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IMPULSO INVOLUCIONARIO:

Las ecologías afectivas y las ciencias del encuentro con plantas e insectos.

Traducción por Daniela Céspedes

Edición por Tomás Flores

Material realizado y liberado gratuitamente por Colectivo Pliegue. Texto correspondiente a nuestro Grupo
de estudio Nuevas Epistemologías (en instagram: @pliegue, Youtube: Producciones Pliegue). Si deseas
colaborar traduciendo otros artículos de forma voluntaria o mejorar esta traducción, escríbenos a
producción@pliegue.cl

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Los naturalistas llevan mucho tiempo fascinados con las prácticas mediante las cuales las plantas atraen
a sus insectos y animales polinizadores. Las orquídeas son una de las grandes familias de plantas que han
llamado la atención, por las técnicas que utilizan para asegurar la fertilización. Charles Darwin fue uno de
los naturalistas del siglo XIX que invirtió tiempo en documentar los encuentros entre orquídeas e insectos.
Tras años de estudio intensivo, su tratado de 1862, Sobre los diversos artificios por los que las orquídeas
son fecundadas por los insectos exclamaba: "[C]uán numerosos y bellos son los artificios para la
fecundación de las orquídeas". En su descripción de la especie Orchis mascula, insistió, "[E]n ninguna otra
planta, o de hecho en casi ningún animal, pueden las adaptaciones de una parte a la otra, y del conjunto
a otros organismos muy alejados en la escala de la naturaleza, pueden ser considerados más perfectos
que las que presenta esta Orchis" (28). Desde el punto de vista de su teoría de la selección natural, los
cuerpos de las orquídeas y de los insectos estaban perfectamente articulados entre sí, sirviendo tanto
para la reproducción de las orquídeas como para la alimentación de los insectos. Darwin se deleitó con su
capacidad para discernir la funcionalidad mecánica y la utilidad de las orquídeas y tomó esto como una
demostración de que incluso, las formas bellas tenían valor utilitario y adaptativo. En este sentido, su
libro sobre las orquídeas debía leerse como una prueba de la existencia de la selección natural y la
adaptación, de hecho, como un estudio del caso más difícil (Browne, Charles; Desmond y Moore).

Los investigadores que estudian la ecología de la polinización de las plantas hoy en día se enfrentan a un
conjunto de teorías evolutivas que se han modificado significativamente desde la elaboración de Darwin
de la selección natural en su Origen de las Especies de 1859. Los comportamientos de las plantas y los
insectos se basan ahora en modelos deterministas, que reducen las interacciones entre especies a la
acción de "genes egoístas" orientados a la tarea de reducir el gasto energético de un organismo,
mientras se maximiza su aptitud reproductiva para la supervivencia de la especie a largo plazo (véase
Dawkins, por ejemplo). Este tipo de argumentos neodarwinistas son endémicos en el floreciente campo
conocido como "ecología química" (véase Dicke y Takken, por ejemplo). Los investigadores de este campo
se centran en los determinantes químicos que conforman las relaciones ecológicas, incluidas las
feromonas y otras sustancias químicas de señalización que secretan los organismos para atraer, repeler y
comunicarse entre sí. Si Darwin describió la brillante gama de colores, formas flexibles, texturas sensuales
y néctares dulces que atraían a los polinizadores hacia las flores de las orquídeas, hoy los ecólogos
químicos se acercan a las plantas con la atención y los instrumentos adecuados a las nubes de atractores
químicos volátiles que las plantas sintetizan y liberan en la atmósfera.
La lógica neodarwiniana es particularmente pronunciada en los estudios que se realizan actualmente
sobre las orquídeas Ophrys (véase, por ejemplo, Vereecken y Scheistl; y Vereecken et al.). Muchas de las
numerosas especies que componen el género Ophrys tienen la notable capacidad de atraer a los
polinizadores a pesar de que no ofrecen a los insectos una "recompensa" de néctar. Los ecologistas
químicos han descubierto que las especies de Ophrys pueden atraer a sus polinizadores de forma selectiva
exhalando compuestos volátiles que imitan las feromonas sexuales de sus insectos polinizadores. Estas
nubes volátiles pueden provocar comportamiento sexual "típico" en los insectos macho: por ejemplo, los
científicos han observado que las abejas macho excitadas se arremolinan alrededor de las flores,
exponen sus genitales antes de aterrizar y realizan "movimientos precopulatorios" mientras intentan
fervientemente copular con ellas (Nilsson 257). Al hacerlo, las abejas participan "inadvertidamente" en
la fecundación de las orquídeas. Estudios recientes sobre el comportamiento de los polinizadores señalan
que las abejas macho incluso "intentan regularmente copular con pequeñas cuentas de plástico
perfumadas con mezclas sintéticas" tanto de feromonas sexuales femeninas como de extractos florales
(Vereecken et al. 330). El señuelo aromático de las orquídeas Ophrys se ha convertido en un caso de
manual sobre la estrategia evolutiva conocida como "engaño sexual", una forma de mimetismo
“Pouyaniano”, llamado así por el botánico francés que describió por primera vez el fenómeno
(Vereecken y Schiestl 329; Correvon y Pouyanne). También conocido como mimetismo "agresivo", esta
estrategia permite a las orquídeas Ophrys aprovechar las inclinaciones sexuales de los insectos macho
para sus propios fines. Las orquídeas aparecen en estos relatos como "fraudes" involucrados en una
"estafa sexual" (Nilsson 255; Vereecken y Schiestl). En esta historia, las "respuestas conductuales innatas"
de los insectos macho son explotadas (Vereecken y Schiestl 7484). Los insectos son identificados como
"incautos" que han caído en una señal que finge el olor de sus hembras congéneres (Vereecken y Schiestl
7486).

Ofrecemos este ejemplo del mimetismo de Ophrys para mostrar cómo los relatos que están surgiendo
en el campo de la ecología química restringen las narrativas de las relaciones entre especies. En este
relato, el comportamiento del organismo se racionaliza según una lógica calculadora y funcionalista.
Por ejemplo, según L. Anders Nilsson, la excitación de los insectos y la exhibición de las orquídeas no
deben exceder los de una lógica económica orientada a minimizar el gasto de energía y recursos, y
maximizar el "rendimiento reproductivo". Preocupado por los efectos del mimetismo de Ophrys en la
conservación de las energías sexuales de las abejas macho, Nilsson llega a asegurar a sus lectores que las
abejas macho pueden diferenciar entre las flores y las hembras y que, aunque se excitan, "la eyaculación
no se produce en las flores": "Sólo la excitación sexual suficiente más que una excitación completa, a un
nivel que evita el agotamiento del polinizador y la pérdida de esperma" (257). Siguiendo una formulación
neodarwiniana, el mimetismo de Ophrys no debe ser demasiado eficaz, pues de lo contrario, la población
de sus polinizadores declinaría (véase también Vereecken y Scheistl). Obsérvese también cómo cualquier
indicio de intimidad entre especies está cuidadosamente restringido en este relato.

El acontecimiento de la polinización en estos relatos es un encuentro decididamente "asimétrico"


(Nilsson 259). Las declaraciones recientes en la literatura se resisten a utilizar el término "coevolución"
para describir este fenómeno en Ophrys. Dado que las orquídeas Ophrys no ofrecen alimento a los
insectos visitantes, el evento de polinización no se considera un encuentro mutuamente beneficioso;
sino que se trata de un fenómeno engendrado por una "adaptación unilateral" de la orquídea a la abeja
(Vereecken et al. 330)
En este relato, las orquídeas son las únicas participantes que obtienen un beneficio del encuentro, y los
insectos se vuelven pasivos ante las artimañas de las plantas. Aunque se les conceda el poder de engañar,
estas plantas siguen figurando como actantes mecánicos: sus químicos aromáticos, en una sintonía casi
perfecta, no son proposiciones ingeniosas; son simplemente los efectos ciegos de la variación genética en
curso, sometida a las fuerzas selectivas impuestas por sus polinizadores.

Una economía neodarwiniana, al parecer, no puede admitir el placer, el juego o la improvisación dentro
de las especies o entre ellas.

Este ensayo propone una lectura alternativa de la ecología de plantas e insectos. En lugar de reafirmar
esta historia neodarwiniana, trabajamos "a contracorriente" de la lógica dominante en la ecología de las
plantas. Seguimos al antropólogo de la ciencia Stefan Helmreich, que identifica las teorías como
herramientas explicativas y como fenómenos que necesitan ser explicados (Alien). Él afirma que los
enfoques "transversales, oblicuos", o "laterales" a las teorías explicativas “pueden producir
representaciones convincentes de un mundo real" (23). Leemos a contracorriente del neodarwinismo
para encontrar otros modelos para una ciencia de la ecología. Para ello es necesario leer con los sentidos
puestos en sintonía con las historias contadas, en registros que de otro modo estarían silenciados.
Trabajando en contra de las lógicas reduccionistas, mecanicistas y adaptacionistas que fundamentan
las ciencias ecológicas, ofrecemos una lectura que amplía los relatos de las prácticas creativas,
improvisadas y rápidas a través de las cuales las plantas y los insectos participan en la vida de los demás.
En este ensayo complementamos la lógica evolutiva con un modo involutivo de atención. Nos
preguntamos: ¿Y si la topología de los encuentros insecto/orquídea estuviera condicionada no sólo por
una economía calculadora que busca maximizar la aptitud, sino que también por una ecología afectiva,
conformada por el placer, el juego y la experimentación?
¿Cómo cambiaría, por ejemplo, la historia de la polinización de Ophrys, si reescribiéramos estas relaciones
en modo involutivo? Amplias claves para una lectura involucionaria pueden hallarse en la literatura. Los
estudios de campo sobre la polinización de las orquídeas Ophrys por parte de las abejas, realizados en la
década de 1970, enfatizaron la tactilidad y la fisicalidad del sexo entre orquídeas e insectos. Estos estudios
mostraron que la estructura del labelo de la Ophrys y la "dirección de los pelos" de su epidermis son
"esenciales" para la experiencia del insecto al iniciar la "cópula" con la flor (Kullenberg y Bergström 20-21;
Kullenberg) (véase la figura 1). Una larga historia de investigación sobre la sensibilidad al tacto de las
plantas (véase Bose; Braam; Darwin y Darwin, Power of Movement) atestigua la excitabilidad de los tejidos
vegetales, y como veremos, los experimentos de Darwin en la década de 1860 demostraron que las
orquídeas pueden alterar su anatomía en respuesta a los insectos visitantes. Estudios más recientes
demuestran la importancia de la microestructura de los pétalos de las orquídeas y su colorido, y sugieren
que estas características atraen a los machos a “entregarse” a los placeres de la pseudocopulación (véase,
por ejemplo, Bradshaw et al.). Un estudio reciente sobre las abejas de las orquídeas neotropicales sugiere
incluso que estos insectos recogen sustancias químicas volátiles de las flores y las "almacenan" en "bolsas"
para "exponer después sus 'perfumes'" durante las exhibiciones de cortejo (Shorkhopf, Mitko y Eltz 953).
En lugar de proponer teorías de "adaptación unilateral", estos relatos enmarcan a las orquídeas y sus
polinizadores en un modo "coevolutivo" (Bradshaw et al.) que llama la atención sobre las prácticas que
unen a plantas e insectos en una asociación multisensorial cargada de afecto. En una lectura involutiva,
las relaciones miméticas entre plantas e insectos toman forma en el espesor del espacio entre los
cuerpos donde los afectos y las sensaciones se transducen a través de tejidos excitables. En este sentido,
el poder mimético de los aromas seductores de Ophrys no tiene por qué reducirse al resultado de la
ventaja selectiva de las mutaciones aleatorias. En una lectura involucionista, la mímesis es un efecto y
una constelación de afectos inmanentes a los cuerpos responsivos, sensibles y sensitivos.

