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Los Hombros

de América
de Fausto Verdial

COSTAS DE VENEZUELA («Desde el Colombie»)

Se ve que estas montañas son los hombros de América.


Aquí sucede algo, nace o se ha muerto algo. Estas carnes sangrientas,
peladas, agrietadas, estos huesos veloces, hincándose en las olas, estos
precipitados espinazos a los que el viento asesta un golpe seco y verde a
la cintura. Puede que aquí suceda el silencioso nacimiento o la agonía de
las nubes, sombríamente espiadas desde lejos por mil picos furiosos de
pájaros piratas, cayendo de improviso lo mismo que cerrados balazos ya
difuntos sobre el horror velado de los peces que huyen. Aquí se perdió
alguien, se hundió, se murió alguien, algo que estas costillas, que estos
huesos saben callar o ignoran.
Pero aquí existe un nombre, una fecha, un origen. Se ve que estas
montañas son los hombros de América.

RAFAEL ALBERTI

Personajes
Manuel
Rosa
Javier
Encarnación
Juanín
Begonia

Apartamento clase media (Media), ubicado en el centro de la ciudad. Avenida Urdaneta. Muy convencional y
confortable. En la sala, el juego de recibo con las tres piezas del mismo, tapizadas en la misma tela. Mesita
del café, delante del sofá, sobre la que hay un florero con flores de plástico, ceniceros, figuritas de porcelana
de dudosa calidad. No debe faltar en lugar preferente, una figurita de Lladró. Así mismo en la sala, el
televisor, mueble tocadiscos, etc., etc. El comedor pequeño, pero con todos los implementos. Cuadros con
marinas y flores. Pañitos, supuestamente tejidos a mano, sobre brazos de butacas, sofá y centros de mesa.
La cocina está incorporada, separada por una especie de pantry que sirve como mesa o modesta barra de
bar. Nevera, cocina y fregadero en funcionamiento.
Todo luce limpio y muy ordenado.
Antes de levantarse el telón, escuchamos la canción española «Tatuaje», cantada por Conchita Piquer.
En la puerta del apartamento, ya cerrada, están Begonia y Juanín.
Juanín sujeta por la mano a Begonia.
Los Hombros
de América

PRIMER ACTO
1975

JUANÍN: Claro que vendrán de un momento a otro. ¿Por qué te voy a mentir?

BEGONIA: Y yo qué sé. Seguramente porque quieres algo.

JUANÍN: Claro que quiero algo, gafa, quiero lo que quiere cualquier novio enamorado de la novia de la que
está enamorado.

BEGONIA: «ESO» te lo buscas por fuera, mi amor, yo soy como soy.

JUANÍN: Española.

BEGONIA: ¡Venezolana! De padres españoles igual que tú.

JUANÍN: Igual que yo, no. Yo soy de padre español, madrileño por más señas, y de madre venezolana,
negra, por más señas también.

BEGONIA: Morena.

JUANÍN: Negra, pero es igual, no importa. (En gesto inesperado, toma la mano de Begonia y se la lleva a la
bragueta) ¡Estoy a millón! ¡Mira!

BEGONIA: (Apartándose) ¡Ay, chico, qué fastidio! Siempre lo mismo. ¡No! ¿Dónde está tu mamá?

JUANÍN: Con el viejo en el mercado libre. Hoy es día de rebajas. (Voces) (Cómico) ¡Ocumo a real! ¡Ñame a
locha! ¡Pargo a bolívar! ¿A ti te gustaría que yo fuera pargo?

BEGONIA: A mí me gustaría que te enseriaras de una vez, que te graduaras, que le dijeras a mi papá:
«Señor Javier, lo mío con su hija va en serio».

JUANÍN: Y claro que va en serio. ¡Begonia, tienes unas tetas divinas! ¡Lástima que sean tetas separatistas!

BEGONIA: ¡Ah, no, si sigues en eso me voy!

JUANÍN: Pero que hago si me pones...

BEGONIA: Mete las manos en agua fría. Prende el televisor.

JUANÍN: Ningún televisor. Mi papá dice que mientras el que te conté esté agonizando, no quiere ver
televisión, ni leer la prensa, ni...

BEGONIA: Al contrario de mi papá que se pasa el día pegado al televisor y comprando todos los periódicos.
No sé para qué, si todos dicen lo mismo. Y mi mamá diciendo que ese viejo no se muere, que va a
vivir mil años, que en España va a haber otra guerra civil. ¡Qué rollo! ¡Qué...!

JUANÍN: ¡Qué buena estás!

La puerta del apartamento se abre. Allí están Rosa y Manuel que vienen cargados con bolsas del mercado.

MANUEL: (Desde la puerta) ¿Hay alguien aquí?

JUANÍN: (Desde su sitio) Yo. Voy.

Juanín atraviesa el escenario seguido por Begonia.

MANUEL: (Dándole unas llaves) Hay más bolsas en el carro. Búscalas. ¡Hola, Begonia!

BEGONIA: ¡Hola! ¿Qué tal, Rosa?

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ROSA: (A Juanín que está saliendo) ¡Agarra las bolsas con cuidado que pesan mucho! ¿Cómo estás,
Begonia?

BEGONIA: (Van dirigiéndose los tres a la cocina) Muy bien. ¿Mi mamá dice que si encontró esa revista
española que le iba a prestar?

ROSA: Está por ahí, después la busco y se la llevo.

El matrimonio en la cocina con Begonia. Se encuentran muy atareados con las compras.

MANUEL: (Abre la nevera) ¿Y tu papá?

BEGONIA: Pegado al televisor. Ese señor como que no se muere.

ROSA: ¡Qué cosa! ¿Cómo van a estar esperando así que alguien se muera?

MANUEL: Estos son los camarones y los calamares.

ROSA: Ponlos en el congelador. Los calamares los hago el domingo. Tu mamá debe estar cansada de ver
tanta televisión.

BEGONIA: Como que no. Ella también está obsesa.

ROSA: Todo lo que sea pescado en la parte de arriba.

Entra Juanín con las bolsas.

JUANÍN: Seguro que has comprado chipi-chipi y con el verano que hay aquí.

MANUEL: ¿Eso es un chiste?

BEGONIA: Una gracia. Él cree que todo en la vida es una gracia. Vendré más tarde a buscar la revista.

ROSA: Te la busco, sí.

JUANÍN: Te acompaño.

Juanín y Begonia salen. Manuel y Rosa en sus acciones de cocina.

ROSA: Deja que yo termino de ordenar, que después no encuentro las cosas.

MANUEL: Las marqué todas. Mira: carne para sopa. Carne molida. Para mechar, bistec... milanesas...

ROSA: (Después de pausa) Y no se ha muerto todavía. Por más que sea, a uno le da cosa eso de estar
esperando que alguien se muera.

MANUEL: Yo no estoy esperando nada.

ROSA: Me refiero a Javier. Él es más político que tú.

MANUEL: Más fanático... y más político también. Más político que yo lo es cualquiera, yo no soy político.

Siguen en sus acciones. Después de una pausa, Rosa pregunta tímida.

ROSA: ¿Y yo?

MANUEL: ¿Tú, qué?

ROSA: ¿Cuándo se muera? ¿Cuándo regreses, porque tú regresarás?

MANUEL: No sé.

ROSA: Llevo más de veinte años oyéndote decir que no volverías hasta que ese hombre no se muriera y

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ahora se está muriendo.

MANUEL: Y no volví. ¿O sí?

ROSA: Bueno, pero es que ahora sí parece que se muere, y si se muere, las cosas cambian. Aunque
Encarnación me asusta, me dice que eso puede significar otra guerra civil.

MANUEL: Ella habla mucho. Igual que su marido.

Otra pausa. Ambos en sus acciones en la cocina.

ROSA: Verás a tu mujer... a tu hija.

MANUEL: Las veré, claro, si vuelvo las veré.

Rosa en acción pero inquieta. Quiere hablar con Manuel.

ROSA: Y si ese hombre se muere, si allí las cosas cambian y por fin se permite el divorcio. ¿Tú te vas a
divorciar? ¿O no?

MANUEL: ¿Quién piensa en eso ahora? Quizá. Tú y yo somos un matrimonio. ¿No?

ROSA: No estamos casados. Tenemos un hijo.

MANUEL: ¡Mi hijo! Tan hijo mío como la hija que tuve en mi matrimonio. Tú nunca hablas de esas cosas.
¿Qué pasa?

ROSA: Es que Encarnación está todo el día con sus pullitas. Que si aquí hay muchos hijos naturales, que si...

MANUEL: Encarnación es una imbécil, toda la vida te lo he dicho.

ROSA: Pero ella y su marido son nuestros amigos, nuestros vecinos, además, Juanín y Begonia son novios
desde que eran muchachitos.

MANUEL: ¿Y eso qué? Ni a Encarnación ni a Javier tienes tú que estar haciéndoles caso. Les encanta un
chisme, les encanta estar poniéndose como ejemplo, no sé de qué, y presumiendo que son más
españoles que nadie y por eso se la pasan midiéndose y reprochándole a los demás porque no lo son
tanto.

ROSA: Es que tú no lo pareces.

MANUEL: Pues lo soy, soy tan español como Javier, lo que pasa es que no ejerzo. No ejerzo de español, ni
de criollo, ni de nada. Llevo más de treinta años aquí... ¿Y qué quieren?... que siga pensando en la
calle de Pelayo de Madrid donde nací, o en la Cibeles, o en la fabada que se comía en aquella
taberna. Aquí estoy, y estoy bien.

ROSA: Pero es que ellos dicen que no vinieron aquí por gusto, que ellos son exiliados políticos.

MANUEL: Y yo también lo soy. ¡Qué vaina! Dame una cerveza... en la lata.

ROSA: No te pongas bravo, perdona.

MANUEL: ¿Por qué me vas a pedir perdón? Tú eres mi mujer y se acabó. ¡Salud!

