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LOS VIEJOS SOLDADOS

NUNCA MUEREN

‘Old Soldiers Never Died’ por Sandy


Mitchell
[Enhaced]

Traducción Rodina

Corrección Iceman ts 1.5


Estamos en el cuadragésimo primer milenio.
El Emperador ha permanecido sentado e inmóvil en el Trono Dorado
de la Tierra durante más de cien siglos. Es el señor de la humanidad
por deseo de los dioses, y el dueño de un millón de mundos por el
poder de sus inagotables e infatigables ejércitos. Es un cuerpo
podrido que se estremece de un modo apenas perceptible por el
poder invisible de los artefactos de la Era Siniestra de la Tecnología.
Es el Señor Carroñero del Imperio, por el que se sacrifican mil almas
al día para que nunca acabe realmente de morir.
En su estado de muerte imperecedera, el Emperador continúa su
vigilancia eterna. Sus poderosas flotas de combate cruzan las
miasmas infestadas de demonios del espacio disforme, la única ruta
entre las lejanas estrellas. Su camino está señalado por el
Astronómicon, la manifestación psíquica de la voluntad del
Emperador. Sus enormes ejércitos combaten en innumerables
planetas. Sus mejores guerreros son los Adeptus Astartes, los
Marines Espaciales, supersoldados modificados genéticamente. Sus
camaradas de armas son incontables: las numerosas legiones de la
Guardia Imperial y las Fuerzas de Defensa Planetaria de cada
mundo, la Inquisición y los tecnosacerdotes del Adeptus Mechanicus
por mencionar tan sólo unos pocos. A pesar de su ingente masa de
combate, apenas son suficientes para repeler la continua amenaza
de los alienígenas, los herejes, los mutantes… y enemigos aún
peores.
Ser un hombre en una época semejante es ser simplemente uno
más entre billones de personas. Es vivir en la época más cruel y
sangrienta imaginable. Éste es un relato de esos tiempos. Olvida el
poder de la tecnología y de la ciencia, pues mucho conocimiento se
ha perdido y no podrá ser aprendido de nuevo. Olvida las promesas
de progreso y comprensión, ya que en el despiadado universo del
futuro sólo hay guerra. No hay paz entre las estrellas, tan sólo una
eternidad de matanzas y carnicerías, y las carcajadas de los dioses
sedientos de sangre.
Nota de la editora:

De todas las situaciones desesperadas a las que Caín tuvo que enfrentarse, cuando no le

quedaba más remedio que hacerlo, la defensa de Lentonia en 938.M41 seguramente

debe contarse entre las más extrañas. En parte debido a la naturaleza del enemigo, y en

parte a las circunstancias entre las que se encontró atrapado en dichos sucesos.

Le edición de esta parte de sus memorias también ha sido un compromiso igualmente

atípico, ya que durante gran parte de los acontecimientos que describe, fue acompañado

por un testigo ocular inusualmente fiable, cuyo relato he utilizado para completar sus

propias observaciones. También tengo que, en aras de presentar una imagen de lo

ocurrido lo más completa posible, incorporar “a regañadientes” algo de material

adicional procedente de las memorias de Jenit Sulla, que representa un desafío tan

formidable a la paciencia de los lectores como los que ya me he visto obligada a utilizar

hasta el momento, y por el que me siento obligada a pedir disculpas de antemano.

Como de costumbre, he mantenido el relato original de Caín sobre los acontecimientos

tan integro como he podido, manteniendo mis propias interpolaciones al mínimo,

excepto en aquellos hechos donde sentí que era necesario para aclarar una referencia

algo oscura o descartar alguna posible ambigüedad. Aunque, tratándose de Caín, la

ambigüedad era, a menudo, lo más consistente en él.

Amberley Vail, Ordo Xenos.


UNO

Teniendo en cuenta el número de ocasiones en las que se suponía


que un sencillo despliegue resultaba ser cualquier cosa menos eso,
y que yo, con la unidad que me acompañaba, caíamos de golpe en
medio de una desesperada lucha para sobrevivir, el conocimiento de
que habíamos llegado al sistema Lentonia mucho después de que la
guerra hubiera concluido victoriosamente, fue por fin un bienvenido
cambio de ritmo. Si hubiera seguido mis inclinaciones naturales, me
hubiera puesto a hacer volteretas y a gritar “Hurra” de forma muy
visible, sin embargo, como se suponía comúnmente que soy la clase
de idiota al que le gustaba saborear la oportunidad de ponerse en
peligro en el nombre del Trono Dorado, tuve que decidirme por
mostrar un aire vagamente triste, como si estuviese decepcionado
por nuestra buena fortuna. No es que estuviera disfrutando
precisamente ante la perspectiva de las próximas semanas, que
prometían poco más que aburrimiento y mala comida, pero en
comparación con el tipo de emociones a las que estaba
acostumbrado, me gustaría disfrutar de algo de tedio en lugar del,
últimamente demasiado familiar, terror apretándome las tripas.
Sobre todo, porque yo acababa de subir por la rampa de acceso de
la última lanzadera que partía con un enjambre de Tiránidos que
casi llenaba el horizonte pisándome los talones.
-Estoy seguro de que todavía quedan algunos focos de
resistencia que deben ser eliminados- dije, en realidad, intentaba
descubrir dónde estaban localizados y así asegurarme que podía
evitarlos.
-Por supuesto- dijo la coronel Kasteen, pasando un dedo alrededor
del cuello de su uniforme de gala a la manera de una persona que
desearía poder librarse del mismo. Como la mayoría de los
habitantes de los mundos helados, prefería ir casi siempre en
mangas de camisa, reservando los pesados abrigos generalmente
asociados a los regimientos de Valhalla para los entornos
apropiados y había elegido el uniforme de verano para la ocasión;
aunque, si usted me preguntara, le diría que el tiempo en la capital
planetaria parecía claramente otoñal. Oscuras nubes grises se
deslizaban rápidamente a través de un cielo gris claro moteado de
manchas de azul, el olor de la reciente lluvia fue lo primero que
saludó a mis fosas nasales cuando la rampa de nuestra lanzadera
descendió y lamió el rococemento todavía húmedo de la pista, como
si apagara provisionalmente su sed.
A lo lejos, a través de la amplia extensión de la pista de aterrizaje,
columnas de vapor marcaban los puntos donde el resto de nuestras
pesadas lanzadera habían tomado tierra; el carguero requisado en
el que habíamos llegado no tenía, por supuesto, las naves
suficientes propias para desembarcar a un regimiento entero, pero,
en aquellos momentos, los controladores aéreos locales ya habían
adquirido la suficiente experiencia en la descarga de grandes
unidades militares y su equipamiento como para lograr desviar un
verdadero enjambre de ellas para recogernos casi tan pronto como
llegamos a la órbita, yo me había asegurado de estar en la primera
oleada que tocase el suelo. Algo que siempre trataba de hacer
cuando la posibilidad de enfrentarse a una resistencia significativa
era escasa, y que consolidaba mi inmerecida reputación de dirigir
desde el frente, ello me daba una ventaja significativa para elegir
entre los cuartos más cómodos donde iríamos alojados.
-Me imagino que los regimientos que ya están aquí estarán
encantados de poder descansar mientras acaban las últimas
operaciones. De todas formas, ¿quiénes son?
-Vostroyanos, sobre todo- dije, mirando la placa de datos que mi
ayudante acababa de entregarme. Jurgen también se había
acicalado, en la medida que eso era posible, centrando el casco
sobre su cabeza [El típico gorro de piel valhallano sólo solía ser usado con
temperaturas bajo cero, como los abrigos que ha indicado Caín], y cepillándose la

mayor parte de los detritus acumulados en sus irregulares matas de


vello facial que, más o menos, se juntaban formando una barba
repleta de motas de caspa. Sin embargo, a pesar de sus heroicos
esfuerzos, parecía haberse quedado a medio camino de unas
abluciones reales, y me encontré de nuevo cayendo en mi habitual
costumbre de colocarme a contra viento de mi ayudante mientras
hablaba. -Tres regimientos de línea y un grupo de blindados.
Además, el 236º de Tallard llegó un par de semanas por delante
de los demás, tras haber sido desviados de su viaje hacia
Corono para reasignación. Y una unidad Valhallana de apoyo de
fuego- no me importa admitir que mi voz adquirió un ligero tono de
sorpresa en ese punto. -El 12º de Artillería de Campaña- el
regimiento en el que había comenzado mi larga y poco gloriosa
carrera, unos veinte años atrás.
-No lo había visto desde Gravalax- dijo Karteen, aunque si ella
estaba contenta ante la perspectiva de renovar viejas amistades, o
no, era algo difícil de afirmar, ya que en ese momento estaba
luchando contra otro intento del cuello de su camisa por
estrangularla.
-Todos hemos recorrido un largo camino desde entonces- dije,
la coronel asintió pensativa.
-Gracias a ti- dijo ella. -Si no nos hubieras unido cuando lo
hiciste, no habríamos durado ni una semana, y mucho menos
permanecer durante siete años en el filo de la acción. [Cuando Caín
se unió a lo que iba a convertirse en el 597º, en el 931.M41, los dos antiguos

regimientos que lo componen se estaban lanzando, prácticamente, a las gargantas, los

unos contra los otros; normalmente, su relato de este periodo de su carrera pasa por alto

el merito que, sin duda, merece por haberlos convertido en una unidad de combate

eficaz, concentrándose, en cambio, en lo que se percibe como sus egoístas motivos para

hacerlo ]

-Cualquier otro comisario hubiera hecho lo mismo- la dije,


sintiéndome inexplicablemente avergonzado durante un instante,
aunque supongo que muchos de mis colegas hubieran hecho el
trabajo de una manera brutalmente más sencilla (Y, probablemente,
también hubiera terminado en el lado equivocado en un incidente de
fuego amigo, que es lo que suele ocurrir cuando uno incurre en la ira
de un gran número de personas con armas de fuego). Kasteen
parecía que estaba a punto de contestar a mis palabras, pero antes
de que tuviera la oportunidad, Jurgen irrumpió en la conversación
con una tos discreta cargada de flemas.
-Creo que esa es su escolta, señor- mi ayudante sonaba
vagamente ofendido ante la idea, como si de alguna manera alguien
pusiera en duda su capacidad para garantizar nuestra seguridad,
aunque, como se suponía que actualmente este desgraciado
planeta ya estaba pacificado, se trataría, en cualquier caso, de algo
puramente protocolario.
-Sí, creo que tienes razón- estuve de acuerdo, mirando al pequeño
grupo de vehículos que se acercaba. Un coche de superficie,
demasiado grande, negro y brillante, como para ser militar,
flanqueado por dos escoltas en motocicletas. Los pendones que
ondeaban desde los ligeros mástiles fijados a las espaldas de los
motociclistas, hacían juego con los más pequeños que se agitaban
alrededor de la limusina. No reconocí la heráldica, pero parecía
implicar gran cantidad de oro, envolviendo un Aquila Imperial como
una enredadera trepando por la pared. Parecían más bien Arbites
que soldados. [Como muchos viejos y experimentados viajeros de la disformidad,
Caín tendía a utilizar coloquialmente el término “Arbites” para referirse a las fuerzas

del orden locales, así como a los auténticos miembros del Adeptus Arbites; difícilmente

puede ser culpado por esto, dada la desconcertante variedad de nombres de estos

cuerpos en los diferentes mundos. Sin embargo, cuando los auténticos Arbites están

presentes, suelen ser muy puntillosos en la distinción; dado que no menciona a ningún

Arbites en el curso de su relato, parece seguro el asumir que el grupo que normalmente

se esperaría encontrar en un mundo imperial poblado estaba demasiado ocupado para

las relaciones sociales o habían muerto en los combates ]


-Tropas de la casa del Gobernador, señor- dijo Jurgen,
consultando la guía de uniformes en su placa de datos, algo que
supongo que yo debería haber hecho bastante antes; pero, para ser
justos, yo ya estaba lo suficientemente familiarizado con los equipos
de los otros regimientos de la Guardia de nuestro grupo de combate
(Task Force del original) y los miembros de la milicia lentoniana estaban
muertos, o confinados en sus cuarteles, esperando la
correspondiente purga de cualquiera que pudiera haber apoyado el
lado equivocado en la reciente insurrección. Cualquier otra persona
en uniforme o llevando un arma, estaría de nuestra parte o haría
mejor evitándonos, dado nuestro número y potencia de fuego.
-Pensé que habían matado de un disparo al gobernador- le
contesté.
-Eso fue al anterior- dijo Kasteen con una ligera nota de duda en
su voz. Por lo general, teníamos al comandante Broklaw para
informarnos sobre estos pequeños e insignificantes detalles, que él
ya habría fileteado y cribado obedientemente de entre toda la
soporífica ciénaga del material informativo proporcionado por el
Munitorum, para que la coronel y yo no tuviéramos que bucear y
rebuscar entre todo ello por nosotros mismos. Pero Broklaw todavía
estaba en órbita, esperando a que saliera la última lanzadera hacia
el planeta, para asegurarse que nuestro despliegue fuera del todo
correcto y preciso. [Además, el oficial en jefe y el segundo al mando nunca viajan
en la misma lanzadera, para evitar un vacío de mando en caso que la nave sea

]. -Escuché que habían encontrado a un sobrino, o algo


derribada

por el estilo, para relevarle.


-Bien por ellos- dije, con la esperanza de que el nuevo gobernador
fuera mejor mandatario que el anterior titular, que había logrado
despertar a una población pacifica y temerosa del Emperador para
llevarla a la rebelión armada a una velocidad casi indecente tras su
nombramiento. A decir verdad, todavía conocía muy vagamente la
naturaleza exacta de las quejas de la población, pero si el
gobernador antiguo fue fiel a lo normalmente esperado,
posiblemente tuvieran algo que ver con el tratamiento de los
ingresos del diezmo como su cuenta bancaría personal y
posiblemente hubiera mostrado un excesivo interés en las esposas
de otras personas, los esposos, o los animales de sus granjas. [Las
esposas y los maridos, si los rumores son ciertos, pero no el ganado. Ciertamente]. Con

todo, posiblemente Lentonia estaría mejor sin él; pero dejar que la
plebe se salga con la suya en decisiones como está sólo conduce a
empeorar los problemas más adelante, por lo que, como es habitual,
se había llamado a la Guardia para restaurar el orden y repartir los
necesarios castigos entre aquellos a los que pareciera más justo y
conveniente culpar. Por supuesto, todos los cultos locales del Caos
salieron de sus guaridas para unirse a la diversión, aunque, en
cualquier caso, probablemente nos estuvieran ayudando a largo
plazo, proporcionando a los lentonianos un enemigo real contra el
que podrían unirse, fueran cual fueran sus anteriores diferencias.
Mientras estábamos reflexionando sobre estos asuntos, el coche y
su escolta llegó hasta la rampa de acceso, entonces nosotros tres
caminamos a su encuentro. Los escoltas saludaron con milimétrica
precisión, las viseras polarizadas de sus cascos fusionadas casi a la
perfección con la armadura corporal negro brillante que les envolvía.
De repente me encontré suprimiendo un repentino brote de
inquietud cuando devolví el saludo con mi mejor pose de patio de
armas, fue como contemplar a dos fragmentos de sombra
animados. El más pequeño de los dos, cuya complexión me hizo
sospechar de la presencia de una mujer en el interior del caparazón
protector, aunque sin ver el rostro que había detrás de la placa
reflectante era difícil estar seguro, desmontó, revelando una pistola
infierno enfundada en su cintura, sin duda con la intención de
complementar la carabina estibada justo delante del asiento y las
sorpresas letales que habían instaladas en la propia motocicleta.
Ella (por el bien del argumento) dio un paso hacia el coche,
extendiendo una mano, pero antes de que pudiera abrirnos la puerta
de los pasajeros, ésta se abrió desde el interior, empujada por un
hombre joven con una mata de pelo rubio, a juego con una amplia y
acogedora sonrisa.
-Está bien, Klarys, yo me ocupo- dijo, deslizándose por el ancho
asiento para dejarnos sitio. El anónimo soldado se dio la vuelta, a
pesar de su rostro oculto, su lenguaje corporal mostró claramente su
opinión por aquella afrenta a la violación del protocolo; sentimiento
que, a buen seguro, Jurgen compartía. El joven sacó una mano para
saludar. -Jonas Worden, gobernador planetario. Llamadme
Jona. Ya he tenido suficientes “su Excelencia” durante las
últimas semanas para toda mi vida
Kasteen y yo nos fijamos en su gastada chaqueta de piel de grox y
sus pantalones de tela basta, nos miramos dubitativos. Ciertamente,
no se parecía a ningún ungido del Emperador que hubiera conocido
jamás.
-Ciaphas Caín- dije, ocultando mi perplejidad con la facilidad que da
toda una vida de práctica, tomé su mano extendida, asegurándome
de no ejercer toda la fuerza de mis dedos augmeticos. -No tengo
apodo, me temo. En mi profesión se suelen hacer pocos
amigos.
-¿En serio?- el joven me miró, ligeramente sorprendido, luego
sonrió, como si se diera cuenta de que le estaba tomando el pelo. -
Hay un oficial valhallano que se refiere a usted como ‘Cai’. Para
mí, eso suena como un apodo.
-Ese debe ser Toren- dije, antes de mirar hacia atrás, hacia
Kasteen, que estaba sentándose en el mullido asiento ayudada por
la mano extendida. -¿Se acuerda del comandante Divas?- a nadie
más que a él se le hubiera ocurrido jamás usar la forma familiar de
mi nombre de pila, menos mal, porque yo lo detestaba; algo que
Divas nunca logró captar, pese a mis innumerables indirectas
durante los años que estuvimos juntos.
-Por supuesto- dijo Kasteen, mientras me acomodaba en el asiento
frente a ella y el joven. Me pregunté cual de los gabinetes de
madera pulida montados en las paredes ocultaba un decantador. -
Un oficial sutil- dijo sonriendo, disfrutando claramente con mi
desconcierto.
-No se parece mucho a un gobernador- dije, decidido a jugar el
farol de hombre de acción. Por lo general funcionaba bien con los
civiles que pensaban que sabían qué clase de hombre era, y tenía la
intención de utilizar esa técnica mucho en las próximas semanas.
No estaba precisamente contento por ser arrastrado a un viaje
turístico político y que me condenen si iba a ser más amable de lo
que tenía que ser.
-Bueno, tampoco me siento como uno- dijo Jona, con una
sinceridad encantadora, y me encontré con el repentino peligro de
que me gustara su franqueza. -Yo solía redactar noticias para la
“Luz de la Verdad” [Una agencia de noticias local bien considerada] antes de
que algún gracioso de mierda me sacara de allí para
arrastrarme hasta el Palacio.
-No pudo ser una gran sorpresa- le dije. -Si usted estaba
próximo en la línea…
Jona se rió. -Ni mucho menos. Mi madre les volvió la espalda a
todos ellos hace más de treinta años. Si no fuera por ella, yo no
estaría aquí.
-Ya veo- le dije, aunque no entendí demasiado, la verdad. -Todavía
había mucho resentimiento con el resto de la familia, lo
comprendo.
-Lo que es seguro es que ahora si los hay- sonrió. -¿Por qué
cree que el Consejo de la Ley Marcial me atrapó con este
trabajo?
-Esto es solo una suposición, ¿no sería por qué usted era el
único miembro de la familia que no lo quería?- dije, él asintió.
-Ellos estaban luchando por el puesto como ratas en un saco.
Hice algunos buenos artículos sobre el tema- empezó a sacar
una maltrecha placa de datos, luego se lo pensó mejor, sin duda al
adivinar que, de todos modos, no iba a significar demasiado para
nosotros. -Tráfico de influencias, difamaciones, todo unido en
un grupo que no se detenía ante nada. Vendía gran cantidad de
periódicos- luego suspiró, la animación que se había apoderado de
él desapareció nuevamente, agitó una mano en un gesto de asco
hacía todo el lujo que nos rodeaba. -Ahora estoy en medio de
todo esto. El consejo tiene un pobre sentido del humor.
Pero si un buen conocimiento de lo práctico, pensé. En mi
experiencia, las únicas personas en las que se puede confiar para
ejercer el poder son aquellas que no lo desean sobre cualquier otra
cosa. Sin embargo, antes de que pudiera decir nada sobre ello, la
sombra de mi ayudante llenó la puerta y su particular “bouquet” fluyó
delante de él, llenando el coche. Jona retrocedió.
-Jurgen- dije diplomáticamente -¿le importaría seguirnos con el
Salamander? Estoy seguro de que su exce… nuestro anfitrión
tiene suficientes ocupaciones como para llevarnos a nuestros
alojamientos una vez que la reunión haya terminado.
-No es ningún problema- dijo el joven, en la educada y reflexiva
forma que alguien usa cuando no sabe qué decir, aún demasiado
sorprendido por la aparición de Jurgen como para sentirse ofendido
por el uso del término que tanto detestaba.
-Muy bien, señor- contesto Jurgen, y tras algo parecido a un
saludo, cerró la puerta. Jona se sacudió como si se despertara de
un letargo. -¿Qué era eso?
-Mi ayudante- dije, sin querer dar más explicaciones de las
necesarias. -¿No deberíamos irnos ya?
-Supongo que sí- estuvo de acuerdo Jona. -¿No quiere esperar a
que carguen y esté listo su transporte?
-Ya nos alcanzará- le aseguró Kasteen, que conocía los vigorosos
modales de Jurgen con cualquier cosa con motor, claramente
preocupada por la mejor manera de evitar el viaje a los cuarteles
con mi ayudante.
-Bien, si está seguro- el gobernador tocó un control de vox. -
Volvamos a la fábrica de gas, Fossel- debió haber captado la
mirada de interrogación entre Kasteen y yo, porque inmediatamente
añadió -el Concilium- [Una contracción coloquial de “Basílica Concilium”, el
lugar de reunión del consejo asesor del gobernador y, de facto, la sede del gobierno]

para que le entendiéramos. El chofer, invisible, detrás de un


espejado cristal blindado nos puso suavemente en movimiento.
El viaje fue cómodo, sobre todo comparándolo con el estilo de
conducir de Jurgen, y a pesar de los intentos de nuestro anfitrión
para entretener el trayecto con una educada conversación sobre mis
próximas tareas, me pareció imposible relajarme y disfrutar del lujo
que nos rodeaba. Aparte de la manifiesta excentricidad del joven, ir
a reunirse personalmente a un puerto espacial con los oficiales de la
Guardia Imperial no es del tipo de cosas que suelen hacer los
gobernadores planetarios, era incómodamente consciente de que su
anterior profesión le convertía en un astuto juez de las personas, y
es más que probable que supiera ver más allá de la fachada que,
por lo general, yo presentaba a la galaxia. Además, ya había estado
en los suficientes vehículos similares a este como para ser
perfectamente consciente del tentador blanco que ofrecían. Aún
había descontentos en libertad, el propio Jona lo había admitido, e
incluso, aunque no tuvieran idea de quién iba dentro de este
brillante coche tan grande, debía ser claramente alguien con
influencia y riqueza. Estar protegido sólo con un par de escoltar era
el equivalente a remolcar un cartel en el que se pudiera leer
“¡Mátame!”, de hecho, yo había sido blanco de un intento de
asesinato en un vehículo como este en Pererimunda, aunque, para
ser justos, en aquella ocasión yo fui la desafortunada víctima de un
error de identidad. [El objetivo real era el jefe de los Arbites local, que había
enviado su coche a Caín como gesto de cortesía]

