo. Anna y Chay se
llevan bastante bien, excepto cuando Chay tiene un sueño
interesante y decide despertar a Anna en mitad de la noche para
contárselo.

Creo que eso es lo que ocurrió anoche, porque Chay baja a


desayunar charlando a mil por hora, mientras que Anna parece
apenas consciente y totalmente malhumorada, con el pelo rubio
platinado recogido en un moño desordenado en la parte superior de
la cabeza y con un suéter de la escuela que tiene más agujeros que
tela.

Chay lleva una cara llena de maquillaje brillante, se pavonea con


un nuevo par de botas de cuero blancas hasta la rodilla y se ha
pintado el pelo de color rosa chicle durante el verano, parece Jem de
los Hologramas.

―¡Buenos días! ―dice, dejando caer sobre la mesa una bandeja


cargada con una cantidad obscena de tocino y salchichas.

―Chay... ―Anna gime―. Voz interior antes de las nueve de la


mañana, por favor.
―¿Eso es lo que comerás? ―Le pregunto a Chay, mirando su
montón de proteínas.

―Estoy en la dieta keto.

―Vas a coger escorbuto ―le dice Anna, revolviendo con sueño


varias cucharaditas de azúcar en su café.

―Y a ti te va a dar diabetes ―responde Chay con dulzura.

Veo a Cat rondando insegura junto a los platos calientes. Le hago


un gesto para que vea dónde estamos sentadas. Se apresura a llenar
un plato con fruta fresca y huevos revueltos y viene a unirse a
nosotras.

―Estas son Anna Wilk y Chay Wagner ―le digo a Cat mientras se
sienta a mi lado.

―Hola ―dice Cat con timidez.

―¡Qué pequeña eres! ―dice Chay alegremente―. Pensé que serías


alta como Zoe.

―No ―dice Cat, sonrojada―. No lo soy.

Me doy cuenta de que está avergonzada porque sinceramente


parece una niña pequeña comparada con todos los demás en
Kingmakers. No ayuda el hecho de que Cat siempre se inclina por la
ropa de gran tamaño que ahoga su pequeña estructura. Parece que
lleva ropa prestada incluso con su uniforme nuevo.

―¡No importa! ―añade Chay rápidamente―. Yo también soy de


talla pequeña. Todavía me mantengo en pie. Te pone a la altura
perfecta para darle a alguien un buen puñetazo en las pelotas si es
necesario.

―Genial ―dice Cat débilmente―. Intentaré recordarlo.

―Pronto te adaptarás aquí ―dice Anna amablemente―. Todo el


mundo se siente intimidado en su primera semana.

―¿De verdad? ―dice Cat, mirando a Anna con incredulidad.

Anna no parece haber experimentado nunca la intimidación.


Incluso recién levantada de la cama, tiene ese aire indefinible de no-
me-jodas. Tal vez sea su delineador de ojos grueso, o su mirada
gélida, o su voz baja que siempre suena ligeramente amenazante,
incluso cuando está tratando de ser amable.

―De verdad. ―Anna asiente―. Llevaba toda la vida queriendo


venir aquí, y aun así me sentí abrumada al principio. Ya te
adaptarás, Zoe estará aquí para ayudarte. Todas te vigilaremos.

Le sonríe a Cat al otro lado de la mesa y siento un cálido rubor de


gratitud por tener un grupo de amigas ya hechas para Cat. Es lo
menos que puedo hacer, después de haberla metido en este lío.

Eso dura unos cinco segundos hasta que Rocco se sienta a mi


lado, con Dax Volker y Jasper Webb justo detrás.

Dax y Jasper son sus secuaces favoritos. Dax, porque es un


peleador desagradable, muy musculoso, con una cabeza cuadrada y
una mandíbula de bulldog, y Jasper, porque es casi tan cruel como el
propio Rocco. Es alto, de complexión delgada y con el pelo largo y
rojo oscuro. Bajo las mangas remangadas de su camisa de vestir,
puedo ver los tatuajes que recorren ambas manos, imitando los
huesos que hay debajo como un esqueleto superpuesto a la piel.
Rocco se sienta a mi lado, mientras Jasper se deja caer junto a
Chay y Dax flanquea a Cat, de modo que los tres nos rodean como
un triángulo de Bermudas de imbéciles. No es necesario que
ninguno de ellos comparta nuestra mesa; hay mucho espacio libre en
el comedor. Evidentemente, esta es la primera incursión de Rocco
para ampliar nuestra 'intimidad' en Kingmakers.

La temperatura en la mesa baja veinte grados, y la conversación


amistosa entre nosotras, las chicas, se endurece en un silencio
sepulcral.

Odio tener a Rocco a mi lado, pero soy aún más consciente de la


incomodidad de Cat, que se encoge contra mí, tratando de reducirse
a la nada para no rozar accidentalmente el hombro del tamaño de un
melón de Dax o el muslo de tronco de árbol que se esfuerza por
superar los límites de sus pantalones.

―Gracias por guardarme un asiento ―me dice Rocco. Me dedica


una fina y escalofriante sonrisa.

No puedo describir la antipatía que siento cada vez que invade


mi espacio personal. Cada célula de mi cuerpo me grita que me aleje
de él. Hay algo tan desagradable en su forma de moverse, ya sea
manteniéndose demasiado quieto o haciendo movimientos rápidos e
imprevisibles que me dan ganas de saltar.

Sin embargo, a diferencia de Cat, me niego a alejarme de él. Me


mantengo perfectamente quieta, intentando que no vea lo mucho
que me molesta su proximidad.

―No lo hice ―respondo.

Rocco emite un sonido de decepción.


―Oh, Zoe ―dice en voz baja―. Creía que habíamos hablado de
esto. ¿Es esta la actitud que quieres adoptar al comenzar otro año de
escuela?

Jasper apoya el codo en el hombro de Chay, con sus esqueléticos


dedos colgando justo por encima de su pecho. Chay no tiene ningún
problema en mirarlo fijamente, incluso con sus rostros separados por
centímetros. Fue al internado con Rocco y Jasper, y conoce bien sus
tácticas.

―Buen desayuno, zorra motera ―le dice Jasper―. Siempre supe


que te gustaba la salchicha.

Chay toma una de las salchichas con los dedos y le da un feroz


mordisco al extremo, masticando ruidosamente en la cara de Jasper.

―Sólo me gustan las salchichas grandes y gruesas ―dice con


frialdad―. Por lo que he oído, apenas tienes una salchicha pequeña
de Oscar Meyer4.

―Lo suficientemente grande como para ahogarte cuando te la


meta en la garganta, puta de mierda ―sisea Jasper, con su nariz casi
rozando la de ella.

―Mierda, inténtalo y verás lo que pasa ―dice Anna furiosa desde


el otro lado de Chay.

La mano de Rocco se cierra como una tenaza en la parte superior


de mi muslo, apretando tan fuerte que las yemas de sus dedos se
clavan en mi piel.

Al otro lado de mí, noto que Cat se tensa como si fuera su pierna
la que está agarrada. Sus ojos están grandes y redondos, y creo que
tiene miedo incluso de respirar, atrapada en medio de este repentino
conflicto que ha llegado como un huracán.

―¿Realmente este es el tipo de chicas con las que deberías


relacionarte en la escuela? ―me dice Rocco, mirando fríamente entre
Anna y Chay―. ¿Una gótica incestuosa y la motera del colegio? Qué
diría tu padre...

Sus dedos están tensos como el acero, se sienten lo


suficientemente duros como para atravesar mi piel. Me hace falta
toda la fuerza que poseo para sentarme rígida y erguida, mientras
mi muslo tiembla de dolor.

―Él diría que no hay nada en nuestro contrato sobre a quién se


me permite tener como amigo ―le digo a Rocco con los dientes
apretados―. Así que haz el favor de irte a la mierda y dejarnos en
paz.

Los dedos de Rocco aprietan aún más, hasta que apenas puedo
evitar gritar. Entonces suelta bruscamente mi pierna.

―Me decepcionas, Zoe ―dice en voz baja―. Hablaremos de esto


más tarde.

―No tenemos nada más que discutir ―digo.

―Oh, mi amor ―dice Rocco, extendiendo su mano delgada y


pálida para colocar un mechón de pelo detrás de mi oreja―. Eso no
depende de ti.

Se levanta de la mesa, deslizándose fuera de su asiento con una


gracia desconcertante. Dax le sigue.
Jasper se detiene un momento más, todavía enfrascado en su
silencioso enfrentamiento con Chay. Se hace crujir los nudillos con
una sola mano, utilizando el pulgar para tirar hacia abajo de cada
articulación extrañamente flexible. Chay hace una mueca de
disgusto por el sonido desagradable. Por fin, Jasper parpadea lenta y
perezosamente, como si no le importara en absoluto, y se aleja
también de la mesa.

Sólo después de que todos se hayan ido puedo soltar un suspiro


completo.

―Un segundo más e iba a clavar mi tenedor en ese esqueleto


andante ―dice Chay, apretando dicho tenedor en su puño.

Anna sacude la cabeza lentamente y con rabia.

―Odio quedarme sentada así ―dice―. Pero no quiero complicarte


las cosas, Zoe.

Sabe tan bien como yo que enemistarse con Rocco podría tener
consecuencias a largo plazo para mí. No es que pueda irritarlo para
que cancele nuestro compromiso. Se alimenta de mi resistencia, lo
que le lleva a comportarse peor.

Anna no deja de fruncir el ceño hasta que Leo Gallo se deja caer a
su lado y le pasa el brazo por los hombros. Anna y Leo son, en
efecto, primos, como ha señalado Rocco, pero sólo lo son por
matrimonio, no por sangre. Después de un tumultuoso primer año
de escuela juntos, los dos han decidido ser amantes además de
mejores amigos, y ahora están saliendo abiertamente. O al menos,
tan abiertamente como se puede ser en Kingmakers, donde
técnicamente no se supone que salgan.
Ver a Anna con Leo es como ver una flor abrirse bajo la luz del
sol. Ella se relaja instantáneamente contra él, el estrés abandona su
cuerpo como un suspiro. Su cara se ilumina y se vuelve el doble de
habladora.

Podría estar celosa de Leo y Anna. Leo es todo lo que Rocco no


es: guapo, cálido, decente, genuinamente afectuoso... pero es
imposible ver a los dos juntos con otra cosa que no sea una sensación
de idoneidad. Es evidente que son el uno para el otro, como la sal y
la pimienta, o el mar y la arena. Además, yo misma nunca esperé
tener algo así.

Miles Griffin y Ozzy Duncan depositan sus bandejas, muy


cargadas, junto a la de Leo. Miles es igualmente el primo de Anna, y
Ozzy es su mejor amigo. Los dos son los mayores alborotadores de
la escuela. A Ozzy le encanta meterse en peleas, y Miles es el
principal distribuidor de contrabando para quien lo necesite.

Miles me hace sentir claramente incómoda, ya que mi objetivo en


la vida siempre ha sido seguir las reglas con el mayor cuidado
posible, mientras que él parece romper todas por diversión.

Tiene el privilegio de ese tipo de comportamiento ya que es el


hijo de un jefe de la mafia irlandesa convertido en alcalde de
Chicago. Supongo que ha podido salirse con la suya con casi todo lo
que le gusta durante toda su vida.

No me gusta especialmente. Hay algo amoral en la forma en que


vende cualquier cosa a cualquiera, como un traficante de armas, sin
hacer preguntas.

Por no hablar del hecho de que aplica su particular marca de


sarcasmo como una navaja. Si ve la oportunidad de hacer una broma
a tu costa, te cortará sin avisar.
Dicho esto, hay una marcada diferencia en el estado de ánimo en
la mesa con estos tres chicos como compañeros de cena en lugar de
los tres que acaban de irse. Chay y Ozzy cambian alegremente el
tocino por un huevo frito, y Leo dice:

―¿Era Rocco Prince el que se acaba de ir? Es un cabrón


espeluznante ¿cierto? No te ofendas, Zoe.

―Sólo podrías ofenderme haciéndole un cumplido ―le digo.

―Entonces considera que estamos en buenos términos


permanentemente ―dice Leo, sonriendo.

―No sé ―dice Miles, tomando un trago de zumo de naranja―.


Tiene su encanto. Si alguna vez te has preguntado cómo es conocer a
Ted Bundy.

―Nunca me lo he preguntado ―dice Cat en voz baja.

―¡Santo cielo! ―dice Miles, haciendo una doble toma exagerada y


fingiendo mirar por encima de la mesa hacia ella. ―¡Hay una niña
ahí! ¿Es el día de "llevar a tu hija al colegio", Zoe?

―Es mi hermana, Cat ―digo con frialdad―. Es una estudiante de


primer año.

―Cada año son más pequeñas ―dice Ozzy, moviendo la cabeza


con asombro.

La cara de Cat se enciende. Esta es una broma que se va a volver


muy vieja, muy rápido para ella.

―De acuerdo, déjalo ―digo―. ella no quiere oírlo.


―Está bien ―murmura Cat.

Parece tan abatida ya, sólo por un encuentro con Rocco y unas
leves burlas de amigos, mi estómago se hunde más que nunca.
Realmente no sé cómo va a sobrevivir Cat aquí. Es su primer día de
clases y las cosas están a punto de empeorar. Tiene Sigilo e
Infiltración, Contrainteligencia y Combate, y todo eso es antes de la
cena.

La rodeo con el brazo para darle un abrazo de costado.

―Lo vas a hacer muy bien hoy ―le digo―. Será mejor que me
vaya, no quiero llegar tarde con profesor Graves o me dará un
portazo en la cara.

―Salúdalo de mi parte ―dice Miles.

―No, gracias ―respondo―. De todo el alumnado, tú estás a la


cabeza de la lista de los que odia, y creo que yo podría estar en esa
pequeña minoría que realmente puede tolerar.

―Eso es porque eres una buena chica ¿no? ―dice Miles, con ese
tono insultante en su voz―. Nunca molestarías a ese pedazo de
mierda pomposo ¿verdad? No dejas de sonreír y de ser educada, por
muy imbécil que sea.

Miro a Miles a la cara, lo miro de verdad, lo cual es difícil de


hacer, porque sus ojos grises como el acero tienen una forma de
fijarse en ti como si te estuviera desnudando. Es una desnudez del
alma, no del cuerpo. Miles Griffin puede mirar dentro de ti y ver
todas tus inseguridades, todos tus defectos y debilidades. Puedes
decir que los está contando, encontrando el punto más vulnerable
para golpearte después.
―No todos podemos ser rebeldes sin causa ―le digo.

Miles mantiene sus ojos fijos en los míos, sin sonreír.

―Oh, yo tengo muchas causas ―dice.

Me levanto de la mesa. Al hacerlo, la carne magullada de la parte


superior de mi muslo da un doloroso tirón, la rodilla se me dobla y
mi primer paso es más bien una cojera.

Me recupero rápidamente, me enderezo y finjo que no ha pasado


nada, pero sé que Miles lo ha visto. Sus ojos se entrecierran durante
un segundo antes de que su rostro se suavice de nuevo en una
plácida indiferencia.

―Nos vemos en Psiquiatría ―les digo a Anna y a Chay.

Paso la mañana en Finanzas, una clase llena sobre todo de


Contables. El año pasado nos centramos en la banca internacional,
este año estamos profundizando en el lavado de dinero nacional.

El profesor Graves se sitúa al frente de la clase con su típica


postura de conferenciante, con las manos entrelazadas a la espalda,
la barriga echada hacia nosotros, apretando los botones de su
chaleco de tweed. Lleva la barba plateada recién recortada para el
comienzo de las clases, y tiene un aspecto especialmente satisfecho y
pomposo.
El profesor Graves es uno de los profesores menos populares de
la escuela porque carece del humor de alguien como el profesor
Howell o del fascinante estilo de conferencias del profesor Thorn.
Graves es estricto y fastidioso, odia que le interrumpan incluso con
preguntas válidas.

Por otro lado, ningún profesor de Kingmakers es menos que un


experto, así que hay mucho que aprender en su clase. Me las he
arreglado para mantenerme alejada de su lado malo. Así que, con
todo, estoy de buen humor mientras tomo notas sobre las tres etapas
del lavado de dinero.

―Colocación, estratificación, integración... ―El profesor Graves


entona, paseando de un lado a otro frente a nuestras ordenadas filas
de pupitres―. La colocación es lo primero. Coges tus ganancias
ilegales y las introduces en una institución financiera legítima,
quizás a través de una empresa fantasma, el menudeo o el lavado
basado en el comercio.

―¿A qué se refiere con lavado basado en el comercio? ―pregunta


Coraline Paquet desde detrás de mí. Es una chica francesa, delgada y
de pelo oscuro, amiga de la Bratva de París.

El profesor Graves emite un largo e irritado suspiro que


transmite al mismo tiempo su odio a las divagaciones y su desprecio
por el hecho de que cualquiera de nosotros pueda exigir una
aclaración.

―El lavado basado en el comercio ―dice―. como su nombre


indica, explota los mecanismos del comercio transfronterizo.
Sobrefacturación o subfacturación, tergiversación de la calidad, etc...

Mira alrededor de la sala por si alguien más se atreve a hacer una


pregunta. Cuando todos mantenemos la boca cerrada, continúa:
―Una vez que has introducido los fondos en el sistema bancario
legal en un punto vulnerable, entonces pasas a la estratificación o
estructuración. Esto es cuando se cortan los fondos en transacciones
más pequeñas para que puedan ser transferidos a jurisdicciones más
difíciles sin desencadenar requisitos de información.

Mientras el profesor Graves explica este proceso, siento que


alguien me observa. Giro la cabeza y veo a Wade Dyer recostado en
su asiento con los brazos cruzados sobre su amplio pecho, no se
molesta en tomar notas, no creo que esté escuchando en absoluto.
Sólo me mira a mí.

Wade es rubio y pulcro, de aspecto agradable, pero eso no me


engaña ni un segundo. Sé muy bien que es de Hamburgo, igual que
Rocco Prince. Son amigos. Cualquiera que disfrute de la compañía
de Rocco tiene algo malo por dentro, por muy benigno que parezca
por fuera.

Wade me sonríe, mostrando hoyuelos a ambos lados de la boca.

No le devuelvo la sonrisa y miro al profesor Graves mientras


habla de la integración, la fase final del lavado de dinero.

―En este punto, los fondos pasan a ser utilizables ―dice el


profesor Graves―. Pueden utilizarse para comprar activos -bienes o
propiedades- que no llamen la atención.

Vuelvo a mirar a Wade.

Sigue observándome. Deliberadamente, me mira de arriba a


abajo de la cabeza a los pies, no es que haya nada que ver; cuando
Daniela no elige mi ropa, siempre me tapo, odio que me miren de
reojo. Ahora mismo llevo una camisa de vestir de manga larga
abotonada hasta el cuello, una falda hasta la rodilla y medias negras
gruesas. Wade no puede ver una mierda a menos que tenga un
fetiche con los nudillos.

Vuelvo la cabeza hacia delante, decidida a no mirarlo más


mientras dure la clase.

Los minutos parecen pasar lentamente bajo la incómoda


sensación de escrutinio, oigo a Wade golpear rítmicamente su
bolígrafo en la parte superior de su escritorio, creo que está
intentando atraer mi atención.

Estoy segura de que Rocco le ha dicho que me observe, y que lo


haga de forma evidente.

Quiere que sepa que tiene amigos en todo el campus y que no


estoy a salvo de él sólo porque no tengamos clases juntos.

Bueno, me importa una mierda. Wade no tiene nada que


informar, excepto que llené cuatro páginas con notas. Espero que
Rocco lo encuentre fascinante.

Aun así, en cuanto termina la clase, tomo el cuaderno y lo meto


en el bolso.

Me apresuro a bajar las escaleras de la Fortaleza y me dirijo a mi


próxima clase en la parte sur del campus. Tengo Artillería con el
profesor Knox, que enseña en la antigua fragua anexa a los talleres
donde los habitantes originales del castillo fabricaban utensilios de
metal, herraduras, armaduras, espadas y picas.

Oigo unos pasos pesados detrás de mí. Un rápido vistazo por


encima de mi hombro me muestra a Wade Dyer caminando a
zancadas detrás de mí, con las manos metidas en los bolsillos de los
pantalones.
¿A qué mierda está jugando?

No está en mi clase de Artillería.

Me debato entre darme la vuelta y enfrentarme a él, o


simplemente ignorarlo.

Al pasar por la gran Torre Octagonal que los Herederos varones


utilizan como dormitorio, veo algo aún más desagradable: Rocco y
Jasper bajando las escaleras.

Antes de que Rocco pueda verme, giro bruscamente a la derecha,


atravesando el hueco con árboles que hay entre la torre y una
plataforma elevada que podría haber sido utilizada para el
entrenamiento con armas en otros tiempos.

Pasé mucho tiempo en mi primer año aprendiendo los pasillos y


atajos secretos del campus para poder esconderme de Rocco Prince.
Nunca diría que los conozco todos, pero encontré una puerta oculta
detrás de estos naranjos que lleva a las murallas. Desde ahí, puedo
atravesar la parte superior de la muralla y bajar por el lado opuesto
de la forja.

Abro la puerta oxidada y chirriante, y subo a toda prisa la


estrecha escalera encerrada en la muralla. Dentro de los muros de
piedra de Kingmakers siempre hace un frío de mil demonios, incluso
en las épocas más cálidas del año. Cuando salgo a la cima de las
murallas, la luz del sol me ciega y el viento me golpea el doble de
fuerte que en la protegida cala del castillo.

Desciendo por la larga y estrecha pasarela que discurre entre la


Torre Octagonal, a mi espalda, y la alta y enjuta Torre de la
Biblioteca, justo delante de mí. Me gusta estar aquí arriba a solas, es
una de las mejores vistas del castillo, con nada más que el océano
abierto al norte. Me detengo un momento para mirar por encima del
borde de las murallas, por la vertiginosa caída de los acantilados de
piedra caliza hasta el agua oscura que hay debajo.

Las olas que golpean los acantilados tienen probablemente dos


metros de altura, aunque desde esta altura apenas parecen arrugas
espumosas en el agua.

Cuando vuelvo a enderezarme, veo dos figuras que bloquean mi


camino: una de pelo oscuro y otra pelirroja.

Rocco y Jasper.

Mierda.

Me doy la vuelta para correr por donde vine, pero ahora Wade
Dyer está de pie, sonriendo con su encantadora sonrisa con
hoyuelos.

Se acercan a mí por ambos lados, rápidos y silenciosos como


lobos.

Wade no me estaba siguiendo, me estaba arreando justo donde


Rocco quería.

Podría gritar, pero sería inútil. Nadie me oiría aquí arriba, si


escucharan algo, sonaría como una gaviota chillando sobre el agua.

Jasper me agarra del brazo derecho, Wade del izquierdo. Me


inmovilizan contra las murallas, levantadas e inclinadas hacia atrás,
de modo que sé que podrían aventarme si quisieran, haciéndome
caer en picado hacia las rocas irregulares de abajo.
Rocco está de pie frente a mí, con las manos entrelazadas a la
espalda, como el profesor Graves cuando está a punto de empezar
una conferencia. Parece más feliz de lo que nunca le he visto, sus
ojos brillan con malicia.

―Oh, no ―dice suavemente―. En qué aprieto te has metido, Zoe.


Creías que eras un ratoncito astuto ¿verdad? Siempre escabulléndote
por escaleras y pasillos, te olvidaste de que llevo más tiempo que tú
en esta escuela.

El corazón me martillea con fuerza contra el pecho a un ritmo tan


rápido que se salta cada tres o cuatro latidos, tropezando y
apretando luego con más fuerza que nunca para compensarlo.

Esto es muy, muy malo.

Rocco se acerca para hablarme directamente al oído. Con los


brazos inmovilizados, no puedo apartarlo, no puedo protegerme.
Podría darme un mordisco en la mejilla y no podría hacer nada para
detenerlo.

―Sólo te escapas cuando te dejo escapar ―susurra―. Eres un


pájaro con una cadena en el tobillo, puedes volar en círculos todo lo
que quieras, pero estás atada a mí, Zoe. Puedo agarrarte cuando
quiera. Pronto, muy pronto, voy a encerrarte en una jaula. Si quieres
comida, la comerás de mi mano. Si quieres agua, la beberás de mis
labios. Si quieres descansar, dormirás con tu cabeza en mi regazo y
no volverás a volar.

Se retira lo suficiente para mirarme a los ojos.

Mirar en esas pupilas negras es como mirar en un pozo, no hay


razón en ellas, no hay piedad, sólo un agujero negro vacío.

É
Él dice en serio cada palabra.

Cuando me case con él, seré su esclava. Nunca se cansará de


atormentarme. Hasta que se me rompa la mente, el cuerpo y el alma.

―Nunca ―digo en voz baja.

―Nunca es mucho tiempo ―dice Rocco―. Has tomado Técnicas


de Tortura ¿verdad? ¿Con el encantador profesor Penmark? Eres
una buena estudiante, Zoe. Estoy seguro de que estabas escuchando
cuando te dijo que es posible soportar la tortura durante un tiempo.
Días, semanas, meses... pero al final... todo el mundo se rompe.

Jasper y Wade me agarran con fuerza las muñecas. Miro entre


ellos, tratando de decidir si alguno de ellos tiene la más mínima
chispa de humanidad. El rostro de Jasper es frío e inexpresivo, sus
ojos verdes son tan pálidos y translúcidos como el agua del mar.
Wade está mucho más animado, luchando por contener su sonrisa.

Me vuelvo hacia Jasper.

―Suéltame ―le suplico.

Los ojos de Jasper se encuentran con los míos y quizás durante


una fracción de segundo lo considera, pero sus dedos no se aflojan
de mi muñeca y sus labios permanecen cerrados con fuerza.

―No va a ayudarte. ―Rocco ríe su extraña risa que es poco más


que una exhalación―. Nadie puede ayudarte, Zoe.

Saca un cuchillo del bolsillo y abre la hoja. El acero deslumbra a


la luz del sol, parece que está en llamas.

―Sujétala bien ―dice.


Los chicos me sujetan las muñecas y la parte superior de los
brazos, empujándome contra la piedra para que apenas pueda
retorcerme, no me atrevería a agitarme, el cuchillo está demasiado
cerca.

Rocco me apunta con la hoja directamente al ojo derecho. Acerca


el cuchillo cada vez más, hasta que su punta se clava en la piel de la
esquina de mi ojo.

―Podría sacarte el globo ocular de su cuenca ―dice―. Entonces


ya no podrías dirigirme esa mirada insolente. Podrías seguir
haciendo todo lo que te pido con un solo ojo.

Ahora noto que los dedos de Jasper se mueven alrededor de mi


muñeca. No está completamente cómodo con esto, probablemente
porque le asusta la Regla de la Compensación.

―No puedes ―le digo a Rocco, para recordárselo.

―¿Por qué? ―dice Rocco, todavía pinchándome con el cuchillo―.


¿Por qué no puedo?

―Te harán lo mismo ―le digo.

Son las leyes de Kingmakers. Si dañas a otro estudiante, le


rompes el brazo, le cortas la mano, le cortas la garganta... te harán lo
mismo. Es para evitar que estalle la guerra entre familias. Es la vieja
ley. Ojo por ojo.

―Es cierto ―dice Rocco en voz baja―. Excepto que... tú me


perteneces, Zoe. Tus padres ya firmaron el contrato de matrimonio,
así que cualquier cosa que te haga... es como si me lo hiciera a mí
mismo. No hay compensación.
No sé si eso es cierto o no.

Pero realmente no quiero averiguarlo.

Está claro que Rocco cree que es verdad.

―Ruégame que me detenga ―dice. Empieza a clavar el cuchillo


en mi carne.

Mis labios están apretados.

No voy a suplicar. Nunca rogaré.

La hoja me muerde y siento que algo cálido y húmedo se desliza


por el rabillo del ojo, como lágrimas ensangrentadas.

El cuchillo se siente como una marca caliente. Puedo sentir cómo


Rocco lo retuerce, dirigiendo la punta hacia mi globo ocular...

―¡Para! ―grito.

―Eso no es suplicar ―sisea Rocco.

―¡Para, por favor!

Ahora estoy llorando de verdad. Corren por ambos lados de mi


cara, picando y quemando cuando golpean el corte en el lado
derecho.

Rocco retira su cuchillo. Mi sangre brilla en su punta.

―Así está mejor ―dice.


Me abre de un tajo la parte delantera de la camisa, sin demasiado
cuidado con el cuchillo. Deja cortes superficiales en mi pecho y en la
parte superior de mis senos. También me abre el sujetador, de modo
que mis senos se derraman.

Ahora tanto Jasper como Wade se interesan intensamente.

―Mierda ―dice Wade―. Quién iba a pensar que tenía un cuerpo


de estrella del porno bajo esa ropa de monja.

―Yo lo sabía ―dice Rocco, con un tono de profunda satisfacción.

Tres pares de ojos recorren mi piel desnuda. Siempre me he


avergonzado de mis pechos, me he avergonzado de mi cuerpo, no
porque me parezca feo, sino por la forma en que me traiciona
llamando la atención de los hombres que menos quiero que se fijen
en mí.

―Adelante ―le dice Rocco a Wade―. Tócalos.

Wade escanea la cara de Rocco, como si pensara que podría ser


un truco.

―¿Estás seguro?

―Te doy permiso ―dice Rocco con su voz suave y siseante.

A Wade no le importa mi permiso. Se queda mirando mis senos,


toda la inteligencia ha abandonado su rostro. Sus mejillas están
sonrojadas y en sus ojos no hay más que una lujuria sorda y
hambrienta.

Me coge los pechos con las dos manos, los levanta y los deja caer.
Se me revuelve el estómago. Nunca me he sentido más humillada.
―Maldita sea ―respira―. Te vas a divertir mucho con esto, Rocco.

Al ver que Rocco no lo detiene, me aprieta los pechos con fuerza


en sus manos y luego me pellizca los pezones, haciéndome jadear.

Está mirando a Rocco todo el tiempo. Le importa un carajo cómo


reacciono yo a esto.

―¿Jasper? ―dice Rocco, ofreciéndole a su otro amigo que tome su


turno.

Jasper lo considera, con el rostro impasible.

―Estoy bien ―dice por fin. Sigue sujetando mi muñeca derecha,


pero no con tanta fuerza como antes. No creo que esté disfrutando
tanto como Wade, aunque no es que esté haciendo nada para
evitarlo.

―¿Y ahora qué? ―Wade dice, sacando la lengua para humedecer


su labio inferior.

―Ahora Zoe paga su deuda ―dice Rocco, mirándome con la


cabeza ligeramente inclinada hacia un lado. A la luz del sol, sus ojos
azules con motas negras parecen cristales rotos―. La noche de
nuestra fiesta de compromiso, tu madrastra me prometió algo, Zoe.
¿Sabes lo que era?

Intento tragar, pero tengo la boca demasiado seca. El corte en la


comisura del ojo todavía me arde, y los pechos me duelen en todos
los lugares donde los tocó Wade. Sacudo lentamente la cabeza.

―Estuvo de acuerdo en que era libre de consumar el matrimonio


―dice Rocco, con sus ojos clavados en los míos―. Cuando quisiera.
Con los labios entumecidos, digo:

―Todavía no estamos casados.

―Casi ―dice Rocco, y se mueve para cerrar la brecha entre


nosotros. Para agarrarme y cortarme la falda, no tengo ninguna
duda.

Cuando Rocco avanza, Jasper suelta mi muñeca y retrocede para


dejarle espacio. Wade no me sujeta en absoluto, ya que me ha
soltado para poder tocarme con ambas manos.

Tengo un breve segundo de libertad.

Rocco se abalanza sobre mí como un vampiro, mostrando los


dientes en su versión de una sonrisa.

Actúo por instinto, sin pensar ni planear.

Lo único que sé es que tengo que alejarme de Rocco. No volveré


a arrastrarme por él, nunca le rogaré. Nunca dejaré que me toque.

Dice que seré un pájaro enjaulado, pero al menos volaré una


última vez.

En ese momento de locura, me arrojo sobre las murallas.


5

MILES

Estoy haciendo el largo y tedioso camino desde la biblioteca


hasta mi dormitorio cuando alguien dice:

―¡Para!

Es extraño, porque no hay nadie alrededor para decir "Para". No


hay nadie a mi alrededor. Es la mitad de la segunda hora, y todos los
estudiantes están a salvo en sus clases.

Se supone que estoy anotando un contrato de territorio con Ozzy.


Teníamos todos nuestros libros de texto legales extendidos sobre la
mesa a nuestro alrededor, listos para cazar hasta la última
consideración y cláusula, hasta que Ozzy se dio cuenta de que había
olvidado el puto documento real en nuestro dormitorio.

Me ofrecí a recuperarlo porque Ozzy es muy distraído. Si


esperaba a que lo hiciera, dudaba que volviera. Lo encontraría
cuatro horas después fumando detrás de la nevera o merodeando
por el Solar para charlar con alguna chica.

Y ahora aquí estoy, distraído por el inexplicable sonido de


alguien diciendo "Para".

Después de mirar en todas las direcciones, no hay otro lugar


donde mirar que hacia arriba.
Veo un movimiento en lo alto de las murallas, algo oscuro que
podría ser un trozo de tela o el ala de un pájaro.

Pero los pájaros no dicen "Para".

Así que me encuentro empujando entre los naranjos,


encontrando la escalera oculta que sube a través de la muralla.

Soy muy entrometido, siempre lo he sido.

En mi línea de trabajo, la información es moneda de cambio.


Tengo que saber todo lo que pasa a mi alrededor en todo momento.
Lo que la gente necesita, por qué lo necesitan y cómo puedo
conseguirlo para ellos.

Me subo a la cima del muro con un sentido de curiosidad y


ayuda. Siempre soy útil, por el precio adecuado.

Cuando asomo la cabeza, me encuentro con un desagradable


cuadro.

Una chica, sujeta por tres chicos.

No por voluntad propia.

Es difícil de ver desde este ángulo, pero el más cercano a mí tiene


que ser Wade Dyer. Nadie más tiene esa complexión de quarterback
universitario y ese corte de pelo de Boy Scout. Se mueve
ligeramente, entonces veo que el tipo de pelo oscuro -el que sostiene
el cuchillo- es Rocco Prince.

Lo que significa que la chica sólo puede ser Zoe Romero.


Yo diría que Zoe es más una conocida que una amiga, es un poco
demasiado seria para mi gusto. No es que pueda culparla, es difícil
ser alegre cuando estás comprometida con un psicópata.

Un psicópata al que, al parecer, le gusta arrastrarla hasta una


pared y abrirle la camisa.

Veo cómo Rocco le abre la camisa con cuatro cortes rápidos de su


cuchillo. Luego le corta también el sujetador.

Mis músculos se tensan y se me erizan los pelitos de los brazos.


Realmente no me gusta esta mierda, no hay nada audaz en que tres
tipos se unan a una chica para cortarle la ropa, es débil y sin agallas.
Me da asco.

Por otro lado, no soy el tipo de héroe y Zoe no es mi


responsabilidad. Sí, es amiga de Anna, pero Anna no puede sacar a
Zoe de la trampa para osos de su compromiso, y yo tampoco. Ya sea
que Rocco lo haga hoy, mañana o en su noche de bodas, es
prácticamente inevitable.

Me planteo dar la vuelta y volver a bajar las escaleras. Eso sería


lo más inteligente, pero algo me mantiene en mi sitio, paralizado a
pesar de las náuseas que me produce el estómago.

Tal vez sea la forma en que Zoe los mira fijamente,


manteniéndose tan alta como puede con los brazos inmovilizados a
los lados. Ignorando la sangre que le corre por un lado de la cara.

Es dura, lo reconozco.

Aparentemente con el permiso de Rocco, Wade comienza a


manosear las tetas de Zoe.
Bueno, eso es sorprendente. Parece que Rocco es tan pervertido
como jodido de la cabeza. Si me fuera a casar, que no es el caso, le
rompería todos los huesos de las manos a Wade antes de dejarle
tocar a mi prometida.

La parte racional de mi cerebro hace esa observación, mientras


que la parte irracional siente una rabia creciente e hirviente.

Zoe no es mi prometida, no es nadie para mí. Lo único que


debería sentir es lástima por ella.

Sin embargo, la ira surge dentro de mí caliente e insistente,


diciéndome que debería romperle las manos a Wade a pesar de todo,
y destrozarle los brazos por si acaso.

Lo veo tocar a Zoe y es como ver a un gorila manoseando a la


Venus de Milo. Es obsceno que un puto animal como ese toque lo
que es, objetivamente hablando, un cuerpo perfectamente esculpido.
Ten un poco de respeto.

Wade suelta a Zoe y me digo que me calme, esto no tiene nada


que ver conmigo.

Jasper Webb se sitúa al otro lado de Zoe, sin tocarla, pero


ayudando a sujetarla. No puedo verle la cara con tanta claridad
como a los otros tres porque su largo pelo le cuelga sobre los ojos, no
parece estar disfrutando de esto tanto como ese pedazo de mierda de
Wade.

Wade, Rocco y Jasper no son personas que quiera tener como


enemigos. Cada uno de ellos está conectado, es muy querido -en el
caso de Rocco, sobre todo por sus compañeros sádicos, pero el punto
sigue en pie- y proviene de una familia poderosa. No me asustan los
conflictos, pero en mi propia familia he visto las desastrosas
consecuencias de iniciar una disputa. El ciclo interminable de
represalias puede extenderse por generaciones.

Debería alejarme.

Creo que se acabó de todos modos. Wade dejó de manosear a


Zoe, Jasper no parece interesado, probablemente la dejarán ir.

Eso es lo que pienso hasta que Rocco arremete contra Zoe, y ella
se gira y salta por encima de la pared.

Lo veo pasar a cámara lenta. Se da la vuelta, levanta el pie y lo


planta firmemente en la hendidura entre las almenas. Se impulsa con
todas sus fuerzas, con la intención de hacer un salto de cisne desde el
acantilado, para caer en picado unos doscientos metros hasta el agua
llena de rocas que hay debajo.

Su pelo oscuro cae detrás de ella como un estandarte, y hay una


mirada de abandono temerario en su rostro, una determinación
salvaje que me resulta instantánea y dolorosamente familiar.

Me recuerda a mi madre.

Mi madre se tiraría por un acantilado si tuviera que hacerlo y


probablemente arrastraría a Rocco con ella.

Me pongo en movimiento antes de darme cuenta de lo que está


pasando, estoy corriendo sin pensar ni decidir.

Estoy demasiado lejos para ayudar a Zoe, pero corro hacia ella,
extendiendo la mano desesperadamente, aunque sé que es
demasiado tarde.
Es Jasper quien la salva, la agarra el tobillo con ambas manos. La
fuerza de la caída de Zoe lo empuja hacia delante y casi se cae
también por la pared, hasta que lo agarro por la cintura y lo arrastro
hacia atrás.

Ahora somos un amasijo de manos y brazos, y Wade Dyer se une


a nosotros, agarrando la otra pierna de Zoe y ayudando a arrastrarla
de nuevo por las murallas.

Pero Rocco no, él se queda mirando.

Zoe está flácida y pálida, ya sea por la conmoción o porque se


golpeó la cabeza contra la pared. La sangre le brota de la nariz y del
lado derecho de la cara. No puede mantenerse en pie, sus piernas se
hunden bajo ella. Intento sostenerla, mientras le cierro la camisa por
delante.

Jasper retrocede, pálido y enfermo.

Los ojos de Wade se mueven entre Rocco y yo mientras espera


instrucciones.

Rocco se adelanta y levanta sus manos blancas y delgadas como


si quisiera quitarme a Zoe.

Aprieto mis brazos alrededor de sus hombros y la pongo fuera


de su alcance.

―No ―gruño―. No la toques.

―¿Qué quieres decir? ―dice Rocco, sonriéndome―. Es mi


prometida, ya sabes.
Mientras los demás sudamos y respiramos con dificultad, Rocco
parece tan fresco como una lechuga. Nunca se diría que ha sido
testigo de un casi suicidio, y mucho menos que ha llevado a una
chica a hacerlo.

―No la toques, joder ―vuelvo a decir, manteniendo mis ojos fijos


en los suyos para que sepa que lo digo en serio―. La voy a llevar a la
enfermería.

La sonrisa de Rocco se desvanece, su expresión se endurece como


el concreto. Sus ojos se mueven entre mí y la chica aturdida y
ensangrentada que se recuesta contra mí.

Parece un niño al que le han arrebatado su piruleta.

―Ten cuidado, Miles ―dice.

No está hablando de Zoe, me está advirtiendo que no me meta


con él.

No me importa, ahora mismo lo único en lo que puedo pensar es


en la mata de pelo oscuro de Zoe tendido sobre mi hombro, y en su
corazón latiendo tan fuerte contra mi brazo que temo que pueda
estallar.

Empiezo a retroceder lentamente. Vuelvo a bajar a Zoe por la


puerta más cercana a la Torre de la Biblioteca, porque está cerca de
la enfermería y no creo que Jasper me detenga, mientras que Wade
está bloqueando el camino hacia las escaleras del naranjal, con los
brazos cruzados sobre el pecho. Wade parece casi tan irritado como
Rocco, con su rostro apuesto y enfurruñado, a punto de pelearse.

El espacio que nos separa parece un frágil panel de hielo.


El más mínimo golpecito lo rompería.

Sigo retrocediendo, paso a paso.

Rocco se queda exactamente dónde está.

No intenta detenerme, pero puedo ver en su cara que está muy,


muy enojado.

La enfermería es un edificio largo y bajo cercano a la biblioteca.


El doctor Cross tiene su apartamento en un extremo, y luego hay
una zona abierta con varias camas, un fregadero industrial y
armarios con frentes de cristal llenos de material médico.

En este momento, el único otro paciente es un flaco estudiante de


segundo año que aparentemente se torció la muñeca en la clase de
combate. El doctor Cross acaba de terminar de vendar la muñeca,
cuando me ve llevando a Zoe por la puerta, le dice sin
contemplaciones que vuelva a clase.

―¿No puedo descansar un rato? ―dice el chico, que no parece


muy dispuesto a abandonar la paz y la tranquilidad de la impecable
enfermería.

―Descansa en tu dormitorio ―le espeta el doctor Cross―. Esto no


es un salón.
―¿Puede darme algún tipo de nota médica? ―dice el chico―.
¿Cómo se supone que voy a escribir? Soy zurdo.

Levanta su brazo izquierdo vendado con torpeza, como si se


hubiera convertido en madera.

―Es muy posible convertirse en ambidiestro con la práctica ―dice


el doctor Cross sin compasión―. Ahora vete.

El chico se aparta de la cama, frunciendo el ceño.

―¿Qué está pasando aquí? ―El doctor Cross frunce el ceño,


mirando a Zoe con la cara ensangrentada y la camisa rota.

Me quité el chaleco del suéter y la cubrí lo mejor que pude, pero


sigue siendo obvio que la blusa de abajo ha sido cortada a tiras.

―Se cayó en las murallas ―le digo―. Creo que se golpeó la


cabeza.

No voy a decirle al doctor Cross lo que realmente sucedió.


Depende de Zoe si quiere presentar una queja formal al Rector.

En respuesta a las rígidas reglas de Kingmakers, los estudiantes


guardan un código de silencio. No nos delatamos unos a otros, salvo
en las circunstancias más extremas.

El doctor Cross me mira con desconfianza. Sin duda, ha


escuchado mil excusas de estudiantes lesionados y la mía es
especialmente débil.

―Acuéstala aquí ―dice, señalando una cama nueva―. Puedes


dejarla conmigo.
Eso es lo que había planeado hacer. Iba a dejarla y volver a la
biblioteca, pero mientras coloco a Zoe con cuidado en el estrecho
colchón y apoyo su cabeza en la almohada, me doy cuenta de que no
quiero abandonarla tan rápidamente.

―No creo que deba estar sola ―digo.

―No está sola ―me dice el doctor Cross bajo unas cejas grises y
desgreñadas, gruesas como orugas.

―No se ofenda, doc ―le digo, guiñándole un ojo―. ¿pero querría


usted despertarse solo? Creo que ella debería ver una cara amable.

El doctor Cross resopla.

―No estorbes y puede quedarte ―dice, volviendo a lavarse las


manos nudosas en el lavabo.

Con sorprendente delicadeza, limpia la sangre de la cara de Zoe


y examina el corte junto a su ojo.

―Herida punzante ―murmura, como para sí mismo―. Limpia, al


menos.

Al parecer, decide que no necesita puntos de sutura, desinfecta el


corte y lo cubre con cinta quirúrgica.

Le palpa con cuidado todo el cráneo, como si fuera un frenólogo.


Al encontrar un bulto sobre su oreja derecha, comprueba sus pupilas
en busca de signos de conmoción cerebral.

A estas alturas, Zoe está volviendo en sí. Todavía parece


aturdida, pero no llora ni intenta hablar. Permanece en silencio hasta
que el doctor Cross está satisfecho.
―Toma ―dice, sacando una botella de zumo de manzana de la
nevera y entregándomela junto con una pajita―. Dale esto si lo
quiere. ―Luego le dice a Zoe―: ¿Este delincuente es amigo tuyo?

Zoe vuelve su mirada hacia mí, todavía confusa y desenfocada.


Tras un largo momento, asiente con la cabeza.

―Puedes quedarte diez minutos ―me dice el doctor Cross―.


Luego sal de aquí para que ella pueda dormir la siesta.

Vuelve a su apartamento arrastrando los pies y cierra la puerta


tras de sí.

Me siento junto a la cama de Zoe, sintiéndome incómodo y fuera


de lugar. Nunca hemos estado juntos a solas en circunstancias
normales, y mucho menos en un momento como éste.

Ni siquiera sé por qué me quedé. ¿Para ver cómo está? ¿Para


consolarla? Ambas ideas parecen ridículas.

Zoe me observa en silencio, la agudeza ha vuelto a su mirada.


Tiene ojos verdes inusuales para alguien con el pelo tan negro, tiene
un montón de rasgos inusuales. Cejas y pestañas tan oscuras que
parecen pintadas con tinta. Una nariz recta e imperiosa, como la de
una emperatriz. Una boca ancha y llena. Hay una elegancia en su
rostro que la hace parecer mayor que su edad, pero también
atemporal y eterna.

―No tienes que quedarte ―dice.

Su voz es clara y firme. No hay temblores ni sollozos.

―No estoy seguro de eso ―respondo.


Frunce ligeramente el ceño, apareciendo una única línea vertical
entre sus oscuras cejas.

―¿Qué significa eso?

―Te vi saltar ―le digo―. Supongo que me preocupa que vuelvas


a hacer algo así.

Esos ojos verdes se nublan una vez más, esta vez con ira en lugar
de confusión.

―No es asunto tuyo si lo hago o no ―dice con frialdad.

―Puede que no. ―Me encojo de hombros―. Aun así, me siento


involucrado.

―Ah ―dice ella, burlona―. Sé lo mucho que significan tus


inversiones para ti, pero me temo que ésta no va a ser rentable.

Me sorprende con eso y me río un poco.

―¿Qué sabes tú de mis inversiones?

―Por eso siempre estás pasando paquetitos de un lado a otro del


campus ¿no? ―dice Zoe, firme y sin pestañear―. No trabajas porque
sí; he visto tus notas. Debes estar ahorrando para algo.

No sé si alguna vez me he quedado sin palabras.

―Zoe... ―digo, con una sonrisa tirando de mis labios―. ¿Me estás
acosando?

Ahora no puede evitar sonreír un poco, aunque no quiera.


―Tú eres el que me siguió hasta la pared ―dice―. ¿Qué hacías ahí
arriba?

―Sólo pasaba por ahí ―le digo.

―No voy a darte las gracias ―me informa.

―No me las merecería; fue Jasper quien te atrapó.

Su labio superior se levanta en un gruñido, mostrando unos


dientes blancos y afilados. Mueve la cabeza con impaciencia.

―Tampoco le daré las gracias ―dice.

Hay un silencio incómodo mientras el peso tácito de Rocco


Prince se cierne sobre nosotros.

―Lo siento ―digo.

Es al mismo tiempo una declaración patética y sin sentido, pero


también lo único que puedo decirle. La única forma de expresar mi
compasión por su trágica situación.

―No me compadezcas ―dice.

Vuelvo a ver ese fuego en sus ojos, esa chispa de rebeldía que la
llevó a saltar de un acantilado antes que dejar que Rocco le pusiera
las manos encima.

―Sabes ―digo―, siempre pensé que eras una chica de Mozart.


Eso fue bastante de Metal.
―¿Eso te impresiona? ―Zoe levanta una ceja negra como el
hollín―. ¿Saltar de un acantilado?

―Quiero decir... sí. Suponiendo que sobrevivas. ―Trago con


fuerza, mirándola de cerca―. Vas a sobrevivir ¿verdad, Zoe?

Se queda en silencio un momento y luego suelta un suspiro.

―Sí ―dice―. Por ahora.

Es lo más parecido a una promesa que voy a conseguir de ella.

Y además, ¿quién soy yo para hacerle jurar que no intentará


suicidarse de nuevo?

Yo podría hacer lo mismo si tuviera que casarme con ese cadáver


andante que es Rocco Prince.
6

CAT

Mis clases son una pesadilla.

Cada una es peor que la anterior.

Los profesores son duros e impacientes. Esperan que sepamos


cosas que ni siquiera he imaginado y mucho menos estudiado en
detalle.

Los estudiantes que vienen a Kingmakers son los que se han


criado en la vida de la mafia. Llevan peleando, disparando y
maquinando desde que dejaron los pañales. Aprendieron la historia
de sus antepasados en las rodillas de sus abuelos. Siempre supieron
qué papel tomarían en su organización.

Yo soy la única que fue arrancada de la escuela de arte y arrojada


a la guarida de los leones, ignorante como un bebé recién nacido.

Sé que en parte es culpa mía. Zoe prestaba atención a lo que


hacía nuestro padre. Yo prefería quedarme en mi habitación,
pintando y dibujando, o a veces bajando a hurtadillas a la cocina
para ayudar a nuestra cocinera a hacer paella y crema catalana.

Me encantaba el personal de la casa. Nuestra cocinera Celia era


ruda pero una maestra paciente, que nos explicaba cómo añadir
azafrán a la paella para dar color y sabor al arroz. Nuestra criada
Lucía era joven y amable. Solía colarme revistas para que viera fotos
de vestidos de fiesta, hasta que Daniela atrapó a nuestro padre
mirando a Lucía demasiadas veces y la despidió en el acto.

Me aterrorizan todos los adultos de Kingmakers, desde el fornido


personal de tierra, pasando por el personal de cocina tatuado, hasta
los profesores con su riqueza de conocimientos siniestros.

El peor de todos es el Rector Luther Hugo. Lo vi cuando nos


llamó a todos al Gran Salón para anunciar los términos del Quartum
Bellum de este año. Estaba de pie ante la chimenea rugiente, las
llamas salvajes detrás de su oscura e imponente figura le hacían
parecer el mismísimo diablo levantado del suelo.

Nos recordó nuestro deber para con nuestras familias, lo que


estaba en juego en nuestras futuras carreras en el mundo criminal, y
las terribles consecuencias si nos atrevíamos a poner un dedo fuera
de la línea en Kingmakers.

Podría jurar que sus ojos negros como el carbón se clavaron en


mí todo el tiempo. Su cara parecía tan arrugada como el cuero viejo,
pero esos ojos eran eternamente brillantes.

―Recuerden ―dijo, mirando fijamente a mi alma―. Cada elección


pone la mesa. Tarde o temprano, todos nos sentamos a un banquete
de consecuencias.

Creo que si me hubiera ordenado saltar al fuego detrás de él, lo


habría hecho. Eso es lo mucho que me aterroriza ese hombre.

La información que siguió no fue más alegre.

El Rector explicó que el Quartum Bellum, o 'Guerra de los Cuatro',


es una batalla anual entre los estudiantes de primer, segundo, tercer
y último año. Es un torneo de eliminación con tres etapas distintas.
Todos los estudiantes participan, es obligatorio, no hay excusas.

Ya me estaba preguntando si podría utilizar la nueva


información adquirida en mi clase de Química para provocarme un
conveniente caso de intoxicación alimentaria.

Esperé a que el Rector nos despidiera antes de llorarle a Perry:

―¿Cómo esperan que compitamos contra los de último año? O


contra los de tercer y segundo año, para el caso.

―No lo hacen. ―Perry se encogió de hombros―. Se supone que


sólo hay que intentarlo, nadie cree que vayamos a ganar.

―No estés tan segura ―le dijo Lyman Landry―. Los de primer
año sí ganaron el año pasado, por primera vez.

―¿Cómo? ―preguntó Perry.

―Leo Gallo ―dijo Lyman, con su rostro ancho y serio brillando


de admiración―. Era el capitán. Es un maldito campeón. Un dios,
incluso. Este año volverá a ganar, ya verás.

―Un dios ―resopló Perry, poniendo los ojos en blanco.

Sentí que me sonrojaba, porque había conocido a Leo Gallo en el


desayuno, mi primera mañana en Kingmakers. Sí que parecía un
dios. Nunca había visto a alguien tan guapo, alto, profundamente
bronceado, con ojos color ámbar y una sonrisa más brillante que el
sol.

Por supuesto, nunca me atrevería a enamorarme de él. Sale con


Anna Wilk, una diosa de la luna por derecho propio, tan oscura y
misteriosa como Leo es brillante y cegador.
Fue amable conmigo y también lo fue Anna.

Ojalá pudiera decir lo mismo de mis compañeros de clase. No he


hecho ni un solo amigo, aparte de Perry, que apenas comparte clases
conmigo.

La mayoría de mis clases son con Espías y Ejecutores. No sé qué


es peor. Los Espías son despiadados, sarcásticos y despectivos. Los
Ejecutores son en su mayoría cabezas calientes y matones, el tipo de
deportistas que no sólo quieren ganar, sino que quieren destruirte.

Lo que más odio es la clase de combate. En cuanto nos


enfrentamos a nuestros oponentes, puedo ver el cambio que se
produce en mis compañeros. Sus pupilas se dilatan, se agachan, su
respiración se ralentiza. Así es como un depredador se prepara para
atacar.

Mi cuerpo elige la huida en lugar de la lucha. Mi ritmo cardíaco


se cuadruplica y mis músculos me gritan que corra, que corra, que
corra, así que lo único que puedo hacer es levantar las manos en
señal de rendición, agacharme y encogerme.

Ya me han noqueado dos veces.

La primera vez fue a manos de un Ejecutor corpulento que


parecía totalmente desconcertado cuando me levanté mirándolo
desde la colchoneta.

―Ni siquiera intentaste bloquear mi golpe ―me dijo, sacudiendo


la cabeza con perplejidad.

La segunda vez ocurrió hoy, por cortesía de mi propia


compañera de cuarto, Rakel. Se sintió mucho más personal. Cada
vez que ella y yo nos quedamos sin pareja, puedo ver su furia
hirviendo por el hecho de que alguien pueda pensar que es igual de
indeseable que yo. Me hizo una llave de cabeza en cinco segundos e
ignoró mi mano que golpeaba desesperadamente su hombro,
rogándole que me soltara.

Me desperté boca abajo en las colchonetas, con sangre saliendo a


borbotones de mi nariz.

―Una rendición significa que paras ―informa el profesor Howell


con severidad. Sólo es unos centímetros más alto que yo, pero es
delgado, está en forma y es más rápido que una liebre. Cuando está
de buen humor, es uno de los profesores más agradables, pero
cuando te cruzas con él, te mira fijamente con una mirada negra que
podría cuajar la leche.

―No sentí sus golpecitos ―dice Rakel, insolente e impenitente.


Incluso entre los Espías, Rakel tiene un ceño perpetuo que la ha
hecho apenas más popular que yo.

―Sentirás las consecuencias si lo vuelves a intentar ―dice el


profesor, afilado como un bisturí―. ¿Ves eso de ahí? ―Mueve la
cabeza hacia un alto cilindro de metal en la esquina del gimnasio.
Parece una Doncella de Hierro5: liso y sin rasgos en el exterior, con
sólo una rendija horizontal acristalada a la altura de los ojos.

―Sí ―dice Rakel lentamente.

―Es una cámara de desoxigenación. Es útil para entrenar en


altitudes elevadas o para aumentar la resistencia forzando al cuerpo
a producir demasiados glóbulos rojos. Puedo cambiar el porcentaje
de oxígeno al nivel que quiera, vuelve a ignorar una rendición y te
meteré ahí durante media hora. No te asfixiarás, pero sentirás que te
ahogas todo el tiempo. ¿Me entiendes?
―Sí ―vuelve a decir Rakel.

El profesor Howell se da la vuelta.

Rakel me mira una vez más, con puro odio en sus ojos, sin
ningún indicio de remordimiento. Parece tan asesina que casi quiero
disculparme por haberla metido en problemas, pero aplasto ese
pensamiento.

―Enfréntense de nuevo ―ordena el profesor Howell.

Que me jodan. Esperaba que al menos intercambiáramos parejas.


Necesito que Rakel se calme un poco antes de que nos enfrentemos
de nuevo. Tal vez dentro de los próximos cien años.

El profesor Howell nos dijo que mantuviéramos las manos en


alto para protegernos la cara, y que mantuviéramos los núcleos
apretados. Intento hacerlo, pero en cuanto alguien se abalanza sobre
mí, me hago un ovillo.

―Preparadas... ―dice el profesor.

No. No estoy preparada. Nunca lo estaré.

―¡Adelante!

Rakel se acerca a mí como un murciélago del infierno, se


abalanza sobre mí y me asesta un golpe en el ojo izquierdo que me
hace retroceder la cabeza y hace que mi cerebro, ya magullado, se
agite en mi cráneo.

Vuelve a golpear, y en realidad consigo esquivar ese golpe, por


poco. Estoy tan sorprendida que no veo venir su siguiente golpe, ni
siquiera un poco. Me golpea en la oreja derecha y todo el gimnasio
gira como un carrusel. Se acerca para dar un último golpe, con el
puño ya preparado.

Antes de que pueda pensar, antes de que pueda considerar lo


monumentalmente mala que es esta idea, mi puño arremete contra
su cara.

Le doy en la boca. Sus labios se sienten horriblemente blandos y


móviles bajo mis nudillos. Mi puño se desliza sobre sus dientes y
uno de ellos me corta. Me alejo de ella de un salto, diciendo:

―Lo siento. Dios mío, estás sangrando.

Rakel se toca el labio inferior, que ya empieza a hincharse. Mira


la sangre roja y brillante en las yemas de sus dedos como si nunca
hubiera visto nada igual.

―¡Tiempo! ―Llama el profesor Howell.

No lo miro a él, estoy mirando a Rakel, de puntillas, porque si


intenta estrangularme, me daré la vuelta y saldré corriendo.

Extrañamente, inexplicablemente, Rakel ya no parece tan


enfadada. Se limpia los dedos en sus pantalones grises deportivos,
dejando una mancha oscura.

Cuando nuestras miradas se cruzan, no sonríe, pero tampoco


frunce el ceño.

―No está mal ―dice.


Me dirijo al comedor para comer a la hora habitual, pero no veo a
Zoe por ninguna parte.

Me paro junto a los platos de comida, estirando el cuello para


encontrarla, hasta que un chico de tercer año se abalanza sobre mí y
me dice:

―Toma tu comida o quítate de en medio.

Apresuradamente, lleno un plato con chuletas de cerdo, puré de


manzana y zanahorias.

No tengo ninguna queja sobre la comida en Kingmakers. La


mayor parte procede de las granjas y huertos locales de la isla, así
que todo es fresco y está bien preparado. Sólo me gustaría no tener
que comerlo todo sola. Zoe suele reunirse conmigo aquí.

Enderezo los hombros y me digo a mí misma que deje de ser una


maldita marica. Zoe ha comido conmigo en todas las comidas hasta
ahora; no es justo esperar que haga de niñera conmigo.

Miro alrededor del comedor, deseando haber prestado más


atención a dónde se sienta todo el mundo.

Veo una mesa de chicos de último año, tan musculosos y crecidos


que apenas caben unos al lado de otros en los estrechos bancos.
Definitivamente, no me voy a acercar a ellos.
Junto a ellos hay un grupo de Herederos. Reconozco a un par de
ellos de mi año, y a unos cuantos que son mayores. Uno de ellos es el
amigo de Miles Griffin que conocí el primer día, el simpático de la
cresta y los tatuajes y piercings por todo el cuerpo. Creo que se llama
Ozzy, pero sólo lo vi una vez, así que no me siento cómoda
sentándome a su lado.

Veo a un grupo de estudiantes francesas, la mayoría rubias.


Todas ellas parecen haber salido de una editorial de alta costura.
Nunca he podido entender cómo algunos de los estudiantes de
Kingmakers hacen que sus uniformes parezcan tan condenadamente
elegantes.

Una de las chicas lleva una blusa blanca magníficamente


confeccionada con el cuello abierto y una impresionante cadena de
oro sobre el escote. Su cabello ondulado y mojado por el sol cae
sobre un hombro como una sirena, y su piel húmeda parece no
haber sido tocada nunca por manos humanas.

El chico de su izquierda se parece a ella: pelo largo de surfista,


pómulos altos y labios carnosos. Lleva un pendiente en forma de
cruz que cuelga de una oreja y picotea su comida con expresión de
asco.

Los estudiantes franceses sólo ocupan la mitad de la mesa; el otro


lado está vacío. Reconozco a la chica sentada en el extremo, junto a
los asientos vacíos. Es la pelirroja que conocí en el viaje por tierra
hasta la escuela. Estoy segura de que se llama Sadie Grant.

Me acerco con cautela, dispuesta a que me rechacen. Sadie me


sonríe rápidamente y dice:

―Eres Cat ¿verdad?


―Sí ―respondo, aliviada. Me deslizo en el banco vacío, sintiendo
que he logrado algo trascendental al encontrar un lugar donde
sentarme.

―¿Cómo te llamas? ―se burla el chico rubio y altivo―. ¿Chatte?

―Cat ―le corrige la chica glamurosa―. Seguramente es el


diminutivo de otra cosa. ¿No es así, Cat?

Me sonríe, mostrando unos preciosos dientes blancos como


perlas.

―Sí ―le digo―. Diminutivo de Catalina.

―¿Eres de España? ―pregunta.

―Barcelona. ―Asiento.

―Nosotros somos de París ―me dice―. Soy Claire Turgenev, este


es Jules. ―Ella asiente hacia el chico que en ese momento me mira
como un mapache que hurga en su mesa.

―¿Todos son de París? ―pregunto.

―En su mayoría. ¿No es curioso cómo nos agrupamos en


Kingmakers? A veces por división, a veces por año... y algunos de
nosotros hemos venido desde el otro lado del mundo sólo para
sentarnos con la gente que conocíamos en casa. ―Se ríe de sí misma
de una manera que resulta instantáneamente desarmante.

―Me sentaría con otra persona, si hubiera alguien con quien


valiera la pena sentarse ―dice Jules, con el labio lleno curvado en
una mueca.
―Eres un snob ―le dice Claire―. Aquí conozco a gente que me
gusta todos los días. Simplemente soy una criatura de costumbres.

Aunque las manos de Claire están limpias, y sus uñas cuidadas,


puedo ver un indicio de manchas oscuras en las cutículas y en las
hendiduras alrededor de sus nudillos. A mí me pasa lo mismo
cuando dibujo con carboncillo o tinta. Me pregunto si ella dibuja.
Soy demasiado tímida para preguntárselo.

―¿Cuál es tu apellido? ―me exige Jules. Por su tono me doy


cuenta de que va a juzgar mi respuesta. No me extrañaría que me
dijera que me llevara la bandeja a otro sitio si mi respuesta no se
ajusta a su criterio.

―Romero ―respondo.

Él lo considera.

―¿Eres la hermana de Zoe?

Asiento con la cabeza.

―Es una Heredera ―le dice a Claire―. Zoe lo es, quiero decir.

―Zoe Romero... ―Claire reflexiona, tratando de pensar si conoce


a mi hermana―. Oh, es la preciosa y alta con el pelo oscuro y los ojos
verdes. La que siempre lleva un brazo lleno de libros.

―Sí ―digo, encantada por la conexión. Siempre me enorgullece


que alguien conozca a Zoe, me enorgullece que me asocien con ella.

―Qué desperdicio ―suspira Claire.


―¿Qué quieres decir? ―exijo, con los pelos de punta en la nuca.
Por mucho que me guste ya Claire Turgenev, no voy a permitir que
nadie critique a mi hermana.

―No quiero ofender a ninguna de las dos ―dice Claire con su voz
clara y encantadora―. Es una pena que una chica tan guapa tenga
que casarse con Rocco Prince, estoy segura de que estás de acuerdo
en que es repugnante.

Mira a través del comedor hacia la mesa distante donde Rocco se


sienta con su camarilla de matones, incluidos los dos que se colaron
en mi desayuno con Zoe.

Rocco irradia una energía oscura. Lo separa de los chicos que le


rodean y, al mismo tiempo, los une a su lado como si fueran imanes.
Ninguna chica se sienta en su mesa. De hecho, nadie que no forme
parte de su pandilla se sienta en ninguna de las mesas cercanas,
creando un halo de vacío alrededor.

―¿Qué sabes de Rocco? ―le pregunto a Claire en voz baja.

Jules le lanza una mirada cortante, como si creyera que no debe


responder. Sadie también dirige su atención a su comida,
desentendiéndose de la conversación.

Pero Claire responde, sin dudar:

―Sé lo que todo el mundo sabe. Que no es un criminal... es un


asesino.

―¿Qué quieres decir? ―digo, tratando de tragar saliva.

―Algunos de nosotros hemos asesinado cuando hemos tenido


que hacerlo ―dice Claire, con su voz tranquila e hipnótica―. Y la
mayoría de nosotros mataremos en el futuro. Muy pocos mafiosos
llegan a la tumba con las manos limpias, pero sólo unos pocos lo
disfrutan.

Miro fijamente a Rocco a través del comedor, con su rostro pálido


y sus ojos brillantes como la fiebre. Tampoco toca su comida. No sé
si alguna vez le he visto comer. Parece que prefiere aprovechar el
tiempo para observar a todos los que le rodean.

Como si sintiera el escrutinio, levanta lentamente su mirada para


encontrarse con la mía.

Dejo caer los ojos de inmediato, con la cara encendida.

―Fue al colegio durante un año con mi amiga Emilia Browning


―dice Claire, cogiendo su vaso de agua y dando un sorbo―. Ahí
tenía un grupo de amigos similar al que tiene aquí. Les tyrans. ―Ella
busca la palabra en inglés―. 'Matones'. Imbéciles.