Este ensayo llama la atención sobre los afectos, las sensaciones y las prácticas que conforman las
relaciones en las ecologías de planta/insecto. A lo largo del ensayo desmenuzamos el concepto de
impulso involutivo para explorar un enfoque feminista de la relacionalidad entre especies. Reunimos las
teorías feministas del afecto, la diferencia y la responsabilidad para articular lo que Isabelle Stengers
podría llamar una "ecología de las prácticas" (Cosmopolitics) entre las plantas, los insectos y los científicos
que ponen de manifiesto sus intrincadas relaciones.

Comenzamos este análisis visitando a Darwin en su casa a las afueras de Londres y observándolo mientras
documentaba los detalles de la anatomía de los insectos y las orquídeas. Donde su obra de 1859, Origen
de las Especies, le permitió elaborar una visión panorámica del cambio en las especies individuales a lo
largo del tiempo evolutivo, su trabajo sobre las orquídeas lo envolvió en los ritmos diarios y en los
encuentros mundanos de las especies mezcladas, cuyas intimidades extrañas y desconocidas desafiaban
las suposiciones sobre los límites corporales y de las especies. De hecho, cuando Darwin centró su
atención en los encuentros íntimos entre las orquídeas y sus insectos polinizadores, sus relatos
funcionalistas sobre la adaptación se vieron a veces silenciados por historias de afinidades, atracciones
e intimidades. La propia práctica experimental de Darwin adopta la forma de una etología sensible a las
prácticas de las plantas y los insectos. Al rastrear sus técnicas experimentales multisensoriales nos
encontramos con que se inclina hacia el evento de la polinización para imitar tanto a los insectos como a
las orquídeas, mientras intenta generar pruebas experimentales de los mecanismos de la fecundación.
Junto con los insectos, Darwin fue capturado en la órbita de estas seductoras plantas. Este ensayo
documenta cómo su práctica experimental inquisitiva y multisensorial lo tuvo afectivamente enredado en
el acontecimiento de la fertilización. Cuando amplificamos los modos de atención e implicación de Darwin
en los ritmos diarios de la vida entre insectos y orquídeas, encontramos en su relato los contornos
nacientes de una ecología afectiva que constituye la base de una ciencia de las relaciones interespecies.

La investigación de Darwin se opone a los relatos neodarwinistas contemporáneos que reducen las
complejas relaciones entre las orquídeas y los insectos de tal manera que anulan la capacidad de acción
de las orquídeas y los insectos y hacen que las ecologías estén pobladas por autómatas ciegos y reactivos.
Con la esperanza de reimaginar la ecología en un modo involutivo, nos dirigimos al campo más amplio
de la ecología química para desarrollar una lectura involutiva de la investigación contemporánea sobre la
señalización de las plantas y la comunicación entre especies. Los investigadores de este campo se han
interesado especialmente por las plantas y están descubriendo que estos organismos pueden catalizar
ecologías enteras sintetizando y dispersando señales químicas volátiles. En el proceso, están produciendo
fascinantes reportes de las plantas como practicantes [practitioners] con el ingenio y el "know-how" para
"hacerse amigas" de los insectos y "defenderse" de los herbívoros. Pululando bajo la superficie de los
relatos neodarwinistas de los ecologistas químicos, encontramos los destellos de una ecología afectiva
contorneada por afinidades y repulsiones, y repleta de plantas elocuentes y otros organismos locuaces.
La segunda mitad de este artículo documenta la inserción de los investigadores y sus instrumentos en
medio de una ecología efusiva plena de interacciones entre señales químicas. Como primer paso para
reunir estos hilos dispares situamos nuestro giro trópico hacia las ecologías de las plantas en el contexto
de los trabajos recientes sobre las vidas y los mundos más-que-humanos.

Un giro trópicol hacia las ecologías vegetales

Presentadas en la mayoría de los casos como los objetos estáticos y estéticos de los cuadros de
naturaleza muerta, las plantas son situadas habitualmente en la parte inferior de esas
persistentes jerarquías de los seres vivos que identifican el movimiento hacia el exterior y la
acción como signos de agencia y vitalidad. Las plantas tienden a ser dejadas en la maleza,
relegadas a un segundo plano en el que se desarrolla la acción real del mundo. Y, sin embargo, los
profesionales que trabajan estrechamente con las plantas ofrecen una perspectiva novedosa. En
The Aliveness of Plants, de Peter Ayrs, se señala que Darwin es más conocido por su trabajo sobre
los animales. Sin embargo, esta fama oculta su compromiso a largo plazo con los estudios
botánicos, un compromiso que compartió con muchos miembros de su familia, incluido su abuelo
Erasmus Darwin, famoso por su animado relato poético de la vida y los amores de las plantas. Los
otros entusiastas de las plantas incluyen a Marie Stopes, una conocida botánica británica de
principios del siglo XX y defensora del control de la natalidad, que reconoció que las plantas habían
sido pasadas por alto por la gran atención prestada a los animales en el pensamiento evolutivo.
En su libro Ancient Plants, Stopes señaló: "Tan silenciosamente y tan lentamente [las plantas]
viven y se mueven que, en nuestro apresurado movimiento, a menudo olvidamos que
pertenecen, al igual que nosotros, a los organismos vivos y en evolución" (174; véase también
Hustak). Como Stopes, la Premio Nobel Barbara McClintock tenía un "sentimiento" por la vida
dinámica de las plantas (Keller). Ella era genetista de maíz y pasaba los veranos experimentando
con el maíz en campos de pruebas agrícolas. Se sentía obligada a seguir el ritmo de sus plantas
mientras crecían bajo el cálido sol del verano. Vio más allá de las formas estáticas que
normalmente registramos: "Los animales pueden caminar, pero las plantas tienen que quedarse
quietas para hacer lo mismo con ingeniosos mecanismos". Según ella, las plantas pueden "hacer
casi cualquier cosa que se les ocurra" y tienen inmensas capacidades para el movimiento de
maneras que están "fantásticamente más allá de nuestra imaginación" (199-200). Para Stopes,
McClintock y muchos de los practicantes que documentamos en este ensayo, las plantas son
practicantes [practitioners] que viven vidas activas con una extraordinaria destreza sensorial y
una predilección por los comportamientos innovadores.

En The Vegetative Soul, Elaine Miller sostiene que los recientes estudios feministas sobre lo no humano
siguen valorando la actividad del animal por sobre la aparente pasividad de la planta. Los enfoques
sobre lo no humano tienden a privilegiar el "valor de encuentro" de los organismos que los humanos
pueden "tener en cuenta", es decir, aquellos animales junto con los cuales podemos cerrar los ojos
(Haraway, When Species). Sin embargo, si la atención a los animales puede hacer que los investigadores
queden atrapados en un circuito afectivo que se repite de forma iterativa y recursiva entre humanos y
animales, sostenemos que la investigación sobre las plantas nos hace correr por los rizomas hacia una
ecología interespecífica. Los cuerpos de las plantas son extensos, dispersos y enmarañados: "[A]ún cuando
tienen raíces, siempre hay un exterior en el que forman un rizoma con otra cosa: con el viento, con un
animal, con los seres humanos" (Deleuze y Guattari 11). Gilles Deleuze y Félix Guattari nos instan a "seguir
las plantas", y lo que aprendemos es que para seguirlas hay que sumergirse en el suelo, mezclarse con
hongos y microbios simbióticos, conversar con los insectos y dejarse llevar por otros cultivadores de
plantas, sólo algunos de los cuales son humanos. Uno se encuentra inmediatamente en la espesura de las
relaciones entre especies, una maraña de "seres y hechos" (Schrader) cargada de afectividad. Los cuerpos
distribuidos y descentralizados de las plantas pueden verse como un "nodo de acción duradera" en torno
al cual giran otras relaciones (Haraway, Modest_Witness 142). De este modo, las plantas pueden
enseñarnos a intensificar el "valor de encuentro" en cualquier ecología. Es a Darwin a quien acudimos
en busca de guías para este mundo interespecies.

Darwin entre las orquídeas

“He tenido mucha suerte y ahora he examinado casi todas las orquídeas británicas frescas, y cuando esté
en la costa edactaré un artículo bastante largo sobre los medios de su fertilización para la Linn. Soc. y no
puedo imaginar nada más perfecto que los muchos y curiosos ardides. No descansaré hasta ver un
Catasetum expulsar masas de polen y un Mormodes torcer su columna”

Charles Darwin

A lo largo de unos veinte años, Charles Darwin produjo seis volúmenes dedicados al estudio de las plantas.
Pero fueron las orquídeas, con sus ornamentadas estructuras florales, sus colores y sus olores, las que
captaron toda su atención. Confesó en una carta a J. D. Hooker el 13 de octubre de 1861: "Nunca me
interesó más un tema en mi vida que el de las orquídeas". En una carta anterior insistía en que "no
descansaría" hasta que viera por sí mismo cómo estas plantas en flor se dedicaban a sus increíbles
"ardides" para atraer a los insectos polinizadores (9 de junio de 1861). Estaba obsesionado. De hecho,
había pasado años coleccionando especímenes de orquídeas y maravillándose con las artísticas anatomías
con las que atraían a los insectos para polinizar sus flores (Browne, Charles).

Cuando Darwin publicó De las varias ardides por las cuales las orquídeas británicas y extranjeras son
fertilizadas por insectos en 1862, consideró a las orquídeas como un caso específico para ilustrar la amplia
teoría evolutiva desarrollara en el Origen de las especies (Browne, Charles 200). Uno de los principios de
esta teoría era que las especies se benefician de la reproducción sexual con otros miembros de su especie.
Un corolario era que la autopolinización -la producción de una nueva generación a partir de un individuo
que alberga tanto órganos reproductores "masculinos" como "femeninos" - es perjudicial para mantener
la variación en una población. Al principio de su trabajo sobre las orquídeas, Darwin explica que El origen
de las especies "sólo daba razones generales para creer que es una ley casi universal de la naturaleza el
que los seres orgánicos superiores requieran de un cruce ocasional con otro individuo". Su texto sobre las
orquídeas, sin embargo, demostraría la plenitud de esta convicción a través de una estrecha investigación
de los intrincados mecanismos por los que estas plantas evitan la autofecundación y aseguran la
fecundación cruzada con otras (On the Various Contrivances 1): "La diversidad de los artificios, casi todos
adaptados para favorecer el entrecruzamiento de flores distintas, parece no tener límites" (158). Admitió
que las formas ancestrales de las orquídeas pueden haberse reproducido, pero que su supervivencia
reproductiva dependía del desarrollo de relaciones con insectos polinizadores que pudieran facilitar la
reproducción mediante fecundación cruzada. Resulta que las orquídeas estaban atrapadas en un
ensamblaje interespecífico que perturbaba las sexualidades normativas victorianas y los límites de las
especies.

Aunque su intención era utilizar a las orquídeas como caso de prueba para sacar los detalles locales y
particulares de la teoría evolutiva (Burkhardt), leemos a Darwin a contracorriente de su lógica evolutiva.
A nosotras nos interesan los momentos de perplejidad, exceso y tirón afectivo: momentos en los que
quedó atrapado en el impulso energético que reúne a los organismos en complejas relaciones
ecológicas. Sus estudios sobre insectos que fecundan orquídeas nos ofrecen un retrato de alta resolución
del tipo de afinidades a las que había aludido en la famosa metáfora del "banco enredado". En efecto, es
en la conclusión del Origen de las especies donde se encuentra a sí mismo "contemplando" la "inextricable
red de afinidades" de "un banco enredado vestido con muchas plantas de muchas clases, con pájaros
cantando en los arbustos, con varios insectos revoloteando, y con gusanos arrastrándose por la tierra
húmeda" (489). En la conclusión del Origen de las especies, Darwin amplía su punto de vista desde las
trayectorias evolutivas de las especies individuales hasta una consideración de las relaciones ecológicas.
Este "banco enredado" describe un medio momentáneo contorneado por múltiples especies que se
involucran en la vida de las demás. Sólo tres años más tarde, en su tratado de 1862 sobre la polinización
de las orquídeas, vislumbramos que se involucra en una "red inextricable de afinidades" y que ofrece los
atisbos de lo que podría llamarse una ecología afectiva de los encuentros planta/insecto. En secciones
posteriores de este ensayo se examinará lo que está en juego en una lectura involucionista de la
fitoecología, pero por ahora centraremos nuestra atención en los experimentos de polinización de
Darwin.

