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Sinners Consumed Traducción NO Oficial 1
Sinners Consumed Traducción NO Oficial 1
Diseño
Dark Queen
Aclaración
Querido lector:
¡Gracias por haber cogido un ejemplar de Sinners Consumed! Espero
que te guste leerlo tanto como a mí me gustó escribirlo.
Quería recordarte que Sinners Consumed es el segundo libro de un dúo.
La historia de Penny y Rafe comienza con Sinners Condemned.
Además, si no has leído Sinners Anonymous, te recomiendo
encarecidamente que lo leas primero, porque gran parte de la trama
se traslada de ese libro a éste.
Antes de que te sumerjas, debes saber que este libro es un romance
oscuro. Hay varios factores desencadenantes, entre los que se
incluyen el alcoholismo, el suicidio, el asesinato, la agresión sexual y
la agresión sexual a menores. Por favor, lea bajo su propio riesgo.
Con amor,
Somme x
Capítulo
Uno
Penny
Penny
Penny
Penny
Rafe
Penny
Penny
Rafe
A pago el motor y me vuelvo hacia Penny, que está en el asiento del
copiloto. La diversión me calienta el pecho, se ha quedado
dormida hace una hora y ahora su hamburguesa a medio comer se
está congelando en el cartón que tiene en el regazo. Cuando me
dispongo a retirarla, su mano sale disparada y me agarra la muñeca:
—Olvídate de Dante. No te necesito para eso. Pero sí te necesito a ti. —La
mano de Angelo me aprieta la nuca—. Haz un plan, hermano. Y luego
vuelve a mí.
—Eso me lo guardo para más tarde.
Mi mirada se desliza hasta el único ojo que ha abierto.
—Me desvié para esquivar un ciervo y no dejaste de roncar ni un
segundo. ¿Pero en el momento en que vengo por tu comida, de
repente estás en alerta máxima?
—No jodas con mi comida —dice seriamente. Se levanta y parpadea
hacia la iglesia más allá del parabrisas—. ¿Qué es esto? ¿Una visita
relámpago para arrepentirte de tus pecados?
Le paso los dedos por el cabello, antes de colocar todos los mechones
sueltos detrás de su oreja.
—No, estoy haciendo un experimento. —Ella levanta una ceja
sospechosa—. Voy a tirarte dentro y ver si te prendes fuego.
Su risa es chillona.
—Si ardo en las llamas del in erno, arderás conmigo.
No lo sé.
—No tardaré mucho. —Mis manos no saben dejar en paz a la chica;
recorren su cuerpo como si cada curva fuera todavía una novedad.
Supongo que lo son: ha pasado casi una semana desde que hundí mi
polla en ella por primera vez, y aún no he encontrado un centímetro
de ella del que me aburra. Deslizo una mano por debajo de la manta
y la paso por su muslo; la otra le agarra la mandíbula y la obliga a
mirarme. Mi voz se reduce a una falsa advertencia—. No te bebas mi
refresco. Me daré cuenta.
Gira la cabeza para morderme la mano y, cuando la suelto, se gira
hacia la ventana.
—Me lo pensaré —murmura, bostezando.
—Dulces sueños, Queenie.
La noche contrasta con el calor de mi auto, lo que me hace envidiar
aún más a Angelo por haber convocado una reunión de urgencia en
plena noche. Yo soy el Visconti con fama de teatral, pero Angelo
tiene una vena dramática cuando está cabreado. No me cabe duda
de que lo que quiera ladrarme podría haberlo hecho por teléfono.
Cuando cierro la puerta, los faros que brillan en las puntas de mis
botas me hacen re exionar. Cruzo sobre la grava y el hielo hasta
llegar al auto estacionado detrás de mí. Después de mi agudo rap-
tap-tap en el cristal, Gri n baja la ventanilla de mala gana y me mira
jamente.
—El contrato con los albaneses se cayó. Voy a necesitar más ojos en
mis casinos de Las Vegas. Roen y sus hombres son unos bastardos
vengativos.
La mirada de Gri n se agria en la mía.
—Así que has cabreado a los irlandeses y a los albaneses. Entendido.
Le miro con recelo.
—Los irlandeses han sido tratados. —El tema de los irlandeses
terminó cuando el forense cerró la bolsa del cadáver de Martin
O'Hare. Nadie más de esa familia sería tan estúpido como para venir
a por un Visconti sin Martin o Kelly al frente. No sobrevivirían—.
Pero sí, he cabreado a los albaneses.
—Y todo en menos de una semana —dice secamente. Su atención se
centra en mis nudillos curvados sobre el marco de la ventana. —
Además, estoy seguro de que la familia de Blake querrá respuestas.
La molestia me tensa la mandíbula. Gri me ha dicho unas diez
palabras desde que di por muerto a Blake en el arcén. La mitad de
ellas eran sí jefe en el más sarcástico de los tonos, la otra mitad
gruñidos ininteligibles. Lo dejé pasar unos días, porque sabía que
probablemente estaba cabreado porque le había dejado un hombre
menos, pero creo que he sido más que amable.
—¿Tienes algo que decir sobre que maté a Blake? —Pregunto con
calma. Cuando sólo me mira jamente como respuesta, meto la
cabeza en el auto y me pongo en su cara—. No te pago para que
tengas una opinión.
Sin esperar una respuesta, doy una zancada hacia la iglesia. En
algún lugar entre la lápida de nuestros padres y las puertas de hierro
forjado, los pesados pasos de Gabe se acompasan con los míos.
—Angelo está enfadado contigo.
Mi risa se condensa contra el cielo nocturno.
—¿Qué va a hacer? ¿Despedirme?
Su atención baja a mis nudillos y luego sonríe.
—Estoy empezando a pensar que te gusta el lado oscuro.
—Mm. Es bastante divertido aquí.
Las puertas de la iglesia se abren y, para mi sorpresa, algo pequeño y
cuadrúpedo sale de ella. Angelo emerge poco después y se abalanza
para recoger al perro.
