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EXPERIMENTO

Todo comenzó cuando presioné el botón rojo para liberar al hombre de la incubadora, creyendo
que, al hacerlo, dejaría de sentirme sola y aterrada en un laboratorio repleto de monstruos.

Ese botón rojo del que no me arrepiento presionar, porque tal vez si no lo hubiese liberado nada
de lo que ocurrió nos llevaría a saber la verdad del laboratorio y la verdad de por qué me
encontraba ahí.

«No liberes a los rojos.

Los Rojos también son peligrosos, están contaminados.»

Nunca entendí a qué se refería esa conversación escrita en una de las computadoras del área hasta
que él abrió los ojos. Solo así me di cuenta de que era demasiado tarde para regresar atrás.

Estaba atrapada por esos orbes diabólicos.

Él me tenía presa, y yo... quería ser su presa otra vez.



‌‌‍Sabía quién era yo, quiénes eran mis padres y dónde vivían. El problema era que no sabía nada
más acerca de mí o del lugar en el que desperté.

Desperté debajo de un escritorio de largas patas que pertenecía a una oficina con un pequeño
baño mal trabajado. Tan solo fui consciente del lugar en el que me encontraba, porque un dolor se
apoderó de la parte inferior de mi cabeza: se debía a una herida en la nuca que pude sentirla hasta
con la yema de los dedos. Pero no era profunda y no sangraba más.

¿Cómo fue qué me la hice? Y, ¿cómo fue que llegué hasta esa oficina destrozada?

Sobre el escritorio del que salí, se hallaba un computador de pantalla plana. Su Pc estaba hecho
pedazos al igual que el teclado, varias de sus piezas esparcidas por el suelo y junto a una silla de
rueditas. Había estanterías en la pared junto a la pantalla: repletas de botellas vacías y
desacomodas, al igual que muchos pequeños y delgados frascos derramados de extraños líquidos
coloridos.

Además de eso, un archivero platinado se hallaba muy mal acomodado en una contra esquina de
la habitación. Poco faltaba para que terminará cayendo. Tal archivero tenía todas sus cajoneras
extendidas y, sobre todo, vacías. Solo echar una mirada al rededor podía encontrar cientos de
trozos de montón de hojas que cubrían la porcelana: seguramente se resguardaban en el
archivero.

Las paredes eran todas de concreto, había un gran panel de control del tamaño de una persona
adulta y robusta. Estaba lleno de botones y un lente oscuro en el centro de una de las paredes.
Pero había un motivo por el que no funcionaba, ya que, al igual que la Pc, los botones del panel
estaban hechos añicos y había un agujero en su centro: un agujero en el que podía encontrar una
bala.

Aquí nada parecía funcionar.

Nada parecía estar bien.

Lo más perturbador de la oficina, no eran las hojas mayormente despedazadas, ni el panel o la Pc


destruidas, sino el lugar... Todo el lugar, porque no era la única habitación.
Fuera de ella, una escalera metálica de muchos escalones llevaba a un piso inferior: a un enorme
salón que, solo echar una pequeña mirada, perturbaba. En el centro de ese salón, había una hilera
de computadoras conectadas a otras formando un considerable círculo, y lo que ese círculo de
computadoras rodeaba, era verdaderamente intrigante. Inquietante y abrumador.

Más inquietante que ver el tamaño de los muchos cables de corrientes que salían de un agujero en
el centro de las computadoras, y se conectaban a diferentes tubos que se encontraban ahí mismo.
Esos tubos enormes, eran de al menos cuatro metros de altura y dos de anchura. Tenían una forma
un poco ovalada en el centro, y estaban rodeados de una extraña capa metálica que, cada cierto
tiempo, producían un sonido mecánico que me alarmaba.

La primera vez que me acerqué a una de ellas, juré escuchar unos golpes provenientes de su
interior. Fue desconcertante y no pude evitar golpear el metal un par de veces para volver a
escucharlo, pero no sucedió nada más.

Para ser más franca, ni siquiera sabía cuánto tiempo había transcurrido desde que desperté, y no
encontraba una sola salida a la cual acudir.

El salón estaba rodeado de puertas que, para mi sorpresa estaban selladas. Cada una de esas
puertas con ventanillas cuadrangulares, llevaban a diferentes pasillos del área. No importaba qué
hiciera, la seguridad de las puertas era mediante el uso de contraseña. Lo intenté cientos de veces,
inventando cualquier digito que contuviera siete números, y con ninguna pude abrirlas. Busqué el
código en la oficina, incluso debajo de los computadores y cualquier otra mesa, pero no había
nada.

Y creí por un momento que al golpearlas con el extintor rompería el cristal, pero ni eso conseguí al
final.

El lugar, que más bien parecía un laboratorio por los cientos de envases cristalizados con partes
perturbadoramente humanas, estaba abandonado, y con muy poco funcionamiento eléctrico.

Sí, para mi desgracia, parecía abandonado. Porque no importó cuantas veces grité en cada puerta,
esperando a que alguien apareciera y me ayudará a salir, no sucedió nada. Y pese a eso, todavía
seguí revisando en cada una de ellas, observando los pasillos con la esperanza de que al menos
alguien apareciera tardeo o temprano. Con la esperanza de equivocarme y que en realidad sería
encontrada.
No tenía idea de cómo llegué aquí, sin recuerdos si quiera de dónde estaba antes. Al principio
pensé que se trataba de un secuestro, pero nada tenía la imagen de serlo. Luego tuve la idea de
que tal vez, trabajaba en ese lugar. Pero el sentido de eso se perdía, al saber que no recordaba
nada, saber que era la única en este lugar y saber, que el polvo comenzaba cada vez más a cubrir
todo materia.

¿De qué se trataba? Era acaso..., ¿una pesadilla? No sabía, estaba confundida, aturdida y asustada.
Perdida.

—Si fuera un sueño ya habría despertado—musité. Había un par de máquinas de comida a las que
les rompí el cristal para poder comer algo esta mañana, y una máquina de bebidas a la que aún no
había podido abrir. Probé con sacar todos los pequeños tornillos para destaparla por detrás, pero
las plumas que utilicé para intentar abrir las puertas— al no haber destornilladores—, se
rompieron.

Me acerqué a una de las puertas del laboratorio, mirando a través el pasillo del otro lado, cuya luz
parpadeaba, oscureciéndolo de vez en cuando. El pasillo se veía realmente largo de paredes y
pisos grisáceos, y no parecía tener fin. Quería saber hacía donde llevaba, cuál era su final. Solo
esperaba que alguno de todas esas puertas llevará a una salida.

Esperaba que alguien me encontrara pronto y me sacara de aquí.

Era un poco desconcertante pensar que todo esto tenía aspecto de película de terror, y también,
que era la única aquí, atrapada. Nada de esto encajaba. Y por supuesto no era normal.

Lo que no era todavía normal, era sentir que, en alguna parte del lugar, alguien o algo estaba
observándome. Sentía su presencia, esa mirada penetrante observándome en cada uno de mis
movimientos. Era escalofriante.

— ¡Ayúdenme! — grité. Con mis manos cargando el extintor golpeé la ventanilla de la puerta—.
¿Hay alguien ahí?
Dos golpes más a la puerta y la vibración fueron tan fuerte que sentí como mis huesos temblaron.
No me rendí, sin embargo. Seguí gritando, porque solo hasta que la voz se me terminara, me
rendiría.

— ¡Por favor, ayúdenme, estoy atrapada!

Atrapada y sola. Con mucho frio, además.

Un tintineó evitó que siguiera golpeando. Giré para ver sobre mi hombro, era el mismo sonido que
emanaba de los enormes tubos en el centro de las computadoras. Pero esta vez, el sonido era más
fuerte, más penetrante y escandaloso: como si fuera alguna clase de alerta, así lo reconocí. Volví la
mirada a la puerta, estaba a punto de golpearla...

Cuando un sonido más perturbador que el anterior, llenó todo el laboratorio. Volví a mirar,
exaltada. Las puertas metálicas que rodeaban los tubos estaban corriéndose, todas hacía abajo,
ocultándose en una apertura en el suelo.

Agua. Tenían agua.

— ¿Una pecera?

No sabía cómo reaccionar realmente. Pero me atreví a caminar con pasos temerosos.

Las cortinas mecánicas fueron bajando cada vez más, revelando más de lo que pudiera
imaginando. Y sí, nunca imaginé lo que vería a continuación.

Eran como enormes peceras rectangulares, solo que en vez de peces que las ocuparan, había algo
mucho más grande en cada una de ellas. No sabía cómo describirlo, pero, cada una de las peceras
de agua, llevaba un cuerpo de diferente tamaño y un número con la palabra rojo agregado en la
parte superior.

Me desconcerté. De todas ellas— la que al parecer era la primera pecera— había una cuya agua se
concentraba en un color rojizo oscuro, como la sangre. Apenas era visible, pero escandalosa.
Dentro de esa, restos de algunos órganos a los que les hallé forma, se golpeaban contra el cristal
de forma rutinaria, como si una fuerza los estuviera empujando:

Eran intestinos y ojos.

Mi cuerpo se estremeció de pavor, me detuve por instinto sintiendo como cada pequeño musculo
de mi cuerpo se debilitaba. Ni siquiera pude evitar cuando el estomagó se me contrajo y, vomité.

Horrible. Asqueroso. ¿Qué clase de laboratorio era este? ¿Qué eran esos cuerpos y por qué
estaban ahí?

Repuse mi postura una vez asegurado que no vomitaría más. Y sin volver la mirada a esa pecera,
revisé la siguiente que estaba enumerado como el 02 rojo. El cuerpo en su interior no llegaba ni al
metro de altura, era delgaducho hasta marcar los huesos de su pequeño cuerpo encorvado, como
un feto. Toda su piel estaba arrugada, blanquecina, y me pregunté, ¿cuánto tiempo habían estado
encerrados?

Su forma era tan humana que podría confundirlo con un niño. Su cabeza no tenía cabello y su
rostro no estaba del todo desarrollado, la parte inferior de este estaba cubierto por una máscara
de agua, y unos largos y anchos cables flexibles se conectaban a los lados del respirador, estos se
extendían a un par de agujeros que terminaban adjuntándose a una sola máquina.

¿Quizás les brindaba oxigeno? Podría ser.

Todos esos cables que salían de la pecera conectaban con la misma enorme máquina. Esta tenía
varios botones de diferentes colores: amarillos, verdes, rojos y blancos. Esos botones se repetían
alrededor de toda la máquina, y más abajo— casi llegando al suelo—, se hallaba una larga palanca
metálica. Quería tirar de ella, pero me abstuve.

No sabía lo que ocurriría si la bajaba.

Además de esos cables, había otros más delgados y transparentes que salían de los antebrazos de
los cuerpos, y conectaban a uno de los cables gruesos en dirección a la máquina. Era curioso,
realmente interesante ver como en los dos cables transparentes fluía un líquido amarillento. ¿Por
medio de ellos se alimentaba a los cuerpos?

Las siguientes peceras eran igual al segundo, solo que unos más formados que otros. Lo más
espeluznante fue que en las últimas tres, los cuerpos eran completamente diferentes.

¿Al menos eran humanos?

Su forma era más agrandada y menos encorvada. Pero su cuerpo estaba bañado en gran parte por
escamas negras, desde la punta de su cabeza hasta esos pies de cinco dedos. Había algunas
escamas que se despegaban de su cuerpo, mostrando un poco de piel rosada.

Eran personas, físicamente lo eran. Su estructura, la forma en que se desarrollaban tal como lo
hace un bebé en el vientre... Pero claro, esas no eran peceras.

Eran incubadoras. Creaban vida en ese lugar.

Me aparté, no alterada por el alarmante sonido que todavía no cesaba, sino por lo que acababa de
descubrir. Comenzaba a creer que era cierto, que yo trabajaba en este lugar, que yo era parte de
ese laboratorio. ¿Qué otro sentido tendría el que estuviera aquí?

Algo terrible debió ocurrir en ese lugar, tal vez un incendio o una fuga de gas, y todos menos yo
escaparon.

— ¡Silencio, silencio! — rugí a la alarma que provenía de todas partes del laboratorio. Golpeé mis
mejillas, empezaba a faltarme aire, estaba desesperándome. Si seguía así, me volvería loca—.
¡Silencio!

Justo en ese momento, en que mi gritó amortiguó por el sonido agudo, una extraña sensación me
envolvió, era la misma que tuve en un principio cuando me sentí observada.

Eché la mirada alrededor, a las puertas y a las incubadoras.


Solo por un instante dejé de sentir mis piernas, me congelé.

De una de las incubadoras de agua, uno de los cuerpos repleto de escamas negras tenía el rostro
torcido en mi dirección.

Me moví insegura, pero ahí estaba la evidencia dándome la razón. ¿Esos cuerpos seguían vivos? No
podía ser cierto, ¿o sí? En cada paso que daba a los lados, su rostro se movía. Escalofriante e
inquietante. Ni siquiera tenía abierto los ojos, pero ahí estaba, siguiéndome. Era como si supiera
que yo estaba ahí. ¿Cómo era posible eso?

Acerqué mis pasos y mientras lo hacía, inclinaba más su cabeza. Su pecera llevaba el número 09
rojo.

Estiré mi brazo para tocar el cristal y tan solo lo hice...

Su brazo me imitó.

Se extendió, y de tal manera que su mano golpeó el cristal produciendo una vibración
estremecedora en mis músculos para sobresaltarme. Varías escamas se despegaron de su brazo,
levantándose de su piel al mismo tiempo en que su mano volvía a golpear el vidrió.

Golpear justo en la parte en la que mi mano estaba.

No tenía palabras que definieran el miedo y la sorpresa, llenando mi cuerpo de adrenalina.

— ¿Qué eres?

De su máscara, varias burbujas salieron y subieron al techo de la incubadora, explotando de


inmediato. Respiraba. ¿Los otros también lo hacían? ¿Estaban todos ellos vivos? Volvió a golpear,
sus dedos se extendieron liberando todas las escamas posibles para mostrarme el color pálido de
su palma. Sus dedos se extendieron aún más a los lados, dejándome absorta: cada uno de ellos se
acomodaba frente a los dedos de mi mano, dejando el mismo tamaño de espacio entre cada uno
de estos.
Moví mi mano por reflejo ante su cuarto golpe, solo unos centímetros, y lo que nunca esperé fue
que la suya me siguió, acomodándose de igual manera. Entonces, subí la mirada, revisando su
rostro. Estaba repleto de escamas, escamas que apenas cubrían los bordes de la máscara. Y no, no
podía encontrar sus ojos. ¿Tan siquiera tenía ojos? Y sí tenía, ¿cómo era posible que me estuviera
viendo? Palanca de la muerte

PALANCA DE LA MUERTE

*.*.*

Deslizó su mano un poco más arriba del cristal, y apoyando un solo dedo en éste, comenzó a trazar
un círculo un tanto deforme. No era un simple círculo, al parecer estaba trazando mi rostro. Sí, eso
hacía.

Llevó su dedo sobre mi mano y la trazó también en el cristal. Cuando terminó, llevó su mano lejos
de la mía, meciéndola en el agua hasta acercarla a la parte superior de su pecho. Seguí
observándolo con cautela y él parecía estar haciendo lo mismo conmigo, analizándome en su
inquietante silencio. De alguna forma, me estaba viendo, porque sentía su mirada en mí.

Y no ver sus ojos me perturbaba. No, me perturbaba más no saber qué era él, o si realmente era él
y no ella. Tenía forma de hombre, pero con todas esas escamas temía que terminara siendo una
clase de animal. Una bestia, un monstruo. Debía ser peligroso y sí así era, mejor que estuviera en la
incubadora y no fuera de ella.

— ¿Serás peligroso?

Fuera lo que fuera, estaba claro que llevaba mucho tiempo aquí, y sí él o ella tenía vida, quería
decir que todos los demás también. Envié la mirada a las otras peceras, la que estaba a mi
izquierda tenía una hoja pegada en uno de los bordes del cristal. Me acerqué enseguida para
leerla.

ExRo08. Ese era el título.


Toda la demás información estaba en un idioma extraño. Desconocido. Pero tenía unos dibujitos
que llamaron mucho mi atención: el dibujo de una persona estaba en los primeros siete párrafos
de la hoja, y debajo de esta, en las siguientes palabras le seguía una cruz verde acompañada de un
botón amarillo. Todavía más abajo, antes de llegar a lo que parecía ser un código de dígitos, se
tallaba una palomita roja. Era extraño que en una palomita le pusieran el rojo cuando la palomita
significaba bueno y el color rojo, por lo general en una cruz significaba malo.

Tuve esa familiaridad, ese sentimiento de que ya antes había visto esas figuritas.

Y entonces las reconocí. Eran los mismos dibujitos que estaban en algunas de las hojas quemadas
de la oficina, y que a la misma vez se hallaban marcados en los botones de la maquina conectada a
las peceras. Aunque los dibujitos en esos botones eran mucho más pequeños y la mayoría un poco
borrosos. Para corroborar que estaba en lo cierto y no me equivocaba, me acerqué a la maquina
donde estaba esa palanca. Los revisé, cada uno por igual. Sí, eran los mismos dibujos. Me pregunté
qué significaban.

Toqué un botón sin presionar, y empecé a contarlos. Diez rojos, diez verdes, diez amarillos, diez
blancos. Todos repartidos por igual, y una sola palanca.

Y diez incubadoras. ¿Sería posible que cada botón se conectara a esas incubadoras? Tuve
curiosidad de saber qué era lo que hacían. Había mucha coincidencia, pero era demasiadas
preguntas, y ni una sola respuesta.

El silenció se hizo en toda la habitación, a excepción de ese, apenas, audible pitido detrás de mí. Su
sonido agudo podía identificarlo como el de las maquinas cardiacas en el hospital. Marcado y
lento. Llevé la mirada a las computadoras que nos rodeaban en un círculo. Aunque la gran mayoría
estaban apagadas, diez de ellas se mantenía iluminadas por una numeración que retrocedía. Y
nueve de ellas pitaban al unísono.

Me moví rápidamente a una de las primeras cinco computadoras junto a la escalera, la cual daba a
la oficina. Llevaba la numeración 12:29:45 y palpitaba de amarillo. Me pregunté qué significaba, ya
que el último digito retrocedía vorazmente, y cuando este llegaba a cero, los segundos dígitos
retrocedían un número. ¿Significaban días, horas, minutos, segundos?

Horas, minutos y segundos, ¡sí, era eso! Más que obvio. Pero la única pregunta era saber lo que
sucedería una vez llegado a cero.
Nada bueno, supuse.

Revisé todo el resto de computadoras, pero cada una de los nueve aparatos electrónicos tenía
diferente numeración: uno con una numeración más chica. Eso empezó a alterarme, no estaba
bien, no lo estaba. ¿Y sí era alguna clase de bomba? No, estaba pensando demasiado rápido. Miré
hacía el resto de las máquinas, y todas permanecían apagadas.

Suspiré con fastidio.

— ¿Qué quiere decir todo esto?

Mi cuerpo lanzó un respingón y mis ojos se abrieron con mucha fuerza. La computadora onceava—
que estaba junto a mí —encendió, se iluminó de verde y volvió a ser negra: apareciendo
enseguida, un guion largo parpadeando lentamente en la cima de la pantalla. Me incliné, mis
dedos acariciaron el teclado y se llenaron de polvo. Di a enter, sin pensar en las consecuencias, y
poco después una lista larga llena de diferentes idiomas, apareció.

— ¿Qué...? — Ni siquiera pude terminar mi pregunta cuando, con el mouse di un click en mí


idioma que estaba entre todos ellos. Segundos después, la pantalla volvió a ser negra y nada más
ocurrió. Busqué alguna otra ventanilla, piqué a todas las teclas del computador para que
apareciera algo más, e intenté encenderla otra vez. Pero nada. La pantalla seguía igual. Fui con las
demás, presioné todos los botones. Nada ocurrió.

Eso me tenía frustrada.

Me miré las manos con inquietud, tenía ganas de golpear algo, pero me abstuve, no era momento
de perder la calma. Salí del círculo de computadoras y me acerqué al lavabo. Antes no lo había
usado y esta sería la primera vez. Aunque no sabía si había agua en las tuberías. Presioné la llave
que se colocaba encima del grifo. Un sonido hueco se escuchó en el interior de la pared en la que
conectaba el chicotillo del lavabo antes de que una gran cantidad de agua oscurecida saliera del
grifo.
La observé perturbada y como el agua poco a poco terminaba aclarándose hasta volverse
traslucida. Mojé mi rostro, tallé mis ojos y tomé un poco de la misma agua para calmar mi sed
antes de cerrarla. Solo pedía que no estuviera contaminada.

Fui a revisar los pasillos desde las ventanillas de cada puerta. Di al menos unas veinte vueltas
repetitivamente, gritando en cada una, y golpeándolas con el extintor: el metal de las puertas rugía
y retumbaba.

¿Cómo era qué después de tantos golpes no se abrían o las ventanillas seguían intactas?

— ¡Ábrete ya! — Pateé una de ellas y me arrepentí de inmediato cuando la fuerza pincho un dolor
desde la punta del pie hasta el muslo. Me aparté sobando mi pierna y quejándome mientras el
dolor minimizaba.

No iba a rendirme, no lo haría jamás. Tenía que hallar una salida costará lo que costará. Pero por
ahora, debía descansar un poco y recuperar mis fuerzas para seguir.

Dejé el extintor y miré a la máquina de bebidas que estaba junto a una mochila en el suelo. Pronto
me encaminé, rodeando el laboratorio para llegar a ella. Debía intentar abrirla otra vez, en esta
posición, esas bebidas me ayudarían a seguir con vida mientras encontraba una salida.

(...)

No supe en qué momento sucedió, si perdí la conciencia o si me permití tomar un descanso en ese
frio suelo de concreto. Me sentía muy cansada, así que era más que obvio que me quedé dormida.
Bajé la mirada, mi mano sostenía una lata vacía de gaseosa mientras que la otra, un paquete de
galletas dulces por la mitad. Al fin había podido abrir la máquina de bebidas, no fue nada fácil.
Golpeé tantas veces pude la parte posterior de la maquina con el extintor, hasta que simplemente
se agujeró el delgado material.

Dejé la lata y las galletas a un lado y me levanté estirando los músculos de mi cuerpo. Vaya, eso al
menos se sintió bien comparado con todo lo demás.
Anduve nuevamente alrededor del salón echando un ojo a los corredizos. Cada uno de ellos, 21
pasillos, para ser exactos. Y todos estaban en las mismas condiciones, con sus farolas
parpadeando, oscureciendo el corredizo por una fracción de segundo e iluminándolo por el mismo
tiempo. No había nadie del otro lado, estaba vacío y con apenas una densa neblina que juraba y
antes no estaba ahí. Confundida me obligué a cerrar los ojos y volver a ver. Sí, definitivamente era
neblina, pero, ¿cómo fue posible?

Dejé de estar inversa en mis pensamientos y, con indecisión, me obligué a apartar la vista y a seguir
mi camino. Pero antes de llegar a la siguiente puerta y revisar el pasillo, retrocedí.

Fue un movimiento dudoso, el cual me detuvo cuando mis ojos se lanzaron a mirar de soslayo por
las computadoras. Algo no estaba en su lugar. Me convencí de que solo había sido mi imaginación,
pero cuando volví a lanzar la mirada, era todo lo contrario.

Sí, algo había cambiado.

Me atreví a acercarme con la mirada en cada una de las incubadoras, buscando ese trozo de
rompecabezas que no encajaba. Y terminé pestañando. La segunda incubadora había cambiado. El
color del agua era otra, desagradable, devastadora a los ojos. Su color oscurecido en un intenso
rojo, era el mismo aspecto que en la primera pecera. Terminé de rodear las computadoras con la
peor sorpresa de que, un trozo de mano con la punta del hueso saliéndole de la piel trozada, se
alzaba de la profundidad del agua y chocaba contra el cristal.

¿Qué había sucedido? Varias preguntas colapsaron cuando di otra mirada alrededor y noté que
una de las primeras computadoras estaba en números ceros. Tanteé a acercarme con incredulidad,
pero sí, sus números, todos, estaban en cero. Giré para ver las incubadoras, sobre todas esas que
estaban tornadas en sangre y con restos de los cuerpos. Era demasiado extraño y perturbador a la
vez, pero comencé a pensar que cada computadora estaba conectada a cada incubadora, porque si
lo pensaba mejor, eso tenía cierta lógica.

Estaban todas relacionadas.

Ocho de las computadoras, empezando desde la tercera, les apareció seis dígitos que retrocedían.
La primera computadora no tenía números, y el cuerpo de la primera incubadora ya estaba hecho
pedazos. Había sido triturado al igual que la segunda incubadora. Sentí el pequeño escalofrío,
recorrerme el cuerpo al revisar los números de las otras pantallas.
A la tercera solo le restaban minutos para terminar en ceros, y el resto, estaban en menos de 8
horas.

Si llegaban a cero, algo en la incubadora los mataba. Me pregunté por qué, por qué estaba
sucediendo eso. Volví la mirada, sobre todo a la incubadora 09 rojo. Su rostro subió al mismo
tiempo en que el mío lo hizo. A él le faltaban 9 horas para morir. Pero, ¿qué los mataba? Mis
piernas se movieron contra mi voluntad, encaminándose en su dirección.

De todos los cuerpos, ese era el único activo, despierto, vivo. Me tenía en la mira conformé
terminaban los centímetros para llegar a su incubadora. Había otra cosa que no encajaba, y esta
vez, era su cuerpo. Más de la mitad de su brazo estaba ileso de escamas, mostrando una piel
blanca, casi como la mía. Evalué sus dedos, sus nudillos, esa muñeca y el hueso que se marcaba en
ella. Perturbada. Recorrí su antebrazo hasta llegar al codo y darme cuenta de que...

Se trataba de un brazo humano.

Su pecho igual mostraba un poco de esa piel, y en cierta parte de sus piernas y cuello también.
¿Debajo de todas esas escamas, estaba un cuerpo humano? ¿Una persona?

— ¿Eres una persona? —apenas sentí la pregunta salir de mis labios.

No sabía qué creer.

¿Era verdaderamente humano? Entonces, ¿por qué las escama? Me sentí enloquecer conforme
pensaba cada vez más en el tema. Sostuve mi cabeza y dejé caer la mirada a la parte inferior de su
cuerpo. Algo ahí llamó profundamente mi atención y no tardé en colocar las palmas de mis manos
en el cristal para ser imitada por él. Un gran abanico de siete aletas puntiagudas con la forma de
las aspas de una licuadora, cubrían la parte inferior de la pecera.

Eran aspas, sí, lo eran.


—Tú también morirás—comenté. Entonces las burbujas brotaron de su máscara, y vi como su
rostro bajaba como si mirara las mimas aspas que yo. Sentí una clase de ironía ya que sus
reacciones parecían responderme—. Ya lo sabes.

Empecé a retroceder para seguir revisando, cuando su asentimiento me dejó con las piernas
congeladas, evitando que siguiera mi camino.

— ¿P- puedes entenderme? —pregunté volviendo a colocar mis manos en el cristal. Otro
asentimiento, y la sorpresa brotó en mí con demasiado escándalo. Seguí observándolo con
asombro. Estiró su brazo repentinamente y señaló hacia su derecha: hacía la máquina de botones
de colores—. ¿La máquina?

Asintió dos veces. Me sentí más confundida, pero lo supe. Él quería decirme algo. Me tomé un
segundo para evaluar la máquina y luego, volverlo a ver.

— ¿Qué quieres que haga?

Mi corazón se alborotó. Un tintineo y un sonido agudo cada vez más fuerte, me apartaron. Dejé de
ponerle atención y busqué de dónde provenía, y al acercarme a cada incubadora, lo encontré. Mis
ojos se encimaron en el cristal de la tercera. El abanico de aspas estaba agitándose con rotunda
fuerza, logrando que cada vez más el agua se batiera, y con esa misma presión, jalara el cuerpo de
pequeño tamaño.

El sonido aumentó, el cuerpo descendió y cuando estuvo lo suficientemente abajo, un crujir estalló
hileras de sangre. Y el cuerpo, ese cuerpo se sacudió y de su máscara emanaron burbujas. Esas
manos que habían estado tiesas todo ese tiempo, se abrieron, se movieron. Eso hizo que un
chillido se ahogara en la parte superior de mi garganta, y me cubriera la boca, horrorizada.

Estaba vivo.

Apreté los dientes cuando las aspas halaron más el cuerpo y la sangré brotó coloreando el agua
con intensidad. Congelada, miré como un bulto de piel y huesos despedazados se elevaron poco
después. No pude seguir viendo y me sostuve el estómago. El sonido dejó de fluir, pero no lo
hicieron los escalofríos estremeciéndome de horror.
Tenía los pensamientos nublados, no sabía que pensar, pero revisé nuevamente las computadoras.
Una tercera, estaba en ceros. Poco faltaba para que la cuarta también lo hiciera.

Ellos estaban vivos, y eran triturados vivos. Eran personas, humanos. Humanos como yo. Tenían
conciencia.

Tuve ese inquietante deseo de sacarlos a todos. No sabía cómo lo haría, pero ahí estaba, tocando
la cuarta incubadora con mi puño. Esperaba que el cuerpo con el aspecto de un niño reaccionara a
mi sonido, así que golpeé el cristal por al menos un minuto, reparando en su rostro pequeño y
arrugado.

— ¡Ey! —grité, sabiendo que al igual que el Noveno, podía escucharme—. ¡Muévete!

Estaba vivo también, ¿no? Solo esperaba que sí. Tenía la esperanza, y si estaba vivo, lo sacaría de
ahí. No podía dejarlo morir. No así. No sabiendo que no era la única persona atrapada en el
laboratorio.

Unos golpes a parte de los míos, se oyeron en las últimas peceras, pero los ignoré. No iba a perder
el tiempo gritando, así que me lancé por el extintor. Esa clase de adrenalina combinado con el
miedo de perder algo, llenó mi cuerpo de desesperación. Golpeé el cristal y tan solo lo hice, el
sonido botó, vibró. Pro el cristal no fue afectado. Volví a golpear, una tras otra vez. Era el mismo
material que las ventanillas de las puertas. Imposible de romperlas. Corrí de inmediato a la
incubadora número nueve. Aquel rostro escamoso me siguió desde su lugar hasta que me acerqué
lo suficiente.

— ¿Sabes cómo pararlo? —quise saber, exhalando la pregunta. Una parte de mi razón me dijo que
sería imposible, cuando estuvo por un largo silencio observándome. Pero entonces, volvió a
señalar la máquina—. ¿Con la maquina impido que mueran?

Tardó en asentir esta vez, pero lo hizo. Fui a la máquina, rodeando un par de incubadoras, y analicé
los botones.

¿Sería la palanca la que pararía las cuentas regresivas? Tal vez.


Los demás botones eran repetitivos y los dibujos en ellos me daban una muy mala espina. O lo
pensé más y tomé la palanca con desesperación. Halé de ella hacía abajo, sintiendo un tirón en mi
brazo izquierdo...

—Sistema de eliminación ExRo activado.

Mi rostro, envuelto en perturbación salió disparado al techo de donde aquella voz computarizada
se había escuchado. Dos grandes bocinas redondeadas se colocaban en los extremos del techo.
Quedé en trance, tanto por la voz como por el nuevo sonido integrándose en las incubadoras. Esa
inquietante actividad me envió a revisar la incubadora más cercana a mí.

Y dejé de respirar.

El abanico de aspas estaba encendiéndose. Era igual en todas, hasta las aspas en la incubadora
Nueve rojo. Cuando vi las computadoras, los dígitos, con una velocidad más voraz, retrocedían. Las
horas se volvieron minutos y los minutos segundos. Y cada vez eran más los ceros.

Y lo supe.

Aceleré sus muertes. ExRo 09 liberado

EXRO 09 LIBERADO

*.*.*

Mis manos estaban sudorosas por los nervios y la desesperación. Lo poco que alcancé a mirar y lo
mucho que escuché, hicieron que mis músculos se tensaran de inmediato. Pero a pesar de eso, mis
manos volvieron a la palanca, mis dedos se enroscaron en ella y la apretaron como pudieron. Y
entonces, la levanté bajo un gruñido que soltaron mis labios.

—Sistema de eliminación ExRo, desactivado.


Con la respiración helada, me aparté, enviando la mirada a las primeras incubadoras. Había sido
demasiado tarde. El agua había adquirido el color rojo en la cuarta y quinta incubadora. El miedo
flaqueó mis piernas cuando miré la sexta incubadora del mismo color.

Dejé de respirar nuevamente.

La novena incubadora...

—No—susurré, caminando temblorosa mientras me apartaba de la máquina. La siete estaba igual.


Pero el cuerpo de la incubadora ocho estaba ileso y sin ni una sola herida. Rodeé esa pecera con la
intención de mirar hacía el Nueve rojo.

Ahí estaba ese cuerpo, intacto de la cabeza a los pies. Suspiré con un poco de alivio. Su rostro se
movió en mi dirección mientras llegaba hasta su pecera. Lo miré con detenimiento antes de
echarle desde mi lugar, un ojo a la máquina y a todos esos botones. La palanca no paraba los
números, entonces lo hacía los botones, ¿no? Quise saber cuál de todos ellos detenía el tiempo.

Era complicado entender esos colores que no concordaban con los dibujos. Además, ¿por qué se
repetían? Tenía que ayudarlos, de cualquier forma, ellos eran seres humanos. Volví a contemplar
su figura y ese brazo que rebelaba en gran parte una piel blanquecina. Solo miré un momento
antes de volver la mirada a las computadoras.

A los cuerpos de las incubadoras 8,9 y 10, solo le quedaban minutos de vida.

—¿Estás seguro que es la maquina? —mi voz salió alta, casi como un grito molesto.

El verde por lo general significaba algo bueno, aceptable. El naranja una alerta y el rojo, peligro o
algo malo. El blanco, definitivamente era desconocido. No lo sabía, en realidad solo divagaba. De
su mascará un espumado de burbujas sobresalió ante su asentimiento.

—Hay un sinfín de botones, y solo tienes nueve minutos, ¿cómo sabré cuál de todos es?
No esperé a que me dijera algo más, volví a la maquina apresurada y conté todos los botones. En
total eran 40: 10 blancos, 10 rojos, 10 verdes y 10 naranjas...

10 incubadoras.

¿Y si cada color de cada botón pertenecía a una incubadora? ¿Un rojo, verde, blanco y amarillo
para la primera, y así sucesivamente hasta el décimo? Rasqué torpemente detrás de mi oreja,
quería pensar con más claridad y no podía hacerlo, estaba desesperada.

Retrocedí, a punto de ir y preguntarle, pero mis pies se inmovilizaron. Fijé la mirada en la parte
inferior de la barra en la que estaban los botones. Un número uno, marcándose debajo de cuatro
botones de diferentes colores, me hizo acercarme otra vez.

No era el único número debajo de los botones. Mientras cuatro botones se enumeraban con el
número uno, otros cuatro lo hacían con el número dos y así sucesivamente. Rodeé la maquina
mientras leía los diferentes números hasta llegar a los cuatro botones enumerados con el nueve.
Lo entendí.

Era más que claro que cada cuatro botones pertenecían a una incubadora.

Miré de nuevo las computadoras. Faltaban tres minutos para que las aspas de la incubadora ocho
se agitaran. Repetí el color de los botones y regresé al Noveno.

— ¿Verde? —pregunté, llevando mi mano al cristal.

Siguió mirándome, o eso creí que estaba haciendo. Los brazos que descansaban a los lados de su
cuerpo, los alzó. Colocó una de sus manos sobre la mías, y negó en un ligero movimiento con la
cabeza.

Me desconcerté. ¿Por qué el verde no? ¿Por eso el color llevaba una tacha? Volví a concentrarme
en él.

— ¿Blanco?
Dudó con los movimientos de su cabeza. Un sonido que me puso los pelos de punta, me hizo gritar.

— ¡¿Naranja?! — estallé. A apenas lo vi inclinar su cabeza y salí disparada como flecha a la


maquila. Las aspas de la ocho empezaron a sonar como un abanico de avión. Estaban succionando
el cuerpo.

Rodeé la máquina apresuradamente. Mis manos salieron volando y piqué el botón naranja de la
ocho, nueve y diez. Tal vez era demasiado tarde para el octavo, pero al fin. Esas aspas habían
parado su velocidad y el cuerpo siguió entero.

Un par de pititos me hicieron voltear. El tiempo de la ocho estaba en números ceros, pero el de la
nueve y diez, quedaron paralizados. Solo entonces, cuando los miré de reojo pude volver a
suspirar.

Pensar en lo mucho que estar aquí me hacía sentir una clase de deja vu, me petrificó. Era extraño
sentir que antes también había tocado la misma palanca. Aparté mi cuerpo de la máquina, y
caminé en dirección al resto de sobreviviendo. Caí sorprendida cuando vi al Octavo sacudir el
rostro a los lados.

‍ o había muerto. Sus brazos estaban abrazando a sus rodillas, y una delgada hilera de sangre salía
‌N
de uno de sus pies.

Lo miré. Estaba despierto, sobresaltado al parecer. Y solo hasta que me acerqué, colocó su
atención en mí. Su rostro fue lo que más me perturbó, parte de su frente y sienes estaban
descubiertas mostrando una clase de piel morada.

— ¿Puedes escucharme? —pregunté. Esperaba que me asintiera o que su mano golpeara el cristal,
pero no lo hizo. Solo se quedó así, mirándome. Infló con fuerza su pecho y lo desinfló a su vez,
logrando que las burbujas emanaran de su máscara con fuerza.

Estaba agitado. Parecía asustado aferrándose a sus rodillas. Después de todo yo también lo estaría
al despertar y darme cuenta de que unas aspas debajo de mi estaban succionándome.
Un golpe nuevo me hace saber que proviene de la incubadora nueve. Dejé de ver al cuerpo de la
incubadora 08 y volví al Noveno. Su mano golpeó otra vez el cristal, sus blancos dedos se
arrastraron hacia abajo hasta que volvió a golpear.

Quería salir de ahí, la desesperación de sus golpes era fácil de leer.

— ¿Cómo los saco? —volví a preguntar mirándolo con severidad. Una cosa fue darme cuenta de lo
extraño que resultaba ser preguntarle, ¿al menos sabía cómo salir? Y su la respuesta era sí, ¿cómo
era que lo sabía?

Era raro. ¿Cómo sabía de los botones, y cuál era para qué? Resultaba extraño. La máquina estaba a
dos incubadoras de la suya, era imposible que pudiera mirar desde su lugar.

Asintió. Eso era aún más inesperado. Desconfié. ¿Qué clase de humano era? ¿Realmente nació
aquí? ¿Este laboratorio, realmente creó vida? Pensaba en que era una tontería, que tal vez solo
habían sido puestos ahí dentro, pero pensar eso, también era absurdo.

Todo aquí, era absurdo.

Ignoré su asentimiento y volteé nuevamente a las pantallas, parecería que el tiempo seguía
congelado. Estaban en números naranjas.

Di la vuelta y revisé cada computadora. Comencé a preguntarme para que servían, eran muchas
formando un círculo, conectándose unas a otras.

Presioné el botón de encender, revisé la Pc y miré todos esos cables conectados en perfecto
estado, saliendo de un agujero del suelo. ¿A dónde llevaban? Seguí evaluando y cuando miré lo
suficiente, volteé a la incubadora nueve.

Todo este tiempo, él o ella había estado siguiéndome con la mirada. Las escamas de su cuerpo
cada vez eran menos. Con cada minuto, un pequeño bonche se liberaba de su blanca piel. Tenía
curiosidad por saber por qué tenía escamas, pero había algo más que quería preguntar.
— ¿Sabes lo que eres?

Mi cuerpo se encogió cuando el suyo se impulsó hacia mí, sus manos se anclaron como pudieron al
cristal. Quedé en shock, su rostro estuvo a centímetros del mío, solo con ese material trasparente
apartándonos.

Las escamas brillaron con la luz del laboratorio. Pude ver lo mucho que marcaba su rostro, el
puente de su nariz apenas podía vislumbrarse con toda esa negrura, sus pómulos y marco de cejas
también.

Se señaló a sí mismo, a esa área de pecho que dejaba ver una marcada clavícula. Y, girando un
poco su mano, me señaló a mí.

—Igual a mí— terminé diciendo en voz baja, entendiendo.

Observé, perturbada, como las venas de su brazo libre de escamas, se marcaban cuando hizo el
siguiente movimiento, llevando su mano al cristal.

Bajé ahora la mirada a su estómago, donde una capa de piel también se dejaba ver. Bajé más y me
detuve en sus pies. Uno de sus dedos— el dedo gordo— podía verse. Regresé y esta vez me centré
en una zona en particular. No tuve que quedarme tanto tiempo mirando para averiguar qué sexo
era el experimento humano.

Hombre.

Él era hombre.

Retiré la mirada y la centré en su rostro, quería repasarlo otra vez, pero él se retiró de un solo
empujón. Y no paso un segundo cuando señaló de nuevo a la máquina. Eso me hizo revisar las
pantallas otra vez, asustada de que el tiempo volviera a andar.

— ¿Debo picar el mismo botón? — Él asintió, pero negó tan rápido lo hizo—. ¿Otro botón? —
Lentamente asintió. Los últimos colores que quedaban era el rojo y el blanco—. ¿Rojo?
Su movimiento de cabeza me hizo balancear la mirada a las aspas. Las miré lo suficiente como para
asentir.

— ¿Los liberará? —quise saber. Nuevamente, afirmó. Mi estómago se llenó de una extraña
sensación. Ansiedad y miedo. Quería preguntar otra cosa, pero no sabías si respondería con la
verdad. Por otro lado, si lo sacaba podía atarlo, y luego soltarlo siempre y cuando él no fuera un
peligro.

Me alejé, y corrí a uno de los casilleros junto al lavabo. Uno de ellos tenía un par de tijeras filosas.
Me servirían para protegerme en dado caso que lo necesitara. Abrí el casillero y del bolsillo de la
mochila que colgaba en él, tomé el objeto filoso. También agarré una camiseta y la corté en largas
tiras. Luego de ello, volví a esa máquina. Miré los botones rojos que llevaban el dibujo de la
palomita. Tomé una fuerte respiración y terminé aplastándolos. Al instante en que lo hice, lancé la
mirada a las incubadoras a causa de un sonido mecánico. El agua en su interior lanzó una burbuja
del tamaño de sus cabezas, y al reventar, el agua comenzó a bajar de volumen.

Las peceras estaban vaciándose. Los cuerpos bajaban al mismo ritmo en que lo hacía el agua,
arrastrando con el peso los gruesos cables que conectaban a sus máscaras. Corrí a la Octava nada
más para saber que las aspas de su incubadora ya no estaban y un piso blanco había tomado su
lugar. Sobre él, cayeron los cuerpos por igual.

Cuando el Octavo se sacudió en el suelo de mármol, su pecho también lo hizo. Fue fácil notar ese
par de bultos en esa parte. Era mujer.

Se dejó recostar en el suelo con rapidez, y se hizo una bolita humana. Entendí que tal vez, tenía
frio, ¿o acaso miedo? Seguí mirando, esperando a que de algún modo se abriera, pero nada paso
durante la espera. Entones volví al número nueve. Él golpeó su cabeza en el cristal, eso me
sorprendió. Sus manos fueron hacia su máscara y sus dedos empezaron a escarbar en ella con
desesperación. Como si le doliera.

— ¿Que sucede? — Me incliné un poco. Sus manos tiraron de los tubos de su máscara con tanta
fuerza que terminaron saliendo de los agujeros: y mientras conforme salían, el tubo cada vez era
más delgado. Abrí los ojos en grande cuando vi cuanto del tubo tenía dentro de la máscara y,
seguramente, dentro de su cuerpo.
Se infló su pecho con la necesidad de adquirir aire, y luego, todo ese aire salió como humo grisáceo
de los agujeros de la máscara.

Toqué el cristal varias veces para que me viera. Su brazo tembló cuando lo levantó y pegó contra el
cristal para detenerse. Eso debía deberse a que, con el agua, el peso de nuestro cuerpo era menos.
Pero ya no podía sostener su propia fuerza, estaba débil.

—Dime qué más hacer— grité—. Señálame como sacarlos—ordené. Se quedó cabizbajo con la
frente recargada en el cristal, respirando a través de los agujeros de la máscara que aún no se
quitaba. Estaba a punto de volver a gritarle cuando me di cuenta de que efectivamente estaba
señalando.

En su mano que aún se mantenía pegada al material, uno de sus dedos se mantenía un poco
inclinado y todos los demás doblados hacia la palma. Señalaba a tras de mí, giré a ver sobre mi
espalda las computadoras.

Tres pantallas iluminaban un mensaje. Me acerqué a la pantalla nueve para leerlo a voz:

—Campo de liberación ExRo 09. ¿Aceptar o cancelar? — Tomé el mouse. Al principio la flechita no
apareció en la pantalla, pero, cuando golpeé un poco el ratón en el escritorio, apareció. Lo dirigí e
hice click en aceptar, otro mensaje se iluminó—. ExRo 09 aceptado. ¿Desea reanudar o continuar?

Pestañeé, confundida, y volví a dar en continuar.

—ExRo 09 liberado.

Un chasquido largo y los bordes superiores soltaron un extraño hedor a azufre. Cubrí mi nariz y vi
luego como el cristal fue bajando. Esperé hasta que el cristal terminara por debajo del suelo en el
que él estaba, para acercarme.

Estaba hecho, no había nada que nos separara.


Ese pensamiento lanzó una señal a mi cerebro, una de advertencia que me estremeció. Llegué
hasta él, con la sorpresa de no saber cómo tomarlo. Escuchar la fuerza cansada de su respiración y
verlo así de cerca, era tan nuevo y desconcertante. Su cuerpo llevaba ese aroma a azufre,
empapado y con las escamas brillosas.

Mis manos dudaron cuando estuvieron a centímetro de tomarlo por los hombros, pero lo hice. Y
cuando mi piel tocó esas pegajosas escamas, el calor me abandonó casi como una descarga
eléctrica.

Tirité.

—Te sacaré de aquí— informé. Se veía tan débil, amenazando con que, en cualquier momento, se
desmayaría. Esperaba que no lo hiciera, necesitaba que estuviera despierto. Me acomodé a su lado
derecho y tomé su brazo para rodearlo sobre mis hombros—. Vamos. Levántate.

Mi otra mano buscó como enroscarse en su torso, y cuando halé, mi mano resbaló hasta su axila.
Las escamas de su torso eran resbalosas.

—Intenta levantarte— pedí. Él no dijo nada, pero, con su otro brazo, se apoyó en el suelo y empezó
a levantarse.

Le temblaban las piernas, parecían gelatina. No podía sostenerse con facilidad aun cuando se
apoyó en mí. Apreté más su cintura cuando vi que comenzaría a caminar, y tan solo lo hizo, todo su
cuerpo cayó sobre mí, golpeando mi espalda contra el suelo.

Gemí de dolor, sorprendida. Dejé su brazo y me apresuré a sentarme como pude. Su cabeza estaba
apretando mi pierna. Pesaba. Sí que lo hacía, y me costaba creerlo por lo delgado que era.

— ¿Estas...?

Ahogué las palabras cuando me vi las manos, las tenía llenas de sus escamas. Las sacudí de
inmediato y moví sus hombros. Respiraba con pesadez, pero, ya no reaccionaba. ¿Se había
desmayado?
Miré los cuerpos de las otras incubadoras y luego le devolví la mirada a él y a mi pierna cuyos
músculos empezaban a arder. Me quité la sudadera quedando en tirantes y la doblé acomodándola
a un lado de mí. Como pude, moví parte de su cuerpo y coloqué su cabeza sobre mi sudadera.

Suspiré antes de levantarme y acercarme a las computadoras, quedando desorientada al ver que el
mensaje había desaparecido de la pantalla ocho y diez.

Piqué cada mouse y tecla. Nada ocurrió. Presioné el botón para encenderlas y tampoco paso nada.
¿Cómo los sacaría a ellos?

Revisé el cuerpo de la pecera 10 ni siquiera parecía estar respirando, tal como el Noveno y el
Octavo lo hacían. Toqué su incubadora, cerca de donde su cuerpo estaba arrojado. Varias veces la
golpeé, y no sucedió lo que esperaba.

Fui a la incubadora 08 cuyo cuerpo se hallaba pegada al cristal. Los tubos de su máscara estaban en
el suelo, dejando un par de agujeros a los lados de su respirador.

— ¿Puedes entenderme? —le pregunté en un grito. Ella no volteó a mirarme—. Es para sacarte de
aquí. ¿Sabes cómo?

Siguió quieta, sus manos descansando sobre sus rodillas dobladas, ocultando su pecho femenino
todavía lleno de escamas. Movió un poco la cabeza, pero solo para ver el cuerpo del chico de la
incubadora nueve.

— ¿Sabes cómo puedo sacarte? —No me respondió. Me aparté de ella para revisar el cuerpo en el
suelo. Una que otra escama empezaba a resbalarse de los costados de su torso.

El ambiente del laboratorio era fresco, y él estaba desnudo y mojado, seguramente tendría frio.

Fui por una de las batas blancas del casillero. La sacudí un par de veces y el polvo se levantó de la
tela para hacerme toser. Volví a las computadoras rodeándolas hasta la entrada que daba a las
incubadoras. Y mientras lo hacía, mi mirada fue atraída hacia una de las pantallas.
Era esa misma computadora en la que apareció una lista de idiomas. Tenía escrito algo en
pequeñas palabras, y un guion largo se mantenía parpadeando debajo de ellas.

-. ¿Están ahí?

-. ¿Hay alguien con vida?

-. Somos once sobrevivientes en el área negra, soldados y científicos.

-. Repito, ¿hay alguien en el área roja?

Respiré con mucha fuerza y todo ese aire se atascó en mis pulmones. La cabeza iba a explotarme al
igual que todo el cuerpo llenándose de un escalofriante shock.

Volví a leerlo, y sin poder creer lo que estaba sucediendo, tallé mis ojos para releerlo. Sí, no me lo
estaba imaginando. Alguien estaba aquí también. No éramos los únicos.

Once. Once personas. Monstruo de la número 13

MONSTRUO DE LA NÚMERO 13

*.*.*

Reaccioné. Primero tomé una fuerte respiración, arrastrando con necesidad el aire para llenar mis
pulmones, y lo solté todo, entrecortadamente. Mis dedos temblaron sobre el teclado, pero no
dejaron de teclear en el computador con fuerza, con nerviosismo.

-. Estoy aquí.

Me desinflé en el asiento cuando la respuesta no llegó al instante. Seguí escribiendo con la


esperanza de que me contestaran.
-. Estoy con tres personas más, están en malas condiciones. Los cuatro atrapados.

Giré para revisar el cuerpo del Noveno, seguía en la misma posición sin inmutar movimiento
alguno. Regresé la mirada, aún más desesperada que antes y golpeé el tecleado cuando no había
una respuesta de ellos. Los minutos pasaban y, alcanzado una de las sillas de ruedita para
sentarme, decidí volver a escribir, insistiendo:

-. ¿Están ahí?

-. Respondan.

— ¡Respondan! —grité, golpeando esta vez la mesa con las dos palmas. El sonido hueco exploró
largamente el salón. Me quedé estática, con la mirada clavada en la pantalla. El guion parpadeaba,
ellos no contestaban. ¿Por qué? ¿Por qué no lo hacían?

No debía llevar mucho tiempo que escribieron ese mensaje, ¿por qué no estaban respondiéndome
entonces? ¿Sucedió algo? De un empujón me levanté del lugar, la silla terminó cayendo detrás de
mí. Tomé un fuerte respiro y lancé la mirada a la ventanilla de cada puerta. Traté de tranquilizarme,
esa inquietud, esa desesperación querían explotar en mi piel. Bajo otro respiro más profundo,
decidí tomar la bata y acercarme al cuerpo en el suelo.

Él seguía ahí, inconsciente, y quién sabe cuándo despertaría.

Observé su pecho, la manera en que subía y bajaba con pesadez, parecía costarle respirar con esa
mascara en el rostro. Pensé muchas cosas respecto a él mientras lo miraba. Cosas como, ¿qué
tanto escondían sus escamas? ¿Para qué llevaba escamas en primer lugar? ¿Y qué clase de
experimento era? Eso quise saber.

Estaba claro que era un humano, pero, ¿era una persona normal? ¿Solo dieron vida en esas
incubadoras y ya? No lo creía, eran algo más, para tener escamas, y para mirarme teniendo los ojos
cerrados eran algo más.

Pensar en ello solo me dio más miedo. Tal vez no lo había pensado muy bien cuando lo liberé, pero
si lo dejaba ahí dentro, moriría. De alguna forma, no podía dejarlos morir.
Un largo y ronco gemido me puso la piel de gallina, un escalofrió bajó y subió para permanecer en
mi nuca, cosquillando justo en donde tenía la herida. Se removió con quejidos, como si algo le
doliera. Se tensó su garganta y pronto, frente a mis ojos los agujeros de la máscara escupieron
desde su boca un líquido amarillento espumoso.

Sobresaltada, me hinqué cuando vi que estaba ahogándose porque la máscara no dejaba escapar
el resto de vomito. La tomé con fuerza y tiré de ella, quería quitársela, entonces no estaría
ahogándolo, pero la máscara no salió. Él gruñó con más dolor y me apartó con su brazo.

Se acomodó como pudo de uno de sus costados de tal forma que saliera todo líquido de uno de los
agujeros de la máscara. Mientras tosía el resto de espuma, me acerqué y golpeé su espalda
repetitivas veces hasta que se calmó.

—Pasó—susurré alarmada, confundida. La espuma y el líquido empezaron a desvanecerse en el


suelo, sin dejar rastro—. Ya pasó.

Se dejó caer de espaldas. Su cuerpo comenzó a temblar debajo de mi agarré. No supe si tenía frío,
pero mi mano salió volando para posarse en su frente, solo así me di cuenta de dos cosas. Primero,
mi mano estaba cubierta de escamas babosas, y segunda, él estaba rotundamente caliente.

Hervía.

Rápidamente lo cubrí con la bata, y tuve que correr por las otras. Aun con cuatro batas cubriéndole
todo su cuerpo, él seguía temblando, jadeando. Su estado, estaba preocupándome. ¿Y si se moría?
Creo que sacarlo había sido mala idea.

Rompí una parte de una de las batas y la mojé en el lavabo. Un poco de agua fría podría bajar su
temperatura, entonces el frio disminuiría.

No piensen mal, no lo hacía por ser amable o porque realmente me preocupaba. Pero lo había
pensado bien, lo necesitaba. Él debía saber qué lugar era este, y sí supo cómo abrir su incubadora,
seguro sabía cómo salir de aquí también.
Cuando me incliné sobre mis rodillas hasta sentarme junto a su cuerpo, le toqué una vez más la
frente y, desde esa zona, bajé hasta la mejilla. Varías de las escamas se extrajeron con mi roce, así
que sacudí mi mano. Cada vez más, se le estaban cayendo fácilmente. Me pregunté qué aspecto
tendría debajo de todas ellas, si realmente nació en este laboratorio, ¿se parecía a nosotros?
¿Había alguna diferencia? No me refería solo a físicamente, sino en su interior o mental.

Subí el rostro en dirección al computador, aún, esperando respuesta de ellos. Tal vez ya no iban a
responderme, tal vez… algo malo les pasó. Tenía ese presentimiento, porque nada en este lugar era
normal. Empezando por las incubadoras, los cuerpos en su interior, las muchas puertas del
laboratorio, y que unas horas atrás, los pasillos estaban claros, podía ver un largo camino del otro
lado de la puerta, pero ahora se encontraban sumidos de neblina o humo. Echarle una mirada a la
ventanilla de cada una de las puertas, era como ver la pared blanca de la oficina.

¿De dónde había salido tanta neblina? Eso solo sucedía en las calles en tiempo de frio. No había
relación alguna.

Otra cosa, por mucho que pensaba en mi familia o en un hogar, no recordaba nada de ello. Era
perturbador, desconcertante. Mi nombre y edad estaban ahí, incluso el recuerdo de mi aspecto,
pero, ¿en qué ciudad vivía?, ¿tenía un hogar al que ir?, ¿una familia?, ¿y por qué no la recordaba?
No había rostros, no había voces, no había nada que me hiciera saber que yo tuviera familia.

Sabía lo que era una computadora y cómo usarla, qué era una incubadora y para qué servía, qué
tan importante era un archivero y una contraseña. ¡Y entonces, si yo sabía todo eso, ¿cómo era
posible que no recordara cómo llegué a este lugar?! ¿Tenía que ver con el golpe en mi cabeza?

Era tan extraño, nada tenía sentido.

Hice una mueca ante la pulsación de dolor en mis sienes. Sentía que si seguía pensando en algo
donde no encontraba respuesta, mi cabeza estallaría, así que traté de tranquilizarme un poco.
Podía ser que los que enviaron el mensaje, alguno de ellos. Solo esperaba que así fuera y que ellos
respondieran pronto.

Pestañeé cuando le puse atención al cuerpo en el suelo junto a mí.

Me había sumido tanto en la caja de mis tormentosos pensamientos que ni siquiera me di cuenta
de en qué momento comencé a quitarle las escamas del rostro: eran del tamaño de la yema de mi
pulgar, pequeñas y gordas. Duras como una capa, pero fácil de retirar de su piel. Cuando las
retiraba, una ligera liga babosa se alargaba hasta romperse y liberar la escama del área de piel.

Una tras otra, hasta que la piel de su frente llegó a ser del mismo color que la de uno de sus
brazos. Al liberar esa zona que me tenía intrigada, coloqué el pedazo de tela mojada y proseguí con
el resto de su rostro: en los marcos de sus ojos donde, un par de cejas pobladas y oscurecidas,
igual de fruncidas que la frente, me hundieron el ceño con curiosidad.

Las toqué, estaban húmedas por la baba que dejaron las escamas, pero eran suaves y cosquillaban
mis dedos. Extraño e intrigante, era como si las escamas fueran de alguna forma una capa
protectora o una primera piel.

Encontré el puente de su nariz, la parte inferior de esta estaba debajo de la máscara. Seguí
quitando las escamas de sus parpados, quería ver sus ojos, pero lo que conseguí ver, pincho mi
estómago y lo contrajo. Sus ojos estaban sellados por una gruesa línea de lagañas amarillentas.

Las veces que él me seguía con la mirada, ¿cómo pudo hacerlo si sus ojos estaban sellados? Pero
no me detuve, aún si era un poco asqueroso y perturbador por el volumen, intente quitárselas con
mucho cuidado de no lastimarlo. Varios trozos siguieron pegados a sus parpados, eran duros.

Tendría que remojar sus ojos y luego tallar para que se le cayeran. Suspiré, mirando la máscara y
luego mis manos. No entendía de qué forma estaba sujeta a su rostro. Revisé si tenía algún seguro
en alguna parte de ella, pero la máscara terminaba por encima de donde debían estar las orejas, y
por debajo de la mandíbula. No había nada más que la sostenía. Era como si la tuviera pegada a la
piel.

Me estremecí.

Volvió a quejarse, y estuve segura de escuchar un pequeño gruñido ahogarse en el interior de la


máscara. Estaba tosiendo otra vez, se estaba ahogando. Sus brazos se movieron debajo de las
batas, salieron con brusquedad y tomaron los bordes de la máscara.

Retuve el aire en mis apretados pulmones y vi, petrificada en mí lugar, como tiraba de ella. Una y
otra, logrando que ese musculo de sus brazos se hinchada debajo de las escamas e, incluso, hiciera
que varias de ellas cayeran de su piel por el movimiento.
La máscara se despegó lentamente hasta hacernos ver dos largos clavos negros y empapados de
un líquido rojizo saliendo de los lados de su rostro. Sus dient... colmillos se apretaban con fuerza
ahogando el gruñido en su boca mientras los separaba por completo del último pedazo de piel.

Cubrí mi boca sintiendo cada sacudida escalofriante en mis huesos. Estaba en shock por el
panorama amotinador, no la tenía pegada, se la habían clavado.

Se la habían clavado al rostro.

Escupió un gruñido casi chillón y lanzó la máscara hasta la incubadora ocho donde el golpe hizo
que el rostro de la que se mantenía cautiva, se elevara para verlo.

Dejó que sus brazos cayeran extendidos a los lados, uno de ellos — el izquierdo— rozando mi
pantorrilla. Me tomó unos segundos reponerme, enderezarme y alejarme de su pequeño toque
para luego levantarse. Tenía el corazón en la garganta, martillando los músculos mientras recorría
la piel blanca y rosada del resto de su rostro que antes cubría la máscara, y esos labios carnosos
que se mantenían abiertos para respirar de manera lenta.

Me agité a causa de otro escalofrío cuando la escena perturbadora se recreó en mi cabeza y, se


concentró en una parte de él.

No en las heridas de su rostro que dejaron los clavos, sino en algo más.

Él tenía colmillos. Estaba segura que todos esos eran colmillos.

Se giró, fue un movimiento inesperado que me hizo retroceder hasta golpear con una de las sillas
frente a las computadoras de atrás. Sus brazos se estiraron para recargarse en el suelo y sostener
su cuerpo cuando él se colocó en rodillas. Miré su amplia espalda de la que resbalaron las batas,
gran parte de ella estaba liberada de escamas. Los músculos temblaban debajo de su piel por la
posición, le hacía falta fuerza.

Contemple la marcada línea en el centro de su espalda, y cómo sus omóplatos también se


marcaban igual. Me dio por completo la espalda mientras que, lentamente se levantaba.
En verdad que era alto.

Muy… muy alto.

Las batas resbalaron hasta el suelo. Algunas zonas aún estaban cubiertas de escamas, pero otras ya
no, y aunque no eran incomodas para él, para mí sí. Lo suficiente.

Solté el dióxido de manera lenta, saliendo del trance. Debía actuar, detenerlo de inmediato y curar
esas heridas. ¿Amenazarlo? Solo si realmente era peligroso.

Dio un paso en el que todo su cuerpo atormentó con caerse. Pero los siguientes pasos los di firmes,
decididos. Noté que iba en una dirección recta a la incubadora ocho.

—No te muevas—mi voz salió rasgada por la adrenalina del miedo. Carraspeé con desasosiego—.
Alto. Quédate ahí. Manos a la cabeza.

Me obedeció al instante, o al menos eso me hizo creer cuando dejó de moverse. Por otro lado, yo
no pude moverme. Las piernas no me respondían.

—Voltéate...

Un segundo me tomó respirar y un segundo le tomó a él empezar a moverse, dejándome ver ese
perfil varonil.

Todavía no se había girado por completo y todo mi cuerpo ya se había estremecido. Me sentí...
¿cómo decirlo? Débil, pequeña, frágil. Indefensa ante esa potente imponencia que derramaba su
cuerpo tosco, alto, ancho.

Subí mucho mi rostro y lo que encontré me tomó por mucha sorpresa. Me consternó. Antes estaba
segura que sus heridas eran graves y profundas, pero entonces ya no podía decir lo mismo, porque
no había heridas. La sangre manchaba dos lados de su rostro en línea recta, pero no había más, ni
siquiera un rasguño en esas zonas de las mejillas en las que los clavos salieron.
Me acerqué con el cuerpo endurecido, incapaz de creerlo. Incrédula. Pero entre más me acercaba
más me daba cuenta de que sí, ya no había heridas en su rostro. Desaparecieron.

Imposible.

—Y-yo... t-tú— pestañeé y sacudí un poco la cabeza, viendo fijamente una y otra vez esas zonas sin
agujeros—. ¿C-có-cómo...? — La boca me tembló, algo más del rostro me temblaba—. ¿Cómo lo
hiciste?

Estaba en shock, ¿y quién no lo estaría cuando un par de heridas desaparecían, así como así?

Bajó su rostro, y otra vez me perturbe. No solo por sus facciones misteriosas y enigmáticas— que
provocaban que siguieras sumida en ellas—, sino por el hecho de que sentía que me estaba
mirando. ¿Pero cómo podía verme con esos ojos sellados?

— ¿Qué te hicieron en este laboratorio? — cuestioné con rotundidad. No había otra forma—.
¿Qué les hicieron? ¿Qué son ustedes?

Dio un paso más y mi mano— que llevaba todo este tiempo apretando en un puño las tijeras— se
extendió pegándose a su pecho. Él pareció poner atención al objeto en mi mano por la forma en
que ladeó el rostro.

La retiré, tanto la mano como las tijeras, y di un paso atrás.

— Te salvé, tienes que responderme al menos— recordé. Él enderezó su rostro hacia mí—. ¿Cómo
puedes verme?

El silenció se alzó. Un silencio en el que solo nos mantuvimos mirando, creo. Un silenció
inquietante e incómodo. Arrasador. Pude percibir esa sensación siniestra que me brindaba su
figura, pero quise ignorarla. Ignorar era todo lo que podía hacer para no temerle lo suficiente.

— ¿Cómo desaparecieron las heridas? — Señalé a su rostro, con las tijeras.


Su nariz respingona se arrugo un poco, fue un gesto demasiado atrayente que me hizo pestañar.
Recorrí su rostro, aunque la mayor parte de su cabeza seguía oculta, con lo que mostraba era
suficiente o tal vez, demasiado para confundirme. Un rostro de facciones macabras y,
endemoniadamente enigmáticas.

¿Por qué? ¿Qué hicieron o experimentaron con él? ¿Cuál era el propósito? ¿Les dieron vida o los
colocaron ahí dentro?


‌‌‍—Respóndeme... — ordené, más inquietante que antes—. ¿Al menos sí eres humano? — La
pregunta salió disparada de mi boca contradiciéndome a lo firme que estaba tiempo atrás,
asegurándome por completo que era humano. Pero ver sus heridas curadas me hizo volver a
dudar.

Hubo un silencio en el que mis palabras dejaron de repetirse en la largura del salón. Un silencio en
el que no dude si quiera en volver a revisar sus mejillas para mentalmente repetirme que
físicamente era completamente humano… y quizás, solo eso era él, después de todo.

Lo vi asentir lentamente a mi pregunta y acercarse al mismo tiempo. Ni siquiera pude reaccionar


cando lo tuve tan cerca de mí que mi propio aliento rebotó en su pecho y chocó en mi rostro. Su
mano— cálida y suave— tomó la mía sin delicadeza, y la llevó al centro de su pecho. Me estremecí,
mis músculos se encogieron y se volvieron piedra. Algo en su interior palpitó, siguió palpitando. Era
su corazón, estaba acelerado, latía tan rápido que ni siquiera pude contar los golpes que brindaba
contra sus propias costillas.

Volvió a levantar mi mano, y frente a nosotros hizo que nuestras manos se extendieran una contra
la otra. Sus dedos eran mucho más largos que los míos. Una clase de descarga eléctrica se despegó
de nuestros dedos, casi como un ligero toque.

Lo miré. Hasta las bestias más feroces y peligrosas de la tierra tenían corazón, una creación viviente
y latiente por el hombre también lo tendría. Él y los otros eran la prueba, y a pesar de que por el
hecho de tener un corazón no te hacía humano, las características para serlo eran la conciencia, los
sentimientos, la capacidad de establecer un pensamiento, la inteligencia y habilidad, así como
otras cosas más, te hacían uno.

Su forma de responderme, de alguna forma me explicó que, el que experimentaran con ellos, no
los hacia dejar de ser humanos. ¿Pero por qué tenía una muy mala sensación de eso?
Aparté mi mano de la suya y repuse mi postura, firme y seria:

— ¿Qué fue lo que les hicieron aquí? —quise saber—. No recuerdo nada, ni siquiera sé que estoy
haciendo en este lugar, necesito me digas todo lo que sabes al respecto.

Vi como los parpados se le movieron casi como si intentara abrir los ojos, pero el resto de lagañas
no se lo permitieron. Separó sus carnosos labios, dejándome ver algunos de sus colmillos de
enfrente, hizo una mueca y movió la cabeza hacía uno de los lados. Ahora, parecía mirar detrás de
su hombro.

—Iniciando secuencia de seguridad en cinco segundos— La voz computarizada femenina me


sorprendió haciendo el conteo retrocesivo. Mi cabeza llena de confusión se sacudió, quedé en
blanco y con la mirada fija en el Noveno.

— ¿Qué esta pa…? — la palabra que gritaría se quedó a mitad del camino cuando un bombeo de
sonidos alarmantes me hizo respingar. El sonido solo había durado un par de segundos para
intercambiarse por esa misma voz computarizada:

—Alerta intruso. Alerta intruso. ExNe 05 en la número 13. Computador 13 para dar acceso o
bloqueo parcial.

— ¿ExNe 05 qué? — Un tintineo llamó mi atención. Pensé, por un momento, que provenía de esa
computadora en la que había recibido el mensaje, pero no. Era de otra, apartada de ella. Quise ir y
leer lo que iluminaba, pero la manera en que el Noveno se movió me inquieto.

Firme y a pasos grandes saltó sobre uno de los escritorios hacía el otro lado de las computadoras.
Siguió un camino en el que me pregunté a dónde se dirigía. Iba en dirección a las puertas del lado
izquierdo del laboratorio.

Esperé. ¿Acaso sabía cómo abrirlas? ¿Abriría una? ¿Sabía cómo salir de aquí?

—Espera—grité, salí de las computadoras y troté en dirección a donde él caminaba. Iba a


preguntarle qué haría hasta que…
Un sonido metálico apenas audible de una de las puertas me hizo voltear, quedé congelada a
mitad del camino. Capturé rápidamente ese movimiento inusual de un puño del tamaño de mí
cabeza que se estampaba contra la ventanilla cuadrangular de la puerta. El sonido era algo que no
se emitía con fuerza y estuve a punto de entender que entonces la puerta era de esas que no
dejaba que el sonido saliera ni entrara, y que la pequeña ventana absorbía la fuerza y no se
rompía, pero todo lo que había pensado en ese instante, se esfumó como el humo.

Por instinto me moví, convencida de que era alguien. Mientras lo hacía, el sonido metálico dejó de
crujir. Y una cabeza más perturbadora que los cuerpos en las incubadoras, se inclinó a la ventanilla.

— ¿Q-qué es...? —dejé que las palabras se las tragara el nuevo temblor que amenazaba con
arrancarme los huesos en ese momento.

No, no era una persona.

Me entró pánico a los huesos y se sintió como si con su sola presencia del otro lado de la puerta,
ya mi cuerpo se encontrara en sus garras. Mis piernas terminaron a pocos pasos del cuerpo del
Noveno, hasta endurecerse por completo cuando me di cuenta... de que esa cosa, estaba
mirándome. Repasé su aspecto, como si fuera mentira que estuviera ahí, con una puerta de
separación entre nosotros. Podía mirar sus anchos hombros y lo encorvado de su espalda. Su
rostro arrugado estaba deforme, gran parte de los lados de la quijada fruncida hacia las mejillas
haciéndolas lucir como dos pedazos de carne amoratados, tenía una boca cortada de los bordes
inferiores logrando que la piel de ellos quedara colgando, y de esas heridas salían unos grandes
colmillos amarillentos que llegaban hasta su chata nariz. Mi cuerpo se contrajo en un
estremecimiento que me robó el aliento cuando su lengua—que era tan delgada y larga como la de
una serpiente—, lamió sus colmillos, como si empezara a saborearme. La piel se me escamó de la
cabeza a los pies, volviendo mis rodillas gelatina en una sola sacudida.

¿Qué era eso? ¿Qué era? El vértigo me invadió como una bola de nervios enloqueciendo cada
parte de mi cuerpo. Me abracé y me aparté sin poder quitarle la mirada de encima con el temor de
que él entrara. Respingué de inmediato y no pude evitar gritar cuando golpeó la puerta tan fuerte
que el metal rugió, las paredes vibraron, parecieron temblar. Su puño no dejó de azotar la
ventanilla, sobre todo, con fuerza, con ese aterrador deseo de estar aquí dentro, conmigo.

Oh no, no, no, no, ¡la rompería! Terminaría entrando si seguía golpeando así.
—Alerta intruso. Alerta intruso. ExNe 05 en la número 13. Computador 13 para solicitar acceso o
bloqueo parcial.

— ¿Qué es eso? — Mi pregunta apenas fue escuchada por mí, pero no podía encontrar mi voz por
completo. Mis cuerdas estaban congeladas a causa de esa cosa.

—Un experimento área negra, experimento 05.

Su— muy inesperada — voz exploró mis oídos en una clase de cosquilleó que terminó en sonidos
graves y roncos. Y reconocí esa extraña pronunciación en la que remarcaba la erre más que otras
letras.

El mismo golpetazo alarmante estalló borrando el sonido de su voz en mi cabeza, hundiendo mis
oídos en un zumbido que me dejó en shock. Aturdida de terror, llevé la mirada a las primeras
puertas, y contándolas hasta llegar a la que estábamos.

Esa era la puerta número 13. Orbes carmín

ORBES CARMÍN

*.*.*

¿Alguna vez sintieron que un momento de su vida fue sacado de una película de terror?

Pues, la escena frente a mí era mi momento.

Mi cuerpo estaba comprimido ante los incesantes golpes de la monstruosidad del otro lado de la
puerta. Las paredes vibraron, el sonido metálico comenzó a aturdirme, marearme. Traté de no
respingar con las siguientes sacudidas, la verdad era que ni un solo segundo de los minutos que
llevábamos observándolo, podía acostumbrarme a su asqueroso rostro.

—Romperá la puerta—musité entenebrecida.


—No la romperá— Estaba segura que de lo otro que no me acostumbraría, me sería a su voz. El
tono final de su voz era casi como escuchar una hoguera crepitar. Imposible de olvidar.

El noveno dio más pasos a la puerta, sorprendiéndome. Por instinto, o tal vez por temor, lo detuve
tomándolo del brazo, deteniéndolo de golpe.

—Espera, ¿qué harás?

Su rostro quedó clavado en mis dedos, y no hubo respuesta a mi pregunta, solo permaneció así,
con una leve tensión en su cuerpo. Lo solté de inmediato sintiendo esa extraña advertencia en los
nervios mi cuerpo, esa diminuta pero notable sensación escalofriante que se clavó en mi espina
dorsal a causa de su movimiento rápido cuando lo rodeé del brazo con mis manos.

Nadie movía con esa velocidad su cabeza.

Tan solo dejé de rozar su piel, y su cabeza se estiró a esa misma velocidad que me dejó
estremecida. Peor aún que tuve que pestañear cuando elevó la comisura izquierda de sus labios
mostrando un poco de sus colmillos. No supe si era más una mueca o una queja cuando inclinó su
cuerpo un poco hacía adelante y llevó su mano a la parte baja de su estómago. Su cuerpo comenzó
a temblar y en ese instante en que estaba a una pulgada de tocarlo, se contrajo con fuerza y abrió
tanto su boca que pensé que su quijada se rompería.

El gruñido de dolor que soltó, erizó mi piel, escupió sangre, gran cantidad de sangre embarrando el
suelo bajo sus pies, y se dejó caer de rodillas deteniendo su cuerpo con el peso de sus brazos.
Rápidamente, cuando vi como sus antebrazos amenazaban con doblarse, corrí a su lado,
doblándome para rodearlo.

La mitad de su cuerpo se dejó recargar en mi costado derecho, su cabeza ni siquiera tardó en


recostarse sobre mi hombro. Inquietándome con una rigidez dura. Teniéndolo así, pude escuchar
como su garganta hizo un extraño ruido, rasgado y ahogado. Estaba respirando con fuerza y dolor.

—Respira lento— pedí, más asustada que antes. No comprendía que le estaba pasando, y quería
saberlo. Solo no quería que se desmayara con una monstruosidad del otro lado de la puerta—. Por
la nariz aspira y exhalar por la boca.
Sin saber qué hacer y cómo mantenerme en equilibrio por su gran peso, miré una vez más al
monstruo. Sus ojos oscurecidos brillaban con malévola diversión hacía él. Incluso desde ahí fuera,
parecía que estaba sonriendo, pero solo era la forma en la que sus pómulos rotos se fruncían hacia
las mejillas.

Era horripilante.

Desvié la mirada de nuevo al Noveno, estaba mucho más tranquilo. Pero por la forma en que se
recostaba sobre mí, parecía haberse dormido.

—Ey... — lo llamé.

La única respuesta que tuve...

Fue el monstruo volviendo a golpear la ventanilla. Oh Dios. Si seguía golpeando con esa
desesperación y con esa rotunda fuerza, la puerta metálica terminaría cayéndose con pedazos de
las paredes. Eso era seguro.

Mi corazón respingó en mi pecho cuando abrió tanto los labios a través de esos colmillos que pude
ver una segunda lengua larga y delgada.

—Alerta intruso. Alerta intruso. ExNe 05 en la número 13. Computador 13 para solicitar acceso o
bloqueo parcial.

Giré de inmediato a las computadoras repitiendo las palabras de la voz computarizada.

Bloqueo...

¿La puerta tenía que ser bloqueada, así el monstruo no entraría? Mordí mi labio, quería gritar con
histeria, pero me rehusé a solo un ahogado gruñido. Me empujé con mis rodillas para levantarnos
una vez rodeado su torso por debajo de los brazos, no conseguí nada sin su ayuda.
—Vamos levántate—ordené. Volví a empujarnos y me pregunté por qué pesaba como si fuera
plomo. Podía moverlo, pero solo unos centímetros, y tal vez podía arrastrarlo, pero con lo débil
que sentía aún mi cuerpo, sería imposible—. Arriba. Levántate ya—insistí.

—Alerta intruso. Alerta intruso. ExNe 05 en la número 13. Computador 13 para solicitar acceso o
bloqueo parcial.

No me quedé tranquila sino hasta que palpé sus mejillas y él respondió, moviendo su rostro y
entornando el movimiento hacia la puerta.

—Tenemos que movernos—alerté—. A las computadoras, a la 13.

Su brazo desocupado volvió al suelo, se impulsó al igual que yo para ponernos de pie. Nos
tambaleamos en cuanto empezamos a caminar regresando al área de las incubadoras. Le pedí que
tuviera cuidado con los escalones que bajaríamos. Solo eran dos, pero era una bajada que con el
desequilibrado peso de nuestros cuerpos terminarían haciéndonos caer si no teníamos el más
mínimo cuidado. —Alerta intruso. Alerta intruso. ExNe 05 en la número 13. Computador 13 para
solicitar acceso o bloqueo parcial.

Entre los golpes del monstruo, el Noveno y su perturbadora voz robótica, me entró una gran
desesperación que me hizo chillar en un grito:

— ¡Ya cállate!

Desesperada, di rápidamente una mirada al suelo y decidí inclinarme para dejarlo mejor junto a los
escalones. Con cuidado y sosteniéndome de un mueble y él, doblando sus rodillas para ayudarme,
dejó a su cuerpo tocar el suelo con la mitad de su espalda contra el respaldad de uno de los
escritorios.

Lancé la mirada con desesperación a las computadoras, a sus pantallas. Primero las
correspondientes a las incubadoras y después a las del otro lado. Eran tantas que mirarlas con
rapidez me impedía ve alguna diferencia.
— ¿Sabes cuál es la trece? — pregunté sin dejar de revisar. No esperé a que dijera algo cuando, al
ver una iluminación en una pantalla mis pies se movieron a toda prisa. Estaba cruzando por detrás
de las incubadoras, en la última hilera de computadores.

Ahora que ponía atención, ese computador era un poco más grande de pantalla con un marco
negro diferenciándolas del resto. Regresé la mirada al computador donde había una alerta. Un
color rojo vivo pintaba el mensaje en la pantalla que leí.

Alerta intruso, ExNe 05 aproximándose a la número 13.

¿Desea bloquear la número 13 o acceder a abrirla?

—Por supuesto que abrirla no—vociferé, tomé el mouse y me sorprendió la manera veloz en la
que voló mi dedo para dar click en la primera opción. La pantalla tintineó en un sonido apenas
audible y algo más se iluminó en ella.

Mis parpados se contrajeron cuando fijé la mirada con incredulidad.

— ¿Acepta temporalizar apertura o rechaza la opción? —repetí las palabras del mensaje,
confundida—. ¿Qué significa?

Estaba tan inquieta y ansiosa que empezaba a rascarme el cuello. Miré hacía la puerta que aún
seguía siendo golpada insistentemente por el monstruo y, sin pensarlo más, tomé el mouse y lo
coloqué en la primera palabra, di click sin pensar muy bien de que trataba o qué sucedería
después. Y repentinamente, varias numeraciones desde el 01, hasta el número 23, aparecieron en
la pantalla acompañadas de tres letras compuestas hrs. Era horas, eso lo supe. Pero… ¿por qué
habían aparecido?

Debajo de todas esas numeraciones, aparecieron enseguida unas palabras enmarcadas que no
tardé en leer:

— ¿Elija la hora de apertura? ¿Qué? —Mi entrecejo se hundió con tanta fuerza que sentí la tensión
en esa zona. Le di una mirada de soslayo a la puerta 13 antes de darle una mirada a todos esos
números. Y piqué, sin pensarlo más, dando click al último número de la pantalla.
—Bloqueo activado—la voz computarizada recorrió el salón entero.

El mensaje desapareció, la pantalla quedó en blanco, iba a intentar teclear…

Cuando desde algún lado del salón, un fuerte sonido metálico me hizo revolotear la mirada. En el
suelo frente a la puerta número 13 se hizo una gran apertura lineal, de su interior un gran pedazo
cuadrangular metálico salió, pude notar que, del otro lado de la puerta, la misma pared grande y
grueso se alzaba, lentamente. El monstruo lanzó un feroz gruñido y retrocedió tambaleándose, lo
último que vi antes de que todo fuera cubierto por ambas paredes metalizas, fue su cuerpo
sacudirse como sí… se estuviera electrocutando.

—Tiempo de acceso a la puesta número 13 en 23 horas 59 minutos— Devolví la mirada al


computador. La misma numeración, yendo en cuenta regresiva se iluminó en esa sola pantalla.

Y suspiré, relajando los músculos de mi cuerpo por lo tensado de mis nervios. Estábamos a salvo,
¿verdad? Al menos ahora. Recuperé la lentitud de mi respiración y una vez vuelto a mirar la
pantalla y observar los dígitos retrocediendo, emprendí mi camino de vuelta al Noveno. Le di una
rápida mirada a esa computadora pequeña, revisando si tan solo, alguien me había respondido,
pero no, los últimos mensajes eran míos. No había respuesta.

Comenzaba a preocuparme, sobre todo cuando supe que él dijo qué cosa provenía del área negra,
justo donde ellos estaban. ¿Pero por qué había monstruos aquí? En primer lugar, ¿por qué
experimentos, por qué un área negra, naranja y roja? ¿Qué significado tenía todo esto?

Esos monstruos debían tener alguna clase de chip que era rastrado por el computador, y notificado
por medio de la voz, por lo menos esa era nuestra ventaja para saber en qué momento otra de
esas cosas aparecería.

Un notorio movimiento me preocupo. El Noveno abrazó su cuerpo tembloroso y se movió sobre


uno de sus costaros, contrayendo sus rodillas.

Observé su rostro en lo que me inclinaba junto a él, su frente se contraía una y otra vez, era un
gesto de dolor. Tomé su temperatura con la de mi piel, estaba hirviendo y sudando también. Rocé
su mejilla con delicadeza y dejé que mis nudillos siguieran un camino hasta por debajo de su
mandíbula a la raíz de su cuello. Sí, su fiebre era muy alta. La cuestión era saber por qué se había
puesto así, otra vez. Estaba bien, o eso creí cuando se levantó. — ¿Puedes escucharme? —susurré,
pero no obtuve respuesta. Revisé su cuerpo desnudo, ya solo quedaban una que otra escama
cubriendo un pequeño pedazo de toda su piel. Fui a recoger la bata que dejé caer justo en el
momento en que vi al monstruo y se la empecé a colocar. Mientras lo hacía, noté esa marca en una
de sus pantorrillas, era como una huella de dedo, pero roja y con los bordes negros hundida en la
piel. ¿Una quemadura? Parecía más una cicatriz.

Gimió, y contrajo más sus rodillas a su estómago y su cabeza hacia ellas, poniéndose en esa misma
posición fetal que los cuerpos de las primeras incubadoras. Me preocupé cuando se mordió los
labios y todos esos colmillos se clavaron en ellos, la sangre salió al instante, derramándose por su
mentón como un rio sin final.

Apreté mis puños.

Verlo así me ponía más nerviosa, tensa, desesperada, no sabía qué hacer, no sabía que le estaba
sucediendo. Solo se me ocurrió ir a mojar más trozos de tela para disminuir la temperatura. Algo
tenía que intentar desesperadamente para calmarlo.

Dejé los trozos mojados sobre mi regazo y me obligué a recostar su cuerpo boca arriba. Sus
colmillos ya no estaban mordiendo su labio inferior, tampoco estaba quejándose tanto pero seguía
abrazando su cuerpo. Con cuidado, cubrí su frente con uno de los pedazos de prenda húmedo y
con el resto, fui mojando parte de su rostro, limpiando la sangre. Humedecí el resto de lagañas que
impedían que sus parpados se abrieran y luego dejé un par de trozos húmedos cubriendo sus pies.
No supe por qué sabía que la temperatura bajaba humedeciendo sus pies, ni siquiera recordaba a
quién le había hecho lo mismo, pero sentí esa gran familiaridad, consternándome más.

Al no ver alguna reacción en los minutos que me quedé viéndolo, me recargué contra una de las
incubadoras, estirando los pies y dejando que mi cuerpo descansara un poco después de todo
esto. Cerré mis ojos, mis pensamientos recaudaron todas las escenas desde el primer momento en
que desperté en este lugar. Había revisado todo el laboratorio, intenté encender las computadoras,
abrir las puertas, y nada sucedió. Las únicas hojas que seguramente tenían información de qué era
este lugar y para qué, eran todo ese montón de hojas quemadas y húmedas en la oficina, que,
lamentablemente, eran no me servirían de nada.

Todo aquí era tan surrealista que era inevitable pensar que tal vez solo se trataba de una pesadilla.
Una pesadilla de la que había tardado en salir, una que se sentía tan real y viva… tan, aterradora.
No, no era una pesadilla.
Y tenía la idea, y esa era mi única esperanza, de que el cuerpo frente a mi sabía que estaba
sucediendo, de qué se trataba y cómo saldríamos de aquí. Solo esperaba que despertara, que
abriera los ojos, que hablara.

(…)

En picada, me acerqué nuevamente a los pasillos repletos de esa neblina, me resultaba imposible
revisarlos, saber si algo más terrible que lo que acabábamos de pasar horas atrás, se acercaba a las
puertas.

Ojala y no.

Pero, era indudable pensar que habían más de esas criaturas, vagando del otro lado, buscando que
atormentar con su presencia. Abracé el extinguidor y me aparté, devolviéndome a las
computadoras. Las había estado estudiando todo este tiempo. Ahora podía entender un poco más
por qué había una gran cantidad de ellas y para qué podrían servir. Las primeras diez eran para las
incubadoras, estaban repartidas en un largo y redondeado escritorio negro; las siguientes eran seis
computadoras que se estiraban en el escritorio detrás del cuerpo del Noveno, y jamás me detuve a
pensar por qué tenían ese botón pegado en la cima de su pantalla y con un color distinto cada una.
Pero ahora lo entendía. Eran seis áreas, contando esta que era la roja, verde, blanca, naranja, negra
y amarilla. La computadora del botón negro se mantenía encendida iluminando los mensajes que
aún no habían sido respondidos, estas se utilizaban para comunicarse, pero, ¿cómo se encendían
las otras?

Y las últimas pantallas con un tamaño diferente al resto, eran 21 en total, y por supuesto,
pertenecía cada una a los 21 pasillos, y estaba segura que de ellas podía abrir las puertas. Este
laboratorio era como resolver un acertijo, ahora solo quedaba saber cómo hacerlas funcionar.
Todos los cables conectaban a los de la oficina, a ese panel que por mucho que intente, no
encendió. Después de todo tenía una bala. Pero, ¿quién le había disparado y por qué? Estaría
sintiendo que había sido yo, pero por alguna razón sentía que no era así porque no había ningún
arma. Y, además, había despertado con una herida en la cabeza, como si hubiese recibido un golpe
de alguien…

Tal vez sería una tontería volver a la oficina una vez más, pero, lo intentaría otra vez, nada perdía
con tratar de resolver todas mis dudas, tratar de recordar. Tratar de salir de este lugar. Subí los
peldaños con un trote rápido y cuidadoso para no tropezar, el panel estaba en el centro de la
pared. Cuando me acerqué, analicé cada uno de los botones.

Me concentré en los dígitos repartidos por debajo de cada botón, los primeros botones de las dos
filas eran números, la tercera fila estaba repleta de diminutas palanquitas que se podían mover
hacia arriba o abajo.

Estaba segura que la electricidad no venía del panel, pero podía ser que, desde el aparato, las
computadoras se desbloquearan y permitieran acceso a ellas. Si conseguía acceso, tal vez podría
comunicarme con las otras áreas, tal como el área negra se comunicó conmigo, pero eso era
imposible. Físicamente el panel ya no funcionaba, tal vez había hecho n falso contacto y fue por
eso que una de esas computadoras encendió y ese mensaje apareció.

Piqué al botón de encender con la intención de averiguar si realmente ya no serbia, y al no ver


ningún tipo de iluminación en el lente del panel al picar otro botones, me aparté. Sería un caso
perdido intentarlo otra vez.

Fui al escritorio y por tercera vez, rebusqué en sus cajoneros. Lo que fuera que encontrara, con tal
de entender algo de este laboratorio, para mi estaría bien. Cerré los cajones y me dispuse a
levantar todas aquellas hojas quemadas por la mitad, con una gran frustración acumulándose en
mis hombros.

Eran muy pocas y todavía, estaban mojadas, todas destilando un aroma desagradable como a
gasolina, ¿sería posible qué iban a quemarlas? pero, de alguna manera no pudieron hacerlo con
todas. Debía deberse a los sensores en el techo, esos que se activaban cuando había fuego y
rociaban agua. No importaba que tan mojadas estuvieran, aún había palabras de las que podía
recaudar información, así que las tomé. Apenas le di una mirada a la primera hoja y busqué la
puerta. Aquí arriba no podía revisarlas, no con lo que dejé en el piso de abajo, todavía tenía que
cuidarlo hasta que se recuperara, y todavía, estar al tanto de las demás puertas.

Fui bajando la escalera, con cada paso que daba en los peldaños metálicos, emitía un hueco
sonido. Estando a esa altura, lejos aún del primer piso, me di unos segundos para pensar. Todavía
había dos experimentos atrapados en las incubadoras que debía liberar, aunque primeramente
quería saber todo acerca del Noveno y una vez asegurándome que no era peligroso, podría
soltarlos a todos. Juntos escaparíamos del laboratorio, de esa criatura monstruosa… Mordí mi
labio. ¿Cómo escaparíamos?
Me dirigí a las computadoras una vez llegado al final de la escalera, principalmente en dirección al
lugar donde dejé al Noveno. Tan solo lo hice mirando al escritorio donde se acaparaban seis
computadoras, mis piernas dejaron de funcionar.

Había un mensaje.

Al fin.

Pero no de la misma computadora. Y, además, era una locura, pero ahí estaba, otra pantalla
encendida. Corrí a la que llevaba el botón naranja aún sin poder creer que después de tanto,
alguien más estaba contactándonos. Alguien más estaba atrapado en este extraño lugar. Incliné mi
cuerpo recargando mis manos a cada lado del teclado, y leí el primer mensaje desde su inicio.

-. ¿Todos están con vida?

-. Fuimos atacados por los negros, perdimos a tres, pero no fuimos la única área atacada. Alguien
nos traiciono, nada aquí está funcionando como debería de ser.

-. ¿Hay alguien ahí?

-. Por favor, respondan, respondan, por favor.

Las manos volvieron a temblarme como la primera vez que leí el mensaje del botón negro. Lamí
mis labios y comencé a teclear apresuradamente que, una de las palabras salió mal escrita.

-. Aquí estyo. Estoy atrapada.

-.Estoy*

La corrección estaba de más, pero fue inevitable no corregirla al instante. Traté de respirar con
calma, tranquilizarme y esperar. Hubo una respuesta casi instantánea.
-. Soy Micaela, una de las científicas al mando del área naranja, ¿eres la única con vida?

Miré al Noveno en el suelo un segundo antes de responder:

-. No, hay alguien más conmigo.

-. Aquí somos más de treinta sobrevivientes, la mayoría vienen de las áreas principales, enviaremos
a un grupo para que los saquen de ahí. ¿Ambos están en buenas condiciones?

Una vez más, miré al Noveno y escribí:

-. Él está enfermo, tiene fiebre. Creo que necesita atención.

No sabía si añadir que era un experimento, no sabía si mencionarlo, pero solo escribí eso, teniendo
esa mala sensación de que algo estaba a punto de acontecer. Y ella escribió:

-. Se la daremos. Solo tienen que esperar ahí, y no salir, impedir que algo de afuera entre, estarán
a salvo siempre y cuanto protejan las puertas, confíen en nosotros.

Me aparté con una exhalación en la que toda mi rigidez escapó. Suspiré con alivio, sintiendo esa
emoción que incluso subió mis comisuras en apenas una sonrisa. Vendrían por nosotros, lo haría.
Nos sacarían de aquí, al fin de esta pesadilla. Nos rescataría.

Una última vez miré la pantalla creyendo en que tal vez ellos escribirían algo más, pero no sucedió.
Me aparté, retomando el camino por el que iba, quería verificar que su estado no empeoró.

Solo esperaba que no fuera así.

Así que dejé el cumulo de hojas ordenadas sobre el suelo mientras me inclinaba junto a su cuerpo.
Limpié mis manos grasosas y deposité mi palma sobre su frente una vez quitado el pañuelo
húmedo, y suspiré. Su fiebre había bajado, esa era una buena noticia, sin embargo, sus mejillas
estaban sonrojadas todavía. Acomodé el pedazo de tela en su lugar y contemplé su aspecto, sobre
todo sus labios que mantenían un color rojo oscurecido a causa de la sangre. Sus labios tenían una
forma tan… escandalosa, sus comisuras largas, sobre todo, se marcaban mucho. Tenía un poco
acorazonados los labios superiores, carnosos y un poco trompudos al igual que los inferiores.
Contemplé sus mejillas, esas en donde la mascará había sido clavada, ni siquiera tenía una cicatriz
o una marca en esa piel, era piel blanca, suave.

Dejé de acariciarlo. Me intrigaba su aspecto, pero no era el momento para ponerme a contemplar
más de lo indebido.

Me obligué a quitarle el resto de lagañas, esta vez fue fácil ya que el agua había hecho su efecto en
ellas, y cuando limpié sus enrojecidos parpados, contemplé todas esas pestañas de tamaño
promedio coloreadas de un negro tan profundo como si hubieran sido pintadas cada una por
temperas negras.

Tuve una inquietud que me incitó a tomar sus labios y estirarlos hacia cada lado, quería ver sus
colmillos. Acerqué mi rostro y fijé más la mirada en esos dientes delgados y juntos con una
terminación realmente picuda. Eran más dientes picudos que los de una persona normal,
extraños, pero todos ellos, colmillos.

—Son tan similares a los de un tiburón— susurré. No se equivoquen, no estaba para nada tranquila
o emocionada, no era como haber descubierto un tesoro enterrado, era aterrador, escalofriante.
Estaba escamada, ¿por qué tenía tantos colmillos? Y la pregunta del millón, ¿para qué? Me tomé
una respiración para procesarlo, pero una parte de mí estaba prefiriendo no encontrar respuestas
demasiado pronto sobre él.

Abrí más sus labios, empecé a contarlos cuando…

Jadeó de tal forma que su aliento humedeció la parte inferior de mi rostro. Pestañeé, quedando en
trance un momento y solo cuando vi que su labio superior se estiró sobre mí agarré como una
mueca, lo supe. Él había despertado.

Mis dedos se retiraron como resortera, rebotando y quedando crispados a centímetros de su


mentón. Subí la mirada por el rastro de su rostro, por ese puente recto hasta esos esféricos orbes
color carmín.

Quedé congelada, como si recibiera una cubeta de agua fría por todo mi cuerpo.
Se me escapó el alma por los labios en una entrecortada exhalación. Y si no era el alma, no sabía
entonces que otra cosa había salido de mí cuando quedé clavada en esas escleróticas negras.
Hipnotizada, hundida en la oscuridad que ellos desataron.

Mi cuerpo se estremeció, pero esta vez, tan diferente a todas las demás, un fuerte escalofrió que
comprimió hasta el más pequeño de mis órganos, profanando en mis entrañas un gemir fuerte que
apenas pudo escapar de mis labios secos y endurecidos.

Todavía tenía la piel erizada cuando él levantó su rostro, acercándome más a esa siniestra forma de
ojos nunca antes vistos. Todavía estaba en shock, cuando ni siquiera pude mover un musculo al
tenerlo a centímetros de mí, porque claro, nadie podría moverse teniendo esa mirada sobre ti,
devorándote centímetro a centímetro.

Una mirada depredadora.

Comencé a temblar, fue una vibración leve hasta volverse penetrante, flaqueando mis huesos y
haciéndolos doblar. Esa mirada turbia, sombría, endemoniada—no había palabras para expresar la
clase de mirada que era— que inyectó más miedo que al ver a esa monstruosidad ahí a fuera, se
desvió de mis ojos. Casi tenía a sus labios rozando mi nariz cuando se levantó más para terminar
sentado en el suelo, y entonces reaccioné.

Me aparté de un golpe. Él se llevó una mano a su frente, quitando la tela que le había puesto para
bajar la temperatura y llevando a sus dedos al resto de escamas endurecidas que cubrían toda la
parte superior de su cabeza hasta la nuca. Miró alrededor, sin darse cuenta siquiera de cómo me
tenía, hipnotizada, observándole bajo todos mis huesos gelatinosos.

Ni siquiera podía pensar. No podía apartarle la mirada de encima.

Volvió a quitarse la bata y se levantó, aún se tambaleaba así que se sostuvo del escritorio,
cabizbajo y con los ojos cerrados. Respiró hondo, tan hondo que hasta su estómago marcado se
infló, y exhaló en grande, logrando que un sonido ronco apenas escapara de su boca.

Ignoró mi presencia y la forma inquietante y aterradora en que lo observaba en cada movimiento


que hacía alrededor de las computadoras, caminando con dificultad. Cuando lo tuve tan lejos que
ni siquiera pude encontrar más la claridad de su rostro, mis pulmones se abrieron y funcionaron
nuevamente. No me relaje, sin embargo. ¿Cómo hacerlo con esos ojos mirando todo el
laboratorio? Nunca había visto esa clase de mirada, ¿escleróticas negras? ¿Orbes carmín? ¿Pupilas
rasgadas? ¿Colmillos tan filosos y delgados? ¿Escamas? ¿Qué cosa era él, alguna clase de
mutación de tiburón? Que locura…

La cabeza se volvió un desastre con toda clase de pensamientos en tanto mis piernas recuperaban
movilidad y se levantaban aún estremecidas. Lo seguí a todas partes, mientras rodeaba el
laboratorio, mirando a través de cada ventanilla hacia los pasillos, sentí esa sensación que su
mirada entenebrecida desataba en toda la gran habitación. Antes, su presencia se sentía diferente,
aunque igual de inquietante, pero ahora, era amenazante y peligrosa.

Ahora, su forma de mirar tampoco era normal, con el fruncir de sus cejas, esa mirada era rotunda,
te quitaba el aliento. Tuve un debate interno de correr por el extinguidor y tomar las tijeras del
bolsillo para protegerme, o quedarme tan quieta como podía cuando se paró frente a la pared
metálica que cubría la puerta número 13 y lanzó una mirada hacía mi presencia.

Oh Dios. No me mires, no me mires, no me mires. ¡Que no me mires!

No estaba soportando la magnitud de la fuerza que su mirada tenía para aplastarme como a un
bicho pequeño. Si su cuerpo era imponente y esa mirada aterradora, no había nada más que me
hiciera sentir segura.

—L-la bloqueé—carraspeé cuando expliqué. Ni siquiera supe por qué tenía que darle una
explicación si ni siquiera me la había pedido, pero las palabras simplemente brotaron de mi
garganta como las inhalaciones.

Era a causa de su mirada.

Devolvió la mirada a la puerta, y fue ese segundo donde tomé las tijeras y las apreté en mi puño.
Era el momento, por mucho que me costara recuperarme, tenía que hablar, protegerme,
asegurarme de él.

Caminé hasta estar cerca del aparato donde pudiera sostener mi cuerpo, respiré con complicación
y tragué fuertemente.
— ¿Qué eres tú? —pregunté, aliviada de no tartamudear. Un pequeño escalofrió se abrazó a mi
espalda cuando se volvió hasta a mí, así, desnudo y con esos orbes carmín que desgarraban la
fuerza de cualquiera que mirara —. Quiero saberlo— levanté la voz.

Quise retroceder, aunque había un ancho escritorio de separación uno del otro, supuse que él no
se lo saltaría o lo rodearía, pero terminó haciéndolo. Y siguió caminando, paso a paso, lentamente,
cada centímetro menos era una punta de iceberg resbalándose en mi cuerpo.

—Eres físicamente hombre, eres un experimento, ¿pero qué tipo de experimento? — mi voz
disminuyó conformé nos dejó un espacio tan diminuto en que nuestros alientos eran capaces de
rozarse.

Rozarse demasiado.

No podía contra esos ojos, ni siquiera podía soportar mirarlo, pero me era imposible quitarle la
mirada de encima, estaba hipnotizada. El miedo estaba disparado por todo mi cuerpo, mezclado
en la adrenalina y el hielo en mis huesos, era imposible no deducir lo que él haría a continuación,
cuando abrió sus labios y mostró esos amenazadores colmillos.

Me costó respirar esta vez, lograr que mi garganta dejara de apretarse para liberar mi voz:

—Vas a matarme—solté con el aliento entrecortado. Él ya me habría matado si lo quisiera, desde


hace bastante tiempo atrás y con una sola mordida. De eso estaba segura pero, eso no quería decir
que no quería matarme.

—No quiero matarte—respondió, su voz marcando mucho la erre, su aliento quemando mis ojos
—. Soy humano—aclaró y agregó—, como tú.

Me pregunté si realmente era así, ¿qué tanto nos parecíamos? Pero esa pregunta no salió de mis
labios, se quedó cautiva, atrapada entre el miedo y la razón. Quise girar la cabeza cuando un
pequeño tintineo se escuchó por detrás, pero ni siquiera eso pude hacer teniéndolo así.

Di un paso atrás, él dio otro, hacía mí.


— ¿Quién eres? —La pregunta salió como una exclamación—. Dímelo— Volví a apartarme, y él
imitó los pasos, cortando la distancia por tercera vez. Quería tener espacio, sentirme segura
estando lejos de él, pero no me lo estaba permitiendo, y si yo seguía retrocediendo quedaría
acorralada…

Por él.

—Soy Rojo nueve —Mi cuerpo se estremeció con su voz—. Dijiste que no recuerdas nada—
mencionó, en un tono ronco y bajo—. ¿Es eso cierto?

—S-sí, creo que perdí la memoria—Mi mano se fue instantáneamente a mi nuca, hundiéndose en
todo mi cabello para sentir prontamente ese dolor punzando al momento de tocar la extraña
herida.

— ¿No recuerdas nada de nada? —hubo algo en su voz esta vez que me desconcertó.

—Nada, ahora dime, ¿sabes qué es este lugar? Noté esa incomodidad en mi cuerpo por la forma
tan mordaz en que reparaba cada centímetro de mi rostro, como si tratara de encontrar algo en mí.
El miedo siguió quemado cada trozo de mi piel, insistí en separarnos, en agrandar el espacio entre
su cuerpo y el mío, entre nuestras miradas. Sus piernas se movieron, esta vez, el centímetro de
separación arrasó con la subida de mi corazón a la garganta cuando una de sus rodillas rozo mi
muslo.

¿No iba a matarme? Pues eso parecía que haría.

—Ya no te acerques—Mi voz tembló como todo mi cuerpo. Quería empujarlo, pero no lo hice, no
quería tentarlo a lastimarme, sin embargo, insistí otra vez. Sus ojos se movieron con una rápida
agilidad que apenas pude captar, miraron a una de las esquinas del techo del laboratorio y
regresaron fugazmente a mí.

—Ya no te apartes—Su voz no sonó a petición, sino a orden.


No se movió, pero levantó uno de sus brazos, sus dedos endurecidos y su palma estirada hicieron
que abriera mucho los ojos. Me petrifiqué, no por el hecho de ver como las uñas se alagaban y
oscurecían frente a su mirada llena de confusión, sino porque algo con la forma de tres alargados
gusanos negros subieron por debajo de la piel de todo su pecho y que recorrieron todo su brazo
izquierdo, estirando la piel.

Y lo que nunca esperé cuando esas cosas en su piel llegaron a la punta de sus dedos, fue ver sus
yemas explotar.

La sangre me salpicó el rostro, endureció mis extremidades. De la superficie de sus dedos abiertos,
salieron disparadas cinco delgados tentáculos negros que, conforme subían en el aire, se
engrosaban. Iban en dirección a lo más alto del techo, y solo cuando las seguí, estupefacta, y me
enfoqué en una forma animal arrastrándose en el techo, todo se perturbó más de lo que ya estaba.

Imposible.

No, no podía ser.

Clavé la mirada a las incubadoras, la ocho seguía ocupada, pero el resto de ellas estaban vacías…

Incluida la diez. El hambre de 09 Rojo

EL HAMBRE DE 09 ROJO

*.*.*

El shock era tanto que no supe en qué momento el número diez saltó por todo el techo y se
encaramó en un empujón hasta al suelo junto a las máquinas de alimento. Evadiendo al instante, el
furor de los tentáculos negros que golpearon contra el techo y se desparramaron a todos lados de
éste.

No eran tentáculos, pero era la única forma en la que podía explicar lo que estaba viendo.
Se me comprimió el estómago cuando vi la forma en que se sostuvo sobre sus canclillas, doblando
sus rodillas para estirar su cuello y observarnos. Pasó su mirada del Noveno a mí y volviendo a él.
Todo su cuerpo estaba bañado en escamas, ninguna se le había caído aun rebelando parte de su
piel humana… Retiré la última palabra de mis pensamientos instantáneamente en cuanto lo
encontré agrandando su boca, toda esa piel de su mejilla se estiró hasta romperse y dejar ver la
grandeza aterradora de todos esos colmillos mucho más largos que los del Noveno.

¿Tan siquiera era humano? No, definitivamente no lo era.

Mis huesos saltaron debajo de mi piel cuando gruñó, cuando sus esféricos ojos rojos que no
llevaban pupilas, se abrieron, clavándose solamente en una persona. En él.

Retrocedí con torpeza y casi terminé cayendo sobre una de las sillas en el suelo, odié que el
miserable ruido que emití atrajera su rostro con la misma velocidad en la que recordé que lo hizo
el noveno dentro de la incubadora.

— ¿Qué le pasó? — quise saber más asustada que sorprendida. La verdad era que nunca me
detuve a revisar la incubadora diez, pero se miraba exactamente igual a los cuerpos que estaba en
la 08 y 09. Me sostuve de lo que pude ya que mis rodillas no me respondían, y abrí mucho los ojos
para estar al tanto de cada amenazador movimiento.

Desde la espalda baja del Décimo, se alargaba hacía atrás una engrosada cola como la de las
lagartijas. Puse atención, hasta su forma de caminar y moverse podía confundirse con el de un
lagarto. Uno muy enorme. Me pregunté por qué había cambiado tanto su forma humana a la de
un reptil.

—Evolución—respondió sin más.

— ¡Eso te está pasando a ti también! — exclamé con una mirada desconfiada hacia el brazo del
que salieron todos esos tentáculos. Estaba adquiriendo un color negro y una largura anormal.

Los tentáculos, o fuera lo que fueran esas cosas, se despegaron del techo y se dejaron caer sobre el
cuerpo de la lagartija, la fuerza con la que los tentáculos se separaron del techo cuando el Décimo
intentó echarse a correr a uno de los extremos del laboratorio, terminaron envolviéndolo, o quise
pensar…
Cuando un leve gruñido a mi izquierda me hizo voltear.

Estaba ahí, sobre el escritorio de las 6 computadoras con botones de distinto color, sus manos
encima la pantalla del botón naranja y la del botón verde— una de ellas que comenzó a parpadear
a causa de lo mucho que el experimento se recargaba sobre ella—, su espalda encorvada y su
rostro… sus ojos entornados en mi dirección. Esas diabólicas esferas rojas que me reflejaban,
inyectaron vértigo. Era veloz, muy veloz, ni siquiera había visto que se movió. Mis manos se
aferraron a uno de los braseros de la silla y, aunque todo mi cuerpo amenazaba con quedarse
paralizado, al verlo alzarse de un salto hacía mí, mis brazos respondieron lo contrario.

El peso de la silla se cargó en mis músculos cuando me obligué a levantarla, apretando todos mis
dientes y encontrando fuerza de donde no creí tener. Y cuando al fin la tuve levantada, cada uno
de los movimientos que hicimos había tomado una velocidad mucha más lenta. Esa lentitud fue
suficiente para ver, tanto los tentáculos del Noveno estirarse hacía nosotros, como ver el rostro del
Décimo de tal forma que mi mente se lo dibujara.

Las escamas se hallaban pegadas a él como si fuera su única piel, marcaba incluso sus aterradoras
facciones del rostro que no tenían nada que ver con las del Noveno, sino con las de una calavera.
Abrió su boca que llegaba por encima de sus pómulos, y me mostró su larga lengua picuda y esos
colmillos de tiburón más separados que los del Noveno. Todo el calor de mi cuerpo se escapó y un
frio intenso tomó su lugar enseguida, era imposible que la silla llegara a golpearlo antes de que mi
cabeza se encontrara en el agujero de su garganta, siendo masticada por los colmillos.

Pero sucedió, aquellos tentáculos golpearon contra la silla que se estampó rotundamente rápido
con el torso del Décimo. Su boca ni siquiera tocó mi nariz, pero su aliento ya estaba clavado en mí.
La fuerza de los tentáculos rompió con el agarre que tenían mis manos sobre el brasero de la silla,
logrando que también todo mi cuerpo terminara cayendo. Y de la sorpresa, ni siquiera pude
detenerme con los brazos, cuando mi mentón ya había tocado el suelo y el golpe aturdido mis
sentidos.

Gemí por dolor.

El Décimo, que había salido disparado hacía la pared junto a la puerta del baño, hizo que ésta
vibrara y grietas empezaran a alargarse sobre la misma. El polvo se alzó rápidamente como el
humo y nubló toda esa área. Me paré sin reparar en mis dedos lastimados o mentón que
palmeaban con dolor. Vi al Noveno pasar junto a mí: una de sus manos rozó mis nudillos y el calor
que con anterioridad se escapó de mi cuerpo, volvió a mí. Él caminó en dirección a la pared que
tenía grietas del tamaño aproximado de un metro, quedando a tan solo unos pasos para atraer
todos esos tentáculos que rodeaban el cuerpo negro.

Todos mis músculos estaban endurecidos, pero eso no impidió que volviera a alejarme,
escondiéndome detrás de una de las incubadoras repleta de agua rojiza, aunque escondiéndome
no haría mucha diferencia y mucho menos correr, porque definitivamente no había a donde
echarme a correr. Observé, atenta y estremecida como en ese instante él alzaba el cuerpo
apretujado del Décimo — que parecía inconsciente— y, dejaba que sus tentáculos resbalaran por
todo su estómago hasta tomarlo de brazos y piernas.

Me pregunté qué era lo que haría, seguramente se aseguraría de que estuviera muerto, lo cual
parecía ya estar. La parte de su pecho se encontraba menos ancha de lo que recordaba, los huesos
de sus hombros y costillas estaban contraídos a su interior a causa de lo mucho que sus tentáculos
lo habían apretado, y una de sus costillas atravesaba la piel de su costado izquierdo. Era seguro que
estaba muerto, que sus pulmones habían sido atravesados también.

El silencio se apodero de todo el laboratorio, sobre todo de él que no inmutaba ni una palabra
mientras examinaba el cuerpo escamoso. Levantó su brazo, esa que aún tenía forma humana, y vi
como sus uñas se alargaban como la hoja de un cuchillo y le atravesaban una parte del pecho.

Respingué en mi lugar y retuve el aliento ruidosamente, él torció solo un poco su perfil de rostro
para verme por el rabillo. La sangré se derramaba por todo su brazo humano, y con cada uno de
los sonidos de sus huesos tronando a causa las garras, lo hizo estiras la única comisura que era
capaz de ver en su perfil. No supe si era una sonrisa o una mueca, pero ese acto logró que un sinfín
de escalofríos se deslizara por mi espinilla.

Solté un jadeo silencioso cuando arrancó algo de su interior, un órgano que sus garras rodeaban,
los rastros de piel que le fueron arrancados también del pecho del décimo por la fuerza, le
colgaban desde las puntas de sus garras apretadas. Fijé perturbada la mirada como pude, y
reconocí que ese era un corazón.

Le arrancó su corazón.

Finalmente, retiró los tentáculos dejando al resto de su cuerpo caer al suelo.


Inmediatamente noté como todos esos apéndices se reducían de tamaño y volvían a su brazo, al
interior de este. Tragué con fuerza desviando la mirada, con los latidos resonándome en los oídos.
Una vez pestañado hasta recuperar la claridad de mi vista, la devolví a él. Los tentáculos, todos,
habían desaparecido y sus dedos que en un principio explotaron delante de mis ojos, aparecieron
nuevamente tomando el corazón.

¿Por qué arrancar su corazón? Tal vez era para asegurarse que el Décimo muriera. Olfateó el
órgano, una acción y cercanía que no esperé jamás.

Y lo lamió.

Algo inexplicable picoteó todo mi cuerpo, y un miedo terrible me invadió, advirtiéndome, sacando
el impulso en mis piernas de salir del escondite en un solo empujón cando él abrió la boca y sus
colmillos se relucieron por encima del órgano.

—No—grité con el corazón en la boca: mi propia exclamación me tomó por sorpresa. Él apartó el
órgano y atrajo la mirada carmín en el ademan de mis brazos exaltados.

Él miró de nuevo el órgano desangrándose en sus manos, pareció consternarse cuando volvió a
olfatearlo, y lo soltó como si su acto mismo lo pasmará. Retrocedió cuantas veces pudo llevando su
mano al estómago, con la mirada en el cuerpo sin vida. Y sin más me devolvió la mirada con un
indescriptible gesto en el que sus cejas se mantenían hundidas pero sus ojos, esa temible mirada,
llena de imponencia.

—Creo que tengo hambre— dijo, con un cierto recelo en su voz. Tragué en seco y me dejé ver de
nuevo el órgano que había rodado hasta la pierna del décimo. Un segundo me costó procesarlo.

Así que hambre… ¿y se comería el corazón para saciarse? Aunque lo había entendido desde el
momento en que lo vi abriendo la boca, pero su claridad me dejó mucho peor que antes, porque
con el solo hecho de estar a punto de consumirlo hacía un revoltijo en mis pensamientos.

Rápidamente, intercepté su caminar y tan solo supe a dónde se dirigía, mis rodillas se
estremecieron. Busqué las tijeras, se habían resbalado de mis bolsillos cuando me caí, y corrí a
recogerlas, siendo lo único con lo que podía defenderme.
Retrocedí de inmediato.

— ¡Para! —exclamé, enseñando con advertencia, las tijeras en mis manos. Al fin tuve sus ojos
fuera de mí, solo para revisar el objeto filoso. Dos pasos después, él quedo del otro lado de las 21
computadoras.

—No quiero lastimarte.

—Entonces no te acerques a mí—advertí.

—Pero eso es lo que quiero.

—No lo hagas y solo responde—terminé con una orden. Y no, no me sentía segura sabiendo que
las tijeras no le harían nada—. ¿Qué tipo de experimento eres?

—Soy yo…—se señaló, vi la forma tan intrigante en que sus cejas pobladas se hundían—. Soy Rojo
09—respondió. — Eso no me responde nada—apunté, mirándolo con severidad, aunque, mi
interior era un desastre teniendo su mirada reparando mi rostro—, ¿por qué los crearon?

—Tampoco lo entiendo—negó, moviendo un poco su cabeza a los lados—. Pero no se crea nada
sin un propósito.

No le creí.

— Entonces…—hice una pausa, elevando más las tijeras cuando él se llevó las manos a la capa de
escapas que cubrían la corona de su cabeza hasta la parte del cuello de atrás. Se arrancó toda esa
área de escamas, dejándome boquiabierta. Mechones humedecidos de cabello en un color
castaño oscuro resbalaron por toda su frente, rozando sus labios y quijada, sombreando su
endemoniada mirada. El resto de mechones se alargaban a los extremos de su rostro y por detrás
de su cabeza, llegando un poco por debajo de sus hombros.

Tenía cabello, este tipo tenía cabello.


Lanzó al suelo la capa de escamas que se mantenían firmemente con la misma forma, y se examinó
un gran mechón, acariciándolo con sus dedos.

— ¿Y c-có-cómo supiste que el 10 evolucionó?, ¿por qué evolucionó? —continué con mis
preguntas, enderezando mi postura, esa que por el instante había flaqueado cuando su aspecto
tan humano me golpeó los nervios. Alzó únicamente la mirada sin dejar de acariciar su mechón, y
la depositó en alguna parte de mi rostro.

—La evolución es como la maduración, y es algo natural en nosotros. Esas personas dijeron eso—
mencionó. Su respuesta me puso a pensar, hizo que más cuestiones se me acumularan. Movió sus
piernas, rodeando los escritorios que por segundos habían cubierto la desnudes desde su vientre
hasta los pies. Una rápida mirada me dejé dar a su cabello antes de repetidas veces pestañar y
carraspear.

— ¿Evolucionarían cómo el número 10? ¿El monstruo de la puerta 13, evolucionó? ¿Antes era una
persona?

Agachó la cabeza, viendo… viendo su entrepierna.

—Si yo supiera—alargó las palabras, ladeando el rostro y subiendo sus ojos por todo su estomagó
hasta el pecho—, lo diría, pero creo que no lo sé. Si fuera la misma evolución o maduración sería
igual a Rojo 10 y no a Negro 05, somos todos… creo que diferentes.

Me dejé caer la mirada, era tanta mi confusión que necesitaba un momento para ordenar mis
pensamientos. Repetí sus palabras mentalmente, pero nada de esto tenía… ¿por qué
evolucionarían cuerpos humanos para deformarlos a este nivel?

—No soy una amenaza para ti—insistió.

—No lo sabes —contradije, aunque sí ya quisiera matarme, desde cuando que lo haría, aun así, lo
prefería lejos—. Yo solo quiero salir de aquí, con vida… ¿Sabes cómo salir?

Sus orbes carmín pararon en mis pies y fueron subiendo de tal forma por cada milímetro de mí
cuerpo que me sentí inmediatamente vulnerable y con la piel erizada.
—La única salida es abriendo las puertas—repuso, sus ojos se detuvieron en mi pecho y, luego,
volvió a ver el suyo, esta vez, reconocí su gesto, era de intriga. Presentí que antes no se había
tomado el tiempo de ver su cuerpo y que seguramente a eso se debía su inquietante curiosidad de
contemplarnos, ¿sabría lo que es un hombre y una mujer?

Sacudí la cabeza, estaba divagando en tonterías.

— ¿Sabes abrirlas? —solté con gran rapidez que me pregunté si realmente me había entendido—.
¿Sabes cómo abrir esas puertas?

—No, temo que solo pude saber cómo salir del incubado.

— ¿Cómo lo supiste entonces? —Lo miré con sospecha, sentía que no estaba siendo sincero, que
estaba mintiéndome, que algo ocultaba.

—Esas personas hablaban de la máquina, incluso nos sacaron unas veces para inyectarnos algo, lo
memoricé todo—contestó. Vi una de sus manos acercarse al escritorio junto a él, pero no lo tocó
—. Memoricé sus palabras y movimientos. Sé también de los experimentos humanos, porque
hablaron de nosotros.

Experimento, esa palabra contrajo mi mirada por detrás de mi hombro.

Me fui moviendo lentamente terminando del otro lado de las incubadoras no porque tuviera
miedo—cosa que si tenía—, sino porque quería cerciorarme de que el numero 8 estuviera en aún.
Y sí, lo estaba. Seguía en la misma posición, sentada sobre su trasera contra el cristal, abrazándose
a sus rodillas y ocultando su cabeza. Examiné su cuerpo, las escamas habían dejado toda su pierna
derecha y gran parte de sus dos pies desnudos en una piel morena clara.

¿Ella sería igual a Rojo 09? ¿Era peligrosa?

Una, tan inesperada, caricia por debajo de mi mentón me heló la sangre, por instinto mi mano
apartó esos desconocidos dedos y mi rostro se giró. Eché un brinco del susto y un chillido apenas
audible escapó de mis labios cuando lo encontré justo frente a mí, a centímetros de tocarme con
su mano alzada y estirada. Retrocedí o eso intenté cuando sus dedos rodearon mi brazo y en un
leve jalón me atrajo a él. El musculo de mi brazo sintió ese escalofrió por el contacto cuando sus
dedos resbalaron hasta mis nudillos. Mi corazón se aceleró, turbio, aterrado de ver por segunda
vez, en esa corta distancia, sus escalofriantes ojos en los que me reflejaba. Era como ver oscuridad
y sangre, una oscuridad muy peligrosa, únicamente eso. No más. Reaccioné cuando, por segunda
vez quiso tomarme del mentón, terminé empujándolo y levantando las tijeras hasta dejarlas a
pulgadas de su garganta.

Su mirada se sombreó repentinamente cuando alzó su mentón. Serio y peligroso tal como sus
orbes carmín, por ese instante sentí que estaba tentándome con hacerlo, con herirlo.

—No soy una amenaza para ti— repitió, en un tono serio. Sus dedos dejaron mis nudillos, el frio
volvió a invadir mi piel de inexplicable forma. Se miró sus dedos, vi hacia esa dirección y encontré
que sus yemas estaban manchadas de sangre—. Estas sangrando.

¿Sangrando? Me pasea apresuradamente el torso por mi mentón y ardió con el simple acto. Miré
la sangre en mi mano, recordado la caída que tuve, después de todo había sido un golpe que no
pude detener. Tragué el miedo y volví a respirar, retrocediendo dos pasos y apartando las tijeras.

— ¿Ella es igual a ustedes? —cambié el tema, mirando a la octava incubadora. Él no se volvió a


acercar a mí, permaneció en esa corta distancia dirigiendo una mirada a la incubadora 8.

Asintió.

— ¿Peligrosa?

Asintió otra vez, y tras su movimiento, ella elevó la cabeza, fue así como otro trozo de piel se dejó
ver en la parte de su frente y mejilla.

Analicé sus palabras y la postura del experimento femenino. Aunque se miraba tan aterrada, tan
confundida, ¿era posible que lo fuera? ¿Se transformaría en algo parecido al 05 o 10? De solo
pensarlo, mis músculos se sacudieron debajo de mi piel.
El hombro del noveno rozó con el mío cuando me pasó de lado, me volteé sobre mis talones para
seguirle con la mirada, iba en dirección a esa máquina con la que detuve sus muertes.

—Todos los somos, rojo 08 también intentará matarte si sale.

— ¿Y tú?

Mucho miedo se añadió a mi cuerpo cuando él abrió sus labios carnosos para responder:

—No, nunca lo haría.

Lo miré fijamente, ¿cuál era la diferencia de matarme y no matarme? ¿Por qué él no iba a
matarme? Quería saber, pero a la vez, no sabía si preguntar, no sabía si quería saber la respuesta,
tenía miedo.

Observó la palanca que, no tardó en tomar y bajar con una fuerza que terminó partiéndola por la
mitad. Abrí los ojos en grandes cuando nuevamente el sonido de un abanico detuvo mi
respiración, y no quise voltear, pero lo hice cuando escuché esos ahogados gritos femeninos.

Solté un entrecortado jadeo.

La sangre empezó a salpicar el cristal, sus manos, esas que estaban cubiertas de escamas, se
aferraban a los lados de la incubadora. Estuve segura de ver como sus dedos se alargaban
tomando casi la forma de los tentáculos que salieron del brazo de Rojo 09. Tenía el rostro
entornado en dirección al abanico. Las aspas estaban triturándola, jalando su cuerpo cada vez más
haciéndole menos poder detenerse, el dolor se emitía con sus infernales gritos hasta ser quejidos
agonizantes, en segundos ella había dejado de luchar, dejándose resbalar. Y cuando solo vi su
cabeza, retiré la mirada, apretando los puños.

Solté una fuerte exhalación en cuanto el sonido del abanico dejó de fluir. Seguía perturbada, no
por toda la sangre sino porque hasta él sabía cómo matarlos y lo hizo sin siquiera pestañar, incluso
con el décimo.
—Intentaría escapar como Rojo 10.

Estaba de acuerdo con su punto, pero ahora menos me sentía a salvo.

Un quejido ronco me sacó de mis pensamientos. Solo ver la forma en que se tocaba la cabeza,
cabizbaja y con un brazo sosteniendo su peso en una parte de la máquina, me hizo saber que otra
vez se pondría mal.

Se tambaleó, y quiso regresar a apoyarse en la máquina para no caer pero terminó de rodillas, sus
músculos temblaban y respiraba exaltado. Dudé en acercarme, esta vez más que otras veces, pero
mis piernas se movieron involuntariamente después de un tiempo en que los quejidos no pararon.
Esos movimientos me desconcertaron como si mi propio cuerpo fuera manejado por otra cosa.

Aunque pensar eso era una tontería.

No pude detenerme sino hasta que estuve junto a su cuerpo para arrodillarme y llevar mi mano a
su frente, él tomó mi muñeca, pero no me detuvo o no me alejó.

— ¿Por qué te está dando tanta fiebre? — musité confundida. Él soltó el dióxido
entrecortadamente, cerrando sus parpados—. Recárgate de espaldas.

Con ambas manos en el suelo, él se fue volteando hasta que su espalda finalmente se recargo en
una parte de la máquina, estiró su cabeza hasta que esta también se poyó en ella, y suspiró con
cansancio. Además de su frente, parte de su pecho también estaba sudando. Miré hacia un área
específica de las computadoras y me levanté, recogí los trozos de tela humedecidos que
anteriormente utilicé para bajar su fiebre, y volví a mojarlos. Tomé, también, la bata para cubrir su
cuerpo, esta vez, segura de que le pediría que no se la quitara. Al volver con él, su endemoniada
mirada se abrió y me observó en cada movimiento, desde cómo le puse el pañuelo en la frente y
mojé su cuello y pies con el otro trozo de tela, hasta como le cubrí los hombros y la parte baja de
sus caderas con la bata blanca.

—Déjatela—pedí. Nuestras miradas se conectaron, se toparon en el momento en que seguí


mojando un poco más sus mejillas y sentí de nuevo ese temor estremeciendo mis huesos. Era
inevitable, y claro que tenía objeto para temerle así, pero también, estaba esa extraña sensación
enigmática que me obligaba a quedarme hundida en sus orbes y permanecer así, imposible de
ignorar.
Me obligué a romper la conexión, llenando mis pulmones de oxígeno y siguiendo con lo que pausé.
Estaba a punto de colocar los pañuelos sobre sus pies cuando, de improvisto soy atraída por una
mano apresando mi nuca.

Sentí un desgarrador grito explorando mis entrañas y destrozando mis rincones más nerviosos
cuando su lengua se estiró sobre la piel de mi mentón y lamió la herida, manchándose con mi
sangre. Sus ojos estaban viéndome, con un brillo satisfactorio y lleno de malicia.

Gemí y temblequeé.

Lo empujé y me dejé caer sobre mi trasero para retroceder y luego levantarme de golpe con una
mano en mi mentón. En shock. La sensación de su extremidad colonizando ese trozo de piel
seguía ahí, firmemente aterrorizante.

Solo de ver como parecía degustar mi propia sangre en su boca, me hizo apartarme más.

— Es que quieres comerme, ¿y por eso no me matas? —Tirite a causa de mis propias palabras
secas y bajas. Sus ojos volvieron a alzarse, su brillo desapareció esta vez intercambiándose por un
oscurecimiento más inquietante.

—Hice lo que tú has hecho por mí—aseveró, antes de agregar con el mismo tono de voz: —,
curarme.

Pestañeé consternada y sobé esa parte en la que me había lastimado con la caída, el dolor no se
producía, ni siquiera sentía la herida. Seguí tocando, incrédula, paleando una y otra vez hasta que
estuve segura de que sí, la herida ya no estaba ahí. Le miré con asombro.

— ¿Con tu saliva? —Mi voz salió con sorpresa.

—Con mi sangre—aclaró—. Mordí mi lengua para depositar mi sangre en tu piel. Las células de mi
cuerpo regeneran toda herida.
—Entonces tu sistema inmunológico debe ser más fuerte, ¿no? Si es así no debería darte fiebre.

—No entiendo porque me pongo débil—negó, bajando el rostro y viendo mis pies—, debe ser por
el hambre.

Rápidamente, en mi mente se vislumbraron las máquinas de alimento, aunque era todo comida
chatarra, al menos detenía el hambre.

—Te traeré algo—avisé, apartándome del lugar y saliendo del área de las computadoras. Le eche
una mirada al cuerpo del décimo y a ese órgano que estaba a punto de ser penetrado pro los
colmillos del noveno. Me costaba mucho creer que estaba a punto de morderlo todo por el
hambre.

Me pregunté qué era lo que realmente comería algo como él, o sí lo habían estado alimentando
dentro de la incubadora. ¿A caso los alimentaban con carne licuada? Pensar en eso me dio
escalofríos. Era… asqueroso.

Saqué de la máquina de bebida una gaseosa, si él llevaba mucho tiempo sin comer significaba que
la fiebre y el bajón de energía se trataba de una hipoglucemia, y solo con carbohidratos, lo
reanimaría. Cuando llegué a las máquinas de comida, tomé lo primero que alcanzaron mis manos,
uno para él, otro para mí.

En cuanto regresé, pasando por esa entrada al interior de las computadoras. Un interminable
tintineo me hizo curiosear. Junto a la pantalla naranja, la computadora del botón verde no paraba
de parpadear, de ahí, de algún lado de esa pantalla provenía el pitido. Así que me acerqué
mirando de reojo los mensajes del botón naranja.

Nada había cambiado.

Analicé los parpadeos constantes de la pantalla con el botón verde, alcanzando a ver que varias
palabras se transcribían, unas debajo de otras, como si fuera otra clase de mensaje. ¿Sería posible?
Coloqué los alimentos en el escritorio y moví la computadora creyendo que así dejaría de
parpadear, pero no lo hizo.
Moví sus cables por detrás y al ver que no había funcionado nada, la golpeé de un costado. La
computadora pareció aclararse, detenerse un segundo, pero luego siguió como antes. Golpeé un
par de veces más, el parpadeo se detuvo, la pantalla se iluminó un poco más y todos esos
mensajes se alargaron como una lista de mandados por hacer.

Solo que en realidad no eran una lista.

Eran mensajes. Tomé el mouse y subí hasta la primera conversación que llevaba una fecha en que
se emitió dejaba de cada palabra, pero sin fecha. Leí la conversación, intrigada por las palabras:

-. Soy R, Estoy dentro del verde, identifícate. -. Soy D, estoy en el área roja, iniciaré con el protocolo
ahora que no hay nadie.

-. D, asegúrate que no estén contaminados antes de liberar la sustancia.

No hubo una respuesta al último mensaje, pero, lo que más me confundió fueron los siguientes
que llevaban tres horas de diferencia.

-. D, si estás aún ahí responde.

-. D, maldita sea algo salió muy mal…

-. La Recibí un mensaje de los demás, la sustancia deformó a los blancos también. Los blancos
estaban más lejos del área por donde se inyectó la plaga, y aun así alcanzaron a contaminarse.
Estoy seguro que los verdes y rojos también lo están.

-. Si soltaste la sustancia, no liberes a los enfermeros rojos. Los enfermeros rojos serán mucho más
peligrosos, así que no los sueltes. No los despiertes.

-. Si uno de ellos se despierta y se suelta, será demasiado tarde para ti. ¡Así que sal de ahí ya!

-. Filtra el tiempo de muerte a los rojos y sal de ahí ahora mismo D.


-. Por favor responde.

-. No los despiertes y sal de ahí ahora mismo.

-. Por favor, regresa sana y salva.

— ¿Rojos? —tartajeé, viendo de reojo al noveno descansando contra la máquina de botones.


Contaminado

CONTAMINADO

*.*.*

Pude descifrar el gesto que hacía mientras masticaba la galleta. No solo parecía ser su primera vez
probando las galletas choco chips, sino que no le gustaban. Tragó forzado, produciendo un sonido
pesado en su garganta y arrugando un poco su nariz respingona. Tomó la gaseosa de mi mano,
rozando sus dedos con los míos, y bebió de ella. Pero el líquido tan solo tocó el interior de su boca
y terminó escupiéndolo todo, manchado parte de su bata.

Sus ojos inspeccionaron la bebida con disgusto y un poco de curiosidad. Esta era otra parte de él
que me dejó desconcertada, era como si esa presencia peligrosa que llevaba, hubiese
desaparecido instantáneamente, y mientras no me mirara con esos ojos, seguiría ausente.

Era débil, pero también era fuerte... muy fuerte.

—Te traeré agua—mencioné, apartándome para levantarme. Volví a las bebidas, esta vez tratando
de alcanzar desde el agujero en la parte trasera de la máquina, agua potable. Y mientras sacaba
diferentes tipos de bebidas, no dejaba de pensar en los mensajes del computador con el botón
verde.

Tenía lógica, su sangre regeneraba los tejidos después de todo. Sí él era alguna clase de
experimento enfermero que sanaba con una gota de su sangre— lo cual me resultaba de alguna
extraña forma, asombroso—, entonces, ¿qué eran los demás experimentos del área negra,
amarilla, naranja, blanca y verde? ¿Serian alguna clase de enfermeros también o tenían sus
deferencias? ¿Por qué hacer experimentos enfermeros? Entendí que había más experimentos en
alguna parte de este lugar, mutados seguramente, como mencionó ese tal R en los mensajes. Y sí
era así, y fuera lo que fuera que hayan soltado en las incubadoras los infectó, eso explicaba el
cuerpo del experimento 05 y el Décimo, además, el brazo del Noveno.

Y que todos ellos eran peligrosos.

Sobre todo, los rojos. ¿Sobre todo Rojo 09? Al fin saqué una botella de agua, me levanté del suelo
y encaminé a la máquina de botones donde estaba él. Le di rápidamente una mirada a la
incubadora 10, cuyo techo metálico tenía un agujero en el centro, lo suficientemente grande como
para que una persona pasara por él. Así era como el Décimo había escapado. Escarbó, penetro el
metal. Algo que me costaba creer. Sus garras debieron de ser más filosas que una hoja del hacha
más peligrosa.

Me senté a varios centímetros apartada del Noveno y le ofrecí el agua una vez quitado el tapón.
Cuando él dio una mirada a la botella, noté como arqueaba una ceja mientras la tomaba,
cubriendo mis dedos con los suyos. Tan solo sentí su calor, me escapé enseguida de su toque,
sintiendo ese pasmo entenebrecido escurrirse en mis huesos.

—No tiene sabor, así que creo que te no disgustara—comenté. Él acercó la botella y tomó del
agujero, cerrando los ojos. Así, viéndolo de esa forma, parecía un hombre normal, una persona
como yo. Me pregunté qué tipo de plaga habían soltado en las incubadoras, y sí eso llegaría a
mutarlo a él.

De hecho, esa mutación ya había sucedido con su brazo del que habían salido los tentáculos, pero
al final sus dedos volvieron a regenerarse y todos esos tentáculos desaparecieron. Pero… ¿qué
sucedería si no solo era su brazo el que terminaba deformándose? ¿Y si después era todo su
cuerpo? Si mutaba como lo hizo el Décimo y el Negro 05, entonces intentaría lastimarme.

Estaba deseando que los del área blanca llegaran mucho antes de que eso sucediera.

Dejé de pensar en ello, concentrándome en él. No hizo ni un gesto cuando tragó el líquido, pero,
me sorprendió ver que de solo dos tragos se terminara la botella. Se limpió los labios y dejó
recargar su cabeza en el respaldo de la máquina para exhalar entrecortadamente.
— ¿Te sientes mejor? — pregunté. Di por sentado que así era ya que había dejado de sudar. Me
estiré cando no respondió, y dejé que mi dorso tocara parte de su frente una vez quitado el
pañuelo mojado. Ya no tenía tanta fiebre, y solo habían pasado minutos desde que se puso mal, se
estaba recuperando rápidamente, ¿la fiebre sería la causa de la plaga que soltaron? —. Descansa
un rato.

Giró su rostro con esa misma velocidad que me perturbaba, entornándolo sobre mí con sus
parpados cerrados. Me aparté un poco más, él me siguió en cada pequeño movimiento que hice
para levantarme cuando sus dedos rodeando mi muñeca otra vez, me detuvo. No me jaló, sin
embargo, pero se aferró a mí.

—Quédate.

— ¿Cómo puedes verme sin abrir los ojos? —pregunté, tratando de no aterrarme, tratando de
lentamente, deshacerme de su agarre sin forzar. Regresé al suelo, acomodando mi cuerpo sobre
mis rodillas.

—Puedo ver tu temperatura corporal, así como sentirla también—respondió, dejado que su pulgar
resbalara por la piel de mi mano. Cada toque enviaba una descarga eléctrica a mi cuerpo, llegando
a un punto en que sus dedos juguetearon con cada uno de los míos que estaban endurecidos y
temblorosos. No sabía cómo apartar mi mano, quería hacerlo, pero temía que provocara algo malo
en él.

— ¿Co-con los ojos abiertos o cerrados? —mi voz tartamudeó. Miré la forma en que separó sus
labios carnosos, y luego, miré como sus dedos obligaban a los míos a estirarse hasta tener la palma
abierta y que, la suya, se pegara a la mía.

Por todos los cielos, rogué porque él dejara mi mano en paz.

—Con los ojos cerrados—aclaró mi duda, también, dejó que sus parpados se levantaran para
tenerme cautiva por sus orbes rojos, esa mirada a la que nunca me acostumbraría. Reparó
nuevamente en mi rostro—. Con los ojos abiertos, puedo verte con más claridad—Quedé tiesa
cuando paso su mirada por una parte específica de mi cuerpo—. Tu físico se ve diferente al mío sin
una ba…
—Porque soy mujer y tu un hombre—interrumpí. Esta vez, cuando sentí sus dedos volviendo al
jugueteo, aparté mi mano acercándola a mi estómago. Eso hizo que su mirada bajara hasta ella—.
Voy a revisar los pasillos— dije, rápidamente cortando la conversación, dejando que toda esa
tención se acumulara en mis músculos—. Descansa— agregué. Me puse en pie, apartándome de
las incubadoras.

Fui a la primera puerta cerca de la puerta número 13 que aún permanecía oculta detrás de un
pedazo de metal. Me pregunte si el experimento deforme todavía estaba del otro lado de la puerta
ya que se abriría en menos de 20 horas. Si se abría y no estaba él, significaba que saldríamos de
aquí, a salvos, pero, si no era así... ¿Rojo 009 lo mataría? ¿Podría hacerlo con él como lo hizo con el
Décimo?

Seguramente, ni siquiera tardó en matar al Décimos. Lo hizo tan rápido y sutil, como si hubiese
calculado sus movimientos mucho antes.

De cualquier forma, esperaba que no estuviera del otro lado, aguardando. Y si así era, que los del
área naranja llegaran por nosotros mucho antes de que la puerta se abriera.

Mientras me acercaba a la primera puerta, no dude revisar que mis dedos estuvieran en perfectas
condiciones, y lo estaban, pero su tacto seguía palmeando mi piel, no me gustaba como se sentía,
su calor era escandaloso, penetrante.

La forma en que jugaba con mis dedos, el cómo tomaba uno entre los suyos y lo examinaba con
sus yemas, era como si fuera la primera vez que tocaba una mano. Posiblemente solo los sacaron
una vez y desde entonces nunca más los sacaron de las incubadoras, era posible que ni siquiera
conociera su sexo. O quizás solo conocía su sexo y nada más.

Traté de apartar mis pensamientos de él y enfocarme en cada pasillo de las puertas, aun no se
podía ver nada con claridad y eso solo me inquietaba más. ¿Y si había un monstruo del otro lado
de la neblina? No, ahora comprendía que no era neblina, sino humo.

— ¿Por cuál puerta llegaran ellos? —susurré—. ¿Se tardarán mucho?

— ¿Cuál es la gran diferencia entre uno y el otro?


Mis manos pararon a centímetros de tocar la puerta, sintiendo la rigidez pasarme como gusano
por todos mis músculos. Nunca me di cuenta que me había estado siguiendo, y sin la bata puesta:
eso lo supe cuando le di una mirada de rabillo a su abdomen.

—No muchas— respondí, mi voz sonó un poco sorprendida. Me puse en puntitas, aunque no había
necesidad porque era alta y la ventana me dejaba ver una buena vista del corredizo repleto de
neblina.

—Puedo saber en qué partes, he visto muy pocas, pero no sé sus nombres.

Y me puse pensar. Era posible que él pudiera romper la puerta con sus tentáculos tal como estuvo
a punto de hacerlo con la pared. Sus tentáculos eran fuertes, seguramente podía agujerearla, pero
no le pregunte, y no se lo pediría. Sería una muy mala idea sabiendo que esa persona me pidió que
nos quedáramos dentro, que era más seguro aquí que a fuera.

Esperar y esperar, eso era todo lo que nos quedaba. Por otro lado, ¿qué le sucedería a Rojo 09
cuando ellos llegaran y lo vieran... cuando vieran sus ojos y supieran que es otro experimento
contaminado?

— ¿Conoces los nombres de tus extremidades? — curioseé, sin dejar de preguntarme


mentalmente lo que le sucedería cuando vinieran por nosotros.

—Brazos—Giré para ver como extendía un poco las nombradas extremidades y, moviendo una de
ellas, hizo que sus dedos tocaran sus labios—. Boca, pecho… Tu pecho es más grande que el mío
ahora que puedo verlo con más claridad.

La boca y el pecho definitivamente no eran una extremidad.

—Piernas— Palmeé cada lado de sus muslos sin tocar de más. Él pestañeó por primera vez—.
Compuestas por muslo, rodilla, pantorrilla pies y dedos del pie.

Mientras hablaba, señalaba las partes de mi pierna. No lo haría con la suya, él estaba desnudo.
Sería muy incómodo. De hecho, era demasiado incomodo hablar con él teniéndolo así.
—Primero vamos a vestirte— solté. Decidí volver al área de computadoras. Tomar la bata que él
había dejado caer a metros de la máquina y estirársela—. Póntela. Sus manos la tomaron del
cuello, sus ojos la escanearon sin curiosidad, y cuando revisó las mangas largas, no tardó nada en
empezar a deslizar sus brazos por cada una de ellas hasta acomodarlas sobre sus hombros, sin
siquiera abotonarla. Y al ver que él observaba con extrañes los botones sin saber que más hacer,
fue cuando me acerqué para ayudarlo.

¿Qué tanto sabía y desconocía? Sabía hablar, caminar, esa era una cosa que no se aprendía
fácilmente sobre todo sabiendo que pasaste años en una incubadora. ¿Eso quería decir que si los
sacaban más de una vez de las incubadoras? Abroché botón por botón hasta la parte baja de sus
muslos. Sentí por un instante que vestía una muñeca de porcelana, era una extraña sensación
familiar.

—No está mal estar desnudo, pero, es mejor ocultar gran parte de tu piel de otras personas—
comenté—. Así, será mucho más sencillo no sentir incomodidad. Es lo más apropiado.

Apostaba a que ni siquiera sabía lo que significaba la palabra incomodidad, apropiado o lo que era
el espacio personal.

Ese último ni se lo imaginaba.

—Nunca he usado algo con bolitas—comentó, mirando los botones a lo largo de la bata.

— ¿Alguna vez te sacaron de la incubadora? —cuestioné, sus orbes carmín enigmáticos y


escalofriantes por lo negro de sus escleróticas, echaron una mirada a las incubadoras.

—Cincuenta y siete veces— El número me tomó por sorpresa—. Y me enviaban a una sala para
dormir y aprender.

— ¿Aprender qué?

—Hablar, caminar, leer, agudizar nuestros sentidos, curar heridas entre otras cosas— respondió
terminando en un tono dudoso, como si quisiera añadir algo más. Pero no lo hizo, se quedó
callado, observando en silencio el suelo.
— ¿Qué hay en esa sala? —La verdad, tenía mucha curiosidad, sentía impaciencia por saber más
de este laboratorio.

—Hay cuartos y más como yo ocupándolos—aclaró—. Ese salón es diferente a ésta área— explicó,
dando un paso a mí.

Hubo algo que no entendí.

—Si has ido a esa sala, tuviste que haber cruzado alguna puerta, ¿no?

—No, en realidad no crucé ninguna— pareció confundido consigo mismo. No más confundido de
lo que yo me encontré con esa respuesta—. Cuando me sacaban de mi incubadora, me
transportan a una extraña sin cristales, y cuando la abrían ya me encontraba en esa sala—aclaró,
hundiendo su entrecejo. Asentí en silencio, viendo de reojo su incubadora, comprendiendo que el
lugar tenía una clase de seguridad para evitar que los experimentos escaparan—. ¿Vas a
enseñarme esta vez?

Alcé la mirada y un pequeño escalofrío sacudió todos mis huesos: desde el más grande hasta el
más pequeño de ellos. Sus ojos fijos sobre los míos, adquirieron un color más penetrante, más
perturbador.

— ¿El qué?

Sus cejas se hundieron con misterio, dejó que sus orbes pasaran por mi cuerpo, de arriba abajo,
solo para dar otro paso y romper un poco más nuestra distancia. No me moví, sin embargo, pero
no me gustaba que se acercara tanto.

—Las diferencias entre tu cuerpo y el mío —insistió.

Evalúe sus palabras. Si así lo decía, entones había muchas diferencias entre nosotros, empezando
por sus colmillos, terminando por su sangre sanadora, eso sin mencionar otras cosas masculinas.
— ¿Tienes mucha curiosidad?

—No puedo dejar de verte y notar las muchas diferencias— insistió, cuando habló mis ojos
contemplaron lo que pudieron esos colmillos que resaltaban del otro lado de sus labios—. Nuestra
sangre es diferente, y la fuerza también. Pero tú tienes curvas y tu pecho…

Respiré hondo y tragué con fuerza ese nudo de nervios.

—El pecho— empecé llevando mi mano por encima de mi pecho que era más voluminoso que el
suyo, que era plano—. Se desarrolla solamente en la mujer. A los hombres les sale más vello que a
nosotras, sobre todo en el área del rostro y pecho— dije y apunté a su cuerpo—. Los hombres
tienen testículos entre las piernas, nosotras no. Nosotras desarrollamos más curvas en el cuerpo
que ustedes, o una voz más aguda que la suya. Fin.

Me aparté rápidamente de él. Me daba igual si había entendido o no, pero no volvería a explicarle
nada de cuerpos humanos y sus similitudes entre un sexo y otro. Revisé el resto de los pasillos, no
encontré nada desafortunadamente. Por lo tanto, fui en una nueva dirección: las computadoras.
Sobre todo, en dirección a la computadora de la puerta número 13 en la que señalaba que la
puerta se abriría en 16 horas.

Lancé un largo suspiró y me aproximé a la pantalla del botón naranja donde arrastré una silla y
tomé asiento para escribir un mensaje:

-. ¿Aún están ahí?

-. ¿Hay alguien? -. Seguimos aquí, a salvo...

-. Por favor, vengan por nosotros.

En los primeros minutos no tuve respuesta, comenzaba a pensar que algo les había ocurrido, o tal
vez todos habían salido del área para venir por nosotros. ¿Cuántos de esos experimentos deformes
estaban sueltos a fuera?
Dios. Mi cabeza empezó a dar vueltas, tal vez era de lo mucho que me había estado estresando con
todo esto del área y experimentos monstruosos.

Cansada de ver el computador y esperar algo más de él, recosté mi cabeza sobre el escritorio,
estaba segura de que no me movería hasta que la pantalla tuviera otro mensaje. Cualquier tipo de
mensaje.

Cerré mis ojos por un necesitado acto y suspiré. No supe en qué momento me dejé desvanecer en
el sueño.

(...)

Un constante pitido que pronto empecé a escuchar con mucha más claridad, me hizo abrir los ojos.
Al principio no creí lo primero que vi, así que tallé mis ojos y extendí mis parpados. Pero tan solo lo
hice y mis ojos aclararon el panorama a una distancia muy corta de mí, todo mi cuerpo se congelo.

Dos orbes carmín profundos y espeluznantes, a centímetros de mí, estaban mirándome tan
fijamente que ni siquiera pude respirar. Ni siquiera pude moverme. El Noveno mantenía su cabeza
recostada sobre el escritorio, a centímetros de que su frente tocara la mía y a pulgadas de que su
nariz se acariciara a la mía.

Un jadeo, nada silencioso, escapó de mis labios cuando fue su dedo cálido el que acarició mi labio
inferior un par de veces, y lo estiró hacía abajo para observar mis dientes, o lo que se pudiera ver
de ellos.

—Quiero verlas— escuchar su voz tan cerca de mí y que su aliento humedeciera mi rostro, me
estremeció.

Mi cuerpo reaccionó y me aparté del escritorio más rápido que una mosca escapando de su
muerte: el matamoscas. Lo mire, aún perturbada y con la respiración acelerada, preguntándome
por cuánto tiempo había estado contemplándome de esa forma tan…

Solo pensarlo, era más escalofriante.


Él también se apartó del escritorio, incorporando toda su ancha figura debajo de esa tela blanca
que solo cubría hasta la mitad de sus muslos marcados.

— ¿Ver qué? — Traté de normalizar mi respiración, elevando mucho el rostro para poder ver su
endemoniada mirada carmesí.

—Las diferencias— dijo sin siquiera trabarse—. Ya vi lo mío, y lo tuyo, pero ahora quiero ver más
de tu cuerpo debajo de tu ro...

—Wou, no—lo paré alzando las manos y al mismo tiempo levantándome de la silla—. No, no, no,
no. Eso no va a suceder.

— ¿Por qué? — Fue la primera vez que vi su desconcierto y estiré una mueca. No sabía cómo
explicarle, pero definitivamente estaba mal, estaba loco. ¡Claro que no lo haría! Estábamos
atrapadas, ¿qué traía él en la cabeza?

Iba a responder claramente cuando me perturbo algo...

Su mirada se oscureció más de lo inusual, haciéndome pestañear de sorpresa a causa de su


inesperada imagen, pasando de ser alguien curioso a ser peligroso. Sus facciones se tensaron, y en
un instante, ya había torcido la cabeza sobre su hombro.

—Alguien se acerca.

Sus palabras me sorprendieron y no dude en ver la misma dirección que él. Comenzó a caminar, a
acercarse a una de las principales puertas, decidí seguirle por detrás con la respiración pesada.

No sabía si sentirme sorprendida o preocupada. Sorprendida porque quizás eran los sobrevivientes
del área naranja, asustada porque quizás no.

— ¿Q-quién o qué se acerca? — pregunté, temerosa por la forma en que miraba una de esas
puertas.
Su silenció dejó en suspenso todo. Llegó a la séptima puerta, sus ojos revisando a través del humo,
con un fruncir de su mirada sospechosa. Lancé la mirada, los segundos pasaron con impresión.

No hubo sonido alguno hasta que... Una figura más oscurecida se dejó apreciar en la profundidad.
Apenas era visible. Cada vez se hacía más grande hasta tener la extraña forma de una persona
corriendo.

Los colores se fueron aclarando hasta el punto de ver a un hombre con barba y una escopeta
aferrada a sus manos, corriendo a nuestra puerta. Esa emoción en mi cuerpo que quiso crecer, se
apagó cuando encontré toda esa sangré en la parte de su hombro izquierdo... Le faltaba un gran
pedazo de carne en esa zona. desde aquí podía ver el hueso torcido hacia arriba de su hombro y
parte del brazo, como si algo se lo hubiese querido arrancar.

Su rostro giró revisando asustado detrás del corredor, como si estuviera cerciorándose de que nada
lo persiguiera. Volvió la mirada a nosotros, y abrió la boca, empezó a moverla como si hablara,
pero su voz fue algo que nunca logré escuche.

No sabía leer labios, sin embargo, por la forma en que movía su brazo sano una y otra vez hacía los
lados, era fácil saber que pedía que abriéramos la puerta... Cosa que no sabíamos cómo.

Y entonces respingué. La alarma sonó con escándalo en todo el laboratorio antes de amortiguar su
sonido con el fondo de una voz computarizada ya reconocida.

—Alerta múltiple intruso, alerta múltiple intruso. ExNe 27, 24 y 21 aproximándose a la numero 7.
Computador 7 para dar acceso o bloqueo parcial.

Las piernas se me debilitaron con solo escuchar todos esos números. Si lo estaban persiguiendo y
lo peor es que eran tres experimentos. Tres experimentos deformes. El hombre de ojos azules llegó
tan cerca que golpeó el vidrio varias veces manchándolo de sangre, sus labios mirándome a mí
seguían moviéndose, sin embargo, cuando pasaron a ver mí derecha, su rostro palideció. No se
esperaba a Rojo 09. Volvió a verme con los ojos sobresaltados, negó con la cabeza y se giró para
acomodarse el arma en el brazo sano, apuntando a todo ese humo.

Volví a mirar rápidamente el resto del pasillo, teniendo un gran debate intenso que me
desesperaba. Salvarlo o no, pero no se alcanzaba a ver nada más que el humo, ¿teníamos tiempo
suficiente antes de que esas cosas llegaran para abrir la puerta y salvarlo?
No importaba. Sí él era del área naranja o no, teníamos que salvarlo. Era un sobreviviente, alguien
más que conocía este lugar mejor que el noveno. Alguien que podía ayudarme a salir de este
laboratorio, viva.

—Voy a abrir la puerta—avisé, girando para echarme a correr, pero su mano me detuvo en golpe.

—Bloquéala— ordenó, su agarre fue fuerte esta vez en mi brazo.

—Pero él...

—Bloquéala— apresuró a decir con un tono más crepitante—. Si la abres, esa cosa entrara
también. No podré protegerte.

El sonido agudo de las balas siendo disparadas me volvió la mirada al hombre, una sombra tan
larga que llegaba al techo se acercaba entre las sombras del corredizo… se arrastraba
agrandándose más. Una cabeza se alargó con claridad, era de piel pálida, tenía nariz, tenía una
boca manchada de sangre, y unos ojos completamente negros en los que no podía encontrar
pupilas.

¿Qué era eso? Su cuello era terriblemente largo como el de una serpiente, y se balanceaba a los
lados mientras que, cada vez más, se arrastraba cerca del hombre. Visualicé el resto de su cuerpo y
jadeé otra vez, estremecida. Solo podía ver una gran parte de lo que parecía ser su estómago
desnudo tan ancho y gordo que apenas cabía en el pasillo y parecía a punto de explotar, algunos
lados de sus costados se estiraban como si algo dentro de su cuerpo quisiera romper su piel para
salir. Y la última cosa. No tenía piernas, o al menos desde mi lugar no podía mirarle las
extremidades… Retrocedí, cubriéndome la boca, era obvio lo que sucedería a continuación.

Él no tenía escapatoria, no había a donde correr, estaba acorralado.

—Lo matará — murmuré atormentada por esa cosa que cada vez más se acercaba.

—Esa cosa no tiene una temperatura normal…


—Alerta múltiple intruso, alerta múltiple intruso. ExNe 27, 24 y 21 aproximándose a la numero 7.
Computador 7 para dar acceso o bloqueo parcial.

Vi como el hombre se persignaba y llevaba la boca del arma por debajo de su mandíbula, pero ni
siquiera pudo jalar el gatillo cuando aquella cabeza, al agrandar su boca y mostrar todos esos
colmillos idénticos al noveno, se estiró velozmente y encajó sus colmillos alrededor del rostro del
hombre. El cuerpo de hombre se golpeó contra la puerta, y sus manos se lanzaron al rostro de esa
bestia, luchando a últimas.

Grité, claro que lo hice y quedé ensordecida por el sonido, en shock, petrificada en mi lugar
cuando le arrancó en un tirón gran parte de la cara, dejando solo el resto de los huesos del rostro y
el cuero cabelludo. La sangré salió disparada hacía la ventanilla, quedando solo algunas partes
visibles para dejar ver como se tragaba el rostro del hombre y como en tan solo segundos,
golpeaba la ventanilla de nuestra puerta con su cabeza.

No supe en que instante dejé de respirar, pero estaba segura que iba a desmayarme, mi cuerpo era
preso por esa turbia escena, por esa mirada mucho más endemoniada que la del noveno, mucho
más espeluznante.

Se lo tragó… Comían carne humana. No pensaba en nada más que en eso, que en esa atrocidad.
¿Qué clase de plaga soltaron para que sucediera eso?

El Noveno me empujó, haciéndome tambalear, reaccionar, volver a la aterradora realidad de que la


pared comenzó a agrietarse por la fuerza insistente de los golpes. Él caminó en dirección a las
computadoras con tranquilidad, le perseguí, acelerando más los pasos cuando recordé que la
puerta podía bloquearse. Pasé de largo a Rojo 09, e hice rápidamente el conteo para hallar la
computadora 7.

Lo encontré enseguida, y no tardé en leer el mensaje que se iluminaba en su pantalla y darle


aceptar al bloqueo parcial. Miré de reojo y vi que la puerta aún seguía a la vista, siendo azotada
por ese monstruo. Vi de nuevo el computador y otro mensaje que no recordaba, se vislumbró,
deteniendo el proceso desbloqueo.

‍‌‌‍Acepta temporalizar apertura o rechazar opción?


Rápidamente tomé el mouse y le di a rechazar. Mis dedos temblaron con cada movimiento en el
mouse y un fuerte sacudido me hizo inclinar y sostener mi peso en el escritorio.

—Bloqueo parcial, activado—su voz computarizada seguida de ese sonido metálico, me tranquilizo,
pero no lo suficiente. No, porque esa puerta se abriría en 24 horas y además, la numero 13
también lo haría pronto. Y nadie sabía si otros monstruos aparecerían en las siguientes puertas.

Era horrible.

—Ya paso Pym, ya paso—me repetí, pero el optimismo y la negativa entre mis pensamientos me
hizo golpear el escritorio y gruñir. ¿Y si el hombre era del área naranja y eso significaba que el resto
también murió? Entonces no habría salida, nadie vendría por nosotros, no saldríamos nunca de
este lugar. ¡De este maldito lugar!

Giré de golpe sobre mis talones sin siquiera esperar hallarme frente a frente con él. Estuve a punto
de respingar, pero tan solo vi su rostro, negué aterrándome más. Reconocí esa mirada sombría fija
sobre mí, tan misteriosa, escalofriante y tensa, como si estuviera advirtiéndome de algo.

Sí.

Algo peor estaba a punto de llegar.

Y eso no tardó en avisarnos.

—Alerta intruso. Alerta intruso. ExNe 16 en la puerta número 16, ExVe 34 y 33 en la número 21.
Computador 16 y 21 para solicitar acceso o bloqueo parcial. El peligro quema con su tacto.

EL PELIGRO QUEMA CON SU TACTO

*.*.*
Con el corazón en la garganta a punto de ser escupido, me apresuré a llegar a último computador y
tomar el mouse. De inmediato terminé dando un click para aceptar bloqueo escuchando la voz
computarizada femenina dando el aviso de éste mismo. Giré sobre mis talones, revisando que las
tres puertas estuvieran totalmente cerradas. Y solo cuando no escuché más ruido y otra alerta de
experimentos acercándose, me deshice en un largo suspiro sobre la silla, con la cabeza colgando en
el respaldar. Cerré los ojos y deposité mis manos sobre los parpados, tallándolos con
desesperación, sentía que se me saldrían los ojos en cualquier momento por todo lo que habían
visto en tan poco tiempo.

Cinco puertas en menos 24 horas, ¿cuántas más bloquearíamos si no llegaban a rescatarnos?


Quedaríamos atrapados y si una de las puertas se abría y del otro lado estaba una de esas
monstruosidades, estábamos acabados. Yo estaba acabada.

Era el infierno. Peor que el infierno, quizás.

—Dime que no se acerca otro monstruo—pedí con la voz en un hilo. Cada centímetro de mi cuerpo
estaba alterado, espasmos corrían debajo de mis músculos y los hacían vibrar. Era terrible sentirme
tan asustada y desesperada con la idea de que, en algún momento una de esas cosas pudo romper
la puerta.

No escuché ni una sola respuesta del noveno, de hecho, cuando me lancé a las computadoras
nombradas por la voz femenina, él se había apartado. Me enderecé en el asiento y volteé
temerosa de encontrar algo fuera de lugar. El laboratorio tenía iluminación suficiente como para
ser capaz de reconocer cada mueble, pero debía admitir que ahora mismo, tenía un aspecto
sombrío.

Desconfiada, me levanté al no encontrarlo a la vista. Seguí revisando mientras daba paso por paso.
¿A dónde había ido? Aunque esa pregunta fuera una tontería pensarla porque no se podía ir a
ningún lado— estábamos atrapados—, no encontrarlo, era aún más extraño y perturbador.

— ¿Nueve?

Y había mucho silencio como para ser capaz de escuchar el sonido de mi corazón martillar en mis
sienes. Empezaba a odiarlo, sobre todo cuando estábamos rodeados de monstruos. Seguí
encaminándome, ahora, a las incubadoras. Pasé las primeras dos en las que no quise fijar la vista
cuando de reojo presencié los pedazos de órganos golpeando el cristal junto a mí.
Si él no estaba aquí, ¿habría ido a la oficina? No…, ¿o sí? Mis propios pensamientos me detuvieron
y me hicieron ver en esa dirección. Me parecía muy poco creíble que estuviera en la oficina, ¿para
qué?

Un gemido casi quejido envió mi cabeza como resortera de vuelta al resto de las incubadoras.

Lo sabía, era un poco extraño pensar que estaría ahí arriba. Pero más extraño su quejido, ¿se puso
mal otra vez? Apresuré mis pasos hacia cinco revisando a sus espacios ladeados. Nuevamente el
quejido, recorrió parte del laboratorio, intercepté el área dónde se había iniciado y me aparté de la
cinco.

No fue sino hasta la incubadora siete, que una sombra se apresuró a esconderse detrás de la ocho
donde, con claridad, pude ver la tela blanca cubriéndole toda su espalda.

¿Por qué se estaba ocultando? No había razón. En realidad, quise pensar que no la había. Noté
como se dejó caer de pronto sobre su trasero, sorprendiéndome.

— ¿Te sientes mal? —pregunté, llegando a la incubadora ocho un poco más rápido a como lo hice
con las otras. Cuando al fin rodeé uno de los lados de ésta, se llevó las manos a su boca y se giró
dándome la espalda. Eso me confundió—. ¿Qué sucede?

—Son is gobios.

Pestañeé cuando no le entendí ni un cuack de lo que dijo. Sus palabras se habían ahogado entre
sus manos, creí eso. Quise construir su respuesta, pero no lo conseguí, y pese a su
comportamiento, creyendo que la fiebre había vuelto, seguí acercándome, no sin antes revisar lo
que pude de las puertas, con el temor de hallar algo más monstruoso.

— ¡Para! — exclamó tan fuerte que dejé de moverme. Estiró un brazo hacia atrás con la palma de
su mano estirada, dándome esa señal. Quedé estupefacta cuando dediqué en reparar en sus dedos
y darme cuenta de que...

No había dedos.
Ver esas garras negras que salían de la parte exterior de sus nudillos y subían en forma de gorrito
retorcidas hacia los lados, hicieron que jadeara.

Uno de mis pies quiso retroceder un paso.

—Tus uñas... ¿Qué te sucedió? —quise saber, más asustada que preocupada. Eso no era normal,
no más de lo que ya había visto en él. Quise saber qué le estaba ocurriendo, si se trataba de la
mutación. Pero no me respondió, al menos no al principio.

Se inclinó más hacia adelante, escupiendo un gruñido que apenas se escuchó, pero fue lo
suficiente para sacudir un poco mis huesos. Alargó un gemido, algo que no entendí más como una
clase de llanto desesperado. Me desconcertó, y una gran parte de mí quiso acercarse, ser valiente
pese a todo lo que pudiera pasar, porque tal vez, sólo estaba doliéndole algo y sus garras solo eran
alguna clase de protección, no era que él estuviera mutando y que terminaría lanzándose sobre mí
para matarme. No lo sabía, quizás solo estaba pensando demasiado.

Debería dejar de pensar tanto.

— ¿Qué te está pasando? — supliqué saber, con la respiración un poco agitada. Cuando no hallé
respuesta y él volvió a quejarse como si le doliera algo. Lo hice, me empujé para caminar a él.

Di los últimos pasos, viendo como escondía su boca entre las garras y como sus orbes de reptil, se
mantenía un tanto atormentados. Otra parte de él que me dejó impresionada de la peor forma.

Me arrodillé quedando por centímetro entre sus rodillas dobladas y separadas, con la mirada fija
en sus garras que se movían levemente sobre su boca, y él subió la mirada, para conectarse de
inmediato con la mía. Dudé, y mucho, pero también podía decir que la forma en que me miraba no
era diferente de las otras formas en que ya lo había hecho antes. Nada peligroso.

—Son is colbillos.

Mis párpados se contrajeron, tratando de ver entre el poco espació de sus espeluznantes garras.
Quedé pensando hasta que la situación y sus palabras tuvieron un único significado.
— ¿Qué tienen tus colmillos? — cuestioné a voz temerosa. Apartó sus manos de su rostro, rozando
esos labios tensos y estirados que me dejaron inquieta. Vi todo lo que pude, incluso más veces de
las que necesité contar para creerlo. A los bordes de su boca, chocando contra sus comisuras, dos
colmillos más grandes que todos los demás sobresalían de sus labios, se estiraban por fuera de
estos, uno doblado hacia arriba y el otro hacia abajo. Ese acomodado lograba que sus labios
estuvieran contraídos, imposible de ocultar el resto de los colmillos que aún permanecían dentro
de su boca.

Volví la mirada a sus ojos, no sabiendo que pensar, que creer. Como respirar.

Le retorcía la cara humana, arrugaba los lados de su mejilla, y con esos orbes endemoniadamente
enigmáticos, su aspecto bestial, me congeló.

—Es por el hambre— A penas pude entender que, con esa postura, le complicaba hablar.

—T-t-te traeré más galletas— Reaccioné enseguida. Alzándome y corriendo a la máquina de


alimentos chatarra. Tomé unas papas fritas y un par de galletas y volví con él lo más rápido que
pude.

De cuclillas, rompí la envoltura de las galletas, tomé una y se la extendí, él estiró su brazo, sus
garras tomaron como pudieron la galleta. Las observé nuevamente, así como lo hice con esos
grandes colmillos que me recordaban a Negro 05, ¿en verdad le salieron por el hambre? Volví la
mirada a sus ojos cuando noté que no estaba mordiendo la galleta...

Mi espinilla se estremeció. Sus orbes carmín estaban sobre mí, fijamente. Cada vez más...
sombríos, oscuros, temibles, peligrosos.

—Te-tengo unas Sabritas, solo si no te gustan las galletas— dije. Traté de guardar un poco de
calma. Pero la verdad, esto estaba tornándose feo. Sus ojos eran diferentes, y sus colmillos, si al
principio me resultaban perturbadores y penetrantes, ahora era como sentirlos mordiéndome el
cuerpo—. ¿Qué pasa?

La galleta cayó de sus garras.


Lo entendí. Era momento de apartarme de inmediato.

Y demonios. Esta vez no tenía las tijeras para sentirme con una pisca de seguridad.

Estaba a punto de responder a la advertencia en mi cuerpo de alejarme de él, cuando fueron sus
manos tomándome de los brazos y lanzándome al suelo.

Un chillido escapó de mis labios, así como el apretón de mis parpados al cerrarse con la presión
que el suelo hizo en mi cabeza al caer de espalda. Cuando al abrí los ojos vi lo que se posicionaba
sobre mí, la estaca del miedo escarbó en mi pecho, deteniendo la respiración.

Con la mirada en shock, lo único que puedo ver eran los suyos que estaban sobre mí. De hecho,
todo él está encima de mi cuerpo.

Sus piernas estaban debajo de las mías— las mías sobre las suyas—, dobladas y separadas, y sus
rodillas apenas tocando cada lado de mi cadera. Sentí algo apretándose contra mi entre pierna. Su
vientre y el mío estaban tocándose también. Tanto que podía sentir su intenso calor atravesar mi
ropa.

Temblé.

Sus pupilas dilatadas se hallaban temblorosas al igual que sus brazos, los cuales se acomodaban a
cada lado de mi cabeza: sus manos sobre las mías, sus garras entre los espacios de mis dedos. Cada
roce pequeño de ellos, era un piquete en mis dedos.

Quise tragar, pero ni eso pude hacer teniéndolo así, con sus colmillos a centímetros de mi rostro.
Por mucho que el miedo carcomiera el interior de mi cuerpo haciéndome sentir una presa sin
oportunidades— porque prácticamente me tenía acorralada—, noté esa lucha en él. — ¿Ro-rojo
nueve? — lo llamé esperando algo. Esperando que reaccionara, que volviera en sí. Que no me
atacara—. Rojo nueve.

Aterrada ante su silencio, ante su posición amenazante, busqué con la mirada algo alrededor, pero
era incapaz de encontrar algo y mucho menos, alcanzarlo. Miré con suplica a sus ojos. Él parecía
resistirse, si eso era resistencia. Resistencia por no acercarse, por no moverse un milímetro más
cerca de mí. O eso quise pensar,

— ¡Rojo nueve! — repetí en voz más alta, alterada, asustada.

Gruñó. Inesperadamente inclinó su cuerpo dejándose caer sobre mí, dejándome con la respiración
cortada y el corazón tamborileando como si fuera a convulsionar. Gemí, ahogué todo tipo se gritos
y maldiciones porque ni siquiera podía encontrar mi voz a causa de su indeseable acercamiento.

Su pecho terminó aplastando el mío por completo, y su rostro descansó en un hueco de mi cuello a
raíz de sentir sus colmillos contra mi piel y su nariz inhalándome, estrangulando mis nervios.
Desorbitando mis sentidos, volviéndome un gusano removiéndose entre las garras de su
depredador.

—No voy a...—Su cuerpo tembló al igual que el mío cuando su aliento quemó un trozo de la piel de
mi cuello.

Un tacto caliente, peligroso.

—Por favor...—alargué, asustada hasta la espinilla, apretando mucho los dientes para no gritar
cuando fue su lengua la que saboreó la piel de mis clavículas. Lo empujé con desesperación,
pesaba mucho y a pesar de saber que su fuerza me triplicaba, seguí empujándolo —. Vuelve a tus
sentidos, Nueve. ¡Por favor!

—No te lastimaré— gimió largo juntando mucho su nariz en la piel de mi cuello bajo, y fue cuando
sentí como atrajo más su pelvis hacía la mía, la cual se resguardaba en la tela de mis jeans. Mis
ojos se abrieron con escandalo volando a todas partes del techo del laboratorio, traté de respira
hondo porque más allá del miedo, estaban mis pulmones apretándose a causa de su gran peso.
Dificultando respirar—. No voy a comerte. No lo haré, no lo haré.

Tan solo escucharlo decir eso, me erizó la piel. Me puso peor cuando fue su boca la que terminó
abriéndose contra la piel de mi cuello y cerrándose sobre ella para saborearme con su lengua.

— ¡Apártate! — chillé escandalizada del miedo—. Hazlo, por favor.


Detuve mis empujes cuando él alzó la cabeza para conectarse con mi mirada. Reparé en su boca,
sus grandes colmillos habían desaparecido: sus labios se apretándose en una amarga línea, las
mejillas humedecidas, y una pequeña gota resbalando de su mentón y cayendo en mis labios. Él
estaba... ¿estaba llorando?

—No voy a morderte— susurró. Sus cejas se empezaron a hundir mientras se apartaba lejos de mí
—. No lo haré.

Mi cuerpo se enfrió, desvaneció todo su calor y esos escalofríos que me invadieron con su toque.
Sentí un gran alivio, pero aún estaba en shock. Asustada, sorprendida.

Traté de tragar, pero no lo logré, respiré hondo y lancé una larga exhalación entrecortada en la que
mis extremidades temblaron mientras tanto me iba componiendo de lo que acababa de suceder.
Lo seguí con la mirada. Cada vez más se alejaba de las incubadoras, cabizbajo y con los brazos
abrazando sus hombros.

Arrastré mis manos hasta tenerlas sobre mi estómago. Por un instante sentí que moriría. Y esa idea
no escaparía de mi mente, porque sentía que cualquier otro movimiento, en serio dejaría de
existir.

(...)

Horas habían pasado de lo ocurrido, pero mi cuerpo sentía que había ocurrió hacía tan solo unos
minutos atrás.

Estaba atascada en mis pensamientos, apartada de las incubadoras y perdida entre las ventanillas
de cada pasillo. Cansada y con el cuerpo pesado, pero no podía hacerme la idea de dormir un rato,
no podía, no lo conseguiría. Paré justo en la puerta 13, solo faltaba menos de dos horas para que
se desbloqueara y entonces, solo Dios sabía que ocurriría.

Que misterio aterrador aguardaba del otro lado.

Si el monstruo estaba, o no estaba.


Mordí mi labio inferior con ansiedad y envié la mirada a esa orilla oculta debajo de las escaleras
que daban a la oficina. Su cuerpo seguía ahí, en la misma posición en el suelo, recargado contra la
pared, con la cabeza echada hacía atrás y un brazo descansando sobre una de sus rodillas.

Pensé en lo que tanto repitió al dejarme libre. Su hambre, esa hambre que parecía no llenarse con
galletas y un refresco, sino con carne humana. Sabores como esos no le apetecían, al parecer, pero
el sabor de la piel, sí. Pensé mucho en su reacción a mi miedo, cuando volvió en sí y me vio con
esos ojos rasgados llenos de arrepentimiento y frustración. Su contienda interna podía apreciarse
plenamente, era tan visible que me sorprendió. Que él no quería lastimarme, que no iba a
comerme, todo eso tenía a mi cabeza dando y dando volteretas. Y porque, a pesar del miedo que
ahora le tenía, no quería estar sin él. Que locura.

No sabía todavía si se debía a la fuerza que demostró cuando mató al Décimo, y que en ese
momento, él fue quien me salvó, o porque pensaba que tal como lo hizo hace un momento,
controlaría su hambre. Pero, ¿qué si no lo hacía?

Sacudí todo mi cabello con mis manos, llena de locura y confusión, y tras resoplar, seguí vagando
alrededor del laboratorio, sin pasar por debajo de las escaleras donde estaba él. Traté de aclarar
mis pensamientos, traté de no frustrarme por el paso del tiempo y la puerta 13. Estaba rodeada de
peligro, sí, y él me daba una oportunidad de sobrevivir, apartándose para controlarse.

De inesperado, llegué al cuerpo del décimo, aún no emitía olor a putrefacción y cuan agradecida
estaba de eso. Busqué el órgano que el noveno le había sacado, sobre mis cuclillas lo miré más de
cerca sintiendo como mi estómago se removía mientras recordaba la escena en la que él estaba a
punto de morderlo. Una idea oscureció mis pensamientos, me dejó helada. Era tan espeluznante,
tan desagradable, pero a la vez, podría ser la salida para que no empeorara.

Que él comiera el corazón, ¿saciaría su apetito? ¿No intentaría comeré? Las dudas hicieron que me
tronara los dedos, seguí pensando, no era mala idea, pero era muy arriesgado. Y, además,
perturbador. De hacerlo, posiblemente terminaría muerta, pero tal vez no.

Suficiente.

Dejé de matarme con tantos pensamientos, y busqué con que tomar el corazón, corrí a los
casilleros, aún quedaban dos batas más. Tomé la bata a la que le había arrancado muchos trozos
con los que calmé la fiebre del noveno, y envolví con ella el órgano cardiaco. Era blando y
resbaloso, lamí mis labios saboreando un desagradable sabor y emprendí el camino a la escalera.

Con cada paso, mi corazón se aceleraba más, pero ahí estaba a punto de entregarle una parte
humana a un experimento que quizás podía hacerme sobrevivir, ¿quién iba a entenderme? Ni yo
misma lo hacía. A centímetros de tocar el primer escalón, rodeó la escalera y me adentró debajo
de ella. Mis pasos se vuelven más lentos, más sigilosos y mi respiración más complicada cuando lo
veo con la misma posición solo que con sus orbes reptiles clavados firmemente en mí.

Una y otra vez, pasé mi mirada al suelo y la deposité en él, temerosa, nerviosa, sin dejar de
acercarme hasta que solo restaron pasos de rozar sus pies.

—Yo... te traje esto—dije en voz baja, inclinando mi cuerpo para dejar la bata en el suelo y
desenvolver lo que ocultaba. Cuando el corazón se rebeló y vi el rostro del noveno, me aparté un
poco. Toda su cabeza se enderezo, sus facciones se tensaron y esos carnosos labios se abrieron
levemente—. Dijiste que tenías hambre e ibas a cometerlo así que te lo traje.

—No quiero comerlo—lo soltó con una dificultad en la que supe que sí, definitivamente sí quería,
pero se esforzaba. Respiró hondo y cerró los ojos para luego mirarme con severidad—. No quiero.

—Sí quieres—contradije—. Sí lo comes...— tragué con apuro cuando las palabras no quisieron salir
de mi boca—. Debes comerlo, así tu hambre disminuirá.

Era una terrible decisión. Tal vez estaba entrando en la cueva del león, una cueva en la que
seguramente no podría salir.

Mis rodillas empezaron a temblar. No quería entrar en pánico al ver como se lamía sus labios,
conteniéndose aún. Miró en grandes segundos el órgano y entornó esa mirada arrepentida en mí.

—Me temerás.

—Ya te temo—murmuré, no iba a mentirle—. Pero no quiero que por tu hambre enloquezcas.
Me estremecí, ¿y si enloquecía después de consumirlo? De cualquier forma, el aspecto que tenía
me daba a entender que otra vez se estaba sintiendo mal, y no era más que por el hambre. Tenía
que comer, comer el corazón.

—30 minutos para abrir la compuerta número 13— La voz computarizada me sobresalto en mi
lugar. ¿A minutos de que se quitaran las paredes metálicas? Me puse mucho más ansiosa.

Me aparté rápidamente sin decir nada y sin mirar atrás. Lo que menos quería era ver como se lo
devoraba o como perdía la cordura al hacerlo. Posiblemente hice mal, pero no había salida, el
hambre haría que volviera a atacarme. Me acerqué al escritorio de las 6 computadoras y leí los
mensajes que horas atrás había enviado, pidiendo por su ayuda. Esta vez no me habían
respondidos, así que escribí un nuevo mensaje:

—. La puerta 13 está a punto de ser abierta, ¿qué deberíamos hacer? Por favor, vengan por
nosotros antes de que esas cosas entren.

Y ahora que estaba en una situación mucho más peligrosa, me pregunté qué harían ellos cuando
supieran que Rojo 09, después de todo, era como ese monstruo de la puerta 7. Sin mutar
físicamente, lo que era una gran diferencia, pero no le quitaba lo peligroso. Seguramente lo
matarían.

—Alerta intruso. Alerta intruso, ExVe 37 en la puerta número 18, computador 18 para dar acceso o
bloqueo parcial.

— ¿Otra vez? —exclamé. Miré de reojo a la escalera y me arrepentí infinitamente cuando me


encontré con su cuerpo imponente acercándose a la puerta nombrada. Sentí sumergirme en un
fuerte escalofrió cuando reparé en su rostro, su mentón estaba manchado un poco de sangre y ni
hablar de la bata, esa si llevaba muchas manchas enrojecidas y una que otra... migaja de carne.
Pero algo de alguna forma, lejos de mi perturbación me relajo, fue ver lo firme que se veía.

Comer lo tranquilizó.

Salí de mi trancé y me deslicé sobre una silla de rueditas hasta el computador 18, mi mano voló al
mouse y seleccionó el bloque rápidamente. La voz computarizada no tardó ni un solo segundo en
dar el aviso y bloquearla con paredes metálicas, a lo que me volví al computador del botón
naranja. Releyendo una y otra vez las conversaciones, esa promesa de que vendrían por mí.
¿Por qué no respondían? ¿Es que también les sucedió algo al igual que a los del área negra?
¿Estaban en un laboratorio como este? No, Rojo 09 dijo que el resto de la sala era diferente al
laboratorio, seguramente el resto de las áreas también serían diferentes y tal vez no tenían el
mismo bloqueo que aquí.

—Funcionó.

Un estremecimiento me hizo jadear. Santo Jesús, él ya estaba aquí y ni siquiera me había percatado
de su presencia. Lentamente giré, impresionada de lo rápido que había sido para llegar hasta mi
lado. Su endemoniada mirada estaba depositada en mis labios, no en mis ojos, sino en esa parte
de mi rostro, mirando a detalle cómo me los mordía. Separó sus labios que habían adquirido un
color más rojo y, volvió a cerrarlos, esta vez, mirando a mis ojos.

No evité en dibujar su rostro y quedar perpleja. No iba a acostumbrarme tanto a esa mirada como
a ese rostro. ¿Cómo podía alguien tener un aspecto tan aterrador y enigmático como Rojo 9? Verlo
me parecía algo incapaz de ser creado, de existir físicamente dejando de lado su canibalismo, como
si el mejor artista del mundo lo hubiese creado con la mejor pluma de oro.

—Pero no quiero que me temas—sinceró. Un extraño calor floreció en mi pecho y pronto, se heló
cuando desvié la mirada de su rostro a las migajas de su bata, esas de las que aún ni él se había
percatado de su existencia.

— ¿Sabes si detrás de todas las puertas que bloqueamos hay monstruos? —pregunté, desviando el
tema. No quería pensar en eso, solo me adentraría a una interminable confusión, y ahora lo más
importante, era volver a bloquear la puerta 13 en dado caso de que el experimento 05 siguiera ahí,
esperándonos.

Alzó un poco el mentón y entornó la mirada alrededor. Observé todo lo que pude de su perfil y esa
concentración.

—No lo sé. El metal que cubre las puertas no me deja acceder al calor del pasillo, al igual que estas
paredes, deben estar hechos de un material especial que me impide encontrar las temperaturas y
solo acceder a ellas a través de las ventanillas—respondió, enviando de vuelta sus ojos a mí—. Tu
calor es lo único que puedo y quiero ver.
Pestañeé tambaleando la mirada a los lados, con incomodidad, ¿y ahora por qué estaba
mirándome tan fijamente?

—Di-dime, ¿crees poder matar otro experimento como lo hiciste con el Décimo? —acallé el nuevo
silencio que se abrió antes paso entre nosotros. Y no era que había dejado de temerle, sino que
quería saber, tenía curiosidad, mucha.

—Yo te protegeré, esa es una promesa.

Su comentario me inmovilizó. Quedé mirando la pantalla, pero sin leer otro mensaje de ella, en mi
mente sus palabras rebotaban, se repetían con su ronca y grabe voz, con esa tilde tan espeluznante
e hipnotizaste, pero esta vez, lleno de un extraño peligro. Definitivamente esperaba algo como
esas palabras, pero me inquietó, me sentí indudablemente perdida con la forma en que lo dijo.

—59 segundos para abrir la compuerta 13— El aviso de la voz femenina contando en reversa, me
dejó anonadada porque claro, no tenía sentido que faltara tan solo segundos.

Me levanté de inmediato y corrí a la computadora número 13. Debía ser una broma porque hace
unos minutos revisé y solo faltaban menos de 15 minutos, ¿tan rápido pasó el tiempo? Esto era
una locura. La computadora debía estar descompuesta.

Era bruscamente imposible. El túnel de agua.

EL TUNÉL DE AGUA

*.*.*

Me sentí como si estuviera a punto de desenvolver el regalo más atroz y aterrador de la faz de la
tierra. Obligada por las circunstancias a abrirlo y tomarlo entre mis manos para experimentar de él
pese a lo mucho que no quería. Conocer lo que era todo ese misterio que se resguardaba en su
interior, y que bien sabía que terminaría atormentándome más de lo que ya estaba.

Mis piernas no pararon de moverse, de acercarse cada vez más a ese interminable corredizo.
Cuando la alarma sonó y la voz computarizada anunció la apertura de la puerta 13. Mi corazón
amenazó con salir huyendo. Estaba atónita. Creí que ese monstruo estaría ahí, del otro lado. Creí,
que la puerta en realidad no se abriría, que solo se desbloquearía, y también pensé que podía
volver a bloquearse. Pero nada de eso sucedió.

Primero, no estaba el mensaje que salía siempre que la voz femenina alertaba un intruso. Segundo,
la puerta se abrió y no sabíamos cómo cerrarla. Y tercero, ese experimento deforme no estaba ahí.

Y además, la neblina no era neblina, ni mucho menos humo, era gas. Mientras más nos
adentrábamos al corredizo, mucho fue cambiando, empezando por el techo que varios metros
atrás era todo plano y en este momento estaba lleno de tuberías y un par de ellas estaban rotas.
Por ellas escapaba todo el gas.

Su olor era desagradable y en veces irritaba la garganta hasta hacerme toser, pero era respirable y
con el tiempo, tal vez, me acostumbraría a él. La cosa era que no se sabía que tan toxico era, o sí
solamente era un simple gas. Por lo tanto, mantenía el cuello de mi suéter haciendo presión contra
mi boca y nariz.

Otro problema era lo mucho que el gas ocultaba el otro lado del pasillo, así ni siquiera podía saber
que era lo que se esperaba del otro lado. Por otro lado, también estaba la iluminación que cada
vez era menos, oscurecía un poco más nuestro entorno, y no dejaba de parpadear.

Miré a Rojo 09. Él de vez en cuando cerraba sus parpados enrojecidos unos segundos y movía su
cabeza a los lados con agilidad. El misterio era saber qué tanto estaba mirando a través del gas.

Me mantenía con la atemorizante curiosidad en todo momento, ya que yo caminaba a ciegas, y él


tenía la capacidad de mirar las temperaturas de un cuerpo. Un don que seguramente para quienes
trabajaron aquí sería algo normal, pero para alguien como yo que no recordaba lo que hacía en ese
lugar, era un nuevo descubrimiento. Perturbador. Desconcertante.

Todavía no me acostumbraba a nada de él. Pero era útil. Sin él, seguramente no sobreviviría por
mucho tiempo.
— ¿Hay otro experimento? —mi voz se escuchó ahogada a causa de la tela en mi boca. Lo miré
fijamente, su escandaloso perfil y ese cabello alborotado.

—No— respondió, y quedé ensimismada al ver como su manzana de adán se marcó cuando habló.
Abrió sus orbes rasgados y los entornó a mí, atrapándome con las manos en la masa de que lo
había estado contemplando este tiempo—. No hay peligro.

Pestañeé, quise golpearme la cara cuando me di el tiempo de volver a reparar en todo su aspecto.
No lo estaba haciendo con malas intenciones, sino que todavía no podía creer que fuera creado
con un físico como ese.

—Menos mal— suspiré y asentí débilmente, tomando la seguridad de sus palabras para luego,
darme cuenta, que él me estaba mirando de la misma manera en que lo hice.

Apresurar mis pasos en grandes zancadas sobre el corredizo. Él dio alcancé con la mirada
entornada en mí. Traté de ignorarlo, porque mirarnos no era lo más impórtate aquí, sino sobrevivir.
Pero era inevitable que cada parte de mi ignorara esa rasgada mirada que estiraba mis nervios, uno
tras otros hasta hacerlos añicos.

— ¿Sigue sin haber nada? —Mi lengua estuvo a punto de trabarse y agradecí que no fuera así.
También agradecí que por fin retirara sus ojos de encima de mí, para que todo mi cuerpo se
relajara.

—Sí.

Conforme nos adentrábamos cada vez más, fui notando que el volumen del gas disminuía.
Disminuía tan progresivamente que llegó un momento en que mis pies se endurecieron.

Pestañeé para aclarar el panorama sombrío, apenas claro. Habíamos llegado a un lugar más
espacioso y rocoso. Parecía que recorríamos una enorme imitación de cueva, y a nuestro
alrededor, se extendían cientos de pasadizos, contando el que acabábamos de salir.

Miré debajo de mis pies cuando toqué algo delgado y duró. Me llevé una gran sorpresa cuando
encontré que estaba pisando nada más y nada menos que unas vías de tren. ¿Por qué había algo
así aquí? Seguramente para transportar materiales pesados o… ¿personas? Las seguí, era curioso
que cada par de vías se separaran de cada entrada de los corredizos. Y en la entrada de uno de
todos ellos, me llamó mucho la atención un tipo de carro metálico sin techo y puertas. Solo tenía
piso, asientos y llantas conectadas a las vías. Quise acercarme y tocarlo, pero me detuve...

Una clase de viento sopló desde alguna dirección por encima de nuestros cuerpos
repentinamente. Quedé un poco anonada sintiendo como esa frescura escalofriante se mesclaba
en la piel de mi cuerpo. Apreté las tontas tijeras en mis manos y volteé a mirar a Rojo nueve que se
mantenía junto a mí. A diferencia de mí, que mi cuerpo temblaba de inseguridades, el de él era
inmune al miedo, prácticamente no tenía ni una sola pizca de duda.

— Son tantos caminos, ¿cómo sabremos cuál tomar? — susurré más para mí que para él. Teníamos
muchas posibilidades, todas, a fin de cuentas, llevaban al peligro.

Debíamos tomar una decisión hacia dónde ir, podíamos tomar cualquier otro pasillo para
encontrar una salida. O regresar al laboratorio y esperar un poco más a los del área naranja, pero si
hacíamos eso, quien sabe cuántas puertas se abrirían y lo que deparaba del otro lado, también,
que, si esperábamos y ellos no llegaban, nada nos aseguraba del pasillo 13 un experimento
apareciera otra vez.

Sí, la mejor posibilidad era sobrevivir a toda costa. Y no quería quedarme en el laboratorio más
tiempo sabiendo que cuando una puerta se desbloqueaba, no podía bloquearse otra vez, y todavía
y sabiendo que se abriría sin poder cerrarse.

— ¿Puedes ver calor? — quise saber, pero me arrepentí de inmediato cuando al entornar mi rostro
en su dirección, vi la forma en que se giraba a cada lado, con los parpados cerrados y los brazos
tensos, y sus dedos engarrotados. Y lo supe, aunque esperaba equivocarme—. Dime que no.

—Sí.

Respiré hondo y detuve en mi pecho el oxígeno, revisado enseguida cada pasadizo del que se
desataba un atroz silenció. ¿Cuántos de todos ellos estarían libres? ¿Y si estábamos atrapados? El
miedo comenzó a invadirme como pequeñas hormiguitas picándome la piel.

—Podrían perseguirnos.
— ¿Por qué? —escupí la pregunta desorbitada casi instantáneamente. Vio una vez más y,
finalmente abrió sus ojos, clavándolos especialmente en mi cuello, justo donde su lengua había
saboreado. Segundos después en que dejó todo mi cuerpo rígido, subió por todo ese trayecto
hasta depositar su mirada en mi mentón.

Tragué fuerte cuando vi su lengua lamerse sus labios como si... No podía ser posible, ¿estaba
recordando el sabor de mi piel? ¿Por eso se los lamió?

—Ellos podrían seguir el aroma de tu piel o tu temperatura, o podrían escucharnos—Sus palabras


me desinflaron—. Aunque no sé si todos tendrán el olfato desarrollado, visión térmica o el oído
desarrollado como yo, pero sé que algunos lo tienen, incluso pueden sentir nuestros movimientos
sobre el suelo…

Sus palabras aceleraron mi corazón, me llenaron de inseguridad hacia él, miedo. No miedo por lo
que dijo, sino por como lo dijo, como si estuviera nuevamente reteniendo su impulso, y ese
apretón de sus puños y la mirada sombría, me lo aclararon. ¿Tenía hambre otra vez?

— Pe-pero, no están viniendo hacían noso…— hice una pausa donde carraspeé para encontrar mi
voz—. No están viniendo hasta aquí, ¿verdad?

Su cabeza se movió tenuemente en negación:

—No. Están apartados por ahora—explicó cortando la conexión ente nuestras miradas—. No
dejaré que nadie te lastime, menos me permitiré lastimarte.

Lo miré fijamente, analizando su gesto, sus palabras. Estaba claro que, si al recordar el sabor de mi
piel ponía esa cara, jamás lo olvidaría. Y el impulso de querer morderme seria mayor. ¿Cuánto
tardaría para tener más hambre?, ¿y que tendríamos que hacer para que él comiera? ¿Y si no
comía cuanto soportaría no morderme? Sentí una fuerte frustración. No quería imaginarlo.

No, ni siquiera debía imaginarlo. Por ahora teníamos que concentrarnos en encontrar a los otros o
un lugar seguro, después encontrar una manera de que Rojo calmara su hambre y no quisiera
comerme.
Sacudí la cabeza no en negación sino para que la imagen de él lamiendo sus labios, saliera de mi
cabeza.

— ¿Cuáles son seguros? — pregunté acallando mis pensamientos con un sabor amargo en la punta
de mi lengua.

—Siete—Él señaló los pasillos, uno por uno. Me pregunté hacia dónde llevaban y que idiota fui al
no darme cuenta que, en uno de las paredes que separaba un corredizo de otro, había un maldito
mapa de este lugar. Pero claro, con esta luz, apenas se notaba.

Me lancé a correr, y lo examiné llevándome una disgustada sorpresa. Toqué la parte superior que
se nombraba como exterior, y luego la parte inferior que se clasificabas como el interior del lugar
en el que estábamos, a muchos, muchos metros de la superficie.

Todo esto era la estructura de un laboratorio subterráneo. ¡Subterráneo!

—Estamos atrapados— exhalé las palabras y golpeé el mapa con mi puño—. Estamos bajo tierra—
dije entre dientes, deteniendo mis impulsos de gruñir—. Bajo tierra. Seguí analizando lentamente
las estructuras internas, buscando un espacio igual a la que ahora mismo estábamos. Conté quince
con la misma estructura del lugar en el que estábamos parados. Llevaban a más áreas y zonas que
no se nombraban como los colores, sino con numeraciones y letras del abecedario.

Dios santo.

Entre más veía más sentía que era una clase de ciudad subterránea, solo que con el nombre de
Laboratorio subterráneo centran de genética artificial humana—animal. Tenía muchos pasadizos,
oficinas, almacenes, comedores, incluidas recamaras y baños. Cientos de túneles que conectaban a
otros como si fuera una clase de laberinto.

¿Genética artificial? De reojo vi a Rojo nueve, rápidamente observé todo su cuerpo: desde la punta
de sus descalzos pies hasta la cabeza. Creí que sería un laboratorio que se dedicaba a crear
experimentos enfermeros o algo referente a la salud. Pero era todo sobre genética, por lo que se
dedicaban a otras cosas. ¿Sí los del área roja eran enfermeros, los de las otras áreas qué eran?
—Aquí esta—señalé con mi índice el área naranja como si hubiera encontrado un baúl del tesoro,
pero esa emoción cayó en picada cuando me di cuenta que el baúl no tenía tesoro—. Ahora
entiendo porque se tardaban tanto.

Miré la separación de un área a otra, era tan larga que llevaría incluso, tal vez, medió día llegar
aquí. Por eso estaban las vías de tren o de transporte. Era efectivamente lo que se utilizaba para
transportarse de un lugar a otro.

Qué lugar más... horrible.

Repasé los corredizos del mapa en el lugar donde estábamos. Según lo dibujado, nos
encontrábamos en la parada de transporte número doce. Eso lo explicaba más. El área roja era la
segunda área más apartada de todas las demás.

La primera lejana — y más cercana a nosotros—, era el área verde. Ahora bien, los túneles llevaban
un número sobre ellos. Esas clasificaciones nos daban una pista del camino que llevaba a cada
parte del lugar. Encontré rápidamente la del área naranja y busqué los números de cada corredizo
hasta encontrar la numero 5.

—Vamos por esa—solté precipitadamente, y cuando estaba a punto de lanzarme a correr, la mano
de Rojo nueve, me detuvo.

De un jalón me devolvió al lugar donde antes estaba. Le clavé la mirada cuando su agarre se volvió
un poco más fuerte, pero me estremecí tan pronto cortó la distancia entre nosotros con un par de
pisadas.

El terror me rasgó las entrañas con el recuerdo del laboratorio. Su agarre en mis brazos era el
mismo que hizo cuando se echó sobre mí, poco faltaba para que recreara la escena por la forma en
que me miraba.

— ¿Qué harás? — pedí saber. Él notó rápidamente la forma en que lo miraba, y me soltó, apartado
sus manos y desviando la mirada al corredizo 5.
—No es seguro—espetó, su comisura izquierda tembló—. Interceptó muchas temperaturas en los
primeros diez números.

¿Muchas temperaturas? No imaginaba sus tamaños o físicos y tampoco quería hacerlo,


seguramente serían mucho peor que el último que vimos. Asentí, entendiendo el peligro y entorné
la mirada al mapa, buscando túneles que conectarán hacia la misma zona naranja.

—Tenemos que irnos— Mi respiración amenazo con detenerse cuando lo escuché—. Uno viene en
camino.

Un frio aterrador se paseó de mi columna hasta mi nuca con un cosquilleo que logró que hasta el
último de mis cabellos se pusieran en punta. Miré el corredizo que él señalaba y le di una fugaz
mirada a su interior, no encontrando nada más que el terrible silencio.

— ¿Cuál de todos estos están libres? —pregunté rápidamente, señalando cuatro de ellos.

Él apuntó al único libre que era el que tenía el tipo de coche con asientos pequeños, no dude si
quiera en correr a él confiando por completo en su palabra, ¿pues qué más me quedaba? No había
nada más que sobrevivir. Mientras me acercaba examiné el transporte que estorbaba la entrada al
túnel. Tuve la idea de utilizarlo para que nos ahorrara un largo camino, pero... Me mordí la lengua
cuando encontré partes de un cuerpo mutilado en el suelo de este.

Podía quitarlas, ese no era un problema. Pero golpeé una de las barras metálicas que se utilizaban
para sostenerse durante el transporte, y el sonido hueco, recorrió instantáneamente todo el lugar,
alargándose cada vez más en los pasillos con un eco escalofriante. El ruido por estos túneles
viajaba rápidamente, ¿y sí atraía más experimentos? Entonces no era buena idea utilizar algo como
esto porque no se sabría cuánto ruido provocaría encenderlo ni mucho menos andar sobre las
riendas.

Quería encontrarme con todo, menos experimentos que quisieran devorarme.

—Va-vamos.

(...)
Había farolas estrelladas, alguien o algo las había quebrado, y las muy pocas que aún quedaban en
el techo estaban dañadas. Iluminaban en un par de pestañeos y, se apagaban, oscureciendo todo a
nuestro alrededor por más de un minuto, de hecho, cada vez más, tardaban en encender. El túnel
aparentaba no tener un final, y con la poca luz no podíamos ser capaces de saber hacía donde
caminábamos o si había otro túnel a nuestros lados. Así que, como guía, utilizábamos las riendas
para encontrar los pasillos que llevaban a las habitaciones. Esas eran el principio para poder llegar
al área naranja.

Un frio inestable subió desde la planta de mis pies hasta mis rodillas debilitándolas. Las luces ya no
encendieron esta vez.

Tragué con fuerza y no dejé de caminar en tanto escuchaba ese goteo que era el único sonido en
alguna parte del túnel. Por instinto, giré la cabeza entornándola al lado donde debía estar Rojo
nueve, pero la oscuridad era tanta que ni siquiera podía sentirlo.

Su presencia, entre tantas tinieblas, parecía que dejó de existir. Seguía a mi lado, ¿verdad? Porque
tampoco escuchaba su respiración.

Extendí— más por temor que por curiosidad—, mi brazo a la derecha con la intención de
encontrarlo. No paso mucho cuando su mano atrapó los dedos de la mía, encogiéndome los
músculos de un susto. La aparté de inmediato cuando sentí la fuerte presión de su calor al rodear
mi muñeca, y abracé mi cuerpo para encontrar el calor que perdí con su roce de piel.

No sabía si sentirme aliviada o preocupada porque solo eran unos centímetros lo que lo apartaba
de mí. ¿A quién engañaba? En realidad, esta vez me sentía más aliviada.

— ¿No ves nada? —Con la pregunta me refería a las temperaturas corporales. Aunque también me
preguntaba si miraría en la oscuridad.

—No— respondió sin más, su voz ronca y grave terminó desaparecieron a causa del constante
goteo.

— ¿Puedes mirar en la oscuridad? —curioseé.


—No.

Algo suave y fresco rodeo por encina de mi calzado, quedé en shock un segundo antes de caer en
cuenta de que solo se trataba de agua. Agua en el suelo, pero, ¿por qué había agua? Debía de
haberse roto alguna tubería de agua por este rumbo, pero eso no explicaba cómo es que mientras
más recorríamos el túnel, la presión del agua subía más.

Eso era extraño.

Que hubiera agua no me molestaba, de echó podía ser una gran idea para amortiguar el sonido de
nuestros pasos o golpes. Pero que empezara a cubrir por encima de nuestros muslos, me
preocupó. Minutos atrás solo eran nuestras pantorrillas. Era como si estuviéramos bajando, como
si el túnel nos llevaba a hacia una profundidad diferente en la que actualmente ya estábamos. Esa
era la única manera en que podía explicarse como subía el agua.

De un segundo a otro, casi la mitad de mi cuerpo quedo hundido repentinamente bajo la fría agua
cuando mis pies dejaron de sentir las vías y cayeron varios centímetros más abajo sobre otro piso.
Traté de no enloquecer con el vértigo que empezaba a cosquillar en mis huesos y proseguí,
esperanzada de que el agua no subiría más o que los escalones tuvieran un maldito final porque el
frio del agua empezaba a cubrir mis costillas, poco faltaba para que lo hiciera con mi pecho.

Largué un suspiro de alivio al saber que mis propios pensamientos se habían cumplido cuando mis
pies tocaron un piso plano y firme. Escuché un chapuzón detrás de mí que me puso alerta, solo
hasta que el roce de Rojo me hizo saber que había sido él, adentrándose al agua con una fuerza
que hizo que esta se ondeara sobre mi espalda.

— ¿Qué pasa si no tiene fin? —se me ocurrió preguntar entre tanto caminábamos—. Todo está
oscuro, hay mucha agua, no hay una salida todavía, esto empieza a preocuparme.

—Tienes miedo.

A pesar de que no era una pregunta, respondí:


—Sí. Me estoy sintiendo un poco arrepentida, sí—Abracé mi cuerpo a causa del nuevo frio, y se me
escapó un jadeo—. Esto se está poniendo cada vez más peligroso.

El agua estaba helada. Helada hasta la santa medula.

Noté pronto cuando alcé la mirada, que una farola en el techo de tubos intento encenderse por
nuestra presencia, pero terminó enrojeciendo y explotó. Eso me tomó por tanta sorpresa que di un
respingón hacia atrás con los brazos a punto de cubrirme la cabeza, aunque la explosión había sido
un par de metro de lejanía.

Los cristales golpearon el agua sin provocar sonido alguno, hundiéndose hasta tocar fondo. Cuando
el silencio volvió, más fuerte que antes, comencé a sentir una fuerte opresión, y un terror que poco
a poco escarbaba más en mi cuerpo.

Podía soportar el silencio en el laboratorio, pero no aquí, sabiendo que cualquier monstruo podía
aparecer de un momento a otro porque no había ni una sola puerta bloqueada que nos protegiera
ahora.

—Caminemos más rápido—musité, aceleré mis pasos con desesperación, moviendo más el agua
alrededor.

Me acerqué hacía una de las paredes, quería sostenerme de algo porque el agua comenzaba a
pesar mis piernas, y si bajábamos más escalones, necesitaría de donde sostenerme para
empujarme. Pero tan pronto di unos pasos al otro lado de donde Rojo estaba— donde se suponía
que debía haber una pared también—, y un ahogado chillido de arrepentimiento salió de mí
garganta al momento de hundirme hasta el cuello. El cuerpo se me movió contra mi voluntad por
una corriente de agua inesperada que me arrastro hacía ese mismo lado. Hacia otra nueva entrada
de túnel.

Con los ojos bien abiertos y los brazos exaltados, busqué como darme la vuelta y encontrar donde
sostenerme, porque era mucho más hundo este túnel que en el que estaba hace un momento.
Sacudí los pies debajo del agua y mi mano de tanto menearse, atrapó algo duro de lo que me
aferré para girar y regresar a los escalones.

— ¡Tenemos que volver! — traté de hacer lo posible por no gritar. Pero, ¿cómo no hacerlo cuando
parecía que estábamos atrapados? Busqué a Rojo con el otro brazo, necesitaba su ayuda para
encontrar los escalones. Necesitaba que no se apartara de mí— Tenemos que volver ahora mismo.
Esto es una mala idea. Tomemos otro túnel.

Las manos de Rojo nueve me alcanzaron con agilidad y rotunda facilidad, tomándome de la cintura
y devolviéndome a la profundidad del agua de la que ya mismo quería salir. Que me rodeara y me
atrajera a su cuerpo de tal modo que mi espalda presionara con su pecho, y mi trasero con su
entrepierna, me dejó azorada y alterada.

— ¿Q-qué haces? —su mano presionó contra mi boca para evitar que alzara la voz. Solo entonces,
supe que algo estaba poniéndose mucho peor que el agua subiendo de nivel.

Un sonido se escuchó. O no supe bien que era, la verdad era que casi no pude ponerle atención
por la forma en que Rojo me tenía presionada, pero era más un quejido extraño alargándose entre
el pasillo en el que nos encontrábamos ahora mismo, y que provenía a nuestra izquierda. Puse un
poco más atención, y lo escuché con más claridad. Mi piel se escamo de solo pensar lo que sería.

Me removí para escapar, teníamos que hacerlo antes de que nos encontraran o sería demasiado
tarde. Oh no, yo no quería que fuera demasiado tarde.

—No—su aliento rozo el lóbulo de mi oreja y parte de mi mejilla. Alejó su mano de mi boca y la
coloco alrededor de mi estómago, todavía para tenerme en la misma posición—. Hay uno en este
túnel.

Solté un fuerte jadeo antes de dejar de escuchar mi corazón latir.

— ¿Dó-dónde? — solté con la respiración atrofiada y los calambres que empezaban a contraer mi
cuerpo a causa del frio.

—El agua cubrió su temperatura, ahora se está acercando a nosotros.

Un segundo se silenció todo, al siguiente, el rugido se volvió más potente. Ahora sí, si antes quería
escapar de rojo, mis manos se aferraban a sus muñecas como nunca.
— ¿Q-q-qué haremos? — En mi mente solo estaba esa criatura, su acercamiento aumentaba cada
centímetro más...—Hay que hundirnos, si el agua helada cubre nuestras temperaturas es...

Fui sepultada en la profundidad del agua con su propio peso, ahogando mis palabras en un
espasmo. Apreté mi boca ocultando que más burbujas salieran de ella, pero era indudable, no
contenía ni una sola pisca de oxígeno. No iba a resistir así, sin tomar una buena respiración.
Seguimos cayendo, y traté de no sacudirme tanto en su abrazo que me mantenía apegada a su
estructura física, hasta que sentí su inclinación sobre mí espalda y el doblez que hicieron sus
rodillas para acomodarse a cada lado de mi cuerpo. Hice lo mismo sin esperar, doblé mis rodillas
atrayéndolas a nosotros, y podía ser fácil, sencillo perdurar esa posición, sino fuera porque
empezaba a faltarme el aire.

Una ola interna de agua golpeó nuestros cuerpos poco después de que el gruñido bestial se
escuchara ahogado desde nuestra posición, fue cuando lo supe, ese experimento deforme estaba a
pulgadas de nosotros.

Miré entre tanta oscuridad, buscándolo desesperada y aterrada, a la misma vez, por no poder ver
absolutamente nada de él solo sentir esa presión del agua. Apreté el brazo del Rojo y atraje mucho
más mis pies con el miedo de que rozaran con la monstruosidad.

Y, a pesar de que, hacia lo posible por no moverme más, la ausencia de oxígeno empezaba a arderé
en mis pulmones. Me comprimí en los brazos de Rojo y ahogué un chillido cuando supe que iba a
abrir la boca. Y cuando no podía más, sentía quemarme, toqueteé el brazo de Rojo, torcí el rostro y
como si pudiera verlo, le rogué con la mirada que me soltara, que su apretón me perjudicaba aún
más.

No iba sobrevivir, pero seguramente él sí. O salía o me quedaba en el agua. O moría ahogada o
moría en manos del monstruo, o... Una tercera opción brotó en mi mente antes de empezar a
oscurecerse, porque no, no iba a dejarme morir, eso era lo último que quería. Lucharía para
sobrevivir pasara lo que pasara.

Así que envié mis manos en busca del rostro de Rojo nueve y cuando lo tomé, estiré mi rostro
tanto como pude para chocar mi boca con la suya y abrirla de tal forma que quedáramos unidos.

Robaría su oxígeno. Una larga lengua.


UNA LARGA LENGUA

*.*.*

Estaba respirando de la boca de un experimento que horas atrás se comió un corazón. Pero qué
más daba. Mientras mis pulmones se sintieran menos ansiosos y él no intentara arrancarme la
boca en un instinto caníbal, todo estaría en orden.

¿Qué demonios estaba pensando? No, claro que no. Nada estaba en orden en el laboratorio.

El terror aún seguía vivo comprimiendo mis músculos, y no era porque el noveno me mantuviera
presionara a su cuerpo o que sus brazos se enroscaran aún más alrededor de mí como un manto
caliente. Sino por la presión del agua que se había sentido más fuerte, tanto que, me hice lo más
pequeña que pude en el cuerpo de Rojo nueve, con el temor de que alguna parte de aquel
experimento, rozara conmigo. Que, si eso sucediera, estaríamos muertos.

Yo estaría muerta sabiendo que Rojo nueve tenía más probabilidades de sobrevivir.

Rápidamente, capté el sonido reptil del exterior, y tan solo sentir las vibraciones del suelo tan
estremecedoras, mis huesos se sacudieron de bajo de mi piel. Esa cosa estaba pasando junto a
nosotros, y poco faltaba, tal vez, para que se percatara de nuestra temperatura.

Solo esperaba que no fuera capaz de ver nuestras temperaturas como Rojo nueve.

Imaginé a esa criatura con el tamaño del experimento 05, quizá más alto pero voluminoso, ancho,
fuerte, aterrador con sus grandes colmillos manchados de sangre y con esos ojos negros que
penetraban a cualquiera.

Horrible.

Peligroso.
Peligroso como todo el laboratorio infestado de monstruos.

No podía pensar en nada más que su aspecto y el contar sus pasos, uno tras otro, lentamente en
mi mente como quien lo haría cuando cuenta los segundos antes de su muerte. Tormentosos pasos
que llevaban una gran diferencia de sobrevivencia mientras más se contarán.

Las vibraciones disminuyeron hasta un punto en que el agua, incluso, dejó de temblar y
balancearnos en su interior. Cuando esperé varios segundos y no escuché ni un solo ruido más,
rompí la conexión entre nuestras bocas y me empujé fuera de su agarre, anhelando respirar
profundamente. Pero no logré siquiera alejarme un centímetro de su cuerpo, y el empuje solo hizo
que la ansiedad volviera a mí.

Siguió en esa posición, incluso, nos inclinó aún más en el suelo del agua. Me pregunté qué era lo
que haría, tal vez esperaría a que no hubiera más peligro, tal vez... había visto algo más acercarse.

No, no, no iba a resistir por más tiempo. Si no noria asfixiada moriría congelada. Lo frio del agua y
la falta de aire solo me empeoraban, comenzaba a afectarme incluso la movilidad.

Abrí los ojos con desesperación, con el propósito de poder ver algo olvidándome nuevamente de
que estábamos rodeados por la oscuridad del túnel. Entonces, inesperadamente, Rojo nueve nos
impulsó a la superficie.

Tan solo saqué el rostro fuera de toda esa agua helada, mi boca instintivamente se había abierto y
mis pulmones jalado todo el aire a mi interior en una fuerte exhalación de la que me arrepentí de
inmediato. Pero era imposible no respirar con esa frenética necesidad después de tanto tiempo
soportándola.

Giré en busca de que esa cosa no volvería, a pesar de que todo estaba oscuro. Tampoco tardé en
estirar mi mano para aferrarme a la pared mientras me reponía del oxígeno.

Lo único que estaba fuera del agua, era toda mi cabeza que mantenía lo más posiblemente
estirada.
—V-va-v-vamo...nos—tartamudeé. Estaba haciéndome trizas la temperatura del agua. De puntitas
empecé a caminar todo lo que pude para poder llegar a un piso más alto, solo si había uno más
alto.

Una mano rodeando mi cintura me exalto, me puso los nervios de punta, pero reconocí su tacto.
Rojo me sostuvo de tal forma que la mitad de mi cuello dejara de estar bajo el agua y nos empujó
por toda la pared hacía el otro túnel.

— ¿N-nos está siguiendo? — apresuré a preguntar, atenta a cualquier solo sonido que se
escuchara, apretando las tijeras.

—La temperatura del agua es un problema— explicó.

—En-to-tonces no pu-puedes verlo— musité con preocupación. Y solo para calentarme, me


acerqué un poco más a él.

—No, no puedo verlo— afirmó en un murmuro muy cerca de mi oído para que pudiera escucharlo.
Asentí, echando aun así una mirada detrás de mi hombro—. Pero tampoco escucho nada del otro
lado— murmuró sin un poco de tartamudeo por el frio. ¿Si quiera sentía frío? Era extraño pero el
cuerpo de Rojo nueve estaba tibio, cálido. Me llegué a preguntar si era a causa de lo que él
mencionó en el laboratorio. Que la temperatura de los contaminados aumentaba más que la de
una persona.

Si la temperatura aumentaba, poco faltaba para que mutara, eso fue lo que dijo, algo así, pero sus
palabras fueron claras. La mutación, ¿le afectaba a él también si su temperatura subía? Me golpeé
mentalmente, no era tiempo ni de pensar en eso más que salir de toda esta oscuridad cuanto
antes o, lo más impórtate, saber que no nos encontraríamos con ni otra criatura. Eché, alertada,
una rápida mirada cuando escuché nuevamente la gotera en algún lado del túnel.

Odiaba no poder ver nada.

Rojo me soltó justo cuando mis pies encontraron un piso donde se plantaron firmemente y, poco
después, unos escalones que no tarde en subir con velocidad con tal de estar fuera de la heladera.
Y cuando lo hice, abracé instantáneamente mi cuerpo cuando el frio se estancó con más fuerza en
mis huesos y músculos, contrayendo a mi cuerpo en un horrible temblor.
—Ha-ay que lle-llegar a u-un lugar c-c-con luz, rápido— avisé con el descuido en el volumen de mi
voz. Maldición, sentía tanto frio que no solo se me complicaba hablar, sino mover mis piernas.

Seguí sin parar, lo más rápido y silenciosa que pude para estar fuera del agua: ahora el agua solo
cubría por debajo de mis pantorrillas, y eso era un milagro. En tanto caminábamos, apreté mucho
mis labios para no tiritar de frio o hacer algún quejido que pudiera escucharse cuando...

Algo muy delgado se deslizó alrededor de mi tobillo y me jaló.

Mi cuerpo azotó contra la poca agua y solté un estruendo grito de dolor en cuanto fui
rotundamente arrastrada de regreso a los escalones. Sacudí los brazos en busca de donde
sujetarme y la mano de Rojo se enredó en mi muñeca, o eso pensé que era cuando sentí que algo
tibio salpicaba en mi cara y poco después, sus dedos se estiraban a lo largos de mi brazo y pasaban
por detrás de mi hombro, casi, instantáneamente.

Mi cuerpo, entre el agarre de ambos se estiró dejándome a centímetros de tocar el agua, el dolor
me hizo ahogar un fuerte gruñido, sintiendo como los músculos y tendones de mi pierna derecha
se tensaban y rasgaban. Iban a rompérmela, estaba segura, pero aun así no quería soltar a Rojo.
No quería que aquello que me tenía del pie, me llevara con él.

No quería morir.

—No me sueltes— rogué, llevando mí otra mano a su agrandado agarre para aferrarme más a él.
Sintiendo más de sus tentáculos paseando velozmente sobre mi cuerpo hasta mi tobillo... me
estremecí cuando escuché un lejano gruñido en el que mi pierna fue liberada enseguida.

Me hundí en el agua cuando ambos me soltaron y, a pesar del dolor acalambrando mi pierna,
gateé como pude lejos de los escalones y me levanté. Tropezando con los tentáculos de Rojo
nueve.

—Corramos antes de que vuelva— pedí, buscando con mis brazos su cuerpo. Sabía que estaba
cerca de mí. Pero por raro que sonsera, su presencia era lejana. ¿A caso se alejaba de mí tacto?
—Corre— escuché decirle, su voz grave y dura rompió en un débil eco en el túnel. ¿Qué yo
corriera? ¿Sola, y sin él? Sí como no.

—Vámonos— insistí cuando al fin encontré su brazo humano. Ni si quiera había pasado unos
segundos de mi libertad cuando en ese instante, otro jalón, más rotundo que el anterior, se llevó
esta vez a Rojo y a mí, de sobra—. ¡No!

Me aferré a su brazo humano sin intención de soltarlo, porque no lo iba a soltar pese al miedo que
tenía. Con mis pies clavados en el suelo, hale de él y al no lograr nada, de un rápido movimiento
enreden mis manos alrededor de su cintura.

—Suéltame—dijo entre dientes. Me aferré más a él y tiré de su cuerpo para evitar que se
adentrara el agua, pero está ya estaba llegando de nuevo por encima de nuestras pantorrillas—.
Suéltame ya.

Abrí mis ojos en grande, no, no fueron a causa de sus palabras sino de esos movimientos rutinarios
en su espalda, que se sentían como si bichos de todos los tamaños le estuviese recorriendo debajo
de su piel. Recordé lo que había visto antes de que sus dedos explotaran frente a mis ojos en el
laboratorio, era como ver largos gusanos negros que le recorrían desde el centro de su estómago
hasta sus manos.

Le saldrían más tentáculos.

Dejé que mis brazos lo desenvolvieran y que mi cuerpo retrocediera todo lo que pudiera para estar
apartada de ellos. Aunque no podía ver nada, lo que escuché a continuación no estuve segura si
fueron sus gruñidos o los de aquel experimento, pero sí estaban claros los chapuzones del agua, y
esos agudos sonidos como si algo proyectara hacía las paredes.

Una parte de mí se tentó a salir corriendo, lista para escapar, pero no lo hice. Me quedé ahí,
inmovilizada, aterrada, esperanzada.

Rojo nueve tenía que salir con vida. Tenía que matar a ese experimento.
Me exalté cuando otro golpe más intenso que los otros en la pared en la que me hallaba aferrada,
tembló bajo mis manos: amenazando con trozarse o agujerarse. Poco después, un alargado gemido
que desvaneció con los segundos me dejó congelada. Alguien estaba siendo aplastado contra esa
pared. Cientos de preguntas se construyeron en mi cabeza, sin cesar, una tras otra pidiendo
respuesta. ¿Quién estaba ahí? ¿Quién estaba siendo asesinado por quién? ¿Rojo nueve estaba
bien? ¿Y sí esa cosa lo estaba matando? Tragué saliva y la garganta me ardió.

Había un pasmoso silencio, un ambiente repleto de miedo y horror. Mis labios se abrieron, querían
pronunciar palabra, llamarlo a él. Pero sentía que si lo hacía estaría cavando mi propia tumba.

Me aparté unos centímetros de la pared, y con los dedos crispados y mi cuerpo tembloroso seguí
observando a la nada hasta que ese último golpe seco en el agua me dijo que ya había llegado a su
fin. La incógnita era saber, quién había ganado.

Esperé su voz, esperé a que dijera algo, pero nada surgió del silencio. Con nerviosismo, tambaleé la
mirada a los alrededores mientras retrocedía, cada vez más insegura. Y, repentinamente, ese leve,
sonido como si se estuvieran rozando algo con la roca de la pared, me hizo respingar.

Atenta, con las tijeras en la mano, seguí retrocediendo. Mis oídos captando todo tipo de sonoridad,
crujidos y zumbidos. Alguien se acercaba a mí, alguien o algo, pero venía en mi dirección, de eso
estaba segura. Parecían pasos, movimientos lentos y lejanos, como de una persona normal, eso me
hizo parar pensando en las miles de posibilidades de que sea Rojo nueve, después de todo él era
fuerte, ¿no? Le había ganado al experimento.

Pero cuando escuché esa fuerte exhalación en la que un rugido débil se emitió, era demasiado
tarde para echarse hacia atrás.

Retuve el aliento.

Estaba frente a mí, a tan solo centímetros y ni siquiera me había dado cuenta antes. Su aliento con
olor a podredumbre se impregnó en mí piel, todo mi cuerpo se zambulló en escalofríos y sentí
como toda mi presión bajaba en un santiamén. No, no era él, no sabía que tenía frente a mí, pero
definitivamente no era Rojo nueve.

Él era más alto y su boca no era tan grande como para que su aliento llegara no solo en todo mi
rostro, sino en mi cuello también.
Una mano se ancló a mi hombro, mi cuerpo la analizó de inmediato; era una mano promedio, pero
esas largas garras que rozaron con mi brazo decían todo lo contrario.

Me tensé, una humedad muy apestosa se construyó por encima de mi cuello. Tan solo lo sentí,
dejé caer mi cuerpo hacia atrás, escuchando el crujir de sus dientes mordiendo solamente aire. Le
escuché gruñir: un sondo largo y rabioso. Retrocedí hasta estar de pie y salir corriendo, llevando mi
mano al cuello: donde, si no reaccionaba, estaría en su boca. Se enredaron en mis tobillos unos
tentáculos, que, un segundo más tarde, me hicieron caer. De Inmediato, fui arrastrada y el pánico
me entró cuando ni con las tijeras logré cortarlos.

— ¡Rojo! — lo llamé, esperanzada de que sugiere vivo. No podía estar muerto, ¿verdad? Se
regeneraba, prácticamente era imposible de matarlo. ¡Se regeneraba, sus heridas sanaban
rápidamente así que no podía morir! — ¡No! ¡No, no, no!

Busqué a que aferrarme y mis dedos se anclaron a una grieta en la pared a mi lado: mis uñas
quisieron atravesarla, asegurarse en ella cuando sentí el jalón. Ese estirón que me hizo apretar los
dientes y seguir luchando con mi agarre. El dolor comenzó a extenderse en mis yemas, desde el
nacimiento de mis uñas. Maldita sea, podía sentirlas. No solo se romperían, se separarían de mis
dedos.

Apreté los dientes y lancé un grito al sentir esas nuevas garras estrujarse desde la piel de mis
pantorrillas hasta la de mis tobillos y tirar tan duro de ellas que me separó de la única esperanza de
vida. El resto de mi cuerpo golpeó el suelo y la poca agua que restaba y ni siquiera pude luchar
para escapar cuando en otro movimiento en el que me sacudí como un gusano, me volteó. Tan
pronto como lo hizo todo mi cuerpo fue sepultado en un líquido espeso y caliente que también
lleno el interior de mi boca con un sabor metálico. Ni siquiera me moví aun cuando esas garras se
apartaron de mí.

Estaba aturdida por ese aullido bestial que terminó en un chillón gemido a tan poco espacio de mí.
Respigue, y respingue más veces que nunca cuando algo pesado y escurridizo resbalo por todo mi
estómago hasta caer al agua, otro más y mi estomagó se contrajo imaginando lo que seguramente
serian.

Órganos.
No tarde mucho para retroceder e intentar levantarme cuando un infernal dolor encajándose
como la hoja de un cuchillo en mis tobillos me lo impidió. Gemí para no soltar el grito, y llevé mis
manos a ellos, pero, tan solo toqué un pedazo de piel colgando al inicio de mi pantorrilla las retiré,
reprimiendo el llanto en un mordisco de labios. No solo la piel me había rasgado, los huesos me
ardían, como si sus garras los hubiesen jalado, quebrado.

La desesperación y el dolor empezaron a nublarme conforme escuchaba el ruido gelatinoso


delante de mí. No había salida, no podría huir, seria incluso estúpido arrastrarme con estos pies
desangrándose. Sequé mis lágrimas, era insoportable este maldito dolor, y más sería el dolor
cuando un sinfín de dientes empezaran colonizar el interior de mi cuerpo.

Escuché esos jadeos roncos y pesados frente a mí, tras los quejidos que eran más de un hombre
que de una bestia, escuché un crujir en el agua, luego otro y otro, y no se detuvieron y cada vez
eran más cercanos. Y cada vez, más tormentosos, más olorosos a muerte. Temblequeé.

Era mi fin.

Estaba muerta.

Mi alma quiso salir de mi cuerpo en una entrecortada exhalación. Eso sería lo único que huiría de
mí, porque era perfectamente consciente de sus pasos al asecho... y de esos otros tentáculos
deslizándose sobre la arrancada piel de mis tobillos.

—Soy yo.

Inhalé con fuerza y retuve todo el aire que pude en mi pecho, su voz se había escuchado cansada,
débil, pero sobre todo eso, llena de una esperanza infalible que me devolvió el calor. Estaba vivo, él
estaba bien.

—Pensé...—hice una pausa cuando no sabía cómo continuar las palabras, sino sumarle una
pregunta: —. ¿Ya no hay más peligro?

—No—respondió con la voz forzada—. No grites, te curaré.


Escuché un extraño sonido seguido de otro quejido proveniente de él. Luego, sentí como se dejó
caer de rodillas junto a mí, y como una de sus manos— la única con forma humana—, se atrevió a
tomar un primer tobillo y a apretarlo de tal forma que, el dolor subiera por toda la trayectoria de
mi pierna hasta mi cabeza y me hiciera ahogar una gorda exclamación.

Cubrí mi boca y dejé que mi cabeza se golpeara en el suelo para resistirlo, para soportarlo. Pero no,
no podía, sentía quemarme. Los huesos iban a reventarse, yo explotaría en gritos histéricos. Mi
pecho saltó en un llanto ahogado cuando su mano subía por mi segundo tobillo con la piel abierta.
Rasgando hasta mis entrañas, porque el dolor se duplicó de una tortuosa manera que terminó
desorientándome.

Al dejarme los tobillos, lo único que podía sentir era mi respiración y mi corazón agitados en lo alto
de mi garganta. El dolor era algo que ya empezaba a disminuir, aun así seguía perdida, poco faltaba
para que perdiera la conciencia. Pero no lo hice.

— ¿Sientes dolor? —su voz al principio fue lejana, pero el aliento rozando en mi rostro me hizo
saber que lo tenía justo frente a mí. A centímetros, seguramente.

—Solo un cosquilleo—debatí a responder en una voz cortada—. ¿Estas... tocándome?

—Sí, te toco.

Negué con la cabeza en respuesta, el agua me entró en uno de mis oídos con el movimiento lento.

—No siento tu tacto—comenté con preocupación—. ¿Es malo?

Hubo un silencio un poco perturbador, me pregunté que estaba empezando a hacer, si seguía
tocando mis pies o no. Pero varios segundos después, ese cosquilleo dejó el interior de mis
pantorrillas y se transformó en unas caricias cálidas de unas garras que me congelaron.

Me senté como pude con la mirada estancada en ninguna parte, solo sintiendo ese toque que
enviaba escalofríos a todas partes de mí con ese leve temor de que fueran despellejados mis
tobillos otra vez.
— Te siento.

—Lo sé, te estas estremeciendo—respondió forzado sin dejar de acariciarme esa parte. Ahora no
sabía dónde se encontraba su rostro, pero no era lo más importante.

—Hay que seguir.

(...)

Silencio, silencio, y más silencio a nuestro alrededor. El ambiente seguía aferrado al miedo y a lo
desconocido, pero la luz había dado señales al fin. Estaba frente a nosotros, a varios metros del
final del túnel, poco a poco comenzaba a alumbrar nuestro alrededor, haciéndonos capaces de ver
hasta nuestros aspectos.

La sangre manchaba en gran cantidad la tela de mi suéter y la de mis jeans. Miré de reojo mis
pantorrillas y mis tobillos donde pedazos de tela se ondeaban conforme me movía. No había más
herida, ni mucho menos dolor. Era como si nunca me hubieran abierto la piel, estaban impecables,
sanas y fuertes.

Entorné la mirada a Rojo nueve terminando un tanto desconcertada. En toda la anterior oscuridad
nunca me di cuenta de su aspecto, pero ya que había sido alumbrado por las farolas, podía reparar
en él y darme cuenta de lo que pasaba. No había herida en su cuerpo, pero la manera en la que
estiraba mucho sus labios, como si algo le doliera, o la forma en que se apretaba el estómago
debajo de toda esa bata ensangrentada, con esas garras largas y negras decía que él…

—Tienes hambre.

Sus orbes enigmáticos se clavaron en mí, recorrió cada franja pequeña de mi rostro y volvió a mis
ojos con un brillo más intenso.

—Sí—sinceró, retiró la mirada y me dejó contemplar su perfil, como se sombreaba cada vez más—.
Pero no comeré hasta que estés a salvo.
En ese instante, se me ocurrió bajar más la mirada, sobre todo en los bolsillos de la bata. Estaban
llenos por demás y oscurecidos, y un líquido rojizo goteaba de los agujeros pequeños de estos.
Pero no quise preguntar qué era lo que tenía guardado en ellos cuando, con solo una mirada de
rabillo, pude ver esos pedazos de carne.

Sentí náuseas y tuve que sostenerme el estómago para no vomitar. Retiré la mirada incapaz de
seguir curioseando, y arrepentida de haber visto. A pesar de que me ponía nerviosa y temerosa de
que trajera carne en sus bolsillos, entendí que era la mejor manera. Una parte de mí se sentiría
tranquila mientras él se mantuviera con el estómago lleno. Revisé adelante, dejando esos
pensamientos en paz para llenarlos de muchas preguntas. A unos pocos metros un transporte de
seis asientos daba por finalizada las vías, mostrando una escalerilla de pocos peldaños que...
llevaban a la ubicación de la luz. Provenía de un enorme pasillo grisáceo, repleto de muchas
puertas a los costados, y ventanales gigantes que ocupaban casi todas las paredes.

Subimos los peldaños metálicos sin provocar sonido. El pasillo estaba más alumbrado que los
pasillos del laboratorio del área roja. Y no era ni peligroso, ni mucho menos seguro. Miré cuanto
pude, un poco cegada por la luminosidad y, sobre todo, por ese cuerpo arrumbado en el suelo. Con
inseguridad fui recorriéndolo. Revisando el cadáver incompleto que se hallaba a pasos de la
primera puerta en el pasillo.

Por la palidez de su piel, y sus parpados con un color más morado que rojo, podía decir que llevaba
pocos días muertos, seguramente horas.

Tragué con fuerza y me animé a revisar también el interior del ventanal, cuyo cristal estaba
completamente roto. Era un nuevo panorama, repleto de escritorios y sillas de secretarios. Más
adelante, podía encontrar archiveros y una puerta abierta que al parecer daba a otro lugar. Me
encaminé al siguiente ventanal que daba a otra habitación, encontrándome con más escritorios y
sillas, pero con la única diferencia de que en está habían más cadáveres.

— ¿Cuántas personas estaban aquí abajo? — mi pensamiento salió por la boca. Desvié
nuevamente la mirada, estaban todos destrozados, ver tanta sangre era insoportable.

Parecía que el pasillo estaba lleno de oficinas, al menos el primero, porque cuando llegamos al
final, tres pasillos se dividían a nuestro alrededor: uno enfrente y los otros lados a nuestros
costados. Los analicé con demasiada inseguridad, era mucho camino por recorrer y desde aquí,
definitivamente no sabía por dónde ir. No sabía cuál nos llevaría al área naranja, porque al final,
tomamos otro túnel.
—Está vacío de temperaturas—Sus palabras me tranquilizaron. Pero aun así seguí preguntándome
cual pasadizo tomar.

Recorrimos el pasillo de enfrente, y los siguientes tres. Eran interminables, diría que habíamos
estado caminando alrededor de diez horas, no estaba segura, pero mi cuerpo sí, los músculos
empezaban a pesarme y la tensión a cargarse en mis hombros. Estaba cansándome, también tenía
hambre.

Su nuevo quejido me hizo girar rápidamente. Con sorpresa vi cómo se hallaba recargado en la
pared, con una de sus manos engarradas cubriendo toda su boca.

Imaginé eso largos colmillos que le torcían los labios. Esos que rozaron la piel de mi cuello y
estuvieron a punto de encajarse. De probarme.

— ¿No vas a comer? —quise saber, dando solo un paso sin estar lo peligrosamente cerca de él.

—No, esperaré a que encontremos un lugar.

—Puedes comer ahora que no hay peligro—continué, viendo su estado. Toda su frente estaba
surcada de sudor, y grandes mechones de su cabello se pegaban a ella. Además de eso, sus mejillas
estaban sonrosadas. Tenía fiebre—. Tienes que comer cuanto antes.

Levantó la mirada para posarla en mí, observé sus orbes carmín, ese rojo intenso y endemoniado
que me producía todo tipo de nervios. Sentí un poco de temor por la forma tan fija en que seguía
viéndome, tal como esa vez en el laboratorio.

Hallé instantáneamente la razón de porque no quería comer, no solo era porque encontrarais el
lugar ya que él mismo dijo que no había nadie cerca —al menos vivo—, sino porque no quería que
le temiera. Era eso, y si no era eso, no importaba la razón entonces.

—Si es porque crees que te voy a temer—hice una pausa para completar: —, no te preocupes. No
te temo.
Me tomó por sorpresa que se apartara de la pared y dejara que mis ojos miraran como esos largos
colmillos de un tamaño aún diferente a los que me atormentaron antes en el laboratorio, se
encogieran y empezaran a esconderse detrás de sus labios.

Eso labios que ahora tenían esa singular forma carnosa y alargada, con un par de comisuras bien
marcadas que llevaban un color un poco oscurecido. Sus colmillos desaparecieron.

Volví la vista en él, subiendo mucho mi rostro y hallando en sus ojos ese destello oscurecido y
peligroso que me alarmó más. Dio un paso, y luego otro sin detenerse en los siguientes, y pensé
que se detendría.

Y al darme cuenta de que no se detuvo, quise retroceder. Solo pude dar un paso, cuando su mano
me alcanzó.

Y no supe cómo fue que pasó y en qué momento me encontré acorralada contra la pared. Todo lo
que podía decir era que ni siquiera logré detenerlo con mis manos cuando gran parte de su cuerpo
se pegó al mío y sus piernas separaron las mías con una sutileza inmediata. Pero ese no era el
problema, ni mucho menos su mano apretando mi nuca. El problema real era que sus labios
poseyeron los míos con desesperación, y yo ni siquiera había hecho nada para alejarlo.

Quedarme congelada y con las manos a mitad del camino, crispadas y endurecidas, fue lo único
que pude hacer mientras ambos manteníamos las miradas conectadas: la suya con el mismo
oscurecimiento que reconocí como deseo. La verdad es que estaba en shock con las rodillas
debilitadas, hechas prácticamente añicos cuando su lengua se adentró a mi boca y, colonizó sin
permiso alguno, cada pequeño horizonte de mi cavidad bucal, dejando un sabor metálico. Ardía y
quemaba, removía sensaciones que eran difícil describir. Nada de lo que sintió mi cuerpo era
normal, ni menos sentido con el aumento de mi temperatura corporal a pesar de mi temor hacia
él. Le temía, y vaya que le temía mucho en ese momento.

Ahogué un gemido al sentir esas impecables caricias de su lengua sobre la mía, juguetona y
necesitada. Ladeó un poco más su rostro para tener más acceso a mí, para que, incluso, fueran sus
colmillos rozando con mis dientes una y otra vez. Y gemí sonora contra mi voluntad, y solté un
ruidoso jadeo cuando retiró su larga extremidad de mi boca: una lengua más larga que la de un
humano.
Quedé temblorosa a causa de los nuevos escalofríos, con las extremidades gelatinosas y las rodillas
indispuestas, aún en shock. Él no se permitió alejarse un milímetro de mí, solo sus labios rozando
los míos, y esa mirada indescriptible y endemoniada que no dejaba de penetrarme, impidiéndome
pensar.

— Si no me temes—hizo una pausa rozando sus labios sobre los míos y dirigiéndolos a mi mentón
—, ¿entonces por qué tiemblas?

Su tonó grave y ronco recorrió mi cuerpo estremecido.

¿Qué dijo? Fue lo que me pregunté. Cuando al fin se alejó, sin desviar la mirada de mí, pude
respirar, recuperar el aliento y un poco la movilidad de mis piernas. Pero seguía ahí, sintiendo su
lengua en mi interior, sintiendo el calor de su cuerpo en cada centímetro del mío. Pestañeé y
tragué tantas veces pude para encontrar las palabras.

—N-n-no vuelvas a hacer eso— Fue lo único que pude soltar, al fin, sintiendo mis dedos y mis
rodillas. Miré el suelo, sintiendo que los ojos se me iban a caer en cualquier momento—. No lo
hagas otra vez, ¿entendido?

—No me mientas entonces — La asperidad de su voz, fue algo que tampoco esperé escuchar.

Me animé a lazarle la mirada y notar ese semblante serio que llevaba. A pesar de su fiebre y su
agitada respiración, parecía molesto. Indudablemente molesto. No supe que decir a eso,
solamente quedé en blanco, aún estupefacta.

—Busquemos un lugar para descansar—dijo, más una orden que una sugerencia. Por primera vez,
una orden con esa misma tonada de voz—, y comer.

Inesperadamente me dio la espalda, lanzándome una mirada de rabillo antes de caminar al


siguiente pasadizo, dejándome atrás, sola. Observé sus movimientos sin seguirle el paso aún, la
forma imponente en que caminaba, con sus anchos hombros y sus puños cerrados era
desconcertante. Él tenía otro aspecto en ese momento, esa era otra faceta suya. Otra personalidad
que antes no vi. Zona X.
ZONA X

.*.*.

Estanterías metálicas repletas de frascos.

Frascos llenos de líquidos amarillos con fetos... en su mayoría no desarrollados.

Toqué uno que estaba etiquetado como prueba de ADN código 088 área negra, zona X. Su estado
tenía la forma de un bebé más normal que el resto. Con un cordón umbilical tan largo y lleno de
agujeros de los que salía una raíz picuda, muy rara, como si fueran espinas.

Seguí revisando el resto de fetos, todos eran del área negra, zona X, pero con diferentes
numeraciones. Lo único que los diferenciaban eran sus partes deformadas, a la mayoría le faltaba
un brazo y las piernas, otros tenían la cabeza deformada, con muchas bolas en el rostro y cráneo

Era extraño, pero podía decir que ellos fueron las primeras pruebas para crear sus experimentos, y
los cuales, al final, no dieron resultados. Fallaron muchas veces.

Que perturbador. ¿Cuántos fetos hicieron y con cuantos fallaron? ¿Y qué tanto fue lo que hicieron
con ellos? En la sala en la que estaba, parecía haber más de cien. No quería imaginarme cuantos
más habría en las siguientes salas de este pasillo.

Me aparté y salí de todas esas estanterías para revisar el resto de la nueva habitación a la que
habíamos entrado. No había escritorios como en los primeros pasillos que recorrimos, este sitió
parecía más un almacén de frascos, pero había una mesita con dos sillas, una máquina de café y un
par de tazas de diferente color. Eran tazas muy curiosas, tenían la forma de un oso panda.

Más a fondo, junto a esa puerta en la que Rojo había entrado y todavía no salía, se encontraba una
cajonera ocupada por una computadora que aún permanecía encendida, pero se necesitaba de un
código para acceder a ella. Junto al teclado había un cuadernillo viejo, la mayoría de sus hojas
estaban ocupadas, llenas de códigos, los mismos códigos que etiquetaban todos los frascos de esta
habitación desde el 00 hasta el 105.
El cuaderno debía ser una clase de administración, manteniendo un orden de lo que debía estar en
la sala.

Y eso era todo, no había nada más aquí. Eché una mirada al techo y a la alcantarina debajo de mis
pies, sin poder evitar enviarla a la puerta. No sabía por cuanto tiempo había estado ahí encerrado,
pero ya empezaban a preocuparme si algo malo le había ocurrido a Rojo.

Un pequeño escalofrío recurrió toda mi espalda al imaginarme a Rojo masticándolos. Rápidamente


saqué esos pensamientos de la cabeza y toqué mis labios. En ese momento que me besó, sentí que
moriría. Mejor dicho, estaba muerta de miedo. Completamente desesperada y nerviosa, pensando
en que me arrancaría la lengua o se llevaría un trozo de mi boca.

Lo cual nunca sucedió.

Pero, ¿por qué me beso? ¿De dónde había aprendido a besar a si? ¿Se lo enseñaron? ¿Por qué
enseñarían a besar a un experimento o él lo había aprendido por su propia cuenta? Eso no dejaba
de preguntarme. Era muy desconcertante y un acto que por mucho que quisiera, no salía de la
cabeza.

La puerta se abrió, repentina e inesperadamente: al menos por ese momento. Sus ojos carmín
fueron lo primero que vi. Lo segundo que encontré fue el dorso de su mano limpiando la parte
inferior de su boca manchada de sangre. Y lo tercero, cuando giró vi todo su rostro sin una sola
mancha de sangre, pero también vi, que la piel debajo de sus ojos estaba oscurecida.

Con inquietud, envié la mirada a los bolsillos de su bata. Solo uno de ellos permanecía vacío
mientras el otro aún se mantenía lleno. No pude evitar preguntarme si esos pedazos eran para
mantenerse seguro más adelante y no lastimarme.

—Sigamos— informó seriamente, dirigiendo sus pasos sin detener se a la puerta. Consternada, le
seguí con la mirada hallando hasta ese momento, un agujero en la bata que cubría su espalda baja.
Me pregunté cómo se lo había hecho, pesé que tal vez fue cuando se encerró en el cuarto
pequeño para comer. Pero la verdad, era que parecía que llevaba más tiempo, porque alrededor
del agujero y de esa tela rota, había mucha sangre seca.

Claro que era la sangre de él. Y seguramente, antes había una herida en su espalda que fue
regenerada.
Aceleré mis pasos, analizando el agujero en la bata mientras salíamos al corredizo grisáceo. Seguí
imaginando las muchas razones, pero eran tantas que decidí preguntar:

— ¿Cómo te hiciste ese agujero en la bata?

Hubo un silencio en el que dirigió la mirada a mis labios, un lugar que no esperé que él viera, para
dejarme con una incomodidad que hizo que me los apretara.

—Él me atravesó en el túnel, estaba comiéndome—su respuesta me dejó en shock, casi,


endureciendo mis piernas e impidiendo que siguiera caminando de solo imaginármelo.

Los experimentos se devoraban entre sí…

—Era el mismo, ¿no es así? Regreso por nosotros—comenté, recordando cuando nos habíamos
hundido en el agua para ocultarnos del monstruo.

—Estaba jugando con nosotros—aclaró—. Se había dado cuenta de nosotros mucho antes de
hundirnos. Dejó que nos confiáramos antes de atacar.

—Fue por mi culpa, fui la que alzó la voz—conformé lo dije, fui bajando mi voz. Definitivamente
había sido esa la razón, mi voz, el agua pudo haber ocultado gran parte de nuestra temperatura, tal
como lo hizo con ese experimento, pero tal vez, me escuchó.

No dijo nada, y eso me dio la razón, así que prácticamente me sentí peor, culpable, una tonta y
descuidada. Tenía que ser mucho más precavida de ahora en adelante. Y si no hubiera sido por él,
ya estaría muerta. Fácilmente podía dejarme ser devorada por ese experimento, pero no lo hizo,
volvió por mí a pesar de su herida en la espalda.

—Gracias por salvarme, Rojo.

Se detuvo. Sus ojos se clavaron ahora en los míos a raíz de penetrarme y dejarme estremecida no
solo por su profundidad, sino porque fue de esa misma manera en la que me vio antes de
besarme. Un calor quiso florecer en mi cuerpo, pero fue más la helada advertencia en mis
músculos sobre el peligro que emitían sus pasos al acercarse a mí. Retrocedí teniendo el cuidado
de no quedar acorralada, sin apartar la mirada de él. Quería besarme, ¿no es así? Otra vez
tomarme con esa misma fuerza y robarme hasta el último aliento.

No quería.

Por lo menos no ahora… ¿No ahora?

—Es-espera—Estiré el brazo y la palma de mi mano tocó su pecho. Él se detuvo, y lo que hizo


después, me estremeció. Tomó mi mano, cubriéndola con el calor de la suya la llevó a sus labios. La
besó, enviando todo tipo de escalofríos a mí cuerpo y encogiéndome las extremidades.

—Me llamaste Rojo…

Estiró sus comisuras en una sonrisa contra el torso de mi mano. La piel de esa área se erizo. Por
primera vez sonrió, y mis pies dejaron ese instante de sentir el suelo.

—Siempre te salvare— Susurró, con esa sonrisa tan humana como diabólica y encantadora—. Es
una promesa.

(…)

Zona X.

Ver el nombre titulando el terreno frente a nosotros, me hacía recordar a los fetos.
Definitivamente este era un laboratorio, cuyas puertas se mantenían todas abiertas, mostrando
una extensa sala de barras metálicas y mucha iluminación y otras cosas que no pude reconocer por
la lejanía. Justo por la entrada a la puerta principal, había un transporte diferente al de las vías,
este tenía techo, un techo blanco, aunque no ventanas ni puertas, detrás de los cuatro asientos,
había un pedazo del suelo de coche, lleno de cajas.

Aunque tenía curiosidad de saber que había ahí dentro, lo pasé por alto para adentrarme al
laboratorio y quedar estupefacta. Su diferencia era tanta a la del laboratorio del área roja. Tenía
dos pisos arriba con largas escaleras y varios salones, pero por debajo, en el primer piso, un
camino de sangre se extendía frente a nosotros hacia el resto del laboratorio.

Insegura, miré a Rojo. Él no inmutaba ni un solo sonido mientras caminaba sobre el charco que se
guiaba detrás de las estanterías repletas de jaulas de cristal.

Si Rojo no alertaba nada, era porque no había peligro. Eso me hice creer para tomar seguridad y
caminar fuera del camino de sangre. Me acerqué, sobre todo, a las jaulas. Varias de ellas estaban
rotas y los cristales se esparcían por el suelo, haciendo que con la luz resplandecieran. Por otro
lado, el resto de jaulas permanecían cautivando todo tipo de roedores, arácnidos, incluso ranas y
otro tipo de reptiles. Uno de ellos cuyo color de ojos se parecía a los de Rojo.

— ¿Para qué los utilizaran? —me pregunté. Seguramente era para hacer alguna combinación
molecular, celular o… genética. Sí, eso era.

Me aparté y me adentré aún más, hacía las barras donde se mantenían una serie de material de
laboratorio, algunos de ellos ya estaban rotos como por ejemplo los vasos de cristal derramados
sobre las barras. Había unas cajas petric con un cultivo agrandado en su interior que, incluso
comenzaba a escapar de esta misma. Todo estaba desordenado y utilizado a la mitad. Era como si,
antes de que todo este desastre ocurriera, estuvieran trabajando aquí, sin siquiera esperarse el
caos, porque no solo había material a medio camino, sino una que otra mochila o suéter colgado
en las sillas sin llantas. Más al fondo del laboratorio— de entre tantas barras con cajoneras—,
había dos puertas que llevaban a dos pasillos diferentes: a sus lados un par de alimento y bebida.

Me tenté. En realidad, no sabía si nos encontraríamos otras máquinas, o cuanto tardaríamos en


encontrarlas, así que no lo pensé tanto y tomé la pequeña mochila. Desocupándola de inmediato
sobre una mesa con la intención de ir y llenarla de comida. Pero tan solo la desocupé, un objeto
pesado cayó al suelo y golpeó con mi pie.

Era una radio.

Me arrodillé para tomarla, pero cuando lo hice, algo más me dejó en shock. Debajo de la barra, se
ocultaba un arma. No dude siquiera cuando estiré el brazo y la atraje con ambas manos. Era
definitivamente un arma pequeña, pero al menos un arma con la que podía defenderme, y había
sido utilizada por un cuerpo femenino que se encontraba del otro lado de la barra, recostado en un
suelo de sangre… de su propia sangre.
Caí sorprendida cuando revisé que el arma estuviera cargada, y sí lo estaba, pero no me
encontraba sorprendida por eso, sino porque supe como revisarla y quitarle el seguro, como si
antes hubiera utilizado una.

Sacudí la cabeza y me incorporé, tomando la radio y el arma para guardarlas en la mochila, no sin
antes, buscar a Rojo. Él estaba del otro lado del laboratorio… con el torso desnudo. Alzó sus brazos
y me di cuenta de que se estaba colocando un polo negra que terminó estirando debajo de su
pecho: le quedaba un poco guanga del estómago. También tenía puesto unos jeans oscuros.

¿De dónde sacó esa ropa? Si no hubiera sido porque vi los cadáveres de un par de hombres,
desnudos, tal vez seguiría haciéndome esa pregunta y no sentiría unas ganas terribles de decirle
que las devolviera. Pero tal vez él no sabría lo mal que se veía quitarle la ropa a un ser humano
que murió peleando para sobrevivir.

Y para ser franca, a nadie en un laboratorio tan infernal como éste, le importaría poco desnudar un
cadáver.

Salí de las barras tomando las primeras tijeras que encontré, para rodear el resto de muebles y
acercarme a él lo más rápido posible. Tenía la mirada fija en ellos, una mirada amenazante.

— ¿Vas a comértelos? — Reaccionó en cuanto le pregunté, y se colocó la bata ensangrentada.

—Tenía pensado cortar un trozo y guardarlo—mencionó, mirándolo de reojo. Yo también hice lo


mismo, quedando aterrada al ver las partes que les hacían falta, y que, definitivamente no había
sido obra de Rojo—. No quiero llegar a tener hambre y enloquecer hasta lastimarte.

No supe que decir. Era escalofriante tan solo escucharlo decir eso. Tragué con fuerza y miré hacia
las máquinas de comida.

— ¿Hay experimentos cerca? —pregunté con preocupación. Él negó apartándose un poco de los
cuerpos—. Significa que, si rompo las máquinas de alimento, ¿nada nos escuchara?
—Si nos escuchan, tendremos tiempo suficiente para escapar, seguramente están lejos de este
perímetro porque no veo su calor— explicó, apartándose más. No, de hecho, acercándose a las
maquinas sin titubeos. Caminé detrás de él, viendo como levantaba su puño y lo estampaba en el
vidrio que, al recibir el golpe, estalló en fragmentos.

Apresuradamente por el ruidoso acto, giré a mi alrededor, asustada, atenta a cualquier otro ruido.
Rojo también revisó, y lo que me dejó inquietante fue ver que regresó la mirada hacia un cierto
lado del laboratorio.

—Tómalos—ordenó, y le obedecí, agarrando cuanto pude del interior de la máquina y guardarla


en la mochila, mientras él se apresuraba a romper la de las bebidas y tomar botellas para
pasármelas. Aplasté todo con tal de que las botellas de agua cupieran y me incorporé con la
mirada fija en la forma en que él miraba otro lado del laboratorio— Eso no es un experimento de
genes humanos.

— ¿No lo es? —solté el aliento, atemorizada por sus palabras. ¿Con qué más experimentaban en
este lugar? ¿Animales?

—Por la forma en que se mueve quiere decir que se guía por el sonido.

Ahora estaba viendo cada vez más cerca del corredizo que se extendía a través de la puerta abierta
frente a nosotros.

Oh no… No, no, no, no.

—Entonces ya no hables y escondámonos—susurré en petición en tanto jalaba su brazo y lo


incitaba a correr de vuelta al pasillo que ya habíamos recorrido. Lo solté cuando me siguió el paso,
y miré a la izquierda antes de girar al siguiente corredizo, buscando el almacén que encontramos
antes de llegar al laboratorio.

Entramos en él, y cerré la puerta con mucho cuidado a pesar de lo oscuro que estaba el sitio: con
seguro puesto, solo por si las dudas. Cuidadosamente me aparté de la puerta, encendiendo la luz
en la habitación de limpieza, la cual tenía una escalera detrás de nosotros que llevaba a un piso
abajo.
Al mirar a Rojo, el miedo me puso los nervios de punta. Mantenía sus parpados cerrados,
moviendo su rostro lentamente… muy lentamente, como si estuviera siguiendo algo. No, en
realidad estaba siguiendo algo.

Y sí. Esa cosa había llegado al corredizo a una velocidad indomable.

Sigilosamente seguí acercándome a Rojo, llevando mi mano a su antebrazo y aferrando mis dedos
a él sin rodearlo, para sentirme segura. Bajó su rostro y abrió sus ojos. No había ni una sola pisca
de miedo en él, a diferencia de mí que, seguramente, estaba con kilos de terror.

Mi cuerpo temblaba como una secadora de ropa, y quise tranquilizar por lo menos mí agitada
respiración. Era horrible sentirme así. No se escuchaba ningún ruido en el exterior, pero la mirada
de Rojo, me dijo que esa cosa estaba fuera del almacén. Seguramente rastreando cualquier sonido
que nos traicionara. Rojo cerró sus parpados, su rostro se movió hacía atrás del almacén y se
quedó en esa posición. Solo después de varios segundos, se inclinó sobre mí, sorprendiéndome.
Colocando su rostro sobre mi hombro y sus labios contra mi oído. Acomodó sus manos, rodeando
esa zona en la que mantenía nuestras pieles conectadas, y susurró tan bajo como claro:

—No. Se. Irán. Fácilmente.

Mi cabeza proceso esas palabras, sabiendo que no se trataba de un solo monstruo, sino de más de
uno.

Volvió a alejarse, clavando la mirada en mí, esperando algo de mí. Esperando una decisión tal vez.
¿Quería que le dijera que los matará? Hice un movimiento con los labios, lentamente para
preguntarle cuantos eran. No sabía si me entendería, si sabía leer labios, pero ahí estaba,
intentándolo.

Y lo logró. Alzó su mano, alzo todos sus dedos y… ¡¿Cinco?! Me ensordecí. Me sentí desorientada.
Traté de sostenerme del barandal de la escalera y recuperar la respiración. Eran cinco, cinco
experimentos nos tenían rodeados. Cinco monstruos nos estaban buscándonos, para matarnos.

Si le decía que saliera, podrían matarlo. Aquel experimento en el túnel se lo estaba devorando, y
estos, posiblemente harían lo mismo. No, no iba a permitirlo. Sacudí la cabeza y moví nuevamente
los labios mencionando que era mejor quedarnos aquí y esperar. Podría ser que ellos luego de un
rato se fueran.
La pistola en la mochila ilumino mi cabeza, por desgracias, haría un sinfín de ruido cuando por fin
la sacara porque había sido lo primero que guardé en ella. Ahora, lo único que nos quedaba, era
no hacer ruido.

(…)

Cada paso, era un escalón metálico menos para llegar al piso de abajo. Estaba guardando la calma.
Aceptando, después de un tiempo, que esas cosas no nos lo iban a dejar fácil. Estaban seguros que
el ruido terminó por el corredizo fuera del almacén.

Tuve que quitarme el calzado para no hacer tanto ruido, y caminar como un mimo. Caminar tan
lenta y sigilosamente, como si en cada paso dependiera mi vida, lo cual era cierto.

Pisé la porcelana, sintiendo un gran alivio de ser muy cuidadosa. Y miré alrededor, el resto del
almacén era una pocilga muy peligrosa. Un sinfín de escobas, trapeadores, tubos oxidados,
recogedores y palas colgadas en el corto techo sobre nosotros. Un movimiento en vano y caerían
para llevarnos a la muerte.

Había una estantería repleta de botes de pintura y cajas cerradas, y más adelante, un pequeño
baño sin puerta. Decidí no caminar más y sentarme cuidadosamente en el escalón. , también, la
mochila de mis hombros para dejarla en el suelo.

Rojo, por otra parte, seguía vigilando los movimientos de los experimentos. Un rasgado sonido me
endureció la espina dorsal. Clavé la mirada en Rojo, aterrorizada, porque estaba segura que ese
sonido provino de la puerta a la que le puse candado. Me fijé en esa notable mueca que se estiró
en sus labios y mostró un poco de sus colmillos. Apretó la quijada y abrió sus parpados en
dirección a mí.

Entendí que ya nos habían encontrado. Pero él llevó su brazo y mordiéndolo con una rotunda
fuerza y tirando de su propia piel, hizo que la sangré desbordara. Lo colocó sobre mi cabeza. Iba a
lanzarme fuera de un saltó, cuando él mismo me detuvo. Me mantuvo obligada en esa posición,
bañándome en la sangre de su propia herida. Ahogándome. Volvió a morderse una y otra vez la
misma área, arrancándose más piel con esos colmillos aterradores. Y se colocó sobre sus cuclillas,
tomándome de la nuca y doblándome hacía adelante para que su sangre me mojara toda la
espalda.
Ahogué el gemido cuando su sangre cayó en mis ojos, los cuales tuve que cerrar por el dolor que
se inyectó en ellos. Me sostuve de su torso, prácticamente quedado fuera del escalón y con las
rodillas en el suelo, pegada a su cuerpo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Era alguna clase de camuflaje?
Eso quería decir que los experimentos me habían olfateado… ¿cierto?

Olfateó. Comenzó a olfatear mi cabello, mi cuello. Alejándome poco a poco de su pecho para
seguir oliendo, esta vez, mi pecho e incluso mis piernas. Temblé más de lo que pensé que no podía.
Y cuando al fin me soltó, sus manos sostuvieron mi rostro y sus pulgares masajearon mis parpados
sin lastimarme. Pronto sentí que estaba limpiándome los ojos con su polo, y mientras lo hacía,
seguí atenta a esas rasgaduras sonoras en la puerta que poco a poco comenzaron a disminuir.

Abrí lentamente los ojos. Con la vista nublada por el dolor, pude reconocer la sombra de Rojo.
Dirigí la mirada a su brazo, ese mismo en el que recordaba perfectamente que se había mordido
con brutalidad, y el cual estaba en perfectas condiciones segundos después. Me costaba creer que
se autolesionara solo para cubrir mi aroma con su sangre. Mi cuerpo estaba bañado en ella, no
podía si quiera reconocer el verdadero color de mi ropa o piel. ¿No le sucedería algo por la pérdida
drástica de sangre? Sucedió que sí, cuando subí mucho mi rostro y vi el suyo palideciendo en un
dos por tres. Ese pálido color empezó a preocuparme. Otra cosa que también me preocupaba, era
que no estaba sintiéndome muy bien.

Se debía a la mucha sangre que cubría mi cuerpo.

Cualquiera en mi lugar, estaría perdiendo la conciencia.

—Gracias—solté el movimiento sin inmutar la voz. Él me vio por una última vez antes de volver a
cerrar sus ojos y a apretar su mandíbula. Podía leerlo fácilmente, podía saber que estaríamos
encerrados aquí un buen tiempo. Y recordando que por supuesto, yo estaba bañada en su sangre.

Mi frente se recargó en su brazo, y no porque quisiera, sino porque sentí las náuseas. Cubrí mi
boca y me obligué a desesperadamente resistir. No quería arruinarlo, no quería hacerlo. Respiré
hondo y solté una exhalación larga y entrecortada. Repetí el acto hasta que estuve segura de que
me concentraría en algo más que en mi aspecto: en contar las escobas del techo, tal vez.
Podía ser un acto tonto, pero estaba funcionando al menos hasta que mi estómago dejó de
sentirse un volcán a punto de hacer erupción. Me aparté para volver a sentarme en el escalón,
revisando el rostro de Rojo quien seguía con la mirada fija sobre la escalera.

No se miraba bien, y había sido por mí culpa. Que, si no hubiéramos roto las máquinas, no
estaríamos en esta posición.

Toqué su frente al mirar esa corona de sudor. La maldita fiebre había vuelto. Si él empeoraba,
caería inconsciente como otras veces. Llevé mi mano al bolsillo de la bata, sin dudar y, tomé el
primer trozo de carne. No lo vi y lo llevé hasta su rostro pensando en que si lo consumía, se
repondría.

Bajó la mirada rasgada, posándola en mí y no en su alimento.

—Cómelo—solté en un tono exageradamente bajo. Alcé un poco más el pedazo de carne para que
lo viera, y terminó arrebatándomelo, devolviéndolo al bolsillo de la bata—. Estas hirviendo.

Negó con un leve movimiento de la cabeza y una mirada segura, pese al sudor y su palidez. Lo debí
que estaba comenzando a mirarse, empezaba a preocúpame. Se acercó, nuevamente inclinando
su rostro y dejándome rígida ante el tacto de su boca con mi oído.

—Se han alejado—Solté un silencioso jadeo ante la humedad de su aliento cosquillando en mi


cuello y cabeza. Mi corazón reaccionó con un vuelco—. Pero cualquier ruido los traería de regreso,
así que no hablemos.

Eso quería decir que, que por ahora estábamos a salvo, mientras no hiciéramos ruido. Estaba a
punto de asentir…

Cuando una lamida en mi quijada, me dejó petrificada, aguantando la respiración y dejando la


mirada perdida en alguna parte del almacén detrás de su hombro. El roce de sus labios, siguiendo
esa línea de piel hasta mi mentón, hizo que cada estremecimiento de su movimiento se estirara en
mis huesos. Solo unos milímetros se apartó de mí, dejando que su enigmática mirada poseyera a
la mía, mientras mis piernas sentían el desliz ágil de sus manos.
Me las abrió.

Y temblé. Sentí que me quebraría por lo endurecida que estaba.

Cuando vi que inclinaba su cuerpo al mío y una de sus rodillas se acomodaba en mi entrepierna, no
me congelé esta vez, lo detuve con las manos sobre su pecho.

—No—susurré, con la respiración afilada y el corazón a punto de cruzar por mi pecho—. Aquí no…

Un beso en la ducha

UN BESO EN LA DUCHA

*.*.*

No sabía en qué momento comencé a cabecear, pero si sabía que estaba muy cansada y que había
pasado mucho tiempo desde que quedamos atrapados en el almacén. El cuerpo me pesaba y ni
hablar del dolor en la espalda o, de todo lo demás.

Pellizqué mis mejillas para despertar. No podía quedarme dormida sabiendo que cinco
experimentos nos buscaban, sin cansancio. Cinco monstruosidades que pasaban de un corredizo a
otro cercano, olfateando y abriendo sus oídos para encontrarnos.

Miré alrededor, pestañeado mucho al sentir que hasta mis parpados me estaban traicionando,
quería concentrarme en algo, lo que sea, con tal de seguir al tanto de cada pequeño ruido. En
tanto vagaba para entretenerme, lancé una rápida mirada al cuerpo de Rojo. Él se hallaba sentado
y recargado en una esquina del almacén, con la cabeza contra la pared, manteniendo sus rodillas
dobladas y piernas separadas, con un brazo únicamente acomodo sobre una de ellas. La posición
que mantenía y su cuerpo vestido de ropas juveniles, estaba inquietándome.

Más humano no podía parecer. Pero eso no era lo que me inquietaba. Mencionando que su figura
siempre tenía esa imponencia que te hacía sentir inferior como una pequeñísima hormiga a punto
de ser pisoteada, estaba también, su forma de actuar. Esa manera impredecible en la que actuaba
me tenía muy agitada.

Cuando me tocaba de la nada, cuando me miraba de esa forma y cuando se acercaba a mí, eran
cosas que no podía controlar, que me tomaban por sorpresa y me confundían mucho. Ni siquiera
podía creer que le dije después, mis propias palabras me tomaron por la espalda.

Aquí no... Aquí no...

¿Qué quise decir con eso? Tomé una fuerte respiración y exhalé. No quería volver a pensar en ello,
tal vez, una vez estando a salvo aclararía mis pensamientos y le diría a él lo que quería decir
realmente. Solo si él mencionaba algo al respecto.

Torció su cuello en una esquina del techo del almacén, poco después un golpe sordo se escuchó
justo ahí. Me levanté como resortera cuando vi todas las escobas, tubos y trapeadora sacudirse
con el golpe, titubeé en extender mis brazos con la intención de atrapar alguna en dado caso de
que se cayeran.

Cosa que, si sucedía, estaríamos muertos. Pero al final, ni uno solo se despegó de su sitio. Rojo
también se levantó, pero sin abrir los ojos y moviendo su cabeza en la misma dirección. Otro golpe,
otra sacudida, y dos tipos diferentes de gruñidos hicieron que mi corazón saltará.

Habían vuelto otra vez a este pasillo.

Se acercó en mi dirección, sus orbes reptiles se concentraron en mí después de que dejara de ver
un lado del techo. Negó con la cabeza repentinamente, no dudé en estudiar su rostro, su gesto
serio. Su quijada no estaba apretada o endurecida como otras veces hizo cuando supo que algo
malo iba a pasar o estaba pasando. Sin embargo, esos golpes volvieron a escucharse, aunque más
lejos, provenían del pasillo que rodeaba el almacén.