En consecuencia, estaba prestando gran atención a nuestro entorno


cuando salimos de las afueras de la sombría extensión del puerto
espacial y comenzamos a adentrarnos en las periferias de la ciudad.
Al igual que muchos mundos predominantemente urbanos, la
conurbación principal estaba junto a la frontera de la pista de
aterrizaje, los bloques de viviendas exteriores estaban protegidos de
las consecuencias de un accidente o de una explosión por un
grueso y alto muro, el cual atravesamos a través de un corto túnel.
No es extraño que se convirtiera en una fortificación formidable, que
los rebeldes habían tratado de mantener contra las fuerzas
imperiales atacantes, lo que provocó gran cantidad de daños, sobre
todo cuando mis viejos compañeros de 12º de Artillería de Campaña
alistaron sus Earthshakers (pieza de artillería estándar de la Guardia Imperial, con
un calibre de 132mm y un alcance de 15 Km, nt) y los pusieron en
funcionamiento.
Profundos cráteres en el interior de los muros y terraplenes
derrumbados marcaban claramente los lugares donde habían
estado situadas las principales fortificaciones. Los proyectiles
habían destruido los bloques de viviendas próximas alrededor del
perímetro, y con las primeras luces del amanecer nos encontramos
atravesando el sombrío interior de fachadas derruidas y escombros
esparcidos, a través de los cuales la carretera, parcheada a toda
prisa, cortaba como el cuchillo de un destripador. Al principio pensé
que esos parajes estaban abandonados, pero eso fue antes de
vislumbrar a lo lejos ocasionales lonas estiradas o el humo de
improvisadas cocinas, lo que traicionaba la presencia de habitantes,
que luchaban por sobrevivir con lo que pudieran encontrar entre las
ruinas.
-“Sin techo”- dijo Jona, al notar la dirección de mi mirada. -No dan
problemas, a menos que se produzcan disturbios por la
comida. La mayoría de ellos sólo quieren que los dejen en paz.
-¿La mayoría de ellos?- le pregunté, con mi paranoia funcionando
a toda velocidad, y el gobernador se encogió de hombros. -Hay
algunos alborotadores y grupos de pandilleros peleándose por
el territorio. Pero la situación no mejorará hasta que no se
reactive la milicia local.
-Me alegra oír eso- le dije, un tanto aliviado, pero manteniendo mis
manos cerca de mis armas. Estaba empezando a ver movimiento
entre las destrozadas paredes, cada vez con más frecuencia, me
pregunté si no hubiera sido mejor idea esperar al resto del
regimiento.
-¿Por qué estamos frenando?- preguntó Kasteen, soltando la
solapa de su pistolera, yo me apresuré a seguir su ejemplo; ambos
habíamos pasado la mayor parte de nuestras vidas en zonas de
guerra y sabíamos, por amargas experiencias, que incluso los
indicios más sutiles de problemas no debían ser ignorados.
Jona parecía tan desconcertado y casi tan nervioso como la mayoría
de los civiles cuando sus invitados sacan armas inesperadamente
en un espacio cerrado. Por el momento dejé envainada mi espada-
sierra, ya que en un espacio cerrado, sería más peligrosa para
nosotros que para un posible atacante. -No tengo ni idea- dijo y
activó el vox. -¿Fossel?
-La carretera está bloqueada- nos informó el chofer, sonando más
irritado que preocupado. -Hay delante de nosotros un grupo de
gente.
-¿Armados?
-Ninguna a la vista- una voz femenina le interrumpió, Klarys
supuse. -Solo están dando vueltas. Probablemente sea un
mercado de alimentos. Avanzando para desalojarlos.
-¿Podemos ver algo desde aquí?- preguntó Kasteen, un momento
antes de que yo pudiera hacer la misma pregunta y el gobernador
tocó un mando. Con un chirrido, la partición se retrajo, revelando a
nuestro conductor, vestido con la misma armadura que los escoltas,
pero sin casco. Más allá, la carretera ahora era visible, bloqueada
por veinte o treinta civiles harapientos. Era difícil distinguir los
detalles, las sombras eran abundantes y tenían profundad, pero
parecían enfermizos, su piel pálida, sus movimientos lentos y
descoordinados. De pronto, me encontré agradeciendo la carrocería
blindada que nos rodeaba, porque no tenía ninguna duda de que
sería a prueba de cualquier tipo de arma que esa muchedumbre,
curiosamente pasiva, pudiera poseer.
Ni uno solo reaccionó cuando los motoristas se abalanzaron sobre
su posición, nada más allá de girar lentamente sus cabezas para ver
como se movían, los escoltas se detuvieron a pocos metros de
distancia, con los motores de sus máquinas acelerando, y les
ordenaron que se dispersaran. Siguieron sin reaccionar, y de pronto,
las palmas de mis manos comenzaron a hormiguear, una
advertencia de mi subconsciente que había aprendido a tomar en
serio a lo largo de los años.
-Retiraos- advertí a los escoltas, esperando que vox fuera capaz de
transmitir mis palabras, pero aunque así fuera, ya era demasiado
tarde; de repente, toda la multitud comenzó a moverse, como un
solo grupo de viscosa y degenerada humanidad, saltando hacia
adelante para engullir a los pilotos antes de que cualquiera de ellos
pudiera reaccionar. Ambos soldados trataron de salir maniobrando
sus máquinas, pero no tenían espacio para girar las pesadas
motocicletas. Vimos, impotentes y horrorizados, como fueron
arrancados de sus monturas y abrumados por la simple fuerza del
número, desapareciendo en la turba sin fondo como si hubieran sido
absorbidos por un enjambre de Tiránidos.
-Lo que se temía- soltó Jona, reconociendo un problema en cuanto
lo veía, lo cual no era de extrañar dada su antigua ocupación.
Lamentablemente, el chofer nos había mantenido moviéndonos
hacia adelante lentamente, confiado de la capacidad de sus
camaradas para despejar el camino, y cuando metió de golpe la
marcha atrás, los engranajes chirriaron de una manera que incluso
hubieran hecho estremecerse a Jurgen, la marea de cuerpos ya
rodeaba nuestro frágil refugio. El coche chocó, pasando sobre varios
obstáculos flexibles, antes de ir a impactar con uno de los
arruinados bloques con un agudo gemido de metal. Incapaz de ver,
nuestro conductor se había subido a la acera y embistió uno de los
grandes montones de escombros.
-¿Cómo de sólida es esta cosa?- pregunté, retirando el seguro de
mi pistola láser, mientras Kasteen introducía un cartucho en la
recámara de su pistola bólter y hacía una llamada urgente para
solicitar refuerzos con su comunicador. Refuerzos, que ambos
sabíamos, era muy poco probable que llegaran a tiempo.
-Lo suficientemente sólida- dijo Jona, aunque yo lo dudé; la pistola
bólter de la coronel podría abrir un agujero a través del cristal
blindado de la ventana, aunque al hacerlo desde el interior, nos
dejaría sordos, eso por no hablar de que llenaría el habitáculo de
fragmentos de vidrio afilados como navajas. Sin embargo, nuestros
atacantes no parecía que tuvieran ningún tipo de arma, así que
conseguir perforar el habitáculo les llevaría bastante tiempo.
O no. Con los ojos en blanco, ignorando el daño que se estaban
haciendo así mismos, se mantuvieron golpeando la carrocería sin
descanso, arañando el metal y el cristal blindado en su
inquebrantable determinación por entrar. En la ventana más cercana
a mi cabeza, un enloquecido alborotador estampaba repetidamente
su cabeza contra ella, manchas de sangre y de tejido cerebral
mancharon la, hasta hace poco, transparente superficie.
Lo más inquietante de todo era su silencio. A lo largo de su frenético
ataque, ninguno de ellos dijo una sola palabra, aunque dado su
comportamiento eso no era de extrañar; había visto cosas en el pelo
de Jurgen que mostraban más signos de inteligencia. Incluso los
sonidos de sus movimientos eran inaudibles, amortiguados por el
grueso blindaje que nos rodeaba.
-¡Están locos!- dijo Kasteen, más como una desapasionada
evaluación táctica que como una expresión de alarma, a pesar de su
vehemencia.
-O están completamente colocados con drogas de combate-
agregué, aunque de donde las hubieran conseguido estaba más allá
de mi conocimiento. Me volví hacia el gobernador, que miraba pálido
y estaba hiperventilando, mala señal, ya que, así, de pronto, no se
me ocurría pensar en peores circunstancias que estar atrapado en
un espacio reducido con un civil presa del pánico. -¿Alguna de las
bandas de pandilleros locales utilizan “slaught”, “zerk”, o
cosas por estilo?
-No, no lo creo.
Como yo espera, responder a una pregunta simple y directa lo trajo
algo de vuelta, y aproveche la ocasión.
-Es un redactor acostumbrado a rebuscar informaciones,
¿verdad? Si hay cualquier cosa inusual, usted sabría algo.
Él negó con la cabeza, aunque si era para negar o para intentar
despejarse es algo sobre lo que sólo podía conjeturar. -El último
año o así, ha estado repleto de historias salvajes- me dijo. -La
insurrección, a continuación aparecieron los herejes, incluso se
suponía que había psíquicos entre ellos, pero, en realidad,
nadie ha visto nada sobre esto último- todo el coche comenzó a
balancearse, un hecho que no me gustó lo más mínimo.
-Están subiendo al techo- dijo Kasteen, preguntándose claramente
si debería disparar su pistola a través de él para desalojarlos, antes
de decidirse a olvidarlo, para mi gran alivio. El blindaje superior sería
el más débil, para ahorrar peso, pero lo suficientemente fuerte como
para rebotar la fuerza de la explosión contra nosotros. Por su parte,
el suelo había sido considerablemente reforzado, contra las minas,
bajando el centro de gravedad del coche, di las gracias al Trono por
ello, ya que se hubieran abierto paso hasta nosotros de no ser así.
Efectivamente, los golpes contra el metal se hicieron más fuertes, y
en el techo comenzaron a formarse unas amenazantes abolladuras.
Separado de nosotros por el cristal blindado, el chofer sacó una
escopeta de combate de debajo de su asiento y la cargó con un
ominoso “clak”, anticipando que el final llegaría en cuestión de
momentos.
Yo estaba a punto de encomendar mi espíritu al Emperador,
esperando que no hubiera prestado demasiada atención a mis
actividades durante mis últimos tiempos, cuando el mundo que nos
rodeaba estalló en un parpadeante resplandor anaranjado. Llamas
abrasadoras envolvieron el coche inmovilizado, abrasando y
fulminando a nuestros atacantes, que perdieron sus garras junto a
su musculatura. Los huesos desnudos aparecieron entre la carne
crepitante, sus cráneos nos miraron con lascivia antes de
desaparecer; luego, la tormenta cesó tan bruscamente como había
comenzado.
-¿Está bien, señor?- preguntó Jurgen, su familiar y bienvenida voz
llenó mi comunicador personal, mientras él conducía el Salamander
a toda velocidad, para detenerse estremeciéndose en medio de una
ventisca de alquitrán arrancado por sus orugas. Nos envió un alegre
saludo desde el afilado borde dentado, era lo que quedaba de la
parte superior de la escotilla del conductor, arrancada por un
Cárnifex que deseaba llegar hasta él durante nuestra desesperada
huida a un lugar seguro. Al parecer, y como era de esperar, los
ingenieros del regimiento habían concentrado sus esfuerzos en
arreglar los Chimeras, mi transporte personal tendría que esperar su
turno, todo en nombre de la eficacia operativa.
-Bien- pateé la puerta del coche, ésta se abrió instantáneamente,
saqué mi espada-sierra mientras salía; alrededor del coche seguían
ardiendo charcos dispersos del promethium de la descarga del
lanzallamas pesado, eso por no hablar de los numerosos cadáveres
que todavía ardían. Si el tanque de combustible del vehículo se
hubiera roto, todo podía haber acabado en un instante. Nadie me
atacó, aunque no podía decir si alguno de los agresores aún vivía y
estaba corriendo por la carretera, puesto que la espesa nube de
hediondo humo, procedente de la inmolación de sus compañeros,
ocultaba la mayor parte de nuestro entorno.
Ahora que parecía haber escapado a compartir su suerte, tenía una
imagen que mantener, así que miré a Kasteen, Jona y el
boquiabierto chofer, hice un floreo apropiado y heroico con mi
espada y les hice una seña. -Todo despejado- les dije, y eche a
perder el gesto con una tos cuando me alcanzó una bocanada de
humo grasiento.
-Afortunadamente, el blindaje aguantó- dijo Kasteen, moviendo la
cabeza en dirección de Jurgen.
-Di por hecho que lo haría- contestó flemáticamente mi ayudante. -
Si no lo hubiera creído así, habría tenido que utilizar el bólter
pesado para rascarles a esos del coche.
-Supongo que es mejor así- estuve de acuerdo, incapaz de criticar
su lógica, tras envainar la espada-sierra, me di la vuelta hacia el
gobernador. -Parece que es mí turno, les ofrezco mi transporte.
-Se lo agradezco- me aseguró el joven, inclinándose para entrar en
la parte trasera del compartimento de tropa del Salamander,
mientras su chofer hacia guardia con la escopeta, mirando a
izquierda y derecha, con el pánico apenas contenido en su rostro.
-Deberíamos echar un vistazo a los motoristas- dijo Kasteen,
encabezando el camino hacia los restos de las motos.
Consciente de nuestra audiencia, empecé a seguirla, a pesar del
impulso casi abrumador de trepar a bordo del vehículo de
exploración y alejarme lo más posible de esta tierra baldía y
marchita. Mientras me acercaba al cuerpo más cercano, Jurgen se
unió a mí, sostenía su fusil láser, listo para usarlo; acompañado,
como no, de su distintivo y áspero olor que llegó hasta mí sobre el
hedor de los crepitantes cadáveres.
-Desagradable- comentó Jurgen, mientras miraba hacia abajo, yo
asentí. El más alto de los dos escoltas había sido parcialmente
protegido por su armadura de la furia de la multitud, pero fue
claramente insuficiente. Su cabeza formaba un ángulo que sólo era
posible si se tenía el cuello roto, varias de las placas de su coraza
externa habían sido arrancadas limpiamente, quedando al
descubierto la carne del interior; y la condición en la que estaba ya
había sido resumida con precisión por parte de mi ayudante.
Después de todo lo que he visto en muchos lugares, se necesitaba
mucho para revolver mí estomago, pero esas heridas, con los
huesos al descubierto lo hizo bastante bien, sobre todo porque no
tenía ninguna duda de que yo hubiera sufrido un destino similar si mi
ayudante no hubiera intervenido tan oportunamente. -¿Eso son
marcas de mordeduras?- pregunté, incrédulo, aunque la respuesta
era bastante obvia, incluso después de una inspección más que
superficial, la forma en la que se había rasgado la carne era
demasiado característica.
Jurgen asintió. -Parece que si- acordó conmigo, tan incapaz como
de costumbre de reconocer una pregunta retórica.
-¡Este está con vida!- llamó Kasteen, previniendo cualquier otro
comentario que podría haber hecho, y nos apresuramos a unirnos a
ella. A Klarys la había ido algo mejor, era evidente, había tenido
tiempo de desenfundar su pistola infierno y derribar a uno o a dos
antes de ser arrastrada a tierra. Pese a todo, estaba inconsciente y
sus heridas visibles apenas eran menos graves que las de su
fallecido compañero.
-No por mucho tiempo- dije, mientras Jurgen sacaba un medi-pack
(Botiquín nt) de la colección de bolsos y macutos con la que
habitualmente estaba adornado y empezó a remendar las peores
heridas. -A menos que la llevemos pronto a un medicae.
Kasteen asintió. -Lo haremos- dijo gravemente. -Luego enviaré a
dos pelotones para que peinen esas ruinas- la coronel negó con
la cabeza, todavía sin creerse la evidencia que tenía ante sus ojos. -
Caníbales en el corazón de una capital Imperial. Es intolerable.
-La desesperación puede llevar a la gente a hacer casi cualquier
cosa- contesté, aunque si debía hacer caso al hormigueo de mis
palmas, había algo mucho más profundo y oscuro en el corazón de
Lentonia. Sin embargo, ese “algo tan oscuro”, era lo que todavía
tenía que descubrir.
DOS

Entre una cosa y otra, la recepción oficial en el Concilium comenzó


bastante tarde. Como la mayoría de edificios sede de gobiernos
locales, el exterior del enorme edificio estaba vulgarmente sobre-
ornamentado, por lo que los plebeyos locales quedarían, sin duda
alguna, extasiados por el poder de sus gobernadores y superiores;
había más en el interior, con el fin de producir el apropiado temor en
aquellos que se aventuraban dentro para efectuar una petición ante
los funcionarios del Administratum que abarrotaban el lugar, o a
pagar sus diezmos. Sin embargo, el efecto sobre Kasteen y sobre
mí fue más bien el contrario, debido a que ya habíamos visto todo
esto antes, donde lo único notorio era el deslustrado dorado de las
máscaras mortuorias de las difuntas lumbreras locales (el inmediato
predecesor de Jona era el gran ausente) y el excesivo número de
hilos deshilachados que colgaban de tapices decolorados que
conmemoraban triunfos olvidados hacía ya mucho tiempo. Si Jurgen
tenía una opinión al respecto, se la guardó para sí mismo y,
simplemente, se dedicó a abrirnos paso hacia la puerta entre la
multitud de balbuceantes picto-grabadores y escribas con su
sombría determinación, la culata de su fusil láser y el ariete de su
perenne halitosis.
Más de un centenar de cabezas se volvieron hacia nosotros cuando
entramos en el amplio y alto salón de recepciones, el cual, para mi
total falta de sorpresa, se parecía mucho a un garito con
pretensiones a un aire de sofisticación. Al ver una mesa con comida,
me dirigí hacia ella lo mejor que pude a través de la avalancha, la
mayoría de cuyos componentes parecía querer un apretón de
manos o una palabra; recordándome a mí mismo que estaban aquí
por mi “heroica” persona y que abrirme camino con mi espada-sierra
sería posiblemente una muy mala idea, sonreí y asentí como un
autómata, fingiendo recordar nombres y rostros, ninguno de los
cuales me impresionó lo suficiente como para que durara más allá
de unos segundos de la ruptura del contacto visual. Cuando
finalmente llegué hasta las viandas, me di cuenta de que no debería
haberme molestado, parecía que Jona no exageraba sobre el
alcance de la escasez de alimentos que había mencionado durante
nuestro viaje hasta aquí. Si la parte alta de la escala social estaba
arreglándose con unos alimentos tan básicos, sólo el Trono sabía lo
que los plebeyos estaban comiendo, con la enorme diferencia que
había entre unos y otros. De repente, las evidencias del canibalismo
con las que nos habíamos encontrado me parecieron menos
sorprendentes, aunque la misma idea todavía revolvía mi estómago.
En la mesa había pocas cosas que compensaran el esfuerzo
requerido para llegar hasta ella, sin embargo, un humeante samovar
situado en uno de sus extremos exudaba el bienvenido olor de la
tanna con un tenue silbido del vapor, sin duda con la intención de
hacer sentirse como en casa al contingente de Valhalla. Seguí a mi
nariz a través de la carrera de obstáculos de los uniformes
escarlatas Vostroyanos, mezclados con las túnicas de Tallarn y las
vestiduras bastante más ornamentadas usadas por los funcionarios
y nobles locales, me lancé hacia la tetera, mientras el gobernador
hacia todo lo posible para hacerse oír por encima del murmullo de
las conversaciones.
-Lamento llegar tarde- dijo, su voz aún temblaba ligeramente. Yo vi
su cara algo verdosa, aunque no podía estar seguro si eso era
resultado del ataque que habíamos sufrido o por su primera
experiencia como pasajero de Jurgen. -Fuimos atacados- continuó.
El joven gobernador siguió hablando, dando la impresión al resto de
la audiencia que yo había saltado del coche, me había enfrentado
sólo a toda la multitud y me había deshecho de ellos sin la menor
ayuda. Mientras hablaba, yo dirigí mi atención hacia la tanna.
-¡Cai!- me llamó una voz familiar. Una mano se posó sobre mi brazo
y me volví, seleccionando una adecuada expresión de agradable
sorpresa.
-¡Toren!- efectivamente, era Divas, con un tazón de tanna en su
mano, sonriéndome con aquella expresión de cachorrillo que yo tan
bien recordaba. -Me preguntaba si estarías por aquí- para mi
propia sorpresa, encontré que no me costaba nada mostrar un gesto
de alegría. Era evidente que los años que habían pasado habían
sido amables con él, los mechones grises alrededor de las sienes no
se habían extendido demasiado, y las arrugas de su rostro eran
todavía lo suficientemente débiles como para ser apenas
perceptibles.
-Sabía que finalmente se uniría a nosotros- sonrió Divas. -Una
vez que se hubiera aburrido de su trabajo de perseguir herejes,
como es su costumbre- esa era una de las razones por las que
toleraba su compañía; a pesar de estar en mejor posición que la
mayoría para haber visto más allá de la fachada que tantas
molestias me había tomado yo para presentar a la galaxia, él se
creía completamente todo lo referente a mi heroica personalidad
pública. Tal vez fuera porque estaba irritado por la falta de
oportunidades de enfrentarse directamente al enemigo que le
brindaba su servicio en un regimiento de artillería, que, por lo
general, guardaba una distancia de seguridad de varios kilómetros
entre ellos y los adversarios [Esa fue la razón por la que Caín se unió a ellos,
justo, al principio de su servicio] y por haber estado tangencialmente

relacionado con mis hazañas, lo que le permitió experimentar


algunas pocas emociones.
-Mis esfuerzos han sido mínimos, comparándolos con lo que tú
y el resto de regimientos habéis hecho- le contesté. Por lo que
podía ver, todos los altos oficiales de los regimientos de la Guardia
Imperial presentes en el planeta se hallaban reunidos en el salón,
junto a sus comisarios, los altos mandos de la milicia local, y la
habitual y aleatoria mezcla de notables locales. A la mayoría de los
militares se les veía ojerosos y demacrados, al borde del
agotamiento, lo cual no era de extrañar; los combates se habían
concentrado alrededor de Viasalix, ya se sabe, quien controla la
capital, controla el mundo, y la lucha urbana contra un enemigo que
conoce perfectamente el terreno es difícil y encarnizada, una
campaña de desgaste. No tenía la menor duda de que se alegrarían
de dejar las últimas operaciones de limpieza al 597º y tomarse la
oportunidad de descansar un tiempo antes de pasar a la siguiente
batalla. Kasteen estaba conversando con el coronel Mostrue, el CO
del 12º de Artillería de Campaña (CO, oficial al mando, nt), que parecía
haber cambiado muy poco; al ver que estaba mirando en su
dirección, me hizo un cortante saludo con la cabeza, antes de volver
a lo que parecía un urgente debate con la coronel, informándola de
todo aquello que no figuraba en nuestras pizarras informativas.
-Hemos recibido una buena paliza, tenemos muchas bajas-
admitió sobriamente Divas. -Un par de los regimientos
Vostroyanos están casi a la mitad de sus efectivos, y el 12º
también ha sufrido bastante. No tanto como los otros, por
supuesto, pero aún así…- y se encogió de hombros.
-¿Realmente han sido tan feroces los combates?- le pregunté,
tratando de recordar los daños producidos por la batalla que
habíamos visto durante nuestro viaje. Había zonas destrozadas, por
supuesto, pero todas en torno a objetivos estratégicos obvios, y ni
rastro de la extensa devastación que se habría esperado si la
Guardia hubiera recibido algo similar a una paliza.
Divas negó con la cabeza. -Ha sido una especie de enfermedad
local- dijo. -Primero golpeó a la milicia, y luego se extendió
entre la Guardia- parecía que estaba a punto de decir algo más,
pero antes de que pudiera hablar, Jona atrajo la atención de todos
sobre mí, con un movimiento de su mano.
-De cualquier forma, finalmente conseguimos llegar- concluyó,
su aliento y su color recuperado por una gran taza de recafeína y
algo parecido a un pastel pegajoso, los últimos restos los lamió de
sus dedos antes de continuar. -Gracias al comisario Caín-
momento en el que todas las caras se volvieron hacia mí.
-Me temo que el gobernador exagera- dije, consolidando así
amablemente la historia ante mi auditorio; con la posible excepción
de Mostrue, que nunca se había creído mi reputación de valor, y que
se había pasado la mayor parte del tiempo que estuve con su
regimiento dándome codazos hacia algún peligro para que probara
mi valor. -Pero, por lo menos, ahora puedo permanecer con mi
cabeza erguida ante tan valerosa compañía, después de haber
visto un poco de acción en Lentonia- como yo esperaba, fui
recompensado con un murmullo de educadas sonrisas.
-Todos ustedes son dignos de los mayores elogios- dije,
sintiendo como si me hubieran traído hasta aquí para darles una
palmadita en la espalda y que todo el mundo se sintiera apreciado,
lo cual sería un buen comienzo para terminar el trabajo tan pronto
como fuera posible. Eso por no hablar de la tranquilidad de la
población de Lentonia, para que se sintiera nuevamente segura
dentro del abrigo del Imperio, y para que cualquiera que pudiera
albergar simpatías heréticas se lo pensara un par de veces.
Llené un tazón con tanna y se lo entregué a Kasteen, volviendo
nuevamente al círculo del gobernador, que junto a la mayoría de los
otros oficiales de la Guardia Imperial, parecían tener aún más ganas
de conocer a la coronel que a mí. (Por lo cual apenas se les podía
culpar, ya que las mujeres atractivas en la Guardia Imperial son una
autentica rareza)
-Toren me estaba hablando de ese misterioso problema- la dije.
-¿Supongo que esa será la verdadera razón por la que la milicia
esta aún acuartelada?
-Efectivamente- asintió Jona. -Si los desplegamos para mantener
la paz antes de estar seguros de que no están infectados, lo
único que podríamos conseguir es difundirla entre la población
civil.
-¿Un arma biológica?- preguntó Kasteen, un instante antes de que
yo lo hiciera; una enfermedad que parecía afectar sólo a los
soldados, dejando intactos a la mayor parte de los civiles, también
me parecía una coincidencia sospechosa.
El coronel de uno de los regimientos Vostroyanos, con un
extravagante y erizado bigote, negó con la cabeza. -Es lo primero
en lo que pensamos. Pero el despliegue de algo como eso está
mucho más allá de las capacidades de los insurgentes.
-A menos que fuera obra de alguno de los cultos del Caos-
sugerí. -¿Alguno de ellos sigue activo?
-Completamente limpio- me aseguró el coronel del regimiento
Tallarn, antes de añadir -habríamos visto las señales de no ser
así.
-Estoy seguro de que así hubiera sido- estuve de acuerdo. Los
Tallarn se encuentran entre los seguidores más devotos del
Emperador de la galaxia, si alguien era capaz de detectar rastros de
alguna herejía, no había duda de que eran ellos.
-Una desafortunada coincidencia, por lo tanto- le contesté,
aunque mi paranoia innata seguía teniendo dificultades para
aceptarlo y siguió preocupándome a pesar de mis esfuerzos para
conseguir tranquilizarla. En lo cual, estoy obligado a decir, fallé; lo
cual, visto como iban a ponerse las cosas, probablemente no fuera
malo.
Nota de la editora:

En este punto se produce una omisión de los hechos, típica en las memorias de Caín,

retornando la historia después de un vacío de varios días. El siguiente extracto puede,

en cierta medida, remediar esta deficiencia.

