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Eugenio Trías, Los límites

del mundo, Madrid, Ariel, a


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1985, 284 p. PRELUDIO


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r- •• I

A través de lo que, hasta hoy, llevo publicado he procura­


do aproximarme a una posible reflexión ontológica. Por lo
general he partido siempre de un campo acotado de fenóme­
nos que poseen unidad temática con el fin de que, a través
de la fusión de un esquema teórico subyacente y de un trabajo
estilístico de la escritura y de la composición del texto, se su­
giriera un posible acceso a la filosofía primera. En ocasiones,
he debido entretenerme en desbloquear las resistencias, obs­
táculos y censuras que nos impiden enfrentarnos, cara a cara,
con la metafísica, toda vez que pertenezco a un mundo his­
tórico, a una época, especialmente ciega y sorda a toda requi­
sitoria que le conduzca más allá del cerco de fenómenos que
llamamos «nuestro mundo», en ignorancia de que éste se abre
desde cierto marco de referencia que inevitablemente sugiere
lo que en este libro llamo límites del mundo. He debido ra­
jar de parte a parte el escenario de cartón de nuestra farsa
cotidiana con la espada crítica del concepto y del estilo con
el fin de mostrar el agujero ontológico que ese tenderete de
feria trata vanamente de ocultar. Bajo el reconfortante placer
estético, supuestamente desinteresado, que actúa como anal­
gésico del sufrimiento a través de las canónicas categorías de
lovbello y de lo sublime, pude revelar la siniestra y atormenta­
da faz de una deidad del arte: eso que Jacobo Muñoz, con ex­
presión magnífica, llamó en un comentario a un libro mío el
corazón atroz de la belleza. Bajo la tranquila farsa de las éti­
cas hedonistas y de los brindis seculares en honor de un suje­
to autárquico recordé el oscuro trabajo de la pasión, señalan­
do el corazón dividido y partido de ésta. Bajo la trama dra­
mática que codifica la gran producción cultural secular de
occidente pude desvelar el vacío trágico latente a esa masca­
rada. El componente trágico del ser se fue perfilando así, de
texto en texto, a partir de aproximaciones diversas. Ahora se
trata, pues, de enunciar y decir lo que el ser es, afirmar el ca­
rácter trágico, sin fundamento, de un ser que, en Filosofía del

m
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PRELUDIO 11

futuro, determiné como devenir o suceder. El ser es devenir o sche, parece como si la filosofía hubiera perdido eso que
suceder: singular sensible en devenir derivado de un funda­ Nietzsche llamaba el gran estilo, abundando en cambio hoy
mento en falta y referido a un fin sin fin. En la primera parte, el pequeño trabajo sectorial, que en principio podría estar ple­
a la que llamo primera sinfonía, muestro el camino o método namente justificado si arrancara de una poderosa idea o in­
que permite enunciar ese componente trágico del ser. tuición filosófica fundamental. La mayoría de los nuevos maes­
Thomas Mann, en su estupendo comentario a la filosofía de tros que ofrece la filosofía en el campo internacional presente,
Schopenhaucr, subraya la confesión de éste respecto a su obra no dejan de ser representantes de lo que bien podría llamar­
principal: la de qu e en ella está expuesto un único pensa­ se el género chico de la filosofía: no pasan de ser excelentes
miento, sólo que desglosado en cuatro partes. Thomas Mann tratadistas de epistemología de la ciencia, o de la interacción
llama a esas cuatro partes «sinfonías de ideas». En esta feliz ex­ entre ciencia y sociedad, o de la metodología científica o her­
presión me inspiro para denominar sinfonías a las dos partes menéutica, o del minucioso análisis de los juegos lingüísticos
en que se descompone este libro. El objetivo de éste es, pri­ corrientes, o de la mera matización, lógico-lingüística o socio­
mero, definir el ser. En segundo lugar, decir qué es la verdad. lógica, al uso corriente de nuestras expresiones éticas o esté­
Ésta es, como se verá, pura transparencia. En la primera sin­ ticas, o cualquier otro orden de minucias. Lo más interesante
fonía se accede a la definición del ser como devenir o suceder que ofrece la filosofía actual tiene siempre carácter crítico o
sin principio ni finalidad. En la segunda sinfonía se halla el disolvente, así por ejemplo los trabajos analíticos en torno a
fundamento externo al ser en lo que siempre he llamado espa­ ciertos prejuicios epistemológicos, como la idea misma de
cio-luz: éste es pura transparencia. La primera es una sinfonía sense data (Sellars) o de la dualidad mente-materia (Rorty).
trágica; la segunda, escrita más allá de toda tragedia y de O bien los esfuerzos por destruir el marco mismo de una
toda ontología, es la sinfonía de la pura transparencia. epistemología fundada en la representación (Foucault, Deleu-
ze). Tampoco las últimas estribaciones de la Escuela de
Frankfurt llegan más lejos que a un intento sincrético por fe­
II cundar la epistemología con la teoría crítica de la sociedad,
a partir de un diálogo con la sociología americana y con la
Mi intención ha sido siempre abrirme a la experiencia pro­ epistemología «científica» de orientación anglosajona. En nin­
piamente metafísica a través de tanteos y ensayos previos, que guna, o casi'ninguna, de estas líneas de fuerza filosófica se adi­
acaso permiten inducir, con la experiencia propiamente meta­ vina cierta orientación hacia la metafísica. Más bien se puede
física, algunas de sus categorías o determinaciones específicas. percibir desgana o desinterés respecto a esa posible empresa.
Confieso que hasta ahora no he llevado a cabo el temático La dificultad se agrava si se pretende llevar a cabo esa in­
afrontar de esa experiencia y el riguroso análisis y ensambla­ cursión y esa introducción en el terreno de la metafísica desde
je de sus categorías pertinentes. No me había visto con fuer­ una situación no sólo históricamente desfavorable, sino, ade­
zas para esta ardua tarca, acaso una de las tareas más necesa­ más, localmente desalentadora o imposible. Cataluña, España,
rias, pero también más ingratas, de todas las que pueden ha­ Hispanoamérica no han sido ni son espacios culturales en
cerse hoy en el terreno de la cultura y, en particular, en el donde la filosofía moderna haya tenido cultivo intenso y con­
terreno de la filosofía. Éste es un tiempo histórico de indigen­ tinuado. Es más, en razón de su propio atraso con relación a
cia muy grave en lo que se refiere a la metafísica. Se sospecha la modernidad, subsiste en esas comunidades la pervivencia
y se cree que ya no es tiempo para dicha ocupación, tomán­ de una metafísica residual y arqueológica, generalmente esco­
dose la coartada del anacronismo como legitimación de una lástica y particularmente tomista, que acaba produciendo un
impotencia (cuya verdadera razón se hallaría en la abrumado­ efecto de desaliento en todo aquel que busque o se interese
ra extensión de los campos del saber y en el carácter pluri- en ese territorio marcado por el infortunio. Escribir de filoso­
forme y disperso de los juegos lingüísticos y de los juegos de fía y, en particular, de metafísica en estas latitudes es un puro
la cultura). Muertos Heidegger y Wittgenstein, esos «últimos ejercicio de quijotismo testimonial que sólo se justifica por ra­
filósofos» de idéntica raza que Parménides, Heráclito, Platón, zones de necesidad idiosincrática (o por un idealismo a largo
Aristóteles, Kant, Hegel, Schopenhauer, Kierkegaard o Nietz- plazo).
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Ni que decir tiene que, en rigor, la verdadera filosofía, lo llamo, en este libro, la proposición ético-metafísica (o propo­
mismo que el verdadero arte, es algo inútil y, en cierto modo, sición metódica), la proposición ontológica y la proposición
provocador. No responde a necesidad social alguna. Más bien topológica. A partir de un largo y extenso recorrido será posi­
puede ser profundamente disfuncional y desquiciante con ble, al final del libro, extender la genuina proposición filosó­
relación a ciertas normas que regulan los usos y las costum­ fica, esa a la que llamo principio de variación.
bres tribales. Menos aún puede hacerse de todo ello uso ideo­ El libro consta de dos partes que se siguen una a otra con
lógico y político, por mucho que los poderes públicos se es­ inflexible consecuencia. Pero cada una de ellas cubre un ám­
fuercen una y otra vez en ello. Decir la verdad o ponerla en bito objetivo y discursivo diferente e intrínseco. Cada una
obra es algo obsceno. Por esta razón el verdadero arte y la exige, por lo mismo, un arsenal diferente de imágenes y pala­
verdadera filosofía, y en general todo aquel juego que tenga bras. En cada una de esas dos partes se articulan y vertebran
que ver con la verdad, no pueden ser nunca cosa pública ni distintas líneas de razonamiento y voz, cuya coordinación y
estupefaciente popular. En principio nunca adormecen las estructura da lugar a una pieza de autonomía relativa que,
conciencias sino que las irritan y mantienen en estado de per­ por todo ello, he denominado sinfonía. Se trata, pues, de dos
petua alerta y lucidez. Lo cual produce más bien dolor e ira sinfonías de ideas. Cada una de ellas accede y despliega al­
que sensaciones placenteras. Por eso son pocos los que pue­ guna de las diferentes proposiciones en las que se desglosa la
den llegar a comprender una obra artística profunda o una proposición filosófica. La primera sinfonía consta de un tra­
genuina construcción filosófica. La selección es, en este caso, zado metódico en virtud del cual se pronuncia la proposición
de naturaleza ética, moral. ético-metafísica, lográndose así el acceso a la proposición on­
tológica. La segunda sinfonía explota un filón conceptual ha­
llado en el despliegue de la propuesta ontológica, abriendo
así el ámbito de pronunciamiento de la proposición topológi­
III ca. Al final de esta segunda sinfonía se aprovecha el funda­
mento hallado para repensar las materias tratadas en la pri­
En la evolución interna de una obra, sea ésta literaria, mera. En ella la filosofía inicia su viaje de vuelta. En ella se
plástica, científica o filosófica, hay una determinada fase en la vuelve al ser; o éste es recreado. Es entonces cuando puede
cual su administrador debe ocuparse de librarla de todo adi­ pronunciarse la proposición filosófica, la que corresponde al
tamento innecesario (siguiendo acaso la consigna de Adolph principio de variación, tal como fue expuesta en Filosofía del
Loos de que «el ornamento es delito») con el fin de que res­ futuro.
plandezca en el centro de irradiación de la misma lo que s . La primera sinfonía despliega el método en razón del cual
tiene de propio, singular e irreductible. Tratándose de una puede accederse a lo que es, al ser en tanto que ser. El punto
obra filosófica esto significa situar en el centro de la medita­ de partida metódico es el empírico: eso que soy, eso que so­
ción la idea filosófica que en ella se propone. A esa propuesta mos, el sujeto en su doble variante empírica, el sujeto que soy
puede llamársele la proposición filosófica. Por lo que se, re­ (opción metódica solipsista) y el sujeto que somos (opción
fiere a mi propia obra, esa proposición fue expuesta en Filoso­ metódica comunitaria). Ambos soportes empíricos y metódi­
fía del futuro con el nombre de principio de variación. cos cubren dos amplios ciclos, correspondientes a cada elec­
Ahora bien, en ese libro presenté de forma abrupta ese ción metódica. Una vez puestos los cimientos metódicos y em­
principio, por lo que me he visto en la necesidad, en este píricos puede pronunciarse al fin la proposición referente a lo
nuevo libro, de llevar a cabo un arduo trabajo analítico que que es, al ser depurado de su propia mostración a través del
permita conceder a dicho principio su genuina demostración, recorrido metódico. En ese tercer ciclo de la primera sinfo­
tomando el término «demostración» en su sentido más rancio nía se dice, pues, qué es lo que es. Pero con ello no termina
y literal («demostración de fuerza», por ejemplo). Se trata, el recorrido entero y completo a través de la idea filosófica.
pues, de trazar el método, el camino que conduce a dicha pro­ Ese ser, en tanto que ser, pide un fundamento diferenciado
posición. Y así mismo de desglosar esa proposición en aque­ que exige un salto discursivo a un ámbito localizable más allá
llas en las cuales se pone en evidencia. A esas proposiciones del ser. En él puede pronunciarse una genuina proposición
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fundamental: la que explora esa última instancia a la que, en los hábitos en que cuarenta años de mezquindad filosófica in­
todos mis libros, he denominado espacio-luz. Éste es pura ternacional nos han echado sobre los hombros, a modo de pe­
transparencia. Desde él puede definirse al fin el objeto de toda sado lastre de desengaño respecto a cualquier quehacer serio
filosofía, la verdad. Puede decirse qué es la verdad, a saber, y ambicioso en el marco de la filosofía primera. Éste es uno
transparencia pura. Su signo material lo constituye lo que de mis retos. Que en plena era de la banalidad informatizada
llamo el signo de diferencia y concordancia. aparezca una obra escrita con absoluta y majestuosa parsimo­
En esta segunda sinfonía ese fundamento alcanzado sirve nia puede servir acaso de contrapunto irónico a toda la chá-
para retomar todo el material de la primera sinfonía y pro­ chara vacía que se hace pasar por trabajo intelectual o cul­
nunciarse en consecuencia la proposición o propuesta genui- tural. Quede, pues, este texto como monumento o como gran
namente filosófica, a saber, lo que he llamado siempre prin­ oratorio. No he dado la más mínima facilidad. Que sepa el
cipio de variación. lector que el texto está vallado, pues lo que en él se dice no
Inspirándome en Platón hablaría de tres grandes fases en puede simplificarse.
el recorrido de la filosofía: 1) el camino ascendente hasta el
fundamento incondicionado. 2) La exposición de dicho funda­
mento. 3) La deducción de la experiencia ganada en el ascen­ IV
so desde ese fundamento. O si quiere decirse así, momento del
ascenso, momento del reposo y momento del regreso. En la Todo verdadero libro constituye un organismo viviente.
primera fase se conjuga el verbo «llegar», en la segunda el ver­ Precisamente porque todo él se halla en lo profundo radical­
bo «estar», en la tercera el verbo «volver». La primera enuncia mente centrado y centralizado (en una única idea o pensa­
una búsqueda, la segunda un hallazgo, la tercera una coloni­ miento, si el libro es filosófico), por eso puede soportar todas
zación. aquellas disgresiones o excursos que le darán fluidez, espon­
En cierto modo hay una recíproca fundamentación entre taneidad y gracia. En una palabra, vida. Confieso haber logra­
cada parte y sinfonía. El recorrido metódico (primero y segun­ do ese objetivo en algunos casos. En ellos conseguí aunar esa
do ciclo de la primera sinfonía) da el fundamento empírico y estricta unificación de las partes en el todo en virtud de una
metódico a la ontología. La exposición de ésta (tercer ciclo de única idea o de un solo pensamiento que atravesó el texto de
la primera sinfonía) da al método y a la experiencia su funda­ parte a parte, así por ejemplo cierta idea de pasión rubricada
mento lógico. La sinfonía primera tomada en su conjunto con­ por un constante traer a escena la gran leyenda pasional de
fiere fundamento empírico y metódico a la segunda, y la se­ Tristán e Isolda, o bien cierta distinción entre drama y tra­
gunda (exposición del fundamento) concede fundamentación gedia que permitía un constante aventurarme y dispersarme
lógica a la primera. Ese ejercicio de fundamentación se reve­ por todos los ámbitos de la cultura, o bien cierta articulación
la al final de la segunda sinfonía. entre lo bello y lo siniestro que hacía posible enfocar la cá­
Por razones intrínsecas puede decirse que la primera sin­ mara analítica en el primer plano de un par de cuadros o de
fonía es una sinfonía trágica: su objetivo es desplegar lo que una insigne película, de un breve relato de Hoffmann o de
siempre he llamado ontología trágica. Sólo que en el enuncia­ dos piezas teóricas freudianas.
do del ser como puro ser trágico, sin fundamento, no conclu­ Un libro verdadero de filosofía debe aunar una potente
ye el poder discursivo de la filosofía. Ésta se remonta, más construcción teórica medida desde el criterio de la verdad
allá del ser y de su ausencia, hacia un allende, épekeina, que con un elaborado trabajo estilístico, medido a su vez desde
debe llamarse espacio-luz. Exponer en qué consiste el espa­ el criterio de lo artístico. Creo haber cumplido esta suma arti­
cio-luz exige una segunda sinfonía, la sinfonía de la pura trans­ culada de criterios en los casos citados. No así en otros li­
parencia, escrita después de toda tragedia. Por último será bros míos. En La memoria perdida de las cosas echo en falta
preciso regresar a la caverna platónica, volver a la tierra pro­ esa unidad orgánica: el libro se derrama en un exceso de
pia, en el final de la segunda sinfonía, en el cual se vuelve al ideas con escasa ligazón, pese al innegable buen hacer esti­
ser, deduciéndose éste de su fundamento propio. lístico del mismo y a su justificado carácter experimental y
Me consta que una obra como la que aquí propongo rompe aventurero. No es muy común que uno mismo juzgue su pro-
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pia obra con la distancia retrospectiva que da el tiempo, pero ,teriales, la del cristal, que exhibe Marcel Duchamp en su ex­
eso me trae sin cuidado. ¿Por qué renunciar también a ser traordinario Gran Vidrio, el que será leitmotiv de la segunda
juez público de Sí mismo? Los poetas escriben sus estéticas o sinfonía). Este libro trata de decir qué es la verdad. Decir la
sus retóricas. Lo mismo hacen, no siempre con fortuna, los verdad es la tarea filosófica. Si se logra definir la verdad con­
pintores. Siempre he creído que la filosofía pertenece al gé­ sigue la filosofía su objetivo. Aquí, al final del texto, extiendo
nero creación. Luego puedo alguna vez aventurarme a decir mi idea acerca de la verdad. Digo en él que la verdad es pura
«cómo he escrito algunos de mis libros». No ha llegado ese transparencia: mostración del signo de concordancia (/) que
momento, sin embargo. Bastarán estas pequeñas indicaciones articula palabras en proposiciones y sucesos en sucesiones o
o confidencias: invitaciones a penetrar en el secreto del su­ variaciones. Decir o hacer verdad es mostrar, con palabras,
mario o a adentrarse al taller mismo en donde se forjan ideas, pasiones o actos, la barra o bisagra misma que Duchamp
escrituras, textos. llama signo de concordancia. Ese signo debe ser meditado
Este libro que ahora publico gravita todo él en torno a como lámina de vidrio, lámina que repliega su doble faz de
una única idea especificada por su título. Es una gigantesca anverso y reverso (idénticos y diferentes a un tiempo) en la
variación en torno al único tema del límite: el límite en tanto visión cobrada cuando se mira el cristal frontalmente y de
que límite, la idea filosófica de límite. En la primera sinfo­ canto, lámina que se despliega en un anverso y un reverso
nía ese límite aparece en forma que exige el genitivo: como proyectados desde dentro del corazón mismo de la barra o la
límite del mundo. En la segunda sinfonía se explora el límite bisagra. En esa proyección se estampan o emplastan en las
mismo, el límite de sí a sí, el límite de lo mismo (interno dos caras, anverso y reverso, las mismas figuras colgantes, sus­
respecto a lo mismo), el límite en toda su diamantina pureza pendidas, expuestas en el más vacío y translúcido de todos
de anverso y reverso de un cristal, el límite como límite o la los materiales: una novia colgada, expuesta, ahorcada en ese
transparencia como transparencia. vacío luminoso, desnudada por la mirada reflexiva de sus
He debido reprimir, en este libro, para mi propio infortu­ solteros trocados en la postura voyeur de los «testigos ocu­
nio y el de los lectores que accedan a este texto, el compo­ listas».
nente sensible y sensual de mi habitual trabajo conceptual- Este libro, en su segunda sinfonía, es un inicio de medita­
poético por razón del carácter seco, adusto, ascético, o de re­ ción sobre esta genial composición de Marcel Duchamp.
citativo seco, que tiene la filosofía primera. Pero hay, creo, tam­
bién cierta «salvación estética» para esa belleza dura y nada
concesiva. Considero bella la escritura kantiana en su seque­ V
dad rotunda y vibrante, en su poderosa adustez sin mácula,
en su virginal chorro de inteligencia transparente y poderosa. La filosofía tiene un doble comienzo empírico y metódico.
Pero al terminar el libro vuelvo con nostalgia la vista a for­ La filosofía arranca de su compromiso con la modernidad en
mas más sensuales y emotivas en que hablaba y vibraba la la medida en que explícita ese sujeto de la experiencia y del
pasión o en donde emergía el Horror a través de la pura be­ método. Dicho sujeto es, a primera vista, el ego cogito sum
lleza. Probablemente tardaré en escribir un nuevo libro como cartesiano, eso que soy, sujeto que asume el compromiso me­
éste, tan ascético y desecador. No puede abusarse de la filoso­ tódico solipsista característico de la primera modernidad
fía pura. La pureza infinita del cristal translúcido puede ator­ (Descartes,-Kant). En el primer ciclo de esta sinfonía se dará
mentar' con su exceso de luz y refulgencia. Mirar de canto el palabra y voz a ese sujeto, convenientemente rectificado y re­
borde vertical de un cristal alzado sobre nuestros ojos no creado. Se incorporará, por tanto, el paradigma solipsista,
puede hacerse demasiado tiempo, por mucho que del corazón aunque con intención sólo metódica y no doctrinal. Pero en el
interno a ese cristal, que al girar muestra su anverso y su cursó de esa expansión del sujeto que soy, o de su recorrido
reverso (idénticos en su absoluta diferencia), broten figuras y trazado de un camino o método, el cual trecho constituye la
pictóricas embutidas y emparedadas en el interior mismo del propia experiencia que hace dicho sujeto de su mundo, se re­
cristal (como esas figuras suspendidas y expuestas al puro velará el arraigo de eso que soy en una dimensión más honda
aire absoluto de la más vacía de todas las transparencias ma- y radical de lo que soy, el campo de interacción entre sujetos
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PRELUDIO 19
que constituye el ser que somos. El segundo ciclo, por con­
siguiente, avanzará de la primera fase de la modernidad a la asi mismo el límite del mundo. Al movimiento que efectúa eL
segunda, aquella que, después de Hegel, piensa el punto de sujeto,ef que soy y el que somos, a través de esta experiencia
partida metódico en términos de intersubjetividad. El recorri­ le llamaré, por todo ello, al cerco.
Cabe, sin embargo, experimentar, a través de ciertos suce>j
do de ambos itinerarios dará un fundamento metódico y em­ sos y de'cierta proposición, lo "que se halla fuera del cerco|
pírico a la filosofía primera. Una vez desplegados ambos ci­ Esa experiencia es, como se verá, la experiencia ética. En ellá)
clos será posible desvelar la incógnita (= X) encerrada en las se produce el genuino ingreso en lo metafísico. Por último,
dos proposiciones (eso que soy, eso que somos). Podrá al fin tras este segundo movimiento referido al acceso, cabe pensar
decirse qué es eso que soy y somos: podrá proponerse al fin que la incógnita vislumbrada y palpada en la experiencia y en
qué es lo que es, decirse qué es el ser y definirse eso que es. la proposición ético-metafísica se despliega a través de un ter­
Será ese tercer ciclo, referido a eso que es, el objetivo y fin cer trecho o recorrido de la experiencia, el que corresponde al
perseguido a través del método. El despliegue de la proposi­
suceso y proposición estética y teleológica.
ción que dice qué es eso que es, la proposición ontológica, ¿4»Como se verá, estos tres movimientos, cerco, acceso y des­
concederá fundamento lógico al método y a la experiencia, pliegue, se reproducen en el segundo ciclo. A través de ellos
implantando un segundo sentido a la idea de comienzo y de se asciende hasta la posibilidad de experimentar y pronun­
punto de partida. Pero a su vez esa proposición ontológica ciar en palabras aquello a lo cual la incógnita hace referencia:
tendrá en el método y en la experiencia alcanzada su funda­ el ser en tanto que ser. En el tercer ciclo, por tanto, se despeja
mento empírico y metódico. Lo que resultará de ese desplie­ la incógnita y se dice qué es eso que es.
gue de la proposición ontológica, la que dice qué es el ser en •k 9b Uní:
tanto que ser, será lo que siempre he llamado ontología trági­ .<!■ .
ca: una ontología que piensa el ser como devenir o suceso VII
absolutamente puesto, remitido a un fundamento siempre en
falta. El ámbito de dicha falta mostrará un acceso hacia más En el primer ciclo la incógnita aparece alojada en la ex­
allá del ser (definido como suceder). A partir de esa puerta
abierta será posible transitar, a través de un salto, hasta la periencia primaria e inmediata del sujeto que pronuncia la cé­
instancia última, o espacio-luz, cuya proposición será des­ lebre proposición cartesiana (ego cogito sum). Desde esa ex­
plegada en la segunda sinfonía. periencia metódicamente primera en la cual queda inaugura­
do el método y la modernidad, así como el marco crítico en
el cual se especifica y concreta el método y la modernidad en
VI filosofía, se abre un itinerario, camino o recorrido (método)
jalonado por tres etapas, trechos de la andadura que hace el
En el curso de la exploración metódica, tanto en el primer pensamiento radical a través de tres formas de experiencia
ciclo como en el segundo, esa incógnita a la cual remite lo que determinadas, las cuales desprenden diversas regiones o
soy y lo que somos se muestra de tres maneras. Cada una de «mundos» que, en el curso del texto serán gradualmente re­
ellas significa, respecto a la anterior, una mayor precisión y corridos: mundo teorético referido al orden de los sucesos
concreción de eso que se busca (el ser). A esas tres manifes­ físicos (el cerco), mundo moral explícito en la proposición
taciones de lo buscado corresponden tres movimientos dentro ético-metafísica (el acceso), mundo estético referido al modo
del recorrido o método global que efectúa el sujeto de la an­ simbólico de exposición propio de la obra de arte y mundo
dadura metódica y experiencial. ui histórico moderno explicitado en el juicio o proposición que
Eo el comienzo, el sujeto se encuentra con que lo que bus­ determina finalísticamente la propia modernidad (el desplie­
ca está fuera de los alcances de su experiencia. Su referencia gue).
al ser está vallada. Pero eso que busca le cerca y embiste des­ En estos mundos se desglosa un orden de sucesos (físicos,
de fuera del límite de <=■■*>yp*,rifrif~1> Se le dibuja así él cerco morales, estéticos e históricos), el modo en que son padecidos
de sucesos que canstituye_sn propio por el sujeto (angustia y vértigo referido al límite del cerco,
culpa y conciencia del deber referidos a la proposición moral
20 LOS L IM IT E S DEL MUNDO

imperativa, sentimiento de placer y dolor referido al juicio


estético, pasión histórico-política resultante del juicio histó­
rico), un orden de proposiciones (proposición científica, pro­
posición imperativa ético-metafísica, proposición estética y
proposición histórica), que juzga y demarca de distinto modo
lo afirmado y lo negado, la luz y las sombras, en términos de
verdad y falsedad (decir teorético), bondad y maldad (decir
moral), lo bello y lo siniestro (decir estético), lo finalístico o
progresivo y lo reaccionario (decir histórico). Esta síntesis
cuádruple de sucesos, padecimientos, proposiciones y juicios
configura la totalidad de la experiencia que deriva o dimana
del ego cogito: es la experiencia que el sujeto moderno hace
del mundo, el cual se le ofrece en esas formas o dimensiones.
En el segundo ciclo se invierte la premisa metódica, en la
medida en que el recorrido de cada uno de esos trechos de
experiencia revela el desbordamiento del ego cogito sum (y del
consiguiente solipsismo como perspectiva metódica privilegia­
da) en el campo de interacción entre sujetos (el ser que so­
mos). Ese segundo ciclo queda ya determinado al final de al­
gunos de esos recorridos, especialmente el segundo, tercero y
cuarto.
P R IM E R CICLO

ESO QUE SOY

P R IM E R M OVIM IENTO

EL CERCO

1, La exigencia de método en la filosofía moderna


I
Con frecuencia se plantea la cuestión de si es posible tra­
zar un método para la filosofía, entendiendo por filosofía lo
que por ello entendían Platón y Aristóteles, filosofía primera,
metafísica. Se ha hablado mucho en los últimos tiempos de la
tiranía del método, del fetichismo metodológico de los tiem­
pos modernos, con referencia a la filosofía y también a la cien­
cia y al arte. Se ha defendido incluso cierto «anarquismo epis­
temológico» capaz de ensanchar el ámbito de la imaginación
creadora. Han aparecido numerosas publicaciones con atrac­
tivos títulos como Contra el método. Los términos «meto-
dologismo» o «epistemologismo» comienzan a tener carácter
peyorativo. Hay, quizás, razones fundadas para ello. A una
errónea concepción del método y de la epistemología como
fines inmanentes y exclusivos del quehacer filosófico (o tam­
bién del artístico y científico) se ha reaccionado defendiendo
la anarquía, el antimétodo.
Se cree, en ciertos círculos académicos, en razón de un mal
entendimiento de la consciencia y de la responsabilidad pro­
fesional, que una vez dilucidada la cuestión del método no hay
ya otra tarea para el filósofo que la aplicación de esa varita
mágica al ancho campo de la experiencia. La posesión de un
método, sea éste lógico-lingüístico, fenomenológico-existencial,
hermenéutico, estructuralista, marxista, capacitaría al filósofo
24 LOS L IM IT E S DEL MUNDO o n t o l o g I a t r á g ic a 25

para el ejercicio «serio» de su profesión, consistente en la fías, se instalan plena, regiamente en ella: la definen, la crean,
elucidación, desde esas orejeras, del vasto mundo empírico. la recrean, trazando así el campo desde el cual —y sólo desde
No puede sorprender que a este «profesionalismo» de corto el cual— puede pensarse hoy. Pues sólo asumiendo integral­
vuelo se haya querido responder con la pura y simple nega­ mente la modernidad será posible, acaso, rebasarla. Lo que
ción de cualquier método. Como se irá viendo a lo largo de bajo ningún concepto parece posible es reencontrarse, hoy, sin
este texto el método es un medio y nunca un fin. Eso sí: un mediación moderna (es decir, como se verá, sin mediación me­
medio indispensable. Es siempre lo que literal, etimológica­ tódica), otra vez con el modelo tradicional de filosofar, el grie­
mente es: un camino, una senda que, como tal, lleva a alguna go o el medieval. Esas «notas a pie de página» que la moder­
parte, lugar éste que justifica el recorrido. nidad postcartesiana añade al filosofar griego son, pues, ab­
Por lo que respecta a mi propia obra, a veces se me ha re­ solutamente necesarias. Los contemporáneos enamorados de
prochado «falta de método», en ignorancia de que toda ella, Grecia y los presocráticos, un Heidegger o un Karl R. Popper,
en su estricta progresión, evidencia una innegable autocons- lo saben mejor que nadie.
ciencia respecto a cada uno de los pasos que se permite y que Y bien, lo que caracteriza a la filosofía moderna es, sin
determinan su propio avance. Pero, ¿qué duda cabe de que la duda, su carácter metódico, hasta el punto de que filosofía
síntesis ontológica lograda en mi libro Filosofía del futuro al­ moderna y método son términos inextricablemente unidos. La
canzaría plena legitimación teórica a partir de una reflexión filosofía moderna es moderna porque es metódica y es metó­
metodológica? Esa reflexión, que ahora emprendo, deberá dica porque es moderna.
mostrar el camino (methodos) a través del cual puede la filo­
sofía primera hallar su propio marco jurídico, pasando de ser
algo factual a ser algo legal. Se trata, pues, de plantear a la fi­ II
losofía la kantiana quaestio quid juris.
Si planteo, pues, la cuestión del método de la filosofía pri­ Descartes es quien, de un modo radical, decide esta orien­
mera es por razón de que no puede filosofarse hoy sin tener tación metódica de la filosofía, propiciada por una actitud de
clara consciencia del peso y del determinismo que ejerce desconfianza respecto a toda opinión recibida que no posea
sobre el actual filosofar la tradición de la modernidad, la que un criterio interno (de evidencia) con relación al cual pueda
inaugura Descartes con su Discurso del método y llevan a su «medirse» su posible verdad o falsedad. En principio se coloca
perfecto cumplimiento, en sucesivas etapas históricas, Kant, «entre paréntesis» todo saber adquirido, por autorizada que
Hegel, Husserl, Heidegger y Wittgenstein. Pretender abrir hoy sea la voz o la escritura que lo avale. Cualquier saber fun­
un debate con Aristóteles o con Suárez, sin esa mediación de dado exclusivamente en el «principio de autoridad» queda
la modernidad, puede hacerse allí donde la cultura filosófica desde este momento, cuestionado. Se somete a dubitación, poi
no arraiga en la tierra firme de la cultura moderna, acaso tanto, el conjunto de lo que se sabe, aparcado provisionalmen
por falta de reforma religiosa y libertad de conciencia, de te en el rango de incierta opinión, en tanto no se disponga de
verdadero humanismo y verdadera ilustración, de modernidad un principio seguro y firme con el cual poder confrontar la
en suma. Sólo en medios culturales con ilustración frágil y masa del saber recibido. Las viejas premisas, ingenuamente
modernidad quebradiza puede acometerse, incluso con ex­ realistas, según las cuales se suponía al conocimiento deriva­
traordinaria dignidad (así en el caso de Xavier Zubiri), un im­ do de un dato ontológico previamente revelado, algo así como
posible reencuentro con el pensamiento precartesiano y pre­ un hecho metafísico «en bruto» que, a lo más, se soportaba
crítico. Hoy, sin embargo, el medio hispano comienza a inte­ en legitimaciones de carácter metafilosófico (en datos y revela­
riorizar, en forma de hábito y creencia, esa modernidad insos­ ciones inscritas en un texto de autoría divina en el que se
layable. Sólo asumiéndola en toda su consecuencia y de forma afirmaba la creación del mundo desde la nada), todo este an­
radical es posible, acaso, trascenderla. Porque si bien al­ damiaje onto-teológico tradicional se resquebraja. Ante el úni­
gunos de los grandes filósofos de la modernidad tardía ini­ co tribunal de la razón que entonces se instituye no hay dato
cian una efectiva superación integradora de la misma, lo cier­ ni revelación heterogénea que pueda aparecer como punto de
to es que, desde los primeros pasos de sus respectivas filoso­ apoyo y de partida, a menos que se adecúe a los criterios in­
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temos —de evidencia y firmeza— fijados por dicho tribunal. mente» (o bien nos abre la pregunta fundamental, ontológica;
No es mi objetivo, aquí, rememorar el modo peculiar carte­ o a la triple «idea-problema» que constituye el principal ne­
siano a través del cual, a partir de la evidencia del ego cogito, gocio de la razón). .
se halla al fin el baremo o pauta desde el cual medir la firmeza 4) Determinar el final de la andadura metódica (en su )
de nuestras ideas originarias. Pero es importante destacar primera etapa, como pronto se verá) como detectación de un
que esa roca firme que constituye la evidencia del cogito sum limite: la frontera de todo cuanto puede ser experimentado, j
determina el punto de partida de un itinerario (método) que la línea irrebasable que circunscribe el cerco de lo que puede /
se concibe como «segura senda» hacia la verdad. En ese re­ ser conocido, comprendido o «dicho», es decir, el límite del/
corrido, todos los conocimientos heridos por la universal du­ sentido. A dicho cerco puede llamársele mundo. ¡/
bitación serán confrontados con ese recién adquirido criterio No es posible, hoy por hoy, librarse de esta sujeción al
de verdad, de manera que, en la medida misma en que pueda método. Sólo atravesándolo puede ser posible, acaso, su «me­
garantizarse en ellos una firmeza pareja a la del cogito, pue­ tódica» liberación y trascendencia. Sólo asumiendo método y
dan establecerse como «ideas evidentes» de naturaleza ori­ modernidad puede hacerse posible, quizás, ir «más allá» del
ginaria, auténticas «semillas de verdad» a partir de las cua­ método y de la modernidad. Pensar en un «salto» hacia una
les pueda reconstruirse, de forma garantizada, gradual, paso supuesta «postmodernidad» sin la plena integración ilumina­
a paso, con método, nuestra aproximación a la verdad. De este dora de la modernidad metódica es empresa irrisoria y ca­
modo, con las solas luces de la razón que el hombre puede rente de sentido, síntoma de banalidad y de una insuficiente
poseer, será posible adquirir la idea evidente de un ser perfec­ adquisición del sentido acerca de lo moderno: sólo allí donde
to, garantía final de la evidencia de la idea de res extensa, ter­ el espíritu moderno es todavía frágil y precario aparece, como
cera evidencia, referida ésta al mundo externo, que puede ser tentación ridicula, ese ahorro de costes históricos que supon­
adquirida por el método. dría borrar de un plumazo lo específico del mundo moderno.
La filosofía, desde Descartes, sólo puede ser metódica, lo Esa asunción como requisito de liberación y trascendencia
que es sinónimo de modernidad: o es metódica y moderna o está patente en todas las grandes construcciones de la filo­
no puede autojustificarse como filosofía legítima, siendo el sofía moderna. Esas grandes construcciones (las filosofías que
método lo que da a la filosofía su posible juridicidad. De en este siglo levantan Husserl, Heidegger, Wittgenstein) son
Descartes a Kant, de éste a Hegel o a Heidegger, o bien a Hus- nuestro legado, nuestra herencia. Al modo newtoniano, nos
serl o a Wittgenstein, la filosofía se ha visto en la necesidad cabe hoy la posibilidad de elevarnos sobre los hombros de
imperiosa de despejar estas cuestiones: esos gigantes. Hoy por hoy sólo es posible ahondar en la sus­
1) Especificar un criterio primero de verdad que, con tancia misma de método y modernidad legada por estos últi­
todas sus variantes, es siempre el ego cogito sum cartesiano. mos «padres filosóficos». La inteligencia que nos ha sido his­
El recorrido metódico consiste, entonces, en confrontar el vas­ tóricamente dada hoy, en el presente, puede herir con rayos
to mundo empírico con esa pauta. de energía esa sustancia hasta, acaso, presionando en ella y
2) Constituir, por tanto, ese «sujeto» que actúa como desde ella, desintegrarla; en esa descomposición puede irra­
pauta interna desde la cual puede confrontarse y verificarse la diar la diamantina explosión de lo verdadero. Sólo con y des­
experiencia, en lugar específico y determinado desde el cual de el método puede irse más allá de él.
puede trazarse un camino, un recorrido. Dicho lugar es, por Entendiendo por metafísica a la filosofía primera y radical,
tanto, punto de partida metódico: comienzo del filosofar metó­ filosofía en sentido escricto, cabe preguntar hoy, aquí, por
dicamente orientado. el método de la metafísica: ¿Puede hablarse, en singular, más
3) Abrir, de este modo, un recorrido dentro del cual pue­ allá de sus diversas manifestaciones, del método de la meta­
den especificarse diferentes etapas. En ellas el «sujeto» va en­ física? ¿Tiene el pensamiento radical y su experiencia honda y
riqueciendo su experiencia de forma gradual y entrelazada. específica una senda o recorrido que le sea propio, en el cual
De Hegel a Wittgenstein, de Kant a Heidegger, ese recorrido funda su andadura toda filosofía verdadera? ¿Puede decirse
metódico puede concebirse como escala o escalerilla que nos acaso que el pensamiento es, en su más firme y soterrada es­
conduce al «saber absoluto» o que nos permite «ver correcta- tructura, siempre el mismo, perenne en su constante y variado
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encaminarse por una senda que le es congénita? La unidad de


la experiencia radical del pensamiento filosófico quedaría, en­
tonces, ostensiblemente mostrada. El añadido moderno a la fi­ 2. La filosofía moderna como filosofía crítica
losofía misma, es decir, a esa experiencia del pensamiento con
relación a su propia raíz y fundamento que tiene en Parméni-
des, en Heráclito, en Platón y en Aristóteles su fundación y I
su aurora, residiría en la revelación de esa senda que el
propio pensamiento radical se traza como método de la filo­ Se habla de tiranía del método. Con idéntica razón podría
sofía primera. ¿Es posible, por tanto, determinar hoy, aquí hablarse de tiranía del criticismo. Filosofía metódica significa,
(eufemismos de mi propia concepción de filosofía y método) en esencia, lo mismo que filosofía crítica, entendiendo por ello
el trazado de un camino, de una senda, de un recorrido (¡me­ lo que crítica significa en y después de Kant. La filosofía mo­
tódico!) que pueda ser evidenciado como propio y genuino de derna es metódica en la medida misma en que hace antece­
la filosofía primera, es decir, de una experiencia radical del der la cuestión acerca de los alcances y límites del conoci­
pensamiento? ¿Pueden, en consecuencia, establecerse las dis­ miento a todo uso del mismo en el terreno metafísico. Supone
tintas etapas de esc recorrido? Éstas deberán brotar de for­ la exploración gnoseológica como premisa de toda expansión
ma espontánea del avance mismo de una escritura que se metódica de la filosofía en ámbitos metafísicos. Y halla en
ciñe a la experiencia filosófica. Puede anticiparse lo siguien­ esa exploración la senda que puede conducirle a plantear, con
te: la primera etapa define el cerco de lo que puede compren­ todo rigor, los problemas específica y propiamente filosóficos,
derse V decirse:, en ella se dptprrñTñari y rirrnnsrrihpn ln<¡ lí- los que atañen a la naturaleza misma de la filosofía primera
mites del «mundo de la representación»; en la segunda etapa o metafísica. A modo de grandes interrogantes que cuelgan
se abre al pensamiento la aventura ética del acceso a lo que del límite mismo del conocer, esos problemas dibujan áreas
trasciende el límite; en la tercera y en la cuarta, se despliega ideales que ganan tierra al corazón del enigma. La razón sigue
la trascendencia en la inmanencia. Con ello pueden avanzarse allí la traza de una flecha que se bifurca en triple dirección:
las etapas del método de la metafísica: en torno a la idea problemática de la naturaleza, del sujeto
Primera etapa: El cerco. y de lo divino. Pero previamente la razón debe recorrer el
Segunda etapa: El acceso. ámbito de sus posibilidades de conocimiento hasta localizar
Tercera etapa: El despliegue. el límite mismo que le cerca. Sólo recorriendo enteramente
La razón de ser de este escrito estriba en la creencia, que ese ámbito puede llegarse a detectar el límite. Entonces se
en el curso del mismo será justificada, de que es posible des­ hace posible insistir en él, habitar el filo de la navaja crítica y
velar y desplegar el método de la metafísica. Frente a tanto propulsar así el abandono al más allá. Abandono, como se
escéptico respecto a que la metafísica sea metódica quiero, verá, paradójico. De hecho la metafísica es la imposible cien­
en lo que sigue, mostrar, con ejemplos cuidadosamente selec­ cia del más allá. Es, en realidad, la aporética reflexión que
cionados y pensados, cómo la verdadera metafísica es metódi­ insiste y se abandona al límite, dejando que éste muestre lo
ca y hasta qué punto una afinidad estructural de fondo de­ que deja acá y allá: dentro y fuera de la línea que dibuja.
fine el carácter y la naturaleza de los grandes discursos meta- La filosofía moderna posee como rasgo diferencial la exi­
físicos de la modernidad. Mi tarea es mostrativa: recreando gencia de anteceder a toda reflexión sobre «la cosa» una pre­
interpretativamente algunos de esos discursos pretendo orien­ via elucidación crítica respecto al lugar en y desde el cual
tar la atención del lector hacia el espacio en donde afincan, puede acaso plantearse el posible despegue metafísico. Frente
espacio que el pensamiento radical, en su experiencia, se da a a la ingenua propensión realista, que desde Kant aparece
sí mismo en el modo de un camino o recorrido metódico. No como inclinación dogmática, por efectuar la elucidación gno­
hago aquí metafilosofía ni me remito al legado histórico por seológica una vez se ha afirmado previamente la antecedencia
razones estéticas o por eclecticismo. Tengo la firme convic­ del ser sobre el conocer, la filosofía moderna es crítica en ra­
ción de que el pensar radical tiene su senda: o mejor: se da a zón de que, antes de decir qué sea el ser, se pregunta res­
•4 mismo el espacio de un recorrido. Hacia la luz. pecto a la posibilidad de ese decir. Lo cual exige un auto-
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31
o n t o l o g I a t r á g ic a

esclarecimiento del propio conocimiento, un adentrarse con podemos conocer. Esa cuestión acerca del limíte o confín del
el conocimiento en el propio conocimiento, o un mostrarse el mundo que nos es dado conocer como objeto posible de un co­
ámbito y confín mismo del decir en y desde el propio decir, nocimiento posible constituye, desde Kant hasta Heidegger o
de manera que puedan trazarse desde dentro los límites y los Wittgenstein, la cuestión primera y fundamental de una filo­
alcances del conocer o del decir, condición todo ello de que sofía rigurosamente metódica, siendo entonces método ese ca­
pueda o de que no pueda legitimarse la incursión, el desplie­ mino, itinerario, escalerilla o como se la quiera llamar que
gue y el desarrollo del decir o del conocer en lo que se halla nos permite avanzar hasta ese límite, límite del conocer y del
más allá de esos límites. Se trata, pues, de que el propio co­ decir, límite del comprender y del proyectar, límite de aque­
nocimiento o el propio lenguaje muestren, desde sí mismos, llo que somos en tanto que sujetos de conocimiento y com­
desde dentro de su propia sustancia gnoseológica o lingüísti­ prensión, en tanto que sujetos capaces de cogitaciones, verda­
ca, los alcances y los límites dentro de los cuales pueden ser dera prosapia del ego cogito sum cartesiano. Éste, el ego cogito
legítimamente usados, es decir, el cerco gnoseológico o lin­ sum, constituye siempre el fundamento metódico, la piedra an­
güístico en el seno del cual puede haber conocimiento y hablar gular que soporta el edificio metódico, el más o menos cues­
con sentido, indicándose, asimismo, aquel ámbito allende el tionado «sujeto» que, en su elipsis, abre o libera el ámbito
confín en donde el conocimiento incurre necesariamente en mismo en el cual puede determinarse el trazado de un,itinera­
antinomias y paralogismos y el lenguaje en proposiciones ca­ rio y de un recorrido. Sea concebido como síntesis pura de la
rentes de sentido. Ese cerco es, como se verá, el propio mun­ apercepción (Kant) o como síntesis dialéctica de conciencia y
do. Y el límite que define lo que puede conocerse o decirse es, autoconciencia (Hegel) o como inversión de la fórmula carte­
por tanto, el límite del mundo. Más allá subsiste aquello en siana (prioridad del sum sobre el cogito en Heidegger) o como
donde no hay ya lugar a conocimiento ni a decir con sentido; elipsis del sujeto que hace posible la asunción metodológica
más allá está lo que rebasa o trasciende el mundo mismo (o del solipsismo (según la fórmula wittgensteineana: «los lími­
para decirlo en términos kantianos: la naturaleza o «lo físi­ tes del mundo son los límites de mi mundo»), en todas las
co»). Más allá, épekeina, allende los límites del conocer y el variaciones que constituyen los aparentemente diversos méto­
decir, allí, en ese ningún allí, subsiste, inmarcesible, silencio­ dos de la modernidad (método trascendental, método dialécti­
so, lo metafísico, lo que rebasa los límites del mundo, lo que co, método fenomenológico, analítico-existencial, hermenéuti-
desborda el cerco y el confín: el otro mundo. co, estructural o lógico-lingüístico) siempre puede identificar­
La filosofía crítica tiene, pues, como exigencia, someter a se el mismo tema, el tema del ego cogito sum, por evanescen­
riguroso examen la propensión aventurista y dogmática de la te que sea, pura sombra que acompaña a toda cogitación o
filosofía tradicional, pero también, al decir de Kant, de la comprensión (Kant, Husserl), pura ausencia que libera la sus­
metafísica racionalista de raíz cartesiana, la cual, desde cier­ tancia lógico-lingüística (Wittgenstein), barra que escinde irre­
ta afirmación de la sustancia o de la mónada, pretende infe­ mediablemente el esse del cogitare (estructuralismo), factum
rir, por vía demostrativa y hasta geométrica, un conocimiento bruto o sobrante ontológico que desencadena todo el ámbito
absoluto de carácter sistemático, sin haber sometido previa­ del existir y de sus modos (Heidegger). Este tema especifica el
mente a examen crítico las capacidades o los alcances mis­ «sujeto» que efectúa la andadura metódica, conquistando gra­
mos de nuestro conocimiento. Dogmatismo que puede condu­ dualmente, paso a paso, el ámbito entero de lo que puede ser
cir, una vez se ejerce la crítica, a un empirismo escéptico propuesto, es decir, el espacio de todo aquello que puede com­
(Hume) en el que se disuelve a la metafísica de su pretensión prenderse o decirse, en el cual dicho «sujeto» se proyecta.
de verdad, pero al precio de dejar sin soporte alguno a la pro­ Ese recorrido, que asume formas netamente diferenciadas en
pia ciencia, salvo quizás, y con reparos, a las matemáticas y a cada una de las variantes metódicas y arroja, en consecuencia,
la lógica formal. resultados exploratorios distintos, se caracteriza siempre por
La filosofía moderna sólo puede, desde Kant, concebirse a un escalonamiento y un avance progresivo y entrelazado. En
sí misma como filosofía crítica, entendiendo por ello una filo­ Kant, por ejemplo, el «sujeto trascendental» avanzará de la
sofía que sitúa en el punto de partida metódico de su itinera­ estética trascendental hasta el ámbito de los conceptos puros
rio la cuestión acerca de los límites mismos de aquello que del entendimiento, a través de la mediación de la imaginación

• ■
32 LOS L IM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRÁGICA 33

y del esquematismo, hasta plantarse en el límite o confín en y ción sin soporte y sin sujeto que pueda responder de él, sino
desde el cual se abre, como suplemento, la triple interrogación que es siempre mi mundo, filtrándose entonces inexorable­
en torno a las ideas-problema de la naturaleza, el sujeto y mente el ego cogito sum, sea bajo la variante kantiana de' la
Dios. En Hegel, con su Fenomenología del Espíritu, queda per­ síntesis aperceptiva, sea bajo la síntesis dialéctica hegeliana
fectamente escenificado y plasmado en el modo más adecuado del yo y del nosotros, sea bajo la determinación de aquel lu­
y expresivo este recorrido de la consciencia itinerante a través gar que da al suplemento ontológico, al ser, ubicación y con­
de consciencia, autoconsciencia, razón, espíritu, religión y sa­ creción (ese lugar, Da, que hace del ser algo mío), sea bajo la
ber absoluto, hasta toparse con el linde mismo en donde la asunción metodológica del solipsismo.
finitud y su cerco son cancelados, liberándose y haciéndose po­ En toda la filosofía moderna puede hallarse este triple
sible la exploración lógico-metafísica. En Heidegger se explora componente, que resiste a todas las rectificaciones y reformas
de forma gradual, desde lo más cercano hasta lo más lejano, metódicas propiciadas, en oleadas sucesivas, por el transcen-
todo el ámbito en donde el «ser» se hace presencia y lugar dentalismo, la dialéctica (idealista o materialista), la fenome­
(Da), ganándose así la estructura entera del ser-ahí, de sus nología (pura o existencial), la hermenéutica o el análisis lógi­
modos más «a mano» y «a la vista» hasta los límites mismos co-lingüístico. Ese triple componente está cifrado en:
en donde cesa toda posible proyección y comprensión, límites 1. Una pregunta por lo que puede conocerse, decirse o
de un mundo que es «mi mundo». En Wittgenstein se van proyectarse.
ahondando las condiciones que liberan y hacen posible el es­ 2. Una tarea: la determinación, desde dentro de lenguaje
pacio en y desde el cual puede hacerse posible arrojar pro­ y mundo, o de conocimiento y naturaleza (Kant), de los lími­
posiciones con sentido, hasta determinarse, desde dentro de tes del mundo, es decir, del cerco más allá del cual nada pue­
los límites de lenguaje y mundo, ese «otro mundo» en el cual de decirse ni proyectarse ni saberse. Sobre esa nada, en ex­
cede la palabra y parece reinar, como inconmensurable resto, trema tensión, como se verá, gira una metafísica moderna
el más enigmático de los silencios. metódicamente fundamentada.
El método se determina, en suma, por una pregunta, idén­ 3. Una sombra evanescente: la del ego cogito sum, «tema»
tica a través de todas sus variantes, respecto a las capacida­ da. cuya ausencia deriva la posibilidad misma de apertura de
des y límites de un comprender que es proyectar, o de un de­ un recorrido gradual y por etapas.
cir que es proponer. Se pregunta, en efecto, por lo que puede
conocerse (Kant), por lo que puede saberse desde la finitud Esta triple caracterización me permite, ya desde ahora, a
(Fenomenología de Hegel), por lo que puede comprenderse o partir de una tarea mostrativa de aquello que es patente en
proyectarse (Ser y Tiempo de Heidegger), por lo que puede toda la filosofía moderna, definir esa pregunta, esa tarea y ese
decirse o proponerse (Tractatus de Wittgenstein). Se pregunta sujeto o lugar en donde arraiga la pregunta y desde el cual
por el poder del lógos. Pero de un lógos arraigado aquí, en ese puede emprenderse y deplegarse la tarea, como el asunto mis­
lugar que es siempre eso que soy (ego cogito sum). ¿Hasta mo o la materia y sustancia de la primera etapa del método
dónde alcanza mi poder, el poder de lo que puedo conocer, de­ filosófico, primera etapa que debe ser llamada, con pleno ri­
cir, proyectar o proponer? ¿Dónde radica el límite mismo de gor, etapa crítica o epistemológica, o en una fórmula unitaria,
ese poder? ¿Es posible, bajo ciertas condiciones que deben es­ epistemología crítica. Ésta se produce a partir de esa pregun­
pecificarse rigurosamente, rebasar esa limitación, ese confín, ta, esa tarea y a través de la instrumentación de ese evanes­
ese cerco en donde irradia el poder propio? ¿Bajo qué para­ cente sujeto capaz de hacer posible la pregunta y la tarea. No
dójicas condiciones se hace viable que dicho poder propio se es mi intención aquí mostrar cómo se formula dicha pregun­
desborde? ta y se emprende dicha tarea e instrumentación en las sucesi­
El método, a partir de esa pregunta acerca de lo que po­ vas variantes metódicas de la modernidad. Obras señeras ca­
demos conocer, decir, proyectar, plantea la determinación de racterísticas de esta primera etapa son, desde luego, la Crítica
los límites de ese poder, límites del lenguaje y del proyectar de la razón pura de Kant, la Fenomenología del Espíritu de
que constituyen, una vez definidos desde dentro, los límites Hegel, el primer libro de El mundo como voluntad y repre­
mismos del mundo. Pero ese mundo no es una nuda abstrac­ sentación de Schopenhauer, el Tractatus de Wittgenstein y
34 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO
ONTOLOGÍA TRÁGICA 35

Ser y Tiempo de Heidegger: obras todas ellas preparatorias, decir a su respecto, pero pueden arrojarse sobre él preguntas
proemiales, auténticos prólogos que hacen posible, acaso, el fundamentales. Son las preguntas metafísicas. Kant especifica­
acceso y el despliegue metafísico. ba tres, delineando el área de las ideas de la razón, ideas pro­
blemáticas imposibles de unívoca respuesta. En esos signos
de interrogación concluye la tarea de la primera etapa del
II método, es decir, de la epistemología crítica. Insistiendo en
esos signos cabe acaso alzar el trazado de una expansión se­
La filosofía moderna halla, pues, en el criticismo, en la fi­ gunda del método filosófico que levante el cerco de poder y
losofía crítica, o, si quiere decirse de modo más personalista, haga posible el acceso a la metafísica.
en Kant, su propio autoesclarecimiento, así como la exacta
medida de lo que pretendía realizar a través de su progra­
ma metódico abierto por la filosofía cartesiana. La filosofía
moderna es, desde Kant, moderna porque es crítica y crítica 3. El litigio entre dos concepciones de la crítica: Hegel
porque es moderna. Y en esa vocación crítica halla al fin la y Kant
intencionalidad metódica su despliegue y su concreción. El
método debe conducir a que el sujeto gnoseológico o lingüís­ I
tico desvele o muestre, a sí y desde sí, el ámbito de su poder,
dándose a sí mismo el trazado proyectivo de un recorrido es­ La tarea crítico-epistemológica correspondiente a la prime­
calonado y por etapas al fin del cual pueda, desde el interior ra etapa del método consiste, según se ha visto, en establecer,
de la exploración, determinarse un límite o confín que permi­ desde dentro del propio mundo, los límites de lo que puede
te especificar el cerco. ¿Cabe entonces cancelar la línea de de­ conocerse o decirse. Se trata de hacer que se revele o mues­
marcación, y de qué modo? ¿Es posible rebasar el coto den­ tre, a partir de la exploración de ese interior —lo Ultramun­
tro del cual hay lugar a conocimiento (Kant), a saber feno- dano— el horizonte en donde termina el mundo, fin del mun­
menológico (Hegel), a comprensión (Heidegger), a proposición do al cual puede llamarse muerte. O bien se trata de hacer
con sentido (Wittgenstein)? ¿Cómo, desde esa exploración que sobrevenga, una vez recorrido el espacio en donde arraiga
proemial, debe, en rigor, concebirse el levantamiento del lími­ la sustancia lógico-lingüística, la imperiosa presencia de la
te y la apertura del cerco y del confín? ¿Es tal cosa posible? frontera, verdadera aduana del sentido.
¿O sólo pensar en ello constituye un imposible? ¿Cómo debe Pero cabe preguntar con todo derecho si tal tarea es po­
pensarse en rigor esa imposibilidad? ¿Es posible avanzar un sible o tiene sentido. ¿No será acaso un sinsentido toda esta
paso siquiera en lo que excede el área de lo que puede ser, tarea ingente y la consiguiente exploración, acaso un sinsen­
y en consecuencia poner pie en lo imposible? ¿Hay signos o tido desvelador y propedéutico que haga posible hablar dentro
vestigios, vislumbres o centelleos de eso que no puede ser? del mundo de modo correcto y propio? Cabe incluso sospe­
¿Qué o quién habita en ese otro mundo? ¿Bajo qué distintos char que todo ese esfuerzo crítico-metódico constituye un ejer­
nombres se desbroza eso que no puede ser? ¿Hacen esos nom­ cicio ocioso sustentado acaso en una contradicción de fondo.
bres referencia, en profundidad, a lo mismo? ¿No es en cierto modo absurdo querer trazar límites desde
Un hiato es, desde luego, lo que se muestra al terminar la dentro de lo explorado? ¿No exige ese trazado haber rebasa­
exploración proemial. Si el sujeto gnoseológico porfía en co­ do ya dicho límite y haber acampado en el extrarradio?
lonizar lo que rebasa el límite, resbala y cae en picado en la ¿Cómo podemos medir el conocimiento si no es por y a tra­
«ilusión trascendental» (Kant) o bien incurre en sarta de sin­ vés de la medida del propio conocimiento? ¿No es, por tanto,
sentidos (Wittgenstein). Lo que se dice desde allende el límite redundante y superflua toda esta investigación? ¿Qué sentido
es, para Wittgenstein, silencio. Muerte llama Heidegger a eso tiene entonces la crítica del conocimiento?
que no puede ser o a lo imposible: un no-lugar en donde no Esta objeción al proyecto crítico kantiano es presentada,
hay ya ahí arraigo para la comprensión y la proyección. Igno- con fuerza y coherencia, por Hegel en la introducción de su
tum = x llama Kant a dicho territorio paradójico. Nada cabe Fenomenología del Espíritu. En sustancia la argumentación de
LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRÁGICA 37

