You are on page 1of 13
Orfeo I Orfeo Las Dos MUERTES DE, Euripice Orfeo cantaba, Cantaba mientras recorria los ques de su patria, Tracia. Se acompajiaba de la lira’, instrumento que habia Pperfeccionado ana- diéndole dos cuerdas (con lo cual ahora la lira tenia nueve. Nueve cuerdas... como homenaje a las nueve musas?), Prados y los bos- Su canto era tan hermoso que las piedras del camino se apartaban Para que no se lastimase; las tamas de los arboles se inclinaban a su paso y las flores se abrian apresuradamente Para oirlo mejor. De repente, Orfeo se detuvo: ante él se encon- traba una joven bellisima. Estaba sentada a ori- llas del rio Peneo peinando sus largos cabellos, y dejé de hacerlo cuando se dio cuenta de la ines- perada Ilegada del forastero. Estaba casi desnu- da, como lo estaban las nayades que moraban en las aguas vivas. Orfeo y la ninfa’ se miraron un Antiguo instrumento muisico de cuerda, que se toca con ambas manos o con wn Pleciro (pia) 5 ‘an las iene * Deidades, hijas de JOpiter y Mnemosine, que presician las ciencias y las artes ales, sobre todo el canto y la poesia. Su mintero, variable, quedo estabilizado en nueve en la lasica, . "Lag nieear ton infas de las fuentes os ros Y los lagos. Las ninfs, en la mito- ‘ogta griega, son seres femeninos generalmente vinculadios con la naturalezai vivian “las Fuentes, los bosques, los mantes y los rios, como las driadas, silfides, nayades, _§ Whadas, eteétera, ¥ DoF : Cuentos Y das de los héroes de la mitologig instante, gorprendidos y mutuamente deslum. brain eres, hermosa desconocida? —le pre- nté Orfeo aceredndose: . —Soy una driada‘ y me llamo Euridice. Al entir un extrafio y delicioso dolor que le opti mia el corazon, Orfeo se dio cuenta de que el amor que sentia por aquella bella ninfa era in- menso y de —Y ti —le gu finitivo- . pregunto Euridice— écdmo te lla- Mi madre es la musa Ca- mas? o, dios de la musica. Soy —Me Ilamo Orfeo. lfope y mi padre es Apol musico y poeta... Extrajo algunos acordes de su instrumento, una magnifica concha de tortuga con cuerdas, y luego afiadio: —Ves esta lira? La he inventado yo y le he dado el nombre de citar —Ya lo sé. ;Quién no Orfeo? Orfeo se puso muy ufano. La modestia no era la mayor de sus virtudes y estaba encantado al saber que su fama habia llegado ya hasta la ninfa. —Euridice —murmur6, inclinandose ante ella—, creo que Cupido me ha clavado una de sus flechas... Cupido es el dios del amor. Euridice, halaga- da y encantada, se ech6 a reir. a’, habra ofdo hablar de ti, i INE de) esesenasnenes “ uiis fe Jos bosques, cuya vida duraba lo que la del arbol al que se suponia * Antiguo instrus sit i i your ‘gue aoe misico de cuerda griego parecido a la lira, pero de mayor —Te digo la verdad —insistié Orfeo—. jEuri- dice, deseo casarme contigo! Oculto entre los juncos de la orilla habia al- guien que no se habia perdido detalle de esta es- cena. Se trataba de otro hijo de Apolo, llamado Aristeo, que era apicultor® y pastor. También él estaba enamorado de Euridice, pero la hermosa ninfa lo habia rechazado una y otra vez. Aristeo se mordié el puto para no gritar de celos y jurd vengarse... jOrfeo va a casarse con Euridice! Aorillas del Peneo se celebraba una gran fies- ta. La novia habia invitado a todas las driadas, que bailaban al son de la citara de Orfeo. De re- pente, para hacer de rabiar a Orfeo, Euridice le grito: —jA que no me coges, Orfeo! Y eché a correr por el cafiaveral, riéndose. Or- feo dejé la citara y salié corriendo detras de ella. Pero los juncos estaban muy crecidos y Euridice era muy veloz. En cuanto perdié de vista a su ena- morado, se metié en un soto para esconderse en él. Pero llegada alli, dos fuertes brazos la agarra- ton, Euridice solt6 un grito de sorpresa y de terror. —No temas —le susurré una voz ronca—. Soy yo, Aristeo. —Qué quieres de mi, maldito pastor? jVuel- Ve a tus rebafios, a tus abejas y a tus colmenas! —¢Por qué me rechazas, Euridice? —jSuéltame! Te aborrezco. jOrfeo! jOrfeo! ersona que se dedica a Ja crfa de abejas y al aprovechamiento de sus productos. de los héroes de la mitologs