―Tenían un chico que los seguía a todas partes. Una especie de


admirador. Lo utilizaban como chico de los recados: les compraba
cigarrillos, les hacía los trabajos, ese tipo de cosas. Entonces, un día,
el jardinero encontró el cuerpo del chico tirado en el río detrás de la
escuela. Según la policía, había sido torturado y golpeado durante
horas. Le apagaron cigarrillos sobre el cuerpo, le perforaron el
tímpano con un lápiz y sus dientes fueron arrancados.

Siento que voy a vomitar. Con cada palabra que dice Claire, el
peso se asienta sobre mis hombros. Cada sílaba es otro ladrillo que
se añade a la pila.

―Emilia dijo que Rocco y sus amigos se jactaban de haberlo


hecho. No había ninguna razón, ninguna provocación. El chico
pensaba que eran sus amigos. Hubo una investigación, pero el chico
no era nadie importante, y Rocco y su pandilla venían todos de
familias poderosas. Sin embargo, Rocco tuvo que cambiar de colegio,
porque fue tan feo que sus padres no querían que se hablara de ello
durante mucho tiempo.

Jules Turgenev hace un siseo de asco.

―Salvajes ―dice, con un movimiento de cabeza hacia la mesa de


Rocco―. Sin gusto. Sin sentimiento.

Me siento muy estúpida por no reconocer lo que estaba


ocurriendo delante de mis narices.

Desde el momento en que nuestro padre firmó el contrato de


matrimonio, Zoe se ha ido hundiendo más y más en la depresión.
Sabía que no le gustaba Rocco, pero no tenía ni idea de a qué la
estaban obligando realmente.

Tuve un indicio de ello esa mañana en el desayuno, cuando lo vi


agarrarle el muslo. Siempre había sido educado, aunque un poco
espeluznante. Esa fue la primera vez que vi violencia entre ellos.

No es el hecho de que la agarrara lo que me molesta. Es la forma


en que lo hizo: por debajo de la mesa, en secreto, para que nadie
pudiera ver. La forma en que su expresión no cambió ni un instante.
No había ningún indicio de rabia en su voz. Estaba tranquilo y
sereno mientras hería a mi hermana.

De repente, la ausencia de Zoe adquiere un nuevo sabor.

Me levanto de la mesa de un salto, con mi bandeja de comida sin


tocar.

―Tengo que irme ―murmuro.


―Lo siento ―dice Claire, poniendo su mano en mi brazo―. No
quería molestarte. Pensé que debías saberlo. Si tus padres no están al
tanto...

―Gracias ―digo como en trance―. Te lo agradezco.

No sé cómo decirle que a nuestro padre no le importaría, aunque


le contara exactamente esa historia, aunque se la creyera.

He sido una idiota.

Zoe ha sabido todo el tiempo sobre Rocco Prince. Sabía que era
un psicópata en toda regla, sólo que no me lo dijo para protegerme,
porque soy demasiado débil para soportarlo.

Me apresuro a salir del comedor, decidida a encontrar a mi


hermana.
7

ZOE

El doctor Cross me dice que puedo quedarme en la enfermería


todo el tiempo que quiera, pero me voy esa noche, después de una
larga siesta que me ayuda a aliviar la presión palpitante en el cráneo.

Creo que me golpeé la cabeza cuando Jasper Webb me agarró el


tobillo, pero esa no es la única razón del fuerte dolor de cabeza.
También es la decepción.

No quiero morir, en realidad no, pero Dios, quería escapar.

Ahora estoy de vuelta en la espesura de mi propia vida, y el peso


es sofocante.

Estoy agotada de arañar las paredes, de golpear mi cabeza contra


las puertas cerradas. Mire donde mire, no hay salida.

Sólo llevo unos minutos en mi dormitorio cuando oigo un suave


golpe en la puerta.

―¿Zoe? ―Cat llama suavemente.

Abro la puerta y veo a mi hermana esperando ansiosamente, con


sus ojos oscuros enormes en su delicado rostro.

―Ahí estás ―dice, entrando en mi habitación con un suspiro de


alivio. Luego me mira bien a la luz de la lámpara y se le encoge la
cara―. ¿Qué te pasó? ―grita.
Me toco la cinta adhesiva en lo alto del pómulo, que sé que no
cubre el comienzo de un desagradable ojo morado.

Abro la boca para dar alguna excusa, para restarle importancia a


lo ocurrido, pero en lugar de eso, me encuentro rompiendo a llorar.

Nunca lloro así. Nunca he caído en los brazos de mi hermana,


sollozando. Soy mucho más grande que ella y casi la derribo. Me
avergüenzo al instante de mí misma, pero parece que no puedo
parar. Todo mi cuerpo tiembla y emito un sonido horrible y animal,
un aullido desgarrado.

Nunca quise echarle esto encima a Cat, pero parece que no puedo
parar. Lloro y lloro como si mis entrañas se licuaran y se derramaran
por mis conductos lagrimales.

Después de un largo rato me doy cuenta de que Cat se ha


sentado en la cama y yo estoy acostada con la cabeza en su regazo,
mientras me acaricia suavemente el pelo.

Esto es algo que hice por ella muchas veces cuando estaba
enferma o triste. Sobre todo después de la muerte de nuestra madre.

Nunca había sido yo la que estaba en esta posición.

La sensación de su suave manita en mi cabeza es increíblemente


relajante. Es difícil aceptar el consuelo cuando uno siente que
debería ser el que lo da, sin exigir nada a cambio. Es difícil confiar en
que puede estar bien recibir consuelo, sólo esta vez.

Una vez que mi cuerpo deja de temblar, una vez que me he


relajado, las palabras salen a borbotones al igual que las lágrimas,
sin moderación ni control. Le cuento a Cat todo lo que Rocco me ha
hecho, todo lo que me ha dicho, desde el momento en que lo conocí
en el jardín de nuestra villa, hasta lo ocurrido esta mañana en las
murallas.

Cat escucha en silencio, absorbiéndolo todo. Siento que sus


piernas se ponen cada vez más rígidas bajo mi mejilla, pero no me
interrumpe.

Cuando me incorporo para mirarla, sus labios están tan pálidos


que apenas puedo verlos contra su piel.

―¿Qué podemos hacer? ―me pregunta.

―Nada ―le digo―. No hay nada que podamos hacer.

―¡Tiene que haber algo! ―grita.

―Cat ―le digo suavemente―. ¿A dónde podría ir? ¿Dónde me


esconderla? ¿Y con qué dinero? Además... nunca podría dejarte con
ellos.

Con 'ellos' no me refiero sólo a nuestro padre y nuestra


madrastra. Me refiero a los soldados de mi padre, a los Prince y sus
soldados, a los profesores de la escuela, a los otros estudiantes, y a
todo el amplio submundo que podría ser utilizado para cazarme, o
para castigar a mi hermana por mi fuga.

―Podría ir contigo ―dice Cat.

Niego con la cabeza. Nunca me arriesgaría a lo que pudiera


pasarle si intentáramos huir.

Cat no está hecha para una vida de miedo e incertidumbre.


Lo que espero es que se case con alguien razonable, un hombre
fuerte que pueda protegerla, que aprecie que Cat es hermosa y
amable y sea una buena esposa para él y una excelente madre para
sus hijos. Entonces ella estará a salvo.

No todos los mafiosos son malos. Ella podría terminar con un


Leo en lugar de un Rocco. Todavía hay esperanza para ella.

En cuanto a mí... bueno, no puedo pensar en eso.

Mirando a Cat me doy cuenta de que no soy la única golpeada y


magullada.

―¿Qué te pasó en la cara? ―exijo.

―Clase de combate ―dice Cat, sacudiendo la cabeza con pesar―.


No estoy mejorando.

―Lo harás ―le aseguro―. Podría practicar contigo en el gimnasio,


fuera de las horas de clase. No soy la mejor en la lucha, pero he
aprendido algunas cosas. Chay es mejor; apuesto a que nos
ayudaría.

―De acuerdo ―dice Cat con dudas, pareciendo más nerviosa que
contenta ante esta perspectiva. Luego, volviendo al tema que más le
preocupa, dice―: Cuando intentaste saltar de la pared... ¿Jasper
Webb te agarró?

―Sí ―digo―. Jasper y Miles Griffin.

―Pero Miles no era parte de eso. ¿Él llegó en medio de todo?

―Así es. ―Asiento con la cabeza.


―¿Por qué crees que Jasper te ayudó?

―No lo sé. Por instinto o para evitar que me alejara de Rocco, o


porque le preocupaba poder meterse en problemas él mismo. No fue
por simpatía hacia mí, te lo aseguro. No tuvo ningún problema en
sujetarme para que Rocco me sacara el puto ojo de la cabeza.

Cat traga saliva, pálida y con náuseas, y yo me arrepiento de


haber descrito lo sucedido con un detalle tan gráfico.

―No importa ―le digo―. Fui una estúpida al subir corriendo a


esa pared para evitarlo. Tendré cuidado de no ir a ningún lugar
aislado.

Cat se muerde el labio. Las dos sabemos que evitar a Rocco en el


campus es sólo una solución temporal en el mejor de los casos, no
podré evitarlo cuando vivamos en una casa juntos como marido y
mujer.

―¿Qué hacía Miles ahí arriba? ―me pregunta Cat.

―No lo sé ―le digo.

Siento que mi cara se colorea. Le he contado todo a Cat, excepto


mi conversación con Miles en la enfermería. No sé cómo explicarlo.

Nunca esperé experimentar la amabilidad de Miles Griffin y


definitivamente nunca esperé sentir comprensión. Miles y yo no
podríamos ser más diferentes, y sin embargo... por un breve
momento, cuando me recosté contra la almohada y él se sentó a mi
lado, sin tocarme, pero con sólo un pie o dos de espacio entre
nosotros... Sentí que él podía ver dentro de mí. Sabía lo que yo sentía
y lo entendía.
Y lo que es más sorprendente, yo sentía lo mismo por él. Lo miré
a la cara y, por una vez, no había ninguna máscara de indiferencia.
Sus rasgos se suavizaron, parecía más joven. Miles se convirtió en
una persona real para mí, con una gama de emociones mucho más
amplia de lo que yo creía que era capaz de sentir.

Utiliza el humor como escudo y como arma, nunca le he visto


mostrar nada más que ambición, astucia y la implacable
determinación de satisfacer sus propios impulsos.

Cuando se sentó a mi lado, las paredes se derrumbaron. El


verdadero Miles me habló, oí compasión en su voz, preocupación,
incluso respeto.

Fue extraño, inquietante, incluso. Esperaba que en cualquier


momento sacudiera la cabeza, hiciera algún chiste y volviera a ser el
mismo despreocupado de siempre.

En cambio, quería que le prometiera que no volvería a intentar


hacerme daño.

Me di cuenta de que le importaba. Que se preocupaba.

No tengo ni idea de por qué le importaría.

No creo que la ternura sea un sentimiento común para Miles


Griffin.

Para mí tampoco, si soy honesta. La única persona en este


planeta a la que quiero de verdad es Cat. Nunca tuve amigos
cercanos hasta que empecé a estudiar en Kingmakers. Hay una
frialdad en mí que no se derrite fácilmente. Tal vez porque he tenido
que ser tan cuidadosa y tan rígida toda mi vida. Me cuesta confiar.
Me cuesta abrirme.
―Miles debe ser decente ―dice Cat pensativa―. Es primo de Leo
y Anna.

―Eso no significa nada. ―Sacudo la cabeza―. Después de todo,


mira con quiénes estamos emparentados.

Las siguientes semanas en la escuela son tranquilas.

Nunca le conté al doctor Cross lo que realmente había sucedido,


y él no me presionó para obtener respuestas. Está demasiado
acostumbrado a que los alumnos le mientan, y probablemente no
quiera oírlo.

No sé si Rocco tiene razón, si se le permite herirme


impunemente. De todas formas, no tiene sentido denunciar lo
ocurrido. Nadie resultó herido, aparte de los cortes en la cara y el
cuerpo, y el chichón en la cabeza. Sólo los daños graves merecen una
respuesta oficial.

Una cosa sí hice: Le compré unos pantalones a Matteo Ragusa. Es


un Contable de segundo año y tenemos más o menos la misma talla.
Se alegró de venderme dos pares de pantalones de su reserva de
uniformes, aunque me di cuenta de que tenía curiosidad.

―¿Para qué los quieres? ―me dijo, entregándome los pantalones


recién lavados y bien planchados.

―Es que... ya no quiero llevar faldas ―dije.


No podía explicarle la vergüenza que siento a veces por mi
cuerpo. Lo mucho que odio la forma en que atrae las miradas de
gente como Rocco Prince y Wade Dyer, soy vulnerable en mi
uniforme escolar. Fue demasiado fácil para Rocco deslizar su mano
bajo mi falda en la mesa del desayuno, tengo suerte de que lo único
que hizo fue pellizcarme el muslo.

―¿No necesitas esto? ―le dije a Matteo, sosteniendo los


pantalones.

―No. ―Negó con la cabeza―. Tengo de sobra y mi madre puede


enviar más en mi caja de Navidad.

Se acabó todo mi dinero de bolsillo, pero apenas importa. No hay


nada que comprar en Kingmakers a menos que quiera algo ilegal de
Miles Griffin.

He estado usando los pantalones desde entonces, me dan una


extraña sensación de confianza. Me siento como Katherine Hepburn
o Ingrid Bergman, dos mujeres a las que siempre he admirado. En
un entorno de faldas, los pantalones son una expresión de poder.

Nadie lo ha comentado, salvo el profesor Graves, que levantó


una ceja plateada la primera vez que entré en clase desobedeciendo
abiertamente el uniforme habitual.

Tal vez los pantalones funcionen, porque Rocco me ha dejado en


paz la mayor parte del tiempo. Lo más probable es que haya
percibido que me ha presionado demasiado.

No soy tan estúpida como para relajarme. Sé que sólo se está


reagrupando, planeando su próximo ataque.
No le gustó nuestra última escaramuza. No le gusta cuando las
cosas no van de acuerdo al plan, cada interacción entre él y yo se
supone que debe satisfacer algún impulso oscuro. Si no le doy lo que
quiere, sólo se pone más hambriento.

Rocco no es el único que me observa, atrapo a Miles Griffin


mirándome más de lo que solía. Antes apenas éramos conocidos,
ambos flotábamos en la órbita de Leo y Anna, pero rara vez nos
relacionábamos directamente.

Puede que sea mi imaginación, pero tengo la sensación de que


Miles se sienta a comer con nosotros más a menudo, o que nos
intercepta en las zonas comunes para caminar juntos por los terrenos
antes de separarse para ir a la siguiente clase.

Tal vez sólo quiere asegurarse de que no me he suicidado


todavía.

Parece más que eso. Es como si estuviera escuchando mis


conversaciones con Anna, asimilando cada palabra que sale de mi
boca, incluso mientras Leo habla en su otro oído.

Mientras él me observa, yo lo observo a él.

Miles es mucho más inteligente de lo que pensaba. Sabía que sus


notas eran una mierda y que apenas se esforzaba en clase,
básicamente haciendo lo mínimo para evitar ser expulsado. Se
desentiende en el Quartum Bellum. Su equipo fue el primero en ser
eliminado el año pasado y apenas pareció importarle, incluso podría
haber desaparecido durante la mitad del partido.

Pero cuando habla de un tema que le apasiona de verdad, parece


saberlo todo en el mundo.
Por ejemplo, esta mañana está hablando de Bitcoin con Ozzy.
Está tan absorto en la conversación que toda su cara se ilumina, y se
parece mucho más a Leo, en lugar de su habitual mirada socarrona.

―¡Fueron los cárteles los que iniciaron el Bitcoin en primer lugar!


―le dice a Ozzy, gesticulando con sus largos y flexibles dedos―. Es la
cesta perfecta para ocultar las transacciones. Sigo esperando que el
gobierno lo regule, que rechace la transferencia a dólares
americanos, pero lo ignoran.

―No lo entienden ―dice Ozzy―. Los políticos no son


programadores.

Tenemos un descanso entre clases, y estamos sentados en la


plataforma elevada entre los naranjos, disfrutando del último sol
verdaderamente cálido antes de que empiece el otoño.

Es la primera vez que vengo aquí desde mi altercado con Rocco


en aquella pared. La misma pared contra la que estoy sentada en
este momento, la piedra es calentada por el sol y se siente agradable
contra mi espalda.

No puedo evitar mirar hacia arriba, hacia las murallas vacías.


Miles me atrapa, y nuestros ojos se encuentran en una rápida
sacudida de entendimiento, antes de que Ozzy vuelva a llamar su
atención.

Estamos desparramados con nuestras bolsas y libros esparcidos


por todas partes: Leo y Anna, Chay, Cat y yo, Miles y Ozzy, y luego
Ares y Hedeon.

Ares es el compañero de habitación de Leo. Es un gigante


apacible, unos centímetros más alto incluso que Leo, con la piel
profundamente bronceada y ese particular tono de ojos azul-verde
que a veces se ve en los griegos. Es tranquilo y estudioso, por lo que
siempre me ha gustado y me ha parecido un buen compañero de
estudio.

Hedeon vive en el mismo piso de la Torre Octagonal, con todos


los Herederos masculinos de nuestro año. No puedo decir que me
guste tanto su compañía como la de Ares, porque Hedeon es
susceptible y tiene tendencia a los arrebatos. Sería guapo si no
estuviera tan enfurruñado todo el tiempo: es moreno, bien afeitado y
bien arreglado. Lo único que estropea su hermoso rostro es el puente
de la nariz ligeramente torcido, como si se hubiera roto en el pasado
y nunca se hubiera curado adecuadamente.

Ha mejorado desde nuestro primer año. Creo que Leo y Ares son
una buena influencia para él, porque ninguno de los dos puede
mantener el mal humor durante mucho tiempo.

Pero ahora mismo Hedeon está de tan mal humor como nunca lo
he visto. Él y su hermano Silas se pelearon en el desayuno por la
última magdalena de arándanos de la cesta.

No sé cómo diablos se atreve Hedeon a pelearse con Silas. Silas


es un gigante andante. Parece tallado en piedra, y es igual de
emotivo. Nunca le he visto sonreír, a no ser que acabe de darle una
paliza a alguien en la clase de combate.

Sin embargo, se enfrentan constantemente con verdadera furia,


por las provocaciones más insignificantes.

Anna cree que Silas está amargado porque sus padres nombraron
Heredero a Hedeon. Si eso es cierto, no sé por qué Hedeon está tan
enojado.
Hedeon se lleva la peor parte en sus peleas, pero nunca se echa
atrás. Es como una costra que no puede dejar de picar.

―Dame un poco de esa agua ―le exige a Anna. Ella tiene una
petaca llena de la preciosa agua fría y mineralizada que se puede
extraer del pozo que hay junto al comedor.

―No ―dice Anna, tomando un trago ella misma―. Ya te has


bebido la mitad, y deberías haber traído la tuya.

Hedeon intenta arrebatársela, pero Anna la aparta de su alcance.


Sus reflejos de bailarina son tan rápidos como los de cualquiera de
los chicos. Excepto tal vez Leo.

―No sé por qué estás tomando el sol ―le dice a Anna―. Nunca te
he visto tomar un bronceado más oscuro que la tiza.

Leo frunce el ceño y abre la boca para regañar a Hedeon, pero


Anna se adelanta a él.

―Deja de ladrarnos a todos porque Silas te ha dado una bofetada


a ti, tonto. ―dice―. No es nuestra culpa que tu hermano sea un
imbécil.

Hedeon le dirige a Anna una mirada tan furiosa que incluso


Anna parece ligeramente avergonzada.

―Él no es mi hermano ―sisea Hedeon―. No hay una gota de


sangre compartida en nuestras venas.

Un silencio incómodo se apodera del grupo cuando todos


recordamos que Hedeon fue adoptado por los Grey, al igual que
Silas. Se criaron juntos, pero obviamente no engendraron ningún
afecto.
En silencio, Chay pregunta:

―¿Sabes quiénes eran tus padres biológicos?

Hedeon tiene los labios apretados y la mandíbula rígida por la


ira. No creo que vaya a contestarle.

Entonces dice:

―No.

Es una sílaba retorcida y torturada, como si le doliera soltarla.

He visto a Hedeon golpear el saco de pesas en el gimnasio una y


otra vez hasta que sus nudillos están ensangrentados y su camiseta
está empapada de sudor. Esas camisetas blancas se vuelven
transparentes cuando se mojan. La espalda de Hedeon es un mapa
topográfico de cicatrices, elevadas y entrecruzadas, cicatrices más
recientes superpuestas a las más antiguas. También bajan por la
espalda de sus brazos y suben por la base del cuello.

Pienso en esas cicatrices y en la nariz ligeramente torcida.

Me pregunto cuándo ocurrió eso. ¿Antes de ser adoptado? O


después.

El silencio es espeso, ya que la mayoría de nosotros quiere decirle


algo a Hedeon, pero no sabe qué. Su expresión parece indicar que le
arrancará la cabeza al primero que lo intente.

Para mi sorpresa, es Cat quien habla.


―Mi compañera de cuarto me ha vuelto a dar una paliza en la
clase de Combate ―dice―. Pero casi creo que es catártico para
nosotras, realmente parece aliviar la tensión en nuestra habitación
después.

Chay no puede evitar reírse.

―¿Qué demonios? ¿Quién querría darte una paliza?

―Rakel parece disfrutarlo de verdad ―dice Cat, desconcertada―.


Estoy aprendiendo a levantar las manos, y hoy la he derribado una
vez, así que eso es un progreso.

Por supuesto, Cat luce un nuevo labio gordo junto con el


moretón bajo el ojo de una sesión de pelea anterior. Esto no hace más
que resaltar la inocencia de sus grandes y redondos ojos y su
delicado rostro.

Hedeon la mira con una expresión de desconcierto. Sigue


irradiando ira, pero en un grado menos radiactivo. Más amianto que
Chernobyl.

Rota la tensión, Miles y Ozzy retoman su conversación.

―No sirve de nada quedarse justo por debajo de la marca de los


diez mil dólares para los depósitos ―dice Ozzy―. Tienen algoritmos
para rastrear eso. Si pones noventa y cuatrocientos cada tres días, te
van a reventar. Tienes que escribir tu propio algoritmo para que sea
realmente aleatorio.

―¿Puedes hacer eso? ―le pregunta Cat con entusiasmo.

―Claro ―dice Ozzy, sorprendido de que ella se interese―.


Fácilmente.
―Cat tiene un don para los ordenadores ―le digo a Ozzy.

―Ozzy es un puto genio con el teclado ―dice Miles―. Cat no


podría aprender de nadie mejor.

Una vez más encuentro nuestras miradas fijas, y parece que entre
nosotros fluye mucha más intención que las simples palabras de esa
frase.

―Por cierto, bonito traje ―dice Miles, con esa sonrisa lenta y
perezosa que asoma por el lado derecho de su boca, mostrando los
dientes blancos contra su piel morena.

―Gracias ―digo, sonrojándome un poco. Llevo los pantalones de


Matteo y un par de tirantes prestados por Chay, sobre una camisa
blanca de vestir, con un par de oxfords marrones planos. Parezco
una novata, pero a Miles parece gustarle de verdad. Él mismo es un
hombre elegante, que siempre usa combinaciones inusuales de las
piezas del uniforme con su extensa colección de tenis deportivos de
la era espacial.

Es el más simple de los cumplidos. Sin embargo, siento calor


hasta los dedos de los pies, y no sólo por el sol.

Ares consulta su reloj.

―Iba a terminar ese trabajo sobre Estructura Organizativa antes


de la próxima clase ―dice―. ¿Quieres venir, Zoe?

Sabe que siempre me apetece ir a la biblioteca. Es probablemente


mi lugar favorito en todo Kingmakers, me gusta ir ahí sólo para
respirar el aroma de todo ese papel y tinta antiguos.

―Claro ―digo, recogiendo mi bolsa de libros.


Levanto la mano en forma de saludo, planeando despedirme de
Miles y de todos los demás, pero Miles ya no me mira, está mirando
a Ares con una expresión totalmente inesperada. Frunce el ceño
como Hedeon cuando se menciona a Silas. Parece que Ares le ha
robado su magdalena de arándanos.

Parpadeo y el extraño momento pasa. Miles dirige su mirada a


sus caras zapatillas de deporte.

Cuando le digo:

―Hasta luego ―responde con un rápido movimiento de cabeza.

Ares y yo nos dirigimos hacia el oeste a lo largo de la pared,


hacia el dedo que señala la Torre de la Biblioteca.

Ares tiene una presencia tranquilizadora, es una de esas personas


con las que puedes sentarte en silencio sin sentirte incómodo.
Cuando le hablo, siempre responde con una sonrisa. Sin embargo, a
veces tengo la sensación de que no está muy contento.

―¿Cómo te va? ―me pregunta suavemente.

Cat es la única persona con la que he hablado de lo que pasó en


el muro, supongo que Miles se lo dijo a Leo y éste a Ares. Eso, o que
Ares es simplemente perspicaz. La gente callada ve mucho y no es
tan sutil como para yo decir tonterías.

Mi impulso automático es decir: "Estoy bien", como hago


siempre.

Pero hay una cosa extraña sobre hacer amigos. No se siente bien
mentirles.
Siempre he guardado mis sentimientos bajo llave. Poco a poco,
Anna, Chay, Leo y Miles me están devolviendo la honestidad.
Incluso he sido más abierta con Cat.

Así que no fuerzo una sonrisa para Ares.

Digo:

―Estoy jodidamente cansada. De la escuela, de la mierda de la


familia y de este puto problema irresoluble que siempre me cuelga
del cuello.

La mandíbula de Ares se tensa. Sus antebrazos parecen


extrañamente rígidos donde tiene las manos metidas en los bolsillos.

―Lo entiendo ―dice.

Lo miro con curiosidad.

―¿Lo haces?

Me mira por un momento, con su cabello oscuro y desordenado


cayendo sobre sus ojos. Luego vuelve a apartar la mirada.

―Creo que sí ―murmura―. Eres inteligente, Zoe. Disciplinada.


Leal. Parece que al final te tiene que salir bien.

―¿Siempre funciona para la gente que se lo merece? ―le


pregunto―. ¿O es todo aleatorio y jodidamente horrible a veces?

Se muerde el labio, considerando realmente esto.


―No lo sé ―dice por fin―. Pero voy a actuar como si hubiera una
especie de destino, o karma, o como quieras llamarlo, porque si no
¿qué sentido tiene todo? También podríamos rendirnos ahora.

―¿Y tú no quieres rendirte? ―le pregunto. A veces yo quiero


rendirme.

―No. ―Ares sacude la cabeza con vehemencia―. Nunca quiero


eso.

Nos quedamos en silencio un momento, Ares parece incómodo,


como siempre que dice más de veinte palabras seguidas.

Él y yo hemos pasado bastante tiempo a solas, pero no sé mucho


sobre él. Sólo que es de una pequeña isla de Grecia. Que los Cirillo
fueron una de las diez familias fundadoras de Kingmakers, pero que
ya casi no son mafia. Creció en una granja. Es el mayor de cuatro
hermanos, y sus hermanos menores le echan de menos
desesperadamente: siempre les escribe cartas y recoge sus respuestas
en la pequeña oficina de correos del pueblo.

Sé lo que todos quieren hacer después de que nos graduemos:


Anna se hará cargo del Braterstwo polaco y Leo se convertirá en el
Don italiano. Juntos gobernarán la mayor parte de Chicago.

Por derecho, Miles podría hacerse cargo del territorio irlandés,


pero en su lugar pretende ir a Los Ángeles, para abrirse camino en el
mundo.

Chay es la Heredera de los Lobos Nocturnos de Berlín, y ya sabe


exactamente cómo va a ampliar su red de tiendas de tatuajes, clubes
nocturnos, salas de conciertos, tiendas de motos y equipos de
carreras.
Incluso Hedeon ha sido nombrado Heredero del imperio
londinense de los Gray, y su hermano Silas ha sido ordenado como
su principal lugarteniente. No sé cómo lo conseguirán si no pueden
desayunar sin intentar matarse el uno al otro, pero el plan está en
marcha.

Sólo Ares se abstiene de hablar del futuro.

―¿Qué vas a hacer? ―le pregunto.

―¿Después de graduarnos? Ocuparme del negocio de mi padre


―dice de inmediato.

―De verdad ―digo―. Eso me sorprende.

―¿Por qué?

―Bueno, aquí eres muy bueno en todo. Tienes algunas de las


mejores notas tanto en las clases prácticas como en las académicas.
Es verdad. ―digo, mientras Ares sacude la cabeza con modestia―.
No creas que nadie se da cuenta sólo porque estés al lado de Leo
todo el tiempo. ¿De verdad quieres ser granjero?

Ares me mira, esbozando su amable sonrisa.

―Eres amable, Zoe ―dice―. No te preocupes por mí. Me gusta


cultivar cosas.

―Está bien ―digo, encogiéndome de hombros―. Nunca te diría


que no hay alegría en una vida tranquila. Aceptaría ese trato en un
segundo.

Hemos llegado a la Torre de la Biblioteca. Ya siento un golpe de


felicidad cuando Ares abre la pesada puerta con correas de hierro. El
olor a pergamino y cuero nos golpea como un viento fresco y seco.
Se mezcla con una nota ligera y exótica que podría ser el perfume de
la señorita Robin. Su apartamento está justo encima de la biblioteca,
en el ático de su tejado puntiagudo.

Subimos los escalones de piedra en espiral hasta el primer nivel.


Toda la biblioteca es una enorme espiral, como el interior de una
caracola. Las estanterías están curvadas para encajar en la pared, y el
suelo se inclina hacia arriba como una larga rampa continua. Las
plataformas en forma de cuña sostienen las mesas para que los
lápices no rueden mientras trabajamos. Es un diseño extraño que
hace que la biblioteca parezca infinita e interminable. Las gruesas
alfombras orientales y las paredes repletas de libros amortiguan el
sonido, por lo que nunca sabes quién puede estar en los niveles
superiores.

Mientras subimos, los cordones de mis zapatos chocan con los


escalones de piedra y me agacho para atar mis zapatos de cuero para
no tropezarme. Ares sigue adelante, sin darse cuenta de que me he
quedado atrás.

Con los cordones atados, me apresuro a alcanzarlo. Oigo el


alegre saludo de la señorita Robin:

―¿No deberías estar en clase? ―Hace una pausa cuando me


apresuro a llegar junto a Ares, y luego dice―: ¡Zoe también! Debería
haberlo adivinado, no creo que nadie pase más tiempo aquí que
ustedes dos.

―Es miércoles ―le recuerda Ares―. Todo el mundo tiene un


periodo libre en el bloque de la mañana.

―¡Miércoles! ―grita ella, sacudiendo la cabeza―. Lo próximo será


decirme que es octubre.
Sonrío para mis adentros, segura de que la señorita Robin es
consciente de que ya estamos en octubre.

Cuando conocí a la bibliotecaria me pareció tímida y un poco


distante. Rara vez come en el comedor, a pesar de que muchos otros
profesores lo hacen, y no la he visto en ningún acto de la escuela.

Cuanto más hablo con ella, más me doy cuenta de que en


realidad es bastante cálida y encantadora. Está enfrascada en su tesis
sobre los monasterios medievales. Nunca está ociosa cuando entro
aquí, siempre está ocupada revisando mapas y documentos
antiguos.

Incluso ahora, puedo ver rastros de tinta en las yemas de sus


dedos y una mancha en su mejilla. Su pelo rojo oscuro se escapa del
moño en mechones encrespados. Sus gruesas gafas de abuela se han
deslizado hasta la punta de la nariz. Como en la biblioteca siempre
hace frío, lleva tres o cuatro suéteres de punto superpuestos, por lo
que parece rellena, aunque sospecho que en realidad es bastante
delgada.

La señorita Robin es guapa, incluso sin maquillaje, incluso con


sus horribles zapatos ortopédicos. Tiene una voz baja y ronca. Me
gusta oírla hablar, aunque nunca lo hace por mucho tiempo, siempre
volviendo a sus propios proyectos.

―Acabo de hacer té ―dice―. ¿Quieren un poco?

―No ―dice Ares, siendo cortés.

―Sí, por favor ―digo yo, porque no soy tan educada, y si la


señorita Robin quiere sentarse con nosotros, aceptaré su oferta.
Hace el largo camino por la espiral hasta el último piso, donde
oigo un débil crujido y un golpe cuando baja la escalera que lleva a
su desván. Para cuando Ares y yo hemos extendido nuestros libros y
papeles, ella ha bajado otras dos delicadas tazas de porcelana y ha
sacado la humeante tetera de su escritorio.

―No tengo azúcar ―dice, disculpándose―. Lo bebo solo.

―Es perfecto ―le digo.

Vierte en nuestras tazas un té rico, marrón y muy cargado. Huele


a canela y clavo. Las especias combinan perfectamente con el aire
antiguo de la biblioteca.

La señorita Robin se lleva su propia taza a los labios y bebe un


sorbo.

―¿Cómo va la tesis? ―le pregunto.

―Terrible ―dice con desgana―. Estaba muy emocionada cuando


llegué aquí: los archivos contienen documentos y esquemas que no
se encuentran en ningún otro lugar del mundo. Y, sin embargo,
están sin categorizar, sin etiquetar, sin organizar. El gran volumen
de materiales es precisamente lo que me impide encontrar la
información que realmente necesito. Nada está informatizado. Y,
francamente, gran parte está dañada por el moho y los ratones.

―La anterior bibliotecaria era vieja ¿no? ―digo disculpándome,


como si el desorden fuera culpa mía.

―Anciana, pero no es su culpa ―dice la señorita Robin―. La


biblioteca nunca ha sido una prioridad para los que dirigen
Kingmakers. ¿Por qué habría de serlo? Durante la mayor parte de su
vida, esta escuela ha sido más un cuartel militar que una verdadera
universidad.

―¿Es así como la dirige el actual Rector? ―pregunto con


curiosidad.

―Supongo que no ―dice la señorita Robin―. Después de todo, él


me contrató.

―Pero usted es su sobrina ¿no? ―pregunto.

―Su prima segunda, o algo así. ―Se ríe la señorita Robin―. Pero
sí, hay nepotismo en juego. Es muy amable conmigo, aparte de la
vaga descripción del trabajo. Fue una sorpresa llegar aquí y darme
cuenta de que... bueno, que algunos de mis parientes probablemente
no eran importadores-exportadores después de todo―. Sacude la
cabeza con pesar.

Esa es otra razón por la que la señorita Robin podría no ser


amigable con el resto del personal. La mayoría de ellos tienen una
historia violenta que horrorizaría a un civil normal. El profesor
Bruce era un mercenario, el profesor Penmark un cobrador de
deudas conocido por su brutalidad. A la profesora Lyons la
llamaban la bruja del arsénico por su habilidad para envenenar
sutilmente cuando solía encargarse de los asesinatos a sueldo para
los saudíes. Ésas son sólo las historias que todo el mundo conoce; no
puedo imaginar de qué hablan los profesores cuando se sientan en
su rincón favorito del comedor.

Aun así, la señorita Robin debe sentirse sola aquí arriba.

―¿Pasa mucho tiempo con el Rector? ―le pregunto.


―Un poco ―dice la señorita Robin―. No está siempre aquí, ya
sabes: a veces se va a Dubrovnik.

―¿Cómo lo hace? ―pregunta Ares.

―No debería decírtelo ―dice la señorita Robin, con una sonrisa


traviesa―. Creo que quieren que todo el mundo crea que la única
forma de entrar y salir de la isla es el gran barco que los trajo, o el
barco de suministros que va y viene cada mes.

―¿Y los barcos de pesca? ―pregunto.

―No pueden hacer la travesía. ―Ella sacude la cabeza.

―¿Entonces qué? ―pregunta Ares, con una expresión aguda.

―Tiene un yate hecho a medida. Una cosa preciosa, no puedo


imaginar lo que le costó. Sin embargo, Luther es rico como Salomón.
Los Hugo siempre han sido ricos. No tienen una calavera de oro
como escudo por nada.

―¿Pero los Robin no? ―Me burlo de ella.

Se ríe.

―Dios, no. Si alguna vez tuviéramos un escudo familiar, que no


lo tenemos, sería un Robin6 picoteando una miga de pan.

Ares no parece interesado en nada de eso, volviendo al punto


que despertó su curiosidad.

―¿Cómo sabes que el Rector tiene un yate? Nunca he visto uno.


―Estoy segura de que no lo has visto porque así es como le gusta
―dice la señorita Robin, terminando lo último de su té―. Tómense su
tiempo ―dice, señalando con la cabeza nuestras tazas―. Pueden
traérmelas más tarde.

Mientras la señorita Robin se dirige a su escritorio, le digo a Ares:

―¿Te imaginas ser tan rico como para poder comprar yates o jets
o lo que quieras?

Nunca he tenido control sobre una cantidad importante de


dinero, y sé que la familia de Ares es una de las menos ricas de todo
el colegio.

―El dinero atrae los problemas ―dice Ares, volviendo a sus


libros. Luego, después de un momento, tal vez pensando que su
comentario fue innecesariamente represivo, me da una pequeña
sonrisa y admite―: Sin embargo, me gustaría ver ese yate. Apuesto a
que es rapidísimo.

Le devuelvo la sonrisa.

―Si yo fuera la sobrina de Hugo, le pediría las llaves.


8

MILES

Sé que Rocco Prince no va a pasar desapercibido por mucho


tiempo. No hay manera de que se trague el insulto de que yo
interfiera en el abuso de su prometida.

Es imposible que nos evitemos mutuamente: ambos somos de


tercer año y Herederos, así que compartimos al menos la mitad de
nuestras clases.

Hasta ahora teníamos una relación cordial, no amistosa, pero


solía comprarme setas, y una vez Ozzy le vendió un viejo iPhone
cargado de porno bastante jodido.

Los iPhones son uno de nuestros productos más populares.


Compramos modelos viejos súper baratos, los precargamos con
música, películas y pornografía, y los vendemos a los estudiantes
por 500 dólares cada uno. Ofrecemos un programa de intercambio
para que cambien su viejo teléfono por uno con nuevos contenidos,
pero la mayoría de las veces tienen que comprar uno nuevo porque
algún profesor se lo ha confiscado.

Los teléfonos móviles están prohibidos en la isla. También los


ordenadores portátiles y los iPads. Los altavoces y los iPods están
permitidos, siempre que lo único que hagan sea reproducir música.

Incluso el hecho de cargarlos es una molestia. Apenas hay


enchufes en el castillo, y ninguno en los dormitorios.
No hay servicio de telefonía móvil, por lo que todas las llamadas
a casa a la familia tienen que hacerse desde la cabina de teléfonos de
la Fortaleza. No hay acceso a Internet. Todas las tareas deben ser
escritas a mano.

Por supuesto, esas reglas son para la plebe.

Ozzy y yo tenemos teléfonos con GPS que funcionan en cualquier


lugar, y hemos descubierto cómo hackear el servidor de la escuela.
Estamos a punto de conseguir una nueva forma de conectarnos:
nuestra propia antena Starlink. Sólo tenemos que averiguar dónde
esconderlo.

Ese es el proyecto para esta tarde.

Esta mañana tengo que lidiar con Rocco Prince, Jasper Webb,
Dax Volker y Wade Dyer, que aparentemente han decidido que
están dispuestos a poner en peligro su acceso al mercado negro de la
escuela en favor de ventilar sus quejas contra mí.

Estamos todos juntos en la clase de Química, en el Torreón con la


profesora Lyons. Parece la típica ayudante de laboratorio, de pie
frente a la clase con su bata blanca y sus gafas de seguridad, su pelo
gris cortado en un sensato bob. Incluso se podría pensar que es una
abuela, con sus ojos soñolientos y su estilo de conferencia informal.
Sin embargo, tiene uno de los recuentos de muertes más elevados de
todos los antiguos asesinos, ya que se especializa en venenos
indetectables y en muertes que podrían considerarse como ataques
cardíacos o derrames cerebrales.

Nos enseñó todo sobre esos venenos en nuestro primer año.


Como estudiantes de segundo año nos centramos en los explosivos
caseros. Ahora pasamos a la fabricación de drogas duras.
―El opio es una de las drogas más antiguas de la humanidad
―dice la profesora Lyons, que parece haberle dado una calada a la
pipa mientras parpadea con sus ojos pesados―. El uso del opio,
tanto medicinal como recreativo, se remonta a la antigua
Mesopotamia. Ese precioso néctar proviene de la amapola común, el
papaver somniferum, la misma flor que se cultiva en el jardín, de la
que se extraen semillas para hacer pasteles o panecillos. La misma
flor que ven sobre sus escritorios ahora mismo.

Estamos sentados en amplias mesas equipadas con material de


laboratorio. La comparto con Ozzy, mientras Rocco Prince y Wade
Dyer se sientan justo a nuestra derecha, y Jasper y Dax detrás de
nosotros. Si se supone que eso es intimidante, no lo es. Dax respira
tan fuerte que no tendría ninguna posibilidad de sorprenderme, y
las miradas sucias de Rocco son de B+ en el mejor de los casos
después de haber estado en el extremo receptor de la mirada de
muerte del tío Nero.

Como indicó la profesora Lyons, cada mesa lleva una brillante


amapola escarlata con un centro negro como la tinta y un tallo
difuso. Nos indica que nos pongamos los guantes de látex para
poder cortar el bulbo de la amapola y recoger la espesa y fangosa
goma de opio.

Rocco coge su bisturí, pero no toca la amapola. Agarra el mango,


con la hoja plateada apuntando en mi dirección.

―No seas tímido ―le digo―. ¿O necesitas que lo sujete por ti?

Lo estoy provocando, lo sé. La verdad es que también le guardo


rencor por nuestro pequeño enfrentamiento. Si he provocado la
animosidad de Rocco, seguro que él ha provocado la mía.
Hábilmente, sin siquiera mirar, Rocco corta el bulbo de la
amapola. La savia blanca rezuma.

―Podría cortarte el cuello con la misma facilidad ―sisea, con los


ojos fijos en mí.

―Podrías intentarlo ―me burlo―. Puede que tengas un sentido


exagerado de tus propias habilidades, no todo el mundo es tan lento
como tu chico Dax, o tan tonto como Wade.

Dax mueve su bulto en la silla y Wade gruñe:

―Vete a la mierda, Griffin. No eres lo suficientemente inteligente


como para ocuparte de tus propios asuntos ¿verdad?

Siempre que Wade se enoja, me recuerda a un matón de una


película de los 80. Es algo relacionado con su aspecto anodino, el
pelo rubio y la barbilla hendida. Se parece a Rip de Less Than Zero, o
a Ace Merrill de Stand By Me.

Ozzy dice:

―Wade, no eres el tipo más tonto del mundo, pero más vale que
no se muera.

Wade tarda un par de segundos en darse cuenta, y en el intervalo


Ozzy y yo nos reímos a carcajadas ante la confusión en blanco de su
cara. La profesora Lyons nos lanza una mirada irritada.

Bajo su aplastante mirada, todos nos quedamos callados durante


un minuto, pero sé que no durará. Dax, Wade y Rocco están
irritados, como una jauría de perros cuando alguien arrastra un palo
por la valla. Sólo Jasper parece indiferente, detrás y a la derecha en
mi periferia. Está trabajando en su amapola, sus tatuajes esqueléticos
aún son visibles a través de los guantes translúcidos, y es
aparentemente sordo a la tormenta que se avecina a su alrededor.

―Una vez que hayan recogido la savia, utilizaremos disolventes


para extraer la solución de morfina ―dice la profesora Lyons,
escribiendo los ingredientes químicos en la pizarra.

―Conseguiré toda esa mierda ―dice Ozzy, garabateando la lista


con tinta en el dorso de su mano para no tener que hacer múltiples
viajes al armario de suministros si se olvida de algo―. Tú masturbas
a la amapola.

Wade sigue a Ozzy hasta el armario.

Recojo mi propio bisturí, intensamente consciente de que Rocco y


yo estamos ahora ambos armados con sólo medio metro de espacio
entre nosotros. Sostener un cuchillo me da un extraño impulso de
abrirle la puta cara, o tal vez apuñalarlo en el ojo, como intentó hacer
con Zoe. Mi mano se siente nerviosa y cargada, como si cobrara vida
propia.

Técnicamente, yo soy el que está mal. Rocco y Zoe están


comprometidos, y no tengo derecho a interferir en sus asuntos.

Por otro lado, Rocco es una puta mierda y cuanto más conozco a
Zoe, más me parece trágico que sea el juguete de este lunático.

―No quieres convertirme en un enemigo. No sería sabio ―dice


Rocco. Su voz sibilante saca la 's' de 'sabio'.

Normalmente diría ‘No tengo interés en ser enemigos’.

He visto los estragos que causa. La larga y sangrienta batalla de


mi familia con la Bratva en Chicago resultó en la muerte de mi
abuelo, al tío Dante le dispararon, el tío Nero casi asesinado. El
rencor ha durado veinte años y aún lo mantiene en esta maldita
escuela Dean Yenin, el Heredero de los Bratva que intentó ahogar a
Leo el año pasado.

El problema es que... realmente no me gusta Rocco. No me gusta


nada de lo que representa. La idea de hacer las paces con él me sabe
a vómito.

Así que digo:

―Zoe es la mejor amiga de mi prima. Leo, Anna y yo... estamos


cuidando de ella. Si no quieres que seamos enemigos, entonces
aparta tus putas manos de ella.

―Tienes un extraño sentido de la justicia ―dice Rocco, con sus


ojos azules enfebrecidos―. ¿Te diría que no condujeras tu propio
auto? ¿O que no comas la comida de tu propia nevera?

―Todavía no estás casado con ella ―digo.

―El contrato está firmado.

―¿Sí? ¿Dónde está la cláusula sobre sacarle el ojo? ¿Eres


demasiado estúpido para cuidar de tu propia propiedad?

―No es asunto tuyo lo que le haga a Zoe. Podría prenderle fuego


sólo para verla arder.

Mi estómago se revuelve ante la mirada de diversión en su


rostro. No creo en las personas buenas y malas, pero Rocco irradia
un nivel de maldad que nunca había encontrado.
Se me da bien leer a la gente. Busco las micro expresiones, los
indicios de miedo, de ansiedad, de deseo, de engaño en su rostro.

Rocco no tiene micro expresiones, sus emociones no son


complejas. Sus intenciones son simples: quiere herir a Zoe por
diversión y quiere que yo deje de incomodarlo.

―No vamos a permitir eso ―le digo rotundamente.

―Esa es tu elección ―dice Rocco―. Esta fue tu advertencia. No


habrá otra.

Ozzy vuelve del armario de suministros con los brazos cargados


de bolsas y frascos. Los deja con cuidado sobre la mesa y vuelve a
sentarse en su silla. Mira a Rocco con el ceño fruncido y comprueba
si seguimos ladrando el uno al otro. Rocco le sonríe, con sus finos
labios como un corte en la mitad inferior de la cara.

Wade termina de recoger sus provisiones, con los brazos aún más
cargados que los de Ozzy. Camina lenta y deliberadamente. Al pasar
junto a Ozzy, deja caer un vaso abierto de líquido transparente sobre
el antebrazo desnudo de Ozzy.

Aullando, Ozzy se levanta de su asiento.

El líquido chisporrotea en su brazo, su carne se vuelve roja como


la langosta e incluso burbujea en algunas partes. Huelo a cloro.

Ozzy intenta correr hacia la puerta, probablemente para ir a la


enfermería, pero lo agarro por el cuello de su chaleco y lo arrastro
hacia atrás. Tirando de la manija del grifo, agarro la muñeca de Ozzy
y le meto el brazo bajo el flujo constante de agua fría para limpiar la
zona.
―¿Qué está pasando? ―grita la profesora Lyons.

―Wade derramó algo en el brazo de Ozzy ―digo―. Creo que es


ácido clorhídrico.

La profesora Lyons utiliza unas pinzas para levantar el vaso


derramado del escritorio y lo mantiene en alto frente a sus gafas de
seguridad. Entrecierra los ojos para ver la etiqueta empapada y
borrosa.

―¿Por qué estaba abierto? ―exige.

―Fue un accidente ―dice Wade, tratando de adelantarse a la


historia antes de que podamos acusarlo―. Pensé que era bencina.

―Entonces eres un idiota ―arremete ella―. Ve al gabinete.


Tráeme gluconato de calcio. Intenta leer la etiqueta esta vez.
―Luego, ajustando ligeramente el grifo, me dice―: Mantén el agua
corriendo sobre su brazo durante veinte minutos. No muy fuerte,
sólo así.

―No fue un accidente ―le digo.

Ella examina la escena con ojos que ya no son somnolientos, sino


agudos como un halcón.

―¿Cómo lo sabes? ―dice―. Wade es un idiota.

―Se tropezó ―dice Dax desde detrás de mí―. Miles sacó el pie a
propósito. Lo vi todo.

―¡Eso es una puta mierda! ―gruño.


La profesora Lyons ignora mi palabrota. Maldecir es tan común
como respirar en Kingmakers.

―Veinte minutos ―me recuerda―. Luego aplicaremos el


gluconato de calcio.

La cara de Ozzy es un rictus de dolor, sus labios se retraen para


mostrar sus dientes fuertemente apretados, su cuerpo fornido está
rígido y tembloroso mientras el ácido sigue quemando los nervios
expuestos de su brazo. Espero que el agua fría le calme un poco.

En cuanto la profesora Lyons se aleja para deshacerse del vaso de


ácido vacío le siseo a Wade:

―Estás muerto por esto.

Él sonríe.

―Ni siquiera me van a castigar. Son cuatro contra dos que sólo
soy torpe.

―Piénsatelo dos veces antes de meter las narices donde no debes


―me gruñe Dax, empujando su escritorio hacia delante para que
choque con la parte trasera de mis piernas. Lo reventaría, pero tengo
que seguir sujetando el brazo de Ozzy bajo el agua. Ozzy está
temblando tanto que no creo que pueda hacerlo él mismo.

Estoy diez veces más enojado porque Wade atacó a Ozzy que si
me hubiera tirado esa mierda a mí. Estoy seguro de que lo hizo por
eso: no proteger a tus soldados es un grave insulto en nuestro
mundo. Ozzy no es realmente mi soldado, él mismo es un Heredero,
el único hijo de los Duncan, con el control exclusivo de la actividad
criminal dentro de Tasmania, pero en el campus, yo hago los planes
y él ayuda a ejecutarlos. Como con cualquier grupo de mejores
amigos, uno de nosotros tiene que tomar la iniciativa.

Me siento responsable de esto.

La quemadura es jodidamente horrible, la piel en carne viva y


seguro que deja cicatrices.

―Te vas a poner bien ―le murmuro a Ozzy.

―Lo sé ―gruñe, rojo y sudando de dolor―. No es eso. Es mi Cola.

―¿Tu Cola? ―pregunto sin comprender.

―Sí. ―Hace una pausa, haciendo una mueca, y luego continúa―.


En mi brazo. Era mi favorito. Y ahora míralo.

Miro la mancha en su antebrazo donde solía residir el zorro de


doble cola. Ahora no es más que un amasijo rojo e hinchado, con
apenas un indicio del contorno donde solía estar el tatuaje.

―Ozzy... ―le digo―. Ese era tu peor tatuaje.

―¿De qué estás hablando?

―Era jodidamente horrible, hombre. Era muy malo, parecía una


ardilla. Sinceramente, Wade te hizo un favor.

Lo digo por lo bajo, porque que se joda Wade si cree que estoy
hablando en serio. Va a pagar por esto, tanto si la escuela lo castiga
como si no.

Ozzy se ríe, aunque sale más bien un gemido.


―La cola era un poco rara ―admite―. Pero por eso me gustaba.

Cuando transcurren los veinte minutos, la profesora Lyons aplica


el gluconato de calcio en el brazo de Ozzy. Le echa un chorro de un
tubo similar al de la pasta de dientes, parece que le alivia un poco el
dolor. La profesora le envuelve el brazo en una gasa limpia.

―Llévenlo a la enfermería para que el doctor Cross lo revise


―dice.

―¿Puedo llevar un par de esas amapolas conmigo? ―Ozzy


pregunta débilmente―. Siento que podría necesitar una probada del
dragón ¿Sabe a qué me refiero, profesora?

―Puedes pedirle al doctor Cross que te dé analgésicos ―dice sin


compasión.

―Vamos ―digo, cogiendo la bolsa de libros de Ozzy.

Estoy seguro de que el doctor Cross estará encantado de volver a


verme.

Ozzy pasa la noche en la enfermería. Cuando vuelve a clase al


día siguiente, tiene la mano izquierda rígida e hinchada y todo el
brazo está vendado, colgado en un cabestrillo para protegerlo de los
empujones. Ozzy me dice que la carne aún está en carne viva. El más
mínimo contacto, incluso sobre la gasa, es agonizante.
Estoy jodidamente furioso de que esto le haya pasado a Ozzy por
mi culpa. Le doy algunos de nuestros mejores comestibles para
calmarlo, pero necesito algo mejor que eso para animarlo. Así que
me levanto temprano a la mañana siguiente y me escabullo en la
Torre de la entrada.

La Torre de la entrada es el lugar donde se alojan los Ejecutores.


Las habitaciones son limpias y uniformes, ya que antiguamente se
utilizaban como barracas para los soldados. Casi ninguna de las
estudiantes es una Ejecutora, excepto Ilsa Markov, que admito que
es una puta bastante jodida.

Hay un claro olor a testosterona y a calcetines sin lavar en el aire.


También el abrumador Aqua Di Gio que siempre lleva Wade. Sería
capaz de encontrar su habitación aunque no supiera cuál es la suya.

Por lo que he observado, le gusta levantarse bien temprano para


ir al gimnasio en la Armería antes de que empiecen las clases. Forma
parte del grupo de las seis de la mañana, junto con Dax, Dean Yenin
y el resto de los masoquistas.

Espero frente a su puerta, oyendo cómo se mueve mientras se


pone la ropa deportiva y sus impecables tenis blancos. Oigo tres
chisporroteos distintos mientras se rocía con colonia, que asalta a
mis fosas nasales unos segundos después cuando el penetrante
aroma se filtra por las rendijas de la puerta.

Estoy esperando a la derecha de dicha puerta, con el teléfono en


la mano izquierda y la mano derecha enroscada alrededor de mi
zippo para darle un poco más de fuerza.

Las bisagras crujen y me preparo.


En el momento en que Wade abre la puerta, me lanzo y le doy un
puñetazo en la nariz con todas mis fuerzas. Es un puñetazo,
totalmente inesperado, y no es algo que haría normalmente, pero en
este caso, es totalmente merecido.

Wade se tapa la nariz con las manos, y la sangre ya sale


disparada, chorreando por los dedos.

―Sonríe, perra ―le digo.

Levanto mi teléfono y hago una foto rápida de su cara aullando.


Luego salgo pitando de ahí antes de que el resto de los Ejecutores se
despierten y lo conviertan en algo parecido a una pelea justa.

Le presento la foto a Ozzy durante el desayuno. Se ríe tanto que


se le saltan las lágrimas.

―¿Eso fue esta mañana? ―dice―. ¿Dónde está? Quiero verlo en


persona.

Mira alrededor del comedor, esperando ver a Wade desplomado


sobre sus panqueques con un par de tampones metidos en la nariz.
No hay suerte: debe estar todavía encerrado en el baño intentando
que deje de sangrar.

―¿Crees que se le ha roto? ―Ozzy pregunta esperanzado.

―Eso espero ―digo.

Wade no se presenta a nuestra clase de Organización Estructural,


aunque Rocco y Dax deben de haberse enterado de la represalia,
porque nos miran con más mala cara que nunca.
Estoy yendo en contra de mi política habitual de desescalada,
pero me importa un carajo. Fui un buen chico mis dos primeros años
en Kingmakers, relativamente hablando. Ya es hora de que me
divierta un poco.

―¿Te apuntas a instalar la antena? ―le pregunto a Ozzy.

―Sí ―dice―. Aunque sólo tengo un brazo, así que tendrás que
hacer el trabajo pesado.

La antena parabólica de Starlink es pequeña y compacta, de


menos de 60 centímetros de diámetro. Necesita una línea de visión
clara hacia el cielo, y cuanto más alto la montemos, mejor. Sobre
todo, no puede ser detectada: fue un puto dolor de cabeza introducir
esta cosa en la isla. Lo último que necesito es que algún empleado de
la escuela la derribe de nuevo justo después de haberla puesto.

La necesitamos cerca, así que la opción obvia es una de las seis


torres de Kingmakers. La Torre Octagonal en la que tenemos
nuestras habitaciones sería ideal, pero está repleta de Herederos
varones, incluso el ático está ocupado; la Torre de la Biblioteca está
fuera por culpa de la señorita Robin. Nadie vive en el ático de la
torre de los Contables, todas sus habitaciones están en los niveles
inferiores, pero sería extraño que Ozzy y yo subiéramos ahí con un
paquete sospechoso bajo el brazo.

La Torre de las Mazmorras está vacía, pero las puertas siempre


están cerradas, haya o no un prisionero dentro, con modernos
cerrojos electrónicos, no con las viejas y oxidadas cerraduras con
llave que podría forzar prácticamente con una uña. Y el campanario
nunca fue reconstruido después de que fuera arrasado por un
incendio hace cien años. Ese montón de piedras desvencijadas
parece listo para derrumbarse de un momento a otro; nos
arriesgaríamos al cruzar la puerta.
Queda la Colonia de Pájaros. Es la torre más pequeña, situada en
el extremo norte de la catedral. Está llena de plumas y caca de
pájaro, pero creo que se adaptará a nuestros propósitos.

Ozzy vigila mientras yo abro la cerradura en la base de la


escalera. Nos deslizamos dentro, sobre los escalones salpicados de
guano blanco y polvoriento. Pequeños trozos de plumón flotan en el
aire quieto.

Docenas de palomas mensajeras solían posarse aquí. También los


halcones, en los niveles inferiores. El hedor a amoníaco hace agua a
los ojos, pero no importa. No pasaremos mucho tiempo aquí. Una
vez que tengamos la antena en su lugar, podemos establecer nuestra
propia red privada, indetectable a menos que ya conozcas su
nombre. Ozzy y yo tendremos internet a la velocidad del rayo
mientras descansamos en nuestro dormitorio.

Suponiendo que pueda recuperar el uso de su mano para poder


escribir de nuevo. Que se joda Wade Dyer, y Rocco Prince, también.

Ozzy debe estar pensando lo mismo. Mientras organizo las


herramientas para hacer un agujero en el techo inclinado, dice:

―No puedo esperar a que esto funcione.

―Me alegro de tenerte para hacerlo ―digo―. No soy malo con


esta mierda, pero tú eres mucho mejor.

―Mucho mejor ―coincide Ozzy, sonriendo.

―Menos mal que nunca le has gustado a ninguna chica, así que
has tenido mucho tiempo para practicar.

Se ríe.
―No debería gustarles, pero por alguna razón lo hacen. Las
chicas simplemente no saben lo que es bueno para ellas.

―Sí, los chicos tampoco ―digo, pensando en Zoe de nuevo.

Ella aparece en mi cerebro varias veces al día. Cuando estoy cerca


de Anna y Leo, Chay y Zoe, no puedo dejar de mirarla, no sé lo que
es, no es tan ruidosa como Chay, ni tan llamativa como las otras
chicas de la escuela. Últimamente se viste como un chico con sus
zapatos Oxford y sus pantalones. De alguna manera sólo la hace más
sexy. Tal vez porque ahora sé lo que hay debajo de esa ropa. No
debería pensar en su figura; se suponía que nunca la vería en primer
lugar, pero, no puedo jodidamente olvidarlo. Nunca he visto un
cuerpo así, en ningún sitio.

Y no es sólo su aspecto. Es la forma en que no habla a menudo,


pero cuando lo hace, todo lo que dice es inteligente y bien razonado.
Tiene una dignidad silenciosa que me atrae, incluso cuando sé que
es la peor candidata posible para un enamoramiento.

―Sí, somos igual de tontos ―se ríe Ozzy―. Tengo un plan


realmente estúpido para el fin de semana.

―¿Ah, sí? ―Sonrío―. ¿De qué se trata?

―Voy a caerle a Chay.

Le sacudo la cabeza.

―¿Qué es esto, la quinta vez?

―La sexta ―dice Ozzy.

―Tal vez folle contigo por pena ahora que eres un lisiado.
―¿Tú crees? ―Ozzy dice con esperanza.

Estoy seguro de que Ozzy está planeando hacer su jugada en la


fiesta de Halloween. Si Chay va a estar ahí, me pregunto si Zoe
también estará. No siempre viene a las fiestas porque sus primos de
mierda la delatan ante su padre, pero si no dejo entrar a los primos...

―Muy bien ―le digo a Ozzy―. Estoy listo para empezar a cortar.
¿Tienes las gafas de seguridad?

―Sí ―dice Ozzy, pasándome un par―. Me las guardé antes de


que Wade me quemara el brazo, por suerte, porque siendo sincero,
no me iba a acordar después.

―Sí... bueno, él tampoco va a recordar cómo era su nariz ―digo


yo.

Riendo, empezamos a cerrar el techo.

Ozzy y yo vamos a dar una fiesta de Halloween en los viejos


establos. Vamos a cobrar 50 dólares la entrada con la promesa de
ponche ilimitado. La entrada no es lo que hace el dinero, es la puta
tonelada de Molly que todo el mundo compra una vez que está
borracho y bailando.

Organizar una fiesta consiste en crear un ambiente. Contrato a un


par de Contables de primer año para que me hagan mil murciélagos
de papel negro que cuelgan de las vigas. Luego instalo unas
espeluznantes luces rojas, rodeo las jarras de ponche con hielo seco
humeante, cortesía del laboratorio de química, y pongo en cola una
lista de reproducción de lo más interesante.

Me encanta la música, siempre me ha gustado. Hace algo en mi


cerebro. Cuando tengo el ritmo adecuado y una melodía complicada
encima, siento que puedo pensar diez veces más rápido, como si mi
mente fuera a mil por hora.

Invito a Leo y a Anna, y le informo de que Martín Romero y


Santiago Cruz no pasarán por la puerta.

Anna enarca una ceja oscura.

―¿Es por el bien de Zoe? Te has vuelto tan... útil.

―Sí. Soy un buen tipo.

―¿Desde cuándo? ―se ríe.

―Sólo díselo ―digo, tratando de sonar despreocupado―. Nunca


me gustaron esos imbéciles de todas formas, así que no hay pérdida.

No sé si Zoe tiene previsto venir, pero me siento extrañamente


excitado cuando los chicos empiezan a entrar por la puerta, algunos
de ellos vestidos con el tipo de disfraces improvisados que puedes
hacer con la mierda que tienes a mano.

Kasper Markaj se viste de espartano, sólo con su ropa interior y


una cortina de terciopelo rojo que le cubre los hombros como una
capa. Isabel Dixon se recogió el pelo y se cubrió de carbón para
parecer electrocutada, mientras que su novio Hiram Stokes se colgó
un rayo de papel en el cuello.
Todo el mundo está preparado para celebrar la fiesta, que está a
punto de reventar diez minutos después de abrir las puertas. Ozzy
está recogiendo las entradas tan rápido como puede con un solo
brazo, y yo finjo dar la bienvenida a todo el mundo, mientras en
realidad mantengo los ojos bien abiertos para ver a la gente que
quiero ver, así como a los que pueden irse a la mierda a sus
dormitorios.

Anna llega vestida con sus ropas más andrajosas y con un


impresionante maquillaje de zombie por toda la cara. Ha hecho lo
mismo con Leo, pero su sonrisa cegadora le hace parecer demasiado
vivo para ser un muerto viviente.

―Felicidades ―le digo.

Leo acaba de ser elegido capitán de segundo año para el Quartum


Bellum. Estaba prácticamente garantizado, después de la victoria sin
precedentes de los de primer año el año pasado, pero ahora es
oficial.

―Gracias ―dice―. No puedo decir que esté tan emocionado esta


vez, sabiendo a qué me enfrentó.

―No puede ser peor que el año pasado ―dice Ozzy.

―Siempre puede ser peor. ―Leo hace una mueca.

―Sí, como tener a Simon Fowler de capitán ―se queja Ozzy.

Simon es un Heredero de tercer año con una gran opinión de sí


mismo y un generoso fondo de inversión de sus padres. Él
abiertamente dio dinero en efectivo para ganar votos para la
Capitanía. Me importa una mierda, porque me importa una mierda
el Quartum Bellum, pero no estoy precisamente deseando recibir
órdenes de alguien que se chuparía su propia polla si fuera lo
suficientemente flexible.

―¿Sólo ustedes dos esta noche? ―le digo a Anna.

―Relájate. ―Ella sonríe―. Zoe viene con Chay.

―Sólo estaba preguntando, por el precio de la entrada ―digo


rápidamente.

―¡No nos vas a cobrar! ―grita Anna, indignada.

―Por supuesto que sí. Leo puede tragarse una ponchera entera él
solo.

―¿Cuál es el descuento familiar? ―dice Leo.

―Dos por el precio de dos.

―Lo pagaré ―dice Leo―. Pero sólo porque el pobre Ozzy está
teniendo una semana de mierda. Se lo merece.

―Gracias ―dice Ozzy, cogiendo el crujiente billete de cien dólares


de Leo y metiéndoselo directamente en el bolsillo. ―No podría ir a
una mejor causa.

Cuando me doy la vuelta de nuevo, estoy frente a un ángel.

Zoe lleva un vestido blanco diáfano que parece flotar alrededor


de su cuerpo. Sobre sus hombros, unas alas de papel y alambre, de
intrincado corte. Su pelo oscuro está suelto y brillante. Su piel brilla a
la luz de la luna.
―Jesús... ―digo.

―No. ―Zoe me regala una pequeña sonrisa―. Sólo una de sus


amigas.

Chay está a su lado, vestida como el diablo con un ajustado


mono rojo.

Ozzy da un silbido apreciativo.

―Dime a quién tengo que matar para ir a esa versión del infierno
―dice, mirándola de arriba abajo.

Chay sonríe.

―Si ocupas toda la acera con tus amigos y caminas muy despacio
y no puedo pasar... tormento eterno. Si mezclas demasiado el
guacamole para que quede blando... horca, justo en el culo.

―Continúa... ―Ozzy dice, pareciendo excitado.

Cat va detrás de las chicas mayores, con un jersey negro de gran


tamaño y orejitas de gato negras, con bigotes dibujados en la cara. Es
la elección obvia de un disfraz para ella, pero también es
jodidamente adorable. Realmente parece un gatito mullido, sobre
todo con sus rizos negros alborotados alrededor de la cara.

―Estás muy guapa ―le digo a Cat. Parece alarmada de que me


haya fijado en ella.

Chay me tiende un fajo de billetes. Sacudo la mano.

―No hay que pagar ―le digo.


