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Nunca camines sola por la noche.

Cara Strong debería haber prestado más atención a esas


palabras. Por otra parte, nunca esperó que una camarera
cansada, una don nadie de una pequeña ciudad, fuera el
objetivo de alguien. Cuando Cara se despierta, se encuentra en
una subasta de lujo. Se sorprende cuando el Don de la Familia
Massimo la lleva a su casa y le ofrece su protección.

Dante Massimo adquirió a Cara para molestar a una familia


criminal rival. Enamorarse de su espíritu ardiente y su lengua
afilada nunca formó parte de sus planes. Cara no pertenece a
su mundo. Es demasiado inocente, demasiado buena para
alguien como él. Dante nunca tuvo intención de quedarse con
ella, pero ha cambiado de opinión. Está empezando a ver que
ella es exactamente lo que necesita.
A mis lectores, espero que disfruten leyendo la historia de Dante
y Cara tanto como yo disfruté escribiéndola.
Capítulo 1
Un viento gélido hizo temblar a Cara Strong. Terminó de
cerrar la cafetería por la noche, antes de tantear los botones de
su enorme abrigo.

El abrigo gris de invierno había pertenecido a su padre y


llevarlo le recordaba a él. Abotonarlo la ayudó, aunque sólo un
poco. Cara se metió las manos frías en los bolsillos.

El edificio de su apartamento estaba a sólo dos manzanas y,


sin embargo, en noches como ésta, el camino se le hacía eterno.
Se puso en marcha cuando un coche le tocó el claxon.

Cara se giró y suspiró al ver a Ted, su sórdido jefe, sentado


en su cálido Mustang amarillo. Ted bajó la ventanilla y le sonrió.
La sonrisa no le hizo ningún efecto. Ted miraba lascivamente a
todas las camareras de la cafetería cuando creía que nadie lo
estaba mirando. Las otras camareras lo llamaban en secreto 'Ted
Manoseador', porque siempre parecía encontrar excusas para
tocar a las mujeres sin su permiso.

—Hola, muñeca. ¿Necesitas que te lleve a casa? —preguntó


Ted. —Está calentito dentro.
—No, gracias. Me gusta caminar —mintió Cara entre dientes
porque la verdad era que, después de trabajar dos turnos, los
pies la estaban matando.

El fino abrigo de su padre apenas la protegía del frío de la


noche. Según la aplicación del tiempo en su teléfono, la
temperatura sería de congelación esta noche y su pequeño
calentador de mierda seguía funcionando mal.

Aceptar la oferta de Ted sonaba tentador en ese momento,


pero Amanda, otra compañera de trabajo en la cafetería y mayor
que ella, le había advertido que nunca aceptara que Ted la
llevara. Ted una vez prometió llevar a otra camarera, Cindy, de
vuelta a casa, sólo para llevarla a dar un largo paseo por la
ciudad. Se rumoreaba que Cindy presentó su dimisión al día
siguiente. Las otras camareras sospechaban que Ted le había
hecho algo desagradable y la amenazaron para que cerrara la
boca.

Cara se había mudado a Ringsor City hacía sólo seis meses


desde su pequeña ciudad natal de Nebraska, pero había
aprendido pronto su lección más valiosa: nunca confíes en nadie
más que en ti misma y en tu familia.

Lástima que su padre adoptivo, Peter, la única familia que


había conocido, falleciera de cáncer hacía un mes. El único
legado que Peter le había dejado a Cara era su viejo abrigo y
varias facturas médicas que Cara sólo podría pagar dentro de
unos cinco años. Eso suponiendo que siguiera trabajando.
—Vamos, Cara. No será ningún problema. Tu casa está
cerca, ¿tengo razón? —preguntó Ted.

El hecho de que Ted pareciera saber dónde vivía la asustó un


poco.

¿Qué tenía que hacer para quitárselo de encima? Ted había


sido implacable persiguiéndola últimamente. A los hombres como
Ted les gustaba que las mujeres les dijeran que no.

De repente se le ocurrió una idea que implicaba mentir. Peter


la había educado para ser una persona decente, pero seguro que
una mentira piadosa no haría daño.

—Gracias por la oferta, pero mi novio me está esperando. Es


celoso, así que si me ve salir del coche de otro hombre, se pondrá
furioso. —Cara no estaba segura de que Ted creyera una palabra
de lo que decía. Él frunció el ceño, considerándola por unos
momentos, luego se encogió de hombros.

—Tú te lo pierdes, zorra. —Ted dijo la última palabra en voz


baja, pero ella la oyó de todos modos.

Cara tenía un montón de munición verbal que podía


descargar sobre él, pero al final decidió que hacer enojar a su jefe
era una muy mala idea. Era difícil encontrar trabajo en la ciudad,
o en cualquier parte.

Cara se mordió la lengua y siguió caminando. Finalmente,


oyó el motor del coche de Ted alejarse. Se sintió aliviada. Cara
metió las manos en el bolsillo del viejo abrigo de su padre y volvió
a casa.

A casa. Cara soltó una carcajada amarga. Su destartalado


apartamento nunca había sido eso. Se suponía que las cosas iban
a mejorar, no a empeorar, cuando Peter encontró un nuevo
trabajo aquí, en Ringsor City. Cara había estado asistiendo a una
universidad especializada en diseño de artes gráficas cuando a
Peter le habían diagnosticado un cáncer de pulmón en fase
cuatro.

A partir de ahí, todo comenzó a desmoronarse. Peter cayó en


una profunda depresión y luego perdió su trabajo. Ella tuvo que
dejar los estudios para pagar las facturas médicas. Perderlo fue
como caer en un pozo sin fondo. La pena seguía tragándosela en
momentos inesperados, sobre todo en noches solitarias como
aquella.

Un bocinazo sonó detrás de Cara. Cara apretó los dientes,


molesta. Seguramente, Ted no la había seguido todo el camino,
¿verdad? Realmente esperaba que se hubiera dado por vencido.
¿Ted no tenía nada mejor que hacer un viernes por la noche? La
mayoría de la gente de la ciudad probablemente sí.

Ted tenía que molestarla no sólo en horas de trabajo, sino


también por la noche. Lo único que Cara quería era volver a su
apartamento, darse una ducha caliente y pedir pizza. Luego se
quedaría dormida viendo repeticiones de su programa médico
favorito.
Cara se giró cuando oyó que el coche se detenía justo detrás
de ella. Tenía mucho que decirle a Ted. Esta vez no se contendría.
Estaba tan cansada de trabajar sin descanso, tan harta de no
tener ni siquiera una vida social, de ahogarse en el dolor por la
injusta muerte de Peter.

Abrió la boca pero las palabras no salieron. No era Ted en su


feo coche color pis. Cara se quedó mirando una furgoneta negra
sucia y sin ventanas. De repente se dio cuenta de que las calles
parecían inquietantemente vacías.

Sin darse cuenta, se había metido en un callejón oscuro. La


luz de una farola rota se encendía y apagaba. Cara volvió a
centrar su atención en la furgoneta. No podía moverse y no sabía
qué pensar.

La puerta lateral se abrió y de ella salió un hombre enorme,


calvo, con un tatuaje tribal en el cuello y ojos negros. Tenía la
complexión de un luchador y vestía de negro de pies a cabeza. Se
lamió los labios al verla. Ella se estremeció al ver su mirada. No
le parecía humano, sino un monstruo salido de las series
policíacas que a veces le gustaba ver.

Todos sus instintos le gritaron que huyera. Cara salió


corriendo, sin importarle estar dirigiéndose hacia la cafetería y
no hacia su apartamento. El hombre aterrador la alcanzó con
varias zancadas rápidas.

Lo siguiente que supo Cara fue que unos brazos de acero


rodeaban su cuerpo. Intentó darle una patada.
Como no funcionó, le dio un codazo, pero no tenía puntería.
En lugar de darle en la ingle, golpeó su estómago. Él gruñó y le
metió un trozo de tela sucia en la boca. El olor a cloroformo llenó
su nariz. Cara sólo reconocía el olor porque el limpiador de
retretes del restaurante desprendía el mismo aroma.

Esto no podía estar pasando, ni a ella ni en la vida real. Tal


vez todo aquello no fuera más que un terrible sueño y cuando
Cara despertara, Peter seguiría vivo. Ella sería una estudiante
universitaria normal de 21 años, sin ninguna preocupación en el
mundo.

***
Cuando Cara se despertó en una jaula, comprendió que no
había sido una pesadilla. Seguía aturdida y con náuseas. Intentar
incorporarse le parecía una tarea olímpica. En todo caso, luchaba
por mantenerse consciente.

Aferrarse a los fríos barrotes metálicos de la jaula le indicó


que aquello era la realidad. Cara seguía sin creerse lo que le había
pasado. Recordaba vagamente una noticia sobre varias mujeres
desaparecidas, individuos sacados de las calles a sólo dos barrios
de donde ella vivía.

Cara no le dio importancia, porque en el mundo ocurrían


cosas horribles todo el tiempo. Pero nunca esperó convertirse ella
misma en una víctima. Una silenciosa desesperación la invadió.
¿Qué planes tenían los secuestradores para ella? En algunos de
los programas policíacos que veía, los héroes siempre rescataban
a los secuestrados.

Cara no creía en los caballeros blancos. Sólo existían en las


obras de ficción. Además, nadie iba a buscarla. Su padre había
muerto y ella tenía pocos amigos.

Trabajar todo el tiempo le impedía ampliar su círculo social.


En esencia, Cara era la víctima perfecta. Nadie la echaría de
menos.

Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se las secó


rápidamente. Su padre no le había enseñado a dejarse vencer. En
primer lugar, Cara tenía que controlar sus nervios. El pánico no
le serviría de nada. Cara inspiró y exhaló y contó hasta veinte en
silencio en su cabeza. Se le pasaron por la cabeza muchos 'y si...',
pero por el momento tenía que alejar el miedo.

Estudió su entorno. La habían metido en una jaula grande


que sospechaba que estaba hecha especialmente para alojar
mercancía de gran tamaño. Había otras jaulas junto a la suya,
todas vacías. ¿Qué significaba eso? ¿Que era la primera del lote
o la última en ser enviada? Le pareció que 'lote' era una palabra
adecuada.

A juzgar por las doce jaulas y la sala reforzada sin ventanas,


tenía la sensación de que esos bastardos llevaban mucho tiempo
dirigiendo esta operación.
¿Era posible escapar? Cara tenía muy poca información para
trabajar en este momento. Necesitaba saber más sobre sus
captores, sobre cómo dirigían esta operación enfermiza. Cara
seguía intentando encontrar soluciones cuando la puerta de la
habitación se abrió.

El hombre calvo y musculoso con el horrible tatuaje en el


cuello le resultó familiar. Le sonrió, mostrándole una boca llena
de dientes negros y amarillentos que él o alguien había afilado en
finas puntas para que parecieran colmillos.

—Hola, Hermosa. Nos vas a dar un buen dinero. Te van a


adorar —le dijo, canturreándole como si fuera una mascota o un
animal.

—¿Por qué? —consiguió susurrar Cara.

—La mayoría de las mercancías que se encuentran en tu


situación ya estarían gritando o suplicando, pero tú eres sensata.
Además, ayer por la noche luchaste contra mí. Les gustan las
luchadoras. —El Calvo sonrió. —Son más divertidas de romper,
¿sabes?

Esas palabras le produjeron un escalofrío. Cara estaba más


que aterrorizada. No era nada sensata, pero lo último que quería
era demostrarle a aquella criatura que tenía miedo. Cara se clavó
las uñas en las palmas de las manos. El Calvo la había llamado
'mercancía', lo que no hacía más que confirmar que se trataba de
algún tipo de operación de tráfico. Además, básicamente le dijo
que había estado inconsciente durante horas.
Calvo recibió una llamada. El sonido chirriante de su tono de
llamada hizo que se le erizaran los finos vellos de los brazos.

—Entendido. Voy a vestir al producto y llevarla al escenario


—dijo Calvo.

¿Producto? Cara apretó los dientes. Tenía un nombre,


maldita sea, y era una persona, no una cosa que se pudiera
comprar.

Calvo sacó un llavero del bolsillo trasero y le mostró una llave


de plata. —Déjame darte un consejo, Hermosa. Te conviene
comportarte. Se te venderá por menos si llevas marcas, pero no
dudaré en hacerte daño. ¿Entiendes?

Abrió la jaula y Cara se quedó mirando la puerta abierta


durante unos segundos. Se planteó salir corriendo, pero tenía la
sensación de que no llegaría muy lejos. Tenía que jugar sobre
seguro, no de forma temeraria. Cara se tomó su tiempo y salió de
la jaula. Aún llevaba el mismo uniforme de camarera que la noche
anterior, pero Calvo había mencionado algo sobre vestirla. Sólo
de pensar en él ayudándola a vestirse se estremecía de repulsión.

Calvo la miró como si fuera un perro que acababa de hacer


un truco complicado. —Así que, puedes ser entrenada, pero tu
actuación de niña buena no me engaña ni un poco.

Vas a salir corriendo en cuanto veas una oportunidad, ¿me


equivoco?
Ella no le contestó. Él sólo se rió. —Eso es bueno. Envidio al
comprador que se haga contigo. Apuesto a que se divertirá
mucho.
Capítulo 2
Dante Massimo escuchaba aburrido a su hermano pequeño
Lucas, que le hablaba con entusiasmo de la exclusiva subasta de
esta noche. Dante sólo acudía a este tipo de eventos por una
razón: para recordar a todos los grandes de la ciudad que la
Familia Massimo controlaba verdaderamente Ringsor City.

—¿A qué hora terminará la subasta? —interrumpió Dante a


Lucas.

Malik, el segundo de Dante, lo lanzó una mirada inquisitiva,


que Dante ignoró. Malik sabía que Dante estaba de mal humor
estos días y por una buena razón.

Últimamente, una familia había estado molestando a Dante.


Los Gambino afirmaban que no tenían nada que ver con el
cargamento de droga que había desaparecido misteriosamente de
los muelles hacía tres noches. Antes de salir de casa, Malik le
había informado de que una de las cámaras de seguridad del
muelle había visto a un traficante de los Gambino. Dante hizo
crujir sus nudillos tatuados. Siempre había dado prioridad a los
negocios sobre todo lo demás. Era uno de los rasgos que lo
convertían en un buen Don.
Ahora que había conseguido pruebas de que los Gambino
eran los culpables de la pérdida de casi medio millón en ingresos,
tenía que responder de la misma manera. Siempre había
disfrutado con este aspecto de su trabajo: las represalias. Dante
planeaba demostrar a todas las demás familias del crimen de la
ciudad lo que los Massimo hacían a los que eran lo bastante
tontos como para traicionarlos.

—¿Por qué? ¿Tienes otro lugar donde estar esta noche? —


preguntó Lucas con sorna.

Lucas comprobó su reflejo usando la cámara de su teléfono.


Las mujeres de la familia afirmaban que Lucas era la versión
refinada de Dante y su difunto padre Leonardo, el antiguo Don.

Dante tenía que admitir que se había equivocado con Lucas.


Lucas era demasiado vanidoso y mimado para su propio bien.
Tras la muerte de Leonardo en una lluvia de disparos, Dante se
había hecho cargo del negocio familiar.

Nadie pensó que un joven de 21 años recién salido de la


universidad duraría mucho en este mundo. Dante pasó sus años
de formación demostrando a todo el mundo que era digno de
llevar ‘Massimo’ como apellido. Algunos incluso afirmaban que
era más despiadado y sanguinario que su padre.

Dante veía a Lucas de vez en cuando. Había estado


demasiado preocupado por mantener unida al resto de la familia
como para prestar atención a su hermano. Dante prácticamente
se había criado a sí mismo, así que supuso que lo mismo
funcionaría con Lucas.

Lucas bajó la mirada cuando Dante no respondió


inmediatamente a su pregunta. La culpa se apoderó de Dante
cuando su hermano fijó la mirada en su teléfono. Con su pelo
negro y sus ojos verdes, Dante era idéntico a Leonardo, pero
Lucas había heredado el pelo dorado y los ojos azules de su
madre.

Su madre murió después de dar a luz a Lucas, así que ni


Dante ni Lucas la conocieron. Su padre siempre le decía a Dante
que mantuviera a su hermano a salvo, porque Lucas era el único
recuerdo de la mujer que Leonardo amó una vez.

—Intentaré pasármelo bien esta noche —mintió Dante


suavemente.

Las relaciones eran demasiado trabajo para él. Dante nunca


había tenido problemas para atraer a mujeres al azar a su cama,
pero ¿pagar por una? Le parecía un derroche excesivo de dinero.
Lucas le sonrió.

—Ese es el espíritu, hermano. Siempre estás muy ocupado


con el trabajo. No está mal divertirse de vez en cuando —dijo
Lucas, sirviéndose otra copa de vino. Lucas le ofreció la botella,
pero él negó con la cabeza.

Dante no recordaba que Lucas hubiera metido aquella botella


en el coche, pero ahora se daba cuenta de que había tomado un
vino añejo, probablemente de la bodega de su padre. Dante sólo
se permitía beber alcohol en la intimidad de su hogar o en
compañía de alguien de confianza.

Tener los sentidos embotados lo haría fallar en una situación


peligrosa. Bajar la guardia en público tenía consecuencias
nefastas. Leonardo se había emborrachado en la fiesta de un
amigo cuando los tiradores le apuntaron. Leonardo siempre
había prestado atención a su salud. Podría haber escapado
aquella tarde, si no hubiera estado tan intoxicado.

—No bebas demasiado —le recordó a su hermano. Lucas le


hizo un gesto con la mano. El coche se detuvo. Lucas esperó a
que Malik o el conductor abrieran la puerta, pero Dante lo hizo él
mismo, ligeramente molesto con su hermano.

—Para eso tenemos ayuda pagada —refunfuñó Lucas,


uniéndose a él fuera.

Lucas miró a su alrededor y pareció animarse. Habían


conducido hasta el corazón del distrito comercial de la ciudad.