— ¿Son los mismos? —pronuncie a labios mudos. Él asintió, y maldije en mis entrañas. ¿Cómo era
posible que esos experimentos no se dieran por vencidos? Quería saber, también saber cuánto
más estarían rondando por aquí —. ¿Saben qué estamos aquí?
Esperé su respuesta, una que no llegó al instante y me atemorizó.

Ladeó el rostro y se quedó escudriñándome por un largo silencio que me mantuvo con los nervios
de punta. Aún tenía su frente surcada en sudor, y ni hablar del color pálido que habían adquirido
sus labios carnosos. Rojo estaba empeorando.

Por voluntad, llevé mi mano a su frente y ante el simple tacto de nuestras pieles, él cerró sus ojos y
se tensó. La fiebre no parecía en aumento, pero aún seguía en él, insistente, debilitándolo cada
minuto más. A este paso, se estaría desmayando.

— ¿Por qué no comes? —Leyó mis labios, y mientras permaneció en silencio como si estuviera
discutiendo algo en sus propios pensamientos, me di cuenta de que los golpes y los gruñidos
dejaron de escucharse.

Hizo una media mueca antes de acercarse mucho a mí, inclinar su rostro, y acomodar sus labios
contra mi oído derecho, casi como un beso.

—No quiero comer carne—susurró, su voz crepitante debilitó inesperadamente mis rodillas.
Apreté el barandal y guíe mi cabeza en un movimiento para responderle muy cerca de su oído.

— ¿Por qué no? Te ayudará.

Su mano cerrándose en mi cadera hizo que mis huesos saltar debajo de mi piel, por instinto quise
retroceder, pero él me detuvo, empujándome a él un poco más para respóndeme:

—Eso no me ayudará, solo calma mi hambre no la fiebre— respondió. Su aliento acarició parte de
mi mejilla, y lo sentí, sentí de nuevo la caricia de sus labios en esa zona. Pero se apartó, esta vez,
soltando mi cadera de golpe y girándose para volver al sitio en el que antes estaba.


‌‌‍Cuando se hubo sentado, recargó su cabeza en la pared y cerró sus ojos sin ninguna presión. Lo
seguí observando, más de lo que no quería, pero es que ni siquiera podía leer sus movimientos y
saber que haría después, por un momento pensé que intentaría besarme otra vez, pero terminó
no haciéndolo.
Sin duda Rojo era indescifrable.

(...)

Tardé minutos en poder romper lentamente un trozo de tela de mi camiseta de tirantes, con tal de
remojarla en el retrete donde había agua limpia, al menos. Necesitaba bajar la fiebre de Rojo. No
sabía qué estaba sucediendo fuera del almacén y no sabía si todavía había experimentos, pero des
hace minutos que Rojo no se movía más que para respirar con rapidez.

No iba a dejarlo así y saber lo que depararía después. Así que mojé el pedazo de tela, y lo exprimí
sin hacer mucho ruido. Antes de salir, miré mi aspecto en ese espejo empañado colgado sobre el
lavabo, todo mi rostro estaba bañado en sangre— su sangre—, al igual que el resto de mi cuerpo.
Tenía una imagen muy perturbadora y mucha piel pegajosa.

Salí y me apresuré a inclinarme sobre mis rodillas para empezar a humedecer su rostro,
comenzando desde su frente: esa a la que le tuve que apartar todos los mechones y acomodarlos
detrás de sus orejas. Sus orejas tenían una forma un poco picuda tanto de arriba como de abajo,
pero eran tan parecidas a las de cualquier otra persona.

Mojé su cuello y limpié sus pies que estaban cubiertos de suciedad y sangre: dedo por dedo,
cuidadosamente hasta terminar. Me quité el suéter y lo doblé para acomodarlo en un punto del
suelo. Tenía la intención de recostar a Rojo para que descansara mejor, la pregunta era saber cómo
lo haría con lo mucho que pesaba. De alguna manera tenía que lograrlo.

Acomodé mis manos, una detrás del lado derecho su cabeza, y la otra debajo de su axila izquierda,
aferrándome a su cuerpo para dejarlo en el suelo poco a poco. Apreté mis dientes y sostuve todo
lo que pude de su peso, hasta que terminó cayendo de sopetón, y yo siendo arrastrada por su
peso.

Estómago contra estómago.

El sonido fue diminuto, pero aun así estaba ahí, lo más quieta que pude, soportado que su cabeza
aplastara mi mano y que parte de mi estómago descansara sobre el suyo. Miré alrededor, atenta a
cualquier otro sonido. Mi corazón latiendo apresuradamente en mis sienes, era lo único que
escuchaba por ahora.
Tragué y me dediqué a mirar la posición de Rojo, solo entonces una estaca de hielo me flechó el
corazón. Sus ojos tan abiertos como si se fueran a abrir, sin temblores en sus pupilas rasgadas, sin
pestañeos ni nada más.

— ¿Cómo te sientes? —susurré esta vez, lejana a su oído, continuando con deslizar mi mano fuera
de su cabeza hasta lograrlo y apartarme un poco más. Dejando lo suficientemente separados
nuestros cuerpos.

Cerró sus ojos varios segundos, y agradecí que dejara de mirarme para poder respirar todo lo que
pudiera y enderezare. Y acomodarme sobre mis rodillas.

—Ya no hay peligro cerca—exhaló a una voz un poco más fuerte, pero no lo suficiente como para
recorrer el resto del almacén.

— ¿En serio? ¿Se fueron? ¿Están lejos? —pregunté, sorprendida e ilusionada con salir de aquí y
buscar el área naranja. Reparó en mis facciones en esa casi sonrisa que proyectaban mis labios a
causa de sus palabras.

—No se han ido, pero se están apartando —explicó en voz baja.

Apartados. Con que estuvieran apartándose eran más de suficiente para tranquilizarme. Quería
decir que saldríamos de aquí entonces. Asentí, tomando el trapo y limpiando nuevamente su
frente, dando leves toques en cada centímetro de su piel.

Él me siguió con la mirada en todo momento, con esos orbes rasgados y endemoniados que te
seguían hasta en tus pesadillas. Pero no en las mías. Ya estaba viviendo una pesadilla, debía
admitir que ya sentía menos temor de él, de su mirada, de su presencia.

Tal vez era porque se encontraba con fiebre. Débil. No sabía explicarlo exactamente. Quizás era
porque empezaba a sentirme más segura a su lado, a confiar más en él.

— ¿A parte de ellos, no hay nada más acercándose? —me animé a cuestionar, mirándolo a los
ojos. Deteniendo mi mano junto a su estómago donde, enseguida, sentí ese calor abrazándola. Sus
dedos se habían deslizado sobre los míos. No pude ni moverme con las corrientes eléctricas que
envió su tacto a través de mi cuerpo. Pero trate de concentrarme en él, ignorando sus caricias.

Sus jugueteos estremecedores.

Cerró sus ojos, y aún recostado sobre mi suéter, movió su cabeza a los lados el techo del almacén.
Mientras miraba, desvié la mirada para ver de qué forma intentaba entrelazar sus dedos con los
míos.

Estiré mis dedos dejándolo entrelazarse, y jadeé cuando sentí la familiaridad del agarre. Antes ya lo
había hecho, pero la pregunta era saber cuándo y con quién. Eso no importaba, lo que importaba
era que yo había dejado que me tocara, que hundiera su calor en mi mano y que sus dedos
acariciaran los míos. Se sentía extraño, incomodo, me ponía nerviosa. Asustada, sobre todo, pero a
pesar de ello, no me retiré.

—No—soltó, haciendo que instantáneamente volviera a mirarlo. Había sido atrapada


contemplando nuestras manos enlazadas.

—Deberías descansar —comenté. Si no había ya nada cerca y los otros seguían alejándose, mejor
que se repusiera para salir cuanto antes y seguir el camino. Me sorprendió verlo levantarse,
moviendo nuestras manos para acomodarlas sobre su pierna en tanto se sentaba.

—No necesito descansar—repuso, rompiendo el agarre de nuestras manos para empezar a


levantarse—. Salgamos de aquí ahora que están más lejos.

No dije nada porque estaba de acuerdo en irme, aunque su aspecto me preocupaba.

Le imité. Fui rápidamente a tomar la mochila y mientras él subía los escalones, busqué el arma
entre tanta comida que guardamos. La tomé en mis manos, apretándola. Nos serviría de ayuda en
dado caso de que Rojo no pudiera pelear, o incluso, mucho antes de que él se lanzara a pelear.

Cuando me colgué al hombro la mochila, subí sigilosamente los escalones hasta llegar a donde él
me esperaba para salir del almacén.
Evalúe su aspecto una vez más mientras abría esa puerta. Era inevitable hacerlo sabiendo lo pálido
que estaba. Solo esperaba que no empeorará.

Al salir, lo primero que hice fue sacudir la cabeza en todas las direcciones posibles. Los corredizos
estaban vacíos. Me acerqué al final del almacén para revisar el pasadizo que llevaba al laboratorio,
y abrí tanto los ojos por lo que encontré en el suelo.

Era mucha sangre. Sangre manchando las paredes y todo el suelo hasta llegar a un punto del
corredizo en el que solo se concentró más.

—Rojo— lo llamé en un susurro. Pasé la mirada una y otra vez, tratando de averiguar qué era eso.

Lo que se desangraba tenía la forma de un perro, pero más grande, más largo y ancho. Sin pelo y
de piel negra. Sin cola, o tal vez se la arrancaron, como le arrancaron dos de sus patas traseras y la
cabeza.

Me pregunté qué era eso, si era o no un experimento o solo un extraño animal que tuvieron
enjaulado. Lo que sí estaba claro, era que eso nos estaba persiguiendo también.

—Su temperatura va bajando— escuché su gruesa voz junto a mí. Ni siquiera me había dado
cuenta de en qué momento llegó.

— Pero… ¿qué es eso?

Di un par de pasos más ara ver ese cuerpo sin vida más cerca. Era espantoso. Tenía púas por
debajo del estómago. Definitivamente tenía que ser un experimento.

—Solo sé que no es humano.

Aunque no era la respuesta que esperaba, pregunté:

— ¿Es un experimento?
—No lo sé, pero tiene el mismo tamaño de quienes nos buscaban.

(...)

Bloque de habitaciones D. Así titulaba el pasillo delante de nosotros, mientras que el resto que se
repartía a nuestros costados no llevaban nombres. Repasando el mapa que se hallaba recargado
en una de las paredes, esperando a que Rojo terminara de buscar temperaturas. Estábamos muy
apartados del área naranja, en realidad, el área más cercana a nosotros, pasando las habitaciones
del aula D y a un corto corredizo y dos túneles más, era la blanca.

Entre más miraba el mapa, más me preguntaba por qué no enseñaba la salida de este lugar. Era
muy raro, me consternaba no ver siquiera señalamientos en los corredizos como emergencia.

—No hay peligro.

Asentí. Le eché una mirada al mapa y le seguí el paso a Rojo cuando se adentró al bloque de
habitaciones.

Varias de las puertas estaban abiertas, mostrando desde un comedor hasta una pequeña cocina o
una capa individual. Era perturbador pensar que aquí abajo vivían personas. Tal vez trabajadores
que dedicaron su vida a los experimentos. Pero eran muchas puertas, así como muchos pasillos
que llevaban a más puertas enumeradas con dígitos y la letra D.

Repentinamente paré junto a una enorme entrada sin puerta que llevaba a una amplia ducha.

Una ducha... Mi mente repitió esa palabra.

Me tenté a entrar, abrir los grifos y bañarme entera para quitarme todo rastro de sangre ¿Eso
cuánto tomaría? Un minuto sería suficiente para quedar lo más limpia posible de la cabeza a los
pies. El problema era que posiblemente un minuto haría la diferencia entre la vida y la muerte con
el ruido que los fregadores provocarían.
—Si me doy una ducha rápida, ¿habría algún problema? — Giré para toparme con su mirada lo
suficientemente penetrante como para sorprenderme —. ¿Hay peligro?

Por razones muy obvias necesitaba bañarme, no solo el olor, sino lo pegajosos de mi cuerpo y la
picazón en algunas zonas a causa de ello. A parte, con la sangre en mi rostro, casi no podía
moverlo.

— No. No hay peligro, puedes darte una ducha rápida.

La tentación creció en mí, y no lo pensé tanto cuando entré. Me guíe al interior de la ducha abierta
y evalúe alrededor lo más veloz que pude. Había un tubo redondeado en el centro del lugar, largo y
muy ancho, con grifos colgando desde lo más alto y llaves de agua a la mitad de su altura. Cuando
no encontré nada extraño, deposité la mochila y el arma junto a una banca pegada a la pared. Las
manos me temblaron cuando al aproximarme a la bajada que llevaba a las duchas, las llevé a las
llaves. Giré una, y el agua salió desproporcionalmente fresca sobre mi cuerpo: produciendo apenas
sonido. Suspiré, cerré los ojos y sentí mi cuerpo estremecerse. Era una gran diferencia estar
hundida en mucha agua helada a solo ser mojada por cierta cantidad. Empecé a tallarme el rostro,
el cuero cabelludo y el resto de mi cuerpo vestido.

Quitarme la ropa era algo que no haría, solo me tomaría un minuto para que gran parte de la
sangre de Rojo saliera de mí. Otra llave rechinó junto a mí y el sonido del agua se multiplico,
haciéndome respingar.

La presencia de Rojo me había tomado desprevenida. Su perfil tan cercano era todo lo que podía
ver, cabizbajo, con los ojos cerrados, relajado, sintiendo la presión del agua recorrer su cuerpo
entero. Contemplé la sangre que resbalaba desde sus pies y continuaba por la porcelana hasta
desaparecer en las rejillas de una alcantarina pequeña. El agua hacía que su polo se le pegara en
todo su torso varonil, marcando, sobre todo, la parte de su pecho y sus areolas. No llevaba la bata,
la había dejado junto a la mochila.

Fue inteligente, sabiendo que en los bolsillos llevaba carne y que remojarlos solo haría que se
pudrieran más rápidamente. Tarde que temprano se comería esos pedazos y entonces, tendríamos
que buscar más carne para él.

Bien. Estaba pensando en ello como si fuera algo normal. Que locura. Aunque sí, me perturbaba y
eso no desaparecería. Por otro lado, ya lo había aceptado. Lo que no había aceptado, era lo que
sentí a continuación...
Sus manos sosteniendo mis caderas, me empujaron a la pared metálica de la ducha,
acorralándome de inmediato con su inmenso cuerpo. Nuevamente no me percaté de su
movimiento y ese hecho de la velocidad con la que actuaba, me perdió.

Su calor, cuando pegó sus caderas a las mías, era algo que igual me perdía. Levanté la mirada de
inmediato para ver esa oscurecida mirada endemoniada, y saber que él quería continuar con lo
que detuve en la escalera del almacén.

Definitivamente no.

—Aquí no—traté de escapar, no quería besarlo. No podía suceder. No quería hacerlo aun sabiendo
lo mucho que mi cuerpo empezaba a temblar con su agarre, a estremecerse con su toque, su calor.
No, no, esto estaba mal. Era atracción sexual solamente, pero igual había miedo de por medio por
el peligro existencial en el que nos encontrábamos—. Puede venir...

—No hay peligro—interrumpió, inclinando su rostro hacía mí, acortando cada centímetro de
nuestra distancia hasta dejar nuestras narices rosarse, únicamente. Mis manos volaron a su pecho
antes de que el mío tocara el suyo. Mientras trataba de hallar palabras, contemplé su rostro, esas
facciones marcadas y enigmáticas en las que cientos de gotas de agua las recorrían. Todo su
cabello estaba acomodado detrás de su oreja y por encima de su cabeza, más, oscureciendo más el
tono y moldeando su atractivo masculino.

Ay no.

—A-a-aun así— detuve el aliento cuando sentí esa dura presión contra mi entrepierna. Dios. Santo.
Las piernas se me volvieron agua al saber que no solo quería unos simples besos. No, no él estaba
excitado.

No entendía a Rojo, no entendía cómo era qué se atrevía a hacer estas cosas. Por qué razones se
acercaba tanto y me tocaba tanto. ¿Por qué quería besarme otra vez? ¿De dónde lo había
aprendido?

—El agua hace mucho ruido, puede atraer...—hizo que me comiera las palabras cuando con una
mano, alcanzó las llaves y las cerró. El agua dejó enseguida de fluir. Ya no había ruido alguno en la
habitación de las duchas, solo mi agitada respiración y ese corazón que se me saldría de la boca.
¿No iba dejarme salir de esto? ¿No se daría por vencido? ¿Qué más tenía que inventarle?

Volvió su mano a mi cadera, la deslizó por detrás de mi espalda baja arqueándola, y fue subiendo
al ritmo en que lo hacía un escalofrío que me erizó la piel. Jadeé, sentí que me hacía más pequeña.
Él estaba...

Los pensamientos se acallaron cuando mi oportunidad de idear otra salida se cerró con la prisión
de sus labios, desesperadamente, buscando los míos. Mis dedos se aferraron a su camiseta, pero
no lo empujaron. Aunque ganas no hacían falta, tampoco de continuar con el beso. Estaba
enredada en sus brazos, sofocada en su boca y las constantes caricias de su lengua sobre la mía.
Sus orbes carmín estaban oscurecidos en deseo, en cambió los míos, aún poseía una pisca de
súplica. Quizás él se daría cuenta de ello y lo detendría, pero no había ánimos de siquiera dejar de
colonizar mi boca.

Gemí, siendo incapaz de no sentirme excitada, poseída y atrapada entre la espada y la pared.
Nadie en su sano juicio podía detener estos sentimientos que su mismo cuerpo estaba aclamando
con más fuerza, a pesar de que una parte temía por lo que pudiera acontecer después.

Suaves, así eran sus labios, y llenos de un sabor metálico tan igual al de la sangre que terminé
consumiendo. Sus colmillos hicieron presión con los míos, rozando parte de mi labio inferior. Rojo
se ladeó más, intensificando la entrada ruda y hambrienta de su lengua. Por otro lado, mi lengua
despertó, lenta e insegura se deslizó en la suya. Había un gran susto guardándose en mi pecho
donde el corazón me martillaba con locura, pero estaba hecho, estaba correspondiéndole. Y eso,
pareció gustarle tanto que él mismo ahogó un gemido en mi boca. Uno ronco, uno que terminó
quemando la parte baja de mi vientre, y jalarlo con destellos excitantes.

No, no. Basta. Esto estaba mal.

Como si algo o alguien hubiese escuchado, se detuvo, pero no por nosotros mismos. Un grito
rasgador se alargó, lejano y peligrosamente en los pasillos fuera de la ducha. Tan aterrador que fue
capaz de eliminar todo rastro de deseo en nosotros.

Tan horrible y escandaloso, que Rojo se apartó de mí y salió de la ducha con los puños apretados y
sus parpados cerrados.
Yo no me quedé atrás, salí disparada para tomar el arma y en cuestión de segundos encontrarme
junto a Rojo, con el arma apuntando a los lados del pasillo vacío.

Vacío. Todo estaba vacío. Pero, ¿de cuál había provenido exactamente? Y lo más importante, ¿el
grito era humano o animal? No pude reconocerlo, pero el sonido era espeluznante: un grito
engrosado, rasgado y lleno de dolor.

Las farolas parpadearon, oscureciendo al rededor unos nanosegundos. Volviendo incluso, el


panorama más escalofriante como en una película de terror.

— Están ocupados.

— ¿Quiénes están ocupados? — quise saber, sin dejaré de revisar. Otro grito con la misma fuerza
corrió por toda mi piel en forma de escalofríos —. ¿Ro-rojo?

Giré para verlo. Él no miraba en dirección a ninguno de los dos corredizos por donde el grito había
provenido, sus orbes endemoniados estaban clavados en una habitación.

— ¿Qué sucede? — Me tenía en suspenso, y con el miedo drenando mi sangre. Entorné una
mirada a ese lugar, no estaba más que a unos metros lejos de nosotros y con la puerta cerrada—.
¿Hay alguien ahí?

— Hay una serie de temperaturas moviéndose detrás de este bloque. Cero humanidad

CERO HUMANIDAD

*.*.*

El sonido se escuchó junto al pasillo que se encontraba en el siguiente bloque de habitaciones


frente a nosotros. En ese pasillo estaba sucediendo algo horroroso. Y no me apuré en preguntar
cómo eran esas series de temperaturas, imaginándome qué serían al final. No, me lancé a correr lo
más rápido posible para alejarme de aquel bloque de habitaciones, y los pasadizos que le
rodeaban.
Solo esperaba que no terminaran persiguiéndonos.

Dos crujidos huecos y aturdidores, me voltearon la cabeza al instante, encajando la mirada en todo
lo que dejábamos atrás. Y me detuve en seco, sorprendida, aterrada a la misma vez. No eran solo
experimentos. Esos gritos eran de personas, y esos crujidos habían sido disparos.

Personas. ¡Eran personas!

Sentí pánico con la nueva guerra interna que estaba teniendo, el vértigo cosquillaba debajo de la
piel de mis piernas que querían moverse. Otro aullido de dolor y miré a Rojo quien también había
dejado de correr para revisar esa área una vez más, y negar con la cabeza hacía mí.

—Es tarde, se los están comiendo—dijo, su tonó firme y grueso. Me tomó del brazo, aunque no
hacía falta para que yo misma empezar a correr. Había entendido, a pesar de que tuviera un arma
con tres balas, que posiblemente no serviría de nada para poder salvarlos. Que tal vez, fallaría al
disparar, y que al final, estaríamos entre sus garras.

Mi pecho se oprimió, sintiendo una gran impotencia, una desesperación a punto de estallar. Miré
adelante, y no detuve la velocidad con la que mis piernas se movían para aproximarnos a la
entrada del área de transporte. Bajamos los pocos escalones y pisamos las vías. Pero tan solo lo
hicimos, el metal crujió por debajo de nuestros pies y el sonido agudo recorrió el resto del túnel y
el pasadizo detrás de nosotros.

— ¿L-lo escucharon? —tartamudeé. De solo pensar que ya corrían por nosotros, la respiración
amenazó con detenerse.

Rojo miró por encima de su hombro, hubo un gran silencio que llenó el ambiente de suspenso y
terror. Quedé viendo su perfil, la forma en que estiraba su cuello para ver a los diferentes lados o la
forma en que su cuerpo cada vez más se tensaba. Hasta que se volteó hacia mí, y sin abrir sus ojos
revisó el resto del área de transporte, torciendo una de sus comisuras.

Esa torcedura fue más una mueca de ira que cualquier otro gesto que pudiera ignorar. Esa simple
mueca que mostraba sus colmillos picudos y peligrosos, decía mucho sobre lo que posiblemente
estaba mirando a través de tanta roca. No pude evitar revisar alrededor, atemorizada de que algo
cerca estuviera a punto de llegarnos.

Di un par de últimos pasos para estar junto a él y sacudir su brazo cuando no vi otra reacción. Que
se quedara tan quieto, rígido hasta las entrañas, no me gustaba.

— ¿Qué ves?

—En todos lados hay temperaturas—escupió, su voz se engrosó. Abrió sus parpados para
observarme, había molestia en él, una firme intranquilidad—. Los gritos fueron la causa.

— ¿Se guían por el oído? Entonces podremos escondernos —apresuré a decir. No me gustaba la
idea de estar encerrada, pero si eran muchos experimentos monstruosos caníbales, entonces la
aceptaría nuevamente. Sobre todo, sabiendo que Rojo seguía igual de pálido...

—Yo me guio por el oído, olfato y las temperaturas, pero no sé todos los sentidos en los que ellos
se basan.

Sus últimas palabras se arrastraron por debajo de sus colmillos, y noté algo inquietante en él: sus
labios se empezaron a estirar hacía arriba, y esos colmillos sobresalían con un largo increíble hasta
torcerse sobre el labio inferior y superior.

Cuando me atacó en el laboratorio, lo que hizo y dijo fue a causa del hambre. Él tenía hambre otra
vez. Me sentí un poco alterada, pero no como antes, no como esa vez en la que estaba debajo de
su cuerpo y con sus dientes contra mi cuello. Esta vez era diferente, tal vez confiaba en que no me
lastimaría, tal vez aún no. Pero lo único que podía decir con claridad, era que la forma en que me
miró en el laboratorio, no era la misma manera en la que me miraba ahora mismo.

—Voy a tener que matar si se percatan de nuestra presencia.

Esperó a que dijera algo, o eso me hizo creer por la forma en que miraba con su rostro retorcido a
causa de esos grandes colmillos bestiales. Pero no sabía que decir, sus palabras me tomaron por
sorpresa, aunque tenía razón, no sabíamos qué eran esos experimentos, qué tamaño tenían y si se
guiaban incluso por el olor, el oído, las vibraciones o temperaturas.
Traté de pensar rápidamente. Tenía un arma en mis manos, eso podía ayudar. Disparando al
experimento en dado caso de que las cosas se complicaran, o simplemente disparar en el
momento en que Rojo estuviera a punto de atacar. Pero me preocupaba algo más. También estaba
el sonido de la bala, atraería a más experimentos, ¿no?

Maldito laboratorio. — ¿Cuál túnel tomamos? —le pregunté, apretando el arma en mis manos.

(...)

Al final del segundo túnel, una corta escalera nos subió hasta un corredizo de piedra largo. Tenía
muy pocas bombillas de luz en las paredes, lo que provocaba que sombrearan gran parte del lugar.
Además, tenía un parecido con el túnel anterior, con la primera diferencia de que era más tétrico,
angosto, y de que había una que otra puerta acompañada de un ventanal.

Y con la segunda diferencia de que estaba infestada de cadáveres.

Quedé como piedra, con los pies clavados en el suelo y el horror escarbando mi estómago. Era
repulsivo, asqueroso, horrendo lo que encontré frente a nosotros. No conté el número de
cadáveres, pero quizás empecé a hacerlo con sus huesos. Gran parte de los cuerpos tenían la piel
arrancada de su espalda, dejando su espina dorsal a la vista y con los músculos exprimidos.
Estaban aplastados en el suelo, con la forma de una estampilla. La sangre se dibujaba alrededor de
su cuerpo.

Era... ¿Qué cosa había hecho esa atrocidad con los cuerpos?

—No veas.

Rojo se colocó delante de mí, cubriendo con su ancha espalda lo que el panorama me
atormentaba. Pero había sido demasiado tarde. La imagen ya estaba en mi mente, golpeándome
una y otra vez. Fuera lo que fuera que hizo aquel desastre, seguramente estaba cerca del lugar
donde estábamos, y Rojo querría matarlo... querría comerlo... La pregunta era saber que tan
peligroso ese ese experimento.
Estaba temblando de miedo con solo imaginarlo, ya que muchos no pudieron escapar de eso.

—Yo puedo hacerlo—murmuré muy quedito, apartando la mano de mi rostro y sosteniendo el


arma con las dos. Salí junto a él para comenzar a caminar sin apartarme mucho de su cuerpo.
Atravesando los cadáveres lentamente sin darles mucha mirada, aunque era imposible porque
tenía que ver por donde pisar—. ¿Hay algo cerca?

—No—Temblequeé con su respuesta de bajo tono—. Y nada nos sigue.

Asentí. Pero aun sabiendo que no había peligro cerca, seguí con los espasmos en todo mi cuerpo.
Tras un cortó suspiro, volví a emprender el camino a dos pasos detrás de él, con el arma en mis
manos, lista... o quizás no tan lista. Ni siquiera estaba segura de saber disparar.

Puse atención al resto del pasillo cuando el acumulo de cadáveres empezó a disminuir. A un par de
metros había una montaña de escombros, un trozo de pared estaba colapsado, mostrando lo que
ocultaba del otro lado. Era alguna clase de almacén, no estaba muy segura. La habitación estaba
oscura y a causa de la poca luz de las bombillas en el pasillo, podía ver solo una estantería con una
caja volteada y vacía.

Todo lo demás era un misterio. Lo que también era un misterio que no quería resolver, era que el
final del pasillo, solo había una pared metálica, y que las últimas bombillas se hallaban fundidas en
su totalidad. No había más. No había otro pasillo, no otra puerta, no una salida a la vista.

— Creo que no hay...

Mi cuerpo inesperadamente chocó con la espalda de Rojo, acallándome al instante. Cuando me


aparté y fijé la mirada en él, vi lo mucho que revisaba el techo. Hice lo mismo, pero muy difícil me
resultó encontrar algo... mejor dicho, no tan difícil.

Tirité. Más que por frio —porque mi cuerpo seguía húmedo— era por el miedo congelando mis
músculos.
Había algo en el techo. Mejor dicho, un bulto de cuerpos mutilados en contra esquina de donde
terminaba el pasillo. Hechos bola y sostenidos por lo que parecían ser largas y delgadas patas de
araña.

Un momento... Esas se parecían a los tentáculos de Rojo.

El bulto se movió. El brazo de Rojo se levantó atrayéndome de un fuerte movimiento detrás de él.
Solté el aliento entrecortadamente y no fui la única que retrocedió enseguida cuando un par de
cuerpos cayeron del techo, revelando algo mucho peor.

Aquello se levantó de entre los muertos con una atroz figura que sacudió mis huesos.

El par de esféricos ojos rojos que, nos había estado observando todo este tiempo de entre las
tinieblas, sonrieron de forma siniestra al mismo tiempo en que lo hicieron sus torcidos labios
negros.

Lo supe.

Aquello había estado esperando a que nos acercáramos, a que cayéramos en su peligrosa trampa.
Y lo hicimos, como fáciles presas para un depredador hambriento.

Sutil, silencioso e inteligente cazador que, a pesar de su forma humana, por mucho que se
pareciera a nosotros, no tenía nada de humanidad.

— R-Rojo — apenas y pude decir su nombre. Sin apartar la mirada del sadismo que desataban
aquellos orbes ensangrentados.

Se dejó caer, aterrizando sobre sus pies y con una inclinación de su cuerpo ancho y aterrorizante.
Todos esos tentáculos, soltaron el resto de los cuerpos y se dejaron caer con una fuerza que hizo al
polvo levantar a su alrededor.

Alcé el arma, lista y dispuesta a cualquier otro movimiento del experimento que
se sostenía del techo con todos esos tentáculos delgados que salían del interior de sus hombros. —
¿Ella es tu comida? — Su voz engrosada y escurridiza como una serpiente venenosa, erizó mi piel.

Hablaba... Él Habla.

Esa cosa hablaba.

— Es solo mía— contestó Rojo, desconcertándome demasiado. Pero tan solo vi como torció su
cabeza en mi dirección, supe que estaba mintiendo. Aunque estaba engañándolo para
protegiéndome, la forma feroz en la que rodeo mi cuerpo con sus tentáculos, me hizo ahogar un
chillido.

No me había dado cuenta del momento en que a Rojo le habían salido los tentáculos, o en que
instante aquel experimento había lanzado los suyos en mi dirección. Pero fue demasiado tarde
para procesarlo, cuando Rojo me alzó entre sus tentáculos y me dejó pegada al techo. ¿De qué
manera? No sabría describirlo, pero sus tentáculos seguían envolviendo mi cuerpo, y no solo eso.

Se había arrancó con las garras de su mano derecha —aún humana— los tentáculos que colgaban
de mi agarre. Quise pensar que era para que ese experimento no me alcanzara: los tomará y tirará
de mi cuerpo para tenerme en sus garras.

Desorbitada y en shock, vi como Rojo daba un par de pasos mientras los tentáculos del otro
experimento se retiraban, cerca de rozar los dedos de sus pies. Dio un par de pasos, haciendo que
las bombillas de luz iluminaran un poco más su rostro.

Su físico era tan diferente al de Rojo, pero lo que más me inquietaba era que en la mitad de su
rostro, un rastro de venas negras se marcaba debajo de su piel y la arrugaban. También tenía esos
mismos colmillos que Rojo. Y las otras grandes diferencias que vi cuando se acercó más, era esa
cola de lagarto que se sacudió detrás de él, y ese enorme pie deformado.

— Mi comida — repitió Rojo, esta vez con la voz transformada, más fuerte, más dura, más
escalofriante—. Tú tienes comida de sobra.
Él sacó su lengua mucho más larga que la de Rojo, y se lamió sus labios. En ese instante, me di
cuenta de que no estaba viendo a Rojo sino a mí. Buscando no explotar de miedo, miré a Rojo, su
figura se sombreo más. Fui perfectamente consciente, a pesar de la altura ladeada en la que se
encontraba, que sus dos brazos estaban desechos en tentáculos.

Oh no.

Traté de tragar y no desesperarme de estar completamente atrapada y quedarme absorta en ellos.


Intenté removerme, sobre todo mover mis manos que apresaban el arma para sacar la boquilla y
disparar a esa cosa. Sabía lo que estaba a punto de suceder, y era más que obvio por su posición
que Rojo lo quería matar. Esa postura era la misma que hizo cuando los monstruos empezaron a
llegar al laboratorio del área roja o cuando el Décimo apareció.

— Pero ya no está fresca— escupió y tan solo lo hizo, sus tentáculos se alzaron y crecieron en
dirección a Rojo. Quise gritarle que se moviera cuando él mismo se dejó caer al suelo para no ser
tomado por él. Pero de nada funcionó cuando los tentáculos de su otro brazo, golpearon la espalda
de Rojo.

Maldición. Era mucho más veloz que Rojo.

Rojo se levantó de un saltó y antes de que pudiera parpadear o si quiera respirar, los tentáculos de
ambos brazos del experimento, volaron a él y lo atravesaron del estómago. Apreté mi mandíbula,
hundiéndome en una desesperación al escuchar el gruñido de Rojo, y recordar lo que había
sucedido en el túnel de agua.

Lo atravesaron en el túnel, y luego, se lo estaban devorando... ¿Esa cosa querría hacerle lo mismo?

Los mismos tentáculos, se enrollaron por encima de su hombro y volvieron a pasar por el agujero
de su estómago engrosando la herida. Abriéndola más.

—Ahora tú y ella serán mi presa—le escuché decir con esa bestial tonada mientras se acercaba
cada vez más a la luz, cada vez más a él, revelando la desnudez de su torso y esos pantaloncillos
rotos por encima de sus rodillas—. Fuiste demasiado débil.
Miré la sangre manchando su polo y los jeans, Rojo estaba sangrando otra vez. Y a pesar de que
sangraba menos, ya había perdido suficiente sangre en el almacén y eso solo lo debilitaría más.
Cortó todo lo que pudo de los tentáculos para arrastrarlos fuera de su estómago y arrancárselos al
experimento, lo cual no terminó sirviendo cuando otros tentáculos empezaron a rodearlo del
torso.

Rojo gruñó, su gruñido de ira me hizo respingar. Volvió a cortar y se empujó para salir él mismo de
los tentáculos y rodear a todos ellos con los suyos. Apretó el agarré y tiró tan fuerte de ellos que el
experimento termino siendo arrastrado y estampado contra una pared, quedé impactada con lo
que estaba viendo y lo que terminé viendo a continuación cuando la misma pared se agrietó y se
agujeró.

El humo se levantó como una muralla alrededor de ellos, obstaculizando parte de mi panorama.
Rojo se quedó analizando esos nuevos escombros con una expresión cansada. Estaba agitado,
débil y sudoroso, la herida en su estomagó comenzaba a cerrarse, pero la sangre no dejaba de
drenarse de él. Mordí mi labio inferior cuando entornó una mirada en mi dirección. Me arrepentí
infinitamente de que lo hiciera cuando algo lo rodeo del cuello y lo atrajo al humo de tierra. Traté
de forzarme a ver, sorprendida y asustada, hasta que escuché un chillido ahogado desde ese lugar.

— ¡Rojo! —grité. Me removí del agarre para empujar el arma contra uno de los tentáculos de Rojo
y romperlo. Podía disparar y agujerarlo fácilmente, pero no quería malgastar balas.

Seguí empujando, sin dejar de mirar ese lado y sentir la presión del silencio, del terror
acumulándose en mis músculos. Unos grotescos sonidos empezaron a estrujarme las entrañas.
Algo muy malo le estaba pasando a Rojo, ese experimento estaba haciéndole algo...

— ¡Ya déjalo! — el arma salió al igual que mis manos y no dude si quiera en estirar mis brazos a los
lados para seguir abriendo los tentáculos. Mientras tronaban con mi movimiento insistente, daba
una y otra vez una mirada a la continua claridad de los escombros donde, enseguida, una sombra
arrodillada me dejó gélida.

Algo atravesó todo mi cuerpo, llevándose mi alma y regresándola de golpe cuando vi,
aterradoramente, como esa cosa abría su boca tan ancha y tan larga, mostrando esos largos
colmillos que pronto mordieron su pecho. Jalando su piel hasta...

— ¡No! —rugí, con lo poco que tenía liberado de mis brazos, los torcí como pude en su dirección y
disparé. Fallé. Lo vi seguir mordiendo su cuerpo, arrancando más y más de él.
¡Se lo estaba comiendo!

Desesperada, y gruñendo de frustración, me obligué a encontrar fuerzas de donde pudiera para


que gran parte de mis brazos y estomago quedaran libres. Y entonces, disparé otra vez con la vista
nublada, borrosa.

Un feroz gruñido me dijo que había dado en el blanco. Se apartó bruscamente de su cuerpo y me
clavó su endemoniada mirada antes de acercarse un poco más. Sabía lo que haría, y no me detuve
si quiera al ver como movía sus tentáculos para lanzarlos en mi dirección.

Volví a disparar, apuntando a su rostro en el mismo instante en que vi a esos aterradores


tentáculos venir hacía mí.

Cubriendo todo en una terrible oscuridad.

(...)

Una alarma, hundiendo casi todo el pasadizo, me sacudió el cuerpo. Me despertó sobresaltada,
devolviéndome la conciencia. Abrí los parpados y lo primero que vi, fue todos esos tentáculos
acumulados debajo de mí.

Temblé y un dolor se pinchó en algún lado de mi brazo derecho cuando me moví al recordar lo que
había sucedido. Lancé la mirada en esa dirección, sin poner atención a lo que estaba sucediendo
más al frente.

Su cuerpo seguía ahí, amontonado sobre los escombros. El agujero de su estómago había cerrado,
pero parte de su pecho aún tenía la herida, con la sangré pintando sus brazos con forma humana y
las piedras junto a él. No podía verle el rostro, varios mechones de su cabello le cubría esa parte.
Ni siquiera podía ver si estaba respirando o no.

Si su cuerpo estaba regenerado, era porque aún estaba vivo, ¿no era así? Miré más a delante. A un
metro de su cuerpo inmóvil, estaba el de ese maldito experimento con un agujero pequeño en la
frente.
Imposible. La bala si le había dado.

Ignorando el insoportable ruido, volví a obligarme a romper el resto de los tentáculos de Rojo para,
y quedar colgada de un par de ellos. Me alisté para saltar sobre los tentáculos del suelo. No era un
salto fácil, la altura era mucha. Al final, salté.

El gran número de tentáculos amortiguaron mi caída, sin embargo, me eché de un brinco fuera de
ellos cuando los sentí moverse debajo de mí. Aterrada, les apunté con el arma, aunque no me
quedaban más balas. Revisé que cada una se mantuviera quieta, y al ver que el cuerpo tampoco lo
hacía, salí disparada en dirección a Rojo.

A pasos torpes, terminé tropezando con uno y otro pedazo pequeño de la pared. Me tumbé de
rodillas cuando llegué y, con los dedos temblorosos, enderecé su rostro para posicionar el mío tan
cerca, con la intención de saber si estaba respirando.

Retuve el aliento.

Un largo silencio se formó cuando la alarma se acalló, y dejó que lo único que pudiera sonar, fuera
los latidos de mi corazón, martillando mi cabeza. Entonces, sentí esa débil caricia de su respiración
rozando parte de mi oreja. Eso me hizo soltar la exhalación, y llenarme de una sensación de
felicidad que apenas me hizo sonreír.

Estaba vivo.

Estaba respirando.

—Vas a ponerte bien— dije, aunque estaba segura de que no me escuchaba. Acaricié su pálido
rostro apartando todos los mechones posibles, y darme cuenta de lo alta que estaba su
temperatura.

Salí corriendo a recoger la mochila que se me había caído en el momento en que Rojo me colocó
en el techo, y saqué una botella de agua. Aunque el agua no estaba fresca, podía ayudarlo un
poco. Corté otro trozo de mi camisa de tirantes, y volví a él mientras mojaba el pedazo de tela con
la botella.

Al arrodillarme y empezar a humedecer su frente, me di cuenta de lo mucho que estaba


temblando mi cuerpo. Después de matar al experimento y de saber que Rojo aún estaba vivo,
seguía temblando sintiéndome como si mis huesos estuvieran a punto de salirse de mí. Era la
adrenalina combinada con el mucho miedo que tuve de que Rojo muriera, y de que yo perdiera la
vida también. Un poco más, y no estaríamos vivos.

Apenas había sido suerte, una pisca de suerte para sobrevivir al maldito infierno.

Seguí humedeciendo con mucho cuidado su rostro, e incluso, mojar la herida que lentamente
sanaba sobre una parte de su tórax. Era de al menos el tamaño de mi mano, y los colmillos se
marcaban en ese rastro de musculo dañado. Todavía podía imaginarlo a él sobre Rojo,
arrancándole pedazos de su cuerpo para tragárselos así, sin más.

—Tengo... hambre—su voz, ronca y crepitante recorrió todo mi sistema. Atrajo mi mirada para
quedar atrapada en la suya, en sus feroces orbes oscurecidos y con muy poco brillo—. Estas viva.

Estiré una comisura con dolor. Pero claro que lo estaba, y poco faltaba para que no fuera así. Tomé
una fuerte respiración, tratando de relajarme, de que mi cuerpo dejara de sacudirse.

—Estas vivo.

Movió sus brazos para empezar a sentarse. Me retiré dejando el trapo sobre mis piernas y ver
como él se tomaba la cabeza y dejaba que una de sus manos resbalara en los colmillos fuera de su
boca.

—Tengo mucha hambre—su voz se volvió baja, pero más que nada, ronca y peligrosa. Su mirada se
clavó en una sola dirección, y la nueva mirada siniestras que dejó ver, que me puso tensa.

Inquieta, miré sobre mi hombro a lo que Rojo estaba viendo. Se levantó, sorprendiéndome, y me
pasó de lado para acercarse a él. Cuando se hubo arrodillado y una serie de ideas de lo que haría
oscureció mis pensamientos, él se giró, fijando la mirada en mí.
—No quiero que mires. Voltéate.

Pestañeé a causa de su orden, pero terminé asintiendo, guardando la calma. De nada serviría
sentir temor por él, no quería. Después de todo, me había salvado una otra vez... No, no lo haría,
no iba a temerle más.

Le di la espalda por completo, apretando en mis manos el trapo húmedo. No pasó mucho cuando
empecé a escuchar como removía el cuerpo sin vida del experimento. Empezando lo suyo.

No quería imaginarlo, así que me concentré en ese pitido que, extrañamente, provenía de la pared
metálica. Me di cuenta de que algo estaba sucediendo ahí y eso solo me sorprendió más.

La pared se estaba moviendo y no era solo una pared sino una clase de escudo que escondía una
entrada al otro lado del pasillo. Cada segundo, disminuía en alturas, ocultándose en una ancha
pero larga grieta en el suelo.

Tuve un deja vu cuando se mostró una puerta grande y de un material pesado con una ventanilla
idéntica a las del laboratorio del área roja.

Abrí mucho los ojos, y traté de fijar la mirada en ella. Pero estaba tan sombreada que no era capaz
de ver ni siquiera una parte del otro lado de esta.

Era un área, pero, ¿a cuál de todas habíamos llegado? Eran tantas y todas estaban apartadas unas
de otras. No, no, esa no era la pregunta, ¿había alguien con vida del otro lado de esa puerta?

La puerta se corrió hacia uno de los lados de la pared. Me levanté de golpe con las rodillas
temblorosas y di un paso atrás para estar más cerca de Rojo.

De entre la poca iluminación del interior del lugar —donde apenas podía ver las sombras de unos
escritorios—, tres cuerpos armados salieron.
Uno de ellos era hombre. Un hombre alto y de rasgos marcados dueño de unos orbes azules. Y el
resto eran dos mujeres pelinegras, con facciones diferentes y edades diferentes.

Eran personas... Al fin sobrevivientes.

Mientras que el hombre joven daba unos pasos amenazando con el arma en sus manos, las dos
chicas se mantenían firmes desde sus posiciones mirando, no a mí, sino al experimento detrás de
mí.

—Rápido, aléjate de él—exclamó el hombre, su voz gruesa casi provocó que saltara de mi lugar. Lo
miré, confundida y en shock. Sus ojos se ciñeron de peligro—. ¡Que te alejes de él! Toque de
queda.

TOQUE DE QUEDA

*.*.*

La emoción se esfumó cuando lo supe. Cuando supe lo que sucedería. Desde antes me había
preguntado qué acontecería con Rojo una vez llegado al área naranja, porque todos los
experimentos estaban infectados y él también. Pero a diferencia de los demás, Rojo era el único
que permanecía mayormente con forma humana, y a pesar de eso, era peligroso. Esta no era el
área naranja, pero había sobrevivientes, y al final querían matarlo a él.

Ahora sabía la respuesta. ¿Qué haría entonces? No podía dejar que lastimarán a Rojo, tampoco
quería dejarlo. Él no era malo, era peligroso solo si se metían con él.

El hombre levantó el arma y señaló aún lado de mí. Mi corazón se detuvo un instante antes de que
todo mi cuerpo reaccionara. Y antes de que él decidiera disparar, alcé mis brazos a los lados y me
acerqué hasta cubrir un poco con mi cuerpo el cuerpo de Rojo. Él ya se había puesto de pie, con
esa postura y esa mirada peligrosa fijada solamente en el hombre.

— ¡Alto! — grité. Sus ojos azules volvieron a estar en mí, pero solo duró unos segundos antes de
regresar a ver a Rojo—. No dispares.
Miré a Rojo por el rabillo del ojo. Tenía —casi toda — la parte inferior de su rostro bañado en
sangre. Sobre todo, el área de su boca, donde sus labios habían adquirido un color más oscuro
como los labios del experimento muerto. La forma fija y seria en la que miraba al hombre, era la
misma con la que miró a los monstruos antes de matarlos.

—No te muevas—pedí al percatarme de sus largas garras negras ubicadas desde sus nudillos, listo
para atacar. Un poco más, solo un poco más y seguro que se lanzaba a matarlos, y eso era algo que
no quería que sucediera. Volví a mirar al hombre joven que parecía desconcertado con lo que veía,
pero no le permitiría que le hiciera daño—. No le dispares. No estamos aquí para lastimarlos.

Pareció desorientado por mis palabras, como si no pudiera creer lo que estaba sucediendo o lo que
yo hacía. La verdad era que estaba muy asustada, pero ahí me encontraba, defendiendo a Rojo
como si fuera una clase de armadura.

— ¿Es una broma?

Moví la cabeza, negando:

—No, hablo en serio, y él está conmigo—comenté, disminuyendo la voz. No quería que otro
experimento deforme apareciera en el pasillo—. Él mató al monstruo de este pasillo.

El hombre arqueó una de sus moldeadas cejas castañas y alzó el mentón, con el mismo gesto
confundido. Aunque los tres tuvieran el mismo semblante, estaba segura que no había nadie más
confundida y perdida que yo. Después de todo desperté sin recuerdos.

Mi nombre y mi familia, era el único recuérdala. No había nada más perturbador que eso, que no
saber qué era lugar en el que me encontraba, y no saber lo que estaba sucediendo o lo que
sucedería después. Solo podía seguir sobreviviendo, y salir de este lugar… con Rojo y con los
sobrevivientes.

— ¿Qué me importa si lo mató? ¿Sabes acaso lo que es esa cosa? — espetó, consternado por mi
reacción. Tambaleando a los lados el arma antes de volver a enderezarla en la misma posición—.
Ya no es un experimento, está contaminado. Ahora, 1uítate antes de que te ataque.
—Lo está—acepté, sin retroceder y sin mover mis piernas un centímetro lejos de Rojo—, pero es
muy diferente a los demás— agregué. Notando como las pelinegras compartían una mirada en la
que mostraban su miedo. No me creerían, ¿y cómo hacerlo? Yo también desconfiaría después de
estar a punto de morir por las garras de un experimento—. Él no les hará daño. So-solo déjenos
irnos, no le disparen.

Entornaron todos, la mirada a Rojo. Pero no por lo que acababa de decir, sino porque él me había
tomado de la cintura para atraerme detrás de su cuerpo.

— ¿Qué dices? —escupió. Hundió su entrecejo y torció un poco la cabeza casi como si estuviera
negando—, ¿y cómo estas segura que no te mató para comerte después?

No tenía muchas respuestas, ni una muy profunda explicación de por qué me mantenía a salvo.
Pero estaba claro que a pesar de que hubiera momentos en los que logró asustarme, Rojo se había
contenido en el laboratorio para no morderme. Y todavía fuera de él, se consiguió su propia
comida y guardó para después, con tal de no saltar sobre mí como aquella vez.

Tuve un destello en mi mente que me hizo mirar hacia Rojo y luego a ese cuerpo sin vida que se
ocultaba detrás de él. Esa, era la mayor prueba para ellos: Rojo tenía hambre, y todavía
pudiéndome matarme se apartó y eligió comerse al experimento, y no a mí.

— ¿No lo viste comer del cadáver? —inquirí, firme y sin tartamudeos señalando hacía el cuerpo
inerte. Él pestañeó, pero sus labios se endurecieron en una línea gruesa—. Sí quisiera comerme, lo
habría hecho, pero se apartó y fue a conseguir su propia comida para no matarme. Eso ha estado
haciendo desde siempre.

‍ confiaba. Podía verlo en su mirada, él seguía sospechado. En cambio, ellas, que bajaron un
‌‌‍No
poco más el arma y miraron a su compañero, parecían haberme creído. Una de ella cuyos ojos
llevaban un dulce color esmeralda, se movió, bajó el arma por completo y estiró su brazo para
tocar el hombro del hombre.

—Roman, baja el arma, podemos necesitarlos—dijo en un tono bajo, para calmar a su compañero.
Intentó bajar su arma, pero él sacudió sus hombros y dio un paso más cerca de nosotros.

—Dime algo…—Me sostuvo la mirada, fija y casi fruncida—. ¿Quién eres tú y de qué área es él?
—Soy Pym, venimos del área roja—respondí, sin dejar pasar la mirada de uno a otro. Sus rostros
habían cambiado por completo, entornados en una clase de emoción. Roman levantó un poco el
mentón, estirando una extraña sonrisa antes de bajar el arma y negar con la cabeza—. Estamos
buscando una salida…

—Maldición, tenemos un enfermero termodinámico —escupió en bufido, llevando su arma sobre


su hombro mientras miraba de reojo a sus compañeras como si hubiese encontrado algo muy
interesante—. Esto cambia las cosas por aquí sabiendo el por qué no te has deformado…

— ¿Ya no dispararas?

—No voy a desperdiciar mis balas con alguien que puede regenerarse, a menos claro que lo drene
—dijo en tono sorna, esta vez, encaminándose a la entrada del laboratorio—. Tranquila, no voy a
dispararle solo si vienes con nosotros…

Abrí la boca, pero no pude decir nada, estaba enredada entre sus palabras, teniendo un debate
interno. Podía entrar, podía ir con ellos, estar con más sobrevivientes y quién sabe, hasta salir del
infierno. Pero, ¿sin Rojo? Rojo me había protegido. Él era fuerte, miraba las temperaturas y se
regeneraba. Si yo me quedaba con ellos y no con él, ¿qué probabilidades había de sobrevivir? No
muchas, pero con él, tenía más que con ellos.

—No, definitivamente no iré sin Rojo—cuando lo dije, su rostro se enchueco, estaba perplejo.

— Pensé que eras inteligente — se mofó con frustración —. No vas a sobrevivir por mucho tiempo
a su lado, te lo puedo asegurar.

No iba a alejarme de Rojo, tenía más posibilidades de sobrevivir con él que con ellos, de eso estaba
segura. Solo hacía falta que Rojo descansara y comiera para que se fortaleciera.

— Déjanos ir, entonces—pedí, tratando de no mostrar mi temor, pero la verdad es que ya me


estaba alterando, y más sabiendo que Rojo parecía estar a punto de lanzarse sobre él.
—Creo que no estas entendiendo la situación, Pym— que me nombrará me dejó en blanco. Su voz
ahora me resultaba un poco familiar —. Él está contaminado y tarde que temprano su cuerpo no
soportará el contaminante, y mutará. Te matara.

«Te contaré algo. Al principio éramos más de quince sobrevivientes y teníamos con nosotros a un
enfermero, un experimento adulto del área roja que se resguardaba en uno de los bunker y que
había recibido una mordida. Nada de él se había deformado al principio gracias a su regeneración,
pero después de varios días enloqueció de hambre. Empezó a devorarse a nuestros compañeros, y
solo por algo de suerte, pudimos sacarlo de aquí. Ese experimento fue el que ustedes mataron, y
el que el enfermero termodinámico se estaba devorando. Sucederá lo mismo con él tarde o
temprano, solo es cuestión de tiempo para que ocurra.»

Quedé en suspenso, con los dedos temblorosos y crispados buscando a que aferrarse. ¿En verdad
había sucedido eso? ¿Él decía la verdad? No parecía que estaba mintiendo, no por la forma
preocupada en la que me miraba, o cómo había bajado su arma esta vez sin amenazar. Solté una
exhalación cuando sentí que mi cuerpo se estremeció, y no solo por la discusión que estaban
teniendo, sino por la nueva caricia en mi cuerpo. Esa mano se deslizó por mi espalda baja hasta
aferrarse a mi cadera, sus garras en esa zona me enderezaron más el cuerpo.

Torcí mi rostro en su dirección. Rojo tenía su mirada incrustada en mí, reparando en cada
centímetro de mi rostro. No dudé en hacer lo mismo con el suyo, sobre todo en la sangre que
manchaba sus labios y mentón. Estaba en otra guerra interna, no sabía esta vez qué responder.
Había quedado muda por completo.

Rojo no tenía ni una parte de su cuerpo deformada, pero si le daba hambre… ¿Se deformaría en
cuestión de tiempo? ¿Intentaría comerme? ¿Y si no? ¿Si esta vez él era diferente al resto? Quería
golpearme la cabeza una y otra vez, para aclarar el orden de mis pensamientos, era un caos.

—Las personas ahora son un recurso importante—le escuché decir, pero su voz se escuchaba
lejana a causa de las voces en mi cabeza—, entre más seamos, más posibilidades tenemos de salir
de este lugar, ven con nosotros. Estarás a salvo aquí. —No voy a comérmela— La voz de Rojo me
hizo alzar de nuevo la cabeza para mirarlo, al igual que la de Roman y la del resto de las personas
—. Puedo controlarme tal como lo hice en el laboratorio, en el agua, en el pasillo, en la ducha, y en
este momento.

Vi a Roman. Pr un momento su rostro parecía contraído sin saber qué gesto poner o cómo
reaccionar al principio, pero después, solo bajó la mirada y estiró sus labios como una reacción
asqueada.
—Bien—suspiró, mostrándonos su perfil mientras asentía—. Vamos a ver que tanto te dura la
humanidad—. Me observó de pies a cabeza, esperando a que dijera algo. Pero no lo hice, solo
pude silenciar—. Entremos, ya no hay nada más qué hacer aquí.

Algo se escapó de mi interior cuando vi cómo se adentraban al laboratorio sin decir nada más. Sin
siquiera darnos una última mirada o pensar en ayudarnos. No había sido la tranquilidad porque al
final habíamos dejado de ser amenazados por un arma, sino la esperanza de saber cómo salir de
este maldito lugar con vida. La puerta se corrió cerrándose de un tirón, dejando que solo
pudiéramos ver esa pequeña ventanilla.

Volvíamos a estar solos.

Solo nosotros dos.

(…)

Seguíamos en el mismo pasillo, escondidos en la segunda sala frente a la que tenía un agujero en
la pared. Cubrí rápidamente el ventanal, cerrando las persianas de la cortina para que nada de
afuera pudiera vernos o nosotros moviéramos los cuerpos estampados contra el suelo. No
teníamos a donde más ir, no podíamos regresar área de transporte, estaba infestada, según rojo,
de temperaturas tanto frías como calientes.

Era peligroso si quiera regresar al túnel, así que ese cuarto era nuestro toque de queda.

Solo podíamos esperar, mientras tanto, en esta oficina con muy poca iluminación. Era una oficina
ordinaria, con muchos casilleros acomodos en la larga pared a nuestra izquierda. Había un sofá
negro contra el ventanal, un escritorio y tres sillas acomodadas en el centro, y un pequeño baño
junto a un mueble de dos puertas en el que se ocultaban tres pequeños televisores.

También había una planta de grandes hojas verdes que se encontraba adornando una de las
esquinas, y uno que otro cuadro adornando las paredes con fotografías de un grupo de personas
vistiendo batas. El lugar era espacioso, un poco cómodo para tomar un pequeño descanso. Solo un
pequeño descanso.
Dejé la mochila encima del escritorio y me dediqué a sacar un par de botellas de agua y unas
galletas. Tenía hambre y mucha sed. Necesitaba comer tal y como Rojo lo estaba haciendo fuera de
la oficina… devorándose al experimento.

—Que pesadilla—suspiré, abriendo la botella de agua para darle grandes tragos. Miré hacia la
puerta que permanecía un poco abierta y luego al sofá. Anhelaba descansar, mi cuerpo estaba
gritando que me recostara. Pero no quería hacerlo, hasta que Rojo regresara. Con él aquí, me
sentiría más segura.

Entré al baño, quería restregarme el agua en el rostro, y lo hice de inmediato antes de verme en el
espejo. Mis escleróticas estaban enrojecidas, mis labios secos, tenía un moretón en el mentón y en
mi sien izquierda, sería raro si no tuviera alguno después de todo lo que habíamos pasado. Me
deshice del suéter, dejándolo secar sobre la tapa del retrete, y miré mi camiseta de tirantes, con la
mayor parte inferior rota por los muchos trozos de tela que había arrancado. Podía ver mi ombligo
a la perfección.

Sí esto seguía así quedaría desnuda muy pronto. Menos mal que tenía un suéter…. Escuché el
portón cerrarse y eso me hizo salir del baño apresuradamente solo para saber que quien había
entrado al fin, había sido Rojo. Le puso seguro a la puerta.

Dio la vuelta dejando su mirada clavada en mí. Dejándome a mí apreciar el color rojo recorriendo
desde su mentón hasta la parte de su cuello, marcando su manzana de adán e incluso sus
clavículas. El aspecto de Rojo era mucho más macabro y espeluznante, pero parecía sentirse mejor
que antes. Él también tenía muchas partes de su polo trozado, sobre todo en la parte de su
estómago donde había un agujero más grande que una pelota de futbol.

—Deberías lavarte la cara—sugerí, rompiendo con nuestras miradas para acercarme al escritorio y
comer de las galletas. En cuanto mordí una, lo sentí apresurando sus pasos al baño, y luego,
escuché el agua correr.

Estaba bien, ¿no? Estuvo bien decidir quedarme con él, ¿verdad? Seguía teniendo esa indecisión
en mí después de lo que Roman dijo. El experimento que matamos, provenía de la misma área que
Rojo o, mejor dicho, de un bunker. ¿Y dónde estaba ese bunker? Según él—por muy confuso que
eso sonara— parecía humano cuando estaba con ellos, hasta que mutó y se comió al resto de sus
compañeros. ¿Sus compañeros eran los cadáveres del pasillo? Rojo era bueno, no parecía querer
lastimarme, o comerme. Quería confiar en que él seguiría siendo él, y no como esos monstruos
caníbales, no como el que matamos. No empeoraría, no mutaría, no enloquecería de hambre…
Mordí mi labio.

—Quiero que cortes mi cabello—Su petición me tomó por sorpresa. Casi eché un brinco por lo
cercano que lo había escuchado.

Volteé para encontrármelo a menos de medio metro de mí. Su rostro estaba limpio, impecable de
sangre al igual que su cuello, no había ni rastros de suciedad en él. Podía reparar en su rostro otra
vez, en esas facciones que le daban un aspecto tan humano. Pero con ver sus ojos carmín o los
colmillos detrás de sus carnosos labios, era fácil saber que no lo era… de todo.

— ¿Por qué quieres cortarlo?

—Me lo cortaban cada que salía de la incubadora—fue su respuesta —. No lo quiero largo.

—No tengo con qué cortártelo… buscaré algo—reaccioné. Revisando las cajoneras del escritorio
donde había todo tipo de cachivaches y entre ellos pequeña libretas, calculadoras, y unas
pequeñas tijeras que podían servir. Las tomé, parecían más de juguete pero podían servir—.
Siéntate.

Señale la silla de ruedas frente a mí y la cual él no tardó en tomar para acercarla a mí y sentarse.
Con torpeza di los últimos para rodear la silla y estar detrás de su espalda. Tomé un primer mechón
suave de su cabello, lo analicé: su color castaño era un poco más claro que el mío. Ni siquiera sabía
si antes había hecho algo así, pero llevé las tijeras y corté.

El silenció se desató muy pronto. Mostrando que ni siquiera en el exterior se escuchaba un eco de
algún rugido o grito. Esa era nuestra aliada, mientras no desapareciera el silencio, sabíamos que
estábamos a salvo.

— ¿Me temes?

¿Por qué estaba preguntándome eso? Tragué con fuerza y seguí cortando mientras pensaba al
respecto. Temía por lo que sucedería más adelante, con él, conmigo, con nosotros. Además, ¿por
qué Rojo no me mataba? ¿Por qué decía que no iba a lastimarme? No era que quisiera alejarme
con él. Antes, mucho antes de llegar a esta área, había pensado que estaría a salvo si encontraba a
otros, pero ahora pensaba lo contrario.

Aun así, quería saberlo. Quería saber cuál era su razón para mantenerme con él o protegerme.
Saber si solamente era una carga, o una tentación a pesar de que luchaba por hacerme sobrevivir.

Él era rápido y fuerte. Se regeneraba, y yo era como otros humanos. Normal.

— ¿Por qué no quieres comerme? —ataqué con otra pregunta. Sin dejar de cortar su cabello en
unos centímetros suficientes, como para que pudiera moverse con cualquier movimiento.

Él tardó en responder. Y para ser exacta, fue mucho el tiempo que se tomó para hacerlo, tanto así
que, ya había terminado de cortar la parte de atrás para continuar con la de enfrente.

Corté y corté mechones mientras él me vigilaba con sus orbes carmín. Me observaba con una
intensidad que incluso me hacía dudar de cada movimiento, hacía vibrar mis músculos. Me ponía
muy nerviosa, y eso era algo que quería ignorar.

— ¿E-e-es porque te saqué de la incubadora? —carraspeé para recuperar la voz—. ¿Es por eso que
no me matas, por qué te cuide?

Seguramente era eso, él sentí que me debía algo y por eso me protegía. Mientras una gran parte
de mi sabía que con él sobreviviría, otra muy pequeña sentía culpa. Él me había salvado, y yo no
quería dejarlo solo. Si los sobrevivientes no aceptaban que estuviera conmigo, entonces no estaría
con ellos.

Ahogué una exclamación cuando mis caderas, al ser tomadas inesperadamente por sus manos,
fueron atraídas hacia abajo, obligándome a sentarme sobre sus piernas de un rotundo
movimiento. Llevé mi mano a su hombro, pero era tarde para levantarme cuando su brazo rodeó
mi cintura en una clase de atadura para ni siquiera alejarme.

En tanto escuchaba a mi corazón martillando con locura en mis sientes, se me ocurrió subir la
mirada de su agarré y de esa mano deslizándose en mi muslo, a sus orbes carmín que seguían
mirándome con la misma intensidad que antes. Tan intensa y abrumadora que hizo que jadeara.
Volvería a comenzar, ¿verdad? Mi cuerpo lo sentía.

—Porque me gustas, me gustas tanto que no quiero comerte de esa forma.

Pestañeé tantas veces pude, pero entre en un trance que me dejó en blanco por al menos unos
segundos. Era una locura, imposible que le gustara, ¿qué sabía él sobre eso? Había pasado casi
toda su vida en una incubadora y solo 57 veces salió de ahí, ¿qué tanto le habían podido enseñar?

— ¿Q-qué? ¿D-de qué forma quieres comerme? No, no, no… ¿Cómo sabes eso? — decidí indagar
—. ¿Cómo puedes saber que te gusta alguien? ¿Se los enseñaron? ¿Qué caso tenía enseñarle a un
experimento sobre los sentimientos? Él era un enfermero, creado para sanar, ¿no? ¿Por qué le
enseñarían sobre el amor y esas cosas? Me estremecí. Mis dedos aprisionaron la tela de su
hombro cuando sintieron sus dedos deslizar nuevamente en mi muslo, y dirigir lentamente su
camino a mi trasero.

Oh Dios, quería gemir.

No, no, no, esta no era yo, yo no quería reaccionar así. Algo malo estaba sucediendo, él estaba
provocándome eso contra mi voluntad. No era el lugar, no era el momento, no era nada adecuado.
Pero se sentía como sí su propio tacto tomara solo la parte hormonal de mi cuerpo e hiciera
tomara mi lado racional y lo empujara muy en mis entrañas. Olvidándola.

No iba a permitir eso.

—Sería un tonto si no supiera la diferencia de querer a alguien a mi lado a querer comérmela para
satisfacer mi estómago—Acercó su rostro en posición a mi cuello y cuando sentí su cálida
respiración, me incliné hacía atrás para apartarme.

— ¿De qué estás hablando? — A causa de mi pregunta, levantó su rostro para dejarlo frente al
mío, y escudriñarme en silencio.
—Que me gustas mucho y te quiero a mi lado, quiero hacer el amor contigo—replicó antes de
añadir: —. Las personas que cuidaban de nosotros del otro lado de la incubadora mantenían esta
misma posición mientras intimaban.

Miré una vez más su agarre en mi cadera, y lo entendí. Dos científicos que cuidaban del área roja
habían hecho sus cositas frente a ellos. Seguramente entre tanto, fueron los besos de lengua. Así
fue como él lo había aprendido, ¿verdad? Que ridícula tontería.

Que desgraciados más sinvergüenzas.

— Sé que quiero hacerlo contigo.

—No podemos—Tomé las fuerzas para salir de la burbuja de ensoñación y endurecer mi voz. Pero
tenerlo así y aun sintiendo su fuerte calor, nublaba mis sentidos—. Es peligroso hacerlo, nunca se
sabe qué podría suceder.

—No hay peligro.

—Eso dijiste en la ducha—dije. Recordando los gritos que se escucharon en el pasillo de aquella
zona.

Su agarré en mi espalda me acercó a su pecho. Llevé mi otra mano para al menos, dejar un
pequeño espacio antes de tocarnos. Pero cuando él respiró y tan solo me rozó el pecho, mis
nervios se acumularon en la parte baja de mi estómago.

Mi vientre se calentó…

¿Qué tenía él que hacía que me comportara de esa manera irracional? No era normal. Admitía
que era atractivo. Su físico era enigmático. Sus caricias me nublaban. Pero algo más debía tener él
porque, sabiendo que no estaba bien, desde cuándo me apartaría de su cuerpo.
Me apretó a su pecho. Mis manos temblaron y se debilitaron cuando sintieron sus caricias en mi
espalda, cuando sintieron lo tenso que estaba él. Debía hallar una salida antes de perderme tal
como lo hice en la ducha o, dejar todo otra vez y solo hacerlo.

Solo hacerlo.

—Rojo—jadeé su nombre. Busqué en su mirada que él se detuviera.

Yo era muy débil. Era demasiado débil para intentar apartarme nuevamente porque ya no quería
poner fuera. Ya no quería oponerme. Al parecer, él tampoco quería detenerlo. ¿Esto era lo que
quería? ¿Tener sexo conmigo después de todo lo que acababa de ocurrir fuera de esta oficina?

— ¿Seguro que no hay peligro? —exhalé la pregunta en un susurró, ni había fuerza en mi voz, no
había fuerza de voluntad. Estaba enferma.

Cerró sus ojos. Sus parpados levemente enrojecidos y con venas azules marcándose encima de
ellos, fue lo único que pude ver mientras movía la cabeza a los lados de mí. Bajé la mirada a sus
carnosos labios y mordí mi labio inferior sintiendo esas enfermas ganas de besarlo. Me animé a
acariciar su mejilla, colocando temblorosamente mi mano en su piel para dejar que mi pulgar se
paseara por su pómulo.

Bastó con ese tacto para que algo se endureciera debajo de mi entrepierna. Oh maldición, odiaba
mucho esto. Odiaba no responder a la poca cabeza que tenía.

—No—suspiró con dificultar. Abriendo sus ojos más oscurecidos que antes, sedientos de empezar.
Me tomé un segundo para reconocer lo agitada que estaba, y lo excitado que él se encontraba—.
No hay peligro.

Deslicé mi mano hasta su quijada, hasta que mi pulgar estuviera encima de esos enigmáticos labios
que no dejaba de mirar.

—Déjame empezar—mi voz prendía de un hilo, poco falta para quedarme muda. Incliné un poco
mi rostro para que nuestras narices se rozaran, para que él abriera sus labios con la intención de
capturar los míos.
—Adelante. Carnal.

CARNAL

*.*.*

Todo había pasado muy rápidamente. Terminé olvidándome de la habitación, del laboratorio y de
los aterradores cadáveres en el pasillo, solo sabiendo que estaba encima de él, con uno de sus
brazos alrededor de mi cintura y el otro enredado en mi cabello. Debería ser inexperta, pero la
realidad era que con cada pequeño movimiento sentía una extraña familiaridad. Ya antes lo había
hecho, la pregunta era saber con quién.

Mis labios estaban unidos a los suyos en un movimiento lento y profundo, anhelosos. Estaban
llenos de una exigencia sin ser desesperante. Quería saborearlo, grabarme el sabor de sus labios, el
sabor a perdición. Era un beso que no duró demasiado para aumentar de velocidad cuando Rojo
me apretó de la nuca. Impidiéndome apartarme de él, devorándome con su boca, acariciando mis
labios con la punta de su larga y caliente lengua.

Se aprovechó mientras tenía los labios abiertos de meterme su lengua con energía, lamiendo la
mía, degustando mí saliva, llenándose también del sonido de mis jadeos, de mi respiración
trabajosa y complicada.

Aferrada a su pecho, lo obligué a romper con el beso para poder recuperar el aliento contra su
boca, para poder darme cuenta de que todo este tiempo él había permanecido con los ojos
abiertos. Observándome mientras lo besaba.

—Cierra los ojos— susurré. No tardé en besarlo de la misma forma, sin saber si había obedecido a
mi sugerencia.

Sentí sus labios, suaves y carnosos imitar el movimiento lento de los míos, saboreando mis labios
en uno y otro beso. Habíamos olvidado lo que permanecía allá fuera para atesorar lo que sucedía
dentro del cuarto.
Solo había pasado pocos minutos y sentía una perforación de calor en mi estómago, allí donde,
todas esas mariposas revoloteaban excitadas. Me gustaba, maldita sea, se sentía tan bien, vivo,
cálido. Sus labios suaves cubriendo los míos, era algo maravilloso. Tan peligroso y ardiente.

Excitante. Así se sentía Rojo. Y cuando me tocaba, y cuando yo lo tocaba, desprendía deseo.

Era demasiado tarde para volver atrás. Para arrepentirme. Aunque estaba muy lejos de querer
hacer, de pensar en las consecuencias, de lo que sucedería mañana o más tarde. Mi parte racional
estaba lejos de funcionar ahora mismo. Estaba perdida en su abrazo, en su agarré, en su toque, en
todo él. Él estaba provocando esto en mí, y yo estaba provocándolo a él.

No éramos inocentes, sino culpables.

Meneé mis cadenas lentamente sobre él, apoyando una mano en su hombro para hacer fuerza al
momento de rozar su miembro duro. Muy duro. Gimió en mi boca y mi cuerpo se sacudió con
deseo, disfrutándolo por medio de un jadeo nada silencioso, sintiendo como cada vibra de su
ronca voz recorría mi piel.

Quería escucharlo gemir más.

Sin dejar de danzar mis caderas a un ritmo marcado, aumenté la fuerza de los besos mordiendo su
labio inferior de vez en cuanto. Sus manos me apretaron la cadera. Sus dedos traviesos levantaron
el borde de mi camiseta de tirantes, y descubrieron mi piel. Su tacto cálido y juguetón envió
escalofríos por todo mi cuerpo, especialmente en esa zona.

Y debía admitir que se sentía bien.

Y doblemente admitir que quería más.

Quería quemarme.
Empujó su cadera contra la mía en uno de los movimientos, fundiendo en calor esa peligrosa zona
en la que nuestras ropas estorbaban. Entendí su necesidad, su urgencia. Quería entrar en mí, así
como yo quería sentirlo dentro. Ya.

Oh no, no, no. Estoy caliente.

Gemí en su boca, un dulce sonido que lo enloqueció, que incendió su lujuria y lo hizo devorar mi
boca a su manera, a un ritmo que era incapaz de seguir. Su lengua irrumpió dura y mortal dentro
de mi boca, ahogando un jadeo cuando empezó a colonizar cada pulgada de mi cueva bucal.
Jugueteé con su lengua, sin ser tímida, pero con una torpeza muy grande incapaz de percatarse. A
pesar de ello no me detuve, saboreé la textura de su traviesa lengua, larga, caliente, húmeda,
deliciosa. Tan deliciosa que maldije cuando el aire me hizo falta hasta las entrañas.

Rompí el contacto para llenar mis pulmones del necesitado oxígeno, y lo escuché a él respirar del
mismo modo. Rozamos nuestras bocas, una caricia tan peligrosa como deseosa. Abrí los ojos, me
animé a contemplar ese par de rasgados orbes depredadores que hacían lo mismo conmigo.
Contemplarme con un brillo lujurioso, con ganas de atacarme.

Deslicé mis manos por el resto de su pecho hasta su abdomen donde levanté su polo, Rojo me
siguió con cada pequeño movimiento hasta que mis dedos descubrieron su piel dura y caliente. Lo
escuché suspirar por la nariz en tanto subía repasando con mis yemas su abdomen levemente
marcado y las pasaba por las areolas de su pecho.

Era hermoso la forma en que sus ojos se contraían, en que su ceño se hundía y se apretaban sus
labios, ¿cómo antes no me di cuenta? Verlo así de cerca, sentir su cuerpo debajo del mío, sus
manos contra mi piel, su boca contra la mía. Era delicioso.


‌‌‍Levanté su polo. Lo obligué a quitársela, dejando al descubierto todo su torso, ese que alguna vez
vi en el laboratorio y al que al principio no tuve interés de tocarlo. Cuan arrepentida estaba. Se
sentía bien hacerlo, pasar mis dedos por su cuerpo, dibujarlo lentamente y viendo sus reacciones
encantadoras.

Atrapó la delicada piel de mis labios y con movimientos desenfrenados terminó devorándolos. Tal
como lo había hecho yo, él llevó sus manos debajo de mi camiseta de tirantes, descubriendo la piel
de mi espalda, acariciándola con las yemas, repasando tan exquisitamente que despertara esa
insistencia tortuosa en mi vientre. El corazón me retumbaba en el pecho, poco faltaba para que
atravesara mi boca y terminara en la suya, si fuera posible, pero Dios, este hombre me estaba
volviendo loca.

Tomé mi prenda, esa camisa de tirantes a la que le faltaban trozos de tela, y me la saqué cuando
terminé con el beso, lanzándola al suelo, dejando que él me recorriera la piel, milímetro a
milímetro con su enigmática mirada, oscureciéndola más cuando llegó a mi pecho: a ese bulto de
piel que resaltaba de una pequeña prenda apretada.

—Tócame— insistí moviendo una de sus manos de mi cadera a mi estómago que se estremeció
con el tacto. Él repasó con sus dedos esa área de piel desnuda, y fue subiendo por mis costillas,
provocando una línea de cosquillas que no pude ignorar con facilidad.

Se detuvo justo debajo del centro de mi pecho, cubierto por la prenda negra interior. Se miró su
pecho y volvió a observar el mío con una clase de profunda curiosidad: parecía un niño pequeño al
que le daban su primer regalo de navidad.

No tardé mucho cuando me llevé mis manos por detrás de mi espalda y quité el seguro del bra.
Despojando la prenda lentamente de mi piel, lentamente de su atenta mirada, dejando a vista mi
desnudo pecho.

Rojo agrandó sus ojos en una mirada feroz, hambrienta, y retuvo el aliento tan solo descubrir que
me gustaba que me viera de esa forma. Podía descifrar lo mucho que quería hacerme… Me
estremecí, no solo por la forma en que contemplaba la gordura y su tamaño, sino porque algo en
mi entrepierna creció más, aumentando el ardor en mí entrepierna, la necesidad de arrebatarnos
los pantalones.

Por segunda vez miró su pecho y solté una leve risilla en mi interior. A veces no podía creer que
Rojo fuera así de... tierno cuando olía todo tiempo a peligro.

—En nosotras crece lo normal, en otras más y en otras menos—solté suavemente, alzándome un
poco, estirando mi torso y acomodándome de tal manera sobre él que mi pecho quedara casi
frente a su rostro, de esa lengua que pronto salió y lamio sus labios —. Tu querías ver las
diferencias, aquí las tie…

Gemí alto cuando al tomarme de la espalda, sentí su boca poseer uno de mis senos y su lengua
saborearlo mi areola con desesperación. Excitada gemí, mis piernas se volvieron gelatina y tuve
suerte de que me sostuviera porque si no fuera por sus apretadas manos, ahora mismo estaría en
el suelo. Rodeé su cabeza y me aferré a su cabello cuando unos espasmos estremecedores jalaron
el musculo en mi vientre. Mi espalda se arqueo, mordí mi labio ahogando otro gemido.

Maldición.

Sus colmillos rozaron esa parte de mi piel sensible, nublando mis sentidos, volviéndome
vulnerable, frágil ante la forma en que me poseía. Me dejé llevar, sintiendo como saboreaba ahora
mi otro pezón mientras acariciaba el anterior con las yemas de sus dedos. Si así se sentía, si mi
cuerpo reaccionaba de esta forma, entonces no imaginaria lo que me provocaría cuando
estuviéramos por completo desnudos.

Decidí mover mi mano, estirarla al cinturón de su pantalón con desesperación, y no supe cómo le
hice, pero se lo saqué. En tanto desabotonaba el único botón y bajaba el cierre, busqué sus labios,
obligándolo a despojarse de mis senos. Sus manos jugaron con mi cintura en tanto su boca
devoraba la mía y bajaba a mi mentón en besos hambrientos.

Miré el techo, sin antes percatarme de las cámaras adornando las esquinas de este, cámaras que lo
más probable era que no funcionaran y que terminé ignorando cuando sus labios atraparon mi
cuello y lo saborearon con demencia.

— ¿Qué quieres hacer? — apenas pude decirlo, el aliento estaba cortado, me sentía sofocada,
ardiendo en sus besos y manos. Rojo se apartó, sus orbes anhelantes me buscaron, hallándome
muy pronto.

—Descubrir las diferencias— respondió, su voz era fuego, un ronco y crepitante sonido que emitía
calor por mis poros.

Me empujé hacia atrás, fuera de su abrazo, fuera de su calor, y sin cortar con su mirada me senté
encima del escritorio. Ni siquiera paso un segundo cuando él también lo hizo, tomándome por la
cadera y removiendo todos esos papeles, cachivaches y plumas, que pronto terminaron golpeando
el suelo. Me recostó, y me apretó de las caderas mientras se trepaba sobre mí, y con una mirada
llena de lujuria empezó a dibujarme, tanto con sus orbes como con sus dedos repasando cada poro
de mi piel con un cuidado, como si fuera cristal, una escultura de cristal que debía ser tocada con
caricias. Me estremecí, mi piel estaba a punto de incendiarse, y es que, teniéndolo así,
recorriéndome con lentitud, me excitaba más. Me volvía loca.
Sus dedos treparon a mi labio inferior, su pulgar lo repaso y lo apretó, tiró de él de tal manera que
aumentara el ritmo de mi respiración. Bajó desde mi mentón hasta mi estómago, y se detuvo al fin
en los botones de mi pantalón.

Quítamelos, quítamelos, quítamelos, ¡ya! Eso fue lo que gritó todo mi interior. Deseoso de él.

Sí, había perdido la cordura, mi parte racional estaba en un cubo de basura, ahora solo quería
tenerlo dentro de mí. Que continuara con lo que tanto quería, a su manera, dura y cruel.

Como si leyera mis pensamientos, sus dedos lo desabotonaron, dejando un trozo de la tela fina de
mi ropa interior negra. La observó a detalle, solo ese pedazo antes de llevar su mano y empujarla al
interior de mi pantalón, al interior de mi la tela negra y delgada…solté un jadeo entre cortado,
arqueando mi espalda al sentir el contacto de su mano con la sensible piel de mi vientre
palpitando de calor. Un calor ardiente a punto de exprimirse. Sus dedos, sin ser tímidos se
deslizaron más a fondo de mi frágil vientre, descubriendo piel y descubriendo mi zona mojada.

Acarició, tocó y toco, repasó con sus dedos y me volvió loca al sentir todo ese ardor doloroso
palpándome ahí: gritando que lo quería dentro. Estalló mi cabeza, estalló su nombre en un gemido
ahogado:

—Rojo.

Sus ojos se clavaron en mí, se abrieron sus labios dejando ver lo mucho que le había gustado
escuchar que lo llamara. Si así se sentía sus dedos, ¿cómo sería el roce de su miembro? Solo el
roce me haría gritar.

Sacó su mano, y cuando doblé mis rodillas, tomó mis pantalones y empezó a sacármelos, mis
piernas quedaron libres, incluido mis tobillos y pies. Repasó mis desnudas piernas con la mirada y
se quedó contemplado mi prenda interior, ganas de arrancármela no le hacían falta, sus ojos
brillaba con ese deseo, pero él se resistía. Los dedos de sus ambas manos se deslizan desde mis
pantorrillas hasta por encima de mis muslos en un camino fácil de saber cuál era su dirección: la
pequeña prenda que cubría mi sensible zona. Sus dedos subieron por mi vientre y dándome una
pequeña mirada en la que destelló el deseo, empezó a deslizarla fuera de mi vientre.
Se mordió el labio inferior y fui capaz de notar ese pequeño fluido de sangre escaparse de la herida
que había provocado la fuerza de sus colmillos contra esa pequeña franja de piel. En ese momento,
mi mirada voló en dirección a su entrepierna, ahogando un gemido al ver lo mucho que su
erección se había hinchado detrás de esa tela que definitivamente quería arrancarle.

Rojo estaba más que listo.

Se inclinó sobre mí cuando hubo quitado la pequeña prenda, besando mis senos y torciendo más
su espalda hasta que sus labios rozaron mi estómago, y su lengua lo lamio. Abrí mucho la boca
temblorosa, palpitando con excitación cuando dejó que sus manos se anclaran por debajo de mis
rodillas y se deslizaran por mis muslos mientras cada vez más, esa boca bajaba, besando,
saboreando con su lengua, dejando una leve y pequeña línea de sangre en el camino.

La que ahora se mordía el labio era yo, con fuerza, sintiendo como se desboronaba mi cuerpo con
cada caricia y beso… Besó mi vientre y a la misma vez, dejó que su lengua saboreara mi monte
íntimo. Gemí duro, delirando, sintiendo como mi vientre se retorcía y como mi espinilla se doblaba.

Cielo. Santo. ¡Santo, cielo!

—Hazlo ya—alargué en un gemido desesperado, lentamente sintiéndolo bajar su lengua hasta mi…
chillé de excitación moviendo la cabeza hacia uno de los lados, mis caderas se menearon hacia su
boca, hacia donde su larga lengua saboreaba mi zona como si fuera el trozo de carne más delicioso
que no había probado antes.

La vista en ese instante se hizo borrosa y traté de aferrarme a algo cuando sentí que iba a explotar
cuando los estirones ardientes empezaron a emerger en mi vientre. Iba a terminar mucho antes de
tenerlo dentro, y no, yo lo quería dentro de mí. Muy dentro de mí. Encontré sus ojos deleitados en
mi reacción desde ahí abajo, esa reacción que hizo que la fuerza de su lengua se volviera
desesperante contra mi zona, haciendo que mi cuerpo temblara y volviera a gemir.

Decidí tomar su cabeza, apartándolo de mi vientre para atraerlo a mí.

—Quítate los pantalones—ordené, con la respiración exaltada. Sus orbes resplandecieron, pronto
él se bajó del escritorio y obedeció. Corriendo sus jeans por sus marcados muslos y dejándome
apreciar, hambrienta, ese miembro hinchado, endurecido, listo para mí interior.
Se me seco la boca al desear tener todo su cuerpo contra el mío, tenerlo solo para mí.

Cuando se trepó, no imagine la fuerza con la que terminé sentándome y atrayendo con mis manos
su cuerpo al escritorio para montarme rápidamente sobre él y acomodar mis piernas a cada lado
de sus caderas, sabiendo lo pesado que era. Tal vez, él sabía lo que quería, y como lo quería a él.
Sus ojos me contemplaron con deseo desde abajo, mis manos acariciaron su pecho donde podía
escuchar como su pobre corazón lo golpeaba, amenazando con hacerle un agujero. Poco a poco,
me fui sentando sobre su vientre, apretando con mi entrepierna su miembro caliente y
endurecido. Capté cada reacción, como su frente se contraria al igual que sus ojos y sus labios se
abrían para soltar un gemido entrecortado por el contacto de nuestros cuerpos.

Lamí mis labios y disfruté de su desesperada mirada cuando me meneé un poco sobre su siembro,
el cual palpitaba contra mi entrada, anhelando estar dentro. No sabía si yo era virgen pese a que
no recordaba nada, pero tomando esa iniciativa me decía mucho de las probabilidades de que ya
antes lo había hecho. Pero estaba más que claro que él era principiante, y eso me gustó.

— ¿Listo? —mi voz salió ronca, ardiendo en deseo. Deslicé mis manos de su pecho hasta su
vientre, tomando esa extremidad caliente y palpitante entre mis manos. Grande, dura, hinchada…

—Sí— se relamió los labios al contestar. Fui consciente de la tensión sexual en su cuerpo, esa que
anhelaba escapar con gritos de orgasmos. La disfruté en tanto apretaba su miembro y lo llevaba a
la boca del deseo. Me levanté y cuando lo hube acomodado, fui bajando, sintiendo su anchura
entrar en mí… al fin.

Un leve calambre se estiró en el interior de mi vientre, tan esquicito, tan arrebatador y explosivo
que me hizo jadear en sonido y morder mi labio inferior, pero a él lo hizo apretar sus labios y
ahogar un fuerte gemido mientras cerraba sus parpados cuando su miembro llegó al final de
interior húmedo y palpitante de deseo que terminó apretándolo.

Dejé que su miembro se amoladera a mí, que ese leve dolor desapareciera y que él respirara,
porque no lo estaba haciendo.

Su rostro estaba enrojecido, ahora su nombre le coronaba, y debía admitir que se miraba hermoso,
apetecible. Me pregunté cómo se escucharían sus exclamaciones, su gemido final al llegar al cielo
junto conmigo. Era algo que descubriría.
Me estiré sobre su pecho, en busca de sus labios los cuales encontré llenos de energía, deseosos
de poseerme, y mientras lo besaba, dejé que mi pecho se recostara sobre el suyo, aumentando el
ardor en mi interior, el calor de nuestras pieles unidas. Y me aventure sin esperar más, rompiendo
el beso e incorporándome firmemente sobre su vientre. Mis manos se sostuvieron de su estómago
y lo estudié.

En esa franja pequeña de tiempo, estudié la forma en que me miraba, tan diferente al resto, tan
nueva, tan…quebrantada, excitada a más no poder. Sí así estaba él, no imaginaba como estaba yo
que estaba tomando la delantera.

Alcé mis caderas y descendí por segunda vez sobre él para menearme. Rojo jadeó sin dejar de
verme, su sonido descubrió más calor en mi vientre, un éxtasis que terminó nublando el resto de la
habitación, dejándonos solo a mí y a él. Sentí su miembro salir, entrar, salir y entrar conforme me
movía, me meneaba, danzaba sobre él. Esquicito, magnifico, una locura viva que se proyectaba en
la danza de nuestros cuerpos calientes, en nuestras miradas, en nuestras contraídas facciones. En
la suya sobre todo cuyos ojos memorizaban mi cuerpo.

Gemí al unísono con él sintiendo como los músculos de mi vientre aprisionaban su miembro, una y
otra vez. Una de sus manos apretó mi cadera y la otra se ancló a mi espalda, y cuando menos me di
cuenta, en un feroz movimiento, ya lo tenía sobre mí. Sin salir por completo de mi interior, Rojo
abrió más mis piernas dejando las suyas debajo de las mías acomodadas a cada lado de mi cadera,
tal como esa vez en el laboratorio en que se había lanzado sobre mí.

Salió, por completo de mi interior, dejándome desorientada, acomodando sus manos en cada lado
de mi cuero, de una forma en la que tuviera mi cadera bien alzada hacía su miembro para hundirse
de golpe en mí interior. Solté un grito de sorpresa que lo hizo gruñir, y desde ese momento no
pude contenerme ni aun teniendo a sus labios devorando los míos, devorando mis gritos. Me
aferré con un brazo en su espalda y el otro en su hombro para tenerlo así de cerca, soportando los
acometidos que reponía con sus embestidas de formas contundentes.

Soltó mis labios con un rocé de sus colmillos en busca de mis pechos, sus manos ansiaron tomar
mis caderas y me penetró con una fuerza sin igual que me hizo abrir los ojos y no saber
exactamente hacia dónde mirar. El clímax era fuego que ya empezaba a quemarme por dentro, se
escuchaba en sus gemidos, se notaba en su rostro enrojecido y en esas venas de su cuello
marcadas.
Perdida estaba en ese mismo éxtasis que lo encloquecía, en la forma en la que lo hacía tomar
posesión de mí, enteramente, haciéndome suya sin contenerse.

Nuestros cuerpos bañados en sudor, rozándose con fuerza, uno contra otro era maravilloso, si iba
arrepentirme de esto al despertar, cosa que probablemente sucedería, mejor que no despertara.
Me gustaba, me enloquecía el destello de placer estirarse desde moviente todo mi cuero, su pelvis
chocando con la mía, su piel blanca bañada en sudor y apreciar esa enigmática mirada perdida en
mí. Solamente en mí mientras se dejaba llevar por el deseo carnal. Fue cuando me di cuenta de
que no. No, no, no, no. No era virgen.

Ni él… ni yo…

Y esto… no era algo momentáneo, mi cuerpo lo sabía porque cada poro de mi piel, cada centímetro
de la piel de mis labios, y cada zona oculta en mi interior, se lo estaban grabando. Mi cuerpo entero
sabía que Rojo estaba escribiendo sobre él, memorizando cada centímetro, roce, cada beso suyo,
cada sonido y caricia que brindaban Examinadora.

EXAMINADORA

*.*.*

Desnuda y cubierta por aquella cálida piel de sus brazos. Así imaginé que despertaría: en las
grandes extremidades que anoche me habían acorralado contra su pecho después de que
exploráramos nuestros cuerpos una y otra vez hasta desplomarnos.

Pero eso no sucedió. No cuando abrí los ojos y lo primero que vi, fue el lado izquierdo del sofá en
el que me hallaba recostada vacío.

Estaba tan claro en mi mente como si hubiesen sucedido apenas unos segundos atrás. Después de
hacerlo, él me depósito en el sofá, y lo que sucedió después fue lo que hizo que todas mis fuerzas
me abandonaran, lo último que recordaba era el calor de sus brazos.
Solté un largo suspiro con la mirada en el techo. Mi mente y cuerpo se removían con
arrepentimiento, sabiendo que lo que hice, de alguna u otra manera por delicioso que se sintiera,
estuvo mal.

Complemente mal.

Sí, ver a Rojo perdido entre la gloria y el placer era algo que me había fascinado. Era una nueva
vista de él, la cual se había impregnado no solo en mi piel, sino en mis recuerdos. Y la forma en que
gimió en un gruñido ronco cuando llegó al éxtasis, eso... eso incluso sería imposible de olvidar.
Pero jamás debí dejar que se corriera dentro de mí y que gimiera su orgasmo contra mis labios, y
que todavía, me tomara entre sus brazos y me durmiera entre besos. Todo eso estuvo mal, cada
parte de mi conciencia estaba de acuerdo en que debí detenerlo.

¿Pero por qué no pude? ¿Qué me había detenido? Me sentí envuelta en una telaraña, sintiendo
como mi cuerpo intensificaban el deseo de aumentar más, y después, solo terminé perdiéndome
también. Era demasiado tarde para volver atrás y arrepentirme. A fin de cuentas, ya había
sucedido. Le di el placer que tanto quería, me enredé en su cuerpo y supe al final, que ambos
antes ya lo habíamos hechos.

Eso era lo que más me abrumaba. No era nuestra primera vez. Él, por supuesto, para tomarme con
esa fuerza y saber a precisión como hacer las cosas, debió de haberlo hecho antes. No se miraba
como alguien que aprendiera solamente de vista— que tal vez también lo aprendió, pero, también
lo había experimentado con alguien más.

Él sabía lo que hacía, conocía la manera de tomar mi cuerpo, tocarlo y besarlo. Aunque tenía
curiosidad por saber con quién lo había hecho antes, era algo que por incomodidad no haría.

Decidí sentarme en el sofá, encontrándome vestida con mi ropa interior y mi camiseta de tirantes
rasgada. Revisé al rededor en busca de Rojo, pensando que se encontraría en el baño, pero la
puerta de esta estaba abierta. Y no, no había nadie ahí. ¿A dónde había ido? La única respuesta era
el exterior.

Y si estaba afuera, ¿por qué saldría?


Respiré hondo y me animé a levantarme para tomar mis pantalones del suelo que estaban junto a
la polo de Rojo. Su pantalón era lo único que no encontré al igual que a él. Mientras deslizaba mis
piernas en ellos, algo frente a mí de color rojo llamó mucho mi atención.

Era algo que desde un principio hubiera encontrado por la forma y el lugar en el que estaban, pero
que al parecer apenas lo hice. Pestañeé tantas veces pude, creyendo que era un sueño. Sin
embargo, ahí estaba, una palabra escrita con sangre marcando el centro de aquella blanca puerta.

Parecía una petición, o tal vez solo una orden.

No salgas hasta que vuelva.

Eso decía.

— ¿Por qué no debería salir? —me pregunté, acercándome a las persianas para mover un par y ver
a través de la ventana—. ¿En dónde está él?

Mi pregunta se respondió cuando, entre tanta penumbra lo vi. Sobre los escombros, inclinado
sobre sus rodillas estaba Rojo, dándome la espalda. Estaba a varios metros de la oficina, pero a
pocos de la entrada de aquella área. Lo único que llevaba puesto eran sus pantalones, todo su
torso estaba desnudo.

No me hizo falta analizar lo que estaba haciendo, para comprender que estaba devorándose los
órganos del experimento. Y por más que intenté apartar la mirada, no lo hice, al menos no al
principio. Había quedado perturbada, sintiendo como mi estómago empezaba a contraerse.

Vi el cadáver del experimento. Observé toda esa sangre esparcida sobre él y alrededor de su
cuerpo: notando que le hacía falta un brazo y que solo Dios sabía dónde estaba esa extremidad.
Además, tenía toda la parte de su estómago abierta de una forma repugnante… como si un animal
hubiese mordisqueado y arrancado la piel con sus dientes.

Lo que me dejó aterrada era que no había sido a causa de un animal, sino de Rojo.
Sus garras arrancaban y trozaban desesperadamente partes del interior del cadáver para
llevárselas a su boca. Y aunque no podía verle la cara, la forma en que movía su cuerpo y rostro,
me daban a saber que estaba disfrutándolo.

‍‌‌‍Examinadora

EXAMINADORA

*.*.*

Desnuda y cubierta por aquella cálida piel de sus brazos. Así imaginé que despertaría: en las
grandes extremidades que anoche me habían acorralado contra su pecho después de que
exploráramos nuestros cuerpos una y otra vez hasta desplomarnos.

Pero eso no sucedió. No cuando abrí los ojos y lo primero que vi, fue el lado izquierdo del sofá en
el que me hallaba recostada vacío.

Estaba tan claro en mi mente como si hubiesen sucedido apenas unos segundos atrás. Después de
hacerlo, él me depósito en el sofá, y lo que sucedió después fue lo que hizo que todas mis fuerzas
me abandonaran, lo último que recordaba era el calor de sus brazos.

Solté un largo suspiro con la mirada en el techo. Mi mente y cuerpo se removían con
arrepentimiento, sabiendo que lo que hice, de alguna u otra manera por delicioso que se sintiera,
estuvo mal.

Complemente mal.

Sí, ver a Rojo perdido entre la gloria y el placer era algo que me había fascinado. Era una nueva
vista de él, la cual se había impregnado no solo en mi piel, sino en mis recuerdos. Y la forma en que
gimió en un gruñido ronco cuando llegó al éxtasis, eso... eso incluso sería imposible de olvidar.
Pero jamás debí dejar que se corriera dentro de mí y que gimiera su orgasmo contra mis labios, y
que todavía, me tomara entre sus brazos y me durmiera entre besos. Todo eso estuvo mal, cada
parte de mi conciencia estaba de acuerdo en que debí detenerlo.
¿Pero por qué no pude? ¿Qué me había detenido? Me sentí envuelta en una telaraña, sintiendo
como mi cuerpo intensificaban el deseo de aumentar más, y después, solo terminé perdiéndome
también. Era demasiado tarde para volver atrás y arrepentirme. A fin de cuentas, ya había
sucedido. Le di el placer que tanto quería, me enredé en su cuerpo y supe al final, que ambos
antes ya lo habíamos hechos.

Eso era lo que más me abrumaba. No era nuestra primera vez. Él, por supuesto, para tomarme con
esa fuerza y saber a precisión como hacer las cosas, debió de haberlo hecho antes. No se miraba
como alguien que aprendiera solamente de vista— que tal vez también lo aprendió, pero, también
lo había experimentado con alguien más.

Él sabía lo que hacía, conocía la manera de tomar mi cuerpo, tocarlo y besarlo. Aunque tenía
curiosidad por saber con quién lo había hecho antes, era algo que por incomodidad no haría.

Decidí sentarme en el sofá, encontrándome vestida con mi ropa interior y mi camiseta de tirantes
rasgada. Revisé al rededor en busca de Rojo, pensando que se encontraría en el baño, pero la
puerta de esta estaba abierta. Y no, no había nadie ahí. ¿A dónde había ido? La única respuesta era
el exterior.

Y si estaba afuera, ¿por qué saldría?

Respiré hondo y me animé a levantarme para tomar mis pantalones del suelo que estaban junto a
la polo de Rojo. Su pantalón era lo único que no encontré al igual que a él. Mientras deslizaba mis
piernas en ellos, algo frente a mí de color rojo llamó mucho mi atención.

Era algo que desde un principio hubiera encontrado por la forma y el lugar en el que estaban, pero
que al parecer apenas lo hice. Pestañeé tantas veces pude, creyendo que era un sueño. Sin
embargo, ahí estaba, una palabra escrita con sangre marcando el centro de aquella blanca puerta.

Parecía una petición, o tal vez solo una orden.

No salgas hasta que vuelva.

Eso decía.
— ¿Por qué no debería salir? —me pregunté, acercándome a las persianas para mover un par y ver
a través de la ventana—. ¿En dónde está él?

Mi pregunta se respondió cuando, entre tanta penumbra lo vi. Sobre los escombros, inclinado
sobre sus rodillas estaba Rojo, dándome la espalda. Estaba a varios metros de la oficina, pero a
pocos de la entrada de aquella área. Lo único que llevaba puesto eran sus pantalones, todo su
torso estaba desnudo.

No me hizo falta analizar lo que estaba haciendo, para comprender que estaba devorándose los
órganos del experimento. Y por más que intenté apartar la mirada, no lo hice, al menos no al
principio. Había quedado perturbada, sintiendo como mi estómago empezaba a contraerse.

Vi el cadáver del experimento. Observé toda esa sangre esparcida sobre él y alrededor de su
cuerpo: notando que le hacía falta un brazo y que solo Dios sabía dónde estaba esa extremidad.
Además, tenía toda la parte de su estómago abierta de una forma repugnante… como si un animal
hubiese mordisqueado y arrancado la piel con sus dientes.

Lo que me dejó aterrada era que no había sido a causa de un animal, sino de Rojo.

Sus garras arrancaban y trozaban desesperadamente partes del interior del cadáver para
llevárselas a su boca. Y aunque no podía verle la cara, la forma en que movía su cuerpo y rostro,
me daban a saber que estaba disfrutándolo. De un momento a otro, el trozo de carne del que sus
garras se aferraban, fue soltado. De los labios se me escapó un jadeo y del cuerpo un temblor
cuando luego, lo vi levantarse lentamente. Incorporándose por completo con esa figura imponente
y escalofriante en la que sus omoplatos se marcaban. Sus garras se extendieron, parecían un poco
crispadas: eran tan largas y apostaba a que filosas también. Se quedó en esa posición, cabizbajo y
tenso mirando el suelo, o eso quise pensar. No estaba segura, pero solo podía ver su perfil.

— ¿Qué vas a hacer? —mi pregunta desapareció al instante en que terminó de cruzar mis labios,
cuando él torció su rostro de una forma tan brusca que me sacudió el estómago con nauseabundos
espasmos.

Quedé en shock. Más asustada que consternada, viendo de qué forma se encontraba su rostro.
Estaba torcido en mi dirección, sus ojos clavados en la ventana... en mí. Pude construir sus
retorcidas facciones y esos largos colmillos que deformaban sus carnosos labios. Toda la parte
inferior de su rostro estaba manchada de sangre, la sangre incluso le goteaba del mentón.

Con ese aspecto y su macabra mirada parecía un monstruo. No parecía ser el mismo.

No parecía ser Rojo.

Todo mi cuerpo se estremeció y mis rodillas amenazaron con dejar de funcionar cuando bajó de los
escombros. Tan solo lo vi retirar la mirada y lamerse con esa larga lengua el rastro de sangre en sus
colmillos para luego empezar a caminar en mi dirección, reaccioné.

Me aparté cuando no pude mirar más, y cuando sentí esa presión nauseabunda subiendo desde la
boca de mi estómago hasta todo mi esófago. Corrí al baño y vomité sin poder evitarlo. Y mientras
me colocaba en rodillas y escupía los últimos restos de lo poco que había consumido horas atrás,
escuché la puerta cerrarse.

Los nervios se me alzaron de punta.

No necesitaba dar una mirada de rabillo para saber quién había entrado y quién estaba
acercándose. Limpié mi nariz con el dorso de mi mano y decidí levantarme para caminar al lavabo
y, sobre todo, cerrar la puerta. Pero había sido demasiado tarde cuando su mano y esas largas
garras se anclaron en el borde del umbral. Entonces solo pude abrí el grifo y lavarme el interior de
mi boca, con un miedo perturbándome el corazón.

Las rodillas me temblaron al igual que las piernas con su intensa presencia que, cada segundo,
crecía debajo del umbral. Con su intensa mirada clavada únicamente en mí, y esas garras
deslizándose un poco más sobre la madera, produciendo un ruido espeluznante. No pude
soportarlo más y levanté la mirada en dirección al espejo, contemplando su reflejo.

Sus orbes diabólicos me observaban desde esa posición detrás de mí. Una mirada macabra y
diabólica destacando a causa de esos largos colmillos y toda esa sangre goteándole del rostro. Una
que otra gota de sangre resbalaba por ese pecho desnudo y marcado.
Toda esa tención se escapó de mi cuerpo al ver que con frustración y preocupación hundía sus
cejas. No le había gustado que lo viera comiendo del experimento. Pero, ¿qué iba a saber yo? Por
un momento pensé que estaba revisando el perímetro, no me cruzó por la cabeza que tuviera
hambre y saliera para comer.

Y por supuesto no era por su aspecto que había sentido miedo, sino por la forma en que se estaba
devorando al experimento que, por un instante, había visto a un monstruo y no a una persona.

Tan solo verlo como se lo comía, me recordó a las palabras de Roman cuando menciono que el
experimento enloqueció de hambre y se comió a sus compañeros. En ese ínstate, sentí miedo y
preocupación de que Rojo se volviera un monstruo y dejara de ser... Rojo para siempre.

Aparté mi mano del lavabo una vez cerrado el grifo y lavado mi boca para mirar sus garras,
mientras sentía como mi estómago amenazaba con contraerse con fuerza. Las náuseas serian algo
difícil de impedir porque no estaba acostumbrada, y claro que no lo estaría jamás.

— ¿Ya no tienes hambre? —se me ocurrió preguntar para terminar con ese silencio insoportable.
Cortó con la conexión de nuestras miradas, observando inquieto la ducha junto a mí.

—Creo que debí escribir que tampoco miraras por la ventana—soltó dificultosamente a causa de
sus colmillos largos, añadiendo a sus palabras un tono espeso que me desconcertó.

Sí, estaba molesto.

Tomé una profunda bocanada de aire y, una vez que me aparté del lavabo retrocediendo unos
pasos hasta la ducha, contesté:

—Creo que debiste mencionar que irías a comer, pero ya pasó.

— No, no pasó —espetó, apretando sus puños y, casi, rasgando la piel de sus palmas a causa de sus
garras que todavía no desaparecían al igual que sus colmillos.
Me miró solo por un instante de una forma abrumadoramente intensa, antes de cortar la conexión
y acercarse al lavabo. Abrir la llave de agua y comenzar a lavarse la sangre de la boca y mentón.

— Ahora no me permitirás, tocarte y besarte. No solo me temes, también me tienes asco. Ladeé el
rostro sin poder evitar buscar entenderlo, pero eso era algo que no podría hacerlo. No estando en
esta pesadilla.

— ¿Eso es lo que te preocupa? —quise saber, estaba impresionada que solo pensara en besar y
tener relaciones sexuales cuando había algo mucho peor de lo que debíamos preocuparnos. Este
maldito lugar, y la salida que nadie sabía dónde demonios se encontraba—. Tu aspecto no me
importa, Rojo.

Además... Solo lo habíamos hecho, ¿no? Que lo hiciéramos no nos unía sentimentalmente. No
había razones especiales para que se preocupara porque su aspecto ensangrentado y bestial me
ahorrara las ganas de besarlo.

Entornó la mirada—al fin— en mi rostro donde, de inmediato me di cuenta de cómo disminuía el


tamaño de sus largos y aterradores colmillos. Alzó más la mirada sin dejar de mirarme con
intensidad, como si deseara atravesarme en su silencio. Y movió sus piernas. Se acercó y yo no
retrocedí, tampoco dejé de sostenerle la mirada aun teniéndolo tan cerca que nuestros espacios
personales desaparecieron, y eso, no me molestaba en lo absoluto.

—Entonces bésame—más que una petición sonó a una orden, su voz firme y dura, ronca y grave
exploró cada fibra de mi cuerpo. Estudié su rostro, la forma tan agitada en la que respiraba, la
forma en que las venas de su cuello se marcaban por la impotencia que tenía. Pestañeé, viendo de
reojo sus labios que ya no permanecían retorcidos, y que ahora estaban impecables de alguna
mancha de sangre.

— ¿Por qué tengo que besarte? —cuestioné. Siendo lo único que escuchara en el momento, mi
corazón escarbando en mi pecho—. Estamos en un laboratorio repleto de monstruo, ¿y lo que más
quieres es que te bese? ¿Eso te va a demostrar que no me das asco?

—Lo que más quiero es que no dejes de verme como una persona—aclaró, apretando su
mandíbula. Respirando tan fuerte que sus exhalaciones acariciaron por completo mi rostro.

—Te veo como una persona.


—Entonces bésame, Pym.

Volví a pestañar, y tal vez más veces de las que nunca hice, cuando escuché mi nombre salir de sus
labios con una urgencia que estremeció mi cuerpo. Y para colmo, me dejó desconcertada saber
que sabía mi nombre cuando yo nunca se lo dije. ¿A caso me escuchó decirlo en el área roja? Él
dijo que tenía el oído desarrollado, así que podía escuchar con demasiada claridad, ¿no? Así que
eso podría explicar por qué sabía mi nombre.

—Lo que más nos debe preocupar y lo que deberíamos de estar haciendo desde hace horas, es
salir de este lu-lugar, Rojo, tú y yo...— tartamudeé en cuanto vi que acortaba los últimos
centímetros como para hacerme retroceder y dejarme arrinconada contra la pared —. Salir los dos
juntos, con vida, ¿entiendes?

Su nariz rozó la mía y fue bajando hasta mi mejilla en una clase de caricia, haciendo que mis
piernas se debilitaran. Mis manos volaron a los lados de la pared buscando donde aferrarme,
estaba segura que terminaría cayendo al suelo en cualquier momento, si él no se apartaba de mí.

—Pym—mi nombre fue susurrado, otra vez en ese tono excitado. Torcí mi rostro lejos de estar tan
cerca de él para poder respirar, cuando volvió a pedirme: —, deseo que me beses otra vez.

¿Por qué estaba haciéndome esto? ¿Por qué mi cuerpo estaba reaccionando así? Esto no tenía
sentido, si por mi fuera, lo estaría empujando, tomaría mi mochila y saldría de la oficina, pero…
¿por qué no lo hacía?

Por supuesto, tampoco unos besos me matarían. Pero, lo que si me mataría, era el hecho de que él
me dejara sola.

Maldije en mis entrañas, y sin torturarme más, volví mi rostro al suyo y contemplé su desesperada
mirada. Luego, reparé en sus carnosos labios que antes se mantenían cubiertos de sangre. Estaba
loca, estaba muy loca y muy enferma por lo que haría continuación. En puntitas, mis manos
volaron a los lados de su rostro para depositar un beso en sus labios. Un beso lento en el que tomé
su labio inferior y todavía, lo acaricié con mi lengua.
Al sentir todavía, ese asqueroso sabor metálico— aun cuando él ya se había lavado la sangre— que
no me permitió saborear la naturalidad de sus labios, mi estómago volvió a contraerse. Quise
apartarme al sentir sus garras deslizarse por mi cintura y apretarme contra su torso desnudo. Pero
era demasiado tarde cuando él abrió sus labios e intensifico el beso. Esta vez no sentí su lengua
colonizando el interior de mi boca, pero sí saborear mis labios a plenitud, tomándose el tiempo
para incluso rozarlo con sus colmillos.

Gemí, gimió. El asqueroso sabor poco presente de la sangre dejó de ser importante, cuando sus
besos se sintieron caricias dulces y apasionadas que agitaron mi pulso. Me dije que podría seguir
así, besándolo por minutos cuando se me escapó un jadeo a causa de ese estremecimiento en la
parte baja de mi espalda. Sus garras estaban adentrándose por debajo de mi camiseta, lenta y
juguetonamente acariciando mi piel. Oh no, esto empeoraría.

Nos detuve cortando a la mitad de su beso y me enderecé. Abriendo los ojos hacía los suyos que
también se habían abierto para brillar con confusión.

—No podemos hacerlo—paré, con la respiración hueca. Sintiendo la ausencia del calor de sus
labios húmedos en los míos—. Si no hay peligro al rededor, deberíamos continuar para hallar la
salida más pronto, ¿entiendes?

—Entiendo—repitió mi última palabra, soltando segundos después mi cintura para apartarse en


dirección a la ducha—. Pero antes me limpiaré el resto de la sangre.

—En la ducha no, mejor con el agua del lavabo, así no harás ruido—sugerí, sintiéndome
preocupada al ver su gran mano rodear una de las llaves de la ducha.

—No hay movimiento, ni siquiera una temperatura cercana— Cuando escuché el chirrido de la
llave girarse y el agua golpetear el suelo, giré a ver a todas partes asustada, atenta a cualquier
extraño sonido que no perteneciera a nosotros—. Si algo nos escucha... lo mataré.

(...)

No sabría decir en qué lugar estábamos después de haber vuelto al área de transporte, tomado
otro túnel y recorrido innumerables pasillos. Pero lo que encontramos en esa enorme zona de
pisos de porcelana y paredes blancas, me dejó inquieta.
Eran salas repartidas a lo largo del pasillo a nuestros costados, o al menos así se les llamaban.

Y la sala que estaba delante de nosotros, era la sala infantil número 3 de entrenamiento, ese era el
título de la zona con un enorme umbral de puertas de cristal rotas. Y en el centro de esa sala, lo
que más llamó mi atención fue ese montón de muros unidos y separados, y de todos los tamaños.
Era como ver un enorme laberinto de piedra en medio de una gigantesca sala.

Esa sala de entrenamiento se dividía en varios cuartos pegados en una de las paredes,
manteniendo un tamaño ni grande ni pequeño con una cortina cubriéndoles el umbral, como
puerta. Me intrigaba mucho ver todos esos muebles de diferentes formas acomodados del otro
lado del laberinto, y esas camillas acomodadas y apartadas una de la otra por largos cortijeros
acompañados de muchos aparatos. O esos largos barandales horizontales con una altura de al
menos un metro que tenían el mismo aspecto que utilizaban para enseñar a alguien a caminar.

Todo alrededor tenía el aspecto de un hospital y una recamara de juegos, si mencionábamos lo


que parecía ser un laberinto en el centro en el que por nada del mundo, me adentraría.

—Estas salas son habitados por experimentos más pequeños, por eso se llama infante. Estuve en
una sala igual, cuando fui un infante, después de crecer me enviaron a otras—informó. Cuando
volteé a verlo, sorprendida, él ya estaba caminando hacia el laberinto, y conforme se acercaba, su
imponente silueta, disminuía por lo grande de los muros.

— ¿Aquí te enseñaron a hablar y caminar?

Él asintió, pasando de estar junto a la entrada del laberinto, al primer cuarto cuyo interior se
ocultaban por medio de una cortina. La apartó, mostrado una cama cubierta por cobertores y con
una sola almohada, una mesilla de noche con unos libros mal acomodados, y una mesa pequeña
con dos sillas. También había una puerta abierta que mostraba el interior de un baño de tamaño
promedio.

Entonces entendí que todas esas salas, eran habitaciones.


—En otra sala llamada infantil 4, fue donde me enseñaron a mejorar mi visión nocturna,
termodinámica, mi olfato y el sentido de las vibraciones, también dormíamos y comíamos—
comentó su entrecejo estaba hundido parecía un poco desorientado.

Y tal vez era porque estaba en shock, que mi mente no terminó de procesar el título de esta sala.
Infantil. Eso quería decir, que estas salas eran ocupadas por niños pequeños, ¿y dónde estaban
esos experimentos ahora? No, si quería decir que esta sala era para niños, entonces, había una
sala para bebés, ¿no es así? Si creaban experimentos en este lugar, era obvio que habría bebés, ¿o
no? ¿Y qué les sucedió a ellos?

Me estremecí con esa pregunta a la que no quise hallarle una aterradora respuesta.

—La comida era muy diferente a la que ahora consumo.

—Te refieres a que antes no eras caníbal. ¿Qué solían comer? — quise saber, saliendo de mi
trance.

Me dio un poco de inquietud preguntar, pero ya lo había hecho. Llevaba tiempo pensando en que
las personas en el laboratorio no hubieran permitido a los experimentos vivir si consumía carne
humana. Su apetito caníbal había sido a causa de algún virus, ¿no? Debía ser todo por la infección
de la que se habló en los computadores del área roja.

Sí, ese contaminante era la causa de su canibalismo. Estaba segura.

—Frutas y verduras, lácteos y productos de origen animal, todo en cantidades medianas o a veces
grandes—replicó, apartándose a pasos lentos de esa habitación—. Por eso creo que el que ahora
quiera comer carne, se debe a que he terminado mi maduración adulta. Conté las habitaciones,
eran quince cuartos en total, sin contar el resto de las habitaciones en las demás salas de
entrenamiento. ¿Qué más les ensayaban aparte de hablar, y caminar? ¿A parte de mejorar sus
sentidos, que más estudiaban de ellos? Sentí una profunda curiosidad por este lugar tan familiar.
Una curiosidad por él, y por los experimentos.

— ¿Qué más hacían? — pregunté, acercándome a una de las habitaciones y corriendo la larga
cortina para ver su interior desordenado.
Había libros tirados en el suelo, libros que terminé tomando y leyendo sus títulos. Era sobre el
cuerpo humano, enfermedades, historia de la primera y segunda guerra mundial, diccionarios, y
uno último que era sobre el lenguaje mudo. Salí de la habitación luego de acomodar los libros y
busqué a Rojo. Estaba en el centro de la enorme zona, contemplando la entrada al laberinto otra
vez.

—Nos estudiaban, y nos enseñaban a hacer cosas— respondió después de un largo silencio. Se
apartó y me vio de reojo un momento antes de seguir caminando hacia otra pequeña habitación.
No dude en seguirle el paso.

— ¿Qué tipo de cosas? — curioseé. Él corrió la cortina enfocando la mirada en una cama
desordenada con un par de libros abiertos.

—A curar heridas— empezó a responder, observando alrededor de la habitación—. Mejorar otras


habilidades como aprender a sentir las vibraciones, escuchar y ubicar sonidos. Ver las
temperaturas. Oler y saber los nombres de los aromas. Brincar, correr, hablar, experimentar con
nuestras papilas gustativas o nuestro tacto. Cada día que permanecíamos a fuera teníamos que
mejorar en ellos. Aunque no todos nosotros éramos iguales, otros experimentos eran mucho más
fuertes y lo obligaban a romper cosas o levantarlas.

Quedé impresionada con todo lo que acababa de decir, pero de todo eso, ¿también les enseñaban
de sexo? Eso no tenía sentido si él era solo un enfermero, como dijo Roman, ya que lo llamó por
enfermero termodinámico. Termodinámico por las temperaturas que miraba en la distancia con
sus parpados cerrados, y enfermero por su sangre capaz de regenerar.

Si solo era un enfermero y si solo era un experimento, ¿cómo supo besar y hacer ese tipo de cosas
íntimas?

—Rojo— lo llamé, lamentándome de que mi voz sonara raramente nerviosa. Él giró a verme desde
la habitación en la que estaba, y sentí un extraño estremecimiento en mi vientre—. A-ah... ¿Los
demás son enfermeros al igual que tú? ¿Y por qué enfermeros?

Me retiró la mirada y la posicionó en la mesa con las dos sillas de esa misma habitación. Estaba
repleta de libretas, juguetes y otras cosas que por lo abullonado que estaban, no podía saber lo
que eran.
—No lo sé, y nunca nos habían llamado así, es la primera vez que lo escucho—aclaró y eso me
puso a pensar—. Pero los que somos del área roja, blanca y verde tenemos sangre que cura,
aunque cada área es diferente, sé que unos son más fuertes que nosotros y otros más débiles,
pero creo que casi todos tenemos las mismas habilidades, y maduramos de la misma forma—dijo,
mientras se acercaba a la mesa y revisaba con la mirada, como si estuviera buscando algo—. Los
examinadores que asignaron para mi cuidado en cada periodo de edad, nunca me dijeron para qué
fui creado. Nunca respondían a las dudas sobe mi existencia.

— ¿Examinador? — repetí completamente confundida. A mi mente solo llegó la clásica definición


de una persona que examinaba, y listo, no más. Así que no estaba entendiendo ese punto y
entonces solo quedé más confundida, esperando a que él dijera algo más—. Lo siento, no estoy
entendiendo, ¿examinador para qué?

—Cuidador, o un niñero, pero más que alimentarnos, cuidarnos y dormirnos, es el encargado de


mejorar nuestras habilidades y mantenernos vivos, así como prepararnos para nuestra
maduración.

Arrugué la nariz, entonces no deberían llamarlos examinadores sino prácticamente niñeros de


experimentos y ya, ¿por qué ponerles un nombre que no tenía relación alguna con lo que se hacía?
¿O había algo que todavía no me decía sobre ellos?

— ¿Por qué les llaman examinadores si no hay nada de examinador en cuidarlos a ustedes?

No me respondió, y peor aún parecía ignorarme mientras removía las libretas y cachivaches que se
encontraban encima de la mesa y sacaba de todo es bulto, una hoja arrugada en la que había un
escrito algo torpe con lápiz. Traté de leer su contenido, pero fue en vano cuando él aplastó la hoja
haciéndola bolita con su puño.

La dejó caer sobre todas esas cosas, y con el movimiento que hizo después buscando nuevamente,
hizo que un gafete con un largo listón blanco, se terminara por resbalar y cayera al suelo. Entorné
la mirada de inmediato sobre él, y sobre ese rostro femenino que se iluminaba en un espació del
gafete. Su cabello castaño oscuro, levemente ondeado y acomodado sobre sus hombros, fue lo que
me hizo enfocarme más en ella. Enfocarme en sus facciones tan livianas y en esa pequeña nariz
repleta de pecas que terminaban esparciéndose un poco sobre sus sonrosadas mejillas. Se me
cortó el aliento cuando vi el color de sus ojos. Ese azul tan claro y profundo como el cielo. Y ese
lunar, el mismo lunar que tenía…
Debajo de mí labio inferior.

Quedé tan perturbada como confundida que me costó moverme, que dudé muchas veces en
tomarlo creyendo que estaba imaginándolo, sin embargo, al final lo hice, reaccioné y terminé de
inclinarme para tomarlo entre mis dedos. Aún en shock, leí el nombre que titulaba por debajo de
la fotografía.

Pym Jones Levet.

Femenina.

24 años.

Tipo de sangre: O positivo.

Población: número 167.

Lugar administrativo en la corporación G.A.H.A (Laboratorio central de genética artificial humana-


animal):

Nutrióloga y examinadora de la zona infantil sala 3.

—Esta... Esta...—Hice una pausa para tragar y encontrar mi voz en tanto subía la mirada en
dirección a ese par de orbes rasgados que ya estaban clavados en mí—. Esta soy yo. La plaza de las
cabezas.

LA PLAZA DE LAS CABEZAS

*.*.*
Claro, ya lo suponía. No había otro sentido del por qué me encontraba en este lugar. Todo guiaba a
una sola y obvia respuesta. Yo trabajaba aquí. Pero el hecho de saber que era nutrióloga y
examinadora no aclaraba nada en mi cabeza y cada minuto que pasaba en este laboratorio
aumentaban las preguntas.

Examinadora y nutrióloga, ¿qué relación tenían una cosa con la otra? Además, ¿de quién era
examinadora? Obviamente de esta sala, porque estaba enumerada como la 3. ¿De qué
experimento? ¿Desde cuándo? Por Dios, ni siquiera conseguía recordar nada. Mi mente estaba en
blanco, vacía, esto era frustrante.

Desesperante.

Respiré hondo para calmar mis pensamientos. Lo último que debía sucederme en esa situación,
era enloquecer. Levanté la mirada de mi fotografía y la clavé únicamente en él, en esos orbes
carmín que estudiaban el gafete en mis manos con una clase de profundo interés.

Él... ¿Cómo antes no se me había pasado por la cabeza preguntar si me conocía? Aunque claro.
Jamás pensé que las 57 veces que salió de su incubadora, se convirtieron en semanas o meses
fuera de ella. Él dijo que duraba bastantes semanas fuera de su incubadora hasta terminar lo que
sea que estas personas les ordenaban hacer. Y dijo que los experimentos tenían un examinador
que se encargaba de ellos.

Él tenía una examinadora y no era ninguna coincidencia que justo en esa habitación, moviendo ese
bulto de objetos y materia, encontrará un gafete con mi nombre. Entonces, ¿sería posible que yo
fuera su examinadora? ¿Podía tener eso relación con que no quisiera matarme? Pero la manera en
la que él miraba mi gafete era diferente... incluso me confundió. Su semblante se transformó a uno
serio, y con el entrecejo contraído, podía atisbar ese recelo en él.

— Rojo— lo llamé. Apartó sus ojos de mi gafete y los depositó con el mismo recelo en mí—. ¿Yo
soy tú examinadora? — pregunté, sintiendo una extraña tensión desatarse a nuestro alrededor, y
crecer más cuando retiró la mirada y apretó sus puños.

—Esta es la sala 3, yo soy de la sala 7—espetó. Me confundió mucho su actitud que pestañeé
desconcertada. No pude quitarle la mirada mientras se apartaba de mi lado para rozar mi hombro.
Cuando giré para seguirle con la mirada, él paró junto al umbral, alzando su brazo y señalando un
pedazo de madera en el que se hallaba escrito unas palabras.
—Y eras examinadora de él— volvió a espetar en un tono más bajo... más marcado.

Leí enseguida la numeración que colgaba junto a la entrada y una pizarra blanca en la que se
escribía un listado que no tardé en leer para tener más dudas:

ExVe 13.

Experimento Verde número 13.

Clasificación titular: enfermero auditivo y de vibración, bajo nivel y rendimiento físico.

Masculino.

Periodo infantil: 10 años de edad con apariencia de 6 años.

Etapa de maduración completada: Etapa 1 infantil.

Etapa de maduración en proceso: Etapa 2 fallida.

Trituración asegurada, y en espera de su mejoría genética.

— ¿Entonces no me conocías de antes? — pregunté apresuradamente cuando lo vi salir de la


pequeña habitación, dejándome atrás. Sin embargo, me ignoró. Mis palabras parecieron no
gustarle cuando sus puños se apretaron aún más, y siguió apartándose de mí, yendo en dirección a
la salida de la sala. Ignorándome.

¿Y ahora que le sucedía? ¿Por qué se miraba tan molesto? Confundida y atemorizada, apresuré mis
pasos para darle alcance. Para incluso, colocarme frente a él como si eso fuera a detenerlo.
Su endemoniada e hipotónica mirada se conectó con la mía, y sentí como me atravesaba con ella,
enviando escalofríos por todo mi cuerpo.

— ¿Me conocías mucho antes de que todo esto sucediera? —repetí la pregunta. Observando la
forma penetrante en la que reparaba mi rostro, mostrando su imponencia.

— ¿Cuál sería la diferencia si te respondiera que si ni siquiera recuerdas nada?

Una emoción floreció en mi estómago. Definitivamente era un sí. Me conocía.

—Que me conoces, que me has visto antes. Esa es la diferencia— solté tan rápido él dejó de hablar
—. ¿Por qué no me dijiste que me...? — hice una pausa sabiendo que la pregunta sería una
tontería hacerla porque en un principio no se me ocurrió preguntar—. ¿Cómo me conociste?

Su mandíbula se había apretado tanto que terminó torciéndose. El enojo que resplandecía en su
mirada se ablandó, y lanzó un largo suspiro entrecortado que me hizo pestañas. Era como si
quisiera decirme algo que le molestaba, pero que al final se había arrepentido. Su actitud, su
cambio de gesto eran extraños. No solo me conocía, él con todo ese comportamiento estaba
diciendo algo más. Nunca esperé lo que a continuación ocurrió. Tomarme de la cintura y hacerme
retroceder hasta pegarme a la pared, era algo que no imaginé. Al menos no estando en un lugar
abierto en donde cualquier cosa aterradora pudiera venir.

—Dímelo— pedí mientras le sostenía la mirada—. No recuerdo nada, no quiero seguir en blanco.

Si Rojo me conocía, quería decir que Roman y las chicas de esa área también, ¿no? Quería regresar
a esa área y preguntárselo. Pero no, no lo haría, teníamos que salir de aquí. Eso era lo más
importante, y lo que haríamos una vez que él me contestara. Que por la forma en que me tenía, la
manera en que me miraba o la forma en cómo antes se comportó, me hacían preguntar sobre la
relación que teníamos. Solo eso, solo eso me bastaría para entender algo... de nosotros.

De él.

—No eras mi examinadora real. Pero como deseé que lo fueras desde el principio que comencé mi
etapa adulta. Así te miraría más veces de las que pude mirarte— replicó. Una de sus manos se
deslizó por mi mejilla, levemente hasta acomodarse y que su pulgar acariciará mi pómulo
cuidadosamente—. Estuviste meses conmigo cuando mi examinadora faltaba, pero no fue
suficiente para mí— respondió con esa notable decepción en su mirar y ese tono espeso en su voz
—. Una vez día te pedí ese gafete.

— ¿P-por qué mi gafete?

—Para recordarte, porque pensé que no volvería a verte—respondió, dejándome en blanco. En un


largo suspenso.

Sentía que la respiración empezaba a hacerme falta.

—Me dijiste que no me darías tu gafete porque lo perdiste— hizo una pausa para inclinar su
cabeza y juntarla con mi frente—. Hemos hallado su ubicación.

Exhaló, su aliento acaricio mi nariz, y me estremecí. Cuanto daría por recordarlo todo, o por
recordar al menos la mitad de todo lo que perdí.

Poco de lo que dijo decía mucho, o eso entendí. Entendí por qué me mantenía a salvo, por qué se
me acercaba de esa forma, porque me había besado y tocado así. Pero era más confuso solo
pensar en una relación entre él y yo. ¿La tuvimos, o él... solo se había interesado?

—Rojo... —La voz me quiso traicionar a causa de los nuevos nervios. No debería ponerme
nerviosa, pero allí estaba, godo mi interior temblando por él—. ¿Pasó algo entre nosotros?
¿Tuvimos una relación? ¿Nos besamos antes?

Apartó su rostro del mío, al igual que apartó su mano de mi mejilla y la otra de mi cintura, dejando
una ausencia de calor que no me gustó. Me miró, profunda y seriamente, endureciendo sus labios
en una línea recta llena de disgustos.

De un momento a otro, cuando estaba segura que me respondería, me tomó de los hombros y
torció su rostro para ver detrás de su hombro. Que hiciera ese rotundo movimiento en el que se le
marcaban las venas, me asustó.
Apreté mis labios para no inmutar sonido alguno, e incliné mi cuerpo, revisando el mismo lugar
que Rojo. Preguntándome si estaba viendo o no alguna temperatura. Rojo se volvió, pero en vez
de decir algo, solo movió su cabeza en señal a la salida. Una clara señal de que era otro
experimento.

Llevé mi mano al asa de la mochila colegial y asentí antes de sentirle empujarme levemente para
salir por el enorme umbral sin puertas. Quedé un tanto aturdida en cuanto salimos. No había
pasillos a nuestro alrededor, pero delante de nosotros había uno muy corto que llevaba a un área
ancha y sombría. Miré con estupefacción el suelo y luego a Rojo quien esperaba a que caminara.

La verdad era que deseaba desaparecer. No quería dar una segunda mirada el suelo, solo para
saber que lo que miré al principio era real y probablemente no era mucho más aterrador que el
lugar al que llevaba ese pasillo, pero que igual te dejaba horrorizada.

Pedazos de carne cubrían el suelo ensangrentado delante de nosotros, órganos que colgaban de
las paredes como si fueran retratos que recordar.

Dios mío.

Y esa cabeza humana que colgaba al final del umbral del pasillo...

Cuando quise trotar para llegar al otro lado y terminar con el atroz recorrido, Rojo me detuvo. Y
aun conservando su silencio, negó. Eso solo quería decir que aquella bestia se guiaba también por
el sonido, o tal vez Rojo no lo sabía, pero era mejor no hacer ruido. Volví a asentir con los huesos
temblando debajo de mi piel. A pasos grandes cruzando el pasillo, sin poder evitar tocar con las
suelas de mis zapatos los trozos de piel que, al pisarlo, un sonido desagradable emanaba de ellos.

El pulso empezó a detenerse conforme avanzábamos, y mis ojos a abrirse conforme ese umbral
nos daba mucho más que ver del otro lado.

Parecía una enorme plaza, y a su alrededor, más de diez pasillos cortos que llevaban un título igual
al resto con la única diferencia de que cambiaba el número final.
Sin contar la sala de la que salimos, esta plaza extensa con varios asientos de madera, máquinas de
comida y bebida repartidas en un lugar específico y botes metálicos de basura, llevaba a 13 salas
de entrenamiento y un largo pasillo sin título. Lo peor no era ver colgadas una cabeza humana en
cada pasillo, o que por toda la plaza se expandieran huellas catastróficamente grandes de sangré, o
pedazos de carne y huesos. No. Lo peor era saber que había más de una sala para experimentos en
este laboratorio.

Si cada sala tenía 10 habitaciones para 10 experimentos, entonces, ¿cuantos experimentos había
en este lugar? Lo peor era llegar a pensar que todos esos experimentos estaban contaminados.

Rojo me empujó, haciéndome reaccionar. Invitándome a bajar la corta escalera que se extendía
frente a nosotros con cinco peldaños de porcelana. Miré una vez más al rededor, la poca
iluminación de las farolas que apenas servían o apenas seguían de pie a los lados de los asientos de
madera.

Rojo me tomó del brazo y tiró inesperadamente de mi cuerpo. Había estado a punto de pisar un
maldito hueso que, si no fuera por él, ya habría hecho ruido. Salí de mis pensamientos, y puse
mucha más atención al camino por el que andábamos, sabiendo que Rojo nos llevaba en dirección
al pasillo sin título. El único pasillo a oscuras en el que colgaba una cabeza femenina a la que le
hacía falta la nariz y la boca, y a la que todavía… se le escurría la sangré por el agujero del poco
cuello que le quedaba.

Mi cuerpo y mi mente no estaban soportando ver todas estas atrocidades. Sentía que desfallecería
en cualquier momento porque sabía muy bien que la monstruosidad que había hecho todo este
adorno ensangrentado con partes humanas, seguía viva y por supuesto, en este lugar. En cualquier
parte de este gran lugar.

Antes de adentrarme a toda esa oscuridad, miré por última vez a Rojo, encontrándolo con los
párpados cerrados revisando cada sala con cuidado. Entré, apartándome de su cuerpo y teniendo
como guía solo un pequeño flash de luz que provenía al final del pasillo.

No sabía que tan largo era, pero si sabía que mis pies estaban pisando algo asquerosamente suave
conforme llegaba al final. El flash de luz aclaraba una parte del siguiente pasillo, suficiente como
para saber que no había nada ni nadie.

Y con esa leve luz, apenas pude leer lo que lo titulaba como bloque de habitaciones T.
Estaba a punto de adentrarme en él, cuando...

Una húmeda mano se enredó en mi cabello y haló tan fuerte que por lo inesperado que fue no
pude detenerla. Parte de mi costado golpeó contra un bulto baboso y escandalosamente frío.

—Co…mida…

Me paralicé al escucharla. Al escuchar esa suplicante voz femenina tan cerca de mi odio.

Traté de apartarme, y en cuanto logré záfame del agarre, el flash de luz iluminó un segundo aquel
rostro sombreado femenino cuyos ojos marrones estaban pidiendo auxilio.

Era otra sobreviviente.

O eso pensé.

—Por favor…—volvió a rogarme—. Por favor ayúdame, tengo mucha hambre…

—Ro-Rojo— lo llamé cuando en otra iluminación pude ver el resto de su cuerpo cubierto por una
extraña baba verdosa, y un perturbador gusano retorciéndose fuera del ombligo de su deformado
estómago.

Oh no. Eso era un tentáculo o lo mismo que le salía a Rojo de los brazos.

La mano de Rojo tirando de mí enseguida, me aparta de ella.

—No te acerques— espetó, alejándome de los quejidos y suplicas de la mujer que comenzaban a
desesperarme—. Está contaminada.
Abrí la boca para hablar y rogar porque al menos la sacáramos de ahí, cuando la mujer lanzó un
largo grito de dolor que me hizo saltar, y todavía saltar otra vez cuando ese crujir desde el interior
de su cuerpo se escuchó. Mis ojos se abrieron con escándalo y horror cuando vieron como aquel
tentáculo se estiraba con fuerza, rasgando la piel de su estómago conforme salía.

Me aparté aterrorizada antes de sentir la mano de Rojo tomarme del brazo y obligarme a correr.
Tropecé torpemente cuando hice los primeros movimientos, completamente escamada por ese
agonizante aullido. No supe hacia donde corríamos, todo lo que estaba en mi mente ahora mismo
era ella, su estómago estirarse y esos gritos insufribles, aterradores.

Mi cabeza dolió, sentía que el cráneo me explotaría con tanta atrocidad. Traté concentrarme en
correr únicamente, y soporté todo hasta que estuviéramos en un lugar seguro.

No sabía cuántos pasillos habíamos dejado atrás para que llegáramos a uno donde la luz
alumbraba por completo nuestro entorno, pero no nos detuvimos. Rojo parecía no tener intención
de detenerse y eso solo me decía que había experimentos o, que algo nos estaba persiguiendo.

Suplicaba porque eso último.

Mis palabras fueron cruelmente ignoradas por Dios cuando, ese gruñido bestial de adelante, nos
detuvo de golpe a mitad de la entrada a otro pasillo de habitaciones. Rojo torció con rapidez la
cabeza a los lados en busca de, seguramente una salida.

—Estamos rodeados—gruñó por lo bajo.

Esas sin dada eran palabras que no quería escuchar jamás.

—Voy a tener que matar, Pym—soltó con los colmillos apretados.


‌‌‍Miré a todas partes, buscando rastros de temperaturas. Pero la verdad, era que aún no había nada
en los pasillos. Posiblemente, seguían lejos de nosotros. Fuera la distancia que fuera, teníamos
tiempo de hacer algo para salvarnos.

—Me rehusó—escupí. Regresé al pasillo de atrás abriendo la puerta más cercana—. Todavía
podemos escondernos.
Rojo corrió hacia donde estaba, y nos adentramos. Colocando el seguro en la puerta y
apartándonos sin quitar la mirada de ella.

—Te van a oler— le escuché decir detrás de mí, y, cuando giré salí disparada a detener lo que
estaba a punto de hacer. Morderse el brazo.

La última vez se puso muy débil. No iba a permitirlo sabiendo que podían encontrarnos. Sabiendo
que podía haber otra salida, quizá otro modo de cubrir mí aroma.

—No lo hagas— pedí. Su mirada reptil me observó con preocupación. Lo solté para reparar en la
habitación en la que nos hallábamos. Mas una recamara, parecía una pequeña casa.

Una amplia cama matrimonial extendía delante de nosotros con dos mesillas de noche a cada lado
y un par de lámparas. A nuestra derecha había un armario, y una guitarra en contra esquina, y del
otro lado un cuarto con la puerta abierta que llevaba al baño. Por otro lado, detrás de nosotros
había una pequeña cocina con su alacena de tres puertas colgada en lo más alto, casi llegando al
techo. Y, por último, ese sofá de dos personas y el televisor colgado en la pared.

Alterada, no por mirar una habitación tan pulcra y rotundamente moderna sino por ese nuevo
gruñido lejano en el pasadizo, me acerqué rápidamente a la alacena.

Si el olor de nuestra carne los atraía también, otro aroma fuerte podía apartarlos. Kétchup, tres
envases de jugo de pepinillos y uno de jalapeños, fue lo único que se me ocurrió que podían cubrir
mi aroma. Tenían un olor fuerte así que, a diferencia de otros embutidos o latas, estos eran más
fuertes, ¿no?

Maldición. Haría una locura con tal de sobrevivir, pero, ¿qué importaba? Con tal de que Rojo no me
bañara en su sangre otra vez. Me deshice de la sudadera lo más rápido posible abriendo el envase
de los pepinillos y, levantarlos por encima de mi cabeza.

Miré a Rojo por última vez y como su rostro se movía en cierta dirección fuera de la habitación,
respiré hondo y no esperé más cuando el jugo empezó a bañarme desde la coronilla, y cubrir gran
parte de mi rostro y estómago. Abrí la segunda lata de jugo y mojé el resto de mi cuerpo.
Aunque no estuve por completo empapada, me detuve, dejando el bote de kétchup y el envase de
jugo de pepinillos en la barra junto a la cocina. Me acerqué a Rojo, quien pronto me dirijo esa
mirada severa y endurecida, quien me tomó de los hombros e inclinó su cabeza para acomodarla
en mi cuello y olfatear, o eso creí.

—Son muchas temperaturas— informó, su tono muy bajo y serió.

Temblé de pavor al percatarme del sonido reptil que provenía desde el pasillo. Y esa vibración que
me hizo aferrarme a la polo de Rojo. Las vibraciones siguieron, crecieron cada vez más hasta tensar
mucho mi cuerpo y hacerme retener el aliento. Apreté más su polo y horrorizada contemplé la
puerta pensando en una sola cosa.

Si podían olerme, entonces, ¿podían oler a Rojo también? ¿Qué pasaría si lo olfateaban y
descubrían que estaba aquí, oculto? Los experimentos también se devoraban a los experimentos.

No. No. No. No.

Tomé el siguiente frasco al que le arranqué la tapadera y empecé sin siquiera avisarle, a untar su
pecho y espalda de jugo, con una preocupación en la que el líquido no llegara a caer al suelo y
hacer el más mínimo ruido. Me arrebató el frasco, y él solo dejó caer el resto del líquido sobre su
cabeza, dejando que sus mechones se embarraran un poco sobre su rostro.

Empuñó el envase vacío en sus manos y vigiló la puerta al igual que yo. Me sentí apretada,
amenazada y torturada a causa de esa vibración que hacía cada paso que daba el experimento
fuera del pasillo. Hasta que se detuvo... justo frente a la puerta.

Frente a nuestra habitación.

Un golpe rotundo en la puerta y el crujir de la madera convirtió mis piernas en gelatina. Retrocedí y
me aferré al brazo de Rojo cuando vi la manera sombría en que miraba la puerta. Hubo un silencio
que me dejó helada, y aún peor cuando otro golpe y dos más dibujaron una enorme grieta en la
puerta, amenazando con trozarse por la mitad. Rojo me empujó detrás de él, solo entonces,
cuando crispó sus dedos listos para reventar, los golpes cesaron.
Cesaron por completo.

Nuevamente ese espeluznante silencio aterrador que nos hundió y que, a pesar de que sus pasos
volvieron a escucharse en el pasillo y disminuyeron las vibraciones, no desapareció. Ni siquiera
había sentido la mano de Rojo deslizarse dulcemente en mi muñeca por la forma en que el terror
manejaba mi cuerpo en ese momento. Despacio jaló de mi mano, logrando con suerte que las
piernas me respondieran apenas. Y es que habíamos estado a unos golpes más de ser encontrados,
de ser devorados. Fácil sería para Rojo matarlo, pero ese no era el único monstruo fuera. En esos
pasillos había más y si nos escuchaban y nos encontraban todos juntos, no tendríamos posibilidad.

Retrocedí con las piernas hechas añicos para seguir a Rojo, sabiendo que él quería apartarnos más
de la puerta tal como sucedió en el almacén. Esta vez, nos llevó hasta el interior del baño, donde
había una tina de cerámica en la que me invitó con su movimiento de mano, a entrar. No inmuté
palabra, y me acerqué justo cuando él me soltó y entró para sentarse sobre la porcelana. No había
lugar para mí, la tina solo era para un cuerpo, pero me adentré, despacio hasta arrodillarme y, de
algún modo, acomodarme entre sus piernas con la espalda casi pegada a su pecho.

Fue ahí cuando un crujido del exterior me hizo respingar. Inesperadamente, Rojo me rodeó por
detrás y atrajo mi cuerpo al suyo, a ese calor protector que me hizo soltar entrecortadamente todo
ese dióxido que había estado reteniendo en mí. Apretó levemente mi estómago y dejó acercar su
rostro a mi mejilla y depositar suaves besos repartidos que calmaron un poco mi temblor.

Besos que me hicieron saber que mantenía la mirada clavada en el techo del baño. Besos que me
hicieron saber que mis dedos se clavaban en mis muslos, o mi mente se mantenía atascada en la
mujer que dejamos atrás y que un par de lágrimas se habían escapado de mí. Dejando fluir todo lo
que había retenido, todo ese terror.

Perecía que cada vez más estábamos en peligro. Era como si estuviéramos adentrándonos más a
un agujero negro sin retorno, sin salida. O, mejor dicho, que cada vez más era imposible para mí
sobrevivir.

Y no entendía la decisión de Rojo.

Cuando él fácilmente podía dejarme a la deriva, o ser fácilmente una carnada para que él pudiera
escapar y sobrevivir, se quedaba conmigo, y todavía, se aferraba a mí. Me protegía. Me mantenía a
salvo hasta donde podía. ¿Por qué? ¿Qué éramos? ¿O qué fuimos antes? Rojo podía fácilmente
matarlos, alimentarse sin preocuparse de mi o de cómo lo viera, sobrevivir por su propia cuenta.
Pero entonces, ¿por qué se quedaba a mi lado?

Incliné mi cabeza un poco hacia atrás y tomé una profunda respiración. Escuchando nada más que
mi corazón agujerando mi tórax.

Aún tenía miedo, y era algo que no dejaría de sentir, así como luchar por sobrevivir, por salir con
Rojo de este maldito infierno. Saldríamos los dos, vivos. Y él seguiría siendo Rojo, no sería como
esos monstruos. No lo permitiría.

Torcí mi rostro, en busca de sus orbes carmín, aquellos que se mantenían cubiertos por sus
párpados, atentos a los lados. Estiré mi brazo para alcanzar su mejilla suave, y llamar su atención
con el simple toque de nuestras pieles. Le acaricié un poco en tanto abría sus ojos, esos que me
estremecían y me brindaban un poco de calma. Los posó en mí. La forma en que mantenía su
entrecejo contraído, decía que las cosas pronto se podían peores. Y no lo dudaba. Pero no dejaría
pasar esta forma de agradecerle cuando aún tenía la oportunidad de hacerlo. Así que atraje su
rostro hasta tenerlo tan cerca de mí que pudiera sentir su aliento acariciarme los labios.

—Gracias—musité antes de acariciar sus labios con los míos. Ese par de carnosos labios varoniles
que temblaron y se abrieron listos para recibirme.

Tragué antes de actuar, antes de ladear mi rostro, cerrar mis ojos y buscar sus labios en un beso
profundo y lento que él correspondió al instante. Un beso convertido en besos en los que se
encontró la manera de mantener todo este terror lejos de nosotros por al menos ese instante. Su
dulce caricia.

SU DULCE CARICIA

*.*.*

Rojo no dijo con palabras que se pondría peor, pero bastó esa mirada tensa clavada sobre mí para
darme cuenta de que algo terrible estaba a punto de acontecer.
Y sí. Ocurrió.

El terror recorrió el interior de la habitación en un crujir de madera y un golpe hueco contra el


suelo. Había sido tan horripilante que sentía como mis entrañas eran rasgadas con brutalidad. Mis
huesos saltaron debajo de mi piel cuando escuché como empezaba a ser destruidas la habitación.
Pero el verdadero terror no era saber que ya estaban en la habitación, sino saber cuántos de esos
monstruos nos habían encontrado ya.

No era uno. No lo era. Esos sonidos reptiles eran diferentes, pertenecían a dos experimentos.
Quizás tres.

Me aparté, y con el cuerpo hecho gelatina por los espasmos miré aterrada hacia la puerta y luego
la mirada sobria de Rojo clavada en alguna parte de la habitación.

Sabía lo que ocurriría, no hacía falta que él me lo dijera para saber lo que haría. Saldría, mataría, y
quién sabe que más acontecería.

Lo peor.

Rojo se inclinó sobre mí, y sin dejar esa mirada tensa buscó mi oído rápidamente.

—No salgas hasta que te diga— me pidió. Y tan solo se levantó de golpe, un golpe contra la puerta,
me detuvo el aliento.

En shock, con una guerra interna por detenerlo o por ocultarme detrás de la tina, lo vi irse en
dirección a esa puerta que crujía conforme era azotada desde el exterior. Su mano tomando el
picaporte y la giró. Pero antes de tirar de ella los dedos de su otra mano explotaron manchando de
sangre la madera y un pedazo de la pared de al lado.

Escandalizada por ver como las grietas empezaban a pintar también esa misma puerta, observé sus
largos tentáculos negros prepararse. Y conforme se alargaban junto a la puerta, algo más llamó mi
atención. Su hombro empezaba a moverse. No. Algo debajo de su hombro estaba moviéndose. Y lo
que atravesó esa zona de su piel— e incluso su polo—, me abrió más los ojos.
Me palideció.

Lo que había salido sobre los costados de su hombro era largo y picudo, como una astilla negra, o
como una hoja de cuchillo, pero delgada y un poco encorvada.

Me tembló la quijada de tanto endurecerla. Ya no solo eran sus tentáculos o colmillos, ahora
estaba eso otro, retorciendo su figura masculina a la de una bestia.

Se estaba deformando. Se deformaría y se volvería como ellos, ¿no? No. Por favor no...

Él no.

—R-Rojo.

Abrió la puerta y un calambre estiró mis músculos con dolor cuando vi a la monstruosidad que nos
esperaba del otro lado de la puerta, para atormentarlos con su espantosa figura.

En ese segundo pude reconocer que él era el experimento del área negra. El experimento 05. Sus
colmillos atravesando la piel de sus labios, esos que aún recordaba tan vivamente en mi mente
cuando los vi detrás de la ventanilla de la puerta 13. Y esos orbes negros aterradores que, con una
sola mirada podías ver cuánto deseaba masticar mi piel. Él estaba viendo a Rojo.

Se movió rotundamente, pero ni siquiera pudo alzar su puño en ese instante cuando todos los
tentáculos de Rojo se estamparon contra su cuerpo, haciéndolo golpear contra las alacenas de la
pequeña cocina. Caminó fuera del baño y cerró la puerta sin voltear a verme.

Lo que se desató a continuación me dejó en shock. Quedé en un trance en el que cada parte de mi
cuerpo temblaba y saltaba con cada escalofriante sonido del exterior. Aferré mis manos a los
bordes de la tina de cerámica, casi como si quisiera encarar mis uñas en ella y comencé a respirar
con rapidez.

No quería imaginármelo, pero esos grotescos gruñidos bestiales y lo muebles rompiéndose,


emitiendo ruidos escandalosos, me lo impedían.
Rojo estaba ahí... Y esa cosa era más grande y pesada que él. Tenía mucho miedo, una terrible
angustia oprimiendo mi pecho, comprimiendo mi corazón. Era demasiado, demasiadas preguntas,
demasiado terror.

Iba a explotar.

Estaba a punto de cubrirme los oídos negándome a seguir escuchando cuando, oí ese gruñido
apretado que supe muy bien de quién provenía, y que hizo que me alzará de golpe y clavará la
mirada en la puerta. Sobre todo, en esa separación de al menos cuatro centímetros de la puerta y
el suelo, donde un tentáculo escurridizo se aferraba a la madera. Ese tentáculo era de Rojo.

No. ¿Estaba luchando y protegiendo esa maldita puerta con sus tentáculos? No tenía que hacerlo,
lo lastimarían más si no atacaba con todos sus tentáculos.

Quería gritar que apartara sus tentáculos y que luchara con todos ellos sin preocuparse por mí.
Pero gritar no funcionaria, solo empeoraría las cosas. Solo era un estorbo. Si no llevaba arma para
defendernos, de nada serviría estando ahí a fuera.

No quería ser un estorbo, así que, desgraciadamente no me quedaba nada.

Una fuerte vibración y un golpe contra la pared tan cerca del baño, provocó que el techo sobre mí
se sacudiera y dejara caer polvo, ciñendo mi inmóvil cuerpo.

Lo estaban lastimando, esa enorme cosa le estaba haciendo daño a Rojo. ¿Y si lo mataba? ¿Y si el
resto de los experimentos llegaban y lo atacaban o se lo intentaban comer?

Apreté mis dientes sintiendo la impotencia. Yo no quería que muriera. Quería que saliera de esta
con vida, que estuviera conmigo.

Un rotundo silenció me ensordeció. Quedé desorientada cuando no escuché absolutamente nada.


Ni un solo sonido, ni gruñido, ni gemido. Y cubrí mi boca cuando no encontré más en movimiento
sus tentáculos en el largo hueco de la puerta.
—No—susurré, negando con la cabeza. Salí, a pasos torpes del interior de la tina y me incliné sobre
mis rodillas, para tocar la punta de sus tentáculos pensando en que con el tacto, harían
movimiento.

Lo cual nunca sucedió.

Todo lo contrario. Unos puños, golpearon la puerta del otro lado, avivando esa misma grieta que
en un principio él creó con sus rotundos azotamientos. La— inesperada— risa macabra que se
emitió luego de ellos, y se escurrió por las aperturas de esas mismas grietas, me desarmó el cuerpo
entero.

Él... Esa cosa se estaba riendo, ¿de mí?

—Ustedes nos hicieron esto, al menos debo disfrutarlo devorado tu cabeza— Alcé como pude la
cabeza de los tentáculos a esa enorme grieta agujerada.

Santo. Dios. Mío.

Podía ver su aterrador orbe negro mirándome desde esa grieta. Estaba muerta. Acaba. Aquí
terminaba todo, ¿cierto? No había más oportunidades. Me lo Merecía. Maté a Rojo por
protegerme.

Esa cosa soltó repentinamente un aullido que me aturdió. Su asqueroso ojo desapareció de la
grieta, así como esos tentáculos debajo de la puerta. La espinilla se me sacudió cuando al instante
escuché aquel gruñido feroz y engrosado levantándose con fuerza. Lo reconocí. Y solo reconocerlo,
una exhalación escapó de mis labios, y una emoción escoció mis ojos.

¡Estaba vivo! ¡Rojo estaba vivo!

Clavé de inmediato la mirada a la grieta con la intención de ver a través de ella cuando un fuerte
golpe volvió a poner el techo a sacudirse. Aunque no era mucho el panorama, el humo grisáceo y
esa sombra moviéndose delante de mí, era todo lo que podía ver.
Algo tronó. Varios sonidos de huesos rompiéndose y ese último gemir de dolor, me desesperaron.

El silenció volvió, abrumador y perturbador sobre toda la habitación. No había ni un otro sonido, ni
siquiera señales de otro experimento. Aquella sombra siguió moviéndose. Era ancha y a sus lados
algo grande se alzaba. No podía hallarle forma, pero definitivamente él debía ser Rojo.

Enderecé mi cuerpo y me puse sobre mis pies. Tan rápido como escuché el resto de los golpes,
descolgué el espejo sobre el lavabo y no me detuve cuando lo estampé contra el mismo.

Mientras el ruido de cristal rompiéndose y sus fragmentos cayendo al suelo, recorrían el baño,
tomé un trozo grande entre mis manos. Me apresuré a llegar a la puerta con desesperación. Esa
puerta a la que nunca esperé que fuera abierta por él enseguida.

La sorpresa me golpeó.

Una enorme herida en el pecho donde podía ver tejido de sus músculos apenas sanando, fue lo
primero que vi. Luego sus orbes endemoniados y enigmáticos debajo de ese sombreado rostro
tenso, observándome fijamente. Respiraba pesado, respiraba por esos labios temblorosos que
mostraban sus delgados colmillos.

—Ven— pronunció la petición desde sus apretados colmillos. Se apartó de la puerta y arrastró
todos esos tentáculos que lentamente se encogían.

Reaccioné, apresurando mis pasos fuera del baño y recorriendo con la mirada todos esos
escombros de lo que antes fue una habitación ordenada. A pasos lentos, me acerqué por detrás de
Rojo, sin tardar en recorrer todo lo que antes era una habitación elegante.

Había un agujero en la pared donde antes colgaban las alacenas, mostrando una parte de la
habitación de enseguida. Pero eso no era lo que importaba.

Entre los escombros ensangrentados del lugar donde se encontraba una destruida cocina, se
hallaba ese repugnante cuerpo del experimento Negro 05. Sin un brazo, y con un agujero desde su
entrepierna que se torcía hacía el lado izquierdo de su pecho y atravesaba su hombro. La sangre
creaba un charco de sangre debajo del cuerpo sin vida.
Y no era el único experimento sin vida en ese cuarto. El otro, cuya mitad de cuerpo estaba cubierto
por un pedazo de sofá, tenía cuatro patas delgadas de animal que me recordó al monstruo que
hallamos fuera del almacén.

— Necesito que te cubras con su sangre.

— ¿Qué? — emitieron mis labios, dando una mirada en blanco al cuerpo del 05.

— ¡No tenemos tiempo, hazlo ya! — rugió, estremeciéndome. Noté la fuerza con la que ahora
empezaba a respirar, y entonces, me dio una mirada de rabillo en la que pude contemplar su perfil.
La forma arrugaba su nariz, y la manera en que esos largos colmillos volvían a retorcer sus labios—.
!Pym! — ¡Ya! — exclamé alterada. Subido los escombros y colocándome junto al gordo brazo del
experimento 05, dejando al instante el trozo del espejo junto a mís piernas. Respiré hondo,
repitiéndome una y otra vez que solo era sangre… solo era sangre. Cuando me convencí y empecé
a manchar mi cuerpo con su sangre, atisbé a Rojo encaminándose a la salda de la habitación.

Lo escuché gruñir, y tras su gruñido, un golpe en los pasillos me lanzó la mirada en esa dirección.

Estaba a punto de levantarme al terminar de cubrirme con la sangre...

Cuando un dolor atravesando el costado derecho de mi cuerpo me congeló. Se me detuvo la


respiración, el pulso, y la mirada en esos orbes negros que se burlaban de mí.

El dolor me penetró más a fondo, escarbando como una flecha mi cuerpo. Haciendo que ese grito
ahogado en mi garganta saliera de mis labios como un aliento entrecortado. Temblé, bajando
lentamente la mirada a esas garras empuñando el lado derecho de mi cintura. Apretando y
escarbando mi piel.

No me di cuenta de en qué momento ese enorme brazo se había movido, o cuando sus garras se
levantaron hacia mí. Pero ya era tarde, ya había sucedido, ya mi propia sangre estaba cubriendo
sus garras.
Ensordecida, incapaz de escuchar lo que sucedía allá afuera, solo el sonido acelerado y lento de mi
corazón martillado la cabeza. En tanto miraba esos asquerosos labios estirarse con asquerosidad.

Tiró de su penetrante agarre para atraerme a esa boca llena de colmillos que abrió con la intención
de morderme. Y, aterrada, un quejido gritón resbaló de mis labios mientras hallaba fuerzas para
empujarme hacia atrás y, velozmente, tomar el trozo de cristal y perforarle el cráneo desde la
frente.

Al ver como la tensión de su deforme rostro disminuía un poco, y como la fuerza con la que
empuñaba mi carne herida también se debilitaba, grité:

— ¡Muérete ya! — El dolor se reveló a través de mis palabras. Empujé con todas mis fuerzas más
el fragmento de cristal en la herida de su ancha frente, escuchando el apenas audible gemido que
provino de sus labios. Vi sus horrendos ojos negros, al igual que el color de sus escleróticas,
perdiendo brillo.

Pero, aun así, seguí. Saqué el fragmento y lo perforé con rotundidad, una tras otra y otra vez hasta
estar segura de que no volvería a intentar atacarme.

— ¡Pym!

Él rugido de Rojo en alguna parte del pasillo, llamándome, me detuvo. Dejado el cristal incrustado
en la perforación que le había hecho a su cráneo. Permanecí, solo unos pocos y aterradores
segundos recuperando el aliento, sintiendo esa mezcla de adrenalina, miedo y dolor quemando mi
piel temblorosa. Sobre todo, esa área perturbadora de mi cuerpo en la que sus garras habían
hecho agujero. Era horrorosa, y ardía.

Ardería como el infierno cuando me las quitara. Tenía que hacerlo rápido, salir de aquí y regresar
con Rojo. Ayudarlo…

Tomé una enorme bocanada de aire, y toqué sus garras. Me aferré a ellas, y tan solo las saqué un
poco fuera de mi piel, el dolor se disparó en un intenso grito que solté. Mis sentidos, todos,
terminaron hechos añicos, y un zumbido aturdiéndome era todo lo que podía escuchar. Estaba
desangrándome, era mucha la sangre que perdía, y mucho el dolor que supe que su puño no solo
había escarbado mi piel.
Estaba entrando en shock, estaba sintiéndome débil, sintiendo que perdería la conciencia. Pero no,
no podía desmayarme. No aquí...

—N-no... —apreté mis dientes, las lágrimas resbalaron de mi rostro hacia los escombros. Respiré
agitadamente, y esta vez no me detuve. Me preparé. Tomé sus dedos y tiré sin titubeos,
soportando el dolor a través de otro grito mientras los sacaba de mi piel: a la misma vez que
estuve gritando, en el exterior, un chillido bestial se extendió y luego esa fuerte vibración
amenazando con tirarnos el techo encima.

Su mano cubierta de mi sangre, golpeó el suelo, así como la debilidad golpeó mi cuerpo y lo hizo
arder. Apreté mi herida y no me permití descansar. Así que, a gatas, me aparté y empecé a bajar de
los escombros, no sin antes ver nuevamente al experimento. Ya no se movía. Y mejor que no lo
hiciera.

Cuando intenté levantarme, unos brazos rodearon mi cuerpo y me cargaron en un inesperado


movimiento que no solo hizo que la herida se retorciera, sino que hizo que ahogara un chillido en
mis labios. Subí el rostro para saber que se trataba de Rojo quien me sostenía y sacaba de la
habitación con apresuro. Lanzando miradas a los lados con sus párpados cerrados, y apretando
esos dientes que parecían a punto de romperse por la fuerza que hacía. Escuché su gruñido
retenido por esos dientes mientras salíamos a ese pasillo y lo recorríamos rápidamente. Dejando
atrás el corredizo de aterradora oscuridad que llevaba a las salas de entrenamiento, que llevaba al
cuerpo de aquella mujer.

El pasillo que dejábamos atrás estaba destruido, había agujeros en el techo y en las paredes de las
otras habitaciones. Entre todos esos escombros y sangre, y entre la densa capa de tierra que apena
se alzaba de suelo, solo pude encontrar varias extremidades deformes a las que no encontré ni
forma de brazo y mucho menos forma de piernas. Pero algunas de ellas parecían tentáculos de
Rojo. Mis músculos temblaron cuando Rojo cruzó al pasadizo de la izquierda. Un montón de
espasmos se zambulleron debajo de mi piel, y sobre mis huesos con una lentitud infernal que me
dejó perdida.

Desorientada.

No había luz, como alguna vez escuché de alguien decir que… cuando estas a punto de morir, vez al
final una luz. No, yo solo veía a Rojo moviéndose los labios, solo veía la sangre que resbalaba de
sus labios heridos y me salpicaba el rostro. No había más.
—No voy a morir…—repliqué al ver ese gestó de rabia e imponencia reflejarse cada segundo más
en su rostro. Al menos no moriría hoy.

Sin embargo, él me ignoró. Ni siquiera abría sus parpados o dejaba de mover de esa manera
rotunda su cabeza a los lados. Aferré mis manos a lo único que podía aferrarme, su polo o lo que
restaba de esta, cuando él hizo otro brusco movimiento. Y tan solo cerré unos segundos lo ojos,
para que, al abrirlos, ya nos encontrábamos en otro nuevo panorama.

Una habitación.

Cerró la puerta con una calma que estremeció mi cuerpo. Y sin colocar seguro, se encaminó a la
cama amplia y trepando a ella, me recostó cuidadosamente.

—Solo me lastimó el costado—comenté en voz baja. Traté de sentarme apoyando mis brazos en el
colchón cuando él me detuvo por los hombros, clavándome sus orbes carmín con seriedad.

—Acuéstate—susurró casi sin aliento. Llevando la mirada carmín a la herida en mi abdomen.


Reparé en su aspecto, nuevamente construyendo las antiguas preguntas que me hice en la tina.
Rojo se miraba… como si estuviera a punto de perder su vida. Pero para ser franca no se miraba
débil, ni siquiera parecía tener heridas graves que estuvieran sanando.

Entonces ese gesto de impotencia me confundió.

Me recosté, nuevamente, sintiendo la presión de mi respiración, tratando de soportar los


pinchazos de dolor atravesando mi cuerpo. Mientras apartaba las manos de mi grotesca herida,
noté como Rojo empuñaba sus manos con fuerza, que esas garras penetraron la piel de sus palmas
y la sangre pronto se dejó ver.

Las depositó sobre mi herida, apenas rozando mi piel para abrir su mano dejándome apreciar
como sus garras salían de la piel de sus palmas y dejaban que de sus agujeros —que ya empezaban
a cerrarse— la sangre empezara a fluir y a caer en mi herida. Mientras que con su otra mano
tomaba mi cadera y me obligaba a voltearme un poco para mostrar el resto de agujeros en mi piel,
apretó su mano exprimiendo la sangre, y encajando sus garras otra vez. Por un momento había
pensado que haría lo mismo que en el túnel de agua, donde apretaría mi herida tal como lo hizo
con mis tobillos.

Tan rápido como vi las heridas en mi costado cerrarse lentamente. El dolor empezó a desaparecer
también, adormeciendo esa parte, devolviéndome incluso, la energía y fuerza: esa misma que
sentí recorrer mi cuerpo cuando sanó mí herida en el túnel. ¿Su sangre podía reproducía la sangre
de otros, o solo sanaba heridas?

Solté una larga exhalación, relajando mi cuerpo en el colchón. Y busqué su mirada, esos rasgados
orbes que no encontré depositados en mí, sino en mi estómago, en esa parte de mi piel donde sus
garras apenas tentaban a acariciar. Todavía no sentía su toque, pero estaba segura que si seguía
haciendo eso, en cuestión de segundos lo sentiría tal como sucedió aquella vez.

Se inclinó, aferrando sus manos a cada lado de la cama. Pude notar como los músculos de sus
brazos temblaban conforme bajaba su cuerpo más y se erguía, llevando su rostro a mi estómago
y… depositando un beso en esa zona.

—Lo siento—susurró contra mi piel, y en ese instante pude sentir su tacto. Dio una última caricia
con sus labios de una forma tan dulce, que envió escalofríos al interior de mi estómago.

No comprendí por qué se disculpaba, no había sido su culpa.

— No fue tu culpa—solté rápidamente cuando lo vi alzándose y corriendo esa escondida mirada


bajo sus parpados a la puerta de la habitación. Aquella expresión en la que se endurecía su quijada
no solo me preocupo, me aterrorizo—. ¿Q-qué sucede? ¿Vi-vienen más?

— Están confundidos. Hubo tanto ruido y vibración que no saben hacia qué lugares dirigirse.
Ninguno de ellos parece mirar temperaturas—contestó abriendo sus parpados para mirarme—.
Aun así, hablemos bajo.

Pestañeé al verlo inesperadamente, deslizarse sobre mí, acomodando cada uno de sus brazos
doblados junto a mis hombros para no dejar caer su peso en mí. Acercó tanto su rostro al mío que
me sentí nuevamente desorientada al no saber que mirar de él y no saber por qué de pronto
estaba actuando así. Inhaló y exhaló, su aliento acaricia cálidamente mi rostro volviendo a hacer
que pestañara.
Su silencio y la forma profunda en la que me contemplaban con esa enigmática mirada, me secó la
garganta. De pronto, sus garras se deslizaron por la piel de mi mejilla. Parpadeando por una tercera
vez cuando dejó sus garras a centímetro de tocar mis labios. — ¿Te duele alguna parte de tu
cuerpo? —quiso saber. Haciendo una nueva caricia en mí rostro con el torso de su mano:
deslizándose de mí mejilla hasta mi mentón, y bajando a mi cuello. Con cada pequeño movimiento
de su juguetona mano, corrientes eléctricas se arrastraban por todo mi cuerpo, sin concentrarse en
ni una parte. Era caricias cálidas y dulces, llenas de algo que él quería demostrar.

Sentimientos.

—No—esbocé, sintiendo mi aliento hueco a causa de sus caricias que empezaban a mecerme—.
Gracias a ti, no—Sonreí, y esa sonrisa que marcaba mi rostro pareció deslumbrar sus ojos, fijando
su mirada en mis labios y llevando sus garras a dibujar mis labios lentamente.

Ese acto hizo que mis labios temblaran, que mis comisuras titubearan en permanecer con esa
sonrisa. No porque no se sintiera bien, sino porque esas garras que salían desde sus nudillos, aún
no desaparecían.

—Contéstame algo —solté casi en un suspiro, cuando él bajó más su rostro hasta rozar nuestras
narices e incluso chocar nuestros alientos—, ¿tienes hambre?

Se tomó un momento para seguir estudiando mis labios, esos a los que supe que él quería poseer
de inmediato. Pero que extrañamente no hizo, solo siguió dibujando, acariciando y contemplando.

Y que, extrañamente yo esperaba por al menos solo un roce.

—No, me siento satisfecho.

Sentí una extraña y pequeña incomodidad. Más que por tenerlo sobre mí, acariciándome, era por
lo que mi cuerpo y mi mente estaba apreciando de él. Sintiendo de él. La confusión volvió a mi
mente, en una sola pregunta que quería guardar cuando esos experimentos estuvieran más lejos
de nosotros, pero… ¿y si luego no había tiempo? Cada momento que permanecíamos en este
lugar, empeoraba la probabilidad de sobrevivir.
Respiré hondo, iba a hacerlo. Debía hacerlo para aclarar varias cosas que me desconcertaban tanto
de Rojo como de mí.

—Hay algo que quiero saber—empecé y no esperé a que dijera algo—. Sobre nosotros…— Raro no
fue verlo hundiendo su entrecejo, raro fue ver que apartaba sus garras de mi piel—. Quiero saberlo
todo.

Quería saberlo todo, porque no sabríamos si para cuando saliéramos de esta habitación,
seguiríamos con vida. O no sabíamos si yo seguiría con vida.

— ¿Todo? —pronunció, noté su tensión.

—Sí.

— ¿Qué quieres saber primero? —musitó, tomando una leve respiración en donde aprecie como
las aletas de su respingona nariz se alzaban.

—Cuando dijiste que te gustaba en la oficina, ¿lo decías en serio?

Asintió, estirando una media—torcida— sonrisa que inexplicablemente aceleró mi pulso, me hizo
jadear.

—Me gustas mucho, pero no como me gusta la comida, los colores u otras cosas. Es diferente
contigo.

Tuve miedo de preguntar, pero me lo tragué, en verdad quería saberlo. No. Necesitaba saberlo,
una gran parte de mí anhelaba saberlo ahora mismo.

— ¿Cómo lo sabes?
Un calor cálido cubrió mi mano, era la suya tomándola con delicadeza para llevarla sobre su pecho,
a ese lugar donde sentí tan pronto extendí mis dedos, el tamborileo de su corazón.

—Mi corazón se aceleró cuando te vi por primera vez—Otro jadeó se escapó de mis labios—. Sigue
acelerándose cuando te tengo cerca. Me sudan las manos, algo me comprime el estómago y siento
que me falta el aire cuando me tocas o cuando te lastimas. Solo sintiéndome así sé que me gustas
mucho.

Solo sintiéndome así, sé que me gustas mucho. Mi mente lo repitió tantas veces pudo para
procesarlo.

— ¿No estas convencida? —sus garras tomando mi mentó me trajeron de nuevo a la realidad,
fuera de mis pensamientos—. Cuando tuvimos sexo….

—Detente—mí voz sonó un poco más alta, sobresaltándome de que algo allá afuera nos escuchara
por mi culpa—. ¿Entonces si lo hicimos antes? —Su ceño contrayéndose un poco y ese ladeo de su
rostro, me respondieron que él no entendía a que me refería—. Sexo, ¿cuándo tuvimos sexo?

— Esa es una larga historia, pero…—La duda me dejó en blanco. ¿Lo hicimos o no? ¿Permitían que
los experimentos tuvieran relaciones sexuales? —. Pym, si yo te respondiera ahora que no
recuerdas nada de mí, ¿te alejarías o te acercarías más?

Y eso me desconcertó.

Y me desconcertó tanto que arqueé una ceja.

Y me desconcertó demasiado que, cuando abrí la boca al principio nada salió de mí, mi voz se
había escapado de mi garganta. Carraspeé para recuperarme y pedirle que me explicara con palitos
y dibujos cuando él continuó:

—Sí—Se me secó la garganta con esa respuesta—. Hicimos el amor antes de que me enviaran a la
incuba…— se calló con una abrupta brusquedad que me dejó sin aliento. Y estaría procesando sus
palabras sino fuera porque se apartó de un movimiento tan brusco de mí, que la cama se sacudió.
Enderezó su cuerpo, torciendo todo su cuello y fijando su mirada oculta entre sus parpados en una
sola dirección. No, por favor, no otra vez…

—Son temperaturas normales—espetó, sin dejar de mover levemente su cabeza. Haciéndome


saber que aquello se estaba acercando a nosotros, cada vez más —. Vienen hacía este pasillo.

Me senté cual resortera al escucharlo.

— ¿V-vienen?

Eso quería decir que… ¿eran muchos? ¿Cuántos? ¿Eran igual de grandes que el 05?

—No salgas hasta que vuelva—espetó, esta vez en una voz dura y lo suficientemente alta como
para recorrer el interior de mi cuerpo. Atemorizada, lo vi encaminándose a la puerta, decidido con
sus garras crispadas y esa postura imponente de la cual dudaba. Ya había peleado bastante. No era
uno, eran varios experimentos los que dirigían a nosotros. ¿Y si le ocurría algo esta vez? —. Ellos
son humanos.

Sus nuevas palabras golpearon mi cabeza varias veces, dejadme en shock. Él salió a la luz del
corredizo volteando a uno de sus lados para luego cerrar la puerta con el mismo cuidado que al
principio.

Eran humanos, ¿cierto? Eran personas, él dijo eso, ¿y las iba a matar? No, no, no, no podía dejarlo
hacerlo. Eran sobrevivientes, a fin de cuentas, no monstruos. ¿Qué sucedería si ellos iban armados
como Roman y las mujeres? ¿Y si le disparaban? ¿Y si lo mataban?

No, no. Tenía que ir por él, impedir que se cercaba y traerlo de regreso a la habitación,
seguramente si nos escondíamos y manteníamos en silencio ni uno de ellos nos escucharía.

De un brinco me encaramé fuera de la cama y me lancé a la puerta, tan solo salí, a unos pasos de
pasos a mi izquierda me encontré con la espalda de Rojo y sus anchos hombros. Pero algo me
perturbo y no fue el hecho de que se trataba de sobrevivientes a varios metros de nosotros,
acercándose amenazadoramente a Rojo, tampoco me perturbo saber que eran muchos, una
manada acumulada en el pasillo cuidando las espaldas de sus compañeros en todos los sentidos, lo
que me perturbo y envió terror a mis huesos fue ver todas esas armas apuntando a la cabeza de
Rojo.

Todas esas miradas llenas de ira clavadas en él solamente. No había ni una sola pisca de sorpresa o
miedo. No, ellos no parecían temerle a Rojo, y eso solo me hizo saber que entonces ya antes
habían matado a más experimentos.

No, no, no. Él no. No otra vez.

A Rojo no.

— ¡No! ¡No disparen! — grité, alterada sin importarme cuantos experimentos me escucharan
alrededor.

Como una bala salí disparada a correr y colocarme frente al cuerpo de Rojo, frente a todas esas
armas que en gran mayoría, me apuntaban ahora a mí. Solo hasta que todos esos ojos me
recorrieron fue que su gesto cambió por sorpresa y consternación, y todas esas armas se desviaron
a otro objetivo. Rojo.

—No le disparen por favor— mi voz se desgarró. Eran muchas más de quince personas
apuntándole solo a él—. No es peligroso. Él no es peligroso.

Mis manos se estiraron hacía arriba, cubriendo parte del rostro de Rojo mientras, pasaba la mirada
en todos esos rostros tan inquietantemente desconocidos. El corazón estaba a punto de agujerar
mi pecho de lo asustada que estaba al ver su silencio, al ver que la mitad de ellos dirigían una
mirada a otro lado, la verdad es que no quise saber a quién estaban mirando, solo me mantenía
alerta de cada movimiento de sus armas.

— ¿Pym?

Alguien acababa de nombrarme. Estaba segura.


Confundida y asustada por los sobrevivientes y esas largas armas de distintos colores, me obligue a
torcer el rostro a una sola dirección, indecisa pensando en que solo había sido mi imaginación.
Pero no fue así cuando deposité la mirada a una sola persona, a la persona que la mitad de esos
rostros veían con preocupación.

Un hombre joven bajó su arma y se apartó del resto, parecía estar al mando porque solo hasta que
se movió en nuestra dirección, enderezaron su postura. Se quedó a medio metro de separación de
nosotros solo cuando sus ojos resbalaron de mí a las garras que apresaban mi brazo. Rojo tiró de
mí para tenerme más cerca de él, y aunque quería voltear a verlo no pude, porque estaba
observando al hombre frente a nosotros.

Era alto, como la estatura de Rojo más o menos, la piel que sobresalía de su camiseta negra pegada
a su marcado torso, era bronceada, pero fue lo único que pude reparar en él, no reparé más en su
aspecto porque lo que me dejó inquietante, más perturbadora que inquietante fueron ese par de
ojos marrones completamente desorientados que se clavaban únicamente en mí.

No había sido mi imaginación. ¿En verdad me conocía?

—No puede ser— soltó, su voz gruesa tronó con sorpresa—. Estas…

Lo que no esperé fue ver la forma en que su pecho comenzó a inflarse y la forma en que su
semblante se había endurecido, pero no de molestia sino de angustia. Lo segundo que jamás
esperé fue ver esas escleróticas cristalizarse. Y lo peor de todo fue lo siguiente que soltó, y lo cual
enfrió por completo mi cuerpo, me estremeció.

—Estas viva — Una de sus comisuras se estiró en una amarga mueca, mientras esa mirada repleta
de sentimientos seguía reparando en mi rostro—. Estas viva, amor. Y desde ese momento lo sentí.

Sentí que las cosas iban a cambiar con rotundidad.

‍‌‌‍Si el deseo mordiera.

SI EL DESEO MORDIERA

*.*.*
— ¿Amor? —pronunciaron mis labios en un tono apenas audible.

Amor. Esa palabra no salía de mi cabeza sin importar qué. Tenía un significado único, uno que me
llenó de una sensación completamente desagradable. Todavía no podía creer que esa palabra
saliera de sus labios, ¿éramos pareja?

No. Por mucho que repasara en su aspecto, en esa piel bronceada, en esos ojos de un marrón tan
profundo, y esa manera tan abrumadora en la que me miraba, no lograba recordarlo. Ni a él, y
mucho menos a Rojo. Aun a pesar de forzarme a recordar, no podía.

Mi cabeza estaba vacía.

Oscura.

No había nada.

Sus orbes marrones dejaron inmediatamente de observarme de pies a cabeza para clavarse en el
cuerpo detrás de mí. En Rojo. Sus puños se apretaron alrededor de su arma al igual que se apretó
su mandíbula a punto de salirse de su rostro.

— Te reconozco— espetó. Pestañeé confundida porque no me lo había dicho a mí, sino a Rojo.
Claramente había sido a él. Él conocía a Rojo—. Estabas en una de las incubadoras del área roja—
Su voz se engrosó y en ese instante me miró de reojo. Él no fue el único que nos miró, el resto de
las personas que nos acompañaban también nos observaban severas, y con sus armas
apuntándonos… apuntando a Rojo —. Él está infectado, estaba en la incubadora cuando todo esto
ocurrió, ¿no es verdad Pym? ¿Por qué lo sacaste?

De repente estiró su brazo con la intención de alcanzarme, logrando que mi cuerpo reaccionara al
instante, retrocediendo un par de pasos hasta el punto en que mi espalda chocara contra la dureza
del pecho de Rojo. Pero eso no fue todo, porque tan solo sentí aquel calo perforando mi espalda,
aquellos brazos masculinos de Rojo tiraron de mí para hacerme retroceder más y, para mi sorpresa,
ocultarme detrás de él.
—No la toques— siseó Rojo, delante de mí. Jamás lo había escuchado hacer esa tonada,
amenazante. Aleteé los parpados y me moví detrás de Rojo, enviado la mirada hacía el hombre que
había quedado en blanco, e incluso, impresionado. Una impresión que fue intercambiada
inmediatamente por una severa molestia que me atemorizo.

— ¿Disculpa? —escupió con ira y una rancia sonrisa de amargura estirando sus carnosos labios—.
Tú no puedes ordenarme lo que no puedo hacer. Ni siquiera deberías estar vivo.

Cuando lo vi alzar el arma hacía la cabeza de Rojo con la reconocida intensión de dispararle, todo
mi cuerpo reaccionó otra vez con más rapidez que la anterior. Obligándome a alejarme de la
espalda de Rojo y colocarme frente a él como si eso fuera a ser capaz de impedir que algo malo
pasara.

—Sí, lo saqué y está infectado o enfermo, n-no lo sé. Pero él no es peligroso—repuse, sin dejar de
ver su rostro—. Así que no dispares.

Él parpadeó un instante, llevando un pie hacía atrás a punto de retroceder solo un paso, pero no lo
hizo, se quedó quieto, estudiando a Rojo y luego a mí.

— Pym— Que me nombrara otra vez, provocó que las vellosidades de mi cuerpo se erizaran. Dejó
un extraño silencio alrededor en el que noté la extraña guerra que hubo en él mientras me
observaba—. ¿Cómo sabes que no lo es?

Tragué saliva para poder responder, segura, sin mostrar lo asustada que me tenían todas esas
armas apuntándole a él:

—Me ha protegido todo este tiempo, y si fuera peligroso estaría atacándolos desde antes.

Estiró una mueca, casi una sonrisa burlona como si lo que le había dicho le resulto una broma de
mal gusto.

— ¿Sabes que algunos dejan viva a su presa para comérsela después? — Se me secó la garganta,
aunque Rojo dejó en claro su objetivo... conmigo—. Prefieren la carne fresca Pym, tú lo sabes.
¿Yo lo sabía? Negué con la cabeza antes de soltar con rapidez:

—No. Rojo 09 ha comido por su propia cuenta para no atacarme.

— ¿Cazando humanos? —aquella pregunta había provenido de una voz femenina detrás de él. Una
mujer que se encontraba a tan solo metro y medio de nosotros, sosteniendo en sus manos un
arma negra y pequeña que se encontraba lejos de apuntar a Rojo. Recorrí inevitablemente ese
rostro redondeado y delgado, mirando todo ese cabello rubio que colgaba por encima de sus
hombros y ese par de ojos aceitunados clavados únicamente detrás de mí.

—Comiendo cadáveres— respondió Rojo—. Cadáveres de monstruos— a pesar de aclararlo, el


horror rasgó la mirada de algunos presentes, aunque la del hombre que me conocía seguía firme
—. No me alimento de cuerpos humanos.

Como si le diera asco, el hombre arrugó un poco su nariz y torció los labios. Pasó de verlo a él, a
verme a mí. Él seguía sospechando, igual que Roman. — ¿Estas segura? —preguntó ignorando a
Rojo, y asentí un poco dudosa al ver las miradas sospechosas de sus compañeros—. ¿Tienes
evidencia suficiente para decirme que no mutará y perderá la cordura después, Pym?

En realidad, no. Eso quería responder, pero agregándole más. Sin embargo, esas palabras nunca
salieron de mi boca cuando alguien más había interrumpido la tensión entre nosotros tres.

—Adam, puede que el patógeno no se haya unido por completo a su genética— habló la misma
mujer rubia, esta vez mirando al hombre de mirada marrón —. Sí es así, quiere decir que le ocurrió
lo mismo que a los experimentos naranjas. Podemos ayudarlo.

Mi cabeza proceso todas sus palabras con una clase de sorpresa. Eso quería decir que había otros
experimentos como Rojo, que aún no mutaban y enloquecían como el resto. ¿Entonces había una
cura? Sí había otros con los que habían tratado, entonces él no se volvería un monstruo. Seguiría
siendo Rojo.

Sentí alivio, pero una inquietud inexplicable seguía perforando mi pecho. Quería hacer tantas
preguntas, pero solo no podía hacerlas, quizá tenía miedo, o tal vez, seguía en shock, no lo sabía,
mi boca no quería abrirse y mi voz ya no quería salir.
—Entendido, lo llevaremos con nosotros.

— Nunca decidimos ir con ustedes— solté enfatizando la palabra nunca. Tenía miedo de que, al
aceptar estar con ellos, le hicieran daño a Rojo.

— ¿Estás hablando en serio? —Pestañeé, sintiéndome abrumada por su pregunta, quedó en


silencio como si esperara a que dijera algo, pero no lo hice, y eso le hizo continuar: —No sé por
qué estas actuando así, pero… No, de ninguna manera. Vendrán con nosotros.

—Iremos con ustedes solo si prometen que no lo lastimaran—aclaré.

— ¿Prometer? —repitió él, torciendo sus labios antes de soltar una pequeña sonrisa, ¿qué le
parecía gracioso? Dejó de burlarse cuando vio mi rostro serio—. ¿Qué demonios te pasa Pym? —
Estudió la forma extrañada en que lo miraba, sin entender nada—. Por obvias razones le vamos a
hacer algo para quitarle el patógeno, no es tu decisión.

—Entonces nos iremos—le interrumpí. Él apretó la mandíbula y estaba a punto de acercarse


cuando una cuarta presencia se añadió en nuestra rara conversación.

—Puedes irte tú querida, pero el experimento se queda con nosotros—Era la misma rubia,
hablando con firmeza a pocos pasos de Adam—. Él es algo que no puedes llevarte.

— ¿Qué? —exclamé, estupefacta. ¿En serio creería que me iría sin él? —. ¿Te pertenece a ti?

— Soy una examinadora, ¿tú qué crees? —preguntó, colocando sus manos en cada lado de su
cadera ancha. No podía creer lo rápido que una persona podía caerme mal.

—No empieces Michelle—pidió Adam, sin dejar de analizarme.

— ¿Qué no empiece qué? Escuchen...—dio los últimos pasos hasta estar al lado de él y frente a
nosotros. Reparé más en todo su rostro, en esas facciones que la hacían lucir una mujer hermosa,
con más años o tal vez de la misma edad que yo—. No tenemos tiempo para discutir, ¿entienden?
—Ni siquiera esperó a que respondiéramos cuando la mujer de aspecto americano sumó,
mirándome a mí: —. Vienes o no vienes es tu decisión, pero te informo que sí llegamos a la base a
tiempo y tratamos al experimento, podríamos mejorarlo. Piénsalo, y tú también piénsalo Adam,
necesitamos más experimentos como él, sobre todo porque es un rojo, un enfermero de sangre.
Nos sirve para salir de este lugar.

Un momento me tomó captar sus palabras. Nunca les había dicho que él era del área roja, ¿cómo
supieron que era un enfermero rojo? ¿Sería por el color de sus ojos tan autentico? Posiblemente
porque a diferencia de mí que no recordaba nada, ellos ya sabían cómo se clasificaban los
experimentos.

— ¿Entonces vienes o no?

—Pero quiero saber…—Les miré fijamente—. ¿Qué tipo de lugar es a dónde iremos?

No quería que nos llevaran aún área menos a una habitación, esos no eran lugares seguros, ya
había estado en un área y con un monstruo a punto de tirarnos la puerta 13. No quería sentirme
en peligro y menos que Rojo peligrara.

—Un lugar muy seguro y armado con un perímetro donde detectamos el acercamiento de
cualquier amenaza—mencionó ella—. ¿Entonces?

—Nada puede entrar al lugar donde iremos Pym, es muy seguro.

Tragué con fuerza, que ese hombre dijera mi nombre… me provocaba estragos, era extraño,
confuso. ¿De dónde nos conocías? Quería saberlo…

—No iré sin ti—soltó Rojo, buscando mi mirada, una mirada que encontró muy pronto—Iré— dije,
sintiendo una inseguridad, pasando de verlo a él a ver a la rubia. Ella estiró una satisfactoria
sonrisa que me molesto.

Un extraño tintineo pareció ponerlos tensos, pero no a Adam quien mantuvo su posición peligrosa,
bajando solo un poco el rostro y moviéndolo un poco hacia su derecha. Observé ese perfil, como
esos mechones negros resbalaban desde si cabeza hasta su frente para sombrear su mirada.
—Hay movimiento— notificó en un tono más alto, un joven de lentes con una pantalla plana en las
manos y auriculares grandes en sus oídos—. Un experimento área blanca fue detectado a un
kilómetro de nosotros— señaló adelante... Detrás de nosotros.

Increíble. ¿Esa pantalla era un detector de temperaturas como Rojo? Aunque la pregunta ya estaba
respondida seguía igual de sorprendida y preocupada. ¿Nunca dejarían de seguirnos los
monstruos? Esto en verdad era el infierno encarnado en un laboratorio.

Adam chasqueó la lengua, fastidiado por la noticia o por nosotros, no supe identificarlo, pero bajó
más el arma y levantó más la cabeza en asentimiento, con el gesto encarnado en molesta.

—Que todos estén atentos a él—ordenó, colocando su arma sobre su hombro y apartándose un
poco—. Cualquier extraño movimiento que él haga, quiero que le disparen.

—Ya lo oyeron—dijo la mujer en voz monótona—. Todos en sus posiciones, regresaremos a la


base, ya.

Verlos a todos en esa extraña pero acorde posición en la que dos hileras retrocedían en trote
silencioso, me perturbo. Estaban preparados para esto, o era que, ¿eran alguna clase de soldados?

—Ven conmigo Pym—Lo miré en blanco ante su proposición, y observé su mano extendida. Esa
mano que contenía un anillo platinado en el dedo anular—. Vamos. Necesitamos apresurarnos.

Quería tomarla, por alguna razón quería hacerlo. Pero era más mis ganas de permanecer junto a
Rojo que estar con él pese, aunque no lo reconociera.

Al no ver acción en mí, su consternación lo hizo abrir los labios y apretar su ceño. Asumí que diría
algo, pero no lo hizo, cerró sus labios en una línea de desaprobación y apartó su mano.

¿Sería correcto decirle que no lo recordaba? Claro que debía decirle.

—Como quieras— gruñó por lo bajo mirando sobre todo a Rojo—. Muévanse ya y no hagan ruido
— nos ordenó. No tarde en voltear a ver a Rojo quien rápidamente quito sus orbes carmín de
encima de Adam y los depósitos en mí. A pesar de que ya tenía su atención, no pude evitar dejar
de verlo extrañada del gesto que llevaba cuando estaba mirando a Adam.

Frustrado y enojado.

Entonces me pregunte si él lo conocía al igual que me conocía a mí como examinadora. Pero eso
sería algo que pregonaría una vez que estuviéramos fuera de peligro.

—Vamos—le invité, jalando un poco su brazo para empezar a caminar bajo la mirada de Adam y
bajo la mirada de los que aún esperaban por nosotros.

Al pasarlos de largo algo más me inquietó, así que di una mirada detrás de mi hombro, hallando la
razón. Cinco personas— sin sumar a Adam—, a nuestras espaldas, clavaban su sombría mirada a
Rojo, y aunque no le apuntaban con su arma, me decían que estaban listos para hacerlo en
cualquier momento que rojo intentara hacer algo que les amenazara.

La inquietud también venía a causa de Rojo, no sabía hasta donde él era capaz de llegar, ¿y si
realmente intentaba atacarlos? Tal vez no matarlos, pero estaba claro que él se sentía amenazado
por ellos y que no dejaría que lo intimidaran. Eso último se le leía en el rostro que no le gustaba
para nada.

—No te dispararán—mencioné, la verdad no confiaba mucho en ellos, pero quería disminuir la


forma molesta en que Rojo los miraba. Desconfiaba de ellos, pero, además, ¿y cómo no hacerlos?
A pesar de que ellos tenían algo que podría ayudar a Rojo, aun así, sentía que nos habíamos
metido en un agujero negro y peligroso.

—Yo debería decir eso— sus arrematadas palabras me confundieron.

— ¿Por qué? —Después de que le pregunte, sentí la forma cálida en que sus dedos tomaban el
control de mi agarre y se deslizaban sutilmente por encima de mi mano hasta encontrar mi palma.
Cada movimiento fue un estremecedor calor que hizo que mis pasos se volvieran lentos y que esa
mirada que observaba adelante, titubeara por ver nuestras manos y la forma en que él habría mi
palma y entrelazaba sus dedos con los míos, sin más.
—Porque yo soy el que te está protegiendo.

Sonreí ladeado, Rojo a veces podía escucharse tierno pese a sus endemoniada facciones o su voz
crepitante, o esos orbes escalofriantes y enigmáticos que en este momento estaban sobre mí.

Cuando cruzamos al siguiente pasillo, el resto de los sobrevivientes—que iban más adelante de
nosotros— dejaron de caminar. El muchacho que llevaba en sus manos una pantalla touch,
empezó a girar sobre su eje sin dejar de ver la pantalla. Golpeándola un poco como si de pronto
estuviera fallando. Nadie habló, pero todos estaban viéndolo a él, esperando una respuesta. Yo en
cambió, había subido la mirada en dirección a Rojo quien, también estaba revisando al rededor,
con sus parpados cerrados.

Y ese gesto que tenía, no daba buenas noticias.

—Hay temperaturas, tenemos que regresar un pasillo atrás—mencionó Rojo apretando su agarre
en mi mano, sin dejar de mirar los lados.

Y casi respingué cuando, al girar a mi lado, estaba Adam, frunciendo sus ojos oscurecidos en
dirección a Rojo.

—Así que eres un termodinámico. Vienes del área roja, entonces— soltó—. Pensé que venias de la
zona roja X donde van los experimentos adultos antes de ser enviados al bunker. La zona roja X es
el lugar donde fuiste tú Pym.

¿Qué acababa de decir? ¿Dónde fui yo? ¿A qué se refirió con eso? Pero..., ¿a qué fui a ese lugar y
por qué aparecí en el área Roja entonces?

—En fin. Regresemos— ordenó en un tono tan alto que pudiera ser escuchado por el resto de sus
compañeros—. Vamos Pym, terminemos con esto.

Le devolví la mirada, una que no encontró nunca su rostro porque él ya se había echado a trotar al
camino que dejamos atrás. Los seguimos, volviendo al pasillo y tomando otro cuyas farolas de luz
de vez en cuando parpadeaban.
Todos se pusieron tensos. Sus cuerpos se inclinaron un poco, revisando al frente y por detrás— a
nosotros o, mejor dicho, a Rojo.

De pasillo en pasadizo fuimos cruzando con libertad a causa de las señales del muchacho con la
pantalla detectora de temperaturas. En todo el camino Adam no paró de mirar en mi dirección
cada cierto tiempo. Y era muy incómodo, inquietante. ¿Por qué estaba mirándome tanto? Si
supiera explicar la dormía en que me mirara tal vez respondería mi duda, pero no podía. Sin dejar
de caminar, clavé la mirada en su ancha espalda, preguntándome de dónde nos conocíamos, tal
vez fuimos compañeros en algún salón de experimentos, ambos examinadores o tal vez nos
conocimos de otra manera. Tuve esa necesidad de preguntarle...

Atravesamos un amplió túnel iluminado donde una fuga de agua helada, nos hundía los pies
conforme avanzábamos. A pesar de que solamente fueron los pies—y no llegaba a más—, recordé
el túnel en el que nos hundimos Rojo y yo para ocultar nuestras temperaturas. Ese túnel donde un
maldito experimento ocultó su temperatura para que cayéramos en su trampa y así pudiera
atacarnos.

A pesar de que se volvieron monstruos, eran inteligentes. Una bestia salvaje no tendría la
capacidad de cortar un cuerpo y menos colgarlo en un umbral o colocar pedazos de piel como
adornos. No tenía sentido ahora que lo pensaba. Hacer eso era una atrocidad, igual aplastar sus
cuerpos una tras otra vez contra el suelo para hacerlos papilla, no era lo que un animal salvaje
haría.

Ellos Seguían pensando, y si aún podían pensar y si podían hablar, quería decir que tenían
conciencia igual que Rojo. ¿Entonces por qué no hacían lo posible como él para no atacar a estas
personas? Ellos los crearon, los alimentaban, cuidaron de ellos, ¿por qué no trataban de controlar
su hambre o alejarse para no matarlos?

Eso era muy extraño. Tal vez enloquecieron, pero solamente por el hambre, y aun así, una persona
que consumía y se llenaba, ya podía concientizar, arrepentirse, ¿por qué esos experimentos no lo
hacían?

—Llegamos.

Elevé el rostro dándome cuenta de que estábamos delante de un muro metálico cuya puerta era
igual al de las áreas que llegamos. A pesar de que estábamos a un par de metros de ella, pude ver
desde su ventanilla un rosto del otro lado de alzándose un instante para después desaparecer. Me
pregunté qué área era, porque la pared era muy diferente al resto y la iluminación en el exterior
también, además todas esas cámaras de vigilancia colgadas en cada centímetro de las paredes.

La puerta se corrió hacia la derecha dejando una gran entrada, a lo que parecía ser otro
laboratorio.

Hundida en mis pensamientos, empecé a caminar cuando solo quedaban algunos cuerpos por
entrar, pero las garras de Rojo rodeando mi brazo me detuvieron. Tiró de mí varios pasos lejos de
los demás hasta arrinconarnos contra la pared rocosa. Volteé, viendo sobre todo a mi brazo donde
su agarre se profundizaba sin ser rudo. ¿Por qué sus garras aun no volvían a la normalidad? Pero
ese no era el mayor problema, cuando subí mucho el rostro, lo que encontré fue peor que sus
garras, sin evitarlo llevé mis manos a ese largo colmillo que torcía el labio derecho. Ese colmillo
largo y delgado que mis dedos tocaron.

Un tacto escalofriante y uno que a él le incomodó y terminó bajando más el rostro, torciéndolo
para que mis dedos dejaran de repasar su dureza y su filo.

— ¿Qué sucede? —pregunté, más preocupada que asustada, contemplando sus esféricos ojos
bestiales que buscaban de mí Algo no estaba bien, la forma en que apretaba sus labios era como si
estuviera soportando dolor o..., ¿hambre?—. ¿Estás bien? ¿Es el hambre? —Creo que tengo
hambre— Su voz se escuchó bajo con una clase de grosor, pero repleta de un sonido espeso—.
Tengo que buscar comida.

No... Alteé la mirada con sorpresa de la peor forma. Esto era lo que me inquietaba, era lo no quería
que sucediera, que él tuviera hambre lo metería en problemas con estas personas.

— ¿Buscar...? ¿Hablas de irte?

Él asintió, una de sus manos se levantó levemente para rozar la piel de mi mejilla con sus nudillos.
El tacto cálido me estremeció.

—Iré y volveré contigo— inclinó su cabeza, pero su frente nuca llegó a tocar la mía—. Traeré carne
en mis bolsillos.
Cuando vi que de aparto, cuando vi que empezaba a dar pasos cada vez lejos de mí. Lo detuve,
antes de que fuera demasiado tarde, colocándome delante de él.

—No. Puedes soportarlo, ellos pueden ayudarte— dije tratando de tranquilizarlo, pero la verdad
era que ver su rostro, ver esa frente surcada en sudor, empezó a alterarme —. Dijeron que podían
ayudarte, Rojo.

— ¿Por qué no están entrando? — La voz de Adam hizo que mis huesos saltaran debajo de mi piel.
Rápidamente, lo busqué desde mi provisión, ¿qué harían si lo vieran así? Seguramente pensarían
que ahora si era peligroso y no lo pensarían dos veces para disparar—. ¿Pym, sucede algo?

Se acercó mucho a nosotros hasta estar junto a mí, con esa misma sospecha de siempre,
evaluando a Rojo o... la espalda de Rojo, ya que a diferencia de mí que me moví bruscamente él
permaneció en su misma posición tensa, con las garras crispadas a cada lado de sus muslos. Le
eché una mirada a su perfil, como su nariz se arrugaba un poco, como ese otro colmillo empezaba
a asomarse desde sus labios... Y lo entendí.

No era que él no quisiera moverse para que no viera su aspecto, era que le costaba moverse por lo
tentado que estaba a comerlo.

— ¿Qué ocurre? —quiso saber, mirándome con severidad. Pensé en alguna idea, pero cómo
explicarle por qué Rojo estaba parado de ese modo. No había lógica más que el puro instinto
animal carnívoro—. Quiero que te voltees.

Cuando vio que Rojo no obedeció, no solo se molestó, también dio un par de zancadas
amenazadoras,

Oh no. Lo giraría y entonces, comenzaría el caos.

—Escucha— empecé apresuradamente, llevando mis manos a su pecho sin tocarlo, para detenerlo
—. Él no les va a hacer daño... Esto es algo...

— ¿Esto es algo qué, Pym? — escupió—. ¿No me digas que ya se está transformando?
—No lo está haciendo.

— ¿Entonces por qué no quieres que lo vea? ¿Qué estas escondiendo? ¿Por qué estas actuando
tan raro, Pym?

Hubo un punto en el que no supe el significado de su última pregunta, pero aun así respondería. Y
cuando estaba a punto de responder frente a esa penetrante mirada de lo que seguramente me
arrepentiría una voz femenina nos interrumpió.

— ¿Qué ocurre, Adam? — La pregunta provino de la mujer rubia que caminó en nuestra dirección.
Sus ojos curiosos evaluaron el aspecto sombrío de Rojo, deteniéndose en las garras.

—Michelle vuelve con los otros, este no es asunto tuyo— ordenó Adam, a lo que ella le dio una
mirada de rabillo antes de estirar una traviesa sonrisa.

—Si es asunto mío, yo voy a examinar a este experimento también.

Señaló por completo a Rojo mientras rodeaba su cuerpo hasta estar frente a él: yo también hice lo
mismo, encontrando las garras de Rojo cubriendo su boca. Sus ojos estaban clavados en la mujer
rubia, inspeccionando su figura en tanto ella curioseaba con esas garras.

—Necesito saber todo lo que le ocurre, y parece que todo está ocurriendo ahora mismo—
comentó con suficiencia.

Vi la manera en que, dando los últimos pasos para estar a centímetros de él, dejaba que sus dedos
resbalaran en la piel del antebrazo de Rojo para tomarlo de la muñeca y traer su mano ante sus
ojos, y estudiar sus garras.

—Impresionante— murmuró, interesada. Sus largos y delgados dedos acariciaban sus garras. Tan
solo subió su tacto hasta sus nudillos y Rojo corto en un brusco movimiento su agarré— ¿Desde
cuando tienes garras? ¿Es la primera vez que te salen?

—No— respondió él.


—Le salieron después de que lo liberé de su incubadora—repliqué—. Al igual que los colmillos.

— A los experimentos naranjas que tenemos con nosotros no les salieron, pero a algunos les
crecieron garras, sin embargo, horas después ya estaban completamente limpios del parasito.
Puede que a este experimento le esté sucediendo lo mismo, puede que tal vez el parasito no fue
capaz de infectarlo y este muriendo en su organismo—soltó ella con impresión antes de sonreír y
dejar el arma siendo apretada entre sus piernas para poder tomar la otra mano de él—. Déjame
verlos, quiero saber su aspecto antes de que sea tarde. En tanto Rojo se obligó a quitar su última
mano que cubría parta del colmillo, ella no tardo en depositar sus dos delgadas manos al lado del
rostro de Rojo, y comenzar a acariciar sus mejillas. Él no se inmutó, y no parecía incómodo, todo lo
contrario, suspiró, ese ancho cuerpo pareció estremecerse con las caricias de esa mujer… Adam
hundió el entrecejo, apretando su mandíbula cuando las vio, cuando vio su grosor, su largura y
negrura

—Se está convirtiendo—pronunció Adam.

—No— aclaré, y agregué—. Le salen cuando le da hambre.

—Vamos Adam— suspiró ella, dejando al fin el rostro de Rojo y descolgando la mochila de su
espalda—, le ocurrió casi lo mismo al experimento infante del área naranja, que no le sucediera a
él sería de extrañar. Deberías agradecer a que en este momento no nos esté devorando.

—Este caso es diferente—repuso el con preocupación—. Él es un rojo, el otro era de sangre acida.

— Él es un enfermero, su sangre se reproduce una y otra vez, combate enfermedades, ¿recuerdas?


Tal vez este combatiendo el parasito en estos momentos y esa puede ser la razón por la que él no
se ha deformado y no se ha convertido en un monstruo.

Su explicación me mantuvo sorprendida. Jamás hubiese pensado de esa forma, pero ella podía
tener razón. La sangre de Rojo curaba, regeneraba, y tal vez su sangre era la que trataba de curarlo
a él de lo que fuera que tuviera en su interior.

La vi sacar del interior de la mochila una jeringa empacada y un pequeño frasco con líquido
amarillo.
—Tengo algo que lo ayudará a tranquilizarse—informó—, pero necesitaré ayuda de alguien para
cuidarlo de que no se caiga durante el camino.

—Iré por dos idiotas— apresuró a decir Adam para trotar a los otros que habían dejado de recorrer
para esperarnos, no sin antes darme una mirada que correspondí extrañada.

Definitivamente tenía que preguntarle y hacerle saber que no recordaba nada.

Salí de mis pensamientos al ver como la rubia preparaba la jeringa y la llenaba del líquido amarillo,
tan solo la vi acercándose a Rojo, la detuve del brazo.

— ¿Qué le vas a inyectar? —necesité saber. Ella reparó en todo mi cuerpo antes de verme con
rareza.

—Es un sedante, cielo, no seas dramática.

No le creía.

— ¿Eso le ayudará de verdad? — quise saber, viendo como ella preparaba la jeringa y la llenaba
del líquido amarillo.

—Por supuesto. Con un poco de esto mantendrá su apetito caníbal y la ansiedad satisfechas—Miré
el pequeño objeto y la solté, sí eso ayudaba en verdad a Rojo, entonces la dejaría inyectárselo con
tal que ayudarlo. Solo esperaba que no estuviera mintiéndome—, no hay efectos secundarios que
dañen su salud o su cuerpo…

Que se mordiera el labio al final de sus palabras, golpeó mi rostro.

Rojo jadeó cuando ella llevó sus manos a su brazo y lo extendió. Golpeó levemente su antebrazo
con un par de dedos para encontrar la vena y lo inyectó. Sus ojos entonces subieron a mirar a los
de Rojo quien también se mantenía observándola en todos sus rumbos, reparando en cada parte
de su cercanía incluyendo—y, sobre todo— ese leve escote en su camisa uniformar en el que se
veía el inicio de un busto pronunciado.

Genial, ahora su tención era por otra cosa. Roté los ojos y traté de no poner atención en esos orbes
carmín que alguna vez me echaron la misma morada oscurecida y anhelante. Era ridículo pero
inevitable ver cómo le contemplaba. Como si ahora quisiera devorarse a ella, pero de otra forma.

Como si se le antojara ese busto…tenerlo en su boca y saborearlo con su lengua.

Maldición. Apreté mi estómago al sentir esas rotundas nauseas, y ese estado desequilibrado en el
que me encontraba emocionalmente. Era una tontería, pero así era, su miradilla me había
afectado, y lo peor era que fue correspondido.

Michelle estiró una sonrisa ladeada al darse cuenta de la miradilla de Rojo, esa era sin duda una
sonrisa coqueta y lo suficiente como para desear más de sus ojos. Quizá estaba siendo exagerada
la forma en como estaba viendo las cosas, pero esa sonrisa sí que decía mucho.

Los coqueteos y dedeos carnales sí que no tenían límite en este laboratorio, sobre todo estando
fuera de un área un poco sombrío y peligroso.

Ella le retiró la jeringa, acariciando esa zona de piel antes de palmearla y soltarla.

—Ya estoy admirando tu fuerza de voluntad, otros se lanzarían a morder algo de mí—incitó—. Si
quieres morderme de otra manera, podría dejarte hacerlo sino estuviéramos en este laboratorio—
propuso con un asqueroso coqueteo.

¿Morder algo de ella? ¿En serio estaba diciendo eso? Me impresionaba y de la peor forma, en
verdad que no podía creer que estuviera haciendo eso.

Pero si el deseo carnal mordiera, ella ya estaría siendo mutilada por Rojo.

—Michelle, entra ya— la exclamación de Adam me hizo lanzar una mirada al resto del túnel que
dejamos atrás. Seguramente para gritar de ese modo con libertad debía estar muy seguro de que
nada nos escucharía y vendría por nosotros... tal vez estaba seguro de ello. Le acompañaban dos
hombres más o menos de su misma estatura, anchos y me atrevería a decir que fortachones,
ambos estaban desarmados.

—Te lo dejo, Pym— La rubia me guiñó el ojo y palmeó mi mejilla en una clase de caricia—. Estará
más tranquilo, y una vez que lleguemos te aseguró que lo ayudaremos.

—Ya vete— esta vez la voz de Adam se engroso, molesto con ella, y ella solo se lanzó a reír antes
de trotar lejos de nosotros—. Y ustedes dos, ayúdenlo a entrar y deposítenlo en una de las camillas
— señaló al castaño colocado a pasos de la espalda de Rojo y luego al rubio que se había
acomodado a mi derecha. Por otro lado, en cuando les dijo lo que debían hacer, no tardó en
mirare: una mirada diferente al resto, una en la que me rogaba—. Pym, necesito hablar contigo.

Eso me colocó en un estado nervioso, estaba asustada, ¿de qué quería hablar? Aunque
pensándolo bien, también era un buen momento para hacerlo, saber todo, y que él supiera todo,
tal vez así dejaría de verme como lo hizo en todo el camino. Me giré para revisar el estado de Rojo,
su colmillo seguía ahí, pero esas garras notablemente volvían a su lugar, sus orbes carmín que
ahora se veían con una clase de cansancio, estaban rogándome. Y ni hablar de su respiración
pesada y profunda.

Ya le estaba haciendo efecto el sedante.

— ¿Puedes caminar tu solo?

Él permaneció en silencio, analizando mi rostro para luego, clavarle la mirada a Adam y hundir su
entrecejo, y apretar esos labios torcidos de un lado.

— ¿Vas a ir con él? —arrastró con la intensión de mostrar molestia, pero hasta su voz se escuchaba
un poco cansada.

Ni siquiera respondió mi pregunta.

—Sí. La base.
LA BASE

*.*.*

No sabría explicar qué era el lugar en el que estábamos. Antes pensé que tal vez era un área como
la roja o las otras, pero era mucho más grande y diferente, empezando porque las incubadoras
eran completamente redondas y se acostaban en el piso, en forma de estanques de agua, y junto a
ellas había unas delgadas pantallas sostenidas por una larga pieza metálica vertical pegada al suelo.

El laboratorio estaba dividido, y en lo profundo de éste, alejado de todas las incubadoras y cubierto
por un pedazo de techo del segundo piso había camillas o sabanas en el suelo. Supuso que ahí era
donde todos dormían. En uno de las largas paredes del laboratorio, había cortinas en gran parte
extendidas que al parecer ocultaban habitaciones, y en el otro extremo del laboratorio barras
ocupadas por algunas personas. Detrás de esas barras se alojaban varias máquinas de comida y
bebida: algunas de ellas estaban más vacías que el resto.

Habían acomodado este lugar para alojar a muchos sobrevivientes, por un momento pensé que
solo eran los que nos habían encontrado en el pasillo, pero no, eran mucho más de veinte
personas. Quizá treinta, quizá un poco más, no sabría decir, estaba tan impresionada que por
mucho que intentara contar no conseguía hacerlo.

Seguí sosteniendo el cuerpo de Rojo, cruzando la zona de incubadoras donde era inevitable mirar
en su interior. Estaban vacíos, pero algo me perturbó, el agua estaba burbujeando, por no decir
que también sacaba humo. ¿El agua estaba hirviendo? Miré al rededor y luego a las pantallas de
cada estanque de agua donde se iluminaba un termómetro horizontal en gran parte enrojecido.

Ellos estaban calentando el agua, ¿pero por qué?

—Por aquí, no se detengan—pidió Adam, él estaba más adelante que nosotros. Dijo que nos
llevaría a una de las habitaciones para que Rojo fuera atendido, y luego, hablaríamos los dos solos.
Solo los dos...

Estaríamos hablando ahora mismo, pero, Rojo no quiso que los hombres que Adam puso a su
cargo, lo ayudaran a caminar en dado caso que se tambaleara, ni siquiera dejó que Adam lo tocara,
y entonces tuve que ayudarlo, aunque yo tampoco estaba ayudándole mucho. Ja. Apostaría a que,
si la rubia esa estuviera con nosotros, la dejaría tocarlo.
Que tonterías. Saqué ese pensamiento de mi mente y me concentré. A pesar de que mi brazo
rodeaba parte de su torso o que su brazo se aferrará por encima de mis hombros, Rojo no estaba
poniendo todo su peso sobre mí para ayudarle. Estaba haciendo esfuerzo para que caminara por sí
mismo y así no se apoyara en mí. No sabía si lo hacía para no lastimarme o por otra cosa, no estaba
segura. Lo único en lo que estaba segura, era ver la manera en que con su mirada rostizaba la
espalda de Adam.

Adam dejó de caminar quedando frente a una cortina de tela levemente azul — más blanca que
azul— la cual corrió hacia un lado cuando estiró su brazo y la tomó con sus dedos. Lo que mostró
en su interior me dejó desconcertada.

La camilla sin duda era de hospital, pero los muebles eran iguales a los que vimos en la sala de
entrenamiento. Sin embargo, los muebles no eran lo único ahí dentro, no, también había una chica
utilizando una grande bata blanca que llegaba por debajo de sus delgadas pantorrillas. La mujer
pelinegra con un chongo mal hecho sobre su cabeza, se encontraba alisando las sabanas de la
camilla, y en cuando desvaneció esas últimas arrugas, giró extendiendo una gran sonrisa
blanquecina en la que se le iluminaron ese par de ojos grises.

Una sonrisa tan iluminada que al instante terminó desapareciendo, tallando en ese rostro no solo
un par de labios retorcidos, sino un gesto de horror que me desconcertó. Más me desconcertó la
forma en que empezó a mirarme.

Me pregunté por qué estaba mirándome así, ¿acaso me conocía?

— Ma-más sobrevivientes, que bien…— su voz sonó insegura cuando me apartó la mirada de
encima para observar a Adam—. ¿Ha-hallaron las baterías?

— No, nos encontramos con ellos en el camino—respondió él sin prestar mucha atención—. Esta
será tu camilla, experimento Rojo 09 — informó él, señalando el interior y a la chica —. Rossi será
tu examinadora por...

— No — las palabras salieron de su boca, sorprendiéndonos —. Pym será mi examinadora, nadie


más.
¿Yo? Pero ni siquiera recordaba lo que una examinadora hacía. No recordaba nada.

La sonrisa de la chica se desvaneció, así como el gesto tranquilo de Adam quien terminó
arqueando una ceja.

— ¿Desde cuándo puedes decidir por ti? — inquirió él, mirándolo con severidad, esperando a que
respondiera.

— Desde hoy— replicó Rojo. Su mirada estaba sombría a pesar de que el laboratorio estuviera muy
bien iluminado. Pero esa sombra se debía al flequillo rebelde que llevaba desacomodado aun lado
de su rostro.

— ¿Sí? ¿Y se puede saber quién demonios te dio ese derecho? La forma en la que Rojo lo vio me
preocupó, aun estando sedado podía dar escalofríos su mirada, podía ser peligroso. Ladeó el
rostro, estirando una mueca seria y apretó su agarre en mi hombro.

— Yo—contestó, firme y con la voz engrosada —. No voy a dejar que nadie más que ella me toque.

— Será Rossi o Michelle, una de ellas te atenderá, decide.

El cuerpo de Rojo inexplicablemente comenzó a emitir más calor, sentí como los músculos de su
espalda se tensaban, e incluso, vi, atemorizada, como esa mirada se ceñía de rabia. No era solo
rabia, los efectos del sedante que le habían dado, ya se estaba terminando.

— Esta bien — solté rápidamente buscando el gafete en mis bolsillos del pantalón —. Yo seré su
examinadora.

Las cejas de Adam se alzaron solo un instante antes de volver a su lugar como un gesto. La molestia
prácticamente se le notaba en la mueca de sus labios o en la forma en que me miraba.

Y asintió, apretando su mandíbula antes de hablar:


— Veo que esta vez sí que quieres serlo, ¿no? —Mi entrecejo se apretó con sus palabras—. Entren
ya.

Traté de ignorar su tonada y esa nueva mirada que me daba como si estuviera esperando a que me
negara, ¿es qué los experimentos no podían elegir por ellos mismos también? ¿Tenía algo de
malo? Además de eso, era extraño la tensión entre ambos. Como si antes...

Se hubieran conocido.

— Vamos — suspiré. Hice presión en mi agarre sobre su costado y él no dijo nada, solo empezó a
caminar y esta vez, sin tanta dificultad como antes.

Entramos a la pequeña habitación de tres paredes de la que Rossi había salido, y me acerqué con
él a la camilla para sentarlo cuidadosamente.

— Todavía tenemos algo de qué hablar, Pym. Estaré esperando fuera — avisó Adam, cerrando la
cortina. No pasó mucho cuando al cerrarse la cortina y quedar los dos en privado, me aparté solo
un poco de Rojo para ver sus orbes carmín, aquellos que rápidamente se conectaron con los míos.
Iba a preguntarle sobre él, por supuesto que lo haría ya que no podía ignorar el hecho de que lo
miraba como si quisiera matarlo.

— ¿Lo conoces?

Tras unos segundos en que pareció pensar la pregunta como si le costara procesarla, apartó la
mirada de mí, con un fruncir de desagrado en sus labios. Sí algo había aprendido en poco tiempo,
era saber leer los gestos de Rojo...él lo conocía. Conocía a Adam, a la persona que me conocía.

—Sí—replicó severamente, sin agregar nada más. Pero esa respuesta había sido suficiente para
llenarme de cientos de preguntas que, por ese instante no podría hacerlas todas.

Asentí, apretando los labios.


—Parece que no te agrada—comenté, él me devolvió la mirada, con una clase de preocupación
que me desconcertó un poco.

—No me agradó desde la primera vez que los vi juntos.

Quedé en suspenso y sentí un extraño sabor amargo fluir por toda mi garganta solo recordar todo
lo que hasta ese momento había sucedido. Maldije en mi interior al reconocer que me había
acostado con Rojo y al parecer no solo una vez, el gran problema era saber que también mantenía
una clase de relación amorosa con aquel hombre llamado Adam.

¿Quién demonios era yo antes de perder la memoria? ¿Una infiel? Se me estremeciera los
músculos con ese pensamiento, era confuso. Necesitaba saber todo acerca de nosotros. Lamí mis
labios y tragué saliva con fuerza, estaba a punto de hacer una pregunta a Rojo cuando un
carraspeo desde el exterior, llamó mi atención.

¿Acaso ese hombre estaba apurándome? ¿O lo estaba malinterpretando? Posiblemente lo estaba


malinterpretado. Sin embargo, me reservaría las preguntas para hacérselas a Rojo en otra ocasión.

— Espérame aquí, ¿sí? Volveré cuando sepa más de mí.

Tan solo di la vuelta y su mano sosteniendo mi brazo me detuvo, pero no solo me detuvo. Tiró de
mí, y separando sus piernas atrajo mi cuerpo al suyo, tomando mi cintura para detenerme antes de
golpearme con su cuerpo. Mis manos se depositaron instantáneamente en sus hombros,
sorprendida por la fuerza que había utilizado para devolverme al mismo lugar, hipnotizada por su
profunda y endemoniada mirada tan cerca de mí.

— ¿Te molesta? — preguntó en voz baja, logrando que su aliento cálido me hiciera suspirar al
acariciar mi rostro. Sabía a qué se refería con su pregunta—. No quiero obligarte.

— No, es solo que no recuerdo que es lo que hace un examinador — sinceré, mirando su pecho
mayormente desnudó a causa de las grietas en la tela de su polo—. No recuerdo nada, para ser
exacta.

— Yo sé. Puedo enseñarte.


Hundí el entrecejo y estiré una media sonrisa, esas palabras se me habían hecho un poco
graciosas. ¿El enseñarme? Ya querías verlo. Aunque no sabía si quería ser su examinadora, pero,
tenía curiosidad por saber lo hacía uno. — Me enseñas cuando vuelva — Palmeé su muslo para
pesar a alejarme y salir.

— Pym— me llamó, pero esta vez no me detuvo del brazo. Volví la mirada a él, viendo como
presionó sus labios para decir —. Soy un experimento.

Consternada me pregunté por qué estaba cuestionándomelo. A pesar de que nació en un


laboratorio, y fue creado por quien sabe qué y con qué tanto ADN animal y humano, él tenía vida,
al final tenía conciencia e inteligencia, y la capacidad suficiente de ser independiente, así que para
mí él...

Para mí él era humano.

— No — negué, y antes de tomar la cortina y salir, dije —. Eres más que un experimento.

Sus labios se abrieron, poco después él bajó el rostro apartando la mirada por completo de mí.
Desde aquí, noté como una de sus comisuras estiraba en una sonrisa o en una mueca, la verdad no
podía ser capaz de reconocerla por lo cabizbajo que estaba él, pero me confundió.

— Sigues siendo la misma — susurró, a lo que pestañeé, mis dedos resbalaron de la cortina cuando
él movió su cabeza de tal forma que me dejara ver como esos mechones de cabello descubrían un
par de orbes carmín clavados en mí con un resplandor enigmático —. Por eso me gustas tanto.

El aliento se me cortó, y no fue lo único que me sucedió. Mientras mi corazón reaccionaba


precipitadamente a sus palabras, una pregunta retumbaba en mi cabeza, ¿acaso yo ya se lo había
dicho antes? Posiblemente, de ser sí él no me habría dicho esas palabras, ¿no?

— Creo que sí... — tragué con fuerza, reaccionando —. Volveré pronto—fue lo único que pude
decir antes de girar a la cortina y ser sorprendida por esos orbes aceitunados a los que no me
esperaba volver a ver, al menos por hoy.
— Adam me dijo que serás su examinadora, ¿es verdad? — preguntó enseguida, alzando una leve
sonrisa fingida. Miré hacía sus brazos antes de hablar, sostenía unos jeans doblados y una camiseta
blanca y lisa.

—Sí.

—Entonces deberías ser tu quien lo bañe— sus palabras me confundieron—. No sé por qué me
dan este tipo de trabajos, se trata de supervivencia no de ser sirvienta. ¿Tú quieres bañarlo?

— ¿Ba...? ¿Bañarlo? —pregunté, secamente sin poder evitar darle una rápida mirada a Rojo. Me
pregunté sí estaba hablando en serio o se trataba de una broma, o sí acaso no dejaban a los
experimentos bañarse solo.

No, eso era ridículo. ¿Por qué necesitarían ayuda los experimentos para bañarse? Iba a responder,
más que responder a preguntar cuándo, detrás de mí, alguien se adentró al cuarto, interrumpió
enseguida.

—Para eso te di el trabajo, Pym y yo tenemos algo de qué hablar, así que hazlo tú, Michelle. Llévalo
a revisión y luego a las duchas—la voz de Adam giró mi cabeza en su dirección, por la forma en que
sus cejas se entornaban, parecía molesto con la rubia quien le había dado una mirada entera a su
cuerpo.

— Sí, bien, lo haré yo—canturreó ella, sacando una inyección y succionando de un frasco un
líquido amoratado—. Vamos, te daré una inyección que te ayudará a satisfacer tu hambre otros 15
minutos, así que no te muevas— Sin moverme del lugar, observé como inyectaba en el brazo aquel
liquido después de golpear sus venas levemente.

Miré con sorpresa el frasco de líquido purpura, preguntándome de qué estaría hecho siendo capaz
de apaciguar el canibalismo de Rojo. Supongo que eso lo haría sentirse mejor.

— ¿Qué le harán en la revisión? —quise saber, sin dejar de ver como penetraba aquella aguja el
brazo de Rojo. Noté aquellos labios femeninos listos para contestarme, pero nuevamente Adam
interrumpió.
—Le sacarán un poco de sangre, eso ayudara a saber que tan desarrollada tiene el parasito.

Le miré a los ojos marrones antes de devolver la mirada a esa mirada aceitunada que se había
contraído como si lo que él había dicho le confundiera. No lo sé, tal vez estaba imaginándomelo,
pero tampoco pude creerle. Sentía que le harían algo más.

—Listo. No dolió, ¿verdad? — preguntó ella a Rojo, apartando la inyección de su piel, dejando
apenas un pequeño rastro de sangre—. Levántate y sígueme, te llevaré al segundo piso para que te
revisen—ordenó ella.

Hizo la señal con un leve movimiento de una de sus delgadas manos y, pasándonos a Adam y a mí
de largo, abrió la cortina para que Rojo saliera detrás de ella. Él no me dio una mirada. Mis piernas
ni siquiera me respondieron como para salir detrás de ellos, sin saber cómo sentirme exactamente.
Lo único que hice fue girar y ver como la cortina se cerraba, desapareciendo el exterior de mi vista.
Dejándome a solas con Adam.

Solo con él. Pero estaba en trance. ¿Ella en verdad iba a bañarlo? ¿Las examinadoras bañaban
experimentos? Sacudí la cabeza, tratando de sacudir esas imágenes que se habían iluminado
desagradablemente en mi cabeza sobre ella y él... desnudo. Miré hacía la cortina, esa que todavía
se hondeaba por el rotundo movimiento que la rubia había hecho para levantar segundos atrás.

—Antes de que hables, hay algo importante que tienes que saber—empecé. Alzando la mirada
para observar sus orbes marrones que, desde todo este tiempo se habían mantenido observadme.

Su ceño se frunció más, arrugando su nariz, y casi arqueó una ceja, pero no lo logró. Carraspeó su
garganta y miró hacía donde segundos después había mirado yo. Infló su pecho y soltó un bufido
antes de sonreír de mala gana.

—Perdí la me...

— ¿Vas a decirme que te quedarás con él ahora?

Mi semblante se endureció hacía su engrosada voz enseguida. No pude evitar preguntarme el por
qué estaba sacando una pregunta cómo esa en un momento así.
—Todo este tiempo no supe nada de ti, pensé que habías muerto, Pym— su tonó de voz me
amargó la boca—. Cuando supe que te habías separado del grupo, te busqué. Y ahora veo el por
qué te habías ido—soltó, y todavía continuó—. Fue estúpido, Pym. Pudiste a ver muerto, ¿por qué
desobedeciste las órdenes? ¿Por qué alejaste de los demás? —escupió. No esperé ese insulto,
menos sentirme más pérdida que antes—. Ese es el mismo experimento de la sala 7, ¿verdad?

Eso solo me respondió que también conocía a Rojo 09. Pero estaba confundida. No lo estaba
entendiendo ni un poquito. Ni siquiera me dejó hablar y eso me había molestado mucho más.
Estaba confundida, completamente trastornada en mis pensamientos, ¿y él todavía se atrevía a
frustrarme más?

— Creo que el idiota aquí eré tu—escupí irritada, ni siquiera me había dado la oportunidad de
contarle y ya estaba sacando preguntas que ni yo misma entendía—. No recuerdo nada,
¿entendiste? No sé quién eres, no sé quiénes son todas estas personas, mucho menos quién era yo
y qué es todo este maldito infierno. — exploté sin gritar, viendo su rostro congestionado entre la
confusión y el enojo—. No sé de dónde rayos salieron todos esos monstruos y como terminé
atrapada en el área roja. ¿Y tú estás llamándome idiota?

— ¿De qué estás hablando? —casi exclamó. Me calló—. ¿Perdiste la memoria? — Dio un paso
atrás y soltó una leve risa malhumorada que frunció mi ceño—. Sí claro, perdiste la memoria.

— ¿Por qué me lo inventaría? —le pregunté. Ni el más imbécil en estas circunstancias se inventaría
algo como eso.

— ¿Desapareciste más de una semana, y me dices que no me recuerdas? —Estaba irritándome—.


¿Crees que me lo voy a creer?

Odie la forma en que lo dijo, la manera en cómo soltó esa pregunta en una simplona tonada de
voz.

— No te estoy mintiendo, desperté con un golpe en la cabeza, ¿sabes? No tengo idea de cómo me
golpeé si alguien me golpeó, pero estoy segura que esa fue la causa por la que no recuerdo nada—
Genial, una charla en la que quería saber cómo nos conocimos, terminó en una conversación
desgraciada. Respiré profundo, y ahora era yo la que negaba—. Olvídalo.
No valía la pena. Prefería ignorarlo a pelear con alguien a quién no reconocía. Era extraño y hacía
que doliera más mi cabeza. Comencé a caminar en dirección a la cortina, lista para salir y buscar a
Rojo y a Michelle, pero su mano apretando mi hombro detuvo mis pasos.

—Espera por favor. Tenemos que arreglar esto.

Aparté su mano después de entornar mi mirada devuelta a su rostro y esos ojos llenos de recelo.

— ¿Arreglar? —solté, sintiéndome alterada. Sus ojos me inspeccionaron, estudiaron mis palabras,
estudiaron mi mirada, todo—. Olvídalo, fue una tontería tratar de conseguir información.

— ¿Información?

—Sí, porque no recuerdo nada de mí.

Rojo me contó un poco de cómo me conoció, pero eso no me dijo todo de mí, yo seguía perdida.
Necesitaba más.

Adam me tomó del brazo, apretado su agarre sin ser brusco.

— ¿No recuerdas nada de ti? —repitió mis palabras, acercándose a mí

— Nada—remarqué desconfiadamente, sintiendo el jalón de su agarre al que me resistí para no


estar cerca de él. No porque me diera miedo, sino porque no quería estar así de cerca. Mi cuerpo
reaccionaba de esta forma.

— ¿Ni cuando fuiste a la zona roja?

— ¿Hablas del área roja? —quise saber, él lo había mencionado antes, pero estaba muy
confundida, así que quería aclaraciones. —No, hablo de la zona equis roja, a la que te envié con
Vince y Daesy para recuperar las muestras de sangre—repuso. No pude evitar ladear el rostro,
desconcertada. Quería encontrar ese momento, esa escena, pero otra vez solo había oscuridad en
mi cabeza—. Es todo, te llevaré a otro cuarto y te quedaras ahí.

— ¿Me quedaré ahí? —repetí como si fuera un desagradable chiste, lo cual lo era, me lo había
ordenado como si fuera mi padre.

—Sí, a esperar. Alguien te traerá comida y vendrá a revisarte. No saldrás hasta que hablé con
Roger, ¿entendido? Él está a cargo de la base y debe informarse de ti y del experimento enfermero
—soltó monótonamente mientras incorporaba más su postura.

—No voy a ir a ninguna parte, me voy a quedar en este cuarto—señalé a la cortina, pero claro que
no iba a moverme, no conocía a nadie de este lugar, solo a Rojo—. Con Rojo 09.

— ¿Y dices que no recuerdas nada, pero si recuerdas su clasificación? —soltó entre dientes para no
gruñir, su ceño enrojecido de lo mucho que lo apretaba y parecía que se le saldrían los ojos, ¿qué
demonios le pasaba a este hombre? Me estaba volviendo loca—. Te apartaste del grupo para ir por
él, ¿cierto?

Aquellas palabras golpearon en mi cabeza, hicieron que incluso mis cuerdas bucales huyeran de mi
garganta para dejar mis labios temblorosos en tanto mi cabeza reproducía una y otra vez sus
palabras, tratando de procesarla.

Era obvio por mucho que lo pensara. Yo era una examinadora de alguna sala de entrenamiento,
¿qué estaba haciendo en el área roja? La respuesta era la misma que Adam me había dado: yo fui a
esa área, ¿cierto? ¿Había sido por Rojo 09? Sí. Debía ser por él.

—Quédate aquí entonces. Alguien vendrá a revisarte, Pym — sus nuevas palabras espesamente
soltadas me hicieron pestañear. No dije nada, sin embargo, alzando la mirada y volviéndola a él
para encontrarlo apartándose de mí, cada vez más hasta salir del cuarto y dejarme sola.

(...)
Estaba furiosa y no sabía cómo detener esta rabia más que apretando tan fuerte mis puños que las
uñas lastimaran mi piel. Que me tratara como una mentirosa, me puso enojada. Era una locura no
recordar nada de lo que sucedió y para acabarla, que él no quisiera creerme.

Al final de cuentas creo que sabía lo que yo tenía con Adam. Debía ser, un amante o un novio, o tal
vez un perro, sí. Él era un perro infeliz. Yo no estaba mintiendo, y no se imaginaba lo mucho que
haría con tal de recordarlo todo.

Solté un largo suspiró y recargué mi cabeza en la pared, ahora la desesperación se acumulaba


mucho más en mi cuerpo, sabiendo que Rojo todavía no volvía y que la persona que me recordaba,
al menos hasta hoy, no creía en mí.

Vaya dilema.

Dos golpes a la pared de afuera del cuarto, me enderezaron la espalda al instante. Estaba a punto
de decir algo cuando ese delgado cuerpo femenino se dejó ver al abrirse la cortina. Era la chica
pelinegra, llevaba una sonrisa cerrada llena de amabilidad, en sus manos llevaba un jugo de cartón
y en la otra unas galletas.

—Te traje comida—extendió más la sonrisa cuando preguntó, yo asentí viendo cómo se dirigía a la
mesita y depositaba los alimentos chatarra—. Adam me lo pidió.

Adam...

—Oh, gracias—musité, tratando de no ser grosera al recordar el drama que ese sujeto hizo allá
afuera.

Levantó la mirada en mi dirección, sin sonrisa, con una pisca de sorpresa y unos anteojos
colocados sobre esos ojos.

— Que curioso—Me pregunté a que se debían esas palabras acompañada de esa tonada dulce—.
Dime si me equivoco, pero Adam me pidió que viniera para revisarte, dice que te golpeaste la
cabeza y perdiste la memoria.
Mis parpados se extendieron más con sorpresa. ¿En serio él dijo eso después de todo lo que soltó?
Al final, me había creído al parecer.

—Sí, no recuerdo nada—aclaré y ella asintió con una mirada confusa, pero no hizo preguntas, al
menos no en ese momento. Se movió hacía la mesilla y tomó una silla para acomodarla cerca de la
cama—. ¿Tú me conoces?

Ella apretó sus labios y se tomó un momento para responder:

—No, aunque te pareces demasiado a un ex compañera que tuve en la universidad, eso fue hace 5
años—comentó, pero había algo extraño en su voz—. Toma asiento aquí— La miré, dudando de
ella solo unos segundos para después saltar de la cama y tomar asiento—. Según Adam, estuviste
desaparecida una semana y media desde que todos esto empezó.

— ¿Una semana y media? —Eso me tomó por sorpresa, ¿cuánto tiempo había pasado en el área
roja? ¿Cuánto desmayada, cuánto al lado de Rojo? No creía haber durado tanto tiempo
inconsciente, entonces, ¿había estado con Rojo toda una semana?

—Nadie sobrevive mucho tiempo solo allá fuera, tuviste mucha suerte al encontrarte al enfermero.
Debió protegerte mucho—indagó. Ni se imaginaba cuánto—. ¿Lo encontraste tú o él te encontró?
—Estaba en el área roja...

— ¿Despertaste en el área roja? —inquirió. Hubo algo raro en su semblante que me hizo titubear
en asentir—. Interesante, ¿y a él lo encontraste ahí?

— Sí, estábamos atrapados—respondí sin mencionar que lo liberé de la incubadora, no sabía que
debía decirle, pero preferí callar con esa corta respuesta.

—Atrapados —repitió mi palabra con seriedad. Pensé, por ese momento, que ella preguntaría más
a fondo, pero extrañamente cambió el tema—. Primero revisaré si hay alguna herida en tu
cabeza...

—Sí la hay— la interrumpí de inmediato, llevando mis manos a la parte inferior de mi cabeza, justo
en mi nuca donde recordaba haber sentido un terrible dolor cuando desperté en el área roja.
—No te toques, si es una herida grave tenemos que evitar que se infecte— dijo en un ápice serio.
Pronto sentí sus manos apartando las mías para, luego, tomar todo mi cabello y levantarlo,
haciendo que incluso inclinara mi cabeza hacía adelante—. ¿Qué recuerdas exactamente, Pym? ¿O
no recuerdas nada de quién eras y quiénes somos nosotros?

—No recuerdo nada de este laboratorio—suspiré otra vez. Sus manos, pasaron más debajo de mis
sienes, casi por detrás de mis orejas—. Solo mi nombre, mis padres y muchas otras cosas.

— ¿Qué cosas? Quisiera saber.

Tragué con fuerza y pensé antes de contestar:

—A pesar de que no recuerdo que hacía en este lugar, reconozco los materiales y objetos, y
también cómo utilizar un arma.

Ella dejó de mover sus dedos en mi cabello solo unos segundos para volver a moverlos.

—Qué raro. Pudiera ser el caso de una amnesia enteógena. Perdiste la gran parte de tus recuerdos
de un definido tiempo, menos lo independiente. ¿Entonces no sabes lo que es este lugar?

—Todo lo que hasta ahora sé es que se un laboratorio repleto de monstruos.

— Y no te equivocas. ¿Sabes por qué sucedió eso? —su pregunta salió apresuradamente después
de que le respondí. Presionó sus dedos en la coronilla de mi cabeza, obligándome a bajarla un
poco.

— ¿Algo de un patógeno? En las computadoras del área roja venía una conversación entre dos
personas hablando de lo sucedido—Aunque no me lo pidió, le dije todo lo que recordaba que
venía escrito en la computadora del botón verde. Hubo un momento que, mientras se lo contaba,
ella dejó de tocar mi cabeza.
— Un parasito, hipotérmico y caníbal, fue mutada en secreto e inducida a la base madre que
alimenta a los experimentos. ¿Tienes idea de cuál era el objetivo? — Estaba segura que con ella, no
dejaría de negar con la cabeza—. Estamos seguros de que habían personas con el propósito de
robar el material genético de cada clasificación de experimentos, y para evitar que se saliera de su
control, indujeron el patógeno en los compartimientos de agua que van a los conductos de los
incubados. Al parecer querían matarlos. Creímos que estaban todos muertos, pero no fue así, y
como ves, terminó siendo un caos. La verdad dudo mucho que esas personas hayan salido con vida
de aquí.

¿Matar a los experimentos? ¿Robar el material genético? Me pregunté quién haría algo así. Todo
esto comenzaba a tomar una desagradable forma, comenzaba a entenderlo. Después de todo,
cualquiera desearía tener a su alcance un experimento como Rojo 09 con la capacidad de
regenerarse y curar heridas. Con tal de tener a alguien como él, sería capaz de hacer cualquier
cosa, ¿cierto?

Lo que no entendía era el por qué matarlos, ¿por qué no solo llevárselos vivos? Esa era una muy
buena pregunta, pero... Creo que llevarse los tubos de sangre sonaría más sencillo que tratar de
llevarse un experimento de cada clasificación.

— ¿Cómo piensan salir de este lugar? —pregunté, sintiéndome ansiosa por la respuesta de ella.

—Pidiendo ayuda del exterior—suspiró la respuesta con lentitud, sin dejar de pasar sus dedos por
mi nuca—. Las únicas salidas del laboratorio están en el comedor y en la oficina del director de
este lugar, pero los elevadores del comedor colapsaron y el túnel que da a la oficina está
bloqueada, en conclusión, estamos atrapados.

Escuchar aquello oprimió mi pecho.

— ¿Y ya pidieron ayuda? —quise saber.

—Es lo que intentamos hacer—pausó solo para respirar con fuerza—. Descuida, tenemos muchos
soldados y muchas armas para defendernos de los monstruos mientras tanto, saldremos de este
lugar.
Mordí mi labio inferior mientras la escuchaba. Tenía miedo, el laboratorio estaba infestado de
monstruos, de cientos de peligros, cada día sería difícil sobrevivir, teníamos que salir de aquí antes
de que fuera demasiado tarde.

— ¿Sabes? No veo herida alguna en tu cabeza—anunció, palabras suficientes como para hacerme
parpadear numerosas veces—. Puede ser posible que tu amnesia se deba a causa de todo lo que
hasta entonces ha ocurrido. Negué al instante, girando la cabeza en su dirección para observar esa
mirada grisácea fija en mí. Era imposible, recordaba claramente tener una herida en mi cabeza,
incluso, todavía recordaba el dolor.

—Sí, no hay herida—recalcó con una leve seriedad en su tonada de voz. Eso hizo que llevara mis
manos de vuelta a mi nuca, dejando que mis dedos se hundieran en mi cabeza y repasaran la
estructura una y otra vez, encontrando nada al final.

Imposible. No podía haber desaparecido, ¿cierto? Era imposible.

El recuerdo del momento en que Rojo y yo nos ocultamos en el almacén se vislumbró en mi


mente. Sí, había recordado que él se cortó el brazo y me bañó en su sangre, esa era la causa de por
qué ya no tenía la herida. Y del por qué desde entonces no sentí más el dolor punzando esa zona.

—Él me cubrió con su sangre para que esas cosas no me encontraran— confesé ante esa mirada
que pronto se frunció en un extraño gesto que me desconcertó un poco—, por eso creo que ya no
tengo la herida. Su sangre cura— Tan solo lo dije, la cortina de nuestro lado se corrió rápidamente
otra vez.

Mi corazón saltó, nervioso y rápido pensando en que era Rojo, pero no. No era él. Esa mirada
varonil color azul no pertenecía a él, sino a un hombre cuyo cabello canoso mencionaba su edad
estándar, parecía buscar a alguien. Rossi soltó mi cabeza y también todo mi cabello desgreñado.

— ¿Estoy molestando? —bufó la pregunta, alzando una ceja y estirando una sonrisa—.Soy Roger,
tú debes ser Pym Levet— Estiró su mano y yo correspondí el saludo con un apretón—. Adam me
acaba de hablar de ti. He venido para decir que si tienes hambre pide un poco de nuestras latas a
Megan, ella es la mujer de mechas purpuras, la reconocerás enseguida. También puedes darte una
ducha, los baños están en este primer piso, a tu izquierda.
—Gracias—Sonreí con un poco de amabilidad y él asintió antes de ladear la cabeza y soltar una
risilla.

—Por supuesto te daremos un trabajo en el que obligatoriamente tienes que hacer—informó y


agregó—. No hoy, así que descansa todo lo que quieras y después me buscas o hablas con Adam,
él estará a cargo de ti— Esas últimas palabras me sorprendieron, hicieron que arqueara una ceja
que él no logró atisbar—. Rossi, cuando termines aquí ven al segundo piso, a la oficina, ¿sí?

—Ya terminé con ella, así que puedo ir contigo—su respuesta salió instantánea, apartándose de mí
con sus pisadas en dirección a él quien pronto me dio una mirada inquietante.

—Bien. Entonces solo descansa un poco Pym, ¿sí? — esperó mi asentimiento. Aunque descansar
sería algo que me costaría hacer, sobre todo porque Rojo todavía no volvía—. Luego mandaré a
Megan a que te traiga comida.

(...)

Quizás había pasado una hora, o casi una, no lo sé, todo lo que sabía era que no podía dejar de ver
la cortina, sintiendo un horripilante hueco en mi estómago. Estaba preocupada, preguntándome sí
algo le había ocurrido a Rojo, o si le habían hecho algo malo. La necedad de saberlo se convirtió en
ansiedad, un tic desesperado en el movimiento de mi pierna izquierda que no me dejaba en paz.

Lancé un largo suspiro de frustración. No podía quedarme a esperar más minutos preguntándome
por qué él no volvía. Así que de un solo movimiento salí de encima de la cama, volviendo mis pies
a la fría textura del suelo grisáceo. Caminé en seguida, en dirección a la cortina la cual con
movimientos titubeantes logré abrir, revelando enseguida el exterior.

Ni siquiera pensé en evaluar todo a detalle de mí alrededor, enviando la mirada a mi izquierda,


hacía el lugar donde Roger dijo que se encontraban las duchas. Y solo mirar en esa dirección me
hizo saber que había dicho la verdad. Al final del enorme lugar había tres umbrales, separado uno
del otro por apenas medio metro. Frente a esas entradas que, curiosamente llevaban un letrero
encimado, estaban acomodados varios cobertores en los suelos con una que otra persona
recostada.
Mis piernas se movieron pronto en esa dirección, me sentí muy insegura mientras me encaminaba
hacia las duchas preguntándome si él todavía estaba en ellas. Había pasado ya mucho tiempo
desde que no lo veía y eso definitivamente me daba una muy mala espina.

Entre más me acercaba, más era capaz de leer los letreros hecho a manos y encimados uno junto a
otro. Mientras uno era duchas de hombre, y el siguiente, duchas de mujeres, el tercero solo lleva la
palabra retretes.

Elegí a cual adentrarme enseguida. Duchas de hombre. Pero antes de si quiera dar los primeros
pasos para entrar, miré detrás de mi hombro, revisando todo el laboratorio o la base madre, como
le llamó Rossi, el lugar donde indujeron el patógeno. Ella mencionó también que lo ocuparon para
eliminar el patógeno por medio de la temperatura del agua, por so había vapor acumulándose en
los cristales que cubrían los estanques de agua en el suelo.

No le di más vueltas a mi cabeza y, desventuradamente me lancé al interior de la ducha de los


hombres. Era un túnel de paredes grisáceas alumbradas por unas farolas largas en el techo, y
mientras más entraba, la humedad se sentía, cuando llegué al final de ese pequeño túnel, se
extendió un pequeño salón repleto de bancas pegadas a las paredes y ganchos donde se colgaba la
ropa o las toallas, lo curioso era que en el centro estaba ese mismo tubo grueso metálico con grifos
extendidos en su superficie, igual que en aquella ducha en donde Rojo y yo nos besamos.

Nos besamos...

Ya estaba pensando en el beso.

No llevaba mucho tiempo conociéndolo o intentando recordarlo, y ya no podía dejar de pensar en


él. Estaba volviéndome loca no saber dónde estaba, no saber cómo estaba, porque en el baño de
varones él no se encontraba. Todo su interior estaba completamente vacío.

Si él no estaba aquí, ¿a dónde más había ido? Salí apresuradamente antes de que alguien me
encontrara, pero tan solo terminé el túnel, tomé la ducha de las mujeres sin pararme a averiguar
que significaba ese extraño papel rojo pegado en su entrada. En ese instante, juré haber escuchado
una voz femenina pedirme que no entrara, pero era demasiado tarde.

Y me arrepentí... porque detrás de ese sonido de agua golpeando el suelo...


Una risilla femenina llena de un sonido tan desagradable, hizo que un enorme peso golpeara mi
cuerpo. Tuve problemas para respirar conforme avanzaba y mis piernas fallaban, temblaban. Se
estaban volviendo hielo, un hielo cruelmente destruido por el panorama.

Mis manos amenazaron con sostener mi estómago cuando no encontré nada en los primeros grifos
del tubo enorme y metálico, pero sí encontré ropa acumulada en una de las primeras bancas
pegadas a la pared junto a mí.

Un pantalón.

Una camisa masculina.

Y un par de zapatos femeninos.

Y otro maldito sí, cuando rebusqué con la mirada al rededor, encontrando esos descalzos pies
femeninos.

Solo tuve que dar un paso más a mi costado para saber que ella se encontraba frente a una
espalda masculina completamente desnuda, con sus delgadas manos repasando su estructura
musculosa y mojada una y otra vez, bajando por lo largo de su espalda hasta incluso tocar el inicio
de sus glúteos... logrando que con eso bastara para que aquel cuerpo contrajera sus músculos,
tenso.

Fácilmente reconocí aquel cuerpo masculino que ella tocaba deliberadamente, y que también se
dejaba apreciar por la forma en que movía su cabeza de arriba abajo.

Era Rojo y Michelle.

Y ella lo estaba bañado, o mejor dicho, repasando con sus desvergonzadas manos toda su figura
hasta saciarse. Y él parecía disfrutar de sus caricias, por la manera en que incluso levantó la cabeza
al techo de la ducha y apretó sus puños a cada lado de sus muslos desnudos.
Quise golpearme el rostro al sentirme ridícula. Fue una idiotez sentirme preocupada de que él
estuviese lastimándolo cuando, al final, él parecía... disfrutar de una buena ducha.

Más ridícula me sentí cuando de un segundo a otro, aquella imponente figura se giró con
brusquedad, dejándome con las rodillas temblorosas no por ver toda su desnudes sino por tener
esa mirada tan escalofriante clavada en mí: una mirada llena de un sentimiento arrebatador.

Un sentimiento que me quitó el aliento.

Su acción no solo me dejó congelada en mi lugar, sino que hizo que incluso la rubia se volteara
completamente confundida hacía mí. Y tan solo puso su mirada aceitunada en mí, recorriendo mi
cuerpo al instante, una severa molestia se adueñó de ella.

— ¿Qué estás haciendo aquí? —su repugnante voz hizo que mi corazón se congestionara de dolor
—. Se supone que no pueden interrumpir cuando se hacen este tipo de trabajos—soltó en un
ápice de molestia, cruzando sus brazos sobre su pecho que aún se hallaba vestido, pero mojado,
remarcando la parte alta de su voluminoso pecho—. Sal de aquí, necesito bajarle la tensión.

— ¿Tensión? — Me obligué a procesar todo lo que dijo, a tratar de entender incluso a qué se
refería con la tensión mientras lanzaba una segunda mirada a Rojo y me percataba de la manera en
cómo sus puños se apretaban a los lados de sus muslos desnudos con mucha más fuerza que
antes.

— ¿O siempre si quieres hacerlo tú? — Y esa pregunta me regresó la mirada a ella, todavía más
confundida que antes

— ¿Qué? —fue lo único que logré espetar. No, no estaba entendiendo a que se refería con ello,
pero la forma en que retorció sus labios y miró de reojo la entrepierna de Rojo, me hundió el
entrecejo—. ¿Hacer qué? No te entiendo.

Algo que no pude ignorar, fue mirar en esa misma dirección, a su entrepierna para darme cuenta
de que, pese a las caricias de esa mujer en su espalda baja, él no estaba erecto. Pero aun así las
había disfrutado, ¿no?
—Bajarle la tensión, estúpida, ¿qué más podría ser? — escupió, y parecía molesta, pero yo seguía
sin entender—. Adam dijo que no querías bajar su tensión y que debía hacerlo yo en tu lugar, así
que si no vas a hacerlo te recomiendo que te vayas

Sentí que algo explotaba dentro de mi cabeza cuando nombró a ese hombre y todavía
mencionándome. El problema no era saber que no había hablado con Adam nada respecto a una
supuesta tensión, sino que seguía en suspenso, incapaz de comprender nada.

Y todavía me llamaba estúpida.

—No se ira—la fuerte y grave voz de Rojo, alzándose entre el sonido levemente del agua de los
grifos abiertos, me hizo pestañear—. ¿Verdad, Pym?

Un alma rota.

UN ALMA ROTA

*.*.*

Hubo un desconcertante silencio a nuestro alrededor en el que solo nuestras miradas se


mantenían conectadas y en el que sus palabras se repetían en mi cabeza una y otra vez, todavía
incapaz de entender.

Mi cuerpo se estremeció pieza por pieza a causa de aquellos orbes endemoniados repletos de una
fuerza tan potente que no solo era capaz de destrozarme enseguida, sino desvanecer todo tipo de
pensamientos en mi cabeza. Desvaneciendo hasta ese hueco helado en el estómago que había
sentido justo cuando la encontré a ella tocándolo. Toda esa molestia se había esfumado con su
mirada.

Seguía asustándome sentirme así con una sola de sus miradas, con una sola de sus caricias. Y era
inevitable.

— Bien, hazlo tú, de todas formas, él no me deja hacerlo—su voz femenina fue lo suficientemente
capaz de romper la conexión entre ambos, y lo suficientemente fuerte para volver a mi cabeza
todas esas dudas que segundos atrás me martillaban.
Michelle se encaminó con pasos apresurados en dirección después de dejar caer al suelo un
pedazo de trapo rosado. Su ceño se mantenía fruncido en molestia mientras se apartaba sin más
del cuerpo desnudo de Rojo, quien todavía se mantenía debajo de la poca agua que resbalaba del
grifo sobre su cabeza. Le di una mirada a él, aun confundida y desorientada antes de clavarla en
ella. Verla tomar sus zapatos de la banca junto a mí y ponérselos con prisa para aproximarse a la
salida, me hizo alzar el brazo y tomar su muñeca para detenerla enseguida.

Ese acto que pareció brusco al principio, hizo que aquel par de orbes aceitunados se ciñeran con
severidad en mí.

— ¿Qué crees que haces? — escupió al instante, evaluando el agarre de mi mano en su antebrazo.
Quería golpear su rostro, estampar mi mano en su mejilla y dejarle una gran cicatriz, claro que sí.
Tenía esa enorme intención después de ver como acariciaba a Rojo, pero no lo hice y no lo haría
por muchos motivos.

Uno de ellos era que entre Rojo y yo no hubo nada más que sexo. Solo había sido algo pasajero,
algo carnal, nada sentimental. No había nada que nos uniera y nos detuviera, además, él parecía
haber disfrutado de sus caricias en mi ausencia. No teníamos nada, así que él podía acostarse con
quien quisiera.

Solté una fuerte respiración en el que toda la tensión en mi cuerpo a causa de aquella molestia, se
esfumó frente a ella. Deshice el agarré, soltándola enseguida y de golpe, para verla ladear un poco
su rostro esperando a que dijera algo.

— ¿Qué te dijo Adam exactamente y a qué te refieres con bajar la tensión? —quise saber, mejor
dicho, necesitaba saberlo—. Al parecer hay mucho que no sé.

Y también, había demasiado de lo que no recordaba. Esas palabras sonaron en mi cabeza sin poder
ser soltadas a través de mis labios.

Su entrecejo se ablando, pero su ceja derecha terminó arqueada y parte de su comisura izquierda
torcida.

— ¿Hablas en serio? —esfumó en una clase de irritación. Buscó algo en mi mirada que al final no
encontró y eso pareció molestarla—. Pues parece que sí—escupió, regalando una mirada de
soslayo a las duchas, justo donde el cuerpo de Rojo estaba—. Adam dijo que no querías bajar su
tensión y que mencionaste que me lo dejarías a cargo— No era eso último lo que me dejó con una
terrible mirada en shock y con los pulmones completamente vacíos, sino esa boca pronunciando
aquella palabra tan cruda.

Una y otra vez se pronunciaba en mi cabeza, perforándome. ¿Por qué debían hacerle eso a él?
Varias otras preguntas cruzaron en mis pensamientos, comenzaba a estresarme e irritarme no
hallarle sentido a ninguna de sus palabras con lo que estaba sucediendo aquí.

Y a causa de ello, no pude evitar estirar una de mis comisuras, marcando tanto pude mis labios,
como si se me fueran a romper.

— ¿Bajar su tensión? —repetí en un tono todavía confuso, aunque repentinamente tuve una idea a
lo que se refería. Esta vez la encontré mirándome de pies a cabeza antes de quedarse evaluando
mi rostro donde estaba segura que encontraría un gesto endurecido—. ¿Hablas de tener sexo con
él?

—No, es tener sexo con él, pero si vas a utilizar tu mano— soltó y eso me dejó peor que antes—.
¿Qué? ¿Crees que es vulgar? —me inquirió, cruzada de brazos—. Intimar es la palabra más payasa
que utilizaron para encubrir lo que verdaderamente hacemos con los experimentos, bajarles su
tensión con nuestras manos. Tú perfectamente sabes de lo que hablo, después de todo hacías lo
mismo con tu experimento.

¿Con mi experimento? Una punzada de dolor pinchó en alguna parte de mi pecho y el shock que
volvió a golpearme construyó otro gesto en mi cara. Por mis pensamientos la imagen de la sala 1
de entrenamiento se iluminó y un sabor amargo subió por toda la mi garganta. La mirada se me
cayó al suelo entonces, y poco faltaba para que la boca también lo hiciera después de que una sola
pregunta cruzó por mi cabeza y atravesó mis labios:

— ¿Yo hacía eso?

Debía ser una broma. ¿Por qué hacíamos eso con los experimentos? No había razón para hacerlo,
eso era lo ridículo aquí. Lo que también era absurdo, era el hecho de bajar la tensión, ella seguía
repitiendo esa palabra que todavía no entendía pese a lo mucho que intenté compararla con la
masturbación y la necesidad de que esto sucediera.
No había razón para hacerle eso a Rojo, ¿cierto? Inquita, mi cuello se torció con fuerza en busca de
la mirada de Rojo, en busca de una explicación. Pero tan solo tropecé con aquellos orbes rojos, él
endureció sus oscuras cejas y retiró la mirada como si por ese ínstate la mía le molestara.

—Agh, solo bájale la tensión— su voz esta vez se escuchó lejana y fastidiada. Se sacudió su
cabellera rubia cuando negó. Lo último que pude ver de ella, fue su espalda cruzando el pasillo
corto hacía el exterior.

Un extraño silencio se hundió en mis oídos al instante en que su figura desapareció delante de mí.
Lo irónico era que uno de los grifos seguía tirando agua al suelo, pero el sonido no era audible para
mí, ni mucho menos el golpe hueco del calzado de ella recorriendo el pequeño pasillo al exterior.
Oh no, estaba atrapada en mi cabeza, con la sensación de que la tenía al revés después de haber
escuchado toda esa babosada sin sentido.

Las entrañas me temblaron en un segundo, y no era lo único que estaba temblando de rabia, la
confusión y un inexplicable vacío no eran lo único que estaba deshaciendo mi cuerpo. Mi mente
fundida en shock había quedado atascada, perturbada.

Las manos me hormigueaban de tanto que las tenía apretadas, mis piernas... simplemente no me
respondían por lo conmocionada que me hallaba. Perturbada, estupefacta al saber que todos los
examinadores toqueteaban sexualmente a los experimentos. Y que era probablemente que yo
también lo había hecho.

No sabía cómo reaccionar, pero quería reaccionar.

— ¿Qué es eso de bajar la tensión? ¿Puedes explicarme, Rojo? —la pregunta rebotó con fuerza de
mis labios, más que por molestia era por una grotesca duda que empezaba a dolerme en el cráneo.

Solté el aliento entrecortado ante su silencio, sintiendo como todos mis músculos se aflojaban y se
estremecían nerviosamente.

—Te lo iba a explicar cuando terminara de bañarme—su grave voz rebotó en toda la ducha.
Volteé de regreso a esa parte de las duchas donde antes estaba segura que esos orbes carmín me
habían evadido. Pero ahora ni su cuerpo estaba a mi vista, solo ese trapo rosado en el suelo
mojándose precipitadamente con el agua.

— ¿Nunca te preguntaste por qué me daba tanta fiebre? — pestañeé, más que confundida al no
encontrarlo con mi mirada, estaba aturdida por su pregunta. Sí, por supuesto que me lo había
preguntado, en el área roja varias veces le dio fiebre y fue difícil bajarla.

Me preocupaba que esa fiebre empeorara.

— Yo creí que era porque estabas infectado—respondí, y sin más me obligué a mover las piernas,
una tras otra hacía las duchas en busca de su figura.

—No, Pym, desde que llegué a la etapa adulta la fiebre es algo que siempre me ha dado—su
comentario me hizo pestañear—. La causa es la acumulación de la tensión en mis músculos, se
quita por momentos, pero regresa con más fuerza hasta matarnos.

El susto de la seriedad en su voz y el significado de aquello aceleraron mi corazón. ¿Estaba


hablando en serio? Sabía que las fiebres altas podrían perjudicar a las personas e incluso llevar a
una gravedad, pero una fiebre e incluso la muerte a causa de una tensión en el cuerpo era
prácticamente imposible, al menos para nosotros.

Me costaba creerlo, pero él era un experimento. No sabía ni entendía cómo estaba hecho su
cuerpo y menos su interior, pero, ¿con una tensión muscular podía morir él?

— Solo bajando la tensión puede quitarse por al menos unos días—Eso me sorprendió, y estaba
por demás decir que también aumentó mis preguntas. Y estaba a punto de hacer una, sino fuera
porque él se adelantó a continuar—. Se baja la tensión intimando con alguien.

Mis labios se endurecieron al igual que los músculos de mi estómago al comparar esa palabra con
la que Michelle había dicho anteriormente. Lo entendí finalmente, para mi desagrado, esa podría
ser una cruda realidad de algo que hice en el pasado con mi experimento, y algo que la
examinadora de él, hacía con él. Pero me negué a tomarlo en serio.
Era una estupidez. Sí. Bajar la tensión con un acto sexual era completamente ridículo y bobo, tanto
así que fue inevitable no elevar una sonrisa de desagrado. Se suponía que los experimentos —
todos— eran fuertes, ¿cómo una simple tensión podía matarlos y, el tener sexo salvarlos?

Sí, ridículo.

Pero no era más ridículo que poner a un examinador el trabajo de bajarles su tensión cuando ellos
mismos podían obtener el placer con su propia mano. Con un líquido caliente quemando todo mi
esófago, apreté mis puños y rodeé ese gordo tubo lleno de grifos: uno que otro goteando, y
hundiendo las duchas en ecos. Conforme avanzaba y sentía la presión de cada latido de mi corazón
perforándome, su cuerpo empezó a verse. Sus piernas fueron lo primero que vi, esa piel pálida que
llevaba una que otra mancha azulada que me consternó. Pronto, encontré el resto de su cuerpo y
todos mis nervios se pusieron de punta a punta filosa.

Él estaba sentado en el suelo, recargando su espalda contra el metal y su cabeza recostada en este
también: gotas de agua seguían recorriendo su piel, rápida y lentamente, marcándola. Varios
mechones de su oscuro cabello cubrían su rostro, marcaban esas facciones varoniles y
terriblemente atractivas, sombreaban la mirada carmín que... inesperadamente me había estado
siguiendo en cada movimiento que daba mi cuerpo hacia él.

Sus piernas marcadas estaban dobladas y abiertas, y sus brazos, ambos, descansaban sobre sus
rodillas, dejando sus muñecas colgadas y esos dedos endurecidos como si quisieran aferrarse a
algo. Aunque no estuviera tocándolo, podía ver como todo su cuerpo estaba tenso, duro como
piedra. Y lo que me abrumó y desvaneció esa sonrisilla mal elaborada, fue ver con más claridad lo
que se reflejaba en su rostro.

Temía describir su gesto y equivocarme, pero la verdad era esa. Desolación, dolor, miedo, eran
palabras que lo describían, y eso hizo que un nudo se construyera en la parte superior de mi
garganta. Más ardor se adueñó de los músculos de mi esófago y los músculos estomacales, más me
costó volver a respirar.

— ¿De verdad les pasa eso a ustedes? —me costó preguntar tras recordar en ese significativo
segundo que él y yo habíamos tenido sexo en la oficina, pero que en ese momento él no sufría de
ningún tipo de fiebre.

Otra de mis dudas era saber cómo fue posible que la fiebre se le quitara durante un tiempo en el
área roja para después encontrarlo a él actuando como si nada le doliera. Sentí que estaba a punto
de explotar mi cabeza con todo tipo de contradicciones al recordar que después de un tiempo,
cuando quedamos atrapados en el almacén volvió a darle fiebre.

Tal vez era como él dijo, por momentos la fiebre se iba, pero volvía con más fuerza... Y justo
cuando tuvimos sexo, no volvió a darle.

— ¿Por qué te mentiría? Además, ella ya te lo mencionó —su voz perforó mi pecho —. Es la
segunda vez que me encuentras así, Pym— terminó diciendo, sin retirar esa oscurecida mirada sin
reflejo de nada. Se veía vacío.

Seguí acercándome a él, acercándome a esa mirada que ni siquiera pestañeaba.

— ¿Qué te encuentre cómo? —me costó preguntar, pero lo hice, me atreví a continuar con el
suspenso.

—En el acto sexual.

Mis pies se detuvieron a centímetros de los suyos, esa era la primera vez para mí descubriendo
algo como esto, algo terrible. Inaceptable.

— Tú querías que ella te lo hiciera, ¿no? —tenté a preguntar sin mostrar resentimiento en mi voz.
Tenté a caer en mi propio veneno al saber ya posiblemente cual era la respuesta por la forma en
que él la había mirado en el túnel, con el deseo de tener sexo como lo hizo conmigo en la oficina—.
¿Querías intimar con ella?

Me incliné colocándome sobre mis rodillas a centímetros de sus pies, recordando en ese instante
que estaba mayormente desnuda. Pero él nunca reparó en mi cuerpo, solo se quedó
observándome de esa misma forma vacía.

—Los examinadores hacen eso, es su deber—comenzó evadiendo una respuesta clara a mi duda,
aunque no debía reclamarle. Sin embargo, que no me respondiera, me había molestado. ¿Era
acaso un sí? Posiblemente...
Pero yo quería una respuesta clara, de él, de esos labios.

—Solo responde, ¿querías que ella te hiciera eso? — exclamé sintiéndome alterada y molesta. Pero
más alterada me sentí con lo que sucedió después. Cuando él, repentinamente se lanzó sobre mí,
me tomó de los hombros y me empujó hacia el suelo.

El recuerdo de lo que sucedió en el área roja volvió a mí, pero esta vez mucho más intenso que ese
momento, porque la única diferencia era que no había temor en mi cuerpo.

Sus orbes depredadores me contemplaron a centímetros, hubo una frialdad en ellos que hizo que
dejara de respirar. Sentí sus piernas acomodadas de bajos de las mías, y las mías sobre lo más alto
de sus muslos casi sobre su cadera desnuda. Era capa de sentir cada parte de su cuerpo, su piel
caliente y húmeda rozando la mía, así como su vientre quemando mi vientre y su sexo palpitando
el mío oculto en la delgada prenda interior. Jadeé, y tal como aquella vez abrí mucho mis ojos para
no perderme en la sensación. ¿Qué estaba haciendo? ¿Ahora por qué me tenía sí? Mis manos
tomaron sus hombros, esa suave piel húmeda que se tensó inmediatamente. En sus ojos... había
algo más que frialdad.