Formas experimentales de vida

Viviendo en Down House, en la campiña inglesa, Darwin encontró no sólo un hogar propicio para el
estudio, sino también un laboratorio. La obra de Michael Boulter, El jardín de Darwin, ha destacado la
importancia de Down House como "un lugar que podría ofrecer pistas sobre transmutación, diferente de
lo que entonces se ofrecía en los museos y sociedades científicas" (23). En este hogar y laboratorio
experimental habitaban, entre otros muchos organismos, plantas, palomas, percebes y colaboradores de
Darwin, entre los que se encontraban miembros de su familia. Los habitantes de Down House formaban
una ecología afectiva. Darwin y sus hijos trazaron patrones de vuelo de las abejas y de sus visitas a las
orquídeas silvestres que crecían en los campos cercanos (Desmond y Moore 460; Smith 137). Cerca de su
escritorio, Darwin podía recurrir cómodamente a sus colecciones de insectos y a sus plantas. Junto a las
ventanas, colocaba plantas en macetas para observar detenidamente los efectos de la luz y la oscuridad
en los tropismos y el crecimiento de las mismas (Chadarevian; Darwin y Darwin, Power of Movement).
Aunque Darwin estudió muchas plantas, su fascinación por las orquídeas es bien conocida (Browne,
Charles 169). En su biografía de Darwin, Adrian Desmond y James Moore afirman que, después de que
Darwin pasara por su fase de los percebes y su obsesión por las palomas, se vio completamente envuelto
en el ámbito de las orquídeas. En su jardín o en algún claro cercano, a menudo se concentraba en las
mismas flores durante largos períodos de tiempo. Se empeñaba en captar a las abejas "trabajando" y
dedicaba una atención especial a la geometría precisa de las interacciones entre las orquídeas y los
insectos durante la polinización (On the Various Contrivances, 113).

Stengers ha utilizado el concepto de "logro" para comprender la participación colectiva de agentes más-
que-humanos en un mundo cambiante ("Including Nonhumans"). La casa y el jardín de Darwin eran
espacios experimentales que proporcionaron un lugar para este tipo de logros entre especies.

Figura 2ª. Anatomía de una orquídea, Orchismascula. Ilustración de G. B. Sowerby

En su práctica experimental, Darwin entabló una relación sensorial con sus sujetos de experimentación.
Jonathan Smith ha comentado el carácter distintivo de la botánica de Darwin, describiéndola como
"experimental y fisiológica, sin que huela a laboratorio" y "teóricamente informada pero cuidadosamente
descriptiva" (139). Smith hace hincapié en las dimensiones sensoriales de las observaciones científicas de
Darwin.
Características anatómicas etiquetadas. Reproducido con permiso de John van Wyhe, ed. 2002-. La obra
completa de Charles Darwin Online (http://darwin-online.org.uk/).

Vemos que el método de Darwin se rehusa a emular el modelo idealizado de un observador científico
imparcial y desvinculado. Participó activamente con sus sujetos de experimentación, hasta el punto de
que se sintió conmovido por ellos.

El relato de Darwin sobre la fecundación de las orquídeas se centra especialmente en cuatro partes
anatómicas: la probóscide del insecto, la larga lengua con la que absorbe el néctar; el rostelo de la
orquídea, el tejido que separa los órganos reproductores femeninos de los masculinos, que a menudo
contiene un líquido viscoso; el labelo, un pétalo que a menudo sirve como punto de aterrizaje para los
insectos y sirve para guiarlos hacia los nectarios; y los polinios, sacos que contienen polen para fecundar
otras flores. Investigó las anatomías de cientos de especímenes de orquídeas, prestando mucha atención
al color, la textura, la fuerza, la flexibilidad y la elasticidad de los tejidos, y la viscosidad, el olor y el sabor
de sus fluidos. El texto original de Darwin estaba ilustrado con intrincados dibujos que diagramaban las
características anatómicas de cada especie que examinaba. La figura 2a ilustra las características
anatómicas de la Orchis mascula; es una de las primeras figuras que aparecen en su texto.

Darwin se enfocó intensamente en las zonas de interacción donde las abejas y las orquídeas se
involucraban en la vida del otro. Observó ávidamente a los insectos chupar el néctar, observando cómo
algunos lamen el nectario durante más de dos o tres minutos. Tomó nota especialmente del labelo de
cada especie, ese pétalo especial que se extiende fuera de la flor como una plataforma y "ofrece" un
"excelente espacio de aterrizaje" (On the Various Contrivances, p. 98) y un "buen lugar de apoyo" (57)
para los insectos. En una especie, mostró cómo sus "dos crestas prominentes, inclinadas hacia el centro"
actuaban como una "guía" para atraer al insecto hacia el nectario. El "cuerpo flexible" del insecto le
permitía alcanzar el nectario y entrar en contacto con los polinios (25). Sin embargo, no bastaba con
afirmar que el insecto utilizaba el labelo como plataforma. Quería entender cómo el labelo "inducía" al
insecto a "posarse" (77). Para ello, observó los placeres del gusto que podían atraer al insecto. En un caso
observó que el labelo secretaba gotas de néctar tentadoras a cierta distancia del "verdadero nectario"
(77).

Darwin identificó el labelo de la orquídea como uno de los muchos artilugios que atraían a los insectos
hacia sus órganos reproductores. Lo que más le impresionó fue sobre todo el modo en que las orquídeas
se aseguraban de que los insectos visitantes abandonaran sus flores con sacos de polen adheridos a sus
cuerpos. Observó las flores día y noche y observó cuidadosamente a los insectos visitantes, anotando
especialmente que las flores habían perdido sus polinias y que los insectos se las llevaban con ellos.
Descubrió que cuando los insectos buscaban néctar, una orquídea a menudo "depositaba" activamente
su polinio en algún lugar del cuerpo del insecto. En algunos casos, las orquídeas harían todo lo posible
para asegurar que el insecto visitante se fuera con polen. En su revisión de 1877 de Sobre varios ardides,
observó que en algunas especies la labella no invitaba tan inocentemente al insecto a descansar. Estas
orquídeas eran "extremadamente sensibles o irritables" y los labelos tenían una habilidad de tipo resorte
que se activaba al contacto. En estos casos, un "insecto que hace contacto" que se posaba en la flor
quedaba "temporalmente aprisionado dentro de la flor, que de otro modo estaría casi completamente
cerrada", cuando ésta se cerraba (2ª ed. 87). El labelo permanecía "cerrado de media hora a una hora y
media, y al volver a abrirse" volvía a ser "sensible al tacto" (88). Los tejidos de las orquídeas eran para
Darwin excitables, y estas notables plantas podían alterar activamente su anatomía, retorciéndose,
girando y torciendo sus formas en respuesta a los insectos visitantes.
En su carta a J. D. Hooker citada en el epígrafe más arriba, Darwin insiste en que "nunca descansaría"
hasta ver a un "Catasetum expulsar masas de polen, y a un Mormodes torcer su columna" (9 de junio de
1861). Ambas especies tienen ingeniosos mecanismos que les permiten lanzar sus masas de polen con
gran fuerza a los insectos visitantes (véanse las figuras 3 y 4). Tuvo la oportunidad de observar estas
especies cuando se le enviaron especímenes a su casa. Sin embargo, tuvo que someter las flores a una
intensa experimentación antes de de que pudiera presenciar el espectáculo de la eyección de polen:

“Me enviaron varias flores [de Catasetum] por correo y por el ferrocarril, y debieron de ser muy
sacudidas, pero no explotaron. Dejé caer dos flores desde una altura de dos o tres pulgadas sobre
la mesa, pero las polinias no fueron expulsadas. Corté de golpe con unas tijeras el grueso labelo y
el ovario cerca de la flor; pero esta violencia no produjo ningún efecto. Ni tampoco pinchazos
profundos en varias partes de la columna, incluso dentro de la cámara estigmática. (On the
Various Contrivances, p. 24)

Darwin estaba sorprendido. Otras especies resultaron ser mucho más sensibles. En una especie encontró
que "un toque del más fino cabello humano es suficiente para causar la explosión" que liberaría el polinio
(142). En el caso de Catasetum, llegó a extremos para probar la "naturaleza de la excitación" que
provocaba la eyección del polen (224). En cinco ensayos con una especie de Catasetum "golpeó, dobló y
pinchó violentamente" su antena. Este enfoque agresivo no pareció provocar ninguna respuesta. Luego,
cuando tocó el lado izquierdo de la flor con menos fuerza, el polinio "salió disparado". En su sexta prueba,
Darwin dio "un golpe fuerte en la antena derecha". Esto aparentemente "causó el acto de expulsión", de
lo cual aprendió que la orquídea "no estaba completamente paralizada" por sus pruebas (228).

Cuando especies de Mormodes llegaron a su casa, se enfrentó a retos similares. Pasó días arduos con
estos especímenes, realizando ensayo tras ensayo en su intento de averiguar su peculiar mecanismo. Al
principio tuvo poco éxito: "Pinché profundamente la columna en diferentes partes y el estigma, y corté
los pétalos, e incluso el labelo, sin provocar la expulsión del polinio" (260). Tomó medidas drásticas: "A
una gota de cloroformo, de aguardiente de vino y de agua hirviendo sobre esta parte del rostelo, ni
tampoco, para mi sorpresa, la exposición de toda la flor al vapor de cloroformo" (261). Admite con
franqueza: "Al final de la duodécima prueba estaba desesperado" (261-62). Sin embargo, perseveró y
finalmente encontró que "una minúscula bisagra" que "articulaba" la antera a la columna "un poco por
debajo de su ápice filamentoso doblado" era, de hecho, "sensible al tacto":

“Lo intenté cuatro veces y descubrí que podía tocar con cierta fuerza cualquier otra parte; pero
cuando toqué suavemente este punto con la aguja más fina, instantáneamente la membrana que
une el disco a los bordes de la cavidad en la que se aloja se rompió y el polinio salió disparado
hacia arriba y se posó en la cresta del labelo [. . .]. Ahora supongamos que un insecto se posa en
la cresta del labelo (y ningún otro lugar de aterrizaje conveniente está disponible) y que se inclina
delante de la columna para roer o chupar la base de los pétalos hinchados de líquido dulce. El
peso y los movimientos del insecto presionarían y moverían el labelo junto con la cúspide
subyacente doblada de la columna; y ésta última, presionando sobre la bisagra del ángulo,
provocaría la expulsión del polinio, que infaliblemente golpearía la cabeza del insecto y se
adheriría a ella (259-60, énfasis añadido).

En ausencia de un insecto roedor y chupador, Darwin se introdujo él mismo en la escena de la polinización


para demostrar cómo las orquídeas modifican activamente su anatomía en respuesta a la actividad de los
insectos. Quedó especialmente impresionado por la fuerza con la que estas especies expulsan su polen.
En el caso de Catasetum observó que sus "fuerzas combinadas bastan para expulsar el polinio con con
una fuerza considerable a una distancia de dos o tres pies. Varias personas me han dicho que, al tocar las
flores de este género en sus invernaderos, los polinios han golpeado sus caras. He tocado las antenas de
C. callosum mientras sostenía la flor a un metro de distancia de una ventana, y el polinio golpeó el cristal,
y se pegó por su disco adhesivo, a la superficie vertical lisa" (On the Various Contrivances, 2ª ed. 186). La
"utilidad de una expulsión tan forzosa" es la de sujetar el polinio de forma segura al insecto volador,
"impulsando" el "suave y viscoso cojín del disco contra el tórax peludo de los grandes insectos
himenópteros que frecuentan las flores. Una vez adherido a un insecto, es seguro que ninguna fuerza que
el insecto pudiera ejercer arrancaría el disco y el pedicelo [. . .] y así las bolas de polen podrían quedar
fácilmente en el estigma adhesivo de la flor femenina" (192).