De ‘La Liberación de Lentonia’ por Jonas Worden, manuscrito


inacabado.
A pesar de su evidente reticencia a separarse de su regimiento, el
comisario Caín siguió la senda del deber, como yo ya sabía que
haría, una vez que le tomé medida como hombre. Antes de nuestra
primera reunión yo albergaba algunas dudas, sabía que las
reputaciones pueden llegar a ser muy exageradas, pero las enterré
en el momento que le vi salir de nuestro coche inmovilizado sin la
menor vacilación, resueltamente decidido a defendernos de
cualquier nuevo ataque y sin pensar para nada en su propia
seguridad.
En consecuencia, aunque le irritó claramente ser festejado en
público, desperdiciando así un tiempo que hubiera preferido pasar
llevando la justicia del Emperador a aquellos determinados a
prolongar el conflicto, se dedicó a los deberes ceremoniales que le
habíamos preparado tan tenazmente como lo habría hecho en el
campo de batalla.
La estratagema fue un éxito indudable, a pesar de que la situación
sobre la que tenía la intención de desviar la atención iba de mal en
peor. A pesar de los esfuerzos combinados de los medicae y de los
Magos Biologis, no se encontró ningún tratamiento eficaz para el
virus que había abatido a tantos valientes guerreros, el resto de las
víctimas se encontraban en estado de coma o con fuertes delirios,
en función de su nivel de sedación. Peor aún, a pesar de la rigurosa
cuarentena a la que habían sido sometidos todas las victimas
confirmadas, cada día se producían nuevos casos.
Una semana después de su llegada, sólo el 597º de Valhalla
permanecía libre de la enfermedad, pero nadie esperaba que tan
feliz estado de las cosas durara mucho más tiempo.
TRES

-Esperemos que esto no sea una visión de nuestro propio


futuro- me murmuró Kasteen, mirando con tristeza la hilera de
ataúdes que teníamos frente a nosotros en el presbiterio de la
catedral. Nunca he sido dado a molestar al Emperador con
peticiones para mí, pero en el curso de mis deberes había sido
arrastrado a los suficientes lugares de culto como para saber
apreciar la grandeza de los ornamentos de este templo en particular,
los elevadísimos arcos de la nave se unían sobre nosotros,
oscurecidos por las sombras y las crecientes nubes de incienso,
mientras que los iconos del Emperador y sus benditos santos
atestaban toda la superficie disponible. Había un total de doce
ataúdes de madera pulida, cada uno de ellos contenía los restos de
un oficial y el de un soldado de línea seleccionados al azar entre las
bajas de cada uno de los seis regimientos que habían puesto fin a la
rebelión. Una digna alabanza al Trono Dorado con todo el
ceremonial posible como reconocimiento simbólico del sacrificio de
todos los caídos. Sólo el Trono sabía que había sucedido con el
resto, aunque yo sospechaba que habían sido enterrados con más
respeto por la velocidad que por las sutilezas.
-¿Ha aparecido ya algún caso de la enfermedad en el 597º?- la
pregunté, moviéndome en el banco de madera de hierro, que era
terriblemente incomodo, y reajustando la vaina de la espada-sierra a
mi alrededor por milésima vez, en un esfuerzo fracasado de
antemano de encontrar un lugar donde no se clavara en la parte
más delicada de mi muslo. La Eclesiarquía había sido
predeciblemente desdeñosa sobre el número de armas cortas que
los fieles habían traído con ellos, pero en el caso de los soldados al
ser tan parte de los uniformes de gala como las trenzas o las plumas
de los sombreros, no les quedó otra que aguantarse.
Para mi alivio, la coronel negó con la cabeza. Me había pasado las
últimas dos semanas recorriendo toda Lentonia apretando manos,
inspeccionando tropas, inaugurando edificios, con sólo un aburrido
descanso por las tardes posando para un retrato, en el que parecía
estar agitando una fregona alrededor del piso; el artista me había
asegurado que cuando terminara de pintar sobre el lienzo se habría
transformado milagrosamente en un modelo del Imperio, yo fingí
creerle. Esta era la primera oportunidad que había tenido para
hablar con Kasteen en persona, ya que ninguno de los dos nos
encontrábamos cómodos discutiendo asuntos sensibles por el vox, y
deseaba evaluar cómo estaban las cosas por la capital planetaria.
-Sin embargo, no sabemos cuánto tiempo seguirá así- respondió
ella, claramente esperando lo peor.
-¿Limpiaron los terrenos alrededor de la pista de aterrizaje?- le
pregunté, con la esperanza de llevar la conversación a asuntos
menos deprimentes, Kasteen se encogió de hombros.
-Peinamos las ruinas, pero apenas valió el esfuerzo. Los que
estaban viviendo allí ya habían hecho el equipaje y se habían
largado.
-O se los comieron- sugerí, Kasteen frunció el ceño.
-Había bastante sangre y huesos por los alrededores- contestó
ella, en parte de acuerdo conmigo, pero no pudo ocultar su
repulsión. -Pero todos serán llevados a rendir cuentas.
-¿Supongo que no habría santuarios de Khorne?- la dije, todavía
incapaz de dar crédito a que ciudadanos imperiales pudieran caer,
sin el más mínimo empujón, en brazos de los poderes de la
oscuridad, pero la coronel negó con la cabeza.
-Si hubiera alguno, habríamos quemado todo el lugar- me
aseguró, yo asentí; no esperaba nada menos de ella.
En ese momento el coro comenzó a cantar, acompañado por la
apropiada y solemne música, lo cual agradecí, mientras lo que
parecía ser la mitad de los altos eclesiarcas del planeta [No es que
fueran muchos, pero no hay duda de que algunos estaban presentes] comenzaban a

aparecer, envueltos en túnicas ceremoniales ricamente bordadas.


Detrás de ellos venían los notables locales, liderados por Jona,
aunque no pude reconocerlo al principio, porque lo habían ahogado
para la ocasión con el suficiente y excesivo tejido adornado como
para sobrecargar a un ogrete. El me vio, momento en que, a su vez,
le reconocí y me dedicó una triste sonrisa, claramente incómodo,
pero decidido a cumplir con su deber.
En ese momento, los absurdamente abrigados en exceso de la
mayoría de los meapilas del Emperador (Botherers en el original, véase
término peyorativo para personas excesivamente religiosas, nt) se habían separado
del grupo, dejando al contingente secular que se sentaran en la
primera fila de bancos, mientras que los eclesiarcas se movían
cerca de la capilla mayor en función de su jerarquía y su grado de
implicación en el ritual. Una vez que los demás se hubieran
colocado, el clérigo que presidía el acto nos favoreció con una
autocomplaciente bendición y empezó a pontificar sobre la nobleza
del sacrificio, con toda la pomposa sinceridad de alguien para quien
eso significaba llegar algo tarde a cenar, en lugar de morir
agónicamente en un mundo muy lejano con la esperanza de que de
alguna manera podría marcar una diferencia en la lucha para hacer
retroceder la oscuridad que estaba a punto de rodearnos a todos
nosotros.
-Y ahora cedo la palabra al comisario Caín para que les dirija
algunas palabras- terminó el prelado, después de haber agotado
finalmente su discurso, yo me puse en pie, consciente del
expectante murmullo que resonó alrededor del cavernoso espacio.
Mis pisadas resonaron sobre las losas mientras caminaba hacia
adelante, tratando de parecer solemne y calmado, mientras sentía la
presión de doscientos pares de ojos en mi nuca mientras lo hacía.
No sólo ellos, además, una pequeña constelación de servo-cráneos
flotaban alrededor de la bóveda, filmando pictografías, con la
intención de grabar mis palabras [Y las de todos los demás, contrariamente a
la opinión de Caín, no estaban sólo por él] para la posteridad.
-Gracias, Hierofante...- dudé durante un momento, antes de leer la
respuesta en las palabras pronunciadas silenciosamente en los
labios de Kasteen -…Callister. Tenemos que defender el Imperio
con nuestras vidas, nuestra sangre y nuestras almas,
plenamente conscientes del destino al que tan a menudo
conduce la senda del deber…- me detuve nuevamente, algo como
un ahogado sonido de arañazos me hacía cosquillas en los oídos.
Apenas fue perceptible, pero, aún así, erizó los pelos de mi nuca; a
lo largo de los años había aprendido a desconfiar de todo aquello
que sonara como un movimiento sigiloso, sobre todo si era incapaz
de ver aquello que pudiera estar causándolo, tuve que suprimir
conscientemente la necesidad de empuñar mis armas. Respiré
profundamente, esperando que la dramática pausa no intencionada
fuera confundida con un adorno retórico; no es que tuviera
importancia alguna, las grabaciones pictográficas serían editadas
antes de ser difundidas entre la población local, por lo que al final
parecería un elocuente orador, pasara lo que pasara.
Mientras pensaba en todo eso, me lancé nuevamente con mi
manido y preparado discurso, con pequeñas variaciones, que tan
bien me había servido durante demasiadas ceremonias, igualmente
deprimentes, a lo largo de los últimos años, sólo para tener que
detenerme una vez más. Esta vez fue un fuerte golpe que resonó en
la catedral, una oleada de expresiones de perplejidad se repartió
entre las personas sentadas en los bancos, expresiones que se
convirtieron rápidamente en unas de inquietud cuando se repitió el
sonido. Kasteen abrió la funda de su pistolera, ejemplo seguido por
muchos otros oficiales de los regimientos allí presentes, pidiendo
que sus camaradas fueran prontamente recibidos en el Trono
Dorado y me encontré con que no podía resistirme a hacer lo
mismo.
-¡Comisario!- protestó horrorizado el prelado regordete cuando
comencé a desenvainar mi espada-sierra. -¡Esta es la casa del
Emperador!
-¡Entonces estoy completamente seguro de que Él aprobará
que nos mantengamos a salvo!- le repliqué, no estaba de humor
para discutir el asunto. El sonido de los arañazos se había hecho
más fuerte, hasta el punto de que ya no podía convencerme a mí
mismo de que simplemente eran inofensivos bichos en los
conductos de la calefacción; en estos momentos, las primeras filas
de la congregación estaban inclinando o alzando las cabezas,
intentando localizar la fuente del ruido. Los sordos golpes también
aumentaron, tanto en volumen como en intensidad, múltiples golpes
que se solapaban entre sí, como un continuó retumbar de tambores,
como el latido del miedo. Cualquiera que fuera la causa, era
claramente el momento de estar en otro lugar, aunque no podía salir
corriendo delante de tantos testigos. Luego llegó la inspiración. -
¡Regina! [El nombre de pila de Kasteen]- la llamé por encima del bullicio. -
¡Lleva al gobernador a un lugar seguro!
-¡Todo el mundo fuera!- gritó Kasteen, entendiendo mi señal a la
perfección y sacando su pistola bólter para enfatizar la orden. -
¡Diríjanse hacia las puertas de una manera ordenada!- lo cual,
por supuesto, los civiles son los civiles, pareció haberse convertido
en un rebaño de ovejas presas del pánico. Afortunadamente, la
coronel y los demás oficiales de la Guardia, lograron iniciar el
pastoreo de los dignatarios locales hacia la salida, lo cual me venía
perfectamente. Es cierto que la presión de los cuerpos en el pasillo
bloqueaba mis movimientos como para poder salir corriendo, pero
yo había estado en suficientes lugares como este y tenía la certeza
de que el clero tenía sus propias entradas y salidas.
-Indíqueme la salida- dije, volviéndome hacia Callister. -Ahora que
el gobernador está a salvo, tenemos que sacarle a usted.
-¿Qué está pasando?- preguntó Jona, materializándose
repentinamente a mi lado, con gesto de alivio mientras se recogía
las vestimentas que arrastraban por el suelo. Debajo de ellas
llevaba una camisa con los puños raidos y un par de pantalones de
algodón llenos de bolsillos. -¿Estamos en peligro?
Antes de que yo pudiera componer una adecuada respuesta que no
contuviera las palabras “imbécil”, “cretino” o “yo te mato”, fui
interrumpido por el sonido de madera astillándose y me volví para
mirar la apretada fila de ataúdes que estaba detrás de nosotros. El
ruido venia, sin duda alguna, de esa dirección, por un momento me
encontré preguntándome qué clase de alimañas o de parásitos
podían haberse abierto camino en las cajas herméticamente
cerradas para comerse los cadáveres. Pero la realidad era mucho
peor de que cualquier cosa que pudiera haber imaginado.
Con una rotura adicional de la madera, una bota de combate de un
guardia se abrió camino a la vista de todos al final del ataúd más
cercano. Al verlo, los miembros del coro que nos rodeaban gritaron
de miedo, huyendo rápidamente, con gritos de un terror primigenio
sorprendentemente melodiosos.
-¡Es un milagro!- Callister hizo una reverencia hacia la imagen de
Él en la tierra y dio un vacilante paso hacia la extremidad que se
agitaba. -¡Tenemos que ayudarlos!
-No es un milagro- le dije, arrastrándolo por el brazo; el hierofante
conocía la manera de salir de allí y yo no iba a dejar que lo mataran
antes de que mostrara como encontrarla. -Es todo lo contrario.
-¿Producto de la disformidad?- preguntó Jona, sonando más
intrigado que aterrado, me encogí de hombros, de una manera tan
indiferente como pude, poniendo el selector de la espada-sierra a la
máxima velocidad. La presencia de Jurgen habría contestado a esa
pregunta bastante rápidamente, pero la sólo idea de que su imagen
pudiera ser retransmitida a todo el mundo junto a la mía en una
ceremonia tan solemne, había sido lo suficientemente convincente
como para que lo dejara en la guarnición. Una decisión que ahora
lamentaba de todo corazón, ya que su peculiar talento para anular
cualquier poder de la disformidad en su proximidad había salvado mi
vida en más de una ocasión.
-Probablemente- le dije, esperando poder ser capaz, por una vez,
de hacer frente a la situación sin la ayuda de mi asistente. Traté de
sonar como si yo supiera de lo que estaba hablando. -Pero esto es
suelo consagrado, por lo que sus poderes estarán debilitados-
en ese momento el prelado pareció más feliz, aunque fuera el único.
Me estremecí, mientras el crepitar de la madera al romperse
redoblaba su volumen, el ataúd roto comenzó a balancearse; los
otros arcones también comenzaban a romperse. Empecé a
presionar a los dignatarios para que se alejaran lo mejor que pude,
con un arma en cada mano. -Tenemos que salir de aquí. ¡Ahora!
Jona asintió con la cabeza, volviéndose para marcharse, finalmente,
el sentido común había anulado su viejo instinto profesional de
meter la nariz en todas las cosas. Mientras tanto, el cadáver más
cercano lanzó por los aires los últimos restos de la tapa del ataúd y
rodó fuera del féretro, aterrizando en el frío suelo de piedra con el
sonido de un disparo de pistola. Durante un momento se quedó
inmóvil, incongruentemente vestido con un uniforme de gala
perfectamente planchado, luego agitó sus brazos y sus piernas,
como si tratara de encontrar la manera de levantarse. Le acerté con
un disparo láser en el pecho mientras se ponía en posición vertical,
pero siguió levantándose, al parecer imperturbable.
-¡Vigilen sus espaldas!- advertí, con plena intención de hacer caso
a mi propio consejo, y conseguí echar un buen vistazo a lo que nos
enfrentábamos. Era, sin duda, el cadáver de uno de los soldados
vostroyanos, los extravagantes bigotes cultivados por los guardias
de ese mundo [Tan distintivo que casi forman parte de su uniformidad; de hecho,
se ha sugerido, no del todo en broma, que el tamaño del mismo y el grado de aseo

personal son un indicativo al menos tan fiable del rango como las insignias de los

] destacaban aún más de lo habitual contra la carne marchita


oficiales

y la piel en descomposición de su rostro. Sus ojos eran


inexpresivos, girados en las órbitas hasta mostrar poco más que
blanco, no obstante, el cadáver animado parecía ser consciente de
nuestra presencia; levantó una mano retorcida, las uñas de la
misma parecían mucho más largas en aquellas garras por el
retraimiento de la carne de los dedos, y comenzó a avanzar,
arrastrando los pies. Disparé nuevamente la pistola-láser, sin más
efecto que la vez anterior.
-¡Quédate muerto, maldito seas!- gruñí, aunque no tenía ni idea sí
era mi puro terror manifestándose como ira, o una súplica
desesperada.
Sin embargo, a Jona le parecía que era la primera, dirigiendo una
tensa sonrisa en mi dirección, a pesar de los ambulantes cadáveres
frescos que estaban rompiendo sus crisálidas de madera por todos
los lados. -¿No le recuerda algo?- preguntó con sorna,
retrocediendo mientras hablaba. Ahora que lo mencionaba, sí es
verdad que lo hacía; la forma en la que los cadáveres animados se
movían, la sombría fijeza de su propósito, sus expresiones en
blanco, me recordaba misteriosamente a la multitud que nos había
atacado en el viaje desde el puerto espacial.
La principal diferencia era el sonido, ya que supuse que la
carrocería del coche nos había aislado del mismo en el anterior
ataque. Esta vez podía oírlo, un bajo gemido ahogado, que brotaba
de todos ellos, como si acabaran de despertar de algún tipo de
resaca con dolores hasta en las pestañas. Por lo que sé, los tenían
[Lo más probable era simplemente el aire o los gases de la descomposición pasando sobre
las cuerdas vocales]. En cualquier caso, me puso de los nervios y disparé

por tercera vez, alcanzando al regresado (revenant en el original, literalmente


alguien que regresa de la muerte. Aquí el escritor prefiere el termino francés que el de
“zombi de plaga” más común del universo WH40K, nt) más cercano en la
garganta. Esta vez el disparo tuvo más efecto, ya que se tambaleó y
luego comenzó a moverse a cortos tirones, chocando con sus
compañeros y los féretros.
Animado por el éxito, coloqué un segundo disparo en el mismo
lugar, logrando cortar esta vez la columna vertebral que el primer
disparo había dejado expuesta en el arruinado cuello del regresado.
Cayó como una marioneta con las cuerdas cortadas, un
pensamiento inquietante, ya que eso planteaba la pregunta de quién
estaba tirando de ellas.
-¿Quieren dejar de ir jodiendo (frakking del original) por los
alrededores y simplemente correr?- exigí, mientras toda la
vacilante masa de muertos andantes comenzaba a acercarse a
nosotros. Claro, esto era más fácil decirlo que hacerlo, ya que todo
el pasillo de la nave de la catedral todavía estaba obstruido por
dignatarios locales presas del pánico. Alcancé a ver entre ellos a
Kasteen, intentando sombríamente abrirse camino hacia nosotros
contra la corriente de la masa, sin poder usar su pistola bólter por
miedo a alcanzar a algún espectador inocente.
-¡Avaunt! (palabra del latín tardío y del francés y el inglés alto-medieval, significa
aproximadamente “desaparecer/salir”, nt)-
gritó Callister, teniendo un repentino
e inconveniente ataque de coraje, eso o la piedad le había hecho
perder la cabeza. Había cogido el Aquila de oro que colgaba de su
cuello y lo blandía en dirección hacia los horrores que se acercaban
a nosotros arrastrando los pies. -¡En nombre del Emperador,
desaparece!- entonces, el más cercano de ellos, hizo una repentina
arrancada, que seguramente habría conseguido agarrar el brazo del
prelado y arrastrarle hasta el alcance de sus mandíbulas que
apestaban a osario, si no fuera porque sus uñas, grotescamente
largas, se engancharon en la manga de la casulla. El exquisito
bordado se partió cuando las garras lo desgarraron, el hierofante
saltó hacia atrás con un chillido asustado, mientras retrocedía
golpeó la parte superior de la cabeza de su atacante. El icono de oro
macizo de “Él sobre la tierra” aplastó el cráneo del regresado, que
cayó de rodillas, con un líquido maloliente fluyendo por sus ojos y
nariz.
-Bien hecho, “Vuestra Gracia”- le grité de forma alentadora, con la
esperanza de que por fin hubiera recuperado la cordura después de
su agudo chillido, el prelado asintió, mirándome entre sorprendido y
satisfecho de sí mismo. -¡Ahora, mueva el culo!- me gustaría decir
que la elección de la frase fue una táctica deliberada, con la
esperanza de sorprender su pasividad con aquel repentino uso de
una blasfemia en el recinto sagrado, pero si he de ser honesto, la
verdad es que estaba demasiado molesto como para preocuparme
por esos detalles. Todavía había demasiados testigos cerca como
para huir y salir corriendo, por mucho que yo lo deseara, y cuanto
más se entretuvieran estos idiotas, más tiempo estaría en peligro.
Afortunadamente, esta vez me escuchó y corrió de vuelta en mi
dirección; que, con Jona dirigiéndose ahora hacia la salida por la
puerta principal, me dejó en la incómoda posición de ser el más
cercano a los retornados.
Yo no estaba dispuesto a dar la espalda a esos monstruos, no fuera
que les diera por atacarme súbitamente tan pronto vieran una
oportunidad, [Muy poco probable ya que, por lo general, los retornados actúan por
simple instinto] así que fui alejándome lentamente, manteniendo mi

espada-sierra en una posición defensiva; de lo que no tenía ni idea


en aquellos momentos es que parecía que estaba cubriendo la
retirada del hierofante, lo que hizo que mi fraudulenta reputación
creciera aún más. El retornado al que había abatido el prelado
estaba derrumbado en el suelo, todavía retorciéndose, con ligeros
movimientos espasmódicos, mientras que el resto de la manada
arrastraba los pies a su alrededor, extendiéndose lentamente, como
una mancha de aceite en la superficie de un estanque. Lo cual era
una preocupante evolución de los acontecimientos. Parte del grupo
ya se estaba acercando a los bordes de mi visión periférica, y me
encontré preocupándome por poder ser flanqueado tan pronto no
pudiera tenerles a todos a la vista.
Sin embargo, yo no tenía que haberme preocupado demasiado por
ese asunto, ya que los retornados parecían tener un cierto cuidado
conmigo, o tal vez fuera de las armas que yo llevaba. Ninguno de
ellos tenía la suficiente inteligencia para buscar una cobertura,
escondiéndose entre los bancos, como yo habría hecho, pero no
parecían desanimarse, simplemente seguían avanzando hacia
adelante con un constante ritmo de marcha, dirigiéndose hacia el
cada vez menor atasco de dignatarios locales que luchaban para
salir por la puerta. Disparé dos proyectiles láser al más cercano,
apuntando a la cabeza, ya que parecía lo más eficaz, pero sólo
conseguir arrancar parte de su oreja y mandíbula antes de que una
inconveniente columna le ocultara de mi vista.
-¡Ciaphas!- gritó Kasteen, liberándose finalmente del tapón
humano. -¡Mira hacia abajo!- hice lo que me pidió y retrocedí
horrorizado; el retornado al que había golpeado el hierofante se
arrastraba hacía mí, dejando un rastro coagulado de un líquido
maloliente mientras lo hacía, una mano extendida estaba a punto de
agarrar mi tobillo. Golpeé con mi espada-sierra hacia abajo,
cortando el miembro por el codo, pero el cadáver animado ni
siquiera se enteró, siguió avanzando inexorablemente, como un
Necrón. Yo le corté una y otra vez, cortándolo en apestosos
pedazos, pero sólo dejo de moverse cuando le corté la columna
vertebral.
-¡Dispárales a la cabeza!- grité a Kasteen, alarmado al ver que
mientras yo había estado ocupado, el resto de los guardias no-
muertos se habían dispersado aún más. Del hierofante no había la
menor señal, lo que en cierto modo era alentador, ya que así, me
podría llevar el crédito de haber salvado su cuello, pero también me
desconcertó, porque no esperaba ver por donde había salido para
seguirlo lo más rápidamente posible.
-No es necesario- dijo Kasteen, con aire de suficiencia, y disparó su
pistola bólter hacia uno de los retornados cercano a Jona. Su caja
torácica voló en pedazos cuando el proyectil explosivo detonó,
decorando las intrincadas tallas de madera del extremo del banco
más cercano con sus entrañas medio podridas. Yo le dispare a otro,
alcanzándole, pero resultó tan ineficaz como antes, el proyectil láser
simplemente arrancó un pedazo del hombre de aquella cosa
obscena. Sin inmutarse, el retornado siguió acercándose a Jona por
su izquierda.
Advertido por la explosión ligeramente húmeda del proyectil cohete
del arma de Kasteen, Jona se volvió alarmado, agachándose en el
último momento. Por desgracia, eso lo dejo bloqueado entre dos
bancos, mientras uno de los cadáveres andantes se dirigía con
pasos lentos, pero sin pausa, hacia él. Aún peor, el final de los
bancos daba a una de las columnas que sostenía el techo y
ocultaba el final del corredor, en lugar de salir hacia el siguiente
pasillo; un hecho del que el joven gobernador sólo se dio cuenta
cuando retrocedió hasta la misma.
Esa breve ráfaga de actividad, había dado tiempo suficiente para
que otro grupo de soldados muertos arrastraran sus pies,
incómodamente, cerca de mí, así que me di la vuelta y corrí hacía la
nave, tenía pocas ganas de probar mi espada contra tres de ellos a
la vez; bastaría con un solo paso en falso o un golpe a destiempo
para que uno de ellos consiguiera introducirse en mi guardia, y una
vez que sucediera, el peso del número comenzaría a contar cada
vez más en mi contra. El retornado de la izquierda llevaba el
uniforme de un artillero valhallano, eché un rápido vistazo a su
rostro mientras yo retrocedía, con una leve sensación de miedo,
pero no lo reconocí, por supuesto. Pocos artilleros con los que había
servido seguirían junto al 12º después de tanto tiempo.
Conseguí llegar cerca del retornado vostroyano que acosaba a
Jona. Le lancé un golpe afortunado con mi espada-sierra que le
alcanzó en el cuello, decapitándole en el acto. Se derrumbó allí
mismo, sólo un goteo de líquido maloliente salió de la herida, en
marcado contraste con el géiser de sangre que solía acompañar a
una decapitación. El gobernador me miró fijamente, con los ojos
muy abiertos, aunque no parecía estar hiperventilando en esta
ocasión, lo que probablemente le venía bien, teniendo en cuenta el
hedor del cadáver dos veces muerto.
-¿Está bien?- le pregunté, porque suponía que debía hacerlo, ya
que los servo-cráneos todavía seguían revoloteando sobre el lugar,
filmándolo todo.
-Eso creo- dijo Jona, sosteniendo un pañuelo sobre un ligero
rasguño en su mejilla. -No habría aguantado otro minuto- pasó
cuidadosamente sobre el cuerpo. -Gracias- sus palabras casi fueron
ahogadas por el crepitar de los disparos, que resonaron por toda la
catedral. Ahora que sus líneas de fuego ya no estaban bloqueadas
por civiles presas del pánico, el resto de los oficiales de la Guardia
Imperial habían comenzado a disparar contra los restantes
retornados, y ya era hora, si alguien me lo pregunta.
-¿Qué está pasando?- preguntó Kasteen cuando llegó junto a
nosotros, sus ojos aún se movían en todas direcciones, en busca de
posibles objetivos.
-No tengo ni idea- la contesté sinceramente, empujando a Jona por
delante de nosotros, hacia el acogedor arco de la luz solar más allá
de la ornamentada puerta esculpida. -Pero tenemos que
averiguarlo y rápido- algo iba muy mal en Lentonia y si la
experiencia no me fallaba, iba a ponerse mucho peor.
Nota de la Editora:

Aunque no es estrictamente necesario, he decidido, llegado a este punto, incluir otro

extracto del relato de Worden. Caín proporciona la suficiente información para poder

comprender los acontecimientos del periodo intermedio antes de volver a retomar su

narración nuevamente; pero dado que el material está disponible, me pareció prudente

usarlo.