—Ven aquí, mierdecilla —gruñe. Le acaricia la cabeza y responde a
mi pregunta silenciosa con una expresión oscura—. No preguntes,
joder.
—Pero sabes que voy a hacerlo.
Suspira.
—Es un rescate del refugio. Rory no ha dejado de hablar de ella
desde que la visitamos, así que volví y la compré para Navidad.
—Y la llevas porque...
—Porque cada vez que salgo de casa, mi mujer se pone a buscar sus
regalos de Navidad. El perro se ha quedado con el ama de llaves,
pero no sobrevivirá al interrogatorio de Rory.
Conteniendo una sonrisa, miro a la perra jadeante acurrucada en el
brazo de mi hermano. Con sus rizos dorados y sus grandes ojos
marrones, en realidad se parece a mi cuñada, pero estoy tan metido
en la mierda con Angelo que creo que es mejor no decirle que su
mujer se parece a un perro.
—¿Nos traes hasta aquí para acariciarla?
Angelo aprieta los dientes.
—No, tenemos que hablar.
—¿Podemos hablar dentro de la iglesia? Creo que se me están
congelando las pelotas.
Dirige una mirada molesta hacia mi auto.
—Creo que tus pelotas están recibiendo mucho calor, hermano.
Toma. —Vuelve su ira hacia Gabe y empuja al perro en sus brazos—.
Llévala a pasear.
Arqueo una ceja.
—¿Nunca has leído De ratones y hombres? Gabe es Lennie, pero más
fuerte.
Me ignora y mira a Gabe mientras se aleja con un perro cómicamente
pequeño.
Cuando estamos solos, deja escapar una respiración tranquila y
tensa.
—Has perdido el rumbo, Rafe.
—¿Es un diagnóstico o cial o...?
Me interrumpe.
—Por una vez en tu puta vida, deja de hablar mierda y sé sincero
conmigo. ¿Qué está pasando? Tu cabeza no está en esta guerra.
Joder, ni siquiera estoy seguro de que tu cabeza esté ya atornillada a
tu cuello.
La llama de mi Zippo atraviesa la oscuridad. Enciendo un cigarrillo
y dejo caer la cabeza contra la puerta de la iglesia. Tiene razón.
Mentiría si dijera que esta guerra se me ha pasado por la cabeza
alguna vez en la última semana.
—He estado ocupado.
Angelo suelta una risa sardónica.
—¿Mataste al otro O'Hare?
—Sí.
—¿Cómo?
Mientras me llevo el cigarrillo a los labios, miro por encima de mis
nudillos rotos.
—Desordenadamente.
—Cristo, Rafe. ¿Qué te ha pasado?
Algo más allá de la punta brillante me llama la atención. Inclino la
barbilla para mirar mi auto. Penny ya está despierta, con la cara
iluminada por la luz de la pantalla de su celular . La mocosa está
sorbiendo un refresco. Mi refresco. Una sonrisa de satisfacción se
dibuja en mis labios, pero me la muerdo. Me ha pasado a mí.
Echo humo contra el cielo nocturno y le doy a mi hermano una
respuesta menos complicada.
—Pasaron cosas malas, hermano.
—Entonces, haz un plan y arréglalos.
Mi mirada se desliza hacia él.
—¿Qué?
—Eso es lo que se hace en esta familia, se hacen planes para arreglar
las cosas. Cuando la última mujer de Tor sufrió una sobredosis en el
baño del Visconti Grand, la llevaste de vuelta a su apartamento y
escribiste su nota de suicidio. Cuando los turcos retuvieron a Benny
como rehén por esas escopetas dudosas que les vendió, volaste a
Estambul y negociaste su liberación.
—El coño todavía no ha dado las gracias —gruño.
—Diablos, incluso cuando incendié el Rolls Royce del tío Al, también
me sacaste de ese lío de alguna manera.
Sus pesados pasos resuenan cuando sube los escalones y se une a mí
apoyándose en las puertas. Le paso el cigarrillo y él da una larga
calada. Tiene razón; yo arreglo las cosas. Pero ese fuego habitual que
arde en mis venas cuando las cosas van mal ha sido sustituido por
un río de aceptación, frío y aletargado. El destino ha ganado, y el
fondo de la roca se siente sólido bajo las puntas de mis botas. Así
como el destino prometió darme todo el éxito del mundo, también
me dio la carta de la perdición. La Reina de Corazones me puso de
rodillas, y no puedo encontrar en mí la forma de preocuparme.
Tal vez sea porque cuando estoy de rodillas, ella se sienta en mi
lengua.
—Ni siquiera recuerdo que fueras supersticioso de niño.
El comentario de Angelo me aprieta la garganta, barriendo todos los
pensamientos sobre el coño de Penny.
—Y ahora no soy supersticioso.
Se ríe.
—¿Crees que no lo veo? ¿Cómo te pones de lado de las escaleras
cada vez que comprobamos los esfuerzos de reconstrucción en el
puerto? ¿Cómo tiras la sal por encima del hombro cada vez que te
invito a mi mesa? —Me pasa el cigarrillo—. Puede que yo tenga el
carácter de nuestro padre, pero tú tienes las creencias de mamá.
Aprieto las muelas y me ennegrezco los pulmones con el humo.
—Sólo ves la mitad de la mierda —murmuro—. Si te pasara a ti,
también creerías en la mala suerte.
Por el rabillo del ojo, le veo asentir.
—Creo en la mala suerte, hermano. Pero también creo en lo que
decía mamá.
Me dirijo a él.
—¿Lo bueno siempre anula lo malo?
Sonríe con tristeza.
—No, el otro. Las cosas malas no duran para siempre.
Apretando el cigarrillo bajo su zapato, sigue mi mirada hacia mi
auto. A Penny, que me llama la atención a través del parabrisas. Se
queda quieta, como un ciervo atrapado en los faros, y luego, con una
sonrisa de comemierda, da un sorbo extra largo a mi refresco.