―¿Seguro? ―pregunta Chay.

―Nunca cobro a los amigos.

―¡Qué demonios! ―me dice Leo por encima del hombro, todavía
al alcance de esta hipocresía.

―Excepto a él ―le digo a Chay―. Él se lo puede permitir.

Siento que Zoe me observa. Mi cara está extrañamente caliente.

―Vamos ―les digo a las chicas―. Pásenla bien.

Chay y Cat se dirigen al interior, pero Zoe se detiene al pasar


junto a mí.

―¿Dónde está tu disfraz? ―pregunta.

Me giro para que pueda ver la parte trasera de mi camiseta.

―El número 23 ―digo―. Soy Jordan.

―Creía que Leo era el jugador ―dice Zoe.

―Sí, es mucho mejor que yo ―admito―. Sólo quería llevar las


zapatillas. Las Air 7, las mismas que Jordan llevó en el Dream Team
en las Olimpiadas del 92.

Zoe admira mis zapatillas, algo que normalmente me haría


sumamente feliz, pero ahora mismo no estoy pensando en mis
zapatillas en absoluto. Estoy mirando su cara, nunca he visto una
piel tan suave y clara, me hace pensar en la piel impecable del resto
de su cuerpo. Alejo ese pensamiento bruscamente. Es algo sórdido,
algo en lo que el propio Rocco haría hincapié, una visión robada a
Zoe sin el consentimiento de ella.

―Me gusta lo vintage ―dice Zoe.

―¿Ah, sí?

―Sí. Sobre todo cosas de programas de televisión y películas


antiguas. Por ejemplo, si alguna vez fuera a comprarme un vestido,
me encantaría tener uno como el que llevaba Marilyn en Los
caballeros las prefieren rubias. ¿Sabes a cuál me refiero?

Una multitud de estudiantes intenta pasar por la puerta detrás de


nosotros. Les estoy impidiendo el paso, pero quiero hablar con Zoe,
así que le digo a Ozzy:

―¿Lo tienes?

y Ozzy dice:

―Sí, vete, amigo.

―Deja que te consiga una bebida ―le digo a Zoe, como excusa
para tenerla a mi lado.

La conduzco hasta la ponchera.

―Es bueno, lo prometo. No es un licor de calidad de mierda de


retrete mezclado.

―Confío en ti ―dice, sonriéndome.


Esas palabras me provocan un estremecimiento en todo el
cuerpo.

Le sirvo una copa de ponche, con cuidado de no salpicar ni una


sola gota en su vestido blanco como la nieve.

―Háblame del vestido de Marilyn ―le digo.

―Era de color rosa intenso perfectamente ajustado, con guantes


largos a juego. A mí ni siquiera me queda bien el rosa, pero el color
era tan vivo y tan poderoso... uno no piensa que el rosa sea
poderoso, pero puede serlo. En la persona adecuada.

―No te creo ―digo.

―¿Qué quieres decir?

―No me creo que no te siente bien el rosa.

Las mejillas de Zoe se sonrojan un tono más claro que sus labios,
y digo:

―Ves, ahora estás de rosa, y te ves mejor que nunca.

Zoe me mira fijamente con esos ojos verde claro, que siempre
parecen tener una tormenta detrás.

―¿Estás coqueteando conmigo, Miles? ―pregunta.

Me planteo negarlo, pero Zoe es tan honesta que exige lo mismo


de mí.

―Sí ―digo simplemente―. Definitivamente lo estoy haciendo.


―¿Crees que es una buena idea?

―No, y me importa un carajo. Voy a seguir haciéndolo, a menos


que me digas que pare.

Observo su cara con atención, para ver su reacción a esto.

Ella lo piensa.

―No quiero que pares ―dice.

―Bien, porque no iba a hacerlo.

Se ríe.

No sé si alguna vez he oído reír a Zoe antes de este año. Es un


sonido cautivador, bajo e íntimo, destinado sólo a mí.

―Sabía que eras un problema ―dice.

―No tienes ni idea ―le digo.


9

CAT

Mi primera fiesta en Kingmakers es mi primera fiesta en


cualquier lugar, sin contar los tediosos eventos a los que teníamos
que asistir con mi padre y Daniela de vez en cuando.

Siempre me sentí como un poni de feria, vestida por Daniela y


sacada a pasear con algún propósito específico. Por lo general, para
bailar con algún horrible socio comercial de mi padre, que
invariablemente me decía que le recordaba a su hija antes de intentar
deslizar su mano desde mi cintura hasta mi trasero.

Era la primera vez que me vestía con amigos, riendo y


bromeando todo el tiempo, después de que Chay me ofreciera una
copita antes de la fiesta, que acepté porque me fascinaba la pera que
se balanceaba dentro, entera e intacta, como un barco en una botella.

―¿Cómo demonios la han metido ahí? ―le pregunté a Chay. ―Es


una pera de verdad ¿no?

―Sí. ―Ella asintió―. Fijan la botella de cristal vacía a una rama


mientras la pera es pequeña y está creciendo. Crece hasta la madurez
dentro de la botella, luego cortan el tallo de la fruta y llenan la
botella con licor. Es muy popular en Alemania, muy común.

Estaba maquillando a Zoe mientras me explicaba la bebida, ya


que había terminado sus propios labios rojos lacados y remolinos
ahumados de delineador oscuro alrededor de los ojos.
Se suponía que estaba terminando mi disfraz de gato, pero el
brandy de pera ya estaba haciendo efecto en mí, y no estaba segura
de ser capaz de dibujar mis bigotes rectos.

―Espera ―le dijo Chay a Zoe―. Voy a buscar mi otra paleta de


sombras de ojos.

Se apresuró a ir al armario a rebuscar. Aproveché para


preguntarle a Zoe:

―¿Estás segura de que está bien que vayamos a esto? Papá ya


está furioso por mis notas...

Me escribió una carta mordaz después de que nuestro primo


Martin me delatara por mi pésimo rendimiento en todos los
exámenes prácticos que he tenido hasta ahora. Si la tinta fuera ácido,
las palabras habrían quemado la página.

―Que se joda ―dijo Zoe con frialdad―. Y que se jodan sus cartas.

Vestida de ángel, con la cara brillando por la purpurina y sus alas


de papel flotando tras ella, la crudeza de Zoe me hizo reír.

Zoe también se rió. Me cogió la mano y la apretó, diciendo:

―Vamos a la fiesta, y vamos a pasar una noche perfecta. Quién


sabe cuántas tendremos, pero nos quedaremos con ésta.

―Estás guapísima ―le dije.

Le hice las alas. Apenas había tenido tiempo para hacer algo
artístico desde que llegué a Kingmakers, y lo echaba más de menos
que cualquier cosa de casa. Corté las plumas con un bisturí robado
del laboratorio de química.
También era la primera vez que robaba algo. Kingmakers está
lleno de primeras veces para mí. El corazón se me aceleró tanto que
creí que iba a vomitar, pero igualmente me metí el bisturí en la
manga, con las manos sudadas, pensando que el profesor me iba a
atrapar mientras me apresuraba a ir a mi siguiente clase.

Me quedé hasta tarde trabajando en las alas mientras Rakel


dormía en la cama de enfrente, escuchando su espantosa música
metal en los auriculares. Podía escucharla, tambores y guitarras
implacables y gritos. No sé cómo puede dormir con ese ruido
asaltando sus tímpanos, cuando yo apenas puedo soportar lo poco
que oigo, incluso con una almohada sobre la cabeza.

Corté cada pluma individualmente. El meticuloso proceso era


increíblemente relajante, mejor que el yoga o la meditación. Cada
pluma se convertía en su propio universo, perfecto y preciso, y
totalmente bajo mi control. A diferencia de todo lo que ocurre en la
escuela.

Diré que, al menos, he disfrutado de mis clases de informática.


Los únicos ordenadores portátiles permitidos en el campus son los
del laboratorio de informática. Poner mis dedos en el teclado se
siente casi tan bien como volver a casa o como trabajar en esas
plumas de papel. Aunque nunca he hecho nada como las
transacciones de Bitcoin, la seguridad digital o los ataques DDOS, lo
estoy cogiendo mucho más rápido que todo lo que he aprendido en
mis otras clases.

Así que he estado sobreviviendo bien en Kingmakers.

Es Zoe la que me preocupa.

Me contó lo que pasó el día que desapareció del comedor. Dijo


que Rocco trató de asaltarla y Miles Griffin ayudó a salvarla.
Miles organizará la fiesta esta noche, lo que me hace sentir un
poco mejor para asistir, pero también un poco peor porque sé que
eso sólo hará que Rocco se enoje más.

Le conté a Zoe lo que Claire Turgenev compartió conmigo, lo que


Rocco hizo en su antigua escuela.

Zoe no pareció sorprendida.

―Sé lo que es ―dijo―. No hay nada que pueda hacer al respecto.

―¿Por qué? ―dije―. ¿Por qué no podemos al menos intentarlo?

―Mira a tu alrededor ―me dijo―. Mira este lugar. Tiene


setecientos años. ¿Cuántos estudiantes han pasado por aquí?
Muéstrame a los que traicionaron a sus familias, a los que se fueron
y vivieron una vida feliz. Muéstrame. Muéstrame a los que se
enfrentaron a todo esto y ganaron.

Sin embargo, aunque Zoe me dijo que no tenía remedio, vi un


nuevo nivel de rebeldía en ella. Me di cuenta de que estaba
emocionada mientras se vestía para la fiesta, y aún más cuando
cruzamos los oscuros terrenos abiertos hacia los lejanos establos.

La fiesta ya estaba en pleno apogeo, los estudiantes hacían cola


ante las puertas para pagar la entrada.

Invité a Rakel. O, mejor dicho, le hablé de la fiesta en uno de los


raros intervalos en los que no llevaba auriculares y parecía que no
iba a apuñalarme por atreverme a hablarle.

―¿Quién la organiza? ―dijo.

―Miles Griffin.
No había necesidad de dar más explicaciones. Todo el mundo en
el campus conoce a Miles.

―Puede que vaya ―dijo Rakel, como si me confiriera un enorme


favor.

Lo dejé así, ni siquiera tuve el valor de lanzar un 'Nos vemos ahí'.

Rakel y yo no nos hemos hecho más amigas en los casi dos meses
que llevamos compartiendo habitación. El centro de nuestro
dormitorio es un Muro de Berlín invisible que no se me permite
cruzar, y nunca caminamos juntas, ni siquiera cuando salimos del
Sótano para ir a la misma clase a la misma hora.

Lo más cerca que ha estado de la amistad fue en nuestra última


clase de Sistemas de Seguridad, cuando logré descifrar con éxito la
misteriosa memoria USB que nos entregó el profesor Gillespie. No
nos dio ningún tipo de instrucciones, me las arreglé para crear una
imagen de la memoria USB y empezar a revisarla. Era TAILS, con
una partición encriptada LUKS. El profesor nos prohibió usar la
computación en la nube o cualquier sistema externo, así que tuve
que forzar la contraseña.

Fui la primera en terminar, en lo que el profesor Gillespie nos


informó que era un tiempo récord.

Rakel se echó hacia atrás en su silla para ver mejor la pantalla de


mi ordenador.

―¿Cómo lo has averiguado? ―preguntó.

―Corrí el hashcat contra la contraseña de LUKS ―dije,


mostrándole todos los pasos que hice.
―¿Cómo supiste hacer eso? El profesor nunca lo dijo.

―Sólo probando diferentes cosas ―dije―. Creo que... a veces,


cuando sabes que no sabes nada, puedes encontrar una solución que
otros podrían pasar por alto. Probar incluso las ideas que parecen
estúpidas.

En el siguiente reto, Rakel fue la más rápida en terminar.

―¡Bien! ―dije, comprobando su solución a cambio―. Ha sido


inteligente.

Por un momento, pareció que iba a sonreírme. No lo hizo, pero


tampoco frunció el ceño.

No veo a Rakel mientras Zoe, Chay y yo nos unimos a la fila


fuera de los establos, pero si veo a un chico alto con el pelo rubio y
blanco que va desde la biblioteca hacia la Armería. Se detiene,
examinando a los estudiantes agrupados frente a las puertas con
nuestros trajes improvisados. La música suena a través de las
puertas abiertas, así como los haces de luz roja tenue y el humo
artificial.

La luz roja incide en el atractivo rostro del chico, iluminando el


lado izquierdo mientras el derecho permanece en la sombra.
Mientras observa, su mirada de irritación se convierte en una
expresión de pura furia. Se mete las manos en los bolsillos y pasa a
hurtadillas, con el cuerpo tan tenso que todos los músculos de sus
brazos se crispan.

―¿Quién era ese? ―le susurro a Zoe.

―¿Quién? ―dice ella. No mira en la misma dirección que yo, toda


su atención está fijada justo dentro de las puertas de los viejos
establos.

―Ese chico de ahí, el rubio.

Señalo, pero es demasiado tarde. Ha desaparecido en la


oscuridad.

―No lo sé ―dice Zoe, sonando distraída.

Somos las siguientes en entrar. Veo que Leo y Anna ya nos


esperan, con Hedeon Gray unos metros más allá. Miles y Ozzy están
atendiendo la puerta.

Miles nos saluda cordialmente y se niega a que paguemos la


entrada.

―Le dije que no les cobrara ―dice Ozzy, guiñando un ojo a


Chay―. No dejes que se lleve el mérito de eso. O por esto, tampoco.

Le pasa a Chay una bolsita que ella mete inmediatamente en su


bolsillo.

―¡Ozzy! ―dice ella―. ¿Intentas ser encantador?

―Depende. ―Él sonríe―. ¿Funciona?

Ozzy no es guapo, no comparado con Miles, Leo o Ares, pero


tiene una sonrisa brillante con hoyuelos a ambos lados. Se apodera
de toda su cara y te hace pensar que podría ser guapo después de
todo.

Chay parece pensar lo mismo mientras le da a Ozzy un rápido


beso en la mejilla. Desgraciadamente, el efecto sólo dura hasta que
posa sus ojos en Ares, apoyado en uno de los antiguos pilares de
madera junto a Hedeon.

Ares no es tan llamativo como Leo o Miles. Viste con las ropas
más sencillas y baratas, y su pelo oscuro y desgreñado siempre
parece que hay que cortarlo. Es reservado y discreto, pero tiene una
fuerza silenciosa que no deja de ser poderosa. A menudo me
encuentro mirándolo, sin ninguna razón en particular. Cuando
habla, su voz es profunda y resonante. El tipo de voz que vibra en
los huesos.

Chay se siente atraída por él como una mariposa por una flor. No
puedo decir si Ares gusta de ella a su vez. Me parece que es alguien
que controla muy bien sus emociones en todo momento.

Me recuerda a Zoe, en realidad. Reflexivo. Responsable. Nunca


actúa por impulso.

Supongo que por eso siento que lo entiendo, aunque apenas


hayamos hablado.

Puedes aprender mucho sobre la gente sólo observando.

No soy desinteresada sólo porque soy tímida. De hecho, me


gusta estar rodeada de gente, cuando nadie me molesta. Me gusta
ver los pequeños destellos que pasan entre las personas, los
indicadores ocultos de quiénes son y de lo que están pensando y de
lo que sienten por los demás.

Me encanta ver cómo Leo siempre comprueba la reacción de


Anna cada vez que ha dicho algo gracioso o escandaloso. Me gusta
cómo Anna le toca continuamente, su mano se posa brevemente en
su brazo o en su muslo, su espalda se apoya en su pecho, como para
asegurarse de que él sigue ahí.
Me encanta cómo Chay es siempre tan consciente de que todos
están incluidos en el grupo. Me arrastra al centro de nuestro grupo
de amigos, bailando conmigo hasta que está segura de que me siento
cómoda, y luego se acerca a Hedeon, que al principio niega con la
cabeza de forma hosca, pero luego cede e incluso esboza una sonrisa
cuando Chay intenta hacerle girar.

Me gusta que Ares se muestre atento, comprobando si alguien


quiere una bebida antes de coger una para él.

Me encanta lo guapa que está mi hermana, incluso al lado de


chicas tan guapas como Anna y Chay. Las buenas cualidades de mi
hermana brillan en su rostro: su inteligencia, su honestidad, su
determinación de hacer lo que considera correcto, incluso cuando es
difícil, incluso si es imposible.

Nunca he tenido un círculo de amigos así, que me hagan sentir


segura y aceptada. Sé que en realidad son amigos de Zoe, pero me
han recibido con los brazos abiertos, como si fuera tan importante e
interesante como ella, aunque no lo sea.

Kingmakers todavía me aterroriza. Estoy cubierta de moretones


y cortes, de varias clases.

Sin embargo... no odio este lugar. Incluso puedo imaginar un


momento en el que podría gustarme. Tal vez el día de mi
graduación, si de alguna manera aprendo a luchar de aquí a
entonces, y dejo de avergonzarme cada dos días. Cosas más extrañas
han sucedido.

Hablando de eso, veo a Rakel en el lado opuesto de los establos.


No lleva ningún disfraz, aunque parece que sí, porque va vestida
con su ropa civil normal, que incluye suficientes cadenas e
imperdibles como para hacer saltar los detectores de metales de todo
un aeropuerto.

Levanto la bebida que me ha traído Ares en una especie de


brindis.

Para mi sorpresa, Rakel levanta su copa en respuesta.

No es mucho, pero comparado con el primer día de clase, parece


que he avanzado mucho.
10

ZOE

―Espera ―dice Miles.

Mira hacia la puerta por la que intentan entrar Dax Volker y


Jasper Webb.

―Deja que me deshaga de los aguafiestas ―me dice―. Sigue con


Chay y Anna si quieres, las encontraré en un rato.

Es difícil localizar a mis amigas en medio de la multitud de


estudiantes, ya que sólo hay luces rojas que iluminan mi camino. Las
fiestas de Miles son siempre más concurridas y mejor organizadas
que las reuniones aleatorias de otros estudiantes. No deja de
sorprenderme lo que consigue hacer con todas las restricciones de la
isla: es muy ingenioso.

Los profesores son conscientes de que organizamos fiestas en los


establos, y no parece importarles mientras el caos no se extienda a
otras zonas del campus.

Incluso en las épocas más frías del invierno, hace mucho calor
aquí, especialmente cuando todo el mundo empieza a bailar. Las
luces rojas proyectan sombras demoníacas de los cuerpos que giran
y de las pilas de muebles viejos que se amontonan en el extremo del
espacio.

Sé que Anna y Chay bailarán, porque es lo que más les gusta


hacer. En realidad, a mí también me gusta bailar, aunque no he
tenido muchas oportunidades de hacerlo más que en las fiestas de
mala muerte con mi padre y Daniela, o en mi propia habitación.

Encuentro a las dos chicas con Cat entre ellas, y a Leo, Ares,
Hedeon y Matteo Ragusa completando el círculo.

Me gustaría ser tan elegante como Anna, o tan desinhibida como


Chay. Me siento un poco rígida al principio, hasta que el golpe de
Miles se impone y empiezo a relajarme. La música retumba, el peso
de todos nuestros cuerpos sacude las anchas tablas de madera del
suelo.

Después de un minuto, Ozzy se une a nosotros.

―¿Quién está cubriendo la puerta? ―pregunta Anna, mirando


fijamente hacia la entrada.

―Miles está pagando a Kasper Markaj para que lo haga ―dice


Ozzy―. No te preocupes, esta noche no hay imbéciles. O al menos,
ninguno que no nos guste.

Ozzy intenta acercarse a Chay, teniendo en cuenta su brazo


herido, pero Chay está bailando lo más cerca posible de Ares, así que
no le presta atención.

Hedeon parece haber decidido que, ante la escasez de chicas,


podría bailar con Cat. Al principio, Cat se siente confundida y trata
de alejarse de él, por lo que Hedeon la agarra de las manos y la hace
girar. Tengo que reprimir la risa al ver la cara de terror de Cat.
Puede que Hedeon sea gruñón, pero no es un mal bailarín. Es
sorprendentemente paciente cuando Cat le pisa un par de veces
antes de ponerse a bailar.
Anna es sin duda la que mejor baila de todos nosotros. Entra y
sale de los brazos de Leo, a veces bailando con él, a veces con Chay y
conmigo. Chay se ha tomado un par de tragos antes de que
bajáramos, así que está muy suelta, se abalanza sobre Matteo hasta
que su cara está más roja que su traje, y luego vuelve a centrar su
atención en Ares.

Ares deja que Chay se acerque a su amplio pecho, pero cuando


ella intenta ponerle las manos en las caderas, él sólo las mantiene ahí
un minuto antes de soltarlas de nuevo. Decepcionada, Chay
finalmente le da a Ozzy la atención cercana y personal que ha estado
deseando.

Ares es un misterio para mí. Nunca coquetea, lo que supongo


que no es sorprendente ya que es callado y reservado, pero apenas lo
he visto mirar a una chica, incluso a una tan hermosa y tan
obviamente interesada como Chay.

No tengo la sensación de que sea gay. Por supuesto, eso es sólo


una suposición; no siempre es fácil saberlo.

Creo que el verdadero problema es que sabe que ninguna


relación en Kingmakers iría a ninguna parte a largo plazo,
especialmente si Ares planea volver a Syros. Se espera que las hijas
de la mafia en nuestra escuela hagan los emparejamientos más
ventajosos posibles, lo que no incluye al hijo mayor de una familia
que perdió toda su antigua gloria.

Es lamentable, pero cierto. Ares es realista, y yo también.

Eso no impide que sienta un estremecimiento de placer cuando


Miles se une a nosotros.
―Hola ―me gruñe al oído, apartando con la palma de la mano
sus rizos oscuros de los ojos―. Espero que no te hayas cansado ya.

Siento su cálido aliento en mi hombro desnudo y el calor que


irradia su cuerpo. Apretados en la pista de baile, estamos más cerca
de lo que hemos estado desde que me llevó a la enfermería.

―No. ―Sacudo la cabeza―. No estoy nada cansada.

―Bien ―dice Miles, con sus dientes blancos brillando en su rostro


bronceado―. Vamos a bailar, entonces.

Saca un pequeño mando del bolsillo y lo pulsa para cambiar la


canción. Al instante los altavoces cambian a algo más lento y sexy,
con un ritmo juguetón e insistente.

Miles me atrae hacia sus brazos, poniendo mis manos alrededor


de su cuello y sus grandes y cálidas manos en mis caderas. Me
arrastra fácilmente a su ritmo, que no supone ningún esfuerzo y es
escandalosamente suave.

Nunca he visto a nadie moverse al ritmo de la música como


Miles. Su cuerpo fluye como si fuera líquido bajo la ropa. Es
juguetón y creativo, y me hace reír cuando mezcla pequeñas
tonterías con un baile que es, sobre todo, extremadamente sexy.

A pesar de que Miles echó a cualquiera que estuviera relacionado


con Rocco, todavía hay muchos estudiantes aquí que podrían
delatarme por bailar con él. Rocco seguro que se enterará, y también
mi padre.

Pero ahora mismo, en el centro de todos mis amigos, tengo una


sensación de seguridad que nunca antes había sentido. Soy libre
para reír y bailar y disfrutar de la música, libre como nunca antes en
mi vida. Cat está a mi lado, riéndose mientras Hedeon la hace girar y
la baja, casi derribando a Chay y Ozzy, que están bailando espalda
con espalda para que Chay no se roce con su brazo lesionado.

Miles repasa canción tras canción, cada una mejor que la anterior.
Ares nos da otra ronda de ponche a todos. Estamos acalorados,
sudorosos y achispados, pero ninguno de nosotros quiere parar.

―¿Cuál es tu tipo de música favorita? ―Miles me pregunta.

―Oh, no lo sé ―digo―. Me gusta todo esto.

―¿Te gustan los bailes latinos?

―Claro, es decir, lo aprendí de pequeña.

Cambia la canción por 'Señorita', que no es estrictamente una


canción latina, pero mientras me arrastra a una salsa sin esfuerzo, no
puedo evitar reírme.

―¿Por qué eres mejor que yo en esto? ―le pregunto.

―Yo no diría eso ―gruñe Miles, con su cara muy cerca de la mía,
mis dedos envueltos en los suyos, nuestros cuerpos apretados―. Yo
diría que nadie en esta pista de baile es mejor que tú.

No sé si era una buena bailarina antes de hoy, pero Miles está


sacando lo mejor de mí. Es tan fácil seguir su ritmo, seguir su
ejemplo. La sensualidad de su cuerpo parece atraer lo mismo en el
mío, así que nuestros pies se mueven perfectamente juntos, nuestras
caderas, nuestros muslos, cada parte de nosotros entrelazada. Nunca
he sentido nada parecido. Me derrito en él, bailando sin pensar ni
esforzarme, sólo con puro placer.
Bailamos durante horas. Nunca me canso. Nunca quiero que
termine.

Anna y Leo, Chay y Ozzy, Hedeon y Cat, y el pobre Matteo solo,


van y vienen a nuestro alrededor mientras rellenan sus bebidas o se
toman un descanso para sentarse a charlar en el polvoriento sofá de
terciopelo de la esquina.

Sólo Miles y yo nos quedamos exactamente dónde estamos,


completamente envueltos el uno en el otro, incansables y sin parar
de bailar para que este momento no se acabe.

El sofá se llena de estudiantes medio borrachos. Cat intenta


posarse en una pila de cajas de archivo. Las cajas se vuelcan y ella
cae al suelo, con los papeles desparramados por todas partes.

Corro a ayudarla a levantarse.

―Estoy bien ―dice Cat, con la cara tan escarlata como el


puñetazo―. Sigue bailando. No estoy herida, sólo soy torpe.

La ayudo a recoger los papeles en las cajas, aunque apenas


importa. Todo lo que hay en ese lado del establo es basura, por lo
que puedo ver. Almacenado y olvidado, sin posibilidad de ser
recuperado de nuevo.

Cuando hemos limpiado el desorden, Cat dice:

―Estoy bastante cansada. Creo que voy a volver al Sótano.

―Yo te llevaré ―digo.

―Puedo ir sola. ―Cat sacude la cabeza. Sus bigotes se han


extendido por la cara, así que parece más un deshollinador que un
gatito, pero sigue siendo completamente adorable.

―No, voy a ir contigo. No es seguro estar sola en la oscuridad


―digo con firmeza.

Sé que Cat está haciendo su propio camino en Kingmakers lo


mejor que puede, pero ya es tarde, y Rocco y sus amigos podrían
estar al acecho, enojados por haber sido expulsados de la fiesta.

―Yo la llevaré ―dice Hedeon inesperadamente―. Yo también me


voy a la cama.

―¿Estás seguro? ―pregunto. Hedeon no es de los que ofrecen un


favor, en general.

―Sí, estoy seguro ―dice Hedeon irritado―. Si no, no lo habría


dicho.

Miro a Cat para ver si se siente cómoda con esto.

―Muy bien, gracias ―le dice a Hedeon.

Anna y Leo siguen bailando, aunque Anna está lo


suficientemente achispada como para que parezca que se balancea,
con Leo medio sosteniéndola. Ozzy y Chay han desaparecido.
Matteo se ha quedado dormido en el polvoriento sofá verde.

Ahora que he vuelto a la realidad, me doy cuenta de que debería


irme a la cama yo misma, antes de que mis inhibiciones caigan más
bajo.

―Creo que yo también me iré ―le digo a Miles.


―Te acompañó ―responde, sin intentar discutir conmigo.

Salimos junto a Hedeon y Cat, los cuatro pegados hasta que


llegamos al punto de unión en el que Cat debe dirigirse al sur, hacia
el Sótano, y yo al norte, hacia el Solar.

El aire de la noche es fresco y sin viento. Sólo unas pocas luces


brillan desde las ventanas de Kingmakers, permitiendo que el manto
de estrellas que hay encima resplandezca denso y brillante. Hedeon
mira al cielo con mal humor, ignorando a Cat ahora que ya no están
bailando.

Cat está tan agotada que apenas puede caminar erguida. Sus
clases son duras para ella, no está acostumbrada a este nivel de
actividad diaria. Además de las clases de Combate, Sigilo y
Adaptación al Medio Ambiente, que pueden ser extremadamente
físicas, las clases de acondicionamiento requieren que hagamos
largas carreras a campo traviesa por los fondos del río, así como
agotadores entrenamientos en el gimnasio. Incluso las clases de tiro
son agotadoras: me duelen las manos y los brazos después de una
larga sesión de tiro.

Le doy un rápido abrazo a Cat cuando nos separamos y le digo:

―Duerme hasta tarde si puedes.

Ella asiente con sueño.

La observo a ella y a Hedeon alejarse, asegurándome de que


Hedeon se quede junto a ella.

Entonces nos quedamos solos Miles y yo, en el oscuro y vacío


campus.
De alguna manera, esto se siente aún más íntimo que bailar
apretados el uno contra el otro.

Me da vergüenza, de repente.

Miles rompe el silencio entre nosotros.

―¿Las has hecho tú? ―Señala mis alas de papel, compuestas por
cientos de plumas cortadas individualmente, cada una con un
diseño único, como un copo de nieve.

―Ni hablar ―le digo―. Eso fue todo de Cat, es muy artística, se
suponía que iba a ir a la escuela de arte este año, antes de que yo lo
jodiera.

―¿Qué quieres decir?

Le cuento lo de la fiesta de compromiso y la visita sorpresa de


Rocco a mi casa.

Subimos hacia el Solar, despacio porque ninguno de los dos tiene


prisa. El espeso césped amortigua nuestros pasos.

―Eso no es culpa tuya ―dice Miles, frunciendo el ceño.

―Pero sí lo es. Cuando desobedezco a mi padre, siempre se


desquita con Cat. Lo sabía de antemano. Cuando me rebelo, ella
sufre.

Al recordar ese hecho inmutable me doy cuenta de que vuelvo a


cometer el mismo error. He pasado la noche en la fiesta, bailando y
bebiendo con Miles, sin tener en cuenta las consecuencias que podría
tener.
Al leer mis pensamientos, Miles me toma de la mano. Su mano es
grande y fuerte, e inmensamente cálida.

―Tus primos no estaban aquí esta noche ―dice―. Tampoco


ninguno de los amigos de Rocco.

―Todavía lo oirán. Todo el mundo habla.

Miles no se molesta en negarlo: sabe que es cierto.

―Háblame de tu contrato de matrimonio ―dice.

―Ni siquiera lo he leído ―admito―. No participé en las


negociaciones.

―¿Sabes lo que tu padre obtiene del acuerdo? ¿Qué gana la


familia de Rocco?

Se lo explico lo mejor que puedo, empezando por las guerras


entre los clanes gallegos, y terminando con todo lo que sé sobre los
negocios de mi padre, y de los Prince.

Miles lo asimila todo y de vez en cuando hace preguntas


aclaratorias. Esto es algo que he notado en Miles: es un recolector de
información. Se le da bien hacer las preguntas justas para averiguar
lo que realmente está pasando.

Cuando termino de hablar, se queda callado un rato,


reflexionando.

―Hay un elemento personal por parte de Rocco ¿no? ―me


pregunta.
―¿Quieres decir que está enamorado de mí? ―le digo―. Yo no lo
llamaría amor.

―Tiene una fijación contigo ―dice Miles.

―Sí. Estamos comprometidos desde que yo tenía doce años.


Lleva ocho años planeando lo que hará conmigo cuando nos
casemos. Más que fijación, está obsesionado.

La expresión de Miles es seria mientras me mira. En la


enfermería, me di cuenta de que Miles tiene ojos de un color que
nunca había visto antes: un gris puro y claro. Bajo la luz de las
estrellas brillan casi de plata, mucho más claros que su piel
profundamente bronceada.

―Cuéntame más sobre tu obsesión por Marilyn ―dice,


cambiando bruscamente de tema.

Supongo que ya no quiere hablar de Rocco, porque ese tema es


deprimente. Sinceramente, yo siento lo mismo.

―Me encantan las películas y los programas de televisión


antiguos ―digo―. Siempre me han gustado. Solía verlas en casa de
mi abuelita; no teníamos televisión en casa. Mi madrastra es muy
estricta. Mi Lita no era estricta. Nos daba todas las golosinas, los
mimos y el tiempo de pantalla que queríamos, cada vez que íbamos
de visita. Hacía leche frita y veíamos White Christmas, Seven Brides for
Seven Brothers, Singin' in the Rain, Some Like It Hot, West Side Story...
todas las películas de Alfred Hitchcock, esas eran sus favoritas. Creo
que las veía cuando era joven para aprender inglés, y nunca dejó de
hacerlo.

―Solía ver Peaky Blinders con mi abuela Imogen ―dice Miles―.


Ella decía que no era exacta: la banda de Peaky Blinders nunca estuvo
tan organizada. Pero le gustaba igualmente, sólo para escuchar los
acentos irlandeses y ver las calles que conocía.

―Para Lita era lo contrario: quería ver los lugares que nunca iba a
visitar, como Nueva York u Oklahoma.

―¿Siempre se quedó en España? ―pregunta Miles.

―Sí. Íbamos a verla todas las semanas, Cat y yo. Luego murió mi
abuelito y mi padre ya no tuvo que enviarnos ahí. Eran los padres de
mi madre. Mientras Tito estaba vivo, podía presionar a mi padre
para que nos dejara visitarlos. Una vez que se fue... no había nada
que Lita pudiera hacer. ―Trago con fuerza―. Ella murió el año
pasado, no la vi los últimos cuatro años que estuvo viva.

―Lo siento ―dice Miles. Puedo oír en su voz que lo dice en serio.

Hemos llegado al Solar. El viento se levanta, haciendo crujir las


plumas de papel de mis alas de ángel.

―No debería haberte tenido aquí fuera tanto tiempo ―dice Miles,
mirando mis brazos desnudos―. Debes tener frío.

Debería tener frío, al pasar del calor de los establos abarrotados


al aire libre, pero no lo tengo. Nunca tengo frío cuando estoy con
Miles; mi corazón siempre late demasiado fuerte, la sangre me
retumba en las venas.

―Tu corte está casi curado ―dice Miles, tocando suavemente el


lugar junto a mi ojo donde Rocco clavó su cuchillo.

Cuando Miles me toca, se encienden todos los nervios bajo las


yemas de sus dedos. Esa parte de mi cuerpo se vuelve más sensible
que cualquier otra pulgada de piel combinada.
No creo que quiera besarme.

Pero una mano en mi cara se convierte en dos, y entonces me


atrae hacia él y nuestros labios se juntan en un movimiento suave.
Los labios de Miles son carnosos y cálidos, firmes y a la vez suaves
contra los míos. El beso es suave al principio, y luego se vuelve más
profundo, su lengua se desliza entre mis labios, acariciando los míos.

El sabor de su boca convierte la atracción en lujuria. Mi corazón


se acelera tanto que parece un latido continuo. Me arrojo a sus
brazos. Nos aferramos el uno al otro, nos besamos con una especie
de desesperación que se siente salvaje y temeraria y totalmente
adictiva.

Besar a Miles es como bailar con él. Estamos perfectamente


sincronizados. El tiempo se desvanece. No me canso de hacerlo,
parece que no puedo parar. El viento golpea mis alas de papel,
emitiendo un sonido como un millar de susurros, elevándome
ligeramente como si fuera a salir volando.

Lentamente, me doy cuenta de que estamos al aire libre en la


base del Solar. Incluso en la oscuridad, cualquiera que mire por la
ventana podría verme con mi bata blanca.

Me separo de Miles.

―Lo siento ―digo―. No debería haber hecho eso.

Fue Miles quien me besó, pero no debí dejarlo. No sólo es


peligroso para mí romper mi contrato con Rocco. En todo caso, es
aún más peligroso para Miles. Los Prince podrían buscar represalias.

―Lo hice yo ―dice Miles, mirándome intensamente―. Y no me


arrepiento.
―No podemos ―le digo.

Ambos sabemos que no podemos, y sin embargo me permití


fingir lo contrario. Disfruté de la fantasía de que podía hablar con un
chico que me gustaba, coquetear con él, bailar con él. Me permití
experimentar la sensación de enamorarme realmente de alguien,
deleitándome con esa sensación de atracción mutua. Nunca lo había
sentido antes. Fue embriagador.

Pero ahora había cruzado la línea. Y se sintió demasiado bien.


Tan bien que me aterra lo que acabaré haciendo si no paro ahora.

―No puedo verte más ―le digo a Miles.

Me mira, con el rostro impasible, sin responder.

No puedo saber lo que está pensando. No puedo leer a Miles tan


bien como él me lee a mí.

―Vas a verme mañana ―dice.

―No lo haré.

―Lo harás ―dice. Sus ojos grises están más brillantes que nunca,
fijos en los míos con una intensidad que nunca había visto en Miles.
Actúa como si no le importara nada, pero siempre supe que eso no
podía ser cierto, porque es lo más alejado de la pereza. Siempre se
esfuerza, siempre trabaja en un ángulo.

Finalmente estoy viendo cómo se ve cuando Miles está


persiguiendo algo que quiere.

―No puedo besarte más ―digo―. Y no puedo estar a solas


contigo.
―No voy a discutir contigo, Zoe ―dice Miles, sus ojos ardiendo
en los míos―. Tampoco voy a parar.

Antes de que pueda decir otra palabra, se da la vuelta y se aleja


de mí a grandes zancadas, atravesando el oscuro terreno.

Lo sigo con la boca abierta, con los labios todavía palpitando


donde me ha besado.
11

MILES

Me despierto cuando Ozzy irrumpe en nuestra habitación, con la


cresta de su melena despeinada y la ropa aún peor, ya que le falta el
cabestrillo del brazo y la gasa está sucia.

Sonríe como un loco, prácticamente bailando en su sitio mientras


se quita la camisa manchada de hierba, revelando el cuerpo fornido
y musculoso que lleva debajo, y aún más sus horribles tatuajes de
aficionado.

―¿Dónde has estado? ―pregunto, sospechando ya la respuesta.

―Con Chay ―dice Ozzy, radiante de alegría.

―¿Qué tal fue?

―Jodidamente espectacular. Todo lo que había soñado y más.

―¿Incluso con el brazo jodido?

―Amigo, yo no estaba a cargo de ese paseo. Ella es insaciable. Lo


único que pude hacer fue tumbarme y tratar de pensar en el código
binario para no correrme en dos segundos.

―Entonces ¿cuánto duraste? ―Me burlo de él―. ¿Cuatro


segundos?
―La primera vez, tal vez un minuto. La segunda vez, tuve mucho
más éxito. A la tercera vez...

―Muy bien ―digo―. Ya me hice una idea, me alegro mucho por


ti.

―Pero ahora viene la parte difícil ―dice Ozzy.

―¿Qué quieres decir?

―Ella va a tratar de follarme y tirarme, como siempre lo hace,


pero no se va a librar de mí tan fácilmente. Puede que no tenga
resistencia en la cama, pero cuando se trata de perseguir a Chay...
soy el puto Lance Armstrong.

―Buena suerte con eso ―digo, sacudiendo la cabeza hacia él.

―¿Crees que tienes más posibilidades?

―¿Con qué?

―Con la Princesa prohibida.

Considero la posibilidad de mentir a Ozzy, diciéndole que no


voy a perseguir a Zoe, pero no tiene sentido. Es mi mejor amigo, él
sabía que ella me gustaba desde el momento en que atrapó mi
atención, y desde ese momento empezó a decirme que era una idea
terrible patear ese avispero en particular.

―Podría ―le digo.

―Vas a conseguir que te maten.


―Mucha gente me dice eso y todavía no me ha pasado.

―Sólo hace falta una vez. ―Ozzy sonríe.

―¿Se siente mejor el brazo? ―le pregunto, para cambiar de tema.

―Sí, lo está ―dice―. Ese es el poder curativo de Chay.

Pongo los ojos en blanco.

―Ya lo creo.

Me dirijo a las duchas antes de tener que escuchar más sobre los
poderes mágicos del coño de Chay.

Hay un baño común en cada planta de la Torre Octagonal.


Cuatro pisos en total, con todos los Herederos de tercer año
masculinos residiendo en mi piso, incluyendo a Rocco Prince.

Así que no es del todo sorprendente cuando Rocco interrumpe


mi agradable ducha caliente.

No me molesto en cubrirme. No tengo nada de qué


avergonzarme.

Rocco se queda en bata, mirándome. Hay algo inhumano en la


forma en que ladea la cabeza, sus ojos parpadean como una especie
de ave rapaz: es inteligente, pero sin la gama normal de emociones.

Hace falta mucho para meterse en mi piel. Sin embargo, incluso


yo siento una punzada de incomodidad, estando vulnerable y
desnudo bajo el agua.
Sin embargo, no dejaré que Rocco me vea retorcerse. Ni por un
segundo.

―Si sigues mirando, te voy a cobrar una membresía de Only Fans


―le digo.

―Sólo estoy evaluando la competencia ―dice Rocco―.


Preguntándome qué fue lo que atrajo a mi prometida anoche.

―No sé de qué estás hablando ―miento.

Me gustaría restregarle a Rocco que estuve bailando con Zoe toda


la noche, pero mi deseo de protegerla es más fuerte.

―No te hagas el tonto ―dice Rocco―. Y, desde luego, no finjas


que yo lo soy.

Se quita la bata y deja ver su cuerpo, limpio, pálido,


razonablemente en forma. No hay nada deforme en él. Sin embargo,
siento una oleada de repulsión, como si hubiera dado la vuelta a una
roca y lo hubiera encontrado debajo.

―¿Crees que podrías vencerme en una pelea? ―dice Rocco,


encendiendo la ducha―. Tal vez podrías. Eres más alto, más pesado,
pero creo que te falta cierta vileza, la voluntad de ir más allá de la
línea, más allá de lo que podrías considerar deshonroso, inmoral,
incluso repugnante. Yo no tengo línea, Miles, ninguna en absoluto,
no hay nada que no haga.

Se pone bajo el chorro de la ducha, el agua aplana su pelo oscuro


para que se pegue al cráneo, su piel de cera le hace parecer más que
nunca una especie de autómata de plástico blanco.
―¿Crees que eres la primera persona que intenta amenazarme?
―le digo.

―No ―responde Rocco―. Eres un estafador ¿verdad, Miles? ¿Un


hacedor de tratos? Crees que puedes manipular a la gente. Hacer
que hagan lo que tú quieres. Así es como tienes una sensación de
poder, no mediante la violencia, sino doblegando a los hombres a tu
voluntad.

A pesar de la ducha caliente, siento un frío escalofriante en las


tripas.

―Te gusta la idea de quitarme a Zoe porque te gusta burlar la


autoridad. La escuela, sus padres, mis padres, nuestro contrato de
matrimonio. Te gusta burlarte de todo ello. Y en el fondo, tienes un
poco de ese complejo de héroe que tanto aflige a tu primo Leo.
Quieres salvar a Zoe porque la compadeces.

―No la compadezco ―gruño―. La respeto.

―¿Respeto? ―dice Rocco burlonamente.

Ese es un concepto extraño para él, dudo que respete a sus


propios amigos o incluso a su familia. Sólo se respeta a sí mismo.

―Sí, la respeto ―digo―. No tienes ni idea, eres como un niño


pequeño embarrando su mierda en la Mona Lisa. No podrías ser
más ignorante de lo que ella vale.

―En eso te equivocas ―dice Rocco en voz baja, con sus ojos
brillantes fijos en mí―. Veo las cualidades de Zoe. Si fuera débil, si
estuviera dispuesta, entonces no habría ninguna diversión en ello. Es
el reto de romperla. La alegría de desarmarla pieza por pieza, y
luego reconstruirla como quiero que sea. Reformarla como un cristal
fundido. Por supuesto, siempre existe la posibilidad de que el cristal
se rompa... pero si no, la haré exactamente como quiero.

Se me revuelven las tripas. Quiero arrancarle el puto cuello,


mostrarle lo que se siente al ser despedazado como él se imagina a
Zoe. He conocido hombres codiciosos, violentos, e insensibles, pero
nunca he conocido a alguien tan destructivo. Rocco tiene el alma de
un pirómano. Si es que tiene algún alma.

En ese momento, tomo una decisión.

Voy a salvar a Zoe de Rocco. No sé cómo, pero voy a hacerlo. No


para ser un héroe. Lo voy a hacer porque esto está jodidamente mal,
y no puede pasar. Ella nunca puede pertenecerle.

Rocco ve la chispa de decisión en mi cara. Es perceptivo, lo


reconozco.

Se enoja.

―Nunca he dejado de conseguir lo que quiero, Miles ―sisea―. No


soy como los otros hombres a los que te has enfrentado. Yo no como.
No duermo. No me rindo. No se me puede amenazar. No se puede
negociar conmigo. Ninguno de tus trucos funcionará conmigo.

Cierro el agua con un giro brusco, sacudiendo las gotas de mi


pelo. Recojo mi toalla y la envuelvo alrededor de mi cintura, lenta y
deliberadamente, negándome a romper la mirada láser de Rocco.

―Hablas mucho ―le digo―. Te crees inteligente, o convincente.


Yo creo que eres limitado. Estrecho de miras. Patético, sinceramente.
Ni siquiera sabes lo que no sabes.

Parches de color aparecen en su cara, manchados y al azar.


Rocco puede leer a la gente, pero yo también.

Sé que lo que más desea es ser temido. Quiere parecer


formidable. Se cree más inteligente y más fuerte que los demás,
simplemente porque no se rige por las reglas habituales de la justicia
o la compasión.

Bueno, a mí tampoco me importan las reglas.

Si Rocco cree que no voy a jugar sucio, tiene otra cosa viniendo
hacia él.

Me enfrento a él sin un rastro de miedo, cortando esa energía


impía de la que se alimenta.

―¿Crees que me has descubierto, porque qué? ¿Me gusta hacer


tratos para conseguir lo que quiero? ―Me dirijo hacia él con rápidas
zancadas, acortando la distancia que nos separa a pasos―. Crees que
estoy jugando, porque eso es lo que te permito pensar. Lo que tienes
que entender es que, si decido que vas a perder, más vale que lo
escribas en las putas tablas de piedra. Si vuelvo mi ira hacia ti, no
dejaré de hacer llover fuego del infierno hasta que tú y todos los que
te conocen estén acabados. Haré tratos que arruinarán tu vida y
cualquier vida potencial que hayas podido tener. ¿Crees que eres el
único aquí que hará algo psicópata? Te arrancaré la garganta con los
dientes y no perderé una sola noche de sueño por ello. No tienes ni
idea de hasta dónde llegaré.

Rocco da un paso atrás sorprendido. Es instintivo, compulsivo.


Quiere mantenerse firme, pero no puede.

Me río en su cara, porque sé que eso es lo que más le


atormentará.
―Eres una puta hormiga para mí ―le digo.

Me doy la vuelta y me alejo, dejándole en el silencio resonante de


su propia rabia impotente.

De vuelta a mi habitación, me pongo la ropa, cargado de una


energía que nunca había sentido antes.

Estaba dispuesto a estrangular a Rocco en ese mismo momento.


Dios, quería hacerlo. Si me hubiera dicho una sola palabra, no habría
podido contenerme.

Y ahora tengo este fuego en mí, esta agresión no resuelta.

Tengo que hacer algo con ella, antes de explotar.

Todavía hay una hora antes de que empiece la clase.

Podría ir al comedor, pero tengo la extraña sensación de que lo


que busco no está ahí. De hecho, creo que sé exactamente dónde
encontrarlo.

Bajo corriendo las escaleras de la Torre Octagonal, de dos en dos.


Corro por el campus, seguro de que esta compulsión se basa en algo
real. Corro hasta la esquina noroeste del recinto y abro de golpe la
puerta de la biblioteca.
Una extraña sensación de destino se apodera de mí. Nada ni
nadie puede interponerse en mi camino. Miro hacia el escritorio de
la señorita Robin y ya sé que estará vacío, que estará en los archivos
rebuscando en los mapas.

Busco lo que realmente he venido a buscar. Atravieso la


biblioteca con las pupilas dilatadas en la penumbra y la sangre
retumbando en mis venas, incluso mi sentido del olfato se agudiza y
capto el olor de ese dulce perfume ambarino incluso antes de verla.

Zoe está a mitad de camino en la rampa en espiral, con su bolsa


de libros y un montón de libros de texto extendidos sobre una mesa
abierta. Está de pie junto a las estanterías, de puntillas, intentando
alcanzar un tomo encuadernado en cuero que está fuera de su
alcance.

Debe ser el día de lavandería, porque ha vuelto a ponerse una


falda de cuadros tras una semana de pantalones. Cuando se estira
todo lo que puede para enganchar el libro con el dedo índice, la
falda se levanta, dejando al descubierto una larga extensión de
muslo desnudo.

Es sangre en el agua.

El efecto sobre mí es desproporcionado.

Impulsado por la agresividad contenida y una nueva locura,


agarro a Zoe por detrás, con un brazo alrededor de su cintura y una
mano tapándole la boca para que su grito no haga que la señorita
Robin suba corriendo.

La agarro y la arrojo a la grieta entre dos estanterías,


inmovilizándola con mi cuerpo encajado en la abertura. La beso con
una ferocidad que nunca había conocido, toda la furia que le prometí
a Rocco se derrama sobre Zoe.

Le devoro la boca, envuelvo mis manos en su sedoso pelo negro


y aspiro el aroma de su cuello, que me ha atraído hasta aquí como
un brillante señuelo. Mis manos recorren su cara, su cuerpo, incluso
llegan hasta debajo de su falda para agarrar los firmes globos de su
trasero.

Cuando me retiro un segundo, veo sus ojos muy abiertos y


sorprendidos, y sus labios hinchados se abren en señal de confusión.

―Miles ¿qué demonios? ―jadea.

Me sumerjo de nuevo, besándola aún más fuerte. Después de la


primera sacudida, siento que Zoe cede. Me rodea el cuello con los
brazos y su cuerpo se aprieta contra el mío. Ahora se pone de
puntillas por un motivo diferente: apretar cada centímetro de su
cuerpo contra mí con toda su fuerza. Es como si se estuviera
ahogando y el único aire que puede respirar es el de mis pulmones.

Es tan salvaje como yo, tal vez incluso más. Se deja llevar, total y
completamente, quizá por primera vez en su vida. Me muerde el
cuello con sus afilados dientes y me clava las uñas en la espalda a
través de la fina tela de la camisa.

Acaricio sus pechos a través de la blusa, esas tetas llenas y


perfectas que no he podido quitarme de la cabeza desde aquel día en
la muralla. Están grabadas a fuego en mis retinas como el resplandor
de un rayo. Sus pezones se asoman rígidos a través del sujetador y
tengo que liberarlos. Le desabrocho un botón, luego dos, y el tercero
lo abro de un tirón, bajando la parte delantera del sujetador para que
sus tetas se derramen en mis manos.
En el momento en que le toco los pechos, Zoe se queda inerte
contra la pared, como si me hubiera apoderado de ella. Suelta un
gemido largo y torturado que reprimo con la mano izquierda,
mientras le agarro y aprieto el pecho con la derecha.

Su piel es suave y firme, el pezón es de un delicado color tostado


que se oscurece con cada roce de mis dedos. Inclino la cabeza para
meterme el pecho en la boca, y ella muerde la mano que le cubre la
boca, gimiendo sin poder evitarlo.

Una vez que empiezo a bajar, no quiero parar. Me arrodillo y


recojo sus muslos, colocándolos sobre mis hombros. Enganchando
mi dedo bajo el elástico de sus bragas, las tiro hacia un lado y
entierro mi cara en su coño.

Zoe está pegada a la pared, levantada con sus piernas sobre mis
hombros. Mi cara se aprieta con fuerza contra ella. Y le como el coño
como si estuviera hambriento.

Nunca he probado nada tan dulce. Zoe ya está empapada. Mi


lengua se desliza entre sus labios y luego dentro de ella. Encuentro
su clítoris y chupo suavemente y hago girar mi lengua alrededor de
él, hasta que Zoe emite un sonido que es casi como un sollozo, y me
doy cuenta de que ahora se está tapando la boca, tratando de ahogar
sus gemidos con ambas manos.

Es imposible. Su coño está caliente y palpitante, y se moja cada


vez más mientras deslizo mis dedos dentro de ella y le acaricio el
clítoris con la lengua. Ella se agarra a mi cara y sus muslos me
aprietan las orejas. No podrá aguantar mucho tiempo, voy a hacerla
explotar como nunca antes ha sentido.

Le lamo el clítoris con la punta de la lengua, una y otra vez, con


firmeza y fuerza. Toda mi cara está embadurnada de su humedad y
me importa una mierda, nadie ha olido ni sabido mejor que esta
chica, me bañaría en su coño si pudiera.

Encuentro ese lugar sensible dentro de ella y lo acaricio con mis


dedos mientras lamo y hago girar su clítoris con mi lengua. Cuando
encuentro esa combinación perfecta en la que ella empieza a
apretarse alrededor de mis dedos, en la que no controla sus caderas
ni su respiración ni nada, entonces la golpeo una y otra vez mientras
se corre sobre mí.

Ahora ya no se puede callar. Todo el cuerpo de Zoe tiembla como


si estuviera poseída. Deja escapar un grito estrangulado a través de
sus manos que es el sonido más sexy que he escuchado en mi vida.

Sigo lamiéndola, un poco más suavemente ahora, hasta que estoy


seguro de que todo el placer se ha desbordado a través de ella, y
todo su peso se ha derrumbado sobre mis hombros.

Entonces la dejo suavemente en el suelo y me levanto para


apartarle el pelo sudado de la cara. Zoe está llorando, llorando de
verdad, un doble rastro de lágrimas recorriendo los lados de su cara.
Siento una punzada de culpabilidad, como si hubiera hecho algo
mal. Me limpio la boca con la manga y tomo su cara entre las manos
para besarla, diciendo:

―¿Estás bien, Zoe?

―Yo... yo... nunca… nunca había sentido algo así ―balbucea, con
los dientes todavía castañeando y escalofríos recorriendo su cuerpo
en oleadas.

―¿Pero fue bueno? ―le pregunto.

―B-b-bueno no es suficiente para describirlo ―dice.


Todavía la tengo atrapada entre las estanterías, no para
encerrarla, sino porque es un lugar tranquilo y escondido, y quiero
que se sienta segura, quiero que sienta que somos las únicas dos
personas en el universo.

Zoe se acurruca contra mi pecho, con la cara pegada a mi cuello.


La rodeo con los brazos y le acaricio la espalda con la palma de la
mano, tratando de calmarla, de aliviar los temblores.

No era mi intención causar este efecto en ella.

―Lo siento. ―La voz apagada de Zoe vibra contra mi pecho―.


Estoy avergonzada. No suelo llorar.

―Sé que no lo haces ―digo, inclinando su barbilla hacia arriba


para que me mire a los ojos―. No te avergüences, puedes ser como
quieras delante de mí, Zoe. Me gustas de todas las maneras, y eso
fue muy sexy, por cierto. Quiero volver a hacerlo ahora mismo.

Zoe se ríe débilmente.

―No sé si podría sobrevivir a eso.

Nos quedamos exactamente dónde estamos unos minutos más,


susurrando y riendo juntos. Luego, cuando Zoe puede volver a
ponerse de pie, la ayudo a recoger sus libros para bajar a su primera
clase.

―Oh, Dios ―murmura―. Seguro que la señorita Robin lo ha oído.

―No estaba cuando llegué ―digo.

―Aun así ―dice Zoe, con la cara rosada―. Ojalá tuviera una bolsa
de papel para ponerme en la cabeza.
―Vamos ―digo, tomando su mano―. La distraeré mientras tú te
escabulles.

Me adelanto un poco a Zoe, comprobando si no hay moros en la


costa.

La señorita Robin ha vuelto a su mesa y, por la forma en que me


mira por encima de sus gafas, estoy seguro de que ha oído algo.

―Señorita Robin ―le digo―. ¿podría comprobar si alguien ha


puesto un libro de texto de Fiscalidad Internacional en la sección de
objetos perdidos? Creo que he dejado el mío aquí.

La señorita Robin me lanza un lento parpadeo mucho más


descarado de lo que esperaba de nuestra tímida bibliotecaria, y
luego dice:

―Por supuesto, Miles. ―Se gira para buscar en la papelera de


objetos perdidos detrás de su escritorio.

Mientras está ocupada, Zoe pasa a toda prisa, silenciosa con sus
zapatos planos sobre la gruesa alfombra. Tengo la sensación de que
la señorita Robin puede oír a Zoe de todos modos porque pasa un
tiempo anormalmente largo encorvada sobre la caja, fingiendo que
busca en la pila de objetos, bien organizada y fácil de encontrar.

Al enderezarse con las manos vacías, la señorita Robin


comprueba que estamos realmente solos y dice:

―No soy idiota, Miles.

Le dedico una media sonrisa, con las manos metidas en los


bolsillos.
―Lo siento, señorita Robin. Estoy seguro de que recuerda la
imprudencia de la juventud, no creo que usted esté demasiado lejos
de ella.

Ella sonríe ligeramente en respuesta, pero sólo dura un momento


antes de decir:

―Espero que sepas lo que estás haciendo, Miles. Esto no es un


juego para ella.

―Tampoco lo es para mí. Se lo prometo.

Me examina con esos ojos oscuros que contrastan tanto con su


pelo rojo intenso. Las gafas se han vuelto a deslizar por su nariz. No
las necesita para mirarme con rayos X.

―Te creo ―dice por fin―. Ten cuidado de todos modos.

―Lo tendré. ―Asiento con la cabeza.

Tengo la intención de tener cuidado.

Pero no puedo prometer estar a salvo.


12

CAT

El primer desafío del Quartum Bellum tiene lugar a finales de


noviembre. Es una carnicería, posiblemente el día más miserable
físicamente de mi vida.

Todos sabíamos lo que se avecinaba, porque durante semanas


antes vimos cómo el personal del recinto construía la pista de
obstáculos fuera del castillo: una máquina de Rube Goldberg de
cuerdas, poleas, pilares, muros, trincheras, redes y piezas móviles.
Sin embargo, estamos destinados a ser las bolas que ruedan, pero
esta máquina está diseñada para escupirnos, no para guiarnos por el
camino.

Los requisitos son simples: una carrera de principio a fin. Cada


miembro de cada equipo tiene que llegar hasta el final antes de que
se cuente su tiempo.

Todavía escocidos por el disgusto del año anterior, está claro que
los de arriba planean jugar sucio. Desde el momento en que el
profesor Howell dispara su pistola al aire y todos salimos
disparados de la línea de salida, los de tercero y cuarto no tienen
ningún problema en tirar a los estudiantes más jóvenes de las
paredes y patearnos en el barro. Esperaba que su antipatía se
dirigiera a la clase de segundo año de Leo, pero parecen igual de
decididos a asegurarse de que los estudiantes de primer año se
queden dónde deben estar: en el último lugar.

No ayuda que haya llovido toda la semana anterior. La tierra


removida es un mar de barro. En pocos minutos, el lodo nos cubre a
todos de pies a cabeza, hasta que apenas puedo distinguir a los
amigos de los enemigos.

August Prieto fue elegido capitán de primer año. Es un Heredero


brasileño de una familia de narcos. Es popular en nuestro año
porque es guapo y atlético. Creo que los de primer año esperaban
que fuera nuestra versión de Leo Gallo. Rápidamente queda claro
que August no posee las habilidades de liderazgo requeridas. Lleva
al estudiante de primer año más rápido y más fuerte a través del
recorrido con una velocidad impresionante, pero nos abandona al
resto para que luchemos por nuestra cuenta, una hazaña imposible
cuando varios de los obstáculos no se pueden completar sin ayuda.

Por el contrario, Leo se queda en la parte trasera de su grupo


asegurándose de que no se quede ningún rezagado. Cuando ve un
cuello de botella, coordina a sus compañeros más fuertes para que
ayuden a los más débiles, de modo que alguien como Matteo Ragusa
es levantado corporalmente y lanzado por encima del muro por Silas
Gray.

Hago lo que puedo para mantener el ritmo. Mientras una capa


tras otra de barro cubre mi cuerpo, apenas puedo levantar los brazos
y las piernas. Me estoy quedando atrás, y puedo ver que muchos
estudiantes han terminado el recorrido mientras que yo sólo voy por
la mitad.

Es humillante. No sé qué haré si soy la última en terminar. Podría


perder el reto para todo el equipo de primer año.

Cuando intento arrastrarme por un tramo largo y llano de barro


con alambre de puas en lo alto, recibo una desagradable descarga,
literalmente. El alambre está cargado. Cada vez que toca mi piel
desnuda, una sacudida de electricidad me recorre el cuerpo,
haciendo que mis dientes choquen entre sí.
Esto es peor para los estudiantes más voluminosos que no
pueden evitar tocar los cables. Al menos soy lo suficientemente
pequeña como para pasar por debajo de la mayoría de ellos sin hacer
contacto. Un fornido estudiante de primer año está prácticamente
llorando mientras es sacudido una y otra vez.

Creo que esa es la peor parte, hasta que llego a la máquina


gigante, un laberinto de péndulos y troncos que ruedan y
plataformas que se inclinan diseñadas para hacernos caer en el mar
de lodo que hay debajo. Cada vez que caemos al barro, tenemos que
volver a empezar la sección. Me tiran tres, cuatro, cinco veces, hasta
que apenas puedo reunir fuerzas para arrastrarme fuera del fango.

Sólo queda una docena de estudiantes detrás de mí.


Limpiándome el barro de los ojos, me juro a mí misma que lo
conseguiré. Intento dejar de concentrarme en una parte del
monstruo a la vez, y en su lugar veo el patrón general de
movimiento. Hay un ritmo, un movimiento regular.

Con las manos en carne viva y todo el cuerpo palpitando como


un gigantesco hematoma, corro y me agacho, salto y me deslizo
hasta llegar al otro lado. Podría llorar de alivio.

La última pared tiene seis metros de altura. No hay cuerdas ni


puntos de apoyo. No hay manera de pasar sin ayuda.

Anna y Zoe ayudan al último de los estudiantes de segundo año


a pasar.

―¡Cat! ―Anna grita―. ¡Por aquí!

Está en lo alto del muro, extendiendo un brazo pálido y


manchado de barro hacia mí.
Corro y salto tan alto como puedo, pero mis dedos se quedan
cortos muy por debajo de los suyos.

―¡Aguanta! ―dice ella.

Vuelve a trepar por el muro y se deja caer a mi lado.

―Lo siento ―digo―. ni siquiera estoy en tu equipo.

―A quién le importa ―dice ella―. Súbete a mis hombros.

Me impulsa y Zoe me ayuda a subir.

Corro con ellas hasta el final.

Los de primer año terminan últimos y son eliminados de la


competencia. Al menos no es culpa mía: otros ocho se quedaron
atrás.

Los de Segundo año quedan en segundo lugar después de los


Cuarto. Los de tercero terminan terceros, a salvo de la eliminación,
un resultado que parece molestar a Miles y Ozzy, ya que significa
que tendrán que seguir compitiendo en la siguiente ronda. Ellos no
compran el feroz bombo y platillo que rodea al Quartum Bellum,
sobre todo cuando implica ensuciarse tanto.

―Voy a estar sacando barro de mis dientes durante una semana


―dice Miles con amargura, escupiendo en la hierba.

―¡No puedo creer que me hayan hecho participar cuando todavía


soy un lisiado! ―se queja Ozzy, mirando su pobre brazo vendado,
con cinco centímetros de barro.
―¿No se supone que el barro es bueno para la piel? ―dice Chay,
fingiendo que se masajea la suciedad en las mejillas con las yemas de
los dedos.

―Buen punto ―dice Ozzy―. ¿Quieres que te lo froten en otro


sitio?

―Ojalá pudieras ayudarme ―dice Chay, fingiendo un mohín―.


Pero como has dicho, apenas eres funcional...

―Creo que sabes que eso no es cierto ―gruñe Ozzy, intentando


agarrarla con su brazo bueno.

Chay se ríe y se zafa de su agarre, alejándose de él, pero no


demasiado.

Mi hermana me ha dicho que Chay sigue negándose a salir con


Ozzy. Por otro lado, ha estado desapareciendo durante un tiempo
sospechoso, volviendo a los dormitorios sonrojada y desordenada,
negándose a decir dónde ha estado.

Yo no tengo ninguna perspectiva romántica en el horizonte, y


ciertamente no estoy buscando ninguna.

Sin embargo, me alegro de que mi relación con mi compañera de


piso Rakel haya progresado hasta llegar a conversaciones enteras.

Todo empezó cuando le pedí prestada su novela gráfica.

Fue una incursión audaz por mi parte, ya que hasta ese momento
estaba bastante segura de que Rakel no me prestaría su dióxido de
carbono, y mucho menos su libro favorito.
Había estado leyendo la autobiografía de Benjamin Franklin
como parte de mi clase de Líderes, Gobernantes y Dictadores cuando
me encontré con esta cita:

Habiendo oído que un legislador rival tenía en su biblioteca cierto libro


muy escaso y curioso, le escribí una nota, expresando mi deseo de leer ese
libro, y solicitando que me hiciera el favor de prestármelo por unos días. Me
lo envió inmediatamente, y yo se lo devolví al cabo de una semana con otra
nota, en la que le expresaba con firmeza mi agradecimiento. Cuando
volvimos a encontrarnos en la Cámara, me habló (cosa que nunca había
hecho antes), y con gran cortesía; y desde entonces se mostró dispuesto a
servirme en todas las ocasiones, de modo que nos hicimos grandes amigos, y
nuestra amistad continuó hasta su muerte.

Parecía paradójico que pedirle a alguien un favor hiciera que te


quisiera más, pero Franklin dijo: Aquel que te ha hecho una vez un favor
estará más dispuesto a hacerte otro, que aquel a quien tú mismo has
obligado.

Pensé que el viejo Ben probablemente sabía de lo que hablaba.

Así que le pedí a Rakel que me prestara la novela gráfica, la que


le había visto leer el primer día de clase y muchas veces después.

Me miró fijamente, con sus ojos oscuros afilados y desconfiados,


y sus uñas puntiagudas tamborileando irritadas sobre la cama.

Entonces, para mi sorpresa, sacó el libro de su mesita de noche y


me lo puso en las manos.

―No arrugues las páginas ―dijo.

Esa noche lo leí entero, me atrapó al instante. Se trataba de un


grupo de superhéroes llamados Los Vigilantes. No eran realmente
héroes. En realidad, la mayoría de ellos eran unos completos
imbéciles, y el villano tenía un plan que, si no era totalmente
razonable, al menos pretendía el bien común.

A la mañana siguiente, Rakel dijo:

―¿Qué te pareció?

Hablamos de ello durante más de una hora, hasta llegar al


comedor, donde desayunamos juntas por primera vez.

Al día siguiente me preguntó si quería que le prestara sus cómics


de The Walking Dead.

Hablar de novelas gráficas se ha convertido en hablar de


películas y música.