Tengo bastante menos confianza en la sabiduría de incluir el segundo extracto, de las

memorias de Sulla, a mis lectores, pero, al menos, servirá para aclarar el panorama

militar en el que, el 597º se lanzó sin contemplaciones; y los que no tengan paciencia

para leerlo, son perfectamente libres de saltarse todo el pasaje. De hecho, los animo.

De ‘La Liberación de Lentonia’ por Jonas Worden, manuscrito


inacabado.
Después de que el incidente en la catedral hiciera amplia y
horriblemente clara la verdadera naturaleza de la crisis a la que nos
enfrentábamos, no se ahorró ningún esfuerzo para rastrear el origen
del brote, y asegurarse de que estaba correctamente contenido.
Tras haber recibido el cargo de gobernador sin el menor
entusiasmo, yo no tenía las capacidades necesarias para el cargo,
pero estaba dispuesto a hacer lo necesario para preservar a
Lentonia de cualquier tipo de daño adicional. Aunque el trabajo me
parecía increíblemente desalentador, tuve la suerte de recibir
buenos consejos y ayuda desde el Consejo de la Ley Marcial, eso
por no hablar de la tranquilizadora presencia del comisario Caín,
que se había enfrentado, y superado, a muchos peligros
anteriormente. Su experiencia, estaba seguro, nos resultaría muy
útil en los oscuros días venideros.
Sin embargo, en última instancia, las decisiones que había que
tomar eran sólo mías [Esto no es del todo cierto, ya que todo el planeta estaba
técnicamente bajo la Ley Marcial, y su autoridad podría ser revocada en cualquier

momento; pero la población suele ser más propensa a escuchar los edictos emitidos en

] y estaba
nombre del gobernador, y la Guardia Imperial ya estaba bastante ocupada

dispuesto a enfrentarme a los problemas, cumpliendo con mis


obligaciones.

De ‘Como el vuelo de un fénix: Las primeras campañas y


gloriosas victorias del 597º valhallano’ por la general Jenit Sulla
(retirada), 101 M42. (‘Like a Phoenix on the Wing’ del original)
Como buena mujer de acción, la coronel Kasteen no tardó en
informar a los oficiales del regimiento sobre las implicaciones del
macabro descubrimiento realizado por ella y el comisario Caín. No
hubo mujer u hombre entre nosotros que pudiera suprimir totalmente
un estremecimiento de horror primigenio, al revelarnos que nuestros
verdaderos enemigos no eran los descarriados sublevados por los
que habíamos llegado hasta aquí, para forzarles nuevamente a
aceptar la luz del Emperador, sino los mismos muertos, arrancados
a destiempo de sus tumbas por la más vil de las hechicerías
generadas por la disformidad. Con tantos de nuestros bizarros
compañeros de armas caídos, víctimas de la plaga que había
barrido sus filas, nos tocó a nosotros, el único regimiento ahora
indemne, soportar el peso de esta nueva y terrible amenaza. Así
que las hijas y los hijos de Valhalla salieron a las calles de Viasalix,
decididos a proteger el planeta, y el resto del imperio del Trono
Dorado, a toda costa, incluyendo nuestra vida, si así fuera
necesario.
Un precio que, dentro de poco, parecía que todos podríamos ser
llamados a pagar.
CUATRO

-¿Está seguro?- le pregunté, a pesar de estar seguro de que nadie


hubiera dicho una cosa así si no estuviera completamente seguro, el
Magos Biologis sentado en el lado opuesto del hololíto asintió
sobriamente con la cabeza a modo de respuesta. Sentí un leve
parpadeo de sorpresa ya que, por mis anteriores experiencias, los
miembros del Adeptus Mechanicus no solían hacer a menudo ese
tipo de gestos humanos, pero supongo que dado su campo de
trabajo, tenía menos inclinación a disfrutar de los augméticos que la
mayoría de sus colegas.
-Todas las pruebas que hemos podido realizar así lo confirman-
dijo con una voz natural, teñida de un profundo cansancio que
parecía llegarle hasta los huesos, lo que, a su manera, era aún más
preocupante. Los cogboys [Un término levemente despectivo para los visio-
ingenieros y, por extensión, a todos los tecno-sacerdotes en general, de uso frecuente en

la Guardia ] suelen hablar muy calmados, informando sin


Imperial

emociones, eso si no han sustituido sus cuerdas vocales por un


codificador-vox para ahorrarles molestias; si éste en particular tenía
cuidado en hablar así, es que la situación debería ser realmente
grave. -No hay duda de que estamos ante un brote de ‘plaga de
la incredulidad’.
-He escuchado esas historias, por supuesto…- dije, mirando de
una cara horrorizada a otra -pero siempre he pensado que
estaban algo exageradas- nos habíamos reunido en el búnker de
mando central de la milicia lentoniana, como correspondía a una
crisis de esta magnitud; la instalación era demasiado pequeña para
mi gusto, ya que casi no había sitio ni para mover los pies. Eso sí,
se adaptaba perfectamente para la coordinación de nuestras
dispersas fuerzas. Aquellos de nosotros físicamente presentes, nos
agrupábamos en torno a un proyector hololítico, en el que los rostros
de los comandantes de regimiento, y otros funcionarios demasiado
ocupados para poder asistir en persona, flotaban como globos, con
miradas preocupadas, mientras sus imágenes parpadeaban de vez
en cuando, como suelen hacer ese tipo de dispositivos, se movían
de un lado a otro, o se balanceaba sobre la imagen tridimensional
de la ciudad.
-Esas historias son bastante reales, créame- nos aseguró el
coronel Samier, oficial al mando del contingente Tallarn, su guerrera
para el desierto crujió mientras se inclinó hacia adelante para dar
énfasis a sus palabras. -En Ferantis nos encontramos con
“retornados” similares.
-Entonces sabrá cómo derrotarlos- interrumpió Jona, su voz
chirrió por la estática mientras su imagen parpadeaba como una
hoguera mal atendida. Uno de los tecno-sacerdotes se aproximó y
empujó uno de los proyectores, la imagen del gobernador se
estabilizó ligeramente, aunque seguía enfocándose y
desenfocándose.
-Con la orientación del Emperador- señaló Samier, mientras hacia
la señal del Aquila.
-Si ya han identificado el virus, deberían ser capaces de iniciar
un tratamiento- dijo Kasteen, con su voz y su imagen parpadeando
casi igual de mal que la del gobernador. Con el 597º a pleno
rendimientos y manteniendo ocupada la mayor parte de la ciudad
por sí sólo, tanto ella como Broklaw estaban demasiado ocupados
para acudir a esta reunión en persona; yo, en cambio, no tenía
ganas de meterme de nuevo en el frente, estaba más que contento
de pasar algo de tiempo en el bunker más fortificado del planeta, en
nombre de una cooperación más efectiva con el resto de nuestros
regimientos presentes en este mundo. Además de lo anterior, la
moral de lo que restaba de la milicia tendría que mejorar tras haber
tocado fondo con los últimos acontecimientos, y tener a un héroe del
Imperio intentando ayudar y actuando como enlace con ellos podía
ayudarles a salir del agujero.
-Me temo que no es tan simple- contestó el Magos, mientras yo
miraba disimuladamente la placa de datos que tenía en la mesa,
delante de mí, tratando de recordar su nombre. Moroe, eso era.
Recordé vagamente haber sido presentado en alguna recepción, o
algo así, poco después de nuestra llegada, pero sólo habíamos
intercambiado algunas palabras, los tecno-sacerdotes no son
precisamente conocidos por sus habilidades sociales. -De acuerdo
con los registros, el virus muta muy rápidamente. No hay dos
brotes iguales, y aún no se ha encontrado un tratamiento
efectivo. Lo único que se puede hacer es poner en cuarentena a
todos los que hayan estado en contacto con la infección, y
acabar con cualquiera de ellos que muestre los síntomas y
puedan transmitirla.
-¿Qué pasa con la vacunación?- expuso mi antiguo compañero de
unidad, el coronel Mostrue. Como la mayoría de los otros
comandantes de regimiento, estaba presente en una de las
proyecciones, lo que no le impidió mirarme fría y despectivamente,
como si hubiera hecho de estar presente.
-¿No ha estado escuchando?- le interrumpió bruscamente Moroe;
yo me di cuenta inmediatamente del alto precio que el tecno-
sacerdote estaba pagando por sus investigaciones. -Hay tantas
cepas del virus que ni siquiera sé por dónde empezar.
-¿Y qué pasa con los Tallarn?- sugerí, ganándome una dura
mirada de Samier. Sabiendo lo sensibles que podían ser los nativos
de ese desértico mundo, me giré un poco en mi asiento para poder
dirigirme directamente a su coronel. -Usted debe haber estado
expuesto al virus en Ferantis- mientras hablaba, lancé otra
disimulada mirada a mi placa de datos, encontrando, como
esperaba, la última zona de guerra en la que habían luchado. -
Podría haber desarrollado algún tipo de inmunidad a la
enfermedad. Incluso aunque se trate de una cepa totalmente
diferente, como ha sugerido el Magos Moroe. Podría ser un
punto de partida.
Samier asintió, pero antes de que pudiera hablar fue interrumpido
nuevamente por el Magos Biologis. -Tal vez no sea una cepa
diferente- dijo, pensativo. -Usted llegó antes que el resto de los
regimientos y trabajó en estrecha colaboración con la milicia,
que precisamente fueron los primeros en mostrar los síntomas.
De ahí se extendió a la Guardia y luego pasó a la población
civil- el Magos comenzó a tocar teclas y a mover pantallas en su
propia placa de datos, con una velocidad y precisión que claramente
demostraban el uso de sus augméticos en dedos y córtex cerebral,
pese a que estos últimos no eran visibles.
Lo que pude ver de la cara del coronel Tallarn detrás de su
extravagante barba y de su voluminosa túnica se oscureció
peligrosamente. -¿Se atreve a sugerir que nosotros trajimos la
enfermedad a Lentonia?- dijo lentamente.
-Ese es, sin duda, el vector más probable- dijo Moroe, claramente
sin divisar las señales de advertencia.
La mandíbula de Samier se tensó. -Entonces, explíqueme como
mis hombres están prácticamente libres de la enfermedad-
desafió al Magos.
Moroe parecía incomodo. -No puedo- dijo. -A menos que sean los
portadores y que de algún modo estén inmunizados, pero aún
sean capaces de transmitir el virus.
Samier agarró el icono del Emperador que colgaba alrededor de su
cuello, sus labios se movieron durante unos momentos, recitando
silenciosamente alguna letanía que lo calmara. Cuando nuevamente
elevó su voz, habló con lentitud, calmado. Esto podía parecer
extraño, pero, en realidad era algo bastante típico; un Tallarn
normalmente consultara al Emperador con cualquier pretexto y, por
lo general, sentirá que Él le contesta, aunque es muy poco probable
que ninguno de los que le rodean sean capaces de oírlo (Cualquiera
que no sea de Tallarn, quiero decir, porque sus compatriotas
aceptaran que se le ha revelado la divina voluntad de Él en la Tierra,
y le seguirán incluso a la mayor de las estupideces.
Afortunadamente, tienden a considerar como más veraces las
revelaciones hechas a sus oficiales y capellanes, de lo contrarío
serían totalmente ingobernables.). -Por supuesto, entonces dese
prisa en acabar todas sus pruebas- dijo. -Cuando antes
desacreditemos esta tontería, antes dejará de perder su tiempo.
-¿Y si finalmente resultan ser los portadores?- dije, porque
alguien tenía que hacerlo, y era menos probable que se ofendiera si
la pregunta venía de mi.
-Entonces haremos la obra del Emperador, lo necesario para
salvar este mundo- respondió Samier, con una aseada lógica
circular.
-Alabado sea el Trono- le contesté, pronunciando la frase y
haciendo la señal del Aquila al mismo tiempo que hablaba. [En qué
momento se familiarizó Caín tanto con las costumbres de Tallarn no está nada claro,

]
aunque la parte del archivo aún no editada puede arrojar algo de luz sobre el asunto

-Pero no es eso lo que quería decir.- señalé el plano de la ciudad,


salpicado de iconos como si fuera un caso de viruela. Lo cual, ahora
que lo pienso, no era una analogía demasiado apropiada para mi
tranquilidad. Cada símbolo representaba una unidad de la Guardia,
los marcados con los identificadores del 597º y los Tallarn
superaban en número a los demás, o bien, incidentes con grupos de
muertos vivientes, que se habían vuelto cada vez más numerosos
en los días siguientes a la carnicería en la catedral. También había
habido disturbios, cuando la noticia se extendió y el pánico cundió
entre la población, desesperada por escapar de las zonas de
cuarentena destinadas para protegerlos de la infección. Sólo el
Trono sabía donde esperaban ir, y dudo mucho que ellos lo
supieran, pero cualquier lugar fuera de la ciudad parecía ofrecer
alguna ilusión de seguridad. -Tal como están las cosas, apenas
podemos tener la situación bajo control. Si su regimiento tiene
que ponerse en cuarentena, vamos a estar todos francamente
‘jodidos’ (frakked del original).
-Entonces deberemos comenzar a redesplegarnos
inmediatamente- dijo Samier, levantándose de su asiento para
acercarse a los controles del hololíto. Después de un momento, las
posiciones de los iconos comenzaron a moverse, al finalizar, el 597º
estaba agrupado en el centro de la ciudad, protegiendo el palacio
del gobernador, el santuario del Mechanicus y el claustro del
Administratum. -Mi regimiento se encargará de asegurar los
límites de las zonas de cuarentena, lo cual, si el Emperador
quiere, podemos hacer con la misma eficacia desde el interior
que desde afuera.
-Parece que puede funcionar- estuvo de acuerdo la parpadeante
imagen de Kasteen, después de un breve momento.
También yo asentí con la cabeza, aunque estaba muy lejos de estar
feliz con ese acuerdo, que nos dejaría rodeado por todas partes por
potenciales enemigos y ningún lugar al que poder retirarnos. Pero,
por otro lado, había un montón de espacio en los jardines del
palacio, más que suficiente para que pudiera aterrizar una
lanzadera, tomé mentalmente nota para asegurarme de que
tuviéramos una preparada para nosotros. -Tiene sentido- aseveré,
como si hubiera estado evaluándolo y llegando a la conclusión de
que todo el asunto era razonable.
-Magos, una pregunta- intervino Mostrue en ese momento. -¿Cuál
es su pronóstico para los guardias ya infectados?
Moroe le miró sorprendido. -El mismo- respondió. -Primero
morirán. Entonces, el virus estimulará la actividad
electroquímica en el troco cerebral, restaurando, en cierto
modo, las funciones motoras y sensoriales. El retornado
resultante, será impulsado únicamente por sus instintos,
principalmente el de agresión y la necesidad de alimentarse.
-Entonces debemos comenzar inmediatamente a sacrificar a
todos los enfermos- afirmó rotundamente uno de los comisarios
Vostroyanos.
-Y quemar sus cuerpos- añadí a regañadientes. Una persistente
sensación de que habíamos olvidado algo rondaba farfullando por el
fondo de mi mente durante unos momentos, antes de hacerse oír
finalmente.
-¿Y qué pasa con las víctimas de los enfrentamientos
anteriores a que nosotros llegáramos al planeta?- le pregunté,
seguro de que no me iba a gustar la respuesta. -¿Ellos no serían
quemados, verdad?
-No- Samier negó con la cabeza. -No había tiempo para
ceremonias. Fueron enterrados en fosas comunes.
Un reguero de agua helada parecía correr por mi espalda. -¿Dónde
están?- pregunté.
Todos los presentes se miraron los unos a los otros, las cabezas
flotantes del hololíto parecían igualmente desconcertadas.
-Las autoridades de la ciudad son las que lo han gestionado-
dijo Jona. -Pero nadie ha sido capaz de mantener los archivos
en estos últimos tiempos- esto fue una gran sorpresa.
-Prueba con la Eclesiarquía- sugerí. -Seguro que ellos
insistieron en realizar algún tipo de ceremonia.
-Hablaré con Callister- prometió el gobernador.
-Bien- por mucho que me hubiera gustado permanecer en el búnker
de forma indefinida, mi papel para levantar la moral significaba que
tenía que mostrar mi cara a las tropas, y que los civiles me vieran
relajado y despreocupado. Me levanté, haciendo todo lo posible por
parecer indiferente. -Iré a hablar contigo en cuanto llegue al
palacio.
-¿Va a venir aquí?- Incluso desenfocada, la cara de Jona mostró
una inequívoca expresión de sorpresa.
-El redespliegue- le recordé. -Vamos a cavar trincheras a todo su
alrededor.
-Oh- sonaba que si estuviera tratando de quitar importancia a la
situación, sin tener demasiado éxito. -Eso es tranquilizador.
-Me alegra que pienses así- le dije, deseando compartir su
optimismo.
Nota de la editora:
El siguiente extracto añade muy poco al relato de Caín, lo he incluido, no obstante, ya

que confirma toda la situación existente.

De ‘La Liberación de Lentonia’ por Jonas Worden, manuscrito


inacabado.
Las cosas empeoraron día a día. Las bandas de regresados
estaban por todas partes, y la Guardia Imperial les perseguía
siempre que podía, tratando de proteger a los civiles. Muchos civiles
trataron de huir de la ciudad, y se convirtieron en presa de los
muertos vivientes, pero muchos estaban dispuestos a correr el
riesgo, hubo aún más disturbios cuando la Guardia trató de
mantener los enclaves a salvo.
Los disturbios empeoraron cuando los alimentos y los suministros
médicos comenzaron a escasear. Lentonia siempre había
dependido de las importaciones de fuera del planeta, pero, tras
haberse confirmado la plaga, se tuvo que bloquear el sistema y el
paso de las naves mercantes. Si no controlábamos pronto el brote,
nos moriríamos de hambre.
Qué el Emperador me perdone, pero sabía que había una razón
cuando no quise aceptar este trabajo.
CINCO

Jurgen me estaba esperando fuera del búnker con la misma


paciencia que de costumbre, hojeando una publicación porno en su
tableta de datos, tomando el sol en las frías temperaturas cuando el
sol comenzaba a ponerse por el oeste, sobre las bloques de
viviendas a lo lejos, muy por encima de los edificios bajos y
funcionales del acuartelamiento de la milicia. Aparte de mi ayudante,
con los pies cómodamente apoyados en el salpicadero del
Salamander todavía sin techo, el complejo militar, con sus
barracones, talleres y plazas de armas, estaba casi desierto, los
pocos soldados visibles se apresuraban en sus asuntos en un
silencio sobrecogedor. Un lugar como este debería ser un hervidero
de actividad, el sonido de las botas marchando, los acelerones de
los motores y el constante crujido de los fusiles láser en los campos
de tiro resonando por todas partes, pero allí lo único que se oía eran
los gemidos del viento y el ruido de las tripas de Jurgen.
-¿Ha ido bien la reunión, señor?- me saludó, a su manera, antes
de colocarse en el Salamander y encender el motor. Subí a bordo,
agradecido, estirando mi abrigo un poco más mientras lo hacía,
aunque sospechaba que el escalofrío que sentía tenía poco que ver
con la refrescante brisa.
-Las he tenido mejores- le respondí con sinceridad. Al final, todo
se reducía a si la sangre de un grupo de fanáticos religiosos
contenía algo que Moroe pudiera utilizar para crear una vacuna. No
me sentía muy feliz con las posibilidades que tenía, y estaba
apostando mi vida.
-¿Volvemos al RHQ [La sede del mando del regimiento](Regimental HeadQuarter,
cuartel general regimental, nt)- preguntó Jurgen, cerrando su puerta del
Salamander mientras arrancaba, yo asentí, agarrándome al pivote
de apoyo mientras él hacía girar el vehículo y se dirigía hacia la
puerta a su habitual velocidad de vértigo.
-Sí- dije, sabiendo que Kasteen y Broklaw estarían mejor dispuestos
a hablar en persona sobre los últimos acontecimientos, y con más
franqueza, de lo que lo harían a través de un enlace vox. -Pero
primero pasaremos por el palacio del gobernador- si íbamos a
desplegarnos allí, necesitaría echar un vistazo al terreno, algo que
ningún mapa, por detallado que fuera, me podía dar, y siempre me
sentía más feliz en una nueva posición después de identificar
cualquier tipo de refugio junto con las posibles líneas de retirada.
Además, me daría una oportunidad de hablar con Jona; se suponía
que era nuestro contacto con las autoridades civiles, era el único
que permanecía allí, y había estado preocupantemente poco
comunicativo en los últimamente. Pero no me preocupaba en
exceso, imaginaba que era porque tenía muchas cosas en la
cabeza.
-Ya estamos saliendo de los acuartelamientos, señor- me
confirmó Jurgen, frenando con evidente renuencia para pasar por la
puerta sin atropellar a un pequeño grupo de centinelas que le
miraban aprensivos, dispuestos a saltar para salvar sus vidas. Las
fortificaciones habituales habían sido complementadas con cajas,
bidones químicos y cualquier otra cosa que tuvieran a mano,
mientras que las bocas de dos cañones automáticos parapetados
tras sacos de arena miraban recelosamente en dirección al bulevar
de más allá, hacia el corazón de la ciudad. Sin suficiente personal
para cubrir los puestos, dudaba de que pudiera resistir el asedio de
un grupo de niños suficientemente determinados, pero solté un
puñado de tópicos para impulsar la moral a medida que pasábamos,
lo que los soldados de infantería parecieron apreciar. Arrastraron
con eficiencia un par de bidones fuera del camino para dejarnos
pasar y me hicieron un inesperado saludo [Dado que los comisarios están
fuera de la cadena de mando, los soldados no están técnicamente obligados a saludarles,

aunque sólo lo hacía una importante minoría; probablemente como una muestra de

prudencia, en su mayor parte, aunque en el caso de Caín, por lo general, parece haber

sido motivado por un respeto genuino ], que devolví con mi mejor estilo de
plaza de armas, y volvieron a montar su improvisada barricada
mientras Jurgen aceleraba de nuevo, saliendo disparado, como un
gretchin al ver a un orko con un libro de recetas.
La ciudad se iba oscureciendo lentamente. Era una visión extraña,
que aullaba a través de los bulevares y de las desiertas avenidas
por donde algún solitario Chimera rondaba por los alrededores, los
reflectores montados en su torreta iluminaban las bocas de los
callejones y las ventanas rotas del saqueado emporio. Muchas de
las farolas aún funcionaban, aunque había profundos lagos de
tinieblas entre aquellas manchas aisladas de luminiscencia,
proyectando sombras parpadeantes en las profundidades de los
edificios, en cuyos portales podía haber alguien al acecho. Varias
veces vislumbré algún tipo de movimiento sigiloso, o pensaba que lo
había hecho, y apunté el bólter montado en el pivote en aquella
dirección, pero nunca apareció nada hostil, dejándome con la
pregunta de si habían sido producidos por saqueadores solitarios
cuya codicia superaba su instinto de conservación, roedores
correteando o mi propia imaginación.
Sin embargo, si había comenzado a dudar de los peligros del viaje,
pronto fui desengañado por el distante rugido de un bólter pesado,
seguido rápidamente por otro y luego un tercero. Al menos uno de
los Chimera que estaban patrullando se habían encontrado con un
grupo de retornados lo suficientemente grande como para tener que
solicitar refuerzos. El tiroteo sonaba a lo lejos, pero ya había estado
en los suficientes combates urbanos como para saber que los
sonidos de los combates podían ser distorsionados por los edificios
cercanos, ecos que rebotarían entre los mismos o serían
amortiguados por los bloques de viviendas circundantes, por lo que
la dirección y la distancia eran casi imposibles de estimar con un
cierto grado de precisión.
-¿Quiere que nos acerquemos a ver qué sucede?- preguntó
Jurgen, su voz sonó atenuada en el receptor de mi vox.
-No hay ninguna necesidad- le dije, explorando rápidamente las
frecuencias y localizando la acción casi al momento. Un pelotón
Tallarn que se estaba moviendo para el redespliegue se había
encontrado con una turba de regresados, tal como suponía y se
había involucrado en un combate para poder seguir su camino. -La
tripulación del Chimera tiene sus escotillas cerradas y se están
encargando de ellos con los bólters- lo que, en verdad, debería
acabar rápidamente con aquellos muertos andantes. -Si metemos
nuestras narices, sólo conseguiremos molestar- eso seguido de
que casi inmediatamente atraeríamos la no deseada atención de
cada retornado superviviente del grupo y, a diferencia de los
tripulantes del Chimera que estaban encerrados tras la seguridad de
unos cuantos centímetros de blindaje, nosotros estábamos en un
vehículo de exploración muy vulnerable. -Seguiremos
directamente al palacio.
-De acuerdo, señor- reconoció Jurgen, y, tomando mi orden
literalmente, como solía hacer la mayoría de la veces, nos sacó de
la carretera. La suspensión del Salamander rebotó mientras subía el
bordillo que separaba la acera de la calzada, luego pasó a través de
dos grandes y ornamentadas puertas de hierro forjado,
arrancándolas de su bisagras y lanzándolas rebotando a lo lejos,
con un estrépito que se escuchó por encima del rugido de nuestro
motor. Afortunadamente, yo ya me había acostumbrado durante los
últimos años a su duro estilo de conducción, y permanecí en pie,
agarrado con fuerza al pivote del bólter pesado, mientras sentía
como el Salamander giraba hacia la derecha.
Nuestras cadenas girando a toda velocidad comenzaron a arrojar
terrones de tierra por los aires, yo miré a mí alrededor, descubriendo
que estábamos atravesando un amplio y cuidado césped, con
apariencia de estar bastante más alto de lo que, la larga línea de
jardineros difuntos que sin duda habían trabajado allí, hubieran
aprobado.
-¿Dónde estamos?- le pregunté, más resignado que molesto;
después de servir juntos durante tanto tiempo, supongo que ya
debería haber aprendido a ser lo suficientemente prudente como
para dar instrucciones como “manténgase en la carretera”.
-En el parque de la ciudad- me informó Jurgen, con su habitual
forma de informar de lo que ya era evidente. -Conecta con los
jardines del palacio- un par de arbustos intrincadamente
elaborados desapareció bajo nuestras orugas con un leve crujido. -
Justo delante del Jardín Eterno.
-¿El Jardín Eterno?- repetí, con un repentino malestar en el
estomago. Estábamos lejos de la carretera, rodeados por la
oscuridad y las sombras, en las que cualquier cosa podría estar
acechando. Extrañas formas amorfas se levantaban en la oscuridad,
arbustos tal vez, aunque todo lo que estaba situado fuera del cono
de luz, arrojado delante de nosotros por los faros del Salamander,
bien podrían haber estado talladas en sólidos trozos de la misma
noche. Los relucientes puntitos que delineaban los distantes
edificios que rodeaban este océano de oscuridad, parecían tan
remotos como las estrellas que nos miraban desde arriba con su fría
indiferencia.
-Eso es lo que dice el mapa- explicó mi ayudante. -Un gran
edificio y otros muchos más pequeños. Con un camino que lo
atraviesa de lado a lado. Los jardines del palacio están justo en
frente de donde saldremos.
-Ya veo- dije, con toda la calma que pude. -Eso debería
ahorrarnos algo de tiempo- saqué la guía de bolsillo de la ciudad
que Jona me había prestado poco después de mi llegada, a pesar
de que muchos de los lugares de interés ya no estaban en pie, y
comencé a pasar páginas, buscando el lugar al que nos
acercábamos. Como yo esperaba, había toda una entrada del libro
dedicada a este lugar, lo cual no era de extrañar, dado que era el
cementerio más notable de Viasalix.
-Justo lo que pensaba- dijo Jurgen, tan imperturbable como de
costumbre.
Haciendo caso omiso a su observación, leí febrilmente, con la
esperanza de descubrir cuantos problemas podíamos tener y, poco
a poco, mi pánico inicial comenzó a disminuir. La necrópolis era el
lugar de descanso ceremonial de los gobernadores planetarios y
otros notables lentonianos y, como tal, era muy venerado por los
lugareños. Parecía que nadie había sido enterrado allí desde hacía
muchos años [El predecesor de Jonas como gobernador había sido demasiado
impopular como para que se concedieran honores póstumos] lo que resultó un gran

alivio. Si nadie había sido enterrado allí desde el estallido de la


plaga, era muy poco probable que aparecieran para causarme
problemas.
Ese fue el momento elegido por los faros para mostrar movimiento a
lo lejos, como si parte de la oscuridad fluyera más allá del iluminado
cono de los faros. A pesar de que mi mente racional insistía en que
era probable, que no era más real que las amenazas de las formas
que pensé haber visto en las profundidades de los emporios
abandonados, comprobé el bólter pesado e introduje el primer
proyectil en la recamara. No he vivido lo suficiente como para llegar
a un retiro honorable dejando que la racionalidad se impusiera a la
paranoia, y esta fue la ocasión para demostrar que no era una
excepción.
Cuando llegamos a ella, la necrópolis resultó ser un edificio
sorprendentemente elegante, en lugar de él sobre-adornado granero
de piedra que, mi experiencia previa en este tipo de lugares, me
había hecho esperar. Era alto y bien proporcionado, estrechándose
en su parte superior, con un techo a dos aguas sólidamente
apoyado en una elegante columnata, cuyas cariátides volvían sus
piadosos rostros hacia la imagen de Él en la Tierra mirando
benignamente desde debajo de los aleros. Todo el edificio estaba
forrado de mármol blanco, parecía brillar débilmente con la tenue luz
azul de las estrellas, lo que le concedía una cualidad etérea en
perfecta armonía con su propósito más bien sombrío. Un buen
número de otras tumbas, mucho más pequeñas y hasta donde pude
ver en la oscuridad, adornadas con no menos buen gusto, la
rodeaban, como las pequeñas naves de una estación de
mantenimiento a una nave espacial, y al verlas, aumentó
considerablemente mi aprensión. ¿Quiénes habían sido enterrados
en ellas [Los descendientes de las casas nobles locales, en su mayoría, con un grado
insuficiente para que se les concediera el privilegio del descanso eterno directamente

junto a la dinastía gobernante de Lentonia, y las crecientes familias de comerciantes lo

suficientemente ricas como para resarcirse de toda una vida de continuos desaires por

parte de sus autoproclamados superiores pagándose un desafiante final en su último