Algo dulce y enfermizo orece en mi pecho. Ella puede tener mi
bebida. Joder, puede tenerlo todo. No hay nada que no le daría, y ese
es el problema.
La constatación me apuñala en las tripas y se retuerce en el sentido
de las agujas del reloj. Angelo ha tenido razón demasiadas veces esta
noche para mi gusto, pero también tiene razón en eso.
Las cosas malas no duran para siempre. No pueden. No mi juego
con la Reina de Corazones. No una relación de enemigos con
bene cios, especialmente entre una chica que cree que el amor es
una trampa y un hombre que eligió al Rey de Diamantes.
Esto no durará para siempre. ¿Y luego qué?
Tendré que levantarme de las cenizas y empezar de nuevo.
Capítulo
Nueve
Penny
Rafe
Rafe
Rafe
N ochebuena en el yate.
La esta del personal está repleta de cócteles festivos y el tipo de
purpurina que todavía me quitaré del traje en Semana Santa.
Apoyado en la barra, observo divertido cómo Nico se abre paso
entre las mesas hacia mí.
Sé lo que va a decir, porque siempre lo dice, joder.
—¿De quién fue la idea del karaoke? —Toma un ponche de huevo
de la barra y mira el montaje por encima del borde del vaso.
Laurie ha hecho un buen trabajo. El escenario está iluminado con
luces navideñas y anqueado por dos altísimos árboles de Navidad.
Una gran pantalla de proyección cubre la pared de atrás, mostrando
la letra de cualquier canción que esté siendo destrozada por quien
haya bebido su ciente vino caliente para creer que es Mariah Carey.
—¿Por qué, no lo disfrutas?
Se queda mirando a Benny, que está en el escenario cantando el
Mercedes Benz de Janis Joplin. Su vino caliente debe estar muy
cargado, porque sus movimientos de cadera rivalizan con los de
Elvis.
—¿Estás bromeando? Nombra una combinación mejor que la de
gente borracha y un micrófono. —Mueve la cabeza—. No puedes,
porque no hay ninguna.
Riendo, me trago el vodka y muevo el vaso por la barra para
rellenarlo.
—¿Y supongo que tenemos que agradecerte este glorioso
espectáculo, Laurie?
—Sí, Nico, lo haces. —Me giro justo cuando Laurie se desliza entre
nosotros. Brilla con un vestido plateado y sus orejas de reno se
tambalean cuando gira la cabeza para mirarme—. Jefe, tengo un
asunto pendiente con usted. —Hace una pausa, ladeando la cabeza
—. Sólo uno pequeño, obviamente, no quiero que me despidan.
Me río y aprieto un ponche de huevo en su mano.
—Pregúntame entonces.
—Me dijiste que organizara una esta de Navidad para el personal.
¿Por qué está aquí toda tu familia? —Se dirige con desprecio hacia el
escenario. Por alguna razón, Benny se desliza por él de rodillas. Ni
siquiera son las nueve de la noche—. ¿Y por qué ese idiota le pide al
Señor Jesús un Mercedes Benz? Ya tiene tres.
—Ajá, ¿y cómo lo sabes? —pregunta Nico, con un humor silencioso
que le hace ver los labios.
Laurie no se inmuta.
—Me lo he follado en dos, y he tecleado en la tercera —dice
simplemente.
Sacudo la cabeza.
—Realmente no necesitaba saber eso. Toma. —Saco una pequeña
caja de terciopelo de mi bolsillo—. Iba a darte esto más tarde, pero
ya que estás cabreada, podría endulzarte un poco.
Ella lo mira con falsa sospecha, pero no puede ocultar la emoción
que baila detrás de su mirada.
—Si es un anillo de compromiso, no voy a rmar un acuerdo
prenupcial.
—Entonces. Menos mal que no es un anillo de compromiso.
Su enfado se evapora cuando lo abre de golpe y saca una llave de
auto Audi.
—Oh, Dios mío, me estás jodiendo.
Levanto mi copa hacia ella.
—Asientos calefactados, tapicería blanca. Ya está estacionado fuera
de tu apartamento. Ahora puedes follarte a mi primo en tu auto,
donde hay más espacio.
Me rodea con los brazos, grita de agradecimiento e insiste en que los
dedos pegajosos de Benny no se acerquen a sus asientos blancos, y
luego salta hacia las otras chicas para hacer sonar la llave en sus
caras.
Mientras mi mirada la sigue, se desliza hacia la izquierda y se ja en
la de Penny. Cada vez que me mira desde el otro lado de la sala, me
da un vuelco el corazón. Está al lado del escenario con Rory, que
estudia el libro de karaoke. Penny me sonríe y nge hurgarse la
nariz. Solo cuando me doy cuenta de que se está metiendo el dedo
corazón en la fosa nasal izquierda me doy cuenta de que me está
tomando el pelo.
Resoplo una carcajada con mi vodka y le devuelvo el gesto. El calor
de la mirada de Nico me quema la mejilla.
—Sé bueno con ella, Rafe.
La voz de Nico es tranquila, pero sigue apretando mi columna
vertebral. ¿Bueno con ella? Joder, si supiera lo bueno que soy con ella.
Esta mañana me quedé mirándola durante una hora mientras
roncaba a mi lado. Tal vez fue la culpa de haber estado a punto de
degollarla o la fascinación de que durmiera en mi cama, pero le llevé
el desayuno en una puta bandeja. Incluso le puse una or que había
birlado de un jarrón del comedor. Cuando me dice que no sea
amable con ella, ya no lo dice con una mueca sino con una sonrisa, y
ese pequeño giro de ojos que me hace querer ser amable con ella
todo el tiempo.
Me llevo la mano a la garganta. Una hora observándola, y todavía no
tengo un plan para salir.
—¿Cómo era ella? —Digo de repente—. ¿De niña?
Por la forma en que Nico frunce los labios, no creo que vaya a
responder. Mira a Penny, que ahora está golpeando
impacientemente un estilete y mirando a Benny mientras toma un
bis no solicitado.
