En virtud del principio de autonomía de los órganos de Control Fiscal (OCF) respecto al sujeto controlado, pueden los titulares de los OCF permanecer en sus respectivos puestos, durante el período para el cual fueron designados, sin que sea legalmente posible removerlos, destituirlos, reemplazarlos o cambiarlos a voluntad de autoridad alguna sin la anuencia del Contralor General de la República. Como sabemos, sólo el Contralor General de la República está facultado para solicitar la separación de estos funcionarios cuando se configuren los supuestos establecidos en la Ley Orgánica de la Contraloría General de la República y del Sistema de Control Fiscal. Por otra parte, los principios generales que orientan el Sistema Nacional de Control Fiscal (SNCF) promueven la debida dotación de los recursos para el adecuado ejercicio de sus funciones. Esta aparente prerrogativa comporta un considerable grado de compromiso, toda vez que los OCF, en tanto órganos del SNCF, deben ejercer un conjunto de atribuciones cuya especificidad les confiere cualidad suficiente como entidades fiscalizadoras, con potestades sancionatorias, de investigación y de determinación de responsabilidades. En consecuencia, sus integrantes no pueden permitirse una actuación trivial o anodina: deben ser eficientes por naturaleza, en la acepción más amplia del término. Los factores de formación académica, capacitación y experiencia, aunados la solvencia moral, que dan lugar a la selección por concurso para el ejercicio de tan delicadas funciones, resultan inseparables de las cualidades que, en materia gerencial, debe estar dotado el titular de un OCF, a pesar de que el factor eficiencia en el desempeño no aparezca expresamente en los requisitos que ha establecido el Máximo Órgano de Control para la selección de los titulares de los OCF. Se pondera el tiempo de antigüedad como presunción de experiencia. Se infiere, por tanto, que, a quienes han ejercido esa posición durante años se les atribuye un valor de experiencia, independientemente del factor eficiencia, aunque la antigüedad no sea garantía de experiencia, y menos de eficiencia. No es de esperarse, sin embargo, que, deba el Máximo Órgano de Control, por su potestad como rectora del SNCF, expresar juicios de valor subjetivo para ponderar una determinada gestión en virtud de haber cumplido sus atribuciones con la probidad que la ley le exige. Es un deber ejecutar las actuaciones en el marco de la legalidad y eficiencia. Resulta un deber el mantenimiento de la calidad gerencial en términos de capacidad estratégica, racionalidad en el manejo de los recursos y procura de perfeccionamiento profesional y tecnológico de las organizaciones a su cargo, amén de la labor pedagógica encaminada hacia el sujeto de control para difundir la normativa y fortalecer el ambiente y la cultura de control como sistema. En todo caso, es un deber observar y promover una conducta dirigida a un comprobable impacto de la acción de control en los resultados, y a la propensión de la excelencia de la institución que representan, sin ánimo de obtener otra prebenda que no sea la de cumplir con la vocación de servidores públicos garantes del patrimonio sujeto a su fiscalización. Es un deber ser eficientes. Es un deber hacerlo bien sin esperar aplausos. Lo que en efecto habrá de esperarse serán aquellas sanciones que establecen las disposiciones legales derivadas de un desempeño carente de la debida probidad y solvencia.