Mediante intervenciones a veces violentas, a veces torpes y a veces tiernas, se puede ver a Darwin
experimentando con intensidades de contacto. A medida que se inclina hacia y se involucra en el
acontecimiento de la polinización, participa remodelándose a sí mismo como insecto polinizador. En cada
uno de sus experimentos encuentra nuevas formas de simular al insecto y estimular la flor para
determinar el grado de su sintonía sensorial con la penetración del insecto. En el proceso, aprende a medir
las diferencias perceptivas entre los organismos y a despertar una respuesta de las plantas.
Moviéndose en el tiempo, el espacio y la relación sensorial con las orquídeas e insectos, Darwin asumió
los papeles de polinizador y polinizado. Mientras experimentaba con una especie de Mormodes, utilizó su
dedo para imitar los movimientos de un insecto: "Probé colocando mi dedo enguantado en la cima de los
labios, con la punta solo sobresaliendo del margen, y luego moviendo suavemente el dedo, fue realmente
hermoso ver cómo instantáneamente el polinio se proyectaba hacia arriba, y con qué precisión toda la
superficie viscosa del disco impactó mi dedo y se adhirió firmemente a él" (On the Various Contrivances,
2ª ed. 259). Sus experimentos le llevaron a involucrarse de lleno en una suerte de juego de roles [role-
playing] en el que utilizaba su cuerpo y una amplia gama de instrumentos para imitar los movimientos de
los insectos y ver si podía provocar la misma respuesta que ellos. Con una pluma, un pincel o incluso la
punta de un de un lápiz (véase la figura 5), se ponía en la posición del insecto para sentir las tensiones y
la elasticidad de los tejidos de las orquídeas. Observando la especie Orchis pyramidalis, Darwin describió
un "bonito experimento" en el que introdujo una "fina cerda directamente en la estrecha boca del
nectario" para poder

“observar la manera certera en que los estrechos discos viscosos y alargados que forman el techo
se quedan pegados a la cerda. Cuando se retira la cerda, los polinios que se adhieren a su lado
superior se retiran; y mientras los discos forman los lados del techo arqueado, se adhieren de
alguna manera a los lados de la cerda. Entonces se deprimen rápidamente, de forma que se sitúan
en la misma línea que la cerda, uno un poco de un lado, y el otro en el otro lado; y si la cerda,
mantenida en la misma posición relativa, se inserta ahora en el nectario de otra flor, los dos
extremos de los polinios golpean con precisión las dos superficies estigmáticas protuberantes,
situadas a cada lado de la boca del nectario.”(81)

Darwin mostró cómo en el momento del encuentro, el "cuerpo flexible" del insecto podía ser capaz de
encajar en los estrechos contornos del nectario (25). Esto permitía a la orquídea fijar sus masas de polen
en el cuerpo del insecto de forma tan perfecta que cuando éste se iba a visitar la siguiente flor,
despositaba el polen directamente en los estigmas de la nueva flor. Extendido flexiblemente a través de
la cerda, Darwin encontró una manera de participar en el evento de la polinización.
Al insertarse en las relaciones cinestésicas y afectivas de los insectos y las orquídeas su práctica
experimental tomó forma mimética. La inclinación de Darwin por la imitación y el cultivo de afectos y
simpatías por sus sujetos experimentales a través de encuentros íntimos son bien documentados por
Gillian Beer en Las tramas de Darwin. Beer señala que Darwin era extraordinariamente sensible a una
serie de fenómenos: "Responde al momento del giro de una hoja y a los inmensos pasajes lentos que
levantan escarpes. Así que es sensible al temblor de un zarcillo, pero también a las rocas y los fósiles"
(246). Esta receptividad le dio una "capacidad de empatía" que "le permitió apreciar las opciones estéticas
de las lombrices de tierra, las exploraciones eróticas de las orquídeas, así como la ira de otros primates"
(254). Sus actos de mímica son, para Beer, formas de "intimidad y actuación" que sirven como "medio de
prueba" experimental (253).Y aun así, las intimidades y relaciones empáticas de Darwin no eran inocentes;
se basaban en las violentas transgresiones corporales del experimento biológico. Beer tiende a restar
importancia a esta violencia en sus esfuerzos por hacer ver que los actos de Darwin "invierten" las
relaciones de significación que solemos asociar con el "antropomorfismo" (253). En este sentido, los
experimentos de Darwin con orquídeas resuenan con lo que la estudiosa de la ciencia Sara Wylie ha
explorado en el contexto de los primeros experimentos de los investigadores con las hormonas de los
insectos. La autora señala la "ironía típica de las relaciones miméticas" en las que "los humanos que
dieron este paso" se "convirtieron extrañamente en insectos" (15).

Al imitar a las flores y a los insectos, Beer sugiere que Darwin descentra y desplaza al ser humano. Al
hacerlo, lo humano ya no es la medida de lo no humano; más bien, las formas y los movimientos de los
animales y las plantas reinscriben la sensibilidad humana. Pero esto no siempre fue tan obvio. Por
ejemplo, lo que parece una comparación explícitamente antropomórfica de diferentes especies de
Catasetum:

“La posición de las antenas en este Catasetum puede compararse con la de un hombre con el
brazo izquierdo levantado y doblado de manera que su mano se sostenga delante de su pecho, y
con el brazo derecho cruzando su cuerpo más abajo para que los dedos se proyecten justo más
allá de su lado izquierdo. En el Catasetum callosum ambos brazos se mantienen más abajo y se
extienden simétricamente. En C. saccatum el brazo izquierdo se inclina y se mantiene al frente,
como en C. tridentatum, pero más bajo; mientras que el brazo derecho cuelga hacia abajo
paralizado, con la mano girada un poco hacia fuera. En todos los casos se notará cuando un insecto
visita el labelo, y ha llegado el momento de la expulsión del polinio, para para que pueda ser
transportado a la planta femenina”. (On the Various Contrivances, p. 235).

En una primera lectura, esto puede parecer una típica puesta en escena antropomórfica que modela la
flor según la anatomía de un hombre. Sin embargo, leemos a Darwin como si estuviera conduciendo un
"experimento corporal" -un giro encarnado del conocido "experimento de pensamiento", que lo
encuentra ejercitando su destreza kinestésica para averiguar las diferencias en la anatomía de
Catasetum. El hombre que está detrás de esta analogía no es un hombre cualquiera; es Darwin moviendo
su cuerpo para modelarlo según la anatomía distintiva de cada orquídea. En lugar de imponer la forma
humana a la planta, ha adaptado su cuerpo a las formas peculiares de estas flores. Y una vez que este
experimento corporal es transcrito en un texto como el de arriba, puede leerse como un protocolo para
que los lectores lleven a cabo sus propios experimentos corporales y prueben estas posturas orquídeas
por sí mismos.
En sus textos sobre las orquídeas, se puede ver a Darwin entregando su cuerpo a sus experimentos. Esta
práctica recuerda la lectura de la mímesis que hace el antropólogo Michael Taussig como un "momento
sensual de conocimiento que incluye una fleixbilidad y un reflejo del conocedor en lo desconocido" (45).
Mientras que Beer no se detiene en la violencia de las inclinaciones miméticas de Darwin, Taussig la
pone en primer plano. En su meditación sobre la notable inclinación de Darwin por la mímesis, Taussig
documenta a un joven Darwin en medio de su de su viaje en el Beagle, entusiasmado con la mímica de
los "primitivos" en la playa de Tierra del Fuego. El relato de Taussig de las anotaciones del diario de
Darwin nos obliga a reconocer la violencia de la mímesis y a pensar detenidamente en las relaciones
asimétricas de poder que permitieron a Darwin moverse "corporalmente en alteridad" (40). Así,
mientras los experimentos miméticos de Darwin, a veces violentos y a veces tiernos, lo pusieron en
sintonía con las sensibilidades de las orquídeas y de los insectos, debemos apreciar las formas de la vida
en la naturaleza, debemos apreciar las formas de poder que conforman esta ecología mimética. Su
"capacidad de empatía" y su amor por las orquídeas era expansiva, pero su salto al medio del devenir-
orquídea de los insectos y el devenir-insecto de las orquídeas no fue benigno.

Y sin embargo, fue a través de una forma experimental de vida contorneada por el amor y la violencia que
la investigación de Darwin ganó su tracción. Su captura recíproca en una maraña mimética afectivamente
cargada le permitió cultivar las atenciones de un etólogo capaz de seguir el ritmo a las prácticas tanto de
las plantas como de los insectos (Stengers, Cosmopolitics). Y mientras documentó las tensiones, afinidades
y ritmos de los cuerpos y devenires "intra-actuando” (Barad, Meeting), produjo algo más que un relato
funcionalista de las adaptaciones evolutivas. Los experimentos multisensoriales y corporales de Darwin
ofrecen una oportunidad para explorar el impulso involutivo en una ecología afectiva que también
incluye al científico. Es a la tarea de desentrañar este concepto de "impulso involutivo" que nos
dirigimos ahora.

De la evolución a la involución
Esta lectura de Darwin se inspira en las ideas de muchas académicas feministas que recurren a la biología
para teorizar la diferencia y la materialidad (24). Quizá resulte sorprendente que sea Darwin quien esté
recibiendo más atención en los estudios recientes. Esto supone un cambio significativo que se opone a lo
que Griet Vandermassen, en ¿Quién teme a Charles Darwin? ha llamado una tradición de "biofobia" en la
teoría feminista. Recientemente, Elizabeth Grosz ha explorado las teorías evolutivas de Darwin en busca
de nuevas trayectorias en el pensamiento feminista. Grosz sostiene que las feministas pueden encontrar
nuevas y prometedoras direcciones en las ideas de Darwin sobre la variación, la selección sexual y el
parentesco entre humanos, animales, plantas y bacterias y otros organismos. Ella se ve alentada por el
compromiso de Darwin con un "concepto de devenir temporal" (Nick of Time 8). En su opinión, Darwin
"crea una ciencia en la que la historia y, por tanto, la irrupción de acontecimientos inesperados, es
central". Desde esta perspectiva, interpreta los objetivos de las ciencias de la vida contemporáneas con
bastante generosidad, sugiriendo que están "irremediablemente ligados" a lo "imprevisible, lo no
determinista, el movimiento de la virtualidad". Grosz también se inspira en los aspectos "aleatorios",
"mecánicos" y "fundamentalmente sin sentido y sin dirección" de los puntos de vista evolutivos de Darwin
y los ve como términos generativos para la teoría feminista (Time Travels, 17-18). Sin embargo, aquí es
donde nuestra lectura diverge de la de Grosz. De hecho, estos son los mismos términos de los que los
neodarwinistas se han apoderado y a través de los cuales producen relatos tan reduccionistas de las
relaciones ecológicas. Nosotras defendemos una visión de las relaciones ecológicas que se contornean
con lógicas diferentes.
Por supuesto, es crucial hacer una distinción entre el enfoque de Darwin y la reformulación de sus teorías,
en forma neodarwiniana. Los biólogos evolutivos, Stephen J. Gould y Richard Lewontin elogian a Darwin
por su enfoque “pluralista” del cambio evolutivo (Gould y Lewontin). De hecho, Gould señala que Darwin
era a menudo ambivalente sobre los mecanismos de especiación, y en algunos contextos incluso rozó los
planteamientos lamarckianos sobre la novedad evolutiva que preveían la herencia por parte de los
organismos de rasgos adquiridos. A la luz de la franqueza de las convicciones vacilantes de Darwin, Gould
critica las teorías evolutivas actuales, que parecen haberse aferrado a una versión “fundamentalista” de
la evolución, una teoría que fetichiza la selección natural como único mecanismo de la evolución. A
diferencia de Darwin, estos enfoques “ultradarwinistas” mantienen una fe inquebrantable en el poder de
la selección natural como único “agente optimizador” de la evolución (Gould y Lewontin). En lugar de
analizar a los organismos como “conjuntos integrados”, estos enfoques “adaptacionistas”, anatomías
desmenuzan los complejas anatomías y comportamientos de los organismos en “rasgos unitarios” para
contar “relatos adaptativas” para cada rasgo “considerado por separado” (Gould y Lewontin, p.581). Este
relato satisfactorio impecable del cambio evolutivo parece saciar el deseo moderno “profundamente
arraigado” de relatos que identifiquen una función última para cada rasgo. Además, estos son los relatos
en los que las adaptaciones son hechas legibles como opciones racionales en una lógica económica que
tiene como objetivo maximizar las ventajas de adecuación mientras se calculan los gastos energéticos más
bajos. Estas lógicas se han vuelto hegemónicas en las ciencias de la vida contemporáneas.