Se abre la puerta del apartamento y aparece Javier.

JAVIER: (Desde la puerta) ¿Qué te parece Manuel? El cabrón ese no se quiere morir, el tío no quiere estirar
la pata.

MANUEL: (Desde la cocina) Estoy aquí.

Javier avanza hacia la cocina sin dejar de hablar.

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JAVIER: Nada, ni hablar del asunto, el tío, vivo ahí, con miles de médicos estirándole la vida como un chicle.
Aunque para mí, se ha muerto, pero los muy desgraciados se lo callan porque saben que en cuanto
anuncien que se murió, ahí mismito estalla otro dieciocho de julio, otra matazón, que es lo que hace
falta.

MANUEL: ¿Quieres una cerveza?

JAVIER: (En lo suyo) Lo que hace falta: paredón y justicia popular, y matar otro poco de curas. Otro millón de
muertos, por lo menos, hacen falta para que la gente entre por el aro. Un fascista colgado en cada
farol de cada calle. Tiene que correr sangre. Sangre a mares.

MANUEL: Javier, no seas bestia, joder.

Todos callan ante el exabrupto.

JAVIER: (A Rosa) ¿Qué le pasa a éste?

MANUEL: No me pasa nada, y cuando quieras saber qué me pasa, pregúntamelo a mí, Rosa no es mi
traductora.

JAVIER: Estás nervioso, todos los españoles lo estamos. Y yo no soy bestia. Me jodí mucho por España, tuve
que venirme aquí por España, combatí por España.

MANUEL: Yo también combatí, no lo olvides. Cuando era un muchacho, en plena postguerra, hasta que me
metieron preso, y luego, el destierro y la cárcel en Francia otra vez.

ROSA: ¿Se van poner a pelear? Compré aceitunas negras. ¿Quieren?

JAVIER: No, no quiero nada. Llevo días y días que no como apenas. Y no voy a discutir, contigo no se puede
discutir. Resulta que ahora hasta lástima parece que te da que se muera ese asesino que ha tenido a
España esclavizada por cuarenta años.

MANUEL: No me da ninguna lástima... bueno, a lo mejor me da lástima que a un viejo le estén alargando la
vida artificialmente.

JAVIER: A tiritas deberían estar sacándole la piel. Pero claro, eso a ti ni te va ni te viene, porque tú eres
venezolano, hablas como venezolano, a ti España te tiene sin cuidado.

MANUEL: Lo dices tú. ¡O sea, qué tú lo sabes todo, sabes como pienso yo!

ROSA: Mejor les doy una cerveza. Están frías.

JAVIER: Hay treinta millones de españoles presos.

MANUEL: (Irónico) ¿Tantos?

JAVIER: Deja la ironía conmigo. España es un país a la cola del mundo, eso es lo que somos, y por culpa de
él, pero yo vuelvo en cuanto ese viejo se muera, no quiero perderme la oportunidad de estar donde
debo estar. Hay mucha gente que me tiene que explicar. Mucha gente que me tiene que ver la cara.
Hay muchos a los que quiero ver mordiendo el polvo.

MANUEL: Está bien, vete. Mata a unos cuantos de esos encarcelados que tiene presos el tirano. ¿Hasta
cuándo vamos a estar en eso, Javier? ¿No vamos a cambiar nunca?

JAVIER: Yo no. Yo jamás cambiaré. Yo sigo siendo un republicano español. Un español de cuerpo entero. Un
español de zeta y ce.

MANUEL: ¡Qué buena vaina contigo, Javier! No discutamos más... cuando llegué aquí... en aquellos primeros
años, discutí todo y con todos... y ya está. No nos peleemos otra vez... Entiéndelo, hermano, quiero
olvidar, yo me hice aquí.

JAVIER: ¿Te hiciste aquí?

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MANUEL: ¡Coño!, tenía poco más de veinte años cuando llegué después de haber combatido en una guerra
cuando todavía no había aprendido a ser un hombre de verdad, porque a los dieciocho años, un
hombre de nuestra generación, apenas se había quitado el pantalón corto.

JAVIER: Yo sí.

MANUEL: Pues yo no, ya ves. Yo no. Luché por algo que creía justo... lo sentí más que con la cabeza, con el
corazón, pura sangre como los toros. Han pasado años... no quiero seguir en eso... quiero olvidar
rencores y lo estoy consiguiendo.

JAVIER: Volviéndote franquista.

MANUEL: ¡Qué franquista me voy a volver! Dejé de discutir con los españoles que se empeñaban en seguir
viviendo la guerra de allá estando aquí.

ROSA: Pero sigues discutiendo y se te va a enfriar la cerveza.

MANUEL: (En lo suyo) ¿Crees que no tengo mis fantasmas, la imagen de mi padre fusilado, la de mi madre
que se murió de tristeza de ver a su esposo muerto, asesinado, y a su único hijo en el exilio? A ellos
los tengo siempre presentes y estoy seguro que en el sitio donde estén, si ese sitio existe, lo que
quieren es no verme vengándome de tanto asesinato inútil.

JAVIER: (Chocante) ¡Divino! Y aún así olvidaste.

MANUEL: Intenté olvidar. ¿Qué iba a hacer, reconcomerme? ¿Vivir con la mente allá, estando aquí? Yo sé
muy bien lo que es estar aquí sintiéndome allá, pero queriendo esto, y no estar allí de donde estoy
ausente desde hace más de 30 años. Donde todo ha sucedido sin mí, vivido sin mí, donde han nacido
y muerto seres cercanos a los que no conozco. (Pausita) Ahora me siento por fin de aquí y quiero
seguir sintiéndome para no seguir siendo un desplazado de todos y de todas partes.

JAVIER: Un español que lo es de verdad no se siente desplazado en ninguna parte.

MANUEL: Me voy a tomar otra cerveza, no quiero discutir más nada contigo, llevamos demasiados años
haciéndolo.

JAVIER: Yo me voy a escuchar la radio. Ver la televisión. Leer los periódicos. Prefiero eso. Saberme de allí
antes que ser un renegado.

ROSA: ¡Ay, Dios mío, siempre lo mismo!

JAVIER: Yo sí, Rosa, yo soy un hombre de una sola pieza.

MANUEL: (Alterándose a su pesar) ¡Ajá, y yo no! No lo soy porque no quiero que se mate a un solo español
más.

ROSA: Será mejor que dejen eso, ese señor no se va a morir.

JAVIER: Ya está muerto.

ROSA: (Conciliadora) Pero no lo han dicho. Cuando lo anuncien oficialmente, hablan.

JAVIER: (Sobrado) Será. (Sale).

Cierra la puerta de un solo golpe, ofendidísimo. Al segundo, suena el timbre de la puerta. Abre Rosa. Es
Javier de nuevo que dice enfático.

JAVIER: ¡Ah, una cosa! Quiero advertirles una cosa y se lo dicen a su hijo: en mi casa ya están preparadas
las maletas, y que en cuanto se anuncie oficialmente la muerte del hombre, nos vamos a España y
con nosotros se viene nuestra hija Begonia. Si mi hija se casa, se casará en la patria de sus padres
que es la suya, aunque haya nacido aquí.

Javier, altivo y despechado, cierra la puerta con sonoro portazo. Manuel y Rosa quedan callados, sin verse.

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Manuel reinicia sus actividades en la cocina. Rosa lo ve sin decir nada, después de una pausa, sin poder
más, dice...

ROSA: Deja eso. ¡Estalla!

MANUEL: (Furioso) ¡Es un imbécil... un ignorante... un...!

ROSA: (Interrumpe) Y siempre pasa lo mismo y tú lo sabes. Se encuentran, se echan unos palos, y luego
terminan peleándose para luego volver a buscarse y seguir en lo mismo. (Pausita) ¿Todos los
españoles son así?

MANUEL: (Furioso) Sí. (Recuperando el humor) A lo mejor. (Pausita) Los españoles se pelean mucho. ¿No?

Rosa no dice nada. Se le acerca y le acaricia la cabeza.

MANUEL: ¿Son así? ¿Somos así?

Rosa ríe sin decir nada.

MANUEL: ¿Yo también soy así?

ROSA: Sí.

MANUEL: (Divertido) (Recuperado) Dame otra cerveza antes de que me arreche contigo, negra.

ROSA: (En acción) Me tomo un traguito contigo.

Rosa saca la cerveza. La destapa. Bebe un traguito.

ROSA: ¡Friíta! (Se la ofrece a él) Lo que no entiendo es por qué la tiene que pagar con nuestro muchacho.

MANUEL: Porque es un animal, y además, por zaherirme. Mejor que mi hijo rompa esa relación. Con un
suegro así, viviría amargado.

ROSA: Los muchachos se quieren.

MANUEL: Se casarán o no se casarán. Todavía están demasiado jóvenes, y además, no creo que Javier
tenga suficiente fuerza para que los muchachos no hagan lo que creen que deben hacer.

ROSA: ¡Ojalá, Begonia me gusta!

MANUEL: Y a mí también, pero son ellos los que tienen que decidir. (Pausa) ¿Y yo soy de aquí, Rosa, lo soy?

ROSA: Tú sabrás.

MANUEL: Siento lo que soy. (Bebe) ¡Qué cosa! Durante años pensaba sólo en volver. En verme de nuevo en
las calles de mi infancia. En las plazas donde jugaba de niño. En visitar los pueblos donde íbamos a
buscar pan en la época del hambre, y de pronto, me ha entrado como un miedo, una angustia, porque
presiento que todo ha cambiado, porque de repente sé que todo se me ha vuelto como una vieja
fotografía, una de esas fotografías que con el tiempo se van poniendo amarillentas y que te muestran
diciendo: «Mira, éste es tu tío Antonio o tu abuelo cuando era soldado»... y todo lo que ves de tu tío
Antonio o de tu abuelo son unos ojos desdibujados, un perfil como un esbozo de algo. Por eso me
asusta volver, porque sólo tengo allí muertos a quienes visitar en sus tumbas.