Hegel es como sigue: querer determinar los límites de nues­ mente «consciencia», es decir, «consciencia de la cosa», la cons­
tro conocimiento en y desde nuestro propio conocimiento ciencia no es reflexiva; en la medida en que lo es y llega a
(que se presupone —y esto es para Hegel mucho presuponer— ser «autoconsciencia», la cosa externa se la presenta como
limitado y finito) significa, de facto, haber rebasado ya esos resto independiente con el cual luchar y confrontarse. A tra­
límites, con lo que, una de dos, o bien la empresa se contra­ vés de un largo ascenso o peregrinaje que Hegel define como
dice a sí misma (pues, ¿cómo podemos conocer un límite si no escalerilla que conduce al saber absoluto, puede la conscien­
es desde más allá del propio límite?) o bien ha sido anulada cia cancelar su propia limitación y alcanzar el fin a donde la
la premisa de que nuestro conocimiento sea limitado y finito, lleva el método, el cual fin de partida es el propio conoci­
con lo que mejor será decir y afirmar que nuestro conocimien­ miento absoluto, el Lógos, un Pensar que es Ser, la sustan­
to está ya instalado en lo absoluto, en lo infinito, allí donde cia-sujeto que, en razón del experimento fenomenológico,
no hay límite, condición ni nada que establezca cierta fron­ queda metódica y críticamente fundada y legitimada, o lo
tera al saber. Luego ya el saber se halla incardinado en lo que es lo mismo, se hace patente como algo manifiesto en
absoluto o es saber absoluto. nosotros.
En un verdadero alarde de agilidad filosófica, Hegel, tras Hegel, pues, en la Fenomenología del Espíritu retoma la
establecer esta límpida conclusión, la de que el saber es siem­ inspiración crítica de Kant, aunque modificando sus presu­
pre saber absoluto, como premisa doctrinal, sistemática y me­ puestos doctrinales acerca de la limitación de un conocer
tafísica, parece, a posteriori, reconciliarse con el kantismo, que sólo puede ser pensado como «nuestro conocer», trocán­
con la filosofía crítica, instrumentándola para sus propios fi­ dolos en la afirmación contraria, la de que no hay otro cono­
nes, es decir, para probar de forma metódica y crítica la cer que el conocer (el que la Idea absoluta tiene de sí), saber
validez de esa tesis doctrinal. Hegel comienza por afirmar que infinito que, sin embargo, se nos hace manifiesto, siendo «no­
huelga esa cuestión acerca de los límites del conocer. El co­ sotros», en tanto que consciencias finitas e itinerantes, esa ma­
nocimiento se halla instalado ya en lo que excede todo límite, nifestación, ese fenómeno, es decir, fenómenos del Lógos, el
lo infinito. Ahora bien, esa tesis debe ser mostrada, debe ha­ aparecer aquí y ahora del Ser, y el lugar o el «ahí» (Dasein)
cerse manifiesta y debe aparecer, de manera que «cualquier que el Ser idéntico al Pensar se da y se asigna como revela­
sujeto» (cualquiera que pueda certificar el signo de identidad ción y presencia, como investidura mundanal, Weltgeist. Eso
cartesiano, el ego cogito sum) pueda acceder metódicamente que soy, el fenómeno (ego cogito sum) constituye entonces, al
a ella. Por consiguiente, Hegel establece la invalidez de la tesis modo cartesiano, el patrón y la pauta interna desde donde
sistemática respecto al carácter finito y limitado del conocer, puedo medir la limitación de mi propio saber o la distancia
pero asigna a dicha tesis una validez metodológica. Pues de he­ que subsiste entre lo que sé y lo que es, entre mis certidum­
cho yo, cualquier yo, en tanto que consciencia espontánea y bres y lo verdadero. Yo mismo desbordo mi propia limita­
común, me concibo a mí mismo inicialmente separado de mi ción al instalarme en ella y ahondar en la figura que define,
objeto y en consecuencia limitado, determinado y condiciona­ viéndome cada vez arrastrado más allá de donde me colocan
do por él. Esa consciencia es, pues, finita y su saber es, siem­ mis convicciones y certidumbres, siendo refutado por mí mis­
pre, saber de un límite que señala su distancia con el saber mo y proyectado de un lugar determinado a otro que lo atra­
sin límite o conocimiento absoluto. La fenomenología es la viesa y lo rebasa. Esa confrontación de la consciencia con su
mostración de todas las variantes posibles, o figuras, en las límite o condición, en la que prueba sus convicciones, deter­
que ese límite aparece, primero como falla del saber que la minando lo que en ellas hay de verdadero o erróneo, constitu­
conciencia tiene de sí misma, luego como opacidad del mundo ye la experiencia que la consciencia lleva a cabo, la cual de­
objetivo externo, luego como inconsciencia de una razón que termina su propia peripecia formativa, su Bildungsrornan, su
es todavía instinto de modernidad, como razón del individuo «avance» en maduración y progreso, hasta alcanzar cultura y
en sí real en y para sí que no capta su entorno colectivo o saber universal, manifiesto aquí, en mí, en un Individuo al
mundo, por fin como espíritu que se sabe Sí-mismo y mundo, fin ingresado en la comunidad racional o lógica, en el elemen­
sin lograr determinar el ensamblaje absoluto de ambos com­ to o éter del saber absoluto.
ponentes de su sustancia. En tanto esa consciencia es mera­ De hecho la Fenomenología del Espíritu conduce al sujeto
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ONTOLOGÍA TRÁGICA 39
empírico hasta el límite último, del mundo, que fundamenta
todas las previas comparecencias de limitación y condición. El güístico que desborda el área acotada de lo que puede pro­
mundo es, en la figura de la Religión, rebasado en aquello que ponerse, responderse, verificarse. Esas preguntas no pueden
a través suyo se manifiesta (la cosa misma, el ser). Y en la fi­ ya determinarse en respuestas que las despejen y arrojen
gura del saber absoluto parece afirmarse que «la cosa mis­ saldos de conocimiento, sino que subsisten e insisten como
ma» es al fin captada como concepto. Pero la exposición ri­ preguntas colgadas en la misma frontera del sentido: son
gurosa y metódica de esa conceptuación de la cosa queda re­ auténticos suplementos de sentido, ademanes lingüísticos que
servada a la Lógica, la cual pretende ser filosofía primera o ensayan dar palabra y voz a lo que está más allá de la fron­
metafísica concebida como ciencia estricta. Sólo que esa cien­ tera. Exigen respuestas, resoluciones que, sin embargo, sólo
cia debe dejar de lado el itinerario o la escalerilla proemial, son críticas si se saben reinstauradoras de la misma pregunta
fenomenológica, y trazarse el espacio de un comienzo sin que precaria, deficitariamente responden.
condiciones, absoluto. Esa rigurosa premisa de la ciencia es­
tricta exige, entonces, que la cosa misma, el ser, sea captada en
toda su pureza y nitidez. Y en este punto Hegel, genialmente, II
advierte que esc ser es, se le mire por donde se le mire, es lo
mismo que la nada, con lo que el fundamento y principio que La filosofía kantiana está toda ella atravesada por una su­
debería gobernar, como fin, el itinerario fenomenológico descri­ til e inteligente distinción, que Hegel desconoce o borra: la
to ya recorrido, y como principio, la expansión propia y especí­ diferencia real, profunda, imposible de superar ni cancelar,
ficamente lógico-metafísica, se revela idéntico a su contrario, entre pensar y conocer, entre lo que puede ser pensado y lo
lo infundado y sin principios, el abismo de un fundamento sin que puede ser conocido. Hay para Kant cosas y objetos que
fundamento. Más allá del modo «dialéctico» mediante el cual pueden y deben ser pensados, pero que no hay modo humano
pretende Hegel suturar el hiato fundamental, el comienzo de de conocerlos. Sobre esos asuntos puede la razón formarse
la Lógica demuestra la radical aporeticidad de un «saber» ideas, de naturaleza problemática, que definen áreas sobre
que quiere hacer la experiencia de aquello que sobrepasa el las cuales cabe aventurar preguntas radicales e hipotéticas
límite. Poner pie en el más allá es caer en picado en un abis­ respuestas. Éstas no arrojan nunca un saldo conceptual en vir­
mo que sube y que comparece como emergencia de aquello tud del cual puedan adquirirse conocimientos científicos. Un
que existe al otro lado de la frontera. El «sujeto» sólo puede hiato irremediable separa a dichas ideas-límite acerca del
entonces dar palabra a su experiencia a través de la pregunta límite y las realidades ignotas (igual a x) a las cuales hacen
radical o metafísica: «¿Por qué entes y no más bien nada, referencia. Luego hay cosas u objetos que pueden y deben
por qué algo (quelque chose) y no más bien ninguna cosa?» ser pensados y sobre los que puede y debe la razón preguntar
A esa pregunta por el fundamento último, abismal, sin funda­ y aventurar respuestas aporéticas y condicionales, sin que sea
mento, se interna Kant en la Dialéctica trascendental, una vez posible, sin embargo, determinarlas como materia u objeto
apuradas todas las formas que hacen posible, como condicio­ de conocimiento científicamente fundado: no pueden ser con­
nes de experiencia, trazar el coto de lo que puede conocerse. ceptuadas en razón de que no es posible imaginar ni esque­
Entonces cabe un decir que rebasa el conocer, o un sujeto matizar el modo en el cual puedan ser expuestas y repre­
lingüístico que rompe su sinonimia con el sujeto gnoseológico, sentadas. '
o una Razón que preside y excede el simple conocer (síntesis Por consiguiente no todo lo que debe ser pensado puede
del entender y el intuir). Ese decir límite acerca del límite se ser conocido, ni todo lo que constituye el ámbito de lo que
muestra sólo en el modo de la interrogación radical, dibujan­ puede conocerse agota la riqueza del edificio de la razón, del
do entonces el área ideal de un triple negocio de la razón: pre­ lógós. Éste se halla desgarrado entre aquello que puede ima­
gunta acerca del fundamento último de sujeto, universo, Dios; ginar y entender, conceptuar y esquematizar, y lo que sólo
pregunta acerca del carácter de ser y nada, de finitud o infini­ puede pensar, es decir, determinar como ámbito ideal de inte­
tud, de ese sujeto, universo o Dios. Las ideas de la Razón, en rrogaciones y problemas radicales que nunca pueden ni po­
tanto que ideas-problema, aparecen, pues, como sobrante lin­ drán ser definitivamente despejados ni resueltos.
Pues bien, esta importante distinción doctrinal y sistemáti-
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40 los l ím it e s del mundo

una razón metafísica críticamente esclarecida, la cual abdica


ca entre pensar y conocer es lo que Hegel, desde sus propios de toda pretensión de constituirse en corpus de conocimientos
presupuestos, no puede aceptar de ningún modo, ya que para objetivos, librando así su posibilidad de ser acceso, por vía
él el área de lo que puede ser pensado, lo lógico, es ya, de de pensamiento, a un «segundo mundo» («segunda naturale­
modo inmediato, el área del conocer o del saber absoluto. za» lo llama Kant) habitado por esas realidades (igual a X) so­
La cuestión acerca del límite de nuestro conocer está, en bre las cuales, interrogativamente, forma la razón ideas, la
Kant, plenamente justificada en razón de que en ese límite se idea problemática del sujeto como libertad, del mundo como
hacen patentes y manifiestos problemas límite que la razón totalidad y de Dios como fundamento incondicionado. Ningu­
no puede menos que considerar y meditar, contemplación que, na de esas ideas pueden hacer posible una demostración de la
sin embargo, carece de la ayuda de aquellos modos exposi­ ignota realidad de la que son correlato en la razón. Pero ello
tivos a través de los cuales sería posible representárselos: ni no quita validez y profundo, sentido humano a la radical inte­
la intuición pura, ni la imaginación, ni la facultad de esque- rrogación en torno a las cuestiones que dichas ideas espon­
matización, ni el entendimiento proporcionan imágenes, esque­ táneamente suscitan. Ni resta valor ni sentido a las respuestas
mas ni conceptos en donde formar sintéticamente proposicio­ o resoluciones, siempre deficitarias, aporéticas, que pueden
nes que hagan posible responder de esas inquietantes cuestio­ formularse respecto a dichas cuestiones. Esas respuestas man­
nes. Esa diferencia y desgarro entre cosas que sólo pueden tienen su estatuto crítico y racional si se proponen como deci­
pensarse, es decir, decirse en forma de interrogación perpleja siones o resoluciones lingüísticas que dejan libre y abierto el
y de respuesta hipotética, y aquellas que pueden ser conoci­ lugar mismo de emergencia de la pregunta de la cual respon­
das, en las que el sujeto forma proposiciones cuyo valor cien­ den: si reimplantan en ellas, de modo implícito, la cuestión
tífico es probado y verificado, nos permite y nos exige trazar a la que dan respuesta condicional. No valen como enuncia­
la línea o límite que define el cerco de lo que puede ser cono­ dos científicamente fundados sino que subsisten en un estatu­
cido y aquel más allá en el cual, si pretendemos usar los mo­ to particular, que puede ser determinado a través de la ex­
dos de exposición categorial propios del conocimiento, in­ presión magnífica de Platón de «opinión recta» (ortha dóxa).
currimos necesariamente en antinomias y paralogismos. Pero La rectitud de la opinión se funda en su carácter autocons-
que, sin embargo, se nos hace manifiesto como un surtido de ciente de opinión, de dóxa, a distancia infinita de la inclina­
ideas-problema y de preguntas radicales (respecto al mundo ción o tentación de concebir dicha proposición como princi­
externo, a nosotros mismos, al fundamento último de toda pio firme o dogma. Sólo opinión, abierta a revisión crítica,
cosa, a nuestro destino físico o metafísico, fatal o libre, a la cabe formular sobre lo incierto. La imposible ciencia límite
existencia o no existencia de un «ser libre» como última razón sobre el límite, la metafísica crítica y metódicamente conce­
del todo) que la razón humana no puede menos que plantear bida, es en rigor doxología: aventura decisiones lingüísticas
y replantear, o que pensar, siendo ese pensamiento sobre el lí­ sobre el enigma, en plena consciencia de que se arrojan desde
mite el asunto y negocio de la filosofía primera o metafísica el «sujeto» (ego cogito sum) que ha seguido el intinerario me­
(de una metafísica moderna crítica y metódicamente funda­ tódico y ha llegado hasta el límite del cerco. En vano indaga­
mentada). rá otro soporte, otro sujeto, que pueda auxiliarle desde más
Si, pues, podemos pensar cosas que no es posible conocer, allá del límite del mundo. En vano afirmará la existencia de
se hace factible y forzoso, desde la irreductibilidad de esas otro lugar u otro mundo en el cual cierto sujeto ajeno (Dios)
«ideas de la Razón», trazar los límites de nuestro conocimien­ pueda testificar sobre esas materias ignoradas, dándole razón
to, el cual, desde entonces, queda confinado al cerco de aque­ revelada sobre los secretos del mundo todo y del sujeto libre
llo susceptible de saber, de ciencia: el entramado fenoménico o inmortal. No hay, pues, lugar a ningún fundamento allende
(mundo de la representación) en el que las categorías, merced el límite que testifique o acredite, como palabra revelada, acer­
a la imaginación y al esquematismo, adquieren exposición en ca del enigma. No hay fe que pueda soportarse en ese expe­
la intuición a través de sus formas puras, espacio y tiempo. diente: el de un supuesto sujeto de proposiciones reveladas,
Más allá queda, sin embargo, aquello respecto a lo cual no cuyo lugar se halle incardinado allende el límite.
hay ciencia posible, pero que puede y debe ser meditado,
hasta el punto que pensar en ello constituye el negocio de
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0N T 0 L 0 G ÍA TRÁGICA

y exploratoria, hasta el límite de un mundo que es mi mundo.


Ef solipsismo es inherente a la opción metódico-crítica. Su le­
4. Los límites del mundo gitimidad, en esta etapa del método, está asegurada. Habrá
que ver en qué nivel de la exploración metódica podrá ser
sobrepasado. Sólo que se trata de un solipsismo no sistemá­
I tico y doctrinal sino metódico, provisional. Yo mismo avan­
zo hasta el límite del mundo y me planto en la frontera del
A partir de la recreación que estoy propiciando del espíri­ sentido. Allende está lo que me excede, el otro mundo. El cual
tu que atraviesa la filosofía crítica de Kant puede aventurar­ presiona sobre mí y sobre mi mundo bajo el modo de un su­
se una determinada idea acerca de la razón, del lógos. El po­ plemento de interrogantes y de decisiones lingüísticas, pro­
der de éste se halla delimitado, acotado, en lo que se refiere nunciadas desde el límite, mediante las cuales se capta, difí­
a sus pretensiones de conocimiento. Pero del límite mismo cilmente, lo que «cerca está», el enigma. Un hiato gnoseológi­
del cerco brotan, como suplementos lingüísticos en forma de co sobreviene a la exploración que emprendo. Sólo un salto
signos de interrogación, eso que Kant, sabiamente, llama ideas hace posible salvar el bache crítico y proseguir el recorrido
de la razón, es decir, ideas-problema que dibujan áreas en experiencial hasta que se libere una nueva senda, una segun­
donde el decir se empina por sobre sus limitadas fuerzas, da etapa del método. En ese salto se podrá instituir una se­
preguntando por el fundamento o falta de fundamento, por gunda expansión de la razón, del lógos: la forma lingüística
la finalidad o falta de finalidad (del mundo externo, interno y que determina el recorrido empírico de lo ético.
del mundo todo) y por el entramado de «ser» y «nada» que
infecta a fundamento y fin. Los signos de interrogación cuel­
gan del límite mismo del mundo y se proyectan, en erección, II
hacia el corazón del enigma. Al filo del vértigo de la línea
misma del cerco cabe aventurar resoluciones lingüísticas a Los signos de interrogación y las decisiones lingüísticas
esos interrogantes, las cuales tienen en esa línea de donde que conceden forma proposicional a lo que trasciende el lí­
brotan (hasta la cual accede el «sujeto» de la exploración, el mite (ideas acerca del mundo como totalidad, del sujeto como
ego cogito sum) su legitimación metódica y crítica. Pero esas libertad, del fundamento último de toda cosa, para decirlo
decisiones de sentido no poseen aval gnoseológico mediante el en términos kantianos) constituyen los vestigios visibles que,
cual puedan dar exposición resuelta —dentro del cerco— a desde dentro del cerco, pueden alcanzarse de lo que desborda
los grandes interrogantes metafísicos. Esas proposiciones po­ el límite. Son los suplementos lingüísticos que dan forma pro­
seen, pues, sentido límite: hunden su sustancia noemática en posicional a la imposible ciencia límite sobre el límite: medi­
la frágil barra que articula y escinde el sentido del sinsentido. tación que puede, en rigor, ser llamada metafísica. Ésta es^
En la medida en que mantienen su autoconsciencia crítica y pues, saber y decir referido al límite. Límite que, por su pro­
se saben respuestas problemáticas, poseen estatuto de «opi­ pia naturaleza, define un dentro y un afuera: lo que en este
nión recta» o, para decirlo en expresión kantiana, de «creen­ escrito llamo cerco y lo extranjero.
cia racional». No avala el crédito de la respuesta ninguna La distinción puede determinarse como distancia y mutua
autoría o voz de allende el límite. No hay «sujeto» del «otro referencia-de lo que es familiar, eotidiancventarnQ-intramun-
mundo» que pueda testificar sobre la legitimidad de esa pa­ dano del «sujeto» (es decir, de eso que sov) y de lo que es
labra límite o que pueda instituirla en palabra revelada. Ni pvtrañry inV|óspitn inqniptinta, ,«n que aparece, en el modo
puede menos suponerse esa palabra revelada como carne de emocional, coloreado con el carácter de lo Unheimliche, lo an­
un sujeto que «se hace hombre y habita entre nosotros». El tagónico al hogar o lo siniestro. El límite es línea y frontera-
«sujeto» de esas creencias soy yo mismo (o «aquel que en que permite el acceso mutuo entre esos «finí munrlnfit; y que
cada caso es mío y es común», para decirlo en la excelente asimismo sanciona su irrpmpdiahlo dut^npia La emoción re­
expresión de Heidegger). De mí mismo hrota la fuerza expan- gistra esa dualidad j^esa juntura de distintos modos. El más
siva r r i't i r n y m r t i í H i r n q n p m e c o n d u c e , d e forma aventurera genuino de todos ellos es, a mi modo ver, el vértigo.
44 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO 0 N T 0L 0G ÍA TRÁGICA 45

El vértigo tiene la prerrogativa de «contemplar» de forma fronterizo es de hecho, el limite Hafine y HrrnnsJ
emotiva esa doble dirección y su mutua dialéctica y liminar cribe los dos mundos. No habita plenamente «este mundo».
solapamiento en lo infinito. El vértign se prndnrp de modo como por ejemplo el animal » ]? piant^ No tiene por única re-i
espontáneo cuando se. habitaJa.iíaea_que-es-límite. del mun­ ferencia lo intramúnúanó (Eajo la modalidad de habitat, nicho
do^ EsJajo^spuestajiatural»_a_la-posieién-q«e-«l-<tsu4etaa_ad- ecológico o entorno). Su casa se halla siempre referida a la
quiere una vez que habita el Emite. Contempla a la ve? agne, intemperie, De ahí que no puede ser definido desde criterios
Hq. de ín nial p.arpc.«- dp«ppdÍT-<if» —pI hogar--, y a q u alln n-lfv puramente materialistas, sean éstos mecanicistas, dialécticos
cual es atraído (el abismo). Quiere n ln ve? mantenerse en o «culturales». El fronterizo se diferencia también del ángel
pie «dentro del i nundo» y. poner pie en el Sinmnndqjn acce.- o del arcángel, es decir, ¿e_ios--seFes-qtre; a modo de ftgííras
der al otrn mnndqj Quiere a la vez perseverar en el ser (den­ alegóricas o míticas, supuestamente habitan...«el otra- mua-
tro del mundo) y esparcirse o dispersarse en el espacio-luz do». Su carácter centáurico radica en ser el límite, carne del
que le circunda como trascendencia inaccesible. En el vérti­ límite, con un pie implantado dentro v otro-fuera. En tanto
go, pues, se adquiere noticia oscura, emocional, patética, de que fronterizos somos los límitps dpi murutn Somos pura~lí-
eso que trasciende el límite. Éste aparece como presencia irre­ nea. puro confín, referidos a la vez al cerco v al extrarradio.
batible, empírica. La frontera sohrevieng-gn-et-vértigo. r-nmn En el vértigo se documenta esta naturaleza peligrosa que nos
facticidad. En ella echa raíces el signo de interrogación: re­ inviste y nos define. En el signo de interrogación se da forma
creación lógico-lingüística del vértigo como emoción radical. racional, lingüística, al vértigo. En toda la complejidad de
El vértigo resulta de la doble inclinación hacia fuera (atrac­ Eros se revela la doble inclinación latente al vértigo. En la
ción del abismo) y hacia dentro (tendencia a la conservación). productividad erótica se da resolución pasional a nuestra na­
Esa tentativa o «tentación» hacia lo que trasciende da al vér­ turaleza. En las resoluciones lingüísticas que, a modo de opi­
tigo una dirección activa y resolutiva (deseo, anhelo) que, sin niones rectas o de creencias racionales, dan forma proposicio­
embargo, se halla neutralizada por el conatus (tendencia a nal a lo que nos inquieta, se determina de modo racional lo
perseverar en el ser). A través de la re-producción se halla-un , que productivamente se instituye a través de «hijos», «obras»,
modo activo y afirmativo por con;ugar ambas inclinaciones «empresas».
v tendencias. Lo que trasciende es para pI individuo, génprn Los ltndJjíS-dpI m undn enmne rr>„ tín pj¿> implan­
E) «fiijo» rpsnliirión individual (en otro ser) en tada dentro y otro fuera. Somos Jos-limites mismos del mun-
donde se plasma la doble inclinación de lo genérico-y de lo (iO—La filosófica, r r í t i r n y m e t á i t i r n m e n t e r t e s p l e g n r i n p e r m i t a -
individual. «Hijo» debe entenderse aquí en el sentido amplio decir qué es ln que rramo-! Trazar esos límites desde dentro
y abarcador de la doctrina platónica del Eros productivo y del mundo constituye la primera etapa y tarea del método
reproductivo. Ello da fundamento erótico a la resolución lógi­ filosófico, su momento crítico-epistemológico. Ahora es preciso
co-lingüística mediante la cual se abre vía y curso a la in­ preguntar si es posible abrir el cerco y acceder, a través de
terrogación esencial. En esa decisión lingüística se da forma una experiencia específica, a eso que trasciende. Entonces
proposicional, como resolución y proyecto, a las grandes pre­ acaso se alcance una segunda etapa del método.
guntas metafísicas. En mi libro Filosofía del futuro está todo
este movimiento reflexionado: aquí me limito a s a c a rla - can
el fin de acceder ajin? Hprta dpfinirinn, c.rítica_y metódica.
dcLsujeto. A éste le llamaré, de ahora en adelante, el fronteri­
zo. Éste es síntesis de Eros, Logos, Poíesis. Está determinado
por eso que Hegel llama las «tres potencias del espíritu» (de­
seo, trabajo, lenguaje). Hay en el fronterizo una. doble dimen­
sión i que aparece como orientación e inclinación) de inro.ai
nenria y trascendencia. El fronterizo es, en puridad, la. juntu­
ra y separación de eso que queda dentro (hogar) y de eso que
desborda v trasciende (lo. extraños-inhóspito, inquietante). El— ,
ONTOLOGÍA TRÁGICA 47

/; -?m¡'0f.¡ V existe la proposición moral o oue todas las fórmulas morales


se reducen a una única forma proposicional que. es, justa­
¡. ■ ; " mente, la que le da el sello moral específico. Esa fórmula
tiene la peculiaridad de presentarse en forma verbal impera­
tiva. Recuérdese el comienzo de la frase categórica impera­
tiva kantiana: «Obra de tal manera que...» Dicho comienzo
de la frase esconde la siguiente enunciación: «Yo te exijo u
SEGUNDO M OVIM IENTO ordeno que obres de tal manera que...» Se puede dulcificar o
apaciguar cuanto se quiera esta frase rigorista y antipática,
EL ACCESO pero con ello no avanzaremos en claridad. Se puede, si se
prefiere, sustituir la orden por una más matizada petición.
Pero con ello no se hace justicia al hecho moral mismo, que
P rólogo se presenta de forma imperativa, como una exigencia. Lo
peculiar de esa frase es que el sujeto que la enuncia, el yo del
Al lector le sorprenderá quizá la brusquedad del tránsito «yo te ordeno que...» debe diferenciarse radicalmente de aquel
que se va a producir entre el cerco y el acceso y la consiguien­ sujeto (yo mismo, si quiere decirse así) a quien va dirigida la
te introducción del hecho o suceso moral y del análisis de la orden. Podría decirse que el sujeto aue so\. vo mismo, es
proposición que le corresponde. Creo que, por muchas vuel­ aquel a quien la orden se dirige. Pero que es otro aquel que
tas que se le dé al asunto, ese tránsito es brusco; es un ge­ pronuncia la orden. Eso significa que el suieto está, en el sm-,
nuino salto (en sentido kierkegaardiano) que introduce una
verdadera discontinuidad entre dos esferas o mundos. Redu­ Ajejao .que enuncia la proposición-.y- eso qufí^soy, yo mismo,
cir el suceso moral a suceso físico es, creo, un grave error como receptQr_.de.la orden. Puede considerarse ríe fúm romo
que impide comprender lo que tiene de específico o propio. Otro-yo o, mejor, como instancia ¡tipológica .<:upp.r-\oica del
Una perspectiva empirista o positivista ante el hecho moral ■SN/eío (entendido éste como estructura compleja). Al fin y al
termina siempre en tautologías que no explican nada o que cabo Freud se dio perfecta cuenta de que ese super-yo hunde
dejan de lado lo que propiamente debería explicarse. Un sus raíces en el inconsciente y trasciende, por tanto, el ámbi­
ejemplo de dicho reduccionismo lo protagonizaría el reciente to de la conciencia representativa y sus estrictos límites. JEse
«materialismo cultural» de antropólogos como Harris. Por Ueber-ich designa un espacio más allá de los límites de_la
mucho que se quiera explicar reductivamente cierta regla, conciencia, y de la representación, más allá de los límites del
prohibición o tabú, queda por saber por qué eso que se trata cerco o r n t n q n p r n n c t i t u y f ; lo que llamamos, de forma es­ efe
de explicar (a través de razonamientos funcionalistas, por pontánea e inmediata, «el mundo». No es casual que Freud,-
ejemplo) produce el rendimiento requerido sólo y en la me­ en el último tramo de su aventura intelectual, se internara en
dida en que aparece como regla, prohibición, tabú. La exis­ ese doble más allá, meta, que abre la psicología a lo metapsi-
tencia de una ley que exige una formulación lingüística de cológico (más allá del principio del placer) y a lo que está
cierto carácter (normativo) para que pueda desencadenar cier­ sobre o por encima del yo (superyo). Y todo ello en razón
to orden de acontecimientos, diferenciándose radicalmente de de haber detectado como nudo gordiano del sujeto el senti­
lo que podría llamarse ley física (expresión, por lo demás, miento de culpa. El fenómeno moral radical se recibe o se
hoy susceptible de profundas matizaciones), es algo demasia­ padece en el sujetcTeíT forma de sentimientó~v~cc>nciencia de
do evidente para que pueda dejarse de lado. Es más: eso es culpa. Los términos duros e insoslayables de culpa y deber
lo que requiere explicación. especifican el hecho moral. Esto a veces parece horrible y
Por esta razón todo el análisis emprendido en esta segun- hasta repugnante. Pero no tiene sentido cegarse ante la ver­
da parte se centra en la nronnsiHAn moral Hablo, en efecto, dad. No concibo una reflexión moral que no coja el toro por
de proposición" níorál en singular, pues, por muchas vueltas los cuernos, por los dos cuernos conceptuales y empíricos de
reflexivas que le dé, creo no equivocarme aL decir que sóLo. la culpa y del deber.
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Creo que el lector entenderá mejor las páginas que siguen presión ejercida desde fuera del cerco sobre el cerrado coto
si despeja los siguientes problemas filosóficos técnicos: ¿De de lo que puede ser representado a través de un decir lógi­
qué trata en profundidad la Crítica de la razón práctica kan­ camente autoesclarecido y autofundado.
tiana? ¿Por qué Heidegger, en Ser y Tiempo, después de defi­ Desde dentro del cerco podrá afirmarse «no hay enigma»,
nir la estructura entera del Dasein como ser en el mundo, ni en general pregunta ni problema que no pueda mostrar el
efectúa un enigmático (y extraordinario) análisis de la con­ modo de ser respondido, despejado y verificado. Pero hav un
ciencia moral? ¿Cómo deben interpretarse las últimas y enig­ límite, Y lo qnp está allftnrip—lñ trasr.ip.ndp. presiona so-
máticas páginas del Tractatus de Wittgenstein? ¿Cómo debe bre dicho límite, dejando constancia de su facticidad, pese a
interpretarse el giro metapsicológico y la orientación al su- qüe ésta es silenciosa (no puede, en efecto, ser representada
peryo y hacia la culpa del último Freud? ni propuesta a través de nuestro decir). La prueba de existen­
Puedo confesar que estas preguntas me han bailado por la cia de esa silenciosa presión'reside en el hecho insólito, enig­
mente durante años. El texto que sigue intenta responderlas. mático, ya constatado por Kant (al que éste, en su segunda
Creo que estos cuatro grandes pensadores percibieron, de crítica, llama un «hecho de la razón pura»)# de que ese silen­
forma instintiva algunos, otros de modo plenamente cons­ cio paradójica y extrañamente nos habla a través de una voz
ciente, que el salto al suceso moral abre regiamente el acceso que nada dice (en términos de representación concreta y ma­
a la metafísica. En este discurso se asume esta ligazón intrín­ terial) pero que ordena: «voz de la conciencia» que enuncia
seca del hecho moral y del hecho metafísico. En la proposi­ como deber aquello de lo cual deriva y brota nuestra expan­
ción moral se produce, sucede o acontece el suceso metafísico sión estimativa y evaluadora, un mundo de juicios de valor
y la proposición metafísica. y de estimaciones éticas que se halla en la raíz de nuestra
Durante años creí que el mejor acceso a la metafísica lo acción, de nuestra praxis. Hay, pues, un silencioso decir que
constituía el hecho o suceso estético, la obra de arte. Modifico nada dice y sin embargo ordena: pura forma vacía del impe­
aquí este punto de vista. Como se verá, en la obra de arte la rativo verbal, que es categórica respecto a la raíz de eso que
metafísica logra exponerse y decirse, logra desplegarse. _Pero somos y que, desde el núcleo de nuestra propia ipseidad, nos
eLacceso regio a Ig jüg.tafísira tiene lugar a través, del hecho determina a ser y a resolvemos por la vía del juicio ético y
moral. Éste es el que marca lo que el fronten^r. tipnp Hp pc- de su expansión en la acción, en la conducta. Mediante este ex­
pecíficoj su existencia en la línea o límite mismo que dife- pediente se cubre, en puro salto y en elemento de abismo, el
bache entre la proposición interrogativa (lógico-erótica) me­
Ni que decir tiene que, por mucho que haga uso de la ar­ diante la cual se desborda el límite del primer mundo y el
quitectura y de las grandes líneas de la reflexión kantiana, el territorio (ético-trascendental) en donde se expansiona el
espíritu del movimiento diverge completamente de la imagen «nuevo mundo» de los valores, deberes, estimaciones y accio­
canónica que desprende la moral kantiana. Quizá con ello nes: mundo del querer y del obrar, ámbito de la razón prác­
sugiero una interpretación más honda de esa moral. Podría tica. Y lo que hace posible, como hecho silencioso, este
decir, cum granu salís, que el espíritu de mi reflexión moral amanecer ético en el feudo de la voluntad es el puro deber
es más kafkiano que kantiano. Se acerca más al universo de formal imperativo por traspasar y dar el salto, es decir, por
El Castillo o de El Proceso que al de la Crítica de la razón ser fronterizos. «Salta, trasciende, desborda, o lo jpie es hy\
práctica. mismo, sé fronterizo^ aprende a ser fronterizo»: esa.jobHgár
r ión nnívora imperativa y categórica abre el terreno de la j
ética trascendental, de la segunda etapa del método filosófico,
1. Tránsito al segundo mundo ese segundo mundo por donde orienta sus pasos una razón
que, desde ese silencioso dato imperativo, se reconoce a sí
I misma razón práctica. Lo que soy, en tanto provisto de razón,
logos, capacidad de comprensión y proyección, poder prepo­
sicional, se me revela, pues, como el ser mediado por un
La exploración del límite mismo del mundo nos deja plan­ decir que ordena y manda que sea lo que soy, fronterizo. Una
tados interrogativamente ante ese enigma que subsiste como
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ONTOLOGÍA TRÁGICA 51
voz imperativa proveniente de un sujeto ajeno a mí, situado cia que corresponde a la primera etapa del método ahora con­
más allá de la frontera, un sujeto metafísico, pronuncia so­ cluida, en la cual queda determinado un primer mundo en el
bre mí un juicio imperativo que puede formalizarse al modo que el ser que soy, sujeto de esa experiencia, abre el ámbito
de un «haz esto» u «obra de esta manera». El interpelado, el en el cual puede decir y proponer, comprender y proyectar,
que recibe la proposición soy yo. Y lo que esa voz enuncia dando así terreno al conocimiento. Esos pasos son los si­
es una orden formal, un «yo te ordeno que...» del que no guientes:
«llega» al receptor el concreto y material mensaje y conteni­ 1. Asunción del postulado solipsista metodológico, deter­
do de la orden. La proposición puede formalizarse así: «Yo minado por el punto de partida cartesiano del ego cogito sum,
te ordeno que (...),» La primera parte de la frase es pronun­ bien purificado y situado (como lugar o punto de partida)
ciada desde allende el cerco y la frontera. Luego la comuni­ por las diferentes revisiones metódicas de la modernidad.
cación se interrumpe. Esa interrupción, ese hiato telefónico 2. Reconocimiento del carácter dividido y partido de ese
funda radicalmente mi libertad. «sujeto»: partición originaria entre el ser que soy y lo que
Con ello queda señalado el ámbito en el cual afinca la me­ se me abre a juicio y representación o comprensión, entre el
tafísica de manera firme y positiva: en una experiencia que esse que invisto y el cogitare que despliego. La elipsis del
hace el sujeto (ego cogito sum) de un «hecho» o de un «dato» sujeto metafísico (o del ser que soy) posibilita, pues, la aper­
que desborda el cerco. Eso que soy, sujeto, registro emocio­ tura de un mundo de aconteceres susceptibles de representa­
nalmente esa experiencia en una modalidad peculiar de pa­ ción y de dicción. A dicho ámbito puede llamársele mundo:
decimiento, el sentimiento moral del deber y de la culpa. Y la en él se articulan y se vertebran los aconteceres que pueden
proposición que da forma lingüística a esc pathos es el juicio darse, padecerse y representarse por esc sujeto que soy. Ese
o proposición ética. En ella la razón o el lógos que me inviste mundo es, en su asunción radical, «mi mundo». O como dice
(en tanto ego cogito) asume una forma nueva y peculiar: la Wittgenstein: «los límites del mundo son los límites de mi
de un imperativo gramatical vacío (la pura forma verbal va­ mundo».
cía de un imperativo gramatical). El sujeto que habla a tra­ 3. Determinación de un límite a todas las posibilidades
vés de esa proposición es un sujeto ajeno a mí; yo soy el de mi ser dentro del mundo que puede llamarse, en rigor,
receptor del mensaje. Y éste asume forma de orden o de confín del mundo. O si quiere decirse así, frontera del ser
mandato. que soy y del sentido de mi decir y proyectar. Allí existe la
Pero por mucho que se quiera determinar el contenido aduana del sentido y del sinsentido. Más allá está lo que «no
material de esa proposición, la tarea crítica e indagadora fra­ puede ser» o «lo imposible» (eso que Heidegger llama la
casa. Allende el límite todo es silencio y nada puede decirse. muerte). O bien está lo que no puede ser dicho ni propuesto.
Nada puedo decir respecto a lo que se me dice. Pero cae so­ O bien esa realidad igual a x que Kant denomina «noume-
bre mí la pura forma de un imperativo lingüístico. Ésa voz nal». Allí está, pues, el otro mundo (o el sinmundo).
de detrás del cerco se dirige a mí y me ordena y manda. 4. Pregunta angustiada propiciada por el vértigo al que
¿A qué? Esta interrogación marca el fin de nuestras capaci­ determina la experiencia del confín. Proposición interrogati­
dades de audición de las emisoras instaladas en la frontera. va metafísica en la cual termina la aventura de la primera
Lo que resta es asunto y negocio de mi libertad en ejerci­ etapa del método. Resolución condicional, hipotética, a esa
cio. La indeterminación material de la orden abre, pues, cau­ pregunta mediante decisiones lingüísticas referentes al triple
ce a mi libertad: la instituye y funda. Y a través de ello con­ enigma que envuelve el cerco. Respuestas a los problemas ci­
sumo la experiencia ética trascendental. frados en las ideas de la razón en torno a naturaleza, suje­
to, Dios.
5. Silenciosa noticia del otro mundo. De entre los muer­
II tos surge una extraña voz que nada dice pero que cae sobre
mí, el que soy, el habitante de la frontera, con el carácter de
Puedo, pues, mostrar ahora los pasos metódicos que el una Orden Formal Vacía. Del abismo infernal asciende la voz
pensar filosófico se da a sí mismo en esta primera experien­ ie orden que nada ordena pero ordena: voz que impone,
52 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRÁGICA 53

como deber, que llegue a ser eso que soy, habitante de la co dice algo: de hecho dice una sola cosa y carece de ambi­
frontera. Este último punto es catapulta que nos arroja, vio­ güedad y polisemia. Por cuanto dice una sola cosa o es uní­
lentamente, del primer tramo metódico al segundo: del pri­ voco, adquiere carácter imperativo. No dice algo respecto a
mero al segundo mundo. En este segundo mundo, o mundo lo que puede ser (verdadero o falso) sino que dice algo que
ético, esa voz de lo indecible se materializa en mi acción y debe ser: es una orden.
conducirme: su palabra no puede ser pronunciada, pero pue­ Dado que la forma del juicio ético es la del imperativo
do ser obrada, ejecutada. gramatical, el «sujeto» de la proposición es otro, un otro que
pronuncia el juicio desde un lugar externo respecto a mí. Yo
soy aquel a quien la Orden se dirige, a quien se impone el
2. El imperativo categórico mandato. Ese «sujeto» de la orden, del cual brota la propo­
sición imperativa, no puede ser determinado: está más allá
I de toda posible localización. Ese sujeto es, pues, respecto a
mí, un lugar vacío que se sitúa allende la frontera de mi ex­
Lo que desde dentro del cerco gnoseológico se presentaba periencia. Pero que se comunica extrañamente conmigo me­
como «el otro mundo», sin que fuera posible dar determina­ diante la proposición imperativa.
ción positiva a lo que con esa expresión se mentaba, debe Pero esa proposición, ¿qué dice, qué propone, qué es lo
ahora determinarse como segundo mundo. Ello es posible en que ordena o manda?
la medida en que el sujeto (eso que soy) puede darse allí un Y bien, por mucho que quiera o me proponga dar conte­
espacio donde acampar y un recorrido susceptible de experi­ nido lingüístico material, concreto, empírico, susceptible de
mentación, de prueba y de peripecia. El mundo que entonces formulación lingüística, a ese imperativo, me veo condenado
se abre puede y debe, en rigor, conquistarse y colonizarse. al fracaso. La prueba de ello estriba en la infinita multiplici­
En esa misma medida se hace posible definir el espacio de dad y en la Babel de lenguajes materiales a través de los
un segundo recorrido o segunda etapa del método de la filo­ cuales se puede dar materialidad y concreción a esa forma
sofía. Se revela en este segundo mundo una nueva dimensión vferbal imperativa. Por ello debe decirse, en rigor, que ese
de lo que soy, la que evidencia mi naturaleza de sujeto prác­ imperativo verbal está vacío o expresa lo inexpresable, lo in­
tico. La experiencia propia de ese sujeto práctico es la expe­ decible. Es la pura forma verbal vacía de un imperativo gra­
riencia ética. Lo que el sujeto así concebido y comprendido matical.
dice o propone adquiere, entonces, el carácter del juicio éti­ Y sin embargo, aun cuando no pueda saber ni decir qué
co. Mediante ese juicio el sujeto discierne los móviles y los es lo que esa orden ordena, he de afirmar en rigor que me
objetos de su querer. El sentimiento subyacente a ese juicio ordena. ¿A qué? ¿En qué dirección? No puedo decirlo ni ex­
puede llamarse, en rigor, sentimiento moral (sentimiento del presarlo. Aquí el decir enmudece. Silencio es lo que esa «voz»
deber, sentimiento de culpa). A ese pathos corresponde un pronuncia desde el «otro mundo». Pero cae sobre mi esa si­
modo de decir y proponer que es el juicio ético. Se trata, lenciosa voz imperiosa, imperativa. Me ordena a ser y a re­
pues, de examinar la forma lógico-lingüística de esa proposi­ solverme, es decir, a ejecutar eso que no puede ser dicho. Lo
ción. Ello permitirá adentrarse en el corazón mismo de la indecible no puede, obviamente, ser enunciado, pero por la
experiencia ética y de ese segundo mundo habitado por valo­ mediación de una Orden que nada dice, puede ser empren­
res, estimaciones, mociones de la voluntad, resoluciones en dido, obrado, actuado, ejecutado. Esa pura forma verbal vacía
forma de acciones: el mundo de la razón práctica. de un imperativo gramatical se halla en la raíz última de mi
obrar y conducirme, de mi ethos. Es el fundamento infun­
II dado de mi experiencia ética.

La forma lingüística del juicio ético es, en rigor, la pura


forma verbal vacía de un imperativo gramatical. El juicio éti­
54 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO
ONTOLOGÍA TRÁGICA 55

do material de aquello que se está juzgando y fiscalizando,


no es posible llegar a conclusión ni resolución. Ese contenido
III es una infinita variable de lenguajes morales diversos y dis­
persos con los cuales se intenta, precariamente, tapar el hue­
Ese imperativo verbal está vacío, como vacío es el lugar co dejado por el lugar vacío del sujeto de la orden y por la
del sujeto que dicha voz enuncia: lugar del que sólo sé una forma gramatical vacía del imperativo verbal. Puede llamarse
cosa, que se halla fuera del mundo, en el otro mundo. Y, sin moral irracional, dogmática, la que pretende arrogarse la ti­
embargo, cae sobre mis oídos y sobre mi querer esa voz im­ tularidad material de ese sujeto y de esa forma, ambos va­
periosa e impositiva que me manda ser eso que soy, según el cíos. El pensamiento crítico, metódico, esclarecido, se evi­
imperativo pindárico. dencia en su voluntad por preservar el carácter vacío del lu­
¿Quién me manda y me ordena? No lo sé. ¿Quién me ha­ gar del sujeto de la orden y el carácter estrictamente formal
bla con voz imperiosa desde más allá de la frontera? Lo igno­ de la proposición imperativa. Ello no significa formalismo,
ro. Sólo puedo denominar esa voz —localizándola así, según ya que éste utiliza ese logro del pensamiento ilustrado y mo­
el modo popular— voz interior o voz de la conciencia. En lo derno para sancionar como positivo lo existente: el forma­
hondo de mi corazón habita esa voz: en la raíz última de eso lismo termina siempre siendo positivismo moral y jurídico.
que soy, a modo de dimensión radical del ego cogito sum. El verdadero pensamiento ético ilustrado deja libre la forma
Pero esa raíz está implantada en tierra extraña. La voz llega vacía imperativa y deja vacío el lugar del sujeto (al que sólo
a mí del extranjero. Del reino de los muertos proviene la voz alegóricamente llamará Dios o lugar del Padre muerto), con
de orden. En el sepulcro en donde yacen los ancestros, los el fin de que sea posible establecer, de modo siempre condi­
dioses muertos, se halla el lugar en el cual puede definirse y cional e hipotético, una legislación moral de carácter proble­
localizarse el «sujeto» que emite la voz de orden. mático mediante la cual se da respuesta concreta y singular
Puede alegorizarse y personificarse ese sujeto ausente a esa llamada y a esa orden, en plena conciencia de la distan­
como Divinidad y a su palabra como voz de Dios que ordena cia abismal y del hiato ontológico que subsiste entre la voz
y manda a un sujeto cualquiera, el profeta Jonás por ejem­ (y la orden formal) y su concreción moral lingüística mate­
plo, a cumplir y ejecutar cierto cometido, cierta empresa. El rial. El pensamiento ilustrado tiene, en efecto, plena conscien­
sujeto metafísico, situado fuera de la frontera, llama al su­ cia de que el sujeto de la orden y su palabra imperativa se
jeto erradicado en el límite del mundo. De esa llamada, que hallan situados más allá de la frontera y son, por tanto, me-
se presenta en el modo de una orden, puede responderse. tafísicos, mientras que la respuesta y concreción material se
Puede también no responderse. Entonces se instituye el tri­ producen en y desde la propia frontera.
bunal moral que juzga la libertad del sujeto, su resolución Esas respuestas morales son decisiones lingüísticas me­
con relación a la llamada. El sentimiento que registra el ve­ diante las cuales se da contenido y voz material a la pura for­
redicto puede ser llamado sentimiento moral (sentimiento de ma verbal imperativa formal vacía. Y esas decisionés lingüís­
culpa, sentimiento del deber). ticas mediatizan esa Orden que nada ordena y que nada dice
Ese tribunal puede concebirse de modo mítico y mágico, o cuyo decir es silencioso, posibilitando que esa raíz última
personificándose cada instancia en forma visible física: así de nuestro obrar y conducirnos se implante materialmente
las Erinnas que persiguen al culpable, al deudor, al delincuen­ en nuestra experiencia ética y práctica. En virtud de esas re­
te, al que transgrede las leyes morales cívicas. El pensamien­ soluciones lingüísticas se instituyen móviles materiales de ac­
to reformista, humanista e ilustrado propicia una estilización ción y de ejecución. Pero en el buen entendimiento de que
abstracta y conceptual de esas instancias, que son escenifica­ la raíz y el fundamento último de nuestro obrar reside en
das en el interior del propio sujeto interpelado. La «conscien­ ese fundamento infundado de la orden que nada ordena, prin­
cia moral» aparece entonces como auditoría en donde se des­ cipio de nuestra libertad. De hecho esas legislaciones lingüís­
pliega y desarrolla el juicio y el veredicto moral, siendo «in­ ticas morales de naturaleza material recrean, varían o trans­
ternos» el fiscal, el abogado, el juez y el propio acusado. criben en clave moral lo que, desde dentro del cerco, llamá­
Pero por mucho que se dé vueltas y se escrute el contem- bamos «opiniones rectas» y «creencias racionales»: éstas apa-
56 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO
ONTOLOGÍA TRAGICA 57
recen ahora, en este segundo mundo ético trascendental, bajo
la modalidad de móviles de acción y de conducta. A través de la orden se da, pues, forma lingüística vacía a
lo indecible. Mediante eso a lo cual llama la orden (a la ac­
ción, al emprender, al obrar), Jo indecible puede ser obrado,
IV ejecutado. En virtud de la orden lo indecible, si bien no pue­
de ser enunciado, puede ser actuado, emprendido, ejecutado.
De hecho ese imperativo no puede materializarse en verbo La orden no determina el decir, pero actúa como móvil y
concreto alguno ni con respecto a algo determinado, a modo disparadero del obrar. Lo indecible es, pues, en razón de la
de verbo transitivo que señale cierto objeto como aquello a orden, ejecutable: puede ser actuado, sin que sea posible dar
lo cual la orden hace referencia («haz esto o aquello»). Esa «forma lingüística» y «proposicional» a eso que la orden pa­
pura voz de mando se impone o se me impone, obligándome radójicamente dice y a lo cual hace referencia.
a ser lo que soy, límite y confín del mundo, sin que pueda Esa voz de orden pronunciada por un sujeto extranjero o
determinarse lo que dice. Nada dice ni nombra como objeto de más allá de la frontera (Dios muerto o lugar del padre
de su imperativo decir. No dice nada, o mejor, dice nada. Es muerto) constituye el móvil radical de nuestra acción y el
un decir límite, grado cero del lenguaje, resto de silencio in­ determinante de nuestra voluntad. Da impulso a nuestro que­
crustado en el propio lenguaje. El pensar límite acerca del rer trazándole, en forma de «bien» y «mal», precarios obje­
límite, la metafísica, que desde dentro del cerco (primer tivos. Allí se halla el fundamento infundado de nuestra con­
mundo) sólo podía decir en el modo de la interrogación y la ducta y de nuestra acción. Por ser in-fundado (en el sentido
«opinión recta», halla un segundo modo, imperativo, de decir, de que no puede ser determinado materialmente el conteni­
que tiene la virtud de arrancar de un lugar externo al lími­ do de la orden), nuestra conducta, nuestra acción es, en su
te, de un «sujeto metafísico» —bien muerto y bien sepulta­ raíz, libre. Esa libertad se asume si (y sólo si) se mantiene
do— incardinado más allá de la frontera. Desde allí pronuncia «libre» el lugar vacío del sujeto y el carácter formal de lo
un «Yo te ordeno que...» sin que pueda oírse el verbo concre­ que «manda» ese sujeto: si se mantiene la proposición o el
to y material al que hace referencia ese comienzo de la frase. juicio ético en su estatuto verdadero, como pura forma ver­
El vacío del verbo puede ser llenado o completado por una bal vacía de un imperativo gramatical. Cuando se concede
infinita variable de lenguajes (legislaciones morales) que, sin valor de realidad al sujeto metafísico de allende el límite y
embargo, penden del frágil fundamento de una inaudible e carácter de materialidad a la pura forma verbal imperativa,
ignota voz que habla desde detrás de la barrera. Cada legis­ entonces el sujeto que soy (ego sum) queda dependiente, es­
lación llena como puede ese vacío. Si la legislación mantiene clavo y súbdito de un sujeto ajeno que le determina y do­
firme la distancia y diferencia entre el lugar desde el cual se mina: allí se halla la raíz despótica de toda dominación. Por­
dice y se pronuncia el «Yo te ordeno que...» y el lugar en el que ese sujeto encarnado situado en el «otro mundo» no es
cual se da determinación o se completa la frase inacabada más que una proyección naturalizada del propio sujeto lla­
(ese segundo lugar es el propio límite del mundo), entonces mado e interpelado por la voz de mando. Mundanamente apa­
la norma ética mantiene su carácter crítico, metódico y ra­ rece bajo la figura del déspota. El dios que se venera es el
cional. La irracionalidad estriba en la dogmática propensión doble personificado de esa cúspide de toda jerarquía de do­
a traspasar «eso que ordena» la orden al «otro mundo», que minación material. Sólo si se deja libre el lugar del sujeto
aparece entonces como decálogo promulgado por un sujeto metafísico y se mantiene el estatuto formal del imperativo
que se tiende a personificar, el cual habita ese otro mundo. es posible salvaguardar la libertad del sujeto receptor de la
Entonces el «no matarás» o «no desearás la mujer del pró­ orden, quien es entonces responsable de la materialidad ver­
jimo» o «no ayuntarás carnalmente con madre y hermana» u bal de la orden que «se da». Sabe el sujeto entonces que esa
«honrarás padre y madre» se concretan como mandatos ex­ voz se materializa en un deber que él se asigna, por mucho
presos de una figura alegórica concebida no como metáfora que la fuente última de la validez de ese deber radique en el
sino como realidad. Esa metáfora realizada es lo que común­ imperativo formal vacío.
mente se llama Divinidad.
o n t o l o g I a t r á g ic a 59
58 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO
realidad, respuesta que yo doy a la conminación vacía y for­
mal de la orden. Críticamente concebida, esa respuesta, de la
que sólo yo respondo, en virtud de la vigencia que le da la
V fuente autorizada vacía proveniente del extrarradio, se con­
vierte en «deber». Es «mi deber» responder, ser responsable
En el «sentimiento de culpa» y «del deber» tenemos la respecto a esa orden que «se me da» de modo formal y que
irrefutable prueba de que ese dato lingüístico al que Kant «yo me doy» de modo material (aporético, condicional). La
llama, con rigor extremo, «hecho de la razón pura» (la orden) incondicionalidad de la orden es, pues, formal; la respuesta
puede ser, por el sujeto (ego cogito sum), experimentado, en la cual doy concreción a la orden tiene, en el orden ético,
abriéndose así un campo objetivo de experiencia susceptible el mismo estatuto'que la «opinión recta» o que la «creencia
de ser determinado como «segundo mundo» o «mundo ético». racional» en el orden gnoseológico. De hecho es la recreación
De hecho se trata siempre, desde la perspectiva inmanentis- y variación en clave ética de esa opinión y creencia. Ésta
ta aquí asumida, de un único mundo, este mundo, determi­ aparece entonces como móvil de acción y de conducta, como
nado en una doble dimensión, la gnoseológica y la ética. Del determinación última material de la voluntad, capaz de fijar
mismo modo en que se parte del presupuesto de un solipsis- objetivos a ésta (como «bienes»). Si suprimo el hiato o el
mo metodológico y no doctrinal que sitúa como punto de paréntesis entre el «yo te ordeno que» y la orden material
partida eso que soy, ego cogito sum, según el designio carte­ (en forma de mandamiento concreto), entonces hago de la
siano, se asume aquí un dualismo metodológico y no doctri­ frase un uso dogmático y precrítico. El juicio ético es crítico
nal que permite hablar de un «primer» y de un «segundo» y moderno en la medida en que mantiene en su lugar ese hia­
mundo, con el fin de que, en el curso de la expansión y desa­ to —que es juntura y división, goene— que separa mi mun­
rrollo del método, se evidencie la radical referencia de am­ do del otro mundo.
bas dimensiones a lo mismo, a un mundo que es mi mundo.
Ese campo objetivo de experiencia abre cauce lingüístico
a una modalidad propia de juicios o proposiciones de carác­ VI
ter ético, plenamente diferenciada de los juicios y proposicio­
nes que pueden formularse dentro del cerco gnoseológico-lin- Entonces, ¿qué dice ese decir que nada dice y sin embar­
güístico. Aquel sentimiento o pathos (del deber y de la culpa) go ordena y manda desde el subsuelo de eso que soy, desde
remite a una voz que popularmente se concibe como «voz de la cosa en sí o lo que trasciende? No ordena ni manda nada
la conciencia». Esa voz procede de más allá de eso que soy: particular, ninguna acción ni obligación concreta y determi­
es de residencia trascendente; proviene de más allá de la nada. Pero manda. Manda a eso que soy, me manda a mí a
frontera. Eso que soy, sujeto, tiene en ese extrarradio su que elija, me decida, me proyecte, me resuelva, actúe, em­
fuente de inspiración ético-práctica. Pero de allí no proviene prenda, obre. Esa pura forma verbal vacía de un imperativo
mensaje ni palabra material que pueda ser interpretado des­ lingüístico me obliga a hacer eso que debo hacer, aun cuan­
de aquí de modo unívoco. Hay un hiato en la comunicación do no pueda jamás decir ni conocer ni representarme como
con el más allá. Sólo llega, inequívocamente, la forma verbal proposición eso que he de hacer. He de materializar en el
vacía del imperativo, el «yo te ordeno que...». Pero una vez hacer eso (indecible) que no me es posible decir. He de con­
oído esto, el sujeto que soy y habita dentro del cerco carece formar mi ethos, mi conducta y mi acción a esa orden a la
de mayor precisión. La comunicación se interrumpe en los que me debo y de la cual respondo y con la cual estoy com­
puntos suspensivos. Del otro mundo llega tan sólo ese enun­ prometido. Hago, pues, lo que debo (o lo que no debo), aun
ciado, el «yo te ordeno que...». Luego la comunicación se in­ sin poder decir ni saber qué es lo que debo. Luego soy libre
terrumpe. Aquí el sujeto que soy debe responder. Esa res­ y estoy obligado imperativamente a serlo. Y en ello estriba
puesta es un libre modo mediante el cual se intenta comple­ mi experiencia ética trascendental.
tar la frase. «Yo te ordeno que (honres a tus padres)», «Yo Mi libertad radica en el hecho de que la materialidad de
te ordeno que (no desees la mujer del prójimo)»: del otro la orden la doy yo, sea desde mí mismo, como fundación au­
mundo llega la primera parte de la frase. La segunda es, en
60 LOS L IM IT E S DEL MUNDO o n t o l o g I a t r Ag i c a 61