—Era una pequeña mierda —se ríe. Con un tono más serio, añade:
—Tuvo suerte. Todavía la tiene. —Me froto la boca, la ironía me
eriza la piel—. Todos los clientes del Grand lo pensaban. Al
principio, era sólo por su nombre. Ya sabes: si encuentras un Penny,
lo recoges, tendrás buena suerte durante todo el día. Bueno, cuando
empezaron a recogerla y a dejarla soplar en sus dados, resultó que
ese viejo adagio era cierto.
Frunzo el ceño.
—¿Ella realmente los haría afortunados?
—Siempre. Por aquel entonces, sólo la conocía de verla por ahí. Pero
un día empezó a cobrar a los hombres un dólar por soplar sus dados,
y quise saber por qué.
Mordí una carcajada.
—Entonces se dedicó a la estafa desde muy joven. —Nico se mira los
zapatos, pero yo sigo—. ¿Conociste a sus padres?
Me lanza una mirada sombría.
—Alcohólicos. Pasaba más tiempo conmigo en el guardarropa que
con ellos. Algunas noches, se olvidaban de que existía y uno de los
hombres de mi padre tenía que llevarla a casa.
Esto me irrita sobremanera. La idea de esta pequeña pelirroja
sentada en las escaleras del Visconti Grand, esperando en vano a sus
padres, hace que se me revuelva el estómago y que mis dedos se
muevan para romper algo.
—¿Quién los mató?
Se encoge de hombros.
—Nadie importante. Dos hombres con los que estaban en deuda. No
un Visconti.
Como si fueran fotogramas de una película en blanco y negro, mi
mente pasa de la niña en los escalones a la adolescente encogida
entre el frigorí co y la lavadora, con una pistola que nunca se
dispararía apuntando a su cabeza.
—¿Y dónde puedo encontrar a estos hombres? —Pregunto, con toda
la calma que puedo reunir.
Traga. Mueve la cabeza.
—Ambos fueron encontrados con balas en la cabeza unos días
después. —Engulle su ponche de huevo y coge otro—. Eran
prestamistas no o ciales en el territorio de Visconti, puedes conectar
los puntos.
La sonora carcajada de Penny me llega a los oídos y me hace volver a
ella. Está revisando el libro de karaoke y mi reloj se desliza por su
muñeca con cada página que pasa.
—¿Nico?
—¿Ah, sí?
Me dirijo a él.
—Le enseñaste a estafar, ¿no?
Hace una larga pausa, con el ponche de huevo a medio camino de
los labios.
—Depende.
—¿Sobre?
Su expresión se vuelve pensativa.
—Cuánto va a doler cuando golpees mi mandíbula. Nunca te he
visto golpear a nadie, así que no puedo calcularlo. —Hace una pausa
—. Pero he oído que lo haces ahora.
Riendo, le doy una palmada en la espalda y me alejo de la barra.
—Eres un buen chico, Nico. Esta vez te dejaré quieto.
Sin embargo, tiene razón en estar preocupado. Soy un gran creyente
en que los tramposos sean castigados, pero le daré un pase, porque
la idea de que sea la única presencia estable en la infancia de Penny
lo eleva instantáneamente a la categoría de primo favorito.
Dejando a Nico con su tercer ponche de huevo y un recordatorio de
lo que ocurre cuando pasa de las cinco, tomo asiento junto a Angelo.
Por encima del borde de su whisky, me echa una mirada, luego al
vodka que pongo en la mesa. Vuelve a centrar su atención en su
mujer, que entra en escena, y no dice nada.
—¿Dónde está Gabe?
—No lo sé. ¿Dónde está Gri n?
Por el tictac de su sien, estoy seguro de que sabe dónde están ambos
hombres. Mi antiguo jefe de seguridad, junto con todos los hombres
a su cargo, están en las profundidades de la cueva de nuestro
hermano. Algunos para ser torturados, otros para ser interrogados.
No estoy seguro de en quién de mis hombres puedo con ar ahora,
pero una cosa es segura: Gabe sólo me enviará a los leales.
Mientras tanto, sus hombres rodean mi barco como si fueran las
joyas de la corona. Sin duda han recibido una severa advertencia de
mi hermano, porque uno de ellos incluso me ha seguido hasta el
puto baño antes.
—¿Ya has hecho un plan?
Esa maldita pregunta. Me provoca algo caliente e irritable en el
estómago.
—¿Hiciste un plan, hermano, cuando disparaste a nuestro padre en
la cabeza? ¿O cuando volaste el Rolls del tío Al en un ataque de ira?
¿O cuando disparaste a su lacayo entre los aperitivos y los entrantes
en la comida del domingo? —Me inclino sobre la mesa para que sólo
él pueda oír mi veneno—. ¿Pensaste por un puto segundo en las
consecuencias, o sólo vivías el momento?
Su mirada se desliza hacia la mía, el calor de la misma amortiguado
con una leve curiosidad.
—¿Es eso lo que estás haciendo? ¿Vivir el momento?
Me paso el dedo por el pasador del cuello. Vuelvo a mirar a Penny.
Ahora mismo, no sé cómo vivir en otro lugar.
La oscuridad hace sombra a la mirada de Angelo; alguien ha
atenuado las luces. Se vuelve hacia el escenario y se endereza
cuando se da cuenta de que su mujer ha ocupado el centro del
escenario.
El micrófono suena cuando ella lo toca.
—Hola, gente encantadora. Como parece que soy la única persona
en este escenario que recuerda que es Nochebuena, voy a cantar un
clásico festivo. —Su sonrisa ladeada me dice que ha estado bebiendo
vino blanco—. Cantaré Baby, It's Cold Outside. —Entrecerrando los
ojos, ve a Angelo y le sonríe—. Obviamente, es un dúo, así que...
La sala empieza a animar a mi hermano.
—Ni hablar —murmura, frunciendo el ceño tras su whisky.
—¿Por favor? —Rory dice dulcemente, juntando sus manos.
