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26/10/2020 Ética y ecología

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Ética y ecología
ESCRITO POR: TOMÁS DOMINGO MORATALLA
Último número de la revista
Julio - Agosto 2012 crítica

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De la experiencia de fragilidad a la exigencia de responsabilidad

Los problemas ecológicos inundan los medios de comunicación; multitud de campañas buscan el desarrollo de una
mayor “conciencia ecológica”. Los temas de ecología están presentes en el espacio público, en la opinión pública; son Centenario revi…
revi…
temas que nos ocupan y preocupan, pero ¿sabríamos dar cuenta de esta preocupación? Es decir, ¿por qué esta urgencia
ecológica? ¿por qué esta necesidad de conciencia ecológica?

Caer en la cuenta de las razones de nuestra preocupación es muy importante para que la sensibilidad ecológica no sea sólo “flor de
un día” sino una actitud permanente. Por otra parte sólo teniendo presentes las razones de nuestra preocupación podemos orientar
y fundamentar nuestra acción. Esta es la tarea precisamente de la reflexión ética.

La fragilidad de nuestro mundo

Para vivir, el ser humano necesita relacionarse con lo que le rodea, con el mundo, con la naturaleza. La naturaleza ha sido un
lugar de provisión, aquello que encontrábamos para nuestro dominio y supervivencia. El progreso de nuestra civilización occidental
se ha basado en esta idea. La naturaleza está “ahí” para nosotros. Para fundamentar esta concepción de la naturaleza como
recurso podemos acudir a la tradición judeo-cristiana con su mandato de “creced, multiplicaos y dominad la tierra” y a la tradición
griega, quizás simbolizada perfectamente con el mito de Prometeo. Ambas tradiciones se han unido y potenciado mutuamente en la
época moderna; el nacimiento de la ciencia moderna en los siglos XVII y XVIII –pensemos en Galileo y Descartes– se ha orientado
con esta intención de ser “dueños y señores de la naturaleza” (El discurso del método). La ciencia, saber teórico, se ha convertido
en tecnología para dominar la naturaleza cómo nunca antes se había imaginado. Nuestra relación con la naturaleza se ha forjado
durante siglos en esta actitud de dominio.
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El desarrollo moderno de la ciencia y la tecnología, y paralelamente el desarrollo de nuestra relación con la naturaleza, se ha
basado este carácter “instrumental” de la técnica y, al mismo tiempo, en la neutralidad de la ciencia. La tecnología (y la ciencia) es Suscríbase a nuestras newsletters
una simple herramienta, y su bondad y maldad dependerá del uso que se haga de ella. Lo único que hay que hacer es ser para recibir nuestros últimos

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conscientes de lo que estamos haciendo y controlar los usos, para que no se conviertan en abusos. ¡Demasiada ingenuidad! La comunicados
tecnociencia actual, la forma de relacionarnos con la naturaleza, no es así. Tiene en su entraña un imperativo que es: aquello que se
ENVIAR
puede hacer debe hacerse; es un “imperativo tecnológico”. La técnica moderna es muy diferente a la técnica de los siglos anteriores,
básicamente porque: 1) tiene efectos ambivalentes y es muy difícil determinar los usos correctos o incorrectos de una
determinada técnica; puede haber usos correctos, hechos con muy buena intención a corto plazo, pero perjudiciales y dañinos a la
larga; 2) es automática en su aplicación; la relación del hombre con su técnica actualmente no es la de quien posee, por ejemplo,
una capacidad y puede dejar de usarla (el que sabe montar en bicicleta puede ir en bicicleta o no), sino la de quien posee una
capacidad que no tiene más remedio que utilizar (por ejemplo, la relación entre el poder respirar y el tener que respirar); de ahí, que
la técnica nos haga en muchas ocasiones “esclavos”, por su propia autonomía y dinamismo propio; y 3) accede a dimensiones
globales en el espacio y en el tiempo; la técnica no sólo afecta al aquí y al ahora, sino que los resultados y consecuencias implica al
mundo entero y condiciona la vida de las generaciones futuras.