ROSA: ¡Ay, Dios mío, no te doy una cerveza más! (Ríe).

MANUEL: No es la cerveza, Rosa, es la discusión con ese... Es también la sensación extraña de estar
esperando a que un hombre se muera para que un hombre vivo decida lo que hacer con su vida.

ROSA: Pero entonces volveríamos, digo, volverías.

MANUEL: Nos iríamos, Rosa, no rectifiques. Tú eres mi mujer. Hoy lo he repetido varias veces como si
necesitara afirmarlo. Y esta es mi casa y esta es mi ciudad, y... a veces me pongo a pensar... ¿La
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Patria no será la esquina de la casa donde uno vive, el barbero que te afeita hace más de 20 años, el
vendedor de periódicos que ha envejecido con uno...?

ROSA: Y el hijo que ha nacido aquí, tuyo y mío. Yo soy de aquí... y quiero esto. ¡Dios mío, como lo quiero!
Pero mi Patria también eres tú que eres de aquí, donde te conocí. (Sonríe) Además de nuestro hijo
que nos une, que es nuestra sangre, a ti y a mí nos une un intercambio de letras... de palabras.

MANUEL: ¿Letras?

ROSA: (Cada vez más divertida rompiendo tensiones) Claro. Yo te quité un poco de zetas y de ces y tú me
traspasaste un poco de palabrotas. No sé quien ganó en el cambio. Tú dices como yo cerveza, y yo
digo como tú: «Voy a fregar los cacharros»... (Divertida) Tú eres mi marido y se me llena la boca
cuando lo digo, y eso que se reían tanto de mí cuando me empaté contigo. Estoy hablando como
Juanín. Mis amigas me decían: «Ya te veo en la Plaza Candelaria comiendo callos y vestida con
trajes de punto como las españolas».

MANUEL: ¿Las españolas se visten con trajes de punto?

ROSA: Dicen. ¿Sabes cuántos años llevamos juntos?

MANUEL: (Bromista también) Por lo menos un siglo.

ROSA: Mucho más de un siglo. Veinticuatro años. Nos conocimos al año justo de irse tu mujer y tu hija
porque no aguantaban este país de indios, de... ¡Perdona!

MANUEL: Perdona tú. Rosa, sigues siendo la mujer más hermosa que he conocido.

ROSA: (Coqueta a su pesar) ¡Mentira!

MANUEL: Contigo todo fue suave... muy tierno y... (La abraza).

ROSA: (Sin agresividad) ¡Ah, no señor, se espera a la noche!

MANUEL: ¿Qué noche?

Juanín viene entrando muy furioso y hablando desde la puerta.

JUANÍN: Ese viejo es un pendejo y su mujer también, y su hija lo mismo.

Los padres se desplazan hacia donde está Juanín.

ROSA: ¡Juanín, hijo!

MANUEL: ¿Qué pasó?

JUANÍN: El viejo ese llegó de hablar contigo y me dijo de mala manera que él se iba a España en cuanto se
muriera el hombre, y que su mujer se iba con él y Begonia se marchaba con ellos, y me insultó, y yo
no sé, a lo mejor le menté la madre y salí de esa mierda de casa.

MANUEL: Bien hecho.

ROSA: ¡Ay, no! ¿Y Begonia?

JUANÍN: Se puso a llorar como cada vez que ese energúmeno grita y... español de...

ROSA: ¡Juan, ya!

MANUEL: Es ella la que tiene que decidir.

JUANÍN: Pero no decide, no ves que es igual que ellos... Quiere a un doctor, a un profesional como ella dice...
y... esa es de las que le das un beso y ya está pensando en irse a comprar el juego de cuarto donde
pasar el resto de su vida durmiendo con el hombre que le ofrezca velo y corona.

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ROSA: No exageres, hijo, Begonia es una muchacha seria.

MANUEL: Muchachas serias las hay a montones en el mundo.

ROSA: Ahora no, muchachas serias quedan pocas.

JAVIER: Estás hablando como la bruja esa de la señora Encarnación, que a todo le dice sí al marido como si
fuera un soldado al general.

MANUEL: Es que Javier es un general.

JAVIER: Una mierda, es lo que es.

ROSA: ¡Se acabó la vaina! ¡A pues, pero qué día! Prende el televisor, quiero ver la novela.

MANUEL: ¡Ningún televisor!

ROSA: Otro general en jefe.

MANUEL: Es verdad, prende el televisor, alguna vez tenemos que salir de eso... ¿Por qué rehuir?

ROSA: No, no, no salgamos de nada... Hagamos algo mejor, preparemos la cena entre los tres. ¿Vamos?

La puerta quedó abierta. Allí esta Encarnación, parece que viniera hablando, cosa que hace sin parar, casi sin
respirar.

ENCARNA: ¿Rosa, mujer, pero qué es esto? ¿Estos hombres nunca se van a quedar tranquilos? ¡Hola,
Manuel!

MANUEL: Hola, Encarnación.

ENCARNA: ¿Se pelearon otra vez?

MANUEL: Tu marido se peleó conmigo, tú sabes cómo es él.

ENCARNA: Sí, y sé cómo eres tú. Él tiene sus ideas.

MANUEL: Y yo las mías. ¿O es que es él, el único que las puede tener?

JUANÍN: Yo mejor me voy a mi cuarto.

ENCARNA: ¡Ay, Juanín, no tomes en cuenta lo que te dijo mi marido...! El dice unas cosas... pero luego se le
pasa.

JUANÍN: Me alegro mucho (Sale).

ENCARNA: Javier como una fiera, y la pagó con el pobrecito Juanín... y yo Rosa, muy de mi casa, muy
esposa legítima, como me enseñaron, punto en boca. Ni esto (Señala con los dedos). Yo después en
la cama lo convenzo. Lo hago entrar en razón. Javier es como es, pero yo lo sé llevar y termino
saliéndome con la mía. Lo mismo hacía mi madre.

ROSA: Claro.

ENCARNA: (A Manuel que finge estar ocupadísimo) En el último extra de la televisión dicen que de un
momento a otro el hombre (Se rebana el cuello).

MANUEL: Y en cuanto el hombre... (Imita gesto)... ustedes se van a España.

ENCARNA: Dice Javier, y si él lo dice...

MANUEL: Hasta que no llegues a la cama no tienes ni voz ni voto.

ENCARNA: (Como una máquina. Casi sin respirar) Hay cosas que no discuto porque son cosas de hombres.
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Yo, mi amor, en eso muda. Porque hay cosas que si él dice blanco, yo blanco y si él dice negro, yo
negro. En cosas así yo me callo siempre, vea lo que vea, que yo al marido, respeto y obediencia, que
a eso me acostumbré, como creo que toda mujer decente debe acostumbrarse, igual que en otras
cosas de la vida donde yo mantengo la boca cerrada, porque toda mi vida antes que hablar de más,
me muerdo la lengua, me coso la boca, me saco las tripas y me hinco alfileres en los ojos. Rosa me
conoce porque hay que ver como me conoce, que yo a más de la mitad de las vecinas de este edificio
ni les hablo por lenguas largas y bocas flojas, porque Rosa es mi amiga y si Rosa vive una situación
como la que vive no es culpa suya, que si ustedes no están casados, es por circunstancias que yo a
mucha amiga mía del Centro Regional, que murmuran y ponen una cara por delante y otra por detrás,
las he cortado en seco... que si vivir en concubinato, que si Rosa es negra. ¿Y qué? Les digo yo, que
ella a pesar de ser negra, es muy gente, y si vive como vive sin casarse, es por desgracia, no porque
quiera. Que yo en eso soy muy justa y muy ecuánime, muy equitativa. Yo a este país lo quiero
mucho, aunque hay mucho que decir, porque no me negarás, y me perdonas, Rosa, no te ofendas,
que aquí el negraje la embarra siempre, que lo dicen los propios venezolanos que son los que han
inventado eso de que (sigue) negro es negro y... Les digo yo: ¿Qué culpa tiene Rosa de ser negra,
ah? Ella es negra como yo soy blanca y yo que soy una mujer casada, casada, por todas las de la
ley, te trato y te defiendo como lo que eres, una buena mujer. Y en cuanto a mi esposo, bueno, ese
es otro cantar, porque yo no me puedo divorciar porque a él no le da la gana de tener un nieto negro,
como me acaba de decir, seguramente dando por terminado el noviazgo de mi hija y de vuestro hijo,
y que es por lo que estoy aquí, que yo en eso no tengo nada que ver, que yo a ustedes, como si
fueran de España, los dos, claro que en España no hay negros, y me perdonan, ya saben que a mí
no me gusta hablar de eso, pero como ahora me tengo que callar, me callo, y que cuando estemos en
España, pues ya saben donde tienen una amiga, porque además que a mi esposo se le pase la rabia
que tiene ahora y perdone a Juanín y no le importe tener un nieto negro, porque según él, eso le
amargaría la vejez porque dice que aunque Juanín salió blanco, eso, lo del salto atrás, pero yo no
venía a eso, yo venía a decirles que aunque mi esposo piense lo que piense, nosotros amigos, que
yo callada estoy y callada moriré en todo lo que se refiere a las relaciones de los muchachos y no
digo más porque Rosa sabe muy bien que a mí no me gusta hablar.

Al fin ha callado. Rosa ve a su marido. Manuel parece muy tranquilo. Rosa baja la cabeza. Encarna casi jadea
como esperando una reacción aprobatoria. Gran pausa.

MANUEL: (Tranquilo, reconcentrado) Encarnación, Encarna, Encarnita, te conozco hace un pocotón de años,
y desde el primer instante que te conocí, sentí el deseo de decirte muy suave, muy tranquilo, pero con
toda mi alma: (Pausita) ¿por qué no te vas bien largo al carajo?