Darwin trazó las diversas formas y comportamientos de la vida a lo largo de las ramas de un árbol
genealógico (Helmreich, “Trees”). El neodarwinista amplía esta forma genealógica. Para ellos, las ramas
divergentes significan el cambio evolutivo a través de mutaciones genéticas aleatorias acumuladas en
poblaciones de especies individuales. Los organismos tienen poca capacidad de acción en estos reportes
que atribuyen el impulso evolutivo a las artimañas de los “genes egoístas” que luchan por mantener la
ramificación de sus especies huésped en un campo competitivo estructurado por muchos enemigos y
pocos aliados (por ejemplo, Dawkins).

Los enfoques neodarwinistas sobredeterminan las temporalidades que se consideran relevantes para el
estudio de la vida. En el trazado de las trayectorias evolutivas, los seres y los hechos se difuminan a través
de los cambios experimentados a largo plazo por especies enteras y promediados a lo largo de
generaciones y poblaciones. En este marco, el arco temporal del cambio evolutivo se inscribe en un telos
estratégico de lucha y supervivencia de las especies. En el proceso, estos relatos pierden de vista los
organismos particulares y las diferencias locales y efímeras. Las prácticas que quedan fuera del ámbito de
la reproducción o la supervivencia, incluidas las improvisaciones y los experimentos lúdicos de los
organismos, no se registran en la memoria evolutiva, consideradas irrelevantes, se vuelven invisibles en
estos amplios barridos del tiempo.

Pero no todos los ecologistas evolutivos comparten estos puntos de vista. Con motivo del 150 aniversario
de la publicación del Origen de las especies, la difunta ecóloga microbiana Lynn Margulis (1938-2011)
organizó un simposio en el Balliol College de Oxford, en el Reino Unido, que denominó Homenaje a
Darwin. En su conferencia, que siguió a los discursos de Richard Dawkins y otros destacados pensadores
de la evolución, Margulis se centró en la idea de Darwin de que “toda la vida” comparte un “ancestro
común”: “Es una idea brillante de Darwin, que podemos apladir. Pero pienso que el concepto de que el
árbol es la topología correcta está muy equivocado” (“Simbiogénesis”). Para Margulis, esto se debe a
que “un árbol supone que los linajes siguen ramificándose y ramificándose desde un ancestro común”.
Margulis indicó trabajos recientes que demuestran el “movimiento de material genético de una rama a
otra” e insistió a gritos que este movimiento “hace que la topología sea una red y ya no un árbol”. Si las
imágenes de los árboles representan la filogenia, la lealtad filial y la defensa de la línea familiar, la teoría
endosimbiótica de Margulis da cuenta de la innovación evolutiva en la densa maraña de ramas, como
explica en Simbiosis en la Evolución de las Células (27). En su opinión, las nuevas formas de vida surgen
de mezclas íntimas en las relaciones entre especies. Los endosimbiontes están constituidos por actos de
lo que el coautor e hijo de Margulis, Dorion Sagan, y otros han llamado actos de “ingestión sin digestión”
(véase “Lo humano es más que humano”). Los numerosos trabajos de colaboración de Margulis y Sagan
describen formas de cambio evolutivo que se inician por afinidades interespecíficas (28). Su teoría
evolutiva se basa en una ecología comunitaria cargada de afectividad, configurada menos por líneas
genealógicas de descendencia y filiación que por asociaciones rizomáticas y audaces saltos improvisados
a través de las líneas de las especies.

Más que la formación de nuevas especies a través de la endosimbiosis, lo que pretendemos rastrear en
este ensayo es el propio impulso a través del cual los organismos se acercan unos a otros y se involucran
en la vida de los demás. Si, como nos recuerda el Oxford English Dictionary, la evolución es un “rodar
hacia afuera”, una especie de especiación a través de la divergencia en forma de árboles ramificados,
nos acercamos a la involución como el “rodar, enrollarse, girar hacia adentro” que lleva juntas a
distintas especies a inventar nuevos modos de vida (OED). Capturados en las ecologías afectivas de los
encuentros entre plantas e insectos, nos alejamos de los árboles evolutivos para dirigirnos a otros
modelos de relación y de “llegar a ser con” a través de la diferencia (Haraway, When Species). Utilizamos
el concepto de impulso [momentum] menos en el sentido que le da la física newtoniana y más en el
sentido de lo que pueden sentir los bailarines cuando se inclinan y siguen un movimiento; es decir, como
un “ímpetu” y como el “vigor continuo resultante de un esfuerzo inicial o gasto de energía” (OED). El
impulso involutivo nos ayuda a comprender los empujes y tironeos afectivos entre los cuerpos, incluyendo
las afinidades, rupturas, enredos y repulsiones entre organismos que inventan constantemente nuevas
formas de vivir con y junto a los demás.

La “involución creadora” de Deleuze y Guattari inspira una perspectiva que amplía las relaciones
constituidas a través de la afinidad (veáse también Bergson). En su opinión, el devenir “no es una
evolución, al menos no una evolución por descendencia y filiación”: se trata de una alianza (238). Insisten
en que los pliegues interiores de la involución no deben confundirse en absoluto con regresión (238). Mil
Mesetas ilumina los modos involutivos de llegar a ser a través del ritornelo repetido de la intimidad
planta/insecto: avispa-orquídea. En lugar de dos organismos individuales autónomos y claramente
delimitados, la avispa-orquídea es un fenómeno “intra-activo”. Más que una unión de planta e insecto,
esta avispa-orquídea está ligada en un bloque de devenir (238) inseparable. Esto no “vincula la avispa a la
orquídea, más que las conjuga o las mezcla: pasa entre ellas, llevándolas en una proximidad compartida
en la que desaparece la discernibilidad de los puntos” (294). El acontecimiento implica un “devenir-avispa
de la orquídea y un devenir-orquídea de la avispa” (10).

Stengers identifica estos devenires inextricables como formas de "captura recíproca" (Cosmopolitics).
Consideremos, por ejemplo, las orquídeas Ophrys descritas al principio de este ensayo. Una lectura
involutiva desestabilizaría los relatos basados en la captura "unilateral" de la abeja por la orquídea
"sexualmente engañosa", describiendo más bien a la orquídea y sus abejas polinizadoras como
mutuamente constituidas a través de una captura recíproca de la que no puede desprenderse ni la planta
ni el insecto. Es en la conversación con esta avispa-orquídea donde rastreamos el impulso involutivo que
reúne a plantas e insectos en actos de polinización y comunicación.
Si los evolucionistas tienden a fetichizar las lógicas económicas, las mutaciones aleatorias que impulsan
el cambio generacional y los relatos funcionalistas de la adaptación, los involucionistas amplifican otras
dimensiones de la vida ecológica. Están pendientes de las formas de vida fugaces y contingentes que
ocurren "ahora", y "ahora", y "ahora". Al hacerlo, llaman la atención sobre la práctica y las improvisaciones
momentáneas de los practicantes de múltiples especies atrapados en ecologías cargadas de afectividad.
La lectura de Darwin como involucionista amplía nuestro alcance para teorizar el afecto, la materialidad
más-que-humana y las diferencias que importan. Así que aquí, incluso si trabajamos para desentrañar el
legado de la lógica evolutiva de Darwin, seguimos encontrando prometedora su historia natural
involucionista de la polinización de las orquídeas, un relato que traza un mapa de los enredos e
intimidades entre especies y que desbarata las nociones de fijación natural de los límites de las especies
y los relatos normativos de la reproducción sexual y la sensualidad.

En lo que sigue, vamos más allá de la maraña mimética de los eventos de polinización para examinar otros
modos de involución entre plantas e insectos; descubrimos más pruebas de que se trata de relaciones,
literalmente, con mucha química.

Ecología Química

Si Darwin se involucró táctilmente en las anatomías afectivas del sexo entre orquídeas e insectos, en
nuestro contexto contemporáneo encontramos a los científicos olfateando las sutiles ecologías de las
propuestas químicas de plantas e insectos. Los estudios sobre los atractivos químicos de las orquídeas
Ophrys que se relatan en la introducción de este ensayo pueden reconocerse como una investigación
dentro de un campo más amplio y creciente conocido como ecología química. Mientras que la
investigación sobre la polinización de las orquídeas se especializa en la problemática evolutiva de los
productos químicos miméticos, los ecólogos químicos se ocupan de cuestiones más amplias de
comunicación y estudian una serie de aspectos dentro y entre las especies que se catalizan a través de
excitaciones moleculares. Al igual que la polinización, la comunicación, la expresión y la articulación son
prácticas a través de las cuales los organismos se involucran [involve themselves]1 en la vida de los demás.
Considera el siguiente relato como un vistazo a las sutiles ecologías químicas que los investigadores de
este campo están tratando de analizar: Inspirado por el aroma del humo de la madera impactada por los
rayos, las semillas de tabaco silvestre y sus primeras hojas finas se abren paso en los suelos secos del
desierto de Utah. Sus tallos se engrosan y alargan, y sus hojas se despliegan para beber en el sol caliente.
Extraen el agua del suelo y la hacen pasar por sus vasos filigranados, liberándola en forma de vapor
refrescante. Exhalan una nube atmosférica de moléculas volátiles que se mezclan con otros gases que
revolotean alrededor de sus hojas.

Los saltamontes llegan para alimentarse y devastar sus hojas. Una polilla revolotea cerca y se posa en una
de las plantas, buscando néctar y un lugar para poner sus huevos. Más adelante en la temporada, cuando
sus huevos eclosionan, emergen las larvas del gusano del tabaco, encantadas de descubrir su proximidad
a esta su comida favorita. Trepan por los tallos del tabaco con sus cuerpos dirigidos a alimentarse y
comienzan su ingestión rítmica, rebanando cada hoja con mandíbulas hambrientas.

Pero estas plantas de tabaco no entregan pasivamente sus cuerpos a estos herbívoros hambrientos. Sus
membranas celulares son sensores que transducen excitaciones a través de sus tejidos: pueden sentir a

1
Aquí se puede entender el involve como un juego de palabras entre “involucrarse” e “involucionar” (involve en
vez de evolve). (N. de la T.)
los insectos trepando por sus tallos y hojas y pueden saborear la saliva de los insectos para discernir con
precisión quién se está alimentando en sus hojas. En respuesta a una oruga que se alimenta, una planta
de tabaco propaga corrientes eléctricas a través de su cuerpo distribuido y sintetiza un nuevo lote de
potentes productos químicos. Pronto, las células en sus raíces, tallos y hojas distantes están produciendo
toxinas que frenan el crecimiento de la oruga al perjudicar su sistema nervioso y la digestión. Pero la
planta no se detiene allí. Pide ayuda. Sintetiza y libera una nube concentrada de químicos volátiles que
pueden dispersarse ampliamente. Las plantas que crecen cerca escuchan la llamada y activan sus propias
respuestas de defensa para alejar a los depredadores. A favor del viento, un insecto depredador capta
notas reveladoras en un bouquet especialmente diseñado, y cuando se dirige a la fuente, descubre que la
planta le ha dado un regalo: una sabrosa larva de gusano cornudo.