— ¿Por qué querría intimar con ese examinador o con otra persona? —me preguntó, su voz se
había engrosado—. Respóndeme, Pym.

Estaba sorprendida, ¿cómo quería que respondiera? Permanecí en silencio tratando de descifrarlo,
pero no lo entendía, no lograba hacerlo.

—Si no querías, ¿por qué no la apartaste? Podías hacerlo por ti mismo.

Eso era lo que no comprendía, le había mirado los pechos en el túnel... ¿Por qué me preguntaba
una razón para intimidar con ella si me la había dado la forma en como la veía allá fuera?

—Cuando desobedecemos nos castigan, Pym, y además creí que tú lo habías ordenado—replicó
instantáneamente cuando terminé mi pregunta, en un tono rencoroso, y una mirada contraída y
desesperada.
Recordé que Adam le había dicho a Michelle sobre mi supuesta decisión. Una maldita mentira, una
absurda mentira hecha por él, ¿por celos acaso? Aunque era increíble que alguien de su edad
todavía mintiera a causa de celos.

Otra cosa ridícula.

—Aun así no dejé que me lo hiciera, estaba haciéndolo por mí mismo—Las palabras atravesaron
secamente esos colmillos apretados —. Pero si estás aquí es porque arrepentiste de lo que
ordenaste.

—Yo no ordené eso, ni siquiera sabía que tu fiebre se debía a la tensión.

—Entonces q —Una de sus manos tomó mi rostro, su pulgar acarició mi mejilla con delicadeza.
Cuando se inclinó más sobre mí y llevó su rostro a ahuecarse en mi cuello para inhalar mi piel, me
estremecí—. Me confundes, Pym.

Inhaló la piel de mi cuello y su exhalación me abrió la boca por donde otro jadeo logró escapar. Mis
dedos se aferraron a la piel de sus hombros en tanto observaba el techo y sentía nuevamente esa
sensación placentera concentrarse poco a poco en mi vientre a causa de sus roces. Pero no debía,
no podía solamente dejarme llevar, no después de lo que había visto...

—Tú me confundes, pensé que querías tener sexo con ella por la forma en que miraste su pecho—
boberías fueron lo que soltaron mis labios al final, demostrando unos celos que todavía no tenían
motivos firmes para tenerlos.

—No—le sentí negar—. Nunca nos muestran esas cosas a nosotros. Solo ropa cubriendo cuerpos.
Tu pecho fue lo primero que vi desnudo y pensé que no había más. Pero me equivoqué, ella
también tenía ese tipo de pecho, y verlo me recordó a cuando besé el tuyo, me recordó a cuando
tú y yo lo hicimos y tuve ganas de volver a hacerlo...

—Con ella— respondí por él. El alzó su rostro acomodándolo nuevamente sobre el mío. Pasando su
mirada en cada centímetro de mí.
Dejó que los dedos de su mano se deslizaran dulcemente de mi mejilla a mi mentón hasta tomarlo,
levantarlo un poco y acariciarlo con su pulgar.

—...contigo otra vez— suspiró con decepción—. Sí eres tú intimando conmigo, me gustaría
repetirlo tantas veces como pueda. Lo disfrutaría porque me gustas mucho— lo último lo soltó
torciendo sus labios, dándole a su rostro ese toque sombrío —. No quería que nadie más me
tocara. Pensé, que si tú no querías intimar conmigo podía imaginar que esa persona eras tú...solo
por un momento para cumplir tu orden. Pero no pude, no eran tus manos, no eras tú. Por eso le
impedí intimar conmigo.

—Tu examinadora te lo hacía—Se supone que el pasado era pasado, pero con cada palabra filosa
que soltó mis labios, un vuelco sacudía mi estómago. Alcé la mirada y algo más que mi estomagó
enloqueció, mi corazón se aceleró al encontrar tan cerca de mí esa mirada endemoniada.

—Sí, y mejor decirte que intimar no era lo único que hacía conmigo— Traté de tragar sus palabras,
pero no pude—. Los examinadores juegan con nosotros todo el tiempo y de diferentes formas.

— ¿Con los juegos te refieres a hacer este tipo de cosas? —inquirí, sintiendo el sabor agridulce
subir por todo mi esófago cuando, él, asintió en un débil movimiento donde mantuvo la mirada en
otra dirección.

—Eso es algo a parte. Nos hacen hacer cosas que no queremos—espetó cada palabra con una
severa aberración—. Nos torturan...

— ¿Torturan? —pregunté y tragué antes de continuar —. ¿De qué forma?

Su cabeza se movió a los lados, en negación, bajó más la mirada apagada hasta ver solamente el
suelo y suspiró con pesadez.

—Nos abren la piel una y otra vez, nos queman, nos cortan dedos... sacan órganos, huesos de
nuestros pies o rodillas, y si no les servimos nos trituran en la incubadora y vuelven a crearnos.
Escamada por cada palabra que soltaban sus labios, se me cayó la boca al suelo y tal vez hasta el
alma. Una escalofriante descarga eléctrica dejó helado mi cuerpo cuando mi mente,
inmediatamente contra mi voluntad, se lo imagino. ¿Cómo eran capaz de hacerles eso?

—Todo lo que un examinador debe hacernos es esto—espetó.

Mis ojos también amenazaron con salirse de mi rostro cuando vieron de qué forma, Rojo
inesperadamente tomaba uno de los dedos de su mano y lo torcía hacía su nudillo con una fuerza
bruta, para romperlo en dos. Respingué, llenándome de terror cuando todavía a pesar del sonido
hueco que escapó de su acto, tiró del dedo y se lo arrancó de la mano.

— ¿Qué estás haciendo? ¡Detente! —chillé, ni siquiera me di cuenta de en qué momento había
saltado para detenerlo, aunque ya había sido demasiado tarde, y toda esa sangre, resbalaba del
agujero en su mano—. ¿Qué hiciste? —exclamé perturbada por la seriedad de su rostro libre de
dolor al quitarse un dedo y al dejarlo caer como si fuera nada al suelo. No sabía cómo tomar su
mano herida, pero al final lo hice, tomándolo entre mis manos temblorosas—. ¿Po-por qué? ¿Por
qué lo hiciste?

Busqué su mirada, y hallé ese fruncir en su ceño y esa mueca en sus labios tan apretada y estirada
como si fuera a romperse.

—Porque vuelve a crecer, no lo recuerdas, pero ya lo sabías—replicó, viéndome con esa severidad.
Bajé la vista a su mano herida, a ese agujero ensangrentado donde el pico de un hueso
blanquecino iba en crecimiento cada vez más y más—. Por mucho que nos lastimen, nuestro
cuerpo se regenera tanto interna como externamente. Si necesitan un órgano, nos lo sacan, más
tarde nuestro cuerpo es capaz de procrearlo otra vez.

Su mano volvió a moverse y esta vez la seguí con mi temblorosa mirada, viendo como sus dedos se
tocaban el estómago y como al instante hacía presión en ese mismo lugar.

—No...—murmuré para que se detuviera. No sería capaz, ¿o sí? La presión aumentó, mi ritmo
cardiaco también y esa desesperación que fluyó en una abofeteada sobre su rostro que lo dejó en
trance—. ¡Te dije que no, no te lastimes!

¿Por qué se auto-torturaba él? No podía pensar claramente, hasta cada pequeña parte de mí se
encontraba alterada, a punto de estallar con cualquier otra cosa atroz que miraran. Pero no
sucedió otra cosa aterradora y horripilante, sino algo más inesperado como ser tomada de la
cabeza y estrujada contra su cuerpo, y bruscamente ser poseída por esos labios manchados de
sangre. Ser poseída por esa desesperación y esa sed dentro de él.

Aunque quise apartarme, la forma en que me tomó, en que me enredó y en que me besó, o la
manera en que su lengua rebuscaba la mía con anhelo de ser consolado. Todo eso vacío mi mente,
pero no aquellas lágrimas que había esperado el turno de dejar mis ojos a causa de lo que vieron.
A causa de lo que Rojo era capaz de hacerse a sí mismo aún si no le gustaba, eso era enfermizo...
Ese acto enfermizo causado por monstruos.

Y los monstruos no eran los experimentos, no. Los monstruos éramos nosotros, yo, que todavía no
sabía si había hecho aberraciones como las que él dijo e hizo, y a pesar de que no recordaba, eso
no me salvaba de lo que había hecho con él o con otro experimento antes de perder mi memoria.

De solo pensarlo...

—Por eso me gustas tanto— soltó contra mi boca sin siquiera sepáralas un centímetro—. Porque
no eres capaz de romperme como ellos lo hicieron.

Abrí mis ojos con debilidad, apenas para ver los suyos examinándome con un brillo
enigmáticamente estremecedor, ese que hasta en la lejanía eras capaz de saber su significado:
deseo. Placer. Su mano pasó de rodear mi cintura a tomar mi espalda baja, sus yemas masajearon
mi piel. En mi interior, el cosquilleó se intensifico, se concentró en la parte baja de mi estómago.

No quería perderme, pero lo estaba haciendo. Era algo... Algo tenía Rojo que nublaba mi razón, y
estaba mal. Yo debía ser fuerte, debía encontrar respuestas, salir de este maldito lugar antes de
que siguieran haciendo más daño a Rojo. Era como si Rojo tomara mi alma con una sola caricia, y
con eso bastaba para tenerme para él, solo para él.

—A nadie le importábamos, pero tuve suerte de encontrarte. Cuidaste de mí el tiempo que


tomaste el lugar de mi examinadora. Fuiste diferente. Tus caricias, tu forma de hablarme o tocarme
sin excederte, me gustaron—ronroneó sin apartarse de mi boca, su aliento húmedo cubrió cada
pulgada de mi sensible piel. Me tragué un jadeó—. Y cuando te fuiste, cuando no te vi más
enloquecí y más aún que te vi con él... Pym.

— ¿C-con quién? —pregunte en un hálito de voz temblorosa.


No me contestó y no hacía falta que contestara cuando supe la respuesta. Adam.

Me recostó nuevamente en el suelo y con mucho cuidado, con una delicadeza en la que no fui
capaz de sentir el suelo, sino mi cuerpo flotando. No estaba drogada pero así me sentí con él sobre
mí, con él viéndome de esa forma, acariciando mi estómago con sus dedos juguetones y subiendo
hasta mi pecho, erizando mi piel, arqueando mi espalda de placer.

Dios. Mío.

Si no se detenía, la que se volverá loca en un momento no adecuado, sería yo. Se inclinó,


empujando su sexo contra mi entrepierna mientras sus piernas se acomodaban debajo de las mías,
y yo... simplemente no ponía objeción en ello. Su mano libre se colocó contra el suelo para
mantener su peso lejos del mío, pero, aun así, nuestras partes íntimas estaban a duras penas,
palpándose entre la ropa, necesitando una de la otra. Él estaba duro, caliente, listo, pero yo no
estaba lista.

—Con él—susurró. Inclinó su cabeza aún más, sus ojos contemplaron mis labios hasta que los
suyos los rozaron, su lengua, esa larga lengua húmeda y caliente lamió mi labio inferior antes de
besarme, mostrando su pasión en un beso que, aunque lento, era profundo y sentimental.

Mi alma logró convencerse de algo más.

Su espalda se dobló un poco cuando movió su cabeza más debajo de mi cuello para recostarla
sobre mi pecho, y dejé de respirar. El silenció llenó la habitación de dolor, de angustia, de
desesperación y horror cuando no solo mis lágrimas eran las únicas que se derramaban, sino las
suyas, recorriendo parte de la piel de mi cuerpo.

Rojo estaba roto.

—Quédate conmigo, Pym.

Duro hasta olvidar.

DURO HASTA OLVIDAR


*.*.*

No. No fui capaz de mover un musculo de mi cuerpo, y él tampoco dio intenciones de querer
moverse de su lugar o incluso, seguir con sus besos por el momento. No quería nada más que no
fueran las caricias de mi mano en su cabeza, de mis dedos enredándose en su cabello lentamente.

Había mucha tensión sexual entre nosotros, cada pequeño trozo que conformaba nuestros cuerpos
era capaz de sentirla profundamente. Pero había una necesitaba más grande que la sexual, una
necesidad de ser... consolado.

Él parecía un niño entre mis brazos, recostado contra mi pecho escuchando mi acelerado corazón,
sintiendo mi calor y mi respiración chocar con la suya. Minutos atrás temía que alguien entrara y
nos hallara de esta forma, pero la verdad ahora me daba igual.

Mi mente estaba atascada en todo tipo de pensamientos. Pero conforme avanzaban los minutos,
cada vez más se apartaban aquellas dudas. No sabía a quién acudiría para hacerlas pero estaba
segura de que serían todas respondidas todas.

Estaba segura, además, de que mientras estuviera viva me aseguraría de ser su examinadora. Me
aseguraría de cuidarlo y atenderlo no de la manera sexual. No dejaría que lo tocaran, que le
pusieran una mano encima y trataran de lastimarlo. Siendo franca, seguía preguntándome por qué
no intentó matarlos o atacarlos aún después de todo lo que le habían hecho antes de que todo
esto ocurriera. Aun después de tenerlos frente a nosotros, apuntándonos con el arma, él... no hizo
lo mismo que el resto de los experimentos contaminados.

Mi cuerpo se estremeció cuando sentí la frescura de sus labios pegarse contra la piel de mi vientre.
Sorprendiéndome el hecho de no me había percatado de sus manos desabotonando mis jeans
para besar esa área. Traté de concentrarme en mis pensamientos. De hecho, podía entender por
qué los experimentos contaminados — si es que pensaban, hablaban y reconocían—, los atacaban.

Esas personas, y tal vez hasta yo misma, merecíamos morir. ¿Cuál era realmente la finalidad por la
que crearon a los experimentos? Aunque no conocía sobre la tensión y lo que provocaba en cada
experimento, ¿para qué necesitaba darles sexo? ¿Era eso la única opción?

La pregunta se nubló cuando un roce de cosquilleo se añadió en mi vientre robándome un jadeo, y


no hacía falta ver para saber que Rojo estaba depositando un camino de besos desde mi estómago
hasta mis labios. Era un suspiro de besos donde por un momento no importó nada más que
nosotros. Sus labios suaves saboreando los míos, sin ser esta vez desesperados. Estaban llenos de
plumas que caían sobre mi cuerpo, una por una, y me llenaban de placer.

Suspiré en sus labios, él saboreó mi boca, rozó sus colmillos con mis dientes y se apartó. Abrí los
ojos, no de inmediato, para ver la manera en que me contemplaba. Me sentí culpable, pero
también sentí esa felicidad apenas floreciendo en mi pecho con latidos profundos y acelerados.

De lo que mi alma se había convencido fue que, extrañamente lo reconocía a él. A pesar de que mi
mente seguía vacía y no recordaba su rostro, mi alma era otro guardián de recuerdos. Recordaba el
calor de su piel y el tono crepitante de su voz, y sobre todo, como la forma en que mi cuerpo se
sentí cuando lo escuchaba, cuando lo tocaba o él me tocaba.

Y era tan extraño sentirme así, sabiendo que para mis recuerdos actualices solo llevaba
conociéndolo por días. No meses, no años. Días. Tal vez para él llevábamos meses pero, para mí
solo eran días, y eso me hacía creer en la posibilidad de que lo mío solo se tratara de una emoción.

No estaba segura de nada. Solo de lo que quería. Y quería protegerlo.

—Sí—respondí sintiendo de qué forma mi corazón acelerado robaba mi voz. Sí, esa era mi
respuesta para él, quería ser su examinadora pero, ¿quería ser algo más? Solo pensar en ello los
nervios me erizaban la piel. Tal vez no, tal vez sí, tal vez si quería o tal vez temía por como
terminaría esto, pero ya había respondido.

Llevé mi mano a su rostro, a esa mejilla suave que acaricie con delicadezas. Sería su examinadora, y
por supuesto, no haría nada de lo que hacía un examinador para lastimarlo.

— ¿Ellos te hicieron algo antes de traerte a las duchas? — a mi pregunta, él frunció su entrecejo,
un rastro pequeño de severidad fue atisbado en su gesto.

— No — respondió—. ¿Te sientes segura conmigo? —su inesperado cambio de tema contrajo mi
ceño. Estaba contemplando, reparando en cada punta de mi rostro, dibujándome otra vez con sus
dedos juguetones.
—Me he sentido más segura contigo que con ellos—sinceré.

—Entonces ya no me miras como un peligro.

Aunque no era una pregunta, respondí:

—No. Es cierto que al principio me diste miedo pero... —hice una pausa tomando su mentón y
acariciándolo, guiando mi mano hasta su mejilla y acomodando un travieso mecho de su cabello
húmedo—, ya no te temo.

‍ Si te dijera que quiero hacer otra cosa ahora mismo ¿me temerías? —su voz sonó ronca. Se
‌‌‍—
inclinó otra vez sobre mi pero sus labios no tocaron los míos, sino mi cuello—. Si te dijera que
quiero ser yo quien libere tu tensión, ¿me dejarías hacerlo a mi manera? — Su aliento acariciando
esa zona hizo que el aliento se me escapará—. ¿Devorarte a mi manera? — Besó esa zona, un beso
lento donde su lengua saboreó la piel sensible de mi cuello, logrando un arqueó inesperado en mi
cuerpo.

Era sencillo saber lo que él quería, lo que deseaba y lo que... inexplicablemente necesitaba. Si
daban sexo para bajar su tensión sexual u otra tensión en el cuerpo, entonces existían otros
métodos para bajarla, ¿por qué solo tomar la sexual? Su mano se depositó en mi cintura por
debajo de la camiseta que llevaba puesta, el contacto de su inesperada piel caliente— más caliente
que lo habitual— hizo que escalofríos recorrieran mi piel y vaciaran todo el frio de mi cuerpo.

—Quiero hacerlo contigo.

— ¿Hablas de...? — su boca sellando la mía me impidió hablar, su lengua nubló mi mente cuando
se adentró con una fuerza bruta que me hizo gemir, perforó mi cueva bucal y buscó saborear la mía
con locura. Llevé mis manos acariciar su pecho que permanecía a centímetros del mío, pero se
apartó, buscó mi mirada y no tardó mucho para encontrarla. No supe que vio en mi rostro pero se
apartó lo suficiente como para que mi cuerpo dejara de sentir su calor.

— ¿Tú quieres? —me preguntó, su voz ronca, grave y con esa terminación crepitante que recorría
mis pensamientos.
¿Qué si no quería? Mi cuerpo estaba excitado, y después de sus besos y caricias era imposible
apaciguarlo. Pero me obligué a tranquilizarme o a tratar de tranquilizarme para pensar, no quería
hacerlo en la ducha justo cuando alguien más podía entrar.

Exhalé. Dejé de pensar tanto, dejé de perder tiempo y alcé la mirada hacia ese par de orbes
depredadores que había estado esperando mi respuesta, y asentí.

—Si quiero—solté, mordí mi labio inferior mientras, me empujaba con mis brazos para sentarme y
todavía comenzar a desvestirme delante de sus ojos. Me moví al estar en ropa interior, para
montarme sobre su regazo, rozando su endurecido miembro que abrieron sus carnosos labios para
gemir. Sus ojos se oscurecieron más, fundidos en el oscuro deseo carnal, no espere ni un segundo
para rodear su cuello con mis brazos, hundir mis dedos en su húmedo cabello y buscar su boca.

Sus manos tomaron mi cadera, la apretaron para profundizar con el contacto de nuestras
intimidades mientras ahora era yo quien lo devoraba a besos, saboreando con mi lengua la carne
de sus sabrosos labios, atreviéndome también a lamer sus colmillos.

Cuando quiso tomar posesión de mi boca, hale de su cabello, logrando que nuestras bocas se
separaran y que un gruñido de reclamo escapará de él. A causa de ese dulce sonido estiré una
sonrisa, tal vez sensual tal vez divertida, y ladeé el rostro para observar la forma en que sus labios
se separaban esperando los míos. Subí la mirada y vi la tortura en sus orbes reptiles.

Él no quería esperar ni a charlar, él ya quería hacerlo.

Y soltó una sonrisa inesperada, casi una risa muda escapando a través de sus colmillos mientras se
recostaba. A pesar de que su risa ronca no duró mucho mi corazón se aceleró, aleteó tanto que
poco le faltaba para escaparate de mí.

Santo. Dios. Mío. Que sonrisa más sensual.

No estaba segura de que mi comentario diera gracia pero... lo que daría por escucharlo reír y verlo
sonreír así. Sí alguien... Si otra mujer mirara esa sonrisa, estaría lanzándose sobre él, así como yo
quería hacerlo.
—Estoy tan nervioso como en la oficina— soltó, deslizando sus dedos traviesos por las cuevas de
mis dedos—. Es la tercera vez que me pongo tan ansioso y desesperado, deseando hacerlo,
sentirte y tocarte.

Y maldición. No sabía cómo era posible que con esas palabras me hiciera sentir... ¿cómo explicarlo?
Especial. Única, pero no fui la única que lo toco, pero si la única que le interesó, ¿no? Era una
tontería. Sin embargo, ahí estaba esa emoción en aumento, deslumbrándome, haciéndome sentir
animado, capaz de hacer todo, ¿sería eso cierto?

Lo averiguaría.

Lleve mis dedos a sus labios para acariciarlos antes de besarle. Lento y dulce, sus labios
correspondieron mis besos sin apresurarse a ser rudo. Y en ese instante él ya me tenía contra el
suelo otra vez. Abrí mis ojos para contemplar ese rostro torcido en lujuria muy alejado del mío,
observándome como lo hace un depredador con su presa.

Sus manos se deslizaron por encima de mis muslos y solo hasta que un extraño frio sopló
levemente en mi vientre me di cuenta de que me estaba quitando las pantis. ¿En qué momento las
tomó? No lo supe pero ya estaba sacándomelas de los tobillos.

Rojo era veloz haciendo las cosas.

Las llevó a su rostro, cerrando sus ojos y respirándola profundamente. Me estremecí y sentí como
mi corazón se precipitaba ante el sonido ronronearte que soltó. Sus parpados se abrieron, un tono
más potente se añadió en esos orbes carmín. Una mirada que me dejó inmóvil, que empezó a
quemar cada centímetro de mi piel.

Enredó sus manos en mis pantorrillas y tiró de ellas, atrayendo mi cuerpo hacia el suyo,
abriéndolas al mismo tiempo para, después deslizarse sobré mi cuerpo, empujar su miembro duro
contra mi apertura. Pestañee incontablemente sintiendo como la temperatura de mi cuerpo
aumentaba con su tacto.

Fue inevitable gemir, pero mi gemido se ahogó en su boca cuando él tomó posesión de la mía. Sus
besos eran igual de desesperados, como si buscaran algo que él tanto necesitaba de mi boca, la
fuerza y la velocidad con la que lo hacía era el doble de la capacidad que tenía yo para besarlo, casi
me fue imposible seguirle. Sus manos se deslizaron debajo de mi espalda, sus dedos tomaron la
banda y desataron la abrochadura de mi brasier. La prenda: esa última prenda que cubría la piel de
mis endurecidos pechos, desapareció de mi cuerpo, siendo lanzada hacía alguna parte de la ducha.
Dejó de devorar mis labios para besar mi mentón e ir a saborear mi pezón izquierdo.

Con suavidad movía su lengua sobre mi areola, con esa suavidad mi cuerpo se movía llenó de
placer hacía su boca mientras su mano acariciaba mi otro seno. Me perdí en el techo, disfrutando
de como el placer consumía mi cuerpo, como su lengua exploraba cada pulgada de mi cuerpo y
pintaba hasta la esquina más gris de mi piel. Numerables jadeos resbalando de mi boca cuando la
suya llegó a mi sexo, y su larga lengua entró en mi interior y colonizó cada franja de mis músculos
tensos.

Ahogué un gritó de placer, sin saber ahora a donde mirar, sin saber cómo respirar o de donde
sostenerme, mi cadera se empujaba hacía la cavidad de su boca, imitando los movimientos
rotundos de su lengua. Apreté los parpados y estiré mi cuello, mis músculos se contrajeron,
calambres placenteros tiraron de ellos y fue como si perdiera el control de mi cuerpo y la manera
en que este empezó a retorcerse.

Rojo... Estaba segura que gritaría por él en cualquier momento, porque estaba llevándome lejos,
arrancando mi alma de mi cuerpo.

Mis gemidos siguieron en aumento, solo salía de mis labios sin poder acallarlos conforme esa
tensión crecía y crecía y me llenaba y llenaba de un esquicito dolor que explotó en un grito.

Derretida y temblorosa, Rojo sacó su lengua de mi interior. Mientras ahora era yo quien trataba de
recuperar el aliento, sintiendo el cansancio explorando poco a poco mi cuerpo, él se arrastraba
sobre mí, colocando sus antebrazos a cada lado de mi rostro. Sus manos fue algo que no tarde en
sentir, repasando mi rostro en tanto me contemplaban sus ojos.

Él el cielo, era la maldita perdición encarnada.

Deseé besarlo, así que tomé su rostro y lo atraje para besarlo, pero sus labios no correspondieron
mi beso, se quedaron quietos, abiertos y torcidos en una sensual sonrisa que calentó mis mejillas.

—Todavía no terminó—ronroneó, al instante, meneó su cadera lentamente, provocando que su


mimbro endurecido acariciara mi vientre y me enloqueciera con su tacto.
—Eres... fascinante—jadeé, estaba deseándolo otra vez, estaba despertando mi cuero, llenándolo
de una energía placentera. Sus movimientos siguieron, circulares y más profundos, no estaba
soportándolo. Quería besarlo, quería tenerlo dentro de mí disfrutarlo todo, grabarme cada
pequeña parte de su cuerpo, de su calor, de las sensaciones que creábamos juntos. Mordí su labio
inferior y gruñí: —. Sigue devorándome.

Sus ojos oscurecieron más de lo que no creí capaz, su sonrisa se desvaneció y esos labios al fin
buscaron los míos, desesperados nuevamente. Al fin, al fin estaba besándome como tanto quería.

Sin poder aguardar más, necesitada por tenerlo dentro de mí, mis piernas rodearon su torso, mis
pies golpearon su trasero y lo empujaron para que su miembro pudiera entrar en mí, pero él se
apartó, torturándome.

—Rojo...—quejé, no esperando que él rodeara mi espalda con un solo brazo en ese instante y me
levantara del suelo para sentarme sobre él.

Abrí mucho la boca cuando su mano libre se posicionó debajo de mi sexo húmedo y palpitante,
sentí que iba a explotar con el solo tacto de sus dedos acariciándome así que lleve mis manos a sus
hombros para sostenerme y no desfallecer. Las caricias de sus dedos fueron continuas, cada
segundo sentí como sus dedos presionaban, Rojo iba a matarme.

—Sera duro...—susurró, rozando sus labios en la piel de mi cuello, besando y succionando la piel
—. Así pide que pare si te lastimo.

Lo sentí moverse, sus piernas doblarse y estirarse para levantarnos. Mis piernas aportaron su
cintura para no caer, aunque por la forma en que él me sostenía estaba claro que no caería.

No sabía hacía donde nos llevaba, solo hasta que mi espalda toco lo helado del metal de la ducha,
una de sus manos se amasó a mi cadera y la otra, tomó su miembro y lo posición en mi entrada.
¡Al fin! Subió la mirada, y yo también lo hice, un instante de silencio mientras nos anhelábamos
uno al otro, se acercó lentamente, mi cuerpo endureció cuando su miembro empezó a entrar.

Era una tortura que esta vez entrara lentamente en mi interior cuando anteriormente había sido
de golpe, pero las sensaciones fluyeron con locura, se adueñaron plenamente de mi interior, y por
ese instante, cuando lo tuve dentro de mí al fin, lo sentí completamente mío, y tocando no solo el
punto más placentero de mi interior, sino mi alma. Mi ser.
Rojo se pegó tanto a mí que por ese entonces no hubo espacio que separara nuestro cuerpo del
otro. Buscó mi boca para besarme, durando segundos sin mover su cuerpo, dejado que mi interior
fuera su casa antes de empezar a destruirme. Y me preparé, rodeando su cuello, y apretando la raíz
de su cabello.

La locura empezó a convulsionarnos cuando, al salir de mi interior, se empujó rotundamente


contra mí, un golpe tan brusco que todo mi cuerpo brinco y tembló que mis huesos se hicieron
aceite y mis músculos fuego, que el gritó que salió de mi boca se ahogó en largo dentro de la suya
y mis pensamientos se hicieron añicos. Había dolor con cada acometida, pero el dolor era
incomparable al placer que fui sintiendo conformé el me embestía cruel y despiadadamente, así de
duro como dijo que sería, duro y lento, disfrutando de cada grito que escapaba de nuestras
gargantas y de cara tiro placentero que nos hacia nuestros.

Mis uñas se encajaron en su piel, a pesar de que me faltaba el aliento y de que el éxtasis me
impedía concentrarme en los besos, nunca dejé de buscar su boca, disfrutar sus gruñidos, saborear
su placentero dolor, hasta llegar a ese destelló creciente que enloqueció a Rojo y lo hizo aumentar
la velocidad de sus embestías bestiales. Nuestras pelvis chocaban, sentía como hasta nuestros
huesos se golpeaban a través de nuestra piel. Nos disfrutábamos en todas las áreas, danzábamos
juntos en nuestro propio delirio y era esplendido, maravilloso.

El metal emitió sonidos a causa de mi cuerpo siendo golpeado por el suyo, sonidos que hundieron
la habitación además de nuestros infinitos gemidos—casi gritos.

¿Qué era esto? La gloria, sí, la deliciosa gloria que nos preparó para liberarnos al unisonó y
deshacer nuestros cuerpos y volverlos nada, uno sobre otro.

Rojo se dejó caer de rodillas, conmigo aún sobre él, acomodando su cabeza en mi cuello y
respirando contra mi piel agitadamente.

—Me gustas, me gustas mucho Pym—susurró, besando mi cuello. Mi corazón dio un vuelco y
volvió en latido acelerados como respuesta a su confesión.

A mí también, a mí también me gustaba mucho Rojo, me gustaba, y me encantaba ser devorada


por él, y si no lo admitían mis labios, mi cuerpo ya lo había hecho, pero no lo hice, mi voz nunca
soltó aquellas palabras por una razón. No era porque no quisiera, todo lo contrario, quería
hacérselo saber. Me aferré a su cuello, sintiendo el temblor de mi cuerpo, como mi interior seguía
ardiendo a causa de su liberación que, proseguía dentro de mí, sin tener final.
Aquello antes no me había importado, incluso se había escapado de mi mente, pero ahora, ahora
que era finamente atenta a lo que se desataba en mi interior a través de su miembro, me inquietó.

Me inquietó tanto que lo solté del cuello, tomé su rostro y lo obligué a verme a los ojos, a que esos
orbes carmín recuperaran su fuerza y trataran de descubrir mi inquietud.

—Rojo...—Exhalé su nombre, casi como un suspiro a causa de que todavía no recuperaba el aliento
—, ¿eres fértil?

Un par de veces pestañó, sus labios secos se apretaron y se separaron cuando él tragó, cuando su
manzana de adán dio un movimiento.

—Sí…

TODAS LAS VECES QUE QUIERAS

*.*.*

Silencio. Eso era lo único que se adueñó de nuestro alrededor, de nuestro entorno. Pero dentro de
mí había mucho ruido, la cabeza era un caos con un número sin fin de preguntas y una enorme
preocupación al respecto.

¿Y cómo era posible que antes no se me había ocurrido preguntar? Tal vez por todo lo que ocurrió
era que la pregunta se había escapado de mi mente, pero, aun así, debí pensar en ella antes de
hacerlo...

¿Qué sucedería si yo terminaba embarazada? Embarazada de un hombre que no era normal, que
no era un humano promedia. No. Rojo era un hombre.

Pero cualquier hombre.


Todo su cuerpo, todo su interior estaba alterado genéticamente y, además, estaba contaminado. Él
era carnívoro, tenía algo en su interior que lo deformaba. Sí Rojo se alimentaba de carne, ¿de qué
se alimentaria el embrión? ¿Podría estar contaminado también? ¿Sobreviviría? ¿Podría afectarnos
a él o a mí?

Demasiadas preguntas.

Aún no sabía si tenía algo dentro de mí, y esperaba que no fuera así, no porque no quisiera —que
realmente no quería dentro de un laboratorio aterrador— sino porque no sabía que ocurriría
después. No sabía nada al respecto.

Traté de relajarme, de no pensar en ello, ¿cuál era la probabilidad de quedar embarazada? Solo
habíamos tenido sexo dos veces, él se había corrido en mi interior, probablemente nada sucedió,
pero, ahora, tenía que tomar precaución si queríamos volver a hacerlo.

Cosa que yo... quería repetir. Eso me perturbaba aún más. Me sentía insaciable, pero no debía
moverme, debía tener fuerza para no menear las caderas ya que él seguía en mi interior. ¿Era
acaso que el sexo con él me había gustado tanto? Sí, pero tal vez se debía a que no recordaba
haber tenido relaciones con otro. O tal vez, solo se debía a otra cosa que todavía desconocía.

Traté de salir fuera de esos pensamientos, pero no pude concentrarme en ninguna otra cosa
cuando los labios de Rojo rozaron mi cuello y empezaron a depositar besos húmedos, marcando
cada centímetro de mi sensible piel.

Eran besos agradables, dulces. Me gustaban.

— ¿Tu tensión bajó?

—Sí, pero... —Sus besos subieron por mi mentón hasta mis labios donde saboreó mi boca con su
lengua—. A pesar de que quiero más tengo que detenerme. Tu interior es tan delicioso que, si me
permito hacerlo otra vez, temo lastimarte de muchas formas porque sé que no me detendría.
Mis yemas se aferraron mucho a la piel de sus hombros, sintiendo la ronquera de su voz explorar
mi cabeza en una clase de éxtasis que me dejó excitada. Y se debía a que él había soltado esas
palabras contra mi boca con sus orbes oscurecidos por el deseo.

Menos mal que él quería detenerse, que, si no fuera por él, yo estaba segura que no pondría
objeción y no me detendría hasta que todo mi cuerpo desfalleciera y perdiera la consciencia. Solo
así, me detendría.

Solo así sentía que me detendría.

Él tenía algo… algo que me hacía querer más.

—Tenemos que salir de la ducha—comente bajo, apartando sus labios de los míos—. O alguien
podría entrar.

La comisura izquierda de sus labios se estiró en una sensual sonrisa que, aunque media, era
suficiente para darme una descarga eléctrica en todo mi cuerpo.

¿Por qué me estaba sonriéndome así? Quería que no me sonriera así cuando aún estaba en mi
interior. Sentía que me volvería loca si él seguía haciendo este tipo de cosas.

—Nadie entra cuando un experimento y un examinador están dentro del cuarto o la ducha, es una
regla— Sus dedos, esos traviesos dedos de deslizaron por toda mi espalda hasta apretar mis
muslos que seguían rodeando su torso desnudo. Tan solo apretarlos hizo que nuestros cuerpos se
movieran un poco, y ese movimiento fue suficiente.

Solté un jadeo cuando algo muy extraño sucedió en mi vientre, mis músculos se habían movido
editados, apretándolo un poco, enviado esa sensación placentera no solo a través de mi cuerpo,
sino del suyo.

—Tú también quieres más— gimió, se mordió el labio inferior y antes de que algo más sucediera y
me hiciera perder la cordura decidí levantarme con el cuerpo tembloroso antes de que fuera
demasiado tarde, antes de que mi voluntad se fundiera en esa intacta sonrisa torcida en la que
podía contemplar sus bellos colmillos.
Era una tontería. Antes aterrorizaban, pero entonces ya solo quería verlos por más tiempo.

Tan solo empecé a mover mis piernas para levantarme, Rojo me detuvo, tomó mis caderas y me
regreso a esos centímetros que yo misma había creado entre nosotros y nuestra unión. Gemí al
sentir su penetración cuando me pegó a su cuerpo caliente. Me inmovilice perdida en el éxtasis, en
su calor en su dureza en la forma en que abrazaba mi cuerpo y depositaba besos por mi mejilla
hasta lamer el lóbulo de mi oreja.

hogué un gemido, con solo ese toque de su lengua había logrado que mi vientre se calentara más.

No por favor, Rojo tenía que parar porque yo con él no podría detenerme. Mi interior lo aclamaba
otra vez. Lo deseaba, ni si quiera habían pasado minutos desde que lo hicimos, y ya quería sentirlo
más profundo.

Me sentía débil para detenerlo, hipnotizada por él, mi parte racional ya no tenía lugar en mí.

—Me aprietas tanto que no puedo más— ronroneo contra mi oído, mis músculos temblaron, se
volvieron agua, ni siquiera pude buscar su mirada, su voz estaba derrumbando mi poca fuerza de
voluntad. Y solo verlo estirar su brazo y abrir el grifo sobre nosotros para que el agua fresca nos
mojara el cuerpo, me hizo saber que no se detendría.

(...)

Cinco veces.

Contando las repeticiones de la oficina, ya eran cinco veces y, por poco, una sexta.

Sería imposible para mí olvidarla las veces que Rojo se había venido en mí interior. Había sido
magnífico, rotundamente esquicito sentir nuestras pieles desnudas y escuchar nuestros gemidos al
unísono mientras nos besábamos, pero, entonces había más razones para pensar que
posiblemente yo estaba...

Que posiblemente yo estaba esperando...


¿Habría algo en el laboratorio que me permitiera saber si estaba en cinta? Pestañeé tantas veces
pude, repentinamente en shock al llegar al final del corredizo de la ducha.

Había personas ya recostadas, ocupando camillas y las sabanas del suelo, pero el problema y la
causa de que quedara un poco desconcertada no era esa y mucho menos que ahora hubiera
menos ruido que antes, sino ver gran parte del lugar oscurecido, con una que otra vela encendida.

—Al fin salen.

La voz de Rossi me tomó por sorpresa, incluso me hizo respingar en mi lugar. Estaba a nuestra
izquierda, recargada contra la pared del otro lado de la entrada a la ducha de los hombres, con la
mirada clavada en nosotros. Una mirada llena de una profunda curiosidad, muy peligrosa.

Muy extraña.

— ¿Qué sucede? —pregunté sin dejar de revisar al rededor y dejar la mirada puesta en la lejanía
sobre unos hombres que hacían guardia junto a la entrada: uno de ellos estaba mirándonos desde
su posición, con una postura tensa mientras apretaba el arma en sus manos. Era Adam—. ¿Por
qué apagaron las luces?

—Son más de las 8 pm, nos dieron un descanso de tres horas para dormir, si es que se puede, claro
— replicó en un tono monótono.

¿Ya era de noche? Aunque antes no sabía la hora, me desconcertó saberlo de ella. ¿Cuánto
habíamos tardado en la ducha? Pero eso no era lo importante, lo importante era saber si ella nos
había escuchado, ¿sabía que intimamos?

—Michelle me dijo que estarías aquí con Rojo 09— se apartó de la pared con una débil sonrisa en
el rostro mientras se acercaba a nosotros—. Bajaste su tensión— esa no fue una pregunta—.
¿Cómo supiste qué hacer?

No sabía qué responderle. Seguía desconcertándome saber que haciendo ese tipo de cosas se
liberaba la tensión, y simplemente saberlo ahora me hacía querer reclamarles.
—Nunca lo supe hasta que Michelle lo aclaró—comenté, sintiendo ese vuelco en mi estómago de
solo pensar en la rubia.

—Sí, me contó— aclaró, ahora viéndome a mí—. Estaba muy molesta porque interrumpiste su
trabajo. Todos saben que el botón rojo significa no entrar. Esa una clase de protección a la
privacidad del examinador y experimento, y cuando alguien quebranta esa regla se le da un
castigo, por eso nadie la pasa por alto.

— ¿Y viniste hasta aquí para decírmelo? —se me ocurrió preguntar. Ella negó al instante.

—Me gustaría hablar con ustedes en el cuarto que se les asignó, ¿está bien? No tomara mucho
tiempo—soltó, y esperó a que yo dijera algo, pero solo asentí para verla después alzando una
sonrisa apretada y dándonos la espalda para comenzar a caminar—. Pero es importante. Vamos.

La seguimos, y por supuesto, me hice muchas preguntas sobre lo que quería hablar con nosotros.
Era inevitable no sentir esa inquietud acelerando mi corazón, porque por alguna razón sabía que
ella nos había escuchado teniendo sexo, aunque, hice lo posible porque mis gemidos no fueran
altos. Pero parece, quizás, que eso no funcionó de nada. Había muchas cosas que desconocía y una
de ellas— la más importante—, ¿qué era lo que en realidad hacía un examinador? ¿Intimar,
teniendo relaciones con su experimento o solo toquetearlo hasta hacerlo correr? Estaba muy
confundida y estupefacta.

Cuando llegamos al pequeño cuarto que nos dieron, Rossi abrió la cortina y nos pidió entrar, lo cual
hicimos enseguida. Y mientras ella cerraba las cortinas, Rojo la observaba con desconfianza
mientras se sentaba sobre la cama con las piernas abiertas y las manos recargadas sobre sus
rodillas. Quedando en esa posición, con una leve inclinación hacia adelante, hacía que los
músculos de su abdomen se marcaran en la camiseta que llevaba puesta.

—Roger me pidió que hablara contigo, él debería hacerlo, pero cree más correcto que lo haga yo,
ya que fui la que te examiné—avisó, la sonrisa aún seguía en sus labios. Se acercó a la mesita, pero
en vez de tomar asiento en las sillas, lo hizo sobre esta —. No recordaba ni un poco lo que hace un
examinador, eso lo sé….

—Pero ya sé un poco al respecto—respondí de mala gana, cruzando mis brazos—. ¿Por qué solo
recurren a esa opción? —No hacía falta mencionar la palabra, ella sabía a qué me refería.
Sus labios se apretaron dando una mirada de rabillo a Rojo. Sin responderme, ella solo asintió con
lentitud antes de tomar una fuerte respiración.

—Te lo explicaré desde el principio, así que escucha con atención —me pidió, más bien, para
escucharla y no interrumpirla, asentí de inmediato—. Cuando la presión arterial está por encima
de lo estimado, provoca taquicardia y otros síntomas. Uno de esos síntomas es la acumulación de
la tensión, y sobre todo la sexual. Es algo que aún no entendemos del todo, pero le hallamos la
solución. En un cuerpo normal la tensión se acumula en los músculos y es apenas mínima
comparada con la tensión que se acumula en los experimentos.

«La tensión en los experimentos enfermeros se acumula curiosamente en el corazón antes que en
los músculos del cuerpo o el aparato sexual. Si la tensión se acumula en ese sensible órgano y no
es liberada, se detiene; y el corazón y cerebro son los únicos órganos que no pueden ser recreados
ni regenerados por ellos mismos. Así que tiene que liberarle la tensión a tiempo. Existen muchas
formas de bajar la presión arterial, haciendo ejercicio, dando una alimentación de verduras mixtas
o… »

— Es absurdo— Negué, no pude escucharla más, así que tuve que interrumpirla: —. Dices que esas
son las alternativas para bajarla, pero por lo que Michelle me dijo, eligieron algo más que no era
necesario y que además él podía hacer por sí mismo y sin ayuda de nadie.

—El orgasmo si es necesario. Primero termina de escucharme y luego haces las preguntas, ¿está
bien?

Pestañeé. Por primera vez— en lo poco que la conocí— su aspecto amable y dulce había
desaparecido. Parecía haberle estresado mi comportamiento. Claro, sabía que no debía haberla
interrumpida, pero había sido inevitable no hacerlo después de escuchar aquello.

Me tenía desconcertada.

—Te escucho—solté, y ella asintió otra vez.

—En los experimentos enfermeros blancos y verdes, si su presión baja, los síntomas también lo
hacen, pero no sucede lo mismo en los experimentos rojos— ante su pausa, mi ceja se alzó. Mi
menté no tardó en dispararse y procesar por poco que había dicho: ¿Por qué clasificar a los
enfermeros por colores si al final todos curaban igual? ¿O había alguna diferencia entre ellos? —.
Los experimentos rojos tienen una reproducción de sangre muy acelerada.

«Por minutos son capaz de reproducir más de un millón de eritrocitos, más de un millón de los
solutos de los que su cuerpo se alimenta para mantener un equilibrio tanto hormonal como
nutricional en su interior, por lo tanto, la presión es más fácil de subir, acumularse y perdurar más.

Se descubrió que, por medio de la excitación, toda esa tensión incremente, pero se acumula en su
órgano sexual, y se libera por medio de la eyaculación. Por lo tanto, se necesita de un orgasmo
para bajarla, Pym.

Parece patético y bien dices absurdo. Y lo es, pero a veces no se necesita la lógica para entender
algo, mencionando que ellos fueron creados con una genética químicamente alterada.»

Sentí que mi cabeza estaba siendo golpeada contra una enorme roca. No sabía en qué momento,
incluso, había girado para compartir una mirada a Rojo. Rossi no parecía mentir y él estaba
dándole la razón por la severidad en su mirada, por lo tanto, todo lo que ella había dicho era
cierto.

Su tensión no se bajaba con nada más que el tener sexo.

—Se nota que te he dejado en shock.

Y vaya que me había dejado estupefacta que ni siquiera pude pestañar esa vez. Sí, lo había
entendido después de todo, pero seguía inquieta, no estaba del todo convencida.

—Supongo que todo eso ya lo sabía antes de perder la memoria—comenté volviendo la mirada a
ella —. Pero no necesita de un examinador para liberarse.

—Por supuesto que no lo necesita—aclaró, confundiéndome—, puede hacerlo por sí mismo


siempre y cuando lo quiera, y Michelle me dijo que él lo estaba haciendo por sí solo hasta que
llegaste tú.
Hundí el entrecejo, la forma en que lo había dicho sonó como si le hubiese molestado que fuera a
las duchas de hombre para interrumpirlos. Que no había ido con esa intención, sino porque habían
pasado varias horas y Rojo no había vuelto al cuarto, estaba preocupada de que le estuvieran
haciendo algo malo.

Por si fuera poco, se lo habían hecho. Y Michelle estaba bañándolo justo cuando él se estaba…

—Hay otra cosa que debo decirte— interrumpió mis pensamientos —. No puedes ser su
examinadora.

— ¿Y eso por qué? —espeté la pregunta.

—No recuerdas nada. Hay muchos otros síntomas que se desatan cuando se acumula la tensión, y
no es solo la fiebre. Si no lo ayudas correctamente podrías provocarle un infarto. Ya sabes a lo que
nos enfrentamos y es importante mantener a los experimentos que ahora tenemos con nosotros
salvos y sanos, así que Michelle estará a cargo de…

—Tú no vas a decidir sobre mí. Conozco mi cuerpo y los síntomas que se me provocan, puedo
decirle a Pym cuando la necesite—finalizó Rojo, firme, severo y notablemente molestó. Incluso se
había levantado de la cama, también con sus puños apretados mientras veía a Rossi. Ella, por otro
lado, había enmudecido, sus ojos y boca abiertos, con el rostro pálido y sorprendido, seguramente
ni un experimento antes le había levantado la voz. Ya ante lo había aclarado la molestia de Adam,
cuando Rojo interrumpió diciendo que yo sería su examinadora—. No van a ponerme otra
examinadora, será Pym, sí o sí.

Su determinación severa hizo que ella hundiera su ceño y bajara con impresión la mirada al suelo.

—Que los otros no escuchen esas palabras de ti o te torturarían—alertó, no gritó, no amenazó al


igual que lo hizo Adam. Volvió la mirada a Rojo y arqueó una ceja—. Te excitas estando con Pym,
¿verdad?

—Mucho.

Ni siquiera pensó la pregunta, ni siquiera dejó pasar un nanosegundo para responder con esa
firmeza que me robó el aliento y me dejó tan solo un instante helada para luego, calentar mis
mejillas.
—Cuando te liberó la tensión, ¿tu orgasmo fue fuerte o…?

—Con ella tocándome lo tengo de inmediato, ¿esas es una clara respuesta? — soltó en un ápice
áspero.

La risa de sorpresa que soltó Rossi me hizo sentir muy incómoda. Busqué algo con que sostenerme
cuando las rodillas se me debilitaron, no podía creer que Rojo respondiera así de fácil su pregunta
y sin titubeos.

Y con la intensidad con la que respondía, era claro que ella no dudaría.

—Interesante—soltó en un tono divertido en el que quiso detener su risa—. Por lo general


dejamos que los experimentos elijan a su examinador, aquel que les atraiga más para que su
acoplamiento sea fácil— Cuando terminó sus palabras, dejó de mirar a Rojo, y me inspeccionó —.
Él puede verse fuerte solo por el hecho de que puede regenerar sus heridas físicamente. Sin
embargo, con el daño más pequeño que su cerebro o su corazón sufra puede cambiar su vida por
completo, así de frágil son realmente los enfermeros rojos. Y si eso sucede, será tu culpa, ¿podrás
con ello, Pym?

Dudé. Dudé demasiado cuando lo pensé por segunda vez, sintiéndome repentinamente asustada
y preocupada, con los labios abiertos y temblorosos al no saber que responder.

No quería dañar a Rojo…

—Yo le voy a enseñar—interrumpió él, alzando su mentón. Mostrando, a parte de su seriedad y


notoria molestia, que no le harían cambiar de opinión—. He memorizado los procesos que mi
antigua examinadora me hacía.

No quise imaginarme lo que le había hecho en ese entonces. Cortarte dedos, sacar huesos, sacarle
órganos, abrirte la piel… No, eso no quería hacerle yo a él.

—Como quieran—repuso, mirándolo con severidad en tanto se incorporaba y daba un par de


pasos a nosotros—. Escuchen esta proposición que les tengo a los dos. , serás su examinadora
para liberarlo de esa formas, e incluso hasta para darle las duchas y cambiarlo, pero, Michelle será
su examinadora en todo lo demás—informó, esta vez no había sonrisa que pintara su rostro
mientras se aproximaba a la cortina—. Así que Pym, aunque seguramente él ya te lo dijo, te lo
recalcaré para aclarar dudas. Solo hay dos formas para liberar la tensión de los experimentos—
soltó antes de correr la cortina y tragar con fuerza —. Tú eliges de qué forma quieres hacérselo, si
lo haces con la mano, que es el método más utilizado; o si lo haces oral. Pero no vayas a consumir
sus fluidos porque podrían provocarte ulceras en el estómago, igual está prohibido el sexo con
ellos, podría sucederte algo grave.

Sus palabras, una por una, fueron cayendo sobre mí como icebergs, robando no solo la movilidad
de mi cuerpo, sino mi respiración. Quedé helada, estremeciéndome a cada segundo conforme ella
hablaba. Imposible. Rojo nunca me lo dijo y yo nunca se lo pregunté. Y ella, ya había respondido a
mis temibles dudas. Prácticamente lo único que no se debía hacer con un experimento, era tener
sexo con él…

Y eso, precisamente era lo que habíamos hecho.

Y eso, era lo que hicimos más de dos veces.

—No lo han hecho, ¿verdad? — preguntó, y supe el por qué lo hizo. Le había dado una mirada de
shock que ella misma se encargó de reparar. Lo cambié enseguida y lo más natural que pude
hacerlo antes de exponernos a los dos.

—No, claro que no—respondí lo más seria que pude, solo para escuchar un suspiro de alivio salir
de sus labios.

—Ya que ha quedado claro iré a dormir, y deberían hacerlo también ustedes ahora que pueden—
recordó, y sonrío levemente—. Descansen.

La cortina se cerró poco después de que salió, cubriendo su cuerpo entero y desapareciéndolo de
nuestra vista, dejando solo un silencio frustrante cubriéndonos.

Sexo, no debimos tener sexo, ¿había algo tener relaciones sexuales con un experimento? Ella dijo
que sus fluidos enferman al consumirlos, pero, ¿enfermarían si entran de otra forma a nuestro
cuerpo? Tomé asiento en la cama, llevando la mano a mi frente y cerrando los ojos, tratando de
tranquilizarme con todo tipo de pensamientos, pensando, sobre todo, que posiblemente no
afectaría en nada que Rojo se haya corrido en mi interior, pero no conseguí sentirme relajada.

Menos aun cuando las manos de Rojo, tomaron mis rodillas y separaron mis piernas para acercar
su cuerpo a mí, y eliminar todo centímetro de separación entre nosotros.

— ¿Qué podría sucederme? —me animé a preguntar, sonando un poco asustada. Subí mucho mi
rostro en busca de sus orbes, esa mirada reptil que me contemplaba desde lo más alto, con anhelo
y dulzura.

—No lo sé—sinceró, sin dejar de mirarme con la misma profundidad. Entonces, otra pregunta
picoteó mi lengua y fue imposible detenerla—. Creo que nada, no sería capaz de lastima…

— ¿Has tenido relaciones con otra persona a parte de mí? —Ladeó el rostro, haciéndome creer
que no entendió mi pregunta—. ¿Te has corrido en el interior de alguien más?

Su mirada cayó al suelo repentinamente, y hubo un gesto de desagrado que enmarcó las arrugas
de su frente.

—Algo así.

El aliento se me cortó enseguida.

No esperé su respuesta, y mucho menos la forma en que mi cuerpo reaccionó a ello con
exageración, la forma en que sentí la parálisis en mi rostro o mi sangré siendo drenada, o como mi
corazón dio un vuelco de dolor y regresará latiendo con fuerza y pesadez.

— ¿C-cuánta vez? —Odie que incluso el impacto de sus palabras afectara en mi voz.

Eso fue pasado, ya era pasado, pero lo peor, lo que me dejó desorientada era que su rostro
congestionado, como si no quisiera recordar lo que sucedió aquella vez, me había demostrado que,
al igual que con esa rubia, no lo disfrutó.
— ¿Le pasó algo a ella? ¿Sabes si tus fluidos le hicieron daño?

La verdadera pregunta que quería salir de mis labios era, ¿ella quedó embarazada? ¿Y si quedó
embarazada se la llevaron, le hicieron algo? Pero simplemente no salió así. Sí su respuesta era sí,
entonces debía ocultar el hecho de que habíamos tenido relaciones sexuales con él, para evitar
problemas.

Hundió más el entrecejo, sus carnosos labios se apretaron, siguió mirándome, estudiando mi
rostro en silencio hasta que, inesperadamente, se apartó de mí, como si hubiese encontrado algo.

—Ni siquiera llegué a la mitad, así que no lo sé—Su respuesta me dejó helada —. ¿Por qué me
preguntas? —escupió y, a zancadas grandes, volvió a acortar la distancia entre nosotros, rodeando
mi cintura para pegarme a su torso caliente, y tomando mi rostro para subirlo. Inclinó su rostro
para estar a centímetros del mío y que nuestros labios se sintieran, tan solo se rozaron con su
siguiente pregunta, y todo mi cuerpo se estremeció: —. ¿Piensas que te volveré como yo, Pym?

Se me abrieron con fuerza los ojos ante eso último. Jamás me había cruzado por la cabeza que él
podría, incluso, contaminarme por medio de sus fluidos. ¿Podría suceder?

—Te arrepentiste, ¿no es así? — cuestionó, sus labios se torcieron en una mueca herida—. ¿Te
arrepentiste de estar conmigo? Si te hubiera contaminado Pym, yo lo sabría enseguida.

Me sentí inquieta. Él tenía razón, si me hubiese contaminado él mismo lo sabría, pero, tenía esa
enorme duda también. ¿Sus fluidos podrían infectarme? Y si no era así, ¿qué más podría
sucederme? ¿Me daría alguna infección, me enfermaría o quedaría…?

—No—respondí al instante, tratando de no elevar la voz—, no es eso—repetí, mirando hacía la


puerta de reojo con el temor de que con tanto silencio alrededor, alguien a fuera escuchara
nuestra conversación. Lo menos que quería en ese momento era que eso sucediera—. No me
arrepiento.

—No sé si tener sexo contigo pueda afectar a tu salud, tampoco sé si pueda llegar a contaminarte,
pero estoy segura de que no lo estas. El primer síntoma instantáneo es la disminución de la
temperatura corporal y Pym… Estas muy caliente ahora mismo—le escuché decir en voz baja,
acariciando ahora, con sus dos manos, mis mejillas. Sus caricias dulces y suaves me perdieron, me
hundieron en un cansancio—. Aunque ella tiene razón, no puedo arriesgarte. Será mejor no tener
sexo hasta que yo sane.

Esa decisión me sorprendió, más me sorprendió cuando terminó tumbando inesperadamente mi


cuerpo sobra la cama. Se subió encima de mí, inclinando su cuerpo en mi dirección, acomodando
una mano junto a mi cabeza para evitar que su peso cayera sobre mí, y la otra tomando mi
mentón para poseer mis labios en besos lentos y profundos, besos sentimentales que me hicieron
jadear en su boca. Esta vez, su lengua nunca tocó la mía.

—Pero al menos permíteme besarte todas las veces que quiera— susurró, su voz y su cálido aliento
acariciaron mis labios, me hicieron cerrar los ojos disfrutando de esa leve caricia de ensoñación.

—Claro que sí, todas las veces que quieras—la respuesta… mi propia respuesta brotó de mis labios
sin más, me abrió los ojos en blanco, asombrada, sintiendo esa mezcla de emoción y maravilla
cosquillar mi piel a causa de lo que había confesado mi alma.

No estaba enamorada, pero, Rojo me estaba gustando. Sí, al final lo admití, él estaba gustándome.
La forma en que me protegió desde un principio, la forma en que permaneció a mi lado y puso su
vida en peligro solo por mí, la forma en que me trataba, lo que me decía, todo eso estaba
atrayéndome cada a vez más a él.

Sus escleróticas iluminadas me hicieron tragar mis pensamientos. Esos bellos orbes carmín
repararon en mi rostro con ilusión, una bella mirada que por ese instante deseé soñarla siempre.
Volvió a besarme, sin desesperación, pero con una dulce necesidad de demostrar algo más. Eran
besos tan suaves que parecían estar hechos de suspiros, besos que parecían dados para besar no
solo los labios, sino el alma.

Cada vez más, cada vez que él me besaba estaba segura. Mi cuerpo lo reconocía. Sabía quién era
Rojo y posiblemente quién había sido él para mí antes de perder mis recuerdos.

Se recostó junto a mí, en el poco campo que había en la cama personal, y, saboreando una última
vez mi boca, se acomodó sobre la dura almohada y me sonrió. Una sonrisa que para cualquier otra
persona sería escalofriante por como esas oscuras comisuras se marcaban en su rostro con ese par
de orbes enrojecidos, pero que, para mí, ahora, me resultaba bella y enigmática.

—Ven—pidió, abriendo sus brazos.


No puse objeción, ¿cómo hacerlo después de todo?

Me moví hacía él, acomodando mi cabeza sobre su pecho y abrazando su torso desnudo. Él me
rodeó con sus fuertes brazos, dio un beso en la coronilla de mi cabeza y suspiró largo. Su calor
abrazador se sentía bien, era confortante, me tranquilizaba.

— Esta es la segunda vez que te tengo así, Pym.

Indescifrable.

INDESCIFRABLE

*.*.*

El arma en mis manos no era de balas, sino de monedas de metal. Pero tenía una forma más
alargada que la que encontré en la zona X, su delgada forma era el perfecto peligro y la peor
amenaza para terminar con una vida. Tan solo tenerla entre mis dedos, me hacía recordar el
momento exacto en que le disparé a ese experimento monstruoso que se devoraba a Rojo frente a
mis ojos.

Una escena desagradable, todavía recordaba lo desesperada que me sentí, como mi cuerpo
empezó a temblar y a oprimirse. Tuve suerte, sin duda tuve suerte de que, de tres balas, una
terminara con la maldita vida del experimento para salvar a Rojo.

De otra forma, sino hubiese sido por esa pequeña suerte, Rojo estaría muerto.

Mordí mi labio y me dediqué a observar la enorme mesa repleta de armas— como la que tenía en
mis manos— e innumerables balas y monedas bien ordenadas. Aprender a utilizar armas era lo
que Roger, el hombre que estaba a cargo del grupo de sobrevivientes, quería que aprendiéramos
todos. Esa era la única forma de sobrevivir hasta que saliéramos a la superficie.

Solté un largo suspiro. Había una cosa de todo eso que también me preocupaba y eso me hizo
lanzar una mirada a mi alrededor, a todas esas personas sobrevivientes. Estaba casi segura que las
personas del exterior no sabían de la existencia de los experimentos como Rojo, o mucho menos
de que el laboratorio existiera. Casi segura estaba, de que le harían algo a los experimentos
sobrevivientes una vez que lográramos salir a la superficie…

Y eso, estaba apretarme el pecho.

¿Qué iba a ocurrir una vez salido del laboratorio? ¿Qué iban a hacer con los experimentos una vez
que escapáramos si nadie sabía de su existencia? Tenía miedo de que, con tal de ocultar que todo
esto existió y ocurrió, al final terminarían matando a los experimentos, o llevándolos a otro lugar
muy lejos.

No eran experimentos simples, no era la creación de un humano como nosotros. No. La sangre de
Rojo sanaba heridas y quizás hasta enfermedades, sus órganos se reproducían al igual que sus
huesos, ¿quién dejaría libre a una maravilla como él? Nadie, ni aun estando en el mismo infierno,
lo haría.

Estaba claro.

Y si era así, debía idear un plan para escapar con Rojo.

Sonaba demasiado fácil pensarlo, ni siquiera sabía si yo saldría viva del laboratorio. Pero había algo
peor que ese pensamiento y era creer que existía una posibilidad de que el exterior también había
sido invadido por los monstruos.

Sacudí mi cabeza, no quería llenarme de preocupaciones cuando lo primordial era protegerme y


sobrevivir. Después, quizás, pensaría en lo que podría sucedernos en el exterior.

Giré para ver hacía la pared que estaba a unos metros de la mesa de armas; tenía varias manchas
circulares de diferentes colores y con una que otra pequeña grieta. Roger mencionó que esa sería
la pared en la que dispararía, y que enviaría a alguien a que me enseñara. Pero para ser franca,
parecía que a esa persona se le había olvidado porque llevaba mucho tiempo esperando. Si no
llegaba en unos minutos más, sería capaz de disparar por mí misma, entrenarme sola.

Nuevamente lancé una mirada al lugar y me dediqué a ver el cuarto que nos habían dado a él a mí.
Recordé que antes de que Roger me pidiera aprender a disparar, Rossi buscó a Rojo y se lo llevó.
Dijo que le harían unas pruebas para saber si la sustancia que le inyectaron ayer funcionó en él, y
entonces, seguirían con el siguiente paso. La pregunta era saber cuál sería el siguiente paso,
aunque Rossi no quiso decirme.

Lamentablemente, no sabía a qué cuarto se habían llevado a Rojo, pero solo esperaba que no le
estuvieran haciendo daño.

También esperaba que lo que le inyectaron, surtiera efecto en él.

Quería que sanara, que se descontaminara.

Solté, por segunda vez, un largo suspiro, y ya cansada de esperar alcé el arma que mi mano
apretaba en dirección a la pared, tratando de que la boquilla señalara a uno de los círculos
amarillentos. Estaba a punto de disparar...

Cuando desde atrás, unas manos grandes y varoniles tomando la mía, me sorprendieron de la peor
forma. Mi cuerpo intentó escapar del cercano calor inyectándose por mi espalda, pero esos brazos
fuertes que me rodeaban desde los hombros me lo impidieron.

Busqué reparara en el rostro del hombre que apretaba mis manos, y cuando lo hice, casi se me
cayó la boca al suelo. Quedé muy confundida al saber de quién se trataba. ¿Él me enseñaría a
disparar? ¿De todos los que utilizaban un arma, él me enseñaría?

—Te tiembla mucho la mano— comentó. Uno de sus brazos se movió repentinamente del arma.
Mis músculos se tensaron tan sólo sintieron los dedos de su mano rodeando mi otra muñeca, la
cual que se mantenía apretada contra mi estómago, para colocarla en el mango del arma—. Toma
el arma siempre con las dos manos, así mantendrás firme la puntería.

No iba a reclamarle sobre su mentira, sería una pérdida de tiempo hacerlo, no valdría la pena
sabiendo la razón por la que mintió. Además, no quería tener una conversación sobre nosotros,
después de tener sexo con Rojo.

Prefería evadirlo.
Asentí forzadamente, apartando sus manos instantáneamente y moviendo mis hombros en señal
de incomodidad. No lo quería cerca, y no por el hecho de que había mentido a Michelle y Rojo,
sino porque hubo una sensación inquietante en mí que confusamente me hizo reaccionar así, sin
más.

Sí, era confuso reaccionar así con quien se suponía que mantenía una clase de relación amorosa.
Aunque entonces, me negaba a tenerla.

Tal vez estaba haciendo mal en acostarme con Rojo cuando él era mi pareja. Besar a Rojo en lugar
de intentar sabe más sobre Adam, pero, para ser franca, desde el primer momento en que lo vi me
negué a pensar que entre él y yo hubo algo.

Tal vez era mejor no recordarlo porque me arrepentiría de hacerlo, sentía que así sería, porque al
final Rojo estaba conmigo y yo...

Y yo me sentía atraída por él.

Eso era innegable.

—Dispara— pareció una petición por la forma en que su voz se escuchó. Pero era una orden. Y lo
hice, disparé y todo mi cuerpo tembló, incluso retrocedí un paso de la impresión mientas veía
como la moneda que salió del arma, se goleó contra la pared a metros de nosotros, pero muy lejos
de la mancha redondeada color amarillo.

Aunque, no sabía que del arma saldrían monedas, pero era una buena forma de entrenar sin
gastar balas. Las balas eran un recurso muy importante, al igual que las personas que sabían
utilizarlas.

—Vuelve a disparar—le escuché decir junto a mí, pero no estaba viéndome ni mucho mirando el
arma o el lugar a donde señalaba, él veía detrás de su hombro con inquietud.

Respiré hondo, restándole importancia, y subí el arma de nuevo en esa dirección, y disparé. La
moneda no estuvo ni cerca de acercarse al círculo en la pared. Volví a disparar aún si él no me lo
había ordenado, y fallé.
—Evita que te tiemblen las manos—espetó él, poniendo atención en mis brazos.

Roté los ojos y volví apuntar, esta vez a un diferente círculo, pero de mí arma nunca salió una
moneda cuando una tercera presencia se agregó a nuestro lado con una voz masculina y una altura
igual a la de Adam.

— ¿Enseñando otra vez, Adam? — Era un muchacho, tal vez de su edad o menor, con el mismo
tono de cabello, pero de facciones asiáticas y ojos pequeños—. ¿Por qué siempre te toca enseñar a
los nuevos?

Tomó un arma, mucho más grande que la que tenía en mis manos, y empezó a cargarla de balas.

—Es un trabajo algo pesado—repuso Adam, viendo al asiático, como este estiraba una sonrisa en
la que sus dientes blancos resplandecían.

—Pero bien que te gusta—bufó el muchacho soltando una leve carcajada y apartándose de la
mesa de armas—. Como sea, ya estamos preparándonos.

Me pregunté para qué se estaban preparando.

Adam no dijo nada, así que solo asintió y vio como el chico se retiraba de nosotros, trotando de
vuelta a la salida de la base donde había un grupo grande de personas armadas. ¿Iban a salir de
aquí? Parecía que sí, ya que estaba con ellos el mismo chico de lentes que llevaba en sus manos la
pantalla con la que detectaba temperaturas.

—Continua—ordenó él.

Noté enseguida esa extraña tensión en la forma en que miraba a los hombres. No paso mucho
cuando la puerta se corrió frente a sus ojos, y todos ellos salieron del lugar, al exterior, a ese
terrible exterior.
— ¿A dónde irán? — curioseé viendo después como la puerta se cerraba cuando una mujer de
apariencia más avanzada colocó un código en la maquina junto a la puerta, y sr quedó ahí,
haciendo guardia.

— Son los mejores soldados, irán a matar experimentos contaminados— respondió con severidad,
revisando cuidadosamente el resto del lugar—. No hay salida de este lugar, nuestra única
oportunidad es lograr comunicarnos con los del exterior, pero las radios eléctricas no están
funcionando con tan poca electricidad, nuestra única opción es encontrar baterías, y mientras
hacemos eso tenemos que luchar también.

Asentí un poco asustada. Volví a concentrarme en el arma, y disparé una vez más, pero la
desgraciada suerte no ayudo en nada. Era pésima, tal vez por lo incomoda que me estaba sintiendo
con la compañía de Adam, o tal vez porque quería terminar con esto y verificar que no estuvieran
lastimando a Rojo.

—Intenta aproximarte más al blanco—soltó, acomodándose junto a mí, evité darle una mirada y
me concentré en apuntar al círculo amarillo—, no queremos que nadie salga lastimado con la
salida que haremos hoy.

Con la salida que haremos hoy. Sus palabras repitiéndose en mi cabeza me afectaron.

La bala nunca salió del arma porque a causa de sus palabras no pude ni disparar. Giré en brusco,
bajando el arma para verlo.

— ¿Salida? ¿Vamos a salir a matar también? —pregunté con preocupación. Apenas habíamos
llegado, ¿y ya querían que saliéramos a defendernos? Ni siquiera era buena disparando.

Sus orbes marrones repasaron mi rostro, me analizaron sin pestañar antes de asentir e hinchar su
pecho con una respiración profunda.

—A buscar baterías para nuestras radios, así podremos pedir ayuda del exterior—explicó—. Todos
colaboramos de cualquier forma por nuestro bien. Cada minuto que pasamos aquí amenaza con
nuestras vidas, no podemos quedarnos ocultos por mucho tiempo.
—Pero… todavía no sé utilizar bien un arma—expliqué, notando enseguida como apretaba sus
labios y meneaba un poco la cabeza a los lados—. ¿De qué les voy a servir?

¿Cómo iba ayudar si ni siquiera le daba al blanco? No podía aprender en un día a disparar, además,
si iba yo, solo sería de estorbo. No iba a servirles, de eso estaba segura, y no era porque no
quisiera salir, sino porque era la verdad.

Parpadeó, hubo un momento veloz en el que detecté su consternación, pero endureció su ceño,
serio y severo.

—Estas aprendiendo, con esos basta. —hizo una pausa para suspirar y llevar sus manos a su
cadera cubierta por un cinturón cargado armas—. No solo vamos a defendernos, en nuestro grupo
nuestro principal objetivo es encontrar más personas y armamentos. Rojo 09 también vendrá.

— ¿Para qué?

— ¿Para qué crees? — soltó, arqueando una ceja—. Ahora tenemos un enfermero termodinámico,
tenemos más posibilidad de sobrevivir.

Lo sabía. ¡Lo sabía! Sabía que utilizarían a Rojo. Ya sea para ver las temperaturas o curar heridas,
o... ¿lo pondrían a matar monstruos por ellos? Serían unos infelices si lo obligaban a poner su vida
en riesgo por ellos después de todo lo que le habían hecho.

Ya no dije nada más y al parecer se dio cuenta de mi molestia cuando le di la espalda y levanté el
arma para disparar.

Lo hice, y la moneda platinada golpeó muy cerca del círculo al que apunté en la pared. Bien, ahora
solo tenía que lograr mantenerlo ahí. Si mejoraba, no solo serviría para sobrevivir, sino protegernos
a Rojo y a mí.

No dejaría que lo lastimaran, mucho menos que lo trataran como un objeto, como un escudo. Que
lo utilizaran como un arma, despreciando su vida. Si hacían eso, yo sería capaz de dispararles.
—Lo siento, Pym.

Sus palabras hicieron que titubeara con el próximo disparo, disparo que nunca salió cuando exhaló
las siguientes palabras:

—Cometí un error al alterarme de esa forma contigo.

Bajé el arma y entorné una mirada hacía su rostro, sus orbes marrones se conectaron con los míos
y quedé tan quieta como pude y en silencio viendo el reflejo sincero de sus palabras en el brillo de
sus ojos. No esperaba una disculpa, ni siquiera quería que se disculpara, pero que lo hiciera me
dejó en shock.

—Pero hay algo que no logro entender y necesito saberlo—Dio un paso hacia mí, su gesto se volvió
más serio, y esa mirada que alguna vez mostró sinceridad, con un parpadeo se volvió severa.

— ¿Qué no logras entender? —la pregunta salió de mis labios severamente. Él estaba aceptando
su actuación ridícula, pero al parecer seguía sin creerme.

—Antes necesito que sigas disparando y mientras hablo no voltees a verme —pidió. No pude evitar
ladear el rostro y preguntarme por qué quería que hiciera eso—. Es un tema serio y nadie puede
sospechar que hablamos de esto, por eso te pido que hagas como que te ordeno disparar.
Voltéate.

Con una mueca en mi rostro, miré detrás de su hombro, no quedaban muchas personas después
del grupo armado que salió de aquí, pero las que quedaban, se hallaban en la barra donde estaban
los alimentos, guardando en sus mochilas bebidas y frituras, y otros pocos doblando unas extrañas
cortinas de parecían ser de aluminio por el color platinado y la forma en que este con el
movimiento resplandecía al reflejo de la luz.

Ni uno solo de ellos estaba mirando en nuestra dirección, no creía que sospecharían de qué
hablábamos de un tema supuestamente serio.

—Voltéate, sospecharan más si sigues mirándolos— espetó—. Aun a estas alturas no sabemos
quién demonios soltó el parasito, podría estar aquí ahora mismo.
Me giré, obedeciéndolo, tomando el arma con mis dos manos y alcánzalo en dirección a la pared,
pero sin disparar.

—Primero que nada, hablemos del golpe en tu cabeza—replicó, una de sus manos se deslizo
encima de la mía que apretaba el mango el arma—. Me pregunto si realmente te golpeaste o sí...—
dejó un suspenso que me mantuvo intrigada—, alguien intentó matarte. Si llegas a recordar algo,
Pym, lo que sea, no se lo confíes a nadie más que a mí.

Quedé en blanco, mi cuerpo estremecido y mis manos a punto de dejar caer el arma, pero sus
dedos sobre los míos me hicieron apretar el gatillo para disparar. El sonido hueco rebotó en mi
cabeza a la misma ver que todas sus palabras.

Él estaba insinuando que alguien me golpeó en la cabeza, no accidentalmente sino adrede.


También me había preguntado cómo fue que me golpeé, imaginé tantas razones posibles, cómo
con qué objeto pude golpearme la nuca. Tal vez me golpeé con el escritorio, la silla o el panel, pero
lo único peligroso y picudo era el escritorio, eso fue lo que pensé. Sin embargo, no tenía
congruencia que me hubiera golpeando con él por la manera en que desperté: debajo del
escritorio.

Despertaría junto al escritorio de ser así, pero no debajo de él. ¿Y si realmente alguien me había
golpeado? ¿Por qué razón?

— ¿Por qué debería confiar en ti? —cuestioné con asperidad, saliendo del caos en mi cabeza.

—Porque además de ti, el resto de nuestros compañeros que enviamos a la zona roja no volvieron
con nosotros, y cuando fuimos a buscarlos estaban muertos, habían recibido una bala en el cráneo
y pecho, no en otra parte del cuerpo—contestó, quise voltear, pero nuevamente su agarre me lo
impidió—. Alguien nos traicionó, se llevó los ADN de todos los experimentos, y creo, que tú tienes
que ver con ello.

¿Acaso estaba culpándome?


— ¿Qué tengo que ver con eso? —repetí sus palabras en un tono engrosado, sintiéndome
repentinamente molesta, muy molesta. Rompí su agarré para voltear y encararlo: —. ¿Crees que
soy la culpable?

—No Pym, estoy diciendo que tú viste al culpable—aclaró, dando un paso más para que toda su
enorme sombra terminara por cubrir mi cuerpo. Me tomó de los hombros y apretándolo hizo que
mi cuerpo volviera en dirección a la pared: —. Y si lo viste, te convierte en un blanco fácil. Pensarán
que eres culpable no inocente, y querrán matarte si dices algo de lo que te pasó en ese lugar. Así
que es mejor permanecer en silencio, no mencionar que estuviste en el área roja.

Sus palabras rebotaban en mis oídos, no estaba poniéndole atención, ni siquiera estaba mirándolo,
estaba sumida en mis pensamientos, perturbada. ¿Sería acaso esa la razón de mi pérdida de
memoria? Sus dedos hicieron que el mío volviera a presionar el gatillo, dos veces disparé, dos
veces las monedas golpearon esta vez el centro de uno de los círculos de la pared.

—Si te preguntan cómo encontraste a ese experimento enfermero, diles que fue en los túneles,
habla con 09 y dile que responda lo mismo porque estoy seguro que el responsable de esto le
preguntaran tarde o temprano para culparlos—lo último lo susurró, otro disparó y sentí más cerca
su respiración de mi oído, me estremecí—. Sé por qué fuiste al área roja, por eso estoy seguro que
eres inocente.

Mis labios temblaron, mi lengua sintió el sabor amargo cuando una pregunta se formuló en mi
cabeza:

— ¿A qué fui?

Su mano dejó las mías al instante, incluso, su rostro se alejó de mi hombro. Cuando giré en busca
de su mirada, en busca de una respuesta, él retiró su rostro de mi vista, cabizbajo y torcido un poco
a la izquierda, sombreando su mirada. Apretó sus puños, su pecho se desinfló en una exhalación
entrecortada, y cerró sus labios con fuerza, manteniéndose en silenció, evadiendo mi mirada.

— ¡Adam, ya estamos listos!

El grito femenino que pronto apretujó todo mi cuerpo con desagrado, nos sobresaltó. Adam se
incorporó y volteó su cuerpo al instante, en dirección a la persona que le llamaba. Cuando se alejó
un poco de mí, pude ver a esa mujer rubia con su elegante postura a metros de nosotros junto a un
cuerpo que le acompañaba, uno que llevaba su imponente altura y su mirada endemoniadamente
peligrosa. Era Rojo, observándonos con una perturbadora profundidad que mi cuerpo se sintió
penetrado.

— ¿Tenías que gritar? —Adam escupió la pregunta. Ella estiró una sonrisa maliciosa y se cruzó de
brazos.

—Te llamé dos veces y no reaccionaste, gritar parecía la única forma y lo fue—exclamó—.
¿Tomamos las armas?

Adam negó con la cabeza, e irritado se volvió a mí y me tomó un arma de verdad para empezar a
cargarla con balas.

— ¡Tómenlas! —gritó con molestia. Enseguida, algunos del grupo se acercaron a nosotros, también
lo hacía la mujer rubia, con una sonrisa de oreja a oreja que apretó cuando se acomodó justo al
lado de Adam.

— ¿Ya sabes utilizarla? —preguntó ella, mirándome con seriedad—. Espero que hayas hecho bien
ese trabajo.

Pestañeé, instantáneamente supe a lo que se refería y no pude evitar hacer una mueca con mis
labios.

—Cierra la boca y comienza a cargar las armas Michelle— La empujó apartándola de su lado
cuando ella soltó una corta risa. Y tras tomar un cinturón donde se colocaban las armas y caja de
cartuchos, Adam caminó hacia mí—. Póntelo.

Tomé el cinturón y lo rodeé en mi cadera, y mientras acomodaba el arma y los cartuchos, envié la
mirada a Rojo, ya no estaba mirándonos, su atención estaba en Rossi que... le estaba dando un
arma también. ¿Por qué le dio un arma? Rojo no sabía cómo utilizarla, ¿o sí? Decidí encaminarme
hacía él, y tan solo me interceptó él también lo hizo, firme y con una mirada seria.

En tanto terminaba con la poca separación, no dudé en revisar su cuerpo entero, buscando alguna
herida, algún enrojecimiento algo que me dijera que lo habían lastimado. Los últimos pasos, me
dejaron a pocos centímetros de él, subí mucho el rostro de su pecho desnudo a esos bellos orbes
carmín que resaltaban diabólicamente de sus escleróticas negras, y lo analicé.

— ¿Te hicieron algo? —pregunté, dejando que mi voz demostrara mi preocupación. Rojo me vio un
momento sin responder. Inesperadamente una de sus manos tomó parte de mi rostro para
acariciar con su pulgar mi mejilla.

Me estremecí y, nerviosamente vi a los alrededores, percatándome de que algunas personas,


incluyendo por un instante a Rossi, nos estaban mirándonos, y no sabría explica el rostro que
llevaban, pero parecían un poco sorprendida. Por un momento, quise apartar su mano, pero me
contuve.

—No—Me relajó su respuesta, aunque tenía curiosidad, quería saber si la inyección había surtido
efecto en él. Quería saber si el parasito en su cuerpo estaba muriendo—. ¿Te hizo algo?

Sabía a quién se refería. Adam me dijo muchas cosas y quería contárselas a él, pero tal vez en un
lugar más privado le contaría.

—Solo me enseñó a disparar—comenté, encogiéndome de hombros y viendo hacía el arma en su


otra mano—. ¿Tú sabes disparar?

—Todo listo, salgamos—ordenó Adam detrás de nosotros, eso hizo que girara y lo viera. A pasos
grandes, él se acercaba al grupo frente a la puerta, seguramente la abriría. Ya era hora, saldríamos
nuevamente al exterior donde todos esos experimentos carnívoros buscaban carne fresca.

No quería salir, era aterrador solo pensar que volveríamos a los túneles... Pero Adam tenía razón.
No había salida, y si pasábamos el tiempo ocultándonos cada vez más tendríamos menos
posibilidad de sobrevivir. Esos monstruos se multiplicarían y no dudaba que llegaría el día en el que
tratarían de atacar el lugar donde nos encontrábamos. Lo mejor era luchar con lo que teníamos.
Matar, matar y volver a matar.

Cuando volví la mirada al rostro de Rojo, la forma en que me miró eliminó toda tranquilidad en mi
cuerpo. La seriedad en su gesto se había vuelto más pesada, y sus orbes oscurecidos como los de
un depredador, me observaban.
—Sí—respondió, pero cuando lo hizo se volteó, me dio la espalda y se apartó de mí dejándome
muy confundida. ¿A dónde iba? Le seguí con la mirada, como se acercaba a la puerta que se había
ocurrido a uno de los costados de la pared, y salía fuera de mi alcance, sin voltear a mirarme.

Solo saber la forma en que actuó, en que me vio, en que espetó, me hizo darme cuenta de que
estaba celoso. Rojo estaba celoso.

(...)

Rojo.

Lo mantenían todo tiempo en frente con sus enrojecidos parpados cerrados, revisando en
diferentes lados del túnel mientras sus pasos lo alejaban de nosotros. Todos esperábamos su señal
para empezar a recorrer el resto del túnel, íbamos armados y en silencio, cargando cada uno una
mochila equipada con suficiente comida o armamento como si fuéramos a tardarnos días en volver
a la base, lo cual me preocupaba que fuera cierto.

Rojo alzó el brazo a varios metros de nuestro alcance, lo movió solo un poco y sin detenerse siguió
caminando. Comenzamos a seguirle, y apresuré mis pasos, tratando de pasar al resto del grupo
con la intención de llegar a él, a su lado…

Pero una mano me detuvo por detrás.

—No rompas la fila, Pym—Era la voz de Rossi, baja y lenta que me atrajo de regreso—. Debemos
mantener la posición que se nos dio, el orden y tranquilidad son la base de nuestra sobrevivencia.
El miedo y el desorden no.

Mi pecho se oprimió y el ardor en mi estómago me hizo endurecer los labios, fue inexplicable
saber cómo me sentí molesta porque no podía acercarme a Rojo, o preocupada porque cada vez
más estaba lejos de nosotros, y a duras penas tuve que quedarme junto a ella y los que cuidaban
nuestras espaldas.

—Se está alejando mucho—murmuré, apretando el arma en mis manos, sin quitarle la mirada a la
ancha espalda desnuda de Rojo.
—A menos que encuentre temperaturas se acercará y dará una señal—susurró sin dejar de ver
adelante—. Y a menos que necesite de ti, te acercaras a él, por ahora toda su tensión está en
números verdes, no hay síntomas y no los habrá hasta dos días.

¿A menos que me necesite? ¿Qué necesite que le baje la presión? Sentía que se estaba refiriendo
a mí como una clase de medicamento para Rojo. De ninguna manera me gustaba sentirme así.

— ¿Crees que nos rescataran?

—Nos habrían rescatado hace mucho Pym—sus palabras tenían mucha verdad—. Eso quiere decir
que nadie ha podido comunicarse con el exterior, las baterías para las radios son nuestra única
opción ya que no hay una puta salida de este lugar.

— ¿Saben dónde encontrarlas? —pregunté otra vez.

—Por lo general no se usan baterías en el laboratorio, todo es eléctrico y solar aquí. Sin embargo,
se guardan baterías en los almacenes de equipo, o también hay baterías en los almacenes de los
bunkers. Si tenemos suerte, quizás encontremos baterías en algún otro lugar cercano.

— ¿Cuánto tiempo nos tomaría llegar a ellos? —quise saber, dándole una mirada a Rojo.

—No lo sé Pym, siempre que salimos nuestras vidas peligran. Esos monstruos siempre están
atacando y siempre terminamos ocultándonos o volviendo a la base con muy pocos recursos—
respondió con cautela, pasando de ver enfrente a ver la hora en el reloj de su muñeca—. Nos toma
al menos un día llegar a un área y otro día entero volver a la base. Seguiremos con vida siempre y
cuando guardemos las posiciones y nos mantengamos callados.

Hundí el entrecejo y vi como ella ignorando mi mirada se concentraba en el camino de enfrente.


Seguí con esa misma posición, callada y caminando en silencio, manteniendo en todo momento la
mirada en Rojo.
Él también estaba concentrado en lo que hacía, rastreando temperaturas. No nos alertó ni aun
saliendo del túnel y subiendo unos pocos escalones que nos llevaban a un corredizo en penumbras
con paredes agujeradas y lleno de escombros. El panorama no era nada agradable, y no solo
mencionando que ahora nos habíamos dispersados, para que uno por uno subiera sigilosamente la
montaña de rocas y arena que provenían de un techo completamente destruido y que estropeaban
nuestro camino.

Rojo cruzó con una agilidad increíble, en que las piedras no se movieron ni sus pisadas provocaron
ruido, en cambio con nosotros, uno que otro pedazo de roca grisácea resbalaba, Rossi estuvo a
punto de caerse, pero alguien la tomó del brazo y la ayudó a bajar cuidadosamente.

Al cruzar todos, pasamos de corredizo en corredizo donde las farolas de luz funcionaban.
Andábamos sin revisar las habitaciones que se hallaban a nuestros lados, supuse que al no
ponerles atención, ya antes las habían revisado. Debía ser así, ya que gran parte de las puertas de
esos salones, estaba abiertas y vacías.

No supe por cuanto tiempo seguimos caminando, o en cuantas horas llegamos a estar en un área
de transporte a llegar a un nuevo túnel, lo único que tenía en mente era el diabólico parecido que
tenía un pasadizo con otro. Por momentos pensé que estábamos recorriendo el mismo camino que
Rojo y yo tomamos antes de encontrarlos, este lugar era confuso, era un laberinto, ¿cómo estaba
seguros de que no regresábamos a la base?

De pronto, algo nos recorrió la espinilla dorsal y nos dejó completamente inquietos.

Rojo se había detenido, su rostro se torció de una forma tan brusca hacia el túnel a su izquierda,
que perturbó al grupo y los dejó inmóviles. Por otro lado, estaba acostumbrada a que girara de esa
rotunda forma su cabeza, pero también estaba perturbada porque cuando él hacía esos
movimientos solo significaban algo.

Peligro.

Experimentos cercas.

Y retrocediendo dos pasos se giró, y abriendo sus parpados clavó su mirada oscurecida en Adam, él
ya se estaba acercando a Rojo con una rapidez desconcertante.
—Ven nuestras temperaturas, se aproximan a nosotros—su espesa voz, en tanto silencio a pesar
de ser baja, fue lo suficientemente clara para ser escuchada.

— ¿Cuántos son?

—Cinco—volvió a espetar como respuesta a Adam. Aunque nadie dijo nada, podía ver la tensión
en sus cuerpos, incluso sentir lo rígido que se había puesto el mío, recordando aquella vez en que
Rojo y yo nos encerramos en un almacén para ocultarnos de cinco experimentos.

—Maldición, siempre han estado en grupo grandes, casi nunca van solos…—susurró Rossi,
viéndome de reojo —. Significa que no vamos a luchar, morirán muchos si lo hacemos.

Entonces Adam se giró, nos vio por encima y se apresuró a señalar que volviéramos al camino que
habíamos dejado atrás. Lo hicimos, nos movimos apresuradamente, mirando detrás de nosotros,
mirando a todas partes hasta llegar al área de transporte. Adam se apresuró a pasarnos de largo
para correr hacía la única puerta del lugar, esa que tenía una ventanilla y se encontraba junto al
enorme mapa del lugar.

—Todos adentro y cúbranse con sus mantos— indicó, abriendo la puerta y esperando a que
obedeciéramos, lo cual no tardó en suceder.

Rossi me empujó para que reaccionara, y lo hice enseguida, apresurando lo más silenciosa posible
mis pasos para entrar a ese pequeño cuarto de limpieza donde todos se colocaron en rodillas, yo
hice lo mismo sin saber que estaban haciendo. Algunos se habían quitado la mochila, rebuscando
en su interior y sacando mantas que parecían hechas de aluminio o algo parecido. Las desdoblaron
y tan pronto como Adam cerró la puerta, varios de ellos, en pequeños grupitos de dos, empezaron
a cubrir sus cuerpos con las mantas delgadas.

Entonces lo entendí, esas cosas cubrían la temperatura, ¿cierto? Y yo tenía una en mi mochila,
podía sacarla y cubrirnos a Rojo y a mí. Estaba a punto de hacerlo, incluso ya había descolgado mi
mochila y bajado el cierre cuando... El almacén se oscureció, y todo a causa de que Adam había
apagado la luz, pero a causa de la ventanilla en la puerta, todavía podía mirar las sombras moverse
dentro del almacén. Sombras que no reconocía.
Busqué a Rojo una vez sacado el manto, sin embargo, alguien más se había adelantado. Una mano
se había empuñado alrededor de mi brazo, ligeramente.

—Vamos Pym — Era Adam y estaba segura que lo que sintió en ese instante mi cabeza era la tela
del manto, cubriéndome—, híncate.

Estaba a punto de hacerlo, aceptando que era demasiado tarde para lo que quería hacer, que era
proteger a Rojo cubriéndolo con lo que mis manos apretaban, pero lo que pasó a continuación me
dejó desorientada, perdida. Muy pérdida.

No supe en que instante aquel manto se retiró de encima de mí y esas manos calientes me
tomaron por detrás, tiraron tan fuerte de mí que me tropecé, pero mi trasero nunca tocó el suelo
sino el regazo de alguien ¿y quién era? No lo sabía, había ocurrido tan rápido que ni siquiera me di
cuenta de en qué momento nos había cubierto con el manto, y esos brazos habían rodeado mi
cintura. Pero estaba segura de algo, que no era Adam, no, él no era.

—Agachados, no hagan ruido y no se muevan—susurró alguien con fuerza en alguna parte del
almacén.

Estaría saliendo del agarre de esa persona, sino fuera por esos labios rozando la parte trasera de
mi cuello, casi como una caricia, y cuando se abrieron, el aliento cálido que salió contra mi sensible
piel, me erizó el cabello de mi nuca. Mi cuerpo se estremeció, y asustada e incómoda, decidí
removerme con cuidado para apartarme de la persona, cosa que no logré hacer cuando volvió a
apretarme con un solo brazo para mantenerme pegada a su torso... desnudo.

Oh Dios, era...

—Soy yo...—susurró contra mi oído. El corazón se me saltó del pecho y volvió con una fuerte
combinación de adrenalina y nerviosismo, por primera vez, robándome la respiración —. Tranquila,
Pym—su gruñido bajo hizo que mis huesos respingaran y volvieran suavemente a su lugar,
volviéndome a estremecer.

Apenas iba a pensar en su palabra cuando sus dedos, tomaron mi mentón, y cuando menos me di
cuenta ya había torcido mi rostro hacía un lado, muy cerca de él suyo, para poseer mi boca y
profanar su interior con su larga y hambrienta lengua.
Reprimí un gemido de sorpresa, y otro más que agradecí que no sonará fuera de nuestras bocas
cuando algo duro se empujó contra mi trasero. Abrí con escandalo los ojos, pestañando en todas
direcciones de la oscuridad que nos rodeaba.

Dios. Santo. Jesús.

En una situación tan peligrosa, ¿se ponía a besarme de forma intensa? Y no era eso lo que me
molestaba, más que molestarme me sorprendía que a pesar de lo mucho que peligrara nuestras
vidas se tomara un momento para besarme apasionadamente y sentirse, todavía, excitado cuando
había experimentos buscándonos para devorarnos fuera del almacén. Rojo era indescifrable, nunca
sabías que haría después.

Y lo que más odiaba era la poca fuerza que no ponía contra sus acciones, odiaba incluso que mi
cuerpo correspondiera a su tacto con fuertes estremecimientos y ahogados jadeos que su lengua
saboreaba con locura.

Y rompió el beso, escuchando, tal vez, aquella suplica que apenas gritaba mi interior para que se
detuviera. Pero sus labios seguían rozando mi boca, y su aliento humedeciéndome, con una
delicadeza que por ese momento sentí que estábamos fuera de peligro.

—Si algo sale mal, solo te protegeré a ti.

El monstruo del cementerio.

EL MONSTRUO DEL CEMENTERIO

*.*.*

Estaba tan silencioso que aterraba, tan oscuro que se sentía una pesadilla. No había nada más
horroroso que no escuchar a los experimentos y no ver un rastro de luz al rededor. Y estaría
temblando de pavor y removiéndome de un lado en busca de un panorama más claro si no fuera
porque los brazos protectores de Rojo me sostenían. Él me afirmaba a su pecho, a ese calor que
bastaba para sentir seguridad.
Comencé a cuestionarme si realmente estaban ahí, o sí a causa de la manta térmica habían
tomado otro rumbo. Quizás lo habían hecho, después de todo, esas cosas miraron nuestras
temperaturas y fue a causa de ello que nos buscaron. Y a causa de que no vieron más
temperaturas, se marcharon.

Ojalá fuera cierto eso último. Pero Rojo no daba señal, y si él no la daba... Si él no se levantaba y
abría esa puerta, quería decir que esas criaturas seguían cerca. Buscándonos. Estaría
preguntándole lo más bajo posible, pero mi boca estaba completamente sellada, dispuesta a
esperar más tiempo, porque tal vez, si soltaba un poco de mi voz, por más bajo que fuera el
volumen, ellos escucharían.

Esperar era lo mejor. La pregunta era saber por cuánto tiempo esperaríamos aquí. Lo que menos
quería era que nos tomara el mismo tiempo que pasamos Rojo y yo atrapados en el almacén junto
a la zona x, porque estaba segura que no aguantaríamos tanto tiempo, siendo más un lugar
pequeño y sabiendo que después de tanto caminar, la mayoría tendría hambre y sed.

La exhalación silenciosa de Rojo, cosquillando la piel de mi cuello, fue suficiente para encogerme
en sus brazos y sacudir levemente mis huesos. Salí de mis pensamientos para concentrarme en la
forma en que sus piernas empezaron a abrirse para dejar mi trasero cuidadosamente en el suelo, y
acomodarse silenciosamente a cada lado de mi cuerpo. En ese instante mi cuerpo se estremeció y
todo el pelo de mi cuerpo se puso de punta al escuchar ese alargado e interminable sonido
rasgado como si algo estuviera arrastrándose por la pared, algo metálico...

Un momento. Ese sonido antes lo había escuchado, si mal no recuerdo fue en la primera dala de
entrenamiento, en la plaza de las cabezas donde encontré mi gafete.

Sí, estaba segura que era el mismo sonido, cada fibra de mi cuerpo lo reconocía, ¿Rojo también?

Me estremecí, el sonido cada vez era más fuerte, más... aterrador. Pero se sentía también extraño,
como si fuera un sonido hecho a propósito para aterrarnos, ¿por un experimento? Eso quería decir
que ya sabía que estábamos aquí, ¿no es verdad?

Su abrazo se apretó, y la forma en que su propio cuerpo empezó a temblar como si tuviera miedo,
me inquietó.
Mi corazón saltó en brusco y sentí que moriría cuando el sonido rasgó nuestra puerta, aquella que
nos apartaba de esos monstruos. Sentí volverme un pequeño e insignificante bicho en sus brazos
cuando el metal y aquello que parecían garras, hicieron un contacto más profundo, incrementando
el sonido, estremeciendo no solo nuestros cuerpos sino cada órgano de nuestro interior.

Solo escuchar cómo gruñidos de diferentes bestias se levantaban del otro lado de la puerta me
hizo pensar que era demasiado tarde.

Ya nos habían encontrado, ¿cierto?

Deseaba que ese pensamiento fuera un error, que los monstruos solo estaban peleándose entre
ellos y que se irían pronto del túnel.

Un beso en mi hombro y las piernas de Rojo cerrándose alrededor de mi cuerpo me hicieron soltar
todo el aire que había retenido en mi pecho. Tan solo lo hice, aquellos gruñidos que por el
momento nos atormentaron como nunca, cada vez más fue disminuyendo, dejándonos debajo de
la sensación escalofriante que segundos atrás había dejado en nosotros.

Los monstruos se estaban alejando de nosotros.

(...)

Solo hasta que Rojo abandonó mi cuerpo y se levantó un largo tiempo después, todos los demás lo
hicieron. Adam encendió la luz mientras que Rojo abría la puerta y se apresuraba con esa firmeza a
salir para revisar el perímetro.

— ¿Cuánto tiempo perdimos? — preguntó él en dirección al exterior de la puerta, parecía molesto.

—Cuatro horas y media— refutó Rossi a mi lado, levantándose del suelo luego de guardar su
manta. Su cara estaba ceñida de preocupación, sabía que tenía que ver con el sonido de horas
atrás—. Adam...
—Ya lo sé — gruñó. Su puño golpeó la pared y acomodándose bajo el umbral, nos vio con esa
misma molestia—. Cuiden sus espaldas, ¿entendieron?

Miró hacia el grupo, y luego, su mirada se detuvo en mí, pareció querer decir algo más pero sus
puños se apretaron con fuerza y giró saliendo del almacén, con Michelle correteándole los talones.

—Andando chicos— apuró Rossi.

El grupo tenía sus rostros pálidos mientras guardaban sus mantas al igual que yo. Sus manos
inquietas y el temblor en sus piernas, todo eso era inseguridad. Ellos tampoco querían estar fuera
de la base, pero eran órdenes para buscarlas baterías que necesitábamos para comunicarnos con
el exterior.


‌‌‍Mordí mi labio y me levanté, colgado la mochila enorme sobre mi espalda. Cuando salí y me formé,
Adam no tardó en repetirnos lo mismo del almacén, y pronto, darnos la señal de caminar, en
dirección opuesta por la que el experimento había andado.

Durante el camino en silencio, todos estuvimos revisando cada segundo detrás de nosotros, con
ese perturbador silencio y el goteo de algún tubo de agua roto, era imposible no voltear y mirar el
resto del túnel.

Y era imposible no hacerlo y seguir haciéndolo, porque se sentía esa aterradora sensación
depredadora observándonos en alguna parte muy lejana del lugar. Tal vez era nuestra aterradora
imaginación haciendo de las suyas, pero Rojo tampoco dejaba de enviar miradas en mi dirección.

Lo que únicamente quiere decir que...

En cualquier momento algo muy malo iba a ocurrir si no nos apresurábamos a llegar a un lugar
donde estuviéramos a salvo.

Llegamos frente a una nueva escalerilla de cinco tablones de roca que llevaban a un piso más
arriba, más alumbrado que el túnel, y sentí un alivio de que por fin saldríamos de la penumbra.
Subimos los escalones rápidamente, con Rojo como la cabeza del grupo, él estaba por delante de
nosotros a varios metros, eso era lo que no me gustaba de la orden que Adam le había dado al
principio. Más que ponerlo a detectar temperaturas a más de diez metros de nosotros, era como
ponerlo como carnada.

Estudié la estructura del pasadizo, y esos grandes ventanales con sus cristales rotos que pronto que
se dejaron ver, mostrando también su interior. Les eché una profunda mirada a las primeras
habitaciones. Aunque algunas estaban aún ordenadas, las otras tenían estanterías que se
expandían por los suelos, al igual que todos esos frascos y fetos. Mi estómago se volcó y las
náuseas que sentí me hicieron tragar con fuerza.

Era horrible, no pude seguir viendo, aunque las imágenes ya habían quedado atascadas en mi
mente.

Antes eran fetos, ahora muchas de sus pequeñas partes habían sido devoradas, la mayoría de sus
restos solo eran cabezas mojadas o aplastadas por las estanterías.

Este lugar, sin duda era igual al de la zona X, esa que también llevó a un laboratorio. Podía decir
que ese pasadizo llevaba al mismo laboratorio, pero era diferente. Sí, al final del pasillo lo que
encontramos fue diferente.

A pesar de que tenía el mismo título sobre su umbral, y de que también terminaba siendo un
laboratorio, su interior era otra cosa.

—Llegamos a la zona X del área naranja— musitó Rossi. Solo escuchar la última palabra, me hizo
recordar al mensaje en la computadora del área roja—. La zona que creó a los soldados de sangre
ácida.

Hundí el entrecejo.

— ¿Soldados de sangre ácida? —pregunté, ella asintió mientras nos adentrábamos


cuidadosamente al lugar cuyas puertas habían sido arrancadas y posicionadas en el suelo.
—Literal, su sangre es ácida y muy caliente, si tienes contacto con ella podrías crearte quemaduras
de tercer grado— Sus palabras me sorprendieron—. Los experimentos naranjas son los únicos
experimentos que no se contaminaron aun estando en sus incubadoras. Sin embargo, cuando
llegamos aquí, todas las incubadoras estaban vacías y rotas. Alguien los liberó, o ellos lo hicieron
por sí mismos.

Giré a mirarla con desasosiego, su respuesta me había creado más dudas, sobre todo respecto a
ella y lo que conocía de este lugar.

—Shhh— la voz del pelirrojo frente a ella, nos calló. Dio una mirada de rabillo a nuestros cuerpos,
dejándonos apreciar la mezcla de color verde y marrón de sus orbes, y también, apreciar esas
pobladas cejas hundidas con disgusto—. Silencio— espetó, girándose de nuevo.

—Después te explicó todo sobre los experimentos— Le escuche decir, tomando con más fuerza su
arma y enviando la mirada a otro sendero del laboratorio.

Cuanto deseaba que me explicara de una vez.

Encogí de hombros, ahora tenía que tragarme las dudas y esperar a que, después de esto,
siguiéramos con vida. Observe lo de adelante, dándole una vista rápida al enorme lugar repleto de
barras con material de laboratorio, acomodados en uno de los lados, un par de estanterías
quebradas por el suelo y unas peceras cuadrangulares completamente vacías.

Lo que más me llamó la atención, y me intrigó fue esa extraña máquina redondeada de metal en el
centro del laboratorio que contenía en su interior una extraña y pequeña cama larga para una
persona, a su alrededor había más aparatos unidos uno contra otro con un montón de botones,
pantallas pequeñísimas, y palancas largas.

Me pregunté para que la utilizaban, pero estaba más que claro que la camilla dentro de esa
máquina gorda, era para experimentos.

Empezamos a salir del laboratorio, y de solo miré hacia adelante, a la mitad del pasillo que se
extendía frente a nosotros y a nuestra derecha, quedé en shock, al igual que el resto del grupo.
Dos de los pasillos estaban derrumbados, un montón de piedra y tierra construyeron un muro que
nos impedía atravesar el otro lado de ellos. Pero, ¿cómo se derrumbaron? Los dos derrumbados,
eso era... era extraño.
Todos retuvimos el aliento. Todos menos Rojo quien, había sido el primero en darse cuenta de que
el tercer pasillo que se encontraba a nuestra izquierda era el único, cuestionable, camino libre.

— ¿Qué significa esto? —la voz temblorosa de una chica pelinegra de la primera fila, se escuchó
fuerte—Nos están dejando atrapados, ¿no es así? Eso monstruos nos quieren...

—Guarda silencio, Nany—acalló Michelle—. Estamos en territorio peligroso.

—Siempre ha sido peligroso— exclamó ella, alterada y elevando sus brazos como un acto
desesperado—. Debemos volver.

—No podemos, no si al menos encontrar las baterías y más armamento, ya no podemos esperar
más tiempo— la voz endurecida de Adam hizo que todos lo miráramos. Él se alejó de su lugar,
encaminándose al pasillo a nuestra izquierda, justo donde Rojo a pasos leves se apartaba mientras
revisaba—. Experimento 09, ¿qué miras en ese pasillo?

La atención estaba sobre esa ancha espalda a la que se le marcaban sus omóplatos en la camisa.
Estábamos inquietos, nerviosos, asustados, esperando a que él hablara.

—Está libre.

Hubo algo en su voz que no me gusto, pero que nadie se percató de ello. Entonces, Adam resopló y
se volteó hacía nosotros, sacando esta vez de uno de los bolsillos un mapa. Era un mapa del lugar
subterráneo.

—El pasillo izquierdo lleva a las habitaciones O, y luego al comedor, tendremos que ir ahí—anunció
en voz baja, y estaba a punto de moverse hacia la izquierda cuando una voz lo detuvo.

Al comedor, ¿no era ahí donde Rossi me dijo que estaban los elevadores que llevaban a la salida?
Pero que habían colapsado, ¿por qué razón colapsaron en primer lugar?
— ¿Al comedor? —La pregunta provino del mismo pelirrojo que se encontraba formado frente a
Rossi—. ¿Quieres llevarnos a ese cementerio otra vez?

¿Cementerio?

—El lugar está destruido e infestado, Adam—mencionó Michelle, su larga arma se acomodó por
encima de su hombro— Es muy brutal para nosotros que nos pongas a buscar bater...

—No están en posición, ¡a moverse ya, rápido! —chitó, y sin vernos más se alejó a pasos grandes.
Nadie dijo nada más, y todos comenzaron a seguirlo con pasos apresurados, temiendo quedarse
lejos.

— ¿Qué hay ahí? —me animé a preguntar lo más bajo posible. Rossi me vio de rabillo y negó,
mirando hacía el suelo con un gesto lleno de imponencia.

—Nuestros compañeros, desmembrados.

(...)

Tras montones de bloques de habitaciones y girando a un siguiente pasillo, todo el panorama


cambió, lo que encontramos en la lejanía, fue realmente desconcertante. El pasillo de adelante
estaba en penumbras, y por poco totalmente destruido, su techo cuarteado, tubos colgando de él,
pareces agujeradas y escombros acumulados en montañas frente a nosotros. Del otro lado de esos
escombros, había un umbral de enorme en anchura, con un par de marcos de puerta de madera
llenas de grietas y pequeños agujeros como si balas hubiesen cruzado el material, ambas se
mantenían cerradas.

Nuestros pasos se volvieron lentos cuando solo faltaban un par de metros para pasar la última
montaña de rocas, cuando Rojo torció su rostro y nos vio desde su hombro. Adam hizo una señal, y
me impresionó de la peor forma ver como Rojo obedecía y se adentraba, abriendo un poco la
puerta para revisar. Tan solo lo hizo retrocedió y miró la perilla que su mano sostenía con fuerza.

—No detecto temperaturas altas, todas son frías—soltó. ¿Con frías se refería a cuerpos sin vida?
—. Pero no puedo asegurar si debajo de todas esas temperaturas alguna se esconde de nosotros.
Abrí mis ojos en grande mirando hacía el resto del grupo que se compartía una mirada con
preocupación.

—Adam, es peligroso—comentó Rossi desde mi lado. Su voz se alargó por el resto del pasillo, y eso
me hizo girar para ver el pasillo que dejamos atrás, y a esos hombres cura altura era igual a la de
Rojo, se mantenían al tanto de cualquier movimiento en los escombros o agujeros de las paredes.

—Siempre ha sido peligroso—musitó Adam—. El televisor de la cocina del comedor tiene un


remoto y ese usa baterías, podría servirnos— Volví a verlo, viendo como clavaba su mirada en el
rostro de Rojo quien... hasta en este momento me di cuenta de que estaba viéndome—. Abre las
puertas.

Alzó su rostro, y esa mirada carmín se intensifico, era fácil saber que a Rojo no le agradaba ni un
pelo de Adam, incluso, podía saber las ganas que tenía de matarlo, de morderlo y destazar su
cuerpo con esos colmillos que mostró al torcer sus labios.

—No voy a poner en peligro a Pym por ti. No la haré entrar—escupió con un odio las palabras que
me hizo pestañar del susto, miré de qué forma Adam actuaba rápidamente, alzando el arma y le
señalaba en la cabeza.

—Abre la maldita puerta si no quieres que te parta el cráneo—pronunció lentamente entre dientes
apretados. Y cuando vi que Rojo no se movía, y que Adam no apartaba el arma, empecé a caminar,
pero bastó la mano de Rossi trayéndome de vuelta para detenerme.

Me removí, ella apretó mi muñeca y sacudió su cabeza.

—No lo hagas, no te muevas—advirtió—. No armes un drama, no va a suceder nada.

¿Y cómo estaba tan segura de ello? Volví la mirada a Rojo, quería que viera en mi dirección, la
petición que le hacía con la mirada para que obedeciera esta vez, pero no lo hizo. Sin embargo, él
se volteó, despacio hasta estar frente a frente con las dos puertas, sus manos se acomodaron en
una parte de ambas puertas y las empujó, al mismo tiempo las puertas empezaron a abrirse cada
vez más hasta que él dejó de impulsarlas, dejándonos ver...
El infierno del otro lado.

Quedé helada, por no decir que paralizada cuando esa montaña innumerable formada por partes
humanas me golpeó el cuerpo de todas las formas posibles, arrebatándome las fuerzas y el calor.

Era una montaña enorme en una sala enorme en la que las personas comían, pero las personas,
todas estaban muerta, destrozada y empuñadas unas contra otras. Era un desastre, era... no había
palabras para describir la aberración que mis ojos observaban sin poder evitarlo.

El olor era algo inolvidable, algo que no querías gravarte pero que lamentablemente tu cuerpo ya
lo había hecho en el momento en que esas puertas se abrieron. Ese olor que se había estado
ocultado del otro lado, esperando a ser liberado, no tardó en abrazarnos a todos bruscamente la
piel, y comprimirnos sin misericordia.

Aterradora.

Horripilante.

—A-Adam— La voz de Michelle me hizo quitar la mirada de esa montaña ponerla sobre ella—. Esto
no estaba así antes.

—Lo sé...

Su delgada mano buscó el brazo de Adam. Y en ese momento en el que ella quiso arrimársele
como si quiera abrazarse a su cuerpo, algo golpeó mi mente e hizo doler mi cabeza.

Una imagen, un destello de una imagen de dos personas besándose que acogió mi corazón y lo
apretó tan fuerte que el dolor se estiró hasta mi garganta y la endureció. Me tomé de la cabeza,
estupefacta sin dejar de ver como ella seguía acercándosele. Había tenido un recuerdo, era apenas
una sombra, pero al final, el primer recuerdo de algo...

De algo no claro.
Maldición, ¿y por qué en este momento? ¿Quiénes eran esas dos personas? ¿Alguna de ellas era
yo?

—Andando— El mandato de Adam entró por un oído y salió por el otro como un simple zumbido.
Todos menos yo, incapaz de acceder a su orden aún por el shock, le siguieron por detrás.

Solo quería saber que había sido ese recuerdo... Era injusto que no fuera un recuerdo nada claro.
Era injusto.

Una maldita injusticia.

—Pym— La mano de Adam tomando mi brazo hizo que mis músculos se sacudieran, subí el rostro
para ver sus orbes marrones y él me estudió con extrañes—. ¿Te encuentras bien? — No me dejó
responder cuando tiró de mí para hacerme caminar, y agregó—. Tenemos que seguir, pero te
aseguro que tomaremos un descanso pronto.

Su mano... ¿Por qué ya no me parecía extraña e incómoda?

Alcé la mirada nuevamente quedando quebrantada al ver la montaña de partes mutiladas


humanas, acumuladas toda esa sangre derramándose sobre las pieles aplastadas, esos órganos
agusanados y ese aroma devastador que emanaba de ellos, era imposible.

Sin poder contenerme más, cubrí mi boca y nariz, rompiendo con el agarre de Adam, a quien no
pareció molestarle. Traté de concentrarme en otra cosa, como en todas esas mesas y sillas rotas,
acumuladas cerca de nosotros como una clase de muro largo.

—Busquen el remoto y las provisiones—exclamó Adam al grupo que, seguía desorientado y


aterrado con la montaña de cuerpos al que no dejaban de dar una que otra mirada.

— ¿Ya han estado aquí?


—Sí, cuando huíamos de dos experimentos—respondió moviendo una silla en el suelo para
abrirnos paso—. Todos estos cuerpos no estaban así antes.

Confundida, miré hacía la montaña y luego hacía él.

— ¿Acumulados? —solté despacio la pregunta que lo hizo asentir. Entonces estaba aclarando con
ese asentimiento que los experimentos los acumulados, ¿pero por qué razón lo harían? Contemplé
su perfil, su nariz pequeña y respingona con una terminación chata y ese lunar que le adornaba
una aleta, una pequeña parte de mí la reconoció—. ¿Por qué los acumularían?

—No lo sé—suspiró, apartando otra silla del camino—, mi mente está hecha un caso, solo sé que
tengo que sacarlos de aquí cuando recojamos las provisiones.

—Adam—La voz de Michelle estalló en alguna parte del comedor. Ambos y mis recorrimos un
cumulo de sillas y mesas para encontrarnos con una barra metálica que separaba el área de lo que
antes era un comedor, con una cocina con la mitad de su techo derrumbado, junto a ese derrumbe
se encortaba Michelle—. Es imposible buscar, todo está más destruido que antes.

—No llegamos hasta aquí por nada, tenemos que encontrar esas baterías—repuso con firmeza,
pasando su arma de un brazo a otro—, quédate aquí Pym. Haz guardia, grítame si algo sucede—
más que una orden, se escuchó como petición. Una leve sonrisa se formó en sus labios levemente
marrones, una sonrisa que me angustió de inexplicable forma. De inesperada manera su mano
tocó mi cabeza y sentí una suave palmada antes de apartarse y dejarme sorprendido—. ¡Jack,
David, vengan conmigo! —Adam se apartó de mí al llamar al pelirrojo y a otro chico de la misma
estatura. Dio zancadas grandes hasta llegar junto a Michelle y examinar los restos del techo que
estropeaban el paso a su interior.

Me aparté, quitándoles la mirada de encima, y giré entornando la mirada en esa abominación que
otros por mucho que intentaran ignorar y concentrarse en hacer vigilancia, no podían. Ver todas
esas partes humanas me recordaba a la plaza de las cabezas y al pasillo junto a la oficina en la que
Rojo y yo dormimos.

Un pinchazo en mi pecho me torció más la mirada. Cierto, había cuerpos, había sangre y carne en
todas partes, y Rojo estaba contaminado...

Lo busqué con preocupación, minutos atrás no lo había visto después de entrar al comedor, al no
hallarlo a la vista, comencé a caminar lejos de Adam quien ya había respondido a la pregunta de
Michelle, respuesta a la que no pude atención porque ahora estaba concentrada en encontrar a
Rojo.

Fui rodeándola, apretando mi nariz y respirando por la boca, y mientras lo hacía dos grandes
estructuras se alargaban del suelo hasta el techo una larga grieta se extendía por toda su superficie
hasta terminar sobre dos enormes cajas metálica con un montón de cables y tubos que
atravesaban las paredes desde su interior al exterior.

Antes no me había dado cuenta a causa de los cuerpos mutilados, pero ahora no podía dejar de
verla, sobre todo porque Rojo estaba ahí, al pie de una de las cajas que se recostaba ladeada sobre
un cumulo de mesas en el suelo. Dándome la espalda.

Esas casas eran los elevadores. Sí, estaba segura de que eran los elevadores de los que Rossi habló,
lo que llevaban a la única salida de este lugar.

Estaban destruidos.

Seguí acercándome, inquieta y un poco alterada al saber que, desde este momento, la
probabilidad de salir era mucho menor de lo que antes pensé. ¿Cómo saldríamos ahora?

—Rojo...

Su rostro se levantó, hasta en ese entonces me di cuenta de que había estado encorvado todo este
tiempo. Pero no se giró, permaneció quieto, congelado. Misterioso.

Mi manó tocó su hombro y todo su cuerpo se tensó debajo de mis dedos, con fuerza, con una
dureza que hasta remarcó sus músculos. Eso me confundió mucho.

Di los últimos pasos hasta estar a dos más de estar frente a su rostro y lo contemplé con una
sonrisa. Una sonrisa que disminuyó enseguida al ver la fuerza con la que sus colmillos penetraban
la piel de su labio inferior, tan bruta y rotunda que la sangre resbalaba y goteaba por todo su
pecho.
Hasta mis entrañas se estremecieron cuando vi más abajo de su cuerpo. Solo ver hacía esa mano
empuñada, y hallar ese pedazo de brazo humano mordisqueado hasta dejar ver un delgado hueso
blanco, quedé en con los pelos de punta y congelada.

Oh no. No, no, no.

Reparé en él una segunda vez pensando en que tal vez era mi imaginación, que todo esto no era
cierto, pero que al parecer lo era.

Rojo... Rojo había vuelto a comer carne, y esta vez, no era de un experimento, sino de una persona
muerta.

Mi corazón se estremeció y ese mismo estremecimiento oprimió mi pecho.

— Cuando menos me di cuenta, ya estaba mordiéndolo— La forma en que se sinceró, con esa
tonada de voz me hizo apretar los labios—. ¿Lo hicieron a propósito...? —hizo una pausa, su voz
engrosada y rasposa me construyó un nudo en la garganta—. ¿O solo no quiero dejarlo?

—Puedes dejarlo, solo tienes que soportarlo—dije, tratando de tranquilizarlo dando un paso más
para acariciar su brazo. Él negó con la cabeza sin dirigirme una mirada—. Si te acostumbramos a
otro tipo de alimento, puedes lograrlo Rojo.

Permaneció largos segundos en silencio en el que me dejó entenebrecida y preocupada al no


recibir ni su mirada como respuesta. Alzó su rostro, esta vez en dirección al techo y se quedó
observándolo perdidamente.

—Solo estuve soportándolo, el hambre disminuyó, pero no terminó, no cuando vi todos estos
cuerpos, Pym —me nombró con una clase de desagrado que aceleró con dolor mi corazón.
Entorné la mirada nuevamente en su dirección, a esos orbes oscurecidos que se habían puesto
sobre mí—. No pude contenerme.

Soltó el pedazo de brazo humano mordisqueado, y alzó su mano en mi dirección, dejando que los
dedos de esta: esos que estaban manchados de sangre, se deslizaran en mi mejilla.
Cerré los ojos ante su caricia, sintiendo una sensación estremecedora, una sensación que escoció
mis ojos al darme cuenta que, después de todo aquello que le habían inyectado no sirvió en él...

No sirvió en Rojo.

—Todos caemos Rojo, pero puedes recuperarte— Hasta yo misma traté de creer en esa
posibilidad. Sabía lo mucho que le molestaba haber probado la carne otra vez, y más saber que le
gustaba el sabor de la misma, pero si él no quería probarla más, podíamos luchar otra vez para
cambiarlo, ¿no? Empezar de nuevo.

Su mano abandonó mi rostro, él dio un paso atrás, y negó con la cabeza sin dejar de mirarme.

— ¿Y si no puedo recuperarme? — Su mirada cayó de golpe a mi arma y luego volvió a mi rostro—.


¿Qué harás, Pym, si un día quiero morderte? ¿Me dispararas?

Un iceberg cayó a la boca de mi estómago, y los escalofríos que soltó su intenso frio doloroso,
recorrieron mi cuerpo.

— ¿Q-q-qué? — La voz se me cortó a causa del shock que él había provocado en mí—. No, no lo
haría.

— ¿Estas segura? —espetó la pregunta—. En la ducha te dije lo delicioso que era tu interior, pero
te oculté lo que realmente quería decir.

— ¿Qué?

El miedo de saber la respuesta cuando una mueca retorció sus labios y esa lengua lamiéndolos
limpió el resto de la sangre, comenzó. Se llevó sus dedos manchados de sangre a la boca y
comenzó a chupárselos, saboreó la sangre y la tragó.

Temblequeé.
—Yo quería hacerte el amor mientras te comía—reveló—. Arrancarte la piel mientras me venía en
tu interior, ¿eso no te aterra?

—N-n...—tragué con fuerza al descubrir que mi voz estaba rasgada y mis pensamientos en blanco.
Al final, no pude decir nada.

— ¿Y si no quiero recuperarme, seguirías conmigo? — su pregunta espumó de sus carnosos labios.


Estaba en shock cuando en mi mente, se repitió su pregunta—. ¿Y si quiero ser el monstruo?

Él dijo, ¨y si no quiero¨ no dijo ¨y si no puedo¨. ¿Él no quería recuperarse? apartó su mano, pero
sin bajarla, instantáneamente en que vi como sus yemas empezaban a estirarse los dedos de su
mano explotaron y esos delgados tentáculos negros salieron, pero no se alargaron se quedaron en
una altura mucho menor a la que acostumbré a ver.

—No soy el bueno, Pym, aquí nadie lo es.

Su voz tembló al momento en que sus cejas se hundieron en un gesto congestionado. Mis labios
temblaron también, no supe que pensar en el momento, pero cuando lo vi apartare de mí, estiré
mi brazo con la intención que alcanzar su mano sin dedos.

Dio otro paso atrás y era yo la que acortaba la distancia entre nosotros.

—No eres un monstruo—aclaré en una voz alta que supe que los otros escucharían, pero me daba
igual, ahora solo quería tranquilizar a Rojo, él estaba confundido, nervioso, estaba enloquecido
porque había caído nuevamente en algo que no quería convertirse—. Deja que te pongan otra
inyección, estoy segura que te sentirás mejor.

No dejaría que se convirtiera en monstruo.

No me lo permitiría.

Su comisura derecha se estiró en una sonrisa espeluznante, una risa muda casi como una burla a
mis palabras atravesó sus apretados colmillos. Y comenzó a negar con la cabeza.
—Me gustas Pym—su pausa y su alejamiento inyectaron temor en mí, pero no por su aspecto o
confesión, sino porque no lo quería lejos de mí—. Pero tal vez, esto me guste más que tú.

Algo dentro de mí se rompió, y dolió, el frio de sus palabras me dejó inmóvil, congeló mis huesos y
los rasgó, pero no dejé que me afectara tanto de lo que ya había hecho al ver como apretaba sus
puños, y esa mandíbula amenazando con romperse en dos. No sabía lo que Rojo pensaba, y de eso
estaba segura, pero podía darme cuenta de lo mucho que le costaba mantener esa postura, esa
seriedad, esa mirada oscurecida como la de un depredador, estudiando a su presa.

Era una mentira, ¿verdad? Sus palabras eran una mentira y todo a causa del hambre que estaba
teniendo...

Tiré el arma al suelo, el sonido hueco lo llevó a mirar mis puños y a hundir un poco el entrecejo, al
ver, como desde sus nudillos reventados unas largas garras empezaban a salirle en compañía de los
tentáculos, alcé el mentón y lo encaré.

—Si quieres devorarme, hazlo—tenté, y aguardando el dolor en mi pecho di pasos grandes hasta
estar frente a él, hasta subir mucho el rostro y buscar en esa endurecida mirada lo que tanto
ocultaba él—. No pondré objeción, de todas formas, no creo que salgamos los dos con vida.

No estaba segura, estaba confundida. ¿Por qué Rojo estaba comportándose así? ¿Tanto le dolía
comer carne? Sí, claro que le dolía.

Sus garras tomaron mi mentón, me tomaron con una sorpresa que hicieron que mis músculos
saltaran. Su agarre no fue rudo, sus garras hacían presión, pero no me lastimaban ni un poco.

Con el corazón tamborileando el pecho a punto de salir huyendo, Rojo me tomó de la cintura con
su otro brazo y me pegó a su torso de un solo brusco movimiento. Inclinó su rostro hasta sombrear
el mío, hasta hipnotizarme con su endemoniada mirada. Una hermosa mirada que ya ansiaba
como mía. Solo mía. Me estudió con profundidad, con una intensidad penetrante y estremecedora
que me hizo temblar en su agarre.

—Cuando su presa le dice a su depredador que no escapará, se pierde la diversión—habló, una


gota de la sangre que pertenecía a una de sus heridas sanadas, resbaló de mi mentón y manchó
mis labios, él la observó, se inclinó más y su larga lengua salió de sus labios para lamer los míos,
saborear la pequeña gota de sangre.

Mis rodillas se volvieron agua, que si o fuera por su brazo sostenido mi cuerpo, estaría cayendo al
suelo.

Me atreví, perdidamente en empujarme con las puntas de mis pies y darle un beso en el que abrió
sus ojos escandalizados y se apartó, inquieto por mi acto, porque por... segunda vez, lo había
besado con la sangre manchando sus labios.

—Sé que no lo harás...

Sus colmillos, todos, se apretaron, él soltó un bajo gruñido y se separó de mi rostro solo un poco
para mirarme a los ojos.

— Así no puedo Pym, te estoy ahuyentando antes de que pierda el control y tu corres a mí—con
voz engrosada, liberó—. Te estoy diciendo que quiero aparearme contigo mientras te devoro y...

Mis oídos se ensordecieron en tanto miraba como los ojos de Rojo se abrieron con lentitud. Un
sonido hueco e inesperado se adueñó del comedor al instante, hundiendo nuestro alrededor de
horror cuando algo terminó atravesar su hombro y salpicar de sangre nuestros rostros.

Rojo me soltó, retrocedió con fuerza para no caer y su mano humana voló al hombro herido en el
que le había entrado la bala, al instante fulminando a la persona que le disparó.

— ¿Aparearte mientras te la devoras? —rugió él, el arma larga empuñada en sus dos enormes
manos apuntaba a Rojo mientras se acercaba a nosotros—. Después de todo eres un maldito
monstruo.

No te necesito.

NO TE NECESITO

*.*.*
—Eres un maldito bastardo—escupió Adam aun cuando el sonido de la bala seguía en el aire,
llamando al resto del grupo. Aun cuando todo mi cuerpo seguía pasmado, inmóvil.

Pero cuando vi que Adam elevaba el arma, dispuesto a disparar por segunda vez y en la cabeza de
Rojo, me lancé a tropezones para colocarme frente a él.

— ¡No! — chillé, extendiendo mi mano frente a su rostro—. ¡No lo hagas! ¡No te atrevas a
disparar! —El corazón estaba a punto de ser expulsado a través de mi boca cuando grité.

Al ver que parecía inmóvil y con un gesto contraído, giré en torno a Rojo. Asustada, llevé mis dedos
temblorosos a su brazo herido a pesar de que sabía que su herida sanaría. Y tan solo intenté
tocarlo, él se apartó de mí.

—No me toques—gruñó bajo, sus orbes carmín se anublaron, rayas negras se estiraron desde su
rasgado iris sobre toda su pupila.

En ese instante en que quedé anonadada, vi su nariz contraerse, todo el puente se arrugó con
fuerza enrojeciendo su piel pálida, sus colmillos se apretaron y un gruñido de rabia— un greñudo
bestial—, se escupió a través de ellos.

Estiró tanto sus carnosos labios que la piel de ellos se le abrió y la sangre comenzó a correrle por el
mentón.

Toda mi sangre se heló.

— Rojo...

Su nombre terminó en un tono débil cuando vi, con mucha sorpresa, como la bala— esa misma
que atravesó la piel de su hombro— era impulsada fuera de la herida y golpeaba el suelo dejando
un sonido metálico haciendo eco.

Estaba impresionada de que el cuerpo de rojo expulsara la bala. ¿Podían hacer eso todos los
experimentos?
—Pym, apártate.

Oh no. No iba a hacerlo.

— ¡No me lo pidas porque no lo haré! —grité exasperada, volviendo la mirada a Adam—. ¿Cómo
te atreviste? ¿Por qué le disparaste? ¡Él no hizo nada malo!

Con sus labios retorcidos, Adam pestañó sin dejar de pasar su mirada de mí a Rojo. Apretó los
dientes y negó.

—Solo míralo—señaló con el arma a Rojo, ya incorporado, ya con la herida de su brazo cerrada y
limpia—, consumió carne. Si la medicina no le sirvió, nada lo hará. Ya no nos sirve.

¡¿Ya no nos sirve?! Esa palabra fue la única que apresó mis pensamientos. ¿Qué le sucedía? No
estábamos hablando de un objeto, menos de un animal, estábamos hablado de Rojo.

La respiración comenzó a costarme, estaba alterada, sin armas para amenazarle porque aunque le
dijera que no disparara, solo ver esa mirada me hacía saber que no me haría caso. Y si yo me
apartaba un poco de Rojo, él lo aprovecharía para disparar.

—Adam, ¿sabes lo que acabas de hacer? Esos monstruoso pueden escuchar el disparo —gritó
Michelle desde atrás, fue la primera que terminó trotando de la montaña de carne humana, hasta
Adam, con su arma entre las manos. Sus ojos buscaban una respuesta, una explicación en nosotros
tres, una que, tuvo enseguida por Adam. Y cuando él bajó la mirada y ella se la clavó con molestia,
vi algo más... Algo muy familiar

— ¿Qué están haciendo todos aquí? — exclamó él, ignorando a Michelle y aseverando su mirada
en los demás—. Vayan y cuiden las entradas, ¡ya!

Un aplauso muy ruidoso, los hizo saltar, todos excepto Michelle y Rossi se fueron, volviendo a sus
antiguos lugares.
—Adam—la voz de Rossi nos hizo volver a voltear—. Ahora tenemos que irnos antes de que un
experimento nos intercepte.

— No hasta matar a este cabrón— espetó él

— ¿Hizo algo malo? ¿Atacó a Pym? ¿Te atacó a ti? —cuestionó Michelle, pero su tono de voz, podía
decir que no había sido para nada seria, todo lo contrario, lo soltó como si estuviera hablando de
un chiste. Pero tan solo envió la mirada a él, y toda esa sonrisa divertida se transformó en una
gruesa línea—. Yo no veo nada de eso, aun cuando le disparaste él sigue conteniéndose, Adam.

—Comió carne—pronunció las palabras con repugnancia.

—Carne podrida—solté rápidamente haciendo que ambos me vieran.

—Adam, el sedante calma la ansiedad en los experimentos, disminuye el hambre por al menos
diez horas, pero no cambia la alteración en sus papilas gustativas— Me pregunté, a qué se refería
con esas palabras—. Toma en cuenta que si mordió un brazo en putrefacción, fue decisión suya
calmar su apetito con algo muerto que con algo vivo. Mientras no intente atacarnos, seguirá con
nosotros—replicó Rossi sin dar otro paso para acortar nuestra distancia.

Cuánta razón tenía ella, no lo había pensado hasta este momento. Rojo estaba rodeado de carne
fresca, nosotros, tal vez era por eso que él se apartó del grupo, porque se sintió tentado, y para
calmar su hambre, comió de ese brazo masculino.

— Además, lo necesitamos mucho, Adam. Baja el arma y...

— ¿Es qué estas sorda? —Adam interrumpió sus palabras, torciendo sus labios, y volviéndose
hacía mí dejando en claro en que aquella pregunta no había sido para nadie más que para mí.
Michelle torció su rostro y miro, desconcertada e indignada el suelo—. Muévete—Un tic
desesperado se añadió a su pierna derecha, vi su brazo tembloroso, notado como deseaba
extenderlo para tomarme de la muñeca y apartarme. Bajó el arma, sin dejar de mirarme, y respiró:
—. No le voy a disparar, pero no permitiré que pases otro minuto a su lado.
Tragué con fuerza al notar la preocupación en sus orbes marrones. Al notar como extendía su
mano, esperando a que yo la tomara. Al instante negué, no me alejaría de Rojo, y mi respuesta en
movimiento, le endureció la quijada.

Su mirada clavada en mí, oscureció, esa fuerza con la que me observaba profundamente me
estremeció los huesos.

—Bien... Mich, si tienes otra inyección, será mejor que se la pongas ya—ordenó él al final, sin
dirigirle una mirada a la rubia que, parecía molesta.

—Iré por la inyección— aviso, su tono bajo, severo, mostrando en su mirada el recelo dirigido hacia
él.

Michelle se marchó luego de sus palabras, exclamando algo contra Adam que no alcancé a
entender porque había sido soltado en otro idioma. Rossi, por otro lado, se quedó observándolos,
atenta a cualquier cosa que sucediera mientras la rubia se le acercaba para pasarla por alto.

Fue extraño, cuando inesperadamente mis ojos dieron una veloz mirada a la montaña de cuerpos
desmembrados, atisbando esa cabeza femenina resalando desde lo más alto y quedando atrapada
entre brazos y piernas, pero no pude contemplar más fijamente en esa escena, ni siquiera
inquietarme por la cabeza siendo succionada por algo en el interior de la montaña, cuando sentí
las garras de Rojo tomando mi brazo con una fuerza bruta que me hizo quejar.

—Apártate, Pym.

Mis ojos se abrieron en grande al escuchar la arrastrada voz bestial de Rojo explorando mis
entrañas y volviendo mis rodillas gelatina, ni siquiera me permitió reaccionar o moverme para
verlo cuando él me apartó de su lado, colocándome detrás de él. Por ese momento, pensé que
sucedería lo peor, que Adam dispararía y que Rojo se lanzaría sobre él, pero cuando vi hacía donde
Rojo dirigía su rostro con sus enrojecidos parpados cerrados, toda el alma se me estremeció.

Su mano apretó mi brazo, ni siquiera había visto la forma escalofriante en la que el brazo que
acorralaba el mío estaba torcido, pero no podía poner atención a esa posición ni a nada más que
no fueran todos esos miembros removerse poco a poco desde la cima de la montaña.
Mis ojos se rasgaron de horror.

—Les dije... — pausó Rojo, espesamente entre dientes, retrocedió un paso más pegando casi por
completo su espalda a mi cuerpo, su mano apretó mi brazo—...que no era seguro.

— ¿A qué te refieres? —quiso saber, rápidamente tomando su arma entre sus manos, tratando de
descifrar la mirada que Rojo le daba tanto a él como a la montaña que Adam no tardó en girar para
ver—. ¿Qué es lo que estás viendo?

Adam hundió con sorpresa su entrecejo, y cuando ladeó un poco su cabeza y miró a sus ojos
tratando de descifrarlo, me di cuenta que nadie más que nosotros nos habíamos percatado de ese
aterrador movimiento que por el momento, había quedado quieto. Pero que estaba más que claro
que... algo se ocultaba en todos esos restos de humanos.

Un experimento.

Un monstruo.

Y de repente ese pedazo de pie, cuyo hueso era lo que más se veía a causa de la poca y delgada
piel, cayó al suelo y se deslizó hasta golpear el calzado de Rossi, quien no tardó en bajar la mirada y
tensarse al verlo. Su rostro, fue subiendo, en esa dirección, contraído desde su mirada mientras
analizaba los miembros humanos en putrefacción

—Contesta, ¿hay otro experimento cerca? —exclamó con más fuerza Adam, esta vez, tomando el
arma rápidamente en sus manos y señalando a Rojo, amenazándola con él.

— ¡Caímos en una trampa! —escupió en un gritó, Rojo clavando sus enrojecidos ojos en Adam—.
Esto era una trampa, imbécil…

Rojo todavía no terminaba de repetir sus palabras con una gravedad que me hizo aferrarme a su
agarre cuando la escena delante de nuestros ojos empeoró.
El resto de pedazos de carne se sacudieron y resbalaron a montones junto a Rossi, casi como una
lluvia, pero sin cubrirla. Ella retrocedió a brincos con el arma señalando la montaña temblorosa y
sobresaltada. El sonido y las exclamaciones del resto del grupo que se hallaban del otro lado, al
igual que la voz de Rossi llamando a Adam, hicieron que al fin él se diera cuenta. Supiera la razón
del terror llenando el comedor a montones.

Llenando, incluso, nuestros cuerpos de horror.

El aliento se me escapó del cuerpo cuando, de entre todos esos restos humano, un exagerado
cuello largo se estiró de lo más alto de la montaña. Un cuello arrugado y con partes de piel negras
y agujeradas. Lo aterrador y horripilante, no era ver los metros del cuello que alguna vez fue de un
tamaño normal, si no ver su rostro.

Ese demoníaco rostro deformado con una larga boca de comisuras rasgadas cuyos labios puparas
se entreabrieron, mostrando ese interior repleto de largos colmillos amarillentos. Colmillos que me
llevaron al pasado, justo a esa ventanilla donde aquel hombre rogó que abriéramos la puerta, y al
final no lo hicimos. Su rostro terminó mordisqueando por esos mismos colmillos. Arrancado su
rostro y tragándolo por ese escalofriante cuello.

Sí, esa cosa era uno de los monstruos que Rojo y yo vimos en el área roja.

Petrificada, busqué algo más de donde sostenerme de Rojo al sentí que toda mi alma se escapaba
cuando esos labios estirando una sonrisa rotundamente macabra...

Oh maldición, esa cosa nos estaba sonriendo.

Nos estaba sonriendo. Y aunque sus ojos no se habían puesto sobre ninguno de nosotros, sabía
que disfruta de nuestro terror, disfrutando seguramente de como su presencia nos había dejado
pasmados, en shock y probablemente, por poco inconscientes. Torció la cabeza, ese movimiento
me recordó a las veces en que Rojo había torcido la suya para mirar a otro sitio.

Ver la parte de atrás de su cabeza me mareó, que, si no fuera por la mano de Rojo apretándome,
ya estaría en el suelo.
Tenía un brazo… un brazo saliéndose de la parte superior del cuello, bajo la nuca. Un brazo con
cinco dedos engarrotados. Era tan largo y delgado que apenas podía hallarle la forma. Lo peor fue
encontrar que entre sus garras, sostenía la cabeza femenina, aquella que había visto resbalar al
principio, aquella a la que le faltaban los ojos y la nariz.

Apreté mis labios y me obligué a ver la espalda de Rojo. Estaba segura de que él recordaba al
experimento, ¿y cómo no hacerlo? Nadie nunca olvidaría esos ojos, esos colmillos y ese cuello.

Sin embargo, había algo grotesco que no encajaba, y era él, todo él. ¿Cómo obtuvo ese tamaño?
¿Cómo en tan pocos días había crecido tanto? Recordaba que apenas cabía en el pasillo del área
roja, pero había cambiado mucho.

A mi mente volvieron las palabras de Rojo golpeando cada pequeña área de mi cabeza,
mencionando que era una trampa, que nos tendieron una trampa. ¿Él había acumulado los
cuerpos? ¿Era una trampa?

Y el horror hundió el comedor de gritos chillones y disparos que se añadieron a la desesperación.


Uno tras otro disparo atravesando parte de su cuello. Ninguna bala lograba a travesar la cabeza por
la forma en que esa cosa se movía, como una sutil serpiente. Y mientras se movía ágilmente,
pareció observar al resto del grupo en vez de a nosotros. Entonces, con los espasmos
estrujándome los huesos, vi como ese cuello se estiró tanto que lo arrugado de su piel se reventó
como una herida, sangrando. Se estiró tanto hacía el otro extremo del comedor— extremo que no
podíamos ver—que más de la mitad de los cuerpos trozados resbalaron a nuestros pies.

Sentí los dedos de las manos de Rojo explotar, incluidos aquellos que se mantenían rodeando mi
brazo. La sangré se salpicó en mi piel, estremeciéndome por lo helada que era. Miré que, de sus
nudillos reventados, esos tentáculos salieron, delgados y en un gran número volviendo a retomar
su agarre sobre mí, pero no en mí brazo, sino alrededor de mi cintura. Era un toque que apenas
sentía, pero era firme sobre mi cuerpo.

Cuando levanté el rostro para darme cuenta de que estaba volteando hacía mí, elevó un tentáculo
más pequeño que otros y lo colocó frente a sus carnosos labios manchados de su propia sangre. El
pequeño apretón de su boca me hizo entender una cosa:

Él no quería que hiciéramos ruido.


Adam también pareció entenderlo cuando soltó la exhalación y apartó su dedo del gatillo. Por otro
lado, Rossi también estaba inmovilizada, y mucho más cerca de la montaña de cuerpos, con el
arma apretando su estómago y el rostro pálido como el de los muertos.

Pero era confuso. Entendí que esa monstruosidad se guiaba por el ruido, pero tenía ojos, al final de
cuenta nos había visto y miraría nuestros movimientos en cualquier momento. Entonces… ¿por
qué no debíamos hacer ruido?

Empecé a exasperarme, mis dedos enloquecieron con la necesidad de apretar algo, pero fue
demasiado tarde al darme cuenta que parte de los tentáculos de Rojo, estaban rodeando hasta mis
brazos, lentamente.

Dejé de pensar, mi cuerpo respingó y mi corazón saltó de horror cuando un grito de dolor se alzó
entre todo el terreno y entonces, aquel cuello se volvió al lugar que tuvo en un principio, pero…
con una enorme y atroz diferencia.

Ahogué un chillido al ver como ese delgado cuerpo se sacudía con una rotunda turbación en el
viento, sus brazos moviéndose, sus puños golpeando el rostro del monstruo para que liberara su
cabeza. Un crujido que a todos nos paralizo, fue suficiente para hacer que aquel cuerpo que
colgaba desde su boca, dejara de pelear para sobrevivir.

Fue entonces que después de que las voces del grupo gritando que se retirarían, que el monstro
soltó a su presa sin vida y se escabulló el cuello en dirección a ellos, otra vez.

Inesperadamente, entre el terror y el shock, mi cuerpo fue levantado en el viento. Clavé la mirada
no en los tentáculos sino en Rojo que no estaba mirándome, él seguía vigilando a la monstruosidad
y como atacaba del otro lado. Quise aferrarme a sus tentáculos, preguntándome por qué me
levantaba, cuando tan solo vi el lugar al que me acercaba, y lo entendí.

Había cuatro puertas en este comedor, una que fue por la que entramos; otra del otro lado de la
montaña cerca de varias mesas acumuladas una sobre otra; la tercera estaba junto al elevador, esa
sin duda era la más cercana si no fuera porque estaba derrumbada y muchos escombros dejaba un
pequeño espació para salir al otro lado de la puerta; y la última y cuarta, era la que estaba junto a
una pequeña recepción destruida.
Esa perta era la que estaba libre y cerca de nosotros. Sus puertas quebradas dejaban ver un poco el
pasillo del otro lado.

Esa... Esa era a la que Rojo me llevaba. Me estaba queriendo salvar.

La montaña se desboronó delante de Rojo y los demás. Miembros, huesos, órganos y huesos, todo
se extendió alrededor de los tres, dejándonos ver que, del otro lado, el grupo había desaparecido
por el pasillo de aquellas puertas que aún se ondeaban de un lado a otro.

Escaparon. Aunque no todos, pero al menos escaparon…

Solo faltábamos nosotros.

Me estremecí cuando me dejé recorrer ese indescriptible cuerpo del monstruo. Su tamaño se
había triplicado, sus piernas eran algo que ya no lograbas ver, mucho menos imaginar que aquello
alguna vez tuvo la forma de un experimento joven y humano. Pestañeé cuando lo vi arrastrarse
cerca de la entrada por la que los otros escaparon. Esa cosa iba a perseguirlos, o eso parecía
querer hacer.

¿Nos estaba ignorando o se había olvidado de nosotros? De otra forma estaría dejando de
arrastrarse y nos atacaría, pero durante esos segundos no hizo más escabullirse con lentitud… ¿No
podía vernos?

Los tentáculos de Rojo se deslizaron fuera de mi cuerpo, hasta ese instante me di cuenta de que
mis pies ya habían tocado el suelo, pero estaba tan perdida en el panorama que no lo sentí.

Rojo me miró sobre su hombro. Lentamente y sin quitarme la mirada de encima, fue volteando su
cuerpo hacía mí dirección. Y mientras esa cosa trataba de llegar a esas puertas, él comenzó a
caminar, dando sigilosas pisadas en los pedazos del suelo libres de partes humanas. Adam pronto
lo imitó haciéndole una señal a Rossi de que hiciera lo mismo.

Era tanta la tensión, que mis pulmones estaban tan atascados, me costaba respirar. Vigilé sus pasos
y cada movimiento de la monstruosidad detrás de ellos, atemorizada de que en cualquier instante
se girara y levantara el cuello.
Una exhalación resbaló entrecortadamente de mi boca cuando vi a Adam señalar a la puerta.
Asentí, viendo de reojo a Rojo para saber los metros que le faltaban por llegar a mí.

Giré, lista para obedecer a Adam. Sacudí mis manos sudorosas y llevé mis brazos al primer trozo de
puerta, sin esperar que, con mi leve empujón, ésta…

Terminará chillando.

Y no fue todo lo que hizo, después de ese chillido la puerta terminó cayendo al suelo, levantando
una leve pared de polvo frente a mí.

Dejándome congelada.

Bajo una sacudida de mis huesos, todo el cuerpo se me hizo gelatina cuando el sonido hueco se
alargó por detrás de nosotros.

Maldije, maldije miles de veces por no darme cuenta que todo ese tiempo la puerta había estado
desatornillada del marco, haciendo que el esfuerzo de Rojo no fuera nada.

Escuché esa espeluznante risa extendiéndose por el techo, y sentí sacudir mis huesos. No hacía
falta voltear para saber que ya estábamos acabados, pero lo hice, para encontrarme con aquel
cuello estirándose como una liga, y esos esféricos ojos negros resplandeciendo en mi dirección. A
pesar de que estaba a muchos metros de mí, podía sentir su aliento cerca.

— ¡Pym!

Repentinamente fui golpeada por algo más que no había sido su cabeza o esa boca bestial con
cientos de colmillos lista para morderme, lo único de lo que fui capaz de darme cuenta por la
forma rotunda en que salí volando fuera del umbral del comedor, fue sentir a mi cuerpo
deslizándose por un suelo de porcelana y mi espalda golpearse contra un cumulo de rocas.
Mis sentidos se sumieron en un atroz silencio que me dejó quieta en el suelo, sin poder respirar
por el impacto del dolor en el centro de mi espalda.

Con la mirada paralizada en el umbral, vi como la imagen se me nublada en segundos. Con cada
borrosa imagen mis parpados se cerraban y volvían abrirse con lentitud, viendo hacía alguna parte
del corredizo, solo hasta que un quinto parpadeo me hizo capaz de ver esas dos personas
corriendo hacia mí.

Después de eso… Después de ver como Rossy y Adam se inclinaban, y como su entorno oscurecía
conforme tomaban mi cuerpo, no recordé nada más.

(…)

Estaba oscuro.

Sombrío.

Apenas era capaz de diferenciar las sombras alrededor de lo que parecía ser una nueva habitación
a causa de esas linternas repartidas en cada parte de la misma. Me encontraba recostada en el
suelo cerca de una pared, esa sensación tan familiar me hizo estremecer en tanto me sentaba,
justo como lo hice en aquella oficina en la que desperté atrapada. El miedo llenó mi cuerpo
cuando al sentarme, recordé el comedor, la puerta y los tentáculos de Rojo golpeando mi cuerpo
para salvarme, y yo deslizándome por el suelo.

Había perdido la conciencia, pero eso ya no importaba, ¿en dónde me encontraba? ¿Dónde
estaban los demás? ¿Dónde estaba Rojo? Recordé que solo vi salir a Adam y Rossi del comedor,
pero no a él…

Estaba a punto de levantarme, de abrir la boca y llamarlo, cuando esos brazos me detuvieron
desde los hombros.

Sentir ese calor enviando descargas eléctricas por todo mi cuerpo, me recordó a él, llenó mi cuerpo
de una nostalgia que me hizo suspirar entrecortadamente.

—Ro…
— ¿Estas bien? ¿Te duele algo?

Quedé inmóvil ante la interrupción, sabiendo, reconociendo que esa voz de tonos graves que no le
pertenecía a Rojo, definitivamente él no era Rojo. No tuve que alzar la cabeza y mirar su rostro
sombrío para saber que él era Adam.

— N-no—respondí corta de aliento—. ¿En dónde estamos?

—Estamos a salvo, logramos llegar a uno de los bunkers, así que no tienes de que preocuparte—
respondió con delicadeza—. Encontramos baterías, muchas y de todos los tamaños que podrían
servirles a las radios de la base. Ya podremos comunicarnos con el exterior, Pym.

Sus palabras llenaron de extrañas sensaciones mi cuerpo, una de todas esas sensaciones era la
emoción que me hizo buscar su rostro entre todas las sombras.

— ¿Baterías? — no pude creerle. Sin embargo, esa emoción disminuyó cuando una pregunta
golpeó mi cabeza—. ¿Dónde está Rojo?

Me aparté de su agarré, enviando miradas a los lados, sobre todo a esa nueva luz que se abrió
paso desde el fondo de la habitación, alumbrando el suelo, las patas de una cama personal toda
desordenada, y unos pies en movimiento. Reconocí ese calzado de tenis, le pertenecían a Rossi.

—Tranquila Pym, todos estamos a salvo—habló Rossi, dejando que la luz alumbrada el pedazo del
suelo en donde mis manos se recargaban—. Él también.

Mi cuerpo quiso soltar la exhalación que había estado reteniendo, una exhalación que no consiguió
salir por lo endurecido que estaba mi cuerpo y lo temblorosa que me encontraba. Seguí viendo
alrededor, en busca de él, hasta que Rossi se inclinó y me estiró una botella de agua. Dudé en
tomarla, pero al final lo hice sin dejar de revolotear la mirada entre las sombras de la recamara,
esas sombras apenas coloridas que me consternaron.

Todos parecían ser muebles… y ni uno ser Rojo.


— ¿Esa cosa murió? —pregunté, sintiendo mi voz débil, pero entre tanto silencio a pensar de la
debilidad, mi pregunta fue escuchada por ellos.

—No, pero Rojo 09 lo detuvo —contestó Rossi, escuché su largo suspiro de cansancio—. No
tuviste ni una herida, pero si recibiste un buen golpe así que deberías dormir un rato. No te
preocupes, este lugar nos mantendrá a salvo, nada puede entrar y nada puede vernos ni
escucharnos.

Algo estaba mal. ¿Por qué Rojo no se me acercaba? ¿Si quiera estaba en esta habitación? Y sí no lo
estaba, ¿a dónde había ido? Volví a tratar de levantarme, esta vez, en vez de que las manos de
Adam me detuvieran, me ayudaron a pararme, rodeando uno de sus brazos en mi cintura, y
apretando su agarre hasta incorporarme.

— ¿Esta aquí? —quise saber, dando un par de pasos para que ese inquietante brazo, dejara mi
cintura, lo cual sucedió segundos después. No tarde mucho en seguir caminando, aclarar mi visión
y ser consciente de que… definitivamente Rojo no estaba aquí.

—Está en la habitación de al lado…—la respuesta de Rossi me desconcertó tanto giré nuevamente


a ellos, a sus sombras y a esos rostros apenas visibles.

— ¿Por qué en otra habitación? —la pregunta retumbó en mi interior.

Hubo un silencio perturbador que hizo que toda clase de ideas se construyeran en mi cabeza de
inmediato. Una habitación diferente, ¿por qué se alejaría de nosotros? ¿Era el hambre? ¿O la
tensión? ¿O era otra cosa? Mis manos temblorosas formaron puños apretados, decididos.

—Voy con él—La voz salió firme y fuerte, al igual que mis pasos con pisadas macizas sobre ese
suelo de porcelana. Nuevamente, cuando empecé a rodear lo que parecía ser un sofá, esa enorme
mano me detuvo del codo y me atrajo cerca de su cuerpo masculino.

—No puedes, Pym—Su voz, tan cerca de mi rostro como su cálido aliento acariciando mis mejillas,
trataron de nublar mis pensamientos, pero reaccioné, empujándolo.
—No te estoy pidiendo permiso, sé que algo le pasó—No se lo grité, pero si lo aclaré. Nadie me
detendría para ir con Rojo.

Porque quería ir con él, porque seguramente… me necesitaba. Di la vuelta sin esperar a que Adam
dijera algo contra mi decisión, pero tan solo lo hice el cuerpo de Rossi apareció frente a mí.

—No puedes, Pym —repitió las palabras de Adam, con más fuerza de la que él lo hizo—, y él no
quiere que lo molestemos, mucho menos que tú vayas a verlo.

Pestañeé confundida. ¿Rojo en verdad dijo eso? Miré el suelo y luego volví a ver sus ojos, tratando
de saber si no estaba mintiéndome, si no trataban de alejarme de él después de lo que sucedió.

—No quiere verte, eso dijo Rojo 09—sostuvo la firmeza de su voz femenina. Sorprendiéndome
dejándome más confundida.

— ¿Por qué? —deseé saber.

—Le di el sedante para tranquilizarlo—comenzó, haciendo una pausa que desespero mi interior—,
pero hay algo en él que cambió Pym, mejor no vayas a verlo hasta que él salga por su propia
voluntad y vuelva aquí.

¿Algo de él que cambió? Con mayor razón debía de verlo.

—No me detengas—solté al instante tomando otro camino lejos de ella y él, dirigiéndome hacía la
linterna más cercana, si la utilizaba me ayudaría a encontrar fácilmente la puerta—. Voy a ir con él.

Mis palabras se atascaron en alguna parte de la habitación. Estiré mi mano y tomé la linterna del
pequeño mueble que parecía una mesita de café, y señalé al frente. La luz iluminó un televisor
sobre un mueble de muchos cajones, moví mis manos con las que sostenía la linterna, y fui
iluminando el resto de una cocina pequeña hasta llegar al fin, sobre una puerta. Una salida que
llevaba al pasillo.
Suspiré, moví mis piernas y recorrí el corto pasillo que daba a la salida, estuve a punto de abrir la
puerta al colocar mis dedos sobre la perilla, cuando la voz áspera de Adam me dejó en shock:

—Se deformó —Mis dedos resbalaron de ese metal frio y dorado—. Ese experimento se deformó.

—Lo que Adam quiere decir, es que parece que su cuerpo ya no es capaz de restaurar su forma
natural… No sabemos si lo hará más adelante, pero por ahora él tiene esa forma.

Mi pecho se oprimió y esa sensación cubrió todos mis músculos, inclusive a mi corazón que paso
de estar acelerado a estar lento y congestionado. Lo entendí, entendí por qué Rojo no quería que
lo viéramos, que yo lo viera. Pero debían estar equivocados, sí, debían estarlo, después de todo
Rojo era fuerte, siempre que sacaba sus tentáculos, después volvían sus brazos.

Abrí la puerta, negándome a creerles, dejándome apreciar las blancas paredes del pasillo, y ese
techo repleto de tubos y farolas que iluminaban cada milímetro del bloque de habitaciones
desoladas y ocultas en un escalofriante silencio. Bastó con mirar a mi derecha para saber que
nuestra habitación era la primera del pasillo, y solo así supe que Rojo se encontraba en la
habitación de la izquierda.

Salí, cerrando la puerta tras de mí. Tragué el nudo en mi garganta, ese que a causa de Rossi y Adam
se había construido, y empecé a caminar hacia la siguiente puerta de perilla dorada, sin dejar de
ver los lados del pasillo con temor de que un monstruo apareciera.

Extendí mi mano, notando como mis delgados dedos temblaban, aumentando su nerviosismo
conforme me acercaba. Y cuando toqué la perilla, cuando mis dedos la rodearon con una enorme
necesidad, abrí la puerta.

Odié el chirrido que la puerta soltó cuando la empujé hasta hacerla chocar contra la pared detrás
de ella. Observe toda esa oscurecida vista en el interior de la habitación, y miré alrededor aun
cuando sabía que no encontraría nada, al menos hasta usar la linterna.

Lo cual hice enseguida. Y tan solo la luz tocó el suelo de la recamara y yo me adentré a ella, un
gruñido alargado y muy bajo me paralizó.
— ¿Qué estás haciendo aquí? —Abrí mucho los ojos, iba a retroceder sino fuera porque sabía que
esa voz engrosada y bestial le pertenecía a Rojo.

Me atreví a que, antes de responderle, mi mano libre tomara la puerta y la cerrada, porque en ese
momento, estaba segura de que no me iría de la habitación donde él estaba.

—Vine a verte— Rogué a mi voz no debilitarse, y a mis rodillas en los siguientes pasos no
traicionarme y desfallecer.

—Yo no quiero verte—espetó, su tono bajo siguió haciéndome incapaz de reconocer de qué lado
de la habitación se escuchaba—. Detente, Pym, sal de aquí.

Negué, segura de que él había visto mi cabeza moverse a los lados, al igual que la forma en que
mis piernas caminaban cada vez más en el interior del cuarto. Se me ocurrió levantar la linterna
para buscarlo, pero lo primero que terminé alumbrando fue ese sofá removido de su lugar frente al
televisor, estaba a centímetros de mi cuerpo, impidiéndome el paso. Subí más la linterna, y cuando
estuve a punto de alumbrar el resto de una cama, mi muñeca recibió un grotesco golpe que hizo
que mis dedos soltaran la linterna.

Un golpe entre las tinieblas y otro detrás de mí, cerraron mis pulmones, endurecieron mis
músculos e hicieron que ese escalofrío resbalara por toda mi columna. Y me contraje, mi cuerpo se
volvió tan pequeño cuando ese aliento caliente abrazó mi cabeza, por detrás…

Lo supe.

Él estaba detrás de mí.

—Te dije que te fueras.

Aún en esa posición en la que me había sobresaltado su aparición y su monstruosa voz, negué.
Negué cuantas veces pude con la cabeza, haciendo que todos mis cabellos se restregaran en mi
rostro.
—N-n-n…—volví a tragar, buscando mi voz—. No me voy.

— Después de lo mucho que deseaba devorarte mientras intimábamos— Su voz baja y engrosada
exploró mi cabeza —. Después de que todavía estaba a punto de matarte. Ni siquiera tengo brazos,
y mis ojos…, Pym, ¿aún quieres quedarte?

¿Sus ojos? ¿Qué tenían sus ojos? Quise saber, pero me rehusé a preguntarle. Solo haría que se
enfadara si le daba a entender lo mucho que me importaba su aspecto, mejor que supiera que no
me importaba. Yo quería quedarme a su lado, quería estar con él. No tuvo la culpa de golpearme
con sus tentáculos con esa fuerza, todo había sido para impedir que ese monstruo me tomara.

—Sí.

Obligué a mi cuerpo a reaccionar, a mis piernas a moverse para girarme y subir mi rostro. Cuando
hubo un pesado silencio, un suspenso sin final, volví a atreverme, esta vez, a subir mi mano hasta
la altura en la que creí que estaría el suyo, observándome.

—Porque quiero estar contigo— sinceré, llevando mi mano a buscar su rostro, aquel rostro al que
no tardé en encontrar una de sus mejillas, caliente y húmeda. Fiebre. Rojo tenía fiebre —. Estamos
juntos, ¿no era eso lo que querías? Sé que hay una salida, sé que puedes mejorarte.

Una fuerte exhalación abrazando por completo mi rostro, me estremeció, me hizo temblar, pero no
lo suficiente como para desbaratar mi cuerpo. Tampoco fue suficiente para hacerme temblar
cuando uno de sus tentáculos rodeando mi muñeca apartó mis dedos de su mejilla.

—Rojo…— lo llamé, bajo, anhelando que me dejara acercarme—. No eres un monstruo.


Hallaremos la forma de sanarte.

Respingué enseguida al sentir un par de sus tentáculos deslizándose en cada uno de mis tobillos, y
subir por el resto de mi pierna, lentamente. Mi corazón se aceleró del susto por cada centímetro
que subían en mis muslos, apretando cada vez más mi cuerpo y exprimirlo cuando rozaron mi
entrepierna.
Un gemido de sorpresa se resguardo en mi garganta, mis manos se endurecieron en cuanto sus
tentáculos se deslizaron por mi entrepierna, tocando mi vientre y deslizándose un poco más
dentro de la sudadera que llevaba puesta.

Jadeé.

—No estás viendo las cosas como son, solo como quieres verlas —La presión en mi vientre me
tambaleó, quise apartar sus tentáculos de esa zona, pero él apretó su agarre, haciéndome gemir
del susto—. Pensé que serías más inteligente, pero después resultaste ser predecible Pym—
Pestañeé al sentir la presión dolorosa escocer mis ojos ante sus palabras hirientes —. Yo… al final
no te necesito más que para tener sexo.

El miedo de 09 Rojo.

EL MIEDO DE 09 ROJO

*.*.*

—...Y en este momento, Pym—Mi nombre había sido pronunciado con tanto odio que me volcó el
corazón y lo hizo aletear adolorido—, no quiero tener sexo contigo.

Dolor. No quería dejarme llevar por las astillas de dolor que encajaban en mi cuerpo las palabras
de Rojo, pero estaba hecho. Era tarde, me había lastimado. Y no era por que según él, me había
utilizado para el sexo, sino por lo mucho que se estaba esforzando en herirme con ello.

Una pregunta se construyó en mis labios. Titubeé mucho para que mi boca se abriera, deseaba
mucho preguntárselo y saber, a pesar de estar atemorizada, su respuesta.

— ¿Solo eso quieres de mí? —pronuncié lentamente, sintiendo el dolor palpando el nudo
muscular en mi garganta—. ¿No hay nada más?

Inhalé por la nariz, sintiendo como sus tentáculos se removían sobre mis piernas, ya no
presionando mi estómago, pero si recorriendo mis muslos, y bajando por todos ellos lentamente.
Lo sentí, de inmediato, inclinando su cabeza hacía mí, sentí su nariz exhalar contra la piel de mi
mejilla y luego el puente de mi nariz, deslizándose de mi quijada a mi cuello para olfatearlo...
Para olfatear mi piel.

—Me gusta más... —hizo otra pausa en la que atisbé el ronroneo de su bestial voz—, tu cuerpo,
Pym, eso es todo.

Me gusta tu cuerpo, eso es todo. Sus palabras, cayeron sobre a la boca de mi estómago en forma
de iceberg, uno tras otro, amontonándose todos.

Asentí, sintiendo esa desilusión, esa sensación estremecedora que había sentido con su cercanía,
todo desapareció. Dejando solo esa sensación de no poder respirar, de no conseguir que mis
pulmones obtuvieran el aire que necesitaban, porque una parte de mí se creyó sus palabras, pero
la otra mitad seguía dudando.

Había algo que estaba muy mal aquí, una parte de mí, por pequeña que fuera, no le creía. Algo que
no estaba tomando en cuenta, algo que no encajaba en su rompecabezas. Una pieza mal estrecha,
con muchos secretos por detrás. Ocultaba una razón, ¿verdad? Su razón era lastimarme, perder el
control y lastimarme, ¿cierto? Pero claro que lo era...

Me salvó incluso después de decir que prefería más la carne que yo. Incluso antes él dijo que solo
me salvaría a mí, que no me pondría en peligro. Sus acciones y sus palabras eran contradictorios.

Se contradecía.

—Vuelve con los otros— no me lo pidió, me lo ordenó. La forma en que lo hizo, logró que mi boca
se apretara y temblara mi mentón—. Yo iré a revisar el resto del perímetro.

— No lo haré—forcé a que mi voz saliera clara y dura, levanté el rosto a una altura en la que estaba
segura que se encontraba su rostro—. Después de lo mucho que me protegiste, de decir lo mucho
que te gustaba, de que no querías ponerme en peligro y que solo me salvarías a mí, ¿dices que
solo era por sexo?

—Sí—Ni siquiera dudó, pero había algo en su tono que me hizo negar con la cabeza, y que una
sonrisa cínica brincara sobre mis labios.
Pensé en la primera vez que lo hicimos en la oficina, cuando él me pidió que lo besara aún después
de devorarse el cuerpo de aquel experimento, y todavía el añadió que no quería que yo le temiera,
y no fue la única vez que dijo aquellas palabras, ¿y al final estaba diciendo que no le gustaba?

—Tú lo que tienes es miedo a lastimarme por lo que te estas convirtiendo, y no necesito
preguntarte para saberlo—Tomé una bocanada de aire y solté: —. Dijiste que estabas
ahuyentándome antes de que perdieras el control, además, tú mismo no querías que te temiera
que no lo tolerarías. Si querías alejarme, antes debiste pensar en tus palabras, ¿no lo crees?

Traté de tocar su pecho, pero se apartó, o eso intuí porque cuando estiré mi brazo por completo no
encontré nada frente a mí, nada más que una fría pared junto a la puerta por la que entré. ¿En qué
momento mientras hablaba, él se había movido de lugar? ¿Y ahora dónde estaba? Apreté mis
puños y giré, sería muy tonto ponerme a buscarlo cuando toda la habitación estaba a oscuras. Lo
único que me ayudaría a encontrarlo era con la linterna que él me quitó de las manos.

—Y también sé que temes que me alejé de ti por tu aspecto—añadí, mientras buscaba la linterna
la cual inmediatamente encontré a mi izquierda, alumbrando contra la pared.

Me encaminé a ella con la intención de tomarla y buscarlo. Pero tan solo me acerqué al lugar
donde estaba y me incliné para tomarla, la linterna se deslizó lejos, muy lejos de mí, subiendo por
la pared y recorriendo el techo hasta quedar del otro lado de la habitación. Aunque había sido una
escena demasiado perturbadora, sabía que los tentáculos de Rojo la habían movido para que no
fuera alcanzada por mis manos.

—Deja de actuar así—solté con frustración, chocando contra el sofá que estorbaba mi camino.

— ¿Actuar cómo? Tú eres la que está pensando otra cosa, Pym.

Por poco quedaba inmóvil cuando escuché su grave y ronca voz con terminación crepitante, justo
detrás de mí. Mis entrañas se estremecieron, así como cada centímetro de mi cuerpo se hizo
añicos a causa de sus palabras.

—No te equivoques, no importa que dije antes—Mi respiración quiso detenerse para no hacer
ruido y así ser capaz de escuchar cada una de sus palabras—, lo que importa es lo que dije hoy. No
me gustas Pym, y no pienso repetirlo otra vez. Si no te vas, te forzaré a irte.
Junté la salvia en mi boca y tragué, sintiendo el dolor en los músculos endurecidos de mi garganta.
Animé a mi cuerpo a voltearse, sin mover los brazos, sin subir el rostro y sin pestañar al sentir la
acumulación de agua en mis ojos.

—Déjame verte y entonces me iré—mentí, llevando uno de mis dedos a limpiar esas lagrimas que
se habían derramado, que me había traicionado.

Solo viéndolo, sabría la verdad.

—Pierdes tu tiempo—espetó—. Regresa con ellos, yo estaré haciendo guardia hasta que
descansen, luego los devolveré con los otros y yo me...

—Solo quiero verte—le interrumpí, aunque tuve mucha inquietud por saber lo que diría al final,
sin embargo, mi boca ya había hablado con ese tonó desesperado—. Déjame verte y me voy. Me
voy sin decir nada, me alejaré de ti como tanto quieres.

En ese segundo, la puerta se abrió con uno de sus tentáculos, dejando que la luz del pasillo
vislumbrara parte de su cuerpo. Una mitad que fue lo suficiente para abrirme los ojos y dejarme
reparar en el lado izquierdo de desnudo torso.

Todo el detalle y color de piel era normal, la clavícula marcada y su hombro en perfecto estado con
la única diferencia de que el brazo que debía estar en su hombro, no estaba. En su lugar estaban
todos esos delgados tentáculos que se alargaban desde el hombro hasta su pie.

No eran largos como los recordaba, al parecer había disminuido su tamaño, ¿entonces eso quería
decir que volvería a tener su brazo? Hasta ese momento no me paré en preguntar sobre muchas
cosas, una de ellas era saber cuál era el aspecto original de Rojo, si antes de contaminarse tenía
esas escleróticas negras o sus largos colmillos, pero eso ya no me importó. Lo que más importaba,
era que él no se volviera un monstruo, y que su miedo no lo consumiera.

Miedo era lo que él tenía.


Reparé más en su aspecto, subiendo la mirada hacía su rostro que a diferencia del resto de su
cuero podía ver gracias a la luz del pasillo. Sus ojos endemoniadamente enigmáticos me atraparon
enseguida. Tenía una mirada depredadora cuyos orbes carmesís tenían lagunas negras, esas
mismas que horas atrás eran solo líneas apenas visibles en su pupila. Pero ya se notaban más.
Verlas me hizo recordar al aterrador experimento del comedor, sus ojos eran todos negros al igual
que el experimento 05 y otros que llegaron al área roja. ¿El que se oscurecieran era a causa de la
plaga en su cuerpo? Cuando él mencionó sus ojos, ¿se refería a esas lagunas negras?

La forma en que me miraba, la forma en que observaba que yo le contemplaba, era vacía, como
si... como si no sintiera nada. Estaba desolada, no encontraba sentimientos en sus orbes carmín.

Apreté mi quijada al sentir esa astilla de hielo profundizarse en mi pecho, la forma en que antes
me había visto no estaba más, tal vez él estaba luchando por no mirarme del modo en como lo
hacía o tal vez... Sacudí los pensamientos y me obligué a reparar en el resto de su enigmático
rostro, observar ese par de labios secos entreabiertos, dejándome apreciar un poco de sus
colmillos. Su rostro que, podía reflejar su esférica y escalofriante mirada carmín, no tenía nada de
diferente.

Al menos no para mí.

Para mí él seguía siendo Rojo.

—Temes que te tema—murmuré, levanté mi mano y lentamente la fui cercando a su pecho, y


cuando estuve a unas pulgadas de sentir su caliente piel en mis yemas, paré.

—Poco me importa eso ahora.

—Mentira—Dirigí una mirada a sus vacíos orbes y confesé—Temes que dejé de quererte.

Esa era una palabra que antes no había dicho mucho menos pensado, pero ya estaba palpando en
la punta de mi lengua. Todo de mí anhelaba decírselo, solo deseaba que mi voz no se escuchara
rasgada. Cuando quise soltarlo, cuando quise que me escuchara, él volvió a interrumpir:
—No quiero escucharte—soltó rápidamente, su voz forzada y ahogada me hicieron estirar mis
labios en una mueca. Él no quería escucharlo, solo porque le lastimaría—. Solo vete Pym.

—Claro que quieres —insistí, en tono bajo y lento, y al no escucharlo más, comencé: —. Rojo...

Jamás pensé que, con decir su nombre, lo enloqueciera. Dando una zancada para dejar su pecho a
un centímetro de tocar mi nariz.

— ¡No me tientes a lastimarte, Pym! ¡Ahora vete! —su exclamación en una voz engrosada,
estremeció mis músculos, me hizo comprimirme, hacerme pequeña, pero no solo por el volumen
sino porque su voz se escuchó a centímetros sobre mi cabeza, en forma de advertencia, una
amenaza cruel y despiadada, pero aun así no permití que me atemorizada para confesarme a él:

— Te quiero, Rojo.

Su nombre, así como la frase, se quedaron suspendidas en el techo, buscando acogerse en un


cuerpo que se colocó tensó de inmediato, en un rostro cuya frente se hundió con dolor y un par de
orbes se cristalizaron. Era un gesto que, aunque pequeño y apenas sincero, fue suficiente para
aclarar las pocas dudas que me quedaban muy en el fondo y que no quise prestar importancia.

—No recuerdo nada de ti, nada de nada—solté, y eso me frustraba—. Pero te quiero.

Era cierto. Por extraño que sonara, desde que lo vi en esa incubadora lo quise. Siempre lo quise.
No recordaba a Rojo y aun así mi corazón latía desconcertantemente por él, mi piel se estremecía
con el más pequeño de su tacto y era inevitable no querer estar a su lado y sentirme abrazada por
su calor. Todo eso era porque mi cuerpo lo reconocía.

Mi piel, mis brazos, mis labios y hasta mi propio corazón le recocían, lo querían, lo anhelaban y
seguían queriéndolo pese a la falta de recuerdos, y pese a lo mucho que eso me confundía.

Sin esperarlo, Rojo dio dos pasos más a la luz del pasillo, iluminando el resto de su cuerpo varonil,
bien tonificado. Iluminando esas partes que antes no había visto y que antes habían permanecido
ocultas, lejos de mi alcance.
Mis pulmones dejaron de servirme cuando recorrí su pecho, todo ese pecho y torso.

Entendí la profundidad por la que actuó tan frio conmigo cuando encontré esos agujeros en su
abdomen. No eran grandes, pero tampoco pequeños, y no eran solo agujeros, cada uno de ellos
estaban siendo ocupado por algo que les atravesaba el estómago. Ese algo tenía la forma
desconcertantemente picuda color negro.

Eran tentáculo.

— ¿Por qué haces esto tan difícil? — soltó entre dientes, forzado, como si quisiera ocultar algo
más. Ocultar su dolor—. No tengo futuro, y tú no tienes futuro junto a mí. Solo mírame, Pym.

—Ya lo hice—murmuré temblorosa, muy bajo, sin dejar de ver el tentáculo de al menos cinco
centímetros de largo. Era escalofriante, pero más que atemorizarme, me hería.

— ¿Qué?

—Ya te vi—exclamé, mirando ahora a su rostro—, eso no significa que no tengamos futuro.

Sus ojos se abrieron más, pero no de sorpresa, sino de frustración, vi como sus labios temblaron,
se torcieron con molestia, con confusión. Quedé inquietante al ver las aletas de su nariz abrirse con
fuerza cuando respiró.

—Mi cuerpo no está eliminando el parasito, ni siquiera lo que me dieron me ayudó en el comedor.
Me estoy convirtiendo en uno monstruo—resopló frustrado, sus tentáculos se sacudieron a los
lados llamando mi atención—. En cualquier momento puedo perder el control y morderte, Pym.
Cuando vuelva a mis sentidos ya estarás muerta, ¿entiendes?

—Pero...—pausé para respirar—. Apenas empezaron a inyectarte el sedante. Rossi dijo que a los
otros experimentos les sirvió, pero no los primeros días, ¿por qué perder la fe?

Exacto. Había una cura, eso fue lo que Rossi dijo, y eso era lo que le estaban inyectando a él. El
sedante que contenía sustancias que disminuían el hambre en los experimentos, era la primera
medicación para seguir con el siguiente proceso. Aunque desconocía ese proceso, sabía que aún
no se lo hacían a Rojo, él apenas llevaba dos días tomando el sedante.

Quería creer que en verdad había una solución para él.

—Porque no hay esperanzas para mí—Sus palabras susurradas abrieron mi boca—. Cuando me
revisaron antes de salir de la base, me abrieron el estómago, ¿sabes lo que encontraron Pym?
¿Sabes lo que hallaron en mi interior? ¿Puedes imaginarlo? —Sentí un golpe en mi cuerpo cuando
lo vi tan enfadado, no conmigo, sino consigo mismo, con todo esto.

— ¿Qué hallaron?

Se tomó un momento para mirarme, para contemplarme, para tranquilizar ese enojo suyo y hacer
temblar su mentón.

—El parasito está creciendo en mi interior, tal vez lo que me inyectaron disminuye mi hambre por
unas horas, pero no para este crecimiento. Lo que vez colgando de mis brazos y atravesando mi
estómago, es el parasito.

Quise negar con la cabeza, pero no pude. No pude moverme o reaccionar.

—Dijeron que aún había tiempo para seguir el proceso, en ese momento aún podía tener mis
brazos y mi estómago ileso, pero era consciente de que dentro de mí algo se movía—dijo, en un
tono rasgado que cerró mi garganta —. Pensé que podía curarme, que lo lograría. Yo pensé que
podía controlarlo, que esta era la evolución de lo que tanto nos habían hablado esas personas, no
sabía que con evolución se referían a nuestro crecimiento físicamente pasando de ser un niño a ser
un hombre.

Se acercó, se fue acercando y con cada pisada cortando distancia entre nosotros, mi cuerpo se fue
endureciendo. Sin dejar de mirarme de esa manera tan profunda y adolorida, torturada por lo que
carcomía su interior, quedó tan cerca de mí que mis manos no duraron ni un segundo en tardar
para aferrarse a los lados de su torso y pegarme a él, tanto así que mi rostro se hundió en su
pecho, que mi nariz inhaló su aroma y que mi cuerpo dio el intento de reconfortarse en el suyo,
pero al final no lo logró.
Mis rodillas se volvieron agua cuando inclinó su rostro y sus labios rozaron mi oreja para besarla.
Poco faltaba para romperme. A punto estaba de sentir mi interior partirse trozo por trozo y
volverse nada sin él.

No quería pensar en nada, y no podía hacerlo después de todo lo que escuché, mi mente era un
caos, un infierno lleno de preguntas sin respuestas. No quería construir teorías y destruir razones,
solo escucharlo, solo escuchar a Rojo.

Y siguió hablando.

—Pensé que había tiempo para salvarme después de esta misión, pero no está siendo así Pym. Mis
brazos se regeneraban en minutos, han pasado cinco horas y nada en mi cuerpo se ha regenerado
—lo último lo soltó en un gruñido—. ¿Con qué voy a tocarte? ¿Cómo te acariciaré? ¿Cómo voy a
tener un futuro si ni siquiera puedo abrazarte? No dejo de preguntármelo.

Sus palabras fueron espinas atrancándose en mi oprimido pecho, en esa caja torácica lastimada. Ya
ni siquiera sabía cómo explicar mi dolor, estaba sintiendo mucho, tanto que sentí que volvería a
desfallecer.

Me apreté contra su cuerpo, lo que no esperé fue sentir un par de sus tentáculos rodeándome en
una clase de abrazo. Lo que sentí fue mi cuerpo contraerse, y mi garganta ahogar un gemido al
extrañar sus brazos, el calor de ellos.

Volvería. Yo sabía que él volvería a ser como antes.

O eso quería pensar.

Quería creerlo.

—Rojo...

—Dije la verdad—me detuvo—. Cuando intimé contigo en la ducha e incluso en la oficina, quise...
yo quise arrancarte la piel, Pym. Quise morderte y saborearte de todas las formas —musitó contra
mi oído. Lo que sentí después e hizo jadear, su lengua lamiendo el lóbulo de mi oreja y luego, sus
colmillos lo rozaron—. Eres deliciosa —gimió él, contra mí mejilla, haciendo que mis huesos se
sacudieron a causa del escalofrío que creó con su ronca voz—. Tan deliciosa que me excitas.

Estaba desconcertada, y quise apartarme para ver a su rostro, para decirle lo que quería hacerle
saber, cuando sus tentáculos me apretaron más contra su cuerpo y estando así, contra su pecho
me hicieron escuchar los latidos acelerados de su corazón.

—Todavía late, no te mentí. Me gustas mucho, tanto que tenerte lejos me agobia, y no por tu
cuerpo, no por el sabor de tu piel, ya lo sabes, sentí esto mucho antes de volverme así— Me
separó un poco de él, solo lo suficiente para, instantáneamente poseer mi boca, un beso
desesperado cuyos labios buscaban necesitadamente los míos.

Mi corazón aleteó desbocado, mi estómago dejó de estar contenido y se liberó con una clase de
cosquilleo. A pesar de esa nueva sensación, de que mi cuerpo cobrara vida propia y
correspondieran mis labios con la misma necesidad, mi pecho seguía rotundamente oprimido. Mi
alma asustada y estremecida, no por sus palabras mucho menos por su físico, tenía miedo de
perderlo.

Lo sabía. Era por eso que él quería apartarme. No podía asegurar que no llegaría a lastimarme, no
podía asegurar que llegaría el día en que perdería la cordura e intentaría morderme, que quizás
eso podía ocurrir en cualquier instante.

Mis dedos se deslizaron por detrás de su espalda, mis yemas tocando su piel húmeda,
repasándola, grabando cada pequeña textura de esta. Acaricié sus omoplatos, esos que se
marcaban detrás de sus hombros mientras nos consumíamos a través de nuestras bocas. No me di
cuenta hasta que mi cuerpo cayó sobre el sofá que, Rojo nos había estado haciendo retroceder
todo este tiempo, pero era tarde para, incluso, acomodarme cuando él se colocó sobre mí,
montándose en mi regazo al acomodar sus piernas a cada lado de las mías.

Ni siquiera dejó pasar un segundo cuando se empujó en mí para estampar su boca contra la mía y
adentrar su traviesa lengua en mi interior. Tampoco me di cuenta de que sus tentáculos estaban
tomando mi rostro y mentón, también había un tentáculo en mi nuca, enredándose entre mis
cabellos y atrayéndome a él, a profundizar el beso y quizás, algo más.

Sus besos llegaron a un nivel en el que me hicieron olvidar lo de minutos atrás, no sabía si sucedió
con él, pero esperaba que mis besos desaparecieran sus preocupaciones, sus miedos, todo que lo
atormentara, porque eso, es lo que sus besos provocaban en mí. Sentía que no había nada de que
atemorizarse, que ya todo había terminado y solo éramos nosotros dos, a salvo, uno junto al otro.

Su lengua juguetona, incitó a la mía a moverse, a bailar junto a él, cuando lo hice y mis dedos
recorrieron la piel de su pecho, Rojo gimió ronco, sus caderas de menearon y mi rostro se calentó
cuando sintió lo que palpó mi vientre.

Oh santo cielo.

Cuando pensé que continuaríamos, que nos consolaríamos de otra forma a parte de besos,
abrazos y caricias, él abandonó mis labios, pegó su frente a la mía y respiró con agitación.

—Puedo controlarme, puedo hacerlo—susurró con complicación, su aliento golpeó mis labios, me
hizo pestañar —. En este momento puedo hacerlo, pero no sé qué sucederá después, Pym. Viste
que comía un brazo, ¿qué si después estoy devorándote a ti? No quiero hacerte daño.

—Solo tienes que resistir—dije en voz baja, tomando sus mejillas y acariciándolas con mis pulgares
—. Dijeron que aún tenías tiempo, entonces no perdamos la esperando. A pesar de tus brazos y
estómago, sigues aquí. Eso es lo importante.

Sus orbes carmín que apenas podían verse por la poca iluminación, me contemplaron con anhelo.
Se veía más tranquilo, relajado, confiado. Si no me hubiera quedad y hubiera hecho caso a sus
palabras, ¿cómo estaría él? No quería imaginarlo. Salí de mis pensamientos cuando retomó mis
labios, en una lentitud, pero con una profundidad que me hizo suspirar, un suspiro que terminó
cuando retrocedió de mi boca.

—Quiero hacerte el amor, pero tengo hambre y no quiero ponerte en riesgo —explicó con
frustración, apretando sus dientes y torciendo su rostro en otra dirección. Se levantó
repentinamente, dejando un frio en mis piernas—. Eres lo más delicioso que he probado, tengo
que mantenerte lejos hasta...

—Que regresemos a la base—fingí una sonrisa mientras se lo decía, buscando su mirada y


hallándola pronto—. Si antes no te dan los síntomas de la tensión— agregué, levantándome y
acercándome a él.
—Tendrán que sedarme mucho—sostuvo, vi sus tentáculos y hasta ese instante noté que los
tentáculos que colgaban de su hombro derecho eran muchos más largos que los del lado izquierdo
—, pero esa examinadora dijo que solo le quedaban dos sedantes, el resto estaban con el grupo.

Michelle. Aunque recordarla hacía que la bilis subiera por mi esófago, ella había guardado en su
mochila gran parte de los sedantes ya que estaba a cargo de Rojo para inyectárselas, y ella...
¿seguía viva? ¿El resto del grupo también? Y si era así, ¿habrían vuelto a la base? ¿Qué sucedería si
no volvíamos antes de que los sedantes se acabaran?

Nada bueno. Nada bueno acontecería.

Dos golpes desde la puerta nos hacen respingar a Rojo y a mí, asustada llevó la mirada al umbral,
detrás del hombro de Rojo, y me encojó al encontrar esa mirada marrón observándonos. ¿Desde
cuándo había estado ahí parado? ¿Nos había mirado? ¿Escuchó la conversación? ¿Por qué estaba
aquí?

—Solo quería cerciorarme de que estuvieras bien—Se refirió a mí, colgando su arma sobre el
hombro y echando una mirada al pasillo—. Veo que no ha pasado nada aún.

—No sería capaz de hacerle daño—espetó Rojo, frunciendo la mirada en su dirección, mientras
tanto, eché una mirada a sus tentáculos, ansiando que volvieran sus brazos, ansiando que él
mejorara.

—No estoy seguro de eso—Él también miró los tentáculos de Rojo, y Rojo apretó los colmillos otra
vez, a punto de gruñir—. Como sea, partimos del lugar en diez minutos, si tienen hambre, coman
de una vez, no haremos otra parada hasta que volvamos a la base.

Los celos de Adam.

LOS CELOS DE ADAM

*.*.*
Desde que salimos de la oscuridad a la luz de un pasillo lleno de habitaciones, no podía dejar de
ver su espalda. Su ancha estructura, su línea vertical que desaparecía con el encaje del cinturón de
sus pantalones, esa línea tan marcada que, acompañado del movimiento de sus omoplatos, hacían
lucir su cuerpo de una forma enigmáticamente imponente.

Aunque varias veces había visto su espalda, su cuerpo y su mirada, debía admitir que se sentía
como si fuera la primera vez que lo miraba. Y solo no dejaba de hacerlo, de recorrerlo, de reparar,
e incluso contar, cada uno de sus bellos tentáculos que colgaban desde sus hombros.

Tentáculos que, con el paso de minutos, cada vez, se encogían. Estaba segura que si se encogían
era porque sus brazos se regenerarían. Ojalá fuera eso, deseaba que él tuviera sus brazos, solo así
lograría esperanzarlo más.

Por otro lado, esos tentáculos me mantenían perturbada, solo saber que un parásito caníbal hacía
que todo mi cuerpo se estremeciera. No dejaba de preguntarme lo que sucedería si esa bacteria
crecía más en Rojo, además de que me preguntaba cuanto había estado creciendo dentro de él y
qué tanto lo había lastimado. ¿Era a causa del parasito que sus brazos tardaban tanto en formarse?
Debía de ser, no había otra explicación, tampoco para los agujeros en su estómago.

Esa maldita bacteria tenía que morir cuanto antes. Solo debíamos encontrar los cargadores y las
baterías para regresar a la base, y entonces, combatiríamos el patógeno en Rojo... Sí, esa maldita
bacteria moriría, y Rojo mejoraría...

Él mejoraría.

Dejé de mirarlo para poner atención a mí alrededor.

Era perturbador encontrar tanto silencio, ni siquiera nuestros pasos o respiraciones producían
ruido. También era inquietante encontrar a Adam y a Rossi caminar con una tranquilidad y con sus
armas colgadas al hombro, era como si hubiesen dejado de preocuparse por sus vidas. Mientras
tanto, mi nueva arma, aquella que Adam me dio cuando salimos de la habitación, era apretada por
mis manos, dirigiéndose a todas direcciones con el temor de que un monstruo saliera y nos
impactara.

Además del silencio y la tranquilidad de Adam y Rossi, me intrigaba ver que en lo más alto de la
puerta de cada habitación colgaba un pequeño letrero con un título diferente.
A parte de esos pequeños letreros, no podía ignorar la presencia de esas innumerables cámaras
que cada medio metro que recorríamos se colgaban del techo, moviéndose levemente a los lados y
siguiendo nos todo el tiempo.

Era escalofriante.

— ¿Qué es este lugar? — susurré en dirección a Rossi que se hallaba de mi lado derecho, mientras
tanto, Adam a mi izquierda.

—Aquí no necesitas susurrar—habló monótonamente con una mueca en sus labios rosados—, este
lugar es seguro, sus únicas entradas están bloqueadas. Es como un bunker, hecho de metales y
algodones que absorben el ruido y ocultan las temperaturas, especialmente para ser habitado por
experimentos adultos de todas las áreas—su respuesta añadió más intriga—. Nada puede
atravesarlo, nada puede escucharnos o vernos, mucho menos entrar o salir de aquí si no tienen el
código de acceso a esta zona, es como la base madre.

Miré el techo y las paredes sin soltar un poco el arma, sin confiar totalmente en las palabras de
ella, ¿en verdad nada podía atravesarlas? ¿Era totalmente seguro? Pero, lo que más me sorprendió
fue saber que existían habitaciones para experimentos... adultos, ¿eso quería decir que solo los
experimentos niños y adolescentes permanecían en las incubadoras? ¿Cómo serían físicamente?
¿Se parecerían a los que vi en las incubadoras del área Roja? Eso experimentos de piel arrugada y
cuerpo pequeño y delgado, ¿eran niños?

— ¿Tienen sus propias habitaciones? —quise saber, recordando que Rojo era un experimento
adulto, Adam lo llamó así. Pero, era extraño porque Rojo me dijo que siempre había estado en y
solo 57 veces fue liberado para ir a la sala de entrenamiento, ¿qué significaba esto? Era tan
confuso.

Ella asintió:

—Cuando un experimento llega a su última fase de evolución, o sea, a su etapa adulta, lo


liberamos de su incubadora porque terminó el proceso completamente del desarrollo de su
organismo, y lo trasladamos a una habitación para emparejarlo con su sexo opuesto.
Emparejarlo con su sexo opuesto. Ella hablaba de un hombre y una mujer, ¿por qué razón los
ponían juntos? ¿Era acaso para saber lo que harían? Pero claro que sí, algo me decía que no era
para que los experimentos socializaran o tuvieran vidas propias, claro que no. Era algo más, y tenía
que ver con la concepción, ¿no era así? Toqué mi estómago e hice presión mientras la palabra
concepción se reproducía una y otra vez en mi cabeza.

Hasta este momento, no había sentido nada fuera de lo normal en mi cuerpo, solo esperaba que
siguiera siendo así,

‍‌‌‍— ¿Por qué hacer eso? —pregunté aún a pesar de que ya me hacía una buena idea del por qué.

—Por años hemos intentado fecundar en el vientre de las hembras experimentos, los hombres son
fértiles, pero al momento en que los experimentos intiman, no hay concepción en la mujer. No hay
fertilidad. Al principio hicimos las habitaciones para ese motivo, pero por tres años lo intentamos y
no sucedió nada, así que solamente les dejamos hacer una vida un poco normal a los experimentos
emparejados en esta zona —explicó—. Los del área negra son los únicos experimentos que no
pueden ser emparejados con otra clasificación que no sea la suya.

— ¿Por qué?

—Porque los experimentos del área negra son demasiado agresivos en algunos aspectos íntimos,
los naranjas también lo son pero al menos ellos saben controlar sus impulsos— esta vez había
respondido Adam, hasta ese momento me di cuenta de que había estado escuchando nuestra
conversación, y seguramente, Rojo también lo hizo.

—Y muy finos con los experimentos con los que quieren socializar—agregó Rossi.

Recordé entonces de cuando ella mencionó que los del área naranja eran los únicos que no se
habían contaminado, ahora que podíamos hablar sin preocuparnos de qué o quién nos escuchara,
quería saber todo.

—En los experimentos del área naranja el parasito no sobrevive, ¿por qué? Ustedes tienen a uno
de ellos, ¿cómo supieron de que el parasito no sobrevivía en su cuerpo? ¿Era por la sangre acida?
— ¿Cómo sabes de eso? —remató Adam con una pregunta, acomodando su arma sobre su
hombro.

—Rossi me lo dijo.

Adam lanzó una furiosa mirada de mí a Rossi, y ella se encogió de hombros con una larga sonrisa.
Sus expresiones me confundieron, era un tema privado, al parecer.

— ¿Qué tiene de malo que ella lo sepa? —soltó con esa extraña sonrisa—. Al final 09 es su
experimento.

—No es su experimento—espetó él.

—Sí lo soy—la voz de Rojo me calentó el pecho, subí el rostro para clavar la mirada en esa ancha
espalda que no dejaba de moverse con el imponente caminar de Rojo—. Ustedes ya no tienen
derecho sobre mí, ella sí— Adam abrió la boca, sus ojos parecieron querer saltar cuando lo
escucharon, pero Rojo no le dejó soltar palabra cuando, al girarse y fundirlo con su endemoniada
mirada, añadió: —. Ahora, ¿cuál es la diferencia entre los experimentos naranjas y nosotros? ¿Por
qué el parasito no sobrevive en ellos?

Me preocupé al ver la forma en que se intensificaba su mirada hacía Rojo, la forma en que su mano
apretaba su arma, y esa intención de hacerle daño emanando en sus crispados dedos. Me puse
alerta solo si se le ocurría hacer una tontería, dando un paso más cerca de Rojo, ahí fue cuando sus
orbes marrones se dejaron caer en mi dirección y esas cejas pobladas se hundieron con
frustración.

—Yo también quiero saber eso—dije rápidamente antes de que Adam soltara la maldición que
resplandecía en el apretón de su mandíbula. No le gustaba que Rojo se comportara así, pero me
daba igual, tenían que aceptar que Rojo también tenía derecho a hablar—. Si el parasito no
sobrevivió en un experimento del área naranja, quiere decir que su sangre puede servir para sanar
a otros, ¿no? Pude ayudar a Rojo.

—Aquí no Pym, no estamos en territorio para sentarnos a charlar.


¿Sentarnos a charlar? ¿En serio? Mis dedos apretaron el arma, acto que él vio, pero no lo hice por
una amenaza sino porque en verdad quería saberlo, al menos algo de lo muy poco que me han
respondido de lo mucho que les he preguntado y me han evadido. Ya era hora de que supiera algo,
y si no había tiempo para saberlo, entonces yo... haría ese tiempo.

—Claro que sí, ustedes mismos dijeron que nada entraba y salía de ese lugar—recordé, mirándolos
con severidad —. Solo quiero una respuesta. ¿La sangre de los experimentos naranjas es lo que
han estado utilizando en Rojo?

—Ni enloquezcas Adam—advirtió Rossi palmeando su hombro una vez que se acercó a él—, ahora
que lo tenemos de nuestro lado y nos ayudó a salir vivos y llegar a esta zona a salvos, deberías
responderle.

Adam negó con la cabeza, pero no dijo nada, al menos por ese instante.

—Te voy a dar el honor de responder, hasta que lleguemos a nuestro objetivo, así que no dejen de
caminar— soltó entre dientes, ni tardó un segundo cuando se lanzó a encaminarse sobre el pasillo,
empujando a Rojo para apartarlo... Mejor dicho, para demostrar un poco de su enojo—. Caminen.

Caminar fue lo que no tardamos en hacer, con Rojo acomodándose al fin a mi lado logrando que
con su acercamiento un par de sus tentáculos rozaran la piel de mi brazo. Pero no fue lo único que
sentí en ese momento, sus tentáculos se deslizaron por mi muñeca, bajaron por mi palma y me
estremecí cuando sentí a cuatro de ellos enroscarse a mis dedos con delicadeza y necesidad, en
ese instante abrí los ojos y miré en esa dirección, imaginando como si por ese instante fuera su
mano tomando la mía.

Tal como una pareja lo hacía. ¿Rojo y yo éramos ahora una pareja? Nunca hablamos sobre eso, ni
siquiera sabía si él conocía el término pareja, ¿o sí lo sabía? Quería preguntarle, pero este no era el
momento, no estando en compañía de Adam y Rossi. Rojo miró hacia adelante con sus parpados
cerrados, al parecer tampoco creía, al igual que yo, que en su totalidad esta fuera una zona segura.

Poco después en que giramos a la izquierda, hacía otro pasadizo un poco más ancho que el
anterior, Rossi comenzó a hablar respondiendo la pregunta de nosotros. Empezando primeramente
por mencionar a las áreas en las que se mantenían los experimentos, y luego hablado sobre la
diferencia de uno y otro, lo que al fin tanto quería saber desde un principio.
Me sorprendió saber que los experimentos blancos, verdes y rojos fueran hechos con el mismo
propósito, pero unos más débiles que otros, eran todos enfermeros, los blancos eran únicamente
hembras, enfermeras que reproducían tejidos nuevos tanto de órganos como de la misma piel,
pero no curaban enfermedades como lo hacían los verdes o los rojos. Los rojos, eran los más
fuertes de los enfermeros y, sobre todo, eran termodinámicos, algo que los blancos y verdes no
tenían.

Después, estaban los experimentos del área negra y amarilla, los soldados de sangre fría, los de
ojos negros carbonizados y lengua larga como la de una serpiente, igual a la de los rojos— eso me
hizo saber que la lengua de rojo siempre había sido así de larga. Les llamaron soldados por la
fuerza que tenían. Lo que Rossi dijo sobre ellos me dejó estupefacta, dijo que el parasito se
reprodujo en los negros el tripe de veces en que lo hizo en un experimento de sangre tibia como
los rojos, verdes y blancos, la hormona del crecimiento se alteraba y provocaba un aumento
exagerado en sus extremidades o en el tamaño.

Dijo incluso que el experimento del comedor, era un experimento del área negra. Sus ojos
carbonizados habían quedado ciegos por la alteración del parasito, algo que ni ellos mismo sabían
hasta ese entonces.

Y por último los naranjas... Los experimentos de sangre acida y caliente, una pisca de sangre que
cayera en tu brazo y la piel se te quemaba. Dijo que fue gracias a esa fuerza de sus eritrocitos y la
forma alborotada en la que su corazón bombeaba la sangre vorazmente que el parasito no resistió
ni la acidez ni la temperatura elevada y murió. Su sangre era la única gran diferencia entre el resto
de experimentos.

—Su sangre es la solución para erradicar esa bacteria, pero si nosotros inyectamos su sangre a
otros experimentos, no solo el parasito termina muriendo, sino los experimentos también.

El aliento se me cortó, ¿estaba diciendo que entonces no había solución para eliminar el parasito
en Rojo? ¿Y entonces qué era todo eso del proceso? Iba a preguntar, cuando volvió abrir la boca,
justo cuando una línea de voz salió de la mía con la intención te interrumpir.

Lo cual no sucedió al final.

—En pequeñas cantidades y diluidas se comprobó que no morían, así fue como sanamos a los
experimentos que mantenemos aislados en nuestra base—dijo, mirando detrás de su hombro y al
siguiente pasillo por el que nos adentrábamos.
No entendí, si la sangre de los naranjas en muy pequeñas cantidades sanaba, ¿por qué inyectarle
un sedante que disminuía el hambre en Rojo? Había algo que aquí no encajaba o ellos me
ocultaban otra cosa.

—Entonces, ¿por qué esperar un proceso largo cuando pueden inyectárselo a Rojo de una vez y en
pequeñas cantidades? —pregunté mi duda, apretando los tentáculos de Rojo y sintiendo la textura
pegajosa de ellos. Nada cálida como sus manos.

—La sangre acida no solo quema los órganos hasta en pequeñas proporciones, inhibe la
reproducción de los glóbulos rojos, o la regeneración—espetó Adam desde enfrente—. Si quieres
que ese enfermero viva, tiene que ser a nuestra manera.

— ¿Y cuál es su manera? —soltó Rojo bruscamente la pregunta, su voz molesta me hizo degustar el
sabor amargo en la punta de mi lengua.

—Tenemos que acostumbrar a su cuerpo a la sangre acida, entonces su cuerpo sufrirá los menores
daños posibles—rebeló Rossi con calma—. El sedante que inyectamos en Rojo, tiene dos
milímetros de sangre acida con una cantidad suficiente de la hormona leptina para saciar el apetito
de los experimentos por unas horas. Ese es el primer paso, Pym, no creas que no estamos
ayudándole en nada, también queremos salvar a 09 porque nos es de mucha utilidad.

—Puede ser que su incapacidad de regenerarse completamente sea un síntoma de la sangre acida,
porque esta sangre es difícil de combatir al igual que el parasito—Pegué la mirada en el arma de
Adam, quien empezó a hablar una vez cruzado hacia el siguiente bloque de habitaciones—, si es
así es seguro que en horas volverán sus brazos, si no fue así es a causa del crecimiento del parasito
en su organismo.

— ¿Si es a causa del parasito, quiere decir que no volveré a tener brazos? — La pregunta había sido
hecha por Rojo, en un tono grabe y ronco que me hizo girar para ver y contemplar su perfil, esa
mirada carmín observando algún lado del pasillo.

Estaba preocupado al igual que yo.

—No sabríamos decirte, todo depende de cómo actué tu cuerpo—dijo ella. Miré la forma en que
Rojo se mordía el labio inferior y pestañeó un par de veces—. Pero si pierdes tus brazos podemos
ponerte unas prótesis, no sentirás el tacto completamente, pero si lo mínimo para sentir que esos
brazos son humanos, parte de ti.

Sus colmillos se enterraron en esos labios, miré con sorpresa como la sangre recorría esa piel
enrojecida y manchaba, todavía, su mentón.

—Llegamos a las recamaras de los oficiales.

Pestañeé cuando de un segundo a otro, Adam aceleró su caminar y cruzó junto a Rojo. Le seguimos
con la mirada y como él se acercaba hacia un par de puertas donde colgaba un pequeño letrero
nombrado como habitación de oficiales que terminó abriendo enseguida, mostrando una fila de
camas acomodas del lado derecho y otra del lado izquierdo, acompañadas cada una por un
enorme mueble de cajoneras.

Era una habitación completamente ordenada, como si no hubiese sido tocada por bastante
tiempo.

—Vamos—ordenó, haciendo una señala antes de que se adentrara—. Encontramos lo que


necesitamos y larguémonos de este lugar.

Rossi le siguió enseguida, eso era algo que haría también pero antes me acerqué a Rojo que
observaba el resto de las habitaciones de adelante, dándome la espalda. Me atreví a acercarme
por detrás, mirando de reojo a la habitación en la que entraron los demás, y cuando estuve tan
cerca de él, toqué su espalda, de inmediato, sintiendo lo tenso que se ponía.

— ¿Qué sucede? —susurré mi pregunta, deslizando mis yemas por su espalda baja.

Mi pregunta rebotó en alguna parte del largo pasillo blanco, una pregunta que no fue respondida
en seguida y que a causa de eso me preocupé. Rodeé su cuerpo hasta tenerlo de frente y
encontrarlo analizando— con la mirada oculta debajo de sus parpados— el lado derecho de las
habitaciones. Llevaba un fruncir de cejas que me perturbó, pero seguramente solo era que estaba
revisando.
Rápidamente, mientras seguía en espera de su voz, miré a su estómago, a esos pequeños agujeros
libres de tentáculos que ya empezaban a cerrarse, sentí un pequeño alivio y le devolví a su rostro.

— ¿Esta todo en orden? —toqué su cálido pecho, logrando que así él bajara la mirada y elevara un
poco las comisuras de sus labios.

Una sonrisa apenas visible, cálida y sincera que me estremeció. Una sonrisa que después tembló
como si quisiera desvanecerse cuando volvió a ver detrás de mí.

—Sí—respondió, pero noté esa duda, y fue lo que me hizo girar a ver. A pesar de que el pasillo
estaba vacío, no sabía si podía decir lo mismo del resto de las habitaciones que ni siquiera paramos
a revisar.

— Pym, te queremos buscando con nosotros—La voz de Rossi me sorprendió, estaba a la entrada
de la habitación de los oficiales viéndonos a ambos, con el arma golpeando levemente la palma de
su mano—. A ti también, 09, necesitamos que busques con nosotros...

—No—espetó. Vi la forma en que respiró con fuerza desde su nariz y suspiró, tensando aún más su
cuerpo sin dejar de ver hacía esa parte.

— ¿Y por qué no? —Quiso saber ella.

—Yo me quedaré aquí, cuidando—la fuerza de su voz al interrumpirla hizo que Rossi arqueara una
ceja y asintiera.

—Tienes razón, quédate aquí, aún si es un lugar seguro, nunca falta encontrarnos con algo extraño.
Vigila —pidió esta vez—. Vamos, Pym.

Asentí y ella se adentró nuevamente antes de darnos una advertencia con la mirada. Fue cuando
volví a ver a Rojo y darme cuenta de que no le quitaba la mirada de encima a las otras
habitaciones. Su extraño comportamiento estaba inquietándome, poniéndome nerviosa, así que
volví a preguntar:
— ¿Hay algo ahí?

Un par de sus tentáculos tocaron mi mejilla, en una débil caricia y me hizo respirar por la boca. Él
se inclinó, pero no me besó. No lo hizo a pesar de que lo esperaba.

—No, solo vigilo—respondió rápidamente, pero a pesar de la firmeza de su voz, no supe si creerle
—. Busca con ellos, yo cuidaré de ustedes.

— ¿Estás seguro que quieres quedarte aquí?

—Sí—esfumó la pregunta de sus labios, sin más.

(...)

Resultó que la habitación de los oficiales era como el interior de una enorme casa, dividida en
cuatro salones. La principal era la recamara; la segunda la cocina con comedor que era mucho más
grande que más grande que otras cocinas que con anterioridad había visto; las otros dos, y ultimas,
eran los baños y las duchas para hombres y mujeres, separadas una de otra. Adam me pidió que
empezara a revisar con él todas las cajoneras junto a las camas, mientras Rossi merodeaba en la
cocina en busca de provisiones.

En cuando ella se fue, traté de ignorar la presencia de Adam, solo pensar en que la envió para
dejarnos a solas, me puso incomoda. Posiblemente estaba siendo una tonta por pensar así de él,
pero era inevitable sabiendo que... de alguna forma él quería hablar conmigo otra vez sobre el
tema que dejamos en la base.

Como dije, traté de ignorarlo, concentrarme en encontrar de una vez los cargadores o baterías que
Adam necesitaba para que regresáramos. Entre más rápido lo hiciéramos, Rojo tendría más
posibilidad. Pero conforme curioseaba en cada mueble, tuve repentinamente, la extraña duda de
que después de tantas habitaciones que dejamos atrás, solo revisáramos esta.

— ¿Por qué no revisamos las otras habitaciones? —pregunté a Adam, ya que era el único en esta
enorme habitación, y no hacía falta buscarlo para saber que se encontraba en la hilera de camas
que se extendían del otro lado de la habitación.
Hubo un silencio que se acalló enseguida escuché como se le caía a Adam algún objeto del mueble
que revisaba.

Al no escucharlo responder, supuse entonces que debía sentirme tranquilo y mis pensamientos
solo se estaban volviendo locos con que él querría hablar a solas conmigo.

Mientras tanto, yo abría el primer cajón del siguiente mueble, y buscaba algo servible entre todas
esas esas camisetas que me hicieron pensar instantáneamente en Rojo. Si la ropa de color pintaba
su piel, entonces debía utilizar ropa blanca, ¿no? ¿O también le pintaría la piel? Lo curioso era
saber por qué pintaba su piel. Saqué una camisa aparándola definitivamente para él, y colgándola
como sudadera alrededor de mi cadera.

Me incliné un poco más y abrí el siguiente cajón donde un montón de bóxer de todos los colores
me pusieron a curiosearlos. Rojo tampoco llevaba bóxer puestos debajo de esos pantaloncillos, ni
siquiera le habían dado unos. ¿Él no se sentía incómodo sin bóxer? Aunque apostaba que o había
utilizado unos en su vida. ¿Sería bueno si le llevaba unos? No, no, pensar en hacerlo utilizar unos
calzoncillos que fueron utilizados por alguien más, era asqueroso.

—No le damos a los experimentos cargadores ni baterías...—su respuesta al fin se escuchó


después un minuto de silencio, en un tono espeso y endurecido como si estuviera molesto.

Desde que conocí a Adam, siempre había estado molesto, no sabía si naturalmente él era así, se
comportaba con esa severidad y seriedad o era acaso que todo se debía a un motivo, ¿por mí o por
Rojo? Era obvio que, por los dos, pero más que nada por mí.

La maldita incomodidad volvió con solo pensar en eso, algo muy dentro de mí, se rehusaba a
preguntarle. No sabía si era porque le temía a lo que cambiaría o porque ya no quería saber nada
al respecto.

— ¿Es para el enfermero? —Confundida giré a verlo, él se encontraba dos muebles de terminar de
revisar, ¿y todavía no encontraba nada? Mi respuesta fue respondida enseguida cuando vi un
cargador junto al arma en la cama detrás de él—. Te preocupas mucho por él, ¿no es así?

Su voz cambió tanto que me sorprendió por un momento. ¿A dónde se había ido su voz seria?
Ahora su voz mostraba el miedo de saber la respuesta a su pregunta.
Oh no. Quería equivocarme con todo esto. Respiré profundamente cuando sentí la tensión en mis
músculos y seguí buscando en el siguiente cajón.

—Sí—la respuesta estuvo a punto de atragantarse en mi garganta. Me preocupaba por Rojo,


porque no lo miraba como ellos lo miraban a él, como si fuera un objeto nada más, algo que para
mí no era.

Él era una persona como todos nosotros.

Abrí el cajón de abajo restándole importancia a su silencio, y solo ver lo que se extendía sobre unas
revistas porno, mis cejas se extendieron sobre mi frente con impresión. Se me olvido hasta la
presencia de Adam cuando extendí mis manos y tomé esa tira larga amarillenta de
anticonceptivos.

Condones.

¿Qué persona se atrevía a tener condones en una zona como esta? ¿A caso tenía relaciones
sexuales estando en esta habitación? Aunque seguramente no había persona que pudiera soportar
tanto tiempo no tener relaciones sexuales con su pareja, estando aquí abajo, en este laboratorio.

La ansiedad corrió hasta mis pulmones de inmediato, agitándola además de acelerar el latido de
mi corazón cuando no dude en guardarlos en el bolsillo de mi pantalón. Eran condones, no estaba
utilizados, su empaque no estaba vencido, funcionaban.

Rojo podía utilizarlos.

— ¿Te gusta, Pym? —Mis brazos dejaron de moverse—. ¿Te gusta ese experimento?

Se me secó la garganta, no esperaba que me lo preguntara, no así, no aquí, me había tomado por
sorpresa. Cerré el cajón lentamente y abrí el último, y mientras buscaba lamí mis labios tratando
de hallar una respuesta. La verdad no quería responderle, no sabía cómo hacerlo. Sentía que la voz
se había escapado de mi garganta.
Una sola pregunta se proyectaba en mi cabeza, tamborileando hasta las zonas más oscuras.
¿Entonces nos había visto besándonos en la habitación? Quizás, o tal vez solo se debía a que era
porque se notaba. Después de todo se notaba los sentimientos de Rojo hacía mí, y se notaban los
míos... hacía Rojo.

Él me gustaba.

—Te digo algo, pensé que después de todo preguntarías algo sobre mí—soltó, el sonido hueco que
emitió el cajón que cerró, hizo que los huesos saltaran debajo de toda mi piel.

Cerré el cajón, también, y giré para verlo una vez que me incorporé. Sus orbes marrones habían
estado esperando a conectar con mi mirada, y cuando lo hicieron sentí una extraña ráfaga helada
estirarse en mi columna vertebral.

— ¿Preguntar sobre ti o sobre nosotros? —pregunté, pero me arrepentí de haberla hecho cuando
vi su rostro congestionado, como si mi cuestión le lastimara.

Un largo suspiró fue soltado de sus labios, bajó el rostro por un momento y negó haciendo una
mueca apretada.

—Después de cómo me comporté contigo cuando nos encontramos y de que reaccionara así
contigo al verte con él, ¿no tuviste curiosidad de por qué lo hice? — cuestionó en un tono irritado,
elevando nuevamente su rostro y tratando de encontrar algo en el mío.

Algo que no halló.

Sentí una culpa pesando en mis hombros y esa inestable opresión en mi estómago, tal vez estaba
siendo egoísta, y no querer saberlo hizo que lo lastimara a él

—Me sentí celoso y ridículo, sé que te grité y no te creí, pero pensé que preguntarías. Parece que
te interesa más ese experimento que saber de tu pasado.
Celoso... Celoso... Fue suficiente para otra vez aclararme que éramos algo, que tuvimos algo antes
de que me olvidara de todo.

— ¿Qué sabes tú de eso? Siempre he querido recuperar la memoria, pero solo no puedo,
¿entiendes lo frustrante que es no recordar nada? —solté tratando de no sonar molesta —. He
sentido curiosidad, sí, pero no solo de nosotros, sino de todo esto y trato de no confundirme. Hubo
tantas cosas de lo que debíamos preocuparnos que resté importancia a mi memoria perdida para
sobrevivir—sinceré, en un tono bajo, sintiendo ese temor de escucharlo de él.

— Pues hazlas—exclamó, golpeando las palmas de sus manos contra sus muslos—, nada pierdes
con preguntar de una vez por todas, yo puedo responderte. Aclarar tus dudas, todo.

Mi corazón se contrajo cuando lo vio rodear la cama y cruzar hacía mi dirección con la mirada tan
fija en mí que me inmovilizo en mi lugar.

— ¿Qué quieres que pregunte? — poco faltaba para que me trabara cuando ahora era menos de
un metro de separación para tenerlo frente a frente.

—Sobre nosotros, Pym.

La forma en que Adam pronunció mi nombre me dejo desorientada, me noqueó la manera en que
su voz se reprodujo tatas veces en mi cabeza, de todas las formas que tuve que sostenerme del
mueble detrás de mí para no caer al sentir la presión de sus voces trayendo una punzada de dolor
a mi cabeza.

— ¿No es eso lo que querías saber esa vez en la base? — hizo la pregunta en un tono bajo y leve, y
las voces de él nombrándome, gritándome, pidiendo que le escuchara, empezaron a disminuir, a
desaparecer, dejando el eco de una última voz masculina que mostraba su desesperación por
detenerme.

Pestañeé, confundida, perturbada por esos sonidos, ¿por qué no solo podía recordar todo en vez
de ver sombras y recordar su voz? Era frustrante y muy confuso. Sentía que enloquecería. Traté de
enderezar mi cuerpo y recuperar mi voz, aclarando mi garganta.
— ¿S-sobre noso...? —hice una pausa, miré hacía la puerta y respiré profundamente olvidando mis
pensamientos o esa parte de mí que me gritaba que no siguiera con esto.

Mejor era saber de una vez que ignorarlo y pasarlo de largo, eso solo empeoraría las cosas, y tal
vez si yo sabía lo que éramos él y yo, tal vez recordaría.

Deseaba recordar, así no me sentiría tan perdida, entendería tantas cosas.

—Dímelo, dime que es lo que teníamos.

No fue sino hasta que dio un par de paso que lo tuve a centímetros de mi cuerpo, con su enorme
altura me hizo subir mucho el rostro, pero no tanto como lo había hecho con Rojo. Sin embargo, no
podía ignorar esa sensación incomoda que seguía entre nosotros, y algo más que no pude explicar
y que no me permitía reparar en su rostro como otras veces, y menos hundirme en esa mirada
marrón que me contemplaba a cada milímetro con una necesidad implacable.

— ¿Teníamos? —repitió gravemente.

Un escalofrió que inicio desde la punta de mi cabeza, bajó hasta la planta de mis pies cuando sus
nudillos, inesperadamente, acariciaron mi mejilla. Tan inesperado que mi cuerpo se tambaleó y di
un paso atrás, o eso intenté cuando me di cuenta de que había quedado acorralada contra el
mueble y por su cuerpo emitiendo calor. Un calor que hacía temblar mis músculos de tal forma
como si estuvieran a punto de romperse.

Apartó su mano, y estiró sus labios en una leve sonrisa, triste y desconsolada. Pude ver, la
sinceridad en su mirada, lo mucho que le lastimaba que yo no recordara y que me apartara de su
tacto, pero era algo que no podía aceptar. No lo recordaba y además...

—Tuvimos tantos problemas los últimos meses, y nos distanciamos, pero jamás terminamos
nuestra relación—confesó, sin dejar de observarme, sin dejar de dibujar mi rostro con cada
pequeña parte que sus ojos recorrían.

Noviazgo. Teníamos un noviazgo, era eso. Sentí que mi mente se nublaría, pero no sucedió, esto no
me sorprendía... Me decepcionaba, porque ya lo sabía.
— ¿Qué sucedió? — pregunté en voz muy baja, repasando como su pecho se inflaba y exhalaba
con lentitud, y un aliento con olor a menta desprendió de esa exhalación, abrazando mi rostro por
completo.

Me estremecí, cuando nuevamente acarició mi mejilla, pero solo una caricia con su pulgar para
dejarlo sin movimiento sobre esa zona de piel.

—Nos veíamos muy pocas veces, había noches que yo no llegaba a nuestra habitación— El aliento
se me corto, ¿dormíamos juntos? —. Y cuando regresaba, tú ya estabas trabajando, eran horarios
pesados hasta que llegó un momento en que parecíamos extraños, pero nunca olvide que...

— ¡Encontré latas de carne en aceite! — el grito femenino de Rossi lo hizo retroceder a pasos
largos hasta estar fuera de la cama, confundiéndome su repentina acción.

Miró hacia la puerta por donde el experimento femenino salía con algo de emoción sacudiendo
unas latas entre sus manos.

— Gracias a Dios que encontramos carne para el enfermero, esto nos ayudara a tranquilizarlo en
dado caso de que los sedantes se terminen o su ansiedad aumente—canturreó, dejando las latas
sobre la cama más cercana a ella descolgando su mochila para guardarlas.

—No se las darás, las tomaremos para el grupo—advirtió Adam, cruzando sus brazos y
observándola.

—Son más de diez latas en el pequeño comedor, tomando en cuenta los cereales, botellas de agua,
verduras enlatadas, atún, y todo lo demás que se encuentra en el almacén del lugar. Tenemos que
sacrificar para salvarnos, ¿no dijiste eso? 09 necesita carne.

Y tan solo terminó sus palabras un grito chillón y femenino alargándose por todo el resto del
pasillo hasta nuestra habitación, nos hizo respingar. De inmediato en que esos gritos chillones que
empezaron a rogar por su vida, hicieron que Adam saliera disparado a la salida de la habitación,
con el arma entre manos, dispuesta a disparar.

Nosotros no tardamos en hacer lo mismo.


Le seguí por detrás segundos después, con el corazón en la garganta sabiendo que Rojo estaba ahí
a fuera, justamente en el pasillo donde se escuchaban los gritos cada vez más cercanos. Pensé lo
peor, un monstruo había hecho su aparición, y eso no era todo, sino que perseguía a una chica....
Eso fue lo que pensé, y también, que Rojo se lanzaría a tacarlo. Pero cuando salí al blanco pasadizo,
lo que encontré me hizo que la velocidad con la que mis piernas se movían sobre el suelo,
disminuyera hasta parar.

Pestañeé, fijando la mirada en esos dos cuerpos a unos metros de nosotros, saliendo de una de las
habitaciones del lado derecho del pasillo. Uno que fácilmente reconocía y otro que se retorcía con
el agarre de esos tentáculos en uno de sus brazos. Su figura curvilínea debajo de ese extraño
vestido blanco y largo hasta las rodillas, rápidamente me hizo saber que era una mujer.

Su cabello largo y castaño se sacudía de un lado a otro conforme se movía tratando de que Rojo la
soltara y dejara de arrastrarla hacia nosotros. Pero no lo hizo, siguió arrastrándola, obligándola a
caminar hasta llevarla con nosotros.

— ¡Suéltame! —chilló ella, lanzando manotazos a los tentáculos y estampando esa hipotónica
mirada en aquellos orbes carmín que la examinaban como a un bicho raro.

Sus ojos verdes me dejaron impresionada por la forma tan enigmática en que brillaban, tan verde
como una hoja de árbol iluminada por los rayos de sol.

No fui la única que se había detenido a mirarlos. Incluso Rossi estaba mucho más sorprendida que
yo, y con una sonrisa a medias:

—Es una enfermera verde—murmuró llevado su mano a la boca—. Ya tenemos pareja para Rojo
09, Pym.

Me miró como si eso me fuera emocionar tanto como parecía hacerlo en ella. Pero no,
definitivamente no me emocionó. ¿Acababa de decir pareja?

— Los machos rojos y naranjas se caracterizan como experimentos que siempre están en celo, con
razón Rojo quería quedarse en el pasillo y se negaba a entrar con nosotros, porque había olfateado
las feromonas de una enfermera verde.
No voy a morir hoy

NO VOY A MORIR HOY

*.*.*

Recordé que, en la oficina, aquella cuyo pasadizo estaba infestado de cuerpos aplastados, me sentí
tan desorientada con la tonada ronca de su voz, con su insaciable acercamiento, sus
estremecedoras caricias, esa intensa mirada depredador que penetraba hasta el más pequeño de
los rincones de mi cuerpo, y su deseable calor, todo eso me atraía con una fuerza
indescriptiblemente enigmática a él que nublaba hasta el más pequeño de mis pensamientos. Era
como si él destilara algo que envolvía a mi cuerpo y lo excitara, algo imposible de librarse hasta
saciarlo.

A pesar de que yo también quería hacerlo con Rojo, lo sentí, sentí esa atracción enigmática en él,
una atracción difícil de ignorar. Más bien, no podías ignorarla.

Ahora sabía a qué se debía.

Rossi mencionó las feromonas, aunque al principio no le creí y pensé que solo había sido un
comentario tonto al ver a Rojo trayendo a la chica de ojos hermosos, pero después, lo explicó,
mencionando el desequilibrio que provocaba la misma sangre de Rojo en su cuerpo: Que su
cuerpo transpira feromonas a diario, lo que los llevaba, según ella, a estar en celo casi todos los
días.

Celo.

Esa palabra sonaba tan grotesca otra vez era como si se refiriera a un animal. Explicó también que,
por eso, las examinadoras de los experimentos rojos debían cubrirles los ojos cuando empezaban
el acto de liberación de su tensión por medio del sexo, porque en cuanto ellos se sentían excitados,
era cuando más sus feromonas empezaban a actuar sobre la segunda persona bajo la mirada del
experimento rojo. Esa era la razón por la que debía cubrir la mirada reptil de ellos, para evitar que
los examinadores cayeran. ¿Por eso Michelle le colocó una venda en sus ojos dentro de la ducha?
Esa maldita rubia. Aún si le colocó una venda, nada la salvaba de lo que hizo a Rojo, mintiéndole
que yo no quería ayudarlo a liberarse.

Y todavía Adam le dio la razón, diciendo que los primeros en intimar con su pareja eran los Rojos
machos, porque sabían naturalmente como atraer a la hembra, siempre y cuando ellos quisieran
intimar con ella.

Rojo supo cómo atraerme..., y eso me tenía muy confundida. Supongo que Rojo lo sabía, ¿o no?
¿Sabía lo que era capaz de hacer? ¿Sabía de sus feromonas? Y sí sabía de ello, ¿lo utilizo conmigo?

La mano de Adam extendiendo una botella de agua me sacó de mis pensamientos, y me


sorprendió, la tomé de inmediato agradeciendo con la irremediable incomodidad de su mirada
sobre mí.

— ¿Puedes decirnos cómo llegaste hasta aquí? — preguntó Adam cuando se apartó de mi lado
para acercarse a la chics que después de largos minutos tratando de tranquilizarla para que no
escapara de nosotros, al fin dejó de forcejear.

Rossi pidió que volviéramos a la habitación de los oficiales para sentarla en una cama y buscarle
ropa femenina ya que el vestido que terminó siendo una bata de hospital que todos dentro de este
lugar llamado bunker utilizaban, no era ropa que ayudaría a sobrevivir en el exterior.

Mientras miraba a Adam con temor, evaluando por segunda vez su cuerpo, no tardé en reparar en
sus pequeñas y frágiles facciones. Esa nariz cuyo puente se perdía casi por completo en su rostro
de piel blanca y mejillas rosadas, quedaba perfectamente en combinación con sus labios carnosos
de corazón, ese mentón picudo y pequeño, y esas delgadas cejas castañas que marcaban su
enigmática mirada. No parecía una mujer, parecía una adolescente, ¿en verdad pasó su última
etapa de evolución, como Rossi dijo?

—Este era mi hogar desde hace seis meses, antes de que todos se fueran—respondió en un tono
mucho más dulce que la voz de Rossi.

¿Su hogar? Este bunker no tenía nada de hogar... no se acercaba ni un poco, solo era un montón de
habitaciones repartidas para cada pareja, y lo más probable era que ni siquiera eligieron ellos
mismos su propia pareja, ¿o sí? Lo dudaba mucho.
— ¿Cuándo se fueron todos? —siguió Adam con las preguntas. Ella abrió sus manos, las miró a
detalle dejándonos en suspenso, y movió dedo por dedo, una y otra vez mientras también, movía
levemente sus labios, como si estuviera contando.

Sí, ella estaba contando.

—Creo que ya son tres semanas—dudó.

— ¿Estuviste atrapada aquí desde la contaminación? —preguntó Rossi mostrando en su voz


sorpresa, revisando en el siguiente cajón y sacando una camiseta y unos pantalones enormes que
estaba segura y en ese delgado y pequeño cuerpo no le quedarían—. Porque hace ya tres semanas
que sucedió este desastre.

Ella asintió tomando la botella de agua que segundos atrás Adam le había dado también, y
observando la botella con timidez mientras mordía su labio inferior— esos belfos carnosos con
forma de corazón—, volvió a asentir.

—Dormíamos cuando comenzaron a sacarnos del bunker sin motivos—comentó, y tan solo
terminó de hacerlo, volvió a morderse el labio ansiosamente.

La enfermera dejó la botella en el suelo y miró a cada uno de nosotros con esa enigmática mirada
de escleróticas perladas, incluyendo a Rojo que se mantenía alejado del lugar, recargado contra
una pared con sus tentáculos colgándole a cada lado de su hombro, cruzando la mirada con la de
ella y evaluándola con desconcierto.

Recordé las palabras de Rossi, aquellas que parecieron soltadas en un tono divertido como si se
tratara de una broma, que al final habían provocado un malestar en mi estómago, uno que me hizo
tomar mi abdomen y encontrar un desagradable sabor en la boca. ¿Pareja? Ahora querían
emparejarlo...

Como si fuera a suceder.


—Me asusté tanto que me escondí en mi habitación—replicó en voz baja, y dulce,
extremadamente dulce, era como escuchar a una niña de cinco años hablar, eso era perturbador
—. Hasta que él me encontró.

Cuando ella señaló con un movimiento de su mentón a Rojo, y todos giramos a verlo, Rojo ladeó el
rostro y estiró una leve mueca abierta en la que mostró un par de colmillos blanquecinos.

— ¿Hay alguien más contigo? —espetó la pregunta, Adam, dando un par de pasos junto a mí y
cruzando sus brazos con la mirada fija en ella.

—Sí—suspiró la respuesta, mirando al suelo con un poco de tristeza—, mi pareja.

—Pero está muerto—la voz de Rojo nos hizo poner a todos la mirada en él, en ese par de orbes
carmín que se perdían en alguna parte del suelo—. Es algo que ya corroboré mientras revisaba. Su
cadáver no tiene temperatura.

— ¿Murió de qué? —continuó Adam, ignorando a Rojo.

—No lo sé, cayó al suelo después de unos días y comenzó a convulsionar—replicó. Se miró sus
piernas cubiertas por la tela de la blanca bata y negó levemente.

— ¿Sabes de qué área era tu pareja? —preguntó en la lejanía Rossi, estirando otros pantalones, de
una talla más pequeña que los anteriores.

—Del área amarilla.

—Ah ya—bufó ella—, los amarillos siempre han sido débiles, por eso dejaron de crearlos en el
laboratorio. Solo existieron 50 de ellos y todos adultos, seguramente muertos, en fin. La mayoría
de los amarillos sufren de tabicaría, así que cualquier susto podría darles un infarto.

—No hacía falta tana explicación Rossi, aun así, iré a inspeccionar en un rato más para saber que
en verdad nada más se oculta aquí—pronunció Adam, alzando las cejas y respirando
profundamente mientras se colgaba el arma al hombro.
Por otro lado, en ese segundo de silencio, volví a ver hacía Rojo, quedando confundida al
encontrarme con que ahora sus ojos depredadores se hallaban clavados en nuestra dirección, pero
no en Rossi, no en Adam.

Mucho menos en mí.

Cuando seguí esa profunda y peligrosa mirada endemoniada, la hallé conectada con ese par de
ojos verdes que le examinaban con profunda y desconcertante curiosidad. Podía entender lo
mucho que le confundía verlo así, ver sus tentáculos.

Pero no podía entender por qué me sentía muy inquieta y más sentir el estómago hueco y
molestamente helado encontrarme las veces en que ellos se lanzaban miradas.

Tal vez estaba exagerando, las miradas de ella eran de intriga y curiosidad, y las de él parecían más
repletas de extrañes al ver el modo en cómo ella le veía. No sabía cómo interpretarlas.

— ¿Qué le pasó a él? ¿Por qué tiene colmillos y no tiene brazos? —preguntó, había miedo en sus
rostro, miedo e intriga recorriendo los tentáculos con rareza.

—Tranquila, él no muerde, niña —canturreó Rossi, cerrando el cajón de un mueble para acercarse
a nosotros con la ropa entre sus manos—. Es como tú, un enfermero termodinámico, un rojo.

—Sí, sé que es un rojo—En su tono no había emoción—. Pero eso no explica sus brazos, ¿qué te
pasó? — preguntó, y no hacía nadie más que a Rojo.

Lo evaluó tanto como yo en un principio había hecho, y que hacer eso solo me había llevado a
tener más curiosidad por él.

— ¿Qué te sucedió? —repitió la pregunta y esta vez, más que de miedo había sido soltada con una
dulzura que me amenazó con construirme un nudo en el estómago. Esa pregunta, había sido para
Rojo, no para nadie más que él.
Miré como los tentáculos de Rojo se levantaban un poco a sus lados, ondeándose, era casi como
ver gusanos enormes retorciéndose en el suelo. Alzó la mirada hasta dar una muy buena vista de
su mentón, y la miró otra vez, pero esta vez con fastidio.

—No te incumbe.

—No seas duro 09—Rossi le lanzó una mirada en desacuerdo—. Es porque está enfermo que no
tiene brazos, una enfermedad que daña su organismo y su incapacidad para regenerarse, y
necesita sangre de enfermero para regenerarlo—explicó Rossi, confundiéndome. Atrayendo mi
rostro a esa sonrisa tierna que ella le regalaba a la chica mientras le daba la ropa.

— Los enfermeros no nos enfermamos—murmuró con una ceja arqueada, confundida,


desconfiada.

—Al parecer existe ya un parasito que, si los puede enfermar, tienes suerte de estar saludable—
comentó Rossi, palmeando ese delgado hombro que se marcaba debajo de la manga de la bata.

— ¿Se contagia? —Esa cuestión los tomó a Adam y a Rossi por sorpresa, sobre todo a Rossi, que
pestañó innumerables veces mientras apartaba su mano de ella.

Un maldito para sido contagioso, y muy maldito. Rojo me lo dijo en el área roja cuando aquel
hombre golpeaba a la ventanilla de una de las puertas. Se contagiaba, según, por medio de una
mordida. Aunque también quería saber si solo se contagiaba por mordida o por otra cosa. ¿Por
medio de relaciones sexuales? ¿Fluidos corporales? Negué esas preguntas, había tenido relaciones
sexuales con Rojo, así que sí se contagiaba por medio del sexo, desde cuanto que estaría
contaminada, así que eso no podía ser.

¿La sangre?

Se me estremeció el cuerpo, solo pensar en la sangre, Rojo me bañó en su sangre en el almacén


para cubrir mi olor, y sus fluidos corrieron en mi interior. Pero eso había sido hace unos días, así
que tampoco se contaminaba por medio de la sangra, o si no, él ya me lo habría dicho.
Me habría deformado, ¿no? ¿Se contagiaba únicamente por la mordida? ¿O también por algo
más?

—Pues...

—No perdamos más tiempo Rossi— la interrumpió Adam, aclarando su garganta poco después
para mirar a la enfermera verdes—, debes cambiarte para irnos de este lugar cuanto antes.

Miré a Rossi suspirar y eso, me intrigo, me hizo preguntarme sí Adam la había interrumpido para
que no contestara esa respuesta, y sí había sido así, ¿por qué no querían respondérsela? ¿Para no
asustarla?

Pronto, la enfermera verde asintió sin continuar, restándole importancia a ese tema —cosa que yo
no podía dejar de hacer—, se acercó a la cama viendo hacía la ropa que dejó sobre la colcha bien
extendida de la cama, y luego estiró sus brazos delgados hacia el borde de la bata que colgaba
sobre sus rodillas. Y sucedió lo que ni uno solo de nosotros, incluido Rojo, nos esperábamos
cuando ella se alzó la bata mostrando un par de muslos delgados y un trasero blanco además de
un vientre completamente desnudo, sin ropa interior.

— ¡No! —la exclamación fue al unísono de Rossi y Adam, mientras yo había quedado muda cuando
antes del grito ella había mostrado hasta su pecho, ese pecho que me perturbo de la peor manera.
Dejándome en shock y con la mano en mi propio pecho.

Parpadeé, solo porque no pude creer que su pecho fuera realmente pequeño, tan pequeño que
apenas se mostraba la diferencia con el pecho de un hombre, ya que tenía una inflamación debajo
de esas areolas. Solo una inflamación, nada como mi pecho o el voluminoso pecho de Rossi.

Sabía que en caso de algunas mujeres su pecho no se desarrollaba del todo bien, pero, aun así se
notaban los bultos. En esta chica, los bultos podían pasar desapercibidos, ella podía ser incluso
considerada como hombre si no fuera por el vientre plano y las curvas tanto en su cuerpo como en
su rostro.

La sangre se me heló cuando ella pareció no captar el grito de los chicos, pues se deslizó fuera de
su cabeza la bata, quedando por completa desnuda con todo su largo cabello cubriéndole su
espalda, con un vientre plano y sin vellosidades en su área intima. ¿Por qué se había desnudado
frente a nosotros? ¿Por qué siendo adulta su pecho era tan drásticamente plano si ya era
considerada mujer? Esa y otras preguntas me dejaron noqueada.

—E-e-en el baño, ven, yo te llevo al baño y hasta te daremos una ducha—indicó Rossi rápidamente
después de tartamudear un poco al acercarse a ella, tomar el bulto de ropa y ponérselo contra el
pequeño pecho de la chica. También estaba estupefacta, podía verlo en su rostro mientras la
conducía por el pasillo de la cama—. 09 deja de mirarla.

Mi columna se sacudió a causa de la sensación que pinchó mi cuerpo al escucharla, y fue ahí
cuando reaccioné, torciendo mi rostro y evitando la mirada rápidamente sobre mi hombro, en
dirección al susodicho.

Mi sangre amenazó con volverse piedra de hielo por lo que encontré.

Esos mismos orbes carmín que miraban las curvilíneas desnudas del experimento que se
encaminaba al baño, sus orbes depredadores recorrían todo lo que pudieran de ella, bajando
desde esos delgados tobillos y subía por todo ese largo sendero de piel limpia y sin cicatriz— y
apostaba que suave. Su mirada pasó sobre sus nalgas redondeadas, por el vientre apenas visible
desde su posición, y subió por el torso desnudo. Sentí inquietantemente como un iceberg caía en
mi estomagó y mis pulmones se cerraban para impedirme respirar, pero antes de que él llegara a
ver su pecho femenino, retiró la mirada hundiendo el entrecejo y haciendo una mueca de asco. Se
apartó de la pared con el mismo gesto, como si lo que vio le desagradara, y se encaminó a la salida.

Un acto tan extraño y desinteresado que me dejó aleteando los parpados con desconcierto, y con
la boca temblorosa, con intenciones de pararlo.

— ¿A dónde vas? —pregunté al mismo tiempo en que sentí que mis piernas tomaban el control de
todo mi cuerpo, caminando contra mi voluntad, solo un poco cuando él alzó la mirada y la clavó en
mí y luego detrás de mí.

—Voy a seguir revisando—respondió espesamente sin más, rompiendo el extraño contacto entre
nosotros y saliendo de la habitación.

Mis brazos querían estirarse, mis dedos crispados alcanzarlo y aferrarse a él, ese era un hecho que
no se cumpliría a final de cuenta porque no me moví. ¿Ir al baño? ¿Por qué sentía que no iría solo
al baño?
— Increíble—la voz de Adam fue soltada con desagrado—. Ya son adultos y no les han enseñado a
cambiarse en los baños.

Mordí mi labio y apreté mis puños soportando las ganas de ir tras él y revisar que estuviera bien.
Me obligué a girar en torno a Adam y a mostrar interés a la conversación que trataba de sacar para
hablarme, pero no lo hice sin antes mirar hacía la puerta, buscando a Rojo.

Deseando que ese ¨voy a seguir revisando¨ no significara nada malo.

— ¿No...? —tragué con fuerza, todavía tenía esa fatiga a causa del recuerdo de Rojo mirándola.
Adam también lo había hecho, aunque miró menos de lo que Rojo hizo, y tal vez era algo—. ¿No se
los enseñan desde antes de ser adultos? —Él negó, sacudiendo su cabello y mirándome de vuelta.

—Hasta que son adultos les brindamos más información sobre sus cuerpos, a veces creo que
somos unos idiotas por no hacerlo antes, pero esas son las reglas.

—Que ridículas reglas—espeté, forzándome por no voltear a la puerta, por no seguir a Rojo,
creyendo que volvería en cinco minutos a esta habitación.

—No todas lo son, la etapa adulta en los experimentos es igual a los cambios hormonales de un
humano en la adolescencia. De nada nos serviría explicarles para que funcionan sus partes íntimas
si no lo van a entender sino hasta que las sientan.

— ¿En qué momento pasamos de hablar de la desnudez a partes íntimas? —mi pregunta salió con
un poco de impresión, no tenía relación un tema con el otro, eso era la sorpresa, y a Adam eso
pareció divertirle por la forma en que río roncamente.

—Tienes razón.

Una risa, y una sonrisa familiar.


Y entonces, con esas dos cosas me hicieron acordar de la charla que tuvimos antes, esa en la que
dijo que no habíamos terminado nuestra relación, que dormíamos en la misma habitación y que
tuvimos complicaciones. ¿Cómo debía sentirme con ello? No lo sabía. Besé a Rojo, hice el amor
con él, me gustaba Rojo, ¿qué debía hacer ahora? A pesar de que miraba a Adam, la sinceridad con
la que contó aquello, mi cuerpo y mi mente se sintió completamente indiferente a él.

¿Qué se suponía que debía sentir? Le había sido infiel a Adam. Pero Adam no me gustaba, me
gustaba Rojo y mucho, y si recordaba a Adam, ¿me llegaría a gustar otra vez? ¿Entonces qué
pasaría con Rojo?

Maldición, quise golpear algo, lo que sea para desquitar mi furiosa y mi confusión. Mi cabeza
estaba hecha un caos, un desastre sin retorno. ¿Cómo debía decírselo? ¿Cómo decirle a Rojo que
Adam era mi... pareja? Esa palabra sonaba muy mal, y por supuesto que lo hacía, yo no quería ser
la pareja de Adam.

Yo quería ser la pareja de Rojo.

—Pasa igual en la desnudez, los cuerpos de las hembras empiezan a desarrollarse en la última
etapa de la evolución del experimento, la etapa adulta. Los machos, se desarrollan un poco antes.

— ¿Machos, hembras? —murmuré, estaba cansándome esas palabras—. Ellos son personas Adam,
son humanos.

—No lo son, Pym—dijo en el mismo tono bajo que yo—. Parte de su genética está basado en el
ADN de diferentes reptiles—Un sabor amargo estalló en la punta de mi lengua a causa de sus
palabras—. Que les enseñamos a caminar, a hablar, a comportarse y a comer debidamente, no les
hacen personas. Son reptiles.

Reptiles. Mi menté reprodujo esa palabra, pero no importaba cuantas veces lo hiciera, si se trataba
de evolución, esos experimentos habían logrado mucho, convirtiéndose en lo que ahora eran,
personas tan idénticas a nosotros, con inteligencia, con conciencia, con la independencia de hacer
cosas por sí solos.

— ¿De pequeños tenían la forma humana? —resoplé la pregunta.


—Sí—Su asentimiento me hizo negar con movimientos de la cabeza, movimientos que él captó
pronto—. ¿Qué?

— Que estas mal. Son incluso más inteligentes que nosotros, así que no pienses en ellos como
simples bestias—defendí.

—Están registrados biológicamente como reptiles—Su voz se aseveró —. Aun teniendo forma
humana, no podemos cambiar su genética para justificar que son humanos.

Humanos. Maldita sea, ¿qué tan difícil era entender que eran humanos y punto? Pero al parecer,
no cambiaría la mentalidad de Adam con repetírselo cientos de veces.

— ¿Y para qué los necesitan? ¿Cuál era el objetivo de crear estos experimentos? —hice al fin la
pregunta aquella que desde un principio quería que fuera respondida. Adam me miró de una
inexplicable forma, serio, contraído en una mueca.

— Este laboratorio se dedicaba a la mutación y mejoría de las especies animales en extinción—


ante sus palabras arqueé una ceja—. Se suponía que solo serían animales, eso estaba en nuestros
registros, para eso aceptamos el trabajo y firmamos esos documentos de confidencialidad. Pero
nos tomaron el pelo, ellos también estaban jugando con la genética humana, así que no, Pym, no
sé por qué motivo fueron crearos.

— ¿Y el parasito? Rossi me habló un poco de él —terminé diciendo de mala gana, a lo que él


arqueó una ceja con sorpresa—. ¿Sabes de qué es?

—Ni siquiera existe ese parasito, Pym, el maldito desgraciado que la inventó debía saber de
mutaciones—Apretó los puños al igual que el mentón—, y sin el material necesario para la
investigación no podemos saber de qué está hecha para combatirla. Supimos que es caníbal por la
manera en que comenzaba a desintegrar la piel de su huésped, y supimos que es hipotérmica
porque los experimentos naranjas que tenemos en nuestra base, no dejaban de mencionarlo. Eso
es todo lo que sabemos hasta hoy.

— ¿Cómo se puede contagiar el parasito? —me animé a preguntar. Él, cruzado de brazos, llevó una
de sus manos a cubrir su mentón partido, haciéndolo lucir pensativo.
—Hasta ahora solo ha sido por mordidas, pero hubo un caso especial. Mordieron a uno de
nuestras compañeras y la tuvimos bajo supervisión, pero no se contagió—lo contó, consternado—.
Se cree que por medio de los colmillos que les salieron a los experimentos se inyecta el parasito a
la piel de la otra persona, como las serpientes que con su mordida inyectan el veneno, pero puede
haber algunos casos en que no suceda el contagio como el de ella.

Inyectaban el veneno por la mordida. Eso quería decir que los fluidos corporales o la sangre, ¿no?

— ¿No te ha mordido o intentado morder ese experimento?

—No, él no lo haría—sinceré, confiaba en Rojo, y desde que estuve a su lado no intentó


morderme. Al ver la cara congestionada que puso cuando le respondí, hice otra pregunta—. Sí
alguien llega a beber la sangre de otro, ¿se contagiaría?

—Tomamos en cuenta muchas maneras—inició—, si el parasito fue soltada en los estanques de


agua, quiere decir que entró a la piel de los experimentos, pero no sabemos si se ocultó en la piel o
en los músculos o en la misma sangre, es mucho lo que desconocemos.

Asentí, sintiéndome insatisfecha al no tener la respuesta que buscaba, seguía siendo un misterio, si
era en la piel por transpiración podía transferirse, si era en la sangre por probarla o que te cayera
un poco en la boca, te contaminabas... ¿Con cuál de estas te contaminabas realmente? Y sí era una
de las, y mi cuerpo seguía igual, sin alteraciones, podría ser que mi caso fuera igual al de esa
persona que tampoco se contagió.

Ojalá fuera así.

— ¿En qué trabajabas en este laboratorio? —saqué otras dudas, ya sabía lo que quería saber del
parasito —. ¿Un científico, oficial o examinador?

El silencio se hizo. No pude dejar la mirada en el suelo para seguir pensando, porque la terminé
clavando en su rostro, en esa mueca tan apretada que me inquieto ver que poco faltaba para
romper sus labios por la mitad.
—Oficial, lo fui por un tiempo en las primeras salas de entrenamiento—Supe que no le gustó mi
pregunta, menos responderla—, después me asignaron en uno de los bunkers para cuidar de los
experimentos adultos, de ahí empezó nuestros problemas de pareja, Pym, porque por largas
semanas no nos veíamos.

No supe que decir ante su nuevo silencio, ante esa mirada que volvía a ser tan sincera y frágil como
anteriormente, y era que, no sentía nada, nada de nada, no había nada dentro de mí hacía él, y por
un momento pensé que sentiría algo más que una empatía por ver lo mucho que le dolía contarlo.

—Te extrañaba cada noche y cada día— Abrí los ojos y traté de no ponerlos sobre él, pero sucedió,
ya lo estaba mirando y todo a causa de su mano tomando mi mejilla y acariciándola. Un acto que
me dejó helada, muy a mí pesar de querer alejarlo.

Sonaría egoísta decir que no quería escucharlo, que no quería que sacara este tema. No porque no
me gustara, que en verdad no lo hacía, sino porque no quería, era incomodo, solo pensar en él y
recordar a Rojo, lo era. Lo era porque ahora sabía quién me gustaba.

— Cuando desapareciste, cuando no regresaste al área en el que estábamos antes, enloquecí, no


sabes cuantas noches lloré por ti.

No, no me digas eso, por favor.

—Adam yo...

—No. Solo déjame continuar, ¿sí? — A duras penas callé mis palabras, deseando explicarle, serle
sincera que, no recordaba nada y que, tal vez lo había lastimado pero que él me dijera eso, no me
hacía sentir nada al final—. No me recuerdas, no recuerdas nada de lo que hicimos juntos, pero me
gustaría comenzar de nuevo contigo, Pym.

Mi corazón se me detuvo detrás del pecho, igual que mis pulmones se cerraron aplastando el poco
oxigeno que había succionado. Oh no, no sabía ni que pensar, pero lo dijo, lo aclaró con esa mirada
anhelante, con esa mirada desconsolada que trataba de tentarme.

—Solo quiero saber—hizo una pausa mirando detrás de mí—, si me dejarías comenzar contigo,
darme una oportunidad.
¿Qué? ¿Y qué debía decir a eso? Maldición, no sabía que decir la boca no se me habría, los labios
no se movían, mis recuerdas no respondían, estaba en shock, y para la desgracia, espantada.

No recordaba nada, ¿cómo quería que le contestara? ¿Qué sí le daba una oportunidad? ¿Qué sí le
dejaba comenzar a mi lado otra vez? Desvié la mirada al suelo, desorientada, con la respiración
hueca. Mi mente se hundió en Rojo únicamente, y en que, Adam y yo no habíamos terminado aún.

En que, él y yo teníamos una relación.

Y en que Rojo y yo…

—No puedo—las palabras desbordaron de mi boca en un hilo de voz, la mano de Adam se alejó de
mi mejilla cuando en busca de claridad, subí la mirada a él—. No puedo responderte.

Y ahora él parecía el congelado, o eso pensé porque después tragó saliva, su manzana de adán
apenas se movió. No parecía dolido por mi respuesta.

—No necesitas responder ahora—Levente sonrió al decirlo—, piénsalo con calma, estaré
esperando tu respuesta, solo quiero que sepas...

— ¡Ya podemos irnos!

El golpe de la puerta contra la pared resonó más que el aviso de Rossi saliendo del baño junto a la
enfermera verde. Que salieran justo a tiempo provocando que Adam se apartara de mí, me
hicieron soltar una profunda exhalación que había retenido a causa de su toque. Relajada, pero
perdida, pensativa a causa de él. Más pensativa al ver con qué manera Adam retorcía la boca y
hundía sus cejas, como si la sola intervención de Rossi, lo hubiesen molestado mucho.

—Mientras ustedes salen al pasillo, yo iré a guardar todos los alimentos—volvió a avisar Rossi, la vi
salir trotando rumbó a otra puerta más cercana que apostaba y era el comedor que llevaba a la
cocina. Tan solo desapareció su delgado cuerpo me concentré en algo más para no perderme en el
recuerdo de Adam.
Con tal de no recordar sus palabras. Pero ni siquiera pude concentrarme en nada más cuando, al
girarme, y encaminarme con la intención de ser la primera en salir, todos esos pensamientos se
desvanecieron como humo al alzar la mirada y depositarla en esa parte de la habitación. Mis
pensamientos no fue lo único que se desvaneció, poco era decir que mi corazón dejó de latir, o que
dejé de sentir las piernas.

Porque ahí, bajó ese umbral de la salida de la habitación, un cuerpo varonil, con una altura
imponente, una anchura desgarradoramente peligrosa, estropeaba el paso.

La amenaza y la furia me ensordecieron y estremecieron lo más profundo de mis entrañas con la


forma en que sus tentáculos se aferraban al marco del umbral asegurando que no saliera al pasillo.
Su rostro sudoroso y cabizbajo se sombreaba de escalofriante manera mientras esos ojos carmín
de escleróticas negras rotundamente perturbadoras, dueños de una mirada endemoniadamente
catastrófica, se cavaban en una persona.

En mí.

Nos escuchó, lo escuchó. ¿Nos vio también?

Un segundo, clavando ese recelo, descargándolo atreves de sus orbes sobre mí, un segundo más
para suspirar en corto y desvanecer esa fría por una desilusión dolida, y uno más para quitar todos
esos tentáculos, incorporarse y retroceder.

—No podemos irnos aún—exclamó espesamente Rojo, pasando la mirada de mí a alguien más
detrás de mí.

A Adam, seguramente.

— ¿Y se puede saber por qué? —aquella pregunta había sido soltada por Adam, cerca de mí. Justo
donde Rojo mirada, donde ahora clavaba sus esferas enrojecidas de rabia, fácil era leerlo lo mucho
que quería lastimar a Adam.
— ¿Quieres verlo por ti mismo? —incitó de una provocativa manera que me preocupo, sobre todo
cuando ladeo el rostro y con esa mirada retadora siguió mirando a Adam.

Estaba enojado, furioso, celoso.

Celoso.

— ¿Mirar qué?

Y sonrió, estiró una torcida sonrisa que me saltó el corazón, lo aceleró asustado. Se apartó un poco
más y movió su mentón hacía el lado derecho del pasillo.

—Te mostraré—soltó severamente, y sin darme una mirada, su cuerpo desapareció cuando él
comenzó a caminar hacía ese lado del pasadizo, sin esperar si quiera a que Adam le siguiera,
aunque estaba segurísima de que lo haría al final.

Sucedió, rápidamente lo vi junto a mí, dando pasado hasta estar cerca de la puerta para girar y
mirarme seriamente.

—Quédate aquí, dile a Rossi que no salga.

(...)

No supe ya cuánto tiempo había pasado desde que ellos dos se fueron, pero varios minutos atrás
le conté a Rossi que Adam siguió a Rojo y ella no dejó de echarles miradas a lo largo del pasillo al
igual que yo, mientras tanto la enfermera verde, se alimentaba de unas galletas la primera cama.

De los nervios, recordando la manera en la que Rojo lo miraba, como si quisiera matarlo, no dejé
de morder mis uñas. Sabía que Rojo no era así, no lo mataría, él era diferente al resto de los
experimentos, pero dudaba mucho de Adam, desde un principio Adam quiso dispararle, quiso
matarlo, y eso me tenía muy preocupada.

Rossí echó otra mirada al pasillo, formó una mueca cuando, sobre nosotras, las farolas de la
habitación y también las del pasillo parpadearon y dejaron de encenderse, oscureciendo todo a
nuestro alrededor y a nuestro alcance. Era la tercera vez que parpadeaban, pero la primera que
todo terminaba en oscuridad escalofriantemente.

Ya no me estaba gustado, esto.

Que Adam y Rojo se tardaran en volver, y luego las luces, todas, se apagaran, no, no era nada
buena. Algo muy malo estaba sucediendo.

Antes de que soltáramos una pregunta o de que empezáramos a removernos temerosas, unas
luces de emergencia se encendieron en lo largo del pasillo, iluminando algunas zonas y
sombreando otras de perturbadora forma.

—Esto no me está gustando nada—sinceró Rossi—. Se debieron encontrar con algo, ¿qué es lo
peor que pudiera pasar?

— Que los monstruos entraran—al murmurarlo, Rossi y yo compartimos asustadas una mirada.
Pero rápidamente ella terminó desviando su mirada hacía el pasillo frente a ella, abriendo en
grande sus ojos y saliendo del umbral rápidamente. Giré siguiéndola, y encontrándome con que
Adam trotaba en nuestra dirección, y detrás de él, muy lejos no hallé a nadie más.

Rojo no estaba en el pasillo, ¿en dónde estaba entonces?

— ¿Qué sucedió? ¿Por qué se fue la luz? — Rossi casi se aventaba contra Adam en busca de una
explicación. Por otro lado, yo quería correr hacía Rojo, pero no lo hice.

—Desconectamos la energía para evitar que la batería del bunker se terminara y no quedáramos
encerrados. Los malditos hijo de puta nos tienen acorralados —gruñó Adam al final,
perturbándonos—. No están luchando por entrar, no sé qué demonios están haciendo fuera de las
puertas, parecen estar durmiendo, pero no son solo dos...

— ¿Cuántos son? — pregunté, sintiendo la presión en mi pecho cuando alzo la mirada con
preocupación.
Oh no.

—En las cámaras no pudimos ver mucho, pero puedo decir que cinco en la segunda entrada, y—
hizo una pausa, vi como hundía su ceja y abría sus carnosos labios, complicando continuar con sus
palabras—, aunque la primera entrada no haya monstruos, no hay manera de salir. Hay un
derrumbe del otro lado, una montaña de escombros como si todo el techo de esa parte hubiera
colapsado.

Palidecí, todos mis sentidos se nublaron mientras retrocedía y negaba ligeramente. No, no, no. No
podía ser posible. ¿Estábamos atrapados por 5 monstruos y un maldito derrumbe? Otra vez
atrapados. ¿Cómo saldríamos de aquí?

— ¿Qué demonios? ¿Es en serio Adam? ¡¿Cinco y un derrumbe?! —Rossi explotó, su voz se volvió
un chillido de miedo—. ¿Cómo vamos a salir de aquí? ¿Cómo vamos a volver con los otros?

—No lo haremos—exclamó él, retuvo las siguientes palabras para respirar y tranquilizarse—, nos
quedaremos aquí y esperaremos a que se vayan, solo eso nos queda.

(...)

Después de aceptar quedarnos, ya que no nos quedaban otras decisiones, Adam siguió—con una
desconcertante tranquilidad—buscando en el resto de los cajones con ayuda de una lámpara,
reuniendo todas las pilas de diferente marca sobre una sola cama, y también los pocos cargadores
que encontró en los muebles anteriores.

Había mucho silencio, apenas podía escuchar las respiraciones de los demás acomodados en
diferentes partes de la habitación de los oficiales, sobre todo la de la enfermera verde que,
despreocupadamente se había quedado dormida después de largas horas. Apenas podía escuchar
el chirrido de los cajones que Adam abría. Había silencio en la habitación, pero dentro de mí todo
era un caos.

No dejaba de reparar en la puerta, esa que permanecía abierta para ser alumbrada por las luces de
emergencia en el pasadizo: ese pasadizo en el que esperaba a que apareciera él, con su alto cuerpo
y esa mirada que tanto me gustaba tener en mí.
Le pregunté por Rojo, le pregunté dónde estaba después de que mencionó que nos quedaríamos
aquí hasta que esas cosas se fueran. Me respondió diciendo que él se había quedado revisando el
resto del bunker, que no quiso volver a la habitación por mucho que él se lo ordenara, y que era
mejor de esa manera. Aunque para mí, no lo era.

‍ ensé en ir y buscarlo, pero perdería el tiempo y tal vez hasta me perdería, así que preferí
‌P
quedarme, esperarlo y pensar.

Pensar con claridad, porque, ¿qué más quedaba por hacer ahora que estábamos atrapados? Ni
siquiera sabíamos cuánto tiempo duraríamos aquí.

—Voy a dormir chicos, no quiero pensar más en esto—pronunció Rossi en algún lugar de toda la
habitación sombrea.

—Ustedes duerman, yo daré un recorrido por los pasillos para hacer guardia—la voz ronca y baja
de Adam se alzó después de escuchar como cerraba uno de los cajones, terminando con su
búsqueda. Pocos segundos después, solo miré la linterna señalar a la puerta, cada vez más cerca,
así supe que él saldría de la habitación.

Y solo cuando lo hizo, cuando su cuerpo se ilumino por las luces de emergencia, una voz en lo
profundo de la habitación, me llamó.

—Pym...

Era Rossi, escucharla llamarme por lo bajo, me desconcertó un poco. Me moví por encima de la
cama en la que me hallaba sentada, y la busqué, aunque eso sin duda sería imposible de hacer.

— ¿Sí? —inquirí.

—Se va a pasar la hora de darle el tratamiento a 09 y no ha regresado con nosotras— Rápidamente


me inquieté, pero no porque su voz se escuchó mucho más cerca, ni porque sentí su mano
colocarse sobre mi hombro y apretarlo, sino por Rojo. Si se le pasaba el sedante, ¿algo malo le
ocurriría si no recibía a tiempo el sedante? —. También dale estas latas de carne para que se
alimente, le ayudaran.
Algo frio se colocó encima de mis piernas descuidadamente, cuando dejé de sentir su mano, llevé
las mías a tomar esas heladas latas y a tomar ese delgado y pequeño objeto.

—La jeringa ya está llena, repartida en una toma de las pocas que quedan, dásela en el brazo,
antes de que se coma las latas, ¿sí?

—P-pero yo no sé poner una inyección—expliqué, sintiendo mi corazón congestionarse,


alterándose. El problema no era solo la inyección, sino saber dónde se encontraba Rojo—. Ni
siquiera sé dónde se encuentra—comenté en voz muy baja, casi un susurró, pero audible.

—Él sabe ponérsela—Ahora esa voz se escuchó lejana—. Yo tampoco sé dónde está, pero le
bunker no es muy grande y este es el último bloque de habitaciones.

Esto era algo delicado y Rossi estaba confiando demasiado en que yo pudiera encontrarlo con
facilidad cuando la hora del sedante a Rojo se le estaba pasado. Seguramente en estos momentos
él ya tenía hambre, y estaría controlándose para no atacar...

—Bien...—murmuré confundida, y después de tiritar por lo helado que se había puesto el interior
de la habitación, me levanté de la cama, escuchando ese pequeño sonido que hacía la madera
debajo del colchó.

Respirando hondo en tanto guardaba la jeringa en el bolsillo de mi pantalón, y me dediqué a


encender la linterna que había dejado acomodada junto a la almohada de la cama, cuando ola
encendí y alumbre una parte del suelo de la habitación, tome las latas y empujé a mis piernas a
moverse al pasillo.

Al salir, revisé los dos lados del pasadizo para saber si él no estaba cerca, pero al no encontrar nada
tomé el camino contrario al que Adam había tomado. Caminé, alejándome cada vez más de la
habitación, atemorizándome por el silencio y las sombras que las luces de emergencia e incluso mi
linterna en movimiento creaban, preguntándome en dónde se encontraba Rojo, sí estaba cerca o sí
estaba lejos, sí estaba con Adam o si no estaba con él.

Sí estaba con él y tenía hambre, eso sería realmente malo...


Giré al pasillo de mi derecha y llegué hasta un segundo bloque de habitaciones en el que se
repartían tres pasillos, ni siquiera reparé en los otros dos cuando solo giré hacía el más cercano,
desenado que encontrar a Rojo por ese lado.

Me adentré a ese pasillo sombreado, ni siquiera pasó un segundo cuando un sonido lejano, apenas
parecido a gemido, me sobresaltó, dejándome con la mirada clavada en el suelo y la lámpara
amenazando con caer de mis endurecidos dedos... ¿Y eso? ¿Había sido de alguien? ¿De Adam o
Rojo? ¿O solo el silencio o mi imaginación? Temblorosa, alumbré en frente, y al no encontrar nada
en ni un rencor del pasadizo ni de los otros que se extendían al final de este, seguí caminando a
pasos lentos y muy, pero muy temerosos.

Si no era mi imaginación, el sonido de algo golpeando el suelo, tal vez... Porque Adam dijo— e
incluso también lo hizo Rossi—, que nada podía entrar aquí, solo estábamos nosotros, atrapados,
rodeados por los monstruos del exterior, ¿verdad? Era tonto tratarme de tranquilizar con estos
pensamientos, pero quizás estaba exagerando y aquello solo fue un sonido cualquiera.

Retomé el camino con más decisión, relajando mi cuerpo al no escuchar nada más, alumbrando el
suelo por donde caminaba. Hasta que entonces, todos mis músculos empezaron a temblar con
pavor.

Había algo en el suelo alumbrado por la luz de mi linterna, a varios metros de mí.

Una sombra, quizás, una que parecía ser creada por la luz de emergencia pero que cada segundo,
se acercaba justo por donde mis pies se detuvieron en seco. Plantándose en el helado asfalto, para
comenzar a sentir ese escalofrió subiendo por toda la planta de mis pies hasta concentrándose
debajo de mi nuca.

Oh no. Esa cosa estaba acercándose a mí, y no se detenía.

Mi linterna, temblorosa por el pavor de mis crispados dedos y también de mi cuerpo, alumbró
cada detalle de ese dibujo negro en movimiento, en acercamiento, y fui inevitablemente
recorriéndola hasta alumbrar esos descalzos pies varoniles que se detuvieron enseguida. Sin
esperar, subí por el trayecto de sus jeans oscurecidos, y todo el resto de la imagen que mi mente se
dibujó sobre la persona frente a mí, se distorsionó de la peor manera posible…
El horror me desgarró la garganta en un ahogado gritó cuando reparé en ese abdomen cubierto de
sangre. Mi corazón se escapó de mí cuerpo, y tal vez hasta mi alma al hallar una enorme herida
que se estiraba desde la cima de su vientre hasta el pecho deformado por el pedazo de piel que le
hacía falta. Y a pesar de que la herida se encontrara regenerándose en la parte inferior de su
cuerpo, no podía decir lo mismo de la parte superior en la que un enorme hueco mostraba parte
de su estómago, y más arriba se rebelaban fibras musculares y huesos de alguna que otra costilla
que se contraían con su hueca respiración.

Tirité otra vez, y traté de tragar o respirar, ni una de las dos cosas pude hacer. Y no supe tampoco,
en qué momento dejé de sentir mi cuerpo.

No quise seguir viendo esa piel ensangrentada que le colgaba de una parte de la herida y la cual
pertenecía a su pecho, pero no pude detenerme.

Debía ser una broma. Una pesadilla. O mi cabeza maquinando cosas horribles.

Él era Rojo.

Comencé a marearme cuando mis ojos encontraron algo más. Ese par de brazos humanos
aferrándose a la pared: esos brazos rosados y pegajosos con dedos de diferente tamaño a los que
no les encontraba uñas.

Traté de sostenerme de la pared para no caer por lo mareada que comencé a sentirme, notando
rápidamente la pesada respiración de él. Le costaba tomar oxígeno y sabía bien el por qué le
costaba hacerlo, la herida en su pecho era enorme, profunda. Lo peor de todo, era que no era solo
la herida la que me había desentrañado el cuerpo y la que me dejó horrorizada... Entre el
panorama aterrador que se desataba delante de la sequedad de mis ojos, subí la mirada por las
marcadas clavículas hasta ese rostro rotundamente familiar.

Y verlo puso un alto a mi ritmo cardiaco, los nervios enloquecidos de mi cuerpo desaparecieron
instantáneamente, se esfumaron intercambiándose por un fuerte estremecimiento comprimiendo
cada centímetro de mi cuerpo, oprimiendo cada pulgada de mi pecho dolido, y unas ganas
tremendas de sollozar por el miedo. Pero no ese miedo que sientes al estar frente a una
monstruosidad y saber que morirás, sino miedo a perder algo preciado para ti.

Miedo a perderlo.
Eso sentí cuando inspeccioné su palidecido rostro, y todo ese sudor que bañaba enteramente su
cuerpo, su cabello estaba empapado, varios mechones se embarraban a los lados de sus mejillas, y
sobre su frente un delgado mechón se alargaba hasta pegarse en esos labios secos.

—Pym—soltó, a voz levemente cansada. Tan solo escucharlo llamarme, me hizo soltar el aliento
entrecortadamente, sintiendo mi cuerpo vacío—. Yo quería llegar a ti...

Mis piernas rompieron velozmente los pasos que nos separaban y mis manos soltando las latas de
carne y la linterna, volaron a su rostro con el temor de perderlo, depositándose en sus mejillas
rotundamente calientes para inspeccionarlo. Su fiebre era el doble de alta que de la fiebre que
antes había tenido, tal vez el triple, no lo sabía, lo único que podía pensar era en lo pésimo que
Rojo se veía.

— ¿Por qué...? —No pude ni terminar la pregunta, ni siquiera pensar en cual las preguntas
formuladas en mi cabeza hacer, mi boca había quedado abierta sin poder cerrarse y mi menté se
nubló mientras esa mirada que convulsionaba mi corazón se apagaba cada vez más.

No, no, no, no, no.

Que esto fuera una broma. Una maldita mala broma.

—Me saqué el parasito...—Sus palabras salieron con complicación, y con complicación yo batallé
para reaccionar, mirar la enorme herida en su pecho y comprender lo que Rojo había hecho—.
Interrumpía mi regeneración—Y se quejó, su cuerpo se contrajo, y cuando vi su cuerpo temblaba
amenazaba con caer, dejé, desesperadamente las latas golpearse contra el suelo para sostenerlo
antes de que se cayera, que, si no fuera por sus brazos que se aferraban a la pared, yo habría caído
al suelo con él sobre mí a causa de su peso.

