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Karol, mi mujer, bajo su desesperante y desaforado placer

de sentir mi músculo erecto entre sus piernas, entre sus labios


mayores y menores y un clítoris apabullante a punto de reventar
en un explosivo destellos de placer y locura me pide que le
reviente el culo.
- Sí, como oyes- me dice volteando su cara delgada donde
me gusta mirar su perfilada y recta nariz- métemelo por
el culo, amor.

Karol siempre se negaba en dármelo, en disfrutar del sexo


anal, pero curiosamente esta noche, bajo este grande espejo
sobre el techo de ese motel, donde podemos observar nuestros
cuerpos realizar duros movimientos que nos desenfrena la
imaginación y las fantasías sexuales más recónditas de nuestro
cerebro, le dio por dármelo sin que yo se lo pidiese.

- ¿Estás segura? - pregunté manteniendo mi duro pene


en su vagina húmeda y excitada.
Karol como una bestia en celos me miró mientras con su
mano habría una nalga y metiéndose un dedo en el ano me pidió
que le dilatara y que cumpliera con su deseo.

Tomé de un lado de la cama un lubricante y untándome


los dedos índice y medio comencé a dilatar su ajustado y limpio
culo con movimientos lentos y circulares que, Karol se
estremecía mientras con una mano me tomaba el pene y con la
otra mano se frotaba su sexo. Aquello comenzó a excitarme
mucho más mientras lubricaba el culo de mi amada y mientras
ella me masturbaba y se masturbaba. Retiró de pronto mis
dedos de su culo y volteándose hacia mi buscó con su boca mi
pene y comenzó a succionarlo ¡Vaya que maravilla de mujer
cada vez que hace eso! Comenzó a pasar el vértice de su lengua
sobre el frenillo de mi miembro y sentía como un fuerte
corrientazo subía por toda mi columna vertebral haciéndome
dar un fuerte suspiro y un alarido de placer. Su lengua, su puta
lengua, hace magia, hace polvo. Me estremezco cada vez que ella
con sus gruesos bermellones succiona mi glande con una
dedicación y una delicadeza que siento que muy pronto me va
hacer llegar. Después de varios minutos haciéndome la felación
la tomé entre mis brazos y haciéndola hacia mí la besé
intensamente a la boca que sentía su respiración aumentarse
mientras frotaba su culo. Le pedí que se volteara y su esbelta y
delgada espalda que terminaba en una exuberante y amplias
caderas donde dos nalgas, exóticas y redondas, estaban
preparadas, abiertas como una flor, dispuesta a darme su botón
de gloria. Un leve gemido exhaló mi Karol, de piel lustrada y
morena y tersa como una concha de canela.

- ¡UFFF! - gime mi amada- suavecito, Franz, duele un


poco.

Comencé a darle ligeros movimientos y mientras lo hacía


ella se estremecía cerrando los ojos y apretando entre sus
dientes la sábana. Sentía su culo muy estrecho, esponjoso. Es
una sensación única, una sensación placentera, mucho más
placentera que hacerlo por delante. Comencé a dar movimientos
más fuertes y más rápidos y mi Karol de ojos avellanos y
curtidos comenzó a gritar de placer y de dolor. Gritaba
frenéticamente diciéndome ¡Franz, Franz, Franz, Franz, coño!
Eso me enloquecía y no paraba de darle más fuerte. La apreté
fuertemente por cada uno de sus hombros y liberé todos mis
movimientos y, mis riendas llevaron a Karol a apretar con sus
pequeños puños y a morder la sábana resistiendo al intenso
dolor que le ocasionaba. Su cara se enrojeció de tal manera que
me pidió parar, pero hice caso omiso a su petición, mi excitación
estaba sobre los límites de escucharla. Hasta que sentí que desde
mi cintura sentía una presión que se concentraba en un punto
exacto y propicio y comenzó a sentirse por mi erecto y duro
pene, esa sanción única que sentimos en esa última fase de
lograr el éxtasis y, mecánicamente Karol oyendo un leve y
desesperado gemido de mi boca me pidió que se lo echara sobre
su espalda. Toda esa presión ineludible y gratificante terminó en
llenar de semen toda la espalda de Karol. Karol sintió como si
una tormenta ya pasara. Jadeándose se tumbó de espalda sobre
la cama y dándome la cara me miró, toda acaba y adolorida,
pero con una sonrisa también de satisfacción.
-Te amo, Karol- le dije dándole un beso en la frente y
apoyando su cabeza sobre mi pecho fuerte.

- Yo también te amo, Franz- Me dijo mientras observaba


su rostro un poco enrojecido todavía por la presión de
nuestro sexo.

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