Le pregunto a Rakel por su death metal, confundida por cómo


ese sonido caótico puede ser realmente agradable.

―No es death metal, es black metal ―dice―. Hay una diferencia,


y no es sólo música, para mí es una religión. Trata del misticismo, la
mortalidad y la inmortalidad... Los conciertos pueden durar horas,
con velas e incienso y ofrendas ceremoniales. Lo llamamos la
Ulfsmessa, 'la Misa del Lobo'.

Ella reproduce algunas de las canciones para mí. No puedo decir


que me gusten exactamente, pero veo que tienen más complejidad
de la que creía. Pueden ser inquietantes e incluso conmovedoras.

―Todo viene de vivir en la tierra de la oscuridad infinita. Y lo


que es peor, el sol de medianoche ―dice Rakel―. No te puedes
imaginar el insomnio en verano. Por eso me gusta estar aquí abajo.
―Señala con la cabeza nuestro techo arqueado de piedra y nuestras
paredes sin ventanas―. Siempre es de noche cuando quiero ir a
dormir.

Sobre todo, conectamos sobre nuestras clases de hackeo. Rakel


me dice que la única razón por la que vino a Kingmakers fue para
recibir instrucción explícita en técnicas de la web oscura. Está
tremendamente frustrada por nuestro acceso restringido a la
tecnología.

―Odio que solo pueda practicar durante las horas de clase.


Quiero mi propio portátil y acceso a Internet ―se queja.

Dudo, no sé si debo decirle que eso es posible.

―¿Conoces a Miles Griffin y a Ozzy Duncan? ―le digo.

―Por supuesto. ―Asiente con la cabeza.

―Quizás puedan ayudarte con eso.

Al salir de nuestra habitación, nos encontramos con Hedeon


Gray.

―¿Qué estás haciendo aquí abajo? ―digo sorprendida.

Hedeon me frunce el ceño.

―¿Qué diablos te importa a ti? ―dice.

―Sólo preguntaba. ―Me encojo de hombros.

―Pues vete a la mierda ―dice Hedeon, pasando por delante de


mí de camino a las escaleras.
―Encantador ―dice Rakel cuando se ha ido.

―Siempre es así ―digo, aunque la verdad es que eso ha sido muy


grosero incluso para Hedeon.

Detrás de nosotras, Saul Turner sale de su habitación,


dirigiéndose igualmente a las escaleras.

―Hola, chicas. ―Nos hace un gesto con la cabeza al pasar,


encorvado con las manos metidas en los bolsillos.

―¿Crees que Hedeon estaba en la habitación de Saul? ―le


pregunto a Rakel en un tono bajo.

Se encoge de hombros.

―Podría ser. No sé por qué estaba tan molesto al respecto; no hay


ninguna regla que prohíba visitar a otros estudiantes.

Cuando subimos las escaleras y salimos de la antigua bodega a


nivel del suelo, puedo ver el larguirucho cuerpo de Saul
dirigiéndose en dirección a la biblioteca. Hedeon ha desaparecido.

―Vamos ―dijo Rakel, tirando de su suéter alrededor de ella para


tratar de bloquear el viento―. Vamos a correr a clase, está
jodidamente helado.
13

ZOE

Miles y yo nos vemos regularmente desde aquel día en la


biblioteca.

Es difícil porque no se nos puede ver juntos a solas. Incluso


cuando estamos en un grupo con Leo y Anna, Ares, Hedeon, Chay,
Ozzy y Cat, tengo que tener cuidado de no sentarme junto a Miles
con demasiada frecuencia, de no mirarlo de forma demasiado
evidente. Y, sobre todo, de no tocarlo, por mucho que lo desee.

A veces se le cae un rizo oscuro sobre el ojo y la tentación de


quitárselo de la cara es casi irresistible. Cuando su mano está a
escasos centímetros de la mía en la mesa del comedor, tengo tantas
ganas de sentir sus cálidos dedos rodeando los míos. Es un dolor
físico, un anhelo más fuerte que cualquier otro que haya
experimentado por la comida o el sueño.

Entonces, cuando por fin estamos solos y puedo ceder, su tacto


en mi piel va mucho más allá del placer: es todo un camino hacia la
necesidad. Tengo que tenerlo. Cuanto más tengo, más quiero.

No hemos tenido sexo. Ambos sabemos que eso sería cruzar una
línea seria. Mi contrato de matrimonio establece que llegaré virgen a
mi noche de bodas, y no creo que los Prince sean indulgentes en ese
punto. Así que bailamos en torno a ello, besándonos y tocándonos,
con Miles repitiendo a menudo lo que me hizo en la biblioteca, a
veces tres o cuatro veces, hasta que todo mi cuerpo retumba como
una nota musical, hasta que incluso el aire contra mi piel se siente
tan orgásmico como su lengua entre mis piernas.
No es sólo algo físico: cuanto más nos escabullimos juntos, más
adicta me vuelvo a su compañía.

No sé cómo me imaginaba que sería salir con alguien, ya que


nunca lo había hecho. Supongo que pensaba que era sexo, o
conversaciones formales durante la cena. Nunca imaginé que podría
ser divertido y juguetón, como estar con Cat o Chay y Anna, pero es
incluso mejor, porque las risas y la conversación están enhebradas
con este hilo brillante de atracción, con un interés rabioso en el otro
que es embriagador, que hace que el tiempo se derrita como el
azúcar en el agua.

A veces nos reunimos con Leo y Anna para escuchar música y


bailar juntos como si estuviéramos formando nuestra propia
discoteca.

A veces le enseño a Miles el proyecto en el que me gusta trabajar


en mi tiempo libre, lo que nunca le he enseñado a nadie, ni siquiera a
Cat.

Es una historia. Sólo que está escrita como una obra de teatro,
con diálogos. También hay largos pasajes descriptivos. Se trata de
una chica que ve el futuro, pero no puede cambiar el resultado de los
acontecimientos, por mucho que lo intente.

Me daba vergüenza enseñárselo. Sólo lo hice porque me


preguntó directamente:

―¿Qué es eso que siempre escribes?

―¿Qué quieres decir? ―dije, honestamente sin pensar en la


historia. No habría pensado que Miles se había dado cuenta de que
estaba trabajando en ella.
―En ese cuaderno verde ―dijo Miles―. Sé que no es un trabajo
escolar, porque nunca estás mirando tus libros de texto y siempre te
encorvas sobre él como si fuera un secreto.

Mi cara se calentó al darse cuenta de lo que estaba hablando. No


se podía negar cuando me sonrojaba tanto.

Le mostré la historia, diciendo:

―Es una tontería, sólo trabajo en ella para desahogarme. Ni


siquiera sé lo que es.

Miles leyó veinte páginas, concentrado y sin sonreír, hasta que no


pude soportar el suspenso y se lo arrebaté de las manos.

―Es suficiente ―dije―. Como te dije, es una tontería.

―No es una tontería ―dijo Miles, mirándome con sus claros ojos
grises―. Es fascinante. Tienes talento, Zoe.

Sacudí la cabeza, incapaz de seguir mirándolo.

―No es nada. Ni siquiera es una historia propiamente dicha.

―No es una historia ―dijo Miles―. Es un guión.

―¿Como el guión de una película? ―Me reí―. Algo tiene que


convertirse en una película antes de ser un guión.

―Más bien es al revés. ―Miles me sonrió.

―Quiero decir que... tiene que haber alguna intención para que
sea una película.
―Debería ser una película ―dijo Miles―. Yo la vería.

―Sólo me estás halagado.

―No, no lo hago. ―Volvió a ponerse serio y tomando el cuaderno


de vuelta, queriendo leer más―. Sé cuándo algo es bueno y cuándo
no. No te mentiría.

Su cumplido significaba para mí más que cualquier otro que


hubiera recibido antes. Le creí a Miles cuando dijo que no mentiría.
Creí que era un buen juez.

Es inteligente, tan jodidamente inteligente. No me había dado


cuenta antes, sólo había visto fragmentos de Miles, nunca cuando se
dedicaba a sus verdaderos intereses. Sólo había visto al Miles que se
aburría en sus clases, o que holgazaneaba en el Quartum Bellum.
Cuando realmente se preocupa por algo, tiene una concentración
increíble.

Ahora se concentra en mí, y es casi aterrador. He descubierto a


esta persona completamente diferente que me intimida.

Me cuenta todo sobre sus negocios paralelos.

Su red de distribución de contrabando es sorprendentemente


compleja. No es tan fácil como sobornar a los pescadores y a los
estibadores para que introduzcan cosas en los barcos de suministro.
Tiene toda una red de trueque que incluye contactos en Dubrovnik,
Tirana y Bari, que le suministran los artículos y se encargan del pago
a los cientos de personas implicadas.

―¿Cómo llevas la cuenta de todo esto? ―pregunto.


―Sinceramente, no lo sé ―dice Miles―. Es la forma en que
funciona mi cerebro. Puedo ver el sistema como un todo, con todos
los pequeños puntos de unión. Cada uno de esos puntos es una
persona, cada uno con un problema y una solución. Cuando los
interconectas todos perfectamente, el sistema se alimenta a sí mismo.

Lo que me parece fascinante de los métodos de Miles es lo


poderoso que resulta. Sin amenazas ni violencia ni un ejército de
seguidores, Miles es una de las personas más influyentes de la isla.
Todo el mundo lo conoce. Todos le deben favores. Nadie quiere
molestarlo porque se arriesgaría a no tener acceso a las cosas que
sólo él puede suministrar.

Todos excepto Rocco, por supuesto.

Él es la única persona que no está interesado en lo que Miles


tiene para ofrecer. Lo que Rocco quiere, Miles se niega a dárselo.

Las escaramuzas de Rocco, Wade Dyer, Jasper Webb y Dax


Volker, contra Miles y Ozzy, son continuas y van en aumento. Casi
no pasa un día sin algún tipo de altercado, me asusta porque parece
que se está construyendo algo peor. Al final, estas peleas rebasarán
los límites de lo que se puede ocultar a los profesores, y entonces
habrá consecuencias de otro tipo.

Ese no es el único conflicto con el que nos enfrentamos.

Leo y su primo Dean siguen en malos términos.

Hubo una breve tregua al comienzo del año escolar. Pensé que
tal vez Dean se dio cuenta de que había ido demasiado lejos tratando
de ahogar a Leo, incluso pensé que podría tener algún sentimiento
de gratitud porque Leo no había avisado a las autoridades escolares.
Si Dean sentía alguna obligación en ese sentido, se desvaneció en
cuanto tuvo que ver cómo Anna y Leo salían abiertamente.

Cada semana está de peor humor y arremete contra todos los que
le rodean. Su pequeño grupo de amigos, entre los que se encuentran
Bram Van Der Berg y Valon Hoxha, se ha vuelto casi tan temido
como Rocco y sus amigos. Son despiadados sin razón, intimidan a
cualquiera que les desagrade y como eso incluye sobre todo a
cualquiera que sea amigo de Leo, ha llevado a Dean y a Leo a un
conflicto casi constante.

Esta tarde estamos en la clase de combate en la Armería. La


mayoría son Herederos y Ejecutores, pero Matteo Ragusa también
está aquí.

Los problemas comienzan cuando Dean se empareja


deliberadamente con Matteo para entrenar, ordenando al amigo de
Matteo, Paulie White, que se empareje con Bram en su lugar.

―Lo siento ―le dice Paulie a Matteo, demasiado asustado para


negarse.

Matteo se enfrenta a Dean, con sus puños envueltos en el


extremo de sus flacos brazos. Está encorvado y ya se estremece,
sabiendo que Dean no tiene intención de tomárselo con calma.

Dean le acecha con una gracia fácil que sería hermosa si no fuera
tan cruel. Siempre me ha llamado la atención lo parecidos que son
Dean y Anna, ambos pálidos y rubios con la delicadeza de una
bailarina. Dean es lo que Anna sería si hubiera nacido hombre,
despojado de toda su bondad y humor.

Anna podría estar pensando lo mismo. Observa a Dean con


inquietud, olvidando que se supone que ella y yo estamos
entrenando.

Dean juega con Matteo, lanzando ligeras fintas en su dirección,


haciendo que Matteo tropiece con sus propios pies tratando de
alejarse de él. Entonces, sin previo aviso, Dean le pega en la pierna a
Matteo, le agarra el brazo al bajar y se lo tira con saña por la espalda
hasta que Matteo grita.

Dean lo suelta, pero Matteo se acuna el brazo, con lágrimas en los


ojos. Su cara redonda es de color rosa brillante, y puedo decir que
está avergonzado tanto como herido, tratando de no sucumbir al
dolor.

Esto no satisface a Dean en lo más mínimo.

―Levántate ―le ladra a Matteo―. Vamos de nuevo.

―¡No! ―Leo chasquea, dando zancadas por las colchonetas―.


Déjalo en paz.

―Aquí viene el dóberman a proteger a su pequeño cachorro ―se


burla Dean―. ¿También le limpias el culo, Leo?

―Está aquí para aprender a luchar ―dice Leo―. No para ser tu


saco de boxeo.

―Pero no lo hace ―sisea Dean―. No ha aprendido una puta cosa.


Míralo, es tan patético como el primer día de clase.

―Lo está haciendo bien ―dice Leo, agarrando el brazo bueno de


Matteo y ayudándolo a ponerse de pie.

―No hemos terminado ―le dice Dean a Matteo, con los ojos
entrecerrados―. Tenemos dos asaltos más.
―Yo lo haré entonces ―dice Leo, devolviéndole la mirada.

―Ojalá pudiera ―se burla Dean―. Pero estuvimos emparejados


ayer. El profesor Howell dice que tenemos que repasar a todos los
compañeros.

―Yo lo haré, entonces ―dice Ares.

Ares estaba emparejado con Leo y hasta ahora había estado


observando el enfrentamiento en silencio. Su voz grave atraviesa a
Dean de una manera que hace que todos se callen.

Dean sonríe, sin sentirse intimidado por el tamaño de Ares.

―Mejor aún ―dice.

Se enfrentan el uno al otro, Dean rebotando ligeramente sobre


sus pies, y Ares de pie, con las colchonetas profundamente abolladas
bajo su peso. Dean es un poco más bajo que Ares, pero todos
sabemos lo rápido y lo salvaje que es. Fue boxeador sin guantes en
Moscú, luchando en los túneles abandonados del metro bajo la
ciudad. Según él, nunca perdió una pelea. Cuando él y Leo llegan a
las manos, como lo han hecho en varias ocasiones, es
inevitablemente sucio y sangriento, sin un claro vencedor.

Ares no es un pacifista: el año pasado se peleó con Bram y Valon,


pero no le gusta pelear e incluso en la clase de combate es cuidadoso
y comedido, y nunca pierde los nervios.

Dean claramente ve esto como otra oportunidad para golpear a


Leo, dándole una paliza a uno de sus amigos. Rodea a Ares con la
evidente intención de herirlo.
Entra con fuerza, lanzando una implacable avalancha de
puñetazos casi demasiado rápida para que mi ojo pueda seguirla.
Ares mantiene los puños en alto, pero la lluvia de golpes le golpea
con fuerza en las costillas, los hombros y el lateral de la cabeza.
Bloquea lo peor, aunque estoy segura de que sigue doliendo.

La mayoría de los otros estudiantes han dejado de entrenar para


poder observar. Incluso el profesor Howell cambia de posición en el
borde de la colchoneta, con el silbato levantado en los labios para
detener el combate si es necesario, pero con los ojos oscuros fijos en
los chicos con un interés vigilante.

Insatisfecho por su embestida inicial, Dean ataca aún con más


fuerza, blandiendo sus puños como martillos directamente a la
cabeza de Ares. Aterriza un duro golpe bajo el ojo de Ares. Ares
responde con un golpe de derecha que hace caer a Dean sobre sus
talones. Puedo ver la sorpresa en la cara de Dean, y el nuevo nivel de
precaución mientras da vueltas, intentando agarrar a Ares
desequilibrado.

Dean golpea a Ares en el cuerpo una y otra vez, cada golpe fuerte
y distintivo en el gimnasio casi silencioso. La mandíbula de Ares está
tensa, su rostro rígido. Con cada golpe que recibe, las manchas de
color en las mejillas de Ares se vuelven más y más oscuras. Tengo la
extraña sensación de que está permitiendo que Dean lo golpee, pero
cada vez que Dean lo hace, algo se acumula dentro de Ares. Algo
muy parecido a la furia.

Dean ataca de nuevo su cabeza, golpeando a Ares con puñetazos


rápidos y duros, que llegan a él en una ráfaga desde todas las
direcciones. Es implacable, furioso, mucho más allá del nivel de
agresividad que se supone que hay que mostrar en la lucha.

El profesor Howell no los detiene. Quiere ver cómo responderá


Ares, tanto como el resto de nosotros.
Por fin pasa: Ares estalla. Con un aullido de rabia, arremete
contra Dean con toda su fuerza. Golpea con toda su masa y con todo
el beneficio de su largo alcance. Derriba los puños de Dean,
golpeándolo en la nariz y la mandíbula.

Lejos de calmar a Ares, los golpes recibidos sólo lo enfurecen


más. Ha perdido totalmente el control, rugiendo como un animal
mientras golpea a Dean una y otra vez con ambos puños.

Dean devuelve los golpes, golpeando a Ares en el labio inferior.

Ares le devuelve el golpe con la misma rapidez, un puñetazo tan


fuerte que Dean se tambalea y cae sobre una rodilla, algo que nunca
había visto antes.

Con la cara enrojecida y los ojos desorbitados, Ares vuelve a


cerrar el puño, dispuesto a hacer girar la cabeza de Dean con un
golpe final.

El frío silbido plateado atraviesa el aire entre ellos, advirtiendo a


Ares que se detenga.

Ares suelta los puños, con el pecho agitado por una fuerte
respiración. Me recuerda a Hércules, enloquecido por un momento,
sacudiendo la cabeza al volver en sí. Parece sorprendido y un poco
horrorizado. Asustado, también, por haber perdido el control.

Dean se levanta de un salto y mira a Ares con expresión


calculadora. Lejos de estar molesto por el sorprendente giro de la
pelea, parece extrañamente complacido mientras escupe una
bocanada de sangre al suelo.

Leo se acerca a Ares y le da una palmada en el hombro, haciendo


que Ares se sobresalte.
―Oye ¿estás bien? ―pregunta Leo.

―Sí, estoy bien ―dice Ares.

Su expresión casi ha vuelto a la normalidad, pero puedo ver que


sus manos tiemblan bajo su envoltura.

―¿Qué diablos ha sido eso? ―me murmura Anna.

―Ya conoces a Dean ―le digo―. Se mete en la piel de todos.

―Eso es lo que hace. ―Asiente Anna. Sigue mirando a Ares, con


el ceño fruncido.

Entiendo lo que está pensando.

Yo he notado lo mismo.

Por un momento, Ares no parecía él mismo. Era una persona


completamente diferente.

Llega la Navidad. Siempre me gusta esta época del año en la


escuela, porque el comedor está decorado con ramas de abeto
frescas, y los profesores se toman un descanso de su plan de estudios
habitual para darnos lecciones que podrían considerarse divertidas.

La profesora Lyons nos enseña a hacer caramelos de LSD, que


luego nos invita a probar. Aunque soy reacia a aceptar cualquier tipo
de alimento de la envenenadora más famosa de la era moderna, me
meto dos trozos en el bolsillo pensando que tal vez me anime a
probarlo.

El profesor Holland apaga todas las luces de su aula y hace de


narrador para que podamos jugar al juego de la fiesta Mafia,
diciéndonos que es una útil ilustración de la intención y el engaño.
Como el profesor lleva toda la tarde bebiendo sorbos de una botella
de su bolsillo, no estoy segura de que crea realmente que nos va a
enseñar algo, pero a pesar de ello todos disfrutamos del juego.

No todos los estudiantes están contentos de estar atrapados en la


escuela cuando preferirían estar en casa con sus familias. Es el
momento cumbre de la nostalgia, especialmente entre los
estudiantes de primer año que no están acostumbrados a estar tan
aislados.

Por suerte para mí, la única familia que me interesa ver está aquí
en la escuela conmigo. Cat y yo pasamos horas juntas haciendo
tarjetas de Navidad para nuestros amigos.

Las tarjetas de Cat son, por supuesto, infinitamente más bonitas


que las mías. Ella pinta paisajes de Kingmakers: la catedral, la Torre
Octagonal, la vista desde el Solar, etc.

Yo elijo motivos sencillos y realizables, como un copo de nieve o


una ramita de muérdago. Como los míos son más fáciles, termino
antes que ella y paso el resto del tiempo trabajando en mi historia, o
mi 'guión', como he empezado a considerarlo, a pesar de lo
pretencioso que suena.

Es muy agradable garabatear mientras escucho el movimiento


del pincel de Cat y la música que suena en el altavoz de Anna.
Merendamos naranjas envueltas en papel que nos traen del comedor
y caramelos hechos a mano comprados en el pueblo.

Trabajamos en la habitación de Chay y Anna porque es más


grande que la mía. Cat y yo apenas cabríamos en mi habitación al
mismo tiempo, y definitivamente no habría espacio para los
materiales de arte.

Cuando oigo que llaman a la puerta, supongo que son Chay o


Anna que vuelven de clase. En lugar de eso, me encuentro a Miles de
pie, con un aspecto acicalado y una camisa de vestir blanca
perfectamente ajustada con las mangas remangadas para mostrar
sus antebrazos bronceados. Miles siempre se ve bronceado, incluso
cuando no ha habido sol en semanas. Tiene la cara recién afeitada,
revelando la pequeña hendidura de su barbilla y las líneas
cuadradas de su mandíbula. Sus rizos oscuros están húmedos.

―¿Qué haces aquí? ―digo, tratando de no sonreír demasiado.

Miles echa un vistazo rápido a la habitación para comprobar


quién está presente antes de responder. Siempre es cuidadoso en ese
sentido, lo que sé que es más por mi bien que por el suyo.

―Necesito verte esta noche ―dice―. Tengo una sorpresa para ti.

―No me gustan las sorpresas ―le digo.

―Te gustarán cuando vengan de mí ―dice, mostrando esa sonrisa


torcida que tiene un efecto irresistible en mí.

Una bola de calor se expande dentro de mi pecho. Se hace más


grande a cada momento que Miles está delante de mí. A pesar de lo
que dije sobre las sorpresas, me emociona pasar unas horas en su
compañía.
―A las nueve ―me dice Miles―. Nos vemos detrás del Solar.

―Ahí estaré ―digo.

―Nos vemos, Cat ―dice Miles por encima de mi hombro.

Cat levanta su mano manchada de pintura para saludar.

Miles echa una rápida mirada al pasillo y me besa tan rápido que
apenas tengo tiempo de sentir su boca antes de que se vaya. Los
labios me arden igualmente, durante mucho tiempo.

Ojalá tuviera algo que regalarle a Miles por Navidad. La única


persona que podría venderme un buen regalo sería el propio Miles,
y apenas tengo dinero, mi padre nunca nos ha dado a Cat o a mí una
asignación generosa.

Le hice a Miles una pulsera de cuero. Cat me enseñó a hacerlo.


No es tan profesional como si la hubiera hecho Cat, pero estaba
decidida a hacer el trabajo yo misma, y creo que quedó muy bien.

Miles tiene un marcado sentido del estilo, así que espero que le
guste, o al menos que no se sienta obligado a llevarla si no le gusta.

Envuelvo la pulsera en papel de colores y le escribo a Miles una


nota en la tarjeta de muérdago.

Luego paso un largo rato vistiéndome, preguntándome cuál será


la sorpresa.

Lo que le dije a Miles era cierto: nunca me han gustado las


sorpresas, pero eso es porque normalmente han sido desagradables.
Ya lo conozco lo suficientemente bien como para suponer que podría
disfrutar de sus planes para la noche. De hecho, probablemente lo
haga. Sólo tengo que dejar de lado esa necesidad de estar preparada,
ese deseo desesperado de control que siempre he sentido, a pesar de
que nunca he tenido un control significativo en mi propia vida.

Cuando tu vida es un accidente de auto en cámara lenta, intentas


compensarlo controlando cosas estúpidas e insignificantes. En mi
caso, fueron las notas. En Barcelona no se me permitía elegir mi
horario o mis amigos, pero al menos podía sacar una nota perfecta
en los exámenes. Eso me valía los elogios de mis profesores, e
incluso a veces de mi padre.

Intentaba ser perfecta para complacerlo, y para tranquilizar a


Daniela. Nunca funcionó.

Siempre me vestía con pulcritud, con los zapatos lustrados y el


pelo cepillado. Mantenía mi habitación impecable, la ropa
organizada por colores, los libros alineados impecablemente en la
estantería con todos los lomos a la misma profundidad. Siempre era
puntual. Nunca fumaba ni juraba.

Las acciones sin sentido se vuelven cruciales, incluso


compulsivas.

En realidad, veo un poco de esto en Dean Yenin. Veo cómo alinea


sus cuadernos y lápices en su escritorio. Cómo su ropa y su persona
están siempre limpias. Cómo se lava las manos una y otra vez
después de las clases de tiro o de química.

Es yeso sobre las grietas. Lo veo y lo reconozco. No sé cuál es su


daño, pero veo cómo intenta enderezar su universo, desesperada e
ineficazmente. Me daría pena si no fuera tan imbécil.

Incluso en mi primer año en Kingmakers, me esforcé por seguir


las reglas.
¿Y para qué? ¿Creí, en el fondo, que mi padre se apiadaría de mí
y me liberaría de Rocco?

Sé que no lo hará.

Entonces llega Miles Griffin. No es sólo un rompedor de reglas,


es un destructor de reglas. Subvierte todas las órdenes, baila
alrededor de las barreras como si no existieran.

Debería estar horrorizada de él.

En cambio, me siento como un cavernícola que acaba de ver una


hoguera por primera vez.

Miles toma lo prohibido y lo utiliza en su beneficio: lo utiliza


como herramienta.

Lo admiro. Y Dios, cómo lo envidio.

Espero a Miles detrás del Solar, vestida con una falda y unos
tacones que me ha prestado Chay, una blusa que me ha prestado
Anna y mi propia chaqueta de la academia por encima. Hace frío
esta noche sin viento y con un aire duro y helado. La hierba está
crujiente y brilla bajo mis pies.

No soy la única que se ha arreglado y ha salido a escondidas esta


noche. Estoy segura de que Chay ha estado viendo a Ozzy a
escondidas desde Halloween. No admite que salgan, pero en las dos
ocasiones en las que la he visto volver a hurtadillas a los dormitorios
con un evidente pelo de recién follada, ha admitido que se han
vuelto a enrollar y que ha sido el mejor sexo de su vida.

―Es tan jodidamente pervertido ―gimió, tratando de peinar los


nudos de su pelo―. Me hace cosas de las que nunca había oído
hablar.

―¿Así que te gusta? ―le dije.

―Bueno... ―Se encogió de hombros―. Es dulce y divertido.


También es inteligente, sólo que me imagino con un tipo de Henry
Cavill.

Chay es ciertamente lo suficientemente hermosa como para


enganchar a quien quiera, pero me siento mal por Ozzy porque en
otros aspectos ―humor, inteligencia, persistencia― sería un gran
partido para Chay.

No es poco atractivo, sólo único. Llámalo un Adam Driver o un


Benedict Cumberbatch, si no un Cavill.

La atracción es algo curioso. Siempre pensé que Miles era guapo,


pero con cada día que pasa, todos los demás parecen desvanecerse, y
él se convierte en el estándar de la perfección. Ya no me gustan los
ojos azules, ni los marrones. Sólo quiero ojos que parezcan nublados
por la mañana y plateados a la luz de la luna. Sólo quiero un metro
ochenta con una sonrisa torcida y una risa perversa.

Me abrazo a mi cuerpo con los brazos, rebotando en las puntas


de los pies para mantener el calor.

Me he puesto la falda porque quería arreglarme, pero si Miles


planea dar un paseo fuera del recinto, o sentarse en algún lugar al
aire libre, me voy a congelar.

No tengo que esperar mucho. Miles llega justo antes de las


nueve, trotando sobre la crujiente escarcha. Se ve elegante sin
esfuerzo de una manera que es rara para un hombre. Los hombres
no suelen entender el ajuste y la caída de la ropa, la mejor manera de
resaltar sus rasgos más atractivos. El jersey de Miles y sus
pantalones verde salvia se ciñen a su cuerpo en todos los lugares
adecuados, sobre el pecho y los hombros y el bulto de sus muslos.

―Vamos ―me dice, haciendo un movimiento para tomarme de la


mano, y luego recordando que no debería hacerlo mientras estamos
fuera, donde alguien podría vernos.

―¿A dónde vamos? ―pregunto.

―Por aquí ―dice, con una sonrisa que brilla a la luz de las
estrellas.

Me lleva hacia el oeste, a través del campus, pasando por la vieja


bodega que lleva al sótano, la enfermería, la biblioteca y la Colonia
de Pájaros. Sé, gracias a que Miles me lo ha enseñado, que tiene una
antena escondida en el tejado de la Colonia de los Pájaros, lo que le
permite acceder a Internet cuando quiera. Por un momento pienso
que va a llevarme de vuelta a las escaleras de la torre, hasta que me
lleva a la catedral.

Casi espero que Anna nos esté esperando dentro. Ella es la que
viene aquí más a menudo; es su lugar favorito para practicar ballet.

En cambio, el espacio cavernoso está vacío y tiene eco, la tenue


luz de las estrellas se filtra hacia abajo en patrones de colores desde
las vidrieras, y el suelo de baldosas se ondula en algunos lugares por
las raíces de los árboles que empujan desde abajo. En el presbiterio
ha brotado un granado y las vides rodean los pilares de apoyo.

En Kingmakers no hay religión. Se ha permitido


intencionadamente que la catedral se arruine. Es la única parte de la
escuela en la que no se parchea el tejado ni se reparan las ventanas
después de las tormentas de invierno. Es un rechazo deliberado a
uno de los muchos sistemas de autoridad a los que las familias de la
mafia no se someten.

Incluso los demás estudiantes rehúyen este lugar. Anna es una


de las pocas que encuentra la catedral relajante en lugar de
desagradable.

Hay pocas cosas que entretengan a alguien dentro de estos


muros. La catedral es fría y oscura, sin calefacción y sin electricidad.

No estoy segura de por qué Miles me trajo aquí. Hasta que veo
que ha arrastrado el sofá de terciopelo verde de los establos, el que
reposaba en el despacho del Rector hasta su ignominiosa retirada a
la pila de muebles desechados, archivos y cajas amontonados en el
extremo más alejado de los establos.

El sofá de terciopelo no es la única adición. Miles ha traído


mantas, bebidas, tentempiés y una pieza de maquinaria que no
reconozco: cuadrada y rectangular, sentada sobre una pila de cajas.

―Me costó mucho encontrar una de estas que funcionara con


batería ―dice Miles.

―¿Qué es? ―pregunto.

―Toma asiento y te lo enseñaré ―dice, señalando el sofá verde.


Me siento, impresionada al ver que Miles ha arreglado incluso el
problema de la pata del sofá que faltaba, apoyando el sofá en un
bloque de madera para que ya no se tambalee.

Miles me da un bol de palomitas. Las palomitas son frescas y


crujientes, bañadas en auténtica mantequilla derretida y sal marina.

Me río.

―¿De dónde sacas estas cosas? ¿Cómo has hecho esto?

―El personal de cocina me adora ―dice Miles―. Nadie disfruta


más de las drogas que los cocineros de producción.

Miles juguetea con la maquinita, girando los diales del lateral. La


máquina cobra vida y lanza un brillante rayo de luz a través del
espacio abierto. La pared opuesta se ilumina y el espacio donde
habría estado el altar se transforma en una amplia y brillante
pantalla de cine.

Jadeo cuando la montaña de Paramount Pictures aparece en la


pantalla. Los créditos iniciales anuncian que estamos a punto de
contemplar 'VistaVision' por primera vez. Incluso antes de que
comience la icónica partitura de Irving Berlin, ya sé que la película es
White Christmas.

―¡Miles! ―grito―. ¡No puedo creerlo!

Se deja caer en el sofá a mi lado y me pasa el brazo por los


hombros. Me pone una manta sobre el regazo y me dice:

―También conseguí Milk Duds. Me costó mucho encontrarlos,


pero quería que tuvieras la experiencia completa del cine.
La secuencia inicial comienza con Bing Crosby y Danny Kaye con
sus uniformes de guerra. La última vez que vi esta película fue en
casa de mi abuelita. En lugar de las palomitas y el olor polvoriento
de la catedral, la música de antaño me recuerda el aroma del
perfume de Lita, las flores de naranjo de su jardín y los pestiños con
costra de azúcar que freía en su antigua sartén de hierro fundido.

Cuando Rosemary Clooney y Vera Ellen aparecen en la pantalla


cantando su famoso dúo, recuerdo a Lita abrazándonos a Cat y a mí,
acercándonos a sus costados y diciendo:

―Hermanas, miren, como ustedes dos. Siempre deben ayudarse y


protegerse mutuamente. Las hermanas primero, todo lo demás viene
después.

Me golpea una ola de culpabilidad, sabiendo que en este


momento no estoy poniendo a Cat en primer lugar, en absoluto.
Estoy poniendo en peligro la frágil protección que he conseguido
negociar por ella, todo para poder pasar tiempo con Miles.

Miles, siempre perspicaz, me coge la barbilla entre el pulgar y el


índice, inclinando mi cara para poder examinarla.

―¿Qué pasa? ―dice―. ¿Estabas esperando 'Rear Window' en su


lugar?

Sacudo la cabeza, con la garganta demasiado cerrada para hablar.

Nadie ha hecho nunca algo así por mí, ni siquiera Cat. Es un


regalo imposible, algo que nadie más que Miles podría haber
conseguido. La película es mágica. Este momento es perfecto y no
puedo disfrutarlo porque tengo miedo de lo que me costará después.
O lo que le costará a Cat.
―Tienes miedo ―dice Miles.

Asiento con la cabeza.

Nunca lo habría admitido antes, odio mostrar debilidad.

Pero no puedo mentirle a Miles, no tiene sentido. Él siempre ve la


verdad.

Miles me besa, primero suavemente, luego con más fuerza.

Se aparta para mirarme, con la cara iluminada por la luz del


proyector y los ojos plateados.

―Voy a liberarte de él, Zoe ―dice.

Intento negar con la cabeza porque eso es imposible, pero Miles


me sujeta la cara con ambas manos.

―Lo haré ―gruñe―. Encontraré una manera y lo haré. ¿Me crees?

Lo miro a los ojos.

Nunca me había equivocado tanto con una persona. Pensé que


Miles era indolente y egocéntrico. Pensé que no le importaba nada
más que su propia diversión.

No podía estar más equivocada. Es la persona más decidida que


he conocido. Cuando dice que va a hacer esto, le creo. Es absurdo e
inimaginable, pero confío en él igualmente.

―Te creo ―digo.


Miles me besa de nuevo, esta vez sin reservas. Me besa como si
ya hubiera cumplido lo que prometió. Como si ahora fuera mi
dueño, plena y completamente.

Se detiene sólo para poner en pausa la película y cambia a la


música.

La luz vintage de la pantalla de cine brilla en su piel,


resplandeciendo en sus brillantes y oscuros rizos. Selecciona la
canción que quiere sin ni siquiera mirar el mando a distancia que
maneja el altavoz. Miles lo hace todo como baila: con una
coordinación rápida e impecable. Nunca le he visto tropezar o
dudar.

Siempre va tres pasos por delante de los demás, incluida yo. Me


pregunto si puede ver el futuro, como la chica de mi guión. A
diferencia de ella, Miles parece tener todo el poder para lograr sus
objetivos.

La música es sensual e intencionada.

Miles me mira con una expresión que conozco bien.

La mirada que tiene cuando ha decidido su plan. Cuando nada lo


desvía de su curso.

―Quítate la ropa ―me ordena.

Trago saliva.

―No sé si deberíamos...

―¿Confías en mí? ―dice.


―Sí.

―Entonces haz lo que te digo.

―Yo... está bien.

―Quédate ahí. A la luz.

Me pongo de pie bajo la luz reflejada del proyector, temblando


un poco, pero no de frío. Mi piel arde bajo el calor de la mirada de
Miles.

―Quítate la ropa ―repite―. Despacio.

Empiezo a desabrocharme la blusa. Me hormiguean las yemas de


los dedos, tan rígidos que siento que mis manos pertenecen a otra
persona. Quizá a Miles...

Estoy hipnotizada por su mirada. Siento que son sus manos las
que lo hacen, como si no actuara por voluntad propia, sino
puramente según su voluntad.

Voy bajando los botones uno a uno, luego abro la blusa y dejo
que el sedoso material se deslice por mis brazos y caiga al suelo.

El ritmo de la música vibra bajo mi piel. Me encuentro


contoneándome con los zapatos de tacón de Chay, mis caderas se
mueven ligeramente al ritmo de la canción. Me doy la vuelta para
estar de espaldas a Miles, y luego me desprendo lentamente de la
falda, dejando al descubierto un trozo de tanga y las nalgas.

Oigo crujir los antiguos muelles del sofá cuando Miles cambia de
posición.
Despacio, deslizo la falda por mi trasero, inclinándome
ligeramente cuando también cae hasta encharcarse alrededor de mis
pies. Me quito la falda.

―Déjate los tacones ―ladra Miles.

Le miro por encima del hombro. Sus ojos brillan en la pálida luz.
Se apoya en los cojines, con los brazos apoyados en el respaldo del
sofá. Parece un rey observando a su concubina. Lejos de sentirme
degradada por esto, siento una oleada de calor entre mis piernas.

Me doy la vuelta de nuevo, ahora sólo llevo un tanga negro de


encaje y un sujetador.

Los ojos de Miles recorren mi cuerpo. Lo observo, sintiéndome


igualmente excitada por su admiración hacia mí. Por fin mi figura es
mi amiga, porque se está asegurando la atención de alguien a quien
realmente quiero. Nunca me he sentido tan sexy como en este
momento, viéndome reflejada en sus ojos.

Alcanzo detrás de mi espalda para desabrocharme el sujetador.


Mis pechos caen de su posición elevada. Sólo ese movimiento, ese
rebote, hace que mis pezones se activen, provocándome un dolor
profundo y desesperado en el vientre.

Me quito el sujetador.

―Tócate los pechos ―ordena Miles.

Deslizo las palmas de las manos por debajo de mis pechos,


levantándolos y dejándolos caer para experimentar de nuevo esa
exquisita sacudida. Me paso los dedos por los pezones, fingiendo
que es Miles quien me toca. Me pellizco los pezones, tan fuerte como
creo que lo haría él. Cada roce me hace saltar chispas por todo el
cuerpo.

―Ahora la ropa interior ―dice Miles.

Sin dudarlo, engancho mis pulgares en la cintura de mi tanga y


lo bajo. Estoy empapada. La ropa interior se adhiere a los labios de
mi coño antes de retirarse. Llevo el coño recortado, pero no
depilado. Por un momento me pregunto si a Miles le gusta así;
nunca le pregunté las veces que me chupó. Me da una punzada de
ansiedad, pero entonces veo la lujuria desnuda en sus ojos y todos
mis temores se desvanecen. Me quiere exactamente así. Sé que es así.

Miles se baja la cremallera de los pantalones y deja libre su polla.


La he tocado a través de su ropa, y una vez metí la mano en sus
pantalones y la cogí con la palma. Sabía que era gruesa y pesada,
pero nunca la había visto al aire libre. Nunca le devolví el favor con
el oral, nerviosa por si hacía un mal trabajo.

Su polla es más grande de lo que esperaba. Bastante alarmante,


en realidad. Está más dura que nunca, erguida, rígida y agresiva.

Quiero cerrar mi boca alrededor de ella. Estoy tan excitada que


ya no tengo miedo: quiero intentarlo.

Antes de que pueda actuar sobre ese impulso, Miles dice:

―Tócate, frota ese coño para mí.

Me sonrojo, pero la vergüenza es lejana. Todo lo que puedo ver


es a Miles frente a mí, su mirada ardiente y sus cejas oscuras y
fruncidas, y su mandíbula apretada que parece enfadada, pero sé
que no es enfado, es concentración. Cada parte de su conciencia está
concentrada en mí.
Me inclino para tocarme el coño, lo hago para él, le ofrezco un
espectáculo. Mis dedos se deslizan con facilidad sobre los labios, y
sobre el pedacito de mi clítoris que asoma entre ellos, hinchado y
palpitante. Me toco, no de la forma en que suelo hacerlo en la cama,
sino de la forma en que Miles me toca: con firmeza, con confianza.
Me conoce mejor que yo misma.

Observa cada movimiento y su mano acariciando su polla al


mismo tiempo. Su polla parece enorme incluso comparada con la
gran mano de Miles.

―Prueba lo dulce que eres ―dice.

Me llevo los dedos a los labios.

Tiene razón: el sabor es suave y ligeramente dulce. No mentía


cuando dijo lo mucho que le gustaba.

―Ahora ven aquí ―dice.

Me acerco a él, inestable sobre los talones porque todo mi cuerpo


está caliente y suelto, mis articulaciones son de goma.

Me arrodillo frente a Miles y me deslizo entre sus piernas. Quiero


ver esa polla de cerca. Quiero tocarla.

La tomo de las manos de Miles y paso mis dedos ligeramente por


el tronco. La piel es suave y sedosa, la carne que hay debajo palpita
caliente. Cuando toco la cabeza, toda su polla se estremece como si
tuviera mente propia.

Paso la lengua desde la base hasta la punta, igual que hice con los
dedos. Esta vez se estremece aún más. Su piel es como un té caliente,
lo más caliente que puede estar sin quemarme la lengua.
Cierro la boca sobre la cabeza, y su polla llena el espacio
perfectamente, como si los dos estuvieran hechos el uno para el otro.
La cabeza se apoya en mi lengua, llenando el arco del paladar. La
saliva entra a raudales, y puedo deslizar mis labios unos centímetros
hacia arriba y hacia abajo del eje.

―Eso es. Justo así, ponla dura y húmeda ―dice Miles.

Mi técnica es torpe y el ritmo brusco. Miles me toma de la cabeza


entre las manos y me dirige, utilizando sus caderas para introducirse
en mi boca. Empuja un poco más allá y la cabeza de su polla golpea
el fondo de mi garganta. Me dan arcadas y me retiro.

―¿Estás bien? ―dice.

Asiento con la cabeza y me paso el dorso de la mano por la


mejilla, por donde corren las lágrimas.

Extrañamente, me gusta la sensación de las arcadas. Me gusta lo


grande que es su polla, me gusta el reto de intentar meterla en mi
boca.

Lo intento de nuevo. Esta vez cojo el ritmo, descubro cómo bailar


con mi lengua por la parte inferior de su polla mientras deslizo mis
labios hacia arriba y hacia abajo por el tronco.

Miles gime de placer, con la cabeza inclinada hacia atrás contra el


borde del sofá. El sonido es muy gratificante. Me dan ganas de hacer
esto toda la noche.

Miles tiene otras ideas.

―Súbete ―me ordena, me coge de la muñeca y me pone de pie.


Se baja los pantalones hasta el final y se los quita de una patada.
Su polla vuelve a estar erguida, imposiblemente erecta. Me pongo a
horcajadas sobre su regazo, apoyada en las rodillas sobre el sofá,
preguntándome cómo diablos va a funcionar esto.

―Baja ―dice―. Ve tan despacio como necesites.

Coloca la cabeza de su polla en mi entrada. Está ardiendo,


mojada por mi saliva, pero es tan grande que siento que estoy a
punto de empalarme con un bate de béisbol.

Miles me agarra las caderas con sus manos, ayudándome a


estabilizarme.

Me besa. Luego inclina la cabeza hacia un lado y se lleva mi


pecho a la boca. Me chupa el pecho, pasando el pezón por su lengua.

Mi humedad se derrite sobre la cabeza de su polla, ayudándola a


deslizarse dentro de mí. Poco a poco, Miles me baja.

Sigo esperando una sensación de estallido o desgarro, pero


nunca llega. Me deslizo hacia abajo y bajo lo que parece un pie de
polla, pero de alguna manera sigo estirándome para acomodarla. La
sensación no es dolorosa, sino todo lo contrario. Es intensamente
satisfactoria. Todo lo que siempre quise.

Por fin mi trasero llega hasta sus muslos y él está dentro de mí.
Me siento llena de una manera indescriptible. Me siento entera y
completa.

Miles me suelta el pecho para besarme de nuevo, con su lengua


tan dentro de mi boca como su polla en mi vientre.
Su boca tiene un sabor nuevo y erótico, nuestra excitación es un
sabor tan palpable como la vainilla o la miel. Quiero comerme su
lengua y sus labios. Quiero consumirlo por completo.

Miles me agarra de las caderas y empieza a mecerme contra él.


No me había dado cuenta de que aún no nos estábamos moviendo.
Esta nueva fricción es tan intensa que mi boca se separa de la suya
porque no puedo concentrarme en nada más que en la sensación de
su polla deslizándose unos centímetros dentro y fuera de mí. Mi
clítoris rechina contra su cuerpo. La combinación de sensaciones,
dentro y fuera, es lo mejor desde la mantequilla de cacahuete y la
mermelada. Algo tan bueno y tan correcto que todas las demás
metáforas palidecen en comparación.

La sensación dentro de mí es aterradoramente intensa. Es tan


poderoso que sé que no puedo controlarlo. Tengo miedo de
orinarme, o llorar, o algo aún más vergonzoso.

―¡Miles! ―jadeo―. ¡No puedo parar!

―No quiero que pares ―gruñe―. Te digo que no lo hagas.

Sus poderosas manos me agarran con más fuerza y me frota


contra su cuerpo como si él fuera papel y yo una goma de borrar.
Olas de placer irradian desde mi ombligo, gruesas y calientes. El
clímax crece y crece, cada golpe es más placentero que el anterior. Se
está volviendo demasiado fuerte, se está volviendo demasiado.
Estoy asustada y, sin embargo, no podría parar, aunque quisiera.
Puede que yo esté encima, pero Miles controla esto. Y Miles no se
detiene por nada.

―Oh... oh... OH, DIOS MIO! ―grito, mientras el orgasmo me


desgarra.
Es una explosión. Una detonación. Una explosión del Krakatoa.

Es tan intenso que creo que podría haberme lesionado. Es


imposible que mis ovarios hayan sobrevivido a eso.

Miles se ríe, su risa es tan profunda y cálida como su voz. Me


derrumbo contra él, sintiendo el estruendo de su pecho vibrar contra
el mío.

―¿Te gusta eso, nena? ―dice.

El clímax no ha amortiguado en absoluto mi excitación. Que


Miles me dé órdenes, que me llame nena, sigue siendo una
excitación intensa.

―¿Qué quieres ahora? ―le susurro al oído.

―¿De verdad quieres saberlo? ―dice.

―Sí ―digo, relamiéndome los labios―. Dime cómo complacerte.

―Quédate dónde estás ―dice―. Y monta esta polla para mí.

Apoyándome con mis manos en sus hombros, giro mis caderas,


deslizándome hacia arriba y hacia abajo sobre su polla. Al principio
es incómodo, pero pronto le tomo el ritmo. Todavía estoy sensible e
hinchada, casi dolorosamente, pero a medida que sigo moviéndome
y machacándome sobre él, el placer supera al dolor y cada vez me
siento mejor.

―¿Confías en mí? ―dice Miles.

―Sí. ―Asiento.
Miles levanta sus grandes manos y me rodea la garganta. Lo hace
con suavidad, aplicando una presión ligera y uniforme. Aun así, mi
cabeza empieza a nadar.

―Sigue montándome ―me ordena.

El poder que Miles tiene sobre mí es embriagador y aterrador.


Tiene literalmente mi vida en sus manos. Sé que, si quisiera cortarme
el aire, no podría hacer nada para detenerlo.

Mi sangre retumba más fuerte que nunca, concentrándose en mi


coño mientras mi cabeza flota alta y ligera.

Cuanto más lo cabalgo, más intensa es la sensación. Los ojos de


Miles están clavados en los míos, sus poderosas manos me rodean la
garganta, aplicando la presión justa para ponerme totalmente bajo
su control. Estoy mareada y caliente, y no puedo parar, estoy
moviendo las caderas, sintiendo de nuevo ese intenso calor y presión
en mi vientre, esa sensación de que voy a entrar en erupción. Nada
en esta tierra puede detenerlo.

Vuelvo a correrme, incluso con más fuerza que antes. Mi cerebro


se dispara y deliro, con brillantes destellos de color que aparecen
frente a mis ojos. Miles suelta un rugido que apenas puedo oír en
medio de mi propio éxtasis. Su polla se estremece y palpita,
golpeando profundamente dentro de mí, forzando un último
estallido de placer para él y para mí.

Cuando vuelvo a la tierra, no puedo ver ni hablar. Tomo grandes


bocanadas de aire, el oxígeno sabe a aire puro y fresco de la montaña
en mis pulmones.

―¿Qué...? ―gimoteo.
―¿Te gustó? ―pregunta Miles.

―Fue increíble.

Miles me agarra y me besa, mordiéndome los labios.

―Eres mía ―gruñe―. Toda mía.

―Sólo quiero ser tuya ―sollozo―. No dejes que me lleve.

―Te lo prometí ―dice Miles―. No hago promesas fácilmente, y


nunca las rompo después.

Me aplasta contra su cuerpo, abrazándome tan fuerte que sé con


certeza que nunca me dejará ir.

Me toco la garganta con la punta de los dedos. Espero sentirla


hinchada o dolorida, incluso magullada, pero está completamente
bien. Incluso en la fiebre de su excitación, Miles nunca perdió el
control. Tuvo cuidado de no hacerme daño, ni siquiera de dejar una
marca.

Permanezco en su regazo durante mucho tiempo, acurrucada


contra él, escuchando cómo su corazón se acelera contra mi oído.
Finalmente, sus latidos se ralentizan, convirtiéndose en un
metrónomo constante.

Han pasado horas. Ya es tarde.

Pero seguimos juntos.

Cuando Miles finalmente cambia de lugar, siento una punzada


de decepción.
Se alivia cuando dice:

―No quiero llevarte de vuelta todavía. Quedémonos un rato más.

―Sí, por favor ―acepto.

Miles vuelve a coger el mando a distancia y cambia la música a


algo más lento y romántico. Me levanta del sofá y me abraza. Nos
balanceamos juntos, desnudos, pero sin frío, deseando que cada
centímetro de nuestra piel se toque.

―Esto también es de una película ―dice―. ¿La conoces?

Sacudo la cabeza.

―Te la pongo la próxima vez.

Le miro a la cara.

―¿Cuántas próximas veces habrá?

―Infinitas ―dice.
14

MILES

Durante todo el mes de enero y febrero, elaboro una estrategia


para romper el contrato matrimonial de Zoe.

El método más sencillo sería asesinar a Rocco Prince.

Lo he considerado, muchas veces, pero sería arriesgado por


varias razones.

En primer lugar, Zoe y yo seríamos los sospechosos obvios. A


pesar de nuestros esfuerzos por ser sutiles, es ampliamente conocido
que tenemos sentimientos el uno por el otro. Kingmakers no siempre
hace cumplir sus reglas cuando se trata de delitos menores como
peleas y encuentros, pero algunas reglas son sacrosantas. La más
férrea es la Regla de la Compensación. Cualquier lesión grave o
muerte se castiga a la antigua usanza: Ojo por ojo. Diente por diente.
Vida por vida.

Incluso si pudiéramos eludir el castigo por la escuela, los Prince


buscarían venganza. Rocco, por muy antipático que sea, es su único
hijo y Heredero.

No quiero empezar nuestra vida juntos con un ciclo de


retribución.

Quiero hacer lo que mejor sé hacer: resolver el problema, de una


vez por todas.
Necesito hacer un trato con los Romero y los Prince. Algo que
haga felices a todos.

Zoe me ha explicado lo que su padre y los Prince ganan con el


contrato de matrimonio y el acuerdo comercial que lo acompaña.

Tengo que ofrecerles algo mejor.

Algo mucho mejor.

Ojalá fuera tan simple como el dinero.

Ahora tengo 10,4 millones. El saldo completo de mi capital inicial


que había planeado llevar a Los Ángeles después de graduarme.

Si pensara que los Prince y los Romero aceptarían un cheque,


saldaría mi cuenta hoy mismo, pero ellos van a ganar mucho más de
cinco millones cada uno con su acuerdo.

Tengo que tomar esos diez millones y convertirlos en algo más


valioso. Tengo una idea de cómo podría hacer eso con la ayuda de
Ozzy, pero necesito otro jugador y probablemente cada centavo de
dinero que pueda reunir.

Trabajo en mi plan cada minuto libre, siempre que no estoy en


clase o saliendo a escondidas para ver a Zoe.

Está empezando a tomar forma, poco a poco.

Sólo un defecto sigue siendo intratable e irascible. Aunque


convenza a los Prince y a los Romero, a quien nunca convenceré es al
propio Rocco. Él es la espina en mi costado. La única amenaza que
no puedo eliminar del todo.
Le doy vueltas al problema en mi cabeza una y otra vez, pero
nunca se me ocurre nada que le satisfaga. Nada más que Zoe.

Sigo adelante a pesar de todo, confiando en que, aunque Rocco se


enoje, tendrá que acatar lo que decidan sus padres.

Rocco sabe que estoy viendo a Zoe, por mucho que intentemos
ocultarlo. Lo sabe, y su incapacidad para evitarlo le hace enojarse
cada vez más.

Le he advertido a Zoe que no vaya sola a ningún sitio del


campus. Tiene cuidado de mantenerse cerca de Anna y Chay.

Rocco se desquita descargando su rabia contra mí. Soy un


objetivo más fácil, ya que compartimos clases y el mismo espacio
vital en la Torre Octagonal.

Rocco y sus secuaces irrumpieron en el dormitorio que comparto


con Ozzy. Destrozaron todo lo que hay dentro, acuchillaron nuestros
uniformes, destrozaron nuestros libros y se mearon en nuestras
camas.

Ozzy descubrió el desastre, está temblando de furia cuando me


reúno con él en medio del caos.

Sostiene la manta que su madre tejió para él, una que ha tenido
toda su vida, hecha pedazos y empapada de orina.

―Yo jodidamente los mataré ―sisea.

Hace falta mucho para hacer enfadar a Ozzy, pero una vez que lo
haces, tiene un temperamento infernal enterrado bajo las bromas y la
sonrisa.
―Puedo alojarme en otro sitio hasta que todo esto se calme ―le
digo a Ozzy, sintiéndome culpable por haberlo hecho caer en esto.

―A la mierda ―dijo Ozzy, descartando la idea de inmediato―.


Esto ya no es sólo entre tú y Rocco.

Es cierto, a estas alturas, Ozzy y Wade Dyer se odian casi tanto


como Rocco y yo.

Wade ha tomado una extraña obsesión con Ozzy que va mucho


más allá de seguir las órdenes de su jefe. Se dedica a atacar a Ozzy
constantemente y le da un golpe en el hombro cada vez que se
cruzan. Han estado a punto de llegar a los golpes una docena de
veces, contenidas sólo por la presencia de profesores o personal.

Wade se burla de la altura de Ozzy, de su aspecto, de su acento,


de su familia y de sus intereses. Ozzy parece incapaz de encogerse
de hombros como suele hacerlo, quizá porque Wade es alto, rubio y
guapo, la personificación de lo que Ozzy cree que Chay preferiría.

Ozzy y Chay siguen saliendo. No sé si es bueno para él. Pone


cara de asco cada vez que la ve charlando con algún otro chico,
riéndose y sonriendo con su habitual coquetería. Sus sentimientos
por ella se profundizan día a día, pero no parecen ser recíprocos, y
eso lo está volviendo loco.

La tensión me corroe, el secretismo y la presión por encontrar


alguna salida a esto. El conflicto con Rocco se siente como una banda
elástica estirada hasta su límite máximo, no hay duda de que se
romperá, la única pregunta es cuándo.

Mi único alivio es salir a escondidas a ver a Zoe.


No es sólo para el sexo. Me encanta esa parte, por supuesto, pero
más que nada quiero la libertad de hablar con ella, plena y
abiertamente, sin que nadie me escuche.

He leído todo su guión y creo que es brillante. Tiene una manera


increíble de usar las palabras. Me recuerda a Aaron Sorkin o a Greta
Gerwig, en el sentido de que sus personajes son muy elocuentes y se
atreven a decir lo que piensan.

Me da una idea de cómo sería la propia Zoe, sin tener que estar
asustada a las amenazas ni a los espías ni a las represalias.

Está trabajando en el final. A veces me pide ideas y yo trato de


darle sugerencias, aunque no sé una mierda de escribir, a veces
incluso representamos pequeños fragmentos, riéndonos de lo mal
que se nos da actuar a los dos.

Nunca he hecho nada creativo antes. Me considero un facilitador,


no un artista. Me sorprende lo agradable que es trazar el conflicto y
la resolución dentro de un marco ficticio, donde hay poco en juego y
Zoe y yo somos dioses de ese mundo, capaces de orquestar los
acontecimientos exactamente como queremos.

Zoe y yo trabajamos bien juntos.

Está acostada en mi regazo un domingo por la tarde, en el sofá


verde, que he devuelto a los establos para que Anna pueda volver a
tener su espacio de ballet libre. Estoy jugando con el pelo de Zoe,
peinando suavemente con mis dedos las largas y sedosas hebras
negras. Ella tiene su cuaderno apoyado en las rodillas para poder
escribir mientras hablamos.

―¿El final debería ser trágico? ―dice―. ¿O feliz?


―Feliz, por supuesto.

―Pero la cuestión ha sido siempre que ver el futuro no te permite


alterarlo. Es una paradoja: lo que ves no es realmente el futuro, si
puedes cambiarlo.

―Lo sé, pero a nadie le gustan los finales trágicos.

―Romeo y Julieta no estarían de acuerdo ―se burla Zoe―. O


Titanic.

―El final de Titanic es el reencuentro de Jack y Rose.

―En la muerte.

―Es una catarsis emocional de todos modos, hay que darle al


público lo que quiere.

―Así que... crees que una vez que nuestra protagonista se da


cuenta de la naturaleza de sus visiones, eso debería darle poder
sobre los resultados. Aprende a manipular el sistema. Como en
Matrix.

―Tal vez ―digo―. Supongo que mi punto es que no creo en los


escenarios sin salida.

―¿Siempre hay una salida? ―dice Zoe, mirándome.

―Sí. ―Asiento con la cabeza―. Sólo hay que ser lo


suficientemente inteligente para encontrarla.

Zoe se sienta, con las cortinas oscuras de su pelo cayendo


alrededor de sus hombros, suaves y brillantes por mi acicalamiento.
Me mira con esos hermosos ojos, verde pálido con gruesas
pestañas negras alrededor. Cada vez que me mira así, de frente, con
nuestros rostros a escasos centímetros, me sorprende lo encantadora
que es. Imposiblemente encantadora. Un tipo de belleza que sólo
aumenta cuanto más cerca la examinas.

―¿Cuál es nuestra salida? ―me pregunta.

―Estoy trabajando en ello ―le digo.

―Sé que lo estás haciendo. Quiero que me lo digas. Quiero


ayudarte, como tú me has ayudado con el guión. Quiero que
trabajemos juntos.

Me lo planteo, no sin ganas, pero sí sorprendido.

Nunca he involucrado a otra persona en mis planes. Incluso con


Ozzy, sólo decidimos juntos los detalles técnicos. El marco es
siempre yo solo.

Llámame supersticioso, pero dudo en decir mi plan en voz alta.


Todavía se está formando, no está completamente desarrollado.
Exponerlo al aire podría matarlo.

Pero confío en Zoe, y valoro su inteligencia. Quiero escuchar lo


que tiene que decir.

Así que le digo. Le cuento cada idea, cada posibilidad que he


considerado. Le cuento los retos, los puntos débiles, los problemas
prácticos que aún no he superado. Tardo más de una hora en
explicarle lo que tengo hasta ahora. Zoe me escucha atentamente, sin
interrumpirme.

Cuando termino, se queda callada un buen rato, pensando.


Luego dice:

―Necesitas una familia más.

―Lo sé.

―Alguien que pueda llevar el producto al este, pero también


tiene que tener presencia americana. Alguien con dinero de sobra, en
dólares americanos.

Asiento lentamente con la cabeza.

―¿Qué pasa con los Malina?

Se refiere a la mafia de Odessa. La rama más antigua y extendida


de la mafia ucraniana.

Dejo escapar una larga exhalación.

―Los he considerado. Están perfectamente posicionados y he


oído que tienen dinero en efectivo, mucho dinero, pero su
reputación...

―Lo sé ―dice Zoe―. No es buena.

―Son rapaces. Insulares. Traicioneros.

―Estarían a un brazo de distancia y si se vuelven contra alguien


más adelante... no seremos nosotros.

―Tendríamos que conseguir que los Prince y tu padre estuvieran


de acuerdo.
Zoe me mira, sonriendo ligeramente.

―Necesitamos a alguien muy persuasivo... ¿conoces a alguien


así?

Sonrío.

―Puede que sí.

El rostro de Zoe vuelve a ponerse sombrío.

―Miles... ―dice―. Esto se va a llevar todo tu dinero.

Le hablé de mi capital inicial. Ella sabe cómo pensaba utilizarlo y


tiene razón: aunque este plan funcione o no, me dejará sin nada. No
me quedará ni un frijol. No es suficiente para alquilar un
apartamento en L.A., y mucho menos para construir un imperio.

―No me importa ―le digo―. Ganaré más.

Zoe sacude la cabeza lentamente.

―No puedo dejar que hagas eso, has trabajado mucho todos estos
años. Es tu sueño...

―No te ofendas, nena ―le digo―. pero no depende de ti. Lo voy a


hacer, con o sin tu ayuda. No sé si va a funcionar, pero estoy seguro
de que lo voy a intentar. Y si este trato no es bueno, pensaré en otro.
Te lo dije, esto es una fuga. Rocco es el alcaide Norton y tú eres
Andy Dufresne... ¡vamos a hacer un Shawshank a este hijo de puta!7

Zoe se ríe, no puede resistirse cuando le pinto una visión de


nuestro futuro juntos.
Yo también estoy en las nubes.

La sensación de trabajar en esto con otra persona es


embriagadora, como si hubiera ampliado mi cerebro al doble de su
tamaño. Es muy fácil hablar con Zoe. Lo entiende todo y ve cosas
que yo no veo.

―Te amo ―le digo, sin pensar, sin planearlo.

Los ojos de Zoe se abren de par en par, por primera vez veo un
claro parecido con su hermana Cat, parece sorprendida y asustada.

―¿Sí? ―dice.

Tengo que reírme.

―¿Por qué te sorprendes? ¿No es obvio desde hace tiempo?

―¿Cuándo empezaste a amarme?

Hago memoria.

―En la enfermería, cuando me dijiste que no te compadeciera.

Mueve la cabeza y una lenta sonrisa se dibuja en sus labios


suaves y carnosos.

―Yo también te amo, Miles ―dice.

―¿Desde cuándo?

Ahora sonríe del todo, sus ojos brillan.


―Desde que te vi desnudo ―dice.

Me río, la agarro y la beso con fuerza.

―¿Es esa la única razón?

―Sí. Soy terriblemente superficial.

―¿Sabes qué? Me parece bien. Siempre he querido que me


cosifiquen.

Me pongo el jersey por encima de la cabeza, dejando el pecho al


descubierto.

―Date un festín con los ojos.

Zoe me mira, su diversión se convierte en lujuria en un instante.


Sus ojos recorren mi cuerpo y me recorre el pecho con las yemas de
los dedos, poniendo la piel de gallina en mis brazos.

Me besa justo en el corazón y su boca suave y cálida me produce


escalofríos. Luego me pasa la lengua suavemente por las líneas del
pectoral izquierdo, y la polla se me pone dura en los pantalones.
Quiero su lengua en otros lugares. Quiero mi lengua en ella aún
más.

Hoy vuelve a llevar pantalones, con tirantes por encima del


jersey, y zapatos Oxford con cordones en los pies. Me encanta
cuando parece marimacho. El contraste entre la ropa masculina y el
cuerpo ultrafemenino que lleva debajo es tremendamente erótico. Le
bajo los tirantes, le quito el top y le vuelvo a poner los tirantes sobre
los hombros para que el ancho elástico apenas le cubra los pezones,
presionando sus pechos y haciéndolos parecer más redondos que
nunca.
―Deja que te haga una foto ―le digo.

―¿Así? ―Zoe mira su torso casi desnudo, sacudiendo la cabeza y


sonrojándose.

―Déjame hacerlo ―digo―. Eres tan jodidamente sexy.

Zoe se muerde el labio, pensando. Luego dice:

―De acuerdo. Dime qué hacer.

Si me quedaba algo de sangre en la cabeza, se me baja a la


entrepierna en cuanto empieza a recibir órdenes. Si hay algo en lo
que puedo estar de acuerdo con ese psicópata de Rocco, es que no
hay mayor emoción que tener a una mujer tan brillante y hermosa
como Zoe doblegada a tu voluntad.

La diferencia es que yo quiero que lo haga de buena gana, con


gusto. Quiero que se excite tanto como yo.

―Ponte junto a la ventana ―le digo.

La luz dorada del atardecer se cuela por el cristal polvoriento. El


cristal es demasiado grueso, burbujeante y sucio como para
preocuparse de que alguien pueda ver a Zoe desde el otro lado;
como mucho, sería una sombra moviéndose detrás del cristal opaco.

La luz brilla en su piel. Resalta las curvas de esos fenomenales


pechos y las hendiduras de su cintura. Su figura es un reloj de arena
dentro de la ropa masculina. Su cabello espeso y oscuro le da un
aspecto salvaje e indomable. Sin embargo, la estoy domando. Me
obedece cuando le digo cómo debe ponerse de pie, hacia dónde debe
girar.
Utilizo mi teléfono para hacer las fotos. Con cada clic del
obturador, mi polla se pone cada vez más dura.

―Apóyate en la ventana. Levanta los brazos y baja los tirantes.

Zoe obedece, con los ojos fijos en mí y las mejillas sonrosadas.


Cuando se baja los tirantes, sus pezones se han oscurecido y se han
convertido en guijarros, sobresaliendo de su pecho, tensando sus
pechos.

Pequeños trozos de polvo flotan en los rayos de sol, bailando


alrededor de su piel.

―Quítate los pantalones ―le ordeno―. La ropa interior también.

Zoe se desnuda, y yo también. Le hago unas cuantas fotos más,


desnuda como Venus y doblemente bella, enmarcada contra la
ventana. Luego suelto el teléfono y cruzo la habitación en tres largas
zancadas. La levanto, colocándola en el marco de la ventana, y le
meto la polla sin preámbulos.