Se apartó al recobrar la fuerza, pero no lo solté, seguí con mis manos tomando su torso desnudo,
con miedo a que desfalleciera, con miedo a que algo mucho peor le sucediera a Rojo.

Pensar en eso hizo que hasta un nudo se construyera en la parte superior de mi garganta, tan
enroscadamente que amenazara con llevarse toda mi voz.
— Tienes que recostarte, no podrás estar de pie mucho tiempo. ¿Puedes moverte a la habitación?
—la pregunta salió en un tono herido, deformado a causa de ese nudo hiriente que me complicaba
recuperar la respiración. Señalé a la recamara que se acomodaba centímetros detrás de él, y ese
par de oscurecidas pupilas apenas resplandecieron cuando asintió con la cabeza.

Corrí tomando la linterna y volviendo a él con pasos torpes para ayudarlo, colocando mi brazo
detrás de su espalda justo donde algo húmedo y pegajoso me secó el cuerpo y erizó mi piel como
la de las gallinas, me aferré, ignorando esa sensación, y lo apreté.

Poco a poco Rojo se giró, sin soltarse de la pared, arrastrando sus pies hacía la puerta que señalé
segundos atrás, mientras tanto, mi mano apretaba su torso buscado que él se apoyara en mí, pero
en ni un momento lo hizo: hasta sus brazos se apartaron de mí, como si tuviera miedo de tocarme
o lastimarme con su peso. No supe por qué, pero aun así no lo solté.

Al faltar poco para llegar, estiré mi mano para alcanzar la perilla y al hacerlo, abrí la puerta de la
habitación, dejando que esta misma golpeara la pared y que el sonido hueco explorara el resto del
pasillo.

—Vamos—rogué desconsoladamente, con el corazón escarbando en mi pecho oprimido, y esa


respiración tan vacía que sentí asfixia.

Nos adentramos con lentitud en esa oscuridad que terminó alumbrando mi linterna en busca de la
cama, esa cama matrimonial que se acomodaba de nuestro lado izquierdo, a solo un metro de
separación. Pensé por un momento, cuando Rojo se apartó de la pared, que terminaría cayéndose,
pero no lo hizo. Se tambaleó, sin embargo, su cuerpo mantuvo el equilibrio a pesar de todo.

Se esforzó por acercarse, y solo cuando la cama estuvo a un centímetro, Rojo se inclinó, hundió su
entrecejo y se quejándose nuevamente por la herida. Mordí mi labio para no alterarme o
enloquecer por su estado, soportando el miedo de verlo tan débil. Nunca antes lo vi de esa forma
como si estuviera...

Sacudí la cabeza, ni siquiera quería pensar en ello.

No iba a hacerlo.
Recargó sus brazos en el colchón soltando una exhalación entrecortada en la que sus músculos se
estremecieron temblorosamente, esos dedos se aferraron con fuerza en el cobertor antes de
dejarse caer encima de él, bocarriba con mi ayuda— con muy poca, para ser exactos.

Le escuché soltar otra fuerte exhalación en la que salió su gemido de dolor bajo, aquel mismo que
escuché en el pasillo. Dejé apresuradamente la linterna en cualquier lugar del suelo, y me senté
junto a su cuerpo, cuidadosamente, llevando mis manos en busca de su rostro, en aquel que
enseguida encontré y acaricié con preocupación.

Estaba hirviendo demasiado.

— ¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste? —mi boca aventó rasgadamente las preguntas. La herida que se
hizo y por dónde sacó todos esos tentáculos, ¿por qué razón lo había hecho? Se veía tan mal,
desangrándose con esa enorme herida que parecía estar a punto de morir.

¿Por qué? ¿Por qué lo hizo? ¿Cómo pudo sacárselas? ¿Y si moría al hacerlo? ¿Ni siquiera pensó en
esa probabilidad?

— ¿Por qué... no hacerlo? —susurró, fue ahí cuando sus dedos pegajosos tomaron el lado de mi
rostro y me acariciaron. Sentí todo mi ser cayendo en picada a un frio vació y romperse en varios
trozos fragmentados para volverse nada.

Rojo.

Lágrimas de las que nunca me percaté de que se habían estado acumulando todo este tiempo en
mis ojos, resbalaron de mis lagrimales cuando esa presión en mi cuerpo me hizo sollozar ante su
nuevo quejido.

—Yo quería mis brazos para tocarte... No soporté que él te tocara.

—Pero pudiste morirte—mi voz ahogada apenas logró salir, mi garganta ardió con el movimiento
—. Mírate... te estas desangrando, Rojo.
—No voy a morir hoy, Pym.

Y sé que tú lo sabías.

Y SÉ QUE TÚ LO SABÍAS

*.*.*

Sus dedos suaves, aquellos a los que ya tenían la forma de unos dedos normales, humanos, largos
y con uñas, eran sostenidos por los míos cuidadosamente mientras contemplaba su rostro sobre la
almohada. Ese rostro tan pálido al que le había apartado varios mechones de cabello para
colocarle un pedazo de tela mojado con la intención de bajar su rotunda fiebre.

Me pregunté cuántas horas pasaron desde que Rojo perdió la conciencia y la enfermera cerró sus
heridas internas y externas con su sangre. No lo sabía, pero no podía dejar de pensar en cómo me
sentí cuando su pecho se tensó de dolor y su respiración se detuvo... lo que sentí como vi sus ojos
perder su hermoso brillo para ocultarse debajo de sus párpados, y lo que sentí cuando esos labios
dejaron de abrirse, de pronunciarse su débil voz.

Me sentí desboronada.

Destruida y congelada.

Mi corazón se detuvo al igual que mi respiración, la única reacción que pude hacer en ese
momento era negar, negar con la cabeza una y otra vez, negar que él estuviera muerto y negar que
esto estuviera sucediendo. Solo pude llevar mis manos a taponear mi boca para cubrir esos
sollozos que ya no podían ser guardados en mi cuerpo, y cuando sentí que el dolor me comprimiría
y cegaría, me incliné sobre él, con la cabeza acomodada sobre un lado de su pecho rasgado, con el
oído atento a cualquier otro ruido que no fueran los míos, buscando los latidos de su corazón.

Esos que, apenas podían percibirse, tan débiles e inquietantes que amenazaban con detenerse en
cualquier momento.

Ni siquiera esperé un segundo más cuando me aparté, y con una última mirada que eché a su
cuerpo inmóvil—ese que se desangraba sobre las sabanas porque su herida ya no estaba cerrando
—, salí disparada como una bala al pasillo, regresando por ese amplio suelo tétrico donde había
dejado caer las latas de comida que llevaba para alimentar a Rojo.

En ese instante, todavía recordaba como mi corazón me saltaba precipitadamente, tan nervioso y
asustado, lleno de una aterradora adrenalina que sentía que convulsionaria detrás de mi pecho
mientras corría deseosa de llegar lo más rápido posible a la habitación de los oficiales y pedirle
ayuda al experimento verde.

Ella era la única que podía curarlo.

La única que podía salvarlo.

Y lo hizo, curó a Rojo. Ahora para recuperar su pérdida de sangre, ella estaba descansando, Adam
la había colocado en una habitación junto a esta. Rossi dijo que los Rojos reproducían con más
facilidad la sangre que los blancos o los verdes, estos últimos se debilitaban más fácilmente cuando
utilizaban mucho su sangre para curar heridas, y Rojo, necesitaba mucha, porque no solo tenía una
herida enorme en todo su pecho, su espalda también había sido cruelmente rajada por él mismo e
incluso su espina dorsal estaba en muy malas condiciones. Lo peor no era la pérdida de sangre que
había tenido, dejándolo casi por completo seco, lo peor era que Rojo se había arrancado órganos
infectados.

Una gran cantidad de órganos en donde Rossi aseguro que Rojo ya debía de haber muerto por la
pérdida exagerada de sangre y la falta de un metabolismo. Aunque nadie se dio cuenta de que le
faltaban órganos, Adam fue el que hizo el descubrimiento cuando, poco después de que la
enfermera terminara de curar las heridas de Rojo, los gritos de Adam comenzaron a llenar de
terror los pasillos del bunker, en busca de nosotras.

Al final, cuando Rossi lo trajo a esta habitación, contó de los órganos que se halló dispersados cada
medio metro del largo pasillo frente a la primera salida del bunker, sumando al enorme organismo
de tentáculos que se movía de escalofriante forma, y al cual no tardó en disparar una y otra vez
hasta que dejó de moverse.

Solo pensar en los tentáculos fuera del cuerpo de Rojo, arrastrándose por el pasillo, hacía que
espasmos sacudieran hasta el más pequeño de mis huesos. El parasito tenía vida propia y podía
permanecer con viva fuera del huésped, la verdadera pregunta era saber que tan peligrosas era
estar fuera del huésped.
Seguramente lo era también, si convertía en monstruos a los huéspedes, que no se convirtiera a sí
mismo en uno sería ilógico. Entonces, si eso pasaba, el laboratorio tendría más monstruos que no
eran experimentos, sino la misma bacteria misma, evolucionada.

Este infierno parecía no tener un maldito fin.

Y ahora estábamos atrapados por varios de ellos, con Rojo en muy mal estado.

Apreté mis labios y exhalé con fuerza, decidiendo llevar mi mano por encima de la frente de Rojo y
acariciar su húmedo cabello, una y otra vez, enredando mis dedos un poco por esos mechones
oscurecidos mal cortados. Todavía recordaba cuando le estaba cortando el cabello en la oficina, ni
siquiera terminé de cortárselo todo como debía de ser cuando él tiró de mí con una fuerza rotunda
que el golpe de nuestras entrepiernas cuando caí sobre su regazo, me dejó sin aliento.

Seguí acariciándolo llevando mis manos a deslizarse sobre sus calientes y humedecidas mejillas,
con tristeza, anhelando que tan solo una de sus cejas se moviera, o debajo de sus parpados sus
ojos empezaran deslizarse a los lados, lo cual no sucedió.

Esto había sido culpa mía, ¿no era así? Después de todo él dijo que se arrancó el parasito para
tener de vuelta sus brazos, para tocarme solo porque no soportó que Adam me tocara.

Pensar en ese momento en el que Adam me pidió que lo pensara, me removía el estómago, pensar
en cuando encontré a Rojo en la puerta del umbral con esa profunda mirada de la que destellaba
recelo y desilusión, me oprimía el pecho.

Sí miró la mano de Adam en mi mejilla, también escuchó lo que me dijo, y lo que le dije a él.

Me gustaba Rojo, ese era un hecho que no dudaría, mi cuerpo y mi alma lo recordaban, y se sentía
como si llevara meses conociéndolo. Sentía como si de él hubiese recordado todo, pero sin
imágenes, solo las sensaciones de cada palabra, cada mirada, cada toque. Era un dejà vu.

Yo quería a Rojo.
Solo me preguntaba si el yo que no recordaba, quería a Adam de la misma forma, tenía miedo de
recordar ahora y sentir que esos mismos recuerdos terminarían por separe de Rojo. Estaba
atemorizada, la culpa empezaba a arrasar conmigo, no quería darle la oportunidad a Adam, y se lo
aclararía.

Pero eso no quitaba el profundo miedo que tenía que, al recuperar mis memorias, hiriera a Rojo...
lo lastimara tanto como me lastimaría a mí al saber todo lo relacionado con el laboratorio, Adam y
él. ¿Qué sucedería una vez que recordara? Lo único en lo que por ahora podía pensar eran en Rojo,
en él y solo en él.

Porque al final de todo, estaba Rojo... Al final de cada pensamiento que tenía, estaba él, y no solo
porque ahora estuviera en cama, inconsciente, sino antes, incluso cuando pensaba en lo que Adam
me decía, seguía pensando en Rojo.

Tal vez era obsesión, pero para obsesionarme con él, mi forma de actuar antes hubiera sido
diferente, explotando por celos, buscándolo en vez de quedarme en la habitación. No. Tal vez el
que pensara en él, se debía únicamente porque desde el principio, a pesar del temor, sentí esa
conexión con él.

Una conexión hipnótica, firme y profunda, una que desde el primer momento me incitó a cuidarlo.

— ¿No ha reaccionado? —La voz de Rossi me provocó una exhalación. Miré hacía el umbral que
ella cruzaba con un bulto de alimentos que dejó sobre la mesilla de noche, acomodado uno junto a
otro antes de acercarse y cruzarse de brazos con una mueca en su rostro,

Podía ver la claridad de su rostro gracias a que Adam había devuelto la electricidad al bunker solo
hasta cierto tiempo y solo con una pequeña cantidad como para encender en todo el bunker, diez
farolas únicamente.

— ¿Se ha movido o quejado?

—No—respondí en un murmuro, sintiendo el sabor amargo en mi garganta. No solo por sus


preguntas sino porque cuando ella venía a ver como seguía Rojo, las palabras que me dijo hace
varias horas atrás cando sus heridas comenzaron a cerrarse con rapidez, volvían haciendo presión
en cada zona de mi cuerpo.

Torturándome más.

Aunque no habían intentado quitar una bacteria del huésped, sabían que esa bacteria era difícil de
sacar, se ocultaba en órganos o en la piel, y tal vez podría llegar a ser que se ocultara en todo el
cuerpo a la misma vez. Así que dijo que no me confiara en que Rojo estuviera descontaminado por
completo, aún a pesar de que se arrancó partes del cuerpo, incluyendo partes de la piel, en alguna
parte oculta de su interior, podía seguir un rastro del parasito.

Pensar en que quizás Rojo intentaría volver a arrancarse el parasito para recuperar otra parte de su
cuerpo por mí, me oprimía con fuerza. Solo esperaba que eso no sucediera otra vez, que el
parasito ya no estuviera dentro de él, y que Rojo abriera al fin sus hermosos y enigmáticos ojos de
los que alguna vez temí, y que ahora solo deseo ver.

—Escucha, si no despierta en unas horas más, tenemos que averiguar cómo bajarle la
temperatura.

— ¿Y si se queda con la temperatura un poco más? —inquirí, después de todo la alta temperatura
mataba el parasito, ¿no? —. Podría ser que los residuos del parasito mueran por el calor.

La mueca en su rostro se alargó al igual que sus cejas fruncidas con preocupación. Lo supe, supe lo
que me diría a continuación. La temperatura alta podía erradicar al parasito pero, si esta
temperatura se debía a su tensión acumulándose, Rojo estaría en peligro.

—Esta fiebre se debe a otra cosa, ya lo sabes, si la tensión se sigue acumulando morirá Pym, y ahí
no podremos hacer nada para resucitarlo—Mordí mi labio inferior cuando la escuché, la verdad,
no quería seguir escuchándola —. Por otro lado, cuando averigüemos como salir de aquí, iremos
directo a la base a curarlo, si el parasito sigue dentro de él pero no ha evolucionado como lo llegó a
hacer, tendremos más posibilidades de que sane, ¿entiendes?

Asentí, levemente sintiendo esa decepción congelar mi cuerpo, comprimiendo mi corazón. Miré el
rostro de Rojo, contemplando cada pequeña estructura de él, con el deseo de volver a acariciarlo,
con el deseo de hacerlo despertar. Escuché el sonido del calzado de Rossi, alejarse cada segundo
más, y detenerse enseguida.
—Deberías descansar un rato—suspiró con pesadez—, te tocara la guardia en las cámaras de
seguridad dentro de horas.

—Está bien, gracias—apresuré a decir, llevando mis manos sobre el pecho de Rojo cubierto por
sábanas blancas, ya humedecidas, otra vez. Las quité de encima de su cuerpo. Rojo había
transpirado tanto que llegó a humedecer más de cinco sabanas en las doce horas que pasó
dormido. Era como si toda la sabana hubiese sido mojada en el lavabo y exprimida una sola vez,
Rojo estaba sudando mucho, y eso significaba que se estaba deshidratando...

Me levanté, sin ver detrás de mí para tomar otra sabana que permanecía doblada sobre el sofá
frente al pequeño televisor— ¿quién lo diría? Las habitaciones de los experimentos tenían
televisor—, y devolverme a la cama para cubrir su cuerpo varonil vestido únicamente con los jeans.
Lo cobijé, desde la planta de los pies remojados por un par de trozos de tela, hasta por encima de
su pecho.

Cuando Rojo mojó la primera sabana, me fui a recoger un bonche de estas mismas en el armario
de la habitación, al igual que a cortar una en varios trozos para colocarlos en diferentes partes del
cuerpo de Rojo, sobre todo en sus pies, así fue como llegué a bajarle la fiebre en el laboratorio, y
solo esperaba que esta vez también sucediera igual. Aunque bajar la fiebre no haría que la presión
de su cuerpo bajara igual.

¿Entonces que debíamos hacer si él no llegaba a despertar? No podría solo tocarlo, de ese modo
no funcionaria.

—Yo creo que estas exagerando con el cuidado, Pym, pareces una madre cuidando a su único
hijo...

Aunque traté de no respingar al descubrir que Rossi seguía en la habitación, observándome al lado
de la puerta, no pude evitar dar el pequeño salto de sorpresa y voltear a verla solo un momento
para después tratar de no prestar mucha atención, o demostrar mi sorpresa.

—O una novia preocupada por el amor de su vida—agregó al final, haciendo que mi cuerpo se
tensara de inmediato una vez que tomé asiento junto al cuerpo de Rojo y mi mano se depositó
sobre la suya.
No supe en qué pensar durante su silencio, sintiendo su mirada expectativa sobre mí,
estudiándome, evaluándome. Sabía muy bien que no hacía el comentario solo porque estuviera
sosteniéndole la mano a Rojo, sino porque llegué llorando a la habitación de los oficiales,
pidiéndole en sollozos a la enfermera que ayudara a Rojo. Y todavía cuando me lancé a correr por
el pasadizo con ellas correteándome, terminé resbalando sobre el suelo, y aun cuando mi trasero
había recibido todo el impacto, me eché a correr otra vez.

Esa, no había sido la única vez que demostré que Rojo realmente era importante para mí, y
significaba más que solo un experimento.

Y no era que Rossi fuera inteligente con sus observaciones, Adam también se había dado cuenta.
Creo que a pesar de mi temor de que algo malo ocurriría al saber de nosotros, al final se darían
cuenta de lo que sentíamos.

— ¿Estas esperando a que lo niegue o acepte? — quise saber, sin sonar grosera, sin ser molesta.
Por supuesto que al final no lo negaría, no sería capaz de negar algo que sentía.

Esperé a su respuesta, y al no escucharla de inmediato, decidí voltear, torcer un poco mi torso y


buscarla sobre mi hombro, buscar esa mirada que ya estaba clavada sobre mí, con severidad. Tan
solo verla era sencillo saber que ya llevaba un tiempo observándonos a mí y a Rojo, como nos
comportábamos uno con el otro.

Sí Rossi lo sabía desde hace un buen tiempo, sí sabía que le gustaba a Rojo y él me gustaba a mí,
¿entonces por qué hizo ese comentario donde decía que había encontrado una pareja para Rojo?
¿Era acaso que estaba tentándome? ¿O era qué aún tenía duda de lo sentíamos uno por el otro?

— Por el bien de los dos—empezó, haciendo una corta pausa en la que respiró por la boca —, será
mejor que oculten lo que sienten.

— ¿Por qué deberíamos ocultarlo? —espeté la pregunta.

— En este lugar no solo los monstruos son los malos, sino las personas también Pym, ¿cómo se
tomarán la noticia al saber que una chica y un experimento se acuestan? —cuestionó, antes de
volver a abrir la boca—. Aunque estemos en peligro, hay quienes piensan en qué harán con el
descubrimiento del parasito y con los experimentos sobrevivientes ya que el laboratorio cayó. Así
que tengan mucho cuidado.
Hundí el entrecejo. Esa era una advertencia, pero no una amenaza, soltada en un tono serio y bajo
como si no quisiera que sus palabras salieran de la habitación. Mordí mi mejilla interna y cuando
quise abrir la boca para decirle que ya sabía de lo que hablaba, ella retiró la mirada, se dio media
vuelta y se marchó, dejándome a solas.

Miré nuevamente en dirección a Rojo.

No era un romance imposible, era una bola de personas aficionadas que no serían capaz de
entenderlo y aceptarlo, solo les importaba su descubrimiento y etiquetar a los experimentos
humanos como objeto, o animales.

Se les notaba, que, aun estando rodeados de tantos monstruos, intentaban rescatar gran parte de
sus descubrimientos para, seguramente, seguir con sus experimentos en el exterior.

Debía pensar lo peor de ellos.

(...)

Un dolor pulsándome la boca del estómago me abrió los ojos, fue cuando me di cuenta de que me
había quedado profundamente dormida y no solo eso. Oh no, la sorpresa me desgarró la visión de
golpe al encontrarme con el otro lado de la cama completamente vacía, cuando recordaba que me
había recostado junto al cuerpo de Rojo, tan cerca de su calor para estar al tanto del más pequeño
movimiento que él hiciera. Pero no estaba aquí, y yo no estaba con él.

Me deslicé hasta el borde del colchón que se hallaba tendido de sabanas floreadas, con el solo
movimiento que hice, la madera de la cama, rechinó. Le di perdidamente una mirada a la
habitación de paredes lilas solo para caer en cuenta de que efectivamente esta era otra recamara.

¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿En qué momento cambié de habitación y por qué? Eran
preguntas que martillaban mi cabeza, mientras me percataba de que mis pies estaban descalzos y
junto a ellos descansaban un par de tenis y unos calcetines que reconocí de inmediato, esos
mismos que hasta recordaba que nunca me los había sacado.
—Despertaste.

Mi cuerpo respingo, sentí una fuerte contracción en el estómago que me hizo apretar la garganta al
ver a Adam con un cabello desordenado incorporándose en el sofá, ese sofá de pelaje negro que
daba la espalda hacía la cama en la que me encontraba sentada y muy confundida. Más
confundida de encontrarlo a él en la misma habitación que yo, que yo encontrándome en una
habitación en la que no estaba Rojo.

— ¿Qué estoy haciendo aquí? —pregunté, colocándome el primer calcetín lo más rápido posible, y
mirando también cómo Adam se restregaba su mano en el rostro para tallarse un poco sus
adormilados ojos marrones—. ¿Por qué no estoy con Rojo? ¿Él está bien? ¿Le pasó algo? ¿Quién
está con él?

—Haces demasiadas preguntas, Pym— suspiró espesamente, casi demostrando que mis preguntas
le habían molestado—. Él no ha despertado— respondió a medias con una ronquera, ahora
sacudiendo más su despeinada cabellera oscurecida, dando un aspecto diferente a su rostro.

Se levantó aún sin completar mi respuesta, haciéndome notar ese torso desnudo que me hizo
pestañar. No traía nada que cubriera esa ancha espalda dueña de una piel bronceada, y cuando se
giró pude ver sus abdominales marcando ese torso, al igual que marcando su pecho, ese rastro de
piel donde un tatuaje hacía su arte en él, uno muy extraño al que no pude encontrarle forma
cuando se deslizó la camisa, cubriendo toda su desnuda piel.

— ¿Quién lo está cuidando? —repetí la pregunta, siendo incapaz de sentir esa atracción hacía él a
pesar de haber visto su pecho tan varonil.

—Deberías preocuparte por ti también, Pym—soltó seriamente, déjenme apreciar esos marrones
fruncidos con frustración—, lo está cuidando el experimento verde 16, mientras Rossi hace la
guarda.

¿Experimento verde 16? ¿Se refería a la enfermera verde? Sí, no había ni otro experimento en el
bunker... Eso quería decir que ella también ya se había recuperado, menos mal que al fin recupero
toda su fuerza.
Sin embargo, había una pregunta que Adam no me respondió, y que pareció ignorarla mientras
volvía a sentarse en el sofá para colocarse el calzado que pronto, yo también comencé a colocarme
el par de tenis.

— ¿Por qué estoy aquí, Adam?

— ¿En serio quieres saber? No podía dejarte dormir en la misma cama que él, te traje aquí para
que descansaras más a gusto, ¿tiene eso algo de malo? — Ni siquiera se lo había preguntado de
mala gana, cuando él soltó la pregunta con molestia.

Ignoré su tono de voz, no quería enojarme con él, sabía que también se preocupaba por mí,
aunque seguía pensando en que no hacía falta moverme de habitación.

—No—musité, retirándole la mirada.

Apresuré a ponerme el último calzado poder ir con Rojo, quería saber cómo seguía su fiebre, y
preguntarle a la enfermera si él había abierto los ojos o se había movido, cualquier cosa, me
tranquilizaría.

—No has comido mucho, Rossi me dijo. Así que te dejé junto a la cajonera unas galletas saladas y
una lata de atún.

Eché una mirada a la mesilla de noche frente a mí, atisbando justo los alimentos que él había
mencionado, al lado de una botella de agua y un par de servilletas que seguramente había tomado
de la cocina de esta recamara. En realidad, no había tenido la oportunidad de comer no solo
porque cuidaba de Rojo, sino porque no tenía apetito. No tenía hambre.

Volví a agradecer a una voz monótona para ponerme de pie. Pero tan solo lo hice todo alrededor
se movió, mejor dicho, mis piernas se tambalearon con los primeros pasos que di, sintiendo los
huesos temblorosos y los músculos gelatinosos a punto de volverse polvo. Rápidamente, cuando
sentí que caería, estiré las manos y alcancé la pared junto a la mesilla para detenerme.

Podría decir que solo había sido un mareo, pero no estaba siendo así realmente, no cuando algo
más empezó a provocarme una respiración agitada y una debilidad escalofriante y estremecedora.
Peor aun cuando esos vuelcos terribles en el estómago, que provocaba un malestar tan
incontrolable, llevaron un sabor asqueroso por todo mi esófago que terminó explorando mi boca y
me hizo cerrarla con fuerza.

Por otro lado, una de mis manos se había colocado sobre mi estómago inconscientemente,
mientras mi cuerpo se inclinaba un poco más sobre la mesilla, con esa terrible necesidad de
abandonar urgentemente todo lo que provocaba el malestar.

— ¿Estas bien? —preguntó Adam, junto a mí. Ni siquiera me di cuenta del momento en que, al
verme tambalear, saltó sobre el sofá y trotó hasta mí para tomarme del brazo, con miedo a que
terminara cayendo. Pero no caí. Y, aun así, no me sentía bien.

Estaba sintiéndome peor, cada segundo más y más, siendo consiente de como esas paredes de mi
estómago se contraían, meneando con fuerza lo que ingerí horas atrás. Maldije en mis entrañas al
sentir como las rodillas se me debilitaron, y tan solo sentí como todo mi cuerpo se contrajo e
incluso mi garganta igual lo hizo, empujé a Adam, y salí a tropezones, corriendo en dirección al
baño.

La puerta azotó contra la pared, el sonido que soltó el golpe hueco hundió por completo el
pequeño cuarto sombreado por la luz del exterior, y se amortiguó a causa de mis ruidosas
regurgitaciones que solté cuando llegué al retrete, levanté la tapa, dejé caer mis rodillas al suelo e
incliné todo mi cuerpo sobre él. Mientras una de mis manos se aferraba a la tapa entre temblores,
la otra trataba de sostener todo mi cabello lo cual sucedió solo con ayuda de otra mano extra... la
de Adam.

Pronto sentí como palmeaba con su mano desocupada mi espalda en tanto luchaba por soportar
las náuseas y contracciones, no quería seguir vomitando, pero era imposible cuando mi cuerpo se
sentía como si estuviera a punto de colapsar. Sus palmadas se volvieron más constantes y fuertes, y
solo cuando al fin mi estómago disminuyó sus fuertes arremetidas, y yo solté un largo suspiro para
respirar cansadamente, él dejó de palmearme para apartar su mano y empezar a tomar papel
sanitario.

El ruido relajó la habitación entera pero no me relajó a mí en ni un momento cuando mi menté


empezó a hacerse un caos.

—Toma—susurró, ofreciéndome un pedazo de papel que acababa de arrancar.


Tragué la acidez que me sacudió los huesos en espasmos, y me atreví a tomar el papel sanitario
para limpiarme la boca. No tardé en bajar la tapa para sentarme de inmediato, todavía mis piernas
se sentían extrañas y ni hablar de la inexplicable calma de mi estómago que me dejó en shock.

—Tenemos medicamentos en la habitación de los oficiales—le escuché mencionar sobre mí,


sorprendiéndome al instante al colocar su mano sobre mi frente, dejándola caer a mi mejilla y
debajo de mi mentón—. No tienes fiebre—pronunció con extrañez —. Algún alimento debió caerte
mal, así que buscaré algo que te ayude, ¿sí?

Estaba dudando. Por supuesto que estaba dudando, no comí nada más que unas galletas saladas y
agua potable, no creía que eso me fuera a provocar malestar cuando a las galletas les faltaba más
de un año por caducar. Esto me había pasado una hora después de que Rojo fue sanado, sentí
tantas nauseas que ni siquiera pude llegar al baño y tomé el bote de basura de la cocina para
vomitar, en ese momento pensé que se debía a la mucha sangre que vi expandirse por todo el
sendero de la cama, escapando del cuerpo de Rojo mientras sus heridas se curaban, pero esta vez
no había visto nada grotesco como para sentir náuseas y ni si quiera sentí nauseas cuando estaba
en la cama.

Las náuseas llegaron instantáneamente, y se fueron tan solo vomite, no tenía explicación, ¿o sí?
Abrí los ojos en grande cuando eso chocó contra mis recuerdos, y retuve el oxígeno en mi pecho.

Oh, cielo santo, ¡santo cielo! Mi cuerpo palideció cuando recordé algo más, y solo no quería que
eso fuera el motivo de mis vómitos. Porque sí, había una explicación, solo una. ¿Sería posible que
yo...?

Lo miré a los ojos, temerosa de mostrar mi shock, y asintiendo sin saber que decir. Pronto, él hizo
una mueca no muy convencido ante mi silenció, y se apartó, rumbo a la puerta.

—Volveré, no te muevas— pidió, dándome la espalda. En cuanto lo vi cruzando el umbral, no


espere en desinflar mi pecho bruscamente y llevé mis manos al estómago, a ese lugar donde mía
dedos se adentraron debajo de la sudadera y descubrieron la piel de mi abdomen, fresca y suave.
La toqué, la palmeé, y al no sentir nada, me levanté de inmediato, caminando para estar frente al
largo espejo.
Me levanté más la sudadera y bajé un poco mis jeans para poder ver mi vientre, sin dar vista de mi
aspecto físico, solo concentrándome en esa zona plana, en captar alguna diferencia, la que fuera
que me diera la razón que más temía.

Si las náuseas no eran por alguna enfermedad, ¿se debía a un embarazo?

—No puede ser... —susurré, volviendo a palmear el vientre bajo.

Tal vez lo estaba exagerando. Tal vez solo había sido a causa del estrés, porque estaba muy
preocupada por Rojo y con un gran susto guardado porque no despertaba. Traté de ignorar esos
pensamientos, dejando de ver mi estómago en el espejo para salir al baño. No podía quedarme a
pensar, a responderme si estaba o no embarazada cuando Rojo seguía inconsciente.

Recorrí el resto de la habitación apresurada, y salir al pasillo iluminado de lado a lado, en segundos
encontré con la mirada esa puerta que se mantenía cerrada y en la que estaba segura de que del
otro lado se hallaba Rojo. Me encaminé hacia ella, preguntándome por qué estaba cerrada si Rossi
había ordenado que la tuviéramos todo el tiempo abierta.

Tan solo escuché un extraño ruido en su interior me puso tensa de inmediato, y mis piernas se
congelaron a centímetros de la puerta y con mi mano temblorosa sobre el picaporte cuando otro
golpe que pareció contra la pared emanó de ella.

¿Sería posible que Rojo estuviera despierto al fin? ¿Al fin despertó? El solo pensamiento hizo que
mi mano temblara, pero no dude en girar y abrirla con rapidez. Logrando que el panorama se
ampliara a esa habitación tan familiar donde me impedí recorrer con la mirada para solo revisar
esa cama ocupada por ese cuerpo masculino cobijado y en la misma posición.

La desilusión desvaneció los nervios y esa emoción a punto de saltarme en el estómago al no ver lo
que tanto esperaba.

—Lo siento.

Pestañeé ante la dulce disculpa que se desprendió del otro lado de la cama. Rápidamente ese
cuerpo femenino se incorporó, levantándose del suelo con una mirada hundida en preocupación y
clavada en sus manos que cargaban con un pedazo de lámpara. Solo así me di cuenta de que la
cajonera junto a ese lado de la casa, estaba removida de su sitió, dejado apreciar un enchufe.

—Quería conectarla para que alumbrará un poco más—explicó, mostrando esa inocencia en la
forma tan avergonzada en la que seguía observando la lámpara—, pero cuando moví el mueble se
cayó. Lo moví muy brusco, el examinador me regañará.

—No te preocupes—fingí una sonrisa mientras me adentraba un poco más a la recamara,


acercándome al cuerpo de Rojo—. Nadie va a regañarte, pero no podemos conectar nada, de otra
forma la luz de la habitación se apagaría y habría más oscuridad.

Miró hacía el techo con confusión antes de asentir con el mismo gesto confundido y dejar la
lámpara sobre la cajonera para después devolverla a su lugar. Tomé asiento junto a la cama,
haciendo que esta se hundiera un poco más, al acomodarme, me incliné y llevé mi mano a su
mejilla enrojecida, percatándome de que la fiebre seguía intacta.

—Él no ha despertado, pero hace un momento se movió, incluso hizo un quejido…

Su confesión me sorprendió, estuve a punto de enviar la mirada en su dirección, pero cuando capté
las pupilas en movimiento debajo de los parpados de Rojo algo brincó en el interior de mi
estómago, contagiando en una pequeña contracción a mi corazón. Él estaba reaccionando, al fin
estaba reaccionando. Entonces Rojo no tardaría en despertar en cualquier instante.

—Le dije al examinador, pero él solo cerró la puerta—agregó casi en un murmuró, rodeando la
cama para acercarse a mí—. Parecía un poco mole…

—Pensé que te quedarías en la habitación—La voz de Adam la hizo respingar, un acto que no
sucedió en mí, sin embargo, eso no quería decir que no me sorprendiera su aparición, de hecho, lo
hizo y solo pude reaccionar alzando el rostro, encontrando esa quijada apretada y ese par de orbes
marrones endurecidos.—. Ni siquiera comiste.

Se adentró, con una caja de pastillas en su mano y una botella de agua en la otra que o tardó en
extenderme una vez llegado hasta mí, hasta una cercanía en la que tuve que elevar mucho el
rostro.
—Comeré en un rato más, solo quería saber cómo seguía él—expliqué, tomando la caja y la
botella, al instante leí lo que se titulaba en la caja

—Es un experimento enfermero, tarde que temprano se recuperaría—bufó, repentinamente,


colocándose sobre sus rodillas para estar a mi altura, a una altura en la que sus ojos fueron más
profundos—. No te excedas, Pym, él no es tu responsabilidad.

—No lo hago porque sea mi responsabilidad— evidencié, sintiendo seca la boca al terminar de
decírselo. Sus ojos pestañearon y se contrajeron con severidad.

— ¿Entonces por qué lo haces? — en cuanto lo preguntó, sus labios se retorcieron con disgusto
como si se hubiese arrepentido de preguntar—. Demonios, Pym…—farfulló, mirando de reojo a la
enfermera enseguida—. Sal de aquí, ve a la sala de las cámaras con la examinadora Rossi., ¡ya!

Dejando de lado las palabras espetadas en una cruel orden, el gritó fue lo que hizo que ese
delgado cuerpecillo volviera a saltar para luego, correr torpemente hacía el umbral, sin mirar atrás
y con sus manos entrelazadas una con la otra, con un temor notable.

— ¡Cierra la puerta! —exclamó él, un tono tan alto que creí que haría que Rojo despertará, y solo
pensar en ello me hizo quitar la mirada de encima de la enfermera que cerraba la puerta, para
depositarla en ese rostro pálido de mejillas sonrojadas por la fiebre. No había movimiento, y sus
ojos dejaron de moverse también—. ¿Qué te gusta de él, Pym? —escupió la pregunta.

Dejé de ver a Rojo, y arqueé una ceja en la dirección de Adam.

— ¿Vas a preguntarme eso?

—Si quieres te pregunto lo que te disgusta de él—Increíble el sarcasmo que podía salir por esa
boca carnosa—. Se te ha insinuado, y te ha tocado, ¿cierto? No dudo de que te haya besado—
frunció el entrecejo hacía arriba por un segundo—. Lo que quiero que entiendas, Pym, es que lo
que estas sintiendo es síntoma de sus feromonas.

¿Qué?
—Las feromonas de los machos son hipnóticas, aun cuando están dormidos puedes sentirte
atraída por él—comenzó—. Creo que estas confundida, tu manera de actuar es igual a las de otros
examinadores que estuvieron bajo el efecto de las feromonas de los experimentos. Porque no
importa si estas lejos de él, sigues sintiéndote atraída, porque sus feromonas al final hicieron
efecto en ti instantáneamente, es como una enfermedad, Pym.

Apreté mis labios, sintiendo mi mente hundirse en toda clase de preguntas confusas. ¿Hipotónico
hasta cuándo duerme? ¿De verdad sus feromonas eran así de poderosas? ¿Pero no dijo Rossi que
por la mirada incitaban más su efecto? Estaba confundida, hecha un lio.

—Una atracción sexual, solamente—hizo saber, con esa gravedad de voz que vibró en mi cabeza.

Mis labios se movieron, tratando de decir algo, pero de la impresión y el shock mi voz no salió.
¿Estaba hablando en serio? Eso quería gritar mi mente. Y por la forma en que Adam estaba
viéndome, seguramente teína una cara de chiste sobre mí. Pero no podía reaccionar como quería
hacerlo, mi cuerpo no respondía.

—Quería decírtelo, pero no tuve la oportunidad—sostuvo, y lo que más me perturbo fue la forma
tan seca en que lo dijo. Oportunidades tuvo muchas para decírmelo, ¿por qué tuvo que esperar
hasta este momento? No, algo estaba mal aquí, no podía creérmelo—. Puedo saber lo que este
experimento quiere conseguir de ti, y estoy seguro que como pasó con los otros que cuando lo
consiga, te desechara.

— ¿Y qué quiere conseguir de mí, Adam? ¿Qué es lo que crees que él quiere conseguir de mí? —
solté en un tono muy bajo, apenas capaz de ser escuchado por él.

Sus manos depositándose sobre las mías que cubrían la mano de Rojo, me estremecieron. Las
retiró del lugar en el que deseaban estar y las coloco sobre mis rodillas, sin quitar las suyas.

—Sexo. Estos experimentos tienen una fascinación por el sexo, Pym.

Y mi ceja se arqueó, estiré una sonrisa cínica y negué, apartando sus manos de las mías. ¿Qué se
creía? ¿En serio pensaba que no conocía la diferencia entre atracción sexual y sentimientos de
amor? ¿Pensaba que tenía quince años? ¿Entonces todo lo que Rojo hizo era solo para tener sexo
conmigo? ¿Se arrancó el parasito por qué quería tener sexo conmigo? ¿Me protegió todo este
tiempo por sexo? ¿Quiso ahuyentarme para no lastimarme porque al final quería sexo? ¿Qué? Esto
era demasiado.

¿Pues qué creía? Me acosté con Rojo, y él seguía a mi lado... Estaba consiente que sus feromonas
me atrajeron al principio,

— ¿Es así como quieres alejarme de él y hacerme creer que debo estar a tu lado? — pronuncié con
fuerza, indignada, molesta. No quería enojarme con él después de lo que me pidió en la
habitación, pero era imposible no hacerlo.

Sorpresa por mi reacción, pero nunca mostró enojo, sus ojos esos que parecieron perder un brillo,
buscaron algo en los míos, algo que por mucho que siguieron observándome, no lograron hallar.

—No te estoy mintiendo, Pym, ¿qué ganaría con eso? —Y su voz, también se hablando, sus manos
se movieron con la intención dudosa de volver a ponerse sobre las mías—. Esto es una verdad. Tu
misma lo sabías. Cuando le atraes sexualmente a un experimento las feromonas empiezan a hacer
su efecto. No quiero que éste experimento te lastime una vez que consiga lo que quiere. No me lo
perdonaría.

Contraje mis parpados cuando vi la manera en que Adam disminuía la velocidad de sus palabras, y
como su mirada, sobre todo, subió hasta depositarse detrás de mi hombre y un poco más arriba de
mi cabeza. Y entonces, hubo algo muy perturbador que me abrió los ojos cuando él palideció.
Podía haber sido un movimiento cuando me removí en ese segundo, pero era imposible ignorar
aquel movimiento extra detrás de mí, sentir como el colchón se hundió un poco más bajo mi
trasero, y para ser exactos me inmovilicé al contacto de ese roce caliente contra el codo de uno de
mis brazos, un tacto tan estremecedor que cortó cada pulgada de mi aliento. Todo mi cuerpo fue
absorbido por una corriente de escalofríos cuando, en ese instante, esa voz se abrió paso, ronca,
grave, crepitante y anhelada.

— ¿Cr-crees… que la quiero solo por el sexo?

El vuelco que mi corazón dio fue incomparable a otras veces, regresó tan alterado y sobresaltado
que me dejó sin respirar los primeros segundos en que toda mi espalda sintió el calor abrazador de
alguien, detrás de mí. Mi torso se torció, y mi rostro palideció al hallare con ese pecho levemente
inclinado frente a mi rostro, un pecho sudoroso por el que las sabanas resbalaban hasta caer sobre
el regazo, un pecho que se inflaba rápidamente mostrando lo agitado que él estaba.
Subí por toda esa piel pálida, hasta esos carnosos labios entreabiertos de comisuras oscurecidas, y
seguí con la respiración atascada aún en mi tórax, el camino recto sobre el puente de su recta
nariz, hasta hallarme con su endemoniada mirada, esa que había extrañado varias horas enteras.
Ese par de orbes carmín con una mirada entenebrecida y peligrosa estaban clavados con en una
sola persona de la habitación, y esa no era yo.

—Yo la he querido mucho antes de que se conocieran—soltó entre colmillos—, y tú lo sabías.

Tanto que podría morir.

TANTO QUE PODRÍA MORIR

*.*.*

La mano de Rojo deslizándose tan delicadamente en la piel de mi brazo, y esos dedos aferrándose
a él con indescriptible miedo, me cortó aliento. Me hizo reaccionar a ese shock que sus mismas
palabras habían provocado en mí, y parpadear un número de veces en los que mis ojos se
remojaron con la confusión que hundía mi mente, incapaz de procesar todo lo que escuché.

Ya nos conocíamos, ¿mucho antes de que conociera a Adam? ¿Y Adam lo sabía? ¿Sabía que Rojo
me quería? ¿Y yo quería a Rojo en ese tiempo o no? Llevé mis manos a tomarse del colchón
cuando sentí esa desesperación a punto de ser transpirada por mi piel. Era insoportable, tantas
preguntas brotando al mismo tiempo, y ni una respondida.

Cuanto deseaba recordar todo.

Lo único que tenía claro era que Rojo me contó que ya lo había visto muchas veces en su sala de
entrenamiento, pero que Rojo dijera que Adam ya sabía de lo que él sentía por mí, me daba a
entender que entonces ambos ya habían cruzado palabras, ¿no es cierto? ¿Por qué no me dijo
eso? ¿Por qué no me dijo que me conoció mucho antes que él me conociera? ¿Qué más no me
dijo? ¿Había otra cosa que estaba evadiendo mencionar?
Maldición, esto era muy confuso. Sentía que estaban ocultándome mucho ellos dos, y eso solo
estaba comenzando a irritarme.

No era la única que parecía anonadada por las palabras de Rojo, pero por el contrario de mi
asombro, Adam llevaba un su rostro congestionado, sus cejas temblaban con su fruncir frustrado y
confuso, y esos labios separados mostrando sus apretados dientes. Sus pupilas temblaron y
brillaron de rabia, se alzaron un poco más y luego se clavaron en mí un instante antes de volver a
posarse con mucha más fuerza en Rojo.

— ¿Cómo puedes decir que la quieres, si ni siquiera sabes lo que se siente ser querido? —siseó la
pregunta, levantándose del suelo y dando un paso atrás con una postura tensa y amenazadora—.
No conoces nada de eso, no se te enseñó.

— Pym me quería — su confesión amenazó con detenerse. ¿Yo lo quería? ¿Entonces sentía algo
por él? Rojo apretó su agarre en mi brazo, pero sin lastimarme, sentí ese mismo miedo que mostró
al principio, y supe a que se debía. Rojo no quería perderme, ¿cierto? Temía que Adam me
arrebatara de sus manos—. De ella aprendí a querer.

¿De mí? Y fue inevitable entornar la mirada a sus orbes carmín con sorpresa, esa mirada suya que
terminó cayendo sobre mí y que al instante volvió a clavarse en Adam cuando él abrió la boca.

—Pero lo malinterpretaste—espetó él, atrayendo mi mirada en dirección al suelo, confundida y


atenta a su voz—. Y lo aclararé porque Pym no lo recuerda, pero que ella te tratara bien y
protegiera no significaba que le gustaras, y tengo entendido que te lo aclaró. Pero a como lo estoy
viendo...—él hizo una pausa para mirarme con severidad un momento y luego, dirigir otra vez la
mirada detrás de mí—, te estas aprovechando de que no me recuerda, para hacer con ella lo que
quisiste en un principio, ¿no es así? — inquirió él. Parecía seguro con lo que preguntaba y con la
dirección a la que llevaba el tema.

Por otro lado, yo estaba absorta en mis pensamientos en donde todas y cada una de sus palabras
entraban para ser procesadas, procesadas con una lentitud dolorosa. Repugnante, muy confusa.

Era cierto que le dije a Rojo que no recordaba absolutamente nada, pero no lo creía capaz de
aprovecharse de mí, sí fuera así, desde un principio las acciones de Rojo hubieran sido otras, ¿no?
Pero Adam se refería a que él se quería aprovechar de mí sexualmente.
Un recuerdo terminó estallando en mi cabeza, esa vez en que Rojo me acorraló contra la pared y
me besó con intensidad. En la ducha sucedió lo mismo, e incluso la atracción sin igual que sentí
con él en la oficina, donde terminamos intimando.

Cielo santo. Esto era muy confuso, ¿qué significaba? ¿En verdad se aprovechó de que no recordaba
nada para enamorarme?

—Yo sabía que no le gustaba de esa forma... —disminuyó el volumen de sus palabras—. Pero no
porque no recordara me aprovechaba de ella.

La voz de Rojo me estremeció los huesos, se había escuchado baja, engrosada en un tono bestial,
rotundamente peligroso, tan peligroso que me torció el rostro para verlo. Lo estudié, estaba
cabizbajo, viendo algún lado del colchón, con sus colmillos apretados y los labios un poco torcidos,
varios de sus mechones le colgaban aún mojados por ese sudor que recorría desde la cima de su
frente y se deslizaba libremente por sus facciones apretadas,

— Solo me comporté con ella como siempre me comportaba con ella, no hice ni una diferencia—
explicó y esta vez, su voz terminó baja, sin ser peligrosa, solo débil, provocando estragos en mi
interior.

¿Cómo siempre se comportaba conmigo? ¿Entonces estaba diciendo que nos besábamos también?
Mis puños se apretaron a cada lado del colchón, buscando no explotar, pero poco faltaba para
hacerlo si esto seguía así.

—Sí lo hiciste, no te olvides de tus feromonas—la interrupción de Adam no solo me dejó pasmada
en mi lugar, sino ver como Rojo había enviado esa feroz mirada a él—. Sé cómo se siente tu cuerpo,
hasta puedo saber lo que quiere. Quieres acostarte con Pym, ¿no es así? — incitó Adam, alzando
su mentón amenazadoramente. Odiaba que hiciera eso, que tentara a Rojo, y sobre todo, cuando
él se encontraba aún en mal estado, con mucha fiebre y una debilidad muy visible.

Esto era suficiente.

—Ya basta— no grite, ni si quiera alce la voz, aunque quería hacerlo. Sin embargo, ¿de qué serviría
gritar? Una pelea no nos llevaría a ningún rumbo—. Creo que soy yo la que debe hacer las
preguntas, ¿no te consta Adam?
Levanté la mirada, sin enojo, sin rencor, solo como una petición hacía él, hacía ese rostro hundido
con frustración que esperaba a que le diera la razón. Verlo frente a mí, y sentir a Rojo detrás, me
hacía sentir acorralada: entre la espada y la pared. ¿Cómo saber quién decía la verdad y quién no?
¿Cómo reconocerlos? No los recordaba, no recordaba nada y sentirme así era injusto. Injusto era
lastimar a Adam a pesar de no recordarlo, a pesar de que cuando me tocaba solo sentía una
profunda incomodad que me hacía apartarme de él, desear no ser tocada por él, y eso solo me
hacía sentir peor, injusta porque tuve algo con él.

Pero tampoco era mi culpa no recordarlo, tampoco fue mi culpa que me empezara a gustar Rojo.
Ni siquiera sabía que Adam existía, ¡ni siquiera sabía que manteníamos una relación amorosa! Que
manteníamos una relación y dormíamos juntos. No, no, y solo saber eso me frustraba más.

—Entonces hazlas—me pidió Adam, pero seguí perdida en mis pensamientos. No podía
engañarme, no podía engañar a Adam con darle una oportunidad cuando realmente, esta Pym,
quería estar solo con Rojo.

Así que deseaba que todo lo que él dijo de Rojo fuera una equivocación...

—No lo haré contigo aquí—pauté con detenimiento, logrando que ese gestó se arraigara más, con
fuerza y sorpresa, soltando una exhalación corta y elevando con impresión esas comisuras de sus
labios.

Sí, le preguntaría a Rojo, pero sin Adam de intermedio.

— ¿Entonces le crees? —escupió la pregunta.

—Si le creo o no, solo me incumbe a mí—Traté de sonar seria—. Además, Rojo acaba de despertar,
sigue en malas condiciones, y están peleando sobre algo absurdo.

— ¿Algo absurdo? —bufó amargamente, dando un paso atrás para observarme de tal forma, como
si le decepcionara—. Se trata de ti, de que te des cuenta de lo que está pasando, no quiero que
bastardos como este se aprovechen de ti.
— ¿De lo que está pasando? —alcé un poco más la voz—. Los experimentos quieren matarnos, ¿y
ahora estamos peleando por mí? Cuando deberíamos planear como salir de este lugar, además,
voy a recordarlo todo Adam, tarde que temprano.

—Y mientras tanto, dejaras que este animal se acueste contigo, ¿no? —Su afirmación golpeó mi
cabeza, me dejó anonadada ante esa cínica sonrisa que se estiró con perversidad aún más cuando
ladeo el rostro—. ¿No es por eso que te guardaste los malditos condones?

La boca se me cayó, y no fue absolutamente lo único que resbaló de mi rostro para golpear el suelo
de la impresión y lo seca que me dejaron no sus palabras sino esa incendiada mirada de Adam y
ese brazo levantado cuya mano sostenía una larga tira amarilla que sacó de uno de los bolsillos de
su pantalón.

Instantáneamente mis manos volaron a mis bolsillos solo para saber que él, me los había sacado, lo
probablemente, cuando me llevó a la otra habitación.

— ¿Esa era la razón por la que me pediste tiempo para pensarlo? ¿Primero, querías acostarte con
este animal y luego darme la oportunidad a mí de enamorarte? — farfulló con esa sonrisa
ahuecada.

No, no era esa la razón, de ninguna manera lo era. Si había pedido tiempo, no fue porque le daría
la oportunidad sino porque no sabía cómo hacerle saber que quería estar con Rojo. Tenía miedo de
decirle y que al final él, le disparara a Rojo.

Supongo que fui una idiota por no decirle en el momento que alguien más me gustaba y no podía
ignorarlo. Solo me dejé guiar por el miedo. Ahora... Las cosas habían empeorado y se
malinterpretaron. Por mi culpa.

—Mejor no digas nada y vete, Adam— me atreví a decir—. Solo vas a empeorarlo.

— ¿Disculpa? —Ofendido, retorció sus labios y miró el techo por un nanosegundo—. Soporté mis
celos cuando encontré los condones en tu bolsillo. Me dije que podías hallarte confundida y debía
entenderte en vez de enfurecerme, porque no me recordabas. Pero, ¿solo quieres ignorar mi
advertencia?
—No lo estoy ignorando, ¿sí? —exclamé, sintiéndome abatida, ya no podía ocultarlo—. Que todo
lo que no recuerdo me caía solo con palabras, me vuelve loca, Adam. No sabía que existías cuando
ya había sentido algo por Rojo, y aun cuando me dijiste que teníamos algo no podía ignorar a Rojo
ni lo que sentía por él. Y no te voy a mentir—tomé un instante para respirar y tragar, antes de
continuar—. Esta Pym, quiere estar con él.

—Entonces acostarte con él es lo que llevabas pensando por mucho tiempo, ¿no, Pym?

Nunca vi el veloz movimiento que hizo con su brazo, pero si sentí ese algo cayendo sobre mi
cabeza. Ese algo que me hizo temblar, me endureció, me lastimó el pecho. Cuando bajé un poco la
cabeza, la tira de preservativos terminó resbalando de mi coronilla hasta mis muslos, quise
tomarla, pero solo no pude, seguí en trance.

—Eres un imbécil—el gruñido de Rojo me hizo exhalar el dióxido entrecortadamente. Su mano,


tomó la tira de condones y la apartó de mi regazo para colocarla en la mesilla.

Lo sentí moverse luego de un segundo, así como lo sentí quejarse ahogadamente de dolor. Giré
con preocupación, solo para encontrar que intentaba salir de la cama en la que se encontraba
sentado, con la intención de levantarse y encarar a Adam— ya que su mirada se encajaba en él,
con una euforia de ira—, pero sus piernas mismas le fallaron, se doblaron sus rodillas, haciéndolo
golpeara contra el suelo,

Su nombre brotó al instante de mis labios, me coloqué de rodillas rápidamente hacía su cuerpo,
para tomarlo de los hombros y ayudarlo a levantar, aunque él ya empezaba a incorporar su
espalda, clavando la mirada otra vez en él, en la forma en que Adam deslumbraba su ardor y daba,
después de un suspiro de decepción, un paso a nosotros.

—Lastimarla así, aunque no te recuerde, sinceramente no la mereces— gruñó bajo, casi como otro
quejido. Se miraba muy mal, demasiado fatal, su cuerpo temblaba, su piel estaba hirviendo, la
forma en que Rojo respiraba era demasiado complicada.

Ni hablar de lo pálido que estaba, sus labios secos, sus parpados caídos y las mejillas únicamente
sonrojadas. La salivación que era lo único que no podía ser capaz de encontrar, pero si por la forma
en que Rojo tragaba una y otra vez al respirar, eso, y el resto eran síntomas de la tención
acumulándose en él, más de lo debido.
Si no hacía algo, él podría... morir.

— ¿Y tú sí? — repuso con fastidio—. Debería aplaudirte, enfermero, conseguiste que Pym deseara
acostarse contigo después de todo, y con protección, ¿eh?

Y lo hizo, sus palmas chocaron una con otra varias veces provocando el desagradable sonido hueco
que exploró no solo el interior de la habitación, sino mi cuerpo, quemándolo, despreciándolo de
pies a cabeza.

Rojo gruñó, su cuerpo se empujó hacia adelante en amenaza, con la intención de echarse sobre
Adam, pero ni eso pudo hacer de lo débil que estaba.

—¡Ya termina con esto, Adam! — grité, aferrándome a los hombros de Rojo mientras lo ayudaba a
levantarse para recostarlo en la cama, pero era tan pesado, que solo pude ayudarlo a levantarse un
poco, mientas él se aferraba al colchón para escalarlo y quedar con medio cuerpo recostado en la
cama. No paso mucho cuando él mismo intento empujarse, con la mirada perdida en el colchón—.
Estas actuando como un niño.

— ¿Cómo quieres que no enloquezca? Si veo como lo ves, cono lo cuidas, como le hablas, y ahora
te guardas condones para él, ¡haces que los celos me carcoman, Pym! —graznó, exaltando sus
brazos a los lados y sacudiendo esa cabeza, cuyos mechones terminaron ondeándose por la fuerza.

— ¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Golpéame la cabeza para recordar otra vez? —chillé en
respuesta—. ¡Solo trato de no enloquecer también! —La voz se me rasgó del enojo que él mismo
había hecho explotar en mí—. ¡Y ya basta, no quiero hablar de esto, Rojo necesita atención!

— ¿Quiere callarse todo el mundo? —El chillido femenino de Rossi nos tensó, Adam quien fue el
que más palideció, volteó detrás de él, hacía la puerta que ahora permanecía abierta y ocupada
por el cuerpo delgado y curvilíneo de Rossi. Una Rossí de ceño hundido y labios torcidos en mueca
—. ¿Esto es ahora una novela dramática?

— ¿Qué estás haciendo aquí? —se quejó Adam. Y Rossi pareció querer responder, pero cuando vio
en nuestra dirección, sus ojos se abrieron en una mirada de horror para luego ella moverse
rápidamente dentro de la recamara—. No ha terminado tu turno.
— ¿Por qué no le has bajado la tensión? —Tropezó cuando llegó a nosotros, y no tardó nada en
inclinarse sobre la cama y llevar sus manos al rostro de Rojo para inspeccionarlo. Pero tan solo lo
tocó, él se sacudió para alejar su agarre y se recorrió sobre el colchón hasta recargar la espalda en
el respaldo de la cama—. ¿Por qué están perdiendo el tiempo cuando el experimento está en este
estado? —Jamás la había visto tan molesta y menos gritar de la manera en la que lo hizo, incluso
abrió tanto sus ojos entornados a Adam, que creí que se le saldrían de un salto—. ¿En serio Adam?
Te creí más madurito.

—Este no es tu problema—chitó él, apretando su quijada mientras la veía—. Tú no deberías estar


aquí.

—Tu tampoco, ahora largo—Su voz disminuyó, pero esa sin duda había sido una orden, pero al ver
el endurecimiento en Adam, esa mirada que la quemaba con odio, Rossi apretó los dientes con
desesperación y se acercó a él—. Estas estorbando a un examinador de hacer su trabajo. Adam, él
es un enfermero termodinámico, ¿sabes lo importantísimo que es?

— ¡Bien! —replicó él en un grito, restregando su mano contra su rostro y gruñendo después—.


Pero sal, tengo algo último que decir...

—Estamos hasta el infierno, ¿y tienes algo que decir? —resopló ella.

—Sal de aquí Ross, lo haré rápido.

—Eres increíble Adam Hayler—soltó ella con cansancio, antes de que, a zancadas, volviera al
umbral y saliera del cuarto, no sin antes advertirlo—. Sera mejor que lo hagas rápido.

—Lo haré—el suspenso que dejaron sus palabras llenó la habitación de un silencio desesperado. Y
aún más desesperado cuando apartó la mirada de la puerta y la depositó en mí, con un par de
orbes enrojecidos y un brillo desilusionado.

Ay no. Mis labios temblaron cuando vieron su mentón temblar, cuando vieran que estaba a un
pestañeo de tal vez, lagrimar. Arrepentido, esa era la manera en la que me veías ahora, y yo ya no
quería escucharlo, no sabía ni en que pensar de él, y no podía ponerme a pensar cuando detrás de
mí, estaba Rojo, debilitado, en mal estado.
No podía ni concentrarme en nada más que no fuera la salud de Rojo, solo quería que se marchara,
que dejara las cosas como estaban, empeoradas. Porque tal vez, al final ya no podría hacer nada
más por repararlas. Esa era la verdad, esta Pym que no recordaba su pasado, quería a Rojo, por
muy cruel que se entendiera, al final…

Yo quería a Rojo.

— Ese experimento te está manipulando Pym, se aprovecha de ti— repitió, retrocediendo hasta
tocar el marco de madera de la puerta y girarse en una posición en la que solo vieras un poco su
perfil iluminado—. Solo no le des lo que quiere hasta que recuerdes. Solo eso puedo pedirte, Pym.
Aunque sé, que ya no tengo derecho a pedírtelo.

Bajé un momento la cabeza con la mirada en su calzado, en ese par de botas sucias que titubeaba
en apartarse o quedarse en su lugar, y solo hasta que se movieron y salieron al pasillo, y todavía
cruzaron la derecha hasta desaparecer, mi cuerpo recuperó la movilidad. Troté a la puerta con la
respiración rajada, tomándola de un borde para cerrarla, para colocar el seguro, y lanzar un largo
suspiro que había estado reteniendo. Y que a pesar de que lo solté para volver a respirar, mi
cuerpo se sintió asfixiar.

Mi cabeza estaba repleta de pensamientos desordenados, y solo trataba de aferrarse a uno de


ellos, solo por hoy, solo por este momento aferrarse a un solo pensamiento. Después explotaría
para pensar en todo lo demás y hallar la verdad.

— No me estoy aprovechando de ti.

La voz de Rojo, desgastada y ronca me hizo apartar mis manos sobre el picaporte y tras una
profunda respiración en la que mis pulmones se llenaron de insatisfacción, me aparté. Giré paso a
paso lentamente, posando la mirada en sus orbes endemoniados que me observaban con temor,
como si supiera que estaba a punto de hacer algo que lo lastimaría. Él ya no estaba recargado
contra la pared, su postura cambió, había sacado las piernas fuera del colchón para que tocaran el
suelo con firmeza. Una de sus manos se aferraba a la mesita de noche, y hacía una fuerte presión
para levantarse, que todo su brazo temblaba de una forma tan visible que podía pensar que en
cualquier instante su brazo entero se partiría en dos.

—No te estoy manipulando con mis feromonas—repitió en un hilo de voz a causa de su debilidad
—. Saber que perdiste la memoria también me afectó, ya no me recordabas, no recordabas nada
de lo que hicimos juntos. Pero no porque no recordarás, me aproveché de ti.
Instantáneamente a mitad de sus palabras aventadas con la mayor claridad que le fuera posible,
mis piernas se movieron en su dirección, paso tras otro hasta acortar la distancia. Estaba
escuchándolo, pero no le estaba prestando atención realmente, solo podía ver su estado tan débil
y pesado que indicaba que tarde o temprano, si no mejoraba, volvería a desmayarse, y eso era lo
que no quería que sucediera.

Sus parpados se abrieron cuando notaron que no me detenía, que, aunque casi estaba trotando
hacía el colchón, el rostro que llevaba, serio y fruncido parecía dañarlo, tanto que vi esos secos
labios tratando de apretarse.

—Pym— me llamó, su voz dio un vuelco a mi corazón—, yo te quiero, no me estoy apro...

Se calló, pero no porque quiso, sino porque le sorprendió mi acción. Y era que cada parte de mi
cuerpo había actuado, no había parte de mí que pudiera controlarse por más tiempo a esa
estremecedora emoción de ver la profundidad de sus ojos y de escuchar su voz nuevamente, y ese
temor de no escucharlo ni ver su mirada otra vez. Salté, sin poder evitarlo, sobre su regazo
colocando mis piernas a cada lado de su cuerpo para no lastimarlo, salté con mis brazos estirados
para alcanzarlo y rodearlo del cuello en un abrazo temeroso y ansioso.

Un abrazo que tomó fuerzas para aferrara aún más a ese tembloroso cuerpo que se tensó y se
comprimió con el tacto del mío. Tantas ganas tuve de abrazarlo con fuerza, tantas ganas de sentirlo
nuevamente junto a mí, no quería soltarlo. No después escucharlo respirar, escuchar su crepitante
voz llamándome, esa voz que exploraba mi cuerpo en sonidos graves y roncos y la cual me tenía
hipnotizada enteramente, atrapada así como ese par de endemoniados orbes que deseaba cada
segundo tenerlos sobre mí.

Lo escuché jadear mi nombre cuando deposité mi cabeza un momento junto a su pecho, justo ese
lugar donde su corazón latía desenfrenado, como aquellas veces en que se había acelerado cuando
me acercaba a él.

Confiaba en él, en esos latidos frenéticos, y en lo que provocaba en él. Confiaba en sus acciones, y
en sus miradas, él no me quería por sexo, eso lo sabía, con cada pequeña reacción, con cada
pequeño significado de lo mucho que se sacrificaba para protegerme, todo eso era suficiente para
saber que Rojo me quería. ¿Yo lo quería a él también, antes de perder los recuerdos? ¿Y si no lo
quería, él se aprovechó de que no recordaba, para enamorarme? ¿Todo lo que dijo Adam era
cierto? Quería preguntárselo, pero ahora él debía mejorarse.
—No vuelvas a auto-mutilarte— murmuré la petición, y sentí como su cuerpo se tensaba más. Más
aun cuando me atreví a depositar un beso suave en su pegajoso pecho masculino que retuvo el
aliento. Subí, dejando un leve camino de beso hasta llegar a sus carnosos labios que no toqué
cuando él retrocedió su cabeza, dejando que mi mirada llegara a la suya para hallar esos carmines
rogándome.

—Pym...— repitió mi nombre, sus brazos apenas me tomaron de la cintura, sus dedos se anclaron
a ella y se deslizaron en un abrazo protector que me estremeció—. Pregúntame.

—Tenemos que bajarte la tensión, eso será cuando tu fiebre se baje—insistí, llevando mis manos a
sus hombros y alejándome apenas unos centímetros para mirarle a los ojos, estudiando ese par de
párpados que poco faltaban por cubrir más de la mitad de sus ojos y tal vez, cubrirlos por
completo. No había tiempo de preguntas y respuestas cuando se trataba de su corazón—. Luego,
me vas a explicar todo.

—Antes— pausó, tragando saliva y acortando la distancia con mi rostro solo para dejar que su
frente se recargara en la mía, un instante en que incluso, acercó su nariz para rozar la mía un par
de veces—, pregúntame algo que quieras saber.

Un silenció se construyó alrededor, lo miré e inspeccioné, él estaba dispuesto a responderme a


pesar de su mal estado, y mordí mi labio inferior, sin poder detenerme más.

— ¿Utilizaste tus feromonas en mí? —solté la pregunta, lentamente, sintiendo ese vuelco en el
estómago, y ese nerviosismo por sentir que estaba a punto de saber algo que tal vez no me
gustaría.

—Sí— Mis labios se separaron con su respuesta, y mis músculos los recorrió un escalofrió cuando
una de sus manos tomó mi mentón con delicadeza—. Es imposible controlar que mi cuerpo
produzca feromonas, pero solo llegan a funcionar si estoy fuertemente atraído por alguien y ese
alguien también siente atracción por mí— respiró hondo y exhaló, una exhalación que fue como
caricia a mi rostro, desapareciendo todo rastro pequeño de frio—. Mis feromonas también me
controlan. Pero no por eso soy un animal que está en celo con cualquier hembra, Pym.

¨ No es como ellos dicen, olí las feromonas de ese experimento, como he olido el de otros más,
pero no por eso me siento atraído. Cuando un macho encuentra a su hembra, se ata a ella, así me
he sentido contigo. Desde que te vi, ya no quise que otra hembra me tocara, mucho menos que a ti
te tocara otro hombre. ¨

Esas últimas palabras se repitieron en mi cabeza, claras y como al parecer esperaba. Utilizó las
feromonas, pero no como Adam dejó en claro. Mucho menos como Rossi había dicho
mencionando que los experimentos rojos siempre estaban en celo, buscando su hembra al menos
hasta ese momento ella no supo explicarlo, pero Rojo sí, ya había encontrado a su hembra.

Yo.

Lamí mis labios, procesando todo lo que pudiera mientras él rompía con la separación de nuestros
rostros y unía nuestros labios en un corto beso que me hizo cerrar los ojos, un beso dulce y
delicado que quise que volviera a repetir, pero que no lo hizo. No al menos por ese instante.

—Yo no voy a dejar que me emparejen con otra hembra, que no seas tú—susurró a una pulgada de
que nuestros labios se rozaran—. Sigue preguntando…

Abrí los parpados lentamente y miré hacía su desnudo y sudoroso pecho, atendiendo a su petición
y creando esa pregunta que me había estado haciendo hacía ya mucho tiempo atrás, mucho antes
de que ocurriera lo de minutos atrás. Tragué, tratando de que ni un nudo se construyera en mi
garganta.

— ¿Sabías que Adam y yo estábamos juntos?

—Sí, los vi muchas veces, y verlos juntos me lastimaba—replicó débilmente, ni siquiera se había
tomado un momento para responder—, pero no me lastimaba más que el verte llorar.

El quejido ahogado de Rojo me erizó las vellosidades del cuerpo, contrajo mi corazón al ver como
sus manos se apartaban de mí para caer sobre una parte del colchón y sostener su cuerpo de un
costado. Abrí mucho los ojos sintiendo un bajón repentino de mi calor corporal cuando vi como
esa mano volaba en dirección a su pecho, a ese lado donde se resguardaba su corazón. Y cuando
vi, un instante después, como su cuerpo se contraía y su boca escupía un líquido enrojecido que
terminó no solo goteando las sabanas de la cama, sino manchando la piel de sus labios y parte de
su pecho, los pensamientos se me nublaron, y mi cuerpo se hundió en una terrible desesperación
que me hizo sollozar.
Y no solo mi cuerpo se sintió hastiado y dominado por el terror de lo que acababa de ver. Cada
parte de mí, mis sentidos y mi alma se comprimieron por el miedo a perderlo, era una adrenalina
tan desesperante que rasgó mis huesos y los hizo temblar hasta desvanecerme frente a él.

No, no, no, no, no.

—Basta, paremos—rogué, inclinándome para recostarlo su espalda sobre el colchón, y tan solo lo
hice, aun escuchando su quejido y viendo su mano apretando ese lado de su cuerpo, llevé una de
mis manos hasta su vientre. Cada rincón de mi cuerpo temblaba con mis movimientos, mis dedos
crispados se deslizaron por la piel de su vientre, tan ansiosamente y perturbados hasta el borde de
su pantalón. Pero cuando toqué su cinturón con la intención de retirarlo, su otra mano me detuvo.

Volví la mirada en él, alterada, asustada, aterrada hasta la medida, sus ojos contraídos al igual que
su frente arrugada y esos labios torcidos con colmillos apretados, el dolor era algo inevitable
ocultarse en él, sobre todo cuando las venas de su cuello se marcaban con gran intensidad,
enrojeciendo algunas partes de su piel, ¿por qué estaba deteniéndome? ¿Era qué quería morir?
Forcejee, y cuando él me sostuvo las muñecas con su otra mano, dejando su pecho e
impidiéndome incluso inclinarme para acercarme a él. Gruñí su nombre.

Gruñí su nombre con desesperación. Deseosa de que me soltara, que si no lo hacía… algo malo le
sucedería a él.

—Vas a morirte—chillé, y verdaderamente estaba llorando, las lágrimas desbordaban de mis ojos,
una, otra y otra vez sin final, ardiendo y quemando mi piel—. Ya suéltame.

—Pregun…tame más—sus palabras entrecortadas apenas se entendieron a causa de esos dientes


apretados. Solo escuchar que hasta su voz estaba ocultándose, hizo que mi corazón se apretujara
más, era un dolor que no soportaría por mucho si esto continuaba. No, no, eso era algo que no
haría hasta que me dejara besarlo, tocarlo, hacerle el amor, salvarle la vida.

Pero cuando rogué una vez más que me soltara, incluso me retorcí como gusano sobre él con la
intención de salir del agarré de sus grandes manos, preguntándome cómo demonios aún tenía
fuerza suficiente en sus brazos como para detenerme, él insistió, volvió a insistir:
— Pym, solo otra pregunta.

— ¡¿Me quieres?! —Y exploté la pregunta gruñona frente a su rostro, dejando que mis lágrimas
resbalaran y golpetearan su pálida piel dueña de una mirada tan profunda y penetrante que
reparaba en cada pequeño aspecto de mi destrozado rostro. Lo que miré después del silencio que
dejó mi pregunta, estrujó lo más profundo de mi ser solo para reconstruirlo otra vez cando sus
labios temblorosos, se estiraron en una débil sonrisa.

Y me soltó, al fin me soltó dejando que sus brazos cayeran a cada lado de su cuerpo, dejando mis
manos libres.

—Mucho—el hilo de su voz volvió a hacerme ahogar un gemido—. Te quiero tanto que podría
morir.

Algo más que hacer el amor.

ALGO MÁS QUE HACER EL AMOR

*.*.*

Cada pequeña parte de mí se estremeció, reaccionado a su confesión, a esas palabras que habían
oprimido tanto mi pecho que sentí como mi corazón acelerado era aplastado, mis manos se
acomodaron a cada lado de su cabeza para sostener el peso de mi cuerpo inclinado, y mis labios
volaron en busca de los suyos, necesitados, ansiosos de él, sin prestarle atención a la sangre que
los manchaba. Un beso lento y profundo en el que nuestros labios saboreaban lo más profundo de
nuestras almas.

En ese instante sentí sus manos cubriendo las mías, y sus dedos subiendo hasta donde podían para
rodear mis muñecas con delicadeza mientras nos deleitábamos entre besos, solo hasta que él
volvió a quejarse, retirando su boca de la mía y ladeando su rostro para apretar sus colmillos con
fuerza. Ese gesto en el que sus pobladas cejas y su blanca frente se contraían temblorosas por el
dolor, me alejó de él con un susto a punto de estallar cruelmente en mi pecho.
—Estoy bien…—Las palabras apenas pudieron salir de su boca. No, no estaba bien mucho menos
cuando volvió a llevarse esa mano a su pecho y a apretárselo con rotundidad como si quisiera
perforarlo—. Pym, no moriré, solo es puro dolor, así que continua.

Vio la desesperación y el shock mismo en mi cuerpo, ese que me mantenía temblorosa y


congelada, mientras reproducía sus palabras. Para ser exactos estaba muy inquieta y aterrada
porque ni siquiera sabía tenía idea de cómo empezar, solo sabía que tenía que hacerlo correrse.
Entonces, no importaba cómo empezara, ¿cierto? Solo debía hacerle sentir placer.

Sí, solo debía continuar.

Lamí mis labios, y asustada aun cuando su mano con tanto esfuerzo se levantó para acariciar mi
rostro con delicadeza, volví a inclinarme, a duras penas con la cabeza desordenada, hecha un lio
por el terror. Deposité besos temblorosos desde su mentón hasta su cuello que él estiró para
darme más acceso, mis manos no duraron mucho para comenzar a acariciar su agitado pecho, y
mientras baja con mi boca rozando cada parte de su pecho hasta la piel de su abdomen húmedo y
caliente, mis manos acariciaron su vientre, esa zona que se contrajo enseguida y se tensó con mi
contacto frío.

Esa reacción me dio más confianza para continuar.

Con agilidad, mis manos no tardaron nada en tomar el cinturón y empezar a sacarlo, tampoco
tardé en depositarle un beso a ese vientre marcado donde mi lengua saboreó a detalle su salada
piel, deseando que ese desliz provocara que su tensión empezara a acumularse lejos de su
corazón...

Lejos de ese órgano delicado.

Eso era lo que más deseaba.

Saqué el cinturón y todavía, desabotoné su pantalón, bajé el cierre y retiré la tela para tener mayor
paso, todo con un movimiento nervioso de mis dedos. De inmediato, mis ojos atisbaron esa blanca
piel de su vientre bajo, y también... el bulto creciente que la prenda aún ocultaba un poco de mi
vista. Estaba excitado, Rojo estaba excitado. Esa era una buena señal.
—E-estoy listo—jadeo él, no supe si porque le dolía algo o solo era que empezaba a tensarse más
sexualmente. Eso último lo deseaba como nunca.

No, no, no porque quisiera escucharlo gemir de placer— que, si él no estuviera en esta posición, lo
desearía—, estaba asustadísima, no podía si quiera sentirme tentada cuando escuchaba a Rojo
ahogando su dolor.

Mordí mi labio con desesperación solo un instante, para inclinarme y besar otra vez su vientre y
adentrando una de mis manos en el interior de su pantalón donde, al tocar su ardor endurecido y
rodear todo lo que pudiese de él con mis delgados dedos, Rojo ahogó un fuerte gemido. Ese dulce
sonido sacudió mis huesos y estremeció mis entrañas de emoción.

Sí. Sigue así.

No te detengas. Supliqué en mis entrañas, anhelando que llegara hasta su final, que toda esa
acumulación desapareciera.

Sin despegar mi boca de su caliente piel, esa que empezaba a provocar espasmos por todo mi
cuerpo con mi deliberado acto, la dirigí a roces hasta su pelvis plana donde besé y chupé, una y
otra vez en tanto mis dedos acariciaban su caliente y duró miembro, ese que conforme tocaba,
retorcía de placer el cuerpo de Rojo, estiraba éxtasis en su interior logrando arquear su espalda,
lanzando dulces gemidos melodiosos que me enloquecían.

Jadeó mi nombre y mi vientre se estremeció contra mi voluntad. Reaccionó con leves estirones y
un ardor que me mojo. Me odie por sentirme así, sabiendo que la vida de la persona que quería
peligraba.

No quería deja de lado la cordura, no debía perderme en las exquisitas sensaciones que la voz de
Rojo provocaba en mí, no ahora, no podía, tenía que concentrarme en él, llevarlo al clímax, liberar
toda su tensión. Porque no se trataba de nosotros, sino de él.

Solo de él.
Eso. Mi mente se repitió esas palabras solo para calmar un poco ese nerviosismo temeroso que
empeorara mis movimientos y los volvía robóticos: la adrenalina aterradora era tan rígida que
endurecía hasta mis dedos. Solté una exhalación entrecortada que chocó contra lo más alto de su
vientre y erizó su piel. Una vez respirado, llenado mis insaciables pulmones del oxígeno, me
incorporé lo más terriblemente rápido posible saliendo fuera de la cama para desabrochar los
jeans y quitármelos con todo y la delgada prenda interior.

‍ desvestí solo de esa parte con tanta rapidez que estuve a poco de tropezarme en el momento
‌‌‍Me
en que me arrancaba los zapatos también para trepar sobre la cama y acomodarme sobre él, sobre
esa atenta mirada ceñuda de dolor que me hizo relamer los labios. Ni siquiera esperé ningún
instante, cuando mis temblorosas y sudorosas manos tomaron su miembro y lo acomodaron justo
en mi entrada. Bajé sobre él, mi vientre estremeciéndose de placer cuando su miembro comenzó a
penetrarme de una deliciosa manera que tuve que reprimir. Porque esto era por él.

Comencé a moverme sobre él, con las manos sobre su vientre en caricias suaves mientras le sentía
salir y entrar entre los músculos de mi vientre, sintiendo esas contracciones tan placenteras
llenando mi cuerpo, retorciéndolo poco a poco de un fúnebre calor que abrió mis labios en jadeos,
frente a esa intensa mirada oscurecida.

Aumenté los meneos, más firmes, más profundos. Rojo tardó en gemir ronco, su cadera se meneó
contra mí vientre hundiendo su miembro un poco más en mi interior, y casi saltaba de lo excitada
que eso me había hecho sentir, a punto de hasta soltar un gemido por mis labios.

—Pym…—eché una mirada en esa larga lengua que se lamía sus carnosos labios, y a esas manos
que acogían sus sienes y recorrían todos sus mechones de cabello para llevarlos lejos de su rostro y
luego estirar sus brazos y plantar sus enorme y cálidas manos en mi cadera—. Sigue.

Relamí mis labios, sintiendo como el corazón martillaba como nunca mi garganta, amenazando con
salir disparado a causa de las sensaciones fluyendo en mi cuerpo, estremeciendo con fuerza mis
músculos y construyendo gemidos en mi boca que aunque quise ahogar, no pude, desbordando
frente a sus orbes reptiles que se contraían por cada meneo.

Eso dedos apretaron mi cadera, inesperadamente aumentando el rimo de mis movimientos, y no


puse objeción, levantando un poco mi cuerpo y empujándome contra su miembro sintiendo como
mis músculos le apretujaban tan deliciosamente que gemí alto. Rojó lanzó u largo gruñido ronco y
grave. Un sonido que pareció hundirlo en placer, fue un sonido tan glorioso que ahogué un
gemido contra su miembro palpitante.
Oh Sí. El corazón se me desbocó amenazando con salí disparado de mi cuerpo cuando todo de mi
degustó su gruñido, ¿y cómo no iba a salirse de mi pecho al escuchar tremendo sonido? Eché una
rápida mirada a ese torso sudoroso que comenzaba a enderezarse inesperadamente delante de mí,
y con una complicación notable por la forma en que sus brazos se movían contra el colchón para
levantarse. Saltaron mis músculos debajo de mi piel con solo escuchar otro quejido que cada parte
de mí no deseaba escuchar, eso me hizo detener mis meneos, llevando mis manos hasta su pecho
con preocupación.

— ¿Rojo?

Entonces toda mi sangre empezó a drenarse lentamente de mi cuerpo y a regresar con un frio
intenso conformé estudiaba su silueta. Su cuerpo que se había inclinado hacía un costado solo
para que de su boca saliera otro quejido de dolor y todo ese entrecejo al mismo tiempo se
arrugara con el mismo gesto.

—Rojo— le llamé, asustada.

Me arrepentí de haber pensado que su gruñido había sido de placer cuando el panorama parecía
redactar otra desgarradora razón.

No, no…

Una de sus manos soltó mi cadera para colocarse sobre su pecho, manteniendo sus dedos
presionando bruscamente hasta empujar su tórax. Eso terminó helando hasta el más pequeño
trozo de mi piel, y hasta la fibra más pequeña de deseo que se había deslizado en el interior de mi
cuerpo. Solo sentí la construcción de ese sollozo cuando encontré esa mirada congestionada en
frustración, y esa frente y cejas hundidas temblorosamente por el placer y el dolor. Más dolor que
placer. Mucho más dolor que placer…

No me gustaba verlo sufrir.

Su dolor, me hacía sufrir a mí también.


¿Por qué no estaba sirviendo? ¿Estaba haciéndolo mal? ¿Cómo debía hacerlo? ¿Tenía que hacer
otra cosa? Estaba tan presionada por mis pensamientos y su dolor que estuve a punto de salir de
encima de él. Sino fuera porque esa otra mano, apretando bruscamente mi cadera, y esa mirada
carmín contraída me atrapó mirándole con pánico, él se inclinó sobre mi rostro, recargando su
frente en la mía, dejándome ver con más firmeza su propio dolor—porque no podía ocultarlo—,
ese mismo dolor que estaba siendo parte de mí también.

—Sigue…—rogó, tallándose la piel de su pecho, enrojeciéndola por la fuerza que sus dedos hacían
contra esa zona de su cuerpo—. Pym… No pares.

Eso guardó mucho, la mezcla de miedo y desasosiego en mi pecho al saber que no estaba
funcionando. No le estaba ayudando, le estaba doliendo. ¡Maldición! ¿Qué debía hacer? ¿Qué más
hacer? La frustración era mucha quemándome las sienes, que sentí que me explotaría la cabeza,
hasta que su mano tomándome de la nuca y atrayéndome hacía él, me inyectó mucha sorpresa,
tanta, que despegué con fuerza los parpados y ahogué un gemido cuando aquella boca que se
apoderó de la mía en un beso desesperante.

Se me oprimió el pecho cuando, aún en esos lujuriosos movimiento de sus labios en los que todo
mi cuerpo amenazaba con despojar sus fuerzas, un quejido salió de él y golpeó contra el interior de
mi boca.

—Sigue moviéndote—gimió, un besó más en mis labios y sus dedos liberaron mi cabeza para
mirarme fijamente y suplicante—, estoy llegando.

Quería pensar en sus palabras, pero ni siquiera eso pude hacer, y aun sintiendo los ojos escocerse
por el miedo de perderlo, comencé a menearme nuevamente, alterada, preocupada y con estragos
del miedo. Empecé a menearme con la misma intensidad en aumento, bajo aquel tacto de su
mano que había disminuido su fuerza, bajo esa mirada todavía contraía, y bajo esos labios que no
tardaron nada en volver a cubrir los míos en besos lentos.

Ambas manos me tomaron de la cintura, me estremecí, aunque no quise hacerlo, cuando sus
dedos se adentraron debajo de la tela de la ropa que me cubría el pecho, para construir en suaves
caricias la curva de mi cintura. Y jadeé, al mismo tiempo en que él soltó un leve sonido largo y
ronco que se ahogó en lo profundo de mi boca. Eso volvió a volar mi corazón

Aunque me estremecí con apenas una increíble fuerza a causa del—aún— miedo carcomiéndome
las entrañas, las ansias de verlo arder en el deseo y no en el dolor me hicieron aumentar el ritmo
de tal forma que nuestros estómagos se palparan con el movimiento, hundiendo mi lengua en el
interior de su boca en besos hambrientos que fueron correspondidos con la misma desesperación.

De repente, y en tan solo segundos, él dejó de besarme, hundiendo su cabeza en un costado de mi


cuello donde dejó besos en los que no pude evitar sentirme extasiada. Desde ese momento, no
existió otro sonido en la habitación que no fuera el de los gemidos de Rojo, llenándola una y otra
vez sin cesar.

Gemidos roncos, bajos y altos ahogándose no solo en el cuarto sino en la estructura interna de mi
vientre donde los jalones empezaban a acontecer, quemando y estirando mis músculos que
abrazaban su miembro con deleite, delicias y maravilla, contra mi voluntad. Me di cuenta que
estaba llegando a mi orgasmo, y me maldije por ello, porque no era yo la que tenía que llegar, sino
él.

Solamente su voz era la única melodía sin descanso que acallaba el aterrador silencio, provocando
que mi corazón saltara acelerado, cada segundo más seguro de que él estaría bien… y toda esa
tensión llegaría a su fin en un último grito de placer que le liberó.

Rojo lanzó su orgasmo en un gruñido con tanta intensidad que no solo se escucharía en cada
rincón oscuro de la habitación, sino en el exterior del pasadizo. Toda esa tensión que se había
acumulado en su vientre, se liberó al fin... en el interior del mío.

Me detuve en seco con los movimientos, sin pensar mucho en lo poco que a mí también me
faltaba para llegar cuando él apartó su rostro de mi cuello, al mismo tiempo en que lo hizo con sus
brazos para llevarlos al colchón y recargar sobre ellos su propio peso.

Hundí mi entrecejo con preocupación solo reparar en su aspecto. Le costaba mantenerse así, poco
faltaba para que toda su espalda terminara cayendo de vuelta al colchón.

Una rápida mirada lancé a sus brazos que se mantenían temblorosos, esta vez, por la debilidad que
el orgasmo había provocado en él—o eso quise pensar—, y a su pecho que se inflaba y desinflaba
agitadamente, tratando de recuperar su respiración.

— ¿Aún te duele? —quise saber, estaba muy preocupada y mi propio rostro podía demostrar lo
que sentía en ese momento.
Con mucha aprehensión, tomé entre mis manos sus mejillas para levantarle la cabeza y atisbar esa
capa de sudor que firmemente resbalaba, gota por gota, sobre cada endurecida facción que
componían su pálido rostro que apenas se había dispuesto para abrir sus parpados y clavarme una
profunda mirada que me dejó inmóvil. Inmóvil no porque Rojo estuviera sufriendo otra vez, sino
porque al levantar su mirada y respirar tan hondo que su pecho se infló hasta rozar el mío, toda su
postura se afirmó con su exhalación, hasta ese mismo enrojecimiento de sus mejillas provocado
por la fiebre desapareció.

Quedé desconcertada y por demás, anonadada cuando su imponencia volvió a su cuerpo sin más,
y esa mirada que hasta el mismo demonio hacía temblar, obtuvo la fortaleza escalofriante con la
que lograba quitarle el aliento a cualquiera.

A mí.

No pude moverme ni un centímetro, aun cuando él levantó forzadamente por su debilidad y dobló
uno de sus brazos para alcanzar con sus grandes dedos parte de mi rostro. Su pulgar me acaricio la
mejilla, acaricio esa ligera piel que se estremeció con su delicadeza. Una delicadeza tan
estremecedora que me hizo soltar el aliento.

—No quise asustarte—dijo en un tono bajo, demostrando lo mucho que se arrepentía con el tono
de su voz, de ponerme en esta situación. Pero lo hice porque quería hacerlo, no porque él o
alguien más me obligaran —. Cuando hay tanta tensión en el corazón, el dolor es algo inevitable, y
solo hasta que me liberas el dolor termina— El crepitar de su voz volvió con esa fuerza que era
capaz de crear contracciones en mi cuerpo.

Difícilmente lo entendí, el por qué Rojo me rogaba seguir por mucho que su adolorido rostro me
impidiera continuar, era por esa razón, no era que lo había estado haciendo mal, sino porque
estaba surtiendo efecto en él. Pero estaba tan asustada que creí que lo perdería.

No quería perderlo.

Sus orbes carmín repararon cada centímetro de mi rostro, con una ternura y una admiración tan
sincera que aceleraron mi corazón, no de miedo, no de pánico y desesperación, sino de felicidad.
Una felicidad que fue creciendo conforme me contemplaba, y que mis brazos salieron
instantáneamente disparados de sus mejillas hacía su torso para rodearlo en un abrazo que mi
cuerpo había deseado otra vez. Acomodé mi cabeza justo en ese lado de su pecho donde las
manos de Rojo habían presionado a causa del dolor, para escuchar el tamborileo musical de su
acelerado corazón.

Era música para mis oídos.

—Lo haría siempre, si con eso te ayudo—confesé, él suspiró.

—Lo siento por detenerte—su voz fue susurrada contra mi cabeza antes de sentir esos labios
depositando un corto beso, sus enormes brazos me rodearan y me estrecharan con anhelo contra
su cuerpo. Respiré hondo, respiré su piel, y sin detenerme, suspiré, sintiendo como cada parte de
mis músculos se relajaba, mi cuerpo se sintió en calma, me sentí complacida de ver a Rojo mejor
—. Hice mal, pero no pude detenerme, quería que me preguntaras.

Sabía a lo que se refería, ese momento en que pensé que terminaría todo cuando él me detuvo
intentando sacarle el cinturón del pantalón. Todo solo para preguntarle y para que me contestara,
¿cuál era la razón? ¿Solo para que me respondiera y confiara en sus sentimientos?

Sí yo ya sabía sus sentimientos.

—Pudiste esperarte a que te preguntara cuando termináramos—susurré suavemente, besando su


areola con suavidad y provocando una ligera tensión en su cuerpo que fui capaz de sentir.

Me aparté, deslizando mis manos de su espalda hasta los costados de su cuerpo, para anclarse a
cada lado de él. Y al hacerlo, alcé la cabeza, subí mucho el rostro para encontrarme con sus
preciosos ojos carmín buscando los míos, como si necesitara contemplarme otra vez.

Con deseo.

Con anhelo.
—Ellos no conocen nuestro cuerpo tanto como nosotros nos conocemos Pym. Nos ven como
animales—confesó, sus dedos treparon un poco más por mi rostro para atrapar un mechón de mi
cabello y ocultarlo detrás de mi oreja con una leve caricia—. Somos más que eso, tú lo dijiste.

Ellos son humanos, eso dije, y todavía lo mantenía firmemente sin negarlo. Y claro que lo eran, aún
si negaba ese hecho, su misma apariencia e inteligencia, y esa humanidad que destacaba en Rojo,
eran la respuesta. Asentí, sintiendo el desliz de sus dedos dibujando mi mejilla, y cayendo sobre
ella hasta guiarse lentamente a mi mentón, el cual tomó.

— ¿Sabías que preguntaría de las feromonas? —al preguntar, la mano de Rojo rodeó mi cintura y la
pegó con una rotunda fuerza a su cuerpo, sorprendiéndome y robándome un jadeo cuando con
ese movimiento mis caderas inevitablemente se menearon contra su miembro. Mis manos no
tardaron en posarse sobre su pecho casi por encima de sus hombros, y mis ojos ponerse sobre los
suyos y leer lo que en ese momento él proyectaba en su silencio.

Estaba contemplándome, o eso parecía por lo tan atento que estaba observando cada centímetro
de la piel de mi rostro, repasándola sin cansancio una tras otra vez, parecía dibujarme en su
memoria, y tal vez, en otra parte de su cuerpo. Su alma.

—No estaba seguro, y aún si no me preguntabas yo te lo aclararía—replicó con calma. Sus ojos se
detuvieron únicamente en mis labios, esos que formaban una larga línea severa—. Deseaba
aclararte mis sentimientos otra vez, más que ninguna otra cosa.

Con eso consiguió el vuelco en mi corazón, y el regreso de este golpeando aceleradamente contra
mis pulmones.

—Llevas diciendo lo mucho que te gusto desde la primera vez que intimamos—me dispuse a
recordar para no sentirme perdida por la forma tan hambrienta en la que empezó a contemplar
mis labios, como si tuviera ganas de probarlos y consumirlos, más que cualquier otra cosa en la
vida. Entonces él levantó su mirada, esos orbes carmín tan fúnebres y tenebrosos como sus
escleróticas negras, era sin duda una escalofriante mirada llena de un misterio enigmático y una
inquietante hermosa.

— Después de lo que él dijo, tenía miedo de que pensaras que solo me gustaba tu cuerpo— soltó
pausadamente—. Me gustas tú, todo lo que te hace ser Pym me gusta mucho.
Tenía razón. Llegué a creer en ese pensamiento, sin lugar a duda, pensando en que Rojo solo
quería mi cuerpo, después de todo él también lo había dicho, pero al final sabía que algo estaba
muy mal, y eso se debía al miedo que Rojo tenía de hacerme daño.

Me quería, aún antes de que se confesara minutos atrás ya lo sabía. Inevitablemente sonreí, no
una sonrisa larga, sino diminuta que él pudo contemplar perfectamente, dándose cuenta de que su
confesión había provocado esa emoción que no solo estiró mis comisuras de felicidad, sino que se
resguardó en el interior de mi estómago, en forma de un ligero cosquilleo.

—Pero no te mentí—soltó, con esa repentinamente ronca. En ese segundo, no supe a lo que se
estaba refiriendo exactamente.

Con su brazo en mi cintura, apretando mi cuerpo en un agarre seguro, su otro brazo desocupado se
apoyó sobre mi espalda, por un momento pensé que llegaría a abrazarme y estaba a punto de
rodearlo nuevamente del torso con el mismo deseo hasta que sentí como me apretaba más contra
su cuerpo logrando que no hubiera espacio alguno entre nosotros, logrando también que nuestras
caderas se chocaran y su miembro todavía dentro de mí, volviera a moverse.

Instantáneamente en que se abrieron mis ojos con sorpresa al sentir su cadera menearse contra
mí, en movientes en los que el placer comenzó a contraer los músculos de mi vientre contra su
miembro, esos dedos de la mano apoyada en mi espalda baja, rebuscando sobre esa área,
traviesamente, para entrometerse debajo de mi sudadera y acariciar la sensible piel resguardada.
Su toque tan deliberado y sin intensión de detenerse a buscar más piel que acariciar, alzó mucho
mi mentón, mis rodillas se debilitaran.

Me sostuve de su pecho al sentir como sus yemas aprisionaban el seguro de mi brasier, y entonces,
no solo sentí como esa prenda interior era desabrochada, sino que sentí la punta de su nariz
rozarse contra mi sien y bajar tan suavemente, pulgada por pulgada hasta erizar las vellosidades de
mi cuerpo. Se acurrucó en mi cuello, e inhaló violentamente como si quisiera que el aroma de mi
piel, se grabara en su interior.

Dios, no, estaba segura de lo mucho que apestaba después de todo lo que había sudado. Ese,
definitivamente no era un buen aroma. Estaría pidiéndole que dejara de inhalarme, pero la forma
en que su nariz rozaba esa parte de mí me tenía fascinada.

De pronto, chillido de sorpresa salió exclamado su nombre de mi garganta cuando todo mi cuerpo
saltó y se contrajo hacía el suyo al sentir esa enorme mano abandonando la piel de mi espalda
para deslizarse sobre una de mis nalgas y apretujarla en su enorme palma. Y lo que nunca espere,
fue escuchar esa risa baja, endemoniadamente ronca y desquiciadamente enigmática chocando
contra la piel de mi espalda baja.

Su risa tan aterciopelada que dejó mi mente en alguna parte de la habitación y hundió mi vientre
en profundas cosquillas calientes.

¡Cielo santo! El aliento se apresó en mis pulmones junto con un ahogado gemido cuando ni
siquiera se detuvo para que sus dedos se aclaran sobre mi glúteo derecho, y la masajeara mientras
con su otra mano tomándome de la cintura en una sutil presión, comenzaba a moverme sobre su
miembro, ese al que noté creciendo más en mi interior, hinchándose más que con anterioridad.

Eso me desoriento a la misma vez en que me hizo alucinar con las sensaciones tan magnificas que
construyó con cada meneo sobe aquella largura y textura.

Comencé a respirar con complicación entrecortadamente, y no a causa de cada movimiento de sus


dedos amasando mi glúteo, sino por la manera en que me meneaba contra él, sintiendo su
miembro salir y entrar en mi interior de una manera tan deliciosa que nubes bajaron a nublar mis
pensamientos.

La piel de mi rostro comenzó a arder, así como el corazón dio unos buenos vuelcos para excavar
sobre mi pecho aceleradamente. Nunca esperé eso, ni siquiera imaginé la forma en que
reaccionaria mi cuerpo.

—Me gustas tanto, así como también me gusta tu cuerpo, Pym. Es inevitable, me encanta probarlo
—ronroneó entre besos, chupó y lamió, y volvió a cometer el acto en diferentes trozos de piel de
mi cuello sin permitir que su mano dejara de acariciar el mismo lugar de mi trasero—. Descubrir
cada rincón de él y sentir como te estremeces cuando lo toco, es inevitable.

Maldije. Las fuerzas amenazaron con espantarse de mi cuerpo, al igual que lo último que quedaba
de mi razón cuando los deliciosos meneos sobre su regazo, y esa mano contrayendo mi glúteo
inundaban de deseo mi cuerpo cada segunda más.

—Eres deliciosa, por dentro y fuera—soltó roncamente, otro gemido amenazo con salir de mi
garganta cuando en un movimiento veloz apartó el cabello de mi hombro para que su lengua
tuviera más acceso a mi cuerpo—. Quiero perderme en ti, pero más deseo que te pierdas en mí.
Sus palabras ardieron sobre mi piel, indudablemente se deslizaron por toda ella hasta concentrarse
en mi vientre con un florecimiento estremecedor, aumentando la tensión de mis músculos que
envolvían su miembro con cada vaivén. Las chispas del placer comenzaban a alumbrar en todas
partes de mí.

—Estas usando tus feromonas…para hacerme el amor—apenas pude decirlo, y tuve suerte de no
trabarme cuando ahora era su otra mano la que levantaba más la sudadera conforme subía por mi
costado para llegar a mis pechos cubiertos de la prenda interior suelta.

Dejó mi cuello, así como sus manos dejaron de toquetear mi cuerpo para apoyarse en mi cintura, y
se incorporó, solo para dejarme apreciar el deseo oscureciendo su mirada salvajemente. Aun si no
mirara esos ojos, y la forma en sus labios se movían deseosos de acometerse contra mi cuerpo,
sabía lo mucho que estaba deseando poseerme, hacerme suya, ni siquiera hacía falta una
respuesta para saber que anhelaba hacerme el amor, y podía decir lo mismo de mí. Lo deseaba
mucho en este momento.

De un segundo a otro, mis pensamientos se volvieron humo al sentir esas manos tomando mi
rostro, impulsándome hacía él, hacia esa carnosa boca deseosa de poseer la mía con una fuerza
indomable y una rapidez en la que empezaba a perderme. Saboreó mi boca robándome la
respiración, produciendo un sonido excitante al chupar mis labios como si fueran el postre más
delicioso que hubiera probado.

Ya quería imaginar cómo se escucharía ese sonido cuando me chupara entera.

Ladeó su rostro para tener más acceso a mi boca, sintiendo ahora su lengua emerger en mi
interior, colonizar cada diminuto rincón de mi cueva bucal, degustando mi sabor al soltar leves
jadeos que terminé tragando de él, necesitada de más.

Rompió el contacto y con ello casi se llevaba un reclamó mío al terminar el beso justo cuando mi
lengua iba a empezar a danzar sobre la suya, con ganas, con muchas ganas. Sin embargo, cuando
abrí los ojos, ese reclamo se acalló, desapareció con el solo deleite de su mirada. Mi lengua podía
esperar, porque estaba segura de que algo más delicioso, estaba a punto de acontecernos.

—Quiero que el amor nos haga uno—Sus palabras me alucinaron, no creí que Rojo fuera capaz de
soltar frases tan profundas que terminaban encantándome, hipnotizando mis sentidos—. Te lo
dije, eres la mujer que me tiene de esta manera— pronunció cada palabra con esa roca y bestial
tonada, conforme esas manos levantaban mi sudadera, supe lo que quería hacer y no tardé en
levantar mis manos para que esa prenda desapareciera de mi cuerpo.

La lanzó al suelo, sus manos volvieron a mi cintura desnuda—, esa misma que se movía en una
clase de danza conforme me meneaba sobre él con lentitud—, donde sus dedos se movieron para
acariciar la piel, así mismo, vi como esa mirada hambrienta, contemplaba mi abdomen plano, y lo
recorría, subiendo hasta mi pecho donde sus colmillos mordieron su labio inferior y donde su
pecho se desinfló en un suspiro largó. Sus dedos pellizcaron las asas del sostén, para deslizarlas con
una lentitud tan cruel de mis brazos y sentí como mis huesos desearon encogerse para que salieran
de una vez por toda. Pero, conformé esas tiras avanzaban y caían de mi cuerpo, ese par de orbes
carmín disfrutaban cada trozo de piel que la prenda liberaba frente a sus ojos.

Disfrutaba el panorama que le daba cada pulgada de piel de mis pechos, hasta dejarle contemplar
libremente mis areolas, aquellas que, una vez que esa prenda interior estuvo fuera de mi cuerpo,
sus dedos no tardaron en cubrir. Y la piel frágil de mis pechos con su caliente piel hizo que mis
pezones endurecieran y mi vientre saltara de deseo, y ese gemido se construyera en mi garganta a
punto de salir de mi boca.

Sus pulgares juguetearon con mis areolas, haciendo que mis pulmones se apretaran y resguardaran
el oxígeno. Rojo se inclinó, mi boca se abrió mucho, arrastrando aire con sonoros jadeos a causa de
la contracción de la piel de mi pecho derecho, donde esa boca se había hincado para envolverlo y
saborearlo, su mano se posó en mi espalda para mantenerme en esa misma posición y evitar que
me moviera un centímetro lejos de él, aunque no quería. Por supuesto que no iba a moverme.

Gemí, no una ni dos veces al aire, era desquiciador sentir su lengua y todavía ese roce excitante de
sus colmillos. Lamía, saboreaba, eran acciones que, aunque repetidas, multiplicaban todo tipo de
sensaciones desenfrenadas que contraían mis músculos.

Instantáneamente todo giró a mí alrededor cuando él se movió con brusquedad, de repente


dejándome a mí de espaldas contra el colchón y a él sobre mi pequeño cuerpo apartando sus
enrojecidos labios de mi pecho a la misma vez que salió de mi interior, dejándome desorientada.

— Si llego a lastimarte, pídeme que pare—su voz se escuchó envuelta en deseo, pero no más que
mis neuronas a punto de colapsar al sentir la punta de su miembro siendo acomodado contra mi
entrada—, porque será duro… como en la ducha.
Eso me gustó mucho.

Sabía de qué forma iba a terminar tomándome Rojo.

Y la deseaba… con locura.

—Quiero que sea así—aquellas palabras que desbordaron de mis labios parecieron gustarle mucho
cuando le vi morder su labio inferior. Se inclinó solo para depositar un casto beso en mis labios. Y
lo sentí, lo sentí al fin.

Todo mi cuerpo estalló de placer cuando se empujó, y la rotunda fuerza que hizo para penetrar mi
interior, empujó también mi cuerpo a recorrer un poco más del resto del colchón de la cama detrás
de mí. Mi ser entero se gozó con el gritó que soltamos al unísono, ese grito ronco y de felicidad
cuando al fin nuestros cuerpos que ardían de necesidad uno por el otro, estuvieron unidos.

Mi vientre no tardo en abrazar su miembro con tortura, y Rojo no tardó en apretarme la cadera
con sus grandes manos para acomodar sus piernas un poco bajo mis piernas que igual no tardaron
en abrazar un poco su cadera, no esperó un segundo más para salir y penetrarme con esa
intensidad entrañable en la que sufrí un colapso mental, mi uñas se apretaron contra las sabanas,
deseando romperlas al sentir toda esa tensión placentera rasgando los músculos de mi vientre,
arrancándome gemidos llenos de un entrañable placer, arrancándole a Rojo gruñidos del dulce y
doloroso placer que había estado soportando todo este tiempo.

Todo mi ser estaba regocijándose con sus acometidas, una tras otra nuestras donde nuestras
caderas golpeaban produciendo un esquicito sonido.

Aceleró sus acometidas de una manera que no creí que fuera a suceder o pudiera suceder. Mis
uñas crispadas se aferraron a sus omoplatos una vez que mis brazos le rodearon como fuera
posible por la espalda con la necesidad de abrazarme a él, hundiendo nuestros calientes pechos en
un apretado acto.

Traté de cerrar la boca, pero no pude hacerlo de tanto que mi garganta se contraía soltando
sonidos para llenar la habitación de miseria y placer, el mismo placer que él demostraba con sus
gemidos roncos y gruñidos desesperados, esos que mi cuerpo saboreaba con locura. Y mientras
sentía como mi interior se llenaba de él, como me hacía suya con tanta efusividad, como nuestros
cuerpos producían un esquicito sonido para llegar al final del cielo, juntos, la habitación se llenó de
todo tipo de ruidos.

Comencé a temblar, todo mi cuerpo a convulsionar de exagerada e inevitable forma, cada zona
muscular contrayéndose con demasiada fuerza a causa de las embestidas rotundas de Rojo
llenaban mi cuerpo de tensión, una tensión que gritaba por su liberación.

Me perdí, me sentí enloquecer con cada segundo más, ya no supe en qué momento dejé de ver
aquellos orbes carmín contraídos en placer, para clavar la mirada únicamente en el techo
sombreado detrás de él, no podía concéntrame en nada más que la manera en cómo se movía y la
madera de la cama chillaba con las acometidas rítmicas de Rojo.

Se me estremeció con rotunda fuerza el cuerpo entero cuando, con sus desquiciantes embestidas
siguientes en los que toda mi piel ardió como si de fuego se tratase, ambos nos deshicimos en un
fuerte gemido de nuestro orgasmo, un sonido extasiado que apostaba a que había explorado por
debajo de la puerta de la habitación.

Soltando un gemido más ronco con las últimas contracciones placenteras que dieron mi vientre, y
no por la manera en que el cuerpo de Rojo siguió meneándose con lentitud hasta conseguir la
última pisca de nuestra dulce liberación, sino porque le sentir correrse en mi interior.

Y a pesar de esa debilidad que me hizo temblar y volvió mis músculos en agua con la amenaza de
desplomarme y perder mi conciencia, abrí mis ojos en grande, sintiéndome arraigada al darme de
que se me habían olvidado los condones en la mesilla.

Y a verde 16.

Y A VERDE 16

*.*.*

Después de deleitarnos uno del otro, terminé entre sus grandes brazos, desnuda contra su piel
caliente, oculta entre las sabanas y por el calor de su abrazo protector. Me apretaba a él sin ser
brusco, se aferraba a mí con ese mismo temor de perderme, y con esa misma necesidad de
tenerme. Sentía sus dedos acariciar levemente la piel que pudieran de mi espalda, sin romper el
abrazo: eran caricias tan cuidadosas y dulces que lograban que el peso del cansancio meciera mi
cuerpo, y cerraran mis párpados, amenazándolos con cerrarlos por largas horas.

Cerrarlos era algo que no quería, porque temía que si me dormía, sucedería lo de la oficina, que
llegaría a despertar sola en un sofá, con esa advertencia de sangre en la puerta, con esa necesidad
de revisar la ventana y encontrarme a Rojo infectado, devorándose a un experimento.

Es fue una razón por la que me esforcé por no desvanecerme en sus brazos, y la segunda era que
podía permitirme descansar. Me tocaba la guardia, y sabía que pronto ellos tocarían la puerta para
venir por mí, así que solo tenía unas pocas horas—o tal vez, ni una sola más— para deleitarme
junto a Rojo, para estar junto a él y escuchar el sonido musical de los latidos de su corazón, suaves
y acelerados.

Me removí un poco sobre su cuerpo, alzando la cabeza para saber si él estaba dormido, pero tan
solo subí el rostro, mi mirada se toparon con ese color de orbes tan profundos y escandalosos, un
color precioso que se fijaba solamente en mí, tal como se fijaron cuando terminados recostados
después de hacer el amor. ¿Llevaba contemplándome todo este tiempo? Estaba segura de que por
lo menos, habían pasado un par de horas.

— ¿No descansaras? —quise saber, mi mano se deslizó sobre su pecho para acariciarlo, para que
mis yemas se grabaran su suave textura, esa piel sin fiebre que se sentía tan esquicito a una
temperatura normal.

—Prefiero que tú lo hagas—respondió, en un tono bajo sin dejar de contemplarme—, ¿por qué no
duermes? Yo te protegeré.

Yo te protegeré. Esas palabras que se repitieron en mi cabeza, provocando que por mis labios
cruzara una sonrisa pequeña, pero marcada de esa felicidad que cosquillaba mi estómago.

Él me había estado protegiendo todo este tiempo, y aun cuando estábamos dentro de un bunker,
seguía haciéndolo. Él era maravilloso.

—Aquí no hay peligro— aclaré, sin desvanecer la sonrisa.


—Estar atrapados es aún más peligroso, prefiero que tú recuperes tus fuerzas primero.

Tenía razón, no lo recordaba. Y era que, perderme en Rojo, y estar así, entre sus brazos dominada
por su dulzura y calor, me hacían olvidarme del infiero de nuestra realidad. El que no estemos en
peligro no significaba que estuviéramos a salvo, estábamos acorralados por monstruos, y quién
sabía si ahora eran más o menos. Mordí mi labio un instante antes de suspirar, en verdad deseaba
que fueran menos, aunque si hubiera un cambio en los monstruos que se encontraban
extrañamente en cada entrada de los bunkers, estaba segura de que Rossi o Adam estarían
informándonos.

Tal vez, la situación seguía igual.

Aferré mis dedos al torso desnudo de mi hombre, dejando que mi pulgar fuera el único que le
acariciara, ahora que estábamos aquí, solos, era mejor apreciar cada segundo de nosotros que
pensar por un momento en el peligro de afuera.

Era el momento, por minutos que nos quedaran antes de que los otros llegaran, para aclarar mis
dudas, para preguntarle sobre nosotros, había tantas cosas que no sabía y quería conocer.

—Rojo— suspiré su nombre, mirando en dirección a la ligera luz que se adentraba por la rejilla de
la puerta—. Quiero saber cómo nos conocimos, he tenido mucha curiosidad.

Lo único que sabía de nosotros, que yo tomé el lugar de su examinadora por un tiempo, pero,
¿cómo llegué a tomar ese lugar? ¿Lo conocí antes de ser su examinadora o cuando lo fui? ¿Qué
tanto estuve con él? ¿Que hice a su lado? ¿Llegué a tocarlo...a bajar su tensión?

—Mi examinadora no se presentó ese día, así que no me sacaron de la habitación hasta que tú
abriste la cortina— empezó a contar, sin titubeos y con una tilde de voz, como si estuviera
recordándolo todo en ese momento—. Llevabas esa bata blanca larga y holgada que llevan todos
los examinadores y que les cubre todo el cuerpo, y tenías en tus brazos una libreta de dibujos y
unas crayolas, entre otras cosas. Yo no pintaba, los experimentos de mi sala no pintábamos, pero
me enseñaste a hacerlo, y te quedaste toda la noche a mi lado.

¿Libro de colorear? ¿Crayones? ¿Por qué llevaría eso para alguien del tamaño de Rojo? ¿O era eso
parte del trabajo?
—Ese fue el mejor día de mi existencia, pero no fue la primera vez que te vi.

— ¿Cómo? — Sus palabras lograron sacarme de mis pensamientos, con una extrañes inmediata—.
¿Si no fue con tu examinadora, cómo nos conocimos?

—En las duchas— replicó, dejándome aún más confundida—. Las duchas de nuestra sala no
funcionaban, nos llevaron a otras, tú estabas dentro de las de los machos, tallando los pies
manchados de purpuras de un experimento verde preadolescente.

Tragué, porque era lo único que podía hacer además de escuchar cada una de sus palabras.

—No dejé de verte, ni cuando tu rostro se enrojeció al vernos entrar a las duchas de los infantes—
Una de sus manos se movió sobre mi espalda para tomar con delicadeza mi hombro y acariciarlo
con sus nudillos—. Creo que él estaba bajo tu cuidado, y lo tratabas tan bien... Siempre sonriendo,
haciendo bromas que lo hacían reír en la ducha.

Infantes, preadolescente. Rossi dijo que a todos los enfermeros se les acumulaba la tensión, a los
experimentos rojos más que a los otros: blancos y verdes. Pero también mencionó que la tensión
empezaba a acumularse desde la antepenúltima fase de evolución adulta. Escuchar decir a Rojo
que le lavaba los pies a un niño, había hecho que un gran peso se bajara de mis músculos, y un
suspiro brotara de mi boca, relajando aún más mi cuerpo. Eso quería decir que no era una maldita
baja tensiones.

Eso era un gran alivio.

—Te veías preciosa—ronroneó contra mi cabello, meciendo mi cuerpo con su abrazo, haciendo que
mi corazón se estremeciera y alborotara—. Pensé en la suerte de ese experimento infantil, aunque
tenerte era mejor que la suerte—Besó la coronilla de mi cabeza—. Recuerdo que te miré tanto
mientras mi examinadora me bañaba, que cuando te disté cuenta de mí, tardaste mucho en
reaccionar y darme la espalda.

—Debí sentirme intimidada— agregué, amoldando una sonrisa en mis labios contra la piel de si
pecho—. Tus ojos siempre me dejan así, intimidada, inmóvil e hipnotizada. Pero me gustan, me
gusta tu mirada.
—Me lo has dicho varias veces—soltó monótonamente —: mi color favorito es el rojo, dijiste. El
rojo y el naranja.

Pestañee con inquietud. Hasta ahora no me había puesto a pensar en lo que me gustaba o
disgustaba, siempre había estado preocupándome por sobrevivir o salvar a Rojo, y salir de este
lugar.

Pero eso era algo irónico, dejándome entender porque razón — a pesar de que no quería tener su
penetrante y endemoniada mirada encima por la forma en que me estremecía, pero que a pesar
de eso—, quería seguir viendo sus ojos, ver el color de su mirada. Ese intenso color que me atraía.

Me gustaba...

— ¿Cuál es el color que más te gusta? — pregunté, pero no hubo respuesta y eso hizo que volviera
a subir el rostro en busca de esos orbes que encontré instantáneamente, clavados aún en mí.

Seguía contemplándome, moviendo sus orbes de un centímetro a otro de mi rostro, con una clase
de admiración en el brillo de sus pupilas rasgadas.

—El azul de tus ojos—pronunció paulatinamente de tal forma que terminara enredada en su
hermosa confesión, y sin poder evitarlo, que estirara mi cuello para alcanzar sus labios y unirlos en
un beso que continuo. Me tuve que mover, deslizar de mi lugar para tener más acceso a su boca,
levantando mi cuerpo con el empuje de mis brazos sobre el colchón y montándome sobre su
cuerpo para luego inclinarme contra su pecho y hundirme en sus labios, en el sabor de su boca, de
su lengua, de su interior.

Su mano no tardó en presionar mi nuca, sus dedos en enredarse en mi cabello y anclarse a ellos
con deseo. Las acometidas que de inmediato dio su larga lengua, reclamando mi boca como suya,
me hicieron gemir.

Oh Dios. Amaba como besaba, amaba el sabor original de sus carnosos labios, así como también
amaba como cada pulgada de su cuerpo reaccionaba cuando nos besábamos apasionadamente.
— ¿No tienes otro color? —pregunté entre besos lentos, y antes de escuchar su respuesta me
aparté un poco para contemplar su delirio, ese oscurecimiento peligroso que se dejaba ver en sus
ojos —. Debió gustarte otro color antes que el azul.

—No me interesaba ni uno en particular—contestó ronco, apreciado mis labios con el deseo de
volver a besarme, con sus dedos enredados en mi cabello, inquietos con la intensión de
empujarme hacía su boca—, todos eran iguales para mí, hasta que vi tus ojos.

En cuanto terminó de hablar y yo estaba lista para inclinarme y besarlo, tres toques a la puerta
rompen nuestra conexión, un fuerte y hueco sonido que me hizo sentarme como resortera contra
su vientre, sin percatarme del bulto en mi entrepierna que apenas empezaba a palparme.
Sobresaltada por el golpe, clavé la mirada de vuelta en esa madera que había temblado, sobre
todo en el picaporte, al que le había puesto seguro.

— Pym, ¿estás ahí?

Era la voz de Rossi, rápidamente mientras recuperaba la conmoción de mi corazón que se asustó
por su llegada, me deslice fuera de la cama y alcance mis jeans y ropa interior pata empezar a
ponérmela.

—S-sí—quise morderme la lengua al tartamudear de los nervios.

—Sal, es tu tueno para la guardia—informo, y por la forma en que se escuchó su voz, supe que
estaba muy pegada a la puerta.

—En un momento— avise, ocultando mis caderas en los jeans. Rossi no dijo nada más pero sabía
que seguía ahí en mi espera. Por otro lado, aumenté la velocidad de mis movimientos para
colocarme el sujetador y tratar de poner el seguro, cosa que no logré ni con el tercer intento. Gruñí
en mis entrañas, tenía brazos largos no cortos como para que se me complicara ponerme el
brassier. Tal vez era porque estaba nerviosa y desesperada por terminar y salir, no quería que ellos
pensaran que me acosté con Rojo, de otra forma no quería imaginar lo que sucedería.

Aunque Adam, apostaba a que él ya se imaginaba lo que haría hoy con Rojo, y si estaba en lo
cierto, intentaría lastimarlo.
Unas manos apartando las mías de las agarraderas del sostén, me sacan de mi cabeza. No necesito
voltear para saber que es Rojo quien me estaba colocando el seguro después de apartar mi
cabello. Cuando termina de hacerlo, me giro, sorprendida al saber que él... ya estaba vestido,
usando la camiseta blanca que había tomado de una de las cajoneras de los oficiales.

Le quedaba de maravilla el color blanco, no porque se pegará a su torso y marcará su pecho y


abdomen, sino porque contorneaba su pálida piel y esa endemoniadamente atractiva mirada
reptil, junto a su cabello enmarañado, muy desordenado por mi causa.

—Deberías descansar —sugerí, mi brazo se estiro para acariciar suavemente si mejilla y recogerle
algunos mechones que le sombreaban más la mirada, más esos párpados enrojecidos y esas leves
ojeras que aparecieron durante su fiebre.

—Iré contigo— no fue una petición, hubo firmeza en su voz, y esa mirada decidida clavada en mí
—. Quiero hacer guardia también, necesito saber si ellos siguen ahí, de otra manera tendré que
buscar cómo sacarte de aquí.

Asentí, no podía negarme, porque al final sabía que Rojo iría a revisar. Se apartó de mí, caminó en
dirección a la mesilla de noche donde se acomodaban los condones con dos bolsitas vacías.

Me olvidé por completo de su existencia, pérdida en la recuperación de Rojo, y todavía en sus


caricias y besos que no pude pensar en nada más que en él. Pero el sentirlo correrse dentro de mi
otra vez, me devolvió un poco se mi razón. Agradecí que recordará los condones antes de que Rojo
recuperará sus fuerzas del éxtasis y me abriera las piernas para acomodarse sobre mí, otra vez.

Él era insaciable, que si no fuera porque supo que ya no podía continuar del agotamiento, estaría
utilizando todos los condones, y quizás, hasta necesitaría de más.

Lo que no espere nunca de él fue que cuando le dije que debía ponerse uno, lo tomara y lo hiciera
sin chistar, pero, sobre todo, lo que más me perturbo y me dejó inquietante fue ver que él supo
cómo ponérselo.

Me di cuenta de que ya había utilizado condones, y seguramente había sido con su examinadora.
Sol pensar en eso, hizo que se me revolviera el estómago.
Celos e incomodidad. Pero debía restarle importante ya que fue parte de su pasado antes que
yo..., yo también sabía cómo utilizarlos, y para lo que servían. Incluso, apostaba con quién había
utilizado condones.

Oh rayos. No, no quería pensar en eso, ni menos imaginármelo.

Puse atención en los movimientos de Rojo, viendo que no fue los condones los que terminó
tomando con su mano, sino mi sudadera que se encontraba en el suelo junto a la mesilla de la
noche. Al hacerlo se giró, con su figura masculina alta e imponente para encaminarse en mi
dirección.

—Quiero ponértela— su petición me sorprendió, ¿ponérmela? ¿Por qué quería hacer eso? Sus
ojos bajaron para explorar el bulto de mi pecho que resaltaba de la prenda del sostén—. Me
encantaría vestirte.

—Como las muñecas de trapo—comenté. No esperé que se inclinará y dejara su rostro a pocos
centímetros del mío, dándome una vista estupenda en la que pude atisbar cada diminuto rastro de
su perfección.

Rojo seguía impresionándome, parecía un sueño.

Su existencia parecía un sueño.

Esto parecía un sueño o una pesadilla en su mayoría, con la única diferencia de que estaba él.

—Solo que esta vez tú eres mi muñeca— dijo con ese tono de voz aterciopelado que floreció en mi
cuerpo una clase de calor estremecedor.

Me pregunté cómo se sentiría ser vestida por él, porque ser desnudada por sus manos debajo de
esa mirada se sentía de...

Oh no, Rossi estaba a fuera y no era momento para pensar en montarme sobre él otra vez. Me di
un golpe mental para reaccionar y recuperar la cordura.
—Sera en otra ocasión— aseguré, arrebatándole la sudadera, no sin antes depositar un beso en
sus labios, uno que él deseó continuar por la forma en que movió sus labios contra los míos—.
Alguien nos está esperando.

Me deslice la sudadera y acercarme a toma los condones. Los guardé en el bolsillo, esta vez más
profundo que antes para que no se me cayeran o no estuvieran a la vista de los demás, y tan solo
lo hice otros golpes a la puerta, me pusieron la piel de gallina.

—Se están tomando el tiempo muy en serio, tendré que forzar la cerradura, ¿me oyeron?

Aunque parecía una broma por su dulce voz, sabía que era capaz de hacerlo. Pero no fui yo quien
terminó abriendo la puerta, sino Rojo, acercándose, quitándole el seguro y girando la perilla,
dejando a la vista el cuerpo curvilíneo de Rossi y esas manos acomodadas a cada lado de su
cadera.

—Ya era hora—quejó, echándole los ojos al cuerpo de Rojo, de pies a cabeza hasta arquear una
ceja con extrañeza—Veo que estas mejor Rojo 09. Pym te atendió muy bien, ¿no?

Él no respondió solo se apartó en tanto me acercaba y ella entraba, estudiando nuestros rostros y
la habitación, con una mueca seria en los labios, y esas cejas seriamente acomodadas.

—Tuvieron sexo.

— ¿Qué? —escupí sintiendo mis pulmones vaciarse de oxígeno y mi corazón dar un terrible hueco.
Claro, obviamente iba a pensar en eso, después de saber que nos gustábamos y tardamos tanto en
abrirle.

Pero daba preocupación la seriedad con la que espetó esa afirmación.

—Ay, Pym— Se cruzó de brazos y caminó hasta estar a medio metro de mí—. No engañan a nadie,
ustedes dos tuvieron sexo, incluso se puede percibir con solo mirarlos.
— ¿Y si así fue, a ti qué? —escupí otra vez, pero sintiéndome molesta.

— ¿A mí qué? —repitió, estaba perpleja por mi respuesta que comenzó a negar con la cabeza,
llevando una mano a restregarse en su frente—. No se trata de mí, se trata de ti, Pym.

Como si le preocupara mi vida, cuando solo le preocupaba la de los experimentos. Apreté la


mandíbula y respiré hondo para hablar cuando la vi abrir la boca con intención de agregar algo
más.

—Eso mismo, lo que pase entre nosotros no le incumbe a nadie—interrumpí antes de que
añadiera otra cosa, intentando tranquilizar la atmosfera que su presencia había creado. Entornó la
mirada a mí, y contrajo un poco sus parpados.

— ¿No me incumbe? No, claro que no me incumbe su vida amorosa, pero si me incumbe que haya
menos contaminados—bufo de mala gana—. Ni siquiera sabemos si él sigue infectado. Está claro
que el parasito no se contagia por medio de fluidos o desde cuando nuestras examinadoras
estarían contaminadas en la base, pero no sabemos si se contagia por medio de la unión de dos
órganos sexuales.

—Ya no tengo el parasito—alzó la voz, Rojo, dando unos pasos por detrás de Rossi, acercándose
más a ella sin quitarle la mirada de encima.

—Tú no estás seguro completamente de eso—le rectificó ella sin darle una mirada—, el parasito se
oculta en los órganos, y no sabemos si utiliza el órgano sexual para ocultarse también.

Casi quedaba en shock, si no fuera porque anteriormente había tenido relaciones sexuales con
Rojo.

Sí eso fuera como dijo Rossi, desde cuanto que estaría contaminada, deformada, devorando carne
humana. Pero eso era algo que no quería llegar a decirle, por la seguridad de Rojo y mía. Sí le decía
solo para responderle esa duda de los fluidos, la alborotaría y no dejaría de revisarme para saber si
había algo o no dentro de mi estómago... mucho menos se lo diría después de vomitar.
No estaba segura a que se debió los vómitos, pero solo esperaba que fuera un malestar por el
estrés y la preocupación. Como también esperaba que ella estuviera equivocada.

—El parasito cambia la temperatura de los huéspedes, mi temperatura es normal—clarificó


espesamente—. Y la de mi hembra, también...

Rossi abrió más sus ojos de asombro, y esta vez, volteó a verlo, para decirle:

—Con más motivo cuida de ella enfermero 09, si es tu hembra debes cuidarla hasta de ti mismo—
Le señaló, sin moverse de su lugar—, no sacies tus necesidades carnales con ella sabiendo que
puede haber una pequeña posibilidad de infectarla. Porque repito, no estamos seguros de nada, y
si quieres que ella siga junto a ti cuídala.

(...)

La pequeña habitación en la que debía estar vigilando, estaba repleta de televisores de pequeño
tamaño, acomodado uno sobre otro, mostrando en sus pantallas imágenes de todo tipo del
interior del bunker, y solo dos de ellas, mostrando el exterior de las entradas hacía el mismo: una
de esas entradas externas, enumerada como la primera entrada, estaba oculta entre una montaña
de escombros, como si del otro lado del bunker hubiera un derrumbe. Y si me inclinaba y ponía
más atención, parecía que parte del techo del túnel, había colapsado, ¿por qué razón?

Solo ver esas la pantalla que mostraba la segunda entrada del bunker— que eran las principales
pantallas antes que el resto de los televisores—, un gran temor se adueñaba de mí. Esos
experimentos deformes de diferente tamaño, algunos un poco más deformes que otros, seguían
estorbando la entrada. Estaban unos contra otros sin atacarse, sin moverse, como si estuvieran
vigilando, eso era en la primera pantalla, esperando a que la puerta se abriera.

Más que temor, tenía esa cruda preocupación por saber por qué no se estaban moviendo, ¿por
qué permanecían junto a las entradas del bunker? Era claro que por ningún motivo saldríamos de
este lugar sabiendo que estaríamos a salvo, así que debían irse. Tenían que irse.

—Después de revisar todas las cámaras cada hora, iras a revisar las entradas 1 y 2—le escuché
decir a Rossi, con esa misma tonada que le quedó desde que salimos de la habitación.
—Yo revisaré las entradas—manifestó Rojo, desde el umbral, manteniendo esa posición dura como
piedra. Él también estaba mirando los televisores, y de vez en cuanto, se echaba a revisar el
pasadizo con sus parpados cerrados.

Era extraño. Había estado haciendo lo mismo desde que salimos de la habitación, después de que
terminara la irritante charla con Rossi sobre nosotros. Esa discusión no terminó nada bien, decidí
dar el tema por terminado porque era algo que solo nos comprendía a Rojo y a mí, no a nadie más.
Rossi nos aconsejó que lo mantuviéramos en secreto y que ella no diría nada. Pero para ser franca,
eso fue lo que me desconcertó más. ¿Por qué ocultaría el hecho de que nos acostamos después de
decir que probablemente Rojo seguía contaminado y me infectó?

No lo sabía, pero ahora desconfiaba más de ella. Nadie pondría su vida en riesgo, mucho menos en
un infierno como este, para encubrir nuestra relación íntima o la posibilidad de que estuviera
infectada.

Estaba muy segura de que no, no estaba infectada.

—Como quieras—espetó ella, sacándome de la profundidad de mis pensamientos. No le puso


mucha atención a la postura cerrada de Rojo, manteniéndose inclinada en el escritorio grande
donde se mantenían todos los televisores, y donde me mantenía yo, sentada sobre una silla de
rueditas vieja—. Entonces te quedas aquí y cualquier movimiento extraño que veas, Pym, no dudes
en informarnos.

Sacudí un poco mi cabeza para que los últimos pensamientos que me atormentaban
desaparecieran, luego me pondría a pensar seriamente en eso.

—Son los mismos, ¿no? —me animé a preguntar, fingiendo curiosidad e intriga. Ella vio a los dos
primeros televisores pequeños y asintió.

—La única conclusión a la que llegamos es que todos ellos vieron nuestra temperatura, y no
siguieron hasta esta zona. Sera cuestión de días para que se cansen de esperar a que aparezcamos,
y se vayan.

Le di una segunda revisada a esas pantallas que se hallaban en el exterior y apuntaban hacía la
entrada del bunker, y procesé lo que dijo.
— ¿Y si no se van qué sucederá...? —señalé, esta vez intrigada, a los del otro lado de la segunda
entrada, que era la salida oculta por un derrumbe—. Nuestra única salía es la segunda entrada.

Ella se apartó, incorporó su espalda y se cruzó de brazos sin dejar de ver la cámara que mi dedo
señalaba.

—No lo sabemos, solo nos queda esperar a que se vayan. Igual no habría problema, tenemos agua
y comida, y las puertas están bloqueadas, nadie entra ni sale a menos que tengan el código—
informó ella, esta vez, encaminándose a la puerta donde fue detenida por el brazo de Rojo.

— ¿Cuánto combustible queda? —preguntó Rojo, apretando su quijada mientras miraba fijamente
a Rossi—. ¿Cuánto?

La orden de Rojo no le gustó en nada a Rossi, su ceja arqueada y esa leve torcedura en sus labios lo
decían, era un gesto notorio que desapareció después de que empezará a negar con movimientos
de su cabeza.

—No es combustible, son baterías, y quedan las suficientes como para tres o más meses... —Rojo
dirigió su mirada a mí, compartimos una mirada en la que su seriedad me daba entender que no le
creía del todo—. No se preocupen, no estaremos aquí jugando a la casita, una vez que Adam
termine de revisar las habitaciones, nos dispondremos a pensar en un plan. Así que les dejo el
trabajo— Y antes de que desapareciera por el pasillo, añadió—. No quiero que enloquezcan. Esto
es serio, nos mantendrá con vida a todos.

Arqueé una ceja, no éramos tontos como para perder la cabeza en vez de pensar en salvar
nuestros pellejos. Su figura dejó de verse, y no tardé en darle una rápida mirada a los orbes de
Rojo clavados aún en las pantallas. Giré para revisar las entradas tanto internas como externas,
todavía no podía entender como los de la puerta B habían llegado al bunker con nosotros, si esa
salida estaba a más de treinta metros, incluso a Rojo encontrar una temperatura a más de esa
distancia, le sería muy complicado.

—Es raro, ¿no lo crees? — entorné la mirada de vuelta Rojo quien desvaneció su postura
endurecida para apartarse del umbral, acercarse al escritorio y sorprenderme con su acción,
inclinando su cuerpo sobre mí, colocando cada brazo al lado del respaldo de la silla donde estaban
mis manos, dejándome acorralada contra su pecho y los televisores, pero no era para besarme o
abrazarme.

No dio inicios de eso cuando sus ojos se concentraron únicamente en las pantallas, y no en mí.

—Hay algo que no me gusta— murmuró, su aliento apenas rozó mi oreja. Pensaba igual que yo,
pero quería saber su opinión acerca de todo esto.

— ¿En qué piensas? — curioseé, sintiéndome abrumada por el hundir de sus cejas pobladas.

Dejó un largo e inquietante silencio como suspenso, sin dejar de analizar las pantallas, una tras
otra, poniéndole más importancia a esos televisores que a los televisores de las entradas al bunker.

—En que creo que caímos en otra trampa—compartió, había un poco de duda en su mirada que
seguía observando las pantallas, y aún cuanto dudaba, me perturbó, porque esa podía explicar
porque los experimentos seguían en la entrada. Apenas sobrevivimos al monstruo del comedor
que también tendió una trampa, en esta, estaba segura de que sería difícil hacerlo, con tantos
experimentos, era imposible salir.

— ¿Tú crees que se irán?

Negó lentamente con la cabeza, y sentí, en ese instante, su enorme mano cubrir la mía para
entrelazarse con ella, enviando con su calor, un escalofrío que me estremeció el cuerpo.

—Hay algo en lo que he estado pensando…—avisó, su voz se tornó baja, y suave—. El parasito no
afecta nuestro cerebro, solo el hambre y nuestro cuerpo. Ahora que sus creadores les temen y
ellos tienen el control, no dudaran en vengarse.

Había pensado en eso también, a pesar de que su respuesta consiguió sorprenderme. Creo que los
demás ya se lo imaginaban y si no era así, eran demasiado tontos para no darse cuenta de lo
inteligentes que seguían siendo estos experimentos a pesar de estar infectados. También, pensaba
en que seguramente los experimentos pensaban que había sido nuestro objetivo infectarlos, otra
razón para odiarnos.
Era el karma por todo lo que les habíamos hecho sufrir.

— No voy a detenerme, Pym—su boca se acercó a mi mejilla para dejar un beso—. Buscaré una
salida cuanto antes para sacarnos de aquí, solo a ti, a mí y a verde 16.

Y a verde 16.

No salgas.

NO SALGAS

*.*.*

Golpeé mis mejillas y tallé mis párpados. Odiaba que la visión se me nublara por el cansancio, no
podía dormirme, aún a pesar de que por un par de horas no había ocurrido nada extraño en las
cámaras. O al menos nada fuera de lo normal en la entrada uno y dos.

Tomé un poco de la botella de agua que Rojo había traído para mí, y lancé un largo suspiro en
tanto me arrimaba sobre el escritorio para revisar cada pantalla frente a mí.

Rojo estaba en el pasadizo que llevaba a la primera entrada del búnker, él estaba en compañía de
verde 16, ambos recorriendo y revisando al rededor— seguramente él con sus parpados cerrados.

Contemplé un poco sus figuras, la delgada estructura del cuerpo de ella, y la tosca figura de Rojo,
derramando imponencia a un atravesó de las cámaras, mientras sus dedos tocaban las paredes a
las que se acercaba. Ambos llevaban horas revisando sin detenerse— mejor dicho, solo él, porque
hasta donde supe por Rossi, ella no tenía visión termodinámica. Y él no solo revisaba las paredes,
también revisaban el techo y las ventilaciones en ellos: seguramente buscando una salida para
nosotros tres. Él, yo y Verde 16.

Podía imaginarme la razón por la que quería tenerla con nosotros, porque sabía que ellos la
utilizarían, la degastarían en sangre y debilitarían. Y eso era algo que ella no se lo merecía.
Apostaba a que había pasado sufrimiento al igual que Rojo. Ella era adulta, su tensión, aunque no
se acumulaba con mayor facilidad como en Rojo, se acumulaba también en su cuerpo, en
cantidades menores. No quería imaginar lo que le hicieron antes de emparejarla en este bunker
con otro experimento. Aunque quería pensar que jamás la tocaron, con la tensión en ellos era muy
poca, con ejercitarse un par de horas bastaba, tal vez.

Por otro lado, no quería dejar a Rossi ni a Adam encerrados aquí, dejarlos a su suerte, a la merced
de los experimentos y que al final murieran, sin intentar ayudarlos. No me parecía nada bueno, eso
le dije a Rojo, dejar a dos personas aquí era inhumano.

Por mucho que desconfiara de ellos, que saliéramos del bunker solo nosotros tres para sobrevivir,
se sentía egoísta. Cruel. Y a pesar de que Rojo no estaba de acuerdo en mi petición, aceptó
hacerlo. Si estos monstruos no se iban de las entradas externas para cuando el combustible bajara
a más de la mitad, entonces buscaríamos una salida, todos justos.

Solté una exhalación y dejé de seguir a Rojo y a Verde 16 — quien parecía estarle diciendo algo a él
por la manera en que giraba su rostro y movía sus labios—, para revisar los dos primeros
televisores.

Tres experimentos estaban delante de la primera entrada, antes estaba segura de que eran cinco,
pero si esos que faltaban ya no estaban quería decir que se habían rendido, ¿no? Tal vez se
marcharon cuando ese experimento de larga cola reptil se acercó tanto a la enorme puerta
metálica que se electrocutó. Podría ser eso, imaginándose que no habría forma de entrar al
bunker.

Ojalá fuera eso.

Sentía que los monstruos de la segunda entrada no se irían, no nos permitirían salir del
laboratorio. Como sucedió en el comedor donde la única salida y donde nos tendieron una trama.

El derrumbe de los elevadores, ¿cómo sucedió eso? Si lo pensaba mejor, para haber sido un error
de las personas desesperadas y aterradas por salir, era casi imposible. Creo que los experimentos
mismos provocaron el derrumbe, igual que el bloqueo de varios pasillos que nos llevaron al
comedor.
Exacto.

Todo tenía relación, querían matarnos, los experimentos querían matarnos.

Saqué el arma de la funda del cinturón— ese cinturón que nos habían dado desde la base— y
revisé las balas, todo con tal de no quedarme dormida.

Conté las balas una vez sacado del tambor del arma, y las acomodé nuevamente. Era curioso que
supiera utilizar un arma, conociera cada pequeña parte de esta, y sentirla tan familiar con ansias de
dispararla. Rojo también tenía un arma, le dieron una antes de salir de la base, quería saber
cuándo fue que aprendió a utilizarla.

Un extraño golpe hueco en el pasillo, logró torcerme el rostro en dirección al umbral. Me levanté
de la silla, seguramente era Rojo o Rossi, o tal vez la enfermera que desde que Rojo despertó no
había vuelto a ver.

Caminé en esa dirección hasta que mis manos tocaron la madera del marco de la puerta para
inclinar un poco mi cuerpo hacia adelante y sacar la cabeza a un pasillo... Vacío.

Los lados estaban sombríos, apenas la luz de emergencia a varios metros de mi estadía, alumbraba
algunas zonas, pero no había nadie. Tal vez era Rojo en algún pasillo cercano, quizás, ya que había
tanto silencio que, hasta un grito chillón de más de diez metros, podría llegar hasta mí, recorriendo
los pasadizos en ecos escalofriantes.

Ese pensamiento se hizo añicos cuando volteé en dirección a las pantallas y vi a Rojo revisando la
primera entrada, la cual estaba prácticamente a muchos metros de mí... Bien, no debía alterarme,
apostaba a que era Adam o la enfermera verde, uno de ellos dos.

Respiré profundamente.

Caminé de vuelta a la silla, y tan solo mis dedos tocaron el respaldo de esta, todo mi cuerpo se
estremeció con una rotunda fuerza que me dejó inmóvil. Con la vista clavada en las pantallas cuyas
imágenes se distorsionaron como si las señales de las cámaras estuvieran fallando, mis oídos
siguieron hundidos en esos golpes huecos que provenía de alguna parte del pasillo. Un sonido
largo y creciente.

Con las rodillas temblorosas, y mis piernas de gelatina, me obligué a reaccionar, a moverme y girar
nuevamente con el corazón retumbando en la garganta a punto de ser escupido. Envié la mirada a
revisar a todos lados del pasadizo— hasta donde pude ver—, estaban completamente vacíos. Pero
estaba segura de que el sonido se había escuchado fuerte y claro... Como si hubiese pasado detrás
de mí.

— ¿Rojo? —me animé a preguntar, aferrando mis crispados dedos a la madera del marco—.
¿Quién está ahí?

Un silencio escalofriante me bañó entera, ni siquiera mi voz había recorrido un poco del pasillo y
eso me desconcierto. Seguí revisando, y desconfiando sé que estuvieran vacíos, regrese al
escritorio para tomar el arma entre mis ansiosas manos y volver a la puerta.

Alguien debía de ser, que se escuchara un golpe podía dejarlo pasar, pero dos y con gran caridad
cerca de donde me encontraba, ya era para dudar.

— ¿Rossi? — musité su nombre entre el abominable silencio, y no hubo respuesta.

No la que esperaba cuando al entornar la mirada a mi derecha...

Una sombra grande y de ancha figura varonil, me hizo pegar un salto del terrible miedo y
golpearme la espalda con el marco de la puerta.

— ¿Esta todo en orden? — preguntó entre las tinieblas. Su rostro fue iluminado un instante por la
luz de emergencia, y un instante fue suficiente para encontrar sus orbes marrones fijos en mí. El
miedo cesó inmediatamente y el recuerdo de lo que sucedió en la habitación llegó a mí cuando
reconocía la manera endurecida en la que me miraba.

Incomodidad, eso fue lo primero que sentí. ¿Qué estaba haciendo aquí? Pensé que iría descansar
porque hasta donde sabía, él tomaría el siguiente turno, y faltaban horas para eso...Mis músculos
se tensaron y mi corazón amenazó con sentirse culpable cuando él empezó a terminar con la
distancia que nos separaba, dejándome ver una enorme caja entre sus manos repleta de todo tipo
de alimentos.

— ¿T-tu hiciste ese ruido?

— ¿Cual ruido? —inquirió, pero sin desvanecer esa mirada, aún a pesar de que revisó el interior de
la oficina de seguridad—. ¿Dónde está ese experimento? —escupió, volviendo a clavar sus orbes
sobre mí, con una mayor intensidad.

—Revisando las entradas—respondí de inmediato, tratando de ignorarlo, deseando que por nada
del mundo soltara algo relacionado a lo que sucedió en la habitación—. ¿No escuchaste nada
extraño? —retomé la pregunta, desviando la mirada detrás de él para revisar el largo pasillo—.
Escuché unos golpes cercas.

Hizo una mueca y antes de responder, revisó los mismos lados que yo había hecho, no
encontrando más que sombras y silencio.

—Debió ser Rossi.

—Pero ella está dormida—repuse, definitivamente ella no había sido—. Tal vez la enfermera...

Me detuve, recordando que ella estaba con Rojo y que si todo oscureció era obvio que no se
apartaría de él.

—Debió ser ese enfermero, los ruidos aquí se escuchan fácilmente.

Fácilmente... Esa palabra fue pronunciada con un recelo que me hizo tragar con nerviosismo y
formar una mueca inquietante y confusa en los labios. Oh Dios. ¿Qué significaba eso? ¿Nos había
espiado después de que abandonó la habitación? ¿O en verdad los ruidos se escuchaban con
claridad por aquí a pesar de la lejanía?

No, no... la oficina de seguridad estaba a pasillos de la habitación en la que Rojo y yo hicimos el
amor. Algo me decía que nos espió, o ya se lo imaginaba, después de todo sabía que debía bajarle
la atención a Rojo, y sabía, que tenía los condones. Solo pensar en eso me llenó de pavor el
cuerpo, ¿intentaría lastimar a Rojo? ¿Le haría algo?

—No lo creo, si fuera él estaría con nosotros entonces—comenté tratando de no alarmarme, algo
que él no le tomó mucha importancia.

— ¿Se ha ido algún experimento, Pym? — Pestañeé saliendo de mi transé, viendo cómo se
adentraba al cuarto, rumbo al escritorio donde estaban las pantallas que empezó a observar.

Retuve el aliento solo por un segundo para soltarlo de golpe.

—Sí, dos dejaron la segunda entrada— informé, sin moverme de la entrada, lanzando una mirada
al rededor, todavía insegura.

Me acerqué un poco a él, pero no lo suficiente, solo para poder mirar las pantallas, y buscar a Rojo.
Él había pasado de estar de la primera entrada, a otro pasillo un poco más lejano, parecía observar
algo en el techo. No era la primera vez que lo veía observar la estructura, antes también lo hizo,
después de dar dos vueltas en todo el bunker, dando unas visitas muy cortas y amorosas al cuarto
de seguridad...

Adam se movió, su brazo se estiró al lado derecho del escritorio y alcanzó una pluma y una libreta
donde empezó a escribir.

—Es importante que hagas las anotaciones—Eso me hizo hundir el entrecejo, ¿por qué
anotaciones? —, ¿Rossi no te lo dijo?

—No, solo que cualquier detalle extraño lo notificara— recordé las palabras que Rossi me había
dicho antes de dejarnos a Rojo y a mí aquí.

—Sí, pero el resto debes anotarlo— exhaló las palabras terminando de escribir algo en la libreta—.
Si ellos tratan de tocar la entrada, si otro experimento se fue o apareció uno más, todo eso es
importante... No sabemos lo que estos malnacidos intentarán hacer.
Eso era lo que más temía, porque sabía que ellos intentarían hacer alguna otra cosa. Porque,
¿cuánto nos dudaría las pocas baterías que restaban? Rossi dijo unos meses, estoy segura que los
experimentos no querrán esperar todo ese tiempo para asesinarlos, tampoco se van a ir y dejarnos
en paz. Oh no, ellos intentarían buscar otra forma de entrar aquí.

—A parte de las puertas— pausé para preguntar—, ¿hay otra forma de salir de aquí?

Tenía la inquietud de saber la respuesta, pero me abrume cuando aquel brazo que se había
estirado antes de mi pregunta para depositar la libreta y el bolígrafo en su lugar, paró a la mitad del
camino. Mi pregunta le había sorprendido... y entonces, eso estaba afirmándome de la peor forma.

—Si lo supiera, Pym, desde cuando que nos marcharíamos— pronunció secamente, incorporando
su espalda y levantando un poco más la cabeza—. Las tuberías de ventilación eran una opción,
pero solo un niño podría entrar por ahí— agregó. Apreté mis labios, sintiendo esa opresión ansiosa
en el pecho.

Entonces esa era la única salida, esperar... aquí, hasta que el combustible se terminara. Teníamos
cartuchos y armas, pero no suficientes hombres con armas, solo éramos nosotros contra todos
esos experimentos con garras, colmillos y tentáculos. Seguramente Rojo ya sabía que no existía
otra salida. ¿Qué haríamos después de que se terminara el combustible? No íbamos a vencerlos,
no saldríamos con vida si un milagro no ocurría cuanto antes.

No dije nada, solo le seguí con la mirada, viendo como reacomodaba loa objetos en su lugar y daba
una corta mirada a los televisores sobre todo al que mostraba a Rojo.

—Por lo menos tu experimento está revisando— soltó espesamente atrayendo mi mirada a ese par
de orbes que ahora estaban viéndome con una clase de decepción que no pude ignorar, una
decepción tan incómoda y pesada que me hizo poner mala cara ¿Iba a empezar con lo que
dejamos en la habitación después de aclarar que no había otra salida?

Respiró profundo, inflando su pecho, haciendo que sus abdominales se marcaran un poco debajo
de la camiseta que llevaba puesta. Por ese segundo sentí que iba a decir algo más, algo referente a
Rojo, darle continuación al tema, y solo pensar en eso hizo que mis puños se apretaran.

—Dime— empezó apretando la caja contra su estómago, dejándome atenta y preocupada a la vez,
temerosa de lo que preguntaría—, ¿realmente lo quieres?
Su voz se escuchó forzada, casi como si tratada de impedir que la pregunta saliera escupida. Por
otro lado, mi voz se había escapado de mi garganta, esa era una inesperada pregunta que sabía
que si respondía llevaría a un tema que no quería tocar con él.

— ¿Qué sucederá cuando recuerdes? —Ni siquiera esperó a que respondiera la pregunta atención,
mucho menos esa, cuando agregó otra—. ¿Seguirás queriéndolo, Pym? ¿O sentirás algo por mí?

Mis parpados se abrieron con impaciencia, lamí mis labios nerviosamente y miré hacía las cámaras.
¿En serio tenía que darle una respuesta después de lo que hizo en la habitación? Aunque tampoco
lo sabía, para ser franca, ansiaba recordarlo todo, pero también, estaba asustada por lo que
sucedería al recuperar todos mis recuerdos.

— ¿En serio tengo que responderte? —respondí con otra pregunta.

—No, solo me gustaría que pensaras cuidadosamente en lo que harás.

Y eso, solo escuchar eso me hizo estirar una sonrisa impresionada y molesta. No podía estar
hablando en serio, mucho menos ahora.

— ¿En lo que haré? —repetí, sintiéndome un poco exaltada—. Suenas como si estuviese a punto
de cometer suicidio, Adam.

Arqueó una ceja solo por ese momento, para después apretar los dientes y rotar la mirada,
malhumorado, molesto.

—Que difícil eres, al menos eso no ha cambiado de ti—quejó, sus palabras hicieron que formara
una mueca, y no era mi culpa, él era el que no estaba siendo claro con las palabras—. Si no
hubieras ido en primer lugar al área roja...—pausó negando con la cabeza, arrepintiéndose de decir
aquello que solo me hizo recordar algo importante, algo que siempre había querido saber—. Si
vieras obedecido mis órdenes todavía recordarías todo.
— ¿Para qué fui al área roja en primer lugar? —Esa era la pregunta que desde la base había estado
golpeándome la cabeza, y solo por una u otra maldita cosa que sucedía siempre entre nosotros o a
nuestro alrededor, no podía hacerla. Este era el momento —. Me dijiste que lo sabías, ¿no?

Sus labios permanecieron abiertos, ese rostro de facciones marcadas ladeado y ese par de orbes
contraídos con frustración, hubo algo en esa mirada que me hizo saber que la razón por la que fui
al área era algo que él no quería recordar.

— ¿Y crees que te voy a responder? —casi exclamó la pregunta, mostrando su rabia, apretando sus
puños alrededor de la caja—. Eso es algo que tú tienes que recordar por tu propia cuenta, ¿no fue
eso lo que dijiste?

Por mi propia cuenta. Claro que sí, deseaba recordarlo por mi propia cuenta, y tal vez estaba
contradiciéndome a lo que le grité en la habitación, pero esa duda estaba torturándome, tenía que
ver con la perdida de mis recuerdos y él conocía la razón. Lo único que hasta ahora había podido
recordar era una sombra patética de una pareja borrosa que no reconocía, y desde entonces, no
había recordado nada más.

Una razón por la que fui al área roja, ¿cuál podría ser? Rojo era de esa área. Un momento... Rojo.
¿Fui por Rojo?

—Olvídalo. En cuatro horas más estaré cubriéndote, así que no olvides anotar cada movimiento e
informarnos de cualquier cosa extraña hasta que vuelva.

Cuando lo vi de vuelta al umbral con la intención de irse después de dar aquel aviso, mi garganta
ardió, mis cuerdas vocales empezaron a temblar y esa pregunta salió disparada de mis labios antes
de que lo viera desaparecer de mi vista.

— ¿Fue por Rojo?

Se detuvo en seco, apenas podía ver su perfil, esa mirada en blanco clavada sobre el asfalto, y esos
dientes apretados. Estaba siendo egoísta, y cruel, lo sabía, preguntarle sobre él a alguien que fue
mi pareja, a alguien que terminé olvidando, era doloroso, pero no podía evitarlo... Esto no.
La razón por la que perdí mis recuerdos, tenía que saberla de una vez por todas.

— ¿Fui al área por Rojo? —mi voz amenazó con temblar.

Y si fui al área por él, ¿era para liberarlo de la incubadora? ¿Quería salvarlo? ¿Quería traerlo con
nosotros?

—No quiero que me preguntes sobre él, Pym. Nunca más—siseó, sin más, volviendo a retomar sus
duros pasos para desaparecer de mi vista, marcando un sonido agudo que se amortiguaba
conforme avanzaba y se alejaba del pasillo.

(...)

Llevaba un largo tiempo pensando en Adam, en lo que dijo, en su advertencia que me había
atemorizado y callado por la forma tan severa en que lo soltó. Reconocí lo mucho que lo había
molestado, y solo ver su reacción y recordar la de la base, me hizo pensar en la gran probabilidad
de que yo había ido al área por Rojo.

Sí había sido así, afirmaba muchas de las dudas que tenía respecto a la forma en que mis manos,
cuando lo tocaban, le reconocían. O mis labios, que, aunque al principio su beso me sorprendió,
después, sentí ese sabor familiar. ¿Cómo no se me había ocurrido preguntarle a Rojo si antes nos
habíamos besado? ¿O sí había pasado algo entre nosotros? Aunque lo creí algo dudoso porque de
ser así él ya me lo habría dicho, ¿no?

No. La familiaridad que sentí con sus labios era real y clara.

Ahogué un gruñido y decidí salir de mis pensamientos revueltos. Era un dolor de cabeza pensar y
pensar en vez de preguntar. Se lo preguntaría cuando terminara de revisar, por ahora, pensar en
todo por horas, era suficiente, tenía que concentrarme en los experimentos.

Regresé la mirada a las pantallas. No estaba segura cuanto tiempo pasó desde que Adam se fue y
todos esos experimentos, a excepción de los de la entraba externa B, habían dejado de observar la
entrada para sentarse, incluso uno de ellos se recostó en el suelo a centímetros de que su cabeza
tocara la puerta. Un poco más y se electrocutaría.
Era impresionante e intrigante ver que muchas de sus acciones en este momento eran las típicas
que haría una persona, si no tuviera ese aspecto deforme y el canibalismo. Rojo se comportaba de
esa misma manera, siempre y cuando no le diera hambre. El hambre que ellos sentían, si no era
saciado los hacía enloquecer, luego de comer, volvían a comportarse racional.

Ahora que lo pensaba, habían pasado muchas horas desde que Rojo se arrancó el parasito, sí él
estuviera infectado aún, desde cuanto que empezarían a salirle otra vez los tentáculos, o sentir
hambre por carne humana.

Lo busqué entre las pantallas, y cuando lo encontré y supe a dónde se dirigía con determinación,
mi corazón dio un vuelco y volvió con un pulso rotundamente acelerado sintiendo ese
florecimiento de calor en mi pecho y ese nerviosismo recorrer el resto de mi cuerpo de forma
abrumadora.

Vaya. Ni siquiera lo tenía frente a frente y mi cuerpo ya estaba reaccionando de esta inquietante y
emocionante manera al saber que venía a la oficina de seguridad... Venía hacía mí.

Al fin calmaría mis dudas.

Me removí en mi lugar ansiosamente sin dejar de ver las pantallas en busca de él, se sentía extraña
esta emoción, incontrolable, como mi cuerpo empezaba a descontrolarse cada segundo más y más
en que restaba para que él llegara aquí. Eso y la forma en que mis manos sudaban
inapropiadamente, me perturbaban mucho. Sabía bien que no era solo porque podría preguntarle,
sino porque lo vería, lo tendría junto a mí otra vez.

Por Dios. ¿Qué era este desastre? Me sentía como una niñita a punto de preguntarle a su primer
amor si quería ser mi pareja, era algo ridículo sentirme tan ansiosa y necesitada de su presencia.

Creo que mis hormonas enloquecían por sus feromonas... pero las feromonas actuaban cuando
tenías a la persona de frente, no desde un televisor.

Acomodé algunos mechones de cabello y me restregué las manos, mi corazón saltó y se aceleró
cuando en ese instante, unos pasos se escucharon desde el pasillo, unos que no se fundieron en el
silenció, y cada vez más, eran cercanos.
Y entonces se detuvieron, y no hacía falta voltear para saber que él estaba ahí, bajo el umbral,
observándome, porque hasta mi cuerpo era capaz de sentir la intensidad de su mirada, como
aquella vez en el área roja, cuando me di cuenta que él me observaba desde su incubadora.

— ¿Lo escuchaste?

Volví a tragar y giré la silla de ruedas para poder verlo, un poco confundida con su pregunta. Su
cuerpo estaba justo ahí, debajo del marco con una de sus manos aferrándose a este mismo, con su
rostro un poco ladeado y esa frente levemente arrugada. Estudié su pregunta, preguntándome a
qué se refería.

— Los golpes en el techo, ¿escuchaste? — aclaró más la pregunta al ver que no respondí.

No estaba segura si habían sido golpes en el techo, pero si escuché ruidos extraños en el pasillo.

—Sí... en este pasillo. ¿Dónde escuchaste los golpes? — continué, sin saber muy bien si levantarme
de la silla o quedarme sentada. Me quedé sentada, contemplándolo en su silencio, sintiendo como
mi corazón al fin se aliviaba, se tranquilizaba.

—En el techo de uno de los pasillos— replicó algo inseguro, abrumándome la forma en que se
retiró de la puerta y se encaminó con la misma inseguridad a las pantallas—, y no fue la primera
vez, cuando recién fui a revisar las entradas, Verde 16 y yo escuchamos el primer golpe.

Una aterradora idea chocando contra mi cabeza, espantó todo rastro de emoción por su presencia.
Conforme las horas habían pasado, cuatro de esos experimentos que vigilaban el bunker, se
fueron, pero, ¿a dónde habían ido realmente? ¿Los ruidos tenían algo que ver con ellos?

No, deseaba que no tuvieran nada que ver con los golpes.

— ¿C-crees que intenten agujerar el techo? — tuve miedo de preguntar, más de saber su
respuesta, y mucho más miedo tendría si lo que imaginaba era cierto. Pero todo el bunker estaba
protegido, cualquier toque desde el exterior, se soltarán descargas eléctricas, ¿no?
Eso dijo Rossi.

Me giré frente al escritorio para ver lo que observaba. Pantalla por pantalla hasta detenerse en una
en específico que mostraba el pequeño sótano del bunker donde se guardaban cajas de comida
como la que Adam tenía, y donde se encontraba la máquina del combustible, que brindaba la
energía a todo este lugar, incluyendo al sistema de protección.

— No tengo idea, dijeron que era impenetrable, que el bunker tenía un material muy resistente,
impenetrable— Se mordió su labio inferior con sus colmillos en tanto evaluaban las imágenes que
proyectaba el resto de televisores.

Hasta ese momento caí en cuenta de algo más... trágico y preocupante. Sí Rojo ya no tenía el
parasito, y los colmillos le habían salido a causa de esta, ¿no debían caerse también?

Los colmillos eran los que infectaban con una mordida a otra persona. Si aún tenía sus colmillos,
¿quería decir que, si mordía, trasmitía la infección?

Eso no me importaba, lo que me importaba era saber si Rojo seguía o no, infectado... Si la
perduración de esos colmillos significaba algo malo.

Se me oprimió el pecho al pensarlo, y sentí esa congestión perturbadora en mi corazón. Solo


pensar que lo podría perder porque él intentaría arrancarse el parasito otra vez, construía un nudo
en mi garganta uno que engatusaba mis cuerdas bucales.

— Pero sé que están intentando entrar de otra forma. No son tontos, son inteligentes— Entornó su
rostro en mi dirección, descubriendo que contemplaba sus colmillos con pesadumbre. Y cuando vi
que el rostro le cambió a causa del mío, quité la mirada de sus labios y la deposité en alguna otra
parte sintiendo enseguida ese ambiente tan pesado sobre nosotros.

— Deberíamos avisar a los demás de los ruidos en el techo— acallé el silencio, y cuando quise
levantarme con la tonta idea de ir al baño solo para romper el entorno que yo había provocado, su
mano me tomó de la muleca y esos dedos apretándome tiraron de mí.
Sorprendida por su fuerza, sus manos me tomaron de la cintura y me cargaron para colocarme
sobre el escritorio, pero ahí no terminaron sus voraces movimientos. Cuando me sentó
firmemente, con sutileza encontró un lugar entre mis piernas para acercarse a mi cuerpo, y
mientras una de sus manos rodeaba mi cintura con fervor para pegarme a su pecho, la otra se
adueñaba suavemente de mi mejilla izquierda.

Estaba en shock, sosegada por lo rápido que había sido, dejando una sensación de cosquillas por
todo mi cuerpo. Se inclinó y ladeó su rostro para quedar tan cerca de mí que su respiración era
capaz de abrazarme el rostro.

— Mis colmillos te molestan.

Su voz exploró mi cuerpo en tonos graves y roncos que me estremeció.

— No...— respondí en un suspiro entrecortado. Estaría bien para mí verlo con colmillos si solo no
vinieran del parasito—. Pero me preocupan— aclaré mirando hacia el cinturón de sus pantalones
—. Dijeron que los colmillos desaparecerían una vez desinfectado tu cuerpo.

Eso dijo la perra infeliz de Michelle el día en que se insinuó a Rojo. Rossi nunca lo mencionó, pero
tanto Rossi como Michelle eran examinadoras y habían curado otros experimentos, así que no
podía empezar a preguntarme si lo que Michelle dijo, era cierto o no...

Estaba inquieta. Sobre todo, asustada, no de él, sino de lo que podría acontecer.

— Que de los colmillos se infecta a otros— agregué débilmente.

— También me preocupan, pero no he sentido hambre o deseos de probar carne otra vez—
confesó cabizbajo, y al no decir nada, levantó sus orbes permaneciendo en esa posición para
estremecerme con la profunda penetración de su color —. ¿Temes que siga contaminado? — su
voz ronca y grave recorrió cada pulgada de mis nervios, sus labios casi se sintieron rozando la piel
de mi quijada—. ¿O temes qué te infecté?

No, pero claro que no era eso.


Alcé la mirada, encontrándome frente a frente con la suya, esos penetrantes orbes que me
removían el alma. Era imposible tratar de ocultarle mi temor cuando me observaba de esa manera.

— Tengo miedo de que te vuelvas a infectar. No quiero perderte—confesé, sintiendo como ese
nudo apretujara mi voz. No espere a que, de un segundo a otro, su frente se juntara con la mía y su
nariz me rozara el puente.

Definitivamente, no quería perderlo.

— No más miedo del que tengo de no ser capaz de protegerte, Pym— soltó, desvaneciendo su
mirada de la mía, ocultándola debajo de sus parpados un momento para respirar y suspirar: —.
Quiero sacarte de aquí, llevarte lejos, tenerte a salvo. Hacerte feliz. Pero siento que con cada paso
que doy terminaré perdiéndote.

— No lo harás...— Las palabras desbordaron rápidamente de mis labios. No había pensado en


nada más que en él, solo hasta que dije aquello que me hizo pensar en Adam y en los recuerdos
que perdí. Me hizo pensar en el miedo que tenía de que algo cambiará hacía Rojo, y de que
recordará algo que tal vez... ya no quería recordar.

— No me lo permitiré — aclaró en una espesa tonada que crepitó en mi pecho—. No me permitiré


perderte.

Eso me hizo sonreír, sin embargo, fue una sonrisa que apenas toco mis labios cuando los suyos se
apoderaron de ellos en una profunda y sentimental unión que nos hizo suspirar al unísono.
Correspondí rodeando su cuello con mis brazos, y sintiendo como él me estrechaba contra su
cuerpo, ladeando más su rostro para besarme con una rudeza pasional que amenazó con golpear
mi cabeza contra una de las pantallas detrás de mí, pero él lo impidió, llevando su mano a anclarse
en mi cabeza, y a sus dedos enredarse en mi cabello.

Solo entonces, algo brilló en mi cabeza y me abrió los ojos con sorpresa. Una imagen de mí,
besando a alguien del mismo modo, pero no en el mismo lugar. Estaba acorralada contra la pared y
con un enorme cuerpo lleno de impotencia recostado sobre el mío y entre mis piernas mientras
me besaba con las mismas ganas, unas ganas repletas de sentimientos que no eran correspondidos
del todo por la forma en que mis manos temblaban sobre su pecho, hechas un confuso puño. Así
lo sentí. ¿Yo queriendo escapar de ese beso?
Rompí el beso por la mitad, llevando mis dedos a mis labios y mirando a Rojo con la misma
impresión del recuerdo apenas visible en mi mente. Por otro lado, él apenas se reponía de mi
inesperada acción, arrugando un poco su frente, y buscando algo en mi mirada.

Reconocí el cuerpo, tal como reconocía el cuerpo de Rojo ahora mismo: su estructura, su calor, su
fuerza y vigor, eran tan parecidos, ¿sería posible que fuera la misma persona?

Porque eso había sido un recuerdo, ¿no? Estaba dudando, las imágenes que había cruzado por mi
cabeza, era muy parecido a lo que sucedió en el pasadizo cuando salimos del túnel de agua y él me
besó, devoró mis labios con voracidad. Pero había una única diferencia, mis manos no actuaron, no
lo empujaron o lo tocaron tal como pasó en mi cabeza.

Entonces era un recuerdo, mucho más claro que lo que recordé en el comedor. ¿Eso quería decir
que Rojo y yo nos besamos? ¿Era Rojo el de mis recuerdos?

— Quiero saber otra cosa sobre nosotros— la voz me tembló y eso lo extrañó a él.

— ¿Qué quieres saber? — me incitó a continuar, relajando su agarre en mi cintura, acariciándola


suave y cuidadosamente mientras me contemplaba con dulzura, esperando mi pregunta.

— ¿Ya nos habíamos besado antes de esto?

Y sus dedos dejaron de acariciarme, se tensaron, se crisparon sin sujetar bien mi cintura, también
vi esa mala sorpresa que había expandido sus cejas un instante antes de devolverlas al lugar que le
correspondía.

— Si...— sinceró, en una corta exhalación.

Eso no me alivio, después de lo que recordé, y todavía por la manera tan decepcionada en que lo
dijo.
— ¿Por qué no me lo dijiste? —cuestioné, sí él me hubiera dicho antes que nos besamos, me haría
sentir sin duda más segura que antes, pero confundida. Si nos habíamos besado antes, ¿quería
decir que teníamos algo a pesar de que estaba con Adam? Todo esto era muy confuso.

— Porque no es algo que quiera recordar, y todo lo que sucedió después de ese beso— apartó la
mirada, colocándola sobre el escritorio. No pregunté porque vi que iba a continuar hablado —.
Hice algo que no debía.

— ¿Hacer qué? —quise saber, él apretó su quijada, casi en una mueca que me hizo repetir la
pregunta levemente, con insistencia, con esa curiosidad de saber por qué no quería responderme
—. ¿Hacer qué, Rojo?

En cuanto pregunté, alzó la mirada, pero no a causa de esa pregunta que terminó desvaneciéndose
en mis pensamientos porque algo más tomó una temible importancia a nuestro alrededor. Apenas
lo vi ocultar su mirada detrás de esos parpados para torcer su cuello ferozmente hacía su derecha,
cuanto todos los televisores detrás de nosotros se apagaron y la habitación se hundió en tinieblas.

En unas tinieblas aterradoras.

Cada pulgada de mi cuerpo se comprimió, se llenó de un inmenso miedo, tomando mi corazón y


aplastándolo de la misma forma, cuando sentí sus manos dejando mi cintura y hasta su calor
cuando apartarse de mí cuerpo. Lo imaginé con esa postura, rígida, peligrosa y atenta al peligro,
mirando esa misma pared… pero, ¿qué estaba mirando? ¿Qué había visto? Y más importante, ¿qué
provocó el apagón?

— ¿Qué sucede? — Mis cuerdas se rasgaron atemorizadas, y fue muy tonto intentar mirar a los
lados en busca de algo cuando no había nada más que tinieblas. Entonces levanté el brazo para
buscarlo, necesitaba encontrarlo, aferrarme a él—. ¿Rojo?

—No salgas hasta que vuelva— exclamó en la lejanía, eso me aterró más, me hizo saltar del
escritorio y apresurar mis manos tras de él, pero entonces, ese grueso sonido hueco de la puerta
siendo cerrada, me dejó con los pies clavados en el suelo.

Temblequeé.
Estaba estremecida sin poder creerlo, con el corazón subiéndome por la garganta, a punto de
estallar en mi boca y ser escupido por ella. A piernas temblorosas y rodillas gelatinosas, retrocedí,
sin dejar de mirar en esa dirección por la que Rojo había salido mientras mi brazo buscaba el
escritorio, y mis dedos una vez hallado la madera, buscaron el arma.

Todo tipo de preguntas me martillaron el cráneo mientras mis dedos se aferraban al arma y la
atraían contra mi pecho, señalando hacía donde creí que era la entrada. Algo terrible había
sucedido, las luces de emergencia estaban apagadas, cosa que no debía de haber sucedido a
menos que se cortara la electricidad… o dañara el combustible.

Si ocurrió, entonces el bunker estaba desprotegido. Los monstros intentarían entrar… Pero, ¿cómo
había ocurrido? ¿Los demás lo sabían? ¿Se habrían dado cuenta? ¿Y sí no? ¿Y si seguían dormidos?

Tenía que avisarles, aun a pesar de la orden de Rojo, tenía que ir por ellos y avisarles… Me decidí,
mis piernas se movieron dudosamente hacía adelante, estiré mi otro brazo desocupado para
buscar la puerta, y cuando la hallé, giré el picaporte y la abrí, escuchando ese chirrido conforme la
abría.

Salí, a pisadas sigilosas y con la mano extendida para tomarme de la pared y deslizarme por toda
ella. Sabía en donde dormían los demás, Rossi mencionó—cuando Rojo aún estaba inconsciente—,
que descansaban en las habitaciones de los oficiales, y esa, no quedaba muy lejos de la oficina de
seguridad.

Entre la oscuridad y el escalofriante silencio, seguí deslizándome a ciegas, atenta a todo tipo de
ruidos o movimientos, acelerando cada segundo más mis pasos con el propósito ansioso de llegar
hasta ellos. En cuando llegué al primer cruce de pasillos, me quedé quieta, mirando a la nada,
sintiendo como mi corazón escarbaba en mi pecho.

Estaba esperando que sus voces se escucharan, que Rossi o Adam aparecieran en busca de mí,
pero eso no ocurrió ni cuando seguí deslizándome en la entrada del siguiente pasadizo, que, con
cada paso, mis pulmones empezaban a apretarse, a asfixiarme por el interminable y rotundo
silencio que alteraba mis nervios.

No debía desesperarme, tal vez se trataba de algún fallo en la azotea y los experimentos no se
habían dado cuenta todavía del desbloqueo en las entradas, porque si hubiesen sabido o se
hubiesen percatado de ello, desde cuanto que todo el desastre iniciaría con aterradores golpes
metálicos, o gruñidos… Sí. Eso quería pensar, después de todo el silencio era la respuesta.
Tragué con fuerza, a pesar de que quería calmarme con todo tipo de pensamientos positivos, mi
cuerpo seguía tembloroso, y tembló con más pavor cuando...

Un azotar de puerta en la cercanía, se escuchó.

Todos mis huesos saltaron debajo de mi piel, y el sonido que aún rebotaba sonoramente me hizo
señalar con el arma a todas partes de la oscuridad, encorvada con las dos manos apretando el
arma y dos dedos a punto de apretar también el gatillo.

Retrocedí, y giré numerosas veces, atenta a cualquier tipo de sombra que pudiera notar, o
cualquier otro sonido rasgador de huesos. Pero no escuché nada más que ese horripilante silencio
petrificándome más y más, mis labios querían abrirse para soltar la voz, pero no pudieron ni
separarse uno del otro, era como si estuvieran pegados.

Tuve que ahogar las preguntas que deseaba sacar a través de mi boca, y retrocedí, no supe cuantos
pasos hasta que mi espalda chocó contra la pared, iba a deslizarme, a ferrarme de inmediato a ella
otra vez, cuando algo repentinamente me golpeó la coronilla de la cabeza y me apartó de un saltó.

El sonido levemente metálico del objeto golpeando el suelo, hizo que mi corazón saltara del susto,
no hubo otro sonido más que ese, cesando entre la penumbra hasta que mi cuerpo se inclinó y,
mientras mi mano seguía señalando con el arma a donde pudiera, los dedos de la otra se estiraron,
tomaron el delgado objeto cuadrangular con rejillas y agujeros...

Rejillas y agujeros.

Repasé una vez más esa extrañamente familiar estructura.

Esta cosa era la tapa de ventilación.

— Hola… Comida.
Mis entrañas, todas, se congelaron tras el brusco estremecimiento de mi cuerpo que no había
iniciado a causa de esas palabras entornadas en una voz engrosada y maliciosa, sino de ese hedor
tan repugnantemente cálido que se concentró únicamente sobre mi cabeza.

Brazos que no son míos.

BRAZOS QUE NO SON MÍOS

*.*.*

De solo sentir ese vapor cosquillando mi cabeza, mis rodillas se doblaron instantáneamente
dejándome caer al suelo antes de que aquella cosa— que solo Dios sabía qué tamaño tenía—se
estirara y me alcanzara: sintiendo como prueba suficiente de que iba a devorarme de un mordisco,
su baba cayendo sobre mi cuello. Gateé lejos de su alcance escuchando ese asqueroso sonido
baboso como si estuviera remeciéndose en la ventilación para liberarse de ella, y patojeé sobre el
asfalto para levantarme apresuradamente.

Y cuando me eché a correr, cuando mis pies se empujaron y se movieron con velocidad sobre el
suelo con la aterradora necesidad de alcanzar el siguiente corredizo...

Algo rodeó mi pierna.

La rotundidad con la que tiró de ella, no solo pinchó un intenso ardor en mis músculos sino que
todo mi cuerpo azotó contra el suelo y aunque mis brazos amortiguaron el golpe de mi rostro, el
resto de mi cuerpo se comprimió por el dolor que salió siendo escupido a través de mi boca por un
chillón grito.

Un horroroso grito que además de recorrer cada fibra de mis nervios para hacerlos estremecer,
también recorrió todo al alcance del bunker.

Con desesperación apreté los dientes ahogando un segundo grito que desgarró por completo mis
entrañas cuando sentí como comencé a ser arrastrada por aquello que apretaba mi muslo, lo
aprisionaba y tiraba de él como si deseara arrancármelo del cuerpo mientras me devolvía a la
distancia que creé entre nosotros y la que aún quería dejar permanecer.
—De mí no huiras— Mis labios se apretaron ante esa macabra voz bestial que sr escuchó detrás de
mi espalda—. Voy a comerte.

Estaba aterrada.

Horrorizada.

Esa cosa me tenía presa.

Pero yo tenía un arma. Sí. Eso fue lo único que brilló en mi mente, lo único de lo que mi cuerpo se
dio cuenta y de lo que mis manos sintieron en ese instante en que esa cosa dejó de arrastrarme y
algo de textura tan familiar como los tentáculos de Rojo empezaron a deslizarse sobre mi
estómago. Cada desliz sacudió mi cuerpo, lo torturó con caricias lentas y aterradoras, como si
estuviese preparándose para morderme.

No, no iba a ser mordida, mucho menos morir, no sin antes haber peleado.

—Yo no voy a ser tu comida—solté entre dientes. Con fuerza, a pesar del dolor oprimiendo mi
pierna, del terror nublándome los sentidos y amenazando con hacer lo mismo con mi mente
cuando esa exhalación se ciñó sobre mí espalda baja, obligué a mi cuerpo a torcerse hacía uno de
los lados y alzar mucho mis brazos para sostener el arma y...

Disparar.

Disparar tres veces para dejar que el sonido explorara alrededor y fuera amortiguado por un
gruñido más intenso y de dolor, ensordeciéndome lo suficiente como para quedar petrificada en
mi lugar, hundida en mis aterrorizados pensamientos al saber lo demasiado cerca que se escuchó
aquel gruñido sobre mi estómago.

Había estado a un instante de ser mordida.


Sacudí mis pensamientos y mi cuerpo, obligándole a reaccionar y a arrastrarme fuera al sentir
todos esos tentáculos dejar de aprisionarme el cuerpo para apartarse.

Volví a empujarme para levantarme como pudiera, pero tan solo enderecé mi pierna herida, todas
mis entrañas y hasta los músculos de mi pierna chillaron. Esa cosa me había lastimado el musculo.

No me dejé respirar ni acostumbrarme al dolor y apretando el arma en mi mano, empecé a correr


con dificultad, sin detenerme cueste al dolor. Mientras lo hacía, atenta a cualquier ruido detrás de
mí, estiré mi desocupada mano para encontrar la pared más cercana y hallar el siguiente pasillo
que no tardé en cruzar lo más rápido posible.

Mis entrañas maldijeron cuando el dolor, al forzar mi pierna a moverse, quiso estallar más arriba
de mi cuerpo, tuve que apreté la quijada y mis labios para no soltar los quejidos o para acallar los
jadeos agitados de mis respiraciones.

Maldición. El dolor era insoportable.

Y ya ni siquiera sabía a dónde me estaba dirigiendo o si este era el pasillo que llevaba a la oficina,
mucho menos si estaba cerca de otra monstruosidad. Deseaba que no fuera así.

Lo sabía, sabía el gran error que cometí al salir de la oficina, pero ya era tarde, para regresar y para
arrepentirme. Ahora solo tenía que encontrarlos, y sobrevivir.

Seguí corriendo, el dolor pinchando mis huesos con cada pisada que daban mis pies con la
necesidad de sentirse a salvos.

Me relamí los labios y como si me fuera a servir, miré detrás de mi hombro, a toda esa oscuridad,
en busca de otro experimento. Nunca esperé que, de un momento a otro, todo el pasillo se
iluminara con fuerza, iluminara más de lo que había hecho, dejándome apreciar cada centímetro
del lugar.

¿Había sido Rojo el que devolvió la electricidad, o Rossi o Adam? Levanté la mirada para atisbar
cada maldita ventilación del techo, separada una de la otra por tan solo dos metros.
Levanté el arma en posición de cada una de ellas, atenta, tratando de ver por las rejillas y captar
algo, lo que sea para que disparara sin chistar. Estaba segura, muy segura, de que había más de un
experimento ocultando en las ventilaciones y muy posiblemente, vigilándolos.

Al no ver ni oír nada al rededor, sobre y detrás de mí, comencé a correr sin dejar de ver el resto de
las ventilaciones y revisar mí al rededor para reconocer el pasillo.

No, no estaba en el bloque correcto de habitaciones que me llevaban a la de ellos y no tardé en


apresurarme a llegar al siguiente pasadizo y cruzarlo para adentrarme al último bloque.

Cuando lo hice, nada más encontrando la puerta que se mantenía cerrada, comencé a exclamar
mientras trotaba a ella:

— ¡Chicos, entró un experimento!

Mi mano alcanzó la perilla con forma de manzana y la giró, estaba a punto de volver a llamarlo si
no fuera porque la habitación estaba completamente vacía, y no solo eso... Pestañeé,
desconcertada por esos agujeros en el techo y esas tapas de ventilación en el suelo.

—No—terminé soltando en un hilo de voz, cuando además de eso, había algo más que me hizo
retroceder un paso fuera del umbral.

De todas las camas, solo había dos camas desordenadas y los cobertores de una de ellas— la que
estaba colocada debajo de una ventilación—, manchada de sangre.

Pero no había cuerpos, eso quería decir que ellos seguían vivos.

Miré las entradas de las ventilaciones, sobre todo la más cercana a mí. Era como si lo que hubiese
estado en su interior trató de expandir el espacio de la ventilación a los lados... Y junto a ellas, se
encontraban esos agujeros de bala, pero no había escuchado los disparos, seguramente Adam
utilizó su arma silenciosa, de otro modo el sonido se hubiese expandido por todas partes del
bunker.
Que los atacaran aquí, ¿fue por el mismo monstruo? ¿O por otro experimento? A mis
pensamientos llegó Rojo, recordando que él podía ver las temperaturas y al encontrar a los
experimentos, no tardaría en atacarlos.

¿Y si lo mordían? No podía permitirlo. Retrocedí más y, una vez revisado detrás de mí, corrí al
siguiente corredizo, casi arrastrando mi pierna derecha, entumecida por el dolor.

Debía encontrarlos, a todos. Sobre todo, a mi Rojo. Mi corazón dio un vuelco cuando, al final del
pasillo por el que corría, estaba la primera entrada del búnker aun cerrada, bloqueada, pero saber
eso no me tranquilizó en nada.

Ni un poco.

Ya estaban dentro.

Mi menté estaba al punto de colapso con tanto silencio, con tanto horror y miedo al saber que, en
cualquier momento otra tapa podía caer del techo y esos experimentos intentaría devorarme.

Odié con toda mi alma pensar en eso, y no, no porque realmente cayera otra tapa, lo cual no
ocurrió, sino porque un chillido repentino delante de mí se escuchó, provocando que ese
estruendoso grito se deslizara fríamente por toda mi espina, y la rasgara. Con los pelos de punta,
levanté el arma en esa posición y la mirada temblorosa a todos eso pasadizo frente a mí cuando
tras aquel grito femenino que no provenía de Rossi, se levantaron disparos, uno tras otro, y otro y
otro más.

Me estremecí al escuchar seguido de todos esos disparos sonoros y arrebatadores, un rugir


diabólicamente aterrador levantarse y abrazar el terror del ambiente. Eran ellos, eran Rossi, Rojo y
los demás, los estaban atacando, necesitaban mi ayuda.

Me eché a correr, aún adolorida, guiada por los siguientes disparos al segundo pasadizo a mi
derecha que, cuando llegué a girar, sentí como todo ese panorama, me entenebreció los huesos.
Estaban ahí, dándome la espalda a pocos metros de mí.

Todos, menos Rojo.


Rossi se encontraba haciendo desesperados movimientos con sus manos para colocarle balas a su
arma, junto a ella estaba Adam quien mantenía su arma levantada en dirección a un área del suelo
y detrás de él estaba verde 16, aferrándose a su espalda ancha y varonil, encorvada, asustada.

Sus delgadas piernas temblaban con cada empujón que Adam le daba para que retrocediera al
igual que ellos.

Yo también estaba asustada, y sobrada decir que aterrada hasta la medula con aquella
monstruosidad que les había caído de la tubería del techo y la que había recibido varias balas. Solo
ver como esos tentáculos se retorcían como gusanos alrededor de un extraño bulto que se trataba
de estirar, me detuvo de golpe la respiración. Analicé con horror esa cosa sin forma humana, era
como ver una enorme bolsa negra y babosa removiéndose, con tentáculos saliéndole de un
agujero inferior, por el que también salía un líquido enrojecido y pedazos de carne, manchando los
suelos.

El alma quiso abanador mi cuerpo, al igual que mi estómago de solo repasar lo que se hallaba en lo
más alto de esa atrocidad, y quedar clavada en ese rastro de cuello pálido que salía a la superficie,
estirando una cabeza humana a la que no se le veía rostro, solo ese cabello oscuro y relamido.

Santo. Cielo. ¿Por qué tenía esa forma grotesca? Era como ver al monstruo del comedor, solo que
más delgado y pequeño, y con tentáculos como los que Rojo tenía.

Adam disparó, sin emitir sonido alguno de su arma, en dirección a esa cabeza que término siendo
atravesada por un par de balas para luego dejarse caer al suelo.

— ¡Hijo de perra! —gruñó él en dirección al cuerpo inmóvil, y a pesar de que ya no había


movimiento, un tercer disparó acabó en la cabeza en el suelo del experimento.

Tan solo volteó, sus ojos se tallaron con los míos. Adam bajó el arma y hundió el ceño con
frustración antes de soltar una fuerte exhalación como si se deshiciera de una preocupación
menos. Sin embargo, yo me sentí inmediatamente tensa cuando hallé esa herida larga por todo su
antebrazo manchado de sangre. Una que otra gota de su sangre caía al suelo.
¿Lo mordieron? Esa pregunta me dejó en shock, seguí analizando esa herida y como su mano paró
sobre ella al darse cuenta de que estaba mirándola.

— ¡Pym!

El grito de Rossi me tomó por sorpresa. Salí de trance rompiendo el contacto con él para encontrar
a Rossi trotando hacía mí, clavando sus ojos en mis piernas, esas que por el horror nunca me atreví
a revisar. Tuve una gran sorpresa cuando bajé la mirada en esa dirección para encontrar mis jeans
manchadas de un extraño y espeso líquido negro: supuse que era la sangre del experimento al que
disparé, y al que no sabía si había matado.

Esperaba que sí.

Así como esperaba que esta fuera su sangre... y no la mía. Por supuesto que no era la mía.

— ¿Qué te pasó? ¿Dónde está Rojo? — sus preguntas me hicieron pestaña, hacer que sintiera el
corazón contraerse bajo mi pecho de solo pensar en Rojo y que él no estaba aquí.

—Yo pensé que estaba con ustedes— repliqué con decepción, alzándola mirada al rededor para
saber si él no llegaba a aparecer. Pero no lo hizo no al menos por esos eternos segundos, y solo ver
que aparecía hizo que un inquietante vacío consumiera el interior de mi estómago.

Miré como Rossi se inclinaba una vez llegado hasta mí, para pasar sus dedos por el líquido espeso
que bañaba mis jeans, sus dedos se en abordaron y ella no tardo en repasar su textura con un
gesto de asco cuando se acercó sus dedos a la nariz y los olió.

Yo también hice una cara de asco, ni loca olería algo así.

—Es sangre de experimento amarillo— murmuró, ahora, limpiándose los dedos con la tela de su
propio pantalón para incorporarse—. Este experimento también era del área amarilla, y el que
encontramos muerto, también lo era.
Me pregunté si el experimento que me atacó era el del área amarilla. Eso no tardó en salir a través
de mis labios.

— ¿Ellos pueden ver las temperaturas?

—No—contestó, ahora, desenfundando su arma—, los de escleróticas negras son los únicos que
ven temperaturas.

—Ross, no hay tiempo para que te pongas a investigar—exclamó Adam, echándole una mirada al
resto de ventilaciones antes de clavarla sobre mí y acercarse, dejando atrás a la enfermera que no
tardo en seguirle, temerosa—. ¿Fuiste tú la que disparaste? Escuchamos tres disparos
consecutivos, pensamos que eras tú.

Entonces estaban buscándome.

Rojo seguramente también me buscaba.

—Sí, me atacó un experimento—respondí con inquietud al notar como sus labios levemente se
movían por la molestia de su herida en el brazo. No pude evitar preguntar, en verdad le estaba
sangrando mucho—. ¿Te mord...?

—No—espetó sin dejarme terminar la pregunta—. ¿Y lo mataste?

—No lo sé—sinceré con inseguridad—, estaba oscuro, solo disparé y cuando me liberó, hui.

— ¿Y dónde demonios estaba ese enfermero? —escupió de pronto, con esas cejas pobladas
fruncidas—. ¿No qué iba a protegerte? Menudo imbécil que solo habla y no cumple.

Sus palabras me hicieron apretar la mandíbula, siempre estaba insultándolo sin saber nada al
respecto. Rojo me estaba protegiendo pidiéndome que me quedara hasta que regresara, pero
había sido yo la que no hizo caso al final. Saliendo para buscarlos a ellos.
— ¿Ustedes regresaron la electricidad? —le contesté con otra pregunta, en un tono serio que él
notó.

—No...—contestó Rossi por él, pero no volteé a mirarla, me quedé observando a Adam de la
misma forma que antes.

—Entonces lo hizo Rojo, así que no lo insultes porque hizo algo para salvarnos el pellejo—solté, sus
orbes marrones me inspeccionaron con severidad, pero no hizo ni otro gesto más que el de dolor
antes de mirarse la herida otra vez,

—Como sea. Debemos movernos—espetó por lo bajo, apretando la herida para que más sangre
saliera, eso me sacudió los huesos. No era muy profunda y mucho menos grave ahora que lo tenía
de cerca, pero sí que sangraba.

—Deja de hacer eso—se quejó Rossi quien también había puesto atención a su herida, enfundó
otra vez el arma y se acercó a él para tomar con delicadeza su brazo herido—. Esta sangrando más.

—Tenemos que curarla—Tan solo lo dije, él negó apretando su mandíbula, y apartó su brazo de las
delgadas y pequeñas manos de Rossi para empezar a caminar en dirección al pasillo de tras de mí.

—No, la sangre los guiara a nosotros, así podremos matarlos con más facilidad—pronunció
paulatinamente, y cuando estuvo cerca de llegar al pasadizo con el arma levantada y con la mirada
mirando las ventilaciones, Rossi le dio alcancé y le detuvo colocando su mano sobre su muñeca
que también estaba herida.

Eso provocó que Adam se quejara y casi gruñera, volviendo a apartar su brazo.

—No vamos a seguir hasta que tu herida se cure, te desangraras—chistó ella, apretando sus puños.
Podía ver lo preocupada que estaba por él. Cuando él lanzó una mirada a su rostro, esas cejas
pobladas que estaban endurecidas, temblaron. Y miré algo en él, la manera en la que la miraba
hizo que una imagen, bastante borrosa, se iluminara en solo un santiamén para desaparecer con la
misma velocidad.
—No empieces Rossi no es tan grave, además debemos matarlos a todos—dijo en voz baja, sin
gritarle, sin exclamarle, sin molestarse con ella. Esas delgadas manos se deslizaron por la parte
posterior de su brazo con mucho cuidado para no tocarle la herida.

—Ellos aparecerán en cualquier momento, cayendo de las tuberías porque huelen nuestra carne,
Adam—insistió, sin dejar de mirarlo—. Así que te curaremos la herida, después de todo tenemos
una enfermera limpia.

Tenemos una enfermera limpia. De reojo miré a la pelinegra que colocaba su mirada sobre ellos
con una preocupación y temor. Se encontraba a tan solo dos metros de nosotros, aferrándose a la
pared del lado izquierdo del pasadizo. Clavé la mirada en Adam, él también le había lanzado una
mirada a verde 16 antes de hacer una mueca y revisar el resto del pasillo.

—Vamos, ven enfermera verde—le llamó Rossi, moviendo también su cabeza en una señal de que
se acercara, y ella no tardó en hacerlo, abrazándose a sí misma.

Podía notarlo, podía notar conforme se acercaba que no quería hacerlo, lo mismo pasó cuando le
pedí ayuda para que salvara a Rojo, se había abrazado a sí misma y nos había mirado con temor,
antes de que Rossi me pidiera a mí salir de la habitación mientras hacía el proceso de curación para
Rojo.

En aquel entonces me pregunté qué le habían hecho en la habitación, al principio había supuesto
que les hacían heridas pequeñas para sangrar, y por supuesto que cualquiera sentiría miedo al
saber que le cortarían la piel y sentiría mucho dolor por ello, un dolor que desaparecería en
segundos porque la herida se curaría. Pero dudé mucho de que les hicieran heridas pequeñas
cuando la escuché quejarse y llorar dentro de esa habitación.

Seguí preguntándome, entonces, dónde y de qué tamaño eran las heridas que les hacían con tal de
conseguir la sangre necesaria para curar heridas.

La respuesta surgió enseguida, cuando Rossi descolgó su mochila de sus hombros, dando una
mirada a las ventilaciones antes de bajar el cierre y buscar en el interior de esta, y mientras
buscaba, Adam levantó el arma, atentó a cualquier anomalía.

Miré lo que la mano de Rossi sacó de la mochila, un cuchillo delgado y filoso que fue contemplado
con miedo por parte de verde 16. Ella ya se había acercado lo suficiente a Rossi, y cuando Rossi le
pidió el brazo, lo que le hizo al levantar el cuchillo en posición a ese blanco brazo delgado, me hizo
apartar la mirada.

(...)

No fue necesario.

Atravesar su brazo con el cuchillo no era necesario, no se necesitaba herirla de atroz forma para
obtener su sangre. No podía dejar de pensar y reproducir esa imagen tan fría de Rossi, hiriendo a
verde 16. Si eso había hecho con tal de curar la herida de Adam, una herida que no fue nada grave
como las de Rojo, no quería imaginar lo que le hizo en la habitación.

Lo peor era que seguramente le habían hecho alguna vez lo mismo a Rojo, y era esa razón por la
que quería salvarla a ella también. Después de todo, él mismo me dijo que les abrían la piel, les
cortaban y sacaba huesos y órganos.

A pesar de que les dije que atravesarle el delgado brazo con un cuchillo no era necesario, ni Rossi
ni Adam se molestaron en decir algo más que no fuera, ¨no perdamos el tiempo, ya es hora de
seguir¨, dejando a verde 16, temblando de dolor mientras su herida se curaba con lentitud.
Tampoco sabía eso, que las heridas de los verdes y blancos se curaban más lentamente, solo sabía
que su sangre se regeneraba menos que la de un experimento rojo.

Era terrible.

Atisbé a verde 16, su perfil de pequeñas y suaves facciones se mantenía en silencio y seriedad, con
la mirada clavada en aquel antebrazo donde antes había clavado un cuchillo y todavía removido en
su interior. Sus dedos sobaban esa área de piel rosada y pegajosa que apenas había cerrado y
nueva piel regenerada.

No solo sentí pena por ella, sino molestia por el sufrimiento que le hicieron pasar.

—Dime Pym, ¿por qué caminas chueco? — aparté la mirada de ella para depositarla en Adam que
mantenía su espalda frente a mis ojos. Luego, dejé que mis ojos viajaran a mi pierna derecha, no
caminaba chueco, pero si hacía una pequeña pausa cuando mi pierna lastimada daba el siguiente
paso.

—Nada—respondí espesamente. Todavía no se me olvidaba que ni siquiera él hizo algo para


detener a Rossi, porque había mejores formas de evitar mucho dolor y ella eligió quizás, el peor de
todos.

Ni siquiera con ver la cara de dolor de la enfermera, se detuvieron.

—Eso no parece nada.

Ignoré sus palabras no queriendo continuar con la conversación, soltando un largo suspiro y
revisando el siguiente pasadizo, en busca de Rojo. En todo este tiempo estábamos buscándolo, no
entendía cómo era posible que no lo encontráramos o que él no nos encontrara, y no hallarlo, me
estaba desesperando.

No hallarlo solo hacía que más preguntas me torturaban, tenía miedo, demasiado miedo de que
algo malo le haya ocurrido.

—Rojo puede encontrarnos como temperaturas, ¿no? —me esforcé por sacar la pregunta lo más
clara posible. Rossi no tardó en enviar una mirada detrás de su hombro para observarme.

—No, a menos que este en un pasillo siguiente, sí—respondió ella en un tono bajo, regresando la
mirada hacía el frente—. Los bloques están hechos de un metal producido para resguardar las
temperaturas, lo hicimos por seguridad y privacidad de las parejas experimentos, es imposible que
pueda vernos.

Todo este tiempo creí que lo único hecho de matarían que oculta las temperaturas, era la
estructura del bunker, jamás creí que todo su interior también. Maldije, sintiendo la desesperación
carcomer mi paciencia.

Quería correr, gritar su nombre, pero hacer eso solo produciría más problemas.
—No creo que tarde en encontrarnos tu macho—soltó la palabra macho en un tono burlón—, el
bunker es grande, pero si pasa por un pasillo conectado al nuestro, es seguro que nos ve y hasta
nos siente.

Adam repentinamente se detuvo cuando giró al siguiente pasillo: el ultimo pasillo que llevaba a la
primera entrada del bunker y la cual se hallaba aún bloqueada, pero hallar la puerta cerrada no fue
lo que nos detuvo, oh no, lo que paró nuestros pasos fue lo que encontramos en el techo, cuando
Adam levantó su arma.

Un agujero se extendía por el techo, un agujero mal hecho por el que caía un tuvo cuadrangular de
ventilación, medio metro más y estaría tocando el suelo donde un puño de escombro se
acomodaba alrededor. Además de eso, adelante de los escombros había un cuerpo inmóvil
idéntico como el que Adam mató, solo que la cabeza de este estaba hecha añicos, desde aquí era
capaz de ver partes de su cerebro desparramado en el enorme hoyo en su cráneo aplastado.

El estomagó se me volcó y sentí nauseas, unas tremendas ganas de vomitar que tuve que soportar,
desviando la mirada a esa puerta metálica en la que hasta ahora era capaz de percatarme de las
manchas de sangre color negra.

Sí… aquí estuvo Rojo, él mató a ese experimento. Eso quería decirnos que él estaba cerca, ¿cierto?

—Ese camino lleva al sótano, Adam—comentó Rossi, alzó su brazo, señalando a una esquina de la
entrada a donde otro pasillo más delgado se colocaba.

—Ya sabemos cómo se fue la electricidad—exhaló Adam con pesadez, acercándose a la pared para
recargar su espalda y beber de una botella que recién sacó de su mochila—, aun así, no estamos a
salvo.

—Por lo menos los de afuera no se dieron cuenta, de lo contrario la puerta estaría abierta— dije,
tratando de hallarme segura en mis propias palabras.

—Todavía falta revisar la segunda entrada—repuso él, tirando la botella vacía al suelo y
produciendo un sonido hueco que me estremeció, un sonido que seguramente había sido
escuchado por los experimentos que estaban en el bunker—. Esa maldita puerta tiene un
derrumbe, todavía falta revisar que el derrumbe no provocó algún fallo en la puerta durante el
apagón.
Solo esperaba que no hubiera ni un fallo, que se equivocara en su comentario. Pero había mucho
silencio, si la segunda entrada hubiese sido abierta, los rugidos o gruñidos empezarían a
escucharse. Eso quise pensar.

Tragué con fuerza y miré nuevamente el agujero en el techo, preguntándome cuántos de esos
monstruos habían entrado, cuántos recorrían los pasillos en busca de carne fresca… Y dónde
demonios estaba Rojo. ¿Por qué no aparecía? Apreté mis manos para soportar la desesperación,
la inquietud temblorosa en mis puertas por salir corriendo en su búsqueda.

— ¡Pym!

Se me debilitaron los músculos cuando aquel grito de tonada grave y crepitante se escuchó de tras
de mí, a varios metros de mí, provocando al instante que mis pies se me congelaran.

El corazón me saltó con una emoción desconsolada al reconocer aquella voz llamándome, ¿y cómo
no hacerlo? Se había incrustado no solo en mi cuerpo, sino en todo mí ser. La sangre se empezó a
calentar debajo de mi piel, mis dedos hormiguearon y ni hablar del estremecimiento estomacal
que surgió al instante en que empecé a escuchar esos apresurados pasos que hicieron que Adam, y
todos los demás voltearan detrás de mí.

Se estaba acercando a mí, él...

Rojo.

Y no perdí más el tiempo cuando me volteé, dejando que mis ojos se conectaran con aquellos
orbes endemoniadamente oscurecidos que no tardaron en revisar todo mi cuerpo y observar mis
piernas, sobre todo, embarradas de líquido negro. Sus cejas, debajo de esos mechones de cabello
embarrados por el sudor, se tensaron y sus labios amenazaron con torcerse, vi como su mandíbula
se apretaba al igual que sus puños que, uno de ellos llevaba un arma. Su cuerpo alto de hombros
anchos, cada segundo más estaba cerca de mí con una postura imponente y con una peligrosa
rapidez que fue capaz de colocarme nerviosa, porque podía saber lo que significaba el gesto en su
rostro.

Él estaba molesto.
—Estoy bien—pronuncié a voz entrecortada, bajando el arma, bajando mis brazos débiles, y
soltado un profundo suspiro que terminó por convertir mis rodillas en agua cuando ahora era yo, la
que empezaba a caminar, en su dirección sin darme cuenta de que alguien más caminaba junto a
mí—. Estoy bien, Rojo.

Pero esas palabras él no las escuchó, y si lo hizo, no le impidieron cambiar su rostro y mucho
menos disminuir la velocidad con la que acortaba nuestra separación, y cuando esa maldita
distancia entre nosotros fue mucho menor a un metro, estiró su brazo — aquel que no sostenía el
arma— con la notable intención de alcanzarme.

Yo también quería alcanzarlo, abrazarlo con fuerza.

Cosa que no sucedió cuando aquel cuerpo se interpuso entre nosotros dos, deteniendo también
nuestros pasos de la inesperada impresión. Su brazo quedó seco, inmóvil sus dedos que ansiaban
tocarme, al igual que su mirada que terminó cayendo sobre esa figura femenina y delgada que se
había dejado chocar contra su cuerpo varonil y manchado de líquido marrón.

El corazón me escarbó en mi pecho, desbocado sintiendo ese extraño vacío congelarme la sangre
cuando aquellos delgados brazos femeninos le rodearon el torso.

Abrazándolo con fuerza, con una necesidad de consuelo que lanzó mi corazón fuera de mi cuerpo.

—No me dejes con ellos otra vez, Nueve—gimió ella, contra su pecho.

La que no hizo nada.

LA QUE NO HIZO NADA

*.*.*

Rojo se movió rápidamente. Bajó su brazo, aquel que había estirado para alcanzarme, y
depositando los dedos de sus manos en cada brazo delgado de ella, sin dudar, rompió el abrazo
enseguida, algo que fue fácil saber que ella no quería por la forma en que sus manos se aferraron
al torso de él.

Miré desorientada hacía aquel rostro pálido que tenía una mueca temblorosa en la que se
asomaban sus colmillos sin saber qué estaba sucediendo, y una mirada confusa clavada en la
pelinegra que por la posición se encontraba— dándome a mí la espalda— no podía ver su rostro.
Seguramente se preguntaba qué estaba sucediendo con ella, por qué estaba actuando así.

—No es momento para esto, dejen de abrazarse— exclamó Rossi, haciéndome reaccionar, al
mismo tiempo en que Verde 16 rompió el abrazo después de Rojo la jaloneara para apartarla, sin
quitarle la mirada de encima, confundido.

Rossi empujó mi hombro para luego, rápidamente tomar el delgado brazo a la enfermera y solo
cuando ella la apartó más hasta dejarla junto a mí lado, llegué a preguntarme, ¿qué rayos estaba
planeando hacer? ¿Y que era esa terrible sensación en mi estómago? Miré a la enfermera,
atisbando instantáneamente esas lagrimas escurridizas que le sonrosaban las mejillas.

Miedo era lo que vi en ella en ese instante en que miró a Rossi, y la forma en que ella le tomaba el
brazo.

— ¿Por qué estas llorando? —preguntó ella en un tono bajo antes de negar con la cabeza y
comenzar ella misma a secarle las lágrimas con los nudillos blancos de su mano—. Te pedí una
disculpa por lo que te hice, sé que te dolió mucho, pero tú sabes que necesitábamos…

— ¿Qué le hicieron? —La interrupción de Rojo le hizo cerrar la boca, pero hubo algo muy extraño
en Rossi que me permitió poner más atención en sus gestos.

—Nada que te concierna—soltó ella. Puse atención ignorando los retorcijones en mi interior
cuando ella colocó un falso gestó de sorpresa al ver que Rojo se acercó para arrebatarle a la
enfermera del agarré y todavía, colocarla del otro lado de él: como si estuviera protegiéndola.

Lo cual era eso lo que él estaba haciendo.


Mordí mi labio inferior, y me obligué a restarle importancia, pero solo no pude al ver las pobladas
cejas de Rojo hundirse, y esos labios torcidos con un severo enojo, mucho menos cuando vi a
verde 16, abrazarse a su brazo, ese que se había estirado levemente para cubrirla…

—Si me concierne, fue hecha a base de mi sangre por lo tanto es de los míos—aclaró en un tono
serio, peligroso, muy peligroso. Por supuesto que estaría enojado, después de todo ella era como
él, y la habían lastimado y, además, estaba muy asustada por lo que acababa de acontecer, no solo
por el dolor, sino por los monstruos de las ventilaciones.

—Hicimos nuestro trabajo—empezó Rossi, después de un corto silencio en el que estudió la


mirada de Rojo—, pero teníamos que curar la herida de Adam, y tú no estabas, así que le toco a la
pobre…

Un gruñido quejoso proviniendo detrás de mí, la hizo callar otra vez, Adam se acercó a pasos
grandes, molesto, enfadado entornó a Rossi.

— ¿Podemos terminar con esto? —se quejó él, esta vez sacudiendo su arma como una extraña
advertencia—. Me estás dando dolor de cabeza tú también, no deberías estar haciendo esto
cuando nuestras vidas peligran.

—Mejor ahora que nunca, ¿no? —remató ella, sus manos se posicionaron sobre su cadera, en ese
instante vi de reojo a Rojo y a la enfermera, mi corazón quiso hundirse más profundo cuando
encontré de qué forma se compartían la mirada entre ellos —. Además, ella salió corriendo a sus
brazos, estaba claro que iba a quejarse con él, Adam, y tú dijiste que no permitiéramos que esto se
nos saliera de control.

—Ya cállate—escupió él, más irritado que antes, dejándola a ella desconcertada—. No quiero que
vuelvas a darle importancia a otras cosas que no sean nuestras putas condiciones. Sí ellos hacen
algo que no comprometan nuestras vidas, déjalos hacerlo.

—No hagas un alboroto por esto Adam.

—Tú eres la que está haciendo un alboroto Rossi. Sé más madura porque no soy estúpido para
saber lo que intentas.
Mis ojos se contrajeron, hallándome confundida y perdida entre su conversación dándome cuenta
de que se había perdido el hilo del tema, un tema que, aunque era importante, no era el momento
para hablarlo, ¿ahora de qué estaban hablando? ¿A qué se estaba refiriendo Adam con esas
palabras? Rossi endureció por esos segundos su mirada, su boca que parecía cada vez más
apretada, se abrió sacando una larga exhalación.

—Tiene razón —dijo, haciendo un ademan con sus manos que todavía sostenían su arma—. Me
dejé llevar. Lo siento chicos— ahora la mueca de Rossi, me perturbo mucho más, y no solo eso,
sino que esa simple mueca logró que un leve dolor se apoderaba de mi cabeza.

‍ mano voló a mi sien y mis dedos se pulsaron sobre esta, una y otra vez mientras veía a Adam
‌‌‍Mi
entornar la mirada a otra dirección, no sin antes revisar alrededor y sobre todo el agujero.

— ¿Sabes cuántos hay? —su pregunta había sido direccionada a Rojo quien, cuando giré, sacó su
brazo del agarré aferrador de la enfermera para dar un paso hacia mí, sin dejar de ver a Adam con
esos orbes carmín llenos de imponencia.

—No, el techo está creado de un material que no me permite ver las temperaturas—replicó, y todo
mi cuerpo se estremeció cuando sus orbes rojos al fin, terminaron cayendo sobre mí.

Esa mirada de cejas fruncidas y sus labios contraídos mostraron culpa o frustración en él, ese gesto
me confundió mucho y me pregunté por qué me estaba mirando de esa forma, ¿era que yo llevaba
puesta una cara seria sin siquiera percatarme o… era por lo que sucedió? Movió su pierna, vi esa
intención de acercarse y con eso bastó para acelerar mi pulso, pero no se acercó, no continuó con
lo que en un principio intentó hacer, antes de que ella se interpusiera.

— Entonces, seguimos a ciegas.

(…)

No encontraba las palabras correctas para explicar lo que estaba viendo y como mi cuerpo se
sentía al ver esas cosas deformadas, sin figura humana, arrastrarse por el suelo. Era como si tanto
tiempo en las ventilaciones hubiera desecho sus piernas y brazos o pegado estas a su propio
cuerpo cuadrangular. ¿Cuánto tiempo les había costado deslizarse por las tuberías para poder
llegar al bunker? Ni idea, pero estaba segura de que habían sido más que unas cuantas horas.
Restaba decir que ni siquiera sus cuerpos tenían piel, la forma adquirida era gelatinosa rojiza o
negra, larga pero menor a dos metros de altura, delgada y con todos esos tentáculos que
sobresalían de un agujero de sus cuerpos o por debajo de ellos, donde debían estar las piernas. Lo
único diminutamente humano en ellos, era la cabeza superior, pero cuando girón al percatarse de
nosotros, nos dejaron ver toda la única piel que llevaban en sus rostros, derretida y llena de
ronchas.

Y el olor que destilaban era repugnante, tan fuerte y pesado que su olor era capaz de quedar
atrapado entre los pasillos que ellos mismos recorrían. Entre más fuerte era el aroma, más cerca
estábamos de ellos, su olor era la forma de encontrarlos, así fue como terminamos encontrando a
dos de ellos, arrastrándose por el suelo del pasadizo junto a la segunda entrada. Donde Rojo—
quien todo este tiempo había estado delante de nosotros— y Adam, no tardaron en levantar sus
armas empuñadas y dispararles a la cabeza, dejando que sus extraños y gelatinosos cuerpos
golpearan el suelo.

Quedé desconcertada e impresionada al saber que no había sido difícil de matarlos, y ellos ni
siquiera se habían percatado de nosotros. ¿Eso no era un poco extraño o tenía que ver con la
forma de su cuerpo o el hambre que tenían? No lo sabía, los monstruos que nos atacaron a mí y a
Rojo, sin lugar a duda habían sido difícil de matar.

Y estos habían sido pan comido.

—Ya está— suspiró Rossi, dando unas palmaditas al hombro de Adam antes de añadir—.
Necesitamos un descanso.

— ¿Descanso? ¿Estas bromeando? —escupió Adam, cargando su arma mientras giraba en torno a
la pelinegra, formando una incrédula mueca en sus labios—. Este bunker es el triple de grande que
el segundo bunker, nos faltan más pasillos por revisar, así que no.

—Hemos estado caminando por horas, tardamos un montón encontrando a estos últimos
experimentos. No lo digo solo por mí, la enfermera no ha comido y Pym se ve terrible también—
señaló al final, haciendo que incluso Rojo girara para mirarme, estudiarme. Tuve que enderezarme
pese al dolor de mi pierna, un dolor que había disminuido conforme el tiempo pasaba, pero aun
así no desaparecía. Él era el único que no sabía que me lastimé la pierna, y esperaba que no lo
supiera sería una carga, sobre todo ahora que la chica de ojos bellos verdes no se apartaba de él,
desde que Adam nos puso a recorrer todo el bunker, una y otra vez.
Aunque no sabía exactamente si se había dado cuenta de mi pierna, porque en todo este tiempo
Rojo me había lanzado miradas de vez en cuando, así como disminuyó el caminar de sus piernas
con la intención de dejar su lugar para acercarse a mí, pero al final no lo hizo.

No lo culpaba, lo importante ahora era cerciorarnos de que no había más monstruos en el bunker,
y si los había, protegernos de los experimentos que querían devorarnos, así que el que no viniera a
mí era lo correcto…

Era lo correcto.

Estaba bien así.

—Yo estoy bien—repuse espesamente, cargando el arma para apretarla y esperando a que ellos
dejaran de mirarme para comenzar a caminar—. Tenemos que seguir.

—No, Rossi tiene razón—odie las palabras de Adam, sobre todo cuando se acercó a mí, viendo mi
pierna por un momento—. No sabemos cuándo terminara todo esto, estamos atrapados y llegara
un punto en que se nos terminen las balas, así que descansaremos junto a la habitación del sótano,
para proteger el combustible mientras ideamos un plan.

Un plan para salir del bunker, la pregunta era saber, ¿cómo lo haríamos? Él no encontró una radio,
ni mucho menos armas o balas, solo comida, mucha comida.

— ¿Qué tipo de plan? —inquirió Rossi, sacando su botella de agua y bebiendo de ella en tanto
esperaba la respuesta de Adam quien había arqueado una ceja. Y dando un par de pasos hasta
estar frente a ella, respondió:

—Si lo supiera estaría diciéndolo, andando.

Sus espesantes palabras la hicieron rotar los ojos, un gesto que él aprecio antes de voltearse y
caminar, haciendo la señal a Rojo de que hiciera lo mismo, cosa que él obedeció enseguida,
cargando también su arma y apuntando a cada trozo de techo. Por otro lado, la enfermera
tampoco tardó en caminar a su lado, abrazando a su delgado cuerpo vestido de hombre. Noté
como levantaba un poco su rostro para mirar el perfil de Rojo, y cómo se toqueteaba sus labios
mientras le observaba de tan inquietante forma que me hundió el entrecejo.

Les retiré la mirada al sentir ese vacío helado en mi pecho amenazando con extenderse más y más.
Y carraspeé, no era momento para sentirme celosa, no había sucedido nada más que un simple
abrazo a causa del miedo que ella nos tenía. Así que no debía inquietarme, había algo más
importante y eso mi cabeza se lo tenía que meter por completo.

Levanté mi arma, mirando detrás de mí, mientras Rojo y Adam revisaban en frente del siguiente
pasillo, Rossi y yo, revisábamos atrás, tal como lo hacíamos con todo el grupo, antes de que
ocurriera lo del comedor. Había silencio, un profundo silencio donde apenas nuestras
respiraciones desniveladas se escuchaban.

— ¿Te duele mucho? Ya no caminas tan chueco como antes.

El susurró desinteresado de Rossi me hizo poner mala cara. Su comportamiento era


indudablemente extraño, tal vez antes no le había puesto atención, pero desde de la cara
preocupada que le dio a la enfermera cuando la vio llorar en brazos de Rojo después de que
incluso lo besó, vi la hipocresía en ella.

Algo estaba muy mal en ella, y sobre todo en Adam.

Estaban tramando algo.

No respondí, y no iba a hacerlo, ¿por qué? No era la chica buena que respondía por educación, por
supuesto que no. Seguí mirando el pasillo que dejamos atrás, retrocediendo para no estar lejos de
los demás, durante ese sendero noté como Rossi me daba miradas, seguramente esperando mi
respuesta.

—Siento que crees que somos los malos—susurró. Volqué la mirada tratando de no escupir
ofensas por la boca porque seguramente, también estaba siendo hipócrita conmigo—. Pym.

—Ver cómo le atravesabas el brazo fue suficiente para saber que ellos no te importan.
—Oh miren quién habla, la señorita que solo se quedó mirando como lastimábamos a la
enfermera, y no hizo nada para ayudarla.

Esas palabras, pincharon mi pecho y contrajeron mi corazón. Me sentí tan idiota e imponente que
solo pude apretar los labios sabiendo que era cierto. No hice nada.

Todos los nervios se me congelaron en ese mismo instante en que mi propia conciencia me
atacaba cuando, al alzar la mirada hacía una de las figuras de adelante, fue ese perfil masculino, el
que se giró un poco más para lanzar una mirada aseverada hacía nosotros.

Y no, no era Adam.

Estuve a poco de detener mis pasos, porque esa mirada bastó para saber que él había escuchado
las palabras de Rossi, y me sentí peor cuando se enderezó y siguió caminando, todavía más peor
cuando me di cuenta de que seguramente saber eso le había tomado por sorpresa, o no lo sé…

— ¿Crees que no me importan solo porque le atravesé el brazo? —quiso saber, pero su noto
susurrante seguía igual de extraño, no parecía ofendida, y mucho menos molesta cuando le di una
corta mirada a esa leve sonrisa que formaban sus labios.

Una escalofriante sonrisa.

La odié, pero no más que a mí cuando volví a darle una mirada a Rojo.

—Tú no sabes nada, si le hiciera una cortada profunda o larga, al segundo en segundos la dejaría
de fluir. Si hay algo interrumpiendo la regeneración como por ejemplo el cuchillo, la herida no
cerraría y se mantendría un cincuenta por ciento abierta.

¿Una interrupción para mantener la sangre fluyendo? Recordé el momento en que Rojo se arrancó
la máscara que se clavaba a su rostro, y esas heridas en un par de segundos terminaron por
desaparecer, a pesar de que las heridas se regeneraban fácilmente, debía haber otras opciones
para obtener un poco de la sangre sin lastimar a los experimentos.
Ni siquiera deberíamos estar utilizando su sangre. Eso era horrible.

—Si recordaras lo entenderías entonces—murmuró, guiando su rostro en otra dirección para no


verme—. Pero descuida, no tienes que recordar ya, no importa, ¿sabes?

¿Y ella que sabía sobre lo que era y no importante de mis recuerdos?

— ¿Entender qué? —escupí en un tono bajo, recordando como Rojo se arrancaba el dedo en la
ducha mencionando todo lo que ellos le hacían, dudaba que a ella le hicieran lo mismo—. ¿Qué
también les arrancan órganos, extremidades o hasta huesos?

Con velocidad, devolvió la mirada para clavarla en mí, sus cejas levemente fruncidas, arrugando un
poco su frente.

Eso sí pareció molestarla.

—Eso ya lo sabes, ¿entonces por qué me lo escupes en cara?

—Porque ni siquiera usaban adormecedores, se los arrancaban frente a sus ojos completamente
consientes del dolor, eso es enfermo Rossi. Ustedes están enfermos, todos los que trabajaron en
este laboratorio de mierda, lo están —traté de no gruñirlo, sin esperar respuesta de su parte, y era
mejor que no continuara hablando, pero lo hizo. Continuó.

— ¿Crees qué estamos enfermos? Sí claro, habla la que no recuerda su pasado y trabajó como
examinadora también—el sarcasmo susurrado me apretó los puños—. No usamos adormecedores
porque en pocos minutos ya están activos, despiertos y consientes, no sirven de nada ni mucho
menos la gran cantidad que utilicemos—susurró y tan solo lo hizo, agregó—. La funcionalidad del
organismo en los rojos tiene una falla, en algunos enfermeros durante su etapa infante, su
organismo empieza a confundirse y crear órganos iguales. Tenemos que sacarlos antes de que les
afecte o suceda algo peor.

¿Crear órganos iguales? ¿Eso en verdad sucedía? Aquello me sorprendió y aturdió tanto que la
mirada que le di, le hizo estirar una amargada mueca y hacerla negar.
— ¿Y qué hacen con los órganos que les sacan?

— La mayoría ni sirven, los tiramos— respondió instantáneamente, clavando la mirada en la


espalda de la enfermera, a quien yo también miré—. Hacemos este método para salvarlos a ellos.

No lo supe por qué en ese momento, tuve una muy mala impresión de ella y no pue creerle. Sin
embargo, no supe por qué sentía que estaba mintiéndome.

(…)

Habían pasado menos de una hora desde que llegamos a esa pequeña habitación depositada al
lado de las escaleras del sótano, una habitación con un par de camas muy pequeñas, sin muebles,
con solo un refrigerador desconectado, una mesa y un par de sillas mal acomodadas. Era la
habitación, según Adam, de los conserjes del bunker.

Menos de una hora desde que Adam, Rossi y Rojo salieron para hacer la primera guardia, buscar
toda la madera posible, a parte, para crear un pequeño muro. Además de eso, Adam había
clavado en la única ventilación de la habitación, un trozo de madera para impedir que fuera abierta
y así nosotras —la enfermera y yo— pudiéramos descansar. Pero aún cubierta, era imposible
conciliar tranquilidad.

Deposité el par de pantalones que Rossi me trajo de una de las habitaciones con ayuda de Adam, y
entré al cuarto de baño donde bajé mis jeans. Mi pierna derecha tenía un enorme hematoma en
uno de sus costados, cada hora más, escureciéndose, por lo menos no tenía una herida ni mucho
menos sentía que mi hueso hubiese tenido un problema con el jalón que sintió cuando aquellos
tentáculos me atacaron. Mientras no fuera el hueso, todo estaría en orden.

No complicaría las cosas, no sería una carga para Rojo.

Lancé un largo suspiro al pesar en él, al pensar en todo, recordar esa escena que no dejaba de
torturar mi cabeza, presionaba contra mí, traicioneramente estudiando las miradas que entre
ambos se compartían o como ella se aferraba a su brazo y él no la apartaba más.

Soy una idiota.


Eso era estúpido, ridículo pensar en ellos y en lo que Rossi había hecho, cuando yo ni siquiera
había hecho nada para ayudarla a ella. Había quedado en shock, impactada y aturdida, pero eso no
me justificaba.

Y Rojo ya lo sabía, estaba segura de que había escuchado con claridad lo que Rossi dijo.

Sacudí la cabeza, sacando esos pensamientos. ¿Por qué no solo podía concentrarme en sobrevivir
y ya? En vez de hundirme en algo que seguramente solo era un mal entendido.

—Basta, no pienses en eso, no pienses en eso, Pym— Me golpeé las mejillas, y obligué a
cambiarme lo más rápido que pude y cuando terminé, salí, encontrando la caja de alimentos que
sacaron del sótano sobre la cama en mesa cuadrangular pequeña. Revisé su interior antes de
revisar el resto de la habitación y dejar caer la mirada en la espalda desnuda de verde 16.

Desde que entró en la habitación y Rojo no le permitió seguirle debido a que era peligroso para
nosotras, se mantuvo en ese lugar, seria y apartada. Enojada con nosotros por lo que le hicieron.

Tomé un par de galletas y un jugo de naranja para acercarme a ella, a pasos lentos y sintiendo una
inquietante ansiedad en mis piernas mientras rompía los últimos centímetros de nuestra
separación.

— ¿No vas a comer? —pregunté, sentándome en el colchón y contemplando ese perfil tan, ¿cómo
explicarlo? Un perfil tan frágil y suave, blanco y lleno de una pureza que me desorientaba. No solo
los experimentos varones eran atractivos, las mujeres tenían la misma belleza, pero mucho más
inocente. Seguí contemplándola en su silencio, ese largo silencio que fue suficiente para notar algo
más que su belleza…

Ella estaba sudando.

Miró las galletas que segundos después le extendí y arrugó la nariz antes de apartar la mirada.
—No tengo hambre—soltó con rapidez, y atisbé como se sobaba el brazo donde antes había un
crujido incrustado antes de abrazarse a sí misma de la misma forma en que lo había estado
haciendo—. No las quiero.

Mi corazón se contrajo, no solo porque me negara la comida, sino porque supe fácilmente lo que le
sucedía. Se abrazaba a causa de la fiebre, y los enfermeros no se enfermaban a menos que… la
tensión se les acumulara.

—Pensé que me tratarían bien, que no me harían más daño, pero me equivoqué—murmuró, tragó
con dificultad y se lamió sus labios secos. El mismo gesto que también hizo con Rojo, pero que
hasta este momento era capaz de percatarme del descolorido color de ellos.

Tensión.

Definitivamente era eso.

Se me cerraron los pulmones, me sentí bofetada con todas esas pruebas de que a ella le estaba
pasando lo mismo que a Rojo, porque sí ella tenía acumulad a la tensión, ¿qué sucedería? Esa no
era la pregunta correcta, pero solo pensar en la correcta me asustó. ¿Quién le bajaría la tensión?
No quería imaginármelo, pero la única persona que venía a mi mente era Adam, y justamente a
causa de su herida, fue que Rossi terminó lastimándola.

Aunque ese era un problema, el problema mayor era que estaba segura que verde 16 no permitirá
que la tocaran, que la liberaran. Y sí no permitía que Rossi o Adam le eliminaran la tensión, ¿a
quién si se lo permitirá? ¿O la forzarían? Eso solo complicaría las cosas.

Estaba hasta segura, por como Rojo se comportó, que no dejaría que la tocaran a ella también.
Nuevamente sentí el estomagó convulsionarse y producir un sabor amargo en la punta de mi
lengua.

—No sé lo que está pasando aquí, pero ustedes también son unos monstruos. Creí que tu no, pero
también lo eres, menos él—espetó, volviendo a tragar, ahora, pasando su torso para limpiarse el
sudor de su frente—. Él dijo que me protegería de ahora en adelante, que me mantendría a su
lado, así que más te vale no intentar tocarme otra vez porque él los matará.
Esas palabras me detuvieron el corazón, y aunque quise preguntarle y saber— con toda el alma—
de quién hablaba, una gran parte de mí sabía a quién se refería. Rojo. Era más que obvio. Respiré
entrecortadamente y miré hacía el pedazo de madera clavado sobre toda la tapa de ventilación.

—Escucha… tal vez no me tomes en serio, pero—mi voz sonó temblorosa, hasta ese instante me
percaté del nudo en mi garganta cuando a mi mente llegó Rojo—… no dejaré que ellos vuelvan a
lastimarte.

Lo decía en serio y con la plena decisión de brindarle seguridad y tranquilidad, porque eso era lo
que ella necesitaba y tal vez tanto pensar en eso y estar asustada y nerviosa hacía que la tensión
creciera. No permitiría que lastimaran a mi Rojo ni a ella.

Ella alzó la mirada segundos después, dudosa en saber si depositarla o dejarla caer, pero al final la
colocó sobre mí, y cada pequeña zona de mi cuerpo se comprimió al ver como sus labios secos se
apretaban en un mohín molesto.

— ¿No crees que debiste hacer eso cuando ella intentó cortarme? Demasiado tarde para decirlo—
dijo, sosteniéndome aún la mirada—. No sé por qué mi pareja confía en ti, aunque creo que ya no
cuando supo que no me defendiste.

La sorpresa que sus palabras me añadieron rasgaron mi interior, mis ojos se abrieron tanto que
sentí como si fueran a caerse de mi rostro, me sentí helada, me encontré desorientada,
confundida, con los pensamientos oscurecidas, así como sentí el pecho hecho añicos cuando una
gran parte de mí vorazmente supo a quién se refería, pero otra se negaba a que fuera él, así que
traté de enderezarme, respirar y controlar mi pulso acelerado mientras pestañaba numerosas
veces sin apartarle la mirada de encima.

Y relamí mis ansiosos labios, buscando mis cuerdas bucales para hablar.

— ¿Tu pareja? — Ella asintió severamente, pero eso solo me confundía más, ¿no había muerto su
pareja? —. Pensé que había muerto…

—No me refiero a 23 …—pauso, y al hacer esa aterradora pausa que fundió mi cuerpo en millones
de sensaciones terribles que retuvieron mi aliento y apretaron con dolor mi corazón, ella añadió—.
Estoy hablando de Nueve.
Sí, será rápido.

SÍ, SERÁ RAPIDO

*.*.*

¿Qué clase de gesto llevaba en el rostro ahora mismo? Hasta yo misma lo desconocía, solo sentía
como mi ceño se arrugaba y como mi ceja se arqueaba, o como mis labios se apachurraban o mi
rostro se ladeaba, ¡ah sí! Y como mis neuronas se golpeaban unas a otras sin entender qué estaba
sucediendo.

—No lo entiendo —las palabras desbordaron de mi boca mucho antes de que mi cuerpo empezara
a temblar de ansiedad y confusión—. ¿Cómo que...? —carraspeé para recuperar la voz: —. ¿Cómo
que ustedes son pareja? ¿Él te lo pidió?

Por poco y mis cuerdas vocales fallaban otra vez sintiéndose aprisionadas por el nudo en la
garganta, y a causa del suspenso que dejó después de mi pregunta, toda la presión de mi cuerpo
comenzó a congelarme. No lo estaba entendiendo, no entendía qué estaba pasando o que había
pasado, había algo extraño aquí, no tenía relación alguna con las cosas que pasaron
anteriormente, y mientras buscábamos a los monstruos, Rojo no le dijo ni una sola palabra, ¿era
qué había hablado con ella en algún otro momento antes de que los monstruos empezaran a caer
de las ventilaciones? ¿Tiene eso que ver con lo que Rojo dijo que también la sacaría de aquí? ¿O
qué demonios estaba ocurriendo?

—No—espetó.

Su respuesta me hizo suspirar de alivio, solo un poco de alivio cuando una parte de mí quiso
derramar parte de su enojo. Entonces él no lo sabía, y sí Rojo no lo sabía, ¿por qué pensó ella que
era pareja? ¿O alguien se los dijo? ¿Rossi le dijo algo?

Sentía que ella tenía mucho que ver en esto.

Y en más.
—Yo se lo pedí, y es un hecho —asintió después de soltar sus palabras—, somos los únicos
sobrevivientes de nuestra especie, solo nosotros dos contra los monstruos, ustedes y ellos.

—No—la callé, pero no en un tono grosero, no en un tono burlón, un tono atemorizado en el que
me negaba a creer todo esto—. Lo siento, ustedes no están solos, y Rojo y yo...

—Sé que también estas con nosotros, pero eres una examinadora como ellos así que no confió en
ti—interrumpió esta vez, en un tono serio haciendo un pequeño berrinche con sus labios mientras
me miraba con severidad—. Nueve confía en ti, también dijo que te sacaría de este lugar, pero yo
no quiero eso porque ni siquiera pudiste protegerlo y casi muere, y además, ni siquiera me
defendiste, ¿de qué nos vas a servir? De nada. Eres igual que ellos y una carga.

¿De qué les iba a servir? ¿Ni siquiera pude protegerlo a él? Eso sin duda alguno me golpeó el
cuerpo, todo tipo de pensamientos quisieron ser escupidos por la boca al igual que ese enojo que
crecía desquiciadamente en mi interior con todo lo que me decía.

Era inaudito, ella no sabía cuánto quise proteger a Rojo. En ese momento en que lo vi desfallecer
cuando lo coloqué en la cama, sentí que el alma se me escapaba del cuerpo, estaba muy aterrada
por perder a Rojo y sabía que por mucho que intentara salvarlo y sanar sus heridas, la única que
podría ayudarlo era ella.

Tenía razón, no pude protegerlo, hice lo único que podía hacer en ese instante, rogarle a ella en
llanto que lo salvara, ¿eso no le dijo cuanto deseé protegerlo? ¿Ni siquiera se imaginó en ese
instante que podía sentir algo por él como para evitar decir que ambos eran pareja?

—Los examinadores solo nos han lastimado, y ustedes fueron los que provocaron que los
monstruos aparecieran.

—Tienes razón—apresuré a decir, tomando una profunda respiración y acallar todos esos insultos.
No iba a explotar, no quería insultarla y mucho menos zarandearla para aclararle mis sentimientos
por Rojo, primero, tenía que tranquilizar todo el huracán que provocó en mi interior—. Perdón por
no defenderte cando Rossi te cortó, no tengo excusas.
Esas palabras parecieron sorprenderla por la manera en que abrió su mirada y sus labios en un
gesto que me decía que no esperaba una disculpa mía.

—Fu-fu-fuimos nosotros, los lastimamos, los tratamos como animales, y el karma ahora nos cae
encima. Sé que la mayoría al igual que yo estamos arrepentidos de lo que hicimos, por eso
luchamos para salvar al resto de los experimentos sobrevivientes, para sacarlos de este infierno.

— ¿Salvarnos? Pero si nos siguen lastimando— esfumó las palabras con odio, un odio que me
abofeteó cunado aquel gesto de sorpresa desapareció en ella.

Retiró por segunda vez la mirada y se talló el brazo que antes había sido herido. Podía entender su
odio, yo también odiaba este laboratorio y lo que se hizo dentro, podía entender por qué quería
estar con Rojo, él la comprendía, y ella lo comprendía a él...

— Es demasiado tarde para que aceptes tus errores—espetó, se levantó de la cama y me pasó de
largo para colocarse al final de la misma—. Bien, solo te perdonaré a ti porque Nove te perdonaría
sabiendo el afecto que te tiene...

No podría explicar la manera en cómo me dejaron sus últimas palabras, sentía mi rostro adolorido
después de hacer numerables gestos, sin saber cuál dejar exactamente. Al final, solo pude hundí el
entrecejo sin saber exactamente en qué pensar primero, pero el revoltijo en mi cabeza se acalló
cuando la vi a la niña—porque sentía que hablaba con una niña de diez años—, caminando en
dirección a la puerta.

— ¿A dónde vas? —pregunte, decidí levantare también de la cama, y antes de que ella me
respondiera, agregué: —. Tienes fiebre, la boca seca y te tiembla el cuerpo, tu tensión esta alta.

Ella asintió a labios cerrados y mirando el suelo mientras sus manos rodeaban el picaporte:

—Lo sé— abrió la puerta, y antes de salir me hizo saber algo que secó todos mis huesos y cada uno
de mis músculos y articulaciones—, por eso voy con él, no dejaré que ustedes me bajen la bajen,
solo Nueve.

Solo Nueve.
— ¿Y sabes algo? —continuó con una mueca en los labios—. Sé que te gusta él, pero no te lo
mereces.

El portón me hundió en un profundo zumbido que desató escalofríos por todo mi cuerpo, helados
y rotundamente dolorosos que me acalambraron las extremidades, sobre todo, el corazón que me
latía con una velocidad tan herida que me agujerada el pecho.

No pude moverme del shock que ella misma había provocado en mí. Mi mente en blanco, mis ojos
clavados en la puerta donde antes estaba esa chica. Se me ahueco la respiración cuando esta
aumentó su frecuencia de solo pensar que Rojo estaba ahí afuera, y ella se lo pediría.

No, no, oh no.

De ninguna manera iba a dejarla hacer eso.

Salí disparada con las piernas acalambradas hacía la puerta y no tardé nada en abrirla rodeando la
perilla con crispados dedos, abrirla con fuerza que fue capaz de enviar aquella mirada en mi
dirección. Aquella que no pertenecía a Rojo y la cual ignoré, saliendo al pasadizo y encontrando
ese pequeño muro de mesas de madera a un par de metros de mí. Un muro largo que casi nos
rodeaba por completo si no fuera por esa pequeña apertura en el que Adam se encontraba con su
arma lista para disparar a todo aquello que apareciera, pero cuya mirada no estaba sobre el resto
del pasillo fuera del muro, sino sobre mí, evaluándome de pies a cabeza antes de mirar hacía otra
dirección.

Rossi —quien todo este tiempo había estado recargada junto a la puerta— también estaba
haciendo lo mismo con una mirada de interesada que no me gustó.

Con rapidez, mi mirada voló en todas direcciones hallándose enseguida con la espalda de verde 16
dirigirse hacia la salida del muro donde Adam se encontraba. Su cabeza se movía, era fácil saber a
quién estaba buscando también en el resto del pasillo, y a quién no encontró al igual que yo.

No, Rojo no estaba aquí, pero, ¿a dónde había ido? ¿Por qué no estaba con nosotros? ¿No dijo
Adam que teníamos que estar todo junto haciendo guardia? Una segunda revisada volví a darle al
lugar, dejando mi mirada clavada en una sola parte, en el sótano. Podría ser que Rojo se encontrara
ahí, y estaba a punto de averiguarlo cuando Rossí habló, callando el silencio a nuestro alrededor:

—El enfermero no está, fue a buscarte algo de ropa.

Y por un momento, solo por ese segundo creí que me lo decía a mí por lo cercana que se había
escuchado su voz, pero no fue así, no cuando volteé y vi hacía quien se acercaba, incluso la
enfermera ya se había girado entornando su mirada perlada a la pelinegra.

Solté el aliento entrecortado, desinflando todo mi cuerpo al instante. Él se había ido al resto del
bunker que seguramente estaba siendo recorrido por más monstruos, ¿para buscarle ropa a ella?

—Tienes fiebre—La mano de Rossi intentó tocarle la frente, pero ella no se lo permitió y todavía,
se apartó de ella dejando a Rossi con una mueca en sus labios.

—No me toques, monstruo—soltó en un tono espeso, la molestia y la resignación se notaban en


sus cejas contraídas.

—No lo haré—alzó las manos como una señal de rendición—. Pero no es bueno que dejes que la
tensión se te acumule, en los verdes es muy fácil…

—Por eso estoy buscándolo a él. No voy a dejar que ustedes me pongan una mano encima y él no
se los permitirá—informó con seguridad, viendo de reojo a Adam, y yo también hice lo mismo para
ver como negaba levemente la cabeza y nos daba la espalda, mirando fuera del muro.

Regresé la mirada a ellas con el corazón en la garganta, viendo como la pelinegra sonrío hacía el
experimento, una sonrisa que desprecié y quise eliminar de su rostro. Sabía lo mucho que le gustó
escuchar eso, aun sabiendo que Rojo y yo... aun sabiendo que nos queríamos.

—Ya veo—su voz aterciopelada me dio nauseas, miró hacía Adam y regresó la mirada a ese par de
esféricos ojos verdes—, no creo que se tarde, pero te recomendaría que esperaras en la
habitación, yo le diré que quieres que él te atienda.
Desgraciada. Quise gritarle.

Mis puños se apretaron cuando todavía la enfermera no dijo nada y con una mirada encorvada de
sospecha, se retiró, pasándome nuevamente de largo y entrando a la habitación. Entonces Rossi
me miró, sus brazos se cruzaron por encima de su pecho con suficiencia, esa postura y la mirada
curiosa y extrañada que llevaba decían dos cosas completamente diferentes.

Una, que le gustaba ver mi cara en estos momentos porque era lo que había estado esperando, y
dos, que prácticamente se hacía la idiota confundida por mi enojo. Ganas no me faltaban de
abofetearla, y tal vez lo haría, si se acercaba más a mí y sonreía otra vez.

No sabía que estaba tramando, pero algo era seguro, ella estaba tramando algo y lo que Rojo y yo
teníamos le entraba por uno y le salía por el otro.

— ¿Qué demonios crees que estás haciendo? —siseé, apretando mis puños, dándome igual si
estábamos en un lugar en peligro, no podía pasar por alto esto. Ella borró su rostro de extrañes y
dio un par de pasos hacía mí.

—Ponte a pensar, está enojada por lo que le hice, si Adam, yo o tu entramos e intentamos bajar la
tensión, ¿qué crees que ocurriría? Se pondría histérica, ya está histérica, dramatizando todo. Rojo
se molestaría también y quién sabe qué cosas haría con tal de protegerla.

No le había pedido toda esa explicación que pudo haber resumido, si tomé en cuenta que ella
gritaría e incluso saldría corriendo nuevamente a los brazos de Rojo, pero esto no había sido culpa
de nadie más que de ella misma, y Rojo no tenía por qué verse involucrado de esa manera,
asegurando que él intimaría con ella...

Cuando éramos pareja.

—Ese fue tu problema debiste pensar en protegerla no lastimarla de esa forma—mi voz salió alta,
en un tono duro y celoso—. Así que no lo metas en algo que él no quiere hacer.
— ¿Cómo sabes que él no quiere hacerlo? — su pregunta estuvo a punto de oprimirme el cuerpo,
pero lo logró cuando dijo lo siguiente: —. Después de cómo lo vi hoy, siento que, si lo haría,
después de todo las feromonas de ambos empezaron a actuar uno con el otro.

— ¿Estas estúpida? —escupí. Me negaba a aceptarlo, rotundamente me negaba—. La tensión de


ella se baja con ejercicio, lo dijiste una vez—recordé tratando de tranquilizarme con mis propias
palabras para no lanzarme a golpearla—, ¿por qué no vas y le dices que haga sentadillas o
lagartijas?

Aflojó sus brazos, dejándolos caer a cada lado de su cuerpo, dando la figura de una jarra un poco
deformada. Sacudió la cabeza y estiró una mueca irritada antes de volver a verme.

— ¿Y crees que me hará caso? —Se señaló a sí misma, alzando mucho las cejas y abriendo más sus
ojos detrás de esas gafas, había un visible enfado, como si le estuviese cansando nuestra
conversación, pero esto ni siquiera había comenzado —. Ella sabe que con ejercicio baja su
tensión, pero si no lo hizo es por algo, ¿no crees?

—Rojo no lo va a hacer—declaré, estaba segura, muy segura que él no querría hacerlo. Él mismo
dijo que había deseado intimar conmigo, y que no permitiría que nadie más que yo lo tocara.

Reconocí ese extraño hueco en el estómago, esa adrenalina aterradora subiendo por mis venas y
recorriendo mi cuerpo. ¿Por qué me sentía asustada? ¿Por qué no me sentía segura de mis
palabras? Ella era un experimento, inocente que sufrió mucho, si no bajaba su tensión por sí sola,
empeoraría su estado y ni siquiera podría moverse como sucedió con Rojo. Sí eso pasaba, él no
dejaría que nadie la intentara bajarle la tensión, ¿entonces él sería capaz de hacerlo con ella?

— ¿Eres dueña de él? —su pregunta me sacó de un golpe de mis pensamientos—. ¿No decías que
puede decidir por sí mismo? Entonces no decidas por él Pym, a lo mejor quiere hacerlo a lo mejor
no, pero tú no lo conoces del todo.

—Ya cállate, Rossi.

Pero no lo hizo, ella continuó:


—Ellos desconocen lo que está bien y mal, así que está claro que él no sabe que, si lo hace con
otra, teniéndote a ti como pareja, se considera infidelidad. Son experimentos, a fin de cuentas,
pueden hacer lo que quieran, ¿no lo creen? En ellos no hay moral porque no la conocen.

—Claro que, sí conocen la moral, y saben que lo que les hacíamos estaba mal— traté de no gruñir
aquello. Y ella solo encogió de hombros, ¿en serio?

Él me quería a mí. Dijo que me quería a mí. Incluso le dijo a ella que yo era su hembra, ¿por qué
Rossi estaba comportándose así? ¿Quería emparejarlos? ¿Le molestaba que Rojo y yo tuviéramos
algo o qué era? Porque no estaba entendiendo su insistencia porque ahora Rojo podía decidir por
sí mismo cuando antes ni siquiera estaba de acuerdo en que él le levantara la voz. No tenía nada
en contra de que Rojo decidiera lo que quería hacer o no, pero...

— Adam tiene razón, estas intentando hacer algo.

Eso le arqueó una ceja, y más aún, colocando su brazo recarga contra su cadera.

— ¿Qué crees que estoy intentado hacer, Pym? —inquirió—. ¿Apartarte de él? Creo que eso será
mejor para ti, Pym, no tienes probabilidades de estar al lado de un experimento, saldrías muy
lastimada y por favor, ustedes no tendrían futuro ni, aunque saliéramos de aquí. Ellos no conocen
el afecto porque nunca lo han recibido, no saben lo que significa tener una pareja realmente, solo
piensan que son emparejados para tener sexo.

—Solo deja de…—apreté mis labios con bastante fuerza frente a su expectativa mirada burlona.

Y sacudí esos pensamientos, así como sacudí el hielo en mi estómago, tenía que concentrarme de
otro modo haría una tontería y me arrepentiría. Tenía que pensar con calma, respirar, y volver a
respirar porque esto no valía la pena.

—No voy a empezar un alboroto como el que hiciste—hice una pausa, tragándome los insultos que
deseaba soltar y que sentía que soltarlos era lo que ella quería—, solo te advertiré que, si vuelves a
meter a Rojo en otra cosa sin su consentimiento, te voy a cerrar la boca a puños.
La sorpresa rasgó su rostro, alzando nuevamente esas delgadas cejas y abriendo su boca, no estaba
mintiendo, en verdad quería destrozarle la cara por no respetar lo que Rojo y yo sentíamos uno por
el otro.

—Ya la oíste, Pym, ya hiciste el alboroto cuando saliste tan desesperada de la habitación— habló
Adam, arrastrando con severidad las palabras—. Si piensan que hacer un drama es mejor que
nuestra supervivencia, las voy a sacar del bunker, sobre todo a ti Rossi porque me estas hartando
así que para con esta porquería y dile a ese experimento que haga ejercicio—No podría decir que
la amenaza de Adam me gustó, porque no me gustó, matarla era exagerado y por supuesto que no
se lo permitiría.

—Yo se lo diré.

—No—pronunció ella en un tono enfadado, sin dejar de verme—. Iré con ella, pero te lo digo como
experiencia, los experimentos tienden a ser infieles a pesar de tener su propia pareja, es
naturaleza de ellos por mucho que lo prometan, no pueden ser fiel, ya lo sabes, con una pequeña
atracción basta para desear intimar con otra persona que no sea su pareja.

Me tomé el estómago cuando sentí esa presión, amenazando con impulsarse por todo mi esófago
si ella continuaba hablando, y agradecí que al fin se callara la maldita boca. Vi su disposición por
acercarse a la puerta, pero ¿creía que era una tonta? Por supuesto que no la dejaría hablar con la
enfermera ahora que suponía lo que esta mujer quería lograr con Rojo y 16.

Emparejarlos.

—Yo se lo diré, y creo que ya sabes de lo que hablo—insinué, siendo yo la que tomara el picaporte
y se adentrara a la habitación. Al instante en que cerré la puerta, esa mirada perlada se puso sobre
mí. La enfermera se hallaba sentada en la misma cama, bebiendo de un jugo de naranja que
pronto apartó para dejar sobre la almohada y llevar sus manos sobre sus muslos.

Reconocí la mirada temerosa que llevaba puesta, como si pensara que le haría daño.

—Pensé que eras Nueve—murmuró, sus palabras amenazaron con construir un nudo en mi
garganta. Solté el picaporte y me aparté tan solo unos pasos para verla poner atención a mis
piernas—. Vete de aquí, no quiero verte.
—No vengo a lastimarte—sinceré extrañada, me acerqué a su cama, debajo de su mirada atenta y
desconfiada —. Quería decirte que no deberías ponerte en peligro dejando que se te acumule la
tensión, te hará daño.

Paré a pocos pasos de llegar hasta donde su cuerpo estaba sentado, y mientras veía su rostro o
como rápidamente se acomodaba un mechón de cabello detrás de su oreja, pensé en cómo decirle
sin lastimarla que Rojo era mi pareja.

—Lo he hecho antes, así que estoy acostumbrada a los síntomas—confesó, recorriendo mi cuerpo
y reparando por último en mi rostro, seguramente viendo el gesto nuevo que sus palabras me
provocaron.

Y era que no podía creerlo, nadie debería acostumbrarse a esos síntomas, además, ¿cómo que
antes ya lo había hecho? ¿Con su pareja fallecida?

—No deberías acostumbrarte, si quieres intimar con alguien no deberías acumular tu tensión —
Traté de no sonar grosera, no quería serlo pese a lo mucho que mi interior se estaba guardando
por escupir insultos hacía ella, marcando su territorio con Rojo.

—Se siente mejor cuando la acumulas hasta cierto nivel, sé que Nueve sentirá más conmigo si la
acumulo.

Respiré con fuerza reteniendo el oxígeno en mis pulmones. Ese oxigeno que se evaporó
instantáneamente y quemó todo ni tórax cuando soltó aquello con una dulzura que me dio
náuseas.

Eso me repugnó, y más que repugnarme, quemó todo mi interior.

—Ya deberías irte, él no tardará en llegar.

Eso definitivamente no haría.


—No puedo irme— Me costó decirlo, me costó tanto hablar esta vez por los espasmos
estomacales: los músculos se me contraían y si seguían así, vomitaría—, y no los dejaré hacer eso.

Ladeó un poco su rostro, curvando su ceja dejándome ver lo mucho que mi confesión adolorida la
confundió. Pestañeó un par de veces, antes de preguntarme:

— ¿Por qué te gusta?

Tragué con fuerza, escuchando el sonido rotundo que hacía mi corazón golpeando mis sientes,
lamí mis labios y miré hacía la puerta. Dios, iba a decírselo y no sabía por qué estaba sintiéndome
tan nerviosa, hasta mi estómago estaba dando vuelcos terribles.

—Porque Rojo y yo somos pareja—exhalé sin ser un grito, sin ser un ruido fuerte, sino uno
sensible, sincero, nervioso y temeroso—. Él y yo estamos juntos.

Ella dejó el mismo gesto, casi como si le hubiese provocado el shock, hasta que incorporó su
sudoroso rostro y sus labios secos se apretaron, pero sin molestia, sin enojo. Pensé que se
enojaría, que hundiría su ceño y que haría muecas, pero no fue así.

—Por eso te pido—empecé diciendo—, que bajes tu tensión haciendo lo que hacen los verdes y
blancos.

—No—su respuesta casi me atraganta, no pude creer que se negara —. No lo haré, te dije que no
te lo mereces así que yo me quedaré con él—dijo, esta vez mirándome con indignación mientras
apuntaba a la puerta —. Y ya vete. Vete de aquí.

Procesé, y en serio que traté de procesarlo resistiendo a no abrir la boca o no lanzarme sobre ella.
Si lo hacía, si tan solo la tocaba, armaría un escándalo.

No quería eso.

—No me creas, pero aquella vez que me viste llorando mientras te rogaba que lo salvaras, no fue
porque como su examinadora quisiera protegerlo, era porque como mujer no quería perderlo.
Quiero a Rojo, me gusta él, y me gusta como hombre —liberé logrando que su rostro se
emberrinchara y así supiera que no se daría por vencida —. Así que vuelvo a pedir que recapacites
y no te pongas en peligro solo por querer intimar.

—No.

— ¿Quién se pone su vida en riesgo por una persona que le gusta? —No quise escuchar su
respuesta—. Eso está mal.

—No es porque me guste, ni siquiera me gusta, pero quiero hacerlo—respondió, apretando sus
labios al final—. No harás que cambié de parecer, así que ya vete.

¿Hablaba en serio? No podía seguir mirando sus ojos y sentirme tan exaltada por dentro y a punto
de salir disparada a ella para golpearla, así que giré, a pasos grandes para acercarme a la puerta y
salir lo más pronto posible.

Sentía que necesitaba aire. Aire que no pude encontrar ni fuera de la habitación cuando cerré la
puerta detrás de mí. Estaba sensible, yo estaba sensible en estos momentos, y cualquier palabra
que me dijeran me atormentaba de muchas formas. Mejor era no escucharlas escapar de ellas.

Verde 16 no me haría caso, no cambiaría de parecer con lo que le dijera exactamente porque
odiaban a los examinadores, pero el único que podía hacerla reaccionar era Rojo...

El único al que la escucharía y tomaría en serió, seria a él. Pero él todavía no llegaba y el que no
estuviera aquí empezaba a preocuparme. No solo porque sería el único que la enfermera
escucharía, sino porque fuera de este pequeño muro era peligroso, y él había ido sin compañía,
poniendo su vida en peligros para buscar... buscar ropa para ella.

Mordí mi labio obligando a mi mente desvanecer ese pensamiento y solo dejar lo que
verdaderamente tenía que importarme. Rojo. Sabía que él podía cuidarse solo, tenía un arma y era
fuerte y valiente, así que volvería sano y salvo.

Salvo... Ni pensar en la palabra me hacía sentir segura, ni siquiera estábamos a salvo en el bunker,
fácilmente si nos descuidábamos podrían acorralarnos y atacarnos, y una vez que el combustible se
terminara no tendríamos salida. Teníamos que salir de este lugar, al menos a fuera tendríamos un
poco más de posibilidades, conocíamos el camino para regresar a la base, ahí sí, estaríamos más a
salvo.

— ¿Se dejarán de inmadureces? —una voz masculina, grave y lejana me hizo pestañar.

Levanté la vista hacía la ancha espalda de Adam, estaba en el mismo lugar, recargado contra un
borde del muro hecho de bancos y mesillas de madera, sin mirar en mi dirección más que
solamente el pasadizo.

Antes de si quiera moverme, decidí respirar, llenar mis pulmones del necesitado oxígeno y suspirar
toda esa tensión en mis músculos.

— ¿Ya tienen un plan de como saldremos de aquí? —evadí la respuesta para no sentirme aún más
molesta, decidiendo colocarme junto a él, esa era la única entrada por la que llegaría Rojo.
Mientras me acercaba me di cuenta de algo más, Rossi ya no estaba, ¿a dónde había ido? Esperaba
que no a buscar a Rojo, aunque estaba segura que no la dejaría ir sola Adam.

—Estoy pensando en uno—comentó, atrayendo un poco mi atención—. No faltara mucho para que
se nos terminen la balas, así que tenemos dos opciones, abrir una de las entradas o morir aquí.

¿Abrir una de las entradas o morir aquí? ¿Qué clase de opciones eran esas? Suicidio y nada más.

Era obvio que no teníamos salida. Tal vez esos experimentos no se dieron cuenta de que la
electricidad había dejado de proteger las puertas por unos largos minutos, pero aun así sabían que
tarde que temprano saldríamos de aquí, sobre todo, sabían de las cámaras y por ello nos tendían
una trampa que, si no fuera por Rojo, ya estaríamos muertos.

—Vaya, que buenas opciones—resoplé. Adam estiró una mueca, casi una sonrisa cuando lanzó la
mirada para observar mi seriedad— ¿Y ese es tu plan?

Y la mueca se eliminó de su rostro.


—No—espetó, dejando de mirarme y volviendo la mirada al pasadizo—. Cuando llegué ese
enfermero nos reuniremos para ponernos de acuerdo.

— ¿Dónde está Rossi? —al fin pregunté.

—La mande a juntar todos los extinguidores del sótano, los necesitaremos también—replicó,
tomando su mentón cuadrangular y levemente partido—. Pym, no caigas en su juego.

Sus últimas palabras me dejaron muy confundida.

— ¿Qué?

—Es obvio que trata de molestarte, aunque no sé por qué, si no se conocen—compartió en un


tono severo—. Últimamente se ha vuelto insoportable, es como si hubiese enloquecido y me tiene
harto que estés cayendo en sus jueguitos.

—Yo no caigo en ningún jueguito.

Era exactamente la razón por la que no exploté delante de la enfermera, o golpeé a Rossi, porque
sabía que seguramente ella esperaba un drama de mí. Dejó de tomarse el mentón para deslizar su
mano por el sendero de su cuello hasta tomarse la nuca.

—El que reaccionaras de esa manera antes, lo fue—Me contrajo la mirada, ¿el qué tuviera celos?
Obviamente iba a tenerlos después de escuchar a 16 decir que quería acostarse con Rojo, si no los
tuviera era porque entonces no me importaba lo que hiciera con Rojo, pero si me importaba—.
¿Qué te demoró tanto? ¿Te encontraste con otra de esas cosas babosas?

Hundí el entrecejo entornando la mirada a su perfil, sin saber a qué se refería con lo último, pero
solo bastó escuchar aquella voz grave y con una terminación crepitante para ponerme los pelos de
punta y lanzar mi corazón a la boca.

—No.
De golpe, dejé que mi rostro se torciera en esa dirección, clavando la mirada en ese par de orbes
endemoniadamente enigmáticos que aceleraron mi respiración al saber que estaban puestos en
mí. Sano y salvo, sin ni otra mancha de sangre en su ropa más las que ya tenía anteriormente.

Me aparté cuando vi que Adam y yo estorbábamos el paso, y vi como sus ojos rasgados caían sobre
mis piernas que usaban los nuevos jeans, no supe por qué exactamente estaba viéndolas si ya no
caminaba con dificultad, desde hace un par de horas atrás solo era dolor, nada más que dolor.

De pronto, sentí esa misma intensa conexión entre nosotros que sucedió en aquel pasadizo cuando
él me encontró antes de la interrupción de la enfermera, y pensé que sucedería lo mismo, en serio
que lo pensé, sentí esa necesidad de correr exageradamente a sus brazos y envolverme en ellos.

Pero no lo hice, no pude moverme esta vez.

— ¿Qué es eso? —Adam le detuvo del brazo, viendo lo que las manos de Rojo sostenían con
fuerza. No era ropa, no había ropa en ellas, solo una pequeña caja blanca con una cruz roja en el
centro.

Un botiquín de primeros auxilios.

— ¿Nos lo darás para que no utilicemos la sangre de ese experimento? — bufó él, y sus palabras
me hicieron daño.

—Es una pomada que taje para ella —contestó espesamente, rompiendo el agarre de Adam para
volver la mirada a mí y dejarme inmóvil por su instantáneo acercamiento nuevamente miró a mis
piernas, sin disminuir la velocidad.

Cuando estuvo a pocos pasos de mí estiró su mano a mí, y por ese instante mi corazón saltó, sin
embargo, ese saltó duró tan poco acelerando mi corazón cuando sus dedos ni siquiera me tocaron,
él regresó su mano sobre la caja y se detuvo a centímetros de mi cuerpo. Quedé desconcertada
cuando vi la forma en que su rostro cambiaba mientras me miraba, sus cejas fruncidas arrugando
un poco su ceño, ese par de labios carnosos apretados y ese brillo en sus ojos desaparecido.
Reconocí de inmediato lo apesadumbrado que se veía, pero había algo más, algo más que no pude
describir a tiempo.

Inesperadamente, mi cuerpo se estremeció cuando una de sus manos salió disparada para
tomarme de la nuca y empujarme hacía él, pero no para besarme, aunque creí que lo haría, sino
para juntar nuestras frentes y rozar mi nariz con la suya. Estaba sorprendida, en shock por la forma
en que sus ojos se cerraron y se apretaron, arrugando no solo sus parpados sino su frente también.

—Lo siento— susurró en un tono bajo que me soltó el aliento, él extendió sus parpados,
dejándome apreciar el color rojo de sus orbes, y me miró un arrepentimiento capaz de retener mi
respiración—. No me di cuenta de que estabas lastimada—confesó en un tono serio, y retiró la
mirada de mí para depositarla en mis piernas—. Dije que te protegería, y te lastimaste...

Se me congeló el estómago con su dolor. Tragó, y el sonido que produjo su saliva se alcanzó a
escuchar. Se apartó solo un par de centímetros, solo para poder ver mi cara por completo,
contemplar cada pulgada de mí, y volver a tragar con dificultad. Suspiró, y ese suspiró de
frustración provocó que con su simple calidez enviara corrientes eléctricas por mi cuerpo.

—No hace falta que digas nada respecto a Verde 16, y la disculpa que le diste porque lo escuché
todo— Los nudos escalaron por mi garganta, mi menté repitió sus palabras desconsoladamente
mientras él terminaba de alejarse de mi rostro para incorporarse, sin dejar de mirarme con
preocupación.

Pero a pesar de que se alejó, su mano siguió en mi nuca, deslizándose por mi cuello sutilmente
hasta ahuecar mi mejilla, donde se detuvo para acariciarme cuidadosamente. Una caricia
estremecedora que hacía que todos mis músculos temblaran, débilmente.

Con él no podía tener fortalezas, todos mis muros se derrumbarán, tuve ganas de desahogarme,
soltarle todo, pero no a gritos, contarle lo que había acontecido, lo que Rossi dijo sobre él, y sobre
todo lo que 16 pensaba hacer con él.

Ese órgano pequeño oculto detrás de mi pecho volvió a saltar con emoción cuando junto su frente
a la mía, y todavía su cálido aliento abrazó mi rostro enteramente, pero por alguna razón no me
sentí de la misma forma que otras cuando él hacía esta misma acción, no… seguía preocupada,
ansiosa, quería que él aclarara todo de una vez con 16.
Aun así, sabiendo que ella lo quería como pareja, seguirá ansiosa. Las feromonas eran el problema
aquí, temía que la enfermera se aferrara tanto a Rojo que, a pesar de que él le aclarara de nuestra
relación ella intentaba hacer algo, y que, al intentarlo tantas veces, él decidiera otra cosa. Pensar
en eso, pensar en cómo empecé a dudar de él contraía mi pecho, lo oprimía con dolor y angustia.

Esas malditas feromonas de las que él mismo dijo que no tenía control, era el problema. Sabía
que las feromonas pueden olfatearse entre compañeros, eso me lo dijo Rojo, y que estas actuaban
solamente sobre la otra persona cuando se sentía atracción mutuamente.

¿Qué sucedería sí él llegaba a sentir atracción verdadera por ella? Después de todo ella era un
experimento, ella entendía mejor a Rojo que yo…

— Es mi culpa, no tuve tiempo de aclararle que ya tenía una pareja, tú.

Mi corazón se estremeció, acelerándose.

Miró hacía un lado, llevando su mano a su cabellera para sacudirla con frustración, y devolvió la
mirada a mí, una mirada que quemó mis ojos con dolor, era claro lo mucho que le costaba hablar,
expresarse, encontrar las palabras o hacerme saber lo arrepentido que estaba. La desesperación
que mostraba, era como si llevara tiempo ocultándolo y todo lo expulsara en este momento.

—Y no Pym, esa mujer no sabe de lo que habla—casi lo escupía con frustración, casi haciendo el
mismo gesto que aquella vez cuando Rossi le gritó que no se excitara por ver desnuda a 16—.
Piensa que nos conoce, pero no es así. Estoy harto de que digan que no sabemos dar afecto ni lo
que significa querer a alguien

Nunca esperé su gruñido de frustración que casi hizo saltar todos mis músculos, y ese
enrojecimiento en su rostro al apretar sus colmillos con fuerza.

—Ahora, Pym —exhaló mi nombre sobre mi rostro —. Él me dijo que te lastimaste pero que no
tenías herida— Reaccioné con muchos parpadeos para salir de la oscuridad de mis pensamientos.
¿Con él se refería a Adam? No había ni otro hombre… Iba a girar en busca de él, recordando que
todo este tiempo había estado a un par de metros sobre nosotros escuchando nuestra charla, pero
Rojo volvió a hablar: —. ¿Me dejarías revisarte?
—Solo es un moretón—forcé tranquilidad en mi voz, con una sonrisa tensa en los labios.

—Aun así, quiero revisarte en privado, si es una herida te sanaré con mi sangre, si es una
inflamación te pondré la pomada— sus palabras alimentaron de alguna forma mi alma, quiso
consolarme—. Me traje todas las que encontré en la habitación de los oficiales.

Su mano repentinamente abandonó mi mejilla dejando una fría ausencia que deteste como nunca.
Abrió la caja que llevaba en su mano, y lo que encontré en su interior me extendió las cejas con
sorpresa y estiró una leve sonrisa sincera. Dentro de la caja no había alcohol, ni algodón, mucho
menos agua oxigenada ni nada más que pomadas antinflamatorias, cremas y un vaporub. Su mano
desocupada se adentró en el interior del botiquín, y tomó aquel objeto muy pequeño y delgado de
forma redondeada que me dejó con una profunda intriga.

Era un anillo dorado.

—Lo encontré en un baúl, recordé que tú perdiste uno hace tiempo— Me lo extendió y no dudé en
tomarlo de sus dedos y contemplarlo. El anillo perdido era parte de mis recuerdos perdidos, pero,
aun así, ese gesto me estremeció—. Quería dártelo, me dijiste que ese anillo era importante, que
te lo dio tu madre.

Aquella me sacó una sonrisa tan boba, aunque no tuviera ese recuerdo en mi cabeza. Una sonrisa
que él contempló con una dulzura que resplandeció su rostro instantáneamente en que me vio
estirar las comisuras, era sin duda una mirada que era capaz de calentarme las mejillas.

Retiré los ojos sin poder sostenerle la mirada, si seguía mirándome así me descontrolaría, tenía
que mantenerme cuerda, después de todo, aun había algunas cosas que debíamos aclarar.
Contemplé el anillo sin ser capaz de desvanecer la sonrisa, era muy grande, apenas y le quedaba a
mi pulgar, tendría que tener cuidado de no sacudir la mano o se me saldría el anillo.

Creo que me lo colgaría en el cuello, así seguramente no se me perdería, solo hacía falta buscar
con que colgármelo.

— Es hermoso—suspiré la palabra antes de añadir: —. Pensé que irías a buscar ropa.


—Quería conseguirte un pantalón, pero la examinadora me dijo que ya te lo dio, y me pidió
conseguirle ropa a 16, pero no quise hacerlo, ella no lo necesita.

Lo sabía. Rossi era una maldita bruja malnacida. ¿Quería decir que ella se lo había pedido? Pero
claro que sí, era una psicóloga, sabía muy bien cómo jugar con nosotras por medio de sus palabras.

Tuve más ganas de abofetearla hasta destruirle la cara.

—Además, yo dije que iría a buscarte algo para tu dolor, no para nadie más— Pareció quejarse—
Ahora, vamos a revisarte, quiero revisarte—sugirió después de un suspiro largo en el que pareció
que todo su cuerpo se relajó, como si un peso se le quitara de encima. Pero negué.

Tuve que negar y apartarme, buscar esa mirada nuevamente y sentir el nudo en la garganta,
porque había algo importante y, desgraciadamente, problemático que no podía ignorar. Verde 16...
ella estaba esperando a Rojo en la habitación, con la tensión alta.

—Pero tenemos un problema—musité, esta vez, restregándome mis sudorosas manos, no quería
hallar aquel rostro de enojo y preocupación que Rojo puso cuando Rossi dijo que la había
lastimado… sentía que no iba a soportarlo más.

— ¿Cuál problema? — inquirió con preocupación, apretando la caja con sus manos. Mordí un
momento mi labio inferior, escuchando los golpes de mi corazón contra los nuevos nudos de mi
garganta

—16 piensa que eres su pareja y quiere intimar contigo—liberé en una exhalación rasgada. Cuando
lo dije, él pestañeó una vez y abrió sus ojos amoldado sus cejas y dando una retorcida mueca de
asco—. Ha estado acumulando su tensión por esa misma razón.

— Es cierto, lo escuché también —espetó, arrugando un poco su nariz cuando su boca se alargó en
una mueca—. ¿Qué se siente mejor cuando la acumula? No es su culpa, hasta a mí me lo dijeron.

—No quiere ser tocada por nadie, no dejara que nadie más que tú le baje la tensión— Esas
palabras jamás salieron de mis labios, sino de los labios de aquella mujer pelinegra que subía el
último peldaño de la escalera del sótano, con un extintor en los brazos—. Llegas justo a tiempo
para ayudar a la pobre chica.

— ¿Piensas qué soy estúpido? Si sabes que Pym y yo tenemos algo, ¿por qué me dices que debo
ayudarla? Sé que no se deja tocar porque tú la lastimaste, así como has estado lastimando a Pym
con tus palabras —Su declaración hizo que Rossi dejara el extintor de golpe en el suelo, producido
un sonido hueco que pronto silenció —. Te lo advierto, deja de meter cizaña entre nosotros porque
también sé lo que le has estado diciendo a Verde 16.

Con una mueca en su rostro, Rossi se sacudió las manos antes de acercarse a nosotros, debajo de
la mirada de Rojo. Mis puños se apretaron cuando tan solo vi como sus comisuras se estiraban en
una leve sonrisa mientras se detenía una vez llegado junto a él.

Sentí esa ansiedad incomoda removerme en mi lugar cuando ella respiró y abrió la boca, sabía que
iba a intentar algo...

