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WH 40K Ciaphas Cain 08.00 Los Viejos Soldados Nunca Mueren Sandy Mitchell
WH 40K Ciaphas Cain 08.00 Los Viejos Soldados Nunca Mueren Sandy Mitchell
NUNCA MUEREN
Traducción Rodina
De todas las situaciones desesperadas a las que Caín tuvo que enfrentarse, cuando no le
debe contarse entre las más extrañas. En parte debido a la naturaleza del enemigo, y en
parte a las circunstancias entre las que se encontró atrapado en dichos sucesos.
atípico, ya que durante gran parte de los acontecimientos que describe, fue acompañado
por un testigo ocular inusualmente fiable, cuyo relato he utilizado para completar sus
adicional procedente de las memorias de Jenit Sulla, que representa un desafío tan
formidable a la paciencia de los lectores como los que ya me he visto obligada a utilizar
excepto en aquellos hechos donde sentí que era necesario para aclarar una referencia
unos contra los otros; normalmente, su relato de este periodo de su carrera pasa por alto
el merito que, sin duda, merece por haberlos convertido en una unidad de combate
eficaz, concentrándose, en cambio, en lo que se percibe como sus egoístas motivos para
hacerlo ]
del orden locales, así como a los auténticos miembros del Adeptus Arbites; difícilmente
puede ser culpado por esto, dada la desconcertante variedad de nombres de estos
cuerpos en los diferentes mundos. Sin embargo, cuando los auténticos Arbites están
presentes, suelen ser muy puntillosos en la distinción; dado que no menciona a ningún
Arbites en el curso de su relato, parece seguro el asumir que el grupo que normalmente
todo, posiblemente Lentonia estaría mejor sin él; pero dejar que la
plebe se salga con la suya en decisiones como está sólo conduce a
empeorar los problemas más adelante, por lo que, como es habitual,
se había llamado a la Guardia para restaurar el orden y repartir los
necesarios castigos entre aquellos a los que pareciera más justo y
conveniente culpar. Por supuesto, todos los cultos locales del Caos
salieron de sus guaridas para unirse a la diversión, aunque, en
cualquier caso, probablemente nos estuvieran ayudando a largo
plazo, proporcionando a los lentonianos un enemigo real contra el
que podrían unirse, fueran cual fueran sus anteriores diferencias.
Mientras estábamos reflexionando sobre estos asuntos, el coche y
su escolta llegó hasta la rampa de acceso, entonces nosotros tres
caminamos a su encuentro. Los escoltas saludaron con milimétrica
precisión, las viseras polarizadas de sus cascos fusionadas casi a la
perfección con la armadura corporal negro brillante que les envolvía.
De repente me encontré suprimiendo un repentino brote de
inquietud cuando devolví el saludo con mi mejor pose de patio de
armas, fue como contemplar a dos fragmentos de sombra
animados. El más pequeño de los dos, cuya complexión me hizo
sospechar de la presencia de una mujer en el interior del caparazón
protector, aunque sin ver el rostro que había detrás de la placa
reflectante era difícil estar seguro, desmontó, revelando una pistola
infierno enfundada en su cintura, sin duda con la intención de
complementar la carabina estibada justo delante del asiento y las
sorpresas letales que habían instaladas en la propia motocicleta.
Ella (por el bien del argumento) dio un paso hacia el coche,
extendiendo una mano, pero antes de que pudiera abrirnos la puerta
de los pasajeros, ésta se abrió desde el interior, empujada por un
hombre joven con una mata de pelo rubio, a juego con una amplia y
acogedora sonrisa.
-Está bien, Klarys, yo me ocupo- dijo, deslizándose por el ancho
asiento para dejarnos sitio. El anónimo soldado se dio la vuelta, a
pesar de su rostro oculto, su lenguaje corporal mostró claramente su
opinión por aquella afrenta a la violación del protocolo; sentimiento
que, a buen seguro, Jurgen compartía. El joven sacó una mano para
saludar. -Jonas Worden, gobernador planetario. Llamadme
Jona. Ya he tenido suficientes “su Excelencia” durante las
últimas semanas para toda mi vida
Kasteen y yo nos fijamos en su gastada chaqueta de piel de grox y
sus pantalones de tela basta, nos miramos dubitativos. Ciertamente,
no se parecía a ningún ungido del Emperador que hubiera conocido
jamás.
-Ciaphas Caín- dije, ocultando mi perplejidad con la facilidad que da
toda una vida de práctica, tomé su mano extendida, asegurándome
de no ejercer toda la fuerza de mis dedos augmeticos. -No tengo
apodo, me temo. En mi profesión se suelen hacer pocos
amigos.