La mira jamente durante unos segundos. En el momento en que sus
hombros se desploman en señal de derrota, presiono el tacón de mi
zapato contra la punta del suyo por debajo de la mesa para impedir
que se levante.
—Eres un capo, hermano. Impones respeto a todos los hombres de
esta sala. ¿Crees que será así cuando cantes la parte de Tom Jones en
una canción de Navidad? Siéntate de una puta vez.
—Joder —gruñe, acariciando su mandíbula—. Tienes razón. Creo
que necesito cambiar a agua durante una hora.
Cuando mueve la cabeza hacia Rory, ella grita ¡aburrido! por el
micrófono, y Tayce sustituye a mi hermano.
No estoy viendo a Rory destrozar las líneas de Cerys Ma hews;
estoy viendo a Angelo. Cómo la mira como si no hubiera nadie más
en la sala. Cómo se lanza y golpea a uno de mis marineros en la
cabeza cuando se atreve a hablar por encima del coro. Cómo se
levanta y silba cuando ella y Tayce hacen una reverencia.
Cuando se vuelve a sentar, sigue sonriendo.
—¿Cómo lo has sabido?
Se me escapa de la lengua, a ojada por el licor y esta extraña
sensación extraña que ha estado asentada bajo mis costillas durante
los últimos días. Se vuelve hacia mí. La confusión le hace ver su cara,
pero solo durante una fracción de segundo, y luego la sustituye una
leve diversión.
Él sabe a qué me re ero.
—Cuando empiezas a hacer estupideces, como comer espaguetis con
albóndigas crudas y volver por otros, porque ella los ha cocinado.
Sacar a escondidas un labradoodle de tu casa en una bolsa de lona a
las tres de la madrugada para que siga siendo una sorpresa el día de
Navidad. —Su atención cae en mis nudillos y su mandíbula se tensa
—. Cuando empiezas a usar los puños porque necesitas sentir cómo
se rompen bajo ellos los huesos del hombre que la hirió. —Mira mi
vodka y sacude la cabeza—. Cuando empiezas a beber como un
ruso, aunque tengas una participación del diecisiete por ciento en
una de las empresas de whisky de mayor crecimiento del mundo. —
Volviendo a mirarme a los ojos, añade:
—Así se sabe.
Hay una nueva oleada de vítores, pero los oigo como si estuviera
bajo el agua. Un ri de guitarra muy poco festivo se cuela por los
altavoces y me hace girar la cabeza hacia el escenario. Penny está de
pie bajo las luces, con el micrófono en la mano. Joder, qué bien se ve.
Incluso guapa. Lleva un vestidito rojo y unos tacones que brillan
cuando hace un torpe contoneo al ritmo de la música.
—No había escuchado esta canción desde que estábamos en el
colegio —dice Angelo.
—¿Qué canción?
Cuando empieza a cantar, me doy cuenta de todo. Me quedo quieto,
mirando la sonrisa devoradora de mierda de Penny mientras canta
en el micrófono. Fucking Kiss Me, de Sixpence None the Richer. Me
paso una mano por la mandíbula y me río con incredulidad. Estoy
seguro de que no hay nada de casualidad en la elección de la
canción. Eres una mocosa, le digo con la boca. Ella guiña un ojo en
respuesta.
La mirada de Angelo me calienta la mejilla. Su silla gime y luego se
pone de pie, con su mano en mi hombro.
—Cuando tienes bromas privadas —murmura.
Se acerca para reunirse con su mujer, mientras mi sonrisa se
desvanece.
Capítulo
Trece
Penny
Rafe
Penny
Rafe
E l cielo es del mismo gris cenizo que la nieve del suelo. Se junta
en algún lugar del medio y crea la ilusión de que el horizonte se
extiende eternamente. El extenso hotel que se encuentra frente a él es
sólo unos tonos más claros.
Angelo enciende un cigarrillo.
—Has visto El Resplandor, ¿verdad?
—Desgraciadamente.
Maldito Gabe. Me sentía generoso, preocupado y sin suerte a partes
iguales cuando le cedí el derecho a elegir el montaje del juego de
Sinners Anonymous de este mes. Esto fue en la época en la que yo era
tan inconsciente como Angelo, creyendo que nuestro hermano se
arrastraba por las paredes con la mundana tarea de eliminar a los
hombres de Dante con neumáticos rajados y cigarrillos adulterados,
no de torturarlos con armas improvisadas en una cueva.
Condujimos durante horas, más allá de Devil's Cove, hasta donde el
terreno y el clima frío de Canadá se ltran desde su frontera.
—Sólo mató a un gato —gruñe Angelo.
A regañadientes, estoy pensando lo mismo. ¿Por qué carajo estoy
parado a media milla de la Colombia Británica, frente a un hotel
abandonado, por un asesino de gatos?
—Sabes que no soy de los que aguan el espíritu del juego, y siempre
te insisto en que seas un poco más creativo, pero en este caso habría
bastado con un tiroteo. —Mi mente se dirige a Penny, de vuelta en el
yate, calentando mi cama—. Tengo mejores cosas que hacer —
murmuro.
Detrás de nosotros, suenan tres disparos en rápida sucesión. Angelo
y yo nos damos la vuelta al unísono, con las armas amartilladas. Las
dejamos sueltas cuando el idiota de nuestro hermano emerge de la
niebla, disparando un AK-47 al cielo.
—Buenas tardes. —Entorna los ojos hacia la nieve que cae—. Hace
un tiempo precioso, ¿verdad?
Le miro jamente.
—Es un milagro que nunca hayas estado en la cárcel.
—Mm —Angelo está de acuerdo—. Ni siquiera una corta
temporada.
Gabe nos ignora y asiente detrás de él. Dos de sus hombres
aparecen, arrastrando un gran baúl de metal por la nieve. Lo abren
para revelar una serie de utensilios metálicos modi cados. La
mayoría de las piezas las reconozco por haber rebuscado en el baúl
de hierro de su cueva; otras no.