Cuentos y leyen )... Dame al menos un beso y te de. —Un bes jaré ma rchar. De un tiron, Aristeo y regresd a | astor no se Eurfdice se solt6 de los brazos de a carrera a orillas del Peneo, Pero el pe resignd y salié corriendo de- tras de ella. En su huid yibora que, rabiosa, torrilla de la joven. —jOrfeo! —gritd dolor. El novio acudié. A dente marcharse de alli. _—Euridice, gqué te ha sucedido? —Creo... que me ha mordido una serpiente. Orfeo levanté en brazos a su esposa, cuya mi- rada comenzaba a velarse. Las driadas y los in- vitados no tardaron en acudir hasta ellos. —Euridice..., jpor lo que més quieras, no te me vayas! —Orfeo, te amo, no quiero perderte... Estas fueron las tiltimas palabras de Euridice, que jadeaba, se asfixiaba. Se acab6, el veneno ha- bia obrado. Euridice exhalé el tiltimo suspiro. En torno a la joven muerta resonaron las la- mentaciones, los gemidos, los gritos. _ Orfeo quiso elevar al cielo su dolor: cogié la lira e improvis6 un canto fiinebre, cuyo estribillo repitieron las driadas a coro. Era un lamento tan dncleits, #2 2 ae feras salieron de sus ma- ay mezclaron a oe te la hermosa difun- hueanae. Fe utc gust os con los de los seres ntico tan triste y tan desga- a, Buridice piso una serpiente, una hincé los colmillos en la pan- Ja muchacha gimiendo de Aristeo le parecié mas pru- Orfeo rrador que del suelo surgieron mil manantiales de lagrimas. —iHa sido por culpa de Aristeo! —prité de re- pente una de las driadas, cierto, [Yo vi cémo la perseguia! —Maldito Aristeo... iDestruyamos sus col- 1 —Eso, mataremos las abejas. jAsi vengaremos a nuestra amiga Euridice! Orfeo no tenia consuelo. Asistié a los funera- les sin dejar de sollozar. Las driadas, conmovidas, le dijeron: —Vamos, Orfeo, no hay remedio: ahora Euri- dice ha llegado a orillas del Tartaro, el rio de los infiernos, donde se retinen las sombras. Al oir estas palabras, Orfeo se estremecié y grito: —Cierto, alla esta. jY alld me voy a buscarla! A su alrededor surgieron algunas protestas escandalizadas. ;Acaso el dolor habia hecho que Orfeo perdiera el juicio? jE reino de las sombras era un lugar del que nadie vuelve! Plutén, su so- berano, y el terrible monstruo Cerbero, perro de tres cabezas, vigilaban para que los muertos no saliesen del reino de las tinieblas. —Iré —insistié Orfeo—. Iré y arrancaré a Eu- tidice de la muerte. El dios de los infiernos acce- deré a devolvérmela. {Si, lo convenceré con el canto de mi lira y la fuerza de mi amor! A los infiernos se entraba por una caverna que habfa al pie del cabo Ténaro, pero adentrarse en ella era una locura. se atrevid a apartar la enor. entrada de la gruta y se la oscuridad. ¢Cudnto "oman Tlevaba caminando Por &S® angosto pa- tiem} 2 ‘Al cabo, unos gemidos lejanos hicieron sadiz0 rpremeciese- Luego vio un rio subterra- oe, el Aqueronte, el famoso fo ‘el fone . Orfeo sabia que este rio desem ocaba en la la- guna Estigia, por cuyas: orillas vagaban Jas SOR: bras de los muertos. Asi que, para infundirse va- cantar acompanandose con la lira. Y se produjo el milagro: las almas de los espec- tros dejaron de gemit, los espiritus acudieron en tropel a escuchar a este viajero audaz que habia llegado del mundo de los vivos. De repente, Orfeo vio a un anciano sentado en una barca. Dejé de cantar y le grito: — Eres ti Caronte? jLlévame ante Pluton! Subyugado por los cantos de Orfeo, y tam- bién por su osadia, el barquero que se encargaba de trasladar las almas hasta donde estaba el amo o aquellos parajes subié al viajero en su barca. dest después, lo deposité en la otra orilla ante se aot cates monumentales. Tras ellas temible dios de los infi nied aa.nerieond pina, Sentado junto hello y su esposa, Proset- ellos estaba el espantos0 can Cerbero : con la: abiertas; sus S fauces de sus tres cabezas Sus aulli caverna. Hidos retumbaban por toda la sin embargo oneal me roca que cerraba /4 : tas Gal adentré sin dudarlo ef lor, se puso a En to; . —{Quién ene” Pluton interpel6 al intrus0: a dios de los infiemos? atreverte a desafiar al Ort Entonces, Orfeo comenz6 a cantar, Se acompa- adcon la lira para