Dante echó un vistazo al alto edificio de cristal y luego a la


calidad de la seguridad frente al edificio. Los dos caballeros
fornidos que montaban guardia llevaban trajes decentes. Dante
pudo ver el contorno de las armas bajo sus chaquetas. Ex
militares, si Dante tuviera que adivinar, a juzgar por su
disciplinado lenguaje corporal y la forma en que conducían a los
invitados al interior.
Según Lucas, el heredero de la Babanin Bratva había pagado
una buena suma por abrir un club en el último piso del
rascacielos más alto de Ringsor City.

—A los Babanin les gusta alardear de su riqueza y sus


contactos —comentó Malik.

Dante asintió en silencio. El hecho de que celebraran su


subasta anual especial aquí, en un nuevo e importante punto de
referencia de la ciudad, le decía a Dante que los Bratva eran un
grupo al que tenía que vigilar en el futuro.

Su grupo pasó por seguridad sin mucho alboroto. Una


empleada vestida con un escueto y corto vestido de cuero los
condujo a los ascensores. Dante observó con interés que había
seguridad por todas partes, incluso en la primera planta.

Subieron en el ascensor hasta la última planta. Dante miró


por las ventanas de cristal, haciendo todo lo posible por no
mostrar su incomodidad. Odiaba los ascensores, despreciaba la
sensación de estar atrapado. Dante contó en silencio en su
cabeza, aliviado cuando sonó una campanilla. Entraron en un
gran pasillo.

Los Babanin no habían escatimado en decoración ni en


entretenimiento. Había camareros con bandejas de comida y vino
caros. La llegada de su grupo no pasó desapercibida. Egor
Babanin, el actual Pakhan, lo saludó primero.
—Te dejaré hablar a ti, hermano —le susurró Lucas al oído,
antes de alejarse.

Dante indicó con la cabeza a uno de sus guardaespaldas que


vigilara a su hermano. Cada invitado tenía derecho a cuatro
acompañantes.

Tras conversar cortésmente con algunos de los invitados allí


presentes, Fyodore, el heredero de Egor, anunció que la subasta
estaba a punto de comenzar.

Y llegó en buen momento, porque Luigi Gambino no dejaba


de intentar captar su mirada al otro lado de la sala. Dante
retorcería el escuálido cuello de Luigi si el otro Don intentaba
acercarse a él y entablar una conversación trivial.

Luigi negaría haber robado uno de sus cargamentos, por


supuesto, pero en el fondo ambos sabían que los Gambino habían
derramado sangre por primera vez. Luigi había traído consigo a
dos de sus lugartenientes y a un hombre calvo y desconocido que,
según Malik, era su sobrino.

—Por favor, tomen asiento. Les aseguro que la selección de


esta noche será... impresionante —decía Fyodore.

—Hermano, ven conmigo. Nos he reservado los mejores


asientos de la casa —dijo Lucas tras volver a su lado.

Dante siguió a su hermano y tomaron asiento. Consultó su


reloj: 10:00 PM. Lucas le había asegurado que la subasta
terminaría a medianoche. Dante decidió que se quedaría media
hora antes de excusarse. Se llevaría a Malik con él y dejaría a
Lucas aquí con un guardia. Suspirando, echó un vistazo al gran
escenario erigido en la parte delantera de la sala. Las cortinas de
terciopelo negro se habían corrido y por fin comenzaba la
subasta.

La mirada de Dante permaneció pegada a los correos


electrónicos de su teléfono durante más de quince minutos.

—Esta noche tenemos una adquisición especial —dijo el


anunciador.

Dante sólo levantó la vista porque oyó un parloteo excitado


procedente de la mesa de los Gambino. El sobrino de Luigi señaló
repetidamente el escenario, recordando a Dante a un cachorro
sobreexcitado.

Entonces Dante por fin la vio: un esbelto espectro de piel


pálida y rizos oscuros. Sus ojos azul claro se llenaron de lágrimas
cuando Seguridad la condujo a la subasta. La habían vestido con
un escaso y casi transparente slip azul claro que no dejaba nada
a la imaginación.

Dante sólo tenía ojos para sus curvas, la tentadora turgencia


de sus pequeños pechos y el punto húmedo entre sus muslos. Y
era una luchadora, pataleando y gritando amenazas hasta que
tuvieron que amordazarla.

Dante dejó de mirar su teléfono. Se quedó mirando,


hipnotizado, a aquella belleza etérea, a aquella mujer cuyas
lágrimas no hacían sino sacar lo peor de aquel público brutal.
Aquí todos eran animales y ella parecía saberlo. Se arrodilló e
inclinó la cabeza, negándose a mirar a nadie. Su captor le secó
las lágrimas de las mejillas con un pañuelo.

Era la inocencia y la gracia personificadas, y Dante sabía que


tenía que reclamarla como premio. Por supuesto, no estaba de
más que el sobrino de Luigi pareciera desearla con todas sus
fuerzas.

—Que comience la puja —anunció el subastador.

El sobrino de Luigi fue el primero en gritar una cifra


escandalosa. La mujer miró fijamente al sobrino de Luigi. El
asombro reflejado en sus ojos le dijo a Dante que conocía al
sobrino de Luigi.

Era algo personal y eso lo intrigaba aún más. Dante se


contuvo. Sólo empezaría a pujar contra los Gambino cuando
sintiera que la subasta estaba llegando a su fin.

—Medio millón —gritó el sobrino de Luigi. El sudor le brillaba


en la frente. El hombre-niño estaba desesperado.

La multitud enmudeció e incluso Luigi palideció. La cara del


Don empezó a enrojecer de rabia. Dante sonrió satisfecho,
disfrutando de la incomodidad de Luigi. Esto sin duda jugaría a
su favor. Tenía que admitir que aquella mujer lo intrigaba, pero
tomarla delante de las narices de los Gambino endulzaría aún
más el asunto.
—Un millón de dólares —anunció Dante.

Lucas lo miró atónito. Dante no necesitó gritar, su voz se


propagó por la habitación. El sobrino de Luigi lo miró clavando
dagas, a punto de levantar la mano de nuevo, pero Luigi la sujetó,
sacudiendo la cabeza.

—¿He oído un millón de dólares por este magnífico ejemplar?


¿No hay más ofertas? Entonces, el lote número 23 se vende a
Dante Massimo —anunció el subastador.

***
—Hermano, ¿has perdido la cabeza? —preguntó Lucas a
Dante. Ignorando a su hermano, Dante terminó de escribir el
cheque y se lo entregó a Fyodore Babanin.

—Es un placer hacer negocios contigo, Dante —dijo Fyodore


mientras guardaba el cheque. —¿Puedo hacerte una pregunta
personal?

—Pregunta lo que quieras —dijo Dante. —Pero no hay


garantías de que vaya a responder.

Malik y Lucas intercambiaron miradas de preocupación.


Probablemente pensaban que estaba loco, porque Dante no había
mostrado mucho interés en la subasta al principio. Diablos,
nunca planeó comprar nada. Pero los imprevistos hacían la vida
interesante.
Lucas tenía razón. Todo en lo que Dante se había enfocado
era en manejar el negocio familiar. Ahora, tenía una nueva
obsesión.

—Me parece justo. ¿Qué te hizo ofertar un millón de dólares


por un producto? Podrías haber conseguido cuatro por esa
cantidad —señaló Fyodore. —Y ésta fue una adquisición de
última hora. Completamente no planificada.

—Déjame adivinar. ¿El sobrino de Luigi hizo la petición? —


preguntó Dante.

Fyodore sonrió, pero no lo confirmó ni lo negó. —¿Así que esa


es la única razón? ¿Porque querías molestar a los Gambino?
¿Qué tienes contra ellos?

—Digamos que cometieron un error por el que tienen que


pagar. Esto es sólo el principio —respondió Dante.

Un millón de dólares podría hacer mella en su cartera, pero


no mucho. Sus empresas legales iban bien, al igual que la parte
ilegal del negocio familiar. Hacerse con algo que los Gambino
codiciaban era sólo el primer paso. El siguiente implicaría armas
y derramamiento de sangre. Mientras tanto, Dante se divertiría.

—Recuérdame que nunca me ponga en tu lado malo —dijo


Fyodore. —Bueno, espero que disfrutes de tu nueva adquisición.

—Eso haré —dijo Dante.

Fyodore le tendió la mano. A Dante nunca le había caído bien


aquel bastardo baboso, pero los Babanin y la Massimo Familia
tenían un cierto entendimiento. Habían hecho negocios en el
pasado, respetaban los límites del otro. Dante nunca llamaría
aliados a los Babanin, pero en su trabajo era prudente no crearse
enemigos innecesarios. Los Bratva entendían el honor, a
diferencia de Luigi Gambino y su sobrino.
Capítulo 3
Todo el cuerpo de Cara se sentía aletargado. Drogada, pensó,
tratando de forzar el despertar de su conciencia.

En su cabeza aparecieron imágenes. La desagradable y


escarpada tela que apenas cubría su cuerpo, el escenario
demasiado iluminado y los rostros lascivos. Un hermoso
monstruo de pelo oscuro y ojos verdes vestido con un traje a
medida, pujando un millón de dólares por ella. Todo parecía
surrealista y, sin embargo, allí estaba ella, tendida en una
gigantesca cama de matrimonio cubierta con sábanas negras que
parecían de seda.

Esperaba encontrarse desnuda y expuesta, pero alguien la


había vestido con un pijama de seda grande pero cómodo. Era
negro, igual que las sábanas, y las pesadas cortinas ocultaban
parcialmente las ventanas de cristal que iban del suelo al techo.

Cara no sentía el dolor delator entre las piernas. Le dolían un


poco las muñecas, pero los moretones eran de las ataduras que
había llevado la noche anterior. ¿La subasta había sido la noche
anterior? Cara ni siquiera sabía cuánto tiempo había pasado
desde que la sacaron de la calle.
Dejó las sábanas a un lado y se levantó tambaleándose.
Movió los dedos de los pies al tocar la mullida moqueta. Este
enorme dormitorio y su mobiliario gritaban dinero. Cara se obligó
a caminar hacia la ventana. Quería orientarse, ver dónde estaba.

Al abrir las cortinas, se quedó boquiabierta. Cara nunca


había visto Ringsor City desde tan alto, así que tardó unos
segundos en reconocer puntos de referencia familiares, como el
conjunto de edificios de cristal y acero que constituía el centro de
la ciudad. La gente de la calle parecía tan diminuta desde donde
ella estaba.

Cara no debería estar impresionada. Acababa de despertarse


en la habitación de un extraño. Como mínimo, suponía que el
diablo negro de ojos verdes del traje era el dueño del
apartamento.

Ahora mismo, estaba misericordiosamente sola, pero


después de pagar tanto por ella, aquel desconocido
probablemente tenía planes para... ¿para qué? La imaginación de
Cara la llevó a un viaje salvaje.

Se estremeció cuando sintió su intensa mirada sobre ella


durante la noche de la subasta. No fue sólo por miedo, sino
también por excitación. En las noches solitarias y frías en las que
no podía conciliar el sueño, Cara se entregaba a fantasías en las
que un príncipe adinerado se enamoraba de ella.

Cara debería avergonzarse de sí misma por pensar que le


esperaba un posible final feliz. Tocó el frío cristal. Cuando se
despertó en una jaula, pensó en formas de escapar. Esta vez, se
encontraba en una prisión en el cielo, rodeada de cristales.

—Supongo que te gusta la vista —dijo una voz profunda y


refinada.

Cara giró y se encontró mirando al mismo monstruo hermoso


que había pagado una fortuna por ella. También llevaba un traje
a medida, esta vez azul noche, como si se estuviera preparando
para ir a trabajar.

—¿Quién eres tú? ¿Qué quieres de mí? —preguntó Cara.

Su espalda chocó contra el cristal. La mente de Cara pensó


furiosamente en posibles rutas de escape. Siempre había sido
una corredora rápida. Él bloqueaba la puerta, pero ella tenía la
sensación de que incluso si conseguía pasar corriendo por
delante de él, se encontraría con muchos obstáculos. Los
hombres como él probablemente disponían de todo un equipo de
seguridad al que recurrir en caso de necesidad.

Enarcó una ceja oscura. —¿No sabes quién soy?

La arrogancia que se desprendía de aquella frase la hizo


poner los ojos en blanco, y así lo hizo. Él sólo pareció divertido y
eso aumentó su miedo. Cara estaba acostumbrada a las miradas
lascivas y a las insinuaciones lascivas de hombres vulgares como
Ted, pero le inquietaba que este hombre le diera otro tipo de
miedo.
—Dante Massimo. Es un placer hablar contigo cara a cara,
Cara Strong —dijo.

Incluso la forma en que dijo su nombre sonaba pecaminosa.


Eso la enfureció. Por supuesto, los hombres como él, que tenían
acceso a numerosos recursos, probablemente lo sabían todo
sobre ella.

—Suéltame y te prometo que no le contaré nada a la policía


sobre... todo esto —dijo ella.

Él se rió y eso no hizo más que enfurecerla. Cara no era una


tonta ingenua. Sabía que nada sería fácil, especialmente dadas
sus circunstancias.

—Soy muy amigo del comisario de policía. Sam y yo jugamos


al golf dos veces al mes, de hecho —dijo Dante. Dio un paso hacia
ella y Cara se tensó. No le gustaba sentirse como una rata
acorralada. Dante prosiguió: —Las drogas aún deben de estar
haciendo efecto, así que tendré que recordarte que ahora eres
exclusivamente mía. No tengo intención de dejarte ir nunca. Soy
muy exigente con mis posesiones.

—Soy una persona, no una cosa —susurró Cara.

—En efecto, sigues intrigándome cuanto más tiempo


pasamos juntos —dijo Dante.

Metió las manos en los bolsillos del pantalón y continuó: —


Tengo reuniones consecutivas todo el día, así que tendremos que
continuar esta conversación esta noche. Disfruta de un largo
baño. También hay comida de sobra en la cocina. Haré que te
traigan un vestido esta tarde. Espero que lo lleves puesto para la
cena.

—¿Quién diablos te crees que eres? —exigió Cara.

La cabeza le daba vueltas de rabia, de lo ridículo que era todo.


¿Realmente pensaba que ella haría lo que le pedía? Dante
finalmente cruzó la distancia entre ellos. Ella se quedó
paralizada, pero él sólo le levantó la mano izquierda y le dio un
beso en la muñeca. Su corazón empezó a latir erráticamente.
¿Cómo podía este hombre ser tan encantador y desquiciante al
mismo tiempo?

Cara tragó saliva. Cuando él se inclinó hacia ella, pudo oler


la colonia que usaba y una pizca de humo de cigarrillo. Cara
separó ligeramente los labios y dejó escapar un pequeño gemido
cuando sus pechos rozaron el brazo de él. La boca de Dante tocó
su oreja izquierda, no sus labios. La decepción la golpeó, aunque
no entendía por qué.

—Escapar es inútil, Cara. Tarde o temprano, tendrás que


aceptar tu posición privilegiada —susurró Dante.

Ella levantó la mano, pero él le agarró la muñeca antes de


que pudiera abofetearlo. Sintió un miedo repentino cuando él no
le devolvió el golpe ni la reprendió.

—Tanto espíritu —murmuró Dante. —Realmente vales tu


peso en oro. Ahora compórtate hasta que vuelva.
***
Quince minutos después de oír cerrarse la puerta principal,
Cara permaneció donde estaba, aturdida por su primer
encuentro con Dante. Él realmente creía que ella haría todo lo
que él le dijera, ¿verdad? Cara sacudió la cabeza con
incredulidad. No podía permanecer aquí de pie.

Cara buscó ropa cómoda que ponerse y entró en el baño por


casualidad. El baño privado de Dante, no tenía palabras para
describirlo. Era del tamaño de todo su apartamento estudio y
tenía un armario gigantesco y un jacuzzi.

Se dio una ducha rápida y pasó un tiempo vergonzosamente


largo mirando el armario de Dante. Cara tocó la tela de sus trajes,
antes de encontrar un cajón con ropa que podía usar. Se puso
unos cómodos pantalones de jogging y una camiseta de gran
tamaño. Cara tuvo que apretar los cordones para que los
pantalones dejaran de caérsele por las caderas.

Su siguiente parada fue la cocina. Allí encontró al ama de


llaves de Dante. La mujer no parecía interesada en responder a
sus preguntas, sino que se limitó a señalar la taza de café
humeante y el plato de comida que había sobre la encimera.

Cara decidió que necesitaba energía extra si planeaba


escapar, lo cual era poco probable. Dante le había hablado de su
equipo de seguridad, pero eso no significaba que una chica no
pudiera intentarlo. Hambrienta, se terminó todo lo que había en
el plato. Alimentada y con cafeína, intentó abrir la puerta
principal.

Le sorprendió que Martha, el ama de llaves, no hiciera


ningún movimiento para detenerla. El sonido de la aspiradora de
Martha seguía sonando de fondo mientras Cara miraba la cara
poco impresionada de un hombre grande y lleno de cicatrices
vestido con un traje negro.

Dante parecía haber pasado algún tiempo en el gimnasio,


pero aquel tipo le recordaba a esos matones de las películas de
mafiosos. Cara no sabía mucho sobre el mundo de Dante ni nada
sobre sus socios, pero por fin comprendió que estaba realmente
fuera de su elemento.

Cara pudo ver la silueta de su pistola asomando por la


chaqueta. El miedo le quitó la capacidad de hablar durante unos
segundos. Este hombre no dudaría en usar la fuerza para
mantenerla en línea. Sólo cumplía las órdenes de su jefe.

—¿Necesita algo, señorita? —le preguntó.

—No, gracias —susurró ella, cerrando la puerta.

Cara se hundió contra la madera y cerró los ojos unos


instantes. La sensación de sentirse atrapada la abrumó durante
unos segundos.
Cara se sentía un poco inestable, incluso con náuseas.
Aunque el apartamento de Dante era una bonita jaula, no podía
imaginarse quedarse aquí para siempre.