El exabrupto deja perplejas a las dos mujeres. Se diría que Encarna se va a desmayar.

ROSA: ¡Manuel!

ENCARNA: (Reaccionando) ¿A mí? ¿Tú me dices a mí eso? A mí, que he venido a demostrar que estoy de
vuestra parte sin importarme el qué dirán. ¡Grosero!

MANUEL: (Sin verla) Bien largo al carajo.

ENCARNA: A mi marido se lo vas a decir... a un hombre como mi marido se lo vas a decir en la cara... Poco
hombre... y tú, Rosa, desagradecida... Mierdas los dos...

Muy digna va saliendo de la casa, casi corriendo, pero cuando abre la puerta, allí está entrando también, muy
violentamente, Begonia...

BEGONIA: Juan, señor Manuel, quiero...

ENCARNA: Tú de esta casa no quieres nada... tú vienes ahora mismo a tu casa... Aquí han insultado a tu
mamá.

BEGONIA: No me voy nada. (Grita) Juan, señor Manuel, Rosa...

JUANÍN: Begonia, ¿Qué pasa, qué te han hecho?

MANUEL: ¿Qué pasa niña?

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ENCARNA: (Halándola) Te vienes ahora mismo... aquí no tienes nada que buscar.

JUANÍN: No la hale, señora, Begonia es mi novia.

ENCARNA: Lo era... su papá se lo ha dicho, lo era, ella se viene con nosotros a España...

ROSA: Encarna, por favor. Déjala que hable. ¿Qué pasa mi amor?

BEGONIA: (Decidida) Mamá escúchame: quiero que sea aquí, quiero hablar aquí, delante de Juan que es mi
novio, y delante de los padres de Juan que pueden ayudarme... No he querido decírselo a mi papá
porque me da miedo... pero yo no me voy a España, ni dejo a mi novio, ni me pueden obligar a
hacerlo a no ser que...

ENCARNA: ¿Qué?

BEGONIA: Que Juan y yo nos casamos.

Gran sorpresa de todos, comenzando por Juan.

ENCARNA: ¿Casarse con ése?

JUANÍN: Señora...

ENCARNA: ¿Tú en esta familia? Será para que yo me infarte y tu papá te mate.

MANUEL: Begonia... Creo que no es el momento de hablar de algo así tan importante... ¿Juan, tú que dices?

JUANÍN: Lo que diga Begonia.

ENCARNA: Lo que diga Begonia nada... lo que diga yo, y lo que diga su papá... estás loca, te vienes ahora
mismo a tu casa... ¡Casarse! Pero se han vuelto locos...

Hablan casi todos a la vez con las siguientes frases. Bronca a todo dar.

JUANÍN: ¿Qué tiene usted que decir de mi familia?

BEGONIA: No me voy a casar con su familia, me voy a casar con Juan.

ENCARNA: Un hijo natural.

ROSA: Gente decente, Encarna... gente decente somos... tan decente como tú.

MANUEL: No le hagas caso a esa gallina piroca.

Juanín, alzando la voz por encima de todos los demás.

JUANÍN: Quieren callarse todos.

Todos se callan.

JUANÍN: Las cosas de Begonia y yo, las arreglamos ella y yo...

ENCARNA: Es mi hija. Y ni su padre ni yo vamos a permitir que se case con un vago como tú.

ROSA: (Alzando la voz) A mi hijo no lo insultas tú... ¿Pero qué te has creído?

JUANÍN: Mamá, no te metas.

MANUEL: No le grite a su mamá.

BEGONIA: Es ella la que no tiene que gritar... perdone... y... bueno, mamá... nos casamos... ¿Verdad Juan?

JUANÍN: (Desconcertado) Sí... nos casamos.

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Los Hombros
de América

ENCARNA: Tendrán que pasar por encima de mi cadáver y sobre el cadáver de su papá... te han embrujado,
en esta casa te han embrujado, seguro que está...

ROSA: Voy a...

Rosa esta a punto de caerle encima a Encarna. Manuel la sujeta...

MANUEL: ¿Rosa, pero qué es?

Todos de nuevo gritan.

ROSA: Es ella la que me ofende... y a mi hijo también.

BEGONIA: Mamá, deja de gritar y de dar escándalo. ¡Qué pena!

ENCARNA: (Fuera de sí) Con brujería te catequizarán... porque tú, Rosa, hasta medio bruja eres, que una
vez me leíste las cartas y te la pasas hablando del burrurú ese... o el Vudú o como se llame.

ROSA: (Alterada también) Pero te gustaba, te encantaba que te leyeran las cartas...

BEGONIA: (Sobre la frase de ella a media voz, pero audible para el público) Me tengo que casar porque estoy
embarazada.

Juan y Manuel escuchan la frase. Juan asombradísimo. Manuel casi a punto de reírse. Ellas siguen gritando,
sobre todo Encarna.

ENCARNA: Y el tabaco, el tabaco también me leíste y no pegaste ni una...

BEGONIA: (Gritando durísimo) ¡Estoy embarazada!

Las dos mujeres se callan. Manuel quiere golpear a Juanín sin salir de su sorpresa, viendo a Begonia
fijamente. Encarna toma contacto con la realidad y parece que va a desmayarse.

ENCARNA: ¿Qué has dicho? ¡Mala hija, golfa!

BEGONIA: (Serena) Que estoy embarazada. Que voy a tener un hijo de Juan. ¿Me caso o no?

ENCARNA: (A punto de desmayo) ¡Agua... agua... aire!... ¡Ay, qué guarra... qué guarra... una hija mía!...
¿Pero cómo es posible que éste...?

JUANÍN: ¡Ah, pues, ni ese crédito me da!

MANUEL: Hijo, Begonia, se casarán. No hay problema.

ENCARNA: (Sentada) Te embaucaron, eso pasó... te catequizaron. El vudú. Tu papá se muere, tu papá de la
impresión se muere.

MANUEL: Nadie se muere por ser abuelo.

ENCARNA: Mi hija... y en estos días...

ROSA: ¡Hijo, Begonia! Encarna, serénate... esas cosas pasan.

ENCARNA: En mi familia no pasan. En mi familia la gente tiene hijos cuando se deben tener y como se deben
tener.

JUANíN: Después de nueves meses de embarazo a no ser que se tengan sietemesinos.

ENCARNA: No se lo puedo decir, en un día como hoy, no se lo puedo decir.

MANUEL: Se lo diré yo. Iré, como tantas veces después de una pelea, nos tomamos un trago y se lo digo.

ENCARNA: (En lo suyo) Sus tías de España... tus primos de Badajoz. ¡Esto es peor que la muerte!
12
Los Hombros
de América

ROSA: Ya está. No exageres. Encarna, de repente tienes suerte y no hay salto atrás y te sale el nieto catire y
con los ojos azules.

ENCARNA: ¿Eso pasa?

MANUEL: Generalmente no, pero tú bien has dicho que eso a ti no te importa. ¡Vamos a ver al animal de tu
marido!

ENCARNA: (A Juanín) Nunca me imaginé que tú serías capaz de algo así. (A Begonia) Y tú y yo, mala hija,
pero hablaremos... Tú has deshonrado mis canas.

MANUEL: ¿Qué canas, chica? Si te pintas el pelo. ¡Vamos!

Manuel Y Encarnación salen. Rosa queda rezagada.

ROSA: Yo también... ustedes se quedan aquí. (Los ve amorosa) Estoy contenta... por los dos, y por mí
también. Celebraremos el matrimonio a lo grande y aquí, en este país, que es el de ustedes (Sale).

Juan y Begonia se quedan solos. Él la ve fijamente. Ella rehuye la mirada. Él muy lentamente se acerca. Ella
va dando vueltas para no enfrentarlo. Él muy cerca de ella. A su espalda. La voltea suavemente. Están los
dos frente a frente. Ella, la vista baja. Juanín le levanta la cabeza.

JUANÍN: Eso es mentira.

Begonia se encoge de hombros. Él no entiende el gesto.

JUANÍN: A no ser que me hayas jugado sucio. Porque tú y yo nunca...

BEGONIA: (Reaccionando) (Él no la deja terminar).

JUANÍN: Y mira que te lo pedí.

BEGONIA: (Por fin dignísima) ¡Qué sucio te voy a jugar, chico! ¿quieres que te dé una cachetada? ¡Es
mentira! Lo inventé porque no quiero irme a España sin ti.

JUANÍN: Ni yo quiero que te vayas sin mí.

JAVIER: (En off) Que ese cabrón me ha desgraciado a la nena. Es la última canallada que podía hacerme el
puñero caudillo antes de morirse.

Se siguen viendo enamorados. Después de pausa.

JUANÍN: Lo hiciste muy bien. Hasta yo me lo creí. ¿Tú sabes mentir siempre así?

BEGONIA: ¿Tú que crees?

JUANÍN: (Optimista) ¡Qué me alegro que lo dijeras! ¡Qué me siento muy bien! ¡Y que estamos solos! ¿Por
qué no hacemos que la mentira sea verdad?

Ella se deja apurruñar. Se besan amorosamente. La música de noticiero extra se deja oír. Muy dura. Se
separan.

BEGONIA: Un extra de la televisión. Seguro que mi papá quiere que todo el mundo se entere de lo que van a
decir.

JUANÍN: O no quiere que escuchen los lecos que está dando cuando mi papá le dijo lo de tu embarazo.

Juanín y Begonia escuchan atentos.

LOCUTOR: Extra de última hora: Según la última información recibida, el Jefe de Estado Español,
Generalísimo Francisco Franco Bahamonde, ha fallecido después de larga y penosa agonía.

Cesa la música. Los dos se ven.


13
Los Hombros
de América

BEGONIA: Se murió.

JUANÍN: Sí.

BEGONIA: Ya mi papá y el tuyo no tendrán porque pelear más.

JUANÍN: Seguirán peleando.