Así hemos convertido nuestro mundo en un mundo frágil. Quizás sea ésta la categoría que mejor lo define, y no es una
fragilidad constitutiva, sino producto de nuestro hacer humano en él. La naturaleza se ha convertido en realidad frágil por acción de
nuestro propio poder. Esta es la experiencia que subyace a la conciencia ecológica. ¿Y qué hacer ante esta fragilidad del mundo?
¿qué hacer con este “poder en nuestras manos”? Básicamente, y un tanto reductivamente, me atrevería a hablar de tres actitudes
posibles, cada una de las cuales las representaría con una figura simbólica: Prometeo, Frankenstein y Hermes.

a) Prometeo, tecnofilia. En primer lugar, podríamos pensar que los problemas ecológicos, que los problemas derivados de
nuestro dominio de la naturaleza, tienen una solución científico-técnica; es decir, lo que necesitamos es sólo más y mejor tecnología;
nuestro dominio es insuficiente y tenemos que dominar más y mejor; la ciencia y el conocimiento nos traerán por sí mismos una vida
mejor, y acabarán por resolver todos los problemas, también los ecológicos. Prometeo, que adopta hoy en día muchos rostros, nos
dice que hay que amar la técnica (nombre genérico de nuestra relación con la naturaleza) porque en ella está nuestra felicidad y

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posibilidad de superviviencia. La respuesta a la fragilidad del mundo es por tanto mayor desarrollo tecnocientífico, mayor dominio de
la naturaleza.

b) Frankenstein, tecnofobia. La segunda imagen simbólica que puede ilustrarnos sobre otra reacción posible ante la fragilidad
del mundo que nosotros mismos hemos producido es la de Frankenstein. Hemos creado “algo”, que como al doctor Frankenstein, se
nos escapa de las manos, se nos va del control y se revuelve contra nosotros. Esto nos lleva a odiar la tecnología, odiar nuestra
creación, y añorar un mundo natural, no técnico, no contaminado, donde el ser humano pudiera vivir feliz, donde el mundo no fuera
frágil y nuestra supervivencia no corriera peligro. La respuesta a la fragilidad del mundo, y así también a los problemas ecológicos,
es la añoranza de una naturaleza no contaminada y el odio a nuestra tecnología.

c) Hermes, tecnoresponsabilidad. Hermes es el mensajero de los dioses; Hermes es, en el relato platónico del mito de Prometeo,
el encargado de llevar la sabiduría política y ética a los seres humanos. Hermes es el encargado de la mediación, de llevar el
mensaje de
unos a otros, es decir, de interpretar, por eso también es el símbolo de la hermenéutica (saber y arte de la interpretación). La clave
no está ni en amar la tecnología, y confiar ciegamente en ella, ni en odiarla, y pensar que es origen de todos los males. Ni
podemos prescindir ya de la tecnología, de nuestro dominio sobre el mundo, pues somos y no podemos dejar de serlo “animales
tecnológicos” -y no hay ningún “paraíso perdido”-; ni tampoco podemos pensar, ingenuamente, que los problemas se vayan a
resolver con mayor tecnología -de hecho el aprendizaje al que nos ha sometido el siglo XX es muy distinto-. Ante la fragilidad del
mundo la única solución posible es el ejercicio de la sabiduría responsable, que busca armonizar nuestra vida, que no puede dejar
de ser tecnológica, con la supervivencia de nuestra especie, y la supervivencia también de una determinada imagen de ser humano
y de vida humana. Frente al optimismo de Prometeo y el miedo de Frankenstein, la actitud adecuada pasa por el cuidado de nuestro
mundo, de nuestra naturaleza: ¡bienvenido sea Hermes!