¿Era la muerte su única salida? Un segundo pensamiento


aterrador sustituyó al primero: ¿sería tan malo participar en el
juego enfermizo y retorcido que Dante había tramado?

Cuando se despertó en una cama extraña, Cara pensó que lo


primero que haría Dante sería probar su nueva adquisición. En
lugar de eso, le habló y se comportó como un caballero. Ella sabía
qué clase de hombre era. Cara nunca confundiría a Dante
Massimo con nada más que un villano, pero ¿qué pasaría si se
dejara encantar?

Tal vez podría descubrir por fin lo que él quería y esperaba


de ella. Cara podría ser lo que él quisiera hasta el momento
crucial en que bajara la guardia. Entonces haría todo lo que
estuviera en su mano para que se arrepintiera de haberla
tomado.

Cara hizo planes en su cabeza mientras se acomodaba en el


enorme salón para ver la televisión. Martha trabajaba a su
alrededor, canturreando para sí misma. Se preguntó si Dante le
había pedido a Martha que espiara sus actividades. No le
extrañaría. Dante le parecía un obseso del control.

Martha y ella almorzaron al mediodía. Hacia las tres de la


tarde, Guardaespaldas Cicatrizado entró en el apartamento y dejó
una elegante caja negra con un lazo blanco sobre la mesa del
comedor.

Cara se acercó tentativamente al paquete como si tuviera


dientes. Arrancó la sencilla tarjeta blanca y leyó en voz alta la
carta manuscrita de Dante:

—Pensé en ti cuando elegí este vestido. Nos vemos esta noche


a las 8. Dante.

Cara levantó la mitad superior de la caja y se quedó


boquiabierta al ver el vestido negro de tirantes que había debajo.
Estaba hecho de dos capas, una tela transparente debajo de otra
de seda. Cara nunca había tocado algo tan fino en toda su vida.
Incluso Martha gruñó en señal de aprobación cuando pasó junto
a Cara.

Mientras Cara acariciaba el vestido, pensó en lo que podría


pasar si Dante volvía a casa y la encontraba en chándal y con
una camiseta vieja y raída. ¿Se enojaría y le haría daño? No. Cara
pensó en su fría reacción de aquella mañana. Haría falta más
para hacer enojar a un hombre como él. Además, ¿no había
decidido ella comportarse y participar en su juego?

Quería ver cómo le quedaba el vestido. A las 19:00 en punto,


Cara olió aromas maravillosos en la cocina. Probablemente
Martha estaba preparando la cena. Se dio otro baño, esta vez en
el jacuzzi, para calmar sus nervios.
¿Se daría cuenta Dante de su actuación o se alegraría de que
llevara el vestido que había elegido para ella? Cara apoyó la
cabeza en la fría porcelana. Otra mujer en su lugar no pensaría
que ser el juguete de Dante fuera tan malo. Cara se habría
sentido más relajada si no hubiera temido tanto esta velada. Ni
siquiera recordaba la última vez que había tenido un día libre así.

Terminó de bañarse y finalmente se puso el vestido. Se quedó


boquiabierta. Era innegable que Dante tenía buen gusto y había
acertado con sus medidas. Cara se sintió como si estuviera
mirando a una persona completamente diferente. Dentro de la
caja, también encontró artículos de maquillaje, así que se arregló
para Dante y se preguntó sobre las posibilidades para esta noche.
Capítulo 4
Dante no sabía qué esperar cuando llegara a casa. Sólo había
dos opciones. O Cara seguía sus instrucciones o no lo haría. Ella
pronto aprendería que la desobediencia no la favorecería.

Dante trató de imaginarse en su lugar. Un día era


simplemente una camarera normal que intentaba salir adelante
y al siguiente, llevada a una subasta del mercado negro y
comprada por un completo desconocido. La lástima no lo
conmovía. Comer o ser comido, esas eran las reglas de su mundo,
y Dante siempre se había asegurado de mantenerse en una
posición de poder. No se conformaría con nada menos que la
cima.

—¿Algo que informar? —preguntó Dante a Jon, uno de los


guardias que había colocado en la puerta principal.

Siempre había dos de guardia. Dante se tomaba muy en serio


las medidas de seguridad, desde el asesinato de su padre. Del
mismo modo, también tenía a dos hombres vigilando a su
hermano las veinticuatro horas del día. No tenía intención de
perder a otro miembro de la familia tan pronto.

—Nada importante, señor. Su invitada intentó marcharse


esta mañana, pero cambió de idea después de verme —informó
Jon. Los hombres que empleaba eran profesionales. Dante les
pagaba un buen sueldo para que no dijeran nada de lo que
habían visto u oído.

—Ya veo. Sigan trabajando así —dijo Dante con un


asentimiento desdeñoso.

Jon y el otro guardia se hicieron a un lado para que Dante


pudiera usar su llave. No esperaba encontrar a Cara esperándolo
en el salón. Dante cerró la puerta tras de sí. Ella era toda una
visión, vestida con el vestido negro que le había hecho a medida.
Había sido un encargo urgente a un diseñador popular, así que
el vestido no había sido barato.

Ver cómo la tela negra resaltaba la turgencia de sus pechos


y todas sus curvas hizo que el precio mereciera la pena. Dante se
moría de ganas de arrancarle toda aquella tela del cuerpo, poner
manos y boca a trabajar y oírla gritar su nombre.

Cara también se había maquillado y se había arreglado los


rizos, aunque a Dante le resultaba más atractiva su cara
desnuda. Los esfuerzos que había hecho lo complacieron.

—El vestido te queda bien —comentó Dante.

—Gracias. Me parecía incómodo de llevar, pero la tela es muy


bonita. —Cara se mordió el labio inferior, como si pensara que
balbuceaba demasiado. Era bonito.

El fuego en los ojos de Cara durante la subasta había sido lo


que atrajo a Dante hacia ella. Suponer que había conseguido
domarla de algún modo era risible. Dante no había sido criado
como un tonto.

Cara probablemente había decidido seguirle el juego,


pensando que sería ventajoso para ella. Bien. Era divertido
comparado con la alternativa de que Cara se encerrara en su
habitación y amenazara con suicidarse o cualquier otra tontería.

—¿Vino? —preguntó ella, dirigiéndose a la mesa del comedor.


Dante vio que Martha les había preparado una cena exquisita.

—Claro, he tenido un día muy largo —dijo Dante.

Comprobó que el precinto de la botella de vino estaba intacto.


Cara sirvió vino tinto en dos copas y le tendió una. Dante le pasó
una mano por el hombro desnudo. Cara se tensó. Su respiración
se aceleró cuando él se inclinó para besar su suave mejilla.

—Te he echado de menos —le dijo.

—Apenas me conoces —susurró Cara cuando él aceptó la


copa.

—Sí sé una cosa: eres mía. Es comprensible que estés


asustada. Cualquiera en tu situación lo estaría, pero eso
cambiará —dijo Dante.

—No tengo miedo —dijo ella con sorna.

Dante le tocó la mejilla y ella se calmó. —Lo tendrías, si


supieras quién soy y de lo que soy capaz.
—He utilizado el ordenador del salón. Inteligente que pueda
hacer la investigación básica, pero que estoy restringida a todo lo
demás —dijo ella. —Busqué tu nombre.

—¿Y qué averiguaste? —preguntó Dante, curioso. Cara


Strong estaba resultando ser una muy buena inversión. Hasta
ahora, cada segundo con ella había sido entretenido. Dante
dudaba que se aburriera pronto.

—Que eres un enigma. Un hombre de negocios y un jefe de


la mafia —respondió ella. —Toda la ciudad te teme, y se rumorea
que tienes al comisario de policía y al alcalde en el bolsillo.

Por fin se sentaron. Cara miró el festín que había sobre la


mesa. Dante se rió al oír el ruido de su estómago. Cara dio un
sorbo a su vino, probablemente tratando de ocultar su vergüenza.

—Piénsalo de este modo. Te he salvado de un destino peor


que la muerte. Deberías estarme agradecida —dijo Dante. Sólo
dijo esas palabras porque quería verla toda alterada.

Cara se sonrojó. —¿Agradecida contigo por comprarme? ¿Por


sacarme de mi antigua vida?

—La Babanin Bratva lo hizo, a petición de Theodore


Gambino. ¿Eras consciente de que tu antiguo jefe formaba parte
de la mafia italiana? ¿Crees que estarías mejor como su juguete?
—preguntó Dante. Cara se estremeció y se frotó los brazos.

Dante se levantó, se quitó la chaqueta y se acercó a ella. Tal


vez fuera demasiado duro, pero Dante quería que ella fuera
consciente de su situación. Le puso la chaqueta sobre los
hombros.

—¿Por qué haces eso? —le preguntó.

—¿Hacer qué? —preguntó Dante.

—¿Dices una frase poco amable en un momento y al


siguiente me prestas tu chaqueta? —preguntó Cara.

—No estaba siendo cruel, simplemente práctico —dijo Dante.

—Entonces, básicamente, ¿me estás diciendo que tú eres la


mejor opción? —preguntó Cara.

—Te quitaron la capacidad de elegir en el momento en que tu


antiguo jefe te puso en el punto de mira —dijo Dante con
sencillez.

—¿Y me compraste por la bondad de tu corazón? —La voz de


Cara destilaba sarcasmo.

—Por supuesto. Los Gambino me han hecho un flaco favor


recientemente. Tomarte a ti fue simplemente la guinda del pastel
—dijo Dante, volviendo a su lado de la mesa.

—¿Por qué me cuentas esto? —preguntó Cara.

—¿A quién se lo contarías? —preguntó Dante. —No te queda


familia y tienes muy pocos amigos.

—Hiciste tu investigación —dijo Cara.


—Te estoy ofreciendo una nueva vida, Cara —dijo finalmente
Dante.

No sabía qué tenía esta mujer, pero su presencia era un soplo


de aire fresco. Cara ciertamente sobresalía de todas las mujeres
con las que se había acostado en el pasado.

Dante nunca antes había pensado en tomar una esposa, pero


ahora lo consideraba. Un hombre como él necesitaba una
compañera de carácter fuerte a su lado. Reflexionaría sobre la
idea más tarde, cuando tuviera tiempo para sí mismo.

—¿Una nueva vida como tu prisionera? —preguntó.

—Ambos estamos en una situación inestable en este


momento, pero una vez que lleguemos a un acuerdo, entonces
las reglas podrán enmendarse —dijo Dante. Se sirvió otra copa
de vino y esperó su reacción.

***
—¿Enmendables? ¿Qué diablos significa eso? —preguntó
Cara.

Este hombre la irritaba tanto. Cara nunca admitiría que


también la fascinaba.

—Me pareces una mujer muy inteligente, Cara. ¿No puedes


entenderlo? —preguntó Dante. Se cortó una loncha de asado de
cerdo, añadió puré de patatas y guisantes salteados al plato.
Luego cambió los platos y se sirvió.

Cara se quedó mirando el plato. —¿También vas a decidir qué


y cuánto como?

Su risa no debería sonar tan cautivadora ni sexy, pero lo


hacía.

—Ten por seguro que no soy tan maniático del control —dijo.
—Parecías hambrienta y yo sólo almorcé una ensalada.

Empezó a comer. Dos podían jugar a este juego. Cara


también comió y admitió a regañadientes que todo sabía bien.
Tenía la sensación de que todo lo que preparaba Martha era
fantástico. ¿Lo decía Dante en serio? ¿Que con el tiempo
flexibilizaría las reglas?

Podía estar mintiendo, claro, pero Cara no lo creía. Cara tenía


la sensación de que Dante no era el tipo de hombre que mentía a
menudo. No lo necesitaba.

Tal vez, al fin y al cabo, se trataba de una táctica más: darle


una pizca de esperanza para quitársela después. Cara controló
sus emociones y recordó su plan inicial. Nada había cambiado.
Su objetivo seguía siendo el mismo: ser paciente y encontrar una
forma de salir de allí.

—Martha ha vuelto a superarse —dijo Dante, limpiándose la


boca con una servilleta.
Se sintió atraída por sus labios, por la forma en que los
moldeaba con facilidad para esbozar una sonrisa cruel. Dejó la
servilleta y se sirvió otra copa de vino.

—Lo hizo —convino Cara. —¿Cuánto tiempo lleva trabajando


para ti?

—Trabaja para mi familia desde que yo era un niño —


respondió Dante.

Eso explicaba la lealtad de Martha hacia él.

—¿Más vino? —le preguntó Dante.

Ella se levantó con la copa vacía en la mano y se dirigió a su


lado de la mesa. Cara sintió el peso de su mirada mientras
rellenaba su copa. Desde luego, parecía disfrutar viéndola con el
vestido que había elegido.

—Nunca me ha gustado el sabor del vino, pero éste es


diferente, más dulce de lo habitual —dijo.

—Uno de los favoritos de mi padre, sólo hacen unos pocos al


año —dijo Dante. —Hice que Martha lo sacara de la bodega de la
vieja casa.

Cara se sentó en el borde de la mesa, insegura de hacia dónde


iba o qué estaba haciendo. ¿Estaba intentando ligar con él?
Nunca se le había dado bien la seducción. Incluso en las pocas
citas a las que había acudido, Cara se había mostrado reservada
y pasiva. Siempre esperaba a que su cita diera el siguiente paso.
Durante su breve investigación, supo que al padre de Dante
le habían disparado al salir de una iglesia.

—¿Eras muy cercano a tu padre? —preguntó.

—¿Cercano? —Dante se rió. —Lo único que le importaba a


mi padre era conservar el legado familiar. Me preparó para que
me hiciera cargo del negocio familiar desde que pude andar y
hablar, pero siempre se mostró frío conmigo y con mi hermano.

—¿Lo echas de menos? Yo también sé lo que es la pérdida —


murmuró.

Esto era absurdo. Actuaban como si estuvieran en una cita,


pero Cara comprendía lo que estaba en juego. Se decía a sí misma
que sólo estaba interpretando el papel de cita interesada de
Dante, pero una parte de ella quería saber más sobre él.

—Lo echo de menos. Mi padre tenía una presencia


aterradora. Con él cerca, nuestros enemigos no se atrevían a
hacer ninguna mierda. —Dante hizo una pausa, como si hubiera
dicho demasiado. —Tengo entendido que tú también has perdido
a tu padre.

—Lo perdí. Era la única familia que me quedaba. Lo echo de


menos todos los días. —Su voz se quebró y Cara se sintió
incómoda por mostrar a aquel hombre el más mínimo atisbo de
vulnerabilidad.
Dante le subió los dedos por la rodilla izquierda, como si
quisiera tranquilizarla. Hizo una pausa, como si esperara su
reacción.

Hasta el momento, su comportamiento con ella no se


correspondía en absoluto con la imagen que daba de él la prensa.
Lo llamaban salvaje, un monstruo incivilizado vestido de traje.
Hasta ahora no se había aprovechado de ella. Quizá era el tipo de
depredador al que le gusta esperar, o quizá la prensa no lo
conocía en absoluto.

—¿Te repugna que te toque? —le preguntó.

—Me asusta decir que no —susurró ella. —No debería


sentirme atraída por ti en absoluto.

—Esa admisión me complace. —Dante se puso en pie. Tenía


el corazón en la garganta, pero Dante se limitó a acomodarle un
mechón de pelo rebelde detrás de una oreja. —Gracias por cenar
conmigo esta noche.

Dante se alejó, dejándola confusa.

—Espera. ¿Eso es todo? —le preguntó, atónita. ¿De verdad


iba Dante a marcharse sin más?

Dante levantó una ceja llena de cicatrices. —¿Esperabas algo


más?

—Esta mañana mencionaste... —Cara no se atrevía a


pronunciar las palabras, a admitir que sentía un poco de
curiosidad por saber a qué sabrían sus besos, cómo serían sus
caricias... Era mejor que no fuera por ahí.

—Tenía intenciones esta noche, pero cambié de opinión —


respondió Dante. —No me malinterpretes. Mi interés por ti no ha
disminuido ni un poco, pero te quiero dispuesta, Cara.

—Vete a la mierda —susurró ella.

Dante se aflojó la corbata y se dirigió al dormitorio. Quería


ducharse antes de acostarse. —Pronto vendrás a mí.
Capítulo 5
Cara se sirvió otra copa de vino. Podía oír a Dante
duchándose en su cuarto de baño privado.

No sabía qué pensar de esta noche. Dante parecía dispuesto


a jugar con ella, lo que aumentaba su irritación.

También podía ser sincero, le dijo una vocecita en su interior.


Cara soltó una carcajada. Era absurdo pensar que Dante sintiera
algo por ella. Después de todo, ¿Cara no era sólo un premio, una
moneda de cambio para él? Aun así, le molestaba que no hubiera
hecho ningún movimiento íntimo hacia ella. Cara volvió a mirar
la puerta principal. Probablemente los guardias de Dante seguían
allí. Reflexionó sobre lo que él le había dicho esta noche.

Ted. Él era la verdadera razón por la que estaba aquí. Cara


creía haberlo visto en la subasta. ¿Quién sabía que era el sobrino
de algún jefe del crimen? Si Ted la hubiera comprado en lugar de
Dante, dudaba que ahora estuviera de una pieza. La sola idea de
estar bajo el control y la misericordia de Ted la hizo estremecerse.
Siempre supo que era un canalla, siempre pensó que podía
ignorarlo y él seguiría adelante. ¿Cómo fue que todo salió mal tan
rápido? Cara sólo quería pagar las deudas de su padre, que la
dejaran en paz.
No se veía a sí misma como alguien notable o hermosa, sólo
normal. ¿Cómo había acabado en esta situación? Cara había
llamado la atención de dos monstruos. Tuvo suerte de que Dante
lograra superar la oferta de Ted. Cara podría arrepentirse de esos
pensamientos en el futuro, pero por ahora, estaba tan segura
como su situación se lo permitía.