-¿En serio?- el joven me miró, ligeramente sorprendido, luego
sonrió, como si se diera cuenta de que le estaba tomando el pelo. -
Hay un oficial valhallano que se refiere a usted como ‘Cai’. Para
mí, eso suena como un apodo.
-Ese debe ser Toren- dije, antes de mirar hacia atrás, hacia
Kasteen, que estaba sentándose en el mullido asiento ayudada por
la mano extendida. -¿Se acuerda del comandante Divas?- a nadie
más que a él se le hubiera ocurrido jamás usar la forma familiar de
mi nombre de pila, menos mal, porque yo lo detestaba; algo que
Divas nunca logró captar, pese a mis innumerables indirectas
durante los años que estuvimos juntos.
-Por supuesto- dijo Kasteen, mientras me acomodaba en el asiento
frente a ella y el joven. Me pregunté cual de los gabinetes de
madera pulida montados en las paredes ocultaba un decantador. -
Un oficial sutil- dijo sonriendo, disfrutando claramente con mi
desconcierto.
-No se parece mucho a un gobernador- dije, decidido a jugar el
farol de hombre de acción. Por lo general funcionaba bien con los
civiles que pensaban que sabían qué clase de hombre era, y tenía la
intención de utilizar esa técnica mucho en las próximas semanas.
No estaba precisamente contento por ser arrastrado a un viaje
turístico político y que me condenen si iba a ser más amable de lo
que tenía que ser.
-Bueno, tampoco me siento como uno- dijo Jona, con una
sinceridad encantadora, y me encontré con el repentino peligro de
que me gustara su franqueza. -Yo solía redactar noticias para la
“Luz de la Verdad” [Una agencia de noticias local bien considerada] antes de
que algún gracioso de mierda me sacara de allí para
arrastrarme hasta el Palacio.
-No pudo ser una gran sorpresa- le dije. -Si usted estaba
próximo en la línea…
Jona se rió. -Ni mucho menos. Mi madre les volvió la espalda a
todos ellos hace más de treinta años. Si no fuera por ella, yo no
estaría aquí.
-Ya veo- le dije, aunque no entendí demasiado, la verdad. -Todavía
había mucho resentimiento con el resto de la familia, lo
comprendo.
-Lo que es seguro es que ahora si los hay- sonrió. -¿Por qué
cree que el Consejo de la Ley Marcial me atrapó con este
trabajo?
-Esto es solo una suposición, ¿no sería por qué usted era el
único miembro de la familia que no lo quería?- dije, él asintió.
-Ellos estaban luchando por el puesto como ratas en un saco.
Hice algunos buenos artículos sobre el tema- empezó a sacar
una maltrecha placa de datos, luego se lo pensó mejor, sin duda al
adivinar que, de todos modos, no iba a significar demasiado para
nosotros. -Tráfico de influencias, difamaciones, todo unido en
un grupo que no se detenía ante nada. Vendía gran cantidad de
periódicos- luego suspiró, la animación que se había apoderado de
él desapareció nuevamente, agitó una mano en un gesto de asco
hacía todo el lujo que nos rodeaba. -Ahora estoy en medio de
todo esto. El consejo tiene un pobre sentido del humor.
Pero si un buen conocimiento de lo práctico, pensé. En mi
experiencia, las únicas personas en las que se puede confiar para
ejercer el poder son aquellas que no lo desean sobre cualquier otra
cosa. Sin embargo, antes de que pudiera decir nada sobre ello, la
sombra de mi ayudante llenó la puerta y su particular “bouquet” fluyó
delante de él, llenando el coche. Jona retrocedió.
-Jurgen- dije diplomáticamente -¿le importaría seguirnos con el
Salamander? Estoy seguro de que su exce… nuestro anfitrión
tiene suficientes ocupaciones como para llevarnos a nuestros
alojamientos una vez que la reunión haya terminado.
-No es ningún problema- dijo el joven, en la educada y reflexiva
forma que alguien usa cuando no sabe qué decir, aún demasiado
sorprendido por la aparición de Jurgen como para sentirse ofendido
por el uso del término que tanto detestaba.
-Muy bien, señor- contesto Jurgen, y tras algo parecido a un
saludo, cerró la puerta. Jona se sacudió como si se despertara de
un letargo. -¿Qué era eso?
-Mi ayudante- dije, sin querer dar más explicaciones de las
necesarias. -¿No deberíamos irnos ya?
-Supongo que sí- estuvo de acuerdo Jona. -¿No quiere esperar a
que carguen y esté listo su transporte?
-Ya nos alcanzará- le aseguró Kasteen, que conocía los vigorosos
modales de Jurgen con cualquier cosa con motor, claramente
preocupada por la mejor manera de evitar el viaje a los cuarteles
con mi ayudante.