], o cuanto hacía? Eso era algo que nadie sabía, y, de pronto


viaje

sentí que podría ser bastante menos seguro de lo que anteriormente


pensaba.
-Mejor que des un buen rodeo- le dije, y mi ayudante obedeció,
llevándonos en un largo y amplio arco, alrededor del ominoso
cúmulo de osarios. Me esforcé por ver algo a través de la oscuridad,
esperando en cualquier momento poder echar un vistazo a las
sombras siniestras que se movían entre ellos, pero seguí sin ver
nada; entonces Jurgen giró bruscamente el Salamander hacia el
cementerio.
-Vamos a tener que cortar a través de la esquina del
camposanto- dijo, como si fuera sólo un pequeño inconveniente. -
Si no, quedaríamos atrapados entre los árboles.
Me volví, mirando hacia la derecha, en lugar de hacia la izquierda,
hacia la necrópolis. Efectivamente, la noche parecía más oscura en
esa dirección, las estrellas y las luces de la ciudad ocultadas por
igual por una sólida masa de vegetación, que asomaba en el
horizonte como una nube baja y negra. Aferrándome bien al bólter
pesado, por miedo a otro repentino cambio de dirección, miré hacia
abajo, hacia el plano de la ciudad, encontrando que el bosque era
mucho más pequeño en la representación gráfica de lo que parecía
ser en realidad. A la velocidad que íbamos, el camino que llevaba a
la puerta del otro lado del camposanto estaba relativamente cerca,
pero tendríamos que realizar un slalom a través de las tumbas para
llegar hasta allí. Eso significaba que tendríamos que frenar, lo que a
su vez, nos dejaría más vulnerables a un ataque (El por qué no se
nos ocurrió a ninguno de nosotros simplemente volver a la puerta
por la que habíamos entrando en el parque, pues no tengo ni idea,
lo único que se me ocurre pensar es que los dos estábamos tan
excitados en aquellos momentos y, en mi caso, tan temeroso de un
ataque, que lo único en lo que pensábamos era en llegar a nuestra
meta).
Todavía no podía apreciar ningún movimiento, así que apreté la
palma de mi mano, [Un gesto en el que se presiona el pulgar contra la palma de la
mano, por lo que los dedos se asemejaban al ala de un Aquila, destinado a evitar una

desgracia o para invocar buena suerte, común en muchos mundos del Golfo de Damocles

] solicitando la protección del Emperador (A pesar


y sectores adyacentes

de que estaba convencido de que tenía asuntos mucho más


urgentes que atender que preservar mi vergüenza oculta, pero
nunca está de más pedir) y apreté mis dedos alrededor de la
empuñadura del bólter pesado. -Vamos para allá- sintiéndome tan
listo como podía estarlo cualquier otra vez.
Jurgen obedeció, tan flemáticamente como hacia todo lo demás, y
los gruñidos de nuestro motor cayeron una octava. Comenzamos a
avanzar a menor velocidad hacia un grupo de tumbas, el resplandor
de los faros iluminaban cada detalle. Algunos eran casi prístinos,
testimonio del trabajo de los vivos que aún lloraban a sus muertos,
mientras que otros estaban llenos de líquenes y plantas trepadoras,
cubriendo iconos devocionales desmoronados y, en la mayoría de
los casos, borrando todos los detalles.
-Oops- dijo Jurgen, cuando no pudo maniobrar lo suficiente y
terminó chocando de refilón contra un mausoleo imponente que se
atravesaba en nuestro camino. Una pared de rococemento se partió
y derrumbó, lanzando trozos de escombros que resonaron sobre el
habitáculo sin, afortunadamente, alcanzarme. Un querubín
particularmente anodino fue reducido a grava bajo nuestras
cadenas. -Será mejor que reduzca otra marcha.
-Eso podría ser prudente- le confirmé, cepillando lo peor del polvo
y los excrementos de paloma de la visera de mi gorra; detrás de
nosotros se derrumbó una pared, y todo el edificio se tambaleó,
como un borracho que ya no puede permanecer más tiempo en pie.
Casi esperaba que se derrumbase, pero, de alguna manera,
permaneció en pie, aunque el tiempo que permaneció así después
de nuestro paso no es algo en lo que me gustaría aventurar una
respuesta. Con un crujido de engranajes, pasamos a ir más
despacio, girando con frecuencia para pasar a través de los huecos
entre los monumentales montones de mampostería.
En un primer momento, parecía que la guerra había dejado indemne
esta pequeña ciudad de sepulcros, al menos hasta donde podíamos
ver, pero después de unos momentos empecé a ver señales de
daños en varias tumbas por las que pasábamos. Las puertas habían
sido forzadas y colgaban de sus bisagras o se balanceaban
suavemente mecidas por el viento. Jurgen ya había visto lo
suficiente, carraspeó y escupió, una señal segura de su disgusto. -
Ladrones de tumbas- dijo, con el mismo tono de voz que utilizaba
para referirse a los herejes.
-Esperemos que así sea- le repliqué, examinando la siguiente
tumba saqueada junto a la que pasamos, tan de cerca como me
permitía mi agarre en el bólter pesado. Por lo que pude ver, había
sido abierta desde afuera, no desde dentro, al menos eso era algo. -
En estos agujeros tiene que haber muchas cosas que merecen
la pena robar- por razones que nunca he podido comprender, un
sustancial número de los ricos y poderosos parece que si no pueden
llevarse todo con ellos, al menos gastan una pequeña fortuna en
ornamentaciones y objetos de arte, llegando a convertir su último
lugar de descanso en algo que se parezca lo más posible al tocador
de una cortesana.
Si Jurgen se sentía dispuesto a responder a mi observación, nunca
tuvo la oportunidad; una figura pálida apareció de repente ante
nuestros faros, mirando en nuestra dirección como si estuviera
hipnotizado. Desde el primer momento no tuve la menor duda de
que era un retornado, los daños causados a su carne por las uñas y
dientes de sus compañeros estaban totalmente claros a la luz de los
faros, se veía el hueso en aquellas partes donde el musculo había
sido desgarrado o devorado. El frenético ataque que lo había
matado había dejado pocas de sus prendas intactas, pero los
fragmentos que restaban insinuaban alguna ocupación humilde en
una de las fábricas. Antes de que pudiera apreciar más detalles,
Jurgen aceleró el motor, y la horrible aparición despareció bajo el
Salamander con un ligero crujido.
-Parece que hay algunos de ellos por aquí- comentó mi ayudante,
como si fuera un asunto de escaso interés.
-Ese no había sido enterrado aquí- dije, ignorando el
desagradable montón de despojos que habíamos dejado a nuestro
paso a favor de vigilar en busca de más. Pero en ese caso, ¿qué
estaba haciendo aquí? Una pregunta que pronto estaría contestada,
cuando un grupo entero de esas cosas apareció más adelante, en
medio de nuestro camino, al igual que los que habían atacado al
coche en el viaje desde el campo de aterrizaje. Sin embargo, el
Salamander era bastante más robusto, por no hablar del
armamento, estábamos lejos de ser una presa fácil.
-¿El lanzallamas, señor?- preguntó Jurgen, yo estaba a punto de
responderle afirmativamente cuando la gruesa pared un sepulcro
más grande y más adornado que la mayoría se alzó en la oscuridad,
estorbando nuestro camino.
-El bólter- dije. -Ese muro podía hacer que las llamas rebotaran
hacia nosotros.
-El bólter entonces- confirmó Jurgen y comenzó a disparar el
armamento principal de pequeño y robusto vehículo, que trituró a los
retornados que avanzaban hacia nosotros, convirtiéndolos en
pedazos, mientras yo utilizaba el bólter pesado montado en el
pivote, encargándome de unos cuantos retornados situados en la
periferia de la multitud. El puñado de supervivientes continuaban
arrastrando sus pies hacia nosotros, con total indiferencia a la suerte
sufrida por sus compañeros, avanzando tan ciegamente como los
Tiránidos, sólo para caer bajo las cadenas de nuestras orugas que,
espero, acabaron con sus sufrimientos. - Me parece que ya hemos
acabado con ellos- mientras hablaba, Jurgen giró el vehículo
noventa grados, corriendo en paralelo a una gran tumba y, para mi
inexpresable alivio, vi el camino de grava que estábamos buscando
justo delante de nosotros.
-Esperemos que así sea- le dije, pero apenas habían salido las
palabras de mi boca cuando sentí que algo agarraba mi tobillo. Miré
hacia abajo, y vi que uno de los retornados que habíamos arrollado
había sobrevivido a la experiencia, agarrándose al chasis del
Salamander cuando las orugas habían pasado junto a él, ahora,
estaba intentando subir a bordo. Saqué mi espada-sierra,
derribándole en un acto reflejo, los dientes de la espada rechinaron
al resbalar en su armadura negro mate. Sus dedos se negaban a
soltarse y dirigí un golpe hacia su cabeza, con nulo efecto; mi bota
golpeó su cráneo con la fuerza suficiente para incapacitar a un
oponente con vida, pero no había mucho que yo pudiera hacerle
que no le hubieran hecho ya.
Luego, el retornado levantó su cabeza, con lo que la carne
necrosada de su rostro quedó a la vista, y me tambaleé por el súbito
reconocimiento de aquella cara. Supongo que el uniforme de
guardia de la casa del gobernador debería haberme preparado, pero
en aquellas circunstancias había pocos momentos para pensar, la
repentina comprensión de que mi agresor era Klarys me afectó
bastante. La última vez que la había visto, estaba en camino de un
hospital, sus heridas eran graves, pero difícilmente para poner su
vida en peligro. [Es de suponer que la habían quitado el casco en su presencia, pero
no se molestó en mencionar el hecho]

Sin embargo, no había duda alguna de que por alguna razón había
sucumbido a la enfermedad. Su sola presencia aquí lo atestiguaba,
eso por no mencionar el hedor a decadencia que rodeaba al
cadáver ambulante. Cambié mi objetivo, y lleve la espada-sierra
girando sobre su cuello, cortando su cabeza con un solo golpe. La
mano que rodeaba mi tobillo se relajó, y propiné una patada al
cuerpo inerte, impulsándolo hacia arriba y fuera del compartimento
de pasajeros, mientras que la cabeza suelta rodaba por la caja
blindada como una pelota rota.
Apenas había tenido tiempo para respirar cuando un sonoro golpe
detrás de mi llamó mi atención. Otro dos retornados se las habían
arreglado para subir, esta vez saltando desde el techo de la tumba
que estábamos rodeando. Levanté mi espada-sierra contra el que
tenía más cerca, casi ahogado por su hedor, y fui recompensado por
un chorro de putrefacción cuando la hoja cortó en ángulo a través de
su pecho. La sección superior de su cuerpo muerto comenzó a
arrastrarse hacia mí con sombría determinación, levanté la hoja, con
la intención de decapitarle, como había hecho con los restos
animados de Klarys, pero en ese momento, el Salamander se
sacudió violentamente y tropecé, la hoja impactó entre una lluvia de
chispas contra el suelo metálico.
-¡Jurgen!- grité. -¿Qué demonios está pasando? El Salamander
se estrelló contra el costado de la tumba, levantando una nube de
polvo y un chirrido de metal retorciéndose, antes de virar hacia la
dirección opuesta.
-Lo siento, señor. Estoy muy ocupado- mi ayudante estaba
intentando defenderse de otro retornado, únicamente con sus
manos y un cuchillo de combate que había sacado a toda prisa y,
como es natural, esto le hacía difícil el concentrarse en conducir al
mismo tiempo.
Compensando nuestro errático avance, en mi segundo intento,
apunté mi espada con mayor precisión y sumé otra cabeza a mi
improvisada colección, luego me incliné sobre la plancha de blindaje
que separaba el compartimiento de tropas del habitáculo del
conductor. Entonces vacilé. No me atreví a lanzar una estocada
contra el retornado, por temor a golpear a Jurgen, disparar era una
opción aún menos viable. Dejar que mi ayudante se defendiera sólo
era igualmente impensable pero, como nos detuviéramos, no tenía
la menor duda de seríamos invadidos por los retornados que a buen
seguro acechaban entre los mausoleos.
-Aguanta- dije, confiando que mi voz no mostrara mis dudas, y
trepé sobre lo alto de la placa que blindaje, manteniendo el equilibrio
con dificultad. El Salamander era viejo, las guardas que protegían
los peldaños superiores habían sido retiradas durante el
mantenimiento, si es que alguna vez habían sido instalados, y me
encontré tambaleándome peligrosamente cerca de las orugas de
metal articulado en rápido movimiento, consciente de que un paso
en falso me arrastraría a una horrible y asquerosa muerte bajo
nuestras cadenas.
-¡Agárrese, señor!- respondió automáticamente Jurgen, como si las
palabras de aliento hubieran sido una orden, e hizo un corte en la
garganta del retornado en lo que habría sido un golpe mortal que le
hubiera desangrado, si la sangre aún permaneciera en sus venas.
Pero tal como estaban las cosas, la herida abierta tuvo muy poco
efecto, aparte de hacer a su destinatario aún menos atractivo de lo
que era anteriormente. Entonces, el Salamander pegó una sacudida
al tropezar con algún obstáculo oculto y casi caigo de espaldas,
balanceándome violentamente para conservar el equilibrio, la
espada-sierra escapó de mis manos cuando me aferré
instintivamente al primer asidero que encontré. El arma cayó de
nuevo en el compartimiento de pasajeros, rozando mi pierna en la
caída, luego comenzó a rebotar, sacando chispas del blindaje y
haciendo puré todos los restos de retornados que se encontraban
en el habitáculo. Desde luego, no envidio al que molestara lo
suficiente a su inmediato superior para que éste le mandara limpiar
el vehículo.
Por desgracia, lo más parecido a un asidero a lo que me pude
agarrar en mi intento por no perder el equilibrio había sido el
retornado y este respondió precisamente como me esperaba,
dejando caer a mi ayudante y girando hacia mí. Un hedor a cloaca
asaltó mis fosas nasales, mientras se retorcía, tratando de
agarrarme y enterrar sus dientes en mi cuello. Mi única oportunidad
era permanecer detrás de él, me agarré a su hombro mientras
trataba de mantenerse en pie, así que pasé el brazo a través de su
pecho y la enlacé con la muñeca del otro brazo que había
conseguido pasar bajo la axila del cadáver sobrenaturalmente
fuerte. Por mero instinto, intentó escabullirse de mis brazos,
empujando hacia arriba con las piernas mientras lo hacía. Sintiendo
su movimiento, incluso a través de las sacudidas del Salamander,
también me incliné, siguiendo su maniobra y lanzándome hacia un
lado, tratando de ignorar la inquietante forma en que la carne iba
cediendo bajo mis manos. El peso de la cosa me venció y caí sobre
el casco superior, golpeando el metal a un simple palmo de las
orugas en movimiento.
El retornado no tuvo tanta suerte. Durante un momento se agarró,
sujetándose con fuerza a la solapa de mi abrigo, mientras que los
eslabones de metal de las orugas iban abrasando y desgarrando su
carne, esparciéndola como si de un rociador de apestosa corrupción
se tratara, yo sentí como me deslizaba inexorablemente hacia el
mismo sombrío destino. Entonces, la tela se rasgó, cortada por el
afilado borde del cuchillo de Jurgen, y la cosa desapareció
repentinamente, lanzada delante de nosotros por el veloz giro de las
cadenas. No tengo ni idea si después pasamos sobre lo que quedó
de eso, en esos momentos ya no era algo que me preocupara.
-Ese era el último- dijo mi ayudante, mientras el Salamander
finalmente rodaba en un claro del grupo de sepulturas. Jurgen se
pasó una mano ensangrentada por su mejilla y se dejó caer en el
compartimiento del conductor. El motor rugió, mientras yo encontré
otro asidero cuando empezamos a acelerar, dejando el nido de
necrótica corrupción tras nosotros.
-Estás herido- le dije, dejándome caer en el desorden maloliente
del compartimento de tropas, desactivé rápidamente mi espada-
sierra y rebusqué en mi kit medico. Lo último que ahora necesitaba
era que Jurgen se desvaneciese por la pérdida de sangre cuando
aún íbamos a toda velocidad.
-Es sólo un rasguño - me aseguró. -Los he tenido peores.
-Necesitarás que te den uno o dos puntos le dije- inclinándome
para colocar un vendaje y una generosa dosis de antiséptico, que, al
menos, restañó lo peor de la hemorragia. El tejido exterior se
oscureció ligeramente, pero dejó de sangrar, y yo comencé a
respirar algo más tranquilo. Al menos, pensé, tendré una anécdota
interesante para contarle al gobernador cuando nos encontrásemos.
SEIS

-¿Qué quiere decir con que no puede verme?- exigí, con mis
maneras más comisariales, el soldado de la casa del gobernador
que protegía el pasillo que conducía a los aposentos privados de
Jona se acobardó visiblemente. Supongo que, técnicamente, era un
vasallo del gobernador, en lugar de ser miembro del ejército imperial
y, por lo tanto, más allá de mi jurisdicción, pero en su lugar yo
tampoco habría confiado en aquella pequeña distinción. Su rostro
estaba oculto detrás una de esas viseras polarizadas de sus cascos,
pero su postura traicionó su nerviosismo, y el tono zalamero de su
voz lo confirmó.
-El gobernador Worden ha dado estrictas instrucciones de que
no desea ser molestado- me dijo.
-Entonces es que está haciendo el trabajo equivocado- le dije,
sin la menor compasión. -¿Dónde está?
No estoy seguro de si fue por el tono de mando de voz, mi aspecto
desaliñado o los olorosos restos del regresado aún esparcidos por
mi uniforme lo que finalmente le decidió, pero, después de un
momento de vacilación su cabeza se giró ligeramente hacia una
puerta finamente tallada al final del corredor. -Está en sus
habitaciones- dijo de mala gana. -Pero no puedo dejarle pasar.
Mis órdenes…
-¿Ayudaría si luego le dice que yo amenacé con matarte?- le
pregunte amablemente.
-Podría- admitió el guardia. -Pero no lo ha hecho.
-Porque yo no hago amenazas- le mentí descaradamente. -
Considerémoslo como una advertencia- Y dejé que mi mano se
acercara casualmente a la pistola láser de mi cinturón. Si me
hubiera dicho que estaba tirándome un farol, no estoy seguro de lo
que hubiera sido capaz de hacer, pero había juzgado bien al hombre
y tras un breve momento de vacilación, para quedar bien, se apartó
de mi camino.
Asentí con agradecimiento y caminé por el pasillo hacia la puerta,
mis pisadas fueron amortiguadas por una alfombra lo
suficientemente gruesa como para poder ocultar a un ratling (Homo
Sapiens Minimus, una raza de ab-humanos que son admitidos como ciudadanos imperiales
y sirven en la Guardia. Son de pequeña estatura y frágiles, pero son buenos exploradores y
francotiradores, nt) con un fusil láser de francotirador. Pensé en llamar a
la puerta, pero decidí no hacerlo, ya que eso daría a Jona la
oportunidad de decirme que “me fuera a ‘joder’ a otra parte,
preferiblemente, bien lejos” (‘Frak’ del original, palabra malsonante con múltiples
variantes, polisémica, nt), y no quería discutir con él antes de que nos
encontrásemos cara a cara. Ya había tenidos suficientes conflictos
aquella noche y no estaba de humor para más.
Extendí mi mano hacia el pomo de la puerta, mi bota chocó contra
algo tirado en la alfombra, miré para abajo y me encontré con que
acababa de evitar pisar una bandeja de plata con comida. La
metálica placa estaba repleta de algo que seguramente hubiera
parecido apetecible si no lo hubieran dejado enfriar y coagular
durante varias horas, por lo que, ahora, el aspecto era asqueroso,
aunque el postre, una especie de pastel, aún tenía buen aspecto.
Fruncí el ceño. No había duda de que Jona estaba ocupado, como
todos, pero él no me parecía la clase de hombre que se distraería
tanto como para olvidarse de comer.
Probé la puerta, esperando que estuviera cerrada, pero la cerradura
se abrió; parecía que el nuevo gobernador ya se había
acostumbrado a su inesperado ascenso y confiaba que sus esbirros
hicieran lo que les ordenaba. Recogí la bandeja y entré, empujando
la puerta hacia atrás con el pie, hasta que se cerró de nuevo.
Me encontré en un salón grande y elegante, equipado con los
habituales sofás, mesas auxiliares y similares. En un extremo había
una chimenea en la que se habían apilado troncos, listos para ser
encendidos. Jona estaba al fondo, detrás de un adornado escritorio
de madera de color marrón brillante, con incrustaciones del escudo
de su cargo, moviendo pilas de documentos y murmurando a una
grabadora-vox. Durante un momento no fue consciente de mi
presencia, luego levantó la cabeza para mirarme. -¿Qué está
haciendo aquí?- gritó. -¡Fuera!
A lo largo de mi vida me han gritado especímenes bastante más
intimidantes, ninguno de los cuáles podría ni sostener una vela
frente al supervisor de mi Progenium Schola (aunque aquel extraño
demonio estuvo cerca) por lo que la perspectiva de la ira del
gobernador me dejó completamente frío. -He traído su almuerzo- le
dije, aunque, por lo que yo sabía, la bandeja podría contener su
desayuno, continué caminando hacia él sin inmutarme.
-No tengo hambre- dijo Jona, la ira de su voz fue sustituida por la
incertidumbre; algo que he observado que sucede con frecuencia si
se responde a un agresor de una forma que no esté esperando.
-Pues deberías tenerla- insistí, la vaga sensación de que algo
andaba mal se había apoderado de mí cuando descubrí la bandeja
fuera de la sala y se intensificó mientras me acercaba al escritorio.
Puse la bandeja sobre lo alto de una de las pilas de papeles que
cubrían su superficie y conseguí mirarle de cerca. -Trono de Terra,
tienes un aspecto horrible.
-Demasiado trabajo- su cara, enrojecida e hinchada, apenas
distraía de sus febriles ojos. -Pero todo el mundo está
sobrepasado. Tengo que dar ejemplo- el gobernador tosió,
volviendo la cabeza hacia un lado, y el rasguño de la mejilla
producido en el incidente de la catedral apareció a la vista. Yo
esperaba que ya hubiera sanado, pero estaba lívido e hinchado,
infectado.
-Deberías dormir un poco- le conteste, luchando contra el impulso
de retroceder. Si era lo suficientemente contagioso como para
pasarme la enfermedad, ya era hombre muerto, desde el mismo
momento que pase por la puerta, lo cual, apenas era reconfortante.
-Dormir. Sí, sería buena idea- estuvo de acuerdo, frotándose los
ojos. -No sé por qué se empeñan en encender la calefacción en
esta época del año. ¿Tú lo entiendes?
-Voy a mirarla- le aseguré, mientras mi mente giraba como un
torbellino, evaluando las implicaciones de este horrible
descubrimiento. Teníamos que mantenerlo en secreto, eso seguro.
El gobernador era un símbolo de la protección del Emperador, al
menos en la mente de la mayoría de la población, y sí se sabía que
había sucumbido a la enfermedad, los desordenes civiles que
estábamos sufriendo se multiplicarían por mil. Eso por no mencionar
el hecho de que cuando sus familiares descubrieran la verdad, nos
meterían hasta las orejas en luchas nobiliarias fratricidas, intrigando
para ocupar el trono vacante, ciertamente, ya teníamos suficientes
distracciones a las que enfrentarnos.
Rodeé la mesa, manteniendo la adornada mesa de madera pulida
entre nosotros, como si eso fuera algún obstáculo para un virus
aéreo, en busca de un comunicador. Estaba justo donde esperaba,
no perdí ni un momento en usarlo.
-Magos Moroe- dije, tan pronto como la cara del cogboy apareció
en la pantalla pictográfica. -Ha surgido un desafortunado
incidente. Su ayuda y su discreción, ambas, son necesarias.
SIETE