tóctona, sea desde otro (tradición, por ejemplo) que se funde a través de la legislación responsable que yo emprendo, so­
con mi propia autoctonía. Cargo yo con el peso ético-legal bre mí, sobre mi mundo, sobre lo que me pertenece como
de eso de lo cual debo responder. Yo soy el sujeto libre en ámbito.
quien recae la responsabilidad de la respuesta en la cual ma­
terializo el mandato. Éste tiene su fuente última, aquella que
lo instituye como mandato, en esa instancia que me desbor­ 3. El imperativo pindárico: «Llega a ser lo que eres»
da o trasciende, el sujeto de la orden, ubicado fuera de un
mundo que es mi mundo. Pero el modo a través del cual le­
gislo lingüísticamente para mí o para mi mundo se produce I
materialmente desde una fuente que soy yo, yo mismo en mi
radical ipseidad. No puede haber, en este punto, delegación El sujeto metafísico o lugár del dios o del ancestro muer­
de responsabilidad, si quiere mantenerse el ethos en el seno to es el sujeto de la «frase» que comienza así: «Yo te ordeno
de un paradigma crítico, metódico, ilustrado y moderno. Tal que (...).» De hecho, lo que se halla entre paréntesis es un
delegación tiene por raíz la sumisión de mi subjetividad libre añadido del sujeto que soy, un añadido humano, si por hom­
a un supuesto sujeto autorizado situado fuera del mundo que bre se entiende un modo singular de ser y habitar el límite
se hace cargo de las órdenes que se me imponen. Entonces o confín del mundo. Precisamente mi condición de límite y
yo soy sancionado positivamente en la medida en que obe­ confín se me confirma en razón de que, en tanto que límite,
dezco y me sé situar dentro de una jerarquía cuya cúspide defino un espacio determinado dentro y fuera. Y bien, desde
es celeste. Esa altitud celeste nace de la atribución de reali­ el límite puedo localizar el espacio o el lugar desde donde
dad al lugar vacío desde el cual se oye la orden recibida. De «algo llega» (en el modo de una orden que nada concreto y
hecho, material y empíricamente, esa altitud proyecta sobre material ordena). Parecerá un parvo y magro cobro de noti­
el «cielo» la jerarquía de dominación que determina el orden cia y comunicación con el trasmundo, un escuálido espectro
de distribución de poder aquí en la tierra. Es la estiliza­ de experiencia metafísica. De hecho esa voz que llego a oír,
ción de nuestros poderes terrenales. Crítica y metódicamen­ esa voz que me manda, que se dirige a mí (ego cogito sum),
te, esa cúspide se nos desvela como el lugar vacío desde don­ es precisamente lo que da carta de naturaleza a mi experien­
de un sujeto (ausente y metafísico) pronuncia una orden que cia metafísica y lo que hace posible definir el ser que soy,
nada ordena: una orden formal vacía que debe ser determi­ como goene, diferencia y juntura físico-metafísica. Pero sobre
nada y respondida por mí mismo, el sujeto aquel sobre quien todo esa voz de detrás (de la frontera que soy) me determina
recae dicho imperativo lingüístico. Yo doy entonces forma y define como un ser en un radical sentido desarraigado de
material a esa orden que «se me da». «Me doy» una orden lo físico, capaz de darse una «ley» diferenciada radicalmente
cuya raíz última o fundamento «se me da». Pero esa raíz es de lo que, desde dentro del cerco, puede pensarse, crítica­
trascendente. En la inmanencia «llega» sólo aquello que yo mente, como «ley física». El hecho de que esa «frase» tenga
me doy, eso que supongo «oír» de la orden que se me impo­ la peculiar característica de hallarse partida y descoyuntada,
ne. Pero eso que «oigo» proviene de mí mismo, de la raíz éti­ de manera que sólo su comienzo me llega, mientras que el
co-práctica de lo que soy. Esa raíz está paradójicamente co­ resto de la frase es inaudible o está obstruido por los ruidos
nectada con el más allá. Hay, pues, extraña comunicación, y los parásitos que dificultan la audición de lo que viene de
silenciosa, entre el sujeto del otro mundo y la orden material otro mundo, no quita un ápice de valor inmenso y trascen­
que yo me doy. Del padre y del dios muerto queda, pues, como dencia radical a esa mínima audición. Ésta se rompe en ra­
resto silencioso pero imperioso de ese haber o legado que zón de la propia naturaleza de lo que soy, carne de límite. No
constituye mi pasado, mi tradición o el legado ancestral que se truncaría esa comunicación al ángel: él mismo se daría
me determina, la formalidad pura de la orden. También me acaso la orden, siendo sujeto emisor y receptor. Fundiría el
llegan, desde luego, señales materiales de ese pasado, con las ángel lo que sólo podemos concebir con la distinción de lo
cuales, en genuina mimesis, puedo recrear las normas de mis formal y lo material: se daría a sí mismo una orden legal
ancestros ciudadanos, dándoles concreción y acto, hoy, aquí, material. Pero el fronterizo, a caballo entre el cerco y el tras-
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tóctona, sea desde otro (tradición, por ejemplo) que se funde a través de la legislación responsable que yo emprendo, so­
con mi propia autoctonía. Cargo yo con el peso ético-legal bre mí, sobre mi mundo, sobre lo que me pertenece como
de eso de lo cual debo responder. Yo soy el sujeto libre en ámbito.
quien recae la responsabilidad de la respuesta en la cual ma­
terializo el mandato. Éste tiene su fuente última, aquella que
lo instituye como mandato, en esa instancia que me desbor­ 3. El imperativo pindárico: «Llega a ser lo que eres»
da o trasciende, el sujeto de la orden, ubicado fuera de un
mundo que es mi mundo. Pero el modo a través del cual le­
gislo lingüísticamente para mí o para mi mundo se produce I
materialmente desde una fuente que soy yo, yo mismo en mi
radical ipseidad. No puede haber, en este punto, delegación El sujeto metafísico o lugár del dios o del ancestro muer­
de responsabilidad, si quiere mantenerse el ethos en el seno to es el sujeto de la «frase» que comienza así: «Yo te ordeno
de un paradigma crítico, metódico, ilustrado y moderno. Tal que (...).» De hecho, lo que se halla entre paréntesis es un
delegación tiene por raíz la sumisión de mi subjetividad libre añadido del sujeto que soy, un añadido humano, si por hom­
a un supuesto sujeto autorizado situado fuera del mundo que bre se entiende un modo singular de ser y habitar el límite
se hace cargo de las órdenes que se me imponen. Entonces o confín del mundo. Precisamente mi condición de límite y
yo soy sancionado positivamente en la medida en que obe­ confín se me confirma en razón de que, en tanto que límite,
dezco y me sé situar dentro de una jerarquía cuya cúspide defino un espacio determinado dentro y fuera. Y bien, desde
es celeste. Esa altitud celeste nace de la atribución de reali­ el límite puedo localizar el espacio o el lugar desde donde
...................... .........................................i

dad al lugar vacío desde el cual se oye la orden recibida. De «algo llega» (en el modo de una orden que nada concreto y
hecho, material y empíricamente, esa altitud proyecta sobre material ordena). Parecerá un parvo y magro cobro de noti­
el «cielo» la jerarquía de dominación que determina el orden cia y comunicación con el trasmundo, un escuálido espectro
de distribución de poder aquí en la tierra. Es la estiliza­ de experiencia metafísica. De hecho esa voz que llego a oír,
ción de nuestros poderes terrenales. Crítica y metódicamen­ esa voz que me manda, que se dirige a mí (ego cogito sum),
te, esa cúspide se nos desvela como el lugar vacío desde don­ es precisamente lo que da carta de naturaleza a mi experien­
de un sujeto (ausente y metafísico) pronuncia una orden que cia metafísica y lo que hace posible definir el ser que soy,
nada ordena: una orden formal vacía que debe ser determi­ como gocne, diferencia y juntura físico-metafísica. Pero sobre
...................—

nada y respondida por mí mismo, el sujeto aquel sobre quien todo esa voz de detrás (de la frontera que soy) me determina
recae dicho imperativo lingüístico. Yo doy entonces forma y define como un ser en un radical sentido desarraigado de
material a esa orden que «se me da». «Me doy» una orden lo físico, capaz de darse una «ley» diferenciada radicalmente
cuya raíz última o fundamento «se me da». Pero esa raíz es de lo que, desde dentro del cerco, puede pensarse, crítica­
trascendente. En la inmanencia «llega» sólo aquello que yo mente, como «ley física». El hecho de que esa «frase» tenga
....... . —

me doy, eso que supongo «oír» de la orden que se me impo­ la peculiar característica de hallarse partida y descoyuntada,
ne. Pero eso que «oigo» proviene de mí mismo, de la raíz éti­ de manera que sólo su comienzo me llega, mientras que el
co-práctica de lo que soy. Esa raíz está paradójicamente co­ resto de la frase es inaudible o está obstruido por los ruidos
nectada con el más allá. Hay, pues, extraña comunicación, y los parásitos que dificultan la audición de lo que viene de
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silenciosa, entre el sujeto del otro mundo y la orden material otro mundo, no quita un ápice de valor inmenso y trascen­
que yo me doy. Del padre y del dios muerto queda, pues, como dencia radical a esa mínima audición. Ésta se rompe en ra­

resto silencioso pero imperioso de ese haber o legado que zón de la propia naturaleza de lo que soy, carne de límite. No
constituye mi pasado, mi tradición o el legado ancestral que se truncaría esa comunicación al ángel: él mismo se daría
me determina, la formalidad pura de la orden. También me acaso la orden, siendo sujeto emisor y receptor. Fundiría el
llegan, desde luego, señales materiales de ese pasado, con las ángel lo que sólo podemos concebir con la distinción de lo
cuales, en genuina mimesis, puedo recrear las normas de mis formal y lo material: se daría a sí mismo una orden legal
ancestros ciudadanos, dándoles concreción y acto, hoy, aquí, material. Pero el fronterizo, a caballo entre el cerco y el tras-
62 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO
ONTOLOGÍA TRÁGICA 63
mundo, con un pie en el coto y otro fuera, con un oído aquí
y el otro referido a lo que trasciende, sólo puede determinar del mundo. El aforismo délfico daba concreción a esa frase al
su ethos, su obrar, su acción desde esa frase rota en dos pe­ pedir al fronterizo que se conociera a sí mismo, es decir, su
dazos, uno proveniente del otro mundo (pero formal y vacío), límite, su medida, ese límite y medida que él es como condi­
otro con significación e influencia en este mundo (material, ción de su destino de ser libre.
concreta). Pero entonces puede añadirse un doble corolario en forma
En virtud de esa forma verbal vacía imperativa que me de doble prohibición que se desprende de esta constricción a
es dado oír me invisto e instituyo como sujeto físico-metafí- ser el límite. La orden manda no querer ser lo que el límite
sico, límite y carne del límite. No oye ese comienzo de la fra­ no es, no desear ni envidiar eso que no es, ángel, planta, ar­
se el animal ni la planta ni la estrella. Tampoco sufre esa cángel, piedra, estrella. Se exige que el límite se separe del
dislocación de las dos partes de la frase el ángel. Ninguno animal, de la planta, de la piedra y de la estrella. Y esa exi­
de estos «entes» habitan el límite o la frontera. El fronterizo gencia se determina en la prohibición respecto a permanecer
es límite irremediable, irrebasable, que fija diferencia infini­ sumergido, ahogado, hundido en el cerco físico. «Sepárate de
ta, abismal, total, con el ángel, con la estrella y con toda la lo físico, salta por encima de la matriz o del regazo», es de­
trama evolutiva material, vital. Es precisamente el límite mis­ cir, escíndete de todo deseo o voluntad por permanecer unido
mo del mundo. Su condición consiste en un alzado del cerco a la matriz. Y se exige también que el límite se separe de la
a la frontera. comunidad de las supuestas «inteligencias racionales puras»,
¿Puede entonces afinarse el oído hasta que pueda acaso las que carecen de límite y con las que supuestamente se co­
recibirse, como signo o vestigio, alguna información suple­ munica a través de la pura forma verbal vacía imperativa.
mentaria incrustada dentro de ese escueto y conciso comien­ «Sepárate de los dioses o de los ángeles, no quieras ser so­
zo de la frase? ¿Puede acaso decirse algo más respecto a qué brehumano, no olvides que eres límite, no te creas ni quieras
ordena esa orden formal vacía imperativa? ¿Recibo acaso ser nunca Dios; respeta el intervalo que te separa de las es­
una indicación o precisión suplementaria sobre lo que esa trellas inteligentes.»
orden ordena? ¿A qué me manda y llama esa voz que me cae
bajo el modo de un «deber»? ¿Qué es lo que debo ser? ¿Qué
es, en consecuencia, lo que debo hacer? ¿Cómo y de qué II
modo debo orientar mi acción, mi ethos? ¿Qué puedo hacer
con esta vida mía, con eso que soy, límite y confín, carne del «Oye, detente, párate y contempla tu condición y reflexio­
límite y confín? na sobre lo que eres, tu destino, eso que te define y deter­
La orden, emergiendo desde las raíces inmemoriales y an­ mina desde dentro de ti mismo, cíñete al límite que te cir­
cestrales de mi más radical pasado, me abre, como futuro, lo cunscribe a ser eso que eres, dándote medida propia y sin­
que soy, proyectándolo de manera que llegue a ser, como de­ gular.» Podría escenificarse la voz de mando y aquel a quien
ber, eso que radicalmente soy. La orden me llama a ser lo esa voz remite como tenso diálogo entre el sujeto metafísico
que ya soy; hace de eso que soy tarea, vocación, destino pro­ que puede alegorizarse como Dios y el sujeto habitante del
pio. A diferencia del animal, que tiene escrito en su pasado límite, el Adán del Génesis al qüe Dios arranca del humus
lo que es y lo que como especie llegará a ser, o que sólo pue­ material-materno hasta hacerlo dependiente de un nombre
de variar eso que puede ser por mediación física externa (a propio. Pico della Mirándola se retrotrae a esta escena pri­
través de la selección natural), el fronterizo puede llegar a ser mordial para definir la condición libre imperativa del fron­
lo que ya es, pero sólo por la mediación de esa Orden que, terizo, llamado a constituirse en lazo de unión céntrico-ex-
materialmente, nada concreto ordena, si no es el imperativo céntrico del todo-el-mundo, poblador del límite o intervalo
pindárico: «llega a ser lo que eres». que separa los reinos del submundo y del supramundo. Ser
La frase o juicio moral puede, pues, reconstruirse así: «Yo libre es, en propiedad, forzoso imperativo a resolverse con
te ordeno que llegues a ser lo que eres» o lo que es lo mismo referencia a la posibilidad de cumplimiento del deber (ser lí­
«Yo te ordeno que seas límite», es decir, frontera y medida mite) o de incumplirlo extraviándose fuera del límite, o en
el interior físico intramundano que degrada al fronterizo a
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bruto o a vegetal, en una recaída en el cerco, o en el exterior que debo ser, es decir, aquel habitante de la frontera que
metafísico donde habita acaso el ángel y toda inteligencia ra­ sólo oye el comienzo de la frase y se ve en la imperiosa nece­
cional pura. En la bóveda de la Capilla Sixtina logró esceni­ sidad o exigencia de completarla como puede, desde su pre­
ficar Miguel Ángel lo que esa voz de orden dice, alegorizando caria subjetividad libre y resuelta. Se me ordena que dé com-
al sujeto de la orden (Dios Padre) y al interpelado fronterizo pletud a la frase, a sabiendas que ese añadido es mío y tiene
(Adán) recién alzado del territorio físico o de la matriz en en eso que soy, ego cogito sum, su fuente y su procedencia.
virtud de la investidura de un nombre propio. El sujeto que Sólo que aquí el que soy halla una raíz o fundamento último
habla imperativamente pertenece, en efecto, al otro mundo. de sí conectado, bien que deficitariamente, con la trascen­
El sujeto interpelado, al que se habla, el receptor, soy yo. dencia o cosa en sí. De ese encuentro difícil entre lo que soy
Hay levísimo roce y encuentro entre la mano divina y mi y eso que se me ordena desde allende el límite brota el fun­
mano. Hay comunicación, pero es mínima y precaria. Hay damento mismo de mi querer y de mi obrar. Lo que quiero'
metafísica, pero sólo como experiencia, desde mí, de un ves­ y lo que hago tiene su motivación final en ese encuentro en
tigio o de un vislumbre. El sujeto metafísico pronuncia ese la diferencia de la voz ausente de una orden formal vacía y la
comienzo de frase, el «yo te ordeno que...». Yo recibo la or­ materialidad que yo asigno a la frase inacabada. Esa mate­
den que nada dice, pronunciada por un sujeto siempre ausen­ rialidad aparece con el carácter de aquella creencia o fe que
te (o si quiere decirse así, bien muerto y bien sepultado en da una razón última y un móvil a mi obrar. Esa razón última
la tiniebla soterraña del otro mundo). Algo puede oírse pre­ está, en mí, fundada como razón rebatible y condicional, por
cariamente desde dentro de la frontera. Algo capto de la emi­ cuanto la incondicionalidad que se le puede atribuir es única­
sora celestial: «Yo te ordeno que seas lo que eres, carne del mente formal, vacía. Doy a mi obrar una razón condicional,
límite, confín.» El sujeto muerto y sepultado en el subsuelo fundada en una creencia con estatuto de «opinión recta», que
del mundo, antecedente y ancestro de mi ser y de mi nacer, sin embargo actúa sobre mí como «deber» con carácter in­
entra en la escena de mi mundo como presencia imperiosa condicional en virtud de hallarse investida por la forma ver­
que me ordena llegar a ser lo que soy: me exige, como de­ bal vacía de un imperativo gramatical. Para mí esa orden que
ber, que llegue a ser, en el futuro, lo que soy, límite y con­ me doy tiene, pues, en virtud de que la recibo como algo
fín del mundo. dado proveniente del otro mundo, carácter incondicional.
Pero no puedo asegurarme la validez o legitimidad de mi
precaria interpretación de lo indecible, es decir, de la deci­
III sión lingüística mediante la cual verbalizo el silencio del otro
mundo. Y sin embargo, la condicionalidad material de la or­
Quisiera tener más información sobre lo que se dice des­ den no quita un ápice al carácter incondicional de la orden
de esa emisora proveniente del otro mundo. Una tupida cor­ que yo me doy, que inviste mi obrar y determina mi volun­
dillera pirenaica impide que la comunicación de lo que «se tad con el carácter de lo obligatorio y forzoso. No puedo me­
dice» detrás de la frontera llegue hasta mí. Carezco de me­ nos que vivir angustiadamente esta paradoja o contradicción
dios técnicos para poder suplir la deficiencia y límite de esta entre la obligatoriedad de una orden que nada ordena, pero
condición que me impone, como deber, eso que soy, habitan­ que inviste mis decisiones, y el carácter condicional de éstas
te del límite o confín, sujeto de la frontera situado dentro y de las creencias opinables sobre las cuales se fundamentan,
del cerco pero con oído suficiente para captar ese comienzo permitiendo así un despliegue al querer y al obrar. Esa an­
de la frase ético-metafísica. Pues esa frase puede ser llamada, gustia es registrada como sentimiento del deber y de la cul­
desde ahora, la proposición ético-metafísica, aquella que tie­ pa. Sólo una conciencia crítica y esclarecida de naturaleza
ne en la experiencia ética trascendental su fundamento críti­ morál, un ethos ilustrado, puede, mediante asunción de esta
co y metódico. Pero esa frase está partida y troceada, de verdad, dar a esa angustia un sentido humano radical, rubri­
modo que sólo llega hasta mí el comienzo de lo que en ella cado por lo que el deber impone como vocación y destino:
se dice, un «yo te ordeno que...» que deja entre paréntesis ser carne del límite o confín.
los puntos suspensivos. Se me ordena ser y querer ser eso
LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRÁGICA 67

metafísica halla en esa frase metafísica el acceso a lo que


desborda el cerco o el confín. Con ello queda cubierta la ta­
rea encomendada a la segunda etapa del método, la que pue­
de ser determinada como etapa ética trascendental. La ética
El sujeto del imperativo categórico formal está allende el es, en su raíz, trascendental, como supo comprender Witt-
límite o frontera. Podría escenificarse su ubicación arriba de genstein: tiene su sede en el silencio del otro mundo, más
la más empinada y laberíntica de las ciudades, en un espec­ allá de la aduana del sentido. Pronuncia desde ese lugar me­
tral castillo. Allí reside el sujeto del otro mundo. Desde allí tafísico o «metalingüístico» un paradójico enunciado que nada
imparte la orden. Yo me hallo situado en la ladera. He sido enuncia y que se ofrece como orden o mandato. Ese enun­
llamado a trabajar, a las órdenes del propietario del castillo. ciado nada dice acerca de lo que es, nada propone respecto
Si he de conocer con propiedad mi cometido deberé dejar a lo que acontece, no añade hada ni enriquece un ápice nues­
que se me informe a través de emisarios y funcionarios que, tro conocimiento. No se ofrece como proposición que se re­
en la modalidad de ángeles que pueblan el intervalo entre el presenta algún acontecimiento del mundo. Nada tiene que ver
castillo y los límites de mi mundo, vayan suministrándome con el «mundo de la representación», para decirlo en térmi­
pistas mediante las cuales trace el itinerario de mi ascensión nos de Schopenhauer. Ese enunciado no dice lo que es ni
hasta acceder al lugar que corresponde a lo que soy, lugar juzga lo que acontece como verdad o falsedad, sino que enun­
rubricado por el nombre propio que pueda acaso recibir. De cia lo que debe ser, de modo unívoco e incondicional. No de­
momento lo ignoro y vivo en el limbo del nombre anónimo: pende de ninguna condición mediante la cual pueda verificar­
me llamo K. La novela formativa ética consiste en el dificul­ se o refutarse. Está más allá de toda condición de verdad o
toso ascenso que me permite acceder al lugar en el cual rea­ falsedad. Ese enunciado sólo dice lo que debe ser, expresado
lizo mi medida singular: allí donde puedo cumplir mi voca­ en el modo de un imperativo gramatical. Sólo que éste está
ción, deber, destino. Pero no hay comunicación última con el vacío, con lo que esa orden que allí se pronuncia no llega
castillo, si bien siempre se le vislumbra erguido como pre­ nunca al receptor. Éste, yo mismo, oye tan sólo el mero pro­
sencia espectral, vestigio visible del otro mundo. En ese ves­ nunciamiento de una orden, sin que le llegue el contenido y
tigio espectral se basa nuestra experiencia de lo que tras­ la materia de lo que se ordena. Agudiza el sujeto su oído hasta
ciende (experiencia metafísica). En esa visión y emoción se captar señales respecto a lo que esa orden dicta desde la voz
basa el pensar límite acerca del límite: un decir que nada situada fuera del mundo. Sube, pues, el sujeto al Sinaí en
dice o dice nada, pronunciado positivamente desde allí donde espera que, desde dentro de la zarza ardiente, se dé palabra
no se imparten sino órdenes que nada ordenan. Si desde den­ material y contenido concreto a la orden. Se oye al fin la voz
tro del cerco sólo era posible experimentar negativamente y el sujeto trata puntualmente de agudizar el oído hasta cap­
esa frontera, como aduana final del sentido en donde el decir tar, uno tras otro, los mandatos que esa voz de orden pro­
enmudece y el conocer resbala, dejando como saldo o suple­ nuncia de modo imperativo. Subsistirá la duda respecto a si
mento el interrogante metafísico, cuya base experiencial era esos diez mandatos son todo lo que Dios ha pronunciado en
el vértigo vivido al ser y saberse habitante del filo de la nava­ forma de orden: si constituyen un modo popular de expre­
ja crítica, ahora se ha abierto el acceso a lo inaccesible y se sión de la ley divina que debe ser sobrepasada a través de
ha dejado que el Innombrable pronunciara su palabra, pala­ una infinita exégesis respecto a lo en ella pronunciado, o si
bra vacía impartida como imperativo fot mal que nada manda debe cumplirse de forma dogmática la letra muerta y sin es­
pero manda. En ese «Yo te ordeno que» sufrido por el sujeto píritu que enuncian esos mandatos de piedra.
como orden que «se le da» desde la tiniebla siniestra del cas­
tillo localizado allende la frontera del mundo halla, pues, la
metafísica, crítica y metódicamente fundamentada, su expe­ V
riencia positiva y la proposición y dicción que corresponde a
dicha base empírica. Esa experiencia es angustia y vértigo Esa voz puede interpretarse, a partir de los más autoriza­
moral, vivido como sentimiento del deber y de la culpa. La dos exegetas, en frases éticas del siguiente estilo: «Vive en
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69
ONTOLOGÍA TRÁGICA

conformidad con la naturaleza y su razón» (estoicismo), «Des­


versalidad de esa prohibición, cuya otra cara es el constre­
pégate de todo lo físico y ve a la caza de la idea metafísica
ñimiento a ser exógamo y forastero, a expatriarme y apren­
del bien» (Fedán platónico), «Conoce tu medida, tu límite y
der a vivir y convivir en territorio fronterizo. Pero igualmen­
no lo desbordes» (oráculo de Delfos, Sócrates), «Reconcilíate
te se me prohíbe que quiera ser y ocupar el puesto vacío del
con la naturaleza» (Rousseau, Hólderlin), «Despégate de la
lugar sin límites (tras la frontera). Se me prohíbe querer con­
naturaleza y escucha la orden moral vacía imperativa» (Kant),
«Despégate de lo físico y funda una comunidad moral en la vivir, hoy, aquí, en este mundo que es mi mundo, desde la
voluntad soberana» (Rousesau), «Vuelve a la naturaleza y me­ realidad física y camal que me constituye como fronterizo,
con los dioses olímpicos o con las inteligencias puras que
dia entre los mundos de la necesidad y la libertad a través
del arte y de la estética» (el viejo Kant de la Crítica del jui­ pueden imaginarse en el trasmundo. Si ellas llegaran a noso­
cio, Schiller), «Sé más que hombre, prepara la morada del tros, así Dionisos en el caso de Sémele; o si el Ángel de To­
superhombre» (Nietzsche», «Descárgate de deberes y vive en bías diera un solo paso hacia nosotros, seríamos inmediata­
la inocencia natural del infante; sé una rueda que gira y un mente fulminados: reducidos a cenizas, como los Titanes o
primer movimiento, una santa afirmación» (Nietzsche), «Huye Sémele. Si quisiéramos emular las aves angélicas como Icaro,
del mundo y de su inconmensurable voluntad de sufrimien­ Helios derritiría la cera que une las alas a nuestro cuerpo.
to» (catarismo, Schopenhauer, Wagner), « ¡Destruye el mun­ Por eso el temor y la piedad del fronterizo, unida a su ingenio
do! » (Malcom Lowry), «Retorna al mundo de las sombras y plástico y lleno de ardides, introduce entre su menesterosi-
construye en él una obra cívica y artística» (Platón), «Vuelve dad y sus deseos la mediación del artefacto ingenioso y de
al ser después de haberlo negado absolutamente» (Hegel), «Sé la técnica.
feliz; configúrate según el orden de los acontecimientos del El lugar del padre muerto y sepultado, el lugar del Dios
mundo» (Wittgenstein), «Llega a ser lo que en propiedad ya oculto en el subsuelo infernal del otro mundo, debe dejarse
eres» (interpretación heideggeriana de la frase pindárica), vacío (el sepulcro está vacío). El lugar de la tierra madre o
«Aprende a ser lo que eres; llega a ser, por la mediación de de la figura materna de la patria está escondido y retirado:
la Orden, lo que eres, carne del límite y confín, habitante debe dejarse, piadosa, modestamente, en ese retiro y auto-
de la frontera» (E. Trías). olvido. Erda guarda para sí su sabiduría de siglos. En su seno
De hecho todos estos mandamientos, como es canónico, se viven las Madres. Aproximarse al espacio de las madres da
resumen en dos, uno positivo y otro negativo, siendo la pres­ terror a Fausto. Un paso hacia adelante en el camino prohi­
cripción la otra cara de la prohibición y viceversa: se exige bido de lo demasiado próximo al fuego del hogar hace que
en todos ellos ser habitante del límite o confín. Se dice en irrumpa, como sombra escondida tras cualquier rostro fami­
algunos de ellos que recuerde el fronterizo su vocación meta­ liar y acostumbrado, lo siniestro.
física por trascender. En otros, su vocación física e inmanen­
te por mantenerse en el ser. Se prohíbe en algunos de estos
mandatos que el limíte olvide su límite físico y animal; en VI
otros, que olvide su vocación trascendente.
El imperativo me obliga a ser radicalmente ese límite que Del puro hecho de que oigamos la frase troceada y par­
articula y separa mi mundo del trasmundo. Me obliga a ha­ tida en dos pedazos (el juicio, Ur-teil, afectado por una ori­
bitar esa frontera como mi verdadera patria. Se me prohíbe, ginaria partición), del hecho bruto y sin paliativos de que
por tanto, alojarme dentro del cerco intramundano, como el oigamos esa proposición ético-metafísica que debe formalizar­
animal o la planta, traduciendo mi mundo como entorno o se así: «Yo te ordeno que (...)», de esa circunstancia insólita
nicho ecológico. Se me prohíbe vivir, como las pequeñas cria­ y singularísima que nos distancia radicalmente de los anima­
turas de que habla Rilke, dentro del regazo, en la matriz. Se les y plantas y de las estrellas inteligentes, de ello se deriva,
me prohíbe de modo tajante, universal, que cohabite inces­ como inflexible deducción e inferencia, la orden pindárica
tuosamente con la fysis, esa madre nutricia o Diosa Erda que «llega a ser lo que eres», es decir, la Orden que impone como
me dio el ser y de la cual he sido despedido. De ahí la uni­ Deber ser lo que soy, habitante de la frontera. Pues el ángel
oye la frase entera: él mismo se da a sí mismo la orden for­
70 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRÁGICA 71

mal y material. El animal o la planta nada oyen: reciben cida. Incesto y parricidio son los dos «pecados» que se des­
como ley física sin paliativos todo su programa de vida. Pero prenden del hecho de ser el límite, de habitar la frontera
el sujeto de la frontera, en la medida en que oye sólo la Or­ misma que articula y separa este mundo que es hogar, tie­
den Formal Vacía, se ve en esa posición medianera y daimó- rra natal y el reino de los muertos a donde me encaminaré
nica que le exige transitar el atajo crítico que separa, como en un último futuro de mí mismo.
territorio fronterizo, este mundo del otro mundo. Por tanto,
el constreñimiento pindárico no hace sino desprender las con­
secuencias del hecho mismo de oír la Orden Formal Vacía. Lo VII
mismo el adagio órfico y socrático que exige habitar el límite
y darse medida o límite o conocer eso que soy, habitante del Yo mismo, en tanto que sujeto del camino o itinerario
confín fronterizo. Pero entonces la doble prohibición por alo­ metódico que me conduce a donde habito como lo que soy,
jarse allende el cerco o por subsistir, encerrado, en el regazo carne de límite y ciudadano fronterizo, me hallo electrizado
materno, se desprende también, deductivamente, del hecho por un doble campo de fuerzas. Me siento atraído, a veces
de que se nos ordena ser lo que somos. La materialidad de de modo resistible, otras veces de forma harto irresistible,
esa doble prohibición puede ser del siguiente tenor: «no quie­ por dos polaridades de signo opuesto. Me hallo solicitado por
ras, como Lucifer, ser como dios»; «no desees permanecer un doble embudo en espiral que me atrae hacia sí. Ambos
encerrado dentro del paraíso, del cual has sido despedido». centros de gravedad son opuestos y los vivo como un doble
Ahora bien, ¿son materiales estas órdenes, preceptos, máxi­ tirón que me conduce en direcciones contrarias. Procuro re­
mas? ¿Cómo puede entenderse su universalidad, su carácter sistir la doble sacudida pasional de esa atracción que se con­
«antropológico»? ¿Cómo, por lo que se refiere a la prohibi­ tradice. La sabiduría, la astucia, la prudencia exigen jugar a
ción del incesto, puede entenderse su universal consenso? Pa­ fondo esa dialéctica de seducción y de resistencia.
recería esta prohibición un hecho de la naturaleza o un «dato Un centro de gravedad lo constituye la Diosa Erda, aloja­
antropológico», dada su universalidad. Pero aparece bajo la da en la celada entraña de la tierra natal, a modo de seduc­
modalidad de una diáfana orden que nos obliga a separarnos tora incitación a la pasión del incesto. Otro centro de gra­
de la naturaleza, de lo físico. Esta paradoja o dialéctica de vedad lo constituye la Voz del Padre Muerto que, desde el
la prohibición del incesto, que Lévi-Strauss concibe como la sepulcro vacío alojado en el otro mundo, me llama irresisti­
otra cara del constreñimiento a ser exógamo, se aclara si blemente a que ocupe y conquiste su lugar. De esta doble
la concebimos como pura consecuencia deductiva formal atracción nace en mí, el que soy, el fronterizo, una doble pa­
de la Orden Formal Vacía que nos obliga a ser eso que so­ sión, el amor-pasión por fundirme en el abrazo fusivo de la
mos, habitantes de la frontera. Coexiste, de hecho, esta prohi­ noche que preside el ágape nupcial incestuoso, o la pasión
bición con aquella que nos exige aceptar la medida de lo por el poder que me incita irresistiblemente, bajo la forma
que somos, sin querer ocupar el lugar vacío desde donde se carnal de la ambición y de la voluntad de dominio, a ocupar
pronuncia la Voz de Orden. En toda tribu o sociedad ese lu­ el lugar reservado a los Olímpicos. No reconozco en mí otras
gar vacío es «concedido» a un personaje o a una máscara que pasiones que estas dos, las más intensas, las que hacen del
asume el rol de Dios aquí en la tierra, es decir, de jefe, he­ fronterizo un ser dominado por la oscura sexualidad y la
chicero, «gran Hombre», líder carismático, déspota, tirano, ambición desmesurada. Todas las pasiones, codicia, avaricia,
rey constitucional o presidente de gobierno. Y hay una expre­ envidia, se explican y se resumen en estas dos grandes pasio­
sa prohibición de «asaltar» ese lugar. Nada está tan penado nes que nos dominan, el amor-pasión que quiere fundir al
y condenado como el intento de parricidio o regicidio. Nada sujeto con el principio material-materno y la pasión y volup­
está tan sometido a amenazas físicas en forma de infinitas tuosidad del poder de dominación que lleva al sujeto irresis­
torturas. Al crimen infinito se suele responder con el castigo tiblemente a ocupar el lugar dejado vacío por el padre muer­
de una agonía infinita: una infinitud de muertes que acom­ to y sepultado. Por eso esa doble pasión se halla determinada
pañen la «única» muerte que nos corresponde. Eso es la tor­ por una doble prohibición que la mediatiza y matiza, la cual
tura. Y en particular aquella con la cual se castiga al parri­ se desprende de la Voz de Orden Formal Vacía: la prohibí-
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ción del incesto y la tabuización del ser sagrado (dios, mo­ mal, más allá del orden moral y sus sentimientos y juicios
narca, altísimo, presidente). Sólo en el orden simbólico puede correspondientes, «un primer movimiento», «una rueda que
consumarse el cumplimiento de la Orden: mediante una con­ gira», un nuevo régimen de infancia (lo cual, literalmente, es
versión de la Madre en metáfora que alude a ella de modo la vuelta al útero o matriz en donde no hay pensamiento, len­
metonímico y a la vez la mantiene celada, encerrada en su guaje, proposición ni lógos). Ese superhombre, de hecho, se
inaccesible morada; o mediante una conversión de la figura desenmascara como lugar de la locura o de la psicosis.
paterna en símbolo o máscara que mantiene en la trascen­ Pero allí donde hay humanidad, es decir, neurosis, allí
dencia el Lugar Vacío (losa que guarda de la intemperie el florece lo que está «detrás» de toda neurosis, como genial­
cuerpo muerto del padre), sustituyendo esa figura por un mente supo constatar Freud en el último tramo de su aven­
mero símbolo o emblema. Entonces nadie ocupa ese lugar: tura intelectual, a saber, el sentimiento y la conciencia de
del régimen despótico se logra dar paso al contrato social en culpa. La misma verdad fue simbolizada por Kafka en sus
el cual se pacta dejar libre y vacante el lugar del padre muer­ grandes narraciones, en las fjue todo nuestro discurso crítico
to; o en dejar, como sustituto simbólico, la figura de un mo­ sobre ética trascendental halla su perfecta escenificación o
narca constitucional o de un presidente emblemático. exposición simbólica. En ellas se forma el símbolo artístico
en el que se revela la verdad de la proposición ética (El pro­
ceso) y del laberinto ascendente que sigue el «homo viator»
VIII para acceder al imposible lugar sin límites en donde habitan
los padres (El castillo). La culpa es, pues, un dato irreducti­
Hasta aquí se ha llevado a cabo un examen crítico de lo ble, como irreductible es la Orden Formal Vacía de la que es
que llamo proposición ética. Se ha intentado determinar la trasunto en el sentimiento del sujeto receptor de dicha Or­
forma lingüística de esa proposición que está en la base del den. Si quiere decirse así, se trata de un único y bifronte a
juicio ético sobre lo bueno y lo malo. Pero quizá no se ha priori ético-antropológico, que permite definir y diferenciar
determinado de forma suficiente la base empírica emocional, lo humano de lo que no lo es (del ángel, del animal y la pie­
patética, sobre la cual dicha proposición se edifica. El carác­ dra, todos ellos inocentes). Allí donde hay hombre hay culpa.
ter insólito de esa proposición tiene, sin embargo, en esa base Críticamente concebida, la culpa debe entenderse en el
su fundamento. Y dicha base es, ante y sobre todo, el llama­ sentido nietzscheano, desvelado en su Genealogía de la mo­
do sentimiento de culpa. La importancia de este sentimiento ral. Culpa, Schuld, significa en alemán lo mismo que deuda.
lo hace irreductible a cualquier tratamiento crítico que in­ Ser culpable es ser deudor, estar y sentirse deudor. Ser deu­
tente disolverlo en algo anterior de lo cual derive. Creo, por dor significa hallarse referido a alguien al cual «algo se debe».
el contrario, que constituye un dato fundacional, caracterís­ En tanto no se «pague» esa deuda contraída el sujeto se halla
tico del fronterizo, un genuino dato «antropológico», si quie­ en falta. Y esa conciencia difusa o agudísima de hallarse en
re hablarse así. Allí donde hay «hombre», hay sentimiento de falta determina la conciencia de culpa y el sentimiento an­
culpa y oscura o clarificada conciencia de la misma. Es más: gustioso consiguiente. De hecho ese sentimiento es angustio­
constituye algo diferencial y distintivo del habitante del lími­ so: la raíz de la culpa, como supieron comprender Freud y
te el ser finito y, en consecuencia, existir en régimen de cul­ Heidegger, es, en una primera aproximación, la misma de la
pa, o instituir un orden de ser cuya fundación lo constituye angustia: la referencia a un no-lugar, imposible de determi­
cierto fundamento en falta. Por eso carece de sentido pro­ nar desde el sujeto, desde el cual éste ha sido arrojado, ex­
puesta alguna que pretenda volver a la inocencia del cerco y pulsado, hallándose en un callejón oscuro y angosto que sien­
abolir y extirpar del sentimiento y de la conciencia algo que te como cerco, lugar limitado y encerrado. Alguien, pues,
es inherente al hecho fronterizo mismo. Eso sólo puede ha­ arrojó al sujeto al ser en ese angosto cerco y le dio el ser: su
cerse, de modo inflexiblemente lógico, al modo de Nietzsche: base física, su carne; su base lógica, su palabra y su capaci­
concibiendo como producto de la razón generadora de deli­ dad de proyectarse y proponer. Ese alguien se dibuja como
rios un Superhombre en el cual se restaure la inocencia edé­ Autor del propio sujeto angustiado y culpable. Críticamente
nica del cerco al abolirse y revocarse, más allá del bien y del aparece como el doble ancestro muerto, como la doble som-
74 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRÁGICA 75
bra andrógina del Padre y de la Madre originarios, de cuya natal que nos da el ser en dirección elíptica hacia el ocaso
matriz derivan el padre y la madre singulares con quienes el en donde yacen, bajo tierra, en otro mundo, los ancestros que
sujeto se determina de modo inmediato, infantil, primaveral, nos anteceden como historia pasada y tiempo ya consumado.
primerizo. Respecto a esa doble sombra o sombra andrógina En tanto animales en despedida, somos habitantes de la fron­
se siente el sujeto, el que soy, yo mismo, deudor, culpable, tera del sentido: a mitad de camino entre la cuna y la se­
indeciso o resuelto a pagar o a no pagar el precio contraído pultura. A través del sentimiento angustiado de culpa y de
con la existencia y la palabra mediante una posible revalida­ pecado se evidencia nuestra condición temporal, nativa, fini­
ción, en mi presente y mi futuro, de la productividad determi­ ta, mortal, llamada a la extinción. Estamos, pues, y nos sen­
nante de mi existencia. Pago la deuda contraída recreando o timos en deuda con nuestros muertos, a los que damos pia­
variando el impulso generador productivo, Eros poiético pla­ dosa sepultura, dejando que sus carnes en descomposición
tónico. Me sitúo, de este modo, en el orden generacional y vuelvan a lo orgánico y fecunden la tierra natal hasta formar­
variacional en el cual se contabiliza toda la economía de las la e informarla como tierra que acoge los ancestros, el mascu­
deudas y los créditos, de los pagos pendientes y de los saldos lino, el femenino, madre patria, lugar de la sombra andrógina
morales. Si quedan deudas o créditos pendientes antes de la ancestral. Esa conciencia de culpa se determina, así, como
muerte del ancestro, el sujeto vivo puede temer la insistencia deuda contraída con esa tierra natal que es fuente de nues­
del antepasado, primitivamente visualizado como aparecido, tro propio proyecto de cultura y de civilización.
muerto viviente que nos espanta y genera la sensación tre­
menda de lo siniestro. En un ámbito ilustrado esa visualiza-
ción deja paso a escenarios más íntimos, más burgueses: que­ 4. Las razones del obrar y los móviles metafísicos
da la difusa sensación de culpa, una culpa que domina y
determina, corroe y socava la entereza del sujeto que está I
vivo.
Se es culpable, en última instancia, porque ese sujeto que Nada particular ordena esa ley moral que, sin embargo,
es y encarna el límite mismo y la frontera del mundo se sabe se experimenta como imperiosa e imperativa voz de mando.
definido, cercado, es decir, finito: referido a un «antes» en el Entre la Orden y su aplicación hay un inmenso vacío jurídi­
cual aún no existía, o era cuando más, proyecto o sueño de co. Entre la disposición formal y el caso material al que se
los propios progenitores, y referido a un «después» en donde aplica hay un hiato insalvable. Hay, en el extremo, una orden
habitará el mismo lugar sin límites donde yacen los ancestros inaudible cuyo contenido se ignora. En el otro extremo, una
muertos. Se es, pues, consciente de esa finitud cercada. Eso circunstancia particular que exige decisión, resolución, res­
que soy, sujeto, sabe y siente ese cerco que lo delimita y de­ puesta. El sujeto se ve urgido por esta circunstancia. En vano
fine entre la frontera de lo que le antecede y le sucede, lo que halla inspiración material en la cúspide de la superestructura
no era y lo que dejará de ser, su inexistencia prenatal y post moral. El sujeto oye un «yo te ordeno que...» inmediatamen­
mortem, lo anterior a la cuna y lo que se halla dentro de la te interrumpido. Oye asimismo lo que la situación o el acto
sepultura. Una culpa originaria o pecado original define mí­ le propone como circunstancia concreta y singular. En vano
tica, alegórica, teológicamente ese hecho desencadenante de buscará inspiración si se remonta a la orden formal vacía.
lo humano, de ese ser que se sabe nacido y referido a un fin Deberá, por tanto, cubrir el intervalo entre los extremos de
que es muerte y sepultura. Los animales, como dice Rilke, la orden y de la acción particular mediante ciertas normas
«no ven la muerte», sólo nosotros la vemos y estamos, por materiales que, bajo el revestimiento de mandamientos, cu­
ello, dentro del cerco de nuestra reflexión, del lógos. Tampo­ bran la casilla vacía de la orden y puedan fecundarla, de ma­
co saben los animales que son fruto de la natividad, sino que nera que invista de incondicionalidad la conducta y la acción.
no llegan siquiera a nacer, viviendo en el limbo o paraíso Pero esas «respuestas» no son dadas por el sujeto metafísico
terrenal de la matriz o del regazo, conectados a la entraña sino que derivan de la libre facultad de plasmación moral del
misma de la madre tierra, sin despegue ni despedida. Nues­ sujeto que habita el límite. Esa libertad se halla, desde luego,
tro ser, por el contrario, es continuo despedirse de esa tierra mediatizada por la propia inserción mundana del sujeto en
76 LOS LÍMITES DEL MUNDO
o n t o l o g I a t r á g ic a 77

ra. Indagaba y preguntaba. Pero sólo oía silencio desde den­


su pasado y en su tradición; o en su comunidad ciudadana.
tro del cerco. Encaramándose a la línea o frontera (eso que
Ya he dicho que el solipsismo es sólo una opción metodoló­
él en sustancia es) pudo al fin detectar cierta información
gica. En rigor eso que soy se desfonda en un plano radical
proveniente de allende el mundo. Nada le decía respecto a lo
del ser que soy: eso que somos. Pero el «nosotros» se halla,
que «es» sino que le decía lo que «debe ser»: era una orden.
igualmente, referido al sujeto ajeno y metafísico que pronun­
Pero inmediatamente la comunicación se interrumpía. En­
cia, desde el lugar de los ancestros, dioses o padres muertos,
tonces, del mismo modo como salvaba el bache de la interro­
la orden interrumpida. Aquí el «yo» o la «comunidad» ejerce
gación gnoseológica mediante decisiones lingüísticas a través
su libre inventiva de legislaciones morales materiales. Como
de las cuales daba respuesta a sus interrogantes (sobre el su­
sabía Nietzsche, cada etnia, cada pueblo, cada «estado» se
jeto, la naturaleza o Dios, es decir, sobre eso que Kant llama­
asigna el valor moral en donde cifra su identidad, su nombre ba las «ideas-problema»), ahora se ve a sí mismo rebotado
propio, su hecho diferencial y su destino. La disparidad y la del lugar trascendente de la orden a su inmanencia, debiendo
Babel de lenguajes morales o de legislaciones legales cívicas dar problemática respuesta a la orden moral que constituye
radica en el hecho irrefutable de que el lugar de la orden está la fuente y el fundamento último de su obrar. Pero no pu-
ausente y lo que llega a «nosotros» como «ley del otro mun­ diendo derivar la orden material de esa forma verbal vacía
do» está obturado por ruidos y parásitos que entorpecen la imperativa se ve en la necesidad de hacerse cargo, desde su
emisora de ese otro mundo. De ahí la bifurcación y la Babel libertad, de esa respuesta. Surgen así múltiples lenguajes
de ordenaciones morales que brotan, todas ellas, de una fuen­ morales que dependen de una libre decisión. Cada experien­
te que, sin embargo, constitutivamente las desborda y las cia de libertad instituye, de este modo, un pueblo histórico,
trasciende. El Dios muerto que es sujeto metafísico de la or­ una comunidad nacional, una ciudad.
den se materializa en la Babel de los multiplex deus, tantos De hecho esas órdenes materiales diversas que son len­
como comunidades humanas. Éstas son, en sentido ético- guajes diversificados en los que se conjuga el bien y el mal,
trascendental, comunidades de valores, comunidades como su­ y que dan palabra y voz material al orden de los valores,
jetos materiales de juicios acerca del bien y del mal, modos constituyen una trama y un tejido de creencias morales que
propios y determinados en los que se da forma y figura con­ se hallan en la raíz intramundana de la acción moral. Deter­
creta al árbol, siempre trascendente, siempre excedente a minan las estimaciones morales y dan objetos al querer. Po­
nuestro límite y medida, da la imposible ciencia del bien y sibilitan que de los juicios morales así formados se oriente
del mal. No hay ciencia posible de allende el límite. El árbol y se encauce la acción, la conducta, el ethos; son responsa­
de la ciencia del bien y del mal proyecta sobre nosotros su bles de las acciones y de las ejecuciones.
evanescente sombra. Pero el acceso al «jardín de rosas», en La acción moral tiene en la orden pura y trascendental,
cuyo centro se alza poderoso, no es empresa que pueda aco­ vacía, su fuente última y su condición de posibilidad. Ella es
meter el fronterizo. fuente radical del hacer y del obrar. Pero para que haya lu­
Entre la orden, como fuente trascendental de donde brota gar a determinación (ya que eso es hacer: limitarse, determi­
la experiencia ética, y las ordenaciones legales concretas en narse, resolverse, darse un límite dentro del mundo) es pre­
que se la pretende, precaria, aporéticamente, dar concreción, ciso la mediación de la creencia moral, o de una «fe de la
llenándose el lugar vacío del sujeto de la orden (al que se le razón práctica», para decirlo en terminología kantiana. Ésta
llamará entonces Dios de la comunidad o del pueblo histó­ actúa entonces como móvil físico-metafísico de la acción y de
rico) subsiste un hiato irremediable, el mismo que apareció la conducta.
en la primera etapa del método, el hiato entre el interrogar
metafísico y las «creencias» con las cuales se trataba preca­
riamente de responder. Ahora se da respuesta contundente y r II
positiva a esa interrogación vertiginosa a la que llamaba in­
terrogación metafísica. Una voz ha salido al encuentro del i No es posible dar palabra y voz a esa pura forma verbal
sujeto que desde dentro del cerco preguntaba por el enigma. imperativa. No hay verbo material que colme esa orden que
El sujeto quería saber algo de lo que se decía tras la fronte­
78 LOS LÍMITES DEL MUNDO ONTOLOGlA TRÁGICA 79

nada ordena y nada dice. Dice nada, el silencio. Pero ese si­ siempre precaria y aporética, a la «ley moral», motivando la
lencio cae sobre el sujeto con todo el peso de la ley. Esa voz voluntad, dando objeto al querer, haciendo brotar de sus es­
silenciosa ordena al fronterizo a ser otra cosa que un simple timaciones y juicios la acción, el obrar y el resolverse, son
acontecer del mundo físico. Esa voz procede de más allá del irreductibles a la «ley física* («primera naturaleza» según
límite o confín del mundo. El sujeto de esa voz es, como sa­ Kant) que determina el límite de lo que puede ser conocido
II i: bía Wittgenstein, metafísico (metalingüístico) y «habla» en o dicho con sentido. Valor y creencia no pueden derivarse
forma tal que de su «hablar» derivan valores, creencias, deter­ de lo que puede ser representado y conocido. Ciencia y len­
minaciones últimas de la voluntad o del querer. Pero es im­ guaje «representativo» no pueden jamás fundar evaluación ni
posible dar «forma representativa» a lo que silenciosamente estimativa ni pueden motivar un ápice la voluntad, dar objeto
dice esa voz. De ello no puede hablarse, ya que lo que esa alguno a ese querer. Valor y voluntad tienen su fundamento,
voz dice es imposible decirlo desde dentro de los límites del su estímulo y su motivo más allá de los límites del mundo
mundo. No hay proposición alguna que pueda modelar, pin­ que podemos representarnos. Sus móviles son metafíslcos.
tar ni representarse eso que la voz silenciosa enuncia. No hay
imagen ni esquema, ni esquema-imagen, que permita «expo­
ner» dentro de los límites del cerco (o «isla de la razón») lo III
que ese contenido «noumenal» expresa. Desde las entrañas y \
las fauces de la «cosa en sí» kantiana, emerge esa voz solem­ Mediante el interrogante metafísico (pl tVíptico de las
ne y silenciosa que «nada dice» pero que se presenta como ideas-problema) se asomaba el hombre empujado por Eros,
forma vacía verbal imperativa. En eso se cifra nuestra expe­ al más allá, detectando el límite y enunciando así su peculiar
riencia de lo «nouménico» o de lo «metafísico». En la medida desbordamiento. Hasta ese rebasamiento interrogativo, me­
en que esa voz de mando llega a nosotros, nos sabemos y diatizado por el vértigo del límite/ alcanzaba una razón teo­
sentimos electrizados e imantados por esa corriente prove­ rética y «representativa» que se (rascendía así como razón
niente de las emisoras de otro mundo. Como dice Wittgen­ interrogativa. Su capacidad quedaba cualificada por ese su­
stein en el Tractatus, esa voz imperiosa determinante del plemento de poder que hacía a é ste ,ascendente o excedente.
l! i? mundo ético de los deberes y de los valores o estimaciones Pero la respuesta y resolución a esí interrogante metafísico
(juicios o proposiciones éticas) tiene el poder de ensanchar era imposible de determinar desdey dentro del cerco, por vía
y comprimir los límites de un mundo que es mi mundo. En de conocimiento. Quedaba entonc/s como algo donde la ra­
virtud de ese rendimiento activo del «sujeto metafísico», mi zón teorética revelaba el déficit de'sus recursos y soluciones.
mundo deja de ser algo estático y atemporal (ahistórico) y Podía darse opiniones mediante las cuales relatarse o conce­ UTM
se vuelve un ser dinámico, un «ser vivo». Mi mundo está vivo derse libre doctrina sobre el misterio de la trascendencia. En
en razón de que no es simple correlato de la representación la medida en que esa libertad crític/ quedaba salvaguardada,
que se forma de él el sujeto lógico-gnoseológico. Mi mundo el poder del conocer adquiría cualíicación como poder pro­
está habitado por juicios de conocimiento, pero también por pio racional. La razón podía insti air así una libre plasma-
estimaciones, juicios éticos. Ese mundo se mueve y «aconte­ ción doctrinal y narrativa sobre el migina, dándose relatos y
ce» en razón de que la dimensión radical de lo que soy la explicaciones sobre el sentido últi 10 de naturaleza, hombre
constituye la esfera práctica o «mundo ético», el que tiene y Dios, sobre el sentido último délos misterios de la vida y
>: por protagonista el sujeto ético, eso que soy como receptor de la muerte, del nacer y del perecer, de la cutía y de la se­
de un imperativo verbal vacío cuyo emisor está ausente, ra­ pultura, de la relación o comunidíd de! hombre con sus se­
dicado allende el límite o frontera del sentido. Los límites de mejantes y con los restantes reinas ontológicos, con la ma­
un mundo que es mi mundo se hallan, pues, atravesados por teria y la vida, con el animal y la >lanta/ccn la estrella inte­
el vendaval que ejerce sobre ellos el mundo de los valores o ligente y la divina presencia supnlunar,
mundo de la voluntad, ese segundo mundo que se abre al Pero la respuesta a esos inteirogantes era imposible de
trascender el mundo de lo que puede ser representado, cono­ determinar desde dentro del cerco comt proposición teoré­
cido o dicho. Los valores y las creencias que dan concreción, tica, según las premisas y exigencias del \ionocimiento cientí-
\ ¡&r- *•
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80 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRÁGICA 81

fico. Mas he aquí que ahora esas respuestas figuradas o esas plantado dentro y otro fuera. Somos los límites mismos del
«ilusiones» o «ficciones» de explicación y de relato, o esos mundo. El solipsismo metodológico aquí asumido como fun­
«mitos ilustrados», para decirlo al modo platónico, adquie­ damento crítico y moderno del método filosófico permite defi­
ren un segundo rendimiento dentro de la segunda etapa del nir eso que soy, ego cogito sum, como límite y confín: habi­ i
método, es decir, en el mundo ético de los valores, las esti­ tante de la frontera, con un pie en el hogar o patria y el otro
maciones y las acciones. No se limitan a «completar», bien adelantado hacia lo que me despide de mí mismo en direc­
que precariamente, el afán de conocer al que recurre el pen­ ción irrevocable a lo incierto. Eso incierto tiene en el reino
sar mítico y mágico para salvar el desnivel entre lo que pue­ de los muertos su lugar certísimo e irrevocable. En un último
de conocerse y el arcano. Ni tampoco a reflexionar crítica­ futuro de mí mismo habitaré también el otro mundo.
mente ese estatuto de la razón mítica o mágica que la con­ Pero ese solipsismo metodológico es .‘provisional: eso que
vierte en razón metafísica ilustrada. Ni a proponer, en con­ soy deberá desvelarse más adelante como subjetividad im­
secuencia, opiniones respecto a lo incierto con las que saciar plantada en lo que somos. Entonces será posible hallar una
nuestro anhelo por trascender el límite del poder de conocer. raíz genérica al régimen de frontera. Entonces se podrá ha­

... - ................... ..
Sino que a todo ello añaden esas creencias y opiniones un blar, en pluralidad de sujeto y de voluntad, en multiplicidad
rendimiento ético y práctico: se revelan como móviles y de­ de quereres y de saberes, de los límites del mundo. íi.
terminaciones materiales del obrar y el emprender, como ra­ El solipsismo metodológico abre una doble dimensión del
zones materiales de la acción y del querer, como creencias mundo, el mundo de la representación, el cerco gnoseológico-
prácticas que dan motivo y finalidad a nuestro ethos. lingüístico, y el mundo del querer y del obrar, fundado en un
En esas creencias morales puede, si no decirse, al menos sujeto metafísico de allende el cerco que pronuncia, desde
decidirse mediante postulaciones qué sean esas «tres ideas»

-
detrás de la frontera del sentido, un imperativo formal vacío.