Zoe jadea y me muerde el hombro con fuerza.

Deslizarse dentro de ella es como volver a casa, cada vez.

Creo recordar lo bien que se siente, y luego me sorprende, una y


otra vez.

Cuando me la estoy follando así, me pregunto cómo podemos


hacer otra cosa. ¿Cómo puedo tener paciencia para comer o dormir o
ir a clase, cuando podría estar haciendo esto?

Aprieto mi cara contra su cuello y aspiro el aroma de su piel.


Siento sus largas piernas enroscadas en torno a mí, y sus delgados
brazos alrededor de mi cuello. La beso, empujando mi polla más y
más dentro de ella, gimiendo:

―Te amo, Zoe. Jodidamente te amo.

No sé por qué he esperado tanto tiempo para decírselo. Se siente


tan bien hacerlo, es lo que quise decir cuando le dije que la liberaría
de Rocco. Quise decir que haría cualquier cosa por ella.

Las palabras reales son más poderosas.

Cuando ella me las devuelve, me emociona hasta la médula. Me


hace sentir invencible, como un dios.

―Te amo, Miles ―dice, mirándome a los ojos―. Siempre tú, sólo
tú.

La levanto del alféizar de la ventana, con sus piernas sujetas


detrás de mis muslos, mis manos agarrando su trasero,
sosteniéndola. La hago rebotar sobre mi polla, haciendo que sus
tetas reboten sobre su pecho, un espectáculo que es jodidamente
hipnotizante, algo que desearía poder poner en bucle y ver durante
horas. Es tan hermosa que es imposible mantener el control. Desde el
momento en que me deslizo dentro de ella, es una batalla tratando
de no enloquecer, asegurándome de que Zoe se corra primero.

Es una batalla que perderé si sigo mirando esos preciosos pechos.


Vuelvo a dejarla en el suelo, le doy la vuelta y la inclino sobre el
brazo acolchado del sofá verde, agarrando mi polla por la base y
deslizándola de nuevo por detrás.

A Zoe le gusta así. Le gusta la fuerza con la que puedo follarla


por detrás, sobre todo si la rodeo y le froto el clítoris al mismo
tiempo. Deslizo mis dedos hacia arriba y hacia abajo por su
hendidura, encontrando ese pequeño y sensible clítoris y dándole la
presión justa al ritmo de mis embestidas. Mis caderas emiten un
sonido de golpeteo contra su trasero. La follo cada vez más fuerte,
sabiendo que puede soportarlo, sabiendo que le encanta.

―Ruega que me corra dentro de ti ―gruño.

―¡Córrete dentro de mí, por favor! ―jadea.

―Dime que lo quieres.

―¡Lo necesito!

Parece que esto es para mí, pero no lo es. Es para Zoe. Le estoy
dando permiso para pedir lo que quiere, incluso para suplicar. Y por
supuesto, como sabía que sucedería, la lleva al límite. Le gusta
suplicar y le gusta obedecerme.

Su coño se encierra en torno a mi polla cuando empieza a tener


un orgasmo, y las olas la golpean al ritmo de mis embestidas.

Apenas me aferraba a mi control. Tan pronto como su coño


empieza a apretarse, la presa se rompe y disparo dentro de ella, duro
y caliente y rápido. El semen sale a chorros, una erupción que no
pude contener ni para salvar mi propia vida.

Nada en el mundo se había sentido tan bien. Ningún trato,


ninguna victoria, ningún triunfo. Zoe es el premio definitivo.

Lo único que quiero en este momento es asegurarla. Hacerla mía


para siempre.
Ese domingo, llamo a mi madre.

Hacía tiempo que quería hablarle de Zoe. Iba a esperar hasta


encontrar la solución a mi problema. Pero ahora, al entrar en el juego
final, siento algo raro e inusual: quiero el consejo de mi madre.

En cuanto contesta, le digo:

―Mamá, conocí a alguien.

―¿Qué tipo de persona? ―dice. Sé que está tratando de evitar que


la emoción aparezca en su voz. No quiere asustarme.

No tiene que preocuparse. Ya no tengo miedo al compromiso.

―He conocido a la elegida ―digo sin dudar.

Casi puedo sentir a mi madre agarrando el auricular con fuerza.


Sin embargo, hay un largo silencio al otro lado de la línea.

―¿Por qué tengo la sensación de que hay problemas? ―dice mi


madre.

―¿Por qué piensas eso?

―Porque nunca haces nada por la vía fácil, Miles. Nunca quieres
lo sencillo, te encantan los retos.
Puedo oír la exasperación de mi madre mezclada con algo más.
Algo parecido a la comprensión y tal vez incluso orgullo.

―¿Sí? ¿De dónde crees que saco eso?

―Harías mejor en salir a tu padre en lugar de a mí.

―Eso no es cierto, mamá ―digo en voz baja―. Te admiro, lo sabes


¿verdad? Nadie tiene un fuego como tú, nadie ama más fuerte, nadie
irá más lejos para conseguir lo que quiere.

Ella traga, su garganta hace un sonido de chasquido.

―Gracias, cariño ―dice―. Eso significa mucho para mí. Eres mi


primogénito y estoy muy orgulloso de ti. A veces me preocupaba
que no pudieras experimentar lo que tu padre y yo hemos
experimentado. No todo el mundo lo hace. No todos quieren
hacerlo.

―¿Dónde está el 'pero'? ―le digo.

―No hay 'pero'. Sólo ten cuidado, cariño. Ahora estás entrando
en el mundo real. Hay cosas que están en juego. Consecuencias
reales. El amor te desespera. Te hace arriesgar... todo.

―Pero vale la pena, no puedes decirme que no lo vale.

―Vale cualquier precio, pero no siempre eres tú quien paga el


precio, Miles, recuérdalo. Recuerda lo que le pasó a tu abuelo Enzo.

Conozco la historia tan bien como los presentes en aquella


fatídica boda. El padre de Leo, Sebastian, se casó con Yelena Yenina,
hija de un jefe de la Bratva, a pesar de que sus familias eran enemigas
mortales, enfrascadas en una sangrienta batalla por el territorio.
En cuanto se pronunciaron los votos, Alexei Yenin intentó
masacrar a mi familia, le disparó al tío Nero y al tío Dante y acribilló
a mi abuelo, acribillándolo con tantas balas que tuvo que ser
identificado por su reloj.

Yo mismo debería haber estado en esa boda, un bebé en brazos


de mi madre. Ella y mi padre sólo fueron excluidos porque los Bratva
temían las represalias de la mafia irlandesa. Yo podría haber sido
una víctima del amor de otra persona.

Escucho a mi madre y la entiendo.

Pero nada puede desviarme de mi rumbo.

No voy a renunciar a Zoe.

No puedo.

La quiero a ella, o nada.


15

CAT

El segundo desafío del Quartum Bellum será mucho más


agradable que el primero, porque podré ser una espectadora en
lugar de una participante.

Es el evento perfecto para ver: un torneo de MMA, con tres


campeones elegidos entre los estudiantes de segundo y cuarto año, y
sólo dos entre los estudiantes de tercer año, como castigo por haber
quedado en tercer lugar en la carrera de obstáculos. Los
espectadores se sientan en las gradas exteriores montadas alrededor
de un gran ring con suelo de lona.

Veo a Leo agonizar sobre qué tres luchadores presentará para los
de Segundo. La elección obvia es Dean Yenin. Para crédito de Leo, lo
admite de inmediato, haciendo la petición a Dean durante la hora
del almuerzo en el comedor.

Leo intercepta a Dean mientras lleva su bandeja a su mesa


habitual repleta de Bratvas y Penoses. Estoy sentada lo
suficientemente cerca como para oírlos hablar, y lo suficientemente
cerca como para ver cómo Dean se eriza en el momento en que Leo
se acerca, esperando un conflicto en lugar de una conversación.

―Estoy eligiendo a los luchadores para el Quartum Bellum ―dice


Leo sin preámbulos―. He pensado que deberías representarnos.

Dean entrecierra los ojos ante Leo, pareciendo más ofendido que
halagado.
―Obviamente ―dice.

Nunca había oído hablar a Dean. Me sorprende lo grave que es


su voz, ya que su cara es casi bonita. Es extraño decir eso de alguien
que parece tan malo como para dar una patada a un cachorro, pero
es cierto: Dean Yenin puede tener los nudillos magullados y
ensangrentados y un ceño perpetuo, pero esos rasgos van
acompañados de largas pestañas, ojos de color violeta y labios
carnosos.

Dean es el chico que vi fuera de los establos la noche del baile de


Halloween. Se lo señalé a Zoe una semana después, y ella negó con
la cabeza, diciendo:

―Ese es Dean Yenin, aléjate de él.

―¿Por qué? ―dije, por curiosidad, no porque tuviera intención de


hablar con él. A excepción de los amigos de Zoe, nunca me acerco a
los alumnos de cursos superiores.

―Es el primo de Leo ―dijo Zoe―. Pero se odian, sus familias son
enemigas, llegaron a la escuela con ganas de matarse mutuamente.
Luego ambos se enamoraron de Anna.

Eso era tan intrigante que tenía que saber más. Como yo misma
estaba enamorada de Anna, podía imaginarme perfectamente el tipo
de rivalidad obsesiva que podría inspirar.

―¿A Anna le gustaba Dean?

―Al principio ―dijo Zoe―. Hasta que lo conoció. Es peligroso.


Intentó matar a Leo; te molestará sólo por ser amiga de Leo.
―No creo que sepa que existo. No te preocupes, lo mantendré así
―le prometí a Zoe.

Entonces observo a Dean y a Leo desde una mesa más allá, con
cuidado de no mirar de forma demasiado evidente.

―Sí ―dice Leo, tratando de mantener la calma―. Eres uno de los


mejores luchadores, así que yo...

―¿Uno de los mejores? ―Dean se burla―. Yo soy el mejor, y no


está cerca.

Leo aprieta los dientes, dividido entre su deseo de discutir y su


necesidad de asegurar la cooperación de Dean.

―¿Lo harás, entonces? ―dice.

Dean no responde inmediatamente, saboreando su poder sobre


Leo, de la deliciosa dinámica de Leo obligado a venir a rogar por un
favor.

―¿A quién más vas a elegir? ―exige.

No sé si eso influirá en su elección, o si sólo tiene curiosidad.

―No estoy seguro ―dice Leo―. Tal vez Silas Gray...

Dean asiente secamente con la cabeza, como si lo esperara.

―Peleó bien en el desafío final del año pasado, pero no es


estratégico. Es todo tamaño y rabia.
―¿A quién sugieres? ―dice Leo, medio irritado y medio
queriendo realmente el consejo.

Dean se queda en silencio un momento, pensando.

―Ares me sorprendió ―dice por fin.

Leo lanza una rápida mirada hacia mi mesa, mirando a Ares que
come tranquilamente una ensalada de pollo tres asientos más abajo
que yo. Fijo mi mirada en mi propia comida a medio comer, sin
querer que me atrapen espiando.

Por encima del estruendo del comedor, apenas puedo oír la voz
baja de Leo diciendo:

―No sé si querría.

―¿Por qué no?

―No creo que le guste con todo el mundo mirando.

―¿Es tímido? ―Dean se burla.

―No lo sé, no le he preguntado. ¿A quién más sugieres?


Necesitamos tres.

―¿No te eliges a ti mismo? ―pregunta Dean.

―No necesariamente ―dice Leo―. Puedo luchar, pero nunca lo he


hecho en un ring.

―Hmm. ―Dean parece sorprendido de que Leo no aproveche la


oportunidad de ponerse en el punto de mira. Está ligeramente
menos irritable cuando dice:

―¿Qué hay de Kenzo Tanaka? ¿O Corbin Castro?

Vuelvo a mirar furtivamente a Dean, es la primera vez que los


veo a él y a Leo en estrecha proximidad sin una agresión abierta. Sus
expresiones son curiosamente parecidas mientras consideran el
problema.

―Kenzo podría ser bueno ―coincide Leo―. Es inteligente y


rápido, y lo he visto recibir algunos golpes duros sin caer.

Dean asiente. Luego parece recordar con quién está hablando, y


su cara se pone rígida una vez más, el frío vuelve a su voz.

―No importará a quién más elijas. Voy a ganarlo todo.

―Espero que lo hagas ―dice Leo uniformemente―. Nos enviaría


a la ronda final.

Él y Dean se separan sin más conversación.

Puedo oír la exhalación aliviada de Anna cuando Leo se reúne


con ella.

―¿Lo hará?

―Eso parece ―dice Leo.

Ares tiene un libro de texto apoyado en su vaso de leche y está


leyendo mientras come, ajeno al drama que ocurre a su alrededor.
―Tenía algunas otras sugerencias sobre quién cree que debería
luchar ―dice Leo.

―Ah, sí ¿quién? ―dice Anna.

―Ares ―responde Leo, mirando a su amigo.

Ares mira hacia arriba, con las cejas levantadas.

―¿Sabe que no vamos a luchar entre nosotros? Porque parece que


quiere una revancha.

―Le has hecho sonar la campaña. ―Leo sonríe―. Le hiciste entrar


en razón.

―Tal vez si le doy cincuenta puñetazos más podría volverse


medio decente ―dice Ares, volviendo a su libro de texto.

―¿Quieres hacerlo? ―pregunta Leo.

―¿Pegarle a Dean? Por supuesto.

―No, ¿Quieres competir?

Ares hace una pausa, con los ojos aún fijos en la página. Sin
levantar la vista dice:

―Creo que no.

―¿Por qué no?

Un músculo salta en la esquina de su mandíbula.


―Sabes que no me gusta esa mierda. Quiero ayudar al equipo,
pero hay mejores luchadores que yo.

Leo no discute, todo el mundo sabe que Ares odia la atención,


incluso yo lo sé, y apenas soy una conocida.

―¿Y tú, Hedeon? ―Leo dice a la mesa.

Hedeon es un luchador bastante bueno; el hecho de que pueda


enfrentarse a Silas es una prueba de ello, aunque sólo gane uno de
cada cuatro combates.

―A la mierda ―gruñe Hedeon, apartando su bandeja―. No me


interesa.

Puede que se sienta ofendido porque Leo no le haya preguntado


antes. Se le notaba que era la cuarta opción, después de Dean y Ares
y tal vez Kenzo Tanaka.

O simplemente está teniendo uno de sus días. No sé cuál es su


problema, pero Hedeon parece sufrir un tipo particular de
bipolaridad que vacila entre el mal humor y el homicidio.

Aceptamos los arrebatos de Hedeon como aceptamos la modestia


de Ares, es una parte de ellos y no es probable que cambie.

La mañana del segundo desafío amanece clara y despejada, con


una ligera brisa. Un tiempo perfecto para sentarse al aire libre.
Al salir del Sótano, Rakel me dice:

―No te olvides de indexar las fuentes para nuestro trabajo de


Historia.

Acepté hacer el índice si Rakel corregía mi trabajo.

―Lo intenté ayer ―le digo―. Pero no encuentro ningún libro que
tenga réplicas de las cartas de Shimizu Jirocho.

―No están en un libro ―dice Rakel, con esa vieja nota de 'por qué
eres tan jodidamente tonta' que vuelve a aparecer en su voz―. Están
en los archivos, pídele a la señorita Robin que te los consiga, o a
Saul, que es ayudante de biblioteca. Está autorizado a bajar ahí.

―Lo haré ―prometo.

―Pero reúnete conmigo en el laboratorio de informática primero,


porque ese proyecto es para mañana.

―Bien. ―Asiento con la cabeza―. El laboratorio primero, la


biblioteca después.

He estado haciendo muchas de mis tareas escolares con Rakel, y


mis notas han mejorado un poco. Es mandona, pero tiene más
conocimientos sobre temas como la historia de los clanes mafiosos.
Estoy aprendiendo algo de química y programación más rápido que
ella, así que somos útiles la una para la otra.

Me apresuro a desayunar y luego sigo a Zoe a través de las


puertas de piedra hasta las gradas exteriores montadas alrededor del
ring de boxeo. Me alegro de poder sentarme con Zoe y su grupo
habitual de amigos.
Por una vez, Leo puede sentarse y ver un desafío, en lugar de
tener que orquestar la victoria. No estoy segura de que lo prefiera
así: parece tenso y nervioso, incluso con Anna acurrucada a su lado.

Chay y Ozzy se sientan al otro lado. Se podría pensar que son


una pareja, si Chay no siguiera protestando por lo contrario. Parece
muy cómoda apoyada en el hombro de Ozzy mientras charla con
Anna. A Ozzy le han quitado por fin el vendaje, pero su brazo tiene
un aspecto horrible: la piel es una alfombra de tejido cicatricial
fruncido, moteado de rojo y morado, sólo a medio curar. Las
cicatrices son más oscuras en los parches que solían ser tatuajes.

Hedeon y Ares se sientan en la fila frente a la nuestra. No veo a


Miles por ninguna parte; le pregunto a Zoe qué está haciendo. Se
encoge de hombros, despreocupada.

―Estoy segura de que vendrá pronto.

Los alumnos de segundo, tercer y cuarto año se agrupan en sus


respectivos grupos para poder animar a sus luchadores. Los de
primer año ya han sido eliminados, así que no importa dónde nos
sentemos o a quién apoyemos.

Yo animo a los de segundo año, aunque el único luchador que


conozco es Dean, que me aterroriza.

Leo terminó seleccionando a Dean Yenin, Silas Gray y Kenzo


Tanaka. Los de Tercero eligieron a Kasper Markaj, un Ejecutor
albanés que, según Zoe, fue capitán del equipo en el Quartum Bellum
del año pasado.

―Es decente y trabajador ―dice―. Fue una pena que su equipo


fuera eliminado tan pronto. Sé que se sintió mal por ello.
Su otro luchador es Jasper Webb, el chico de los tatuajes
esqueléticos que acosó a Chay durante mi primer desayuno en
Kingmakers. El que ayudó a sujetar a mi hermana mientras Rocco le
cortaba la ropa. No hace falta decir que lo odio y que espero que le
partan la cara en la primera ronda.

Los de Cuarto seleccionaron a Calvin Caccia, un Heredero


italiano que, según Zoe, también fue capitán el año pasado.

―No me gusta tanto ―me dice Zoe―. Es arrogante y grosero, y le


guarda rencor a Leo.

―Igual que mucha gente ―dice Leo, desde el otro lado de Anna―.
No le eches en cara eso. Si odias a todos los que me odian, no te
quedarán muchos amigos.

Zoe se ríe. Puede que Leo tenga enemigos, pero sigue siendo uno
de los alumnos más populares de nuestra escuela.

―¿Quiénes son los otros dos? ―Asiento con la cabeza hacia los
dos últimos luchadores que están calentando al borde del ring. Uno
es un tipo negro alto con un físico desgarrado y la cabeza afeitada. El
otro tiene un tamaño bestial, pero parece más gordo que musculoso.

―Son Zeke Golden y Lee Sparks ―dice Anna―. Zeke es hábil y no


te dejes engañar por la pelusa extra: Lee tampoco se queda atrás.

Los luchadores meten las manos en un saco para sacar el nombre


de un oponente. Leo emite un gruñido irritado cuando Silas saca a
Lee Sparks, y otro cuando Dean es emparejado con Zeke Golden. Es
mala suerte que dos de los luchadores de segundo año tengan que
enfrentarse a veteranos experimentados. Kenzo Tanaka se enfrenta a
Jasper Webb. Los dos anteriores capitanes ―Kasper Markaj y Calvin
Caccia― son los primeros en subir al ring.
El combate es rápido y decisivo, ya que Kasper supera fácilmente
a Calvin Caccia y termina con un TKO8 tras un solo asalto.

―¡Ja! ―grita Zoe, sin haber dejado de lado su antipatía por


Calvin―. Bien por Kasper. Apuesto a que eso le hace sentir mejor
sobre el año pasado.

Silas y Lee Sparks se enfrentan a continuación. Es una batalla de


titanes, los dos luchadores más pesados cargan el uno contra el otro
como si fueran toros, se agarran y se golpean como si sus cuernos
estuvieran bloqueados. Cada vez que uno tira al otro al suelo, el
choque resuena en las gradas.

Hedeon está sentado justo delante de mí, lo suficientemente cerca


como para apoyar su columna vertebral en mis espinillas si se
inclina hacia atrás. Observa cómo Silas golpea con sus pesados
puños en forma de jamón la cara de su oponente. Con cada golpe de
su hermano, Hedeon se estremece. Su piel se ha vuelto casi tan gris
como su nombre.

Silas gana, pero a un alto precio. Está maltrecho y sangrando,


aunque no parece molestarle. Lee se ve aún peor y tiene que ser
ayudado a salir del ring y llevado directamente a la enfermería.

Hedeon apoya su cara en las manos, con aspecto de estar


enfermo.

Quiero preguntarle si está bien, pero no me atrevo a hacerlo.

―¿Quieres un trago? ―dice Ares, pasándole una botella de agua.

Hedeon levanta la cara, con los ojos desorbitados y furiosos,


como si fuera a gruñir a Ares. Se detiene, apenas.
―Gracias ―murmura, tomando el agua y bebiéndola.

Dean es el siguiente, contra Zeke Golden.

La tensión se apodera del público. Los de Cuarto ya han perdido


a dos de sus luchadores; si Zeke no gana, perderán el desafío y
quedarán eliminados del Quartum Bellum.

La presión es visible en la rígida estructura de Zeke, y también en


la de Dean. Ambos luchadores parecen tensos cuando suben al ring.
A diferencia de los dos primeros emparejamientos, tanto Dean como
Zeke son boxeadores experimentados, con las manos envueltas con
cuidado profesional, y ambos caen con naturalidad en su postura
antes de que el profesor Howell haya tocado la campana de salida.

―Maldita sea ―respira Anna cuando comienza el combate.

Dean y Zeke son tan rápidos que apenas puedo seguirles la pista
mientras se atacan mutuamente con rápidas e intrincadas
combinaciones. Esta es la diferencia entre los entrenados y los
altamente entrenados, los boxeadores frente a los pendencieros. El
público contiene la respiración, ya que los golpes llegan demasiado
rápido incluso para los vítores.

El combate dura los tres asaltos. No puedo decir quién ganó,


aunque sospecho que fue Dean. Su cara casi no tiene marcas, aparte
de un pequeño moretón bajo un ojo.

Los jueces ―el profesor Howell, el profesor Bruce y el propio


Rector― inclinan la cabeza sobre sus tarjetas de puntuación. El
público espera en silencio. El Rector hace un gesto de aprobación a
Dean mientras anuncia la decisión unánime.
Los de Cuarto aúllan de rabia. Están fuera del Quartum Bellum sin
siquiera la dignidad de avanzar a la ronda final.

Dean parece enojado en lugar de satisfecho. Probablemente


quería ganar ese combate directamente, no por decisión.

―¡No puedo creerlo! ―Anna grita―. ¡Estamos a salvo!

―Sí ―dice Leo con una sonrisa tensa.

―Eso fue intenso ―suspira Anna.

―Dean es un buen luchador; por eso lo elegí ―dice Leo, tratando


de mantener los celos fuera de su voz.

Anna lo capta de todos modos. Le agarra la cara y lo besa.

―Le darías una paliza a cualquiera de ellos si estuvieras ahí abajo


―dice.

Leo sonríe, apaciguado.

―No sé de qué hablas. Sin embargo, definitivamente le daría una


paliza a ese cabrón de Calvin Caccia ¿no es así, Zoe?

―Así es. ―Zoe sonríe.

Con sólo los luchadores de segundo y tercer año restantes, los


combates continúan por el derecho a presumir, y posiblemente una
ventaja en el desafío final.

El último emparejamiento es Kenzo Tanaka contra Jasper Webb.


Sé quién quiero que gane, y no sólo porque apoye a los de
Segundo. Cualquier amigo de Rocco merece una patada en el
trasero.

Jasper Webb sube al ring. Parece tranquilo e imperturbable,


incluso cuando los estudiantes que lo rodean le gritan. Se quita la
camiseta, revelando un pecho y una espalda tatuados de la misma
manera que sus manos, con una perfecta representación anatómica
de los huesos bajo la piel.

―¿Por qué crees que ha hecho eso? ―dice Zoe en voz baja, a mi
lado.

―No lo sé ―digo―. Para recordarse a sí mismo nuestro inevitable


final, supongo, o simplemente cree que da miedo.

Lo digo en tono de burla, pero la verdad es que Jasper tiene una


figura imponente cuando se echa el pelo largo y rojo oscuro hacia
atrás, apartándolo de la cara. Su cuerpo es delgado, duro y pálido,
con ondas de músculo bajo los huesos tatuados. Incluso desde aquí,
puedo ver que sus ojos verdes son tan vivos como los de mi
hermana, aunque infinitamente más fríos.

Se enfrenta a Kenzo Tanaka, que lleva el pelo oscuro peinado en


un pompadour de estilo retro, y la camisa igualmente despojada
para mostrar el tatuaje del dragón que va del pulgar al hombro.

―Es la batalla de la tinta ―dice Leo. Intenta sonar


despreocupado, pero sus ojos están fijos en el ring. Quiere que
Kenzo gane, quiere que los de Segundo triunfen.

Todos estamos destinados a la decepción. Kenzo comienza con


fuerza, golpeando a Jasper con algunas patadas y puñetazos en la
cabeza. Jasper apenas parece sentirlo. Recibe golpe tras golpe, sin
tambalearse.

Comienza el segundo asalto y Jasper se dirige al centro del ring


tan fresco como si el combate acabara de empezar. Kenzo le lanza
unas cuantas combinaciones más. Jasper las esquiva con facilidad
esperando pacientemente a que se produzca un hueco, se lanza al
vacío y golpea a Kenzo con un único y duro derechazo directo a la
mandíbula. Kenzo cae sin fuerzas y sin huesos.

El público ruge. Jasper no es popular, pero nadie puede negar la


perfecta precisión de ese golpe. El profesor Howell levanta el brazo
de Jasper en el aire. Los vítores son ensordecedores.

Howell pide un breve descanso antes de la segunda ronda de


combates. Sólo un par de estudiantes abandonan las gradas. Aunque
la ronda final del Quartum Bellum ya está asegurada, los estudiantes
de segundo y tercer año siguen interesados en ver qué luchador
triunfará. Los de primer y cuarto año parecen igualmente pegados al
cuadrilátero, ansiosos por ver quién tendrá que luchar contra Silas a
continuación y si Jasper será capaz de emplear ese golpe de mazo
contra un oponente diferente.

Miles escala el lado de las gradas, apretándose en el hueco entre


Anna y Zoe.

―¿Dónde has estado? ―dice Zoe, con las mejillas sonrosadas sólo
por ver a Miles.

―Pensé que tendrías hambre ―dice él, pasando una bolsa de


papel con galletas de chocolate recién horneadas. Están calientes y
blandas, con las pepitas de chocolate aún derretidas por el horno.
Me trago la galleta en dos bocados.
―¿Un regalo de tus amigos de la cocina? ―Zoe se ríe.

―Te dije que cambiarían su alma por la bolsita adecuada. ―Miles


sonríe.

―¿No hay leche? ―se queja Leo.

―Sólo para Zoe ―replica Miles, sacando una botella de cristal fría
de debajo de su camisa y arrancando la tapa de papel.

―Zoe. Te pagaré quinientos dólares por esa leche ―dice Leo, con
los ojos fijos en la botella―. Haré todos tus deberes durante un año.
Por favor. Lo necesito.

―Hay mucha ―dice Zoe, tomando un sorbo y pasándosela.


―Estoy feliz de compartir.

―Y no quiere tu ayuda con los deberes ―se ríe Anna―. No


mejoraría sus notas.

―He estado estudiando este año ―dice Leo, fingiendo estar


dolido.

―No tanto como Zoe.

―Bueno, si esa es la norma, entonces ninguno de nosotros


estudia.

―Excepto Ares ―corrige Zoe.

Sólo estoy escuchando a medias la conversación porque estoy


mirando al otro lado del cuadrilátero hacia las filas dobles de
asientos reservados para los profesores. La señorita Robin está
sentada en el borde de la segunda fila, con su pelo rojo flameando a
la luz del sol y su rebeca abultada y exagerada mal adaptada al
cálido clima primaveral.

―Mira eso ―le digo a Zoe―. Ha venido la señorita Robin.

―Es curioso verla a la luz del sol ―dice Zoe.

―Bueno, ahora sabes con seguridad que no es un vampiro.

―Apuesto a que por fin se está sintiendo cómoda en la escuela


―dice Zoe―. Me alegro; estoy segura de que lleva un tiempo
acostumbrarse a este lugar y a los otros profesores.

―Me gusta la señorita Robin ―dice Miles, cogiendo la leche de


Leo y bajando su galleta―. Me hizo un favor el otro día.

―¿Qué hizo? ―pregunta Anna.

Veo que Miles y Zoe se miran divertidos.

―Encontró mi libro de texto en la sección de objetos perdidos


―dice Miles.

El profesor Howell sube al cuadrilátero, saltando fácilmente la


cuerda superior, aunque le llega a la altura del pecho.

―¿Listos para el segundo asalto? ―grita al público.

Los estudiantes rugen su aprobación, aún no están saciados.

Los luchadores vuelven a sortear, y esta vez hay un jadeo audible


cuando Silas es emparejado con Jasper Webb. Jasper apenas ha
tenido tiempo de recuperarse de su último combate, pero se coloca
en su posición, con un aspecto frío y despreocupado, incluso ante el
volumen de granito de Silas. Jasper hace crujir sus nudillos, y el
fuerte chasquido se escucha en las gradas.

Los luchadores levantan los puños. El profesor Howell hace


sonar la campana.

Esta vez Jasper tiene cuidado de evitar los golpes de Silas. Baila y
esquiva con una velocidad casi cercana a la de Dean. Silas es
ferozmente fuerte. Cuando golpea a Jasper, aunque sea de refilón, el
impacto es brutal. Jasper empieza a sangrar por la nariz, el labio y la
ceja.

Sin embargo, da casi lo mismo que recibe. Como un


francotirador, dispara golpes afilados y bruscos que golpean a Silas
precisamente donde Jasper pretende, abre un corte sobre el ojo
izquierdo de Silas, y luego lo golpea de nuevo en el mismo lugar,
enviando un torrente de sangre al ojo de Silas, medio cegándolo.
Tambaleándose, Silas es golpeado una y otra vez.

Al tercer asalto, Silas se cansa. Jasper redobla su velocidad. Es tan


rápido como al principio, quizás incluso más, pero Silas es tan
grande que los golpes de Jasper no tienen el mismo efecto que en
Kenzo Tanaka. Silas tropieza y se tambalea sin caer.

Cuando suena la campana, está claro que Jasper ha ganado a los


puntos. Tanto él como Silas están hechos un desastre, con la sangre
lloviendo sobre la lona.

Por el contrario, Dean hace un corto trabajo con Kasper Markaj.


Zoe quiere animar a Kasper, a pesar de que es de Cuarto, pero está
claro desde el principio que no puede seguir el ritmo de Dean.
Dean se mueve a través de su juego de pies con una gracia
balletística. Cada golpe es rápido, calculado y terriblemente fuerte.
Sus puños son guadañas que cortan el aire.

La señorita Robin se inclina hacia delante en su asiento, con sus


ojos oscuros fijos en los luchadores. Sus mejillas están sonrojadas, y
parece paralizada, apenas respirando.

Me parece que podría haber venido a este evento en particular


porque le gusta el boxeo. Es una preferencia curiosa para alguien tan
gentil, pero la gente no siempre se parece a sus intereses. Hay
muchas abuelas a las que les gusta la lucha libre, o moteros a los que
les gusta hornear.

Dean tira a Kasper a la lona tres veces en el primer asalto. En la


tercera caída, Kasper no se levanta. Concede la victoria, saliendo a
trompicones del ring apoyado por el profesor Howell.

Dean levanta su propio puño enguantado en señal de victoria,


severo y sin sonreír. No parece alegrarse de sus victorias. Sin
embargo, se nota lo mucho que las desea.

El profesor Howell anuncia una pausa más antes de la ronda


final.

Ni una sola persona se levanta de su asiento.

Todo el mundo tiene una gran curiosidad por saber si Dean


seguirá prevaleciendo o si Jasper se convertirá en una especie de
caballo negro.

―Ni siquiera sabía que era tan buen luchador ―dice Leo.
―Yo sí ―responde Miles, sin sonreír―. Lo he visto en la clase de
Combate.

―Aún así... derribando a Silas...

―Silas estaba bastante golpeado desde su primer combate ―dice


Ares.

Hedeon no se une a la conversación. La leche y las galletas


parecen haberle reanimado un poco, pero sigue melancólico y
pálido.

Dean y Jasper ocupan sus lugares en el ring. Jasper está muy


marcado por su batalla con Silas, mientras que el rostro de Dean está
casi impoluto. Ninguno de los dos chicos muestra un rastro de
nerviosismo, sólo una fría intención. Dean también se ha quitado la
camiseta, su cuerpo es un testimonio de interminables horas en el
gimnasio: un entrenamiento concentrado y repetido que esculpe
cada músculo hasta alcanzar la perfección sobrehumana.

―Dios todopoderoso ―dice Chay en voz baja.

Anna le lanza una aplastante mirada, probablemente en beneficio


de Leo.

―¡Lo siento! ―Chay chilla―. Sé que lo odiamos, pero es un puto


espécimen. No te preocupes, Leo, tú también lo eres; te vi desnudo
en el comedor, así que sé lo que tienes. Sólo digo...

Leo no parece molesto, pero Ozzy se ha quedado callado en el


lado opuesto de Chay.

Suena el timbre y Dean y Jasper cierran el espacio rápido y


silenciosamente. Como halcones, se abalanzan, se retuercen y se
lanzan el uno contra el otro, aferrándose y separándose sólo para
atacar de nuevo, incluso más rápido que la pelea de Dean con Zeke
Golden. Tengo las manos apretadas contra la boca, mordiéndome
con fuerza el nudillo sin darme cuenta.

Los golpes se suceden a un ritmo casi constante, tanto Dean


como Jasper hacen una mueca de dolor y escupen sangre, pero
ninguno de los dos se frena ni un instante.

Jasper pone a Dean contra las cuerdas y lo golpea con una


combinación de golpes que parece que va a ganar el combate. Dean
responde con una andanada de golpes que son los primeros que
Jasper parece sentir realmente. Cae sobre su rodilla y Dean lo golpea
de nuevo, dejándolo en la lona.

El combate ha terminado. Dean ha ganado.

―Tal vez Jasper podría haberlo conseguido si no hubiera luchado


primero contra Silas ―dice Chay.

―Lo dudo ―dice Leo, sacudiendo la cabeza―. Dean es tan


jodidamente bueno.

Sé que la animosidad entre Leo y Dean sigue siendo cruda, pero


el pragmatismo de Leo no le permite negar la habilidad de Dean. Es
realista, le guste la verdad o no.

―¡Tú eres el que lo eligió! ―Anna le recuerda a Leo―. ¡Ganamos


el segundo reto!

―Lo ganó Dean ―se ríe Leo.

―Bajo tu excelente liderazgo. ―Le da un ligero beso en la boca.


Veo que Miles y Zoe intercambian otra mirada. Probablemente
deseando poder ser cariñosos cuando y donde quieran. Deseando
que, al igual que Anna y Leo, su contrato matrimonial fuera una
licencia para salir y no una sentencia de prisión.

―Bueno ―suspiro―. Será mejor que me vaya. Tengo que trabajar


en un proyecto de codificación con Rakel esta tarde.

―¿Ahora te habla? ―Chay se ríe.

―¡A veces! ―le digo―. Mucho, en realidad.

―Apuesto a que la pobre Anna desearía que le diera el


tratamiento de silencio de vez en cuando ―dice Chay, sonriendo a
Anna.

―Sólo después de medianoche ―refunfuña Anna.

Bajo de las gradas y pienso dirigirme al laboratorio de


informática de la Fortaleza.

Unos pasos pesados me siguen. Me vuelvo, esperando ver a Leo


o a Miles, o tal vez a Ares. En cambio, encuentro a Hedeon a un
brazo de distancia.

―Oh, hola ―digo―. ¿Tú también tienes clase en la Fortaleza?

―No ―dice Hedeon brevemente.

Todavía parece pálido y fuera de sí. No creo que haya disfrutado


en absoluto de las peleas.
Tampoco espero que camine conmigo o que me hable. Puede que
hayamos bailado juntos en Halloween, pero Hedeon y yo no somos
amigos. Estoy segura de que el baile fue puramente por necesidad:
hay escasez de chicas en Kingmakers, y Chay, Anna y Zoe ya
estaban ocupadas.

Por eso me sorprende que Hedeon me siga el ritmo, silencioso y


con el ceño fruncido, como una sombra alargada y gruñona.

―Se te dan bien esas clases de hackeo ¿eh? ―dice bruscamente.

―Eh, claro... bastante bien ―respondo―. Estoy aprendiendo.

―¿Tienes acceso a los ordenadores de la escuela?

―Sí... ―digo con dudas―. Acceso limitado.

―¿Podrías conseguir más?

Me mira con ojos azules afilados bajo las rectas y oscuras barras
de sus cejas. Su voz es tranquila, pero oigo el filo oculto debajo,
como una hoja de afeitar enterrada en una magdalena.

Dejo de caminar.

―¿Qué me estás preguntando, exactamente?

Hedeon me agarra del brazo y tira de mí hacia la sombra de la


Armería, fuera del flujo de estudiantes que se dirigen a la Fortaleza.

―Quiero saber si puedes hackear el servidor de la escuela.

―No tengo ni idea ―digo, mirándolo a la cara―. No lo intentaría.


―Podría pagarte ―dice Hedeon. Oigo la urgencia ahora, lo
mucho que quiere esto.

Debería decirle que no, ni siquiera debería hablar de esto, pero


me pica la curiosidad.

Solía ocuparme de mis propios asuntos. Solía ser tímida y segura.

Desde que llegué a Kingmakers, me he vuelto mucho más


curiosa. Hay un mundo de secretos y mentiras a mi alrededor. Me
gustaría saber las respuestas a algunas cosas...

Tal vez los Espías me están contagiando después de todo.

―Tengo que saber lo que estás buscando ―digo―. Si no, no sabré


si puedo hacerlo.

Hedeon estrecha los ojos hacia mí, desconfiado.

Intento mantener mi expresión inocente, de ojos abiertos. Como


si sólo quisiera ayudarle.

―Necesito acceder a los registros de los estudiantes ―dice―.


Registros antiguos.

―¿Crees que están en un servidor? ―le digo―. Pensé que todo en


Kingmakers estaba escrito a mano.

Pienso en nuestras cartas de aceptación, nuestros contratos,


nuestras tareas, nuestras calificaciones. Mi impresión era que todo se
guardaba en papel para poder quemarlo o eliminarlo sin que
quedara constancia permanente.
―No hay nada en los archivos ―dice Hedeon, frustrado―. Los
registros deben estar en otra parte.

Contengo la respiración, dándome cuenta de que Hedeon ya le


hizo esta pregunta a Saul. Por eso estaba en la habitación de Saul el
día que me topé con él en el sótano: quería que Saul comprobara los
archivos, a los que tiene acceso como ayudante de biblioteca.

Saul debe haberle dicho que no había registros ahí abajo.

Lo que significa que deben estar en línea.

O almacenados en otro lugar.

―No sé si puedo siquiera mirar ―le digo a Hedeon―. Todas


nuestras pulsaciones son rastreadas en el laboratorio de informática.
Estoy segura de que tienen una protección bastante fuerte contra el
acceso al servidor de la escuela.

Hedeon ya se ha dado la vuelta, con una clara decepción en su


bello rostro.

Es esa mirada de angustia la que me aguijonea, convirtiendo la


curiosidad en culpa. Quiero ayudarlo.

―¡Espera! ―digo, llamándolo de nuevo.

―¿Qué? ―Hedeon se acerca a mí, tan enojado como desanimado.

―¿Qué pasa con los establos?

Frunce el ceño, sin entenderme.


―La noche de la fiesta de Halloween, estaba sentada sobre una
pila de cajas y las volqué. Había un montón de papeles dentro,
documentos antiguos. Ese sofá es de la Rectoría, lo dice todo el
mundo. ¿Quizá los papeles también lo sean?

Hedeon lo considera, con los labios apretados.

―Voy a mirar ―dice. Y luego, como una idea tardía―: Gracias.

―No hay problema. Espero que sea de ayuda.

Su rostro se ensombrece una vez más y gruñe:

―No le cuentes esto a nadie, Cat. A nadie, ni siquiera a Zoe.

―No lo haré ―digo―. Es decir, ni siquiera sé nada.

Hedeon me mira detenidamente y luego se aleja.

Es cierto, no sé nada.

Pero si Hedeon quiere los viejos registros de la escuela... entonces


estoy empezando a adivinar.
16

ZOE

El clima se calienta rápidamente a medida que nos adentramos


en la primavera. Los estudiantes empiezan a hacer más fiestas al aire
libre, en la playa de la Luna y en los fondos del río.

He recibido tres cartas muy desagradables de mi padre después


de que mis primos me denunciaran por asistir a esas fiestas. Arrugué
las cartas y las tiré a medio leer. Puede que sea una locura, pero
estoy empezando a pensar que el plan que Miles y yo formulamos
podría funcionar, lo que me hace ser inusualmente imprudente.

De cualquier manera, mi padre no puede tocarme aquí. Podría


castigarme durante el verano, pero si la visita de Miles tiene éxito
cuando termine el año escolar... todo cambiará.

Intento no tener esperanzas. Tratando de no pensar en ello.

Lo cual no es tan difícil, porque mi mente está llena del propio


Miles. Nunca me ha costado tanto prestar atención en clase. Cada
minuto que estamos separados fantaseo con escaparme con él de
nuevo. Me imagino su sonrisa torcida, su risa baja y burlona, sus
ojos grises y claros que me recuerdan al acero, al humo, a la luz de la
mañana...

Me imagino su cuerpo con su rica piel morena y su densa


musculatura, su cálida carne y sus aún más cálidas manos que me
agarran y manipulan como a una muñeca en sus brazos, mientras yo
me dejo llevar por olas de placer que son empinadas e
interminables...
Nunca había sido feliz, no realmente. Nunca supe lo que se
sentía.

La felicidad es estimulante y embriagadora, me emborracho con


ella, me hace creer que puedo hacer cualquier cosa y me hace creer
que todo estará bien.

Me está cambiando. Y también está cambiando a Miles.

―Nunca lo había visto así ―me dice Anna―. No estoy diciendo


que antes fuera un idiota; quiero decir que siempre fue amable
conmigo cuando le apetecía, pero estaba obsesionado con hacer todo
a su manera, sin ayuda. Todo el mundo es su amigo y todo el mundo
le debe favores, pero al final se trataba de Miles y de lo que él quería.
Estás sacando lo mejor de él, Zoe. Dándole algo por lo que
preocuparse fuera de sí mismo.

―No sé de qué hablas ―digo, sonrojándome―. No estoy tratando


de cambiarlo. Me gusta tal y como es.

Anna se ríe.

―Oh, lo haces ¿verdad? ¿Has olvidado al Miles del año pasado?


Te debes de estar enamorando duro.

La miro con la boca abierta, realmente había olvidado que Miles


me caía mal en mi primer año. Ahora parece imposible, como si yo
fuera una persona completamente diferente. Alguien tensa y
miserable, lo que por supuesto es cierto.

―Espero que te siga gustando. ―Anna me sonríe―. Podríamos


ser familia.
La idea me golpea como un rayo de pura alegría. Anna y Leo
como familia de verdad, no sólo como amigos... Miles como mi
familia...

Lo deseo. Lo deseo tanto que parece que me va a destrozar.

―¿Vas a salir con nosotros esta noche? ―le pregunto a Anna.

―Ojalá pudiera ―suspira―. Tengo que entregar tres trabajos


diferentes. Leo me va a hacer compañía en la biblioteca, aunque no
debería dejarlo. Me distrae más de lo que me ayuda.

―Ven a acompañarnos más tarde si puedes.

Chay nos interrumpe, irrumpiendo en la habitación con los


brazos cargados de libros. Los deja en la cama, gritando:

―¡Que se jodan las clases! ¡A la mierda los deberes! ¿Cuándo es


nuestro picnic?

―Dentro de una hora ―me río―. Préstame algo bonito para


ponerme.

Chay, Ozzy, Miles y yo planeamos hacer un picnic fuera de los


terrenos de la escuela. Esperaba que Anna y Leo pudieran
acompañarnos también, pero parece que estarán ocupados de la
misma manera que Cat, ahogados en los exámenes parciales.

De todos modos, Anna nos ayuda a prepararnos y me elige unos


pantalones y unas botas. Chay me presta una camiseta de Queen de
gran tamaño. No puedo pedirle prestados los pantalones a Chay
porque es mucho más baja que yo y me quedarían más bien como
capris.
―Déjame maquillarte ―exige Chay.

―No demasiado ―le advierto.

―¡Nunca hago demasiado! En ti… ―Chay corrige, riendo.

Chay me pone un bonito y sutil ojo ahumado y un poco de brillo


de labios. Me recojo el pelo en una coleta desordenada. Con la
camiseta de la banda y las botas de Anna, me siento un poco rockera.
Me gusta. Nunca me había sentido 'cool' en mi vida antes de conocer
a estas chicas.

Chay se pasa cuarenta minutos más rehaciendo su propio y


elaborado maquillaje, hasta que me revuelvo con impaciencia y casi
la saco de la puerta.

―¡Muy bien, muy bien! ―dice ella―. ¡Ya voy!

Chay está sorprendentemente dulce y femenina con un vestido


blanco de verano, una chaqueta de punto y unas alpargatas. Las
mechas rosas se han desvanecido de su pelo, por lo que ahora es sólo
una suave y esponjosa melena de su habitual rubio fresa, que
contrasta muy bien con su bronceado dorado.

Cuando nos reunimos con Ozzy y Miles fuera de los muros de


piedra de Kingmakers, Ozzy se queda mirando a Chay con
expresión de asombro.

―Eres simplemente... la perfección ―dice.

En lugar de reírse y asentir como haría normalmente, Chay dice:

―Es muy amable por tu parte, Ozzy.

É
―Él me ha robado las palabras de la boca ―gruñe Miles,
deslizando su brazo alrededor de mi cintura―. ¿Qué puedo decirte
ahora? ¿Qué es mejor que la perfección?

―Esto ―digo―. Este momento, ahora mismo.

El atardecer es cálido y tranquilo, con el fresco aroma de la hierba


nueva en el aire. Pequeñas mariposas blancas como el papel
revolotean sobre las flores silvestres del campo. La luz es dorada y
suave.

No debería dejar que Miles me tocara mientras estamos a la vista


de la escuela, pero no hay nadie cerca, me siento segura y sonrojada
de felicidad.

―¿Adónde deberíamos ir? ―pregunta Chay.

Ozzy se echa la mochila al hombro.

―Estaba pensando que podríamos ir a los acantilados sobre la


Playa de la Luna ―dice―. Ver cómo se pone el sol.

Caminamos por el campo, a través de una franja de bosque, y


luego hacia el oeste a través de los viñedos. Las vides están
empezando a florecer, las hojas verdes y exuberantes pero las uvas
aún son diminutas y duras.

―La terraza detrás de la casa de mis padres está cubierta de uvas


―me dice Miles.

―¿Ah, sí?

―Son viñas viejas, traídas desde Italia hace doscientos años.


―¿Tu familia las trajo?

Miles asiente.

―Teníamos una vieja casa georgiana en Chicago, ha pertenecido


a la familia durante generaciones. Mi abuelo Enzo vivió ahí, mi
madre nació ahí y vivió ahí toda su vida, las uvas crecían por el lado
de la casa y sobre la pérgola del tejado, pero la casa se quemó.

Gimo con simpatía.

―En realidad ―Miles suelta una carcajada corta y sin gracia―. El


abuelo de Dean la incendió. Alexei Yenin... imagínate a Dean, con
formación en la KGB9 y una actitud aún peor. El padre de Leo se
casó con la hija de Alexei ¿lo sabías?

Asiento con la cabeza. Anna me lo contó cuando me explicó la


torturada historia entre los primos.

―En fin, el padre de Leo, Sebastian, estaba en la casa en ese


momento, con el padre de Dean, Adrian Yenin. A Alexei no le
importó. Puso una bomba incendiaria en la casa con su propio hijo
dentro. Sebastian dejó que Adrian muriera, y casi lo hizo. Se quemó
la mitad del cuerpo.

Ozzy y Chay escuchan con la misma atención que yo, aunque


estoy segura de que Ozzy, al menos, ha escuchado esta historia
antes.

―El tío Seb luchó contra Alexei Yenin y lo mató. Fue una
venganza, porque Alexei ya había matado al abuelo Enzo. También
intentó matar al resto de mis tíos. Seb y el tío Miko, el padre Anna,
ya lo conocen...
Chay asiente.

―Derrotaron a los Bratva. Recuperaron su mitad de Chicago, pero


la casa quedó totalmente destruida: los libros, las fotografías, el
piano de mi abuela, incluso los autos del tío Nero en el garaje
subterráneo. Mi familia estaba devastada, no intentaron
reconstruirla.

»La primavera siguiente, mi madre volvió al solar antes de que lo


limpiaran y lo vendieran. Encontró un racimo de uvas que aún
crecía, era verde donde el resto de las vides no eran más que cenizas.
Lo desenterró y lo replantó en el lago, donde ella y mi padre estaban
empezando a construir su propia casa. Creció perfectamente, las
uvas son más gruesas que nunca, las abejas y las avispas se
emborrachan cada otoño.

Nunca había oído a Miles hablar así. Le encanta hablar de sus


planes para el futuro. Nunca le he oído ponerse sentimental.

―La casa del lago es preciosa ―me dice Ozzy―. La he visitado: se


ven árboles y agua desde todas las habitaciones.

Miles me habló de la casa, de su hermano pequeño y su hermana,


y de sus padres: el severo príncipe mafioso irlandés y la salvaje
princesa italiana que se casaron contra su voluntad para evitar una
guerra total entre sus familias.

Obviamente, odio la idea de cualquier tipo de matrimonio


forzado, pero Miles me aseguró que no fueron enemigos por mucho
tiempo.

―Una vez que dejaron de intentar matarse mutuamente, se


llevaron muy bien ―dijo riendo.
Ese es un resultado que nunca podría ocurrir para Rocco y para
mí.

Uno que ni siquiera querría, ahora que me he enamorado


perdidamente de Miles. No hay otro final feliz para mí. Quiero a
Miles, y a nadie más.

―Quiero que lo veas ―me dice ahora Miles―. quiero que veas las
uvas y la casa del lago. Quiero que conozcas a mi familia.

―Me encantaría ―digo, tragando con dificultad. En realidad, me


intimida la descripción de los padres de Miles. Son brillantes y
despiadados: dirigen medio Chicago. Como nunca he conocido a
unos padres cariñosos, me cuesta imaginarme a personas poderosas
que también puedan ser cariñosas y solidarias con sus hijos.

―Le hablé a mi madre de ti ―dice Miles.

―¿Lo hiciste?

Me quedo como piedra, a pesar de todas las promesas que Miles


me hizo, esto es algo diferente, algo concreto y real. No lo habría
hecho si no se tomara en serio lo de avanzar en nuestra relación.

―¿Tú le has hablado a tu madre de mí? ―le dice Chay a Ozzy, a


su manera burlona. Está bromeando: no espera que Ozzy les cuente
a sus padres lo que han hecho.

Pero Ozzy la mira a los ojos, con el rostro serio.

―Sí ―dice―. Lo hice.

Chay se queda sorprendida. Se queda callada un momento y


luego dice:
―¿Qué le dijiste?

―Le he dicho que he conocido a una chica atrevida, divertida y


creativa, y absolutamente preciosa, y que estoy loco por ella.

Los ojos azules de Chay se abren de par en par y se sobresaltan.


Por una vez, no se ríe.

Abre la boca para responder, pero no parece saber qué decir.

No importa, hemos llegado a los acantilados, así que se ahorra la


respuesta.

Ozzy abre su mochila y saca una manta, una botella de vino,


varios paquetes de sándwiches y media docena de manzanas.

―No hay vasos ―dice Ozzy―. Parecía que sólo acabarían


destrozados.

―Te has acordado del abre botellas ―dice Miles, sacando el


corcho―. Eso es lo único que importa.

El vino es de los mismos viñedos que acabamos de atravesar. La


botella lleva una etiqueta sencilla y oscura que muestra el contorno
de la isla, sin texto. Es un pinot noir rico y oscuro que hay que beber
con cuidado, porque los efectos se hacen sentir rápidamente.

Chay está inusualmente callada mientras comemos y bebemos,


mirando el sol poniente sobre el agua espumosa.

Hemos llegado justo a tiempo para ver cómo la pesada esfera


naranja se hunde en las olas. Las nubes cubren el cielo lo suficiente
como para que podamos mirar directamente al oeste y ver cómo los
colores pasan del rosa al naranja y al rojo intenso.
―Háblame de tu familia ―le pregunta Chay a Ozzy, una vez que
hemos bebido más de la mitad del vino.

―Soy hijo único ―dice Ozzy, dando un agresivo mordisco a una


manzana―. Sin embargo, tengo un millón de primos. Crecimos
salvajes y asilvestrados en Tasmania. Íbamos a surfear a la Bahía de
los Fuegos hay líquenes anaranjados por todas las rocas, así que
parece realmente fuego, especialmente cuando hay una puesta de sol
como ésta. En febrero, cuando florecen los campos de lavanda, nos
paseamos por ellos. También hay campos de tulipanes y granjas de
frambuesas. Nadie sabe lo bonito que es porque nadie viene a verlo.

La cara de Ozzy está medio iluminada por el sol poniente. Las


sombras resaltan las líneas escarpadas de su ancha nariz y
mandíbula y los profundos hoyuelos cuando sonríe. Puede que
Ozzy no sea convencionalmente guapo, pero su calidez y encanto
son innegables, sobre todo cuando habla con su brillante y
cadencioso acento.

―Me gustaría verlo ―dice Chay en voz baja. Se mira las manos
cuando lo dice, y luego echa una rápida mirada a Ozzy.

―No me tomes el pelo, chica ―gruñe él―. Te compro un billete


ahora mismo.

Me recuesto contra el pecho de Miles, sintiéndome caliente como


una tostada con sus brazos alrededor de mí. A medida que el cielo se
oscurece, el ritmo de su respiración me mece, y me entra sueño y
paz.

―¿En qué estás pensando? ―Miles murmura en mi oído.

―Estoy pensando que este es el mejor día de mi vida ―digo―.


Todos los mejores días han sido contigo. Cada vez son mejores.
―Mi madre me dijo eso una vez ―dice Miles en voz baja―.
Cuando encuentras a tu alma gemela... cada día es el mejor día.

Me echa la cabeza hacia atrás para poder besarme.

―Entonces no lo entendía ―dice―. Ahora empiezo a entenderlo.

Levanto la mano para enredar mis dedos en sus gruesos y


oscuros rizos. El beso se hace más profundo y Chay dice:

―Ozzy, llévame a dar un paseo para que se me pase la


borrachera antes de volver.

―Claro ―dice Ozzy afablemente.

Sé que se van para darnos a Miles y a mí un poco de privacidad,


y lo agradezco.

En cuanto se pierden de vista, caminando hacia el sur por los


acantilados, Miles empieza a desnudarme. Ahora que el sol casi se
ha puesto, sopla una brisa procedente del agua. Se siente fresca y
deliciosa, líquida contra mi piel desnuda. Miles me desnuda por
completo y luego recorre con sus dedos mi piel, trazando el perfil de
mi nariz, mis labios y mi barbilla, y luego dibujando las curvas de
mis pechos, rodeándolos lentamente hasta que las yemas de sus
dedos me acarician los pezones hasta convertirlos en puntos duros y
dolorosos.

Pasa su mano ligeramente por mi ombligo. Sus dedos me


acarician como la brisa, como si yo fuera una doncella que se ha
quedado dormida en un campo y él fuera el dios del viento, que ha
venido a arrasar conmigo.
―Eres el espectáculo más hermoso que he visto nunca, Zoe
―gruñe, con la voz baja y gruesa―. Ninguna puesta de sol, ningún
cuadro, ninguna creación de dios o del hombre es más
impresionante que tú. ―Se ríe―. Ni siquiera en Tasmania.

Debería tener miedo: estoy desnuda como un pájaro, al aire libre


en la cima del acantilado, donde cualquiera podría verme. Los
estudiantes vagan por toda la isla.

Pero no siento nada más que pura felicidad. Miles es una droga,
sus efectos son un abandono temerario.

―Tómame ―le ruego―. Aquí mismo, ahora mismo.

No tengo que pedírselo dos veces. Miles pone su cara entre mis
muslos, separando mis rodillas con sus manos para abrir mi coño
como a él le gusta. Me lame por todas partes, asegurándose de que
estoy húmeda y palpitante y preparada para él. Nunca se cansa de
comerme el coño, lo disfruta incluso más que yo, si es que eso es
posible: lo desea siempre.

Nunca he pensado en esto como un acto de dominación, pero


Miles nunca tiene más control sobre mí que cuando está entre mis
piernas, orquestando una sinfonía de sensaciones que estalla en cada
célula de mi cuerpo, dominándome de pies a cabeza. Es mi dueño
así, le daría cualquier cosa del mundo, con tal de que no se detenga.

Me hace rogar y llorar. Me hace sentir que me estoy muriendo y


cuando estoy sin fuerzas y temblando de placer, es cuando me
monta y mete su polla dentro de mí. Todo lo que puedo hacer es
aferrarme a él con mis brazos alrededor de su cuello mientras la
sensación empieza a crecer de nuevo.
No sabía que el sexo pudiera tener tantas personalidades. A
veces Miles me da órdenes, y el juego de poder de su dominio y mi
sumisión es dolorosamente erótico. A veces follamos como animales,
impulsados a arañar y morder mientras nos apareamos; y a veces el
sexo es así: lento y sensual, más dulce que la miel y más cálido que
un baño.

Nuestros cuerpos se funden, nuestras bocas se cierran y nuestras


lenguas se entrelazan, apenas puedo decir dónde termina Miles y
dónde empiezo yo. Las olas que bañan la playa de la Luna son
distantes y relajantes, el cielo está completamente oscuro, el capullo
de esa oscuridad me hace sentir que Miles y yo estamos solos en el
mundo, dos personas que en realidad son una sola persona, un solo
ser.

―Te amo ―susurro. No sé si lo he dicho en voz alta o sólo en mi


cabeza.

―Te amo ―dice Miles, al mismo tiempo.

Nunca he sentido una conexión como esta, ni un placer como


este.

No puedo renunciar a ello. No por nada.

Miles me folla profunda, lenta y duramente. La cabeza de su


polla golpea el punto más lejano dentro de mí, lo que debería ser
incómodo, incluso doloroso. Estoy tan excitada que no es doloroso,
sino profundamente satisfactorio. De hecho, empiezo a sentir un
intenso placer en ese punto oculto, nervios que nunca han sido
tocados antes y que se activan. Se activan, una sensación totalmente
nueva, y empiezo a tener un orgasmo como nunca antes, en un
punto que ni siquiera sabía que podía sentir.
El orgasmo se dispara en oleadas, apretando la polla de Miles y
el también empieza a correrse, no puede contenerse si me corro
mientras está dentro de mí.

Miles me aplasta entre sus brazos, se introduce profundamente


en mí y mantiene su polla ahí mientras se agita y pulsa en respuesta
a mi clímax. Sigo corriéndome, es un orgasmo largo y continuo que
se perpetúa tanto como el suyo, quizá incluso más.

Los dos jadeamos y sudamos con la brisa fresca. Odio tener que
volver a vestirme, porque preferiría estar en sus brazos toda la
noche.

Apenas me visto a tiempo, antes de oír a Ozzy gritar:

―Déjenlo, tortolitos, tenemos que volver.

Oigo a Ozzy y a Chay caminando por la hierba alta antes de


verlos. La gran sonrisa de Ozzy brilla en su rostro, y el pelo de Chay
parece lo suficientemente despeinado como para suponer que su
paseo se ha convertido en algo similar a lo que Miles y yo estábamos
haciendo.

Ozzy empieza a recoger las provisiones del picnic mientras Miles


sacude la manta.

―Deberíamos haber traído una linterna ―dice Chay.

―La luna saldrá en un minuto ―dice Miles―. Llegaremos bien.

Efectivamente, la luna sale brillante y llena, un disco plateado y


plano que ahoga las estrellas.
Es lo suficientemente brillante como para que no tropecemos
mientras volvemos a través de los viñedos.

De todos modos, no creo que vaya a tropezar; me siento como si


estuviera flotando, con mi mano envuelta en la de Miles y mis pies
apenas tocando el suelo.

Nada podría arruinar este momento.

Hasta que salimos de los árboles que bordean el viñedo y una


voz horriblemente familiar nos dice:

―Ahí están. Pensamos que los habíamos perdido.

Cuatro figuras están de pie en el campo al sur de Kingmakers:


Wade Dyer, Dax Volker, Jasper Webb y Rocco Prince. Forman una
barrera entre nosotros y el castillo.

Los dedos de Miles se cierran con fuerza alrededor de los míos


mientras su cuerpo se pone tenso como una piedra y echa una
rápida mirada detrás de nosotros. Sé que está pensando en decirme
que corra, pero lo único que hay detrás de nosotros son los
acantilados y el camino que baja a la Playa de la Luna, que es otro
callejón sin salida.

Nos hemos descuidado. Rocco no me ha hablado en semanas.


Nos adormeció con una falsa sensación de seguridad, que estoy
segura era exactamente su intención. Dejó que Miles y yo nos
envolviéramos el uno en el otro, olvidando que Rocco existía,
mientras que él nunca se olvidó de nosotros en absoluto.

―¿Qué quieres? ―Miles dice.


Sé que tiene miedo, porque puede ver la fealdad de nuestra
situación tan bien como yo,, pero no hay ningún indicio de miedo en
su voz. Suena tan fuerte y claro como siempre.

―Quiero lo que siempre he querido ―dice Rocco en voz baja. Su


pálido rostro parece plano y ceroso a la luz de la luna―. Quiero a
Zoe.

Antes de que pueda abrir la boca para responder, Miles se pone


delante de mí.

―No ―dice.

Rocco se ríe. Su risa es más aliento que sonido, inquietantemente


repetitiva.

―Vamos a golpearte hasta que apenas parpadees, Miles. Luego


voy a tomar lo que me prometieron. Me voy a follar a Zoe delante de
ti. Tal vez deje que Wade, Dax y Jasper se turnen. Te quedarás ahí
mirando, ahogándote en tu propia sangre y cuando termine, ambos
entenderán finalmente la verdad, ella me pertenece. Siempre lo ha
hecho y siempre lo hará.

Mueve la cabeza hacia Chay y Ozzy.

―Ustedes dos pueden irse.

Chay se burla en su cara.

―¿Con quién diablos te crees que estás hablando? No vas a tocar


a nuestros amigos.

Nunca he querido más a Chay que en este momento, pero a


diferencia de Miles, su voz no es tranquila y segura. Está tensa por el
miedo, saliendo una octava más alta de lo normal.

Ozzy la apoya, dirigiéndose a Wade, Dax y Jasper, porque sabe


que no tiene sentido razonar con Rocco.

―No sean estúpidos ―dice―. Esto no acabará bien para ninguno


de ustedes.

Wade sonríe, su rostro apuesto no parece nada apuesto cuando


se retuerce con desdén.

―Por favor, dime que esto no era una cita doble, Chay ―se
burla―. Follar con este sucio degenerado es una cosa, pero salir con
él... di que no es así.

Chay responde al desprecio de Wade con una mirada fría.

―Es diez veces más hombre que tú ―dice.

Wade deja de sonreír.

―Será diez veces más hombre cuando lo haga pedazos


―arremete. Avanza a grandes zancadas.

Grito:

―¡No! ―Intentando salir de detrás de Miles, pero no me deja, me


bloquea con el brazo.

―¡Déjalos en paz! ―grito por encima del hombro de Miles.

―Ven conmigo ahora y lo haré ―sisea Rocco, sus ojos oscuros y


brillantes en su cara blanca.
―De ninguna puta manera ―ladra Miles, antes de que pueda
responder.

―Que así sea ―dice Rocco, sacando la hoja de su cuchillo.

Wade, Dax, Jasper y Rocco cargan contra nosotros a la vez.

Wade y Dax corren hacia Ozzy, Jasper hacia mí y Rocco hacia


Miles.

Es un borrón de movimiento y confusión en la débil luz.

La mitad de lo que percibo son gruñidos y gritos, más que lo que


realmente puedo ver.

Rocco lanza su cuchillo salvajemente contra Miles, la hoja entra y


sale de la vista al reflejar la luz de la luna. Miles se retuerce y
esquiva, la punta lo alcanza al menos dos veces, cortando su camisa
y cortando su brazo.

Jasper se acerca a mí igual que atacó a Dean en el cuadrilátero,


con una velocidad vertiginosa y un silencio absoluto. Intento
zafarme de su agarre, pero es mucho más rápido que yo. Sus brazos
me rodean, más duros que el hierro.

Intentando recordar todo lo que aprendí en la clase de combate,


piso con fuerza su pie derecho y me echo la cabeza hacia atrás,
golpeándole en la boca con la parte posterior del cráneo. Oigo el
gruñido de dolor de Jasper y la sangre caliente salpica mi brazo.

Los brazos de pitón de Jasper apenas se relajan por un momento.


Cuando intento alejarme de él, me rodea la garganta con el
antebrazo y me inmoviliza contra su pecho.
Veo a Wade y a Dax golpeando a Ozzy, una vorágine de
puñetazos en la que Ozzy da lo mejor de sí mismo porque es fornido
y poderoso. Sus apretados puñetazos salen disparados de su cuerpo,
golpeando a los otros dos chicos con golpes resonantes. Sin
embargo, Wade y Dax son más grandes y están acostumbrados a
luchar. Arrasarían a Ozzy en minutos, si no se hubieran olvidado de
Chay.

Ella salta sobre la espalda de Dax, cerrando ambos brazos


alrededor de su garganta y estrangulándolo con fuerza. Dax se
tambalea hacia atrás, tratando de quitársela de encima. Mientras
tanto, Ozzy aborda a Wade. Ruedan por la hierba pisoteada,
golpeándose y estrangulándose.

Yo sigo retorciéndome y agitando los codos, intentando golpear a


Jasper en el cuerpo, pero cuanto más lucho, más me aprieta el brazo
en la garganta. Estoy tan mareada que apenas puedo mantenerme en
pie.

