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INCENDIO EN EL MIRADOR

Una mañana Diego y Alex, dos monitos jugaban a esconderse detrás de los árboles,
a ver quién chillaba más, se balanceaban de las ramas más altas, daban vueltas en
el aire, jugaban felices, muy revoltosos volviendo locos a todos con sus chilidos y
diabluras hasta la hora de comer y, después, rendidos de sueño, se quedaron
dormidos bajo un frondoso árbol.

De pronto un gran incendio alteró la tranquilidad de aquel pequeño bosque en el


mirador de Juan Guerra, que se encuentra a pocos kilómetros del rio Cumbaza, y
del rio mayo cuando de pronto piaron los pájaros, y volaron asustados, huyendo
despavoridos en todas las direcciones, pero los pequeños monitos no se
despertaron. Pasaron las horas, el fuego creció rápidamente con el viento que
soplaba ese día con fuerza.

Los animales de la pequeña selva del mirador el Gran Pajonal, cruzaron sus
miradas pidiendo auxilio sin saber por dónde escapar y, corrieron gritando
despavoridos buscando una salida entre las llamas.

Los monitos empezaron a toser asfixiados por el humo negro, tenían los ojos
enrojecidos y no sabían qué había sucedido. No quedaba nada del hermoso paisaje
que habían dejado cuando se durmieron. Se miraron uno a otro aterrorizados sin
saber qué hacer. Sus padres no estaban cerca. Sentían que les faltaba el aire, hacía
mucho calor y, no veían por donde salir debido a la intensa humareda que había en
el ambiente. Los hermanitos se abrazaron y se acurrucaron llorando viendo como su
hogar se destruía frente a sus ojitos.

Los pequeños animalitos traían agua del pequeño arroyo que corría cerca del
mirador y con gran esfuerzo echaban agua para poder apagar el gran incendio que
acechaba a todos. Algunas serpientes sufriendo graves quemaduras. Las aves
rescataron a los más pequeños a costa de perder sus alas. Muchos animales
hicieron lo posible por ayudar a los más débiles y salir vivos de esa tragedia.

Un tapir muy asustado, escuchó los quejidos de los monitos y, aunque pensó correr
temiendo por su vida, se dirigió hacia ellos y, al verlos tan indefensos jaló de sus
bracitos y corrió hacia el arroyo. En el camino, halló a un pequeño conejo blanco
con manchas medio asfixiado y, aunque pensó en el tiempo que perdería, tomó de
su brazo para que el animalito subiera también a su espalda para salvarlo. Corrió de
nuevo buscando el riachuelo y, encontró un pájaro con las alas quemadas y, con
sus mandíbulas transportó al animal a la vez que saltaban dentro de su boca un
pequeño ratón y una culebra. Las llamas, el humo y las cenizas impedían ver con
claridad la senda que llevaba al riachuelo, pero, al fin, logró entrar en el agua justo
cuando el fuego quemaba una de sus patas traseras.

Al ver el gran incendio los pobladores de Juan Guerra, corrieron muy apresurados
para ayudar a apagar el incendio y rescatar los animalitos que se habían quedado
atrapados entre las llamas. Niños y adultos también ayudaban en el rescate, pero
era imposible apaga el incendio que consumía cada vez más los árboles y la
vegetación. Los animales desconsolados lloraban muy entristecidos miraban al cielo
suplicando la lluvia. De repente se escucharon truenos y relámpagos iluminaron la
tierra lloviendo torrencialmente, hasta que no quedó ni un carbón encendido.

A la mañana siguiente salió el sol y apareció en el cielo un bonito arco iris que
atravesó de lado a lado la tierra y, entonces, una pequeña flor creció de la negra
tierra ante la mirada de todos los animales. Los monitos agradecidos abrazaron al
tapir miedoso que, superando su temor había salvado su vida y la de los otros
animales y, como monitos pequeños que eran, saltaron alegres entre los troncos
quemados atendiendo a la llamada de sus felices padres. La vida les ofrecía una
nueva oportunidad.

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