■V -----------------
respecto a las cuales preguntaba la razón teorética. El con­ Ese solipsismo abre al sujeto que soy a una duplicidad de
tenido de esas resoluciones lingüísticas da entonces motivo, mundos en donde habitan dos formas de juicio y proposi­
razón y fundamento al obrar; lo determina o lo legitima y ción: mundo del conocer y del querer, mundo del decir con
justifica. Pero esas decisiones lingüísticas carecen de aval teo­ sentido (pero que no motiva el obrar) y mundo del decir que
rético y sólo poseen, como referente pragmático, la silenciosa nada dice (pero que se halla en la raíz del obrar). El inter­

-
orden que en vano deja oír respuesta unívoca material sobre valo es poblado por opiniones rectas y creencias morales con
qué sea el mundo, el hombre y Dios. Por tanto, los postulados las que se quiere saciar la deficiencia del conocer y el bache
prácticos ni pueden deducirse de la esfera del conocer ni entre la orden formal y la actuación o la conducta material

---- ■. '■¡SEBB » ' '


tampoco de esa ley formal vacía imperativa. Sólo el sujeto concreta. Pero ese dualismo es, como el solipsismo, metódico
práctico puede plasmar, desde su libertad de sujeto ético, las y provisional. En avances sucesivos del recorrido será posible
formaciones lingüísticas que llenen el vacío de sentido exis­ acaso hallar frágiles puentes entre el horizonte metafísico en­
tente entre la orden formal vacía y el ámbito concreto y sin­ treabierto a través de la experiencia ética y el orden del de­
gular del actuar y del emprender. cir y proponer que es propio del «primer mundo». Para ello
será preciso hallar un tercer mundo correspondiente a una
tercera etapa del método en el cual el primero y el segundo
IV se resuenen. Ese tercer mundo no será desde luego síntesis ni
abolición de la diferencia trazada hasta el momento. Abrirá
El tema de este libro son los límites del mundo. Trazarlos un campo propio y específico de experiencia y una modalidad
desde dentro del mundo constituye la primera etapa del mé­ peculiar y diferenciada de proposiciones y juicios. Tal es el
todo. Más allá hay, sin embargo, otro mundo que se nos hace mundo entrevisto por Kant en su tercera crítica, la Crítica de
patente como mundo ético. En ese segundo mundo se des­ la capacidad de juzgar. Será preciso, pues, referirse a esta
bordan los límites de lo físico, abriéndose el acceso a lo me- obra singular, ya que en ella el terreno metafísico, al que se
tafísico. accede a través de la proposición ética, queda finalmente po­ s¡u n
Los límites del mundo somos nosotros, con un pie im­ blado y colonizado: en ese tercer mundo se transita del mero
¡íll

J -V .
o n t o l o g I a t r Ag ic a

acceso a lo que trasciende hasta el primer despliegue de la creencias acerca de lo bueno y de lo malo. Esc decir que pone
trascendencia en la inmanencia: se halla un modo de exposi­ en obra lo indecible (la orden), ese decir que hace o implanta
ción de lo indecible en «nuestro mundo», modo mediante el aquí lo que trasciende, a través de los recursos lingüísticos
I M, i ! i cual lo indecible puede ser verbalizado. Con ello pasamos del propios del decir con el cual nos referimos a las cosas de este
acceso al peculiar despliegue de la metafísica. Ése se produce, mundo, ese decir que usa la palabra común y los referentes
,;! ií ‘í.4 ante y sobre todo, a través del mundo del arte. En la obra tribales o sociales para que, silenciosa, elíptica, metonímica-
I
de arte se da palabra material, concreta y viva a lo indecible. mente se presente, por vía lingüística, el otro mundo, ése es
La Orden, que en el segundo mundo no puede ser pronuncia­ el decir simbólico. Usa como metáfora lo que nombra, des­
da, si bien puede y debe ser ejecutada u obrada, halla en este cribe o narra: lenguaje que hace referencia siempre a lo que
Ik?:; tercer mundo un modo expositivo en virtud del cual puede desborda el límite, pero a través de la palabra con la que se
ser apalabrada. Esa palabra, poética o artística, da concre­ da nombre a los aconteceres e historias que forman la trama
ción verbal plena a lo que no puede ser dicho ni propuesto. tribal, comunitaria, social o individual de este mundo.
El recurso mediante el cual se hace posible decir lo indecible Ese decir simbólico, en la medida en que confunde lími­
es ese modo de exposición que llama Kant, en la Crítica del tes, bien porque quiere dominar lo trascendente a través de
! »:■!
: juicio, exposición simbólica, plenamente diferenciada de la ex­ la inmanencia (así la magia), o porque concibe este mundo
posición esquemático-imaginativa propia del mundo de la como efecto de otro mundo verdadero (religión), se mantiene
en estatuto dogmático y precrítico: borra la diferencia entre '
representación. Aquí la imaginación creadora produce libre­
mente símbolos de lo «suprasensible», símbolos de lo ético, eso que dice (el ser o la referencia) y su decir, con lo que
mediante los cuales se da exposición sensible a lo que tras­ desnaturaliza su propio carácter simbólico. Entonces es mera
ciende. Esa exposición se produce a través de un decir que se alegoría, esquema: simple ilustración o apólogo de una «ver­
refiere, ante y sobre todo, a las cosas de este mundo, pero dad» ya firmemente revelada. Pero si mantiene tensa esa di
que siempre alude como referencia implícita y misteriosa a I ferencia entre lo que dice y el decir, entonces puede conce­
otro plano último trascendental de significación. Ese decir birse como decir simbólico propiamente dicho. A través de él
simbólico habla metafóricamente, en tanto se refiere, más puede darse palabra y voz a eso que siempre trasciende,
allá de aquello que expresa y dice, a un núcleo último de re­ abriéndose así una tercera etapa del método.
ferencia que subsiste siempre como figura metonímica. En En esa tercera etapa se inaugura la experiencia objetiva
ese decir simbólico se pone en obra lo que la Orden roza: el de un tercer mundo en el cual el primero y el segundo se
mundo de allende el cerco. Ese decir es un hacer u obrar resuenan y se corresponden, sin que su distinción quede anu­
trascendental que expone como obra —obra de arte o poe­ lada. El dualismo metodológico abre, así, a un tercer terreno

R
IM i1
i! ;¡¡
ma— lo que subyace y trasciende nuestro mundo, lo que lo
desborda y rebasa (llámese el ser o lo inconsciente).
de experiencia, en el cual el primero y el segundo mundo se
dan cita. Lo que en el primero era imposible (experimentar
y decir algo referido a lo que desborda el cerco) se hacia po­
sible en el segundo, pero al precio de un decir imperativo
J1IW
1

vacío pronunciado desde el no-lugar de un sujeto bien muer­ ü


to y bien sepultado. Ese decir formal motivaba, a diferencia
Medíanle las creencias morales se da motivo y razón a la del decir representativo, el hacer, el obrar, el ejecutar. Pero
¡jíSgl
pregunta Qué debo hacer?». A través de ellas me explico y
justifico nn conducta. Ordeno así mi acción con relación a un
credo, cuyo contenido intelectual posee el estatuto de la opi­
nión, sea bajo el modo de doctrina acerca del triple enigma
era ineficaz en cuanto a su decir. Ahora, en este tercer mun­
do, se hace posible decir, por la mediación simbólica, lo in­
decible, dando así palabra a lo que trasciende, significándolo
y relatándolo. Sólo que ese decir no es representativo. Es un
11
i i: cifrado en las «ideas de la razón», sea bajo el modo de relato decir narrativo que tiene la eficacia del obrar: pone en obra
o narración que escenifica e implanta de forma simbólica esa lo inefable e instituye modos mediante los cuales se esceni­
doctrina. Es posible instituir, bajo modalidad ritual, litúrgi­ fica e implanta el enigma en nuestra realidad convivencial.
ca, esos relatos con los cuales se da espacio lingüístico a las Sólo que esa implantación es simbólica: modo a través del
84 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO

cual se hace eficaz en nuestras vidas el fundamento infunda­


do que concede sentido o sinsentido a éstas. Ese mundo de
símbolos alcanza su estatuto crítico y moderno como mundo
del arte emancipado de la tutela mágico-mítica o religiosa. La
experiencia de ese mundo es la experiencia estética, dentro
de la cual el sujeto que soy formula una modalidad propia y
peculiar de proposición, el juicio estético.

TERCER MOVI

A. EL JUICIO ESTÉ Tia

P rólogo

No intento, ni mucho menos, llevar a cabaen este movi­


miento un examen exhaustivo de la problcmátta estética. En
otros libros míos he prestado atención preferente al he'^o o
suceso estético, con lo que puedo limitarme achí a un reco­
rrido a través de algunos puntos concretos (tobando conxs
fuente de inspiración, principalmente, la Crítica M juicio de
Kant, de la cual aventuro una interpretación, conplener.ta-
ria, aunque distinta, de la que ya establecí en mi libro Ii/rso-
fía del futuro). Me importa, en este contexto, el sucAn,
experiencia y la proposición estética (o juicio estético\ así-
corno aquello a lo que se refieren, suceso, experiencia yVo-
posición, que es, preferentemente, la obra de arte (aun<^«
no lo sea únicamente), en la medida en que todo ello estable
ce vínculos reales, además de constructivos, oon los órdenes
o mundos ya recorridos, los que corresponden'al cerco (cono­
cimiento de lo físico) y al acceso (apertura a lo ético-metafí-
sico). Lo estético aparece, aquí, como lugar de encuentro y
resonancia de los mundos que he ido determinando. Es el
ámbito que permite pensar esos «dos mundos» referidos a un
único mundo, este mundo, mi mundo (en el sentido de la op­
ción solipsista asumida en este primer ciclo).
Al haber seguido los pasos de Kant en la Crítica del juicio,
he limitado mi examen a las categorías de lo bello y de lo su­
blime. Hubiera sido muy fructífero completar ese análisis con
las categorías negativas que definen, sobre todo en el horizon­
te de la modernidad próxima, la experiencia estética. En mi li-
86 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRÁGICA 87

bro Lo bello y lo siniestro esbocé una incursión en esas som­ pasional la raíz empírica en la cual anticipa la forma racional:
bras que rodean y cercan el universo acotado y limitado de ese sujeto pasional que soy abre la posibilidad de mi decir y
lo que tradicionalmente se entiende por bello. La categoría proponer.
de lo sublime es, en este sentido, una categoría bisagra: deja Pero dentro de la esfera de todo cuanto padezco, el senti­
ver el cerco y lo que desborda el cerco (exceso que abre lo miento, es, desde luego, el modo más subjetivo y reflexivo.
estético hacia lo propiamente metafísico). La experiencia de Nada me informa ni me indica respecto a referencia alguna
las categorías negativas, así lo siniestro, sugieren de modo externa a mí. No parece conectar de ningún modo con las fa­
sensible (estético) la categoría metafísica maldita: la noción cultades de conocer. Muy al contrario, deja en borroso lugar
de la nada. El libro citado es, pues, un complemento o apén­ la causa ocasional que lo desencadena, quedando yo en puro
dice indispensable de la reflexión que aquí llevo a cabo. juego especular —de placer o de dolor— conmigo mismo:- en
este sentido es reflexivo.
¿Cómo, pues, lo más «subjetivo» e «idiosincrático» que
| en mí se produce puede atestiguarse como prueba empírica
1. Lo que me llega de una ley desconocida de un enunciado que tiene carácter de proposición teorética,
en el que algo se afirma o niega de un objeto (a saber, que
I es bello)?
¿Será, quizá, que el lenguaje ha sido víctima de una ilu­
A diferencia del juicio ético, que enuncia lo que debe ser, sión al presentarme, como juicio estético acerca de lo bello, lo
el juicio estético dice lo que es o acontece, confundiéndose que sólo es azarosa o puntual transcripción de una vicisitud
con los restantes juicios de conocimiento que se pronuncian sentimental?
desde dentro del cerco. Enuncia de una cosa un atributo, ¿Será que un hábito o recurrencia sentimental habrá for­
propiedad o pertenencia: dice de ella que es bella. Esa cosa, mado en mi cierta «creencia» en torno a eso que pretendo de­
objeto o acontecer del cual eso se dice se halla, desde luego, cir cuando afirmo de algo «que es bello»?
dentro del cerco: sale a nuestro encuentro con el carácter de De ser así será preciso, con el empirismo, con Hume, re­
algo familiar, cotidiano, consuetudinario. Pero se singulariza conducir la proposición estética a su verdad, corregir el len­
por un peculiar resplandor que nos suscita ese juicio. guaje corriente y vulgar de todos los días, desenmascarar su
Ese juicio lo pronuncio yo: afirmo, en efecto, de un objeto confusión de lo subjetivo y lo objetivo, eliminar el efecto ilu­
que es bello. Y la prueba que doy de la validez del juicio es­ sorio de objetividad, universalidad y necesidad que produce
triba en la experiencia a la que da forma proposicional. Es la y traducir ese juicio que dice «esto es bello» por el mucho
experiencia de un sentimiento placentero. Juzgo el objeto
bello y lo discrimino de su contrario en razón de «sentir» en
-• ’""1 *' ' más ajustado de «esto me gusta» o «esto me disgusta».
Pues desde luego si afirmo algo que es bello es porque
mí un peculiar placer o dolor. Aquí, como en todas partes, el me gusta. Por tanto, es, quizás, un arraigo intenso, poderoso
sujeto que soy anticipa en el modo del padecer lo que se pro­ y ampliamente compartido en el gusto lo que posibilita que
duce en la forma proposicional. Padezco un sentimiento de éste rebase de lo subjetivo («me gusta») a lo objetivo («es
placer o de dolor que atestigua la genuinidad de mi afirmación bello»). Entonces, una de dos: o el lenguaje enuncia de for­
o negación. Del mismo modo como en el borde del cerco su­ ma inadecuada al afirmar de algo que «es bello», siendo pre­
fría el sujeto vértigo, anticipando así, pasionalmente, la for­ ciso devolver a éste la forma proposicional correcta («esto
ma proposicional interrogativa; o en la frontera misma atesti­ me gusta»), o bien algo más y algo bien diferente se quiere
guaba, como experiencia pasional, en el modo del sentimien­ decir al afirmar de un objeto «que es bello».
.....
.

to del deber y de la culpa, la validez de la proposición ético- Se ha afirmado muchas veces que Kant careció de sensibi­
metafísica; así mismo ahora, en mi experiencia estética, prue­ lidad para las cuestiones lingüísticas o que a su filosofía le
bo el discernimiento —afirmativo o negativo— en la base pa­ £ falta la referencia a los hechos de lenguaje. Creo que es una
sional de un sentimiento de placer o de dolor. Como ya señalé afirmación errada y superficial que todas sus Críticas, pero
en mi libro Tratado de la pasión, el sujeto tiene en la base especialmente la Crítica del juicio, desmienten.
88 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRÁGICA 89
]:]
A diferencia de los empiristas, que desconfían del lenguaje? sión de universalidad y necesidad, ningún carácter del objeto.
corriente y ordinario, procurando restablecer, mediante im­ Todo es, en este terreno movedizo, del color con que se mira.
placable crítica, la forma proposicional correcta que se escon­ Parece en consecuencia honesto pronunciar los juicios co­
de tras las defectuosas formulaciones de los juicios científi­ loreados sentimentalmente con un discreto «me parece a mí»
cos, morales o estéticos, Kant da un voto de confianza al len­ (según «mi gusto»). Esos juicios no informan sobre la cosa ¡■i 1
guaje ordinario en el contexto temático a que nos estamos sino sobre el estado de ánimo que poseo.
refiriendo. |i Pero he aquí que en la familia abigarrada de los sentimien­
Kant presta oído sensible y eficaz a un enunciado o juicio tos se me destaca uno en el que todas estas apreciaciones pa­
que dice de una cosa que es bella (y no, sencillamente, «me recen revocadas. Se trata de un sentimiento bien singular.
gusta»). Kant se da cuenta perfectamente de que ese enuncia­ En él el sujeto hace la experiencia sentimental de poner entre
do no da únicamente un informe sobre mí, sobre el sentimien­ paréntesis o de suspender su propia peculiaridad subjetiva.
to subjetivo que sufro, sino que enuncia algo distinto. Enun­ Y en esa suspensión se predispone a la emisión de un juicio
cia algo de una cosa, objeto o acontecer de nuestro mundo. acerca de lo bello. En cuanto al placer y al dolor que, bajo
Dice algo de la cosa y no únicamente de mí. Afirma o niega forma de sentimiento, registra el sujeto, son el trasunto sub­
algo de esa cosa y no tan sólo del placer o dolor que siento jetivo de la determinación objetiva que el juicio pronuncia
en mí. La forma del juicio de placer o agrado es, pues, imposi­ sobre la cosa. Son el registro en mí —como afirmación y nega­
ble de confundir con la forma del juicio estético. Y éste no ción emocional— de lo que «la cosa es», a saber, bella o su
puede, legítimamente, ser reconducido a aquél, por mucho que contrario.
lo suponga. Es, pues, como dice Kant, un juicio objetivo sobre la
Pues, en efecto, ese juicio presupone un placer o dolor que cosa que tiene por base experiencial un sentimiento vaciado
experimento: en ese sentimiento de placer o dolor se halla la de interés, en el que el interés del querer ha sido suspendido.
base experiencial de mi afirmación o negación. Pero entonces, Por esta razón ese juicio no posee eficacia respecto a mi vo­
¿cómo puedo hacer depender de algo tan subjetivo como el luntad y mi ethos: en ello se diferencia del juicio ético.
sentimiento de placer o dolor un juicio con pretensión de Pero, ¿en qué se funda, entonces, esa pretensión de objeti­
decir algo objetivo sobre la cosa? vidad y de legalidad, universal, necesaria, con que irrumpe
H 1 La razón que da Kant de esta paradoja del juicio estético dicho juicio? No, desde luego, en cierto conocimiento del
(que se presenta como juicio objetivo, pero que se apoya en objeto, aun cuando el juicio posea el carácter formal del jui­
una experiencia subjetiva y reflexiva, sentimental), es la si­ cio de conocimiento. Si indagamos la ley o la norma oculta
guiente: ese juicio, contra todas las apariencias, no es un jui­ y subyacente a «la belleza» que es fundamento del juicio es­
cio de conocimiento, no ensancha ni enriquece nuestro cono­ tético nos encontramos con una multiplicidad dispersa de so­
cimiento de la cosa. Y sin embargo, posee la misma forma luciones, definiciones y respuestas. Unas escuelas considera­
,¡ ¡si:
que los enunciados teoréticos o científicos. rán que el fundamento es cierta idea objetiva trascendente
El hecho de que ese juicio tenga la apariencia de un juicio que se refleja o deja participar por los objetos que juzgamos
teorético explica la clásica y tradicional propensión de la es­ bellos. Otras refinarán esta concepción entendiendo que esas
tética a considerar ese juicio como una cierta forma de cono­ ideas forman una trama ideal y matemática (o musical) de re­
(l| ¡ 1 cimiento, confuso, del objeto. Mediante el juicio estético esta­ laciones y proporciones en las cuales se funda el principio de
ríamos, pues, según la estética tradicional o clásica, iniciando armonía, siendo la belleza en su estructura misma armonía
nuestra penetración intelectual y cognoscitiva en la esencia o matemático-musical. Un objeto será juzgado bello si se ade­
estructura radical de dicho objeto. cúa a esa norma objetiva que, se supone, inviste el orden natu­
El sentimiento, desde luego, empaña la objetividad de ral de las cosas. La creación será mimesis, adecuación imitati­
nuestros juicios, tiñéndolos y coloreándolos de subjetividad va de esos armónicos naturales, si pretende ser bella y artísti­
I ocasional e idiosincrática. Presos por los estados de ánimo ca. Otras escuelas, por fin, juzgarán que ese orden oculto y
' >si y las emociones, no estamos, desde luego, en condiciones de subyacente a la belleza que sentimos y asentimos a través de
juzgar objetivamente algo, menos de enunciar, con preten- juicios estéticos se funda en la naturaleza vital y orgánica,

90 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO o n t o l o g I a t r I g ic a 91

ya que el ser y la esencia son, en su radical determinación, puesta entre paréntesis: un placer y un dolor que Kant llama
acto en el cual un ser vivo alcanza su inmanente finalidad, su «sin interés».
plenitud y consumación, su entelequia o perfección. Ese juicio afirma o niega algo de la cosa, al igual que en
En unas escuelas se entiende por belleza la armonía, en los juicios de conocimiento, pero sin poderse confundir con
otras la perfección (la intfiüñente finalidad cumplida). Pero de ellos. Y lo afirma o niega con fonosidad\ como si esa afirma­
hecho ni el conocimiento de la estructura armónica de la cosa ción o negación derivara de una legalidad o norma interna a
ni de su dinámica vital permite fundar el juicio estético. la cosa.
Éste no se funda en una norma o ley objetiva, susceptible de Pero por mucho que busquemos esa notpa —única y no
ser descifrada y conocida. Por eso aparece en nosotros con el susceptible de discusión y revocación— no la encontramos.
muy subjetivo carácter de un sentimiento, placentero o dolo­ Incluso consideramos dogmática y precrítica iapre tensión de
roso. Y ese sentimiento no posee nexo ni comunicación posi­ la estética tradicional de fundarse en cierto «papiigma clási­
ble con el orden del conocer: ningún sentimiento lo tiene, co» como principio obvio, indiscutible. \
sino que parte del sujeto y vuelve a él, en movimiento reflexi­ En realidad, con todos estos razonamientos pandójicos fia­
vo. El juicio que funda es llamado por Kant, por esta razón, mos puesto las bases para decir al fin qué es y qté tiene de
juicio reflexivo. Como tal se diferencia del juicio de conoci­ específico el juicio estético. Este largo introito kantiano nos
miento o del juicio ético: en que no puede determinar un ha ido preparando el terreno.
illlii) i;; área específica de objetos de experiencia. El juicio teorético
juzga en la cosa su verdad o su falsedad; el juicio ético dis­
cierne la conducta conforme a su bondad o maldad. El juicio II
teorético posee un principio o pauta desde el cual «medir» la ¡r**•- i • l r
adecuación del juicio: aquel mediante el cual se logran sensi­ Un juicio formamos qon referencia a esta cosa.idecimos de
bilizar los conceptos a través de imágenes-esquema, o se lo­ ella que es bella. Ese juicio se pronuncia con caActCP de in­
gran elevar al nivel categorial las intuiciones. Lo mismo suce­ condicional necesidad. Nos vemos forzados a emitr ese jui­

II '
II y li
de con el juicio ético: lo bueno o lo malo se discierne con
relación al imperativo formal. Hay en el primer caso una ley
física y en el segundo una ley moral que permiten cualificar
cio. Se nos impone como si de una norma objetiva si tratara.
No lo podemos discutir. No podemos someterlo a difusión.
Lo enunciamos de tal modo que, sin discusión, cualqui^ su­

J:
Il
nuestros juicios. ¿Hay, quizás, alguna norma objetiva en el jeto que sufriera idéntici imposición asentiría radical e in­
■VilUl l terreno de los juicios estéticos? condicionalmente con nosotros. Y la prueba de esa imposición
Bi I ' 1 ,,. La estética tradicional pretendía, en efecto, que de ese co­ la tenemos en un sentimiento placentero: el que desen£ade\a •ASOFIA
Ifl:ni en nosotros nuestro sentimiento o disidencia.
l i ií nocimiento de la naturaleza de la cosa y de su estructura o JUKM
de su dinámica podía derivarse una norma objetiva física, de Ese juicio se produce ton relación a un ser o aconjeí-Br <je
armonía o de perfección, que sirviera de pauta de nuestros dentro de nuestro cerco mundano. Tiene por sujeto p i pro­
juicios estéticos y también de nuestras creaciones artísticas. pio sentimiento de placer1o de dolor: yo mismo en táhto ex­
Pero la pluralidad misma de esas normativas revelaron, como perimento,- como placer o dolor, esa imposición que ne obli­
prueba suficiente, que ninguna de ellas tenía capacidad de ga a decir de algo que es bello o qUe no lo es. Se rn dan,
erguirse como principio último de la legalidad estética. pues, en este juicio, todos los caracteres propios de \n jui­
Por todo lo cual este juicio estético parece plenamente pa­ cio incondicional, universal, necesario. Pero por muco qtL?
radójico, sin que nos sea posible dar con la razón que lo per­ trate de hallar la norma de la cual ese juicio deriva, \p la
mite diferenciar del simple juicio subjetivo que se pronuncia encuentro. Se me da el efqcto de la norma, sus caracteres se­
en términos de «me gusta» o «me agrada». cundarios de forzosidad e incondicionalidad. Se supone'
Es un juicio en el cual se pone en suspenso nuestro sentir tanto, que ese juicio derivé de alguna norma. Pero aun s il
para que pueda decirse algo objetivo sobre la cosa («que es do lo intente, no puedo determinarla.
m
bella»). La prueba del discernimiento que en ella hacemos la La norma es, pues, trascendente: se halla localizada, a n>
registramos como residuo o sobrante de esa suspensión o dudarlo, más allá del límite que circunscribe mi experienci.
92 LOS LÍMITES DEL MUNDO o n t o l o g I a t r Ag ic a

Carezco de noticia alguna respecto a esa norma estética de la cifrada en un sentimiento (de placer y de dolor), registrada
cual deriva la incondicionalidad y forzosidad de mi juicio. en un modo peculiar de hablar y proponer, el juicio estético.
Hasta mí llegan estos caracteres. Es como si se me diera el No puedo hallar fundamento trascendente a ese juicio, si
caso en el cual la norma se aplica (este objeto), el nexo o có­ bien pende de una norma localizable allende el cerco. La cosa
pula que da necesidad al juicio (Este objeto es forzosamen­ en sí deja en tiniebla la ley de donde brota ese juicio. Pero
te...) y lo que la norma dice, enuncia (Este objeto es, forzosa­ me llega, como emisión comunicada del otro mundo, el ca­
mente, bello). Pero sin que pueda, por mucho que lo quiera, rácter forzoso del juicio, que se me impone, comprometien­
determinar la norma de la que procede esta ley particular do mi experiencia. Dicho juicio legisla sobre un solo caso:
aplicada a un caso. esta cosa singular, singularísima, imposible de delegar o re­
Tengo, pues, una extraña experiencia de la trascendencia. presentar en paradigma o generalidad conceptual, de la que
Hago, a través del juicio estético, una sorprendente experien­ afirmo que es bella. Es un peculiar juicio que legisla sobre
!¡ Irlví’!' cia metafísica. La norma está, desde luego, allende el cerco y un único caso. Pero que posee el carácter de forzosidad y le­
la frontera. Nada puedo saber ni conocer respecto a esa nor­ galidad universal propio del juicio derivado de la ley física o
ma. Nada llega hasta mí. Aquí la comunicación se interrumpe moral. Es más: todo juicio estético, referido siempre a un
desde el principio. Pero curiosamente me llegan los efectos caso singular, singularísimo, posee idéntico carácter legal y
de la norma, con pleno desconocimiento de las causas; me necesario.
llegan los juicios que derivan de la norma, sin que ésta se me Pero si bien no me es posible dar con la norma que invis­
revele o patentice. te de incondicionalidad a ese juicio, quedándome tan sólo el
¿En dónde se halla, entonces, el fundamento de ese juicio? efecto y siéndome sustraída la causa, sí puedo acaso hallar,
En una norma ausente y trascendente localizable en el «otro dentro de mí, el fundamento del sentimiento a través del cual
mundo». Desde dentro del cerco no me es posible tener noti­ me vienen dados todos estos caracteres de la ley.
cia alguna de ella. Me veo, pues, repelido hacia mí mismo. Ahora, en este tercer mundo, no soy sujeto de conocimien­
Quizás en eso que soy, sujeto, halle, si no la norma, al menos to ni sujeto ético. Pero, en una primera aproximación, puedo
el fundamento crítico y metódico que explique tanto el senti­ reconocer frágiles puentes entre la experiencia que hago y el
miento de belleza como el carácter formal objetivo que atri­ «primer mundo». Más adelante podrán tenderse también otros
buyo al objeto al decir de él que es bello. Esto es lo que Kant puentes con el «segundo mundo». El juicio que formulo po­
emprende en su «deducción trascendental» del juicio estético. see, en efecto, la formalidad del juicio del conocer. Luego al­
ffl gún «aire de familia» puede imaginarse entre éste y el juicio
que emito sobre la cosa bella. Acaso estén en juego idénticas
facultades o potencias. Acaso en ambos juicios se movilicen
III idénticas disposiciones y se coordinen o armonicen las mis­
mas instancias o condiciones.
Indagando dentro de mí, en lo que soy, puedo encontrar Así, por ejemplo, las facultades de imaginar y de enten­
acaso el fundamento que explique ese misterioso sentimiento der son responsables en su coordinación sintética de la forma­
placentero o doloroso que Kant considera «desinteresado». Se ción de la proposición teorética, a través de la síntesis de in­
me revela, acaso, una tercera y decisiva dimensión de eso que tuiciones y de conceptos. Sólo que en el juicio estético no nos
soy, sujeto (ego cogito sum). No soy sujeto gnoseológico, como formamos concepto alguno de la cosa. Ni enriquecemos nues­
aquel que inaugura en el primer mundo su primer tramo me­ tro conocimiento teorético y conceptual de ella.
tódico; tampoco sujeto volitivo o práctico que, a través de la ¿Significa, con todo, que en ese juicio no se produzca un
experiencia ética, se daba un recorrido en el segundo mundo. enriquecimiento genérico en nuestro conocimiento del objeto?
Ahora se abre en mí un tercer mundo con su correspondiente ¿El hecho de no formar concepto de la cosa significa divor­
recorrido. Yo soy el sujeto que efectúa dicho recorrido o que cio radical entre el juicio teorético y el estético? ¿O cabe de­
se abre paso en la espesura de este misterioso mundo estético: cir más bien que en este juicio estético se produce un juego
un sujeto que realiza una modalidad específica de experiencia, libre de nuestras facultades de imaginar y entender, sin que
LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRÁGICA

de ello deriven conceptos sensibilizados ni intuiciones esque­ J que se ha tomado, hasta aquí, en consideración. De una cosa
matizadas susceptibles de integración categorial? puedo decir que es bella. Pero también mi experiencia esté­
La definición de la belleza como armonía no sirve a Kant tica se desencadena cuando de una cosa digo que es sublime.
de fundamento válido de donde deducir el juicio estético. Ello Con ello se abre un nuevo tramo en el recorrido de esta ter­
en razón de que no hay norma alguna inteligible desde dentro cera etapa del método y de este tercer mundo o mundo es­
del cerco de donde inferir dicho juicio. Pero no erraban ni tético. Ahora se hallará coordinación entre este tercer mundo
andaban desencaminados los antiguos en su definición de la y el segundo, el mundo ético. De este modo se perfila el ter­
belleza como armonía. Sólo que, de forma dogmática y pre­ cer mundo como aquel en el cual los dos primeros se dan
crítica, proyectaron sobre la cosa lo que era carácter del su­ cita en un único mundo, este mundo, un mundo que es mi
jeto. De hecho la armonía es fundamento del juicio estético, mundo, el mundo de mi experiencia humana.
pero fundamento que se halla en el sujeto mismo que lo pro­
nuncia: en mí. Cuando se produce en mí una armonización
de las facultades de imaginar y entender, pero de tal manera El juicio acerca de lo sublime
que se descarguen de sus obligaciones especializadas propias
del primer mundo, de modo que la imaginación y el entendi­
miento, en vez de producir conceptos sensibles o intuiciones
inteligibles se coordinen mediante un juego libre y armonioso,
entonces se produce en mí el sentimiento de lo bello. Y lo El sentimiento de belleza se produce, al decir de Kant, en
que esa armonía del libre juego de imaginar y entender hace virtud de la conjugación armónica de nuestras facultades de
posible es una revelación de la cosa en la que ésta, libre de conocer (imaginación y entendimiento), abocadas a un libre
su sometimiento al constreñimiento de una ley física o moral, juego entre ellas. Lo que despierta el juicio de belleza y apare­
se me ofrece como pura forma de una finalidad sin fin (o de ce como referente objetivo del mismo es la presencia de la for­
una finalidad inmanente). No erraban tampoco aquellas viejas ma de una cosa con caracteres conformes a ese «libre juego»:
escuelas que definían la belleza como perfección o entelequia, con el aspecto de un organismo, con todos los atributos de un
como vitalidad o forma viva, como acto y cumplimiento de ser vivo, con una inmanente teleología, pero sin que pueda es­
un proceso o dinamismo orgánico. Sólo que esa perfección tablecerse el fin al que se ordena ese finalismo interno.
(finalidad inmanente de lo orgánico) no era norma objetiva, Mas he aquí que el juicio acerca de lo sublime aparece
como creían. Proyectaban sobre una norma, trascendente, un como antítesis de todo lo dicho. Niega los caracteres reseña­
atributo inmanente y formal de la cosa: su revelación formal dos del juicio de belleza. Se opone radicalmente a los princi­
como legalidad orgánica descargada de finalidad, su presenta­ pios que explican mi sentimiento subjetivo de belleza (armo­
ción como forma o fenómeno revelado de una finalidad su­ nía de mis facultades de conocer) y la referencia objetiva del
puesta y desconocida. Decimos de algo que es bello cuando juicio (organización formal de un objeto).
se presenta como si fuese una forma viva o como si poseyera El juicio acerca de lo sublime, señala Kant, no se apoya en
los caracteres de inmanente finalidad propios de un ser orgá­ un sentimiento subjetivo que tiene su fundamento en la ar­
nico. Y esa presencia formal produce en mí, en eso que soy, monía de sus facultades (de conocer). Por el contrario, brota
una armonización de mis facultades de conocer, pero libre­ de un sentimiento paradójico y contradictorio. No da expan­
mente dispuestas y descargadas de sus ocupaciones gnoseoló- sión a un libre juego armónico sino a un conflicto, oposición,
gicas. O bien puede afirmarse, con mayor precisión, que el violencia o discordia. Y no hace referencia a un objeto cuya
sentimiento estético de lo bello y el juicio acerca de lo bello forma aparece organizada, como si se tratara de un organis­
se producen cuando se produce el encuentro entre un objeto mo vivo, sino que recae sobre objetos faltos de organización,
que se revela formalmente como si fuese un ser vivo y un carentes de forma, desordenados, caóticos, informes. La vida
sujeto que logra armonizar libremente sus facultades de co­ y sus manifestaciones eran el supuesto de un juicio de belle­
nocer. za que de ellas retenía su forma. Los seres vivos que se nos
Pero el juicio estético no se agota en este juicio de belleza presentan dentro del cerco de nuestro mundo aparecen como
ONTOLOClA TRÁGICA 99
98 LOS LIMITES DEL MUNDO

Mediante la interjección parece darse respuesta, por la in­ el sujeto que actúa, interviene, emprende. O si hay una rela­
sólita vía de un sentimiento, a las proposiciones interrogativas ción del sujeto con la cosa que no sea del orden del decir re­
en las que culminaba y se desbordaba la razón teórica y re­ presentativo sino del hacer y obrar. El sujeto estético aparece,
presentativa que investía lingüísticamente al sujeto de expe­ entonces, no tanto como sujeto de un juicio cuanto como
riencia del primer mundo. Esas interrogaciones proponían sujeto de una acción y producción. Lo que de esa relación
dictámenes sobre la trascendencia en el modo de respuestas. resulta no es interjección acerca de lo bello y sublime, sino
Sólo decisiones lingüísticas, con estatuto de opinión, podían producción de obra. Ese sujeto estético que pone en obra un
cubrir el bache entre la pregunta y su objeto trascendental y objeto susceptible de ser juzgado bello o sublime y que da,
trascendente. En la experiencia ética hallaba el sujeto, en la por consiguiente, base empírica a esos juicios en forma de in­
raíz de su ser y de sus capacidades de audición, una incomple­ terjección, es el sujeto creador o artista. Y el producto de su
ta frase o proposición —formal, vacía, imperativa— que de­ obrar trascendental es la obra artística, sea ésta poema, trage­
terminaba, como orden o deber, su ethos y su actuación. Me­ dia, comedia, representación pictórica, edificación o sinfo­
diante creencias morales, es decir, decisiones lingüísticas so­ nía. El análisis de la creación artística y de la obra de arte
bre lo incierto, generaba el sujeto móviles para su acción y permitirá, de nuevo, un segundo haz de conexiones, esta vez
objetos para su querer, cubriendo de modo condicional el ba­ con el mundo de la acción. El tercer mundo se nos revela
che entre la orden vacía, motivo último de su obrar, y sus como aquel en el que hallan su compleja unidad los dos pri­
particulares cometidos y tareas. Ahora ese reino de las ideas meros. En él se hallan caminos sinuosos que permiten tran­
de la razón, que aparece primero como opinión recta y luego sitar de él al primero y al segundo mundo.
como creencia moral y móvil de conducta, halla el modo de
«sensibilizarse» en la experiencia del sujeto estético, a través
de un sentimiento, el sentimiento de lo sublime. En él parece
responderse a las grandes interrogaciones metafísicas median­ 3. La creación inconsciente y la obra de arte. La exposición
te una interjección que exclama y que celebra el desborda­ simbólica
miento y la despedida de lo físico, pero que sin embargo, se
materializa y presenta a través de una imagen física negativa. I
En esa interjección se obtiene la irrupción de la trascendencia
en la inmanencia: la implantación de lo metafísico en la ex­
periencia de un sujeto sentimental. Lo infinito, en la naturale­ La paradoja del juicio estético, su deducción de una nor­
za, en la libertad, en lo divino, resplandece en la experiencia ma que nos ha sido sustraída, se vuelve a encontrar en la
que yo hago a través del modo más subjetivo y reflexivo: por creación. No puede sorprendernos, en la medida en que el
el cauce sentimental. Experimento sentimentalmente lo infini­ sujeto que juzga es el mismo sujeto estético que aparece
to en mi finitud cercada. Y doy cauce y expansión lingüística como sujeto creador, sólo que en distinta posición: allí como
a ese desbordamiento placentero o doloroso del sentimiento receptor, aquí como emisor. De hecho toda creación presupo­
a través de la proposición estética acerca de lo sublime, que ne la previa recepción: es siempre recreación, mimesis en
asume la forma de una interjección. sentido propio, tal como mostré en Filosofía del futuro. Pero
El sujeto que juzga (a través de la interjección) posee simé­ es metodológicamente indispensable distinguir ambos lugares
trica relación con el sujeto gnoseológico. Dice algo de la cosa y posiciones, la del receptor y la del creador. No es lo mismo
y esa proposición tiene el carácter formal de un juicio de co­ crear una sinfonía que disfrutarla, si bien este momento del
nocimiento. Se diferencia de éste por la incrustación de un goce estético dispone al sujeto a una creación que pueda ser,
sentimiento. La forma que informa esa incrustación es la in­ de modo genuino, recreación. Y bien, la creación artística tam­
terjección. Ahora bien, ese sujeto que juzga así no agota la ex­ bién deriva de una normativa o ley que el propio creador
periencia que el sujeto, es decir, yo mismo, puedo recorrer en desconoce. Kant dice rotundamente: su creación es incons­
tanto soy sujeto estético. Cabe preguntar si existe una expe­ ciente. Por mucho que se le pregunte respecto a la ley de la
riencia simétrica a la del sujeto práctico, a la que efectúa cual ha desprendido su obra artística, a modo de aplicación
100 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRÁGICA 101

pragmática, por la vía del obrar, de ese principio o normativa Lo que se llama clasicismo es un paradigma, concebido como
estética, el creador no sabrá dar con respuesta ajustada. Esto norma objetiva incuestionable, dentro del cual se da regla­
no significa que no dé alguna respuesta. De hecho puede re­ mentación concreta y material al juicio y a la creación esté­
mitirse a una norma tradicional consagrada o inventar ad hoc tica. La estética es moderna en la medida en que deja vacío
una «estética» que legitime y explique su producción. El in­ el lugar de la norma, o sabe que ésta trasciende y sobrepasa
menso vacío jurídico dejado por la norma (trascendente, des­ nuestras capacidades de sujetos habitantes del cerco y la
conocida) y la obra singular, suele ser llenado, tanto por el frontera. Por eso la modernidad aparece en estética con el
que crea como por el que juzga, por el movedizo territorio de carácter de una constante convulsión y crisis, en la que se
las estéticas materiales. Éstas son resoluciones lingüísticas ritualiza el relevo de una normativa estética material por otra.
mediante las cuales se quiere elevar al estatuto de ley la obra En el caso límite, característico del Novecientos, cada creador
concreta o la familia concreta de obras a las que, desde esta termina instituyendo su propia estética material, o bien se
institución lingüística, denominaremos «románticas» o «neo­ crea a la vez la obra singular y su doble gemelo, la doctrina
clásicas», «naturalistas» o «simbolistas», «constructivistas» o estética que pretende interpretarla, explicarla, justificarla.
«dadaístas». Esas normas estéticas cubren el vacío dejado Y hasta se invierte la relación, haciéndose de la obra un sub­
por la norma desconocida, trascendente, inconsciente. La nor­ producto de la doctrina estética que la determina. La crisis
ma rebasa el marco de lo que puede conocer el sujeto estético, de este caso límite genera lo que puede llamarse estética post­
sea éste creador o receptor. De ella deriva el carácter incondi­ moderna. Ésta es, en realidad, en verdad, estética autocrítica
cional de su juicio estético exclamativo y de su creación ar­ capaz de entender la modernidad como normalidad vigente
tística. Dicha creación adquiere, en virtud de esa norma des­ y aceptada, dejando el lugar vacío de la norma trascendente
conocida, carácter forzoso, legal, incondicional. Se impone al y reinvirtiendo la jerarquía entre la obra singular y la nor­
creador con todo el peso de una ley, sin que pueda explicar ni mativa material doctrinal. La nostalgia de clasicismo y nor­
desvelar, ni para sí ni para los demás, cuál es ésta. Y esa ley mativa dogmática que a veces deja traslucir es una corruptela
legisla un solo caso singular, singularísimo; una ley rige, en característica de inmadurez e incertidumbré: parte de la pre­
efecto, en el creador y el receptor, lo que a la séptima sin­ misa de que la modernidad es crisis y da a este juicio un con­
fonía de Beethoven le da su singularidad estilística indelega­ tenido negativo. De hecho esa modernidad o crisis pone en
ble. Esa ley sólo rige, en dicha obra, al modo de pauta propia su lugar al arte, a la estética material y a la norma trascen­
que legisla de modo radicalmente casuístico. Infinitas inter­ dente, evitando la teologización dogmática o «metafísica» de
pretaciones pueden darse, desde la recepción, como razones esta última, que era el modo característico del clasicismo, del
estéticas, de esa obra, mediante las cuales quiere apresarse arte y la estética tradicionales.
esa norma retirada de nuestro control consciente. Esa nor­ La ley de la que deriva la obra de arte es inconsciente. El
ma rebasa nuestra frontera o límite. Muestra hasta qué punto artista puede forjarse, desde su consciencia, el proyecto o
eso que excede el límite es lo que, desde Leibniz y Kant, propósito de lo que «quiere hacer». Incluso en algunos terri­
desde el romanticismo y Freud, denominamos lo inconsciente. torios el proceso de creación se desglosa en los diferenciados
Hay, pues, entre la norma trascendente y la obra singular momentos del proyecto y de la edificación y construcción, así
sensible que convive dentro del cerco un amplio intervalo o en el terreno arquitectónico. Pero en general debe decirse que
vano que llenan, como pueden, las legislaciones estéticas ma­ la obra resultante, efecto de esa «causa» forjada por la men­
teriales. Éstas son decisiones lingüísticas mediante las cua­ te del artista («causa final»), desborda por entero a ésta o pue­
les se determina materialmente el vacío dejado por la norma­ de llegar a desbordarla. Entre la causa consciente y la obra
tiva inconsciente. Adquieren carácter crítico, metódico y mo­ singular se produce un hiato causal: el efecto puede ser so­
derno en la medida en que se asumen como tales decisiones breabundante con respecto a la causa. ¿Significa esto una ex­
lingüísticas, obras de la libre creatividad de plasmación de cepción dentro del principio de razón suficiente? ¿O significa,
la razón. Asumen carácter precrítico y dogmático en tanto más bien, que esa «causa consciente» deriva, a la vez que la
aparecen como normas materiales que cubren, sin fisura al­ obra, de una causalidad eficiente, motor de la creación, que
guna, el lugar vacío de la norma desconocida, y trascendente. desborda y trasciende la consciencia del artista? Éste, pues,
102 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRÁGICA 103

produce, desde su proyecto consciente, una obra que, como cho la exposición simbólica rebasaría el marco del «represen­
resultado, y con relación a la premisa, es inconsciente. tar». Sería un modo concreto de exponer o de decir, modo
Del inconsciente, es decir, de lo que trasciende y desborda, sensible que, sin embargo, desbordaría el ámbito del decir re­
procede el fundamento y la ley que rige la productividad del presentativo. La doctrina lingüística que debería formalizar
artista. A través de la obra de arte, sea poema o sinfonía, sea ese uso lingüístico simbólico debería, por tanto, trascender el
edificación o escultura, habla una voz de detrás de la frontera. marco doctrinal del decir representativo. O si quiere decirse
A través de la obra artística lo indecible puede ser obrado, así, debería sobrepasar el mundo lingüístico al que puede
ejecutado y puede también ser nombrado, verbalizado. En la llamársele mundo de la representación o primer mundo.
obra de arte se halla el modo de exposición mediante el cual . En ese decir simbólico no subsistiría correspondencia en­
logra verbalizarse lo indecible, a través de un obrar trascen-' tre lo que se expone y lo expuesto en el modo de la «represen­
dental que es poíesis, creación artística. Aquí el hacer es decir, tación». Pero ello no significaría inexistencia de nexo. Sólo
para decirlo en términos próximos a Austin. Aquí se cumple que éste no sería el de una correspondencia biunívoca. Podría
el desiderátum del último Wittgenstein acerca de un modo de incluso afirmarse que, en la medida en que el decir simbólico
uso lingüístico entendido en términos pragmáticos: un decir se concibe a sí mismo bajo el patrón de la correspondencia
que es forma de vida, actividad. En la obra de arte lo incons­ biunívoca, entonces se degrada en simple alegoría: como si lo
ciente, es decir, lo que trasciende, deja oír su palabra como sensible-estético tradujera contenidos inteligibles previamente
palabra viva o palabra plena. Es preciso definir, por tanto, establecidos, en una correspondencia término a término entre
ese modo de exposición mediante el cual se hace posible decir tal o cual «ideologema» o «mitema» y tal o cual forma icóni-
lo que trasciende, lo indecible. Tal modo de exposición lo | ca concreta. En la medida en que la producción estética de
llama Kant exposición simbólica. símbolos se mantiene en relación de dependencia con cierta
doctrina teológico-estética o metafísico-estética concebida
como corpus doctrinal canónico, o como materialización dog­
II mática y precrítica de la norma trascendente, cubriendo la
yacía norma desconocida de preceptos materiales concretos,
En un importante pasaje de la Crítica del juicio establece puede afirmarse que el arte y la estética mantienen todavía
Kant la distinción entre dos modos de exposición (entendien­ su servidumbre alegórica y no logran liberar, en plenitud, el
do por ello el modo o procedimiento mediante el cual se hace orden propio y emancipado de los símbolos. Entonces la obra
sensible lo inteligible). Habla allí Kant de la exposición es­ de arte aparece como ejemplificación alegórica de una doc­
quemática, la que en la Crítica de la razón pura queda am­ trina preestablecida o como fábula moral que la expone de
pliamente tratada a través de la doctrina de la imaginación y iforma didáctica y popular.
del esquematismo trascendentales. Y la distingue de un modo En el símbolo, a diferencia de la alegoría, no hay concepto
diferente de exposición, la exposición simbólica, que corres­ determinado que dé razón de modo unívoco de su exposición
pondería a las materias tratadas en la Crítica del juicio, refe­ í<. sensible, ni hay contenido moral o ley moral concreta y mate­
rentes a la obra de arte y a la naturaleza viviente (a la estética rial que se exponga en él de modo unívoco.
y la teleología). Kant señala que el modo de exposición simbólica se funda
En el esquema subsistiría siempre una relación de corres­ en cierta unidad y correspondencia, no entre los elementos,
pondencia biunívoca entre lo que se representa (contenido in­ sensibles e inteligibles, del objeto expuesto (así el esquema o
teligible) y la forma en la cual se representa (la maqueta, el la alegoría) sino entre el procedimiento y método de cons­
bosquejo; o si quiere decirse así, el «mapa» con el cual se trucción del símbolo y de aquello a lo cual éste hace referen­
da representación estilizada, «esquemática», a la trama ideal cia. Hay unidad en el procedimiento constructivo, pero no
o al contenido). entre los elementos del objeto construido. Hay unidad entre
Pero existiría un segundo modo de exponer, modo simbó­ el método mediante el cual se construye el símbolo y el méto­
lico en que no existiría tal correspondencia biunívoca entre la do que se seguiría para trazar la idea (de la Razón) al que ese
representación y aquello a lo cual ésta hace referencia. De he- símbolo hace referencia. Pero no podría trazarse paralelismo
104 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRAGICA 105

ni correspondencia entre esa idea simbolizada (por ejemplo, tos que constituyen nuestra vida en común, la vida en socie­
cierta idea problemática acerca de la naturaleza, el sujeto o el dad. En virtud de la obra artística se da plasmación, forma
fundamento) y el símblo construido. El símbolo haría refe­ y figura a la idea que puede ser formada sobre el mundo y el
rencia a la idea problemática, así, por ejemplo, a cierta idea o límite del mundo, pero esa plasmación no transcribe, de for­
creencia moral, pero de modo libre y laxo, en libre asociación, ma biunívoca, un código doctrinal preestablecido, en el cual a
sin que fuese posible «descifrar» ni «traducir» esos contenidos cada «contenido» corresponda una secuencia sensible, de ima­
alusivos a lo que desborda o trasciende nuestros límites y gen, de figura o de palabra. Eso a lo que el símbolo artístico
el material sensible mediante el cual se da forma a esa idea hace referencia es trascendente y no puede ser determinado.
que se halla situada en el borde mismo de nuestras aptitudes Sólo cabe una tentativa resolución lingüística que dé respues­
cognoscitivas o morales. La tarea de la filosofía consiste en ta a qué es ese referente. Esa tentativa, siempre abierta, es
adentrarse, con dificultad y riesgo, en la exposición textual y obra de la filosofía. Ésta seculariza lo que, de modo premoder­
discursiva de esas ideas problemáticas. La del arte, en la cons­ no y precrítico, realizaba la teología: dice la verdad de lo que
trucción de símbolos que hacen referencia, de modo libre, a existe, de su origen y su fundamento. El símbolo artístico es
esas ideas filosóficas. En mi libro Filosofía del futuro está alegórico en la medida en que se limita a descifrar el código
efectuada la conexión entre estos dominios del arte y de la doctrinal teológico establecido como idea del mundo, de no­
filosofía, o del símbolo artístico y la idea filosófica. sotros mismos, del fundamento, código significado con el ca­
rácter de un corpus doctrinal dogmático. Pero el símbolo ar­
tístico propiamente dicho, emancipado de su arqueología ale­
III górica y de su tutela teológica, constituye a la idea filosófica
en referente, toda vez que ésta surge, así mismo, de una eman­
La inconsciente producción genera una obra que debe con­ cipación de la teología. En Filosofía del futuro está articulada
cebirse como institución simbólica a través de la cual se la síntesis de símbolo e idea: allí la llamaba arquetipo. En
pone en obra y se da espacio y territorio a lo que trasciende el éste la filosofía halla su lugar, a la vez que el símbolo artísti­
cerco. El contenido susceptible de ser formulado en ideas de co. El arquetipo es síntesis en la que comparece la idea como
la razón de la cosa trascendente puede, pues, ser relatado y referente del símbolo y éste como materialización singular
narrado en razón de una libre plasmación de símbolos. Puede concreta de la idea. El arquetipo es el lugar en el cual se
así implantarse el contenido y la doctrina sobre el misterio en dice y se pone en obra qué son el sujeto y su mundo. Expone
nuestra realidad convivencial, dándose el escenario pertinente. de forma sensible o reflexiva cuanta verdad nos es posible
Irrumpe de modo festivo lo que trasciende, instalándose en acceder respecto a ese límite del mundo que habitamos o
nuestra vida cotidiana, rompiendo el cerco profano y dejando encarnamos.
emerger lo inconsciente: eso que, míticamente, puede llamarse
lo sagrado. Incluso puede configurarse el propio tiempo en
razón de relatos estacionales: tiempo de gestación, pronun­ IV
ciamiento, ocaso. El mito y el rito dan espacio narrativo a lo
que desborda el cerco. Constituyen la arqueología mítica, má­ En la experiencia simbólica (recepción estética de sím­
gica, religiosa y precrítica de lo que, desde el paradigma crí­ bolos o inconsciente plasmación que los produce y reproduce)
tico, metódico y moderno, aparece bajo el modo de gran tea­ se despliega en la inmanencia lo que desborda el cerco y el
tro, gran producción operística o gran literatura mundial. Los confín. Lo trascendente irrumpe en nuestras vidas, dándose
dioses hacen acto de presencia en nuestras vidas, cobijándose forma y figura en razón de ese indirecto modo de exposición
en el espacio que se les tiene reservado, el templo o la cate­ que es el simbólico: se alude siempre, de forma metonímica,
dral. La arquitectura y la urbanística secularizan, desde cri­ a una causa eficiente que trasciende y desborda nuestro co­
terios modernos, esta concepción, dando espacio y territorio nocimiento. Se da palabra y verbo a lo inconsciente (lo me-
al límite mismo del mundo: definen y determinan los sitios, tafísico). Pero esa palabra esconde la referencia: ella misma
los lugares, los parajes; formalizan la existencia y los conflic­ es efecto de una causalidad ausente. Esta elipsis abre el re-
ONTOLOUÍA TKÁG1CA 107
106 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO

corrido libre y asociativo a través de analogías y correspon­ matizan, mediante la interjección estética, un sentimiento que
dencias en virtud de las cuales, mediante el procedimiento registra, emocionalmente, lo que el juicio encerrado en la
metafórico, se relatan y narran, se escenifican o edifican los interjección enuncia: el dictamen respecto a lo bello, lo subli­
temas, los asuntos, las tareas propias de este mundo, de mi me y sus contrarios. Pero ese juicio estético se prolonga a tra­
mundo, de ese único mundo que constituye el horizonte de mi vés de un obrar trascendental que genera la base empírica ade­
experiencia posible, subsistiendo siempre la paradójica refe­ cuada a ese juicio: dicha empiría es la obra artística: edificio,
rencia y comunicación con lo que desborda el cerco y el con­ ciudad, poema, sinfonía. El decir se revela decir simbólico
fín. Lo metafísico irrumpe de forma festiva o litúrgica en y el mundo aparece objetivado como un universo de símbolos.
nuestras vidas, como celebración o acontecer a través de la El dualismo metodológico puede ser, en esta tercera etapa
escena y la palabra, a través del monumento o la edificación, del método, sobrepasado. En este tercer mundo resuenan los
a través del ritmo musical y de la danza. Los misterios cifra­ dos primeros, hallando nexos que indican, a modo de flechas,
dos en las ideas problemáticas en torno a lo que somos o no una zona única de arraigo e implantación de esa triple dimen­
somos, en torno al sentido o sinsentido de esta vida nuestra y sión del mismo mundo, de ese mundo mío que habito y pue­
de su marco mundano, de nuestras relaciones con lo que está blo con la triple dimensión empírica de lo gnoseológico, lo
allende la frontera, quedan así expuestos y escenificados a ético y lo estético. No erraba Schiller en considerar que el
través de formas en las que, simbólicamente, se expone lo «su­ homo aesteticus permitía pensar, en términos trascendentales,
prasensible», lo que traspasa la barrera y la aduana del senti­ la unidad de experiencia negada por la doble razón teorética
do hasta alojarse en nuestras casas, en nuestros espacios, en y práctica o por la doble naturaleza, física y moral.
nuestra temporalidad, en nuestra historia y geografía. La pa­ En este tercer mundo el lenguaje no es ya representación
labra adquiere así una virtualidad nueva o abre el marco de ni espejo de aquello que se abre dentro del cerco; desborda,
un uso diferenciado de aquel propio del decir representativo. pues, la idea misma de la verdad como adaecuatio y confor­
Lo indecible puede al fin ser obrado y verbalizado. La palabra mación entre un concepto y su objeto, o entre una palabra-
poética, narrativa o escénica ponen en obra lo indecible, sim­ término y cierta realidad (igual a x) de «hechos simples» que
bolizando la inaccesible ley moral formal vacía. El novelista, deban ser postulados. Pero tampoco es el lenguaje autoanu-
así Franz Kafka, dará libre curso a su plasmación de un sím­ lación ética silenciosa fundadora de un obrar en libertad.
bolo moral en el cual todo cuanto hemos tratado en la segun­ Ahora se impone un nuevo modo de concebir el lenguaje.
da parte (El acceso) adquiere forma singular libre y sim­ Esta imposición- exige un cambio metódico riguroso y dramá­
bólica, sin que pueda efectuarse correspondencia biunívoca tico que puede parecer, en los mejores ejemplos de la moder­
entre lo allí expuesto y esa novela formativa que relata el im­ nidad (Kant, Heidegger, Wittgenstein), un efectivo cambio de
posible acceso al lugar sin límites. paradigma filosófico. En lugar del decir (razón) que expone de
modo imaginativo-esquemático, se abre un segundo modo de
exposición que Kant conceptúa simbólica. En vez del juicio
V determinante, desprendido de una ley, física o moral, se abre,
dentro de la familia judicativa, un insólito juicio que brota
El tercer mundo no propone un decir teorético ni ético del sujeto y vuelve a él sin especificar área objetiva alguna
sino simbólico. El mundo no es, en esta tercera etapa del de experiencia. Ese juicio legisla sobre un caso singular singu­
método, el cerco dentro del cual puedo enunciar verdad o fal­ larísimo con todos los caracteres de forzosidad legal, sin que
sedad; tampoco es la frontera que abre la proposición inte­ sea posible determinar qué es esa ley o normativa estética.
rrogativa metafísica; ni es ese Himalaya del sentido desde el Esc juicio estético se prolonga en un obrar trascendental que
cual algo se oye del otro mundo, la Orden Formal Vacía que establece la base empírica de dicho juicio: la inconsciente
decide nuestro querer y nuestro hacer. No es el mundo ámbi­ creación artística, dependiente, a su vez, de una ley de allen­
to de proposiciones susceptibles de verificación o falsación ni de el cerco (lo inconsciente). Esa obra es símbolo (moral) que
campo de acciones que pueden ser cualificadas «buenas» o metonímicamente alude al ser o a lo inconsciente; esa meto­
«malas». Ahora el mundo es área de exclamaciones que for- nimia radical abre el cauce o el desfiladero de una red de
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asociaciones metafóricas que todas ellas «penden» de esa cau­ la frontera. Ya en el ámbito del segundo mundo se esbozaba
salidad ausente. el modo mediante el cual el ser que soy, yo mismo, raíz de la
Ese decir simbólico expone a través de un sustituto (me­ opción solipsista adoptada en este discurso del método, des­
tafórico) la raíz inconsciente-trascendente del querer. Es, borda en el ser que somos. Somos habitantes de la frontera,
como sabía Nietzsche, transporte (metáfora) en el cual se determinados por el territorio compartido de una comuni­
pone «término» a una inconsciente pulsión del querer. Ese dad moral. Somos miembros de una comunidad que conjuga,
término es palabra erradicada en el querer, palabra propia a su modo, los principios del bien y el mal, o que materializa
que dice lo que se quiere: palabra verdadera. y mediatiza la Orden formal vacía en el modo propio de cier­
Ese orden simbólico que así se abre exige entender el len­ tos usos, costumbres y normas jurídicas compartidas. Del ser
guaje más allá del modelo o paradigma del lenguaje denota­ que soy se producía, en el umbral del mundo ético, un primer
tivo o representativo; debe concebirse como lenguaje im­ acceso a lo que desborda la opción solipsista: de eso que soy,
plantado en una forma de vida, como actividad lingüística yo mismo, a eso que somos, sujetos de una comunidad histó­
cuyo decir es hacer, obrar, ejecutar. El mundo simbólico abre rica.
el riquísimo ámbito de los distintos juegos lingüísticos y sus Ahora, en este primer despliegue metafísico que se produ­
«aires de familia». Hay tantos juegos lingüísticos como reglas cen en el territorio estético comparecen ideas y símbolos, sin­
concretas materiales a través de las cuales se determinan los tetizados en arquetipos, en torno a los cuales la comunidad
múltiples quereres o voluntades. de estimaciones y valores éticos puede producir su exposi­
En la obra de arte se pone en obra lo que trasciende. El jui­ ción sensible y verbal, su vehiculación a través de la palabra
cio suspendido que, al decir de Heidegger, tiene en la angus­ filosófica o poética y de la obra de arte. En tomo a esa pa­
tia su base emocional, patética, abre al ser ahí a una experien­ labra y obra se constituye la comunidad arquetípica y sim­
cia en la cual ello (el ser), desde sí, se suspende en múltiples bólica, en donde el ser que soy se reconoce en un medio o
conjugaciones o declinaciones de lo que dice, lo que Heideg­ territorio compartido. Esos símbolos e ideas (o arquetipos)
ger llama palabra del ser: cada suspensión de ese juicio pro­ forman e informan los principios comunitarios, dándoles una
duce así una epojé o época histórica, en la cual ello (el ser) razón sensible y plástica. Implantan e instituyen los princi­
se pone en obra como palabra fundante. El «ser» al cual «se pios morales en el acontecer histórico de una comunidad so­
proyecta» el ser ahí «proyecta» desde sí eso que ahí existe, cial. Eso que soy, sujeto, se revela al fin eso que somos, habi­
que desde este «giro» aparece como mundo histórico, época tantes de un pueblo, pertenecientes a una comunidad histó­
del ser, comunidad en la palabra poético-artística. rica.
Estas orientaciones nuevas que se perciben en la evolu­ En la frontera, pues, se despliega una pluralidad de pue­
ción de Kant, Heidegger o Wittgenstein no responden a mo­ blos históricos en donde el ser se materializa, como creencia
dificaciones de sus filosofías respectivas sino a exigencias del moral y arquetipo sensible, en lo que somos, miembros de una
propio método, por mucho que ellos mismos no lo entendie­ comunidad en donde se realiza, de modo propio y singular,
ran de ese modo. No hacen sino modificar, en función de las el desbordamiento congénito a todo habitante del límite.
exigencias del método en su desarrollo, ciertas premisas váli­ Cada pueblo tiene su peculiar manera de decir y nombrar lo
das en el primero y segundo tramo metódico, pero que de­ innombrable, determinando la Orden de modo propio, ma­
ben cambiarse al llegar al tercer trecho. terializando en concretas palabras con las cuales se llenan las
vacías casillas del bien y el mal. Y tiene asimismo su modo
peculiar de exponer las ideas-problemas en donde confina el
VI primer mundo, dando respuestas propias, en forma de decisio­
nes lingüísticas, a lo enigmático e incierto. Y, por último,
Las creencias morales mediante las cuales se da forma ma­ tiene también sus modos de exposición simbólica mediante
terial a la Orden verbal vacía imperativa nos constituyen e los cuales implanta en su realidad convivencial, como acon­
instituyen como lo que somos, sujetos que habitan una comu­ tecer y escenario, como palabra poética y obra de arte, como
nidad, tribal, social, nacional, mundial situada siempre en escultura o morada, sus referencias elípticas y metonímicas a
ONTOLOOÍA ITKAo ICA 111
110 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO

ció estético y la interna legalidad inconsciente que determi­


lo que desborda el cerco. En esa comunidad de creencias, na la creación de la obra artística. Lo indecible, que en el
símbolos e ideas (arquetipos) el ser que soy se sabe al fin el «segundo mundo» podía ser ejecutado, sin poder ser enuncia­
ser que somos. Eso que somos hace referencia al ser, que de do, puede ahora ser instituido y pronunciado a través del
modo peculiar y diferencial «dice» y «declina». En ello se ci­ modo de exposición simbólica. El símbolo artístico y poético
fra el hecho diferencial de lo que somos, habitantes de una constituye, así, la plasmación de un obrar trascendental o
comunidad o territorio fronterizo, con su nombre propio, su poíesis que se despliega dentro del cerco inmanente como de­
emblemática y su marca distintiva nacional. cir simbólico, metafórico y metonímipo.
Pero en este punto el discurso del método, prólogo o Las tres etapas del método quedan así, entrelazadas,
proemio de la razón expuesta, se abre a un segundo recorri­ abriendo la progresión de los ^res mundos de experiencia re­
do. El solipsismo metódico que le es inherente es cancelado. corridos: el gnoseológico, el ético y el estético. La razón o
Lo que sigue a este prólogo es la razón puesta en obra como proposición asume, gradualmente, la forma de razón teoré­
razón histórica, razón que dice o propone desde el sujeto que tica (interrogativa), práctica (imperativa) y simbólica (excla­
somos, comunidad o pueblo histórico. El ser que soy, yo mis­ mativa). Con ello este discurso del método alcanza su ob­
mo, se sabe entonces trascendido en el ser que somos, el jetivo proemial: hacer viable la experiencia de la filosofía
pueblo o la nación histórica. La razón teorética, ética y simbó­ primera o metafísica. El presupuesto asumido, el solipsismo
lica abre, así, cauce al despliegue metafísico en una razón metodológico, la asignación de un lugar (ego cogito sum) como
histórica en la que el ser se enuncia y se propone desde y a punto de partida irrenunciable, muestra así su fecundidad.
partir de lo que somos. El ser que somos nos revela límites Pero revela también su carácter provisional y el límite de sus
del mundo que se encaraman, desde un territorio fronterizo, alcances y capacidades.
hasta más allá de la frontera. Lo que sigue a este prólogo o En este ciclo se ha mantenido, como cláusula metódica, el
proemio es una exposición crítica de la razón histórica, ma­ solipsismo. Pero a través de la experiencia ética y estética se
teria de una teleología trascendental críticamente concebida. insinuaba ya la exigencia de trascender eso que soy en lo que
somos, sujeto de una comunidad histórica. Se trata, pues, de
explorar el ser que somos o el sujeto que realiza la experien­
VII cia comunitaria del ser o de lo que trasciende. Ello lleva a
pensar la razón, el lógos, como proposición comunitaria pro­
En el primer tramo metódico el sujeto que soy hace la nunciada por un sujeto comunitario histórico. Lo que sigue
experiencia del cerco. Detecta el límite mismo del mundo. es materia de una crítica de la razón histórica. A través de
Al habitar ese límite hace la experiencia pasional del vértigo. ella podrá mostrarse el pleno y eficaz despliegue de la filoso­
La forma de razón o lógos que a esa experiencia corresponde fía primera o metafísica.
es la proposición interrogativa metafísica.
En el segundo tramo el sujeto que soy recibe un «dato» de
allende el cerco, a modo de noticia oscura y metafísica del
otro mundo. La experiencia emocional de esa recepción se re­ B. EL JUICIO HISTORICO
vela como sentimiento del deber y de la culpa. La forma pre­
posicional en la que el sujeto reconoce su dimensión lógica 1. La modernidad o la crisis
y racional correspondiente a esa experiencia es la de un ca­
tegórico imperativo vacío de contenido. El sujeto oye la I
orden pronunciada desde la tiniebla del otro mundo, el «yo te
ordeno que (...)». Llena como puede la casilla vacía, el parén­ Se ha hecho referencia, al comienzo del primer movimien­
tesis y los puntos suspensivos: allí hace la experiencia de su to, a la crisis que hoy padece la idea de modernidad. Se ha­
libertad. bla, a veces con rigor, las más de las veces con estulticia, de
En el tercer trecho lo que desborda el cerco comparece postmodernidad, de estética y cultura postmoderna, de éti-
como norma inaccesible de donde brota la forzosidad del jui-
112 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOCÍA TKAo ICA 113

ca y actitudes vitales y hasta políticas que corresponderían al mercio y las finanzas) sobre el sector agrario: el pleno predo­
inconcreto significado de esta palabra-maletín. La dificultad minio de lo que en términos de ideología moderna, puede lla­
principal de ese supuesto concepto consiste en que promete marse economía propiamente dicha. El tercer estado debe ha­
mucho más de lo que da: sugiere un ámbito de positivas res­ ber logrado imponerse sobre la aristocracia y el clero, intro­
puestas superadoras de la modernidad y de su entorno histó­ duciendo así la hegemonía del poder civil sobre el poder mi­
rico, sugerencia que las afirmaciones y productos postmoder­ litar y la hegemonía de los valores y principios de la moderni­
nos no hacen sino desmentir. Puede, desde luego, comprender­ dad sobre los valores y principios dogmáticos del viejo orden
se cierta resaca, desengaño o desencanto histórico en comu­ preburgués. La burguesía ha debido, en una palabra, tomar
nidades o pueblos que llevan ya uno o dos siglos dentro del las riendas del poder cívico y cultural. Esto no constituye
marco de la modernidad, siendo ésta algo sobreentendido y hoy por hoy la regla, sino la excepción: la que protagoniza
presupuesto, prácticamente una creencia o un prejuicio que el apéndice euroasiático y cuyo paradigma mundial lo cons­
determina el ser, el saber, las actitudes cívicas y políticas, la tituyeron, grosso modo, las fuerzas aliadas vencedoras en la
atmósfera de hábitos y costumbres estéticas de tal modo y segunda contienda mundial. En términos generales puede afir­
con tal fuerza que tenga sentido hacer de todo ello cuestión, marse que la segunda guerra mundial fue un importantísimo
problema. De hecho, la modernidad no deja de incitar este conflicto material y moral entre dos ideas-fuerza enfrentadas,
autocuestionamiento y crisis. Ello forma parte de su propia representadas por los aliados y por el Eje: el predominio de
naturaleza y esencia. Pero en comunidades que, por vez pri­ ¡deas, principios y valores modernos, no sólo en lo tecnoló­
mera desde milenios, estrenan «modernidad» en sus actitudes gico, sino también en lo social y en lo político, característico
cívicas, políticas y culturales, todo síntoma de resaca o desen­ de las potencias aliadas, con el doble modelo de las democra­
canto sugiere el penoso esfuerzo por librarse de los hábitos cias formales y populares, frente a la gran restauración de
sociales y culturales informados por la reacción y el despotis­ un nuevo orden feudal, fundado en principios irracionales
mo, orgánicamente conexos con la propia historia secular. como la raza y la Patria Eterna, basado en una concepción
Tienen esos ademanes caracteres de ambigua nostalgia res­ autárquica de lo económico, característico de las potencias
pecto a ese pasado despótico. Pues la modernidad es, al igual del Eje y de sus acólitos de segundo orden. En realidad fue
que la «ilustración» teorizada por Kant, el estadio histórico un gran conflicto entre lo que podría simbolizarse en las figu­
en el cual cierta sociedad accede a la edad adulta, librándose ras míticas de Neptuno y Marte: el Dios de los mares, ve­
de la tutela que en épocas de sujeción y servidumbre dejaba nerado por una potencia predominantemente marítima y co­
el sector público de administración y gobierno en manos de mercial (ya Hegel insinúa en la Fenomenología que «el dinero
un monarca o de una oligarquía despóticos y administraba es el elemento líquido»), una especie de imponente talaso-
las ideas y los gustos, las actitudes éticas y estéticas, en fun­ cracia, frente al Dios de la guerra, venerado por una poten­
ción de valores trascendentes concebidos como principios in­ cia continental que dispuso de un poderoso ejército de tierra
conmovibles. La resistencia de todo ser humano al estado de con el que sometió a todo el continente europeo con la excep­
madurez es bien patente. Tanto mayor la resistencia comuni­ ción de Rusia. Este inmediato pasado nos determina y con­
taria. La propia debilidad de las estructuras sociales, econó­ diciona radicalmente a quienes, hijos de la posguerra, somos
micas y mentales de una comunidad insuficientemente infor­ habitantes de ese mundo histórico moderno informado por
mada por los valores de la modernidad constituye el eterno principios y valores morales, políticos y estéticos cuya fuente
humus en el cual florece, como planta genuina y espontánea, de procedencia se halla en las potencias victoriosas. La inmen­
la reacción en todas sus formas políticas, ideológicas, morales. sa capacidad de olvido de toda generación debe ser contra­
Por eso el salto mortal al estado de adulto no puede arraigar rrestada con una aguda y viva memoria histórica respecto a
en estructuras débilmente «modernas» en lo económico y so­ lo que, en un determinado momento no lejano, fue posible: la
cial. Lo que hace posible la implantación firme y duradera de formación de un Orden Nuevo en ql que todos los grandes des­
una estructura política informada por los valores de la ilus­ pliegues tecnológicos y económicos se pusieran al servicio de
tración y la modernidad es, desde luego, la consolidación, en una poderosa restauración de los principios despóticos de ser,
una comunidad, de la dominación de la industria (con el co- sentir, pensar y convivir.
114 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO
ONTOLOGÍA TRÁGICA 115

tradición, en la medida misma en que se me iluminan desde


II un proyecto de futuro: recreación y proyecto que hace posi­
ble la apertura de la decisión y la comprensión del presente
Se sorprenderá el lector que, cuarenta años después de la propio. No puedo, pues, simular ninguna abstracción ni pues­
explosión de la bomba de Hiroshima, se evoque una situación ta entre paréntesis de esa perspectiva histórica desde la cual,
histórica que constituye, cuando más, una efeméride épica, y sólo desde la cual, puedo alcanzar conciencia, comprensión
mítica o siniestra, en la cual el mundo todo sufrió la más gra­ y conocimiento histórico. Determinado y condicionado por el
ve sacudida bélica de todos los tiempos. Se preguntará asi­ retraso evidente de mi propio ámbito convivencial con rela­
mismo el sentido que puede tener esa evocación en el contex­ ción a los principios materiales y morales de la modernidad,
to de un libro filosófico. Libro que trata de determinar y de­ siento como costosa y valiosa consecución lo que, por vez
finir los límites del mundo. Pero en este primer ciclo esos lí­ primera en la historia que reconozco como mía, se impone
mites deben concebirse en el sentido solipsista asumido por hoy como fundamento de convivencia. Esos valores y prin­
los grandes filósofos del Novecientos: los límites del mundo cipios, en lo social, existían y habían madurado en mi propia
son los límites de mi mundo. Ese mundo se ha ido mostran­ patria fronteriza, pero sin haber impregnado de forma du­
do bajo diversas dimensiones, como mundo teorético, mundo radera el ámbito entero de la península ibérica. Sólo habían
ético, mundo estético. Ahora se trata de abrir una cuarta y posibilitado un trágico episodio de corta duración, saldado
decisiva dimensión del mundo, la que en cierto modo subya­ por una espantosa guerra civil y por la más terrible y nega­
ce y determina las restantes, la dimensión histórica. Ahora tiva reacción despótica de toda nuestra historia, en la cual el
este discurso crítico y metódico abre otro tramo e inviste al poder militar, triunfador exclusivo de esa guerra, se instaló en
«sujeto» de un nuevo carácter y fisionomía. El mundo se de­ el poder configurándose como organismo rector informador
fine, ahora, como mundo histórico. El aforismo de Wittgen- de un estado totalitario que se prolongaba, de modo instru­
stein asume, pues, la siguiente forma: los límites del mundo mental, en un partido único de estricta observancia. Esta his­
histórico son los límites de mi mundo histórico. Y el sujeto toria que es la mía, la única que reconozco como la que me da
que soy, al cual ese «posesivo» hace referencia, se reconoce horizonte y perspectiva para comprender, desde ella, eso que
como sujeto histórico de un mundo que es mi mundo, en el puede llamarse la Historia Universal, no puedo y no quiero
que realiza una peculiar y específica experiencia, irreductible enmascararla: ella configura mi propia experiencia y peripe­
a la experiencia gnoseológica, moral o estética, pero que en cia histórica. Y desde esa experiencia puedo, entonces, fe­
cierto modo antecede y subyace a todas ellas: la experiencia cundar un peculiar juicio histórico, una proposición histórica,
histórica. Y bien, por lo que a mí se refiere, hijo de la pos­ que abra el posible sentido de eso que se llama historia,
guerra, nacido el día mismo en que se desencadenó la san­ sentido que no se me desvelará en términos de delimitación
grienta y decisiva batalla de Stalingrado, habitante de una de la verdad frente al error, de lo bueno frente a lo malo, de
patria fronteriza encuadrada dentro de un estado suprana- lo bello frente a lo siniestro, como en los tres mundo de ex­
cional que, por esas fechas, comenzó a ser —y siguió siendo periencia recorridos, sino a través de un peculiar decir y pro­
durante cuatro interminables décadas— feudo y residuo de poner que juzga en términos afirmativos o negativos la pro­
los principios despóticos derrotados en el gran conflicto mun­ pia modernidad. Decir y proponer que insiste como reflejo
dial, me reconozco «sujetado» a ese marco de posibilidades de la modernidad en el juicio. Juicio éste que, por ello mismo,
que se me ofrece como mi mundo, es decir, mi época. Pues debe definirse, en terminología kantiana, como juicio refle­
la experiencia del propio mundo histórico se puede determi­ xivo.
nar como época. Y bien: no existe, en el cielo ni en la tierra,
ninguna otra época que la mía ni otro mundo que este mun­
do mío, fechado en su origen y en su previsible extinción, III
dentro del cual puedo consumar mi propia experiencia his­
tórica. Ahorrarse los costes históricos de la modernidad en todas
Desde mi mundo y mi época puedo recrear el pasado y la sus formas es tentación sempiterna de individuos y comuni-
0 N T 0L 0 C ÍA TKAü ICA 117
116 LOS LÍMITES DEL MUNDO

dades que, habiendo estado secularmente marginados del determina finalísticamcntc el propio mundo histórico en don­
mundo moderno y envidiándolo secretamente, desearían plan­ de arraiga el método y el criticismo frente al mundo despó­
tarse de forma milagrosa en el tramo último de su recorrido tico informado por principios y valores dogmáticos. Esc jui­
sin haber sudado los caminos que llevan hasta él. Una defor­ cio asume el carácter temporal e histórico de un juicio que se
mación mental de cuarenta años de anestesia cívica puede proyecta sobre el triple componente o éxtasis temporal del
abonar este espejismo. Lo que se llama mundo moderno es el pasado, el presente y el futuro: abre una interpretación re­
resultado o efecto de una trama coordinada de factores, al­ creadora de la propia tradición memorizada, ilumina el pre­
gunos de ellos tan antiguos como el renacimiento europeo y sente como acto de discernimiento en donde la facultad de
todo lo que trajo consigo (humanismo, reforma religiosa, juzgar muestra su carácter referido al caso singular y pro­
nuova scienza, etc.). Sin esa trama orgánica de factores di­ yecta ese presente, fundado en pasado y tradición, hacia un
versos entrelazados todo proyecto de modernización unilateral futuro de posibilidades viables que entonces se abren. Ese
está condenado al fracaso, que suele materializarse mediante juicio asume o puede asumir un peculiar modo de interiori­
un triunfo, a veces drástico y sangriento, de la reacción y el zación del pensar dogmático: siempre que reduce o niega
oscurantismo. Por mucho que en este contexto intente sofis­ la unidad en la diferencia del triple éxtasis, bien porque corta
ticar los esquemas y modelos históricos y convivenciales con los nexos de las dimensiones del tiempo en favor de una de
los que trato de juzgar mi propio mundo histórico, mi época, ellas, un pasado concebido como sustancia suprahistórica (tra­
no puedo evitar esta distinción ruda, rancia, ilustrada, ilumi- dicionalismo), un futuro concebido como meta definitiva
nista, que diferencia la modernidad, como tendencia progre­ (utopismo), un presente definido como única instancia de
siva, del oscurantismo en todas sus formas, como tendencia referencia, de manejo y de disfrute (coyunturalismo). Gene­
regresiva. No hay otro marco de referencias que éste, resul­ ralmente, en el pensar dogmático y reactivo, se superponen y
tante de un peculiar modo de decir y proponer al que llamaré refuerzan estos modos impropios de proyección del juicio his­
proposición o juicio histórico. No hay otro horizonte munda­ tórico: la sustantivación de pasado y de futuro suele abonar
no y epocal que el que despliega la propia modernidad. y legitimar el más sórdido de los lacticismos. Los modos des­
La gran ventaja de ese concepto de modernidad consiste póticos y reactivos de gobierno, en el presente siglo, revelan y
en sobrevolar instancias particulares (económicas, científico- delatan esta unidad intencional que cuaja y cristaliza en el
tecnológicas, ético-políticas, estéticas, etc.), sin que, por esta juicio de la reacción: el que subyace a todos los fascismos,
razón, constituya un concepto vacío y abstracto. Su concre­ dictaduras militares y socialismos despóticos. Hasta el presen­
ción la cobra de ser efecto o diana de un juicio. Un juicio te siglo este juicio reactivo dogmático-despótico era la regla,
que no es moral ni estético ni gnoseológico, sino que deriva siendo excepción el despunte «progresista» o «ilustrado» del
de la reflexión de todos estos dominios recorridos por este juicio que tenía su sujeto histórico material en el movimiento
discurso del método y se abre y expansiona por todos los te­ que llevó consigo la compleja y sinuosa implantación, en al-
rritorios que configuran-un determinado bloque histórico: al pinas consmúdadís del zpézdizs eraroasiático. de la r o c e m:-
cuai T'uede "ar\i.-s£:<í coerces, '- r v c ''s: croe dad corno p¿uz¿ y j jc >.
y sigue siendo escenario mundial, total, de una lucha o
abierta, de carácter material y moral, entre los prin-
juicio reactivo (despotismo y dogmatismo) y los
C. COOOr CUOí S. T T T O C .U C .; TC p TO O ü C i U rm r
informan el juicio progresivo (el que reflexiona
La filosofía y su sombra, llamaba, inspirado en lia modernidad). No hay, pues, otro horizonte que
per, «problema de la demarcación». Pero la distinción' estos conflictos materiales, militares, sociales
la luz y las sombras no se presenta, en el juicio No hay otros términos que los que esta dualidad
como demarcación de la proposición critica respecto’ ¡^sombras expresa, por mucho que deba concebirse
dogmática, ni como proposición ética autónoma frente z de modo complejo y nada ingenuo. No hay, pues,
teron om :'1 mnrr ni en lo político, como tampoco en el horizonte
umln i|iir> primita hablar do postmoder-
118 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO
o n t o l o g I a t r á g ic a 119

nidad en sentido positivo: como ámbito de respuestas y pro­ ahora, determinarse como sujeto despótico, cúspide «celeste»
ductos que van más allá del horizonte que abre la moderni­ de una jerarquía material de poder terrenal, en comunicación
dad en todas sus formas. con un jerarca o tirano que con esa voz del cielo comunica.
Ese jerarca puede ser individual (monarquía despótica, dicta­
dura) o colegiada (oligarquía de clase, de aparato o de parti­
IV do único). Ese sujeto histórico se ha ido también dibujando
a lo largo de nuestro discurso metódico y crítico como la
La modernidad es, pues, límite histórico de un mundo que genuina sombra respecto a la cual puede definirse y determi­
es mi mundo. No hay otro horizonte cultural, ideológico y po­ narse el sujeto histórico moderno progresivo, el que se pro­
lítico que el que abre la propia modernidad, fecundando un nuncia en términos de progreso frente a reacción, de criticis­
juicio reflexivo crítico al que llamo juicio histórico, Pero hoy, mo frente a dogmatismo, de libertad frente a despotismo.
aquí, en este mundo presente que trato de reflexionar, parece Pero, como decía, esa modernidad que se asume de forma
revelarse esa modernidad como una convulsión negativa acia­ comprometida por el sujeto moderno, no comparece como un
ga que no da «respuesta» a la brecha de crítica y crisis que haz o cupo de respuestas positivas frente al pensar dogmá­
inaugura, quedando así en clara inferioridad de condiciones tico y el régimen despótico, sino como simple negación de
respecto a lo que el proyectar y decir dogmático presenta: un esas respuestas. Y como lúcida asunción del carácter vulne­
sólido y sustantivo repertorio de «respuestas» a todos los rable y revisable de toda respuesta: carácter revisable de las
problemas individuales y convivenciales. El pensar dogmático respuestas que se formulan en términos de conocimiento y
es, por su propia naturaleza, un haz entrelazado de respuestas ciencia, o de las materializaciones condicionales e hipotéticas
a todas las inquietudes, angustias y crisis que asolan al suje­ de las leyes y los preceptos morales, fecundados por la ex­
to, individual o convivencial, dejado a su propio impulso y periencia de la libertad trascendental, o de los modos mate­
fortuna. Acompaña la soledad de lo que soy mediante una riales en que se implanta lo nouménico en nuestra inmanen­
subjetividad del Otro Mundo que apacigua la orfandad y el cia a través de símbolos y mediante juicios estéticos referidos
desamparo del sujeto, promoviendo un sistemático cerco de a ellos. El propio recorrido metódico nos da, pues, las pautas
subjetividades transmundanas que responden a las trágicas para concebir ese juicio moderno progresivo como juicio crí­
demandas del individuo o grupo dejado a su propio impulso tico. Y todo juicio verdaderamente crítico no puede «respon­
e inmanencia. Puebla de sujetos reales el lugar vacío del su­ der» a un dogma que se rebate con otro dogma. Cuando
jeto de otro mundo, materializa órdenes y preceptos, llenando eso sucede en lo político, en lo ideológico, en lo ético o en lo
así la casilla vacía del imperativo gramatical formal, enuncia estético, se restaura una nueva forma de dogmatismo, cosa
leyes materiales unívocas prescriptivas (o preceptivas) de que se pone claramente en evidencia en toda revolución que
donde derivar juicios y modelos de imitación artístico-estéti- entroniza cierta ideología como canon unívoco y celeste de
cos; funda nuestros enunciados de conocimiento en la previa respuestas, pronunciadas desde un estamento oligárquico su­
afirmación de ciertos trascendentales (ens, verum, bonum, puestamente iluminado por cierta verdad acerca del devenir
pluchrum) susceptibles de participación y comunicación. A lo histórico y de su dialéctica, verdad que sólo alcanza el parti­
largo de todo nuestro recorrido metódico la sombra del dog­ do o el líder carismático, o el secretario general. Entonces
matismo aparece y reaparece como ese referente negativo res­ se legislará, en rancia emulación del Rey Sol, sobre lo político
pecto al cual se desmarca en su juicio el protojuicio crítico, y lo ideológico, pero también, de forma casuística, sobre el
ilustrado, iluminado por el método. Y bien, el juicio histórico gusto, la estética, las normas de la creación y la recepción,
moderno progresivo no hace sino reflexionar ese itinerario re­ los símbolos adecuados a las necesidades del poder.
corrido: nada añade sino una recreación de todo el itinerario La modernidad, frente a toda respuesta definitiva, frente a
en el ámbito en el que todo el camino arraiga y se sedimenta: todo sujeto como único lugar de la verdad, del bien y del rec­
el ámbito histórico de un mundo histórico que es mi mundo y to gusto, se ofrece como perpetua convulsión crítica y como
cuyo límite es la modernidad. El sujeto histórico que mate­ ámbito de una crisis que no se cierra (que no pretende ni
rializa y posibilita el pensar, decir y juzgar dogmáticos puede, quiere cerrarse). La modernidad se caracteriza, en su más alto
120 LOS LÍM IT ES DEL MUNDO ontologI a tk Acica 121

nivel de consciencia, como afirmación de esa crisis, como jui­ reconoce. Pero con ello queda clarificado que la modernidad
cio afirmativo y positivo acerca de la crisis que ella es y en­ no es lugar susceptible de ocupación en un determinado tiem­
carna. Propone, pues, un ámbito de ser, sentir, decir y con­ po, lugar de tránsito hacia otra cosa, llámese suprahuma-
vivir que asuma y afirme esa crisis que protagoniza: su pro­ nidad o postmodernidad. Ese «lugar» es sólo el punto de par­
puesta es hacer que la crisis, es decir, lo crítico, sea ha­ tida necesario, imprescindible, que tiene su fecha histórica de
bitable. Lo que sucede hoy, aquí, en esta época que descubro origen en lo civil, en lo político, en el ámbito de las ideas y
como mi propia época, en este mundo que reconozco como creencias (por ejemplo, a través de un gran pacto histórico
mi propio mundo histórico, es la revelación de algo, por lo de­ entre fuerzas sociales diversas), pero que se abre entonces a
más, inherente a la idea misma de modernidad: la crisis. una tarea y a un recorrido que no tiene nunca límite (que
es, para decirlo en forma kantiana, ámbito infinito de una
tarea infinita). Siempre cabe ahondar más y más en esa sus­
tancia de crisis y criticismo que constituye la modernidad.
Siempre cabe profundizarse más y más en la asunción y com­
Como perpetua crisis sacrificial define René Girard la mo­ promiso con un límite, el moderno, que es límite y frontera
dernidad en un discurso teórico que respeto profundamente de lo que somos, hombres, habitantes de la frontera, sin pers­
pero que no puedo asumir. Como perpetua crisis de valores pectiva ninguna de régimen suprahumano si no es por la
piensa Nietzsche la modernidad y el conjunto entrelazado de vía de una restauración despótica de lo inhumano.
las ideas modernas, en un discurso cuyo componente crítico e El imperativo pindárico, el «llega a ser lo que eres» se
iluminista asumo en todas sus consecuencias, sin poderlo se­ impone, así, como tarea en lo ético y en lo político: llega a
guir en sus conclusiones ni en sus respuestas positivas. Nietz­ ser (dice el imperativo) lo que eres, habitante de un lugar
sche, en efecto, enuncia, desde Zarathustra, la frase que fronterizo que tiene como marco histórico esa frontera o lí­
compendia esa crisis de valores y fundamentos, la célebre mite, fundamento de criticismo y crisis, al que puede llamár­
frase «Dios ha muerto», con la cual se eleva a consciencia el sele modernidad. Llega (dice el adagio) a ser moderno en to­
destino y sentido mismo de la modernidad como tal. Pero de das las formas de ser, sentir y compartir. Dicho imperativo,
esa frase no se deduce la apertura del nihilismo como palan­ entrevisto genialmente por Baudelaire en fechas próximas a
ca que puede precipitar, acaso, el salto a un régimen supra- aquellas que Nietzsche pronunciaba su frase de defunción
antropológico. Que el nihilismo florezca, como planta espon­ respecto a Dios y a todo régimen patriarcal-despótico, puede,
tánea y natural, cuando la afirmación de Dios (y su encarna­ desde luego, configurar un modo ingenuo y precrítico de
ción terrenal, el déspota, el zar o el monarca absoluto, el asunción de la modernidad y sus valores, cosa bien manifies­
Fiihrer o el Secretario General, el Caudillo y Generalísimo o ta en la ideología y la estética de lo que puede llamarse «mo­
la dictadura colegiada militar o de partido) se descuartiza, es vimiento moderno» (en términos de vanguardia y revolución
desde luego signo y síntoma del vacío y de la orfandad en frente a tradición). Hoy cabe matizar, por tanto, ese juicio,
que esa sombra milenaria proyecta sobre nuestra existencia mediante la evitación de toda confusión de pasado y tradición
histórica, siempre proclive, como se ha demostrado en este con oscuridad reactiva y de toda masiva asunción de nove­
siglo, a reinventar la figura histórico-mundanal del Déspota. dad y modernidad con progreso ético y estético. Hoy es posi­
Éste sería, en todo caso, ese Superhombre ensoñado por el fi­ ble alcanzar una concepción más refinada y crítica de lo histó­
lósofo, salvador de la orfandad nihilista y sucedáneo del pa­ rico, pensado como unidad del triple éxtasis capaz de iluminar
dre muerto. Cabe, sin embargo, concebir el ámbito que abre y recrear la tradición y abrir un futuro viable como ámbito de
el mundo moderno como espacio de libertad asumida por posibilidades finitas, capaz de concebir el tiempo presente
un sujeto en mayoría de edad civil, política, ética, estética e como ámbito de discernimiento en el que la capacidad de juz­
histórica. La reflexión acerca de ese pasaje al mundo adulto gar se ciñe al caso singular, singularísimo, de nuestra realidad
es la empresa crítica y metódica que da sentido a este dis­ presente fugitiva. Quizás ese refinamiento de un juicio histó­
curso. Por tanto, conviene pensar en términos afirmativos rico que, sin embargo, insiste y no puede menos de insistir en
eso que la modernidad es y encarna: la crisis en la cual se términos de dualidad de progreso y reacción caracteriza ese
122 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO 0N T 01.0G ÍA TRÁGICA 123

estadio de nuestra conciencia que, con cierta desventura ter­ de los hábitos y creencias consolidados durante siglos de pre­
minológica, suele llamarse conciencia postmoderna. dominio despótico y feudal, alumbrándose la posibilidad de
un orden social y político cuyo horizonte de convivencia es
eso que hoy llamamos democracia.

-
--------------------------------- -------------- -—
VI

v> *>
Esa idea de crisis no sugiere, como se va viendo, ningún 5;H
tránsito hacia un lugar o ámbito superador de lo que signifi­ 2. El sujeto de la crisis
ca. No existe en el horizonte, para nuestro bien o para nues­
tro mal, nada que pueda atisbarse como superación de la mo­
dernidad en crisis. La modernidad es crisis en su esencia mis­ I
ma. En ella entra en crisis el sólido y milenario orden del
mundo que en lo social, en lo político, en lo ético, en lo esté­ Ya la primera modernidad surgida del ego cogito sum car­
tico, en lo gnoseológico, en lo ontológico, había llegado a ser tesiano puede definirse, en rigor, como modernidad en crisis.
creencia firme, inquebrantable. Esa crisis, desde luego, no se Ese yo que soy (o ese mismo yo que piensa y dice) pudo ha­

-
produce de modo unívoco y coordinado, sino a modo de con­ ber sido concebido por el propio Descartes de modo sustan-
fluencia contagiosa en todos los ámbitos del ser, del decir, cialista, sin fisuras, apareciendo ante la razón metódica como
del hacer o del compartir. En el terreno de la filosofía y de evidencia indudable, incuestionable. Pero poca andadura me­
la ciencia podría localizarse su despunte en el renacimiento, tódica pudo hacer por sus propios medios, desamparado como
siendo quizá Descartes (o Galileo) su personificación casi mí­ se hallaba de toda subjetividad despótica o divina que le su­
tica. En el orden del discurso metódico aquí desarrollado, esa ministrase sólido fundamento a su aventura. Y no dudó, des­
crisis se explícita a partir del Discurso del método cartesiano, de luego, en revertir sobre la idea de ser perfecto la fuente
con lo que, como ya se ha sugerido, puede hablarse de cierta última de verdad de su propia autocertidumbre. En la filosofía

mmmñnmmwm
unidad de destino entre crisis de la modernidad y método. Cri­ crítico-trascendental kantiana se desvela esa partición origina­
sis, modernidad y método mentan en sustancia lo mismo. En ria que se halla en la raíz de todos los juicios que brotan del
el terreno de las ideas sociales y políticas puede perseguirse ego cogito sum. Esos juicios están partidos (Ur-teil) en la me­
esa apertura de la crisis a través' de los grandes discursos dida misma en que lo está, radicalmente, esa subjetividad de
filosófico-políticos de la modernidad más antigua, los que tie­ la que brotan: un sujeto que se halla escindido entre lo que
nen su acta inaugural en Locke, Hobbes, Mandeville y su cul­ es (el sum) y lo que piensa (el cogito). Ese sujeto no puede
minación en Adam Smith, Kant, Hegel. En el terreno de la representarse a sí mismo en lo que es, como realidad (igual
estética esa ecuación de método, modernidad y crisis hace a x). Se capta como fenómeno. Nada puede saber ni decir de
acto de irrupción señera en la Crítica del juicio kantiano. En sí mismo en tanto que cosa en sí. Sólo sabe de sí como repre­
el terreno de las ideas éticas es también Kant, a través de la sentación sometida a las condiciones, espaciotemporales, de
formulación del imperativo categórico, como se ha ido vien­ toda representación. Esa brecha o herida abierta del sujeto
do, quien marca la transición de lo viejo hacia lo nuevo. Me no hace sino ahondarse en la progresiva reflexión metódica
limito con ello a reseñar los «reflejos filosóficos» o «ideológi­ de la modernidad (Hegel, Hólderlin, Marx, Freud, Nietzsche,
cos» (para decirlo en rancio vocabulario marxista) de una cri-, Heidegger, Wittgenstein) por mucho que se la quiera suturar
sis que en lo material tendría su decantación en el proceso' de diferentes modos. Ese destino desgarrado del sujeto define
transformador que convierte cierto apéndice del continente el destino mismo, crítico y de crisis, de la modernidad y su
euroasiático en una sociedad industrial en la que la actividad método. Sujeto en crisis, método y modernidad son términos
económica, industrial, comercial y financiera adquiere predo­ indisociables. Si la modernidad metódica tiene su punto de
minio y hegemonía sobre todas las demás actividades huma­ referencia y fundamento, su raíz, su arjé, su Ursprung en la
nas. Y en donde, en virtud de que el mundo agrícola costea idea de sujeto que constituye el ego cogito sum, entonces la
ese proceso industrial, puede configurarse un orden revulsivo partición, la diferencia interna, la esquicia radical de ese su-
ONTOLOUÍA ik Ac. ua 123
124 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO

jeto define el marco mismo, de crítica y de crisis, del método o la Revolución Pendiente. ¿Puede olvidarse ese «episodio»
moderno. No hay referente trascendental objetivo externo a trágico y siniestro del Novecientos que determinó la vida y la
muerte de toda la generación de nuestros padres? ¿Será tan
ese sujeto, llámese Dios, Padre o Déspota, que pueda salir al
culpable nuestra amnesia que ese episodio inaudito haya
encuentro de ese sujeto herido en su entraña misma, des­ caído ya en el trastero de nuestros primeros recuerdos infan­
garrado entre su ser y su decir, entre lo que es y lo que puede tiles, en ese desván de nuestra historia al cual han ido a pa­
representarse. Nada ni nadie del trasmundo puede sacarlo de rar todos esos hombres de mármol?
los límites de su cerco de representaciones. La exploración
crítica y metódica que he ido recorriendo revela ese radical
descampado y esa orfandad de un sujeto que sólo «oye» de II
más allá del cerco la inaudible e inaudita «voz» de un Dios y
un Padre bien muertos y bien sepultados, o que siente la lla­ .b
Esa modernidad en crisis se desencadena, pues, a partir
mada y llamarada pasional de una Divinidad materna encerra­ de la brecha metódica abierta por Descartes. En el Novecien­
da en el inaccesible subsuelo.
La frase de Zarathustra Dios ha muerto define, así, el hori­ tos esa modernidad en crisis alcanza al fin su plena consoli­
zonte explicitado, autoconsciente, del mundo moderno. La dación y madurez; en cierto modo su radical normalización
y hegemonía, invadiendo todas las esferas del ser, del saber,
eventual restauración o resurrección de esa figura divina, des­ del ethos y del gusto. Sólo que esa idea de crisis debe conce­
pótica y paterna sólo podrá producirse, desde entonces, desde birse de un modo afirmativo, sin que implícitamente sugiera
que la modernidad asume sus propias certidumbres y se sabe tránsito hacia ningún «nuevo clasicismo» ni cosa alguna de
incuestionable creencia, de modo paródico y bestial, en el re­ este estilo. De hecho, la conciencia de crisis es la creencia
gistro histriónico y farsesco, como último y postrer ramalazo básica del mundo moderno. Cuando esa conciencia aparece
y resplandor, esta vez siniestro, de lo divino en nosotros, pre­ como algo impensado, como creencia, como lo que no ofrece
sente aún en nuestro mundo como salvación de horfandad y duda ni discusión, entonces la modernidad entra en su perío­
desventura, si bien promoviendo la más aciaga cuota de te­ do hegemónico y normal. Este siglo asiste a ese proceso de
rror y de infelicidad. ¿Puede sorprender, entonces, que el normalización (para decirlo en expresión de T. S. Kuhn). Lo
ámbito euroasiático haya sido testigo, entre los años veinte y propio de la modernidad es la radical crisis de todo ser y pen­
cincuenta del Novecientos, de la más siniestra resurrección de sar dogmático. El dogmatismo gnoseológico, ético y estético
esa figura despótica? En esos años el Padre originario detecta­ queda radicalmente socavado. El sujeto que produce el soca­
do por Freud en Tótem y tabú hizo irrupción entre nosotros, vón es el ego cogito sum, sujeto que en su ejercicio destruye
especialmente en aquellos ámbitos en los que la modernidad enérgicamente cuanta «solidez» se suponía al orden trascen­
no había aún del todo cuajado y cristalizado como hábito, dental del ser, de lo verdadero, de lo bueno y de lo bello. La
creencia, rutina y sobreentendido. Alemania, Italia, España, crisis, pues, se despliega a través de un sujeto crítico que po­
Portugal, Rusia, fueron los espacios genuinos en donde se res­ see en sí mismo su baremo epistemológico, ético y estético.
tauró la más florida centuria de tétricas y sórdidas divinida­ Ese sujeto pronuncia desde sí un juicio a través del cual dic­
des terrestres. La esperanza que nos permite seguir recorrien­ tamina sobre la verdad, la bondad, la belleza; juicio cientí­
do el trecho metódico de la modernidad se cifra en que esa fico, juicio ético, juicio estético. Ese juicio se revela como
vez fuese acaso la última, la póstuma. Se quiso, en lo social y proposición, a través de un peculiar uso lingüístico. Importa,
en lo político, en el orden del ser y del representar, del con­ pues, el decir y proponer del sujeto relativo al ser, a lo ver­
vivir y del pensar, suturar radicalmente la herida abierta y dadero, a lo bueno y a lo bello y sus respectivos contrarios,
narcisista del sujeto mediante la promoción más trágica de sin que pueda inferirse ese decir, el lógos, de una instancia
Sujetos sin fisuras, sustantivos; eleáticos, verdaderos Padres que se conciba allende el cerco mundano. No hay trascenden­
de la comunidad y de la patria, representantes de la raza y tales objetivos participables que deban ponerse al principio
de la historia, dobles terrestres de un Dios que encarnaban y del decir ni del proponer (ni de ninguna de las formas de de­
con quien decían hallarse en comunicación, Dios que asumía cir y proponer, la científica, la ética y la estética).
los distintos nombres de la Raza, la Historia, la Madre Patria
126 LOS LÍM IT ES DEL MUNDO
ONTOLOUÍA TKAUICA 127

llamamos época moderna y mundo moderno. Dicho sujeto


soy yo mismo afectado por la escisión o partición originaria,
III la que diferencia radicalmente mi ser (trascendente) de mi de­
cir (inmanente), lo inconsciente de mi «consciencia represen­
La crisis a la que suele llamarse modernidad irrumpe en tativa», el ser social que me determina y mi pensamiento y
el escenario histórico-mundial, por tanto, a través del recono­ sus «frases ideológicas». La filosofía moderna, en su aventura
cimiento del ego cogito sum como lugar desde el cual se exis­ finisecular, decimonónica, hace explícita radicalmente, a tra­
te, se piensa, se actúa. Ese lugar constituye un arranque origi­ vés de Marx, de Nietzsche, de Freud, esa escisión del sujeto
nario que no puede ser antecedido por ningún fundamento eentre ser y decir, entre inconsciente y consciente, entre ser
previo y precedente. Aquí de nada sirve ninguna revelación social e ideología. Y bien, ese sujeto dividido y partido es el
ni argumento de autoridad que, en lo gnoseológico, en lo éti­ sujeto histórico que constituye el límite mismo de un mundo
co, en lo estético, en lo político, en lo práctico sirva de punto (histórico) que es mi mundo. La reflexión crítica, en esta eta­
de apoyo. Eso que soy, yo mismo, en mi más radical soledad, pa del método, determina los límites del mundo que habita­
constituye el punto de partida de un posible itinerario o mé­ mos y que somos (en tanto que habitantes de la frontera)
todo en virtud del cual los «mundos» del conocimiento, de la como límites de un mundo histórico o de una época a la que
acción y del gusto estético pueden hacérseme viables y ex- llamamos moderna. Los límites del mundo son, pues, los lí­
perimentables. En este primer ciclo se va dejando en libertad mites mismos del mundo moderno en el que habito. Y yo, en

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a ese sujeto y a su peculiar itinerario, mostrándose, de este tanto que sujeto escindido, soy el sujeto histórico de ese mun­
modo, lo que, a través de todo el proceso del pensar moderno do histórico. A ese sujeto puedo llamarle, en propiedad, suje­
esencial, se ha hecho explícito y textual. Ahora puedo definir to en crisis de la crisis. Habrá que ver qué es lo que ese
ese sujeto como sujeto (en perpetua crisis y cuestionamiento peculiar sujeto que soy dice o propone. Habrá que oír su pe­
interno) de la modernidad (en crisis). Ese sujeto es, pues, culiar decir y proponer histórico. Sólo entonces será posible
sujeto de la modernidad. 0 lo que es lo mismo: es el propio hablar, con rigor metodológico y crítico, de un decir, propo­
sujeto de la crisis. Es sujeto en crisis de esa crisis a la que ner, de un lógos y de una razón históricos. Ese decir y propo­
llamamos modernidad. En la medida en que ésta constituye ner será, a no dudarlo, un peculiar juicio histórico. Habrá que
un estadio histórico-mundial determinado, es decir, una épo­ estar a la escucha del peculiar dictamen de ese juicio históri­
ca y un mundo histórico peculiar, ese sujeto en crisis es el co que pronuncia el sujeto histórico que yo soy; yo, habitante
de un mundo histórico en crisis al que llamo modernidad. 'FIA
sujeto histórico que hace la experiencia de esa época y de ese NA*
mundo. Dicha época o mundo es, en su modo peculiar de
presentarse hoy, aquí, mi propia época y mi propio mundo. r ¡
Los límites de ese mundo histórico vienen dados por el hori­ IV
zonte de posibilidades que abre la crisis llamada modernidad.
Como referencia histórica pasada subsiste el marco referen- m No hay otro sujeto en este primer ciclo sino el que soy,
cial del cual emerge y se produce dicha crisis llamada moder­ en mi más radical experiencia idiosincrática. No hay universal
nidad: ese orden del ser que puede llamarse, desde la asun­ participable (raza, clase social, «unidad de destino en lo uni­
ción radical del paradigma moderno, mundo informado por versal» ni nada que se le asemeje) al que pueda apelar más
valores y principios trascendentes, determinado por la afirma­ allá ni más acá de la asunción solitaria y solipsista de lo que
ción previa y precedente de ciertos trascendentales (el ser, lo soy, yo mismo en mi más radical inocuidad limitada y cer­
bueno, lo verdadero, lo bello) participables por un sujeto deri­ cada. Por consiguiente el método en esta etapa determina en
vado y dependiente. En lo político aparece como régimen des­ lo posible esa experiencia histórica que hago de mi mundo
pótico; en lo económico y social, como Anden Régime. El y de los límites de mi mundo. Un mundo que puede desde
sujeto en crisis de esa crisis llamada modernidad es, pues, ahora vislumbrarse como mundo histórico, como época. Soy
sujeto histórico de esa época mundial y de ese mundo al que jo de ese mundo y de esa época y a ella me debo. Dentro
ONTOLOGÍA IHA i . U A 129
128 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO

del marco cercado y limitado que me abre posibilidades fini­


tas de ser, de sentir y compartir, me puedo reconocer como 3. La última frontera del solipsismo: del ser que soy
sujeto histórico de ese mundo histórico. Debo, pues, explo­ al ser que somos
rar los caracteres radicales de ese mundo y su diferencia in­
trínseca respecto a otros mundos o épocas. A la luz de esas I
diferenciaciones crearé, pues, las bases de un peculiar juicio
histórico. Y a través de ese juicio, podré determinar, siempre El sujeto que soy, yo mismo, soporte del juicio crítico, lu­
desde mí mismo, desde la opción metodológica solipsista que gar dentro del cual se diferencia y discrimina el juicio ilus­
invisto en tanto que sujeto en crisis de la crisis, una idea hi­ trado, moderno y metódico en toda su variedad reseñada
potética y condicional, es decir, crítica y metódica de razón, (como juicio gnoseológico, ético, estético), asume, en el nivel
lógos histórico. No poseo luz suficiente para constituirme de reflexión que en este recorrido metódico se ha alcanzado,
en lugar privilegiado desde el cual dogmática y apodíctica- una actitud reflexiva. El sujeto que soy, yo mismo, reflexiona,
mente hable y se desvele a través mío la Razón Histórica y su en efecto, sobre todo el curso realizado y propone una nueva
peculiar Dialéctica. Ni hay «partido» ni «lugar de clase so­ especie de juicio, en el cual todo lo anterior queda elevado a
cial» desde el cual, legítimamente, pueda producirse dicho un nivel de reflexión y lucidez que, hasta este punto del dis­
desvelamiento sin la sospecha fundadísima de que a través de curso, se hallaba todavía implícito. Ese juicio no se proyecta
esas supuestas atalayas privilegiadas reaparezca y se restaure ni se instala en un campo objetivo de experiencia nuevo, con
el pensar dogmático y el obrar despótico. Pero desde mi ra­ sus objetos específicos. Sencillamente se acomoda a todo
dical fragilidad dividida y partida de sujeto en crisis puedo, el ámbito que ha sido, hasta aquí, liberado por la indagación
sin embargo, pronunciar un juicio histórico peculiar, el que crítica y metódica. De hecho el sujeto recupera en cierto modo
corresponde a mi condición de sujeto en crisis de la crisis. Ha­ el punto de partida y recorre de nuevo los distintos trechos
brá que ver qué especie de juicio es ese que puedo legítima­ del camino, sólo que elevados a un plano superior y más alto
mente pronunciar. Ese juicio, como todos los juicios hasta
aquí explorados, tiene su base empírica peculiar. En esa base de comprensión. Re-flexiona todos ellos y de esa repetición
experiencial halla arraigo y fundamento. Esa experiencia es, creadora brota un juicio con su peculiaridad específica y di­
aquí, mi propia experiencia y peripecia histórica: la andadura ferenciada. A ese juicio Kant le dio el nombre de juicio ideo­
lógico. A diferencia de la proposición estética, igualmente re­
metódica que se produce dentro de eso que localizo como mi flexiva, esta proposición teleológica carece, al decir kantiano,
mundo y mi época. O si quiero concretar más: como mi tiem­ de esa base experiencial en que el juicio reflexivo estético se
po. Soy hijo de mi tiempo y a él me debo. En él hago una apoyaba, su base emocional en el «sentimiento». El juicio
peculiar experiencia del ser y del proponer: la experiencia teleológico no posee, pues, sustento emocional ni pasional,
a través de la cual se determina ese mundo mío como mi pro­ señala Kant. Habría que ver hasta qué punto es ello cierto.
pio ser histórico, tierra o lugar en donde arraiga el decir,
proponer, juzgar histórico que me atañe y corresponde. Eso El juicio teleológico formula, desde el sujeto que se asume,
que soy, yo mismo, comparece, aquí y ahora, como sujeto de metódicamente, como lugar incuestionable de la experiencia
un tiempo histórico en el cual vivo, llego al ser, me desarrollo y de la peripecia crítica, un dictamen judicial sobre el acon­
y previsiblemente me extingo. Habrá que precisar lo que con tecer, sobre la historia (natural o moral) en términos finalís-
esa expresión, mi propio mundo histórico y mi tiempo histó­ ticos: dice si esa evolución o historia se orienta hacia alguna
rico, puede afirmarse. En ese esclarecimiento mi propia expe­ finalidad que le es inherente (y en consecuencia puede hablar­
riencia podrá quedar determinada y explicitada: la experien­ se de «progreso») o bien refuta ese decir en nombre de una
legalidad natural mecánica y necesaria que sería, respecto a
cia que hago en tanto que sujeto histórico. nuestra libertad, la más azarosa irracionalidad. Se formula,
pues, la inquietante pregunta de si hay razón, lógos, en la his­
toria natural y moral. O si puede hablarse de una progresiva
elevación de la historia hacia los principios de ilustración y
130 LOS LÍMITES DEL MUNDO ONTOLOCÍA TRÁGICA 131
racionalidad que tienen en el propio discurso crítico y metódi­ mundo ha impuesto una férrea y oscurantista dictadura y
co su pauta y su fuente de inspiración discernidora. opresión de la libertad y hasta de la justicia? Cuando hoy se
Ese juicio teleológico es reflexivo en razón de que nada habla de «crisis de la modernidad» y de «consciencia post­
l vi ' añade al recorrido efectuado: se limita a reflexionar sobre esa moderna», no puede menos de tenerse en cuenta esta suce­
marcha y entresacar inferencias respecto a lo que en ella se sión de desengaños relativos al sujeto y al juicio histórico y
insinúa. Y eso que a través del método se insinúa es, desde a los valores de progreso, libertad y justicia sobre los cuales
luego, la diferencia entre el sujeto que emerge del esclareci­ se deriva y se fundamenta.
miento crítico y aquel que o bien no accede a ello o resiste Y sin embargo no existe, en-el terreno de lo histórico, otro
y reacciona contra ello. Eso que soy, yo mismo, aparezco horizonte que el que abre inauguralmente la modernidad y la
«juzgado» según si asumo en palabra y obra el espíritu de ilustración: el criticismo metódico que en Kant halla su plena
ilustración y modernidad que se desprende de la marcha me­ explicitud y formulación. Por consiguiente, la ingenuidad y la
tódica, y en consecuencia invisto esa ilustración y modernidad devaluación de lo que ese juicio propone o dice, aunque sea de
en perpetua convulsión y crisis, o bien reacciono contra ella, modo balbucienté o del lugar en el cual puede determinarse
o por ignorancia o por voluntad resuelta interesada o cínica. el «sujeto» de ese decir y proponer, no resta legitimidad al
Ese compromiso con los principios y los valores de la moder­ hecho de que ese juicio insista ni de que ese lugar sea aún
nidad en crisis, define al ser que soy, yo mismo, como sujeto —y por muchas centurias— ámbito de apasionada explora­
w :\' histórico. Y a la proposición o juicio que expresa en obras y ción. El método y la modernidad en crisis no hacen sino sacar
palabras ese compromiso la proposición y el juicio histórico o % a luz la verdad misma de método y modernidad. Desde esa
teleológico. verdad asumida, el juicio crítico y el lugar desde donde se
Y sin embargo, ¿quién puede dudar que ese juicio histó­ ejerce (ego cogito sum) pueden resplandecer de nuevo, en me­
rico y ese sujeto histórico que lo pronuncia se halla sofocado dio de todas las fragilidades y sombras que acechan a la ra­
por toda la magnitud de eso que hoy llamamos, con convic­ zón ilustrada.
ción y dramatismo, crisis de la modernidad? ¿No es un hecho i ■
cierto, incuestionable, que esa diferencia meridiana, nítida, ¡jó • •
ingenua, transparente entre progreso y reacción ha dejado to­ II
dos estos caracteres cristalinos para convertirse en una distin­
ción alambicada y llena de sofisticados matices que nadie se ' El juicio histórico asume la misma forma crítica que to­
atreve, hoy, a empuñar sin hacerse blanco y diana de todas dos los juicios que han ido apareciendo en este recorrido me­
las susceptibilidades y agravios históricos o desengaños acu­ tódico. Es un juicio que se pronuncia desde el mismo lugar
mulados? ¿Y quién será capaz hoy de redefinir ningún sujeto que los demás. Ese lugar soy yo (ese ser que en cada caso
histórico, toda vez que los candidatos que han ido proponién­ soy, para decirlo en términos de .Heidegger). El juicio se pro­
dose desde el decir y proponer teleológico-histórico han sido, nuncia sobre el ámbito en el que inciden todos los juicios:
progresivamente, desenmascarados como falsos sujetos, ine­ un mundo que es mi mundo. El juicio histórico es, pues, un
I ficaces o ilegítimos, habiéndose llevado hasta tal punto la sus­ r juicio que recae sobre un mundo que es mi mundo. El solip-
picacia y la sospecha que, finalmente, han aparecido ante no­ r- sismo metodológico se mantiene en plena vigencia en esta
Ii sotros como restauraciones del viejo pensar dogmático y su­ cuarta andadura metódica.
persticioso? ¿Qué decir, a este respecto, del sujeto ilustrado, Pero en su propia experiencia ética se desvelaba ya la
burgués, civil, propuesto por la filosofía crítica y moderna y fantasmal presencia de otros sujetos con quienes el que soy,
ejercido por el brazo armado (armado y enriquecido) de las yo mismo, intentaba, con dificultad, comunicarse. Había un
revoluciones burguesas? ¿O qué decir del sujeto heredero de «sujeto del otro mundo» que pronunciaba, desde su sepulcral
los valores de ilustración y modernidad, capaz de realizar en lugar, una voz de orden formal vacía. Había también otro
este mundo los valores inquebrantables de la libertad y la sujeto que, desde la raíz ancestral de la naturaleza o de la
justicia, ese sujeto proletario, sujeto de la historia mundial tierra, en lo más celado y escondido del hogar, revelaba su
y del juicio histórico-mundial, que al realizarse y devenir ambigua presencia-ausencia mediante la suscitación del deseo
132 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRÁGICA 133