Rocco da otro golpe en la cara de Miles. Esta vez, Miles consigue


atrapar la muñeca de Rocco y sujetarla. Rocco golpea a Miles con su
mano libre, tres veces en el costado de la cara, pero Miles mantiene
su agarre mortal sobre el cuchillo de Rocco con ambas manos,
retorciendo la muñeca de Rocco hasta que el cuchillo vuela por el
aire y aterriza en la hierba junto a la bota de Ozzy.

Ahora Rocco y Miles están peleando en serio, y me doy cuenta de


que he subestimado a Miles una vez más, nunca lo había visto
pelear. En este momento, Miles no es un bailarín o un negociador, es
un maldito asesino. Parece enloquecido mientras golpea a Rocco una
y otra vez con golpes salvajes sin ninguna precaución detrás de ellos,
ningún indicio de contención.

Rocco es una serpiente, pero Miles es un león. No importa cómo


Rocco lo golpee, muerda y arañe, Miles responde con el doble de
furia.

Me animo con Miles y redoblo mis esfuerzos para liberarme de


Jasper. Me retuerzo y me agito hasta que consigo llegar a él y
golpearle en las pelotas con el lateral de mi puño. Eso es lo que
finalmente lo obliga a soltarse. Me libero justo en el momento en que
Wade Dyer le propina a Ozzy un golpe demoledor que lo hace caer
al suelo.

Dax se tambalea mientras Chay le corta el aire. Wade carga


contra Chay y le da un puñetazo en un lado de la cara, lo
suficientemente fuerte como para que pierda el control y caiga al
suelo.

Tanto Miles como Ozzy rugen de indignación. Miles lanza a


Rocco mientras Ozzy se levanta a trompicones y carga contra Wade.
Miles golpea a Dax dos veces en la cara, lo que es suficiente para
acabar con él, todavía mareado y jadeante por la llave de cabeza de
Chay. Mientras tanto, Ozzy golpea a Wade con una furia hasta ahora
desconocida. Wade le da un codazo a Ozzy en la cara, con un
chasquido de hueso contra hueso que le rompe la nariz.

Miles está tan enfurecido que salta sobre Wade, golpeándolo una
y otra vez.

La cara de Wade es una máscara de sangre, y aun así Miles lo


golpea.

Miles parece loco, completamente fuera de sí.

―¡Detente! ―grito, agarrándolo por el hombro y arrastrándolo


hacia atrás.
Miles intenta soltarse, con los puños ensangrentados todavía en
alto, pero lo agarro de la camisa y tiro con tanta fuerza que se cae
hacia atrás encima de mí.

Wade tiene un aspecto demoníaco, con los ojos brillantes en su


rostro empapado de sangre.

Aullando como un animal, carga contra Ozzy, que busca a tientas


en la hierba a su lado y coge el cuchillo de Rocco.

Wade salta sobre Ozzy y éste le blande el cuchillo.

―¡No! ―grito.

El cuchillo desaparece en el lateral del cuello de Wade.

Mi grito sigue resonando mientras el silencio absoluto cae sobre


el grupo.

Rocco se levanta, con los ojos fijos en Wade y el rostro totalmente


inexpresivo.

Jasper ha retrocedido varios pasos. Se queda solo, con una mano


esquelética presionando su labio sangrante.

Dax está medio inconsciente, sin darse cuenta de lo que está


pasando.

Chay tiene los ojos muy abiertos, con las dos manos tapándose la
boca.

Ozzy se queda inmóvil, horrorizado por lo que ha hecho.


Y Miles parece estar a punto de vomitar.

―No te muevas ―le dice Miles a Wade―. No lo toques...

Wade frunce el ceño, confundido, mientras su mano tantea el


costado de su cuello, sus dedos rozando el mango del cuchillo.

Da un paso tambaleante hacia adelante, abre la boca para decir


algo, pero todo lo que sale es un sonido estrangulado y gorgoteante,
y una gran cantidad de sangre.

Luego se arrodilla y cae hacia delante, boca abajo en la hierba.

―Tenemos que conseguir ayuda ―grita Ozzy.

Todos sabemos que es demasiado tarde.


17

MILES

Estoy en la Torre de las Mazmorras, en la celda junto a Ozzy.

Rocco Prince está a mi otro lado. Dax y Jasper en la celda de al


lado.

Las chicas no están siendo disciplinadas, todos los relatos


coinciden en que no participaron voluntariamente en la pelea.

Para Rocco, Dax, Jasper y yo, el castigo es de siete días sin


comida, y sólo 500 ml de agua.

El tormento es extremo. La inanición puedo soportarla, pero la


sed es una tortura constante. Mis labios están agrietados y resecos,
mi garganta y mi lengua están tan hinchadas que apenas puedo
hablar, mi piel está llena de sal.

Estoy sucio, no tenemos agua adicional para bañarnos, no puedo


dormir porque sueño con grifos que fluyen frescos y me despierto
jadeando.

Pero nada de esto se compara con la angustia de saber que mi


mejor amigo está a punto de ser ejecutado.

Muchas reglas en Kingmakers pueden ser dobladas. Algunas


pueden incluso romperse. El único decreto irreversible es la Regla de
la Compensación.
Ojo por ojo. Diente por diente. Muerte por una muerte.

Ozzy ya ha sido sentenciado.

Mañana morirá.

―Mira esa puesta de sol ―sisea Rocco desde su celda―. Es la


última.

Ozzy no responde, dejó de hablar hace dos días.

Soy yo quien responde.

―Te mataré por esto, Rocco. Te arrancaré la piel y te sacaré los


ojos...

No puedo terminar mi amenaza porque mi garganta está


demasiado seca para hablar. Termina en una ronca impotencia.

Los padres de Wade llegaron esta mañana. He visto su barco


entrar, a través de la pequeña ventana de mi celda.

No se han llevado su cuerpo a casa. Se quedan para presenciar la


ejecución.

Haría cualquier cosa, cualquier cosa para salvar a Ozzy.

He tratado de pensar en una manera de salir de esto. Día y noche


me devané los sesos hasta delirar.

No hay nada que pueda hacer.

Mientras nuestras células se oscurecen una vez más, susurro:


―Lo siento, Ozzy.

No espero que responda, pero tras una larga pausa, dice:

―No es tu culpa, Miles. Tú paraste... yo no lo hice.


18

CAT

Obligan a toda la escuela a asistir a la ejecución.

Yo no quiero ir.

Intento esconderme en los baños del sótano, pero Saul Turner me


encuentra y me dice:

―Será mejor que subas. El Rector no está precisamente de buen


humor.

Ya estoy llorando mientras tomo asiento en el Gran Salón, se me


revuelven las tripas y creo que voy a vomitar, no quiero ver morir a
Ozzy.

Rocco, Dax, Jasper y Miles se ven obligados a sentarse en primera


fila, atados a sus sillas. Se ven harapientos y sucios, flacos por su
semana de inanición y con los ojos desorbitados por la falta de agua.
Rocco es el menos afectado, aunque su rostro es ahora delgado hasta
el punto de estar demacrado. Miles parece una persona
completamente diferente, no hay rastro de su antigua arrogancia.
Está golpeado y destrozado.

Zoe está pálida como un fantasma, tampoco creo que haya


comido esta semana, ella se tambalea y casi se cae cuando tomamos
asiento, Leo tiene que ayudar a sostenerla. Anna ya tiene su brazo
alrededor de Chay. Unas lágrimas silenciosas recorren el rostro de
Chay, como lo han hecho en un flujo continuo cada vez que la he
visto. Sus brazos están en carne viva donde se ha clavado las uñas en
la piel.

Una rígida tensión recorre a Leo, Ares e incluso a Hedeon, como


si quisieran montar un ataque: liberar a Ozzy y Miles, ayudarlos a
escapar.

Todos sabemos que eso sería imposible. Incluso si pudiéramos


abrumar a los profesores y al personal, al personal del recinto que
hace las veces de seguridad, y al propio Rector, todo sería inútil.
Cada familia que envía un estudiante a esta escuela firma un
contrato con sangre. La sentencia de Ozzy ha sido dictada. Un
centenar de familias mafiosas se asegurarían de que se cumpliera,
tanto con él como con cualquiera que intentara ayudarlo.

El silencio en el Gran Salón es un peso opresivo. No hay


murmullos, ni inquietud, ni crujido de sillas. Una vez que los
estudiantes están sentados, se puede oír la caída de una pestaña.

Incluso la cavernosa chimenea está en silencio, no hay fuego


ardiendo en la rejilla.

Los estandartes de las casas fundadoras cuelgan inertes sin que


una brisa los agite. Miro esos estandartes, odiando cada uno de ellos.
Odio el poder cruel y despiadado que representan. Odio esta forma
de vida en la que se nos lleva a los extremos y se nos castiga cuando
nos pasamos de los límites.

Luther Hugo se sienta en una silla de respaldo alto, de cara a los


estudiantes.

Lleva un traje negro de doble botonadura, su pelo largo y oscuro


peinado hacia atrás desde la frente, sus cejas puntiagudas como Vs
invertidas sobre esos brillantes ojos negros como escarabajos. Mira
fijamente al acusado y luego al resto de nosotros, sus ojos penetran
en cada uno de los estudiantes. No hay diversión en su expresión ni
tampoco compasión.

Me pregunto cuántas veces habrá hecho esto.

El señor y la señora Dyer se sientan a la izquierda del Rector. Los


padres de Wade son tan rubios y hermosos como su hijo. Yo también
los odio y no siento pena por su pérdida. Criaron a un hijo basura,
incluso en la muerte, no ha dejado de herir a la gente. Es su culpa
que todos estemos sentados aquí hoy. Su culpa, y la de Rocco sobre
todo, pero sólo Ozzy pagará el precio final. Morirá para satisfacer la
sed de sangre de los Dyer.

A la derecha del Rector se sienta una mujer sencilla, de pelo


oscuro, con un vestido azul. Su rostro es pálido y sobrio. Me
pregunto si será la esposa del Rector, nunca he sabido si estaba
casado. Es más joven que él por lo menos veinte años, eso es común
entre los mafiosos, mi madrastra es veintidós años más joven que mi
padre.

Los profesores hacen guardia alrededor del perímetro de la sala,


junto con una docena de empleados de Kingmakers. Me doy cuenta
de lo estúpida que fui al pensar que esos hombres fornidos con cara
de piedra estaban aquí simplemente para realizar tareas serviles
como construir la pista de obstáculos y cuidar el terreno. Ahora los
veo como lo que son: soldados.

Incluso los profesores con sus trajes oscuros me recuerdan sus


antiguas profesiones como mercenarios, asesinos, torturadores y
criminales. No veo lágrimas en los ojos de la profesora Lyons, ni
siquiera en los del profesor Howell. Caí en la agradable ficción de
que estos eran mis profesores, esta era mi escuela. Olvidé por qué
estaba tan aterrorizada de venir aquí en primer lugar.
Al menos la señorita Robin se mantuvo alejada. No podía
soportar verla de pie, sin emoción, como el resto.

El Rector se pone de pie con un movimiento rápido y amplio.


Con todas las impresionantes hazañas que he presenciado de Leo,
Ares y Miles, es fácil olvidar la diferencia entre un hombre de veinte
años y uno completamente adulto. El poder que sólo se obtiene con
la experiencia, la diferencia entre un árbol joven y un roble
endurecido.

El Rector es macizo, tosco, con líneas grabadas en la cara tan


profundas como golpes de hacha. Su rostro es el de un dios antiguo,
su voz es un trueno cuando dice:

―Un estudiante fue asesinado en nuestros terrenos. Wade Dyer


murió a manos de Ozzy Duncan. Nuestras leyes son simples: una
vida por una vida. La deuda fue contraída, ahora hay que pagarla.

Su voz resuena en la sala mucho después de que deje de hablar.

Los rostros de mis compañeros están asqueados, afectados, pero


nadie se atreve a llorar de forma audible. Ni siquiera yo.

El Rector señala con la cabeza las puertas dobles del final del
pasillo. El profesor Holland y el profesor Knox abandonan sus
posiciones militares para abrirlas.

El profesor Penmark lleva a Ozzy a la sala, tan cargado de


cadenas que apenas puede caminar. Tiene el pelo lacio y sin lavar, y
la cara tan hueca como la de Miles. Tiene las manos atadas a la
espalda y las cadenas hacen un horrible ruido metálico a cada paso.
Su paseo parece interminable; tal vez se mueve lentamente porque
sabe que estos momentos son los últimos.
Todavía lleva puesto el uniforme de la escuela, tan sucio y
andrajoso como ha quedado. De alguna manera, eso me parece lo
más horrible de todo, un símbolo de su confianza en la institución
que ahora se vuelve contra él con tanta insensibilidad.

No quiero mirarlo, pero me parece cobarde apartar la vista. Tiene


la boca y la mirada fija en el suelo justo delante de él. No mira a
ninguno de nosotros. Creo que intenta morir con dignidad, aunque
sea.

El profesor Penmark obliga a Ozzy a arrodillarse frente a


nosotros, directamente ante la fría y vacía chimenea. La profesora
Lyons le entrega al Rector un largo cuchillo de acero, con el mango
tallado y el filo de una navaja.

Se me revuelve el estómago.

Es una barbaridad. Una locura. No puedo creer que vayan a


desangrarlo como a un cerdo.

Espero que dejen a Ozzy decir unas últimas palabras, pero su


boca permanece firmemente cerrada. No sé si es su elección, o si los
mafiosos están obligados a ir en silencio a la tumba.

Las cabezas de Dax y Jasper están inclinadas, mirando a sus


rodillas. Miles se enfrenta a Ozzy, esforzándose contra sus ataduras,
por muy débil y agotado que esté. No puedo ver la cara de Rocco,
pero sé que está sonriendo.

El Rector agarra el cuchillo de acero en su puño derecho,


probando la hoja con el pulgar.

La mujer del vestido azul se levanta. Camina hacia adelante,


colocándose en el espacio entre el Rector y la figura arrodillada de
Ozzy. Se hunde en el suelo, toma la cabeza de Ozzy entre sus manos
y le susurra algo al oído. La cabeza de Ozzy se levanta de golpe. Se
gira para mirar su cara, sorprendido y horrorizado.

Ozzy no había visto a la mujer, concentrado como estaba en


caminar en línea recta. La expresión de angustia en su rostro me dice
quién es. No es la esposa del Rector, debe ser la madre de Ozzy.

―¡NO! ¡NOOOOOOO! ―Ozzy grita, mientras el profesor


Penmark lo agarra por los hombros y lo arrastra hacia atrás.

Ahora la señora Duncan está arrodillada en su lugar, con la


espalda recta y decidida.

Con calma, se aparta el pelo oscuro de la cara y coloca las palmas


de las manos sobre los muslos.

―¡NOOOOOOO! ―brama Ozzy, con la voz desgarrada.

Antes de que comprenda del todo lo que está sucediendo, el


Rector agarra un puñado de pelo de la señora Duncan y le echa la
cabeza hacia atrás. Coloca la hoja de acero contra su pálida garganta
y la atraviesa de un rápido tajo. Un corte se abre como una boca
sonriente. La sangre se derrama por la parte delantera del vestido,
oscura como el vino. La madre de Ozzy no hace ningún ruido.
Muere en silencio, desplomándose en el suelo.

Varios alumnos gritan y otros chillan de indignación.

Chay se desmaya, cayendo hacia delante tan rápido que Anna


apenas tiene tiempo de sostenerla antes de que su cabeza golpee la
silla que tiene delante.
Se me contrae el estómago. Tengo que taparme la boca con las
dos manos y girar la cabeza hacia un lado para evitar la visión de esa
figura inmóvil en el suelo.

Veo a Dean Yenin sentado detrás de mí. Su rostro está pálido


como la muerte, con los ojos muy abiertos. Parece electrocutado.

Ozzy sigue gritando. No ha dejado de hacerlo, aunque su voz se


ha convertido en un ladrido.

El profesor Penmark levanta la mano inerte de la señora Duncan


y le toma el pulso en la muñeca. Hace un gesto con la cabeza al
Rector para confirmar lo que todos podemos ver con espantosa
claridad.

El Rector se enfrenta a los Dyer. Con fría formalidad anuncia:

―La deuda está pagada.

Los Dyer se ponen de pie. La señora Dyer mira el cuerpo caído


de la señora Duncan y la lámina de sangre que aún se extiende por el
suelo pulido. Su labio superior se crispa y se da la vuelta, sin dedicar
siquiera una mirada al sollozante Ozzy.

El Rector levanta la mano para despedirnos.

Apenas oigo el estruendo de los estudiantes en pie. Estoy


ensordecida por los latidos de mi propio corazón que laten en mis
oídos. Me siento atrapada, acorralada por la masa de cuerpos que
salen lentamente. Me abro paso, salgo corriendo del Gran Salón,
atravieso el corto tramo de césped y corro hacia los baños de la
Fortaleza. Tropiezo con el más cercano y caigo de rodillas,
vomitando en el retrete. Oigo que al menos otros dos estudiantes
hacen lo mismo.
Quiero esconderme aquí para siempre.

No puedo volver a salir, no puedo ir a cenar esta noche al


comedor, ni dormir en mi cama esta noche. No puedo volver a clase
mañana, para estudiar y practicar como siempre.

No entiendo cómo los humanos pueden participar en esta locura


y luego seguir como si nada hubiera pasado.

Sin embargo, tras varios minutos arrodillada sobre las frías


baldosas, me encuentro de pie y me dirijo al lavabo para echarme
agua en la cara.

Y luego salgo del baño, todavía capaz de estar de pie, todavía


capaz de moverse. Flotando en este extraño estado de
entumecimiento.

Ya no quiero estar aquí, quiero salir de este lugar.

Pero, ¿a dónde iría? También odio mi casa.

Vago por el pasillo aturdida.

Al pasar por la puerta del baño de los chicos, oigo un sonido que
rompe la niebla.

Sollozos. Sollozos desesperados y angustiosos.

Un chico está llorando, más fuerte de lo que he oído nunca.

Llora tan fuerte que parece que lo va a matar.


Escucho y pienso: Gracias a Dios, alguien lo entiende. Alguien
siente lo horrible que es, lo intolerable.

Su dolor es mi dolor. De hecho, su dolor es aún peor.

Puedo oír la profundidad de su dolor, que empequeñece el mío.


Es un sonido privado y solitario, y sin embargo siento la necesidad
de consolarlo.

Empujo la puerta y me deslizo dentro.

Me abro paso a través del laberinto de lavabos y cabinas,


armarios y roperos. El chico está muy atrás, en el rincón más alejado
del espacio, sus sollozos resonantes dificultan su localización.

Me duele la cabeza y apenas puedo ver bien.

Aun así, sigo adelante, arrastrada sin remedio hacia el chico.

Tal vez no estoy aquí para consolarlo. Tal vez quiera consolarme
a mí misma.

Por fin lo encuentro, una figura alta y solitaria, encorvada sobre


el último lavabo, con la cara entre los brazos, los hombros temblando
mientras llora como si se le rompiera el corazón. Apenas registro el
cuerpo delgado, el pelo rubio y blanco. Me acerco sin ser escuchada
por detrás de él y le pongo la mano en el hombro.

Se da la vuelta, la pena se convierte en furia en un instante.

He cometido un terrible error.

No es un chico, es Dean Yenin.


Y parece dispuesto a arrancarme la yugular con los dientes.

Su cara está mojada por las lágrimas. Sabe que lo veo. Sabe que le
he oído llorar.

Me agarra por el cuello y me golpea contra la pared, mi cabeza se


sacude contra las baldosas.

Su puño se retira. Veo los nudillos magullados e hinchados antes


de que me lo lance directamente a la cara.

Grito y cierro los ojos con fuerza.

Oigo cómo se rompen las baldosas cuando su puño golpea la


pared junto a mi oreja.

Abro los ojos y me arrepiento de inmediato, porque la cara de


Dean está pegada a la mía, con los ojos morados de fuego y la nariz
pegada a mi mejilla. Sisea:

―Si se lo dices a alguien... a cualquiera... jodidamente te mataré.

Dean me suelta el cuello tan bruscamente que caigo de rodillas


en el frío suelo. Un trozo de baldosa destrozada me corta la mejilla;
una gota de sangre cae de mi cara al suelo y se tiñe de rojo contra el
mármol blanco.

Cuando levanto la vista, Dean ha desaparecido.

Permanezco arrodillada durante mucho tiempo, temblando de


impotencia.
19

ZOE

Intenté ver a Ozzy y a Miles mientras estaban encerrados en la


Torre de las Mazmorras, pero no se permitía entrar, ni enviar
mensajes.

El Rector nos interrogó a Chay y a mí, le contamos todo lo que


Rocco había hecho desde la primera semana de clases. No
importaba, lo único que les importaba era la muerte de Wade.

La culpa me ahoga, me aplasta y me asfixia.

Ni siquiera puedo disculparme con Ozzy porque se llevó el


cuerpo de su madre a Tasmania, y no volverá a Kingmakers.

Le escribo cartas, también cartas a su padre.

No ha respondido y no espero que lo haga.

Ya dijo lo que quería decir, en una nota dejada en la cama de


Miles, dirigida a los dos:

No es su culpa. Cuídense y pónganse bien.

Ni Miles ni yo lo creemos.

Es nuestra culpa.

Queríamos lo que se nos prohibió tener.


El ambiente en Kingmakers es sombrío y oscuro en las semanas
siguientes a la muerte de la señora Duncan. Ninguno de los
estudiantes había presenciado una ejecución antes. Todos
conocíamos las reglas, pero la realidad era lejana, ahora está delante
de nuestras caras. La diversión y los juegos han llegado a su fin.

La gente susurra cuando paso. Me miran fijamente.

Me siento como si estuviera maldita.

Cualquiera que intente ayudarme también está maldito.

Tengo miedo de estar cerca de cualquiera, incluso de Anna, Chay


y Cat. Especialmente Cat.

Ahora que Rocco ha herido a Miles con tanto éxito,


avergonzándolo y apartando a su mejor amigo, no puedo evitar
temer que él ataque a Cat. Quiere aislarme de todos mis seres
queridos, no me permite ninguna ayuda o apoyo.

Ha empezado a seguirme de nuevo, me observa a donde quiera


que vaya. Siempre mirando, siempre sonriendo.

Chay está devastada por lo que le pasó a Ozzy, y aún más infeliz
de que se haya ido. Le rogó que se quedara en la escuela, o que al
menos volviera en otoño, pero él se negó.

Desde que él se fue, ella ha caído en una profunda depresión,


yendo a clase con la cara descubierta y los ojos rojos, con el pelo
recogido en un moño, un estado en el que nunca la había visto antes.

Ha desarrollado un odio hacia Rocco que casi supera el mío.


Siempre le disgustó desde sus días en la escuela secundaria, ahora
alberga una rabia ardiente que me asusta porque me preocupa que
pueda actuar impulsivamente si tiene la oportunidad.

Rocco es una plaga desatada por mí.

Sólo hay una manera de detenerlo.

Dos semanas después de que Ozzy se ha ido, visito a Miles en su


dormitorio medio vacío. Tan pronto como ve mi cara, sabe por qué
he venido.

―No lo hagas ―me ruega―. No lo digas.

―Tengo que hacerlo.

Juré que no lloraría, pero algo caliente y húmedo ya me recorre


ambos lados de la cara.

―No puedo verte más ―le digo.

Miles me mira. Todavía está delgado por su semana en la torre,


dudo que haya comido desde entonces. Las sombras marcan sus
ojeras y los huecos de sus mejillas, sus ojos grises parecen grandes y
oscuros y las venas destacan en sus brazos y en el dorso de sus
manos.

Sin embargo, es hermoso. Tan jodidamente hermoso.

Es hermoso cuando está triste y cuando está asustado. Cuando


está feliz o cuando está enojado. Es un diamante con cien facetas.
Cada una es pura y perfecta para mí.

Pero él no me pertenece y nunca me perteneció.


Nunca estuve destinada a tener un tesoro así.

―Voy a casarme con Rocco al final del año escolar ―digo―. No


tiene sentido posponerlo más, sólo nos hará la vida imposible al
resto.

―No puedo dejar que hagas eso ―dice Miles en voz baja.

―No es tu elección ―le digo―. Nunca fue una elección, para


ninguno de nosotros.

Miles me mira como siempre lo hace, plena y completamente,


captando cada parte de mí.

―Te hice una promesa ―dice.

―Fue una promesa imposible, yo sé que la habrías cumplido si


hubieras podido

Me mira. Luego se levanta de la cama con un movimiento rápido


y cierra el espacio entre nosotros. Creo que va a besarme, y no sé
cómo voy a encontrar la fuerza para apartarlo.

En cambio, me coge la mano y se la lleva a los labios.

Me mira a los ojos, con su boca pegada a mis nudillos, y su tacto


me dice más claramente que cualquier palabra que me ama, que
siempre me amará.

Y yo lo amo. Lo amo a él y a Cat, a Chay y a Anna, a Ozzy y a


Leo y a Hedeon también.

Por eso no puedo seguir siendo egoísta.


Salgo de la habitación de Miles planeando no volver nunca más.
20

MILES

Tuve mucho tiempo para pensar en la Torre de las Mazmorras.

Incluso más tiempo en las semanas siguientes, cuando Ozzy no


estaba y yo estaba solo en el dormitorio.

De lo que me di cuenta es de lo siguiente:

Si no fuera por Zoe, habría sido mi madre la ejecutada.

Esa noche estaba furioso.

Quería matar a Wade, Jasper, Dax y, sobre todo, a Rocco.

Nos empujaron y nos empujaron, cruzando cada maldita línea.


En esa pelea con Zoe en peligro, y Chay y Ozzy heridos perdí el
control. Podría haber matado a cualquiera de ellos.

Fue Zoe quien gritó para que me detuviera.

Ella fue la que me arrastró hacia atrás, la única persona que


podría haberme hecho entrar en razón en ese momento.

Ozzy dio el golpe mortal.

Pero podría haber sido fácilmente yo.


Entonces habría sido mi madre la que hubiera cambiado su vida,
la que hubiera aceptado el castigo, la que hubiera pagado la deuda.
Sé que lo habría hecho, sin dudarlo, igual que la madre de Ozzy.

Eso me habría matado, habría envenenado mi alma.

A pesar de toda la culpa y el horror que siento por lo que le pasó


a la señora Duncan, una cosa es cierta: necesito a Zoe. Jodidamente
la necesito. No soy bueno sin ella.

Zoe saca lo mejor de mí. Me hace más inteligente, más fuerte,


más decidido. Y sobre todo, contiene esa parte oscura y temeraria de
mí.

Ella es mi timón, mi guía.

No puedo volar sin ella, o me estrellaré y arderé, lo sé.

Y la amo, carajo. Esa es la parte más importante de todas. Me


gusta, la quiero, la admiro y la adoro, no voy a abandonarla al
tormento de Rocco. Ella no se merece eso, no me importa lo que
cueste salvarla, ni lo que tenga que arriesgar.

No fue un error oponerse a Rocco, mi error fue dejar que esto


durara demasiado.

Necesito terminar con esto. Ahora.

Así que cuando Zoe sale de mi habitación, espero menos de un


minuto antes de ponerme a trabajar.

No hay más planes. Es hora de actuar.


Lo primero que hago es llamar a Ozzy.

No espero que lo coja al primer intento, pero para mi sorpresa,


contesta casi inmediatamente.

―Si es otra disculpa, no quiero oírla ―dice―. Estoy jodidamente


ahogado en la culpa, no puedo soportar que te revuelques en ella
también.

―¿Cómo estás? ―le pregunto―. ¿Cómo está tu padre?

―Es un puto desastre, quiere matar al Rector. Mis tíos tuvieron


que atarlo. Literalmente.

―Él no sabía...

―No. Mi madre recibió la carta de la escuela y se la ocultó, él ni


siquiera sabía que ella había dejado Tasmania hasta... bueno. No
necesitamos hablar de eso, basta con decir que estamos en un puto
shock, pero sobreviviendo.

―Lo siento tanto, tanto, Ozzy.

Da un largo suspiro con una captura en el medio.

―Lo sé, amigo. Sé que lo sientes. Yo lo siento, tú lo sientes. Nos


metimos en un lío juntos, pero fui yo el que agarró el cuchillo. Así
que ahórratelo, joder. No puedo pensar en 'debería' y 'podría' o me
volveré loco. Ella no querría eso.

Su voz se quiebra por completo ahora.


Nunca conocí a la señora Duncan, Ozzy vino a visitarme a
Chicago, y habíamos planeado que yo fuera a Tasmania este verano
o el próximo, pero eso no sucederá ahora.

Ni siquiera hablé con ella. Sin embargo, siento que la conocía


igualmente, porque Ozzy hablaba de sus padres todo el tiempo.

Sabía que el señor Duncan dirigía una operación minera ilegal,


así como el tráfico de metales y piedras del mercado negro. Procedía
de una estirpe criminal que se remontaba a los días en que Tasmania
era Van Diemen's Land, y antes de eso, a los cracks profesionales de
Londres.

La señora Duncan era la hija del gobernador y cantaba en el coro


de la iglesia, no debía caminar por el mismo pasillo que el señor
Duncan cuando eran adolescentes y asistían a la misma escuela
secundaria.

Se enamoraron de todos modos.

Ozzy fue el resultado.

Se casaron jóvenes y permanecieron juntos, felizmente según


todos los relatos de Ozzy.

Decía que su madre era divertida y juguetona. Que llevaba a


Ozzy y a su padre a la iglesia, pero que también le gustaban los
juegos de dados y el tiro al blanco. Era una mierda con la tecnología,
pero le compró a Ozzy su primer equipo de juegos.

Sé todas estas cosas, así que sé que era una buena mujer la que
murió. Sé lo que Ozzy y su padre han perdido.
Observé cómo tomaba la cara de Ozzy entre sus manos con
ternura, sin dudar ni un segundo mientras ofrecía su vida en lugar
de la de él.

―¿Qué te dijo? ―le pregunté.

No tengo derecho a preguntar, pero quiero saberlo igualmente.

―Ella dijo Te amo, bub, ni más violencia por esto, sigue feliz y fuerte.
―Ozzy hace una pausa para tragar―. Ella no quería que intentara
vengarme, pero no sé si puedo hacerlo. En cinco años, diez... cuando
parezca que no tiene relación, cuando nadie se acuerde más que yo...
quiero matarlos. A Rocco, Jasper y Dax.

―Si quieres eso, te ayudaré ―le prometo―. Cualquier cosa, quiero


que sepas solo que... estoy ahí.

―Esperaba que dijeras eso ―dice Ozzy, en voz baja.

―Me gustaría una medida de venganza ahora mismo ―digo―.


Sobre Rocco, aunque admito que esto es egoísta...

―Quieres quitarle a Zoe. Quieres seguir con el plan.

Ozzy ya lo sabe. Ha estado esperando esto.

―Sí. Quiero hacerlo inmediatamente. ¿Está listo el servidor?

―Lo terminé ayer.

―No has estado trabajando en él aun...


―Sabía que llamarías más pronto que tarde y necesitaba la
distracción.

―¿Te parece bien que siga adelante?

―Por supuesto que sí. Si no lo haces, tendrá lo que quiere.

Ahora es mi turno de sentir mi garganta hinchada demasiado


fuerte para hablar. Apenas puedo decir:

―Gracias, hombre. En serio, no puedo decirte...

―No, no puedes, así que ni lo intentes, es un trabajo precioso, el


mejor hasta ahora de tu parte, por mucho.

Termino la llamada, y luego desentierro mi lista de contactos


muy difíciles de conseguir. Hombres cuyos números de móvil
personales sólo conocen cinco o seis personas en el mundo, a veces
ni siquiera sus esposas.

Cuando llamas a un número así, siempre obtienes respuesta.

Llamo a dos de esos hombres y concierto dos reuniones, para la


misma hora mañana por la noche.

Ambas partes no quieren asistir, tengo que usar todos mis


poderes de persuasión, tengo que hacer promesas agresivas, con
consecuencias catastróficas si no las cumplo.

Finalmente, aceptan.

Ahora, tengo dos problemas más que resolver, y creo que una
sola persona podría ayudarme.
Tengo que encontrar a mi nuevo mejor amigo, Ares Cirillo.

Sin sorpresa, lo localizo en el segundo nivel de la Torre de la


Biblioteca. Con mejor suerte, Zoe no está con él. Está solo en una
gran mesa que parece pequeña con su corpulento cuerpo envuelto
en ella. No se ha cortado el pelo en todo el año: le cuelga desgreñado
alrededor de la cara mientras se encorva sobre su papel. Escribir
todo a mano es una puta pesadilla en Kingmakers, especialmente
cuando tienes una mano del tamaño de un guante de cocina como
Ares. Apenas puedo ver el borrador del lápiz asomando por la parte
superior.

―Sabía que te encontraría aquí ―digo, deslizándome en el asiento


justo a su lado.

Ares levanta la vista, sorprendido y receloso.

Ares siempre ha parecido un poco nervioso conmigo, creo que


nunca ha confiado del todo en mí, lo que demuestra que es
realmente inteligente.

―Hola, Miles ―dice con su voz profunda―. Siento mucho lo de tu


amigo. Me gustaba Ozzy.

―A mí también, pero él no es el que ha muerto, sólo se ha ido a


casa, así que puedes usar el tiempo actual.
―Lo siento ―dice Ares de nuevo, haciendo una mueca―. Sólo
quería decir... bueno, ya sabes.

Ahora está aún más desequilibrado, lo que creo que es bueno


para mí. Quiero que se sienta culpable.

―Ozzy y yo estábamos trabajando en un proyecto, algo que


queremos vender a los Prince y a los Romero, es algo para ayudar a
Zoe. Tú quieres eso ¿no es así Ares? ¿Quieres ayudar a Zoe? Son
buenos amigos ¿verdad?

Ares se remueve en su asiento, mirándome de forma culpable.

―Solo somos amigos ―dice―. Espero que eso quede claro,


nosotros nunca...

―Claro que no ―digo, dándole una palmada en el hombro un


poco fuerte―. Sólo son amigos.

―Claro.

―Definitivamente. De todos modos, estás de acuerdo en que Zoe


es un puto tesoro, uno que Rocco Prince no se merece. Así que estoy
seguro de que harás todo lo que puedas para ayudarla.

Ares estrecha esos ojos azules de bebé hacia mí. Es una especie de
Boy Scout, así que no creo que le guste la siguiente parte.

―¿Qué quieres que haga exactamente? ―dice.

―Nada demasiado oneroso. Primero, necesito que me consigas la


información de contacto de la Malina.
La cabeza de Ares da una sacudida convulsiva. Esa es la reacción
que esperaba cuando mencioné a la mafia ucraniana.

―¿Por qué crees que yo tendría...?

―Sé que tu familia tiene conexiones con la Bratva en San


Petersburgo.

―¿De qué estás...?

―Ares, sabes que lo sé todo, así que corta el rollo. Tu padre está
inactivo, pero no es ajeno. Sé que puede conseguirme ese número,
tengo un teléfono aquí mismo para que lo llames, ni siquiera tienes
que esperar al domingo.

Ares me mira fijamente, con los labios apretados.

Después de un momento, dice:

―Podría preguntarle, pero creo que estás cometiendo un error.

―¿Y eso por qué?

―No quieres hacer negocios con los Malina.

―Sé lo que son.

―No lo sabes. Lo que sea que pienses, ellos son diez veces peor.
No tienen honor, ninguno en absoluto. Los esquemas que usarán
están varios niveles de alcantarilla por debajo de lo que podrías
imaginar.
―Sólo van a formar una parte limitada en el plan, he considerado
los riesgos, gracias por tu preocupación ―le digo a Ares, con
firmeza.

Tengo que usar la Malina, no hay otra opción. Así que no tiene
sentido discutirlo, son los únicos perfectamente situados para todo
lo que necesito.

―¿Qué es lo segundo? ―pregunta Ares. Sus brazos están


cruzados sobre su amplio pecho ahora, y puedo decir que está aún
menos emocionado por la segunda petición.

―Esta es aún más fácil ―digo―. Sólo necesito que conduzcas un


barco.

―¿Qué barco? ―dice Ares, frunciendo el ceño.

―Uno para salir de esta isla.

Ahora su expresión va más allá de un ceño fruncido: llega hasta


la negación absoluta.

―No ―dice Ares―. No puedo hacer eso.

―¿Por qué no? Sé que sabes cómo hacerlo.

―No me voy a ir, podrían expulsarnos.

―¿Qué te importa? Ni siquiera vas a entrar en la empresa


criminal.

―No me importa, pero quiero graduarme, es importante para mi


familia.
―No te expulsarán porque no nos van a atrapar. Saldremos y
volveremos una noche, nadie nos echará de menos.

―Eso no lo puedes garantizar. Y además, ¿qué barco vas a usar


para...? ―Se interrumpe, dándose cuenta―. No. ―sacude la cabeza
con más fuerza―. Absolutamente no. ¿Cómo incluso sabes sobre
eso?

―¿Cómo lo sabes tú? ―exijo, aún más curioso. Ares no parece el


tipo de persona que ha descubierto la ultrarrápida y ultramoderna
lancha secreta del Rector.

―Me lo dijo uno de los profesores ―murmura Ares.

―Bueno, al Rector no le gustará eso, pero menos aún le gustará


un gran arañazo en el costado de su barco, así que será mejor que me
lleves. Ya sé dónde guarda las llaves, sólo necesito mi conductor...

Sé que Ares no quiere hacerlo. En absoluto.

De hecho, está aterrorizado porque Ares es un buen chico que


sigue las reglas. Como Zoe solía ser.

Por desgracia para Ares, soy una influencia muy corruptora.

Vuelvo a apoyar mi mano en su hombro, apretando fuerte. Me


inclino hacia delante para mirar a Ares a los ojos.

―Tengo una agenda muy apretada y no tengo tiempo para hacer


trueques. Así que he aquí una oportunidad de generosidad sin
precedentes. Un nivel de generosidad que tal vez no vuelva a igualar
en mi vida. Dime qué es, Ares. Di tu precio.
Ares me mira fijamente, haciendo algún cálculo silencioso que
sólo puedo empezar a adivinar.

Espero y espero, sabiendo que es mejor no pisotear una respuesta


en ciernes.

Finalmente responde.

―Un favor ―dice.

―¿Qué favor?

―Esa es la cuestión. Un favor de mi elección, que se determinará


en el momento que yo elija en el futuro, pero la promesa viene
ahora.

―¿Hay algún límite en este favor? ¿No vas a pedir mi


primogénito con Zoe?

Ares se permite una pequeña sonrisa.

―No ―dice―. Nada que pueda molestar a Zoe.

―Entonces estoy de acuerdo. Cualquier puto favor en cualquier


momento, te lo prometo.

―De acuerdo entonces ―extiende sus manos para estrecharlas,


para sellar el trato ahora y para siempre―. Lo haré.

Es tan difícil no soltar el suspiro de alivio encerrado en mi pecho.

―Genial ―digo―. Perfecto, hagamos esa llamada a tu padre.


Ares y yo tendremos que robar el yate del Rector.

Lo tiene encerrado en un muelle privado en las cuevas justo


debajo de Kingmakers. No se puede acceder a él desde el lado de
tierra, hay que bajar por debajo de la propia escuela.

Kingmakers se extiende por varios niveles bajo tierra.

Todo el mundo conoce la Bóveda y la piscina que hay debajo de


la Armería. Saben de los archivos bajo la biblioteca, aunque sólo la
señorita Robin y sus ayudantes pueden acceder a ellos.

Pero eso es menos de la mitad del espacio bajo la escuela.

Descubrí los túneles en mi primer año. Tardé meses en conseguir


acceso a una de las llaves maestras, y meses más en hacer una copia.
Aparte del Rector, sólo tienen acceso dos profesores y un miembro
del personal del recinto. Ahora yo también.

Irrumpo en el despacho del Rector para conseguir las llaves de su


yate. Forzar la cerradura de su puerta es fácil, lo difícil es tener los
cojones de entrar en su espacio personal. En cuanto pongo un pie en
el umbral, me llega el aroma del humo de sus puros y de su caro
aftershave, el olor del metal y del cuero, y admito que quiero darme la
vuelta y salir corriendo.

A pesar de todas las infracciones que hago en la escuela, Luther


Hugo no es alguien con quien quiera joder. Siempre me he alejado
de él, intencionadamente. La muerte de Wade Dyer fue la primera
ocasión que nos obligó a hablar cara a cara.

Ese día en particular, ya me habían arrastrado por las escaleras


de la torre de la prisión y me habían metido en una celda, así que
nunca había visitado esta oficina.

Estoy en el último piso de la Fortaleza. Las paredes y el techo


están cubiertos de madera oscura con incrustaciones. Un banco de
ventanas en la pared del fondo da a los terrenos del castillo. Me
incomoda ver lo amplia que es la vista, lo mucho que el Rector
puede observar desde aquí arriba. Las ventanas opuestas miran
directamente sobre los acantilados hacia el mar.

Las olas chocan contra las rocas. Se podría pensar que no hay
salida por ese lado; después de todo, la barquichuela tiene que dar la
vuelta a sotavento de la isla para entrar en el puerto protegido. Pero
el barco del Rector no es un velero, sino un yate deportivo con forma
de bala que puede atravesar casi cualquier oleaje.

Estoy bastante seguro de que guarda sus llaves aquí, porque la


única vez que lo observé salir de la isla a altas horas de la noche,
hizo una rápida parada en su oficina primero.

Debería haber estado en la división de espionaje, como Cat. He


observado al Rector desde lejos muchas veces. Es una figura curiosa
para mí. Fabulosamente rico, como todos los Hugo. Y sin embargo,
elige quedarse en la escuela la mayor parte del tiempo, sin casarse,
sin tener hijos, dirigiendo sus intereses comerciales desde lejos.

Tal vez le guste el poder de controlar la escuela, formando las


mentes de la próxima generación de mafiosos. Aun así, es una
vocación inusual para un hombre que una vez fue conocido como el
Hacedor de Viudas.
Podría temer las represalias de todas esas viudas. La isla es un
buen lugar para el semi retiro: tranquilo y difícil de atacar.

Todavía tiene todos sus lujos a su alrededor. El despacho está


repleto de libros, periódicos, puros, coñac, una manta de piel de oso
y una caja de trufas sin abrir. Los conocidos del Rector también le
hacen compañía en forma de fotografías enmarcadas en todas las
paredes.

Las observo de un vistazo con curiosidad, pero sabiendo que no


tengo tiempo para husmear como me gustaría. Reconozco a políticos
y celebridades, así como a mafiosos famosos. En el mundo civil, los
Hugo son conocidos por su filantropía y su mecenazgo de las artes.
La mayoría de estas fotografías se tomaron en actos benéficos.

Otros locales que reconozco de la isla. La fotografía que cuelga a


la izquierda del escritorio del Rector muestra al propio Luther de pie
junto a cuatro estudiantes: tres chicos y una chica. Luther estrecha la
mano de la chica, que parece sonrojada y satisfecha, mientras que los
tres chicos, todos ellos bastante más altos que ella, tienen una
expresión que va desde la decepción hasta la amargura.

Supongo que son los capitanes de alguna ronda del Quartum


Bellum. En cuyo caso, la chica probablemente haya capitaneado el
equipo ganador. Es bonita, de pelo oscuro y ojos azules. Demasiado
joven para ser de cuarto año, probablemente podría encontrar su
nombre en la pared de los ganadores en la Armería.

El propio Luther parece mucho más joven: su pelo es


completamente negro, grueso y de aspecto salvaje. Su rostro aún está
delineado, pero sólo alrededor de los ojos y la frente. Sus mejillas
son suaves y sin barba. Por lo general, esto hace que un hombre
parezca rapado o debilitado, pero en su caso, muestra que una vez
fue guapo, de una manera agresiva y malvada.
Me pregunto si la chica se hizo famosa más tarde, y por eso
conservó esta foto. Todos los demás en sus paredes son alguien
importante.

Me interesa más el juego de llaves que cuelga de un pequeño


gancho justo al lado de la fotografía. Las tomo y detengo su tintineo
con los dedos.

Vuelvo a salir del despacho, asegurándome de volver a cerrar la


puerta tras de mí. Incluso compruebo que no he dejado huellas en la
alfombra de felpa.

Desde ahí, es fácil bajar la escalera para encontrarme con Ares en


la planta baja. Lleva mi portátil bajo un brazo y se mueve con
inquietud de un pie a otro.

―¿Por qué has tardado tanto? ―sisea.

―Fueron menos de cinco minutos. ―Le tiendo la mano para


tomar el portátil. Quiero tenerlo conmigo, ya que es una parte
bastante crucial del plan.

―Vámonos ―dice Ares―. Cuanto antes nos vayamos...

―Lo sé, lo sé. Cuanto antes puedas volver a tu acogedora cama y


fingir que nada de esto ha sucedido. Vamos, sígueme.

―¿Pensé que íbamos a salir? ―dice Ares, mirando confusamente


hacia las puertas delanteras de la Fortaleza, mientras yo lo conduzco
más adentro en su lugar.

―No fuera... abajo ―respondo.


Lo llevo a una puerta empotrada junto a un viejo tapiz mohoso.
La puerta es estrecha y bien podría ser un armario. Si no supiera lo
que está buscando.

La cerradura gira con un chirrido. Ares hace un gesto de dolor,


pero lo ignoro. No hay nadie cerca para escuchar.

Esta escalera es más oscura y húmeda que las de arriba, la piedra


es lisa y resbaladiza en algunas partes. Utilizo mi teléfono para
iluminar el camino, el techo cuelga tan bajo en algunos lugares que
Ares tiene que agacharse para no golpearse la cabeza, yo intento
avisarle cada vez que me agacho bajo algún nuevo afloramiento de
roca en bruto.

El camino serpentea y da vueltas. A veces atravesamos un túnel


casi plano, y otras veces descendemos por escaleras tan empinadas
que me arden los cuádriceps.

―¿Hasta dónde llega esto? ―dice Ares, sonando algo


nauseabundo. Lo comprendo: imaginar los cientos de toneladas de
roca y castillo que tenemos encima no es muy agradable.
Especialmente cuando recuerdas que la piedra caliza es porosa, y
puede degradarse a medida que el agua se filtra. Aun así, me gusta
pensar que es poco probable que un castillo que ha permanecido en
pie durante setecientos años me caiga encima esta noche.

―Ya casi llegamos ―le digo, con una ligera exageración.

Diez minutos después, llegamos a la cueva marina privada del


Rector. El yate se balancea en el agua, su nariz puntiaguda se levanta
y baja como un caballo que mueve la cabeza, ansioso de ser libre
para correr. Tiene al menos sesenta pies de largo, elegante y
brillante, pintado de negro grafito con ventanas tintadas.
―Podrías estar a tres metros de esta cosa y no verla en una noche
como esta ―le digo a Ares.

Ares se queda mirando, sacudiendo la cabeza lentamente.

―Nunca he pilotado nada como esto ―dice.

―Estoy seguro de que le cogerás el tranquillo.

Le lanzo las llaves. Ares las coge con facilidad, con la mano
izquierda.

―Ves. Ese es el tipo de reflejos con los que cuento para atravesar
las corrientes.

Respirando profundamente, Ares comienza a soltar amarras.


Puedo decir que sabe lo que está haciendo, sólo por la forma en que
maneja las cuerdas. Ya he saltado a cubierta, impaciente por seguir
nuestro camino.

Ares se une a mí un momento después, lanzando una última


mirada nerviosa hacia la puerta.

―Relájate ―le digo―. Nunca has visto salir al Rector ninguna otra
noche. ¿Por qué debería vernos alguien?

―No estaba prestando atención ―refunfuña Ares―. Estaba


durmiendo en mi cama, como debería estar haciendo ahora.

―Vamos. ―Sonrío―. Hazlo por Zoe y por la fantástica ventaja


que tendrás sobre mí, no puedo esperar a ver lo que me harás hacer.
¿Correr en bolas en la Super Bowl? ¿Asesinar al presidente?
Ares me ignora, negándose a divertirse mientras nos jugamos el
cuello.

Pone en marcha el motor y nos dirige con cuidado hacia la salida.

Pensé que esta sería la parte más difícil, navegar por el estrecho
pasillo de piedra.

Pero una vez que estamos en aguas abiertas, es mucho peor. Las
olas nos golpean por todos lados, sin ritmo ni razón, como si
quisieran levantarnos y aplastarnos contra las rocas como si el yate
fuera una piñata y el océano una pandilla de juerguistas.

Ares tiene que acelerar a fondo el motor y luego retroceder,


dirigiéndonos hacia dentro y hacia fuera, calculando los intervalos
para dispararnos de nuevo hacia delante, maniobrando siempre el
barco para que no nos golpee de costado y nos haga volcar.

No ayuda que sea una noche negra y sin luna. Varias veces las
rocas parecen salir del agua como monstruos marinos. Ares las
esquiva por escasos metros.

Tengo el corazón en la garganta, lo único que puedo hacer es


gritar advertencias, mientras Ares se esfuerza contra el timón, con
todos los músculos de sus antebrazos en tensión.

Por fin hemos pasado lo peor, y estamos en mar abierto


dirigiéndonos con un rumbo rápido y regular hacia la orilla
invisible. Ares se queda pálido y en silencio sin querer celebrarlo
conmigo.

―¡Ha sido una puta locura! ―grito, dándole una palmada en la


espalda.
―Tenemos que hacer lo mismo a la vuelta ―me recuerda Ares―.
con las olas empujándonos hacia delante en lugar de reteniéndonos,
lo que podría ser aún peor.

―No te preocupes ―le digo―. Si los Malina nos matan, no


tendremos que volver en absoluto.

Ares se vuelve para mirarme.

―No bromees, ni se te ocurra intentar hacerte el puto gracioso


con esta gente, lo único que les haría reír es cortarte el cuello.

―Oye ―le digo a Ares, ahora serio―. No tienes que preocuparte


por eso, no voy a defraudar a Zoe.

Ares me mira, leyendo la verdad en mi cara.

―Lo sé ―dice―. Por eso acepté esto.

El yate del Rector es infinitamente más rápido que el


barquichuelo, pero aun así nos va a llevar una o dos horas llegar a la
orilla. Sólo puedo pasar tanto tiempo mirando las olas negras
interminables antes de que Ares parezca relativamente intrigante en
comparación.

―Sé que te estaba echando mierda sobre Zoe ―digo―, pero


¿cómo es que nunca saliste con ella, o con Chay, o con cualquiera de
las otras muchas, muchas chicas a las que les gusta el tipo fuerte y
silencioso?

Ares se encoge de hombros.

―No me interesan las citas.


―Chicas, específicamente, o...

―Me gustan las chicas ―dice, rotundamente.

―Sólo que no las de nuestra escuela.

Quita los ojos del agua por un momento para fruncir el ceño.

―¿Por qué eres tan curioso?

―Es mi naturaleza, me gusta entender a la gente. Me cuesta


mucho contigo, no tienes sentido para mí.

―Siento decepcionarte.

―¿Te gusta cultivar ese aire místico?

Al darse cuenta de que no voy a soltarlo, Ares deja escapar un


suspiro irritado y se gira para mirarme.

―No tiene sentido ¿verdad? Cualquier chica como Chay que


piense que podría salir conmigo por un minuto... cambiaría de
opinión muy rápido si llegara a Syros. Puedo estar en Kingmakers,
pero no soy como el resto de ustedes.

―¿Por qué venir aquí, entonces? ―exijo―. ¿Por qué no ir a una


escuela normal?

―Deseo haberlo hecho, a veces ―dice Ares, y ahora su cara está


oscura, llena de cierta ira que apenas está conteniendo―. Tú haces lo
que quieres, Miles, no entiendes lo que es deberle algo a tu familia.
Ellos te lo exigen y tú intentas darlo, aunque sea imposible.
Supongo que los Cirillo quieren que lleve su nombre y su legado
en la escuela, aunque apenas sean mafiosos en la vida real. Fueron
una familia fundadora, después de todo. Una de las pocas siete que
aún sobreviven. Deben mirar la riqueza y el estatus de los Hugo y
pensar que ahí es donde podrían haber estado... quizás donde
deberían estar...

―Entiendo las exigencias familiares ―le digo―. Soy un Heredero


¿recuerdas? Se supone que debo sustituir a mi padre en Chicago,
pero no lo voy a hacer. Dejaré que mi hermano ocupe su lugar, o mi
hermana. Estoy haciendo mi propio camino. Puedes hacerlo, sabes.
No tienes que hacer lo que te piden.

―Quizá no en tu caso ―responde Ares―. Mi familia no es la tuya.

Intento sonsacarlo de nuevo mientras el barco avanza a toda


velocidad, pero parece que Ares ha decidido que ya es suficiente
conversación.

Llegamos al puerto deportivo de Dubrovnik. Ares tira las


cuerdas, planeando desembarcar conmigo, pero le digo:

―Quédate aquí con el barco.

―¿No quieres que entre contigo? ―pregunta, mirando en


dirección al hotel Oasis.

―No. ―Niego con la cabeza―. Aceptarán el trato o no lo harán.


―Deberías tener a alguien ahí respaldándote ―dice Ares,
agarrando la cuerda con fuerza en sus manos.

―Te lo agradezco hombre, pero me superan en número de


cualquier manera. Quédate aquí, y si no vuelvo en tres horas, vuelve
a Kingmakers por tu cuenta. No puedo permitir que te expulsen por
mi culpa.

Ares frunce el ceño, pero se queda a bordo.

Camino solo por las calles poco iluminadas de la ciudad antigua,


con el portátil bajo el brazo. Las lámparas doradas arden a lo largo
de la muralla y los edificios de tejados rojos brillan como si cada uno
fuera un horno encendido.

Reservé la suite presidencial en el Oasis, que abarca toda la


planta superior e incluye su propio conserje privado. Sólo eso me
costó 20.000 dólares de mis fondos, pero es una gota en el océano
comparado con lo que he gastado. He vaciado todo el fondo y no me
arrepiento ni de un céntimo, ni de un minuto. Sólo espero que
funcione.

El conserje me saluda, con cara de sorpresa cuando le digo mi


nombre. Es el uniforme del colegio; estoy seguro de que esperaba a
alguien mayor.

―Por aquí, señor ―dice―. Tengo su traje preparado.

Me lleva a la planta superior, a la suite de cuatro habitaciones.


Observo la sala de juntas privada, el bar completo y las amplias
puertas de cristal que dan a la azotea. Sopla la brisa marina,
probablemente podría ver a Ares desde aquí, si el barco no estuviera
pintado de forma sigilosa.
Mi ropa está dispuesta sobre la cama, como me prometió el
conserje.

He pedido un Brioni azul noche, junto con mocasines de piel de


becerro, una camisa de vestir blanca y unos gemelos de ópalo. El
conserje también me proporcionó una serie de artículos de tocador
en la encimera de mármol del suntuoso cuarto de baño.

Me enjuago la sal marina de la piel, me afeito, me visto y me


peino, metiendo un pañuelo de bolsillo de seda en la chaqueta.

El hombre que me devuelve la mirada en el espejo parece diez


años mayor, infinitamente seguro de sí mismo, anticipando la noche
que se avecina. La pequeña parte de mí que aún se retuerce en mi
interior intenta expresar una objeción, y la aplasto sin
contemplaciones. No hay lugar para el miedo o el nerviosismo. Hay
una cosa que sé con certeza: ningún hombre de este planeta ha
logrado jamás una maldita cosa sin creer que podía hacerlo.

Compruebo mi reloj. 12:50. Faltan diez minutos.

Me siento en la opulenta mesa de la sala de juntas, con el portátil


cerrado y en silencio, el único objeto sobre la mesa. Tomo el asiento
principal, lo que puede ofender a algunos de mis visitantes, pero
marcará el tono apropiado para la velada.

Tres minutos más tarde, el conserje llama:

―Su primer invitado está aquí.

―Que suba ―digo.

La puerta de la suite se abre para que Álvaro Romero pueda


entrar directamente. Entra a grandes zancadas, con los hombros
rígidos, la mandíbula ya tensa y los ojos brillantes de furia. Elige el
asiento del otro extremo de la mesa, justo enfrente de mí, y yo
reprimo una sonrisa porque es exactamente dónde lo quiero. Se
niega a ceder la posición de poder; prefiero tenerlo al final, donde
sus objeciones serán distantes.

―Tienes mucho valor para convocarme aquí, chico ―gruñe, a


modo de saludo.

Y sin embargo, me doy cuenta de que se ha vestido con el mismo


cuidado que yo, lo que significa que no está desinteresado en lo que
tengo que decir, sólo quiere desahogar un poco el bazo antes.

Su espeso pelo gris está recién peinado y va tan bien vestido


como la propia Zoe. Aparte de eso, no veo mucho de su hija en él. Es
de rasgos toscos y tiene la barbilla débil, mientras que Zoe irradia
belleza y confianza.

―Gracias por hacer el viaje ―digo―. Como sabe, estoy un poco


limitado en cuanto a la distancia que puedo viajar en este momento.

―Sí... Me pregunto si a tu Rector le gustaría saber que has hecho


una excursión a Dubrovnik, podría resolver mi problema con una
llamada telefónica.

―Estoy seguro de que me expulsarían ―digo con calma―. Sin


embargo, no creo que eso resuelva su problema.

Romero se inclina sobre la amplia extensión de la brillante mesa,


con sus ojos oscuros encendidos.

―No sé de dónde sacas el descaro de dirigirme dos palabras,


cuando has estado profanando a mi hija desafiando tu propio
contrato escolar y su acuerdo matrimonial. Debería hacer que te
castraran, chico.

Es la segunda vez que me llama 'chico'. Me gustaría volver a


meterle el peyorativo por la garganta, pero lo guardo en un archivo
mental de agravios, para poder clavárselo más tarde si quiero. Por
ahora, necesito concentrarme.

―Señor Romero ―le digo amablemente―, aunque no nos hemos


conocido en persona, siento que tengo cierta percepción de usted de
todos modos. Su hija Zoe es brillante, disciplinada y profundamente
leal. Sé que esas características deben provenir de sus padres.

Entorna los ojos hacia mí, sin gustarle mi familiaridad con su


hija, pero influenciado por el cumplido de todos modos.

―Creo que es un hombre de honor. Un hombre que quiere


mantener sus acuerdos, también un hombre lo suficientemente
inteligente como para reconocer una oportunidad cuando se
presenta.

―Ya tengo una oportunidad en la mesa ―dice él, con frialdad.

―Sí, pero tiene un costo. El costo es su hija. No espero que se


doblegue a sus sentimientos... pero no puede desconocer la
naturaleza de Rocco Prince.

Las pesadas cejas de Romero se hunden tanto que sus ojos se


convierten en meras rendijas.

―Esta generación más joven ―sisea―. Son blandos. Románticos.


―Lo pronuncia como una maldición―. Las hijas no son hijos, tus
padres pueden permitirte a ti jugar a estos juegos, mis hijas
OBEDECERÁN.
Oigo el veneno en su voz. Este es un punto delicado para él. Aquí
cuelga su orgullo y su ira contra Zoe por el pecado de haber nacido
niña.

Dieter y Gisela Prince entran en la habitación.

Romero se sobresalta, porque no le he informado de que sus


pretendidos suegros asistirían a esta reunión.

Yo también me sorprendo. Sólo esperaba al señor Prince, no a su


esposa.

Se sientan a mi lado izquierdo, un poco más cerca de mí que de


Romero, lo que me parece una buena señal.

Dieter Prince está de mejor humor que Romero, me examina con


unos fríos ojos azules no muy diferentes a los de Rocco. Su bigote
negro oculta la expresión de sus labios.

―Mi helicóptero me está esperando ―dice con brío―. Sólo pienso


quedarme una hora. Así que, por favor, explícame por qué no
debería destriparte aquí y ahora por intentar robarle la novia a mi
hijo.

―Porque a usted no le importa la novia ―respondo―. Tampoco a


los Romero, esto es un trato de negocios y Zoe es simplemente el
sello de cera. ¿Podemos prescindir de la ficción de que el
matrimonio es una parte integral del acuerdo?

―Demuestras tu inexperiencia ―dice Prince, con severidad―. Los


contratos se deshacen, los acuerdos cambian, pero los matrimonios
duran. Sólo un matrimonio asegura que el futuro de ambas familias
esté entrelazado, es la única manera de asegurar que nuestros
intereses se alineen con el tiempo.
―¿Qué valor tiene eso para usted? ―le digo―. ¿Diez millones?
¿Cien?

―Tú no tienes esa cantidad de dinero ―suelta Romero desde el


fondo de la mesa.

―No ―le digo―. Pero usted podría.

Prince y Romero intercambian miradas. Romero resopla,


obstinadamente despectivo. Veo una chispa de interés en los ojos de
Dieter Prince. El dinero le importa. La cifra le importa, puedo verlo.

―¿De qué estás hablando? ―exige Prince.

―Usted está construyendo una ruta de distribución ―digo―. De


Barcelona a Hamburgo. Es una buena ruta, sin duda. El producto de
Álvaro Romero y sus hombres. ¿Pero qué pasaría si fuera cinco veces
más grande? ¿Y si se extendiera hasta Kiev y hasta Turquía? ¿Y si
pudiera recibir pedidos de todas las ciudades del norte de Europa,
todo al mismo tiempo? Imposible de rastrear e indetectable.

El bigote oscuro de Prince se mueve.

―Explícate ―dice.

―El punto de estrangulamiento en la venta de contrabando es el


sistema de pedidos. Necesita una red de distribuidores de bajo nivel
para vender el producto en persona. ¿Ha oído hablar de Amazon?

―Por supuesto ―dice Romero, todavía irritado.

―Sería el Amazon de las drogas.


―¿Cómo te lo imaginas? ―pregunta Prince.

―Pedidos online a través de la web oscura, canalizados a través


de un servidor privado. Envía el producto por su canal de
distribución. No tiene que aceptar el dinero en persona y lidiar con
todos los molestos inconvenientes de los tipos de cambio y el
transporte y el blanqueo. Acepta el pago en Bitcoin, totalmente
irrastreable. Luego lo cambiamos por dólares americanos.

―¿Cómo? ―dice Prince―. ¿Quién lo cambia?

Compruebo mi reloj.

―Esa es la última pieza del rompecabezas ―digo―. Deberían


estar llegando mientras hablamos.

―Esto es fantasía ―escupe Romero―. Todo son habladurías, no


puedes hacer nada de esto.

―Ya lo he hecho ―digo―. Ya está hecho.

Abro la tapa del portátil y giro la pantalla para mostrársela, él se


inclina hacia delante, entrecerrando los ojos para ver. Un torrente de
números desciende por la pantalla como agua corriente, ante sus
ojos.

―Son órdenes ―le digo―. En tiempo real, la gente pide su


producto mientras estamos aquí sentados.

Prince y Romero miran fijamente con los números reflejados en


sus iris, números que representan un río de dinero que va
directamente a sus bolsillos.

En ese silencio conmovedor, los Malina entran por la puerta.


Marko Moroz es un hombre bestial, de casi dos metros de altura,
ancho, con una melena de pelo castaño rojizo del color de la piel del
zorro. Sus ojos tienen un tono amarillento y sus labios son gruesos y
carnosos. Sus manos son tan grandes y están tan llenas de cicatrices
que los dedos se enroscan permanentemente. Lleva una chaqueta y
botas de estilo militar, y sus cuatro soldados van igualmente
ataviados con equipo de combate.

Estos soldados han sido elegidos por su tamaño y brutalidad. Le


dije a Moroz que nos reuniríamos sin armas, sin guardaespaldas. Sin
embargo, trajo a sus cuatro más grandes, como muestra de fuerza.

Están marcados con los tatuajes de sus logros. Los tatuajes


ucranianos son similares a los rusos: una mujer en llamas
encadenada a una estaca, mostrando la venganza ejercida sobre
quien ha traicionado. Una mano que sostiene un tulipán, para
indicar que el portador cumplió 16 años en un campo de prisioneros.
Una daga envuelta en una serpiente que proclama que el portador es
un maestro ladrón.

En comparación, estos hombres hacen que Dieter Prince y Álvaro


Romero parezcan banqueros, no intentan pasar desapercibidos, ellos
llevan la evidencia de su violencia con orgullo.

La incomodidad se apodera de la sala. Dieter y Gisela Prince se


sientan como un póquer en sus sillas, y Romero tiene los ojos
abiertos como un colegial. Se lame los labios y sus ojos se dirigen a la
puerta abierta como si estuviera considerando huir ahora mismo.

―Espero que no lleguemos tarde ―dice Moroz, con su voz


profundamente acentuada.

―Justo a tiempo ―digo―. Por favor, pónganse cómodos.


Hago un gesto hacia el lado abierto de la mesa. Moroz se sienta
mientras sus hombres permanecen de pie, repartidos por la sala.

Tengo que moverme rápido, porque los Prince y Álvaro Romero


querrán salir de aquí lo antes posible. No querrán hacer negocios con
los Malina, nadie lo hace. No a menos que su codicia sea lo
suficientemente poderosa como para superar sus reservas.

―Marko Moroz tiene dólares americanos ―digo―. Una gran


cantidad de sus operaciones fuera de Brighton Beach y está
buscando una oportunidad de inversión. Los Malina pueden
ampliar nuestra red de distribución desde Alemania hasta Polonia,
Lituania, Letonia y Estonia, pasando por Bielorrusia hasta Ucrania, y
luego por el Mar Negro hasta Turquía. Pueden tomar el Bitcoin y
utilizarlo para comprar propiedades en Dubái. A cambio, les
proporcionarán dólares americanos limpios. Por ese servicio, sólo
piden un treinta por ciento de los beneficios, y un cinco por ciento
adicional por el intercambio.

―Diez ―corta Moroz de inmediato. Sonríe, mostrando varios


dientes de oro―. El diez por ciento por el cambio de moneda, y el
cuarenta por ciento de los beneficios. Me parece justo, por todo lo
que voy a aportar.

Esto no es lo que habíamos discutido, aunque me anticipé a que


Moroz tratara de presionarme a la primera oportunidad.

Ahogo mi irritación, y la creciente sensación de pánico de que


Prince y Romero no acepten ese trato. Tiene que ser dulce, o no
trabajarán con Moroz.

―Un diez por ciento de comisión de intercambio es razonable


―acepto―. El beneficio debería dividirse en tres partes iguales: un
33,3% para cada uno. Hagámoslo sencillo para los Contables ¿de
acuerdo?

Dieter Prince observa atentamente para ver si se puede razonar


con Moroz.

Moroz se toma un largo tiempo para reflexionar y luego asiente


lentamente.

―Sí ―se ríe―. No confundamos a los Contables.

―Está acordado, entonces ―digo, mirando a los Prince y a


Romero para confirmarlo. ―Reparto de beneficios a partes iguales.
Diez por ciento para los Malina por el cambio a dólares americanos y
un uno por ciento adicional para el monedero de bitcoin. Una ganga
para el dinero lavado.