Por la aguda respiración, Angelo no ha visto a ninguno de ellos
antes.
—¿Qué coño es eso? —Se arrastra sobre la nieve y mira dentro de la
caja. —Es eso... Joder, ¿tiene un motor conectado?
Gabe se endereza y nos mira a ambos con su característica
indiferencia.
—Escuchen con atención, no me jodan para que me repita. —Angelo
se agacha cuando Gabe levanta el AK-47, apuntando al hotel detrás
de nosotros—. Black Springs Resort and Spa. Ha estado a la venta
durante los últimos veinticinco años, y ahora es la última adición al
imperio inmobiliario de Visconti.
—¿Compraste esa cosa? —pregunta Angelo en voz baja, con la sien
marcada—. ¿Con dinero?
—No, con frijoles mágicos —dice Gabe—. He echado el cerrojo a
todas las puertas y ventanas. —Se agacha en su baúl y saca un
taladro eléctrico—. Sólo hay una forma de entrar, y por desgracia
para nuestro pecador, ninguna forma de salir.
Doy un giro de 180 grados y miro el hotel con ojos nuevos. A través
de las láminas de nieve, ni siquiera había notado las rejas de hierro
que cubren las ventanas y las puertas.
—¿Ya está dentro?
—He estado ahí durante tres días, hermano. Sin luz, sin agua, sin
estímulos. —Gabe se frota las manos—. Va a estar desesperado por
salir.
—Cristo —murmura Angelo, haciendo sonar sus nudillos.
—Elige un número.
Mi cabeza vuelve a mirar a Gabe.
—¿Qué?
—Un número. Entre uno y veinte.
—Uno —dice Angelo. Me mira—. Nunca te puedes equivocar con
uno.
El lacayo de Gabe se sumerge en el maletero, comprobando la
pequeña etiqueta en la parte inferior de cada arma. Le entrega a
Angelo una lanza de pesca.
—No —dice Angelo bruscamente.
—No he preguntado —responde Gabe con un gruñido. Sus ojos se
encuentran con los míos—. Número.
Me rasco los dientes sobre el labio, pensando. Está claro que el
número que elija dictará el arma con la que me arme. Todo depende
de la suerte. Un viento imprudente serpentea por mi cuello, y los
feos calcetines verdes me aprietan los tobillos.
A la mierda; veamos si funcionan.
—Trece.
Angelo murmura algo sobre que soy un idiota. Gabe me lanza una
mirada cómplice.
—Pensé que dirías eso —murmura, entregándome mi arma favorita
de todas.
—Tranquilo —ronroneo, golpeando el martillo contra la palma de la
mano, con la adrenalina picando en los bordes—. Danos las reglas.
Apretando el AK-47 contra el pecho de su lacayo, aprieta el taladro y
se interpone entre nosotros.
—No necesitas las reglas, hermano, es sólo el escondite. —Señala con
la cabeza el edi cio en ruinas—. Hay doscientas cincuenta y una
habitaciones allí. Está escondido en una, y quien lo encuentre
primero, gana.
—¿Qué ganamos?
Gabe me mira.
—Una cerveza del Rusty Anchor.
Dejo escapar un suspiro seco.
—Qué motivador.
Angelo mira su lanza de pesca con disgusto.
—Vas a hacer que dejemos nuestras armas aquí fuera, ¿verdad?
—Sí. Entréguenlas.
La inquietud me recorre las venas mientras aprieto mi Glock en la
palma de su lacayo. Cazar en la oscuridad con nada más que un
martillo se siente muy primitivo. Muy de Gabe. Normalmente, me
encantaría que se tomara el juego tan en serio. Esto, además del
escenario que creó en el campo de cerezas para la partida del mes
pasado, es un excelente cambio respecto a las habituales mazmorras
de hormigón que elige. Pero con mis actuales... problemas, parece
que muchas cosas podrían salir mal.
Gabe nos echa un vistazo y asiente en señal de aprobación.
—Vamos a empezar.
Nos acercamos al hotel en silencio. La nieve se compacta bajo los
pies mientras el viento silba una melodía inquietante en mis oídos.
Cuanto más nos acercamos, más extraño se vuelve el hotel. Joder,
realmente es algo sacado de una película de terror. La niebla devora
la parte superior de las torretas falsas, y la pintura gris se ha
agrietado en mil venas de araña. La idea de trepar por sus oscuras
habitaciones en un jodido juego del gato y el ratón despierta al
sádico que hay en mí.
Gabe se detiene frente a la puerta de hierro.
—¿Quieren ver algo genial? —Antes de que podamos responder,
saca el walkie-talkie de su cintura y se aclara la garganta. Se lo lleva
a la boca y se burla:
—Listos o no, allá vamos.
Oigo su voz en todas partes menos a mi lado. Se ltra desde la
mansión, fuerte pero amortiguada, y es arrastrada por el viento.
Angelo se pasa una palma de la mano por la sonrisa, negando con la
cabeza.
—¿Has montado altavoces? Eso es jodidamente aterrador.
Gabe me lanza una mirada cómplice, con un toque de humor seco.
—Me gusta la acústica.
El chisporroteo de un cigarrillo; los gritos de un primo perdido hace
tiempo. Me estremezco al recordarlo y me vuelvo hacia el hotel.
El taladro de Gabe atraviesa la cerradura. Angelo murmura algo
sobre el uso de una maldita llave, pero no me atrevo a reírme. De
repente, algo muy poco gracioso me aprieta la nuca, y la última vez
que tuve esta sensación, me encontré mirando el cañón de una
pistola sólo unos momentos después.
Mi agarre se hace más fuerte en el martillo.
—¿Está desarmado?
Por la forma en que Angelo me mira con desprecio, se diría que
acabo de confesar que me he meado en la cama.
—¿Lo estás tú? —me contesta, con los ojos clavados en el martillo.
Con un gemido, la puerta se abre, revelando el vacío que hay detrás.
Gabe la cierra de golpe y comienzan los juegos.