y de la pasión amorosos. Había, pues, un Padre y una Madre Lo que soy es, desde este nuevo horizonte, en una primera
Originarios como doble sombra andrógina respecto a la cual aproximación, una relación amoroso-pasional con el ser que
se hallaba, el sujeto, religado, determinado y endeudado. Oía me dio el ser, metaforizado o simbolizado en un cogénere de
el sujeto la voz de orden del Dios o del ancestro masculino sexo femenino (desde el punto de vista simbólico de la se­
muerto y el llanto y gemido de la Diosa Erda reclamando su xualidad y su diferencia). Y en segundo lugar una relación de
exclusividad y su favor fusivo y oceánico. Se hallaba, pues, conflicto, lucha, emulación e identificación amorosa con el
el sujeto sometido a una doble compulsión, llamada o voca­ que me da la palabra y el sentido a través de su oscura y for­
ción. Se hallaba de corazón y cabeza sometido a una doble de­ mal, vacía e innombrable voz de orden. Ser que se me apare­
terminación y constricción. La divinidad masculina le recla­ ce en mi experiencia delegado o representado en todos quie­
maba a sus urgencias cívicas, civiles, a pagar la deuda con­ nes invisto de esa máscara paterna. En última instancia lo
traída con la comunidad y el territorio mediante la recreación que somos es una comunidad o sociedad, un pueblo histó­
de pautas culturales y la propulsión de iniciativas o empre­ rico, cuyo último horizonte, desvelado por Hegel, es el mundo
sas. La divinidad femenina, Diosa Luna, le arrastraba a la todo, eso que llama el filósofo alemán «espíritu del mundo».
aventura pasional amorosa, a vivir en plenitud y consumación En ese.horizonte se abre mi mundo como mundo histórico
la consagración de la noche y las exigencias del dúo amoro­ mundial o como época histórica. Y esa época se determina
so, en olvido de toda urgencia o exigencia del Mundo Diurno desde esa complejísima experiencia intersubjetiva.
y sus valores profanos. La experiencia del deber y de la culpa Pues la historia es, ante y sobre todo, historia que relacio­
abría ya, en el tramo ético, esa doble vocación y destino pro­ na de modo coral mi vida con otra u otras vidas, historia amo­
pio de un sujeto que soy y encarno, irresistiblemente atraído rosa pasional c historia de luchas y de conflictos, de pactos
por la ambición de dominio y por la oscura y lunar sexuali­ y de conciliaciones. Yo soy entonces trascendido por esa rea­
dad. Y allí podía aparecer, como encarnación concreta y viva lidad histórica coral que me determina y coloca como lugar
de esa doble deidad solar y lunar, diurna y crepuscular, Za- o posición de una historia que posee su propia lógica interna
rastro y Reina de la Noche, otro yo, otro sujeto, otro ser con­ de variación y desarrollo, su pauta propia y esencial. Soy hijo
creto, singular, mortal, finito, humano, fronterizo, otro pró­ de las sucesivas historias pasionales, amorosas o conflictivas,
ximo y congénere que, de extraño modo, por vía de metáfora, homicidas o conciliadoras que dibujan el zigzag de mi pro­
simbolismo, metonimia, dejaba que la doble luz resplandecie­ pia biografía, trascendida por esas mismas historias, que a su
ra junto a mí, a modo de compañía fugaz o duradera. Ese vez se hallan referidas a un marco comunitario y social, o
otro sujeto me abre a una experiencia que ahora debe ser de­ pueblo histórico, en donde se documentan como hitos de la
terminada, la experiencia intersubjetiva, en la que yo dejo de historia de ese pueblo; y que, en un último tour de forcé
ser lugar único exclusivo y solipsista en donde el ser se hace de la reflexión concreta y viva, se trasciende a su vez en el
presencia y se da un hábitat, un tiempo y una historia indi­ mundo histórico o época en donde habito y me desenvuelvo
vidual, y comienzo a ser lugar atravesado por un ser que se como efecto de historias pasionales y conflictivas y como
me cruza en una relación cordial, fraterna, de amor, de miembro de la historia local y nacional de mi país o de mi
odio, de amistad, de inquina, de compañía o de violencia, en patria, pero dentro del horizonte último de una época del
donde al fin soy trascendido en lo que somos, habitantes de mundo que comparto con todos los habitantes de esa frontera
una frontera compartida y convivida. El ser se hace presencia del mundo que soy y habito en tanto que sujeto histórico. El
en mí a través de otro sujeto con el que me relaciono en los ser que soy queda, pues, al fin, trascendido en el ser que
canónicos modos del dúo amoroso y del duelo a muerte, tal somos. Y eso que somos es, primero, pueblo histórico; en úl­
como fueron reseñados en mi libro Tratado de la pasión. Allí timo término, época del mundo. Allí el ser se expone no de
se especificó la célula relacional que constituye la matriz modo simbólico, como en la obra de arte, sino de modo te-
de toda comunidad o sociedad. En mi libro El lenguaje del leológico o histórico, como mundo histórico, como lugar o pa­
perdón recorrí, en compañía de Hegel, la trama de figuras tria trascendental y época en la cual el ser se pone en obra
concatenadas en donde puede determinarse la experiencia in­ en un campo de interacción entre sujetos. En esa exposición
tersubjetiva. En ella el ser que soy se abre al ser que somos. se consuma el despliegue de la metafísica. El despliegue asu-
llu,
1
134 LOS LÍMITES DEL MUNDO ONTOLOCÍA TRAGICA 135
.t í
me su condición crítica y metódica en la medida misma en
fr que ese mundo histórico queda definido, como patria fronte­
S-Vi riza y época, en términos de modernidad, de crisis. En ese IV
a | pueblo histórico moderno en crisis que puebla el espacio
temporal de una época de consumación crítica en crisis, lo En el estadio ético comparecía, frente a mí, un sujeto de
nouménico se despliega al fin en lo que somos, atravesando allende el cerco que pronunciaba, desde latitudes metafísicas,
nuestro lugar de soledad y solipsismo por el huracán inter­ una orden o mandato capaz de determinar mi obrar y condu­
subjetivo de la experiencia compartida. cirme dentro del mundo. Críticamente se desvelaba como
lugar vacío de un sujeto muerto y sepultado, enterrado en la
tiniebla del otro mundo. Y su norma propuesta, como impera­
tivo formal vacío. Aquí el pensar crítico e ilustrado suminis­
III i ; tra, pues, el criterio interno a partir del cual puede reflexio­
I narse el mundo mismo, ese mundo mío en donde habito como
Yo soy yo, por tanto: el que soy, este de aquí y ahora, pero sujeto histórico. El juicio histórico, por tanto, se pronuncia
en referencia radical e intrínseca a otro yo u otro sujeto que, a partir de esa consciencia crítica y esclarecida. Dictamina la
esta vez dentro del cerco, en el interior del ámbito de mi ex­ diferencia entre la asunción del paradigma ilustrado capaz de
perimentar y decir, comparece como aquel a quien me refiero dejar vacante el lugar del padre muerto y dejar, por tanto, en
al hablar, proponer, juzgar, aquel «interlocutor» que me res­ libertad al sujeto receptor de la orden y aquel ethos comunita­
ponde con palabra o con silencio, o con un hacer-decir que rio o convivencial que se aferra, por ignorancia, impotencia,
expone o pone en obra la respuesta o la ausencia de respues­ opresión, prejuicio, necedad o conveniencia interesada a la
ta. En este sentido el ámbito del juicio histórico, fecundado propensión dogmática por materializar la orden en precepto
por el lugar del sujeto histórico, se desvela como el ámbito positivo, pronunciado por un sujeto físico-metafísico que
en el cual cierta dimensión del solipsismo es cancelada. Se asume, así, caracteres despóticos. Habría, pues, por una par­
conserva el lugar, yo mismo, sin el cual no hay método ni te, épocas históricas en las cuales el lugar vacío es ocupado
modernidad, sino regresión dogmática a los espacios donde poí un sujeto fronterizo que legitimaría su posición y la va­
yo perezco devorado por jerarquías, dominaciones despóticas lidez de sus órdenes en cierto sujeto metafísico en comunica­
o colectividades que imposibilitan la emergencia individualis­ ción con él (el Dios respecto al cual responde el déspota) y
ta del ego cogito sum. Pero yo mismo advierto, en mi expe­ L épocas de progreso en luces en las que se dejaría perpetua­
riencia de sentimiento, pasión y palabra, mi referencia intrín­ ¡V, mente vacante ese lugar vacío y se mantendría en pura for­
seca a otro sujeto, otro yo, que se enfrenta a mí de diversos malidad la orden, pactándose entre la comunidad de los su­
modos (así, por ejemplo, aquellos canónicos, pensados por jetos físicos, es decir, entre los humanos, respecto a la exi­
Hegel, de la lucha a muerte por la dominación y el juego gencia imperativa por dejar en pura trascendencia el lugar
especular del reconocimiento). El ser que soy advierte su del sujeto metafísico y de su orden formal vacía.
referencia a un horizonte de convivencia dentro del cual in­ El juicio histórico determina, pues, como referencia nega­
teractúa. Comienza a saberse referido al ser que somos. Y ese tiva o sombra, la figura histórico-mundial del déspota. No se
ser que somos es el mundo propio, el mundo del tiempo en trata, en este contexto, de ahondar en las causas o razones
que vivo y me proyecto. Ese horizonte, sin embargo, es mío: históricas (económicas, políticas, culturales) que propician su
constituye el horizonte histórico, temporal y convivencial al emergencia y predominio. En función del discurso crítico aquí
que denomino mi mundo. El solipsismo, pues, en este estadio desarrollado aparece el déspota como usurpador del lugar va­
del método, es mantenido y conservado y a la vez sobrebasa­ cío del padre o del dios muerto. Ese déspota sólo puede
do o alzado a un estadio que en cierto modo lo trasciende y legitimar la arbitrariedad de su ocupación con referencia a
lo desborda. Mi mundo es un mundo histórico en el cual cierto sujeto del trasmundo (Dios o la Historia), con el cual
convivo con otros sujetos que me anteceden o con quienes se supone hallarse en comunicación.
interactúo o con aquellos que pueden sucederme. El déspota es doblemente usurpador: ocupa el lugar vacío
136 LOS LÍM IT ES DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRÁGICA 137

del sujeto metafísico, al que tiende a «doblar» con la figura bertad. Pero desde ese proyecto juzgo. Y desde esc juicio pro­
de un ser divino con quien interactúa y comunica; pero asi­ pongo una visión o concepción de mi propia historia y tra­
mismo pretende investir el lugar único y exclusivo de la ma­ dición.
dre originaria, formando indisoluble unidad con el ancestro
que le dio el ser, al que entonces entronizará también como
«doble» con el que se halla en comunicación. Esa «madre tras-
cedente» a la que dice servir y defender en exclusivo mono­
polio le aparece como «madre patria». A sus servicios pone El ser que soy, yo mismo, se halla electrizado, como ya se
toda la complejidad armamentística que exclusivamente po­ vio, por un doble centro de atracción que desencadena la do­
see. Y a esa madre originaria tributa un culto supersticioso y ble pasión fundamental, el amor-pasión mortífero y la ambi­
ritual. En nombre de Dios y de la Historia y en defensa de ción de poder insaciable, devoradora. El ser que soy se ve ten­
la Madre Patria se arma de legitimidad histórica el déspota, tado a ocupar el lugar vacío del padre muerto, consumando
previamente armado hasta los dientes. su pasión de dominio, y a penetrar en el cercado umbrío de
Allí donde despunta la reacción, esta figura no hace sino la madre, consumando así el deseo incestuoso. Nada ni nadie
aparecer y reaparecer dentro del mundo moderno. Y desde disuadirá al que soy, yo mismo, a esa doble irresistible llama­
luego, dentro de lo que puedo constatar como mi mundo y da, a menos que sea limitado y mantenido dentro del propio
mi época. La consciencia vigilante respecto a ese despuntar cerco mundano por aquellos con quienes interactúo. El su­
despótico y reactivo abre una dimensión, no por negativa y jeto es, por condición radical, como supo Kant (y desde luego
purificadora menos necesaria, a la conciencia moral pública y Hegel, Freud) insociable en lo más profundo. Pero a su vez se
al compromiso correspondiente. Y legitima el pronunciamien­ halla en relación de necesidad, ya desde la más temprana in­
to del juicio que avala dicho compromiso, el juicio histórico fancia, con otros sujetos, siquiera sea con sus ancestros inme­
moderno e ilustrado. El mundo moderno que detecto como diatos. Es por tanto, también, radicalmente sociable. Habla
mi mundo es, hoy por hoy, escenario de una lucha moral inex­ Kant a este respecto de la insociable sociabilidad humana. El
tinguible entre despotismo y libertad. régimen progresivo histórico convivencial, por tanto, no se
Soy hijo de mi tiempo y de mi mundo y a ellos me debo. La produce por buenos deseos ni es obra de ningún voluntaris­
reflexión histórica y la filosofía de la historia tiene en ese mun­ mo individual. Se accede a él si el sujeto histórico moder­
do mío y en esa época mía su horizonte mismo de posibilidad. no alcanza esclarecimiento crítico y metódico y apoya ese jui­
Frente a aguados historicismos, axiológicamente neutros, he cio histórico —su decir y su obrar— en una fuerza material
de aceptar mi compromiso ético-público con mi propio juicio superior a aquella desde la cual se pronuncia el sujeto des­
de valor histórico. Y a éste como aquel decir o proponer que pótico o reactivo. Debe, pues, prevalecer, por razón de fuer­
hace posible toda reflexión histórica. Ésta se halla investida za y no de buenos propósitos, la tendencia sociable sobre
de los juicios de valor históricos que pronuncio con referen­ la insociable. A ello puede llegarse o suele llegarse por com­
cia a mi mundo y a mi época. Sólo de este modo puede com- binación de fuerzas o por delimitación recíproca de las mis­
parecerme mi pasado y mi tradición como lo que es, pasado mas. Todos albergamos alma de déspotas y de tiranos, todos
mío y tradición que puedo recrear. Sólo así puede abrírseme queremos ayuntar con la madre, poseer en exclusiva las re­
el ámbito del proyectar o proponer cara al futuro. La ciencia servas todas de la madre tierra y ocupar el lugar del padre
histórica, la filosofía de la historia, no puede rehuir ese com­ muerto. Pero cabe una circunstancia histórica en la cual, ante
promiso insoslayable con el juicio histórico en términos de ; I el infortunio general, llámese revolución, terror, guerra civil
progreso y reacción. Por mucho que ese juicio debe ser radi­ o lucha de todos contra todos, que resulta del ejercicio desa­
calmente matizado, no puede sofocarse en nombre de una tado de nuestras pasiones radicales, se llegue a formar la
supuesta concepción naturalista de la historia. El hecho de condición, generalmente forzada, de un gran pacto social o
que el pasado esté pasado no permite concebirlo como pura histórico entre tribus, clases, estamentos, naciones o indivi­
naturaleza, si bien sea para mí aquello decantado, orgánico, i P duos, en virtud del cual se sustituye el régimen despótico por
cercado desde donde emerjo con un posible proyecto de li­ i I el gobierno de la comunidad fraterna, régimen colegiado entre
ONTOLOUÍA IMAl.lt A 139
138 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO

se implanta esa proposición en la realidad convivencial. Dicho


iguales. No es, pues, efecto de la buena voluntad el hecho de sujeto es, como se ha dicho, la comunidad que enajena lus
que se creen las condiciones de un sujeto histórico moderno, pasiones dominantes de sus individuos, por razón o por fuer­
sobre el cual pueda reflexionarse en términos de mundo his­ za, y se determina desde el pacto o el contrato. Lo que de esc
tórico progresivo, sino, por lo general, efecto recíproco del pacto o contrato surge es lo que, desde Locke en adelante,
pensar ilustrado esclarecido y de un juego de fuerzas que hace puede llamarse sociedad civil: la que pone fin a un estado de
posible la implantación de la modalidad de convivencia que naturaleza determinado por el dominio despótico de un esta­
corresponde a ese pensar. mento sobre otros en el hacer y en el decir, en el obrar y el
El sujeto histórico moderno aparece como un sujeto que opinar. Lo que resulta de ese pacto es, pues, una sociedad
mantiene en reserva la matriz de la cual ha sido despedido y en la que la fuerza material está al servicio de todas las par­
que mantiene vacío el lugar del padre muerto. Este sujeto tes que constituyen el pacto, por lo que en dicha sociedad el
histórico pacta colectivamente en estos términos: «Nadie ac­ estamento armado se halla determinado por el propio poder
cederá, desde este instante, a ese doble lugar prohibido.» Sólo civil derivado del pacto.
en el terreno de la representación y del simbolismo será po­ Hay, pues, un juicio histórico que brota de un sujeto his­
sible delegar, entonces, algún sujeto interno al grupo social a tórico desde el cual puede diferenciarse la historia humana en
esa posición de encumbramiento. dos estadios generales en los cuales se proyecta dicho juicio:
Ese doble lugar vacío abre, entonces, el ámbito de una in­ un estadio previo, anterior o regresivo respecto al gran pacto
teracción social determinada por el libre ejercicio de las pro­ civil y un estadio que tiene en dicho pacto su punto de par­
pias capacidades y propiedades. Esa sociedad es, entonces, tida y su desencadenamiento. El juicio dice lo que el sujeto
algo distinto que mera utopía ensoñada: es la encarnación pone en obra. Y lo que de esa obra resulta es una pluralidad
ideal de un postulado práctico que se ofrece como tarea in­ de comunidades históricas en las que el ser que soy, yo mis­
finita social. Dicha sociedad puede llamarse sociedad democrá­ mo, reconoce al fin al ser que somos. La articulación con­
tica: la que nace del pacto y del contrato entre los individuos creta y viva de estas comunidades, el trazado teleológico, pro­
libres; la que revoca el orden despótico en el cual «uno» o yectado por el juicio histórico, de esa progresión o escala as­
«algunos», enfrentados a los «muchos», usurpan de forma mo­
nárquico-despótica, dictatorial u oligárquica, el lugar del Dios cendente (hacia la modernidad en crisis y sus principios y
Padre y el favor exclusivo de la Madre Originaria. valores) es materia de una filosofía de la historia que deriva
de la indagación metódica. Este tema es asunto que excede
este prólogo o proemio. En él he puesto las bases para una
posible indagación crítica de la razón histórica. La realiza-
lición de esa indagación consumaría el designio de este discur­
El juicio histórico es, pues, el que pronuncia el sujeto ilus­ ro: abrir una brecha fecunda a la filosofía primera o meta­
trado, esclarecido por el método. De su exploración metódica física, críticamente fundamentada en una reflexión o prólogo
deduce los principios de una realidad convivencial fecundada de carácter metódico. Este primer ciclo del método concluye,
en los valores de la modernidad crítica en crisis. Pero ese jui­ pues, en el punto mismo en que el decir o proponer histórico
cio histórico sólo adquiere toda su vigencia cuando se pro­ libera el ámbito de un curso escalonado de experiencias his­
nuncia desde un sujeto histórico adecuado a ese juicio. Tal su­ tóricas que decantan, cada una de ellas, en pueblos históricos
jeto histórico lo constituye aquella comunidad o sociedad concretos. En ellos el ser o lo nouménico se hace realidad
que, tendencialmente, encarna los principios y valores refe­ habitable. Lo que somos, límites del mundo, habitantes de la
ridos y se compromete en un lucha por erradicar toda posi­ frontera, aparece articulado a través de un juicio reflexivo
bilidad de tiranía, oligarquía o despotismo. El juicio histórico sobre la progresiva evolución de los pueblos que habitan esa
enuncia, pues, como proposición lo que el sujeto histórico frontera. El pueblo más progresivo es aquel capaz de afincar
hace o pone en obra. Ese juicio se apoya y materializa en ese .en la frontera misma, realizando el imperativo pindárico;
sujeto que pone en obra y ejecuta lo que el juicio enuncia y .el que logra realizar los principios de la modernidad en crisis
dice. El sujeto suministra la fuerza material mediante la cual ;del modo más atinado y aproximado, dejando vacantes los
140 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRAGICA 141

lugares de emergencia y extinción, el lugar de la madre ori mundo en que habita el sujeto histórico moderno: sujeto en
ginaria y el lugar del ancestro muerto. Ese pueblo abre, en crisis de una crisis última, final, llamada modernidad. Ese
virtud de esta doble liberación y vacación, el ámbito de una límite último del mundo histórico, la modernidad, podrá ser
convivencia libre, democrática y relativamente justa. Los ves­ determinado, en el segundo ciclo, fin final de la historia toda.
tigios de tiranía y despotismo han sido, en él, máximamente Los límites del mundo vienen patentizados por esa frontera
controlados y sofocados. del sentido histórico, revelación de su fin final, que puede
llamarse modernidad crítica en crisis. En ese horizonte ter­
mina el primer ciclo del método de la metafísica: a él aboca
VII todo su largo y sinuoso recorrido.
La modernidad es el límite de un mundo que es mi mundo.
En este primer ciclo se ha liberado el espacio previo y proe­
mial en el cual puede arraigar un juicio reflexivo histórico
que se pliega a esa modernidad metodológicamente despeja­
da. El trayecto que en ese ciclo se ha recorrido es moderno
porque es metódico: parte siempre de la asunción radical del
solipsismo cartesiano (ego cogito sum). Pero al final del pri­
mer ciclo eso que soy se delata en relación esencial a lo que
somos, abriéndose así el segundo ciclo metódico, el que co­
rresponde a la experiencia intersubjetiva. El solipsismo ha­
bía previamente desbrozado la experiencia que hace el suje­
to de cuatro mundos, el mundo del conocimiento, el mundo
ético, el mundo estético, el mundo histórico, cada uno de
los cuales documentado por un juicio (teorético, ético, estéti­
co, teleológico). En sus respectivas conclusiones esos juicios
anticipan, de hecho, el segundo ciclo, en el cual el sujeto que
soy hace la experiencia intersubjetiva y sabe y reconoce su
relación intrínseca a lo que somos. Ese segundo ciclo avanza,
dentro del marco moral, desde las formas inmediatas de la
relación intersubjetiva (experiencia del amor pasión) hasta la
limitación o mediación (de la lucha a muerte a la experiencia
del pacto fraterno). Estas dos formas, en las cuales el ser,
que somos se experimenta en el interior de la subjetividad
moral, preparan el salto al orden objetivo e institucional de­
rivado del pacto cuya experiencia da lugar al concepto de
sociedad civil. Ese orden objetivo institucional se determina *
temporal, históricamente, como comunidad o pueblo histó­
rico, hasta que puede desvelarse el horizonte último, límite o
confín de un mundo concebido como mundo histórico. Ese,
horizonte es, como se ha visto, la modernidad o la crisis
Allí puede al fin decirse lo que somos: habitantes de ui
pueblo fronterizo arrastrados por esa crisis radical llamad
modernidad, encarnaciones del límite mismo de un mundo?
que es, históricamente concebido, el mundo moderno o el
SEGUNDO CICLO

ESO QUE SOMOS


B |l
m -
Pr ó lo g o

Quisiera evocar, una vez más, el itinerario ascendente del


primer ciclo, el avance desde el cerco hasta el límite del mun­
do, la determinación de la frontera como lugar en donde dos
«mundos» se entrecruzan y se dan cita, a la vez que se oponen
y divergen, la apertura o acceso desde la frontera al «otro
mundo», el propiamente moral, al cual se halla abierto el

éiiB&mísm
fronterizo, y por último el despliegue, como vestigio y vis­
lumbre de lo metafísico en lo físico, a través del «tercer mun­
do» o mundo estético y de la reflexión de las tres dimensio­
nes mundanas en un único mundo, mundo histórico o época
i'moderna y metódica. Este segundo ciclo aprovecha este tra­
nzado del método o itinerario y de sus cuatro correspondien-
etapas que la opción metódica solipsista ha hecho posi-
queda asi plenamente justificada. Ha permitido de-
1/
144 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOUÍA TNAo ICA I4S

en cierto modo, hemos abandonado. Esa exploración hizo po­ to filosófico. En absoluto quedan canccladus de forma abs­
sible un abandono efectivo, garantizado por los propios agu­ ( tracta. Permanecen conservadas a la vez que trascendidas. La
jeros de escape o de huida que el territorio explorado revela. experiencia radical del ser que soy, con su presupuesto solip­
Sin esa exploración no sería posible detectar dichos accesos sista, no puede ser revocada o anulada. Insiste como expe­
al más allá de este territorio recorrido a través del primer riencia genuina. Los logros de la modernidad metódica pos­
ciclo. cartesiana y poskantiana no pueden ser dejados en la cuneta.
De hecho el nuevo punto de partida, el que determina el Su recreación es necesaria si quiere ahondarse radicalmente
arranque y el itinerario del segundo ciclo, se dibujaba ya con en aquello en donde se está, el horizonte histórico mismo de
meridiana claridad al final de cada trecho de las sucesivas la modernidad o la crisis. No es posible obviar las experien­
etapas del primer ciclo. Lo que en éstas era un horizonte cias en que arraiga esa modernidad metódico-crítica fundada
final, presagiador de un nuevo territorio, es ahora premisa y en el ego cogito sum. No es posible olvidar ni aniquilar sus
presupuesto, punto de partida y comienzo. La cláusula meto­ logros, inclusive sus exageraciones abstractas, su cuota de in­
dológica del primer ciclo era el ego cogito sum solitario y dividualismo y atomismo. La experiencia individual y solita­
solipsista. Ahondando en esa premisa se abría un itinerario ria y todo su séquito de «robinsonadas» pertenece a la for­
jalonado por cuatro etapas o mundos sucesivos, que se abrían mación y educación cultivada y civilizada del hombre moder­
a partir de este presupuesto metódico. Pero en el despliegue no: en vano se intentará destrozar promoviendo falsificados
discursivo de cada una de esas etapas metódicas o mundos colectivismos, supuestamente progresivos, pero que eviden­
de experiencia, se abría, al final de cada trecho, en particular cian el retorno de aquello que la modernidad burguesa indi­
a partir del acceso a la metafísica y de su despliegue, un uni­ vidualista, cartesiano-kantiana, logra superar: los modos de
verso, una constelación problemática nueva, en la cual el ego ser, producir y pensar característicos del despotismo feudal
cogito sum quedaba erradicado en una premisa más honda y : o asiático.
radical: del ser que soy, punto de partida metódico, se des­
prendía como postulación necesaria del propio recorrido el
ser que somos; del ego solitario e individual como lugar en
donde se producía o acontecía el pensar, el decir, el compren­
der y el proyectar, y en última instancia el ser, brotaba un
sustrato más hondo de la experiencia yoica, la que erradicaba
al yo de modo radical e intrínseco en un campo de interac- '
ción con otros sujetos y otros yos, campo comunitario o so­
cial en el cual se cumplía el desbordamiento del ser que soy
en el ser que somos.
Lo que entonces era resultado final de la exploración me­
tódica ha sido instituido, en esta segunda andadura, punto
de partida y comienzo. La cláusula metódica se ha invertido:
el solipsismo como premisa se ha trascendido en el campo de
interacción comunitaria o social como nuevo comienzo y nue­
vo punto de partida. Pero el trazado efectuado en la primera
etapa señala con claridad el itinerario que en este nuevo ci­
clo deberá seguirse. Ese trazado justifica por sí solo el reco­
rrido efectuado, en el cual, por lo demás, se han ido especi­
ficando formas de experiencia específicas e insoslayables. Nin- %
guna de ellas queda abolida en este nuevo recorrido. Éste
las presupone. De hecho se conservan, e insisten como me­
moria, en el avance de la experiencia que hace el pensamien-
ONTOLOOÍA TRÁGICA 147
1
el primer trecho, el que corresponde propiamente al cerco,
sólo fue determinado en lo que se refiere a la peculiaridad
que en él asume el decir o proponer, toda vez que se mueve
dentro del coto de lo que, por lo demás, puede determinarse
como universo de aconteceres o de sucesos de naturaleza físi­
ca. Pues evidentemente el primer mundo, o mundo físico, re­
PRIMER MOVIMIENTO
fiere el decir o proponer al conjunto de sucesos que configu­
I i- ran el mundo físico, del mismo modo como el segundo mundo
1 i refiere el decir o proponer al conjunto de sucesos o aconte­
EL CERCO
ceres que pueden llamarse propiamente éticos o morales; o
1 I bien, en el tercer y cuarto mundo, el juicio estético y ideo­
'
1. Nuevamente el cerco í: lógico da cuenta en forma de juicios y proposiciones respecto
a sucesos o conjuntos de sucesos que pueden llamarse esté­
I ticos o históricos. Es evidente que en el curso de la explora­
ción se ha atendido preferentemente a las expresiones lingüís­
La palabra cerco posee una doble significación. Hace refe­ ticas, de manera que a través de ellas se dejara traslucir esas .}:[f|
rencia a aquello sometido a un cerco, eso que en la primera diversas modalidades de suceder o acontecer.
parte llamaba específicamente el coto, y asimismo el embes­ Pero cabría reparar en cierta ausencia respecto al conjun­
tir y rodear de aquella fuerza, poder o límite que acosa a lo to de aconteceres físicos a los cuales hace referencia el decir
que puede llamarse cerco en la primera significación. Al filo específico y propio que se mueve y manifiesta dentro del cer­
de ambas significaciones, justificando la elección lingüística, co. 0 dicho de otra manera: cabría reprochar al primer ci­
resplandece la línea o límite que, en cierto modo, escinde y clo una cierta imagen desdibujada o poco dibujada respecto
articula a la vez eso que queda dentro (el cerco en el sentido al mundo físico con relación al cual se van edificando los di­
versos mundos que sobre él se soportan, el moral, el estético 'A
del coto) y lo que presiona desde fuera (o el más allá que
cerca al coto). En la búsqueda de la determinación de ese y el histórico. La razón de dicha ausencia será justificada en
límite (del mundo) se encaminó mi discurso a través del pri­
mer ciclo. Dicho límite pudo ser definido rigurosamente
como aquello específico y diferencial que tiene el fronterizo,
carne de ese mismo límite o confín del mundo en el cual se
I lo que sigue. Será en este movimiento donde se intentará,
I en lo posible, determinar y dibujar con trazo firme una cier­
|
I'
ta imagen, esquema o idea de lo físico.
i
IA
tf>
da cita en la diferencia el primer mundo (naturaleza) y el se­ m< j: |
gundo mundo (suplemento metafísico del sentido). Desgarra­ ii
lil
do y atravesado por ese lugar de cita que encarna y es, el IR
fronterizo podía al fin definirse como materia pasional lógico- j, El lector puede ser testigo, tomando mi propio discurso
lingüística capaz de revelar o mostrar, en proposiciones cien­ | como campo de prueba y experimentación, de la suma natu­
tíficas, lo que se halla dentro del cerco, lo intramundano o ralidad y hasta facilidad con que, a partir del análisis del su­
lo físico, a la vez que capaz de abrirse al otro mundo, mundo ceso moral y de su correspondiente proposición, podía llevar­
metafísico-moral, a través de lo que fue llamado proposición se a cabo el tránsito, a medida que el discurso avanzaba, des­
ética o decir imperativo moral. El enlace de ambos mundos de la opción solipsista hasta la intersubjetiva, o del ser que
y de ambos modos de decir y proponer sugirió la existencia soy al ser que somos. Los ejemplos aducidos de la transición
de un territorio de mediación en el decir o proponer estético de la cláusula metodológica solipsista a la comunitaria pro-
y en la obra de arte como lugar en donde se produce ese de­ f cedían todos, íntegramente, del territorio moral, estético o
cir y hacer que es mediador. histórico, en una palabra, del «universo humano» (o si quiere
Sin embargo, el lector podría con plena justificación ale­ decirse en terminología hegeliana, del universo del espíritu
gar, a modo de crítica respecto al recorrido efectuado, que l 'como territorio idóneo de la intersubjetividad y de la interac-
as'
148 LOS L IM IT E S DEL MUNDO ONTOLOOÍA IH A U K A 149

ción o relación entre las autoconciencias). Mi propia asun­


ción de la cláusula comunitaria en libros como el Tratado de
la pasión o El lenguaje del perdón, varias veces citados como 2. La desintegración del núcleo epistemológico
testimonio de esa transición hacia la intersubjetividad como o del par sujeto-objeto
premisa metodológica, revocadora de la opción solipsista car­
tesiano-kantiana, son prueba de que, de forma espontánea o
natural, el elemento humano, y en consecuencia el mundo fí­
sico poseedor de inteligencia o lógos (es decir, el universo La nueva premisa epistemológica que abre la teoría de la
humano lógico-lingüístico) se presenta como el que de modo relatividad consiste en pensar, en el sentido de Mach, que to­
fácil permite la revocación del solipsismo. El escollo, la di­ dos los objetos del universo interactúan unos con otros, con
ficultad es siempre un acicate para la filosofía. Sin obstácu­ lo que deben determinarse en radical e intrínseca comunidad.
los ésta sería tediosa ocupación. Y bien, mi objetivo consis­ No hay, pues, partícula libre de la cual pueda especificarse
te, en este primer movimiento que ahora voy trazando y ningún movimiento absoluto, ni pueda datarse tampoco en
recorriendo, en pensar, como premisa para un adecuado con­ relación a ningún tiempo absoluto, ni medirse con referencia
cepto de lo físico, y dé cuanto puede edificarse desde él (sien­ a ninguna barra rígida que pudiera pasearse, como patrón
do lo físico siempre el sustrato desde el cual puede y debe exento de variación, por la totalidad del universo. Todos los
arrancar la experiencia del pensamiento filosófico), la interac­ objetos físicos interactúan entre sí, y en consecuencia, son
ción de los sujetos como el hecho o acontecer físico mismo, relativos sus movimientos, lo mismo que sus distancias y sus
o el universo de acontecimientos o sucesos físicos como un tiempos. Pero ello significa que no tiene sentido concebir, ni
universo de sucesos-sujeto en interacción, o mejor, como una siquiera hipotéticamente, un solitario objeto exento y libre
malla o una red de «campos de interacción» entre sucesos- que, en especiales condiciones —el vacío absoluto, por ejem­
sujeto. Pensar en ello significa, pura y simplemente, repensar plo— pudiera arrojar ciertas constantes respecto a sus pro­
de modo filosófico lo que bien a la vista pensó Albert Einstein piedades (en reposo o en movimiento). De hecho ya está en
a través de su teoría de la relatividad. La filosofía no tiene la interacción y en relación, aun cuando parezca ausente o exi­
obligación de penetrar en los arcanos de esa difícil teoría, gua la referencia con respecto a la cual interactúa. Debe ser
pero sí puede y debe señalar hasta qué punto modifica radi­ percibido y concebido, *por tanto, como objeto físico relativo
calmente nuestros más inveterados hábitos epistemológicos y a otros, con referencia a los cuales puede ser medido, datado
filosóficos: tiene la obligación de tomar nota de todo aquello y determinado en las propiedades de su masa, energía, movi­ .A
que, desde ese nuevo concepto de lo físico, deberá abandonar miento o velocidad, en el supuesto de que ese otro u otros K
como vieja y caduca manera de ejercer el viejo oficio filosó­ que constituyen sus marcos de referencia posean sus propias
fico. Esta teoría reta al filósofo a sacudirse algunos de sus coordenadas de espacio, tiempo y medida de la masa y del
más inveterados prejuicios. Unos atañen, como en seguida se movimiento.
verá, a ciertas ideas prejudicativas acerca de lo físico y de ' Esta perspectiva relativista destruye la ficción de un ob­
sus componentes fundamentales; otras a ciertas ideas preju­ jeto físico solitario y «solipsista» que tiene, por marco de re­
dicativas acerca del Sujeto que hace la experiencia del cono­ ferencia, ciertas coordenadas de espacio, tiempo y medida
cimiento. Las primeras afectan a cierta idea acerca de aque­ de la masa y del movimiento que pretenden considerarse ab­
llo en lo cual lo físico puede descomponerse o reducirse; las solutas. De hecho la relatividad einsteniana vacía de sustan­
segundas, al lugar que tradicionalmente se asigna al sujeto cia toda referencia a absolutos, sean éstos espaciales o tem­
del conocimiento, lugar desde el cual se supone que ocurre o porales; o bien toda referencia a supuestos «infinitos» en las
acontece el propio conocimiento, explícito a través del decir velocidades. De hecho el único absoluto que se retiene es el
o proponer específico de la ciencia y del conjunto de concep­ que especifica el límite mismo de toda velocidad, un límite
tos que invoca (así como de los supuestos referentes de di­ que da a ésta un carácter definido y cercado, es decir, finito:
chos conceptos, el espacio y el tiempo, por ejemplo). ese máximum que constituye la velocidad de propagación de
la luz en el vacío, único marco de referencia en el cual todos
150 LOS L ÍM IT ES DEL MUNDO ONTOLOCÍA TKÁUICA 151

los sistemas relativistas confluyen y coinciden. Curiosamente cepto sobre el cual cabalga una cierta noción filosófica que
ese «absoluto» aparece bajo la forma de un límite, verdadero determina la relación o nexo epistemológico entre sujeto y
límite del cerco físico. Éste se nos abre como una multiplici­ objeto trascendentales, entre el sujeto de la ciencia, o del co­
dad pluralista de sistemas de coordenadas y de medidas que, nocimiento, y el suceso al cual, dentro del universo físico,
sin embargo, pueden ser coordinadas en razón de que todas dicho sujeto hace referencia a través del discurso físico. Ha­
ellas pueden ser referidas a una constante universal y nece­ bría, por tanto, en el punto de partida mismo de la proble­
saria, constante que, sin embargo, no se presenta como «ab­ mática científica y filosófica clásica, un sujeto de conocimien­
soluto» espacial o temporal ni como «infinitud» de una su­ to ante el cual comparece, como objeto enfrentado a él, cierto
puesta velocidad en que se propaga la luz de modo instantá­ marco físico de sucesos que son pensados como sucesos con
neo, sino como constante de una velocidad que es límite fi­ idénticos caracteres formales a los del ego trascendental.
nito para todas las velocidades, límite último del cerco físico Como si a éste debiera corresponder, en propiedad, cierta
más allá del cual no puede pensarse ya en términos físicos. partícula libre, en lo posible atomísticamente concebida, exen­
Esa finitud que es límite absoluto de todas las velocidades ta de toda determinación o rozadura externa que dotara de
obliga a destruir las nociones físicas de espacio y tiempo ab­ impureza teórica a sus movimientos experimentales absolutos.
solutos, los preconceptos acerca de la simultaneidad de ocu­ Respecto al carácter fantasmagórico de esa entidad obje­
rrencia de los sucesos físicos, así como las ideas newtonianas tiva llamó la atención Mach en su crítica acerca de los «ab­
acerca de propagaciones instantáneas de fuerzas (como la su­ solutos» que incorpora la teorización newtoniana, fecundando
puesta «acción a distancia» que propagan las fuerzas gravita- de este modo la tarea revolucionaria de Albert Einstein, que
torias) o de ondas luminosas. tomó cumplida nota de esa crítica. Con esa crítica quiso lla­
Puede decirse, pues, que este carácter finito de la cons­ mar la atención Mach acerca del carácter radical e intrínse­
tante universal que se introduce en la célebre fórmula einste- camente interconexo, interrelacionado, de todos los sucesos
niana de la ecuación de masa y energía especifica el carácter del mundo físico: ninguno de ellos puede pensarse en la so­
limitado, cercado y radicalmente finito de un mundo, el físi­ ledad solipsista a la que les somete la experimentación new­
co, que no tiene ya por marco de referencia, como en la con­ toniana, la que especifica ciertos movimientos absolutos, iner-
cepción newtoniana, ciertas coordenadas absolutas que remi­ ciales, determinables a partir de cuerpos o partículas libres
ten a un sujeto trascendental provisto de reloj y vara de de toda influencia (en el puro vacío). Ese puro vacío, conce­
medir universales, desde las cuales pueda datarse o medirse bido al modo newtoniano, es el vacío de la abstracción, el
cierto objeto libre de toda influencia respecto al conjunto de vaciado trascendental en virtud del cual emerge la noción
los objetos físicos, cierto objeto trascendental susceptible misma del átomo, el cual es, por lo que al objeto se refiere, el
de ser pensado desde coordenadas absolutas. La dualidad del justo correlato del ego cogito, del ego cartesiano purificado
sujeto y del objeto trascendentales, su rigidez, su mutua in­ de toda rozadura empírica. De hecho el suceso físico debe
terdependencia, queda desintegrado en su núcleo epistemoló­ concebirse de otro modo, como conjunto de sucesos plurales
gico, abriéndose como relevo una pluralidad interconexa de en interacción, especificados por sus mutuas influencias, por
sucesos físicos relativos e interactuantes que remiten, todos lejanas que éstas sean. ¿Quién nos dice que esa «inercia» que
ellos, a cierta magnitud finita, universal para todos los siste­ se especifica como ley que rige todos los cuerpos no deba su
mas: la magnitud de la velocidad en la que se propaga la razón de ser a las lejanas influencias de las masas estelares
luz en el vacío. ¿I más remotas, las siempre lejanas estrellas fijas? Mach, por
tanto, invita a concebir el objeto físico no como suceso libre
y absoluto —cuyo mejor y más adecuado modelo sería el áto-
^0 o elemento o partícula que existe en el puro vacío de la
flexión—, sino como conjunto de sucesos que interaccionan
La fecundidad del solipsismo debe verse en la posibilidad y se influyen mutuamente, o si se prefiere decir de forma más
que abre a una ciencia física como la que, desde Newton has­ ajustada, más acorde con el pensar einsteniano, como cam­
ta Einstein, dibuja el concepto nítido mismo de lo físico, con: pos de interacción entre sucesos.
152 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRÁGICA 153

Pero con todo ello no sólo es el hecho objetivo físico lo de la edad clásica, el objeto físico y el sujeto trascendental
que se modifica sino también su correlato subjetivo, el suje­ eran uno el espejo del otro, dos caras de la misma moneda,
to trascendental, el cual deja de ser un ego epistemológico dos usos de un mismo concepto básico y cosmovisional. A la
ante el cual ese suceso objetivo absoluto se presenta. El su­ soledad atomista y solipsista del ego trascendental correspon­
jeto deja de ser el lugar privilegiado en y ante el cual com­ día la del objeto físico y viceversa. Se suponía, además, que
parece el objeto trascendental, con los caracteres absolutos ese objeto era propiamente ob-jeto, algo puesto y expuesto
referidos, lugar en el cual puede determinarse lo que tiene ante un determinado sujeto provisto de esquemas formales
de absoluto el espacio y el tiempo, sino que la idea misma de y de conceptos puros mediante los cuales lo conocía. Dicho
sujeto trascendental kantiana queda subvertida. Precisamen­ sujeto era único para todo tiempo y lugar. Por eso mismo,
te la genialidad de Einstein estribó en pensar, e imaginar, también las leyes que, a modo de condiciones, determinaban
que cada uno de esos sucesos o partículas-suceso en interac­ las propiedades físicas del objeto se suponían válidas para
ción, cada uno de esos campos de interacción y en general la cualquier «sujeto» que, desde cualquier tiempo o lugar, pu­
totalidad o malla de todos los campos de interacción entre diera «observar» el objeto físico en cuestión y pensar con­
sucesos deben ser concebidos como sujetos, sólo que como ceptualmente en él. Lo que se cuestiona es, pues, a través de
sujetos relativos a su propio sistema de referencia. Entonces la teoría relativista, una doble presuposición: en primer lu­
cada suceso es lugar de observación, sujeto provisto de sus gar, la existencia de un único sujeto epistemológico capaz de
propios esquemas, o formas puras, espacio-temporales, desde conocer un objeto físico marcado también .por la unicidad
los cuales determina las medidas y los pesos de los restantes (unicidad en lo que respecta al carácter unívoco y absoluto
sucesos con los cuales interactúa, a los cuales puede poten­ de las condiciones físicas que especifican sus caracteres y
cialmente conocer, o percibir. Entonces cada suceso está pro­ propiedades físicas). En segundo lugar, el modo de relación
visto de su propia vara de medir, o de su propio reloj, con entre ese objeto físico y ese sujeto epistemológico: se supo­
su sincronización propia, dejando de ser pensable ninguna ne, en efecto, en la epistemología clásica, que el objeto es
vara rígida absoluta ni ningún reloj universal, ni por tanto ob-jeto, algo que comparece ante cierto sujeto que lo conoce.
ningún Sujeto trascendental absoluto que permitiera obviar Mientras el objeto es de naturaleza física, el sujeto es de
esa pululación de múltiples sujetos extraños, extranjeros o naturaleza lógico-trascendental. Mientras el objeto pertenece
exóticos, con idéntico derecho en cuanto a la formulación de al ámbito de la «naturaleza» o de «lo físico», el sujeto tiene
ciertas leyes «absolutas» acerca de lo físico. un estatuto ambiguo y peculiar: posee estatuto «epistemoló­
Parafraseando a Hegel podría decirse que, entonces, la gico». De hecho con este término se encubre su verdadera
sustancia física misma es sujeto, pero esa sustancia es plu­ naturaleza. Ya que en el fondo se supone, de un modo más o
ral, del mismo modo en que es plural la subjetividad. Ello menos solapado o camuflado, que ese sujeto del conocimien­
exige una modificación radical de los planteamientos episte­ to o de la ciencia pertenece a una región ontológica diferen­
mológicos, corolario del revolucionario modo de entender lo ciada de lo físico, a una esfera en cierto modo meta-física, la
físico a partir de Einstein. esfera del espíritu o de la mente, o si quiere decirse de modo
sofisticado, la esfera humana de la inteligencia racional. El
esquema abona la siguiente relación dual, en la cual importa
III la disimetría del lugar que ocupan cada extremo: un objeto
físico ante un sujeto espiritual, intelectual o mental. O si quie­
Queda de este modo desintegrado el núcleo epistemológi­ re decirse de modo drástico: la naturaleza frente a una razón
co, el par sujeto-objeto de la ciencia y de la epistemología que la interroga, observa y determina a través de sus propias
clásica: objeto y sujeto aparecen, desde la ruptura einstenia- categorías, por mucho que se piense también que esa natu­
na, radicalmente dislocados con referencia al modo en que raleza «posea» dichas categorías, o que el libro de la natura­
eran pensados en la teoría clásica, en la física newtoniana y leza esté escrito en caracteres matemáticos.
en la filosofía kantiana, por ejemplo. Se advierte, por lo mis­ Los dilemas, opciones, debates y discusiones propias y
mo, cómo, en este bloque problemático científico-filosófico peculiares a este modo de plantear la ciencia física y su per-
1 54 I.OH I.ÍMITUS 1)111. MUNIM) O N IO K K IÍA IIIA<)l< A ISS

tincntc epistemología derivan de su propio campo problemá­ ( I ml i Mi i u) . I V i o 1.1 idc.i m i s m a i l r s u j r l u y d e <>1>|<-lo v de- su
tico, o si se quiere decir así, de la episteme o del paradigma relación nuclear, tul como brota de lu problemática clásica,
clásico en el que hunden sus raíces. Se dibujan diversas op­ la que, con evidente exageración aclaratoria, llamo ncwtonia-
ciones filosóficas, que recurren con tediosa predictibilidad a na-kantiana, se mantiene incólume y no es, en absoluto, rozada
lo largo de la epistemología moderna. En primer lugar, la ni criticada. El par sujeto-objeto, en todas sus variantes, se
opción o la tendencia que marca el énfasis acerca de la su­ dobla en el par mente-materia, como bien ha señalado Rorty
perioridad jerárquica del espíritu, o de la inteligencia racio­ en su libro La filosofía como espejo de la naturaleza. De he­
nal capaz de conocer, sobre la muda materia, carente de cho esta dualidad se retrotrae a la cartesiana de la res cogi-
inteligencia y de conciencia, falta de lenguaje y de sentido. El tans y de la res extensa, o a la dualidad de Locke entre la
sujeto que conoce demuestra una superioridad ontológica de idea simple, o átomo objetivo «físico» del conocimiento, y
carácter jerárquico respecto a la «materia bruta». El hom­ la cámara vacía o receptáculo en donde se acoge, como im­
bre, en tanto poseedor de lógos, en tanto animal lógico-lin­ presión, el plexo de ideas simples. O bien la dualidad entre
güístico provisto de inteligencia, evidencia su superioridad al hechos o sucesos físicos, susceptibles de observación y cons­
ser capaz de conocer cierto objeto que no es sujeto, cierto tatación «empírica» (juicios sintéticos, si quiere decirse así)
ser en sí que no es para sí, cierta existencia que habita la y las leyes lógico-matemáticas que establecen, como marco
exterioridad pero que carece de interioridad. Pero no será de posibilidad respecto a los sucesos físicos o mundanos, la
difícil promover la posible inversión de esta tendencia, sos­ inteligencia racional, la inteligencia o la razóñ analítica. Ha­
pechando de los prejuicios espiritualistas, idealistas y antro- bría, pues, por una parte cierta mente (sujeto) que estable­
pocéntricos que recubre. Se tratará, entonces, de concebir la cería cierto marco de posibilidades lógico-matemáticas. Ha­
inteligencia y el lógos humano, la subjetividad como una bría, además, cierto suceso físico que sería susceptible de
i complejización, mecánica o dialéctica, de la propia materia observación y constatación y que podría «rellenar» o «cum­
en movimiento, de manera que ésta llegue a «reflejarse» en plir» algunas de las posibilidades abiertas por la inteligencia
dicha inteligencia humana, pero en el sobreentendido de que lógico-matemática. El acto de conocer resultaría del feliz en­
el hecho humano es producto físico y material. Se tratará, por cuentro entre ese marco analítico y ese suceso físico: la ob­
todos los medios, de contraponer al monismo espiritualista, servación daría materia al conocimiento; el juicio analítico
dentro del cual la naturaleza material es enajenación degra­ suministraría la forma. A través del buen encuentro de la
dada de la Idea, un monismo materialista, de carácter meca- forma con la materia se produciría el conocimiento, o bien
nicista o dialéctico, según el cual la aventura humana apare­ se extendería en su avance y en su progreso.
ce como transformación, cuantitativa o cualitativa, mecánica
o dialéctica, de las propias fuerzas físicas que tienen su ho­
gar primero en la materia en movimiento. En sus formas más IV
refinadas esta tendencia procurará destruir los prejuicios en
torno a la existencia de «lo mental» e intentará, por lo mis­ Desde una nueva doctrina capaz de explicar y criticar la
mo, estudiar y observar al hombre como objeto físico mani­ precedente, ésta, la antigua, aparece necesariamente instala­
fiesto a través de sus modos de exteriorización o «compor­ da en ideas básicas, creencias, que actúan en el modo de
tamiento». prejuicios: conceptos que han terminado por ser creencia
Ahora bien, todos estos problemas filosóficos derivan del compartida y sentido común, modo obvio y natural, espontá­
modo mismo en que se plantea la problemática epistemoló­ neo e indudable de pensar. Al modo en que se dispone el
gica nuclear en su modalidad clásica y a partir de los ya ci­ núcleo epistemológico según la doctrina clásica, científica y
tados supuestos. Se supone siempre que «hay» cierto objeto filosófica, al modo en que aparece el par sujeto-objeto, según
físico que comparece ante cierto sujeto conocedor (inteligen­ lo acabo de describir, lo denomino, pues, el prejuicio episte­
te y provisto de lenguaje). En unos casos se intenta reducir mológico clásico, entendiendo por clasicismo, en ciencia y epis­
el objeto al sujeto (espiritualismo idealista), en otros, a la temología, el paradigma que culmina en Newton y Kant. Se
inversa, el sujeto al objeto (viejo materialismo, moderno con- supone, en el origen y en la raíz misma del acto gnoseológico.
156 1.0 S l (MI II1S DLL MUNDO on 101.00 ( a i u Au i c a 157

el encuentro entre dos datos originarios, un sujeto único pro­ ajuste o la coordinación de sus esquemas perceptivos y con­
visto de «condiciones» absolutas de percepción y conocimien­ ceptuales, a partir de la remisión de todos ellos a esa cons­
to (así el espacio y el tiempo, independientemente de que se tante única universal, de carácter limitativo (un absoluto
les considere «objetivos» o «formas puras de la sensibilidad limitativo) que es la velocidad finita de la luz, pueden hallar
del sujeto») ante el cual comparece un objeto (físico) del cual ciertas cláusulas de acuerdo dentro de un continuo espacio-
pueden estipularse ciertas condiciones físicas absolutas, abs­ temporal en el seno del cual cabe especificar ciertos interva­
trayendo su soledad y unicidad del resto de todos los objetos los como magnitudes de coordinación entre las diferentes
de la naturaleza. Habría, pues, un hecho físico que se da perspectivas. Perspectivismo que, de esta suerte, permite un
—como dato o factum— a un supuesto sujeto epistemológico ajuste y coordinación de carácter «objetivo» y físico que deja
trascendental que, desde sí, por recepción o espontaneidad, de sustentarse en lo que, desde la única perspectiva tenida
determinaría lo que ese dato fuese, determinación en la cual por objetiva en el seno del paradigma clásico, se tenía por lo
se consumaría el acto de conocer. objetivo y absoluto. El avance en el conocimiento significa
Si hemos de remontarnos a la raíz de la nueva creencia siempre una cierta «humillación» de la propensión prepoten­
básica que introduce la teoría de la relatividad, desde la cual te, geocéntrica y antropocéntrica del hombre. Avanzar en el
brota su peculiar y específica problemática, debería reparar­ conocimiento, en la sabiduría, consiste en añadir límites ri­
se en lo que en ella se da como dato o datos radicales desde gurosos, cadenas de necesidad, al destino humano.
los que brota la propia concepción que se hace de lo físico En consecuencia, si cabe hablar así, el ego trascendental
y del conocimiento de lo físico. Y bien, lo primero que llama se aloja ahora en cada uno de los objetos físicos que interac­
la atención es que el hecho físico o suceso físico no se da en túan. De hecho esos objetos no deben ya llamarse en rigor
soledad con relación al conjunto o totalidad de los sucesos objetos sino sucesos, sucesos o aconteceres físicos en campos
físicos. Pero en segundo lugar llama la atención que ese con­ de interacción. Y el sujeto ya no puede nombrarse en singu­
junto no comparece ante un supuesto sujeto epistemológico lar, como si hubiera tal cosa como Un Ünico Sujeto: hay,
que pueda conocerlo a través de ciertas formas puras o con­ como dato inicial, una pluralidad de sucesos que son sujetos,
ceptos (como el espacio y el tiempo o el principio de causa­ o si quiere decirse así, aunque con ciertas salvedades, una
lidad). Lo que se da es, en su origen mismo, como dato pri­ pluralidad de mónadas leibniceanas, en el sentido de que cada
mero y radical, un conjunto interconexo de sucesos físicos una de ellas posee sus «nociones» relativas de distancia y de
cada uno de los cuales constituye potencialmente, a la vez, un tiempo, sus propias pautas de medición, pero que, a diferen­
modo propio de «percibir», cada uno de ellos provisto de cia del modelo leibniceano, se hallan en relación de interac­
un esquema o mapa espacio-temporal desde el cual y a par­ ción y, además, infieren sus «percepciones» de sus propias
tir del cual determina medidas, fechas, pesos, longitudes y condiciones físicas. En sí son sujetos, como en Leibniz, pero
velocidades. Se trata de una pluralidad, radicalmente afirma­ sujetos pensados desde el horizonte de la intersubjetividad.
da, de sucesos que son propiamente y con todo rigor y dere­ Pero con ello el prejuicio de la dualidad mente-materia,
cho «sujetos de conocimiento», independientemente de que se inteligencia lógico-lingüística frente a naturaleza, espíritu-na­
alojen en la supuesta rigidez geocéntrica o antropocéntrica de turaleza, res cogitans versus res extensa o como se quiera
nuestras condiciones humanas de conocimiento, o bien en el nombrar en todas sus posibles variantes el preconcepto que
centro o foco de una galaxia distante, en la estrella Sirio o esconde la dualidad sujeto-objeto, queda seriamente conmo­
en el seno de una partícula subatómica que viaja a velocida­ cionado y criticado, haciendo inútil la discusión planteada en
des próximas a la velocidad de la luz en el vacío. Cada uno esos términos. Pues podría decirse, a partir del nuevo modelo
de estos objetos o acontecimientos físicos posee con todo de­ físico y filosófico, que cada uno de esos sucesos físicos que
recho el título de sujeto de conocimiento o de sujeto trascen­ son sujetos constituye, con todo derecho, un «trozo», si así
dental. Por tanto, conocer no significa ya el encuentro del cupiera hablar, de mente y de materia, o de res extensa y
objeto físico con el sujeto ante el cual éste comparece, sino res cogitans, o de objeto y sujeto.
el encuentro entre diversos sucesos físicos que son sujetos y
que interactúan dentro de un campo en el cual, en razón del
158 LOS LÍM ITHS DHL MUNDO ONTOLOCifA t h Au i c a 159