Dante salió de su habitación, llevando sólo un viejo pantalón


de chándal. Llevaba una toalla sobre los hombros y el pelo aún
húmedo. Cara miró sus abdominales y las líneas de músculo
firme de su pecho y sus brazos, y tragó saliva. Tal vez Dante había
cambiado de opinión sobre el sexo después de todo.

—Puedes quedarte con mi habitación esta noche. Yo dormiré


en el sofá —dijo Dante. Su oferta la tomó por sorpresa.

—¿Qué? No es necesario. Al fin y al cabo, es tu habitación.


—¿Por qué estaba tanteando las palabras como una colegiala
nerviosa?

—La otra alternativa es dormir juntos en la misma cama. No


te preocupes, mantendré mis manos quietas —dijo Dante.

El evidente desafío en sus ojos y el tono altivo que empleó


exasperaron a Cara.

—¿Por qué no? Parece un acuerdo razonable. —Cara se


arrepintió inmediatamente de su respuesta, pero ya era
demasiado tarde para retractarse.

—Voy a darme una ducha —anunció.


Empezaba a sentirse un poco incómoda. Necesitaba escapar
rápidamente del confuso rompecabezas que era Dante Massimo.

Una vez a salvo detrás de la puerta del baño, la cerró. Cara


creyó oír la risita de Dante. Le entraron ganas de darle un
puñetazo en la cara, pero probablemente él atraparía su puño o
recurriría a algo inesperado como besarla. Un hombre como él
probablemente sabía cómo besar y complacer a una mujer. Se le
aceleró el pulso. Cara se lo imaginó abrazándola, rozando su
hermosa boca con la suya.

—Que te jodan —susurró.

Cara inspiró y expiró. Tener fantasías románticas con Dante


no la llevaría a ninguna parte. Esto no podía terminar bien. Cara
no era la heroína de una película romántica.

Una vez que se sintió más tranquila, se quitó la ropa y se dio


un largo baño, el segundo del día.

Como no tenía su propia ropa, volvió a tomar prestada la de


Dante. Escogió otra camiseta de dormir de gran tamaño y unos
pantalones cortos. Cuando salió del baño, Dante estaba en la
cama, leyendo una especie de libro de negocios.

—Te has tomado tu tiempo —dijo Dante, mostrándole una


sonrisa diabólica.

Le dio una palmadita en el lugar que tenía al lado. Cara


respiró hondo y se colocó en el lado opuesto de la cama. Su cama
era enorme, así que había mucho espacio entre ellos.
Mantener la distancia como había prometido sería fácil. Por
qué ese pensamiento la decepcionaba, no lo entendía.

—Me gusta ver mi ropa en ti —comentó Dante.

—No tengo ropa propia —murmuró ella. —No tengo nada.

—Así es. Le diré a uno de mis hombres que recupere tus


pertenencias de tu antiguo apartamento. También te daré una de
mis tarjetas de crédito por si necesitas comprar algo.

¿Su generosidad era también una actuación? Ella no sabía


qué pensar, pero tenía que decir algo.

—¿No te preocupa que empiece a comprar porquerías caras


e inútiles con tu tarjeta sólo para vengarme de ti? —le preguntó.

Tal vez provocarlo sólo para ver si perdía los estribos no era
la idea más sabia. Por otra parte, Cara se sintió como si estuviera
en un pie desigual en el momento en que se despertó en su cama.

Este hombre estaba definitivamente fuera de su alcance. Por


otra parte, su padre siempre le decía a Cara que aprendía rápido.
Quería demostrarle a Dante que podía ganarle en su propio juego.

—Corrígeme si me equivoco, pero no me pareces una mujer


vengativa —dijo Dante.

—No me conoces en absoluto —respondió ella. —O de lo que


soy capaz.
—Cierto, pero eso cambiará. Una mirada tuya me dice que tu
viejo crió a una buena chica. No tienes un hueso mezquino en el
cuerpo.

—Si enjaulas a un animal salvaje, no puedes esperar que sea


obediente de inmediato —dijo ella.

Su corazón latía desbocado. ¿Por qué la entusiasmaba tanto


provocarlo?

—Incluso los animales salvajes pueden aprender trucos con


el tiempo suficiente. Ahora acuéstate. ¿No te cansa estar de pie?
—preguntó Dante.

¿De verdad acababa de llamarla animal salvaje? Qué


descaro. Cara se deslizó en la cama y se tapó el cuerpo con las
sábanas. Dudaba que pudiera dormir esta noche. Pasaron los
minutos, tal vez horas. Cara no lo sabía. Finalmente, Dante dejó
el libro a un lado y apagó la luz.

Cara se tensó, esperando el momento en que él faltara a su


palabra y la tocara, pero no lo hizo. Dante se giró hacia su lado
de la cama y dijo: —Buenas noches, Cara.

Ella no respondió. Segura de que él no haría otra cosa que


dormir a su lado, Cara bajó la guardia. Cerró los ojos e igualó su
respiración. Al menos esta noche estaba a salvo, pero Dante
podía faltar a su palabra en cualquier momento.

Para su disgusto, le entró sueño. Luchó por mantenerse


despierta, pero los sueños se apoderaron de ella. Cara seguía
esperando que todo fuera una pesadilla o producto de su
imaginación.

***
Cuando los suaves ronquidos de Cara llenaron la habitación,
Dante cambió de posición para poder ver su perfil dormido.
Estaba seguro de que dormía profundamente, porque dudaba
que se hubiera acostado de cara a él. Se veía angelical así,
ciertamente no era la infernal que había vislumbrado esta noche.

Dante pensó en su cena y en cómo nada había salido según


lo planeado esta noche. En cuanto ella empezó a hablar de su
padre, algo en su interior se quebró. La tristeza de su voz y su
expresión desconsolada lo afectaron. No creía que fuera una
actuación. Su vulnerabilidad lo fascinaba. Nadie había llamado
suave a Dante en toda su vida. Durante la cena, Cara lo hizo
débil.

Eso la hacía peligrosa. Se suponía que era un juguete, una


distracción y nada más. Dante no era completamente
despiadado. Una vez que se ocupara de los Gambino, había
considerado devolverla a su antigua vida.

Por supuesto, se aseguraría de que guardara silencio sobre


todo lo que había visto y oído. El dinero solía bastar para
persuadir a la mayoría, pero ¿Cara? Dante suponía que ella lo
denunciaría inmediatamente a la policía, sólo para decepcionarse
al saber que ningún policía de esta ciudad se atrevería a acusar
a Dante de un delito. De hecho, esos policías probablemente la
devolverían a su puerta como a una mascota perdida. La imagen
de Cara con un collar y un lazo lo hizo sonreír.

Pensó en sus conversaciones de esta noche. Cara se veía


magnífica en su enojo. Ahora más que nunca, estaba seguro de
que quería a Cara para él solo, para quedarse con ella para
siempre.

Cara nunca lo admitiría, pero Dante tenía la sensación de


que disfrutaba con sus discusiones de esta noche. Nadie antes le
había planteado un reto. Dante la irritaba y la intrigaba al mismo
tiempo. Podía verlo en sus ojos. A Dante siempre se le había dado
bien leer a la gente, lo que lo convertía en un buen jefe.

Ahora, la verdadera pregunta era, ¿qué era lo siguiente para


ellos dos? Cara había estado dispuesta a seguirle la corriente esta
noche, pero él tenía la sensación de que eso no duraría. Dante
tendría que hacerlo a la antigua. La seduciría, se la ganaría de
alguna manera hasta que estuviera convencida de que nadie más
tenía en cuenta sus intereses.

Después de todo, estaba sola en este nuevo y peligroso


mundo. Dante no había exagerado ni mentido. Si Ted Gambino
hubiera puesto sus sucias manos sobre ella en lugar de él, ya
estaría tirada en un río. Cara no tenía otra opción que apoyarse
en Dante.
Capítulo 6
Cara se despertó con la luz del sol besándole la cara. Como
de costumbre, el espacio a su lado estaba vacío. Dante solía
levantarse al amanecer para hacer ejercicio antes de desayunar
temprano. Cara lo sabía, porque tres días antes se había
levantado temprano y lo había observado en la cinta de correr del
salón. Se veía delicioso, corriendo sin camiseta. Si se había dado
cuenta de su presencia, nunca lo mencionó.

Era el séptimo día como 'invitada' en casa de Dante. Cara no


lo veía excepto para cenar, cuando comían juntos. Si sólo veía a
Dante por la noche, ésa era la primera oportunidad que había
tenido. Cara se duchó y se vistió con su propia ropa. Como había
prometido Dante, hizo que se trajeran sus pertenencias de su
antiguo apartamento y las entregaran en el suyo.

Cara salió de la habitación y vio un jarrón lleno de hermosas


rosas rojas. Se quedó boquiabierta, se acercó tímidamente a la
mesa y examinó la sencilla tarjeta blanca apoyada en el cristal.
Todos los días le enviaba sorpresas como ésta. Era casi como si
la estuviera cortejando, y funcionaba. Cara sentía que su
determinación se resquebrajaba poco a poco. A pesar de su
limitada interacción, estaba conociéndolo mejor a través de las
conversaciones.

Cara tenía que admitir que le gustaba el hombre reflexivo que


había debajo de sus trajes caros y su arrogancia natural. Le
gustaba pensar que bajaba la guardia cuando ella estaba con él.
Cara nunca olvidó las palabras que le dijo al principio: que ella
terminaría yendo hacia él, que no tendría que hacer nada. Puede
que Dante tuviera razón. Cara decidió que, tal y como iban las
cosas, una noche se abalanzaría sobre él sólo para erradicar la
creciente tensión sexual entre ellos. Eso no podía ser.

Antes de dormirse la noche anterior, Cara urdió un plan que


pensaba ejecutar esta noche. Poco a poco había intentado
convencer a Dante de que la dejara salir del apartamento.

Ir de compras había sido su excusa. Por supuesto, él no la


dejaría ir a ningún lugar de la ciudad sin guardias. Eso era un
hecho, pero si ella pudiera conseguir algunas pastillas para
dormir en una farmacia, entonces podría deslizarlas en su bebida
esta noche. Su plan se volvió oscuro después de eso. Buscaría un
cuchillo de cocina afilado, llamaría a sus guardaespaldas y los
amenazaría. Les exigiría que la dejaran ir y, a cambio, liberaría a
su jefe.

Era un plan temerario y probablemente poco meditado, pero


era el único que tenía. Cara arrancó la tarjeta blanca. Sólo tenía
tres palabras escritas con la elegante letra de Dante:

—Echándote de menos.
Cara descolgó el teléfono fijo. Ignoró a Martha, que estaba
limpiando el polvo al fondo, y marcó el número del móvil de
Dante. Él se lo había dado días antes, diciéndole que lo llamara
si quería.

Dante contestó al segundo tono. —¿Cara? ¿Hay algún


problema?

—¿Estás ocupado?

—Estoy a punto de ir a una reunión.

—Entonces no te robaré mucho tiempo. Gracias por las


rosas. Son mis flores favoritas —dijo ella.

—De nada. —Dante hizo una pausa, luego continuó: —¿Esa


es la única razón por la que llamaste? ¿Para darme las gracias?

—Lo que hablamos anoche... esperaba poder ir a la farmacia


de enfrente a comprar algunos suministros —dijo ella.

—¿Suministros? —preguntó Dante.

—Es ese momento del mes para mí, y no, no quiero que
Martha compre eso por mí. Llevo aquí una semana, Dante. Me
vendría bien un poco de aire fresco —afirmó Cara. Era un
movimiento arriesgado, pero esperaba que su táctica diera
resultado.

Se hizo el silencio un momento. —Muy bien, le informaré a


Jack. Él te acompañará a la farmacia, ¿y Cara?

—¿Sí?
—Si necesitas algo más, Jack también puede llevarte al
centro comercial o a una tienda en particular —dijo Dante.

—Gracias. No te arrepentirás.

—Confío en ti —se limitó a decir Dante. No entendía por qué


sus palabras significaban tanto para ella.

—Te veré en la cena. Te aviso que esta vez seré yo quien


prepare la comida, no Martha. Ella puede verme cocinar si te
preocupa que añada veneno a los platos —dijo Cara. No estaba
segura de cómo se tomaría Dante su broma, pero él se limitó a
reírse antes de terminar la llamada.

Mientras Cara desayunaba, le dijo a Martha: —Esta noche


puedes irte pronto a casa. Yo le prepararé la cena a Dante. Si
quieres, puedes vigilarme para asegurarte de que no pongo nada
en la comida.

Martha se limitó a asentir con la cabeza. Cara se preparó


para su primera salida al mundo exterior después de haber
estado encerrada en el apartamento de Dante durante una
semana entera.

Llevaba zapatos planos negros y un vestido amarillo hasta la


rodilla, que sólo había usado una o dos veces. Cara no había
podido permitirse el lujo de tomarse mucho tiempo libre debido a
las deudas de su padre. Se preguntó qué pasaría ahora con esas
deudas. Hablar de ellas con Dante no le parecía bien. Las deudas
de su padre eran su problema.
Cara abrió la puerta principal. Un hombre de unos cuarenta
años, alto, musculoso y lleno de cicatrices, con el pelo dorado
oscuro, se acercó a ella. Como todos los guardias de Dante,
también llevaba traje y corbata.

—Soy Jack y hoy estaré a su servicio, señorita... —empezó


Jack.

—Llámame Cara, por favor —dijo ella, interrumpiéndolo.


Jack asintió.

No habló mucho mientras la sacaba del edificio y la conducía


a un sedán negro. Se sentó sola en el asiento trasero.

Cara frotó nerviosamente las palmas sudorosas contra la tela


de su vestido. ¿Pondría realmente en práctica su plan
improvisado esta noche?

—¿Dónde es nuestra primera parada? —preguntó Jack.

—En la farmacia. Necesito algunos suministros femeninos —


dijo ella.

Jack tosió. —Muy bien. ¿Te ha informado el jefe que debo


acompañarte en todo momento?

—Dante lo hizo, y eso es perfectamente comprensible.

—Te lo estás tomando mejor de lo que pensaba.

¿Había una nota de sospecha en la voz de Jack? Si había algo


que Cara sabía, era que todos los hombres de Dante le eran
extremadamente leales, casi a un nivel fanático.
—Hace una semana que soy invitada de Dante —dijo,
mirando por las ventanas.

Cara recordó lo surrealista que se sentía cuando miraba por


las ventanas del piso al techo del apartamento. Nunca antes
había tenido esas vistas. Sintió el mismo asombro cuando miró
por el coche. Cara no podía permitirse un vehículo propio, así que
iba a pie o en transporte público.

—No me malinterpretes, sé lo que es y lo que hace para


ganarse la vida, pero también le estoy agradecida.

—¿Agradecida? —repitió Jack con incredulidad.

—Es la primera vez que me siento relajada desde la muerte


de mi padre. Nunca me había tomado un día libre. El trabajo y
pagar las facturas era lo único en lo que me centraba —dijo. No
era exactamente mentira. Jack no insistió más y Cara lo
agradeció. Finalmente llegaron a la farmacia. Jack salió y le abrió
la puerta.

—Tengo una hija de tu edad —dijo Jack conversando


mientras entraban en la farmacia. —Este trabajo paga bien, así
que Marissa siempre ha estado bien provista. Nunca ha pasado
apuros como tú. Mantendré un ojo en ti lo mejor que pueda, pero
entiende dónde están mis lealtades.

—Siempre me lo he preguntado. ¿Es Dante realmente un jefe


tan bueno?
Jack asintió. —Después de dejar los Marines, estaba
buscando trabajo. Tenía una mujer embarazada y nos iban a
desahuciar si no conseguía trabajo.

—Ya veo. Entonces Dante nos salvó a los dos —dijo ella.

Giró a la izquierda. Cara se dio cuenta de que Jack fingía


mirar a otra parte mientras ella agarraba dos cajas de tampones.
Puso más artículos en una cesta, antes de caminar hacia el
cajero. Jack la siguió.

Se dio cuenta de que la fila era larga. Su corazón se aceleró


cuando Jack dijo: —Te espero en la entrada.

Jack le dio algo de dinero. Cara se puso a la fila. Cuando llegó


su turno, pidió rápidamente somníferos. La mujer metió la caja
en la bolsa de papel marrón que contenía sus otras compras.
Nerviosa, miró por encima del hombro, pero Jack estaba mirando
su teléfono. Cuando él levantó la vista, ella lo saludó con la mano
antes de volver hacia él.

—¿Tienes todo lo que necesitabas? —preguntó Jack.

—Sí. La próxima parada sería la tienda de comestibles. Esta


noche le prepararé la cena a Dante. Puede que necesite la ayuda
de Martha, porque no soy la mejor cocinera del mundo —dijo
Cara.

Jack la llevó a una tienda a dos manzanas de distancia. Cara


agarró un carrito y lentamente fue tachando los artículos de la
lista que había hecho en su cabeza. Su determinación empezó a
flaquear a medida que colocaba los productos en el carrito. Las
dudas se agolpaban en su cabeza.

Hacer planes era fácil. Ejecutarlos era otra cosa. ¿Qué le


había hecho realmente Dante? No la había torturado ni herido.
Si Ted la hubiera atrapado primero, su cuerpo estaría tirado en
una alcantarilla o enterrado bajo tierra. Tenía la sensación de que
Ted tampoco habría hecho que su muerte fuera rápida.

Dante había sido el mal menor. En un sentido retorcido, le


había ofrecido santuario, protección de Ted. Incluso si su plan
tenía éxito, ¿a dónde iría? Cara había pensado en robarle algo de
dinero a Dante, lo suficiente para conseguir un billete de
autobús.

Cualquier lugar lejano le serviría, pero entonces tendría que


empezar de nuevo en un lugar donde no conociera a nadie.
Además, nunca estaría completamente a salvo. ¿Dante y Ted la
buscarían? Dante había pagado un millón de dólares por ella,
después de todo, y Ted también tenía bolsillos profundos, además
del hecho de que su tío era el Don de una prominente familia del
crimen.