BEGONIA: ¿Por qué?

JUANÍN: Los españoles siempre pelean. Antes porque unos eran rojos y los otros fascistas.

BEGONIA: ¿Pero ahora?

JUANÍN: Seguramente pelearán para demostrar quién es más republicano.

BEGONIA: ¿Y eso a nosotros?

JUANÍN: Nos queda lejos. Nosotros somos de aquí (La ve fijo). Estamos solos... vamos a buscar otro
venezolanito más. ¿Ah?

BEGONIA: ¡Qué va, mi amor!... te esperas... no ves que estoy embarazada.

Ella corre, él la persigue.

Música española. Puede ser la misma con la que comenzó el acto. Rápidamente cae el telón.

FIN DEL PRIMER ACTO

SEGUNDO ACTO
PRIMER CUADRO
1977

Al finalizar la música, sube el telón. Luz plena. Timbre en la puerta.

BEGONIA: ¡Voy! ¡Voy!

ROSA: (Desde fuera) Abre la puerta, pero cierra los ojos.

Begonia hace lo que desde fuera del apartamento le indica Rosa. Abre la puerta y en ella aparece Rosa
elegantemente vestida y con algo cambiado su peinado... (Nada de pelo liso) puede haber aumentado el afro,
haberse adornado el cabello con algo, pero siempre con su pelo tal cual. Begonia, embarazo muy marcado.
Bata propicia.

ROSA: (Ingenuamente adopta una pose de modelo. Trae ramo de flores) Abre los ojos.

BEGONIA: (Abriendo los ojos) ¡Guá! ¡Rosa, qué es chica, le caíste a patadas al escaparate!

ROSA: A la peluquera fue a la que le caí... ¿Cómo te parece el peinado?

BEGONIA: Me parece. Te queda muy bien... ¿Y el vestido?

ROSA: Mi amor, me lo mandé a hacer con Luisa, la modista de la gente «jay"... fui hoy a recogerlo y no resistí
la tentación, como había ido a la peluquería, de estrenármelo. ¿Tú crees que a Manuel le gustará?

BEGONIA: Seguro.

ROSA: Me lo dejo puesto y me voy con él al aeropuerto... quiero ver la cara que pone la gente.
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Los Hombros
de América

BEGONIA: ¡Ay, Rosa, qué cara va a poner!... la gente que no te conoce no va a poner ninguna cara...

ROSA: (Divertida) Es que de verdad... me da risa, decirlo, pero me siento vestida de señora española, y me
quiero ir acostumbrando porque cuando vayamos a España, no quiero ir vestida... ¿Cómo te digo?...
tropical.

BEGONIA: (Divertida) Ay, Rosa, tú si eres cómica.

ROSA: No soy cómica, Begonia, es que tengo miedo.

BEGONIA: ¿Miedo?

ROSA: ¿No lo voy a tener? Te imaginas... bueno, yo aquí soy corriente y Manuel está acostumbrado a mí...
pero cuando...

BEGONIA: (Gesto).

ROSA: ¿No debería dudar, verdad? Pero es que si le hago caso, tu mamá que me cuenta y me cuenta como
es la gente en España, y... bueno, tan elegantes, tan rubios... tan...

BEGONIA: Pesada que es mi mamá, mi amor... ¿Pero tú no ves a sus amigas del Centro Regional? ¿A ti
alguna te parece que sea como Carolina de Mónaco?

ROSA: Pero Carolina de Mónaco es francesa o de por ahí... ¿No?

BEGONIA: De por ahí, sí, y las españolas son como mi mamá... o algunas mejores o algunas peores... pero
con distintos acentos, andaluz, gallego, vasco... madrileño... Yo estoy segura, Rosa, que tú en Europa
te vas a tener que quitar los hombres a sombrerazos... tú allí serás exótica.

ROSA: Será para que Manuel me encierre en el hotel si ve que los hombres me miran... (Sonríe) Sabes, me
cela... me dice, cuando estamos a solas, que él no es español, que él es celoso como un moro.

BEGONIA: ¡Qué rico que después de tantos años casados todavía te cele!

ROSA: No estamos casados.

BEGONIA: Ah, pues, niña, la proximidad con mi mamá te ha puesto tan remilgada y boba como ella.

ROSA: Será. (Señala la barriga de Begonia) ¿Y ése?

BEGONIA: Tranquilo. Ha dejado de dar patadas... (Sigue)... Y Juanín de lo más preocupado... le encantaba
que diera patadas, con la ilusión, decía que fuera futbolista el día de mañana. Sus chistes, ya sabes.

ROSA: ¡Tan bobo, ese hijo mío! Como no es él quien tiene que cargarlo en la barriga. ¿Y tu papá y tu mamá?

BEGONIA: Haciendo las últimas compras. Quieren llevarse todo a España. Como si fueran a Bangladesh.
¡Café! ¡Harina Pan!, y aparte, claro, de (Sigue) unas prendas de oro cochano horrorosas para sus
primas y tías y ese familiero de allá.

ROSA: No hables así de la familia, mi amor.

BEGONIA: Pero si yo no los conozco.

ROSA: Pero son la familia, y la familia es una cosa sagrada.

BEGONIA: La familia que uno conoce, será, pero si tú no conoces a la familia... ¿La tienes que querer porque
lo sea?

ROSA: (Indecisa) No sé.

Se abre la puerta y aparece Javier que viene cargado de paquetes.

JAVIER: ¡Ayúdame, Begonia! O no, tú no cargues. Rosa, hazme el favor.


15
Los Hombros
de América

ROSA: (Carga una gran caja) ¡Pero, Dios mío, Javier! ¿Qué llevas aquí?

JAVIER: Una batidora. La acabo de comprar.

BEGONIA: ¿Y vas a ir con una batidora a España, papá? Allí debe haber.

JAVIER: Seguramente. Pero ésta es americana. Hecha en USA y aunque yo con los gringos no quiero nada,
de estas cosas, ellos saben.

Rosa ha desaparecido con la carga en el interior de la casa.

BEGONIA: ¿Y mi mamá?

JAVIER: La dejé en la peluquería. (Saliendo con el resto de los paquetes) Ya vengo, me voy a bañar. ¡Por fin
voy a descansar de estos malditos calores! (Sale).

MANUEL: (Entrando) ¡Hola, hija!, ¿y los viajeros?

BEGONIA: Mi mamá en la peluquería y mi papá acabando de llegar. Todavía siguen comprando.

ROSA: (Viene hablando del interior de la casa) Yo no sé dónde van a meter tanta divina cosa. Esas maletas
están que se revientan (Se da cuenta de la presencia de Manuel, adopta pose).

MANUEL: (Sin darse cuenta del nuevo aspecto de Rosa) Si siguen en eso van a perder el avión.

BEGONIA: Faltan como cuatro horas.

ROSA: ¿Manuel, qué me notas? ¿No me notas nada?

MANUEL: (Dirigiéndose a la cocina apenas sin verla) ¿Estás triste? Desde hace días lo estás. Mucho pelear
con Encarnación, pero eso de que se vaya te pega.

Manuel, apenas sin mirarla, se dirige a la cocina y directamente a la nevera de donde toma una cerveza.
Rosa y Begonia siguen tras él.

MANUEL: Yo voy a echar de menos a ese animal de Javier. Perdona, Begonia, pero tu papá es un animal.

BEGONIA: No te preocupes. Él cada vez que te nombra te llama renegado, y como tú dices que eres
venezolano, te llama también, «el estómago agradecido».

MANUEL: ¡Ignorante! ¡Mejor que se vaya! (Abre su cerveza).

Cuando va a abrir su cerveza se da cuenta de que delante de él, está Rosa. Parece detallarla ahora.

MANUEL: ¿Qué te has hecho tú que estás tan rara?

BEGONIA: ¡Bella está!

MANUEL: Me imagino que no pensarás salir así a la calle.

ROSA: ¿Y por qué no? Así voy a ir al aeropuerto a despedir a la familia.

MANUEL: (A Begonia) Eso es cosa de tu mamá. La disfrazó así para echarme a perder la despedida. Te
cambias, me haces el favor.

JUANÍN: (Entra, trae un coche lleno de paquetes. Radiante) Hice un cambalache con un amigo. El carrito se
desmonta y sirve de silla para el carro y traigo varios juegos de cobijitas y almohaditas... ¡Cónchale,
mamá, tú si estás bella!

ROSA: Me disfracé según tu papá.

MANUEL: ¡Ah, no, no! Si es que todo eso que te has puesto se lleva, se lleva, pero a mí... La verdad es que
mal no se te ve. Rara, sí.
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Los Hombros
de América

BEGONIA: ¿Y cuál ha sido el cambalache para el carrito?

JUANÍN: Con un amigo en la oficina, después te cuento. ¿Y los repatriados?

BEGONIA: (Falsamente ofendida. Divertida) ¡Ay, chico, no los llames así! Mi mamá en la peluquería, mi papá
se está bañando.

ROSA: Begonia, vamos a dar una vuelta por el apartamento de tu gente. Quiero ver que todo está en orden.
(Hablan saliendo) Parece ser, según me dijo la conserje, que mañana vienen unos señores que...

Las dos mujeres salen. Solos Manuel y Juanín.

JUANÍN: Toda una pava la vieja. ¿No?

MANUEL: No sé. Yo no entiendo mucho de eso. Yo como que soy medio antiguo. Yo a tu mamá la veo bien
como es, como ella es, cuando está natural, normal.

JUANÍN: Como la canción aquella española, flamenca, que tú ponías cuando yo era niño. ¿Cómo era?

(Imitando acento español)


María Manuela, ¿me escuchas?
Yo de «vestíos» no entiendo,
¿Pero, te gusta de veras ése
que a lo mejor por la calle
te estás poniendo?
¡Tan fino, tan transparente,
tan «cortico» y tan «ceñío»
que a lo mejor por la calle
te vas a morir de frío!

