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El Violin Negro - Sandra Andres Belenguer
El Violin Negro - Sandra Andres Belenguer
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Epílogo
Nota de la Autora
Agradecimientos
SANDRA ANDRÉS
BELENGUER
El violín negro
Ediciones del Laberinto, S.L.
Autor: Andrés Belenguer, Sandra
©2009, Ediciones del Laberinto,
S.L.
Colección: Narrativa fantástica
ISBN: 9788484834090
Generado con: QualityEbook v0.67
Capítulo 1
Diciembre, 1907
Atardecía ya en París.
Enfundado en un raído abrigo negro
y una desgastada gorra, un hombre
atravesaba precipitadamente el Le Pont
des Arts dirigiéndose hacia el lado
derecho del Sena. La ciudad entera
sufría el temporal propio de diciembre y
el frío se dejaba sentir con intensidad
por los escasos viandantes que aún
circulaban. París se sepultaba poco a
poco bajo la nieve, y sus calles, casi
desiertas, le conferían un aspecto gris y
fantasmal. El único sonido existente era
el inquietante bramido del gélido viento
azotando el río y las ruedas de los
carruajes sobre los blancos adoquines.
Sin embargo, a aquel hombre no
parecía importarle el azote invernal.
Seguía su camino con determinación
aferrando fuertemente un saco de
extrañas proporciones.
Debía llegar a la Rue Bonaparte
antes de que oscureciese por completo o
tendría que esperar hasta el día
siguiente, cuando el anticuario Corenthin
et fils abriese sus puertas de nuevo. No
había tiempo que perder. Necesitaba el
dinero.
Abstraído como estaba en sus
pensamientos, no vio dirigirse contra él
a toda velocidad una berlina negra. Los
caballos relincharon con angustia
cuando el cochero tiró de las bridas
tratando de frenar su carrera. El coche
se detuvo a escasos metros del
personaje, que se sobresaltó, cayendo
bruscamente sobre el níveo empedrado.
Ya en su interior, se ensimismó
momentáneamente por Io que le rodeaba.
Extraños retratos lo miraban por
doquier, candelabros pertenecientes al
siglo anterior estorbaban su paso junto a
pintorescas figuras religiosas, relojes de
la época napoleónica, libros cuyos
títulos habían sido borrados por el
tiempo...
El prestamista Corenthin lo
observaba con recelo al otro lado de la
estancia. Era un hombre anciano, de
cabellos blancos y ojos inquisidores que
siempre escrutaban al cliente tras unos
pequeños anteojos.
En la Actualidad
Diciembre, 1907
Mayo, 1913
«Sería perfecto.»
Diciembre, 1907
"¡Realmente es el mismo!"
Con paso ágil salió del despacho y
se dirigió hasta el arcón donde había
encerrado el estuche. Giró la llave con
gran rapidez y lo cogió con ambas
manos.
Cerró los ojos un instante antes de
descubrir de nuevo su contenido.
Febrero, 1908
¿Pero de quién?
Capítulo 9
Verano, 1910
Verano, 1910
Mi querida Christelle,
Él es su verdadero propietario.
No me olvides nunca.
Claude sonrió.
—Nuestros antepasados son parte de
nosotros. y los tuyos, mi joven
violinista, poseen una historia que ha
perdurado a través de los años. una
historia que ha crecido con el paso del
tiempo y se ha hecho fuerte —tras una
breve pausa, prosiguió—. Convendría
que leyeses las misivas de tu
tatarabuela, Christelle.
Estoy seguro de que despejarán
muchas de tus dudas.
La joven asintió en silencio,
mientras guardaba la carta de su tío en
su bolso.
—Posiblemente también quieras leer
esto —dijo el padre Claude
entregándole el sobre lacrado.
Julio, 1858
Maestro Lluthier
Christelle asintió.
El cata se giró hacia Kyriel y
ofreciéndole la mano, dijo: —Creo que
no hemos comenzado con buen pie. Si
eres amigo de Christelle, también eres
amigo mío, por supuesto.
Kyriel apretó con fuerza la mano
que tenía ente sí y le agradeció sus
palabras con Miranda.