Esta es una historia que Ian Baldwin lleva mucho tiempo tratando de contar. Baldwin, científico
estadounidense, dirige el Instituto de Investigación de Ecología Química del Instituto Max Planck en Jena,
Alemania, donde dirige un laboratorio y un enorme invernadero dedicados a estudiar la comunicación
entre plantas e insectos. También dirige una gran estación de investigación en Utah, donde estudia la
ecología química de las plantas silvestres Nicotiana. Su equipo de investigación está produciendo pruebas
de que las plantas tienen varias estrategias para defenderse contra los depredadores. Lo hacen no sólo
interfiriendo en el crecimiento y la digestión de los herbívoros mediante la síntesis activa de toxinas en
tejidos vegetales, sino también sintetizando sustancias químicas volátiles que atraen a los insectos
depredadores ansiosos por alimentarse de las plagas de las plantas. Sorprendentemente, las plantas
parecen tener la habilidad de ofrecer apoyo desde un "tercer nivel trópico", es decir, a partir de insectos
depredadores que pueden alimentarse de estos herbívoros.

El campo de la ecología química se basa en el principio general de que las especies han desarrollado
formas complejas de utilizar la química para atraerse, repelerse y colaborar entre sí. Un manual con
sentido del humor la llama "ecología del olor corporal" (Dicke y Takken), pero esta definición no da cuenta
del uso activo y creativo de la química por parte de los organismos. Los investigadores de este campo
prestan una atención extraordinaria a la destreza sensorial de los organismos, su capacidad de
comunicación y su capacidad interpretativa para dar sentido a las emisiones químicas de los demás.
Algunos de los primeros estudios en este campo se centraron en la señalización "intraespecífica" entre
insectos, como el ejemplo ampliamente conocido de la atracción de los machos de las polillas a las
feromonas de la polilla femenina. Hoy en día, la señalización interespecífica se ha vuelto un sitio activo de
investigación, especialmente con el desarrollo de la comunicación entre plantas e insectos.

Además de estudiar el uso que las plantas hacen de la química para el sexo y la reproducción, como vimos
en el caso de la polinización de las orquídeas, los ecologistas químicos intentan analizar las complejas
relaciones entre depredadores y presas, así como entre huéspedes, parásitos y parasitoides. Investigan
las estrategias inventivas de los organismos para protegerse de la depredación y buscar alimento en el
contexto de complejas ecologías interespecíficas. Esta investigación es, por tanto, un importante "primer
paso hacia la apreciación del involucramiento de información química en el contexto ecológico de las
redes alimentarias" (Dicke y Takken 2). En la actualidad existen varias revistas, manuales de estudio y de
laboratorio, así como grandes institutos y estaciones de investigación en Europa y Estados Unidos,
dedicados a la investigación en este ámbito.

Según Baldwin, Kessler y Halitschke, "las plantas son maestras de intercambio de gases, no sólo
construyen literalmente bosques a partir de los gases del aire, sino que también liberan complejos
ramilletes de compuestos orgánicos volátiles en el aire" (1). Es esta volatilidad la que es leída como una
especie de vocalidad, una forma de hablar en un vocabulario químico. Las plantas emiten compuestos
volátiles continuamente. Algunos son exhalados "constitutivamente", mientras que otros son "inducidos"
por acontecimientos notables, como la detección de la saliva de un herbívoro en los tejidos heridos
(Arimura, Agrawal y Bruin; Birke y Hubbard 21; Dicke et al.; y Felton y Tumlinson). Trabajando de modo
involutivo, interpretamos la amplia y creciente bibliografía sobre la señalización y la comunicación de las
plantas para sugerir que éstas articulan (Latour) sus experiencias y deseos en una atmósférica aromática
(Choy; Sloterdijk) de químicos volátiles a través de la cual han desarrollado ingeniosos medios para
sembrar y responder a las conversaciones a larga distancia entre otras plantas e insectos.

Al menos en la prensa, los ecologistas químicos son más cautos. Al igual que los científicos de orquídeas,
los ecologistas químicos se basan en una lógica neodarwiniana que limita los comportamientos
adaptativos a los que han sido amplificados y afianzados en los genomas a través de las fuerzas de la
selección natural. Además, en sus manos, la ecología tiende a configurarse como una economía
militarizada: la comunicación de las plantas se basa en el flujo de información cibernética; las plantas
tienen presupuestos de defensa; reclutan "guardaespaldas" (Sabelis y De Jong); y aparentemente pueden
realizar análisis de coste-beneficio de los gastos de energía y del uso de los recursos. En estos relatos, las
plantas llevan a cabo una especie de "guerra química", y sus señales aéreas son tratadas como si fueran
versiones botánicas del código Morse. Estas metáforas se vuelven explícitas en una reciente divulgación
de la ecología química aparecida en el 2000, titulada Ladrones, Embusteros y Asesinos: Relatos de la
Química en la Naturaleza (Agosta).

En contra de esta lógica dominante, leemos a los ecólogos químicos como involucionistas, es decir, como
practicantes cuya investigación los involucra en una ecología afectiva, que en este caso se ve excitada por
la química volátil. Leemos generosamente sus trabajos de investigación científica y encontramos otras
narrativas de relacionalidad que pululan bajo los discursos neodarwinistas. ¿Qué aspecto podría tener
una lectura involucionista de la ecología química? Aquí examinamos algunas posibilidades de una teoría
feminista de la diferencia y la responsabilidad basada en una lectura involucionista de las ciencias
contemporáneas de la comunicación planta/insecto.

Las químicas de la comunicación planta/insecto

Un temprano mentor reclutó a Baldwin en este campo para hacer uso de su habilidad para trepar a los
árboles (Abbot 887). Una vez en lo alto del canopy, Baldwin pudo montar un aparato experimental para
recoger datos sobre los compuestos volátiles liberados en las hojas de los árboles expuestos a la
depredación de los insectos. Este trabajo dio lugar a un artículo muy controvertido en 1983, el primero
que proponía que, al comunicarse mediante aromas químicos, las plantas podían alertar a sus vecinos
sobre la llegada de depredadores (Baldwin y Schultz). La prensa lo recogió como una noticia
sensacionalista y bautizó el fenómeno como "árboles parlantes". La sugerencia casi escandalosa de que
las plantas podían conversar entre sí, suscitó una serie de debates que empujaron a los miembros de la
comunidad de plantas señalizadoras a recalibrar sus metáforas y a reflexionar sobre el significado de los
términos "señal" y "comunicación" (Baldwin, Kessler y Halitschke; Baluška; Fowler y Lawton). Años
después, Baldwin y sus colaboradores insisten en una modificación: "Esta frase ['árboles parlantes']
parece desafortunada porque lo más probable es que la selección favorezca a las plantas que 'escuchan'
los vocs [compuestos orgánicos volátiles] liberados por sus vecinas y responden adaptando sus fenotipos
para mejorar su propia adecuación" (Baldwin et al., "Volatile Signaling" 812, énfasis añadido). Bajo
presión, moviliza una lógica evolutiva para volver a montar e relato. "Olmos que escuchan" le ofrece una
alternativa que no incita a tanta disidencia (Baldwin et al; Baldwin, Kessler y Halitschke; y Paschold,
Halitschke y Baldwin).

¿Qué es entonces lo que cuenta como señal para estos investigadores? ¿Qué significaría la comunicación
entre organismos tan lentos que no tienen ojos, boca o lo que la mayoría reconocería como un cerebro?
Baldwin reconoce que la comunicación es "un término cargado", pero insiste en una definición mínima
que permite "el intercambio de información, independientemente de la "intención"" (Baldwin, Kessler y
Halitschke 1). Los primeros relatos sobre comunicación entre especies identificaron los compuestos
volátiles que las plantas exhalan a la atmósfera en respuesta a la depredación como "infoquímicos"; es
decir, sustancias químicas que transmiten información sobre el estado de la planta (Vet y Dicke). Pero,
¿qué constituye una información? ¿Y para quién y en qué condiciones se considera una señal? Estas son
las preguntas con las que luchan los ecologistas químicos, y lo que está en juego es ontológico y
epistemológico. ¿Las plantas pretenden comunicarse con otras plantas e insectos? En el contexto de la
señalización entre plantas e insectos, los investigadores pueden dar un rodeo a este complicado terreno;
después de todo, es fácil argumentar que los insectos, con sus bien documentados sistemas sensoriales y
comportamientos adaptativos, han aprendido inteligentemente a leer las emisiones de las plantas en
busca de señales de una comida apetitosa.

El caso de la señalización de planta a planta (intra e interespecífica) es más difícil de navegar, y según un
participante en el debate, "Pocos temas de la ecología vegetal han inspirado tanto entusiasmo y
controversia" como la sugerencia de la "comunicación entre plantas" (Agrawal, 446). En efecto, las plantas
tienen que ser capaces de recibir las señales, de aprender a "escucharse" unas a otras y a tener la
capacidad de actuar sobre las proposiciones hechas por otras plantas. Así que, si Baldwin insiste en que
las plantas pueden escuchar las conversaciones de las demás, otros están menos convencidos: "La emisión
de sustancias químicas volátiles se conoce como la capacidad de las plantas de "hablar", es decir, de emitir
información sobre su situación de ataque. Aunque las respuestas comportamentales de los animales que
habitan en las plantas a esta información química ha adquirido el estatuto de dato de manual, sigue
existiendo escepticismo sobre la capacidad de las plantas para responder a las señales de daño emitidas
por sus vecinos. Todavía se piensa que las plantas son "sordas" a la información química emitida por las
plantas vecinas" (Dicke, Agrawal y Bruin 403).

Para quienes se adhieren a la persistente jerarquía del ser que hace que vuelve a las plantas ciegas y
mecánicas, no es posible formular la pregunta "¿Pueden las plantas hablar?"; lo mejor que pueden hacer
es preguntar "¿Pueden oír?”. La intencionalidad de las plantas es un terreno problemático para los
ecologistas químicos, que se cuidan de la acusación de antropomorfismo.Y, sin embargo, su investigación
plantea importantes cuestiones sobre lo que constituye precisamente un sujeto o un signo en lo que
parece ser una ecología efusiva rebosante de mensajes y significados.

Los ecologistas químicos se cuidan de matizar lo que entienden por comunicación y evitan los términos
"símbolo", "signo" y "comportamiento" (Schenck y Seabloom 2). Parece que se han decantado por "señal"
como la unidad básica de la comunicación. Una señal es para ellos "una cantidad física detectable o un
impulso por el que se pueden transmitir mensajes o información", y la comunicación es un "proceso por
el que se intercambia información entre un emisor de señales y un receptor a través de un sistema común
de señales". En un artículo sobre la ecología evolutiva de las señales de las plantas, H. Jochen Schenck y
Eric W. Seabloom recurren a la definición de información de Gregory Bateson, inspirada en la cibernética,
para ayudarles a analizar las complejidades de la señalización y la comunicación de las plantas: "La
información es cualquier diferencia que produce una diferencia en algún acontecimiento posterior"
(Schenck y Seabloom 2). Los autores van más allá: "La información se presenta en forma de respuestas a
preguntas binarias como ser o no ser, hombre o mujer. La información continua puede expresarse como
una serie de opciones binarias. Esto significa que la cantidad de información puede medirse en bits". Este
modelo informático de comunicación, que tan fácilmente encaja en la lógica de cálculo de una economía
militarizada , puede leerse como una estrategia defensiva que protege a los investigadores romper con
las formas restringidas de agencia permitidas dentro de los modelos neodarwinistas de la evolución.