—El jefe es un hombre afortunado —dijo Jack mientras la


cajera escaneaba sus artículos.

Miró su carrito. Cara había comprado mucho marisco fresco,


porque planeaba preparar una pasta Alfredo con marisco para
cenar. Utilizaría la receta de su padre. Pensar en su padre de
repente la hizo rememorar un recuerdo de su infancia en el que
él cocinaba la cena para los dos, a pesar de que tenía un largo
día de trabajo.

Si su padre pudiera verla ahora, ¿qué pensaría? ¿Estaría


decepcionado o querría que siguiera luchando por sobrevivir?
Cara creía que su padre era el hombre más fuerte del mundo,
pero el cáncer terminó venciéndolo.

—¿Tu mujer no cocina para ti? —preguntó Cara, recordando


que Jack había hecho un comentario.

—Sí, pero sobre todo macarrones con queso y nuggets.


Comida que le gusta a nuestro hijo —dijo Jack con una mueca.

Hablar con Jack de cosas mundanas era una distracción


bienvenida. Por otro lado, tampoco quería conocer mejor a Jack.
Cuanto más conversaban, más humano le parecía. Jack
trabajaba para Dante para alimentar a su familia y pagar el
alquiler. No era malvado.

Una vez que sus artículos estuvieron empacados, Cara se


hizo con algunos y Jack tomó las bolsas restantes. Salieron de la
tienda. Jack parecía relajado con ella mientras le contaba más
cosas sobre su hija.

Los oídos de Cara captaron el chirrido de las ruedas sobre el


asfalto. No prestó atención al sonido.

Cara seguía dándole vueltas a lo que podría ocurrir esta


noche. Cuando Dante se despertara después de que ella le rociara
la comida o la bebida con somníferos, ¿cómo reaccionaría a su
traición? Seguramente, se enfurecería como un toro. Iría a por
ella y Cara vería finalmente su lado malo. ¿Realmente valía la
pena arriesgarse? También podrían simplemente tener una cena
agradable, pero entonces Cara podría no tener el valor de
intentarlo de nuevo. Jack sacó las llaves del coche.

—Pongamos estos comestibles en el maletero —dijo Jack.


Ella asintió.

Ni Jack ni Cara se fijaron en la furgoneta blanca sin


matrícula que se detuvo detrás de ellos ni en el hombre
enmascarado completamente vestido de negro que se bajó hasta
que fue demasiado tarde.
Capítulo 7
—¡Cara! —gritó Jack, dejando caer la bolsa de la compra.

Cara se quedó helada cuando Jack sacó el revólver del


interior de su chaqueta. Por un momento, el miedo y la confusión
se apoderaron de ella. Se preguntó si Dante le había dicho a Jack
que terminara con ella, pero eso no tendría sentido. Dante había
invertido demasiado dinero y tiempo en ella.

Entonces sintió el cálido aliento de alguien en la nuca y una


mano enguantada cubriéndole la boca. Las bolsas de Cara
cayeron al suelo. La estaban atacando. ¿Sería alguien que
trabajaba para los Gambino?

Alguien de dentro de la tienda o alguno de los transeúntes


debía de estar presenciándolo. Esperaba que llamaran a la
policía. Pero incluso si alguien se ponía en contacto con la policía,
nunca llegarían a tiempo. Cara tenía que reaccionar. Sin
pensarlo, mordió la mano enguantada que le cubría la boca.
Saboreó el cuero falso, el plástico y, finalmente, la piel cuando
sus dientes rasgaron la tela. Un instante de triunfo la invadió.

Su atacante siseó y Cara sintió un frío metal clavándose en


su cabeza. Una pistola. Toda la lucha desapareció de su cuerpo.
Cara aún no estaba preparada para dejar este mundo. Le había
dicho a su padre en su lecho de muerte que estaría bien sola, y
Dante... había tantas cosas sin decir entre ellos. Una promesa de
algo más.

Con la muerte tan cerca, Cara finalmente pudo admitir que


se sentía atraída por Dante. Era una especie de lujuria retorcida,
pero ¿qué importaba ahora?

—Esa es una buena perra. Compórtate. Tú, guarda esa


pistola —le gritó su atacante a Jack. El asqueroso hombre le
quitó la mano herida de la boca y la rodeó por la cintura. Acercó
a Cara a él en un abrazo repulsivo.

Ella se encontró con los ojos entrecerrados de Jack. No lo


hagas, dijo Cara. Jack no escuchó. Dejó de apuntar con la pistola
a su atacante. Cara pensó en la mujer y la hija de Jack,
esperándolo. ¿Y si nunca llegaba a casa?

—Ahora, pon la pistola en el suelo y patéala hacia mí —le dijo


su atacante.

Jack frunció el ceño y empezó a bajar lentamente el arma.


Podía sentir cómo el cuerpo de su atacante estaba temblando -
no, estremeciéndose- de excitación. Este monstruo nunca dejaría
a Jack con vida. Cara estaba segura de ello.

—Movimiento estúpido, hombre —dijo su atacante. Luego


apartó el arma de la cabeza de Cara y apuntó a Jack. Cara golpeó
con el codo tan fuerte como pudo la ingle del atacante. El brazo
que rodeaba su cuerpo se aflojó.
—¡Cara, al suelo! —gritó Jack.

Cara hizo lo que le pedía. Jack levantó su pistola del suelo


mientras Cara se lanzaba a la sucia acera. La piel de su barbilla
se abrió. Cara ignoró el dolor y miró hacia atrás. Se maldijo por
hacerlo.

En un juego de velocidad, Jack ganó. Le disparó al atacante


tres veces en el pecho. Cara dejó escapar un grito mientras la
sangre brotaba del pecho del atacante. Entonces el hombre
muerto cayó justo encima de ella.

Cara chilló cuando su peso se sumó al de ella. Su sangre se


filtró en su ropa, en su piel. Deja de gritar, se gritó en silencio.
Afortunadamente, su cuerpo obedeció.

Unos instantes después, Jack apartó el cadáver de ella. Cara


se hizo un ovillo mientras Jack registraba el cuerpo. Ella no sabía
lo que estaba buscando. Cuando Jack le quitó el sombrero al
atacante, Cara jadeó.

Su atacante era joven, de más o menos su edad, y tenía la


piel de un blanco pastoso. Marcas de agujas acribillaban el lateral
de su cuello. Jack inclinó la cabeza hacia un lado y luego se puso
en pie.

Su mente se agitó. ¿Quién era este joven? ¿Lo habían


contratado los enemigos de Dante? ¿Los Gambino? Podría ser un
atacante cualquiera, pero Cara lo dudaba.
—Oigo sirenas de policía. Cara, agarra mi mano. Tenemos
que irnos ahora mismo —dijo Jack.

Cara miró sin comprender la mano que le ofrecía durante


unos instantes.

—Maldita sea, chica. Sé que estás en estado de shock, pero


no podemos quedarnos aquí más tiempo.

Cara le agarró la mano y él la levantó. La furgoneta blanca


había desaparecido. Dejó que Jack volviera a meterla en el coche.
Esta vez Cara se sentó delante con Jack. Cinturón de seguridad,
pensó, buscándolo a tientas. Jack arrancó el motor y condujo
como un demonio de la velocidad.

¿Había más de ellos? Cara sabía que aún no estaban


completamente fuera de peligro. Su corazón seguía acelerado. Se
negó a pensar en la sangre que se secaba en su vestido. Dios,
parecía un extra de una película de zombis, pero el olor a cobre
le decía que todo esto era real. Cara no podía evitar que le
temblaran las manos. ¿Cómo una salida inocente podía salir tan
mal de repente?

Cuando Dante le dijo durante los primeros días de su


confinamiento que no podía salir de su apartamento, ella lo
aborreció desde el fondo de su corazón. Cara estaba desesperada
siendo su cautiva. Ahora comprendía que, en cierto modo, Dante
también intentaba protegerla de sus enemigos. Por supuesto,
sabía que sus intereses siempre serían lo primero. Dante no la
había salvado por la bondad de su corazón.
—Esa basura de Gambino está muerta, Cara. No volverá a
hacerte daño —dijo Jack. La ira en su voz la sorprendió.

—¿Cómo sabes que trabajaba para los Gambino? —Cara se


alegró de poder hablar de nuevo. Hablar distraía su mente de las
imágenes violentas que se repetían en su cabeza.

—Era drogadicto. Los Gambino son conocidos por utilizar a


hombres y mujeres jóvenes así y hacerlos hacer su trabajo sucio
—dijo Jack con disgusto. —Además, venía preparado. Le
encontré una botellita de cloroformo.

A Cara se le revolvió el estómago al recordar su anterior


secuestro. —La furgoneta en la que iba, el conductor se escapó.

—Lo hizo. He recordado algunos números de su matrícula,


pero probablemente sea de alquiler —se mofó Jack.

Cara se recostó en su asiento e intentó relajarse, pero no


pudo. Lo que le había ocurrido sonaba tan irreal que no podía ni
debía ser real. Estremeciéndose, Cara cerró los ojos e imaginó su
antigua vida y lo sencilla que había sido.

***
—¿Dónde está ella? —le preguntó Dante a Jack nada más
salir del ascensor. Dante se aflojó la corbata. Había salido de una
reunión con su junta directiva después de recibir el mensaje de
Jack. El guardaespaldas parecía fuera de sí. Jack solía tener un
aspecto impecable, pero se veía exhausto.

—En el baño. Martha me ha informado de que lleva allí una


hora. Ella y yo nos hemos turnado para intentar convencerla de
que salga, pero ninguno de los dos lo ha conseguido —informó
Jack.

—Yo me encargaré de Cara —dijo Dante.

—Jefe —comenzó Jack, luego dudó. —Sé que es una petición


egoísta, pero por favor, no sea tan duro con ella. Sospecho que es
la primera vez que Cara experimenta algo así.

¿Ahora se tuteaban? ¿No acababa Dante de asignar a Jack a


Cara hoy? Dante estaba perplejo. Jack le había servido lealmente
durante cinco años. Durante ese tiempo, Dante nunca había visto
a Jack actuar emocionalmente, hasta ahora.

—Lo tendré en cuenta, ¿y Jack?

—¿Jefe?

—No necesito recordarte a quién sirves —dijo Dante.

—Por supuesto que no, Jefe —respondió Jack.

Dante entró en el apartamento. Después de quitarse los


zapatos y dejar su maletín, encontró a Martha en la cocina.

—Me estoy yendo. Ella está a salvo y en el baño. No creo que


se haya hecho daño —dijo Martha.
Dante se dirigió al dormitorio. Llamó a la puerta.

—Vete. Por favor. Estaré bien. Sólo necesito más tiempo para
mí —dijo Cara con un sollozo ahogado.

—Cara, soy yo. Abre la puerta o la abriré de una patada —


dijo Dante.

Mantuvo la voz suave. Lo último que necesitaba era que Cara


le tuviera miedo. Dante esperó pacientemente unos minutos. Por
fin, oyó un clic.

Dante abrió la puerta y pensó que estaba mentalmente


preparado para lo que encontraría. Cara estaba allí de pie,
descalza y con un vestido manchado de sangre. También tenía
motas de sangre en la cara y el pelo. Jack le había contado todo
lo sucedido. La sangre no era de Cara, sino de un hombre muerto.

Cara no lo miró, pero tenía una mirada lejana que le decía a


Dante que no estaba presente al cien por cien.

—Mírate, cariño —canturreó Dante. Sacó un pañuelo. Cara


dio un paso atrás cuando él entró en el cuarto de baño. Mojó el
pañuelo con agua. Cara se quedó quieta y no dijo ni una palabra
mientras él le limpiaba la cara.

—Tu pañuelo caro... ahora está sucio —dijo finalmente.

—¿Éste? Tengo más como éste. ¿Por qué no te quitamos ese


vestido asqueroso? —preguntó Dante. Antes de que ella entrara
en pánico, Dante le puso las manos sobre los hombros. —No te
preocupes, no miraré. Estaré fuera mientras te limpias. ¿Trato?
—No hay trato —susurró ella. —No te vayas. Quédate aquí
conmigo hasta que termine.

Las palabras de Cara lo sorprendieron pero se limitó a


asentir. —Entonces estaré aquí por si me necesitas —le dijo
Dante.
Capítulo 8
Tanto frío, pensó Cara. No sabía por qué sentía la piel helada,
incluso cuando se quitó la ropa y metió su cuerpo tembloroso
bajo la ducha caliente. Cara no conseguía entrar en calor.

Vio a Dante, de espaldas a ella. Cara se dio cuenta de que le


estaba dando intimidad. Parecía una locura que se comportara
como un caballero con ella, incluso ahora. Ella había compartido
varias conversaciones significativas con este hombre, incluso
había desnudado su alma ocasionalmente con él. Incluso habían
dormido en la misma cama, ¿y ahora se comportaba como un
extraño?

—Dante —susurró.

Él se giró y a la parte malvada de Cara le gustó el aprecio


silencioso en los ojos de Dante. No era un interés casual. Dante
se había despojado de su máscara cortés, dejando entrever a la
bestia hambrienta que había debajo.

Esta noche, Cara quería que Dante la devorara, que la llenara


de calor para que pudiera olvidar lo que había visto y sentido hoy.

—Únete a mí —dijo. Su voz sonaba extraña, sensual.


—¿Cómo puedo rechazar la tentación cuando la tengo
delante de mis narices? —preguntó.

Dante se quitó la chaqueta y se desabrochó la camisa. Verlo


desnudarse no hizo más que aumentar la expectación.

Sintió un cosquilleo en los pezones y humedad entre las


piernas mientras él se quitaba todas las prendas. Cara no sabía
por qué le sorprendían las cicatrices de su cuerpo, dada su
profesión. Su cuerpo esculpido era un campo de batalla de
cicatrices y tinta, textura e historia. Quería recorrer con los dedos
cada centímetro de él.

Después de lo que le pareció un siglo, Dante se unió a ella.


La zona de la ducha era lo suficientemente grande como para
celebrar una orgía. Ambos tenían espacio de sobra. Cara quería
eliminar la distancia entre ellos, así que le torció un dedo.

Al momento siguiente, Dante estaba a escasos centímetros


de ella. Colocó las manos sobre su cuerpo e inclinó los labios
hacia ella. Sus manos eran grandes y callosas. Era un hombre
que había conocido el trabajo y eso era otra cosa que le gustaba
de él.

Probablemente esas manos también estaban manchadas con


la sangre de sus enemigos, pero a Cara no le importaba, no en
ese momento. Dante no se contuvo. La besó ruda y
profundamente. Cara sólo quería más.
Le pasó las uñas por los hombros. Él no siseó, no se quejó,
sólo le sonrió como un lobo. Dante la empujó contra la pared de
mármol. Su pulso se aceleró. Cara ya no sentía frío.

El cuerpo de Dante ardía como un horno. Se acercó a ella,


deslizó los dedos por su pelo y volvió a saborear sus labios. Esta
vez, se tomó su tiempo para saborear cada centímetro de ella.

Cara se agarró a sus hombros y, sin pensárselo dos veces, se


subió a él, sabiendo que podría soportar su peso con facilidad. Le
rodeó la cintura con las piernas, esperando sentir pronto su
resbaladiza polla dentro de ella. Dante no la decepcionó. Apretó
la polla contra los pliegues de su coño. Hazlo, reclámame, pensó
ella con salvaje desesperación.

Sin previo aviso, la penetró. Cara jadeó, aferrándose a él con


fuerza. Dante no la embistió como un adolescente sobreexcitado.
Por el contrario, la penetró despacio y con firmeza, haciéndola
consciente de cada centímetro generoso de él. Cuando por fin
estaba completamente en su interior, Cara sólo podía oír su
respiración agitada.

—Muévete —la petición salió de sus labios con un siseo.

Dante la recompensó con una sonrisa de suficiencia que al


principio odiaba, pero que había llegado a apreciar. La tomó
contra la pared del baño con delicadeza. Dante empezó con un
ritmo lento y luego fue aumentando. Cara se encontró con él en
cada embestida. El sexo no había sido especial para ella antes.
Con Dante, era alucinante.
Con cada empujón, Dante se aseguraba de rozar su sensible
clítoris. Los pezones de Cara rebotaban mientras él la penetraba,
cada vez más rápido y más profundo. Su siguiente entrada rozó
su punto sensible. Cara arqueó la espalda, gritando mientras él
la penetraba de nuevo.

La presión que se acumulaba en su interior no tardó en


estallar. Cara se corrió, gritando su nombre. Dante la penetró un
par de veces más, antes de llenarla con su calor.

Después, la bajó suavemente hasta que sus pies tocaron el


suelo. Cara se dio cuenta de que el agua seguía corriendo.

—No me sueltes todavía. No creo que pueda sostenerme por


mí misma —le advirtió.

Dante la abrazó y le pasó los dedos por el costado. La


acariciaba como lo haría un dueño con su mascota favorita. Aquel
pensamiento la emocionó, aunque no debería.

Pasara lo que pasara entre ellos esta noche, a Cara no le


importaría que volviera a ocurrir. Sin embargo, no podía
permitirse disfrutar demasiado ni bajar la guardia. Cara no era
tonta. Sabía que Dante terminaría aburriéndose de ella.

Ahora mismo, se necesitaban el uno al otro. Dante la


mantenía porque lo divertía y ella no estaría viva hoy sin su
protección. Sólo se estaban utilizando el uno al otro, lo cual
estaba bien. Ambos eran adultos.

—¿En qué estás pensando? —preguntó Dante.


Le dio un beso en el cuello. La delicadeza del gesto la
sorprendió. Cara supuso que después de conseguir lo que quería
-lo que ellos querían- la dejaría sola.

—En ti —se limitó a responder. —Gracias por ayudarme a


olvidar lo que pasó antes.

—Fue un placer. Ahora date la vuelta —le ordenó Dante.

—¿Por qué? —preguntó ella.