La oscuridad es cegadora.
—Vamos, asesino de gatos —murmura Angelo a mi izquierda. El
sonido de su fácil contoneo se desvanece en una sala de conexión.
Una mano me agarra el hombro.
—Hazme un favor, hermano. Si lo encuentras, mutila, no mates. A
Gri n le vendría bien algo de compañía.
Entrecierro los ojos en el abismo, sacudiéndome de las garras de
Gabe. ¿Gri n sigue vivo? Joder, debe estar en la ruina.
Se escabulle fuera del alcance, y ahora estoy solo. Sin vista, mis oídos
se agudizan.
Las tablas del suelo gimen. Los pasos resuenan. El ruido de un
taladro zumba sobre mi cabeza. Con cada habitación en la que entro,
cada una más negra que la anterior, el malestar me aprieta otra
muesca en el cuello.
A mi derecha, algo cruje. Una sombra se desplaza dentro de otra
sombra y, sin pensarlo dos veces, me abalanzo sobre ella. El metal
brilla y la garra se hunde en una placa de yeso podrida.
Después de arrancarlo, mi agarre se a oja en el mango del martillo y
dejo caer la cabeza contra la pared.
Joder. Estoy perdiendo la maldita cabeza.
No me doy cuenta de que lo he dicho en voz alta hasta que llega una
respuesta desde las sombras.
Brusco. Familiar. Tan cerca.
—No puedo decir que nunca te consideré cuerdo en primer lugar,
cugino.
Dante siempre ha llevado el aftershave más horrible. Es lo último
que asalta mis sentidos antes de que la nitidez abrase mi piel.
Capítulo
Diecisiete
Penny
Penny
Rafe
Rafe
Penny
Penny
Rafe
—A rrastrarse.
Dejo de hacer girar mi cha de póquer y frunzo el ceño.
—¿Qué?
Rory me mira jamente desde el otro lado de la mesa del desayuno,
como si acabara de descubrir que sólo tengo una neurona y se
preguntara cómo sobrevivo al día a día.
—Quiere que te arrastres, Rafe. —Su labio se curva en una mueca—.
Y con razón. Ganso, no es de extrañar que haya desaparecido de la
faz del planeta, bicho raro.
Me paso un nudillo por la mandíbula y miro jamente la encimera
de mármol. Me pregunto si golpearme la cabeza contra ella me hará
entrar en razón. Lo peor de la reacción de Rory es que sólo le he
contado la versión super desinfectada de la historia. Perder la
apuesta del beso, el cheque y el collar. Me salté todo el asunto de la
línea directa, el sexo salvaje entre enemigos con bene cios y, por
supuesto, el hecho de que arrastré a Penny a la proa del yate bajo la
lluvia torrencial. ¿Y ella reacciona así?
Sí, soy un cabrón de grado A.
Estaba tan cegado por la mala suerte que me trajo Penny, que no me
paré a pensar en cómo la había herido. Había pensado que el cheque
de un millón de dólares sería su ciente para endulzar el golpe, pero
joder, verlo todavía arrugado en su tocador esta mañana fue un
puñal en el pecho. ¿Me odiaba tanto que ni siquiera lo cobró?
La tetera silba y Rory se levanta de un salto para coger tres tazas del
armario. Mientras la observo, una rara oleada de pánico me hace
perder los nervios.
—Bueno, ¿qué coño hago?
—Pedir disculpas, para empezar.
—Lo intenté, no funcionó.
A mi lado, Angelo se ríe con sus huevos. Me doy la vuelta para
mirarle jamente.
—¿Cómo te has arrastrado?
Me mira con pereza.
—Maté a su prometido de setenta años con un tiro en la cabeza.
¿Para qué tenía que arrastrarme?
Rory tararea su aprobación. Pongo los ojos en blanco y un cóctel de
amargura y celos me invade. Mi hermano y su mujer son una
imagen enfermiza de la felicidad conyugal. Todavía llevan puestos
sus monos a juego después de un vuelo matutino. Angelo hizo el
desayuno; Rory está preparando el té. Cristo, solía compadecerme
de los made men en el pasillo, y ahora estoy poseído con la idea de
estar al nal de uno, esperando a Penny. Apuesto a que se ve sexy de
blanco. Le queda bien todo.
Pero primero, arrastrarse. Sí, claro.
—Tu primer problema es que parece que sólo has vuelto por ella
porque te has enterado de que el collar era de tu madre. —Rory echa
un montón de azúcar en una taza y la remueve pensativamente—.
Probablemente esté pensando que si no fuera así, nunca habrías
tirado su puerta abajo. —Me mira—. Muy Gabe, por cierto.
Angelo se ríe de nuevo. Hoy está de muy buen humor.
—¿Estás bromeando? Cualquiera con ojos podía ver que Rafe
siempre iba a volver arrastrándose. Estaba tan seguro, que tengo tres
apuestas diferentes sobre el tiempo que tardaría.
Frunzo el ceño.
—No apuestas.
—Y tú no llevas sudaderas y ves la tele basura con mi mujer. He
hecho una excepción.
Gimiendo, me paso una mano por la cara. El puño de mi camisa
huele a perfume de Penny y me dan ganas de arrancarme los ojos. La
verdad es que el hecho de que Gabe me dijera que el collar de la
suerte de Penny era de nuestra madre era la excusa, no la razón.
Claro, es el giro más perfecto del destino, uno que hace que no me
importe un carajo que ella sea lo más desafortunado que me haya
pasado, pero estaba en el punto en que cualquier excusa hubiera
sido su ciente. Diablos, una vez que descubrí que no se había ido
realmente de la ciudad, habría echado abajo su puerta por dejar un
clip en su apartamento.
Rory coloca una taza humeante frente a mí.
—Aquí tienes tu té, Rafey —dice dulcemente. Demasiado dulce.
Cuando miro el líquido humeante, Angelo lo empuja fuera de su
alcance.
—No te bebas eso —murmura, masticando una rebanada de pan
tostado—. Hoy te necesito bien a lado.