-Bien, si está seguro- el gobernador tocó un control de vox. -
Volvamos a la fábrica de gas, Fossel- debió haber captado la
mirada de interrogación entre Kasteen y yo, porque inmediatamente
añadió -el Concilium- [Una contracción coloquial de “Basílica Concilium”, el
lugar de reunión del consejo asesor del gobernador y, de facto, la sede del gobierno]
En este punto se produce una omisión de los hechos, típica en las memorias de Caín,
personal son un indicativo al menos tan fiable del rango como las insignias de los
extracto del relato de Worden. Caín proporciona la suficiente información para poder
narración nuevamente; pero dado que el material está disponible, me pareció prudente
usarlo.
memorias de Sulla, a mis lectores, pero, al menos, servirá para aclarar el panorama
militar en el que, el 597º se lanzó sin contemplaciones; y los que no tengan paciencia
para leerlo, son perfectamente libres de saltarse todo el pasaje. De hecho, los animo.
momento; pero la población suele ser más propensa a escuchar los edictos emitidos en
] y estaba
nombre del gobernador, y la Guardia Imperial ya estaba bastante ocupada
]
aunque la parte del archivo aún no editada puede arrojar algo de luz sobre el asunto
aunque sólo lo hacía una importante minoría; probablemente como una muestra de
prudencia, en su mayor parte, aunque en el caso de Caín, por lo general, parece haber
sido motivado por un respeto genuino ], que devolví con mi mejor estilo de
plaza de armas, y volvieron a montar su improvisada barricada
mientras Jurgen aceleraba de nuevo, saliendo disparado, como un
gretchin al ver a un orko con un libro de recetas.
La ciudad se iba oscureciendo lentamente. Era una visión extraña,
que aullaba a través de los bulevares y de las desiertas avenidas
por donde algún solitario Chimera rondaba por los alrededores, los
reflectores montados en su torreta iluminaban las bocas de los
callejones y las ventanas rotas del saqueado emporio. Muchas de
las farolas aún funcionaban, aunque había profundos lagos de
tinieblas entre aquellas manchas aisladas de luminiscencia,
proyectando sombras parpadeantes en las profundidades de los
edificios, en cuyos portales podía haber alguien al acecho. Varias
veces vislumbré algún tipo de movimiento sigiloso, o pensaba que lo
había hecho, y apunté el bólter montado en el pivote en aquella
dirección, pero nunca apareció nada hostil, dejándome con la
pregunta de si habían sido producidos por saqueadores solitarios
cuya codicia superaba su instinto de conservación, roedores
correteando o mi propia imaginación.
Sin embargo, si había comenzado a dudar de los peligros del viaje,
pronto fui desengañado por el distante rugido de un bólter pesado,
seguido rápidamente por otro y luego un tercero. Al menos uno de
los Chimera que estaban patrullando se habían encontrado con un
grupo de retornados lo suficientemente grande como para tener que
solicitar refuerzos. El tiroteo sonaba a lo lejos, pero ya había estado
en los suficientes combates urbanos como para saber que los
sonidos de los combates podían ser distorsionados por los edificios
cercanos, ecos que rebotarían entre los mismos o serían
amortiguados por los bloques de viviendas circundantes, por lo que
la dirección y la distancia eran casi imposibles de estimar con un
cierto grado de precisión.
-¿Quiere que nos acerquemos a ver qué sucede?- preguntó
Jurgen, su voz sonó atenuada en el receptor de mi vox.
-No hay ninguna necesidad- le dije, explorando rápidamente las
frecuencias y localizando la acción casi al momento. Un pelotón
Tallarn que se estaba moviendo para el redespliegue se había
encontrado con una turba de regresados, tal como suponía y se
había involucrado en un combate para poder seguir su camino. -La
tripulación del Chimera tiene sus escotillas cerradas y se están
encargando de ellos con los bólters- lo que, en verdad, debería
acabar rápidamente con aquellos muertos andantes. -Si metemos
nuestras narices, sólo conseguiremos molestar- eso seguido de
que casi inmediatamente atraeríamos la no deseada atención de
cada retornado superviviente del grupo y, a diferencia de los
tripulantes del Chimera que estaban encerrados tras la seguridad de
unos cuantos centímetros de blindaje, nosotros estábamos en un
vehículo de exploración muy vulnerable. -Seguiremos
directamente al palacio.