A Cara no le importaría una segunda ronda, pero primero


necesitaba unos minutos para recuperarse.

—Para que pueda ocuparme de tu pelo.

—Ah, de acuerdo. —Cara se giró y se preguntó si él había


oído la decepción en su voz.

Sintió los dedos de Dante en su pelo segundos después.


Realmente le estaba lavando el pelo. Raro, pero extrañamente
íntimo, pensó.

Se enjabonaron y lavaron mutuamente por turnos. Incluso la


hizo reír varias veces. Durante un rato, Cara fingió que eran una
pareja normal. Luego, el extraño momento terminó.

Mientras se secaban con la toalla, Cara comentó: —Tienes


muchas cicatrices.

—¿Te repugnan? —preguntó Dante. Parecía más curioso que


avergonzado. Por supuesto. Probablemente Dante nunca había
experimentado una emoción como la vergüenza.
—No, es exactamente lo contrario. Me fascinan —respondió
Cara con sinceridad. —¿Me contarás algún día cómo las
conseguiste?

Dante se quedó pensativo. Se dio cuenta de que acababa de


dar a entender que estaba dispuesta a más. ¿Sentía él lo mismo
o le bastaba con una vez?

Cara evitó cuidadosamente mirar su parte inferior. Recordar


cómo había estado encima de él antes la avergonzaba y la
complacía al mismo tiempo. Complacida, porque ahora sabía que
ese lado atrevido de ella existía.

—Realmente eres una mujer extraña, Cara. Por supuesto, te


hablaré de ellas —dijo Dante, sonriendo. —Ha sido un día largo.
Vamos a cenar y luego a la cama.

Cara sólo asintió, porque se sentía demasiado relajada y


satisfecha de sí misma como para discutir con él.

***
—¿Estas son las compras que hizo en la farmacia? —
preguntó Dante a Jack.

Vació la bolsa de papel marrón, desinteresado por los


artículos femeninos que había comprado Cara. Un artículo le
llamó la atención. Dante levantó el frasco de somníferos.
—No la vi agarrar eso —comentó Jack. Sonaba un poco
alarmado, probablemente porque Jack rara vez se perdía algo.

—No pasa nada, Jack. Se lo preguntaré. He notado que tiene


problemas para dormir. Sospecho que ha tenido pesadillas sobre
su secuestro —dijo Dante.

Se preguntó por qué había salido automáticamente en


defensa de Cara. Por lo que él sabía, Cara podría haber
conseguido esas pastillas por motivos nefastos. Se había ofrecido
a prepararle la cena. Tal vez planeaba deslizar esas pastillas en
su bebida mientras él no estaba mirando. Dante ni siquiera
sospecharía porque cada vez que estaba con ella, bajaba la
guardia.

Por supuesto, ella también podría ser inocente. Pensó en su


espeluznante transformación de frágil espectro a seductora en el
baño. Sólo de recordar lo flexible que había sido se le puso dura.

—Puedes irte —dijo Dante, después de darse cuenta de que


Jack seguía mirando el frasco de pastillas.

Jack asintió, con expresión preocupada. Dante sintió que


Jack estaba actuando un poco más protector de su Cara de lo
que a Dante le gustaría. Recordó que Jack tenía una hija de la
edad de Cara. ¿Era eso? De algún modo, en el transcurso de unas
horas, Cara había ablandado a uno de sus guardaespaldas más
experimentados y duros.
Dante no estaba enojado ni con Jack ni con Cara.
Simplemente, Cara tenía algún tipo de extraña magia que
ablandaba a la gente hacia ella. Eso podría ser útil en el futuro.
Se llevó el frasco de pastillas y regresó al dormitorio. Cara soltó
un gemido y se puso de lado.

Se encorvó sobre sí misma en posición defensiva. Dante se


sentó en el borde de la cama y le tocó la mejilla. Ella no se apartó
de él. Una señal positiva.

—Me desharía de los demonios que aún te persiguen, dulce


Cara —murmuró Dante. Liberó su mejilla. Ella frunció el ceño,
como si no quisiera que dejara de tocarla.

Dante dejó la botella sobre el somier y se deslizó entre las


sábanas junto a ella. El sueño le era esquivo. Sus pensamientos
lo preocupaban.

¿Y si Cara había planeado echarle esas pastillas en la bebida


o en la comida esta noche? Su plan había fracasado. El hecho de
que los Gambino atacaran a alguien a quien había jurado
proteger lo enfurecía, pero Dante tenía que admitir que el ataque
había jugado a su favor.

Después de haberla tenido en el baño y después de lo que


Cara había pasado hoy, Dante tenía la sensación de que
cualquier pensamiento de rebelión sería eliminado aún más de
su mente.
Cara finalmente se había dado cuenta de que Dante era su
aliado. Sólo podía confiar en él y en nadie más. Cara estaría de
su lado. Había ganado y sus enemigos lo habían ayudado sin
darse cuenta. Dante rió entre dientes.

Al amanecer, Dante decidió levantarse. Tendría que echarse


una siesta o dos en la oficina. Cara bostezó y se estiró. En opinión
de Dante, se veía más relajada.

Cuando abrió los ojos para mirarlo, ya no parecía confusa ni


aterrorizada. Cara le dedicó una sonrisa perezosa y Dante se dio
cuenta de que ya no le recordaba a una presa.

Extendió la mano y le pasó los dedos por la curva del codo,


con un toque suave como una pluma. Dante podría volverse
adicto a sus caricias.

—Buenos días, nena. ¿Has dormido bien? —preguntó Dante.


Se preguntó cuánto tardaría ella en ver el frasco de pastillas.
¿Cómo reaccionaría?

—Sí, he dormido bien. Al principio tuve pesadillas, pero


después dormí sin sueños. —Cara se sentó en la cama. Entonces
vio el frasco sobre el somier y se quedó helada.

—¿Has estado teniendo problemas para dormir? —insistió


Dante cuando ella no habló.

Cara respiró hondo varias veces antes de enfrentarse a él. —


Tengo que confesarte algo.

¿No iba a mentir? Dante se sintió intrigado. —¿Sí?


—Ayer, ideé un plan a medias para preparar la cena y darte
esas pastillas. Una vez que estuvieras inconsciente, planeaba
escapar —dijo. Era audaz, por sostenerle la mirada.

—¿Y pensaste que funcionaría? —preguntó Dante.

Cara negó con la cabeza. —Como he dicho, no era un plan


bien pensado. Ni siquiera estaba segura de poder llevarlo a cabo,
y entonces ese drogadicto nos atacó.

Cara se estremeció y levantó las rodillas hacia el pecho.


Ahora no podía mirarlo a los ojos. Las lágrimas se acumularon
bajo sus párpados y resbalaron por sus mejillas. Cara lloraba de
forma bastante bonita, pensó Dante. No parecía una actuación.

Una emoción desconocida tiró de su corazón muerto.


¿Lástima? ¿Preocupación? Fuera lo que fuera, era peligroso.
Demasiado tarde para retirarse. Le gustara o no, el destino de
Cara estaba estrechamente ligado al suyo.

—Lo siento mucho, Dante —susurró. —Tuve miedo.


Capítulo 9
—¿Miedo? ¿De qué? —preguntó Dante.

Le apartó las lágrimas con los dedos. Por Dios. Cara no podía
creer que estuviera llorando. No podía evitarlo.

Cara había soñado con el joven que intentó secuestrarla. Aún


podía sentir el peso de su cuerpo aplastándola y su sangre
pegajosa en su ropa.

—Que con el tiempo te cansarías de mí —admitió Cara en voz


baja.

¿Por qué Dante estaba tan tranquilo después de su


confesión? Su tranquila reacción la alarmó un poco. Sin duda, a
cualquier hombre le molestaría que alguien intentara dejarlo en
ridículo.

Dante le levantó la barbilla con dos dedos, obligándola a


mirarlo a los ojos.

—Cara, te aseguro que nunca me aburrirías —le dijo.

—Eso es mentira. Los hombres como tú se deshacen de los


juguetes que ya no les interesan sin pensárselo dos veces.
Cara jadeó cuando él le soltó la barbilla y le deslizó los dedos
por el cuello, luego por el pecho. Dante le apretó el pezón
izquierdo a través de la tela de la camiseta. Un gemido salió de
su boca. Cara no pudo evitarlo.

—Métetelo en tu bonita y pequeña cabeza, Cara. No eres sólo


un juguete para mí. De hecho, he decidido que quiero mantenerte
—dijo Dante.

—¿Mantenerme? —exigió Cara.

Él probablemente no se perdió la indignación en su voz. La


idea de ser la novia de Dante, o incluso su amante o esposa, la
intrigaba un poco. Desde que estaba con él, Cara no tenía que
preocuparse por el dinero ni por el acoso de su jefe.

Dante no la había maltratado. De hecho, a su manera,


parecía preocuparse por ella. Por supuesto, podía retractarse de
sus palabras en cualquier momento. Dante aún podía dejarla
tirada sin previo aviso.

Dante sólo se rió, enroscando un dedo en su pelo. Dejó de


tocarla, lo cual era una pena. Su lado perverso quería otro
revolcón en las sábanas antes de que Dante se fuera a trabajar
esta mañana.

—Así es. Nunca me imaginé atado a ninguna mujer, pero tú


serás la única excepción —dijo Dante. —Cara, tengo la intención
de convertirte en mi esposa.
Cara aspiró un suspiro. —Hace unos minutos, admití que
tenía la intención de drogarte y luego huir.

—Después de lo que pasó ayer, no vas a huir de mí, ¿verdad?


—preguntó Dante, con un toque de ironía en sus palabras.

—Ni se me ocurriría —susurró ella.

—Bien. —Dante le levantó la mano y la besó. —Soy un


hombre que cree en las segundas oportunidades, pero si vuelves
a traicionarme, no seré tan indulgente. ¿Nos entendemos?

—Nos entendemos —le dijo ella.

Cara se inclinó hacia él, dudó, pero Dante simplemente le


agarró la nuca y la besó. Cara pensó que se había imaginado la
química que había entre ellos la noche anterior. Pero no. El beso
chisporroteó. Cara quería que durara para siempre. Cuando él se
apartó, ella jadeó, deseando más.

—Si no me voy ahora, me temo que llegaré tarde a mi primera


reunión del día —dijo Dante.

—Tú eres el jefe —señaló ella.

—Así es —sonrió él. —La reunión puede esperar.

Dante la observó como un halcón. Con el corazón acelerado,


Cara se colocó en su regazo, consciente de que sólo llevaba una
de sus camisetas y su ropa interior.

Dante sólo llevaba a la cama lo que usaba casi todas las


noches: sus calzoncillos. Cara sospechaba que solía dormir
desnudo antes de que ella llegara. Llevaba esos calzoncillos para
que ella se sintiera menos incómoda. Dante le tocó el dobladillo
de la camiseta.

Cara levantó los brazos y Dante le quitó la camiseta sin


ceremonias.

—Suplícamelo —le dijo.

—Por favor, Dante —murmuró ella. —Por favor.

—¿Quieres esto? —le preguntó él.

—Lo quiero —susurró ella.

Cara no podía decirle lo viva que la había hecho sentir la


noche anterior. Cuánto placer había sentido al hacer el amor.
Había intentado luchar contra el calor que había entre ellos desde
el primer día. Cara se decía a sí misma que nunca cedería ante
él, pero era tan agotador ser una luchadora todo el tiempo. Ceder
sonaba más fácil, mucho más excitante. Además, acababa de
aprender que no era un juguete temporal para él. Podía ser
mucho más.

Toda su vida, Cara se había sentido impotente. Las crecientes


facturas médicas de su padre casi la habían aplastado. Se sentía
como una esclava, trabajando día tras día en la cafetería. Cada
mes era una lucha para pagar las facturas. ¿Por qué iba a seguir
con esa vida cuando Dante le ofrecía convertirla en su reina?
Dante deslizó la mano hasta su ropa interior. De un tirón,
rasgó la fina tela de algodón. Cayó al suelo y Cara se dio cuenta
de que estaba completamente desnuda y expuesta a su mirada.

Cara gimió cuando él bajó la cabeza hacia su pecho izquierdo


y cerró la boca sobre su capullo endurecido. Al mismo tiempo,
Dante deslizó la mano bajo los pliegues de su coño y empezó a
acariciarla. Cara se humedeció inmediatamente.

Se movió sobre su regazo y jadeó cuando él le dejó la marca


de su mordisco en el pecho derecho y luego en el izquierdo. Cara
apenas podía sentir el dolor porque él lo mezclaba con placer.

Dante sí que sabía cómo complacer a una mujer. Nunca


había tenido un amante tan atento. Los pocos hombres con los
que había salido en su tiempo libre sólo querían follarla y seguir
adelante.

La perspectiva de una relación ni siquiera estaba sobre la


mesa. Sin embargo, aquí estaba Dante, afirmando que tenía la
intención de mantenerla. No queriendo ser una participante
pasiva, Cara buscó sus calzoncillos. Dante le permitió sacar su
hermosa y gruesa polla. La punta ya brillaba con pre-semen.

Gimió cuando ella empezó a masturbarlo. Dante no había


dejado de acariciarle el coño. De hecho, había pasado a su
sensible clítoris. Cara nunca pensó que verse el uno al otro
masturbándose pudiera ser tan excitante. Dante dejó de tocarla.
Ella soltó su polla y agarró sus bíceps. Cara lo miró a los ojos.
—Fóllame, Dante. Termina dentro de mí —susurró.

—Ya que lo suplicas de forma tan bonita, ¿cómo puedo


negarme? —Dante guió su polla hasta su entrada.

Con un solo movimiento, la penetró, reclamándola y


marcándola como suya de nuevo. Podría volverse adicta a esta
sensación.

—Fóllate encima de mí —ordenó Dante, y la orden la


estremeció.

Cara hizo lo que le pidió y se sintió bien tener el control,


aunque sólo fuera un poco. El sudor empapó su frente y su
espalda. A Cara le gustó ver sus pechos marcados rebotando
contra el pecho duro de él.

Dante empezó a bombear dentro y fuera de ella, acelerando


las cosas. Cara se aferró a él mientras la hacía cabalgarlo.
Ninguno de los dos tardó mucho en llegar al clímax.

Con un último empujón, ella se corrió sobre su polla. Dante


entró y salió de ella unas cuantas veces más antes de llenarla con
su semilla.

Cara se desplomó contra su pecho mientras él la abrazaba,


casi como un esposo cariñoso haría con su mujer. Le dio un beso
en el punto del pulso del cuello.

—Señora de Dante Massimo. No suena mal, ¿verdad? —le


preguntó.
—No, no suena mal —aceptó Cara.

***
—No te quedes en la oficina hasta muy tarde —dijo Cara
perezosamente desde la cama.

Dante estaba arreglándose la corbata cuando ella habló. La


miró, toda enredada en sus sábanas. Cara le recordaba a una
diosa bien follada.

Dante se planteó cambiar todas sus citas y quedarse en casa


todo el día. Luego recordó que tenía una reunión importante a la
que no podía faltar ese mismo día.

—No lo haré —le dijo.

Había pasado una semana desde el fallido intento de


secuestro de los Gambino. Dante tampoco había olvidado nunca
el cargamento desaparecido que los Gambino se habían llevado
de su almacén. Como respuesta, había enviado cuadrillas para
interceptar tres de las últimas importaciones de los Gambino y
confiscar la mercancía en los muelles. Dante les recordó
explícitamente a sus hombres que usaran el sigilo y se
aseguraran de que los robos no se relacionaran con la familia
Massimo. Por supuesto, Luigi Gambino sabría que había sido él.
Luigi simplemente no sería capaz de probarlo.
Más importante aún, su relación con Cara había pasado a un
nivel completamente nuevo desde que tuvieron esa charla
sincera. Dante no había cambiado de opinión. Seguía teniendo la
intención de convertirla en su prometida, pero primero tenía que
eliminar los obstáculos que se interponían en su camino.

Ese sería su regalo de bodas para su esposa.

—¿Me das un beso de despedida antes de irte? —le preguntó


Cara.

—Por supuesto. —Dante se acercó a su lado de la cama.


Acarició su suave mejilla y le dio un beso áspero y tierno. Cara
dejó escapar un gemidito excitado que hizo que su polla se
despertara. Soltó su boca. —Compórtate.

—Lo intentaré —dijo ella, guiñándole un ojo.

—¿Qué planes tienes para hoy? —le preguntó.

¿Por qué estaba perdiendo el tiempo? Cuando Dante estaba


con Cara, todos sus problemas parecían desaparecer. Su
hermano había hecho una observación correcta. Antes de Cara,
Dante sólo pensaba en el trabajo. Ahora, atesoraba todo su
tiempo privado con la mujer que había logrado meterse bajo su
piel.

—Clases online. Tal vez vaya a dar un paseo por la tarde. Hay
una nueva novela romántica a la que le he echado el ojo —dijo
Cara en voz alta.
Cuando ella le preguntó qué le parecía que terminara la
carrera por Internet, él le trajo un portátil nuevo y un móvil.
Dante ya confiaba mucho en ella. Cara comprendía las
repercusiones si alguna vez lo traicionaba. No es que eso le
preocupara.

—Es una buena idea —dijo. —Jack y Vince irán contigo.

Cara no discutió lo de tener dos guardaespaldas. Después del


incidente de la semana pasada, Dante quería garantizar su
seguridad. Por lo menos, los Gambino no habían intentado nada
tonto todavía. Quizá estaban esperando a que él tomara
represalias. Dante se encargaría de solucionar ese problema hoy.

—También hay algo que quería preguntarte. —Cara se


mordió el labio inferior.

—Sabes que te daría cualquier cosa —dijo Dante.

Se sentó junto a ella en la cama y le rozó el labio inferior con


el dedo. Cara cerró la boca sobre el dedo y lo chupó. La visión
hizo maravillas en su polla. Dante la recordó la noche anterior,
desnuda y de rodillas, mientras se ocupaba de su polla. Ella se
detuvo de inmediato, luego sacudió la cabeza.