— ¿Cizaña? —y de pronto esa palabra pareció divertirla—. Me sorprende mucho que un


experimento utilice ese término, y no me estoy metiendo entre ustedes. ¿En serio vamos a tener
esta discusión cuando 16 tiene su tensión acumulada?

—16 puede hacer entrenamiento para la tensión—aclaró Rojo—, no es una niña es una adulta y
sabe cómo hacerlo.

—Pero 16 ya está al límite—soltó bruscamente, ahora fingiendo enojo hacía mí—, está sudando
mucho y está débil, sé que no te importa ella, Pym, y la quieres lejos de Rojo, pero no podemos
dejarla morir.

No podía creer la actitud tan incomprensible de Rossi. Esto era una grandísima broma. Ni siquiera
dije que Verde 16 no me importara, ni siquiera que la quería lejos de Rojo. Además, la enfermera
se miraba aún en buen estado, con los síntomas, pero todavía caminaba.

— ¿Qué demonio estas dicien...?


—Solo deja que Rojo le baje la tensión— Su exclamación amortiguó mis palabras, dejó que la
mirara de Rojo se clavara solamente en mí, confundido.

—Ya para con esto Rossi, pareces tonta. La vi por última vez y ella podía moverse y hasta caminar
sin dificultad—traté de no farfullar.

Ella cerró su boca con fuerza, esa mirada de rabia que me dio me hizo entender que le había
arruinado su objetivo. No dejaría que le mintiera a Rojo sobre mí frente a mi cara, tampoco dejaría
que los emparejara.

No sabía por qué razón quería emparejarlos, pero no pasaría por alto la mentira que nos echó.
Torció la mirada en dirección a Rojo, infló mucho su pecho mientras respiraba, y abrió su boca

—No te quedes callado, si no lo vas a hacer tú, enviaré a Adam a que tenga intimidad con ella—
Con eso bastó para que Rojo la mirara con frustración, vi esa rigidez en sus músculos, en ese
instante quien también parecía estar observándola era Adam, y no estaba frustrado, sino molesto,
estaba segura que se le caería la mandíbula de tanto apretarla.

—No dejaré que la toquen contra su voluntad, ella puede decidir con quién hacerlo, así que iré—
soltó Rojo, su voz grave recorrió el interior de mi cuerpo con frialdad.

Rossi suspiró, pero yo… Yo solo no pude reaccionar.

—Gracias por entenderlo—su sonrisa me estrangulo el cuello, y sentí la convulsión en el estómago


cuando entornó sus orbes sobre mí—. Sera rápido, Pym, no te pongas así. Rojo siempre fue rápido
con esas cosas, ¿no?

Sentí que no podía respirar, mis pulmones estaban comprimidos.

—Sí, será rápido— Él me extendió el botiquín repleto de pomadas, mis manos se levantaron
temblorosas para tomarlo—, porque no iré con ella para intimar, sino para aclararle algunas cosas.

No es justo.
NO ES JUSTO

*.*.*

Sus dedos giraron el picaporte, pero la puerta de la habitación nunca se abrió, no porque tuviera el
seguro puesto, sino porque Rojo abandonó la perilla para girarse con la mirada entornada en mí.

—Quiero que vengas conmigo—su grave voz y la firmeza de sus palabras me hicieron pestañear,
pero mi cara jamás se comparó a la de Rossi—. Quiero aclarárselo contigo a mi lado.

Ni siquiera me lo pidió, solo extendió su brazo y esa mano rodeó dulcemente mi muñeca, haciendo
que, con el tacto cálido de sus dedos, me estremeciera. Mi corazón se alborotó de felicidad n
cuanto él tiró de mí con la misma dulzura de antes para acercarme más a su caliente cuerpo. Ese
cuerpo al que quise abrazarme.

—Solo provocaras un escándalo si la llevas—La voz de Rossi detrás de nosotros, lo hizo enviar la
mirada sobre su hombro—. ¿No le dijiste que protegerías a tu especie?

Los labios de Rojo hicieron una leve mueca, desagradado antes de contestarle:

—Lo dije, la protegeré de los examinadores que quieran lastimarla, pero no de esta forma, no
puedo protegerla de su tensión cuando ella misma puede hacerlo.

Me miró, y me sonrió apenas antes de romper su agarre de mi muñeca y llevar ambas manos a
empujar la puerta, para abrirla por completo. Tan solo la puerta se abrió, un chillido llenó toda la
habitación y esa tensión se añadió instantáneamente a mis músculos cuando aquel par de ojos
perlados se alzaron desde el rincón de esa cama clavados únicamente en Rojo.

—Nueve—lo nombró, me miró a mí de reojo antes de levantarse y trotar con toda sencillez hasta
nosotros... hasta él, mejor dicho. Y al hacer ese trote, sacaba a la luz las mentiras de Rossi—. Al fin
llegas, estaba esperándote.
Estaría sintiéndome tranquila, de no ser porque al verla estirando sus brazos con la necesidad de
alcanzarlo, agujeró mi estómago, sin embargo, esos delgados brazos fueron detenidos justo a
tiempo, antes de que alcanzaran el torso de Rojo y lo rodearan con fuerza, como aquella vez. Por
otro lado, Rojo no la detuvo bruscamente, dejó que sus manos se apretaran sin ser rudo a los
antebrazos de ellas para detener sus pasos, esos que querían a duras penas, acercarse más a él.

Su mirada carmín la estudió, estudió esa pálida piel y esa sudoración que lo hizo negar con la
cabeza un par de veces.

— ¿Por qué dejas acumular tu tensión? — preguntó de sopetón él, hundiendo su entrecejo, pero
no con molestia, era ese mismo desagrado que mostró segundos atrás antes de entrar—. Tu sangre
es menos pesada que la mía, puedes bajar la tensión ejercitándote.

Aun así, ella sonrió, y aunque no quise, terminé contemplando contra mi voluntad la ternura con la
que miraba a Rojo. Sentí pánico en mi interior cuando ella abrió la boca.

—Lo sé, pero no dejo que se me acumule mucha—Y volvió a verme de reojo antes de extender una
nerviosa sonrisa y ver nuevamente a Rojo, a esos orbes que la estudiaban con extrañez—. Hacia lo
mismo con 23 para intimar, espero que no te moleste que quiera hacerlo contigo.

No supe que cara puse al escucharla, simplemente no podía creer que fuera capaz de decir aquello
con toda normalidad a Rojo.

Los labios de él se retorcieron, sus brazos al fin dejaron los de ella que no se movió más,
permanecía firmemente observándolo, mientras llevaba su mano a juguetear con un mechón de su
largo cabello que se acomodaba sobre su hombro. Ni siquiera me había dado cuenta de que se lo
había soltado, mucho menos desbagado la camisa y quitado los zapatos.

Sabía que todo eso lo hizo con un solo objetivo, y solo pensarlo los vuelcos volvieron a mi
estómago, esas nauseas que solo provocaron más espasmos en mi cuerpo me hicieron soltar el
aliento entrecortado, y saborear asquerosidad en mi boca.

Oh Dios. No era un buen momento para vomitar.


—Si me molesta—espetó él, esa sonrisa en el rostro de ella disminuyó lentamente dejando una
mezcla confusa en la forma que terminaron teniendo sus labios, o incluso en la forma en que ella
terminó viéndolo a él—. No mostré ni un afecto amoroso por ti, tampoco dije que quería ser tu
pareja.

En ese segundo pude ver en el rostro de ella como la sorpresa y el shock le golpeaba, mirándome
enseguida.

—Es ella, ¿cierto? — preguntó, volviendo la mirada en él, retrocediendo un par de pasos más—.
¿Es una broma? Es una examinadora, es igual a ellos y no me defendió cuando me hicieron daño,
Nueve.

La manera en la que lo dijo demostró un ápice de molestia y rencor que creó una mueca en mis
labios.

—Pym no es como ellos, es completamente diferente—defendió él y tan solo vi la manera en que


abrió sus labios para agregar algo, ella le interrumpió

—Es que no lo entiendo, dijiste que me protegerías, que me tendrías a tu lado—musito, ahora sus
dedos se restregaban unos a otros antes de levantar la mirada y depositarla otra vez en él—. ¿Por
qué no quieres ser mi pareja? Después de todo somos los únicos que quedamos vivos, nos
necesitaremos, Nueve.

No eran los únicos sobrevivientes Rossi dijo que en la base habían rescatado a otros, los habían
limpiado del parasito. Miré a Rojo, contemplando su perfil, estudiando su postura y bajando por
todo su cuerpo, hasta volver a su rostro. Desde que se la arrancó, no había vuelto a sucederle nada
extraño, sus tentáculos no salieron como en el área roja, y su hambre tampoco.

—No nos necesitamos como pareja solo porque seamos de la misma línea de genes— pronunció
palatinamente haciendo que ese pequeño cuerpo se sacudiera un poco—. Eres de los míos, no
quería que tú ni otro experimento fuera lastimado por ellos por eso te protegí de esa examinadora
y seguiré haciéndolo—repuso él, sabía a quienes se refería—. Pero no porque te haya protegido
signifique otra cosa.

Por un momento pensé que ella se podría a llorar, que incluso intentaría acercarse a él o pondría
una cara herida, pero no lo hizo, extrañamente no lo hizo. Solo bajó la mirada al suelo y mantuvo
esos labios entreabiertos mientras escuchaba a hablar a Rojo quien no levantó el tono de su voz
nunca y mucho menos engrosó la tonada.

—Pym es mi pareja—confesó, y esas cejas oscuras se hundieron como si aquella frase no le gustara
—, y es la única por la que he sentido algo.

— Te tiene amenazado, ¿verdad? —la lentitud con la que lo pregunto me desconcertó, ¿qué?
¿Amenazado? —. Ella me dijo que tú dirías eso porque Pym te tenía amenazado, y podía hacer que
tu tensión se acumulara hasta matarte.

El shock no podría golpear más mi rostro en este momento, ¿de qué demonios estaba hablando
esta enfermera? La imagen de Rossi llegó a mi mente, y no pude dejar desde ese instante, de negar
con la cabeza, estirando una irritada sonrisa en mis labios, sin poder creer lo que había escuchado.

— ¿Qué? —escupió Rojo, él shock de sus palabras también le afectó de la misma manera que a mí,
con sus cejas hundidas y esos labios retorcidos y entreabiertos.

Ni siquiera dejé que Rojo le aclarara que aquello era una absurda razón, porque no pude
contenerme al escuchar sus palabras, la duda me carcomía el cuerpo, temblaba mis músculos de
ira.

— Estás hablando de Rossi, ¿no es así? —escupí la pregunta, ella pasó de ver a Rojo a mirarme a
mí. Mis dientes se apretaron enseguida, ¿de quién más hablaba si no era ella?: — ¿En verdad
creíste en lo que te dijo a pesar de que te lastimó? —quise saber, sintiéndome molesta más por lo
que 16 había hecho que por lo que Rossi le dijo, ¿en serio le creyó? ¿Quién le creería a alguien
después de clavarle un maldito cuchillo en el brazo? Eso era estúpido.

Pero lo sabía, sabía que ella tenía que ver con lo que 16 decía.

—Me lo dijo mucho antes de que me lastimara, me lo dijo cuándo me vistió en el baño y cuando él
estaba inconsciente—explicó, ahora haciendo un mohín con los labios—. También agregó que tú
me mirabas con esa intensión, y que no era bueno que yo estuviera sola y...—hizo una corta pausa
pausa—, que si lo hacía ese hombre no me tocarían.
Temblequeé de ira.

Los gritos histéricos, todos, se acumularon en mi garganta, pero el shock no me dejó ni abrir la
boca de lo tan fuerte apretaba mis dientes. ¿Cómo se había atrevido a decirle eso? Después de
todo, la muy maldita ya sospechaba de nosotros y aun así se lo pidió.

Instantáneamente en que pensé que mi cuerpo actuaria por sí solo, saldría de la habitación y le
arrancarían las mejillas a Rossi, algo se removió en mi estómago, todos los músculos de mi
estómago se contrajeron con una rotundidad que ese pensamiento se escapó de mi mente y mi
cuerpo salió disparado hacía otra parte de la habitación.

El baño.

Mis piernas se sintieron gelatinosas en tanto llegaba a la puerta que no dudé en estampar mi brazo
sobre ella para abrirla, ignorando la forma en que Rojo me llamaba, confundido, sin darme cuenta
de que estaba siguiéndome por detrás. Mis manos retuvieron mi boca, la apretaron cuando sentí la
convulsión en mi esófago y ese líquido caliente emerger cada vez más por toda mi tráquea hasta
mi garganta, un líquido que no pude contener cuando apenas llegué al cesto de basura.

No quería vomitar, pero no pude evitarlo cuando todo mi cuerpo se contrajo produciendo un
sonido fuerte para expulsarlo todo en el interior del cesto. Mi mente se atascó con cientos de
pensamientos cuando al terminar, esas contracciones disminuyeron, perturbadoramente.

Oh no. No, no, no, no, no...

Me dejé caer sobre mis rodillas, o eso intenté cuando aquel brazo masculino me rodeó por el
estómago para sostenerme y no caer al suelo, al instante me trajo a su cálido cuerpo inclinado
sobre mi espalda mientras su otra mano se aferraba a mi cintura. Sus dedos apretaban ligeramente
mi estómago: esa zona en la que disminuían los espasmos.

— Pym, ¿qué te sucede? — Su pregunta apenas pude escucharla aún por la cercanía en que lo
tenía. Ne sostuvo con ambas manos la cintura para arrodillarse a mi lado y ver de qué forma mis
dedos apretaban el cesto de basura.
—Na...—Mis pulmones arrastraron con necesidad el oxígeno para responder sin apartarme del
cesto: —. N-nada—carraspeé la garganta—. E-stoy bien.

Ni él y mucho menos yo, creímos en mis palabras, ni siquiera el tono de mi voz de escuchó con
seguridad, cuando nuevamente fui amenazada por otra contracción, haciéndome vomitar sobre el
cesto en un fuerte gemido.

—Pym— su grave voz, llamándome con preocupación, me hizo jadear, todo mi cuerpo se
estremeció.

Las contracciones desaparecieron, al igual que esas rotundas náuseas y ascos, y cuando esperé un
segundo más para asegurarme que no volvería a vomitar, dejé el cesto en el suelo y cubrí el espete
de mi boca. Traté de incorporarme, pero cuando intenté apartarme de él, con el propósito de
alcanzar el lavábamos, no esperé su voraz movimiento para que dé un momento a otro, me
encontrara sobre sus brazos.

Con esa misma rapidez, Rojo se acercó al retrete con la tapa cerrada y me sentó sobre él, con
calma.

—Voy a revisarte—Se apartó, pero sus manos no lo hicieron, había vuelto a mi cintura. Se volvió a
arrodillar frente al tazón con sus orbes ocultos debajo de sus parpados, solo verlo hacer y revisar
todo mi cuerpo desde la coronilla de mi cabeza, me puso los pelos de punta.

Por supuesto que no, no estaba infectada, conocía mi propio cuerpo los síntomas del parasito no
los tenía yo, el sabor de las galletas que ingerí hace un rato me gustó, igual el jugo de manzana y
los deliciosos fritos de cebolla, no tenía hambre de otra cosa anormal y mucho menos sentía algo
dentro de mi removerse o algo extraño tratar de atravesarme la piel. Quiero decir, solo sentí
nauseas, pero fue mucho después de haber comido.

Oh maldición, un momento, eso no quiere decir que este embarazada, ¿cierto? Es la tercera vez
que me ocurre, eso definitivamente no estaba bien. Se me heló la sangre cuando Rojo permaneció
con el rostro inclinado, en posición a mi vientre, miré esa área y quise negar con la cabeza.

No, no. Yo no tenía nada ahí.


No tenía nada en mi vientre, ¿verdad?

—N-no he comido ni dormido bien—expliqué nerviosa, tomando su rostro entre mis manos para
que él abriera sus parpados y depositara esos enrojecidos orbes sobre mi rostro con una intrigante
preocupación.

Que no mirara más a mi estómago me hacía saber que entonces, no vio nada. Sonreí, sintiéndome
un poco relajada, mientras él no encontrara otra fuente de temperatura, o la temperatura de mi
cuerpo fuera de orden, estaría bien.

—No es nada grave—susurré, sus dedos acariciaron los lados de mi cintura, antes de que una de
sus manos se levantara y el torso de esta tocara mi frente y se deslizara por mi mejilla.

—No tienes fiebre y tu temperatura es la misma. Pero que expulses el bolo alimenticio, no esta
bien— esfumó las palabras enseguida, hundiendo un poco ceño y volviendo a cerrar sus parpados
para revisarme por segunda vez, esta vez todo el cuerpo sin detenerse el mi vientre.

—Algún alimento me cayó mal, no es grave—traté de tranquilizarlo—. Después de todo lo que está
ocurriendo, algo debía afectarme, ¿no?

Abrió sus bellos ojos y reparó en cada porción de mi rostro con cuidado, apreciando cada detalle
fuera de su lugar, antes de acomodarme un mechón de cabello... que hasta ese momento me di
cuenta de que estaba embarrado de lo que vomité.

Rápidamente le di una revisión al resto de mi cuerpo agradeciendo que solo fuera ese mechón lo
único sucio, además de mi boca.

Mi boca aún tenía un sabor asqueroso.

Tendría que bañarme.

—No quiero que nada te afecte—Que me dijera eso floreció calidez en mi pecho, nuevamente mi
corazón se aceleró, descontrolado—. Debe ser tu pierna.
Estaba segura que no era la pierna solo tenía un enorme moretón, pero no era nada grave.

Su palma en mi muslo me sorprendió sobre todo cundo esos dedos se deslizaron por encima de él
e hicieron presión, una presión que no fue brusca pero que aun así me hizo

Y él, vio mi quejido.

—Baja tus pantalones, voy a revisarte — No fue para nada una petición, Rojo se inclinó sobre uno
de sus costados y estiró su brazo para alcanzar el botiquín que se hallaba tirado en el suelo.
Seguramente Rojo lo había soltado para tomarme entre sus brazos.

Iba a levantarme, pero me quedé sentada, todavía no terminábamos con los malentendidos de 16,
y no podíamos dejarla aún lado sin siquiera pedirle que bajé ella misma su tensión.

—Todavía no— dije, viendo como sacaba fe la caja un par fe pomadas antiinflamatorias—, aún no
aclaramos mucho con 16.

—Cuando te revise y vea que no es nada grave, hablaremos con ella— Parecía muy seguro de lo
que decía, e incluso de lo que haría, pero seguí insegura, preocupada.

—No necesitan hacerlo...—Aquella voz me hizo elevar la mirada y depositarla en el umbral donde
aquel delgado cuerpo vestido de hombre se mostraba conforme avanzaba. Su perlada mirada
estaba depositada en mí—. Pensé que me estabas mintiendo con que Nueve era tu pareja. Esa
examinadora me dijo que inventarías algo parecido a tener una aventura con él, porque estabas
obsesionada.

¿Una aventura? ¿Obsesión y amenaza? Rossi no se salvaría de tantas mentiras que dijo, no se
salvaría de mi mano. En serio, no podía entender cómo había sido capaz de armar tanto escándalo
con mentiras, ¿por qué razón lo hizo?

Algo estaba tramando, lo sentía. Ella no lo hacía solo por diversión, solo porque le gustara
molestar, tenía una razón e iba averiguarla.
—No sabía que podía emparejarse con un examinador, ¿no está prohibido?

¿Eso mismo se lo había dicho Rossi? Era increíble. Aunque recordara las reglas de este laboratorio,
y aunque pensara mucho en los problemas que habría tener una relación con un experimento, en
estas situaciones, ya no me importaban los problemas.

Y estaba segura que a nadie más le interesaba lo prohibido y permitido en el laboratorio.

—No me importa eso —contesté, y a vez en que ella entorno una mirada como si le sorprendiera
mi respuesta, Rojo levantó la mirada de las pomadas para verme, eso produjo una sensación de
cosquillas en mi estómago.

—A mí nunca me importó, y además ya no estamos bajo sus reglas, podemos decidir por nosotros
—esbozo las palabras en una clase de tono ronco y bajo, si crepitar, ese que desde el principio me
hipnótico estremeció lo más profundo de mis entrañas. Vi además de la forma en que abría sus
carnosos labios, su oscurecida mirada y por ese instante, parecía estar a punto de lanzarse contra
mí para devorarme de otra manera.

Y aunque eso me puso muy nerviosa y ansiosa, pude hacerle la señal de que había un tercero en el
baño

Él reaccionó, bajó su rostro y exhaló.

—Solo te puedo pedir que bajes tu tensión de una vez por tu bien, necesito revisar a Pym—esas
palabras fueron para 16, quien después de varios segundos de estudiarlo, junto sus labios y asintió.

—Aun no puedo confiar en tus palabras—Sus manos se tomaron del marco, todo su delgado
cuerpo se recargó contra la puerta, sin quitar la mirada de mí —. Pero tú también, dijiste que me
protegerías, espero que ustedes no estén mintiéndome. No tengo a nadie y ustedes se tienen a
ustedes...

Con ese hilo de voz tomó el picaporte y cerró la puerta, dejándonos a Rojo y a mí a solas. Tan sólo
la habitación se llenó de silencio, bajé el rostro para contemplar a Rojo y ver como sacaba más
pomadas, sin enviar una mirada en su dirección.
— ¿Crees que baje su tensión?

—Tiene que, esos examinadores no dejaran que muera y si no baja su tensión intentaran hacerle
daño— dijo, no muy convencido—. No quiero que le hagan daño, nunca me gustó que lastimarán a
los míos y que estos no hicieran nada más que quedarse a llorar. La protegeré hasta donde pueda
sin tocarla, hasta que aprenda a protegerse a sí misma, así como yo aprendí— cuando terminó sus
palabras y terminó de acomodar las pomadas en el suelo, todas abiertas, subió sus orbes para
verme—. Tú me enseñaste eso.

¿Yo le enseñé a protegerse? Supongo que fue cuando lo conocí. Deseaba tanto recordar los
momentos con Rojo.

—Me dijiste que no dejara que otros me hicieran daño, que aprendiera a decidir por mí mismo—
murmuró al final. Escucharlo decir eso, a pesar de que no recordaba nada de lo que le dije, me
gustó. Los experimentos también eran personas, también tenían derechos, debían decidir lo que
quería y no hacer, no dejar que otros decidieran por ellos—. Me protegiste hasta donde pudiste,
ahora es mi turno protegerte más de lo que nunca tuve la oportunidad de hacer, aunque fallé, te
atacó un experimento y no pude protegerte.

Iba a contestar que no había sido su culpa hasta que recordé que yo jamás le había dicho del
experimento que me atacó.

— ¿Cómo supiste eso?

—Ese examinador me lo dijo—suspiró después de unos segundos de silencio, miró mi muslo—,


también me dijo lo de tu pierna lastimada—la manera en que lo pronunció, con desagrado y
decepción me hizo tragar. Se inclinó contra mis pernas, sus manos las tomaron y ese besó en mi
muslo derecho me contrajo el corazón—. Perdóname por no cuidarte, me siento un imbécil por no
darme cuenta de tu pierna ni aun protegiendo a 16.

—No es gran cosa y se quitara con él tiempo. Además, no fue tu culpa—aclaré, viéndolo
incorporarse y todavía, empujarse con sus rodillas para acercar su rostro con él mía. Cuando supe
lo que haría, cuando supe que me besaría lo detuve, siendo consiente de mi mal aliento, y eso le
sorprendió a él—. Me apesta la boca.
Toda mi piel se calentó de inmediato cuando esas comisuras oscuras se estiraron en una sonrisa
endemoniadamente enigmática en la que todos sus colmillos blancos se dejaban ver,
resplandeciendo amenazadoramente.

—Tú me has besado en mis peores condiciones — Cuanta verdad decía, recordando que incluso, lo
llegué a besar después de ingerir carne y órganos de experimento. Volvió a arrimarse para atrapar
mis labios y solo pude retirarme colocando mis manos frente a su pecho, deteniéndolo por
segunda vez

—Pero en serio, me apesta horrible, vomité—vio mi insistencia, y asintió.

Pero sin disminuir esa sonrisa que provocó que el estremecimiento se concentrara únicamente en
mi vientre, bajó sus orbes en dirección a mis labios y en un abrir y cerrar de ojos, me besó. Un
beso que me dejó congelada, él se apartó luego de ello, acomodándose entre la apertura de mis
piernas, y observarme con cautela.

—Tenía que hacerlo—cerró su sonrisa y la disminuyó un poco antes de mirar a mis piernas—.
Bajaré tus pantalones.

Esas manos agiles, no tardaron en volar hacía mi vientre— hacía el borde de mi pantalón— y
desabotonar mis jeans con una rápida agilidad que me desconcertó, pero terminé estremecida
cuando sus dedos se adentraron un poco tocando la piel fría y frágil de esa parte.

La vez en que hicimos el amor en la habitación y Rojo me embistió con sus dedos, me detuvo el
aliento un segundo para después reaccionar.

—L-lo haré yo—Me levanté enseguida debajo de esa profunda mirada observante. Rojo se retiró
un poco hacía atrás sin levantarse, para darme espació.

Con una inquietud, y ese nerviosismo a flor de piel que la sonrisa de Rojo había dejado marcada en
mí, bajé mis pantalones, amontonándolos sobre mis pantorrillas, desnudando mis muslos,
dejando a la vista entera de esa mirada depredadora—ahora oscurecida— mis bragas, esas que no
tardó en contemplar y tragar con dificultad, antes de que algo más llamará su atención.
Vi su gesto, el gesto que construyó cuando su mirada reptil atrapó el hematoma en mi muslo, sus
cejas juntaron y esos labios se apretaron en un gesto de culpa.

—Es grande y esta oscuro—comentó, sin dejar de mirarlo, examinarlo y estudiarlo con
preocupación.

—Tampoco es grave, se quitará—quise restarle importancia, pero pareció que eso no sirvió en él.
Me senté sobre la taza del retrete, él volvió a acomodarse entre la apertura de mis piernas y se
estiró hacía un lado para tomar un par de pomadas—. Creo que con una sola bastará.

—Nunca antes las he utilizado—añadió. Un par de sus dedos se untaron de mucha pomada, y se
aproximaron a mi muslo—. Tampoco sé si te va a doler.

—No duelen las pomadas.

—Pero la herida sí—soltó con gravedad, sin dejar de ver el moretón. No dije nada más y lo
observé, como llevaba sus dedos a lo más alto de mi muslo moreteado, y en cuanto sus dedos
tocaron mi muslo esa mirada me vio buscando algún gesto de dolor, negué enseguida, porque lo
único que hasta ese contacto había sentido, fue un cosquilleó.

Él empezó a untar, repasando lenta y cuidadosamente mi muslo con sus dedos, y hasta que la
pomada en ellos se terminó él volvió a untar, repitiendo el acto hasta cubrir mi moretón y terminar
con ello, dejando una sensación cálida en mi musculo. Imaginé que después de hacer eso se
apartaría y se levantaría, pero entonces, solo llevó sus manos a tomar cada una de mis pantorrillas.

—Estaba muy asustado cuando no te encontré en la oficina—Se inclinó su torso y ese rostro se
movió rumbo a mi pierna derecha—. Solo pensar que algo malo te había sucedió, estuvo a punto
de enloquecerme.

Se me aceleró el corazón cuando esos carnosos labios besaron la rodilla.

—No vuelvas a irte así— Y volvió a besar, pero esta vez, la piel sana de mi muslo—. No me asustes
de esa forma. No quiero perderte, Pym.
Suspiró, un suspiro cálido que acarició el resto de mi pierna lastimada y erizó todas mis
vellosidades, y debía admitir antes de perder el control que no solo hizo que mi estómago
empezara a cosquillar, sino que mi vientre se contrajera y pulsara de excitación.

Jadeé.

Lo más bajo de mi vientre se calentó instantáneamente, bastando solo ese suspiro contra mi piel,
para mojarme.

No, no, este no era el momento.

Lamí mis labios cuando ahora, él se posicionó sobre mi otra pierna, sus carnosos y cálidos labios
besaron esa piel fría, enviando corrientes cálidas y placenteras de mi muslo a mi vientre, cuando
continúo un lento camino de besos húmedos por mi pierna, mis manos volaron a cada lado de la
taza para sostenerse con fuerza, sintiendo como mi cuerpo quería mecerse hacía él.

Oh maldición, ¿por qué estaba sintiéndome tan sensible hoy? Solo eran besos, besos lentos y
húmedos en los que sentía como se detenía su lengua para saborearme…

Y relamí los labios, mi cuello amenazaron con estirarse y mis labios con abrirse y gemir al sentir, en
el momento justo en que sus manos levantaron un poco la camiseta que llevaba puesta, sus labios
besando la piel de mi abdomen, mi zona intima ardió con ansia y deseo, necesitada de su toque, y
la cuál se encendió y despabilo de placer cuando esa boca llegó a besar mi vientre por encima de la
delgada tela interior. Bajó la tela con sus dedos, para dejar a su vista parte de la piel de mi vientre,
en la cual se sumergió su boca en besos en los que su lengua saboreaba mi piel.

Gemí ahogado, y gemí su nombre cuando succionó sin detenerse. Solo pude mirar hacía el techo
del baño y atrapando en la mira ese pedazo de madera que cubría la única ventilación de. Ni
siquiera pude mirarla un segundo más cuando mi visión se nubló y otro gemido más excitado
escapó de mis labios a causa de esa lengua juguetona haciendo presión, con la intensión de
arrancarme gemidos de placer.

Cada movimiento suyo era delirante, me perdía y eso que su boca no estaba en mi frágil entrada.
—Si yo te perdiera, Pym…— se apartó, y llevando sus manos a cada lado del tazón, acomodándolas
junto a las mías, se levantó aproximándose a mí rostro para, ahora, contemplarme con
desconsuelo.

—N-no... — mi voz estaba perdida a causa de él, todo de él me tenía cautivada—, no lo harás.

Algo me desconcertó cuando terminé las palabras, y fue ver a Rojo retirando su mirada con
arrepentimiento, además de retirar todo su cuerpo volviendo sobre sus rodillas, y haciendo una
mueca con los labios.

El ambiente alrededor volvió a cambiar, tenso y pensado a causa de él.

—Tengo que decirte algo, no es justo que te lo oculte y haga como si no hubiese sucedido algo.

— ¿De qué hablas? — me sentí confundida

—De la tercera vez que te besé— y su voz, sobre todo, revestida de dureza me preocupó más que
saber que estaba hablando del tercer beso, y no del primero—. No es justo que te oculté lo que te
hice ese día o lo que te estuve a punto de obligar a hacer.

Pestañeé perturbada por su suspenso, por el apretar de sus puños como si retuviera su enojo. Eso
me preocupo y mirar la forma en que hundía su entrecejo y negaba ligeramente me perturbó.
¿Qué pasó ese día? ¿Qué fue lo que me hizo?

— ¿Qué ocurrió esa vez?

Él regresó la mirada a mí, mordiendo su labio inferior y soltándolo de golpe para contestar.

—Tenía la tensión acumulada esa vez—reveló, pero haciendo otra pausa que solo me hizo volver a
pestañar—. Yo quería que tú me tocaras…
Yo quería que tú me tocaras. Esa frase se repitió en mi cabeza y por supuesto con su tono bajo y
pronunciado, me dio a entender que nunca lo toqué o le bajé la tensión en ese momento.

— Que me tocaras como lo tocabas a él, pero no quisiste hacerlo—exhaló, pasando de ver mis ojos
a mis labios —, fuiste a buscar a una mujer para que me atendiera, y yo te detuve, enloquecí. Te
besé, pero no fue un beso de labios solamente…, pensé que si te besaba y te tomaba de la cintura
como lo hizo él, y te recostaba en mi cama, mis feromonas te afectarían y querrías intimar
conmigo.

Esa imagen llegó a mi mente, ese mismo recuerdo que provocó que yo le preguntara a Rojo sobre
si antes nos habíamos besado, ahora sentía que el recuerdo era mucho más claro, yo siendo
acorralada y besada por él, un beso de lengua tan rotundo como el beso que me dio cuando
salimos del túnel de agua.

—Yo no quería que otra mujer lo hiciera, no quería que me tocara más, quería estar contigo antes
de ir a la incubadora y no volverte a ver…— Su tono se volvió grave, ronco, sin ser nada bajo—. Y la
forma en que me miraste cuando me apartaron de ti, me rompió. Estaba tan arrepentido que
cuando te fuiste, me escapé de mi sala, quería disculparme, pero ni siquiera pude salir de mi sala a
buscarte, cuando los soldados me detuvieron.

Quiso decir algo más, pero apretó sus carnosos labios, los selló en una línea larga en tanto seguía
observándome, esperando a que dijera algo. ¿Qué quería que dijera o cómo quería que
reaccionara? Estaba sorprendida, pero para ser franca no me sentí molesta o decepcionada.

Tal vez estaba mal de la cabeza, o tal vez era porque no recordaba todo lo demás, quizás, o tal vez,
se debía por lo que sentí en ese recuerdo, estaba asustada pero también, recordaba la forma en
que mi corazón latió, acelerado, y la forma en que mi cuerpo se sintió con su beso y sus caricias.

Había algo más, pero no se trataba de Rojo en ese instante, sino de mí, de lo que yo sentía en ese
momento…

— ¿Eso es todo? —fue lo único que pude decir, él ladeó un poco la mirada y negó con la cabeza.

—Adam fue el que me apartó de ti esa vez, Pym.


Y eso incluso me asombró más que un beso forzado de lengua, porque con eso pude comprender
mucho más la actitud de Adam con Rojo.

— ¿Sucedió algo más entre nosotros? —Hundió su entrecejo, confundido, tal vez por no ver en mí
la reacción que él esperaba—. ¿Algo peor que ese beso?

Estaba a punto de negar con la cabeza cuando se detuvo para pensar, mirando nuevamente las
pomadas:

— ¿No esta enojada conmigo? —fue su pregunta, y no dude en negar.

—Si hubiera pasado a más—dejé un corto silencio antes de seguir—, creo que sí, no lo sé...

Y él negó.

—Iba a pasar Pym. No podía detenerme contigo, en verdad te deseaba a ti y no quería que nadie
más me tocara ese día, solo tú. Te estaba forzando, y no sabía si me detendría, si no fuera por él yo
tal vez te habría… violado.

La última palabra, esa última palabra que él soltó en una exhalación entrecortada, se extinguió a
causa de aquellos escandalosos y horripilantes balazos que se levantaron y exploraron toda la
habitación fuera del baño, llenándola de terror.

Miradas en la ducha.

MIRADAS EN LA DUCHA

*.*.*

Primer recuerdo de Experimento Rojo 09.

.
Jadeé.

La presión placentera y dolorosa quemó mi cuerpo, ya no podía estirar más mis brazos ni mucho
menos apretar las sabanas de la cama más de lo que mis dedos habían hecho, y si seguía
apretando mi mandíbula para soportar, el hueso se me rompería.

Mis músculos se estremecieron y se estiraron, mi cuerpo se removió retorcido por esos pinchazos
de placer, meneando mis caderas hacía su cavidad sin poder evitarlo.

Sentí ahogarme, así que traté de tragar la saliva que se me acumulaba en la boca, e intenté respirar
por ella pero otra contracción que estiró mi interior, me retuvo el aliento. Me hizo gemir, apretar el
mentón, morder mi lengua hasta hacerme sangrar.

Odiaba gemir así... Pero no podía evitarlo, se sentía bien.

Y estaba llegando al final.

Mi examinadora estaba saboreándome, aunque no podía verla por la venda en mis ojos, sentía su
boca, su lengua, el interior de su cueva bucal apretar mi miembro y succionarlo. Y tiró de mi
miembro con una última succión de su lengua para apretarme los dientes y hacerme gruñir
sintiendo todo mi cuerpo convulsionarse y caer rendido con mi liberación en su boca, esa boca
que, cuando me arranqué la venda de los ojos vi como terminaba escupiendo todo el líquido que
salió de mi cuerpo, en el cesto de basura.

En tanto ella lo hacía, yo traté de sostener mi peso contra la cama mientras me reponía del dolor,
mientras mi cuerpo se llenaba de una nueva energía, relajado, recuperado.

—Esto es asqueroso—se quejó ella, y volvió a escupir arrugando su respingona nariz—. Cada vez
sabe peor, debe ser por tu etapa de crecimiento interna.

Se limpió su picudo mentón—ese en el que también había caído un poco de mi liberación—, y


estiró una mueca con esos labios maquillados de labial rojo que habían manchado varias partes de
la piel de mis piernas.
Retiró en un fugaz movimiento un número de mechones rubio de su cabello que estorbaba su
rostro y se levantó con la misma mueca de asco. Empezó a alisarse su larga bata blanca y holgada
de examinadora que siempre llevaba puesta, le cubría casi todo su cuerpo, abotonada desde cuello
hasta la mitad de sus pantorrillas, solo dejando ver unos pantaloncillos oscuros y un par de
calzados rojos que ella llamaba tacones.

Desde hace un tiempo comencé a tener mucha curiosidad por saber que era todo lo que se
ocultaba debajo de esa enorme bata, no podía imaginarme su figura, no sabía si mi examinadora
tenía mí mismo cuerpo o era diferente su cuerpo al mío, ¿era plano? ¿Tenía ombligo? Lo único que
sabía era que no tenía un órgano sexual igual al mío, porque ella era una hembra, una mujer.
Nunca vi un cuerpo de una mujer y esa bata no me respondía mis dudas, quería saberlo. Sin
embargo, no podía preguntárselo, una vez lo hice y ella se molestó.

Me dijo que no era el momento para saberlo sino hasta que me emparejaran.

Una mirada marrón se levantó del suelo y me observó con disgusto, examinó mi cuerpo enteró,
pero sobre todo la sudoración de mi rostro, para comenzar a negar con movimientos mínimos de
su cabeza.

—Esta vez tardaste en liberarte, ¿es que no te excite lo suficiente 09? — me preguntó, tomó su
tabla de la que colgaba una pequeña libreta en la que anotaba mi número de liberaciones—. ¿No
vas a responder, 09?

—No lo sé—respondí, bajando la tela de mi bata para que cubriera el resto de mis piernas
manchadas de labial. La verdad no lo sabía, no sabía porque últimamente me costaba llegar al final
de mi liberación, tal vez era porque tenía mucha tensión acumulada.

Después de todo, nosotros los experimentos del área roja, éramos más complicados que el resto,
el resto tenía entrenamientos para que su tensión se acumulara, el entrenamiento que nos daban
a nosotros no nos servía, retrasaba un poco la tensión, pero si dejábamos de entrenar rápidamente
volvía a acumularse el dolor en nuestro pecho y en nuestra cabeza.

Ese era un dolor terrible, se sentía como si algo quisiera atravesarte los huesos. No lo soportaba,
sentir ese dolor me lastimaba más de lo que mi examinadora imaginaba.
—Pues deberías saberlo — severo antes de suspirar y lanzar la libreta a la mesa cuadrada,
produciendo un sonido agudo—. No es trabajo fácil para mí averiguar si lo quieres en mi boca o en
mi mano.

Observé su rostro, esa media mueca torcida en sus labios, ¿cómo podía ayudar? Intimar con ella
me hacía sentir mejor, restauraba mi temperatura, me ayudaba a sentir mucho menos dolor, pero
no sabía por qué había tardado tanto esta vez si mi miembro había respondió como lo hizo otras
muchas veces.

Tal vez se me acumulaba más tensión con eso de que estoy en la última etapa de mi crecimiento.

— Si no me ayudas a descifrar lo que quiere tu cuerpo en cada liberación—mencionó, tomando


todo su rubio cabello que le llegaba sobre sus hombros para atarlo en una coleta—, no podré
ayudarte.

—Yo quería en la boca, te lo dije—aclaré, y ella negó rotando sus ojos color chocolate.

—Pues tu cuerpo parece tener expectativas más grandes—Dijo. Sus manos se colocaron a cada
lado de su cadera, con eso bastaba para que la bata marcara un poco la forma de su cuerpo debajo
de la bata—, creo que lo querías en otra parte de mí, tal vez dentro de otro lugar, ¿eh?

Ladeé la cabeza. No entendí eso, ¿a qué otra parte se refería? ¿Se podía intimar de otra forma con
mi examinadora? Vio mi gesto confuso y con la ceja arqueada y volvió a negar.

—Como sea—chistó, sacando del bolsillo grande de su pantalón ese aparato electrónico, y lo
encendía. Siempre llevaba con ella el artefacto plano y delgado, al igual que el resto de los
examinadores—. Necesito que te quites la bata, te haré la pulsación para llevarte a la ducha.

Pulsación. No asentí ni negué, solo bajé de la cama y alcé la bata, quitándomela enseguida y
dejándola en el suelo para luego, recostarme sobre la cama. Era lo que siempre hacía cuando ella
pronunciaba esa palabra. La sentí acercarse a zancadas con el artefacto electrónico entre sus
manos y esa pluma sin punta.
Estaba acostumbrado a esto de revisiones internas y externas, desde que tengo memoria revisaban
cada aspecto de mi cuerpo, cada cambio por minúsculo que fuera lo anotaba, decían que los
cambios eran buenos o malos, si eran mayormente malos me erradicaban, si eran mayormente
buenos y llegaba a la última etapa de evolución me enviarían a uno de los bunkers y me
emparejarían: dejarían entonces de hacerme revisiones y utilizar mi sangre. Eso escuché de un
examinador durante un entrenamiento de temperaturas.

No conocía un bunker, no tenía ni idea de cómo era o lo que tenía dentro, pero estaba seguro que
era un buen lugar, después de todo si entrabas ahí no volverían a revisarte, no más intimación con
tu examinador, no más sacar sangre, huesos y órganos.

¿La tensión también se terminaba? Pero si esos cambios eran tanto malos como buenos, me
mantendrían más tiempo en la incubadora para madurar, y después, me volverían a sacar para
ponerme en revisión.

Nadie quería ser revisado.

Mi examinadora dijo que estaba pasando a la última etapa, así que estaba ansioso de pasarla, de
evolucionar, de ser libre. Aunque debo admitir que esta etapa era la más difícil de pasar, dolía
mucho, las revisiones eran numerosas y no había descanso para nada, nuestra tensión en esta
etapa crecía el triple que, en el periodo mancebo, por lo que los entrenamientos donde
ejercitábamos para bajar nuestra tensión no nos funcionaban. Eso solo ocurría con nosotros los
experimentos rojos, porque los verdes y los blancos que estaban en la misma sala que yo, seguían
haciendo esos mismos entrenamientos.

Así que odiaba como loco esta etapa.

Recuerdo, por extraño que suene, todavía la primera vez que salí de mi incubadora, esa vez me
mantuvieron en una cama de hospital por mucho tiempo hasta que mis extremidades como las
piernas crecieron más y me enseñaron a caminar: esa era el primer periodo que pasé como
experimento, el periodo neonatal.

Y fue, la más extraña de mi nacimiento.

Tengo memoria de todo lo que me hicieron e incluso de todas esas cosas que no tuve en mi cuerpo
y que ahora tengo, como por ejemplo, yo no tenía el quinto dedo de los pies y manos, mucho
menos tenía un ombligo o las areolas tan pronunciadas en mi pecho, y mi órgano sexual nunca
funcionó hasta principios del periodo mancebo, donde también mi tensión comenzó a dar inicios,
aunque como mencioné, se bajaba por medio de ejercicios y juegos que nos ponían a hacer dentro
de la sala con los demás experimentos. Y a diferencia de los experimentos verdes y naranjas, mi
cuerpo no expulsaba en las primeras dos etapas, todo lo reutilizaba para acelerar mi crecimiento,
así que durante ese tiempo nunca fui a un baño.

—09...

Su voz nombrándome me sacó de mis pensamientos, me concentré en ella, en su mirada


impaciente que había esperado que la mía se depositara sobre ella. Hasta ese momento me di
cuenta de que había los dedos de su otra mano habían estado tocando mi tórax, repasando mi
piel. Las yemas de sus dedos estaban tibias, era un tacto suave pero nada más.

—Pon atención en lo que haré, si sientes dolor no dudes en decirme, ¿entendido?

Asentí de inmediato, relajando mi cabeza sobre la almohada y mirando sus orbes marrones como
revisaban mi pecho, lentamente estudiándome, paseando sus dedos de un lado a otro y haciendo
presión sobre mis muslos.

— ¿Te duele cuando hago esto? —Volvió a presión sobre mi pecho izquierdo. Negué enseguida y
sus cejas rubias y delgadas se fruncían de diferente forma. Guío sus dedos a mi abdomen donde
volvió a presionar—. ¿Y esto?

—No—expulse las palabras, esas áreas habían dejado de dolerme hace bastante tiempo. Bajó sus
dedos, a los costados, y presionó. Yo negué, palpó mi vientre y seguido de él mis piernas, poniendo
atención a mi rostro como si esperara que hiciera algún gesto de dolor.

No presionaba como un toque normal pero tampoco era brusco, sin embargo, con esas
palpitaciones dos etapas atrás me habrían hecho llorar de dolor. Nuestros cuerpos en la etapa
infante no estaban maduros, cualquier caía o golpe era un dolor insoportable para nosotros,
nuestros músculos todos los días estaban adoloridos y solo cuando llegamos a la etapa
adolescente ese dolor dejó varias áreas de nuestros cuerpos. Solo algunas siguieron doliendo, yo
recordaba que mi vientre dolía, pero esta vez cuando ella tocó y pulso, no ardió, mucho menos la
parte de mis pantorrillas que se me acalambraba mucho.
Así que era un sufrimiento cuando en las revisiones de las primeras etapas, tenían que abrirnos el
abdomen para sacarnos órganos que nuestro propio cuerpo creaba por equivocación...

— ¿No sientes dolor ni un poquito? —preguntó, esta vez parecía sorprendida, hizo una presión
más profunda con sus dedos, y el musculo de mi pantorrilla tembló.

Sí, sentía algo ahí, aún. Pero era mucho menor el dolor de lo que recordaba.

—Siento un leve calambre, pero la siento apenas, no es como antes—sinceré, ella volvió a
presionar, percatándose de la contraída que hacía mi pierna. Apartó sus dedos de mi cuerpo y
tomó su aparato electrónico que había dejado en un espacio de mi cama, empezó a apuntar algo
en él.

Yo esperaba que fuera bueno, quería pasar esta última etapa para ser libre de ellos.

—Tus músculos y huesos están madurando —comentó, apartando la mirada de la pantalla para
depositarla en una sola parte de mí, mi miembro—. Si te dolieran los huesos o músculos se
explicaría la dificultad para liberar tu tensión, sin embargo, ese no fue el caso.

Sus últimas palabras no me agradaron, no me gustaron, eso era malo, ¿verdad? Significaba que
algo no estaba bien conmigo y que seguramente me enviarían tarde o temprano a madurar a mi
incubadora.

No quería regresar a ese oscuro lugar, viendo detrás de los cristales.

— ¿Tengo algo mal? —me atreví a preguntar, viendo como enseguida creaba una mueca en sus
labios antes de mordérselos.

—Tu sensibilidad se fortalece—pronunció mirando mi entrepierna y mis muslos manchados de su


labial con una mirada que no podía reconocer, no la conocí antes —, y hay cambios atractivos en tu
rostro, si sigues madurando sin necesidad de ser incubado tanto interno como físicamente, pasaras
a la etapa adulta más rápido de lo que canta un gallo. No tienes nada malo por ahora, pero si
vuelves a tardarte en liberar un par de veces más... tendrás algo malo.
(...)

Su agarré en mi muñeca se apretó, tiró más de mí haciéndome apresurar mis pasos fuera de mi
cuarto. Mi examinadora me llevaría a las duchas después de terminar con el resto de las revisiones,
quería quitarme las manchas de mis muslos y las que dejó en mi pecho después de intimar
conmigo por segunda vez.

Observé su figura al caminar, como se marcaba la parte baja de su cuerpo cada que daba un paso
hacia adelante, y la manera en su otra mano meneaba el balde que sostenía, ese balde cuyo
interior tenía shampoo y otros objetos de limpieza que nosotros necesitábamos.

Nos dijeron que la piel de nuestro cuerpo era muy frágil, se manchaba por todo y gran parte de las
manchas eran difícil de limpiarlas, por eso no nos dejaban usar ropa de otro color que no fuera
nuestra bata blanca.

A veces, cuando tallaban mucho la mancha en nuestra piel para limpiarla, nuestra piel se rasgaba,
sangraba o se hería, pero enseguida sanábamos. Era lo que más me gustaba de mí, sanar
rápidamente, aunque gracias a eso había muchas otras cosas que sucedían y me disgustaban.

Mientras llegábamos a las duchas que estaban del otro lado de la enorme sala de entrenamiento,
no pude evitar mirar alrededor. Había pocos experimentos enfermeros fuera de su cuarto,
haciendo entrenamiento sobre las caminadoras que se encontraban en contra esquina del salón,
para bajar su tensión, los observé, observé sus espaldas y como trotaban sobre la banda rodadura,
me pregunté por cuanto tiempo estaban ahí ya que a algunos de ellos se les pegaba la bata a la
espalda, el sudor era visible, dibujando una mancha sobre ellos.

Desde aquí podía ver lo mucho que se veían fatigados, agotados de tanto correr, sabía que no
estaban sobre las caminadoras porque ellos quisieran, no les gustaba, pero sus examinadores los
obligaban a permanecer horas en ellas, y si no obedecían su orden, se les daba un castigo. Era algo
inevitable, según ellos.

Aquí nadie quería castigos. Lo peor que podía sucedernos a nosotros era eso, ser castigados, nos
castigaban casi siempre, aunque a veces parecía que les gustaba castigarnos... vernos sufrir.

No me gustaba eso.
No me gustaba que fuéramos los únicos a los que se nos dieran órdenes.

No me gustaba que castigaran a los míos, pero si interfería, también me castigarían a mí y yo no


quería ser castigado.

—Las duchas están cerradas por esta noche, Erika.

— Debes estar bromeando —Mi mano fue soltada bruscamente por la suya después de su quejido,
entorné la mirada hacía ella encontrando su gesto frustrado y molesto que se dirigía hacía un
oficial a mitad del umbral de las duchas de experimentos machos—. Tengo que bañar a mi
experimento ya, Marcus. ¿Por qué en estos momentos se les ocurre limpiar?

—Todas las coladeras están tapadas y hay una fuga de agua, tenemos que arreglarlo, pero si
quieres esperarte serán unas...— el hombre de bigote oscuro y cejas muy pobladas, hizo una pausa
—, ¿cinco horas?

— ¿Te estas burlando de mí? —exclamó ella con amargura, sacudiendo su cabeza, permitiendo que
sus mechones de cabello también lo hicieran —. No puedo esperar tanto, no tengo el tiempo.

—No es la única ducha en reposo—explicó él acomodando sus manos en los bolsillos de su


pantalón—, pero la de la sala 3 y 10 están abiertas todavía, limpias y ocupadas también.

— Bien, por su maldita culpa voy a llegar tarde— escupió y enseguida, volvió a tomarme, pero del
brazo, para girarme y empujarme a caminar—. Vamos, muévete, 09, no tenemos tiempo

Sus pasos se movieron velozmente, sus brazos no dejaron de empujarme aun cuando yo mismo
caminaba más rápido que ella. Odiaba cuando me empujaba así delante de la mirada de otros
examinadores o de mis compañeros, mis puños se apretaban reteniendo la intensión de empujarla
para que dejara de hacerlo.

Pero no podía hacerlo, temía hacerlo, empujarla y todavía lastimarme, si tan solo lo hacía me haría
sufrir por romper una de nuestras reglas.
Miré las puertas cristalinas, esas a la que nos aproximábamos y que desde que tengo memoria
había estado preguntándome que se encontraría del otro lado. Una vez, cuando mi examinadora
hablaba con uno de sus compañeros, yo me aproximé sin permiso al primer cristal con la intensión
de descubrir algo nuevo. Lo único que miré había sido un pasillo blanco — muy blanco—, y al final
de este, algo verde que cubría el siguiente suelo me llamó mucho la atención.

Quería salir, siempre quise salir y ver de qué era el suelo verde... Recuerdo que apoyé las manos
sobre el cristal, y volteé para ver si mi examinadora se había dado cuenta de que no estaba en mi
cuarto, iba a salir, tenía toda la intención de salir sobre todo porque no estaba el guardia de
seguridad, pero cuando me acerqué a la puerta ella me gritó.

Gritó tan fuerte que su voz se escuchó por toda la sala, y cuando llegó a mí tiro de mi brazo como si
quisiera arrancármelo, me arrastró devuelta a mi cuarto y me lanzó a la cama, en ese momento yo
entraba a la etapa adolescente.

Pestañeé, sintiéndome desconcertado al salir de mis pensamientos y darme cuenta de que íbamos
en dirección a las puertas. ¿Íbamos a salir de mi sala? Miré a mi examinadora en busca de una
respuesta, sintiendo la ansiedad mezclarse en mi sangre.

Quise preguntarle.

Volvió a empujarme, casi haciéndome tropezar. Miré a las puertas cristalizadas, contando los pasos
que hacían falta para llegar a ellas. Eran menos de 10, eso quería decir que me sacaría, ¿verdad? Le
lancé una última mirada al perfil de mi examinadora antes de comenzar a contar y saber que,
faltando dos pasos esas dos enormes puertas cristalizadas se corrieron a diferentes lados, dejando
una amplia apertura hacía un pasillo blanco— ese que todavía recordaba con claridad.

Me detuve en seco, y mi examinadora se dio cuenta de ello.

—Iremos al terreno de los infantes, sala 3—explicó, tomándome del brazo y apretándome. Dejé de
ver ese pasillo para observar su mirada advirtiéndome—. No te quedes mirando a los
examinadores, mucho menos a los infantes en las duchas, ¿entendido?

—Sí—exhalé, sintiéndome extraño cuando ella asintió y me guio al pasillo en un leve empujón.
Respiré hondo, viendo las blancas paredes y las iluminaciones del corto pasillo que, tras varios
pasos nos dejó frete a una escalera de cinco peldaños. Mis ojos se abrieron en grande cuando sentí
esa emoción al ver que al final del último peldaño el suelo era todo verde, y tenía una extraña
forma muy diente al suelo que ahora estaba pisando. ¿Qué era eso? No era porcelana. Además,
todo ese suelo verde se estiraba hacía un gran número de bancas vacías que formaban casi un
círculo.

— ¿Por qué te paras? —se quejó otra vez ella, antes de empujarme nuevamente—. Camina, no
tengo mucho tiempo.

Los peldaños los bajé enseguida y cuando mis pies tocaron la estructura verde y rasposa, mi
cuerpo amenazó con dejar de caminar, solo hasta que ella tiró de mi brazo bruscamente y volvió a
indicarme que caminara.

—Es césped ficticio, si te lo preguntabas—la oí explicar, pero no le puse total atención seguía
mirando el suelo verde sintiendo la incomodidad en la planta de mis pies. Era extraño—, se siente
picudo y da cosquillas, pero es solo para asimilar la plaza como un parque del exterior.

Un parque, ¿y qué era un parque? Revisé a los lados, sintiéndome perdido por un instante al ver
tantas cortas escaleras que llevaban a tantos pasillos, ¿qué era todo esto? Ni siquiera pude
preguntarme más o seguir viendo más cuando ese empujón me hizo subir los peldaños siguientes
que me llevaron a otro pasadizo corto.

Era nuevo para mí. Era tan nuevo que ni siquiera pude procesarlo cuando fui detenido frente a dos
enormes puertas cristalizadas que mostraban todo lo que del otro lado de hallaba. Miré todo
cuanto pude ver y con mucha más claridad cuando las puertas se corrieron.

Quedé anonadado por lo que vi, era una sala idéntica a nosotros, con las mismas entradas por las
que nosotros salíamos de nuestras incubadoras, y los mismos cuartos acomodados en una zona de
ésta cuyo centro se hallaba el laberinto de paredes que recordé haber jugado cuando estaba en el
periodo infantil hace muchos años, pero había una diferencia...

Las personas no eran las mismas que en mi sala, mucho menos esos experimentos en miniatura
que tras el pitido que emanó de las puertas de cristal con nuestra entrada, sacaron sus cabezas de
entre los umbrales de sus cuartos para echar una mirada en mi dirección.
Hundí el entrecejo cuando reparé la mirada en uno de ellos: el que se hallaba más cerca de mí que
el resto ya que se encontraba en el primer cuarto. Ese infante había levantado la cortina,
dejándome ver todo su cuerpo cubierto por una gran bata que le llegaba hasta por encima de sus
pies. Pero eso no fue lo que me intrigo, su cabeza, sobre todo, había algo muy extraño en su rostro
y no eran esos ojos de escleróticas blancas e iris casi del mismo color, sino sus orejas, esas que le
hacían falta.

Supongo que todavía no le maduraban, seguramente él era sordo.

—Las duchas están de este lado, 09, vamos—me señaló a una enorme entrada en la pared, una
entrada redondeada a la que, después de dar una segunda mirada alrededor y sobre todo a los
infantes que me observaban, me encaminé.

Nos adentramos a ese oscuro pasadizo en el que rápidamente pude interceptar el sonido suave del
agua y algunas voces que retumbaban y a las que encontré dueño rápidamente cuando llegamos al
final de un salón levemente oscuro.

Me sentí perdido cuando vi esos cuerpos en miniatura desnudos, siendo tallados por diferentes
examinadores envueltos en una bata blanca.

—No te pares—escupió mi examinadora entre dientes—, vamos.

Y tiró de mí otra vez, guiándome alrededor de eso enorme tubo que poseía montones de grifos de
los que salía agua para remojar cuerpos infantiles. Miré y revisé cuanto pude, la mayoría de los
examinadores eran hembras, la mayoría con el cabello marrón, otro poco con el cabello rizado y
negro.

En ese momento, mientras seguí mirando, mi examinadora me ordenó quitarme la bata, lo hice
enseguida, quedando nuevamente desnudo ante esos ojos marrones que me miraron de pies a
cabeza.

—Dios, ya no utilizaré labiales contigo, pareces una obra de arte arruinada—chistó, arrancándome
la bata de las manos para dejarla en la banca, y tomando el balde con el tallador y shampoo me
empujó otra vez, para acercarnos a las duchas. La mayoría parecía estar ocupadas, había tantos
infantes que era seguro que no hubiera campo...

O eso creí hasta que mi examinadora nos acercó a otra examinadora cuyo cabello marrón se
hallaba atado a un chongo muy mal hecho. Ella se encontraba arrodillado, frente a un desnudo
cuerpo de infante al que le tallaba sus coloridos pies con pleno cuidado, dándonos la espalda.

— Disculpa mujer.

La mano de mi examinadora tocó bruscamente su hombro y enseguida, ambos levantaron la


mirada en dirección a nosotros: el infante de ojos verdes, y la examinadora de ojos...

Azules.

Esos ojos tan azules y brillosos que miraron primeramente a mi examinadora y luego a mí, pero
cuando me miró a mí, e incluso repasó mi desnudo cuerpo, me apartó la mirada al instante con
una reacción de sorpresa, y volvió a ver a mi examinadora.

Fue extraño, pero yo no quise que me apartara la mirada.

— ¿S-sí? —tartamudeó, su voz... Su dulce y nerviosa voz me erizó la piel, creo que me estremecí.
No, en realidad si me estremecí.

— ¿Nadie ocupa esta? —Mi examinadora señaló al grifo del que salía agua y cuyo lugar estaba
vació. Y ella, esos orbes azules miraron ese mismo grifo, sus cejas marrones y delgadas se
fruncieron al igual que esos carnosos labios húmedos.

No pude evitar lamerme mis labios, sintiéndome extraño y... exaltado. Sobre todo, cuando hallé
esa pequeña mancha café debajo de su labio inferior, deseé quitársela...

Con mi boca.
—No, pero...—hizo una pausa, entornando la mirada solo a mis pies y dejándome apreciar más de
su blanco rostro, ese rostro ovalado de mentón redondeado y ligeramente picudo que tembló otra
vez a causa de que esos ojos volvieron a repasar todo mi cuerpo, y tan solo la vi hacerlo, mi órgano
cardíaco se aceleró.

Era preciosa.

— ¿Q-q-q-que...? —Ella tragó con dificultad—. ¿Qué haca un experimento adulto aquí?

Contraje la mirada de golpe cuando sentí esa mano golpeando mi trasero, haciendo que los
músculos de mi cuerpo saltaran un poco e incluso haciendo que aquella mirada azul pestañara con
desconcierto.

—Todavía no es completamente adulto—aclaró mi examinadora, quien me había dado una


nalgada—, pero está pasando casi a la última etapa y las duchas no sirven, espero que eso no les
moleste.

Ella negó, algunos pequeños mechones ondulados de su cabello se le pegaron a la frente.

Quise quitárselo.

No... Quise tocar su frente, tocar su rostro.

Tocarla a ella.

Toda ella.

—No, no, para nada—repitió, lo que no creí ver fue esos labios estirarse hacia arriba en una sonrisa
abierta que mostró toda su elegancia y sinceridad.

El aire se me escapó de los pulmones, ¿por qué estaba sintiéndome ahogado?


—Si ocupan jabón o alguna otra cosa, puedo prestarles.

—Que linda, gracias—Las manos de mi examinadora valieron sobre mí para acomodarme debajo
del grifo junto a esa examinadora que ya no tenía la mirada puesta sobre nosotros, sino sobre los
pies de ese infante que ahora no dejaba de verme—. Bien, lo haremos rápido...

Después de darle una corta mirada a todo ese chongo que, aunque fuera mal hecho le daba un
aspecto tan precioso, miré a mi examinadora colocando el balde en el suelo y abriendo el grifo con
brutalidad, haciendo que toda el agua cayera no solo sobre mi cuerpo, sino sobre la examinadora a
nuestro lado que lanzó un chillido.

—Oh demonios, lo siento —se disculpó mi examinadora, pero por el contrario yo estaba
agradecido porque esos orbes azules volvieron sobre mí, produciendo inquietantes estragos en mi
cuerpo que antes no había sentido cuando con lentitud, dejó caer sus ojos sobre mi pecho mojado,
y más abajo, pero sin llega a mi entrepierna.

Estaba viendo las manchas de labial que mi examinadora me dejo, en forma de besos.

Y retiró la mirada, sacudiendo su cabeza, aunque no supe por qué hizo ese movimiento, solo me
quedé observado esas mejillas sonrosadas que pude captar antes de que ella volviera la mirada a
su experimento. Apreté la mandíbula cuando sentí el tallador rozarse contra la piel de mi
abdomen, rozando una y otra vez bruscamente para limpiar las manchas rojas.

La miré solo un instante para luego, volver a buscar el perfil de la examinadora junto a mí, estaba a
tan solo centímetros de que su hombro me tocara la rodilla.

La escuché susurrar algo, no a mi examinadora sino a ella, susurrarle algo a su experimento que lo
hizo reír, y esa risa se engrosó cuando ella volvió a decirle algo que no entendí, y él comenzó a
negar sin disminuir la amplia sonrisa. Eso no me gustó, quiero decir, a mí nunca me hicieron reír
así...

— Tratas muy bien a tu experimento, puedo verlo. ¿Eres nueva? —la pregunta de mi examinadora
hacía esa mujer, me agradó—. Estoy segura que antes no te había visto en esta sala.
Ella no volteó esta vez a vernos... a verme, permaneció contemplando los pies aún azules de su
experimento, ¿con qué se había manchado? No creo que esos fueran besos, no, en la etapa infante
a los experimentos no se les permite conocer los besos. Así que de ninguna manera esas machas
azules eran besos.

—Apenas cumpliré un año aquí—mi oído se estremeció cuando escuchó otra vez su voz—, dentro
de cuatro meses.

— ¿En serio? —la voz de mi examinadora chilló con sorpresa, talló ahora la mancha cerca de mi
ombligo, depositando más fuerza—. ¿Empezaste como examinadora?

—No, como nutricionista—respondió ella, seguí contemplándola, no podía ver ni un centímetro de


su perfil por la forma en que encorvaba su cuerpo y su rostro—, ¿tú eres solo examinadora?

—Sí, empecé como una, este no es mi primer experimento, pero es con el que más he durado... y
se volvió rutinario y aburrido—refutó quejosa—. ¿Puedo preguntarte algo? —Dejé de sentir,
enseguida, los tallones en mi piel cuando esa mano apartó el tallador, mi examinadora se
incorporó de un jadeo, viendo a la castaña que no tardó en volar sus orbes azules a ella...
solamente.

Me había pasado por alto.

— ¿Sí?

— ¿De qué se mancharon sus pies? —señaló al experimento infante que igual nos ponía atención,
mirando sobre todo a mi examinadora con una ligera mueca.

—Le enseñaba a pintar con temperas—respondió, mordiéndose después su labio inferior, ese al
que le coloqué plena atención y no pude dejar de ver—, solo que...— hizo una pequeña pausa,
meneando su cabeza con una sonrisa tímida que estremeció de nuevo mi cuerpo. Giró a ver de
reojo a su experimento, y él no tardó en soltar una risa corta—, algo nos salió mal.

— ¿Le enseñas pintura? —inquirió mi examinadora.


Ella asintió con exageración, me pregunté que era la pintura. Había tantas cosas que a mí no me
habían enseñado, y a ese infante sí...

—Yo no le he enseñado ni a pintar el libro de dibujos que le traje hace más de un año—bufó—.
Parece que te interesa mucho tu experimento.

Volvió a asentir, y sentí una punzada en mi pecho, una punzada me apretó los dientes y me hizo
clavar la mirada a ese infante de ojos verdes. Le di una rápida mirada a su cuerpo delgaducho y
todas sus extremidades, repasando su figura y todo ese cabello oscuro embarrado a los lados de su
rostro pequeño, al final, encontré esa mano suya, colocada sobre el hombro de su examinadora,
eso hizo que me desconcertara.

¿Podía tocarla? Mi examinadora no dejaba que la tocara.

—Es un niño bueno y muy bien portado, le enseñó a pintar y hacer manualidades con las manos,
es muy talentoso—contestó, sonriente, nuevamente esos orbes azules temblaron y vi cómo me
miraban un instante antes de colocarse en mi examinadora con nerviosismo—, ¿estuviste con él
desde su infancia?

—No, no, no dejan que un experimento tenga siempre la misma examinadora en cada periodo,
¿sabes? Sería algo enfermizo—puntualizó, colocando otra vez el tallador en otra mancha de labial,
sobre la piel de mi vientre.

Comenzó a tallar ahí con fuerza, casi encima de mi miembro, y eso me retuvo el aliento y me hizo
quejar, quise empujarla y estaba a punto de hacerlo dejando mis brazos a medio movimiento, algo
que aquellos orbes azules miraron de forma asustadiza. No me gustó que me hiciera esto delante
de ella.

Y esa mano me soltó de golpe tras una risa que me disgustó, volviendo a tallar mi abdomen con
fuerza, sin detenerse a saber si estaba tallando las zonas manchadas de labial.

—Tengo una pregunta —empezó ella, sin desvanecer la sonrisa—. ¿Si te rencuentras con su
experimento cuando crezca, no te darán ganas de intimar con él? Parece que será muy apuesto de
grande —La pregunta hasta a mí me sorprendió, ¿por qué la hizo?
En par en par ella abrió sus ojos, antes de tragar y contestarle con una negación de su cabeza en
movimientos leves.

—No, no, no podría verlo de esa manera.

Erika asintió apretando sus labios mientras se arrodillaba y me tallaba ahora los muslos, con la
misma fuerza que antes.

— ¿Y si no fuera él, sino otro experimento, te darían ganas de intimar? —soltó rápidamente la
pregunta, y cuando esos labios carnosos y rosados se abrieron para contestarle, ella volvió a
preguntar —. ¿No te darían ganas de intimar con mi experimento? —Esbozó la pregunta, y fue
inevitable sentirme otra vez ahogado, ansioso, perdido... Nervioso.

Intimar.

Intimar con ella... Esas palabras no dejaron de repetirse en mi cabeza.

Mi corazón latió tan rápido cuando esos ojos abiertos en grande se clavaron sobre mi rostro, ese
bonito rostro blanco se enrojeció, y ese hecho me hundir el entrecejo, porque antes no había visto
un rostro cambiar de color.

—N-no, no, no, claro que no— su respuesta hizo que algo se apretara en mi pecho, pero aun así no
fue tan fuerte porque mirar su precioso rostro enrojecido me tenía alucinado. Quería saber por
qué tenía el rostro de ese color, y a pesar de eso, seguía siendo preciosa.

— ¿Segura?

Ese par de cejas oscurecidas se fruncieron con extrañes, y esa nueva sonrisa de nerviosismo pintó
su rostro de rojo.

— ¿Por qué me lo preguntas?


—Veraz—exhaló un largo suspiró antes de tomarme del brazo y girarme en posición a la
examinadora de orbes azules, cuyos ojos temblorosos estuvieron a punto de parar en mí —, estoy
buscando a alguien atractiva que me ayude a cuidar a mi experimento, debido a un problemita con
mi salud repentinamente puede que falte al trabajo. Y tú, realmente eres atractiva y puedo notar
que mi experimento no te quita el ojo de encima.

2. Cuando me tocaste.

2. Cuando me tocaste

*.*.*

Segundo recuerdo de Experimento Rojo 09

Otra vez soñé con ella, soñé la ducha, soñé su sonrisa. Quería verla otra vez, pero desde ese día no
volví a encontrarla, al menos no en mi sala y mucho menos las veces en que pude ver de cerca las
puertas cristalinas, con la intención de poder mirara en el pasillo, viniendo hacía mi sala.

Pero no sucedió. Ni el día siguiente, ni el siguiente, mucho menos después de una semana..., y
después de un mes. Iba las noches a mi ducha para bañarme, y me imaginaba ese momento en el
que levantó su mirada azul y me vio. Tenía unas ganas enormes de que nuestras duchas se
descompusieran o las duchas de la sala 1 para que ella y su infante viniera a mi sala...

Quería verla.

Aun a pesar de que le respondió a mi examinadora que no podría intimar conmigo, aun así, quería
verla otra vez.
Estaba tan lejos de mí alcance. Había visto tantos examinadores, tantos examinados llegar y salir de
mi sala a pesar de que no eran examinadores de los experimentos de la sala 7, pero a ella nunca la
había visto, ¿y por qué no puedo volver a verla? ¿Por qué no viene a mi sala tan solo una vez? A
pesar de que una vez no sería suficiente para mí, me haría feliz. Ver su pequeño y ovalado rostro,
blanco como la crema que venía en mi ensalada la mañana de ayer, quería ver todas esas extrañas
manchas en miniatura que tenía sobre el área de su nariz y mejilla, y también esa mancha que, a
pesar de que ella se limpió los labios y el mentón, esa mancha no desapareció.

Y sus ojos azules... Cuando me devolvieron a mi cuarto, lo primero que hice fue sacar el libro de
imágenes que mi examinadora me dio cuando yo era aún un infante, y buscar ese mismo color de
sus ojos en el libro, desde entonces arranqué la hoja donde hallé un color similar al de ella y lo
guardé debajo de mi almohada.

Quería recordarla.

Su voz era algo que no empezaba a recordar mucho, y cuando quería recordar con claridad su tono
dulce de voz para sentir lo que sentí en ese instante, terminaba frustrándome. Empezaba a olvidar
su voz y eso no me gustaba.

Había algo que no comprendí esa vez, cando ella dijo que solo era examinadora de los infantes, eso
quería decir que cuando su infante pasar a la siguiente etapa, ¿ella no se quedaba con él y cuidaba
de otro experimento menor? Desde que pasé a la etapa infante había tenido la misma
examinadora, pero podría decir que al principio mi examinadora Erika no me trataba como lo hacía
ahora, tampoco me tocaba como en la actualidad lo hacía o intimaba conmigo de diferentes
formas.

Muy pocas veces me animaba a repetir mentalmente su nombre, a mi examinadora no le gustaba


que la llamara por su nombre, siempre que lo hacía decía que era una falta de respeto, así que dejé
de pensar en su nombre.

— ¿Experimento rojo 09, estas despierto?

Aquella voz grave y masculina, me hizo pestañar, dejé de ver enseguida el techo, dejando de
pensar en ella también para empujarme con mis brazos fuera de mi almohada y sentarse frente a
esa mirada marrón que ya conocía y la cual me observaba desde el umbral de mi cuarto.
Reparó en mi pecho desnudo y mis piernas antes de estirar una desagradable mueca y negar con la
cabeza. Yo también reparé en él, en su piel extrañamente morena, en ese cabello despeinado y en
esa chaqueta negra que llevaba puesta.

Él era el guardia de las mañanas y mediodías en mi sala de entrenamiento.

—Vístete rápido, dentro de un rato vendrá la suplente de tu examinadora—informó, se apartó y


dejó caer la cortina blanca.

No paso mucho cuando salí de mi cama, esa en la que, si crecía un poco más mi cuerpo dejaría de
caber en ella. Una vez bajado, comencé a tenderla, alisando las partes que quedaban arrugadas y
acomodando mi única almohada dura, tal como a mi examinadora le gustaba. Al terminar, tome mi
bata, la que siempre me quitaba cada que me iba a costar, y la que colocaba bien doblada sobre la
mesilla junto a mi cama. Me vestí, e igual la alise.

Ayer mi examinadora no dijo nada acerca de que la suplantarían por haberse enfermado, pero
hace unas horas atrás, cuando recién desperté me dijeron que ella estaba enferma y que yo sería
cuidado por otra mujer.

No me molestaría ser cuidado por alguien más, mi examinadora se enfermaba a menudo, así que
ya antes era cuidado por otros examinadores desde mi primera etapa adulta. Estaba
acostumbrado.

Tomé asiento frente a la mesa cuadrada, sacando del pequeño cajón debajo de esta, un
diccionario, no hacía mucho que mi examinadora empezó a traerme diccionarios para aprender de
ellos, pero no me gustaba leerlos porque solo llenaban mi cabeza de más preguntas.

La primera sección que leí, fue toda la sección A, y me quedé en la sección G, hoy que no vendría
mi examinadora continuaría con el diccionario. Sabía el significado de todas esas palabras porque
estaban escritas en esas hojas y era interésate leerlas, pero aun así no las conocía.

‍‌‌‍Y quería conocerlas.


Quería experimentarlas. Muy pocas pude entenderlas, por ejemplo las palabras que venían en los
cuentos que mi examinadora me trajo y nunca me leyó, palabras que se usaban para expresar sus
sentimientos a otras personas, o la forma en que uno se sentía en ese momento. Una de esas
palabras, era con la que distinguía a esa examinadora de ojos azules.

Preciosa. Sí, esa palabra le quedaba perfectamente.

Preciosa, muñeca, hermosa, bonita, pero la que más me gustaba era la primera que me vino a la
mente en ese instante en que nuestras miradas se conectaron.

Abrí el diccionario, hojeé todo el montón de hojas hasta llegar en la sección en la que me había
quedado, solo que no pude leerlo. No, no pude, el interés por leer el diccionario se perdió de mi
cuando esa cortina fue abierta de inmediato y...

Una figura apareció, levantándome la mirada del diccionario para llevarla en su dirección. Esos ojos
que parpadearon dos veces para quedarse clavados sobre mí, reconocí de inmediato ese color que
los envolvía, ese azul resplandeciente y hermoso que hizo que mi corazón se acelerada y que mis
pulmones tuvieran la necesidad de dejar de respirar.

La reconocí, reconocí su nariz pequeña y perfilada a la que apenas podía ver su puente, bañada en
manchas marrones muy pequeñitas, y reconocí esos labios largos y rosados que aun manteniendo
esa misma pequeña mancha debajo de su labio inferior, se estiraron en una sonrisa dulce que
estremeció entero.

Fue como en uno de mis sueños.

Ese cosquilleo creció en mi estómago y todos esos músculos que lo componían empezaron a saltar.
Me sentí perdido al verla ahí, debajo del umbral, frente a mi cuarto, pensé en ella todos los días
desde que la vi y sentía que solo era otro sueño. ¿En verdad estaba soñado? ¿Me había quedado
dormido? Sus labios se movieron un poco cuando ella se adentró más, dejando que la cortina se
cerrara y cubriera el exterior.

Me dio una rápida mirada, aumentando esa sonrisa cerrada que marcó más sus mejillas. Esta vez
no tenía un chongo en la cabeza, su cabello marrón y ondulado estaba suelto, acomodado detrás
de su espalda, le daban una forma mucho más suave a su rostro.
Entonces no era un sueño... todas las veces que la soñé, ella llevaba su chongo despeinado, esta
vez era diferente.

Era real.

— Ah... Erika me pidió que la suplantara—explicó, retirando un instante su mirada de mí para mirar
su calzado que no tenía tacón—, espero que no te moleste tener a una examinadora temporal
diferente a la tuya.

Mis labios se abrieron, estaba sorprendido. ¿Ella sería mi examinadora por estos días? ¿Por
cuántos días? ¿Cuántas veces la suplantaría? Quise preguntarle, pero tampoco quería saberlo, no
quería saber que estaría muy pocos días conmigo...

—No me molesta—hice saber, sintiéndome ansioso y nervioso, no dejaba de verla, de contemplar


esos azulejos que cada vez más se acercaban a mí.

—Bien, eso me relaja—suspiró.

Me sostuvo la mirada unos segundos como si esperara a que dijera algo, solo hasta que dejó de
caminar quedando frente a mi mesa para empezar a dejar unos libros extraños junto a mi
diccionario y un frasco cristalino repleto de extraños palillos de todos los colores: entre todos ellos
había uno azul. También la vi descolgarse una mochila grisácea que dejó en el suelo. Tampoco me
había percatado de ella.

—Estás leyendo un diccionario, ¿qué palabra aprendes?

Su pregunta me hizo pestañar, pero quedé mudo e incluso inmóvil con todos mis músculos
comprimidos y agitados cuando la vi rodear parte de la mesa para colocarse a mi lado e inclinarse
sobre el diccionario. Se me saltó el corazón, no solo porque su hombro rozó el mío, sino porque su
aroma llegó hasta mí, y no dude en respirarlo profundamente, clavándome su aroma a frutas...

—Gato, gatillo, garrapata...—Mis ojos se clavaron en su perfil, ese perfil que solo de tenerlo cerca
me había hecho jadear.
No estaba entendiendo lo que me sucedía, pero hasta mis rodillas temblaban cuando esa delgada
garganta se movía mientras ella pronunciaba las palabras del diccionario, cerré mis ojos por un
segundo escuchando su voz repitiéndose en mi mente... adueñándose de mis nervios, agitando
más mi corazón.

—Si hay algo que no logras entender del diccionario, pregúntamelo, puedo ayudarte a entenderlo
mejor— Y se apartó, cosa que no quise. La vi alejarse más hasta tomar la silla del otro lado de la
mesa, donde se sentó—. Oí que Erika no te enseñó a pintar, ¿te gustaría pintar o hacer otra cosa?
Tengo muchas dinámicas pensadas para hacer juntos, pero primer quiero saber qué quieres tú.

¿Algo que yo quisiera hacer? Nunca me habían preguntado eso...

— ¿No vas a revisarme? —pregunté enseguida, recuerdo que lo primero que mi examinadora
hacía era revisar mi cuerpo, medirme, pesarme, hacerme las pulsaciones y luego darme el
desayuno, después de eso era el resto de tareas rutinarias que hacíamos para agotarme.

—Sí, y tengo entendido que ustedes los adultos se bañan todos los días excepto los sábados, así
que también te bañare... pero antes me gustaría que nos conociéramos un poco—terminó
diciendo, sus manos, esas manos delgadas y blancas tomaron los libros que antes abrazaba a su
pecho, y los acomodó uno sobre otro.

Atisbé, mientras los acomodaba, que en su mano derecha llevaba un anillo dorado. Sabía lo que
era un anillo porque fue una de las palabras que aprendí del diccionario.

— ¿De qué formas?

Ella detuvo sus manos sobre la mesa y miró hacía mi cama un momento, reparé en ese mohín en
sus labios húmedos, hacían verla trompuda, un gesto que solo hizo que no pudiera quitarle la
mirada de encima.

—Podemos comenzar preguntándonos cosas—soltó levemente, pero parecía un poco dudosa por
la forma en que hundió sus cejas.
— ¿Qué tipo de preguntas?

—Las que quieras, aquí no hay por qué quedarse callados— replicó, sus palabras se reprodujeron
en mi cabeza, le tomaría la palabra.

— ¿De cualquier cosa? — dudé, y ella asintió.

— ¿Tienes alguna pregunta en mente? —Se inclinó un poco sobre la mesa, recargando sus codos
sobre esta misma, hice lo mismo, para estar más cerca de ella.

—Sí, quiero saber tu nombre y edad—mi respuesta pareció dejarla anonadada, pero un segundo
bastón para que ella pestañara y a su vez estirada una corta sonrisa.

—Wou, ni lo dudaste—bufó, carraspeando otra vez—. Soy Pym Jones Levet, un nombre muy raro,
lo sé. Am... Tengo 24 años, por ahora.

Sentí que alucinaba, era más grande que ella, por un año nada más. Aunque todavía no aparentaba
esa edad debido a que mi cuerpo y rostro no estaban del todo maduro, mi examinadora Erika dijo
que mi última maduración me haría parecer todo un hombre. Desde el periodo neonatal crecí muy
rápido, mi cuerpo se desarrolló mucho, no sé porque al entrar en el periodo adulto, mi crecimiento
comenzó a disminuir drásticamente que hasta mi examinadora parecía un poco molesta con eso.

Me pregunté si ella celebraba su cumpleaños también, tal como mi examinadora celebraba el suyo
y que decía que le regalaban obsequios, no lo sé. Pero de ser así tuve muchas ganas de saber qué
día cumplía ella años, así cuando llegara la fecha en el calendario que tenía guardado bajo mi
cama, le regalaría algo…

A nosotros no nos daban nada cuando cumplíamos años, nuestro cumpleaños— como ellos les
llaman— era un día normal, con las mismas actividades de siempre.

— ¿Me dejaras llamarte por tu nom...?


—Alto ahí, señorito —Alzó sus manos en dirección a mí, deteniendo mis palabras enseguida—. Es
mi turno de preguntar, una pregunta por persona, esa es la regla del juego, ¿bien? —Asentí,
contemplando sus labios carnosos lamerse y provocar una extraña corriente abrazar mi cuerpo—.
¿Qué es lo más te gusta hacer?

¿Por qué estaba preguntándome eso? Sin duda, creí que me preguntaría también mi edad o a lo
mejor ya lo sabía por mi examinadora. Pensar en una respuesta me provocó seriedad.

—No me gusta nada de lo que hago—Y era cierto, no tenía que mentir, y tampoco quería mentir en
este raro y entretenido juego.

— ¿Por qué no te gusta? —quiso saber. Su rostro se ladeo un poco, un gesto de intriga se añadió
en ella, quise acercarme más para contemplar esas manchas en su rostro

—Alto ahí mujer, es mi turno—recordé, ella apretó su sonrisa y asintió, dándome el lugar—.
¿Dejaras qué te llamé por tu nombre o debo llamarte examinadora suplente?

—Llámame como tú quieras—pronunció, mis ojos se depositaron en esas numerosas pestañas


oscuras que adornaban sus grandes ojos azules—, ahora dime, ¿por qué no te gusta lo que haces?

—Porque me molesta el dolor—las palabras salieron espesas de mi boca, y no era porque me


molestara responder, por otro lado, a ella pareció afectarle mi tono, o tal vez mi respuesta, no lo
sabía, me retiró la mirada tras un pequeño trance, y se enderezó, dejando de inclinarse en la mesa
—. No lo soporto y todo lo que hago es rutinario. ¿Qué son todas esas manchas en tu rostro?

Sus pobladas, pero delgadas cejas, se alzaron con extrañez. Levantó sus orbes contrayendo sus
parpados y abrió esa boca carnosa, le costaba entender a lo que me refería. Algo que no vi en mi
examinadora hacer fue ese movimiento de labios que ella hizo, tuve el deseo rotundo de detener
sus labios, pero no porque no me gustara como los movía, sino porque quería tocarlos.

En serio que quería tocarlos. Levantarme de la silla y estirarme para alcanzar su rostro, no solo
quería tocar sus labios, quería tocar esa cara tan suave y frágil que no dejaba de mirar, de estudiar,
de contemplar.
—Las manchas pequeñas de tu nariz y tus mejillas, creí que eran suciedad.

— Ah ya, esas son pecas, son parte de mi rostro, las tuve desde que nací—se tocó sus mejillas, sin
dejar de mirarme con curiosidad—, ¿nunca antes habías visto pecas?

Lo entendí, no eran manchas, entonces lo que estaba debajo de su labio tampoco era una mancha,
pero era la peca que estaba más a partida del resto y un poco más marcada y oscura. Me pregunté
cómo se sentiría tocarlas, cómo se sentiría tocar su bonito rostro.

—No—exhalé la respuesta, sintiendo los latidos de mi corazón más fuerte de lo normal cuando una
pregunta salió de mi boca—, ¿puedo tocarlas?

Pareció en shock con la mirada clavada en mí, ¿era una mala pregunta la que hice? ¿Era
incorrecto? Pero ella dijo que podía ser cualquier tipo de pregunta, y que no me quedara callado.

— ¿To-tocarme las pecas? —reaccionó enseguida con un tartamudeo, asentí—. Sí—tan solo
respondió todo mi cuerpo actuó, me levanté apartando la silla de golpe para rodear la mesa
debajo de esa nerviosa mirada que pestañaba—, aunque no es gran cosa, no notaras ni una
diferencia en la textura.

Llegué a su lado viendo como ella giraba su silla para estar frente a mí, subió mucho su rostro,
permaneciendo sentada y atenta a mis movimientos. En serio pensé que me detendría o retiraría
sus palabras y me mandaría a sentar, pero ni siquiera inmutó cuando mis brazos se movieron y mis
dedos se estiraron ansiosos a los lados de su rostro, no sabiendo como tomarlo.

El único rostro que llegué a tocar fue el de mi examinadora, y solo un par de veces, apenas
recordaba la textura de la piel de sus mejillas, pero la textura que más recordaba eran la de sus
labios sobre los míos y sobre la piel de mi cuerpo... Mis dedos temblaron, se movieron en tanto se
acercaban mis manos a esas mejillas, y cuando las yemas de mis dedos hicieron contacto con su
fresca piel, el tacto de nuestras diferentes temperaturas hizo que suspirara, por el contrario hizo
que ella jadeara, y su mirada se tambaleara a todas direcciones.

—Eres suave, mujer.


Ella respiró entrecortadamente, pero no exhaló nada.

Seguí acariciando sus mejillas, suaves y frescas, dejando que mis pulgares se pasearan sobre esas
pequeñas pescas a las que no sentí diferente, eran parte de su piel, me gustó el contacto, la forma
en como su piel se sentía debajo de mis dedos, toqué su nariz, y ella se tensó cuando uno de mis
dedos se paseó por el pequeño puente y bajó hasta por encima de esos carnosos labios en los
cuales me detuve, y tuve esa necesidad de acariciarlos.

No quería detenerme. Pero no sabía si podía tocarlos, si tenía el permiso o no de hacerlo.

Me tomé un momento para inclinarme y contemplar la estructura de sus labios, la forma tan
delicada de ellos, con la mano ahuecando una de sus mejillas y la otra congelada cerca de su
mentón con mi pulgar acomodado a una pulgada de su labio inferior, acariciando por esa peca que
se separaba del resto. ¿Cómo se sentiría tocar su labio? ¿Sería igual de suave que su piel? Aunque
llegué a sentir los labios de mi examinadora de otras formas, nunca tuve ganas de hacerlo, pero
con ella, con... Pym, quería tocárselos, ¿eso estaba bien o era malo?

—E-e-ese es un lu-lunar—susurró, y su aliento me acarició el rostro y fue suficiente para que algo
se tensara en mi cuerpo, debajo de mi estómago.

Tragué con fuerza, mi garganta estaba seca no supe en qué momento me dio tanta sed, pero lo
extraño era que no quería agua o alguna otra bebida.

— ¿Un lunar?

—Sí, es una mancha permanente que también tuve desde nacimiento— volvió a susurrar, y me
agradó el estremecimiento que sentí con la calidez de si aliento.

Parpadeé un momento para calmar mi necesidad de llevar mi pulgar a su labio inferior, volví a
contemplarla, contemplar sus ojos que estaban a centímetros de mí y los cuales cuando se
conectaron con los míos me sentí atrapado.
Eran hermosos, su color era hermoso, la forma en que sus pestañas contorneaban sus grandes
orbes haciendo lucir que llevaba alguna clase de maquillaje de ojos como los que mi examinadora
se ponía. Me retiró la mirada, colocándola solo un segundo en mis clavículas para después volver a
mirarme. Se me estremecieron los huesos cuando lo hizo, cuando hizo que algo calentara con
fuerza mi pecho. Quise saber cuál era el nombre de esa mirada y cual la sensación que causó
calidez en mi cuerpo y la que me hizo inmediatamente sentir otra vez ansioso, y esta vez fui yo el
que alejó la mirada de esos azulejos.

Repasando en pestañeos el resto de su rostro mientras mentalmente me decidía a tocar sus labios
o apartarme, pero no quería apartarme.

Mientras mi pulgar se mantenía cerca de su labio inferior, mi otra mano subió hasta su ceja
izquierda y la acarició. De inmediato la sentí temblar debajo de mi agarré, eso me hizo volver a
acariciarle la otra y dejar que mis nudillos resbalaran en la forma de su sien hasta la quijada, sin
evitarlo me decidí. Mi pulgar se levantó, se acogió sobre su labio inferior y cuando lo toqué,
cuando mi dedo lo tocó y acarició, esos labios se separaron y ella jadeó.

Mordí mis labios, eran aún más suaves que los labios de mi examinadora, incluso mucho más
acolchonado que mi almohada. Apostaba a que sabían deliciosos...

Iba a seguir acariciando su labio cuando ella se apartó de golpe, dejando a mis dedos crispados en
el aire.

—Cr-creo que ya fue su-suficiente de preguntas—Respiró hondo y exhaló mientras se movía


apresuradamente delante de mí, acomodando su silla nuevamente frente a la mesa. Mis ojos la
examinaron, examinaron esas mejillas que empezaban a sonrojarse —. Podemos comenzar con
algo más.

Ni siquiera volteó a verme, y que no lo hiciera hizo que un extraño hueco se adueñara de mi
estómago, era la primera vez que sentía ese vacío, solté el aliento y me retiré, volviendo a mi lugar,
sabiendo que no le había gustado que le tocara sus labios.

— ¿Qué tal si pintamos? — Levantó uno de los cuadernos que trajo consigo, y me lo extendió
mirándome por un instante, lo tomé después de unos segundos dejando que mis dedos rozaran los
suyos y sintiendo esa descarga eléctrica que me gustó sentir—. Después de esto, podemos hacer
otra cosa.
— ¿Qué otra cosa? —pregunté, no aparté ni un milímetro la mirada de su rostro, vi como tomaba
el frasco y dejaba que todos esos lápices de diferentes colores se esparcieran sobre la mesa frente
a mis ojos. Eran de todos los colores.

—Lo que tú quieras, traje muchas manualidades para todo el día, puedes elegir—Cuando dijo
aquello, se inclinó sobre uno de sus costados, alcanzando la mochila y levantándola—. Incluso traje
algunas botanas para romper un poco tu dieta estricta hiperproteica.

— ¿Te quedarás conmigo todo el día? — apresuré a cuestionar, quería saberlo.

Ella asintió dejando recarga su mochila sobre su regazo, esas piernas ocultas debajo del resto de la
bata blanca.

—Tengo entendido que sí, y descansaré un poco aquí, ¿no era lo que tu examinadora hacia?

¿Descansaría en mi cuarto? Eso me gustó, la idea me gustó mucho. ¿Dormiría en mi cama?


¿Dormiría conmigo? No podría dejarla dormir en el suelo.

Negué como respuesta a su pregunta, mi examinadora se iba después de pasar 12 horas conmigo,
muy pocas veces se quedaba una hora extra para entretenerme.

— ¿Te quedabas 24 horas con tu experimento?

—No todas, me iba cuando se dormía en gran mayoría, y me quedaba sólo cuando le daba
insomnio. A ustedes también les da insomnio a menudo, ¿cierto? —curioseó, yo asentí, casi
siempre no podía dormir—. Algo así me explicaron, no sé mucho acerca de los experimentos rojos
y menos en los adultos.

—Todavía no soy un adulto—aclaré—. Pero quiero serlo, quiero ir a un bunker y ser emparejado.

(...)
Me enseñó a dibujar y también a pintar, y no podría decir que me gustó mucho dibujar pero pintar
era algo que me agradó mucho, sobre todo que me entretuvo entretenido, pintando hoja tras hoja.
Lo que pintaba tomaba una forma tan diferente a lo que al principio pensé que eran solo líneas y
manchas, y ella me explicaba de qué trataba cada dibujo una vez terminado de colorearlo.

Era entretenido escuchar sus historias a pesar de que no sabía con exactitud a que se refería con
un cielo, sol caluroso y paisajes verdes, pero me agradaba, sentía que el tiempo se pasaba más
rápido de lo habitual, y sólo no quería dejar de escucharla.

Lo que más me gusto de sus manualidades, aparte de aprender algo que no me enseñaron, fue
tenerla cerca de mí, a mi lado, con su dulce y delicioso aroma impregnándose a mi cuerpo.

Y después de eso, de varias hojas que pase coloreando, trajo mi almuerzo, no creí que ella
almorzaría conmigo porque mi examinadora prefería hacerlo con otros examinadores. Que alguien
me acompañara y todavía, me compartiera de su comida, me hizo sentir diferente...

Extraño, porque estaba acostumbrado a un asiento vacío y al silencio, ella comía y me hacía
preguntas, sin permitir que el silencio se hiciera alrededor. Cuando sus labios se movían para soltar
su voz en otra pregunta o en algún comentario del sabor de su comida, mi pecho se calentaba con
suavidad.

Tan solo habíamos pasado unas horas juntas, y no quería que se cumplieran las 24 horas porque
sentía que entonces desaparecería. Quería que el tiempo del reloj colgado en la pared de mi cama,
se congelara, así nos permitirá estar más tiempo juntos.

Ella en verdad me agradaba mucho, y tan solo pensar que regresaría con su infante contraía mi
pecho. Ya no quería a mi examinadora, la quería a ella. ¿No podía tenerla como examinadora? ¿Se
podía cambiar a nuestra examinadora?

La mía no me agradaba, no me gustaba, nunca sonreía, casi nunca me dejaba preguntar, no me


enseñaba a pintar y menos dibujar, no comía conmigo ni me compartía de su platillo, no
conversaba, no me preguntaba sobre lo que quería hacer.
A Pym le había tocado sus suaves mejillas y labios, y no había recibido ni un castigo por tocarla e
incomodarla, si yo tocaba alguna parte del rostro de mi examinadora, ella me golpeaba. Si hablaba,
si decía algo que no le agradaba, igual me golpeaba.

— ¿Qué te parece si vamos a la ducha de una vez? — su pregunta la procese. Una ducha... Juntos.

Me pregunté que se sentiría ser bañado por ella... Que sus manos tocaran mi piel, ¿cómo se
sentiría? Seguro me gustaría, me gustaría ser tocado por ella. Me incitó a responder con un
movimiento de su cabeza mientras se sacudía las manos dejaba su plato vacío sobre el mío.

—Pero no me has hecho las pulsaciones, pesado ni medido—aclaré eso era importante, así sabría
si estaba madurando cono adulto. Además, mi examinadora después del desayuno me medía y me
pesaba antes de iniciar con otras cosas.

Ella sonrió, mi mente dibujó su sonrisa, la marcó en las paredes de mi cabeza.

—Cambiare tu día rutinario completamente— me dijo, retirando su silla y dejándose caer sobre
sus rodillas—. Vamos a bañarte y después haremos todo lo demás.

Me incliné hacia un costado cuando escuché un pequeño quejido debajo de la mesa que terminó
vibrando y sacudiendo los libros de dibujo y los platos, ella se había golpeado la cabeza y ahora se
la sobaba con una mano, mientras que con la otra abría el segundo cajón del mueble pequeño
donde guardaba mis diccionarios.

En ese segundo cajo guardaban también los productos de limpieza.

— ¿Esto es lo que utiliza Erika para bañarte? — La miré sacando el shampoo y un jabón, pero
también miré algo más, por la forma en que se encontraba agachada, la apertura de la bata en la
parte de su cuello... se expandió.

Podía ver la piel de sus clavículas, y ver lo delgadas que eran estas, me aceleró la respiración, mis
ojos bajaron por esa apertura, encontrando debajo sus delgadas y marcadas clavículas la tela
oscura de una camisa que apenas se abría un poco más, despegándose de la piel y sombreando
una parte de ella de la que tuve más curiosidad de ver, pero entonces hizo un movimiento que
logro que todo su cabello castaña cayera sobre sus hombros y cubriera esa apertura.

—Sí—respondí haciendo mueca, yo quería ver el color de su ropa. No conocía otro color que no
fuera el de las batas blancas o los jeans de mi examinadora, y quería saber que se ocultaba debajo
de sus batas—. Y las toallas están bajo mi cama.

—Muy bien— soltó, empezando a salir debajo de la mesa con los productos acumulados entre sus
brazos—. Toma dos toallas y pongámonos en marcha.

Su sonrisa esta vez provocó algo diferente en mí.

Mi cuerpo se sintió valiente al reaccionar, caminé hacia mi cama, pero no podía decir que
caminaba como otras veces hice, esta vez sentía las piernas endurecidas, y no era lo único
endurecido en mí, mis brazos cuando se estiraron a tomar dos toallas que permanecían dobladas
bajo el espacio de mi cama, también lo estaban. Y era desconcertante.

Me abrumaba.

Nunca había sentido todo mi cuerpo actuar así, sentirme tan nervioso y empezar a sudar con sólo
escuchar que iríamos a las duchas. Me había revisado la temperatura en un abrir y cerrar de ojos,
pero no tenía fiebre así que sudar de esa manera era extraño, y sentir que el corazón me
atravesaría el pecho también.

Salimos de mi cuarto, ni siquiera volteé a mirar las puertas cristalizadas de mi sala, ni mirar otra
cosa que no fuera su perfil, contemplarla, apreciar cada milímetro de ella, recorriendo su pequeño
puente de nariz y terminando en esos carnosos labios de una boca que mis dedos ansiaban tocar
otra vez.

Cuando llegamos al umbral de la ducha de los hombres, que a estas horas estaban vacías, ella
colocó un letrero redondeado rojo justo en la entrada, tan solo ver como lo pegaba todo el aire en
mi pecho se esfumo.
Mi examinadora lo ponía cada que intimaría conmigo, dijo que el letrero era para que otros no nos
interrumpieran, y nos dieran privacidad.

— ¿Me lo harás en la ducha? —mi pregunta salió en un tono ronco y bajo que aún en el silencio se
escuchó claro, y eso la detuvo a mitad del camino, yo ya me había detenido antes, justo al lado del
letrero rojo. Se giró, entornando sus orbes azules sobre mí, curiosos y confundidos. Un gesto que
solo cosquilleaban las yemas de mis dedos y me hacían tener más ganas de tocar sus mejillas.

— ¿Haré qué? —curioseó.

— Intimar conmigo en la ducha.

Un segundo se quedó con la mirada en blanco, pero al siguiente cuando comenzó a pestañar, esas
mejillas pecosas se sonrojaron, y empezó a negar con la cabeza.

— ¿Po-por qué lo dices?

Me sentí confundido...

—Porque pegaste el letrero rojo—señalé junto a mí, ella abrió sus labios y miró el letrero un
instante antes de fruncir su frente—. Cuando lo pones, significa que intimaras conmigo.

—Wou, no, no, no, no—repitió la palabra, y rápidamente se devolvió hacía mí quitando el letrero
enseguida—. Pensé que era para privacidad. Erika me dijo que era para la privacidad.

—Es privacidad—rectifiqué, y no sé porque terminé sintiéndome decepcionado de que lo quitara


de la entrada y todavía revisara a los lados como buscando si alguien nos había visto—, para que
nadie nos interrumpa cuando intimamos.

Ella lanzó una corta risa, restregando su cabello con nerviosismo.


—Que vergüenza, hay tantas cosas que todavía no sé de los adultos rojos —avisó, devolviendo la
mirada a mis ojos—. Gracias, yo no sabía bien su significado.

Mejor no se lo hubiera dicho. Eso fue lo que pensé, me arrepentí de inmediato sintiéndome mal
por querer engañarla.

Nos adentramos a las duchas vacías, éramos los únicos aquí, y esperaba que lo fuéramos. Ella se
acercó a la primera banca, depositando todas las cosas ahí, yo hice lo mismo acomodando las
toallas para, enseguida, deshacerme de la bata, pero algo me detuvo tan solo tuve la bata sobre mi
pecho.

— ¡Espera! —su chillido me hizo bajarla hasta el estómago para ver de qué forma mantenía sus
ojos cerrados y estiraba sus manos en dirección a mi entrepierna—. Y-y-y-yo te iba a pedir que
colocaras una toalla alrededor de tu cintura antes de que te quitaras la bata.

No la entendí, terminé sacándome la bata de mi cuerpo y dejándola sobre la banca, enseguida la


encontré a ella tomando apresuradamente una de las toallas y extendiéndomela, la tomé, aún más
confundido que antes.

—Pero no la necesito, se va a mojar.

—Por eso trajimos dos toallas—alegó, sus ojos se abrieron clavándose únicamente en mi rostro y
en ni otra parte de mí—, una para cubrir tu entrepierna mientras te tallo, y la otra será para secar
tu cuerpo entero.

— ¿No quieres verme desnudo? —No entendía que problema tenía con cubrir mi miembro, sí ella
ya había visto otros.

—No, claro que no estoy acostumbrada—No sabría decir que aspecto tenía ahora su rostro
enrojecido, pero me sentí una clase de emociones contradictorias, una que se debía a que ella no
quería verme desnudo, y la otra, a lo preciosa que se veía en este momento.

—Pero con tu infante sí —expuse. ¿Qué había de malo en verme desnudo? ¿O era porque yo era
más grande que ese infante, o acaso no le gustaba algo de mí cuerpo?
—Pero es una enorme diferencia, tú eres un hombre, él solo es un niño—concluyó, arrebatándome
la toalla y estirándola para pegarla a mi vientre.

Que su dulce voz me llamará hombre, estremeció hasta el más pequeño de mis músculos y
órganos. Rodeó mi torso y eso no lo esperé, detuve el aliento y sentí esa nueva tensión apoderarse
de mi cuerpo cuando vi lo cerca que estaba su rostro de mi pecho, y esos labios que faltaban
centímetros para tocarme...

Lo anhelé como loco.

Ahogué un gemido que ella no escuchó, y la contracción en mi vientre se profundizo cuando esos
nudillos acariciaron parte de mi estómago, un roce apenas pero suficiente para dejarme expuesto
a lo desconocido.

Mi cuerpo lo había disfrutado, mi piel había deseado ese contacto y cuando lo tuvo se sintió tan
bien... que quería repetirla.

Hizo un nudo con la toalla una vez que me la acomodó sobre mi cadera, y se apartó, pero esas
sensaciones eléctricas y estremecedoras seguían en mi cuerpo, sumiéndome en una clase de
burbuja a la que quise encontrarle nombre.

—Ya está—Con una leve sonrisa tomó el balde y se apresuró al enorme tubo del que colgaba los
grifos, le seguí por detrás, dando un leve toque a mi estómago, esa parte donde sus nudillos
acariciaron inconscientemente. Abrió un par de llaves y el agua salió de uno de los grifos, un agua
fresca que pronto se entibio—. Te voy a enseñar a bañarte.

— ¿No vas a bañarme tú? —fue lo único que pude decir. Ella negó mientras inclinaba su cuerpo a
delante y tomaba el jabón y los talladores.

—Te enseñaré como tallarte y luego lo harás tú, por supuesto te ayudaré con la espalda—dijo,
mojando los productos y colocando jabón en los talladores para luego darme uno—, pero es hora
de que empieces a valerte por ti mismo, de que te sientas como una persona y no como un objeto.
Como una persona, y no como un objeto...

No supe cómo interpretar eso porque yo era un experimento, no un objeto ni mucho menos una
persona, al menos eso me habían enseñado. No supe que decir mucho menos cuando la vi
acercarse a mí para llevar sus pequeñas manos a mi estómago y darme un leve empujón. Ese
contacto que me hizo suspirar entrecortadamente, fue suficiente para hacerme retroceder y lograr
que el agua empapara todo mi cuerpo en segundos.

Alzó una sonrisa al ver mi rostro, tampoco sabía qué tipo de gesto tenía, seguía procesando sus
palabras. Me empujó otra vez, logrando que incluso el agua la empapará a ella también, eso la hizo
sonreír más y hacer una sacudida de su cabeza al sentir el agua sobre ella.

Estiró su brazo hacía mi cuerpo, y sentí pronto el tallador de su mano tocarme el hombro, le seguí
el movimiento escuchando mientras tallaba mi hombro y brazo, que eso era lo que debía de hacer,
hizo lo mismo en diferentes partes de mi cuerpo, hasta que se detuvo en mi abdomen, donde una
pequeña y apenas visible mancha carmesí se dejaba ver, con la forma de unos labios.

—Esto es... —se detuvo, su dedo tocando esa zona de piel hizo que una descarga eléctrica se
adueñara de mi cuerpo. Acarició, una y otra vez, y lo espasmos se acumularon en mí y ahí... más
abajo—, ¿con qué te manchaste?

Otra caricia y tras un estremecimiento, respiré hondo.

—Es una mancha del labial de mi examinadora—exhalé con complicación. Su toque provocaba
retorcijones abrumadores en mi interior, cosas en mí que no sentí antes, me confundía, pero más
que nada, me gustaba mucho, me nublaba—, todavía no se me quita.

— ¿Ella te besa el cuerpo? —inquiere. Asentí sintiendo su dedo aún, aunque vi que no me puso
atención, siguió viendo esa marca.

—Sí, también los labios.


Y eso detuvo las caricias de su dedo, incluso detuvo su mirada en la mancha antes de subir
lentamente la mirada, observándome en blanco. Parpadeó una vez, reaccionó y tragó con
dificultad.

—No sabía que podíamos besarlos, no venía eso en el reglamento—musitó, a pesar del sonido
fuerte del agua golpeando el suelo bajo mis pies, pude escucharla con claridad, y como esa dulzura
de voz recorría apenas el resto de la ducha.

Mi examinadora comenzó a besarme desde hace unos meses atrás, la primera vez que lo hizo no
supe que era lo que hacía, pero el toque de sus labios con los míos me había agradado al principio,
me enseñó a abrirlos a cómo mover mis labios sobre los suyos. Al principio fue solo eso, luego
sucedió un beso muy extraño, su lengua entrando a mi cavidad bucal y saboreando la mía: ella dijo
que esos besos eran los mejores y a cualquiera lo seducían para intimar. Ella me enseñó lo poco
que sabía de mi cuerpo, para que se utilizaba mi miembro, para que se utilizaba mi lengua en la
intimación.

—También me ha hecho otras cosas, dice que me ayuda a practicar para cuando me emparejen en
el bunker—mencioné, y quise preguntarle algo, algo muy atrevido.

¿Quieres besarme también? Bésame, porque yo también quiero probar tu labial.

Pero había un problema, y es que ella no estaba usando labial.

Aun así, quería probar sus labios.

—Eres el primero que me dice que ha sido besado por su examinadora—hizo saber, pero luego
comenzó a sacudir su cabeza, haciendo que esos mechones castaños y mojados se sacudieran—.
Olvidemos esta charla y sigamos con la ducha.

Asentí de inmediato, viendo ahora como se tomaba el cabello y se hacía un raro nudo con un par
de mechones para sostenérselo, su rostro se afinó aún más cuando ni un mechón se embarraba en
su blanca piel del rostro. Descendió a mí otra vez, y tallando esa mancha en mi abdomen y
hablando sobre la manera en que debía tallarme mi cuerpo, no pasó mucho cuando me pidió que
comenzara a tallarme el brazo derecho, y lo hice mientras la sentía rodear mi cuerpo hasta
acomodarse detrás de mí.
Cuando ya no vi ni una parte de ella, moví mi cabeza para lanzar una mirada sobre mi hombro y
contemplar apenas su mirada, clavada en alguna parte de mi espalda.

Entonces, volví a jadear con fuerza, un jadeo que escupieron mis labios sin discusión cuando esa
mano se apoyó en una parte de mi espalda y esos dedos se aferraron en un toque tan profundo
que se deslizó por todo ese tracto de piel y subía nuevamente logrando que la tensión desarmara
mi cuerpo en una descarga placentera que estremeció los músculos de mi vientre y los tensó
todos, endureciendo mi...

Eso no podía ser.

Bajé la mirada, estupefacto, dejando de tallarme el brazo para dirigir mi mano a la toalla y estirarla
con la intención de revisar mi entrepierna. Tan solo lo vi la solté de inmediato, sintiéndome
asustado, ¿por qué estaba actuando así? ¿Por qué sentía esa tensión ahí abajo? No tenía tensión
acumulada en mi cuerpo como para sentirme de esta forma tan agitada y con la necesidad de
liberarlo... ¿por qué estaba erecto?

—Acá también tienes una mancha de labial—apenas escuché su voz, melodiosa acelerando mi
corazón—, espero que se quite.

No de él.

NO DE ÉL

*.*.*

Actualidad.

Sentí una rotunda sacudida en los huesos cuando esos disparos volvieron a estirarse en el exterior
acompañados de sonidos huecos y agudos con una fuerza capaz de retumbar las paredes,
llenándolo todo de terror.
De inmediato clavé la mirada en la puerta entenebrecida por el ruido, antes de sentir las manos de
Rojo apretando mis rodillas, haciendo que enseguida fuera él lo único que terminara mirando. Su
quijada estaba apretada, esos orbes se habían ocultado debajo de sus enrojecidos parpados,
revisando más que alrededor, la pared junto a la puerta que antes yo miraba....

Porque del otro lado de ella, se desataba un caos.

Se me estremecieron los músculos cuando sus dedos abandonaron mi rodilla, cuando lo vi alzarse
de golpe, incorporando su postura peligrosa. No tardé nada en imitarlo subiendo mis jeans
también, mis nerviosos y temblorosos dedos lo abotonaron como pudieron cuando vieron a Rojo
encaminarse a la puerta.

— Quédate aquí—no fue una petición, sino una orden, y podía sentir lo aseverado de su voz a
pesar de que esta vez no volteó a mirarme—. No salgas esta vez.

—Pero...

¿Cómo quería que me quedara aquí sin hacer nada? Iban a necesitar mi ayuda si algo muy grave
estaba pasando ahí a fuera, ¿y si alguien salía lastimado? Mi ayuda podría ser una diferencia.
Desapareció, desapareció cuando abrió la puerta de un golpe, y corrió fuera del baño. Apresuré a
salir, viendo su ancha espalda alejarse cada segundo más, tomando el arma del bolsillo de su
pantalón antes de abrir esa puerta que, desde la lejanía mostro un montón de escombros de
madera que me inquietaron.

El sonido cesó al instante en que él cerró la puerta, ni un solo grito o disparo se escuchó más, nada
más que el silencio hundiendo nuevamente la habitación. Hundí el ceño dejándome plantada solo
el suelo solo unos segundos para saber si nada más se escuchaba, pero entonces ese jadeo
cercano llamó mi atención.

Un jadeo entrecortado que hizo que mi rostro girara hacía el lado derecho de la habitación, y
encontrara ahí, debajo de una de las camas, a 16 oculta, aferrada al suelo, con la mirada aterrada
observando la puerta, y con una mano apretando mi arma, la que había dejado sobre la cama.

Repentinamente su figura se oscureció cuando enseguida la fuerza de la iluminación disminuyó,


sombreando algunas pocas áreas de la habitación.
Eso no era nada bueno...

— ¿So-so-son los monstruos? —la escuché preguntar, sin apartar la mirada de la madera de la
puerta, yo tampoco aparté la mía de ella, preguntándome por qué razón estaba tan oscuro.

— Creo que sí—Deseaba equivocarme.

— ¿V-van a entrar? —preguntó al instante en que contesté. Aún con lo bajo de su voz, ni un otro
ruido más detrás de esa puerta, se escuchó. Ni siquiera un gemir.

Pronto la vi salir de su lugar, arrastrarse fuera de la cama para levantarse. Miré de qué forma le
temblaban las manos, sobre todo esos dedos mal acomodados sobre el gatillo, poco faltaba para
que lo apretaran y una bala saliera descuidadamente del arma.

—No, por ahora no—No me escuché muy segura. Suspiré, sintiendo la necesidad de arribarle el
arma, lo que más que necesitábamos en este momento eran balas, y no podíamos desperdiciarlas
—. Dame el arma, ¿sí?

Sus orbes verdes volaron en mi dirección, se miró las manos, la seriedad que puso me hizo pensar
que no me la daría, pero luego volvió a verme antes de asentí levemente y acercarse mientras me
estiraba el arma. No tardé en tomarla y contar las balas dentro, todavía tenía un bonche en la caja
junto que dejé sobre la otra cama.

—Ya no hay ruido, ¿tú crees que algo pasó? — su pregunta me preocupó más que ver sus labios
partidos y esas gotitas de sudor en su rostro, que, aunque eran pocas, que tuviera fiebre aún decía
que la tensión seguía en ella.

Respiré hondo y exhalé sintiendo. No estaba segura de nada, pero, si ya no había ruido era por una
razón, ¿no? Y esa razón fue eliminada, ¿cierto? Sentí mucha inseguridad, y más que inseguridad
miedo.

El silencio no siempre era bueno.


—Espera aquí, iré a revisar, ¿entendiste? — avisé. Apenas la vi asentir con dificultad.

Animé a mis piernas a moverse en esa dirección, no sin antes mirar esa perlada mirada que ahora
estaba puesta sobre mí. Mi mano tomó el picaporte y tan solo lo abrí el desagradable olor a
putrefacción me sacudió el estómago. Era asqueroso, solo recordar ese olor me hacía saber que se
trataba de los mismos experimentos.

Observé, abrumada, el apenas tétrico panorama que se desataba frente a mí. Todo el muro que
había sido construido por Adam, Rojo y Rossi para defendernos, estaba destruido por los suelos,
como si algo se hubiese estampado contra ellos, algo pesado y brusco. Ese algo tenía la forma de
dos grotescos experimentos cuyos tentáculos estaban esparcidos por casi todo el suelo frente a mí,
uno que otro bajo los escombros de la madera. Pero estaban inmóviles, sin vida, con balas
atravesando sus deformados cráneos.

No pude evitar acercarme y darle una revisada al cuerpo más cercano, todavía no podía creer que
tuviera ese aspecto gelatinoso, baboso y enrojecido, sin forma humana, sin brazos ni piernas, solo
una cabeza perturbadoramente humana... Ahora que lo pensaba, parecían pulpos con todos sus
tentáculos oscuros.

—Deberías volver a dentro— Aparté la mirada del experimento para depositarla en las piernas de
Rojo que se movieron con firmeza de la escalera que llevaba al sótano, en mi dirección—. Todavía
no es seguro, Pym.

—Estaba preocupada por el silencio así que vine a ver si todo estaba bien—comenté. Él bajó su
mirada para observarme, antes de negar con la cabeza en un leve movimiento.

—Aun así, no es seguro, uno de ellos podría aparecer, vuelve a dentro con 16—me pidió tras soltar
un suspiro.

Sabía que estaba preocupado de que me lastimara otra vez, pero no podía ir y hacer como si nada
mientras ellos mataban experimentos, la única aquí que no sabía utilizar un arma era la enfermera,
en cambio yo tenía un arma y sabía usarla.

Además, esta vez yo no estaba sola, él estaba aquí, así como el resto también.
—Tengo un arma—Incluso se la mostré sin vacilación, y él la estudió—. No te preocupes esta vez
no estoy sola y no esta oscuro, si estoy cerca de ustedes no pasará nada—Su quijada se apretó con
severidad, y antes de que dijera algo o insistiera preferí preguntar: —. ¿Dónde están los demás?

—Están en el sótano sacando extinguidores —soltó espesamente guardándose el arma en el


bolsillo de su pantalón.

¿Por qué sacaban extinguidores? Eso mismo me dijo Adam, que él le ordenó a Rossi sacarlos, e iba
a preguntarle, pero entonces sacó su advertencia sobre ella.

—Dicen que tienen un plan para sacarnos de aquí— añadió.

Eso me confundió, me hundí el ceño, estaba a punto de preguntarle de qué plan hablaba, pero
recordé lo poco que Adam me había contado, solo diciendo que abriría una de las puertas, pero sin
ninguna explicación extraña.

Para mí ese no era un plan, solo una opción muy arriesgada.

— ¿Te explicaron el plan? —inquirí.

—Quieren abrir la segunda entrada—inició diciendo, enviando sus robes al otro pasadizo—, dejar
que los experimentos entren y dispararles.

¿Solo así? ¿Sin nada más? ¿Ese era el maldito plan que Adam tenía? ¿En serio?

—Es riesgoso, pero es la única salida, de lo contrario esos malnacidos nos acorralarán.

Aquella voz me erizó la columna, rápidamente volteé hacía mi izquierda donde se encontraba a un
par de metros la escalera al sótano, Adam subía los últimos peldaños con dos extintores abrazados
que pronto dejó en el suelo.
— No es la única salida—aclaré, severamente luego de procesar sus palabras—, podemos hacerlo
de otro modo.

Se sacudió las manos y se acercó a nosotros, atisbe su arma, colgada en la funda de su cinturón.

—No podemos esperar más tiempo—empezó diciendo—. Nos repartiremos en dos grupos,
cubriremos todas las ventilaciones, excepto la que está destruida que es la que mantendremos
vigilada. Esa era mi primer plan en dado caso de que los experimentos allá fuera sean más de los
que vimos ahora. El siguiente plan en dado caso es que sean esa cantidad, es dejarlos entrar.

—Y los extintores nos ayudarán como bombas— esa voz femenina y llena de forzada dulzura me
amargo la boca.

Por mucho que no quisiera terminé viendo hacia ella, como dejaba el extintor junto al resto, con
una despreciable sonrisa falsa.

Que ni pensara que me olvidaría de las mentiras que le dijo a 16, porque todo lo que quería soltar
contra ella, se lo soltaría a ella con puños e insultos... Tal vez no en este momento, pero lo haría.

Sí que la abofetearía.

Sacudí la cabeza para liberarme de la molestia que su presencia me había provocado, ahora sabía
para qué querían los extintores, para una clase de bomba helada, ¿para ocultar nuestras
temperaturas?

— Para congelar sus extremidades y disminuir su velocidad. Así les disparáremos con facilidad en el
cráneo— ese agregado lo hizo Adam. Pero lo explicaba con una seguridad que ni yo ni Rojo
teníamos.

El plan era bueno, pero era muy peligroso también.

Además, uno de los mayores problemas, eran las pocas armas que teníamos, sin mencionar el
número de balas. Si se nos acababan aquí dentro, allá fuera no tendríamos con qué defendernos.
Me aterraba decirlo, me aterraba mucho sentirme de acuerdo, pero no podía pensar en otro plan,
más que abrir una de las entradas.

—Pero no sabemos cuántos son ahora mismo— mencioné—. ¿Y si abrimos la primera entrada?

En ese instante mi voz amenazó con temblar, no por la preocupación y miedo a que fueran varios
experimentos escarbando en la B sino porque mi estómago volvió a volcarse y algo deseaba
expulsarse otra vez de mi boca, unas nauseas que se calmaron cuando deje de hablar.

—No, es más riesgoso. Una vez abierto la puerta el derrumbe se esparcirá al interior del bunker,
nos abriera un camino hacia el resto del túnel, eso es bueno. Pero desconocemos lo que hay del
otro lado del derrumbe, quizás más monstruos, quizás el derrumbe se agrande, entonces eso solo
nos pondría en riesgo. Es por eso que enviaremos a 09 a revisar las cámaras de la segunda entrada,
porque esa será nuestra única salida— Cuando lo dijo envió su mirada a clavarse en Rojo—. Ve de
una vez.

Una orden que hizo que Rojo, después de apretar sus labios, retrocediera para obedecerla sin
inmutarse, ¿y por qué no iba él a revisarlas? No le hice la pregunta, solamente porque no valía la
pena, solo di la vuelta, y perseguí a Rojo.

— ¿A dónde crees que vas, Pym? —La pregunta hueca de Adam, hizo que él se detuviera y girara
para verme.

—Voy a acompañarte—Lo dije no por responderle a Adam, sino para calmar la duda en Rojo. Me
detuve, llegando a estar a solo centímetros de tocarle la espalda, una espalda que no toqué
cuando vi la seriedad de Rojo.

—Puedo ir solo—su voz se escuchó con calma—, quédate.

—No, quiero ir contigo—le hice saber, esas palabras hicieron que él se volteara lentamente y por
completo, llevando mi mano al vientre, sintiendo repentinamente un ardor en su interior,
provocado por mis propias palabras.
—Bien, háganlo, pero ya—espetó Adam desde atrás, le di una corta mirada viendo de qué forma
apretaba su quijada—. Y no se tarden.

(...)

No estaba de acuerdo, sentía una enorme inquietud, sabía que de cualquier forma debíamos
intentarlo y salir de aquí, pero temía que algo saliera mal en todo esto.

Creo que todos temíamos lo mismo.

Rojo se mantenía frente a mí, con su ancha espalda envuelta en tela blanca protegiéndome tal
como otras veces lo hizo. Seguí en todo momento sus pasos moviéndome con apresuro detrás de
él, y con un sutil silencio hacía el pasadizo siguiente.

Lo único que se escuchaban era nuestras respiraciones, y dentro de mí, el pulso acelerado de mi
corazón. Había tanto silencio alrededor, y peor aún, tanto aroma asqueroso que prácticamente
sabíamos que cerca había un experimento...

Quería equivocarme.

Rojo tenía su arma apretada entre los dedos de su mano izquierda, y sus ojos ocultos bajo sus
párpados vigilando tanto el techo como el suelo, se veía tan preparado para esto, como si antes
hubiese sido enseñado. Él me dijo que le habían enseñado a disparar, mucho antes de este
desastre, y pensar en eso solo me confundía más, ¿para qué les enseñaban a disparar a los
experimentos?

—Ya vamos a llegar—su voz anunciándome en un susurro me hizo estirar el cuello para revisar el
pasadizo que terminamos de cruzar.

Para nuestra suerte, estaba completamente vacío. Alargué un suspiro aliviada, y me moví junto a
Rojo, explorando todo lo que pudiera, también reconocía este pasadizo a pesar de poca
iluminación, más adelante estaba la oficina de seguridad.
—Sigamos—No lo vi asentir, pero si sentí el movimiento de su cuerpo, mi mano en ese momento,
salió disparada buscando la suya, y cuando la encontré me aferré a su calidez sintiendo como se
transfería el calor de su mano a la mía. Rojo titubeó con sus pasos, esa mirada carmín pronto se
torció un poco para mirarme desde el hombro, mirar nuestro agarre.

La forma en que miró nuestras manos era como si le doliera. ¿Se sentía así por lo que me confesó
en el baño? Creo que por esa razón se debía su mirada.

No iba a soltarlo, al final de todo, lo que él dijo no sucedió.

¿Y si hubiese sucedido, le hubiese soltado la mano? Esas preguntas sucumbieron repentinamente


mis pensamientos. La verdadera pregunta era saber si Rojo iba a ser capaz de hacerme daño en
ese momento. ¿Sería capaz de abusar de mí? ¿Y cómo conocía esa palabra y su significado? Si lo
pensaba mejor, era extraño, había algunas cosas que él no conocía y otras muchas que le
enseñaban, ¿le enseñaron lo que era una violación?

Tiró de mi agarre para apresurarnos a caminar, su mano apretó con fervor la mía,
correspondiéndome, eso hizo la presión de las confusas preguntas acumuladas en mi cabeza
desapareciera un poco.

Solo un poco.

Pronto pudimos ver la oficina—esa de la que me arrepentía haber salido—, y cuando llegamos él
no tardó en abrirla y apresurarnos a entrar, cerrándola detrás de mí.

Se dirigió al escritorio donde todos los televisores se mantenían encendidos, mostrando las
imágenes del pasillo y dos de ellos las entradas externas del bunker. Empezó a revisar esas últimas,
yo hice lo mismo que él, posicionándome junto a su cuerpo y tan solo lo hice y vi las imágenes, el
último aliento de mi cuerpo me estremeció hasta la más pequeña vellosidad de mi piel.

Los conté, indudablemente. Mi cabeza comenzó a negar, un acto que Rojo atisbó enseguida.

—No puede ser—terminé en un hilo de voz, pero ese no era el problema en realidad—. Ya hemos
pasado días aquí, ¿por qué no se van? — pregunté, sintiendo esa desesperación en mis músculos.
Solo ver sus enormes garras, los tentáculos del resto, las deformaciones en todos esos cuerpos, lo
grande que eran de altura a causa del parasito, y que uno de ellos que se hallaba sobre un
montículo del derrumbe que ocultaba toda la entrada, trataba de colgarse de lo más alto del
bunker aun cuando le daban descargas eléctricas, me perturbaban.

—Les destruyeron la vida antes y después del parasito, Pym. Si yo fuera uno de ellos, creo que
estaría haciendo lo mismo, ir a los lugares donde pienso que se esconden para matarlos.

Tragué con fuerza, sintiendo ese escalofrío deslizarse tenebrosamente por mis huesos, aunque ya
sabía eso, que él lo soltara con aquella tonada baja y peligrosa mientras miraba las cámaras, era
inquietante.

—Con un cuerpo destruido, un alma rota y un corazón negro, lo primero que haría sería matar al
monstruo que me creó—espetó. De cierta forma sabía que solo estaba comentando las razones de
esos experimentos, pero por alguna razón, una parte de mí sentía que estaba hablando realmente
de él.

Cuando en la ducha él se arrancó el dedo, y me dijo que volvería a crecer, la forma en que lo soltó
había sido con dolor y enojo, rencor, sí, era rencor. Le habían hecho mucho daño, tanto daño que
me costaba creer que no se lanzara sobre Adam y Rossi, ¿por qué motivo nunca se convirtió en un
asesino como el resto de los experimentos?

—Rojo...

—Si por alguna razón no he matado a uno de los tuyos—hizo una pausa solo para girarse y poseer
mi mirada con la profundidad de la suya, se acercó a pasos lentos, pero no lo suficiente, a pesar de
que sus piernas quisieron moverse más él se detuvo a tan solo pasos de pies—, es porque lo decidí
por ti. Por la diferencia que hiciste en mí.

Se me ablandó el corazón debajo del pecho al escuchar sus palabras. Pero, ¿qué hice yo de
diferente al resto? No era examinadora de adultos y no intimé con él porque no quise, ¿entonces
que hice con él? Vi la forma en que me contemplaba, y parecía querer romper la distancia entre
nosotros, algo que yo quería pero que al final solo fueron sus puños apretándose.
—Ya tenemos información, será mejor que volvamos con el resto —dijo, y tan solo lo vi apartarse
para llegar a la puerta, le detuve, poniéndome frente a la puerta y colocando el seguro al
picaporte.

Su mirada me examinó, inquietante, pero no más como yo examiné la suya.

— ¿Está todo bien? —le pregunté, en un tono bajo, viendo cada pequeño detalle de su hermoso
rostro—. Hablo de lo que dijiste en el baño.

Sabía, y muy bien, que no era tiempo para quedarnos a hablar sobre ese tema, pero quizás... más
adelante no habría tiempo para nada más que luchar por nuestras vidas, o morir en el intento.

Permaneció en silencio, sus orbes carmín en movimiento contemplaron mis ojos, se lamió los
labios secos, y nuevamente esas cejas se juntaron con la frustración apenas visible.

— No. ¿Qué pensaste de mí cuando te lo dije? —Su aliento me acarició la nariz, estremeciendo
cada pulgada de la piel de mi rostro. Mis manos se sintieron ansiosas de tocar su rostro, y no
desesperé más para llevarlas a su torso y sentir esa tensión en sus duros músculos debajo de la
camisa blanca que llevaba puesta.

—Que el hubiera no existe—musité, mis dedos escalaron más de su cuerpo y esos ojos
parpadearon, mirando de reojo mis dedos y luego mis labios. Sus cejas entonces se juntaron con
algo de frustración. Era eso, exactamente eso era lo que le molestaba, pensar en que tal vez no iba
a detenerse conmigo en ese momento.

—Temo mucho por lo que sientas cuando recuerdes ese momento y no todo lo demás, y te
retractes de haber intimado conmigo.

Yo también temía mucho por eso, por recordar quién me había golpeado en el área roja, pero el
resto, mencionando mis sentimientos, sentía que no cambiarían. El recuerdo que tuve de él
besándome con esa intensidad brusca, sintiendo su lengua colonizar mí boca, sus manos
deteniendo mi cuerpo y acariciándolo, y su caliente cuerpo sobre el mío contra una pared. Estaba
asustada, pero también reconocí ese nerviosismo y deseo al sentir sus labios en el recuerdo.
Era extraño, si ese momento había acontecido cuando él quería intimar conmigo y yo le vi de una
forma que lo lastimo, ¿entonces por qué me sentí así cuando me besaba? ¿O era acaso que estaba
revolviendo mis sentimientos de hoy, con los de mi recuerdo? Fuera lo que fuera, yo quería estar
con él.

—Solo...—Volví a tragar, mis dedos treparon sus pectorales y se resbalaron deliberadamente por
su cuello hasta rodearlo con fuerza y yo alzarme de puntitas para terminar casi a su misma altura.
Con ese acercamiento, Rojo jadeó, dejando sus labios entreabiertos y esa mirada perdida en la
mía, oscureciendo apenas—, no permitas que me aparte de ti.

—Ni siquiera iba a permitirlo, eso es lo que ya no puedo hacer contigo— Inclinó su rostro solo para
que nuestras frentes se tocaran—, dejarte ir. Estoy aferrado a ti.

Y lo besé, junté sus labios con los mis en un besó en el que sentí su sorpresa y escuché su ahogado
gemido, un beso profundo y apasionado que continué sin duda alguna, y que él no tardó en
corresponderme, rodeando mi cintura con sus enormes brazos y apretarme contra su ancho
cuerpo.

El sabor de sus carnosos labios me fascinaba, podría chuparlos y no cansarme de ellos, era un
sabor que me perdía, me hacía olvidar y más aún esa lengua que pronto saboreó el interior de mi
boca de un modo tan profundo e intenso como si fuera la primera vez que lo hiciera también. Mi
cuerpo se liberó un largo suspiro que pareció gustarle a él, pues no solo sus dedos hicieron presión
en mi cadera, sino que algo duro creció y se rozó en mi entrepierna, logrando que mi cadera se
meneara contra él.

Sí, sí, lo sabía, estaba yéndome por las ramas, siempre que lo besaba, que lo abrazaba o miraba,
todo a mí alrededor desaparecía. No recordaba nada más que su endemoniada mirada,
hipnotizándome. Y estaba mal, porque no era el momento, pero era demasiado tarde para que mi
razón pudiera detenernos. Él debía dar el paso antes de que...

Gemí. Me empujó dejando mi espalda pegada contra la puerta para quedar acorralada contra su
enorme cuerpo que no se pegó por completó al mío.

Cortó el beso, sacando su larga lengua de mi boca, pero sus labios no se apartaron de los mis.
—Detenme—jadeó otra vez contra mis labios—, si me dejas continuar temo no parar, aun si hay un
experimento del otro lado.

El rocé carnoso tanto de aquel bulto contra mi entrepierna como de su boca contra mis labios,
brindo descargas placenteras estremeciendo mi cuerpo y sobre todo, mi vientre, ese que llevaba
varios minutos siendo dueño de un raro calor y dolor.

—S-sí, tienes razón, tenemos que decirles que no es el momento para dejarlos entrar.

(...)

Adam no estaba de acuerdo, y hasta él mismo dudo de nosotros para ir a revisar las cámaras de
seguridad por su cuenta, pero la misma evidencia le dejó en claro que no era el momento de
realizar el segundo plan, que debíamos esperarnos un poco más, solo un poco más para saber si
algún otro experimento se iba de la segunda entrada.

La única salida era esa, a menos que nos arriesgáramos más con abrir la primera entrada y dejar
que todo el derrumbe entrada y quién sabe, quizás algo más. Ese algo más era la razón por la que
Adam no estaba de acuerdo en abrirla, y tenía razón, si resultaba que del otro lado había más
experimentos, o el derrumbe se agrandaba, estaríamos acabados.

Así que, por ahora, solo nos quedaba esperar otra vez, rogar porque se fueran todos los
experimentos...

Como si fuera a pasar, después de lo que dijo Rojo era difícil pensar que lo harían.

Por otro lado, también habíamos puesto en marcha el primer plan de Adam, que eran cubrir todas
las ventilaciones en grupo. Adam nos había dado horas atrás una caja con clavos y pedazos de
madera cuadrangular que él había podido cortar con una sierra eléctrica en el sótano. Era
impresionante que el sótano estuviera lleno de tantas cosas, no lo creí sino hasta que bajé para
buscar alguna herramienta que nos fuera útil para defendernos. El sótano era enorme, había
muebles que todavía seguían dentro de sus cajas, y cajas metálicas con candados de extraña
apariencia. Y mucho alimento y agua potable almacenada en un cuarto aparte como para vivir por
meses en este lugar.
Después de que termináramos de cubrir las ventilaciones—cosa que nos costó mucho trabajo,
pero que al menos ni una otra monstruosidad había aparecido—, nos repartieron turnos. Esta vez,
quienes harían la primera guardia éramos Rojo y yo.

Mientras él recorría el pasillo de la primea entrada, donde había el enorme hueco en el techo, yo
cuidaba la entrada al sótano.

Había algo en lo que no había podido dejar de pensar... Y fue en que, durante el largo camino y
revisión que hicimos mientras cubríamos las ventilaciones, en ninguna habitación encontré toallas
íntimas o rastrillos.

Era extraño pensar que a los experimentos varones no les crecía la barba, podía notarlo en el
rostro de Rojo, suave y limpio, por otro lado, su rostro no era el único lugar si vellosidades. Su
vientre también estaba impecable.

Si los hombres no necesitaban rasuradora, y no había toallas íntimas, entonces a las hembras no
les llegaba su periodo. Su menstruación. Era por esa razón que no eran fértiles.

Quería preguntarle a 16, pero si no sabía sobre ese tema, sería incomodo explicárselo. No quería
meterme en ese detalle con ella o con alguien más.

La razón por la que busqué esas dos cosas, no era solo porque quería las piernas depiladas, yo
quería más que nada, las toallas íntimas.

El ardor en mi vientre, ese mismo que sentí tiempo atrás y el que se iba por momentos era como el
de los cólicos, pero no había ni un sangrado. Sin embargo podía decir que no faltaría mucho para
que llegara mi día, y entonces... ver eso me indicaría que no estaba embarazada de Rojo. A cada
mujer le llegaba el día cada mes, y yo no recordaba cuando había sido la última vez, así que el que
surgiera esta molestia en el vientre, me hacía sentir aliviada.

Pero había otro problema, y era que hasta a algunas embarazadas les daba este tipo de cólicos
momentáneos, durante las primeras semanas...de gestación. No sabía cómo era posible que
supiera eso, y no saberlo me perturbaba aún más.
— ¿Quieres un poco? — La voz de 16 me sorprendió, entorné la mirada en su dirección, ella se
encontraba cerrando la puerta de la habitación en la que descansaban Adam y Rossi. En sus manos
había una lata de atún cerrada y en otra unas galletas y un jugó—. De todos, tú eres la única que
no comió.

No era que no tuviera hambre, cosa que sí tenía, solo que el olor de los alimentos estaba
inquietándome el estómago. Se acercó a mí a pasos ligeros, no sin antes mirar a los pasillos con
temor. La estudié, la timidez en la forma en que se acercaba y estiraba la comida, parecía sincera.

—Gracias—solté sintiéndome un poco incómoda cuando tomé la comida de sus manos. Pensé que
se iría, pero se quedó quieta frente a mí, observándome con esa misma timidez

—Yo quiero saber...— dejó suspenso en el ambiente—. ¿Cuánto llevan ustedes de pareja?

Mordí mi labio inferior, asintiendo. Así que quería saber ahora de nosotros dos, pero la verdad era
que no sabía desdé cuando habíamos empezado una clase de relación, cuando él lo aclaró fue con
Rossi, diciendo que yo era su hembra, y ese momento no había sido hace mucho....

—No hace mucho —repliqué, ella asintió un par de veces con la cabeza.

—Cuando le pregunté a la examinadora por qué no te apartabas de su lado la noche en que él


estaba inconsciente, me dijo que era algo que hacían los examinadores— contó, apretando sus
manos, una con la otra —. Cuando te vi recostada a su lado, no me pareció que fuera algo que un
examinador hiciera... Lo siento por portarme así contigo y por dejarme llevar con las mentiras de
esa examinadora.

Un silenció se hizo al rededor, no supe que decir, no había nada por decir en realidad porque nada
llegaba en mi mente con su inesperada disculpa. Se dio la vuelta sin despedirse y comenzó a volver
a la puerta. Antes, dio una última mirada detrás de mí para apresurarse a entrar, y eso sin duda me
hizo revisar sobre mi hombro y encontrarme al motivo de su repentina despedida. Rojo había
cruzado el siguiente pasadizo, sus piernas venían en mi dirección, movimientos lentos y marcados,
revisando a través de sus párpados las ventilaciones ocultas tras la madera.

Estaba muy apartado de mi zona, pero verlo acercarse, provocó ese latir acelerado de mi corazón,
y ese indudable calor colocarme nerviosa.
No estaba bien que él me provocara esto con solo mirarlo, sentirme repentinamente así. No estaba
bien, ¿eran las feromonas? Debían serlo, no había otra mejor explicación.

— ¿Viste algo? — levanté un poco la vos, atrayendo su mirada, clavando sus orbes enigmáticos en
la lata de comida en mis manos.

—No, ni escuché nada, pero eso no indica que las ventilaciones estén desocupadas, ¿tú has oído
algo raro? — Conté esos pasos que faltaban por llegar, mis dedos se sintieron muy inquietos, y ni
hablar de la perturbadora sed que tuve en la garganta con solo ver sus carnosos labios que se
mantenían entre abiertos.

Oh maldición. Deseaba su lengua dentro de mi boca en este momento, y chupándome la zona más
frágil de mi cuerpo…

No, no, no, no. Es5o estaba mal. ¿Por qué estaba deseando hundirme en su boca en estos
momentos? Quise golpearme las mejillas para erradicar todos esos pensamientos e ideas que
llegaron a mí.

— ¿Pym? —Reaccioné ante su grave voz masculina crepitante en mis entrañas con suavidad. Elevé
la mirada de sus labios que estaban a varios centímetros de mí, para subir el rostro y encontrar
esos orbes observándome.

— ¿Sí? — Se inquietó, sus cejas amenazaron con fruncirse un poco, lo que no esperé fue que
ambos dorsos de sus manos terminaron depositándose sobre mi frente.

—Tienes fiebre, ¿te duele la pierna? — su voz apenas pude procesarla, los escalofríos que su tacto
me provocó sacudieron todos mis huesos.

Sí. No estaba bien que me sintiera así. Sensible, con cólicos y nauseas, con un repentino cansancio,
fiebre. Y esa necesidad de tener sexo con él aquí mismo.

Ahora mismo.
Me aparté de él antes de que sintiera un caos en mi interior, y negué enseguida.

—Solo necesito descansar—respondí. Le di la espalda sin darme cuenta de que me seguía, me


acerque a la silla que saque hace un rato de la habitación, con la intensión de sentarme y comer un
poco.

—Me estas preocupando.

—Estoy bien —aclaré, tomando al fin asiento, dejando las galletas y el jugo sobre mis piernas para
abrir la lata de atún—. Solo necesito comer.

— ¿Necesitas comer o descansar?

Lo vi, a pesar de que no quería verlo por lo alborotado que estaba mi corazón, colocarse sobre sus
rodillas delante de mí, llevando una de sus manos para tocar mi muslo. Los dedos de mi mano
comenzaron a temblar mientras quitaba la tapa de la lata.

Estos síntomas estaban mal.

—Come un poco y ve a descansar—me pidió, subí la mirada y cuando lo hice, cuando deposité la
mirada en esos profundos y enigmáticos orbes carmín, mi vientre se estremeció—. Quiero que
descanses, yo haré la guardia.

Jadeé delante de sus ojos.

Y lo odié. Detesté sentirme así, en estos momentos no era lo indicado. Ni la fiebre, ni las náuseas,
ni los cólicos, ni este deseo de sentir placer. ¿Por qué? ¿Por qué me sentía así? Ahora más que
nunca, y con síntomas tan...

Sentí miedo, mucho pánico cuando la palabra embarazo llegó a mi cabeza.


—Pym—volvió a llamarme, sacándome del tormento en mis pensamientos. Puse atención esta vez,
la forma en que me examinaba con sus párpados cerrados, revisando mi cuerpo entero con
preocupación.

—No necesitas hacer eso— iba a detenerlo, dejando la lata de atún sobre mis piernas, pero
entonces me detuve en seco, solo eso faltaba para confirmarme la temible respuesta.

Tragué con fuerza, tratando de desvanecer ahora el asqueroso sabor que mi garganta había tenido
a causa de los nuevos vuelcos estomacales.

Me sostuve nuevamente el estómago y él se detuvo en mi acción, revisado esa área, sobre todo.
Apreté mis labios y me contuve.

No era momento para que las náuseas me golpearan con fuerza y me hiciera vomitar con solo oler
un poco del atún... Si vomitaba otra vez y aquí, Rojo se preocuparía más. No era normal sentirme
así. Un malestar se sentía continuamente, ¿no? Pero estas nauseas eran en horas diferentes,
momentos diferentes y cuando sucedían, pocos minutos después desaparecían.

— ¿Te duele el estómago? — Su mano se depositó sobre la mía, cuando alcé la mirada aun
conteniéndome, y lo vi, quedé aún más asustada—. Pym... Contéstame.

No podía estar embarazada. No en estos momentos.

No de él.

Eran ellos.

ERAN ELLOS

*.*.*
Mi mente estaba hecha un caos a pesar de que las náuseas habían cesado y peor aun cuando los
cólicos también lo hicieron después de que terminara nuestro turno cuidando el área del bunker.

No dudé que en cuanto Adam y Rossi despertaran y salieran a relevarnos, levantarme


apresuradamente y entrar a la habitación con la intención de ir al baño para revisarme. Rojo había
visto esa reacción repentina en mí, sobre todo que de lo apresurada que estaba llegué a
tropezarme, así que me había seguido hasta el baño, y aunque le pedí que me diera un momento a
solas, su rostro permaneció con la misma preocupación...

Necesitaba estar a solas para examinarme, de otra forma si él entraba junto conmigo y veía lo que
hacía, haría preguntas. Temía mucho responderle. No... Temía más saber que estaba embarazada
de Rojo.

Ya no podía ignorar los síntomas, no podía hacerlo después de tantas náuseas y que no tuviera un
sangrado aun a pesar de sentir cólicos. No era normal. Rojo y yo no nos habíamos protegido la
primera vez que tuvimos sexo, pero el problema no era que en la primera vez lo hicimos dos veces,
sino que en las duchas de la base lo hicimos más de dos veces...

Por supuesto, habíamos pasado fuera de la base más de seis días de acuerdo a las horas contadas
por Adam, y sumando los días desde la primera vez que tuvimos sexo...No quería imaginarlo, pero
no podía ignorarlo tampoco.

Oh no, a pesar de que no quería, después de estos síntomas y los anteriores, tenía que pensar en
la probabilidad de que estaba esperando un hijo...de Rojo.

Alcé de inmediato la sudadera para dejar mi estómago a la vista y me desabotoné los pantalones,
rápidamente sin esperar un segundo más, para dejar a mi vista mi vientre. Mis manos no tardaron
en tocar esa parte de mí, estaba plano y duro, no había ni una diferencia, pero podría haberlo
dentro de unas semanas más, ¿no? Quizás menos o más, no sabía. Lo único que sabía en este
momento, era que estaba asustada.

Muy aterrada.

Un embarazo justo en este desastre, era una terrible equivocación No estábamos hablando de un
embarazo entre dos personas normales, sino de alguien que fue alterado genéticamente para
existir, y antes estuvo infectado.
Y no, no estaba arrepentida de haber tenido relaciones sexuales con Rojo, en esos momentos los
malditos condones no habían aparecido sino hasta hace poco, y de nada sirvió utilizarlos, porque
ya era demasiado tarde, yo ya estaba en cinta.

Pensar en eso me aterró más, mi mente iba a colapsar de preguntas. Si el bebé tenía la genética de
Rojo, y la mía, ¿sobreviviría en mi vientre? ¿Por cuantos meses se desarrollaría? No tenía ni idea di
antes esto había sucedido entre otro experimento y otra persona. No sabía cuántos cambios habría
en mi cuerpo y si eso provocaría o dañaría mi cuerpo... Pero había otras preguntas que sobre todo
eran a las que más temía. ¿El bebé estaba infectado? Y si estaba infectado, ¿moriría? ¿O yo sería la
que iba a morir?

Dos toques huecos a la puerta me pusieron los nervios de punta, más aún cuando escuche su voz,
crepitando roncamente sobre la madera.

—Pym, ábreme... — Se me estremeció el cuerpo entero—. Quiero saber que te duele.

Mordí mi labio y negué, no podía dejarlo entrar, menos cuando me encontraba en esta condición,
sin saber cómo reaccionar.

Tenía que tranquilizarme, pero, ¿cómo hacerlo? Ni siquiera sabía si Rojo sabía algo acerca de los
embarazos o los bebés.

Ni siquiera vio nada en mi vientre, no vio otra temperatura, ¿eso quería decir que el bebé estaba
infectado? ¿O todavía Rojo no era capaz de ver su temperatura? Podía ser eso último, la
temperatura todavía no era visible, no era fuerte.

Y si no había temperatura. ¿Y si lo que tenía dentro de mí estaba infectado, de qué se alimentaria?

—De mi carne—Solo susurrar esa palabra, rasgó mis huesos de pavor. Solo Dios sabía si lo que
tenía dentro de mí era un bebé sano, o infectado.

Sacudí ese pensamiento. No era más que mi mismo miedo engañándome. Cosa que aunque
esperaba, desgraciadamente sentía que no era cierto.
Estaba embarazada. Los síntomas, las náuseas y vómitos, era lógico.

—V-voy— avisé. Me acerqué al lavabo, mis manos temblorosas tomaron las llaves y las giraron
dejando que el agua fluyera rápidamente, mojé mi rostro un par de veces para verme al espejo.

Mi apariencia era horrible. Estaba muy cansada después de no dormir durante largas horas, y esas
ojeras lo decían claramente, pero no era a causa del cansancio que yo sintiera náuseas y tuviera
ese impaciente deseo de hacer el amor con Rojo.

Esa necesidad de tenerlo debajo de mi cuerpo, montada sobre el suyo y hacérselo lento. Volví a
restregarme agua en la cara para dejar de pensar en ello, y volver a mis sentidos. Pensar en algo.

‍ no se podía volver atrás, si en verdad estaba esperando un bebé de Rojo —si es que era un bebé
‌‌‍Ya
—, debía ocultarlo de él y de todos ellos. Sobre todo, de ellos, de aquellos que estaban o
presionados con los experimentos. Pero, ¿cómo podría ocultarlo? Si las náuseas volvían y vomitaba
seguido, ellos sospecharían y Rojo. Ni siquiera quería imaginar cómo se pondría él al verme en esos
estados, si no conocía de los embarazos, sentía entonces que él pensaría que estaba contaminada,
y que él era el culpable.

Yo también era culpable.

Respiré hondo y exhalé con mucha fuerza antes de decidir salir de una vez por todas. No quería
preocupar a Rojo por mi tardanza, mucho menos dejar que más preguntas se construyeran en su
cabeza. Así que abrir esa puerta para encontrarme rápidamente con esa penetrante mirada
carmesí que pronto me atrapó con fuerza.

Otro estremecimiento por todo mi cuerpo me abrió los labios. Una guerra interna me mantuvo
quieta, varías preguntas picotearon mi lengua con la impaciente necesidad de preguntarle si él
conocía lo que era un embarazo o un bebé, y contarle lo que yo creía...

— ¿Estas bien? —preguntó en un tono de voz bajo, ronco y grave.


Escuchar su varonil voz y todavía verlo acercarse a mí, me hizo tensarme con preocupación, temer
no de él sino porque pensé que cerraría sus ojos y revisaría la temperatura de mi cuerpo — cosa
que no quería por temor a que encontrara algo en mi vientre— pero no lo hizo. Solo estiró una de
sus manos para recoger mis mechones y acomodarlos detrás de mi oreja cuidadosamente mientras
me contemplaba.

El simple toqué de sus nudillos, amenazó con hormiguear mi estómago, y tal vez algo más abajo:
esa parte de mi seguía sensible, tan sensible que con el simple tacto ya sentía ese ardor
estremecedor.

Dios. Me golpeé mentalmente, sacudiendo esas terribles sensaciones, no era el momento


oportuno, ya no lo era.

Un nudo se construyó en la parte inferior de mi garganta, el ardor apretando mis cuerdas me hizo
carraspear. Eran tantas preguntas, tantos miedos, ya no se podía volver atrás.

Forcé una sonrisa y asentí un par de veces con la cabeza, recuperando mi postura, fingiendo
tranquilidad, aunque todo mi interior fuera un completo caos.

—Ya estoy mejor, solo tenía que ir al baño a lavarme un poco el rostro— solté pausadamente,
echando una mirada al rededor solo para darme cuenta de que estábamos solos—. No te
preocupes.

Hubo una mueca en su rostro que no me gusto, y antes de que él dijera algo, decidí hacer otra
pregunta cualquiera, con tal de hacerlo olvidar de mis nauseas.

— ¿Estás cansado? — Mi mano se posicionó con rapidez sobre su torso, un tacto que hice con tal
de despejar su mente. Sus orbes bajaron para ver mi mano y mis dedos aferrándose a su camiseta.

—No— replicó, devolviéndome la mirada: la piel alrededor de sus ojos estaba levemente
oscurecida—, pero dormirás en mis brazos—su orden me hizo pestañas, sonreír apenas con
sinceridad.
Yo quería dormir en sus brazos, en ellos podría sentirme un poco tranquila, dormir profundamente
porque eso era lo que me hacía falta. Tal vez por el cansancio de incontables horas despiertas, era
lo que me tenía tan estresada si descansaba un poco, solo un poco, podría pensar mejor las
cosas...

Una salida, quizás.

—Me gusta la idea— Él no sonrió, mantuvo sus orbes inspeccionando mi rostro. Sus cejas durante
ese acto lento, se contrajeron. Él lo notaba. Notaba que algo estaba mal en mí.

Traté forzar más la sonrisa, trataba de pretender que estaba todo bien, tal vez era malísima para
ocultar algo, pero no quería que lo supiera, no ahora, y tal vez no después. Tenía que mantenerlo
oculto, sobre todo de Adam y Rossi, pensar todo con más tranquilidad, y tal vez, tras hacer eso,
contárselo a Rojo... Solo si lo tengo en el vientre, era un bebé, de ser otra cosa, o un bebé
infectado— cosa que muy difícil iba a averiguarlo— me mantendría callada.

Una de sus manos cubriendo los dedos de la mía que permanecía sobre su torso, provocó que una
descarga eléctrica me sacara de mis pensamientos otra vez. Sentí ese apretón en su agarre, para
luego verlo girarse sin soltar mis manos.

Me guío hasta la cama en la que la caja de cartuchos permanecía abierta—seguramente Rossi


tomó algunas de mis municiones—, y me soltó para remover tanto la caja como los cobertores. Se
montó sobre ella, y en ese instante en que se acomodaba en la cama individual para brindarme un
espacio suficiente, noté que sus pies estaban cubiertos por un par de botas de caza color marrón.

¿Desde cuanto las estaba usando? Estaba segura que cuando salimos de la base y en los primeros
días que pasamos aquí no las tenía, probablemente las tomó de una de las habitaciones.

—Ven— Palmeó el lado vacío de la cama en tanto acomodaba un poco más su espalda contra la
pared para mantenerse un poco sentado. Ante su invitación mordí mi labio inferior, no pasó mucho
cuando mis piernas se movieron y yo me monté sobre la cama siendo perseguida por esa profunda
mirada.

Me acomodé a su lado, recargada contra su cuerpo, con la cabeza recostada en su cálido y


palpitante pecho. Pronto lo descubrí pasando uno de sus brazos alrededor de mi cintura en una
clase de abrazo que hizo que todo mi cuerpo se desinflara en un largo suspiro.
Un abrazo protector.

—Descansa, preciosa—le escuché susurrar contra la coronilla, eso sin duda hizo que me removiera
al sentir el revoloteo inquieto de mi corazón.

Y fue repentinamente extraño que, tras su voz, otra más idéntica a la suya pero lejana, se
produjera en mi cabeza. Sentí esa familiaridad de sus palabras, como si antes, mucho antes de
todo esto, las llegué a escuchar.

Incluso, aunque antes ya habíamos dormido en una cama individual, estar aquí, solos, juntos y
abrazados, se sentía como ver proyectado otro de mis recuerdos. Si, sentía que esto había sido
igual a otra situación de mi pasado. ¿Sería posible?

—Cuando fui tu examinadora, ¿llegué a dormir de esta manera contigo? —mi pregunta salió en
palabras entre cortadas, tal vez, era solo mi imaginación, pero mientras sintiera esa fuerte
familiaridad, tenía que preguntar. Además, así olvidaría el otro tema que no quería hablar con él.

También, olvidarnos de que estábamos atrapados en un bunker rodeado de monstruos.

Hubo un silencio, un segundo en el que detuvo su respiración para después exhalar con lentitud.

—Si.

Su respuesta me hizo estirar el cuello y levantar la cabeza con la mirada a ese par de ojos con
escleróticas negras.

—Te quedaste dormida en la mesa y yo te coloqué en mi cama— Contemplé sus carnosos labios y
esos colmillos que con su movimiento había podido notar—, esa fue la primera vez que dormimos
juntos.

— ¿Antes de que me besaras para intimar contigo? —continúe, él volvió a exhalar con
profundidad, permaneciendo en silencio.
—Te besé también en ese momento— su aclaración me dejó sorprendida anonadada, y
estremecida cuando ahora un par de sus dedos acariciaban mi labio inferior, provocando
movimientos en el mismo—. Quería probar tus labios, a qué sabían y cómo se sentirían. Me
provocaste más de lo que imaginé.

Se me congeló el aliento. ¿Provocarle más de lo que de imaginó? No. Lo que más me sorprendió
era saber que me había besado dormida y más aún que él ya sabía besar, pero, ¿cómo aprendió?
¿Quién le enseño y para qué? Recuerdo que me lo había preguntado por primera vez cuando me
beso al salir del túnel de agua

Me besó con rotunda y caliente intensidad que dejó hasta mis rodillas hechas gelatinas, y mi
cuerpo sin alma.

Desde entonces, ese beso no lo había olvidado, la forma en que me besaba Rojo... no podía
olvidarla, la amaba. Cada pequeña parte de mí cuerpo y alma amaba como me hacía sentir él.

— ¿Quién te enseñó a besar y para qué? — quise saber, sus dedos se apartaron de mi boca para
aferrarse a mi brazo.

—Mejor descansa, necesitas dormir— evadió mi pregunta. Que la evadiera me preocupó. No


quería decirme, ¿era algo que no quería recordar?

Apostaba a que había sido su examinadora, debía serlo, todo apuntaba a ella. Era la única que
intimaba con él para bajar su tensión.

No supe por qué sentía que ella se había propasado con él, buscado más que tocarlo para liberarlo
de su tensión. Solo imaginarlo, me hirvió la sangre y un sabor desagradable se adueñó de mi boca.

Era repugnante.

—Fue tu examinadora, ¿es así? — No hacía falta que me respondiera, hasta la misma contracción
de su mirada lo hizo—. Con ella aprendiste a besar, ¿qué más te enseñó?
—Pym...

Él torció sus labios con desagrado, eso hizo que mi cuerpo se impulsará para levantarme un poco, y
mi mano alcanzara su rostro para atraerlo más al mío y depositar un corto beso.

—Lo siento— susurré sus manos se deslizaron por mi cintura—, no te haré recordar algo que no
quieres.

—No— confesó, escuchar u tobada crepitante, y ver la forma en que me miraba, me hizo saber era
cierto —. Lo que me afecta es recordar tu rostro cuando supiste que ella me besaba aun si no
intimábamos.

Mi espinilla tembló cuando esos dedos treparon por todo lo alto de mi espalda para llegar a mi
cabeza y atraerme más a él, hasta el punto en que sus labios rozaron los míos.

La suave sensación me aceleró más el pulso, me hizo cerrar los ojos y disfrutar del tacto, cuando
debía poner atención a sus palabras, a él.

—Detesté la forma en que me miraste, y los problemas en que te metí cuando te lo dije—repuso
severamente.

Abrí los ojos y busqué, en ese mismo acercamiento, los suyos, pero estaban cerrados, apretados,
con sus cejas hundidas y su frente arrugada con frustración. ¿Qué tipo de cara hice que a él no le
gustó? Pero más importante...

— ¿Qué tipo de problemas? —susurré, cuando apoyé mis manos sobre cada uno de sus hombros,
él se tensó.

—Solo sé— hizo una pequeña pausa, para apartarse de mí, y clavarme la mirada—, que te
advirtieron comportarte o no serías mi examinadora.
Problemas. Esa palabra la asimiló mis pensamientos, seguramente le había hecho algo a su
examinadora, tal vez la golpeé tal como lo hice con Michelle, o quizás me quejé de lo que ella le
hacía s Rojo. No lo sabía, pero quería recordarlo.

Habían pasado mucho desde que desperté, comenzaba a creer que no recuperaría mi memoria.
No recordaría todos esos momentos que pasé con Rojo o lo que viví antes de ser su examinadora,
Tampoco recordaría quién quiso matarme en el área roja...

—Ahora ya no eres solo mi examinadora— su voz ronroneando y su aliento cubriendo mi rostro


con calidez, fue suficiente para producir ese cosquilleo en mi estómago.

Esos pensamientos fueron enviados lejos cuando vi sus labios estirarse levemente en una torcida y
sensual sonrisa. Siempre que sonreír así, o cuando me abrazaba o me miraba con profundidad,
hacía que todos mis problemas o preocupaciones se dispersaran. A veces hasta me hacía sentir
que lograríamos sobrevivir a todo este infierno.

Incluso, en este momento me hacía creer que el embarazo era sólo mi imaginación.

Solté un largo suspiro antes de devolver todo mi cuerpo a su antiguo lugar, acomodando de vuelta
mi cabeza sobre su pecho y dejando que uno de mis brazos se aferrara al torso de Rojo.

—Soy tu mujer— murmuré cerca de su pecho tenso, cerrando mis ojos y sonriendo esta vez, con
sinceridad—, tu pareja.

Que espera un hijo tuyo... Esas palabras no salieron de mi boca.

—Mi pareja, mi mujer y mi todo.

Y la madre de tu hijo…

(...)
Me limpié la baba embarrada en mi mejilla antes de revisar el lado vacío de mi cama. Rojo no
estaba. ¿A dónde había ido? ¿Estaba con los otros haciendo guardia?

Me impulsé para tomar asiento en la cama y echar una rápida revisada en la habitación para
darme cuenta de que no estaba sola. En la cama de enfrente, estaba recostado el delgado cuerpo
de la enfermera, profundamente dormida. Apenas podía escuchar ese diminuto ronquido que se
remanaba de sus labios, y el cual podía pasar desapercibido sino fuera porque el resto de la
habitación estaba hundido en el silencio.

Ella roncaba, vaya sorpresa.

Me levanté sintiendo todos los músculos de mi cuerpo llenos de energía El descansar había
respuesta mi cuerpo, no más cansancio, no más náuseas. Al menos no por ahora...Toqué un
momento mi estómago, palpé mi vientre, tratando de captar algún movimiento.

No sabía que tan rápido se desarrollaría un bebé en mi vientre cuando tenía genes de un
experimento alterado, eso y que era un embarazo que sucedió mientras él estaba infectado. Pero
debía estar al tanto de cualquier anomalía o diminuto movimiento extraño de ahora en adelante.

Sin tardarme mucho, rodeé la cama para tomar el arma de la mesita de noche y apresurarme a
salir de la habitación. Tan solo lo hice, lo primero que encontré fue ese renovado muro de mesas y
sillas, lo habían vuelto a construir, aunque este era más pequeño que el anterior, y en vez de una
entrada, esta vez había dos salidas acomodadas de tal forma que dejaran ver el suelo de los
pasadizos desocupados.

Detuve la mirada en una de ellas que llevaba al pasillo de la primera entrega, donde esa espalda
ancha oculta debajo de una camiseta blanca llamó mi atención.

Rojo estaba haciendo guardia, con su arma apretada en uno de sus puños y su mirada oculta,
torcida, revisando fuera del pequeño muro.

—Al fin despiertas— La voz de Rossi hizo que Rojo torciera a una velocidad escalofriante su rostro
en mi dirección, aunque para ser franca, ya no me provocaba escalofríos.
Ira. Eso era lo único que me provocaba.

— ¿Cómo te sientes? — me preguntó él desde su lugar, no estaba muy lejos de mí, solo unos
cuantos metros de separación. Así que, con esa distancia corta, podía ser capaz de percatarme de
esas gotas de sudor que resbalaban por su rostro.

Verlas me hizo pestañar con extrañes. ¿Era la tensión? ¿Se le había acumulado o era a causa de la
temperatura? Hacia un poco de calor últimamente, pero ni siquiera esa mujer estaba sudando.

—Mucho mejor— sinceré mientras cerraba la puerta detrás de mí, y antes de acercarme a él, di
una mirada en dirección a Rossi observando cómo se quitaba los anteojos para empezar a
limpiarlos con la tela de su playera. Estaban todos, menos Adam—. ¿Dormí mucho?

—Mucho es poco—La respuesta de Rossi me hizo respirar con fuerza, no le había preguntado a ella
sino a Rojo—. Más de siete horas, iba a ir a despertarte si no fuera porque 09 lo impidió.

Hundí el ceño, ignorándola, caminando a Rojo para ver más de cerca ese rostro e inspeccionarlo,
no solo con la mirada, sino con el tacto. Y cuando mis dedos tocaron su piel sudorosa, me di cuenta
de lo caliente que estaba.

—Ahora eres tú quien tiene fiebre, ¿te estas sintiendo mal? —me preocupé aun cuando lo vi
negando con la cabeza una vez.

—Puedo resistir un poco más— comentó bajo, sosteniendo mi mano con la suya para mantenerla
sobre su mejilla húmeda y pegajosa.

Pero no le creí, que resistiera un poco más era lo menos que quería recordando lo mucho que le
dolió la última vez antes de liberarlo. No quería verlo sufrir así.

—Podemos hacerlo—La pregunta era, ¿Dónde? Con la enfermera durmiendo en el cuarto, el único
lugar era el baño... Aunque lo había dicho en voz baja, un volumen suficiente como para ser él el
único que pudiera escucharlo, alguien más pareció darse cuenta de lo que hablamos.
—Puedes hacérselo en el sótano rápidamente—Mis dientes castañearon con su intromisión—, da
igual, me tapare los oídos para no escucharlos gritar con sonoro placer otra vez.

Entonces no solo Adam nos había escuchado, ¿Rossi también? Eso era de lo más desagradable.

—Ya cállate—solté entre dientes, sintiéndome harta de escuchar su voz en un tono hipócrita.
Todavía no le había propinado las abofeteadas que se merecía, y si no se callaba o trataba de
tentarme con sus malditos comentarios, no me detendría a pesar del lugar en el que estábamos —.
Me estas hartando, habla una vez más con tus tonterías y no voy a detenerme.

—No es para que te molestes, Pym— alzó la voz—. Lleva con la fiebre desde hace horas atrás, y
hace unos momentos estaba quejándose, le dije que podía ayudarlo un poco... — Las curvas de las
cejas de Rojo se arquearon aún más, parecía molesto, pero no más que yo cuando escuché esas
asquerosas palabras que me cansaron—. Pero vaya que 09 nos salió fiel a su hembra, en fin, quiso
esperar a que su bella durmiente despertara. ¿No es eso lindo?

Y me giré con la intención de lanzarme sobre ella, cosa que no sucedió cuando mis piernas se
sintieron arrebatadas al encontrarme desconcertada y desorientada, no solo porque pude ponerle
atención con más claridad a sus ojos sin anteojos, sino porque todo su cabello negro estaba, ahora,
suelto, acomodado alborotadamente sobre sus hombros.

En ese instante su rostro tomó otro aspecto diferente. Varios mechones cubriendo las entradas
grandes de su blanca frente, dejando que su rostro se afinara más, y esa mirada tomara una forma
radiante.

Con el cabello suelto y sin los anteojos, ella era otra persona completamente diferente.

Y algo me golpeó, fue como recibir en ese momento un balde repleto de cubos de hielo con el
tamaño de un puño. Esa misma imagen del recuerdo sombrío que tuve en el comedor cuando vi a
Michelle sosteniendo el brazo de Adam, volvió a mí, congelándome.

Un recuerdo en el que dos personas se devoraban a besos con intensidad, insinuándose uno sobre
el otro contra una pared junto a la puerta de una habitación. Poco faltaba para que se despidieran
de sus prendas por la forma en que esas manos se restregaban en el cuerpo del otro, y lo hicieran
ahí mismo, en el suelo del pasillo.
La risa coquetea y femenina, y el ronroneo de una voz ronca y masculina oprimieron mis sentidos
de manera desagradable.

De repente, esa imagen se distorsionó y pareció revolverse con otro dentro de un cuarto de
escritorios y un enorme panel en la pared. Pero ese destello desapareció al instante, y esa pareja
besándose en el pasillo regresó y se reprodujo en mi cabeza y frente a mis ojos con la forma de una
mujer de cabellera negra que siempre mantenía su bata blanca con un escote pronunciado igual al
de Michelle...

Y aunque no pude verle el rostro a esa pelinegra de cabello un poco más larga, me sentí asqueada
solo compararla con Rossi.

Eran ellos...

Rossi y Adam, a la entrada de su habitación.

Un abrazo en la ducha.

UN ABRAZO EN LA DUCHA

*.*.*

Primer recuerdo de Pym

Las puertas de cristal se abrieron frente a mí, tan solo entré, examiné la sala medio vacía, lo
primero que había buscado en ese momento eran un par de ojos marrones profundos que no
encontré en ni un lugar de la sala 7.
¿Dónde estaba Adam? Dijo que su turno en esta sala terminaba antes del anochecer, así que traté
de terminar mi trabajo en la cocina para poder llegar aquí temprano para verlo al menos unos
minutos. Con eso me bastaría.

No verlo, ni siquiera encontrarlo al voltear a las puertas cristalizadas, hizo que la emoción en mi
corazón se esfumará, se congelara, dejando un vacío como única evidencia. Apreté la carpeta
contra mi adolorido pecho. No podía reprimir esa sensación, en verdad quería verlo, después de
dos días enteros sin poder vernos al menos un minuto, mucho menos encontrarnos en nuestra
habitación.

Quería verlo otra vez, abrazarlo. Sentir su calor.

Lo extrañaba mucho, comunicarnos por mensajes no era lo mismo que en persona.

Respiré hondo y me deshice en un largo suspiro, sin perder más tiempo, me apresuré a llegar
frente a un largo escritorio donde del otro lado se hallaba sentada una mujer de avanzada edad.
¿Ella era nueva? Porque recordaba que las otras veces había una chica como de mi edad,
atendiendo a los examinadores.

— Buenas tardes. ¿Sabe si suplantaré a Erika Williams hoy? — le pregunté a la recepcionista de la


sala 7 que tecleaba algo en la computadora plana, sin ponerme atención.

Sus bucles negros rebotaron cuando apartó la mirada de la pantalla para mirarme con sus orbes
marrones.

— Así es, tengo entendido que la suplantaras por esta semana, ¿podrás?

Toda la semana. Esa palabra casi detenía mi respiración. No tenía problema con suplantar toda la
semana a Erika, y me gustaba mucho mi trabajo como examinadora infantil no podía decir lo
mismo como examinadora de un adulto como Rojo 9 que poseía una mirada tan penetrante y
enigmática, era difícil concentrarme en mi trabajo cuando él me miraba con intensidad. Quiero
decir, no era que no me gustara estar con rojo 09, era un buen experimento con muchas dudas
como el resto, era muy agradable estar con él, pero había momentos en los que me sentía
incomoda. Nerviosa, sí, muy nerviosa, sobre todo cuando sus dedos me rozaban.
Sacudí la cabeza, estaba pensando de más, desviándome a lo que verdaderamente quería llegar
Ser examinadora de 09 en mis tiempos libres, haría que ver a Adam fuera aún más complicado.

Y a él no le iba a gustar saber que cuidaría otra vez al experimento de Erika, después de la forma en
cómo se comportó cuando le respondí a la pregunta que me hizo, que bañaba a 09 y todavía tenía
que examinarlo desnudo. A pesar de que le dije que cubría su entrepierna con una manta, terminó
enojándose más.

Daesy tenía razón, las relaciones dentro del laboratorio eran complicadas. Por eso estaban
prohibidas, aun así, yo quería a Adam, quería estar con él.

— ¿Alguna otra duda, señorita? — me preguntó la recepcionista, sacándome de mi pequeño


trance

— No, muchas gracias— me despedí con un ademán que ella no vio, y comencé a caminar rumbo a
los cuartitos del otro lado de la sala.

No sabía cómo se lo explicaría a Adam, pero de alguna manera él tenía que entender que este era
mi trabajo, y no lo hacía con malas intenciones, que Erika pidiera a la dirección directamente que
quería que yo la suplantara, no había sido mi idea.

Sucedió así, y la noticia hasta a mí me había sorprendido. Y no pude negarme a cuidarlo, después
de todo verde 13 había sido enviado a maduración, yo estaba libre...

Busqué el cuarto de 09— era uno de los últimos—, y cuando lo encontré, no tardé en alzar la
cortina para adentrarme, pero tan solo di un paso dentro y solté la cortina todo mi cuerpo se
detuvo y sentí esos extraños nervios remover mi interior. No me gustaba tenerlos, pero era
inevitable cuando esos orbes rojos me contemplaban desde la cama con una profundidad tan
escalofriante que era capaz de hasta robarme la respiración.

¿Hacia cuanto qué no lo veía? Llevaba más de siete meses desde la última vez que cuidé de él, y
para ser exacta, se veía diferente en este momento.
Era a causa de la última maduración que tuvo en su incubadora, ¿cierto? La razón por la que las
facciones de su rostro habían endurecido, se había marcado con una total elegancia y sensibilidad
masculina, y con un aire aterrador y escalofriante a causa de esa mirada depredador... además de
eso, no podía ignorar que hasta la postura que mantenía ahora mismo era completamente
atractiva, sentado sobre su cama con la espalda contra el respaldo de la cama, con las rodillas
notablemente separadas y dobladas, con sus brazos recargados sobre cada una de ellas y la cabeza
recargada en la pared.

‍‌‌‍Se veía más... un hombre peligroso, que un experimento de corta edad.

Y con corta edad me refería a que aun pareciendo más grande que yo, llevaba viviendo en este
laboratorio al menos unos 18 años, tal vez un poco menos, o un poco más.

No podía negarme a que en un principio noté lo atractivo que era este experimento. De hecho,
todos eran atractivos, incluso las mujeres experimentos era preciosas.

Haciendo una ridícula comparación, ellas serían las mariposas monarcas y yo un simple gusano
verde.

Me costaba creer que una persona pudiera adquirir tanta belleza, pero claro, todo por medio de la
ciencia podía hacerse posible.

Pero él, ¡Dios, santo Jesús! Él era aún más ridículamente atractivo. Trataba de no sentirme
nerviosa, y más que nada, tomando en cuenta la advertencia de Erika, no sentirme atraída por él,
pero eso era casi imposible, y viendo lo mucho que había mejorado en estos últimos meses su
apariencia, sentía que se me complicarían las cosas más de lo que antes se me complicaron.

Muchos meses atrás, parecía un muchacho muy guapo, alto y delgado, de cejas muy pobladas y
oscurecidas, y con una mirada escalofriante y penetrante, pero ahora tomando todos los aspectos
anteriores, su cuerpo era más de ancho, y sus facciones, maduraron aún más.

Parecía un hombre, posiblemente un par de años mayor que yo, o de mi propia edad, y aunque
usaba bata, solo ver sus desnudas pantorrillas marcadas, podía imaginarme — a mi pesar—, que su
cuerpo había tomado la forma de un atleta. Tal como se mencionaron en las características que
encontré en un expediente de experimento adulto.
Quise golpearme contra la pared cuando mis ojos cayeron sobre sus carnosos labios, esos
curvilíneos labios de comisuras oscuras que solo le daban un tono macabro a su atractivo. Un
punto más para hacerme temblar, volver mis rodillas como gelatina.

Hasta ese momento me di cuenta de que había pasado muchos segundos contemplándolo, y él,
contemplándose a mí con esa seriedad, con esa mirada reptil que se paseaba por toda mi figura,
aunque, ¿cuál figura? Con esta bata toda plana, ancha y larga, parecía una empanada.

Carraspeé.

—Nos volvemos a ver— fue lo único que pude decir luego de dejar de contemplar tanto su
masculinidad.

Me acerqué a la mesa con pasos torpes, dejando la carpeta sobre esta para después descolgarme
la mochila y ver hacía la cama.

Rojo 09 en ni un momento se movió, pero sus ojos habían dejado de estar sobre mí, para ver a sus
desacomodadas sabanas de su cama que casi estaban por caer al suelo.

— ¿Está todo bien? — pregunté, notando mucho su seriedad. Sus orbes subieron, se clavaron en
mí cuando movió un poco su cabeza sobre la pared.

—Pensé que no te volvería a ver— comentó a voz baja y grave, el crepitar de su tono hizo que se
me volcara el corazón, acelerado. Nerviosa, estaba nerviosa.

Se empujó hacia adelante, removiéndose de su lugar para dejar ahora sus piernas colgando de la
cama y sus brazos a cada lado de su cuerpo, estirados y aferrados a los bordes del colchón.

— Pero no entiendo— soltó, dejándome un poco confundida—, ¿por qué estás aquí? Dijeron que
ya no vendrías.
Aunque me pregunté quién le había dicho eso, supuse que Erika, después de que ella me hiciera la
entrevista de los días que pase cuidando de él antes de que lo enviaran a su incubadora para una
corta primera maduración... Que al parecer le sirvió mucho.

Erika me pidió que le contará todo, sin evadir ni pasar por alto cada pequeña actitud de él de las
semanas en que lo cuidé. También me preguntó si aquella examinadora que contrató para
encargarse de intimar con Rojo 09, había asistido.

Le fui sincera, le dije todo lo que le enseñé a Rojo 09, pero creo que fue eso lo que a ella no le
gusto, sobre todo cuando le dije que dejé que su experimento me hablara con confianza, sin
lenguaje formal.

Cometí varios errores con Rojo 09, y era todo porque no conocía muchas reglas que eran
importante saber sobre los experimentos adultos y sus examinadores, como, por ejemplo, era
mantener la distancia en las duchas o en las pulsaciones, impedir que tu experimento te tocara
partes del cuerpo, y tercera regla, cuidar que no te mirara tanto.

Incluso Adam me lo explicó, dijo que esas reglas eran importantes y esenciales, ya que los
experimentos adultos comenzaban a experimentar cabios en su cuerpo, y eso mismo era el
aumento de sus feromonas, o la tensión sexual, la curiosidad por conocer el cuerpo de la otra
persona, y descubrir sentimientos.

Para ser franca, no le veía nada de malo a tocar, él solo llegó a tocarme el rostro, las manos y los
hombros de vez en cuando, nunca lo vi con la intención de querer tocar algo más, y sus miradas
eran siempre a mi rostro, no se guiaban nunca a otra parte de mi cuerpo... Bueno, también me
había visto los pies las veces que me quitaba los zapatos para ir a las duchas, pero, ¿eso que tenía
de malo? Después de todo mirar era algo que normalmente hacíamos, ellos podían mirar cuanto
quisieran.

Recordaba muy bien los gestos de Erika, y al final sus palabras solo, agradeciéndome. En serio
pensé que no volvería a pedirme para tomar su lugar, pero al parecer sucedió, después de varios
meses.

Otra regla que no sabía, y era la que me había dejado estupefacta toda una semana entera, era
que tenía que intimar con él, pero yo no sabía que tenía que... hacer eso con él, y no iba a hacerlo,
por supuesto que nunca lo haría. Cuando lo vi sudoroso y adolorido, no supe que hacer, fue ahí
cuando me comuniqué con la examinadora del experimento de enseguida, ella me dijo que tenía
que bajarle la tensión con la boca o la mano. ¡Santo Dios! Al principio no le entendí, solo hasta que
mencionó la palabra, y Erika jamás me había mencionado sobre ello. Había sido todo un caos que
al final pudo resolverse contratando a una examinadora extra solo para la intimación con él.

Jamás pensé que los adultos Rojos necesitaran de eso para sobrevivir, ¿no existía otra posibilidad
de bajarle la tensión? Tocarlos hasta el orgasmo, era muy exagerado. Tonto y ridículo. Pero no
podía meterme con ello.

—Erika necesitaba mi remplazo, así que vine— expliqué, viendo su inquietante silencio y su mirada
incluso que a mitad de mis palabras se había perdido en el suelo—. ¿No querías que volviera?

—No— espetó—, creo que era mejor que no volvieras.

Y no supe como esas palabras terminaron pinchando mi pecho. Se comportaba extraño, su tonada
era diferente a la voz que escuchaba en las últimas noches que cuidé de él.

— ¿Por qué lo dices? — temí preguntar, tal vez él no sabría responderla, o tan vez solo no me
quería como examinadora. ¿Tan aburridas habían sido los días que pasamos juntos? ¿O era que no
le caía bien?

No levantó esta vez su mirada, mucho menos cuando di un par de pasos en su dirección, quise
acercarme más, pero respeté las reglas.

—Supongo que te aburrí— Mis propias palabras me hicieron morder mi labio interior. Adam tenía
razón, él me dijo cuando supe que llevaba mis libros de colorear e historietas al experimento de
Erika, se río de mí, diciéndome que eso no iba a entretenerlo...—. ¿Y qué quieres hacer? Traje más
historias para contar y nuevas dinámicas.

—Hay algo que quiero hacer— pronunció, levantándose de la cama al fin mirándome.

— ¿Qué quieres hacer? — continué.


—Escucharte cantar— su respuesta me dejó en shock. De muchas cosas que pensé, cantar era la
última cosa—. Esa última noche me cantaste...

—Pero canto como perico—recordé, aunque solo le había susurrado la canción para que nadie más
que él pudiera escucharme entre todo el silencio fuera de la habitación, me sorprendió mucho que
mi voz lo durmiera, pero eso no quería decir que tuviera voz para cantar.

Era malísima para ello.

—Me gusta tu voz— su confesión estremeció mis músculos, sentí mi rostro arder levemente,
cuando esos orbes rasgados me contemplaron a pocos pasos.

Creo que era la primera vez que él escuchaba a alguien cantar, por eso no sabía la diferencia de
malo y bueno.

—Tengo un mejor plan— Me crucé de brazos y ladeé una sonrisa antes de empezar—. Primero
cenemos, hagamos algo juntos, y después de tu ducha y las pulsaciones, te canto, ¿sí?

—Sí— respondió él. Estaba a punto de decirle lo que haríamos cuando algo vibró en el interior de
mi mochila.

Lo único que podía vibrar ahí era la Tablet que el laboratorio nos daba para comunicarnos con la
dirección o con algún otro examinador.

O había recibido un mensaje de Daesy, o uno de Adam.

Eso último me colocó ansiosa. No se permitía mensajearse durante el trabajo, y aunque dentro de
los cuartos no había cámaras, Rojo 09 estaría observándome, si alguien más le preguntaba de la
atención que tuvo de mí, y él llegaba a decir que me la pasaba revisando la Tablet, me metería en
problemas.

Por mucho que sintiera una profunda curiosidad de saber quién era, tendría que aguantarme las
ganas esta vez.
—Bien— exalté, apartando la mirada de mi mochila—. Tengo una dinámica que te gustara.

(...)

Las duchas esta noche no estaban del todo vacías como otras veces, me gustaba escuchar el
sonido del agua que salía de otros fregaderos, hacía que bañar a Rojo 09 no fuera un tanto
inquietante al estar en compañía de otros, pero la verdad, era que prefería las duchas vacías.

Y hablaba en serió, ninguna otra examinadora cubría las partes de su experimento, como lo hice yo
colocándole a Rojo 09 una toalla alrededor de su marcada cadera masculina. Ver su desnudes era
un terrible problema, y más teniendo esos desnudos cuerpos tan cerca de nosotros.

No quería ver otro cuerpo desnudo que no fuera el de Adam, o Rojo 09…

No, no, no. Sacudí esa ridícula idea que de algún modo se escuchó completamente mal. Era
examinadora de 09 y era mi deber hacer lo que hacía, y Adam era mi pareja, dos cosas
completamente diferentes, y a la misma vez, igual de complicadas.

Lo peor era que esas complicaciones estaban relacionadas una con la otra, a Adam no le gustaba
que cuidara de 09 y eso complicaba nuestra relación porque ser examinadora hasta en mis horas
libres impedía que nos encontráramos. Y tocar el cuerpo de 09 me producía una peligrosa
sensación, igual de complicada, porque cuando mis yemas tocaban su piel, podía sentir como los
músculos de él se tensaban y como mi corazón se aceleraba con ello.

Una de las razones por las cuales Adam no quería que fuera su examinadora, era porque él
pensaba que 09 sentía una atracción hacia mí y que eso podía complicar las cosas entre 09 y Erika,
pero para ser sincera, sentía que estaba exagerando.

Saqué los talladores y el jabón del balde metálico. Le daría un tallador a Rojo 09, él sabía que
partes de su cuerpo lavar, mientras tanto yo lavaría aquellas partes de él, que él no alcanzaba.

— ¿Te has bañado tú mismo? — le pregunté antes de repartirle un tallador.


—No, mi examinadora no me lo permite— respondió, arrebatando el tallador de mis manos.

No entendía, ¿qué tenía de malo enseñarle a alguien a bañarse por sí mismo? Él tenía brazos, tenía
manos, aprendía los movimientos con más rapidez que nosotros mismos, no era un objeto, era una
persona, diferente, pero al final una persona. Sabía que una de las tareas del examinador era
duchar a su experimento, pero esa regla era absurda.

Estábamos educando de una forma muy mala a los experimentos, los hacíamos sentir como
muñecos de plástico nada más. Y eso a mí no me gustaba.

—Hazlo en los días que yo sea tu examinadora— dije. Él se giró hacia uno de sus costados para
girar las llaves de agua del tubo metálico, y cuando lo hizo toda el agua helada que salió del grifo
terminó empapando nuestros cuerpos.

Él volvió la mirada cuando me escuchó quejar, pero no era un quejido molesto, solo un quejido por
la forma en que el calor abandonó mi cuerpo, solo unos segundos antes de que el agua empezara a
tener una temperatura normal.

Me asombraba que a él el frio no le afectara, o tal vez estaba acostumbrado.

Volví a carraspear.

— ¿Aun recuerdas donde debías tallarte? — le pregunté dejando que mi tallador tocara un
momento su pecho, ese lugar que rápidamente él vio.

—Lo recuerdo perfectamente— terminó diciendo. Yo asentí, retirando mi mano, y rodeando su


cuerpo, enfocándome solamente en él y no en los otros experimentos que aún quedaban en las
duchas.

Observé su ancha espalda, la línea que marcaba la mitad de esta hasta su trasero oculto detrás de
la toalla blanca. Solté un largo y estremecedor suspiro antes de llevar mi mano con el tallador y
tocar su omoplato derecho, aunque tiempo atrás ya había tocado su espalda, sentía que esta era la
primera vez otra vez.
Su espalda incluso había adquirido una forma más masculina, su piel amoldaba perfectamente su
cuerpo, marcando esas zonas de un cuerpo musculosamente nivelado, no podía explicarlo, no
sabía cómo, pero también se sentía diferente.

Empecé a tallarlo sin ser brusca, no había manchas de su piel, no como las que en los primeros días
que estuve con él, encontré. Eso me gustó, me tranquilizo. Ver las marcas de los labios de Erika en
su cuerpo, era incómodo, pero más que incomodo, inaudito.

Si Erika sabía que la piel de ellos de pintaba con facilidad y difícilmente se le quitaba, ¿por qué lo
besaba? Y más aún, era incorrecto y enfermo, besar los cuerpos de sus experimentos, y tocarlos
más allá de las zonas permitidas. Eso fue lo que Daesy me dijo, cuando me habló de las reglas en
los experimentos adultos también.

Solo me mantenía callada porque podría obtener unas buenas multas por hablar de lo que un
examinador hacía con su experimento en la privacidad.

Los manoseaban... Los besuqueaban, ¿qué más les hacían? No quería ni imaginarlo, no quería ni
imaginarme lo que le harían a mi infante 13 cuando él pasara a la etapa adulto.

Este lugar era terrible.

Mi mano se colocó ligeramente sobre la piel de su espalda baja, guíe el tallador con mi otra mano a
esta parte de él, y comencé a tallar, enjabonar su piel cuidadosamente y dejando que el agua
misma lo limpiara en segundos.

— ¿Por qué una toalla? Tengo curiosidad— La voz de una examinadora me incorporó, busqué su
mirada, dándome cuenta fe que ahora solo quedábamos en las duchas ella y yo—. ¿No te gustan
sus partes?

Pestañeé delante de esa mirada verdosa.

—No es eso...— traté de decir, mirando de reojo como su experimento empapado se vestía con
una bata blanca, y cubría su trasero—. Solo es para...
— ¿Para...?

—Para darle un poco de privacidad— repliqué en un tono más fuerte a causa de su interrupción.
En realidad, era para respetar su cuerpo como persona que era, no quería tocarlo de más y hacerlo
sentir incómodo. Oh no.

Ella hizo una mueca, tomando todo su largo cabello negro y agarrándoselo con una liga.

—Que utilices una toalla nos haces parecer mujeres sucias— esfumó con molestia sus palabras—.
¿Crees que tienes mucha moral, nena?

Eso me sorprendió.

—No quise usarla para ofenderlas— expliqué con severidad, sin sentirme para nada intimidada. Ya
me habían dicho lo mismo en las duchas de los infantes.

Ella sonrió, con irritación.

—Me da igual, ya lo hiciste— refunfuñó, su mano se estiró tomando la toalla de la cadera de Rojo
09 para arrancársela de un tirón—, y más te vale que no vuelvas a hacerlo aquí. Nos ofendes.

¿Los ofendía que quisiera cubrir las partes de mi experimento? Pero que tontería era esa. Mi rostro
recibió el golpe de la toalla que antes cubría la zona de Rojo 09, de tal forma que mis manos
soltaron el jabón y tallador. La retiré de inmediato, sintiendo un ardor entre mis dedos,
sintiéndome moleste en tanto la veía retirarse, llevándose a su experimento con ella y
abandonando la ducha.

Solo no la detuve y menos abofeteé, porque los golpes no estaban permitidos y ameritaban
multas. De hecho, cualquier regla rota ameritaba multas... El laboratorio estaba repleto de reglas y
leyes absurdas.
Solté un fuerte resoplido apretando la toalla en mis manos, y me giré entorno a esa mirada carmín
que había estado observándome.

Quedé paralizada cuando caí en cuenta de que ahora otra parte de él estaba desnuda, a tan solo
centímetros de mi cuerpo. Todo ese enojo desfalleció, y traté de no mover por nada mi mirada y
mucho menos mi cuerpo cuando esas manos se colocaron en diferentes partes de mí.

Temblequeé.

Una de ellas se deslizó sobre los dedos de mi puño para tomar la toalla, y la otra se había atrevido
a rozarme la mejilla para acomodar eso mechones de cabello que aquella idiota había
desacomodado. Fueron dos tactos diferentes que hicieron que escalofríos atravesaran cada pieza
de mi composición muscular.

Se me aceleró de golpe el corazón, cuando ese par de cejas oscuras se hundieron, manteniendo un
enojo que antes no había visto.

— ¿Estas bien? — Hasta su pregunta me sorprendió—. ¿Te lastimó? — Y esos dedos que al
terminar de mover los mechones detrás de mi oreja, se dejaron resbalar para tomar mi mentón,
cuidadosamente.

Tragué con fuerza, sintiéndome atrapada por su toque, y su preocupación, que si no fuera porque
aún tenía uso de razón, seguiría en shock, hipnotizada por esa mirada reptil.

Reaccioné, apartando mi rostro de ese tacto cálidamente inquietante, y retrocediendo con una
torpeza que no debí cometer cuando mis descalzos pies pisaron algo llamado jabón, y terminé
resbalando.

Iba a caer de espaldas, así lo sentí igual que imaginé el dolor que sentiría mi cuerpo con el
impacto…

Impacto que no recibió cuando esos brazos se estiraron para alcanzarme de inmediato, tirando de
mi con una fuerza indescriptible que todo lo cuerpo chocó contra su mojado y desnudó pecho. Lo
último que sentí, fueron esos brazos rodearme con fervor, manteniéndome pegada a él,
haciéndome capaz de percibir todo ese intenso calor que emanaba de su piel y atravesaba mis
propias prendas.

Jadeé entrecortadamente con estremecimiento, desmoronándome sobre su varonil cuerpo,


volviéndome un suspiro cuando fui capaz de sentir cada pulgada de su cuerpo. No había
centímetro que nos separaban, con mi rostro contra su pecho y mis labios ligeramente rozando el
inicio de su pectoral derecho, que tan solo sentí el roce de su piel, me aparté de su pecho para
conectarse con esa sombría mirada endemoniada.

Y no sabría explicar de qué forma estaba viéndome ahora, o mejor dicho, no quería reconocer la
manera en que lo hacía, porque ahora que contemplaba cada aspecto de su elegante rostro, esos
labios carnosos entreabiertos, y esa mirada oscurecida que irradiaba peligro, podía saberlo.

Solo saberlo, y solo sentir sus dedos removerse en mi cintura hizo que mis piernas se volvieran
agua. Mis manos actuaron, colocándose tardíamente en sus desnudos hombros endurecidos, y
quise moverme, empujarlo y salir de su agarré, hasta que él mismo me soltó. Al instante se colocó
la toalla ocultando toda su entrepierna en un nudo rápidamente hecho.

—Ten más cuidado— Escuchar su voz ronca, hizo abrazó a mi corazón de tal formo que lo
acelerada desbocadamente—. No quiero que te lastimes.

Me había salvado de un buen golpe, pero habíamos roto una regla, y creo que, a causa de ese
tacto tan profundo, había provocado algo que no debía en él.

Era deseo, y tomando en cuenta esas cejas levemente fruncidas, confusión. No quería imaginar
que probablemente era esta la primera vez que sentía deseo, porque estaba segura que era la
primera vez que abrazaba a alguien así.

Cosa que no debía volver a suceder, tenía que ser más cuidadosa.

Respiré hondo, intentando desvanecer las sensaciones que él provocó en mí, pero al no lograrlo ni
un poco, solo pude exhalé, y fingí.

—S-sí, lo tendré, gracias.


(...)

Las pulsaciones no eran lo mío, tocar y tocar con más fuerza un área del cuerpo de un hombre me
hacía sentir un poco extraña. Nunca me acostumbraría, lo había hecho con mi infante, pero su
cuerpo era totalmente diferente al de Rojo 09.

Relamí mis labios por segunda vez, y pulseé mis dedos contra su costado izquierdo, él no de quejó,
no se removió, permaneció en la misma posición y con sus ojos cerrados.

Seguí revisándolo, pulsando cada centímetro de su piel hasta llegar a donde la toalla cubrir. Ese,
era el siguiente paso que no me gustaba. Hacerlo, tocar debajo de la toalla, hacía que las
actividades siguientes con Rojo fueran diferentes, no me concentraba ni mucho menos eliminaba
la incomodidad después de haber tocado todo — absolutamente todo— su cuerpo con mis dedos.

Y a veces tocarlo, me hacía sentir mal, porque seguramente a él no le gustaba que le tocaran sus
partes íntimas, y porque yo tenía pareja. Mis manos habían tocado el cuerpo de Adam, y tocar el
de Rojo 09 también me hacía sentir culpa, y me sentía aún más culpable cuando mi cuerpo se
estremecía al tocar su caliente y dura piel…

Sacudí esos malos pensamientos y me concentré. Mis dedos se deslizaron debajo de la toalla,
tembloroso y muy dudosos, pulsando su ingle izquierda, fue ahí cuando vi que los labios de él se
entreabrieron para respirar.

— ¿Te dolió? — Al preguntar otra vibración desde mi mochila llamó atención.

Mi necesidad de ir y revisar y responder, estaba comenzando a molestarme.

—No...—su gemido me devolvió la mirada a él, ver la mueca que hacía y como retenía su
respiración cuando mis dedos tomaron el camino hasta su vientre para toquetear y pulsar.

—Lo siento— dije retirando mi mano de su vientre y pulsando su ingle derecha—, sé que esto te
incómoda, pero ya terminamos— suspiré al no ver dolor, solo incomodidad en él. Enseguida retiré
la mano y dejé que él se sentara sobre su cama y empezará a deslizarse la bata.
— ¿Ahora qué haremos? — cuestionó, y otra vibración desde mi mochila, me hizo pestañar,
apostaba a que era Adam, preguntándose dónde estaba, por qué no llegaba a nuestra habitación.

Tenía que decirle que no iría, pero ¿cómo? No sabía a qué horas le daría sueño a Rojo 09, y ya era
tarde. Mordí mi labio, y suspiré dejando de ver la mochila.

— ¿Todavía no te da sueño? — quise saber, acercándome a la mesa y abriendo la cremallera de la


mochila.

Tenía un debate mental, ¿contestarle o no hacerlo? ¿Y si le pedía permiso a Rojo 09 para contestar
ese mensaje?

—No, aún tengo un poco de energía para estar contigo— hizo saber, dejando congelado el
movimiento de mano dentro de la mochila—. Quiero gastar mis horas contigo.

Eso último había hecho que instantáneamente mis labios se curvearan en una sonrisa.

—Que lindo— susurré, sacando la Tablet junto con las historietas—. Pensé que te aburrías
conmigo.

—Es todo lo contrario— soltó en cuanto me callé—, me gusta estar contigo. Solo contigo...

Mi piel hormigueó con su confesión y no fue lo único que hormigueo, mi estómago también había
salido afectado con esas palabras.

Era inexplicable responder como me hacía sentir él... Como dije, mi trabajo con él era complicado,
la forma en que me sentía, no podía entenderme e ignorar lo que me provocaba, lo cual era muy
confuso.

Rojo 09 siempre decía cosas que aceleraban mi corazón, que me hacían sudar o sentir nerviosa,
aunque la gran mayoría de ellas me hacían sentir bien, alegraban de alguna forma mis días malos.
— ¿Soy divertida? — inquirí, tomando las historietas entre mis manos, y dejando de lado la Tablet
después de ver la hora, y el número de mensajes.

11 mensajes no leídos, y solo uno de ellos era de Adam... El resto era de mi compañera de sala, y
de mi vecina de habitación, que los mensajes de la última eran más recientes

—Eres mejor que eso— Alcé la mirada de la pantalla a ese par de orbes carmín que ahora se
encontraban del otro lado de la mesa—. Que estés de vuelta me gusta mucho.

Eso sin duda, profundizó mi sonrisa, una sonrisa que disminuyó cuando un doceavo mensaje
apareció.

Sentí esa necesidad de leerlos de una vez, debía ser algo importante, aunque sentía más necesidad
de leer el de Adam que el resto.

— ¿Podrías dejarme contestar algo en la Tablet antes de continuar con la velada?— curioseé,
tomando la Tablet con nerviosismo una es vez dejado las historietas en la mesa, y cuando vi que él
no decía nada, añadí—. Será rápido.

Ladeó su cabeza, esa mirada pasó de estar en mi rostro a estudiar la Tablet en mis manos, esa
misma que había vuelto a vibrar.

— ¿Me estas pidiendo permiso? — Vi su confusión, eso y el ladeo de su rostro se me hicieron


tierno, ¿cómo podía ser que un hombre tan atractivo y de mirada penetrante y escalofriante,
pudiera provocar algo así en mí?

—Sí, no nos permiten utilizar la Tablet en el trabajo, y Erika podría preguntarte.

—No le diré nada— dijo paulatinamente—, además ella siempre usa la pantalla— señaló la Tablet.
Aunque eso no era sorpresa para mí, Erika usaba la Tablet hasta en el baño. Ella no era mi amiga,
pero habíamos comido varias veces juntas desde que nos conocimos, y era claro darse cuenta de
que tenía una obsesión por estar clavada respondiéndole a su pareja por la pantalla de la Tablet.

—Gracias, los responderé rápido— aseguré, desbloqueando después de un segundo, la pantalla y


dando click en el mensaje de Adam.

[Adam: Solo dime si vendrás esta noche a nuestra habitación...lo demás no me importa, ya lo sé.]

Un hueco se adueñó de mi pecho, ¿ya sabía que estaba cuidando de Rojo 09? ¿Y cómo lo supo?
¿Quién le había dicho?

Ese mensaje había sido enviado cinco horas atrás, y por la hora que era en este momento,
seguramente él ya se había dado cuenta que no llegaría. Aun así, respondí, sintiendo ese
desánimo, estaba molesto, podía sentirlo...

Cuando el mensaje se envió, revisé los de mi compañera, la mayoría eran de una compañera de la
sala 3, preguntándome por mi puesto como remplazo de Erika o sí sabía algo al respecto del
proceso de maduración de mi experimento infantil. Le respondí de inmediato, y tan solo lo hice, la
respuesta de Adam llegó, pero había sido extraño porque su mensaje llegó vacío.

Y tras de ese, otro más de él, vacío. Hundí el ceño confundida. ¿Por qué me los enviaba vacíos? Tal
vez se debía a que ya era muy tarde y él estaba durmiendo, enviando por error los mensajes
vacíos. Quizás.

Pasé a los siguientes mensajes, no sin antes ver de reojo a Rojo 09, quien en cuanto aparté la
laptop, subió la mirada de las historietas espaciadas por toda la mesa, a mis ojos.

—Ya casi termino— avisé, por último, leyendo los mensajes de mi vecina.

[Daesy: ¿Te cortaste el pelo?]


Eso último no lo entendí, y estuve a punto de preguntarle a qué se refería o por qué me lo estaba
preguntando, sino fuera porque leí el siguiente mensaje.

[Daesy: Perdón, ese mensaje no era para ti, era para Nastya la nueva chica de la zona genetista. A
propósito, ¿supiste que varias examinadoras se han enfermado de lo mismo últimamente? ¿No es
extraño?]

Se me hundió el entrecejo, ¿más examinadoras enfermas? Solo había sabido de la examinadora de


Rojo 09 y de otro examinador, pero nada más, no sabía que había más enfermos sabiendo que el
laboratorio no da empleo a personas con alergias o enfermedades genéticas, o personas que se
enferman con mucha facilidad. Así que eso era algo extraño. No tardé nada en responderle,
preguntándole los síntomas y las salas de las que eran los examinadores.

—Si yo quiero saber algo del diccionario, físicamente, ¿me lo enseñarías? — le escuché preguntar,
eso hizo que alzara la mirada, depositándola en él.

Aun recordaba la primera vez que me preguntó eso mismo, y cuando le dije que sí, lo que vino
después me dejó muy, pero muy desconcertada.

Después de que saliera de su corto y primer periodo de maduración en su incubadora, y Erika me


pidiera cuidarlo otra vez, él me contó sobre lo que vio en su incubadora: un varón sentado y sin
pantalones, y una mujer montada sobre él, meciéndose, gimiendo delante de las incubadoras a
todo volumen. ¿Qué demonios hacían dos personas teniendo sexo delante de ellos y durante el
trabajo? ¿Era que nadie más estaba ahí con ellos? Además, ¿qué no dormían a los experimentos
una vez dentro de las incubadoras? ¿Por qué Rojo 09 estaba despierto?

Fue tan incómodo que tartamudeé demasiado tratando de buscar palabras para explicarle que eso
solo lo hacían los examinadores con sus parejas, y que eso era algo que él haría cuando lo
emparejarán. Aunque él no sabía que eso era sexo, ya que las palabras en el laboratorio se
encubrían de otra forma para los experimentos, así que le expliqué que era otra forma de intimar,
permitido solamente con tu pareja.

—S-sí, claro... ¿qué quieres saber? — Rogué porque no fuera un tema como ese mismo, o mucho
menos sobre las parejas, porque también recordaba que él me preguntó porque Adam había
pegado su boca con la mía...
En ese entonces, Adam y yo apenas empezábamos una relación, y fue la única vez que Rojo 09 nos
vio besándonos... Recordar todos esos bellos momentos, y compararlos con todos los
malentendidos que últimamente estábamos teniendo, me hizo suspirar con desánimo.

Muchas cosas habían cambiado en tan poco tiempo.

—Quiero saber si lo que hice en la ducha es igual al abrazo que ese examinador te dio aquella vez
— habló. Sabía bien que se estaba refiriendo a Adam, y también del momento que hablaba.

Adam no era un examinador, él era un soldado de las salas de entrenamiento y algunas áreas.

—Similar—exhalé la respuesta—, en este tú me abrazaste solo para impedir que cayera— explique
—. Y en aquel, él quiso abrazarme para tenerme cerca de él.

—Pero al final es un abrazo— repitió, noté la severidad con la que me miraba, y en ese momento,
otro mensaje apareció. Un mensaje que no tarde en leer.

[Daesy: Diarrea y vómito, y les da fiebre lo cual asusta, Pym. ¿No será alguna enfermedad
trasmitida por los mismos experimentos? Últimamente están sucediendo cosas extrañas en el
laboratorio. Ronny me dijo que también algunos soldados y guardias se enfermaron, y que uno de
ellos se convulsionó. Apuesto a que seguramente alguien murió, pero lo están encubriendo. Si no
es por la comida del comedor, es alguna otra cosa. ¿Te imaginas que sean los experimentos? Ten
mucho cuidado con ese adulto que cuidas.]

¿Soldados y guardias también? Eso daba un poco de pánico, pero posiblemente era la comida,
porque los soldados ni guardias tenían contacto directo con los experimentos. Apreté los labios,
mis dedos temblorosos no tardaron en teclear una pregunta y enviarla ansiosamente.

—Y si te dijera que quiero repetirlo, ¿me dejarías hacerlo?

— ¿Abrazarme? — La pregunta resbalo con mucha sorpresa de mi rostro, y cuando vi ese mismo
oscurecimiento en su mirada, mis manos soltaron la Tablet.
— ¿Me dejarías abrazarte una vez más? — Su voz baja, grave y ronca me hizo jadea. ¿Por qué
quería abrazarme? Oh no, ese no era el problema, el problema era que él quería abrazarme.

Quería contacto.

Rojo se levantó del asiento, tuve que subir mucho el rostro, y cando rodeó la mesa para detener
justo frente a mí su enorme y masculino cuerpo, los nervios comenzaron a crecer otra vez.

— ¿Po-por qué quieres abrazarme? —tartamudeé, mi voz amenazaba con temblarme aún más
cuando esa mano al colocarse en la mesa, se trepó sobre los dedos de mi mano cerca de la Tablet.
Su calor hizo que los huesos de mi mano se contrajeran, que los músculos de mi cuerpo se
estremecieran a profundidad y ese jadeó saliera por tercera vez de mis labios.

¿Qué estaba pasando ahora mismo? Repentinamente él había cambiado...

—Porque me gustó tenerte en mis brazos, Pym — hizo una pausa, una pausa que no me gustó
cuando esos dedos rodearon los míos de perturbadora manera en cuanto la Tablet vibró—, porque
yo también quiero tenerte cerca de mí.

No veo nada.

NO VEO NADA

*.*.*

Actualidad.

En ese entonces estaba dividida en dos. Una parte de mi atrapada en el pasado justo en los
mensajes que fueron el principio de un despreciable dolor consolado por unos brazos silenciosos, y
otra parte de mi estaba atrapada en el presente, asimilando como pudiera la hipocresía de esa
sonrisa femenina. Ella guardaba más falsedad de lo que no imaginé, después de todo, ahora
conocía sus secretos.

Bien decían que nunca terminarías de conocer a alguien, pero lo irónico era que ni siquiera los
recordaba del todo y ya sabía lo que eran. Porque para descubrir la verdadera cara de las personas
tenías que pagar un infierno. Eso fue lo que yo pagué, y hasta ese momento pude contemplar las
formas de sus rostros, con un insistente fuego quemando mis apretados y ansiosos puños.

Puños que querían destruir esa burlona cara afilada de mentira, repleta de infidelidades, gorda de
hipocresía. Quería exprimirla, dejarla vacía, que todos vieran lo que yo veía en ella...y en él. Porque
no solo se trataba del recuerdo, de esas memorias que regresaron a mi como bloques de hielo
dejando punzadas de dolor en todo mi cuerpo, oh no... Se trataba de que todo este tiempo me
habían visto la cara, guardado sus inmundicias tratándome como si nada hubiese pasado.

Me vieron la cara de estúpida solo porque no recordaba las veces que se acostaron a los espaldas
en mi habitación, en mi propia cama, en la ducha en la que me bañaba, en esa mesa en la que
comía y desayunaba, en el suelo que pisaban mis descalzos pies y en ese sofá en el que me
recostaba un momento cada tarde que llegaba exhausta, y en la que Adam y yo tuvimos sexo por
primera vez.

No era simplemente por el dolor que me provocaron, era lo mucho que me habían humillado con
mis compañeros, lo mucho que se burlaron de mí mientras comíamos juntos en la cafetería...

Era las veces que Adam me dijo que me amaba, después de revolcarse con ella en nuestra cama,
las veces que él me buscó para comer en esa misma y asquerosa mesa que no quise tocar más. Y
su hipocresía no terminó en el pasado, entonces también lo hicieron.

No recordaba nada, y ella con carita de un angelito me trató como la tonta que no sabía nada de
experimentos lo cual era cierto, y Adam..., ¿qué demonios tenía en la cabeza ese hombre? Todavía
se acostaba con otra, más veces de las que canta un gallo, y quería recuperarme.

Lo peor fue eso... Que solo había recordado la frialdad de Adam y sus infidelidades, y muy poco
acerca de todo lo demás, lagunas de tiempo, voces a las que no les hallaba nombre ni apariencia.

De todo lo que valía la pena había recordado la basura, basura que hizo que mi cabeza martillara,
un dolor que detesté tener solo por recordarlos a ellos.
Se me abrieron los pulmones cuando reaccioné con exageración, arrastrando oxígeno por la boca
con una indiscutible fuerza que resecó mi garganta, hasta ese momento jamás me di cuenta de que
había dejado de respirar, de que permanecía congelada, observando esa mirada que había
adquirido un gesto de extrañes.

— ¿Te pasa algo, Pym? — su voz dejó de ser dulce, al menos para mí. ¿Cómo podía ser posible que
actuará como si nada? Eran unos malditos hipócritas.

Y esta vez, no me detendría.

—Tienes razón— exhalé las palabras, saboreando la amargura del recuerdo. Ella arqueó más esa
desvergonzada ceja, y estiró la sonrisa más repugnante que nunca vi.

—Me perdí, ¿en qué tengo razón?

En que eres una perra.

—En que exagere con mi molestia— mentí, mis piernas envueltas en una presión ardid, se moviera
lentamente en su dirección—. Con esto de que estamos atrapados y no puedo recordar todavía
nada, me tiene estresada.

Seguro que ella no se imaginaba que gracias a su verdadero aspecto recordé algo...

—A todos, Pym— suspiro ella, colocándose sus anteojos para luego enviar su mirada fuera del
muro, sin poner atención a mi acercamiento—. Todos queremos sobrevivir, y no hallar una salida
es aún más frustrante.

— ¿Dónde está Adam? — pregunté en un tono confuso, fingido. Él también se merecía los golpes
que estaban a punto de echar mis puños.

—Fue a revisar las cámaras y las entradas—explicó, acomodo ahora todo su cabello sobre su
hombro derecho—. No va a tardar, dijo que volvería rápido.
Antes de échame a decir algo más, observé su figura delgada y curvilínea, lo único que no sabía era
si ya antes la había conocido, solo sabía que se acostaba con Adam que en ese tiempo era mi
pareja. Un cuerpo como el de ella, pero con una belleza inocentona, ¿quién se lo hubiese
imaginado? Yo no... Yo no.

Era eso lo que me daba más rabia. Estaba completamente arrepentida de haber aceptado su falsa
amabilidad en un principio. De haberlo sabido, antes le habría roto el rostro.

Eso tampoco lo sabía, ¿antes la había golpeado por acostarse con Adam? No lo recordaba, mucho
menos si ya les había hecho un drama, lo cual esperaba que no. Sería muy tonto hacerlo, porque ni
eso se merecían, solo unas buenas abofeteadas.

—Es mejor que estemos todos juntos, para lo que pienso decirles— Me detuve junto a su cuerpo y
eso le torció el rostro, la atención hacia el pasillo que revisaba, disminuyó—, sobre todo a ustedes
dos.

Y ella resopló, casi fue como escuchar un bufido dispersarse en el aire.

—No puede ser, Pym— Meneó su cabeza—. ¿En serio vas a regañarme por querer juntar a tu
hombre con una enfermera aterrada?

Aunque escucharla decir eso me había molestado más, no era el principal motivo por el que mi
mano, se había hecho un buen puño de tal forma que hasta mis nudillos se blanquearon.

—No, estúpida— escupí, mi insulto le enchueco la quijada. Tan solo sentí el ardor mezclarse en mi
respiración repentinamente ahogada, mi mano voló a su rostro, se estampó contra esa blanca
mejilla que enrojeció al instante después de que ella chillara de dolor y sorpresa.

Después de que esos anteojos cayeran al suelo.

Se apartó del impacto, pero di un paso más, recibiendo su mirada en shock, apenas visible por
todos esos oscuros mechones cubriéndole la mitad de la cara.
— ¿Por qué hiciste eso? — exclamó en un alarido, y no me contuve, sostuve la muñeca de esa
mano que respaldaba su herida mejilla, y cuando tiré de ella, mucho antes de verla removerse,
otra abofeteada se estampó en esa misma parte.

— ¡Porque te burlaste de mí! —chillé.

Una rabia y odio se apoderaron de mis movimientos, porque para cuando me di cuenta ella ya
estaba en el suelo y yo sobre ella.

—Pym— el llamado fuerte y claro de Rojo lo ignoré. Ahora no era momento de pararme, ellos iban
a escucharme.

El rostro enrojecido de Rossi se sacudió apartando todo mechón que le estorbara. Al parecer le
había dado más de tres abofeteada, pero mis manos ni siquiera las sintieron, tenían ganas de dar
más. Apretó sus dientes, mostrándome su ira, dejando escuchar su fuerte respiración.

— ¿Qué es lo que te pasa? — gritó, removiendo su cuerpo, sus brazos trataron de golpearme si no
fuera porque los estaba sosteniendo con fuerza—. ¿Por qué me golpeas?

— ¿En serio me preguntas eso? — escupí, mis dedos desearon escarbar en la piel de sus muñecas
—. Eres descarada, una hipócrita desde el principio. ¿Qué crees que soy? ¿Una tonta solo por no
recordarte?

Una palidez exagerada se adueñó de su rostro al mismo tiempo en que la peor de la sorpresa
rasgara su gesto de dolor y molestia, como si repentinamente estuviera viendo delante de ella un
monstruo.

— N-n-no te estoy entendiendo, ¿d-de qué hablas? —Lo último lo soltó en un tono engrosado y
apretado—. ¿Te volviste loca, Pym? ¡Por Dios, Nueve quítamela de encima!

¿Estaba hablado en serió? ¿Estaba tonta o qué? ¿Y todavía se atrevía a ordénale a Rojo? Levanté
mi puño, y aunque estaba dispuesta a abofetearla otra vez, y moretear sus blancas mejillas, esa
mano me detuvo de golpe.
— ¿Qué significa esto, Pym? — Mi rostro se levantó como resolverá desde esa mandíbula que
temblaba de ira, hasta ese par de marrones que me ahumaban desde lo alto.

Ahí estaba el más hipócrita de todos, una razón más para que sintiera la resequedad en mis ojos.

—Explícate—ordenó en farfulla—. ¿Qué es este escándalo? ¿Tú crees que estamos en un lugar
cualquiera y a salvo? Te creí más madura —No espere que tirara de mí con una fuerza que sintiera
mi brazo a punto de separarse del hueso de mi hombro.

Me apartó del repugnante cuerpo de Rossi, me tambaleé mientras recuperaba la estabilidad con su
jalón, y me soltó. Pero no pasó nada más, ni siquiera ayudó a Rossi a levantarse, ni se puso delante
de su cuerpo en modo de defensa.

—Explícate— trató de no gritarlo, se cruzó de brazos en su posición dominante y peligrosa, como si


le fuera a temer a estos niveles, ja —. Pym... Explícate ya.

—Tengo un modo mejor de explicarme.

Mi mandíbula se levantó, mostrando con mi mirada lo mucho que ahora lo despreciaba. Pero no
era solo con eso que le explicaría mis razones. Di un paso a él, y mi brazo con la palma enrojecida
se extendió. Ahora era su rostro el que permaneció torcido por el impacto.

Una torcedura que pronto se enderezó en una mirada que me hizo temblar, su mandíbula estaba
más que apretaba, parecía a punto de reventarse, y esa mirada a punto de saltar de su rostro.

— ¿Esa era tu explicación? —ahogó un gruñido, detrás de él Rossi comenzó a levantarse—. No,
creo que no te explicaste bien, pero espero que lo hagas antes de que algo peor suceda.

Su sarcasmo irritante hizo que a mi garganta le apretara un nudo. Tal vez no era el momento y el
lugar, pero esos recuerdos habían derramado el vaso de mi paciencia. Solo no pude detenerme
más y además, me había contenido a no darle con mis puños, solo con las palmas. Que ni se
quejara que aquí la gritona había sido ella.
Y además, no había otra razón por la que les golpearía a los dos que no fuera la de su hipocresía,
¿es que tenía que golpearlos más fuerte?

—Sí, creo que mi explicación no funcionó— dije paulatinamente, mostrando la severidad de mis
palabras —. Tú eras el que más quería que recordará, entonces no sé cómo esto te sorprende.

Abrió sus ojos en par en par, esa postura peligrosa decayó de golpe, hubo mucha confusión en su
gesto, e indecisión en movimiento de sus brazos cuando dejó de cruzarlos.

— ¿Recordaste? — su pregunta me ofendió más, sobre todo esa tonada de voz que perdió
seguridad—. ¿Me recordaste? ¿Qué recordaste exactamente, Pym? Tu abofeteada no entiendo en
qué contexto cabe con los recuerdos.

¿En qué maldito contexto cabe? ¿En serio? Todo mi interior gruñó desgarradoramente, no
entendía como él no compendia el porqué de mi acción, y no me refería solo al pasado, sino por lo
hipócrita que había sido conmigo.

— ¿Tu qué crees? —incité. No supe cómo interpretar su mirada, si estaba asustado o estaba
sorprendido, o quizás eran dos mismas emociones tratando de quedar en un solo gesto. Por otro
lado, Rossi no llevaba ni una mirada arrepentida, y no verla ni avergonzada solo mirando a Adam
esperando a que hiciera algo, me enfureció aún más.

No me importaba más si estaban o no juntos, pero que Adam me dijera que había oportunidad de
que empezáramos de nuevo y todavía intentara apartarme de Rajo ocultando su infidelidad, eso sí
me enfurecía.

— ¿Sabes lo que no entiendo? —pause, solo pensar en lo que diría a continuación hizo que de
nuevo se construyeran mis puños—. Que después de todo querías que te diera una oportunidad.

Exhaló muy quedo, como si su alma saliera en ese instante de su cuerpo, y cuando vi la frustración
y el arrepentimiento en su rostro, sentí más despreció. No entendía a donde quiso llegar con
aquella petición, encubriendo todo porque no recordaba, y lo que más me molestaba era lo mucho
que quiso que yo recordara, pus bien, ya lo había hecho, y esta era mi reacción.
—Una oportunidad después de todo lo que hiciste a mi espalda con esa perra— señalé en un
movimiento de mentón a la pelinegra que todavía seguía sobándose la mejilla.

— ¿De qué malditos demonios me estás hablando? ¿A qué te refieres con Rossi, Pym? — Se me
secó el cuerpo entero a causa de su pregunta—. No te estoy entendiendo.

—Ni yo, ¿qué tengo que ver con Adam, como para que me golpearas así? —exclamó ella, y no
pude entender por qué estaban actuando como si no lo supieran.

— ¿Me ven cara de idiota? — mi exclamación hizo que Adam lanzara una mirada fuera del muro.
Me arrepentí de haber gritado, pero, ¿cómo no hacerlo después de semejante comentario? —.
¿Qué parte de recordé toda su infidelidad no entendieron?

Algo se escoció dentro de mi cuerpo cuando vi sorpresa en él, mirando todavía a Rossi antes de
devolverme una mirada como si al fin entendiera, pero, como si también aquello le ofendiera.

— ¡Pym, por Dios, ¿crees que te engañé con ella?! — Verlo estirar repentinamente una risa
desconcertante, me enfureció. Un enfurecimiento que pronto se adueñó también de su rostro—.
No creo que hayas recordado nada, creo más bien que te confundiste porque en ningún momento
te engañé con Rossi, a ella la conocí después de todo lo que sucedió.

Su rotunda aclaración que solo golpeó mi cabeza con más cuestiones, y ver como se acercaba con
su brazo alzado para alcanzarme me hizo apartar. La razón por la que retrocedí no fue porque me
lastimara que siguiera negándose, no, no, lo que sentía en este momento era indignación y mucha
rabia, me sentí terriblemente engañada por ellos y más molesta al saber que quería engañarme
otra vez.

— ¿Qué demonios fue lo que recordaste, Pym? — preguntó, esta vez más calmado que yo, y esa
confusión y negación en su cabeza, terminaron por confundirme también—. Estoy seguro que te
habrás confundido al momento de tratar de recordar las imágenes, porque es cierto, a Rossi la
conocí cuando los experimentos comenzaron a atacarnos.
¿Hablaba en serio? Pestañeé, de pronto sintiéndome aturdía y dudosa hacía el recuerdo no tan
claro que tuve de aquel pasillo y esas dos personas besuqueándose. Estaba segurísima que era
Adam, y por el cabello negro y piel blanca, delgadez de la mujer, creí que era Rossi.

Aunque nunca vi su rostro en ese recuerdo, solo la parte de atrás y que se quitara los lentes me
hizo creer que ella era…

—Lo mismo digo, esta se volvió demente Adam— las palabras de Rossi me irritaron.

—Perdió la memoria, así que no la ofendas—le calló, sin dejar de mirarme—. Pym, dime qué es lo
que recordaste— la petición de Adam llena de amabilidad, me hizo tragar.

—Solo que te besaste con una pelinegra de la misma altura que Rossi—mencioné, alzando las cejas
con exageración, sintiéndome arrepentida por ese gesto que de cualquier forma podía tomarse
como si verdaderamente recordar su infidelidad con alguien me afectara.

Cuando en realidad no me afectaba.

— ¿Y por eso creíste que era yo? — el chillido de Rossi me apretó los labios—. ¿Por ser pelinegra y
alta? Estas demente, en serio que sí.

—Cierra la boca— esa orden casi fue gruñía por Adam, lanzando una mirada peligrosa a la maldita
pelinegra antes de devolverla hacía mí y volver a caminar. Retrocedí de inmediato y tal como
antes, él volvió a detenerse cuando vio que no quería tenerlo cerca—. Primero que nada, ya sé de
cuál recuerdo hablas. Y no era Rossi, era tú amiga Daesy, tal vez no lo has recordado bien todavía y
espero que lo hagas pronto, pero en ese tiempo tú y yo no andábamos, terminaste conmigo
porque me dijiste que ya no sentías lo mismo por mí… Puedo asegurar que quien tuvo que ver en
el cambio de tus sentimientos en ese entonces fue ese experimento.

Mi entrecejo se hundió confundida, ¿quién era Daesy? Y más importante, ¿con ese experimento se
refería a Rojo? Quise girar y buscarle con la mirada al recordad que él también estaba presente en
nuestra conversación, pero entonces, Adam volvió a hablar.
—Volvimos después de un tiempo— comentó y una imagen demasiado diferente al resto que vi
minutos atrás, quiso iluminarse claramente en mi cabeza—. Puedo explicar porque la besé, y no
fue porque sintiera algo por ella, sino por…

—Olvídalo... —Le detuve, seriamente, aquí iba a terminar todo—. Me dijiste que nuestra relación
no terminó, así que aquí finaliza Adam James. Todo lazo que tuvimos no existe más. Y mejor
decirte que no la golpeé porque aún sintiera algo por ti, sino porque hasta cuando olvidé mi
memoria, siguieron burlándose de mí. Más les vale dejar de ser tan hipócritas de ahora en
adelante.

No quise ver más su rostro al sentir unas horrendas nauseas así que con ello, al no tener nada más
que aclarar, me giré, dispuesta a volver a la habitación, pero entonces, él volvió a detenerme,
tomándome del brazo y apretando sus dedos alrededor de mi muñeca.

Respiré tan hondo para controlar mis impulsos de gritar y removerme, hasta yo sabía que llegué
lejos para mostrarles mi enojo y con esa aclaración era suficiente para que dejaran de verme la
cara.

Pero entonces, justo cuando iba a voltear y desatar su agarre, esa mano me soltó. Un olor tan
desagradable como la misma carne podrida, perforó mis poros, y solo con eso bastó ser suficiente
para saber que el panorama a nuestro al rededor había adquirido otra forma.

Mi enojo e indignación al sentirme aplastada por ellos se evaporizó, vaya que desapareció todo
rencor en ese instante en que, al girarme con lentitud, ese par de escleróticas negras y orbes del
mismo color plasmaron mi cuerpo.

Los detalles de su asqueroso cuerpo volcaron mi estómago. Tenía la misma forma larga y
cuadrangular que los otros experimentos, esa forma que tomaron por arrastrarse en el interior de
las ventilaciones por horas. Su propia piel le colgaba de su cuerpo repleto de músculos que estaban
siendo atravesados por huesos y todo tipo de tentáculos. De su rostro se le colgaban las mejillas
rasgadas y ensangrentadas, tenía una gran mordida en su quijada a la que le faltaba cierta parte
del hueso, eso hacía que la mandíbula permaneciera colgada, mostrando sus colmillos
amarillentos.

Retrocedí involuntariamente cuando el aroma se intensificó a pesar de que estaba, muy apartado
de nosotros, y sus largos tentáculos ni siquiera podían alcanzar el pequeño muro de maduros por
la distancia y lentitud en la que iba al no tener pies.
Se arrastraba como larva...

Repentinamente, fui empujada varios pasos atrás, y mi hombro sintió ese rozón que perteneció al
brazo de Rojo cuando me pasó de lado para dar trotes largos en esa dirección, con el arma
levantada apuntando aquel cuerpo.

Adam tampoco se quedó atrás, pero aun así para él había sido demasiado tarde actuar cuando
Rojo disparó, y el experimento contaminado dejó de arrastrarse. Ahí, en esa posición vi la forma en
que Rojo exhalaba lento y con fuerza, como si le pesara respirar o... Tal vez le doliera algo.

Recordé que tenía la tensión alta. Había olvidado eso, un detalle mucho más importante que soltar
mi furia contra Adam y Rossi. De hechos, ellos ya no eran importantes para mí. Recordé su
infidelidad y las mil caras de Adam, pero a pesar de eso, no sentí dolor más que ira. Pensé que
llegaría a llorar, a gritarle a Adam por qué lo hizo, pero solo le aclaré que era todo.

Y decírselo, me había hecho sentir lejos de tener una carga, incluso saber que me había engañado,
y saber que no sentía dolor en este instante, me tranquilizaba... ¿Era acaso que Adam había dejado
de gustarme en un momento del pasado? No lo sé, era extraño solo sentirme enojada porque no
tuvo el valor de mencionar que me había engañado con anterioridad y solo pidiendo que
iniciáramos de nuevo. Lo peor era la manera en que Rossi se comportó conmigo y en que ambos
actuaron uno con el otro frente a mí.

Rojo volteó, apretando su arma con el puño, vi esa mirada en sus ojos y la reconocí, no estaba
dirigiéndola a nadie más que a mí. Creo que era Rojo la causa, después de todo lo recordé a él
también, no todo, pero si lo suficiente para saber que en algún momento durante mi tóxica
relación con Adam, él me atraía.

Comenzó a caminar de regreso al muró, pero ahora su mirada se había clavado en alguien más...
cerca de mí.

—Pym, hablemos y en calma— Sentí sus dedos deslizándose con una inesperada gentileza en mi
mano y eso hizo que sacudiera el brazo para romper con su toque.
—No necesitamos hablar Adam— rebatí, observando la mirada disgustada que llevaba puesta.
Seguramente, una mirada hipócrita —. No tenemos nada de qué hablar.

Se me ocurrió ver a Rossi, nos daba la espalda, parecía abrazarse a sí misma por la forma en que
sus hombros se encorvaban. Esperaba que le doliera ver lo mucho que Adam quería explicarme su
engaño, y más que lo que intentó lograr con Rojo y 16 no funcionara.

—Si lo tenemos—repuso él en un tomó más duro, que rápido desapareció su arrepentimiento —.


Hay cosas que debemos aclarar antes, eso fue lo que dijiste.

Me detuve un segundo a procesar sus palabras. ¿Yo dije eso? ¿En qué momento lo hice y con qué
objetivo? No me creo que lo dijera para darle otra oportunidad, ¿o sí? Pero él lo había hecho con
Rossi más de una vez, tenía un recuerdo con lagunas, pero aun así era un recuerdo tan claro donde
Rossi me lo echaba en cara, todas las veces que se acostaron ella y Adam en la habitación que
antes era nuestra, y todavía desvergonzadamente mencionaba en los lugares del cuarto donde lo
hicieron.

—Ella dijo que no quiere hablar—Y las palabras fueron robadas de mi boca por la boca de Rojo,
que incluso, se colocó delante de mí, dejando que estuviera a un centímetro de besar si espalda—.
Ustedes ya no tienen nada.

Y solo moviéndome un poco pude ver el rostro de Adam, observando s Rojo como si fuera una
gran broma imposible de creer.

— ¿No te enseñaron a no meterte en los asuntos de los demás? — ahogó un gruñido, vi lo mucho
que apretaba una de sus manos en puño.

— ¿Y a ti no te enseñaron a no meterte con la mujer de otro? — La hostilidad con la que Rojo


marcó su territorio me dejó boquiabierta, una extraña emoción revoloteó en mi interior.

La quijada estaba a punto de desencajarse del rostro de Adam, los orificios de su nariz se abrieron
cuando respiro con fuerza y entonces, rompió con distancia inesperadamente hasta tomar del
cuello de la camisa a Rojo y estirarla en un puño.
—La única razón por la que lo hicieron fue para bajar tu tensión, pero aún si se acostaron no la
hace ser tuya. Bastado animal— escupió con ira, y en ese instante en que mis músculos se
tensaron, la mirada de Rojo se endureció peligrosamente. Se sombrearon sus orbes enrojecidos,
dando una mirada temible a pesar de ese par de cejas temblorosas y toda esa sudoración.

Tenía que cortar con esto de una vez no solo porque ya no quería hablar de ello sino porque no
podía tener a Rojo soportando su tensión, ocultándola debajo de esa estructura molesta y
dispuesta a incendiarse más solo si Adam continuaba,

—Yo dije que era su mujer porque lo soy y quiero serlo— aclaré, mirándolo con severidad, sin
esperar a que se hiciera un solo segundo de silencio entre ambos.

Cuando Adam envió la mirada en mi dirección, perforando mi cuerpo, Rojo envió su puño para
romper el agarre de Adam en un solo y rotundo movimiento.

— Fin del tema. Solo sigamos protegiendo nuestras vidas y ya—Esas palabras parecieron agraviarle
las emociones y la ira, y no quería ver como terminaría mostrándolas todas, así que apresuré a
decir: —. Rojo vámonos, necesitamos revisar mi pierna otra vez— inventé, mirando ese masculino
y tenso perfil.

Necesitaba atenderlo a él antes de que empeorara su situación, no quería verlo sufrir como
aquella vez. Rojo no giró a verme, pero su mano tomando la mía y tirando de esta, me hizo mover
las piernas, cuando me di cuenta ya estábamos caminando lejos de Adam, rumbo a la habitación,
justo a esa puerta de madera que fue abierta mostrando del otro lado a una enferma confundida.

16 salió de la habitación, mirando a cada uno de los presentes y deteniéndose sobre nosotros dos,
seguramente la había despertado los gritos de Rossi o mis exclamaciones, o la voz potente de
Adam.

— ¿Fin del tema...? Fuiste tú la que lo iniciaste y seré yo el que lo termine cuando quiera— soltó
Adam entrecortadamente desdé atrás. Y no me detuve, no lo haría.

—Adam, no sigas pareces idiota— La voz de Rossi al fin se escuchó, rogona.


—Pym, sé muy bien que te importa lo nuestro, de ser así no habrías dicho la palabra infidelidad y
mostrado tanta ira. Me acosté con tu amiga por despecho, no te mentiré y tampoco negaré que
estuvo mal, pero tú…

¿Importarme lo nuestro?

Eso último me detuvo en shock, ¿estaba hablado en serio? Pero entonces esta vez fue Rojo quien
tiró de mi agarre para continuar hasta adentrarnos en la habitación con rapidez.

Las palabras de Adam se reprodujeron y cientos de dudas se construyeron en mi cabeza en cuanto


aquella puerta fue cerrada y con seguro. Algo quiso aparecer en mi cabeza, tal vez un nuevo
recuerdo, no lo sé, pero al final solo comencé a dudar... Recordaba los mensajes de Georgina, y de
ahí en adelante varias lagunas que me llevaron a encontrar a Adam y Rossi besándose en un pasillo
de habitaciones.

También esa horrible vez en que fui a su habitación. Su habitación era en la que ambos vivíamos
juntos, pero el problema fue que recordaba perfectamente que saqué mis cosas y me mudé a mi
antigua habitación, pero no recordaba el motivo de porque saliste de su cuarto ni mucho menos de
aquel material que buscaba desesperadamente y que me hizo volver a su habitación solo para
encontrarlos teniendo sexo...

De ahí en fuera, no recordaba nada más de ellos. Mi mente estaba vacía después de todo eso,
¿sería posible...?

— ¿Te importa?

Unos dedos cálidos se deslizaron por toda mi mejilla izquierda, la inesperada sorpresa fue tal que
mi cuerpo respingo, pero no pude apartarme cuando otra mano se apodero de mi cadera. Con una
firmeza e intensidad se moldeó a ella que produjo un jadeo en mí, levanté la mirada de ese pecho
notablemente marcado por la camiseta blanca, para colocarla en esos orbes que estremecieron mi
interior.

Que sepan que no me miraba con dulzura, ni con intensidad, una mirada que estudiaba con
disgusto la mía, mantenido ese oscurecimiento peligroso.
— ¿Q-qué? ¿Me importa qué? — la saliva casi me hace toser.

—Saber si él te fue infiel o no. — soltó, en un tono bajo, grave, y al igual que su mirada, peligroso
—. Sé lo que significa infidelidad, engañar a tu pareja con otra persona. ¿De verdad te importa que
él te haya sido infiel?

Bajé la mirada, negando. No me importaba si me fue infiel o no... Era solo lo mucho que me
molesto que eso fuera lo primero que recordará y, además, que me sintiera como una pobrecita de
la que sentir pena por ser trataba con cuidado por su ex y la amante de su ex... Era sin duda,
molesto.

—No— solté en un hilo de voz—. Sé que me alteré de más, pero estaba confundida. Y me molestó
que todavía intentara apartarme de ti, pidiéndome una oportunidad después de recordar eso. Tal
vez no fue infidelidad y tal vez me confundí con Rossi, sea como sea no me importa en realidad,
hasta me sorprendí de mí misma, pero, no era un dolor emocional o sentimental recordar aquello,
sino porque sentí que me habían tratado como una tonta hasta entonces — respiré con fuerza
antes de soltar—. Además, es horrible que lo primero que recuerde sea algo de él cuando había
cosas más importantes que quería... como tú y mi familia.

Silencio fue todo lo que hundió la habitación, solo por unos segundos para luego sacudir mi cabeza
y elevar de nuevo el rostro, mirando esa hermosa y escalofriante mirada que se mantenía
estudiándome.

Era cierto, a pesar de que recordé muy pocos momentos con Rojo, quería recordar más, todo sobre
él, como la primera vez que fui su examinadora, o la primera vez que hicimos actividades junto.
Estiré mi mano para tocar ese mentón, mis dedos lo acariciaron con lentitud, repasando su calidez,
todavía podía sentir el calor que me brindaron sus dedos cuando abrazaron los míos ese día en la
sala de entrenamiento. Cuando Rojo me pidió permiso para abrazarme... Aunque tampoco
recordaba si lo dejé hacerlo o no.

Pero su calor era protector y amoroso, ¿quién olvidaría un calor tan enigmático como ese? Tal vez
mi cabeza había olvidado a Rojo, pero en mi cuerpo su calor seguía escrito.

Era por eso que cuando me tocó en el área roja, sentí ese estremecimiento, ese inquietante calor
que me desconcertaba. Al final, yo también me sentía profundamente atraída por él, y no
físicamente, no era solo sexual, era algo mucho más. Estaba encantada por su aparente inocencia y
por la sinceridad en la que demostraba a cualquier forma sus sentimientos.
Dejé que mis dedos subieran por su mejilla para limpiar algunas gotitas de sudor que habían
resbalado de su frente.

—Olvidemos eso, ahora tenemos que intimar para bajar tu tensión antes de que sea tarde— hice
saber, sin dejar de acariciarlo. Estiré mis pies en puntitas, iba a besarlo, pero él ladeó su rostro,
retirado hasta su mirada de mí, y eso hizo que volviera a mi lugar, extrañada, confundida, viendo su
profundo disgusto clavarse nuevamente en mí.

Una mueca cruzó sus labios y su mandíbula se torció, como si algo no le gustara de mí o de mis
palabras.

—Intimar para bajar mi tensión— repitió, sus manos repentinamente abandonaron mi cuerpo—.
Lo dices cono si fuera un trabajo, como si tu objetivo solo fuera bajar mi tensión, Pym.

Pestañeé, quedando absorta por sus palabras, perdida repentinamente con sus espetadas
palabras. No lo dije para que lo entendiera de esa manera, sino porque no quería verlo sufrir...
Cuando lo vi apartarse en dirección al baño, lo seguí sin dudar.

—No es mi trabajo, pero no quiero que te pase nada grave— expliqué, ni siquiera al escucharme se
detuvo, siguió caminando—. Rojo... No es como Adam dijo, la razón por la que me acosté contigo.

—Lo sé, Pym— dijo, su tono sutil y severo me hizo negar, desde aquí aíras vi como apretaba sus
puños mientras se adentraba al baño para inclinarse y empezar a tomar las posadas del suelo—,
pero no quiero tener sexo contigo solo porque mi tensión esta alta, no quiero que sea la tensión la
causa por la que hagamos el amor.

¿Que la tensión fuera la causa para eso? Tan rápido como lo vi voltearse con esa mirada oscurecida
y molesta, me coloqué frente a la puerta, impidiendo que él saliera, aunque para ser exacto fácil
sería para él empujarme un poco y así apartarme.

—La causa, Rojo... —dejé en suspenso para romper con la distancia entre él y yo, para levantar mi
mano y llevarla de nuevo a su mejilla, ahuecarla y acariciar su humedad piel con dulzura, algo que
a él lo tensó de inmediato—, es que no quiero perderte, es la verdad—lo último lo suspiré.
Noté de qué forma su carnosa boca se separaba y no aguardé otra vez, poniéndome de puntitas
para estar a su altura, cerca de su atractivo rostro y esa endemoniada mirada que me poseía como
nunca.

En cuanto mi otra mano se acomodó en su torso, no permití un segundo más para juntar nuestros
labios en un apasionado beso que fue correspondido instantáneamente por él, y el cual corté para
soltar contra el roce delirante de sus labios.

—La otra verdad, es que deseo hacerte el amor, si fuera otra razón no estaría haciéndolo contigo
Rojo. Si no me gustaras.

Otra pausa más, solo para deslizar mi mano por toda la altura de su rostro hasta acariciar su
pectoral izquierdo, mi cuerpo se alimentó de su estremecimiento, ese que lo hizo espabilar un
jadeo por sus labios. Un pequeño acto que, al acariciar mi rostro, me aceleró desbocado el corazón
bajo mi pecho

—Si yo no te quisiera como tanto te quiero, utilizaría otros métodos y lo sabes.

Sus grandes y fuertes mano, por tanto, que esperé, al fin tomaron mi cintura, apretándola,
rodeándola para que nuestras caderas se chocaran y fuéramos capaz de sentir esa necesidad de
tenernos uno al otro. Una necesidad que incluso era capaz de mostrarse a través de nuestras
miradas, porque en sus ojos ya no había esa molestia ni disgusto, sino un oscurecimiento
peligroso.

Era deseo.

—Odio mi tensión— Ronco, así fue como salió la estructura de su voz, rompiendo mis huesos en
suaves caricias, acelerando

—Yo también la odio—sinceré sin aliento, dejando que mi mano se deslizara detrás de su oreja,
por toda la raíz de su cabello y se aferrara a su cabeza—, odio ver cómo te lástima, por eso te hare
el amor en este momento.
Sin más, los milímetros que nos separaban se esfumaron en un santiamén por esos labios que se
ladearon y se empujaron para devorarme con rotundidad. Una rotundidad que no solo me hizo
gemir contra su boca, sino que con esa fuerza indescriptible logró que nuestros dientes se tocaran.

Lo rodeé de la cintura también, aferrándome a su camiseta para permanecer así de cerca de él.
Sentir su calor era lo que quería. Me dejé llevar como todas esas otras veces con él, desinflado mi
cuerpo en el calor de su abrazo, a través de un suspiro.

Nos giró inesperadamente, aunque no supe por qué ni para qué, estaba en la gloria de su boca,
hipnotizada por los sutiles y pasionales movimientos de sus labios suaves, y repletos de un
delicioso sabor que quería descubrir para siempre.

Esa malla de ensoñación reventó en un instante cuando Rojo se apartó en la mejor parte para
decir:

—Aún no, primero tenemos que revisar tu pierna.

Mi cabeza se sacudió numerosas veces con exageración, sin abrir los ojos y sin permitir que se
apartara un milímetro de mí, me aventuré a aclarar:

—Lo inventé—Acerqué mi boca a sus labios, a esos a los que aún quería descubrir más sabores—,
quería traerte aquí para hacer el amor, sólo eso.

—Yo puedo soportarlo—insistió en un hilo de voz, rozando mis labios mi cuerpo gruñó de
frustración—, no me duele solo es la fiebre, Pym.

—A mí tampoco me duele— Y no le permití volverse a apartar, siendo yo la que devorara sus


labios, calentando esa necesidad en nuestros cuerpos nuevamente. Sus labios tomaron
repentinamente el control, a besos bruscos y llenos de delirio que me hicieron gemir.

Me temblaron los músculos, las piernas se volvieran agua cuando esa lengua se adentró seductora
a la cueva de mi boca. Se me escapó un gemido cuando sentí sus caricias, cuando sentí el jugueteó
con el que colonizaba cada pulgada de mi interior. Rojo estaba saboreándome, adoraba cuando
hacia eso, adoraba la manera en que disfrutaba de mi sabor, en que se entregaba a mí y lograba
que yo me entregaba a él por completó.

Que hiciera conmigo lo que deseara.

Era fuego lo que terminaba provocando en mi cuerpo siempre que me tocaba y besaba de esta
forma, enviando pulsadas de placer concentrándose en mi vientre, una por una hasta
humedecerme, hasta arderme y enloquecerme.

Dios, y solo nos estábamos besando.

Se me erizó la piel al sentir sus escurridizos dedos adentrarse debajo de mi sudadera, acariciando
mi piel, trazando la curva de mi cintura y subiendo por mis costillas con una demente lentitud que
amenazó con volver deshacer mi cuerpo. Lo sentí, ese bulto caliente rozando mi entrepierna,
provocando el ardor en esa misma zona.

Escuché el chillido en mi interior, anhelando tenerlo dentro.

Sus manos bajaron repentinamente para tomar, esta vez, los bordes de mi sudadera y levantarla.
Reconocí su intención y no dudé en romper el beso para alzar los brazos y ser desnudada por esas
manos, que anhelaban desnudar más de mí. Hice lo mismo, no permitiendo quedarme atrás
siendo la única que tirara su primera prenda, así que rápidamente me aferré los dedos a su
camiseta, y comencé a levantarla para sacarla de su cuerpo, quedando antojada con disfrutar del
sabor de a desnuda piel de su torso sudoroso.

Ni siquiera había lanzado su camiseta al suelo cuando sus manos, tomándose de mi cintura me
cargaron. Fue un movimiento tan veloz que cuando menos lo supe ya estaba sentada sobre el
lavabo con las piernas abiertas y su cuerpo apretado contra el mío, con sus brazos acariciando mi
desnuda espalda y esa boca degustando la mía, sin vergüenza ni pena.

Besos húmedos fueron repartidos por mi mentón cuando por segunda vez dejó mis labios, fue
dejando un camino de beso tras beso hasta ahuecarse en mi cuello y concentrarse en él. Me aferré
a sus hombros y tras un suspiro que escapó de mis labios al sentir su lengua en cada beso, alcé mi
cabeza para darle más acceso, disfrutando de cada sensación que su lengua brindaba a mi cuerpo,
al igual que las caricias de sus manos...
Santo. Jesús. Sus manos sabían muy bien como tocar, donde acariciar u dejar que sus dedos
jugueteaban para que mi espalda se arqueara de dedeo. Las sentí subir por lo amplió de mi
espalda para quitar el seguro de mi sostén, Rojo dio un último beso a mi mandíbula para apartarse
y deslizar mi prenda fuera de mi cuerpo, dejando a merced de su depredadora mirada mis
redondeados y endurecidos pezones.

Y si pudiera describir la forma en que los contemplaba, diría que quería saborearlos también...Cosa
que le dejaría hacer.

Eso y más.

Temblé cuando se mordió levemente su labio inferior, noté como su manzana de adán se movió de
arriba abajo al tragar. Rojo levantó su brazo en mi dirección, el estremecimiento placentero abrazo
con calor mi vientre al sentir las yemas de sus dedos tomando uno de mis pechos, y al sentir su
pulgar acariciar mi areola.

Una caricia tan íntima y deseosa que lo hizo volver a tragar. Rompió nuevamente la distancia para
besarme, besos lentos y profundos en los que nuestros labios producían una chispa de sonido
musical, llenando la habitación, llenando otra zona de nuestros cuerpos también. Lo abracé tanto
con las piernas a su cintura, como con los brazos alrededor de su cuello, enredando mis dedos por
todo su cabello. Nuestros pechos se rozaron, y ese simple tacto lo hizo gemir ronco en mi boca.

Había sido una tonada tan esplendida y enigmática que mi vientre vibró de ardor, una descarga
eléctrica tensó los músculos que componían esa parte. Lo degusté, y tuve hambre de escuchar más
de sus melodiosos gemidos.

Sentirlo retorcerse de placer bajo mi toque. Mis manos con desesperación actuaron, tentadas a
sentir más de Rojo, y no tardaron en salir disparadas de su cabello despeinado a la cremallera de
su pantalón, rozando esa piel de su vientre que se contrajo por mi contactó, pero no lo detuve, oh
no, iba a seguir tocando esa parte, así que deslicé mi mano en su interior deliberadamente
llegando a ese endurecido y erecto miembro rotundamente caliente. Mis dedos apenas lo
rodearon, la garganta de Rojo construyó un feroz gruñido ronco que perforó hasta el más pequeño
de mis nervios.
Mi vientre ardió de deseo, mis paredes se contrajeron anheladas de abrazar su miembro en mi
interior. Era una tortura no sentirlo completamente desnudo, quería tener cada centímetro de su
piel hacer contacto con la mía, que su calor me contagiara, que mi interior se maravillarla al unirse
a él.

Intenté bajarle los pantalones, sin dejar en ni un momento de saborear su boca, tiré de la tela, y
cuando él notó que no pude bajar ni una pieza de sus pantalones en el segundo jalón, cortó el beso
y movió sus brazos, sus manos ayudaron a las mías, dejándome ver que lo que había impedido que
los pantalones cayeran sobre sus muslos, era ese maldito cinturón que se desabrochó enseguida.

Estaba tan pérdida en él, que ni siquiera me di cuenta de ese detalle... Se los quitó, arrojándolos a
cualquier parte del baño, dejándome apreciar a toda costa tu completo cuerpo desnudo.

La respiración se me ahuecó y la garganta se me secó de solo recorrer su desnudez una y otra vez,
incansablemente, sintiendo esa desesperada sed de probarlo lamerlo, morderlo... De tenerlo
dentro de mí.

Y explorar el placer que destruiría mi interior con su hombría.

—Llévame a la cama—solté con el aliento cortado, esa petición él pronto la puso en marcha,
volviendo a mí con sus brazos tomando mi cintura y su boca volviendo sobre la mía. Me alzó del
lavabo, mis piernas lo rodearon de inmediato con fuerza si tiendo su miembro palpar mi zona. En
ese instante maldije que fueran mis jeans lo único que estropeara el contacto. Rodeé su cuello con
firmeza, hundiendo por segunda vez mis dedos en su cabello para aférrame como nunca a él,
profundizando nuestras bocas en una guerra de besos y una seducción de lenguas.

Entre besos y jadeos, nos sacó del baño, dando zancadas hasta la cama en la que dormimos, y se
inclinó. Pronto, se trepó a rodillas sobre el colchón conmigo en sus brazos, y me recostó sobre la
suavidad del cobertor con mucho cuidado, quedando él sobre mí, con sus brazos acomodados uno
en cada lado de mi rostro.

En esa posición tan dominante me sentí pequeña y vulnerable, él era un depredador y yo su presa,
a punto de ser devorada.

Yo quería ser devorada a su manera, por esa mirada, por esa carnosa boca, por esas manos, por su
miembro...
Se inclinó sobre mí, doblando un poco sus brazos, sabía lo que haría, así que antes de que sus
labios poseyeron con lujuria los míos, ronroneé:

—Quítame los pantalones— fue mi segunda petición. Algo en esa mirada me sorprendió, y fue ver
que sus orbes habían oscurecido más de lo que lo hicieron otras veces.

No pude creer que las mejillas se me calentarán más cuando esos carnosos labios de comisuras
macabras, se estirarán en una escalofriante y torcida sonrisa que mostraba sus sensuales colmillos.
A decir verdad, no, no eran solo mis mejillas las que ardían ante su endemoniada sonrisa que
atraía cada poro de mi cuerpo a sus pies, todo mi cuerpo estaba quemándose, mi vientre era un
caos sentía que haría erupción.

—Lo que ordene señorita— ronroneó, bajo, ronco y diabólicamente peligroso.

¿Cómo podía un aspecto tan escalofriante y endemoniadamente atractivo llevar consigo una
perfectamente personalidad? La pregunta se esfumó cuando él desbrochó mis jeans y se recorrió,
sentándose sobre sus rodillas y tomando mis piernas con sus enormes manos para juntarlas, toda
esa acción, sin dejar de verme, quemando con su hambrienta mirada hasta la más pequeña gota
de agua de mi cuerpo.

Por segunda vez, se abalanzó sobre mí, pero no para besarme sino para tomar el principio de mis
pantalones y empezar a sacarlos, aunque me removí al principio como gusano, levanté un poco
mis piernas para que él pudiera sacarlos fuera de mi cuerpo sin complicación, con mucho cuidado
de no lastimar más mi muslo derecho moreteado. Los sacó de mis pies, dejando como único rastro
de tela en todo mi cuerpo, aquella prenda ocultando mi timidez.

Los arrojó lejos de la cama, lejos de mi vista y solo para inclinarse una tercera vez sobre mi caliente
cuerpo que anhelaba sentir su piel, acomodando todo su peso sobre un solo brazo, fijando su vista
en mi muslo y después en vientre, en esa parte que ardía dolorosamente por su tacto.

Atisbé cada uno de sus siguientes movimientos con atención, como su desocupada mano viajaba
de su desnudo muslo y lo alto de mi pierna moreteada en gran parte, y la acarició, su tacto hizo
que me temblara ese músculo.
— ¿Te duele? — me preguntó, sin dejar de acariciarle, por ese instante el oscurecimiento de sus
ojos amenazó con esfumarse.

—No, no me duele más— En realidad si me dolía, solo cuando hacía presión en ella, pero era un
dolor soportable. Al ver que no dejaba de mirar el enorme hematoma, mis manos lo alcanzaron del
cuello, para atraerlo a mi rostro, dejar a pulgadas su mirada de la mía y esos labios carnosos que
deseaba devorar—. ¿Sabes qué es lo que sí me duele?

Sus orbes carmín contemplaron el roce de nuestros labios, atrapado en el deseo de mi seductora
pregunta. Su respiración se cortó en ese nanosegundo cuando mi desnudo pie, se paseó
cariñosamente por su pantorrilla, una caricia que lo hizo apretar sus músculos, apretar su
mandíbula.

— ¿Qué te duele? — Las palabras apenas salieron de sus labios forzadas, ahogadas.

Me encantó escuchar su voz atrapada en el placer, así que realicé mi mano de su cuello hasta su
pecho, fui bajando con lentitud sin dejar de contemplar esa mirada que había adquirido el mismo y
peligroso color, llegué a su miembro y lo rodeé, mis dedos repasaron esa dureza repleta de calor y
tensión. Un gruñido erótico resbaló de sus apretados colmillos cuando lo apreté, y su cejó se
hundió, un gesto tan encantador que no pude detenerme y seguí acariciando su erección.

—Que no estés dentro de mí, arrancándome gemidos mientras me haces tuya—susurré, besando
sus labios para morderle el inferior y ver como el placer resplandecía en una chispa sus orbes.

—Pero ya eres mía— soltó entre dientes en un tono ronco. Y eso fue suficiente para que su boca se
sumergiera en la mía en besos en los que su lengua participaba con una locura imparable.

Temblequee, un ruidoso gemido salió de mi garganta para ser tragada por la suya, provocado por
su mano que se había transportado de mi muslo a mi prenda, haciendo precios en mi entrada
cubierta, húmeda y caliente, rozándola de arriba a abajo, una y otra maldita vez.

—Quítamelos, quitándolos ya— gemí no soportando más sus roces, ya era suficiente, quería más.
Besó mis labios tras una estremecedora sonrisa que le provocó mis palabras, y bajó otra vez,
besando mis pezones y besando mi estómago hasta llegar a mi vientre donde sus dedos tomaron
esa delgada prenda completamente húmeda que no tardó en deslizar fuera de mi alcance, al fin,
dejándome ante sus ojos, enteramente desnuda.
Desde esa posición me miró, sentado sobre sus rodillas con la plena vista de su erecto miembro y
con sus brazos acomodados a cada lado de su cuerpo, eso y tomando en cuenta su despeinado
cabello oscuro y esa mirada depredador, tenía un aspecto salvaje.

El silencio nos hundió, ni un ruido del exterior ni el interior se escuchó, ni él ni yo nos movíamos en
ese instante, era como si el tiempo se detuviera sólo para contemplarnos. Para que esa penetrante
mirada carmín, reparara en cada milímetro de mi cuerpo, lo dibujara con una dulce e íntima
profundidad que me impidió hasta respirar.

Una de sus manos se levantó apenas, solo para dejar que su dorso acariciará levemente mi frente,
dejando caer por mi mejilla, y todavía recorriendo parte de mi cuello, su caricia hacía que ese
camino de piel se erizaran las vellosidades, mi cuerpo se removió con su caricia tan inesperada que
cruzo por encima de mi pecho derecho y marcó mi abdomen hasta mi vientre y terminar justo en
mi entrada dónde con un par de dedos pulsó, logrando que mis labios se abrieran exhalando un
jadeo de placer.

—Eres preciosa, Pym.

Un calor más sentimental floreció desde mi pecho donde un acelerado corazón revoloteaba con
deseos de atravesarme el pecho.

—Deliciosa... —continuó, profundizando su tacto en esa zona que hizo que mis piernas se estiraran
y la cabeza me diera vueltas—. Exquisita.

Se lamió los labios con su larga lengua.

Oh demonios, lo quería dentro de mí, perforando mi cuerpo, haciéndome chillar su nombre...

Mi estómago se hundió con su estremecedor tacto, mi boca terminó abriéndose aún más dando
paso s un gemido largo cuando de un instante a otro él había bajado, hundiendo su boca en mi
entrada. Succionó, las sensaciones placenteras fluyeron con crueldad, arqueando mi espalda,
volviendo mi mente un caos, dejando que de mi boca escaparan cientos de sonoros gemidos al
sentir la penetración de su lengua más profunda.
Mi interior lo recibió, lo apretó, sintiéndose aliviado pero necesitado de sentir más, explotar con
sus rotundos movimientos.

—Oh sí—Chillé de placer, retorciéndose bajo su tacto, bajo el dominio de su lengua devorando mi
interior a su manera. Cerré los ojos, inclinando mi cabeza un poco hacía atrás, disfrutando de mis
propios gemidos, y disfrutando de los sonidos que se desplazaban de su propia boca a causa de
saber lo que provocaba en mí —Rojo...

Se me apretaron las cejas y otro gemido más desbordó de mi boca, su lengua, ¡santo Dios! Su
lengua jugaba en mi interior, sentir como se movía y lo que provocaba era una demencia. Ya no
tuve control de mi cuerpo, de mis meneos para sentirlo más profundo, ni de las palabras que salían
de mi boca, solo fui consiente de esa tensión crecer y concentrarse en mi vientre más rápido que
nunca, hasta hacerme estallar en otro chillido de placer.

Las fuerzas abandonaron mi cuerpo por ese instante, dejándome temblorosa y agitada sobre el
colchón, con la mirada clavada en el techo. Había sido sensacional, pero sabía que ese solo era el
principio, no había nada mejor como sentirlo a él dentro de mí. Se trepó sobre mi cuerpo,
lentamente acomodando sus piernas debajo de las mías, dejando que sus manos se doblaran junto
a mi cabeza para tomar mi rostro entre sus manos y así poder besarme. Besos profundos donde su
lengua se adentró, colonizando mi boca con la necesidad de hacerla suya, acariciando mi lengua,
despertando ese calor en mi vientre, en mi contraída entrada. Un placer insatisfactorio en mi
cuerpo logró que mis piernas se llenaran de energía para rodearlo y empujarlo contra mi entrada,
algo que ni siquiera logré un poco, pero que a él lo hizo moverse de extraña forma, y detenerse en
la rapidez de sus besos.

Quise abrir los ojos para ver que estaba haciendo, en que se estaba concentrando, sin embargo
pronto lo supe, o mejor dicho, lo sentí, y tan solo sentí su duro y ardiente miembro pulsando en mi
húmeda entrada lista para recibirle, un pitido de alerta se escuchó en lo profundo de mi cabeza,
gritándome que lo detuviera ante de que fuera tarde.

Sí, era mi poca razón gritándome que lo detuviera, pero no lo hice... No lo hice porque los
condones no iban a servirnos. No me funcionarían más.

Ya estaba esperando un hijo suyo, infectado o sano, muerto o vivo, ya sabía que algo estaba en mi
vientre, creciendo, desarrollándose poco a poco, provocando todos esos síntomas, incluso esta
sensibilidad con sus caricias. Pensar en eso ahuecó mi pecho con preocupación, esas ganas de
hacer el amor se habían perdido en un santiamén al pensar en ello, al pensar en las consecuencias,
en la probabilidad de morir si lo que llevaba dentro era un bebé infectado... Pero todo se me nubló
cuando todo mi cuerpo se endureció al sentirlo hundirse en mi interior, y solo cuando los músculos
se mi vientre lo abrazaron, disfrutando de su tamaño y calor, mi cuerpo sintió alivio.

Sí...

Un alivió que me hizo gemir lento y entrecortado, y el cual se trasformó en una potente necesidad
de sentirlo removerse, penetrarme con dureza, con una placentera crueldad que nos liberara a
ambos. Y salió de mi interior, mis manos hormiguearon, alcanzaron sus hombros para alistarse,
sabía bien lo que sucedería, era lo que había esperado, así que busqué esa mirada, esos orbes
enigmáticos que desde hacía mucho tiempo que habían estado observándome, esperando a que
yo me conectara a su fúnebre deseo.

El placer explotó en sonoros gemidos cuando entró con una rotunda fuerza que el respaldo de la
cama golpeó la pared, provocando un sonido hueco que se multiplicó, y triplicó con las duras y
despiadadas embestidas de Rojo, lentas, cíclicas, cruelmente dolorosas al tocar mi punto G. Mi
vientre lo abrazó sintiendo la gloria de su miembro moverse en su interior, se sentía tan magnifico,
maravilloso, las sensaciones extasiases volaban mi mente, toda preocupación se volvía polvo
cuando Rojo me hacía el amor, cuando me devoraba de tal forma que mi garganta se rasgara en
todo tipo de chillidos y gemidos que él disfrutaba con gruñidos.

Si pudiera describir lo que Rojo provocaba en mí, la manera en que mi cuerpo se retorcía de placer,
la forma en que mis extremidades perdían la fuerza y mis dedos ya no sabían de donde sostenerse,
diría que era más que perfección.

Una perfección en la que quería estar atada por siempre, pero que seguramente... no lo estaría
siempre.

De pronto ya no supe ni que mirar, solo pude cerrar los ojos, torcer mi rostro, envolverme en la
locura de sus desenfrenadas acometidas en las que con cada embestida lenta disfrutábamos de
cada gemido de placer que construíamos con nuestra unión. Pero nuestros gemidos no eran el
único sonido, esos múltiples sonidos huecos que hacía la cama, y el sonido que hacían nuestras
caderas al chocar una con la otra, llenaban la habitación.

Y seguramente, más allá de la habitación, lo cual, aunque no quería que sucediera, era imposible
detenerlo. Era el cielo... La deliciosa gloria en la que estábamos a punto de liberarnos. Lo sentía en
mi cuerpo, lo sentía en sus gritos en la forma en que ahora ahuecaba su rostro en mi cuello para
ahogar los constantes gruñidos, en la forma en que ahora sus embestidas se volvieron brutas y
veloces, aumentando los melodiosos gemidos roncos al sentir todo ese placer remover nuestro
interior y llenarlo todo para exprimirnos con una estocada tan profunda y brusca que todo mi
cuerpo tembló con fuerza, y lo que terminé gritando...

Fue su nombre.

Me desboroné sintiendo mis músculos hechos agua. Rojo dejó enseguida que todo su cuerpo se
pegara al mío, pero sosteniendo la mayor parte de su fuerza con el doblez de sus brazos, para no
lastimarme con su fuerza. Lo escuché respirar agitadamente, su respiración calentando esa zona de
mi cuello en la que él todavía seguía ahuecado, oculto, dando besos de vez en cuando cada
segundo en que respiraba con fuerza.

Mi cuerpo trató de deleitarse de que se liberara en mi interior, pero solo no pudo hacerlo, y
sentirlo y saber que fue por ello que ahora dudaba de lo que llevaba dentro de mí, cerré con fuerza
mis ojos y me sentí temblar de temor... De pavor, de un miedo de imaginar que probablemente
fuera eso al final...

La infección, el parasito, y terminaría matándome.

El miedo se adueñó de mí, ¿y sí me convertía en uno de ellos? ¿O si el bebé terminaba


matándome? ¿Entonces no podría estar con Rojo? Eso ultimó apretó mi corazón, un vacío helado
se adueñó de él.

—Pym...—su orden apenas la escuché, y no supe cómo fue posible que su apenas audible voz
construyera un nudo en mi garganta, un nudo más fuerte que el que construyeran mis
pensamientos. Lo odié—. ¿Te duele algo? Mírame, Pym.

Y sacudí la cabeza en negación a su pregunta. Nada me dolía más como no salir viva del laboratorio
con él a mi lado... Abrí los parpados, observando esa atenta mirada de cejas contraídas que
buscaba una explicación de mis lágrimas, esas traicioneras gotas de agua que habían salido a
manchar mi rostro.
Su mano pronto se colocó en mi mejilla, limpiándolas, una por una con sus nudillos. Él podía ver las
temperaturas, todo tipo de calor o frio, aunque temía mucho preguntarle y que al final me
preguntaba para lo que significaba, tenía que hacerlo, saberlo.

No podía torturarme tanto sin saber que era lo que tenía en mi vientre, vivir preguntándome si era
el parasito o un bebé... Tenía que arriesgarme, no podía quedarme con este miedo que me
afectaría, y afectaría también a la intimación entre nosotros dos.

Sabía que estaba contradiciéndome, pues horas atrás estaba segura de que lo mantendría oculta
de él, pero ahora... Solo pensar en el lio que se había construido en mi cabeza, la impaciencia y el
terror me volvería loca y eso podría destruir varías cosas.

Tal vez iba a cometer un error, pero el mayor error sería no saber lo que era: sí frio, o caliente...

Y si eso, me apartaría de Rojo.

—Necesito preguntarte algo...—Con esas palabras, me animé a tomar la mano que se posicionaba
en mi mejilla, levantarla como pudiera para guiarla a mi vientre. Dejé que su palma tocara esa zona
de piel en la que él colocó atención, con su cejo arrugado con extrañes—. Necesito saber si vez
algo ahí...

Entornó la mirada a mi rostro, había duda en él, pero no más duda que la que me carcomía en este
momento.

— ¿En tu vientre? —Al ver mi indeciso asentimiento, él ocultó su mirada a través de sus parpados y
bajó más su rostro en posición a mi vientre, donde su palma pulsó.

Solo ver como contraía con extrañes su ceño, me puso demasiado inquieta y nerviosa, sentí pánico
cuando sus carnosos labios se separaron, y esa sensación crispada de mis dedos ansiaron quitarle
la mano y retirar mis palabras...

Pero no lo hice.
— ¿Rojo? — Me preocupé, sentí esa ansiosa necesidad de que me respondiera de una vez si
miraba una temperatura humana o ser otra cosa—. Rojo— El miedo que tuve de terminar mi
pregunta amenazó con congelarme la sangre—, ¿vez algo?

Silencio y miedo se adueñaron del temblor de mi cuerpo. Su palma abandonó mi piel y ese rostro
se levantó, sus parpados se abrieron dejando que sus orbes carmín me observaban con seriedad.

—Pym...—Mi nombre en sus labios me congeló la sangre—. No veo nada.

4. Cuando estamos cerca.

4. CUANDO ESTAMOS CERCA

*.*.*

Tercer recuerdo de Experimento Rojo 09

La prefería a ella, y no dudaría en responder si me llegaran a preguntar a qué examinadora quería


para siempre.

A Pym.

Me gustaba más ella de lo que nunca llegó a gustarme mi examinadora. Solo llevaba un día y unas
horas conmigo, y sentía que estaba aferrado a ella, que no podía permitirme tenerla lejos. No
después de todo lo que me enseñó, de cómo me trato tan diferente a como me trataron, no
después de oírle pronunciar mi clasificación, no después de ver sus labios rosados estirarse en una
sonrisa tan blanca y suave, tan preciosa como el color azul de sus ojos. Una sonrisa que yo mismo
le había provocado, y quería provocarlo más veces.

Era radiante, era como el sol que ella me describió.


No quería tenerla lejos.

No quería que se fuera, quería que se quedara conmigo.

Le pregunté por cuánto tiempo se quedaría, por cuánto tiempo suplantaría a Erika, ella no supo
responderme, solo mencionó que le dijeron que sería por unos pocos días. Saber eso provocó un
extraño hueco en mi pecho, una opresión que antes no sentí.

Como si algo estuviera a punto de romperse, solo pensar en que dejaré de verla y ver todos los
días a mi examinadora...

Eso era lo no quería que sucediera, con mi examinadora los días eran lentos, ni siquiera quería que
llegara el día para verla entrar por mi puerta. Por otro lado, con Pym las horas se convertían en
minutos, y aunque este era el segundo día, solo podía desear que el tiempo se detuviera para no
verla salir de mi cuarto, por miedo a que al siguiente día no volviera aquí.

¿Podría hacer algo para que se quedará conmigo? Quisiera convertirla en mi examinadora.

—Volví— su voz hizo que mis dedos se congelarán, que el color azul con el que pintaba una nube
dibujada en el cuaderno, resbalara y golpeara la mesa. Alcé la mirada, contemplando esos orbes
que desde el primer momento no había dejado de observar, de reparar en ellos y hacer lo posible
por gravarlos en mi memoria. Pero más que memorizarlos, era mejor tenerlos frente a mí.