MANUEL: (Ríe) ¡Qué buena memoria!

JUANÍN: Y todavía decía algo más, algo así como... «Que tú me gustas sencilla y oliendo a mujer decente».
(Se ven) ¿Cómo huelen las mujeres decentes, papá?

MANUEL: (Divertido) A la palabra más fea del mundo.

JUANÍN: ¿Y qué palabra es esa?

MANUEL: Sobaco.

Los dos se ríen.

MANUEL: Tú eres igual que yo. Te acuerdas de todo cuando eras un muchachito. Yo me acuerdo de todas
cosas de cuando era niño, quizá porque cuando yo era niño las cosas en mi país no marchaban muy
bien.

JUANÍN: Pero aquí te ha ido bien, viejo, tienes tu casa, tus amigos, tu negocio. Y ahora vas a ser abuelo. Un
abuelo chévere, joven.

MANUEL: Ni tan joven, mijo, ni tan joven, o a lo mejor sí. Joven para ver crecer a mi nieto y viejo para no
intentar inventar más nada que ser abuelo.

JUANÍN: ¿Y qué tienes que inventar? (Piensa) ¡Ah, si ya sé!, tu próximo viaje a España. Si no te provoca no
vayas a España, tú aquí lo tienes todo.

MANUEL: Eso es verdad, pero... Hijo, es difícil de explicar. Hay algo que tengo que aclarar. Algo que no
tengo muy seguro. Porque para qué te voy a engañar. Y no soy un pensador o uno de esos hombres
que se saben explicar por escrito o de palabra las cosas que sienten. (Pausita reflexionando)
Necesito volver, no sé cuando. Ver por mí mismo si valió la pena lo que se hizo, lo que hicimos.

JUANÍN: La guerra.
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Los Hombros
de América

MANUEL: Tal vez eso. Saber si algo quedó, si la derrota fue tan completa como la sentí, como la siento
todavía, ver si esa guerra sirvió para que no haya otra guerra, si la gente de allí... (Cambia) Y además
para que mis padres sepan -hablo como si estuvieran vivos- que volví, que no renegué, que... (Se le
quiebra la voz).

Juanín se acerca con mucha ternura a su padre.

JUANÍN: ¡Cónchale, papá! ¿Quién le ha dicho a usted que no es un pensador? ¡Usted es un Uslar Pietri con
guayabera! ¡Usted es un tronco de papá, papá!

MANUEL: (Manuel sin decir nada abraza a su hijo) Pero tengo la punzadita aquí (Señala el corazón) y como
un remordimiento. Un alguito así que me dice: «A lo mejor Javier tiene razón». «A lo mejor yo soy un
renegado».

JUANÍN: ¿Qué razón va a tener ese pedazo de...?

MANUEL: (Alarmado) ¡Psss... está ahí, bañándose!

JUANÍN: (Bajando la voz)... ese «guevón».

MANUEL: ¡Verdad que sí!

Los dos se ríen rompiendo la tensión anterior.

MANUEL: (Viendo a su hijo después de la risa) ¡Hijo, yo a usted lo quiero y quiero que lo sepa... y que me da
como un calor cuando se lo digo! Yo estoy orgulloso de usted.

JUANÍN: ¿Aunque no estudié en la universidad? ¿Aunque sólo logré trabajar en una compañía de seguros?

MANUEL: Con lo que mantienes a tu mujer y mantendrás a tu hijo. ¿Es que no tiene que haber vendedores
de seguros? ¿Si no los hay, quién asegura a la gente?

JUANÍN: ¡Gracias, papá, yo a usted también lo quiero y lo admiro mucho!

Están entrando Begonia y Rosa.

ROSA: El apartamento está divino. Para mí que se debería pedir más por el alquiler. Dejan de todo.

JUANÍN: ¡Ah, pues, mamá, ahora te vas a meter de casera!

La puerta se abrió y allí está Encarnación.

ENCARNA: ¡Llegué!

Todos quedan mudos de asombro. Encarnación aparece con el pelo rubio, casi platinado. Viste el traje de
calle más ostentoso que se pueda encontrar. Carga gran medalla de oro. Pulseras con morocotas. Anillos,
zarcillos. Un gran aderezo de oro cochano que casi hace, por el peso, deformar el escote. En fin, una señora
que viaja después de haber «hecho la América».

ROSA: (Admiradísima) ¡Encarna, chica, pareces otra!

MANUEL: (Entre dientes) Muy otra. Parece un paso de Semana Santa.

ENCARNA: (Pavoneándose) Un retoque, mi amor, no siempre una viaja, y si tienes cuatro cositas, son para
lucirlas, aunque me han dicho que en España, desde que hay democracia, roban hasta el suspiro. Me
aclaré un poco el pelo.

MANUEL: (Sardónico) ¡Apenas se nota! ¡Una cobita, más nada!

ENCARNA: Y en la peluquería... ¡Qué rama! ¡Imagínense! ¡Tantos años peinándome allí!, con esas chicas
españolas, ustedes saben, esas tres (Sigue) hermanas tan fantásticas, pobrecitas, que en España
eran tan ricas y tenían tantos novios, y que aquí vinieron y además de vivir apenas con lo que les da
la peluquería, se han quedado solteras y se han puesto feísimas, y allí, por lo que ellas cuentan, eran
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Los Hombros
de América

guapas, guapas, guapas.

MANUEL: Sí. Es que el trópico hace esos daños. Si las mujeres quieren hablar a solas, Juanín y yo nos
vamos.

ENCARNA: No, mi amor, Rosa y mi hija me conocen. Yo hablo lo necesario. Si a veces me dice la gente:
«Encarna, tú no pareces española, porque según dicen, las españolas hablan muchísimo. ¡Tú eres
tan callada, tan reservada, tan discreta, tan ecuánime y equitativa!».

MANUEL: (Entre el aluvión) Yo creo que sí, que ustedes tienen que hablar. Sobre todo Rosa que habla como
una guacharaca y Begonia como una lora.

ENCARNA: No, no, no...Yo voy a dar una vuelta por mi piso para ver cómo está.

BEGONIA: Rosa y yo acabamos de venir de allí. Todo está bien.

ENCARNA: Pero quiero verlo yo. Y no es que desconfíe de ustedes, Dios me libre, pero como decía mi santa
madre: «El ojo del amo engorda al caballo».

ROSA: Vamos contigo por si falta algo.

Salen las tres, Manuel respira aliviado. Juanín se ríe.

JUANÍN: ¡Qué bolas tiene esta vieja! (Ríen los dos) ¡Pobre España! ¡Mucha gente va a renegar que se haya
muerto Franco!

MANUEL: ¿Por qué?

JUANÍN: Por la llegada de esta señora. Yo creo que ella sola es capaz de desencadenar otra guerra civil.

JAVIER: (Desde dentro) ¿Llegaste, Encarna?

JUANÍN: ¡El que te conté!

Aparece Javier en escena (Otro asombro). Juanín y Manuel sin aliento. Javier viste liqui liqui, y además,
sombrero de pelo e' guama. En la mano carga un cuatro. Música criolla en la cabina.

MANUEL: (Reponiéndose de la sorpresa) ¡Coño, Javier!, ¡qué susto!, ¡por un momento creí que había
resucitado el Tío Saume y que en mi casa estaba Mario Suárez o el Sabanero Porteño!

JAVIER: (Señala) Es que compré este cuatro a un sobrino mío, que según me contó mi hermano, estudia
música en el Real Conservatorio de Madrid.

JUANÍN: (Conteniendo la risa) Voy a bajar a buscar unas cervezas, las que hay aquí no están frías (Sale
muerto de risa).

JAVIER: (Ante la mirada de Manuel) Siempre me pareció que el liqui liqui es muy cómodo. ¿No?

MANUEL: No sé, nunca tuve uno. Te ves muy criollo, muy autóctono.

JAVIER: Bueno, he vivido aquí muchos años, algo se me ha tenido que pegar. ¿Las mujeres?

MANUEL: Revisando que todo esté en orden en el apartamento para cuando se alquile.

JAVIER: Cosas de Encarna. Yo lo hubiera vendido y con ese dinero convertido en pesetas... ¿Te imaginas?

MANUEL: ¿Pero, y si vuelven?

JAVIER: ¿Volver? Manuel, este es el último día que paso en Venezuela. Y no es que yo reniegue de esto, no,
no, ¡Qué va! Aquí ha nacido mi hija y aquí nacerá nuestro nieto y... bueno, tú y yo hemos discutido
mucho, peleado mucho, pero ya ves, seguimos siendo amigos y ahora hasta consuegros somos, pero
no voy a volver... Ese apartamento, para nuestros hijos. ¡La apertura en España es ya un hecho!

19
Los Hombros
de América

MANUEL: Y tan hecho. Hasta la Pasionaria volvió.

JAVIER: (Tan irritable como en el primer acto) ¡De eso ni me hables! Yo toda la vida he sido socialista y si la
guerra se perdió, fue porque ella y los suyos y un poco de anarquistas y...

MANUEL: (Interrumpe) ¡Es tu último día aquí, Javier! Cuando suba Juanín con las cervezas tomamos el trago
de la paz.

JAVIER: ¡Lástima que no me fui en cuanto se murió el hombre!, como era mi idea, porque si en España van a
empezar ahora a resucitar Pasionarias, yo seré de los primeros que me tire a la calle a pegar tiros al
lucero del alba.

MANUEL: (Sorna) Apunta bien. Han pasado los años. La gente aprendió a disparar y por lo que se ve la
nueva generación...

JAVIER: (En su tono contestatario y empecinado de siempre) ¿Qué nueva generación, chico, qué nueva
generación? Después de cuarenta años de dictadura, de mordaza, de silencio, de cárceles y
persecuciones, no hay nuevas generaciones; hay un poco de borregos a los que hay que enseñar.