—No puedo ser distraída —murmuró para sí misma. —Es


culpa tuya, viéndote tan estupendo con ese traje.

—¿Culpa mía? —preguntó Dante, divertido.

Ella asintió. —No sé cómo sacar el tema sin parecer


demasiado codiciosa.
—No tienes ni un hueso de codiciosa, Cara —dijo Dante.

Él le había dado una de sus tarjetas de crédito y ella sólo


había comprado con ella algunos artículos básicos: ropa barata y
alimentos para la casa. Otra mujer en su situación habría
utilizado su tarjeta para comprar cosas lujosas.

—No sé si sabes lo de las facturas del hospital de mi padre —


titubeó Cara, insegura de cómo continuar.

—Estoy al tanto, y no tienes que preocuparte por eso. Las


pagué cuando te adquirí —dijo Dante con indiferencia. Ella lo
miró estupefacta. Dante frunció las cejas. Su deuda había sido
un pequeño precio que pagar.

—¿Por qué hiciste eso? —susurró ella. —¿Apenas me


conocías entonces?

Dante se encogió de hombros. —Es un asunto sin


importancia. ¿Eso es todo lo que querías discutir?

—Dante, para mí es algo muy importante. —Le agarró las


manos. —Encontraré la manera de recompensarte. Te lo
prometo.

—Eso no es necesario. Considéralo uno de mis regalos de


boda —dijo él.

—¿Regalo de boda? —preguntó Cara. Sus ojos se abrieron de


par en par. —¿Hablas en serio?
—Cuando se trata de ti, nunca bromeo —le dijo con su voz
más solemne. —Ahora, si no hay nada más, hay una reunión
importante a la que tengo que asistir.

Esta reunión involucraba el futuro de Cara por lo que era


vital que Dante no se la perdiera.

—Siento haberte quitado tiempo —dijo. —Y gracias por tu


generosidad. Si no quieres dinero, encontraré otra forma de
recompensarte.

—Lo tendré en cuenta —dijo él. La besó de nuevo, porque


podía hacerlo.
Capítulo 10
—Sr. Massimo, Luigi Gambino está aquí para su reunión —
dijo Andrea, la asistente personal de Dante, a través del interfono.

Dante miró el reloj. Luigi había llegado cinco minutos antes


a la reunión. Perfecto. Eso le decía a Dante que el viejo estaba
deseando empezar a hablar.

El hecho de que el Don estuviera dispuesto a venir a su


oficina, a su territorio, lo decía todo: Dante era quien tenía el
control de la situación. Luigi probablemente pensaba que tenía
algo que negociar, o que tenía la sartén por el mango. Dante
estaba a punto de demostrar que estaba equivocado.

—Fijé la reunión a las 9:00 AM. Sólo son las 8:55. Dile que
tome asiento primero —le dijo Dante a Andrea.

—Lo haré, señor —respondió Andrea con prontitud.

Pocos asistentes personales podían enfrentarse


educadamente a jefes de la mafia y políticos. Andrea era su
asistente personal desde hacía sólo tres años, pero, como todos
los empleados de sus negocios jurídicos, Dante la había elegido
con cuidado.
Siempre se aseguraba de que sus empleados le fueran leales
y no tuvieran motivos para traicionarlo. Eso garantizaba el buen
funcionamiento de sus negocios.

Exactamente a las nueve de la mañana, Andrea hizo pasar a


un erizado Luigi. Estaba claro que al viejo no le importaba que
todos en la planta de oficinas lo estuvieran escuchando.

Dante vislumbró a dos hombres corpulentos de aspecto


infeliz con trajes baratos fuera de su despacho. Al parecer, Luigi
había traído consigo a dos guardaespaldas, pero su propio equipo
de seguridad les había recordado que debían permanecer fuera.

—Luigi, siéntate. ¿Quieres tomar algo? ¿Café, té o quizá algo


más fuerte? —preguntó Dante en tono suave.

—Me vendría bien un poco de vodka. Te sugiero que te tomes


uno tú mismo. Agradecerás una bebida fuerte después de esta
conversación, Dante —dijo Luigi.

—Sólo un vaso de vodka para el señor Gambino —le dijo a


Andrea. Dante se dirigió a Luigi: —Me temo que no bebo tan
temprano.

Luigi Gambino lo fulminó con la mirada, o lo intentó. El viejo


Don desistió cuando Andrea le alcanzó su bebida. Dante se dio
cuenta de que Luigi miraba el culo de Andrea cuando ésta salió
de su despacho.

—Es difícil conseguir buenas secretarias hoy en día. ¿Cuánto


por ella? —preguntó Luigi sin rodeos.
—Andrea no está en venta, ni tampoco ninguno de los míos
—dijo Dante, mostrando al otro una fina sonrisa.

Personalmente, Luigi y el resto de los Gambino le caían fatal,


porque no veía con buenos ojos sus poco elegantes prácticas
comerciales. No eran nada profesionales, simplemente
descuidados.

—Vayamos al grano. Los dos somos hombres ocupados —dijo


Luigi tras terminar su bebida de un trago.

—Si quieres —dijo Dante. —Dime por qué querías esta


reunión.

Los ojos negros de Luigi brillaron de ira, pero su voz salió


controlada. —No empieces conmigo, muchacho. Sé que eres el
responsable de nuestros tres últimos envíos desaparecidos.
¿Tienes idea de cuánto dinero hemos perdido?

—¿Tienes alguna prueba? Si quieres acusarme de un delito


infundado, ¿por qué no vas directamente a la policía? —preguntó
Dante.

Luigi agarraba el vaso con tanta fuerza que Dante casi


esperaba ver grietas. Finalmente, Luigi dejó el vaso sobre el
escritorio. Ambos sabían que era inútil acudir a las autoridades.
La policía estaba en nómina de la familia Massimo desde la época
de su padre.

—Luigi, cometiste un error cuando pensaste que podías


salirte con la tuya robándome —dijo Dante en voz baja.
Echó una mirada rápida a Luigi. El otro Don llevaba un traje
bien confeccionado. Probablemente, su equipo de seguridad
había confiscado todas las armas de Luigi, aunque Dante dudaba
de que Luigi pudiera oponer mucha resistencia a su edad.

Dante, en cambio, siempre guardaba una pistola de repuesto


en el cajón. Tenía las de ganar en esta situación. Luigi también
lo comprendió, porque empezó a sudar profusamente bajo la
mirada de Dante. Luigi sacó un pañuelo para secarse la frente.

—Sólo era un cargamento de droga —dijo finalmente Luigi.


Dante sabía que acabaría derrumbándose. Sólo tenía que
esperar. Luigi continuó: —Uno de mis lugartenientes actuó sin
mi permiso.

Dante recordó la cara de suficiencia de Luigi en la subasta y


suspiró. Por supuesto, el otro Don echaría la culpa a otro. Golpeó
con impaciencia el escritorio con los dedos.

—De acuerdo. Te propongo un trato. Te devolveré tu alijo de


drogas a cambio de la mujer —soltó Luigi.

A Dante le pareció interesante que Luigi no volviera a


mencionar su cargamento desaparecido. Tal vez el Don
finalmente se había dado cuenta de su precaria situación.

—¿Qué mujer? —preguntó Dante, fingiendo inocencia.

—No te hagas el tonto conmigo. El juguete que le robaste a


mi Teddy —refunfuñó Luigi. —Sé que aún le tienes cariño a esa
zorra, pero siempre puede ser sustituida.
—Dime algo antes de que hagamos ningún tipo de trato,
Luigi. ¿Por qué le tienes tanto cariño a ese sobrino tuyo? —
preguntó Dante. —¿No estaban distanciados antes?

—Es de la familia, ¿qué puedo decir? Ya sabes cómo es.


También tienes un hermano pequeño problemático del que
ocuparte —dijo Luigi.

—Es más que eso, ¿no? Mi espía me ha dicho que también le


has dado a Ted un generoso salario para vivir. Es como un hijo
para ti, ¿tal vez más que tu propio hijo Tommaso? —preguntó
Dante. —Entiendo que Tom no quiere formar parte del negocio
familiar, ¿así que estás tratando de preparar a Ted en su lugar?

—Estás haciendo suposiciones —dice Luigi, con la cara


enrojecida. —¿De dónde sacas esos rumores infundados? Tanto
mi hijo como mi sobrino son importantes para mí.

—Si tuvieras que elegir a uno, ¿a quién elegirías? —preguntó


Dante. —¿A Tom o a Ted?

—¿Qué tontería es esta? Creía que estábamos aquí para


hablar de negocios —dijo Luigi, alzando la voz. —Sé serio y deja
de bromear y hacernos perder el tiempo.

Dante oyó un alboroto fuera. Los hombres de Luigi


probablemente pensaban que su jefe estaba en peligro, pero sus
lacayos se enfrentaban al equipo de mercenarios ex-militares
entrenados por Dante.
—Pero no estoy bromeando, Luigi. Esta mañana temprano,
desplegué dos de mis equipos de asalto. Uno fue al lugar de
trabajo de Ted y el otro está a la espera justo fuera de la casa de
Tom.

—Estás mintiendo. ¿Crees que he vivido tanto para caer en


un truco tonto? —exigió Luigi. —Me voy.

—Yo no hago trucos, Luigi. Si me jodes a mí y a los míos,


pagas las consecuencias, ¿entendido? —Dante giró el monitor de
su ordenador.

Luigi se quedó helado, ya fuera de su asiento. Dante le


mostró los vídeos de los dos equipos que había mencionado.

El primer vídeo mostraba el exterior de la cafetería de Ted y


el segundo el patio trasero de la casa de Tom.

El otro Don se puso pálido.

—No —susurró Luigi, mirando fijamente las dos pantallas.

—Te doy cinco minutos para que tomes una decisión. Si no


intervengo, los dos equipos tienen orden de acabar con ambos
objetivos —dijo Dante.

—Bastardo sin corazón, ¿todo esto por una zorra sin


importancia? —preguntó Luigi.

Al parecer no podía vencer su miedo, así que se conformaba


con la furia a la vez, reflexionó Dante. Lo devoró todo, colocando
a un Don importante en su lugar y saboreando la lucha interior
de Luigi, su momento de debilidad.

En el momento en que Luigi decidió robarle a Dante, entró


en un juego que nunca podría ganar.

—El tiempo corre, Luigi. Cuatro minutos —dijo Dante,


golpeando su reloj.

Se recostó en su silla y observó cómo el viejo sudaba a mares.

—Un minuto —dijo Dante. Se preguntó si Luigi sería capaz


de tomar una decisión cuando se acabara el tiempo.

—Elijo a Teddy. Tom es débil, incapaz de gobernar, siempre


lo ha sido. Cancela el equipo de ataque —dijo Luigi con voz
temblorosa.

Dante levantó el teléfono y llamó al jefe del equipo encargado


de vigilar a Ted Gambino. —La misión queda suspendida. Pueden
abandonar las instalaciones.

—Sí, señor —fue la respuesta del jefe de equipo. Dante


terminó la llamada. El video que mostraba al verdadero hijo de
Luigi se apagó.

—¿Qué ha pasado? ¿Por qué se ha cortado la señal de vídeo?


—preguntó Luigi.

—¿Por qué? ¿Querías ver la ejecución de Tom con tus propios


ojos? Puedo enviarte su cadáver si quieres. Es lo menos que
puedo hacer —dijo Dante.
—Tu padre se hizo un nombre con sudor y sangre, pero al
menos tenía algo de moral. Tú, en cambio, eres un jodido
monstruo. Un psicópata —murmuró Luigi.

El anciano se puso en pie temblorosamente, y cuando Dante


se levantó para ayudarlo, Luigi retrocedió. Era como si Luigi no
quisiera que Dante le pusiera las manos encima.

Bien, ese era el efecto exacto que Dante quería: que sus
enemigos le tuvieran tanto miedo que ni se les ocurriera hacer
otro movimiento imprudente.

—Me pregunto qué fue lo último que pensó tu hijo Tom


cuando se dio cuenta de que su padre acababa de hacer que lo
mataran —comentó Dante mientras acompañaba a Luigi fuera de
su despacho.

Luigi lo miró con ojos brillantes y frunció el ceño. —Por suerte


para mi pobre hijo, nunca lo sabrá, ¿verdad? —Luigi negó con la
cabeza. Los dos leales guardaespaldas del viejo Don parecían
aliviados de verlo ileso.

—Gavin —dijo Dante, dirigiéndose a su jefe de seguridad. —


Ten la amabilidad de escoltar al señor Gambino y a sus
guardaespaldas fuera del edificio.

—Con mucho gusto, señor Massimo —dijo Gavin.

De repente, Luigi se agarró a la mesa más cercana con dedos


pálidos y temblorosos. Dante se preguntó distraídamente si
tomar una decisión difícil había minado toda la energía del Don.
No sintió ni una pizca de lástima o remordimiento. Luigi debería
haber sabido que no debía enfrentarse a él.

—¿Señor? ¿Se encuentra bien? —preguntó uno de los


miembros más nuevos del equipo de seguridad de Gavin. Dante
no podía recordar su nombre, pero recordaba que Gavin le había
dicho que acababa de tomar a un novato bajo su ala.

—Sólo necesito recuperar el aliento —dijo Luigi, agarrando el


brazo del novato. Entonces, sin previo aviso, Luigi le quitó el
revólver que llevaba en la pistolera. El nuevo guardia abrió los
ojos, Luigi le disparó en el hombro y luego apuntó el arma justo
a la cara de Dante.

—¿Quién se ríe ahora, bastardo? —preguntó Luigi. El viejo


soltó una carcajada. Sus guardias se miraron preocupados.
Deberían alarmarse, pensó Dante con calma, porque esta
situación no podía terminar bien.

—Debería meterte una bala entre ceja y ceja ahora mismo,


pero creo que voy a llevarte conmigo. En cuanto mi mejor
torturador empiece a trabajar en esa presumida y bonita cara, no
sonreirás —dijo Luigi. —Acércate un paso más. Carlo, espósalo.

Una furia silenciosa llenó su vientre. ¿De verdad creía Luigi


que un arma tan insignificante podía detenerlo? Dante levantó
ambas manos y se acercó lentamente al anciano.

—Bien, ahora pon las manos a la espalda —ordenó Luigi.


En cuanto Dante estuvo a escasos centímetros de Luigi,
reaccionó. Luigi podía ser el que tenía el arma, pero Dante era
más joven y estaba más en forma. Mientras crecía fue
ascendiendo en la organización de su padre.

El disparo perdido de Luigi salió desviado cuando Dante


cerró los dedos sobre su muñeca y se la rompió. Luigi gritó. Dante
se tiró al suelo, para que Gavin o uno de sus hombres pudiera
apuntar y disparar. Un agujero rojo apareció en el centro de la
frente de Luigi. El Don lo miró con ojos acusadores y luego cayó
al suelo.

Los gritos y el caos se sucedieron mientras los guardias de


Luigi intentaban llegar hasta él, pero los hombres de Dante los
superaban fácilmente en número. Dante se inclinó sobre el
cuerpo de Luigi. Muerto. Habría permitido que Luigi saliera vivo
de este edificio, pero el idiota había permitido que la
desesperación dictara sus acciones. Dante cerró los ojos abiertos
de Luigi.

—Retírense. Nadie más tiene que morir —les decía Gavin a


los dos furiosos guardias de Luigi.

Dante se levantó, estudió su corbata manchada de sangre y


suspiró. Tendría que deshacerse de una corbata que antes estaba
en perfecto estado.

—Ustedes dos, quiero que entreguen un mensaje por mí —


dijo Dante a los hombres de Luigi. —Quiero que todos los
lugartenientes de Luigi sepan qué le pasó exactamente a su jefe
y quién lo mató. Cualquiera que levante un dedo contra mí o
contra un miembro de mi organización correrá la misma suerte,
¿entendido?

—Entendemos, señor —respondió el mayor.

—Gavin, escolta a estos dos caballeros hasta la puerta. Si


intentan algo raro, mátalos —dijo Dante. Dante volvió a su
despacho. Su móvil estaba sonando. Al ver el nombre
parpadeando en la pantalla, contestó a la llamada de inmediato.

—Tommaso —dijo Dante con un fuerte suspiro. —Ha habido


una complicación con nuestros planes.
Capítulo 11
Ted Gambino se quedó mirando el último mensaje de texto
que había recibido. Incapaz de creerlo, leyó el mensaje en voz alta:
El Don ha muerto. Tommaso ha convocado una importante
reunión familiar.

¿Ahora Tommaso estaba dando órdenes a la familia? Ted


soltó un gemido.

No se suponía que ocurriera esto. Su tío lo había apartado de


la familia durante seis meses por su vicio del pasado: una
prostituta a la que había matado accidentalmente mientras se
divertía. Bueno, varias prostitutas, en realidad, pero ¿quién
llevaba la cuenta?

Esas mujeres no importaban, como tampoco importaba Cara


Strong. Ted no sabía cómo esa perra había logrado envolver a
Dante Massimo alrededor de su dedo meñique pero la había
subestimado severamente.

Este incidente apestaba al trabajo de Dante. ¿Cómo podía


Luigi estar muerto? Se suponía que Luigi tenía que llegar a un
acuerdo con Dante sobre los envíos desaparecidos y Cara.
Su tío había temido la ira de Dante y no quería a la Familia
Massimo como enemigos. Si Dante podía matar al Don de una
importante familia del crimen, ¿qué destino le esperaba a Ted?
Probablemente nada bueno.

Una camarera que pasaba le preguntó si le pasaba algo. Una


mirada suya la hizo salir corriendo. Tontas. Ted odiaba trabajar
en esta pequeña y sucia cafetería día tras día, pero el tío Luigi le
dijo que soportara esta humillación un poco más, sólo hasta que
pudiera devolverlo al redil.