Es una hermosa ganga, y todos en esta mesa lo saben.

Prince y Romero intercambian miradas. Mantengo la pantalla del


portátil girada hacia ambos, para que puedan ver cómo se acumulan
los pedidos incluso mientras hablamos. Ya se han acumulado varios
millones de dólares en el poco tiempo que lleva funcionando el
programa.

No quieren trabajar con los Malina. Saben que el dinero está en


una trampa para osos abierta que podría romperse en sus manos en
cualquier momento, pero tampoco quieren rechazar a Marko Moroz
mientras se sienta justo enfrente de ellos, contaba con que su factor
de intimidación funcionara en ambos sentidos.

―¿Qué ganas tú con esto? ―La señora Prince dice de repente,


sorprendiéndonos a todos. No había hablado en toda la reunión,
sentada como una sombra pálida y silenciosa junto al codo de su
marido.

―Consigo a Zoe Romero ―digo, simplemente―. Sin dinero, sin


drogas, sin corte, sólo la quiero a ella. A cambio, entrego la
plataforma, el servidor, la cartera de bitcoins... todo.

―No puedes hablar en serio ―resopla Dieter Prince.

―Ese debe ser un coño chapado en oro ―ríe Moroz, golpeando


sus manos del tamaño de un jamón en los muslos.

Romero frunce el ceño ante el desaire a su hija, y enseguida se


limpia la cara cuando Moroz mira en su dirección.

―Eso es lo que quiero ―digo, en voz baja. Y luego, dándome


cuenta de que Zoe necesitará otra cosa para ser feliz, digo―: y a
Catalina, también. No hay contrato de matrimonio para ella. Se casa
con quien quiera, después de graduarse.

Romero está indignado y se pone al final de la mesa, es el que


más se sacrifica de los presentes: las niñas son sus dos únicas hijas.
Sus únicos peones, pero después de todo, los peones no valen
mucho a los ojos de los maestros del ajedrez. Con todos los
problemas que le ha dado Zoe, puede que esté harto de contratos
matrimoniales.

El silencio se alarga, nadie quiere hablar primero.

Moroz es el que menos paciencia tiene.

―¿Qué, entonces? ―exige, golpeando su enorme puño sobre la


mesa, haciéndonos saltar a todos―. Tengo un montón de dinero y sin
tiempo que perder. ¿Estamos todos de acuerdo?
―¡Sí! ―grita Romero, más por los nervios que por otra cosa.

Dieter Prince mira a su mujer, parece estar buscando una manera


de librarse de este trato sin meterse en problemas.

La señora Prince tiene una perspectiva diferente.

―Este camino es mejor ―dice ella, en voz baja―. Más dinero, más
aliados, sin contrato matrimonial.

Sus ojos azules se encuentran con los míos durante un rápido


segundo.

No dice nada más, pero estoy seguro de que, en lo más profundo


de su ser, hay alguna medida de simpatía por Zoe y muy poco amor
por su hijo.

―Que así sea ―dice el señor Prince―. Rocco es joven, tiene mucho
tiempo para encontrar a otra persona.

Resopla, despidiendo a Zoe en un suspiro mientras vuelve a


mirar la pantalla del portátil.

Me gustaría rompérselo en la puta cabeza, pero estoy demasiado


eufórico por lo que acabo de conseguir, el mayor puto acuerdo de mi
vida por el mayor premio imaginable.

―Brindemos ―digo―, mientras redacto el contrato.

Para cuando todos hemos firmado y compartido tres rondas de


bebidas, sé que apenas voy a llegar al muelle a tiempo. Moroz ha
estado sirviendo tragos que llenan su vaso, y empieza a tener un
brillo enloquecido en los ojos, quiero largarme de aquí antes de que
me dé una palmada en la espalda que me saque la puta cabeza de los
hombros.

Nos despedimos y nos separamos en el vestíbulo, todos


esperando a que los Malina se vayan primero antes de sentirnos
cómodos saliendo a la oscuridad por nuestra cuenta.

Me apresuro a bajar a los muelles, todavía con el traje puesto, ya


que he olvidado el uniforme en el hotel.

Ya han pasado diez minutos de las tres horas que acordamos


Ares y yo.

Sin embargo, el elegante barco negro espera al final de su amarre.

―Se suponía que te ibas sin mí ―le digo a Ares.

―Lo sé ―suspira―. Te necesito para volver a atravesar esas rocas.

―Y tú estabas ligeramente preocupado de que pudiera estar


muerto.

―¿Preocupado o esperanzado?

―Definitivamente preocupado.

―Sólo porque pensé que podría perder mi parte de este trato


súper importante.

Me río.

―No hay ninguna parte, ahora estoy sin dinero, me lo he gastado


todo.
Ares me sacude la cabeza.

―Eso no parece un buen trato.

Me imagino la cara de Zoe cuando le diga lo que he hecho. La


forma en que su incredulidad se fundirá en una sonrisa más brillante
que el amanecer.

―Es un trato jodidamente fantástico ―le digo―. El mejor que


jamás conseguiré.
21

CAT

Cuando no veo a Zoe en el desayuno, me preocupa que le haya


vuelto a pasar algo horrible.

En lugar de eso, irrumpe en mi habitación en el sótano mientras


estoy llenando mi mochila de libros.

Rara vez viene a visitar mi dormitorio; a nadie que no sea un


Espía le gusta venir al Sótano. Lo encuentran espeluznante, y para
ser justos, los Espías son menos que acogedores.

Somos la única división en la que los estudiantes masculinos y


femeninos comparten el mismo piso. Aunque he llegado a conocer a
algunas de las estudiantes mayores, como Shannon Kelly e Isabel
Dixon, odio visitar los baños en el extremo del túnel porque significa
que también tengo que pasar por las puertas de algunos de los
residentes absolutamente aterradores, como Jasper Webb y el
imbécil de mi propio primo Martin Romero.

Sus habitaciones son cuevas, y tengo el temor de que si no paso


corriendo por su puerta lo suficientemente rápido, podrían extender
un brazo con forma de tentáculo y arrastrarme al interior.

Por todas estas razones, suelo ser yo quien visita a Zoe en el


luminoso y limpio Solar.

Hoy simplemente me siento aliviada de verla, sobre todo porque


puedo decir de un vistazo que su cara está radiante de emoción.
―¡Lo ha conseguido! ―grita, con la voz entrecortada por la
emoción―. ¡Miles lo hizo!

―¿Qué hizo? ―digo, sin comprender.

―Convenció a los Prince para que disolvieran el contrato


matrimonial.

La miro fijamente con la boca abierta, sin poder procesar lo que


estoy oyendo.

―¿Cómo... estás segura?

Quiero celebrarlo con mi hermana, pero me temo que esto no


puede ser cierto. No quiero que sus esperanzas se desvanezcan tan
rápido como se han levantado.

Zoe baja la voz, aunque estamos solas en mi habitación. Rakel ya


se ha ido a clase.

―Se escapó anoche con Ares, fueron a Dubrovnik y Miles hizo un


nuevo trato con los Prince y nuestro padre.

Zoe suena febril, no la había visto tan contenta en... quizá toda la
vida.

―¿Lo sabe Rocco? ―susurro.

―Todavía no, pero lo sabrá.

Zoe está triunfante, no puede esperar a que Rocco se entere de


que sus planes han sido arrancados de cuajo.
Yo, por otro lado, siento un nuevo nivel de temor.

Rocco no se va a tomar esto bien. En absoluto.

Sin embargo, no quiero decirle eso a Zoe. No quiero quitarle su


alegría en este momento.

Así que la rodeo con mis brazos y la abrazo fuerte.

―Estoy tan, tan feliz por ti Zoe ―le digo―. Te lo mereces.

Me devuelve el abrazo con más fuerza y su esbelto cuerpo


tiembla de emoción.

―El trato es para ti también, Cat. Nuestro padre no hará un


contrato para ti, no le está permitido, no tendrás que casarte con
nadie que no te guste.

Dejo escapar un largo suspiro, ese era un horror futuro que


nunca había considerado porque me asustaba demasiado.

―¿Miles hizo eso? ¿Por mí? ―digo.

―Sí. ―Zoe se aparta para mirarme, apartando unos rizos salvajes


de mi cara. Inmediatamente vuelven a brotar, desobedientes como
siempre―. Sabe lo mucho que te quiero.

Nunca había imaginado un futuro libre para mí. Es abrumador.


No sé por dónde empezar a hacer planes, me siento como si
estuviera frente a un buffet con mil platos.

¿Qué haría, si realmente pudiera hacer cualquier cosa en el


mundo?
¿Iría a Pintamonas?

Eso es lo que había planeado, antes de venir aquí.

Pero ya no sé si quiero eso. Mi progreso en Kingmakers se ha


ganado a pulso. Empecé siendo la última de mi clase, la más débil, la
menos competente. Poco a poco, durante el año escolar he crecido y
he aprendido cosas, he descubierto reservas de fuerza e ingenio que
no sabía que poseía. Poco a poco mis notas han mejorado, así que ya
no suspendo, puede que incluso me encuentre en la mitad del grupo.

¿Quién sabe dónde podría estar dentro de otro año? ¿O dos o


tres?

Una vez me imaginé a mí misma el día de la graduación, tan


fuerte y confiada como uno de último año como Saul Turner.

Eso ya no parece una fantasía imposible.

―Tendré que darle las gracias a Miles ―le digo a Zoe―. Aunque
no sé cómo se le puede agradecer a alguien algo así.

―Lo sé ―dice Zoe―. Es que no puedo creerlo.

Pero ella sí puede. Ella lo cree absolutamente.

Me hace falta llamar a casa de mi padre para convencerme del


todo. Lo llamo el domingo, que es el día en que se nos permite usar
la anticuada cabina de teléfonos de la planta baja de la Fortaleza.

Por lo general, nunca llamo a mi padre, él se comunica mediante


cartas que detesto abrir.
Sin embargo, hoy parece esperar mi llamada.

―Hola, Catalina.

Nunca me llama Catalina. Nunca lo ha hecho.

―Hola, padre.

―Supongo que tu hermana te ha dado la noticia.

―Me dijo que hiciste un nuevo trato con los Prince. Un acuerdo
más ventajoso.

Estoy tratando de halagarlo. Conozco el orgullo de mi padre, si


percibe cualquier indicio de triunfo en Zoe o en mí, se pondrá
furioso.

―No espero que ustedes entiendan la complejidad de mi negocio,


pero sí, podría decirse que es infinitamente más ventajoso ―dice, con
pomposa magnanimidad.

―Me alegro mucho por ti, padre.

―Es una vergüenza para tu hermana ser desechada por su


prometido. Será mejor que espere que el americano se tome en serio
lo de perseguirla. Dudo que alguien más esté interesado después de
cómo se ha comportado.

―Creo que él va muy en serio con ella ―digo en voz baja.

Mi padre responde con un resoplido de disgusto.


―Espero que nunca te comportes de forma tan puta, Catalina. Te
he educado para que entiendas lo que una esposa debe a su marido,
el valor de una mujer se diluye fácilmente, como una botella de vino,
una vez que se descorcha...

―Lo entiendo, padre ―digo, rápidamente.

Estoy furiosa y me tiembla la mano alrededor del auricular.


¿Cómo se atreve a hablar así de Zoe, cuando nunca ha sentido amor
o devoción en su vida? Es un hipócrita, un reptil, un jodido baboso...

―Mira que lo entiendes ―dice, brevemente, colgando el teléfono.

Dejo el auricular de golpe, deseando haber tenido el valor de


hacerlo antes que él.

Lo odio. Lo odio mucho.

Detesto la idea de volver a casa este verano. Deseo que el año


escolar no termine nunca, un sentimiento que nunca pensé que
sentiría, pero que ahora abrazo de todo corazón.

Prefiero Kingmakers, ahora puedo decirlo. A pesar de todos sus


defectos, de todas las formas en que me aterroriza, al menos este
lugar es honesto en sus intenciones. Nadie finge amarme aquí, él
finge tener mis mejores intereses en el corazón, mientras me
envenena desde dentro.

Mi padre no sabe nada sobre quién soy, no realmente.

Soy una maldita Espía.

Luther Hugo no se equivocó cuando eligió mi división. Miró mis


expedientes escolares. Se dio cuenta de lo que mi padre nunca se
molestó en ver. Habilidades incipientes. Experiencia embrionaria.

He estado construyendo esas habilidades todo el año.

Ahora es el momento de ponerlas en práctica.

Estoy cansada del terror, cansada de esperar a que los hombres


ataquen para poder reaccionar a tientas.

Es hora de enfrentarme a mi último miedo en este lugar.

Es hora de ir a la caza de Rocco Prince.

Una de las pocas clases que disfruté en Kingmakers desde el


principio, es la de Sigilo e Infiltración. En esa clase es una ventaja ser
pequeña e insignificante, fácil de pasar por alto. Incluso el profesor
Burrows es un hombre bajo y recortado, con un acento británico
tranquilo y cuidadosamente cultivado, y un rostro sencillo y poco
llamativo. Lo único memorable en él son sus dientes extrañamente
pequeños, como los de un bebé, que sólo se muestran en las raras
ocasiones en que sonríe ante su propia broma.

El profesor Burrows nos ha enseñado cómo acechar a nuestra


presa sin que se note.

―El primer paso es la investigación ―nos dice―. Debes tener una


buena idea de adónde va tu sujeto antes de que salga de casa. Si tu
intención es seguirlo hasta un lugar desconocido, mantén la
distancia, vigila su posición a través de fuentes indirectas, como los
reflejos de las ventanas, y prepárate para modificar tu aspecto
durante el trayecto. Las gorras, las gafas de sol y las chaquetas
reversibles pueden ser útiles.

Cuando empiezo a seguir a Rocco Prince en el campus, intento


hacer uso de todos los consejos del profesor Burrow. Tomo prestada
una de las gorras de Rakel para cubrirme el pelo, y me pongo y me
quito la chaqueta de la academia. Me escondo detrás de las pilas de
libros de texto en la biblioteca y de los fornidos Ejecutores en el
comedor. Recuerdo la directriz del profesor de no seguir detrás del
sujeto en todo momento, sino de caminar en paralelo o en diagonal,
de adelantar a veces y de detenerse a veces fuera de la vista.

Rocco es un depredador con instintos muy afinados. Si lo miro


demasiado tiempo, levanta la cabeza y sus fríos ojos azules lo
recorren todo, buscando el origen de ese cosquilleo en la nuca, ese
sexto sentido de que está siendo observado.

Pero no me ve porque he aprendido a esconderme detrás de los


pilares y en la sombra de las escaleras, a quedarme perfectamente
quieta sin inmutarme, con la cara inclinada hacia un libro, incluso
mientras su mirada pasa por encima de mí.

Todo el mundo sabe cuándo Rocco se entera de la disolución de


su compromiso porque destruye el dormitorio que comparte con
Dax Volker. Destroza los muebles, los colchones, incluso lanza una
silla por su propia ventana. Por esa pequeña rabieta, su familia es
multada y él se ve obligado a sufrir la humillación de trabajar en el
equipo de jardines durante dos semanas.

Espero que tome represalias contra Miles y Zoe inmediatamente,


pero no lo hace. Ni siquiera se dirige a Zoe, lo que ella considera una
buena señal.
―Sé que está enojado, pero tiene que acatar la decisión de sus
padres ―me dice Zoe.

Zoe está más guapa que nunca: su piel es resplandeciente, su


pelo oscuro y lustroso, sus ojos brillantes como el trébol de
primavera. Sigue llevando sus pantalones favoritos, pero su blusa
está parcialmente desabrochada y las mangas remangadas. Un
cinturón ciñe su esbelta cintura, mostrando su figura de una forma
que nunca hubiera hecho antes.

Se siente segura por primera vez en su vida, como si los brazos


de Miles la rodearan incluso cuando él no está en la habitación.

No quiero romper esa seguridad ni por un segundo, pero tengo


miedo por ella y no puedo evitarlo.

―No creo que te deje ir tan fácilmente ―le digo a Zoe.

―Que se joda ―dice Zoe, moviendo la cabeza imperiosamente―.


Ya no hay contrato. Si intenta hacerme daño en la escuela, será
castigado. Fuera de la escuela, me quedo con Miles. Tú también
puedes venir con nosotros, Cat. Ven a Chicago este verano, a mi
padre no le importará, estará ahogado en efectivo por este negocio.
Miles dice que ya está en marcha, que ya está funcionando.

Está en lo alto del triunfo, dichosa y llena de planes.

Me temo que Miles está igual.

No pueden ver lo que yo veo.

No están observando a Rocco, que cada día está más pálido y


venenoso. Es una serpiente que está hambrienta, y eso sólo lo hace
más peligroso.
―Creo que también está perdiendo a sus amigos ―dice Zoe―.
Jasper estaba enojado por esa semana en una celda de las
Mazmorras, y por lo que he oído Dax no está muy contento de que
Rocco les haya jodido la habitación.

Me he dado cuenta de que los amigos de Rocco no parecen


especialmente felices en su compañía. Jasper apenas habla, y Dax es
malhumorado y se irrita con facilidad. Algunos de los colgados
desaparecieron por completo después de lo ocurrido con Wade
Dyer. Rocco se burla de cualquiera que se quede, hasta que su grupo
de una docena de secuaces se reduce a tres o cuatro.

Aun así, le sigo a medida que el curso escolar se acerca a su fin,


hasta que sólo quedan unas pocas semanas porque no confío en que
nos deje subir a ese barco sin una última confrontación.

Una semana antes del desafío final del Quartum Bellum, estudio
en la biblioteca. Aunque suelo disfrutar de este lugar, estoy
deseando estar al aire libre, donde los azahares están en plena
floración, el sol brilla y la hierba es fragante. El tiempo es totalmente
cálido ahora. Ya nadie lleva suéteres ni chaquetas, ni siquiera
medias. Las chicas se acuestan en el césped con las faldas subidas
para dar color a sus piernas y los chicos andan por ahí lanzando
pelotas de fútbol y de béisbol, fingiendo que no miran.

Me gustaría estar ahí abajo, pero estoy cerca de conseguir unas


notas realmente decentes, siempre que pueda pegar el aterrizaje en
mis exámenes finales. Así que soy una de las únicas personas que
están dentro de la torre, resistiendo el canto de sirena del comienzo
del verano.

O, al menos, eso es lo que ocurre hasta que oigo varias pisadas


subiendo por la rampa.

Instintivamente, me escabullo de mi asiento y me escondo entre


las estanterías.

Los pasos son pesados y masculinos. Las voces bajas tienen un


toque de malicia que me resulta demasiado familiar.

―¿La has visto acostada en la hierba con la cabeza en su regazo?


Haciendo alarde de sí misma.

La furia sibilante de Rocco hace que mi piel se vuelva fría y


húmeda. Me quedo exactamente dónde estoy, encajada en el
pequeño espacio a sólo unos metros de los chicos.

―Bueno, ya ha pagado bastante por ella, que se la quede, yo me


habría quedado con el dinero, personalmente.

Oigo la fea risa de Dax Volker.

Espero que sigan subiendo la rampa, pero parece que se han


detenido. Hay un roce de sillas y un ruido sordo de libros arrojados
al suelo cuando tiran sus pertenencias sobre una mesa cercana a la
que yo estaba usando.

―Ella cree que ha ganado, cree que puede pavonearse con él,
riéndose en mi cara.

―Ella ganó. Ya está hecho. Déjalo.


No estoy tan familiarizada con esa voz ya que apenas le he oído
hablar, pero estoy bastante segura de que el comentario bajo y
despectivo proviene de Jasper Webb. Estoy segura de ello cuando va
acompañado inmediatamente por el agudo chasquido de Jasper
haciendo crujir sus nudillos en rápida secuencia.

―Eso es lo que tú harías ¿no? ―sisea Rocco―. Te rendirías, como


cuando Dean Yenin te golpeó el puto trasero contra la lona.

―Tú no tuviste que luchar contra esa montaña móvil primero ―le
replica Jasper―. De todas formas ¿qué diablos sabes tú de eso? No
estabas en ese ring, ni siquiera boxeas.

―Pondré mi cuchillo contra tus puños huesudos en cualquier


momento ―gruñe Rocco.

―Basta ya ―dice Dax, aburrido e irritado al mismo tiempo―.


Estoy harto de que se peleen entre ustedes. Estoy harto de esta
escuela y de todo este maldito año. No puedo esperar a pasar el
verano en Ibiza, follando con putas drogadas en bikinis.

Rocco se queda en silencio durante un minuto, pero su mente


obviamente sigue volviendo a Zoe, como un hámster en una rueda.

―No ha terminado ―dice.

Oigo los suspiros exasperados de los otros dos, claramente en su


punto de ruptura con este tema.

―¿Sí? ¿Qué diablos vas a hacer al respecto? ―dice Dax,


abiertamente hostil ahora.

―Sea lo que sea, puedes dejarme al margen ―añade Jasper―. No


me apetece otro encontronazo con el Rector. A diferencia de ustedes
dos, no tengo una dulce mami que quiera dejarse degollar por mí.

―Dudo que la mía se ofrezca ―dice Rocco, en voz baja.

Es la primera vez que lo oigo admitir algo que podría


interpretarse como vulnerable, pero no lo dice con tristeza, sólo
afirma un hecho. Ha calculado los usos que podría dar a su madre y
el sacrificio propio simplemente no está en esa lista, no le importa si
ella lo ama o no.

―¿Qué, entonces? ―Dax dice, con un aire de querer terminar con


esto―. ¿Cuál es tu plan?

―Mi plan es esperar ―dice Rocco, con su voz más suave―.


Esperaré dos años, tres años, cuatro... esperaré hasta después de que
nos graduemos, y después de que se casen. Quizá espere hasta que
esté embarazada. ―Se ríe suavemente, disfrutando de esa idea―.
Embarazada de ocho meses, a punto de dar la bienvenida a su
primer hijo, y entonces la encontraré. Llamaré a su puerta y en el
momento en que la abra, desprevenida e inconsciente, cogeré otro
vaso de ese ácido y se lo tiraré a la cara. La quemaré, la cegaré, la
joderé. A ver cuánto la quiere entonces, cuando sea un puto
monstruo.

Dax y Jasper se quedan en silencio, ni siquiera son capaces de


reunir una risa mientras la depravación de este plan se extiende
sobre su mesa como una niebla helada.

―¿Crees que te seguirá importando dentro de cuatro años? ―dice


Jasper, tratando de ocultar su disgusto.

―Esperaría cincuenta años para hacerlo ―responde Rocco―. Pero


no tendré que hacerlo, la felicidad es un anestésico, se pondrán
cómodos mucho antes. Creerán que me he rendido porque eso es lo
que quieren creer. Nunca olvidaré, nunca perdonaré, no hasta que
consiga lo que quiero.

Se me revuelve el estómago, bruscamente y sin previo aviso.


Tengo que taparme la boca con la mano, como hice en el Gran Salón
el día que mataron a la madre de Ozzy.

Por mucho que haya cambiado este año, ese reflejo del vómito es
lo único que no puedo controlar.

Tal vez Rocco escuche el golpe de mi mano. Parece que se tensa,


exigiendo bruscamente:

―¿De quién es ese bolso?

Puedo ver mi mochila colgando sobre la esquina de mi silla


abandonada. Me olvidé de agarrarla cuando me escondí entre las
estanterías.

Mi instinto es huir, pero Rocco no puede verme. No puede saber


que lo he oído.

―No sé ―dice Dax―. Ha estado ahí todo el tiempo,


probablemente alguien lo olvidó.

―Recógelo ―ladra Rocco―. Mira a dentro de él, mira a quién


pertenece.

La silla de Dax raspa la alfombra mientras se levanta, planeando


hacer lo que Rocco le ordenó.

Ahora me entra el pánico, sabiendo que mi nombre está escrito


dentro de varios de mis libros de texto. Si Dax los revisa, se lo dirá a
Rocco y éste sabrá que estoy cerca, sabrá que no es una coincidencia.
Estoy a punto de salir de mi escondite como un urogallo que sale
de la tierra, cuando oigo una voz ligera que dice:

―¿Alguien se ha olvidado de eso? Yo lo tomo.

La rebeca de gran tamaño y la melena pelirroja encrespada de la


señora Robin aparecen a la vista mientras coge la bolsa, justo antes
de que la gran mano de Dax pueda cerrarla.

―Gracias, chicos ―dice, alejándose ya a grandes zancadas.

―¿Ha oído algo de eso? ―Rocco dice en un tono bajo, después de


que ella se haya ido.

―No ―dice Dax―. Y a quién le importa, es una maldita cadete del


espacio. ¿Alguna vez la viste babeando sobre esos pergaminos de
mierda de rata? Se cree un puto monje medieval, o una monja o algo
así. ―Suelta otra de esas horribles risas―. Se viste como una monja,
también. Igual la doblaría sobre el escritorio. Me gustan las
pelirrojas. También a nuestro chico Jasper ¿no es así Jasper?

―No ―dice Jasper, con frialdad―. No estoy interesado en follar


con la bibliotecaria.

Todo esto parece haber distraído a Rocco lo suficiente como para


que se olvide de la mochila misteriosa.

―Vamos ―dice Dax―. No tengo ganas de estudiar.

―¿Cuándo las tienes? ―dice Rocco, con desprecio.

―Es casi la cena, y a diferencia de ustedes dos a mí me gusta


comer de verdad.
―Si llamas comer a la porquería que sirven en este lugar.

Sin esperar a que Rocco acepte con algo parecido a la gracia, Dax
recoge sus libros. Rocco y Jasper lo siguen.

Yo me quedo exactamente dónde estoy, con las piernas


demasiado débiles para sostenerme, aunque tuviera el valor de
moverme.

He escuchado cada palabra que ha dicho Rocco. Y al igual que


Dax y Jasper, sé que no estaba bromeando.

Rocco se vengará de mi hermana, esperará todo lo que tenga que


esperar. Ni el tiempo ni la distancia borrarán su odio, es un peligro
para ella mientras viva.

Este problema sólo tiene una solución.

No quiero admitirlo. No quiero permitir ese pensamiento en mi


mente. Pero lo sé, tan segura como que puedo ver el sol saliendo por
la mañana y la luna en el cielo por la noche.

La única manera de que Zoe esté a salvo... es que Rocco muera.


22

ZOE

Las últimas semanas de colegio son las más dichosas de mi vida.

Rocco está tan amargado que ni siquiera me mira, que es


exactamente lo que me gusta.

Miles y yo somos libres de pasar todos los momentos posibles


juntos. Vamos a clase de la mano, nos sentamos juntos en todas las
comidas, nos quedamos despiertos hasta tarde por la noche riendo y
hablando, viendo películas antiguas o follando como conejos cada
vez que podemos.

La alegría de ser coquetos y románticos al aire libre es diez veces


mayor de lo que imaginaba. Nunca me he sentido tan ligera y tan
libre.

A menudo Anna y Leo se unen a nosotros para ver películas o


explorar la isla. Chay viene a veces, pero sé que se siente un poco
como una quinta rueda. Ha estado muy mal por lo que le pasó a la
madre de Ozzy. Sólo se animó cuando Ozzy empezó a aceptar sus
llamadas los domingos. Miles le regaló un teléfono móvil y ahora se
encierra en su habitación durante horas para hablar con Ozzy.

―Voy a visitarlo en Tasmania ―me dice―. En cuanto termine el


colegio.

―¿Como amigos, o...?


―No es que sienta pena por él ―me dice Chay, ferozmente―. Lo
he echado de menos desde que se fue. Lo he echado mucho de
menos, la verdad.

―Eso es genial, Chay ―digo, con sinceridad―. Siempre pensé que


Ozzy era bueno para ti.

Tengo mi propia visita planeada para las vacaciones de verano:


voy a Chicago a conocer a la familia de Miles. Le pregunté a Cat si
quería venir conmigo. Ninguna de las dos ha estado en Estados
Unidos antes, y no creo que nuestro padre se oponga. Miles me
mostró las transacciones en curso en el servidor offshore, que ya
están superando las generosas previsiones que hizo aquella noche en
Dubrovnik. Nuestro padre estará demasiado ocupado contando su
dinero para hacer otra cosa.

Cat no parecía tan emocionada como esperaba. Ha estado


extrañamente callada últimamente, casi evitándome. Dice que está
ocupada estudiando, pero me pregunto si la hace sentir aislada
verme tan envuelta en Miles. Como si pensara que me voy a olvidar
de ella.

Intento decirle que eso nunca ocurrirá.

―Sabes que siempre serás mi mejor amiga y que siempre te


cuidaré, Cat. No importa lo que pase conmigo y con Miles, eso
nunca cambiará.

―Lo sé ―dice Cat, mirándome con sus enormes ojos oscuros que
parecen ocupar la mitad de su cara.

―¿Qué pasa, entonces? ¿Sigues preocupada por Rocco? No me ha


dicho ni una palabra, realmente creo que va a dejarlo, los Prince no
querrán poner en peligro todo el dinero que están ganando. Miles
aún podría cerrar el servidor si Rocco intenta molestarnos.

Cat se limita a mirarme, solemne y pálida.

―¿Son los exámenes finales? ―pregunto―. Tus notas son mucho


mejores ahora, estoy segura de que...

―No es nada ―dice, sacudiendo la cabeza―. Sólo estoy cansada,


ha sido un año muy largo.

La última prueba del Quartum Bellum tiene lugar un sofocante


viernes de mayo.

El sol pega sobre nuestras cabezas como si estuviéramos en el


trópico, y todos los miembros de nuestro equipo sudan antes de que
el desafío haya comenzado.

Los de Segundo se enfrentan a los de Tercero. Se han vuelto a


instalar gradas alrededor del campo abierto para que el resto de la
escuela pueda ver el partido.

Leo, por supuesto, espera llevarnos a la victoria por segundo año


consecutivo. Si somos campeones por cuarto año consecutivo, batirá
el récord establecido anteriormente por Adrik Petrov, el Ejecutor de
San Petersburgo cuyo nombre ha pasado a la leyenda como el único
capitán que ha ganado tres años seguidos.
Adrik se graduó justo antes de que yo llegara a Kingmakers, así
que nunca lo vi, pero Miles me asegura que sus hazañas no son
exageradas.

―Era el puto amo ―dice Miles―. Nunca vi a alguien tan bueno en


absolutamente todo. Algunos pensaban que era un imbécil, pero a
mí me gustaba.

―Te gustan los imbéciles ―dice Leo.

―Por eso siempre hemos sido buenos amigos ―sonríe Miles.

―Voy a batir su récord ―dice Leo, lleno de fuego competitivo―.


En el Quartum Bellum, y en todo lo demás.

―Buena suerte con eso ―dice Miles―. Hoy has empezado bien;
no creo que sea tan difícil vencer a los de Tercero.

―Ese es tu equipo ―le recuerdo.

Miles y yo estamos de pie uno frente al otro en el campo, él con


una camiseta negra, yo de blanco. Técnicamente somos adversarios y
se supone que debo hacer todo lo posible para derrotarlo. En la
práctica, no puedo dejar de mirar su hermoso rostro, y creo que le
entregaría un trofeo ahora mismo si me lo pidiera amablemente.

Miles mira a su alrededor al resto de los de Tercero, entre los que


se encuentran el capitán Simon Fowler, Kasper Markaj, Jasper Webb
y Dax Volker, así como la Heredera de la Bratva Claire Turgenev y
su prima Neve Markov, y mi propio primo Martin. Esa sería su
'alineación de estrellas', si se quisiera elegir a los mejores. El resto
oscila entre lo mediocre y lo pobre en cuanto a fuerza y habilidades.
―Mi equipo es una mierda ―dice Miles, sin rodeos―. Así son las
cosas. Algunos años son más fuertes que otros. No me importa,
prefiero que nos ganen rápido para poder salir de este calor.

―¿Dónde está Rocco? ―digo de repente, mirando a mi alrededor.

Rocco es de Tercero, se supone que debería estar aquí en el


campo. La asistencia al Quartum Bellum es obligatoria.

―¿A quién le importa? ―dice Miles―. Es su problema si lo


atrapan faltando. Ojalá yo tuviera la misma idea, pero ya es
demasiado tarde: el profesor Howell ya me ha visto.

El profesor Howell se dirige a grandes zancadas al centro del


campo, con su silbato plateado favorito rebotando contra su pecho.
El sudor ya brilla en su rostro delgado y bronceado y en su pelo
negro bien cortado.

―¿Listos todos? ―grita.

El público lanza una débil y acalorada ovación, y los


competidores dan un grito aún más débil.

El profesor Howell levanta su pistola de arranque hacia el cielo


sin nubes y dispara.
23

MILES

El desafío final es esencialmente un gran juego de tira y afloja,


con una red en lugar de una sola cuerda. La red tiene una línea de
banderas en el centro. El primer equipo que lleve esas banderas a su
propia zona de anotación gana.

Como hay tantos estudiantes en cada equipo casi setenta en total,


la táctica consiste en desplazar a los hombres a diferentes zonas de la
red. Los equipos alternan entre ráfagas abruptas de potencia
agresiva y luchas largas y duras en las que los estudiantes sudan y se
esfuerzan, y la red apenas se mueve.

Jodidamente lo odio.

El Quartum Bellum me parece tedioso y sin sentido, y tiendo a


hacer el mínimo esfuerzo necesario para que mis compañeros no
noten que apenas estoy trabajando. Eso es difícil de hacer cuando
todo el mundo está empapado de sudor en cinco minutos.

La áspera cuerda nos quema las manos, raspando la piel de las


palmas, el césped bajo nuestros pies se desgarra pronto con las
plantas de nuestros zapatos, y los jugadores son sacudidos con
frecuencia de sus pies, arrastrados junto con la red hasta que se
despellejan y se cubren de manchas de hierba.

Esperaba que todo terminara pronto, pero rápidamente se hace


evidente que estamos en un largo camino. Mientras que los de
Segundo y los de Tercero tienen momentos de triunfo en los que
consiguen arrastrar la red varios metros hacia su zona de anotación,
este progreso se ve inmediatamente socavado por el equipo
contrario que vuelve a arrastrarla.

Leo tiene la mejor estrategia, como siempre. Utiliza cambios


inesperados de fuerza y dirección para sacudirnos literalmente.
Mueve a sus jugadores de un lado a otro, relevando a los que se
encuentran en los puntos de mayor tensión en cuanto empiezan a
flaquear. Poco a poco, va acercando la red a su lado.

Aun así, pasarán una o dos horas hasta que mi equipo se dé


cuenta de que está derrotado.

Me entretengo mirando a Zoe.

Está trabajando como una buena abeja obrera. Su pelo negro se


ha soltado de la coleta y se le pega a la cara. Sus mejillas están
sonrosadas por el sol. De hecho, se parece bastante a cuando está
encima de mí, montando mi polla, lo que hace que dicha polla se
despierte dentro de mis calzoncillos. Ese pensamiento es lo único
que podría hacerme disfrutar de esta puta competición. No me
importa que se alargue, siempre que pueda ver a Zoe riendo y
gritando, usando ese cuerpo de diosa en su mejor momento.

Me llama la atención y me sonríe, mostrando un destello de


dientes blancos.

―Podrías intentar empujar en lugar de tirar ―grita―. Te


sacaremos de tu miseria.

―Nunca me respetarás si te dejo ganar ―le grito, dando un fuerte


tirón a la red que la empuja hacia delante.

Zoe se limita a reírse y a plantar sus sucios tenis en la tierra


removida, tirando tan fuerte como puede para no ir a ninguna parte.
Dean Yenin se sitúa un poco a la izquierda de Zoe. Mueve la
cabeza con irritación, molesto por nuestro intercambio. Él, por
supuesto, está tratando el desafío como si el destino del mundo
dependiera de él. Gruñe con fastidio cada vez que Leo grita una
orden, pero sigue la estrategia cuando el beneficio es evidente.

Silas Gray no escucha con tanta atención. Cuando Leo les grita
que tiren hacia la izquierda, tira de la red en dirección contraria,
ejerciendo una fuerza inesperada sobre la sección que sostiene Dean.

Con una sacudida enfermiza, el brazo de Dean se desgarra hacia


un lado. Da un grito ahogado y suelta la red. Su brazo cuelga en un
ángulo molesto, tiene el hombro dislocado de la articulación.

―¡Maldito idiota! ―gruñe Dean, con la cara escarlata.

Silas lo mira fijamente, impasible e impenitente.

Leo suelta la red para venir a mirar y hace una mueca ante el
brazo colgante.

―Será mejor que vayas a la enfermería ―dice.

―¿Tú crees? ―brama Dean, con los dientes apretados por el


dolor.

―Puedo enviar a alguien contigo... ―Leo empieza.

―No te molestes, me ha arrancado el brazo, no las piernas


―escupe Dean, y se aleja por el campo con el brazo bueno sujetando
la extremidad suelta y oscilante contra su cuerpo.

―Qué pena ―le digo a Kasper Markaj―. No podría haberle


ocurrido a un tipo más agradable.
Kasper resopla y vuelve a agarrar la red.

―¡Vamos, vagos de mierda! ―Simon Fowler brama a nuestro


equipo―. Los tenemos justo donde queremos, ¡están cayendo como
moscas!

Suspiro.

―No es William Wallace, pero se esfuerza al máximo.


24

CAT

Rocco tiene que morir, y yo soy la única que puede hacerlo.

No puede ser Zoe o Miles. Son los sospechosos obvios.

Si ellos matan a Rocco, el Rector lo descubrirá, o los Prince. Su


nueva vida juntos será destruida incluso antes de que comience.

De hecho, tengo que asegurarme de que cuando Rocco muera,


sea evidente que Zoe y Miles no tienen nada que ver.

Por eso tiene que ocurrir durante el desafío final del Quartum
Bellum.

Zoe y Miles estarán compitiendo a la vista de toda la escuela.


Nadie puede acusarlos de atacar a Rocco.

Yo, por otro lado, necesitaré una coartada diferente.

Pero me estoy adelantando.

El primer paso es preparar la trampa.

Empiezo dejando notas en los bolsillos de Rocco. Esto es


arriesgado, porque implica colarse en la Torre Octagonal y forzar la
cerradura de su habitación.
Forzar la cerradura es una de las primeras cosas que se aprenden
en Kingmakers, al menos en la división de Espías. Lo hicimos en
nuestra primera semana. Se me ha dado bastante bien, ya que el
trabajo manual delicado y complicado es algo que he practicado
mientras hacía joyas y arte en papel.

Lo más difícil es esquivar a todos los Herederos varones que se


preguntan por qué me he colado en su torre. También, superar mi
repugnancia a tocar cualquier cosa que pertenezca a Rocco. Sus
ropas tienen un olor dulzón que me recuerda a la fruta podrida.

Las notas que le dejo a Rocco son deliberadamente vagas y


tentadoras.

Cosas como:

Sé lo que hiciste.

Tengo pruebas.

Te expondré.

Tendrás que pagar para mantenerme callado.

En realidad, no espero que Rocco se sienta amenazado por estas


notas. Todo lo contrario: Creo que lo irritarán y enfurecerán, porque
no las entenderá. Lo volverá loco no saber quién lo hace, ni por qué.

Quizá piense que me refiero a la historia que me contó Claire


Turgenev: el niño que torturó y asesinó en su antiguo internado, o
tal vez lo relacione con alguno de los cientos de otros actos crueles y
repugnantes que deben acechar en su mente como cuerpos no
exhumados.
No importa lo que piense, lo único que importa es que despierte
su curiosidad.

Dejo una docena de notas a lo largo de tres días, escondidas en


los bolsillos de sus pantalones, su mochila y entre las páginas de sus
libros de texto. Luego me detengo.

El paréntesis es importante para desequilibrarlo. Para que se


vuelva aún más paranoico. Para que responda cuando le deje mi
última nota.

Tres días antes del Quartum Bellum, me escabullo del Sótano a


altas horas de la noche. Robo piedras del desmoronado campanario
en la esquina noroeste del campus y las subo a las murallas. Son
piedras pesadas, cada una de ellas pesa entre cinco y diez libras. Las
escondo bajo la camisa y las subo una a una hasta que me tiemblan
las piernas por las decenas de subidas y bajadas de las escaleras.

Luego busco en los establos. Busco entre los montones de


muebles rotos, libros mohosos, cepillos de tiza desgastados y viejas
cajas de archivo.

No he estado aquí desde que le dije a Hedeon Gray que debía


revisar estas cajas en busca de antiguos expedientes de estudiantes.
Hago una pausa en mi búsqueda para examinar las cajas yo misma,
preguntándome si habrá encontrado lo que buscaba.

Está claro que han revuelto los archivos, pero no veo ningún
expediente de estudiante. Nunca miré los papeles tan de cerca en
Halloween; puede que haya sido una sugerencia estúpida. Eso, o
Hedeon encontró lo que buscaba y se lo llevó.

Reanudando mi propia búsqueda, encuentro un gran saco de


lona lleno de viejos equipos de buceo. Me deshago del equipo de
buceo y tomo el saco.

Todo lo que necesito ahora es una cuerda.

El día antes del Quartum Bellum, dejo mi última nota. La coloco


justo en la almohada de Rocco, donde es imposible que la pierda. Le
digo la hora y el lugar para encontrarme, y le ordeno que traiga 5000
dólares para asegurar mi silencio.

Por supuesto, no espero que traiga el dinero.

El dinero es una distracción.

No puedo decir si mi plan es razonablemente inteligente o


extraordinariamente tonto. Me he estado desplazando a través de
cada movimiento en una especie de aturdimiento, haciendo lo que
siento que se debe hacer, mientras que en realidad no creo que
pueda llevarlo a cabo.

No soy una asesina. Nunca lo fui.

Y sin embargo, tengo que matarlo.

No le he dicho a Zoe lo que planeo. Ella no puede saberlo, y


tampoco Miles, es la única manera de mantenerlos a salvo. Si algo
sale mal... bueno, no puedo pensar en eso. Mi hermana estaba
dispuesta a sacrificar su vida por la mía, ella iba a casarse con Rocco
para mantenerme a salvo, tengo que arriesgar lo mismo por ella.
Mientras me apresuro a bajar las escaleras de la Torre Octagonal,
me olvido de escuchar los pasos que suben. Es un pequeño error,
pero que resulta desastroso cuando me encuentro directamente con
Dean Yenin.

Me agarra por el cuello y me golpea contra la pared de piedra


curvada.

Al instante, vuelvo a estar en el cuarto de baño de la Fortaleza,


donde Dean se enfrentó a mí con una cara llena de lágrimas.

Él debe recordar lo mismo, porque su mano me rodea la garganta


hasta que suelto un grito estrangulado y le araño los dedos.

―¿Qué haces aquí? ―gruñe, con su aliento caliente en mi cara.

―¡Nada! ―chillo, tratando de apartar su mano de mi cuello.


También podría intentar doblar el acero. Sus dedos se clavan aún
más, hasta que la cabeza me da vueltas y las piernas desaparecen
debajo de mí.

―¿Por qué estás aquí? ¿Me estás buscando?

No he hecho más que lo contrario desde aquel día en el baño. He


evitado a Dean Yenin como si fuera Medusa y su sola mirada sobre
mí me convirtiera en piedra.

―¡No! ―jadeo, mi cabeza empieza a oscilar mientras el mundo se


vuelve negro a mi alrededor.

Dean afloja su agarre lo suficiente como para que pueda respirar,


pero sigue manteniéndome inmovilizada contra la pared con sus
brazos en forma de cable a cada lado.
―¿Por qué estás aquí, entonces? No me mientas, joder.

―¡Sólo estaba buscando a Miles! ―Miento de inmediato, con toda


la apariencia de estar demasiado aterrada para hacerlo―. Tenía un
mensaje de Zoe.

―¿Un mensaje? ―Dean se burla―. ¿Eres su ratón de los recados?

Me suelta el cuello. Me masajeo la garganta, tratando de tragar.

―Es mi hermana ―digo―. Están saliendo, sabes.

―Claro que lo sé ―dice Dean, poniendo los ojos en blanco ante mi


idiotez―. Toda la escuela sabe lo de tu hermana la zorra.

―¡No la llames así! ―espeto. Mi indignación se ve mermada por


el hecho de que mi voz sale como un chillido rasposo. Aun así, Dean
se abalanza sobre mí con nueva furia, sobresaltándome tanto que
tropiezo hacia atrás y caigo de culo en los escalones.

―¿Qué diablos vas a hacer al respecto? ―sisea, con los puños


apretados a los lados.

Abajo, a nivel del suelo, veo mi oportunidad: me lanzo por


debajo de su brazo y salgo corriendo escaleras abajo. Dean no se
molesta en intentar alcanzarme.

Mi corazón se acelera como un ratoncito mientras sigo corriendo


desde la torre Octagonal hasta el sótano. Me he escapado por los
pelos y he tenido mucha suerte de que fuera Dean y no Rocco.
La mañana del Quartum Bellum, estoy demasiado nerviosa para
comer. Sin embargo, tengo que ir a desayunar, ya que forma parte
crucial del plan.

Me siento en la mesa de Zoe, junto con Miles, Leo y Anna, Ares,


Chay y Hedeon. Chay parece más alegre de lo que la he visto en
semanas, y ha vuelto a maquillarse. Hedeon, por el contrario, está
tan triste como siempre. Picotea su comida con desgana y sólo
levanta la vista para mirar a su hermano, que se está zampando
media docena de huevos y el doble de tocino.

―Coman ―insta Leo a los alumnos de segundo año―. Los


necesito a todos en plena forma para el desafío.

―¿Ahora vas a capitanear nuestro desayuno? ―Anna se burla de


él.

―Por supuesto que sí, les daré de comer si eso los ayuda a rendir
mejor.

―No, gracias ―dice Ares.

―¿Seguro? ―dice Leo, cogiendo un gran bocado de tortita y


fingiendo que lo lleva en avión a la boca de Ares.

―Ni siquiera... ―intenta decir Ares, y Leo se mete la tortita en la


boca.
Esto da lugar a una refriega de dos minutos, durante la cual Ares
grita algo sobre tortitas no consentidas y Leo le grita a Ares que deje
de malgastar su fuerza mientras ambos intentan forcejear entre sí.

La pelea es la distracción perfecta. Recojo mi cuchillo, que, como


todos los cuchillos de Kingmakers, es pesado y dentado, con un
mango de hueso tallado y una hoja de acero templado. Parece tener
cien años. Dios, espero que no esté infectado de tétanos.

Patéticamente, esta es la parte del plan que más temo.

Al amparo de los aspavientos de Leo y Ares, me clavo el cuchillo


en el brazo de un solo y rápido golpe. Los dientes dentados me
desgarran la piel y la sangre cae sobre mi falda escocesa antes de que
pueda apartar el brazo.

―¡Ay! ―grito.

―¡Cat! ―Zoe grita―. ¿Qué te pasó?

―Se me resbaló el cuchillo ―digo, sacando el labio inferior. Dicho


labio tiembla, no es una actuación: el brazo me duele de verdad, y
tengo náuseas por lo que me he hecho. Quería hacerme un corte feo,
pero está sangrando más de lo que preveía, y empiezo a sentirme
mareada.

Hedeon está más cerca, toma una servilleta de lino y me la pone


sobre el brazo.

―Será mejor que vayas a ver al doctor Cross ―dice―. Eso


necesitará puntos de sutura.

―Buena idea ―digo.


Me pongo en pie, tambaleándome ligeramente.

―¡Yo te llevaré! ―Zoe se ofrece.

―Yo puedo hacerlo ―dice Hedeon.

―¿Quieres que vaya? ―me pregunta Zoe, con las cejas juntas en
señal de preocupación.

―No ―digo, rápidamente―. Vayan ustedes, yo estaré bien. El


desafío está a punto de empezar.

―Vuelve rápido ―le dice Leo a Hedeon.

Anna le da una palmada en el brazo por ser desconsiderado.

―¡Lo necesitamos! ―dice Leo―. Pero también, mejórate Cat.


Siento lo de tu brazo.

―Ahora mismo lo mando de vuelta ―prometo.

Necesito que Hedeon se vaya, y rápido, así que estoy encantada


de acceder a la petición de Leo.

Aun así, agradezco poder apoyarme en su brazo de camino a la


enfermería. Realmente fui un poco entusiasta con ese cuchillo. Tuve
que asegurarme de cortar lo suficientemente profundo para los
puntos de sutura, pero me excedí.

―Te pasaste un poco con esos panqueques ―dice Hedeon,


lanzándome una mirada de reojo.

―Lo sé, soy torpe ―digo, con mi mejor voz de bebé triste.
Hedeon se muerde el borde del labio inferior, sin creerme del
todo.

Me gustaría preguntarle un par de cosas a cambio, pero no es el


momento de hacer averiguaciones ni de contrariarle. Realmente
necesito que me lleve. Hedeon no es ni de lejos tan grande como su
hermano adoptivo, pero sigue midiendo 1,90 y es fuerte. Tengo
ganas de pedirle que me eche al hombro porque, como dijo Leo,
quiero conservar mis fuerzas. Por razones diferentes a las del
Quartum Bellum.

―Supongo que te perderás ver el desafío ―dice Hedeon.

―Te apoyaré en espíritu desde aquí ―digo, señalando con la


cabeza el largo y bajo edificio de la enfermería.

―¿Quieres que entre? ―pregunta Hedeon.

―No ―digo―. Pero gracias por la servilleta y el brazo.

Suelto su cálido y sustancioso bíceps.

Hedeon me mira como si quisiera decir algo más. En lugar de


eso, mueve la cabeza con un gesto hosco de 'de nada' y se dirige de
nuevo al comedor.

El doctor Cross abre la puerta después de un golpe.

―¡El desafío aún no ha empezado! ―Grazna con indignación―.


¿Cómo es que ya estás herida?

―Me corté en el desayuno ―digo, retirando la servilleta


empapada de sangre para mostrarle el daño.
―¿Te has cortado con qué? ¿Con un sable? ―aúlla.

―Los cuchillos están afilados.

―Y los alumnos son idiotas, por lo visto.

―Eso no puede ser una sorpresa para usted ―digo, dándole una
sonrisa desarmante―. ¿Desde cuándo trabaja aquí?

―Desde antes de que tú nacieras, y probablemente tus padres


también ―dice el doctor Cross, poniendo los ojos en blanco tras sus
gruesas gafas―. Bueno, no es tan malo. Puedo coserte, puede que
tengas una cicatriz, pero mejor en el brazo que en la cara.

Se lava las manos en el fregadero de acero y luego empieza a dar


vueltas, recogiendo sus suministros.

―Siéntate en la cama antes de que te caigas ―ladra.

―Estoy un poco mareada ―admito―. No he podido desayunar.


¿Cree que podría tomar un té, tal vez?

―¡Esto no es el Four Seasons! ―ladra el doctor Cross, pero un


momento después se ablanda y dice―: Empezaré a preparar el té y
podrás beberlo cuando te haya cosido, mantén la presión sobre la
herida mientras me voy.

Se dirige a su apartamento para traer la tetera y las tazas. Le oigo


dar vueltas en su pequeña cocina y aprovecho para sacar un par de
cápsulas de mi bolsillo. Las he hecho yo misma, con una dosis
cuidadosamente medida. Con una debería bastar, pero pienso usar
las dos para asegurarme.
El doctor Cross regresa varios minutos después con una tetera y
dos tazas. Las tazas están astilladas y no hacen juego, pero el té ya
huele muy bien.

―No tengo crema ―me dice, bruscamente.

―Me gusta solo ―le digo.

―Déjalo reposar un minuto ―ladra, aunque no he intentado


tocarlo.

El doctor Cross llena una jeringa con lidocaína y me inyecta el


brazo en varios lugares. Todo el brazo está tan caliente y palpitante
que apenas siento la aguja pinchando los bordes de la carne herida.

―Le daremos un minuto para que se asiente ―dice―. Ya puedes


servir el té.

Levanto la tetera con el brazo no herido y sirvo dos tazas con


cuidado.

―Me olvidé del azúcar ―se queja el doctor Cross, dirigiéndose a


la cocina.

Dejo caer las dos cápsulas en su taza. La capa transparente se


disuelve al instante en el té caliente, dejando sólo un fino polvo
blanco en el fondo de la taza que no debería notar a menos que mire
con atención. Espero desesperadamente haberla dosificado bien, no
quiero hacerle daño al doctor.

Levanto la otra taza y le doy un sorbo al té, aunque esté


hirviendo.

―¡Está muy bueno! ―le digo al doctor Cross cuando vuelve.


―¿No quieres azúcar? Oh, es cierto, dijiste que lo preferías solo.
Es más saludable, pero nunca me he librado de mi gusto por lo
dulce.

Vierte tres terrones en su té y revuelve sin notar nada raro.

―¡Ah! ―dice, después de un sorbo satisfecho―. Vamos a eso,


entonces.

Deja la taza para coger la aguja y el hilo. Vuelvo decididamente


la cara hacia la ventana, no quiero mirar. El doctor Cross trabaja con
rapidez, a pesar de sus manos con artritis. Cuando termina, la línea
de puntos que baja por mi brazo está más ordenada de lo que la
herida irregular merecía.

―¡Ya está! ―dice, con satisfacción―. También le pondré una


venda, mantén la herida limpia y vuelve por un nuevo vendaje
cuando lo necesites, los puntos se disolverán solos en unas semanas.
No te rasques, hagas lo que hagas.

―¿Puedo descansar un poco más? ―le pregunto―. Todavía estoy


mareada.

Mira el reloj.

―Si quieres. Te perderás el reto, pero puede que sea lo mejor.


Hoy hace mucho calor, no es bueno sentarse al sol.

Se limpia rápida y eficazmente y se lava las manos una vez más.


Cuando se da la vuelta para irse, le digo:

―¡Doctor Cross! Se ha olvidado el té.


―Así es ―dice, levantando la taza y dando otro trago―. Todavía
está caliente.

Gracias a Dios.

Se sienta en la cama junto a la mía para seguir bebiendo. Sorbe


con cada sorbo, pero no es un sonido grosero. De hecho, es
extrañamente reconfortante.

―¿Cuál es tu apellido? ―me pregunta, entrecerrando los ojos a


través de los gruesos cristales de sus gafas.

―Romero ―le digo.

Hace un sonido despectivo.

―Nunca lo he oído. Apenas conozco ya a ninguna de las familias.

―¿Su familia es mafiosa? ―le pregunto.

―Mi madre era una Umbra ―dice, orgulloso. Cuando percibe que
no sé qué significa eso, añade, impaciente―: fueron una familia
fundadora, chica, por Dios ¿qué te están enseñando ahí?

Me alivia ver que se ha terminado el té. Más aliviada aún al ver


que sus parpadeos son cada vez más largos y lentos.

―Me estoy haciendo demasiado viejo para esto ―dice


morosamente, mirando el instrumental lavado y esterilizado que
aún no ha guardado.

―¿Por qué no descansa y yo los guardo en el armario? ―le


ofrezco.
―Bueno... ve, entonces ―dice, apoyándose en la almohada con los
dedos entrelazados sobre el pecho―. También puedo descansar un
momento. Seguro que hay una o dos lesiones más antes de que acabe
el día.

Cierra los ojos, su respiración ya es más lenta.

En silencio, abro la vitrina y vuelvo a colocar los instrumentos en


sus lugares cuidadosamente etiquetados.

Intento moverme en silencio, intentando no respirar siquiera.

Pronto la boca del doctor Cross se abre y salen largos ronquidos.

Espero cinco, luego diez agónicos minutos. Tengo que


asegurarme de que está profundamente dormido antes de irme.

La dosis que le di debería dejarlo inconsciente durante horas.

Algunas partes de este plan están bien organizadas, pero otras


dependen del azar. Ha sido una suerte que yo sea la única persona
que ha requerido los servicios del doctor Cross esta mañana, y me
gustaría que siguiera siendo así. El Quartum Bellum es el factor de
complicación. Es raro el desafío que no resulta en al menos algunas
lesiones.

Tengo que salir y volver lo más rápido posible.

También tengo que llegar antes que Rocco a nuestro lugar de


encuentro.

De puntillas, cierro la puerta de la enfermería y abro la ventana


trasera lo suficiente como para salir. La pesada hoja de madera cruje.
Echo una mirada ansiosa al doctor Cross, que duerme, y me alivia
ver que no ha cambiado de posición. Sus continuos ronquidos
calman mis temores de sobredosis.

Me escabullo por el estrecho espacio y me apresuro a cruzar los


terrenos desiertos, ya que fuera de las puertas del castillo oigo los
gritos y gemidos lejanos del Quartum Bellum.

Compruebo mi reloj. Tengo que llegar pronto a la muralla, por si


Rocco intenta adelantarse a mí.

Escalo la escalera del interior de la muralla, llegando a las


murallas donde Rocco Prince atrapó a mi hermana tantos meses
antes. Puede que él ya sepa, simplemente por nuestro lugar de
encuentro, que las notas se refieren a Zoe. Espero que eso sea un
incentivo más para que venga.

El mayor riesgo en este momento es que Rocco traiga a un amigo.


Tiene que venir solo. Si no lo hace, lo único que puedo hacer es
abandonar el plan y correr.

Llego temprano. Rocco llega tarde. La hora señalada pasa, luego


diez minutos y veinte minutos más. El sol me golpea en la cabeza.
Todavía puedo oír los continuos vítores del desafío, aunque parecen
más débiles que antes, el público agotado por el calor.

Si Rocco no llega pronto, tendré que irme. No puedo arriesgarme


a que alguien vaya a la enfermería y encuentre la puerta cerrada. Eso
puede haber ocurrido ya. Dios, este plan está lleno de agujeros.
Estaba desesperada, tratando de encontrar un momento en el que mi
hermana estuviera a salvo de las sospechas. Todos mis planes
parecen infantiles y destinados a fracasar cuando los examino a la
dura luz de la realidad.
Toco el lazo de cuerda suelto que descansa en las murallas detrás
de mí, y luego golpeo el pasador de madera clavado en la pared
justo detrás de mi talón. La clavija está enseñada y se esfuerza.
Podría soltarse en cualquier momento.

No soy una ingeniera. Apenas he tenido fuerza para colocarlo.


No sé si esto funcionará. No creo que Rocco venga. Dios, soy una
idiota. ¿En qué estaba pensando?

Estoy a punto de abandonarlo todo. A punto de dar la vuelta y


correr. Entonces oigo un chirrido lejano que suena muy parecido a
una puerta.

Me detengo, congelada en el sitio como un ciervo, con los oídos


aguzados en busca de más sonidos.

Oigo un chirrido que podría ser de pasos en las escaleras.

Luego, una larga pausa.

Finalmente, una figura delgada y oscura asciende hasta la pared.

Con todo el tiempo que he pasado rodeado de gigantes como


Miles, Leo y Ares, a veces olvido que Rocco, aunque de proporciones
modestas, sigue siendo mucho más alto que yo. También es más
rápido, e infinitamente más fuerte. Se acerca a mí a una velocidad
espeluznante, con la mandíbula baja y los ojos clavados en mí.

No se detiene hasta que estamos frente a frente, a escasos


centímetros de distancia.

―Qué decepción ―dice, con un tono de disgusto.


―¿Has traído mi dinero? ―le digo. Esperaba reunir una
apariencia de confianza, pero mi voz siempre me traiciona. Sale alta
y débil, con un chasquido en medio de la frase.

―¿Dinero? ―Rocco se burla y, por una de las únicas veces que


recuerdo, se ríe―. ¿Creías que iba a traer dinero?

―Si no lo hiciste... ―empiezo.

―Si no lo hice ¿entonces qué? ―sisea, dando un paso


horriblemente rápido hacia mí, por lo que tengo que retroceder
contra la pared. Tanteo detrás de mí, buscando el lazo de la cuerda
que parece haber desaparecido.

―¡Te voy a desenmascarar! ―chillo.

―¿De qué diablos estás hablando? ―grita Rocco, la confusión es


lo único que le impide estrangularme―. ¡Sólo he subido aquí para
ver qué mierda de suicida furtivo estaba dejando notas en mis
bolsillos! Iba a grabar mi nombre en su pecho, pero ahora que sé que
eres tú... ―Saca su navaja del bolsillo más rápido que un parpadeo y
abre la hoja―. Ahora creo que tendré que pensar en algo más
creativo para la hermana pequeña de Zoe...

―¡Espera! ―grito, clamando desesperadamente por tiempo


mientras mis dedos no alcanzan la cuerda―. ¡Podemos hacer un
trato!

―Por muy divertido que sea ―sisea Rocco, acercándose a mí con


su mano delgada y pálida―. odio los malditos tratos...

Mis dedos se cierran alrededor del nudo y lo agarro, lanzando el


nudo alrededor de la muñeca de Rocco. Lo mira fijamente, con la
boca abierta en señal de burla.
―¿Qué carajos…?

Le doy una patada al pasador con toda la fuerza que puedo,


liberándolo de la pared.

Sólo tenía una oportunidad para hacerlo. Rocco observa el siseo


de la cuerda sobre las murallas, la comprensión aparece en su rostro,
justo cuando el nudo se tensa alrededor de su muñeca, sacudiéndolo
hacia adelante.

Se abalanza sobre mí con su cuchillo, intentando clavármelo en el


pecho. Me arrodillo y me pongo los brazos por encima de la cabeza
para protegerme.

Rocco suelta el cuchillo y me agarra desesperadamente con la


mano que tiene libre mientras lo empujan hacia delante. Si fuera más
grande, esto no funcionaría. Me agarraría y me arrastraría con él,
pero después de todo, soy muy pequeña. Me acurruco como un
ratoncito mientras Rocco es arrastrado justo por encima de mi
cabeza, las puntas de sus zapatos rozando mi cabeza mientras él se
voltea sobre la pared, cayendo con un grito que hiela la sangre.

La bolsa de lona con piedras lo arrastra hacia abajo. Pesa más de


200 libras, mucho más que el propio Rocco. Sin el pasador que la
sujeta, se precipita hacia abajo y Rocco es arrastrado tras ella,
gritando todo el tiempo. No oigo el impacto, pero sí cuando deja de
gritar, el silencio es repentino y abrupto.

No quiero mirar por el borde.

Pero tengo que hacerlo.

Tengo que estar absolutamente segura.


Con las dos manos tapándome la boca y con las piernas
temblando debajo de mí, me obligo a ponerme en pie y me asomo a
las murallas.

Veo una forma oscura rota en las rocas de abajo. La bolsa de lona
se ha partido, derramando sus piedras por todas partes.

Quiero volver a hundirme y esconderme aquí, temblando, el


tiempo que haga falta.

Pero tengo que volver a la enfermería.

Ninguna parte de este plan es más difícil que el viaje de vuelta.


Tengo que parar tres o cuatro veces, con el estómago revuelto. Por
suerte no hay nada más que té, así que mantengo el malestar. No
puedo dejar el vómito como prueba.

No me preocupan las huellas en la cuerda. El yute rugoso no


debería retener las huellas, y la marea está subiendo. Las olas
golpearán los restos de Rocco Prince, arrastrando fibras y pelos. Tal
vez incluso arrastrando el cuerpo.

No, es mi coartada la que estoy luchando por proteger. Tengo


que volver a la enfermería antes de que alguien se dé cuenta de que
me he ido.

Atravieso el campus a la carrera, sin que nadie me vea. Me


deslizo por la parte trasera del edificio y me detengo frente a la
ventana.

Por un momento me parece oír un sonido, algo casi inaudible,


una pisada sobre el césped. Giro la cabeza con fuerza y no veo nada.
Sí que oigo los ronquidos del doctor Cross.
Me meto de nuevo por el hueco de la ventana, bajando la hoja lo
más silenciosamente posible. Luego me meto de nuevo bajo las
mantas de mi cama deshecha.

Creo que el doctor Cross no se ha movido ni un centímetro.

Lo observo durante varios minutos, con el corazón todavía


agitado en el pecho. Mi cerebro corre aún más rápido.

Soy una asesina. Una asesina. Una asesina.

Vuelvo a reprimir ese pensamiento.

Tengo mucha suerte de que haya funcionado. Creo que ha


funcionado, espero que haya funcionado...

Todavía podrían atraparme. Hay tantas cosas que podría haber


pasado por alto. No soy una criminal. Ni siquiera soy una Espía, no
realmente. No sé qué ilusión se apoderó de mí, pensando que podría
lograr esto. Fue pura suerte si lo hice.

Miro el reloj.

Luego me aclaro la garganta, en voz alta. Cuando eso no


funciona, me levanto de la cama y sacudo al doctor Cross.

―¿Qué pasa? ―refunfuña, volviendo en sí bruscamente.

―Lo siento, doctor Cross. Pensé que no querría dormir mucho


tiempo. Han pasado quince minutos.

Una mentira. Ha pasado más de una hora, sólo puedo esperar


que no estuviera mirando la hora.
Mira el reloj, sin brillo.

―Sí, claro ―dice, sacudiendo la cabeza―. No quiero dormir


mucho tiempo. ¿Sigue en pie el desafío?

―No tengo ni idea ―digo.

―¿Cómo se siente el brazo?

―Como nuevo, casi ―digo, mostrándole las vendas sin marcar.

―Bien. Ayúdame a cambiar estas sábanas, entonces ―dice,


indicando las dos camas despojadas.

―Será un placer.

Desmontamos las sábanas y el doctor Cross las lleva a su


lavandería. Mientras se va, oigo unos golpes agresivos en la puerta.
El corazón me salta a la boca. Corro hacia la puerta y me doy cuenta
de que he olvidado abrirla. Giro rápidamente el cerrojo y abro la
puerta para ver la cara enojada y empapada de sudor de Dean
Yenin. Lleva el brazo izquierdo pegado al cuerpo, con el hombro en
un ángulo horrible.

―¡Llama al médico! ―ladra.

Corro a ayudarle.

El doctor Cross se apresura a entrar en la habitación y evalúa a


Dean de un vistazo.

―Tendremos que volver a meter eso ―dice―. Chica ¿cómo te


llamas?
―Cat ―balbuceo.

―Sujétalo bien.

No quiero tocar a Dean Yenin, pero me lanzo a la acción por


largos hábitos de obediencia. Con cautela, agarro el brazo bueno de
Dean, el músculo es duro como el hierro bajo la piel. Se vuelve para
mirarme, con los ojos entrecerrados y una extraña expresión en el
rostro.

―Muerde esto ―dice el doctor, metiendo una tira de cuero en la


boca de Dean.

Dean muerde con fuerza mientras el doctor Cross mueve el brazo


herido hacia arriba. Dean suelta un grito estrangulado y su mano
buena se agarra convulsivamente a mi falda. Me agarra el muslo y ni
siquiera siento la presión de su mano, porque me distrae lo
vulnerable que parece Dean cuando le duele.