Pasaron otros tres días antes de que yo pudiera hablar


personalmente con el Magos, la situación había ido de mal a peor.
La plaga seguía extendiéndose entre la población civil y ya se
habían confirmado los primeros casos en el 597º, lo que hizo que el
redespliegue que habíamos acordado con los Tallarn pareciera una
completa pérdida de tiempo y esfuerzos.
-Tenía que venir- dijo Broklaw sombríamente, respondiendo con
todo el estoicismo que me esperaba de él ante la noticia de que un
par de escuadra de nuestros propios soldados [No está claro sí aquí se
refiere a dos escuadras en particular, o al número de soldados para formar dichas

] tuvieron que ser sacrificadas para salvar a los demás. Por lo


unidades

menos las pruebas que me habían hecho a mí habían resultado


negativas, parecía que mi breve exposición a Jona no me había
hecho ningún daño, pero yo no dejaba de preguntarme cuando
tiempo duraría ese inesperado indulto.
-Tenía la esperanza de que tardaría un poco más- le dije,
siguiéndole al bien equipado y compacto centro de operaciones que
habíamos encontrado después de habernos apropiado del ala de
palacio que normalmente albergaba a las tropas de la casa. Un
desalojo que, sin duda, había molestado a algunos, pero la guardia
de la casa era poco numerosa, en términos relativos, y ninguno
había puesto objeciones, al menos en mi presencia.
Miré a mí alrededor en busca de Kasteen cuando entramos en la
habitación, pero parecía que todavía no había regresado de su
encuentro con Samier. Se suponía que ellos dos estaban
coordinando sus estrategias para cazar a los regresados con mayor
eficacia [De hecho, todos los comandantes de los regimientos asistían a la reunión,
pero las demás unidades estaban tan agotadas y abrumadas en aquellos momentos que

sólo los valhallanos y los Tallarn podían asignar soldados para cazar activamente a los
]; pero
grupos de regresados en lugar de mantener simplemente el terreno que ocupaban

cada día surgían más y más cadáveres que se alzaban de entre los
muertos y, salvo un milagro, nos encontraríamos a la defensiva en
muy poco tiempo. Al menos, los que habíamos encontrado en la
necrópolis, atraídos por la abundancia de carroña para alimentarse,
habían sido eliminados por la Guardia con lanzallamas; pero por
cada grupo que encontrábamos y limpiábamos, posiblemente
estuvieran surgiendo una docena más que estaban por descubrir,
así que la mancha seguía supurando y la amenaza seguía
creciendo.
-Comisario- Moroe nos estaba esperando, mirando la pantalla de
un hololíto en el que él número de runas que indicaban unidades
activas continuaba disminuyendo con desalentadora inevitabilidad.
La compañía de artillería de Divas todavía se encontraba luchando,
lo que fue una inesperada alegría para mí; Divas, podía ser irritante
a veces, de eso no había duda, pero en mi oficio se hacen muy
pocos amigos y, sinceramente, era bastante reacio a perderle, sobre
todo de una manera tan infame. -Tengo la información que me
solicitó.
-¿Algún progreso?- preguntó Broklaw, esperando claramente que
la respuesta fuera negativa.
-Algunos- respondió el tecno-sacerdote, con la entonación favorita
de sus hermanos, que dejaban a sus oyentes interpretar lo mejor
que pudieran si estaba contento, deprimido, o totalmente indiferente;
lo que, dada la audible emoción que mostró en nuestra primera
reunión, esperaba que fuera una especie de señal alentadora. -De
hecho, hemos logrado aislar prometedores anticuerpos en la
sangre de los soldados de Tallarn, como el comisario Caín
conjeturó.
-Excelente- le dije, sintiendo la primera llamarada de una leve
esperanza en toda esta pesadilla. -¿Hay alguna posibilidad de
producir una vacuna con ellos?
-Hay más que una posibilidad- dijo Moroe, en el mismo monótono
y enloquecedor tono, que me dejó dudando, sin poder discernir si se
trataba de una noticia buena o mala. -Hemos tenido éxito en la
producción de una, lo que, con los correctos biocultivos,
podemos sintetizar en mayores cantidades. Sin embargo,
nuestras pruebas con sujetos infectados han sido totalmente
negativas.
-¿Quiere decir que no funciona?- dijo Broklaw, con el tono de un
hombre que acaba de ganar una apuesta y no se la quieren pagar.
-Exactamente- dijo Moroe. -Por razones que, francamente, no
acabamos de comprender.
-¿Cómo es posible?- le pregunté, y levanté una mano
anticipándome a su respuesta. -En simple y llano gótico- ya había
hablado con demasiados tecno-sacerdotes a lo largo de los años
para no darme cuenta de que ese corolario era esencial, si no
quería recibir una interminable charla que sólo otro miembro del
culto Mechanicus sería capaz de entender.
El Magos Biologis parecía tan incómodo como era posible con
media cara compuesta de inmóvil ferretería. -El suero debería ser
eficaz- dijo. -No encontramos ninguna razón biológica para que
no funcione.
-Estoy seguro de que lo resolverá pronto- le apoye, aunque en
verdad, no sabía si lo decía para reforzar su moral o la mía. -¿Cómo
está el gobernador?
-Degradándose rápidamente- dijo Moroe, su monótona voz le dio
un aire de sombría declaración a su pronunciamiento. -El
Hierofante Callister le está proporcionando socorro espiritual,
que parece ser toda la ayuda que le podemos prestar en este
momento- a cualquier otra persona se le habría concedido la paz
del Emperador hace mucho tiempo pero, como ya he dicho, la
conveniencia política nos hacía que tuviéramos que mantener vivo
al pobre bastardo todo el tiempo que pudiéramos. Además, supongo
que Moroe necesitaba a alguien para ir probando sus pociones.
-¿Todavía sigue aquí?- preguntó Broklaw, yo asentí; el eclesiarca
había aparecido la noche anterior, con los mapas que le habíamos
solicitado con la localización de las fosas comunes, no parecía tener
ninguna prisa para volver al, más que relativo, peligro de una ciudad
infestada de retornados; por lo cual no puedo culparle. [Caín puede
haber sido demasiado cínico sobre los motivos de Callister, ya que estos están

plenamente justificados. Como representante ungido del Emperador en Lentonia, la

posición del gobernador tenía tanto significado espiritual como temporal, y el

hierofante bien podía haber sentido que su deber era permanecer junto a él y ofrecer

oraciones para aliviar su muerte ]

-Esperemos que él no se infecte- dije, consciente de que yo


mismo había pasado algún tiempo con el gobernador, y había tenido
suerte.
-Es posible, pero poco probable- nos aseguró Moroe. -En la
mayoría de los casos, el virus se transmite de una forma
relativamente lenta, y, por lo general, tarda de dos a tres
semanas en manifestarse.
-Entonces, ¿cómo es que Jona enfermó tan rápidamente?- le
pregunté. Un recuerdo de nuestro salvaje viaje a través de la
necrópolis burbujeó hasta la superficie. -Y su guardaespaldas,
Klarys. Ella murió y resucitó mucho más rápido que eso.
-Yo estaba hablando del contagio por vía aérea- dijo Moroe, de
un modo tan pedante como solo podía serlo un cogboy. -El
gobernador Worden fue herido por un retornado en la catedral,
lo que hizo que el virus entrará directamente en su torrente
sanguíneo. Ese mecanismo explica el rápido avance de la
enfermedad observado en otros que también han sido
directamente heridos por ellos.
-Jurgen- dije, sintiendo como un frío nudo de horror se ataba
alrededor de mi estómago. Uno de los retornados le había rajado la
cara, una herida mucho más profunda y grave que la que había
sufrido Joma. Si el cogboy tenía razón, mi ayudante posiblemente
estuviera condenado.
-Está allí- dijo Broklaw, confundiendo totalmente el significado de mi
palabra, y un segundo, o dos, más tarde el aroma de unos
calcetines con una antigüedad arqueológica anunció la llegada de
Jurgen.
-Pensé que podrían necesitar algo de comer, señor- dijo,
sosteniendo un plato de sándwiches hechos con un queso local,
olían como si hubieran estado algún tiempo en los calzoncillos de un
ogrete, y una humeante taza de tanna.
-Gracias, Jurgen- dije, tomando uno mecánicamente, aunque
pueden ustedes estar seguros de que antes me habría muerto de
hambre que comérmelo dadas las circunstancias, mientras
estudiaba la cara de mi ayudante. El vendaje de su mejilla ahora era
gris pálido, pero no había ni rastro de infección en la piel, en lo que
pude ver entre sus matas de barba y las erupciones de psoriasis, su
carne parecía tan pálida como de costumbre debajo de su
acostumbrada pátina de mugre. Sin embargo, dada la virulencia de
lo que estábamos tratando, no tenía sentido correr riesgos. Le
señalé el vendaje mientras depositaba la bandeja en un escritorio y
mantuve un tono casual en mi voz. -¿No es hora de que vayas al
medicae para una evaluación?
-¿Por esto?- por un momento Jurgen pareció desconcertado, luego,
se rascó el vendaje con aire ausente. -La verdad, me había
olvidado de la herida.
-Entonces es hora de recordártelo- hice una mueca teatral,
consciente de que necesitaba una excusa para acompañarlo sin
que, Broklaw y el Magos, pensaran que había algo fuera de lo
común. -Será mejor que yo también vaya. A ver si tienen algo
para la acidez de estómago.
-Si es así, trae algo de vuelta- dijo Broklaw, mirando con hostilidad
al abandonado bocadillo. -Este queso es letal.
Nota de la Editora:
Anexado sin comentarios.

De ‘La Liberación de Lentonia’ por Jonas Worden, manuscrito


inacabado.
Activo el registro de Vox, ahora. No puedo sostener… cosas. Hace
signos.
Tan cansado. No puedo dormir.
Sueños de sangre. Siempre sangre.
No puedo permitirme estar enfermo. Por ellos.
Odio este trabajo.
Los odio.
Siempre la sangre…
OCHO

Esperé en tensión mientras la hermana Hospitalaria de guardia, en


el puesto de socorro, arrancaba el vendaje sucio de la cara de mi
ayudante. Jurgen se estremeció un poco cuando la hermana tiró,
algunos pelos y fragmentos de costra facial acompañaron al apósito
al cubo de residuos clínicos. La Hospitalaria chasqueó la lengua.
-No seas niño. Aquí no hay nada.
-¿Nada?- estiré el cuello para mirar el lugar donde estaba la herida,
recordando la mancha de sangre y el borde irregular de la carne
desgarrada que había cosido hacia menos de setenta y cinco horas
antes. [Lentonia tenía un día ligeramente más largo que el terrano estándar]

-Mírelo usted mismo- la hermana limpió los últimos restos de


sangre coagulada, creando un oasis de piel limpia entre la mugre
que la rodeaba, en el centro del cual se apreciaba la línea apenas
perceptible de tejido cicatrizado de un sano color rosáceo; o por lo
menos tan cerca de él como Jurgen nunca había conseguido.
Parpadeé desconcertado, mientras mi ayudante volvía la cabeza de
lado a lado, examinando la herida desde todos los ángulos en la
superficie reflectante de la pantalla pictográfica del escritorio de la
hermana. -Ya le dije que era sólo un rasguño- comentó mi
ayudante.
Todo esto podría haber resuelto el asunto a completa satisfacción de
mi ayudante pero, ciertamente, no a la mía. Si Moroe tenía razón, y
sin duda había visto suficientes casos, nadie debería haber sido
capaz de librarse de la infección tras un mordisco de un retornado,
eso con tanta seguridad como que la noche sigue al día. Es cierto
que Jurgen había estado notablemente sano durante todo el tiempo
que habíamos servido juntos, la mayor parte de los insectos que
habían tratado de infectarle con algo, se encontraron que con él,
eso, funcionaba más bien a la inversa, nunca había mostrado signos
de ningún tipo de contagio. Además de eso, la herida de su mejilla
no debería haber sanado tan pronto ni tan bien como lo había
hecho.
La única explicación posible que pude aventurar era que tendría
algo que ver con su peculiar talento para anular los poderes de la
disformidad; lo que me llevó, inevitablemente, a la conclusión de que
debía haber algo antinatural en el propio virus. Lo que explicaría por
qué la vacuna de Moroe parecía no funcionar; probablemente
funcionara a un nivel puramente físico, pero si el problema era más
profundo y estaba implicado algún tipo de la transmisión desde la
disformidad, eso no iba a ser suficiente.
Así que fui meditando en silencio, mientras que Jurgen y yo
hacíamos nuestro camino de regreso hacia la sala de operaciones,
preguntándome que opción sería la mejor. Si ponía mis sospechas
en conocimiento de Moroe, este podría ser capaz de encontrar una
manera de mejorar la vacuna, y salvar este mundo, su población y
mi propio pellejo, en ese orden ascendente de importancia. Por otro
lado, debía hacerlo sin revelar el secreto de mi ayudante, para no
incurrir en la ira de Amberley y no convertirle, inexorablemente, en
un objetivo de alta prioridad para cualquier inquisidor que se
encontrara en las inmediaciones y quisiera añadir un “intocable” a su
comitiva, todo esto me parecía imposible. [Posiblemente estaba en lo cierto,
y no finjas, seguro que se lo quitarías de tener la más mínima posibilidad] ¿Y qué

pasaba con los Tallarn? Ellos eran relativamente inmunes a la


enfermedad y era poco posible que hubiera algún “intocable” entre
ellos, y mucho menos que todos ellos lo fueran.
Así, reflexionando, caminé por los pasillos del palacio prestando
poca atención a mi entorno, sólo para volverme sobresaltado
cuando alguien me llamó por mi nombre. Al volverme, me encontré
a Kasteen caminando hacia nosotros, con, para mi sorpresa, el
coronel Tallarn pegado a sus talones.
-Coronel. Coronel- saludé a ambos, primero a Kasteen, y luego
extendí mi mano a Samier. -Debo confesar que estoy sorprendido
de verle.
-Y yo de estar aquí- suspiro él, con el aire de alguien preparado
para cumplir con un oneroso deber. -Pero el hierofante ha
solicitado una escolta para regresar al recinto de la catedral y,
dadas las circunstancias, creo que estará más seguro en mi
Chimera que en un vehículo civil.
Lo cual era innegable; pero yo, en su lugar, hubiera asignado la
labor al sargento de guardia más cercano y que él hubiera reunido
un pelotón de soldados de la Guardia, en lugar de encargarme
personalmente del traslado. Pero ellos eran Tallarn, y así
conseguirían ganarse el favor de la Eclesiarquía y, supongo, que el
coronel pensaba que alguien como él hierofante necesitaría una
escolta de alto nivel por cuestión de puro protocolo. [Teniendo en cuenta
la piedad excepcional de los Tallarn en general, y de sus soldados de la Guardia

Imperial, en particular, es muy probable que Samier estuviera ansioso por consultar al

hierofante en privado con la esperanza de conseguir alguna guía espiritual adicional ]

-¿Supongo que la reunión fue productiva?- la pregunté, Kasteen


asintió.
-Hemos elaborado algunas nuevas estrategias- dijo ella. -
Mañana celebraremos una reunión informativa a primera hora.
-La escucharé con mucho interés- la contesté, con una falta de
sarcasmo que me pareció vagamente sorprendente. -Estoy seguro
de que la experiencia del coronel Samier en su lucha contra
esas cosas en Ferantis les han dado algunas ideas útiles.
-Esperemos que así sea- asintió Samier. -A pesar de que, por lo
menos, aquí las manadas están desorganizadas y operan
exclusivamente por mero instinto.
-¿Y no fue así en Ferantis?- le pregunté.
El coronel Tallarn negó con la cabeza. -De ninguna manera. Allí
estaban conducidos por los blasfemos acólitos del Gran
Enemigo.
-¿Quiere decir cultistas del Caos?- le dije, con mi cabeza
zumbando con una idea a medio formar. -¿Brujos, hechiceros y
ese tipo de cosas?
-Aún peor- contestó un ceñudo Samier. -Sacerdotes del dios de la
enfermedad.
-Nurgle- dije, escuchando el audible grito ahogado del ayudante del
coronel Tallarn ante la sola mención de ese asqueroso nombre. Pero
Samier estaba hecho de otra pasta.
-Efectivamente- asintió el coronel con la cabeza. -Llamaron
bendición a esa pestilencia y luego lanzaron a sus víctimas
contra nuestras armas. Pero conseguimos limpiarles a todos,
con el fuego y nuestra fe en el Emperador.
En ese mismo instante Callister entró en la sala, conversando
seriamente con Moroe y, casualmente, escuché parte de la
conversación, parecía que Jona estaría pronto en camino de unirse
al Trono Dorado, y no parecía que ninguno de ellos pudiera hacer ni
una maldita cosa al respecto. Al verlos juntos, y con el olor de mi
ayudante sobre mi hombro, las últimas piezas del rompecabezas
hicieron clic en mi mente.
-Magos- llamé. -Su Gracia, creo que tengo una posible solución
a nuestro problema.
-El estado del gobernador se ha estabilizado- informó Moroe
unas horas más tarde, caminando por el centro de mando. -Aunque
sólo físicamente, queda muy poco de su mente. Pero, ¿cómo lo
supo?- a pesar de sus mejores esfuerzos para sonar tan anodino
como normalmente lo hacían los cogboys, no pudo mantener su
asombro totalmente fuera de su voz y me permití la indulgencia de
presumir durante unos momentos.
-Al verle a usted y al hierofante juntos, de repente todo tuvo
sentido- le dije. -Sobre todo después de lo que el coronel
Samier acababa de decir. Simplemente, me llamó la atención
que el contagio podría ser tanto espiritual como físico, y que la
piedad de sus hombres era lo que les había preservado de la
enfermedad- lo que me ayudó a encubrir cuidadosamente toda la
cuestión referente a la anormal reacción de Jurgen ante el mordisco
de un retornado, y no mencionarlo en absoluto.
-Lo cual explica que la bendición de la vacuna haga que esta
sea eficaz contra la persistente corrupción de… de uno de los
Poderes Ruinosos- Callister se interrumpió para mantener su
compostura y evitar meticulosamente mencionar a Nurgle por su
nombre.
-Merecía la pena intentarlo- le dije. Los Tallarn siempre dicen que
su fe es el arma más poderosa de su arsenal y en este caso, era
literalmente cierto.
-¿Se puede bendecir el resto de la reserva de vacunas?-
preguntó Kasteen, devolviendo la conversación del reino de lo
numinoso (Perteneciente o relativo al numen como manifestación de poderes divinos,
nt) al estrictamente práctico, como la oficial ejemplar que era.

-Por supuesto- el hierofante se hinchó un poco, claramente


encantado de ser el centro de atención. -¿Tienen mucha a mano?
-Unos frascos solamente- admitió Moroe. -Pero, ahora que se ha
demostrado su eficacia, podemos producir más.
-¿Tenemos a mano la suficiente para inmunizar al regimiento?-
le pregunté, y el tecno-sacerdote asintió.
-Yo diría que sí. Al menos a la mayor parte del mismo.
-Alabado sea el Trono- dijo Kasteen, a lo que el hierofante
respondió con una reflexiva bendición. -¿Podríamos utilizarlo
como arma?
-No estoy seguro de entenderle- dijo Moroe, permitiendo que una
mancha de confusión contaminara sus cuidadosos y modulados
tonos.
Sin embargo, Samier compartió sus instintos guerreros y asintió con
la cabeza al comprender instantáneamente. -Si estabilizó al
gobernador Worden, debe haber neutralizado al virus en su
sistema. ¿Qué sucedería si los retornados reciben una dosis?
-El virus que anima sus troncos cerebrales debería ser
eliminado, y los cadáveres volverían a ser inertes- dijo el Magos,
como si explicara algo obvio, aunque supongo que para él, así era.
-Difícilmente podrá caminar hasta una manada de retornados y
clavarle una aguja en los brazos, ¿creé usted que podría?- le
pregunté con escepticismo.
-Eso no funcionaría- dijo Moroe, sin captar el sarcasmo de mi
pregunta, como tantas veces hacían los tecno-sacerdotes, dada su
afición a tomarse todo lo que le decían literalmente. -Sus
corazones no laten, así no se lograría que el suero circulara a
través de sus sistemas.
-¿Así que tendremos que matarles de nuevo, por las malas?-
preguntó Kasteen.
-Tal vez no- dijo Callister. -Si el contagio es de hecho una
manifestación de… el señor de la plaga…- dudó un momento,
claramente incómodo por tener referirse a uno de los dioses
oscuros, incluso de manera indirecta. -…el mero contacto con la
vacuna consagrada puede ser suficiente para exorcizar la
corrupción del caos.
-Dejando a los anticuerpos libres para que sean absorbidos a
través de los tejidos y, así, erradicar el virus- añadió Moroe.
-Entonces es posible que podamos realizar una fumigación
desde el aire- le dije, acercándome al hololíto y realizando
entusiasmado un escaneo topográfico, en busca de algo que se
pareciera a un aeródromo militar. -¿Tiene la milicia algún tipo de
nave disponible?
-Cuatro escuadrones de Valquirias- me contestó Samier, sin
molestarse en comprobar ninguna de las placas de datos. Dado que
llevaba en contacto con la milicia bastante más que el resto de la
fuerza expedicionaria, yo estaba dispuesto a aceptar su palabra sin
discutir. -Qué, por desgracia, no son de ninguna utilidad para
nosotros sin sus pilotos.
-Tiene que haber algunos que no hayan sido infectado- le dije, y
el coronel Tallarn negó con la cabeza.
-Uno de los primeros brotes epidémicos golpeó en los cuarteles
del ADC [Cuerpo de Defensa Aérea]- me contestó, mirándome
apesadumbrado. -Utilizamos sus naves ampliamente durante
nuestro despliegue inicial- puede estar seguro que sus
tripulaciones fueron las primeras en entrar en contacto con el virus.
-¿Y qué pasa con las lanzaderas?- insistí. -Hay un montón de
naves en órbita, podemos requisar alguna.
-Jona emitió una orden de cuarentena planetaria, ¿recuerda?-
dijo Kasteen, su ardiente frustración flotó en la forzada calma de sus
palabras. -Ninguna puede aterrizar en el planeta hasta que esta
sea rescindida- lo que no podíamos hacer sin revelar su estado a
todo el planeta.
-Estamos bien jodidos (frakking del original)- la contesté, abrumado. -
¿De qué otra forma se supone que podemos dispersar la
vacuna?- me volví, cuando un olor familiar flotó en mi dirección,
para encontrarme, como me esperaba, con que mi ayudante se
acercaba. -¿Sí, Jurgen, qué sucede?
-Un mensaje de vox, señor- respondió, entregándome una
arrugada y garabateada hoja de papel, que se adhirió
desagradablemente a mis dedos cuando lo cogí. -Es de Divas. Se
pregunta si recibió su último mensaje- Jurgen miro la nota. -
Siento lo de las manchas de mermelada.
-Está bien- respiré profundamente, recordando hacerlo con la boca,
y exhalé despacio, usando la inesperada interrupción para
recuperarme y calmar mi comportamiento. Después de todo, yo
tenía la reputación de poder mantener la cabeza fría en medio de
las crisis, algo, a decir verdad, totalmente inmerecido. -Dile que
agradezco su invitación, pero no tengo tiempo libre para
eventos sociales en estos momentos.
-Muy bien, señor- dijo Jurgen, y se volvió para irse, esquivando al
hololíto en su camino. En ese momento, mi mirada se posó en el
icono que marcaba la batería de artillería de Divas y, nuevamente,
ordené a mi ayudante que volviera a toda prisa, mientras surgía el
súbito recuerdo de algo de los tiempos en los que servía en aquella
unidad.
-Espera- dije -olvida lo anterior. Pregúntale si todavía tiene un
arsenal de municiones químicas.
-Proyectiles de gas, de acuerdo- respondió Jurgen con una breve
inclinación de cabeza para confirmar que había entendido
correctamente el mensaje, antes de desaparecer de nuevo en busca
de un vox.
-No veo para que pueden valer- dijo Kasteen. -No se puede
envenenar a algo que ya está muerto.
-Eso no será necesario- le dije. -Ese tipo de proyectiles explotan
en el aire, para poder dispersar la carga lo más ampliamente
posible. Si sustituimos la carga original por vacuna, esa lluvia
debería ser suficiente para poder usarla contra las mayores
concentraciones de retornados.
-Eso podría funcionar- acordó Moroe, con la mirada perdida en el
espacio durante unos momentos. -Suponiendo que los modelos y
patrones meteorológicos se mantengan, parece que las
posibilidades son de aproximadamente un ochenta y siete
punto tres dos cuatro por ciento de que en las próximas
diecinueve horas, cayendo a…
-Gracias, Magos, eso es muy tranquilizador- le corté
apresuradamente.
-Eso debería ser suficiente para cambiar el rumbo de los
acontecimientos, como poco- dijo Kasteen, con bastante más
confianza de la que sentía. –Después de la dispersión de la
vacuna, podríamos limpiar la ciudad, sector por sector.
-Y luego los otros focos de infección- añadió Samier. El coronel
Tallarn me miraba con la expresión de asombrada admiración
ligeramente bovina que estaba acostumbrado a ver en los rostros de
los civiles en las recepciones oficiales. -Realmente, sigue los
pasos del Emperador, comisario.
-No más de lo que lo hacemos todos- le dije, sintiendo que era el
mejor momento para una muestra de modestia. Y sí, efectivamente,
tuvo precisamente el efecto que había previsto.
-No seas tan modesto, Ciaphas- dijo Kasteen. -Si esto funciona,
acabas de salvar el planeta.
-Sí- dije en voz baja, consciente, y no por primera vez, de cuanto se
podía originar de una única palabra.
Nota de la Editora:

No por primera vez, me pregunto si la información adicional que ofrece el material que

se presenta a continuación merece la pena el esfuerzo de ser leído; pero en este caso,

debo concluir lamentablemente que así es. Aunque la prosa de Sulla sea tan

impresentable como es costumbre en ella, resume los acontecimientos de la campaña de

forma amplia, cuestión a la que Caín, por lo general, presta muy poca atención.