MANUEL: (Zumbón) ¡A lo mejor para eso llegó la Pasionaria!

JAVIER: (A punto de estallar de nuevo, pero logrando contenerse) ¡Me estás buscando la lengua, me la estás
buscando y no lo vas a conseguir! (Amigable) ¡Hazme caso, Manuel, vuelve a lo tuyo! España es lo
tuyo. Aquí siempre serás un extranjero. Además, allí tienes la vida asegurada. Se están reconociendo
las pensiones para los combatientes en la guerra civil... a los republicanos. Ah, para mí que eso es
una coba para no volver a dar guerra los que luchamos en el otro bando.

MANUEL: ¿Dar guerra o perder la guerra?

JAVIER: (Sin sentido del humor, pero no queriendo discutir) No vas a sacarme de mis casillas. (Metiéndose
un dedo por entre el cuello del liqui liqui) Yo no sé como la gente usa este tipo de traje. A mí me
ahoga.

Oscuro sin bajar el telón. Música criolla para el cambio.

SEGUNDO ACTO
SEGUNDO CUADRO
1984

Cuadro segundo. Siete años más tarde. Cuando se hace la luz, estamos en el mismo decorado.
Apartamento donde supuestamente viven ahora Begonia y Juanín. Pequeñas modificaciones. Algún cuadro
distinto y muchas matas. Begonia, se supone, dio a luz hace años. Esta más madura. Peinado, vestido, etc.
En la cocina, Begonia termina de adornar una torta en la que escribe, con una manguera para decorar tortas,
la última palabra.
BEGONIA: (Muy ama de casa)... "Venidos», (Lee) ¡Bienvenidos! ¡Bella!

Se abre la puerta y aparece Encarnación. Su figura y ademanes son los del primer acto. El pelo del color del
mismo. Ya no es rubia. Siete años mayor.

ENCARNA: (Hablando desde la puerta) ¡Qué inteligencia, Dios mío!, la de ese nieto mío y sólo con seis años.
Lo que sabe y lo que dice y lo que... ¡Bella esa torta, mi amor!

BEGONIA: ¿De verdad te gusta?

ENCARNA: ¡Una maravilla, mi vida, una preciosidad! Tienes unas manos... No es por alabarme pero en eso
saliste a mí. La cocina, el hogar... Lo que una te enseñó, y que claro, no aprovechas, porque eso de
trabajar en la calle, será muy moderno, muy de ahora y de aquí, pero tus primas de Madrid y las de
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Los Hombros
de América

Badajoz, mi cielo, en sus casas, atendiendo a sus maridos y a sus hijos...

BEGONIA: (Como algo que ha repetido mucho) Pero según tengo entendido en España las mujeres, igual
que aquí, también trabajan y...

ENCARNA: En esa mayoría no está tu familia, mi amor. Digan lo que digan y por más destape que haya, allí
todavía quedan mujeres como las de tu familia.

BEGONIA: Mi familia de allá, mamá, a la que no conozco.

ENCARNA: ¡Pero que es familia, no seas descastada! La familia, esté donde esté, es la familia, aunque
ahora, que va, aquello, no es lo que era. Fuman por la calle, se besuquean por la calle, los hombres
se visten de mujer. Unos días antes de venirnos otra vez para Venezuela, iba yo por la calle donde
toda la vida hemos vivido, que era una calle decente, de gente honrada, y veo a una gigantona
vestida descaradísima, abrazada (Sigue) a un joven y dándose unos besos de boca, mi amor, como
si estuvieran en un autocine.

BEGONIA: Y tú ahí viéndolos, seguro.

ENCARNA: Discretamente, hija mía, como hago yo todas las cosas, y porque me chocó aquello, y la muy
descarada de la mujerona me dice: ¿Qué mira usted, vieja idiota?

BEGONIA: (Divertida) ¿Te ofendió lo de vieja o lo de idiota, dime la verdad?

ENCARNA: Las dos cosas porque yo soy una señora. Pero más que ofenderme, casi me caigo redonda al
suelo del susto.

BEGONIA: ¿Qué susto?

ENCARNA: Porque la mujer aquella grandulona y vestida tan descaradamente no era una mujer... Era un
hombre vestido de mujer.

BEGONIA: (Divertida) ¡Qué destape tan bravo!

JUANÍN: (Entrando de la calle) ¡Aquí estoy y traigo la sorpresa!

BEGONIA: ¡Qué bueno! ¡A ver!

Juanín destapa el atado que carga y aparecen como una veintena de hallacas.

BEGONIA: ¿Serán buenas?

JUANÍN: Claro que sí, echas a mano y con amor por Misia Berenice, como siempre. Me dijo que las había
hecho ella misma, contentísima de que mi papá se regresara de España. (Cerca de la torta y
admirándola) ¡Oye, qué maravilla de torta!

ENCARNA: ¡Receta casera, mi amor, escuela!, yo desde que me casé...

JUANÍN: (Sin pararle e interrumpiendo) Si quiere una hallaca...

ENCARNA: (Sin ninguna convicción) A mí me gustan, sí, me como una, pero mi marido ni las prueba, él dice:
el maíz para las gallinas.

JAVIER: (Entrando) ¿No llegaron?

JUANÍN: Todavía no.

JAVIER: Hay que ser tan burro como lo es tu padre para no permitir que bajemos a buscarlos al aeropuerto.

JUANÍN: Ya sabe cómo es él. (Intención) No le gusta molestar.

JAVIER: Una cabeza dura ha sido toda su vida, eso lo sé. Pero ahora debe venir con el rabo entre las
piernas. Vio lo que es aquello. España se convirtió en una merienda de negros. ¿Libertad?
21
Los Hombros
de América

¡Libertinaje es lo que hay ahora en España! Y con los socialistas en el poder.

JUANÍN: ¿Y usted, no que es socialista?

JAVIER: Lo era. De los socialistas de antes, de los que dimos el pecho, pero ahora no, que va, aquello yo sé
en lo que está. Se están preparando para un golpe, el golpe va, eso lo veo venir como vi venir lo del
treinta seis. Y ese día ahí, me voy yo. A cortar cabezas. Porque ahora resulta que todo el mundo era
de izquierda. Una mierda, una mierda más grande que la Catedral de Burgos.

ENCARNA: ¡No te pongas a vociferar aquí como la hacías en España! ¡Dios mío, pasamos seis años allí en
una sola pelea! Un día, un grupo de jóvenes casi le dan una paliza porque los llamó «estómagos
agradecidos».

JUANÍN: Esa frase como que le gusta a él. ¿Verdad, señor Javier?

JAVIER: Aquel fue un grupo de exaltados de la nueva hornada que se creen más españoles y más rojos que
nadie. Los muy cara de culo.

ENCARNA: No te exaltes, Javier, no ganas nada con eso, estamos aquí y estamos felices y...

JAVIER: Feliz estarás tú que te acomodas a todo. Yo estoy de paso, a conocer a mi nieto, pero en cuanto la
cosa estalle allí, me devuelvo a poner las cosas en su sitio, a demostrar lo que es un socialista de
verdad, de los que no se dejan engañar.

Suena el timbre de la puerta y Encarna va hacia ella al tiempo que habla.

ENCARNA: Ese es el niño que se despertó. (Abre la puerta) (En un grito ante la presencia de Rosa y Manuel)
¡Rosa, Manuel, bendito sea Dios!

Todos corren. Ellos, los viajeros, traen bolsas de mano, maletines. Se abrazan. Se besan. Manuel muy
conmovido. Rosa emocionada.

JUANÍN: ¡Cónchale, papá, como se te ocurre no dejarnos bajar al aeropuerto!

MANUEL: Estamos aquí. Eso es lo que importa, ¿No?

ROSA: ¿Y mi nieto?

ENCARNA: (Amabilísima. Sincera) Está durmiendo. Ya lo busco.

ROSA: No lo despiertes todavía. Mejor saco de la maleta el pocotón de cosas que le traigo. ¡Ay, Encarna, qué
bello es aquello! ¡Madrid me encantó...! y Barcelona y Sevilla... Bueno, todo. ¡Yo vengo loca!

JAVIER: Y eso que no es ni la sombra de lo que era antes del treinta y seis. Entre unos y otros están
acabando con España. ¡Todo artificial! ¡Todo para los turistas! Pides un jugo y te lo dan de pote.

ROSA: ¡Pero divino! Juanín, hijo, dejamos las maletas en la conserjería, no quise que tu papá cargara más.

JUANÍN: Voy (Juanín sale).

Manuel ve su casa. Complacido. Rosa con Encarna.

MANUEL: ¡Todo igual, más matas, yo creo que algún otro cuadro, pero todo igual!

BEGONIA: En la nevera hay cerveza fría... las compró Juanín... Bien frías, como siempre también. Y hallacas.

MANUEL: ¿Las hiciste tú?

BEGONIA: (Repite) ¡Ojalá! Las hizo Berenice, como siempre, «también».

ROSA: Son buenas, pero no como las mías, ¿ah, Javier?

JAVIER: La verdad, Rosa, que hay cosas que tú haces muy bien. Aprendiste con éste a hacer cocido
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Los Hombros
de América

madrileño, fabada, pero las hallacas y el maíz...

ROSA: ...para las gallinas... decía así, ¿no?

Manuel está sacando la cerveza de la nevera, y viendo la lata...

MANUEL: Cuando estaba en España me acordaba de la cerveza de aquí, allí...

JAVIER: No la saben servir... no la saben tirar, que es como se decía cuando se hablaba el español que se
debe hablar. No ves que en España todo es para los de afuera, para los turistas... Dentro de poco,
todos los españoles hablarán inglés.

MANUEL: (Divertido) O francés o sueco o danés. Parece que la gente que más viaja a España son los
europeos.

JAVIER: Que son los que de verdad no dejan los dineros, que esos van al céntimo, haciendo cuentas todo el
día... pero claro, como para ellos España es una golilla.