-De acuerdo, señor- reconoció Jurgen, y, tomando mi orden
literalmente, como solía hacer la mayoría de la veces, nos sacó de
la carretera. La suspensión del Salamander rebotó mientras subía el
bordillo que separaba la acera de la calzada, luego pasó a través de
dos grandes y ornamentadas puertas de hierro forjado,
arrancándolas de su bisagras y lanzándolas rebotando a lo lejos,
con un estrépito que se escuchó por encima del rugido de nuestro
motor. Afortunadamente, yo ya me había acostumbrado durante los
últimos años a su duro estilo de conducción, y permanecí en pie,
agarrado con fuerza al pivote del bólter pesado, mientras sentía
como el Salamander giraba hacia la derecha.
Nuestras cadenas girando a toda velocidad comenzaron a arrojar
terrones de tierra por los aires, yo miré a mí alrededor, descubriendo
que estábamos atravesando un amplio y cuidado césped, con
apariencia de estar bastante más alto de lo que, la larga línea de
jardineros difuntos que sin duda habían trabajado allí, hubieran
aprobado.
-¿Dónde estamos?- le pregunté, más resignado que molesto;
después de servir juntos durante tanto tiempo, supongo que ya
debería haber aprendido a ser lo suficientemente prudente como
para dar instrucciones como “manténgase en la carretera”.
-En el parque de la ciudad- me informó Jurgen, con su habitual
forma de informar de lo que ya era evidente. -Conecta con los
jardines del palacio- un par de arbustos intrincadamente
elaborados desapareció bajo nuestras orugas con un leve crujido. -
Justo delante del Jardín Eterno.
-¿El Jardín Eterno?- repetí, con un repentino malestar en el
estomago. Estábamos lejos de la carretera, rodeados por la
oscuridad y las sombras, en las que cualquier cosa podría estar
acechando. Extrañas formas amorfas se levantaban en la oscuridad,
arbustos tal vez, aunque todo lo que estaba situado fuera del cono
de luz, arrojado delante de nosotros por los faros del Salamander,
bien podrían haber estado talladas en sólidos trozos de la misma
noche. Los relucientes puntitos que delineaban los distantes
edificios que rodeaban este océano de oscuridad, parecían tan
remotos como las estrellas que nos miraban desde arriba con su fría
indiferencia.
-Eso es lo que dice el mapa- explicó mi ayudante. -Un gran
edificio y otros muchos más pequeños. Con un camino que lo
atraviesa de lado a lado. Los jardines del palacio están justo en
frente de donde saldremos.
-Ya veo- dije, con toda la calma que pude. -Eso debería
ahorrarnos algo de tiempo- saqué la guía de bolsillo de la ciudad
que Jona me había prestado poco después de mi llegada, a pesar
de que muchos de los lugares de interés ya no estaban en pie, y
comencé a pasar páginas, buscando el lugar al que nos
acercábamos. Como yo esperaba, había toda una entrada del libro
dedicada a este lugar, lo cual no era de extrañar, dado que era el
cementerio más notable de Viasalix.
-Justo lo que pensaba- dijo Jurgen, tan imperturbable como de
costumbre.
Haciendo caso omiso a su observación, leí febrilmente, con la
esperanza de descubrir cuantos problemas podíamos tener y, poco
a poco, mi pánico inicial comenzó a disminuir. La necrópolis era el
lugar de descanso ceremonial de los gobernadores planetarios y
otros notables lentonianos y, como tal, era muy venerado por los
lugareños. Parecía que nadie había sido enterrado allí desde hacía
muchos años [El predecesor de Jonas como gobernador había sido demasiado
impopular como para que se concedieran honores póstumos] lo que resultó un gran
suficientemente ricas como para resarcirse de toda una vida de continuos desaires por
desgracia o para invocar buena suerte, común en muchos mundos del Golfo de Damocles
Sin embargo, no había duda alguna de que por alguna razón había
sucumbido a la enfermedad. Su sola presencia aquí lo atestiguaba,
eso por no mencionar el hedor a decadencia que rodeaba al
cadáver ambulante. Cambié mi objetivo, y lleve la espada-sierra
girando sobre su cuello, cortando su cabeza con un solo golpe. La
mano que rodeaba mi tobillo se relajó, y propiné una patada al
cuerpo inerte, impulsándolo hacia arriba y fuera del compartimento
de pasajeros, mientras que la cabeza suelta rodaba por la caja
blindada como una pelota rota.
Apenas había tenido tiempo para respirar cuando un sonoro golpe
detrás de mi llamó mi atención. Otro dos retornados se las habían
arreglado para subir, esta vez saltando desde el techo de la tumba
que estábamos rodeando. Levanté mi espada-sierra contra el que
tenía más cerca, casi ahogado por su hedor, y fui recompensado por
un chorro de putrefacción cuando la hoja cortó en ángulo a través de
su pecho. La sección superior de su cuerpo muerto comenzó a
arrastrarse hacia mí con sombría determinación, levanté la hoja, con
la intención de decapitarle, como había hecho con los restos
animados de Klarys, pero en ese momento, el Salamander se
sacudió violentamente y tropecé, la hoja impactó entre una lluvia de
chispas contra el suelo metálico.