Apretó sus labios en unas sonrisas cuando dejó que la cortina se corriera detrás de ella para cubrir
el exterior de la sala y se acercó a la mesa.

Llevaba algo en sus brazos, una caja blanca con dibujos de todos los colores y con una extraña
palabra que frunció mi frente.

¿Twister? Sí, eso decía la caja. Pero, ¿qué era eso? ¿Se había ido por más de una hora para traer
esa caja?
Pym dijo que iría a buscarnos unos juegos para divertirnos el resto de la noche ya que habíamos
terminado con el resto de las actividades todo el día y a mí no me había dado sueño aún. La verdad
es que no quería dormir, quería gastar cada gota de mi energía para estar a su lado, para pasar más
tempo con ella.

—Me costó mucho encontrarlo— bufó, dejando la caja en la mesa para abrirla y sacar... un raro y
enorme manto blanco que parecía pesado—. Es de una compañera de infantes, tuve suerte de que
no lo utilizara esta noche...

Desdobló y extendió ese manto delante de mí, no tardé en evaluar esos círculos que de alargaban
en cuatro filas, cada fila era de un color diferente...

Por un momento había pensado que ese juego se parecería a lo que jugamos la noche de ayer,
donde utilizábamos unas pequeñas cartas con números en cada una de ellas. Todavía recordaba su
nombre, Pym dijo que se llamaba Uno.

Aunque al principio no entendí lo que debía hacer, donde y cuando utilizar una carta, con los
minutos ese juego empezó a entretenerme. Lo jugamos por largas horas hasta que ella cambió la
dinámica.

— ¿Qué es eso? — pregunté, sin dejar de apreciar, sobre todo, el color azul de esa malla o manto,
o tapete, lo que fuera eso que sus delgadas y pequeñas manos extendían de tal forma que cubriera
casi por completo todo su cuerpo.

—Twister, nuestra nueva actividad— sus dulces palabras sonaron ahogadas del otro lado—. Está un
poco grande, así que tendremos que hacer movimientos en tu pequeño cuarto— informó, lanzó
sobre mi cama la malla de círculos coloridos y se sacudió sus manos—. ¿Te molestaría si movemos
muebles?

—No— sinceré, aún sin saber que era lo que haríamos. No importaba, con ella seguramente me
gustaría el nuevo juego.

Miré su asentimiento antes de ver como se tomaba todo su largo cabello ondulado y se hacía un
chongo sobre su cabeza. Ese acto me hizo acordarme al primer día en que la vi, en que nuestras
miradas se cruzaron...
Ese momento sería inolvidable.

—Movamos la mesa y las sillas sobre tu cama, también la cajonera de abajo— señaló para después
acercarse y tomar la silla en la que estaba su mochila y unas carpetas, las depositó en la cama al
igual que la silla.

Yo no tarde en hacer lo mismo, levantarme y ayudarla a mover las cosas de encima de la mesa,
cada mueble que estuvieras en el suelo donde jugaríamos acomodándolo todo sobre mi cama,
dejando un gran espacio en el resto de la habitación.

Pronto, ella tomó de nuevo esa malla blanca y se dejó caer sobre sus rodillas para colocarla en el
suele, apenas cupo en el espacio del cuarto. Volví a ver los colores, y como esa mano tan blanca,
palmeaba algunas zonas arrugadas del manto, con ese movimiento e inclinada de esa manera, mi
corazón desconcertadamente se aceleró, me sentí nervioso al ver esa apertura de su bata, en el
área de su cuello.

Un par de botones estaban desabrochados, podía ver el color verde de una nueva camiseta que
cubría dos extrañas zonas abultadas que llamaron mucho mi atención. Antes no los había visto y
podría explicar que era porque apenas miré el color de su ropa que llevaba resguardada bajo la
bata.

Pero ahora podía verlo, ver algo nuevo en esa examinadora, y eso era lo raro, el bulto en el área
donde debía ser su pecho plano, no era normal, mucho menos plano como el mío. Tuve que
contraer la mirada y fijarla más, poner más atención en esa franja de ropa verde que quise tomar
con mis manos y estirarla para averiguar qué era lo que se marcaba, era como si algo le colgara del
otro lado, ¿qué era eso? ¿O acaso ella ocultaba pelotas en su pecho? Tuve mucha curiosidad de
saber que era...

No lo sabía, no sabía que tan diferente era mi cuerpo al de una examinadora, porque sabía que
Pym era hembra, y yo era un macho, y según por lo que mencionó mi examinadora Erika, ambos
cuerpos eran diferentes.

Pero, ¿qué tan diferentes? Los rostros de las hembras que hasta ahora había visto eran delgados,
finos, de facciones suaves, ojos grandes y coloridos, su cuerpo a pesar de estar cubiertos por una
larga bata blanca eran delgados y de menor tamaño que nuestros cuerpos anchos y altos. Esas
eran las únicas diferenciad que sabía, todo lo demás era desconocido.

Quise arrodillarme, y revisar debajo de su bata, pero hacer eso me metería en problemas, aunque
ella me había dado el permiso de comentar lo que quisiera y preguntar de lo que sea cuando
quiera, sentía que hacer esa pregunta era incorrecta, ¿lo era? ¿Recibiría un castigo si se lo
preguntaba?

Tragué, sintiéndome repentinamente inquieto y ansiosos al ver que lo alto de esa tela verde se
había despegado debajo de la piel de sus clavículas, dejándome ver...

Mi respiración se detuvo, quedé peor que antes al ver lo que se ocultaba del otro lado de la tela y
no saber lo que era... ¿qué era eso?

—Muy bien— exclamó entusiasta, incorporando el tallado de su cuerpo, impidiéndome ver más de
lo que fuera que había visto bajo la tela verde, pero aun cuando se sentó y me miró con sus zafiros
enigmáticos, esa imagen siguió en mi cabeza.

Su pecho... ¿Por qué estaba inflamado y separado en dos bultos de piel extraños? ¿Ese era su
pecho o había sido otra cosa?

Mis ganas de saber se intensificaron, esa pregunta que se construyó trató de salir proyectada por
ms labios, iba a hacerlo, iba a preguntarle, pero entonces cuando levantó su mirara, ella habló.

—Te explicaré las reglas del juego— Empezó a levantarse. Inquietantemente con la pequeña
inclinación que hizo para ponerse en pie, vi hacia donde debía estar su pecho solo un seguro para
saber si el bulto se marcaba en la bata, y al ver que no, volví a su rostro a esos ojos que parecían
buscar algo a su alrededor.

Tomó la caja de cartón de la cama, esa en la que antes se guardaba la manta colorida, y sacó otra
cosa de su interior. Un tablero que tenía la misma forma de mi reloj colgado en la pared cerca del
respaldo de mi cama, pero con dos grandes diferencias.
Ese tablero en sus manos— esas que quería tocar y acariciar— solo tenía una manija, y en vez de
ser números los que formaran un círculo a su alrededor, eran figuras redondas, pero d tamaño
menor de los mismo colores que la figuras que tenía el manto el suelo.

—Las reglas son estas...— Sus piernas se movieron, esos pies que hasta ese momento me di cuenta
de que estaban descalzos, pasaron sobre el manto blanco. Ni siquiera supe en qué momento se
quitó sus zapatos, pero esos pies eran mucho más pequeños que los míos...

Un cálido calor floreció en mi pecho cuando vi que se detuvo a centímetros de mí, a una corta
distancia en la que todos y cada uno de mis sentidos se estremecieron. Era muy confuso lo que su
acercamiento provocaba en mi cuerpo, la manera en inmovilizaba, en que hacía temblar mis
músculos, una extraña sudoración adueñándose de manos, y el tamborileo desbocado de mi
corazón oculto detrás de mi pecho.

Me gustaba a pesar de lo mucho que me desconcertaba, me gustaba sentirme así... con ella.
Contemplarla, reparar en cada milímetro de su belleza, y respirar profundamente para llenar mi
interior su delicioso aroma a frutas y coco.

Levantó el tablero de un instante a otro cubriendo su bello rostro para que fuera eso lo único que
pudiera mirar.

— El color que la manija apunte, es el color que debes pisar y no te puedes mover de ese lugar,
¿verdad que es fácil de entender?

— ¿Solo eso? — inquirí, si era así, entonces era un juego fácil. Ella bajó el tablero y asintió,
dejándome admirar nuevamente su bonita sonrisa cuando sus carnosos labios se elevaron antes
de que se apartará y se colocará del otro lado de la manta.

—Empiezo yo— avisó, giró en un rápido movimiento de su mano la manija del tablero y este se
detuvo en el color rojo—. Bien, mi color favorito— soltó con emoción, alzando su pie derecho y
colocándolo en un círculo rojo. Eso hizo que ladeara mi rostro un poco, no por ver como
acomodaba su pie quedando con las piernas abiertas, ni ver que me estiraba el tablero porque era
mi turno girarlo, sino porque ella dijo que el color rojo era su clasificación.

Mis ojos eran rojos... Mi clasificación era roja.


—Mi color favorito es el azul—esbozaron mis labios, atrayendo esa mirada apenas sorprendida.

— ¿Como el de mis ojos? — su cuestión sonó como a una broma. Al instante levantó su mano
desocupara para señalarse su bonito rostro.

—Solo el de tus ojos— repliqué, mi confesión la hizo pestañar un par de veces—. Hasta guardo un
color parecido al de tus ojos.

— ¿En serio? — Pareció un poco pérdida cuando asentí, pero luego esa sonrisa leve se dejó ver en
sus labios rosados y carnosos. No sabias que tipo de sonrisa era, pero verla en ella no solo seguía
acelerándome el corazón, hacían querer tomarle el rostro y acariciar sus labios con los míos.

Tal como mi examinadora hacía conmigo antes de intimar...

—Sera mejor que gires el tablero— fue lo único que dijo después de que carraspeo su garganta—.
Es tu turno.

Volví a asentir, atisbando el apretón de sus labios como una mueca que me hizo saber que tal vez
mis palabras no le gustaron del todo. Quizás no debí decírselo... Giré la manija negra y esta se
detuvo en el color amarillo. Tal como ella había hecho, llevé uno de mis pies a uno de los círculos
de ese color junto al azul.

Y cuando le pasé a ella el objeto cuadrado, lo giró y la manija apuntó al mismo color en el que
estaba yo. Se volteó rápidamente, llevando su otro pie al círculo amarillo: a dos círculos de mi pie.

Pym siguió con sus piernas abiertas, y yo solo pude preguntarme por qué no movió su pie derecho
del color azul. Me pidió que siguiera, el juego se volvió algo extraño y confuso conforme la manija
apuntaba los colores y ella me decía que llevara tal extremidad al color indicado.

De pronto ella ya estaba en el suelo, sus rodillas levemente dobladas y sus brazos estirados,
temblando por esmerarse en permanecer en esa posición y no caer al suelo, y yo... ni siquiera
sabía cómo había termino sobre ella, con todo mi torso atravesando una parte de su espalda para
alcanzar a tocar los colores del otro lado de su cuerpo.
Tuve un poco de temor en caer encina de ella, sabía que mi cuerpo pesaba el triple que el cuerpo
de un examinador, nuestros huesos eran pesados. Entonces no quise moverme, un movimiento en
falso y la lastimaría.

No quería lastimarla.

—Dale— su voz se escuchó forzada, debajo de mí. Con una mueca en mis labios levanté una de mis
manos para girar la manija del tablero en el suelo.

Se detuvo en el azul, uno de los colores que estaban debajo del cuerpo de Pym. Respiré hondo,
respiré su delicioso aroma, y decidí llevar esa misma mano debajo del estómago de ella, mis dedos
rozaron parte de la tela de su bata antes de llegar a ese círculo azul. Apenas y pude colocar mi
palma entera, y es que no quería inclinarme más sobre el cuerpo de Pym, no solo porque tenía
miedo de caerle encima, sino porque olía tan delicioso y estaba tan cerca de mí, que quería
concentrarme en ella, y no en el juego.

—Dios— escuché chillar, vi el color que le había tocado, y la vi estirar su brazo en dirección a ni
mano, cuando vio que ya ocupaba ese círculo amarillo, la estiró más abajo, todo su cuerpo tembló,
amenazó con despabilarse y caerse, y no quise que perdiera el juego así que tomé su pequeña
mano con cuidado y la dejé en el mismo color que yo ocupaba: dejando su mano debajo de la mía.

Mis dedos repasaron por encima de sus suaves nudillos hasta brindarse un campo junto a ellos, su
calor era hizo suspirar, algo más se llenó en mi interior y no supe que era pero me gustó, me gustó
rodear su mano así.

Hubo un momento de silencio en que la vi observando la forma en que mi mano cubría la suya y
mis dedos se entrelazaban con los suyos. Y me pregunté, si había hecho mal o bien en hacerlo.

—E-e-e...—aclaró su garganta—. Eso n-o se puede hacer.

—Pero no alcanzas el color— expliqué, moviendo mi cabeza sobre la suya, y tan solo lo hice pude
olfatear el olor de su shampoo. A pesar de que podía olerla claramente con nuestra separación,
inevitablemente incliné más mi cuerpo, tocando apenas su espalda para olfatear su cabello que,
con el roce de mi nariz envió descargas eléctricas desde esa área hasta lo más profundo de mi
cuerpo.

Olía delicioso, igual de delicioso que su piel.

Todo de ella era delicioso.

—Compartir mi color contigo no estaba en las reglas— la voz me salió extrañamente ronca—. ¿Está
mal?

Y la sentí estremecerse debajo de mí cuerpo, un estremecimiento hasta en la tensión de los dedos


de su mano se sintió, incluso escuché una rara exhalación que soltó entrecortadamente.

—N-n-no— tartamudeo la respuesta, su respiración estaba acelerada—. Es tu tu—turno...

Asentí, aunque no hacía falta, ella no me miraría. Miré el tablero, la posición en la que estaba y
traté de alcanzarlo con mi mano más cercana, cuando lo hice y la manija se detuvo en el color rojo,
un color que mi pie derecho debía pisar. Revisé cuidadosamente, dándome cuenta de que llevar
mi pie del color verde al primer círculo rojo detrás de mi pie izquierdo, sería difícil, con Pym debajo
de mí.

— ¿Ustedes son todo menos flexibles?

Negué enseguida, moviendo mi pie solo un segundo para darme cuenta de que no podría hacerlo,
tendría que girarme para lograrlo.

—No somos flexibles—La voz me salió con dificultad cuando intenté nuevamente mover mi pierna.
La escuché reír debajo de mí, una risa que me aturdió, produjo un extraño florecimiento de calor
en mi cuerpo.

Su risa dulce, suave, cálida y preciosa se detuvo. No quería que dejara de reír, pero era tarde para
pedirse.
—Creo que vas a terminar cayendo encima de mí—comentó, en un tono divertido.

—No lo haré, Pym, lo último que quiero es lastimarte—atiné a decir, entonces ya no la oí hablar.
Me concentré, levantando mi pierna y dejándola en el aire un instante antes de pasarla sobre las
piernas extendidas de Pym, logrando mi objetivo—. Tu turno.

Ella no dijo nada cuando le empujé el tablero para que pudiera girarlo, y al hacerlo, viendo que se
detuvo en el color de la mano derecha, sonreí.

—Ustedes tampoco son flexibles.

— ¿Quién dice que no? —bufó, apeas lanzándome una mirada ceñuda para sacudir toda su cabeza
—. Solo mírame, seguro lo logro más fácil que tú.

Le puse total atención, notando cómo ella trataba de apoyar todo su peso sobre un solo brazo para
poder mover la mano que estaba debajo de la mía, y la cual alcé para que ella pudiera retirar si
complicación. Pero en cuanto la movió y trató de estirar todo ese brazo hacía el frente, todo su
cuerpo terminó girando y cayendo al suelo, debajo de mí. Una sorpresa que me dejó aturdido y
preocupado por el golpe que obtuvo su cuerpo, pero que fue remplazado cuando esa risa vibrante
volvió a salir de sus carnosos labios rosados, solo un instante llenando mi cuarto.

—Sí, no soy flexible— confesó. Apenas podía ver su rostro, repleto de mechones oscuros de su
cabello ondulado que ella pronto retiró para soltar otra corta risa y abrir sus bellos orbes azules.
Tan azules que me sentí encandilado, atrapado, hipnotizado por su color y resplandor—. Perdí, y tú
ganaste.

Dejé que mis piernas tocaran el suelo, acomodándolas junto a las suyas que estaban extendidas,
pero no moví mis brazos, los dejé permanecer alargados a cada lado del cuerpo de ella.

—Yo gané—musité, reparando en su pequeño mohín. Ella movió su cabeza en asentimiento, sin
levantarse del suelo.
No quería que se levantara, tenerla debajo de mí, a solo centímetros de mí, me gustaba, podía
contemplarla más de cerca. De pronto sus ojos pestañaron sobre los míos, hubo un extraño
silencio alrededor y ella pareció quedar en trance.

Entonces ocurrió algo, ya estaba acostumbrado a escuchar toda clase de sonidos a causa de la
mejora que tuve al interceptar sonidos lejanos, pero sin duda alguna, estos eran sonidos
cercanos… Y provenía de su pecho. Creo que eran pulsaciones cardiacas, era su corazón latiendo
precipitadamente detrás de toda esa bata blanca que utilizaba.

— ¿Y qué gané? —rompí el silencio. Movió sus ojos de un lado a otro, como si mi pregunta le
sorprendiera, o como si se pusiera nerviosa, no lo sé, el hecho de tenerla debajo de mí me tenía
completamente cegado.

—Un-nunca dije que se ganaríamos nada más que divertirnos en el juego—repuso—. Pero, traje
unos ricos aperitivos que seguro te…gustan.

(...)

Nos habíamos quedado recostados sobre el manto después de jugar tanto.

Ella estaba contándome una historia sobre una niña de capa roja que le gustaba recorrer los
bosques, y sobre un hombre lobo que a escondidas la observaba.

Un hombre lobo era una persona con habilidades para convertirse en una bestia peluda a la luz de
la luna. Me pregunté si realmente podía existir una persona o experimento así... Él devoraba carne,
cazaba por las noches, y Caperucita era su nueva presa...

—Pero con el tiempo descubrió que ya no quería comérsela— continuó ella sin dejar de ver el libro
que estiraba sobre su rostro—, a pesar de que el hombre lobo tenía hambre, Caperucita Roja se
volvió más importante— hizo una pequeña pausa para pasar a la siguiente hoja del libro—, así que
dejó de observarla como una presa más, y la miró como una bella joven a la que quería darle todo
su amor.
—No sé qué es eso—interrumpí acomodándome de costado para observar su pequeño perfil—. Lo
leí en el diccionario, dice que es un sentimiento nacido de afecto y de inclinación hacía una
persona.

—Te gravaste la descripción— Bajó el libro para acomodarlo sobre su estómago, y torció levemente
su cabeza para verme a los ojos.

—Tengo buena memoria— aclaré paulatinamente—, pero aun así no entiendo esa palabra, no sé
lo que quiere decir.

Sus labios se abrieron, vi la forma en que su lengua que era más corta que la mía, labia sus labios.

— ¿Cómo explicarte qué es el amor? — susurró, pensativa mirando el techo—. Veamos. El amor es
exactamente lo que acabas de decir, un ejemplo sería lo mucho que tú quieres proteger a alguien,
lo mucho que anhelas estar con esa persona, hacerla reír, consolarla cuando llora, conocer todo
sobre ella.

— ¿Qué todo sobre ella? — pregunté en cuando ella termino sus palabras, observando de qué
manera apretaba sus labios no en una mueca sino en un mohín.

Me gustaba cuando hacía esos mohines, verlos en ella, en esa boca tan curvilínea, pequeña y
carnosa provocaba que por mis músculos una corriente eléctrica se deslizara, al principio era
helada pero luego ese frio se convertía en un cálido calor que quería sentir cada segundo con ella.

—Todo, que le gusta, que le disgusta, su animal favorito, comida, bebida color y mucho más. Es el
mismo interés que el hombre lobo sintió por Caperucita Roja.

Asentí, entendiendo los ejemplos, aunque eso era algo que yo no había sentido, así que a pesar de
entenderlo un poco más, seguía desconociéndolo. ¿Los experimentos podían sentir eso? ¿Cuándo
llegaría a experimentar esa palabra?

—Oh, se me olvidaba— bufó, sonriente—, el amor también provoca otras cosas, por ejemplo,
sabes que sientes amor o atracción por una persona también cuando se te acelera el corazón o
sientes maripositas en tu estómago.
Sentí a sus palabras golpearme el cuerpo, caí confundido, tan confundido que mis cejas terminaron
arqueadas, tan confundido por el resto de palabras que terminó pronunciando después que
terminé sentado.

¿No era eso lo que yo sentí con ella? Incluso mi corazón seguía acelerado ahora mismo, aunque los
nervios habían desaparecido desde que terminamos el juego, ese hormigueo en mi estómago
estaba intacto y sobre todo tenía esas ganas de estar a su lado y verla sonreír. ¿Entonces era amor?

Pero todo lo demás aun no lo sentía...

—Eso es algo que lo más probable sentirás con tu pareja—Y esas palabras ahuyentaron mis
pensamientos —. Aquí entre nos— murmuró, girando sobre su costado para quedar
completamente frente a mí, recargando el peso de su cabeza sobre su brazo—, las veces que has
salido de tu cuarto, ¿algún experimento te ha atraído?

— ¿Atraído?

— ¿Te ha interesado conocer a una de ellas? ¿Hablarle? — amplió la pregunta después de asentía
numerosas veces con la cabeza, logrando que ese chongo que sacudiera y despeinara más.

Su pregunta me hizo pensar un momento.

Había salido muchas veces, y visto hasta los experimentos que dormían a cada lado de mi cuarto,
Verde 41 y Rojo 11, pero no, no había sentido curiosidad o interés de hablarles, aún que una vez,
cuando vi a 11 Rojo inquiriendo una extraña barrita que yo nunca había comido. Iba a preguntarle
de que sabor era, pero su examinador se la llevó.

— ¿O se te ha hecho bonita alguna de ellas? La mayoría de las veces el amor empieza con una
chispa de atracción.

Iba a negar, pero me detuve en seco, sí, conocía esa palabra. Bonito, hermoso, precioso.
— Los labios de 41 son bonitos, y la forma redondeada de sus ojos también— conté conforme
pensaba y recordaba—. Los rizos de 11 también me atraen, son bonitos, quiero tocarlos cada que
veo como revotan, y su piel morena igual quiero saber que textura tiene.

—Creo que es igual de suave que las demás pieles—repuso en un tono suave—, quién sabe,
deberías intentarlo. ¿Entonces solo ellas te atraen?

Negué enseguida, volviendo a pensar. Si pensaba en que algo era bonito y eso quería decir que me
atraía, entonces ella también me atraía, aunque Pym era preciosa, ¿significaba que me atraía más?
¿Si me atraía, y sentía todo eso a su lado, era amor?

— ¿Y si alguien se me ha hecho preciosa por completo? — quise saber. Sus orbes azules subieron
mucho para mirarme con sorpresa y esa sonrisa risueña también se amplió.

Puse atención, gravándome cuanto pude de su sonrisa.

—Que lindo, ¿qué experimento es? —curioseó.

—No es experimento.

— ¿No es un experimento? — repitió la pregunta como si fuera incapaz de creerme, y negué


seriamente sin dejar de ver sus preciosos ojos azules, su color era único, sabía que apenas
pasaríamos dos días juntos, pero aun así ya sentía que no me cansaría de contemplar su color, y
más que nada, cansarme de contemplarla a ella.

De ella todo me atraía, y si me preguntaban qué era lo que más me gustaba de ella, sí su cabello, si
sus ojos, si sus labios, diría que ella, todo de ella me gustaba.

— ¿De casualidad es una examinadora? —hubo un tono en su voz que alcancé a detectar, era
duda. Observé como me miraba ahí abajo, como si tratara de descifrarme, responderse ella misma
la pregunta al examinarme en silencio.
—Si no es un experimento, ¿qué más podría ser? —Desde mi posición, decidí recargar el peso de
mi cuerpo sobre un brazo, y recargar mi cabeza sobre mi hombro derecho, no me aparté ni un solo
instante de la conexión que había entre nuestras miradas.

Una conexión tan intenta en la que fui capaz de reconocer que ni uno de los dos quería romperla,
o eso sentí yo.

— ¿Te refieres a Erika? —Pestañeó tras hacer la pregunta separando por un segundo cada palabra
de la otra.

—No—clarifiqué de inmediato, y esos carnosos y pequeños labios se abrieron, vi algo en su rostro


cuyas mejillas empezaban a tornarse un poco rosas—. No es ella—me escuché grave y ronco otra
vez.

— ¿Quién...es?

Hice silencio, ¿por qué repentinamente se escuchaba asustada? Se empujó hacía mí, y tan solo
verla hacer eso mis pulmones se cerraron y un estremecimiento se añadió a mis huesos, mis
músculos se endurecieron cuando esa mano se estiró y se colocó sobre mi frente, acariciando
desde esa zona hasta mi mejilla.

Su piel contra la mía, se sintió extrañamente fría.... Sentirla como refrescaba mi piel, me hizo
morder mi labio inferior. Algo comenzó a pasarme, cada caricia no solo me estremecía el cuerpo,
también terminaba de añadir estremecimientos en una sola parte de mi cuerpo. Mi vientre.

Y todo por su tacto y acercamiento, ese rostro que estaba a centímetros del mío, evaluándome con
su mirada.

— ¿Por qué estas sudando tanto? —me peguntó, su aliento a menta acarició mi rostro, un sonido
ahogado se construyó en mi garganta. Un sonido que retuve por miedo a soltar. Elle veía ahora
preocupada y muy confundida—, y estas muy caliente, ¿tienes fiebre? Tu temperatura es diferente.

—Creo que... es mi tensión— No lo cría, lo sabía, solo me daba fiebre y me sentía tan
extrañamente sensible cuando me daba. Se apartó un poco de mí.
— ¿Tensión? —su dulce voz se elevó un poco, una de sus cejas se arqueó —. Pero hicimos ejercicio
no debería darte tensión.

¿Ella no sabía que el ejercicio a mí no me servía? ¿O mi examinadora no le dijo que intimaría


conmigo para liberarme? Solo pensar en eso, en que me tocaría, hizo que se estiraran los músculos
de mi vientre.

—A mí no me sirve el ejercicio—le informé, ahora era ella la que ladeaba su bonito rostro, vi como
un mechón de cabello se deslizaba por esa blanca frente en la que no tardé en llevar mi mano,
deliberadamente para retirarle el mechón.

Algo que ella no esperó, fui capaz de sentir otro de sus estremecimientos. Saber que mi tacto le
provocaba esa misma reacción que el suyo provocaba en mi cuerpo, me hizo inclinarme un poco
sobre ella, sobre su cuerpo sentado en el doblez de sus rodillas, para sentirme más cerca. Tan solo
dejé que mi mano se ahuecara en su mejilla como la primera vez que me dejó tocarla, esas mejillas
se enrojecieron más, vi la forma en como sus ojos temblaron sin saber dónde mirar y como su
cuerpo también se apartó de mi tacto, levantándose enseguida del suelo.

Eso logró que se me oprimiera el pecho, reconociendo que no le gustó que la tocara, o que tal vez
no le gustó que me acercara de ese modo... Era una de las dos pero que al final eso había hecho
que dejara de tenerla cerca de mí.

—Co-como también eras enfermero pensé que el ejercicio te ayudaba, pe-pero si no es eso,
¿entonces qué es?

Miré el suelo un segundo, sintiendo también algo helado caer en la boca de mi estómago cuando
todavía se alejó un poco más de mi cuerpo, a pasos leves pero nerviosos. Decidí levantarme
también, ponerme sobre mis pies y cavarle la mirada, aunque ella en ese momento no estaba
viéndome a mí sino a una carpeta que había tomado de mi cama, y la cual llevaba el nombre de
nuestra clasificación roja.

— ¿Medicación? ¿Alimentos? ¿Descanso? —la escuche pronunciar, hojeando y hojeando.

—Intimar—hablé, mi voz grave y alta levantó su rostro para mirarme.


— ¿Intimar?

—Sí—dije —, intimar conmigo es lo que debes hacer, así nos bajan la tensión.

— ¿Inti…intimar contigo? —Ni siquiera dejó que se lo aclarara, cuando agregó de inmediato—. Pe-
pero Erika no me dijo nada de eso, se suponía que solo cuidaría de ti, no que intimaría contigo, no
soy tu examinado realmente…—se detuvo, dejando en suspenso, mirando hacía alguna parte de
mi pequeño cuarto solo un momento antes de acercarse al umbral—. Espérame aquí iré a
preguntar.

5. Del otro lado de la incubadora

5. DEL OTRO LADO DE LA INCUBADORA

Cuarto recuerdo de Experimento Rojo 09

Su lengua se adentró a mi boca, traté de ignorar sus movimientos húmedos en cada parte de mí,
incluso la manera en que se deslizaba sobre la mía. Tuve que apretar mis puños a cada lado de mi
cama en tanto sus labios me besaban y su lengua hacia el intento de despertar la mía.

No, no iba a moverla.

Últimamente y, desde que conocí a Pym, los besos de mi examinadora ya no me excitaban, ya no


me agradaban, dejaron de gustarme.

—Bésame 09, es una orden— ella susurró contra mi boca, se me sacudieron los huesos, odie con
todas mis fuerzas el roce de sus labios con los míos, tanto así que agradecí de que tuviera el
pedazo negro de tela cubriendo mis ojos, cubriéndome por completo el panorama de su rostro a
centímetros de mí—. Bésame.

Y juntó su boca con la mía en movimientos bruscos en los que sentí la moldura de sus dientes
golpear con los míos, roces que volcaron mi estómago, sus labios eran suaves pero a pesar de eso
no los quería sobre mi ni en esta forma ni una otra, desvelar su sabor que producía una amargura
en mí, no era lo que quería.

Pero moví mi boca, obedeciéndola, tal como a ella le gustaba, movimientos bruscos y profundos.
Mi corazón dio un vuelco y se sintió como si cayera a la boca de mi estómago cuando esas manos
se deslizaron por mi desnudo pecho y bajaron a mi vientre.

Ahogué un gemido en sus labios cuando tomó mi miembro y lo acarició con sus dedos. Todos mis
órganos se removieron en mi interior, y tal como otras veces lo hice, todo lo que ingerí quiso
regresar por mi garganta.

Ya no me gustaba que ella hiciera eso, que me besara, que me tocara de esta manera, que hiciera
conmigo lo que le placiera cuando quisiera. Ni siquiera tenía la tensión acumulada, no era tiempo
para que intimara conmigo e intentara hacerme liberar algo que no tenía...

Soy empujado, y muy a mi pesar sabía lo que significaba eso, por segunda vez, sus puños me
empujan el pecho así que me recuerdo sobre mi cama, sintiendo enseguida sus piernas trepar al
colchón, treparse sobre mi cuerpo. En todo momento su boca no soltó la mía y su lengua siguió
moviéndose sobre la mía que apenas y se atrevía a rozarla.

La sentí sentarse sobre mi miembro, un movimiento tan inesperado que una tensión extraña y
cálida se apoderó de mí, me arrebató un gemido que se ahogó en su boca, y con eso bastó para
escuchar su risa.

—Te gustó, ¿eh? — su voz sonó extraña, ronca, era casi como un ronroneo.

Y se meneó sobre mi cuerpo, jadeé al sentir como mi miembro rozaba contra algo suave...

Una tela suave, pero había otra cosa que sentí, y era más suave que esa delgada prenda, y estaba
húmedo. Se rozaba una y otra vez, suave y lento contra mi miembro que esas descargas eléctricas
me invadieron el vientre. Sentí endurecerme con sus meneos, estremecerme con su lengua y sus
labios. Las sensaciones estiraban mis músculos, no supe cómo combatirla, solo sabía que no
quería.
Si ella no era Pym, no quería.

Volví a gemir, no sabía que está a haciendo porque estaba haciendo eso tan extraño sobre mí, pero
por ese instante quise retirarme la tela para ver.

— ¿Recuerdas cuando te dije que era difícil saber lo que tu cuerpo quería? — preguntó en un tono
bajo, ronco. Me besó el mentón, nuevamente mi corazón se volcó antes de volver a acelerarse—.
Ahora sé lo que quiere...

— ¿Qué... quiere mi cuerpo? — quise saber, sintiendo ahora como su lengua lamia mi areola esa
frescura de su lengua me hizo apretar los dientes.

Quítate de encina mío. Quise gritarle, empujarla. Pero solo recordar que si lo hacía me abriría la
piel de mi estómago otra vez como aquella vez en que no quise colocar mi rostro entre sus piernas,
prefería callar.

Con ella yo no quería intimar. Nunca me gustó intimar.

—Te mostraré lo que quiere tu cuerpo paso a paso— dijo. No supe a qué se estaba refiriendo, pero
traté de respirar

Y lamió mi vientre, esta vez trague mis jadeos. Una de sus manos tomó la mía que apretaba con
fuerzas las sabanas debajo de mi cuerpo, en una pequeña sacudida. Y la movió hacia alguna parte
de mi cuerpo, entonces mis dedos rozaron con esa misma prenda húmeda que se había frotado
contra mi miembro.

Algo pinchó mi pecho cuando ella adentró mi mano dentro en la prenda donde pronto mis dedos
rozaron esa suave piel por la que fue bajando más y más.

Estaba caliente y mojado lo siguiente que sentí, no podía imaginarme ni describir su forma, ni qué
lugar estaba tocando de todo su cuerpo, más que preguntarme lo que era eso, quise retirar la
mano. La escuché gemir cuando me guio a una extraña parte de piel abierta en la que empujó mis
dedos.
Me congelé. Dejé de sentir el tacto, solo quería salir de ese lugar al que me empujaba.

‍ ¿Lo sientes? — gimió con más fuerza—. Ahí es donde quiere estar tu miembro, penetrarme,
‌‌‍—
embestí... ¿Qué? ¿Por qué estás haciendo esa cara? — espetó repentinamente soltó mi mano, y no
dudé en sacarla de golpe— ¿Es que no te gustó? — preguntó, ahora parecía molesta.

Me arrancó la tela del rostro para dejarme apreciar esa mueca en sus labios, y un segundo más
tarde se bajó de mi cuerpo y la cama, mis ojos rápidamente atisbaron esas piernas blancas y
desnudas que apenas eran cubiertas por la doblada bata que llegaba a sus muslos medios.

¿Qué lugar de ella estaba tocando? No lo sabía, pero me sentí aliviado de que terminara.

—Respóndeme, ¿no te gustó? — escupieron sus labios, vi sus labios retorcidos mientras ella se
colocaba unos jeans del otro lado de la mesa—. Si no me respondes...

—Me sentí extraño esta vez— No quería que me castigará, así que respondí lo que fuera, viendo
ahora como una vez abotonado el pantalón se bajaba la bata hasta las pantorrillas—. Me pregunté
que estaba tocando, intenté imaginarlo porque se sentía extraño no ver nada.

Esa no era mi primera mentira, le había mentido otras veces, ocultado otras cosas con tal de no ser
castigado.

Apretó sus labios carnosos, repletos de un labial rojo, en una sonrisa suficiente, y desagradable
para mí.

—Extraño, ¿eh? —repitió con amargura, como si no me creyera—. Como sea, vamos a dejarlo
hasta aquí, no falta mucho para que vengan a recogerte...

Retiré la mirada y retuve una fuerte exhalación en mi pecho solo porque ella odiaba que suspirara
ruidosamente o resoplara.

Esta mañana me dijeron que había llegado mi turno para el primer grado de mi maduración como
adulto, eran tres grados y si finalizaba el último, al fin iría al bunker. Dijeron que estaría más de dos
meses en mi incubadora, algo que no quería ya que los rojos tendíamos a estar casi siempre
despiertos y no nos hacía efecto los adormecedores a menos que nos mantuvieran con él todo el
día, y aun así había momentos que seguíamos despiertos, observando la oscuridad o a veces a los
científicos del otro lado. Así el tiempo se pasaba más lentamente.

— ¿Me estas ignorando? — Pestañeé cuando vi como sacudía la tela frente a mis ojos—. Te juro
que últimamente te he visto muy perdido, ¿tu sentimiento entraño no tiene que ver con la
examinadora Pym?

Que la nombrara solo empeoro mi estado de ánimo, hizo que mi mirada volviera a bajar al suelo.
Había pasado ya una semana en que no la veía, en que mi examinadora volvió a tomar su
respectivo lugar, lugar que yo quería que sólo fuera de Pym.

Me tragué un segundo suspiro de solo recordar lo que sucedió esa noche en que después de jugar,
mi tensión empezó a provocarme síntomas. Verla asustada y sin saber qué hacer cuando le dije
que debía tocarme en mi entrepierna me congeló la sangre.

Ella no quería intimar conmigo, no lo dijo con esas palabras, pero cuando la vi salir de mi cuarto
diciendo que encontraría ayuda, lo supe. Tampoco podía obligarla, aunque tuve ganas de detenerla
y enseñarle cómo, pero después de todo no era mi examinadora, solo me cuidaba como si fuera su
infante.

Creo que estaba sentido o molesto con ella, cuando después de un par de horas llegó otra
examinadora y Pym me dejó a solas con ella

No quería recordar ese momento, ni los días siguientes después de haber sido tocado por alguien
más, prefería hacerlo por mi propia mano, pero eso tampoco me lo permitieron. Cuando esa
examinadora se fue, y Pym regresó, las cosas no fueron iguales, al menos no hasta el día siguiente
cuando ella regresó con una nueva actividad.

Me trató como si lo que sucedió el día pasado fuera más que una pesadilla de esas que a menudo
tengo. Y trató de hacerme olvidarla con historias y juegos, chistes que casi no entendí y con esa
sonrisa en su rostro, yo sabía que no podía obligarla a tocarme, pero que alguien más apareciera
para intimar conmigo cuando yo no sentía nada fue lo que no me agradó...

— Erika— reconocí esa voz masculina, era del guardia de los mediodías.
No tuve que subir la mirada— aunque lo hice— para ver quién retiraba la cortina de mi umbral, y
miraba a mi examinadora con atención.

— ¿Qué los está demorando? — preguntó él—. Es el tueno de ese animal de irse.

Por animal se refería a mí, desde el primer día en que lo vi me llamaba de esa misma forma... A mí
no me gustaba que me llamaran de ese modo, no era un perro, menos una mascota.

—Lo sé, Adam, no tienes que recordar— escupió mi examinadora irritada, pasando su mano por su
cabello rubio.

—Es la segunda vez que te lo recuerdo, ya no es hora de hacer porquerías con tu experimento,
niña — mencionó él, debajo de la cortina mientras mantenía una sonrisa cínica, así era como mi
examinadora definía esa sonrisa que no me agradaba.

— ¡Solo salté! — exclamó, clavándole la morada con molestia. Él pronto se apartó, no sin antes
pasar su mirada marrón en todo el cuerpo de mi examinadora antes de desaparecer detrás de la
blanca cortina—. Arriba, 09, ponte la bata.

(...)

Mis descalzos pies se posicionaron junto al tubo de incubación, ese que me llevaría de vuelta a mi
incubadora. Miré a mí alrededor por última vez, para darme cuenta de que no sería el único
experimentado enviado por maduración, junto a mí había un experimento del área naranja, sus
orbes cetrinos no dejaban de clavarse con severidad en uno de los guardias que cuidaba de que no
se bajara.

La forma en como lo observaba, era casi como ver las ganas que tenía de golpear al guardia,
incluso apretaba sus puños. Mi examinadora me dijo que no le agradaban los experimentos
naranjas ni negros, eran muy frenéticos, desobedientes, y agredían cuando no se les daba comida
a tiempo.
Ellos eran los que más castigos recibían. Experimentos de su clasificación casi no habían en la sala
7, de hecho hasta donde fui capaz de mirar todos estos años, solo era él al único que lo colocaron
en esta sala, con nosotros.

Su cuerpo y altura eran diferentes, tenía más anchura que yo, más músculos. A mí me dijeron que
tendría músculos similares a la mitad de la etapa adulta, mi cuerpo tomaría más forma, y sería un
poco más alto.

Un crepitado y después un sonido sordo, me giraron la cabeza hacia los cuartos, sobre todo el que
estaba junto al mío donde el cuerpo de Rojo 11 se encontraba sobre otro más delgado que el suyo.

Mi frente se arrugó de sorpresa y confusión viendo como sus puños golpeaban el pecho de su
examinador en el sueldo, un golpe tras otro con un enojo que soltaba en gruñidos. ¿Por qué lo
estaban golpeando? ¿Qué había ocurrido? ¿Él le ha hecho algo? Sin embargo, su examinador no
reaccionaba, no se movía, parcia inconsciente.

—Esa hembra no es inteligente— escuché decir al experimento junto a mí.

— ¡Silencio 13 naranja!

Quise moverme de mi lugar cuando dos guardias trotaron junto a ellos para tomar a Rojo11 por los
brazos y tirar tan fuerte de ella que sus piernas se sacudieron en el aire. La forma en como la
lanzaron al suelo y le golpearon con un par de bastones que daban descargas eléctricas a su cuerpo
provocándole chillidos y quejidos, apretaron mis puños.

—Deja de mirar 09 rojo— Un golpe en mi hombro me indicó enderezarme, pero le ignoré, no


podía dejar de ver como la azotaban como castigo... Quería detenerlos.

Ella dejó de sacudir sus brazos y piernas para detenerlos, para comenzar a cubrirse de los azotes.
Podía ver desde mi lugar su dolor, como su rostro se arrugaba y sus ojos se apretaban, el miedo
que en ese momento ella estaba teniendo y las suplicas que comenzaron a resbalar dolorosamente
de sus labios.
Pero ellos no se detenían, ¿por qué no lo hacían? ¿No veían que ya era suficiente? Estaba seguro
que algo le había hecho su examinador y ella ya no pudo soportarlo, por eso lo golpeó.

— ¡Que te voltees, animal!

Y lo hice, me endurece, con los puños apretados soportando los quejidos de mi compañera de sala,
mirando con severidad al guardia frente a mí que sin un ápice de preocupación por la escena
detrás de nosotros tomaba la máscara del escritorio.

Ese par de ojos marrones completamente fríos me miraron un segundo antes de hacer una mueca
de asco y colocarme la máscara negra de gas en mi rostro. Pero tan solo lo hizo, esos quejidos de
mi compañera dejaron de escucharse, proyectando un silencio arrebatador que intentó hacerme
torcer el rostro por segunda vez, para buscarla.

—Respira profundo, muy profundo— me ordenó él, poniendo fuerza sobre la máscara y
levantando la máquina de atornillar, no sin antes estirar esa sonrisa que odie—, esto va a doler...
Más te vale no hacer ruido.

La herramienta en su mano se encendió, mis dientes se apretaron en cuando encontré su mano


guiando el filo de la maquina a la máscara. Mi cuerpo sintió un temor que apretó mis músculos, a
pesar de que anteriormente me la habían puesto, el dolor que se sentía cuando te clavaban la
máscara era incomparable... Nadie se acostumbraría a ese dolor.

Mis pensamientos se esfumaron cuando a continuación sentí un pinchazo de hierro penetrando la


piel de mis mejillas y triturando los huesos de mi rostro, el dolor que terminó rasgando a gritos mi
garganta, gritos que no salieron de mis apretados labios y no fueron escuchados por el ruido de la
herramienta.

(...)

La malla metálica de la incubadora estaba corrida, pero eso no fue lo que me despertó, lo que
terminó abriendo mis ojos fue escuchar con ese extraño chillido femenino, puse atención al
exterior donde esa voz gemía y otra masculina le acampaba, escuchándose, ambas, ahogadas en
alguna parte del exterior que todavía no podía ver con claridad.
Rápidamente en que mis sentidos comenzaron a despertar más, me sentí desesperado, pero no
por estar flotando a la mitad de mi incubadora ni por estar siendo observado por algunos cuerpos
vestidos de batas largas que la malla al correrse dejó mostrar, sino porque no podía mover mi
lengua, tampoco podía tragar, tenía algo en la boca, algo que apenas dolía pero que incomodaba
demasiado y mantenían mi boca dentro de la máscara abierta.

No sabía qué eran, se sentían duros…sabían a metal, creo que eran tubos. Quería quitármelos,
sentía que me ahogaría.

Quedé estupefacto al ver cómo me encontraba, más de la mitad de mi propio cuerpo estaba
rodeado de agua salada. Mis pies anclados al suelo por un pedazo de metal y mis brazos estirados
y anclados a cada lado de la incubadora.

El miedo me consumió al darme cuenta de todos eso cables que salían de la piel de mis brazos y se
alargaban atravesaban unos agujeros oscuros de la incubadora. ¿Para qué eran? Recordaba muy
bien que nunca me colocaban más de dos cables en mis brazos y era para mantenerme alimentado
de un adormecedor, pero esto era diferente.

Exploré cuanto pude de mí, encontrando pronto que a la máscara de gas en mi rostro se
conectaban dos tubos negros que al igual que los cables blancos también atravesaban el cristal,
quise ver hacia donde conectaban, pero algo más me estremeció los huesos.

Miré fuera del cristal, observando más allá de las personas que se acumulaban alrededor de mi
incubadora, el área. Cuando vi que no había nada familiar, comencé a moverme con la necesidad
de salir de los agarres metálicos y también sacarme lo de mi cuello.

Esta no era mi área, ¿en dónde estaba? ¿Por qué estaba aquí? ¿Qué estaba haciendo en este
lugar? ¿Y dónde estaban los científicos que cuidaban de mí en el área roja? Mis ojos terminaron
cayendo repentinamente en los dueños de los sonidos, esas confusas y aturdidas preguntas se
esfumaron cuando ellos llamaron mi total atención.

Se encontraban a varios metros de mi incubadora, pude reconocer sus sexos, una era una hembra
y el otro un macho vistiendo batas… Lo que me desconcertó fue ver la posición en la que ambos
estaban sentados en una misma silla.

Mientras el hombre se mantenía sentado con su espalda contra el respaldo de la silla de rueditas,
la mujer se mantenía sobre el desnudo regazo del macho, sus delgadas piernas que también
estaban desnudas acomodadas a cada lado de aquel cuerpo varonil. Pestañeé al ver como ella
brincada sobre su regazo y estiraba su cuello, abría su boca y escupía gemidos sonoros y roncos…
que me recordaban a mi examinadora.

A ese día en que me pidió que besara su entrepierna.

— ¡Más! —gimió ella, vi la forma en que sus brazos se abrazaban al cuello de él, y esos dedos se
hundían en el cabello oscuro y lo jalaban—. Quiero más…

Algo se estremeció en mi interior, mi estómago se volcó al encontrar la manera en cómo el macho


con sus manos tomaba una parte de la hembra, y la apretaba empujándola con rotundidad a él,
haciéndola gritar con ese mismo sonido que me inquieto. Toda esa cabellera negra se sacudió
cuando todo su cuerpo tembló con los movimientos raros que ambos hacían. ¿Qué estaba
sucediéndole?

Y de repente, ella abrió sus ojos, esa mirada azul quedó clavada en la mía, con horror se palideció y
llevó sus manos a cubrir su boca.

— ¡Oh santo Dios, uno de ellos despertó! —chilló, se levantó de encima del hombre con la bata
abierta a más de la mitad de su figura, y ver su entrepierna plana y levemente enrojecida me hizo
contraer la mirada, por un momento también, mirar mi cuerpo inmóvil y examinarme.

¿Era esa la diferencia entre un macho y una hembra? Supongo que sí, mi examinadora tampoco
tenía nada ahí abajo…

El macho se volteó al llamado de la pelinegra, y ese par de marrones también me observaron con
extrañes mientras en su lugar, se acomodaba lo pantalones con rapidez. Regresé la mirada a la
entrepierna desnuda de la mujer, esa que enseguida ella se cubrió para acercarse a mi incubadora,
exaltada y con su rostro sudoroso.

—Tenía que habernos arruinado el momento—resopló él, pero no le puse atención por estar
mirando a la pelinegra que colocó sus manos extendidas en el cristal de mi incubadora.
Me sentí desorientado al mirar el color de sus ojos azules que me recordó a Pym. Solo pensar en
ella hizo que el pecho se me oprimiera.

—Hola ExRo09— saludó, su voz se escuchaba con claridad, aunque un poco ahogada a causa del
material del cristal—. Tranquilo estas en el área de maduración posgrado— me explicó—. Tu
estancia aquí será temporal después de alimentar a tu cuerpo con algunas sustancias requeridas
para tu organismo. Después de eso, te regresaran a tu área para que termines tu primera
maduración.

Sus palabras hicieron que mirara por segunda vez el área en el que me encontraba, antes de dejar
que mis orbes cayeran sobre el cuerpo masculino que se acercaba a una maquina en la que
comenzó a presionar unos coloridos botones, y en cuanto lo hizo sentí algo muy extraño entrar a
mi cuerpo desde los cables que se conectaban a mis brazos. Pestañeé, notando ahora como él se
encaminaba a ella, por detrás, para rodearla con sus brazos.

—Deja de hablar con él Daesy…—Miré la forma en que acurrucaba su rostro en el largo cuello que
apenas se veía de la bata de la hembra, y lo besó—. Él no te escucha.

Claro que si los escuchaba. Volvió a besar su cuello y ella lanzó una sonrisa, encogiéndose un poco.

—Ya no podemos hacerlo— le dijo, girándose, quedando repentinamente acorralada por el cuerpo
de él—. Ya despertó uno, y si él le cuenta a su examinadora estaremos en problemas…

El jadeó sonoro que soltó la hembra cuando él la alzó contra mi incubadora, me sacudió el cuerpo,
vi como esas largas y desnudas piernas femeninas rodeaban el torso del macho, y también como
esos brazos se anclaban a la anchura de sus hombros.

—No le van a contar a nadie de esto— Se besaron, o eso es lo que me hicieron saber por la forma
en que movieron sus cabezas—. Ni siquiera saben qué es lo que estamos haciendo, además,
pronto cera dormido, ya le prolongué los adormecedores.

—Pym me va a regañar si se entera de esto—le debatió ella.

Que nombrara a Pym abrió mis ojos en par en par, mi estómago se llenó de un extraño cosquilleo,
una sensación de emoción al pensar en ella. Conocía a mi Pym. Quise mover mi boca, hablar,
preguntarle por ella, saber si volvería a cuidar de mí, pero los claves en mi garganta me lo
impidieron.

—Ella es su examinadora, Ronny— Esas manos grandes le levantaron la bata, entorné mucho la
mirada al ver ese moreno trasero de la hembra pegado contra el cristal, frente a mis ojos—. Ronny,
no… Si Pym sabe de esto me matara.

—Me importa un bledo Daesy—bufó él sosteniéndola de sus muslos desnudos y apretando sus
dedos en esa piel morena—, es su palabra contra la nuestra.

Y sucedió algo más extraño, él se empujó y el cuerpo de ella se sacudió, se golpeó contra mi
incubadora produciendo un sonido agudo, uno que se amortiguó por el chillido de placer que salió
de ese cuerpo a través de su boca femenina. Quedé confundido, tratando de procesar lo que
estaban haciendo, tratando de saber si él estaba golpeándola, lastimándola, o tal vez no lo hacía.
No lo sabía, solo podía ver como su cuerpo se golpeaba en el cristal, todo ese cabello negro se
sacudía, y esos sonoros gemidos exploraban alrededor, llenando el área.

Llenando mi estómago de una desagradable sensación. ¿Qué estaba haciéndole él a ella? ¿Por qué
estaban gimiendo de placer? Mi examinadora dijo que el placer era a causa de la intimación...
Entonces, lo que ellos hacían era... ¿intimar? Pero, ¿por qué la forma en que intimaban era tan
diferente? Así no intimaba con mi examinadora.

Estaba confundido.

(…)

Con pesadez abrí mis ojos, sin recordar en qué momento había perdido la conciencia, lo último
que sabía era que esas dos personas estaban intimando delante de mí incubadora de una forma
desconocida para mí, y que pronto sentí tanto cansancio que comencé a cerrar mis parpados.

Eso era todo lo que recordaba.

Revisé, con la visión un poco nublada, mi cuerpo al sentir la movilidad de mis brazos y recordar que
la última vez estaba inmóvil con los brazos y pies sujetados, todo mi cuerpo ahora flotaba en el
agua salada de una nueva incubadora. Observé a mí alrededor después de pestañear varias veces,
las incubadoras que se encontraban acomodadas a cada lado mío, esa enorme maquina a la que
todos nos conectábamos y de la que nos alimentaban, y esas numerosas pantallas repartidas en
cuatro tipos de escritorios. Estaba en mi área, en el área Roja al fin. No supe cuánto tiempo pasó
desde que me colocaron aquí, pero que pudiera mover mis extremidades con un poco más de
libertad me hacía sentir menos inquieto.

Sin embargo, seguía conectado, ahora con menos cables de los que recordaba usar en aquella zona
de maduración en la que desperté. Pero estaba confundido, ¿no se suponía que debía dormir esta
vez hasta que terminara mi maduración? Dijeron que me mantendrían consumiendo somníferos
para que el proceso fuera mucho más rápido. ¿Acaso no me estaban haciendo efecto?

Además, era el único que estaba en incubadora, cuando había más experimentos de mi área que
también estaban en la espera de su segunda etapa de maduración. Pensé que los pondrían a
madurar en el mismo tiempo que a mí, pero era el único en esta incubadora. ¿A caso el tiempo
para la segunda etapa todavía no llegaba y por eso no estaban incubados todavía? Seguramente.

—Sería evidente— una voz masculina me alzó la mirada y torció mi rostro en busca de la persona a
la que le pertenecía la voz. Apenas podía verlo a causa de la enorme maquina negra que cubría mi
visión del resto de las primeras incubadoras, solo podía ver su espalda vistiendo la bata blanca,
seguramente estaba revisando las primeras incubadoras—. Lo mejor es quedarnos callados.

Eso último hundió mi ceño, ¿con quién estaba hablando? Solo podía ver su espalda, ¿acaso había
alguien más de ese lado? Cerré mis ojos para poder ver sus temperaturas a través de los
materiales, y saber que en efecto había dos personas, con la única diferencia de que la segunda
temperatura tenía un tamaño menor al de la primera.

—Richard, solo piénsalo un poco más—Y su voz era mucho más rara—, el estúpido de Chenovy lo
va a perder todo si no entrega las muestras, podemos hacerlo sin que él se dé cuenta.

— ¿Cómo piensas que lo haremos? Todo aquí abajo tiene seguridad, no podemos robar nada sin
que se den cuenta los que financian a Chenovy.

Tuve curiosidad de saber de qué estaban hablando. La primera temperatura se apartó de las
incubadoras, abrí mis ojos para ver su aspecto masculino, su cuerpo entero vistiendo una enorme
bata y ese cabello negro puntiagudo. Estaba a punto de ver el color de sus ojos, cuando terminó
dándome la espalda, en posición a una de las pantallas. Por otro lado, el segundo cuerpo salió,
caminando en su dirección para darle alcance.
Parecía un hombre mucho más joven de él, de cabellera rubia y anteojos redondeados. Una
apariencia física muy delgada con una vestimenta diferente a otras que había visto, y abrazaba a su
pecho una enorme libreta de pasta roja.

—Si lo pierde todo, nosotros quedaremos en la ruina, ¿entiendes? —habló el de menor estatura,
mirando hacía las incubadoras un segundo—. Podemos tomar algunas muestras nada más, nadie
se dará cuenta hay bastante sangre en este maldito laboratorio.

Un fuerte resoplido del hombre pelinegro lo calló, se incorporó para torcer un poco su rostro y ver
al de los anteojos.

— Ni se te ocurra hacer una tontería—escupió, no pude hundir más mi entrecejo, confundido y


extrañado—, solo espera un poco más.

Cuando hablan las miradas.

CUANDO HABLAN LAS MIRADAS

*.*.*

Quinto recuerdo de Experimento Rojo 09

—No te muevas, 09, la suplente no ha de tardar en venir a tu cuarto.

Esas fueron las últimas palabras que escuché de la guardia femenina hace unas horas atrás, y
desde entonces esa suplente no llegó a la ducha en la que me dejaron.

Seguramente se le había hecho tarde o tuvo algo que hacer antes de venir a cuidarme. No me
importaba, solo quería saber quién me cuidaría, quien iba a suplantar a mi examinadora.
Ella dijo que no sería la misma persona esta vez... Entonces Pym no vendría a mi cuarto, ¿ya no la
volvería a ver? No sabía exactamente como sentirme, después de salir de la incubadora esta
mañana, cuando mi primer grado de maduración terminó, todo mi cuerpo se sintió débil, extraño,
muy extraño. Algunos músculos me ardían, mover un brazo me pesaba más de lo habitual.

La doctora que vino a revisar tanto a mí como a 13 naranja, dijo que eso era normal, momentáneo,
y tal vez el dolor aumentará, así dijo. Mencionó que también debíamos guardar reposo, no hacer
mucha actividad o doblarnos, o nuestra piel comenzaría a sangrar.

Eso fue lo que más me confundió, no supe que fue lo que exactamente hicieron con mi cuerpo
todo ese tiempo que permanecí tanto en aquella área de maduración como en la mía, solo
recordaba algunas cosas, como estar conectado y siendo alimentado constantemente por
adormecedores. También recordaba algunas escenas cuando mi consciencia volvía, y

Recordaba voces, a personas y sobre todo esa en la que dos de ellos intimaban, pero, ¿de qué
forma estaban intimando?

Estiré mi brazo al sentir que el músculo me hormigueaba. Mi piel estaba pegajosa, todo mi cuerpo
empapado de algo baboso y pegajoso que era difícil de quitar, y apenas pude quitarlo de mis ojos
para abrirlos. No me gustaba mucho dejarlos cerrados y ver las temperaturas, prefería la vista a
colores.

Doblé nuevamente mi brazo y llevé la palma de mi mano sobre mi pecho izquierdo. Sentí esa
hinchazón inmediata con el contacto, muy diferente a otras veces que me tocaba ahí mismo, lo
sentía diferente, el músculo había crecido en esa zona. El pecho era el lugar que más me dolía al
igual que la espalda, luego estaba el dolor del abdomen y el de las piernas y los brazos, en esos
últimos el dolor era más leve, pero aun así incómodo.

Más que adolorido estaba exhausto, era cono si todo ese tiempo en la incubadora no hubiese
dormido nada,

—Estas aquí— La piel se me erizó, ese escalofrío comprimió mis músculos y sentí algo
estremecerme el pecho y el corazón cuando reconocí al instante esa dulce voz que llenó pronto la
ducha entera, acallando el silencio.
Aturdido, giré el rostro en esa dirección, debajo del umbral estaba esa mirada zafiro
observándome, su figura delgada vistiendo la misma bata, sus pies calzando sus mismos tenis
como en un principio, pero lo que había cambiado en ella era el corte en su cabello.

Ahora el cabello oscuro y ondulado le llegaba por encima de sus hombros, y no estaba más
ondulado, sino lacio, y una parte de su cabello estaba acomodado detrás de su pequeña oreja de la
que colgaba un arete de unicornio.

Era… Se miraba preciosa.

Estiró sus labios carnosos y pequeños en una sonrisa tímida que aceleró ese órgano cardiaco
detrás de mi pecho. Solté el aliento cuando la vi mover sus piernas, acercándose a mí, y fue como
si el tiempo se detuviera solo para contemplarla y sentir que todo esto era un sueño y yo aún
seguía en la incubadora.

¿Lo era, o no lo era? Esa era la pregunta que golpeaba apenas mis nublados pensamientos.

—Perdona que me tardara tanto— se detuvo frente a mí, a tan solo un par de pasos para que su
calzado tocara mía descalzos pies—, estaba roncando cuando me llamaron, y cuando me di cuenta
de la hora que era, ¿qué crees? También estaba roncando, pero en mi ducha.

No entendí nada de lo que dijo, pero verla ampliar su sonrisa como si sus propias palabras le
hicieran gracia, me estiró una torcida y apenas visible sonrisa.

Si era ella... Estaba aquí, estaba aquí frente a mí. ¿No dijo no examinadora que me cuidaría alguien
diferente? ¿Qué estaba haciendo ella aquí, entonces? Salí del pequeño trance solo para saber que
sus ojos exploraban con sorpresa mi cuerpo, con la poca iluminación de las duchas, mi embarrado
cuerpo era difícil de notarse... solo si estabas muy lejos.

Se inclinó inesperadamente, y tan solo vi ese rostro a varios centímetros de ml, pero más cerca que
otras veces en más que pude contemplar sus bellos orbes, me sentí como la primera vez que la vi.

— ¿De qué estas empapado? — me preguntó, vi enseguida como estiraba su mano, y solo ver la
intención que tenía de tocarme, otro estremecimiento se concentró en no estómago.
Los nervios me pusieron inquieto, pero al ver cono al mano se detenía a pulgadas de mi pecho esos
nervios disminuyeron solo un poco. Su mano se retiró, ella volvió a incorporarse.

‍‌‌‍— Cierto, me dijeron que fuera delicada, que te dolía el cuerpo.

—Me duele— sincere seriamente—, pero que me toques un poco no lo hará— expliqué,
apartando por un segundo la mirada de sus ojos para concentrarme en el calambre que te daba los
músculos de mi estómago.

—Dios...— su voz de asombro me devolvió la mirada a ella, sus labios mantenían casi la forma de
un círculo, y su cabeza estaba apenas ladeada hacia su izquierda. Un gesto que me gustó mucho
poder ver. Hacía mucho que no la veía y las veces que estuve consiente en la incubadora pensé en
ella.... Y en esa escena de esas dos personas intimando frente a mis ojos, en ni incubadora.

Se supone que para intimar tenías que estar en privado, donde nadie más te viera, pero yo los
estaba viendo, y a ellos eso no les importó.

— ¿Es el tiempo en que no te vi o tu voz cambió un poco?

—Maduró cada parte de mi cuerpo— repliqué antes de mirar a mi entrepierna cubierta por una
toalla, iba a mencionar que más me creció, pero mi boca soltó algo más— incluido la voz...

Se descolgó la mochila, esa que cuando toco mi banca junto a mí, empezó a abrir para sacar un par
de toallas, shampoo y otras cosas materiales de la ducha.

—También me dijeron que te volviste más alto— repuso, sacando por último un pedazo de tela
amarillo que apretó con fuerza.

—Sí, a mí me dijeron que no serías tú mi examinadora— aunque no tenía nada que ver con el
tema, quise mencionarlo, porque estaba confundido y para ser franco, emocionado de verla otra
vez cuanto pensé que no volvería a tenerla cerca y ver su bello rostro fino y esos orbes tan azules
que hipnotizaban.
— ¿En serio? —pareció confundida—. Que extraño, Erika me pidió ser tu examinadora cada que su
salud empeorara, por eso me llamaron hace unas horas. ¿En serio te dijo eso?

Si era eso cierto, ¿por qué me dijo que sería una nueva examinadora?

—Como sea. Si el que este aquí es un error de la dirección, deberíamos hacer algo juntos antes de
que llegue la que te cuidara.

Juntos. Esa palabra se reprodujo en mi cabeza con la tonada de su vocecilla. Me gustaba esa
palabra, me gustaba que estuviéramos juntos.

Ojalá que no fuera un error de la dirección, en serio la quería aquí, conmigo.

— ¿Qué cosas haremos juntos? — quise saber. También quería hacer muchas cosas con ella,
escucharla contar sus historias, dibujar o pintar, jugar a la baraja como la última vez, algo que no
me costara mucho movimiento y gastara todas mis energías, porque lo último que ahora quería
hacer al saber que ella cuidaría de mí, era dormir a causa fe mi debilidad.

Ella hizo un mohín, pasando su trapo amarillo y seco de una mano a otra.

—Primero, deberíamos bañarte —dijo, pasando esos orbes azules por toda ni figura para luego
estirarme su mano. Eso último me noqueó—. Vamos, me dijeron que tampoco podíamos caminar
muy bien. ¿O te baño aquí sentado?

—No puedo doblarme, sin embargo, y hay partes de mi cuerpo que no alcanzo si me levanto—
expliqué, me hubieran dejado parado si no fuera porque hasta mis piernas estaban temblorosas, si
permanecía mucho tiempo parado sentía que se me acalambrarían, por eso me sentaron.

—Sí, eso también me dijeron— Se llevó la mano a rascarse la nuca—. P-pu-pues no te preocupes,
yo te ba-bañaré con cuidado que no te duela.
—La pregunta es, Pym— hice una pausa, y antes de señalar el enorme tubo de grifos de agua a
metros de nosotros, vi esos orbes pestañar y esas mejillas blancas sonrosarse sin causa.
Brindándome un hermoso panorama de su belleza—, ¿cómo vas a bañarme si la ducha está lejos
de la banca?

—Con baldes de agua— respondió en una exhalación que había estado reteniendo—. En el
almacén de la sala hay muchos de ellos, iré por un par.

(...)

Tuvimos que apartar un metro la banca en la que estaba sentado de la pared para que al menos
estuviera más cerca de la ducha, aunque me costó incorporarme, sintiendo los músculos de mi
espalda y estómago, tronando.

Pym me mojó toda la espalda con agua tibia, la espalda fue lo primero que ella comenzó a tallar en
leves movimientos para retirar la baba que se pegaba a mi piel, así que tuve que adoptar una
posición encorvada para que la poca luz del tétrico cuarto, iluminara mi espalda a sus ojos.

Al principio, hubo un extraño silencio a nuestro alrededor que ella terminó acallando con un
sonido musical muy raro que emanaba de la bocina de su Tablet.

Era relajante, pero quería que lo quitara porque de alguna forma provocaba que el cansancio fuera
más en mí, y comenzaran a cerrarse nos párpados.

—Y dime...— Sentí el roce de su mano en mi espalda baja, algo que hizo que lo espalda se
contrajera un poco—. ¿Utilizaste las sopas de letras que te dejé?

Rápidamente recordé eso libros que guardé bajo mi cama, si los había utilizado y a mi examinadora
le gustaba la idea de que me mantuviera ocupado ya que ella se la pasaba casi siempre utilizando
su Tablet cuando terminaba de examinarme.

—Ya los terminé— dije en un tono grave. Los había estado llenando todas las tardes y noches que
pasaba en insomnio.

—Supongo que tuviste mucho tiempo libre— comentó.


—Lo tuve— clarifiqué, ahora, sintiendo el roce de sus dedos sobre mi hombro derecho, fue una
caricia apenas pero suficiente para hacerme suspirar.

Me gustaba cuando me tocaba.

— ¿En serio? Erika me dijo que se divertían mucho.

Se me tensaron los músculos sintiendo esa impotencia repentina al recordar la última vez que vi a
mi examinadora y lo que sentí cuando me tocó y besó. Eso no había sido divertido para mí, ni
mucho menos todo lo demás que me hizo hacer desde que Pym dejó de cuidarme. Sobre todo, los
castigos que me dijo por hacer preguntas que ella no quería responder.

Y es que Pym me había acostumbrado a algo que me hacía sentir libre de expresarme...

El resto de los días los odié con ganas, soportándolo todo y tratando de olvidarme tanto de lo que
hice como lo que sentí con Pym, esas sensaciones que mi cuerpo no podía olvidar y anhelaba
sentirlas otra vez... Pero que ahora temía nuevamente sentir.

No había nada de divertido en lo que pasé las últimas semanas antes de entre en la incubadora,
menos la desesperación que sentí al estar atacado de pies y manos sin poder moverme ni poder
tragar ni respirar por mi propia cuenta.

¿Divertido dijo? Sólo los días que pasé con ella fueron lo único que me hicieron sentir divertido,
me hicieron sentir diferente.

Me hicieron sentir uno de ellos.

— Te equivocas— Mis palabras habían salido todas bajas y serias, espesas—. Nada de lo que hago
con ella es divertido.

Su mano al instante en que lo dije dejó de moverse sobre mi columna, fueron unos cortos
segundos en los que solo la música de fondo se escuchaba.
—Debió ser aburrido.

—Fue peor— espeté con los dientes apretados.

— ¿Ah sí?

No dije nada a sus palabras solo porque sentía que si lo hacía terminaría explotando todo de mí, y
no quería que esa tonada exclamatoria saliera de mi garganta con ella.

—Terminamos la espalda— canturreó, pronto toda mi espalda fue bañada de agua—. Iré por más
para seguir con tu pecho.

Troto al tubo de los grifos donde se aproximó al único que estaba goteando, abrió las llaves y dejo
que el agua saliera golpeando el interior del balde, produciendo un sonido hueco. La contemplé
desde mi sitió, observando la inclinación que mantenía su cuerpo hacia delante y como su rostro
mantenía un extraño movimiento a los lados, dejándome apreciar sólo un poco de su perfil, solo
hasta que se torció su rostro conectando su mirada con la mía, produciendo ese florecimiento de
calor.

Un momento estaba enojado, cansado de lo que mi examinadora me hacía, y al siguiente ese


enojo se esfumó cuando alzó sus comisuras en una sonrisa liviana. Algo que me confundió...

Preciosa.

Se miraba preciosa hasta con el corte de su cabello.

Cerró las llaves y cargo el balde para atraerlo a mí, dejarlo junto a mis pies y arrodillarse para
acomodarse entre mis piernas sin acercase demasiado a la toalla que cubría mi hombría. Sentí
inmovilidad nada más tenerla de ese modo, incomodidad y nerviosismo al tener sus ojos sobre mí
y esa sonrisa aún firmé en sus carnosos labios rosados.
—Tal vez no podamos jugar Twister, pero tengo otro juego que te hará olvidar los malos
momentos.

—Tu no sabemos qué tan malos son mis malos momentos.

—Tienes razón— exhaló, tomando el tallador y mojándolo en el agua del balde—. Pero, hay que
enfocarse en los buenos momentos siempre— dijo bajo y con dulzura. Llevó el tallador a lo alto de
mi cuello y empezó a pasarlo suavemente—. Hacer eso es bueno, te alegre un poco tus malos días.

¿Pensar en los buenos momentos alegrarían mis días? Sí, ella estaba en lo cierto, la única manera
en la que pude soportar algunos momentos, y sobre todo la incubación, fue recordando esos días
con ella.

—Entonces sólo pensaré en ti— manifesté, y ella subió la mirada de mi cuello a mis ojos,
deteniéndose un poco. Había estupor en su rostro, no se esperó mis palabras. Esas reacciones que
lograban hasta detener su respiración y sonrojar aún más sus mejillas, me gustaba verlas.

Sus carnosos labios se abrieron temblaron y entonces esbozaron una sonrisa nerviosa en la que su
mirada cayó de golpe a una parte del suelo.

—No sé qué decir a eso— soltó con rapidez, tocándose con su palma desocupada, la mejilla.

—No tienes que decir nada.

— A veces dices cosas que no esperaba escuchara— confesó, moviendo su mano cíclicamente
hacia su rostro, como si estuviera echándose aire —. ¿Sabes? Con esas frases conseguirás el amor
de tu pareja.

La mueca que mis labios hicieron, ella la atisbó. Sus palabras no me gustaron cuando recordé que
al final de esta etapa me emparejarían y me llevarían a un búnker. Entonces ya no la vería a ella...
¿Era necesario emparejarse con otro experimento para entrar al búnker? Me sentí confundido, no
sabía ahora si quería ser emparejado o no con una compañera, había un nuevo deseo en mí.

No quería ser emparejado con alguien más, ahora quería ser emparejado con…
Su mano en mi pecho detuvo mis pensamientos momentáneamente, puse atención en la forma en
cómo me tallaba, con cuidado y suavidad, no tenía nada que ver con la fuerza que Erika ponía para
fallarme.

—La maduración te funcionó— La forma en que lo dijo como si eso la emocionara me hizo bajar la
mirada en dirección a mi pecho—. Tienes músculos, y sin una gota de ejercicio.

No podía ver muy bien la figura de mi cuerpo con anterioridad porque la misma baba pegajosa me
lo impedía, deformaba, pero ahora que estaba viéndolo la diferencia de mi yo tres meses atrás a
mi yo actual, quedé asombrado.

Llevé mi mano a tocar mi pecho izquierdo solo para sentir la inflamación en el musculo debajo de
la piel, y no solo era esa parte de mi pecho, el otro también había cambiado e incluso mi abdomen
había adquirido una extraña forma repartida en leves cuadros.

¿Así era la forma del cuerpo de un adulto? Supongo que sí, ya no era completamente plano y
esbelto.

—Tus brazos también tienen músculos— Señaló mis extremidades, aunque eso ya lo había notado
horas atrás, lo que o había notado era la manera en que se mordía su labio inferior en tanto se
mantenía mirando mi torso desnudo y marcado.

Me estremecí por esa mirada… No supe la forma en que reparaba en mi cuerpo, peo me gustó que
me mirara de esa forma.

—Seré un macho adulto— Murmuré la palabra sin dejar de tocar mi pecho y sentir el musculo
moldeado.

—Hombre.

Esa palabra frunció mi cejó, entorné la mirada en sus bonitos ojos, para ver que ella seguía
sonriendo mientras tallaba una zona de mi torso.
—Para mí eres un hombre— suspiró, mirándome de reojo—, hombre suena mucho mejor que
macho, ¿no crees? Serás hombre.

Hombre... Mi proceso su voz, a nosotros no nos llamaba por hombres, solo a los guardias a los
examinadores. Mi examinadora dijo que no nos merecíamos ese nombre porque éramos parte
animal y humana, por eso nos llamaban machos y hembras.

Pero ella me llamó hombre...

Recordé algo más, recordé esa palabra que mi examinadora dijo un día cuando terminó de
hacerme las pulsaciones que estaba haciéndome atractivo, aunque al principio no entendí que era
esa palabra, terminé buscándola en el diccionario. Tuve un profundo interés de saber si para Pym
también era atractivo.

—Si soy un hombre para ti… —dejé en suspenso solo para que ella pusiera toda su atención en mí,
lo cual hizo—. ¿Soy atractivo?

Sus orbes azulejos casi terminaban ocultándose debajo de sus parpados, pero estos se detuvieron
y se abrieron en grande, lo que también noté fueron sus labios separarse levemente, dejándome
ver un poco de sus blancos dientes. Hubo tanto silencio, que pensé que no había entendido mi
pregunta.

— ¿Soy atractivo para ti?

Cerró su carnosa boca pequeña, y tragó con fuerza para luego pestañar numerosas veces haciendo
que sus largas pestañas se ondearan delante de mí.

—Sí, eres muy atractivo— Su voz tembló en tanto lo decía y se acomodaba un mecho de cabello
detrás de su oreja. Aunque mi corazón ya latía aceleradamente desde que la vi llegar, sus palabras
le provocaron un extraño y precipitado brinco que calentó mi pecho y mis mejillas —. Pe-pero…—
Y sacudió su cabeza, dejando de mirarme para continuar limpiándome—. Terminemos
primeramente de bañarte para ir a tu cuarto, ¿sí?
No respondí, solo asentí, aunque ese movimiento ella no lo vio. Me quedé embobado observando
como su pestañeo precipitado seguía intacto durante esos primeros segundos antes de verla tragar
otra vez y con nerviosismo.

Era atractivo para ella…

Y no solo atractivo, sino muy atractivo…

Ella también era atractiva para mí, muy atractiva para mí.

El tallado pasó de estar en mi costado a bajar mi vientre, donde el estremecimiento se concentró,


donde hizo que mis nervios salieran disparando en cuanto esos dedos hicieron contacto con mi
piel para retirar un poco la toalla.

Con suavidad talló, no llegando más abajo donde no miembro empezaba a tensionarse. Entonces
algo se reprodujo en mi cabeza, y fue desconcertante sentirla como si realmente fuera un recuerdo
vivido por mi propio tacto.

Estaba besándola, devorando sus labios, tomándola de sus muslos para sentirla abrazarme el torso
con sus piernas, y empujarme contra ella contra ese plano vientre, haciendo lo mismo que ese
hombre hizo con la mujer del otro lado de mi incubadora. Solo imaginarla recibiendo mis besos,
imaginando como sería el sabor de sus labios o su propia lengua moviéndose contra la mía, como
se sentiría tocar el resto de su piel debajo de toda esa ropa, a que sabría su piel, besar su cuello
con delicadeza, escucharla gemir.

Escucharla gemir mi clasificación... mientras le liberaba de su tensión.

Eso último fue el vaso que derramó la gota cuándo debajo de la toalla, la tensión fue tanta por esa
imagen en mi cabeza, que se me endureció, y sabía que no era solo un endurecimiento, no, sentía
si erección. Pero no entendía cómo era posible que la tensión se me acumulara y estaba seguro
que no tenía tensión en mi cuerpo aún y no me sentía con síntomas..., seguía sin entender,
confundido, nublado por lo que su acercamiento, sus miradas y su toque me provocaba.

Había sucedido lo mismo en la ducha, algo que igual me sucedió con mi examinadora antes de que
fuera enviado a la incubadora... Con la única diferencia de que con Pym, esas sensaciones eran más
intensas, me rodeaban de una forma que no comprendía, pero que me gustaba sentir y quería
sentir con más profundidad hasta ahogarme en ella...

Y cuando vi que dirigió su mano a mi muslo, deslizando el tallador debajo de la toalla para alcanzar
el inicio de mi pierna, mi mano voló a detener la suya, rodeando su muñeca y apartándola de ahí
antes de que viera mi erección.

Me puse tan nervioso que la respiración me salió entrecortada. Ella levantó su mirada de mi agarre
a mi rostro, confundida y curiosa por mi acto.

Una curiosidad que solo hizo que deseara intimar con ella de esa misma forma en que lo hicieron
ellos. En realidad, no sabía si nosotros podíamos intimar así, aunque después de todo, Pym no
quiso intimar conmigo aquella vez.

— ¿Qué ocurre? — su voz salió monótona.

Con la garganta seca, traté de tratar saliva, y lamí mis labios con ansiedad, con nerviosismo y otra
cosa que no supe como describir.

—Yo voy a tallar toda esa parte que cubre la toalla— informé, soltando su mano.

No quería que viera lo que me provocó, sino sentía el temor de que si lo veía, se alejaría, mandaría
a llamar a esa examinadora desconocida para intimar conmigo.

Eso era algo que no quería.

—Entiendo— Sonrió, estirando un pico más su cuerpo para estar casi a mi altura—. Entonces,
sigamos con tu rostro, tienes baba en la frente y tus mejillas— aclaró. Temblé cuando sentí el
aliento de su boca abrazándola piel frágil de mis labios, así que retiré un poco el rostro, lo menos
que quería era que la erección siguiera ahí para cuando me terminara de bañar.

Podía tomarla y liberarme por mi propia mano, con esos movimientos que Erika me enseñó, pero
no delante de Pym... Por primera vez, me daba vergüenza que me viera incluso en esa zona.
Levantó el trapo ya mojado y volvió su mirada en mis ojos mientras se empujaba un poco más para
eliminar más centímetros de nuestra distancia. Centímetros en los que sentí un arranque
necesitado de tomar sus mejillas y hundir mis labios en los suyos.

Quería saber a qué sabía… todo de ella.

—Primero veré si puedo quitarla con la mano.

Se me escapó un jadeo cuando otra vez su aliento me acarició. Su mano libre tomó mi mejilla, esos
orbes azules me miraron por última vez, una mirada que pestañeo cuando sus dedos fríos hicieron
contacto con la piel de mi mejilla. Estiró la capa babosa de mi piel, y la despegó enseguida.

—Si se puede— bufó, volviendo a mirarme, no pude dejar de verla en ni un momento también,
reparar en sus facciones suaves y sentirme más atraído que antes—. Dime si te duele cuando jalo.

—Puedo resistirlo, así que hazme lo que quieras— mordí mi lengua cuando esas palabras
resbalaron en un tono ronco, sin antes pasar por mi cabeza. Fue como sentir un golpe de
confusión, ni siquiera las pensé y ya estaba diciéndolas.

Eran las mismas palabras que esa mujer detrás de la incubadora le dijo al hombre...

La música de su Tablet silencio, y el silencio siguió cuando sus dedos se detuvieron en seco. Sentí
que había cometido un error cuando se retiró volviendo a crear un espacio entre nosotros para
estudiarme.

Desbocadamente me latía el corazón al ver sus mejillas más rojas que antes y esos carnosos labios
mordiéndose.

—Es-eso sonó...—pausó para tragar con dificultad, estaba sonrojada, pero parecía desconcertada y
confusa—. ¿Dónde aprendiste esa expresión? ¿Te lo enseñó Erika mientras te hacía eso? — No
supe a qué se refería con eso. Cuando vio que no respondí, sacudió la cabeza y sonrió de extraña
forma—. Olvidemos eso, solo lo mal pensé.
¿Lo mal pensó? ¿Qué quiso decir con eso? Pero no, no lo aprendí de mi examinadora, había sido
en el área de maduración, ¿estaría bien si se lo decía? ¿Estaría bien si se lo contaba? La verdad es
que quería saber qué clase de intimación era esa… Volvió a romper y en ese instante en que se
detuvo a centímetros de que su nariz rozara mi mejilla, su aroma golpeó mi entorno, hundió mis
sentidos por su delicioso olor a frutas.

—No—solté en el mismo tono antes de aclarar mirándola con severidad, olfateado todo lo que
pudiera de su aroma, ese que no quería olvidar jamás—. Vi algo desde mi incubadora.

— ¿Desde tu incubadora? —inquirió, vi como sus cejas castañas se torcían un poco y como enviaba
su mirada de reojo a mí. El sonrojo no se disminuyó en su rostro.

—No sé cómo explicártelo correctamente, pero no puedo dejar de pensar en ellos y tengo esa
duda de saber que estaban haciendo—comencé, sintiendo repentinamente las manos
hormigueando.

—Yo te puedo responder esa duda, claro, si me la sé—añadió, hizo un movimiento hacía mi
mentón, donde su rostro quedo tan cerca de mí que ahora era mi nariz la que terminó rozando su
frente, un tacto tan suave y estremecedor que me apretó los labios. Ese acto ella lo observó,
pestañeó y miró a todas partes antes de concentrarse en la baba que cubría mi mentón.

Lamí mis labios, nuevamente esa escena se reprodujo en mis pensamientos.

— ¿De cuantas maneras se puede intimar? —inquirí, ansioso de la respuesta. Esa mirada
repentinamente se abrió en par en par, horror era el gesto que llevaba puesto.

— Yo no…Yo no…—tartamudeó, su nerviosismo era visible y me pareció tierno, en ella era tierno
escuchar su tartamudeo y ver el enrojecimiento vivo en su piel, un color que aumentaba su
hermosura—. ¿Po-por qué esa pregunta?

—Dos personas estaban haciendo algo sobre mi incubadora, el hombre la cargaba y ella gimió esas
palabras mientras él se empujaba contra ella —expliqué paulatinamente, no sabiendo
exactamente que palabras utilizar para explicarle lo que había visto, pero con cada palabra que
utilicé esos labios se abrieron cada vez más—. Mi pregunta es, ¿esa era otra forma de intimar?
Su rostro palideció levemente, bajando ahora el color rojo de su rostro en tanto levantaba la
mirada de mi mentón, y recorría mis labios un momento, pero con extrañez. La mueca que se alzó
en sus labios casi como la mueca de disgusto que hacia mi examinadora siempre que yo hacía algo
mal, me perturbó.

— ¿Sobre tu incubadora? —indagó.

—Lo hacían primero en una silla, luego en la incubadora en la que me tenían sujetado—Eso hizo
que su ceño se arrugara y esa mueca se frunciera más—. ¿Es otra forma de intimar?

—S-sí, sí, sí, lo es, pero…— Se detuvo, dejando de ver mis labios para verme al otro extremo de la
ducha—. Pero no está permitido tener sexo fuera de las habitaciones, deberías decirle a tu
examinadora sobre eso.

Hubo algo que me confundió y no pude evitar preguntar.

— ¿Sexo? — y se congeló cuando pregunté, un shock que duro unos segundos en los que nuestras
miradas se conectado, ella pareció asustada y arrepentida.

—Lo que ellos hacían era tener…—Meneó la cabeza, apretando esos labios cuyas mejillas se
inflaron de una forma rara—, relaciones sexuales. Sin embargo, que lo hicieran frente a tus ojos es
aberrante.

— ¿Qué forma de intimar es esa? —Ignoré sus últimas palabras. Pym se apartó un poco de mí,
parecía repentinamente perdida y nerviosa —. Nunca lo he hecho.

—E-e-es otra forma de intimar pero a esta se le llama relaciones sexuales o tener sexo con una
perso… con tu pareja…Con tu pareja cuando hay penetración de tu mie... en su… Ol-o-o-olvida eso
último que dije —habló tan rápido y tan chillón que no le entendí a casi nada de lo que dijo, solo
terminó confundiéndome más—. Esa intimación es la que tendrás únicamente con tu pareja.

— ¿Solo con mi pareja?


Ella asintió, tragando ruidosamente, los nervios hasta se le notaban en como su mano temblorosa
se acomodaba el cabello.

— Y si yo quiero hacerlo con esa examinadora que me atrae mucho — Recordar lo que se había
producido en mi cabeza, yo cargándola y empujándome contra ella, y ella gimiendo mientras la
besaba, volvió a tensarme el vientre. Se me secó la garganta que aun tragando saliva no era
suficiente para calmar esa extraña sed—. ¿Podré hacerlo con ella?

Se quedó un momento pensando mirando alguna parte de mi abdomen antes de cuestionarme:

— ¿Hablas de Erika?

—No—exhalé la respuesta sin dejar de ver sus ojos.

Entonces recordé cuando le dije sobre que ella tenía que intimar conmigo, recordé la cara que
puso, un gesto en shock y asustado que ahuecó mi pecho, y luego, recordé a la examinadora que
ella hizo entrar para que intimara conmigo, y todavía después de eso, la incomodidad y seriedad
que hubo entre nosotros dos cuando ella volvió al cuarto. No, no iba a decirle que era con ella con
quién yo quería intimar o hacer eso, si lo hacía seguro que ese silencio e incomodidad volvería
entre nosotros.

—Olvídalo—musité sin más.

El soldado naranja.

EL SOLDADO NARANJA

*.*.*

Suave era la forma en que sus manos se movían sobre la piel de mi cuerpo, y caliente la chispa que
producía su solo contacto, paseándose por lo alto de mis muslos hasta por lo bajo de mi vientre en
caricias estremecedoras mientras repartía jabón.
Disfrutábamos del cuerpo del otro en la ducha solo por unos minutos, bajo el agua fresca del
fregadero. Después de unos días sin poder actuar el plan de Adán, y sin ser atacados por
experimentos de las ventilaciones, decidí darme un baño.

Rojo quiso bañarse conmigo y no pude poner objeción a eso, pero ser bañada por él era peligroso,
placentero, me tentaba a perder la poca razón que tenía para cortar la diminuta distancia entre su
entrepierna y mi trasero.

Si seguía tocándome de esa manera y besando la parte de atrás de mi hombro, caería. Era muy
seguro que caería porque muy a mi pesar, también quería.

—Estas provocándome— ronroneé, sintiendo sus labios subir por mi cuello, al igual que sus manos
subían a mis desnudos y endurecidos pechos.

—Eso es lo que quiero— Se empujó contra mi trasero, logrando que en mi garganta se construyera
un gemido que rápidamente lo dejó encantado. Todos mis sentidos saltaron y enloquecieron al
sentir su caliente miembro palpar esa zona tan sensible.

—Rojo— mi voz fue apenas un hilo de tono, ahora una de sus manos estaba acariciando mi
vientre, era delirante, con unas solas caricias mi cuerpo temblaba, se retorcía y meneaba—, no
podemos—gemí ronco cuando volvió a empujarse apretando mis caderas con la necesidad de
entrar en mi—. No podemos, debemos apresurarnos y hacer lo que...— no pude ni terminar mis
palabras, pero quería recordarle que debíamos salir de ducharnos rápidamente, porque del otro
lado estaba 16, esperando su turno para bañarse.

—Lo sé— susurró en mi oreja, su voz se escuchaba repleta de deseo—. Pero no puedo evitarlo—
Una caricia en mi zona más íntima me abrió mucho la boca, mis rodillas se volvieron gelatina

A veces me costaba creer que la energía de Rojo siguiera intacta al igual que su insatisfactorio
deseo de hacerme el amor en cada pequeña oportunidad. No es que tuviera problemas con eso,
todo lo contrario, me encantaba cómo buscaba más de mí, y sus actos para conseguirlos eran,
además de inquietantes, inesperadamente placenteros.
Desde un principio que traté de resistirme a él, sus acercamientos, caricias y miradas intensas,
siempre amenazaron con destruir un muro en mi interior que ahora ya no existía más.

No. Porque él lo hizo polvo.

Me giró sobre mis talones para tenerme frente a sus endemoniados orbes que me contemplaron
bajo el montón de agua. Ancló sus dedos a cada lado de mi cadera y me acaricio levemente, fue un
tacto dulce que duró largos segundos en el que me esmeré por descifrar la forma en cómo me
miraba.

Eres como si me admirara, o como si estudiare cada pulgada de mi rostro para dibujarla en su
cabeza. Recordaba esa mirada y no porque antes ya me había mirado así, sino porque hasta donde
recordé de todos aquellos momentos que perdí, lo recordé a él, mirándome de esa misma manera.

Y se acercó en dos pasos, dejando que su cuerpo húmedo y limpio, volviera a mojarse, solo para
rodear mi cintura, pegar mi cuerpo al suyo e inclinar su cabeza para besarme profundamente.

— Te quiero tanto, Pym —susurró. Esa confesión, aun cuando ya había escuchado, me estremeció
entre sus brazos, me desinfló en un suspiro largo.

Volvió a besarme, esta vez lento, un movimiento lento con sus labios en los que su lengua de
apoyaba para acariciar la piel de mis labios

En ese beso en el que él se ladeó para tener más acceso a mi boca, deje que los brazos lo rodearan,
repasando la piel mojada de su espalda.

Suavemente me empujó más contra su cuerpo de tal forma que fuéramos capaz de sentir cada
parte del cuerpo del otro. Rompió con nuestro beso, alzando su cabeza para abrazarme con una
fuerza que me abrumó al instante.

Se presionó más contra mí y ahuecó su cabeza en mi hombro.

— ¿Sabes? Soy el hombre más feliz por tenerte — soltó contra mi oído nuevamente, para después
depositar un beso que me dejó helada y pérdida.
Sus palabras se clavaron en mi oprimido pecho, suficiente fue el dolor y la miseria para llevarme a
la realidad en la que nos encontrábamos. Después de pasar dos días más desde lo último que
recordé, la tensión en el grupo aumento y no solo porque recordará algo de ellos, eso ni si quieres
tenía campo en lo que había sucedido.

Lo que ocupaba nuestras mentes — y era esa razón por la que Rojo quería hacerme olvidar de las
preocupaciones con sus caricias y besos—, era que la segunda entrada no servía. No abría, no
funcionaba su receptor de contraseña, al menos la interna, ni mucho menos su palanca de
emergencia.

Un día después de que hiciera el escándalo de abofetear a Rossi y Adam, tuvimos la oportunidad
de salir de una vez por todas, ya que solo mataríamos a un solo experimento, pero cuando Adam
colocó la clave, el aparato la interceptó como incorrecta. Todavía recordaba la ira de Adam
mientras intentaba ponerla una y otra vez que hasta la propia máquina de la puerta dejó de
encender, sacando chispas y humo de su interior. Y no era por un error o falta de electricidad, el
bunker tenía sus propias baterías para proporcionar suficiente energía al lugar.

Nos dimos cuenta tarde de eso, y ahora la única salida era abriendo la primera puerta y dejando
que el derrumbe entrara al bunker. Obviamente nadie quería eso, ni siquiera imaginábamos que
tan grande e inacabable sería el derrumbe, así que… no había salida de esta.

Era por eso que seguíamos aquí, y como las circunstancias parecían estar hasta en nuestra contra,
no nos quedamos con los brazos cruzados, ignorándonos unos a otros y esperando a pensar en
formas de salir cuando la realidad era que solo la primera entrada era la salida a menos que
alguien llegara por la segunda entrada y la abriera desde fuera, pero esa probabilidad era bastante
corta, así que actuamos de otra manera para estar seguros en el bunker al menos por un tiempo.

Y en cuanto supimos que no podríamos salir, Adam y Rojo martillearon un banco largo de madera
casi cuadrangular para atascar la ventilación rota sobre el techo del primer pasillo a la entrada A,
así los experimentos que quisieran entrar por las tuberías de ventilación no podrían acceder a esa
ventilación cercana al sótano con facilidad. Además de eso, habíamos sacado las camas de las
habitaciones para bloquear cada pasillo, con ellas nos aseguraríamos de producir ruido y saber con
facilidad si había entrado algún experimento por otra ventilación.

Cosa que esperaba que ocurriera nunca.


Sabíamos que no sobreviviríamos mucho tiempo encerrados, pero al menos con toda la comida en
el sótano y una diminuta fuente de electricidad que apenas alumbraba los pasillos para ahorrar
combustible, tomando en cuenta los pasillos bloqueados y las ventilaciones cerradas, estaríamos
seguros y con vida hasta que alguien más viniera, o de otra forma, hasta que Adam pudiera reparar
la entrada B.

Solo si encontrábamos la manera de comunicarnos con alguien, o si alguien llegaba a leer los
mensajes que Adam envió a través de Tablets que halló en el cuarto de los guardias.

Desgraciadamente, las Tablet solo se podían comunicar con otras del laboratorio, Adam dijo que
era de esperarse, después de todo el laboratorio no dejaría que las Tablet pudieran comunicarse
con personas del exterior sabiendo que hasta los mismos residentes del laboratorio podían
informar a otros de lo que el laboratorio hacía , era lo más seguro que por eso las radios no
tomaban otros canales que no fueran los del laboratorio, igual pasaba con el únicos teléfono que
habían en el bunker, el cual encontramos en la oficina de seguridad, oculto en una caja metálica al
que Rojo rompió el candado para abrirla.

Era un teléfono muy extraño con solo 27 dígitos, al parecer cada uno de ellos se comunicaba con
algún sector del laboratorio, y ninguno de ellos respondió cuando marcamos.

Aun así, seguiríamos marcando los dígitos solo para saber si había una posibilidad de contratarnos.

Ojalá sucediera pronto. Porque, ¿por cuánto tiempo estaríamos aquí atrapados? ¿Qué sucedería si
se terminaba la energía? Ya no tendríamos electricidad, las puertas ya no estarían bloqueadas y
cualquier monstruo tendría acceso a ellas sin electrocutarse. ¿Y si las balas se nos terminaban? Por
ahora todas las ventilaciones estaban cubiertas, y no habíamos vuelto a encontrar otro
experimento en el bunker, pero tarde que temprano podía suceder.

Yo no quería morir...

Tampoco quería que a Rojo le sucediera nada malo... Mucho menos al hijo que esperaba, y del que
no sabía si estaba o no infectado.

Estaba en cinta, era un hecho, y que Rojo no mirara temperatura dentro de mi vientre solo me hizo
saber que probablemente era porque se estaba formando. El día de ayer y el de hoy estuve más
segura que antes, las náuseas nos cesaron, al igual que mi sensibilidad por el tacto de Rojo.
Y solo para no empeorar las náuseas que me daban delante de Adam o Rossi, me mantenía
sentada, levemente inclinada, esperando a que los mareos y las náuseas pasarán, que muy a
apenas lo hicieron. Por otro lado, le había pedido a Rojo que no mencionara que me sentí mal o
que había vomitado, y aunque no me preguntó por qué, le inventé que no quería verme débil
frente a ellos por un malestar estomacal.

Había varias preguntas tormentosas paseándose en mi cabeza, temores y horrores de lo que


podría suceder si no salíamos de este lugar antes dé... Habían pasado muchos días desde que esto
inició, ¿cómo era posible que nadie del exterior viniera a rescatarnos?

Adam había mencionado al grupo que antes intentaron comunicarse con los radios que tenían en
la base, incluso con vías telefónicas que tenían, pero que por extraño que sonara, no pudieron
hacerlo, como si algo o alguien cortara con toda colección del laboratorio al exterior. Era por eso
que construyeron una nueva radio que se encendía únicamente con baterías o electricidad, pero
para ello se necesitaba un conector, un cable, un cargador. Y eso lo teníamos nosotros, pero
estábamos atrapados.

Nada podíamos hacer por ahora.

Tal vez otros que también consiguieron radios pudieron comunicarse con el exterior, quizás. No lo
sabía. Solo quería pensar positivamente. Solo quería pensar que saldríamos de este lugar, que
saldríamos todos vivos.

Inesperadamente mis pensamientos se hicieron añicos cuando esas enormes manos pasaron de
estar en mi cintura a subir a mis costillas. Al principio me pregunté que iría a hacer, pero entonces
cada pieza de mi cuerpo sintió sensibilidad cuando sus dedos se movieron uno tras otro, y un
dominante cosquilleo que hico que me retorciera como gusano, sacando de mi boca risas y
chillidos.

—Para—supliqué entre risas, tratando de romper con su agarre, con su abrazo y esas cosquillas
que mi cuerpo sufría, pero no lo logré por mucho que me removiera como gusano y me empujará
contra él—. ¡Rojo!

Y se detuvo, dejándome apretada a su torso desnudo y empapado, escuchando su leve risa ronca
mientras mis pulmones se abrían con la necesidad de respirar agitadamente.
— ¿Y esas cosquillas? — pregunté en una exhalación mientras me reponía, enseguida, alzando la
cabeza de su marcado y cálido pecho para subirla hasta esa preciosa y endemoniada mirada que
me cohibía de la realidad.

Rojo era otro mundo, un mundo nuevo y seguro en el que quería estar para siempre.

Levantó uno de sus brazos de mi cintura solo para tomar mi rostro y acariciarlo con lentitud.

—Hace mucho que no escuchaba tu risa— confesó, sin dejar de acariciarme y derretir mi cuerpo
con su cálido tacto—. Pym, comparte conmigo tus preocupaciones. Ya no eres solo tú, preciosa, yo
estoy contigo.

Ya no eres tú, preciosa, yo estoy contigo. Esas palabras provocaron que mis entrañas fueran
sacudidas por un escalofrió y mis ojos se escocieran. No sólo por el significado que guardaban era
que de pronto las lágrimas querían correrse en mi rostro, sino porque ya antes más escuché, y a
pesar de no recordar el momento en que él me las dijo, sentí el mismo estremecimiento.

Los brazos se movieron contra mi voluntad, al igual que mi alma cuando le rodearon del torso para
aferrarse a su cuerpo en un abrazo temeroso que él correspondió con duda.

—Solo quiero salir de aquí contigo, salir de este laboratorio contigo a mi lado— compartir en un
tono bajo que apenas pudo ser escuchado por el sonido del agua fluyendo desde el grifo—. Mi
preocupación es que no podamos salir al final.

Sus brazos se amasaron a mi alrededor abrazándome con su calle protector, pronto sentí sus labios
apretarse contra la coronilla de mi cabeza en un beso dulcemente y duradero.

—Saldremos de aquí— sonó seguro y eso hizo que cerrara mis ojos un momento—, haré lo posible
por sacarte con vida.

—Sacarnos— Sentí pavor cuando solté sin más esa palabra que hizo que me apartara para verlo a
la cara. En ese instante me di cuenta que a pesar de lo mucho que esa simple palabra traía consigo,
por la forma en como Rojo me miraba, pareció que no entendió su verdadero significado.
Abrió sus carnosos labios, iba a soltar su voz y decir algo cuando los golpes del otro lado de la
puerta le giraron su cabeza, sus bellos orbes se ocultaron debajo de sus parpados para mirar del
otro lado de la madera.

—Se están tardando, no son los únicos que quieren bañarse— las agrias palabras escupidas Rossi
retorcieron mis órganos, uno por uno hasta hacerlos nudos. Después de todo, ya que había
descubierto su hipocresía, así que no tenía por qué endulzar su tono de voz con nosotros.

—Salgamos— rectifiqué seriamente, cerrando de una vez las llaves de la ducha para dejar que el
silenció tomara el lugar. Iba a salir a tonar una toalla que Rojo había traído de una de las
habitaciones, cuando fui sujetada del brazo y traída de regreso con una velocidad que me
desoriento.

El movimiento tan sutil, veloz y repentino que Rojo hizo terminó mareándome, llevando mis manos
a sostenerse de sus anchos hombros antes de sentir toda mi espalda pegarse contra la asperidad
de la pared, y su cuerpo pegarse al mío.

Pestañeé, desorientada al saber que mi tamaño había cambiado, que estaba a la misma altura que
él, pero que eso se debía a que sus grandes manos me habían tomado de la cintura para cargarme
y lograr con eso que mis piernas rodearan su torso desnudo.

Mi corazón azotó mi pecho casi como si quisieran agujerearlo y salir corriendo al ver esa mirada
depredador observarme a centímetros de mi rostro. Diabólicos y hambrientos, esas eran las
palabras que distinguían a la perfección su mirada oscurecida. Con esos orbes y sus carnosos labios
siendo lamidos por su larga lengua, hicieron que mi cuerpo se perdiera en otro estremecimiento y
algo placentero tirara del interior de mi vientre.

—Rojo— lo llamé, sintiéndome atrapada entre la sensualidad que me hacía desear hacerle el amor
y la realidad en la que los golpes de Rossi seguían persistentes, enviando advertencias a mi cabeza.
Miré a la puerta y luego a esos orbes diabólicos que me contemplaban con la misma intensidad,
podía leer lo que quería.

Rojo siempre era sincero con lo que deseaba... Y me preocupaba no saber si era bueno o malo el
que siempre obtenía lo que quería al final, por ahora, no podía suceder... No teniendo a la bruja y a
la enfermera del otro lado de la puerta.
—No, preciosa— su voz, repentinamente ronca logró que de mi garganta resbalara un jadeo. Se
meneó contra mi cuerpo de tal forma que sintiera su caliente y endurecido miembro acariciar
necesitadamente mi entrada que en ese mismo instante con su toque bastó para humedecerla.

Todo con un simple toque.

Oh. Dios. Mío.

Mis rodillas se estremecieron, sentí las piernas como gelatina, temblorosas cuando se rozó por
segunda vez sobre mi entrada volviendo a mi vientre un mojo de nervios placenteros
estremeciendo sus músculos. Ahora sabía que a él poco le importaba si había o no alguien que
pudiera escucharnos...

—Ro-Rojo— Mis labios temblorosos tartamudearon su nombre cuando sintieron esa mano
adentrarse entre nuestros vientres solo para tomar su miembro y colocarlo en mi entrada—. Va-va-
va-va-van a escucha...nos— Que acariciara y empujara su miembro de una forma tan enloquecida
contra mi entrada, estaba volviéndome loca—. Detente, ella esta...

Se inclinó para depositar un beso en mis labios, uno que quise avivar hasta que el ladeó el rostro y
besó mi mentón.

—Entonces no hagamos ruidos fuertes para que no nos escuchen— ronroneo, volviendo a besar
mis labios para alejarse y ver mi rostro, la manera en que estaba dominándome.

Busqué lo que pude de mi poca y temblorosa razón, por mucho que quisiera esto, hoy no
podíamos, no con ellas a metro de nosotros.

—Hagámoslo después—insistí en un hilo de voz, tratando de recuperar la cordura de mi cuerpo,


ella seguía golpeando y si golpeaba más seguro que tiraría la puerta. Y que nos encontrar a mitad
de algo como esto, sería algo que no me gustaría—. Cuando no estén cerca de nosotros, ¿sí?

Noté la forma en que dejó que sus orbes cayeran sobre mis labios mordisqueados insaciablemente
para ignorar su sensacional roce, el calor de su piel y ese placer revoloteando en mi interior. Quise
que contribuyera, podíamos hacer el amor una vez que termináramos nuestro turno como
guardias, pero poco le importó a él cuando se lamió los labios otra vez, y esa comisura izquierda se
estiró. Todo lo que quería era dejar de verlo tan sensual para no caer en ese agujero de placer— en
el que deseaba caer—, pero esa sonrisa amenazó con darle final a mis insistencias.

—Cuando me lo dices así— se acercó a mí para susurrarlo contra mis hambrientos labios. De lo
que también pude darme cuenta es de como una de sus manos soltó mi muslo derecho para
atrapar la llave del grifo y abrirla, dejando que el agua volviera a empaparnos—, es difícil de creer
que no quieres hacerlo, Pym.

—Ro-Rojo— lo último lo solté en un gemido largo contra sus labios cuando de una sola embestida
lenta se adentró a mi interior. Había sido tan delicioso y esquicito la forma en que lo sentí siendo
recibido por vientre, que mi cabeza se inclinó hacia atrás y mi boca mordió mi labio inferior
resistiendo otro gemido de placer.

Mis dedos, al instante en que mi vientre se abrazó a su miembro, apretaron sus hombros sintiendo
que todo de mí desfallecería cuando él salió de mi interior y me embistió con la misma lentitud
que antes. Pero no se detuvo, y con ese mismo ritmó sus meneos contra mi interior, metiendo y
sacando su miembro para colonizar mi vientre a su mantera de formas delirantes y constantes,
nublaron por completo mis pensamientos. Hicieron que la razón se rompiera en fragmentos, que
mis sentidos zumbaran, y que ese placer estallara en mi interior con la necesidad de sentirlo todo
hasta el final.

Al diablo Rossi...

Mis piernas tampoco tardaron en actuar, queriendo más, así que se apretaron alrededor de su
torso para sentirlo más profundo...más dentro de mí. Algo que logré cuando Rojo aumentó un
poco más la velocidad al ver la necesidad en mi rostro, y su miembro terminó explorando mis
entrañas con ardor placentero. Retorciendo de placer mis músculos, logrando que mi cuerpo
danzada con el suyo en una pasión extasiaos en la que nuestros gemidos se ahogaron en la boca de
otro.

—Deben salir en cinco minutos—Odié su exclamación, ese que terminó esfumándose porque no
tenía lugar aquí mismo.

—Cinco minutos no serán suficientes—jadeó él sobre mis labios, sus ojos apenas me miraban,
estaba igual de perdido que yo—. Contigo solo quiero más —gimió ronco, un maravilloso sonido
que deseaba escuchar más. Rojo no dejó de embestirme, esta vez con una deliciosa crueldad en la
que era difícil acallar los chillidos de placer que sus acometidas construían en mi interior, llegando
al punto más alto que enviaba corrientes estremecedoras por todo mi cuerpo, haciéndome polvo
en sus brazos.

La manera en que me hacía suya me perdía brusca y totalmente, ¿cómo podía escapar de esta
deliciosa lujuria apasionada? No pude pensar en una clara respuesta cuando él...

Aumento sus embestidas con tal fuerza que cada fibra de mi cuerpo chilló de placer, todos mis
músculos se sacudieron, era difícil detener los numerosos gemidos que mi garganta construía y
que apenas se amortiguaban con el sonido del agua, pero solo había una forma de ahogarlos, si no
iba a poder callarlos con un simple mordisco de mis labios, así que mis manos volaron a su cabeza,
ansiosos de anclarse a ese mojado y suave cabello para tirar de él y juntar nuestras bocas.

(...)

Había mucho silencio en el bunker, lo que quería decir que por ahora no había peligro. O eso quise
pensar.

Nos tocaba la guardia a Rojo y a mí, pero debía mencionar que la única persona que estaba
descansando era Rossi estaba después de darse un largo baño una vez que Rojo y yo terminamos.
Por otro lado, Adam llevaba despierto más de un día, y en este turno de guardia, él quiso
aprovechar su descanso para recolectar tubos de metal y otras herramientas indispensables que
quería tener a la mano, así que con ayuda de la enfermera 16, sacaba materiales del sótano y los
reunía en un solo lugar cerca de la habitación.

Me pregunté para que los utilizaría, pero lo más improbable era para hacer algún tipo de arma
para defendernos....

Rojo estaría ayudando también, pero hace varias horas él se había ido a recorrer el resto de los
pasillos del bunker con el arma entre sus manos. Lo cual, a pesar de que él era fuerte y sabía
cuidarme, me mantenéis un poco nerviosa, y muy preocupada.

Revisé el pasillo de la segunda entrada — o lo poco que pude ver de él—, justo donde estaba ese
enorme tronco de madera que Rojo y Adam colocaron sobre la ventilación, observé esa estructura,
analizando que tuviera la misma posición que en un principio y al no ver nada fuera de orden, volví
al interior del muro de madera que rodeaba casi todo el sótano.
— ¿Alguna anomalía?

—Ninguna— respondí monótona, sin dirigir una mirada a ese par de orbes marrones que me
miraban a un par de metros. Me acomodé junto al umbral de la habitación cuya puerta se
mantenía abierta, mirando ahora el pasillo de al lado.

—Si sientes cansancio, puedo relevarte—Vi su acercamiento una amenaza incómoda.

No sabía que intensiones tenía su constante—según—preocupación, no era la primera vez que me


decía algo así, antes, aún después de que le soltara en cara que recordé su infidelidad. Pero no le
creía, y no podría creerle, y la única razón por la que le contestaba sin insultarle, o apoyaba sus
planes de supervivientes, era porque todos estábamos atrapados en el mismo lugar.

—Estoy bien, puedo hacerlo— aclaré, viendo de reojo que se había detenido a mitad de camino.
Mejor que lo hiciera.

—Tu fuerza y disposición siempre te caracterizaron—le escuché decir, y poco después escuché sus
pasos, alejándose, volviendo de nuevo al sótano—, sigues siendo la misma, Pym.

Roté los ojos, e iba a girar para verle y decirle que no era la misma Pym, la pérdida de mis
recuerdos me hacía sentir otra persona, pero solo no pude soltar aquello cuando repentinamente
mi estómago chilló de hambre, otra vez. ¿Por qué estaba dándome hambre tan rápido? Hace tan
solo una hora que ingerí alimento.

—Hay algo que quiero saber. Ahora que estamos solos, que no tienes a ese gorila para protegerte
— espetó. Tras un pestañeó en el que mi hambre y sus palabras me desorientaron un poco, volteé,
para encontrar su cuerpo al pie de la escalera, y ver la estructura de su frente arrugada con
frustración mientras me observaba, severamente.

Ignoré ese sabor en la punta de mi lengua, un sabor amargo que quise escupir.

— ¿Qué quieres saber? —Creo que no debí de hacer la pregunta, pero ya era tarde para regresar
atrás. Él la escuchó, y se veía dispuesto dar continuación.
— ¿Qué más recordaste? — Quiso saber, dando solo un paso lejos de la escalera—. No me refiero
a nosotros, sino a lo que te dije en la base.

Sí, sabía a lo que se refería, y no, eso era lo que me molestaba, recordar algo que no era más
importante que recordar a la persona que me atacó en el área roja.

Ya no confiaba en él, mucho menos en Rossi, estaba segura, después de esos dos días que pasaron,
que la conocía, que en algún lado la había visto y no con Adam, sino en otro lugar de este
laboratorio. Pero, ¿en dónde? Era la cuestión, todavía no podía recordarlo con exactitud, las
imágenes eran borrosas, estaban trozadas, eran pedazos de todo lo que conocí aquí.

—Nada—contesté, tragando el sabor amargo, y sintiendo ese vacío estomacal, anhelado ser
llenado con comida—. Solo recordé eso.

Silencio, un incómodo silencio se abrió paso, y no dudé en callarlo, arrimándome a la silla que Rojo
había sacado para que descansara cada que me sintiera mareada, con pasos ruidosos hasta lograr
sentarme, poniendo mis manos sobre mis muslos.

—Se cuidadosa, tampoco quiero que nada malo te pase— su voz hizo eco en el resto del pasillo,
una tonada tan perturbadora que fue amortiguada por sus siguientes palabras—. Intentaré hacer
cuchillas con los tubos, será eso lo que utilicemos para ahorrarnos las balas.

¿Trataba de sacar un tema de conversación? ¿Para qué? No le hallaba sentido. Aun así, no podía
ignorar que ese era un buen plan.

—Eso nos servirá mucho— fue lo único que pude decir, viendo hacia cada pasillo, en busca de
Rojo. Ya se había tardado, por lo general le tomaba una hora terminar de revisar los pasillos.

—Pym...

Su voz, escucharla nombrarme hizo que mis puños apretaran el arma, no me molestaba, pero
cansaba que intentara disminuir la incomodidad entre nosotros, un lazo de confianza entre
compañeros que ya estaba roto, y una relación de la que solo quería dejar atrás, pues no me
importaba más.
— ¿Sí? — cuestioné, apartando la mirada del pasillo y entornándola detrás de él, donde el delgado
cuerpo de 16 empezó a dejarse ver una vez que subió la escalera.

Sus delgados brazos estaban cargando unos delgados barrotes metálicos como si no pesaran nada,
me sorprendió ver lo fácil que le resultaba cargarlos y dejarlos en el suelo. Pero claro, los
experimentos eran fuertes, todos, sin excluir a las mujeres.

—Solo quiero que sepas que estoy tratando, yo no soy el monstruo— regresé la mirada a esos
orbes marrones que ya no me observaban a mí, de hecho no observaban nada más, Adam se había
girado para volver al sótano después de soltar esas palabras que incluso, hicieron que la enfermera
girara para verlo a él y luego a mí.

Fue una mirada que duró solo un instante antes de que se apresurara a bajar las escaleras,
trotando con torpeza. Solo hasta que ella desapareció y hubo silencio otra vez, exhalé con fuerza,
ni siquiera dudé en inclinarme y tomar el jugo de naranja del suelo al igual que las galletas que no
terminé de consumir, para calmar esta inquietante hambre.

No iba a preguntarme cómo o por qué, porque claro que sabía a qué se debía. Pero tan solo tomé
del jugo un perturbador y rotundo estruendo metálico hizo que me atragantara con el líquido en
mi garganta. Lo escupí todo al suelo, tosiendo mientras el sonido metálico disminuía y se convertía
en un extraño chirrido que me estremeció, me puso las vellosidades de punta.

Aun con la garganta calada, me levanté dejando que las galletas cayeran de mis muslos, dejado que
mi mano apretara el arma y que mi mirada quedara clavada en una sola parte del bunker al
reconocer que el golpe metálico no había provenido del sótano…

Proveía de la segunda entrada.

Estaba segura que el ruido era de ese pasadizo, ¿provenía de la ventilación? ¿Era un experimento
queriendo entrar? No lo supe sino hasta que tuve el valor de mover las piernas, no sin antes mirar
al otro pasillo y levantar el arma. Sentí como el cuerpo entero se apoderaba de horro cuando vi lo
que sucedía, cuando mis ojos observaron vaporizados lo que se mostraba delante de mí, viendo
como esa luz roja parpadeaba desde el monitor pegado a la segunda entrada, esa entrada que…

Lentamente se estaba abriendo.


— ¿Qué sucede? —la exclamación de Adam y su aparecimiento inesperado me hizo respingar. No
supe voltear, las piernas no me respondieron, ni siquiera pude apartar la mirada de esa puerta,
solo escuché como sus pasos disminuían detrás de mí, seguramente, mirando lo mismo que yo.
Enseguida escuché su gruñido maldiciendo a la nada, antes de verlo salir disparado hacía el
pasadizo con el arma apuntando la entrada que proo segundos se detenía su apertura y luego
continuaba.

Reaccioné, haciendo lo mismo que él, ignorando aquellas voces que se apenas se alzaron detrás de
mí, era de Rossi y de la enfermera. Corrí lo más pronto posible, sintiendo como cada parte de mi
cuerpo temblaba de miedo en tanto me acercaba y veía los centímetros que la puerta empezaba a
separarse de la pared metálica. Adam corrió al monitor en la pared, tecleando con voracidad el
código que instantáneamente el monitor cancelo.

Otra maldición salió de sus labios, pero siguió tecleando, una y otra vez…. Sin lograr nada al final.

El terror comenzó a llenarse en la habitación, a llenar mis pensamientos de todo tipo de preguntas.
¿Por qué estaba abriéndose? ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué la luz roja? No obtuve ni una de
esas respuestas.

— ¿Qué está ocurriendo Adam? ¿Por qué se está abriendo? — Rossi se veía desesperada, asustada
sin dejar de a Adam, esperando una respuesta que nunca le llegó. Levantó su arma señalando a la
apertura que no terminaba de expandirse cada segundo más.

— ¡La puta mierda! Todos atentos— graznó Adam, apartándose del monitor al ver que nada de lo
que tecleaba paraba la apertura. Se acomodó más adelante que nosotros, exaltado y sobre todo,
atento a esa terrible oscuridad en la que cada parte de mi cuerpo se sintió asechado, una
sensación tan espeluznante que aumentó mi temblor. Temía saber de quienes se trataban.

Eran los monstruos.

Oh no, no, no, no. Esto no podía estar pasando, ¿cómo estaba sucediendo? ¿Cómo era posible?
No estábamos listos…
— ¡Pym! —La voz de Rojo se escuchó muy lejana, amortiguada por el chirrido de la puerta que
cada vez más dejaba al alcance la oscuridad del otro lado, esa oscuridad que fue oculta enseguida
cuando la espalda ancha de Rojo apareció frente a mis ojos—. Detrás de mí.

Eso fue algo que no pude hacer, moviendo mi cuerpo pavorido por el miedo para sentir luego de
estar a su lado, a mi corazón salir huyendo por mi boca cuando el silenció se hizo, cuando la luz
roja dejó de parpadear en el monitor y la puerta dejó de correrse…

Llegando hasta el tope de su apertura.

—Atentos —profirió lenta y claramente Adam, retrocediendo un poco más frente a mí. Rossi hizo
lo mismo, acercándose a él, sin quitar ni un segundo la mirada de la oscuridad, nadie lo hizo, nadie
más se movió entonces.

Esperábamos lo peor.

—Él no está infectado —la grave voz de Rojo a pesar de ser un murmuro audible para mí, recorrió
los rincones más oscuros de mi cuerpo en un largo hilo de sonidos repetitivos que estremeció
hasta el más pequeño de mis órganos. Pero a pesar de lo que dijo, él no bajó el arma, solo se
movió un poco más, ocultándome unos centímetros más detrás de su espalda.

Repentinamente algo se escuchó en toda esa oscuridad. El miedo que ese estruendo me había
provocado me endureció las entrañas y rasgó mis huesos cuando del otro lado de esa puerta, una
mirada aterradoramente reluciente se abrió paso entre las tinieblas a la poca luz de nuestro
bunker.

Ni siquiera pude respirar un poco al reparar en todo su sombrío aspecto.

Un infernal silencio llenó de inquietud y miedo nuestro alrededor, cuando todos reconocieron ese
rostro de piel bronceada, esa silueta y ese inhumano color de ojos. Era un experimento. Un
experimento sano, sin infección, y vistiendo un extraño uniforme negro. Pero, ¿cómo había llegado
hasta el bunker? ¿No dijo Adam que solo un grupo limitado de personas sabía las claves de los
bunkers?

En un segundo, ya nadie miraba ese rostro, sino la enorme arma negra, en cambio yo no podía
dejar de ver sus escleróticas negras como las de Rojo, repletas de unos ordenes es cetrinos— más
anaranjados que verde. Si él tenía de ese color las escleróticas, quería decir que miraba las
temperaturas, ¿cierto?

Mi corazón dio un salto de susto cuando se adentró aún más al bunker, a pasos relajados con su
peligrosa postura.

—Suelta el arma o disparo — las palabras amenazadoras de Adam no funcionaron cuando una de
esas largas comisuras oscuras, se estiró en una sonrisa tan endemoniada y macabra que detuvo mi
respiración.

Su impotencia en altura y esa penetrante mirada, provocaron que incluso verde 16 se ocultara
rápidamente detrás de nosotros.

—No va a funcionar— Su voz exploró la segunda entrada en sonidos graves y roncos. Esos orbes
naranjas se pasearon con libertad sobre cada uno de nosotros para detenerse especialmente en
Rojo—, porque no vinimos a matarlos.

Eso me dejó en shock.

— ¿Cómo qué…? — Adam también había quedado en shock—. ¿Cómo que no vinieron a
matarnos? ¿Quién más viene contigo? ¡Responde!

Y no fue tanto el miedo o la sorpresa que tuvimos con su aparición como el que sentimos cuando
una docena de siluetas empezaron a sombrearse, acumularse al pie de la segunda entrada y ser
iluminados por las farolas del búnker. Cuando mis ojos repararon en todos sus aspectos, el arma
amenazó con caer de mis manos.

Creo que no fui la única que sintió esa misma amenaza en sus manos, Adam y Rossi parecían haber
quedado inmóviles— sobre todo Rossi—, con los ojos abiertos en par en par, pálidos y a punto de
desmenuzarse.

Y es que era imposible…


Eran personas…

Eran experimentos…

— Bien hecho, soldado naranja—Mis ojos se detuvieron sobre un sujeto de cabellera más canosa
que castaña, que se abría paso hasta estar al lado del experimento lleno de imponencia. Él vestía el
mismo uniforme que el experimento, de hecho, todos los demás llevaban el mismo uniforme
negro y con chaleco antibalas cubriendo su ancho cuerpo.

Sonrió, repentinamente ese hombre canoso y de complexión robusta, sonrío con malicia, un gesto
que puso demasiada tensión en nosotros, más aún cuando esos orbes azules se detuvieron en
cada uno de nosotros.

—Pero miren nada más que tenemos aquí— resopló en una clase de tono bromista que hizo que
Rojo apretara el arma en sus manos —. El castillo estaba repleto de princesitas.

23 Rojo.

23 ROJO

*.*.*

Había mucha tensión que sus palabras dejaron, sobre todo en Rojo y Adam quienes eran los únicos
del grupo cuyas miradas se mantenían endurecidas y atenta s a cualquier extraña acción de ellos.
El resto de nosotros estábamos hechos un manojo de nervios mientras ellos dos se mantengan
inmóviles, y peor estaba 16 que se ocultaba detrás de mí, aferrándose a mi espalda, susurrándome
una y otra vez una pregunta: ¿Quiénes eran ellos?

Lo mismo me preguntaba, pero estaba claro que la única pregunta que importaba aquí era, ¿por
qué razón estaban aquí? Apenas pasó un día desde que Adam mandó mensajes de ayuda desde la
Tablet o, mejor dicho, eso intentó.

Quizás sus esfuerzos por contactarse con algún sobreviviente del laboratorio habían surtido efecto.
Quizás eran ellos.
— ¿A qué han venido? — preguntó Rossi—. ¿Recibieron nuestro mensaje de ayuda?

—Responderé las preguntas una vez que bajen sus armas. No estamos aquí...— pausó mirándonos
nuevamente a cada uno de nosotros—, para matarlos.

Mi garganta repentinamente se me secó cuando soltó aquello con un atisbo de voz divertida y
escalofriante.

— ¿Cómo podemos estar seguro de ello? — Adam escupió la pregunta, echando una mirada a
cada uno de ellos que nos señalaban con sus armas, sobre todo al naranja en el que fijé la mirada
con más claridad al darme cuenta de que estaba mirándonos a Rojo y a mí, como si de pronto
fuéramos algo interesante.

Eso solo me consternó más que, tuve que mirar a Rojo para saber si él se había dado cuenta de su
mirada, pero no. Rojo pasaba su mirada a cada uno de ellos, atento y cuidadoso. Pestañeé y volví
la mirada a él solo para saber que ahora, con severidad, miraba a Adam.

— ¿Cómo sabremos que no dispararan si nos están señalando? — Adam completó su pregunta.

Un instante fue silencio para que al siguiente esa extraña risa removiera nuestras entrañas y
llenará el bunker perturbadoramente.

— ¿No es lo mismo que están haciendo ustedes?

—Con la única diferencia de que ustedes son más que nosotros— recalqué.

Eso hizo que él estirara aún más su sonrisa, y que esa sonrisa perturbadora le llegara hasta los ojos,
marcando aún más todas sus arrugas.

—La única forma en que yo los mataré será sabiendo que están infectados— dicho esas palabras
con su grave voz, no pude evitar estremecerse del miedo, sentirme más asustada que antes al
recordar que Rojo seguía teniendo los colmillos.
Tuve miedo, mucho miedo, los colmillos no se le habían caído y no desaparecieron, pero la batería
había dejado de crecer en su interior o, mejor dicho, ya no estaba en el cuerpo de Rojo. Habían
pasado muchos días y él se devoraba las galletas con gusto cuando en el área roja, las escupió con
un gesto de asco. Era claro que estaba sano, ya no estaba contaminado, pero la pregunta era,
¿ellos querrán lastimarlo al ver sus colmillos?

Ni un experimento tenía por naturaleza colmillos, ¿cierto? Creo que Michelle o Rossi lo hubiesen
mencionado antes cuando recién nos encontraron.

—Pero los experimentos termodinámicos ya los revisaron así que estoy consciente de que están
sanos— Y con eso, retiró una de sus manos de su arma, alzándola junto a su cabeza de una forma
que todos vieran el movimiento de sus manos. Una indicación que hizo que todos ellos bajaran sus
armas.

Miré a cada uno de ellos, había tantos hombres y mujeres experimentos vistiendo los mismos
chalecos, todos con una mirada endurecida, otros pocos, como ese experimento de orbes naranjas
y el hombre al mando, manteniendo una leve torcedura de sus labios con malicia. Ese sin duda era
un gesto bastante inquietante como para desconfiar de sus palabras.

Algo no me gustaba de ellos.

—Ahora quiero que ustedes hagan lo mismo— pidió viéndonos con severidad. Le di una mirada a
Rojo, notando como mantenía su postura peligrosamente quieta y alerta, con la mirada clavada en
ellos, estudiándolos. Creo que él tampoco confiaba en ellos... Adam estaba igual y por la forma en
que sus cejas se arqueaban y fruncían, preocupado. Sus manos apretaron y arma ese dedo en el
gatillo temblaba, sin embargo, bajo esa mirada azulada demandando que obedeciera, Adam retiró
el arma, enfundándola en su cinturón, Rossi hizo lo mismo, y luego les seguí yo.

No quería bajar el arma, pero debía hacerlo, de otro modo estaríamos en problemas. Si nos
poníamos en contra, no saldríamos vivos, era seguro...

Por otro lado, mirar a mi derecha donde se encontraba Rojo, me retuvo la respiración, él seguía en
la misma posición, con sus brazos estirados sosteniendo el arma, su cabeza levemente cabizbaja,
su mirada oscura y endemoniada clavada amenazadoramente en una única persona, esa misma
que se mantenía mirándolo con interés, y una escalofriante diversión, eso sin duda me dejó
espantada.

Rojo se miraba dispuesto, firme a disparar, y me pregunté por ese momento, por la forma en cómo
miraba al hombre, si ya lo conocía. Pese a si lo conocía o no, él tenía que bajar el arma, debía, o lo
lastimarían.

—Baja el arma—Rojo no hizo ni un gesto a la orden de Adam, se mantuvo imponente y peligroso,


desconfiado, ante todo, decidido a no bajarla. Eso solo hizo que aquel hombre alzara su brazo
nuevamente, y tan solo vi la intensión que tenía cuando el soldado naranja y otro experimento de
ojos verdes levantó su arma señalando a su cabeza, mi cuerpo se invadió de horror, sentí mis
huesos rasgados por una terrible sensación porque él dispararía.

No. No iba a dejar que le dispararan.

De inmediato mis manos volaron a su brazo, tomándolo con delicadeza, un solo tacto que hizo que
él pestañara, y que los ojos de aquel hombre se posaran en mí. Lo ignoré, poniendo atención
únicamente en Rojo, rogando que girara y me mirara.

—Rojo... Baja el arma— pedí por lo bajo, mirando como su pecho se inflaba con fuerza, para
exhalar y así, bajar el arma al fin. Obedeciéndome. Eso me hizo sentir solo un poco de alivio, solo
un poco porque aquel hombre habló.

—Así que este enfermero rojo ya tiene dueño, interesante— No me gustaron esas palabras, y
mucho menos el tono en que lo dijo, tan tentativo como para levantar el arma y dispararle a la
boca—. También tengo algunos experimentos que también tienen dueño humano, ¿no es así
Doce? — sostuvo el viejo, pronunciando ese último número en un extraño tono que me amargó la
boca. Dio una mirada de rabillo al experimento de orbes naranjas que, de todos, él era quien más
daba miedo. Él no tardó en clavarle una mirada de rabillo al hombre de mayor edad, severa y fría.

Y quedé sorprendida. ¿Él tenía una humana por pareja también? ¿Tenía una relación amorosa con
una humana, como Rojo y yo?

—Ahora responde— Adam alzó la voz, dando un paso adelante, más cerca del hombre de lo que
estuvo antes—. ¿A qué han venido a este bunker?
— ¿Vinieron a causa de nuestro mensaje? —repitió Rossi la pregunta, algo que estiró más esa
sonrisa maliciosa del hombre.

— ¿Mensajes? Mis hombres y yo solo salimos a buscar provisiones para la gente que cuidamos,
sabemos que los bunkers guardan grandes cantidades de alimentos en su almacén por eso vinimos
— replicó él, en un tono espeso, casi altivo. Sus palabras terminaron sorprendiéndonos, dejando
que sus palabras se repitieran una y otra vez en nuestra cabeza. ¿Eso quería decir que había más
sobrevivientes que ellos, qué nosotros, qué los de la base?

— ¿Cuántas personas son? — La pregunta resbaló de mis labios. Esos orbes azules pasaron de ver
a Adam, a verme a mí, sus labios curvados, se tensaron un poco cuando repararon en todo mi
aspecto.

—Si no te importa— volvió a pausar, esta vez, dejando que su arma le colgara de una mano—.
Primero tomaremos por lo que vinimos, después responderemos sus preguntas una vez
lleguemos...

— ¿Una vez lleguemos? ¿Nos llevaran con ustedes? — cuestioné, lanzando una corta mirada a
Rojo, cuyas cejas se mantenían fruncidas, y sus labios apretados en una mueca perturbadora.

— ¿No es eso lo que todos quieren en esta porquería de lugar? Y por lo que veo, es lo que ustedes
necesitaban — Arqueé una ceja con su comparación tan extraña. Aun así, lo entendí, pero seguí
confundida, dudosa de ellos, entonces no nos harían daño, ¿o sí?

El hombre dio una serie de pasos hacia mí, pero cuando Rojo se enderezó y se corrió de tal forma
que cubriera la mitad de mi cuerpo, se detuvo. No tenía que bajar la mirada hacia sus manos para
saber de qué forma apretaba su arma, poco faltaba para que la alzara y comenzara a disparar,
agujerando el cuero del hombre.

En cuanto esos ojos azules se clavaron en él, el soldado naranja dio zancadas para estar junto al
hombre, en una posición amenazadora, apretando el arma en sus manos.

—Tranquilo— No supe a quién le decía esas palabras, si al experimento naranja o a Rojo, pero el
soldado naranja apartó volviendo a su antiguo lugar, el hombre también retrocedió, pero alzando
sus manos y viendo a Adam—. Escuchen, somos más de 100 sobrevivientes, sumando a los
experimentos. Ya tenemos un plan para salir de este laboratorio, así que ayúdenos a cargar
comida, mantas y todo tipo de material metálico que pueda servirnos, y vengan con nosotros. Las
personas también son un importante recurso...

Las mismas palabras que Adam una vez dijo, y eran ciertas, entre más personas seamos usando
armas, más podemos sobrevivir en el laboratorio, repleto de monstruos. Pero, aun así, seguía
desconfiando de ellos, tal vez eran sus posturas frías y amenazadoras, o esas miradas y la forma en
que permanecían formados sin inmutarse, sin mirar si quiera detrás de ellos para revisar del otro
lado del umbral del bunker si un experimento contaminado se acercaba a ellos o no.

No se les miraba no una pisca de miedo en sus rostros y no solo hablaba de los experimentos, sino
de las personas uniformadas.

—De aquí, tu pareces ser el más sensato— dijo, acercándose a Adam una vez que le dio toda una
mirada a su cuerpo varonil—, tú y tu grupo vendrán con nosotros al primer bunker, solo si quieren,
por supuesto no obligamos a nadie a venir, aunque en estas circunstancias todos quieren estar en
un lugar a salvo y con otr...

—Iremos—El hombre ni siquiera había terminado de hablar cuando Rossi exclamó. ¿En serio
acababa de decir que iremos? Yo no estaba del todo de acuerdo. Adam le dio una mirada molesta,
y ella volvió a exclamar, sonriente—. Todos iremos con ustedes.

— Sin embargo, no te pregunte a ti— enfatizó con frialdad, viendo de reojo a Rossi quien había
quedado estática y pálida, y entornando la mirada a Adam—. ¿Qué vas a responder tú?

Hubo mucha tensión que su pregunta dejó en el ambiente mientras ellos dos se compartían una
mirada turbia.

—Tengo más de una docena de hombres cuidando fuera, no puedo hacerlos esperar si no me
respondes— Entorne asombrada la mirada al umbral, ¿tenía más hombres afuera del bunker? Por
eso ni se preocupaban de cerrado la puerta. Pero, ¿cuántos eran en total? No podía imaginar el
número, debían de ser más que los sobrevivientes de la base.

— ¿Y si decimos que no? — Esa pregunta no salió de los labios de Adam, sino de los carnosos
labios de Rojo que incluso había alzado su mentón un poco, casi como una mirada intencional en la
que demostraba que no les temía.
—¿Hablan en serio? ¿Planeamos salir de aquí y ustedes simplemente prefieren quedarse? Pues…
Nos llevaremos toda su comida y armamento, y los dejaremos aquí, desafortunadamente solos y
hambrientos— terminó diciendo, y solo no pude creer que dijera que se llevaría nuestras armas.
Eran nuestras, no suyas, ¿con qué íbamos a defendernos? —. Pero nosotros no queremos eso, y
ustedes tampoco, ¿verdad?

Envió una mirada de suficiente seguridad a Rojo quien terminó apretando sus puños y
endureciendo esa quijada. Por supuesto, haría lo mismo, el bastardo solo nos estaba tentando,
dejando ninguna opción para quedarnos en el bunker. Era claro que al final, tampoco nos dejaría
quedarnos. Así que al final no había motivos ni para responderle.

—Iremos con ustedes— espetó Adam con el mismo disgusto.

(...)

Vaciaron todo el sótano, tomando las cajas de provisiones y materiales sanitarios, lo mismo
hicieron en cada una de las habitaciones, vaciándolas, llevándose hasta las camas con todo y
colchón, algo que sin duda me dejó desconcertada, los experimentos tenían una fuerza sin igual
cargando tanto metal como cajas y sacándolas del bunker hacia el pasadizo, sin queja alguna,
incluso hubo quienes arrancaron trozos de paredes metálicas, no imaginé para que las
necesitarían, pero, en fin.

También quedé perturbada al saber el número de personas que cuidaban el exterior cuando un
par de linternas del tamaño de un brazo se encendieron y posicionaron en cada lado del umbral
del bunker, alumbrando todo a su pasó. Una que otra de esas personas y experimentos entraba
para ayudar con las provisiones, pero el resto mantenía una firme posición en la que apenas se les
podía ver respirar.

Solo recordar el número de cuerpos destrozados en el comedor, me hacía creer que lo que miraba
era solo parte de mi imaginación, pensé que la gran mayoría de los trabajadores habían muerto y
que solo una muy pequeña parte sobrevivió, pero vaya equivocación, ¿cuántas personas con
exactitud trabajaban en el laboratorio? Fuera cual fuera el número, ya no era importante, sólo los
sobrevivientes.

—Yo no confió en ellos, Pym— la voz baja y grave de Rojo, con su crepitado al final, recorrió mi
cuerpo entero como una descarga eléctrica—. ¿Y tú?
Retiré la mirada de los experimentos que cargaban las últimas cajas de comida del primer pasadizo
junto al sótano para girar y subir el rostro a ese par de orbes que se hallaban clavados donde
mismo.

—Supongo que sí, tienen armas, tienen seguridad y planean salir de aquí, además hay muchos
experimentos y saber que los dejan usar armas me tranquiliza— comenté, con inseguridad
soltando una exhalación—. Dicen que hay más personas que cuidan de ellos en otro bunker.

Eso dijo el hombre después de que Adam le contestará muy forzadamente, y después de que él
extendiera una sonrisa y palmera el hombro de Adam como si fuera un buen amigo. Mencionó que
el lugar donde se protegían era el segundo bunker que construyó el laboratorio, el cual se
encontraba junto a este, separado por una larga pared. Dijo, también, que su objetivo era llegar
por la primera entrada, pero vieron que el techo del túnel en el que estaba nuestro bunker, había
colapsado y cubierto el otro lado de la entrada, por lo tanto, tuvieron que tomar otro camino para
llegar hasta nosotros.

Confesó también, que más de 100 sobrevivientes lo habitaban, y más de la mitad de ellos estaban
con él ahora mismo, dejando únicamente a los infantes y algunos guardias de seguridad. Eso era
algo que también nos había sorprendido, que hubiera experimentos infantes a su cuidado. La
pregunta era saber cómo los trataban. Si como animales, o como personas, pero viendo como el
hombre al mando, trataba a todas esas personas con insultos, dudaba.

—Hay algo que no me gusta— Sentí pronto después de su murmuro, sus dedos acariciando mi
cadera para anclarse en ella y acortar los centímetros entre nosotros, una distancia tan pequeña
que poco faltaba para que nuestros labios se rozaran—. Tengo un mal presentimiento, y él no me
cae bien.

Con él, se refería a ese hombre canoso. Para ser franca también tenía un muy mal presentimiento
de ellos, después de todo el hombre nos Obligó a acompañarlos, cuando pudo haber utilizado
otras palabras para conversarnos de ir con ellos.

—Siento lo mismo— susurré, apenas audible, aunque sabía bien que él me había escuchado.

Y entonces recordé algo, recordé la forma en que Rojo miró al hombre minutos atrás después de
que Adam decidiera por todos nosotros ir con ellos, la manera en cómo lo fulminaba era como si
quisiera matarlo.
— ¿Conoces a ese hombre? — inquirí, viendo a sus enigmáticos orbes y encontrando seriedad en
ellos.

—Si— respondió, espesamente, mirando un momento a mis pies y luego a mis labios que
permanecían abiertos de la sorpresa. En ese instante, un asqueroso sabor regresó a la punta de mi
lengua, y maldije en mi interior cuando esas desgraciadas nauseas volvieron, justo en el momento
menos indicado.

No, no era el momento para vomitar frente a estas personas o salir corriendo en busca de jun
baño… así que me obligué a tragar rápidamente y abrazar mi estómago, poniendo atención a Rojo.

— No quiero que estemos cerca de él, sé que no le agradan los experimentos—Sus palabras
trajeron consigo confusión.

Iba a preguntarle por qué, que cosas había hecho ese hombre como para que lo hicieran
desconfiar de él. Pero no pude ni mover la boca, y no era por las náuseas o porque abrazar mi
estómago no había funcionado ni un poco para calmar el asco que repentinamente tenía, sino
cuando algo más se escuchó por detrás. Interrumpiéndonos.

— ¿Agradarle? A Jerry ningún experimento le agrada y eso no nos importa.

Aquella voz femenina nos dejó aturdidos a ambos, estremeciendo nuestros cuerpos. Hizo que
nuestro contacto se rompiera en un instante y que él levantara la mirada para ver detrás de mí, lo
imité enseguida, dando un paso atrás para voltearme y quedar tiesa como una piedra al ver quien
estaba frente a nosotros, a un par de metros.

—¿Solo por eso no quieren ir con nosotros? ¿Por qué desconfían de un viejo musculoso? ¿Y a
dónde irían sin nosotros? No hay otra alternativa que nosotros.

Pestañeé saliendo de mi aturdimiento, no pude evitar recorrer su cuerpo, y subir con lentitud hasta
esos ojos solo para saber que era un experimento... Podía reconocerla aun teniéndola varios
metros lejos de nosotros, su tamaño, su belleza, y un cuerpo muy bien desarrollado y curvilíneo en
las zonas perfectas, mucho más que el cuerpo de Verde 16. Un cuerpo con proporciones incapaces
de pasar desapercibidas.
—Ignoren a los humanos que creen que somos animales y que no podemos emparejarnos con
quienes queramos, lo importante aquí es que todos salgamos de este lugar, y eso es lo que
queremos hacer.

No sabía cómo reaccionar al ver esos orbes rojos repletos de pestañas oscuras, largas y onduladas
que avivaban un encanto enigmático, eran igual de intensos y perturbadores que los de Rojo,
dueños de un rostro tan definido y suave que parecía haber sido dibujado por dioses, y no estaba
exagerando ni un poco, hasta una mujer quedaría sin respirar.

Yo ni siquiera podía sentir mis pulmones, pero más que su belleza, era saber la imponencia que
emanaba de ella.

Esa mirada tan femenina como depredadora se clavó únicamente en Rojo, estudiando desde la
punta de sus pies hasta lo el último de sus cabellos alborotados, luego se clavó en mí y también me
estudio.

—Tranquilos, no muerdo— aclaró—. Mi clasificación es Rojo 23, quisiera tener un nombre, pero
aún no decido— no esperé su presentación, menos ese par de comisuras apenas formando una
sonrisa débil en su rostro —. ¿Cuál es su nombre?

—No es de tu incumbencia— soltó Rojo entre colmillos afilados en un tono de voz grave y sutil. En
ese segundo, los carnosos y curvilíneos labios rosados del experimento, hicieron una mueca, hasta
ese momento me di cuenta de que había estado mirando los labios de Rojo, con sus párpados
levemente contraídos. Sospechosos.

Repentinamente sus piernas largas y marcadas por sus jeans oscurecidos se movieron
inesperadamente, una tras otra en su dirección, dejando el hueco de sus pasos como un largo y
escalofriante silencio, sin detenerse hasta estar a centímetros de él, con una distancia de sus
rostros demasiado pequeño que me inquietó. Sobre todo, cuando ella estiró esa sonrisa
escalofriantemente atractiva en esos carnosos y largos labios rosados.

—Voy a pedirte que me abras tu boca— ordenó sin gritar, dejando que su aliento se implantará en
cada poro de él. Ladeando su afinado rostro femenino sin dejar de mirar con esa misma intensidad
a Rojo, examinando cada pulgada de él—. Abre tu boca, sino quieres que yo te la abra de otra
forma. Hablo en serio.
Eso me hundió el cejo, construyendo un sabor amargo en la garganta, ¿por qué le estaba pidiendo
eso? Iba a reaccionar, y estaba a punto de preguntarle el por qué...

Cuando esa mano delgada voló de su arma a la boca de Rojo, un movimiento voraz que apenas fue
detenido por la mano de él, cuando esos dedos alcanzaron a rozar sus carnosos labios lo suficiente
como para levantar un poco el superior y ver un par de colmillos. Ella alzó la mirada de su agarré a
esos ojos que la penetraban con severa molestia.

—No puedes ocultar esos colmillos, los vi desde el momento en que abriste la boca— informó,
haciendo un mohín con sus labios, sin siquiera forcejear el agarre brusco de su muñeca, solo hasta
que él la soltó.

—Él ya no está....

—No estoy infectado— terminó diciendo Rojo algo que también quería aclarar, en un tono
engrosado y bajo, inclinando un poco su cabeza hacía atrás para apartarse de su rostro.

—Tal vez no— repuso, dejando por segunda vez que con su acercamiento su aliento abrazara la
piel de sus labios—, pero se sabe que la bacteria puede resguardarse en los colmillos, con una
mordida podrías infectar a otros, por eso te aconsejo que te los arranques.

— ¿Y crees que él va a estar mordiendo a las personas? Esta sano, no infectado— ahora era yo la
que escupía la pregunta antes de que ella dijera otra cosa, logrando que esa mirada carmín se
posicionara sobre mí para amoldarse en un gesto como si fuera un chiste.

—Querida, el problema no es la mordida, la sustancia que procrea a los parásitos podría salir de los
colmillos e infectar el resto de su cuerpo— Muy a parte que me había desconcertado que me
llamara querida, que dijera eso sobre el parasito me aflojó las piernas, un gran iceberg cayó a la
boca de mi estómago—. No pondremos en riesgo a nuestros infantes en el bunker solo porque él
lleva esos colmillos que el parasito misma creó.

Eso golpeó mi cabeza, me dejó noqueada. No había pensado jamás en eso, solo que los colmillos
eran parte del parasito, pero no que en ellos se alojara el parasito y que esta incluso podía salir de
ellos y contaminar otra vez a Rojo.
Solo pensar en eso oprimía mi pecho. ¿Realmente algo como eso podía suceder? Pero había algo
que no terminó de convencerme completamente y eso hizo que ventara las siguientes palabras.

—Pero no lo entiendo, ustedes dijeron que estábamos descontaminados, si crees que sus colmillos
llevan el parasito, ¿por qué no la vieron antes? —mi pregunta la hizo lanzar la mirada a Rojo
mientras se apretaban sus labios de irritación.

— ¿Los dientes tienen temperatura? —arqueó una de sus delgadas cejas negras cuando preguntó
—. No lo tienen, extrañamente estos colmillos son alguna clase de incubador, creados por la
sustancia que desarrolla a los parásitos cuando la temperatura a su alrededor es bastante baja, por
eso dijimos que no estaban contaminados, aun así, tener esos colmillos es bastante arriesgado.

Me aturdió su explicación, y me pregunté como un experimento podía saber eso, tal vez antes ya
se lo habían explicado, quizás, no lo sé, pero era muy buena. Sí ese era el caso, entonces era mejor
que Rojo se arrancara los colmillos.

Ese rostro blanco y de labios rosados, se aseveró, miró a sus lados a un par de experimentos se
acercaban para pasarnos de largo y salir del bunker con más de dos cajas cargando entre sus
brazos. Ella siguió sus cuerpos en todo momento, y cuando se sombrearon y desaparecieron,
aclaró su garganta.

—Como eres de mi clasificación, y son muy pocos los de mí área, te lo estoy pidiendo como un
favor— Respiró hondo y dio un paso atrás, enfundando su arma en el bolsillo de sus mezclillas—.
No los van a dejar irse, necesitamos más personas para protegernos y salir de aquí todos juntos,
por lo que te quitaran ellos mismos los colmillos, pero es mejor que lo hagas a tu manera. Será
menos doloroso y tranquilo, volverán a crecer.

Su voz desconcertante me confundió más, parecía hablar con sinceridad y eso era lo que me
confundía. Se construyó un silencio solo entre ellos en el que sus miradas se mantenían una sobre
la otra, ahora esos carnosos labios femeninos ya no estaban sonriendo ni mucho menos tenía una
mueca. Hubo algo que me confundió en ella y que logró que una pregunta palpara mi boca, fue
exactamente lo que dijo sobre los colmillos y el dolor al quitárselos.

— ¿Cómo sabes eso? ¿Hubo otro que antes estaba infectado? —quise saber, ella lanzó sus orbes
carmín en mi dirección y asintió a una de mis preguntas, torciendo nuevamente esa media sonrisa
que no era por felicidad, solo era perturbadora.
—Yo me infecté—confesó y contraje mi frente, mirando de soslayo a Rojo para darme cuenta de
que eso a él le había sorprendido—. Me arranqué el parasito cuando estuve a punto de
devorarme al hombre que me gusta…

Un escalofrió sacudió toda mi espinilla, se esparció por todo mi cuerpo hasta desboronare, lo que
confesó había sido tan perturbador que toda mi mente se vació.

—Ellos nos encontraron poco después, pero me arrancaron los colmillos con pinzas, dijeron que los
colmillos incubaban el parasito—contó, esta vez, mirando a Rojo— Te cortan los labios y te abren la
quijada para tener más acceso a su boca, por eso es mejor que te los arranques por ti mismo—lo
último pareció más una petición que soltó con seriedad, casi desvaneciendo esa sonrisa que por un
momento diminuto tembló.

Quedé patinando, tratando de no imaginarme esa escalofriante escena, dudosa de creer que lo
que dijo había sido cierto, hizo exactamente lo mismo que Rojo arrancándose el parasito, pero era
imposible que ella supiera eso de él, así que tampoco podía está mintiendo.

Pero que le cortaran los labios y rompieran la quijada solo para quitarle todos los colmillos era…
terrible. Miré a Rojo, poniendo atención en su delineado perfil, como tras unas profundas
respiraciones en las que vio a la mujer en silencio, la examinó y contempló de extraña forma, torció
su rostro para mirarme.

—Me los arrancaré, Pym—manifestó, también estaba de acuerdo en que lo hiciera, así el parasito
no seguiría en su cuerpo. Así, él estaría fuera de peligro, aunque ya estaba agradecida de que
cuando nos examinaron, no hallaron ni una migaja de contaminación en él.

—Pero no te los arranques aquí o los humanos pensara que estas contaminado, y hacen un drama
de nunca acabar—soltó con cierta sorna, revisando alrededor, sobre todo al hombre canoso que a
varios metros de nosotros estaba dando órdenes a uno de sus hombres—. Sera mejor que vayan tú
y tu pareja a una de las habitaciones vacías para arrancártelos porque en minutos nos estaremos
yendo de aquí—mencionó ella, cruzando sus brazos por encima de su pecho oculto debajo del
chaleco. Rojo la vio un instante, y luego vio detrás de ella donde un largo pasadizo se extendía.

—Eso es lo que haré— aclaró, poco después de que empezara a alejarse de mí y de ella, en
dirección a ese corredizo blanco en el que un par de experimentos deambulaban cargando un
colchón—. Pero, Pym, no quiero que me acompañes.
Eso me confundió mucho.

—¿Por qué? —pregunté enseguida, con el entrecejo hundido y la mirada clavada en él.

—Creo que porque le dará vergüenza que lo veas chimuelo — comentó ella, mordiendo su labio
inferior como si de pronto se resistiera a soltar una sonrisa.

—Pero te puedo ayudar—decidí, soltando mi estómago enseguida. Y apenas iba a dar los primeros
pasos cuando él se giró y negó con una gran severidad.

—Mejor busca a 16 verde.

(…)

¿Dónde estaba ella? ¿Dónde se había metido la enfermera? Minutos atrás había encontrado a
Rossi y a Adam discutiendo algo, dos personas que no me interesaban en lo absoluto, pero 16, ella
ni siquiera había dado sus luces, empezaba a preocuparme, o se había ocultado o tal vez ya estaba
fuera del bunker, no lo sé. Solo quería encontrarla y volver al umbral para saber si Rojo ya se había
arrancado sus colmillos.

Saber si todo había salido bien, saber si le había dolido. Saber si le habían salido sus dientes, eso
que todavía recordaba.

Tragué con fuerza, y aceleré mi caminar sobre el corredizo blanco, ignorando a las personas que
me encontraba en el camino y que dejaban su mirada sobre mí, como si sospecharan que me fuera
a escapar. Me acerqué a la siguiente habitación para abrir la puerta, después de tantas que revisé,
y darme cuenta de que tenía el mismo desordenado panorama con una alacena completamente
vacía.

— ¿Verde 16? — hice la misma pregunta que con anterioridad repetí en otras recamaras, mi voz
recorrió todo ese cuarto, sin respuesta alguna que llegar al instante—. ¿Estás aquí? Soy Pym, no te
haré daño.
Me adentré sin demorarme para buscar en el baño, y al no encontrar nada, salí y revisé el resto de
habitaciones de todo ese pasadizo hasta llegar al siguiente, donde también hice lo mismo, sin
hallar ni un pequeño rastro de ella. ¿En dónde se metió o acaso algo malo le había sucedido? No
fue sino hasta que llegué a la habitación de los guardias que un extraño sonido me dejó
completamente inmóvil, con los pies clavados en el suelo.

Los oídos me retumbaron, me zumbaron solo un instante para callar y apreciar ese largo sonido
femenino que terminó rasgando cada pequeña fibra de mis músculos para apretujar mi cuerpo con
un ansioso nerviosismo.

Alcé la mirada de la habitación de los guardias, un poco mareada, y miré detrás de mí, estudiando
el pasadizo y las habitaciones con las puertas cerradas. El corazón me saltó desbocadamente
cuando ese gemido se escuchó con un poco más de fuerza y largura.

Se me helaron los huesos cuando terminó repitiéndose por tercera y una cuarta vez. Y comencé a
temblar, al saber que no era cualquier gemido…

Era un gemido de placer.

Solo reconocer ese sonido, mi mente me volvió a las duchas de la base, cuando los gemidos
ahogados de Rojo convulsionaron cada pequeña parte de mi interior hasta destrozarme en
pedazos fragmentados a punto de volverse cenizas.

—No es él, Pym, tranquila…—susurré, tratando de tranquilizar mi desbocado corazón y el hueco


que quiso aumentar en mi pecho.

Volví a mirar alrededor, sintiéndome intranquila, y solo cuando ese gemido se escuchó con más
intensidad, casi como si fuera el chillido de un clímax que volvió mis piernas gelatina, mi mirada
quedó clavada en una habitación en específico, asegurando que provenía de ella.

El silencio amenazo con atascarme la saliva en la garganta, inquieta e insegura, mis piernas se
movieron, una y otra vez en esa sola dirección, mis dedos crispados se apretaron en mi playera con
fuerza en tanto me acercaba, con el aliento entrecortado.
Otro gemido… Y algo se removió en mi interior cuando reconocí ese gemido femenino, mis ojos se
abrieron en grande cuando escuché un retumbar en la pared cercana a la puerta, quedaron
clavados sobre la perilla dorada de la puerta. Otro gemido más largo y retrocedí de inmediato.

Temblequeé inevitablemente.

No, claro que no iba a abrirla para averiguar de qué se trataba porque estaba claro lo que sucedía
ahí dentro, y solo pensar de quién se trataba, me confundió aún más.

Ella estaba teniendo sexo, pero, ¿con quién? ¿Con quién estaba la enfermera? ¿En serio estaba
teniendo relaciones con alguien ahora mismo? ¿Cuándo nos habían forzado a irnos con ellos?
¿Estaba haciéndolo con uno de ellos o con un...? ¿Un experimento? Pero estaba claro que no
parecía forzada a hacerlo, sin embargo, ella gemía como si lo estuviera disfrutando, como si
quisiera más.

—Pym, ¿qué estás haciendo aquí?

Esa—muy —inesperada voz tan grave como ronca me hizo respingar, sentí todos mis huesos y
músculos saltando debajo de mi piel por el susto, incluso ahogué un grotesco chillido que apenas
salió de mis labios. Giré sobre mis talones para quedar atada a esos orbes caminar que me
observaba a medio metro.

—Pensé que estarías en la entrada y cuando regresé y no te vi vine a buscarte—Mientras hablaba,


mis ojos interceptaron instantáneamente sus carnosos labios que, en tanto se abrían para
pronunciar una palabra, mostraba una línea bien acomodada de dientes blancos…

Dientes… No colmillos. Solo ver el aspecto que sus dientes le daban a sus labios cuando se
estiraban, me dejó en una clase de ensoñación. Con sus dientes ahora parecía más humano que
antes.

Un retumbar del otro lado de la puerta me sacudió los pensamientos.


—Sigo buscándola…— respondí apresuradamente, y la saliva amenazó con ahogarme cuando tan
solo terminé de hablar, el gemido de 16 se alzó con fuerza, de tal forma que la mirada de Rojo se
entornara a la puerta, contraída, confundida—. Aunque ya la encontré…

El segundo bunker.

EL SEGUNDO BUNKER

*.*.*

Estaba intranquila, no dejaba de mirar detrás de mí solo para saber el camino que habíamos
recorrido fuera del bunker, aunque eso era algo que no podía hacer, ya que con cada paso que
dábamos la oscuridad se adueñaba del bunker.

Las farolas del pasadizo que recorríamos estaban fundidas, quebradas, partes de ellas se hallaban
por el suelo, siendo pisoteados por nuestros pies, su crepitado al romperse recorría el enorme y
aterrador silencio que se adueñaba de nosotros. Lo único que resplandecía y alumbraba, eran las
enormes linternas que se hallaban a varios metros de nosotros, iluminando el resto del camino de
adelante que nos llevaría al bunker de ellos.

Había un olor espantoso en todo el ambiente, un olor insoportable como a carne podrida, y sabía a
qué se debía y de dónde provenía. Hace tan solo unos minutos habíamos pasado de un bulto de
cuerpos de experimentos contaminados que ellos mataron y los acumularon como cubos de
basura junto al bunker.

Al principio cuando salimos no me había percatado de los experimentos muertos, sino fuera
porque Rojo me advirtió que no me acercara tanto a los costados del túnel, porque ahí estaban
ellos, muertos, y es que todo estaba oscuro, incluso el interior del bunker de un momento a otro
oscureció por completo. Me aferré tanto al cuerpo de Rojo durante el camino, solo hasta que al fin
encendieron otra vez las linternas.

Supe entonces que le sacaron el combustible que quedaba al bunker para llevárselo a su escondite
y utilizarlo cuando lo necesitaran, cuando el suyo se terminara.
Rojo 23, el experimento femenino que también había estado contaminada del parasito, nos dijo
que el bunker estaba cerca del de nosotros, que, si no fuera porque agujeraron una de las paredes
separaban los bunkers, estaríamos recorriendo los pasadizos y el centro del laboratorio por más de
una hora. Y sabiendo que casi todas las manos de su grupo estaban ocupadas cargando muebles y
alimento, en una hora podían suceder terribles cosas.

Por eso caminábamos con rapidez, siendo guiados por el sujeto canoso que iba mucho más
adelante que los demás, con el soldado naranja y otro experimento a su lado, ambos
termodinámicos, cuidando el camino.

A veces miraba de qué forma torcían sus rostros, igual que lo hacía Rojo con una velocidad tan
perturbadora que incluso te llenaba de terror todo el cuerpo instantáneamente, porque sabias que
había visto algo... Pero ellos torcían sus cuellos y su cabeza, solo por un instante antes de volverlos
a enderezar.

Que hicieran eso, me daba un poco de tranquilidad. Me hacía pensar que no había peligro, solo
por ahora. Todos ellos tenían armas a excepción de nosotros, así que, si un experimento
apareciera, ellos tendrían oportunidad de defenderse. No quería pensar en lo que podría suceder
si algo así llegara a pasarnos debido a que éramos los únicos que no podríamos defendernos.

Todo lo que no quería encontrar eran más monstruos. Ya no estábamos debajo de un techo
medianamente seguro, armados y mucho menos me encontraba en una posición en la que pudiera
pasar peligro, correr a mi manera y llegar a tropezar con cualquier cosa.

Dentro de mí había vida. Solo pensar en eso, en la probabilidad de que quizás no fuera un bebé
saludable y saber que ahora las cosas podrían complicarse más de lo que ya estaban, me oprimía el
pecho, lo hacía doler. Pero lo único que más podía desear era que ellos no fueran malas personas,
y que no lastimaran a Rojo. Que jamás se peritaran de mi embarazo...

Aunque eso sería una tontería, tarde o temprano algo crecería de mi abdomen, y solo para que
nadie lo notara, tendría que utilizar ropa holgada, pero, ¿dónde conseguiría ropa? Además, había
otro problema, solo sería un corto tiempo para que Rojo se diera cuenta del futuro bulto.

Y para que yo me diera cuenta si eso me afectaría, me mataría, o no sucedería nada. La verdad era
difícil pensar de qué saldría salva de este lugar, o de este embarazo.
Apreté mis puños sobre mi estómago cuando un vuelco en su interior sacudió mi cuerpo
estremecido, debilitando hasta mis rodillas, haciendo que incluso mis pasos disminuyeran.
Rápidamente sentí la mano de Rojo tomar mi cintura desde atrás, casi rodeándome, eso hizo que
mis pasos se acelerarán un poco más, aunque su mano igual me detuvo, atrayéndome hacía su
cuerpo, y girándome hasta estar delante de él, ignorando el caminar del resto.

Subí el resto quedando atrapada por el color de sus orbes que apenas se miraban entre tantas
tinieblas, me observaba con preocupación, examinando la forma en que apretaba mis labios.
Enseguida sentí su otra mano sosteniéndole de la cintura, asegurándose con firmeza de que no
fuera capaz de caer al suelo.

— ¿Otra vez el malestar? — preguntó en un tono bajo, sentí su cálido aliento cubrir parte de mi
rostro, se inclinó un poco más, una corta distancia en la que con un corto movimiento hizo que su
nariz rozara con la mía—. Puedo cargarte si te sientes mal.

Me temblaron los labios cuando los separé para contestar algo que por loa vuelcos estomacales no
pude soltar. Tragué forzada, y respiré hondo, tratado de reponerme.

Pero no sirvió, los vuelcos seguían insistentes, convulsionando los músculos de mi estómago,
provocando temblor en mis huesos, escalofríos que me estremecieran en sus brazos, que me
hicieran tiritar. Y lo que no quise que ocurriera, pasó cuando él bajó la mirada a mi cintura y sus
manos se amasaron con más firmeza a ella, sintiendo mi temblor.

Me sentí peor.

Esto era lo que no quería que sucediera. Si seguía con estos mareos, náuseas o fiebres en una zona
donde estaba expuesta a cualquier ataque de un experimento, sería una carga. Una completa y
maldita carga, eso era lo que no quería ser para Rojo.

Lo que no quería llegar a ser en este lugar.

Complicaría las cosas.

Lo empeoraría todo.
Cerré con fuerza mis puños por segunda vez, obligándome a apretar los músculos de mi estómago
y forzarme a enderezar mi cuerpo frente a esa endemoniada mirada de preocupación.

—Estoy bien— mentí, forcé una leve sonrisa que él contempló, y que hizo que sus cejas se
hundieran con extrañes—. De verdad estoy bien, Rojo. No te preocupes.

Escuché su lenta exhalación y tan solo desinfló su pecho, sentí como retiraba una de sus manos de
mi cintura para colocar su dorso sobre mi frente y deslizarla lentamente hasta mi mejilla húmeda,
hasta ese momento me di cuenta también, de que había estado sudando.

—Tienes fiebre otra vez, Pym— me hizo saber, sonó inquieto—. Esto no me está gustando.

Sus orbes de pronto se ocultaron debajo de sus párpados, atemorizando mis huesos, esa
deteniendo hasta el más pequeño latir de corazón, al darme cuenta de lo que haría enseguida.
Revisaría mi temperatura otra vez y eso era algo que no quería. No debía permitírselo, al menos
conmigo, en este momento.

—Me siento bien— le rectifiqué y agradecí que mi voz no saliera temblorosa ni rasgada. Mis manos
volaron para apoyarse en su pecho cubierto de su camiseta blanca y acariciarlo un poco. Ese tacto
le provocó abrir sus orbes, volverme a mirar a los ojos—, en serio, no me duele nada.

Siguió mirándome del mismo modo, preocupado, inseguro, no me creía. Yo tampoco me creía lo
haría, después de todo no era buena mi tiendo. Se me ocurrió otra desesperada idea, y fue
impulsarme con los pies y romper con todo espacio de nuestros labios para besarle un momento,
un beso en el que él tardó el corresponder. Volví a besarlo, antes de apartarme y encontrar para mi
lamento, la misma mirada.

Y bastaba decir que no era la única mirada que se mantenía sobre nosotros a causa de nuestro
beso. No, algunos de los experimentos que caminaban por nuestros lados cargado material y
metales, no estaban observando, había confusión en sus rostros de ojos de diferente color, pero
ninguno dejaba de caminar, seguían su paso, y aun pasándonos de largo, volteaban para daros una
segunda o una tercera mirada.
—Sera mejor que empiecen a caminar— Esa voz masculina salió de los labios de uno de ellos que
se detuvo a un par de metros de nosotros. No era un experimento, sino una persona, de miraba
grisácea, una mirada endurecida y enfada que nos contemplaba con disgusto.

Evalué inevitablemente su rostro, sintiendo esa inquietud enseguida al tener esa sensación
creciente tan familiar mientras más reparaba en su aspecto, en esas castañas cejas y ese cabello
rapado de un solo lado del rostro, la sensación crecía más cuando mis ojos pararon en esa cicatriz
que se extendía en el lado izquierdo de su mejilla. Pestañeé desconcertada volviendo a su mirada
grisácea adornada por pestañas oscura, una parte de mí aseguraba que ya antes la había visto,
pero la otra no estaba tan segura. ¿En dónde lo miré? ¿O lo conocía? No, si fuera así él estaría
actuando de otra forma, ¿no? Ahora mismo parecía frio y molesto.

Quizás solo me lo estaba imaginando... quizás no, no lo sé.

—Hablo en serio, si no quieren problemas, caminen—espetó sacándome de mi pequeño trance,


tomando su arma entre manos y arqueando una ceja al no ver nuestra reacción—. Rápido.

Cerré mis labios y miré a Rojo, dándome cuenta de que él también estaba observándolo con una
severidad que me abrumó aún más, con sus contraídos parpados y el rostro un poco cabizbajo,
peligrosamente.

—Vamos, Pym—La voz de Rojo salió escupida entre sus carnosos labios, se atrevió, aún debajo de
esa inquietante mirada, a tomarme de la mano. Pronto sentí su mano acomodándose sobre el
agarre de la mía. Sus cálidos dedos se entrelazaron con los míos, apretándome de tal forma que no
me lastimara. Su calor se transfirió desde esa zona a todo mi cuerpo con la forma de un escalofrío.

Di una última mirada al hombre moreno antes de sentir como Rojo tiraba de mí para hacerme
caminar, apartándonos de él enseguida, hundiéndonos en un extraño silencio en el que sentí la
tentación peligrosa de voltear y buscar esa mirada.

Estaba segura... Estaba segura que le conocía, pero, ¿por qué no dijo nada?

—Cualquier malestar, Pym—pronunció Rojo, marcando cada palabra con su grave y ronca voz—,
no dudes en decírmelo.

(...)
Después de un— no tan— largo camino, nos detuvimos frente a un enorme agujero de pared de
concreto, se alzaba desde el suelo hasta el techo y se extendía a los lados a más de tres metros, los
escombros, sin embargo, se mantenían creando una pequeña montaña que debíamos escalar para
pasar al otro pasadizo de la pared.

Era el agujero del que nos habían mencionado, y que una vez cruzado llegaríamos en cuestión de
pocos minutos a su bunker. Rojo me ayudo a escalar, sosteniéndole de la mano y apretando mi
cintura con la otra para no resbalar, aunque esa pequeña montaña de escombros, no era para nada
un peligro su en mi condición.

Del otro lado de la pared, el pasillo largo y silencioso estaba alumbrado por grandes esferas, en las
que no había necesidad de utilizar las grandes linternas. Me sentí aliviada de no estar rodeada de
oscuridad. Pero nuevamente mareada cuando ese aroma putrefacto, tal como el que olfateé fuera
del bunker, regresó.

Cubrí mi nariz de inmediato, revisando los alrededores sólo para encontrar un par de cuerpos
humanos esparcidos por el camino frente a nosotros. Odié mucho no poder retirar la mirada de
encima, odie la morbosa curiosidad cuando dejé que mi mirara reparara en su desagradable
aspecto y me diera cuenta de que sería difícil olvidar esa imagen tal como sucedió con los cuerpos
aplastados en el suelo, cuando salimos del túnel de agua. El primer cuerpo estaba a pasos de
nosotros, le hacía falta un brazo, toda la piel de su hombro estaba desgarrada al igual que la de su
espalda repleta de grandes y perturbadoras heridas como si unas garras hubiesen pasado sobre él,
brutalmente.

Lo siguiente que vi, me tambaleó, tenía una mordida en la nuca, un enorme agujero en el cráneo
en el que hacía falta un cerebro, repleto de gusanos en miniatura, blancos que se mantenían en
movimiento. Cada pequeño hueso se me estremeció, mis manos volaron apresuradamente a
cubrir tanto mi boca como nariz, cuando el olor incrementó aún nivel que amenazó con hacerme
vomitar en ese instante.

—Deja de mirar—soltó Rojo. Su cuerpo colocándose frente a mis ojos cubriendo el asqueroso
panorama, me levantó la mirada para colocarla en esa enorme mano masculina que salió volando
hacía mí, pronto la sentí tomar mi espalda baja y darme un empujón suficiente para hacerme
caminar y apartarme del cuerpo—. No veas los cuerpos, Pym.
Su tono había sido tan serio y grave, que lo sentí más como un regaño que como un consejo, pero
fuera lo que fuera tenía razón, debía dejar de ver los cuerpos, de otra forma yo misma estaría
siendo una idiota por provocarme los vómitos. La mano de Rojo permaneció en mi espalda baja,
aferrándose para mantenerme junto a él en todo momento, apartándonos nuevamente del
segundo cuerpo putrefacto que apareció más adelante, y que terminó siendo pateado por uno de
los experimentos para apartarlo del camino.

—Perdón—solté en un hilo de voz que se ahogó en las palmas de mis manos. Las retiré
rápidamente de mi boca, para repetir las palabras a esa mirada carmín que me examinaba: —. Lo
siento.

Pero él no dijo nada más, ni siquiera asintió para hacerme saber que lo había escuchado, solo
permaneció serio, mirando en frente, sosteniendo mi mano con fervor durante el camino.
Silenciándonos, moviéndonos de izquierda a derecha conforme los cadáveres se presentarán.
Alejándome de las vistas y aromas fuertes y repugnantes.

Los vuelcos seguían ahí, revolcando mi estómago, aún no eran lo suficientemente fuertes como
para hacerme vomitar. Y esperaba que no fueran fuertes, que no me provocara arcadas.

Era todo lo que pedía que no sucediera delante de todas esas personas, presentes.

Respiré hondó y dejé que mi cuerpo suspirara y mis ojos siguieran viendo más al frente, atrapando
enseguida ese delgado cuerpo oculto entre ropa masculina que se encontraba junto a Rossi, y el
cual se mantenía abrazado por sus propios brazos. Era Verde 16. Sus orbes verdosos se mantenían
viendo a los alrededores, hacía los experimentos que la pasaban de largo.

Solo verla me hizo recordó lo que pasó en el bunker. Un incómodo momento del que me arrepentí
que Rojo y yo fuéramos presentes.

En cuanto le dije a Rojo que ya la había encontrado después de escuchar sus fuertes gemidos de
placer, supe que él sabía que ella lo estaba disfrutando, y bastante. No hizo falta decir nada más y
explicarlo, aunque que tuvieran sexo en un momento como ese, era inapropiado, entonces en
silencio nos apartamos.
Sigo preguntándome con quién lo estaba haciendo, para tener relaciones tan intensas en ese
instante, debía de conocer a ese experimento. Ni siquiera sabía si lo estaba haciendo con un
experimento, pero debía de serlo, después de todo ella guardaba rencor a los examinadores.

No lo sé, no sé nada de ella, solo que sufrió mucho. Sin embargo, pensé también que ese
experimento estaría con ella durante el camino, pero estaba al lado de Rossi. Manteniendo una
distancia.

— ¡Llegamos! —esa exclamación me puso los nervios de punta, había sido un sonido tan grave y
escalofriante que recorrió todo el sendero del pasadizo, hacía el camino que dejamos atrás.

Alcé la mirada, al igual que lo hizo Rojo sobre toda la multitud, quedando clavados en todo ese
metal que se construía en un muro de una entrada, implantado en el suelo, cubriendo del otro
lado una enorme estructura un poco redondeada de lo más alto, y que reconocí de inmediato.
Tenía la misma entrada que el bunker en el que nos ocultábamos, mejor dicho, la misma forma
externa. Seguí mirando, evaluando y hallando todas esas personas que salían detrás de los muros
metálicos, con sus largas armas y sus cascos negros... recibiendo de un saludo al hombre canoso
uniformado, quien pronto levanto su mano a la que apenas pude ver el movimiento que hizo.

De pronto un rechinido metálico que emanó de la puerta del bunker, casi respinga mi cuerpo, abrí
en par en par los ojos y observé como se corría la enorme puerta metálica, ante nosotros, poco
podía mirar de su iluminado interior, pero sentí esa profunda curiosidad de saber, conocer, lo que
se ocultaba del otro lado.

Empezaron a entrar, con sus grandes cargas entre brazos al interior de ese bunker, y avanzamos. La
mano de Rojo se separó de mi espalda solo para envolver mi mano y apretarla

—Ahora es cuando más desconfió —emitió, no había calma en él, ni en sus movimientos, ni en la
forma en como comenzó a mirar a las personas—. Una vez dentro, no será fácil salir de lo que sea
que intenten hacer.

—No intentan nada más que salir de este laboratorio, No seas tan dramático, 09—Se me aceleró el
corazón, al escuchar esa repugnante voz justo detrás de nosotros. A pesar del susto, no hacía falta
voltear para saber que se trataba de Rossi—. Ya existen los monstruos, no hay cosa peor que ellos.
—¿Crees que no la hay? ¿Y qué hay las personas que intentarán lastimar a los experimentos una
vez en la superficie? No sabemos nada de ellos, quizás eso es lo que tienen en mente hacer una
vez que salgamos—solté, en un tono molesto.

Y era cierto, eso era a lo que Rojo más temía al igual que yo. Que una vez en la superficie estas
personas intenten experimentar con ellos otra vez, tal como lo hicieron en el laboratorio.

—Es un buen punto para que ambos se sientan desconfiados, pero sería imposible de que eso
suceda, ¿ya vieron que son más experimentos que personas? Eso sin contar las armas que llevan
cargando, si desconfiaran de nosotros desde cuento estarían matándonos, ¿no lo crees? Pero, ¿por
qué no lo hacen? Eso quiere decir que confían en ese hombre llamado Jerry—confesó,
apresurando sus pasos para colocarse al lado de mí, como si nada en el pasado hubiese sucedido
entre nosotras.

Sus palabras me habían dejado un poco asombrada, sabiendo que conocían a algunos
sobrevivientes de este grupo.

— Nadie del exterior vendrá por nosotros, y sería difícil sobrevivir en el laboratorio solo. No hay
nada mejor que estar en un grupo con armas que tiene una manera de salir de este lugar, así que
no tomen una mala decisión.

Esas palabras, aún a pesar de que ya antes las había pensado y sabía la probabilidad ye l bloqueo
de señales que tenía el laboratorio, me desinflaron de golpe mi pecho, llenándolo de un vacío
temible y abrumador.

—Por si fuera poco, ellos recorrieron todo el laboratorio, reuniendo a los sobrevivientes que
puedan, experimentos o personas—dijo, y en ese segundo de silencio, miré hacia adelante,
dándome cuenta de lo cerca que estaba la entrada de nosotros—, para sacarlos de aquí, mañana.
No se puede desconfiar de personas así.

La sorpresa que me dejó, golpeó como iceberg helado todo mi cuerpo para congelarme en mi
lugar, sentir como en ese instante el hielo se derretía y un calor recorría con adrenalina el interior
de mis venas, acelerando hasta mi corazón, que desbocado, escarbaba en mi pecho para salir
huyendo.
— ¿Mañana? —Casi me atragantaba con la saliva. Pero estaba sorprendida, azorada de sus
inesperadas palabras.

Mañana o dos días. Solo pensar en que podría ser mañana, saber que Rojo y yo después de todo
podíamos salir con vida de este lugar, cosquilleo mi estómago de emoción y nerviosismo. Las
preguntas invadieron mi cabeza en cuestión de nanosegundos, preguntas que hicieron que enviara
mi mano desocupada sobre mi estómago, sobando por encima de mi vientre donde los botones de
mis jeans lo apretaban un poco.

Y la emoción se esfumó dejando solo el nerviosismo, muchas cosas podían llegar a ocurrir cuando
intentáramos salir y todavía las que ocurrirían una vez salido de aquí...

La miré asentir mi cara pareció divertirle por la desgraciada sonrisa que dejó crearse en su boca
rosada, quise quitársela.

—Vaya que te sorprendiste. Hablé con uno de los que conozco, su plan para salir de este lugar es
bastante impresionante, aunque peligroso.

Peligroso... Sus palabras se repitieron en mi cabeza.

Me di cuenta que Rojo estaba viendo mi vientre, observando con sus cejas fruncidas como mi
mano se movía alrededor de la tela, los nervios me escamaron la piel, retiré enseguida la mano
para morder mi labio inferior. Tan solo vi que sus orbes rojos se levantaron para verme de
inexplicable forma, decidí mirar a otra parte, o mejor dicho a Rossi...

Sentí un gran arrepentimiento al darme cuenta que ella también había mirado esa acción.

Maldición.

— ¿C-c-cuál es el plan? —Me sentí una estúpida cuando tartamudeé, siendo más que obvia que
me puse nerviosa por lo que hice. Sobre todo, para Rossi. Esa ceja pelinegra se levantó, arqueada,
deseé regresar el tiempo para evitar ser tan idiota y descuidada, pero era tarde— ¿Cómo piensan
salir de aquí? Ese hombre no quiso contarnos su plan hasta estar en el bunker— recordé,
ignorando su segunda mirada a mi vientre, el cual logró alterar todo mi interior.
De entre todos ellos, no quería que ni ella ni Adam sospecharan de mí. Pero tal vez había
escapatoria todavía, ¿no? Podía hacer como si solo me doliera el estómago y por eso... No, no, eso
sonaría muy tonto.

Seria aun, pero, más evidente de que estaba en cinta.

—Están construyendo una escalera para conectarla al conducto de los ascensores en el comedor.
Dicen que, aunque estos colapsaron al igual que su escalera de emergencia, la salida sigue intacta,
una larga escalera podría alcanzarla.

¿Construían una escalera? Entonces entendí por qué habían tomado material metálico del bunker
en el que estábamos, seguramente lo utilizarían para la escalera que hacían.

Eso era bastante impresionante.

Rossi sonrió con suficiencia, inesperadamente, una sonrisa que aparte de erizar todas mis
vellosidades y congelarme cada órgano, disminuyó, cuando sus ojos pasaron de verme a mi vientre
a alguien más, delante de nosotros. Repentinamente Rojo me detuvo el paso, y ese acto logró que
enviará la mirada a esa dirección, solo para darme cuenta de que el hombre canoso estaba justo
frente a nosotros, sosteniendo su arma entre manos. Justo detrás de él, se mostraba el panorama
del bunker, una imagen a la que no pude prestar atención gracias a él.

—Eres muy buena para los chismes—esfumó. Su sonrisa sí que no me lo había esperado, una
estirada con malicia, hacía Rossi—, pero es mejor contarlos por el que tuvo la idea, y ese fui yo.

Rossi apretó sus labios, eliminando todo gesto en su rostro mientras observaba al hombre.

—Dejando las cosas claras, van a seguirme, los llevare con su amigo el guardia y el experimento
llorón para explicarles sobre algunas cosas— Tampoco escuché su orden instantánea. Cuando en
ese segundo levanté la mirada y vi hacía el rostro de Rojo, me di cuenta de dos cosas, primero que
nada, sus cejas estaban fruncidas y apretadas, aseverando su enojo y tensión, y segunda y más
importante, esos ojos enrojecidos no estaban clavados en el hombre canoso.

Oh no.
Tan solo levanté la mirada en esa dirección, quedé clavada en los ojos zafiros que nos observaban
rígidamente desde una esquina del umbral del bunker, una mirada tenga y de sorpresa que cambió
a una llena de interés. Reparé en su cabello castaño desordenado, y en esos labios carnosos y
torcidos. Lo reconocí, aunque aun así le di una segunda mirada, sin poder creerlo, llevándome su
imagen al paso, justo a ese hombre que salió de un área señalando con su arma a Rojo y
ordenándome a mi apartarme de él.

Sí.

Era ese hombre que salió en compañía de dos chicas de una de las áreas del laboratorio, con armas
en sus manos, apuntando a Rojo. El hombre que no quiso dejarnos entrar al área en el que se
resguardaban, porque Rojo estaba contaminado.

Era Roman.

— Así que ustedes también están aquí, después de todo no te comió el enfermero rojo.

Los monstruos están saliendo.

LOS MONSTRUOS ESTÁN SALIENDO

*.*.*

Era imposible dejar de ver al rededor, examinar el interior del bunker una vez que nos adentramos
y empezamos a seguir al hombre canoso, cuyo nombre era Jerry: un nombre pequeño para alguien
que tenía la apariencia de un ex general duro y malo, en fin.

El lugar era mucho más espacioso que el bunker en el que estábamos antes, grande y enorme, con
más pasillos de los que pudiera contar, y más habitaciones de las que imaginar. Incluso el techo era
mucho más alto.

Y por las muchas personas que se hallaban caminando entre los pasillos cuyas paredes blancas se
hallaban manchada, y el sonido de las voces tanto de niños como de adultos llenando los
corredizos, imaginé que los sobrevivientes debían ser un gran número. Aunque nada comparable
con la perdida y los infectados.

Sacudí esos pensamientos y me concentré en unos largos tubos de metal resistentes que se
encontraban clavados desde el suelo, alargándose hasta el techo donde también se clavaban a un
enorme trozo de metal que ocultaba la ventilación. Solo ver esos tubos formando un triángulo
desde el suelo al techo, me hizo pensar que a ellos les había sucedido lo mismo que a nosotros.
Debía de ser, si no, ¿por qué otra razón estaría cubiertas las ventilaciones? No había otra más que
esa. Experimentos que también entraron por las ventilaciones en busca de carne humana. Me
pregunté cuántas personas habían sido atacadas.

Pensar en ello, en lo que probablemente sucedió aquí, era terrible.

—Los tubos de las ventilaciones...

—Algo que también les sucedió a ustedes por lo visto—interrumpió Jerry, antes de que Adam
terminara su comentario—. Aunque ya arreglamos ese problema, los malditos monstruos están
intentando salir a la superficie, las ventilaciones o el drenaje eran su objetivo, así que seguramente
ya habrá salido uno que otro.

Me tambaleé, instantáneamente mis gelatinosas piernas dejaron de moverse, se me clavaron los


pies al suelo, sintiendo como un escalofrió subió desde la planta de los pies hasta todo mi cuerpo,
rasgando de horror mis nervios. Lo primero que pensé fue un rotundo no en el que mi cabeza negó
en movimientos.

No, no, no... Eso no podía ser verdad, no podía suceder, ¿cierto? Estaba mintiendo... ¿O escuché
mal?

Levanté la mirada del suelo, donde la había dejado clavada del shock, y vi que no fui a la única a la
que le afectó sus palabras, Rossi y Adam habían dejado de caminar también, haciendo que el
silencio de sus pasos lo detuvieran a Jerry también y se girara para que, al vernos, estirara media
sonrisa, como si nuestras reacciones le divirtieran.

— ¿Están intentando salir de aquí? — Yo también quería saberlo. No. Tenía que saberlo.
—Intentando no, lo están haciendo— replicó y solo me dejó más perturbada.

— ¿Cómo sabes eso? —aventé de mi boca la pregunta con rapidez, con esa misma sorpresa—.
¿Cómo sabes que están saliendo? ¿Lo han visto?

Entornó la mirada en mi dirección, dio un repaso de toda mi estructura y arqueó la ceja, finalmente
cuando llegó a mi rostro. No entendí por qué me miraba el cuerpo entero, si ya antes lo había
hecho.

—La única salida es el comedor— esta vez fue Adam quien se apresuró a hablar cuando Jerry no
dijo nada por unos segundos —. No se puede salir de otra forma.

No sabía con exactitud si lo que decía Adam era cierto, porque no recordaba nada, pero esperaba
que tuviera razón. Entonces me sentiría más tranquila, pero no fue así, no cuando él ladeó su
rostro y marcó esa perturbadora sonrisa torcida, alzando más sus arrugas.

—No estés tan seguro—escupió, sus palabras me estremecieron los huesos, secaron mi garganta.
¿Qué quería decir con eso?, ¿había otra salida a parte de los elevadores? —. Hasta hace poco
existía la salida por la oficina del director y creador de este laboratorio, Chenovy.

«Pero explotó y ocultó todo bajo un derrumbe y una inundación, aun así, existe una puerta que
lleva a la superficie y cualquier monstruosidad es capaz de llegar a ella con el tipo de garras que
tienen. Pero eso no es lo mejor. Están haciendo agujeros en los techos... Hay cientos de ellos, sobre
todo en los túneles donde el techo no está brindado de acero, seguramente también han
intentado salir por la escalerilla de los ascensores.»

No, no, no. No podía estar pasando eso. ¿En verdad estaban saliendo? ¿O algún monstruo ya logró
salir? Pero nunca vi un agujero... Sin embargo, siempre me pregunté por qué los experimentos
empezaron a salir de las ventilaciones. ¿Era por qué buscaban una salida del laboratorio?

Se me heló la sangre con el simple pensamiento. Si salían de aquí todos esos monstruos, ¿qué
sucedería entonces? ¿Qué pasaría en el exterior?
Se volvería un caos. La respuesta llegó a mí en forma de púas escañándose en mi cráneo
llenándolo de dolor. Si los experimentos contaminaban a otros, nada terminaría. Sería el infierno
otra vez... O peor.

Mucho peor...

Sus caras son una mierda entera— Su comentario no tuvo nada de gracia.

—Debe ser imposible, los agujeros tal vez sean...— Adam ni siquiera pudo terminar sus palabras,
cuando fue interrumpido por el hombre.

—Ya tuve suficiente de explicaciones absurdas— Y comenzó a caminar, apartarse más de nosotros,
obligándonos a seguirle por detrás, para escuchar el resto de sus palabras—. Sino fuera porque nos
encontramos a esos animales escarbando su agujero, también me verían explicando que topos
gigantes hicieron de nuestro techo, su hogar.

En esa situación tan delicada, ¿se ponía a hacer bromas? Deteste que tuviera el valor de soltar
palabras con sarcasmo. Cualquiera en su lugar estaría igual de sobresaltado como nosotros,
entenebrecidos de saber que esas criaturas aterradoras estaban —sino es que ya— saliendo del
laboratorio.


‌‌‍Unos dedos largos deslizándose alrededor de mi mano, me sacaron de mis pensamientos, miré aun
con los párpados muy abiertos, en esa dirección, sintiendo cono la mano de Rojo se entrelazaba
con la mía, la apretaba, se aferra a ella. No tardé en subir la mirada para saber que había estado
observándome todo este tiempo.

Ver la forma en que me contemplaba, con preocupación, oprimió mi pecho. ¿Cómo habíamos
llegado hasta este desastre y nadie aún venía a rescatarnos? ¿Alguien allá fuera se daría cuenta de
las monstruosidades antes de que estas llegaran a atacar la ciudad?

Era extraño incluso pensarlo tantas veces y darme cuenta de que había muchas cosas fuera de
lugar. De un orden, de la lógica. Si el laboratorio estaba oculto, y ni el gobierno sabía de su
existencia, ¿aun así no debería alguien saber de este laboratorio? Quiero decir, era casi imposible
que todo el mundo que conociera de este laboratorio se encontrará atrapado en este lugar, para
ser secreto debería de haber alguien allá afuera que tuviera relación con el laboratorio para
mantenerlo oculto, que estuviera de alguna forma vigilándolo o contactándose con él, ¿no?
A pesar de que todas las señales de radio, telefónica y Tablet, estuvieran bloqueadas para
conectarnos con el exterior, debía de existir esa fuente de conexión con esa persona del exterior,
¿cierto? Si encontrábamos esa conexión, podríamos contactarnos e informar de lo sucedido, y
advertir lo que ocurría, y pedir ayuda...

— ¿Sabes lo que sucedería si salen de aquí? ¿Sabes la catástrofe que acontecería? — Las preguntas
exclamadas por Adam me hicieron pestañar.

Lo vi apresurar sus pasos para colocarse frente a él y detenerlo. Su rostro estaba contraído, varias
emociones añadidas en él sin saber cuál colocar antes que todas.

— El laboratorio no está ni lejos del pueblo más cercano a la ciudad de Moscú, van a destruirlo,
contaminar a la población—recordó Adam, y que pronunciara esa ciudad hizo que varias imágenes
se pasearan por mi mente.

Yo vivo en Moscú con mi familia. Repetí en mi interior, porque era claro. Moscú era mi ciudad
según mis recuerdos, ahí era donde yo vivía, pero eso era todo lo que recordaba. Mi casa, mi
habitación, mis padres e incluso mis hermanos gemelos. Pero eso era todo, no recordaba más.

Y eso no era tan importante, solo reproducir las palabras que dijo Adam fueron suficiente para
hundir mi piel en un profundo y aterrador estremecimiento. ¿Qué sucedería si esas
monstruosidades salían a la superficie en dirección a Moscú?

—Podríamos detenerlos con nuestras armas, eso seguramente estarán pensando—comenzó a


hablar el hombre canoso—. Después de todo pusimos un localizador en todos los cuerpos de los
experimentos. El problema es que no estamos hablando de los experimentos contaminados, sino
del personal que recibió una mordida y tuvo la misma deformación que los otros, y, sobre todo,
hablamos del parasito que crece en el interior de los contaminados. Ese es el mayor problema.

—¿Parasito? —escupí la pregunta, completamente confundida, ¿cómo que esas cosas que Rojo se
arrancó estaban saliendo del laboratorio también?

Él asintió, alargando una mueca en su rostro.


—Hallamos a un par de parásitos con el tamaño de un hombre robusto, escarbando en uno de los
túneles —me estremecí de horror ante sus palabras, ¿tamaño de un hombre? ¿Podían crecer así
de tanto? Era imposible, ¿cómo? —. Estas malditas criaturas salen del interior del contaminado
cuando son capaces de sobrevivir a nuestro entorno, hemos visto que cuando son del tamaño de
un brazo o más pequeños se secan con el tiempo, mueren. Pero cuando sobrepasan ese tamaño,
sobrevive y son muy difíciles de matar.

A causa de sus palabras mordí mi labio, apretando también la mano de Rojo. Sintiendo como los
nervios me removían hasta lo más profundo de mis entrañas.

—Ahora entiendo lo que vi en el pasillo del bunker—las palabras de Adam, terminaron por
asombrarnos, sobre todo su mirada que se había detenido en Rojo—. La criatura gelatinosa que te
arrancaste era del tamaño de mi brazo, largo y delgado. Le disparé más de tres veces en la cabeza,
o lo que sea que fuera esa bola que le colgaba, y con una cuarta pude terminar con su vida.

—No tienen cabeza, probablemente era un órgano del enfermero contaminado— la aclaración de
Jerry me hizo tragar con fuerza, y sentí un extraño temor cuando clavó la mirada en Rojo
solamente—. Así que estuviste contaminado, pero no tienes colmillos.

—Se los arrancó—aclaré al instante y con severidad, mi mirada tratando de no enfocarse en el par
de personas que pasaban junto a nosotros para cruzar el siguiente pasillo, al ver la manera en que
las enormes manos del hombre canoso se apoyaban en su ancha cadera rodeada por el cinturón
de funda donde descansaban sus diferentes y pequeñas armas.

—Ustedes los enfermeros rojos sí que saben lo que deben de hacer para descontaminarse, pero no
tienen la misma suerte que los experimentos naranjas, ellos son los únicos que no se contaminan
— contó antes de soltar una larga exhalación y mirar hacía alguna parte detrás de nosotros—. En
fin. Hemos aprendido mucho de estos parásitos en todo este tiempo, así que también sabemos
cómo combatirlos.

—¿Cómo? — las palabras salieron al unisonó entre Adam y yo que hasta nos compartimos una
mirada. Por otro lado, Jerry solo se dedicó a mirarnos y a moverse, apartar a Adam del camino para
cruzar al siguiente pasillo a nuestra derecha.
—Se los contaré una vez entremos a la enfermería —aclaró, y unos cuándos pasos, él se detuvo
enseguida frente a una puerta en cuya perla colocó su mano. Y antes de que la girara y la abriera,
decidí preguntar:

— ¿Y existe alguna forma de comunicarnos con el exterior? — Cuando giró para verme de reojo,
agregué otra pregunta—. ¿Algún canal de radio en dado caso que surgiera emergencias como
esta? No sé, debería existir una comunicación de emergencia.

—Claro que existió— Y eso me golpeó el rostro de palidez, ¿existió? —, pero ahora está debajo de
los restos de la oficina de German Chenovy, por lo tanto, es difícil incluso advertirles a los trabajos
de la planta eléctrica sobre lo que ocurrió en el laboratorio o comunicarnos con el exterior porque
unos imbéciles bloquearon las líneas de comunicación.

—Los que provocaron este caos, ¿no es verdad? —inquirió Rossi, de la nada, después de estar
mucho tempo callada.

Jerry abrió la boca, iba a responder, una respuesta que seguramente ya todos sabíamos porque era
más que obvia, sino fuera por unas risillas infantiles que le sellaron los labios y enviaron su mirada
hacia el pasillo detrás de su hombro, justo donde yo envié la mía también para encontrar a un par
de niños corriendo uno detrás de otro.

Apenas alcancé a ver el color de sus ojos, pero ese pequeño segundo en que distinguí el inusual
color de orbes de uno de ellos, supe que eran experimentos... Experimentos jugando a las
atrapadas.

— ¡Sophía, Gae, no se separen mucho del pasillo! — Un grito femenino levantó mi mirada y la
colocó en una mujer de cabellera pelirroja, atada en una coleta que se sacudía a causa de su
brusco movimiento al detenerse bajo el umbral, con la mirada clavada en los cuerpos de los
experimentos infantes, y un brazo doblado deteniendo a un...

Todos mis huesos se sacudieron, un shock se estampó contra toda la piel caliente de mi cuerpo
hasta volverla fría cuando mi mirada se detuvo a reparar en ese pequeño cuerpecito rodeado por
el brazo de aquella mujer para mantenerlo pegado a su delgada figura.

Oh por Dios, ¿era eso un bebé? Sí. Era un bebé... ¿Por qué tenía ella un bebé? ¿De dónde había
salido ese bebé?
Desconcertada y estupefacta elevé la mirada y la clavé en aquellos orbes rojos que al parecer
miraban lo mismo que yo. Y volví a verla, pero lo que terminé viendo me dejo aún más perturbada.
Tan perturbada que mi mirada se paseó una y otra vez en ese enorme cuerpo masculino
deteniéndose detrás de ella— quien seguía persiguiendo con la mirada a los infantes. Esa escultura
llena de escalofriante imponencia, una esencia tan rotunda y estremecedora como la que sentí la
primera vez que vi a Rojo en el área roja detenido detrás de la pequeña figura de la mujer pelirroja.
Esa que ni siquiera se había dado cuenta de su presencia.

Me detuve a reparar en su perfil bronceado y bien perfilado. Ese que era imposible olvidar. Era el
experimento naranja, al quien llamaban por soldado y el que abrió la puerta del bunker y entró con
un arma entre manos.

Una clase de sorpresa y confusión golpearon mi rostro, fue inevitable no preguntarme que estaba
haciendo detrás de ella, pero entonces, una respuesta llegó a mi cabeza cuando recordé el
comentario que Jerry había hecho en el bunker en el que nosotros estábamos, y la mirada que le
dio al mismo experimento. ¿Ella era su pareja?

Quise saberlo, sentí una profunda curiosidad de saber si lo eran o no. Miré nuevamente el perfil
del experimento, la manera en que reparaba en la pelirroja que le daba la espalda me estremeció.

No estaban muy lejos de notros como para no ser capaz de atisbar hasta el último movimiento de
sus rostros— tan solo unos metros eran lo único que nos separaba—, y esa mirada fruncida con
dolor y preocupación en él me había sorprendido.

—Ah demonios, ya volvieron al nido de amor—las palabras arrastradas del hombre canoso me
hicieron apartar la mirada del momento exacto en que la mujer pelirroja giraba para encontrarse
con el enorme experimento—. Entremos primero antes de que se escuchen los gemidos.

La orden del hombre me hizo entonar la mirada en su dirección, antes de darle una mirada
instantánea a la pelirroja y al soldado naranja. Pronto, Jerry nos hizo una señal de que entráramos
cuando abrió la puerta de esa extraña habitación.

— En privado hablaremos de eso y el plan de salida que tenemos, así que entren ya.

Pronto vi cómo se adentró, no tardamos en hacerlo y seguirle otra vez por detrás, no sin antes
mirar a los niños risueños que se acercaban a nosotros. Nos adentrarnos a esa habitación pequeña
en la que se acomodaban en un rincón dos grandes estanterías repletas de medicamento, y en otro
rincón, un escritorio de oficina con una lámpara sin foco, y todavía, detrás del escritorio, se
hallaban un par de camillas blancas y bien planchadas.

Me impedí seguir curioseando con la mirada porque no era el momento. Observé al hombre que
empezaba a cerrar la puerta con una lentitud en la que lograba que el pernio chillara. Y una vez
cerrada la puerta por completo, todo se hundió en un profundo silencio.

—Pero hay algo peor...—acalló enseguida Jerry, girándose para encararnos desde el umbral.

— ¿A qué te refieres con peor? —indagó Rossi, confundida al igual que yo—. Ya no puede haber
nada peor que saber que los contaminados están saliendo a la superficie.

— Varios túneles están colapsando debido a la columna que sostenía gran parte del laboratorio y
que se trozó con la explosión en la oficina de Chenovy—Su pecho se infló, y él exhaló—, y nos
estamos hundiendo...

Lo que sus palabras trajeron, no solo golpeó de emociones catastróficas mi cuerpo, al parecer esas
palabras tampoco se las esperó Adam y Rossi.

— ¿C-cómo que inundación? — La voz de Adam delataba su sorpresa y shock.

Instantáneamente recordé el túnel de agua, ese miso donde Rojo mató a un experimento. Me
pregunté de dónde provenía toda esa agua helada, ahora sabia la respuesta...

Y antes de que pudiera procesarlo o reaccionar, él agregó:

—Más de la mitad de los túneles contienen agua, agua que viene de las tuberías que se
encontraban en la parte inferior de la oficina del Chenovy, además de esto, la mayor parte de los
túneles están colapsando debido a la explosión y debido a estas malditas criaturas que escarban en
el techo. Esto es algo que todos saben y ustedes deben saber, porque no podemos asegurarles que
el camino al comedor será seguro.
—Mencionaron lo de la escalera, que una vez la terminen saldremos de aquí—recordó Rossi de
inmediato, parecía un poco desesperada por saber—. ¿Cuánto falta para terminarla? ¿Lograran
terminarla hoy?

Hubo una severidad en el rostro del hombre cuando detuvo su mirada en la pregunta desesperada
de Rossi.

—Se espera que dentro de unas horas lo terminemos, pero en unas horas podrían suceder varias
situaciones del otro lado del bunker—respondió él, con una mueca en sus labios—. Aun así, se
hace lo posible por terminarla de manera correcta para que no se rompa una vez la utilicemos.

— ¿Y ya saben quiénes fueron los responsables de todo esto? —me atreví a preguntar, enfatizando
con severidad la pregunta una vez soltado la mano de Rojo para apretar mis puños.

—Sí, lamentablemente sí lo sabemos— respondió como si fuera algo demasiado simple—. Mucho
antes de llegar y tomar este bunker, atrapamos a tres de imbéciles con muestras de sangre de
experimento en sus bolsillos, les dimo su merecido, por supuesto— suspiró él, un segundo antes
de añadir—. Y hace un momento, antes de pedirles seguirme hasta aquí, me informaron que
atraparon a una mujer con muestras de genética y parásitos. Era una mujer bella. Ahora esta en
camino a recibir su castigo, mis hombres se encargarán de ella.

Eso ultimo lo suspiró con desgano antes de rodear el escritorio y sentarse sobre él, no en la silla.

Me estremecí, preguntándome si a ella también la habían matado, aunque lo más probable era
que sí. No permitirían que los culpables vivieran o salieran a la superficie sin pagar por lo que
habían hecho.

—Lo sabía—soltó Rossi, y cuando vi rostro atrapé esa sonrisa nerviosa tratando de permanecer
endurecida en su rostro.

—¿Se puede saber qué sabes? — preguntó él y la sonrisa de ella desvaneció

—Que esto no pudo haber sucedido solo porque sí, sabía que se trataba de algo más, personas,
quizás muchos trabajadores tuvieron que ver y quería robarse las muestras de sangre.
Y no te equivocas del todo. Aunque es claro que entre dos sujetos no pudieron haber hecho algo
como esto, sabemos que hay más involucrados— comentó, de pronto mirándose los dedos de su
mano con interés—. Lo que sabemos acerca de ellos es que no tenían más de 7 meses trabajando
aquí, y todos trabajaban realmente para los que financiaban el laboratorio de Chenovy. Este
hombre se metió en un gran lio con Anna Morózovo y Esteban Coslov al no cumplir con el último
contrato que firmó.

Tuve que ver las caras de Rossi y Adam al no entender quienes era ellos que, por mucho que los
pronunciara en mi cabeza, no podía hallar nada familiar.

—¿De qué contrato hablas? —Adam escupió la pregunta.

—Está claro que ustedes no lo sabrían, esto de los contratos ni siquiera nosotros lo sabíamos hasta
que obligamos a estos imbéciles que trabajaban para ellos a hablar—mencionó él, cruzando sus
brazos bajo su pecho —. Esta industria, por así decirlo, no fue creada con el objetivo que se nos
dijo en un principio, no fue creada para evitar la extinción de especies animales, ni mucho menos
encontrar curas para enfermedades por medio de la sangre de los experimentos humanos que, lo
más probable y la mayoría de ustedes no conociera este último objetivo porque también era una
absurda mentira.

Hundí el entrecejo.

—Esta industria se dedicaba a la creación de órganos para su posterior venta en la superficie—


soltó, y eso nos palideció a todos—. Los órganos eran sacados de los experimentos amarillos,
verdes, blancos y rojos, pero solo los que estaban dentro de la etapa adolescente, y esa etapa es la
más larga por una razón. Era la única etapa en la que su propio cuerpo en desarrollo sufría de una
afección en la que se dedicaba a procrear y duplicar órganos en un número ilimitado.

No.

No podía creerlo.
Hasta mis pulmones habían dejado de respirar a causa de sus palabras. Ahora entendí lo que Rojo
dijo en las duchas de la base a la que Adam y su grupo nos habían llevado el día en que nos
encontraron.

Dijo que le sacan órganos extras sin siquiera ponerle anestesia, le abrían el estómago y le cortaban
los dedos para ver también su acelerado crecimiento... ¿Cada cuánto le hicieron eso? No. ¿Por eso
había sido credo? ¿Esa era la razón por la que crearon a los experimentos? ¿Para ser como una
maquina creadora de órganos? Solo pensarlo hizo que una opresión se adueñara da de mis
músculos y mis manos se guiaran en un par de puños bien apretados mientras la mirada se clavaba
con preocupación en Rojo, en ese par de orbes que instantáneamente se habían dejado caer sobre
el suelo.

Estaba recordando esos momentos, lo supe. Y solo saberlo hizo que un sabor amargo se
impregnara en toda mi lengua. Apreté su mano entrelazada con la mía y él pestañeó al instante,
dejando que ese par de orbes carmín se encontraran con los míos. Quise decirle algo... pero no
supe qué.

—¿Es broma? — me asombró la manera en que el rostro de Adam se rasgó en severidad, como si
aquello fuera una locura imposible de creer.

—No, no es una broma, Tuve la misma maldita cara que ustedes cuando Chenovy nos confesó que
esto estaba ocurriendo por su culpa. Pero después de la explosión en su oficina, no volvimos a
verlo más y ni me interesa saber de ese bastardo que nos mintió a todo.

La manera en que lo escupió, demostraba la ira que sentía.

—Lo peor no es que abusaban de la afección de estos experimentos adolescentes, pero este fue el
trato que Chenovy hizo con estas personas de mierda— espetó, un momento se dedicó a mirarnos
a cada uno de nosotros —. El último contrato que no cumplió este maldito lunático, fue la entrega
de tanques con sangre de los experimentos blancos y verdes para venderlos como un fármaco que
cura heridas graves o erradicar con lentitud enfermedades cancerígenas o problemas congénitos.

(...)
No dejé de pensar en esas palabras el resto del tiempo que pasamos hablando del plan para salir
de este lugar, de las inundaciones en el laboratorio y lo que, me había afectado más que ninguna
otra cosa, la verdad sobre los experimentos.

La verdad por la cual Rojo había sido creado. Creado para la clonación de órganos y para la sobre
producción de glóbulos rojos para utilizarlos como fardamos que curaban malditas heridas de las
personas que compraban su sangre en el exterior.

Malditos monstruos.

Aun cuando nos dieron una habitación para descansar un poco más, ni siquiera podía pensar en
dormir. Estaba estupefacta, en shock, hundida en mis pensamientos, en cientos de preguntas que
me golpeaban una y otra vez. A este nivel, tendría todo mi interior lleno de moretones.

Y no estaba así por esas personas que tuvieron que ver con este desastre. Nos estábamos
hundiendo, nos estábamos derrumbado, los monstruos estaban saliendo al exterior, y nadie aún
venía a rescatarnos. Solo éramos nosotros, los únicos que podíamos salvarnos.

Pero, aun así, lo que más me aterraba era que no lográramos salir de aquí, todos con vida, y que, si
lo lográbamos, con lo que nos encontraríamos en el exterior podía ser peor después de saber para
qué habían sido creados los experimentos.

Dejando aún lado que no tendríamos un techo peligroso sobre nosotros, y no estaríamos
acorralados en cuatro paredes, o dentro de un laberinto, lo que sucedería si más personas se
contaminaban, era una de las grandes dudas, al igual que los experimentos sanos una vez pisado el
exterior.

Una vez que Rojo y el resto de los experimentos saldrían al exterior, no se les permitiría ser libres.
Quizás ni siquiera tendríamos la oportunidad de escapar. Eso es lo que yo quería hacer con Rojo,
escapar de ellos, irnos lejos antes de que tratar ande hacerle algo, porque sabía que no lo dejarían
libre después de todo este desastre. Él, al igual que el resto de experimentos sobrevivientes, era
valiosos. Muy valiosos.

Nadie querría perder la oportunidad de experimentar con ellos más de lo que ya habían hecho,
nadie perdería la maldita oportunidad de abusar de la reproducción de su organismo o su misma
sangre.
Ahogué un grito de sorpresa cuando de un momento a otra, mi cuerpo fue levantado por los
brazos de Rojo. Mis manos volaron a sus hombros para sostenerme y ver sus orbes,
contemplándome con adustez.

Una sequedad que me desconcertó.

—Sé en lo que estas pensado—soltó, no pude evitar morderme el labio inferior—. Pero ese
periodo para mí ha terminado, pequeña, y ya no dejaré que me vuelvan a utilizar.

No sé por qué no pude creer en eso.

—Bajaré tu fiebre— dijo, alzando su rostro y desviando la mirada hacia otro lugar de la habitación
a la que no puse atención, me quedé observándolo, contemplando desde esa posición sus
endemoniadamente atractivas facciones, sintiendo como mi corazón se congestionaba entre más
lo contemplaba.

Sentía que me lo arrebatarían de las manos, tarde o temprano.

Yo no quería perderlo. Ese era mi temor.

Nos inclinó, le sentí mover una de sus rodillas para colocarlas sobre el colchón donde pronto me
bajó, con delicadeza. Se retiró en seguida, pero solo un poco para quedar frente a mí y llevar su
mano a mi mejilla que empezó a acariciar. Un tacto tan cálido y suave que me hizo suspirar.

—No ha bajado nada— su voz grave apenas pude escucharla con tantos pensamientos en mi
cabeza.

—Rojo—lo llamé, aunque tenía su total atención—. Si salimos de aquí... —exhalé las palabras con
poca fuerza, pero no porque me sintiera débil, sino porque estaba preocupada, atrapada en mis
pensamientos más tormentosos—, ¿qué crees que suceda? Ahora que tal vez ya estén saliendo a
la superficie los experimentos contaminados.
—No lo sé— respondió con seriedad. Levantándose e incorporando su imponente cuerpo para
acercarse a una esquina de la cama donde dobló sus rodillas —. Pero te protegeré, eso es seguro.

Protegerme... Yo también quería protegerlo.

Rasgó un trozo de tela de la sabana que cubría la cama. Me pregunté qué haría con ese pedazo,
hasta que lo vi levantarse y tornar sus pasos al baño.

—Yo si se lo que puede llegar a ocurrir— Y no iba a mentirle. Me deslice del centro de la cama
hasta sentarme en el borde del colchón y colocar mis pies sobre el suelo—. Nos reclutaran, nos
encerraran o simplemente correremos por nuestras...— hice una pausa para tragar y escuchar
enseguida el chorro de agua del lavabo en el baño—, vidas. Pero lo que n o dejó de pensar, es que
a ti seguramente te van a querer estudiar...

—No voy a permitir eso— soltó, su voz salió del baño con un ápice de disgusto—. Que nos
esclavicen y nos estudien, ya fue suficiente.

Giré la cabeza, levantando la mirada para pisarla en esos orbes que observaban sus manos
mientras salía del baño. Sus manos sostenían el trozo de tela que arrancó de la cama, mojado y
hecho un puño. Rodeó la cama por segunda vez, hasta llegar junto a mí para posicionarse sobre sus
rodillas. Tal como un príncipe hacía con su princesa...

...O una pareja para proponer matrimonio.

Alzó la cabeza para mirarme un momento, sin una pisca de emoción en su atractivo y abrumador
rostro dueño de unos orbes endemoniados y diferentes a los de un humano.

Esos orbes que recuerdo en mi memoria, eran lo que más me atraían a él... Me enredaban en una
clase de burbuja de ensoñación, en la que me sentía una presa atada a su depredador, pero una
presa sin temor.

—Si tengo que disparar a una persona, lo haré—reveló, al instante, llevando su mano con el trapo
a mi rostro para empezar a humedecer mi frente—. No voy a dejar que me aparten de ti.
Esas palabras me estremecieron no solo el cuerpo, sino el alma. Escociendo los ojos, amenazando
con oprimir con mucha más fuerza mi pecho hasta aplastar mi corazón.

Yo tampoco quería que lo apartaran de mí. Tampoco lo permitiría... Las cosas no serían fáciles
fuera del laboratorio, porque una vez fuera de este infierno, pasaríamos por otro, solo si no
terminaban con la vida de los monstruos antes de que contaminaran a otros. Y todavía recordar
que estaba embarazada, y que tal vez ni el bebé ni yo sobreviviéramos.

Que ironía pensar que después de la tormenta, venía la calma. Eso para nosotros no aplicaba. La
tormenta era nuestro dueño.

Aparté la mano de Rojo con lentitud, al igual que el pañuelo con el que refrescaba mi rostro para
disminuir la fiebre, eso hizo que él juntara un poco sus cejas oscuras, buscando una explicación. No
había ni una razón, más que la pregunta que hacía que mis labios se abrieran temblorosos.

Pensar en todas esas cosas, solo hacía que tuviera más necesidad de contárselo a Rojo, pero antes
quería saber si él sabía que era un embarazo. Un bebé... Lo que significaba una eyaculación, que él
era genéticamente alterado y que eso podía producir más de los malestares normales que le
preocupaban.

— ¿Sa-sabes qué es un bebé?—tartamudeé en voz baja, casi en un hilo de voz. Temerosa de que su
respuesta fuera una que no esperara.

Me estudió en un silencio inquietante en que sus orbes pasaron de ver mi rostro a ver mis labios,
separó sus labios para respirar a través de ellos, y volvió a verme, poniéndome nerviosa, ansiosa.

—Es un humano en miniatura, neonato, que no habla y no camina— su respuesta abrió mis labios,
no de sorpresa—. ¿Por qué me lo preguntas?

Era como escuchar un diccionario hablando, eso solo me hizo saber que probablemente no sabía lo
que era, realmente, un bebé más allá de las palabras.

Negué, logrando que algunos mechones de mi cabello desordenado, golpearan mi rostro, algo que
él enseguida acomodó detrás de mis orejas.
— ¿Y sabes cómo se hace un bebé? — curioseé enseguida, ignorando responder a su pregunta.

Silencio. Un momento en el que una de sus pobladas cejas se arqueó, un gesto que muy pocas
veces había visto en él y que lo hacía lucir, rotundamente atractivo. Mordí mi labio al darme cuenta
de los segundos que había tardado en responder, y saber que tampoco lo sabía.

—En incubadoras...

Mis ojos se abrieron tanto, de sorpresa, que sentí que se me caerían de mi rostro. Por supuesto no
esperé esa respuesta.

— ¿Quién te dijo que en una incubadora? — La parte de mi cintura se estremeció cuando sintieron
sus manos, deslizándose alrededor. No supe qué tipo de cara hice que provocó que él estirara la
comisura izquierda de sus carnosos labios en una sonrisa tan atractiva y enigmática que mis
mejillas florecieron de calor.

No, no. No era el momento.

—Tú me lo dijiste— aseguró, disminuyendo esa sonrisa calurosa—. Te lo pregunté una vez cuando
me cuidabas.

¿Yo le dije eso? ¿Y por qué le dije que de una incubadora? ¿O acaso es que no quería responderle
con la verdad o no estaba permitido responder esas dudas? Estaba confundida, y un poco intrigada
por saber.

— ¿Cómo supiste que tú eras fértil? — A mi pregunta, él lamió sus carnosos labios, bajó sus manos
hasta mi cadera, y miró el colchón un momento antes de responderé.

—Lo leí en uno de los documentos que guardaba mi examinadora, ¿por qué?

— ¿Entonces no sabes para qué sirve la fertilidad? —insistí, en ese instante él pareció perdido en
sus pensamientos, confundido, aturdido sin apartar la mirada de mi... vientre—. ¿Ni lo que es la
eyaculación? ¿Nunca te has preguntado qué sucedería al tener relaciones sexuales, o lo que tu
liberación provocaría en el vientre de una mujer?

Quedó en silencio, un silencio a causa de su confusión en el que soltó mi cadera para incorporarse,
frente a mí y a una distancia en la que soltó el aliento con cansancio.

—No, Pym—mi nombre siendo espesado me hizo pestañar, su ápice de molestia me sacó el aliento
—. Nunca me lo pregunté. No sé mucho, no me enseñaron como a ti.

La culpa y el arrepentimiento de tener una gran boca llena de nervios cayeron como plomo sobre
mis hombros.

Claro, pero que idiota fui. Cómo le iban a ensayar a él de bebés, eyaculación, embriones y
embarazos... Sí los trataban como objetos únicamente, artefactos de curación nada más. No los
miraban como lo que realmente eran, personas.

Quise golpearme cientos de veces al no pensar en ese detalle antes de tirar todas esas preguntas.
Pero en verdad estaba terrible ansiosa y necesitada de saber...

—Perdón —me disculpe, sintiendo como todos mis músculos se estremecían.

Me levanté enseguida para acercarme a él, bajo su imponente mirada, esa que en ni un segundo se
apartó de mí, yo tampoco lo hice. Llevando mis manos a sus anchas caderas donde deje que mis
dedos se aferraran con la intención de no tenerlo lejos.

—No quise hacerte sentir mal —sinceré, mordiendo un poco mi labio inferior al ver como estiraba
levemente una de sus comisuras en una mueca que no supe si era de disgusto.

Más silencio se añadió a nuestro al rededor, inquietante, abrumador cuando permanecía igual de
serio, dejando que sus pupilas rasgadas viajaran a cada milímetro de mí rostro. Movió su brazo,
direccionando su mano a mi rostro, sonde ahuecó mi mejilla.
—No me mires así, es irresistible— exhaló en un ronco tono, al instante, utilizando su otra mano
para alcanzar mí cintura y empujar mi cadera a su vientre de tal forma que nuestros vientres se
rozaran con crueldad—. Me dan ganas de hacerte el amor ahora mismo, Pym.

Como si estuviera en un horno, mi cuerpo comenzó a calentarse de inmediato, el corazón me salió


disparado latiendo a una indomable velocidad que me complicó respirar.

Lamí mis labios sintiendo esa sensibilidad en mi cuerpo, esa rotunda sed de cumplir sus palabras.
Pero no podía aventurarme a hacerlo, no cuando estaba a punto de hablarle de... Vi la manera en
que su deseo desapareció como chispa sin dejar rastro cuando sus cejas se fruncieron, confusas, y
su mirada viajo de mi rostro a mi vientre.

—P-Pym... — hizo una extraña pausa que me consternó, una pausa en la que endureció la
mandíbula, un segundo en que dejó de respirar.

— ¿Qué sucede? — Me preocupé.

Algo que no esperé en ese instante que casi me tragaba la pregunta, fue verlo apartarse y colocar
su mano en mi estómago, casi por encima mis costillas. Eso me aceleró más la respiración, enviar
de golpe mis ojos a su rostro para ver el shock en él.

Y cubrió sus ojos bajo sus párpados, una acción que no detuve pero que hizo que cada hueso y
músculo de mi cuerpo temblaran aterrados de lo que mirara dentro de mí. El favor me sumergió a
un más, congelándome al ver la palidez en su rostro, un gesto que no me gustó.

¿Qué estaba viendo? ¿Estaba viendo algo? Otra vez dudé, dudé mucho de lo que juraba estar
segura, dudé de que lo estuviera viendo Rojo fuera una temperatura fría, y no una caliente.

—Rojo...

Más como nosotros.

MÁS COMO NOSOTROS


*.*.*

Jamás odie tato el silencio como el de este momento. Un silencio tan aterrador y arrebatador que
era capaz de arrancarme el alma de un segundo a otro, y volver mi cuerpo nada más que un cubo
de horror.

Mis labios temblaron al ver que los de él se torcieron en una mueca apesadumbrada, el suspenso
brutal que dejó al apartar su mano de mi vientre oculto detrás de la tela de mis jeans, me secó la
garganta. Quise tragar, remojarla, pero no pude lograr tragar.

Rojo se vio la palma de su mano un momento, las yemas de sus dedos se rozaron uno contra otro y
entonces los empuñó con una fuerza en la que sus nudillos se blanquearon y las venas de su mano
se marcaron, se inflamaron. Clavó sus orbes en mí, con una imponente y penetrante mirada que
me volvió un pequeño insecto a punto de ser pisoteado por la verdad.

—Quítate los pantalones— soltó la orden, espeso.

Pestañeé confundida, azorada y perdida. ¿Por qué quería que me los quitara? ¿Había algo mal?
Qué importaba, ahora sabía que había visto algo... Algo que no era nada bueno pese a su reacción.

— ¿Que viste? — quise saber, mi voz tembló, ansiosa, nerviosa, muy asustada. Miró mi vientre de
vuelta, él tenía el mismo susto que yo, solo que había otra cosa resplandeciendo en sus ojos que
no pude reconocer en ese instante.

—No vi nada, pero estoy seguro que sentí...

— ¿Qué sentiste? — le interrumpí, sintiéndome sofocada por la forma en que se mantenía ceñudo,
y su mirada, ahora perturbada, clavada en mi vientre.

—Bájate los jeans, te revisare— ordenó, una orden escupida con preocupación de sus labios. Lo vi
acercarse, llevar sus manos a los botones de mis jeans cuando vio que no obedecí. Pero detuve el
voraz movimiento de sus dedos que ahora estaban sobre el cierre.
—Primero dime que sentiste, Rojo— pedí, en mi pecho un susto se guardó cuando sus orbes
carmín temblaron, aun mirando esa parte de mí—. Necesito saberlo.

Lo necesitaba, sentía que me volvería loca si no me lo decía pronto.

—Una temperatura— replicó severamente, enseguida en que la última gota de mi voz se esfumara
de mi boca—. No es la primera vez que la siento, Pym.

El aliento se escapó de mis labios, eso no me lo había esperado, pero mi cuerpo lo recibió como
una pelota recibiendo el golpe del bate. ¿Qué quería decir con qué no era la primera vez que lo
sintió? ¿Qué otras veces lo sintió? ¿Por qué no lo dijo antes?

— ¿Qué? — exclamé. Absorta en mis pensamientos, no me di cuenta de que él había apartado mis
manos para bajar el cierre y todavía, tirar de los jeans hasta dejarlos al inicio de mis muslos y
descubrir la delgada prenda interior que cubría mi zona intima—. ¿Qué tipo de temperatura?
Dime, por favor.

Se dejó caer sobre sus rodillas, su mano adentrándose un poco en la prenda con un sutil y caliente
desliz, volvió mis rodillas como gelatina. Ocultó sus orbes debajo de los párpados, y se inclinó,
acercando su rostro a mi estómago, dejando una distancia tan diminuta e inquietante en la que
detuve mi respiración un par de segundos.

—Ro-Rojo...— rogué, dejando que mis manos se positivaran con duda sobre su rostro, ahuecando
sus mejillas para alzarlo y obligarlo a abrir sus ojos, y mirarme—. Dime qué viste.

—Apenas es tibia— reveló, con un ápice de inseguridad—, es un calor débil, casi frío.

Iba a tambalearme si no fuera porque una de sus manos se había colocado en mi cadera para
mantenerme cerca de él. Sus palabras me aturdieron los sentidos, hundieron mis oídos en un
fuerte zumbido, fueron como piedras de hielo resbalando desde mi garganta hasta la boca de mi
estómago, congelando todo a su paso.

Traté de no entrar en pánico, enloquecer soltarme a llorar, pero sentí que iba a explotar cada pate
de mi cuerpo con su confesión, y mis ojos ya se habían humedecido pensando en lo peor.
Pensando en que al final, moriría.

— ¿Es-estas seguro que es esa t-temperatura? — tartamudeé, entenebrecida y temblorosa del frío
que empezaba a invadir fuera de mi estómago, todo a causa de todo tipo de perturbadores
pensamientos.

Apenas una chispa de mi razón manteniendo la calma cesó la preocupación y el caos en mi cabeza
cuando recordé que él dijo que apenas era cálido, ¿no? Probablemente su temperatura aun no era
del todo cálida debido a su pequeño tamaño, apenas estaba desarrollándose, debía ser por eso...

No era completamente frío, por lo que entonces no estaba contaminado, no era el parasito,
¿cierto? Rojo dijo que el parasito afectaba la temperatura de los huéspedes, bajaba la temperatura
del huésped a un nivel en el que su desarrollo fuera rápidamente fácil, así que si tampoco lo veía
era porque el desarrollo del embrión era lento o normal, ¿no es verdad?

Además, se estaba formando, su corazón apenas empezaba, no llevaba mucho tiempo


embarazada, más de dos semanas, o tal vez ya un mes, el tiempo en el que me embarace de Rojo
explicaba el por qué no se sentía su calor o por qué Rojo no podía verlo.

Debía ser esa la explicación. Mientras no fuera una temperatura igual a la de los muertos, todo
estaría bien...

—Tienes algo dentro de ti que no puedo ver— Traté de tragar, pero otra vez los músculos de mi
garganta no respondieron. Abrió sus párpados, la nueva mirada de arrepentimiento que llevaba se
estampó contra mi pecho, hundiéndolo de dolor—. Apenas lo siento, pero no es normal, Pym,
debo sacártelo, antes de que crezca y te last... — No pudo terminar de decirlo, parecía
desorientado, aturdido.

Molesto consigo mismo.

—Piensas que es el parasito— No fue una pregunta, sino aclaración. Rojo llevaba una mirada
conmocionada que era fácil saber lo que pensaba—. ¿Si fuera el parasito, no tendría que cambiar
mi temperatura también?
Y de pronto, me estremecí de pies a cabeza, sentí una clase de derrumbe en todo mi interior
cuando esa lágrima resbaló de uno de sus lagrimales, sin hacer pestañar sus parpados,
manteniéndolos perdidos y endurecidos....

—Sabía que tu malestar no era normal— murmuró, llevando su mano a restregarse la frente—. Ella
tenía razón, debí pensar más en protegerte... No en mí tensión.

Nuevamente estaba a punto de desorientarme. ¿De qué estaba hablando? ¿Cómo que pensar en
protegerme sí eso es lo que había estado haciendo todo este tiempo? ¿O acaso se refería a lo que
Rossi dijo sobre que debíamos cuidarnos porque no sabíamos si él estaba sano o contaminado?

Sí, apostaba por eso.

—M-mi sangre— susurró, y como si de pronto tuviera una idea, volvió la mirada del suelo a mi
vientre—. Con ella puedo curarte, puedo curarte rápidamente antes de que algo grave te pase—
Sus puños se apretaron, al igual que su voz se engrosó para soltar lo siguiente: —. No voy a
perderte.

Se levantó, ni siquiera aguardo un segundo para que yo reaccionara cuando por segunda vez me
tomó entre sus brazos y se encaminó con rapidez hasta la cama. Entonces, sus palabras se
reprodujeron en mi cabeza, apenas comenzando a procesarlas, una y otra vez hasta tomarle
sentido y sentir el escalofrío sacudiendo cada pieza de hueso en mi cuerpo.

¿Estaba diciendo que me abriría el vientre y sacaría lo que estaba dentro de mí tal como él hizo
con el parasito? El miedo rasgó mi rostro con ese pensamiento, le clavé la mirada, viendo hasta en
él el miedo y la desesperación consumiéndolo.

Eso era lo que él haría, abrirme el vientre y sacarme a su... Sacudí de inmediato la cabeza,
negándome rotundamente a esa locura.

No podía dejarlo hacer eso, y aún si lo hiciera moriría al instante. No estaba segura si era un bebé
sano, pero no vio una temperatura completamente fría en mi interior, por lo que no era el parasito.
Rojo dijo una vez que la razón por la que supo que aquel hombre que golpeaba una de las puertas
del área roja estaba contaminado, era porque miraba una segunda temperatura muy fría en su
interior. Una fría temperatura. ¿Y cuánto tiempo llevaba contaminado el hombre? Seguro minutos,
muchos minutos. Yo llevaba días con los síntomas, y Rojo apenas veía una temperatura cálida,
débil, pero un calor apenas sentido.

Mientras la temperatura no fuera por completo fría y bajara mi temperatura corporal, no indicaría
que bebé se encontraba contaminado. Además, el proceso de desarrollo de un feto con genética
de un experimento, debía ser diferente al de uno normal. Las temperaturas incluso serían
diferentes, ¿no era así?

Pronto sentí mi cuerpo siendo recostado cuidadosamente sobre el colchón, y tan solo lo vi trepar
el colchón sobre mí, y acomodarse frente a mi estómago, con esa mirada paralizada y esos puños
apretados, me senté de golpe.

—Rojo — le llamé, preocupada—. No estoy contaminada...— clarifiqué, sintiéndome más segura,


esperando a que ese par de orbes carmín, perdidos en sus pensamientos, me miraran—. No estoy
contaminada, lo sé.

Levantó sus hermosos ojos para observarme, una mirada atrofiada y quebrantada que me
enmudeció por segundos. Podía ver lo mucho que le había afectado, era la primera vez que lo
miraba como si estuviera a punto de perder hasta su propia alma.

— ¿Cómo puedes saberlo, Pym? —su cuestión aceleró mi corazón, lo aceleró de miedo. Tenía
razón, no miraba temperaturas y mucho menos las sentía de la misma forma que él. Su mirada se
dejó caer sobre mi vientre, ese ceño se frunció con más fuerza y sus dientes, ahora con forma
humana, se apretaron—. Lo sentí, no puedo verlo, pero sé que te hice algo malo, te contaminé—
soltó, con una fuerza que me hizo saber que estaba molesto...

Molesto consigo mismo.

Yo negué, con la cabeza en movimientos seguidos.

—No es así, no me contaminaste de ese modo, no tengo el parasito—hablé con tanta rapidez que
no supe sí él llegaría a entender mis palabras.

— ¿A qué te refieres? Si no te contaminé de ese modo, ¿de qué manera crees que lo hice, Pym?
Para mi sorpresa respingó mi cuerpo a causa de sus gruñidas palabas en un amargo sarcasmo que
me inmovilizó, y pestañeé por esa mueca—casi sonrisa—, estirándose de escalofriante forma en su
rostro. Una clase de sonrisa que no espere jamás ver en él.

—Esa examinadora tenía razón—gruñó otra vez, moviendo sus brazos, enseñando sus puños,
mostrándome lo afectado que el sentir esa temperatura en mi interior, lo había dejado. Estaba
muy afectado—, cuando dijo que el parasito podría ocultarse en todos mis órganos. No pensé con
otra cosa que no fuera intimar contigo, no te cuidé como debía hacerlo y ahora... ¡No quiero
perder...!

—Solo déjame explicarte—le impedí terminar, acomodando mis rodillas como pudiera sobre el
colchón, para gatear hasta él y estar tan cerca que pudiera sentir su exhalación cubriendo mi
rostro. Tomé su rostro entre mis manos, acariciando sus mejillas con una delicadeza que lo hizo
desinflarse en un largo suspiro entrecortado—. No es el parasito, Rojo, es otra cosa lo que hay
dentro de mí... Es un bebé.

La carga que oprimió los músculos de mi hombro se liberó con esas palabras, y pensé que por un
momento el gesto de Rojo cambiaría, pero mi confesión solo hizo que el brillo en sus ojos se
desvaneciera, pareció congelarse un instante para que al siguiente sus cejas se marcaran sobre sus
ojos, y la sonrisa extraña en su rostro se esfumara.

—Estoy embarazada de ti—mi voz amenazó con ahogarse, nerviosa aún temerosa de que no me
entendiera. No parecía entenderme—. Creo que el motivo por el que viste tan débil la
temperatura, era porque apenas se está desarrollando en mi vientre.

— ¿De qué me estás hablando? — La pregunta fue espesa, él se enderezó, tratando de guardar un
poco de paciencia, pero su respiración seguía agitada, asustada—. ¿Qué crees que se está
desarrollando en tu interior?

—Tú hijo—dije, tratando de verme lo más tranquila posible, pero en realidad dentro de mí, los
nervios empezaron a consumirme al notar la manera en que su mirada se tambaleó en esa
respuesta, tembló y miró a todas partes menos a mí—. I-iba a explicártelo, pero cuando supe que
no sabías qué era un bebé o de dónde venían realmente, exploté haciéndote todo tipo de
preguntas....

—Pym, pero tus síntomas...No—lo ultimó lo gruñó, apretó por tercera vez sus enormes puños y
alzó la mirada, con el ápice de severidad y molestia—. ¿Es qué estas tratando de encubrirlo? Tu
fiebre, tus náuseas y los vómitos...— Su mano volviendo inesperadamente a mi vientre, debajo de
la prenda de ropa interior, me sorprendió. Más me sorprendió lo mucho que sus dientes se
apretaron, y sus ojos se incendiaron de todo tipo de emociones—. No quiero perderte.

Mis labios se movieron sin saber que decir al principio, esa mirada estaba torturándome. En mi
cabeza sus palabras se repetían, abofeteando mis sentidos una y otra vez.

—Está concentrado en tu vientre, puedo sentirlo en ese lugar solamente, y si logro sacarlo...

—Solo escucha, ¿sí? Voy a explicártelo con calma—apresuré a decir, alzando mis manos y
exponiéndolas ante sus ojos como petición mientras me lamía los labios. La verdad es que no sabía
cómo se lo explicaría, no había ni una sola palabra en mi mente y él no parecía para nada
tranquilo, sino completamente confundido—. La razón por la que sé que espero un bebé, es por las
náuseas y los vómitos. Es por esos síntomas que sé que espero un hijo tuyo, de otra forma ya
habría intentado devorarme a alguien, o mi cuerpo habría mutado.

— ¿Y la fiebre? — No esperé ese síntoma—. Las altas temperaturas te dan cuando tu cuerpo
quiere eliminar algún parásito, Pym.

No sabía realmente cuál era el motivo de tener fiebre, pero sabía que no estaba contaminada,
podía deberse a otros factores... O tal vez mi cuerpo, rechazaba el embrión.

Oh, no, eso no podía ser.

— No lo sé, pero mírame Rojo, ¿parezco contaminada? — me señalé, él me observó, analizó en esa
cercanía cada pulgada de mi rostro, luego me revisó al cerrar sus párpados, una y otra vez con
lentitud—. Un parasito se reproduce rápidamente al estar en el huésped, y yo llevo días con los
síntomas y que no veas mi temperatura baja quiere decir que no la tengo — Esas palabras
enderezaron un poco su fruncir de ceño cuando abrió sus orbes, pero seguía preocupado,
angustiado—. Tranquilo.

Dejé que mis manos tomaran otra vez su rostro, y tan solo mis dedos tocaron la húmeda piel de
sus mejillas. Él rompió la distancia entre nosotros, dejando que su frente y la mía se juntaran en un
cálido tacto que nos estremeció a ambos y lo hizo suspirar a él.
Cerró sus ojos e inhaló profundamente para volver a suspira, esta vez entrecortadamente, pronto
sentí esos dedos deslizarse alrededor de mi cintura para rodearme en un abrazo que terminó
acercarnos nuestros cuerpos hasta palparse.

—No quiero perderte...— por tercera vez suspiró—. Si te contaminas, si te pierdo... No sé qué
haría sin ti.

Esa confesión tan entrañable, me hizo sonreír, brindando unas terribles ganas de que mis ojos me
traicionaran y soltaran lágrimas. Algo que por el momento no quería.

Me animé a eliminar toda distancia para juntar nuestros labios en un beso que correspondió con
una necesidad estremecedora. Un beso que se multiplico en besos lentos y dulces, profundos, en
los que podía sentir el miedo que tenía...

De perderme.

—Estoy bien, te lo prometo—tranquilicé dando un corto beso para apartarme de sus carnosos
labios y dejar nuestras frentes aun unidas. Abrí los ojos, y busqué los suyos que pronto me
encontraron—. La vida que está dentro de mí, es tuya también, y no afecta en nada.

—Estas equivocada—asevero, apretando su agarre en mi cintura —. Las náuseas, los vómitos y la


fiebre te dan porque te afecta, Pym.

Apenas sonreí a labios creados, negué levemente.

—Esos síntomas serán momentáneos, y se dan porque se desarrollará una nueva vida dentro de mí
— No soné para nada segura, temía que a causa de esos síntomas los demás supieran que estaba
embarazada de Rojo.

Además de eso, temía mucho ser una enorme carga para él, las cosas, aun saliendo de este
laboratorio, serían las mismas. O mucho peor.

No era el momento de tener un bebé.


En estas condiciones, no se podía ni pensar en tener uno.

Demasiado tarde.

— No lo puedo entender, Pym—su confesión me sacó de los pensamientos, cuando devolví la


mirada a su rostro, me di cuenta de que sus ojos estaban sobre mi vientre—. ¿Por qué hay un bebé
dentro de ti? No entiendo cómo puede ser eso posible si me dijiste que venían de la incubadora,
como yo.

Eso me abrió los ojos en par en par, quedé pensando en esas últimas palabras, cayendo en cuenta
de que era cierto, había bebés creados en incubadoras, bebés artificiales. Y Rojo era uno de ellos.

—Sí, hay otra forma de crear bebés, ¿sabes? — Esperé ver una reacción en él, pero solo encontré
su frente arrugada levemente, y esa mirada tratando de hallar una explicación en la mía—. Hay
bebés que son creados en pareja, cuando esta pareja hace el amor, como tú y yo lo hicimos. Por
eso te pregunté esa vez sí eras fértil—hice una pequeña pausa, sería—, la fertilidad es parte
fundamental para crear bebés dentro de la mujer.

—Te hice un bebé—pronunció en voz baja, dejando que sus ojos cayeran en mis muslos.

—Así es... tú y yo creamos un ser vivo que se desarrollara dentro de mí—lo último lo solté
paulatinamente, cayendo en cuenta de que sonaba tan irreal y despreocupada, como si nada fuera
a suceder en el trayendo del embarazo, cuando todo lo peor podía acontecer de un momento a
otro...

Y yo podría perderlo... O perder la vida.

Noté la confusión aún intacta en Rojo, sería difícil para él procesarlo, sobre todo cuando se diera
cuenta de que tener un bebé en estas circunstancias, sería peligroso, devastador, ni siquiera sabía
si sobreviviría.

—Tú me enseñaste un dibujo de un bebé en una de las historietas que trajiste para contarme—
contó monótono, aún con el cejo hundido, apartó la mirada de mi muslo, y subió por todo el
sendero de mi cuerpo hasta terminar sobre mis labios que estaban a centímetro de los suyos—, no
lo recuerdas ahora, pero yo sí. Era tan pequeño y delgado—dejó un cortó suspenso para, esta vez,
verme a los ojos, y tan solo lo hizo, cada pequeña parte de mi cuerpo tembló y se estremeció—.
Dijiste que los bebés salían de las incubadoras, pequeños y delgados, pero si este bebé está dentro
de ti, ¿cómo saldrá, Pym? ¿Cómo va a salir de ti?

La pregunta me inmovilizó un segundo, me sentí una piedra a punto de volverse tierra.


Obviamente sabía cómo nacían los niños, pero explicárselo a Rojo sería difícil, ¿cómo reaccionaría
al explicárselo? Aun había muchas dudas, y entre más le aclaraba sentía que menos querría saber
de esto, solo ver su rostro ahora mismo, me tenía muy preocupada. Confundido y perdido, sin una
mueca de emoción.

Estaba más que segura que ni siquiera sabía lo que significaba ser padre, y cuando lo supiera
seguro que ni le sorprendería.

Estaba segura que empezaba que empezaría a pensar que un bebé en estos momentos, era
impensable.

—De-dentro de nueve meses es cuando un bebé nace...—empecé con nerviosismo temblando en


los músculos de mi garganta, y tan solo empecé a decirlo, varios golpes a la puerta me hicieron
tragar el resto de la explicación, nos hicieron competir una mirada de sorpresa, e
instantáneamente esa conexión se cortó para que Rojo torciera su cuello con fuerza y girara su
rostro entorno a la puerta que estaba siendo golpeada.

Se alzó de un solo movimiento fuera de la cama y se encaminó a ella. Yo también bajé de la cama
subiendo los jeans y abotonándolos, preguntándome quién era, pensando enseguida que
seguramente era Jerry, para avisarnos que ya nos iríamos. Pero no fue así, no cuando Rojo abrió la
puerta y dejó ver del otro lado un alto cuerpo masculino, cargando una pequeña caja de cartón en
la que tuve una profunda curiosidad de saber qué había en su interior, esa curiosidad se esfumó
cuando levanté un poco más la mirada y vi el rostro del hombre.

Lo reconocí enseguida, esa mirada zafiro era imposible de olvidar, siempre me llevaba a ese
recuerdo, cuando él estaba a punto de dispararle a Rojo, y yo sentí tanto miedo de perderlo que
me coloqué frente a él y alcé los brazos para protegerlo, según yo.

¿Qué hacía Roman aquí?


—Veo que cumpliste tu promesa de no comértela de una forma, pero al parecer ya te la has
comido de otra manera muy lejos de dejarla muerta— Contraje la mirada con disgusto antes de
acercarme rápidamente y colocarme junto a Rojo para ser analizada por esos zafiros.

— ¿Qué quieres aquí? —escupí la pregunta, mirando de reojo la caja para darme cuenta de que
contenía agua y comida.

—Jerry me ordenó traerles su cena— informó en una mueca de labios. Estiró la caja hacía Rojo,
quien pronto la tomó arrebatándosela de golpe con una severa mirada—. Pero todo es
vegetariano, espero que eso ya no te importe.

¿Qué? ¿En verdad acaba de decir eso? ¿Era un idiota? Eso sí me molestó, y no fui a la única a la
que le molesto, con solo ver de soslayo a Rojo y darme cuenta de cómo mantenía esa peligrosa
mirada depredador clavada en él.

—Ya no me importa—respondió, en un tono frío—, ahora que estoy sano puedo mantenerla junto
a mí para siempre.

Arqueó una ceja, la manera en que estiró una sonrisa de diversión a causa de las palabras de Rojo,
me amargó la garganta. Abrió sus labios, y antes de que dijera algo, decidí hablar: Su

— ¿Viniste a entregarnos la cena o a ser un idiota? —cuestioné, mi tono de voz mostraba la


molestia que él y su presencia habían creado.

—Ya soy un idiota, pero en realidad vine a dejar solo la comida—confesó, desvaneciendo la sonrisa
—. Y a decirles que dentro de cinco horas nos iremos, así que tomen las mochilas que les dejamos
en el baño, y guarden algo de la comida que le sobre.

—¿Ya terminaron de hacer la escalera? —quise saber.

—Hasta donde ellos midieron, sí—respondió él al instante.


—Ahora largo—soltó Rojo enseguida, acomodándose la caja debajo de uno de sus brazos para que
con el otro pudiera tomarme del brazo y apartarme en un leve tirón de Roman.

Y en cuanto Rojo movió la puerta en un sutil movimiento de su pie para cerrarla, ese largo brazo
masculino la detuvo.

—Entonces ustedes sí son pareja, ¿no es verdad? — inquirió, inesperadamente, volviendo a abrir la
puerta—. Aunque se nota a simpe vista que ustedes dos tienen algo. Últimamente están habiendo
muchas parejas así.

Logró hundirme el entrecejo con su comentario. ¿Así? Recordé al experimento naranja detrás de la
pelirroja, ese mismo experimento al que Jerry giró a ver después de hacer su comentario. Solo
recordar ese momento en que reparé la manera en que el experimento la miró por detrás... creo
que era obvio que ellos dos tenían algo.

Fue inevitable no sentirme de alguna manera tranquila con ello. Saber que habían más parejas
como nosotros...

Saber que había más personas que se dieron cuenta de que estos experimentos no eran
anomalías, eran humanos, personas como nosotros.

— ¿Y a ti que te importa que seamos pareja? — espeté la pregunta mucho antes de que fuera Rojo
quien se lo aclarara, porque estaba segura que lo haría y eso era lo último que yo quería—. Sera
mejor que te vayas.

Ahora fui yo la que tomó la perilla de la puerta y comenzó a cerrarla. Sin embargo, por segunda
vez, Roman la detuvo.

—Tranquila—bufó, y miró de reojo el pasillo vacío, cerciorándose de que no anduviera nadie cerca.
Eso sí me preocupó—. Voy a decirles algo y tómenlo seriamente —la severidad se adueñó del tono
de su voz, igual de su rostro cuya mirada había pasado de ver a Rojo a verme—. Aunque haya
personas que les digan que las reglas ya no existen y que lo importante es salir de este lugar, voy a
advertirle que tengan mucho cuidado... y se mantengan callados, sin besos, sin manos agarradas.

Una mirada sospechosa.


UNA MIRADA SOSPECHOSA

*.*.*

Además de una linterna, comida enlatada, botellas de agua, una manta termina y un par de
navajas, hubo algo más que me sorprendió dentro de la pequeña caja que Roman nos dio. Y solo
ver esos dos objetos de color negro y tamaño pequeño, acompañado de tres botes medianamente
llenos de cartuchos, pestañeé.

— ¿Nos dieron armas? — informé con inseguridad, sintiéndome un tanto inquieta por lo que
miraba.

Parecía una broma, y aunque tenían la forma de un juguete de niño, se veían tan reales. Iba a
comprobarlas, así que extendí mi brazo para tomar las armas y darme cuenta de que
efectivamente eran reales. Pesaban mucho para ser tan pequeñas.

Pensé, por un momento, que nos darían las armas una vez en el exterior o una vez que llegáramos
al comedor solo para protegernos, sabía que no confiaban tanto en nosotros como para
devolvernos las armas dentro del bunker, pero al parecer lo hicieron.

Confiaron.

Dejé las armas sobre la mesa en la que había puesto la caja y toda la comida enlatada, y agarré los
botes repletos de cuartuchos, ¿cuántas balas habría en cada uno? Eran demasiadas y de un
pequeño tamaño, suficientes o tal vez no demasiado suficientes para combatir el exterior.

— ¿Ya viste? — Iba a girar en busca de la mirada de Rojo, cuando algo me detuvo al instante.

Todos mis sentidos se estremecieron y mis manos estuvieron a punto de dejar resbalar los botes
de cartuchos al sentir desde atrás, esos dedos deslizándose peligrosamente dentro de mi
sudadera, trepando alrededor de mi cintura, bajando de mi estómago a mi vientre donde se
detuvieron un segundo para entrar en los jeans y deslizarse, todavía, bajo la prenda interior,
encontrando un rastro sensible de piel caliente que acaricio.
Jadeé, solté los botes a causa de sus caricias dulces que producían un cosquilleo exquisito en esa
zona de mi cuerpo. Caricias profundas que eran capaces de aumentar mi sensibilidad y hacerme
desfallecer sin más.

Quise detenerlo, si seguía así...

—Tendremos un bebé— susurró contra mi oído, inesperadamente, haciéndome tragar con


nerviosismo—. No sé cómo reaccionar, aún hay tanto que no sé.

Sus caricias se detuvieron, su palma se extendió más sobre mi vientre, supe lo que estaba
haciendo, tratando de sentir la temperatura en mi vientre, otra vez.

—Yo puedo enseñarte todo lo que recuerdo de los embarazos— mencioné, el embarazo era algo
que recordaba muy bien sin lugar a duda, así como muchas otras cosas que terminaban
perturbándome un poco porque fueron los únicos recuerdos que seguían en mi cabeza.

— Aun así, estoy preocupado...

Sus palabras en una tilde de voz bajo y sincero, hicieron que un suspiro escapara de mis labios. Yo
también estaba preocupada, asustada y muy preocupada por lo que llegara a ocurrir fuera de este
bunker.

—No he logrado ponerte a salvo y ahora que tendremos un bebé... — soltó, su aliento acaricio la
piel de mi mejilla levemente—. Me siento impotente, quiero que esto termine, quiero que
duermas tranquila y despiertes sin preocupaciones.

Sentí la fuerza de sus palabras oprimirme el pecho, ¿dormir tranquila y despertar sin
preocupaciones? ¿Por qué no dormir tranquilos y despertar sin preocupaciones? Saber que solo
hablaba de lo mucho que quería protegerme y de lo que haría para mantenerme a salvo, era lo
que más me preocupaba, me atemorizaba que lo cumpliera... a costa de su vida.

Tal vez estaba exagerando el doble sentido de sus palabras, pero si realmente Rojo iba a
protegerme poniéndose él en peligro, no lo permitiría. Yo también lo protegería.
— Estoy tan preocupada por lo que ocurrirá al salir de aquí— sinceré, inclinando mi cuerpo hacia
atrás para recargar mi espalda en su cálido pecho. Él sacó sus manos de mi vientre para aferrarse a
mi cuerpo en un abrazo—. También quiero que todo esto termine, que estemos juntos y a salvo.

—Voy a matar a cualquiera que intenté lastimarte— escuché tan firme su advertencia que mi
corazón dio un vuelco para a volver acelerado. Le sentí inclinarse, ahuecando su rostro en mi cuello
para besarlo—. Saldremos de aquí— aseguró, besando detrás de mi oreja.

Tan solo escuché como su grave y ronca voz explorando mi cabeza y repitiendo sus palabras, un
nudo se construyó en mi garganta. Asentí, dejando que mis manos se posaran sobre las suyas y las
apretara con temor y fervor, sintiendo su calidez trasladarse por todo el sendero de mi piel.

Un calor protector.

Un calor que jamás podría olvidar.

Y que nunca olvidé aun perdiendo la memoria. Una memoria que estaba tardando en recuperar.

Rompí su abrazo para voltearme y tenerlo de frente, no tardé mucho en llevar una de mis manos a
acariciar su mejilla con delicadeza mientras lo observaba, mientras contemplaba su depredadora
mirada.

—Lo haremos— Me ardió la garganta cuando lo dije, me empujé de puntitas, cortando cada
centímetro de la distancia entre nuestros rostros para juntar nuestras bocas en un beso en el que
toda mi alma se estremecía—. Saldremos juntos—susurré contra la suavidad de sus carnosos
labios, para volver a besarlo y sentir pronto sus brazos rodeando mi cintura y apegándome a su
caliente cuerpo, manteniéndome en la misma posición.

Un beso tan profundo y lleno de sentimientos que lo hizo suspirar en mi boca, ame esa sensación,
y como su cuerpo se tensó cuando mi otra mano se animó a deslizarse por su cuello hasta su
cabeza, donde se hundió en todo su sedoso cabello. Saboreé su deliciosa boca lentamente,
olvidando por minutos lo que fuera de las paredes sucedía, haciendo nuestro ese momento
porque tal vez, no habría otro igual...
Se me oprimió el pecho a causa de esa idea tan aterradora que acalló enseguida cuando los brazos
de Rojo inesperadamente me alzaron por la cintura y me colocaron sobre la mesa repleta de
alimentos donde, tras un leve empujón la pequeña caja que terminó cayendo al suelo. Al instante y
sin separar nuestras bocas, las manos de Rojo en un veloz movimiento abrieron mis piernas, para
acomodar su cuerpo entre ellas y mantenerme pegada a él.

La velocidad de sus besos aumentó en movimientos tan hambrientos y pasionales que me hicieron
jadear contra su boca, un jadeo sonoro que le fascinó a él, sus manos se deslizaron debajo de mi
sudadera, por toda mi desnuda espalda, eran caricias tan suaves y estremecedoras que terminaron
arqueando mi espina dorsal, juntando nuestros pechos. Iba a entregarme, estaba segura de ello,
quería hacer el amor con Rojo en este momento, unirme a él, sentir su piel con la mía y
memorizarla a detalle mientras me hacía suya, pero entonces, él rompió el besó.

Rompió la burbuja de ensoñación que creamos con la necesidad de ser solo nosotros dos e un
mundo nuevo, y sentirnos a salvos uno con el otro. Sin la existencia de monstruos.

Sus manos se plantaron en mis muslos cuando dio un paso atrás para mirarme, con solo mirar el
oscurecimiento bestial de sus orbes, y como su pecho respiraba agitadamente marcando sus
pectorales en la delgada tela de su camiseta, supe que él también quería hacerlo, pero ¿qué lo
estaba deteniendo? Bajó la mirada, de mis labios a mi vientre donde enseguida, sentí sus dedos
deslizándose tan exquisitamente en esa zona que ahogué un gemido.

—Voy a lastimar al bebé—la ronquera de su voz, aceleró mucho más los latidos de mi corazón,
frenéticos, golpeando mi pecho con la intención de agujerarlo. Retiró su mano para apoyarse en la
mesa. Lamí mis labios y negué levemente, sin dejar de mirar sus orbes que habían vuelto a mi
rostro con el mismo encantador y demoniaco oscurecimiento.

—No lo lastimaras haciéndome el amor, eso es imposible—aseguré, en voz baja y en un tono tan
seductor que provocó en él separar sus labios y soltar el aliento.

Estiré mis brazos, mis dedos ansiosos alcanzaron su cinturón, tiré de él, y aunque sabía que n
podría moverlo un centímetro, Rojo se acercó, acortó esa indeseable distancia sin dejar de
mirarme, completamente atrapado en el deseo.

Solo hasta ese momento en que reparé en sus labios secos me dije que lo necesitábamos, no solo
porque deseaba hacer el amor con Rojo, con un solo toque en mis partes más sensibles ya me
tenía encantada, deseando más, sino porque no sabíamos cuánto tiempo nos costaría salir de este
lugar, tal vez muchas horas, no lo sé, pero Rojo había mencionado que cada 48 horas su tención se
acumulaba, y ya había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo hicimos, mejor era evitar
que su tensión se acumulara más...

De otra forma, no podría bajársela una vez salido del bunker...

Desabotoné el único botón de su píntalo antes de tomar el cierre y bajarlo con lentitud, dejando
que mis nudillos rozaran la piel de su vientre tan provocativa que él soltó el aliento, su vientre se
contrajo, se endureció con mi toque.

—Puedes hacérmelo cientos de veces, y aun así no le harías daño— susurré, llevando mis manos a
tomar sus mejillas para atraerlo a mí, dejando un centímetro entre nuestras bocas—. Y mientras lo
hacemos, puedo responder todas tus dudas del bebé, ¿qué te parece?

Eso sería imposible.

Eliminó el centímetro de nuestras bocas para rozar sus labios con los míos y producir un placentero
estremecimiento en mi vientre, iniciando al mismo tiempo ese revoloteo en el interior de mi
estómago, cuando sus manos se anclaron a mis muslos, acariciándolos por encima de la tela de los
jeans. Me miró un instante, demostrando el deseo resplandeciendo en sus orbes carmín.

—Contigo no puedo decir que no— soltó contra mi boca, ronco, grave, un tono tan peligro que
envió corrientes eléctricas por todo mi cuerpo, esas corrientes tan placenteras que aumentaron
cuando la boca de Rojo se lanzó sobre la mía, para devorarla a su gusto.

Besos tan hambrientos y necesitados en los que su larga lengua pronto participó, adentrándose y
colonizando los rincones más ocultos de mi boca, saboreándolo de tal forma que no pude evitar
gemir, gemir a la sensación tan exquisita en la que su lengua tocaba y acaricia la mía, incitándola a
moverse. Y lo hice sin dudar, acariciando la suya en movimientos lentos, atreviéndome a entrar en
su boca y explorar cada pequeño rincón para volverlo mío, todo mío. Rojo gimió largo y ronco,
despertando el deseo en mi cuerpo por descubrir más sonidos en él.

Suspiré, apretando la raíz de su cabello, disfrutando de la magnífica y placentera danza de nuestras


lenguas, una contra otra. Todo paso tan rápido cuando sus manos rodeando mi cintura me alzaron
de la mesa.
Lo rodeé con las piernas, sintiendo como empezaba a moverse, y no hacía falta abrir los ojos y
echar una mirada para saber que nos llevaba a la pequeña cama, donde trepó sobre el colchón
para inclinarse y extenderme sobre él con cuidado.

Se acomodó entre mis piernas inclinándose sobre mí de tal forma que el peso de su cuerpo no
cayera sobre mi cuerpo y me lastimara. Entre besos hambrearos y caricias profundas, anheladas de
descubrir nuevos rastros de piel, la ropa poco a poco comenzó a deslizarse fuera de nuestros
cuerpos hasta dejarlo a él completamente desnudo, y a mí, con la única prenda interior cubriendo
mi zona íntima.

Ese pedazo de tela que ya estaba más que húmeda a causa de los constantes meneos del cuerpo
de Rojo para que su miembro erecto palpara mi tortuosa zona una y otra y otra vez. Retorciendo
de locura a mi cuerpo con la necesidad de tenerlo dentro.

—Quítamelo— rogué entre besos, logrando que él rompiera el contacto de nuestros labios
apartando el calor de su cuerpo del mío, dejándome desorientada.

Abrí mis ojos, forzada a mirar que él se acomodaba sobre sus rodillas, sin quitarme la morada de
encima, contemplando, casi, mi completa desnudez con una mirada dueña de unos orbes
endemoniados que me tenía presa.

Mordí mi labio inferior cuando yo repare en todo su desnudó cuerpo varonil, peligrosamente
musculoso, marcado en todas sus zonas, zonas que se me antojaba acariciar, repasar con mis
dedos, dibujar cada rastro de su piel, y saborearla, que no importaba cuantas veces lo saboreara o
acariciara su piel, sabía que jamás me cansaría de él...

Jamás.

Lo escuché respirar en el silencio que se hizo a nuestro alrededor, dejando que su pecho se i clara y
desinflara en una larga exhalación, y comenzó a descender su depredadora mirada sobre mi
cuerpo, tan lentamente que fue inevitable estremecerse, removerme un poco al sentirme
expuesta, transparente ante su imponente presencia.

Esa fuerte esencia depredadora que emanaba de su cuerpo, de todo él, y que con solo una mirada,
ya me tenía presa de sus garras.
Gemí, inesperadamente cuando la piel de mi cuello sintió él travieso roce de sus dedos que no solo
acariciaron ese rastro de piel, sino que bajaron por un sendero de piel que ardió con su toque.
Retuve el aliento cuando el dorso de su mano se detuvo sobre mi pecho derecho, solo para
acariciarlo con sus dedos.

Caricias tan ardientes y excitantes que descargaron placer en mi vientre. Volví a removerme como
gusano en mi lugar cuando sus dedos abandonaron mi areola endurecida y se decidieron a seguir
bajando de mi abdomen a mi vientre cubierto por una franja de tela.

Se detuvo un segundo para contemplar con su bestial mirada resplandeciente de placer, sus dedos
comenzaron a juguetear con el resorte de la prenda interior, un delicioso jugueteo que incrementó
el calor en esa zona. Y me miró, alzando sus orbes para clavarlos en mí, dejándome apreciar su
bello color, la forma en que me admiraba con dulzura.

Amaba esa mirada, cuando me miraba como si fuera la más hermoso de todo lo existente, lo único
que él deseaba en la vida, y lo único que quería tener solo para él, siempre y para siempre.

— ¿Segura que podrás responder mis dudas mientras lo hacemos, preciosa? — necesitó saber, sin
dejar de acariciar esa zona, repararla con sus dedos con lentitud.

La verdad era que lo dudaba, estaba perdida en sus caricias estremecedoras, en todo su rotundo
calor sobre mí.

—No lo sé...—fue mi respuesta gemida, un tono de voz dan excitado que bastó para trasformar esa
mirada encantadora en una rotundamente peligrosa en la que sus orbes color rojo se oscurecieron
por el deseo y el placer.

—Entonces no me detendré a escuchar nada más que tus gemidos hasta terminar—advirtió, ronco,
casi un delicioso ronroneo cuya vibración quise sentir contra mi piel.

Noté como sus labios se entreabrían para sacar su larga legua y lamer sus labios antes de morder
su inferior, como si fuera dueño de un hambre insatisfactorio que estuviera a punto de soltar.
Maldición.

Ese pensamiento me gusto bastante, más me gustó cuando su otra mano se aferró a la tela de
aquella prenda pequeña que ocultaba mi monte sensible. Tuve la idea de elevar un poco esa parte
de mi cuerpo para que él pudiera deslizar la prenda lentamente por mis piernas, logrando que con
esa lentitud mi piel se erizara.

La sacó fuera de mis tobillos y la lanzó lejos de la cama en un rápido movimiento donde trate de
llenar mis pulmones, él tomo mis pantorrillas y tiró de mí, arrastrándome con sorpresa un poco de
la cama para estar más cerca de él, más cerca mi entrada de su... Se acomodó en el espacio entre
mis piernas, levantando mis muslos para dejarlos sobre lo más alto de los suyos.

Mi corazón latía tan acelerado que provocaba que mi respiración empezara a fallarme, a sentirme
asfixiada, y eso que no habíamos llegado tan lejos...

Se me secó la garganta cuando lo vi inclinarse repentinamente a centímetros de mi estómago,


posicionando su peso sobre uno de sus brazos que se apoyó junto a mi cadera desnuda. Y suspiró,
su cálido aliento abrazando ese rastro de piel hundió mi vientre, estirando sus músculos de placer.
Llevó su mano desocupada a mi vientre donde dejó que sus yemas tocaran con temor esa parte
para luego volver a acariciarla, esta vez, con seguridad, encendiendo más calor del que pude
imaginar con su toque.

Acarició mi vientre sin detenerse un segundo, en leves roces que amenazaban con arquearme la
espalda. Se me escapó un sonoro jadeo cuando sus carnosos labios hicieron contacto con la
delicada piel de mi abdomen, dejando apenas que sus labios rozaron la piel antes de comenzar a
bajar cada pulgada más a mi vientre, donde depositó un beso.

Por segunda vez jadeé con el corazón a punto de ser escupido por la garganta, él volvió a besar,
esta vez sintiendo como su legua lamia la ardiente piel, saboreando ese rastro diminuto con el que
fue capaz de nublar hasta el más pequeño de mis pensamientos.

Gemí alto cuando al bajar un poco más, su boca terminó en ese punto exacto tan débil y sensible
que ardía de dolor y placer, y se hundió lento y tortuosamente para que su lengua se empujará en
mi interior y lamiera sin ser desesperado cada rincón, volviendo gelatina los músculos tensos de
placer a causa de la lentitud en la que se movía dentro de mí.
Mi cuerpo tembló de locura a punto de hacerme perder la cordura, y un chillido de placer se
construyó en mi garganta cuando sentí su lengua más profundidad y traviesa, aumentando sus
movimientos a la velocidad tan gloriosa y extasiada que me perdió la mirada en alguna parte del
techo de la habitación, avivando un gemido chillón que terminé tragando cuando de un segundo a
otro sacó su lengua completamente de mi interior.

Derrumbando ese éxtasis placentero que empezaba a llenarme con la intensión de liberarse en un
grito.

—Oh... Rojo — en un hilo forzado de voz, su nombre escapó apenas en una queja. Sentí su enorme
sombra cubriéndome enseguida, obligándome a depositar mi rogada mirada en ese par de orbes
endemoniados que buscaban que le contemplara.

—Di mi clasificación una vez más, preciosa— su petición ronca, desbocó mi corazón.

Sentí que desfallecería cuando vi como su brazo se movía y esa mano tomaba su miembro
hinchado, erecto, y lo acomodaba justo en mi entrada. Tan solo sentí esa dureza e intenso calor
rozarse en mi zona intima, mi cuerpo reaccionó por sí mismo, meneándose, ansioso de tenerlo
dentro. El éxtasis que su lengua me había hecho sentir, volvieron a avivarse con un simple toque de
su miembro.

—Di mi clasificación.

Los músculos de mi vientre se contrajeron, se estremecieron como reacción, aumentando el ardor


a causa de esa voz bestia pérdida en el deseo. Y se inclinó un poco, solo un poco sobre mí cuerpo
para que sus orbes me hicieran pestañar.

—Quiero escucharte decir mi clasificación—ronroneó, tensando sus cejas oscuras en ese pálido
rostro levemente sudoroso—. Pym...

Jadeé ante la forma en que me llamó. Mis labios temblaron, mi garganta sedienta se preparó a
punto de cumplir su orden. Miré mi vientre, miré su mano sosteniendo su miembro, que anhelaba
cumplir su propósito, y al final, subí el rostro para encontrarme con la penetración de esa bestial
mirada.
—Ro- Rojo—su nombre exploró mi garganta en un extasiado gemido cuando él sin poder esperar a
que terminara de nombrarlo, empujó su cadera con lentitud contra mi entrada, gimiendo al
unísono conmigo: un sonido exquisito y encantador que salió de su boca, maravillado de las
sensaciones que explotaron en éxtasis placentero que cubrió todo nuestro interior al sentirnos al
fin, unidos, complementados.

Rojo había sido recibido por mi interior con tanto deseo y necesidad que por ese instante
permanecimos en silencio, disfrutando de la forma en que mi interior se abrazaba al calor de su
miembro con necesidad, se abrazaba a esa maravillosa sensación de tenerlo dentro de mí, dejando
por un momento de lado el placer que deseaba ser liberado al mismo tiempo que el mío, en un
grito de gloria.

Era fantástico, jamás me alcanzarían las palabras para describirlo. Pero abrí mis ojos, solo para ver
los suyos y quedar encantada por su mirada, esa misma que disminuía la distancia para que su
frente se recargara contra la mía.

—Te quiero, Pym, te quiero tanto que...—exhaló sus palabras sin terminar en tonalidades roncas y
graves. Mi rostro recibió el roce de su cálido aliento antes de que fueran mis labios recibiendo uno
de sus besos apasionados, besos que correspondí con la misma necesidad. Pronto sentí sus dedos
tomando cada lado de mi rostro para acariciarme la piel, y en ese instante, inesperadamente salió
de mí, solo para que un segundo más tarde un gemido de felicidad se escupiera de mi boca a la
suya, al sentirlo hundirse con fuerza deliciosa en mi interior.

Un gemido que lo hizo a él gruñir de placer, aumentando la velocidad de sus besos, saboreando y
devorando cada uno de los gemidos que sin detenerse, empezaron a desbordaron a causa de sus
embestidas contundentes, saliendo paulatinamente de mi interior para empujarse con una
rotundidad cíclica y deliciosamente cruel que era capaz de golpear mi punto más profundo y
llenarme de placer.

Entonces me di cuenta de que no sucedería, haciendo el amor nada sobre el embarazo cruzaría por
nuestras cabezas, solo el deseo de consumir nuestros cuerpos en todas las formas posibles. Ningún
sonido cruzaría nuestros labios con la forma de preguntas acerca de bebés, solo gemidos y chillidos
de placer ahogados en la boca del otro.

Al menos, hasta que termináramos desechos en los brazos del otro.

(...)
Salimos de la habitación, con las mochilas puestas sobre nuestros hombros y las armas cargadas y
apretadas en nuestras manos. Tan solo recorrí con la mirada al rededor del pasillo y los bloques de
las habitaciones me di cuenta que no éramos los únicos con la misma carga.

Había otros saliendo de sus habitaciones al pasillo. Infantes, experimentos y personas acomodando
sus mochilas enormes, susurrándose que todo saldría bien ante el grito de Jerry y otros hombres a
su mando ordenando en alguna parte del bunker, desde lo que parecía ser un megáfono que todos
los aproximáramos a la salida del lugar.

Íbamos a irnos para salir del laboratorio al fin... Al fin a la superficie.

Dejé que mi mirara se clavara repentinamente en un par figuras que salieron de una de las
habitaciones del bloque frente a nosotros, las reconocí al instante. Eran ese par de niños que
habían salido a correr por el pasillo, aunque esta vez solo permanecían quietos con la mirada
clavada en una tercera figura que era más alta que el resto saliendo de la misma habitación que
ellos.

No hacía falta repara en toda su figura, reconocí su masculina presencia llena de impotencia, era
otra vez el experimento naranja, ese tan soldado naranja vistiendo el chaleco en el que se descolgó
un par de armas.

Una cuarta figura se les añadió repentinamente, y a pesar de reconocerla, me sentí sorprendida
como si resultara todavía ser la primera vez que le veía. Era la mujer pelirroja, con toda su
cabellera sostenía por una trenza acomodada sobre su hombro, encima de un asa de mochila que,
extrañamente, colgaba hacía delante de su pecho y estómago.