Me suelta bruscamente. Yo hago lo mismo.

El doctor Cross manipula el brazo de Dean con cautela,


asegurándose de que la articulación del hombro vuelve a estar en su
sitio.

―¿Está mejor? ―dice.

―Sí ―responde Dean, con el rostro aún pálido y sudoroso.

―Será mejor que me vaya ―digo―. Me gustaría ver el final del


Quartum Bellum. ¿Sigue en marcha?

―Sí ―dice Dean, con los ojos fijos en los míos.


―Bueno... gracias doctor Cross ―digo, acercándome a la puerta.

―Te seguiré ―dice Dean.

No me gusta nada, pero no puedo detenerlo.

En cuanto estamos fuera de la enfermería, digo:

―¡Voy a correr para alcanzar el final! ―Y me alejo corriendo de él,


con la paranoica sensación de que oiré sus pasos persiguiéndome.

Me deja ir.

Aun así, me siento demasiado inquieta como para mirar por


encima del hombro mientras corro a través de las puertas hacia las
gradas improvisadas, escondiéndome entre la multitud.
25

ZOE

Después de varias horas agotadoras, cuando nuestras palmas son


carne de hamburguesas y parece que a todos nosotros nos van a
sacar los brazos de las órbitas como a Dean, los de Segundo
consiguen por fin arrastrar la línea de banderas hasta nuestra zona
de anotación.

Estamos demasiado agotados para animar.

La multitud de estudiantes y profesores que nos observan está


igualmente cansada de estar sentada bajo el sol abrasador, y apenas
puede reunir una respuesta cuando el profesor Howell levanta el
brazo de Leo en el aire, declarando a su equipo ganador del Quartum
Bellum por segundo año consecutivo.

Leo, al menos, conserva un poco de entusiasmo. Empapado de


sudor y tambaleándose, sigue mostrando una brillante sonrisa,
chocando los puños y dando palmadas en la espalda a todos los
compañeros que puede alcanzar, mientras tira de Anna contra su
costado con el brazo libre.

Miles me pasa una botella de agua milagrosamente fría, sacada


de Dios sabe dónde.

―¿Podemos volver a ser amigos, ahora que ya no somos


enemigos mortales? ―Sonríe.

Me trago el agua y me la echo en la cara con un bendito alivio.


―Seré tu mejor amiga para siempre sólo por esa agua ―le
prometo.

―Haré que mantengas esa promesa ―dice Miles, abrazándome y


besándome, sin importarle una mierda lo sucios y sudados que
estamos.

No puedo superar el hecho de que ahora pueda besarme en el


campo, sin importarle quién pueda vernos.

Sus labios arden por el sol y el esfuerzo. Me siento flácida y débil


en sus brazos, y no sólo porque esté agotada.

―¿Qué tengo que hacer para alejarte de toda esta gente? ―Miles
gruñe, dejándome suavemente en la hierba removida, pero sin
soltarme.

―Me encantaría que nos escabulléramos juntos ―le digo―. Sin


embargo, debería ver cómo está Cat. El corte de esta mañana ha sido
muy feo, no sé por qué los cuchillos están tan jodidamente afilados
en este sitio...

―Creo que está por ahí ―dice Miles, señalando con la cabeza
hacia las gradas, donde los estudiantes descienden aletargados,
uniéndose a la multitud que se dirige de nuevo al castillo.

Veo a Cat caminando con su compañera Rakel. Obviamente, Cat


ha visitado al doctor Cross porque su antebrazo izquierdo está
envuelto en un vendaje blanco fresco, pero sigue estando pálida y
temblorosa.

Corro hacia ella y Miles me sigue.

―¡Hola! ¿Cómo estás?


―Estoy bien ―dice Cat, con la voz temblorosa―. ¿Cómo están
ustedes? Enhorabuena, por cierto.

―¿Segura que estás bien? ―pregunto, apartando el pelo de la


mejilla de Cat para ver su cara con más claridad―. Te ves un poco...

―¡Te he dicho que estoy bien! ―grita Cat, sacudiéndome.

No es normal que me hable así, pero después de todo, Cat ha


crecido mucho este año. No debería importunarla, y menos delante
de su compañera de piso. Sé que Cat quiere que Rakel la respete.

Y de hecho, las dos chicas parecen bastante amistosas mientras


atravesamos las puertas de piedra que dan acceso a los terrenos de la
escuela, y Rakel dice:

―Espero que tengan el almuerzo preparado. ¿Vas a venir a comer


conmigo, Cat, o vas a esperar a que este grupo se duche?

―Necesito una ducha ―acepta Miles―. y será mejor que entre


antes de que se acabe el agua caliente.

―¡No! Deberías comer primero ―dice Cat, bruscamente―.


Deberíamos quedarnos todos juntos.

―Claro, si quieres ―se encoge Miles―. Me muero de hambre.

―¿Has visto a Dean en la enfermería? ―le pregunto a Cat―. Silas


Gray casi le arranca el brazo.

―Entró justo cuando me iba. ―Asiente Cat―. Él...


―¿A qué se debe el retraso? ―dice Miles, molesto con la multitud
de estudiantes que obstruyen el cuello de botella entre la Armería y
el comedor.

Los estudiantes de delante parecen estar mirando algo. Y, en


efecto, mientras avanzamos, veo una bandada de ruidosas aves
marinas que vuelan en círculos por encima del muro norte. Los
pájaros blancos giran y graznan, y se lanzan a discutir en las rocas de
abajo.

―¿Qué están haciendo? ―dice Miles.

―¿Por qué hay tantos? ―pregunta Rakel.

Cat se queda mirando a los pájaros, en silencio.

Tengo una extraña sensación de presentimiento. Tal vez sea


porque he visto Los pájaros con mi abuelita. Esa extraña y aguda
llamada de las gaviotas tiene un sonido siniestro para mí desde
entonces.

―Quién sabe por qué los pájaros hacen lo que hacen ―digo.

―Debe haber algo ahí abajo ―dice Miles.

―Qué más da, vamos a comer ―digo yo, despectivamente.

No quiero pensar en ese acantilado en particular, ya que lo he


visto demasiado de cerca.

Comprendiéndome al instante, Miles me coge de la mano y se


gira hacia el comedor, diciendo:
―Espero que tengan pan fresco.

―No me siento bien ―dice Cat, en voz baja.

―Razón de más para comer ―dice Miles, cogiendo también el


brazo de Cat.

Rakel sigue mirando la pared.

―Alguien ha subido ―dice.

Irresistiblemente, me vuelvo. Alguien ha escalado la escalera y


ahora se inclina sobre el parapeto, mirando hacia abajo. Silueteado
por el sol, no puedo estar segura de quién es, pero por la estructura
larguirucha y el pelo sin cortar, creo que podría ser ese Espía mayor,
Saul.

Grita a los estudiantes en la base del muro.

―¿Qué está diciendo? ―le pregunto a Miles, incapaz de escuchar.

―Creo que... creo que ha dicho que hay alguien ahí abajo ―dice
Miles.

Cat se da la vuelta y vomita en la hierba.


26

MILES

El cuerpo en la base del muro es Rocco Prince.

El rumor vuela por la escuela mucho antes de que los profesores


lo confirmen.

Y aunque esta información no se comparte públicamente, uno de


los miembros del personal del recinto me dice que Rocco fue
encontrado con un nudo alrededor de la muñeca. En el otro extremo
de la cuerda, una bolsa de lona con piedras.

―¿Un nudo alrededor de la muñeca? ―pregunto, confundido.

―Así es ―dice el tripulante, sacudiendo la cabeza con gesto


adusto―. Esta mierda va a desencadenar otra ronda de putos dolores
de cabeza.

Los estudiantes están confinados en los dormitorios mientras se


investiga la muerte. El personal ladra órdenes con un nuevo nivel de
tensión. Es la primera vez en la historia de Kingmakers que dos
estudiantes son asesinados en cuestión de meses.

Nada puede detener las especulaciones.

―Creo que se suicidó ―me dice Simon Fowler―. Siempre estaba


fuera de sí.
No creo ni por dos segundos que Rocco saltara voluntariamente
de ese muro.

Aun así, siento un inmenso alivio al saber que está muerto. El


único problema es la sospecha que recae sobre mi cabeza.

Por primera vez en mi vida, soy realmente inocente, pero nadie


va a creerlo.

Incluso Simon parece receloso.

―Si no hubiera estado a tu lado todo el día, tal vez pensaría que
lo empujaste... ―se ríe, echándome una mirada de reojo.

―Ojalá pudiera estrechar la mano del tipo que lo hizo


―respondo.

Supongo que es posible que Rocco se atara a una bolsa de piedras


y las empujara desde las murallas porque le faltaba valor para saltar,
pero no me lo creo, joder.

Lo que significa que hay un asesino en el campus. Alguien que


odiaba a Rocco tanto como yo.

―Tal vez fue Dax ―dice Simon―. Estaba jodidamente enojado


por esa semana en la celda, sin mencionar que Rocco destrozó su
habitación.

―Sigue, Horatio10 ―me río―. Tienes un montón de teorías.

Simon sonríe, sin inmutarse por el sarcasmo.


―No es difícil elaborar una lista de personas que odiaban a Rocco
Prince.

Es cierto, pero me parece sospechoso el momento.

Inconvenientemente sospechoso.

Me llevan a la oficina del Rector inmediatamente.

Se sienta detrás de su escritorio antiguo y lleno de cicatrices, con


las manos cruzadas frente a él. Finjo que miro su despacho por
primera vez, como si no hubiera estado aquí un par de semanas
antes. Sus llaves plateadas vuelven a estar en el gancho donde las
devolví.

―Bonito montaje ―le digo a Luther Hugo, señalando con la


cabeza su colección de fotografías―. ¿Es el Primer Ministro británico
el que le da la mano?

Hugo me ignora. Me observa con esos ojos de grafito, bajo unas


cejas negras moteadas de plata. El profesor Penmark está a su
izquierda y el profesor Graves a su derecha, no son mis dos mayores
admiradores, por desgracia.

―¿Estuviste involucrado en la muerte de Rocco Prince?


―pregunta Hugo, sin rodeos.

―Creo que fueron sobre todo las rocas las que lo hicieron
―digo―. Y un poco la caída.

―Ahora sería un buen momento para perder la insolencia ―dice


Hugo, con el tipo de voz que se siente como un conjunto de incisivos
cerrándose alrededor de la base de tu cuello―. A menos que quieras
pasar otra semana en una celda, responderás a mis preguntas de
forma completa y honesta.

―Entiendo que piense que soy yo ―le digo, mirándolo a los


ojos―. Pero por si no se ha enterado, ya he llegado a un acuerdo con
el padre de Zoe, y también con los Prince. Rocco ya no era un
problema para mí, por no hablar de que estaba compitiendo en el
Quartum Bellum mientras Rocco se tiraba al vacío.

―¿Esperas que nos creamos eso? ―El profesor Penmark se queja,


con sus manos blancas y huesudas crispadas. Parece irritado por esta
línea de interrogatorio relativamente civilizada, apuesto a que
desearía tenerme atado a una mesa con todo el arsenal de sus
desagradables instrumentos dispuestos para poder 'persuadirme' de
que coopere.

―No creo que usted opere desde la 'creencia' aquí ―digo―.


Veamos los hechos: no hay pruebas de que yo haya matado a Rocco
porque no lo hice.

―¿Entonces quién lo hizo? ―El profesor Graves exige, en su


habitual forma pomposa―. Ilumínanos.

―La mitad de la escuela lo odiaba ―digo, encogiéndome de


hombros―. O tal vez lo hizo él mismo, era una pequeña perra,
después de todo.

Luther Hugo no ha quitado sus ojos de mi cara, ni por un


segundo.

Sus ojos negros y brillantes son como gemas sin cortar, clavados
profundamente en las cuencas.
―La verdad es tu única oportunidad de piedad ―dice, en voz
baja.

Una mentira absoluta. No hay posibilidad de piedad.

―La verdad te hará libre ―le digo, sin dejar traslucir una pizca de
nerviosismo―. Nunca lo toqué, y no sé quién lo hizo.

Esa afirmación es un noventa y nueve por ciento exacta.

El uno por ciento es la salvedad que nunca compartiría con el


Rector, ni con los profesores.

No sé quién mató a Rocco... pero tengo una salvaje e improbable


sospecha.

Tediosamente, tengo que repetir mi conversación con el Rector


esa tarde cuando Dieter Prince me llama por teléfono.

No suena como un hombre que acaba de perder a su hijo.

Suena como un hombre que ha sufrido una irritación menor a la


par que una factura de impuestos inesperada, o la pérdida de sus
palos de golf favoritos.

―¿Estuviste involucrado en la muerte de Rocco? ―Exige, en el


momento en que descuelgo el teléfono.
―No ―le digo―. Estaba muy contento con nuestro acuerdo.
Rocco no nos había dicho ni una palabra a Zoe ni a mí, confiaba en
que tenía la intención de cumplir el acuerdo.

No es del todo cierto... no confiaría en Rocco para lamer un sello


por mí, pero no necesito entrar en eso con Dieter Prince.

―Supongo que el Rector le dijo que estaba a la vista de toda la


escuela en el momento del incidente.

―Esa fue su impresión ―admite Prince, con rigidez.

―Eso es un hecho ―repito―. Tengo cientos de testigos.

―Podrías haber contratado a alguien para hacerlo.

―¿A quién? ―Casi me río―. Toda la escuela estaba ahí.

Dieter se queda en silencio durante un minuto, reflexionando.

Me doy cuenta de que no ha corrido a Kingmakers para


recuperar el cuerpo de su hijo.

Y el dinero sigue acumulándose en la cuenta común. Está a punto


de recibir su primera infusión de dólares americanos de los Malina.
Lo quiere. Sé que lo quiere.

―¿Así que nuestro acuerdo continúa según lo acordado? ―dice,


tras una larga pausa.

―Ciertamente espero que así sea.

―Que así sea ―dice enérgicamente, terminando la llamada.


Zoe está aturdida la semana después de la muerte de Rocco.

Sé que está profundamente aliviada, pero al mismo tiempo,


parece incapaz de celebrarlo.

―No puedo creerlo ―dice, sacudiendo la cabeza―. Casi me


gustaría haber visto el cuerpo, parece imposible...

―Está definitivamente muerto ―le aseguro―. Si no, el Rector no


me estaría echando tanta mierda.

―Que se joda Rocco, estoy encantada ―dice Chay con ferocidad,


clavando un tenedor en una patata frita mientras nos sentamos a
desayunar en el comedor―. Ojalá tuviéramos tiempo de hacer una
fiesta para celebrarlo antes de que acaben las clases.

Cat se queda callada, picoteando su comida.

―¿Vas a venir a Chicago con nosotros? ―le pregunto.

Duda.

―Oh... no sé. Estoy segura de que ustedes dos preferirían estar


solos...

―No, no es así ―digo―. Zoe necesita compañía para no tener


miedo de conocer a mi familia. Son bastante intensos, no voy a
mentir, pero les van a encantar, chicas. Te advierto que Caleb te
coqueteará, no podrá evitarlo.

Cat se sonroja, retorciéndose en su asiento.

Zoe me sonríe animada. Sé que realmente quiere que Cat venga.

―Podemos ir a ver un partido de los Cubs... y hay una panadería


con un pastel de coco morado...

―Me gusta el coco ―dice Cat, animándose un poco.

Cat parece más afectada por la muerte de Rocco que la propia


Zoe.

Entiendo que para estas chicas Rocco era un hombre del saco, un
terror casi tan poderoso en su ausencia como en su presencia.
También era una gran fuente de estrés en mi vida.

Pero no puedo evitar pensar...

Sólo unas pocas personas estaban fuera de mi vista cuando Rocco


fue asesinado.

Una de esas personas era Cat.

Ella tenía toda la razón del mundo para querer a Rocco muerto.
Al igual que yo, ella debe haber albergado la sospecha de que Rocco
todavía era peligroso para Zoe, que no se rendiría tan fácilmente.

Había roto el contrato matrimonial de Zoe, pero no pensé ni por


un segundo que Rocco dejara de ser una amenaza, era un problema
sin resolver que seguía rondando mi cabeza. Sabía que tendría que
lidiar con él eventualmente.

Ahora se ha ido. Borrado de la faz de la tierra.

Y me alegro, me alegro mucho.

Pero no puedo evitar preguntarme a quién tengo que agradecerle


eso.

Cat estaba en la enfermería con el doctor Cross. Hedeon la


acompañó hasta ahí, y Dean Yenin la siguió de vuelta. Así que,
técnicamente, nunca estuvo sola. Su coartada es casi tan sólida como
la mía.

Aun así, me pregunto...

La miro sentada ahí, pequeña y tímida y tan imponente


físicamente como un cordero recién nacido.

Aunque Cat ha avanzado mucho este año, la idea de que pueda


asesinar a Rocco Prince es ridícula. Me siento ridículo incluso al
considerarlo.

Al final del día, no importa quién lo hizo.

Está jodidamente muerto y no va a volver.


27

CAT

La semana después de la muerte de Rocco es una niebla de


paranoia constante, en la que estoy segura de que en cualquier
momento sentiré que las manos se cierran alrededor de mis brazos y
me sacarán de mi asiento, arrastrándome a la Torre de las
Mazmorras por los secuaces del Rector.

Incluso cuando estoy acostada sin dormir en mi estrecha cama en


la cueva sin sol del Sótano, espero oír la puerta derribada en
cualquier momento.

Pero nunca sucede.

Nadie viene a detenerme.

Nadie me habla siquiera.

Miles es interrogado por el Rector. Eso también me revuelve las


tripas, aterrorizada de que lo encadenen y tenga que admitir que fui
yo, y no él, quien asesinó a Rocco Prince.

Pero tras una semana de incesantes cotilleos y rumores, en la que


alumnos y profesores no parecen hablar de otra cosa, la tormenta se
desvanece tan rápido como llegó. Los Prince envían a un teniente a
recuperar el cuerpo y todos los demás parecen olvidar que Rocco ha
existido.
Dax y Jasper asisten a clase como siempre, con rostros
impasibles, como si no acabaran de perder a dos de sus supuestos
mejores amigos.

No hay consecuencias ni castigos para nadie.

―No quieren admitir que no pueden encontrar al asesino ―dice


Chay, durante el almuerzo―. Sólo quieren que todo desaparezca.

―Quizá Rocco se suicidó de verdad ―dice Ares.

―Lo dudo ―sacude la cabeza Zoe.

―Sólo se está desvaneciendo porque a los Prince no les importa


―dice Miles―. Es su Heredero, pero no lo querían. ¿Cómo podrían
hacerlo?

―Aun así... ―Zoe dice―. Su único hijo...

―Podrían haber hecho un mayor alboroto hace un año ―dice


Miles―. Dieter Prince está distraído.

―Es un sociópata como Rocco ―dice Zoe, con frialdad―. No


siente nada.

―Eso es algo bueno ―le dice Miles, con suavidad―. De lo


contrario, esto podría haber sido un problema mayor. Tal como
están las cosas... tenemos suerte.

Lanza una rápida mirada en mi dirección.

Dos veces he visto a Miles mirándome como si sospechara de mi


secreto.
En el pasado, habría revelado la verdad inmediatamente.

Pero ahora tengo la mejor cara de póquer.

Estoy entumecida por dentro, hueca y sin emociones.

He matado a alguien.

Soy una asesina.

Sé que Rocco era horrible, sé que quería hacerle daño a mi


hermana, y sé que tenía que morir.

Y sin embargo... me siento tan jodidamente culpable.

No puedo aplastarlo.

No puedo hacer que se detenga.

A pesar de todas las cosas que me aterrorizaban sobre mi plan: la


posibilidad de que Rocco me torturara o me matara, la posibilidad
de que me atraparan y me ejecutaran, o simplemente el hecho de que
no funcionara, de que fracasara y Rocco siguiera caminando libre
para vengarse de mi hermana...

Lo único que nunca consideré es lo mal que me podría sentir


después.

He hecho algo irrevocable.

Pase lo que pase el resto de mi vida... ahora soy diferente, ya no


soy inocente, ya no soy buena.
Nunca podré retirar esto.

Y no me arrepentiría, eso es lo más loco de todo. No me


arrepiento, mi hermana está a salvo y es feliz, es lo que yo quería.

Pero incluso ese hecho sólo sirve para demostrar que realmente
soy una persona malvada.

Me conozco a mí misma de una manera que nunca antes había


hecho.

Maté sin dudarlo y lo volvería a hacer.

Gracias a Dios, el año escolar ha terminado. Pasé los exámenes


finales con dificultad, distraída y con la cabeza nublada. Sin
embargo, los aprobé todos, reteniendo la suficiente información que
aprendí este año.

Ahora he dejado que Miles y Zoe me convenzan para que los


acompañe a Chicago, al menos durante un par de semanas. Voy a
ver Estados Unidos por primera vez.

No puedo sentir ninguna emoción tan agradable como la


expectativa, pero me aliviará estar lejos de este campus, donde no
tendré que pasar por ese tramo de muralla en el que cometí el último
crimen.

Espero que un largo verano embote el dolor y pueda volver aquí


en otoño, fingiendo que no ha pasado nada.

Ayuda que nadie quiera hablar de Rocco Prince. Para septiembre,


puede que lo hayan olvidado por completo.
Las carretas han venido a llevarse nuestras maletas y a llevarnos
al puerto. Todos los estudiantes toman el mismo barco de vuelta a
Dubrovnik, así que esta vez estaré con Zoe, vamos a volar
directamente a Chicago.

Estoy nerviosa por conocer a la familia Griffin, pero sé que Miles


nos hará sentir cómodas, y que Zoe no puede dejar de encantarles
con su inteligencia y belleza. Seré su tranquila sombra, como
siempre, segura a su lado.

El Sótano está casi desierto, ya que casi todos han subido su


equipaje a primera hora de la mañana y luego han pasado el resto
del tiempo riendo, hablando y luchando bajo el sol del verano.

Me quedo aquí abajo porque quiero estar sola. Quiero sentarme


en la oscuridad fresca y seca un poco más.

He sacado mi cuaderno de bocetos, sin empaquetar, y estoy


intentando dibujar a una chica sentada en el borde del pozo de los
comunes, el pozo junto al comedor que proporciona el agua más fría
y deliciosa de la isla.

Me encanta ese pozo manchado de musgo. Sin embargo, en mi


dibujo, parece siniestro y oscuro, como un ojo en blanco que baja al
centro de la tierra.

Oigo un rasguño de metal en la cerradura, y creo que es Rakel


girando su llave, debe de haber olvidado algo en su vestidor.
En cambio, la puerta se abre y Dean Yenin entra.

Sus anchos hombros llenan el marco de la puerta y su cabeza está


a un palmo del dintel. Su piel clara y su pelo parecen blancos como
la ceniza en la penumbra. Como siempre, su persona está impecable:
los pantalones planchados, la camisa crujiente y blanca como la
nieve, las manos limpias como el mármol. El único color que tiene
son esos ojos azul violáceo, hermosos de una manera que sólo las
cosas mortales pueden ser.

No he respirado desde que entró en mi habitación.

Me quedo congelada en la cama, con el lápiz cayendo


entumecido de mis dedos. Se aleja rodando por el suelo. Ninguno de
los dos mira para ver dónde cae.

Alcanzando su espalda, Dean cierra la puerta con un suave


chasquido.

Ese movimiento, más que nada, me dice que sus intenciones no


son buenas.

Camina hacia mí, lenta y deliberadamente.

Me pongo de pie para recibirlo. Incluso a mi máxima altura, la


parte superior de mi cabeza queda muy por debajo de su barbilla, le
miro el pecho, donde los duros trozos de músculo tensan los botones
de su camisa, tengo que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo a
la cara.

Dean tiene una belleza terrible de cerca, es el tipo de monstruo


que podría matarte si lo miras.
Con gracia, se inclina para recoger mi cuaderno de dibujo.
Examina el dibujo, con las pestañas oscuras bajando mientras mira
cada parte del mismo.

―Esto me recuerda a Timoclea ―dice―. ¿La conoces?

Sus palabras son una helada que recorre mi cuerpo, helando la


sangre en mis venas, deteniendo mi corazón.

La artista barroca Elisabetta Sirani pintó una escena relatada por


Plutarco en su biografía de Alejandro Magno.

Cuando las fuerzas de Alejandro tomaron la ciudad de Tebas, un


capitán tracio violó a Timoclea. Tras el asalto, le preguntó si sabía de
algún dinero escondido. Al decirle que sí, Timoclea lo llevó a su
jardín, donde le prometió que podría encontrar oro dentro de su
pozo. Cuando él se agachó para mirar, ella lo empujó y le arrojó
piedras sobre la cabeza hasta matarlo.

Miro a los ojos de Dean y veo que tiene mi vida en sus manos.

Con una ternura espantosa, acaricia su dedo por mi mejilla.

―Sé lo que hiciste ―dice.

No puedo hablar, ni siquiera puedo parpadear, lo único que


puedo hacer es temblar.

―Vi la cosa más extraña mientras caminaba hacia la enfermería.


A ti trepando por una ventana.

Sacudo la cabeza, en silencio, horrorizada.


―Sí ―me asegura Dean, con sus ojos fijos en los míos―. Te vi. Lo
atrajiste a esa pared y lo empujaste.

Lo sabe. Lo sabe. Lo sabe.

―Alejandro perdonó a Timoclea ―dice Dean―. Pero nadie te


perdonará a ti.

Tengo la lengua helada en la boca, pero tengo que hablar.

―Por favor... ―susurro.

―¿Quieres que guarde tu secreto? ―me pregunta Dean, con su


voz tan suave como una caricia.

Asiento con la cabeza. Caería de rodillas ante él para suplicarle, si


fuera capaz de moverme.

―No lo diré ―promete Dean―. Pero entiende esto... ahora me


perteneces. Cuando volvamos a la escuela, serás mía. Mi sirviente.
Mi esclava. Por el tiempo que yo quiera.

Dean toma mi barbilla en su mano, presionando su pulgar contra


mis labios. Sellando mi silencio.

Luego me deja ahí, sumida en un pavor más profundo que el que


jamás he conocido.
Epílogo

ZOE

CHICAGO

Es el cumpleaños de Sabrina Gallo.

Lo celebramos en el Acuario Shedd, donde las mesas están


dispuestas alrededor de ventanales de cristal que van desde el suelo
hasta el techo y que miran a los tiburones, rayas y tortugas que
flotan en su mundo submarino. La luz azul pálida que ondea hace
que parezca que todos estamos bajo el agua, especialmente las
parejas que dan vueltas en la pista de baile.

Me alegro de haber conocido a la mayor parte de la familia de


Miles por separado a estas alturas, porque son un grupo bastante
intimidante. Todos los Gallo son hermosos, con la piel morena, los
gruesos rizos oscuros y los surrealistas ojos grises que he llegado a
conocer y amar en Miles. Eso, al menos, me hace sentir una
sensación de familiaridad, aunque cada uno de ellos difiere lo
suficiente en sus personalidades agudas y provocadoras como para
mantenerme alerta.

Nadie es más hermoso que la propia Sabrina Gallo. Nunca he


visto una chica tan exótica e impresionante. Está totalmente en su
elemento recibiendo su pila de regalos de los miembros de la familia,
y los besos y buenos deseos de los amigos.

Una continua rotación de chicos la orbita, luchando por su


atención.
―¿Cuántos años va a cumplir? ―le pregunto a Miles.

―Diecisiete. Un año más hasta que llegue a Kingmakers.

―Ya veo que será popular.

―Más bien será problemática ―dice Miles negando con la


cabeza―. Sabrina causa más problemas que el resto de mis primos
juntos.

Incluso el tío de Miles, Dante, ha volado desde París con sus tres
hijos y su esposa supermodelo a la que recuerdo de las revistas y los
carteles de mi juventud. Dante es tan grande que, en comparación,
hace que Silas Gray parezca pequeño, y su hijo mayor, Henry, es su
imagen en el espejo, sólo que un poco más oscuro, con una cara
ligeramente más amable. Mientras que Dante es aterrador, Henry
tiene una suavidad en sus profundos ojos marrones y labios
carnosos que hace que casi tantas miradas femeninas se vuelvan en
su dirección como el rebaño de machos que rodea a Sabrina.

Los Griffin también han acudido a la fiesta, incluida la elegante


Riona Griffin con su apuesto marido ranchero y sus cuatro hijos
pelirrojos. Los hijos se agrupan en torno a una mesa en un rincón,
jugando a una especie de juego de cartas que provoca muchas risas,
pero también momentos de tensión en los que parece que los cuatro
fornidos chicos del campo podrían iniciar una pelea a puñetazos que
destrozaría la mesa y las sillas como si fueran leña bajo su masa
combinada.

Anna y Leo bailan juntos, Anna tiene un aspecto especialmente


etéreo mientras gira sobre el eje de la mano de Leo, una enorme
manta raya que flota directamente detrás de ella como si estuvieran
participando en una especie de pas de deux entre especies.
Los padres de Leo se sientan en la mesa más cercana a la pista de
baile, dando trozos de tarta a la hermana pequeña de Leo, Natasha,
que pronto celebrará su primer cumpleaños. La bebé sorpresa parece
haber revitalizado a sus padres. Mientras ríen y hacen cosquillas a la
risueña niña embadurnada de escarcha, Sebastian y Yelena apenas
parecen mayores que Leo y Anna.

Los padres de Miles están inmersos en una conversación en su


propia mesa, con las rodillas juntas y las cabezas casi tocándose
mientras Aida le cuenta a su marido alguna animada anécdota con
muchos gestos de las manos. Callum Griffin la escucha atentamente,
riéndose de vez en cuando, y manteniendo siempre sus ojos azul
acero fijos en su rostro.

Me aterraba conocerlos. Apenas podía respirar cuando el taxi


llegó a su casa. Entonces, Aida salió corriendo al césped, descalza y
con unos pantalones cortos cortados, y me abrazó inmediatamente
con el abrazo más largo y cálido de mi vida. Empezó a acribillarme a
preguntas, a burlarse de Miles y a preocuparse por Cat y por mí,
hasta que estuve demasiado distraída para estar nerviosa.

Callum, el padre de Miles, es educado y gentil, pero aterrador en


su intensidad. Tiene esa mirada analítica que parece dividirte en
pedazos, calculando cada parte de ti. Sólo conseguí mantener la
compostura porque ya me la había encontrado antes en el propio
Miles.

Al igual que su hijo, Callum es increíblemente devoto de las


personas que ama, empezando por su esposa y pasando por Miles,
Caleb y Noelle. Se interesa mucho por cada uno de sus hijos, incluso
por la pequeña Noelle, que todas las noches ha estado ampliando su
maqueta del puente Helix con la ayuda de su padre.

Su casa está siempre llena de proyectos en marcha, charlas, risas


y deliciosa comida. Aida nos trae a casa delicias de todo Chicago
para que las probemos, por si nos hemos perdido alguna mientras
hacíamos turismo.

Es curioso cómo su moderno prisma de cristal puede resultar tan


acogedor, mientras que la villa de mi padre siempre ha parecido más
bien un hotel alquilado.

Daniela dirige la villa como un capataz austero, mientras que


Aida es tan cálida e irreverente que es imposible no sentirse como en
casa a su alrededor. Al igual que Miles, tiene un sentido del humor
perverso con un corazón bondadoso en el fondo.

En las pocas semanas que llevamos en Chicago, ha organizado


una docena de actividades diferentes para Miles y para mí, enviando
a menudo a Caleb con Cat para que le haga compañía. Caleb es un
poco más joven que Cat y puede ser intenso y agresivo, pero se ha
tomado muy en serio su papel de guía turístico, intentando mostrar
a Cat cada rincón de la ciudad que cree que puede ser de su interés.

Cat es fácil de complacer, se ha sumergido en todos los museos,


monumentos y lugares históricos. Incluso aceptó acompañarnos en
un tour en helicóptero sobre la ciudad, aunque sé que no le gusta
volar en ningún tipo de avión, y menos en uno que pueda volar
entre rascacielos.

Ahora mismo está bailando con Darío Gallo, el hijo más joven de
Dante, que tiene una complexión más delgada que su padre y su
hermano, y una habilidad nada despreciable para hacer girar a Cat.
Cat tiene las mejillas rosadas y se queda sin aliento, y está muy
guapa con el vestido azul brillante que hemos comprado esta tarde
en la Milla Magnífica.

Yo también me he comprado un vestido nuevo, verde jade y sin


espalda, algo que nunca me habría atrevido a llevar antes. Me abraza
como una segunda piel y mantiene los ojos de Miles clavados en mí
constantemente, que es todo lo que podría desear de un vestido.

―¿Quieres ver el resto del acuario? ―Miles me pregunta.

Nero y Camille Gallo alquilaron todo el lugar para la fiesta de su


hija. Las largas galerías de cristal están casi totalmente vacías, ya que
la mayoría de los invitados parecen preferir comer, beber y bailar a
ver los peces.

―Me encantaría pasear contigo ―digo.

Miles me toma del brazo, paseamos por el largo túnel submarino


que permite a las anguilas y los tiburones nadar directamente sobre
nuestras cabezas.

La luz hace que nuestra piel se vuelva levemente azul y hace que
los ojos de Miles se vean de color topacio. Está extraordinariamente
guapo con su elegante esmoquin, con el cuello blanco y la pajarita
negra resaltando las líneas masculinas de su mandíbula.

Me aprieta contra él bajo la luz acuosa y cambiante, y me besa


hasta que la cabeza me da vueltas. Su boca es cálida y suave, y sabe
agradablemente a champán.

―Quiero hablarte de algo ―dice.

―¿De qué se trata?

―Quiero empezar diciendo que no tienes que estar de acuerdo.


No me enfadaré si no te gusta esta idea.

―¿No vas a intentar convencerme? ―Me rió―. Lo creeré cuando


lo vea.
―Bueno, yo no he dicho eso ―sonríe Miles. Toma aire, con una
ceja oscura enarcada―. Envié tu guión a un amigo de un amigo en
Los Ángeles. Estaba interesado.

―¿Qué? ―jadeo.

―Es una especie de agente, y él mismo trabaja como guionista. Le


gustó tu historia. Cree que deberías intentar escribir una versión que
pudiera rodarse como piloto de televisión.

―¡Miles, no me dijiste que ibas a hacer eso!

―Sólo estaba tanteando el terreno.

Lo miro de cerca, a sus hombros fijos y a su expresión


concentrada. Conozco a Miles lo suficientemente bien como para
adivinar hacia dónde se dirige esto.

―Sé lo que estás tramando.

Miles trata de ocultar su sonrisa.

―¿Ah, sí? ¿Qué?

―Quieres que vaya a Los Ángeles contigo.

Miles se ríe.

―Me estás descubriendo, pícara astuta.

Me toma las dos manos y se las lleva a los labios, manteniendo


esos agudos ojos grises fijos en mí.
―No me importa graduarme ―dice―. Ya conseguí lo que quería
de Kingmakers y no creo que estés tan apegada al lugar, ahora que
no estás ganando tiempo con tu compromiso. Podría quedarme un
año más, pero después de graduarme, aún te quedaría un año
entero. No quiero separarme de ti.

Considero lo que está diciendo, mi cerebro dando vueltas.

Es cierto, no quiero separarme de Miles cuando termine la


escuela antes que yo. Eso es otro año más, pero entiendo lo que
quiere decir: si ya sabemos que queremos empezar a construir una
vida juntos, ¿qué estamos esperando?

Aun así, dudo.

Miles ya sabe la razón, no tengo que explicarla.

―No quieres abandonar a Cat ―dice.

Asiento con la cabeza. La seguridad y la comodidad de mi


hermana significan todo para mí. Odio la idea de dejarla sola en
cualquier lugar. Especialmente en un lugar tan peligroso e
impredecible como Kingmakers.

―Rocco ya no está ahí ―dice Miles―. Seguirá teniendo a Anna,


Leo y Chay para vigilarla, y no sé si te has dado cuenta... pero Cat ha
cambiado mucho, ya no es una niña, puede cuidar de sí misma.

Me duele oír eso, aunque sé que es cierto y quiero que mi


hermana sea segura de sí misma e independiente. Miles tiene razón:
Cat ha crecido a pasos agigantados. Creo que ya ni siquiera le
disgusta Kingmakers, o al menos, se ha convertido en un reto en
lugar de una tortura.
―Tendría que hablar con ella... ―digo, vacilante.

―Por supuesto ―responde Miles, con el brillo de un incipiente


triunfo en sus ojos. Sabe que está trabajando en mí. Sabe que la idea
de nosotros dos bajo el cálido sol de California, con la brisa del mar
bajo las palmeras, me resulta increíblemente atractiva. Siempre he
querido conocer L.A. Siempre he querido estar en el lugar donde se
hicieron todas mis películas favoritas.

―Hay otro problema ―digo, haciendo una mueca―. No tengo


dinero, Miles. Me he gastado la paga de dos meses en este vestido.
No tengo ahorros. Y, por desgracia, has tenido que vaciar todos los
tuyos para ayudarme.

Me muerdo el labio, sintiéndome mal por dentro. Estoy


increíblemente agradecida por lo que Miles hizo por mí, pero nunca
he podido quitarme de encima la culpa de haberle costado todo ese
dinero, todos esos años de trabajo. No veo cómo puede perseguir su
sueño de convertirse en corredor y productor si nuestro valor neto
combinado es un vestido verde.

Miles se ríe, tan despreocupado como siempre.

―Deja que te enseñe algo ―dice, sacando su teléfono. Abre una


pequeña y extraña aplicación con un simple bloque verde como
icono.

Dentro veo un contador digital que aumenta una cantidad


fraccionaria cada segundo.

―¿Qué es eso? ―pregunto, frunciendo el ceño.

―Cuando hice el trato con tu padre, los Prince y los Malina,


acordamos que las tres partes se repartirían los beneficios a partes
iguales. Además, la Malina se llevaría un diez por ciento por el
servicio de cambiar Bitcoin por dólares americanos lavados.

Asiento con la cabeza, siguiéndolo hasta ahora. Miles ya me lo


había explicado antes.

―Además, el monedero de Bitcoin cobra una comisión del uno


por ciento.

Vuelvo a asentir, aún sin entender.

―Yo soy el monedero de Bitcoin ―dice Miles.

Lo miro fijamente, a su cara risueña y traviesa.

―¿Te llevas el uno por ciento?

―Lo he hecho todo el tiempo, no lo mencioné en la reunión


porque quería asegurarme de conseguir lo que realmente quería, que
eras tú y Cat libres de los planes de mierda de tu padre. Nadie
preguntó por el monedero de Bitcoin, es una tarifa razonable.
Generosa, incluso.

Vuelvo a mirar el número, por fin lo entiendo. Ya hay 187.962


dólares en la cuenta. Y, mientras observo, se añaden 1,53 dólares
más en el espacio de un minuto. El dinero va entrando, poco a poco,
despojado de la inmensa suma que fluye hacia los Malina, mi padre
y los Prince

―Es suficiente para empezar ―dice Miles.

Muevo la cabeza hacia él con asombro.


―Siempre trabajando en un ángulo.

Se encoge de hombros.

―No puedo evitarlo. Se me da muy bien hacer dinero.

No ha renunciado a su punto central.

―¿Vienes conmigo, Zoe? ¿De aquí directamente a Los Ángeles?

Miro ese rostro apuesto y decidido. Una cara que jodidamente


me encanta. Una cara a la que nunca podría decir que no.

―Sí ―susurro―. Me encantaría ir.

Miles me abraza y me besa una y otra vez.

Los besos se transforman en el recorrido de sus manos por mi


cuerpo en la fina y pegajosa bata.

―Ven aquí ―gruñe, tirando de mí hacia la siguiente habitación.

Estamos en un espacio silencioso y oscuro en el que la pared del


fondo es una inmensa placa de cristal que da a un tanque lleno de
medusas. Sus campanas flotantes y sus tentáculos flotantes se
mueven tranquilamente por el agua, y sus cuerpos transparentes se
tiñen de tonos rosas, amarillos y azules.

Miles me tira al banco más cercano y me pone a horcajadas sobre


su regazo para que la bata me suba por los muslos. Me agarra por la
cintura y me aprieta contra él para que pueda sentir lo dura que está
su polla, como una barra de hierro que se extiende por la pernera de
sus pantalones.
Me besa profundamente, explorando mi boca con su lengua.

Luego me masajea lentamente los muslos, utilizando sus grandes


y cálidas manos para despertar los músculos, para que la sangre
recorra mi cuerpo. Sabe exactamente lo que hace. A medida que las
neuronas de mis piernas cobran vida, mi coño empieza a palpitar,
como si también hubiera salido de su letargo. Me duele que me
toquen. Quiero que sus dedos me acaricien ahí y en todas partes.
Estoy hambrienta y ávida de este hombre.

Ahora me revuelvo contra Miles por voluntad propia, apretando


todo mi cuerpo contra él, chupando y mordiendo sus labios.

Miles se baja la cremallera de los pantalones y libera su polla. Me


aparta la ropa interior y empuja su polla dentro de mí. Hay algo
muy caliente en que me folle sin desnudarme, demasiado ansioso
por quitarme las bragas.

Mi falda oculta un poco lo que estamos haciendo, pero es


imposible que alguien se confunda por la forma en que subo y bajo
en su regazo, con las piernas enroscadas en su cintura y las manos
enredadas en su pelo. Alguien podría pasar por aquí en cualquier
momento y me importa un carajo, tengo que tenerlo ahora mismo,
no puedo dejar de montarlo.

Miles pone sus manos bajo mi trasero y se levanta, levantándome


en el aire. Me lleva hasta la ventana del acuario, presionando mi
espalda contra el frío cristal. Ahora tiene ventaja para follarme tan
fuerte como quiera, utilizando sus poderosas piernas para
penetrarme. Estoy atrapada entre el frío cristal y su ardiente cuerpo.

Aprieto mi cara contra su cuello, oliendo su colonia y lo que sea


que use para domar esos rizos, el aroma de su piel y su sudor. Un
cóctel embriagador. Mi cabeza se tambalea. Le lamo el sudor del
lado del cuello y luego le lamo también la oreja, chupando el lóbulo
y mordiéndolo con fuerza entre los dientes.

―Jodida traviesa ― Miles crece, clavándose en mí cada vez con


más fuerza.

Sus dedos se clavan en mi trasero. La fricción de mis bragas


tiradas rozando mi clítoris me está volviendo loca. Es duro y casi
demasiado, pero nada es demasiado con Miles. Nunca tengo
suficiente.

―Fóllame más fuerte ―le ruego―. Quiero que tu semen gotee de


mí el resto de la noche.

―Estás loca ―gime, y sé que le encanta, sé que vio esa chispa de


locura en mí aquel primer día en el muro. Sabía que no era tan
tranquila y controlada como parecía, y me quería por ello, quería
desatar eso en mí aún más.

Yo también quiero eso. Quiero ser tan audaz como Miles, tan
valiente como él. Quiero ir detrás de todo lo que quiero en la vida
sin miedo ni vacilación.

―Haz que me corra y me iré a cualquier parte del mundo contigo


―le prometo.

Miles me aprieta contra el cristal y me folla hasta dejarme sin


sentido. Me corro fuerte y rápido, en lo más profundo de mi ser, en
el lugar que sólo Miles puede encontrar, el único lugar que satisface.
En cuanto me oye gemir…

―Eso es, oh Dios mío, eso es ―Miles se corre también. Así es


como lo quiero, así es como lo quiero siempre: juntos, perfectamente
sincronizados.
Nos desplomamos contra el cristal, Miles sigue dentro de mí. Me
besa el cuello y me da escalofríos, como si no acabáramos de follar.
Lo deseo de nuevo, incluso antes de que se haya salido.

―Me haces tan feliz ―dice, apretando su frente contra la mía.

―Has cambiado toda mi vida ―le digo yo.

Cuando nos hemos arreglado lo suficiente como para no


despertar sospechas, Miles y yo volvemos a la fiesta. Cat se sienta en
nuestra mesa, agotada por haber bailado con Darío Gallo, Caleb
Griffin y Teddy Boone en rápida sucesión.

Miles va a por las bebidas.

Aprovecho para hablar con Cat mientras estamos solas.

Le digo que Miles quiere que me mude a Los Ángeles con él. Le
digo que estoy pensando en ir.

Cat me escucha, con sus grandes ojos oscuros que ya me tocan el


corazón.

―Quiero ir ―le digo―. Pero no quiero dejarte. Me preocupa que


vuelvas a la escuela sola.

Cat suspira y me dedica una pequeña sonrisa.


―Te voy a echar de menos, Zoe ―dice―. Pero tienes que irte.

―No tengo que...

―Sí tienes que hacerlo. Nunca sabes cuánto tiempo tienes para
hacer las cosas. Ninguno de nosotros lo sabe. No puedes perder
otros dos años haciendo de niñera.

―Pero ¿y si...?

―Vete, hermanita ―me interrumpe―. Vete, y no te preocupes por


mí. Tengo diecinueve años, el año que viene tendré veinte, ya no soy
una niña. Ni siquiera soy la misma persona que era el año pasado,
he aprendido cosas, he hecho cosas. ―Ella traga―. Sólo vete. Me
enojaré contigo si no lo haces.

Tomo su mano y la aprieto con fuerza.

―¿Estás segura? ¿No me echarás mucho de menos?

―Estaré bien ―dice.

Cat siempre me dice la verdad, pero hay algo en su cara que no


me gusta, algo que no dice y le pesa.

Le cojo la mano con las dos mías y la miro de cerca.

―Sabes que puedes contarme todo ―le digo.

Los ojos de Cat se cruzan con los míos por un momento y luego
bajan a nuestros dedos enlazados mientras se encoge de hombros y
dice:
―Claro. Por supuesto.

―Y puedes llamarme todos los días... Estoy segura de que Miles


puede conseguirte un teléfono.

―Los domingos estarán bien ―dice Cat, apretando mi mano en


respuesta. Luego, decidiendo que eso no es suficiente, se inclina
hacia delante y me abraza―. Te quiero, Zoe. Te mereces la felicidad.
Siempre la has merecido.

―Las dos la merecemos ―le digo.

Cat asiente sin responder.

Miles pone bebidas frescas delante de cada uno de nuestros


asientos.

―¿Qué me he perdido? ―pregunta.

―Baila conmigo y te lo cuento ―le digo.

―Me encanta esa oferta ―dice, y ya me pone de pie.

Me coge en brazos, me balancea de esa forma suave y fluida que


parece doblar la música a nuestro alrededor, como si el ritmo nos
siguiera a nosotros en lugar de al revés.

Lo miro a los ojos.

―Me voy contigo ―le digo―. Cuando quieras.

―Bien ―sonríe Miles―. Porque ya he comprado tu billete.


Capítulo extra

ZOE

L.A.

La fiesta va a la perfección, como hacen todas las fiestas cuando


Miles las planifica. Invitó a una combinación impecable de escritores,
directores, actores, productores y algunos amigos músicos de Iggy.

Puedes saber lo que todo el mundo hace simplemente por cómo


se visten. Los productores parecen banqueros, los músicos van desde
ropas elegantes hasta otras que casi parecen personas sin hogar. Las
actrices y modelos llegan con peinado y maquillaje completamente
profesionales, y los escritores usan su versión de fantasía, que son
jeans y camisetas con tenis deportivos un poco menos sucios de lo
habitual, y tal vez alguno que otro botón.

Pasé la primera mitad de la fiesta escondida con Jamie


Fleischman. Miles dijo que se suponía que debía divertirme y no
hablar de negocios, pero Jamie y yo estamos a la mitad de la co-
escritura de un guión de superhéroes, y no puedo dejar de hacer una
lluvia de ideas, tengo ocho mil ideas corriendo por mi cabeza
y Jamie tiene ocho mil más.

Jamie ayudó a vender mi guión para el piloto de televisión y


desde entonces nos hemos asociado en varios proyectos, es una
maravilla trabajar con él. A él se le ocurren bromas y secuencias de
acción mientras yo hago la mayor parte de la trama.

Jamie fue una estrella infantil en los noventa. Tenía el pelo rojo
brillante, grandes ojos azules y un adorable ceceo. Luego se volvió
calvo, barrigón y bajo, y los papeles se agotaron.

Gastó la mayor parte de su dinero en drogas y apuestas


deportivas, y su exesposa se llevó el resto. Obligado a hacer
apariciones en cualquier lugar que le pagara, recorrió Big Brother Vip,
Dancing on Ice y finalmente Celebrity Rehab con el doctor Drew. En su
punto más bajo, entregó pizza para pagar la hipoteca de su
condominio, la pizza siempre llegaba tarde porque los clientes le
exigían que dijera su famoso eslogan ¡Mejor rojo que muerto! y posar
para fotos con ellos.

Lo está haciendo mucho mejor ahora, habiéndose convertido en


uno de los asesores de guiones más solicitados en Hollywood. Me ha
enseñado mucho y disfruto trabajar con él porque nunca se estresa y
nunca se toma nada demasiado en serio. Como ahora, que está
tratando de convencerme de que deberíamos incluir a un lobo en
nuestra película Nightwing.

―Es un troll ―le recuerdo a Jamie.

―Sí, pero es gracioso. Una especie de vibra estilo Deadpool.

―Pensé que íbamos por el realismo.

―Pusieron un árbol andante en Guardianes de la Galaxia, la gente


tiene la mente abierta cuando se trata de personajes secundarios.

Miles asoma la cabeza hacia la cocina donde Jamie y yo estamos


holgazaneando, yo bebiendo un martini y Jamie comiendo una
bandeja entera de vieiras envueltas en tocino que robó a los
proveedores.

―¡Oye! ―Miles dice―. Prometiste venir a bailar conmigo.


―Lo hice ―respondo, culpable―. Lo siento, Jamie me distrajo.

―Las vieiras me distrajeron ―dice Jamie, metiéndose otra en la


boca―. Cúlpalas a ellas.

―Te ves demasiado hermosa para esconderte aquí ―dice Miles,


levantando una ceja con aprobación en mi minivestido plateado.

Me levanta de mi silla, envolviendo su cálida mano alrededor de


la mía.

Lo sigo a nuestra terraza trasera con vistas a Hollywood Hills. El


sol acaba de ponerse, el horizonte con rayas anaranjadas luce
salpicado por las palmeras desgarbadas. Nuestra piscina infinita se
extiende hasta el borde del acantilado. Más allá de eso, las luces
brillantes de la ciudad se asoman desde la exuberante vegetación.

Algunos de los invitados se han puesto el traje de baño para


sumergirse en la piscina, otros bailan en la amplia terraza recién
pintada. Iggy está ejecutando la música él mismo, con un enorme
par de audífonos cubriendo sus oídos y una mirada intensa de
concentración en su rostro mientras se encorva sobre su equipo.

Miles pone sus manos en mis caderas, meciéndome con el remix


de Umbrella de Iggy.

―¿Te estás divirtiendo, niña? ―murmura en mi oído.

―Siempre ―le digo, mirándolo a los ojos.

Miles ha cambiado mucho en los seis meses que hemos estado en


Los Ángeles. Realmente ha entrado en su elemento, se ha librado de
sus distracciones juveniles y se ha vuelto más concentrado día a
día. Todavía es cálido y juguetón, pero todo lo que hace se centra en
hacer crecer su negocio o en consentirme.

Incluso su apariencia ha cambiado. Sus hombros se ensancharon,


su mandíbula se ha cuadrado y su voz bajó a un tono de barítono
más profundo. Su barba de las 5 y su bronceado perpetuo hacen que
su rostro sea oscuro y misterioso, mientras sus ojos profundos se
asoman a mi alma.

Ahora es un hombre total y completo. Ha crecido.

Igual que yo.

Ya no me preocupo por lo que piense mi padre o mi


madrastra. No confío en otras personas para obtener dinero. Estoy
obteniendo buenos ingresos, al igual que Miles. Establezco mi
propio horario y trabajo todos los días, limpio nuestra casa y ayudo
a cocinar nuestras comidas.

Se siente tan bien ser independiente.

Y sin embargo, no estoy sola, tengo al mejor compañero del


mundo a mi lado en cada paso del camino. Miles siempre está
pensando en mí, siempre haciendo todo lo posible para
ayudarme. Intento hacer lo mismo por él. No importa cuán grande o
pequeño sea el problema, cambiar el aceite de nuestro automóvil o
programar una reunión con algún ejecutivo de estudio, Miles y yo
abordamos el problema juntos, dividiendo el trabajo y
asegurándonos de que ambos tengamos lo que necesitemos. para
triunfar.

Extraño a Cat, pero vendrá a visitarnos en el verano, una vez que


termine la escuela.
Por ahora, no puedo imaginarme en ningún lugar del planeta en
el que preferiría estar que aquí, balanceándome en los brazos de
Miles.

Bailamos juntos durante más de una hora, hasta que el cielo está
completamente oscuro y salpicado de estrellas y los asistentes a la
fiesta han pasado de borrachos a locos.

―Será mejor que elimine a algunos de estos hooligans ―dice


Miles, después de que uno de los amigos de Iggy se cae a la piscina
completamente vestido.

―¿Obtuviste lo que querías? ―le pregunto.

El objetivo de esta fiesta era que Miles intentaba negociar un trato


por los derechos exclusivos del catálogo de un sello discográfico
plegable. Puedo ver al ejecutivo discográfico besándose con
entusiasmo con una de las bailarinas de respaldo de Iggy en nuestra
tumbona, así que supongo que está de buen humor.

―Sí, tengo el catálogo completo ―dice Miles―. Los papeles están


firmados.

―Perfecto ―le digo, besándolo suavemente en la boca―. Eso


significa que eres toda mío el resto de la noche.

―Así es ―me sonríe.

Me estremezco un poco, ahora que se ha puesto el sol, la brisa


marina se siente.

―Déjame buscar tu chaqueta ―dice Miles, recuperándola del


respaldo de una silla de mimbre y colocándola sobre mis hombros.
Me meto las manos en los bolsillos. No he usado una chaqueta en
mucho tiempo, siempre hace mucho calor en California. Mis dedos
encuentran un pequeño paquete olvidado hace mucho tiempo.

Lo saco, examinando confundida los dos caramelos envueltos en


plástico.

―¿Qué es eso? ―Miles pregunta.

Me río al darme cuenta.

―Estos son los caramelos de LSD que la profesora Lyons nos dio
en Navidad. Nunca probé el mío, estaba demasiado asustada.

―¿La profesora Lyons los hizo? ―Miles dice, y sus ojos se


iluminan.

―Sí, por eso no me los comí. Tengo miedo de comer cualquier


cosa que haya tocado en caso de que se olvidara de lavarse las
manos después de mezclar un poco de cianuro.

―Oh, no, estás muy equivocada ―dice Miles, sacudiendo la


cabeza hacia mí―. La profesora Lyons es una genia, una verdadera
alquimista. Las cosas que puede hacer con compuestos químicos... es
una puta hechicería.

―¿Estás diciendo que quieres probarlos? ―digo con


incredulidad―. No están exactamente frescos...

―No es leche ―se ríe Miles―. No están mal.

Desenvuelvo uno de los caramelos de color ámbar y lo sostengo a


contraluz. Brilla como la miel, suave, dorada y tentadora.
―Hagamos un viaje juntos ―dice Miles.

Cada uno de nosotros se pone un caramelo en la lengua. El mío


se derrite en segundos, su sabor es dulce y ligeramente floral, con la
más leve infusión de lavanda.

―¿Qué va a pasar? ―le pregunto a Miles nerviosamente.

―Solo cosas buenas ―me asegura―. Estoy aquí contigo.

Miles y yo hacemos otra ronda a los invitados, despidiéndonos


de aquellos que están listos para regresar a casa, riéndonos con
algunos de nuestros amigos más cercanos, echando sutilmente a los
que han bebido demasiado, depositándolos de forma segura en taxis
y Ubers.

No creo que sienta ningún efecto de los dulces, excepto que estoy
cálida y animada, incluso más de lo habitual, y estoy notando lo
hermosas que se ven nuestras lámparas de noche, lo suavemente que
brillan contra la madera pulida de la cubierta y el cielo oscuro y
aterciopelado.

La mano de Miles alrededor de la mía se siente tan suave y a la


vez tan fuerte. Espero que nunca, nunca me suelte. No entiendo
cómo una mano puede sentirse tan bien, cómo puede impartir tanto
amor y seguridad solo con su agarre.

―Mira qué hermosa es la vista ―le digo a Miles, señalando la


amplia extensión del valle.

―Sube al techo conmigo, la veremos mejor ―dice Miles.

Nuestra casa alquilada es una mansión moderna de mediados de


siglo, limpia y minimalista. Su mejor característica es la terraza de la
azotea, en la cima de la casa.

Miles y yo subimos la escalera de caracol y salimos a la


terraza. Tiene razón, la vista desde aquí es aún más impresionante,
se ve como una manta reluciente extendida debajo de nosotros. La
música de Iggy se eleva en ondas que casi puedo percibir en el aire
fresco de la noche.

Está tocando un remix de Save Your Tears de The Weeknd, a dúo


con Ariana Grande. Su voz aguda y clara suena como si resonara en
el techo de una catedral.

―Nunca aprecié a Ariana Grande hasta este momento ―le digo a


Miles―. Ella es simplemente... etérea.

―Déjame escuchar ―dice Miles, tirándome hacia abajo en el futón


plano y abierto en la terraza.

Nos acostamos juntos, escuchando los acordes flotantes de


música que bailan y se retuercen en el aire sobre nuestras
cabezas. Puedo sentir los componentes separados de la canción
haciendo cosquillas y provocando varias partes de mi cerebro. Es tan
atractivo y estimulante, siento como si pudiera escuchar durante
horas.

―Creo que el caramelo está funcionando ―susurro.

Miles se ríe y su risa menea suavemente el cuerpo.

―Ha estado funcionando desde hace un rato ―dice.

Miles se da vuelta sobre su estómago, deslizándose por el futón


hasta que está entre mis piernas.
Nunca se cansa de comerme el coño, lo hace todas las mañanas
mientras yo todavía estoy medio dormida, nunca había sido tan feliz
por despertar. Empiezo todos los días con una nota tan alta que no
puedo evitar caminar con una sonrisa en la cara durante horas.

Miles me quita las bragas, abriendo mis muslos para tener acceso
a mi lugar más delicado.

Sus labios y lengua se sienten calientes, como mantequilla


derretida mientras lame suavemente los labios de mi vagina. Pasa su
lengua por mi abertura encontrando mi clítoris y lamiéndolo con
movimientos lentos y mesurados.

Mi coño se siente dolorosamente sensible al principio. Luego se


vuelve cálido y derretido también, hasta que no puedo decir cuál soy
yo y cuál es la lengua de Miles, hasta que parecen fusionarse. La
sensación no se concentra en mi clítoris, se extiende por toda mi
vulva y dentro de mí también, de hecho sube por mi vientre y baja
por mis muslos, apoderándose cada vez más de mi cuerpo.

Entonces dejo de sentir mi cuerpo en absoluto, todo lo que siento


es placer, no de ningún lugar en particular, sino como una sensación
que inunda mi cerebro como un baño químico.

Una vez que el placer no está ligado a ninguna parte específica


del cuerpo, de repente todas las partes de mi cuerpo se vuelven
orgásmicas. Miles levanta mis brazos, tira de los tirantes de mi
vestido y libera mis pechos. Empieza a masajear mis senos,
apretando y tirando de los pezones con los dedos.

La sensación no se siente simplemente bien como lo haría


normalmente. Se siente como un orgasmo, como si mi pezón fuera
igual que mi clítoris, igualmente capaz de dar placer.
Empiezo a gemir, corriéndome solo por la mano de Miles en mi
pecho, por ese suave y repetitivo tirón en el pezón. Me doy cuenta
de que un orgasmo es solo mi cerebro interpretando la sensación, y
mi cerebro es capaz de mucho más de lo que pensaba. Puede hacer
que cualquier cosa sea orgásmica cuando quiere.

Ser consciente del mecanismo no lo hace menos poderoso, todo


lo contrario. Es como si mi experiencia consciente del clímax lo
estuviera amplificando. Puedo elegir sentirlo cada vez más fuerte.

―Más ―le suplico a Miles―. Dame más.

Se pone arriba de mí, deslizando su polla ya dura hacia


adentro, Miles siempre se pone duro en el momento en que prueba
mi coño. Eso es todo lo que necesita como juego previo, es todo lo
que quiere.

Su polla se siente más grande que nunca y, sin embargo,


increíblemente suave. Se desliza dentro y fuera de mí, acariciando
mil terminaciones nerviosas a la vez. Puedo sentir la cabeza de su
polla, el eje e incluso la base, hasta el último milímetro de su piel
contra la mía.

Me siento llena y estimulada. Es casi demasiado, pero mi cerebro


funciona a mil veces su velocidad normal y puedo manejarlo, puedo
procesar todo esto y más.

Puedo sentir a Miles como nunca antes lo había sentido, al


mismo tiempo que huelo el delicado aroma a lila en el aire y veo las
olas de música que se elevan desde la fiesta de abajo. Puedo
perderme en el placer físico, al mismo tiempo que me doy cuenta de
que Miles y yo somos dos almas que flotan en el tiempo, cada uno de
nosotros formado por miles de millones de células que son, en
última instancia, energía que cambia de forma a través de la vida y
la muerte, pero que nunca se destruye realmente.

Siento lo precioso que es este momento porque nunca volverá a


ocurrir a través de todas las infinitas permutaciones del tiempo,
nadie amará a nadie exactamente como yo amo a Miles, o como él
me ama a mí. Fuimos formados el uno para el otro desde el
nacimiento, cada uno de nosotros desarrollando las características
que el otro necesitaba, hasta el momento en que nos conocimos y
pudimos compartir nuestras fortalezas y debilidades. Hasta que
pudiéramos hacernos completos y perfectos emparejándonos. Solos,
tenemos defectos, juntos somos imparables.

Me pongo encima de Miles y él me deja porque sabe lo bien que


se siente cuando lo monto, es bueno para él y aún mejor para mí.

―A veces pienso que lo que hago durante todo el día es solo para
convencerte de que me dejes montarte ―le digo―. Todo lo que
quiero es que te quedes quieto para poder montar esta polla como
una montaña rusa. Eres más grande que yo y más fuerte que yo, así
que no puedo obligarte a hacerlo, pero si puedo persuadirte...
entonces tendré la mejor hora de mi vida.

Miles se ríe.

―No tienes que persuadirme mucho, es toda tuya cuando lo


desees.

Estoy rodando mis caderas, apretando mi clítoris contra él,


apretando los músculos de su pecho con mis manos y sintiendo su
agarre en mis caderas. Todas esas sensaciones juntas son lo que más
me gusta. La masa y masculinidad de Miles debajo de mí, la forma
en que puedo sentir su poder, mientras él me deja hacer lo que
quiera.
Gira sus caderas para encontrar las mías y empuja su polla
dentro de mí desde abajo. Si realmente se quedara quieto como un
pez muerto, no sería nada bueno. Necesito este equilibrio perfecto
donde él me permite marcar el ritmo, y luego él me empareja, como
si bailáramos.

―Quiero correrme de nuevo ―le digo.

―Hazlo.

―Necesito que te corras también. ¿Sabes que eso es lo que me


imagino? Cuando quiero correrme, te imagino explotando dentro de
mí. Lo necesito, necesito escucharte y sentirte.

―Yo también ―gruñe Miles―. Tengo que saber que te estoy


complaciendo.

―¿Estás listo, bebé? ―yo le pregunto.

―Siempre.

Cierro los ojos para poder concentrarme en el sonido de la


respiración de Miles acelerándose, su ritmo se acelera mientras me
penetra más y más fuerte, sus dedos se hunden en mi piel mientras
aprieta mis caderas con todas sus fuerzas.

Me imagino su polla metiéndose hasta el fondo de mí y su semen


hirviendo en sus bolas, listo para explotar hacia arriba.

Siento las olas de placer construyéndose, siento la cabeza de su


polla golpeando ese punto más profundo, ese punto que es como un
botón de recompensa, y cuanto más rápido lo presionas, más se
acumula el éxtasis.
―Más bebé, más ... ―gimo.

―No voy a parar ―gime.

―Eso es, ahí mismo...

El placer alcanza su punto máximo, se siente como una estrella


que colapsa y que absorbe toda la luz, luego explota hacia afuera
atravesando cada centímetro de mi cuerpo. Sé que Miles también se
está corriendo, porque lo escucho gritar, sus gruesos brazos se
envuelven con fuerza a mi alrededor, presionando cada centímetro
de mi cuerpo contra el suyo, sosteniendo su polla profundamente
dentro.

No sé cuándo me suelta.

O cuanto tiempo pasa.

Todo lo que sé es que finalmente volveré a acostarme de


espaldas, con la cabeza en su hombro, los dos mirando hacia las
estrellas. El futón se balancea debajo de nosotros, como si
estuviéramos en un barco en el océano.

Mi mente está clara, limpia con placer.

Miles acaricia mi cabello hacia atrás de mi frente sudorosa,


dejando que la deliciosa brisa baile a través de mi piel.

―Cuéntame todos tus sueños ―dice―. Todo lo que quieras Zoe,


lo haré realidad para ti. ¿Quieres riqueza? ¿Fama? ¿Premios? Te lo
conseguiré, cariño, sabes que lo haré. Puedo hacer que cualquier
cosa suceda, si lo hago por ti.
―Sé que puedes ―le susurro―. Nadie es más tenaz que tú,
Miles. Si me dijeras que bajarías la luna y la pondrías en mis manos,
te creería.

Él se da la vuelta para mirarme a la cara y sus ojos grises brillan


plateados a la luz de las estrellas.

―Dime qué quieres. Te lo conseguiré, te lo prometo.

―Ya lo has hecho ―le digo―. Todo lo que quiero es a ti.


PRÓXIMO LIBRO

Yo sé su secreto...

Cat está en muchos


problemas. Ella hizo
algo malo y lo vi.

Mantendré su
secreto... por un
precio.

La pobre, dulce y
tímida Cat nunca
debería haber
venido a Kingmakers. Es un lugar para
monstruos y asesinos. Gente como yo.

Ella entró en la guarida del león y ahora es mía.

Mía para jugar con ella. Mía para


atormentarla. Mía para romperla...
Notes

[←1]
Marca de relojes.
[←2]
Individual Re rement Account: Plan de pensiones.
[←3]
Así se le conoce al éxtasis.
[←4]
Marca de salchichas.
[←5]
Aparato de tortura.
[←6]
Pe rrojo.
[←7]
Hace referencia al libro conver do en película de Stephen King, Rita Hayworth y la redención
de Shawshank.
[←8]
Technical Knockout.
[←9]
An gua Agencia de inteligencia de la Policía secreta en la Unión Sovié ca.
[←10]
Personaje principal de CSI Miami.

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