entonar una suplica de acento desgart ador: —Noble Pluton, mi osadia se debe a la fuerza de mi amor. Y mi amor es la hermosa Euridice, que me fue arrebatada el mismo dia de nuestra boda. Ahora ella se encuentra en tu reino y yo me presento ante ti, dios poderoso, para implo- rar tu clemencia. jSi, devuélveme a mi Eurfdice! Permite que regrese con ella al mundo de los vivos. Pluton vacilé antes de expulsar a aquel osa- do. Y dudaba porque hasta el terrible Cerbero pa- recia conmovido por la stiplica de Orfeo: jel mons- truo habia dejado de ladrar y se arrastraba por el suelo gimiendo! —jAcaso ignoras, imprudente joven —le dijo Pluton sefalando las puertas—, que nadie pue- de salir de los infiernos? jPara empezar, ni si- quiera a ti deberia dejarte salir de aqui! —Ya lo sé —replicé Orfeo prosiguiendo su la- mento—. jNo temo a la muerte! Si no tengo a Euridice, no tengo ya motivos para vivir. ;Y si te niegas a que me la lleve, me quedaré aqui, a su lado, en tus infiernos! Proserpina se inclin6 hacia su esposo y le mur- mur unas palabras al ofdo. Plut6n mene la ca- beza, indeciso, Luego, tras pensarselo un rato, le dijo: —Esté bien, joven temerario. Tu valor y tu su- frimiento han logrado conmoverme. Sea: accedo 4 que te marches con Euridice. Pero quiero po- ner tu amor a prueba... wt \ das de los héroes de la mitologig foo gintio inmerso en una oleada de ale. Orfeo se § , de gratitud. de taditit itn griay Preigne pluton, la mas terrible de lag E ir “ps . i —Oh, ve cara mas dulce que nuestra crue] condiciones on de hacer? ceparacion. ¢Queé he de . . da has sepate iver los ojos hacia tu amada hasta que —Noive sis salido de mi reino. Tu la conduci- "nant, ;Me has entendido? jNo debes Oe 1 :Si ‘ mirarla, ni dirigirle la palabra! Si mestenetnetly ces, Orfeo, perderas a Euridice para = x Pre! = +f stro an Loco de alegria, el poeta se postro ante los ambos hay I ras fuera de aqul. é dioses. ; eAdione vete, Orfeo. Pero no te olvides de lo que te he dicho. . Orfeo vio que las dos hojas de la pesada puer- ta de bronce se iban abriendo con un chirrido. —jSal ti primero! {No tienes derecho a verla! Orfeo recogié a toda prisa la lira y se dirigié hacia la barca de Caronte. Caminaba despacio, para asegurarse de que Euridice le segufa. ;Pero como estar seguro de ello? La angustia, la incer- tidumbre hicieron que brotasen lagrimas de sus ojos. Estaba a punto de gritar «;Euridice!», pero se acordé de lo que le habia dicho el dios y se guard de abrir la boca. en uel ‘hecho mas que subirse a la barca de fauna note que la barca cabeceaba por * no cabia duda de que Euridice ha- Be ree a bordo! Refunfuitando por el exceso Peso, el viejo barquero se dis USO 1 Corriente, P vem Juego, se detuvo a escuchar, A pesar de las co- rrientes de aire que silbaban en el] interior de la caverna, adivinaba el frufru de una tinica y el sonido de unos pasos femeninos que recorrian el mismo sender ‘uridice! jEuridice! Aceleré la marcha y trep6 por las rocas, ansioso de vol- ver a verla. Pero gy si le sacara demasiada delan- tera? ZY si ella se perdiera? Domenando’ su impaciencia, disminuy6 la marcha, al acecho de los ruidos que, detras de él, le indicaban que Euridice lo seguia. Pero cuando ya vislumbraba a lo lejos la entrada de la gruta, le asalté una terrible duda: gy si no se tratase de Euridice? ¢Y si Plutén lo hubiese engafiado? jOr- feo sabia cuan crueles podifan ser los dioses, lo capaces que eran de burlarse de los desventura- dos seres humanos! Para infundirse 4nimos, se dijo: «Vamos, ya no faltan mas que unos pasos». Con el corazén desbocado, Orfeo los dio. jY, répidamente, de un brinco salié al aire libre, a la luz del dia! —Euridice... jpor fin! No pudo aguantar mas y mir6 hacia atras. Y en efecto vio a su amada. En Ja oscuridad. Pues aunque seguia los pasos de Orfeo, toda- via no habia franqueado los limites del reino de las tinieblas. Y Orfeo se dio cuenta en un instan- te de su imprudencia y su desgracia. —Euridice... No! Mitologi, arde; la silucta de Euridice ge g, i > Se dle. ja oscuridad. Solo le lege "26 Demasiado t diluyé en | vanecid, Se