De ‘Como el vuelo de un fénix: Las primeras campañas y


gloriosas victorias del 597º valhallano’ por la general Jenit Sulla
(retirada), 101 M42.
En aquellos desesperados días nos costó mucho mantenernos;
pese a lo duro que luchábamos y a pesar de la ventaja que
poseíamos en velocidad, movilidad y mayor potencia de fuego,
todas ellas, eran compensadas ventajosamente por la superioridad
numérica de nuestros enemigos. Una ventaja, de hecho, que solo
hacía que aumentar, ya que cada caído de los nuestros era un
recluta potencial para las horribles filas de los muertos vivientes.
Recuerdo que pronto perdí la cuenta del número de veces que
contemplé a retornados luciendo el uniforme de alguno de nuestros
regimientos aliados, y comenzaba a temer el día en el que yo tuviera
que contemplar los restos destrozados con el rostro conocido de
alguno de los nuestros entre sus filas. Como nuestros bizarros
camaradas de armas fueron capaces de soportar la visión de los
cadáveres de los compañeros que habían luchado junto a ellos
volviéndose en su contra es algo que difícilmente puedo imaginar,
pero su moral se mantuvo y sólo puedo felicitarme por su fortaleza y
su devoción al Emperador.
Mientras que el número de retornados seguía aumentando, y el de
los defensores de Viasalix disminuyendo, comenzó a producirse un
cambio en las manadas errantes de los muertos vivientes. Mientras
que, al principio, habían sido relativamente pocos en número,
comenzaron a unirse en grupos mucho más grandes, creando una
amenaza notablemente mayor para aquellos que les buscaban para
destruirles; tanto fue así que, hasta que se aprendió la lección,
varias patrullas fueron superadas mientras intentaban luchar contra
ellos en lugares cerrados, confiando erróneamente en el poder de
fuego de sus armas para preservarlos de cualquier daño. Después
de eso, comenzamos a luchar contra ellos manteniendo las
distancias y procurando mantener a las escuadras lo
suficientemente cerca para que se pudieran apoyar mutuamente.
Incluso esto resultó ser insuficiente para imponernos totalmente
contra el cada vez mayor número de los retornados y, con gran
renuencia por nuestra parte, nos vimos obligados a ceder el control
de las zonas periféricas, concentrando nuestras fuerzas en el centro
de la ciudad en torno al palacio del gobernador. Como si olfatearan
la victoria, las legiones infernales de los no-muertos se lanzaron
hacia el interior, en torno a los recintos fortificados, y sitiando el
mayor símbolo del poder Imperial en Lentonia.
El por qué de aquel cambio en su modo de actuar es algo que nos
pareció totalmente incomprensible, tanto más cuando hasta ese
momento no habían dado ningún signo de perspicacia táctica. Sin
embargo, la verdadera razón de ese cambio en su comportamiento
aún estaba por descubrir, y sería nada menos que el comisario Caín
el que, fiel a su naturaleza de esforzado y callado heroísmo,
asumiría la misión más peligrosa, sin la menor vacilación.
NUEVE

Si he de ser honesto, yo esperaba una vida relativamente tranquila


después de eso, disfrutando del prestigio de haber ideado la
solución a nuestro problema, mientras que otro se dedicaba a
trabajar en su aplicación práctica. Eso no pasó, por supuesto; al
parecer, por alguna razón, todos los retornados de la ciudad
eligieron esa noche para lanzarse contra nuestra línea defensiva, en
una interminable oleada de carroña arrastrando los pies.
-No sabía que había tantos cadáveres en el continente, y mucho
menos en Viasalix- dije, viendo las abarrotadas calles más allá de
los muros perimetrales a la luz de los reflectores de arco montados
alrededor de los mismos, los que, en tiempos más felices,
iluminaban la parte delantera del edificio para disfrute estético de los
transeúntes durante las horas de oscuridad. Ahora, los reflectores
estaban lanzando su luz más lejos, a través de las calles y las
oscuras extensiones del parque que había más allá; el pálido
resplandor de la luz se reflejaba profundamente a lo lejos, en los
laterales de mármol de la imponente tumba del centro de la
necrópolis que Jurgen y yo habíamos atravesado en circunstancias
tan dramáticas. Donde quiera que mirara había más retornados
arrastrando los pies, abarrotando las carreteras, y ocupando los
céspedes y jardines del parque tan profundamente que el final de la
manada se desvanecía invisible más allá del alcance de los
reflectores. -Debe haber miles de ellos.
-Siempre hay más muertos de lo que se piensa- dijo Broklaw
sardónicamente, moviendo su amplivisor a través de la multitud. El
sordo redoble de las descargas de armas puntuaba nuestra
conversación, mientras que los soldados que defendían los recintos
del palacio vertían un flujo constante de fuego a las densas filas de
abajo, mientras que otras unidades acosaban sus flancos. Pero era
como tratar de quitar la grasa a un leviatán a cucharaditas; por
mucho daño que hiciéramos, siempre había más retornados que
tomaban el lugar de los caídos.
-Algo los ha alborotado- dijo mi ayudante, materializándose de
forma inesperada detrás de mi hombro, la señal de su aproximación
debía haber sido enmascarada por el hedor de la corrupción que
subía desde abajo. Me entregó una hoja con un mensaje, esta vez
piadosamente libre de cualquier tipo de aperitivo o comida. -
Saludos del mayor Divas, dice que sí tienen proyectiles de gas
en el inventario.
-Bueno, algo es algo- le dije, mientras un grupo de soldados
trotaba a través del patio de abajo y comenzaba a abrasar con
lanzallamas los cadáveres que había más allá de la verja. El humo
comenzó a flotar en nuestra dirección y, de repente, el olor se volvió
diez veces peor. -Puede comenzar a lanzar la vacuna tan pronto
como el Magos y el hierofante puedan crear otro lote.
Callister y Moroe se habían ido unas horas antes con Samier, antes
de que llegaran los retornados y, con algo de suerte, a estas alturas
ya habrían comenzado su trabajo detrás de una pantalla de
soldados de Tallarn decididos a mantener la carroña alejada de
ellos; algo que, en lo que a mí respecta, era un trabajo muy
bienvenido. Al menos, parecía que no tendrían muchas
interferencias de las que preocuparse; por alguna razón
desconocida, todos los retornados de Lentonia parecían haberse
dirigido hacia nosotros.
-¿De verdad crees que podemos mantenerles fuera durante
tanto tiempo?- preguntó Broklaw, su tono de voz me dijo lo
suficiente para callarme la respuesta que le daría si me pidiera que
le respondiese.
-El Emperador protege- le contesté, como si fuera en serio, y
fervientemente esperaba que lo hiciera, porque, hasta donde yo
podía ver, el comandante tenía razón. Los soldados con los
lanzallamas estaban escabulléndose nuevamente a cubierto,
mientras sus víctimas seguían ardiendo y presionando contra la
barrera de hierro con un chasquido de costillas rotas audible incluso
sobre el crepitar de las llamas, mientras que la verja de hierro
forjado se doblaba visiblemente bajo la presión de los incontables
cuerpos. Después de esto, unos trozos de rococemento
comenzaron a aflojarse en las zapatas de la verja, repiqueteando
como la grava contra los adoquines, yo me estremecí
involuntariamente. A este ritmo seriamos invadidos en un par de
horas.
Deje a Broklaw con sus sombríos pronósticos y me dirigí a pasear
entre los nerviosos soldados, intentando elevar la moral lo mejor que
podía con algunos chistes que recordaba y algunos toques de
humor negro, pero los hombres y mujeres de la unidad estaban
asustados, no podía culparlos. Yo también lo estaba, aunque me
costara admitirlo, refugiándome en una pose de sombría
determinación que me parecía relativamente fácil de mantener.
Acabé mi peregrinación en el centro de operaciones, donde Kasteen
me saludó fríamente.
-No se ve nada bien- dijo, indicando el hololíto.
-No, nada bien- estuve de acuerdo. No podía afirmar con total
seguridad que cada retornado de la ciudad estuviera asediándonos,
pero realmente, eso es lo que parecía. Había unos pocos, si es que
había algunos, iconos de contacto en otros lugares, hasta donde se
podía ver, las manadas de retornados habían sido atraídos desde
las fronteras de las zonas de cuarentena por la perspectiva de carne
fresca, abandonando su batalla de desgaste contra los cada vez
más escasos defensores Vostroyanos cuando ya estaban muy
próximos a la victoria. -¿Alguna idea de lo que les está atrayendo
hacia aquí?
-Ni idea- contestó Kasteen -a menos que sea tu magnética
personalidad.
-Eso es poco probable- la dije. En el pasado hubo enemigos que
me buscaron, bajo la ilusión de que mi reputación lo merecía,
habían estado buscando un duelo de honor contra un digno
oponente, y murieron decepcionados en ambos casos. Pero eran
seres conscientes, incluso inteligentes a su extraña manera, si eran
xenos o tocados por el Caos, pero estos no eran más que trozos de
carne podrida animada por un virus artificial y ni tan siquiera eran
conscientes de sí mismos.
-Sea como sea, es un gran error por su parte- concluyó Kasteen,
con más valentía que sobrio análisis táctico, hasta donde yo podía
ver.
-Esperemos que así sea- la dije, mientras ampliaba la imagen de la
zona que rodeaba al palacio. La batería de artillería estaba sólo a un
par de kilómetros de distancia, pero hasta que Moroe consiguiera
producir otro lote de vacunas y Callister las bendijera no íbamos a
conseguir ningún tipo de ayuda desde allí. Es cierto que siempre
podíamos pedir un ataque de artillería convencional contra los
amontonados retornados, por supuesto, pero estaban demasiado
cerca de nosotros y podríamos llevarnos la mayor parte del
bombardeo si las cosas salían mal, y aún no estábamos tan
desesperados como para eso. Aún. Entonces, mientras la
representación tridimensional del palacio y sus alrededores
continuaba expandiéndose, mi mirada se posó en un detalle crucial
que hasta entonces me había pasado desapercibido. -¿Que son
esos túneles?
Kasteen se encogió de hombros -Lo de costumbre, supongo. Los
restos de la ciudad subterránea [Teniendo en cuenta la edad de la mayoría
de las ciudades imperiales, que se mide en miles de años, no es de extrañar que la tierra

bajo ellas esté casi siempre plagada de restos incorporados de asentamientos de

generaciones anteriores, formando un laberinto de sótanos olvidados, túneles de servicio

] y un refugio para el gobernador, por si las cosas se


y similares

ponían mal. (Que el predecesor de Jona nunca había tenido la


oportunidad de utilizar, sus asesinos eligieron, muy poco
deportivamente, matarle en un lugar al aire libre)
-Por supuesto- sentí como las palmas de mis manos comenzaban
a cosquillear, insinuándome una idea claramente inoportuna. -
Estarán correctamente sellados, ¿verdad?- lo último que
necesitaba era ser flanqueado por una multitud de cadáveres
andantes saliendo bajo nuestros pies.
-Lo están- me aseguró Kasteen, para mi gran y silencioso alivio.
Ajustó la pantalla, con lo que el sistema de túneles quedó
completamente a la vista. -Aquí hay una vieja compuerta contra
inundaciones, y las esclusas han sido soldadas- indicó otro
cuello de botella. -Esto se supone que es una vía de escape, que
lleva hasta los túneles de servicio, pero la guardia de la casa la
tapió durante la rebelión, mientras trataban de averiguar a qué
bando apoyaban.
-Mientras se mantenga en pie- la dije. No era probable que alguno
de los retornados fuera capaz de manejar un pico o una pala, pero
yo no había vivido tanto tiempo dando por sentado cosas así.
Entonces mi innata afinidad para los sistemas de túneles me pateó,
y con ella una súbita comprensión. -Este túnel de servicio se
extiende casi hasta el parque de artillería.
-Por lo tanto…- dijo Kasteen especulando, claramente con la
misma idea que yo había tenido. -…y teniendo todavía las
ampollas de vacuna que el hierofante bendijo.
Con esa reserva esperábamos inmunizar a todos nuestros soldados,
pero el ataque en masa de los retornados nos había dejado sin
tiempo para organizar la vacunación. La coronel se volvió hacia a
mí. -Tú eres nuestro experto residente en lucha en los túneles.
[Un legado de su infancia en los subterráneos de una ciudad-colmena] ¿Cuánto
tiempo se tardaría en llegar hasta la batería?
-Eso depende de lo despejados que estén los túneles- la
respondí, considerando el asunto. Era imposible saber lo que podría
estar acechando en aquellos laberintos oscuros, pero creía que las
posibilidades eran mucho más halagüeñas que quedarme donde
estaba, completamente rodeado de cadáveres andantes. Por otra
parte, no quería parecer demasiado ansioso de salir corriendo por lo
túneles, mientras que el resto del regimiento mantenía a los
retornados a mi espalda. -Pero no estoy seguro de que tenga que
ir yo. Me molesta profundamente dejar al regimiento en la
estacada, no me importa admitirlo- por un momento me pregunté
si no habría exagerado mi farol, pero Kasteen ya estaba sonriendo
con tristeza.
-Sabía que dirías eso. Pero nadie sabe más de túneles que tú.
Eres nuestra mejor esperanza- su sonrisa se endureció. -De
hecho, eres nuestra única esperanza. Si no consigues pasar,
mañana seremos como esos pobres diablos de ahí afuera. Sí es
que han dejado algo de nosotros que pueda levantarse después
de que hayan terminado de alimentarse.
-Ninguna presión, entonces- bromeé débilmente, tratando de no
pensar en ello. Habíamos servido mucho tiempo juntos, y la idea de
perder a lo más parecido que tenia a unos amigos era de lo más
desalentadora.
-Voy a asignar a una escuadra para que vaya contigo- dijo
Kasteen, lo cual era un consuelo; al menos tendría un grupo de
soldados para esconderme detrás de ellos. Entonces pensé un poco
en las implicaciones y sacudí la cabeza con una punzada de sincero
arrepentimiento.
-Sólo me llevaré a Jurgen- la dije. -Será lo mejor, así podremos
movernos rápidamente y en silencio. Por no mencionar el hecho
de que si no era capaz de pasar, y me parecía más prudente correr
en la dirección opuesta, yo no necesitaría inventar ninguna excusa
para el repentino cambio de planes.
-Tú eres el experto- dijo Kasteen.
-Sí- estuve de acuerdo, deseando que no fuera así.
DIEZ

El acceso a la red de túneles que había debajo de la ciudad resultó


ser relativamente sencillo, la entrada al agujero que daba acceso a
la sala del pánico del antiguo gobernador estaba oculto detrás del
extremo de una bodega de vino local que las tropas de la casa
habían sellado y, a juzgar por el aroma afrutado y por el montón de
copas rotas que habían dejado atrás cuando el trabajo estuvo
hecho, se ve que habían decidido que sería más fácil mover las
botellas si primero las cataban. Nada más llegar, guardé
cuidadosamente unas preciosas redomas en una bolsa acolchada
que colgué sobre mis hombros, para que colgara detrás de mis
caderas, consciente del peligro de obstruir mi pistola láser si
necesitaba sacarla a toda prisa. Un grupo de nuestros zapadores ya
se habían abierto camino entre los ladrillos recién cementados. Se
inclinaron sobre sus herramientas mientras Jurgen y yo
asomábamos cautelosamente la cabeza hacia el pasillo que había
más allá, que terminaba en un suave rococemento, para que ningún
aristócrata que huyera tuviera que mancharse su túnica.
-Huele un poco- comentó mi ayudante, tan inconsciente de la ironía
como siempre, y yo asentí, filtrando el olor ambiental del que estaba
a mi lado. Un leve hedor cloacal traicionó la proximidad de una
alcantarilla, superpuesto con rastros de polvo, moho y humedad, por
un momento sentí mucha nostalgia de los laberintos de mi infancia.
Sin embargo, lo más significativo, era que el inconfundible hedor de
la carne corrompida estaba felizmente ausente. Si había algún
retornado por aquí abajo, desde luego no estaban concentrándose
para un ataque.
-Parece despejado- dije y toqué el receptor vox de mi oído. -Ya
estamos en camino.
-Date prisa, por el Emperador- dijo Kasteen, su voz atenuada por
el pequeño receptor del vox. -El Duodécimo te está esperando.
-Dile a Toren que me vaya consiguiendo unas tazas de tanna-
dije, con lo que sentía que era una transparente demostración de
bravuconería. -Probablemente las necesitaremos cuando
lleguemos- casi me esperaba que el propio Divas contestara en ese
momento, con uno de sus habituales comentarios fatuos sobre lo
mucho que estaba deseando estar junto a nosotros, pero no oí nada
en la frecuencia operativa del 12º de Artillería de Campo, aparte de
un suave silbido de estática. Lo que no era de extrañar; la baja
potencia de la señal de un comunicador portátil de vox no
conseguiría atravesar la mayor parte de la tierra y las rocas del
suelo.
-Lo haré- prometió Kasteen, mientras entrábamos por el irregular
agujero en el enladrillado muro, dando la espalda a los zapadores
que descansaban.
-Séllenlo- les dije, a pesar de mi natural aversión a tener la línea de
retirada cortada. Lo iban a hacer de todos modos, así que podía
fingir que también había sido idea mía.
No esperé a ver como cumplían mi orden, porque se parecería
demasiado a ver como tapaban mi propia tumba, comencé a
caminar en la oscuridad, con Jurgen trotando a mi lado. Durante la
construcción del túnel se habían instalado lúmenes en el techo [O
una modernización, por lo general, los túneles llevaban siglos allí], pero nos

abstuvimos de encenderlos, consciente de que podrían llamar la


atención. En lugar de eso, seguíamos el cono relativamente débil de
luz emitido por un lumen portátil que mi ayudante había colocado en
el enganche de la bayoneta de su fusil láser, y que hacía el trabajo
más que adecuadamente bien. También me alegré de ver el cañón
del fusil de fusión, que solía llevar cuando esperaba más problemas
de lo habitual, colgado de su espalda, donde podía alcanzarle
fácilmente si era necesario; una sabía precaución, tal como
resultaron las cosas.
Después de unos cien metros, o así, llegamos al comienzo de un
túnel nuevo, y nos encontramos frente a una puerta metálica, algo
incongruente, que llevaba el sello de la rueda dentada del Adeptus
Mechanicus. Jurgen se colgó el fusil láser y cogió el de fusión.
-Espera un momento- le dije; una obstrucción aquí no tenía ningún
sentido. Si yo estuviera construyendo un pasaje secreto con expreso
propósito de salvar mi vida corriendo por él, no me gustaría nada
tener que entretenerme, ni siquiera un simple segundo. Puse mis
dedos contra la fría superficie de acero, y la empujé
cautelosamente; efectivamente, un cierre de presión se abrió,
revelando una débil grieta de oscuridad. -Apaga la luz- mi ayudante
obedeció, preparando nuevamente su fusil láser, y empujé la puerta,
que se abrió del todo, en silencio, con unas bisagras bien
engrasadas.
Como yo esperaba, el suelo del otro lado de la esclusa estaba al
mismo nivel que la superficie en la que estábamos parados, los
tropezones y las caídas de bruces no eran lo mejor para una huida
rápida, y me deslicé dentro del otro túnel, dejando que mis otros
sentidos suplieran el vacío producido por la ausencia de luz. El olor
de alcantarilla era aquí más fuerte, lo que apenas era de extrañar,
ya el túnel de servicio en el que estábamos se conectaba a esta a
través de un eje de acceso unos cientos de metros más adelante;
cuando me esforcé por escuchar, tan sólo pude oír el tenue sonido
de liquido que goteaba en aquella dirección. Superpuesto a él, y
distorsionado por los ecos, escuche los chillidos y las carreras de los
roedores, asustados por nuestra intrusión, pero, para mi alivio, no oí
nada como el caminar vacilante de un regresado.
-Todo despejado- murmuré, y Jurgen volvió a encender nuestra luz,
enviando a los más audaces de los bichos locales, que se habían
acercado para investigar el sonido y nuestro aroma poco familiar,
corriendo a refugiarse entre las sombras.
-Jodidamente (Frakking del original) irrespetuoso con el Omnissiah-
comentó mi ayudante, mientras que la puerta por la que habíamos
entrado en el túnel se cerraba, revelando otro sigilo del Mechanicus
en el lado externo, junto a un pergamino de oraciones oscurecido
por la edad pegado a ella con un pegote de lacre. Se parecía a un
panel de acceso a alguna parte de la infraestructura de la ciudad,
interesante sólo para el tecno-sacerdote asignado para atender ese
sistema en particular; y no creo que realmente existiera, ni que
nadie lo hubiera visto más de dos veces. -Para causar problemas,
supongo- una pregunta que bien podría haber dado por contestada,
dado el destino del hombre que la había construido.
Finalizando esa superflua conversación, me lancé a trote rápido en
dirección a nuestro destino, consciente de que el tiempo era
esencial; si entregábamos la vacuna demasiado tarde para poder
ayudar a nuestros compañeros, mi reputación de inspirar improbable
victorias frente a la cara de una segura derrota recibiría un golpe
embarazoso. Además, Kasteen y los otros me caían bien, y no tenía
ningún deseo de verles reducido a forraje de retornado. Después de
unos momentos, el olor de la cloaca se volvió considerablemente
más acre, y me di cuenta de que el eje de acceso estaba a nuestra
izquierda; un nicho sin suelo en la manchada pared de ladrillos, por
el que descendía una escalerilla hacia las profundidades. Un débil
sonido de elevaba desde allí, que en un principio atribuí al rápido
fluir del agua, pero a medida que fui distinguiendo entre los
diferentes ecos, comenzó a sonar sospechosamente como voces.
-¿Ahí abajo hay alguien?- murmuró Jurgen, tras haber escuchado
también el sonido, y apagó nuevamente su lumen sin esperar la
orden. Me paré de golpe, cuando nos sumergimos en la oscuridad, y
esperé a que mis ojos se acostumbraran. Efectivamente, un débil
resplandor se filtraba por el hueco debajo de nuestros pies.
-Eso parece- le respondí, igualmente susurrando. -Pero en este
momento no es problema nuestro. Tenemos que entregar las
vacunas- eso por no mencionar que no tenía la menor inclinación
de ir en busca de más problemas. Ya informaríamos cuando
llegáramos al 12º, para que enviaran una escuadra de tropas de
asalto para registrar el lugar. En cualquier caso, lo más probable es
que sólo fuera un grupo de civiles que habían bajado hasta aquí
buscando un lugar donde esconderse de los retornados.
-Tiene razón, señor- estuvo de acuerdo Jurgen, encendió
nuevamente la luz. Entonces levantó rápidamente su fusil láser.
Pero yo no podía culparlo. Un grupo de cadáveres andantes estaba
bloqueando parte del túnel, frente a nosotros. Eran al menos uno
docena, arrastrando sus pies hacía nosotros, con sus manos
extendidas. Maldije, culpándome a mí mismo por haberme
obsesionado tanto con los sonidos que se filtraban desde abajo que
me había olvidado de los ruidos que se aproximaban. De todos
modos, lo siguiente fue el crepitar del fusil láser, ahogando el resto
de los sonidos.
-¡Hay demasiados, señor!- me dijo Jurgen, algo totalmente
innecesario, mientras el primer retornado se tambaleaba bajo la
tormenta de fuego que estaba machando su pecho. -No puedo
coger el fusil de plasma- lo cual era tristemente obvio; en el
momento en el que dejara de disparar, toda la manada caería sobre
nosotros. Si nos dábamos la vuelta y corríamos, podría dejarles
atrás con facilidad, pero el camino de vuelta ya estaba bloqueado; y
si fallaba en entregar la vacuna, nunca se olvidaría. Por otra parte,
la alcantarilla corría, más o menos, en la dirección correcta, y si
entrabamos en ella habría una posibilidad de escapar de los
muertos sin añadir demasiado tiempo a nuestro viaje.
-¡Abajo, por la escalera!- grité a mi ayudante, con la esperanza de
que esos horrores no pudieran bajar.
Pensar era actuar, y me deslicé por los peldaños oxidados
rápidamente, aterrizando en un charco de agua fétida que llegaba
por los tobillos. Yo no había prestado mucha atención a la
disposición de la red de alcantarillado, al no esperar tener que
desviarme por ella, pero mi sentido de la orientación demostró ser
tan fiable como de costumbre, y me pareció bastante fácil visualizar
el camino por el que teníamos que ir. La luz era más fuerte en esa
dirección, buena parte de ella llegaba hasta nosotros, la suficiente
para poder esquivar a toda prisa a Jurgen, que descendió con
bastante más rapidez que elegancia. [No queda muy claro si este comentario
se aplica a Jurgen o al propio Caín, aunque dadas las circunstancias, supongo que los