Otras narrativas pululan bajo la superficie. A pesar de los intentos de contener el discurso sobre la acción
de las plantas, las descripciones de los hábitos locuaces de las plantas siguen perturbando un discurso
científico más restringido. Para Baldwin, el cultivo intenso ha incapacitado a plantas que, de otro modo,
serían muy hábiles. Las prácticas agrícolas intensas y el uso de plaguicidas las han vuelto "sordas" y
"mudas" (Paschold, Halitschke y Baldwin). En contraste, insinúa que las variedades silvestres aún saben
"gritar" por ayuda a insectos aliados. A pesar de sus esfuerzos por limitar su discurso, los investigadores
como Baldwin parecen estar atrapados en una evocadora y productiva maraña sinestésica de
antropomorfismos. Y aunque introducen de contrabando algunas suposiciones muy humanas sobre la
capacidad, la discapacidad y la vocalidad, parece haber un amplio espacio en sus historias para leer de
nuevo la relacionalidad.

Articulaciones a través de la diferencia

“Las plantas están escuchando y respondiendo”.

-Agrawal

Una lectura involucionista nos exigiría empezar con la aserción de que todavía no sabemos lo que es una
señal o lo que puede hacer, y mucho menos lo que constituye la comunicación entre especies. Los
conceptos de señal y comunicación tienen historias específicas que limitan la forma en que se leen las
declaraciones químicas de las plantas en el contexto de una ecología evolutiva. Seguimos, aquí, la densa
maraña de antropomorfismos sensoriales e intencionalidades que hacen tropezar a estos ecólogos
químicos cuando intentan hablar de la extraña capacidad de las plantas para conversar entre sí y con los
insectos.

Desde un punto de vista involutivo, las plantas son alquimistas que convierten la luz del sol y el dióxido
de carbono en expresiones volátiles y formas innovadoras de medios atmosféricos susceptibles de
expresarse a larga distancia. Son artesanos que elaboran anatomías que responden miméticamente.
También son sensores muy atentos cuyos cuerpos pueden registrar la más sutil diferencia de temperatura
(Bose y Das, "Researches"), el más leve roce del ala de un insecto que pasa (Darwin, On the Various
Contrivances; Shteir, "Sensitive"), y que pueden discernir pequeñas diferencias en los herbívoros
detectando sustancias distintas en su saliva (Alborn et al.). Sus raíces y rizomas forman una red de
conexiones tan compleja como el sistema nervioso de un animal (Baluška, Lev-Yadun y Mancuso;
Trewavas), y se mueven activamente en respuesta a su mundo siempre cambiante (Bose, Life Movements;
Darwin y Darwin, Power of Movement).
Los sistemas sensoriales de las plantas son, según la evocadora expresión de Bruno Latour, articulados
[articulate]2; es decir, son como la "nariz" de un experto perfumista entrenado para discriminar las
diferencias de los olores. Para Latour, una nariz es " capaz de discriminar diferencias cada vez más sutiles
y poder distinguirlas entre sí, incluso cuando están enmascaradas o mezcladas con otras" (207). Latour
sugiere que "no es por casualidad que a la persona se le llame "una nariz", como si por la práctica, hubiera
adquirido un órgano que definiera su capacidad de detectar diferencias químicas y de otro tipo".
Sintonizadas de manera aun más sutil que nuestras narices entrenadas, las plantas tienen una capacidad
increíble para articular la diferencia, es decir, para discernir las diferencias sutiles de sus mundos. Esta
capacidad de articular las diferencias del mundo también las convierte en articuladas en el sentido que
pueden expresarse y responder a sus mundos cambiantes inventando nuevos tipos de propuestas
químicas. Latour se basa en Stengers ("Constructivist Reading") para argumentar que el mundo está lleno
de "proposiciones" esperando a ser registradas por los organismos interesados. Los que invierten sus
energías en sintonizar con los demás pueden aprender con el tiempo a discriminar diferencias cada vez
más sutiles en los discursos de los demás.

La comunicación no tiene por qué limitarse a contextos donde se envían y reciben paquetes individuales
de datos binarios. Tal vez las proposiciones de las plantas no tengan relación con nuestros modelos de
semiosis y sintaxis. Tal vez no sean "representaciones" que intentan, con éxito o no, nombrar o reflejar
un mundo preexistente (Barad, "Posthumanist"; Latour). En una lectura involucionista, los mecanismos
de señal-respuesta dan paso a ontologías más vivas y a mundos intraactivos. La pregunta se vuelve: ¿Cómo
se transducen las energías y las químicas cargadas afectivamente dentro de los cuerpos y entre ellos?
Cuando empezamos con las plantas, rápidamente llegamos a entender que los organismos pueden
aprender a sintonizar sus cuerpos sensoriales con el ritmo improvisado de las diferencias que conforman
el mundo. En este sentido, las plantas son generadoras de diferencias; constantemente llevan a cabo
experimentos para improvisar nuevas formas de articularse, para registrar nuevos tipos de diferencias en
el mundo e inventar nuevas formas de hacer una diferencia en el mundo.

Nuestra lectura involucionista de los encuentros entre plantas e insectos germina una ecología afectiva,
en la que los nichos ecológicos y los entornos que rodean los espacios entre los cuerpos están llenos de
energías, afectos y proposiciones. En esta formulación, un entorno nunca es un espacio pasivo o vacío
entre cuerpos. En el contexto de las articulaciones planta/insecto, el aire está cargado de significado.

Aperturas

En "Las promesas de los monstruos", Donna Haraway nos recuerda que la articulación tiene otro
significado, que indica prácticas de unión y construcción de alianzas, afinidades y conexiones (véase
también Hall). “Articularse con” es unirse a otros, y esto es precisamente lo que hacen las plantas y los
insectos en sus modos involutivos. Darwin y los ecologistas químicos también se articulan con otros al
insertarse en el impulso energético de los encuentros entre plantas e insectos. En sentido latouriano, sus
experimentos generan formas de articular la diferencia y hacer que estas diferencias se articulen. Sin
embargo, como nos recuerda Haraway, estas uniones son "no inocentes"; se cultivan a través de
"práctica[s] impugnable[s]" en la que "los socios nunca quedan fijados de una vez por todas para siempre"

2
Articulate puede traducirse tanto como “articulado” o como “elocuente”. Ambos sentidos están involucrados en
el uso que se le está dando al término aquí. [N. de la T.]
(314). Como nos recuerda la afición de Darwin por la mímesis, no se pueden pasar por alto las asimetrías
de poder entre los socios en estos experimentos.

Al inclinarse hacia los experimentos de Darwin, revoloteando junto a los insectos mientras éstos se
alimentan de los nectarios de las flores y sintiéndonos atraídos por el señuelo del labelo y las volátiles
nubes de la planta del tabaco, podemos empezar a contar nuevos tipos de historias. A medida que nos
subimos a este impulso involutivo y llamamos la atención sobre los ritmos de estas relaciones íntimas,
podemos perturbar las lógicas militarizadas y económicas que impregnan las ciencias de la ecología. Y
aunque las lecturas involutivas no pueden borrar o socavar completamente estas lógicas, sí ofrecen un
suplemento que amplía las visiones que de otro modo quedarían silenciadas.

Es en los encuentros entre orquídeas, insectos y científicos que encontramos aperturas para una ecología
de intimidades interespecíficas y sutiles propuestas. Lo que está en juego en este enfoque involutivo es
una teoría de relacionalidad ecológica que toma en serio a los organismos como practicantes inventivos
que experimentan mientras elaboran vidas y mundos interespecíficos. Esta es una ecología inspirada en
una ética feminista de la "capacidad de respuesta" en la que las cuestiones de la diferencia entre especies
se conjugan siempre con la atención a los afectos, los enredos y las rupturas; es una ecología afectiva en
la que la creatividad y la curiosidad caracterizan las formas de vida experimentales de todo tipo de tipos
de practicantes, no sólo los humanos. Necesitaremos este modo de pensamiento ecológico para realizar
un trabajo más eficaz en el desafío del status quo de la irresponsabilidad ecológica.

Este ensayo está dedicado, en cariñosa memoria, a Lynn Margulis (1938-2011), involucionista extraordinaria.

Extendemos nuestro agradecimiento a Sophia Roosth y Astrid Schrader, por la invitación a contribuir a
este número especial de differences y a Elizabeth Weed por su generoso apoyo durante el proceso de
redacción y revisión. Muchas gracias también a Etienne Benson, Donna Haraway, Stefan Helmreich, Kelly
Ladd, Maria Puig de la Bellacasa, Hugh Raffles, Catriona Sandilands y Joan Steigerwald por sus lecturas
cercanas y generadoras de versiones anteriores de este ensayo. Muchas gracias a Martha Kenney, Rusty
Shteir y a los participantes en el taller Politics of Care in Technoscience de la Universidad de York por sus
generosos comentarios sobre este ensayo. Gracias también a Dani Pacey por las traducciones y la
transcripción. La redacción e investigación de este ensayo ha sido posible gracias a una generosa
subvención del Consejo de Investigación de Ciencias Sociales y Humanidades de Canadá.

Carla Hustak se doctoró en Historia, en la Universidad de Toronto en 2010. Tiene dos ensayos en prensa,
uno de ellos de próxima publicación en el Journal of Transnational American Studies y otro en el Journal
of the History of Sexuality. Recientemente ha recibido una beca Mellon de posdoctorado en la Universidad
de Illinois, Urbana-Champaign. Actualmente se encuentra revisando su tesis, titulada: “Intimidades
radicales: potencial afectivo y la política transatlántica del amor en el movimiento de reforma sexual,
1900-1930, como un manuscrito de libro.
Natasha Myers es profesora asociada del departamento de antropología y del programa en Estudios de
Ciencia y Tecnología de la Universidad de York, en Toronto. Su trabajo ha aparecido en Body & Society,
Social Studies of Science Studies. Actualmente está terminando un manuscrito sobre la cultura visual y los
modos de encarnación en las ciencias de la vida contemporáneas, que será publicado por Duke University
Press. Su nuevo proyecto, "Sensing Botanical Sensoria", es una etnografía de las artes y las ciencias de la
experimentación botánica. Una beca de investigación del Consejo de Investigación de Ciencias Sociales y
Humanidades de Canadá proporcionó una generosa financiación para la investigación y redacción de este
ensayo.

NOTAS

1. Sobre la transducción de los afectos a través de los tejidos excitables, véase Myers, "Dance Your PhD"
y Molecular Embodiments; y Myers y Dumit.

2. Sobre los “enredos afectivos” de la investigación en ciencias de la vida, véase Myers “Animating
Mechanism” y “Molecular Embodiments”

3. Aquí nos basamos en teorías del afecto que están tomando forma en trabajos recientes de
antropología (Stewart, Taussig) estudios culturales (Clough and Hardt; Massumi), estudios de ciencia
Hardt; Massumi), estudios tecnológicos (Murphy; Myers y Dumit), y geografía (Thrift). Nos conmueve la
respuesta de Deleuze y Guattari en Mil Mesetas, a la pregunta de Spinoza: "¿Qué puede hacer un
cuerpo? Encuentran en los cuerpos el poder de respuesta de afectar y ser afectado; una capacidad que
mantiene los cuerpos en una relación responsiva.

4. La botánica de Darwin está siendo, actualmente, objeto de una gran atención por parte de los
estudiosos. Véase, por ejemplo, Ayrs; Bellon, Endersby y Hoquet.

5. Erasmus Darwin ofreció un retrato de la acción de las plantas en su poema de 1789 "The Loves of the
Plants". Véase, por ejemplo, Browne, "Botany for Gentlemen"; y Schiebinger.

6. Miller argumenta que las plantas ofrecen un sitio productivo para reorientar la teoría feminista y ella
se aproxima a las plantas en términos de la intención feminista de perturbar la dicotomía pasivo/activo,
donde el macho es codificado como activo y la hembra, pasiva. Miller recurre a las plantas en conjunción
con las ideas de eflorescencia de la filósofa Luce Irigaray, para sugerir un lugar productivo, pero hasta
ahora descuidado, para el análisis feminista.