—Pero sigo sin comprender qué
tiene ese violín en especial —insistió el
cata.
—Al parecer —comenzó a explicar
Christelle—, tiene algo que ver con el
Fantasma de la Ópera.
—¿Qué? —la interrogante de
Gilles resonó con estrépito en la sala.
—Según mi tío, éste fue su violín.
Gilles permaneció en silencio,
acariciándose el mentón en actitud
pensativa.
—¡Menuda historia...! —consiguió
exclamar el fin.
—Siento no habértelo explicado
antes... si he de ser sincera, pensé que
no me creerías.
—¡Y por qué no iba a hacerlo!
Estos subterráneos están llenos de
supersticiones y leyendas y el Fantasma
es una de ellas. No entiendo por qué
alguien podría matar por un violín
perteneciente a un mito, pero has hecho
bien en acudir a mí. Aquí estaréis
seguros y podréis pasar la noche con
tranquilidad.
—Pero, ¿Existió realmente el
Fantasma? —preguntó Christelle.
—No lo sé... En el mundo cata
existen varias versiones respecto a su
historia.
Unos dicen que se trata de una
leyenda engrandecida por las numerosas
versiones cinematográficas que se han
creado en torno a él, otros afirman que
verdaderamente existió en misterioso
músico desfigurado viviendo en los
recónditos subterráneos de la Ópera...
Es una incógnita —dicho esto, se ajustó
su casco—. Pasaréis aquí la noche. No
os preocupéis, por esta zona no suelen
venir muchos catas últimamente; podéis
quedaros el tiempo que consideréis
necesario. Volveré mañana por la
mañana... y ni se os ocurra ir de paseo
por estas galerías sin un plano, ¿de
acuerdo? Encontraréis víveres en mi
mochila y varios sacos de dormir en
aquella cavidad entre las columnas. Los
catas solemos dejar un par de ellos en
este tipo de lugares por si algún
despistado se ha olvidado de llevarlo
consigo.
Christelle no tuvo tiempo de
reaccionar. Despidiéndose, Gilles salió
de la sala
dejándolos solos. La joven pudo
ver la luz procedente de su casco
desaparecer paulatinamente por el
estrecho corredor.
Kyriel avanzó hasta ella en silencio
y se sentó a su lado.
—Christelle... ¿Cómo fueron
aquellas visiones? ¿Qué presenciaste
exactamente?
La joven bajó la mirada para
observar con recelo el estuche de violín.
—Fue horrible... sombras, gritos,
recuerdo estar en una jaula, sentí un
dolor indescriptible... y todo con tanta
intensidad... yo... no quiero volver a
pasar por eso de Nuevo, espero no tener
que tocar este violín nunca más.
—Lo siento — murmuró Kyriel.
—No digas eso. Tú no tienes nada
que ver. Además contigo me siento a
salvo, como si fuéramos viejos amigos
que se reencuentran de nuevo...
Con voz más baja, casi en un
susurro, añadió:
—Te agradezco mucho que hayas
decidido quedarte conmigo.
Christelle se mordió el labio
inferior.
¿Por qué había sido tan sincera
permitiendo que sus pensamientos
escapasen de sus labios?
No podía evitarlo. Su sola
presencia lograba que el corazón le
palpitase con un ritmo inusual.
¿Cómo era eso posible? ¿Qué le
estaba sucediendo?
Lo miró para ver su reacción y se
encontró con sus ojos calvados en los
suyos.
Halló su propia imagen reflejada
en ellos, como un ineluctable espejo de
azabache, y se dejó absorber por su
silenciosa mirada con un remolino
interior de cálidas sensaciones que no
fue capaz de explicar.
Temió que escuchase el enérgico
latir de su corazón, que percibiese su
extraña inseguridad, y sin embargo
deseó con todas sus fuerzas que aquel
momento no se terminase nunca.
Fue él quien rompió el silencio.
—Deberías descansar, Christelle...
hoy ha sido un día muy duro.
Su voz dulce y serena, consiguió
que la joven despertase de su
ensimismamiento.
Ruborizándose. asintió y se levantó
para depositar cuidadosamente el
estuche en uno de los huecos que
formaban las rocas.