ROSA: Y lo que me gustó el gazpacho... yo estaba todo el día en eso.

JAVIER: Mal hecho como todo ahora... enlatado todo. Con los gringos metidos hasta en la sopa, aquí vamos
por ese camino... menos mal que algo de petróleo queda todavía.

ROSA: ¡Ah, chico, no sé, pero sí, de verdad que yo veo que en España la gente vive bien! ¿Verdad, Manuel?

MANUEL: Yo creo que sí, o por lo menos han aprendido a vivir diferente a como vivíamos nosotros. Más al
día, con más despreocupación.

JAVIER: Y menos vergüenza. En España se ha perdido la vergüenza. Y los curas acompañando todo el
desenfreno, ellos que deberían dar el ejemplo.

MANUEL: (Divertido todavía) ¡Ah, pues, y tú y que eras anticlerical!

JAVIER: Y lo sigo siendo, pero si la iglesia no pone freno. ¿Quién lo va a poner? ¿Los socialistas de nuevo
cuño? Y el Rey, además, los apoya.

ROSA: (Interviniendo) ¡Bello el Rey, y la Reina tan distinguida, se ve que el pueblo la quiere! ¿Verdad,
Manuel?

MANUEL: Yo creo que sí.

JAVIER: (Casi atragantándose con el buche de cerveza) ¡Ay, la madre del cordero! ¡Este ha venido
enamorado de los Reyes de España! ¡Es lo que me faltaba, un rojo monárquico!

MANUEL: Un rojo que ha visto, Javier, no me lo han contado. Yo a los españoles los veo contentos. Me
parecen otros, más altos, más alegres, no sé. (Sigue) Creo, amigo, que nosotros nos quedamos, que
creíamos que íbamos a encontrar la España que dejamos y afortunadamente cambió.

JAVIER: ¿Afortunadamente? Sí, hombre. Afortunadamente para los cuatro estómagos agradecidos que...

JUANÍN: (Entrando)... ¿Quiénes son los estómagos agradecidos esta vez?

ROSA: No empiecen, por favor, que estamos recién llegados.

Rosa en sus acciones. Saca ropa. Pequeñas prendas de niño...

ENCARNA: Eso es verdad. No más peleas. Ni hablar de eso. Yo, Rosa, si estoy contigo, que va, mi amor.
Que aquí se vive muy bien y aquí la gente es como es, como debe ser, que allí, y Javier no dejará
mentir, se ven cosas que no son lo que deben ser. Y las mujeres, Dios, que cosas más espantosa,
que yo pensé cuando iba a la playa que eran turistas francesas o suecas, de esas mi amor, que lo
enseñan todo, algunas con las tetas por las rodillas, que pena le daría a una a cierta edad, andar
así... Y eran españolas... ¡Españolas! Hasta de Valladolid que es una ciudad tan seria y donde se
habla tan fino... ¿Y los hombres?... Los hombres, mi vida, con unas camisas que a Lila Morillo le
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Los Hombros
de América

parecerían exageradas. Se perdió todo, todito, porque las mujeres andan detrás de los hombres y si
son más jóvenes que ellas mejor... hasta una viuda de guerra que yo conocía, que puede ser casi mi
mamá, anda de romance con un tipo que le lleva como veinte años. Y eso no pasa aquí, mi amiga, no
pasa, que aquí la gente sigue muy pegada a su marido, a su telenovela y a su casa, como tú, Rosa,
que yo digo siempre: « Rosa, mi amor, vivirá en concubinato, pero que va, Rosa es una señora, una
dama y una madre como hay pocas». (Viendo algo que Rosa saca de la maleta) ¡Qué bello ese
vestido!, pero te advierto que aquí ya los están haciendo igualitos y hasta más baratos, que ahora en
España no se puede vivir porque todo cuesta un ojo de la cara y...

JAVIER: (Retornando el soliloquio de Encarna)... ¿Y la política? ¿Qué me dices de la política? Todo manga
por hombro, ¡hombre!, que no hay derecho, que los que dimos el callo estamos jodidos con ese
cuento de la pacificación, y que hay que olvidar, y que si nosotros nos quedamos antiguos. ¿Olvidar?
¿Y si olvida uno, qué le queda aparte de la rabia, ah?

MANUEL: Olvidar la rabia. Javier, convéncete, nosotros no estuvimos allí, ellos, los que se quedaron,
supieron arreglar lo que están viviendo, lo que quieren vivir.

JAVIER: ¡Un cuerno frito! No están arreglando nada. Y si tú ahora resulta que después de cuarenta años aquí
vas a venir defendiendo aquello, es que tú no quieres ni aquello ni esto.

ROSA: Manuel vivía deseando volver aquí, era yo la que no quería, por mí me hubiera quedado. En España
me sentía muy bien.

MANUEL: Yo también me sentía muy bien.

JAVIER: ¿Y por qué no te quedaste entonces, ah?

JUANÍN: Vino a ver a su nieto, ¿verdad, viejo?

MANUEL: No. Vine por lo que te dije antes. Allí no tengo nada que hacer, otros lo hicieron por mí.

JAVIER: ¡Y vienes de lo más contento! ¡Viva el Rey! ¡Barriga llena, corazón contento!

MANUEL: ¡Vida plena y saber dónde uno quiere estar, y corazón alegre y felicidad para la vejez y dejar de
pelear! Eso es lo que quiero.

JAVIER: Siempre lo mismo. Siempre serás un irresponsable y un...

JUANÍN: «¡Estómago agradecido!».

JAVIER: Tú no te burles de mí, pelagatos.

La bronca comienza a iniciarse cada vez con más alto tono de voz.

MANUEL: A mi hijo no le dices tú pelagatos, burro.

ENCARNA: Y a mi marido tú no le dices burro, que él tiene razón. Más burro eres tú.

ROSA: ¡Ah no, si van a insultar a mi marido, mejor se me van de la casa!

JAVIER: ¡Desde luego que me voy, pero antes me oyen, me oyen cuatro cosas!

BEGONIA: ¿Por qué no van a ver al nieto?

JAVIER: Porque mi nieto no tiene por qué tener un abuelo como este. Un convencido. ¡Un cambia-chaquetas!
Que ahora está con los socialistas y con el Rey.

MANUEL: ¡Yo estoy con quien me da la gana! ¡Vete con tu amargura a otra parte!

ENCARNA: Desde luego que sí. ¡Y tú, Rosa, cada día me defraudas más! Ahora resulta que hablando de la
Reina de España como si fueras al mercado con ella todos los días o le estuvieras leyendo el tabaco.

ROSA: Ah, no, chica yo contigo no quiero discutir. Begonia, tráeme a mi nieto.
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Los Hombros
de América

JAVIER: ¡No lo traigas, Begonia!

ENCARNA: No dejes que te catequicen en esta casa. Aquí les gusta discutir de todo, y hablar de todo el
mundo, como si ellos no tuvieran faltas.

MANUEL: ¿Qué faltas tiene mi mujer, ah?

JAVIER: ¡A mi esposa legítima no le grites!

Hablan incoherencias, todos a la vez, repitiendo una y otra vez lo ya dicho.

BEGONIA: (Como en el primer acto. A media voz) ¡Voy a tener otro muchacho!

La bronca se hace ahora de frases coherentes. No escucharon a Begonia.

JAVIER: Así eres tú. ¡Del último que llega! ¡Por eso es que ustedes perdieron la guerra!

MANUEL: ¿Nosotros? ¿Acaso tú no la perdiste?

JAVIER: Yo sigo en la guerra.

BEGONIA: (Alzando la voz por encima de todos ellos) ¡Voy a tener otro muchachito! ¡Estoy embarazada!

Todos callan viendo a Begonia. Juanín emocionadísimo.

ENCARNA: ¡Hija!

ROSA: ¡Qué divino! ¡Otro nieto, Manuel!

MANUEL: ¡Maravilloso, otro varón, y que le pongan de nombre Francisco!

JAVIER: Si hombre, Francisco, como Francisco Franco, no te jodo.

MANUEL: Francisco, como San Francisco de Asís. ¿O es que el único Francisco ha sido Franco?

JAVIER: Es que te conozco, conozco tus tufillos fascistas.

MANUEL: ¡Fascista tú, fascista y reaccionario!

ENCARNA: No discutas con ese hombre. Todavía hay clases.

ROSA: ¡Desde luego que las hay, Encarna! En España me di cuenta afortunadamente: ¡no todas las
españolas son como tú!

JAVIER: (A Manuel) ¡Será la última vez que discuta contigo!

ENCARNA: (A Rosa) ¿Qué tienes que decir de mí?

ROSA: (Envalentonada) Yo nada. Eres tú la que lo dices todo.

MANUEL: (A Javier) ¡Mejor, chico, porque yo no estoy discutiendo contigo. ¡Me encanta lo que está pasando
en España y lo que los españoles están haciendo!

Se enzarzan de nuevo en una pelea que no entendemos... sus frases pueden ser las mismas pero
pronunciadas enredadamente.

Begonia y Juanín avanzan a primer término del escenario.

JUANÍN: ¿Por qué no me lo habías dicho?

BEGONIA: Era una sorpresa. Quería que lo supiera toda la familia al mismo tiempo.

JUANÍN: Vamos a buscar a nuestro hijo para decírselo.

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Los Hombros
de América

Las dos parejas de padres siguen discutiendo a todo dar.

BEGONIA: ¿Y ellos?

JUANÍN: ¡Déjalos! No van a darse ni cuenta de que nos fuimos.

BEGONIA: ¿Pero, por qué siempre lo mismo?

La discusión al fondo. Juanín ve a Begonia.

JUANÍN: ¡No sé! O bueno, si sé: son españoles.

Oscuro rápido. Sigue la discusión.

Música española, la misma del Primer Acto. Rápido telón.

FIN DE
«LOS HOMBROS DE AMÉRICA»
Septiembre 1987

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