]
dos harían algo similar

-Aquí no podrán seguirnos- dijo mi ayudante, cuando los


retornados se movieron desconcertados alrededor de la apertura en
el techo, incapaces, al parecer, de comprender nuestra repentina
desaparición.
-A menos que alguno caiga en el agujero- añadí, poco dispuesto
a esperar a averiguar si el azar y la gravedad lograrían lo que no
podía su voluntad. Empecé a caminar hacia la luz que se veía a lo
lejos. -Mira donde pones tus pies- añadí. -El canal principal
parece profundo.
El túnel de alcantarillado tenía unos tres metros de altura, con un
techo abovedado de rococemento, el agua fétida que fluía hacia
abajo, se limitaba, en su mayor parte, al canal central; a cada lado
del piso se elevaba un pequeño pasillo justo debajo de la superficie,
lo que nos permitió avanzar relativamente rápido a pesar de las
cascadas de agua que se derramaban sobre nuestras botas cada
vez que dábamos un paso. Jurgen dudó un momento, cambió sus
armas cuando tuvo la oportunidad, y siguió detrás de mí, con su fusil
de plasma cargado y preparado para ser usado en caso de
problemas. Privado de la luz atada a su fusil láser, encendí la mía y,
rápidamente me arrepentí, al ver los restos flotantes que se
arremolinaban a mis pies.
Apenas habíamos avanzado cien metros cuando el eco de fuerte
chapoteo me advirtió de que lo inevitable había sucedido, y al
menos uno de los cadáveres había caído por el agujero detrás de
nosotros. Mire hacia atrás, justo a tiempo para ver otra tenue forma
caer en picado sobre el apestoso líquido, empujado tras la estela de
su compañero por la presión de los cuerpos del piso de arriba.
Alertado por el ruido, Jurgen se dio la vuelta y disparó el fusil de
fusión, pero yo no podría decir si acertó a alguno; la turbulencia
termal hizo hervir las aguas residuales alrededor del punto de
impacto, levantando una espesa nube de vapor que arañó mi
garganta y mis fosas nasales, además de hacer llorar mis ojos.
-Debería haber disparado con el fusil láser- dijo con tristeza.
-Tenemos que seguir moviéndonos- le dije, lanzando una mirada
de aprensión al banco de niebla artificial que iba llenando la
alcantarilla. En cuestión de pocos segundos nos envolvería,
reduciendo la visibilidad a unos pocos metros y haciendo que
nuestras linternas fueran inútiles, la luz simplemente se reflejaría en
la niebla que nos iba rodeando. Así que preferí adivinar, confiando
en el patrón de los ecos para mantenerme cerca de la pared y
esperando solamente que la acera sumergida por la que
caminábamos no se estrechara bruscamente, o desapareciera por
completo. Con nuestra propia luz apagada vi, pasando entre las
nubes de vapor, una luz intermitente, lo que al menos me daba algo
a lo que dirigirme.
Al oír el irregular chapoteo de pisadas vacilantes en algún lugar de
la oscuridad detrás de nosotros, saqué mis armas y aumenté mi
velocidad tanto como me atreví. Con los sonidos amortiguados por
la niebla que nos rodeaba, era imposible saber cuántos retornados
estaban detrás de nosotros, aunque, por lo menos, lo peor
empezaba a despejarse. Después de unos cuantos metros más, la
luz que yo seguía comenzó a brillar con más intensidad, y fui capaz
de distinguir la débil forma de la pared llena de manchas de líquenes
que había a mi lado. El murmullo de las voces también aumentó, y
yo forcé mis oídos, agradecido por la ayuda extra que me prestaban
para orientarme. Todavía no podía distinguir palabras individuales,
pero parecía haber varias personas conversando.
-¿No sería mejor advertirles?- dijo Jurgen.
-Supongo que debería- estuve de acuerdo, como si la idea también
se me hubiera ocurrido a mí, en lugar de hacer lo más obvio, pasar
a su lado, dejándoles para que los retornados se distrajeran con una
presa fresca. Por otra parte, quienes estuvieran aquí probablemente
conocían el sistemas de túneles lo suficientemente bien para
guiarnos a nuestro destino con mayor rapidez, descubriéndonos
alguna ruta alternativa. Así pensando, llegué hasta la grieta por
donde salía la luz brillante, con tanta decisión como si hubiera sido
mi intención desde el principio.
Como yo esperaba, la brecha llevaba hasta una puerta metálica casi
indistinguible de una similar a través de la cual habíamos entrado
por primera vez en el complejo de túneles, con la diferencia de que
esta estaba entreabierta, permitiendo que la luz y las voces de los
ocupantes saliera a la alcantarilla. Estaba a punto de abrirla, cuando
mi asistente sacudió un pulgar desaprobador en su dirección.
-A los tecno-sacerdotes eso no les va a gustar nada.
-No, seguro que no- estuve de acuerdo, haciendo una pausa para
mirar el icono del Mechanicus en relieve de la puerta. Había sido
desfigurado, al parecer con repetidos golpes de martillo, pero no
podía saber si el vandalismo había sido deliberado o era
simplemente un daño ocasionado en el intento de forzar la entrada.
Sin embargo, en lugar de abrirla del todo y entrar corriendo, como
tenía previsto, solo abrí lo suficiente para que pudiéramos pasar,
entre con cuidado y con mis armas preparadas.
Parecía ser un depósito de desbordamiento, destinado a alojar un
repentino aumento en el flujo del agua; un gran tanque rectangular
con una pasarela de malla de acero corriendo aproximadamente a
dos tercios de la altura de la pared. Una escalera cercana a donde
Jurgen y yo estábamos parados daba acceso a la planta superior y,
de acuerdo a mi afinidad instintiva para estos entornos, la puerta
metálica que conducía directamente a la pasarela posiblemente se
abriría hacia el túnel del que nos habíamos visto obligados a
desviarnos. Sin embargo, todo esto era de menos importancia que
lo que encontramos en su interior.
Era difícil decir quiénes estaban más asustados, nosotros o los
ocupantes de la habitación; Jurgen y yo habíamos pensado que
serían un grupo de sin techo acobardados, que se habían refugiado
aquí abajo hasta que la emergencia desapareciera o los encontraran
los retornados, no que fuera un nido de herejes que habíamos
tenido pésima ocurrencia de encontrar, mientras ellos tenían el
delirante pensamiento de que eran inteligentes y a salvo de ser
descubiertos. Sea como sea, puede estar usted seguro de que
Jurgen y yo nos recuperamos primero, posiblemente porque
nuestras vidas habían sido interrumpidas con desagradables
sorpresas en demasiadas ocasiones.
-¡Intrusos!- aulló el sujeto más próximo, por si alguno de los demás
no se habían dado cuenta de que había un par de hombres
fuertemente armados y en pie justo delante de ellos. Estaba vestido
con harapos, y tan cubierto de mugre que Jurgen parecía
positivamente fragante en comparación; y por un momento me
pregunté si él y el resto de sus compañeros no serían más que unos
trabajadores de las alcantarillas, inofensivos después de todo.
Entonces me di cuenta del triangulo invertido de supurantes bubas
en el mismo centro de su frente, y la idea fue desterrada. Había
visto lo suficiente de las retorcidas obras del Caos hasta entonces
para reconocer la marca de un dispuesto adorador de Nurgle, y le
ataqué con mi espada-sierra, decorando los alrededores con las
entrañas del degenerado.
Lo cual, estoy obligado a decirlo, sólo podía mejorarlos. El suelo
estaba cubierto de excrementos desde pocos centímetros más allá
de donde estábamos parados, pero en otras partes estaba
totalmente abarrotado y estaban moldeados con formas y
montículos que parecían tener un claro propósito; repelente como
eran a la vista, por no hablar de la peste, sentí una persistente
sensación de familiaridad con lo que estaba viendo. Sin embargo,
no tuve tiempo de reflexionar sobre su significado, porque varios de
los locos estaban lanzándose al ataque, patinando ligeramente
sobre el suelo cubierto de estiércol, con cuchillos oxidados y huesos
aguzados en sus manos. Lancé una ráfaga de disparos con mi
pistola láser hacia uno de ellos, y me volví para parar el ataque de
otro, cuya hoja herrumbrosa explotó en una lluvia de fragmentos
oxidados cuando chocó contra los afilados dientes de la mía. Antes
de que pudiera acabar con él, la fuerte llamarada de la descarga del
fusil de plasma de Jurgen iluminó la habitación, deslumbrándome
como tan a menudo sucedía cuando lo disparaba en un espacio
cerrado, y el desgraciado aprovechó para deslizarse debajo de mi
espada, aprovechando mi momentánea desorientación para
lanzarme una puñalada hacia mis costillas con el trozo de metal roto
que aún tenía en la mano. Esquivé el torpe ataque con facilidad,
corté su brazo por el codo, y él se derrumbó aullando, mientras mi
ayudante incineraba a otro de sus hermanos.
-¡Cállate!- le dije irritado. -No puedo oír mis pensamientos- y le
hice callar con una patada en su garganta que le aplastó la laringe,
dejándole agitándose durante unos minutos, hasta que muriera por
falta de oxigeno.
-De lo más impresionante- dijo una voz arrastrando las palabras, y
el magister del aquelarre se dirigió hacia nosotros para desafiarnos,
con la perezosa deliberación de un jugador de tarot (tarocchi en el
original, nt) que todos los inquisidores creen que tienen. A pesar de un
cuerpo deformado por tumores y bubones, que parecía menos
humano que el rostro de un orko, se movía con una gracilidad de
una fuerza ab-humana apenas contenida; tenía un ojo hinchado y
cerrado que lloraba un pus asqueroso, mientras que el otro era
luminoso y febril. Apenas dedicó un vistazo a los restos de sus
desmembrados y vaporizados acólitos mientras se abría paso con
sorprendente meticulosidad entre los montones de basura, haciendo
una pausa para cambiar la posición de una fruta podrida o el
cadáver en descomposición de una rata mientras se acercaba. -
Pero yo esgrimo directamente los dones de nuestro gran padre.
-Y yo empuño una pistola láser- dije, no estaba de humor para las
retorcidas palabras de un loco y apreté el gatillo mientras hablaba,
colocando un disparo en el centro de su cabeza. Una gota de
corrupción brotó desde la herida y se tambaleó, con una mirada de
asombro casi cómica en su cara, entonces, a mi pesar, la carne
enferma comenzó a fluir y a unirse nuevamente, cerrándose sin
problemas alrededor de la gangrenosa llaga desde la que manaba
pus.
-Otro puñetero brujo- murmuró Jurgen, levantando el fusil de
fusión. -¿Por qué tiene que haber siempre brujos?
-No siempre- le recordé. -A veces son Genestealers, o necrones,
o mutantes, o… cosas.
-Cada vez que entramos en un agujero- persistió Jurgen, con la
desesperante tenacidad que generalmente exhibía cuando se
cabreaba por algo. -Debería estar prohibido por las ordenanzas.
-Eso ha sido imperdonablemente grosero- dijo el hereje, sonando
como si yo acabara de cometer algunos errores graves de protocolo
en un cotillón en el que él fuera el anfitrión. Se agachó y cogió un
cráneo humano, todavía decorado con trozos de carne podrida, de
uno de los montones de basura del centro de la habitación, y la
razón de la persistente sensación de familiaridad que había sentido
al entrar encajó en su lugar. Toda la cámara era un mapa
tridimensional de la ciudad, como la que había visto en el hololíto de
la sala de operaciones, pero esculpida en excrementos y basura en
lugar de puntos de luz. Y el cráneo estaba descansando en el
montículo que representaba el palacio del gobernador. -Yo había
estado dispuesto a dejarle compartir las alegrías de la
bendición de mi gran padre, pero usted no merece semejante
honor. Voy a traer hasta aquí a algunas de sus mascotas, para
que le destrocen.
-Pues buena suerte con eso- le dije, mientras que todo el asunto
comenzaba a tener sentido. Debía ser por eso que los muertos
vivientes habían acudido al palacio; este lunático había encontrado
la manera de dirigirles. Samier me había dicho que había visto lo
mismo en Ferantis, aunque no esperaba tener que verlo en persona.
-¿De verdad crees que puedes usar una de las cabezas de un
retornado para darles ordenes?
-¿Y por qué no?- podría decir que la luz de la locura iluminó su
único ojo sano mientras hablaba, pero en realidad había estado
notablemente iluminado desde el primer momento en el que lo
vimos. Si usted va a vender su alma a la encarnación de la
corrupción física, y rogar que le acribille con enfermedades, es que
está jugando a las cartas con una baraja marcada, esa es mi
opinión. -La resurrección es un don de Nurgle a un puñado de
sus fieles seguidores. Después de años de esconder nuestra
verdadera lealtad a los lacayos del dios cadáver, por fin nos ha
pagado enviando su bendición a nuestro mundo.
-Odio estar a punto de hacer reventar la burbuja de sus
ilusiones- dije -pero sólo fue pura casualidad que los
portadores de la plaga terminaran en Lentonia. Podrían haber
sido reasignados a cualquier otro lugar. Y dudo que haya un
planeta del Imperio sin tontos ilusos que tratan de dar coba al
señor del estercolero. Usted no es nada especial. [No es del todo
cierto. Dudo que haya algún tipo de culto del Caos en Terra o Marte, por ejemplo, y los

seguidores de los Dioses Oscuros tienden a ser muy escasos en los mundos de los

capítulos de los Marines Espaciales]

-Lo suficientemente especial como para estar en comunión con


nuestros hermanos que viven eternamente- replicó él, claramente
picado. -Y ahora, esta conversación ha terminado.

Advertido por un sonido detrás de mí, me di la vuelta para


encontrarme con los retornados que nos habían seguido por el
agujero que bajaba desde el túnel superior. Ambos parecían estar
en bastante mal estado, especialmente el que Jurgen había
alcanzado con su fusil de plasma cuando le disparó en la red de
alcantarillado, buscaba su camino a tientas, con un brazo reducido a
un muñón fundido y humeante. Yo le decapité con un solo golpe de
mi espada-sierra, antes de acabar con su compañero con una
ráfaga de golpes antes de que pudiera llegar a poner un solo dedo
sobre mí. Mi ayudante mantuvo su fusil de plasma apuntando
directamente hacia el brujo, frente a nosotros, mientras se
desarrollaba este breve estallido de acción.
-¿Qué me decías?- le pregunté con sarcasmo.
-Entonces tendré que ser yo mismo el que se ocupe de ti- dijo,
con un gruñido ligeramente irritado. Abrió increíblemente la boca, las
mandíbulas sonaron al agrietarse mientras se distendían, y arrojó un
torrente de maloliente vómito hacía Jurgen y hacia mí, demasiada
cantidad para ser contenida en un solo cuerpo. Cuando el vómito
tocó el suelo y los montones de basura, estos se disolvieron con un
siniestro siseo ácido. Instintivamente salté detrás de mi ayudante
para cubrirme, eso resulto ser una buena decisión; el torrente de
corrupción se separó a su alrededor, fluyendo por cada lado sin
causar daño, dejándonos completamente ilesos.
-Mi turno- dijo Jurgen, apretando el gatillo de fusil de plasma y
borrando la expresión estupefacta del magister junto con el resto de
su cara, la cabeza y la parte superior del torso. El cuerpo tembloroso
cayó en una hedionda torre de corrupción, destinada a marcar uno
de los bloques de viviendas interiores, si es que recordaba esa zona
de la ciudad, con un chapoteo líquido y se agitó ciegamente. Sus
manos se crisparon, cogiendo puñados de basura, parecía que
estaba tratando de volver a colocarla. Jurgen se acercó un par de
pasos y el movimiento de la cosa se hizo más frenético y errático.
Entonces, ya dentro de su aura que anulaba los poderes de
disformidad, se quedo finalmente inmóvil. -¡Regenera esto!- dijo
Jurgen vengativamente, y vaporizó el resto del cuerpo con un
disparo a quemarropa.
-Buen chico- le dije, sintiendo que se merecía una palmadita en la
espalda, y me dirigí a la escalera que habíamos vista nada más
entrar. Los peldaños estaban oxidados, pero parecían lo
suficientemente sólidos, y trepé lo más rápido que pude, ansioso de
poner la mayor distancia posible entre mí y el nauseabundo entorno
que nos rodeaba.
Como esperaba, la pasarela nos llevó de vuelta a la puerta del
pasillo de servicio del que nos habíamos visto obligados a
desviarnos y la abrí con cautela; o con la máxima cautela posible,
dado que ambas bisagras y el mecanismo de cierre estaban
completamente oxidados, y chillaban como un gretchin herido por
una bayoneta mientras la entreabría. Teniendo en cuenta todo lo
que nos rodeaba, con el olor ambiental cubriendo la proximidad de
mi ayudante, y que el gemido de la puerta ahogaba sus pasos, no
me importa admitir que me sobresalté un poco cuando me habló.
-¿Todo despejado, señor?- preguntó, asentí cautelosamente, al no
oír nada amenazador cerca.
-Creo que sí- le dije y seguí caminando por el túnel, pero continué
empuñando mis armas; después de nuestro pequeño desvío, no
tenía la menor intención de enfundar cualquiera de ellas hasta que
llegáramos al parque de artillería. A pesar de mis temores, nada en
la oscuridad fue a por mí, y encendí mi lumen.
Una acción de la que me arrepentí inmediatamente. Un agitado
sonido de arrastre de pies comenzó a escucharse detrás de
nosotros, y cuando miré, vi el grupo de retornados que nos había
perseguido anteriormente aún agrupados alrededor del agujero que
descendía a las alcantarillas. Se dieron cuenta casi en el acto de
nuestra presencia y comenzaron a arrastrar los pies en nuestra
dirección tan rápido como podían; que, por suerte, era bastante más
despacio de lo que nosotros podíamos correr.
-¡Vamos, deprisa!- insté, comenzando a trotar, a pesar de las
ganas que tenía de empezar a correr bastante más rápido. Si nos
dedicábamos a correr a toda velocidad, nos cansaríamos pronto, y
teniendo en cuenta la distancia que aún teníamos que recorrer, el
cansancio iba a ser el verdadero enemigo. Podíamos habernos
alejado mucho de los retornados, pero ellos tenían la clara ventaja
de la resistencia, y una vez que comenzáramos a cansarnos, ellos
volverían a acercarse.
-Voy justo detrás de usted, señor- me aseguró Jurgen, y
comenzamos nuestra larga y solitaria carrera a través de la
oscuridad. La marcha era razonablemente fácil, con pocas
obstrucciones y el inquietante sonido de arrastre de pies que nos
seguía comenzó a quedar detrás; pero nunca se desvaneció por
completo. De hecho, pasado un tiempo, volvía a oírse con más
fuerza, incluso por encima del áspero sonido de mis pulmones. Me
arriesgué a echar un vistazo rápido por encima de mi hombro, y vi el
parpadeo de movimiento en las profundidades del túnel.
-Se están acercando- le advertí, y mi ayudante se volvió, lanzando
un par de ráfagas con su fusil de plasma hacia las penumbras.
-No por mucho tiempo- dijo, aunque a decir verdad, dudaba que
hubieran tenido algún efecto a esa distancia, y volvió a coger el
ritmo de nuestra marcha. -¿Qué es eso?
-No lo sé- le dije, disminuyendo algo la velocidad. Yo también podía
oír el sonido de movimiento delante de nosotros, agarré aún más
fuerte la empuñadura mi espada-sierra. Entonces vi un rayo de luz,
muy lejos, y balanceándose ligeramente, como si se estuviera
moviendo rápidamente. Tampoco es que fuera un consuelo, dada mi
experiencia pasada con luces inesperadas en este túnel. Justo
cuando empezaba a estar asustado, una voz familiar resonó en mi
comunicador vox.
-¿Cai? ¿Eres tú? Podemos ver una luz delante de nosotros.
-¿Toren?- le pregunté asombrado, tratando de no dejar que el
repentino aumento de alivio denotara demasiada euforia en mi voz. -
¿Qué demonios estás haciendo aquí?
-Nos sentimos un poco preocupados cuando nos dimos cuenta
de que te estabas retrasando- explicó Divas, un momento o dos
más tarde, mientras el pelotón de tropas de asalto que había traído
con él se apresuraba a adelantarnos para hacer frente al grupo de
retornados; un trabajo que, a juzgar por la repentina erupción de
fuego de sus fusiles láser, hicieron con ganas. -Así que me rodeé
de una escolta y bajé a ver qué había sucedido- su expresión
cambió de repente cuando me acerque un par de pasos hacía él. -
Por el Trono, Cai, hueles como si hubieras estado vadeando
entre…
-Es una larga historia- le interrumpí, sosteniendo la bolsa; si no le
cortaba rápidamente, todavía estaría explicándose, mientras que los
últimos soldados del 597º podían estar siendo convertidos en
pedazos. -¿Están los proyectiles listos?
-Las cargas útiles ya han sido retiradas, para poder colocar la
vacuna- me aseguró Divas, aceptando la bolsa con algo de cautela,
manteniendo sus dedos alejados de algunas prominentes manchas.
-Bien- le dije, comenzando a caminar junto a él. -Entonces sólo
hay una cosa más de la que me tengo que asegurar.
-¿Cuál es?- preguntó Divas, con su habitual expresión de
expectante impaciencia.
-¿No te envió la coronel Kasteen un mensaje sobre la tanna?- le
pregunté.
Nota de la editora:

A falta de más observaciones de Caín sobre el asunto, me veo obligada a insertar lo

siguiente. Mis disculpas.

De ‘Como un fénix sobre el ala: Las primeras campañas y


gloriosas victorias del 597º valhallano’ por la general Jenit Sulla
(retirada), 101 M42.
Aunque apurada, nuestra fuerte defensa del palacio del gobernador
y del representante ungido del Emperador que se alojaba en el,
nunca vaciló, oleada tras oleada de las abominaciones anti-natura
que nos asediaban fueron rechazadas duramente durante aquella
noche. Alrededor de una hora antes de que amaneciera un extraño
propósito se había apoderado de ellos, lanzándoles una y otra vez
contra nuestras armas, pareció abandonarles tan inexplicablemente
como había llegado. Sólo más tarde, cuando volvió el comisario
Caín, con el relato típicamente modesto de sus hazañas en los
túneles de debajo de la ciudad, quedó claro que debió ser en el
momento en el que ganó su duelo con el hechicero del Caos cuyas
malas artes habían aguijoneado al ejército de carroña contra
nosotros. Roto el control de su impío amo, los retornados volvieron a
ser impulsados solamente por sus instintos, y muchos se revolvieron
contra otros de su especie en un absurdo frenesí devorador.
Poco después del amanecer comenzó el bombardeo, los proyectiles
explotaron en el aire liberando la bendecida vacuna, que cayó sobre
los combatientes vivos y no-muertos por igual. Por mi parte, debo
confesar que lo respiré profundamente, y me pareció sentir que la
misma esencia del Emperador estaba fluyendo por mis pulmones,
en ese momento me sentí como si ningún enemigo de Él en la Tierra
podría conmigo, por poderoso que este fuera, si yo luchaba en su
santo nombre.
Aunque los retornados continuaron luchando, la fuerza pareció
escapar de ellos, un evidente cansancio tanto de su voluntad como
de integridad física; hasta que, por fin, cayeron a tierra, tan inertes
como deberían estar todas las cosas inanimadas, y el orden natural
regresó finalmente a este preocupado puesto de avanzado del reino
del Emperador.
ONCE

-Bueno, eso es todo- le dije, estremeciéndome involuntariamente


cuando uno de los Earthshakers (Agitador de Tierra, nt) cercanos hizo
honor a su nombre. Con la ciudad casi completamente limpia de
retornados, creo que había poca necesidad de seguir disparando
proyectiles de vacuna, pero mantenía a los artilleros entretenidos; y
puede que hubiera algún grupo de infectados que los equipos de
limpieza no hubieran localizado, por lo que unas cuantas descargas
más no harían ningún daño. -Todos los guardias infectados han
sido purgados, el resto ha sido vacunado, y parece que hay los
suficientes supervivientes de la milicia como para poder
mantener una cierta apariencia de orden una vez que nos
hayamos marchado- un trabajo que no envidiaba lo más mínimo.
La capital estaba casi limpia, pero suficientes infectados se habían
extendido por otras partes del planeta como para garantizar que
Lentonia no estaría bien hasta dentro de un par de generaciones.
Posiblemente incluso más, si los parientes de Jona volvían a dirigir
sus culos de nuevo hacia el trono, ahora que un apropiado relato
sobre la muerte heroica del gobernador en primera línea de defensa
del palacio había sido puesto discretamente en circulación.
-Gracias a ti- dijo Divas, un tanto ligeramente. Ya finalizada la crisis,
había encontrado algo de tiempo para aceptar su invitación de
reunirme con él para comer y beber algo, y charlar sobre los viejos
tiempos, la mayor parte de los cuales parecía recordar con mucho
más cariño de lo que yo lo hacía; porque él, casi siempre, había
estado lanzando proyectiles contra un enemigo muy distante,
mientras que yo había estado mucho más cerca de ellos y, por lo
general, huyendo despavorido ante ellos.
-Gracias a los dos- le corregí. -Si no hubieras ido a buscarnos a
Jurgen y mí, todo podría haber resultado muy diferente.
-Estás siendo modesto- dijo Divas, pero esto era sólo parcialmente
cierto; con todos los peligros que mi ayudante y yo habíamos
enfrentado juntos durante los últimos años, y sobrevivido, podríamos
haber luchado contra el grupo de retornados, pero el tiempo que
hubiéramos perdido podía haber costado fácilmente las vidas de
muchos del 597º. Su intervención había sido decisiva, según mi
opinión. Pero si quería adjudicarme todo el crédito, yo sería feliz de
asumirlo.
-Entonces estamos empatados- dije, fingiendo reticencia, y
empujé mi plato vacío hacia un lado. -¿Adonde vais ahora?
-A Coronus- dijo Divas. -En el ‘Palabra Eterna’ (‘Word Eternal’ del
original).

Agucé mis oídos cuando oí el nombre del transporte de tropas. -


Nosotros también- le dije, sonriendo ampliamente, mientras cogía
mi copa de amasec. -Así que me parece que voy a tener el placer
de tu compañía bastante más tiempo de lo que pensaba.
Divas era un horrible jugador de tarot, con tendencia a apostar
mucho más fuerte de lo que sus cartas podían respaldar; y si eso no
equivalía a un palmadita en mi espalda de parte del Emperador por
un trabajo bien hecho, no sé qué otra cosa lo sería.
[Con esta nota, extrañamente piadosa, llega a su fin este fragmento del archivo de

Caín]

FIN

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