Me preguntaría por qué llevaba la mochila acomodada así, sino fuera porque dentro de esa
mochila mayormente cortada, me encontré un cuarto cuerpecito. Ahí estaba ese bebé otra vez—
ese que miré otras atrás siendo sujetado por el dejado brazo de la mujer—, sacudiendo sus
bracitos en las grandes aperturas de la mochila cortada, con su cabeza moviéndose en todas
direcciones para dejarse clavada únicamente en el soldado naranja.

Algo me dejó muy sorprendida cuando reparé en esa mirada llena de inocencia y felicidad poseer
un par de escleróticas negras y un par de iris de un color tan similar al soldado naranja. Un par de
orbes que antes no había podido ver con claridad porque ellas estaban más lejos de nosotros.
¿A caso ese bebé era de él? ¿El bebé era de ellos dos? No pude evitar preguntarme, sintiendo esa
inmensa intriga y necesidad por saber la respuesta.

No, no, esa era una ridícula pregunta, ese bebé no podía ser de ellos era imposible si
recordábamos que no había pasado mucho desde que este infierno sucedió. Lo que, si era cierto,
era que ese bebé era un experimento. Probablemente lo habían encontrado al igual que a esos
niños.

Y se habían adueñado de ellos como si fueran sus... hijos.

—Dime si lo conoces, Pym— la petición tan seria de Rojo me hizo pestañar, me obligué a dejar de
verlos para encontrar el perfil de Rojo y darme cuenta de lo apretado que mantenía su quijada. Me
pregunté a qué se estaba refiriendo, dándome cuenta que sus orbes carmín estaban clavados en
alguien del pasillo a nuestra izquierda. Le seguí la mirada, quedando aún más confundida que
antes cuando mis ojos quedaron atrapados en ese par de orbes apenas verdosos ocultos tras un
par de anteojos que me recordaron a Rossi.

La piel de su rostro palideció, sus labios pequeños se abrieron y esos párpados se extendieron
tanto que sus ojos podían caerse en cualquier momento de su rostro. Su gesto, entre más
segundos me miraba, pasaba de ser shock a ser de horror, desconcertándome más, ¿por qué me
miraba de esa forma, como si estuviera viendo un fantasma?

Solo para cerciorarme de que realmente estaba viéndome a mí, me voltee a un costado, revisando
si alguien estaba aún lado de mí, pero no había nadie más. Le devolví la mirada, hundiendo el
entrecejo.

—No, no lo conozco... — reparé en su aspecto y en esa arma entre sus manos que parecía estar a
punto de soltar—. O no lo recuerdo.

¿Sería posible que lo conociera? Estaba segura de que sí, para que me mirara de ese modo, era
seguro que nos conocíamos.

Tuve esa necesidad de acercarme y preguntarme, pero algo muy extraño me detuvo. Un
sentimiento de inseguridad, o una advertencia, no supe, pero no me moví. Mucho menos iba a
moverme cuando esos labios delgados se cerraron y se apretaron, entonces todo su rostro se
transformó.
—No me gusta cómo te ve— espetó Rojo, a mí tampoco me gustó, la severidad y el enojo se
hicieron tan visibles en ese rostro masculino que pestañeé tantas veces para poder creérmelo. Al
instante, su mano desocupada voló a tomarme del brazo para tirar de mí y hacernos caminar en
dirección al pasillo contrario, dándole la espalda a esa mirada que sentía pegada a mi cuerpo.

Sentí incomodidad, y esa inquietud de girar y ver si aún seguía observándome, pero como antes,
no pude moverme. ¿Quién era él? Esa pregunta sería difícil de olvidar después de ver la manera en
que me miró.

Cruzamos el siguiente pasillo, hacia más cuerpos que abandonaban los cuartos para caminar en el
mismo sendero que nosotros, no sin antes darnos una mirada atenta a nuestros cuerpos. Rojo
soltó mi brazo en cuanto esos ojos humanos observaron el agarre, no quise que lo hiciera, pero
tampoco se lo iba a impedir.

A pesar de que desconfiaba de Roman, lo que dijo era cierto, sería peligroso llamar la atención de
los demás, aun cuando estábamos en un infierno, sabíamos que los experimentos no los dejarían ir
una vez salido del laboratorio con vida.

Era más que seguro lo que harían con ellos...

— ¡No se separen una vez fuera, manténganse junto a los soldados! —Aquel grito masculino tan
potente y escalofriante nos levantó la mirada. A muchos metros, justo aun lado del umbral, se
encontraba Jerry sobre una silla, con el megáfono en una mano y un arma en el otro, su cintura
estaba en exceso repleto de todo tipo de armas, al igual que sus hombros donde no había ninguna
sola mochila, solo un par de escopetas.

Pasé mi mirada sobre todos esos cuerpos que esperaban impacientes a salir del bunker, creando
una multitud. Nos detuvimos cuando vimos que era imposible seguir caminando.

— ¡Los quiero a todos con sus armas en manos! —gritó él, con su rotunda voz grave, varios de los
cuerpos frente a nosotros no tardaron en empezar a removerse, tomando sus armas de los
bolsillos de su cinturón—. ¡Los examinadores, cuidando a los infantes, los experimentos adultos y
adolescentes sin romper las filas que les indiqué hacer, los termodinámicos vigilando todo
momento alrededor, avisando de cualquier temperatura, no importa cual, quiero que avisen de
todo! ¡Los quiero a todos en silencio una vez fuera y cooperando!
— Pym— Poco faltó para que respingara sino fuera porque su voz ya no producía sorpresa.

Rápidamente envié la mirada en busca de esa voz que sabía bien que pertenecía a Adam, él se
encontraba empujando algunos cuerpos con tal de llegar a nosotros... No sin antes mirar
alrededor.

— ¿Algún rostro de estas personas se te hace familiar? —Su inesperada pregunta me hizo pestañar
—. Jerry mencionó que solo habían encontrado tres de los responsables del parasito, pero que esta
seguro que el resto de los que nos traicionaron están entre nosotros porque se han deshecho de
las muestras. Solo queda que tu recuerdes porque estoy seguro que lo que te sucedió en el área
roja tiene que ver con más responsables.

—Pero no he recordado nada—le comenté con una mueca amarga.

— Será mejor que trates de hacerlo, no es justo que estas personas responsables salgan a la
superficie. Lo peor es que puede intentar matarte o hacerte algún daño para mantenerte callada.

Traté de pestañear, pero no pude, estaba perturbada. De pronto mirando a mí alrededor,


reparando en los rostros que pudiera, tratando de averiguar si los reconocía o no, aunque ninguno
de ellos estaba poniéndonos atención. No me había puesto a pensar en eso desde hacía varios días
atrás, creyendo que esa persona había muerto, pero era cierto. Después de lo que el hombre
canoso dijo que, encontró a tres responsables del parasito, era obvio que habría más personas
involucradas en esto. ¿Estaban ocultas? ¿Y entre esas personas que todavía sobrevivían, estaba
aquella que intentó matarme en el área roja? ¿Intentaría matarme otra vez?

—Debes estar alerta, si reconoces a alguien o se te hace familiar, dímelo. No podemos dejar que
esa persona ni mucho menos quienes le ayudaron salga ilesas de aquí. Merecen morir.

Me sentí hundida en la confusión, ¿y sí esa persona ya me había reconocido y yo todavía no? La


única persona que hasta ahora se me hacía familiar, era ese hombre de ojos grises que nos ordenó
a Rojo y a mí seguir caminando, ¿sería posible que fuera él? La manera en que nos miraba era muy
extraña... Igual la de esa persona con anteojos que me observaba con horror fuera de nuestra
habitación. ¿Era él, o era el otro hombre?
— Nadie intentara lastimarla—la grave voz de Rojo terminó explorando mis pensamientos. Todo su
enorme cuerpo dio un paso peligrosamente hacía Adam, con su mirada turbia y severa—. Voy a
protegerla.

Los labios retorcidos de Adam se apretaron con fuerza, alzó la mirada de molestia para mirar a los
orbes carmines de Rojo, esa mirada depredadora que emitía seguridad.

—Por tu bien más te vale que así sea esta vez, ya que desde tu incubadora no ayudaste nada.

Sentí una molesta y desagradable intensión de abofetearlo y cerrarle la boca para que dejara de
provocar a Rojo, pero ese enojo se esfumó cuando vi la forma en como los puños y la quijada de
Rojo se apretaron con tanta fuerza que parecía que se le romperían los huesos.

Era la segunda vez que Adam lo decía, acusando a Rojo de que él había visto a la persona que me
golpeó y que no pudo hacer nada para impedirlo, y que todavía estaba encubriéndolo. Sin
embargo, Rojo aseguró — y confiaba completamente de sus palabras—, que despertó justo
cuando las mallas metálicas ya se habían despejado de las incubadoras.

—Ya para con eso, Adam —solté bruscamente y sin exclamarlo.

Adam apretó ahora sus dientes, me dio una mirada antes de dar un par de pasos atrás y entornarla
de nuevo a Rojo.

—Aun así, estaré cerca, Pym— eso fue lo último que espetó con ira, para comenzar a caminar, lejos
de nosotros cada vez más.

Comencé a sentir pánico al verlo desaparecer entre todas las personas, el miedo a recorrer mis
huesos con la forma de escalofríos. No dejé de mirar a las personas que nos rodeaban, con temor,
tratando de distinguirlos, recordarlos, pero no había nada en mi maldita cabeza que me
respondiera o me ayudara. Pero, ¿en verdad intentaría matarme estando rodeada de tantas
personas armadas? Si todo este tiempo había sobrevivido y se había mantenido oculto, no creo
que intentaría matarme, y si lo hacía, y trataba de lastimarme, lo descubrirían y entonces lo
matarían.
Ese pensamiento trató de tranquilizarme, lamentablemente no pasó. Y solo mirar el rostro de Rojo
cuya mirada depredadora se lanzaba clavada en la nada, me hizo saber que desde ahora, mi carga
pesaba más que antes...

Maldición. Justo lo que no quería ser para él

Un chirrido metálico amortiguando todos mis tormentosos pensamientos me puso los pelos de
punta. Frente a nosotros, aquella enorme puerta metálica empezó a correrse hacía el lado de Jerry
quien no tardó en bajar de la silla y lanzar el megáfono al suelo produciendo un sonido apenas
audible. La luz del exterior empezó a mostrarse conformé se abrió la puerta, al igual que unos
cuantos hombres armados que estaban formados fuera del bunker.

El miedo y la ansiedad empezaron a remover mi estómago cuando esa puerta terminó de abrirse,
dejando una gran entrada. Jerry levantó su brazo, extendió su mano al techo y miró al experimento
naranja que se acomodaba junto a él, y entonces esa mano se movió, indicándonos que
saliéramos. Fue ahí cuando todos comenzaron a moverse, apresurándose a salir del bunker. No
dudé por tercera vez, en analizar sus figuras, tratando de hallar al menos un rostro que girara a
vernos de una forma que me hiciera sospechar....

Pero ninguna lo hizo.

—No te apartes de mí, Pym—Más que una petición, fue una orden que hizo que dejara de ver
tanto a las personas para clavar mi mirada en esos orbes fúnebres que me observaban—. Ni un
segundo te me apartes, ¿entendiste? —soltó entre dientes, en un tono engrosado que me hizo
asentir enseguida.

—No lo haré—prometí, sin dejar de ver sus ojos intranquilos a causa de las palabras de Adam—,
saldremos de aquí, tú y yo estaremos bien.

—Eso te lo prometo yo.

(...)
En menos de un par de horas, habíamos pasado de recorrer un largo pasadizo rocoso y con la
forma de una cueva, a un enorme y ancho pasillo blanco cuya iluminación se mantenía
parpadeando, casi constantemente. Era largo y espacioso, parecía interminable, lo recorríamos en
pasos rápidos, sin detenernos y en completo silencio.

Los experimentos con uniforme y armamento más grande que el armamento del resto de las
personas, se encontraban formando un rectángulo a nuestro alrededor, manteniendo a las
personas y a los infantes en el centro, protegiéndonos. Había varios de esos experimentos, con sus
ojos ocultos bajo sus parpados y sus cabezas en movimientos cíclicos al rededor, eran
termodinámicos, buscando algún tipo de extraña temperatura, llevaban haciendo eso desde que
salimos del bunker.

Rojo estaba haciendo lo mismo que ellos, aunque fuera de la formación, revisando incluso el techo
sobre nosotros después de saber que esas monstruosidades escavaban las paredes. Cosa que
esperaba que no sucediera sobre nosotros.

De vez en cuando él abría sus ojos para también analizar a las personas a nuestro alrededor y
preguntarme, sí había reconocido a alguno, lo cual estuve tratando de hacer desde que salimos del
bunker, pero solo no conseguía nada, y eso era frustrante, irritante.

Sentía una fuerte imponencia que amenazaba con que en cualquier momento explotaría.

El brazo de Jerry volvió a extenderse, y al cerrar la palma de su mano en un solo puño bien
apretado, todo mundo se detuvo, alzando las miradas en todas direcciones, como si algo malo
estuviese a punto de acontecer. Eso me detuvo el aliento, me arrimé al cuerpo de Rojo, a su calor
protector cuando hubo tanto silencio y tanta tensión en las personas que me hizo temer
demasiado de que el puño de Jerry significara algo malo.

—No hay peligro—el susurró de Rojo no logró tranquilizarme del todo, pero al menos pude
respirar otra vez.

Vi como Jerry dio un par de pasos adelante donde el pasillo se dividía en otros dos pasadizos que
él comenzó a revisar por varios segundos, en compañía de dos experimentos.
Bastó solo un segundo para que retirara el puño y caminara a zancadas hacía su derecha, su cuerpo
desapareció enseguida, sin temor a alejarse del grupo. Nuevamente, las personas comenzaron a
mover sus piernas, a caminar con una rapidez para cruzar el pasillo y perseguir al hombre canoso.

Pero tan solo llegamos al resto del pasillo, volvieron a parar, mi mirada se abrió de golpe al
encontrar frente a nosotros esa montaña de escombros que casi llegaba al techo del espacioso
pasadizo.

—Este corredor lleva al comedor, nuestro objetivo— fue la exclamación de Jerry, antes de que
empezara a ser el primero en treparlo, sin voltear a ver al resto de las personas que empezaban a
hacer preguntas y a girarse, viendo hacía el pasillo izquierdo que estaba vacío y libre de paredes y
techos derrumbados.

Detrás de Jerry, varios de los experimentos uniformados también treparon, pasando del otro lado
de la montaña, en segundos.

—Caminen ya— Esas palabras casi gruñidas salieron de los labios del hombre con la cicatriz en el
rostro. Su mirada grisácea endurecida se pasó por todas las personas, una mirada inquietante y tan
familiar que me atemorizó. ¿Podría ser él...? No lo sé, era tan confuso, si fuera él el que intentó
matarme, ¿no debería tratar de ocultarse de mi si sabe que yo lo vi haciendo algo malo?

Se nos había acercado en ese momento que nos llevaban al bunker como si solo fuéramos dos
personas más. Era muy extraño... Hizo una señal con su arma a las personas para que comenzaran
a trepar, lo cual sucedió en segundos.

Se acercaron, mujeres y hombres sobre él para empezar a trepar, ya no pude ver más la silueta del
hombre con la cicatriz, solo a personas ayudaron a los infantes a subir sin problemas.

Entre todos ellos, estaba la pelirroja cargando al bebé desde la mochila que colgaba en su pecho y
estómago, empujando el trasero de un experimento infante que plantó sus pies firmemente sobre
un pedazo de metal, lo vi sonreír para luego extender sus brazos y alcanzar las manos de su
compañera que estaba siendo empujada, no por la mujer pelirroja, sino por el soldado naranja que
había apartado a la pelirroja para ayudar a los niños a subir.

En ese instante en que el niño escalaba hasta arriba, el soldado naranja torció su rostro y abrió la
boca, empezó a moverla. Estaba diciéndole algo a la pelirroja a su costado por el gesto severo que
ella llevaba. Esa mano varonil alcanzó el brazo de la mujer y en un voraz movimiento donde ella
trató de apartarse de su agarre, él la cargó entre sus brazos con cuidado de no sacudir al bebé en la
mochila, para ayudarla a subir al pedazo de tubo donde estaban los niños.

Detrás de ellos, apareció el cuerpo de 16, acercándose para tratar de subir la montaña de piedra y
tubos.

En ese instante, me pregunté dónde estaría Rossi y Adam, aunque no me importaban mucho, que
no los viera en todo el camino hasta, aquí era muy extraño. Me arrepentí de mis pensamientos
cuando mi mirada se clavó sobre la ancha espalda de un hombre que se abría paso entre las
muchas personas para llegar a la montaña.

Era Adam, colocándose el arma en el bolsillo de su pantalón para ayudar a otros infantes a trepar
con rapidez.

—Subamos, Pym — La mano de Rojo clavándose en mi espalda baja me sorprendió. Me dio un


leve empujón para que caminara, y lo hice, enseguida de asentir.

Nos acercamos detrás de un par de hombres que trepaban lo más rápido posible, y comenzamos a
subir los primeros bultos de escombros que con cada pisada se hundían, tambaleando nuestros
cuerpos un poco. Revisé la altura de la montaña, no era para nada segura, y tantas personas
subiéndola al mismo tiempo, podría lograr que se derrumbara...

Eché una mirada al rededor, antes de buscar donde aferrarme para trepar, con inseguridad. Pero
cuando mis manos se aferraron a un par de rocas, y uno de mis pies se colocó sobre un trozo de
tubo atrapado, en mi cadera se plantaron con firmeza y dureza las manos de Rojo, por detrás.

Su calor instantáneamente invadió toda mi espalda cuando sentí el cuerpo de Rojo inclinarse sobre
mí.

—Hazlo con cuidado— Sabia por qué lo decía, yo solo asentí, comenzando a trepar, aferrando mis
manos a lo que sintiera que estuviera clavado firmemente en los escombros para no terminar
resbalando. Las manos de Rojo en ni un momento abandonaron mi cuerpo, sosteniéndome y
empujándome cada vez más hasta estar a una altura en la que sus manos no me alcanzaron más.
Me detuve, enviando la mirada hacia abajo para encontrar a Rojo trepando lo más rápido posible
para llegar a mí.

—Sube con cuidado— me indicó. Asentí, trepé hasta lo más alto de los escombros, con la mirada
observando ese enorme hueco en lo que antes era un techo plano y blanco, me pregunté cómo
había sido posible que el techo se derrumbara de esta forma.

Una idea brilló en mi cabeza, una peligrosa idea de lo que ese hueco podría significar. ¿Acaso era
un agujero de un monstruo? Aunque no parecía un agujero, pero tal vez, este derrumbe había sido
provocado por uno de ellos al intentar escarbar en el techo y salir.

Subí a una larga tabla que era lo último de la montaña de escombros, y miré del otro lado. Varios
de los experimentos que habían cruzado de un segundo a otro sin problema alguno, ya habían
hecho un tipo de formación a varios metros adelante, para protegernos. Con sus armas atentas, y
esas miradas observando en la lejanía: alguno de ellos buscando temperaturas.

Parecían soldados.

Repentinamente sentí un enorme pánico cuando mis ojos cayeron sobre el suelo. El miedo me hizo
temblar, y no solo porque sería difícil lograr bajar de los escombros— en realidad sería más fácil
bajarlo—, sino porque ahí abajo el piso estaba cubierto de agua...

Y solo ver a los pies de las personas que ya habían cruzado, podía darme cuenta que el agua
llegaba por encima de sus tobillos. No quería ni pensar que más adelante el agua subiría, hasta
ahogarnos. Tal como sucedió en ese túnel...

Estaba a punto de comenzar a bajar, deslizándome a uno de los bordes de la tabla, cuando ésta
vibró debajo de mi cuerpo. Asustada, mis manos apretaran lo que pudieran de la madera antes de
voltear el rostro y hallar a Rojo trepando la tabla en un sutil movimiento que casi fue un salto.
Rápidamente se colocó frente a mí, sus manos se acomodaron a cada lado de mis piernas,
aferrándose a la tabla mientras afirmaba sus pies en un par de tubos atorados entre los
escombros.

—Ven, Pym— ordenó en voz baja. Vi su brazo estirándose hacia mí, su mano invitándome a que la
tomara. Rápidamente correspondí, apresurándome a bajar hasta su lado, cuidadosamente para no
resbalar del enorme bulto de rocas, tal como otros lo hicieron.
Y al tocar el suelo, hundiendo mi calzado en el agua oscurecida, Rojo me apartó de los escombros.

—Rápido, cada minuto cuenta— la exclamación escupida por Jerry me desencajó la quijada. Me
ponía nerviosa que se diera el tiempo de exclamar sabiendo que había experimentos que se
guiaban por el oír. Pero eso parecía no importarle, teniendo tantos experimentos armados. Aun
así, nada aseguraba que todos sobreviviríamos si seguía exclamando con esa voz grave.

Por otro lado, no era sencillo, y menos para los infantes bajar una enorme montaña de escombros
desequilibrada, con pedazo de piedras y metales con los que podía cortarse si no se tenía cuidado.

—Con cuidado, Doce—esa voz femenina que se alzó entre leves y apenas apacibles sonidos, me
envió la mirada a una parte de los escombros, donde el soldado naranja que ya estaba en el suelo,
extendía sus brazos... hacía la mujer pelirroja sentada en un pedazo de roca con el bebé colgando
de su mochila, tratando de alcanzar los musculosos brazos del experimento naranja.

Hundí mis cejas, muy intrigada por ellos, viendo ahora como él la bajaba sin problema alguno para
dejarla en el suelo, frente a su enorme cuerpo que la ocultó. Desde mi lugar pude ver ese brazo
musculoso deslizarse desde el brazo de la pelirroja, hasta su cintura en una suave caricia que me
hizo sonreír.

— ¿Te sietes bien? —la pregunta de Rojo me confundió un poco, quité la mirada de ello para mirar
la botella que su enorme mano me extendía, y la cual tomé viendo esos orbes rojos reparando en
mi rostro—. ¿Te duele algo?

—No... —negué enseguida, sonriendo un poco—. Me siento bien, no te preocupes.

Estaba siendo sincera, tranquila de que las náuseas no fueran un estorbo por estos momentos.
Tomé un sorbo de agua, antes de invitarle a él que bebiera también, tomando la botella y
bebiendo de ella. En ese instante algo muy extraño aconteció, mi cabeza se palpó de dolor, un
dolor insoportable que nubló mi panorama, oscureciendo la imagen de Rojo, e iluminó algo en mi
memoria.

Algo que no esperé, pero lo deseé.


Imágenes que poco a poco empezaron a adquirir color y llenarse de todo tipo de voces con
diferentes tipos de escenas, como si una película estuviese reproduciéndose en mi cabeza, solo
que con varios trozos aún faltante.

Entonces, lo recordé, recordé algo más...

Y la conmoción de los recuerdos fluyendo uno tras otro fue tanta que me tambaleé, apenas
sintiendo esos largos dedos deteniendo mi cuerpo, atrapándome para no caer. Escuché esa voz
masculina cuya tilde me estremecía, llamándome con preocupación, y cuando reaccioné al fin y
todas las voces callaron, y esas escenas desaparecieron, pude sentir ese notable calor perforando
mi toda mi piel, sintiendo también esos enormes brazos rodeándome con una fuerza bruta que
mantenían cada milímetro de mi cuerpo pegado a ese cuerpo masculino, que al fin pude recordar
más de lo que no pensé.

Estaba en los brazos de ese hombre...

De ese hombre del que me enamoré y a quien oculté mis sentimientos por miedo a que le hicieran
daño.

7. Su encantadora risa.

7. SU ENCANTADORA RISA

*.*.*

Segundo recuerdo de Pym

La cama se sentía vacía y helada. Solo tenía que abrir los ojos, girar sobre la cama y ver el lado
vacío junto a mí para saber que Adam no había llegado a descansar...
Nunca me aseguró que vendría a dormir hoy, pero dijo que lo más probable era que su servicio
como guardia en el área naranja, terminaría antes de mi hora de trabajo, y vendría a su habitación,
a dormir un poco conmigo.

Solté la respiración entrecortadamente, sintiendo como un frio penetrante oprimía con fuerza mi
pecho y humedecía mis ojos.

Ya eran más de tres semanas que no dormíamos juntos, tanto tiempo sin abrazarlo o besarlo. La
última vez lo encontré en la cafetería, él había terminado su comida, diciéndome que no podría
acompañarme a comer porque debía trabajar. Ni siquiera se despidió con un beso.

La manera en que nos vimos... y en que nos hablamos... como si fuéramos desconocidos.

No me gustaba, no me gustaba sentirme así cuando apenas nos encontrábamos solo por un
minuto después de largos días. Se sentía horrible esa sensación tan helada removiendo todos mis
órganos.

—Odio esto— susurré, pestañando tantas veces pudiera para no llorar, para que mis ojos no me
traicionaran. Respiré con fuerza, llenando mis pulmones para exhalar y desvanecer un poco ese
pensamiento.

Giré nuevamente mi cuerpo hacia la mesilla de noche donde estaba mi reloj, observé la hora.
Faltaba más de media hora para las seis de la mañana, más de media hora para volver a la sala 7
con Rojo 09.

Después de varias noches en las que él no pudo conciliar el sueño y yo terminaba tan exhausta que
a pesar de tomar tazas de café caía rendida en la mesa de su cuarto, al fin él había podido dormir, y
yo podido volver a mi cuarto para descansar unas cuantas horas.

Sin demorarme, salí de la cama y tomé un cambio de ropa para darme un rápido baño. En cuando
terminé, tomé de la alacena un par de panes que unte con mermelada para desayunar lo más
rápido posible y apresurarme al librero donde tomé las historietas que posiblemente llamarían la
atención de Rojo 09, y los guardé en la mochila, así mismo tomé varios juegos de mesa que no
pude revisar, y todavía guardé los refrescos y chocolates que prometí llevarle para que probara.
Estaba prohibido darle alimentos chatarra a los experimentos, pero la verdad es que yo quería que
él conociera más cosas del mundo, que aprendiera más de lo indicado, que se sintiera uno de
nosotros. Era injusto que lo obligaran a mantenerse oculto en cuatro paredes, sin permitirle
siquiera salir al pasillo fuera de su sala, o salir a su sala siempre que no pudiera dormir. Era
aburridísimo y horrible estar todo el día encerrado sin hacer nada en su cuarto, y más cuando le
daba insomnio, así que me prometí mantenerlo ocupado hasta cansarme, aunque para ser franca
era muy divertido pasar el tiempo con él. El tiempo a su lado se pasaba muy rápido.

Al tener todo guardado en mi enorme mochila, tomé el resto de las cosas, y salí apresuradamente
al pasillo de la habitación. No pasó mucho cuando miré hacía la habitación de mi vecina Georgina,
últimamente se había estado comportando muy extraño, se había dejado de contactar conmigo, el
último mensaje que tenía de ella era cuando me dijo me preguntó que, si seguía con Adam, pero
cuando le escribí, ella jamás me respondió.

Desde entonces no dejé de preguntarme por qué me escribió esos mensajes, eran extraños,
confusos, horriblemente frustrantes leerlos una y otra vez y no entenderlos. ¿Cómo fue que me
confundió con una chica de cabello negro? Y repentinamente cambió su pregunta respecto a Adam
y a mí.

Era muy raro.

Solté un largo resoplido y me dediqué a caminar por todo el pasillo. El bloque de habitaciones en la
que estaba la nuestra, lamentablemente se encontraba lejos de las salas de entrenamiento para
los experimentos, y solo debía tomar un transporte para poder llegar al pequeño parte de las salas,
así que comencé a recorrer el largo pasillo hasta su final, un blanco y largo pasillo vacío y
rotundamente silencioso.

Los empleados de este laboratorio subterráneo casi no dormían, y la mayoría en vez de dormir en
sus habitaciones que estaban muy lejos de su alcance, pedían prestadas otras habitaciones más
cercanas para descansar más tiempo. El trabajo en este lugar era muy duro y peligroso, aunque
con un objetivo que no podíamos conocer, pero la paga lo valía todo, y no pensabas en las
consecuencias o la razón de por qué te querían en el trabajo cuando toda tu familia y tú habían
vivido en las peores situaciones económicas y sanitarias.

Nada en el exterior te daba la suma de dinero que el laboratorio agregaba a tu cuenta bancaria por
semana de trabajo. Con esa paga vivirías el resto de tu vida sin preocupaciones, incluso los hijos de
tus hijos, y posiblemente una generación más libre de deudas y hambre.
Por supuesto en el laboratorio sólo te daban diez años únicamente, luego te liberaban tras firmar
un segundo y tercer documento de confidencialidad en el que aceptabas cadena perpetua y el
reembolso de todo el dinero que se te dio si hablabas del laboratorio o los experimentos fuera del
respectivo lugar.

La mayoría de los trabajadores aquí veníamos de familias pobres que el gobierno ruso no brindaba
apoyo de ninguna manera, y el resto de los trabajadores venia de familias bien manejadas o que,
tenían algo que ver con los que financiaban el laboratorio de German Chenovyl. Así que
prácticamente nadie hablaría de este lugar ni en sus más oscuros sueños.

Salí de mis pensamientos cuando frente a mí, se extendió el inicio de una enorme cueva
enumerada como el decima cuarto túnel. Para mi suerte, había un coche de transporte aún intacto
en las riendas. Me apresuré a bajar los escalones para llegar a las riendas y subir al primer asiento
del auto sin techo,

De mi mochila colgada en un brazo, saqué mi tarjeta de permiso para uso de transportes en el


laboratorio, y pasé la tarjeta sobre la línea vertical agujerada de la pequeña máquina con pantalla
que se encontraba junto a la palanca. Con solo pasarla, la pantalla se encendió y el motor del auto
también lo hizo.

Sin esperar tomé la palanca para quitar los frenos, y ponerme en marcha.

(...)

Tan solo llegué, acomodé el coche detrás de un par de transportes de los que bajaban otras
personas que se apresuraban. Tomé mi carpeta y la enorme mochila que colgué en mis hombros
como pude para bajar también, no sin antes apagar la pantalla junto a la palanca y poner los frenos
colocando la palanca en su lugar.

Me apresuré a subir los escalones al igual que un par de desconocidas chicas que llevaban sus
gafetes de examinadoras, apenas podía escuchar su tema de conversación respecto a sus propios
experimentos.

—Buenos días—saludé al tener sus espaldas a pocos pasos frente a mí, pero ni una de ellas volteó
a mirarme o a responderme con la misma amabilidad, solo continuaron caminando hasta llegar a
los cortos escalones—. Como quieran.
En el laboratorio había como trescientas personas, por lo menos, trabajando, y teníamos muy poco
tiempo libre para conocer a la mayoría de los que trabajaban a nuestro corto alrededor, o incluso
poco tiempo para conocer a todos los vecinos de nuestras habitaciones. De hecho, no nos pagaban
por hacer amigos o tener novio, esa última...las relaciones íntimas estaban prohibidas, o eso venia
en el reglamento que leí hace un año y meses, pero a nadie parece importante, pues Adam y yo no
éramos la única pareja aquí.

Aun así, la habían prohibido porque disminuía o afectaba nuestro desempeño en el trabajo. Eso
era algo que no permitiría que sucediera conmigo... Adam tampoco lo estaba permitiendo.

Mordí mi labio mientras recorría él corto pasillo blanco que llevaba a la enorme plaza en la que a
su alrededor se extendían todas las salas de entrenamiento. La plaza de césped artificial había sido
creada para nuestro descanso, aunque según leí, era también para los experimentos, pero, aunque
intenté sacar a Rojo 09 y Verde 13 para que estiraran sus extremidades y conocieran algo nuevo,
no me lo permitieron.

Solté un largo suspiro y me apresuré a bajar un par de peldaños, mirando a las pocas personas que
salían o entraban en las distintas salas, incluso las que apenas se hallaban a estas horas de la
mañana, sentadas en las bancas de la plaza, tomando su desayuno. Me dirigí a la sala siete,
caminando cada vez más rápido para que, al cruzar el pasillo, esas enormes puertas transparentes
se abrieran frente a mí.

La sala, como casi siempre, estaba vacía y en un silencio abrumador. Ya estaba acostumbrada a
entrar y no encontrar a casi nadie a estas horas, pero, aun así, de todas las salas, esta sala y la doce
eran las más silenciosas y vacías.

Antes de mover mis piernas hacia la recepcionista, miré de reojo la habitación de Rojo 09, y tan
solo atrapé en la mira el color de su cortina verde — esa cortina que le traje para mejorar el
ambiente de su habitación— algo en mi interior revoloteó.

Era desconcertante que todavía no lo miraba a la cara, y sintiera que mi estómago terminaría
reventando de los nervios. Pero estaba mal sentirme así... Me obligué a reaccionar, desvanecer ese
cosquilleo y llegar al escritorio donde esa mirada seria se clavaba sobre mí.

—Buenos días, soy la suplente de Eri...


—Llegas quince minutos tarde— me interrumpió, soltando las palabras secamente mientras
tecleaba algo en su computador—. Espero que no tengas excusas.

—No las tengo.

— Al menos lo aceptas— respiró por la boca para exhalar—. El experimento 09 sigue durmiendo.

No dije nada, limitándome a asentir y encaminarme en silencio al pequeño cuarto en el que pronto
levanté la cortina tratando de no hacer ruido. Y cuando me adentré, rápidamente clavé la mirada
en esa cama ocupada por un enorme cuerpo oculto en una larga sabana del mismo color que la
cortina. Reparé en lo que pude mirar de él, en la manera en la que su rostro permanecía relajado
con sus párpados cerrados y sus labios cerrados sin apretarse, y en la forma en como su pecho se
inflaba para respirar con una calmada lentitud.

Con los movimientos más sigilosos posibles— porque sabía que cualquier movimiento podía
despertarlo—, coloqué la carpeta y libreta en la mesa y me descolgué la mochila para depositarla
en la silla, todo esto sin dejar de echarle miradas a su cuerpo.

En todo el tiempo que estuve cuidando de él, jamás me había tocado verlo dormir. Así que no
pude evitar acercarme a su cama, a pasos ligeros hasta acortar la distancia, hasta estar más cerca
de ese relajado rostro que aun llevaba unas coloridas ojeras alrededor de sus ojos.

No pude creerlo, pero estaba claro lo que veía. Su rostro había tomado una nueva apariencia
mientras dormía, su imponente figura y la seriedad y frialdad que aparentaba en su atractivo
disminuyeron. Aunque ese atractivo tan endemoniado aún permanecía intacto en su rostro, en sus
masculinas facciones, era imposible desvanecer lo atractivo que Rojo 09 era.

Repasé cuanto pude de su rostro, dejando que una de mis manos se apoyara en el colchón y la
otra, sin permiso, se acercara a ese cabello despeinado donde las yemas pronto se pasaron por
encima de unos mechones, acariciando lo sedoso y suave que estos eran.

¿Debería despertarlo, o no? La verdad era que no quería, hacía poco menos de siete horas que
dejamos de vernos, y él apenas empezaba a dormirse después de muchas noches con insomnio.
Que durmiera al fin me tranquiliza, él repondría su cuerpo, le haría recuperar la energía que
necesitaba y entonces se sentiría mucho mejor.

Una de más cosas más terribles que podía sucederles a los experimentos, a parte de la maldita
tensión a la que aún no podía creer que tocarlos y editarlos fuera la única forma de liberarlos de la
tensión, era el insomnio. Podían durar varios días despiertos, pero eso no quería decir que no
tuvieran sueño. La energía de los enfermeros era más alta que la de los experimentos negros,
amarillos y naranjas, pero cuando se terminaba la energía de su cuerpo, la de su cerebro
perduraba, y a pesar de que ellos quisieran descansar, conciliar el sueño, no podían. No, al menos
hasta que la glucosa que perduraba cuatro veces más en su cerebro que la de un cerebro normal,
se terminara. Solo entonces podrían dormir.

Eres horrible mirar como su piel palidecía, cono sus parpados se oscurecían y su mirada cansada
caía, y a pesar de eso no podía descansar. Escuché algunos casos de experimentos que enloquecían
a causa del insomnio, o que insomnio afectara tanto su cuerpo que los dejara inmóviles por varias
horas. Agradecí que ese no fuera el caso de Rojo 09.

A Verde 13— mi experimento infante que se encontraba en su inacabara en un plazo de más de un


año por maduración— también le daba insomnios, aunque sus días despierto eran mucho menor a
los días que Rojo duraba, y eso se debía al tipo de genética que tenían: la reproducción sanguínea
en los Rojos era más veloz que la de un verde.

Mis dedos se pasaron nuevamente por su cabello, enredándose un poco para acariciarlos una y
otra vez, mientras contemplaba su varonil rostro, contemplando más a detalle cada una de sus
facciones, como, por ejemplo, su respingona nariz tan impecable de imperfecciones, ese mentón
levemente cuadrado, y el grosor de sus cejas oscuras que se mantenían con una forma tan
pronunciada, levemente fruncida, dándole a su mirada un aspecto serio, frio... peligroso.

Era tan atractivo y no importaba cuantas veces repitiera esa palabra en mi cabeza, atractivo le
quedaba muy corto... Y no entendía, como alguien con un aspecto tan escalofriante como atractivo
e imponente, pudiera ser tan... curioso, inocente y tierno. A pesar del infierno que estaba viviendo.

No importaba cuantas veces trataran de explicármelo o me dieran razones creíbles, no iba a


entenderlo porque algo como intimar con ellos y quitarles su virginidad a su pesar e inocencia
cuando terminara su etapa adulta, no iba a entenderlo jamás. Era como una violación, por
supuesto habría casos en la que los experimentos querían imitar con su examinador, pero estaba
segura que no todos los experimentos enfermeros del área roja —sobre todo— querían intimar, o
desconocían completamente el motivo por el que los tocaban de esa forma y les hacían más.
Era asqueroso, repugnante pensar en eso y peor aún saber que le hacían lo mismo a Rojo 09.
Estaba tan arrepentida cuando él me dijo, como si nada, que debía intimar con él. No podía ni
pensar con claridad, y tuve que pedir ayuda llamando a Erika, pero ella nunca llegó, solo envió un
remplazo para intimar con él.

Un remplazo, una completa desconocida para excitarlo.

Me sentí tan... Solo de pensar en lo que le hizo las veces que a él se le acumulaba la tensión hasta
hacerlo sudar y palidecer su piel, me producía una desesperación, impaciencia y enojo que no
sabía cómo deshacerlo. La primera vez que entró a su cuarto, creí que saldría de ahí porque él le
diría que prefería liberarse por si mismo a tener ayuda de alguien.

Pero no salió.

Y la sensación que sentí fue simplemente horrorosa. La incomodidad y la culpa me rasgaban los
huesos, empuñaban mis manos, me castañeaban los dientes...

A pesar de que, la segunda vez que ella vino y entró a su cuarto, salió en tan solo dos minutos
diciendo que desde ahora en adelante él se liberaría de su tensión sin ayuda de ningún
examinador. Eso de alguna manera me relajó, pero de alguna forma seguí afectada con la primera
vez en que no salió en tan solo un par de minutos, sino después de varios.

Estaba claro lo que había sucedido...

Le pregunté a Daesy si había alguna forma de eliminar la tensión de los Rojos, ya que ella era
cuidadora en la zona de maduración y área blanca, y conocía perfectamente los detalles de las
feromonas y tensión en los experimentos. Pero respondió que la única forma de mantenerlos libres
de la tensión era que ellos durmieran siempre que la energía de su cuerpo se agotara. O estuvieran
hundidos en agua salada y a temperaturas muy bajas, o sea, que permanecieran para siempre en
su incubadora.

Dijo que, hasta la actualidad, seguían buscando cómo eliminar su tensión, que por ahora ni
siquiera sacara ese tema de conversación o me militarían por decir que a los experimentos que no
querían intimar con su examinador, los violaban, porque los experimentos podían decidir si
liberarse de su tensión por si solos o con ayuda de los examinadores, que no podía ser obligado si
no quería a ser liberado por su examinador. Y si yo levantaba el falso, me expulsarían del
laboratorio, sin dinero, sin nada con qué ayudar a mis padres y mis hermanos pequeños.

— ¿Te gustó intimar con esa mujer aquella vez? — Me arrepentí de soltar la pregunta cuando
solamente era un pensamiento que apenas cruzó por mi cabeza.

Maldita sea que tuviera la maña de pensar en voz alta.

Gimió, un genio ronco y gatuno que logró que mi corazón saltara en giros grotescos y nerviosos,
subiendo hasta mi cabeza y volviendo de golpe a mi pecho, latiendo con una velocidad que
consumió por completo mi respiración en ese instante.

Iba a apartarme, de eso estaba muy segura. apartarme aun cuando él no se movió ni inmutó otro
sonido, pero cuando di un paso atrás y alcé mi mano dejando que mis dedos soltaran su sedoso
cabello, esa otra mano rodeando mi muñeca inesperadamente en un voraz y ágil movimiento, me
lo impidió.

Se me tensaron los huesos y cada uno de mis músculos se congelaron cuando esos oscurecidos
parpados se levantaron, revelando esa depredadora mirada que ya estaba puesta sobre mí.

—Yo...— la voz me abandonó el cuerpo cuando sin dejar de verme con intensidad, llevó a mi mano
de regreso a su cabeza, enredando mis dedos en la raíz de su cabello.

—Sigue — soltó en un tono ronco, sus orbes carmín oscurecieron—. Me gusta que me
acaricies...así.

En mi mente sus palabras se reprodujeron con esa misma tonada tan crepitante y... No podía
explicarlo, pero solo escuchar pedirme eso, floreció en la piel de mi pecho y rostro, un calor
perturbador.

—P-perdón— musité, avergonzada, y acalorada repentinamente—. Te desperté.


—No importa si eres tú— esbozó en la misma tonada, cerrando sus hermosos orbes bajo esas
persianas oscuras, de pronto, se lamió sus carnosos labios, un acto que secó mi garganta. Me
confundió—. Caeré si sigues acariciándome, Pym.

Pym. Estaba loca por la forma en que, al llamarme por mi nombre, me ponía tan nerviosa e invadía
el interior de mi estómago con un cosquilleo. Ya antes me había pasado, desde la primera vez que
lo vi los nervios aparecieron, pero conforme el tiempo paso, más sanaciones que no quise sentir se
añadían, era inevitable por mucho que tratara de apartarme...

Era confuso. Estaba mal... Traté de tragar, aunque ni pude. Pero hice lo que me pidió acariciando
nerviosamente su cabeza, levemente y dejando que mis dedos repasaran sus mechones
despeinados.

Fue un instante en el que no pude quitarle un ojo de encima, tampoco pude pensar en nada,
tratando de que se me relajarán los músculos y el cosquilleo estomacal terminara. Pero nada de
eso sucedió, de hecho, me sentí mucho más tensa pensando que en ese instante, a pesar de tener
sus ojos ocultos, él seguía mirándome... Mirando mi temperatura. ¿Realmente estaba dormido?

Lo escuché suspirar tras respirar profundamente, un largo suspiro que alcanzó a abrazar con
calidez mi rostro, enviando ese calor por todo el rastro de mi piel por todo mí cuerpo,
estremeciéndome. Se removió, girando un poco para acomodarse sobre uno de sus costados,
entonces supe que estaba dormido.

—Descansa—susurré muy bajo, apenas audible, dibujado una leve sonrisa en mi pecho.

—Lo haré— Casi saltó al escucharlo hablar nuevamente cuando aparentaba que en realidad ya
estaba durmiendo nuevamente.

Y me maldije en mi interior.

—Ahora sí te quité el sueño, que genial—solté el sarcasmo inmediatamente arrepentida, pero ese
arrepentimiento se esfumó cuando...

Una risa corta, endemoniada y gloriosamente ronca como atractiva brotó de sus carnosos labios
torcido en una sensual sonrisa abierta. Quedé sumida en su risa, en cada cuerda de sonidos que
soltó y cosquilleó cada centímetro de mi piel...
Santo. Dios. Jesús. Y es que era la primera vez que lo escuchaba reír tenía una risa tan... que era
tan... No había palabras, ni siquiera podía pensar en una. Rojo abrió sus ojos nuevamente, ese par
de orbes tan elegantes y aterradores me observaron con dulzura.

—No intimé con ella esa vez, Pym, me liberé en el baño por mí mismo— Y esas palabras me
desorientaron—. Ahora sigue, no dejes de acariciarme...—pidió, apenas pude pestañar, seguía
hipnotizada por su encantadora risa recorriendo mis entrañas y aquella aclaración—. Me gustan
tus caricias.

(...)

Decidí salir de la sala 7 y dejar a Rojo 09 descansar por un rato más cuando vi que después de una
hora, él seguía durmiendo profundamente.

Iría por su desayuno al comedor, igual tomaría algo de comida para mí ya que los panes con
mermelada no cesaron por completo mi hambre. El comedor no estaba ni lejos de las salas, solo
debía recorrer unos cuantos largos pasillos para llegar a esas enormes puertas de madera con sus
largas manecillas platinadas que no tarde en tomar y empujar.

Pronto escuché el sonido de las voces manteniendo conversaciones y el sonido de los cubiertos y
platos de porcelana entregados en el bufet. Pero lo primero que vi no fue el enorme bufet con la
forma de la enorme letra ese, sino esas mesas cuadrangulares con sus bancas color grises que se
acomodaban a medio metro de otras mesas.

El comedor al igual que otras instalaciones del laboratorio, no tenían paredes coloridas, apenas
solo las habitaciones de algunos bloques estaban adornadas para ambientar y cambiar el entorno
de los empleados, que no se sintieran dentro de una cárcel. Porque prácticamente todo el
laboratorio tenía ese aspecto.

Con sus soldados acomodados en cada cierto lugar: en las puertas de las salas de entrenamiento,
en las entradas a los bloques de habitación de los empleados, en cada ducha libre del laboratorio,
en el centro de transportes de túneles, en la oficina de Chenovy— por ser el encargado del
laboratorio genética artificial humano—animal— y sobre todo soldados acomodados en los
elevadores que se hallaban en una de las extensas paredes finales del comedor.
Esos elevadores y las escaleras metálicas de emergencia que se encontraban junto ellos, eran las
salidas que llevaban a la planta de electricidad externa, que era el lugar donde este laboratorio se
ocultaba.

Apenas y recordaba la planta y su interior, o el pueblo en donde esta se hallaba, nada más ni nada
menos. Después de estar un año y varios meses aquí abajo, era de esperarse que comenzara a
olvidar el exterior.

Todo... Menos mi familia y amigos.

Me adentré al comedor, en dirección al bufete, cuando repentinamente fui empujada por el


hombro de una persona que caminaba con una velocidad tan descuidada que hizo que un par de
libros que llevaba apretando en sus brazos, terminaran resbalando frente a mis pies.

Mis ojos rápidamente leyeron el nombre del primer libro del que sobresalieron algunas hojas de su
pasta, y contraje la mirada al darme cuenta de que algunas de esas hojas llevaban el registro de
nacimiento de los experimentos Rojos.

Incliné mi cuerpo con la intención de recoger el libro y dárselo, cuando la mano que había estirado
recibió un manotazo.

—No los levantes— exclamó esa voz masculina tan familiar que me hizo levantar la mirada hacia
esos orbes verdosos ocultos detrás de unos anteojos, que, tras mirarme con molestia, se inclinó de
golpe y tomó el libro—. Ten más cuidado la próxima vez, Pym.

Lo reconocí. Augusto era el oficinista o recepcionista en la sala 1 de infantes en la que yo trabajaba,


a pesar de que hoy usaba anteojos, podía reconocer su sofisticada voz y ese peinado y vestuario
tan extravagante como si estuviera asistiendo a una fiesta de gala, pero con trajes de colores.

Una vez, y solo una vez le pregunté por qué se vestía todo el tiempo de gala, pero era por
curiosidad, ya que la mayoría de los empleados vestían cómodamente a causa de la alta
temperatura del laboratorio. Desde entontes, Augusto apuntaba en su computador que yo llegaba
tarde a trabajar, sobrepasando los diez minutos de tolerancia.

— ¿Disculpa? — escupí al instante, sintiéndome confundida y sorprendida por su actitud—. Tú eres


el que me empujó, Augusto.
Apretó sus dientes, productivo un sonido irritante mientras ocultaba el libro repleto de registros
bajo otros libros sostenidos en sus brazos.

—Porque estropeabas el paso, se más rápida, ¿quieres? Por eso se te descuenta— Se giró sin más
dejándome boquiabierta por su mentira, caminando hacia la dirección orquesta en la que estaba el
bufet.

—Tan quisiera yo no llego tarde buscando mis trajes de payaso— Ahora era yo la que se giraba
justo cuando ese delgado cuerpo varonil se detuvo a mitad de su camino.

—Que madura, Pym— gruñó, y lo único que escuché mientras caminaba en dirección amor bufet,
fueron sus zapatillas golpeando la porcelana del suelo, cada vez más lejanas. Hasta ese momento,
se me ocurrió volver a voltear, solo para darme cuenta que él se había detenido frente a un
elevador, mostrando a uno de los soltados que llevaba una cicatriz en su rostro, una hoja que sacó
de su bolsillo y desdobló, en tanto otro de los soldados de cabellera rubia contaba los libros que
llevaba en sus brazos, sin darle una mirada al contenido.

Cuando lo dejaron pasar al interior de uno de los elevadores, supe que la hoja era un permiso de
salida, pero, ¿a dónde llevaba los registros? Pensé que no dejaban que nadie saliera con material y
mucho menos información de experimentos del laboratorio.

(...)

Espinacas con huevo y atún era lo que venía en la dieta de Rojo 09 para desayuno, y era una
asquerosa combinación que por supuesto no le daría. No sé a qué nutricionista le tocó este día
hacer las dietas de los experimentos, pero sin duda ni ella ni otra persona comerían el desayuno.

Era terriblemente asqueroso. Hacían las dietas como si los experimentos no tuvieran papilas
gustativas, el problema era que sus papilas eran más desarrolladas que las nuestras.

Así que me atreví a cambiarla, llevando en la charola, un par de sándwiches de pechuga, dos panes
integrales con grano y la ensalada de atún. Eso y su mandoble la bebida energética. Una
combinación perfecta de carbohidratos y proteína, con un esquicio sabor.
Lo bueno de cambiar las dietas, era que no había nadie que supervisara que las dietas de los
experimentos estuvieran cumpliéndose de acuerdo a lo escrito y aceptado.

Me adentré a la sala 7, pasando las duchas de largo para llegar al cuarto de cortina verde.
Apostaba a que Rojo 09 seguiría dormido, por lo que trataría de no hacer mucho ruido para
despertarlo.

Cuidadosamente levanté la cortina sosteniendo como pude la enorme charola con una sola mano,
y me adentré. Lo que no esperé encontrar cuando alcé la mirada de la charola hacía la cama, fue
ese torso completamente desnudo mostrando las abdominales y sus pectorales en su perfecto
estado, así como esa marcada cadera y su...

— ¡Oh santo Jesús, estas desnudo! — El respingón que terminé dando y giró que hice para darle la
espalda y dejar de mirar su desnudez, logró que la ensalada de atún saltara a mi rostro y manchara
no solo esa parte sino mi bata.

Los golpes de mi frenético corazón golpearon frenéticamente mi pecho, tratando de agujerarlo


mientras ese calor rostizaba mis mejillas de vergüenza y... más vergüenza. Como pude,
permaneciendo en esa posición, sacudí lo que pude del atún que manchaba mi bata.

—Mi ropa estaba sucia, pensé que llegarías un poco después— comentó detrás de mí, su voz de
tonalidades roncas y graves perforó mi cuerpo con más calor, y provocó que esa imagen desnuda
de él volviera a mi cabeza.

Sacudí de inmediato mis pensamientos para eliminar su desnudo cuerpo, todo mi cabello corto
golpeó pronto mi rostro.

—Fui por tu desayuno, así que traté de llegar rápidamente para que no se enfriara.

—Ya terminé—avisó, extrañamente su voz se había escuchado más cerca de mí y eso hundió mi
cejo—. Puedes voltear, Pym, estoy vestido— Se me erizó cada pequeña vellosidad de mi cuerpo
cuando su aliento rozó por encima de mi cabeza.
Sí, ahora estaba más claro que antes, él estaba detrás de mí, y a pocos centímetros de mi cuerpo.
Volteé sin tardarme tanto, y subí el rostro solo para encontrarme contemplada por esa
endemoniada mirada carmín llena de imponencia e intensidad. Una intensidad tan enigmática que
te apartaba de toda la realidad, y se hundía en un extraño agujero del que no querías salir.

Silencio fue todo lo que se construyó a nuestro alrededor mientras sus orbes oscuros y tenebrosos
se paseaban por mi rostro inquietantemente, dejándome saber con su trasparente que le estaba
gustando mucho lo que miraba frente a sus ojos. No lo supe, en ese momento no supe que estaba
ocurriéndome para sentir ese magnético deseo de seguir contemplándolo de indescriptible
manera y que él siguiera contemplándome con intensidad y admiración. Pero tuve un extraño
deseo creciente en mi interior de acaricia su rostro y admirarlo todo el tiempo que pudiera, y por
primera vez en mucho tiempo terminé más confundida que antes e incómoda. Sofocada.

Así que me animé a romper el silencio y también, a romper con la cercanía y la conexión de
nuestras miradas.

—Ca-cambié tu desayuno—tartamudeé de los nervios, acercándome a pasos apresurados a la


mesilla para dejar la charola—. Debía de darte huevo con atún y espinacas, pero elegí todo esto,
así que espero que te gusté—señalé antes de darme vuelta y darme cuenta de que de un segundo
a otro... estaba acorralada contra la mesa por su inmenso y dominante cuerpo.

Temblé, pero no porque estuviera cerca de mí, muchas veces él hacía lo mismo, acortar la distancia
entre nosotros de una forma tan abrumadora e inesperada de la que nunca me acostumbraría.
Temblé porque ni siquiera me había dado cuenta de que él había movido su brazo, y esos dedos en
un ágil movimiento veloz se encontraban acariciando mi mejilla de una forma tan suave, dulce y
lenta que de mis labios liberé un jadeo nada silencioso que hizo que él mordiera su labio inferior.

—Te manchaste— Se me saltó el corazón de mi pecho a causa de su ronroneo, incluso sentí que se
me saldría por la boca cuando llevo su dedo al interior de su boca donde empezó a chuparlo.
Apenas caí en cuenta de que me había retirado unos restos de la ensalada de atún—. Me gusta...

Inesperadamente dio un paso más, acortando casi por completo todos los centímetros que nos
separaban, y se inclinó. Retuve el aliento y no pude moverme ni un milímetro, el cuerpo no me
respondió en ese instante, ni siquiera mi razón estaba consiente con su inesperada acción.

Rojo dejó que sus dedos bajaran hasta mi mentón donde se aproximó a mi labio inferior, y tan solo
sentí apenas su roce caluroso, cada uno de mis músculos se comprimió en un estremecimiento
profundo que hizo que ahogara un gemido. Un gemido que él alcanzó a escuchar... ¿Y cómo
explicar la forma en que cambió el color de sus orbes, e incluso la forma en que ahora me miraba?
No lo sé, no lo sé.

Quise descubrir cómo era posible que estuviera sintiéndome como un manojo de nervios... incapaz
de moverse, como un pobre siervo hipnotizado por su depredador... pero eso era algo que
tampoco podía descubrir, al menos por ahora mismo.

¿Por qué estás enojado?

¿POR QUÉ ESTÁS ENOJADO?

*.*.*

Sexto recuerdo de Experimento Rojo 09

Soñé que la besaba, que mi boca rozaba la suya y ella me correspondía separando sus labios para
recibir mi lengua en su interior, dejando que me adueñara de ella con movimientos lentos y
profundos, saboreando sus carnosos y pequeños labios rosados una y otra vez hasta hincharlos y
enrojecerlos, hasta hacerla estremecerse debajo de mi cuerpo en tanto la devoraba, sintiéndome
insaciable, con el deseo de quería más.

Quería más de ella.

La quería a ella.

Todo de ella.

Estaba seguro, seguro de que quería devorarla de todas las formas que me fueran posibles, tenerla
rodeándome el cuerpo con sus piernas, desnudos con nuestras pieles rozándose, transfiriendo un
calor que nos envolvía. Quería empujarme contra ella, crear gemidos en su garganta y escucharlos
llamarme, tal como hicieron esas dos personas contra mi incubadora. Pero yo quería a Pym contra
la pared... la quería... La quería... Quería intimar con ella.
Pero desperté. Su rostro, su preciosa mirada y esos labios suaves que quería seguir acariciando con
los míos, desaparecieron cuando extendí mis párpados hacia el techo blanco de mi pequeño
cuarto, para darme cuenta de que solo había sido un sueño.

Un sueño.

Inmóvil, y con el corazón acelerado bajo mí pecho, golpeando mis costillas con fuerza, como si
quiera perforarlas. Mi respiración también estaba agitada, y había otra cosa de la que me percaté
cuando llevé mi mano a mi frente para retirar todo ese sudor.

Mi cuerpo había transpirado, sudado tanto que la bata se pegaba a mi cuerpo entero, marcándolo.
Pero eso no era lo que me desconcertó tanto que hasta tuve que removerle y sentarme, mi cuerpo
estaba tenso, era una rígida incomodidad y una extraña sensación concentrada en una parte de mi
vientre.

No quise revisarme solo por una razón, y esa razón estaba sentada en una de las sillas coloridas,
recostando su cabeza sobre el peso de sus delgados brazos doblados que se hallaban en la
superficie de la mesa donde había una charola repleta de comida, ya fría.

Solo de mirarla a esta altura y sin escucharla o ver su preciosa mirada azul, oprimió mi estómago y
lo llenó de un inestable cosquilleo... Un revoloteo, ¿eran esas las mariposas de las que ella hablaba
aquella vez que me explicó sobre el amor?

Respiré hondo, contemplando apenas lo que se podía ver de su bonito rostro oculto debajo de su
corta cabellera ondulada, y al ver que no despertaba, decidí rápidamente mirar bajo las sabanas.

Era muy extraño. No me sentía con síntomas a causa de mi tensión, pero, ¿entonces por qué sentía
excitación? ¿Era a causa del sueño? Todavía podía sentir sus labios sobre los míos y la forma en
que los movíamos, era una unión tan deseable, y estaba seguro que fue esa la causa de mi extraña
apariencia sudorosa que apenas empezaba a disminuir.

Desde que Pym apareció, cosas extrañas me empezaron a ocurrir, cosas desconocidas e
indescriptibles. Soñar con ella siempre que dormía, sentirme nervioso, sudoroso y con el corazón
acelerado cuando ella estaba cerca de mí, o cuando me tocaba mi cuerpo enloquecía
comportándose de maneras incomprensible, luego estaba esa necesidad de estar a su lado, verla
sonreír y sentirme sofocado y luego relajado cuando me miraba, cuando me hablaba.

Ella dijo que sabías que te gustaba alguien cuando sentías todo eso. Quería decir entonces que me
gustaba ella, ¿no es así? Porque ya no encuentro otra explicación para lo que ella provocaba en
mí...

Provocaba algo que nunca sentí con nadie más...

Y lo mejor de todo es que a pesar de que me confundía, me gustaba.

Quité las sabanas de mi cuerpo para salir de la cama, y caminar hacia la mesa. Tenía la intención de
acercarme a su cuerpo, así que cuando llegué, en silencio tomé la otra silla y la coloqué junto a
ella.

Me senté, sin quitar un ojo de su rostro, como su cuerpo levemente se movía cuando respiraba y
exhalaba. Dormía plácidamente sobre sus brazos. Incliné un poco mi torso hacia adelante, llevando
mis manos a la mesa discretamente a los dedos de su mano que sobresalían debajo de largos
mechones de su cabello.

Dejé que mis dedos acariciaran su pulgar para luego repasar su piel, sentir su calor.

Eran tan suaves, tan blancos y pequeños, sí, su dedo pulgar era mucho más pequeño que el mío.
Sin dejar de acariciar el resto de sus dedos, con mi otra mano, retiré varios de sus mechones,
cuidadoso de no despertarla, acomodándolos detrás de su oreja, la cual rocé con las yemas de mis
dedos.

La escuché suspirar, un leve ronroneo escapó de sus labios. Un sonido que casi me arrebató el
aliento. En picada sentí el vuelco en mi corazón y esos latidos aumentando, conformé todo mi ser,
deseo escuchar más de sus ronroneos.

Seguí, alzando más mechones y acomodándolos para revelar más de su hermosa composición,
pronto vi sus carnosos labios que se movieron un poco, como si ella estuviera masticando algo.
Tenían una forma tan atrayente, con esa mancha oscura y pequeña debajo de su labio, una mancha
a la que ella llamó por lunar.

Deseé probar la superficie de sus labios, tocarlos, acariciarlos, descubrir su textura y sabor. Si en
mis sueños sabían tan deliciosos y eran tan suaves, ¿cómo sabrían en la realidad? Sin duda serían
mi más grande delirio.

—Eres preciosa, Pym— confesé en un ronco tono en el que dejé, sin poder evitarlo, mis dedos
tocar la piel de su sien, cuando todos sus mechones que estorbaban ya estaban lejos de su rostro.

Mi piel se erizó al contacto cálido y suave, bajé, sin poder detenerme hasta su mejilla, repasando
con mis dedos en suaves caricias sus diminutos lunares, esas manchas que le daban un toque
único. Seguí acariciando, y cuando bajé cerca de su boca, tocando apenas la comisura más cercana,
la sentí estremecerse bajo mi contacto.

Un estremecimiento que la hizo jadear, y que me gustó mucho, así como me gustaba ella. No me
detuve, mis dedos se movieron un poco más acariciando el inicio de su labio inferior, el simple
contacto con esa extrema piel suave, fresca y rellena, me había encantado tanto que mordí mi
labio inferior.

Sí... Eran mucho más suaves que en mis sueños. Atractivos, frescos. Comencé a imaginar lo
deliciosos que serían, y quise averiguar ese sabor.

Descubrirlo.

Quiero besarte, quiero besarte, Pym, besarte, tocarte, abrazarte otra vez, levantarte, sentarse
sobre mi regazo y empujarme con fuerza contra tu cuerpo, hacerte gemir de esa sonora forma,
quiero tener sexo contigo...Intimar, escucharte nombrarme mientras te hago mía una y otra y otra
vez hasta dormir juntos...como mi pareja. Ese pensamiento no saldría de mi cabeza de ahora en
adelante. A menos que...

Lo hiciera una realidad.

Pero temía, todo mi cuerpo temía acortar la distancia más de lo que ya lo había hecho para juntar
su boca con la mía. Ella se enojaría seguramente si me encuentra besándola, ¿o le gustaría? Ahora
que me lo preguntaba, ¿quién le gustaba a Pym?
—Me gustas— sinceré a voz baja, sin dejar de contemplarla, sin dejar de acariciar ese carnoso
labio inferior que cada instante más aumentaba mis ganas de acariciarlo, pero no con mis dedos,
sino con mi propia boca—. Pero me gustas más que cualquier otra cosa.

Nada se compara con lo mucho que me gustas. Quise decírselo, pero sus párpados se abrieron con
lentitud hasta por la mitad, inesperadamente conectando su mirada somnolienta con la mía.
Parecía estar a punto de cerrarlos otra vez, pero los extendió, tomando un brillo de sorpresa. En
ese instante, la piel de mi pecho ardió con el revoloteo desbocado de mi órgano cardiaco cuando
esos labios se abrieron ante el toque de mi pulgar en su labio inferior.

— ¿Qué estas...? — No pudo ni terminar la pregunta con el aliento cortado, se enderezó de golpe,
rompiendo todo contacto con mis manos, sin dejar de mirarme asombrada, confundida—. ¿D-de-
desde cuándo estas miran...despierto?

No pude dejar de admirar lo siguiente que sucedió, sus mejillas adquirieron un color rosado y esa
mirada zafiro se cristalizó. Se miraba hermosa con su cabello despeinado y su gesto de shock.

—Llevo solo minutos, no quise despertarte— repliqué, sin moverme, viendo ahora como ella
apartaba la mirada y la colocaba en otra parte de la habitación, como si le costara creer que
estuviera despierta.

—Oh... bien— se lamió con nerviosismo sus labios y se quedó un momento pestañado—. Pe—pero
a la próxima despiértame— repuso casi en una petición, estirando sus brazos para alcanzar la
charola y atraerla a ella, con torpeza.

Sus delgadas cejas se hundieron en tanto vieron mi plato con los alimentos sin tocar. A parte de mi
plato, estaba el suyo con un sándwich sin morder, y una manzana sin tocar. Ella tampoco había
desayunado, seguro que también estaba esperándome.

—Ni siquiera tocaste tu comida. ¿No te gusta el omelette?

—Sí, pero preferí esperarte— solté, monótono viendo como el color rosa se oscurecía un poco
más, abrió sus labios, sin embargo, no la dejé decir nada más cuando comenté: —. Si te da sueño,
puedes dormir en mi cama, la mesa es muy incómoda.
Creo que esa invitación le agradó pues sus bonitos labios se estiraron en una sonrisa que iluminó
su precioso rostro, eso me hizo morder el labio inferior, inyectando más ganas de tomar su rostro
con mis manos y besarla... Acorralándola contra la pared y contra mi cuerpo.

Era preciosa. Tan preciosa que no podía quitarle ni un ojo de encima, dejar de contemplarla,
admirarla. Desearla como nunca.

—No quiero quitarte tu cama— mencionó, cesando el sonido de mis pensamientos más oscuros
que quería mantener callados, de otra forma la excitación volvería y no quería que Pym se sintiera
incomoda al ver que yo estaba... así. No quería que al final, ella se levantara, saliera y volviera con
esa examinadora para que intimara conmigo pensando que tenía la tensión acumulada, cuando no.

—No me importaría dormir contigo, Pym— Y era cierto, ella era pequeña, delgada, seguro que no
pesaba mucho, así que en mi cama habría un lugar suficiente para ella, sobre todo si la rodeaba
con mis brazos, eso sería mejor.

Dejó sus orbes clavados en la comida de la charola un segundo para soltar su aliento y mirar hacía
a mi cama, pestañeó desorientada y sonrojada antes de entornar la mirada de vuelta a la charola
para tomar el primer plato con el Omelette y ponerlo frente a mí.

—No... cabríamos—la escuché murmurar, tomando su manzana para darle una mordida, sin
dirigirme un poco su mirada. Me di cuenta en ese momento de que mis palabras la habían puesto
nerviosa... o quizás incomoda.

—Yo haría que cupiéramos, Pym.

— ¿A sí? —inquiría, parecía divertida, un gesto que me confundió un poco aun cuando envió sus
bonitos orbes en mi dirección.

— Sí, que duermas en mis brazos sería la forma correcta en la que dormiríamos a gusto—respondí,
severo, sincero —. Así tampoco tendrías frio, y dormirías más cómodamente.
Pestañeó, desconcertada dejando que sus orbes cayeran sobre mi regazo y luego se posaran
débilmente sobre una de las patas de la mesa. De pronto parecía decaída.

—Pe-pero tú y yo... no pode...mos...—carraspeó su garganta tomando ahora su botella de agua


para abrirla y tomar un sorbo. Su sonrojo se desvaneció—. Pasemos de ese tema y mejor comamos
rápido, tenemos muchas cosas que hacer.

(...)

—Por cierto, me dijeron que dentro de unos meses te enviaran a tu segunda maduración, una más
y te enviaran al bunker, ¿no te sientes ansioso? —quiso saber. Sus dedos se deslizaron desde mi
desnudo pectoral hasta el centro de mis costillas, donde pulsó profundo.

No sentí ningún tipo de dolor, así que cuando ella no vio que hice algún gesto movió sus dedos
hasta mi costado, pulsando cada zona. Pensé en sus palabras, antes podía parecer fácil responderle
que sí, que me sentía completamente ansioso de terminar esta etapa y ser emparejado con una de
mis compañeras, pero ahora que recordaba que una vez en el bunker no tendríamos a nuestra
examinadora con nosotros y menos la veríamos otra vez, me hacía dudar.

No vería más a Pym cuando terminara esta etapa. No vería sus hermosos ojos, sus carnosos labios
formando una sonrisa, no escucharía más su voz, y eso... Yo no quería dejar de escucharla.

Por lo tanto, era un no, no estaba ansioso de terminar esta etapa, y quería todo lo contrario, que
tardará más en terminarla para pasar más tiempo con ella, y solo con ella. No quería a nadie más
con nosotros.

—No—fue lo único que dije. Su mirada se apartó de la piel de mi costado para verme con una
mueca.

—Bueno, supongo que estás seguro que terminaras la etapa —dijo, con un ápice de interés,
encogiendo sus hombros—, por eso no hay motivo de sentirse ansioso o nervioso.

No, no era por eso. Era por ella.


Se me estremecieron mis músculos cuando dejó que su mano viajara hasta mi estómago con una
suavidad que hasta me hizo jadear, ella vio esa reacción y se detuvo, poniéndome mucha atención

— ¿Te dolió?

—No—contesté, viendo sus cejas levemente fruncidas en un gesto sospechoso—, sigue pulsando
—pedí, y ella asintió, regresando su mano a mi estómago, debajo de mi ombligo para pulsar cerca
de la toalla que cubría mi masculinidad, poniendo tanta atención a esa parte de mi cuerpo y a mi
rostro en caso de que hiciera algún gesto. Pero no lo hice, en verdad que ya no me dolían los
músculos, solo la parte inferior de mis pantorrillas, y era lo único.

Dos repentinos golpes fuera de mi cuarto la inquietaron, sacó su mano de mi cuerpo, dejando esa
ausencia de su toque y su calidez.

— ¿Quién es? —lanzó una exclamación, tomando a toda prisa la sabana para cubrir la mitad de mi
cuerpo, una sábana que terminé tomando mientras me sentaba y la veía aproximarse a la cortina a
pasos torpes y nerviosos, cuando no escuchó respuesta del otro lado.

Levantó la cortina dejando ver el enorme cuerpo que esperaba del otro lado, y no tuve que mirar
de más para saber de quién se trataba, sin embargo, lo hice, confundido y un poco sorprendido al
darme cuenta de la sonrisa de felicidad que Pym había extendido cuando lo vio esos orbes
marrones y esos labios curvados en una extraña sonrisa torcida.

—Estas aquí—le escuché decir a ella, sorprendida, mirando una y otra vez todo ese cuerpo como si
le costara creerlo—, pero... pero, ¿co-cómo? ¿Por qué estás aquí? ¿No te tocaba la guardia en el
área negra?

Recordé aquella vez en que ella había sonreído de ese mismo modo fuera de mi cuarto cuando él
se le acercó y la abrazo... así... de la nada, sin ni siquiera hablarle, solo la abrazó. Me pregunté
cómo había sido capaz de abrazarla si ni siquiera haberle pedido permiso como yo lo hice, y ni aun
así me dejó abrazarla otra vez como sucedió en la ducha.

Lo que más me confundió en ese entonces fue saber que ya se conocían, era más que obvio, pero,
¿cuándo se habían conocido? Hasta donde recordaba ellos no se conocían, lo supe cuando él me
preguntó por el nombre de mi examinadora suplente, más de dos veces y en días diferentes,
aunque fue cuando recién Pym comenzó a cuidarme, pero, aun así, no entendía, ¿qué significaba
esto?

—No quería cubrir mi turno esta vez—apostilló, deslizando su mano dentro de uno de los bolsillos
de su uniforme para sacar un trozo de hoja con forma de ropa blanca que terminó extendiéndole a
ella— Antes tenía que verte, preciosa... Feliz siete meses.

Mis entrañas se congelaron cuando escucharon esa palabra con la que yo describía a Pym, saliendo
de ese par de labios que provocaron un sonrojo mayor en las pecosas mejillas de mi examinadora.
¿Por qué la llamaba así? ¿Cómo se atrevía a llamarla preciosa?

Yo era el único que... Se me esfumó el pensamiento cuando ese pequeño se lanzó sobre él alzando
sus brazos delgados y rodeando su cuello con una fuerza que hizo que él retrocediera y la cortina
se cerrara ante mis ojos, viendo como ultima cosa esos enormes brazos rodearle el cuerpo...antes
de que la cortina los desapareciera de mi vista, cubriendo todo el panorama de algo que me había
anudado el estómago.

Su risa femenina y de felicidad secó mis huesos, uno por uno tras una descarga eléctrica. En mi
mente la imagen de ese abrazo, tan parecido al que le dio aquella vez, y al que yo le di en la
ducha... Ese abrazo que incluso le pedí para volverla a sentir cerca de mí y que ella se negó a
dármelo, ahora se lo estaba dando a él, y él ni siquiera se lo había pedido.

¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué otra vez estaban abrazándose? ¿Por qué ella le daba el permiso
a él y a mí no? Una sensación caliente creció en mi interior, en aumento, a apretar mis puños,
blanqueando mis nudillos, sintiendo esa impotencia que no resistí cuando escuché sus voces:

—Pensé que se te había olvidado.

— ¿Algo tan importante cómo nuestros meses juntos? —No pude cerrar los ojos al escuchar esa
voz—. Ni en mis sueños, Pym, tú eres importante para mí.

Mi cuerpo reaccionó por sí solo, con los músculos retorcidos me levanté de un salto fuera de la
cama, para encaminarme a la cortina verde donde al levantar mis brazos, mis dedos se entiesaron
a medio camino de tomarla y arrancarla con la necesidad de ver al otro lado. Dudé, solo dudé un
instante porque sabía que si salía sin autorización me castigarían, pero no pude evitarlo, no podía,
solo no podía esta vez, así que tomé la cortina y...
La aparté.

Pero tan solo lo hice me arrepentí de inmediato. Me arrepentí tanto que mis labios se retorcieron,
se me inmovilizaron mis dedos, mis sentidos se cegaron, el cuerpo entero se debilitó y algo
indescriptible me abandonó. No tenía que analizar la escena ni mucho menos darle una segunda
mirada para reconocer lo que estaban haciendo. Era lo mismo que miré en una de las historietas
que ella me trajo, incluso lo mismo que hacía con mi examinadora Erika y lo que vi del otro lado de
mi incubadora...

Solté la cortina sin poder soportarlo, para que volviera a cubrir esa escena que, aún en mis peores
pesadillas no olvidaría.

Y me aparté, a pasos lentos volviendo a la cama, ahora con la quijada a punto de desencajarse de
mi rostro y mí endurecido ceño que empezaba a entumecerme por lo mucho que lo apretaba.

Justo lo que soñé, justo lo que más deseaba estaba ocurriéndole a él... No a mí. Tenerla en mis
brazos, apretarla a mi cuerpo sin lastimarla, besarla con delicadeza o rotundidad, perderme en sus
labios al ser correspondido, deleitarme en su sabor, en ella. Solo en ella.

—Te extrañé mucho— Escuchar la dulzura de su voz produjo un asqueroso sabor en mi garganta—.
En verdad pensé que se te había olvidado.

—Pedí la noche libre para tenerla solo nosotros dos— Un vacío amargo se adueñó de mi cuerpo al
saber que Pym no pasaría la noche conmigo—, así que desocúpate de ese animal rápido, ¿sí?

Animal... Noes la primera vez que me llaman así.

— ¿En serio te dejaron? —se escuchaba igual de sorprendida.

Subí a la cama, recostándome de inmediato tras cubrir mi miembro con la toalla, tratando de
ignorar esa conversación que, aunque fuera en voz baja, podía escucharla, para mi lamento, con
demasiada claridad. Quise arrancarme los oídos, pero fue demasiado tarde cuando ella volvió a
entrar, con esa sonrisa de la que por primera vez tuve un gran fastidio.
Noté que no se dirigió a mí, sino a la mesa, hacía su mochila que pronto tomó y abrió para guardar
esa hoja con la forma de una rosa. Seguí observando esa sonrisa tan diferente a las que hacía
conmigo, sintiendo esa molestia, esa misma impotencia.

Se volvió a mí después de un suspiro.

—Bien, continuemos con las pulsaciones, ¿sí? — Ni siquiera me echó una mirada, solo se paró
junto a la cama, sobando sus manos un momento antes de tocar mi abdomen, volviendo esa cálida
sensación que solo ahuecó más mi pecho. Miré sus carnosos labios, la forma en que se los mordía

Solo recordar como lo besaba, como él la besaba y la apretaba contra sí, me retuvo el aliento, la
quijada volvió a apretarse e mi rostro. Ahora menos quería sentir el toque, era una tortura.

— ¿Te duele?

—No—espeté.

—Ahora que recuerdo... ¿Sabes lo que la recepcionista me dio esta mañana? —Miré ese nuevo
entusiasmo en su mirada antes de dejar que su mano se adentrara debajo de la toalla para tocar
mi vientre con sus suaves y frescos dedos. Esos mismos que se enredaron en el cabello de él...

Apreté los dientes para no gemir por el contacto de las yemas de su dedo con esa parte de mi piel,
con cada profunda pulsación en la que apenas sentía sus uñas, enviaba descargas tensas por todo
mi cuerpo, pero, sobre todo, descargas tensas y excitantes que se concentraban en mi vientre al
final.

Me di cuenta de que, con ella, era imposible no sentirme así a pesar de lo mucho que no me gustó
verla besarlo, abrazarlo, y que a mí me negara todo eso...

— ¿Qué te dio? —escupí la pregunta, serio, con la intención de que ella notara mi molestia. Pero
solo movió sus dedos para tocar mi ingle, aumentando la tensión en mis músculos, antes de
relamerse los labios y curvarlos en una sonrisa, sin ni siquiera notar mi seriedad. Mi molestia, o la
forma en que la miraba.
—Los perfiles de los experimentos, solteros— canturreó, y no la entendí, ella se dio cuenta de eso
después de que permanecí en silencio—, para que elijas con quien quieres emparejarte.

Y esas descargas tensas, y esa molestia de su beso con ese guardia de seguridad desaparecieron al
instante cuando vi la hermosa sonrisa que se extendió por completo en sus labios. Estaría latiendo
mi corazón desbocadamente y calentándose mi cuerpo más de lo acostumbrado por esa
hermosura, sino fuera porque lo que provocó que incluso soltara una exhalación vacía y todas esas
sensaciones se congelaran, había sido esa sonrisa soltada junto a esas palabras.

—Dicen que una vez que la elijas a la que más te haya gustado, la examinadora ya no tiene que
intimar contigo nunca más, al menos eso me dijeron—Dejé de escucharla, sin poder quitarle la
mirada de encima, mucho menos a esa iluminada sonrisa—, te traerán a la chica para que la
conozcas. Como si fuera una cita, y si se gustan, se emparejarán... ¿No es eso bueno?

— ¿Para ti lo es?

—Que intimes con alguien con quien tú quieres, sí...—Su asentimiento penetró mi helado pecho.
Algo se ahuecó en mi estómago otra vez, y quise saber que era ese sentimiento.

Y me pregunté... Me pregunté por qué, por qué estaba tan emocionada con esa noticia, a mí no
me sorprendía de ninguna manera, no provocaba nada más en mí que el temor de ser apartado de
ella, pero, ¿por qué ella...? ¿Entonces no le importaba que nos apartaran?

Odié como loco el tipo de respuesta que tuve enseguida por mis propios recuerdos. Se me había
olvidado que ni siquiera quiso intimar conmigo... Ni siquiera me dio el permiso de volverla a
abrazar, pero a él lo abrazó, y le permitió besarla de la forma en que yo quería hacerlo.

Lo entendí, ella no quería estar conmigo, y no quise pensar más en eso.

— ¿No te gustó la noticia? — A mi seriedad, ella preguntó, ahora parecía un poco preocupada, su
sonrisa al fin había desaparecido, así era mejor, me sentiría menos decepcionado.
— ¿Qué si no me gustó? —repetí con severidad su pregunta, sintiendo mi mandíbula apretarse al
oprimirme esa molestia de sus palabras repitiéndose en mi cabeza, al igual que la escena con ese
guardia.

Miré en otra dirección con severidad, y no esos azulejos que me tenían cautivados desde el
momento en que los vi. Pensé que apartaría de mí la mirada en seguida, pero no lo hizo y solo me
sentí más molesto.

— Sí eso es lo que más he querido, ser emparejado —se me endureció la tonada, entonces uno de
mis brazos se movió, sacando su mano del interior de la toalla para que dejara de tocarme. Para
qué dejara de hacerme sentir todas esas sensaciones por las que, en ese momento, sentí
repulsión.

La solté de golpe, aventando su mano hacía su estómago, ese acto le desconcertó mucho, más de
lo que imaginé.

—Y madurar para dejar de ver a las examinadoras—Apreté mis puños, mientras, ignorando la
forma en que sus labios se separaban y esa mirada decaía en confusión, decidí sentarme en la
cama —. Quiero verlas...

Al no escucharla hablar, me obligué a clavarle la mirada, su pequeño cuerpo tembló, se sostuvo las
manos, parecía nerviosa, pero más que eso, confundida tratando de hallar una explicación en mí.

—Dije que quiero verlas, Pym...—solté cada palabra entre dientes, viendo la forma en que se
estremecía.

— ¿Por qué...? —hizo una pausa en la que frunció más sus delgadas cejas—. ¿Por qué estás
molesto?

Y a penas lo notaba...

—Solo dame los perfiles, entre más rápido me decida por mi pareja...—No controlaba mis propias
palabras, no podía ignorar esta molestia, este celo—. Más rápido dejaré de verte, ¿no es eso lo que
quieres?

No podría resistirlo.
NO PODRÍA RESISTIRLO

*.*.*

Séptimo recuerdo de Experimento Rojo 09

Observé su contraída mirada zafiro y esos labios entreabiertos con movimientos temblorosos sin
saber que decir. Contrajo más sus cejas, confundida, tratando de hallar una explicación, pero sin
responder a mi pregunta aún.

No pude dejar de mirarla con severidad, mostrando el enojo que sus palabras descuidadas habían
incendiado en mí, no era solo el abrazo que le dio al guardia, no era el beso correspondido, mucho
menos que me llamara animal y de que ella no pasaría la noche conmigo: aunque eso era algo que
ocurría cuando ella tenía que ir a cuidar de su experimento, pero sucedía que ese guardia no era su
experimento, era un hombre a quien besó y abrazó.

Ni siquiera lograba entender con exactitud lo que estaba sintiendo en este momento, lo que
vibraba y ardía en ni interior conforme reproducía las escenas. Pero algunos de esos sentimientos
eran claros, estaba impotente con mis nudillos blancos de tanto apretar mis puños, recordando
que después de que me dijo que me trataría como uno de los suyos, se contradecía hablando de
emparejarme como si fuera nada, un objeto y nada más al final.

Era como escucharla decir que no quería estar conmigo... Quería dejar de ser mi examinadora
suplente, enviarme al bunker, hacer que me gustara otra... Sabía muy bien que yo también me
contradecía, había esperado tanto ese momento de emparejarme y terminar mi etapa adulta, pero
ahora eso era algo que no quería, si sucedía, entonces son vería más a Pym. Pero, ¿era eso lo que
ella quería? Por eso había sacado el tema de los perfiles, ¿quería dejar de verme para tener tiempo
para él? ¿Él era su pareja?

Odie el silencio que se creó a nuestro al rededor. Odie sentir arder hasta mi fuerte respiración con
la opresión en mi pecho que empezó a doler.
—No— su vos apenas salió con claridad, en un tono tan dulce y extraño, sin desvanecer en mismo
gesto. Sin dejar de analizar mí silencio—. No, no lo dije con esa intención, no es que quiera que
dejemos de vernos.

Sus palabras me confundieron más de lo que ya estaba. Pensando una y otra vez en la extraña y
delineada emoción que llevaba en su hermoso rostro, si la emoción no era a causa de que
dejaríamos de vernos, ¿entonces de qué era? ¿A caso era por qué quería verme emparejado?

—Si no es por esa razón— espeté, dejando que mis ojos cayeran en sus pies que se habían
empezado a mover, en dirección a la mochila—, ¿cuál es entonces?

Levantó su mochila del suelo para colocarla en un pequeño espacio de la mesa, la abrió y metió su
brazo para sacar una carpeta que pronto empezó a hojear.

—Te seré franca, en realidad me dieron los perfiles para que yo eligiera por ti, querían que lo
hiciera en ese instante, pero pedí que me las prestaran todo el día— pronuncio, sacado otra
carpeta—, porque quiero que elijas tú. Quiero que elijar a tu pareja, no me gustaría que otros lo
hicieran.

Ninguna de las razones de las que pensé, salieron de esos labios. Solo le hacía emoción que yo
decidiera por mí mismo con quién quería emparejarme. Solo repetir esas palabras en mi cabeza
mis puños dejaron de apretarse tanto, pero el enojo seguía y ese sentimiento seguían ahí, sin
disminuir solo un poco.

Emparejarme con una de mis compañeras, eso era lo que ya no quería. Ahora estaba seguro, más
seguro de con quien quería estar...

Con Pym.

Con ella, solo con ella quería emparejarme. Sin permitir que nadie más la besara o abrazara tanto
como yo deseaba hacerlo. El único problema era que eso no estaba permitido.
—Las encontré— escuché decir en un tono apenas de emoción, pero no se volteó, permaneció
hojeando el folder rojo entre sus manos.

No tenía que preguntar ni mucho menos echar una mirada para saber que esas hojas eran los
perfiles de mis compañeras.

— ¿Y si no quiero? — Me atreví a levantarme, permitiendo que la toalla resbalara de mi vientre y


cayera en el suelo, frente a mis pies, dejándome desnudo—. ¿Qué sucedería si yo no quiero, Pym?

Mi pregunta la hizo dejar de hojear y voltearse con lentitud.

— ¿Elegir por ti mismo? — Su pregunta que había empezado rápidamente, terminó con lentitud y
en un tono bajo cuando de un segundo a otro se volteó para verme de frente, dejando que sus
hermosos orbes azules resbalaran por toda mi desnudez, sin poder evitar cubrir parte de su rostro
con su pequeña mano y retirar la mirada de mí—. Estas... desnudo...

Supe que no se esperaba que dejara a su vista mi hombría, era algo que la incomodaba, pero,
aunque fuera incorrecto yo no estaba arrepentido de hacerlo.

No estaría nunca arrepentido cuando mi premio era ese hermoso sonrojo que me encantaba
provocar en sus mejillas y que ahora mismo resaltaba confusamente de ella, tan adorable, tan
preciosa.

Se veía tan preciosa que ese enojo hacia ella se esfumó de mi cuerpo y dejó solo esas sensaciones
desconocidas que aún me consumían a causa del recuerdo de verla besando esos labios y
abrazando ese cuerpo, esas sensaciones que me hacían comportar de esta manera, y buscar más
en ella. Entonces reaccioné, mis piernas se movieron, cortando más la distancia creada entre
nuestros cuerpos, frente a ese rostro sonrojado cuya mirada se hallaba de nuevo clavada en mi
rostro.

—Hablo de emparejarme, Pym—retomé el tema, sin disminuir la lentitud de mis pasos, cada paso
que me hizo ver lo mucho que provocaba en ella, y lo mucho que ella me provocaba a mí. Como mi
corazón volvía a retumbarme el pecho, y ese cosquilleo se reanimaba en mi estómago—. No
quiero emparejarme.
Pestañeo, dejando que sus ojos se deslizaran en el folder rojo que sostenían sus manos, un
segundo antes de ver mis piernas, se dio cuenta de que poco faltaba para acorralarla como lo hice
el día de ayer.

—Oh... ¿Por eso te enojaste? — Pasó de verme las piernas a verme el rostro, y noté su nerviosismo
aumentando, y vi como sus piernas emprendieron con rapidez para apartarse de la mesa y
recorrerse a un espacio entre ella y la pared, entonces no me detuve.

—Sí, porque no quiero dejar de verte.

Eso pareció sorprenderle, su sonrojo disminuyó un poco, negó con la cabeza, volviendo a mirar mis
piernas que no se detuvieron.

—Pe-pero...— suspiró la palabra, empezó a respirar con rapidez en tanto mi sombra comenzaba a
cubrir su cuerpo—. Aun cu-cuando la elijas no dejaremos de... vernos.

— ¿Estas segura de eso? — pregunté tan rápido como pude, dejando de caminar, quedando a solo
centímetros de que nuestros cuerpos se rozaran. Ella parecía perdida clavando su mirada en mi
pecho antes de levantarla para verme a los ojos y negar.

—S-so-solo nos estaremos viendo hasta que termines esta etapa— No me gustaron sus palabras, y
ella notó ese disgusto en mí—. Es inevitable... —murmuró, noté como sus ojos por poco y caían en
mi vientre, pero los cerró y miró en otra dirección—. S-si no lo eliges tú en este día o el de mañana
o pasado ma-mañana, ellos te pondrán con cualquiera y no podrás conocerla sino hasta que
termines tu etapa, y seguirás intimando con tu examinadora. De otro modo si tú la eliges y yo
habló con Daesy, seguro que te dejara cono...

— ¿No hay ninguna forma de que seas tú?

—No— soltó sin dudar, mirando nuevamente mi pecho en un gesto de frustración, esa respuesta
hizo que el hueco volviera a mi pecho—. No hay ninguna forma de detenerlo, a ellos no les importa
más que sus...

Se detuvo de golpe, dando grandes pestañeos desconcertados un instante antes de devolverme la


mirada, confundida.
— ¿Qué dijiste? ¿Conmigo? — se señaló, desorientada—. ¿Quieres que sea yo tu pareja?

Vi la forma en que había palidecido, como sus palabras sonaron paulatinamente, sorprendida,
inquieta con mi confesión. Y temí, temí que me dijera que no, que no era posible, que no me
quería como su pareja, pero no pude detenerme para soltar las siguientes palabras en un tono
ronco:

—Es lo que más quiero, Pym.

Respiró por sus carnosos labios, moviéndolos otra vez sin saber qué decir o cómo reaccionar.

—No... No podemos...—fue su respuesta, sería, retumbando en mi cabeza, perforando mi pecho,


agujereado mi miedo hecho realidad—. No podemos, Rojo 09. Eso es... Eso...— respiró
nuevamente agitada, tratando de hallar palabras, mirando a todas partes excepto a mí.

—Entonces solo déjame abrazarte — pedí, sintiendo mi corazón golpeando mi garganta donde algo
duro se apretó alrededor de esta, complicándose por primera vez, respirar—. Quiero abrazarte,
Pym.

Me estremecí con mi propia petición, sintiendo muy heladas mis extremidades.

Ahora no sabía que cara tenía ella, no sabía que gesto era ese, quería saber si le disgustó mi
petición o si le había asombrado, pero no conocía esa mirada. Sus ojos permanecían abiertos con
sus orbes clavados en mí, temblorosos, sus delgadas cejas pobladas extendidas, y esos labios
carnosos entreabiertos, soltando el aliento.

Pero cerró su pequeña boca y ese gestó cambió a uno asustado, sonrojando sus mejillas,
confundiéndome la manera en que se mordía su labio inferior, dejando un largo silencio a nuestro
al rededor.

Moví mi brazo, guiándolo a su rostro para tomarlo, para ahuecar mi mano en su suave mejilla
izquierda, pensé que ese tacto la apartaría de mí, pero la sentí estremecerse sin cerrar sus
parpados. La quería, en verdad anhelaba sentirla junto a mí, abrazarla otra vez...
—Solo déjame abrazarte— repetí las palabras en un tono bajo, serio, seguro de lo que quería, sin
dejar de acariciar con mi pulgar lo que pedirá de su preciosa mejilla—. Pym...

Mi cuerpo amenazó con eliminar todo centímetro que alejaba nuestro cuerpo del otro, y el suyo...
amenazó con correrse por el espacio que apenas le dejaba para salir de mi acorralamiento.

—Pe-pero... —soltó en susurro, exaltada, confundida—. Pero eso... Es que yo...

—Solo una vez— interrumpí, sus ojos azules se cristalizaron cuando alzó la mirada y me volvió a
ver, buscando una salida.

Sí, eso era lo que ella quería, hallar una salida de todo esto, pero si no podía hacerla mi pareja,
entonces, solo quería abrazarla, besarla, solo eso, aunque no me conformaría. Al no ver ninguna
señal de que ella hablaría, y al sentirme tan necesitado de abrazarla me permití llevar mi otro
brazo a su cuerpo, dejando que mi mano se anclara en su costado, donde mis dedos se ajustaron
en lo que parecía ser su cadera.

Y se estremeció de nuevo, debajo de mi toque, ella suspiró, ahora, abatida, más desorientada que
antes, sin dejar de pedirme con la mirada que me apartara...

Algo que no hice, y no tenía intención de hacer, deseaba tanto saber cómo se sentiría ser rodeado
por sus delgados brazos, como se sentiría que no existieran centímetros que nos apartaran uno del
otro, así que tiré de su cadera para que su cuerpo golpeara con el mío y esas manos tan pequeñas
volaran a mi pecho para detener el impacto de su rostro contra mi pecho: el delicado contacto de
sus dedos fríos tocándome, me hicieron jadear.

Cada parte de su ropa rozando mi caliente piel, incluso su calzado que tuvo que moverse con mi
jalón, tocaron los dedos de mis pies. No me conformaba con sentir su ropa y no su piel, pero
tenerla así de cerca si me que gustó mucho, tanto que no pude evitar rodear ese brazo en su
cintura, anclando mi mano a su espalda, haciendo que ella permaneciera en shock, con su mirada
perdida en mi pecho que era tocado por sus manos.

— Déjame abrazarte como él te abrazó— Deslicé mi mano de su mejilla para pasearla hasta su
cabeza donde de un solo movimiento con delicadeza la acerqué sobre mi pecho, cumpliendo mi
deseo al sentirla deshacerse en mi abrazo bajo un suspiro—. Yo también quiero sentirte cerca de
mí.

...Al menos solo una vez.

Otro suspiro y fui yo el que terminé deshaciéndome al sentir como sus manos se empezaron a
mover sobre la piel de mi pecho, provocando contracciones tensas en cada musculo de mi cuerpo
que amenazaron con hacerme gemir conforme sus manos bajaban y se deslizaban alrededor de mi
torso, correspondiéndome.

Pero hubo algo que llenó mi cuerpo de escalofríos, su abrazo no era débil y aunque pensé que me
abrazaría forzadamente debido a que no iba a darle salida. No la sentí así, tal vez era porque
estaba tan encantado con sentirla cerca de mí y sentir todo el calor de su cuerpo transfiriéndose a
través de su ropa hacía mi cuerpo o tal vez no lo quise ver, no lo sé, pero sus manos se aferraron
con fuerza a mi cuerpo, recostando su cabeza por completo en mi pecho para cerrar sus ojos y, por
tercera vez, suspirar con profundidad, dejando que nuevamente su cuerpo se estremeciera contra
el mío.

Si pudiera explicar con palabras lo mucho que me gustó sentirla abrazarme así, no encontraría las
palabras correctas, y mucho menos podría inventarla con el creciente nuevo deseo que hizo que
inclinara mi rostro para recostar mis labios sobre la coronilla de su cabeza. Había sido un acto tan
inesperado que mi corazón latió desbocado, sintiendo pavor de que ella rompería el abrazo.

Pero no lo hizo. Sucedió lo contrario, la sentí removerse, apretarse más contra mí cuerpo, más de
lo que no pensé que podría, y no me detuve bajo mi agitada respiración, hundí mi mano en toda su
cabellera corta, en todos esos hilos delgados y ondulados repletos de suavidad para aferrarme
mucho más a ella. Hice lo mismo con mi brazo rodeado su cintura, que poco, impidiendo que
nuestros estómagos se apartaran un milímetro del otro. Así, pegados, sintiendo nuestros
movimientos, palpando mi pecho con el suyo tan... acolchonado cuando respirábamos.

—También quiero besarte—confesé, sin apartar mi boca de su cabello, respiré hondo ese aroma a
chocolate que me fascinaba—. Pero eso no sucederá, ¿verdad, Pym? No podré tocar tus labios y
descubrir tu sabor...

Se me secó la garganta cuando un extraño calor se implantó en la palma de mis pies acompañada
de la vibración del suelo, ni siquiera tardé en romper nuestro abrazo, apartándome de golpe de
ella, de su calor de su toque no porque la escuché murmurando en respuesta a mi pregunta, sino
porque sentí la aproximación de una tercera temperatura, acercándose a nuestro cuarto.
La miré un instante, como romper nuestro contacto la había aturdido, sin quitarme la mirada de
encima esperando a que explicará que había sucedido. Pero no lo hice. No había tiempo.

Sabía que si me encontraban abrazándola de esa manera me castigarían y seguro que también le
dirían algo a ella, así que me devolví lo más pronto posible a mi cama, tomando de la pequeña
cajonera una de mis batas para comenzar a ponérmela con normalidad un segundo antes de que
esa cortina fuera levantada para mostrar el cuerpo de una mujer de avanzada edad cuya mirada se
clavaba en una sola persona.

—Señorita Pym, necesito que me acompañe— Reconocí ese rostro femenino, al igual que su
amargada voz, ella era la nueva recepcionista que recibía a los examinadores de la sala 7—, es
importante.

Miré a Pym mientras me deslizaba la bata por mis muslos y escuchaba el revoloteó de mi corazón
ahora en mi cabeza, ella vio de reojo con sus mejillas sonrosadas, hasta ese momento siguió
perdida sin saber cómo reaccionar.

—E-e-entiendo—Asintió en pestañeos, caminando en proximidad a la mesa donde tomó su


carpeta en movimientos endurecidos.

— ¿Yo le dije que tomara sus cosas? No—La detuvo la mujer, alzando su desagradable voz—,
volverá en cuanto terminen de darle la noticia.

Su ceño se hundió, la confusión hizo que sus labios se torcieran una mueca cuando volvió a mirar a
la mujer del umbral.

— ¿Cuál noticia? — quiso saber, el sonrojo en sus mejillas estaba intacto. No pude dejar de
contemplarla y preguntarme, a pesar de todo si mi abrazo le había gustado... Mi cuerpo todavía
sentía su calor, sus brazos aferrándose con temor a mi cuerpo, sus dedos acariciando la piel
desnuda y caliente de mi espalda... Todo eso.

—Se lo dirán una vez que me acompañe...—repuso la mujer, dejando que la cortina volviera a caer
dejando como última imagen a ella dando su espalda. Por otro lado, Pym soltó una exhalación,
moviendo sus piernas hasta el umbral, tomando sin detenerse la cortina, y antes de atravesarla, se
giró para verme con esa mirada angustiada.

—Volveré enseguida.

(...)

Esas últimas palabras que salieron de sus labios diciendo que volvería enseguida, se volvieron
horas. Dos horas, para ser exacto, en ni un momento dejé de ver el reloj y la cortina verde,
preguntándome por qué ella no volvía.

Lo único que pude hacer para no sentirme tan inquieto fue sentarme sobre mi colchón, recargando
mi espalda contra el respaldo de la cama, doblando mis rodillas, recargando mis brazos sobre ellas,
era la típica pose que hacía para poder pensar, perderme en mis pensamientos, y darme cuenta de
que había cometido un error grandísimo con ella...

Era la primera vez que me sentí así, tan perdido tan fuera de lo que conocía de mí, era la primera
vez que abrí la boca e ignoré sus peticiones, la ignoré para cumplir mis deseos cuando mi propia
examinadora estaría castigándome por responderle de esa manera o mostrarle mi enojo... Pero
con Pym eso era diferente.

Con ella me sentía diferente, me comportaba diferente, era otra persona, una que no sabía que
existía dentro de mí y la que salió justo horas atrás para acorralarla y abrazarla contra su voluntad.
Así se sentía cuando te daban la libertar de hablar, de expresarte, de experimentar, ¿cierto? Nadie
te callaba, nadie te decía que no tenías el derecho de opinar, pero Pym me dio ese derecho, y para
ser sincero, sentí que me sobrepasé con ello.

Tuve un rotundo miedo de que a causa de mi enojo bastara para que ella dejara de ser mi
examinadora y se apartara de mí, pero también estaba muy confundido, solo recordar la forma en
que correspondió mi abrazo y analizar cada fibra temblorosa de su cuerpo, la confusión crecía en
mi interior, y hacía que ese deseo creciera en mi de nuevo. ¿Le había gustado abrazarme tanto
como a mí me gustó?

Posiblemente solo estaba confundido, solo sabía que no pude detenerme, en ese momento no
podía detenerme más, sentí que la escena de ellos besándose y abrazándose se había apoderado
de mí. Entonces actué sin pensar...
Porque yo también quería hacer lo mismo con ella, y no solo lo mismo...

Ser el único que lo hiciera con ella.

Todos mis pensamientos se desboronaron, se esfumaron cuando clavé instantáneamente la mirada


en la cortina verde al sentí una temperatura cercana. El miedo que sintió mi cuerpo cuando la vi
adentrarse con un par de hojas entre sus manos y sin darme una sola mirada, desapareció,
trayendo como remplazo una desconcertante sensación al ver la piel alrededor de esos orbes
cristalinos evadiendo mí mirada, inflamada y enrojecida, como si se hubiese tallado los ojos.

Algo me inquieto en ella, en su silencio, en sus pasos lentos acercándose a la mesa, en esa gota de
agua tan diminuta que resbaló instantáneamente de uno de sus lagrimales, mojando más sus
mejillas que hasta ese momento me di cuenta de que estaban humedecidas. No me gustó su
apariencia, su cambio de gesto en tan solo horas. Tomó con desgano su mochila, arrastrándola
cerca del pedazo de mesa en el que ella se recargaba, y sollozo, cabizbaja apretando sus ojos un
momento.

Ese sonido ahogado oprimió mi pecho, me lleno tanto de confusión que fue inevitable para mí
dejar de analizarla, buscando su mirada. ¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Por qué estaba llorando?
Podía reconocer que esas gotas diminutas de agua eran lágrimas, lo leí en las historietas que ella
me trajo, pero, ¿por qué ella? ¿Por qué de pronto estaba llorando?

—Yo...—su voz rasgada me extrañó, no me gustó esa tonada, mucho menos cuando negó
débilmente y su mentón tembló—. Mi experimento no pasó... maduración infantil.

Un escalofrió sacudió cada hueso de mi cuerpo, dejándome congelado ante sus palabras. Lo único
que pude recordar fue a ese infante de ojos verdes que vi en las duchas la primera vez que conocí
a Pym. Y no hacía falta explicarme lo que esas palabras significaban, mi examinadora me lo repetía
una y otra vez desde que fui un infante.

Si no pasaba la maduración en cada etapa, no volvería a despertar de mi sueño. Era el miedo que
arrasaba con nosotros los experimentos, no cumplir las expectativas de los científicos que se
encargaban de la evaluación de nuestra maduración.

¿Por eso estaba llorando? ¿Le había afectado tanto que su experimento no pasara la maduración?
Nunca había escuchado que a un examinador le afectara esas cosas, que se soltara a llorar por su
experimento... Mi examinadora me dijo, además, que usaban tu genética para recrearte con
mejoras.

Ella seguro que volvería a verlo dentro de unos pocos años.

—Esos malnacidos me lo matar...—no terminó esa frase que fue un ahogado gruñido inesperado,
sus puños se apretaron con fuerza—. ¿Puedes...? —se detuvo otra vez, metiendo las hojas en su
mochila antes de llevar el dorso de su mano y limpiarse las mejillas.

Hubo otro silencio, abrumador que hizo que los latidos de mi corazón fueran más fuertes, pero no
acelerados. Se giró, levantando al fin su mirada enrojecida, su ceño temblorosamente fruncido y
esos labios apretados resguardando otro sollozo, algo muy pesado cayó en mi estómago.

Tal vez no entendía ese llanto o lo que sentía no volver a ser examinadora de ese experimento
verde, pero... solo sabía que no me gustó verla llorar, no me gustó verla así.

— ¿...abrazarme?

Retuve el aliento ante su petición acortada, ante ese tono tan ahogado que a pesar de todo
entendí. Se aproximó, vi esa extraña inquietud en su caminar como si necesitara llegar a mí. Una
necesidad que me hizo deslizarme lo más pronto posible para salir de la cama, y tan solo mis pies
tocaron el suelo, ni siquiera pude reaccionar cuando su cuerpo se estampó contra el mío.

Aunque no me moví ni un milímetro, sentirla chocando contra, hundiendo su rostro en mi pecho,


enviando sus brazos a rodear mi torso, aferrándose con fuerza a mi cuerpo con sus manos
apretando parte de la bata que cubría mi espalda como si quisiera arrancármela, todo eso me dejó
inmóvil, en shock. Estremeció lo más profundo de mi cuerpo, comprimiendo cada pequeña parte
de mí, volcando mi corazón, apretando mis pulmones cuando ella ahogó un sollozo contra mi
pecho.

Un sollozo en el que todo su cuerpo tembló y se comprimió, en el que mi corazón se sacudió y


estremecía, fue ahí cuando mis brazos la tomaron, la rodearon y la apretaron a mi cuerpo, un
abrazo tan diferente que el anterior, tan profundo que ese endurecimiento volvió a mi garganta.
—Lo volverán a crear...—No supe si era correcto decirle, probablemente ella ya lo sabía, pero aun
así esperaba que mis palabras la tranquilizaran.

—No me reconocerá... No recordará nada de lo que hicimos juntos— murmuró, removiéndose


contra mi cuerpo, pero sin apartarse un milímetro de mí.

Quedé pensado, atrapado entre el indeseable tono de su voz y el significado de sus palabras,
buscando que decirle para tranquilizarla, pero no vida nada a mí, mi cabeza estaba vacía. No
conocía nada al respecto, nada acerca de lo que sucedía una vez que volvían a crearte al no pasar
una de las maduraciones, pero no tener palabras para disminuir su sollozo me frustró. Solo pude
inclinar mi rostro, y tal como había hecho antes, besar la coronilla de su cabeza, escuchándola
gemir. Había sido un sonido que bastó para sacudir mis entrañas, comprimirlas y estremecerlas
otra vez.

— Que no te hagan eso a ti, nunca—la escuché decir, con ese tono roto que provocó más inquietud
en mí, más opresión en mi tórax. Soltó su aliento, un cálido aliento que atravesó la tela de mi bata,
humedeciendo la piel de mi pecho, tensando esa zona de mí contra mi voluntad.

No era momento de sentir ese tipo de tensión en mi cuerpo que se concentraban en la parte baja
de mi vientre. No, no lo era. No con ella llorando.

—No dejaré que me pase— susurré roncamente contra sus cabellos con su delicioso aroma,
volviendo a besarla, sintiendo como otra vez su cuerpo se deshacía de una larga exhalación.

Torció su rostro un poco para recostarlo sobre mi pecho, pude ver como las lágrimas brotaban de
su precioso rostro enrojecido, de esa mirada que se clavaba perdidamente en alguna parte de la
pared junto a nosotros. De pronto apartó su cabeza de mi pecho solo un poco como para subirla y
depositar su enrojecida mirada en mí en un movimiento que envió descargas eléctricas a todo mi
cuerpo. Un movimiento que cortó mi aliento y entreabrió mis ojos al darme cuenta de los
centímetros de cerca que habíamos terminado.

A pulgadas de que nuestras narices que tocaran, a centímetros de que nuestros labios se rozaran...
Ella también pareció notarlo, pareció sorprenderse con la cercanía de nosotros, pero no se movió...
permaneció en esa posición, observando mis orbes que no miraban sus ojos, sino sus carnosos
labios abriéndose para decir algo.

— Si sucede—su aliento abrazó la piel de mis labios, los hizo humedecer—, no podría resistirlo...
Sabes mucho mejor que en mis sueños.

SABES MUCHO MEJOR QUE EN MIS SUEÑOS

*.*.*

Octavo recuerdo de Experimento Rojo 09

Mi piel seguía recordando su calor, no sabía cómo era posible que siguiera intacta en mi cuerpo,
que mi torso sintiera sus brazos rodearme y que sus manos se aferraran en mi espalda. Todavía
podía sentir en mi pecho el retumbar acelerado de su corazón, sentir su respiración agitada y
recordar su sollozo.

Y cuando pensé que terminaría perdiendo la cordura ante sus palabras susurradas a centímetros
de mis labios, ella volvió abrazarme con la misma fuerza. Todo lo que sabía en ese instante era que
quería tenerla así, siempre.

Rodeando su delgado cuerpo con mis brazos, manteniéndola conmigo, cerca, dándole de mi calor
para cuidar de ella, consolarla, aunque no sabía si lo estaba haciendo bien. La palabra consolar lo
aprendí de ella cuando me contó la historia de una pareja que perdió a su hermano menor: que el
marido consoló a su mujer que lloraba, en un abrazo protector.

Esperaba que mi abrazo la consolara, que fuera igual de protector que la del hombre de esa
historia. Pero al final me obligué a romper el abrazo cuando otra temperatura se aproximaba a mi
cuarto.

Se lo hice saber a ella cuando vi que apartar mis brazos de su cuerpo la confundió otra vez. Ella
solo asintió, volviendo a la mesa, guardando sus cosas en la enorme mochila antes de que esa
mujer desde el otro lado de la cortina pidiera a ella nuevamente acompañarla con sus cosas.
Desde ese momento en que la vi salir secando antes sus mejillas, no volvió a aparecer en mi
cuarto. Pase toda la noche recostado contra el respaldo de mi cama, en la misma posición
sosteniendo los perfiles que ella había dejado, y solo no podía revisarlas por estar pensando en
todo lo que había sucedido, preguntándome si ella había dejado de llorar.

Era la primera vez que la veía de ese modo, y solo ver como su rostro se transformaba y se volvía
tan frágil a punto de romperse, supe que no quería volverla a ver en ese estado...

Si te pasara... No podría resistirlo. Sus palabras no dejarían de reproducirse en mi cabeza con esa
tonada de voz tan ahogada y débil.

Estaba preocupada por mí, preocupada de que me ocurriera lo mismo, ¿por qué yo también era su
experimento? Solo un experimento, no sabía de qué modo tomar esas palabras, pero que se
preocupara por mi bastaba, era suficiente para saber que al menos, significaba algo para ella...y
que correspondió mi abrazo, que dos veces la tuve entre mis brazos, aferrándonos uno al otro.

Yo tampoco quería que me sucediera lo mismo que su experimento, que no cumpliera las
expectativas de los científicos y volvieran a crearme con mejoras, si lo hacían, entonces la olvidaría,
olvidaría a Pym y la primera vez que la vi... Olvidaría todo, su voz, su mirada tan azul que me
envolvía, su hermosa sonrisa y hasta nuestros abrazos...

Unos golpes en la pared junto a mi cama, me hicieron torcer la cabeza en esa dirección, retirando
todos esos pensamientos para cerrar mis ojos y darme cuenta de que, del otro lado, había una
temperatura, pegada a la pared.

Aunque ya la había sentido antes y sabía a quién le pertenecía, estaba acostumbrado a sentirla
todos los días, una pared era lo único que separaba su cama de la mía, su cuarto del mío.

Y esos golpes también los reconocí, aunque muy pocas veces ella golpeaba nuestra pared, como
una señal de comunicación.

—Quiero saber algo, 09... ¿Por qué estabas tocando a tu examinadora? — Tampoco era la primera
vez que escuchaba su voz, sin una pisca de emoción atravesando esa pared hueca, falsa.
Pensé en sus palabras que solo trajeron el recuerdo de Pym contra mi cuerpo otra vez, esa
sensación creciente en mi cuerpo devolver abrazarla y consolarla.

—No te importa— solté bajo una exhalación, mirando la cortina, comenzando a desear que ella
volviera atravesando ese umbral... con una sonrisa.

— ¿Te obligó a tocarla? Es contra las reglas.

—Tuve el permiso— añadí sin más, habiendo al fin el folder rojo y viendo que la primera hoja
llevaba la imagen de un experimento hembra del área negra, clasificación 22.

Tan solo vi sus ojos y ni siquiera tuve que seguir reparando en el resto de su rostro femenino para
saber que no me gustó.

Hojeé el resto de las imágenes con información de las hembras solteras, no me interesó ninguna,
ni aun viendo la imagen de 11 Rojo quise emparejarme con ella, el interés que tenía por tocar
incluso sus bucles, había desaparecido.

No quería elegir a una sola de ellas, estaba seguro... en mi mente ya no cabía otra imagen que no
fuera la de Pym, y mis brazos al sentir su delgado cuerpo estremecerse y al sentir su calor, no
querían tener otro cuerpo apretando y protegiendo que no fuera el de ella.

Por primera vez maldije en mi interior, tal como mi examinadora maldecía en voz alta. Y solo
pensar que Pym quería que yo eligiera a una, me enojaba otra vez... Hacía que esa impotencia
confusa volviera a apretarme los puños.

Porque no sabía que hacer ahora que mi segunda fase de maduración se aproximaba, solo me
quedaría una para luego enviarme al bunker con una hembra desconocida, y no la iba a volver a
ver a Pym... ¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué esa tenía que ser mi único caminó? ¿Por qué no
podía quedarme con ella? ¿Por qué tenía que ser tan diferente a ellos?

Deseaba ser igual a ellos, entonces, podría quedarme con ella...


— ¿Te pidió tocarla en esas partes...? — Golpeó la pared un par de veces después de terminar sus
palabras—. Me da asco cuando tu examinadora te pide que la toques. Eso no viene en el
reglamento. ¿Por qué ellos pueden incumplir y nosotros no? Nos dan el castigo, pero ellos no son
castigados.

Respiré hondo, reteniendo un segundo el oxígeno en mis pulmones mientras procesaba esa última
frase que había sido escupida con enojo. Era cierto. Mi examinadora incumplía muchas reglas que
no debían ocurrir entre experimento y examinador, incluso, hacia cosas o me ponía a hacer cosas
que ni siquiera venían en lo permitido. La toqué algunas veces de formas que la hacían gemir, y al
final el castigo fue para mí.


‌‌‍Muchas veces me pregunté por qué me castigaba a mí si ella era la que tomaba mi mano y me
ordenaba tocarla, ponía su boca contra la mía y me ordenaba besarla.

—Deberías castigarla, no dejes que hagan contigo algo que es indebido para ellos... — dejé de
hojear el resto de los perfiles para entornar la mirada de vuelta a la pared y escucharla—. Se siente
bien cuando los castigas a golpes.

(...)

Extendí la sabana sobre mi cama, amoldándola alrededor del colchón hasta dejarla ordenada al
igual que todo lo demás en mi cuarto. Había recogido todos los libros y acomodado los pinceles y
las temperas dentro de los cajones, quería ahorrarle un trabajo extra a Pym, ya que los
examinadores debían ordenar nuestro cuarto. Aunque mi examinadora no lo hacía, me ordenaba a
mí hacerlo, y a pesar de que Pym no me ordenara a mí hacerlo, yo lo hacía por ella.

Me cambié lo más pronto posible de bata al darme cuenta de que esa temperatura tan familiar...
tan reconocible que anhelaba mi cuerpo volver a sentir, se aproximaba a mi cuarto.

Era ella.

Así que deslicé la tela blanca por encima de mí humedecido torso hasta bajarla y cubrir mis
muslos, esta vez, quería que ella me hallara vestido. Y cuando la cortina comenzó a ser levantada,
no tardé en voltear para ver su delgado cuerpo vistiendo su bata de examinador detenerse un
momento para conectar con nerviosismo su hermosa mirada con la mía.
Hubo un silencio suficiente en el que mi corazón quiso acelerarse más de lo que su presencia ya
había provocado. Pude reparar en ese instante en su rostro, y darme cuenta de la leve inflamación
en sus ojos y esas ojeras pintando sus parpados. ¿Había pasado la noche llorando por su
experimento?

—Buenos días— Su tono de voz no fue el mismo al de otras veces cuando llegaba a mi cuarto, este
tenía un ápice tímido, nervioso.

Se terminó por adentrar a mi cuarto con la charola llena de extraños desayunos entre sus
pequeñas manos, esas mismas que se habían aferrado con temor a mi espalda, y las cuales quise
volver a sentir. Cortó con la conexión de nuestras miradas para pestañar y aproximarse con rapidez
a la mesa, dejando la charola sobre esta misma para descolgar su enorme mochila y acomodarla
en el suelo.

— Esta vez elegí unos hot cakes con tocino de pavo—explicó señalando uno de los platos donde
había dos enormes tortillas hinchadas—, también te traje miel natural, ¿ya has probado antes la
miel?

Hundí un poco el ceño, ni siquiera reconocía esa extraña palabra.

—No—fue mi respuesta. Notando la manera tan rápida y temblorosa en la que tomaba los platos
de porcelana para sacarlos de la charola a la mesa. Había algo raro en ella, podía notarlo en su
comportamiento, en cada uno de sus movimientos apresurados, ¿era por lo de su experimento?

—Traje algunos juegos para pasar la tarde, después de ducharte podremos jugar, ¿te parece? —
mencionó, sacando la charola y haciendo un movimiento que la hizo casi tropezarse con la silla,
eso fue suficiente para empezar a caminar en su dirección, algo de lo que ella se dio cuenta
enseguida para posar sus orbes sobre los mío.

La contemplé, viendo como con cada paso que yo daba hacía su cuerpo inmóvil, su respiración
aumentaba, esos orbes temblorosos repararon en todo mi rostro, en cada detalle de mí antes de
detenerse en mis ojos. Y me detuve cuando estuve lo suficientemente cerca como para que
nuestras respiraciones se rozaran, moví mi brazo y ahuecar su rostro en mi mano para levantarlo
un poco más hacía mí, deslizando mis dedos hasta su suave mejilla que no tardé en acariciar.
Suaves caricias en las que ella cerró sus ojos y suspiró contra la corta distancia de nuestros labios.
Cada parte de mi cuerpo sintió como ella se estremecía de una forma tan inquietante con mi
toque, con mi calor. Eso bastó para encender el deseo insatisfactorio de rodearla otra vez y
apretarla contra mi cuerpo. Ella era hipnotizaste, me atraía, todo de ella me atraía con fuerza, ni
siquiera yo podía detenerme cuando tan solo la miraba.

Pero odié como lucía esta vez al igual que como la vi ayer, así de cerca su cansancio podía verse
notablemente, la fragilidad en sus ojos... como si en cualquier momento fuera a llorar otra vez.

— Lloraste —No hacía falta preguntar, su rostro me lo demostraba.

—Un poco—en vano trató de sonreír, porque tan solo curvó sus labios, estos temblaron
desapareciendo toda sombra de una sonrisa—. En realidad, mucho...

—Se te nota— La escuché respirar antes de que asintiera en silencio. En ese instante deje que mis
dedos recogieran uno de sus mechones para acomodarlo detrás de su oreja.

— La verdad es que tampoco pude dormir—confesó al final, negando un poco con su cabeza.

—Puedo...—hice una pausa, acariciando ahora con delicadeza su pómulo—, puedo prestarte mi
cama para que descanses.

Vi como esas mejillas se sonrojaban ante lo dicho, pero no pude contemplar su color cuando
rápidamente retiró la mirada, bajando su rostro y torciéndolo para ver hacia la mesa.

—Estoy bien, no te preocupes —dijo con apenas una sonrisa. No esperé sentir sus cálidos dedos
tomando mis manos para alejarlas de su rostro y luego soltarlas—. Sera mejor que desayunemos...

(...)

—Y el lobo sopló, sopló y sopló... Sopló y sopló otra vez...


Aunque la historia que me contaba era interesante mencionando a tres animales cerdos que antes
no sabía su forma ni color—y mucho menos que hacían comida con ellos—, no pude prestarle del
todo atención, estaba perdido tanto en mis pensamientos como en ella misma.

Desde que llegó a mi cuarto la había notado muy extraña en todas las actividades que hicimos
hasta caer la noche, ella parecía perderse en sus pensamientos, y para ser exactos, a pesar de que
sonreía como si se divirtiera en los juegos de mesa o las historias que me contaba, supe que todo
era una farsa, que ella estaba fingiendo, que esas sonrisas no eran reales, sinceras. En la ducha,
mientras me bañaba, mientras ella tallaba mi cabello y yo mi pecho, me di cuenta de la forma en
que miró el tallador en mis manos, eso hizo que recordara la primera vez que nos conocimos. La
primera vez que entré a la ducha de los infantes en la sala 1 donde ella le tallaba lo pies a su
experimento, apostaba a que recordaba ese momento mientras me bañaba.

Por eso quería deshacer la poca distancia que separaba nuestros cuerpos, alzar mis brazos, quitarle
ese libro con una pasta gorda y pesada, tomar su cadera y atraerla a mí. Sentir su calor,
acurrucando su cabeza sobre mi pecho y sentir su respiración, como cada pequeña pieza de su
composición se estremecía entre mis brazos.

Quería consolarla con lo único que se sabía, abrazarla...

Pese a esos pensamientos que me desorientaba, saciaban el deseo de gobernarme y actuar contra
mi fuerza, no lo hice, no pude moverme, solo pude contemplarla. No pude dejar de estudiar la
manera en que a veces se detenía para respirar como si el aire le hiciera falta, deteniéndose para
mirar desanimada el libro y volver a retomar la lectura.

Lo extrañaba. Extrañaba a su experimento... y mucho.

Después de todo, aun cuando ese niño volvería en miniatura con si mismo físico, no la reconocería.
Yo no sabía lo que se sentiría si alguien no te reconociera más... si todos los momentos que pasaste
con una persona repentinamente desaparecieran de tu cabeza.

No podía decir que sentía la misma tristeza que Pym, de hecho, la desconocía por completo, pero
podía decir que mirarla de ese modo, también me afectaba.

Me afectaba tanto que lo único en lo que podía hacer era pensar en consolarla con mis brazos.
—...Y el lobo se comió a los cerditos, fin— Cerró el libro tras sus palabras, antes de levantar la
mirada y clavarla en mí. Fingiendo calma y postura mientras dejaba que su espalda se recargara
contra la pata de mi cama—. ¿Te gustó?

Arqueé una ceja, dándome cuenta de que no había escuchado nada del principio de la historia,
pero no fue ese final lo que me dejó aún más confundido, sino su repentino tono dulce y seguro,
dejado atrás la voz triste que salía mientras leía...

Estaba fingiendo esa sonrisa y esa tranquilidad, mi preciosa estaba ocultando su dolor, aunque no
hacía falta analizar su apagada mirada para saber que hacia lo posible por no llorar, cuando en
realidad parecía que quería llorar con todas sus fuerzas.

— ¿No te gustó? Es un final trágico...— estiró una media sonrisa antes de terminar exhalando: —,
pero no todos los finales son como nosotros queremos que sean.

—Pero hay algo que no entiendo— empecé, ceñudo, recordando con anterioridad las historias que
me contó—. ¿Es el mismo lobo de la mujer de la capa roja? Si es así, no se la comió porque la
amaba, sino porque quiso comerse a esos animales...

Un momento quedó en silencio para al siguiente estirar sus carnosos labios en una sonrisa abierta
que separó mis labios y floreció un cosquilleo en el interior de mi estómago.

Le había hecho gracia mi pregunta, y saber que se iluminaron sus hermosos ojos azules, me había
hecho sonreír a mí también, inevitablemente ante esa mirada que pronto me contempló al igual
que yo a ella, reparando en cada centímetro de su rostro y la manera tan radiante en que se
sonrosaban sus mejillas.

Esa sin duda alguna en todo el día había sido la primera sonrisa sincera.

—No, el hombre lobo y caperucita son una historia aparte, este si es un lobo malo— explicó
desvaneciendo un poco esa sonrisa que quise acariciar, repasar, dibujar en mi mente —. ¿Sabes?
Me recordaste un poco a él.
Pestañeé, de pronto perdido cuando cerró sus labios y se los mordió antes de mirar el libro sobre
sus piernas. Oh no, esa fragilidad había vuelto a ella...

—Le conté la historia de Hansel y Gretel y me preguntó si la bruja era la madre de blanca nieves,
fue algo... muy tierno de 13.

No sabía de qué historia hablaba, pero si de que 13 era la clasificación de su experimento área
verde. Ahora que lo pensaba, muy pocas veces ella me habló de él, pero cuando lo hizo cuando lo
mencionó, la sonrisa que se creaba en sus labios, anchando sus mejillas y brillando en su mirada,
era inolvidable.

Ahora esa sonrisa titubeaba, se rompía en tristes recuerdos.

— ¿Las cosas que haces conmigo, las hiciste con él?— solté la pregunta paulatinamente con
inseguridad a cometer un error. Ella no dudo en asentir un poco entusiasmada, respirando con
fuerza.

—También jugamos Twister y monopolio, pero a él...—suspiró, la observé en su silencio, en como


su mirada que se mantenía mirando el suelo de una forma tan profunda, como si estuviera
recordándolo—. Le encantaba pintar— volvió a curvar sus labios, pero su sonrisa tembló y cayó—,
era un muy buen pintor... dibujo una casa con su mascota imaginaria. Padres imaginarios...

Se volcó mi corazón cuando escuché como su voz amenazó con rasgarse, un tono que no quería
escuchar en ella. Como si estuviera a punto de romperse... Volver a llorar.

—Desde que le di el primer color supe que sería un buen pintor...— respiró con complicación,
mirando ahora, perdidamente el suelo—. Él llevaba una sonrisa en su rostro cuando me eligió
como su examinadora... y lo trituraron, así como si na...

No pudo ni terminar la palabra cuando el sollozo se resbaló de suaves labios y ella apretó sus
dientes con fuerza, una fuerza de dolor que terminó rompiéndola, cristalizando su hermosa
mirada, mojando su rostro en lágrimas que estremecieron mi cuerpo entero oprimiéndome al
instante.
La impotencia que sentí al verla en ese estado no lo soporté, mi cuerpo actuó de inmediato sin
permitir pasar un segundo, apartándose de la silla en la que me sentaba y dejándome caer sobre
mis rodillas frente a ese rostro que mordisqueaba sus carnosos labios para no soltar sus sonoros
sollozos. Y como si ella supiera lo que estaba a punto de hacer, se lanzó contra mi cuerpo, con sus
brazos extendidos para rodear mi torso y aferrar sus manos a mi espalda con rotunda necesidad
que me soltó el aliento.

Jadee entenebrecido cuando enterró su rostro sobre ni pecho para ahogar el sollozo rasgado, ese
mismo que hizo vibrar mi pecho y lo oprimió. La apreté con mis brazos una vez que rodeé su
pequeña anatomía, atrayendo aún más su cuerpo que no tardó en temblar, deshacerse en llanto.

—Lo trituraron...— gimió, mi corazón se volcó, sentí como si algo empezara a picarme en pecho—,
no le dieron tiempo, ¿que había de malo... da-arle otra oportunidad para madurar?

Besé sus cabellos, sintiendo ahora como se deslizaban un poco más para ahuecar su rostro cerca
de mi cuello donde soltó su respiración, logrando que la calidez de su aliento acariciará la piel de
mi cuello, provocando que un escalofrío se construyera en toda mi espina dorsal.

—Era un niño bueno...— volvió a gemir, algo muy duro obstruyó mi garganta por la que respiraba
—. Estaba creciendo bien, no lo entiendo...

Yo tampoco lo entendía, ni siquiera sabía la razón por la que nos crearon... y qué era lo que
nosotros teníamos que tener como para mantenernos con vida. Desconocía todo.

—Lo medí, lo pesé, lo bañé, no había nada fuera de lo normal en él, excepto su sangre incapaz de
regenerar, pero...—de detuvo para respirar entrecortado—, en todo lo demás era muy bueno...

Seguí sin saber que decir, solo podía escucharla hablar de su experimento, escucharla llorar,
contándome entre sollozos lo último que hicieron. El tiempo pasaba a nuestro al rededor, en
ningún momento la aparte solo un poco, ni aun cuando repentinamente había dejado de sollozar,
aflojando sus brazos alrededor de mi cuerpo hasta llegar al punto de dejarlos caer al suelo, con
lentitud.

Entonces lo supe después de varios minutos, y no tuve que echar una mirada a su bello rostro para
saber que se había quedado profundamente dormida... en mis brazos, a causa de su lenta y suave
manera en la que respiraba, en la que su aliento acariciaba y humedecía la piel de mi pecho
travesando la delgada tela de mi bata. Pero lo hice, dejé que mi rostro bajara hacía su cuerpo para
encontrar su pálido rostro completamente apoyado en mí, con sus ojos ocultos debajo de sus
enrojecidos parpados y sus carnosos labios entreabiertos por los que respiraba.

Sus mejillas seguían sonrojadas al igual que la piel de su pequeña nariz de tantas veces que se la
talló. Había caído rendida, y lo inesperado era saber que estaba en mis brazos, dómida. Era algo
que nunca había imaginado, y solo saber que verla descansar contra mi pecho, hormigueó esa
parte de mí.

Repentinamente miré hacía mi cama y pensé sí estaría bien o mal recostarla, no pensé mucho en
las consecuencias porque definitivamente no quería despertarla o dejarla en el suelo. Eso era algo
que no haría, así que moví mis brazos sin saber muy bien donde ponerlos, colocando al final uno
debajo de sus piernas mientras el otro la sostenía por detrás de sus hombros, la acomodé de tal
forma que su cabeza no se apartara de mi pecho en ni un momento. Y la cargué, levantándome del
suelo lo más sigiloso posible para no despertarla, y cuando lo hice, giré y me encaminé a la cama
que no estaba muy lejos de nosotros.

Tan solo me incliné para poder recostarla sobre mi colchón, la sentí removerse, un extraño
ronroneo abandono sus preciosos labios eso y sentirla acurrucarse más contra mi pecho calentó mi
cuerpo de inmediato. Saltó mi corazón, apoderándose de los huesos de mi pecho con cada fuerte
latido.

Un sonido y movimiento que me dejó inmóvil, con esa descarga eléctrica bajando por todos mis
músculos hasta mi vientre. Me había dejado encantado, maravillado que deseé volverla a escuchar
ronronear. Pero sacudí mis pensamientos para reaccionar y terminar de apoyarme más contra el
colchón para recostarla, dejar su placido cuerpo que no tardó en girarse, acomodándose sobre su
costado para darme la espalda.

No pude evitar sonreír al verla en mi cama... En mi cama, con su cabeza recostada en mi única
almohada. Mordí mi labio al tener una intensa intención que no sabía si era buena o mala, quería
acostarme también, con ella... rodearla con mis brazos, ¿eso estaba bien? ¿Sucedería algo si
dormía con ella? Clavé la mirada en el umbral, en esa cortina verde de la que esperaba que nunca
fuera levantada por manos de otras personas, si alguien venía en busca de Pym... y nos hallaba
juntos o la hallaban dormida en mi cama... no sabía que sucedería.

Instantáneamente una idea se iluminó en mi cabeza y no tardé en aproximarme a su mochila, no


sin antes darle una mirada a su cuerpo. Tomé su mochila que se hallaba sobre una de las sillas, y
cuando vi que la cremallera estaba abierta, adentré mi mano a su interior, buscando entre todos
los objetos y materiales que ella tenía ahí guardados...
Mi corazón latió alborotado, asustado de que ella despertara y me encontrara revisando sus cosas
sin haberme dado el permiso.

— ¿Dónde tendrás el letrero rojo de privacidad? —susurré la pregunta más para mí que para ella,
saqué una de sus carpetas que no tardé en hojear, luego saqué otra, silenciosamente que revisé y
en la cual, entre tantas hojas con cientos de palabras enumeradas como si fuera una clase de
reglamente, encontré el letrero, doblado.

Volteé la cabeza para ver sobre mi hombro y revisar el cuerpo de Pym, y al no ver ni un solo
movimiento o escuchar otro ronroneo, desbloqué el letrero, tomándolo del pequeño hijo que
servía para colgarlo en los clavos de la pared fuera de mi cuarto. Mis piernas empezaron a
moverse, paso a paso hasta llegar a la cortina verde donde me detuve en seco.

Si alguien me miraba poniendo el letrero seguro me castigarían, mi examinadora era la única que
ponía el letrero y nadie más debía hacerlo, eso era lo que sabía. Pensé en cómo colocarlo y lo único
que se me ocurrió fue sacar mi brazo, deslizándolo por la pared fuera del umbral, fuera de la
cortina. Busqué, temeroso, lo más pronto posible uno de los clavos hasta dejar colgado el letrero, y
cuando lo hice, retiré de golpe mi brazo.

Escuchando el silencio y nada más, sin sentir ninguna temperatura acercarse al cuarto. ¿Quería
decir que nadie me vio? Sí, eso era probablemente. Al no sentir ni oír nada raro, volteé con
lentitud, con la mirada fija en ese pequeño cuerpo recostado en mi cama.

Solo verla, la necesidad de ir y acostarme junto a ella, crecía más. Torturando mis sentidos,
nublando mis pensamientos, quería, en verdad quería dormir a su lado, pero, ¿estaba bien? ¿Ella
se molestaría? Volví a moverme sin pensar demasiado en las consecuencias hasta llegar frente a mi
cama donde observé el calzado de sus pies y no tardé en quitárselo con delicadeza y dejarlos en el
suelo...

Lo que tampoco tardé en hacer, fue treparme sobre el colchón, sintiéndolo hundirse por mi peso, y
mientras trepaba hacía el pequeño espació que había en la cama, no dejé de ver su rostro, ese que
de solo mirarlo me demostraba que ella en verdad necesitaba dormir.

Empecé a recostarme, inclinando hasta recostar parte de mi cuerpo sobre mi costado cerca y
frente de su delgada figura, en cada uno de mis movimientos el corazón no dejaba de subir por mi
garganta hasta mi cabeza, golpeando mis sienes una y otra vez. Observé su belleza, la contemplé
cuanto pude sin recostar mi cabeza, en ese instante, me permití llevar mi mano hasta su rostro,
recogiendo sus mechones y retirándolos con delicadeza, las yemas de mis dedos rozaron la piel de
su mejilla, y entonces esos labios se abrieron, pronunciando algo que no esperé jamás:

—Cero... nueve...

Todos y cada uno de mis músculos se contrajeron, se estremecieron ante ese murmuro a
centímetros de mí. No sabría explicar la manera tan pérdida en la que me encontré, como de golpe
se me detuvo el corazón para volver y latir con más rapidez, colocándome tan nervioso y ansioso
que solo pude lamerme mis labios.

Escucharla normarme mientras dormía, escuchar mi clasificación salir de esos rosados labios que
deseaba con locura besar, había sido fascinante, precioso.

Dilo otra vez... Quiero escucharte llamarme, Pym. Si me llamas otra vez, no podré resistirme. Me
sentí perdido, tan perdido e hipnotizado por ella que una nueva necesidad acogió todos mis
pensamientos de golpe cuando mis ojos se clavaron en una sola parte de ella.

Sus carnosos labios.

Oh sí...

Quería besarla, eliminar todo centímetro que nos apartara uno del otro para rozar sus labios,
saborearlos, descubrir su delicioso sabor, apostaba a que serían más que deliciosos, me volverían
loco

—Nueve...—Ese estremecimiento enviado a causa de su ronroneada voz me hizo contraer la


mirada, ahogando un gemido al sentir como mi entrepierna se excitaba. Entonces no pude
controlarme más, no teniéndola así, recostada en mi cama, bajo mi sombra a centímetros de mi
rostro, llamándome... Nombrándome a mí... Solo a mí.

—No puedo más, Pym—exhalé entrecortado esas palabras cuando, al deslizar mi mano un poco
más atrás de su cabeza, enredando mis dedos en sus hilos suaves y ondulados de cabello para
mover un poco su cabeza, incliné mi rostro sobre ella hasta rozar nuestras narices y descubrir ese
placentero cosquilleo estremecerme otra vez con el simple tacto, contemplé la carne de sus
carnosos labios en tanto ladeaba mi rostro, y rompía centímetro a centímetro de nuestras bocas...

Y tan solo mi boca rozó esa deliciosa piel, cada fibra de mi cuerpo gimió, una chispa de emoción se
encendió en mi interior y la temperatura de mi cuerpo salió disparado con ese toque diminuto en
el que no pude moverme y no quise moverme, solo sentir el dulce contacto y recibir un suave
suspiro de su parte. Moví un poco más su cabeza con la planta de mi mano que se acomodaba
delicadamente en su nuca y, cegado por el deseo, eliminé otro centímetro y moví mis labios sobre
los suyos en un beso sosegado en el que atrapé apenas a causa de mi temor de que ella
despertara, su labio inferior.

Temblé, excitado apunto de jadear cuando me aparté un milímetro para ver que ella no
despertara. Y al ver que su rostro mantenía la misma estructura, atado y cegado, volví a inclinarme,
poseyendo la línea carnosa de su labio inferior en el que, incluso, me atreví a acariciar con mi
lengua, acariciar esa franja de piel hasta donde terminaba.

Mis entrañas gimieron estremecidas al descubrir un poco de su sabor, pero lo poco que descubrí
con mi atemorizado beso, había sido más delicioso que cualquier otra boca que probé, aunque la
única que había probado era la de mi examinadora... Aun así, este sabor destilado de su delirante
boca, era incomparable.

Rompí el contacto solo para rozarme contra su boca un poco más y calmar esas ganas de poseerla
en movimientos más profundos y feroces, rotundos para descubrir más de su delicioso sabor,
dejando que mi lengua se fundiera dentro de su boca y la colonizara toda, y sentir como mi ser se
destruía y se reconstruía en maravillas al ser correspondido por ella con las mismas ganas.

Quería eso y más...

—Sabes mejor que en mis sueños, Pym —gemí con frustración, sintiéndome completamente
insatisfecho, sin darme cuenta de que ese sonido jamás debió salir de mis labios tan cerca de su
rostro. Al instante creé la distancia entre nosotros cuando la sentí removerse, encontrando que mi
gemido también había provocado que sus cejas se fruncieran un poco. Silencie, esperando que no
despertara y abriera sus hermosos ojos, pero no lo hizo, el endurecimiento en su ceño volvió a ser
natural.
Saqué con cuidado mi mano detrás de su cabeza para terminarla de recostar sobre la almohada, y
me quedé unos segundos contemplándola dormir, viendo lo hermosa que se veía, era hermosa en
todas las formas que podían existir.

Inevitablemente sentí ese temor... Temor de perderla, temor de no poder estar con ella, porque yo
quería estar a su lado, pero, ella, ¿ella querría? Jamás olvidaría el beso que le dio a ese guardia,
preguntándome por qué razón se habían besado y abrazado de la misma forma en que ella y yo lo
hicimos hace poco.

Ese era mi más grande temor, que ella no quisiera estar conmigo y que él significara más de lo que
yo pudiera imaginar.

Una pareja... No quería llegar a pensar en que él era su pareja o que serían pareja o la persona que
a la que ella le gustaba... pero era inevitable después de verlos juntos... ¿Quién le gustaba a Pym?
¿Con quién quería estar ella? ¿Alguna vez le gusté?

—Me gustas, Pym —susurré muy quedo, dejando que mis dedos acariciaran un poco su cabello—.
Dime... ¿yo te gusto?

Comedor de muertos.

COMEDOR DE MUERTOS

*.*.*

Esta vez había sido diferente, el dolor no dejaba de fluir al igual que todas esas imágenes, no podía
entenderlas, no así, no cuando llegaban con tanta rapidez llenando mi cabeza de voces y rostros,
amortiguando la voz de Rojo. Lo único que podía hacer era restregarme una y otra vez la mano en
la frente con la necesidad de detenerlos, aferradme al brazo de Rojo con la otra mano.

Él me mantenía sostenida con más fuerza a su cuerpo, un agarre tan firme y duro que detenía que
mis rodillas tocaran el suelo. Alcé la mirada, apenas escuchando como me llamaba, ese leve tono
que alcancé a escuchar de su grave voz fue suficiente para espantar todas esas escenas que se
reproducían sin control.
Solo entonces, cuando las voces cesaron, pude soltar un largo suspiro en el que sentí como cada
fibra de mi cuerpo se relajaba y estremecía.

—Dime que te duele—le escuché pedir, su voz más clara, más invadida de preocupación. Negué
con la cabeza aun aturdida, aun con leves pulsadas de dolor en mis sienes, tratando de aclarar mis
pensamientos, ordenar los recuerdos—. Pym.

—No me duele nada— susurré, sintiendo como mi corazón empezaba a acelerarse cuando tan solo
levante el rostro para mirar esos orbes tan enigmáticos y atractivos.

Solo verlos, contemplar la profundidad en la que me veían y anhelaban, hicieron que esos
recuerdos en los que yo apareciste a la puerta de su cuarto llegaran, respondiendo más dudas de
aquellas preguntas que una vez me hice. ¿Desde cuándo me había empezado a gustar Rojo? Ni
idea, de un momento a otro ya no podía detener lis latidos desbocados de mi corazón siempre que
lo veía.

Estaba confundida, tan confundida por lo nerviosa que me sentía con su cercanía que solo quería
correr, pero eso era algo que no podía hacer. Quería huir y dejar de sentirme tan pérdida en él,
Daesy me había advertido, me había contado de las feromonas de los Rojos adultos, que tuviera
cuidado, que no me acercara tanto, que no los tocara mucho, que no los viera a los ojos... Y eso era
exactamente lo que hice con Rojo, inevitablemente.

Estaba tan aterrada, pensando que había caído en sus encantos, que sus feromonas estaban
haciendo un terrible efecto sobre mí, cuando en realidad solo fue cuestión de tiempo para darme
cuenta que no fueron solo sus feromonas, sino él, todo de él me gustó, y no hablando de su físico
atractivo, su inocencia, la forma tan sincera en la que hablaba y su amabilidad o preocupación a
pesar de las circunstancias, me enamoró.

Ni aun Adam me había hecho sentir tan estremecida con el crepitar de su voz, tan confundida con
su toque y al mismo tiempo tan encantada con su mirada. Me atrapó con la manera tan sincera en
que me miró, como si fuera su más grande descubrimiento y lo único que quería descubrir el resto
de su vida.

Jamás me sentí así. Y estaba tan aterrada preguntándome en ese entonces si eran o no sus
feromonas las que actuaban en mí, recuerdo perfectamente que cada día que estaba a su lado el
miedo de lo que yo haría me consumía pensando en que tarde que temprano caería y me lanzaría
a besar sus carnosos labios.
Lo peor de todo es que lo hice, lo recuerdo muy bien, sin conciencia me lancé sobre él hasta
subirme en su regazo y rózame contra su cuerpo de tal forma que lo hiciera gemir contra mi boca.
Recuerdo bien su ronco gemido recorriendo cada hilo de mi piel hasta estremecerme.

Era una desgraciada y desvergonzada, me repetí eso tantas veces cuando la razón volvió a mí al
sentir la mano de Rojo explorando el interior de mi pantalón, acariciando mi sensible piel, esa zona
tan íntima y húmeda que me hizo gemir y a él lo hizo gruñir de placer. Entonces me retiré. Sí, me
retiré de su cuerpo, asustada, confundida y temblorosa, y fue ahí cuando él me acorraló contra la
pared para besarme, susurrando que quería hacerlo conmigo, solo conmigo. Fui la culpable de que
en ese instante Rojo perdiera el control, estaba al borde de su tensión y yo había dado el paso en
el momento incorrecto.

Jamás olvidaría lo que sucedió cuando Adam apareció en el cuarto y lo golpeó. Nunca olvidaré esa
culpa que me torturó el resto de los días, incluso hasta cuando recordé lo que terminaron
haciéndole a Rojo, lastimándolo como castigo cuando en realidad había sido mi culpa.

Pero no entendía, ¿por qué Rojo no dijo que yo lo había besado primero que él? Y, además, esa no
era la única cosa que sucedió entre nosotros...

— Te estabas desmayando, Pym— Dejé de estar inversa en mis pensamientos para sentirme
atrapada en la severidad de la voz de Rojo.

—Estoy bien, solo sentí un dolor en la cabeza, pero ya no me duele— informé simulando una leve
sonrisa, quise decirle en ese momento que ya había recordado muchos momentos juntos, pero
algo llamó mi atención, varias miradas estaban poniendo atención hacia nosotros. Miradas
repletas de sorpresa, inquietud y disgusto, sería realmente difícil tratar de guardar distancia de
Rojo para no levantar sospechas de que llevábamos una relación amorosa, en este momento más
que nunca viendo de qué forma temerosa y preocupada Rojo me anclaba a su cuerpo y me
observaba, seguro que pensaban que teníamos una.

Mordí mi labio cuando mi mirada se clavó no solo en esos orbes grises que pertenecía al rostro de
extrañes de la pelirroja, sino de ese hombre de estatura un poco baja y anteojos de abuelito.

Augusto. Su nombre pronto se iluminó en mi cabeza casi como una alarma ruidosa. Aunque entre
los examinadores de nuestra sala le llamaban Gus Gus, como el ratoncito de cenicienta debido a
sus grandes orejas que él siempre trataba de ocultar bajo su cabello bien peinado. No podría decir
de qué forma nos observaba, con el recuerdo de él en mi mente su rostro sombreado se retorcía
de gestos. Todos los gestos que me hizo cada día cuando volvía a mi sala.

— ¿Estas seguras?

—Segura, no te preocupes— rectifiqué, sin dejar de ver a Augusto quien enseguida después de
mirarme de pies a cabeza, retiró su mirada y se acercó a uno de los soldados armados al que
empezó a susurré algo. No nos llevábamos muy bien, eso lo tenía en claro, pero nada de eso
explicaba la forma tan asustadiza en que me vio en el bunker...

Como si no esperará verme de nuevo.

¿A caso tenía que ver con la información de los experimentos que tenía en esas hojas? ¿Y por qué
sacó información confidencial fuera del laboratorio? Augusto dejó de verme, girándose con tanto
susto para empezar a caminar y desaparecer entre las personas.

—Andando, no hay tiempo que perder— Tragué el amargo sabor que las palabras de Jerry
provocaron en mi garganta antes de verlo encaminarse sin esperar a nadie en el resto del corredizo
—. El comedor no queda lejos.

El agarre de Rojo se disminuyó en mi cintura, suficiente como para sentir mis pies plantados por
completo en el suelo sosteniendo el peso de mi cuerpo, pero aun así no solté su brazo. Dejé que la
mirada se clavara en el resto de las personas que habían bajado torpemente de los escombros
antes de acelerar sus pasos para seguir a Jerry y los soldados que mantenían un ritmo apresurado
pero firme.

—Debemos seguir, Pym— me insistió Rojo, pronto sentí su mano deslizándose alrededor de mi
muñeca, tirando de mí brazo para que empezara a caminar a su lado y acercarnos al centro del
grupo nuevamente, donde algunas miradas se dejaban gira en nuestra dirección—. Si te sientes
mal puedo...

—Estoy bien—aclaré nuevamente, dando una corta mirada a su rostro, a ese cejó fruncido cuyos
orbes carmín se mantenían observándome con una preocupación que me desorientó un poco, me
hizo apartarle la mirada al sentirme presa del pasado y una culpa creciente en mi interior—. No te
preocupes—musité—, ya estoy bien.
Era la misma preocupación que él llevó aquellas veces en las que llegué a su cuarto con lágrimas
en los ojos. A pesar de perder los recuerdos, Rojo nunca dejó de mirarme de la misma forma en
que lo hizo en el pasado. Tampoco me trató diferente y siempre soltaba frases tan sinceras e
inesperadas que me inquietaban y me ponían nerviosa, sucedía lo mismo con sus acercamientos y
sus caricias.

Solo pensar en eso, en que a pesar de que lo traté diferente y con frialdad, él siguió ahí,
protegiéndome. La razón por la que me protegía tanto, por la que luchó para no lastimarme y
mantenerme viva cuando estaba infectado, era esa, porque seguía queriéndome a pesar de que yo
no recordaba mis sentimientos por él o que, mejor dicho, a pesar de que jamás le dije que lo
quería...

Que lo amaba.

Jamás se lo dije, me lo guardé todo en ese tiempo, y lo enviaron a la última maduración para
emparejarlo con un experimento del área blanca con el que tuvo... relaciones. Ni siquiera sé si tuvo
algo con ella, con ese experimento mujer de ojos grises y cabello negro a la que me forzaron a
llevar al cuarto de Rojo para su primera intimación. No pude soportar el hecho de verla a ella
tocándolo y él acariciando su mejilla con dulzura para acomodar un mechón de cabello, acariciarla
con esa dulzura con la que me acarició a mí. No pude más sentir como mis entrañas se anudaban
de dolor y mi pecho se helaba, no lo soporté y me fui, salí del cuarto dejándolos a ellos solos. Al
día siguiente, mis celos y el dolor hicieron la peor escena que terminó lastimándolo a él.

Lo lastimé mucho, lo lastimé por no enfrentar mis sentimientos y temores con lo que fuera a
ocurrir si sabían que nos gustábamos, que nos habíamos besado, que manteníamos un
acercamiento intimo entre los dos, temía mucho que lo lastimarán y que trataran de apartarlo de
mí o lo...trituraran. Al final, fui yo la metió la pata para cumplir ese temor.

Eres una desgraciada, Pym. Una maldita que no merece a Rojo. Él siempre había sido sincero y yo
una mentirosa ocultando todo por miedo, fingiendo no darme cuenta de lo mucho que yo le
gustaba a él. Fue a causa de ese temor que tuve por lo que sentí por Rojo, de esa necesidad que
tenía por revertir mis sentimientos que volví, por segunda vez a forjar una relación entre Adam y
yo... creyendo que así, olvidaría a Rojo.

Pero tampoco funcionó, regresar con Adam no funcionó porque ya no lo quería a él, ni sus besos
sabor a plástico, ni sus abrazos y caricias tan vacías calmaban mi tempestad al saber que Rojo se
emparejaría... que no lo volvería a ver, que Rojo no me tocaría a mi otra vez, que jamás sentiría su
abrazo rodeado mis temblores cuerpo. Sus labios rozarse con los mío, un profundo tacto suficiente
para romper mi realidad y hacer añicos todos mis problemas.

Yo lo quería solo para mí... Y eso era tan difícil de cumplir.

— ¿El dolor de cabeza es otro síntoma? — La gravedad de su voz estremeció mis órganos, hizo que
pestañeara para desvanecer esa sequedad en mis ojos, esas ganas de llorar al recordar todo eso y
sentirme tan desgraciada y estúpida. Patética, sí, porque, ¿qué me costaba aceptarlo antes de
engañarme con Adam? Volver con él lastimó más a Rojo, más de lo que no podría perdonarme.

Lo que más odié de mis recuerdos fue ese momento en que le dije a Rojo que me gustaba Adam,
cuando en realidad era él el que me tenía encantada, hipnotizada. El hombre que había atrapado
cada pulgada de mi alma para hacerla suya una y otra vez, volviéndose el dueño de mí.

Sacudí de inmediato la cabeza, tomando una gran bocanada de aire para llenar mis pulmones y
relajar mis músculos, pero no lo conseguí.

—No— sinceré, y supe por la forma en que contrajo más su rostro, que no me entendió—. La
verdad, es que recordé... —Ver que con mis palabras sus hermosos orbes se expandieron
consternados, construyó un nudo en mi garganta—. N-no todo, pero recordé más.

— ¿De nosotros? —su cuestión salió en un tono extraño, serio, por poco y frio. Mordí mi labio sin
poder dejar de recordar esa escena en la que le mentí acerca de mis sentimientos, de que Adam
era el hombre con el que tenía que estar.

Claro. Menuda estúpida mentira que le eché cuando en ese momento los únicos labios que quería
besar eran los suyos.

—Sí—respondí forzada a mantener la misma tonada.

— ¿De Adam?

—También, aunque más sobre ti, ¿sabes? Recordé muchas cosas sobre lo que pasó con nosotros—
No me gustó lo que mi respuesta proyectó en su rostro. La carnosidad de sus labios se apretó en
una mueca sinsabor, me retiró la mirada apesadumbrado para ver a sus lados como si revisara, y
después dejar que sus orbes cayeran en el suelo, pensativo, sin desvanecer mueca.

Su silencio me asfixió, en serio que lo hizo. Pensé que me preguntaría sobre mis recuerdos, y más si
eran recuerdos de nosotros, pero no lo hizo... No lo hizo y eso solo me aturdió, ¿por qué no lo
hacía? ¿A caso había otra cosa que sucedió entre nosotros y todavía no lo recordaba?

También lo recordé a él—susurré rápidamente, mientras veía como su mirada volví a clavarse en
mí.

—¿A quién?

—Al hombre de los anteojos que se me quedó mirando cuando salimos del cuarto—le recordé y
eso le hizo aseverar un instante su mirada, enviarlo hacía el resto de las personas buscando a
Augusto—. Lo conocí hace desde mis inicios, él trabajaba como recepcionista en la sala 3, pero
creo que deberíamos tener cuidado con él.

Le conté el por qué, aunque no estaba del todo segura, podría ser que la información que llevó al
exterior solo se tratara de una orden de German Chenovy, o quizás no. No lo sé, y aunque no había
recordado todavía lo que me sucedió en el área roja, era muy extraño que él se comportara así
cada que me veía.

Solo una persona culpable o una persona que ocultara algo malo, actuaria así de extraño.

—Lo estaré vigilando desde ahora—espetó él, su mirada oculta bajo sus parpados, se hallaba
perdida entre las muchas personas de enfrente.

(...)

El silencio era tanto que los sobrevivientes empezaban a aterrarse, aquietarse y removerse
conforme avanzábamos más en el camino, se sentía como si de pronto todo el laboratorio
estuviera desolado de monstruos, sin ruidos, sin gruñidos, nada de nada. Era rotundamente
extraño que nada sucediera. Que nada nos interceptara con el ruido que hacíamos al remover
escombros o cuando Jerry exclamaba una orden a sus hombres.
Como si de pronto, solo fuéramos nosotros los únicos en el laboratorio.

Si era así, quería decir que Jerry tenía toda la razón y los monstruos salieron a la superficie. Mis
huesos se sacudieron con escalofríos a causa de ese pensamiento, no imaginaba el horror que nos
aguardaría una vez salido de este lugar.

Sería un infierno.

Y seguiría siendo una enorme carga para Rojo...

Entorné nuevamente la mirada a él que desde que dejamos la enorme montaña de escombros
permaneció en silencio, revisando con sus orbes ocultos debajo de sus parpados, los alrededores.
Había tenido tantas ganas de romper esa abrumadora barrera que se formó entre nosotros, pero
sabía que no era el momento adecuado para ponernos a charlar sobre mis recuerdos, o
preguntarle por qué de pronto al saber que recordé más de nosotros había puesto esa cara. Así
que me mantuve con la boca cerrada, soportando.

Arrugué por completo el rostro y cubrí mi boca y mi nariz cuando respiré un desagradable aroma a
carne podrida, solo ver hacía el resto de las personas me di cuenta de que no era la única que se
había percatado del hedor atascado en el ambiente, y creciente conformé avanzábamos en el
cruce del siguiente pasillo a nuestra izquierda.

Sin embargo, el aroma no fue el problema que logró volcarnos el estómago y de tener por
completo nuestros pasos. Había algo mucho peor y era la razón del olor a podredumbre cuando
giramos para adentrarnos al siguiente corredizo, un corredizo cuyo suelo se hallaba cubierto de
agua sucia con el color levemente de la sangre, invadida por cientos de extremidades podridas y
agusanadas flotando y chocando contra las paredes y al pie del umbral del comedor.

No tardé en revisar esa enorme habitación en la que recordaba la asquerosa vestía de ojos negros
y cuello largo oculta entre una montaña de cuerpos humanos deshuesados. Pero ahora esa
montaña se había desboronado, esparciendo las partes humanas a causa del agua, por todo el
sendero de nuestro camino y dejando solo aquella enorme monstruosidad sin vida en el centro del
comedor. ¿Quién la había matado? Mi respuesta fue respondida de inmediato cuando unos
hombres vestidos igual que el resto de los soldados de Jerry se dejaron mirar en el interior del
comedor, con sus armas apretadas mientras se aproximaban a nosotros.
Eran más sobrevivientes, ¿soldados de Jerry? Pero no eran las únicas personas en el comedor, solo
dar una mirada más profunda pude darme cuenta de que dentro de ese enorme cuarto había más
sobrevivientes armados. ¿Nos estaban esperando? Era lo más probable.

Se me clavaron los ojos en una figura femenina que rápidamente se acercó a ponernos atención, a
pesar de la lejanía la reconocí con el simple hecho de ver el tono tan rubio de su cabello.

Era Michelle... Había sobrevivido también. Al instante clavé la mirada en el resto de las personas
tratando de reconocerlas, aunque estaban más apartadas que Michelle, ¿ellos eran los
sobrevivientes que se ocultaban en la base madre?

—Caminen—Jerry escupió las palabras, desde aquí pude darme cuenta de cómo ocultaba con un
pedazo de trapo su nariz y boca, al igual que algunas otras personas antes de empezar a caminar
hacía la entrada, donde aquellos hombres desconocidos se habían formado.

Lo mismo hice, moviendo mis temblorosas piernas para acercarse hacía todas esas extremidades
podridas, tratando de ignorarlas y no tocarlas, aunque eso ultimo era imposible ya que la carne
humana invadía el pasillo al comedor... Los espasmos en mi cuerpo aumentaron cuando mi
pantorrilla chocó contra un trozo de pierna, con los dedos del pie negros y agujerados de los que
salían esos escurridizos gusanos blancos... aparté la mirada y detuve el estómago con el otro brazo
cuando algo quiso subir por toda mi garganta que amenazaba con dar arcadas para escupirlo por la
boca.

—No mires—la orden espetada de Rojo me hizo tragarlo, pronto sentí su mano tirando de mi brazo
para acercarme a su cuerpo y hacerme caminar junto a él—. Yo te guiaré, pero no mires, mucho
menos a esa cosa.

Con cosa se refería a la enorme monstruosidad sin vida en el centro del comedor. Ni siquiera pude
asentir, solo mantenerme con la mirada alzada del suelo, con las piernas endurecida caminando al
comedor, sintiendo esas asquerosidades chocando contra mí y ser pisadas por mis pies, era una
sensación repugnante que solo me mareó más.

Me forcé a ignorarlas, seguir caminando hasta donde Rojo me llevaba y tratar de poner atención a
ese grupo de sobrevivientes a pocos metros de nosotros que nos habían estado esperando en el
comedor, algunos de ellos me resultaron conocidos. Pero no pude seguir observándolos y reparar
en sus rostros cuando al adentrarnos al comedor, el olor a podredumbre aumentó, y no pude
soportarlo más, traté de empujar a Rojo para vomitar lejos de él...
Pero fue imposible cuando ese brazo rodeó mi cintura con la intención de mantenerme cerca.
Entonces solo pude inclinarme hacia adelante y sentir como todo mi estómago daba ese enorme
vuelco para vomitar, estremeciendo mi cuerpo bajo el abrazo de Rojo.

Era horroroso vomitar sobre el agua y ver que lo que había ingerido se mezclaba con el agua rojiza
y esos pedazos de carne podrida. Solo verlo me dio más asco, mi garganta dio arcadas ruidosas que
hicieron que Rojo se inclinara sobre mí.

—Pym.

—Ya pasó— Alcé mi mano para detenerlo, se estaba acercando demasiado a mí y no quería que
me viera vomitando. Sin embargo, mi estómago ya no se contrajo, se relajó solo un poco para
hacerme suspirar entrecortadamente—. Y-ya pasó.

—No estoy seguro— soltó. Yo tampoco estaba segura, después de todo seguía con nauseas, y estar
rodeados de cadáveres despedazados era un enorme problema. Y no era a la única persona a la
que le afectaba, solo mirar alrededor, sobre el cuerpo de aquella asquerosa abominación sin vida,
me di cuenta de que había otros inclinados sobre sus cuerpos, vomitando.

Me incorporé limpiando mi boca con el dorso de mi mano en tanto sentía como la mano de Rojo
abandonaba mi cuerpo, dejando una inquietante ausencia de su calor.

—Toma un poco de agua— me sugirió, estirándome la botella que no tardé en tomar y abrir para
dar grandes tragos bajo su atenta mirada—. No va a servir de mucho...—empezó, llevando sus
manos a tomar parte de su camiseta para arrancar un pedazo que dejó a la vista parte de su torso
marcado, y me lo estiró—, pero ayudará a que el olor no sea tan fuerte.

Bajó una leve sonrisa le devolví la botella, antes de estirar mi mano para rozar mis dedos con los
suyas y tomar el pedazo de tela y colocarlo sobre mi boca y nariz. En ese instante mis ojos dieron
una rápida mirada alrededor dándome cuenta que en segundos, todas las entradas del comedor
estaban siendo vigiladas por unos cuantos hombres o experimentos que se mantenían firmes con
sus armas hacía cada pasillo.
— ¡Todos acérquense ya! — El grito de Jerry recorriendo todo el comedor en un hilo de eco grueso
me erizó la piel, hizo que torciéramos el rostro en su dirección a los elevadores destruidos donde
todos empezaban a acumularse.

—Vamos, Pym—Nuevamente su mano se deslizó con suavidad por mi espalda para anclarse a mi
cadera en una clase de abrazo e incitarme a caminar. Nos acercamos también, mirando hacía la
larga construcción de los elevadores donde dos cajas metálicas con montón de cables y tubos se
hallaban por los suelos, atravesando esa larga estructura. A su lado una enorme escalera metálica
de emergencia que subía y atravesaba el techo agujerado, se podía apreciar, estaría segura que esa
sería nuestra salida sino fuera porque gran parte de ella estaba destruida.

Sin embargo, recordaba perfectamente que Jerry dijo que en el interior de la estructura de los
elevadores se hallaban un par de delgadas escalerillas metálicas que eran por las que saldríamos,
solo si todavía seguía enteras.

Y esperaba que así fuera.

— Escuchen bien lo que diré— gritó desde lo más alto de un puñado de escombros de roca y metal
que pertenecían a la escalera de emergencia, ignorando el hecho de que aquí dentro su voz
retumbaba con mucha más fuerza, dando la posibilidad de que cualquier monstruosidad del otro
lado del comedor pudiera escucharlo —. Sí, no recibirán su sueldo, olvídense de que les vayan a
pagar por este desastre una vez que salgamos de aquí. German Chenovy murió, y todos los
involucrados en este desastre también.

Hundí el entre cejo, ¿por qué estaba diciendo eso? No todos los involucrados habían muerto, él
mismo dijo que probablemente el resto de los que tramaron este desastre se ocultaban entre
nosotros, y hasta Adam lo mencionó. ¿A caso este era un plan para encontrar al resto de los
involucrados?

—Tenemos una alta probabilidad de que con lo primero con lo que nos hallemos al salir sea con un
montón de bestias...—pausó solo un instante para echarnos a todos una mirada —. Recordando
que lo que oculta este laboratorio es una planta de eléctrica, utilizada por cientos de trabajadores,
y estos agujeros...

Miré la forma extraña en que alzaba su arma al techo, como si estuviese señalando algo, algo que
no tardé en ver también y quedarme congelada. Abrí en grande mis ojos cuando encontré esos
otros agujeros esparcidos en diferentes lugares del techo del comedor, pero no eran pocos, sino
muchos, profundos y grandes como para que un monstruo gordo pudiera escurrirse sin problema
alguno.

El miedo se deslizó por cada hueso de mi cuerpo, invadió mi cuerpo con la simple idea de imaginar
la planta de luz infestada de monstruos.

— Por eso los primeros que saldrán serán nuestros experimentos enfermeros y termodinámicos, y
los experimentos naranjas de vibración para combatirlos, ya que ellos no pueden contaminarse.

Fue como sentir caer un balde de agua fría sobre mi cuerpo cuando escuché eso, esas palabras que
detuvieron mi respiración, y no estaba por demás decir que también volcaron mi corazón,
golpeándose contra mi pecho de tal forma que sintiera el dolor. No pestañeé, no pude hacer nada
más que mirar con horror a Rojo, clavarle la mirada a ese perfil que se mantenía únicamente
observando con severidad a aquel hombre.

Sentí pavor, mis dedos crispados se alzaron rápidamente anclándose a su brazo con el temor de
perderlo. ¿Estaba hablado en serio? No ahora, no ahora que por fin estábamos juntos.

No. No. Eso no podía suceder.

— Así que, si realmente se creen humanos y quieren su liberar en el exterior, es momento de


ganárselo, luchando por nosotros y muriendo con honor.

Y en ese instante, lo que terminó ensordeciéndome no fue su gruesa y potente voz, sino ese
sonido explosivo amortiguando sus palabras, recorriendo cada parte del comedor y llenando todo
rostro de horror.

De uno de los agujeros del techo... casi sobre el cuerpo de Jerry, una espanta creatura de
tentáculos salió.

El agujero del adiós.

EL AGUJERO DEL ADIÓS

*.*.*
Tan rápido como esos tentáculos se abrieron paso al exterior del agujero evadiendo la primera bala
que dispararon, tan rápido como se estiraron por todo el sendero del techo hasta sostenerse de la
única parte colgante de la escalerilla de emergencia para lanzar su primer gruñido bestial, esa
mano tirando con una fuerza abrumadora de mi brazo, me hizo retroceder de inmediato.

Pronto, con un solo pestañeo me encontré detrás de la espalda de Rojo quien había levantado sus
brazos al igual que el resto de los experimentos a nuestro alrededor, disparando al segundo en que
todos ellos apuntaron a esa monstruosidad, llenando de estruendos el comedor, un sonido tan
helado y horripilante que respingó mi cuerpo y el de todos los demás.

Difícil seria escapar de todas esas balas que al final atravesaron ese espantoso cuerpo deformado y
repleto de escamas negras, que, por escapar de todas ellas, había hecho el equivocado
movimiento de soltarse para caer sobre los escombros en los que antes estaba parado el cuerpo de
Jerry.

Él se había lanzado lejos de los escombros en cuanto se percató de la monstruosidad, rotado sobre
el suelo para encaramarse de un saltó y levantar su arma, aunque para él había sido demasiado
tarde para disparar. Ya lo habían hecho los demás y a un ritmo tan espeluznante y desconcertante
dejando a todos los sobrevivientes ensordecidos y a ese sujeto reventando mis ojos al estirar una
asquerosa sonrisa.

—Bien, creo que eso demuestra de que están hechos — Fue repugnante escucharlo, ni siquiera
agradeciendo que le salvarán el maldito pellejo. Volvió a los escombros, observando a la
deformidad a la que no tardó en arquear una ceja antes de voltear a mirarnos—. Si siguen así,
nosotros haremos el resto por ustedes contra el gobierno externo, mientras estos contaminado no
hayan hecho un desastre...

«Quiero a los del área negra y naranja sacando los elevadores y metiendo la escalera, mientras
tanto los experimentos termodinámicos acercarse a mí para equiparlos con más armas de una
vez.»

Su orden me secó la garganta, no entendía cómo era capaz de dar esa orden como si él fuera su
creador, como si estuviera tan seguro de que obedecerían sin más. No, por supuesto que no sabía
que los habían creado con ese propósito, pero esto no era la guerra... Y, además, ese ya no era su
propósito.
Ese no era el propósito de Rojo...

—Está mal— la palabra resbaló de mis labios con mucho temor, y no tardé en mover mis piernas
para acortar la distancia entre su espalda y mi cuerpo, con la necesidad de aferrar mis manos a la
tela delgada de su camiseta que se pegaba a su piel—. Siguen viéndolos como experimento, como
nada más que eso, no como personas.

El cuerpo de Rojo se tensó bajo mi tacto, bajo mis palabras que desgraciadamente eran ciertas. Ese
hombre prácticamente iba a enviarlos a sacrificarse... ¿por nosotros? Ni siquiera nos merecíamos
ser protegidos por ellos después de todo lo que les hicimos. Estaba mal, ¿que se creía? No, por
supuesto que no dejaría que Rojo subiera a la superficie.

No podía perderlo otra vez.

—No voy a dejar que te utilicen otra vez... — murmuré, aferrándome aún más al lado derecho de
su espalda.

Pero él no se movió, Rojo permanecía en esa misma posición rígida y endurecida, con sus orbes
clavados en todos esos experimentos que se habían acercado para rodear la primera caja de
elevador, observando la manera en que se inclinaban y la tomaban con sus manos para comenzar a
moverla. Provocando con su movimiento que, en la larga estructura de pared, una grieta se abriera
más. En segundos, habían sacado la caja entre todos ellos, dejando a la vista un enorme agujero en
la estructura que se agrandó un poco más creando una leve pared de tierra a su alrededor.

—Está bien, Pym— Mi cuerpo se inmovilizó ante su inesperada aclaración. Ante esa gruesa y grave
voz que exploró mis entrañas y las comprimió, las congeló—. Voy a ir, lucharé por esa libertar.

Rompió el contacto entre nuestros cuerpos para voltearse frente a mí con lentitud, dejando que
sus orbes oscurecidos de firmeza se posaran sobre mí rostro para reparar en el gesto que él había
provocado en mí.

—Voy a ir— Me estremecí cuando sentí sus manos amoldar mi cintura, mi corazón se aceleró, pero
no de nervios, sino de dolor cuando él repitió las palabras sin titubeos—. Iré...
—Pe-pero...

—Comprendo por qué nos enviaran primero que todos y estoy de acuerdo, Pym—dijo, y no, yo no
estaba de acuerdo—. Puedo ver las temperaturas, se bien cuál es la contaminada y si los mato
antes de que salgas, te tendré a salvo a ti...

Hizo una pausa suficiente como para construir un nudo en mi garganta. Dejó que sus orbes carmín
bajaran hasta mi estómago, hice lo mismo siguiendo su mirada y sintiendo esa opresión en mi
pecho cuando una de sus manos se deslizó hasta mi vientre para acariciarlo por encima de mi
pantalón.

Mi cabeza construyó terriblemente el significado del suspenso que dejó durante las caricias en mi
vientre y esos dedos que pronto se adentraron bajo la tela de la sudadera que utilizaba. Solo sentir
su toque deslizarse con crueldad por encima de la piel de mi abdomen y bajar hasta el botón de mi
pantalón, hizo que la opresión aumentara, contagiara mi cuerpo entero e hiciera que mis ojos
ardieran.

Subí la mirada sólo para sentir como se me anudaban los músculos de la garganta al ver esas
comisuras estirándose en sus carnosos labios. Una sonrisa dulce que cortó con la navaja más filosa
mi respiración.

—...y a nuestro bebé— pronunció torciendo más esa sonrisa sincera como si descubrir esa palabra
en su boca le gustara tanto—. Ahora es un poco más cálido, me tranquiliza sentirlo— suspiró las
palabras antes de sacar su mano y volverla a mi cintura, antes de mirarme e inclinar su rostro sin
sonrisa para acortar la distancia entre nosotros de tal forma que nuestros alientos se rozaran—.
Por eso iré, preciosa, no porque sea un experimento que siga ordenes, sino porque quiero proteger
lo que es importante para mí.

Sus labios rozando los míos me hizo jadear, temblaron mis rodillas cuando movió su boca para
besarme con una estremecedora lentitud en la que me sentí desboronare. Apenas pude
corresponder a su entrega, a ese segundo beso en el que profundizo, ignorando las miradas que a
nuestro alrededor empezaron a colocarse sobre nosotros.

— Si te pierdo, perderé mi alma también—sinceró, sin dejar de rozar mis labios—, eres todo lo que
quiero en mi vida, lo único por lo que vale la pena luchar así que lo haré. Lucharé.
Mi cuerpo comenzó a negar, pese a sus palabras tan profundas— en las que mis recuerdos
gritaban que no, no valía luchar por mí por lo mucho que lo lastimé— y esa intensa firmeza en su
endemoniada mirada, seguí negando con la cabeza, negándome a permitirle apartarse de mi lado.
Solo de pensar en lo que podría pasarle, pensar en lo peligroso que sería una vez fuera, u a vez
llegado a la superficie del interior de la planta de electricidad hizo que mis manos se aferraran a
sus brazos con fuerza.

— ¿Y si te sucede algo? ¿Si te lastiman qué sucederá? Pu-puedes sanarte, pero, ¿qué sucede si
vuelven a infectarte? — la pregunta broto de mi boca en un tono de preocupación —. Suenas
como si quisieras sacrificarte, no debes, no puedes... — llené mis pulmones del apestoso aire, pero
aun así me sentí sofocada—. No tienes que hacerlo—supliqué sin dejar de mirarle a los ojos—, sé
que sobreviviremos juntos, Rojo. No hay por qué separarnos.

Sí. Los dos juntos hemos sobrevivido desde que salimos del área roja, si permanecíamos y
luchábamos juntos, saldríamos con vida como siempre hemos hecho. No había necesidad de
apartarnos.

El silencio que dejó se amortiguó por los sonidos metálicos que emanaron del elevador que los
experimentos terminaron dejando lejos del enorme agujero en la estructura, los miré solo un
momento comenzar a tomar esa larga escalera— que hicieron y la cual habían dejado recargada
contra un montón de escombros del comedor— para comenzar a adentrarla por el agujero.
Devolví a la mirada en Rojo, quedando aún más inquieta por el silencio y la forma en que
empezaba a contemplar cada pequeño centímetro de mi rostro... como si estuviese dibujándome
en su mente.

Solo pensar en eso y que él no estaba respondiendo, logró que mordiera mi labio inferior y volviera
a negar con la cabeza.

—Me has protegido todo este tiempo—continué, sintiendo cada vez más como me ardía la
garganta—. No quiero perderte, no quiero que te infecten.

—No pasará—soltó enseguida en que terminé, apartándose un poco, aunque demasiado para mí
—. Y si me infecto, Pym, quiero que recuerdes que sobreviví la última vez, puedo hacerlo con
esta...

Contraje la mirada sin poder creer que estuviera diciendo eso y no hablaba solo por el hecho de
que decía que si se contaminaba se arrancaría de nuevo el parasito, sino porque no importaba qué
le dijera, era seguro que él no cambiaría su decisión. Se miraba tan firme, insistente para
tranquilizarme. Pero eso era algo que no sucedería.

Él notó mi gesto, como sus palabras no lograban tranquilizare un poco y se detuvo, apretando sus
labios con fuerza y frunciendo sus cejas pobladas y oscuras.

— Eso no quiere decir que vaya a suceder, no voy a dejar que me contaminen, Pym —rectificó, y
abrió sus labios cuando vio que seguí asustada —. No estaremos separados mucho tiempo.

—No importa que te diga y que tan peligroso sea, ¿iras arriba? —— terminar esa pregunta provocó
un horripilante vacío en mi interior. Esperé necesitadamente su respuesta, queriendo equivocarme
con lo que sentía que sucedería, pero pronto mis dudas se respondieron escarbando todas en mi
pecho hasta agujerarlo cuando él apretó su ceño, dejándome ver que le afectaba verme tan
preocupada por él. Pero era inevitable, más sabiendo que nadie sabía lo que se encontraba en la
superficie.

—Sí... —La piel de mi mejilla izquierda se estremeció cuando esas yemas tibias se pasaron sobre
ella, acariciándola con dulzura, una dolida dulzura que terminó helando mi sangre—. Si sales allá y
hay muchos infectados, tratarán de lastimarte a ti y a nuestro bebé. No quiero ponerlos en peligro,
aquí van a protegerte mientras nosotros revisamos arriba.

No pude decir nada más no solo porque las cuerdas me fallarlo y ese terrible miedo amenazó con
hacerme sollozar, no dije nada porque lo sabía, tal como otras veces había sucedido cuando cuidé
de él, sabía que cuando él se proponía algo no cambiaba de parecer, iría no importaba cuánto le
llorara o rogará, él subiría.

Subiría...

Solté ese desanimado suspiro que trajo consigo una ausencia tan frígida que rasgó hasta el más
pequeño de mis huesos. Casi sin esperanzas miré el agua que cubría por encima de nuestros
tobillos, sabía que Rojo era fuerte, muy fuerte e inteligente y su instinto era inalcanzable pero aun
así... aun así temía. Temía salir a la superficie y no encontrarlo como la última vez que lo vi. Y tal
vez estaba exagerando, tal vez no había monstruos en la planta de luz o tal vez ellos los matarían
en un abrir y cerrar de ojos, pero, ¿cómo no preocuparme por el hombre al que amaba?
Al separarme de él no sabría lo que le sucedería, lo único que me quedaba por hacer era confiar y
esperar, ¿cierto? Esperar pese a mi gran miedo de perderlo.

Sin embargo, había algo por lo que no esperaría, y era decirle la verdad acerca de mis
sentimientos. Sucedieron muchas cosas en el pasado que posiblemente seguían atormentándolo a
él, todo porque no le aclaré nada acerca de lo que realmente sentía y siempre que algo ocurría
entre nosotros—como cuando la distancia era demasiado corta para acariciarlos o besarnos—,
terminaba apartándome de él, huyendo, dejándolo aturdido, confundido, con la idea de que había
sido su culpa, cuando no.

Cuando en realidad había sido la mía por dejarme consumir por mis temores de perderlo y que le
hicieran daño...

De lo que seguramente seguía sintiendo culpa, era lo que sucedió esa vez en que no pude
controlarme más y lo besé, lo besé con una insaciable necesidad a causa de lo mucho que me
había afectado saber que lo emparejarían, y que todavía me habían puestos mi a elegir a su pareja.
No iba a hacerlo y pese a que no quería, me obligué a decírselo para que él decidiera...

Mejor era aclarárselo, porque tal vez arriba, una vez que saliéramos, las cosas se pondrían más
difíciles que aquí abajo, si resultaba que los monstruos habían infectado no solo a los de la planta
de electricidad, sino al resto de las personas. No habría momento para hablar, para hacer
aclaraciones porque estaríamos huyendo, y tal vez este no era el mejor momento también para
hacerlo, pero al menos estábamos un poco a salvos.

—Antes de que subas, hay algo que tengo que decirte—comencé, levando la mirada para observar
la forma tan atenta en la que me observaba—. Ahora recuerdo lo que sucedió exactamente ese día
en que dijiste que estabas a punto de violarme...

Silencié un momento para ver como su mirada se tornaba repentinamente confundida y


sorprendida, me di cuenta en ese instante la razón por la que no me preguntó aquella vez qué
había recordado de nosotros. Seguramente temía que hubiera recordado este momento, ¿cierto?
Pero no debería temer, porque después de todo no fue su culpa.

—Lo que Adam te gritó esa vez en que entró al cuarto, no fue verdad, Rojo, no ibas a violarme
porque yo quería hacerlo y estaba dispuesta cuando me acorralaste y volviste a besarme... estaba
dispuesta a hacer el amor contigo—aclaré, dando un paso hacia él, acortando de tal forma nuestra
distancia que estuviéramos a centímetros de rozar nuestros cuerpos uno con el otro. Me atreví a
llevar mi mano para tocar su pecho y acariciarlo por encima de su camiseta—. No es que quiera
traer el tema de vuelta, pero esa vez cuando me lo dijiste en el baño parecías atormentado. No
pude evitar aclararlo, quería intimar contigo en ese momento, tanto como no te imaginas.

Sus labios temblaron, se movieron casi como si quisieran formar una mueca que al final no se
logró, cerró sus ojos un momento y comenzó a negar con la cabeza un par de veces y con lentitud.

—Pero no es... No es solo eso lo que me atormenta, Pym—repuso, podía percibir esta vez en su
voz ese ápice de preocupación—. Hay tanto que no te dije, que te oculté, que no quise que
supieras porque estaba arrepentido, aunque sabía que seguramente lo recordarías...

Esas repentinas palabras me confundieron.

— ¿A qué te refieres? — quise saber, y cuando vi que Rojo estaba a punto de alejarse un poco de
mí, me aferré con ambas manos a su pecho a ese necesitado calor que quería tener siempre cerca
—. Dímelo. Sé que no es el momento, pero hemos hablado muy poco de nuestro pasado, y hay
muchas cosas que yo también te oculté.

Ante su silencio y ante un inesperado golpe hueco, decidí mirar rápidamente detrás de él, como
ahora los experimentos trataban que sacar el segundo elevador que parecía estar atascado entre
todos esos escombros. Devolví la mirada a esos orbes tan enigmáticos que me contemplaban, aun
recordaba cuanto me aterraban y a pesar de eso me estremecían inquietantemente, pero ahora,
ahora solo quería verlos siempre.

— ¿Recuerdas cuando me dejaste a solas con ese experimento en mi cuarto?

Su pregunta me tomó por sorpresa, hizo que a mi mente llegara ese recuerdo en el que le presenté
a su futura pareja, solo recordar ese momento hizo que algo muy helado cayera a la boca de mi
estomaga. Aquella vez Rojo me había pedido que no la trajera y que no los dejara solos, pero lo
hice, me fui. Estaba tan arrepentida de haberme ido que ni siquiera pude dormir en toda esa
noche, y cuando al día siguiente regresé a su cuarto ella estaba... envuelta en las sabanas de Rojo,
recostada en su cama. Había sido un mundo de sensaciones tan heladas y dolidas destruyendo mi
interior que para ocultarlo tuve que inventar que iría por sus desayunos, cuando en realidad corrí
hacía los baños para encerrarme en uno y llorar.

Había sido tan estúpida, sobre todo cuando al regresar le pregunté descaradamente cómo había
pasado la noche con ella, y él me respondió que le gustó... Sacudí esos pensamientos tan
frustrantes que quisieron hacerme sentir casi de la misma forma, después de todo había sido mi
culpa dejar a Rojo con la tensión alta y a solas con ella.

Sentí un repentino pánico, un gran temor de lo que quisiera decirme si respondía que sí. ¿Por qué
me lo preguntaba? Una idea muy cruel brilló en mi cabeza y eso fue suficiente para hacerme echar
una mirada rápida a los sobrevivientes preguntándome si acaso ese experimento estaba con
nosotros...

—S-sí, lo recuerdo— tartamudeé en un ápice nervioso cuando al echar una segunda mirada no
encontré nada que se asemejara al aspecto de esa enfermera blanca.

— Estaba tan molesto de que me dejaras a solas con ella que por eso lo hice— Su voz baja
endureció como si ese momento siguiera fijo en él— Por eso hice eso con ella...

Mi menté buscó una explicación, pero no halló nada. ¿Qué hizo? ¿Hablaba de qué intimó con ella?
Mi corazón se aceleró desbocado escarbando en mi pecho ante su suspenso, ante esa tensión que
su silencio había creado a nuestro alrededor.

—Sabía que si lo hacía te pondría celosa, sabía que sentías algo por mí y estaba tan molesto que no
pude contenerme y lo hice. Para ponerte celosa la acaricie a ella, pero no int...

—Sera mejor que dejen de hablar ustedes dos y empieces a ayudar enfermero.

Aquella voz tan inesperada que se interpuso entre las palabras que Rojo tuvo que tragarse para mi
pesar, me retiró las manos del pecho caliente de Rojo quien pronto se apartó de mí y torció su
torso para clavar sus oscurecidos orbes en esa figura masculina dueña de unos profundos ojos
azules. Roman llevaba una mueca de asco iluminada en sus carnosos labios marrones mientras se
detenía a medio metro de nosotros, observándonos con impaciencia.

—Jerry los ha estado mirando desde hace un momento, están llamando mucho la atención ustedes
dos —escupió, irritado.

Ante sus palabras hundí el ceño y envié la mirada hacía el cumulo de roca y metal en la que antes
estaba Jerry, pronto lo busqué, hallándolo encaminándose al interior del agujero en la pared de la
larga estructura, acompañado de un par de experimentos. Solo ver que ya habían quitado los
elevadores para abrir dos entradas a las escalerillas, y que los experimentos—casi todos— ya
estaban cargando armas más largas y grandes. Ver que se estaban alistando para subir, agujeró mi
estómago... Las náuseas volvieron a mí.

— No sé si son idiotas o solo se hacen, pero Jerry acaba de gritar que quiere a todos los
experimentos recogiendo armamento, en minutos estarán subiendo—informó, me pregunté en
qué momento había dado la orden si ni siquiera lo habíamos escuchado. Pasó de verme a mí, a
recorrer el cuerpo entero de Rojo en un gesto de desagrado—. Así que apresúrate enfermero, solo
si no quieres llamar más la atención de una mala forma.

—Esto no es tu problema— las espesas palabras de Rojo me hicieron tragar, y lo que retuvo mi
aliento fue ver con qué pasos se acercaba amenazadoramente a Roman—, así que regresa, yo iré
cuando terminé de hablar con mi mujer.

Hubo un horrible silencio entre ellos, entre la forma tan peligrosa y tentativa en que Roman le
miraba, alzando más su torcida sonrisa antes de retroceder un par de veces.

—Pero que rebeldía, seguramente recibías muchos castigos en el pasado, ¿no es verdad? —soltó,
en un tono sarcástico que amargó mi garganta—. Pero, ¿estás seguro? A Jerry no le gustan los
rebeldes.

—Él ira—retomé antes de que Rojo respondiera un no que poco faltara para que saliera de sus
labios. Me acerqué a él cuando alzó su mirada de Roman para verme, cambiando completamente
su severidad a un gesto de preocupación—. Ve de una vez—incité, tomando su brazo con
delicadeza—, mejor que no nos metamos en problemas.

Se giró por completo frente a mí, dándole la espalda a Roman, ignorando su presencia y tal vez el
de resto de las personas solo para observarme un momento, reparar en mi rostro a centímetro y la
manera en que empezó a contemplarme fue como si por ese momento el tiempo volviera a
detenerse para nosotros. Dio un pasó, acortando nuevamente la distancia, sus brazos pronto se
movieron, sus manos alcanzaron mi rostro en un toque suave para ahuecarlo con delicadeza. Me
estremecí cuando se inclinó a centímetros de mi rostro, sentí un nerviosismo cuando pensé que
me besaría, sin embargo, no lo hizo, solo suspiró dejando que su aliento abrazara con suavidad mi
rostro enviando descargas eléctricas por cada

—No lo hice con ella, te mentí. Nunca intimé con Blanco 09 —susurró y se me estremecieron mis
huesos cuando en ese segundo sus labios se recostaron contra los míos en un cálido beso que no
esperé. Mis pensamientos se esfumaron, ni siquiera pude procesar nada de lo que dijo cuando
volvió a besarme, cosquilleando mi estómago—. Tú fuiste mi primera vez deseada...

Su confesión me dejó atónita, ¿su primera vez deseada? ¿Qué quería decir con eso? ¿Deseada?
¿Se refería a que no fui su primera vez intimando? Eso confundió mucho, ¿entonces lo habíamos
hecho? Pero yo no lo recordaba... ¿Hicimos el amor? Esa pregunta cruzaría por mis labios de no ser
porque un grotesco sonido metálico encendiendo el comedor me cerró la boca de golpe.

—¡Acérquense todos de una maldita vez! —El gruñido iracundo de Jerry erizó las vellosidades de
mi cuerpo. Rojo se apartó de mí, al instante girando hacía la estructura donde pude ver de dónde
había provenido el golpe metálico de hace unos segundos atrás, Jerry había disparado hacía una de
las cajas metálicas, para llamar la atención de los grupos de personas que permanecían apartados
de él y los experimentos.

—Sera mejor que vayan de una vez si no quieren problemas—advirtió Roman, recargando su arma
sobre su hombro antes de empezar a caminar y dejarnos atrás, y tan solo vi como Jerry lanzó una
mirada hacía nosotros con una intensidad severa, volví a sostener el brazo de Rojo.

—Hagamos lo mismo...—pedí, tirando de su brazo enseguida para comenzar a encaminarnos a


ellos, a donde Jerry se había vueltos acomodar para empezar a hablar algo que muy apenas
alanzábamos a escuchar, hablaba de los experimentos que subirían y la razón de por qué lo harían.

No tardé en mirar los agujeros en la estructura y sentir conformé le escuchaba hablar como mi
pecho se hundía de preocupación. No quería, en verdad que no quería apartarme de Rojo, pero él
se miraba muy dispuesto a ir... pese al peligro.

— Ya se ha colocado la escalera, sobrepasa la entrada al piso de arriba pero no es nada por lo qué
preocuparse. Por otro lado, una vez que los experimentos hayan salido y revisado el perímetro
haremos una fila para entrar, no quiero ver que estén apresurando a nadie, nosotros
apresuraremos como deba ser, ¿entendido? — exclamó alzando su arma casi como Sieso fuer un
acto amenazador. Parecía malhumorado, más que otras veces, mirando a cada uno de los
sobrevivientes —. Quiero a los experimentos que no están cuidando las entradas del comedor
subiendo las escaleras, ahora.

Y a pesar de que sabía que diría eso se me congeló el corazón, fue inevitable sentirme tan asustada
que clavé la mirada en el perfil de Rojo, en ese perfil varonil que con lentitud se giraba para
conectar sus orbes carmín en mí, observando mi gesto petrificado, preocupado, temeroso de
perderlo a él.

—No me pasará nada—se escuchó seguro, pero, ¿realmente nada sucedería? Todo mi ser
desconfiaba, dudaba de eso—. Tranquila— soltó al ver que mi agarre en su brazo se había
apretado más, su mano cubrió la mía en caricias dulces antes de retirarme la mano para llevarla
hasta sus labios y besar mis nudillos, un tacto tan sincero que jadeé—. Te lo aseguro, esto no me va
a matar.

Por desgracia no creí en esas palabras que escogieron mis ojos.

—Por favor ten cuidado ¿sí? — rogué, era lo único que me quedaba hacer, ¿cierto?

Él sonrió, una sonrisa que estiró sus carnosos labios en un aspecto apagado... oscuro... sin nada de
brillo.

—Por ti y por mi nuestro bebé— terminó diciendo, soltando mi mano con lentitud en tanto
retrocedía de mí, de mi tacto, de mi vista para girarse.

Algo en mi interior gritó que le detuviera, recordando que todavía había algo que debía decirle,
aclararle, algo que no le dije y negué todo ese tiempo que cuidé de él... Mi cuerpo se alteró
cuando vi su espalda únicamente, las piernas me picaron con desesperación, acercándose a él
rápidamente para estirar mis brazos, alcanzar su brazo y detenerlo.

Lo detuve, y Rojo no tardó en entornar su mirada a mí, yo tampoco tardé en hablar.

—Yo también te metí cuando te dije que Adam era el hombre con el que debía estar, pero en
realidad eras tú — la voz brincó asustada de mis labios, pronunciando esa verdad que exploró mis
entrañas, y las suyas cuando abrió sus carnosos labios para soltar su aliento y estremecerse—.
Siempre te amé, Rojo, y aun lo hago.

Ignoré esas repentinas miradas que me inquietaron cuando confesé la palabra. Rojo se giró
nuevamente por completo, acortando la distancia para analizarme como si descubriera algo nuevo
en mí.
— ¿Me amas? — pronunció esas palabras que aparecieron desconocidas para él, contrayendo sus
pobladas cejas, y ese gesto un poco confundido me hizo saber que no las conocía.

— Sí. Un te amo es más fuerte que un te quiero, así que si, te amo— repliqué, firmemente ante
ese brillo que resplandeció en sus hermosos orbes. Rompió el agarre de mis manos para enviar las
suyas a mi cintura y atraerme a él a esos labios que pronto se apoderaron de mi boca en besos
rotundos y profundos llenos de sentimientos que me derritieron.

Pero tan rápido como quería perderme en el sabor delicioso de su boca, él rompió el besó.

—Repíteme esa palabra una vez que estemos juntos arriba, porque si me las repites ahora no
podré contenerme—más que una petición susurrada, sonó a orden, una orden que penetró cada
rincón de mi cuerpo—, porque o también te amo, preciosa.

Me soltó, su ausencia y esas últimas palabras me congelaron cuando terminó apartándose, sin
nada más que darme otra vez su espalda...

Alejándose de mí con pasos grandes y firmes hacia la estructura donde uno de los soldados le
lanzó una escopeta que él atrapó con sutileza.

Hasta ese momento en que lo vi adentrarse al agujero, al interior de la estructura junto a otros
experimentos, sin mirar atrás... me pregunté con el corazón ahuecado, porque ese Te amo, se
escuchó a un Adiós.

La tumba de las bestias.

LA TUMBA DE LAS BESTIAS

*.*.*

No importaba que tan firme me mantuviera, la necesidad de ver detrás de mi hombro y buscar su
preciosa mirada azul me consumía. Pero sabía que si lo hacía, que si giraba y la veía una vez más
con ese rostro hundido en tristeza no podría subir a la superficie, así que me mantuve, y con cada
paso que daba, sintiendo como mi cuerpo comenzaba a pesar. Escuchando como en mi cabeza
reproducía con su espléndida y encantadora voz una y otra vez esas palabras que penetraron
estremecedora forma todo mi cuerpo, llenándome de impotencia.

Un te amo es más fuerte que un te quiero. Así que sí, te amo.

No conocía el significado de esa palabra, aunque antes la había escuchado salir de sus carnosos y
bonitos labios rosados, solo una vez cuando me contaba historias. No le presté atención, ni
siquiera me preocupé en ese momento de preguntarle qué significaba. Y que me lo dijera que un
te amo era mucho más fuerte que un te quiero en esta posición, había despertado en mí esas
frenéticas ganas de besarla con euforia y ahogarme de ella, unas tremendas ganas de no
apartarme ni un segundo más de mi mujer.

No quería apartarme de ella, no de la mujer de la que me enamoré, a la que al fin tuve entre mis
brazos y tendré siempre para cuidarla y apreciarla como mi más grande tesoro. Pero debía subir,
quería saber que arriba no era peligroso para ella. Aquí abajo, también era peligroso, con la única
diferencia de que había soldados y más compañeros que la protegerían, así que era un hecho, y
quería pensar que ella estaría bien sin mí, solo por unos minutos.

Así que inclinando mi cuerpo un poco, me adentré en uno de los agujeros de la estructura una vez
que un soldado me lanzó un arma que pronto atrapé sin problema. Sin más, sin ver atrás,
aguardando las ganas que tenia de regresar a ella...

Y lo haría una vez terminado de revisar que arriba era seguro para mi mujer.

Eché una mirada al interior de la estrecha y alta estructura una vez dentro, sintiendo rápidamente
la humedad, llena de tubos que se alargaban por cada una de las cuatro paredes, y en un par de
ellas, dos largas escalerillas en la que pronto mis compañeros principales se acercaron para
empezar a subirlas, sin siquiera esperar.

Con el arma entre mis manos me encaminé a la más cercana, tomando los principales tubos
delgados de esta para sentir su espesa estructura oxidada, subí la mirada evaluando unos
segundos la escalera que emitía sonidos huecos conforme mis compañeros subían. No tardé tanto
cuando también comencé a escalar esa larga escalerilla. Mis pies pisando cada uno de esos
delgados tubos que parecían que con un movimiento en falso se partirían en dos por la forma en
que resonaban al pisarlas, y no lo dudaba éramos demasiado pesados, pesábamos el triple que los
humanos. Subí al igual que el resto lo más sigiloso y cuidadosamente posible, escondiendo mis
orbes bajo los parpados para revisar al rededor, que no hubiera otras temperaturas cercanas más
que las nuestras únicamente.

No quería que apareciera otra temperatura fría y oscura, sobre todo en el comedor donde ella
estaba. Abrí los ojos al no hallar temperatura y me enfoqué en el camino encontrando que uno de
mis compañeros había encendido una linterna para iluminar el resto de la larga escalera que no
parecía tener final. Debían tener un final, pero la pregunta era saber hacía donde llevaba esta
escalera, exactamente.

Nunca conocí otro lugar que no fuera el laboratorio. No podía ni imaginar lo que al final de esta
escalera se encontraría, solo esperaba que fuera un lugar seguro para Pym, y nuestro bebé...

...Y nuestro bebé. Esa palabra se reprodujo en mi cabeza provocando un extraño sabor agridulce en
mi boca. Cuando sentí por primera vez esa temperatura, apenas cálida en su cuerpo, en su plano y
suave vientre, cada pieza de mi cuerpo se heló y me estremecí del frío, del horror al pensar que lo
que esa examinadora había dicho se había cumplido, y yo había sido el culpable. Dijo que debía
pensar en Pym y no en mí, que debía soportar las ganas que de hacerle el amor—porque todo el
tiempo quería intimar con ella, todo el tiempo quería perderme en el sabor de su piel, de sus
labios, en el sabor de su delicioso interior, invadirme de ella hasta deshacerme—, porque estando
contaminado podría contaminarla a ella también.

Y darme cuenta de que al final había algo muy extraño en su interior, estuve a punto de destruir mi
cordura, mi fuerza, mi vida, porque si yo la perdía a ella, perdería mi vida: era todo para mí, Pym
brillaba como ninguna otra, producía tantas sensaciones desconocidas que yo quería descubrir, y
tenerla a mi lado era como poder respirar. Cuando sentí esa leve temperatura pensé que la había
contaminado, estaba en shock, desorientado a punto de cometer la locura de abrir su vientre y
sacarle esa cosa sino fuera porque ella me lo explicó. Solo entonces pude volver a respirar,
sabiendo que era un bebé, una clase de humano diminuto que no hacía más que comer y dormir.

Un humano diminuto...un ser vivo pequeño creado por nosotros dos que se desarrollaría en su
interior por al menos 9 meses, eso me dijo ella. Yo no sabía que podía crear un humano en su
interior, que ser fértil significara algo como eso, poder dar vida. Pero a pesar de eso, no sabía cómo
debía sentirme con exactitud, eso era definitivamente nuevo para mí, todavía no podía creerlo,
entenderlo del todo aun cuando sentí nuevamente su temperatura dentro de ella.

No sabía si me gustaba o no, la verdad solo de saber que yo había creado algo en su interior me
preocupaba aún más, tenía muchas dudas ya que yo no era por completo humano por mucho que
Pym creyera que sí, era una persona muy parecida a ellos pero mi genética no era como la de ellos,
estaba alterada, y por mucho que quisiera negármelo tenía ADN reptil, ¿qué sucedería si nuestro
bebé heredaba mi genética? ¿También nacería con la reproducción acelerada de mi sangre?
¿Tendría tensión acumulada? ¿Nacería con esta repugnante mirada? Recordaba que para que yo
madurara me enviaban a la incubadora, ¿y sí sucedía igual con nuestro bebé qué sucedería?
Además, los primeros días en que me sacaron de mi incubadora, yo no tenía bien desarrolladas mi
cuerpo, ni mis piernas, y me hacía falta un dedo de las manos que me salió conformé avanzaba mi
crecimiento, y durante ese periodo me abrían el tórax para sacar los órganos que mi propio
organismo había creado por error, sacaban huesos repetidos. ¿Ese bebé nacería con las mismas
complicaciones que yo tuve?

Tenía tantas dudas que cada vez más se multiplicaban, pero no solo eran todas esas
complicaciones tanto internas y externas, había unas preguntas de todas ellas que eran las que me
tenían con una extraña impotencia, un temor creciente en mi interior. ¿Le afectaría en algo ese
bebé a Pym? ¿Se desarrollaría en su interior?

Estaba agradecido de que el parasito no se traspasara de mis fluidos a Pym, pero no agradecido de
haber depositado en ella otra clase de vida desconocida, tampoco arrepentido, era algo que no
comprendía, pero todo lo que no quería era perderla, y por alguna razón sentía que nuestro bebé
iba a afectarla...

Un inesperado empujón en mi costado me sacó de mis pensamientos, pestañeé al darme cuenta


de que había dejado de continuar escalando clavando mis manos a los pasamanos con fuerza, me
había perdido tanto en mis preocupaciones que ni siquiera me percaté de que el resto estaba más
arriba de mí, a varios metros de mi cuerpo. Bajé el rostro un poco aturdido cuando sentí otro
empujón en mi costado, clavando la mirada en ese puño que se apartaba y que pertenecía a esos
orbes grises de escleróticas negras.

—Estas muy lento—espetó bajo, apretando su mandíbula con molestia—. Camina de una vez.

Lo hice sin chistar, obedeciendo al instante y trepando lo más rápido posible para alcanzar al resto,
solo entonces, ellos se detuvieron, golpeando los barrotes con sus escopetas. Una señal de que ya
habíamos...

—Llegamos—apenas escuché esa voz masculina emerger de uno de los de arriba antes de notar la
luz de la linterna enfocándose en numerosos cables y largas cadenas que se mantenían en
constante movimiento emitiendo un ligero chirrido mientras colgaban de lo más alto del techo
final repleto de tubos y otras cosas que no reconocí a falta de luz. Estaba seguro de que esas
cadenas y cables eran los que sostenían a los elevadores, pero había algo extraño en ellos, la forma
en que se mantenían los cables como si hubiesen sido cortados al igual que esas cadenas.
Cerré mis parpados solo para revisar que aún no aparecían nuevas temperaturas a nuestro al
rededor, y al no encontrar nada extraño, enfoqué la mirada justo en lo que ahora la luz de la
linterna alumbraba. Era una enorme agujero, pero más estrecho y largo con la forma cuadrangular
justo al final de la escalerilla en la que esperábamos. Apenas pude mirar a los primeros
experimentos que se adentraron a él para luego escuchar ese sonido chillón proveniente del
interior del agujero cuadrangular, un chillón sonido que terminó en una clase de sonido explosivo
que se expandió por el resto de la estructura erizando mi piel.

Después de eso, hubo un inquietante silencio que lo llenó todo al igual que la oscuridad cuando la
luz de la linterna desapareció por completo, y eso volvió a cerrare mis ojos.

—Suban, está despejado—La misma voz masculina desde arriba, ordenó. Pronto sentí que el
experimento sobre mí empezó a escalar, y no tardé en seguirle el ritmo hasta llegar al final de la
escalera y trepar sobre ese asfalto plano del agujero solo para tomar el arma entre mis manos y
encender mi propia linterna que permanecía en lo más alto de la boquilla de la escopeta. Pronto,
el sendero frente a mis pies se iluminó solo para saber que se trataba de una entrada que llevaba a
otro lado.

Era una habitación mucho más amplia y sombreada que no tardé en empezar revisar, alumbrando
sus rincones para hallarme con numerosas cámaras acomodadas en lo largo de las paredes, con
tubos de los que apenas emanaba un leve humo blanquecino, pero eso no era todo, subí la
linterna para encontrar el techo llenó de enormes ventilaciones con ventiladores repletos de aspas
que permanecían en movimiento.

Me adentré más sin comprender qué clase de habitación era esta mientras ese hedor se levantaba
desde el suelo donde algo llamó mi rotunda atención cuando mi pie pisó esa extraña bravosidad
que terminó emitiendo un sonido desagradable.

—Están todos muertos—le escuché decir a alguien más adelante del camino, y sabía a qué se
refería. El suelo estaba infestado de cuerpos inertes con sus largos tentáculos enredados unos con
otros, sus formas eran similares, pero otras mucho más diferentes y perturbadoras. Sin embargo,
verlos sin vida, con sus bocas y hocicos abiertos y miradas secas, me hizo preguntarme como había
sido posible que antes no me percatara de sus temperaturas frías. Pero si no habíamos podido
verlas se debía a que las paredes eran del mismo material que las del bunker, debía de ser eso
porque no había otra explicación.
Y lo que tampoco tenía explicación, era darme cuenta de que varios de esos cuerpos que terminé
revisando, no tenían sus cuerpos agujerados por balas...

—Se asfixiaron —comenté, colocándome sobre mis rodillas para voltear a una de esas bestias que
antes era uno de nosotros sino fuera por el parasito. No tenía ni una sola herida en su cuerpo, pero
su boca estaba abierta mostrando sus largos colmillos, su mandíbula estaba tensa al igual que los
dedos de sus manos repletos de garras largas que yo alguna vez tuve. Además de eso, junto a su
cuerpo había varios rasguños, como si los últimos minutos de su vida los hubiese pasado rasgando
el suelo.

— Es así — Un enorme cuerpo se inclinó a mi lado, analizando el cuerpo frente a mí. Le di una
corta mirada para saber que se trataba del experimento naranja, ese que siempre estaba al lado
del hombre que se creía estar al mando. Se inclinó un poco más hacía adelante, para estirar su
brazo y palpar el hombro de la deformidad—. Sus músculos están duros, sus garras están
desgastadas— alzó su mano engarrotada para mostrármelo, aunque no hacía falta, ya me había
dado cuenta de ello —. Hay rasguños por todo el suelo, las paredes y el techo también...

Hundí el ceño ante lo último, un segundo más tarde me hallaba incorporado, iluminando el techo o
lo que pudiera de él para darme cuenta de que el experimento naranja decía la verdad,
anteriormente no había puesto atención más que a las ventilaciones, pero ahí estaban las marcas
profundas y largas creadas por garras.

—Buscaban una salida, y no la encontraron, no hay agujeros en el suelo y la única puerta también
tiene marca de garras—le escuché decir, ceñudo mientras miraba al rededor—. Con algo debieron
asfixiarse, pero, ¿con qué?

Sus palabras me pusieron a pensar, había algo que no encajaba con este lugar y no estaba
refiriéndome a la asfixia en las bestias. Si no había agujeros, ¿entonces como entraron a esta
habitación? No podía haber sido por medio del elevador, las puertas metálicas estaban cerradas...
Le di una rápida revisada a los suelos con la linterna, alejándome del soldado naranja, y conforme
revisaba, noté esas extrañas hendiduras metálicas redondeadas en cada parte del suelo de la
habitación, era casi como si fueran parches.

Con solo ver esos parches de metal, y darle una segunda mirada a toda la habitación y a los
cuerpos sin vida de los experimentos contaminados, supe que algo estaba mal aquí. Algo no me
gustaba de este lugar, era extraño, no encajaba.
—Que alguien los haya asfixiado o envenenado no importa, la primera área esta despejada—
escupió uno de los experimentos que se encontraban cerca de la única puerta del lugar que ahora
permanecía abierta, con su cerradura rota, mostrando solo oscuridad del otro lado—. Cinco de
ustedes quédense cuidando esta área mientras el resto me acompaña a revisar.

No moví ni un musculo al ver que varios de los experimentos se acercaban a él de inmediato para
adentrarse sin pestañar al interior de lo que parecía ser otra habitación hasta desaparecer de
nuestras vistas. Respiré hondo y miré alrededor contando a los pocos que habían quedado, que
definitivamente no llegábamos a ser cinco, pero entre ellos estaba ese soldado naranja que tras
patear un cuerpo deforme y echar una rápida mirada al umbral oscuro, se encaminó en mi
dirección.

Eso me aseveró.

—Parece que esa habitación también está vacía—espetó, enfundado su arma en el cinturón que
rodeaba su cadera—. Pero no deja de ser extraño—dijo, pensaba igual que él, y sentía que algo iba
a suceder en cualquier momento.

Solo quería que este instinto mío se equivocara otra vez, quería regresar con mi mujer cuanto
antes, sacarla de este lugar y llevarla a un lugar donde pudiera protegerla a ella y a nuestro bebé.

Apreté mis dientes, cerrando mis parpados para revisar la habitación, revisar las temperaturas de
los cuerpos y en mi lejanía, las altas temperaturas que se dispersaban del otro lado de la puerta.
Pero no había nada extraño, tal vez era como el soldado naranja dijo, esa zona que revisaban
posiblemente estuviera vacía, pero, ¿sabría salida?

—Esa mujer es tu pareja, ¿no es así? —su pregunta me desoriento, hizo que abriera los parpados y
entornara la mirada a esos orbes de extraño color amarillo y anaranjado que se clavaban
únicamente en el umbral.

¿A qué venía el repentino tema? No lo sé, pero que me hiciera recordar a Pym, hizo que sintiera
esa ansiedad nuevamente, esa necesidad de bajar y regresar. Ya habíamos tardado mucho aquí
arriba, ella seguramente estaba preocupándose por mí.

— Vi como la sostenías antes de subir—sus palabras hicieron que recordara esa escena—. El beso
que se dieron frente a todos como si no les importara nada ni nadie...
—Es más que obvio que ella es mi pareja—sostuve sin dejar de fruncir el entrecejo y mirar el resto
de los cuerpos con esa sensación extraña produciendo un sabor amargo en alguna parte de mi
lengua.

—Se estaba notando mucho, mi mujer se dio cuenta de ustedes— Entorné la mirada a causa de su
confesión—. Sí, yo también tengo una humana como pareja, una pequeña y encantadora.

Esas ultimas palabras se repitieron en mi cabeza mientras observaba esa curvilínea sonrisa
ampliándose en su rostro y dándole un aspecto sombrío a su mirada perdida bajo los mechones de
su cabellera negra.

—Antes tuve una pareja experimento, una enfermera roja— comentó y no supe por qué estaba
contándome esto. Esta era la primera vez que nos conocíamos—. Nos elegimos solo para
deshacernos de nuestros examinadores y tener una vida propia en el bunker. Pero con esa humana
pequeña, mal agradecida y olvidadiza es diferente.

Le escuché suspirar largo para sacar su arma y apretarla en su puño como si tuviera intención de
romperla.

—Es difícil protegerla, ¿cierto? —inquirió, pero no respondí—. Las cosas aquí abajo no fueron
sencillas para mi mujer y para mí. Hubo una vez en que creí que la perdería para siempre, pero el
hombre Jerry hizo lo posible por salvarla y curarla. Ella estaba infectada.

A nuestro alrededor todo silenció, lo único ruidoso eran sus palabras repitiéndose en mi cabeza.
Me pregunté cómo hicieron para quitarle la bacteria.

Hizo un gesto que me desconcertó, desvaneciendo enseguida la sonrisa en sus labios y hundiendo
su entrecejo en un gesto de dolor que me inquietó.

—Sé que tu mujer espera un bebé...—exhaló aquello como si le hubiese costado hablar.
Por otro lado, aquello extendió mis cejas con la peor de la sorpresa, confundido, aturdido. ¿Cómo
pudo verla? Yo apenas podía ver su temperatura estando de cerca, así que de lejos sería casi
imposible percatarse de nuestro bebé.

—¿De lejos puede verse su temperatura? — no dudé en preguntar en voz baja

—Muchos de nosotros ya se han dado cuenta de esa temperatura extra—respondió tras asentir
con el mismo fruncir de sus cejas—, pero descuida, nadie dirá nada. No somos los únicos
experimentos que tenemos pareja humana, hay otros como nosotros, son muy pocos, pero al
menos los hay. Además, ustedes no eran los únicos que esperaban un bebé...

Mi entrecejo se hundió desconcertadamente cuando mi cabeza proceso esas palabras sin dudar,
¿no éramos los únicos que esperábamos un bebé? ¿Qué quería decir con eso? ¿Otra pareja de
experimento esperaba un bebé también?

—Aunque ahora si son los únicos que lo esperan— aquello musitado y la manera en que torció su
rostro en otra dirección para imposibilitarme ver su rostro, ladeó mi cabeza, iba a preguntar quién
más tendría un bebé o a qué se refería con esa nueva aclaración, cuando añadió, girando su rostro
con una inesperada severidad en el fruncir de sus cejas oscuras—. Nadie de nosotros cree que nos
vayan a dejar con libertad una vez fuera de este lugar. Lo más probable es que quieran volver a
utilizarnos, atraparnos y experimentar con nosotros.

Los músculos de mi cuerpo se endurecieron con sus palabras, eran ciertas, aunque todo este
tiempo había pensado en lo que sucedía una vez salido del laboratorio, pensando en que
probablemente nada sería fácil, me alejarían de Pym.

Apostaba a que lo intentarían, seguramente tratarían de encerrarnos, hasta ella lo sabía, era fácil
después de saber que seguían dándonos órdenes y sacrificándonos a pesar de todo lo que sucedió.
Nada había cambiado.

—Por eso una vez que estemos todos arriba mantén a tu mujer junto a ti en todo momento y
apartado del resto de los humanos—soltó y eso me hizo pestañear, ni siquiera pude abrir mis
labios y ser capaz de preguntar, cuando el resto del grupo de experimentos ya empezaban a
adentrarse a la habitación en la que estábamos.

—Están despejadas— Uno de ustedes bajé e informe a esos humanos que pueden subir.
—Yo lo haré— las palabras resbalaron instantáneamente de mi boca cuando terminó de hablar,
logrando que, con esa exclamación firme y espesa, todas esas miradas se torcieran con rotundidad
hacía mí —. Iré.

—Ve—espetó él, creando una mueca en sus labios—. El resto, ayuden a abrir esta puerta.

Todos son culpables.

TODOS SON CULPABLES

*.*.*

Había mucho temor en el grupo. Con Rojo y los demás arriba, el comedor había quedado un poco
más desprotegido, al igual que yo los sobrevivientes no dejaban de levantar la mirada y clavarla
con duda e inquietud en los agujeros del techo, deseosos de que ninguna monstruosidad saliera de
ellos.

Podían percibir cuanto querían todos ellos que los experimentos bajaran, volvieran. Se sentían
frágiles, desprotegidos, así como yo me sentía. Sabían que ellos eran mucho más fuertes que
nosotros— y vaya que lo eran— y que a causa de que la gran mayoría miraba temperaturas, sentía
vibraciones y escuchaba en la lejanía sonidos anormales, sobrevivimos. Pero no entendía, como a
pesar de saber todo y que ellos nos seguían protegiendo, algo que sin duda no merecíamos,
seguían tratándolos con desprecio, como si no fueran más que esclavos.

¿Cómo es que Jerry los trataba de esa forma tan espesa y sin agradecimiento? No lograba
entenderlo, pero, en fin. Tampoco lograba entender cómo es que los experimentos sobreviviendo
no se rebelaban contar nosotros. No eran tontos, eran muy inteligentes, sabían, por mucho que no
quisiera, que nosotros éramos inferiores a ellos.

Estaríamos muertos si no fuera porque ellos ayudaron, Jerry estaría muerto, esa monstruosidad se
lo hubiese devorado de un solo movimiento, pero los experimentos dispararon justo a tiempo, y,
aun así, al final los envió a sacrificarse en una orden espesa, burlona...
Miré hacia la estructura de los elevadores, observando el par de agujeros negros y tratando de ver
a través de ellos el otro lado, algo que fue imposible. Suspiré, sintiendo esa preocupación
apretando mi pecho, pesando mis músculos, quería que Rojo cruzara uno de esos agujeros, quería
que volviera sano y salvo.

A pesar de que sabía que era fuerte y meticuloso, aun así, era inevitable preocuparme tanto por él.
Se había vuelto tan importante para mí, tan deseable y amado por ni ser, sobre todo ahora que
habían vuelto los recuerdos de todo lo que hicimos juntos, y los sentimientos que tuve por él,
también lo hicieron.

No habían sido pocos días los que estuvimos juntos como él dijo una vez, sino meses, largos meses
en los que incluso, dormíamos juntos. Pero sabía a qué se refería rojo con que parecieron pocos
días, el tiempo al lado del otro pasaba muy rápido, supongo que así se sentía cuando te gustaba
alguien... Me pasó solo unas veces con Adam, el resto el tiempo comenzó a trascender con
lentitud, él me gustaba, sentía algo por Adam, un sentimiento que en pocos meses empezó a
disminuir volviéndose algo rutinario, algo problemático, tóxico.

Muy tóxico.

Y era cierto lo que Adam dijo esa vez, no me engañó cuando estuvimos juntos, recuerdo muy bien
que yo fui la que terminó con él porque nuestra relación no estaba funcionando, y yo estaba
perdiendo ese sentimiento sintiéndome atraída cada vez más por Rojo. Aunque lo único que no
perdí en ese tiempo por Adam fue el cariño que le tuve, pero que se acostara con Rossi más veces
de las que cantara el gallo justo en nuestra cama y sofá, sí que me lastimó, después de eso, solo lo
utilice para olvidar a Rojo. Algo que no pude lograr, y las veces en que Adam quería tener
relaciones sexuales conmigo, todas esas las detuve por el mismo motivo.

Ya no sentía nada por Adam, pero sentía todo por Rojo, porque cuando Adam me acariciaba y me
besaba, o incluso cuando tocaba mis zonas más sensibles, nada más que la incomodidad
reaccionaba en mi cuerpo. Rojo estaba tan incrustado en mí que hasta soñaba con él, soñaba con
su boca saboreando la mía, tal como esas pocas veces en que nos besamos, también soñaba con
sus manos deslizándose con una sutil suavidad que detenía mi respiración y me estremecía por
completo hasta volverme agua.

Bajo otro suspiro en el que apreté el trapo en mi boca y nariz, me aproximé al grupo que,
inesperadamente, estaba empezando a crear una fila frente a los agujeros. Tal como Jerry había
ordenado antes de que los experimentos partieran. Así que me acerqué, abrazando mi estómago
que empezaba volcarse otra vez. No quería vomitar otra vez, pero ese hedor del comedor y
caminar entre aguas sucias y repletas de partes humanas podridas, era imposible no sentirme
asqueada.

Tragué con fuerza el sabor asqueroso en tanto terminaba de acomodarme detrás de un par de
mujeres, clavando la mirada en unos soldados que se apartaron de Jerry para adentrarse a los
agujeros con sus armas apretando los puños. Me pregunté para qué entraban, ¿los experimentos
ya estaban bajando?

Solo pensar eso, cosquilleo los músculos de mis piernas, ansiosas de moverse y revisar el interior
de esa estructura también, con el propósito de buscar a Rojo.

Repentinamente dejé que la mirada se posara en esa cabellera castaña en movimiento, sabía a
quién le pertenecía. Adam se estaba apartado del grupo con el que hablaba para encaminarse a
mí, a pasos rápidos y firmes, no sin antes dar una mirada a su entorno.

— Jerry está dudando de los experimentos, piensa que nos traicionaran— informó. No esperé esas
palabras que terminaron contrayendo no cejo—. Que no van a bajar, que cerrarán las puertas de la
entrada de arriba y se irán sin nosotros.

Devolví la mirada a los agujeros, sin dejar de negar con la cabeza que él estaba mal.

—Rojo no sería capaz— sostuve severamente era más que evidente—. Él no nos dejaría aquí.

—Tal vez él no te dejaría aquí, pero a nosotros sí— espetó, enchuecando su mandíbula, y tenía
razón—. No lo conoces del todo, los experimentos no son tontos Pym— soltó llevando su arma al
bolsillo de su pantalón—, saben lo mucho que los lastimamos, seguramente piensan que haremos
lo mismo con ellos.

Pues no estaba equivocado, y los experimentos no eran los únicos que pensaban así, yo también
sentía que los tratarían de lastimar o los encerrarían una vez que saliéramos del laboratorio. Era
esa la causa por que también sentía que los experimentos tratarían de matarnos, pero nos habían
traído hasta aquí y aún no trataban de vengarse.

— ¿Y no lo harán otra vez, lastimarlos, abusar de su fuerza y su sangre? — inquirí, arqueando una
ceja al ver la forma tan seca en que exhalaba.
—No lo sé— sinceró, mirando un momento detrás de ni hombro—. No sé qué planes van a tener
para ellos una vez a fuera. Y siendo francos, sé que también sientes que algo muy malo sucederá
en la superficie con ellos.

No entendía que tan difícil era para ellos aceptar que los experimentos eran más que
experimentos. No había nada de malo verlos como humanos, ¿por qué no simplemente aceptaban
ese hecho y trataban como su igual? No era difícil hacerlo.

— Si los experimentos contaminados salieron de la planta, el exterior será un caos, y es más que
seguro que utilizaríamos a los experimentos de las áreas peligrosas para protegernos, sobre todo a
los naranjas en ellos el parasito no sobrevive— La forma tan amargada en la que lo dijo, me creó
una mueca temerosa.

Tenía tanta razón que hizo que mis puños se apretaran, sintiendo esa quemazón subiendo a través
de mis músculos. Eso era lo que yo sentía que sucedería al final, matarlos o utilizarlos para
sobrevivir, pero no. No. Por supuesto que no dejaría que eso sucediera, que utilizaran a Rojo para
protegerlos, no lo permitiría.

—Yo no dejaré que hagan lo que quieran con Rojo, Adam— pronuncie en queja—. No lo van a
obligar a poner su vida por los demás, ¿entiendes? Él es mucho más humano que nosotros—
terminé exclamando, mirando de qué forma su mirada pestañaba asombrado, azorado con sus
labios entreabiertos, y ceñudo en confusión.

— ¿Cuánto...? —hizo una pausa para respirar—. Dime Pym, ¿cuánto quieres a ese experimento?

— ¿Quererlo? — mi cuestión lo inquietó—. Adam, lo amo.

Terminé estremecida por la manera tan sentimental en que lo confesé, y supe que él también lo
había sentido, porque noté como su cuerpo se comprimió. Como rápidamente retiró la mirada
hacia el suelo como si le doliera...

Le dolió, mi confesión le afectó, pero la verdad es que me daba igual si le dolía o no, si le importaba
o no lo que yo sentía por Rojo. Porque era cierto, y él ya lo sabía desde antes de que todo esto
sucediera. En uno de mis recuerdos recuperados, cuando yo volví con él pensando en que así
olvidarla a Rojo, él me dijo que había ido con Rojo 09, dejando en claro que no volviera a
confundirme, que yo le quería a Adam y no a Rojo, realmente. Aunque cuando Adam me dijo toda
esa aclaración innecesaria, yo terminé diciéndole que estaba equivocado... y lo que sucedió
después terminó lastimándolo a él también.

—¿Lo amas tanto que pondrías tu vida en riesgo para protegerlo? — alargó sin emoción, sin alzar
su rostro un centímetro.

Esa pregunta me recordó a Rojo, él desde el principio había hecho eso. Poniendo su vida en peligro
para mantenerme a salvo, nunca dudó en asentarse al peligro y matar a los monstruos que
estuvieron a punto de terminar con mi vida. Sí... Me pondría en riesgos para proteger al hombre
que se adueñó de mi alma por completo.

—Levantaría mi arma y dispararía al que tratara de lastimarlo— fue lo único que aclaré. Adam
soltó el aliento levantando la mirada del suelo hasta colocarla sin presión en mí.

—Cuando me preguntaste a qué habías ido al área roja esa vez en el bunker...— pausó, tragando
con dificultad—, era para salvarlo a él.

Su respuesta final hizo que exhalará, pero no de sorpresa porque ya había pensado que esa era la
razón por la que fui al área roja, pero que él lo rectificara sin ningún titubeo, me tranquilizó más.

— En el grupo de sobrevivientes en el que estábamos, cuando todo esto aconteció, nos


escondimos en la zona Xexro, que es donde se dedican a mejorar por medio de las pantallas y
muestras de laboratorio la genética de los experimentos rojos—mencionó y quise entender por
qué estaba contándome esto, aun así, no lo detuve y él siguió hablando—. Desde ahí, en unas
pantallas parpadeantes que mostraban las cámaras de seguridad del área roja, supimos que las
incubadoras de esa área estaban intactas y el área cerrada sin monstruos dentro. Los experimentos
rojos seguían dentro y creímos entonces que estaban descontaminados.

«También creímos que lo estaban los enfermeros blancos y verdes porque, a diferencia de las áreas
peligrosas, ninguno de estos experimentos incubados se había deformado como ellos. Entonces se
decidió enviar a tres grupos pequeños de personas para rescatar estos experimentos de diferentes
áreas que no estaban demasiado lejos de la zona Xexro.
Daesy estaba en el grupito que fue al área roja, ella era la única que conocía la clave de los botones
para liberar a los experimentos rojos.»

Adam hizo una pausa en la que lo único que se reproducía en ese momento en mi cabeza era el
nombre Daesy. Así se llamaba la chica con la que Adam se había acostado. Pero no era por eso que
estaba sorprendida, sino por el recuerdo de una pelinegra y de baja estatura. Una mujer muy
bonita que había sido la primera persona que conocí en el área de mi trabajo ya que nuestros
experimentos eran vecinos de cuarto. Dy, así era como le llamaba mayormente, había sido la única
chica amable y no arrogante de la sala 3. Ella era quién me contó muchas cosas acerca de los rojos
que yo aún no comprendía, y fue a la única a la que le dije sobre lo que sentía por Rojo 09.

—Tu nunca le quitaste un ojo de encima a la pantalla, menos cuando de un momento a otro la
viste saliendo del área sin haber liberado a los experimentos rojos—mencionó, y eso me hizo
morder mi labio inferior—. Poco después, Daesy dijo que estaban contaminados, y que los
experimentos blancos y verdes también lo estaban.

«Poco después la electricidad de la zona comenzó a fallar y las cámaras se apagaron, y una enorme
criatura se estaba aproximando a nosotros o eso detectamos en las pantallas, pero a ti eso no te
importó, porque saliste corriendo hacía el camino que llevaba directo al área roja.»

De alguna manera todo lo que Adam me decía, estaba resultando demasiado familiar para mí
como si lo hubiese vivido en algún momento atrás. Tan familiar y tan real que el miedo que sentí
en ese momento en que mencionó lo que Daesy había dicho sobre los incubados, me estremeció
los músculos.

De inmediato, alcé la mirada detrás del hombro de Adam al darme cuenta de que, entre todas las
personas sobrevivientes, ninguna era ella. Ninguna era Daesy. Entonces, ¿dónde estaba ella? ¿No
sobrevivió? ¿Murió? ¿Ronny, su pareja también murió?

Sentí congelarse mi respiración cuando la realidad me golpeó... Si no estaba aquí, la probabilidad


de que estaba muerta era...

— ¿Dónde está ella? — No le dejé seguir cuando esa duda creció con intensidad en mí. Observé su
rostro, la manera inquieta en que permanecía silencioso, sin saber que decir, entonces lo supe. Ella
había muerto también.
—No lo sé, muchos nos dispersamos a causa del experimento contaminado, ese que resultó ser el
mismo que el del comedor— me sentí un poco abrumada por sus palabras—. Fuimos obligados a
tomar un atajo diferente, apartándonos del resto —pronunció antes de exhalar—. ¿Pym, no te
arrepientes de haber perdido tus recuerdos a causa de ir a salvarlo?

—No—aclaré enseguida y sin titubeos—. Ahora Rojo está con nosotros, vivo y descontaminado.
Valió cada segundo haber arriesgado mi vida por él, no se merecía nada de lo que le hicieron. Por
eso no permitiré que sigan aprovechándose de ellos.

Una mueca se alargó en sus labios, y pensé que haría un comentario que me desagradaría, pero
solo asintió.

—Pienso igual que tú—soltó—, pero todavía hay quienes piensan que estas criaturas sin igual,
deben seguir ocultas para experimentar con ellos.

Cuando terminó de hablar se giró dando una mirada corta a los de la fila detrás de él, en ese
momento en que casi me perdía en mis pensamientos, atisbe a Augusto en la lejanía de la fila, esa
mirada verdosa que se había cruzado con la mía y en cuanto me vio, se giró de golpe dándome la
espalda... Entonces pensé, ¿sería él el que quiso matarme? Era muy extraño su comportamiento, la
forma en que me miró en el bunker y la forma en que lo hizo hoy, incluso otros momentos. Era
muy extraño, muy sospechoso.

—En el bunker, un hombre se me quedó mirando como si le horrorizara encontrarme— le conté,


llamando su atención dejando que esa mirada marrón volviera sobre mí—. Recordé hace tiempo
que él y yo trabajábamos en la misma área, y no nos llevábamos muy bien, pero eso no explica la
forma tan extraña en que me vio en el bunker.

Hundió sus pobladas cejas en ese rostro de piel bronceada, lanzando la mirada de inmediato al
mismo lugar en el que yo estaba mirando.

— ¿Por qué no me lo dijiste antes?

—No estabas cerca como para contarlo, estabas hasta en frente. Ese sujeto usa lentes de abuelita,
es de baja estatura y demasiado delgado, no sé, ¿alguien tan delgado quiso matarme? —Respondí,
aunque no escuchándome con firmeza—, pero la forma en que me miró me hace sospechar de él.
Además, en aquel recuerdo él tenía documentos confidenciales sobre los experimentos.
—¿Y no lo acusaste? —aquello lo escupió—. Con eso basta para acusarlo como uno de los
culpables, Pym, una de las reglas dentro del contrato de confidencialidad era no sacar ningún tipo
de información de los experimentos a la superficie.

—Al principio creí que tal vez Chenovy le había dado el permiso no lo sé—traté de explicar—,
porque los soldados lo revisaron y lo dejaron pasar.

—Es absurdo, es demasiado arriesgado dejar salir a la superficie información de los experimentos
¿recuerdas hace exactamente cuándo fue ese recuerdo? —su pregunta me apretó los labios,
incluso hizo que levantara la mirada de las personas haciendo fila para encontrarme con esos orbes
marrones.

Quise recordar con exactitud ese recuerdo, estudiarlos en cada pequeña escena bien ilustrada en
mi cabeza, y tratar de averiguar hacía cuanto tiempo atrás aconteció.

—Creo que hace más de tres meses, no lo sé, sigue siendo confuso— hasta mi propia vox sonada
confundida, ese tono lleno de duda que terminó amortiguándose cuando Jerry empezó gritar que
comenzáramos a subir la escalera, eso fue suficiente para levantar nuestras miradas y entornarlas
en su dirección donde mi corazón se detuvo y todo mi cuerpo se calentó de inmediato.

Esos orbes endemoniados estaban clavados sobre mí desde lo más alto de los escombros de los
que Jerry bajaba para apresurarse a la estructura. Su figura imponente y tan macabra revivió mi
corazón en latidos acelerados, una chispa de emoción se incidió en mi estómago cuando al
instante bajó dando pasos duros y firmes hacía mí, apretando su larga arma entre sus manos.

Era Rojo. Había vuelto salvo y sano. Eso quería decir que no había peligro arriba, ¿verdad? Tuve la
necesidad inquietante de moverme y apresurarme con pasos rápidos para llegar hasta él y
abrazarlo cuando....

Las manos enormes de Adam me detuvieron y me regresaron a mi antiguo lugar. Se enderezó


acomodándose frente a mí, evitando que así pudiera seguir mirando a Rojo.
— ¿Qué más recordaste de él? ¿O sabes de qué trataban esos documentos? —retomó el tema,
tomándome de los hombros para que colocara la atención en él—. Cualquier cosa puede servir,
Pym. Sí él es el culpable debemos impedir que salga de aquí, no se lo merece.

Nadie se merecía salir de este lugar...

Mordí mi labio inferior aguardando mis nervios y la necesidad de estar con Rojo, enfocándome en
mis recuerdos, en ese borroso momento en que estábamos en el comedor y yo había chocado con
Augusto.

—Eran algo como de registros de los experimentos, su desarrollo y crecimiento—recordé tratando


de hallar la última palabra—. Eran registros de experimentos rojos. Sí, de los enfermeros rojos.

— ¿Registros? —pronunció como si lo que le contara le sonara increíble, sin embargo, esa
confusión disminuyó—. Fuera lo que fuera, que sacara algo de los experimentos a la superficie es
porque tiene que ver con los malditos que financiaron este laboratorio.

Sentí una pulsada de dolor en la cabeza en la que sentí también como si algo quisiera regresar a
mí, una imagen de una mujer junto a un escritorio repleto de hojas desordenadas y la pantalla
plana de un computador. Ese escritorio me era tan familiar... pero antes de que pudiera si quiera
reconocer su aspecto sombrío, toda esa imagen se esfumó al instante en que Adam soltó mis
hombros.

Dio un paso atrás para mirar a los sobrevivientes que cada vez más estaban apartados de nosotros,
Rojo se detuvo junto a él con una mirada llena de extrañes, analizándome.

— ¿De qué están hablando? —apenas escuche la voz de Rojo antes de verlo dar los últimos pasos
hasta mí de tal forma que nuestro espacio personal desapareciera.

Sus orbes siguieron inspeccionándome con esa misma extrañes, como si viera algo en mí que no
estuviera bien. Movió su brazo para llevar su mano desocupada y ahuecarla en mi mejilla, un cálido
tacto que revirtió el mareo que aquel recuerdo lleno de lagunas me provocó.

— ¿Estás bien? —Su cálido aliento me abrazó el rostro, yo asentí en silencio apenas pudiendo crear
una sonrisa—. ¿De qué estaban hablando?
—De que un maldito cobarde seguramente se encuentra subiendo la escalera tratando de salir
ileso de lo que ha hecho—interrumpió Adam en un gruñido, tomado su arma del bolsillo del
pantalón antes de girar y mirar a Rojo—. Pym ha recordado a uno de los culpables de este desastre
y al que quiso matarla, seguramente...

Rojo destelló preocupación, pasando de ver a Adam a buscar mi mirada con severidad.

— ¿Quién es? —me preguntó, sosteniendo mi rostro con su mano, iba a responder cuando Adam
interrumpió otra vez.

—Que te lo expliqué después—aclaró, mirando hacía la estructura de los elevadores—, subamos


de una vez para detenerlo cuanto antes.

Y con eso bastó para que él fuera el primero de nosotros digiriendo sus pasos hacía los pocos que
quedaban fuera de los agujeros.

(...)

Los tubos delgados de la larga escalerilla que parecía no tener retorno, estaban húmedos, y con
cada toque que dabas mientras la escalabas en las manos se quedaba un rastro pegajoso.

Estaría limpiándome las manos en mi sudadera sino fuera porque seguía perdida en mis
pensamientos, reproduciendo la conversación que había tenido por segunda vez con Rojo minutos
atrás antes de que empezáramos a escalar, y sobre todo la que tuve con Adam. Le había recordado
a Rojo todo lo que le conté de Augusto mucho antes de llegar al comedor, y la razón, otra vez, por
los que sospeché que había sido él uno de los culpables. Y que quizás, según Adam, él pudo haber
intentado matarme en el área roja.

Pero para ser franca, cuando se lo dije no soné para nada segura a como había sonado con antes,
después de ver esa imagen en mi cabeza que había estado repasando. Con todo lo que vi en esa
corta y sombreada reproducción en mi cabeza de una oficina con sus estanterías vacías y el
computador tan elegante, comencé a dudar de Augusto. Comencé a dudar de él y preguntarme si
realmente era o no quien me golpeó en la cabeza, o sí él era cómplice de lo que había acontecido
en el laboratorio, porque sin duda alguna esa imagen era la oficina del área roja en la que desperté
sin recordar absolutamente nada, y era una mujer la que se recargaba en el escritorio de madera
negra.

Esa figura era de una mujer... Sin duda alguna era una mujer, pero, ¿quién era? ¿Era la mujer que
me golpeó? Era frustrante, si la persona que quiso matarme seguía viva y entre nosotros, intentaría
matarme tarde que temprano para que no abriera la boca, sobre todo si al final tenía los ADN de
los experimentos.

Me detuve en seco aferrando mis manos a los tubos cuando sentí el líquido asqueroso subiendo
desde el vuelco de mi estómago hacia toda mi garganta, lo tragué antes de respirar con dificultad,
tratando de reponerme, sintiendo en ese nanosegundo el roce de un calor sobre humano y
protector sobre mi espalda que terminó intensificándose cuando ese cuerpo se inclinó.

— ¿Te mareaste o son tus nauseas? —la voz grave y baja de Rojo exploró el interior de mi cabeza
mientras su aliento cosquilleaba en mi oreja. Sus manos pronto las sentí acomodándose a cada
lado de las mías acariciando apenas mis dorsos, manteniendo una posición protectora para
sostenerme si llegaba a desmayarme.

Cosa que no sucedería.

—Solo son nauseas— repliqué, tomando una bocanada de aíre y exhalando con fuerza para
comenzar a escalar otra vez. Minutos después de que subimos la escalera las náuseas empezaron a
aumentar, si vomitaba aquí arriba sería un problema porque debajo de nosotros había un par de
soldados experimentos.

—Puedo cargarte en mi espalda...—insinuó con preocupación detrás de mí—, no falta mucho por
llegar— me hizo saber. Yo negué enseguida, pasando a darle una rápida mirada, aunque para ser
franca, no pude ver nada más que la mitad de su rostro sombreado a causa de que mayormente
estábamos rodeados de oscuridad, la linterna que él llevaba colgando de su arma, alumbraba la
parte trasera de la estructura nada más, al igual que otras pocas linternas que apenas permanecían
encendidas en la lejanía.

—Estoy mejor ahora—forcé a decir—, solo necesitaba un pequeño descanso—Aunque las náuseas
seguían ahí a causa de mi ansioso y revuelto estómago.
—Sé que no es así, preciosa...—me descubrió, pero creo que era obvio que lo haría, ya antes le
había dicho la misma frase y terminaba vomitando.

Seguí subiendo por largos minutos la escalerilla, sintiendo la pesadez en mis piernas y pantorrillas
de tanto doblarlas y escalar, ese cansancio debía deberse por el embarazo, sabía que no debía
esforzarme mucho, pero, ¿qué podía hacer? Evidentemente tenía que esforzarme preguntándome
cuánto faltaba para llegar a la superficie.

La superficie, le temía mucho a lo que nos fuéramos a encontrar una vez llegado al final de la
escalera. Rojo me dijo que llegaríamos a un salón repleto de cadáveres, pero los cadáveres no eran
lo que me preocupaba sino lo que fue a acontecer con los infectados y con esa persona que
intentó matarme.

Repentinamente algo me sobresalto, y fue sentir como los barandales bajo mis manos se sacudían
y rechinaban como si la escalera estuviera a punto de ladearse o de romperse. Sentí pavor y me
aferré de un abrazo a la escalerilla mientras detrás de mí, el cuerpo de Rojo volvía a curarme por
completo.

—Ya hemos llegado— esa era la exclamación de Jerry desde lo más alto de la escalera, pero esas
sacudidas no terminaron, sino incrementaron como si todos al mismo tiempo subieran a toda prisa
para llegar al suelo firme.

Una calidez carnosa y húmeda depositándose sobre una parte desnuda de mi hombro izquierdo
me estremeció entero el cuerpo, mis rodillas temblaron cuando una de las manos de Rojo se
apoderó de mi cadera.

—Sube, es seguro— susurró, empujándome levemente para que continuara, y lo hice, siendo
consiente de esa extraña maldición que apenas se había alzado desde lo más alto.

Escalé, una tras otra hasta que esa luz con Rojo por detrás hasta que los tubos terminaron y ese
suelo helado fue tocado por mis manos, estaba a punto de subirlo apresuradamente cuando esa
mano rodeando uno de mis brazos me tomó por sorpresa. Le di una mirada al hombre dándome
cuenta de que era Adam, ayudándome a levantarme.

Apenas pude incorporarme, apartándome del umbral cuando mis ojos cayeron en todos esos
cuerpos deformes que ocupaban casi todo el suelo de la enorme y extraña habitación. ¿Qué era
este lugar? Le di una mirada al techo y a esas paredes antes de reparar por segunda vez en las
monstruosidades sin vida, empujadas por los pies de los sobrevivientes para poder caminar al
centro de la habitación que parecía...

Una cámara de gas.

—Hay tres hombres de estaturas muy similares y con anteojos, Pym, necesito que me señales
quién es esa persona—mencionó Adam, mirando hacía el grupo grande de personas y hacía los
experimentos que se hallaban, todos, acomodados frente a esa puerta metálica que permanecía
cerrada. Todos, con sus armas en sus manos, colocando la misma atención a Jerry que estaba
acercándose a ellos—. Debemos detener a ese culpable.

—No te preocupes por él...—pausó Rojo repentinamente con una frialdad que hundió mi entrecejo
—, porque aquí todos son culpables.

No tardé en dar la vuelta para ver sus orbes rojos oscurecidos con malicia, aquellos que habían
pasado de ver a Adam con severidad a verme a mí, pero mis ojos terminaron cayendo detrás de
sus hombres donde los últimos experimentos soldados se incorporaron, acomodándose junto a los
dos umbrales de los elevadores para levantar...

Levantar sus armas en un movimiento que, aunque extraño, fue suficiente para saber que algo
malo estaba a punto de acontecernos. Y no fui la única que se dio cuenta de eso cuando el resto de
los experimentos que nos habían rodeado a todos nosotros, levantaron también sus armas.

Apuntándonos.

No debiste recordar nada.

NO DEBISTE RECORDAR NADA

*.*.*

Hubo un silencio catastrófico en el ambiente en el que solo pude escuchar mi corazón retumbando
contra mi garganta, a punto de ser escupido para huir de la nueva realidad. El desconcierto y
horror fue lo primero que rápidamente se talló en los rostros de los sobrevivientes cuando vieron
todas las armas levantadas en su contra, señalando cada una de las cabezas en el centro de la
habitación bajo esas oscurecidas miradas que, aunque en un principio tuvieron el mismo vacío,
ahora era más frio.

Temibles.

Al final sucedió, ¿no? Todo ellos se habían levantado contra nosotros, eso era lo que estaba
sucediendo.

Pagaríamos las consecuencias de nuestros actos.

Miré a mi alrededor por última vez sin poder creer aun lo que estaba sucediendo, encontrando
como hasta los infantes, en ese instante de shock, habían sido arrebatados de las manos de las
mujeres que al parecer cuidaban de ellos, tirando de sus delgados brazos para llevarlos detrás de
sus enormes cuerpos y mantenerlos así, lejos de los humanos. De nosotros.

Y para mi sorpresa, los infantes no habían sido los únicos que fueron apartados de los
sobrevivientes cuando eché una mirada más atenta a los experimentos que se acomodaban
delante de la puerta metálica, donde se hallaban resguardada dos personas: una de esas personas
era la pelirroja, sosteniendo su arma con firmeza entre sus manos, atenta a lo que del otro lado de
la espalda del soldado naranja, sucediera.

Ella ya sabía de todo esto.

—Suelten sus armas o... No hace falta mencionarlo, ustedes ya saben lo que ocurrirá si se oponen
—Entorné la mirada a esos rotundos y endemoniados orbes grisáceos de esclerotizas negras que
resbalaban con malignidad sobre algunos rostros, en especial en Jerry. Se me detuvo el corazón
cuando dio un paso al frente demostrando su imponencia en el grupo, y estiró una de sus oscuras
comisuras, añadiendo tensión y miedo al silencio que dejó tras su orden.

Inesperadamente cuando me sentí tan perdida y abrumada, sentí la mano de Rojo estirarse y
tomarme dulcemente del brazo, fue apenas un jalón que hizo que dejara de ver a los experimentos
para concentrarme en su atenta mirada que me había estado observando todo este tiempo.
—Vamos, Pym—Ante su petición suave, pestañeé. Sus palabras retumbaron en mi cabeza con la
gravedad de su voz, él también lo sabía, ¿y no me lo dijo? ¿Qué planeaban hacerles a los
sobrevivientes? ¿Matarlos? Me estremecí de temores antes de comenzar a ser apartada del lado
de Adam quien se giró bruscamente, torciendo toda su figura masculina para anclar su mirada
sosegada en nosotros, mirándome sobre todo para apretar sus labios y empuñar sus manos con
fuerza, apena pude percibir el leve movimiento temblores que había hecho uno de sus brazos,
como si tuviera la intención de alcanzarme...

Él no era el único que había dado una mirada en nuestra dirección, varias otras miradas llenas de
miedo se clavaron en mí, pero las únicas que fueron capaz de congelar cada parte de mi cuerpo
fueron esa mirada verdosa y esos zafiros contraídos de Jerry llenos de un confuso cinismo. Rojo
empujó levemente mi hombro para hacerme terminar detrás de su ancha postura protectora y
peligrosa, cortando con esa petrificante y perturbadora conexión con Augusto y Jerry. Apreté el
arma en mi puño antes de tomar una fuerte respiración y observar lo que apenas podía del perfil
endurecido de Rojo.

—Lo sabías—dije a voz suficientemente baja como para que él lo escuchara, pero no giró sobre su
hombro para verme, se mantuvo firme, incluso con sus brazos doblados y el arma apuntando a los
sobrevivientes.

—Antes de bajar lo supe—clarificó, había severidad en el tono de su voz, una peligrosa imagen que
me hizo tragar con dificultad.

— ¿Los van a matar? —tuve miedo de preguntar porque lo más seguro, analizando todos los
rostros de los experimentos entornados en recelo, era que sí, los matarían.

Pero la mayoría de esas personas— por la forma en que recuerdo que muchos de ellos miraron con
extrañes y sorpresa a los experimentos—, no parecían ni siquiera saber lo que ellos eran, y si no
sabían lo eran respondía que no eran examinadores, me respondía que ellos ni siquiera ocupaban
un puesto que determinara conocer de estos experimentos humanos.

Y las únicas personas que lastimaban a los experimentos eran los médicos de las salas y los
examinadores, además de los científicos e ingenieros en genética de cada área que hasta donde
recordaba, según por lo que Daesy me dijo, les inyectaban acido para ver la resistencia de su
maduración dentro de las incubadoras.
Muchos de los que tomaron este trabajo, había sido por una feroz necesidad económica, siendo
completamente ignorantes de lo que se creaba, recordaba que una enorme mitad de los
empleados del laboratorio no trabajaba en las salas de entrenamiento o en las áreas de incubados,
tampoco les permitían ir a esas áreas, mucho menos tocar las zonas equis en los que se jugaba con
la genética. Se dedicaban a otras zonas lejos de ver a los experimentos. Quizás trabajaban en la
administración o cuidado de la zona canina, el mantenimiento del funcionamiento eléctrico del
laboratorio o seguramente la limpieza de las habitaciones de todos los trabajadores, así que
algunos de esos sobrevivientes— o la gran mayoría—podrían ser solo inocentes del dolor que los
experimentos pasaron, entonces matarlos no demostraría nada.

—No lo sé, no estoy a cargo de esto, solo quiero protegerte...—el sonido preocupado de su voz se
extinguió dando lugar a una risa divertida y maliciosa se levantó de entre el silencio de las
personas, una risa macabra, llena de cinismo llenando cada vacío estructural de la habitación. Me
moví solo un poco, solo lo suficiente como para ser capaz de ver a la persona a la que le pertenecía
la risa, una persona que estaba en la mira de todos los experimentos.

Jerry cerró la boca con fuerza, creando en las comisuras delgadas de sus labios una mueca
gruñona. Parte de su arrugada frente se mantenía enrojecida de lo mucho que él la apretaba,
podía notarse a distancia que estaba eufórico en ira.

— Menudas perras traicioneras—Los huesos se me sacudieron a causa de su sonrisa torcida en


diversión, levantando el arma entre sus manos para volver a señalar al experimento de orbes
negros, un movimiento que hizo que el resto de los experimentos que estaban junto al de orbes
grisáceos señalaran el cuerpo de Jerry con sus armas—. Baja tu arma, soldado naranja.

Jessy hizo una pausa, estirando una sonrisa que no llevaba miedo en tanto levantaba su mentón un
poco, retador, y pasaba de ver los orbes naranjas a ver a la mujer de cabellera pelirroja que
sostenía una mochila rota en la que se hallaba ese bebé de orbes naranjas y escleróticas negras...
jugando con sus mechones de cabello rojo como si fueran lo más interesante del momento.

— Es verdad que no pude salvar a las crías en su interior, y me lamento por ello. Pero sabes que
hice todo por salvarla por ti, así que me la debes.

Eso ultimo estremeció no solo mi cuerpo, sino el de todos los presentes. Indudablemente abriendo
mis parpados desconcertadamente hacía la pelirroja. Por un instante creí que había escuchado
mal, pero solo ver la sorpresa en otros rostros me di cuenta de que lo que escuché era cierto. ¿Ella
estaba esperando un bebé? ¿Un bebé de él? No, no, Jerry dijo crías, por lo tanto, no estaba
hablando de solo un bebé...Mi corazón se apuñalo solo reproducir sus crueles palabras en mi
cabeza.
No pude salvar a las crías en su interior...

¿Cómo fue que lo perdió?

—Que te quede claro, yo no te debo nada—pronunció entre dientes el soldado naranja.

— ¡He dicho que bajen sus armas!

—No lo haremos—repuso esta vez el experimento de orbes grisáceos, igual de firme que el resto
de los experimentos que ni siquiera temblaron o se inmutaron a su exclamada orden.

Por segunda vez esa corta risa fingida salió de todo el ancho cuerpo de Jerry, escamando mi piel,
poniendo tensó hasta el cuerpo de Rojo por lo mucho que esa carcajada pareció molestar a los
experimentos frente al hombre.

—Así que al final decidieron traicionarnos—la exclamación esta vez le pertenecía al soldado de la
cicatriz en el rostro quien había dado un par de pasos fuera de los acumulados sobrevivientes para
estar al lado de Jerry, en él tampoco había una pisca de miedo—. Deben sentirse poderosos, ¿no?
— El sarcasmo apretó la quijada del soldado naranja.

—Sí— Ni siquiera titubeó el experimento de orbes grises, no hubo ninguna pisca de duda en su
voz, sin dejar de observar con la misma frialdad a Jerry—. Esperamos este último momento para
demostrarles que no tienen el control sobre nosotros.

Al final, decidieron demostrar que no eran solo esclavos, que no eran más nuestros experimentos.
¿Y lo demostrarían matándolos a ellos?

—Vaya, vaya, vaya—el bufido de Jerry no le gustó a él, menos cuando levantó su arma señalando al
experimento de orbes platinados—, los creí estúpidos, pero al parecer me equivoqué, nos vieron la
cara todo este tiempo, ¿no es así? —se mofó de sus propias palabras antes de escupir al suelo—.
¿Y ahora qué? ¿Nos mataran? —soltó, como si fuera un mal chiste.
—Primero bajen sus armas—enfatizó esta vez el soldado naranja, dando un paso al frente para
estar al par con el experimento de orbes negros, dejando atrás a la mujer pelirroja que seguía
manteniéndose firme con el arma empuñada. No había titubeos en la postura del soldado naranja,
ese soldado que había estado todo este tiempo protegiendo las espaldas de Jerry ahora, le daba la
cara. Y él lo observó con esos zafiros tan abiertos que poco faltaba para que salieran de su rostro,
desde aquí podía ver lo mucho que Jerry quería levantar el arma y dispararle.

Que poco faltaba para que sucediera.

— Sin embargo, ustedes no son los que mandan aquí—gruñó Jerry, su rostro empezó a enrojecer
de rabia, retorcerse de una siniestra manera.

Y sucedió.

Ante aquel gruñido en el que Jerry apretaba sus dientes con tanta fuerza que parecía que se
romperían, elevó el arma empuñadas en sus manos bajo todas esas atentas miradas fúnebres, y no
dudó si quiera en apuntar y disparar hacía la cabeza del soldado naranja. Un sonido que contrajo
cada pequeño musculo de mi cuerpo y me hizo saltar, hizo que Rojo con rapidez me empujara con
su brazo, devolviéndome detrás de su hombro.

Toda la habitación se sumió en el sonido hueco y escandalosamente atemorizante de una bala que
terminó atravesando nada más que el concreto detrás de él, a pocos centímetros de rozar la
coronilla de la pelirroja que por ese instante se quedó inmóvil y palidecida por completo. Y en esa
franja de segundo en que el bebé en la mochila había soldado a llorar de miedo, y en el que el
soldado naranja había volteado a ver el agujero en la pared cerca de la mujer, sus ojos se marcaron
de severidad y esos dientes comenzaron a verse en tanto sus labios temblaron y torcieron de
enojo, en tanto esas manos apretaban con rotunda fuerza su arma.

Supe... que lo peor estaba a punto de comenzar cuando Jerry soltó otra risotada de ira al ver que
había fallado por la velocidad en la que el soldado naranja se movió para que esa bala no le
atravesara. Sin embargo, Jerry estiró nuevamente el arma, apuntando esta vez a la pelirroja cuyos
orbes grisáceos pestañearon como reacción, entornándose en sorpresa. Rápidamente vi como su
delgada y pequeña mano volaba a la funda de su citaron rodeando su cadera donde se acomodaba
una pequeña arma negra que apenas fue tocada por sus dedos.

— ¡Y esta vez la bala terminara en el cráneo de la mujer que perdió a tus hijos, sino se dejan de
juegos y bajan sus malditas armas, perr...!
El resto de su exclamación fue tragada por la nada cuando aquella arma dueña de las manos del
soldado naranja, disparó hacía la cabeza de Jerry. Ahogué un chillido de horror y todo mi cuerpo
fue explorado por espasmos violentos y crueles, encogiéndome de vuelta cuando aquellos gritos
femeninos de los sobrevivientes al ver el cuerpo de Jerry caer sin vida al suelo, recorrieron por
completo la habitación dejando un hilo de ecos que comenzó a aterrorizar.

—No te muevas, Pym—escuché espetar a Rojo, uno de sus brazos estaba estirado hacía mi cuerpo,
su mano aferrándose a mi cadera evitando que pudiera moverme un milímetro más fuera de su
cuerpo. Traté de sostenerme de su espalda, no solo por el hecho de que las rodillas me temblaban
sintiendo hasta las piernas como gelatina al saber que aquel experimento había matado a Jerry,
sino porque una presión terrible había caído sobre mi estómago, las náuseas habían vuelto a
comenzar en el momento menos indicado

—Suelten sus malditas armas—el rugió del soldado naranja, dueño del cólera, me hizo estirar el
cuello junto al brazo de Rojo, aun en mi estado para mirar del otro lado a los temblorosos
sobrevivientes que se compartían unos con otros la mirada atemorizada—. ¡Ahora!

Tal amenaza esta vez funcionó para varios de los sobrevivientes que dejaron que de sus manos
resbalaran las armas al suelo produciendo un sonido huevo mientras alzaban al instante sus brazos
en señal de rendición, algo que dibujó una catastrófica sonrisa de satisfacción en los carnosos
labios del soldado naranja.

—Arrodíllense—ordenó ahora el experimento de orbes negros bajando esta vez su arma, sin dejar
de observarlos con la misma satisfacción que el otro. Una mirada tan aterradoramente suficiente
como para drenar mi cuerpo.

—Si nos van a matar, será mejor que lo hagan de una vez por todas—vociferó Adam, era el único
que seguía de pie, pero su arma estaba en el suelo, frente a su calzado—. Déjense de simplezas y
mantennos.

Mi corazón se comprimió con su petición y al ver las peticiones susurradas de las sobrevivientes
petrificadas en sus lugares.

Quería decir algo, abrir la boca y soltar mi voz, hacer una petición, pero en mi garganta se había
creado un nudo alrededor de mis cuerdas vocales, impidiéndome hablar. Ayudarlos, porque
matarlos no era una salida... Se acallaron mis pensamientos al ver como el experimento de orbes
negros clavaba su mirada en Adam, sin disminuir un poco esa trastornada sonrisa.
— Primero queremos que se rindan—la última palabra había remarcado la letra erre con una
inquietante seriedad. Me sentí confundida nuevamente, ¿por qué querían que se rindieran o que
se arrodillaran? ¿Realmente iban a matarlos? Porque si quieran matarlos desde hace varios
minutos lo hubieran hecho, pero parecía que tenían planeado hacer algo más con ellos.

—Así que eso es lo que buscan—La voz de Rossi me tomó por sorpresa, era la primera vez que
escuchaba su tono asustadizo. Ella se encontraba a pocos pasos de estar al lado de Adam,
arrodillada y con las manos extendidas a cada lado de su cabeza—, ¿qué solo nos rindamos? ¿Y eso
qué les demostrara?

—Que somos mejores que ustedes, pero esa no es la única cosa que demostraran al rendirse...—
las palabras del soldado naranja me confundieron, hicieron que enviara una corta mirada a Rojo y
me preguntara a qué se refería, pero él ni siquiera bajó un poco su rostro para mirarme.

— ¿No es la única cosa? — escupió Adam, negando levemente con la cabeza—. ¿Cuál es la otra
razón? —quiso saber, sus brazos se alzaron un poco remarcando la cuestión que yo también me
hice. Entonces, el soldado naranja miró al pelinegro a su lado quien de pronto llevaba una mueca
de disgusto en sus labios un segundo antes de pasar a mirar a los experimentos que se
acomodaban del otro lado de la habitación para hacer un movimiento con sus cabezas.

Un movimiento que hizo que aquellos soldados se apartaran del concreto y empezaran a recoger
las armas que los sobrevivientes habían dejado en el suelo.

—Demostraran que aceptan su culpa por lo que le hicieron a los nuestros con el parasito.
Quisieron matarnos y deben pagar por ello—escupió con recelo el experimento de orbes grisáceos,
aquello abrió en par en par mis ojos, y el del resto de los sobrevivientes que sacudieron sus
cabezas, susurrando palabras que no podía entender.

— ¿Y si somos inocentes no nos mataran? — gritó uno de ellos que no pude mirar desde mi
posición—. Yo no creé esa bacteria, trabajaba en una de las salas, soy inocente, ¡soy inocente! —su
grito chillón me oprimió el pecho, miré al soldado naranja y al experimento de orbes negros solo
para darme cuenta que aquel sollozo no les importaba.

— Nuestro objetivo solo era matar a la cabeza de su grupo si no se rendía para demostrarles que
somos superiores y que una vez fuera, elegiremos nuestro propio camino—aclaró.
Su confesión estaba a punto de tranquilizarme sabiendo entonces que no mataría a nadie más,
pero no sucedió, ni un solo átomo de mi existencia se relajó al ver esa malicia en su mirada, una
malicia amenazadora a punto de explotar.

—Pero que digas eso solo me dice que sí eres culpable, así que te mataré—soltó con frialdad, sin
un ápice de emoción, sin ningún gesto creado en su rostro. Lo siguiente que vi, no solo me dejó a
mí inmóvil y aterrada, sino al resto de los experimentos, incluyendo la tensión en los músculos de
Rojo cuando él levantó su arma y disparó al sobreviviente que aseguraba su inocencia. El atroz
sonido que les hizo gritar a unos del miedo, me retuvo el aliento, aferrando mis manos con fuerza
al brazo de Rojo quién también aferró sus dedos a mi cadera.

Por mucho que intenté apartar la mirada del cuerpo sin vida y de la sonrisa satisfactoria del
experimento, no pude hacerlo, el charco de sangre comenzaba a crearse alrededor de la cabeza del
hombre joven que había recibido la bala.

—No digas nada, Pym, no te muevas—imploró Rojo, pero apenas pude escucharlo, estaba
congelada, en shock. Si mató a uno, iba a matar a otro, y mataría hasta que ninguno de ellos
quedara con vida.

—07 Negro, eso no era parte del plan—esa voz pertenecía al soldado naranja, cuando le di una
corta mirada antes de volver a clavarla en el cuerpo sin vida, noté el gesto disgustado que llevaba
ante el experimento de orbes platinados.

— Pero no soporté su llanto, así que sí algún otro dice que es inocente morirá—hizo saber,
mostrando en cada una de sus palabras el rencor que todo ese tiempo había guardado —. Les
perdonaremos sus vidas— esas últimas palabras me hicieron suspirar. No iban a matarlos, tendrían
una oportunidad de sobrevivir—, pero a cambio, se quedarán aquí, atrapados. Sí los vemos fuera
antes de que nosotros salgamos de este lugar, los mataremos, ¿entendieron?

Y nadie contestó a su demanda, al fin les dio la espalda a los sobrevivientes, devolviendo sus pasos
al lado del soldado naranja una vez acomodado su arma sobre su hombro como sí nada, para
decir:

— Marchémonos— mencionó, dando una mirada al resto de los experimentos, incluido a Rojo de
quién retiró la escalofriante mirada para verme un instante —. ¡Es hora de marcharnos!
Escuché la fuerte exhalación de Rojo que desinfló su cuerpo cuando él dejó de vernos, y cuando
uno de los experimentos abrió esa puerta metálica por la que varios empezaron a salir. Ellos se
movían como si nada, en cambio yo apenas pude cuando Rojo se dio la vuelta para mirarme, para
analizar lo mucho que mi cuerpo temblaba a causa de lo sucedido.

—Ya terminó, preciosa, estamos a salvo por ahora—soltó, me pregunté por qué se había
escuchado tan inseguro y preocupado, por qué en su rostro sus cejas estaban tan fruncidas de
temor. Asentí como pude antes de sentir la suavidad de sus cálidos dedos acariciando mi mejilla—.
Tenemos que salir de aquí, ¿sí?

—S-sí—fue lo único que pude decir en un hilo de voz para después sentir el agarre de sus dedos
alrededor de mi brazo, incitándome con un leve jalón a que caminara. Y lo hice, no sin antes dar
una mirada a todos esos rostros que conocía para detenerme especialmente, y para mi lamento,
en un solo cuerpo que se había alzado de entre todos ellos, feroz y molesto.

— ¿Y eso es todo? —Augusto gritó, su petición había detenido al resto de los experimentos,
especialmente el experimento 07 del área negra que solo estaba esperando a que sus compañeros
salieran para ser el último en cerrar la puerta metálica. Entonces lo vi, vi la mirada molesta que
Augusto me había dado antes de devolverla y posarla sobre esos orbes negros que ahora le ponían
atención—. A nosotros nos dejarán aquí y sin armas, pero, ¿se llevarán con ustedes al verdadero
culpable y lo protegerán? Seguro intentara matarlos después.

Su pregunta terminó confundiéndome mucho pero no fui a la única a la que confundió. Volvió a
mirarme de reojo con el mismo disgusto y recelo de antes, y pestañeé sorprendida, ¿acaso estaba
refiriéndose a mí?

—Será mejor que aclares de quién estás hablando—espetó 07 Negro, tomando su arma entre sus
dos manos para apartarse un poco de la puerta —. ¿Y bien? —incitó peligroso el experimento.

Me dio otra mirada, una mirada de odio y despreció que me dejó congelada, más congelada al ver
de qué forma levantaba su mano y me señalaba

Desde aquí, miré el cuerpo de Augusto temblar, y como sus manos se resguardaban del bolsillo de
uno de sus pantalones, por ese instante vi la mirada que le había dado a Rossi, una mirada
suficiente que contrajo mis cejas al ver ese asentimiento y esa maliciosa sonrisa que se asomaba
en esos carnosos labios rosados de la mujer pelinegra.
Una sonrisa que vacío por completo mi cuerpo cuando fue suficiente para iluminar esa misma
imagen en mi cabeza, ese recuerdo de una mujer en la oficina del área roja, sosteniendo un Bate
cerca el escritorio. Los colores de aquella sombra relucieron, pintaron la figura femenina de pies a
cabeza reconociendo a la mujer en segundos, poniéndole nombre.

Era ella.

Otra vez era Rossi en la escena. Y aunque apenas pudiera aclarar el recuerdo y la conversación
extraña que manteníamos, no podía ignorar el hecho de que ella había estado en la oficina del
área roja justo antes de que le diera la espalda, y yo terminara en el suelo... perdiendo la
conciencia.

No podía creerlo, pero lo era por mucho que me costara creer que esa mujer loca tenía que ver en
todo este infierno. Nunca lo había imaginado, lo había mantenido muy bien escondido, pero, ¿por
qué? Algo no encajaba aquí, si Rossi era la persona que había querido matarme, ¿significaba
entonces que ella creó el parasito o era solo parte de ese plan al igual que Augusto?

—Estoy hablando de ella—Aquel grito de Augusto golpeó con fuerza mi cabeza, sacándome fuera
de mis pensamientos solo para ver de qué forma levantaba su brazo y me señalaba. El shock me
golpeó el cuerpo dejándome inmóvil, con la mirada clavada en él preguntándome por qué, por qué
estaba culpándome.

De inmediato Rojo se había dado dos pasos delante de mí, levantando su escopeta y apuntando a
Augusto quien había movido el arma a la cabeza de él brindando mucho más temor a mi cuerpo.

—Abre la boca otra vez, y te disparo—gruñó él, amasadoramente, manteniendo esa posición
peligrosa, esa gran intención de disparar sin dudar.

— No dispares 09 Rojo, quiero escuchar esto—la orden del experimento de orbes grisáceos y
escleróticas negras me secó no solo la garganta, sino el cuerpo enteró—. Quiero escuchar que
historia nos tiene él.

—Pero está mintiendo—el bajo gruñido de Rojo, hizo que el experimento arqueara una ceja, sus
orbes enseguida se pusieron sobre mí en un brillo de diversión y malicia que me estremeció.
— ¡Es cierto lo que dije! —exclamó enseguida Augusto, mirando de reojo a Rossi otra vez—. Yo
estaba revisando las incubadoras para saber si los experimentos del área roja y estaba a punto de
liberarlos cuando ella me atacó, me dijo que no lo hiciera, que ellos debían morir—Sus palabras
gritadas me marearon, ¿estaba hablando en serio? Lo peor de todo es que llegué a pensar que
había sido planeado por Rossi—. ¡Ella era una de las que nos traicionó, quería matar a los
experimentos y escapar con la información de los enfermeros rojos y unas muestras que llevaba en
sus manos!

Fue como si aventaran fuego a mi cuerpo, sentí arder mi piel de un imponente sentimiento
rencoroso ante tal mentira absurda que cuando quise gritar algo al respecto, mis huesos temblaron
de horror y pánico cuando de un segundo a otro esa arma estaba señalándome a mí. Ni siquiera
pude pestañar o moverme al ver como subía su arma hasta señalar mi cabeza, y me congelé, la
respiración se me escapó del cuerpo al igual que el corazón.

— ¿Es eso cierto? —su pregunta fue soltada en un tono áspero... Había peligro en la forma oscura
en que me miraba—. ¿Y por eso encariñaste a 09 Rojo para que te tomáramos por una de
nosotros?

Su pregunta se sintió como un balde de enormes piedras golpeando cada parte de mi cuerpo. Me
sentí atolondrada repentinamente que solo pude negar con la cabeza, sintiendo como mi corazón
escarbaba en mi pecho cuando al igual que otros experimentos, levantó un poco más su arma
sobre mí.

—Si tan solo la lastiman...—gruñó Rojo, al instante, posicionándose frente a mi cuerpo en una
postura protectora con su arma entre manos.

—Tranquilo, 09—interrumpió 07 Negro moviéndose un poco al costado, lo suficiente como para


ser capaz de ver esa extendida sonrisa disgustada hacía mí, sin embargo, mi atención no estaba
solo en esas oscuras comisuras sino en el arma que señalaba a la cabeza de Rojo—. Si no
respondes con la verdad, le dispararé a él también.