Podría decirse que esta distinción entre «sentido común»


o «experiencia cotidiana» frente al lugar propio de la ciencia
3. Hacia una ontología pluralista es inherente a todo trabajo científico y epistemológico, sean
cual sean las variables que se introduzcan, a modo de para­
I digmas básicos relativos a las normas o reglas del juego pro­
pio de la ciencia en una época determinada. Pero lo peculiar
La distinción entre el ego trascendental y el ego empírico y sumamente original de la doctrina einsteniana de la relati­
vendría especificada, en el seno del paradigma clásico, por la vidad estriba en cierta inversión de los caracteres específicos
diferencia entre el punto de vista de la ciencia y el punto de de lo que debe entenderse por perspectiva propia de la cons­
vista espontáneo o de sentir común. Este último sería en cier­ ciencia empírica común y de la que es inherente e intrínseca
to modo heredero del paradigma tradicional, de raíz aristo­ a la ciencia. Dentro del paradigma que culmina en Newton,
télica, según el cual la magnitud de espacio y tiempo vendría el ejercicio de la duda metódica o del escepticismo (como el
dada por los lugares específicos de un objeto (sus líneas de que escenifica Descartes en sus Meditaciones) se ejerce frente
circunscripción respecto a otros objetos vecinos) o por la a la cosmovisión característica del saber físico de la antigüe­
medida y número de su movimiento propio, movimiento es­ dad en el cual se hallan anclados nuestros preconceptos de
pecífico de dicho objeto (susceptible de reflexión como mo­ espacio, tiempo y movimiento, un poco a la manera de infe­
vimiento espontáneo y natural o movimiento antinatural). El rencias de los lugares últimos del pensamiento físico-meta-
corolario de esa distinción epistemológica entre el sujeto em­ físico que, a modo de categorías supremas, habría trazado
pírico, referido a la perspectiva de sentir común heredera del Aristóteles como coronación de su propia construcción físi­
paradigma antiguo, aristotélica, y el sujeto trascendental, ver­ ca. La ciencia, frente a esos conceptos del espacio como lu­
dadero sujeto de la ciencia, capaz de alzarse a los conceptos gar de la sustancia, o del tiempo como medida y número del
nuevos de espacio y tiempo absolutos, capaz por lo mismo de movimiento propio de un cuerpo, conceptos que sugieren no­
sugerir experimentos teóricos respecto al movimiento abso­ ciones tentativas (así las de espacio y tiempo relativos), poco
luto o intrínseco de un cuerpo libre o exento de interferencias aptas para servir a la ciencia, sólo convocadas como marco
respecto a otros cuerpos (en el vacío absoluto), sería la dis­ de referencia negativo para trazar los verdaderos concep­
tinción entre magnitudes o condiciones relativas de un objeto tos de la nueva ciencia, se instituye desde cierta concepción
físico vulgar (espacio y tiempo relativos) y magnitudes o con­ del espacio y del tiempo como absolutos o a priori, es decir,
diciones absolutas del objeto propiamente físico (el espacio conceptos previos y anteriores a toda experiencia posible del
y el tiempo absolutos, isótropos, uniformes, con identidad de objeto, formas en las cuales podría alojarse esa experiencia,
valor en todas sus magnitudes, ambos independientes radi­ haciéndola posible. Entonces la ciencia presupone la erección
calmente de hallarse ocupados o no por algún trozo de ma­ de ciertos absolutos independientes de toda condición mate­
teria). rial. La perspectiva que se abre a partir de esa institución
En la teoría clásica, científica y epistemológica, sujeto y es la perspectiva única y exclusiva desde la cual puede haber
objeto se desdoblarían en un sujeto común, apto para la per­ ciencia, conocimiento, hacer y decir propiamente científicos.
cepción cotidiana, y un sujeto propiamente epistemológico, Desde Einstein podría decirse que se invierte la manera
verdadero lugar en donde acontece el hecho novedoso del en que es ejercida la duda y la sképsis, la que determina la
discurrir de la ciencia; correlativamente en un objeto común, distinción entre la perspectiva y el sentir común o espontá­
correspondiente al sujeto vulgar, objeto físico sometido a re­ neo, o cotidiano, y la que es específica del sujeto y del objeto
laciones relativas de espacio y tiempo y movimiento, y un de la ciencia. De hecho, ese absolutismo característico de la
genuino objeto de la ciencia física, verdadero objeto trascen­ ciencia newtoniana sirve, precisamente, para caracterizar
dental, resultante de la reducción y vaciado epistemológico la perspectiva obvia, espontánea y corriente, y la experiencia
en virtud del cual se somete al objeto de la experiencia co­ cotidiana o de sentir común que a ella corresponde. Para de­
mún a la prueba de fuego de las condiciones del espacio y del cirlo de algún modo, se supone que el sentir común de la
tiempo y del movimiento absolutos. conciencia corriente es el dato del que parte, a través del
160 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRAGICA 161

trabajo crítico, la ciencia. Pero ese sentir común se presenta se refiere a su calidad de sujetos, son capaces de ajustar sus
en la modalidad newtoniana de referencia, en la cual espa­ propias mediciones y coordenadas, entonces puede ser posi­
cio, tiempo, movimiento aparecen como conceptos dotados ble trascender el punto de vista vulgar, la perspectiva inge­
de carácter absoluto y a priori. A partir de Einstein podría nua y espontánea del sentir común, alzándose el marco mismo
considerarse que ese modo absoluto de pensar es el corrien­ de la ciencia física, la cual trata, entonces, de especificar
te. Si bien este razonamiento debe llevarse a toda la comuni­ aquellos intervalos dentro de unas coordenadas espacio-tem­
dad relativa de «testigos» que forma el universo. Por decirlo porales que especifican las propiedades físicas de un determi­
así, en cada rincón del mismo puede aparecer un testimonio nado cuerpo sometido a determinadas condiciones. Y ello es
«newtoniano» capaz de erigir como pauta absoluta de medi­ posible en la medida en que todos los cuerpos remiten a la
ción y datación sus propias coordenadas espacio-temporales magnitud constante, de carácter limitativo y finito, de la ve­
desde las cuales especifica movimientos, velocidades y mo­ locidad con que la luz se propaga en el vacío.
mentos. Habría, en el punto mismo de partida con el que se La ciencia física es posible, pero sólo y en la medida en
enfrenta la ciencia, en ese punto de partida que es la pers­ que asume plenamente (y se somete a duda radical y a crí­
pectiva obvia y de sentir común, generadora de una experien­ tica) ese lugar de la conciencia empírica vulgar, según la cual
cia cotidiana no sometida a crítica, a confrontación, a con­ se toma por absoluto lo que deriva de la propia posición re­
traste, una múltiple pululación posible de esquemas o coor­ lativa de la partícula o suceso físico que actúa como «obser­
denadas de percepción y conceptuación todas las cuales po­ vador». En el supuesto de que aquí el observador es también
drían imaginarse aferradas, al modo newtoniano, al carácter objeto observado. La relatividad afecta a la rígida dualidad
absoluto de sus propias mediciones y determinaciones de pro­ del observador y del observado, conduce a la dialectización
piedades físicas. La duda y la sképsis propia de la ciencia, la de estas dos ficciones epistemológicas. Del mismo modo como
que permite alzarse del sentido común a la ciencia, no deja en la moderna etnología, según narra Lévi-Strauss, la duda
entonces, como residuo en el que pueda justificarse el hacer radical y el escepticismo se introduce en la medida misma
y decir científicos, un ego cogito sum que, desde su lugar tras­ en que el investigador tiene que habérselas con un objeto que
cendental, determine en términos absolutos qué es el tiempo, a su vez investiga, observa y juzga, también en el terreno fí­
el espacio y el movimiento intrínseco de un cuerpo, sino que sico puede afirmarse que el propio objeto emisor de infor­
Einstein, aprendiendo del escepticismo machiano, lleva la maciones se determina desde un lugar que debe ser concebi­
duda y la sképsis hasta afectar a toda pretensión de erección do ante y sobre todo como lugar de observación, como pers­
de una perspectiva como atalaya privilegiada desde la cual pectiva de visión y, potencialmente, de dicción, de conoci­
pueda trazarse un plano único o un mapa que haga posible miento. Experimentalmente o en sí tal es la situación que
determinar las condiciones mismas del objeto físico. La duda permite a la ciencia librarse de la rémora antropocéntrica
se ejerce entonces sobre todas y cada una de esas perspecti­ que padece la teoría clásica, más allá de que exista o no exis­
vas múltiples, de carácter monadológico, de manera que to­ ta la inteligencia lingüística capaz de responder a las señales,
das ellas quedan afectadas por la relatividad, o dicho con más signos o símbolos que se emiten desde el lugar donde se
propiedad y rotundidad, por la sképsis universal. En princi­ enuncia la teoría científica. Si no existen, se han de inventar
pio ninguna perspectiva posee prerrogativa sobre las demás, o al menos imaginar. Pueden existir y eso basta. Cada móna­
ninguna vara de medir nos sirve como vara universal, ningún da es, potencialmente, lugar y atalaya de observación, además
reloj es apto para dar cuenta de la hora universal y simul­ de objeto o suceso físico susceptible de ser observado. No es
tánea de todos los aconteceres físicos. Pero en la medida mis­ medio pasivo de experimentos sino sujeto activo potencial de
ma en que esos sucesos físicos que poseen sus propias pautas experimentos propios. Pero sea cual sea el lugar inicial es­
(concebidas para ellos mismos como absolutas) de medición, pontáneo y primario de la mónada, se halle en Sirio o alojada
puedan coordinarse, es decir, entrar en campos de interac­ en una partícula subatómica con velocidad próxima a la de
ción, de manera que no sólo en sí, en tanto que sucesos físi­ la luz, se conciba como inteligencia alojada en el núcleo de al­
cos, se hallen en interacción, cosa que se postula desde el guna galaxia distante, o como microinteligencia radicada en
principio de la teoría, sino que, además, para ellos, en lo que una partícula de rayo cósmico, puede imaginarse que, en prin-
162 LOS LIM IT ES DEL MUNDO
ONTOLOCÍA TKAo ICA 163
cipio, reproduce este carácter propio de la conciencia común, En el seno de una reflexión sobre el conocimiento en el
al menos en un primer repliegue de su propia reflexión sobre terreno de las relaciones espirituales o humanas, Hcgcl des­
su percepción y concepción, carácter según el cual se adopta montó el presupuesto de este núcleo (una de cuyas variantes
como postura absoluta y dogmática la que es, únicamente aparecería bajo la forma rígida kantiana de una cosa en si
relativa y perspectivista. El avance del pensar crítico moder­ cuyo aparecer o fenómeno puede ser determinado por cierto
no, a través de la asunción en la modernidad consumada que sujeto trascendental capaz de un conocimiento limitado a ese
en este siglo se despliega, consiste, como se ha ido viendo a
fenómeno) al advertir, genialmente, cómo esa cosa en sí, así
lo largo y ancho de todo este libro, en la introducción de esa que ascendemos del puro observar e interrogar el medio
sképsis, duda radical desesperada, relatividad generalizada mudo que constituye la naturaleza, así que nos enfrentamos
sobre esta producción espontánea de carácter dogmático del no tanto con una cosa con sus cualidades o propiedades, o
sentir común, de la conciencia empírica o del sujeto todavía con un objeto determinable como comunidad de fuerzas en
no formado en la ilustración moderna, según el cual se aban­ interacción, o como campos de fuerzas que interactúan según
dona todo aferramiento a lugares o pautas fijas, rígidas o el esquema leibniceano, sino con cierta cosa o sustancia que
absolutas, promoviendo una pululación múltiple de perspec­
tivas y de esquemas. Sólo en la medida en que se asume ese es, a la vez que objeto de nuestra percepción y conocimiento,
también sujeto de percepción y conocimiento, entonces la
escepticismo universal y radical es posible alzar un criterio cláusula metódica del par sujeto-objeto, y su peculiar disime­
propio de ilustración y modernidad plenamente autocons- tría, la de que el objeto lo es para un sujeto, al modo de la
ciente: aquel que sabe que ese relativismo asumido es ya disimetría entre un ser físico observado y un sujeto espiri­
saber, sabiduría, frente a su sombra dogmática, que desde
esa consciencia aparece como el lugar mismo del yerro y del tual que observa, todo este esquema debe ser roto y modi­
ficado sustancialmente, toda vez que entonces reaparece en
extravío. Lo mismo quedó perfectamente clarificado en nues­
términos de una cosa o sustancia que es a la vez sujeto y ob­
tro recorrido a través de la proposición moral.
jeto, observador y observado. Se ha dicho una y otra vez que
en el campo de las ciencias del espíritu, sociales o humanas,
hemos de modificar el modelo epistemológico y metodológi­
II
co clásico, sólo apto en el campo de las ciencias físicas o
naturales, en razón de que en aquéllas el objeto es también
Lo que a través de la epistemología que deriva de la teo­ sujeto. Pero con todo ello se parte de una idea moderna de
ría de la relatividad einsteniana se destruye es una cierta las ciencias sociales y humanas y se asume, por ignorancia o
idea presupuesta del núcleo epistemológico, según la cual se irreflexión, un modelo anticuado y clásico de epistemología
presupone que ciertos sense data, o datos sensibles, son da­ referente a las ciencias de la naturaleza. Se ignora, en efecto,
dos a cierta «cámara oscura», o receptáculo, en el cual son que éstas, desde Einstein, deben pensarse de otro modo a
recibidos, a través de una afección que puede llamarse im­ como se piensan en el seno de la epistemología tradicional,
presión o sensación primaria. Sellars, en un importante tra­ ya que, a partir de la teoría relativista, no puede hablarse ya
bajo, señala con precisión el prejuicio en que se aloja este de un objeto físico que aparece, bajo el modo que sea, ante
esquema característico de una tradición empirista que remi­ un sujeto que lo conoce o que lo observa, sino que ese ob­
te, al igual que otras tradiciones sólo aparentemente antagó­ jeto físico, o suceso físico, es a su vez «ego» potencial capaz
nicas, a un mismo paradigma cartesiano según el cual existe de observación y percepción, del mismo modo como ese su­
o hay, como primera evidencia, como idea originaria, cierta puesto «ego» ante el cual comparece puede ser concebido,
cosa extensa que se nos presenta como objeto físico ante cier­ desde otra perspectiva, como puro suceso físico capaz de ser
ta cosa pensante o inteligente que nos aparece como sujeto observado, percibido y datado o fechado. Luego es ocioso re­
epistémico, sujeto que es soporte y sustento del discurso de ducir a puro suceso físico lo que ocurra en nuestra mente
la ciencia, sujeto en donde se consuma, en la medida en que (basta colocarse en la perspectiva de «observador» para que
se produce su encuentro con el objeto, el acto del conoci­ tal cosa pueda producirse), como es igualmente ocioso con­
miento. cebir como puro hecho mental eso que se llama suceso físico.
1 64 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRAGICA 165

Cabe, en idéntica justicia, ejercer las dos ociosidades, ambas «objetivo» del hecho físico que comparece ante el observador
inútiles, la de reducir, según el modo conductista, todo hecho humano. De hecho ese objeto físico determina su interacción
mental a puro suceso físico, o bien proponer una alucinante con todos los restantes objetos físicos, al menos desde Eins-
mentalización generalizada de todo el universo físico (como tein, a partir del mismo modelo intersubjetivo, en la medida
a veces parece ser la tentación de algunos críticos del con- en que cada suceso o trozo de materia del universo, o cada
ductismo, así por ejemplo Karl R. Popper). punto o lugar dentro del continuo espacio-temporal, o cada
De hecho se trata de concebir a la vez todo suceso como secuencia dentro del espacio-tiempo relativista, puede valer
sujeto, o todo hecho físico como potencial lugar en donde, como lugar de observación, percepción y medición, de mane­
puede suceder o acontecer el hecho mental propio del cono­ ra que todo suceso es potencialmente sujeto. O dicho con
cimiento. Eso es tanto como decir que no hay cosas en sí plena radicalidad: la interacción está, en lo físico, igualmen­
enfrentadas a sujetos trascendentales, sino cosas que son po­ te que en el terreno moral o histórico, o social, marcada por
tencialmente sujetos, u «observados» que son de derecho ob­ la intersubjetividad.
servadores, u objetos que son sujetos siempre, al menos po­ No existe por tanto referente respecto al cual se diga o se
tencialmente. proponga algo en calidad de proposición científica sobre la
El problema es que esta introducción del modelo intersub­ naturaleza. O ésta no es esa cosa o referente respecto al cual
jetivo en las propias ciencias de la naturaleza ofrece podero­ fantasma epistemológico hace referencia nuestro decir y pro­
sas resistencias al sentir común, que acepta, como dan mues­ poner. Sino que eso a lo cual se refiere nuestro decir y propo­
tras de hecho los investigadores que trabajan en el campo de ner, ese objeto físico que se determina como suceso o acon­
las ciencias humanas o sociales, este modelo para penetrar tecimiento en interacción con todos los sucesos y aconteci­
en lo que tiene de específico el hombre en toda su variedad mientos de lo que puede llamarse, con Wittgenstein, el mun­
de normas, juegos lingüísticos, pautas morales de comporta­ do, es ya de hecho un marco desde el que puede a su vez
miento y códigos estéticos, en general en toda su variedad trazarse, en forma de medición de distancia, tiempo o velo­
de usos lingüísticos y de normas de conducta, pero que man­ cidad, un determinado modelo desde el cual decir y proponer
tiene tozudamente, consciente o inconscientemente, cierta frente al que por mi parte trace o proponga. Luego no existe
cláusula respecto al carácter específico de lo humano respecto un único mundo, en singular, como quería el primer Witt­
a lo que no es propiamente humano, sino simplemente físico. genstein, en el cual, dadas ciertas reglas de posibilidad en el
Existe, desde luego, diferencia, hecho diferencial propio del decir, o normas lógicas, podría determinarse cualquier acon­
habitante de la frontera. Éste no es sólo un ser físico, como tecer o suceso físico, o mundano, sino múltiples sucesos en
ya se ha ido viendo a lo largo de este libro. El fronterizo es interacción, cada uno de ellos con su propia normativa o
el ser que habita el límite mismo del mundo físico y se abre regla según la cual determinar sus distancias, sus magnitu­
a mundos que ya no son de naturaleza física (mundos mora­ des, sus enunciados, según sugiere el segundo Wittgenstein, el
les, estéticos, históricos). En la medida en que habita esa en­ de las Investigaciones filosóficas, plenamente anegado en el
crucijada es habitante de la frontera o límite. Da palabra y nuevo paradigma relativista.
voz a esa frontera y límite: palabra capaz de enunciar o mos­ En consecuencia, toda nuestra reflexión acerca del cerco,
trar qué es el cerco físico en donde se aloja, capaz también según se llevó a cabo en el primer ciclo, debe ser zarandeada
de dar palabra y voz, a través de la proposición moral o del a través de esta perspectiva, de manera que el mundo que, a
hacer y decir estético, a aquello que desborda el cerco. Pero modo de representación, parecía abrirse ante un sujeto so-
esta singularísima diferencia que determina el lugar y desti­ lipsista elíptico, de cuya elipsis podría derivar la posibilidad
no del fronterizo no autoriza a presentar, como diferencia de llamar a dicho mundo el mundo en términos del único
epistemológica y metodológica, la que tantas veces, errónea­ mundo existente, deja paso a una pluralidad de posibles
mente, se ofrece como lugar de diferencia o de reducción en­ «mundos» diferenciados, cada uno de los cuales emerge a par­
tre el hecho humano y el físico, a saber, el carácter intersub­ tir de un determinado suceder o acontecer físico, suceso o
jetivo del modo de interacción propio del comportarse social, acontecimiento en el que se produce la comparecencia de un
psíquico o lingüístico del hombre, y el carácter puramente sujeto potencial.
o n t o l o g I a t r á g ic a 167
166 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO

infernal de alguna estrella, cabalgar sobre el lomo vertigino­


La imagen que entonces se nos dibuja, la que corresponde
so de alguna partícula con velocidad próxima a la de la luz),
a mi propia concepción ontológica, a la que se llega a través
hallándome en consecuencia en la necesidad y en la exigencia
de un largo rodeo, primero a través de la cláusula metódica
solipsista, con su corolario y cuota de error y de falsedad, de transformar radicalmente mis propios esquemas espacio-
temporales, mis relojes y mis varas de medir, todo el sistema
pero con la gran virtud de abrir un cauce metódico a la refle­
xión, es la de un pluralismo ontológico y epistemológico cu­ de mis pesos y de mis medidas. No puede sorprender que
yas raíces brotan de la física misma, de una física que es uno de los más agudos (y discutidos) pensadores dentro del
trascendental en la medida en.que determina sus propias campo de la cosmología moderna, Milne, conciba, en una pri­
condiciones de posibilidad, es decir, las condiciones episte­ mera aproximación, la noción de tiempo físico como la que
se forman ciertos «sujetos» alojados en el centro de cada una
mológicas en las cuales puede definirse el objeto físico. Esas
condiciones me han remitido a un nuevo concepto epistemo­ de las galaxias (esos gigantescos átomos de la ciencia cosmo­
lógico nuclear, radical, el de un campo físico de interacción lógica).
entre sucesos que son potenciales sujetos, en el cual se afinca Todo suceso físico, en consecuencia, debe ser elevado al
y consolida el pluralismo. rango de genuino «sujeto epistemológico». En el sujeto fron­
terizo se produce, o puede producirse, el acto de conocer, evi­
denciado por la efectividad lingüística, siendo entonces el len­
guaje a través del cual se enuncia o dice lo que hay dentro
4. Los límites del mundo físico. Naturaleza y fiñitud del cercó el lugar en el que, de forma activa o efectiva, se
muestra o puede mostrarse el conjunto o la totalidad de su­
cesos en interacción o los campos de relación entre sucesos
I
que compone el cerco físico. El sujeto fronterizo puede enun­
ciar, por tanto, lo que constituye el cerco físico, trazando así
En principio —o si quiere decirse de modo hegeliano, en
mismo los límites inherentes a su conocimiento del mismo.
sí, o en potencia— todo suceso físico, desde la más ínfima
partícula hasta el más monstruoso objeto cuasi-estelar puede Pero el sujeto fronterizo, además, en tanto vive en interac­
ción con otros sujetos, puede someter a diálogo, debate, dis­
ser determinado como suceso físico que es sujeto potencial cusión, contraste o corroboración lo que propone o proyecta
de conocimiento, en la medida en que, un poco al modo de como modelo acerca del propio universo físico. En esa medida
las mónadas leibnicianas, es un lugar, atalaya o perspectiva
es sujeto activo de conocimiento, siendo el acto la efectividad
potencial desde donde percibir, formalizar y esquematizar o lingüística mediante la cual se dice o se propone un modelo
concebir el universo. Por tanto, puede repartirse la «mente»
o paradigma a través del cual hacer comprensible lo físico.
por donde se quiera; o mejor, debe repartirse por la totali­
dad del espacio-tiempo físico. O dicho al modo de Heráclito, Pero el fronterizo humano, a medida que va penetrando
la naturaleza, si bien gusta por esconderse, termina revelando en los arcanos de la física, pone coto a su propia pretensión
siempre su sustancia «lógica», la razón o el lógos del que es desmesurada por llenar las lagunas de sentido con conceptos
vacíos, conceptos que sin embargo se suelen considerar refe­
partícipe el ser humano que sabe atender a su llamada. Por
rentes últimos y absolutos del discurso. En este sentido el
consiguiente, en cualquier punto del espacio-tiempo puede
ahondamiento en la modernidad, y en el criticismo que le es
producirse la emergencia actual y efectiva de esa «inteligibi­
inherente, significa siempre una «reconversión» de ciertos
lidad potencial» de la naturaleza. Y es preciso, si quiere al­
canzarse un concepto adecuado de lo físico, experimentar con «absolutos» en términos relativos (así el espacio y el tiempo)
el supuesto de que cualquier suceso físico es, potencialmente, o de ciertas magnitudes «infinitas» en finitas (así la velocidad
lugar de percepción y de medición, inclusive de enunciación de propagación de la luz). Pero también se pone coto a toda
y conocimiento. Yo mismo, en tanto que sujeto provisto de propensión a plantar un límite último donde no lo hay (el
inteligencia y lenguaje, puedo mental y experimentalmente átomo por ejemplo, como supuesto término último indivisi­
trasladarme a condiciones materiales radicalmente distintas ble dentro del vertiginoso encaminarse hacia lo «infinitamen­
de las del planeta azul (habitar, por ejemplo, en el corazón te pequeño») como también se controla la inveterada tenden-
1 68 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO
ONTOLOGÍA TRÁGICA 169
cia a fabular acerca de infinitos donde probablemente hay
límites que definen un cerco (así la idea misma de «universo queño. A medida que ahonda críticamente en el mundo físico
infinito», hoy en debate —y en cierto modo en retirada— den­ se topa con cercos de finitud que introducen paradojas o
tro del vertiginoso encaminarse hacia «lo infinitamente gran­ singularidades a sus propios paradigmas teóricos.
de»). Pareciera que, en todo caso, la finitud, esa categoría tan El fronterizo humano, pues, a través de su conocimiento
antipática para el Hegel de la Lógica, sirviera hoy no sólo de lo físico, dibuja un cerco marcado por la idea misma de
para definir la condición del Dasein (otro modo de llamar al límite. Pero el sujeto fronterizo no se limita a ser ni a habi­
hombre en tanto que sujeto epistemológico y antropológico, tar lo físico. Forma comunidad con todos los sucesos físicos
a partir del cruce que anteriormente he discutido), sino in­ y procede del mismo «material» con que está construida la
clusive para pensar, como idea reguladora, la naturaleza mis­ naturaleza entera. En él se reconoce ese material fraterno
ma, la cual presenta por todas partes magnitudes finitas irre- que se elabora en los hornos poderosos del centro de las es­
basables, dando con ello una dimensión interna al propio uni­ trellas. Pero el fronterizo humano posee lenguaje, inteligencia
verso físico a lo que en mi texto llamo el cerco. Lo físico se y pasión. Padece y experimenta afectos que le conducen más
ve cercado por esa pululación de la finitud: finitud que per­ allá del cerco. Enuncia y muestra, a través del lenguaje inte­
mite determinar un posible «comienzo» al universo mismo ligente, lo que habita el cerco. Sólo que ese lenguaje no se
(en las doctrinas de la primera explosión) y un previsible fi­ limita a ser lenguaje capaz de enunciar y proponer modelos
nal. Finitud que introduce, como singularidad en la cual el acerca de lo físico, sino lenguaje capaz de alzarse de lo físico
pensar y decir acerca de lo físico pierde pie y resbala, un a lo metafísico a través de la proposición que, en la primera
coto al conocimiento de ese origen mismo, sobre el cual, parte, he llamado proposición moral, o proposición ético-me­
como insinúa Milne, cae un velo de misterio. O que lleva a tafísica. Y el sujeto fronterizo es capaz de forjar símbolos e
retroceder hasta fracciones alucinantes del primer segundo ideas mediante las cuales deja hablar el silencio ético-meta-
del «primer día de la creación», sin que sea posible ir más físico. Sólo que el fronterizo no es, como sugiere la filosofía
allá de ese límite. Cabría decir que en estas situaciones sin­ moderna cartesiana o kantiana, un sujeto aislado y solitario
gulares se percibe lo que es el límite, un límite que, como (el ser qué soy) sino un sujeto que, a través de su decir y
sugiere Hegel en su reflexión sobre este concepto, es siempre proponer, se enfrenta con otros «sujetos» que dicen y que
límite que desaparece, pero que no es límite en tanto no sea proponen, enfrentamiento que genera, en el campo de interac­
aún ese límite que desaparece (entonces el pensamiento no ción entre sujetos fronterizos, luchas, reconciliaciones, deba­
ha llegado al límite) ni hay ya límite cuando éste ha desapa­ tes, guerras, pactos y armisticios. Por consiguiente, el con­
recido (sino la pura oscuridad, la nada). cepto acuñado como alternativa al núcleo sujeto-objeto de la
Tanto el vértigo de lo infinitamente grande, con la pros­ primera modernidad, el concepto de un campo de sucesos que
pección de distancias inmensas que son genuinas excavacio­ son sujetos en relación de interacción, nos permite recrear
nes arqueológicas en la prehistoria del cosmos, como el vértigo la idea fundamental del fronterizo como ese límite del mun­
de lo infinitamente pequeño, con el frenesí por descompo­ do que somos, es decir, habitantes de una comunidad fronte­
ner las últimas micropartículas a través de potentísimos ace­ riza en relación de interacción, relación en la cual nos juga­
leradores, parece dejarnos siempre, de forma al parecer cons­ mos y conjugamos nuestros modelos físicos, nuestros valores
titutiva, con el rastro de un límite que desaparece. Éste se morales y nuestros arquetipos simbólicos e ideales. La asun­
fuga siempre hacia adelante: y esa su fuga es su realidad, su ción crítica de ese campo relativista de luchas y acuerdos en
existencia como tal límite. El límite sería, radicalmente pen­ torno a conceptos físicos, valores, símbolos e ideas, la asun­
sado, límite-que-desaparece. Algo tiene que ver, como más ción de la distinción entre una conciencia ingenua y dogmá­
adelante indicaré, con la experiencia del tiempo. tica que entroniza las pautas morales como principios abso­
El fronterizo humano halla el límite inherente a su capa­ lutos, reificando los símbolos y las ideas, y una consciencia
cidad de conocer en esta idea misma de límite, que se pone crítica que pone en crisis toda vara rígida de medir valores,
a prueba toda vez que se remonta el análisis por la im-posible símbolos o ideas, esa asunción abre el horizonte histórico de
vía de lo «infinitamente» grande o de lo «infinitamente» pe­ la consciencia adulta, ilustrada y moderna, el horizonte mis­
mo de la modernidad o de la crisis, el que especifica a esa
170 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO

comunidad en interacción que accede a dicha consciencia


como comunidad o sujeto de la modernidad o de la crisis. La
pluralidad, la malla o red de campos diversos y dispersos de
interacción en comunidad, campos en donde arraiga y se des­
pliega el lenguaje humano, el lógos, constituye el fundamento
de una posible ontología pluralista. Este ciclo y el anterior SEGUNDO MOVIMIENTO
son la preparación, el proemio y la introducción a dicha on­
tología. EL ACCESO

1. Del cerco al acceso

' I

Hasta ahora he hablado de mundos, en plural, entendiendo


por ello diferentes modalidades de experimentar lo que se da
o sucede —un experimentar referido a un determinado suje­
to que, en el primer ciclo, aparece como eso que soy, y en el
segundo, como eso que som’os. Por ciclo entiendo el recorrido
total de todos los diversos mundos que se ofrecen a experien­
cia a uno de ambos sujetos. Por movimiento, el trecho de la
andadura metódica que corresponde a alguno de esos mun­
dos (determinados por la opción metódica elegida). En ge­
neral mundo es todo aquello que cierto sujeto puede experi­
mentar respecto a cuanto puede darse o suceder. A diferen­
cia de mundo, entiendo por naturaleza todo cuanto puede
darse o suceder, independientemente de que pueda o no pue­
da experimentarse. Por último, entiendo por ámbito todo
aquello que puede significar un marco de referencia estricto
de alguna experiencia, independientemente de que en ello
pueda o no alojarse algún orden de sucesos o aconteceres.
De todas estas precisiones terminológicas me importa des­
tacar este concepto de ámbito, más radical que el concepto de
naturaleza o mundo (o de cualquier orden de darse o suce­
der). Lo que me obliga a retrotraerme, o a retroceder, hacia
algo primario y elemental, a esta idea topológica de ámbito
es el hecho incuestionable de que, a partir de toda la reflexión
que llevo a cabo sobre la existencia de un límite o frontera
del mundo, queda suficientemente claro que dicho límite deja
acá, a un lado, lo físico y, en particular, el mundo propia­
mente dicho (lo que puede darse y lo que puede también ex­
perimentarse), pero asimismo refiere ese más acá (al que
llamo cerco) a un más allá (metá) que no está constituido
172 LOS LÍM IT ES DEL MUNDO ONIOl.OUlA IMAu U A m

como mundo. Incluso puede extremarse más la reflexión, lle­ en proposiciones), a partir o desde ese silbarse /tullo, o tam
vándola a su máximo rigor. Y decir, en consecuencia, que ese poral-finito, cercado por un origen nutuliclo y un lili letal, o
ámbito que se abre más allá de lo físico y del mundo es, ni marcado por la limitación inexorable de ser y inberir nativo
más ni menos, el ámbito de todo aquello que bajo ningún con­ y llamado a caducar. Siendo la muerte en particular el ámbi­
cepto puede darse ni suceder, como experiencia, ámbito en to de lo imposible, el lugar en el cual ya nada puede darse ni
el cual no puede bajo ninguna razón haber ni habitar ningún suceder como experiencia, la efectiva destrucción, o el / in
mundo, ámbito, de lo imposible o del sinmundo. Y bien: lo del mundo, el desbrozamiento del ámbito del sinmundo. Este
propio, lo específico, lo diferencial y definitorio del habitante hallarse referido a la trascendencia o a lo imposible, sólo lo
del límite o frontera consiste en hallarse, como ya se dijo, sabe y experimenta el habitante de la frontera. El habitante
con un pie implantado en el mundo y otro pie avanzado hacia del cerco, la piedra, el animal, la planta «no ven la muerte»
lo que trasciende o desborda. La notificación y prueba de ese ni se saben nacidos. Tampoco la figura alegórica del ángel, o
carácter anfibio viene dada por el orden de sucesos que se de­ de cualquier «habitante del sinmundo», son nativos ni morta­
sencadenan en el seno de esa línea o límite: el orden de su­ les ni nada saben del nacer y perecer.
cesos pasionales, el orden de sucesos propios de la inteligencia Todo lo cual me permite, ahora, diferenciar tres órdenes
lingüística (proposiciones). La pasión, en efecto, revela esta de suceder o acontecer: el orden del suceder físico que co­
absoluta referencia de todo suceso a ese ámbito. Ya la simple rresponde al puro cerco o coto, en el cual se produce la ma­
emoción o sentimiento del vértigo lo revela, como señalé al teria como la sustancia que a dicho orden corresponde; el
principio del texto. Y la pasión es, por naturaleza, vertiginosa, orden del suceder pasional, cuyo lugar podría llamarse el
o tiene en el vértigo sus rasgos más destacados. Pues el vér­ alma, es decir, lugar de emociones, sentimientos y pasiones y,
tigo se experimenta como registro emocional de este tener por último, íntimamente ligado a este segundo orden, aunque
puesto un pie en el límite o frontera y otro avanzado hacia el susceptible de diferenciación en tanto que orden de suceder,
abismo de lo que trasciende. También la angustia revela, como el orden propio de la inteligencia racional-lingüística, que
han señalado Kierkegaard y Heidegger, esta presencia del lí­ tiene su sede en la inteligencia y su sustancia en las proposi­
mite del mundo como tal límite en virtud del cual se produ­ ciones lingüísticas. El habitante de la frontera se define y se
ce «extrañeza» respecto a lo que queda dentro (el cerco), que diferencia de todos los demás habitantes del mundo o del sin­
de pronto se revela como lo contrario a lo próximo, hogareño mundo en que consiste en la síntesis intrínseca de estos tres
y cotidiano. En la angustia se abre el ámbito de lo que tras­ órdenes, o es la mediación dialéctica lograda y efectiva, con­
ciende el límite del mundo, pudiéndose definir entonces el sumada, de este orden tripartito: en él hay materia, pero ya
mundo como tal mundo. En la angustia se produce una ge- cualitativamente diferenciada de la simple materia (sea inor­
nuina suspensión del cerco, de lo intramundano, abriéndose a gánica o vital), ya que esa carne suya, carne de límite, está
experiencia lo que trasciende, el sinmundo. animada por la pasión y por el lenguaje. En él hay también
Pero ese orden de suceder pasional, que en el amor-pasión, inteligencia lingüística, pero que no subsiste, como en las figu­
en la experiencia del dúo de amor y del duelo a muerte, o en ras alegóricas del sinmundo, el ángel o las estrellas inteligen­
la emoción del vértigo o de la angustia, apunta a la trascen­ tes, sin ropajes materiales (fónicos) y sin articularse con la
dencia, sugiriendo la intrínseca relación entre pasión y tras­ materia y la pasión. De hecho lo más propio, lo más genuino
cendencia, muestra o revela al habitante de la frontera el y específico del fronterizo es el alma como lugar de la pasión,
modo concreto y singular con que incide en su propia ex­ en cuyo centro se dan cita la materia y la inteligencia. El
periencia esa presencia imperiosa de lo que no-puede-ser. En fronterizo es, en suma, materia de inteligencia y pasión.
efecto, todo ello señala de forma inequívoca la doble consta­
tación y presencia de hallarse referido a un «principio» u «ori­
gen» en el que el sujeto de la frontera «no existía» y a un II
«fin» en el que inexorablemente dejará de existir. Dicho ser
fronterizo se abre entonces a la «comprensión» y a la «con­ Frente a toda ontología tradicional, referida únicamente a
ciencia» (es decir, a la inteligencia lingüística que se plasma lo que es o acontece, esbozo aquí una topología trascendental
174 1.0» l.lMlTUN l)UI. MUNDO IINItMOulA IMAIi IIA 171

radical que asigna metódicamente dos ámbitos, los cuulcs, Esa ley mcdlatlzu ludiculmcute el tumpoiienlo pnklutuil
desde el método, es decir, desde nuestra experiencia de ani­ que caracteriza al huhituntc del limite. Mientra» la piulóu
males fronterizos, sólo podemos designar y nombrar como revela el movimiento ascendente (impulso, árexis, deseo,
el ámbito de emergencia del mundo, nuestro mundo, el que se Eros) en virtud del cual el fronterizo desborda el cerco y
cobra de la experiencia del límite o de la frontera y ante el dibuja como objeto de su querer lo que trasciende (lo impo­
cual se abren o se desvelan los órdenes del suceder físico, sible, el sinmundo), la proposición ético-metafísica orienta o
pasional y lingüístico, y un segundo ámbito al cual nuestra da luz e inteligencia (lógos) a esa búsqueda pasional, dotan­
experiencia se halla referida y al cual sólo podemos designar, do, en forma de Orden, o de Ley formal vacía, de palabra pa­
desde ella, como ámbito de lo imposible o del sinmundo, a radójica y de silenciosa razón a su inextinguible pasión. De ese
diferencia del ámbito de lo que puede darse a experiencia, encuentro (entre la corriente pasional ascendente y la palabra
física, pasional, lingüística o proposicional, o ámbito de lo silenciosa descendente) brota un orden de suceder o acontecer
que puede ser. que puede llamarse acción, es decir, el orden propiamente
Asimismo pueden distinguirse, desde el método, tres for­ ético, el ethos, la conducta misma de la línea o límite del
mas de naturaleza, o tres «naturalezas», entendiendo por ello, mundo. Esa conducta, en tanto se halla «determinada» por
como ya he dicho, todo lo que puede darse o acontecer. Pero una ley que es formal y vacía, deriva, como efecto de la causa,
de esas tres sólo podemos constatar la existencia (el darse o de un principio de incertidumbre que deja en radical indeter­
suceder) de dos. Una es lo que propiamente llamamos natura­ minación cuanto en particular o en concreto «deba hacerse»,
leza, lo físico, es decir, lo que puede darse o suceder dentro por lo que de todo ello se deduce el carácter radicalmente
del cerco. Otra es la paradójica naturaleza del fronterizo, en libre de ese «sujeto» al que llamo habitante del límite del
cierto modo excéntrica respecto al cerco, o bien, como quería mundo. Si bien debe decirse que ya en el orden de sucesos
Pico della Mirándola, el centro mismo de la «naturaleza» o que constituyen el cerco físico debe pensarse lo que hay desde
«cosmos», su lazo de unión y su compendio, verdadero micro­ principios menos rígidos que el esquema causal o determi­
cosmos que resume y sintetiza la sustancia misma de todo lo nista propio de la física tradicional (es decir, a partir de prin­
físico, y a la vez ente excéntrico respecto a todo lo físico, si­ cipios de indeterminación e incertidumbre, como los que for­
tuado en su misma frontera y límite, abierto a lo que trascien­ mula la microfísica).
de y desborda el cerco. Sólo en esa paradójica naturaleza Por último, debe decirse que frente a la naturaleza física,
(que en rigor cuestiona y problematiza lo que este término o al orden de aconteceres propiamente físicos, los que suce­
sugiere, a saber, el inexorable brotar desde un principio o ley den dentro del cerco, independientemente de que sean o no
que desde dentro determina lo que a partir de él sucede o experimentados por el sujeto fronterizo, y frente a la expe­
acontece) puede hablarse propiamente de mundo y de expe­ riencia propiamente fronteriza que permite hablar del mun­
riencia. do, de ese único mundo existente que es el mundo en donde
En esa naturaleza, además, lo que desencadena el ser o el habita el límite o frontera en virtud del cual hay mundo, po­
acontecer, o el suceder, no es una ley o principio estampado dría pensarse en la posibilidad de la existencia de cierta ter­
en su seno, que actúa como causa eficiente, inexorable o de­ cera naturaleza alojada en ese segundo ámbito al que puede
terminista, sino una especie nueva de principio generador y llamarse reino de las sombras (ámbito de lo imposible, ya
motivador de acontecimientos, un nuevo régimen de ley, la que no puede jamás ser experimentado), el que sólo desde
cual, en primer lugar, no es puramente física sino lingüística, nuestra experiencia podría llamarse la nada, dado que nada
ley que brota de una modalidad de proposición, la proposi­ podemos experimentar de él ni desde luego decir ni conocer.
ción que en el primer ciclo llamé ético-metafísica. En la raíz Pero que en propiedad no es la nada, ya que su nada o su
de lo que sucede o acontece al fronterizo debe hallarse esa vacío sólo se derivan de nuestra propia nada y vacío con res­
paradójica ley que brota de la proposición ético-metafísica, la pecto a él, es decir, de nuestra radical ignorancia al respecto.
cual determina un modo de suceder que, desde dicho prin­ Mejor, pues, llamarlo, de modo alegórico o mítico, o simbóli­
cipio o ley, debe llamarse suceder bajo el modo del actuar, co, mundo de las sombras, es decir, aquel ámbito de cuya
obrar o emprender, o del hacer. exclusión o demarcación proviene la generación o producción
176 LOS L IM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRÁGICA 177

de cuanto puede haber o suceder, o simplemente ser (todo Frente a Hegel, que mezcla promiscuamente las categorías del
lo que desde nuestra experiencia llamamos propiamente na­ mundo y del sinmundo, abonando con ello un monismo espi­
turaleza o mundo). A esas sombras estamos referidos, en tan­ ritualista en virtud del cual la sustancia toda de lo que hay
to que seres de la frontera, a través de nuestra pasión y de puede llegar a ser concepto y puede iluminarse en la concep­
nuestra razón, a través de una corriente pasional que tiene en ción de la Idea absoluta, intentaré, en el tercer ciclo, a través
ese mundo nocturno su raíz y su determinación, o de una ra­ de una radical crítica de la Lógica hegeliana, separar las cate­
zón o lógos que una y otra vez puja y porfía por arrancar ji­ gorías que el filósofo alemán indebidamente mezcló y sinteti­
rones de luz, o de claroscuro, o de materia neblinosa tenue­ zó. Pero asimismo es ilícito inferir la posible existencia de la
mente iluminada, a ese recinto umbrío que es, para nuestra naturaleza de un ser del «otro mundo» (Dios) a partir de los
experiencia, el reino del no-ser y del no-saber, lo arcano, el datos que ofrece nuestra experiencia (la contingencia, el orden
enigma mismo que, en nuestra aventura pasional y racional, causal del suceder físico, etc.), como lleva a cabo Tomás de
porfiamos por nombrar, cobrando de ese comercio radical con Aquino en su deducción de la existencia de un ser que puebla
nuestro límite u horizonte alguna palabra invadida de silencio. el ámbito del otro mundo.
Podría, pues, pensarse que ese ámbito, o que ese reino de
las sombras, pudiera hallarse acaso habitado o poblado de
ciertas naturalezas (ángeles o estrellas inteligentes, divinida­ 2. Libertad y justicia
des o demonios, estilizaciones sublimadas de progenitores mí­
ticos ancestrales). Pero sólo en el orden de la exposición sim­
bólica que corresponde al arte (y a su peculiar «religión es­ I
tética») cabe decir algo respecto a dichas naturalezas, o bien
a través de un discurso alegórico que induce o deduce ideas En rigurosa prosecución del patrón metódico establecido
(en rigor: ideas-problema) de esas figuras míticas, alegóricas, en el primer ciclo, este segundo movimiento del segundo ciclo
simbólicas. determina la experiencia del habitante de la frontera con la
La metafísica es ese saber crítico (en propiedad, como ya frontera. Y produce esa determinación desde la cláusula metó­
dije, doxología) que determina las ideas a través de las cuales dica de la intersubjetividad, asumida aquí, de modo que esa
puede trazarse ese ámbito de lo que trasciende o desborda. Lo frontera del mundo esté habitada o poblada por sujetos en
importante es que esas categorías metafísicas (como las del interacción en un campo o territorio.
ser y la nada, o la del uno y lo infinito, o la de lo absoluto) En este segundo movimiento se traspasa del cerco al lími­
sirvan sólo para pensar ese ámbito, o para reconstruirlo en el te del mundo. A través del movimiento ascendente de la pa­
discurso de la razón (ontología). Pero es importante, como se sión en síntesis con el movimiento descendente de la Orden
verá, apartar radicalmente ese ámbito y sus categorías perti­ formal vacía, desde la cual se desencadena la producción de
nentes de nuestro ámbito, aquel en el cual se produce el sucesos definidos como acciones, obras o empresas, se ingre­
orden de sucesos físicos, pasionales y racionales, el orden de sa en lo metafísico y se tiene acceso a lo que trasciende. En
la naturaleza física y del mundo del sujeto fronterizo. Para virtud del cumplimiento de esa ley que exige libertad se pro­
este orden nuestro no valen dichas categorías; son otras las duce el alzado del cerco al límite del mundo.
categorías que lo determinan (como veremos: devenir, exis­ Ahora, en la experiencia del ser que somos, esa ley formal
tencia). Y es importantísimo deslindar radicalmente ambos vacía no rige ya tan sólo como determinación formal de la
ámbitos y sus respectivas categorías. Es fundamental, si quie­ experiencia de la libertad que me doy en tanto que sujeto
re construirse lógicamente el mundo, o más en su raíz, cons­ solipsista, sino que matiza y mediatiza esa libertad con la ex­
truirse lógicamente el doble ámbito, uno de los cuales hace periencia ética que se dan todos aquellos con quienes interac­
posible la emergencia de un mundo, evitar a toda costa tras­ túo, o con la experiencia en virtud de la cual «ellos» se dan
ladar categorías del sinmundo para pensar nuestro mundo, o también, o se toman, su propia libertad, según sus respectivos
bien mezclar nuestras categorías mundanas para inducir o modos singulares de producir en el mundo la orden formal
deducir la existencia de naturalezas propias del sinmundo. vacía. El concepto que resulta de esa mediación de la líber-
1.08 lÍMITIIN llltt. MUNDO ONTOMKilA TRÁGICA 179
178

tad del ser que soy con la libertad que aquellos con quie­ ca o que esa patria no predisponga a una existencia en la cual
nes interactúo, y con los que me relaciono en los modos ca­ se realice la humanidad de lo humano. En lo que sigue será
nónicos, pasionales, del duelo a muerte, del dúo amoroso, y de preciso determinar esta idea fundamental de naturaleza ética,
la mutua determinación y limitación de estas formas prima­ la idea de la humanidad de lo humano. Y asimismo, su perti­
rias de acontecer la pasión intersubjetiva (a través del pacto nente negación o sombra, a saber, lo inhumano, el modo de
o del acuerdo en virtud del cual se reconoce en forma lingüís­ vivir o convivir que fuerza al hombre a recaer de lo humano
tica el lugar de cada uno de los miembros de la comunidad, propiamente dicho en el puro cerco.
asignando a cada cual un lugar dentro del orden racional-lin­ Allí donde no rige el principio de libertad como principio
güístico, un nombre propio que los constituye en sujetos per­ rector de cada uno y del conjunto de sujetos en interacción,
tinentes de derecho, es decir, del derecho y deber de enun­ o del campo o territorio de interacción entre sujetos huma­
ciarse y enunciar, o de juzgar, o de proponer y proyectar con nos, allí la humanidad de lo humano no se produce: se produ­
respecto a ellos mismos y al propio juego de interrelaciones ce, en cambio, lo inhumano, la condición de vida inhumana.
comunitarias), ese concepto que de todo ello deriva es un con­ Pero ese principio de libertad no es el único concepto ético
cepto ético que da materia y concreción a la ley pura moral fundamental. En el trecho actual del presente ciclo, en el que
del primer ciclo, y al que debe llamarse principio de la justi­ se accede a lo ético desde la opción metódica de la intersub­
cia. Pues la justicia es el concepto pertinente a este trecho me­ jetividad, ese principio de la libertad, ya ganado como con­
tódico, en síntesis con el logrado y ganado en el primer ciclo, cepto en el primer ciclo, debe fecundarse radicalmente con
la libertad. un segundo concepto, aquel que rige y regula la humanidad
de lo humano, preservándola, dentro del orden de interaccio­
nes del sujeto con los demás sujetos dentro de un campo o
II territorio comunitario. Ese principio es, como puede adivinar­
se, el principio de la justicia.
A caballo entre el mundo y el sinmundo el fronterizo habi­ Y bien, esos dos conceptos y principales leyes éticas de la
ta el límite y se halla determinado en su acción y en su con­ libertad y la justicia son las que, en su precaria y siempre
ducirse por una ley que deja en incertidumbre lo que de ella inestable síntesis, hacen posible la realización de la humani­
puede desprenderse como suceso o acontecer. Esa ley es la dad de lo humano, posibilitando en consecuencia el acceso del
ley moral, ese principio que determina al fronterizo como cerco a lo que trasciende, permitiendo que el fronterizo huma­
ser llamado a la libertad. La libertad es, por tanto, el prin­ no se alce de la existencia animal, puramente física, determi­
cipio que rige la conducta y la acción del fronterizo y que da nada por la circunstancia (hambre, sed, frío, calor), a la
luz y orientación a su pasión. La materia fronteriza es, en existencia y convivencia en su verdadera patria, que siempre
virtud del principio de la libertad, materia exenta. Puede, en es la frontera.
efecto, «librarse» de su sometimiento a la cadena o a la opre­ Sólo una comunidad impregnada y fecundada por esa do­
sión de la pura y simple indigencia o necesidad. Puede elevar­ ble ley, construida desde el doble principio de la libertad y
se de una existencia puramente animal. Puede ser algo más de la justicia, puede llamarse comunidad o patria humana:
que un sujeto determinado radicalmente por el entorno (am­ sólo esa comunidad logra situarse propiamente en el lugar hu­
biente físico) con todas sus exigencias duras que obligan a res­ mano, en la frontera. Sólo esa comunidad es verdadera patria
guardarle de la hostil naturaleza con el fin de no perecer o de del hombre, es decir, comunidad propiamente moderna, co­
sobrevivir y perpetuarse a través de la reproducción. El fron­ munidad crítica, en crisis, en la cual se vive y se convive en
terizo sólo es tal si accede a existir y a habitar en la frontera y desde la libertad y la justicia: en y desde un lugar que no
misma, alzándose del cerco al horizonte donde puede trascen­ se halla fatalmente determinado por las circunstancias fí­
der. O si tiene por patria o comunidad esa frontera en la cual sicas del cerco, ni oprimido por jerarquías de dominación
se alza de lo físico hasta el ser y saberse materia de inteli­ que ahogan en el puro cerco a la gran mayoría de la pobla­
gencia y pasión. ción, o que legitiman su dominio a través de una supuesta
Pero puede suceder que lo humano como tal no se produz- «determinación» cuyo origen radicaría en alguna naturaleza
180 LOS L IM IT E S DEL MUNDO o n t o l o g I a t r á g ic a 181

del otro Mundo (Dios o Patria Eterna). Sólo si la libertad y es, en efecto, el concepto ético moderno, la categoría ética de
la justicia se producen en síntesis, regulando la convivencia la modernidad crítica en crisis. Su acuñación constituye un
y la interacción entre los sujetos que habitan la frontera o evento filosófico de inmensa radiación, acaso el más trascen­
límite, sólo entonces se produce la humanidad de lo humano, dental invento creador de ese horno forjador de ideas-proble­
lo ético propiamente dicho. Sólo en una comunidad así se ma que constituye la genuina filosofía. Esta potente acuña­
realiza lo moderno y lo crítico: lo ético en su dimensión ción da a la filosofía crítica kantiana, y especialmente a su
pública, civil, ciudadana, la verdadera ciudad de los hombres. ética, una superioridad radical sobre todas las éticas de la
antigüedad, por mucho que hoy, en el seno de la moderni­
dad consumada, de eso que se llama postmodernidad, no po­
3. La libertad abstracta sin justicia, la justicia abstracta damos dejar de simpatizar con esas éticas antiguas y paganas
sin libertad: Terra y Antiterra guiadas por la insaciable búsqueda de todo lo que hace bien y
produce felicidad. Por eso mismo no hay en la antigüedad un
concepto trascendental de hombre, es decir, una reflexión ade­
I cuada a esa naturaleza paradójica que se sitúa en la línea o
límite y se determina por una palabra o voz que deja en in­
La categoría hegeliana de la medida específica (como sín­ certidumbre el orden del suceder que de dicha naturaleza se
tesis concreta inmediata de la cantidad y la cualidad) permite deriva, determinándose en consecuencia dicho orden del suce­
una aproximación bastante adecuada a la categoría ética de der como acción o como praxis, es decir, acción libre.
justicia. En su poderosa teorización sobre este concepto re­ Lo que dentro de la cultura judaica podría llamarse su
curre Platón, en su República, a las nociones matemático-mu­ episodio moderno y crítico, es decir, el novum que introduce
sicales de armonía y proporción. Supuestas las diferencias el Cristo y Pablo de Tarso respecto al horizonte de ideas ve-
cualitativas entre las cosas (sujetos), a cada una de ellas co­ terotestamentarias, significa ya una premonición fundamental
rresponde una específica cantidad, que sin embargo debe de esa idea del ser libre marcado por la incertidumbre. Pero
hallarse en armonía con el conjunto (en el terreno ético pú­ sólo a partir de la gran reforma religiosa del renacimiento y
blico, la ciudad, la polis), de manera que deben estipularse más aún a través del humanismo (ya en un Pico della Mirán­
las proporciones de dicha cantidad en atención, a la vez, a dola, como queda implícito en este discurso) se alcanza la
la cualidad específica de cada objeto y a la genérica cualidad idea suprema de que dicha incertidumbre posee una interior
de dicha totalidad. determinación, exenta respecto a instancias jurídico-teológi-
La justicia, pues, daría con la medida específica o con el cas, eclesiásticas y celestes, que desde el exterior la determi­
número propio y singular que a cada cosa corresponde, en nen o la orienten. De hecho sólo a través de la Crítica de la
tanto inserta en dicho conjunto. Sería, pues, respecto a otras razón práctica kantiana se acierta a trasladar esas premoni­
fuerzas o virtudes (del alma en su estricta correlación con la ciones míticas, alegóricas o religiosas al terreno de la verdad,
polis), la fuerza o virtud sintética suprema, la que repartiría que siempre es el terreno filosófico, en el cual se depura y se
la específica cantidad de las restantes fuerzas o potencias, de adecúa lo que, premonitoriamente, se barrunta a través de las
manera que pudiesen cada una de ellas alcanzar su estricta sucesivas elaboraciones de la materia figurativa que consti­
definición, púmero propio, sin defecto ni exceso. Sería, pues, tuye la religión.
la justicia la que aseguraría el justo medio, el mesótes, esa Pero esa inmensa invención kantiana no se produce casual
noción dialéctica de la Política de Aristóteles que mitigaría y ni azarosamente (nada es azaroso en el origen de las ideas
moderaría los excesos de las diferentes virtudes (sabiduría, filosóficas), sino que responde (en el sentido literal, lingüístico
valor, templanza) y que procuraría llenar sus deficiencias o del término responder, corresponder) a un movimiento his­
carencias. tórico en virtud del cual se promueve la implantación radical
Sin embargo ninguna de estas éticas de la antigüedad, grie­ de esa Orden Formal Vacía, instituyéndose así la libertad
gas o romanas, lograron fecundar este elaborado concepto de como principio del poder, es decir, fecundándose la sociedad
justicia con el concepto propiamente dicho de libertad. Éste toda, convenientemente revolucionada, subvertida, de los prin­
182 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO
ONTOLOGÍA TRÁGICA 183
cipios formales en virtud de los cuales cada sujeto se eleva
a la condición de sujeto lingüístico, sujeto en plenitud del de­ como sujeto laboral, en interacción con el cerco, en vez de
recho de enunciar y de juzgar, sujeto con nombre propio, su­ abstraerlo a puro límite formal qae no asume su condición
jeto que desde ese su propio nombre puede actuar, dándose material o física. Esa revolución será social. En vez de guiar­
así, desde la interpretación que su interior determinación le se por la inmediata libertad que hace posible a cada cual se­
dicta, expansión y efecto (en forma de suceso) a su propio guir el imperativo de su acción (eso que da lugar a lo que
modo de acoger la ley moral, la orden formal vacía. Frente al Hegel llama sociedad civil, prefigurada en la forma fenomeno-
Anden Régime, en el cual sólo *el Monarca Absoluto accedía lógica del zoológico espiritual), esa revolución tratará por to­
a la asunción del propio nombre, a través de eso que Hegel, dos los medios de hacer terrenas y encarnadas\la justicia y la
genialmente, llama el juicio infinito (el estado soy yo; yo soy igualdad, usando como instrumento o medio de\implantación
el estado), el tercer estado que nace de la revolución y del de esos principios éticos comunitarios el viejo y caduco «po­
terror (tercero con respecto al doble modo de presentarse lo der del Estado» que, antes de cualquier revolución, se hallaba
despótico o lo inhumano, el salvajismo de la pura fuerza de en dialéctica jamás resuelta con el principio burgués o cívico
las armas y la barbarie moral de la conciencia esclavizada al del «poder de la riqueza». De hecho la primera revolución se
principio de autoridad, es decir, a lo heterónomo), implanta concreta y materializa en el lema «¡enriqueceos!», ccmo modo
e instituye la libertad como principio. El espacio propio y en el cual se da materia y concreción reql-histórica a la Orden
adecuado a esa institución, el espacio o territorio físico que, Formal Vacía. Esta segunda revolución, la de la justicia, re­
con mejor ajuste, promueve y propaga la semilla de esa liber­ voca ese principio y con él la misma idek radical de libertad.
tad formal lo constituye el infinito espacio sin fronteras de Convierte a todo ciudadano en sujeto iiserto en el nuevo Le-
un Continente Nuevo en el cual será, a través de los siguien­ viatán, el que surge de la revolución soc al, o bien dobla cada
tes siglos, la libertad señuelo y emblema propio y diferencial. sujeto físico de una sombra estatal, fuicionarial, que lo su­
Por eso la verdadera revolución ciudadana o burguesa, esa que pervisa y controla. La libertad del sujeto es atropellada en lo
trae la libertad formal, tiene en Nueva Inglaterra su territo­ más hondo.
rio sin fronteras. Esa doble sacudida revolucionaria promue*, pues, un do­
A la letra platónica, aristotélica, griega y antigua en gene­ ble modo de presentarse e instituirse el orden étk'o dentro
ral, con la cual se escribe, en trazos firmes y vigorosos, la idea del marco de la modernidad crítica en crisis, el dec‘r, dentro
ética de justicia le falta, pues, la embriagadora música moder­ del horizonte de la posible y difícil síntesis de iMibertad y la
na que entona la libertad. Pero puede afirmarse también, como justicia. O bien aparece la libertad en su monda abstracción,
en seguida se dirá y desarrollará, que a la música moderna, desvinculada de la justicia, guiada por el imperaVo t>*«'nó-
tan determinada por el libre acto creador melódico, le falta mico desnudo de toda mediación social, o bien aparece la jus­
el principio de armonía y medida justa que constituye el co­ ticia en su nuda abstracción, exenta y libre de libeitad, guií?"
rrectivo ético al que presto atención en este segundo ciclo. No da por el nuevo Leviatán que hace abstracción alsoluta de
puede sorprender entonces la reacción moderna a esa liber­ toda cualidad diferenciadora. Resulta de todo ello ina recaí­
tad formal, vacía, que se vuelve libertad abstracta si no se da en versión moderna en lo que en este /novimíento llamo
halla moderada dialécticamente o materializada en la justicia. la inhumanidad, lo inhumano. Éste asume,¡pues, ios formas,
Dicha reacción es, desde luego, también, inicialmente, revo­ dos modalidades, verdaderas sombras de lo ético, .'iodos mo­
lución y subversión: movimiento histórico en virtud del cual dernos en los cuales se reproduce o retorna Jo qui hiere al
se alza en armas todo lo que queda en sombras, como residuo animal fronterizo, a la materia de pasión e inteligemía, en su
y como negación, o como resto, del trabajo histórico de la entraña misma, haciéndole decaer de nueyi <20/el seno del
burguesía en el poder. Esa nueva forma de institución ética puro cerco, en la conducta inhumana. Pues la no realización
revolucionaria se producirá, en consecuencia, en nombre de sintética de las ideas o principios ético de a liberad y la jus­
la justicia y la igualdad, pero una igualdad no abstracta sino ticia impiden la realización consumada de Ja humaridad de lo
material, concreta, determinada por el carácter físico del ser humano.'Como en seguida se verá, lo inhuman/se prsenta, en
fronterizo humano, definido como sujeto de necesidades, o la sociedad gobernada por la libertad sin justpá. cono salva­
jismo (reaparece éste en la modalidad dé p salvóje moví-
ONTOLOtiÍA ln A l.U A 185
184 LOS LÍM IT ES DEL MUNDO