—Gesù Cristo. —Miro a la espalda de Rory mientras prepara tés para
ella y Angelo. Usando una cuchara diferente, obviamente—. Tu chica
es una psicópata —digo en italiano rápido.
—También la tuya —me respondió con un gruñido—. Escuché a los
hombres de Gabe hablar sobre el estado de tu yate.
Hago una mueca. No he vuelto allí desde que dejé a Penny en mi
cama. No porque supiera que sería habitable, sino porque la idea de
estar en las habitaciones que ella llenó una vez me hace sentir
violenta.
—A la mierda, la obligaré a estar conmigo. Eso es lo que todo el
mundo hace...
El puño de Angelo se extiende y aprieta el mío. Ni siquiera me había
dado cuenta de que estaba haciendo girar de nuevo mi cha de
póquer, esta vez a un millón de revoluciones por minuto.
—Todas esas hojas de cálculo y contratos, y sigues siendo estúpido.
Es muy fácil. Lo único que quiere es que le demuestres que no eres la
enorme polla que te has hecho parecer. —Me suelta la mano y
apuñala su tocino—. Arreglarás esto, porque eso es lo que haces:
arreglar las cosas. Aunque tengas que arrastrar tus pelotas sobre un
lecho de brasas mientras le das una serenata, lo harás. —Hace una
pausa, una sonrisa ladea sus labios—. Te joderé durante los
próximos diez años, pero lo harás.
Mi mandíbula se tensa. Por desgracia, sé que tiene razón. Él toma mi
silencio como un acuerdo.
—Bien. ¿Has terminado de ser una perra llorona? Porque tenemos
que hablar de temas más urgentes.
Sigo distraído con el cabello rojo y los portazos.
—¿Cómo qué?
—Como Gabe. Ha vuelto a ausentarse sin permiso. —Me mira—.
Sólo tenías que ir y ser apuñalado, ¿no?
Mi mirada se endurece en la suya. No le he dicho que ayer vi a Gabe
en la iglesia, y mucho menos su estado.
—Ya sabes cómo es: volverá.
—Sí, pero ¿dónde ha ido y por cuánto tiempo? Ahora no es sólo
nuestro hermano; es nuestro consigliere. Tiene un trabajo que hacer.
Que se haya ocupado de Dante no signi ca que pueda irse de
vacaciones cuando quiera. —Mira por encima del hombro hacia el
pasillo y baja la voz—. Además, no me gusta tratar con sus hombres.
Has leído Lord of the Flies, ¿verdad?
—No te preocupes por Gabe —aclara Rory, deslizando una taza
frente a Angelo y tomando asiento en la barra del desayuno—. Está
bien.
Le quito una tostada del plato a mi hermano antes de que pueda
cogerla.
—¿Sí? ¿Y cómo lo sabes, Sally la Psíquica?
—Hablé con él anoche.
Los dos la miramos jamente. Angelo se aclara la garganta.
—¿Tú qué?
Su mirada desaparece tras un velo de vapor mientras se lleva la taza
a los labios.
—Vaya, qué hombres son. Si están preocupados por él, llámalo.
El silencio está teñido de incredulidad. Rory bebe un trago perezoso,
con los ojos clavados entre mi hermano y yo.
—¿Sabes dónde está Gabe? —le pregunta Angelo con calma.
—Sí, pero no soy una soplona. —Su celular vibra en el mostrador, y
sus ojos se iluminan—. ¡Oh, mi ganso, es Ma , lo que signi ca que
podría ser Penny!
Mi corazón late a toda velocidad al oír su nombre. Me siento más
erguida, de repente me importo un carajo el paradero de Gabe.
—Contesta.
Rory me mira como si me hubiera vuelto loco.
—¿Delante de ti? ¡Ya quisieras!
Sale corriendo de la habitación y sube las escaleras con el celular
pegado a la oreja.
Angelo deja que su tenedor caiga en el plato.
—Sabía que no debía dejarla pasar tanto tiempo con Gabe en el
garaje. Es una mala in uencia.
Le lanzo la tostada a medio comer.
—Tu mujer acaba de intentar envenenarme; creo que puede
arreglárselas sola. —Me pongo en pie, me aprieto los gemelos y doy
una zancada hacia la puerta—. Me voy. Tengo cosas que hacer.
—¿Cómo qué?
—Como buscar en Google lo que signi ca arrastrarse.
Angelo me llama por mi nombre cuando cruzo la puerta. Me giro y
me encuentro con su media sonrisa.
—Ella estaba llamando a la línea directa, ¿no?
Con la mandíbula apretada, asiento con la cabeza.
—Y estabas escuchando sus llamadas, ¿verdad?
Vuelvo a asentir con la cabeza y mi hermano estalla en una sonora
carcajada.
—Joder, no puedo esperar a ver cómo resulta esto. Cuando me
enteré de que Rory estaba llamando a la línea directa, no le hice caso.
Si hubieras hecho lo mismo, ahora mismo estarías mojando la polla.
Lo fulmino con la mirada.
—¿No escuchaste ninguna de las llamadas de Rory?
—No. No soy entrometido, como tú.
—No te preocupes; no te perdiste mucho, hermano. Sus confesiones
eran una mierda.
Antes de que pueda saltar y abalanzarse sobre mí, me dirijo a la
entrada y lo hago saltar por encima de mi hombro.
Capítulo
Veinticuatro
Penny
Penny
Rafe
Rafe
Penny
É
aprieto mi boca contra la suya y deslizo mi lengua dentro. Él la
atrapa con los dientes y me acerca, pasando su mano por mi
columna vertebral y agarrando mi nuca para sujetarme.
Estaré aquí para siempre, lo sé. Encadenada por sus cadenas, feliz en
su jaula. Por lo que me importa, puede encerrarme y tirar la llave al
Pací co.
Estoy en la trampa de Raphael Visconti, y no quiero liberarme
nunca.
Un Mes
Después
Penny
Rafe
Sinners atone
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