7. Véase, por ejemplo, Derrida; Haraway, When Species; y Wolfe. Véase también el ensayo de Haraway,
“Sowing Worlds”, para nuevas formas de pensar la relacionalidad con las plantas.

8. “Las plantas con raíces o radículas pueden ser rizomórficas en otros aspectos: la cuestión es si la vida
vegetal en su especificidad no es entera rizomática” (Deleuze y Guattari, 6).

9. En un reciente número especial de Social Text, Julie Livingston y Jasbir Puar, defienden un argumento
similar de un enfoque “interespecies” de lo no humano. Nuestro enfoque también coincide con el
llamamiento de Eben Kirksey y Stefan Helmreich, que reclaman a una “etnografía multiespecie”. Aunque
empecemos por las plantas, también esperamos ir más allá del concepto de especie, con una apreciación
de la importancia de los medios, de los intermedios, de las relaciones ecológicas a tantas escalas
diferentes.

10. Véase la correspondencia de Darwin en línea en http://www.darwinproject.ac.uk/.

11. Darwin amplió este debate sobre los intereses evolutivos de la reproducción sexual en la publicación
de 1868, The Variation of animals and plants under domestication. En este texto, sugiere que las flores
hermafroditas forman "uniones ilegítimas" y que "el acto de impregnación es menos seguro, y la fertilidad
menos, cuando el polen y los óvulos pertenecen a la misma flor, que cuando pertenecen a dos individuos
distintos de la misma forma" (113). Recuerda las notables anatomías de las orquídeas y señala que algunas
orquídeas "adquirieron una constitución tan peculiar que pueden ser fecundadas más fácilmente con el
polen de una especie distinta que por el suyo propio" (117). Según Darwin, esto es "exactamente lo
contrario de lo que ocurre con todas las especies ordinarias" (117).

12. En Darwin’s Plot, Gillian Beer ofrece una generosa lectura de la metáfora de Darwin que amplía el
papel de la "afinidad" y el "enredo" en su enfoque de la historia natural y la teoría evolutiva. Según Beer,
"puede haber un juego de palabras en la insistencia en el "enredo" de Darwin en su teoría y su metáfora.
El significado principal que se da a 'evolucionar' en la edición de 1826, del diccionario del Dr. Johnson en
la biblioteca de Darwin es "Desplegar: desentrañar enredar'" (19). Véase Hagen sobre la metáfora del
banco enredado y la relación de la evolución con la ecología.

13. Peter Sloterdijk podría llamar a esto una "democracia de efecto invernadero", una que sugiere que los
humanos y los no humanos en entornos cerrados pueden sintonizar sensiblemente con la presencia del
otro.
14. Si las orquídeas y los insectos ya eran lugares de fascinación para los victorianos (Browne, Charles
Clark; Desmond y Moore), las investigaciones intensivas de Darwin sobre las orquídeas muestran una
nueva perspectiva. El trabajo de Darwin sobre la polinización tomó forma en una época en que las
mujeres, el sexo y la botánica eran vinculadas a la cultura popular victoriana. Esto, como muchos han
mostrado, es una tendencia que remonta a la aparición del sistema de clasificación sexual de Linneo
(Campbell; George; Kemp; Schiebinger; Shteir, Cultivating Women; Teute).

15. Véase Raffles para una revisión involutiva de los estudios de Karl von Frisch sobre el comportamiento
y la comunicación de las abejas. En Darwin y las abejas, véase también Davis.

16. Véase la historia medioambiental Carolyn Merchant sobre el concepto de asociación con la naturaleza.

17. Véase por ejemplo, Harding; Haraway, “Situated Knowledges”; y Myers, “Molecular Embodiments”.

18. Darwin tuvo mucho cuidado al seleccionar sus ilustradores y asegurar que las representaciones
publicadas fueran precisas. George Sowerby ilustró las flores del libro de Darwin sobre las orquídeas.
Darwin se enfrentó a varios retos en la ilustración botánica y hortícola. Se enfrentó al particular reto de
representar visualmente los mecanismos de la fecundación cruzada. Sus ilustraciones destacaban los
órganos sexuales de las orquídeas, removiendo con frecuencia los sépalos y pétalos para exponerlos. John
Ruskin, un acérrimo opositor a Darwin, escribió el libro Proserpina en respuesta a la representación de los
órganos sexuales de las orquídeas, realizada por Darwin. Ruskin oscureció deliberadamente los órganos
sexuales de las flores, detrás de los pétalos. Ver Smith.

19. Beer describe un notable experimento que encuentra a Darwin imitando las acciones peculiares de
una hembra babuino, cuyo “corazón amplio” la llevó a adoptar las crías de muchas otras especies (252).
Darwin realiza un experimento para disipar las dudas de sus críticos que esta hembra babuino pudo haber
mordido las garras de un gatito que ella adoptó, en orden de prevenir que la arañara. Su experimento
involucraba que él “imitara” al babuino para probar su punto: “Traté y descubrí que podía agarrar
fácilmente con mis dientes, las pequeñas y afiladas garras de un gatito de casi cinco semanas” (253).

20. Véase el libro de Alison Syme, A Touch of Blossom, un relato maravilloso de flores antropomorfizadas
en la pintura de Siecle.

21. Véase Myers, “Dance your PhD” para saber más sobre “experimentos corporales” como modos de
investigación cargados afectiva y cinestésica en las ciencias de la vida.

22. Taussig desarrolla su concepto de mimesis en conversación con Darwin, para recordar a sus lectores
la no inocencia de la mimesis, especialmente en contextos coloniales racistas y sesgados por relaciones
de poder. En el relato de Taussig, Darwin intenta “mimetizarse con los mimos (fueguinos)” (80). Taussig
compara los sonidos que hacen al saludar a Darwin y a sus compañeros de barco, con los sonidos que los
ingleses hacen cuando imitan el cacareo de las gallines, haciendo notar que estos son sonidos que “los
ingleses no los usan para imitar a los animales sino para controlarlos, y Darwin, al describir el habla de los
fueguinos- a quienes cataloga como el los hombres de grado más inferior- no solo compara este habla con
este habito de imitación-control y nuestro vocabulario frente al de los animales. Él mismo, imita estos
sonidos, imita la imitación para imitar mejor a los imitadores” (80). Para más información sobre la
violencia y el racismo de la mimesis, en el contexto de las relaciones coloniales, véase Bhabha.
23. Véase Stengers, Cosmopolitics, sobre la captura recíproca. Véanse los escritor de Deleuze sobre
Spinoza y Jakob von Uexküll en Spinoza, para una revisión de este enfoque de la etología.

24. Véase, por ejemplo, Alaimo; Alaimo y Hekman; Barad, Meeting the Universo; Bennett; Braidotti,
Peroler; Birke y Hubbard; Grosz, Becoming Undone, Nick of Time, y Time Travels; Franklin; Har away,
Modest_Witness, Simians y Cuando las especies; Irigaray; y Subramaniam.

25. Véase Grosz, Becoming Undone, Nick of time y Time travels. Mientras que Grosz se fija en Darwin para
pensar en la generación de diferencia, la promesa de la variación y la producción de identidad, Elizabeth
Wilson relee las expresiones de las emociones en hombres y animales de Darwin e incorpora sus
conceptos evolutivos en una revisión feminista del sistema nervioso.

26. Las conferencias de Homenaje a Darwin, están disponibles en línea en


http://www.voicesfromoxford.com/homagedarwin_part2.html

27. Véase Helmreich, "Trees", para una discusión de los árboles evolutivos y los estudios de las
transferencias horizontales de genes que constituyen nuevas topologías evolutivas en forma de redes y
telarañas.

28. Véase, por ejemplo, Margulis y Sagan, Acquiring Genomes, Microcosmos, y What Is Life?; y Margulis,
Asikainen y Krumben, Chimeras and Consciousness.

29. El concepto de involución ha sido retomado por otros autores. Richard Doyle desarrolla el concepto
para explotar la expansión de la conciencia en su reciente libro Darwin’s Pharmacy. Para Doyle, la
“involución” es el difícil y alegre reconocimiento de que uno es inmanente en el sistema que uno observa:
bienvenido a la noosfera, donde la atención focalizada provoca transformaciones de la biosfera. Tanto el
mecanismo de encantamiento de una flor y su cadena de asociación con un sistema exogámico de
reproducción sexual mediada por la estética, sugieren un sujeto que está sujeto, incluso o especialmente
en su experiencia de interioridad, a una ecología de prácticas altamente diferenciales y completamente
dinámica. Como forma y contenido de una capacidad de vinculación transespecífica, las flores figuran y
de hecho, actualizan la conectividad física necesaria para cualquier receta que experimente la colectividad
ecológica de un yo, que toma “conciencia de lo que vive” en un enredo dinámico con tipo de otros (84).
Diane Chisholm’s “Biophilia, Creative Involution, and the Ecological future of queer desire” ofrece otro
enfoque de la involución. Documenta que la escritora de la naturaleza, Ellen Meloy, se enredó
afectivamente con el borrego cimarrón, el cactus pera y la flor del pincel rojo. De forma similar al análisis
que presentamos aquí, Crisholm desarrolla la adaptación de Deleuze y Guattari del concepto “involución
creativa” de Bergson, para investigar las “conjugaciones de afecto” entre organismos, en una ecología que
incluye al escritor de naturaleza (Chisholm, 360).

30. La línea o bloque de devenir que une a la avispa y a la orquídea, produce una desterritorialización
compartida: la de la avispa, que se convierte en una pieza liberada del sistema reproductivo de la
orquídea, pero también de la orquídea, que se convierte en objeto de un orgasmo en la avispa, también
liberada de su propia reproducción. Una coexistencia de dos movimientos asimétricos que se combinan
para componer un bloque, por una línea de fuga que escapa de presiones selectivas. La línea o el bloque,
no vincula a la avispa o a la orquídea, más de lo que las conjuga y las mezcla: pasa entre ellas, llevándolas
en una proximidad compartida en la que la discernibilidad de los puntos desaparece (Deleuze y Guattari,
293-94).
31. Véase, por ejemplo, Barad, Meeting the Universe; Butler; Castricano; Clough y Hardt; Hird; Parikka y
Whatmore.

32. En su ensayo,” ¿Cómo hablar del cuerpo?”, Latour desarrolla el concepto de articulación en el doble
sentido del término, tanto del habla clara como de la discriminación de las diferencias. Utiliza el ejemplo
de los kits utilizados para entrenar las narices en la industria del perfume. Los aprendices tienen que
aprender a articular diferencias cada vez más finas entre las fragancias. En el proceso, se vuelven más
articulados, y más capaces de emitir declaraciones acerca de las diferencias.

33. De hecho, muchos en el creciente campo de la “neurobiología vegetal” sostienen que las plantas
tienen algo parecido a un cerebro. Los investigadores apuntan a homologías electroquímicas entre las
neuronas animales y la fisiología de las plantas y sugieren que la red filigrana de las raíces de las plantas y
los tejidos conductores que recorren la planta, junto a los tallos y las hojas, forman un sistema coordinado
de células que pueden permitir que la planta actúe como un sistema nervioso (Balušca, LevYadun, y
Mancuso; Stahlberg y Trewavas). Estos investigadores se basan en una larga historia de investigación
sobre la excitabilidad de las plantas, empezando por las investigaciones de J. C. Bose de principios del siglo
XX sobre los nervios de las plantas en Bengala, India (véase Cinti; y Myers, “Sensing”), para argumentar
que las plantas tienen poderes cognitivos y potencialmente una especie de conciencia (on plant
consciousness, see also Doyle; and Trewavas).

34. Véase Roosth para una discusión de problemas similares asociados con las atribuciones de la
subjetividad celular.

35. Sobre los “gritos” no humanos, véase Roosth.

REFERENCIAS

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