—Quizás necesites tu mochila —le
indico
—Sí, es cierto, gracias.
Al extender su mano para cogerla,
la joven vio como la cajita de cristal
que había guardado en su interior, se
deslizaba por una pequeña apertura
cayendo al suelo.
—¡Oh, no! —exclamó agachándose
para recogerla — ¡Las cartas de
Christine!
—¿De quién? —preguntó Kyrier
con súbita extrañeza.
—Menos mal, parece que la caja
no ha sufrido daño alguno... —suspiró
aliviada Christelle —; en eta están
guardadas las cartas de mi tatarabuela
—explicó mientras abría la tapa de
cristal y corar negro para comprobar su
contenido.
—Entiendo... —murmuró él—. ¿Se
llamaba Christine?
Ella lo observó unos instantes antes
de contestar.
—Así es... según mi tío, ella era la
soprano de quien se enamoró el mítico
Fantasma.
—¿Estás segura? — los ojos de
Kyriel parpadearon con perplejidad.
—No completamente... quiero
decir... hace poco que soy conocedora
de este secreto, por denominarlo
así...todavía no sé que pensar acerca de
él. Todo es muy confuso.
—¿Crees en la leyenda del
Fantasma? —le preguntó con curiosidad
a la joven.
—No lo sé. Hace unas semanas
hubiera dicho que se trataba sólo de un
mito, de una superstición creada por las
bailarinas de aquella época, pero
ahora...
comienzo a pensar que quizás no
fuese una simple leyenda después de
todo — introdujo la mano en su mochila
y extrayendo de ella el libro que había
recogido en su casa, se lo mostró a
Kyriel—. Es la novela original escrita
por Gastón Leroux. Recuerdo
muy bien el día en que mis padres
me regalaron este libro. Lo leí hace
muchos años, pero supongo que por
aquel entonces me apasionó tanto que no
he podido olvidarlo. Si realmente el
Fantasma existió, tuvo que ser un
hombre excepcional.
Mi pequeño... mi hijo
Su placido sueño consigue que mis
tormentos desaparezcan y sienta que
renazco en su tierna inocencia.
Si hubiese combatido con mis
miedos, si mi corazón hubiese sido más
fuerte, si todo hubiese sido diferente...
el seria nuestro hijo.
¿Cuándo dejaré de interrogar a mi
alma? ¿Cuándo cesará mi mente de
reproducir su voz? ¿Cuándo podre
descansar de su recuerdo?
Mi pequeño despierta y ajeno a mi
aflicción, me mira con sus ojos llenos
de esperanza.
Septiembre, 1873
SALA TRECE
Pasaje de la
Verano, 1910
El segundo rezaba:
Venid, gentes del mundo, venid a estas
residencias silenciosas y vuestra alma,
Gastón Leroux.
Chemin du Quinconce
G.L.
************
Christine de Chagny.
L'Ánge de la Musique
El eco de sus sollozos resonó en la
soledad de aquella lúgrube cripta. Como
reflejo de un recuerdo aprisionado en su
mente, creyó escuchar un canto lejano
procedente de una voz fantasmal,
delicada y sutil al mismo tiempo.
Miró a su alrededor, desconcertad,
esperando encontrar a alguien en la
oscuridad.
Negó sombríamente con la cabeza.
Trató de llenar sus pulmones de
aire y se pasó el dorso de su mano por
sus cansados ojos.
Contempló una vez más el anillo de
oro antes de guardarlo en su cazadora.
Sobreponiéndose de aquel
descubrimiento, abrió la carta
rompiendo su lacre tojo y leyó su
contenido.
Capítulo 30
Abril, 2005
—¡Gilles!
Su exclamación de alegría resonó
en toda la estancia haciendo que el cata
se sobresaltase.
—¡Dios mío, Christelle, estás aquí!
¡Por fin te encuentro! ¡Sana y salva!
Ambos se abrazaron con cariño.
Gilles la iluminó con su linterna.
Erik
Gastón Leroux.
La música del piano era lo único que
rasgaba el silencio que se había
generado entre ellos.
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