-¡Jurgen!- grité. -¿Qué demonios está pasando? El Salamander
se estrelló contra el costado de la tumba, levantando una nube de
polvo y un chirrido de metal retorciéndose, antes de virar hacia la
dirección opuesta.
-Lo siento, señor. Estoy muy ocupado- mi ayudante estaba
intentando defenderse de otro retornado, únicamente con sus
manos y un cuchillo de combate que había sacado a toda prisa y,
como es natural, esto le hacía difícil el concentrarse en conducir al
mismo tiempo.
Compensando nuestro errático avance, en mi segundo intento,
apunté mi espada con mayor precisión y sumé otra cabeza a mi
improvisada colección, luego me incliné sobre la plancha de blindaje
que separaba el compartimiento de tropas del habitáculo del
conductor. Entonces vacilé. No me atreví a lanzar una estocada
contra el retornado, por temor a golpear a Jurgen, disparar era una
opción aún menos viable. Dejar que mi ayudante se defendiera sólo
era igualmente impensable pero, como nos detuviéramos, no tenía
la menor duda de seríamos invadidos por los retornados que a buen
seguro acechaban entre los mausoleos.
-Aguanta- dije, confiando que mi voz no mostrara mis dudas, y
trepé sobre lo alto de la placa que blindaje, manteniendo el equilibrio
con dificultad. El Salamander era viejo, las guardas que protegían
los peldaños superiores habían sido retiradas durante el
mantenimiento, si es que alguna vez habían sido instalados, y me
encontré tambaleándome peligrosamente cerca de las orugas de
metal articulado en rápido movimiento, consciente de que un paso
en falso me arrastraría a una horrible y asquerosa muerte bajo
nuestras cadenas.
-¡Agárrese, señor!- respondió automáticamente Jurgen, como si las
palabras de aliento hubieran sido una orden, e hizo un corte en la
garganta del retornado en lo que habría sido un golpe mortal que le
hubiera desangrado, si la sangre aún permaneciera en sus venas.
Pero tal como estaban las cosas, la herida abierta tuvo muy poco
efecto, aparte de hacer a su destinatario aún menos atractivo de lo
que era anteriormente. Entonces, el Salamander pegó una sacudida
al tropezar con algún obstáculo oculto y casi caigo de espaldas,
balanceándome violentamente para conservar el equilibrio, la
espada-sierra escapó de mis manos cuando me aferré
instintivamente al primer asidero que encontré. El arma cayó de
nuevo en el compartimiento de pasajeros, rozando mi pierna en la
caída, luego comenzó a rebotar, sacando chispas del blindaje y
haciendo puré todos los restos de retornados que se encontraban
en el habitáculo. Desde luego, no envidio al que molestara lo
suficiente a su inmediato superior para que éste le mandara limpiar
el vehículo.
Por desgracia, lo más parecido a un asidero a lo que me pude
agarrar en mi intento por no perder el equilibrio había sido el
retornado y este respondió precisamente como me esperaba,
dejando caer a mi ayudante y girando hacia mí. Un hedor a cloaca
asaltó mis fosas nasales, mientras se retorcía, tratando de
agarrarme y enterrar sus dientes en mi cuello. Mi única oportunidad
era permanecer detrás de él, me agarré a su hombro mientras
trataba de mantenerse en pie, así que pasé el brazo a través de su
pecho y la enlacé con la muñeca del otro brazo que había
conseguido pasar bajo la axila del cadáver sobrenaturalmente
fuerte. Por mero instinto, intentó escabullirse de mis brazos,
empujando hacia arriba con las piernas mientras lo hacía. Sintiendo
su movimiento, incluso a través de las sacudidas del Salamander,
también me incliné, siguiendo su maniobra y lanzándome hacia un
lado, tratando de ignorar la inquietante forma en que la carne iba
cediendo bajo mis manos. El peso de la cosa me venció y caí sobre
el casco superior, golpeando el metal a un simple palmo de las
orugas en movimiento.
El retornado no tuvo tanta suerte. Durante un momento se agarró,
sujetándose con fuerza a la solapa de mi abrigo, mientras que los
eslabones de metal de las orugas iban abrasando y desgarrando su
carne, esparciéndola como si de un rociador de apestosa corrupción
se tratara, yo sentí como me deslizaba inexorablemente hacia el
mismo sombrío destino. Entonces, la tela se rasgó, cortada por el
afilado borde del cuchillo de Jurgen, y la cosa desapareció
repentinamente, lanzada delante de nosotros por el veloz giro de las
cadenas. No tengo ni idea si después pasamos sobre lo que quedó
de eso, en esos momentos ya no era algo que me preocupara.