Ese viejo quería a Ted más que a su propio hijo. Ahora, Ted
no tenía seguidores. Todo era culpa de esa condenada mujer. Ted
tenía algo de dinero guardado. Dejaría esta ciudad, empezaría de
cero en otro lugar, quizás en algún lugar con playas de arena y
mujeres hermosas.

Primero, Ted tenía un sucio recado del que ocuparse. Ted se


dirigió a su pequeña oficina. Sacó la pistola que tenía pegada bajo
el escritorio y se la metió en el cinturón. Luego salió de la
cafetería. Otra camarera le pregunto si se estaba tomando su
descanso pero Ted no le contesto. Estaba harto de trabajar en
este agujero de mierda. Ted agarró su viejo Chevy y condujo hacia
el centro de la ciudad. Si Ted supiera la dirección de Dante,
habría ido a la residencia privada del bastardo.

Alguien en la ciudad podría saberlo, pero Ted no tenía acceso


a ningún recurso especial ahora que el tío Luigi estaba muerto.
Tommaso, ese idiota, probablemente iba a llevar el negocio
familiar a la ruina. Eso no importaba ahora. A Tommaso le
importaba poco Ted. No le sorprendería si Tommaso lo separaba
de la familia Gambino una vez que se estableciera como el nuevo
Don.

—Céntrate en el problema que tenemos entre manos, Teddy


—se dijo a sí mismo. —Ese bastardo no ha ganado.

Ted al menos conocía las oficinas de Dante Massimo. Puede


que las Torres Massimo no fueran el edificio más alto de la
ciudad, pero sin duda era el más llamativo. Tenía la forma de una
delgada pirámide y, según los rumores, Dante no había reparado
en gastos para construirlo.

Ted estacionó su coche frente al imponente edificio. Consultó


su reloj de pulsera. Esta podría ser una aventura tonta. Ted no
tenía ni idea de la agenda de Dante. Demonios, Dante podría no
estar en su oficina pero él podía esperar. No era como si a Ted le
quedaran buenos proyectos.

Estaba desesperado y Dante debería temer a los hombres


desesperados. Ted sacó su pistola y comprobó las balas. Cinco
deberían ser suficientes para acabar con un bastardo arrogante.
Dante probablemente pensaba que era intocable ahora mismo.
Nunca vería venir a Ted. No importaba si el plan de Ted era
imprudente o si moría en el proceso. Mientras Dante Massimo
recibiera su merecido, era suficiente para él.

Si Dante no salía por esas puertas hoy, Ted lo intentaría


mañana o pasado mañana. Si había algo en lo que Ted era bueno,
era en desaparecer. Pasar desapercibido siempre había sido uno
de sus mejores talentos.

Ted encendió la radio para entretenerse. Las horas pasaron.


Ted no perdió de vista el edificio. Comprobó su reloj. Era casi el
final de la jornada laboral. Por supuesto, Dante parecía el tipo de
hombre que trabajaba horas extras. No es que Ted tuviera ningún
sitio al que ir, ya no.

Un sedán negro se detuvo en la acera. Eso encendió el interés


de Ted. Se asomó por las ventanillas. Un hombre trajeado salió
del asiento del conductor y abrió la puerta del pasajero. El
corazón de Ted latió rápidamente. Parecía que saldría alguien
importante.

Al principio no reconoció a Cara. Ted estaba acostumbrado a


verla con su habitual y feo uniforme de camarera. La mujer que
salió del sedan parecía segura, hermosa, y una persona
completamente diferente. Cara ciertamente había mejorado
después de convertirse en la puta de Dante.

La rabia se apoderó del vientre de Ted. En ese momento, Ted


decidió cambiar de objetivo. Sería difícil matar a Dante de todos
modos. Ted se conformaría con la mujer que había arruinado su
vida.

No fue consciente de que salía de su coche. Ted no saco su


arma, no todavía. Necesitaba pasar desapercibido hasta que
estuviera lo suficientemente cerca. El seguro de su arma ya
estaba puesto. Ted estaba listo en cualquier momento.
El destino debía estar sonriéndole, porque después de salir
del coche, Cara no entró inmediatamente en el edificio. Sacó el
móvil del bolso.

Ted estaba tan cerca que podía oír su risita molesta.

—Estoy justo fuera del edificio —dijo Cara. —Sí, yo también


estoy deseando verte.

Ted saco su arma justo cuando el hombre que abrió la puerta


de Cara lo vio.

—¡Cara, al suelo! —gritó su guardaespaldas.

La confusión apareció en los rasgos de Cara. El


guardaespaldas la tiró al suelo. Ted rodeó el coche y disparó, sin
molestarse en apuntar. Tanto Cara como el guardia salieron
rodando. Ted tenía cuatro balas más para gastar. Usaría una
para matar al guardia y tres para herir a Cara. Ted no planeaba
darle un tiro limpio. Quería que sufriera antes de morir.

—Ted Gambino —susurró de repente una voz en su oído. Ted


giró, entonces sintió algo frío presionando entre sus ojos. Se
encontró mirando el cañón de una pistola. La última imagen que
Ted tuvo de este mundo fue la de Dante sonriéndole como el
mismísimo Diablo.

***
Un arma se disparó. Cara intentó apartar a Jack de ella, pero
él no se movió.

—Quédate abajo —le advirtió Jack.

—Dante, creo que he visto a Dante. Podría estar herido. Ted


podría haberle disparado —dijo Cara.

Jack trabajaba para Dante, ¿no? ¿Por qué Jack se empeñaba


en protegerla a ella y no a su jefe? ¿Le había ordenado Dante que
le diera prioridad a ella?

Otro empujón hizo que Jack se apartara de ella. Cara se puso


en pie, casi tropezando con su vestido largo en el proceso. Maldita
sea.

¿Por qué no se había puesto algo más práctico? Ah, claro, se


suponía que Dante la llevaría a un restaurante caro esta noche.
El vestido no importaba. Lo que importaba era saber si Dante
estaba herido.

Unos dedos fuertes le agarraron la muñeca antes de que Cara


pudiera volver a saborear el suelo. Ver la cara sonriente de Dante
la llenó de alivio. Dante la estrechó en su cálido abrazo.

Estaba a salvo. Su hombre estaba a salvo. De hecho, ninguno


de los dos había resultado herido, aunque habían estado muy
cerca. ¿Por qué Ted había ido de repente a por ella con una
pistola? ¿Había estado vigilando las oficinas de Dante durante
mucho tiempo? ¿Quizás era a Dante a quien perseguía pero no a
ella inicialmente?
Esas preguntas ya no importaban. Cara se relajó y rodeó su
cuerpo reconfortante y sólido con los brazos. Aspiró el aroma
familiar de su colonia, de los cigarrillos que le gustaba fumar y
del whisky que a veces bebía cuando terminaba la jornada
laboral.

Su hombre. Suyo y de nadie más. Cuando estaban juntos,


parecía que el resto del mundo había dejado de importar. Ese era
el tipo de efecto que tenía sobre ella. Cara solía preocuparse por
lo fuerte y rápido que se había enamorado de él, pero ya no.
Conocer a Dante era su destino.

—Ted se ha ido. No te molestará nunca más. Tampoco los


Gambino —le susurró Dante al oído.

Cara cerró los ojos unos instantes, procesando sus palabras.


Disfrutó un poco más de su calor antes de separarse de él.

Aunque sabía que la vista la afectaría, Cara necesitaba ver el


cuerpo de Ted con sus propios ojos. Respirando hondo,
finalmente miró. Al ver el cráneo de Ted abierto sobre el
pavimento, respiró hondo.

Pensó que entraría en pánico, como cuando aquel drogadicto


intentó secuestrarla. Sin embargo, una extraña calma invadió su
cuerpo, junto con otras emociones poderosas: alivio y
satisfacción.
Sí, Cara se alegraba de ver muerto a Ted. Dante le había
dicho que los Gambino ya no la molestarían. Ella le pediría más
detalles más tarde, pero por ahora le creía.

Dante nunca le mentiría. Sentía como si se hubiera quitado


un gran peso de encima. Por fin, ya no tenía que preocuparse
constantemente.

Por fin era libre. Libre para hacer lo que quisiera, para vivir
la vida y disfrutar de cada segundo que tenía en esta tierra con
Dante.

—¿Está mal sentirse así? —le preguntó Cara.

—¿Sentir qué? —preguntó Dante, tomando su mano. Ella le


apretó los dedos con fuerza.

—La alegría salvaje de que esté muerto —susurró Cara.

La culpa la invadió, pero no duró mucho. El mundo era un


lugar mucho mejor sin Ted. Cara estaba segura de que no era la
primera mujer a la que Ted había hecho daño.

Si Dante no hubiera superado a Ted en la subasta, Cara no


estaría viva ahora. Se estaría pudriendo en la tierra, sin futuro,
sin oportunidad de enamorarse.

¿Estaba enamorada de Dante? Si tenía que ser sincera


consigo misma, la respuesta era sí. Es cierto que habían
empezado con mal pie, pero él había sido sincero y honesto con
ella.
Cara no podía negar que el sexo con Dante era increíble. La
química entre ellos era increíble incluso ahora, pero eso no era lo
único que le gustaba de él. Cara no llevaba mucho tiempo en el
mundo de Dante, pero quería quedarse para siempre.

Por primera vez en su vida, un hombre la trataba bien, como


a una reina. Sin duda, la mayoría de la gente no consideraría a
Dante un buen hombre. Algunos incluso lo llamarían monstruo,
pero él era el monstruo de Cara.

—Dante, ¿de verdad pretendes convertirme en tu esposa? —


le preguntó una vez que estuvieron de vuelta en su apartamento.

Martha les había preparado una cena rápida, una pasta


Alfredo con marisco y ensalada Cobb como guarnición. La cena
parecía deliciosa como siempre, pero Cara no tenía ni pizca de
hambre.

Dante decidió que después de frustrar el pobre intento de


asesinato de Ted, era mejor que cenaran en casa. Cara estuvo de
acuerdo. No creía que pudiera soportar estar en público ahora
mismo.

—Por supuesto —dijo Dante.

—Es que... quiero estar segura de que estamos juntos en esto


—dijo Cara. Odiaba la duda y la incertidumbre en su voz. Dante
había sido maravilloso con ella, pero era un hombre poderoso.
Podía cambiar de opinión sobre ella en cualquier momento.

—Entonces lo dejaré claro —dijo Dante.


Dante se levantó de su asiento. Se dirigió a su lado de la
mesa. Cara frunció el ceño, preguntándose qué pretendía.
Entonces Dante se arrodilló.

A Cara casi se le sale el corazón del pecho cuando Dante sacó


una cajita forrada de terciopelo del bolsillo interior de su traje.
Dejó escapar un suspiro cuando él abrió la caja, revelando el gran
diamante que había en su interior, elegantemente engastado en
un fino anillo de oro.

—¿Me estás pidiendo matrimonio? —tuvo que preguntar


Cara, porque este momento no podía ser real.

—No, sólo te estoy regalando una joya —respondió Dante


secamente. —Por supuesto. Cara Strong, ¿me harías el honor de
ser mi esposa?

Cara se lanzó hacia él. Dante la atrapó. —Sí, mil veces sí —


le susurró al oído y le permitió deslizar el hermoso anillo en su
dedo.
Epilogo
Cara estudió su reflejo en el espejo. Ver a la hermosa novia
la sorprendió momentáneamente. Las sombras oscuras bajo sus
ojos habían desaparecido.

Ya no parecía demacrada y sus hombros ya no estaban


caídos. Antes de Dante, siempre empezaba las mañanas
temiendo el día que le esperaba. Lo único en lo que se había
concentrado durante ese tiempo era en pagar la deuda de su
padre. Se había sentido como si estuviera constantemente
cavando su propia tumba.

Los últimos seis meses la habían transformado en alguien


completamente diferente, alguien de quien podía estar orgullosa.

—Papá, ¿puedes verme ahora? —susurró Cara a su reflejo.


Desearía que él aún estuviera aquí, para poder acompañarla al
altar. Ahora está en un lugar mejor, se recordó Cara.

Llamaron suavemente a la puerta del camerino. Bien. Cara


no podía quedarse encerrada aquí, recordando el pasado. Tenía
que ir a su propia boda.

Dante y Cara habían pasado los últimos dos meses


preparándose para este día. Al final, habían decidido casarse en
una pequeña iglesia cercana al antiguo barrio de Cara. Por
supuesto, su obsesivo y compulsivo esposo había bloqueado toda
la calle y se había asegurado de que se tomaran todas las
medidas de seguridad.

Tras su secuestro fallido y el intento de asesinato frustrado


de Ted, Dante se había vuelto más protector con ella. A Cara no
le importaba la mayor parte del tiempo. Después de todo, tenía la
intención de vivir una vida muy larga con Dante.

Los golpes en la puerta se volvieron insistentes.

—Ahora salgo —dijo Cara.

Se dio un último repaso antes de recoger sus faldas y salir


del camerino. Cara se unió al cortejo nupcial, compuesto en su
mayoría por miembros de la familia de Dante. Ahora formaba
parte de su familia.

Dante no era especialmente cariñoso con nadie más que con


su hermano. A sus tíos y tías parecía gustarles Cara. En lugar de
su padre, Jack extendió su brazo hacia ella.

—¿Estás segura de esto? —preguntó Jack con inseguridad.


Aunque Jack nunca podría ocupar el lugar de su verdadero
padre, ella había empezado a sentir cariño por el guardaespaldas
de Dante.

—Estoy segura —dijo ella. —No dejarías que esta pobre novia
caminara sola hacia el altar, ¿verdad?

Jack se enderezó. —Será un honor escoltarte, Cara.


La procesión comenzó. Dos de los guardias de Dante abrieron
las puertas dobles que daban a la iglesia principal. Los pasillos
estaban llenos de miembros de la familia y la organización de
Dante, y otros aliados cercanos.

A pesar de que Dante y ella habían decidido celebrar una


pequeña ceremonia, le preocupaba tropezar o hacer algo poco
elegante delante de los invitados. Cara se felicitó en silencio por
no haber estropeado su propia boda hasta el momento.

La música desapareció de sus oídos cuando vio a su futuro


esposo. Dante se veía pecaminosamente apuesto con traje y
corbata. Cuando dirigió su mirada hambrienta hacia ella, todas
sus preocupaciones iniciales se desvanecieron. Aquel hombre
peligroso y generoso quería que fuera su esposa. Cara aún no
podía superarlo, ni siquiera en el día más importante de su vida.

Jack y Cara finalmente llegaron al sacerdote. Jack la entregó


a su futuro esposo. Dante tomó sus manos enguantadas con
encaje entre sus fuertes dedos. En cuanto la miró a los ojos, Cara
supo que estaba en casa.

El cura empezó a hablar, pero ella apenas captó sus


palabras. Sólo tenía ojos para su hombre. Dante le quitó el velo
de la cara y apoyó una mano en su mejilla. El cura aún no había
llegado a la parte de los votos y Dante ya parecía dispuesto a
desnudarla y tomarla allí mismo, en el suelo.
Cara puso su mano sobre la de él. Dante le sonrió. Él
pronunció primero sus votos. Cara tropezó con los suyos, pero
eso no pareció molestar a Dante.

Intercambiaron las alianzas. Cuando él deslizó el anillo sobre


el anillo de compromiso de ella, su corazón se llenó de amor y
afecto por su esposo.

—Puedes besar a la novia —dijo el sacerdote.

Dante le levantó la barbilla con dos dedos. Cara se puso de


puntillas y lo besó primero, tomándolo por sorpresa. Dante
recuperó el control inmediatamente. Le puso la mano en la nuca.
Sin importarle que una multitud los observara, Dante la besó
áspera y profundamente.

Sólo el calor abrasador de su boca sobre la de ella despertó


el hambre que sentía por su nuevo esposo. Los pezones de Cara
se endurecieron y el lugar entre sus piernas se humedeció.
Aunque estaba tentada de saltarse la recepción y dirigirse a su
luna de miel, Cara se recordó a sí misma que debía ser paciente.
Al fin y al cabo, sus invitados se habían tomado su tiempo para
asistir a la celebración de su boda. Dante se apartó, con una
sonrisa diabólica. Se inclinó hacia ella y le susurró al oído.

—Tengo una sorpresa para ti, querida esposa —le dijo.

—¿Una sorpresa? —preguntó Cara con interés.


—Así es. ¿Te la revelo ahora o más tarde? —preguntó Dante,
enredando los dedos en su pelo. Le acercó la cara para darle otro
beso que la dejó jadeando.

—Ahora —dijo ella.

—No vamos a pasar nuestra primera noche como marido y


mujer en la suite del Hotel Rosewood —dijo Dante.

—¿No lo haremos? —preguntó Cara con cierta sorpresa. El


Hotel Rosewood era el mejor de la ciudad. Cara había estado
deseando pasar allí una noche de lujo con su esposo.

El fotógrafo que habían contratado les estaba diciendo que


se prepararan para las fotos, pero no le hicieron caso.

—No, después de la recepción, Jack nos llevará a mi jet


privado. Nos llevaré a nuestra isla privada en el Caribe. Allí no
nos molestarán —dijo Dante. —Podemos pasar dos semanas allí,
sin preocupaciones.

—¿Tenemos una isla privada? —preguntó ella. Justo cuando


Cara pensaba que conocía todos los secretos de Dante, él le tenía
más sorpresas cada día.

Entonces procesó las palabras de Dante. —Te vas a tomar


mucho tiempo libre del trabajo —dijo.

—Es una ocasión especial —dijo Dante, besándola en la


frente.

—Eres increíble, ¿lo sabías? —le preguntó ella.


—Te amo, Cara, y estoy deseando pasar el resto de mi vida
contigo. —Aunque Dante le había dicho esas dos palabras todos
los días, ella nunca se cansaba de oírlas.

—Yo también te amo, Dante Massimo.

—¿Posamos para estas fotos de boda y luego nos dirigimos a


la recepción, Sra. Massimo? —le preguntó Dante.

—Vamos —aceptó ella, sonriendo.

Fin

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