un hilo de voz: / —_Orfeo..., jadiés, M1 dulce amado! La enorme roca volvié a cerrar la entrada de la caverna. Orfeo sabia que era inutil volver a emprender el camino de los infiernos. —Furtdice..., jpor ™M culpa te pierdo por se. gunda vez! Orfeo regreso a su tierra, Tracia, proclamando gu dolor a todos los que encontraba de camino, Su sentimiento de culpabilidad hacia que su de- sesperacion fuese todavia mas grande que la vez anterior. —Orfeo —le decian las driadas—, piensa en el futuro, no mires atras..., hay que aprender a olvidar. — Olvidar? gComo voy a olvidar a Euridice? Los dioses no quisieron castigat mi osadia, sino el exceso de confianza en mi mismo. A pesar de haber perdido a Euridice, Orfeo no dejaba ni un solo dia de cantar: dia y noche de- seaba comunicar a las gentes su infinito dolor... Y Jos habitantes de Tracia acabaron por aburrir- se de su duelo, tan molesto y manifiesto. —jEsta bien! —declaré Orfeo—. Huiré de este mundo y me iré lejos de la soleada y apacible Grecia. jAsi, nadie volvera a oir mis cantos ni mis lamentos! Siete meses después, Orfeo avisté el monte Pangeo. Una alegre algarabia le indicé que alli se estaba celebrando una fiesta por todo lo alto. Bajo inmensas tiendas de tela, bebian numerosos invitados; algunos, ya ebrios, cortejaban a las mujeres, que también habian bebido en exceso. Orfeo se dispuso a proseguir su camino cuando unas muchachas le gritaron: —jUnete a nosotros, apuesto viajero! —jQué hermosa lira! Conque eres musico, ceh? ;Pues cantanos algo! —jSi, ven a beber y a bailar en honor del dios Baco, nuestro amo! Orfeo reconocié a las mujeres: eran las bacan- tes; sus banquetes solian acabar en orgias®. Y Or- feo no estaba ni para bailes ni para risas. Y mucho menos para beber y amar. Asi que les contestd: —No, estoy de luto. He perdido a mi novia. —jPor una que se pierde se encuentran diez! —le grit6 entre risotadas una de las bacantes, sefialando el grupo—. jElige a una de nosotras como pareja! —Imposible. Jamas podré volver a amar a otra mujer. —No irds a decir que no te parecemos sufi- cientemente guapas? —j{Ninguna te parece bastante para ti? Orfeo no les contest6; miré hacia otro lado y se dispuso a marchar. Pero las bacantes no esta- ban dispuestas a consentirlo. —(Quién es ese insolente que de este modo Nos desprecia? —jHermanas, no podemos permitir este des- Precio! "Las bacantes simbolizan el alma ebria posefda por una divinidad enloquecedo- ni a mujeres participaban en las bacanales u orgias, festines en los que se come y te, y se cometen todo tipo de excesos. Cuentos y stoes de la mitologr, Y sin dar tiempo a que Orfeo pudiese reacg} nar, las bacantes se abalanzaron sobre é] y |g tle naron de arafiazos. Orfeo no tenia ni fuerzas ny ganas de defenderse. Desde que perdié a Euridi. ce, habia dejado de temer a los infiernos yla vida le atrafa menos que la muerte. Alertados por aquel revuelo, acudieron log jn. vitados, que lapidaron al infortunado viajero que habia osado ofender a las bacantes. Orfeo, superado en numero, no tardé en sy- cumbir, Llenas de rencor, las furias desgarraron e| cuerpo del desgraciado poeta. Una le arrancé la cabeza, que agarré por el pelo y tiré al rio Evros, Otra recogié la lira y la tird también al agua. La noticia de la muerte de Orfeo se extendié por toda Grecia. Las musas, enteradas de ella, acudieron al monte Pangeo, de donde ya se habian marchado las bacantes, hartas al fin de tanta orgia. Las mu- sas se dedicaron a recoger piadosamente los res- tos del mtisico. —jHay que enterrarlos al pie del monte Olim- po! —decidieron—. Edificaremos alli un templo digno de su memoria. —Pero zy su cabeza? .Y su lira? —Desgraciadamente, no hemos podido en- contrarlas. Nadie ha hallado jamés ni la cabeza ni la lira de Orfeo. Pero al anochecer, cuando uno pasea a orillas del rio Evros, se oye a veces un canto de extraor- * Ye * , We Orfeo si R ginaria belleza. Se dirfa que es una voz con el acompanamiento de una lira. Y si uno escucha con atencién, se acierta a distinguir un prolongado lamento Es Orfeo que Hama a Euridice

You might also like