-Ese era el último- dijo mi ayudante, mientras el Salamander
finalmente rodaba en un claro del grupo de sepulturas. Jurgen se
pasó una mano ensangrentada por su mejilla y se dejó caer en el
compartimiento del conductor. El motor rugió, mientras yo encontré
otro asidero cuando empezamos a acelerar, dejando el nido de
necrótica corrupción tras nosotros.
-Estás herido- le dije, dejándome caer en el desorden maloliente
del compartimento de tropas, desactivé rápidamente mi espada-
sierra y rebusqué en mi kit medico. Lo último que ahora necesitaba
era que Jurgen se desvaneciese por la pérdida de sangre cuando
aún íbamos a toda velocidad.
-Es sólo un rasguño - me aseguró. -Los he tenido peores.
-Necesitarás que te den uno o dos puntos le dije- inclinándome
para colocar un vendaje y una generosa dosis de antiséptico, que, al
menos, restañó lo peor de la hemorragia. El tejido exterior se
oscureció ligeramente, pero dejó de sangrar, y yo comencé a
respirar algo más tranquilo. Al menos, pensé, tendré una anécdota
interesante para contarle al gobernador cuando nos encontrásemos.
SEIS
-¿Qué quiere decir con que no puede verme?- exigí, con mis
maneras más comisariales, el soldado de la casa del gobernador
que protegía el pasillo que conducía a los aposentos privados de
Jona se acobardó visiblemente. Supongo que, técnicamente, era un
vasallo del gobernador, en lugar de ser miembro del ejército imperial
y, por lo tanto, más allá de mi jurisdicción, pero en su lugar yo
tampoco habría confiado en aquella pequeña distinción. Su rostro
estaba oculto detrás una de esas viseras polarizadas de sus cascos,
pero su postura traicionó su nerviosismo, y el tono zalamero de su
voz lo confirmó.
-El gobernador Worden ha dado estrictas instrucciones de que
no desea ser molestado- me dijo.
-Entonces es que está haciendo el trabajo equivocado- le dije,
sin la menor compasión. -¿Dónde está?
No estoy seguro de si fue por el tono de mando de voz, mi aspecto
desaliñado o los olorosos restos del regresado aún esparcidos por
mi uniforme lo que finalmente le decidió, pero, después de un
momento de vacilación su cabeza se giró ligeramente hacia una
puerta finamente tallada al final del corredor. -Está en sus
habitaciones- dijo de mala gana. -Pero no puedo dejarle pasar.
Mis órdenes…
-¿Ayudaría si luego le dice que yo amenacé con matarte?- le
pregunte amablemente.
-Podría- admitió el guardia. -Pero no lo ha hecho.
-Porque yo no hago amenazas- le mentí descaradamente. -
Considerémoslo como una advertencia- Y dejé que mi mano se
acercara casualmente a la pistola láser de mi cinturón. Si me
hubiera dicho que estaba tirándome un farol, no estoy seguro de lo
que hubiera sido capaz de hacer, pero había juzgado bien al hombre
y tras un breve momento de vacilación, para quedar bien, se apartó
de mi camino.
Asentí con agradecimiento y caminé por el pasillo hacia la puerta,
mis pisadas fueron amortiguadas por una alfombra lo
suficientemente gruesa como para poder ocultar a un ratling (Homo
Sapiens Minimus, una raza de ab-humanos que son admitidos como ciudadanos imperiales
y sirven en la Guardia. Son de pequeña estatura y frágiles, pero son buenos exploradores y
francotiradores, nt) con un fusil láser de francotirador. Pensé en llamar a
la puerta, pero decidí no hacerlo, ya que eso daría a Jona la
oportunidad de decirme que “me fuera a ‘joder’ a otra parte,
preferiblemente, bien lejos” (‘Frak’ del original, palabra malsonante con múltiples
variantes, polisémica, nt), y no quería discutir con él antes de que nos
encontrásemos cara a cara. Ya había tenidos suficientes conflictos
aquella noche y no estaba de humor para más.
Extendí mi mano hacia el pomo de la puerta, mi bota chocó contra
algo tirado en la alfombra, miré para abajo y me encontré con que
acababa de evitar pisar una bandeja de plata con comida. La
metálica placa estaba repleta de algo que seguramente hubiera
parecido apetecible si no lo hubieran dejado enfriar y coagular
durante varias horas, por lo que, ahora, el aspecto era asqueroso,
aunque el postre, una especie de pastel, aún tenía buen aspecto.