Un nuevo paradigma: la responsabilidad

El siglo XX ha sido uno de los más desastrosos para el medio ambiente en la historia de la humanidad, sin embargo,
paradójicamente, también ha dado origen a la “conciencia ecológica”, es decir, a la nueva cultura de la conservación de la naturaleza
y la biosfera. Viendo el potencial destructivo del ser humano, nos hemos hecho conscientes de la importancia de conservar el
planeta en que vivimos. La fragilidad del mundo a la que antes me refería exige de nosotros una nueva actitud que vaya más allá de
posiciones ingenuas de afirmación o negación de la tecnología (¡y la mayoría de las posiciones ecologistas o antiecologistas no
pasan de ahí!). Para hacer frente a la fragilidad del mundo necesitamos una nueva ética. La ética anterior, pensemos por ejemplo en
Aristóteles o en Kant, por citar dos figuras excelsas de la reflexión ética, es insuficiente para pensar esta experiencia de fragilidad; la
ética antigua no tiene recursos, pues es una ética pensada para las relaciones con los otros, relaciones establecidas en el cara a
cara, llegando, como mucho a un nivel nacional o supranacional; y, por otro lado, la ética antigua siempre dio por supuesta la
continuidad de la vida humana y la continuidad de las condiciones mundanas que la hacen posible.

Esta nueva ética, capaz de hacer frente a los problemas ecológicos (a la fragilidad de nuestro mundo), es la ética de la
responsabilidad. Todo poder conlleva una gran responsabilidad. Nuestro poder, nuestro dominio de la naturaleza, puede conducir a
su destrucción; necesitamos, diría, no rechazar el poder, como dicen las posiciones ecologistas más ingenuas, sino “mayor poder”,
pero no más poder tecnológico, como dicen muchas posiciones antiecologistas, sino un poder sobre nuestro poder; este poder sobre
nuestro poder es la responsabilidad. Así se constituye la responsabilidad en un nuevo paradigma en ética y viene exigido por
nuestro propio mundo, mundo frágil.

Puede servir como ejemplo de esta nueva ética, de este nuevo paradigma el tema de las “generaciones futuras”. Los problemas
del medio ambiente no se restringen a un ámbito concreto sino que tienen dimensiones planetarias, globales. Además, se plantea la
necesidad de analizar la perspectiva de futuro: las acciones que ahora llevemos a cabo no quedan limitadas al momento presente,
sino que tienen repercusiones en el futuro. Por ello la actitud de “cuidado” cobra una dimensión nueva: no sólo debemos asumir lo
que hicimos en el pasado o hacemos en el presente, sino que también debemos preocuparnos por las consecuencias que tendrán
nuestros actos. Esta “actitud de cuidado” extendida más allá del aquí y del ahora es la responsabilidad.

Me gustaría terminar esta breve reflexión mencionando a Hans Jonas (1903-1993), el filósofo contemporáneo que más y mejor
nos ha hecho pensar en estos temas de ética ecológica bajo el paradigma de la responsabilidad. Llegó incluso a proponer su ética
bajo la forma de un imperativo, de un deber, como hiciera siglos atrás Kant. Conviene pensar detenidamente su propuesta y evaluar
los deberes que en ella están implicados:

Un imperativo que se adecuara al nuevo tipo de acciones humanas y estuviera dirigido al nuevo tipo de sujetos de la acción
diría algo así como: «Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana
auténtica en la Tierra”; o, expresado negativamente: «Obra de tal modo que los efectos de tu acción no sean destructivos para la
futura posibilidad de esa vida»; o, simplemente: «No pongas en peligro las condiciones de la continuidad indefinida de la humanidad
en la Tierra»; o, formulado, una vez más positivamente: «Incluye en tu elección presente, como objeto también de tu querer, la futura
integridad del hombre». (Hans Jonas, El principio de responsabilidad)

Una vez que hemos sentido la experiencia de fragilidad, ¿podemos negar la exigencia de responsabilidad? La responsabilidad
(prudencia o sabiduría práctica), es la llamada no ya a conseguir un mundo mejor sino a conseguir que nuestro mundo siga siendo
un mundo humano, o, al menos, siga siendo mundo. ©

Tomás Domingo Moratalla

Profesor de Filosofía moral. Universidad Complutense de Madrid

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JULIO - AGOSTO 2012


Ecología y consumo responsable

LEÍDO 20440 VECES El consumo como cultura, el imperio


total de la mercancía, movimientos
PUBLICADO EN MONOGRÁFICO ecologistas en Europa y en España,
¿Para qué sirven las cumbres del
medio ambiente?, la deuda ecológica
con el planeta, son algunos de los
puntos tratados en el monográfico sobre ecología y consumo
responsable.

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