trascendental a la inmanencia; en esc segundo salto se funda


miento de las fuerzas económicas desatadas); y en la sociedad la libertad, ya que subsiste incertidumbre radical entre la va­
gobernada por la justicia sin libertad, como barbarie (esa ciedad de lo que ordena dicha orden y la concreción material
barbarie que pocas, muy pocas veces, llega a tener «rostro de su ejecución como acción, obra o empresa.
humano»). Pero soy físico, estoy fabricado con idéntica sustancia que
los restantes cuerpos físicos, heredero de esa prefiguración del
salto ético que son los saltos que se producen en el terreno
II mismo del cerco, el salto del régimen de la radiación pura al
orden atómico (o régimen del hidrógeno), el salto de la ma­
El puro privilegio de una u otra opción metódica, la solip- teria inorgánica a las primeras disposiciones celulares de na­
sista o la comunitaria, y la consiguiente negación de la que se turaleza orgánica, el salto a la vida superior y a toda su com­
le opone (y que en profundidad la determina), conduce a una pleja evolución. Soy, pues, habitante del universo físico, inser­
degradación anuladora de lo ético como acceso a lo que tras­ to en el marco de una historia natural (o evolución cósmica)
ciende. Pues lo ético es ese salto que se produce desde el cerco dentro de la cual recreo o varío la naturaleza o sustancia de
físico hasta el límite del mundo visitado y presionado por la lo que soy, límite del mundo, materia de inteligencia y pasión,
Orden (la que me determina y especifica como habitante de la añadiendo al cerco material el orden de suceder propio del
frontera). Si la síntesis fecunda, siempre inestable y difícil, en­ reino anímico y lingüístico. Me hallo, en cualquier caso, en
tre justicia y libertad no se realiza, o si no se alcanza el cruce relación de interacción con los restantes sucesos físicos. Soy,
dialéctico entre el principio o ley propio del primer ciclo y el pues, habitante del cerco, a la vez que su propio límite y fron­
característico del segundo, entonces lo ético no se produce, la tera (pasional e inteligente, faro y vigía en medio de la oscu­
materia de inteligencia y pasión no sale del cerco físico, no ra noche de la materia sin emoción y sin palabra). En este
se alza o eleva a lo que en rigor y por naturaleza es, a saber, sentido, pues, pertenezco a un territorio, concepto que matiza
el ser llamado a implantar en el mundo la humanidad de lo y mediatiza los conceptos éticos de libertad y justicia, tra­
humano; entonces se recae en lo inhumano.
mando relación con ellos. Pues a la vez que me alzo a lo ético
Yo soy a la vez ser físico, materia, y ese ser que, desde el y procuro ejecutar lo que estoy llamado a ser, sujeto fronte­
último límite del cerco físico, en despedida de la pura y sim­ rizo humano, produciendo en mí y entre aquellos con quienes
ple naturaleza (o materia sin pasión ni inteligencia; sin emo­ interactúo la humanidad de lo humano, «me debo» a ese te­
ción y sin habla), se abre a la trascendencia a través del mo­ rritorio que me da vida y sustento, o que cubre la base ma­
vimiento e impulso pasional, cuyo correlato lingüístico es, terial, a través de la gratuidad física que se me da y del duro
como ya se dijo, la forma de proposición interrogativa, pre­ trabajo que la sociedad impone a los demás y a mí mismo, de
gunta que se produce en y desde el límite, encima del cual se manera que pueda dar materia a la pasión que me abrasa o
dibuja como signo de interrogación lanzado a lo incierto, tra­ a la inteligencia que me ilumina: a mis emociones y mis pa­
zando preguntas sobre lo que excede el mundo o sobre la na­ labras.
turaleza que, misteriosa o hipotéticamente, habita acaso el Pues bien, la recaída moderna en la inhumanidad, sea bajo
sinmundo. Y a esa interrogación responde la ley formal vacía, la modalidad «burguesa» de un principio de libertad que go­
la cual, desde allende lo que soy, desde un lugar topológica- bierna desde el poder (pero sin justicia) o bajo la modalidad
mente incardinado fuera del ámbito de mi mundo o de nues­ «social» de un principio de justicia que gobierna desde el po­
tro mundo, pronuncia una orden que nada ordena, a partir der (pero sin libertad), esa doble sombra que constituye el
de una palabra o voz cuyo «sujeto» se sitúa allende la frontera salvajismo (económico; propio de la sociedad incivil) y la bar­
misma. Esa voz algo dice de forma prístina: manda a lo que barie (política; propia del moderno Leviatán con rostro no
soy o somos, a los límites del mundo, llegar a ser eso que soy humano) se caracteriza por un doble modo de abstraer y va­
o somos: obliga a dar el salto. Pero ese salto posee un doble ciar de toda sustancia ese concepto propio y pertinente de
momento, o es un movimiento en dos tiempos, salta al vacío territorio. El territorio, concebido como territorio humano,
desde el sujeto receptor de la orden hasta el lugar mismo de es físico-metafísico, es tierra del hombre o ciudad, es humus
la palabra legal y, en segundo lugar, salto desde ese lugar
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ONTOLOGlA TRAGICA 187

telúrico de valores, usos, instituciones y expresiones simbó­ formal de todos los territorios, cuyas diferencias son tolera­
licas en las cuales se da cauce ejecutivo a los principios éticos das a partir de una ilustrada consciencia arqueológica o his-
(y estéticos) superiores. Pero en tanto la desatada libertad toricista. De hecho las «nacionalidades» subsisten, pero desde
(económica, sin justicia) se impone sobre la sociedad y su te­ el poder se las reconoce tan sólo o se las tolera con visión
rritorio, convierte a aquélla y a éste en materia prima al ser­ antropológica.
vicio del movimiento autónomo de las fuerzas económicas Terra y Antiterra son los amos de nuestro mundo moder­
que entonces se desencadenan. Desde luego rompe la burgue­ no en crisis: y lo son en razón de sus desmedidos territorios
sía, en su revolución, toda frontera, como genialmente narró sin fronteras, los más aptos para que se realice la fuerza des­
Marx en el Manifiesto comunista, desacralizando y desmitifi­ pobladora y desertizadora del «poder de la riqueza» (en Te­
cando la idea misma de tierra, patria, ciudad, pero al duro rra, patria del dólar) y del «poder del Estado» (en Antiterra,
precio de una general desertización de toda tierra, convertida la patria del Trabajador). Sólo dos grandes espacios sin fron­
en materia prima. En este sentido el capital salvaje es siem­ tera, o cuya única frontera es el espacio opuesto y gemelo
pre personificación de la terrible figura del despoblador. Su (ambos se «rozan» en el siempre probable beso de Bering),
función consiste, como sugieren agudamente Deleuze y Guat- permiten la realización de todas las potencialidades de un in­
tari en el Anti-Edipo, liberar flujos a partir de una general de­ menso territorio convertido en materia prima.
sertización del cuerpo lleno de la tierra.
Pero el misipo carácter siniestro puede advertirse en el
otro extremo de la tierra (para decirlo en términos de Nabo- III
kov, en Antiterra). Allí el despoblador es el propio Leviatán,
quien «dice» realizar la sociedad de la igualdad y la justicia, Los principios éticos son dos; uno cobrado en el primer ci­
pero desde luego al alto precio del radical vaciado de toda di­ clo del método, la libertad; otro en este segundo, la justicia.
ferencia étnica, que sin embargo subsiste y resiste, ya que An­ La humanidad de lo humano y la pertinente ocupación del
titerra constituye el más extraordinario (y espeluznante) ex­ territorio fronterizo —y su consiguiente colonización fisco-
perimento de «conjunción de pueblos» que ofrece el mundo metafísica— se produce en todo rigor, o como ideal de la ra­
moderno, una genuina realización o logro de ese «forjador zón pura práctica, en la cumplida síntesis concreta de ambos
de estados» que fue magistralmente pronosticado y pensado principios, cuya concreción significa su implantación e insti­
por Nietzsche en la Genealogía de la moral. De hecho lo que tución en un determinado territorio físico-metafísico, es de­
en verdad se constituye no es la sociedad de la igualdad (o cir, en una patria, con su peculiar modo singular, diferencial,
sólo como igualdad en un nuevo régimen de opresión y escla­ específico de materializar palabra y orden en forma de lengua­
vitud) sino la articulación política de ese conglomerado, al je propio, usos e instituciones específicas, modos propios de
que se da forma mediante el sistema neozarista. encarnar el edificio legal que da materia a los ideales de jus­
Por consiguiente, el mundo moderno ofrece como imagen ticia y libertad, y por último con sus formas específicas de
dual, polar, la de una sociedad gobernada por la libertad sin exponer en formas, figuras, trazos, modos rítmicos y escenas,
justicia (ni compasión), en la cual, bajo el señuelo ético de la con su pertinente dimensión simbólica, lo que desborda y
libertad, se «llama» a todos los oprimidos de la tierra para trasciende.
que recalen en ese espacio sin fronteras y configuren allí o Los amos del mundo, los señores de esta tierra nuestra
reconstruyan sus propias etnias, sacrificando entonces dos o que existe en el marco u horizonte de su fin final, la moder­
más generaciones hasta producirse la integración en esa má­ nidad crítica en crisis, usan como señuelo los propios prin­
quina conformadora y uniformadora que arrojará, como re­ cipios fecundadores del mundo moderno, la idea moderna
sultado, la americana clase media, y el de una sociedad gober­ de libertad sin fronteras y de justicia social, pero de un modo
nada por la justicia sin libertad (en la cual, desde luego, unos tan unilateral y abstracto que, en su afirmación de uno de
son más iguales que los otros), y cuyo señuelo ético «comu­ ambos principios se deja siempre al otro en sombras, subra­
nista» está al servicio de la razón de Estado de una única e yándose la libertad a costa de la igualdad y la justicia (o bien
indiscutida Patria Socialista en la que se alcanza la igualdad redefiniéndola en el modo hipócrita de hablar acerca de «igual-
ONTOLOGÍA TRÁGICA 189
188 LOS L ÍM ITES DEL MUNDO

dad de oportunidades», que desde luego sólo rige como prin­ que llegue a ser ese simulacro de privacidades asociadas. Por
cipio de igualdad en el supuesto de que el sujeto sea blanco tanto, el pobre no puede menos que ser un potencial delin­
de piel, anglogermánico y, en lo posible, protestante y desde cuente. Y hará bien la sociedad de las Buenas Gentes en
luego de habla inglesa) o bien atropellándose la libertad en vivir en auténtico estado de alerta respecto a ese verdugo del
nombre de lo colectivo y del ser social (o del carácter bur­ sistema que es el pobre. Con el fin de que no haya lugar a
gués y privado de toda «intimidad» del sujeto). Este nuevo dificultad en su localización o fichaje, bastará una simple
Leviatán social y laboral, que ama lo público y la empresa pú­ inspección a los caracteres secundarios del objeto, el color de
blica, o que convierte todo emprender en cosa pública, sea la piel, el acento, el sonido de las palabras. Pero con el fin de
un emprender político, económico, cultural o folklórico, termi­ que no subsista resquicio alguno a la duda, a la incertidum­
na sumiendo al ciudadano en la más sórdida y siniestra sole­ bre, el territorio mismo se parcelará y acotará, de modo bien
dad, sin que siquiera le queden restos de memoria y fidelidad espontáneo, en cercos estrictos, en ghettos, sin que sea nece­
a sí mismo y a su alma pasional e inteligente. No puede sor­ sario, como sucede en Antiterra, colocar en cada demarcación
prender, entonces, que se produzca la paradoja o la justa iro­ puestos de vigía, aduanas y servicios de orden: éstos se des­
nía histórica de que en ese territorio opresivo, todo él some­ parramarán a través del ghetto espléndido en donde viven las
tido a supervisiones y aduanas fronterizas,'en el que el suje­ Buenas Gentes, quedando los sucesivos ghettos residuales, o
to corriente es siempre espía potencial, en donde se parte de cloacales, «a su aire», en salvaje libertad. La capital «objetiva»
la inicua premisa de la «presunción de culpabilidad» del ciu­ de Terra es la expresión misma de la libertad abstracta sin
dadano, florezca, como ética espontánea de reacción y rebel­ justicia, la realización de lo inhumano en su modalidad sal­
día, un existencialismo de la desesperación. Ni sorprende tam­ vaje, el monumento más exhaustivo y expresivo que levanta
poco que en el extremo opuesto, en Terra, resulte del bel el mundo moderno a la modernidad misma que encarna y
canto entonado a la Libertad abstracta sin justicia, la más de­ protagoniza: es el microcosmos acabado de todas las etnias
primente nivelación mesocrática de la opinión pública y de y las patrias residuales, reconvertidas en parcelas de territo­
las costumbres, usos y consumos de esa sociedad de privatis- rio fuertemente demarcadas unas de otras, aunque a veces de
mos atomizados en la que no hay modo leibniceano de dis­ modo extremadamente sutil, casi invisible. Todo ese micro-
tinguir una gota de agua de otra, una ciudad de otra ciu­ mundo, que es salvaje y libre hasta el punto de no ser centro
dad ni un ciudadano de clase media de otro ciudadano de político, esa capital del mundo étnico y del mundo de los
clase media. grandes negocios, forma una orla de nacionalidades que se
apretujan y se empujan unas a otras, la cual rodea, a modo
de corona de laurel roído, el ghetto espléndido que levanta al
IV cielo en desafío la abigarrada vida económica de los grandes
negocios. Ese centro de la metrópolis, su ensanche, exhibe
En el mundo de la libertad abstracta y sin justicia (ni una concentración de símbolos de obscena verticalidad ra­
compasión), en ese zoológico salvaje, la Orden Formal Vacía diante, verdaderas catedrales que celebran el infinito cuanti­
se materializa en una voz que dice «¡Enriqueceos!» ¡Ay de tativo, o que revelan a la vez lo sublime dinámico y mate­
aquel que no cumpla, como un deber impuesto, lo que esa voz mático, el de la fuerza y potencia y el de la constante pro­
ordena y manda! Sobre él recae toda la magnitud de la culpa gresión de los grandes números que se apretujan unos sobre
social, pues pudo hacerlo, en virtud del principio formal va­ otros. Frente a esa orgía de la construcción desatada en li­
cío de la «igualdad de oportunidades». Por consiguiente, ca­ bertad y sin justicia, subsiste la orla de los ghettos en donde,
recer de poder, ser paria, ser pobre es una forma de delito en línea horizontal, como justo contrapunto a la vertical de­
social, es ser parásito y vampiro que succiona el erario públi­ safiante (expresiva de la vacía trascendencia del poder falto
co y que empobrece a la nación, perjudicando a las Buenas de ética, o que se cobra el sacrificio de lo ético en la innegable
Gentes que siguen fielmente el imperativo social, promovien­ validez estética del conjunto), se amontonan los pobres y los
do, en forma de privada iniciativa, riqueza de la que el con­ parias del sistema en tenements bombardeados y quemados
junto se beneficia, por muy mancomunado y transnacional por la propia avidez planificada de las Buenas Gentes que en­
190 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO

carnan el principio de la libertad abstracta sin justicia ni com­


pasión. El pobre, el paria se desquita del atropello ético me­
diante un desesperado expresarse y simbolizar, compensando
el desequilibrio de la ética mediante la más sorprendente y
emocionante, vivaz y genuina generación de arte popular,
siendo aquí «pueblo» lo que resulta de la excavadora histó­
rica que, en forma de piromanía, lanza sobre sus andrajos de
hábitat el despoblador económico. El pobre, el paria recon­
vierte el muñón y el harapo, el brownstone requemado y la TERCER MOVIMIENTO
basura amontonada, el olor a piel curtida por los elementos
hostiles (el viento helado, el fuego planificado), en señuelo EL DESPLIEGUE
estético expresivo o símbolo moral de lo inmoral, elevando
a categoría estética el propio hábitat o territorio despoblado,
el harapo y el muñón, en justa inversión equilibradora de los I
conceptos de lo bello y sublime en sus contrarios, lo siniestro
absoluto, lo excremental, lo vomitivo, lo nauseabundo, lo ma­ Reservo para la segunda sinfonía el despliegue que podría
cabro. En su conjunto y en virtud de esa compensación la ca­ dar la réplica, dentro de este segundo ciclo, a la reflexión es­
pital Terra alcanza a ser la más cumplida y emocionante ex­ tética que, de la mano de Kant, se inició en el primer ciclo.
presión estética urbana de la modernidad crítica en crisis. En cambio retomo aquí la inspiración kantiana en lo que se
Frente a una sublimidad dinámica y matemática que no es refiere al juicio ideológico. Sólo que el marco histórico de la
símbolo moral, sino al contrario, fruto del atropello de lo modernidad crítica en crisis debe ser pensado ahora, de modo
ético, frente a esc ensanche de rascacielos que se apretujan radical, como manifestación del ser que somos a partir de un
unos con otros, empujándose y porfiando por superarse en su absoluto campo unificado. Conceptos hegelianos como Welt-
desafío a los dioses del Azul, frente a esa selva selvaggia que geist, Zeitgeist, espíritu del mundo y del tiempo, podrían ob­
levanta, como culminación estética, la más incivil de todas las tener ahora cierta legitimidad. Se trata de pensar en nuestro
sociedades civiles, el zoológico espiritual en su modalidad más presente histórico o en formarse un concepto filosófico acer­
salvaje, enfrente, como su negación y su sombra, se cubre el ca de la época que, en puridad, nos corresponde. A esa época
territorio despoblado de formas, figuras y rúbricas, en el sub­ se le llama, con inconsciente rigor, época de la posguerra. La
suelo, en la pared, en el túnel, en el metro, con verdadero concepción filosófica que a esa época corresponde debe me­
horror al vacío, mediante la más espectacular emergencia de ditarse a partir de esa expresión atinadísima.
arte popular espontáneo, desesperado y despoblado que ofre­ La meditación ética de este segundo ciclo nos dio ya las
ce el mundo moderno. claves mayores para esta reflexión sobre lo que hoy, ahora,
en nuestro presente se revela. La formación de un marco his­
térico-político en el que el mundo habitado por el hombre se
halla repartido entre dos grandes potencias que encarnan, en
absoluta unilateralidad, los principios modernos de la liber­
tad (sin justicia) y de la justicia (sin libertad), materializán­
dolos en dos territorios sin fronteras nos da la premisa justa
para una reflexión sobre la época en que vivimos, es decir,
sobre la posguerra. La confrontación bélica entre ambas po­
tencias se halla cortocircuitada por la perspectiva pavorosa
de la radical aniquilación. El arma nuclear abre, así, un ho­
rizonte sin proyecto y sin futuro que constituye el reto radi­
cal de nuestra época, de cuya evitación deriva la posibilidad
192 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOÜÍA riMulCA m

de un horizonte de genuino futuro. Ya en mi libro Filosofía trágico capaz de captar la verdad de esa nada absoluta, iu
del futuro inicié esta reflexión que ahora prosigo. Se trata, dical.
antes que nada, de meditar sobre lo que significa nuestra con­ Si la filosofía tiene como tarea pensar en ideas la épo­
dición posbélica. ca presente (Hegel) y el presente puede definirse en térmi­
nos de época o edad como era de la posguerra, se exige de la
filosofía que piense en profundidad este signo de los tiempos.
II Signo que introduce en la historia un novum radical, por
cuanto la guerra que soporta el tiempo presente es, como po­
¿Cómo caracterizar esta época nuestra? ¿Cómo debe lla­ sibilidad que puede en cualquier momento actualizarse, gue­
marse la filosofía que en propiedad le corresponde? Con pleno rra absoluta. Mejor llamarla así que europea o mundial. Se
rigor se le llama época de la posguerra. Con pleno rigor, en vive bajo el supuesto y la amenaza de una destrucción total.
efecto: se abre una historia nueva en la que la guerra, lo que Como si al fin se hiciera carne y sangre el concepto maldito
hasta hoy se concebía como guerra, queda sobrepasada. Toda de toda la tradición filosófica poscristiana, la idea o noción de
guerra es una relación social que presupone un vencedor y nada, el ex nihilo del Génesis bíblico, esa nota discordante
un vencido como resultado. Hoy esa estructura ha sido mi­ que el pensamiento judeocristiano introdujo en la placidez
nada en su esencia. La guerra que hoy se dibuja en el hori­ serena y acrítica de la virginal filosofía greco-pagana. Como
zonte es absoluta, es guerra absoluta, sin condiciones, sin tér­ si la nada dejase al fin de ser concepto y se corporizase. Y no
minos relativos: litigio que no arroja, al final, como posibili­ sólo a título individual, según el espíritu premonitorio que un
dad, ni vencedor ni vencido. Esa guerra es a la vez condición Heidegger había desarrollado en Ser y tiempo, no como hori­
trascendental y límite último de toda guerra. Acaso, también, zonte de desvelamiento de la posibilidad radical e insustitui­
de toda humanidad posible. Nuestra época es época de la pos­ ble del existente individual, sino como horizonte de revelación
guerra en un sentido radical y esencial. Y nuestra filosofía de la propia existencia intersubjetiva del hombre y de su ser
sólo puede ser, en una primera aproximación, filosofía de la social. El hongo atómico abre, pues, a la sociedad humana, al
posguerra. A esta filosofía nuestra le es dado pensar ese límite sujeto del segundo ciclo del método (eso que somos) a su
último, esa condición trascendental o absoluto de la guerra, verdad radical. Muestra la inanidad a la que puede, en cual­
que en caso de sobrevenir quita espacio a guerra y a huma­ quier momento, ser conducido. Habla del suicidio como pro­
nidad. Hoy puede pensarse al fin, como posibilidad real, en la blema primero de una filosofía rigurosamente social, y no,
muerte del hombre. La filosofía de la posguerra es, por esto, como quería Albert Camus, como problema primero del in­
esencialmente trágica: no puede ya dejar de convivir con ese dividuo asocial de todos los existencialismos. Filosofía de la
horizonte final de aniquilación. Hoy el nihil bíblico deja de posguerra quiere decir, por tanto, reflexión sobre eso que so­
ser lugar común teológico o sombra perenne del pensamiento mos a partir o desde el horizonte de nada absoluta que abre,
filosófico. La nada ontológica nos atañe a modo de fulgura­ como posibilidad bien real, bien positiva, el arma nuclear. La
ción cotidiana: posibilidad que está a la vista y a la mano. El pregunta leibniceana, Pour quoi quelque chose et ne plutót
hombre, hoy, no puede ya dejar de pensar en esa nada. La rien?, no es hoy únicamente pregunta técnica del filósofo pro­
aniquilación de lo humano es nuestro horizonte. Sobre este fesional, ni siquiera es tan sólo pregunta angustiada del exis­
dato insoslayable, empírico, cotidiano, imposible de pasar por tente individual. Esa pregunta es hoy pregunta social, pregun­
alto, se construye la reflexión filosófica, que hoy debe ser trá­ ta flotante en todo sujeto en tanto que ser que somos, en tan­
gica, en la medida misma en que ese horizonte de aniquila­ to que sujeto inserto en un campo radical de interacción. Y es
ción es irremediable. Auténtico factum y fatum de nuestra pregunta cotidiana y periodística, la más obvia y trivial de
era y de nuestra condición de hijos de la posguerra. No po­ las preguntas de quienes pertenecemos a la era de la posgue­
demos dejar de convivir con esa idea de la aniquilación que rra. De este modo nuestra propia cotidianidad se ha vuelto
nos atañe y amenaza. Acostumbrarse a habitar esa idea, cuyo trágica y lo trágico se ha vuelto habitual, familiar, radicalmen­
fundamento in re no suscita duda alguna, nos invita a habi­ te próximo. No es preciso hoy atravesar el entorno intramun-
tuarnos a ocupar el espacio de un pensamiento trágico, lógos dano, suspender todo juicio de realidad sobre lo que se nos
194 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOUlA TKAü ICA IVS

ofrece a la mano o a la vista, rasgar el velo de Maya de nues­ tal a través de la cual se hace presente la nada), en donde la
tra realidad convivencial para sentirnos acuciados, en la de­ existencia humana alcanza su verdad común, transindividual
solada soledad de la angustia heideggeriana, por la pregunta e intersubjetiva. Lo que en esa prueba se juega no es tal o
ontológica radical. En la cotidianidad misma aparece o se nos cual individuo o pueblo, tal o cual etnia, nación o Estado,
cruza ese ente tan a la mano y a la vista que es el arma nu­ sino la humanidad misma captada al fin en su radical unidad
clear. Y nuestra experiencia diaria convive con él como con o, si quiere decirse así, como campo unificado de todas las
algo presupuesto y casi vano. De ahí el carácter desgarrado interacciones. Todo hombre, como individuo o como miem­
de nuestra vida cotidiana. Se ha roto el velo hogareño, aquie­ bro de una comunidad determinada, cuenta con la supervi­
tante, de una privacidad que se sitúa de espaldas a la verdad vencia, tras la muerte de ese «campo unificado». Y hasta cui­
ontológica. Lo inhóspito, das Unheimliche, ese «siniestro» ab­ da y procura, pálida pero efectivamente, administrar su pro­
soluto que prepara el arma nuclear constituye amenaza coti­ pia sobrevivencia a través de hijos, herederos, generaciones
diana, dato insoslayable en todo despertar diario. Lo vano y futuras, obras, empresas. Hay en el fronterizo humano, como
lo descomunal se hallan fundidos en una experiencia inmedia­ supo ya Platón, como he tratado de explicar a fondo en mi
ta que es vanamente trágica. Y la reflexión filosófica, en la libro Filosofía del futuro, un oscuro anhelo que orienta su ac­
medida en que sólo puede partir, metódicamente, de lo inme­ ción y su hacer, su poíesis, hacia eso que le trasciende: un
diato o de la experiencia inmediata, se cierne sobre ese fac- más allá del muro de la muerte, una «otra orilla» en donde
tum o fenómeno que es, para nuestra época, fatalidad, destino el ser que soy (yo mismo) se recrea en hijos y en nuevas gene­
histórico. Encuentra como cosa familiar un comprimido de raciones. Pues bien: esa dimensión del anhelo y de la poíesis,
sustancias en descomposición radiactiva. Se cruza con ese esa proyección del ser más allá de la propia muerte, eso que
objeto familiar, ya sea a través del periódico o de los medios hace del fronterizo humano algo más que un puro «ser para
de comunicación, o a través del discurso y charla común con la muerte», eso que define al fronterizo como ser para la re­
el vecindario. Dicho objeto nos pertenece, es pertinente a creación, esa dimensión y «voluptuosidad del futuro», para
nuestra experiencia. Pero a la vez, en su dialéctica, se mues­ decirlo al bello modo como Nietzsche explícita el horizonte
tra revelador de la absoluta im-pertinencia. La imbricación de la «tercera metamorfosis del espíritu», todo ello queda se­
de lo familiar y de lo inhóspito, entrevista por Freud en el ria y profundamente conmovido, conmocionado, a partir de
propio lenguaje, en su análisis de lo siniestro, halla en el arma ese dato factual de nuestra época que constituye la amenaza
nuclear su explosiva fusión e indistinción. Desde ese instante, nuclear. La posibilidad de que no haya en absoluto más hu­
la analítica de la existencia, de la cotidianidad, del factum co­ manidad abre la reflexión sobre la existencia a un nivel mu­
mún y «de término medio» del ser ahí debe modificarse radi­ cho más hondo que aquel —relacionado con la muerte indi­
calmente. Lo más común, lo más inmediato, se revela ligado vidual— en donde quedó confinado por los excelentes análi­
y religado a lo absolutamente extraño, inhóspito, inquietante. sis al respecto de Heidegger en Ser y tiempo.
La nada nos anonada, mal que les pese a lógicos y gramáticos
puristas. Y la vida humana alcanza así, forzosamente, edad
adulta y temperatura trágica. Pensar la posguerra implica, III
pues, primero de todo, pensar en profundidad la guerra. Pen­
sar, en particular, el salto cualitativo que se produce cuando La historia de ese sujeto que soy y somos, con todo su le­
se desborda el marco limitado y particularizante de la guerra gado de tradiciones, en cuya memoria viva se asientan inicia­
convencional y se insinúa, en el horizonte histórico, la posi­ tivas y proyectos, esa síntesis de pasado, presente y futuro
bilidad, acaso la existencia y la necesidad, de la guerra abso­ que constituye el ser que soy y el ser que somos, todo queda
luta. Absoluta en la medida en que implica y compromete al comprometido en su raíz esencial ante el virtual futuro de
«espíritu del mundo» (Weiltgeist), concepto hegeliano que en extinción que proyecta sobre el horizonte el arma nuclear.
esta prueba halla su revelación y su legitimidad. Es, precisa­ De ahí el carácter revelador, apocalíptico, febrilmente lúcido
mente, en esa prueba (en la que el hombre como ser social de nuestro ser histórico encarnado hoy, de nuestro ser pre­
juega absolutamente su ser con referencia a una amenaza to­ sente, de nuestro ser de posguerra. Todo presente es, para
196 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOUÍA THAo ICA w

decirlo en terminología heideggeriana, presente (temporal): vorín en perpetuo estado de latcncia que es, uetuiilmcntc,
modo de presentarse el ser. Todo presente es presente (dá­ nuestro mundo. Ese horizonte de amenaza y terror nos cons
diva, regalo, entrega): modo en el cual se entrega el ser. tituye. Y si Hegel veía, con razón, en la experiencia del terror
¿A quién se envía? ¿Cómo se determina, cómo aparece o se la disolución de todo lo que es sustancial y cosiíicado, el
muestra eso que se envía? ¿Quién envía, quién es el sujeto, el mundo social configurado por principios atávicos y consuetu­
«se» que envía o hace la entrega? Somos nosotros mismos los dinarios, hoy puede afirmarse que sus análisis sobre la Revo­
complicados y comprometidos con el envío; en algún sentido lución Francesa adquieren un sentido que compromete hasta
los enviados. Somos nuestro presente y podemos decir «pre­ los últimos entresijos del Weltgeist. Hegel pensaba que en la
sente» respecto a eso que somos. Y eso que somos es: seres experiencia de la revolución y del terror se disolvía absoluta­
de la posguerra, sujetos fronterizos postumos en quienes se ha mente todo el orden sustancial en el cual el sujeto prerrevo-
hecho patente la posibilidad futura de un horizonte absoluto lucionario (el sujeto del Anden Régime político y metafísico)
de extinción, de nada. Somos «presentes» arrojados sobre ese se reconocía y se captaba a sí mismo. El orden intramundano
fondo de posibilidad que se proyecta en el horizonte futuro de los objetos (a la mano, a la vista) quedaba, en esa experien­
como ausencia radical de lo que somos, muerte del hombre, cia de la revolución y del terror, radicalmente atravesado y
fin definitivo de todo ser, decir, pensar y proyectar humano. disuelto. O para decirlo hegelianamente, superado, sobrepasa­
Y esa posibilidad no depende de algún rayo divino, de algún do, aufgehoben. El objeto trascendente en el cual se recono­
inmisericorde vuelco en la providencia del Dios creador del cía una de las mitades de la consciencia desventurada, o «es­
mundo de la nada. Se nos ha dado como posibilidad futura, píritu extrañado de sí mismo», lo mismo que el objeto inma­
abierta por nuestro modo de ser presente, la de extinguir ra­ nente en que se reconocía la otra mitad, perdían su carácter
dicalmente nuestro ser, la posibilidad de un suicidio a escala de soporte y de sustento de la subjetividad. Se hundía y se
de especie, algo cualitativamente distinto de un mero genoci­ iba a pique tanto el «mundo de la fe» como el «orden de la
dio. Ese futuro siniestro está literalmente en nuestras manos. utilidad». Y de esa general aniquilación de «todas las cosas»
De todos es conocido el modo, el procedimiento, el automa­ emergía un sujeto puro, libre y trascendental, desligado de
tismo a través del cual se realizaría lo siniestro absoluto. Ese todo lo empírico y factual, que en la Revolución y en el Te­
futuro posible nos obliga y compromete a responder. Res­ rror expresaba su abstracta voluntad. Hoy esa abstracción y
puesta a la pregunta radical, ontológica y trágica: Pour quoi esa pureza, esa trascendentalidad, está alcanzada a niveles
quelque chose et ne plutót ríen? El arma nuclear es el factum más hondos y metafísicos. El hombre, como hombre, en su
de nuestra fatalidad, destino histórico. Y es también y por radical desnudez, el hombre como sujeto de la frontera, es
lo mismo el fenómeno en donde se documenta y en donde decir, de un absoluto campo unificado, es lo que aparece esen­
arraiga nuestra ontología trágica. En esa experiencia ya coti­ cial, sustancialmente intimidado por la amenaza nuclear.'En
diana de la posible extinción total halla la ontología trágica mi libro El lenguaje del perdón está analizada y determinada
su base empírico-trascendental de naturaleza histórica y te- esta dialéctica, cotejando de modo interpretativo los análisis
leológica, su premisa metodológica histórica, la siniestra ilu­ hegelianos. Pero en realidad es de nuestro presente de pos­
minación que muestra el camino o methodos por el cual po­ guerra de lo que, indirectamente, estoy allí tratando. Lo que
demos transitar filosóficamente. La filosofía primera halla en en dicho libro llamo sujeto posrevolucionario es el sujeto pos­
ese dato su raíz en la conciencia común y cotidiana. bélico que en esta meditación voy definiendo. Y la moderni­
La guerra absoluta revela el fondo de inanidad desde el dad, pensada por Hegel, que en esa obra voy cercando, es jus­
cual y con referencia al cual se crea y se recrea el precario tamente esa época del mundo en la que, en su último y con­
ser del ser humano. No es el rayo divino, la mano invisible clusivo episodio, abre el ámbito de la absoluta desustan-
de un Dios plenipotenciario cuyo libre arbitrio se hallase tan ciación. Puede, pues, pensarse como frontera última y fin fi­
sólo limitado por la razón de su voluntad inconmensurable; nal negativo del ser que somos.
no es, pues, algo externo y trascendente lo que, hoy por hoy, El concepto propio y adecuado de la modernidad, antici­
se vive como amenaza, sino un fortuito estallido de efectos pado por Descartes, pensado en profundidad por Kant, puri­
bélicos en cadena que inflamen la malla potencial de este pol­ ficado por Husserl y Heidegger, es el Sujeto Trascendental.
198 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOUÍA Tu AOUA ivu

Dicho sujeto alcanza su verdad y su concepto adecuado cuan­ Hegel alcanza su encarnación y la consumación de su absolu
do logra diferenciarse radicalmente del «sujeto empírico» y ta pureza trascendental y de su nuda abstracción en lo que
de la referencia de éste al «mundo real». La filosofía tradicio­ hoy puede determinarse como sujeto posbélico.
nal partía del supuesto, ingenuo, realista, de una ligazón no En razón de este horizonte posbélico lo que está en juego
pensada, no cuestionada y no dudada, entre sujeto empírico y hoy no es tanto la emancipación del sujeto respecto a la natu­
realidad, entre «alma» y «ser». La filosofía moderna se carac­ raleza o a lo divino cuanto el ser mismo del fronterizo hu­
teriza por una crisis de desconfianza respeto a ese circuito mano. Lo que puede extinguirse o destruirse es el ser mismo
tradicional confiado. Se inicia reduciendo a «opinión» esa cap­ en su modo de hacerse presente al fronterizo humano. El pro­
tación ingenua de la «cosa» por parte de una subjetividad blema de la libertad, problema primero de toda la filosofía
receptiva y derivada. Se inicia poniendo en duda todas las moderna, debe ahora plantearse en y desde el horizonte radi­
«ideas» procedentes de esa modelación del alma y su razón cal y último del ser en tanto que ser. Y esta cuestión no es
por parte de las cosas. Y confía y espera hallar, en el movi­ entelequia profesional sino acuciante cuestión en el orden
miento mismo de la duda, un comienzo firme y absoluto que de las prioridades ontológicas y políticas. Lo que está en jue­
permita inaugurar metódicamente el saber, la ciencia. Ese co­ go, hoy, lo que está amenazado de extinción, lo que pende
mienzo lo constituye la evidencia respecto a la realidad del de la maroma de una afirmación o de una negación absolutas,
propio sujeto, del yo pensante descubierto como soporte y es la cuestión de ser. De ahí el carácter urgente y radical de
supuesto del propio movimiento de la duda. De esa autocap- esa cuestión, que es la más cotidiana de las cuestiones, cues­
tación del Yo deriva, pues, la posibilidad de expansión del tión de la que inevitablemente deriva una ontología que es
saber. inmediatamente política. O si quiere decirse así, una política
Los grandes pensadores de la modernidad tardía, de Hegel ontológica radical.
a Marx, de Nietzsche a Heidegger, prueban el vigor de su re­ El fronterizo humano se comienza a saber hoy, desde el
flexión en haber cercado, con circunspección, pero con ener­ advenimiento de esa prueba, ligado al ser, libre en la medida
gía decidida, esta verdad letal del sujeto en interacción, o del misma en que deja en libertad al ser, procurando su propio
ser que somos, esta mutación de los diversos y particulariza­ devenir, su propio recrearse y variarse a través de cada ente,
dos «espíritus del pueblo» (Volkgeist) en un único «espíritu y de modo peculiar a través de cada singularidad humana. El
mundial» (o campo unificado) que se constituye cuando la «lu­ cuidado del ser pasa a ser, por tanto, la raíz prioritaria de
cha a muerte» rebasa el marco limitado de los individuos y toda filosofía sensible a lo específico de nuestra condición
las naciones y se plantea a escala mundial y planetaria. En de seres de la posguerra. Y la ética, lo mismo que la filosofía
Hegel la «lucha a muerte» es la insoslayable condición de política, debe derivar su fuente de inspiración radical de esa
constitución del sujeto, de la «autoconsciencia». De ahí que cuestión primordial. Se es libre en la medida en que se deja
sea en la figura de la Revolución y el Terror donde se consti­ en libertad al ser, en la medida en que se cuida su propio
tuye, desde esa «guerra de todos contra todos» generalizada, juego: el inocente devenir en donde el ser se crea y se recrea.
el sujeto absoluto, el sujeto incondicionado, el sujeto sin de­ Nos vamos habituando ya, desde finales de la segunda gue­
terminaciones concretas, particulares, empíricas, como pue­ rra mundial, a vivir y habitar en el espacio lógico-trágico de
den ser las esferas de la familia o de la sociedad civil. Un la posguerra, en tanto sabemos, como el narrador de Moby
sujeto absoluto que, por esa razón, es abstractamente libre. Dyck, que desde ese instante en que compareció en el hori­
Sólo en esas figuras se alcanza, en toda su pureza trascenden­ zonte cotidiano el arma nuclear, «vivimos cada uno de nues­
tal, la subjetividad, desligada del sujeto empírico, porfiada­ tros días como si nos los hubieran regalado». En realidad so­
mente buscada como a priori y fundamento del conocer y del mos ya supervivientes. Lo cual no es decir, necesariamente,
obrar por las Críticas kantianas: núcleo del que deriva la cé­ nada negativo, pero sí algo trágico. Sobrevivimos cada día a
lebre deducción trascendental de las categorías. El sujeto ga­ la amenaza absoluta y sabemos que nuestra existencia, en
nado en las experiencias «políticas» de la Revolución y del Te­ tanto que existencia fronteriza humana, puede extinguirse
rror es, por ello, punto de apoyo aperceptivo de todo conoci­ cualquier día. 0 que un día podemos no despertar más al ser
miento y fuente de toda acción moral. Ese sujeto pensado por ni nombrar ya más lo que se nos ofrece como presencia. Pue-
200 LOS LÍMITES DEL MUNDO
ONTOLOOÍA l l l AUI' A fiil
de suceder que ese faro en medio de la tiniebla de la razón mún cuando hay amenaza. La ontología icvlntt Imy ntinili’
se extinga definitivamente. O que esa peculiar luz que somos res de reflexión de urgencia ante la amcnu/.a. No Inquiría an
en medio del carrusel de los millones de galaxias y amonto­ razón de una indeterminada angustia del individuo que n
namientos de galaxias se extinga definitivamente. Nuestra li­ reconoce mortal, sino a partir de una muy determinada an
bertad, nuestra responsabilidad individual, étnica, nacional, gustia, generadora de terror y espanto aciago, respecto a la
se vuelva secundaria respecto a esa responsabilidad de seres muerte. Pero no la muerte de «aquel que en cada caso soy
de la frontera. Lo que en ello está en juego es el ser o no ser yo mismo», sino la muerte del sujeto de ese «campo unifica­
mismo de nuestro modo de habitar esa frontera. La cuestión do» al que puede llamarse humanidad. El arma atómica es
hamletiana se implanta en el corazón de nuestros cerebros el factum que inaugura un nuevo régimen histórico y ontoló-
como cuestión primera, fundamental, insoslayable. Y esa cues­ gico. La ontología tiene hoy en ese factum su punto de apoyo,
tión es, ni más ni menos, la cuestión trágica, la cuestión on- su base empírica, su documentación y su prueba: eso es lo
tológica radical. En nuestra época se puede establecer la ine­ gravísimo y lo que da que pensar; eso en lo que todavía no
xorable y radical intrinsecación entre tragedia y ontología. se piensa en sus radicales implicaciones.
Lo que Holderlin dice del poeta vale también para el filó­
sofo: su oficio es el más fácil e inocuo, el más superficial e
inocente, y a la vez el más peligroso, el más arriesgado, el que
requiere mayor valor, mayor compromiso. Hace referencia a
algo tan vacío, tan irrisorio, tan próximo y extraño a un tiem­
po como el ser, eso que se nos cuela en cada enunciación
verbal a modo de cópula o que nos ataca cada despertar, cuan­
do renacemos a la vida después de algunas horas de reposo
y olvido. Por eso nada resulta tan extraño, tan sorprendente y
milagroso como eso, el hecho de ser. Y nada resulta tan atroz
y descomunal como la muerte. Porque la muerte nos roba el HK
ser, lo más próximo y lo más querido.
Í ||
La filosofía, lo mismo que la poesía, la música y algunas ¡i'.
otras ocupaciones esenciales, sólo tiene sentido si constituye r
algo más que una simple profesión (en el sentido calvinista
del término). Es una profesión en un sentido radical del tér­
mino profesión, ese en el cual se retrotrae a vocación, es de­ 1
cir, llamada. No existe filosofía «profesional» sino tan sólo
- Hí.
vocacional. Y eso que llama es el ser. Por eso la filosofía es,
hoy, inmediatamente política. Hace referencia a lo que más
necesita protección, a lo que debe ser máximamente cuidado :
y custodiado: el ser. Hoy no vivimos ante la simple amenaza ■i $
de una amnesia respecto al ser. Vivimos en la perpetua ame­
naza de una extinción abrupta de nuestro ser, el humano, el i t
de la frontera que el hombre habita y protagoniza. Hoy la ■
solidaridad respecto al problema del ser no necesita revela­
ciones oraculares para suscitarse; basta ojear cualquier pe­ e
riódico para que entre en todos nuestros sentidos la ontolo­
gía. Hoy la política sólo puede ser ontología, y la ontología,
política. ;; ■>
La ontología se aviva en la consecuencia cotidiana y co-
TERCER CICLO

ESO QUE ES

I n t r o d u c c ió n

Los dos primeros ciclos definieron el método: la escala o


escalerilla que conduce al que soy y a los que somos hasta el
tema o materia mismo de la filosofía primera. El método se
difracta en múltiples itinerarios o caminos, en relación de
interacción, a través de los cuales los habitantes de la fronte­
ra acceden a la cosa misma, al ser. De hecho hay tantos mé­
todos como habitantes que pueblan la frontera del sentido.
0 que abren la diferencia y límite entre el cerco y lo que tras­
ciende, entre el ámbito en el cual se despliega el mundo y el
ámbito de lo imposible o el sinmundo. El primero y segundo
ciclo han sido una introducción a lo que excede el cerco, a
lo que desborda lo físico o el mundo mismo: una genuina
introducción a la metafísica. Han consistido en el trazado del
método de acceso y del modo en que se despliega en el mun­
do lo que desborda el cerco. Ese método es el propio límite
o frontera entre el doble ámbito del mundo y del sinmundo:
recorrerlo significa determinar, como se ha ido haciendo, la
paradójica naturaleza de ese ser que habita el límite, esa ma­
teria de inteligencia y pasión que accede a lo que trasciende
y que expone eso en forma de símbolos de su inconsciente
querer.
Ahora, en este tercer ciclo, se trata de enunciar en pala­
bras, en escritura, lo que se muestra una vez se ha recorrido
el método. Éste, por tanto, se interioriza, se retuerce, se muer­
de la cola. Deja de ser ascendente. No avanza ya de movimien­
to en movimiento, o no salta ya de mundo en mundo, sino
que se recoge en el único mundo existente, en lo que hay, o
lo que es, eso que es, dejando que se manifieste. Y se dé un
lugar en la palabra o proposición que lo enuncia y determina.
204 LOS L ÍM IT E S DEL MUNDO ONTOLOGÍA TRÁGICA 205

Tal proposición es la proposición ontológica que a lo largo del en crisis (sujeto, en consecuencia, de esa modernidad en cri­
discurso del método se ha ido determinando. Dicha proposi­ sis), esa ontología que aquí desarrollo y en la cual doy justa
ción dice lo que es, eso que es: enuncia lo que aparece. Pero culminación a toda mi tarea filosófica hasta el momento, de­
lo hace siempre con referencia al ámbito de lo que no puede berá medir sus fuerzas y confrontarse con otras propuestas
darse ni suceder como experiencia, ámbito de lo imposible o ontológicas, aquellas que directamente pueden competir con
del sinmundo. El desarrollo de esa proposición es la ontolo- ella, propuestas monistas que ahogan la dimensión trágica del
gía, la palabra o razón (lógos) que enuncia lo que hay y se ser y del límite del ser, o que reducen la diversidad dispersa
revela. del horizonte plural del ser en un único modo de decirse el
Por consiguiente, este ciclo despliega y desarrolla una on- ser o de mostrarse.
C'tología que responde a la^naturaleza anfibia de ese ser que Por consiguiente, este discurso ontológico deberá criticar

Í
\iiábita el límite o frontera. Desvela la ontología pertinente a y refutar las más potentes propuestas respecto a lo que hay
C 'dicho ser: la qu&-resulta~dííqjro£H©--rec<^ridQ-4eL_m£todoT o a lo que se muestra: la construcción lógica del mundo pro­
jEsa ontología no hace sino explicitar lo que es a la luz de lo piciada por Hegel; construcción en la que el concepto absor­
/ Que sov o somos. Dice lo que-es-a-partir~de-fa-expeEÍftnriiL.qiie be la totalidad sustancial hasta realizarse como Idea absolu­
los habitantes del límite hacen con lo que excede v deshorda ta, cuyo despliegue es naturaleza y mundo humano; o el
dicho-límite y con lo que éste deja dentro; como oorco físico encierro dialéctico del ser en la palabra o poema que dice de
o mundanor-Es, pues, una ontología tráeica v dualista, pn_la él lo que se revela o muestra (a través de la obra artística y
cual se abre un doble ámbito en donde se aloia el mundo y del decir poético-metafísico), tal como se desprende de la on­
el sinmundo, doble espacio que se diferencia y articula en el tología heideggeriana.
extremo: "esos dos ámbitos sólo se-rozan en la frontera. Una |
frontera que, a través de la pasión y de la palabra, trasciende)
el cerco hacia el exceso y trae o atrae ese excedente a través
de símbolos con los cuales expone la cosa o lo inconscienjeA 1. La proposición ontológica: su despliegue
Esa ontología es trágica en razón de ese desgarro del ámbito
entre un cerco y un exceso. Esa ontología es trágica porque 1. Naturaleza es el conjunto de todo lo que puede darse.
trágica es toda materia animada de pasión y de inteligencia 2. Mundo es el conjunto de todo lo que puede experimen­
lingüística. tarse.
En virtud de la asunción de la cláusula metódica de la in­ 3. La naturaleza define todo lo que hay. Es el conjunto
tersubjetividad, esamntología dualista abre o revela un ámbi­ absoluto de todo lo que hay.
to plural de/múltiples modos de afrontar la línea o límite, o 4. Lo que hay rebasa cuanto puede experimentarse.
de dibujar con su propia existencia la línea de la vida en la 5. El mundo presupone la naturaleza. Ésta precede al
frontera- -tantos modos como habitantes fronterizos en in-_ mundo. Sólo llega a ser mundo si puede ser experimentada.
teracción dentro de campos o territorios compartidos. colnT 6. Sujeto es el lugar de toda experiencia posible. En tor­
nizados a través de formas, figuras, trazos mediante los cua­ no a él se constituye un mundo.
les se expone en forma simbólica lo que desborda o trascien- 7. Hay tantos sujetos como mundos, es decir, modos de
dtn_Esa ontología dualista es, pues, la que hace posible un experiencia posible.
modo plural radical de conjugar el ser o lo nouménico, un 8. Sólo tenemos noticia de la existencia de un único mun­
pluralismo oníológico radical. do, al cual todos los distintos «mundos» (que se han ido re­
Esta ontología dual, trágica y pluralista, que evita toda corriendo a través del método) se hallan referidos, cuyo suje­
contaminación de categorías lógicas con las cuales pensar o to es la materia de inteligencia y pasión.
nombrar mundo y sinmundo, que distingue radicalmente dos 9. Lo que hay se da en el modo del suceder. Lo que hay
ámbitos que sólo en la frontera se dan cita, esta ontología es todo lo que puede suceder. Naturaleza es el conjunto de
que corresponde al habitante de la frontera cuyo mundo his­ todo lo que puede suceder.
tórico se abre dentro del horizonte de la modernidad crítica 10. Si lo que puede suceder llega a ser experimentado se
206 LOS L IM IT E S DEL MUNDO u n io l u u I a ik Ao i c a 207
configura un mundo. Mundo es todo lo que puede darse o 26. Lo que no puede typerimentarse por la materia de
suceder como experiencia. inteligencia y pasión es el ámbito del sinmundo, ámbito al
11. El suceder es la categoría verbal que constituye el co­ que dicho sujeto, sin embargo, se halla radicalmente referido,
mienzo absoluto de cuanto pueda decirse respecto a lo que a través de la inteligencia y a ttavés de la pasión.
hay (de toda ontología). Su correlato nominal es el suceso. 27. El sinmundo es lo que nunca puede aparecer, es de­
12. A lo que sucede debe llamarse suceso. Eso es lo que cir, lo que no puede darse a experiencia.
es, del mismo modo como el suceder es ser. 28. El sinmundo es lo que se ocuvta siempre, aquella re­
13. El verbo y el nombre constituyen, en el lenguaje de gión o reino del que no puede nada decYvse, ni puede habitar
la materia de inteligencia y pasión, las recreaciones poéticas la materia de inteligencia y pasión. Ésta nL puede intervenir
(es decir, lingüísticas) del suceder y del suceso. allí ni nada puede hacer. Nada sabe tampoL, respecto a si
14. Lo que hay es todo lo que puede suceder: el conjun­ ese lugar está vacío u ocupado por «naturales del Otro
to absoluto de todos los sucesos que pueden darse. mundo».
15. Al conjunto de todos los sucesos que pueden ser ex­ 29. El sinmundo puede ser pensado y nombrado -orno
perimentados debe llamársele mundo; hay tantos «mundos» origen y como fin: lo que rebasa el límite o la frontera
como órdenes del suceder u órdenes de sucesos. todo suceder.
16. Desde la materia de inteligencia y pasión pueden de­ 30. Natividad y muerte son los límites del ceri o de lo que
terminarse tres órdenes de sucesos: sucesos físicos (dentro puede darse o suceder. Todo suceso tiene en el nacer y el mo­
del cerco), sucesos pasionales, sucesos de la inteligencia lin­ rir su estricto límite y frontera.
güística (proposiciones). 31. Nada es posible referir respecto a ese día antes o a
17. Al orden de suceder de la materia sin emoción y sin ese día después. Nada sabemos del «primer instante» de la
palabra debe llamarse el orden de suceder físico (dentro del «creación» del universo. Nada sabemos respecto ál reino de
cerco). las sombras en donde habitan los muertos.
18. Los tres órdenes del suceder se producen en síntesis 32. La categoría que permite concebir lo que hay, es de­
en la materia de inteligencia y pasión. cir, el suceder de los sucesos, es la categoría de finitud (tiem­
19. Al lugar en donde ocurre el suceso físico puede lla­ po-espacio marcado por la finitud).
mársele cerco físico. 33. La tautología y la contradicción constituyen los lími­
20. La materia específica de la materia de inteligencia y tes absolutos de todo cuanto puede suceder o darst, indepen­
pasión es lo que, en rigor, debe llamarse cuerpo-y-territorio. dientemente de que pueda o no experimentarse.
21. En el cucrpo-y-territorio se inscribe o se instituye la 34. La tautología y la contradicción ocupan el1lugar del
materia de inteligencia y pasión. límite o la frontera misma de lo que puede darse d suceder.
22. A diferencia de la materia simpliciter, la materia de Determinan también negativamente todo lo que puede decir­
inteligencia y pasión desborda el cerco físico y se halla refe­ se: son el límite y la frontera misma del decir.
rida a lo que trasciende naturaleza y mundo. 35. Se puede hablar sin contradicción, sin incurrir en sin-
23. La pasión y la inteligencia están referidas a lo que KcntidfjH, de Jo»; im ible» hubilunlva (Id tjnmiliulo, de Ion »un
sucede; lo mismo el lenguaje. Pero asimismo se hallan refe­ leu titula sabemos, J
ridos a lo que nunca jamás puede suceder como experiencia Mi, Se pueden deíinli Jim nilejjni JuMned nnle Jipi i ind»"<
a \o imposible.
^ cueúe sicscjir u rrtTvgni- sea pensadle el ámbito del sinmundo,
ii' na» m Tsrecü ti 37. La experiencia de la materia de i|iteU$cueu s pasión
—-2 ' XOi T3TTH213 ——-Jl-sll 1' \Tn1. ií Zit VjUl se Ccrxrrxrx por la orcl-t oxcrcncTa i XX tobVe jc'.b -
qus cam racucs. TU TO£- sa el cual o ere lugar el sácere: ce tecos os succ^. - .. •
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POT X XI. -erra ce mteageica. -y ■ce.. U- amrvn: oe_ samuro:.
pasión. La matena oe inteugeneu \ pasiin habUA \a U\m\Wia
, misma entre esos dos ámbitos; es la lint» o limite que dit.

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