Fruncí el ceño. No había duda de que Jona estaba ocupado, como
todos, pero él no me parecía la clase de hombre que se distraería
tanto como para olvidarse de comer.
Probé la puerta, esperando que estuviera cerrada, pero la cerradura
se abrió; parecía que el nuevo gobernador ya se había
acostumbrado a su inesperado ascenso y confiaba que sus esbirros
hicieran lo que les ordenaba. Recogí la bandeja y entré, empujando
la puerta hacia atrás con el pie, hasta que se cerró de nuevo.
Me encontré en un salón grande y elegante, equipado con los
habituales sofás, mesas auxiliares y similares. En un extremo había
una chimenea en la que se habían apilado troncos, listos para ser
encendidos. Jona estaba al fondo, detrás de un adornado escritorio
de madera de color marrón brillante, con incrustaciones del escudo
de su cargo, moviendo pilas de documentos y murmurando a una
grabadora-vox. Durante un momento no fue consciente de mi
presencia, luego levantó la cabeza para mirarme. -¿Qué está
haciendo aquí?- gritó. -¡Fuera!
A lo largo de mi vida me han gritado especímenes bastante más
intimidantes, ninguno de los cuáles podría ni sostener una vela
frente al supervisor de mi Progenium Schola (aunque aquel extraño
demonio estuvo cerca) por lo que la perspectiva de la ira del
gobernador me dejó completamente frío. -He traído su almuerzo- le
dije, aunque, por lo que yo sabía, la bandeja podría contener su
desayuno, continué caminando hacia él sin inmutarme.
-No tengo hambre- dijo Jona, la ira de su voz fue sustituida por la
incertidumbre; algo que he observado que sucede con frecuencia si
se responde a un agresor de una forma que no esté esperando.
-Pues deberías tenerla- insistí, la vaga sensación de que algo
andaba mal se había apoderado de mí cuando descubrí la bandeja
fuera de la sala y se intensificó mientras me acercaba al escritorio.
Puse la bandeja sobre lo alto de una de las pilas de papeles que
cubrían su superficie y conseguí mirarle de cerca. -Trono de Terra,
tienes un aspecto horrible.
-Demasiado trabajo- su cara, enrojecida e hinchada, apenas
distraía de sus febriles ojos. -Pero todo el mundo está
sobrepasado. Tengo que dar ejemplo- el gobernador tosió,
volviendo la cabeza hacia un lado, y el rasguño de la mejilla
producido en el incidente de la catedral apareció a la vista. Yo
esperaba que ya hubiera sanado, pero estaba lívido e hinchado,
infectado.
-Deberías dormir un poco- le conteste, luchando contra el impulso
de retroceder. Si era lo suficientemente contagioso como para
pasarme la enfermedad, ya era hombre muerto, desde el mismo
momento que pase por la puerta, lo cual, apenas era reconfortante.
-Dormir. Sí, sería buena idea- estuvo de acuerdo, frotándose los
ojos. -No sé por qué se empeñan en encender la calefacción en
esta época del año. ¿Tú lo entiendes?
-Voy a mirarla- le aseguré, mientras mi mente giraba como un
torbellino, evaluando las implicaciones de este horrible
descubrimiento. Teníamos que mantenerlo en secreto, eso seguro.
El gobernador era un símbolo de la protección del Emperador, al
menos en la mente de la mayoría de la población, y sí se sabía que
había sucumbido a la enfermedad, los desordenes civiles que
estábamos sufriendo se multiplicarían por mil. Eso por no mencionar
el hecho de que cuando sus familiares descubrieran la verdad, nos
meterían hasta las orejas en luchas nobiliarias fratricidas, intrigando
para ocupar el trono vacante, ciertamente, ya teníamos suficientes
distracciones a las que enfrentarnos.
Rodeé la mesa, manteniendo la adornada mesa de madera pulida
entre nosotros, como si eso fuera algún obstáculo para un virus
aéreo, en busca de un comunicador. Estaba justo donde esperaba,
no perdí ni un momento en usarlo.
-Magos Moroe- dije, tan pronto como la cara del cogboy apareció
en la pantalla pictográfica. -Ha surgido un desafortunado
incidente. Su ayuda y su discreción, ambas, son necesarias.
SIETE
sólo los valhallanos y los Tallarn podían asignar soldados para cazar activamente a los
]; pero
grupos de regresados en lugar de mantener simplemente el terreno que ocupaban
cada día surgían más y más cadáveres que se alzaban de entre los
muertos y, salvo un milagro, nos encontraríamos a la defensiva en
muy poco tiempo. Al menos, los que habíamos encontrado en la
necrópolis, atraídos por la abundancia de carroña para alimentarse,
habían sido eliminados por la Guardia con lanzallamas; pero por
cada grupo que encontrábamos y limpiábamos, posiblemente
estuvieran surgiendo una docena más que estaban por descubrir,
así que la mancha seguía supurando y la amenaza seguía
creciendo.
-Comisario- Moroe nos estaba esperando, mirando la pantalla de
un hololíto en el que él número de runas que indicaban unidades
activas continuaba disminuyendo con desalentadora inevitabilidad.
La compañía de artillería de Divas todavía se encontraba luchando,
lo que fue una inesperada alegría para mí; Divas, podía ser irritante
a veces, de eso no había duda, pero en mi oficio se hacen muy
pocos amigos y, sinceramente, era bastante reacio a perderle, sobre
todo de una manera tan infame. -Tengo la información que me
solicitó.
-¿Algún progreso?- preguntó Broklaw, esperando claramente que
la respuesta fuera negativa.
-Algunos- respondió el tecno-sacerdote, con la entonación favorita
de sus hermanos, que dejaban a sus oyentes interpretar lo mejor
que pudieran si estaba contento, deprimido, o totalmente indiferente;
lo que, dada la audible emoción que mostró en nuestra primera
reunión, esperaba que fuera una especie de señal alentadora. -De
hecho, hemos logrado aislar prometedores anticuerpos en la
sangre de los soldados de Tallarn, como el comisario Caín
conjeturó.
-Excelente- le dije, sintiendo la primera llamarada de una leve
esperanza en toda esta pesadilla. -¿Hay alguna posibilidad de
producir una vacuna con ellos?
-Hay más que una posibilidad- dijo Moroe, en el mismo monótono
y enloquecedor tono, que me dejó dudando, sin poder discernir si se
trataba de una noticia buena o mala. -Hemos tenido éxito en la
producción de una, lo que, con los correctos biocultivos,
podemos sintetizar en mayores cantidades. Sin embargo,
nuestras pruebas con sujetos infectados han sido totalmente
negativas.
-¿Quiere decir que no funciona?- dijo Broklaw, con el tono de un
hombre que acaba de ganar una apuesta y no se la quieren pagar.
-Exactamente- dijo Moroe. -Por razones que, francamente, no
acabamos de comprender.
-¿Cómo es posible?- le pregunté, y levanté una mano
anticipándome a su respuesta. -En simple y llano gótico- ya había
hablado con demasiados tecno-sacerdotes a lo largo de los años
para no darme cuenta de que ese corolario era esencial, si no
quería recibir una interminable charla que sólo otro miembro del
culto Mechanicus sería capaz de entender.
El Magos Biologis parecía tan incómodo como era posible con
media cara compuesta de inmóvil ferretería. -El suero debería ser
eficaz- dijo. -No encontramos ninguna razón biológica para que
no funcione.
-Estoy seguro de que lo resolverá pronto- le apoye, aunque en
verdad, no sabía si lo decía para reforzar su moral o la mía. -¿Cómo
está el gobernador?
-Degradándose rápidamente- dijo Moroe, su monótona voz le dio
un aire de sombría declaración a su pronunciamiento. -El
Hierofante Callister le está proporcionando socorro espiritual,
que parece ser toda la ayuda que le podemos prestar en este
momento- a cualquier otra persona se le habría concedido la paz
del Emperador hace mucho tiempo pero, como ya he dicho, la
conveniencia política nos hacía que tuviéramos que mantener vivo
al pobre bastardo todo el tiempo que pudiéramos. Además, supongo
que Moroe necesitaba a alguien para ir probando sus pociones.
-¿Todavía sigue aquí?- preguntó Broklaw, yo asentí; el eclesiarca
había aparecido la noche anterior, con los mapas que le habíamos
solicitado con la localización de las fosas comunes, no parecía tener
ninguna prisa para volver al, más que relativo, peligro de una ciudad
infestada de retornados; por lo cual no puedo culparle. [Caín puede
haber sido demasiado cínico sobre los motivos de Callister, ya que estos están
hierofante bien podía haber sentido que su deber era permanecer junto a él y ofrecer
Imperial, en particular, es muy probable que Samier estuviera ansioso por consultar al
No por primera vez, me pregunto si la información adicional que ofrece el material que
se presenta a continuación merece la pena el esfuerzo de ser leído; pero en este caso,
debo concluir lamentablemente que así es. Aunque la prosa de Sulla sea tan
forma amplia, cuestión a la que Caín, por lo general, presta muy poca atención.
]
dos harían algo similar
seguidores de los Dioses Oscuros tienden a ser muy escasos en los mundos de los
Caín]
FIN