Le dispararé a él también... Esa última palabra escamó cada pequeño centímetro de mi cuerpo,
invadiendo de terror cada oscuro rincón de mi existencia al saber que justo donde su arma
apuntaba era uno de los lugares que no podía restaurarse.

Solo recordar eso me alteró aún más.


—07 Negro estas saliendo de control, baja el arma—la advertencia del soldado naranja quien
había dado un par de pasos con su arma lista entre manos, fue ignorada por el experimento del
área negra.

—No voy a llévame a mujeres traicioneras, y sí esta hembra...— dejó en suspenso cuando cerró sus
parpados para reparar en cada parte de mi cuerpo y estirar sus oscuras comisuras en una torcida
sonrisa—, preñada se burló de nosotros todo este tiempo, le daré muerte a ella y lo que lleva
dentro.

—No voy a permitirlo—tras su feroz gruñido amenazador, Rojo retrocedió tantos pasos pudo para
que la distancia entre su espalda y mi cuerpo se rozaran. Sin embargo, me aparté lejos de su
caliente espalda protectora para posicionarme frente a él, tal como había hecho muchas otras
veces para protegerlo. Pero en cuanto lo hice, la mano de Rojo me tomó por el hombro, sabía lo
que iba a hacer, regresarme detrás de él, pero se lo impedí llevando mi mano sobre la suya y
dándole una mirada de negación a esos orbes tornados en desespero y miedo.

—N-no— pedí, mi voz estuvo a punto de rasgarse por el miedo—. Puedo explicar lo que sucedió—
empecé al aclarar mi garganta y entornar la mirada a 07. Él arqueó una ceja reparando en mi
posición como si el que estuviera frente a Rojo fuera algo que no se esperara de mí—. Él ni siquiera
estuvo ahí— esa fue mi respuesta ahogada, asustada antes de clavar la mirada en Augusto—. Solo
había una persona en el área roja además de mí, y tú no eras, Augusto.

Al pronunciar su nombre pestañeó, vi como repentinamente había bajado el rostro en posición a


Rossi para mirarla.

—Entonces eres culpable.

— Yo no tengo nada que ver en esto y no he terminado de explicar— exclamé ante 07 Negro para
observar a Augusto—. ¿Quién te dijo eso fue...? —pausé la pregunta solo para clavar la mirada en
aquel rostro que había borrado la sonrisa maliciosa de sus labios rosados— ¿Quién te dijo eso fue
Rossi? —Y sin poner ninguna pisca de atención en los experimentos que volvían a adentrarse a la
habitación, con sus armas listas, entre todos ellos, Din quien se había encaminado cerca de
nosotros, agregué—. Porque estoy segura de que ella sabe quién es el culpable realmente.
Y esos labios rosados se abrieron con sorpresa, por poco y esa blanca piel palidecía de miedo al
saber que la había descubierto, pero rápidamente si rostro se retorció con enojo antes de
incorporarse.

— ¿Disculpa? ¿Ahora quieres acusarme a mí? —se señaló, y solo ver su falsa indignación y cómo
mirada a Adam y a los experimentos, sentí un ardor recorrerme toda la piel—. Eso claramente nos
dice que eres la culpable, ¿no lo creen?

Ignoré la forma en que miró al experimento de orbes grisáceos. Pero seguía sin entender, ¿por qué
estaba haciéndose la victima? Sí, intentó matarme, pero, ¿por qué estaba inculpándome? ¿Qué
ganaba con eso? A ella ni siquiera iban a matarla a pesar de que ahora la recordaba como una de
las culpables del parasito. Los experimentos los iban a dejar vivir, ¿entonces por qué estaba
haciendo esto?

Una idea vino a mi mente y solo pude mirar a Adam como una tonta respuesta próxima que no
encajaba en todas mis dudas. Porque no podía ser por Adam que ella intentara acusarme ¿Era por
algo más? Sí, debía ser algo más...

—Veo que quisiste aprovecharte de mí amnesia—retomé tras respirar profundamente, llenando


mis pulmones de un vacío oxigeno que aún me hizo sentir sofocada—. Pero lo hiciste demasiado
tarde porque ahora te recuerdo, recuerdo el pedazo de metal con el que golpeaste el panel de
control, recuerdo el USB que te guardaste en tu mochila y en el cual bajaste todos los archivos de
la computadora en la oficina.

Sí, ahora recordaba todo lo que sucedió con mucha más claridad que antes. En ese momento en
que llegué al área roja corriendo, estaba tan alterada y desesperada de perder a Rojo, porque
cuando vi la hora de muerte de cada incubadora y quise escribir el único código que sabía para
cancelar la secuencia, la computadora nueve— como el resto de las computadoras— se bloqueó.
Estaban bloqueados al igual que la máquina de control cuyos botones rojos los liberaba, pero
tampoco funcionaba. Sabía que todo se controlaba por medio del panel de control que estaba en
la oficina, y esa fue la razón por la que subí hasta ese lugar...

Esa era la razón, y ese el tubo metálico que me arrebató la conciencia, así como todos mis
recuerdos.

—Ese fue el mismo tubo metálico con el que me golpeaste, ¿no es así? —inquirí, recordando el
desesperante miedo que sentí al hallar el panel inservible. Pero al final... al final terminé
liberándolo de alguna forma.
—Ahora entiendo por qué insististe tanto en ir en el grupo de Daesy a ayudar cuando te
encargaron ir con por los experimentos Blancos—la inesperada voz de Adam hizo que ella le
clavara la mirada con odio mientras él se levantaba del suelo—, o por qué fuiste la única del grupo
de los blancos, que no regresó, pero después del desastre apareció sin ningún rasguño frente a
nosotros.

Observé esos labios retorcidos en una casi mueca que tembló cuando ella apretó sus dientes al
igual que esos puños que llevó en dirección al costado de su cuerpo que ocultaba de nosotros. No
supe qué tipo de expresión estaba haciendo, pero ahora ya no me importaba, la habían
descubierto.

—Además de ti, quien también se comportó muy extraño fue Richard. No me digas que él también
tuvo que ver en esto—Por ningún momento llegué a reconocer ese nombre pronunciado por los
labios de Adam.

Me pregunté quién era Richard, no importaba cuantas veces repitiera su nombre, nada venía a mi
cabeza sobre él.

—No metas a ese cobarde en esto—exclamó ella—, él no trabajaba para Esteban Coslov o para la
senadora Morózovo, pero también quiso aprovecharse de la situación y robar algunas muestras e
información porque sabía que tras la muerte de Chenovy no le pagarían nada. A nadie le pagarían
—repentinamente su rostro se torció resplandeciente de ira, hacía mí—. Pero tuviste que
arruinarlo, ¿no es así, Pym?

— Quisiste matarme para que Adam y el resto del grupo no supiera que tuviste que ver con el
parasito—Apretó sus labios ante mis palabras, la ira comenzó a subir por todo su cuerpo cuando
dejó caer la mirada en el suelo, cabizbaja—. No entiendo por qué quieres inculparme cuando aun
así ibas a permanecer viva... Pero debiste quedarte callada, tú y Augusto iban a vivir si se quedaban
callados.

Los escalofríos fluyeron por todo mi cuerpo cuando esa risa perturbadora salió de su boca al bajar
el rostro, sus hombros vibraron cuando sus manos parecieron desenfundar algo de su costado,
debajo de su camiseta...
—Y tú...—pronunció entre dientes. Levantó la mirada, sus ojos enrojecidos a causa de esas
lágrimas resbalando por todo su rostro empañado. Estaba llorando—, no debiste recordar nada.

En un rotundo movimiento que no esperé hecho por ella misma al lanzar un feroz gruñido aquellas
palabras llenas de ira y rencor, sus brazos se alzaron tan rápido como pudieron de su costado,
desenfundando un arma pequeña empuñada pro sus manos para señalarme.

Apenas pude pestañar por la voracidad en la que actuó, siendo consiente del momento cuando
todos los experimentos alrededor habían levantado sus armas también, en posición a ella,
disparando al instante.

Pero...

Pero había sido demasiado tardé para detener ese dedo que jaló el gatillo no solo una vez, sino
una segunda cuando las primeras balas de los experimentos se estamparon en su delgado brazo,
dejando que las balas disparadas bailaran por el viento en una dirección un poco más alta, pero al
final...

En dirección a nosotros.

Toda la habitación se llenó de todo tipo de sonidos que sumieron mis sentidos en el terror que
pronto se volvió a desatar.

— ¡Pym!

Apenas pude percibir a quién pertenecía aquella tonada cuando esas inesperadas manos
terminaron empujándome con la intención de apartarme de las balas, pero fue demasiado tarde.

El alma abandonó mi cuerpo a través de un grito de dolor tan desgarrador que terminó
destruyendo cada pequeña pieza de mi composición al ser golpeada por la primera bala... La
segunda, sin embargo, había terminado en el cuerpo de otra persona, y no en el mío.

Sí, me gustó mucho.


SÍ, ME GUSTÓ MUCHO

*.*.*

Noveno recuerdo de Experimento Rojo 09

Ahogué un gemido quejoso sintiendo como el dolor de mi pecho y cabeza fluía por todo mi cuerpo
hasta mi vientre cuando llegué al final de mi liberación.

Mi mano apretó la porcelana del lavabo de mi baño, resistiendo los escalofríos recorriendo cada
uno de los músculos de mi cuerpo. Instantáneamente sentí ese cosquilleo pasearse por todo mi
cuerpo que, un minuto atrás, había sentido pesado y adolorido a causa de la acumulación de mi
tensión.

Solté una larga exhalación cuando todo mi interior se sintió aliviado de la tensión, apartando mi
mano y dejando que lo largo de mi bata terminara cayendo hasta la mitad de mis pantorrillas. Abrí
los ojos frente al espejo sobre el lavabo en el que me recargaba y en el que no tardé en lavar mis
manos. Una vez cerré la manecilla de agua, me dedique a mirar el reflejo de mi palidez, esas
esclerotizas negras y esos orbes de un rojo inhumano, solo para sentir un inmenso asco hacía mí
mismo.

Ya no quería esto, no me gustaba sentir esas sensaciones adoloridas oprimiendo mi cuerpo y


obligándome a tocarme con la única necesidad de no ser tocado por otras manos que no
pertenecían a Pym.

Odiaba mi tensión.

Odiaba mi cuerpo.

Odiaba mi naturaleza.
Me odiaba a mí mismo.

— ¿Te sientes mejor? — aquella voz femenina y llena de preocupación, se escuchó ahogada del
otro lado del baño de mi cuarto, detrás de la cortina negra que utilizábamos para tener procacidad.

Esa voz pertenecía a la examinadora que enviaron a observarme para saber que realmente me
bajara por mí mismo la tensión.

No tardé en empujarme para enderezar mi espalda y alzar mi brazo lejos del lavabo hacia la cortina
negra, solo para correrla y encontrarme con esos orbes aceitunados me observaba con
impaciencia. Inquietos, así los noté mientras se apartaba de la entrada del baño sin dejar de
mirarme.

Desde mi lugar pude percibir el olor y el calor de su cuerpo. Esa sensación llena de fragancia que
olfateaba siempre que alguien sentía atracción hacia mí.

Me repugnó ser capaz de darme cuenta de lo nerviosa que la hacía sentir, y no me repugnaba
porque ella fuera fea, sino porque no era Pym. Nunca me atraería como Pym.

De hecho, estaba seguro de que nadie me atraería como ella.

Asentí sin ganas de responder, tratando de normalizar mi agitada respiración, sintiendo esa
pesadez en mi cuerpo que no era a causa de la tensión acumulándose otra vez, sino del cansancio
de no haber descansado lo que necesité.

—Menos mal — suspiró con frustración antes de apartarse un poco más—. No puedo creer que
esa mujer no esté aquí, se supone que debe estar presente cuando te éste ocurriendo la
acumulación.

Sabía que por mujer se refería a Pym, pero no había sido su culpa no recordar que yo habían
pasado más de 48 horas sin ser liberado. Ni siquiera yo lo recordé, y es que estaba tan hipnotizado
por ella cuando la recosté en mi cama, entre mis brazos y todavía besé sus carnosos labios, que no
pude recordar ni mi propia clasificación. Mi tensión se había sobre acumulado en mi organismo
hasta llegar a cosquillear mis extremidades y hundir mi pecho con punzadas de dolor que se
sentían como si me pincharan agujas. Tanto había sudado que las sabanas de mi cama y mi
almohada estaban empapadas, pero no había sido culpa de Pym.

Se había quedado dormida y no quería despertarla preferí recostarla en mi cama... Ella no había
podido dormir en toda la noche, saber de su experimento infante le había afectado mucho. Pero
me propase, y cuando ella se despertó en mi cama, verla

Por mucho que me afectara saber que recostarla en mi cama no le había gustado, estaba en lo
correcto.

Apreté mis labios en una mueca sin decir nada, bajando el resto de mi bata para que cubrir mis
muslos en tanto la miraba guardando en su bolso rojo si apresurarse la crema con la que se untó
las manos que me tocaron y liberaron.

Mi cuerpo empezó a sudar mucho, estremecerse y con el paso de los minutos el dolor en mi pecho
aumentó de tal forma que sentí como si me pincharan con agujas, contrayendo mi cuerpo en
quejidos. Sabía que se había acumulado la tensión, y aunque trate de soportarlo hasta que Pym
llegara, no lo logré.

Sin evitarlo presioné el botón rojo junto a mi cama, ese siempre presionaba cada que se me
acumulaba la tensión en el cuerpo y mi examinadora no estaba presente. Aunque eso sucedía muy
pocas veces porque ella siempre me liberada mucho antes de que la tensión lograra acumularse en
mi cuerpo, sin embargo, desde que mi examinadora comenzó a faltar muy seguido, dejando a Pym
como mi examinadora suplente, apretaba el botón constantemente.

No me gustaba apretarlo porque al hacerlo sabía que no sería Pym quien atravesara esa cortina de
mi cuarto, no sería ella quien me tocaría y acariciaría mientras nos besáramos, sino esa
examinadora que pusieron para intimar conmigo.

Quería hacerlo con ella. Que mis manos la tocaran, la acariciarán con tal delicadeza que se
estremeciera con mi tacto. Quería tomarla entre mis brazos, amoldar su pequeña complexión a la
mía, sentir su calor y descubrir cada rincón de piel cubriendo cuerpo hasta saciarme con nuestras
diferencias, besar esos labios carnosos de tamaño pequeño, y llenarme de ella.

Yo quería... No. Deseas escucharla decir mi nombre una y otra vez tal como sucedió en mi sueño
mientas me apretaba contra su dulce cuerpo, produciendo sonidos en ella. Deseaba liberarla de su
tensión. ¿Qué se sentiría hacérselo? ¿Qué sentiría ella? ¿Qué sonidos soltaría si llegara a tocarla?
Sabía que me deleitaría escuchándola, descubriendo sus gemidos ahogándose en mi piel.

Solo pensar en ella, en lo que se sentiría ser tocado por sus pequeñas manos otra vez o ser
correspondido por sus labios hacía que un escalofrió resbalara hasta mi vientre concentrándolo de
todo tipo de sensaciones cálidas y estremecedoras que me inquietaban, intensificaban más mis
ganas de hacerlo.

Esto era incontrolable. Mi cabeza daba vueltas cada vez que pensaba en ella y en estos últimos días
que la había visto. A veces me enojaba conmigo mismo porque si no fuera por ese beso, estaría
sintiéndome controlado, pero la besé, ya estaba hecho, probé esos deliciosos labios y quería más.

Quería más de ella.

Lancé un largo suspiro entrecortado sacudiendo esos pensamientos al sentirme nuevamente


agitado y tenso, acalorado por la concentración en mi vientre. No quise echarle una mirada a esa
zona y solo trepé a la cama, deslizándome hasta la esquina del colchón para acomodarme tal como
siempre hacía.

Ignoré el resto de mis inquietantes pensamientos, tratando de tranquilizar el ritmo de mi corazón


acelerado. Aunque me gustaba sentirme así con ella, había algunas reacciones en mi cuerpo tan
inquietantes que todavía no lograba entender.

—Lo bueno que el reloj en tu muñeca notificó a la recepcionista de la sala, sobre tu acumulación—
soltó tras negar con su cabeza y echar a mirar hacia la cortina negra del umbral de mi habitación.

Miré hacia mi muñeca derecha, clavando la mirada en ese objeto de color negro, ancho y largo que
rodeaba toda esa zona, dejando a la vista una pantalla cuadrangular en la que se mostraban mis
signos vitales.

Tintineaba con fuerza cada vez que mi presión subía y mi corazón aceleraba sus latidos. Semanas
atrás no teníamos este reloj, al menos no yo. Pero nos lo dieron con la única regla de que
Debíamos ponerlo en nuestra muñeca, utilizarlo solo cuando nos fuéramos a dormir. De alguna
forma, ese reloj estaba conectado al computador de la mujer a la que llamaban recepcionista de la
sala y la cual se encontraba en el centro de nuestra sala 7.
Comencé a quitármelo de la muñeca, aproximándome a sentarme sobre el colchón de mi cama y
llevar el reloj debajo de mi almohada.

—Ayer vi a tu pareja en la sala 9, es muy linda, ¿lo sabes? — no esperé esas palabras que hicieron
sacudir mis pensamientos. Le devolví la mirada, observando esa nueva curva en sus labios, apenas
era una sonrisa a medias—. ¿La has visto?

No quería pensar acerca de ese experimento al que emparejaron conmigo, tampoco que Pym
había tenido que hacer la elección porque yo no quería hacerlo. Me sentía, más que molesto
decepcionado de que me emparejara al final

—Sí—sinceré con frialdad. Había visto la imagen de esa hembra muchas veces ya que Pym me
había dejado su perfil. La verdad es que prefería ver el papelito que guarde del color de los ojos de
Pym, que la de mi futura pareja dueña de una mirada grisácea y perlada. A pesar de que era bonita
por la forma en que se marcaban sus pómulos con suavidad, y esos carnosos labios se curvaban
naturalmente en su rostro, y a pesar de que su lacio cabello negro corto hasta los hombros llamaba
mi atención, no había nadie como Pym.

No había nadie como esa mujer que me volvía loco. Nadie me provocaba lo que Pym me producía,
nadie me hacía sentir tan insaciable como ella, solo para que al final me diera cuenta de que ella
estuviera lejos de mi alcance.

Me volvería un hombre dentro de dos semanas más, y lo peor era que ser el hombre de Pym sería
la única cosa en este lugar que no podría ser. Ya lo había aceptado una parte de mí, pero la otra
seguía queriendo intentar, desear, anhelarla con infinidad.

Pensar en que solo faltaban un par de semanas para mi última etapa de maduración para llevarme
al buker con mi futura pareja, apretaba mis puños con fúnebre fuerza hasta blanquear mis nudillos.
Saber que intimaría con esa hembra del área blanca tal como aquellas dos personas tenían sexo
contra mi incubadora, me desplomaba la respiración.

Era como perderlo todo, y lo haría, perdería a Pym dentro de dos semanas más y nunca la volvería
a ver...

— ¿Y no se te hace bonita?
—Es hermosa— pensé en Pym, sí, Pym era hermosa, preciosa, era magnifica. Y no hablaba de su
físico sino de su personalidad, la forma en que se comportaba conmigo y su manera de pensar.
Amaba lo que me hizo ser.

Desde el momento en que cruzó la puerta empezó a construir un nuevo rojo 09 en mí,
enseñándome que podía ser más de lo que imaginé.

—Entonces te encantará intimar con ella, ¿no? —comentó en un extraño tono que parecía
juguetón, retiré la mirada de sus labios abiertos que mantenían ahora una completa sonrisa que
me hizo suspirar.

—Deseo hacerlo, he soñado con hacerla mía.

Sus cejas se alzaron con sorpresa, una risa divertida salió de sus labios, se estaba riendo de mí. No
sé qué tenía de malo mi comentario como para que se riera así, pero me hizo imaginar que ella
pensó que hablaba de mi futura pareja.

Yo deseaba tener sexo con Pym, y nadie más. Desnudarla, besar su vientre y penetrarla,

—Supongo que fue Erika quién te dijo como se hace la verdadera intimación, ¿no?

—No me ha enseñado nada acerca de eso, Pym me lo explicó—esbocé sin ganas, recordando ese
momento en que le conté lo que ocurrió y ella me dijo que esas personas estaban teniendo
relaciones sexuales. Pero, aunque quise saber más detalles, ella ya no me lo explicó.

—Nunca imaginé que pudiera ser ella, por cierto, ya no falta mucho para que Pym llegué— su voz
hizo que levantara la mirada—. Una hora, más o menos, así que... —hizo una pausa suficiente para
acomodar su bolso sobre su hombro derecho—. ¿Quieres que me quede hasta que ella llegué?

Pym me hacía esa pregunta siempre que mi examinadora avisaba que volvería y que no necesitaba
más de Pym por el momento.
— ¿Quieres que me quede hasta que Erika vuelva?

— ¿Tú quieres quedarte conmigo, Pym?

—Si tú quieres, sí.

— Es lo que más quiero, pero sin que ella vuelva.

A la única persona que quería que me acompañara hasta el resto de mi último aliento, era ella.
Solo Pym.

—No necesito que te quedes— respondí sin emoción, doblando mis rodillas tras un suspiro y
dejando que mis brazos descansaran su adolorido peso sobre ella. En ese instante esos orbes me
recorrieron en silencio antes de que a sus labios se agregara una leve mueca torcida.

—Entiendo, recuerda estirar tus músculos, el efecto de tu tensión todavía no pasa por completo—
pidió, colgando su bolso en su hombro. Y sin decir nada más, miré su silueta cubierta de la larga
bata desapareciendo de mi alcance bajo la cortina, dejándome solo.

Pero tan pronto como ella abandonó mi cuarto, sentí un estremecimiento en mis nervios al
percatarme de una segunda temperatura acercándose con rapidez. Mi corazón saltó y aceleró
cuando la reconocí, y el momento incomodo de mi liberación se desvaneció.

Sabía a quién pertenecía esa fuente colorida de un calor tan dulce, tan suave y frágil, hipnotizaste.
Pero aun reconociéndola, anhelé verla, así que cerré mis ojos para poder contemplar su figura del
otro lado de momento cuarto. Una delgada silueta en colores naranjas y rojizos con la forma
femenina deteniéndose junto a otra a medio metro de mi cuarto. Pude escuchar su corta
conversación con mucha claridad:

—Tienes la cara demacrada, ¿estás bien? — esa era la voz de la mujer con la que intime, me
pregunté qué significaba demacrada. No recordaba haberla leído en el diccionario.

— ¿Él está bien...? —escuchar un poco de esa melodiosa tonada erizó cada una de mis
vellosidades, me removí inquieto en mi posición sintiéndome nuevamente agitado.
—Está dentro, no ha desayunado aún y también se ve cansado—Estaban hablando de mí, saber
que Pym preguntó por mí aceleró mi corazón todavía más.

— Por cierto, deberías pedir que traigan esta semana a su pareja.

— ¿A su pareja por qué? —su voz sería ladeó un poco mi rostro.

— Al parecer rojo 09 quiere intimar con ella ya, le pregunté y dijo que hasta quería hacerla suya—
una risa se añadió en la conversación, y no era la risa de Pym sino la de esa mujer. Apreté mi
mentón hundiendo el entrecejo al sentirme disgustado de que le dijera algo que no era cierto. No
era con ese experimento con quien quería intimar, sino con Pym, solo con Pym —, ¿entiendes su
significado? Dios santo, casi muero de risa ahí dentro.

Escuche a la mujer despedirse de Pym mencionando que también iría descansar porque tenía un
par de horas libres. Después de eso vi su temperatura apartarse de mi vista, dejando solo la figura
de Pym a mi alcance. Desde mi lugar pude ver como levantaba sus brazos para pasarlos por encima
de su cabeza una y otra vez suavemente, un acto en el que me pregunté si le dolía esa parte de su
cuerpo o se arreglaba el cabello corto.

Los nervios despertaron en mi estómago cuando en instante comenzó a caminar, abrí los parpados
clavados en la cortina que fue estirada enseguida. Mordí mi labio inferior porque no pude evitar
apreciar esa belleza adentrándose a mi cuarto. La reparé con la mirada, contemplando en todo lo
que pudiera de esa mujer que tenía hipnotizado, atrapado, pensando en ella día y noche. Quedé
clavado en su calzado de zapatillas de apenas dos centímetros de tacón, subiendo con lentitud
para saber que no llevaba pantaloncillos que cubrieran esos delgados tobillos de piel blanca que
incluso me dejaban ver un poco de sus pantorrillas.

Su piel seguramente era suave, tan suave que sería capaz de perderme en su tacto.

Seguí observándola en ese tiempo detenido, encontrando como la bata cubría gran parte de su
cuerpo, apenas haciendo curvas desde lo que parecía ser su cadera, abotonada hasta la mitad de
su cuello, ese mismo que olfateé el día en que la coloqué sobre mi cama.
Levanté la mirada a su rostro ovalado de respingón, su pálida piel marcando cada una de sus
pequeñas y delicadas facciones, pronto atisbé ese leve enrojecimiento en sus mejillas pecosas. Sin
límites, reparé en su cabello que estaba suelto, aunque varios mechones por encima de sus orejas
estaban sujetados hacía atrás de su cabeza, se miraba esplendida con ese peinado. Contemplé sus
carnosos labios enrojecidos y humedecidos con una clase de brillo labial que desde mi posición
pude saber que eran sabor fresa, el aroma de su labial y el mismo perfume que llevaba puesto hizo
que relamiera mis labios.

Deseaba mucho volver a besarla.

Un beso para mí no era suficiente, no bastaba. Quería más.

Cada día que la miraba era como si viera por primera vez... pero lo que sentía en mí hacía ella, cada
vez era más fuerte e inesperado. Mis piernas desearon moverse, saltar de mi cama para llevarme
hasta ella, y dejar que mis brazos la tomaran de su cadera y la atrajeran a mi cuerpo.

Sin embargo, no lo hice, eso era algo que no podía hacer después de recordar lo que sucedió
cuando ella despertó en mi cama. Solo recordarlo me daba temor de volver a cometer algo que a
ella le asustara y le disgustara. En realidad, no me dijo que le disgustara que la llevara a la cama,
pero vi su cara, memorice su gesto palidecido y sobresaltado cuando al abrir sus ojos lo primero
que vio fue a mí... recostado frente a ella. No quería imaginar que gesto pondría si despertara en el
momento exacto en que la besé.

Lo último que quería era disgustarle a ella.

Hubo algo que me desconcertó, además de su silencio y que sus cejas temblaran como si quisieran
fruncirse, podía ver en sus ojos mucho enrojecimiento, sus parpados estaban inflamados y
oscurecidos. Ella no había dormido, ¿cierto? Abrió por esos segundos mucho sus labios, quería
decir algo, pero parecía no encontrar las palabras. Ese gesto, esas reacciones... me pregunté si esos
gestos eran a causa de lo que pasó en la madrugada de ayer.

—Te vez cansado— su voz tembló, no esperé que sus orbes se enrojecieran—. ¿No quieres
descansar? Puedo ir por el desayuno una vez que descanses unas horas.

Se acercó a la mesilla dando una mirada al suelo con desanimo en tanto dejaba que sus carpetas
cayeran en la mesa, y se descolgaba la enorme mochila que cargaba su espalda. La estudié, había
algo raro en ella, más que disgustada por haberla metido en mi cama, parecía desanimada...
pensativa y triste. ¿Estaba triste por lo que hice o por qué aún seguía pensando en su experimento
infante?

— Tú te vez igual —sinceré con preocupación, dando una rápida mirada a su cuerpo antes de
reparar en su perfil vacío, observando sus carpetas, observando esas manos que torpemente
acomodaban las carpetas en la mesa—. No dormiste— no pregunté porque lo sabía con solo mirar
su rostro—. Tus ojos están hinchados, y te vez muy pálida Pym.

Abrió sus labios para arrastrar aire como si sus pulmones lo necesitaran con urgencia. Incorporó su
figura, reparando en mi rostro.

— Ya tendré un tiempo para dormir, no te preocupes—soltó, sus labios apenas se estiraron en una
pequeña sonrisa que no llegó a iluminar sus ojos—. Gracias por lo de ayer— dijo, en un ápice de
dulzura. Mi cuerpo se estremeció con su inesperado agradecimiento, sabía por qué las decía, pero
entonces, ¿no estaba molesta por lo que sucedió anoche?

—No quería que durmieras en la mesa, era incomodo por eso te cargué hasta mi cama, pero eso te
disgustó—lo último lo solté ásperamente, cuando esa mirada se detuvo en mis labios. Entonces la
vi negar levemente con la cabeza, manteniendo esa pequeña sonrisa estirada en sus humedecidos
labios rosados.

—Para ser sincera me tomó por mucha sorpresa—Sus palabras provocaron que una chispa de
emoción floreciera en mi estómago, una que hizo que mis brazos bajaran de mis rodillas para
aferrarse a las sabanas y guardad ese nuevo deseo de besar sus labios—. Pero no me disgustó.

No le disgustó.... No le disgustó dormir en mi cama junto a mí, ¿eso quería decir que entonces le
gusto?

— ¿Te gustó? —la pregunta salió de mi boca, sus bellos orbes se abrieron más casi como si
estuvieran a punto de brincarle del rostro.

—M-me tomó por sorpresa...—soltó, sus labios se estiraron en una temblorosa mueca.
Inevitablemente arqueé una ceja, ¿qué significaba eso? No era una respuesta clara.
—Podemos descansar los dos en mi cama—solté al instante en que ella calló, viendo en el segundo
sus ojos se ampliaban y pestañeaba, esas mejillas enrojecieron un poco más—. Eres muy pequeña
y no pesas nada, los dos cabemos perfectamente en este colchón.

—N-n-n-no.

— ¿Por qué no podemos? —no tardé en preguntar, contrayendo un poco la mirada, mi boca quería
soltar una pregunta más.

—Po-porque tomé c-café—informó y su constante tartamudeo ladeó mi rostro y hundió mi ceño.


Me di cuenta de algo en ese instante en que sus palabras chocaron en mis pensamientos
desvaneciendo la emoción que en un principio cosquilleó mi cuerpo. Todo el tiempo que estuvo
cuidando de mí me di cuenta que cuando ella tartamudeaba era porque se ponía nerviosa...

No.

La ponía nerviosa las cosas que yo le decía. Sí, era exactamente eso. Poco a poco conocía más de
ella, incluso cuando su mirada temblaba y volaba en todas direcciones sin poder detenerse sobre
mí, eso indicaba que también estaba nerviosa.

— ¿Lo dices porque podrían castigarte si te encuentran durmiendo o porque no quieres dormir
conmigo? —inquirí, el tono de mi voz salió serio. Esperé su respuesta, viendo la reacción en blanco
tornando en su rostro. Volvió a pestañear en mi dirección, abriendo sus labios y cerrándolos.

Hacía ese movimiento cuando no sabía que decir.

— No... No es eso—alargó en un tono casi bajo. ¿Qué quiso decir con eso? Se mordió su carnoso
labio inferior, ese al que varias horas atrás descubrí su delicioso sabor. Un sabor que ya había
olvidado y quería volver a recordar—. ¿Por qué no descasas tú? — Evadió una respuesta—. Me
gustaría que descansaras.

¿Por qué evadió responderme? Apreté mis labios y asentí sin dejar de observar su
comportamiento, no iba a forzarla a responder por mucho que quisiera saber. Tal vez no quería
dormir conmigo no solo porque no quisiera, sino porque podría meterla en problemas.
—Lo haré—hice saber, escuchado su exhalación enseguida, una exhalación en la que vi como su
cuerpo se relajaba un poco.

—Me alegra—musitó, confundiéndome más—, y mientras descansas saldré a recoger unos


documentos que debo firmar y entregar a la recepcionista, luego iré por nuestro desayuno frio y
volveré, ¿te parece?

Más me parecería que durmieras conmigo. Quería decírselo, pero tragué esas palabras, mordiendo
mi labio inferior, un movimiento que ella rápidamente observó.

—Como quieras, Pym.

(...)

No importó cuánto tiempo intenté conciliar el sueño, no pude hacerlo. Estaba cansado, mi cuerpo
me pesaba al igual que mis parpados, pero lo único de mí que no parecía estar exhausto era mi
cabeza que no dejaba de atraparme con todo tipo de pensamientos.

Todos tenían que ver con Pym.

Todos tenían que ver con ella y con lo que sucedió estos días.

Analizar esas situaciones en que la que la tuve en brazos y la besé me hizo saber que había
cambiado algo entre nosotros en el mismo momento en que Pym cruzó la cortina. Sentí ese
extraño espacio de separación entre los dos que me hizo sentir incomodo, con la enorme
necesidad de romper todo espació, pero ella también estaba incomoda, lo noté. Y no sabía a qué
se debía su incomodad o porque mis comentarios la ponían nerviosa, tampoco sabía si la razón por
la que evadió una respuesta a mi pregunta o por la que se negó a dormir junto a mí había sido a
causa del abrazo que le di para consolarla o porque despertó en mi cama con mi brazo rodeando
su pequeña cintura y mi rostro descansando a centímetros del suyo. No lo sé y no saberlo solo
hacía que mi cabeza diera vueltas y más vueltas.
Muchas preguntas cruzaban en mi mente sobre ella, ¿le gustaba? ¿Lo que yo sentía lo sentía ella
también? ¿Le gustó mi abrazo? ¿Ella también deseaba sentir mis brazos? Eran tantas que sentía
que me explotarían mis sienes. Era incontrolable, era insaciable lo que sentía por Pym, pero
también lo que era incontrolable era el miedo de perderla. Sabía que ella ya tenía pareja y que
probablemente todo lo que yo quería hacer con ella, él ya lo había hecho.

Esa sensación que sentía cada que pensaba en que seguramente él la abrazaba y besaba cientos de
veces oprimía todo mi cuerpo, quemaba mi carne pedazo por pedazo llenándolo de una
imponencia que me apretaba los puños y los dientes con fuerza.

Al principio creí que lo había entendido ese sentimiento, que ella me gustaba mucho, pero había
algo más, ese gustó se volvió algo más fuerte, una nueva necesidad de hacerle sentir todo mi
afecto, demostrarle y decirle todo lo que me gustaba de ella, y darles las razones del por qué.
Acariciar y contemplar cada centímetro dulce y delicado de su composición, dibujar su desnudo
cuerpo con las yemas de mis dedos, con mi mirada y con mis labios en cada beso que depositara
en su piel.

Solo pensar en qué sabría su piel, me ponía sediento.

Era tan fuerte esa necesidad tensando mi cuerpo que sentía que en algún momento explotaría y se
adueñaría de mí.

Mis pensamientos se acallaron cuando esa deliciosa temperatura acercándose a mi cuarto fue
sentida por mí ser, mis nervios volvieron a dispararse y una idea poco inteligente cursó en mi
mente.

No abras los ojos, Rojo 09. Esas palabras se repitieron una y otra vez, recordando esa vez en la que
dormía en mi cama y que su dulce voz me despertó. Le pedí que me acariciara, que así me
dormiría, aunque en realidad no podía dormir teniéndola tan cerca, sintiendo sus dedos
suavemente acariciando mi cabello. Era una sensación asombrosa, quería tenerla así de cerca...
¿Podría volver a suceder?

Mis orbes sin abrir sus parpados apreciaron la figura enrojecida de Pym cruzando la cortina
nuevamente después de un par de horas fuera. Pero solo dio dos pasos para detenerse, torció su
rostro en dirección a mi cama. Saber que estaba mirándome hizo que algo revoloteara en mi
estómago, y aunque ella comenzó a caminar un segundo más tarde, ese cosquilleo permaneció.
Se acercó a la mesa con lentitud, sus pasos apenas podía escucharlos y con ese leve sonido podía
saber que ella caminaba sigilosamente. Llevaba algo en sus manos repleto de un color purpura
libre de temperatura que pronto dejó sobre la mesa, seguramente era la comida ya que ella dijo
que la traería al regresar. Volvió a torcer su rostro hacía mi cama, un momento se quedó
mirándome y yo traté de mantener mi respiración profunda y lenta...

Quería que se acercara... Que se acerca y volviera a acariciarme, eso era lo que quería.

Retiró la mirada alejando sus pequeñas manos de la mesa y moviendo sus carpetas con la misma
lentitud de antes, como si quisiera evitar hacer ruido, ¿para no despertarme? Volvió a mirarme,
esta vez dando solo unos pasos para después detenerse y mirar a la mesa, atisbé esa indecisión en
ella, en la forma en que su cuerpo se movía como si quisiera acercarse a mi cama o ir a la primera
silla de la mesa.

Mordí mi lengua, sintiéndome ansioso al saber que no continuaba caminando, y tuve con la
intención de abrir la boca e invitarla a acariciarme el cabello, pero entonces su rostro lanzó una
mirada hacía mí, y no fue lo único que hizo. Comenzó a caminar lentamente, sin detenerse un
segundo hasta estar justo frente a mi cuerpo, a medio metro de mi rostro recostado en mi
almohada. Sentía el calor de su mirada observándome, recorrerme. Sus manos apenas se
recargaron en el colchón muy cerca de mi hombro derecho.

Con todas mis fuerzas deseé que me rozara, que me tocara, que me acariciara.}

Sentí que los minutos pasaron a nuestro alrededor, ella permaneció sin movimiento,
observándome, moviendo de vez en cuando su rostro en todo mi cuerpo. Quería abrir los ojos y
saber que tanto miraba de mí, pero permanecí con los parpados cerrados, estaba inquieto y
ansioso, sintiendo ahora como sus manos se depositaban suavemente sobre el cobertor que cubría
menos de la mitad de mi cuerpo, y lo subía por encima de mi pecho.

Estaba cobijándome.

Un jadeo se construyó en mi garganta cuando sus fríos nudillos rozaron parte de una de mis
clavículas mientras me cubría. Me estremecí con ese diminuto contacto, deseando más. Permanecí
lo más quieto que pude, observando ahora como ella se inclinaba un poco sobre mí. Con la poca
claridad de sus colores originales, apenas pude vislumbrar las facciones de su bonito rostro.
— ¿Estas...? —su susurro fue muy diminuto, apenas audible para mí—. ¿Estas... dormido? —volvió
a musitar—. Creo que no.

Mi cuerpo se tensó cuando de inmediato, esa mano de dedos delgados se colocó sobre mi
almohada, sus yemas se sintieron rozando mi cabello, y para mi sorpresa no se detuvo, sus dedos
con fragilidad se hundían en mi cabello y rozaban mi cabeza en suaves caricias que enviaban
descargas eléctricas por todo mi cuerpo.

El deseo en mi interior se había vuelto realidad, y se sentía muy bien.

—Lo siento...— sus palabras susurrados me confundieron, ¿por qué estaba pidiendo disculpas? —.
Quiero poder hacer algo por ti, pero a mí tampoco me hacen caso.

Mi entrecejo estuvo a punto de hundirse a causa de eso, que, aunque no eran soltadas en un tono
neutrón sino uno muy bajo— demasiado bajo—, podía escucharlas claramente teniéndola así. No
entendí de qué estaba hablando, pero quise saberlo.

La escuché suspirar, un largo suspiro que acaricio todo mi rostro y volvió a estremecerme. Siguió
acariciándome, un instante sin dejar de observarme en silencio. Los minutos a nuestro alrededor
se perdieron en caricias y en silencio, en ese cuerpo cerca de mí y ese rostro contemplándome.

—Sí, me gustó mucho.

Bajo mi pecho el corazón se volcó, se sacudió y aceleró su ritmo para dejarme sorprendido,
confundido. Varios pensamientos oscurecieron mi cabeza mientras sus palabras se reproducían,
¿qué le gustó? Esa curiosidad intensificándose picoteó mis labios, amenazando con abrirlos.

—Me gustó mucho... demasiado, 09—emitió en un hilo de voz —. Esa es la respuesta...

¿Qué le había gustado tanto? Quería saberlo y esta vez mis labios se movieron como aquel
entonces, inevitablemente para sacar la pregunta de mi cabeza hacía mis labios.

— ¿Qué te gustó? —necesité saber, abriendo mis parpados ante esa mirada azul que por un
segundo había quedado clavada en los míos, en shock antes de separar sus carnosos labios y abrír
todavía más sus ojos con asombro.
Su cuerpo retrocedió solo unos pasos de la cama, y cuando sentí como sus dedos abandonaban mi
cabello rápidamente mi brazo se movió y mi mano se abrió para alcanzar la suya y detenerla. No
quería que se apartara ni un centímetro. Por ese instante, toda mi espalda se levantó, sentándose
sobre el colchón, observando como esas mejillas empezaban a colorearse de un rosado precioso

— ¿Qué fue lo que te gustó mucho? —volví a preguntar cuando ella no respondió y me observó
como si le fuera imposible creerlo.

—N-n-n-no estabas dormido, yo creí que...— No fue una pregunta, pero aun así negué, estirando
la comisura de mi labio izquierdo a causa de su tartamudeo. Estaba nerviosa, y con su sonroso se
miraba aún más preciosa.

—Quería que me acariciaras—admití esta vez, viendo como su mirada volaba de mí a la cortina, y
de la cortina a mis labios—, todavía quiero que sigas haciéndolo, por eso me hice el dormido.

Le tomó un momento por mi confesión pestañear mientras contemplaba mis labios estirados en
una media sonrisa que ella misma me provocó. Volvió a ver hacía otra parte del cuarto antes de
carraspear su pequeña garganta.

—M-me lo podías haber pedido—tartamudeó con nerviosismo, y la sentí estremecer cuando mis
dedos se pescaron un poco más arriba de su muñeca, quería atraerla más a mí.

—Quería que lo hicieras porque tú querías, y lo hiciste —Ensanché la sonrisa cuando su sonrojo
aumentó no solo en sus mejillas sino en todo su rostro—. ¿Qué fue lo que te gustó mucho?

Una mueca se construyó en sus carnosos labios, vi el temblor en su mirada y ese extraño e
inquietante movimiento de su pie derecho. Estaba nerviosa pero también... parecía incomoda, y
perdida por la forma en que sus cejas se hundían en un gesto temeroso y muy confuso.

—El desayuno se va enfriar— informó, manteniendo esos labios pequeños y carnosos torcidos—.
Tenemos que desayunar y hacer las actividades, ya es tarde— Me di cuenta de que era una excusa
cuando rápidamente reparé en los desayunos que dejó sobre la mesa, reparé en todos los tipos de
alimento que había traído en platos de porcelana y me di cuenta de algo...
—Son sándwiches y jamones fríos—rectifiqué, viendo como apretaba sus labios —. ¿No quieres
decírmelo? — insistí, viendo como de un segundo a otro sus blancas escleróticas se cristalizaban,
volvió a pestañar y su frente se arrugó más. Supe que ahora más que nervios, era incomodidad...

No quería incomodarla.

—No.

Aunque su palabra cayó con peso sobre mi cuerpo, una respuesta iluminó mis pensamientos,
recordé una de las preguntas que le hice antes de que fuera a firmar los documentos, y entonces
supe a qué se debía su respuesta... Le gustó, le gustó mucho y demasiado. Dijo mi clasificación
mientras decía eso dos veces, estaba respondiendo a mi pregunta, ¿cierto?

Tal vez mi mente estaba engañándome con ese pensamiento, emocionando cada uno de mis
sentidos y convulsionando mi corazón. Pero si lo pensaba bien, no había otra pregunta a la que su
respuesta le quedara, ¿o sí? No, no la había. Y sí esa era la respuesta... ¿significaba la posibilidad de
que volviéramos a dormir juntos otra vez?

—Pym...—mis labios la nombraron con delicadeza, con una simple tonada baja y ronca que apretó
su mentón, la estremeció—. ¿Te gustó dormir conmi...?

—N-no hay que tardarnos en desayunar, quiero dejar algo de tiempo para los juegos que tra-traje
para divertirnos juntos.

Mi mandíbula se desencajó con su interrupción ¿Por qué no quería responderme otra vez? ¿Había
algo de malo con hacerlo? La estudié en silencio, confundido tratando de hallar en sus orbes
inquietos, una explicación. Pero no hallé nada más que su propia incomodidad.

A pesar de que quería saberlo, no la obligaría, eso podría molestarla o asustarla y no quería hacer
eso. Solté su brazo suavemente dejando que mis dedos acariciaran parte de su piel, sintiendo
como cada vellosidad de ella se erizaba con mi toque mientras devolvía mi brazo sobre mi rodilla.
Vencido por su incomodidad.
—Me encantaría jugar contigo—suspiré con decepción.

Me encantaría dormir contigo. Eso era lo que quise decir en ese momento

¿Le gusta o no le gusta?

¿LE GUSTA O NO LE GUSTA?

*.*.*

Tercer recuerdo de Pym

Frente a mí, el hombre de aspecto joven, extendió su mano morena y tomó la cortina blanca para
abrirla e invitarme a pasar al cuarto de la sala 9. Y tan solo me adentré, y él lo hizo detrás de mí,
mis ojos quedaron clavados en una delgada y alta figura femenina que de alzó rápidamente de la
cama individual.

Entré en trance.

—Pym, ella es blanco 09— presentó Ahiren, el examinador del experimento delante de mí.

No había una sola palabra que pudiera explicar cómo estaba sintiéndome en ese momento. Pero
mi corazón latía tan desbocadamente asustado y ansioso que parecía a punto de agujerearme el
pecho con la necesidad de escapar de la realidad.

Jamás pensé sentirme tan aplastada, comprimida y atrapada entre dos espadas tan filosas que un
solo roce producía un profundo corte en mi piel. No sabía cómo tomar la situación, como
reaccionar. Lo que si estaba claro era que yo no quería esto...

Yo no quería llevarle la pareja a rojo 09.


Ese experimento femenino que ahora mismo se encontraba frente a mí, de piel blanca y cabellera
negra tan perfectamente cortado hasta sus hombros perlados que se alcanzaban a ver a causa de
que las mangas se le habían resbalado de su brazo, dándole un toque más sensual a su hermosura.

Porque ella era hermosa.

Se reconstruyó un nudo en la garganta cuando reparé en su perfecto rostro sin una pisca de pecas
o manchas, por segunda vez. Observé esa mirada grisácea tan trasparente y cristalina que uno
podría quedar embelesado y sin darse cuenta. Repasé en sus carnosos labios de un tamaño
delgado y marcado, de comisuras suaves y color rosado. Suaves... Seguramente eran suaves.

Más suaves que los míos.

A rojo 09 le gustaría, eso era seguro, porque no solo parecía hermosa e inocente a primera vista,
menos por su cuerpo de curvas delicadas y un buen busto de por medio, un tamaño que incluso
sobrepasaba el mío. No, también su forma de pensar o actuar, su examinador, quien fue el que me
trajo hasta ella, me dijo que era muy buena en las conversaciones, le gustaba inventar historias y
contárselas a él. A rojo 09 también le encantan las historias, escucharlas sobre todo...

Tenían algo en común después de todo.

¿Y por qué eso me producía un mal sabor de boca? Un retorcijón en el estómago y un vuelco
espantoso en el pecho que hundía mi ceño solo pensar que ellos se llevarían bien, que a él le
gustaría ella como pareja, y que él le susurraría en el oído cuanto quería besarla y abrazarla, tal
como lo hizo conmigo alguna vez: cuando me consoló por la muerte de mi pequeño experimento.

Odiaba esos sentimientos.

No me agradaban todas esas sensaciones que por mucho tiempo traté de ignorar y detener y aun
en este momento en el que solo faltaban dos días para que rojo 09 fuera incubado por última vez,
no lograba eliminarlos. Saber que se iría al bunker, haría su vida al lado de otra mujer y que no
volvería a verlo, hizo despertar todos esos sentimientos que traté de ignorar, maquillarlos como
causa de las feromonas de rojo 09.
Al principio creí que era eso, que por ser tan escalofriantemente atractivo con su imponente figura
y esa mirada depredador estaba atraía por él, sintiéndome tan expuesta y necesitada de un toque,
de un beso, de algo más que caricias. Daesy me dijo que las feromonas te embelesaban, te hacían
sentir de esa manera tan necesitada y excitada hasta hacerte caer, y por ese momento estaba tan
asustada que no sabía cómo actuar con él. Pero con el paso de los meses me di cuenta de que era
algo más que carnal lo que sentía por él, lo descubrí una vez cuando después de jugar un buen
rato, él quiso leerme una de las historietas que le traje de mi habitación. La forma en que leía con
una profundidad que les daba vida a los personajes de la historia, fue lo que me dejó embelesada,
no pude dejar de escuchar su voz e imaginar que esa historia y los personajes de los que él
hablaba, éramos nosotros.

Entonces lo supe cuando una pregunta llegó a mí, una que tuvo tanto significado que supe que no
eran sus feromonas las que hacían efecto solamente en mí. Sino él y lo que era él. ¿Podemos tener
juntos una vida? Mi mente se había hecho la fantasía de un nosotros, pero con el paso del tiempo
en que aun seguí tratando de esconder esos sentimientos, descubrí que esa pregunta tenía una
respuesta tan cruel e insensible que cuando llegaba cada noche a mi habitación las lágrimas
brotaba de mis ojos, mojando y quemando la piel de mis mejillas.

Al final él se iría al bunker con su pareja y a mí me pondrían a cuidar de otro infante, y


posiblemente nunca lo volvería a ver. Así era como terminaba, pero al menos el bunker era una
mejor opción, hasta donde sabía por Daesy, en los bunkers ya no experimentaban con los
experimentos, le daban una habitación amueblada, ropa y comida, los dejaban salir de sus cuartos
y conocer a otros. Aunque me pregunté cuál era el objetivo de todo eso o la razón de por qué
crearon a los experimentos, la idea de que les dieran un poco más de libertad no me molestó.

El mayor deseo de rojo 09 era terminar su última maduración para liberarse de su examinadora y
de todo lo que ella le hacía... él quería ir al bunker, así que mi trabajo era cumplir su deseo. Al
menos, eso era lo único bueno que podía hacer por él, eso y el tener que elegir una pareja
asegurándome de que fuera conforme a sus gustos.

Por otro lado, Jazme —la examinadora a la que contrataron para liberarlo y la cual nunca lo liberó
porque 09 se negó— me dijo hace tres días que a él le parecía hermosa su pareja, y que él dijo que
ya quería intimar con ella. Apretarse contra su cuerpo y besarla... Básicamente cumplí ese objetivo
desde mucho antes de que se conocieran.

Y seguramente, al mirar su foto de perfil, él habría olvidado el momento en que mencionó lo


mucho que quería besarme... Sacudí mi cabeza, si seguía pensando en esas cosas terminaría
estancada otra vez en lo mismo, y no podía permitirme cumplir lo que seguramente era un
capricho mío para arruinar el deseo de rojo 09 de ir al bunker con su par
Debía aceptar el hecho de que no podía hacer nada, era imposible. Solo habría sufrimiento.

— ¿Hay algún problema, Pym?

Un escalofrío sacudió los huesos bajo mi piel cuando reaccioné a la masculina voz de Ahiren,
dándome cuenta de que había estado mirándola en silencio por mucho tiempo sin decir nada.
Carraspeé, sintiéndome repentinamente nerviosa, tonta al estar pérdida en mis pensamientos.

—No, ninguno, es que ella es muy hermosa—mencioné en un ápice nervioso.

Y a pesar de que, si había un problema, fui sincera al llamarla hermosa. Miré como el experimento
femenino estiraba sus comisuras en una leve sonrisa frente a mí, una sonrisa provocada por mis
palabras que me desgarró el pecho.

Sí le sonreía de esa forma a rojo 09, él estaría encantado...

— Ho-hola blanco 09—la nombré a voz temblorosa, y pata acabar con mis nervios, ella tenía la
misma clasificación que rojo 09—. Soy la examinadora de tu pareja, rojo 09. Soy quien te llevara
hoy a su...

Una clase de nudo interfirió con la salida de mi voz, y fue como si por ese instante estuviera a
punto de arrancármela para siempre. Tragué tratando de recuperarla mientras esa mirada grisácea
se contraía a causa de mi repentina pausa.

No ahora Pym. No arruines esto. Rogué a todo mi interior, aclarando otra vez la garganta, no quise
mirar en ese instante a su examinador que seguramente estaba observándome con fundidamente.
Así que sonreír lo más sincero que pude, aunque para ser franca, no me salió del todo bien.

—Yo te voy a llevar a su cuarto, para que tengan su primera no-noche, ¿ya estás lista? — terminé
preguntando, ella estaba a punto de responder, abriendo sus labios rosados, cuando alguien más
respondió por ella:
—Lo está —habló Ahiren, dando unos pasos para acercarse a la mesa junto al cuerpo del
experimento, y tomar una pequeña mochila gorda—. Le preparé un cambio para cuando se junten.

Miré nuevamente la mochila que pronto me extendió.

—Hay batas extras en el cuarto de rojo 09—informe, sin tomarla, viendo la morada zafiro del
examinador—. Una de ellas podría quedarle.

—Vi su perfil, y la talla de mi pareja es diferente a la mía— su voz, escuchándola por primera vez
hizo que mi mirara cayera al suelo. Si voz era muy dulce, y por el tono era seguro que ella podría
cantar una canción entonada a rojo, 09—. Soy muy delgada, hasta mi propia ropa me queda
grande.

Se miró sus hombros desnudos a los que pronto levantó la manga para cubrírselos, y entendí que
era cierto, la mayoría de las batas para los experimentos eran tallas más grandes debido a que la
mayoría nacía con los hombros anchos, pero ella tenía una anchura de hombros pequeña. Un poco
más y esa bata que llevaba puesta terminaría resbalando de todo su cuerpo.

—Cierto, un cambio te vendría bien-fue lo único que pude decir en tanto tomaba el asa de la
mochila entre las manos del examinador para colgármela—. ¿Vas a llevar otra cosa? — le pregunté.

Ella asintió sin disminuir un poco su sonrisa, giró sobre sus talones y se devolvió a la cama de la
que tomó su almohada y el cobertor doblado. Verla abrazar ambas cosas contra su pecho, me
desinfló el tórax.

—Seria todo—repuso sonriente, tan sonriente que me costaba creer que ser emparejada con un
completo extraño y pasar toda una noche para intimar, no le gustaba. Que era todo lo contrario y si
le gustaba...

Mordí mi labio, en ese instante recordé también lo que Ahiren, su examinador, me dijo antes de
traerme al cuarto de ella. Dijo que ella estaba emocionada por irse al bunker con su pareja, y
aunque sabía que cualquier experimento estaría feliz de que su día para hacer algo parecido a una
vida, estaba muy cerca estaría igual de emocionado. Sin embargo, él agregó que a ella le atraía mi
experimento, se había preparado últimamente para la noche en que intimaría con rojo 09.
No quise imaginar de qué manera estaría preparando para eso, pero al final estaba claro que le
atraía rojo 09, y una vez que lo conociera, le gustaría. ¿A quién no? Él era sensación,

—Ya es hora de que te la lleves— me recordó Ahiren, y a modo de invitación me hizo una debilidad
señal. Dejando que sus piernas se encaminaran a la cortina para alzarla.

Noté lo mucho que le urgía que nos fuéramos, que me llevara a su experimento. Por otro lado,
para ser franca yo si quería tardarme en llevarla al cuarto de rojo 09.

—Bien— musité antes de sonreír apenas y encaminarme al umbral, ella pronto me siguió,
acomodándose a mi lado. A diferencia de Ahiren, él solo se quedó al pie del cuarto, siguiéndonos
con la mirada.

Y a pasos lentos, como si tuviera todo el tiempo del mundo, nos dirigimos a la recepción donde
tuve que firmar el permiso de nuestra salida, y que había recogido a la pareja de mi experimento.
Después de eso, el resto del camino, traté hacerlo mucho más lento, saliendo hacia el corto pasillo
que ella pronto recorrió sin ninguna pisca de emoción. Algo que me desconcertó, ya que salir de
las salas era algo que no se les permita a los experimentos.

— ¿Ya te habían sacado? —pregunté al ver que incluso, una vez llegado a los pequeños escalones
de bajada a la plaza, ella solo dio una mirada sonriente al rededor, y nada más.

—Quince veces— respondió, para mi sorpresa—. Mis duchas estaban en reparación y nos
transfirieron a las duchas de nuestros vecinos, pero también mi examinador me paseaba en la
plaza por mi buen comportamiento.

Ceñuda observe su perfil suave y perfecto. Nunca había escuchado que un examinador tuviera el
permiso de hacer eso, yo quise hacerlo, y no me lo permitieron con rojo 09. Ahiren debía tener
amistades en el área de la dirección para que pudiera tener el permiso de sacar a su experimento
quince veces de su sala. Pero que la sacara a la plaza me hacía pensar que fue un buen bien
examinador, no como el resto que nomás hacían su trabajo para ganar dinero, sin importarles sus
experimentos.

— ¿Sacó a 09 rojo a la plaza? — su pregunta me retorció los intestinos, me hizo bajar el rostro y
clavarlo en el césped que comenzábamos a pisar.
—Pedí muchas veces ese permiso, pero jamás me lo aceptaban— fue mi respuesta con desilusión.

— ¿Entonces que hizo para mantenerlo ocupado?

—Jugamos mucho— mencioné al final, dándole una corta mirada para saber que ella estaba
observándome con ilusión —. Dibujamos, pintamos, contamos historias y jugamos a un montón de
juegos.

— ¿09 rojo se divirtió mucho? — tuvo curiosidad, apenas asentí como respuesta—. Mi examinador
me daba más cuentos que juegos, y me dejaba pintar y dibujar también. Me encantaría jugar con
él.

Apreté mis labios sin saber cómo reaccionar. Repentinamente sintiéndome incómoda.

—¿No tienes la tensión acumulada? — se me ocurrió preguntar a causa del silencio, sintiéndome
tonta al recordar que a los del área blanca no se les acumulaba la tensión tanto como a los del área
verde.

Lo que sabía de ellos era que, si permanecían sin movimiento más de un mes, si se les acumulaba,
aunque apenas sentían los síntomas.

—A mí no se me acumula, siempre estoy en movimiento— explicó ella alistándose su bata desde el


estómago—, pero una examinadora me dijo que cuando se acumula la tensión un mínimo en
nuestro cuerpo, intimar es mucho más placentero—agregó, y no supe que gesto llevaba en mi
rostro, pero no esperaba eso como una respuesta.

Una respuesta que produjo el sabor amargo perforando cada centímetro de mi esófago conforme
escalaba hasta mi garganta. Era un asqueroso sabor. No quise preguntar qué examinadora le había
hecho, porque ayer, después de que saliera por la comida de rojo 09, me llegó un mensaje de
Jazme, informando que su trabajo había terminado y que dejara que la tensión se le acumulará, ya
que, con la atracción hacia su pareja, el sexo sería mucho más placentero.

Se me revolvió el estómago, arrepentida de haber hecho esa pregunta cuya respuesta se sentía
como una estaca en mi pecho.
— ¿La dejaste acumular entonces?

—No, pero ella me dijo que él si la dejó acumular para mí— hizo saber, y todos los ánimos
decayeron con esas palabras, llevándose hasta mis fuerzas.

(...)

Aunque hice lo posible por hacer tiempo, llegamos más rápido de lo que no quise. Mis piernas se
detuvieron temblorosas frente a esa cortina. Sentí un gran vuelco en el estómago cuando moví uno
de mis brazos con mucha duda para tomar la cortina. Los dedos de mi mano temblaban mucho
cuando rozaron con la tela suave y espesa, estaban tan duros que sentía que se me romperían.

Miré detrás de mí una vez que tomé la cortina que llevaba al cuarto de rojo 09. Esos orbes griseas
estaban atentos a mí, y por la manera en que se tomaba de las manos podía ver lo mucho que
estaba nerviosa.

—Espera aquí— pedí con amabilidad, pero muy dentro de mí, mi ser era un desastre. No espere su
respuesta y me apresuré a adentrarme sin ella, solo para sentir ese shock golpearme el cuerpo de
escalofríos cuando lo primero que vi, fue su pecho a centímetros de mi rostro.

Subí mucho el rostro como una diminuta reacción de mi cuerpo antes de endurecerme, esa
depredadora mirada tan intensa como penetrante estaba sobre mí, observándome atentamente.

—Pensé que no vendrías hoy— sus carnosos labios se movieron con delicadeza, entonando una
voz grave que crepitó con nerviosismo mi ser. Sentí su aliento cálido abrazar mi rostro con tanta
suavidad que casi quedé embelesada—. ¿Dormiste? —me preguntó, noté la forma en que sus
orbes se movían reparando en mi rostro con delicadeza y preocupación—. Te vez mejor.

Eso me hizo sonreír con sinceridad. Olvidarme de lo que se hallaba del otro lado de la cortina. En
realidad, solo dormí unas pocas horas y fue porque mi cuerpo ya no podía soportar seguir
despierto, pensando en él y en lo que haría este día con su pareja.
—Tú aun tienes ojeras— comenté al darme cuenta del tono oscurecido de la piel bajo sus
hermosos orbes —. ¿Descansaste?

Ladeó su rostro, hubo un brillo de curiosidad en sus orbes tan tierno y enigmático que no pude
dejar de verlos.

—Sí, también lo hice, tuve un buen sueño hoy —compartió, sin dejar de observarme, o al menos
por unos segundos ya que subió su rostro clavando la mirada en la cortina—. ¿Quién es ella?

Y aunque me pregunté a quién se refería, recordé al experimento que esperaba por entrar. Todo
ese maravilloso momento que se estaba construyendo a nuestra alma rededor, se desmoronó. No
sonrisa también lo hizo al igual que mi mirada cayendo al suelo.

—Tú pareja— murmuré, no importaba en que tono lo pronunciara, él lo entendería.

Los nervios se balancearon sobre todo mi cuerpo cuando al darle una corta mirada, sus cejas
terminaron hundidas sobre sus ojos, era un gesto confuso y asombrado.

— ¿Mi pareja? — repitió con el mismo gesto.

—Me pidieron esta mañana recogerla—tan solo lo dije, ese gesto se desvaneció, su rostro se
construyó en una severidad que me brindo temor—, por eso no llegué temprano aquí, tenía que
traerla para que la conocieras.

— ¿Por qué? —escupió en un tono frio. No entendí su pregunta, mejor dicho, no quise entenderla
—. Yo nunca te dije que quiero conocerla.

Se me oprimió el pecho, en tanto mi corazón se alborotaba a la inesperada seriedad de su grave


voz. ¿Por qué no quería conocerla? fue lo primero que golpeó mi mente.

—Llévatela... —no fue una petición, se había escuchado más como una orden.
—N-no puedo— tartamudeé, tratando de soportar esa morada disgustada que me confundida,
¿por qué quería regresarla si le dijo a Jazme que sí quería imitar con ella? —, se quedará todo este
día contigo.

—Yo no quiero eso— espetó, y sin esperarlo, una de sus manos se había aferrado al instante en mi
brazo—. Llévatela, Pym, no la necesito.

Mi ceño se frunció todavía más confundida, pronunciando en mi cabeza su voz una y otra vez. Se
estaba contradiciendo, él se contradecía con lo que dijo tres días atrás a la examinadora Jazme...

—Pero días atrás le dijiste a Jazme que querías imitar con ella —recordé sin poder evitar el shock
en mi rostro, buscando una explicación en sus orbes que con mis palabras se contrajeron un poco
—. Pensé que te pondrías feliz teniendo lo que podrías llamar tu primera cita con tu pa...

—Cuando dije eso no me refería a ella, Pym—su interrupción y aclaración estremeció hasta el más
pequeño de mis músculos. Todo a nuestro alrededor quedó en silencio, solo nuestras miradas
conectadas una con la otra, sin pestañeos, sin nada más que una observación en tanto mi cabeza lo
procesaba, llenándose de preguntas.

¿A quién se refería? ¿Con quién quería intimar entonces sino era con blanco 09? Algo hizo click en
mí deteniendo hasta mi pulso, una llama de intensidad quiso volver a estremecerme, pero me
negué, me negué rotundamente a lo que eso significaba, me negué antes de que mi corazón
revoloteara aceleradamente y los nervios descontrolaran mi cuerpo.

No podía. No podía suceder. Era imposible.

—Ella es muy linda—la voz me salió a punto de rasgarse, sentía que me faltaba el aliento así que
respiré antes de continuar, esta vez sin poder mirarle a los ojos—. Te va a gustar blanco 09—dije,
sacudiendo mi brazo para que él rompiera su agarre sobre mí, algo que sucedió en un solo
movimiento—, ambos tienen cosas en comunes así que harás una muy buena vida con ella en el
bunker.

Porque una vida conmigo no podía hacer...

Me golpeé mentalmente al sentir tambalearse esas barreras que había levantado para no herirme
con la situación, pero otra vez, estaban a punto de colapsar. Me giré, evadiendo su mirada,
evadiendo lo que fuera que él quisiera decirme, no quería escucharlo al sentirme tan frágil en
estos momentos. Sí lo hacía, esas malditas lágrimas resbalarían de mis ojos. Así que hui, me
apresuré a tomar la cortina con los brazos temblorosos, levantarla ante esa mirada grisácea que se
había puesto sobre mí enseguida, llevando aun una sonrisa en sus labios.

—Pasa—le invité y ella ni siquiera dudó un segundo en hacerlo, con entusiasmo y emoción ni
siquiera dudó en llevar su mirada y recorrerle el cuerpo al hombre detrás de mí... Al hombre cuya
mirada había dejado de observarme con severidad, para observarla a ella.

Temblorosa, sintiendo el hielo hasta en la misma sangre, solté la cortina y volví mi cuerpo hacía
Rojo una vez que ella se acomodó junto a mí, tomándose de sus pequeñas manos y alzando un
poco más esa sonrisa rosada en sus labios ante él. Los retorcijones en mi interior aumentaron,
cientos de voces comenzaron a insultarme en mi cabeza, había culpa, pero había temor.

—09, Ella es blanco 09, tu pareja—lo último casi terminaba susurrándolo al levantar la mirada y
mirar esos obres rojos que no me correspondían, se mantenían atentos a la pelinegra. Reparando
en su bonito rostro para darse cuenta de lo mucho que se parecía a la Blancanieves de la historia
que le conté hace un día—. Pasaran todo este día, juntos— dije, sin dejar de mirar como amos se
contemplaban, como rojo 09 dejaba que su mirada penetrante dibujaba cada facción de ella e
incluso esos labios sonriendo de maravilla.

Una acción que empuñaba mi corazón.

—Ya quería conocerte—su saludo de voz tan sincera me detuvo la respiración, intentó escarbar en
mi oprimido pecho al ver la comisura oscura del labio izquierdo de rojo 09, estirarse—. Mi
examinador me llama Luxy, así que me gustaría que tú me llamaras así también.

Eso sí no lo esperé, me había sorprendido tanto que comencé a pestañear ¿Luxy? ¿Le habían
puesto nombre a ella? Miré a rojo 09, y ese extraño estirón en sus labios que no sabía si era el
inicio de una sonrisa o una mueca, pero al final él no dejaba de mirarla.

—Luxy—su ronca voz, la nombró, y tan solo saber cómo se escuchaba ese nombre en sus labios
me oprimió el pecho bruscamente fuerte—. No se escucha mal.

Esto estaba torturándome, pero solo tenía que respirar, ¿verdad? Respirar y reaccionar, luego esas
sensaciones heladas y revoltosas desaparecerían. Sí, se irían.
— ¡B-bien! —exclamé, dejando que mis piernas se movieran a toda prisa para pasarlos de lado,
aproximándome a la mesa y descolgar la mochila—. A-ambos han de tener hambre así que dejaré
esto en la mesa e iré por sus desayunos, luego podremos jugar los tres juntos, ¿les parece?

Giré al terminar de hablar, encontrando que ambos se habían volteado a verme, haciendo un
incómodo y estrangulador silencios que me mantuvo desesperada por escapar de esos orbes que
nuevamente estaban en mí. Pero tan rápido como nuestras miradas se conectaron, él fue el
primero en romper todo contacto para devolver la mirada a la mujer junto a él que asentía y
apenas respondía en una tonada dulce de voz.

—Solo trae el desayuno a mi pareja, no tengo hambre—recalcó él. Noté rápidamente el


endurecimiento en sus cejas, como mantenía un poco el fruncir de su frente y sus labios levemente
estirados en una mueca fría—. Pero tengo una duda...

— ¿Cu-cuál es? —cuestioné, pestañeado confundida.

—Este día es para que nosotros dos nos conozcamos, Pym — la pausa que dejó, congestionó mi
respiración, la acalambró y congeló con su continuación: —. ¿Por qué tienes que estar presente?
Arruinarías nuestro día.

Hasta el más pequeños de mis nervios terminó congelado, todo mi cuerpo inmóvil vaciándose
como primera reacción del golpe de sus palabras. Una vació tan siniestro y helado, que por
primera vez me sentí muerta, sin embargo, ese vacío no duró de demasiado cuando los nervios
volvieron con mucha más fuerza al sentir ardes mis ojos. Me sentí repentinamente asustada,
ansiosa de correr muy lejos al saber que algo dentro de mí, pronto iba a explotar.

—Oh...—fue lo primero que pude soltar, respirando con demasiada rapidez, pero ni siquiera sentía
que el oxígeno estaba ayudándome—. Tienes razón, les arruinaría su momento—Sonreí a duras
penas cuando mi expresión demostraba lo mucho que eso me había lastimado. Eso era algo que
no quería mostrar, no podían verme en este estado—. Entonces iré por sus desayunos, y me iré.

—Me parece bien—Mi mentón tembló nuevamente con la frialdad de sus palabras, me di cuenta
de lo molesto que él estaba, y también de lo idiota que estaba siendo yo en estos momentos al no
querer darme cuenta de por qué.

Aunque muy dentro de mí ya lo sabía.


—Me iré—solté, repentinamente sintiendo mi rostro arder, repentinamente siendo observada por
la mirada de blanco 09, confundida seguramente por la forma en que nos comportábamos.

(...)

Sequé mis lágrimas rápidamente antes de levantar la charola de la mesa frente al bufet del
comedor, respiré lo más hondo que pude, y exhalé con fuerza sintiendo ese dolor aun en la
superficie de mi garganta, era el nudo que rojo 09 había construido a parte del nudo creciente en
la boca de mi estómago.

Traté de no pensar más en lo que varios minutos atrás había ocurrido, manteniendo mi mente
vacía de todo pensamiento, repitiéndome una y otra vez que esto terminaría pronto, que solo
debía entregar los desayunos y regresar a mi habitación con Adam. Ellos se emparejarían y él le
haría el... él le haría el...

Él le haría el amor a ella...

Mordí mi lengua con rotunda fuerza y aceleré mis pasos, recorriendo todo el resto del comedor,
pasando las mesas rectangulares y redondeadas, siendo ignorada por todos los presentes que se
acomodaban en las sillas y disfrutaban de sus desayunos. Al menos, ellos disfrutaban lo que yo ya
no podría disfrutar.

Salí de las amplías puertas que pronto cubrieron de mi vista el resto del comedor, acallando incluso
todas las conversaciones que se creaban en su interior. Pero tan solo di unos pasos sobre el pasillo
blanco frente a mí, una mano aferrándose a mi hombro por detrás me detuvo enseguida. Me giró
en un segundo jalón solo para darme cuenta de quién se trataba.

Era Daesy, la examinadora y cuidadosa del área de maduración, o el área de infantes. Ella era la
chica con la que más hablaba en el laboratorio, y cuando me la encontraba, la mayor parte de
tiempo lo hacía en el comedor, muy pocas veces era en el área de trabajo.

— ¿Estas bien? —la voz de Daesy apenas entró por mis oídos. Se lamió sus labios pintados de
purpuras y se acomodó un par de mechones negros detrás de su oído —. Pym, llevo gritándote un
buen tiempo y me ignoraste.
—Perdón, no te escuché, estaba pensando en unas cosas y ya sabes...—respondí apenas, dándole
una rápida mirada a su aspecto. Ella no parecía muy convencida de mi respuesta por la forma en
que sus orbes me observaban, sospechando de mí.

— ¿Estabas llorando? —me preguntó, la sorpresa me hizo pestañear, me hizo querer golpearme
físicamente

—No he dormido muy bien—mentí—. Apenas dormito, pero me siento fatigada por todo el trabajo
que me han dado.

Ella asintió con sus labios apretados, la verdad es que eso también era cierto, así que no le había
mentido a la única chica que al parecer se preocupaba por mí en el laboratorio.

—Supongo que los desayunos son para tu experimento y para ti—comentó observando los dos
platillos de porcelana de hot cakes con huevo tierno y varios trozos de tocino. Y yo asentí, esa sí era
una mentira, era para rojo 09 y para su pareja. A pesar de que él no quería desayunar, no podría
dejarlo sin comer—. Ronny y yo estamos desayunando, y justamente estábamos hablando de los
incubados y los experimentos adultos que entraran al bunker dentro de la próxima semana, él tuyo
lo hará una vez finalizado su maduración, ¿cierto?

El nudo en mi garganta creció, no quería hablar de eso. Al menos no este día, no tenía ánimos de
hacerlo.

—Perdón, pero tengo que volver ya, hablamos después, ¿te parece? —inquirí. Forzando una falsa
sonrisa que ella no pareció creerse. Y no esperé una respuesta de su parte para despedirme: —.
Hasta luego, Daesy.

Le di la espalda, alejándome con cada paso más y más de la entrada del comedor. Estaba segura
que Daesy me preguntaría más tardé si en verdad estaba bien, ella era fácil para saber que algo no
andaba bien entre las personas, pues había estudiado psicología. Nuevamente vacié mis
pensamientos y me concentré en volver a la sala de entrenamiento, lo cual en cuestión de minutos
llegué, teniendo como único panorama, la cortina del cuarto de rojo 09... ahora, el cuarto de
blanco 09, también.
Volví a respirar, llenar mis pulmones del oxígeno, mi mente de inmediato comenzó a contar los
posibles pasos que faltaban para llegar a ese umbral. Y cuando lo hice, me tomé varios segundos
para actuar, respirando hasta saciarme, ocultándome mientras detrás de una máscara con forma
de una apretada sonrisa en mis labios, y cuando estuve segura de que esa sonrisa no se
desvanecería, acomodé la charola en un solo brazo para poder tomar con el otro la cortina y
alzarla.

Solo entonces cuando pasé debajo de ella y mis dedos la soltaron, supe que me había equivocado.
La sonrisa desfalleció de mi rostro, así como todo lo que reconstruir para sentir que ninguna otra
cosa que sucediera me lastimaría.

Pues en eso también me equivoqué.

Ni siquiera pude durar un segundo mirando la escena, o como el cuerpo de rojo 09 que se
mantenía sentado sobre su colchón, con sus piernas abiertas, permitía que el cuerpo de ella se
acomodara entre ellas, muy, pero muy cerca de él... O como esa sonrisa se dibujaba en los labios
rosados de ella, mientras ese brazo masculino se mantenía alzado, con los dedos de su mano
acariciando un mechón de cabello que acomodaba detrás de esa blanca oreja.

Y para empeorar mi estado, su otra mano se mantenía anclada en la cadera de ella, presionando
con sus dedos esa parte como si se aferrara.

La atracción entre ambos estaba comenzando... y yo estaba de tercio, impidiendo mi trabajo.

Bajé la mirada en dirección a una de las sillas cuando tan solo vi que ese rostro se torció y me
atisbó con seriedad. Pronto dejé que mis piernas sin fuerza se movieran para inclinarme y dejar la
charola repleta de comida en la mesa.

—09, a ti también te traje el desayuno, aunque posiblemente no lo comas—informé al


incorporarme, pasando de mirar a la mujer, a mirarle a él con una reforzada y diminuta sonrisa que
apenas alcé en mis labios—. Será mejor que coman de una vez antes de que se les enfrié.

Ella se apartó, alejándose de las piernas de Rojo con la misma sonrisa en sus labios mientras se me
acercaba con la mirada echada a los platillos en la mesa

—Me encantan los hot cakes, muchas gracias.


Le retiré la mirada sin poder soportarlo, pasando a recoger la única bolsa que dejé junto a la
mochila de ella, para colgármela en uno de mis hombros, tantas ganas de llorar, y todo ese dolor
tragándomelo, empezaba a pesarme.

—Volveré dentro de cinco horas para traerles su comida—avisé, apresurándome a llegar al umbral
y levantar la cortina por tercera vez—. Y cinco horas después les traeré su cena, de ahí en adelante
ustedes estarán solos...—tragué forzadamente, esta vez obligándome a ver a rojo 09, como él me
había seguido con la mirada hasta el umbral, una mirada que no quise estudiar—. Estarán solos
para que lo que hagan lo que tengan que hacer.

Esos besos no son suyos.

ESOS BESOS NO SON SUYOS

*.*.*

Onceavo recuerdo de Experimento Rojo 09

Ella era hermosa.

Era tan blanca que mis dedos tuvieron curiosidad de tocar su piel libre de manchas, libres de pecas
y cicatrices, descubriendo su suavidad y frescura, sobre todo ese extraño bulto en su pecho tan
parecido al que vi en Pym. Ante mis ojos, se miraba tan pequeña y frágil que un instinto salvaje
estaba a punto de apoderarse de mí, a punto de tomarla entre mis brazos como si me
perteneciera, arrancarle su bata blanca y hacer todo lo que desconociera con ella.

Hacer con ella todo lo que quería llegar a hacer con Pym, acariciando cada centímetro de su blanca
piel, dibujarla con mis besos y saborear cada bocado de ella. Apretarme contra su cuerpo y
escucharla gemir contra mi boca hasta liberarla. Ese instante había sido tan desconcertante y
turbio que todo mi interior tembló, sintiendo como si mis extremidades estuvieran a punto de caer
de mi cuerpo y el resto de mi piel quemarse por la conmoción.

Apreté mis puños con tanta fuerza que se me blanquearon mis nudillos, obligando a mis manos
permanecer en su lugar, en ese momento estaba reteniendo mis impulsos, una parte de mí no
quería actuar, no quería sentirme atraído hacía esa mujer que no era Pym, y entonces de un
segundo a otro, todo ese rastro de encanto que sentí hacía esa hembra de orbes palatinados y
escleróticas blancas, desapareció. Se esfumó y evaporizo llevándose todo pequeño rastro de su
efecto. Y solo cuando mi cuerpo dejó de temblar, y se relajó, pude darme cuenta al final que se
trataba de sus feromonas tratando de hacer efecto en mí.

Podía oler ese aroma dulce que emanaba de su blanca piel con escandalosa intensidad, era un
aroma tan encantador que me había hipnotizado unos segundos aun cuando no me sentí atraído
naturalmente. Encerrándome en esas sensaciones producidas contra mi voluntad, hasta el sólo
pensamiento de querer tener sexo con ella.

Era la primera vez que me sucedía algo como esto, pero ya sabía sobre esas reacciones
perturbadoras, mi examinadora ya me había hablado sobre lo que mis feromonas provocaban a
todo aquel del que estuviera fuertemente atraído... Eso explicaba que esa hembra del área blanca
sentía atracción por mí, por eso sus feromonas estaban afectándome de esa forma, y afectaban
aún más cuando mi tensión estaba acumulándose en mi cuerpo.

Aunque a Pym nunca parecieron hacerle efecto mis feromonas.

Eso ultimo era lo que más me confundía, simplemente no sabía qué era lo que ella sentía por mí,
por un instante sentía que mis feromonas le hacían efecto, pero al siguiente era como si no
funcionara con ella. Todo en ella era tan confuso, actuaba de una forma que no comprendía. No la
entendía, no lograba entender lo que ella quería, y eso me molestaba tanto que me descontrolaba
por completo.

A veces sentía que le gustaba mi toque, otras veces sentía que solo la molestaba y que debía
apartarme. Pero después ver su reacción o la forma en como me miraba me hacía volver a sentir
que ella quería que la tocara. ¿Qué era lo que realmente quería Pym? ¿Le gustaba o no? ¿Le
gustaba ese guardia o le gustaba yo? Tenía unas enormes ganas de leer sus pensamientos en ese
momento, y averiguar que pensaba de mí.
Como aquella vez que mientras me hacia el dormido ella soltó que le gustado mucho. Esa era una
respuesta hacia la pregunta que le había hecho para saber si le gustó o no dormir conmigo. Pero
después de que la enfrenté deseando que me respondan diera, comenzó a evadirme, a apartarse
de mí de ese día. Y al siguiente, ella estaba actuando como si nada hubiese sucedido, o como si no
importara.

Pym me había tenido enloquecido y muy confundido, estudiando hasta la más pequeña mirada
que me daba para trozarme el cráneo de tanto pensar y no encontrara coherencia en palabras y
reacciones.

Construía suspiros de decepción en el que todo mi interior se sentía asfixiado, pero también
construía sensaciones nuevas que me gustaba sentir como descontrolaban a la perfección mi
cuerpo con nuevos deseos hacia ella.

Pero esta vez había sido diferente tanto lo que vi en ella como lo que me hizo sentir cuando
levantó esta mañana la cortina y dejó entrar a una hembra a la que me habían emparejado contra
mi voluntad. Que trajera a una hembra a mi cuarto sin preguntarme antes si yo quería o no verla,
me molestó más de lo que no imaginé, me enfureció tanto que lo que sentí en ese instante hacia
ella también había sido nuevo para mí.

Una furia brotando de mi interior, calentando todos mis músculos con una impotencia de
detenerla. ¿Por qué la había traído? ¿No dijo que no haría nada sin mi consentimiento? ¿No dijo
que iba a preguntarme lo que yo quería?

Reconocía que decidir por mí nadie más me lo permitiría, y que a causa de que yo no elegí mi
pareja, ella tuvo que hacerlo por obligación. Pero aun así, yo no quería ver a mi pareja. No la
quería ver... Quería pasar mis últimos días íntimamente con Pym. Jugar con ella, escucharla reír,
disfrutar de su mirada.

Estaba dispuesto a romper los centímetros de separación, preguntarle si sentía algo por mí o solo
era mi mente jugándome malas bromas. Quería tocarla tantas veces pudiera hasta que mis dedos
se rompieran de tanto acariciar su pequeña estructura. Quería besarla, o pedirle que me dejara
besarla el resto de las horas que me quedaba con ella... Y ahora todo había salido tal y como no
quería que sucediera.
Ni siquiera llegué a imaginar que yo fuera capaz de soltar aquellas palabras solo para ver sus
reacciones. Había sido una reacción inesperado de mi enfurecimiento que lo que vi reflejado en su
rostro me rompió en dos.

Le dije que se fuera, y la culpa por la forma en que se lo dije estaba rasgándome el alma entera,
llenándome de ardor. Estaba arrepentido al ver como su mentón tembló y esos preciosos orbes
azules se cristalizaron y enrojecieron. Jamás creí que sobrepasaría los límites de la libertad que ella
misma me dio y ninguna otra examinadora me daría.

No solo la había lastimado, sentí en ese momento en que ella dijo que se iría y nos dejaría solos,
que algo entre nosotros dos se desvaneció. Quería salir del cuarto y detenerla, apresarla en mis
brazos, acunarla y pedirle perdón, pero no pude hacerlo, la molestia aún seguía inmovilizando mi
cuerpo, así que sólo pude mirarla irse.

Dejarme con una hembra cuyas feromonas podían tener efecto en mí otra vez, y tal vez el efecto
perduraría si me dejaba más tiempo a solas con ella.

No quería que surtieran efecto su delicioso aroma imposible de ignorar contra mi voluntad. Y era
eso lo que me tenía preocupado, no quería traicionar lo que sentía por Pym, o traicionar mis
esperanzas de que algo al final pudiera cambiar entre nosotros dos.

Pym había sido la única mujer que construyó sentimientos en mí sin causa de un delicioso aroma
emanando de su cuerpo para surtir efecto en mí. Y blanco 09 era una hembra que a pesar de ser
hermosa, no me gustaba fuera de la acción que tenían sus feromonas en mí, y esa causa para mí
era una mentira desagradable.

Sin embargo, había algo que no abandonaba mi cabeza desde el momento en que Pym dejó mi
cuarto. Cuando le pregunté quién era la mujer fuera de mi cuarto, la sonrisa que levantaba en su
rostro se desvaneció, tomó un gesto tan perdido que me desconcertó cuando me respondió que la
que esperaba a fuera era mi pareja.

No era tan tonto como para saber que había algo raro en ella desde ese momento, que si no
sintiera algo por mí no habría motivos para comportarse así... Seria, perdida y desanimaba.

Afectada.
Y lo rectifique cuando la sentí regresar a mi cuarto con el desayuno en sus manos, no dude un
segundo en actuar, pidiéndole a blanco 09 acercarse a mí. Esa hembra lo hizo sin inmutarse, sin
titubeos aun cuanto la tomé de la cadera y tiré de ella para que estuviera más cerca de mí, y
aunque por un destello estaba cayendo en el encanto de sus feromonas otra vez, lo que encontré
en Pym secó todo efecto.

Si ella no gustaba de mí, ¿por qué ponía esa mirada como si lo que estuviera viendo, rompiera algo
en su interior? Y después de ordenarle que se fuera y que nos dejara solos, nuevamente rectifiqué
lo que ella sentía por mí.

Y entonces todas esas dudas se acumularon en mi cabeza, al igual que la culpa cayendo como
plomo sobre mis hombros. ¿Por qué no me respondió que le gustó dormir conmigo? ¿Por qué
había veces en las que cuando yo me acercaba, ella me evadía con un rostro lleno de normalidad?
¿Por qué, cuando hacia una pregunta respecto a su pareja, ella no respondía? ¿Por qué evadía sus
sentimientos por mí?

En realidad, sabía la razón...

— ¿No desayunaras?

Un escalofrío se deslizó suavemente por mis músculos cuando esa pequeña y blanca mano se
apoyó en mi hombro. Seguí encorvado en el colchón, sin embargo, observando el mismo ángulo
del suelo que observé desde el momento en que Pym se fue.

—No tengo hambre— sinceré. El apetito se había perdido desde el momento en que la mujer que
tanto me gustaba, trajo para mi otra mujer para intimar.

—Están muy ricos —la escuché decir, su tono de voz acariciaba el interior de mis oídos. Era uno de
los síntomas de sus feromonas a causa de la atracción que ella sentía hacia mí.

—Desayuna, tú— traté de ignorarla, solo quería pensar. Me quedaban dos días, y no quería
desperdiciarlos en alguien que no me gustaba.
—Te guardaré los tuyos por si te da hambre— repuso y esta vez su mano se quitó de mi hombro,
liberándome de esa sensación en el momento en que se apartó de mí y regresó a la mesa.

Alce la mirada, observándola comer, degustando la comida con sonidos de encanto y una sonrisa
sincera en sus labios rosados. Noté la curiosa manera en que empuñaba los cubiertos de plástico
para cortar un trozo del hot cake, y untarlo de miel. Admitía que era tierna la mujer a la que estaría
atado una vez terminara mi maduración, pero aun así no me gustaba.

Nada podía hacer para evitarlo, ¿cierto? Esta hembra sería mi pareja en él bunker, dormiría en la
misma cama, me ficharía con ella y comería con ella. Incluso, conocería su cuerpo y tendría sexo
con ella.

No me gustaba esa idea de descubrir otro cuerpo que no fuera el de Pym... Pero creo que debía
internarlo si dentro de dos días ya no la volvería a ver.

La razón por la que Pym no quería corresponderme era porque no era correcto que un
experimento gustara de su examinador. Era probable que fuera una regla y había castigo si se
rompía, y por eso ella me evadía... ¿Por qué teníamos que terminar así? No era el único que estaba
sufriendo aquí, al parecer ella también lo hacía, entendí que por eso actuaba muchas veces de
forma incomprensible o confusa conmigo. No era su culpa... lo hacía para que no me castigaran a
mí también, ¿cierto?

Entonces, no me quedaba otra elección que hacer lo mismo que ella estaba haciendo. Ocultar sus
sentimientos y evadirlos, ¿no? Nuevamente habían decidido sobre lo que yo quería. Ya no era
considerado una persona libre, sino un títere utilizado por otros, llevado a una dirección a la que
no quería ir.

¿Algún día me gustaría tanto esta hembra como me gustó Pym? Tendría que averiguarlo. Lo
averiguaría pesara lo que me pesara, si esto era lo que Pym quería, lo haría sin importar cuando
sintiera la opresión en mi pecho, justo donde mi corazón latía con dolor.

—Quiero saber sobre tu examinador— acallé el silencio, haciendo que ella volteara a verme y esa
mirada enviara una clase de cosquilleo en mi piel, una sensación que debía ser agradable, mas no
lo era—. ¿Qué te hacía, o qué te daba?
Sonrió, iluminando más su pequeño rostro, haciendo un pequeño movimiento con su cabeza para
que su lacio cabello negro se ondeara. No tenía curiosidad por su examinador, pero si iba a dormir
con ella esta noche, y el resto de mis días... quiera intentar sentir algo...

Pero no intimaría con ella. Al menos no hoy.

(...)

No dejaba de ver el reloj y contar los minutos que faltaban para que Pym volviera con nuestra
cena. Ese sería la última vez que la vería en todo el día y me dejaría más de cinco horas a solas con
mi pareja...

Desde el momento en que supe que faltaban menos de dos horas para su última llegada, no dejé
de sentirme ansioso y sudoroso, nerviosos y preocupado. Quería que viniera, pero a la vez no
quería que se fuera. No estaba soportando el aroma delicioso de las feromonas de blanco 09 y
sentía que en cualquier momento saltaría sobre ella y la besaría.

En todas esas horas traté de soportar el inquietante deseo por medio de juegos o conversaciones a
las que no ponía atención por estar pensando en lo que mi cuerpo quería hacerle a ella y en lo que
mi mente quería seguir pensando en Pym,

y eso solo me hacía sentir frustrado, molesto conmigo mismo.

Así que solo había podido escuchar poco de la conversación de mi pareja daba sobre su
examinador y lo que hizo con él, o que el cuidado que le daban a los de esa sala era
completamente diferente al trato que nos daban a nosotros. Que a ellos los dejaban convivir entre
experimentos y a nosotros no nos dejaban salir de nuestros cuartos.

Eso era lo único que pude analizar y grabar de todo lo que me contó por estar atento a ese reloj
colgado junto a mi cama, o estar al tanto de cualquier temperatura acercándose a mi cuarto. O
incluso sentirme tan perdido por su deliciosos aroma que por segundos mi mente se cegaba...

—Estoy hablando mucho de mí y no sé nada de ti—mencionó desde su lugar, haciéndome


reaccionar cuando se levantó de la mesa para encaminarse a mí con lentitud, llevando una sonrisa
tímida en sus labios rodados.
No quería que se acercara, pero tampoco sabía si debía o no detenerla.

Se trepó sobre mi colchón, sentándose junto a mí, rozando con delicadeza la suave piel de su brazo
con el mío. Un tacto tan cálido que se me erizó la piel y estremeció mi vientre. Apreté mis dedos
en la sabana para soportar el efecto de sus feromonas que con el acercamiento habían
intensificado.

Esto iba a ser difícil, sobretodo sabiendo que mi cuerpo estaba acumulando más mi tensión. Sabía
que debía dejarme llevar porque al final ella seria mía y yo suyo, pero aun había algo en mi interior
que estaba en contra de esa decisión.

La miré sin saber qué hacer, observando como sus orbes a centímetros de mí, repasaban mi rostro
con curiosidad. Hice lo mismo, aunque ya había advertido que era hermosa, que no tuviera pecas...
que no tuviera un azul en su mirada, o el cabello castaño y sus mejillas sonrosadas, no me gustaba.

Que no fuera ella mi Pym, no me gustaba.

— ¿Qué hacías con tu examinadora? ¿Cómo era ella? —me preguntó con suavidad. Sentir su
aliento palpar mis labios estaba embelesándome.

Ella estaba haciendo efecto en mí otra vez.

—Maravillosa— la respuesta se escapó de mis labios, aunque era cierta. Ella era maravillosa—. No
fue mi examinadora desde el principio, pero me viera gustado tenerla desde siempre y para
siempre. Es única—revelé. Su sonrisa profundizó como si hubiese dicho algo que le gustó
demasiado.

—También es muy hermosa, se notó desde que llegó a mi cuarto que ella sería maravillosa—
confesó, y tenía razón. Aparte de ser hermosa, Pym era adorable... la imagen de la mujer que me
gustaba se desvaneció de mi mente cuando sentí una de sus manos pasará de estar acomodada
sobre sus muslos, a posarse sobre mi puño.
Mis ojos rápidamente atisbaron nuestras manos, hundiendo un poco mi entrecejo cuando al
deslizar sus dedos por mis nudillos para entrelazarlos envió corrientes excitantes que tensaron mis
músculos.

Temblé y quise apartar mi mano cuando recordé que muchas veces toqué a Pym con ella. Pero al
final no lo hice, sería a blanco 09 a la única a la que podría tocar... y no a Pym. Volví a mirar
nuestras manos, como su pulgar se rozaba contra mi dorso, era una sensación increíble que hizo
que mis ojos comenzaran a recorrer su cuerpo. Mis labios repentinamente se sintieron sedientos.

—Me dijo que te gustaban las historias y los juegos que jugaban juntos— continuó sin desvanecer
esa sonrisa y su contacto, el cual comenzó a romper mi fuerza—. A mí también me gustaría jugar
contigo. ¿Cuál es tu juego favorito?

Lamí mis labios cuando mi mirada cayó en su carnosa boca rosada, cuando aliento volvió a rozarme
el rostro y estremecerme. No podía pensar con claridad, estaba cayendo y no había una tercera
presencia para detenerme esta vez... Miré de reojo la cortina que se mantenía tan quieta, sin
ningún tipo de movimiento, y luego clave la mirada en sus labios otra vez, el deseo comenzó a
tomar posesión de mí.

—Ninguno—mi voz salió ronca, mis ojos no se apartaron en sus enigmáticos labios.

—Yo tampoco tengo uno, todos me gustan— la escuché decir, nuevamente sintiendo su aliento
rozarme, su delicioso aroma contrayendo mi vientre en espasmos placenteros. Estaba perdiendo
—. ¿Sabes? Ella me contó que pidió permiso para que salieran a jugar a la plaza, pero que no se los
dieron. Debió ser duro para ella no poder...

Y no pude más.

Me abalancé sobre ella tomándola de los hombros para acostarla en la cama para acomodarme
sobre ella y dejar que mi pecho se apretara contra ese cómodo bulto, ahogando sus palabras en lo
profundo de mi boca hasta convertirlas en gemidos con mis rotundos besos. Ella me correspondió
enseguida, y aunque no eran los besos de Pym, saboreé sus labios con besos desordenados.

Estaba tan perdido e hipnotizado con sus feromonas que mi cuerpo reaccionaba a una velocidad
que ni siquiera pude controlar, mis manos habían pasado de sus hombros a sus piernas, alcanzado
el borde de su bata para alzarla hasta su vientre y dejar que mis dedos se deslizaran en esa blanca
y suave piel de sus piernas.

La escuché gemir, un sonido que a causa de sus feromonas se volvió agradable explotando en mi
cabeza que algo en mi entrepierna reaccionó. Mis manos subieron por sus muslos, descubriendo
su piel, descubriendo esa prenda interior que rodeaba todo su vientre, y solo cuando la toqué y
examine cada centímetro de ella hasta esa humedecida zona con las yemas de mis dedos, ella
volvió a gemir en mi boca y un impulso de apretarme contra ese lugar me apresuró a moverme
sobre ella.

Sostuve sus piernas que pronto me rodearon la cadera, y empujé mi cuerpo hacía su prenda
interior para cumplir lo que tanto deseé hacer con Pym.

— ¡Pym!—gemí su nombre contra esa boca desconocida, y las sensaciones, todas, se volvieron tan
desagradables que entre el vuelco de mi estómago y algo desgarrándose en mi pecho, pudo
esfumar nuevamente todo el efecto de sus feromonas.

Mis ojos se abrieron con horror hacía la pared que pegaba con mi cama, mis labios se dejaron de
mover sobre los suyos, respirando mi cuerpo agitadamente y llenándose de un vacío tan
repugnante que me heló.

Y de un saltó me aparté de todo su cuerpo desnudado por la mitad, mirando tanto mis manos que
se habían aventurado a tocar otras pieles que no desearon en lo profundo de su ser, como esos
orbes grisáceos que observaba confundidos desde mi cama.

Pym había penetrado mi cuerpo con su presencia, con su voz, con el calor de su piel y el sabor de
sus labios que intimar con mi pareja sería algo que no podría hacer.

Y era algo que, a pesar de todo, no quería llegar a hacer.

—No puedo intimar contigo— fue lo único que pude decir antes de ver como ella pestañeaba
mirando sus desnudas piernas para luego cubrírselas con la tela.

—No te preocupes—sonrío, sus mejillas enrojecieron para mi extrañez—, lo haremos lento...


Ella no entendía a lo que me refería con esas palabras, pero no le respondí. Preferí quedarme
callado, permanecer apartado de ella, sentando en una de las sillas frente a esa pechuga a la
plancha que dejé a la mitad desde el almuerzo. Pensando una y otra vez en lo que había estado a
punto de hacer, y que en lo único que cruzó por mi cabeza fue que estaba haciendo el amor con
Pym...

Sentí nauseas solo sentir la piel de blanco 09 palpando todavía la piel de mis dedos, o sus labios
moviéndose en mis labios, era tan desagradable. No me agradable por muy hermosa que ella
fuera, no me gustaba.

(...)

Las horas habían pasado a mí alrededor, y mi mente no dejaba de perderse en todo tipo de
pensamientos, en esa culpa de haber tocado otros labios que no fueran los de Pym. Sentía, a pesar
de todo lo que pasó, que la había traicionado, y que me había traicionado... Al final, solo me di
cuenta de que quería ver a Pym, quería verla, hablar con ella... pedirle disculpas, pedirle que me
dejara abrazarla.

Pero ella nunca apareció, en todas esas horas en que trate de estar apartado de mi pareja, ella
nunca cruzó la cortina, la hora en que dijo que vendría a dejar nuestra cena, había pasado hace
mucho. Y no me importaba la cena, me importaba no verla y sentirme resguardado en su mirada.

Que no apareciera con el paso de las horas empezó a preocuparme tanto que no pude dormir en
toda la noche, no solo por el hecho de que mi cama había sido ocupada por el cuerpo de blanco 09
sino porque Pym había faltado y ella siempre cumplía lo que decía. Siempre hacía su trabajo,
¿entonces por qué no había venido a mi cuarto?

¿Acaso ella nos miró? La culpa arañó mi cabeza con esa pregunta, pero entonces hubiese sentido
su temperatura, y no recordaba haber sentido ninguna acercándose a mi cuarto en el momento en
que enloquecí con blanco 09. Tal vez ella ya no quiso venir por lo que le dije. La había lastimado,
seguramente ya no quería volver a mi cuarto.

Mi cuerpo se estremeció con ese pensamiento, sentí la opresión nuevamente en mi pecho, quería
verla, quería que blanco 09 saliera de mi cuarto, de mi vista... de mi vida. Otra vez estaba
negándome a tener a alguien que no fuera Pym como mi pareja. Estaba contradiciéndome a lo que
había decidido horas atrás, pero era muy difícil aceptarlo al final.
Antes quería terminar mi maduración, deseaba ir al bunker y dejar de ver a mi examinadora, pero
pensar en que debía dejar de ver a Pym también me hacía arrepentirme de todo lo que alguna vez
deseé. No quería, simplemente no quería desaferrar mi corazón de esa mujer.

Quería ver a Pym, necesitaba verla, solo faltaba un día para irme a la incubadora... un día y yo
necesitaba ver a mi mujer.

—Un día. Solo me queda un día con ella—susurré, mirando hacía el reloj en la pared de mi cama,
descubriendo que la hora del medio día estaba acercándose y Pym no llegaba. Además ya solo
faltaba una hora para que el examinador de blanco 09 viniera a recogerla. Pero eso ahora no me
importaba, me importaba saber por qué Pym no llegaba.

Limpié todo rastro del sudor que resbalaba en mi frente con un pedazo de pañuelo y me levanté
apresuradamente de la silla para desnudarme de mi bata sudorosa, iba a tomar una nueva y a
cambiarme, no quería que nadie me encontrara con los síntomas de mi tención... o me obligarían a
intimar con mi pareja, y seguramente la dejarían otro día en mi cuarto, y no. Quería que se la
llevaran de una vez. Me acerqué a mi cama rápidamente sin observar a blanco 09, inclinándome un
poco y estirando uno de mis desnudos brazos para alcanzar del pequeño mueble bajo el colchón
una de mis batas dobladas.

Pero cuando la desdoblé y apenas deslicé un brazo dentro, todo mi cuerpo se acalambró, y un
revoloteo nervioso aceleró mi corazón cuando presencie ese calor familiar...

Del otro lado de mi cuarto.

Torcí mi cabeza cuando de reojo atisbé el movimiento de la cortina, era demasiado tarde para
deslizarme el resto de la bata cuando esa mirada azul ni siquiera reparó en toda mi desnudez,
quedando clavada en mi pecho solo un segundo para clavarse en el bulto en movimiento sobre mi
cama.

En cuanto me deslicé toda la bata hasta por debajo de mis muslos, noté como su pecho se desinfló
de golpe, todo su aíre había escapado por la apertura de sus carnosos y bonitos labios, el brillo en
su mirada desapareció cuando dejó de ver el cuerpo para esta vez mirar en alguna parte de mi
cuarto.
No hacía falta mirarla dos veces para saber lo que ella había entendido. Esta vez, había tanta
sinceridad en ella que mis cuerdas vocales enmudecieron.

—Dios...—soltó en un hilo de voz, pestañeando numerosas veces y alzando la mirada hacía el


techo mientras sus cejas se hundían en un gesto de dolor—. Ya vienen por ella, así que mientras la
despiertas, traeré tu almuerzo —lo había dicho tan rápido que apenas pude entenderle, y ni
siquiera pude actuar cuando se apresuró a girar su cuerpo y atravesar la cortina otra vez.

Solo sentí la rapidez con la que su temperatura se apartaba de mi cuarto hasta desvanecerse,
también me desinfló a mí. Había vuelto a lastimarla con lo que la escena le había mostrado
equivocadamente, y que hiciera ese gesto me lo reconfirmó. Pym sentía algo por mí, y la lastimaba
pensar que intimé con la mujer que ella misma trajo a mi cuarto. Que ella mismo eligió para mí.

Más me lastimaba saber que solo quedaba este día para pasar con ella, y que las cosas entre
nosotros cambiaron para mi pesar.

Tal vez... No sería la mejor despedida.

— ¿Por qué se fue?

Dejé de ver la cortina para observar el despeinado cabello de blanco 09 una vez que todo su
cuerpo se sentó sobre el colchón. Reparé un poco más en ella y la forma en que se rascaba el
cuello con una mano y se tallaba su somnolienta mirada con el dorso de la otra.

—Fue al comedor—aclaré, apartándome de mi cama una vez que tomé mi bata sudorosa y la
coloqué en una de las cajoneras debajo de la mesa, ocultándola—. Dijo que tu examinador vendrá
por ti—avisé, incorporándome y viéndola solo un momento observando hacía la nada antes de
asentir.

—Tenderé mi cobertor entonces— Se apresuró a bajar de mi cama, tomando justo lo que dijo y
comenzando a doblar, mientras tanto le eché una mirada a la cortina sin saber qué hacer, teniendo
esa impotencia temblorosa de caminar y revisar del otro lado del umbral—. Recordé que tú
examinadora se llama Pym.

Aunque eso me hundió el ceño, reconocí porque la había mencionado. Había sido evidente que en
ese momento en que sus feromonas hicieron tanto efecto en mí que me perdieron por completo,
todavía pensaba en Pym. No reparé en su figura que repentinamente había volteado a mirarme,
solo tomé los platos desordenados de la mesa y los acomodé encima de la charola.

Nuevamente miré la cortina.

— Debe gustarte mucho.

—No quiero hablar de eso—solté repentinamente, sintiéndome abrumado, alterado, molesto por
todos los sentimientos que comenzaban a crecer en mi interior al saber que por mucho que me
gustara, no podría estar con ella, y que por mucho que quisiera regresar a los primeros días en que
nos conocimos, nada sería como antes.

(...)

Sentado al borde de mi cama, con la mirada pérdida en el suelo donde los pies desnudos
descansaban, observaba como las gotas de mi sudor al resbalar de mi rostro, una por una
golpeaban la porcelana y se rompían.

Mi tensión estaba tan acumulada en mi cuerpo, que los síntomas empezaban a afectarme, y
aunque no eran graves sentía la fiebre poco a poco perforando mi piel. Pero seguí secando mi
sudor con el trapo de tela grisácea, limpiando mi cuerpo con él mientras esperaba a Pym. Pero
habian pasado ya dos horas, y ella no cruzamos el umbral todavía.

Dos horas más restadas a las últimas 24 horas que estaría en este cuarto antes de ser enviado a mi
incubadora. No quería perder una sola hora sin ella... Pero estaba perdiéndolas todas poco a poco,
y el tiempo destrozaba mis huesos al saber lo difícil que sería soportar la realidad.

Lancé un entrecortado suspiro, y volví a secarme el sudor, restregando mi cabello con


desesperación, tallando mis ojos cansados de mirar a la nada. Por primera vez en toda mi
existencia quería gritar por ella, y entonces sucedió. Todo mi interior gritó cuando esa temperatura
volvió a aparecer demasiada cerca de mi cuarto.
Me sentí tan ansioso e inquieto que me removí en mi lugar, una última vez limpiando mi rostro y
cuello, desapareciendo el sudor un instante antes de que esa cortina volviera a correrse. Se me
saltó el corazón cuando sus orbes azules fueron los primero que vi.

Lo segundo que vi fueron sus escleróticas aun enrojecidas y la piel de su pequeña y chata nariz
pecosa irritada, como si se hubiese callado con muchas fuerzas. Y por último, lo que encontré en
ella fue esa enorme charola en sus manos cubierta por una pequeña manta purpura, ocultando un
gran bulto del otro lado.

—Sé que demasiado tarde para desayunar, así que traje un banquete. Quería que disfrutarás tu
último día antes de que te vayas a tu maduración—la forma en que lo dijo y la manera en que sus
labios se levantaron en una leve sonrisa, detuvo mi respiración.

Sus piernas se movieron debajo de su larga bata, hasta ese momento me di cuenta de que podía
ver la blanca piel de sus marcadas pantorrillas y esos pies calzando unos tacones de apenas unos
centímetros. No estaba usando zapatos de suelo, menos un pantalón... Se acercó a la mesa donde
acomodo la charola con el manto sobrepuesto y levantó la charola de platos sucios una vez que se
descolgó su enorme mochila del hombro.

—Voy a devolver esto al comedor mientras comes.

Tan solo la vi girarse y mostrarme su espalda ocultando de mi vista su rostro y llevando entre sus
manos la charola sucia. La detuve con mi exclamación:

—No— me negaba a que se fuera y desapareciera de mí vista otras dos horas. Ella se volvió hasta a
mi casi con sorpresa ante mi petición —. Hazlo cuando yo me vaya.

Algo pareció destellar en su enrojecida mirada que no pudo pestañear. Asintió dudosa, llevando su
mano a acomodar ningún mechón detrás de su oreja pequeña, ese era como un tic que ella tenía.

—T-te traje fresas con chocolate, un aperitivo que me costó mucho sacar a escondidas del
comedor.
La observé volviendo a la mesa, dejando la charola donde antes estaba y sacando la manta
purpura para dejarme ver todos esos alimentos que en mayor parte desconocida.

Tomó de entre todos ellos un tazó. blanco de frutos rozados bañados en un líquido color café que
brillaba, para luego dirigirme una mirada llena de fragilidad, como si estuviera a punto de
romperse.

— ¿Quieres probar?— me ofreció. Su voz tierna me estremeció, ayer ese tono había desaparecido,
y que al fin pudiera escucharlo otra vez, de cierta forma me alivio. Me gustó.

—Me encantaría, Pym— En cuanto lo dije retiró su mirada y comenzó a acercarse con lentitud a
mí, deteniéndose a centímetros de mis rodillas y estirando el tazón entre sus manos. No se
imaginaria cuanto deseé que se acercara más, que se acomodara su cuerpo entre los piernas, así
de cerca quería tenerla.

Solté una exhalación cuando no la vi moverse un centímetro más a mí, estirando mi brazo y
dejando que mis dedos tomaran el primer trozo, embarrándose al instante de la sustancia café. La
acerque a mí, dando una mirada a esa atenta mirada azul, antes de meter el fruto a mi boca.

El sabor fue algo que de sintió enseguida, se parecía al batido que Pym muchas veces me traía en
las cenas pero llevaba otra cosa mucho más dulce y deliciosa.

— ¿Te gustó?— quiso saber, tomando ella uno de los frutos y metiéndolo a su pequeña boca, solo
ver como se embarraba uno de sus labios de la deliciosa sustancia café, hizo que me lamiera los
labios—. El chocolate es lo que le da el toque.

Quería limpiar su labio... pero con mi lengua.

—Me gustó, ¿por qué nos impiden comerlo?— era mi cuestión, viendo como ella enseguida se
limpiaba con su pulgar el chocolate embarrado en su labio para lamerlo con su lengua.

Su lengua tan pequeña... acariciarla con la mía seguro sabría deliciosa también.

Mis puños se apretaron con ese delirante pensamiento que afectaba las sensaciones escalofriantes
de mi cuerpo. Era mi tensión y las enormes ganas de intimar con Pym las que comenzaban a
afectarme, pero debía soportarlo... o encontrar algún modo de liberarme de otra forma sin la
necesidad de llamarle a alguien más para que intimara conmigo.

No quería intimar con nadie hoy, solo con Pym, pero sabía que eso no ocurriría, así que solo me
quedaba soportarlo hasta ser incubado.

Si es que lo soportaba.

—Demasiada azúcar—respondió, tomando otra fresa e invitándome a probarla, lo cual hice—.


Demasiada azúcar hacen a uno imperativo, y ustedes absorben la glucosa el doble que nosotros,
así que... no dormirías por al menos tres semanas, pero como en las incubadoras los alimentan de
somníferos no será problema para ti.

— ¿Qué más trajiste?— quise curiosear, no quería que el ambiente agradable que se creaba entre
nosotros desapareciera de un segundo a otra.

Ella sonrió un poco más, una sonrisa suficiente que me relajó un poco. Y tan solo me dio la
espalda, tomé el trapo de mi cama y lo pasé por todo mi rostro. Tal vez el sudor no se me había
acumulado en mí lo suficiente, pero no debía dejar que ella notara mis síntomas, así que también
remoje mis labios.

—En un momento sabrás— la escuché decir, pero su voz quedó amortiguada cuando un chirrido
sonido provino de las matas metálicas de la mesa que ella empezó a mover para separar de la
pared.

La movió más, comenzando arrastrarla por el suelo hasta mi dirección. Me pregunté por qué me la
estaba trayendo, a lo mejor hacia espacio en el suelo para los juegos...

— ¿Qué haces?— me animé a preguntar cuando terminó acomodando la mesa junto a mi cuerpo.
Ella se giró, dejándome apreciar esa sincera sonrisa que arrancaba de mi corazón vuelcos.

— Te llevo el almuerzo a tu cama— respondió, sus manos pequeñas se abrieron, señalando la


mesa y la charola repleta de alimentos—. ¿Qué quieres probar primero?
No tardé en darle una mirada más atenta a los alimentos, a cada uno de ellos. Eran muchos, tantos
que no todos se me antojaba probar. No sabía cómo me terminaría toda esa comida dulce, pero
tuve ganas de hacerlo solo saber que ella los había elegido para mí.

—Traje una banana, paleta payaso y un muffin de canela y chocolate, el resto es un sándwich de
emparedado que ya has probado, uvas, pan francés y yogurt de bombones, y tu platillo favorito,
chilaquiles mexicanos —agregó. Mis ojos quedaron contemplando esa hermosa silueta en sus
labios abiertos, y un impulso cosquilleó las yemas de mis dedos con la intención de acariciar su
sonrisa, dibujarla una tras o vez.

No, no eran las feromonas de Pym las que me hacían efecto, solo era ella mismo y siempre lo fue, y
esa sensación era la única que me agradable porque era real. Era cierta, sin forzarme a sentir algo
que yo no quería, tal como las feromonas de blanco 09 lo hicieron, tratando de controlarme y
perder no control sobre mi razón.

— ¿Y bien, qué quieres probar primero?

A ti. Quiero probarte a ti. Mordí mi cachete, observando sus curvilíneos labios, y no me resistí. La
verdad es que no quería hacerlo hoy, así que mi brazo se levantó en el aire, abriendo mi mano para
ahuecar su mentón, dejando que mi pulgar descansará en su labio inferior, haciendo un contacto
tan simple pero tan profundo que nos afectó a ambos.

A ella le abrió sus hermosos orbes enrojecidos, la dejó congelada con todos sus músculos
contraídos, y a mí me alegró sentir la suavidad de su piel una vez más, de tal forma que el recuerdo
de haber tocado la piel de blanco 09 se desvaneció.

Pero sólo fue una caricia la que pude darle, reparar en esa carnosa piel que quise saborear, cuando
ella en u n rápido movimiento su rostro, apartando y rompiendo el contacto de mi mano. Estuvo a
punto de dolerme, sino fuera porque vi un fantasma de dolor en su mirada, y ese temblor en su
mentón.

Le dolía. Saber que le dolía mi contacto, brotó un sabor agridulce en mi garganta. Esta sería la
última vez que la tocaría, así que no dejaría que le doliera. No quería tener como último recuerdo
de ella, que mis caricias la lastimaran.
—Yo la bese, Pym— confesé, sin dejar de observarla como ahora su pecho empezaba a contraerse
rápidamente en respiraciones cortas y aceleradas—. Besé, toqué y acaricie a la mujer que me diste
como pareja, ¿sabes lo que realmente quería hacer?

— En verdad que no quiero saberlo— me interrumpió, parecía asustada por la forma en que, al
girar sus cejas se fruncieron y esa morada cristalizada me rogaba—. Lo que haces en lo íntimo con
tu pareja es privado, no debes contarlo a nadie, ¿sí?— volvió a rogarme, pero su tobo de voz había
tomado una tonalidad seria.

Contárselo era exactamente lo que yo quería hacer, de otra forma ella no entendería en lo mucho
que me había afectado que trajera a blanco 09 a mi cuarto. Quería que supiera de la gran
diferencia de tocar a una y a otra, y que al final con quien quería intimar era con Pym, tocarla,
acariciarla, meterme en su piel...

— Hay una razón por la que quiero que...

— T-te hice un itinerario para tu último día— volvió a interrumpir, girándose para retroceder dos
pasos y colocarse del otro lado de la mesa. Que no me dejara hablar me ponía frustrado—. Quiero
que este día sea inolvidable para ti. Así que traje actividades y nuevos juegos divertidos, también
traje tu juego preferido, 09.

Todas sus palabras se repitieron en mi cabeza, se procesaron.

— ¿Un día inolvidable?— Indagué, y no pude evitar sentirme un idiota por malinterpretarlo con
otro tipo de pensamientos—. Tus actividades y juegos ya son inolvidables, si quieres hacer que
este día también lo sea, hagamos algo diferente entonces.

Pestañeo con sorpresa, mis palabras parecieron perderla, y alterarla dos segundos después de que
permaneció en silencio. Creo que sabía que era lo que yo quería hacer.

— ¿Q-quieres dibujar, p-pi-pintar, hacer manualidades? No traje los cuadernos de dibujo...

Fue inevitable que sus palabras me provocarán una sonrisa de frustración. Era necia, Pym era necia
haciéndose la que no entendía absolutamente nada.
Si yo le gustaba, y si ella me gustaba, y si este era nuestro último día juntos, ¿por qué iba a querer
desperdiciarlo en hacer aviones de papel? Dejé de sonreír, aseverando mi rostro ante esa bella
mirada llena de temor y nervios.

— Soy un adulto, un hombre, no un niño, Pym— recalque con seriedad—. Se lo que me gusta y lo
que quiero conmigo, no quiero tu itinerario, ni tus cuadernos de dibujo, ni esta comida, Pym—
señalé a la mesa, ella miró perdidamente la comida—. ¿Sabes lo que quiero? ¿Lo que realmente he
querido?

Un silencio hundió la habitación de un ambiente incomodo, frustrante y desesperante. Noté lo


mucho que apretaba sus labios, lo mucho que cerraba sus puños, resistiéndose, negándose a
responderme. Mi pecho inhaló la decepción otra vez, para sentirme asfixiado.

Ella no iba a hablar. No iba a aceptarlo, entonces este día seria inolvidable, pero de la peor forma.

— Pym, sé que lo sabes— espeté, mi mano se apoyó en la mesa a mi lado, apartándola unos
centímetros como para que el chirrido metálico hiciera estremecerla —. Pero si vas a actuar como
si no te afectara, y vas a fingir sonrisas falsas, entonces no quiero pasar este día contigo.

— Sí me afecta— su voz se rasgó al instante en que terminé de hablar, oprimiendo mi pecho


cuando levantó la mirada de la charola para mirarme. Y ahora el estremecido era yo al encontrar
esas lagrimas resbalado de sus cristalizados orbes—. ¿Correcto? Por eso quiero pasar este último
día contigo, por eso hice el itinerario con montón de cosas para reír mucho contigo.

Se secó las lágrimas con el dorso de sus manos, aspirando por su enrojecida nariz en tanto se
mordía su labio inferior, esperando a que dijera algo.

— Yo también quiero pasarla contigo, pero no haciendo lo mismo y evadiendo lo que queremos
hacer— iba a levantarme de la cama, romper la distancia y acercarme a ella cuando sentí el
temblor en mis piernas. Si me alzaba, me tambalearía y este tema terminaría, así que permanecí
sentado, en la misma posición.

— ¿Y qué quieres hacer tu?— recalcó las palabras, dando un leve movimiento a sus brazos para
exagerar su pregunta.
— Besarte— ni siquiera tardé un nanosegundo en responderle—. Para ser más claro, siempre
quise besarte, no besarla a ella. Sabores tus labios, Pym, acariciar tus mejillas pecosas y tenerte en
mis brazos, ¿tú no?

Sus mejillas se sonrosaron con ternura, un brillo de emoción se añadió al bello color de sus ojos,
ese color que me alimentaba cada día más. Pero su emoción no duró mucho, decayó con
desánimo. Abrió sus carnosos labios enrojecidos de tanto morderlos para soltar una corta
exhalación entrecortada.

Miedo fue lo que vi enseguida en ella, mucho miedo de responderme, de actuar.

— Pero es imposible— musitó, su voz rota en un tono tan dolorosos que provocó mi exhalación.

— Entonces hagamos que no sea imposible hoy...— sentí con mis propias palabras como se me
erizaba la piel—. En ese momento yo hablaba de ti. Estaba pensando en ti cuando me preguntó
que si se me hacía hermosa, o si quería intimar con ella, y respondí a esa examinadora
refiriéndome a ti. Cuanto deseaba desnudarte y descubrir de tu piel, intimar contigo Pym. Soñé
contigo una y otra vez, imaginé tu cuerpo estremeciéndose entre mis brazos. Te metiste en mi piel
que aunque sabía que era imposible, quise intentarlo, ¿y tú?

Y fue como si dijera algo que ella esperaba escuchar, porque tan solo terminé ella se abalanzó
hacia mí. Adentrándose entre mis piernas abiertas y alcanzando mi rostro para inclinarse y al
instante dejar que boca tan sabrosa que días atrás probé chocara contra la mía en un beso
profundamente correspondido que nos hizo suspirar sonoros.

Si.

Todo mi ser gritó de emoción al sentir sus labios moviéndose sobre los míos, en una danza dulce y
profundamente, llenando mi cuerpo de tantas sensaciones estremecedoras y de todo tipo que
gemí intencionalmente en su boca. Y para la peor sorpresa, rompió el beso dejando que su frente
se recargara en la mía y que sus labios enrojecidos tonaran una bocanada de aire para exhalar.

La miré y ella me miró en un brillo tímido, avergonzado, pero más que eso, un brillo de felicidad.
Era radiante, preciosa con sus mejillas sonrosadas. Noté como como se lamía sus labios, esa boca
estaba llamándome otra vez, rogando por más de la mía.
—Me encantan tus labios—admití, mis manos se tomaron de su cadera para acercarla un poco
más a mí, y en cuanto lo hice esta vez fui yo quien acortó la distancia para estampar mi boca contra
la suya.

Mi cuerpo aclamó más y ni siquiera tarde nada en rodear su cuerpo entre mis brazos para atraerla
hacia mí, apretarla contra mi cuerpo y sentir cada roce de su figura contra la mía. Ella jadeo con el
contacto de nuestros cuerpos vestidos, y mis huesos saltaron como reacción en una mezcla
placentera que recorrió el interior de mis músculos.

Que jadeara más era lo que quería, así como Besarla, abrazarla y sentirla tan cerca de mí. Para mí
eso era suficiente. O eso creí.

Ladeé mi rostro para tener más acceso a su deliciosa boca, aumentando el ritmo de nuestros
besos, sintiendo esa demencia de saborear cada milímetro de la piel de sus labios, con ganas de
incluso saborear el interior de esta misma.

Lo hice, lo cumplí, mi lengua ansiosa emergió de mi boca al interior de la suya, y tan solo se rozó
contra su húmeda lengua, una locura se adueñó de mí con descargas eléctricas cayendo todas en
mi vientre, endureciéndome al instante cuando ella ahogó un gemido en mi boca

Un gemido que en mis sueños ansié escuchar, y en la realidad descubrir. Volvió a gritar mi cuerpo
internamente, sintiéndose más vivo que antes, dejando autoridad para que mi lengua acariciara
con desesperación la suya y cada rincón de su exquisita boca, colonizando aquello que deseaba
hacer mío siempre, saborearla, degustarla, cohibirme con su deliciosos sabor.

Pym me volvía loco.

Pronto sentí esas manos pequeñas pasando de mis mejillas a deslizarse para enredar sus dedos en
todo mi cabello, tiró de mis mechones y jugueteo con ellos de una manera tan nueva para mí que
intensifico nuestros besos incontrolables. La contemplé entre besos, ella no solo estaba
entregándose, estaba disfrutándolo como si por mucho tiempo anhelara de esto.

Inesperadamente se meneó su cuerpo para mi sorpresa logrando que con ese movimiento rozara
el endurecimiento en mi entrepierna oculta en mi bata, deteniendo mis besos y el movimiento de
mi lengua para gemir de un esquicito dolor. Tan pronto como descubrí que así era como quería
apretarme contra ella, de segundo a otro la sentí subiéndose sobre mi regazo. Dejando que sus
rodillas escalaran mi colchón, acomodadas una cada lado de mis piernas para sentarse.

Unos calambres en mis piernas contrajeron los músculos de mi cuerpo y no era porque ella pesara,
era a causa de mi tensión acumulándose en esa área. Le di una mirada a todo su cuerpo sentado
en mi regazo, el final de esa bata se alzaba y se doblaba mostrándome más que unas pantorrillas
de piel suave, el inicio de unos muslos brillantes que me nublaron el pensamiento.

Mis manos volaron a ellos cuando ella retomó nuestros besos esta vez con lentitud, descubriendo
el cosquilleo en mis dedos cuando mis yemas se deslizaron con plena suavidad en esa piel. Era tan
suave, tan perfecta su piel que no quería dejar de tocarla, la repase cuanto pude, dibujándola en
mi memoria, en el tacto de mis manos como si fuera un invaluable tesoro.

Mi tesoro.

Me llené de inquietud y una intensa curiosidad cuando las acaricie hasta donde pude, hasta donde
esa tela extraña y dura me lo permitió. No era su bata, era otra tipo de vestimenta rodeando cada
muslo. Deseé quitárselo, pero sentí que eso era algo que tal vez... jamás podría sucederme.

Aun así, besarla, acariciarla y tenerla sobre mí había hecho de este día, un día inolvidable.

Sin dejar de saborear su boca, uno de mis brazos voló a su cadera, rodeándola cuando sentí que se
había despegado de mi un poco, y cuando lo hice, ella se meneó por segunda vez, un roce más
profundo contra mi hinchado miembro, el gemido que solté en su boca y entre la danza de
nuestras lenguas, salió ronco y largo.

Mi mente volvió a nublarse, mi visión también, esos calambres placenteros recorrieron mi cuerpo
acumulándose en esa parte de mí. Si ella seguía así... Yo...Yo iba...

Se meneó una tercera vez, y esta vez mis caderas también lo hicieron, chocando y apretando el
bulto bajo mi bata contra su entrepierna, un lugar que hizo que el placer que sentí me apretara los
ojos con fuerza, destellando un gruñido entre sus labios.
Perdí el control de mí, mi mano posicionándose en su nuca la atrajo contra mi boca cuando no
sentí más sus labios sobre los míos, y con desesperación y deseo la besé tragándome uno de sus
jadeos sonoros y disfrutando de lo sabroso que sabían. La mano que tenía en su muslo se deslizó
sin permiso en una dirección bajo su bata, sobre esa tela de textura tan parecida a la de un
pantalón, subí sintiendo el inicio de su cremallera y esos dos botones sobre la misma que quise
desabotonar, sin embargo no lo hice aún y seguí subiendo un poco más hasta una nueva textura de
tela, suave y fresca que cubría por encima de lo que fuera que llevara puesto en sus piernas.

Sin detenerme adentré mi mano bajo esa tela solo para quedar maravillado cuando mis dedos
descubrieron más de su piel, tan suave y blanda que mis dedos jamás se cansarían de acariciarla. Y
apenas rocé esa zona de piel de lo que parecía ser parte de su estómago, la sentí contraerse y
estremecerse sobre mí, soltando otro jadeo en mi boca ates de terminar con el beso y clavarme la
mirada.

Había un oscurecimiento en su preciosa mirada azul, se miraba tan diferente a la Pym que conocía,
una nueva mirada que me tenía hipnotizado, era tan atractiva... que no había palabras para
descubrir lo mucho que me fascinaba.

—Hazlo—soltó, su aliento acaricio mis labios, enviando suaves ondas de placer a través de mi
cuerpo, bajando por mi estómago, concentrándose en mi vientre. Mis dedos resbalaron lejos de su
estómago para tomar el último de los botones de su bata y comenzar a desabotonarlos debajo de
esa atenta mirada que perforaba de calor mi cuerpo. Los desabotoné hasta donde mis propias
manos habían podido tocar solo para saber que lo que llevaba puesto en sus piernas se trataba de
unos jeans negros que solo llegaban a la mitad de estas, amoldando perfectamente una figura que
hizo que me lamiera mis labios.

Hambriento. Estaba hambriento.

La tela fresca y suave que antes había tocado y la cual cubría su estómago y más arriba de este, se
trataba de una camiseta rosada, que igual marcaba una silueta curvilínea por encima de sus
caderas, tan pequeña que no pude evitar dejar que mis manos se deslizaran por debajo de esa
camiseta para acariciar esas curvas tan excitantes y maravillosas que aumentaron mi respiración.
Alcé la delgada tela para encontrar un ombligo tan parecido al mío que también acaricie, dejado
que las yemas de mis dedos descansaran entonces en los botones de sus cortos jeans, volví la
mirada a esos orbes que jamás se apartaron en ningún momento de mí.

Quería quitárselos, quería meter mi mano en esa prenda de ropa y descubrir más de su perfecto
cuerpo, así que me atreví sin pedir permiso a desabotonar esos botones, bajando la cremallera y
mostrándome una muy delgada prenda del color de mis ojos. Me pregunté, cuantas prendas de
ropa que ponían los examinadores, pero esa pregunta se desvaneció cuando mis dedos se dejaron
adentrarse a ese oculto rastro de piel caliente que me acalambró mi vientre. Ella gimió con
suavidad al abrir sus labios y tembló bajo mi toque, verla reaccionar así a causa de mí, llevando sus
manos para sostenerse contra mis hombros como si fuera a desplomarse de placer, hizo que mis
dedos bajaran más a esa nueva clase de suavidad que ardía con cada segundo.

De textura dura, suave... y cada vez más húmeda. Solo para ver más de esa reacción, y llenarme de
fascinación por la forma en que contraía sus cejas y sus ojos, aumentando el oscurecimiento en el
color de sus orbes.

—Rojo—me nombró en un gemido, inclinando más su rostro en busca de mi boca que pronto dejé
que encontrara, besándome y hundiendo sus manos en mi cabellera para profundizar nuestros
besos con la misma necesidad que tuve yo. Mi lengua se adentró a su extasiada boca, incansable
de su sabor, de su interior, necesitando más. Cada vez más de ella.

Ella meneándose contra mis dedos que seguían resbalando centímetro a centímetro en su interior
donde pronto se detuvieron cuando tocaron algo más frágil... algo más desconocido que cualquier
otra cosa, mis dedos acariciaron esa franja de piel mojada, concentrándose a detalle en la
estructura que tenía, sintiendo como hasta mi propio miembro palpitaba con desesperación a
causa de cada caricia que daba en esa parte desconocida de Pym. Embelesado e hipnotizado,
enloquecido por los jadeos y gemidos que construía en ella conforme empujaba mis dedos en el
rastro de piel mojada. Mi cabeza estalló y sentí todo ese calor cociendo mi piel cuando al empujar
mis dedos algo muy extraño sucedió en ella... en todo su cuerpo.

Algo que entenebreció por completo mi razón y mis sentidos cuando un gemido más ronco y
placentero emanó de sus labios, y no pude detenerme más.

Quería meterme en esa parte de ella... y escucharla gemir de la misma forma mientras me
meneaba y apretaba en su cuerpo.

—Espera...09, espera...—apenas entendí su jadeo, pero era demasiado tarde para detenerme
cuando mis dedos volvieron a empujarse—. N-n-no, así no—se empujó lejos de mi toque, saltando
de mi regazo y tambaleándose tras golpearse con la mesa a mi costado para retroceder,
dejándome completamente desorientado ante el horror que resplandecía en sus ojos. Ni siquiera
pude pensar con exactitud qué había hecho mal, pero me alcé de la cama, acercando mi cuerpo al
de ella.
—No podemos hacerlo—soltó en un hilo de voz de lo mucho que le faltaba el aire, moviendo su
cabeza como negación en tanto me miraba, rogando porque no me acercara, sin embargo no hice
caso. Yo quería hacerlo con ella.

— ¿Por qué no? —no tardé en preguntar, quería saberlo—. Yo si quiero intimar contigo de esa
forma.

—E-es pe-peligroso—Noté el nerviosismo en su voz. Vi como sus manos volaban a sus cortos jeans
para abotonar sus botones, echando una mirada a las cortinas del umbral sin movimiento. No me
gustó que hiciera eso—. Nos pueden escuchar, te pueden castigar.

Miré al umbral, dando una rápida revisada para contar las temperaturas más cercanas, y aunque
seguía acelerado y desesperado por tener más de ella, pude darme cuenta de que no había nadie
cerca. Y aun sí lo hubiera, no me detendría, los castigos ya no me importarían. Seguía acercándome
a ella, viendo lo mucho que pestañeaba y miraba alrededor, retrocediendo con lentitud al darse
cuenta que no me detendría. Además sabía que ella quería, de lo contrario hubiese dicho otra
cosa, me hubiese detenido.

—No me interesa, Pym —le hice saber, recorriendo todo lo que la apertura de su bata blanca me
dejó ver, casi llegando hasta donde se suponía que estaba nuestro pecho, algo que ella notó y que
rápidamente comenzó a abotonársela y algo que yo detuve enseguida con mi mano, moviendo su
brazo y apartándolo de su bata blanca en tanto la acorralaba contra la pared—. Intima conmigo,
Pym.

Se mordió sus labios y me observó, rogándome con esa mirada que me apartara. ¿Pero por qué no
lo soltaba entre sus labios o por qué no me estaba empujando? No esperé ningún segundo más
para dejar que mi otra mano se adentrara en la apertura de su bata y atrapara su pequeña cintura.
Tampoco esperé a inclinar mi cabeza y rozar mi boca contra la suya para sentir esa explosiva
sensación en mi vientre.

Desde ese momento en que mi cuerpo también se rozó contra el suyo y mis labios se adueñaron
de los suyos, no le puse limité a mis actos. Mis manos la tocaron en todas partes, aplastándola
contra la pared, tomando sus piernas y meneándome contra esa mojada zona a la que solo recordé
que quise quitarle la prenda.

Le hice tanto daño a Pym del que no imaginé, que los golpes que ese guardia me dio cuando se
adentró a mi cuarto y me vio devorándola entre besos, no fueron suficientes.
Quiero estar contigo.

QUIERO ESTAR CONTIGO

*.*.*

Perdí el número de veces en las que mi cuerpo se deshizo en forma de suspiro, un largo hilo de
dióxido repleto de sentimientos dolorosos que debilitaban todas mis fuerzas. ¿Y cuál era la causa?
La misma de hace ya varios meses. Él. Rojo. Rojo 09 era la causa de que mi pecho se oprimiera con
tanta fuerza que sentía como mis huesos pinchaban mí acelerado corazón, era un dolor
insoportable, cansaba mi alma. Y lo peor de todo es que no podía deshacerme de él, sin importar
qué hiciera.

Un día pensé que me acostumbraría a esto, y que cuando pasará un tiempo y él fuera transferido al
bunker con su pareja, simplemente dejaría de sentirme tan desecha, destruida, con el alma partida
en centenales de fragmentos llenos de los recuerdos de él y yo. Pensé que al llegar el último día
me sentiría mejor que otras veces, y esa fue la mentira más grande que quise creer y que al final
no pude hacerlo.

No pude hacerlo porque resultó que no se trataban de sus feromonas afectándome, se trataba de
algo más fuerte que eso. Una fuerza que terminé soltando en su cuarto horas atrás cuando él me
desenmascaró, cuando se dio cuenta que él me hacía sentir algo... Y a pesar de todo lo que él sabía
que sucedería y no habría un nosotros, quería pasar su último día conmigo.

No como examinadora y experimento, sino como amantes, dos amantes que sabían que al final no
estarían juntos.

No pude más con ese pensamiento y me eché contra esos labios que no tardaron en
corresponderme al instante mientras me derretía debajo de sus descuidadas y maravillosas caricias
que hundían mi cuerpo en calor. Ese había sido el momento más magnífico donde por un instante
todo había desaparecido: las reglas, el laboratorio, los experimentos, nada de eso existía, solo
nosotros dos.

Al fin ese beso con el que había soñado tantas veces había sucedido en realidad, esos brazos me
rodearon otra vez después de tanto desearlos para darme cuenta que ese cuerpo varonil me
anhelaba como nunca nadie me anheló. No tuve el control sobre mí misma, mi cuerpo y alma
hacían lo que por meses habían querido hacer con él.

Y cuando olvidé todo eso que me atormentaba, me lastimaba, me hacía añicos con todo tipo de
pensamientos, reaccioné otra vez contra mi voluntad volví a la realidad que no deseé. Recordar
que estábamos del otro lado de la habitación pequeña de Rojo estaba los examinadores vecinos,
guardó tanto miedo en mi interior que me apartó de Rojo.

No podía hacer, ni mucho menos debía, nuestros gemidos serian escuchados y algo terrible
acontecería entonces. No podía permitirle que le hicieran más daño si alguien nos atrapaba de esa
forma. Así que solo pude reprimirme, insultarme en mi interior y rogar por no volver a esos labios.
Al final, volviendo a huir de lo que sentía por él.

Pensé, en verdad que pensé que con apartarme de su regazo había impedido algo terrible para él,
pero no me di cuenta de que lo terrible ya estaba aconteciendo frente a mis ojos al reparar en todo
su aspecto.

Todo su cuerpo sudoroso, sus orbes desorientados y oscurecidos, y esos carnosos labios secos que
se mantenían entreabiertos arrastrásemos con rapidez y pesadez el aire, me congelaron. Su
tensión se había acumulado, algo que no debía suceder ni aunque el experimento se excitara
después de ser liberado de su tensión.

Daesy me lo explicó, la tensión se acumulaba cada dos días, y cuando era liberada del cuerpo del
cuerpo del experimento, y este se excitaba con su hembra, la tensión no se acumulaba. Pero, ¿por
qué en rojo 09 sí sucedió así? Él había intimado con su pareja, ¿por qué se veía tan mal después de
apartarme de él? Solo en ese instante me di cuenta de que entonces él no había intimado con
blanco 09, de ser así, los síntomas no le estarían afectando como en ese momento.

Aunque saber eso de ninguna manera me ayudó, cuando rojo 09 me había acorralado, poseyendo
mis labios con una locura insaciable mientras esa una de sus manos se deslizaba bajo mi bata, por
toda mi piel con una suavidad inmediata que volvió mis huesos gelatina.

No pude detenerlo, y tal vez no podría hacerlo sabiendo que estaba al límite de su tensión.
Recuerdo muy bien que en ese instante pensé que debía hacerlo, quería hacerlo y él también,
podríamos encontrar la forma de hacerlo rápido, ahogando nuestros gemidos. Pero un brusco
movimiento de sus brazos empujándome hacia la cajonera junto a nosotros, logró que mi cuerpo
se estampara contra las delgadas manecillas metálicas, lastimándome. El movimiento hizo que esta
misma se volteara tirando todo lo que estaba sobre ella y en su interior.

El quejido que solté apenas sosteniéndome del pecho de él, acompañado del resto de sonidos
habían sido suficientitas para ser escuchados en la sala de entrenamiento. No, no había sido culpa
de rojo 09 y la mirada de arrepentimiento que me dio en ese instante en que regreso a si mismo
sin apartarse un centímetro de mí, me cortó el aliento.

Adam había entrado en compañía de alguien más, apartando a rojo 09 de mi cuerpo, y


golpeándole el rostro hasta hacerlo retroceder. Iba a golpearlo una segunda vez, sino fuera porque
el otro examinador le detuvo.

No quise irme. No quise apartarme de ese modo de rojo 09, que Adam tras discutir y quejarse de
él, me arrastrara fuera de la sala sin creer en mis explicaciones, sin escucharme sin dejarme
despedirme de él. Ese momento era lo que me mantenía llorando como niña pequeña, atrapada
en la ducha de mi habitación, con el agua limpiando mi cuerpo de todo el espumoso jabón que
coloqué.

De golpe, cerré las llaves de la ducha, el agua dejó rápidamente de fluir. No tardé nada en salir y
empezar a cambiarme mientras mi cabeza seguía reproduciendo todo lo sucedido, haciendo que
hasta mi misma piel siguiera palpando cada minuto de los recuerdos como si segundos atrás
acabaran de acontecer.

Me vestí lo más lento posible, colocándome los jeans de la bata y el camisón, y una vez terminado,
me encaminé con la misma lentitud hacía la puerta, sin ánimos de salir, sin ánimos de cruzar el
umbral y enfrentar a Adam. Apostaba a que seguramente ya se encontraba en mi cama, recostado
y cobijado con mis sabanas, esperándome y lo que era muy seguro, preguntándose por qué estaba
tardando tanto en salir.

Quería tener un tiempo para llorar sola, necesitaba desahogarme de todo lo que se guardó mi
interior antes que soltárselo a Adam de una vez por todas y complicar las cosas para rojo 09. Él no
solo se había atrevido a golpearlo y llamarlo un violador, también se atrevió a enviar una queja a
dirección sobre lo que él me hizo, pidiéndoles que enviaran a alguien para castigarlo y bajar su
tensión.

Para él... la maldita respuesta de la dirección había llegado enseguida. Confirmando que lo harían
enseguida, agregando también una disculpa hacía mí. Una tonta disculpa que yo no quería, al igual
que no quería que lastimaran a rojo 09.
Giré la perilla de la puerta, abriéndola en segundos, dejando que toda la frescura de la habitación
entrada a un baño completamente húmedo. Y tan solo di los primeros pasos, esa mirada marrón se
plantó en mí, incomodándome.

— ¿Estas bien? Tardaste horas en la ducha— comentó. Su voz seca y sus palabras me crearon una
mueca. Me dirigí a la cama, sin darle ninguna pequeña mirada hasta sentarme en el otro extremo
de esta.

—No fueron tantas, necesitaba relajarme—le inventé tras un largo suspiro en el que aún me sentí
asfixiada. Acomodé mi cuerpo sobre el colchón para arrastrar el cobertor y cubrirme, quería
perderme en la profundidad de mis sueños para despertar horas después de que incubaran a rojo
09—. Descansa— musité, acomodando mi cuerpo de tal forma que terminara dándole la espalda a
Adam, quedando, para mi desgracia, con la mirada clavada en el reloj sobre la cajonera junto a mi
cama. Seis horas más, y lo recogerían para llevarlo a su última inmoderación, después de eso no lo
volvería a ver.

Mi corazón se oprimió con ese pensamiento, y lo único que pude hacer, lo único que supe por ese
momento que debía hacer era cerrar mis ojos, sintiendo como poco a poco ese brazo masculino y
de piel bronceada me rodeaba por la cintura.

La incomodidad me removió sobre el colchón, volvió a abrir mis ojos para mirar por segunda vez el
reloj frente a mí.

— ¿Segura que estas bien? —Apreté mis labios cuando esa pregunta la soltó muy cerca de mi
hombro, a pesar de que mi camisón cubría esa parte, sentí la calidez de su aliento atravesar hasta
mi piel—. El lugar donde te lastimaste, ¿no te duele?

—No... No te preocupes que estoy bien—respondí levemente, y agregué—, y estoy muy cansada.

Él no movió por nada su brazo de mi cuerpo, dejando que incluso sus dedos tocaran levemente la
piel debajo de mi estómago, justo el área donde rojo 09 había tocado mientras nos besábamos,
deshaciendo cada milímetro de mi complexión con su tacto. Era incomodo que alguien que no
fuera rojo 09, me tocará... Incomodo, nada agradable.
Todavía me costaba aclarar en qué momento Adam había dejado de gustarme con exactitud,
siempre pensé que había sido cuando terminó nuestra relación, sin embargo, sentía que había sido
mucho antes de que termináramos. Tal vez en ese entonces ya sentía algo por 09, algo de lo que
no me había dado cuenta hasta que se acumuló de tal forma que era imposible retenerlo al final.

Mordí mi labio tratado de no removerme o quitar el brazo de Adam, nuevamente clavando la


mirada en el reloj viendo como los minutos eran agregados a él conforme avanzaba la noche.

Esa noche traté de dormir, en serio que traté de cerrar mis ojos y desvanecerme en el sueño. Pero
no lo logré, mis ojos me traicionaban revisando el paso del tiempo en el reloj mientras mi mente se
llenaba de todo tipo de preguntas y recuerdos, llenando mi cuerpo de una impotencia
insoportable.

Onceavo recuerdo de Pym y Rojo

Onceavo recuerdo de Pym y Rojo.

Esa manera en que me miró en ese momento en que la tenía acorralada contra la pared, una
mirada llena de sorpresa y miedo, no dejó mi cabeza. Me mantenía profundamente atrapado en
esa escena congelada, afligido, arrepentido de lo que le había hecho. No tenía conciencia en ese
entonces de mis acciones, pero esa no era una explicación, solo pensaba en lo mucho que deseaba
hacerlo con ella. Descubrir con las yemas de mis dedos toda la piel de su cuerpo mientras le
retiraba prenda por prenda. Deseaba con locura acariciar cada centímetro de su pequeña figura y
reparar en su estructura, olor y sabor de su piel con mis labios y lengua.

Era como sentir hambre. Un hambre insaciable por ella que no se llenaba con galletas ni
sándwiches, no, mi hambre era otro tipo de comestible que no se masticaba entre dientes, y que
sabía que solo podía llenarse con una sola cosa de toda mi existencia. Pym.

Quería hacerla sentir todo lo que ella me hizo sentir a mí, estremecerla hasta las entrañas tal como
ella me estremecía con el más pequeño de su tacto. Pero lo arruiné, perdí el control, no pude
detenerme más cuando ella se apartó de mí, dejándome con un gran apetito de liberarme en ella,
perdido en que lo único que quería en ese instante era intimar con ella. La estaba obligando a
hacer algo que ello no quería... Cuando ese guardia entró, la apartó de mí y me golpeó el rostro
con su puño, dijo que era una escoria infeliz, un animal.
Un animal...

Lo único que pude hacer fue quedarme quieta, viendo como él se la llevaba cada vez más lejos de
mi cuarto, llevándose su calor. Llevándose esa mirada que no volvió a verme. Una mirada que no
volvería a ver jamás.

Estaba arrepentido, arrepentido de no poder controlarme con ella, de, todavía, empujarla con esa
fuerza contra mis cajoneras y lastimarla hasta hacerla quejar, solo hasta ese momento me detuve
para caer encuentra de que no solo se había golpeado el costado izquierdo, sino que una de mis
manos que había apretado su pierna, dejó esa área de piel enrojecida.

La lastimé dos veces.

Había estado tan atrapado en esa escena que aun cuando enviaron a una examinadora a intimar
conmigo, no pude dejar de pensar en Pym y en lo que le hice. Quería salir... Quería buscarla,
disculparme y sanar su herida.

Quería despedirme de ella también. Pero ahora estaba lejos de mi alcance. Y desde entonces
habían pasado horas y horas en mi cuarto, caminando de un lado a otro, lanzando libros al suelo,
desordenando mi cama por la desesperación que me consumía, esa impotencia quemando mis
puños con ganas de golpear las paredes, agujerarlas, romperlas.

—Pym—la nombré, y mi cuerpo comenzó a sentir una desagradable vibra que me hizo temblar.
Apreté los dientes y giré a la cortina, quería salir...

Quería salir y buscar a mi mujer.

La necesitaba.

Me desordené el cabello, sacudiendo todos mis mechones con la palma de mi mano. Mi cuerpo
tembló por el impulso de atravesar la cortina a la que pronto me encaminé y terminé alzado de
inmediato, encontrando toda la sala de entrenamiento vacía. Sin guardias merodeando, sin la
mujer de los anteojos que se acomodaba detrás de lo que era la recepción.
No había nadie, nadie cuidado de nosotros otra vez, eso fue lo que por un instante me desoriento,
y por ese instante mis impulsos de ir a buscar a Pym aumentaron. Sin embargo, traté de
detenerme al ver todas esas camas en lo alto del techo de la sala, eran lo único que se mantenían
en movimiento. Las analicé, recordando que la primera vez que no había guardias en la sala, ni la
recepcionista ni examinadores, rojo 11 intentó salir de la sala, ni siquiera llegó a pasar la plaza del
exterior cuando una extraña alarma se encendió en todas las salas. Un sonido tan agudo y
ensordecedor que hundió todo rincón. Los soldados empezaron a aparecer en pocos minutos, y
supe, lo mi examinadora, que ella había matado a uno de los soldados.

El castigo que le dieron la había desaparecido de su cuarto por más de dos meses. Y cuando la
regresaron a nuestra sala, y vi el color tan pálido de su piel marcando hasta sus huesos. Ella me
contó que la habían encerrado en una pequeña caja, sin agua y comida, y que cuando la sacaban
era para drenar la mitad de su sangre.

Un castigo que nadie quería tener. Sabía que si intentaba salir las cámaras me verían, la alarma se
encendería y entonces me castigarían... Cerré la cortina frente a mis ojos, dejando que mi
respiración se soltara con una fuerte exhalación.

Saber que ni siquiera podría salir a buscar a Pym, y mucho menos escañar con ella de este
laboratorio hizo que algo muy helado cayera en la boca de mi estómago. Era una horrible
sensación acompañada por ese dolor apretando cada vez más mi garganta.

Clavé mis ojos en el reloj sobre la cabecera de mi cama, faltaban solo tres horas para que me
recogieran, tres horas para volver a la incubadora... Tres horas que, al finalizar, nunca volvería a ver
a Pym.

Mi mente se hizo un desastre, Volviéndome loco, levando mis manos a desordenar con frustración
mi cabello otra vez. Volví la mirada de inmediato a la cortina, y hasta ese momento, todo mi
cuerpo se heló al sentir desde la planta de mis pies, ese calor de una segunda presencia que no
pertenecía a ninguno de los experimentos en sus cuartos.

Al principio pensé que era una mentira, que me lo estaba imaginando, pero cerré mis ojos,
ocultándolos debajo de mis párpados para darme cuenta de que era verdad.

Una delgada temperatura se acercaba en el pasillo fuera de nuestra sala, a pasos apresurados para
entrar... Y sin detenerse, seguir caminando en dirección a los cuartos de mi lado. La respiración se
me detuvo cuando la reconocí, cuando esa temperatura tan cálida y suave se encaminaba
únicamente hacia mi cuarto.

Era ella. Era Pym, mi Pym había vuelto a la sala 7, ¿para verme? Los nervios me invadieron el
tamborileo de mi corazón iba cada segundo más en aumento acompañado de una opresión en mi
pecho. Cuando vi que solo faltaban pasos para que llegara a mi cuarto, no pude controlar más el
impulso de caminar y alzar la cortina...

Alzarla frente a esa sorprendida mirada cristalizada dueña de unos preciosos orbes azules que
bombearon frenéticamente mi sangre. No pude evitar reparar en todo su rostro que era lo único
que me inquietó en ese segundo, sus labios mordisqueados y en enrojecimiento en sus escleróticas
me dieron a entender que había estado llorando, ¿por lo que le hice?

Con ese pensamiento, mi corazón se detuvo de golpe.

—Pym...— Se mordió su labio inferior, rompiendo el contacto de nuestras miradas para revisar
detrás de ella, vi como observaba las cámaras con temor. El mismo temor que yo tuve hace
minutos atrás.

—Se me olvidaron unos libros en tu cuarto— soltó para mi desilusión al saber que no venía a
verme. Se adentrará sin más a mi cuarto dejando que parte de su mochila negra rozara con mi
torso.

Giré confundido, soltando la cortina para que nos cubriera de las cámaras, observando como ella
se dejaba la mochila sobre la mesa y bajaba la cremallera de la misma. Hasta ahí mis ojos se
dejaron caer sobre el resto de su cuerpo, sobre esa bata larga y arrugada, y esos extraños
pantaloncillos huelgueados de un azul muy claro con figuritas extrañas y de diferentes colores:
parecían ser hechos de una tela muy delgada y suave. No era solo el pantaloncillo lo que arqueó mi
ceja, sino ver sus pequeños pies descalzos.

No se puso zapatos.

— Siéntate en la cama, tengo que ocultar algo.


No la entendí, ¿qué iba a ocultar? ¿No se le habían olvidado unos libros? Pero la obedecí,
aproximándose tras unos segundos en que la vi sacar unos libros y esconder un par en los cajones
bajo la mesa. Me acomodé apenas sobre el colchón, sin dejar de observar ahora como ocultaba el
otro libro justo en una de las cajoneras donde la empuje.

— ¿Qué estás haciendo? — quise saber cuándo la vi volver a la mesa, a su mochila, y rebuscar algo
en su interior. Volvió a sacar otros libros, y estos los acomodó sobre la mesa desordenadamente.
Se veía muy nerviosa, temblorosa y desesperada, justo la forma en que yo lo estaba y seguía
estándolo—. Pym, ¿qué estás haciendo?

—Espera— el hilo de su voz me estremeció el cuerpo, oprimiendo más mi pecho, y entonces por
tercera vez revisó la mochila, sacando algo de uno de sus bolsillos que me dejó inquieto.

Era una larga hilera de pequeños paquetes cuadrangulares de un tono amarillento, me pregunté
que eran, porque golosinas no podían ser. Las observó, Ella se miró dudosa y atemorizada desde mi
lugar. No entendí que estaba haciendo, por qué razón había sacado esos libros cuando dijo que se
había olvidado de unos, pero no importo, esta era mi oportunidad, sí, mi oportunidad de
disculparme y despedirme de ella.

No hacía falta más que menos de tres horas para irme y no volverla a ver, al menos tenía que ver
sus ojos una vez más.

—Pym, lo que pasó en la tarde—hice una pausa, ella permaneció en su lugar, viendo el material
amarillento en su mano—, perdóname. No quise lastimarte.

—No fue tu culpa, ni siquiera tengo rasguño en esa parte—expresó, levantando esa mirada azulada
que me dejó tan oprimido al ver como derramaba un par de lágrimas. Estaba llorando—. No fue tu
culpa— repitió en un tono más bajo sin dejar de mirarme fijamente, e, inesperadamente dejando
que sus piernas se movieran rápidamente hacia mí.

Un segundo fue suficiente para que todo mi cuerpo se alterara cuando la vi a solo centímetros de
mí un segundo para que todo mi entorno se sacudiera, y repentinamente fuera el calor de su
cuerpo golpeando contra el mío y sus brazos rodeando mi cuello con fuerza lo que terminara
equilibrando toda mi presión... Todos mis tormentos y miedos. Todo mi mundo.

Quedé en shock, sintiendo como el calor emergía con más intensidad de mi cuerpo, calmando mi
desesperación, calmando en ella el temblor de todo su cuerpo. Estaba abrazándome, aferrándose
con tanta necesidad a mí que no pude evitar jadear, correspondiéndole con mis brazos rodeando
su pequeño cuerpo para atraerla más a mí.

—Lo siento tanto— susurró, la calidez de su aliento chocando con mi oído, me hizo suspirar. Se
sentía tan bien abrazarla, se sentía como si repentinamente estaría con ella para siempre.

Inhale su delicioso aroma a coco y chocolate, no era el aroma común que conocía de ella, pero aun
así era esquicito, así que seguí llenándome de lo que ella era: la mujer que admiraba, la mujer que
deseaba a mi lado, la única pareja que tendría mi corazón, porque mi corazón ya era de ella desde
el momento en que pisó mi habitación.

— Déjame hacerte el amor.

Un frío intenso que antes no existía en mi cuerpo me abandonó en una entrecortada exhalación a
causa de sus desconocidas palabras soltadas en un tono dulce. No sabía a qué se refería, pero esas
palabras ya habían provocado algo en mí. Se apartó de mí, pero no lo suficiente como para que
dejara de sentir su calor. Su rostro se colocó frente al mío, a centímetros de rozar mi nariz con la
suya, quedé inmóvil cuando vi el brillo anheloso en su hermosa mirada.

—Quiero intimar contigo como si fuéramos parejas— susurró, y mis ojos se abrieron con lentitud,
sorpresa y una emoción pinchando el interior de mi cuerpo fue lo primero que sentí. Sus labios
mordisqueados no tardaron en cobijar los míos en un beso sensible y lleno de estremeciendo que
se me sacudieron los huesos y jadeé en su deliciosa boca que no paró su lento movimiento.

La seguí con la misma lentitud, hundiéndome en su textura suave y fresca de sus carnosos labios,
en ese sabor a menta que reconocí de la pasta dental. Deseé chupar toda esa menta hasta que no
quedara ni un sorbo solo para descubrir su sabor natural, ese sabor de ella que disparaba
descargas placenteras y dulces en todo mi cuerpo.

Mis manos volaron a su cadera, aferrándose esta vez con delicadeza, no quería volver a lastimarla.
La atraje un poco más hacía mí, abriendo mis piernas, haciéndole un campo para su cuerpo. Un
campo en el que ella se moldeó perfectamente a mi cuerpo.

Con su calor tan cerca, perforando cada pequeño pedazo de mi piel a pesar de la ropa, su boca
aumentando los movimientos de nuestros labios, sus manos hundiéndose en la raíz de mi cabello
dando caricias y su cuerpo meneándose apenas contra el mío, fue suficiente para que esa
descontrolarle tensión placentera se concentrada en mi miembro de tal forma que me
endureciera. Ahogué un gemido ronco cuando se apretó contra el bulto bajo mi bata, las entrañas
se me estremecieron con el contacto entrecerrando mi entrecejo.

Se apartó de mí, rompiendo todo contacto entre nuestros cuerpos por al menos unos centímetros,
había sido un movimiento inesperado que por tercera vez me dejó desorientado, pero esta vez
pude tener control de mí mismo. Sus labios enrojecidos se relamieron con su pequeña lengua, dejó
que su mirada descansara en una parte baja de mí y por si fuera poco sentí sus manos caer de mis
hombros a mis muslos donde sus dedos tomaron el borde de mi bata blanca.

Y cuando la sentí tirar de ella hacía arriba, supe lo que quería hacer. No tardé en ponerme sobre
mis pies de tal forma que provocará que su mirada subiera más a causa de mi altura. Pronto, la
sentí subiendo la bata por mis muslos dejándome cada centímetro más desnudo ante su preciosa
mirada. Le ayudé a sacármela de mi cuerpo encorvándome un poco y alzando los brazos, dejando
caer al final, la bata al suelo.

Me sentí ansioso, los nervios cada vez más acumulándose en mis músculos cuando esos orbes
encantadores bajaron para reparar en toda mi desnudes, y me estremecí, un jadeo se formó en mi
garganta cuando una de sus manos se dejó apoyar con delicadeza en mi pectoral derecho. Una
suave calidez que me fascinó. Bajó, lentamente en caricias débiles, dibujando con la yema de su
pulgar cada parte de mi abdomen. Se me apretaron los dientes cuando la vi observar más abajo de
mi vientre, cuando sus hermosas mejillas manchadas de pequeñas pecas, se sonrosaron y cuando
esos labios se mordisquearon. Retuve el aliento, pensé que iba a tocarme ahí al mover su mano,
pero no sucedió, se detuvo y contrajo su brazo hacía su bata.

La vigilé, la forma tan apresurada en que desabotonaba botón por botón para dejarme apreciar
más el pantaloncillo de figuras que llevaba puesto, apenas moldeando sus piernas: esas que
muchas horas atrás había acariciado. Desabotonó diez botones más de su bata, dejando el resto de
ellos abotonados sobre lo que parecía ser una segunda prenda de ropa, un camisón blanco que
ocultaba su estómago y tal vez, algo más... arriba. Regresé la mirada a sus pantaloncillos, todavía
recordando lo que detrás de ellos se ocultaba, esa piel tan suave y húmeda, esa piel que con mis
caricias la hizo gemir como nunca.

Quería arrancárselo, tocarla y escucharla gemir.

— ¿Quieres quitármelo? —Dejé de apreciar el pantaloncillo y las figurillas de colores que me


recordaban mucho a los dibujos para colorear que ella me había traído, y me enfoqué en su
pregunta, repentinamente sintiéndome hipnotizado por su hermosa mirada. ¿Qué si quería
quitárselo? Sí, quería arrancarle cada prenda y devorarla con mis labios, eso quería.
No contesté solo pude tragar, lamer mis labios, sintiendo ese profundo deseo de desnudarla. Mis
manos se movieron por sí solas atrapando su cadera para atraerla a mí, acortando los únicos pasos
que nos separaban, rápidamente mis dedos se aferraron al pequeño inicio de sus pantaloncillos
que atisbé.

Me incliné, repartiendo el peso de mi cuerpo sobre mis rodillas, sin esperar nada a comenzar a
bajar sus pantaloncillos, liberando esa piel impecable y blanca que poco a poco formó un par de
piernas, su vientre está cubierto por otro tipo de prenda rosada que aprecia muy delgada,
formando un extraño y llamativo rectángulo entre sus piernas.

Sabía que lo que se escondía del otro lado de esa prenda, era más piel frágil y suave, pero fuera de
eso, nunca lo había visto, y repetidamente solo ver esa forma tan elegante y llamativa entre sus
piernas tan suaves, una extraña sed me invadió. Dejé que el pantaloncillo resbalar por el resto de
sus tobillos mientras dejaba que mis nudillos rozaran en suaves caricias todo el largo de sus piernas
hasta llegar a esa prenda.

La sentí estremecerse con mi toque, una reacción que terminó gustándome mucho. Mis dedos se
anclaron a la delgada prenda pegada en cada lado de su cadera, ya cual llevaba un pequeño moño
de listones negro adornando una de las horillas. Tiré del pliegue y cuando tan solo baje un poco es
prenda, sentí su cuerpo endurecerse. Subí el rostro hacia esos orbes tan atentos a mí y esos labios
mordisqueados con nerviosismo, su sonrojo y la forma en que me miraba, como si rogara que se lo
quitara de inmediato cosquillaron el centro de mi vientre.

No había rostro más esplendido que el de ella, ni mitad que me tuviera tan cautivo, atrapado en
todas estas sensaciones que solo me hacían anhelar más, más y más de ella y de esto.

Halé la prenda hacia abajo, mi boca se secó cuando fui rebelando más de lo que pude imaginar,
inevitablemente sintiendo como se me aceleraba el corazón y como mi respiración se soltaba
entrecortada. Y cuando ya no quedó ni un centímetro de piel oculto en esa delgada prenda, algo
más se me endureció.

Solté la tela rosada que se deslizó hasta sus pies, mis dedos no dudaron en ir a esa dirección de su
vientre y tocarlo sin inmutarse, tocar esa deliciosa franca de piel que tomaba una forma autentica
y rectangular, perfecta, hermosa, hipnótica, tan inquietantemente diferente a lo mío...
Era tan suave que no podía dejar de acariciarla mientras sentía como Pym comenzaba a temblar.
Además de su suavidad, su estructura delicada y atractiva que se estremecía con mi tacto, emitía
un aroma tan delicioso que me atrajo como a un depredador. Inclinando mi rostro a su vientre,
hundiendo mi nariz en su piel para respirarla hondo, llenarme de ese aroma exquisito que
comenzó a desesperarme.

Me sentí como ese lobo Alek cuando olfateo el cuello de la mujer caperuza. Así tal como el
describió las sensaciones, era lo que estaba sintiendo ahora mismo.

Solté inevitablemente una clase de ronroneo y volví a inhalar más abajo, en esa humedad piel
deliciosa, el gemido dulce de Pym escapando de sus labios con sorpresa inesperada de mi acción,
envió descargas eléctricas por todo mi cuerpo. Pronto sus manos rápidamente se tomaron de mi
cabeza, hundiendo sus dedos en mi cabello.

—09— su voz temblorosa me sacudió el vientre, me hiso gemir.

—Hueles delicioso— solté, mis labios pegados a esa mojada piel que no dude en besar,
descubriendo un sabor tan inquietantemente delirante que me heló la sangre.

Una escalofriante familiaridad llegó a mi cabeza. Ya antes había saboreado algo parecido, aunque
cuyo sabor jamás me había hecho sentir tan insaciable. No quise pensar en ese recuerdo con mi
examinadora y hundí mi boca para dar otro beso en esa parte, dejando que mis manos se
deslizaran por la suavidad de sus muslos hasta ese trasero tan redondeado que apreté entre mis
manos cuando mi lengua lamió ese trozo de piel.

—Espera, ah... — gimió, y para mi sorpresa, tiró con fuerza de los mechones de mi cabello para
apartarme, alzar mi cabeza y clavar mis ojos en los suyos oscurecidos de una forma tan cautivadora
—. Acuéstate en la cama.

Amé el tono severo de su dulce voz, nunca la había escuchado así, nunca me había dado una
mirada cuyo color azul de sus ojos se viera tan profunda y atractiva... pero pude descubrir el deseo
que tenía en su mirada.

Me incorporé, no tardando nada en subir al colchón sin romper contacto con esa profunda y
hermosa mirada que me siguió en todo momento. Recosté mi cabeza sobre le almohada con las
piernas estiradas y los brazos a cada lado de mi desnudo cuerpo, sin saber hacia dónde moverme.
Desconocía por completo lo que Pym haría, peros sabia... Sabía que sería igual a lo que esas
personas hicieron contra mi incubadora, teniendo relaciones sexuales de pareja. Salí de mis
pensamientos al verla acercarse, subir sobre el colchón y tomar esa hilera de cuadros amarillos que
no supe en qué momento había dejado en mi cama.

Subió con una lentitud tan enigmática que me hizo tragar con fuerza sentir más sed de la que
nunca llegué a tener cuando en un movimiento, se subió sobre mi cuerpo, acomodando cada una
de sus piernas que deseaba acariciar y besar, en cada lado de mi cadera.

Verla así... Me puso demasiado nervioso, ansioso que solo pude llevar mis manos a su cadera x
acariciándola a penas antes de encontrarlo inclinándose sobre mí, acercando su rostro hasta que
nuestros labios se hundieran en besos profundos y desesperantes. Sentí sus manos apoyándose en
mi pecho, acariciar mis pectorales conforme nos besábamos, nos saboreábamos uno a otro. Ladeé
el rostro, deseando tener más acceso a su boca, animando a mi lengua a adentrarse hubiera o no
permiso para explorarla como aquella vez.

Y de pronto, gruñí un gemido en su boca cuando se sentó débilmente sobre mi miembro y se


meció sobre él de tal forma que un ardor tan delicioso y placentero explotara en mi interior en
forma de más gemidos que esa pequeña garganta se tragó. Mis manos apretaron su cadera,
necesitado de más de esos movimientos que ella no dudo en hacer, meciéndose con una tortuosa
lentitud que hundió todo mi entrecejo, me hizo arrastrar el oxígeno para soltar otro ronco gemido.

Por primera vez quise maldecir de lo exquisito que se sentía que nuestras pieles desnudas y
sensibles se acariciaran de esa forma, que mi miembro palpitara contra esa entrada suya. Quería
sentir más, más de ese tipo de ardor en mí interior hasta explotar de locura.

Soltó mis labios inesperadamente, y lo que sentí después me dejó con la mirada clavada en el
techo, sus labios carnosos y suaves dejaban besos en mi cuello hasta mi pecho, cada pequeño
centímetro de mi piel estremecida con cada uno de sus humanos toques. Jadeé cuando entre uno
de sus besos, sentí su lengua acariciar por encima de mi areola, una sensación que casi me arqueó
la espalda. Apreté los labios y los lamí, cuando su boca bajó a mi estómago y esa lengüita siguió
saboreando mi piel en tanto sus manos me acariciaban los costados, removiendo mis entrañas,
estremeciendo hasta el más pequeño de mis rincones.

Se levantó repentinamente, dejando de besar mi cuerpo, los ojos en ese instante la observaron,
preguntándome que era lo que haría. Me miró con profundidad en tato levantaba un poco sus
caderas para dejar de rozar mi miembro endurecido y palpitante de deseo. Un segundo duró
contemplándome antes de arrancar del material amarillento de sus manos un pequeño cuadrado
que no tardó en abrirlo y sacar una extraña bolsita trasparente de su interior. No sabía decir que
forma tenía pero era largo y extraño, muy extraño. ¿Qué era esa bolsa y para qué?

—V-voy a ponerte esto, ¿está bien? —su voz tembló de nervios, ver lo hermosa que se veía así, me
hiso morder el labio inferior.

— ¿Qué es? —mi voz salió ronca. Ella torció una leve sonrisa nerviosa cuando dejó caer la mirada a
mi miembro.

—Un condón del laboratorio— respondió en un tono bajo, confundiéndome más—. Ayuda en
muchas cosas— lo último lo musitó, y tuve curiosidad en saber en lo que ayudaba, pero sus dedos
fríos rodeando apenas mi miembro, desvanecieron la pregunta, contrajeron cada pequeño
musculo de mi cuerpo y construyeron el gemido en mi garganta.

Su piel haciendo contacto con esa parte de mí, después de tanto tiempo en que deseé que fuera
ella quien me tocara ahí, retuvo mi aliento en mi pecho haciendo que lo soltara
entrecortadamente. Sus rozadas caricias, conforme bajaba, empezaron a nublarme un poco la vista
de deseo y placer, anhelando más.

Me desoriente cuando sostuvo mi miembro con una sola de sus pequeñas manos. Alzó un poco
más sus caderas, acomodándose un poco más sobre mí al mover sus piernas, nuevamente retuve
el aliento, encontrando como acomodaba su otra mano sobre mi vientre para empezar a
descender sobre mí, sobre mí...

Un quejido de dolor se fue construyendo en mi interior cuando algo tan inexplicable y desconocido
comenzó a rasgar y estremecer todos mis músculos.

Mis sentidos se aturdieron y mi vientre se contrajo en descargas tan placenteras segundo después,
estallado no solo en esa zona sino en mi cabeza al sentirme entrar en su interior con lentitud. Un
mundo de músculos tan húmedos y suaves apretando mi miembro, acariciándolo cada vez más
profundo de una forma que, aunque apenas dolorosa, era nueva y excitante.

No lo sabía... No sabía que algo como esto podía sucedernos de tal manera que el corazón saliera
disparado a mi boca con mucha presión. Ni siquiera pude respirar un poco al sentirme atrancado
con todo tipo de sensaciones inigualables, todas delirantes, placenteras y estremecedoras.
No pude ver nada más que ese par de cejas contraerse de placer en el bello rostro de ella, tan
esplendido, tan... ¿Esto era lo que sentía ese hombre con esa mujer aquel día? ¿Esto era lo que
estaban haciendo él dentro de ella de la misma forma en que Pym y yo estábamos? ¿Así era como
intimaban las parejas? ¿Esto era lo que Pym dijo, ¨hacer el amor¨? De algún modo supe que sí, y
más que saberlo sabía que solo era el inicio de algo que me robaría más que el aliento.

Salí de mis pensamientos cuando ella terminó por completo sentada sobre mí con cada mano
sobre mi estómago, dejando de moverse, de meterme más en su delicioso interior. Solo
mirándome fijamente, observando mi gesto ceñudo y dientes apretados.

— ¿Duele? — el tono de su voz, dueño de casi una ronquera, me hizo lamer los labios.

—No... Me gusta, Pym—gemí, era la verdad, no era el dolor el que provocaba mi fruncir de ceño—.
Me gusta lo que me haces.

Mis órganos temblaron de placer cuando tan solo la sentí moverse un poco hacía delante y esos
músculos tan apretados acariciaron mi miembro.

La miré asentir con un sonroso en sus mejillas al estirar esos carnosos labios en una pequeña y
encantadora sonrisa, una sonrisa que no era solo de felicidad, había algo más. Podía notarlo, era
otro sentimiento en ella. Repentinamente sus manos hicieron presión sobre mi abdomen para
alzarse tan lento en el que sentí sus músculos halar de mí, que mis dedos se apretaron en su
cadera, que mi garganta escupió un jadeo ronco entre mis apretados dientes, y mi interior gimió de
placer.

—Lo haré lento—jadeó: un sonoro jadeo que mi interior clamó por oír más, volverlo gemidos
contra mi boca.

Se meció sobre mí con una lentitud tan delirante que mis labios se abrieron para poder respirar a
través de ellos. No dejó de moverse sobre mí, menearse al mismo ritmo cautivador y marcado en
el que sentía como salía de su interior y entraba entre los brazos de sus húmedos músculos
internos con dureza y un ardor delicioso en el que no podía callar mis entrecortados jadeos.

Quedé lo más quieto que pude a pesar de que mi cuerpo quería imitar sus movimientos,
sostenerla con mis manos, empujarme en su interior tal como aquel hombre hizo con su pareja...
Estaba estremecido por cada descarga placentera que sus movimientos lograban construir en mi
interior, pieza por pieza explotando en mi cabeza todas esas curiosidades que tuve de saber qué
estaba haciéndome, por qué me hacía sentir tan perdido, estaba desvaneciéndolas todas.
Haciéndome pedazos de una forma tan exquisita y nueva, haciéndome olvidar de mi cuerpo para
quedar atrapado en el placer de su danza.

Solo podía sostenerla de sus suaves caderas, mis dedos resbalando y subiendo a la forma
curvilínea de la piel de su cintura debajo de su camisón, querían quitárselo también, descubrir que
más había debajo del resto de su ropa, pero ni siquiera podía pensar en ello a causa de lo que me
estaba haciendo sentir.

—Pym...—Aumentó su ritmo produciéndome un gemido ronco que estalló en mi cuerpo.

Una punzada extasiada de calor se concentró solamente en mi miembro, con sus movimientos
rotatorios y profundos, el placer escarbo mi interior hasta sacudirme el cuerpo de escalofríos,
erizándome la piel, estirando un poco mi cuello y lamiendo mis labios entre jadeos y gemidos. La
forma en que se mecía me tenía cautivado, no podía quitarle la mirada de encima ni en la forma en
que apretaba sus carnosos labios o la manera en que hundía sus delgadas cejas pobladas y
castañas. Un gesto tan precioso que solo hacía estar a punto de perder el juicio.

Y hasta ese instante en que me detuve sobre sus labios apresados y en la forma en que
únicamente los abría para juntarlos en un pequeño círculo y soltar el aire entrecortadamente, me
di cuenta de que era el único que había estado gimiendo desde entonces, ¿por qué ella no quería
gemir? Se evaporaron todos esos pensamientos cuando al alzarse se sentó en un movimiento tan
inesperado que mi espalda se arqueó y otro gemido desbordó de mis labios.

Por primera vez quise maldecir, tal como ella lo había hecho un par de veces al equivocarse en su
trabajo conmigo. Pero no una maldición por equivocación, sino porque no encontraba otra
expresión por lo enloquecido que me ella me hizo sentir, como si estuviera a punto de explotar
todo mi interior en un fuerte gruñir. La sostuve de la cintura repentinamente en que descendió con
la velocidad, no quería que disminuyera, todo lo contrario, quería aumentar la velocidad, quería
que escucharla gemir, porque solo era yo el que gemía en esta habitación.

En ese instante ya no pude detenerme más, incorporando mi espalda y moviendo uno de los
brazos hacia arriba con la intención de tomar su nuca y estampar su boca con la mía en
desesperados besos. La besé con necesidad, emboscando el interior de su boca con mi lengua y
haciéndola gemir con la rotundidad en que colonicé su deliciosa cavidad en tanto mí otra mano
aferrada a su cadera la obligaba a moverse en un ritmo marcado y un poco más acelerado,
aumentando la temperatura entre nuestros cuerpos y esas ráfagas placenteras concentrándose no
solo en mi cuerpo, sino en el de ella.

Podía sentir su acelerado pulso casi atravesando su pecho cubierto de la bata, podía escuchar su
entrecortada respiración que se forzaba retener para no gemir sonoramente, esos jadeos que
soltaba en lo profundo de mi boca, la forma en que sus manos se aferraban a mis desnudos
hombros o la manera en que sus uñas trataban de encajarse a mi piel. Todo eso me decían una
sola cosa...

Pym estaba a punto de liberarse.

Y yo deseaba liberarla de su tensión.

Abandoné su cabeza para que mi mano se tomara del otro lado de su cadera, esta vez, el ritmo se
aceleró con fuerza, y por primera vez, su gemido se escapó en mis labios. Un largo gemido ronco
que creció mi apetito, me hizo aumentar no solo el ritmo de mi boca contra la suya, sino el ritmo
de sus caderas de tal forma que hasta nuestras pieles al chocar produjeran un delicioso sonido que
me hizo ahogar un gruñido.

Ella rompió el beso tras un gemido sonoro que terminó tratando de cubrir con su mano, pero que
no logró hacerlo, dejando que el sonido llenara la habitación por un segundo. Se sostuvo de mis
hombros al no poder seguir el ritmo de las embestidas, hundiendo su boca en mi cuello para
acallar todo sonido que escapaba de su boca. Estaba llenando su vaso hasta la última gota, podía
sentirlo.

—Rojo—aunque apenas entendí lo que dijo entre jadeos y gemidos ahogados contra mi cálida piel,
muy cerca de mi manzana de Adan, quedé maravillado. Por primera vez no me había llamado por
mi clasificación entera, por primera vez... había separado una frase de otra, no rojo 09, mucho
menos 09, sino Rojo... Esa sola palabra no se había escuchado como si mencionara mi clasificación,
se escuchó como si me nombrará. Como si fuera un nombre, como si fuera mi nombre.

La emoción fluyó en mi interior apoderándose de mí, deseando escucharla una vez más repetir esa
palabra con el mismo tono perdido en el placer, como si estuviera a punto de desvanecerse en él al
igual que lo estaba haciendo yo.
Pero no hubo otro sonido audible más el de los pequeños chillidos de la base de mi cama a causa
de nuestros movimientos llenando la habitación, al igual que el chasquido de nuestras desnudas
pieles haciendo contacto de un golpe.

Mi mirada ya no se concentraba en ella, sino en esa pared blanca en la que horas atrás la tenía
acorralada, mordí mi labio inferior con rotunda fuerza hasta saborear la sangre, mis dientes se
apretaron cuando todas esas corrientes de placer vaciándose solamente en mi vientre,
contrayendo los músculos conforme se acumulaba hasta el último delirio de nuestro deseo.

Y mis manos empujaron su cadera con rotunda fuerza hasta hacernos explotar: a mí en gruñido de
dientes apretados contra su hombro, y a ella en un delicioso e inolvidable chillido de placer soltado
en la piel de mi cuello, marcando esa zona de mi cuello como suya por sus labios apretados y
dientes rozando. Mis entrañas todas añoraron el sonido como suyo. Tan exquisito, tan maravilloso
que quise escucharlo otra vez, quise liberarla nuevamente, sentir toda esa erupción placentera
deshacer nuestros cuerpos como en este momento, uno sobre el otro con las respiraciones
acabadas.

No importaba qué, ella ya era mía y yo todo suyo. Estaba atado, unido por siempre a Pym, me di
cuenta de ello. Me di cuenta de lo mucho que deseaba tenerla entre mis brazos, intimar con ella,
besarla, escucharla hablar, verla sonreír, sentir el calor de su cuerpo junto a mi cama. Sería difícil
apartarme de mi hembra. Mi mujer. Pym. Difícil olvidarla, difícil engañarme con que podría intimar
con alguien más que no fuera con ella.

Sin ella todo sería un infierno, un infierno al no estar con la mujer por la que sentía todo.

—Quiero estar contigo—solté contra su cabeza al alzar mi rostro de su hombro. La sentí apartarse
de mí, incorporando un poco su espalda y llevando su rostro frente al mío para que nuestras
miradas se conectaran. Un par de orbes tan azules que pronto cristalizaron, oprimiendo mi pecho
con una verdad cruel para ambos.

Porque al final, no, no podríamos estar juntos.

—Deseo lo mismo—su voz se rompió, pronto sentí sus manos deslizarse de mi cuello hasta mis
hombros, solo una de ellas se levantó para acariciarme la mejilla de tal forma que su contacto
volviera a estremecerse a profundidad—. No sabes cuánto deseo estar contigo, Rojo.
Que me llamara otra vez así, apretó mi quijada, una fuerte impotencia de golpear nuevamente las
paredes o tirar objetos al suelo, se adueñó de mí.

—No voy a poder sentir esto con nadie más, Pym —solté, mis brazos la atrajeron un poco más a mi
cuerpo con el temor de dejar de sentir el calor de su cuerpo, ese calor que me hacía sentir vivo,
libre, me hacía sentir hombre—. No podré hacerlo, eres la única que me ha tenido así, y la única
por la que he sentido esto.

Era cierto, estaba seguro, cada pulgada de mi cuerpo y alma estaba seguro de que no podría sentir
lo mismo por alguien más que no fuera ella, que lo que acabábamos de hacer era algo que no
podría hacer con nadie más. El solo pensamiento de tocar a otra hembra me repugnaba, volcaba
mi estómago, me daba nauseas. No eran sentimientos sinceros, era solo feromonas. ¿Por qué?
¿Por qué no solo se detenía mi maduración para poder estar con ella más tiempo? El temor de
abandonarla me aturdió, no podía separarme de ella.

No lo toleraría.

— No pudo imaginarme tocarla a ella de la forma en que te toqué, me gustas tanto que duele, Pym
— su mentón tembló cuando lo dije, ver como esas lagrimas resbalaban de sus ojos me desencajó
la quijada—. Separarme de ti es algo que...No, no quiero hacerlo—Y mi boca se apoderó de la
suya, y en un impulso por tenerla siempre para mí la tomé de sus muslos y me giré sobre junto con
ella, dejando su pequeño cuerpo recostado con delicadeza sobre la cama.

Y ahí, acomodando mi cuerpo de tal forma que no la aplastara y de tal manera que no saliera de su
interior, la devoré a besos, colonizando todo lo que era mío y no quería que fuera de nadie más.
Intimaría con ella tantas veces pudiera hasta olvidarme de nuestra realidad. Perderme en el sabor
de sus carnosos labios y en la suavidad de su caliente piel, en la danza de sus caderas contra las
mías haciendo fricción con una fuerza extasiada cuando me hundía en su interior con profundidad
y crueldad, atrapado en el delirio de sus gemidos de placer y sollozos de dolor ahogados en mi
boca.

Cautivo de su voz llamándome desde su alma necesitada por ser tocada hasta desvanecerse.
Abrazado por esas pequeñas manos que no dejaban de acariciar mi espalda, aferrándose con el
temor de abandonarme. Empujado por esas piernas que me proclamaban como suyo, únicamente
suyo.

Porque solo a ella le pertenecía.


Y le pertenecería aun si todo a nuestro al rededor se desmoronara y se volviera un infierno del que
lucháramos por sobrevivir.

Y aun si llegara el día en que ella no me recordara, le seguiría perteneciendo.

Siempre le pertenecí a Pym.

Desde el principio en que nuestras miradas se toparon, le pertenecí.

No está funcionando.

NO ESTÁ FUNCIONANDO

*.*.*

Había un agujero en mi hombro cerca de mi clavícula izquierda. El dolor estallando en mis


articulaciones y nervios, explorando de tensión los músculos de mi brazo me apretó los dientes con
rotunda fuerza, tragando un largo chillido de ardor cuando todo alrededor había silenciado
rotundamente después de que el cuerpo de Rossi y Augusto terminaran extendidos sobre el suelo,
sin vida.

Me encontré con los sentidos desorientados, aturdidos y obstruidos al tratar de procesar todo lo
que en tan solo un instante había sucedido. Manteniendo la mirada clavada en el flujo de sangre
que pintaba la tela rosada de mi sudadera, petrificada no solo de saber que Rossi había escondido
un arma debajo de su playera, mucho menos porque si aquellas manos no me hubiesen empujado
a tiempo la bala estaría clavada en otra parte de mi cuerpo. Estaba terriblemente estremecida al
saber que ella había disparado dos veces, una bala solo me había atravesado a mí, pero, ¿y la
segunda?

Un extraño gemido ahogado de dolor se escuchó junto a mí, y desde ese momento sentí como si
esa bala en mi brazo realmente estuviera en mi pecho perforándome el interior al reconocer a
quien le pertenecía aquel gemido.
Lo que resplandeció terriblemente en mi cabeza como una respuesta a una pregunta que no quise
construir, me congeló los nervios y me abrió los ojos en una mirada llena de mis peores temores
hechos realidad cuando, al girarme con la alama a punto de ser escupida por mis labios, lo vi a él...

Su alto y ancho cuerpo desfalleciendo en el aire frente a mis ojos hicieron que mis labios soltaran
su nombre, tembloroso y rasgado, roto. Todo a mí alrededor desde ese momento comenzó a
tornarse con una lentitud infernal cuando mi cuerpo reaccionó, extendiendo mis brazos para
alcanzarlo, para atraparlo y abrazarlo. Un movimiento que no logré cuando todo el costado de su
cuerpo terminó estampándose contra el asfalto detrás de mí.

Todo mi cuerpo sintió como si un puñado de hierro lo aplastaran contra el suelo.

No. No. No.

Esto era una mentira. No estaba sucediendo, ¿verdad?

— ¡Rojo! —chillé, rasgando mis entrañas sintiendo ese potente ardor en mi vientre más fuerte que
el dolor que la bala en mi brazo desataba con mis desesperados movimientos una vez que aventé
mi cuerpo al suelo frete al suyo—. No, no, no, no, no, no...

Con mis temblorosas manos tomé sus hombros, aferrado mis dedos— a pesar de que su cuerpo
pesaba mucho más que el mío—, y tiré con todas mis fuerzas para terminar de voltearlo lo más
rápido que pudiera, de tal forma que su espalda quedara contra el suelo, solo para sentir como
algo penetraba mi cuerpo y me arrancaba el alma entera cuando lo primero que vi fueron esos
parpados cerrados, sin hacer el más mínimo movimiento...

Mentira. Esto era una mentira, ¿verdad? No estaba sucediendo, no estaba pasando esto.

Eché una desesperada mirada al resto de su cuerpo cuando no hubo ni una sola reacción en él,
cuando ni sus labios se movieron y mucho menos su pecho para respirar. Todo el peso de mi
cuerpo se desvaneció, me sentí vacía y helada, lo que vi en su pecho trató de dejarme inmóvil
mientras el panorama se me nublaba y el ardor subía de mi estómago a todo el resto de mi cuerpo,
escarbando mi piel, quemándome las escleróticas en cientos de lágrimas que estallaron al ver toda
esa sangre extrayéndose por toda la tela de su camiseta blanca a causa de un agujero en el lado
izquierdo de su pecho.
El corazón se resguarda en un lado del pecho izquierdo. Ese pensamiento me detuvo la respiración,
me hizo negar lo suficientemente rápido con la cabeza antes de inclinarme hacía delante, sobre su
cuerpo, negándome a creer esa maldita posibilidad.

—Ro-Rojo... —lo llamé, cada letra pronunciada dejó un ardor en cada una de mis cuerdas vocales
—. Abre los ojos, Rojo...—Pero no lo hizo. Sus enrojecidos parpados en los que cientos de venitas
delgadas se marcaban, no se movieron ni un centímetro, ni, aunque mis manos tomaran con
delicadeza su rostro en suplica para entornarlo a mí. Aun así, él reaccionó a mi petición—. Mírame,
por favor. ¡Abre los ojos!

Gruñí en llanto al no recibir respuesta de él, acomodando mi cabeza sobre ese mismo lado,
cuidadosa de no lastimarlo, pero lo suficientemente cerca para ser capaz de escuchar su corazón.

Un corazón cuyo palpitar frenético como recordaba, no escuché.

Me incorporé con los escalofríos escamando mi piel, los espasmos haciendo daño en las
contracciones musculares de mi cuerpo y ese único pensamiento haciéndome trizas. Nuevamente,
cuando vi esos parpados sin movimiento. Me negué a creerlo llevando mi rostro cerca de sus
labios para sentir su respiración acariciando mi mejilla. Tal como muchas otras veces me había
acariciado y con eso era suficiente para estremecerme.

Pero su respiración fue algo que tampoco sentí.

En mi cabeza todas las peores razones que llevaban a mi más grande miedo, se reprodujeron: él no
estaba respirando, su corazón no latía, y la herida en su pecho no se curaba. Seguía sangrando y
mucho. La bala... Esa maldita bala escupida del arma de esa mujer, ¿de verdad atravesó su
corazón?

Sí. La respuesta hizo que un fuerte zumbido sacudiera por entero mi cuerpo, dejando que la
realidad me bañara con su fría crueldad. Y exploté, todo lo que había retenido en ese frio
sentimiento terminó elevándose de mi cuerpo como una ardiente lava volcánica lista para estallar,
sobre todo.
—N-n-no está respirando—sollocé al girar mi rostro para observar sus palidecidas mejillas—. No
está respirando. ¡No está respirando! ¡No está respirando, él no respira! ¡Rojo no respira! ¡No está
respirando, 16 Verde! ¡Rojo no...!

Mi mano cubrió mi boca, ahogando otro rotundo sollozo que amenazaba con destruirme de dolor.
Rápidamente elevé la mirada, pasando de largo todos esos rostros que nos observaba de una
forma que fui incapaz de querer reconocer— y una que otra mirada de experimento oculta bajo
sus parpados. Busqué una y otra vez entre todos ellos a la enfermera Verde 16, ella antes lo había
ayudado, lo había salvado cuando Rojo se arrancó la mayor parte de sus órganos infectados. Esta
vez podía hacer lo mismo, ¿verdad? Seguro que sí. Lo reanimaría. Lo salvaría otra vez.

Mis ojos, con el panorama borroso a causa de las lágrimas acumuladas, se clavaron en esos orbes
verdes que se abrieron paso entre los cuerpos frente a mí, tan solo la reconocí acercándose más a
mí mi mano se estiró para alcanzarla, tirar de su delgado cuerpo aun sabiendo que no podría
moverla un centímetro por lo pesada que era ella.

— Su corazón no late... Sálvalo—rogué en llanto, con los nudos acumulándose en mi garganta, a


punto de quebrarme—, por favor, ayúdalo... ayúdalo.

Sus labios se apretaron ante mi ruego en una clase de mueca apenada, la vi dudar viendo hacía
donde Adam quien se encontraba detrás de mí, contrajo sus cejas antes de al fin inclinarse sobre
sus rodillas y observar el cuerpo de Rojo: sobre todo su pecho agujerado, cuya bala no salía de su
cuerpo y cuya herida no se regeneraba.

Iba a repetir mi petición al verla tardar mucho en actuar cuando, sin más, volvió a mirarme para
negar con la cabeza, logrando que ese solo acto quisiera destruir todo mi interior, tomar mi
corazón y arrancármelo para romperlo en dos.

—Lo siento, no puedo ayudarlo—sus palabras tartamudeadas en un tono temeroso, pincharon mi


cuerpo, robándose parte de mi fuerza. Dejé caer la mirada a Rojo, como su rostro pálido
permanecía en el mismo gesto congelado, la misma mirada vacía que ardía mis entrañas.

—S-sí, sí puedes—mis palabras sonaron ahogadas, dolidas. Traté de tragar todos esos nudos
apretando mi garganta, para poder repetir mientras imploraba con la mirada—. Puedes hacerlo,
sácale la bala y cúralo, por favor...
—No—volvió a repetir, su voz en la misma tonada temerosa y baja fue lo suficiente pesada como
para golpearme—. El corazón y el cerebro son el único órgano que no puede restaurarse, nos lo
mencionaron muchas veces.

No. Mi cuerpo entero, todo lo que llegó a conocer de los experimentos enfermeros, se negó a
creer eso.

Temblequeé. Mis ojos volvieron a escocerse, llenándose de lágrimas que pronto salieron cuando
ahora era yo la que le negaba, musitando un no por respuesta, una palabra tan sensible y
estremecedora que hizo que su mentón temblara. Me negaba rotundamente a que no podía
curarlo, a que Rojo estaba muerto.

Él no estaba muerto.

Rojo no podía estar muerto. Él no podía morir, no podía dejarme, no podía dejarnos. No iba a salir
de este lugar sin él.

No sin él.

—Inténtalo, tienes que intentarlo, solo inténtalo—solté a una desesperada petición, apretando sus
manos—, solo inténtalo por favor, tal como hiciste en el bunker, por favor. Por favor, 16, solo hazlo
—seguí pidiendo al ver que no respondía, que se mantenía callada, pensativa dándome esa misma
mirada apenada y entristecida que solo me hacía sentir más miserable con la realidad.

Su muerte sería una realidad que no aceptaría jamás.

—El corazón y el cerebro son los únicos que no pueden recrearse y regenerarse por el mismo
cuerpo del enfermero—Aquellas palabras soltadas por una voz grave y cercana me levantaron la
cabeza, clavado la mirada en los orbes grises del experimento 07 Negro que se mantenían casi
sobre Verde 16—. Pero si es por medio de otra sangre, quizás sí. Sin embargo, es mejor que lo
intente un rojo, los rojos tienen un efecto más rápido y profundo.
— ¿Quién lo hará? —exclamé, dejando que mis manos descansaran en los hombros de hombro
donde mis dedos se aferraron mientras lanzaba mi mirada sobre todos los experimentos de orbes
carmín. Quise esperanzarme con las palabras de 07 Negro—. ¿Quién lo hará? Por favor...

— ¡Yo!

Aquel grito femenino perteneció a ese experimento que pronto recordé, era Rojo 23, la mujer que
le ordenó a Rojo arrancarse los colmillos en el bunker. Empuñaba un delgado cuchillo entre sus
manos en tanto se acercaba con rapidez, empujando varios cuerpos para acomodarse en el lugar
que 16 dejó cuando se levantó para retirarse cabizbaja, abrazando su cuerpo.

Miré esos orbes carmín que se dedicaban a observar la herida de Rojo, sin ninguna pisca de
emoción en su mirada.

—Pero yo no sé sacar una bala, y si hago más daño a su corazón no sé si funcionará, en realidad
solo sé curar, es todo—Esas palabras me desesperaron, más aún la mirada seca que me dio. Estaba
a punto de gritar una petición más, cuando un hombre moreno apareció frente a nosotros, sin
tardarse nada en arrodillarse para arrebatar el cuchillo de la mano de Rojo 23.

—Se la retiraré yo, fui médico especializado en los experimentos amarillos—Su voz grave retumbó
en mi cabeza, apenas pude ver el color azul de sus ojos antes de que clavara su mirada en el pecho
de Rojo.

— ¿Han... regenerado el corazón o cerebro de uno? —no dudé en preguntar con el ápice dolido en
mi voz. Ni siquiera supe si había formulado correctamente la pregunta, o sí él me entendería.

—No he hecho esto antes, pero puede ser un descubrimiento. Utilizamos la sangre de otro
experimento rojo para regenerar su corazón y posteriormente reanimarlo con masajes—respondió,
pronto rasgó la camiseta blanca y extendió los trozos de tela a los lados, dejando así todo su torso
desnudo.

Mordí mi labio inferior con rotunda fuerza al ver el pequeño agujero en el lado izquierdo de su
pecho manchado de sangre, una herida hecha a causa de la bala disparada por Rossi. Una bala que
debió atravesar mi cuerpo, no el de él. No el de Rojo.
Si no me hubiese empujado, esto no habría sucedido. Él no estaría así. Sin evitarlo, con ese
pensamiento sollocé con fuerza, apretando mi mano en la boca para retener el sonido, sin dejar de
ver a Rojo, A mi Rojo.

Era mi culpa.

— El corazón de los experimentos es más fuerte que el de nosotros, pero cuando se detiene todo
el proceso de reproducción de su sangre también lo hace, curiosamente su sangre también deja de
regenerar tejidos y otros órganos—contó, en ese instante algo en el pecho de Rojo llamó mi
atención y no era la única que estaba observando ese bulto metálico que apenas empezaba a salir
del agujero en su pecho—. Como pensé—soltó él, llevando su desocupada mano a la herida solo
para que sus dedos apretaran el agujero y sacaran ese pequeño objeto remojado.

Era la bala.

Su cuerpo había sacado la bala, ¿eso quería decir que Rojo estaba regenerándose? Una chispa de
esperanza se encendió en mi interior, pero quiso apagarse cuando rápidamente clavé la mirada en
esos orbes manteniendo el mismo vacío.

— ¿S-s-s-se está regenerando? — se me secó la garganta con mi propia pregunta, asustada, a


punto de romperme con cualquier tipo de respuesta. Atisbé como dejaba la bala en el suelo para
sostener el cuchillo y llevarlo a la herida—. ¿Él se está regenerando?

Hubo un suspenso que quiso vaciarme el cuerpo, volver a destruir ese pequeño muro que apenas
empezaba a crecer al ver que la bala había salido de su cuerpo, tal como aquella vez en que Adam
le disparó en el brazo y la bala salió rápidamente del cuerpo de Rojo.

—No—su seca pregunta me congeló la mirada—. Su cuerpo solo actuó de forma involuntaria,
sacando aquel material que no pertenecía a su organismo, es solo un estímulo— Un segundo
sollozo se construyó en mi garganta. Él miró al experimento que se acomodaba a su lado—. Voy
abrirle la herida y en cuanto lo haga, deja correr tu sangre sobre su corazón, que sea mucha
sangre, de esta manera estaremos seguros que la herida todo el musculo dañado de su corazón se
regenerará sin dejar tejidos dañados.

Ni siquiera esperó a que ella asintiera cuando enterró el cuchillo en el lado izquierdo del pecho de
Rojo, desde su herida de bala, y comenzó a cortar la piel unos centímetros más debajo de su
pecho. Y en cuanto lo hizo, dejó caer el cuchillo sobre las piernas del experimento para que sus
manos se estiraran y se enterraran en la larga herida, y sin más, jalando la piel ensangrentada
frente a mis ojos, rasgó hasta los huesos más pequeños de mi cuerpo cuando con eso, mostró un
órgano oculto entre algunos tejidos enrojecidos.

En ese momento, me atreví a llevar mi mano suavemente sobre la frente húmeda de Rojo a causa
de mis muchas lágrimas manchando su piel, antes de inclinarme, y depositar ahí mismo un beso.

Por favor, por favor vuelve...

—La sangre, ya—ordenó él en un grito en el que mi corazón saltó hacía mi boca. Desesperada vi la
forma en que el experimento femenino tomaba el cuchillo entre sus manos y sin rasgaba la
superficie de su antebrazo izquierdo, el cual lo llevó al instante sobre la herida que el hombre
moreno mantenía abierta con sus manos.

Mi estómago se volcó, las náuseas se intensificaron al ver toda esa sangre brotar y resbalando de
su delgado brazo hacía el pecho de Rojo, hacía el interior de la herida, entre todos esos tejidos
musculares cortados. Pese a los espasmos estomacales y el dolor en mi vientre, me obligué a no
vomitar, a no retirar en ningún momento la mirada de su pecho, esperanzada de que sucedería.

De que iba a suceder.

De que Rojo volvería.

Mi Rojo...

—Suficiente—soltó la herida cuando por tercera vez, la enfermera 23 había rajado la piel de su
brazo para que la sangre fluyera sobre la herida. En segundos silenciosos en los que mi corazón
palpitó en mis sienes, vi cómo hasta la herida en su pecho comenzaba a cerrarse.

Los tejidos de su piel se regeneraban, y solo darme cuenta de ello quería decir que su corazón
también estaba regenerándose, ¿cierto? Estaba funcionando. Una sonrisa se dibujó en mi rostro,
una sonrisa diminuta y estremecedora mientras me secaba las lágrimas con el dorso de mi mano.
—Comenzaré a reanimarlo—Su voz aumentó los nervios en mi estómago, la ansiedad me apretó
las manos, nuevamente volví a temblar. Llevó sus manos sobre el pecho de mi Rojo, una sobre la
otra en el que empezó a empujarse con rapidez, sin detenerse.

Observé, esperanzada en cada segundo de tortura en que el hombre hacía presión, que Rojo
reaccionara, cada pieza de mi cuerpo... de mi alma, comenzó a anhelar su profunda mirada,
comenzó a desear escuchar su voz llamándome. Sí, quería escucharlo llamarme, sentir cada vibra
de su voz explorando mi interior en tonalidades graves y roncas, como la primera vez que lo
escuché.

Era una sensación y vibración maravillosa que no quería olvidar nunca.

—También debemos parar el sangrado en tu brazo—La voz de Adam me tomó por sorpresa, torcí
mi rostro a mi derecha para hallar su mirada marrón llena de preocupación sobre mí. Había estado
tan concentrada en Rojo que no supe en qué momento se había acomodado a mi lado.

Miré de reojo mi brazo, como la manga de mi sudadera se encontraba casi por completo
empapada de sangre, el sangrado al igual que el dolor habían aumentado en minutos y sí era
insoportable el dolor, pero nada que comparaba a lo que sentía en estos momentos.

No había dolor más fuerte que ver al amor de tu vida, muerto, tumbado en el suelo con una bala
en su pecho que recibió por intentar protegerte. Si no hubiera hecho eso, él estaría bien.

—N-no—mi voz volvió a rasgarse, ver el cuerpo de Rojo sin reaccionar, trituraba mis cuerdas
vocales—, primero quiero que Rojo reaccione, que abra sus... ojos y me mire—emití ahogada,
sintiendo como cada palabra que pronuncié se clavaba en mi cuerpo cono una aguja caliente. Dejé
nuevamente la mirada en Rojo, sintiendo esa presión estallando en mi cuerpo cuando el hombre
moreno se detuvo, fue un segundo en el que sentí que nuevamente mi cuerpo explotaría en llanto,
pero entonces él volvió a apoyar sus manos sobre el pecho, repitiendo la acción.

Todos y cada uno de los momentos que pasé con Rojo se repitieron en mi cabeza. Esos momentos
que había perdido y los cual había anhelado recordar tuvieron todavía más claridad en el peor de
los momentos.

Las lágrimas resbalaron de mis ojos empapando mis mejillas mientras recordaba la primera vez
que sentí sus suaves labios sobre los míos, esa primera vez en que desvergonzadamente me atreví
a inclinarme sobre su cama en la que él descansaba para besarlo. Él estaba dormido, o eso creí yo,
porque cuando lo besé, y todavía lo besé por segunda vez, él me correspondió con rapidez
tomándome al instante de la cabeza para evitar que me apartara de la sorpresa que su inesperado
movimiento me provocó.

Recordaba perfectamente el calor que floreció en mi pecho y la forma en como mi corazón salto
asustado y emocionado al sentir sus labios besarme con esa plena lentitud en la que sentí
desfallecerme. Eran besos tan sentimentales y suaves que bastaron para mostrar todo aquel
sentimiento que había mantenido escondido hacía él. Sí, en ese momento tampoco pude
controlarme, incluso llevé mis manos sobre sus hombros en tanto él se incorporaba de su cama,
sin abandonar mis labios.

Ese había sido nuestro primer beso, la primera vez en que sus manos se anclaron a mi cadera y me
atrajeron a la apertura de sus piernas para estar mucho más cerca del otro, la primera vez en que
me abrazó por la cintura con suavidad, llevando sus manos por todo el sendero de mi espalda
antes de tomarme del rostro y acariciar mis mejillas.

Y todos los recuerdos se esfumaron cuando vieron que esos orbes azules se elevaban con
frustración para ponerse sobre mí. Lo vi detenerse, dejar de hacer las pulsaciones sobre el pecho
de Rojo, un acto que me desoriento, que envió nuevamente mi esperanza fuera de mi cuerpo para
llenarlo de un terrible miedo... otra vez.

—No está funcionando.

Esa no es la luz del sol.

ESA NO ES LA LUZ DEL SOL

*.*.*

¡No está funcionando...! Mi interior no dejaba de gritar aquello, quebrado, destrozado.

No podía explicar lo que sus palabras provocaban en mi interior en tanto se repetían en mi cabeza,
pero era insoportable como esos ecos escalofriantes martillaban el dolor en mi pecho, escarbando
en lo profundo de mi corazón para detenerlo. Arrebatándome hasta el aliento.
Mi rostro se dejó caer abatido por la realidad, dejando que mi destruida mirada reparara en ese
pecho manchado de sangre, pero sin ninguna herida en su piel, esa piel que con cada tacto de mis
manos se estremecía. En mi garganta un largo sollozos se construyó de solo pensar que ese
estremecimiento jamás volvería a sentirlo otra vez, pensar que esos labios jamás pronunciarían mi
nombre, y su bella mirada no volvería a contemplarme.

Solo ver su aspecto, su inmovilidad y palidez hizo que todo ese ardor oprimente subiera desde la
punta de mi estómago hasta mi garganta donde el sollozo adolorido escapó entre mis apretados
dientes. Cada pulgada de mi existencia estaba siendo torturada con la peor de las crueldades,
arrebatándote de un segundo a otro al ser que más amabas. No podía entender cómo ni siquiera
pude hacer nada para ayudarlo, para evitar que la bala atravesara su pecho, justo en su corazón,
¿por qué? ¿Por qué de todos los lugares de su cuerpo, la bala tuvo que terminar en su corazón?
Esto era injusto...

Dolía mucho. Era tan doloroso, insoportable, y, sobre todo, inaceptable. No. No iba a aceptar este
hecho, no lo haría. Rojo no podía estar muerto.

— Hazlo otra vez—pronuncié apenas, buscando su mirada—. Ti-tienes que volver a intentar—
chillé, mi chillido rasgó por completo mi garganta. Mis manos se lanzaron a tomar las suyas para
llevarlas sobre el pecho de Rojo, y cuando lo hicieron el quejido de dolor a causa de la bala en mi
brazo me hizo quejar—. Repítelo..., ¡repítelo otra vez, por favor!

Sus ojos abiertos en par me observaron con sorpresa, solo un segundo me miró antes de ver el
cuerpo de Rojo. Podía ver claramente, para mi lamento, que su rostro reflejaba pena. Pena hacia
mí, porque él sabía algo que también sabía yo, pero solo no quería aceptarlo.

—Lleva varios minutos muerto, no se puede, lo siento— murmuró secándose el sudor de su frente
con el dorso de su mano Estaba a punto de gritarle que lo hiciera, llorarle a ruego que lo repitiera,
cuando alguien más interrumpió.

—Los experimentos somos diferente a ustedes, que lleve varios minutos muertos no quiere decir
que la reanimación no funcione, repítelo— La voz del soldado naranja se dejó escuchar en un tono
severo mientras detenía su paso a centímetros del cuerpo del hombre. Pronto, miré la forma en
que elevaba el arma con el que disparó a la cabeza de Jerry para señalarle en una amenaza: —.
Sera mejor que lo hagas ya.
Aunque el arma no hacía falta, noté como los nervios del hombre comenzaban a brotar con un leve
temblor en todo su cuerpo. Clavó su mirada en la boquilla del arma negra y larga antes de alzar sus
orbes y ver al soldado naranja en un gesto inquietante.

—Que me apuntes con un arma no significa que él resucitará.

— ¿Por qué pierdes el tiempo hablando? —escupió él, parecía irritado del hombre, una severa
molestia que arrugaba su frente debajo de todos esos delgados mechones de su cabello negro que
se pegaban a su piel debido al sudor—. Hazlo por esa mujer que espera un hijo de él.

Esas últimas palabras se me clavaron en mi corazón, estremeciendo de horripilantes espasmos mi


cuerpo cuando la gran mayoría de las miradas de los experimentos que se encontraban a metros
de nosotros, volvieron a posicionarse sobre mí con un inexplicable gesto, casi como si se
preguntaran de qué estaba hablando el soldado naranja. Pero a diferencia de ellos, las miradas de
los sobrevivientes que seguían en la misma posición sobre sus rodillas, estaban llenas de temor y
espanto, seguían observando tanto a los cadáveres de Rossi y Augusto, como a los cuerpos de los
experimentos que se habían vuelto a acomodar cerca de la única puerta por la que un pequeño
grupo de ellos, salió con sus armas entre manos.

Ni siquiera pude preguntarme a dónde irían o sí regresarían. Solo apreté mis labios manteniendo
mis sollozos atascados en mi pecho, y cuando vi al hombre moreno cuyos zafiros se detuvieron
también en mí, sentí que me destruiría. Asintió sin más, al instante volvió a empujar sus manos
contra el pecho de Rojo, una tras otra, repitiendo el proceso de compresiones y el conteo
susurrado por sus labios antes de inclinarse y expulsar aire a la boca de mi Rojo...

La tensión e impotencia no solo volvió a llenar el ambiente de la habitación con olor a muerte, sino
mi propio cuerpo en los que mis dientes castañeaban de la fuerza que hacía con tal de no soltar los
ruidosos sollozos, las lágrimas no dejaban de brotar, no dejaban de caer de mi mejilla sobre
aquellas mejillas de pálida piel en la que se deslizaban, quería acariciarlas suavemente, que las
yemas de mis dedos sintieran su calidez y sintiera como esa piel se estremecía debajo de mi tacto.

Pero solo no pude hacerlo, no pude ni moverme más, sentía todo mi cuerpo preso del momento,
era una sensación asquerosa, repugnante ver como esta vez el hombre se mantenía firme,
impulsando más fuerza en sus brazos, logrando que con el esfuerzo el sudor comenzara a gotearle
más. Solo saber cuántos minutos pasó desde ese momento, el dolor en mi cuerpo empezó a
quemarme la piel, comprimirme los músculos, desbaratar cada pulgada de mis huesos, hasta
evaporizarme.
Él no estaba reaccionando.

No estaba funcionando.

No funcionaba tal como dijo el hombre... ¿por qué no lo hacía? La herida en su corazón estaba
regenerada, igual la de su pecho, ¿entonces por qué no reaccionaba? ¿Por qué Rojo no estaba
volviendo a respirar?

Por favor, por favor, por favor abre los ojos. Mi alma suplicaba a gritos chillones lo que mis labios
no pudieron soltar a causa de los enormes nudos ahorcándome, asfixiándome. Gritos tan siniestros
que aumentaban mi llanto con rotunda fuerza, una desesperación que tronaba mis huesos, una
desesperación que estaba a punto de estallar mi cráneo junto con el tormento de todos esos
recuerdos.

No podía contra todos ellos reproduciéndose en mi cabeza como ciento de películas, ¿acaso eso
serían lo único que tendría de él? ¿Recuerdos solamente y nada más? No, yo quería tener más que
recuerdos de Rojo, quería tener a Rojo, vivir con Rojo, sí. Hacer una vida con él. ¿Podríamos tener
una vida juntos? ¿Viviríamos juntos?

Recordaba muy bien que me hice esas mismas preguntas aquella noche en que no pude conciliar
el sueño sabiendo que Rojo volvería a su incubadora al día siguiente. ¿Rojo y yo no podríamos
hacer una vida? ¿No podríamos tener una familia alguna vez? ¿Alguna vez lo dejarían salir del
laboratorio al exterior? Esas preguntas rondaban sin límite en mi cabeza, y no pude soportar la
angustia y el miedo de saber que ya no lo volvería a ver, que él una vez terminado su maduración
se emparejaría en el bunker, se olvidaría de mí. Yo no quería olvidarme de él.

El miedo se había adueñado de mi cuerpo esa noche que me levanté de la cama en la que Adam se
hallaba recostado, y sigilosamente salí de la habitación, corrí asustada con ese pensamiento para
volver a la sala 7, para volver al cuarto de Rojo y saber que él seguía ahí aún. Cuando abrí esa
cortina verde, lo primero que vi fue a él, su cuerpo recargado contra el respaldo de su cama, la
misma posición que siempre hacía cuando no podía dormir y cuando quería pensar, recuerdo muy
bien que se miraba hermoso, tan atractivo como siempre. En ese instante en que mi corazón se
convulsionaba conmocionado, sus orbes se levantaron de sus descalzos pies para clavarse en mí,
repararon en mi pijama y la bata abotonada por la mitad.

Y es que del miedo ni siquiera me había puesto las pantuflas, había salido descalza para llegar
hasta él con el temor de que fuera demasiado tarde para decirle que yo también lo querían.
Que yo también sentía lo mismo por él.

Ni siquiera lo pensé dos veces cuando corrí hacía él con la respiración agitada, con el corazón a
punto de ser escupido de mi garganta. Alzando los brazos para tomar su rostro una vez que él se
arrastró en una esquina de la cama lejos de la pared. Y lo besé, lo besé con euforia devorando sus
labios de un glorioso sabor, pidiéndole que...

Me dejara hacerle el amor.

Aunque él no sabía que significaban esas palabras, que sentimiento tenían para decirlo de tal
forma que las lágrimas brotaran de mis ojos. Esa noche fue inolvidable, mágica la forma en que mis
manos le acariciaban con suavidad, la forma en que él me acariciaba con dulzura, jamás iba a
olvidar la manera en que terminé desnudándolo y besando cada franja de su deliciosa piel
llenando su cuerpo de sensaciones nuevas para él, haciéndolo retorcer de placer.

Esa fue, la manera en que lo hice mío, le arrebaté su virginidad, tomé el primer paso para
enseñarle otras formas diferentes de intimar con la persona que te gustaba.

Ahora entendía todas esas veces en las que Rojo se me acercaba hasta el punto de eliminar todo
especio personal uno del otro, las maneras inesperadas en las que rozaba su piel con la mía, o ese
beso tan arrebatador que me dio al salir del túnel de agua. Me pregunté cómo era posible que
alguien como él conociera esas cosas, y por qué quería hacerlas conmigo. Todo se debía a que lo
había olvidado, había olvidado al hombre que amé, aunque mi piel le seguía recordando.

Lo único que dejé que él me quitara esa vez fue mi pantalón de pijama con dibujos de nubes,
adentrando sus manos a mí pequeña prenda interior donde sus dedos acariciaron de una forma
tan inesperada que terminé gimiendo sonoro, cubriendo mi boca con mis manos por el temor de
que los otros experimentos en sus cuartos nos escucharan. Y entre el delirio de esas pocas horas
que faltaban para que él fuera llevado a su última maduración en incubadora— pocas horas que
tendríamos para estar juntos—, se lo hice. Lenta y cuidadosamente disfrutando de sus gestos
placenteros y dolorosos con cada suave meneo que hacía con mis caderas, aunque al final, terminé
perdiéndome por completo en él al igual que él en mí.

Pero a pesar de que estaba estallando de un placer sentimental con sus embestidas pronunciadas
que iban en aumento, en mi memoria aún estaban esas claras palabras que le lloré contra su boca:
Sí quiero estar contigo.

Escapemos juntos, Pym. Esa fue la respuesta que obtuve de él, antes de que llegáramos al final de
nuestro delirio en un gemido ahogado en la boca del otro solo para estrecharme al final entre sus
brazos.

No le respondí a su petición, aunque quise, porque la respuesta era más clara que cualquier otra
cosa para él. No podríamos escapar, no saldríamos ilesos si lo intentábamos, a él lo castigarían y
probablemente a mí me enviarían a la cárcel por tratar de sacar a la superficie a un experimento
del laboratorio. Si no era la cárcel, era la muerte. De una u otra forma las cosas no saldrían a
nuestra manera, así que esa vez en la que estuve entre sus brazos escuchando su cálido corazón
latiendo acelerado, nos hicimos una promesa.

Una promesa que apenas empezaba a cumplirse, y que ahora... que ahora parecía querer
romperse, volverse nada más que recuerdos dolorosos que amenazaban con destrozar cada parte
de mi cuerpo.

Repentinamente una fuerte inhalación me sacó de mis pensamientos, aquella promesa se esfumó
al igual que el resto de los recuerdos que pasé con Rojo en su cuarto cuando algo frente a mi
realidad sucedió.

Algo que me abrió los ojos con los peores estragos, nublando mi panorama en lágrimas gruesas y
calientes. Mis sentidos terminaron colapsando en un fuerte zumbido, y solo por ese instante hasta
mi respiración se detuvo, un instante sofocador antes de sentir que en lo profundo de mí ser un
cosquilleo esperanzador comenzara a florecer al ver aquellos labios carnosos y masculinos abrirse
para arrastrar el aire del exterior.

¡Despertó! Él despertó al fin. ¡Mi Rojo despertó!

Mis manos cubrieron mi boca de asombro al no resistir todas esas sensaciones que fluyeron al
instante. Esa emoción saltarina que campaneó mi cuerpo para hacerlo temblar y estremecer de
escalofríos, estiraron mis labios en una sonrisa abierta de la que salió mi exhalación entrecortada,
una sonrisa tan alzada de dolor que mis lágrimas cayeron con mucha más fuerza. Entonces ya no
pude contener más esos rotundos sollozos al ver como sus parpados se abrían con lentitud,
aunque apena lo suficiente como para dejarme ver esos orbes resplandecientes que mi alma
entera anhelaba volver a contemplar. A admirar, a amar...
—Pym...— Mi cuerpo gimoteó sonoro al escuchar su cansada voz llamándome en un susurro.
Escucharlo otra vez, llenó de vida cada rincón de mi interior.

No esperé ningún segundo más cuando todo mi cuerpo actuó demasiado apresurado,
desesperado, demostrando lo mucho que lo necesitaba a él, aventándose sobre el suyo pero con el
cuidado de no lastimar su pecho, pero seguramente ni siquiera iba a lastimarlo. Mis antebrazos se
acomodaron de golpe a cada lado de su cabeza para tomar su rostro con delicadeza, acariciar esas
húmedas mejillas en las que mis lágrimas siguieron cayendo con mucha más constancia a causa de
la felicidad cosquilleándome.

Quise decir algo cuando al rozar sus labios terminé creando un pequeño espacio entre nosotros,
pero los chillones gemidos no dejaron que mis labios pronunciaran palabra, solo pude
contemplarle todo lo que pude, hundiéndome en la felicidad de ver sus ojos clavados en mí.

—¿Qué pasó...? —arrastró cada palabra con pesadez. Estaba muy cansado, podía verlo en la forma
en la forma en la que sus ojos querían caer otra vez, sentirlo por la manera en que respiraba con
dificultad.

Moriste, y yo estaba a punto de morirme si no abrías los ojos. Quise responderle en un sollozo que
tampoco pudo salir de mi garganta.

Trague con fuerza los nudos, aclarando incluso los músculos de mi garganta para hablar:

— ¿Te du-duele... te duele el pe-pecho? —alargué en un gemido tembloroso, limpiando sus


pomelos con las yemas de mis pulgares sin dejar de reparar en él, dibujarlo, contemplándolo
mientras él pestañeaba con cansancio, hundiendo sus pobladas cejas en confusión.

Estaba vivo. Todo mi ser se llenó cada segundo en el que él respiró, de felicidad. Y gemí cuando sus
dedos rozando una de mis mejillas me sorprendieron, estremeciendo hasta mis entrañas.

Se sentía bien, que me acariciara otra vez... era un milagro.


— No, me siento cansado— apenas terminó sus palabras, fue que rompí con los centímetros de
nuestros rostros para cubrí con mis labios los suyos en un profundo beso en el que apenas sentí su
correspondencia. Pero eso había sido suficiente para volcar mi corazón y hacerme suspirar,
estremeciendo mi cuerpo antes de que él cortara el beso con rapidez —Pym...

Me nombró cuando sus hermosos orbes se detuvieron en una parte de mi cuerpo, todo su gesto
terminó cambiando, entornándose a uno sorprendido de la peor forma.

Se levantó de golpe haciéndome apartar para que no termináramos chocando, sintiéndome


perdida cuando sus brazos se movieron hacía mi brazo izquierdo y sus ojos contemplaron toda esa
manga manchada de sangre. Contemplaron el agujero en la parte baja de mi hombro.

El horror talló sus orbes carmín, sus labios se abrieron y movieron, pero de ellos no salió la voz. Sus
dedos apenas tocaron mi mano izquierda que ahora se hallaba recargada en su pecho.

—Tengo que curarte—el tono ronco y bajo de su voz con mucha más vida, me hizo negar frente a
esa preciosa mirada que amaba tanto—. Estas sangrando mucho.

Ignoré el resto de sus palabras solo para agotar los centímetros que separan su cuerpo del mío y
rodear— pese al terrible dolor en mi hombro— su toso con mi brazo sano en un temeroso abrazo
en el que todo mi cuerpo se comprimió, se hizo tan pequeño contra el suyo cuando él rápidamente
me correspondió. Rodeándome con una fuerza indescriptible que me hizo suspirar largo.

—Moriste—sollocé y tragué el dolor que se construía en mi garganta. Seguramente él ya se había


dado cuenta de ese hecho.

Me aferré con todo lo que pude, apretando los dientes para no chillar del dolor en mi brazo. Todo
lo que quería por ahora, era estar así con él, acomodar mi cabeza sobre su pecho y escuchar su
corazón palpitar aceleradamente, así como en este momento lo estaba haciendo. Cálidos
retumbados en su pecho que eran música para mis oídos, alimentaban mi cuerpo, escondían mis
más grandes temores.

— Estabas muerto y yo... —No pude terminar de decirlo, las emociones fluyeron
estremecedoramente en mi cuerpo, aumentando los nudos que con anterioridad me había tragado
para poder hablar—. Me estaba volviendo loca.
Enseguida me deshice entre sus brazos cuando lo sentí a él acurrucarme más contra su pecho,
cuando sentí sus labios depositar un suave beso en mi coronilla intentando tranquilizar mi llanto, y
lo mucho que mi cuerpo temblaba. Su corazón palpitaba acelerado, hacia vibrar su caliente pecho
que se inflaba con su lenta respiración.

Era esplendido. Tenerlo así de cerca era lo mejor que pudiera sucederme, y quería mantenerlo así
siempre.

—Estoy bien—susurró contra mi oído, la simple tonada de su grave voz me estremeció el cuerpo.
Me encantó estremecerme—, estoy bien, Pym, pero tú no lo estas— repitió, y esta vez sentí como
apartó sus brazos para anclar sus enormes manos a mi cintura, rompiendo el abrazo, alejándome
unos centímetros de él, lo suficiente como para que su mirada se contactara con la mía en una
inquietante mirada—. Déjame sacar la bala.

Esta vez no puse objeción, pero volví a sonreír de felicidad dejando que las últimas lágrimas
resbalaran de mis lagrimales frente a esa enigmática mirada carmín que contemplaba con
preocupación mi herida. Una mirada de la que tuve miedo de no volver a ver jamás, al final, había
abierto sus ojos.

Mi ser entero se sintió aliviado, pero todavía había otra parte de mi cuerpo que dolía además del
ardor en mi hombro... mi vientre. El dolor en esa zona era igual al de los cólicos que tuve en el
bunker, solo que esta vez sentía como en leves calambres se deslizaba desde mi abdomen hasta mi
espalda baja. Y ese dolor, no era normal, no estaba bien.

Sabía a qué se debía, todo mi cuerpo estaba tan afectado por Rojo que también le estaba
afectando a mi embarazo. Saber eso, hizo que llevara mi mano al vientre. Estaba mal, lo sabía, si no
tomaba control con mis emociones desde este instante, las cosas se complicarían y me afectaría
aún más, al final tendría un... Sacudí esos pensamientos, no iba a permitirme perder a este bebé.

—Perdóname, no pude protegerte—sus palabras endurecieron mi quijada, oprimió una flecha


dolorosa en mi pecho. De ninguna manera me merecía ese perdón, no había sido su culpa, no
había sido nuestra y al final yo no había podido hacer nada para protegerlo a él. Estaba a punto de
perderlo, así que no tenía por qué disculparse.

—No fue tu culpa—solté bajo, estirando mi brazo sano solo para que mis dedos alcanzaran su
mejilla y lo acariciaran con ternura, una caricia suficiente para estremecerlo a él—. Y sí me
protegiste, así que no pienses más en eso.
Asintió sin pensar, vi como sus comisuras temblaban en un movimiento que me hizo saber que él
seguía culpándose. Miró mi hombro una vez más, contrayendo un poco sus parpados en tanto
revisaba la herida. Tomó mi ante brazo izquierdo para levantarme un poco el brazo. A pesar de que
lo movió con delicadeza sin tocar la herida, el movimiento había sido suficiente para que mis
músculos se contrajeran y en mi garganta se construyera un quejido que terminé soltando con
fuerza cuando esos dedos apretaron mi piel herida para jalar levemente la piel.

Él apartó sus dedos de esa sensible área en tanto vio la forma en que apretaba los dientes,
hundiendo sus cejas con preocupación.

—No alcanzó el hueso—hizo saber, deslizando sus dedos hasta mi mano donde con lentitud
comenzó a acariciar mis dedos, enviando corrientes eléctricas a través de esa zona hacía todo mi
cuerpo. Extrañaba ese tacto que no tardé en corresponder pese al dolor.

— ¿Có-cómo sabes eso? — quise saber.

—Porque alcanzo a verla— respondió levemente sin dejar de observar la herida, esta vez
ocultando sus orbes debajo de sus enrojecidos parpados, dejándolos clavados en mi brazo. Ese
acto me confundió, ¿podía ver la bala con los ojos cerrados? ¿O estaba viendo mi temperatura? De
pronto movió su rostro encofrando sus parpados cerrados en una sola parte de todo mi cuerpo, mi
abdomen. Me sentí inquieta cuando hundió un poco más sus cejas, inevitablemente llevé mi mano
a cubrir parte de mi vientre al sentir el ardor en esa misma zona.

— Ya no lo veo, pero la siento— Sus palabras me estremecieron el corazón, nuevamente mis ojos
se escocieron solo pensar que estuve a punto de perderlo para siempre, no conocería a nuestro
hijo, no lo vería crecer—. El bebé está cálido.

Quise rodearlo, sentirlo entre mis brazos solo un momento más y besarlo con todas mis fuerzas,
pero no lo hice, no solo porque sabía que no era el momento, sino porque de alguna forma me
sentía segura de que tendríamos el tiempo de abrazarnos más veces de las que pudimos dentro
del laboratorio. Tal vez estaba equivocada, no lo sé, pero así lo sentía. Así lo anhelaba.

— Esta feliz de que su padre haya vuelto a la vida —suspiré las palabras, atenta a esos orbes que se
iluminaron al ponerse de golpe sobre mi mirada, y sonrió, estirando esos carnosos labios en una
sincera sonrisa que solo aumentó mis ganas de besarlo otra vez.
—No voy a dejarlos—exhaló las palabras, palabras que hicieron morder mi labio inferior—. Te
sacaré la bala.

—Pero hazlo rápido —Interrumpió el experimento 07 que a pasos grandes y lentos se detuvo
detrás del cuerpo de Rojo, atrayendo rápidamente nuestras miradas—. No podemos perder tanto
tiempo, debemos subir al siguiente piso de esta construcción.

— ¿Siguiente piso? —la pregunta resbaló de los labios de Rojo. Estaría haciéndome la misma
pregunta si no fuera porque recordé toda la estructura interna y externa de la planta eléctrica en la
que el laboratorio se escondía. Cada año nos dejaban salir unos días del laboratorio con un
permiso para ver el exterior, para recorrer el pueblo en el que se hallaba la planta eléctrica o ver a
nuestras familias, después de ese día, volvíamos al laboratorio. Era obligatorio salir a la hora que se
nos permitían y regresar a la hora que ordenaban. Aunque yo solo salí dos veces, fue suficiente
para saber que esta cámara de gas había sido construida para evitar todo tipo de riesgos.

Si un experimento escapaba, o si algún animal creado genéticamente subía de los elevadores hasta
esta superficie, las cámaras de vigilancia en las paredes reaccionaban al reconocer los localizadores
en el cuerpo de los experimentos, y emitían una señal de alerta que enviaba el gas venenoso por
los conductos de ventilaciones para matarlos. Al parecer la cámara de gas había funcionado
matando a todos esos experimentos deformes que se hallaban acumulados en una de las esquinas
de la habitación. Pero estaba segura que la cámara de gas no funcionaría esta vez, si las personas
que se mantenían vigilando a través de las cámaras seguían con vida, desde el primer momento en
que los experimentos tocaron este piso, los de seguridad estarían encendiendo la cámara de gas
para erradicar toda evidencia del laboratorio sin importar si nosotros los empleados seguíamos
vivos y descontaminados.

Sí, al fin había recordado ese detalle, y lo imbécil que había sido Jerry al enviar a los experimentos
a este piso.

Eso quería decir que esas personas estaban muertas, pero, ¿qué las mató? ¿O de qué escaparon?
Jerry dijo que había más agujeros en otras partes del laboratorio, no solo en el área del comedor.
Esa era la respuesta, los monstruos excavaron agujeros y lograron salir del laboratorio hacía otras
partes de la planta eléctrica, evadiendo por completo la cámara de gas.

Al final, los monstruos habían salido al exterior, desatando el infierno.


—Hay una escalera que lleva a una puerta en la que se necesita un código que desconocemos—
mencionó, apartando sus oscuros orbes para ver a los sobrevivientes acumulados en el centro de
la habitación.

— ¿Alguno de ustedes sabe el código? Sera mejor que respondan de una vez—y esa pregunta no
había rebotado de los labios del experimento 07 Negro, sino de otro experimento cuyos orbes
grises con escleróticas blancas, se contrajeron en severidad ante los trabajadores.

Vi como el temblor se añadió en la gran mayoría de esos delgados cuerpos que compartieron
miradas. Uno de ellos y que reconocí al instante, se levantó con su imponente figura uniformada,
clavando su mirada grisácea en la del experimento casi como una mirada retadora.

— ¿Qué nos sucederá si uno de nosotros sabe el código? —inquirió espesamente el hombre de la
cicatriz en la mejilla. Los labios de 07 Negro se redujeron a una sonrisa ladina que solo brindaba un
aspecto más petrificante a su rostro, ligeramente juvenil.

— Tú lo sabes — afirmó el experimento que aposté a que pertenecía al área de enfermeros


blancos, cuya mirada se sombreó más debajo de su cabellera negra colgando mechones sobre su
frente. Por supuesto, la mitad de los soldados del laboratorio, sobre todo los que cuidaban del área
del elevador, sabían los códigos para abrir las puertas de seguridad de la planta.

— No les sucederá nada, se quedarán aquí, esa es la orden—sentenció 07 Negro enseguida.

—A parte de este piso, hay dos pisos más sobre nosotros, y el resto de las habitaciones contiene un
código diferente, así que, no, no te los voy a dar al menos que nos devuelvan las armas, las
necesitamos para protegernos, fuera de estas paredes están esas monstruosidades—soltó casi
espetándolo, sin desvanecer ni poco de la seriedad que mantenía.

—No—Detrás de mí, el cuerpo de Adam se levantó, se incorporó con los puños apretados—. No
solo nos darán las armas, nos llevarán con ustedes, todos juntos podremos salir de aquí y
sobrevivir.

—Eso suena mejor—pronunció el hombre de la cicatriz, ladeando el rostro con una torcida mueca
—. Detrás de esa puerta hay otras tres de seguridad con códigos diferentes, si alguien las llega a
tocar o colocar tres veces el código incorrecto se electrocuta, ¿entienden?
—Además, esos tres salones con las tres puestas de seguridad, están construidos de material
resistente, no podrán agujerarlos—añadió Adam, rápidamente siendo atisbado por 07—. Somos
los únicos que conocemos la salida y el mundo, nos necesitan.

—Eso no va a suceder—exclamó 07, casi parecía un gruñido por la forma en que apretó sus
dientes, enfurecido—. Los que trabajan en este laboratorio no se merecen nuestra protección, así
que mejor digan los códigos de una vez si no quieren morir —aventó las palabras, levantando su
arma en señal al hombre de la cicatriz, y tan solo lo hizo, unos cuantos experimentos le imitaron. Y
a pesar de que esas armas señalaron tanto a Adam como a otros sobrevivientes, fue un acto
suficiente para que Rojo de inmediato soltara mi brazo solo para poner atención a la escena
peligrosa que se desataba detrás de él, alzando un poco sus brazos frente a mis ojos.

—¿Qué problema tienen con llevarnos? ¿Realmente somos todos nosotros culpables de lo que
sufrieron aquí?

El tono dulce de una voz femenina llamó la atención del experimento 07. Esos orbes repletos de un
color miel brillaban de molestia hacía los experimentos que parecían estar al mando del grupo, en
tanto con pasos lentos se abría camino para estar frente a los sobrevivientes.

Se cruzó de brazos logrando que con eso su busto debajo de su chaleco antibalas se apretara más.

— Ya mataron a los culpables de este desastre, supieron el motivo por el que lo hicieron y la
realidad por la que fueron creados—recordó—. Pero no son a los únicos a los que les han mentido,
a nosotros también, nos traicionaron y también nos quisieron matar. No tuvimos nada que ver con
ellos, están siendo igual de inhumanos que ellos.

Ella tenía razón, sus palabras eran ciertas, aunque no se sabía si había entre ellos algún otro que
estaba del lado de Rossi y Augusto, pero el resto eran inocentes. Personas que solo trabajaban en
el laboratorio sin conocer realmente su propósito, tenían el único objetivo de ganar dinero y
alimentar a sus familias.

Un susto se guardó en la sima de mi garganta cuando esos labios secos y de oscuras comisuras se
estiraron en una escalofriante sonrisa que remarcó más esos orbes demoniacos. Una sonrisa tan
aterradora que no afectó ni un poco a la seriedad de las únicas personas que permanecían de pie,
enfrentándolo.
—O nos matas y mueren con nosotros tal como esos infelices querían, o hacemos tregua y nos
llevan con ustedes—soltaron esos labios pequeños y rosados de la mujer de cabellera rizada, la
sonrisa macabra del experimento del área negra, tembló de disgusto—. Nadie aquí los va a ayudar,
a menos que nos ayuden...—y su voz dulce repentinamente se había engrosado cuando esas
delgadas cejas castañas se fruncieron a causa de que el arma de 07 se había movido señalándola
—, bajo una tregua que se respetara aun saliendo de este lugar.

Hubo un terrible silencio alrededor donde nada más que las respiraciones se alcanzaban a
escuchar. Miré la ancha espalda de Rojo, como él temía porque algo se llegará a desatar que
involucrara nuestras vidas otra vez, y no era el único, de alguna forma sentí que 07 Negro le
dispararía a ella y a los demás sin inmutar un poco, pero entonces me sorprendió la manera en que
retiró el arma.

—Bien—espetó a dientes apretados, reparando en el cuerpo entero de la mujer que mantenía la


misma posición firme y sin miedo—. Solo a los soldados les daremos las armas, nadie más las
tendrá durante su estadía con nosotros, ¿trato hecho, hembra?

—¿Hembra? —al repetir esa palabra, ella arqueó una ceja—. Con eso nos basta para proteger a los
nuestros—respondió ella en la misma tonada, apartando su mirada satisfactoria para ver al
hombre de la cicatriz y a Adam.

— Pero queremos las armas en este momento, no después—apresuró a decir Adam, dando un
paso adelante, un paso más lejos de nosotros.

Con la quijada a punto de desencajarse, 07 torció su rostro masculino e hizo una señal a los
experimentos, una que logró que estos empezaran a devolver las armas a los soldados
sobrevivientes una vez que se apartaron de la pared junto a la puerta y dirigieron sus pasos a ellos,
en silencio. Solo hasta que vi que los soldados sobrevivientes aun tomando el arma se apartaban
de los experimentos sin intención de dispararles, pude respirar solo un poco aliviada, en cambio
Rojo ni siquiera les apartó la mirada de encima, como si pensara que tarde o temprano los
sobrevivientes o experimentos dispararían.

Un ardor en mi vientre, casi como cólicos, llevó mi mano a cubrir esa zona,

—Pero si por alguna razón llegan a disparar a uno de los míos o intentar lastimarlos, la tregua
termina y todos ustedes mueren.
—No hay ningún problema con eso—reparó en decir la mujer al arrebatar de las manos de uno de
ellos una escopeta antes de cargar el arma y clavarle la mirada a 07 y al enfermero blanco—. No
somos estúpidos.

07 Negro chasqueó los dientes aun en una mueca en la que era fácil de saber lo mucho que quería
gruñir. No le gustaba a tregua, o peor aún, no le agradaban los humanos sobrevivientes. Mis
huesos amenazaron con saltar de mi piel cuando de un instante a otro teníamos esa demoniaca
mirada sobre nosotros, observándonos, o, mejor dicho, observando a Rojo.

—09, apresúrate a sanar a tu mujer, tienes dos minutos, debemos salir de este lugar— soltó,
mirándome de reojo un momento antes de comenzar a apartarse, y solo cuando estuvo lejos Rojo
se giró, volviendo su mirada en busca de la mía.

Mordí mi labio inferior antes de verlo tomar mi brazo con delicadeza, dejando que sus pulgares
acariciaran mi piel para trepar hasta la herida donde se quedó un momento analizándola.

— Respira profundo—me ordenó, con una suavidad de voz—, voy a meter mis dedos en la herida,
te dolerá, preciosa.

—He sentido peores dolores—murmuré, un tono sensible que elevó esa mirada. Lo había dicho
por él, verlo muerto, saber que no respiraba y que la bala había atravesado su pecho deteniendo
su corazón, era como sentir que mi corazón también se detenía.

(...)

Contemplé la última habitación en la que estábamos detenidos después de subir un par de largas
escaleras hasta un tercer piso, esperando con impaciencia a que el soldado con la cicatriz en el
rostro introdujera el código en la pantalla pegada a la puerta metálica. Más que una habitación,
parecía una caja fuerte en la que apenas cambiamos. Casi rozábamos nuestros cuerpos con el de
otros. Todas las paredes de la habitación, tomando en cuenta el techo y el suelo estaban revestidas
de metal igual que las otras habitaciones en las que estuvimos cuando en los pisos de abajo, las
cuales mantenían ocultas las escaleras que nos llevaron hasta aquí.
Los monstruos no habían podido entrar a estas salas de seguridad, pero si habían podido cruzar de
otra forma para llegar al otro lado a tras de los pasillos que conectaban a las salas revestidas de
metal.

Las monstruosidades habían utilizado los ductos de ventilación que se conectaban del exterior de
la planta, hasta el interior del laboratorio, porque, un piso atrás nos encontramos con unos ductos
demasiado dañados y golpeteados, como si algo pesado hubiese estado arrastrándose en su
interior. Aunque también, y lamentablemente, en los techos y suelos de los pasadizos que
conectaban con las habitaciones en forma de caja fuerte—debido a las paredes, suelos y techos
metálicos—estaban agujerados. No eran demasiados agujeros, pero eso nos mostraba que
definitivamente esas monstruosidades habían encontrado la manera de salir al exterior.

De eso nos dimos cuenta cuando salimos de la cámara de gas y subimos esa larga escalera de
barandales rotos dueña de una sala cuyo techo y suelo estaba repleto de agujeros, y solo unos
pocos agujeros estaban sin terminar.

Estaba claro quienes habían escarbado en el concreto, y quienes intentaron escarbar en las partes
revestidas de metal, y ver los agujeros nos dábamos una lamentable idea de lo que seguramente
nos esperaría después de atravesar las puertas de seguridad que solo se abrían al introducir un
código correcto.

Un tintineo que provino desde la pantalla de la puerta, hizo que la mano de Rojo apretara la mía en
un agarre firme antes de ver como el soldado de la cicatriz extendía su mano y empujaba la puerta
metálica. En un segundo el panorama del otro lado del umbral se extendió, al igual que esas ondas
ruidosas que emitían las varias bocinas colgadas en los techos, un ruidoso sonido alarmante que
era capaz de amortiguar todo tipo de voces.

Era una alarma, y ese tipo de sonidos querían decir que algo terrible había sucedido. Lo peor de
todo es que nosotros sabíamos a que se debía. Las monstruosidades habían hecho de las suyas
aquí, en la superficie.

—Andando—la exclamación de 07 Negro se escuchó apagada. Fue él el primero en atravesar la


puerta, sin darnos una pequeña mirada, con el arma lista para disparar entre sus manos.

Rojo tiró levemente de mi brazo izquierdo— cuya herida de bala había sido regenerada, llevándose
hasta el dolor de los músculos de mi brazo—, invitándome a mover las piernas al igual que habían
hecho los demás, y lo hice, sintiendo el aliento al filo cuando mis ojos se pasearon por todos esos
enormes tubos que se pegaban en lo largo de un pasillo alargado frente a nosotros. Un pasillo
iluminado por sus largas farolas que se dividía en dos.

—Ese camino nos llevará a los motores de combustión, y del al final de la sala esta la salida al
exterior —habló el de la cicatriz, señalando con su brazo el lado izquierdo del pasillo. 07 Negro se
acercó, apartando de su camino a uno de los infantes para revisar el pasadizo bajo una sospechosa
mirada, revisarlo durante unos largos segundos en los que la habitación solo se hundió en ese
horripilante sonido que solo parecía anunciar peligro.

Un terrible peligro.

No dejé de ver en ni un momento ambos pasillos, temerosa de que por uno de ellos se apareciera
algún monstruo listo para atacarnos.

—Guíanos—le ordenó 07, y pronto sucedió, el hombre de orbes grisáceos se movió


apresuradamente, trotando por todo el pasadizo de concreto. Lo seguimos en silencio, todos alerta
a cualquier cosa fuera de lugar. Algunos experimentos ocultando sus orbes bajo sus parpados para
buscar temperaturas.

Lo segundos pasaron voraces, la tensión y miedo se añadió en nuestros huesos cuando al finalizar
el pasillo, otra puerta metálica con un pequeño ventanal en lo más alto, apareció. Ese ventanal me
recordó al área roja, a todas esas puertas que llevaban a diferentes pasillos del laboratorio.

Tuve ese inquietante deja vu que recorrió mi cuerpo en una clase de escalofríos, y quise
detenerme al sentir por un momento que estaba nuevamente en los pasadizos blanquecinos del
laboratorio, a punto de atravesar una puerta entre abierta que nos llevaría de regreso al infierno.

Mis dedos se aferraron a los nudillos de Rojo, mi cuerpo se acercó más al suyo solo para sentir
seguridad de que lo que atormentaba mis pensamientos era solo eso, una idea tormentosa y nada
más cuando vi al hombre detenerse para que con lentitud, tras revisar por la ventanilla, abriera la
puerta dejándonos apreciar ese cuerpo arrumbado en el suelo... sin cabeza, sin brazos, y con un
arma cerca del ensangrentado pecho del que le fueron arrancados varios órganos.

Con una mirada que le di fue suficiente para sentir como se me volcaba el estómago, la aparté de
inmediato viendo al soldado naranja alejarse de la pelirroja para llegar al umbral donde estiró su
cuello y movió su cabeza, buscando temperaturas.
Muy en mi interior comencé a rogar porque no encontrara ninguna, a menos las contaminadas.

— No hay temperaturas—apenas pude escuchar la voz de Rojo, y cuando miré en su dirección,


abrió sus ojos, atisbé rápidamente su preocupación, y esos labios se apenas se separaban
alistándose para hablar: —, pero eso no quiere decir que estemos a salvo.

—Encontraremos un lugar donde estemos a salvo—y por alguna razón, me escuché segura.

—Protéjanse—exclamó 07, había sido más una petición que una orden que no tardamos en poner
en marcha. Tomando la única arma que tenía conmigo entre mis manos para darle una última
mirada a esos experimentos que ocultaban detrás de sus espaldas a los infantes, dándoles la orden
de no alejarse de ellos en ningún momento.

Los estaba protegiendo. Tal como Rojo hizo con la enfermera verde. Entre todos ellos encontré
rápidamente a ese par de infantes que parecían ser de menor edad que el resto de los infantes
escondiéndose detrás de las espaldas del soldado naranja y la pelirroja. Estaban tan aferrados a
ellos dos, y ellos dos tan aferrados a esos niños de escleróticas negras y orbes platinados, como si
fueran sus padres.

Respiré hondo y les di una última mirada antes de empezar a avanzar al como otros lo estaban
haciendo para salir del pasadizo, pero cuando tan solo moví mis piernas, la espalda de Rojo
apareció frente a mis ojos, deteniéndome enseguida.

—Quédate detrás de mí, Pym —ordenó, pronunciando la primera palabra con fuerza, en un ápice
de seriedad—, no te alejes de mi lado.

—No lo haré—sostuve.

En segundos, habíamos pasado de estar en el largo pasadizo a recorrer en un tipo de almacén


mucho más enorme y de techos realmente largos con máquinas grandes y entubadas unas a otras,
con enormes agujeros en los suelos. Agujeros de un tamaño suficiente como para que una enorme
criatura pasara a través de ella. Me perturbé conforme avanzábamos y encontrábamos más
agujeros, profundos y oscuros. ¿Qué tan resistentes eran sus garras como para ser capaz de
escarbar en asfalto?
La pregunta resbaló fuera de mi cabeza cuando algo más llamó mi atención siendo capaz hasta de
volver mi estomagó. Pedazos de extremidades humanas empezaron a aparecer frente a nosotros,
arrumbadas sobre las maquinas chapeadas de sangre o sobre el mismo suelo ensangrentado.

Había sido una masacre, una terrible y horripilante masacre... cadáveres de personas que vestían el
mismo uniforme gris, personas inocentes que trabajaban para sustentar a sus familias murieron a
causa del laboratorio. Entre todos esos cuerpos humanos solo encontramos a una monstruosidad
sin vida a la que le habían agujerado el estómago.

Mordí con temible fuerza mi labio inferior sintiendo esos nervios ahumando cada pequeña parte
de mi interior cuando al final de todo ese almacén, junto a una larga escalera metálica igual a la
que se acomodaba fuera de la cámara de gas, se hallaba una enorme entrada de puertas abiertas
iluminada por la luz solar...

Del exterior.

—Salimos al fin—musité asombrada e incrédula al sentir que probablemente todo esto era solo un
sueño y que despertaría tarde o temprano de él nuevamente atrapada en el laboratorio. Me sentí
asustada, porque si esto no era un sueño y estaba sucediendo realmente, muchas cosas peores
nos esperarían al cruzar ese umbral, entonces.

Miré a mí alrededor sintiendo el sudor del pánico emerger en mis manos, observé a los
experimentos que se apresuraban en trote a atravesar el umbral debajo del perturbador sonido de
alarma aun intacto sobre nosotros. Desapareciendo de nuestras vistas con sus armas alzadas y
listas para disparar a cualquier cosa que se atravesara. Rojo que no se detuvo en ningún momento
soltó mi mano una vez que volvió a acomodarme detrás de él, parecía atento a toda esa cálida
luminosidad que se expandía por primera vez frente a sus ojos, tomando cada vez más una forma
desconocida, y muy perturbadora.

Una forma que al fin los experimentos conocerían, pero que quizás conocerían en sus peores
condiciones.

El frio del exterior se hizo presente con los últimos pasos que dimos del otro lado del umbral,
acompañado del aroma a tierra mojada. Y por ese nanosegundo en que la luz seguía cegándonos
con su intensidad blanqueando todo alrededor, sentí que todo estaba bien, que todo estaba en
orden, no había peligro por ahora. Sin embargo, me equivoqué rotundamente cuando la claridad
frente a nosotros cayó cuando todos alzamos nuestros rostros al cielo...
Dejándonos saber que no era la luz del sol la que nos cegaba, sino enormes farolas colgadas en
helicópteros que se paseaban con lentitud frente a la planta. Mis oídos rápidamente se fundieron
en el ruido mecánico que las aletas de los helicópteros hacían, un ruido había sido opacado por el
retumbado sonido de la alarma dentro de la planta eléctrica.

Y temblé sintiendo como si el cuerpo se me fuera a romper en cientos de piezas cuando dejé caer
la mirada detrás de esas enormes torres eléctricas, entendiendo el por qué todos los experimentos
habían levantado sus armas y el por qué Rojo me había ocultado detrás de su espalda antes de
salir a la tierra mojada. No fue porque temieran al exterior, sino porque vieron muchas
temperaturas fuera de la planta...

Como una amenaza.

No pude creer lo que estaba viendo.

Eran cientos de hombres, cientos de personas, cintos de soldados uniformados, ocultando sus
cabezas detrás de enormes cascos, cargando sus enormes armas a varios metros de nosotros,
posicionados mientras nos señalaban, y mientras los experimentos les señalaban a ellos.

Con el horror escarbando en mi acelerado pecho, una de mis manos voló apresuradamente a la
camiseta rota de Rojo para aferrase a ella temerosa de que él disparara, aterrada de que esas
personas le dispararan a él otra vez.

—¡No dispares, Rojo, ¡por favor no lo hagas! — mis palabras apenas se escucharon estremecidas
cuando un sonido agudo en la lejanía se levantó sobre nosotros:

— ¡Esta es la armada rusa, tiren las armas al suelo y levanten las manos!

Todavía no somos libres.

TODAVÍA NO SOMOS LIBRES

*.*.*
Nadie prestaba atención al par de agujeros que se mantenían en lo profundo de la tierra enlodada
justo a cada lado de nosotros, nuestra atención estaba fundida en lo que se acomodaba más
adelante de nosotros.

El sujeto se mantenía un paso más al frente que los soldados, era el único que parecía no tener
arma, seguro de lo que hacía o lo que enfrentaba. Apenas podía ver la claridad de su figura
masculina bajando el megáfono para dar una mirada al cielo donde los helicópteros se mantenían
rodeándonos por encima, iluminándonos con sus enormes farolas.

Le di una corta mirada a los helicópteros, a uno sobre todo donde las personas que lo montaban se
mantenían observándonos, apuntando con sus largas armas a nosotros, también.

Nos tenían rodeados. Y solo ver esas inquietantes miradas endurecidas de los experimentos que se
mantenían clavadas en los soldados uniformados, ver como mantenían sus armas levantadas,
enfocadas y preparadas para disparar costara lo que costara proteger a los suyos, hizo que me
aferrara más a la espalda de Rojo, casi como una súplica de que retirara el arma.

No lo hizo.

Ninguno de ellos lo haría. No iban a obedecer aquella orden que fue gritada. No iban a bajar sus
armas, podía leerlo fácilmente en sus rostros. Desconfiaban, y claro que lo harían, yo también lo
hacía, pero esos hombres nos triplicaban en número. No íbamos a ganar, mucho menos a salir
libres de esto.

Mi mente trató de procesar con claridad, si nosotros bajábamos las armas seguro que ellos
también lo harían o al menos no nos matarían. Y si no las bajábamos...

—Rojo...—lo llamé, mi mano tiró de su camiseta en tanto lanzaba una mirada temerosa a los
soldados.

—Eso no sucederá—aquel gruñido que hizo que mis músculos saltaran por la forma tan peligrosa
en la que se levantó provino del enfermero blanco. A su lado el resto de los experimentos ya
habían formado una larga hilera manteniendo por detrás a los pocos infantes, algunos de ellos
incluso levantaron más sus armas hacía los helicópteros.
— ¡Están rodeados, tiren sus armas al suelo y levanten las manos! — la voz masculina retumbo
desde el megáfono acompañado de un leve chillido que aturdió. Pero ningún experimento movió
un solo musculo al igual que los soldados sobrevivientes que estaban armados.

Nadie tembló ante a la orden. Pude ver como uno de los hombres armados, se incorporaba de su
lugar arrebatando el megáfono al hombre para gritar:

— ¡Esta es la última advertencia!

—Baja el arma, no podemos contra ellos—mi voz tembló cuando lo dije, y cuando vi que ni
siquiera movió un poco su cuerpo o entornó la mirada en mi dirección, me atreví a moverme, o eso
traté porque tan solo di un paso fuera de su espalda, esa mano que se mantenía sobre el gatillo del
arma voló hacia atrás, empujándome mi cadera devuelta al lugar.

—No te muevas, Pym—soltó entre dientes. Y entonces, lanzó una mirada que, aunque me dejó
desconcertada por lo mucho que demostraba su enojo y desesperación, no me dejé intimidar.
Sabía muy bien que quería protegerme, sí, pero no así. No otra vez poniendo su vida en riesgo ante
algo que no íbamos a poder ganar.

Regresó su mano al gatillo, sin darme una segunda mirada como si supiera que esta vez lo
obedecería. Lo hice, me quedé detrás de su espalda solo porque sabía que si salía haría un
escándalo, sin embargo, no me quedé callada.

— ¿Crees que vamos a poder salir de esta? —pregunté lo suficientemente alto como para que los
demás pudieran escuchar—. Son cientos, no podemos enfrentarlos, solo haremos que nos maten.

— ¡Bajen sus armas, o tendremos que actuar!

—Ella tiene razón, hay que hacer lo que nos piden— gritó la mujer de cabellera rizada cuando
apenas la voz del hombre del megáfono se había esparcido alrededor hasta desaparecer. Estaba a
un experimento de nosotros. Bajó su arma, dejando que apuntara solamente al suelo, dándole una
mirada al experimento blanco quien se mantenía un poco más adelante que nosotros al igual que
07 Negro, firme como una roca—. Son muchos, son demasiados, no podremos contra ellos.
—¡Nos matarán, aun así! —exclamó 07, mirando al resto de sus compañeros.

— ¡Tiene razón, nos encerraran otra vez! —gruñó el enfermero blanco a su lado, él fue el único
que no quitó la mirada de la amenaza—. ¡No podemos permitirlo!

—Nos lastimaran si no bajamos las armas—expliqué rápidamente antes que alguien más hablara
—. Puede que sí nos encierren y nos hagan preguntas, pero miren, estamos rodeados no hay
salida. Si no obedecemos, dispararan.

Las últimas preguntas insertaron inseguridad en los experimentos, la suficiente como para que sus
brazos temblaran y sus dedos se apartaran de los gatillos, bajando algunos sus armas frente a los
orbes grisáceos de 07. Él parecía estar a punto de gruñir algo, cuando de pronto sus orbes se
movieron a una perturbadora velocidad de vuelta a los soldados, o mejor dicho a uno solo de ellos
que se había aventurado a caminar en nuestra dirección.

Y de un segundo a otro todos los experimentos que habían bajado sus armas las levantaron, todas
apuntado a la misma persona que se apresuraba a levantar sus manos como una señal de paz. No
venía armado, no había ningún arma a la vista, tampoco estaba vistiendo uniforme de soltado,
mucho menos llevaba puesto un casco dejando ver todo su físico lleno de abrumadoras
características me que hicieron pestañar.

— ¡No te acerques! —graznó 07, dando un paso al frente con el arma, casi, sobre su hombro.

—¡No disparen!

Aquella grave voz recorrió cada trozo de mi piel hasta erizarla, mi corazón aleteó desconcertado
cuando esos orbes de un ámbar tan enigma rico y de esclerotizas que, extrañamente no eran ni
blancas y mucho menos negras —parecían ser de un gris oscuro—rápidamente recorrieron a todos
nosotros. Sus comisuras oscuras se estiraron, torciendo sus carnosos labios varoniles en una
sonrisa de emoción.

— Miré temperaturas normales—acalló el instante que dejó de silencio—, pero no pensé que
fueran tantos sobrevivientes, y como pensé, ninguno de mi área.

Hubo otro desconcertante y tenso silencio que me hizo dar una voraz mirada a los demás antes de
volver a reparar en el hombre frente a nosotros. No era la única que estaba en shock, asombrada y
absortada por esa gran altura de al menos un metro noventa. Sus rasgos tan drásticamente
perfectos y atractivos, y el color de esos ojos tan intensos dueños de una mirada imponente.

Él era un experimento.

— ¿Por qué estas con ellos? —fue la primera pregunta que resbaló de los labios del soldado
naranja.

Me hice la misma pregunta, pero, ¿desde cuándo había salido del laboratorio? ¿Salió por los
elevadores? Debía de ser, Adam dijo que no había otra salida, solo el comedor. Había una segunda
salida, en la oficina del señor Chenovy, que tenía también un elevador y una escalera de
emergencia, pero toda esa área había explotado, según Jerry. Así que la única salida era el
comedor.

— ¿Nos estas traicionando también? — espetó esta vez el soldado naranja—. Responde.

—No, yo les he estado ayudando a buscar temperaturas contaminadas. Ellos no son peligrosos—
pronunció él sin bajar un solo centímetro sus brazos. Volvió a reparar en todos nosotros antes de
clavar de nuevo la mirada en 07 Negro —. Nos salvaron y nos mantienen a salvo.

Esas últimas palabras nos sorprendieron, sobre todo a 07 Negro quien había contraído con
extrañes sus oscuras cejas, sus brazos por un momento parecieron a punto de bajar. ¿Había más
experimentos y sobrevivientes con ellos? No éramos los únicos entonces...

— Bajen sus armas, ellos no les harán daño —soltó en petición, no sin antes ver hacía el umbral de
la planta, una mirada inquieta que era casi de temor que terminó girando la mirada para revisar
que no había nada en la entrada—. Si las bajan y levantan sus brazos, ellos lo harán también.

— ¿Cómo puedes estar tan seguro? —Esta vez había sido Rojo el que arrojó con desconfianza la
pregunta bajó el crepitado serio de su voz.

—A nosotros no nos hicieron daño—explicó con calma el experimento, sin detenerse a mirar a uno
solo—. Cuando logramos del laboratorio, fuimos acorralados en una habitación de la plana por los
contaminados, pero ellos no rescataron y nos han mantenido a salvo desde entonces.
La confusión y desconfianza se adueñaron del ceño de 07, y no era el único que se mantenía
ceñudo y con esa misma sensación de que algo no estaba del todo bien. Tal vez el experimento
decía la verdad, pero todos esos soldados podían significar un problema mayor.

Una amenaza para Rojo y para nuestro bebé. Con ese solo pensamiento mi mano voló velozmente
a mi vientre donde aún podía sentir esos leves cólicos que desde el comedor no habían parado de
molestarme...

—Nos van a encerrar como animales otra vez— habló otro experimento al que solo pude ver de
perfil, su nariz respingona permanecía un poco arrugada en tanto sus orbes repletos de un naranja
apagado aseguraban que pertenecía a la clasificación de experimentos del área naranja, se
mantenían sobre el experimento, observándolo con recelo—. Nos encerraran y experimentaran
con nosotros otra vez.

—No es así. A nosotros no nos encerraron, sólo tomaron muestras de sangre y nos pusieron bajo
vigilancia dos días para saber si estábamos o no contaminados, luego nos dejaron libres—sinceró.
Pestañeé consternada por lo que había dicho, preguntándome cuánto tiempo llevaban en la
superficie—. Nos alimentaron, nos dieron refugio, una cama y techo, no nos trataron mal. Y a
ustedes tampoco los trataran mal, ellos quieren terminar con los contaminados.

— ¿Estás seguro? —repitió Rojo, su espalda se alejó un paso de mis manos, un movimiento
amenazador hacía el experimento, un movimiento inquietante para mí.

En estas circunstancias tan severas no quería tenerlo lejos.

—Se los aseguro—no dudó en soltarlo con rapidez, soltando la firmeza y seguridad en sus palabras,
una seguridad que estuvo a punto de convencerme, enviando mi mirada detrás de sus hombros
donde a varios metros se hallaban aquellos soldados inmóviles apuntándonos con sus armas,
esperando a que bajáramos las nuestras.

Aun seguí sintiendo inseguridad—no era la única—, tanta así que hasta mis rodillas temblaban
nerviosas y temerosas mientras en mi mente cientos de preguntas comenzaban a formarse.
¿Estaba hablando en serio? ¿Realmente podíamos confiar en ellos? Aunque se miraba tan seguro y
trasparente, ¿no lo habían amenazado para hacer que nos rindiéramos? No teníamos salida, ellos
nos tenían rodeados así que tarde que temprano terminaríamos rindiéndonos tal como ellos
ordenaron, pero... ¿Podíamos rendirnos y confiar en ellos? ¿Era cierto lo del refugio? ¿Podíamos
confiar?

La cabeza empezó a darme vueltas, pensamientos a contradecirse unos contra otros. De ninguna
manera podíamos confiar. Si los monstruos habían salido y contaminado a otros y matado a
cientos... No nos dejarían libres entonces, veníamos del mismo laboratorio de donde salieron las
monstruosidades, ellos lo sabían, seguramente nos culparían.

Nos matarían al final.

— A nosotros nos dejaron quedarnos con las armas con las que salimos del laboratorio, lo mismo
pasará con ustedes—habló cuando vio que nadie dijo nada en un par de segundos, en ese instante
bajó su brazo dejando que su mano descansara sobre una pequeña arma guardada en su bolsillo
—. No puedo hacer que me crean, pero pueden averiguarlos por ustedes mismos. Ellos no quieren
hacernos daños, nosotros no les amenazamos y si somos o no del laboratorio no les importa, lo
que ellos buscan es acabar con los contaminados...

Se había escuchado tan sincero y trasparente que el silencio se hizo alrededor, llenándose
rápidamente de tensión, una peligrosa y ansiosa tensión que hizo que los experimentos se
compartieran una mirada y esos murmuras comenzaran a emerger. Busqué en su mirada algún
gesto que respondiera rápidamente que estaba mintiendo, que lo habían amenazado, sí era así
entonces nuestras vidas se terminarían, no habría más, y no era porque fuera negativa, era porque
la evidencia era simple a nuestro alrededor.

Y de repente, no había sido 07 Negro ni mucho menos el enfermero blanco o el soldado naranja u
otro experimento quien había dado el primer paso entre todos, sino Rojo, él se apartó por
completo de mí, a zancadas firmes y peligrosas con su arma levantada apuntando a la cabeza del
experimento una vez se detuvo a menos de medio metro de su alto cuerpo.

El corazón saltó de mi pecho a punto de agujerarme el pecho y salir huyendo, mis manos habían
sentido la necesidad de detenerlo cuando aquella enorme farola de luz sobre uno de los
helicópteros, terminó iluminándolo solo a él.

—Te lo preguntaré una última vez—gruñó cada palabra, enfurecido ante aquellos orbes platinados
que parecían sobresaltados—, ¿estás seguro que no nos harán daño? —refutó con la misma
tonada la pregunta—. Escucha, si percibo con mi olfato y mi audición que estás mintiendo, te
mataré.
—También he pasado dolor al igual que ustedes en el laboratorio, tuve la misma desconfianza
cuando ellos entraron y nos sacaron de la planta—comenzó a hablar, viéndonos de reojo otra vez
antes de volver la mirada a Rojo, a esos orbes entornados con tanta intensidad en él como si
buscaran cualquier gesto extraño que le dijera que él estaba mintiendo—, pero ellos no nos
lastimaron—terminó diciendo al instante en que negó con la cabeza —. No los van a lastimar si se
rinden. No volverán a las incubadoras ni a esos cuartos pequeños, seremos libres.

Mientras lo decía, la seguridad que trasmitía tanto con su voz como con su mirada, estremeció mis
huesos. Bastó solo esa última palabra, para que Rojo bajara el arma, se apartara un par de pasos
de él, y volteara a ver a los suyos.

—Bajen sus armas— no fue una petición, sino una orden que enchuecó la quijada de 07, y del
enfermero blanco, quien negó con la cabeza.

— No sabemos sí él está mintiendo — apresuró a decir 07, en un ápice de molestia.

— Aun así, estamos rodeados, no hay salida y es mejor bajar las armas antes de que hayan
lastimados— aseveró Rojo, dejando que su voz recorriera lo que pudiera antes de que el sonido de
los helicópteros lo amortiguaran—. ¡Bajen sus armas!

— ¡No las bajaremos! —gruñó 07, un intenso y bestial gruñido que hizo que mis huesos saltaran
debajo de mi piel. Rojo por otro lado, permaneció inmóvil con su impotencia sin una pisca de
temor, clavando su feroz mirada en esos orbes grisáceos.

— ¡Si no las bajan esto terminara mal! —grité, enfundando mi arma ante aquellas miradas torcidas
en mi dirección, pero de todas ellas a la única mirada que puse atención fue a esos diabólicos
orbes que desde un inicio en que subimos por los elevadores se presentó como la cabeza del grupo
—. Aun si mintiera no hay salida de todos modos, y si volvemos al laboratorio o disparamos ellos
también lo harán, perderíamos a muchos.

Ni siquiera pasó un segundo en que terminé de hablar, y un segundo en el que pude ver alguna
reacción en su rostro cuando alguien más tomó la palabra.

—No salimos del laboratorio para estar bajo órdenes otra vez—espetó entre dientes 07 Negro.
—Tenemos niños que proteger, no podemos enfrentarlos—Esta vez la mujer de los risos había
hablado, bajando su propia arma mientras y junto a ella, un par de experimentos de mirada
verdosa también lo hicieron—. Piénsenlo, disparan y alguna bala de esos infelices terminará
atravesando la cabeza de esos niños.

La endurecida mirada de 07 se ablandó moviendo un poco su cuerpo para ver a esos pocos
infantes que se acomodaban detrás de todos ellos, lanzando miradillas a todo lo que pudieran ver
de lo que se extendía frente a nosotros. Confundidos, curiosos y atemorizados. Eran tal como ella
lo dijo, niños que abarcaban una edad menor de los 12 años, niños que no merecían haber estado
en ese laboratorio amenazados por las monstruosidades.

Eran niños como la edad de Verde 13.

Mordí mi labio al recordar a ese pequeñito del quera era examinadora, al recordar por todo lo que
había pasado y lo mucho que se había esforzado para crecer, para que al final... esas personas
fueran tan injustos como para despreciar de tal forma su vida. Lo vieran más que un simple objeto
como para triturarlo y volverlo a hacer a su manera. No lo vieron como lo que realmente él era, un
niño y nada más.

—Ellos tienen razón, son fuertes, pero esos soldados les superan el número, tienen miles de
armas, morirá gente— supe a quien le pertenecía la voz. Adam. Él y otros sobrevivientes bajaron
sus armas—. Tu gente, porque yo no dejaré que muera la mía— enfatizó con fuerza, esta vez,
dejando que su escopeta resbalara al lodo, dejando también que sus manos se levantaran en señal
de rendición.

A su lado, varios otros hicieron lo mismo sin antes mirar a los experimentos y como ellos
comenzaban a dudar en hacerlo o seguí al experimento 07. La mujer de mirada miel hizo lo mismo,
su arma golpeó tan fuerte el lodo que este mismo terminó embarrando sus botas, un pequeño
acto atisbado por la mirada oscura del experimento.

—¿Qué piensas de esto, 07? ¿Nos rendiremos? —preguntó el enfermero blanco, dándole una
mirada a su compañero.

—No—espetó él y eso estuvo a punto de acelerar mi respiración—. Pero bajaremos nuestras armas
porque no podremos ganar aquí —exhaló las palabras, escuchándose forzado a decirlas.
Inconformé y aún desconfiado terminó dejando caer su escopeta, al igual que todas las otras
armas que colgaban del cinturón de su uniforme, y lo mismo hicieron todos los demás
experimentos, poco a poco levantando sus brazos.

Rindiéndose.

Ríspidamente busque a Rojo con la mirada, él comenzó a pasos grandes acercarse con esa mirada
carmín dispuesta y sería encajada en mí.

—Tira tu arma—hizo saber, pero cuando quise volver una realidad sus palabras alcanzando mi
arma para tirarla, él ya la había tomado de mí bolsillo para lanzarla junto con la suya al suelo, y
para que al instante fueran sus dedos deslizándose por toda la piel de mi antebrazo hasta la palma
de mí mano donde se entrelazó—. Pero no te apartes de mí—y con esas palabras que se habían
escuchado como advertencia, levantó nuestras manos al cielo, apretando la mía.

Y tan solo lo hicimos, esas armas que desde el momento en que salimos de la planta nos
apuntaban, cedieron también con un veloz movimiento que terminó incorporando a todos los
soldados, todos al mismo tiempo. Pronto, varios de esos soldados comenzaron a trotar en
dirección nuestra. Cuando vi que no se detenían con sus armas bajas sin señalar, mi corazón se
contrajo, se apretó y tembló.

—Hicieron bien, todos estaremos bien —escuchamos decir al experimento que aún se mantenía
más el frente que nosotros. Me pregunté si realmente todo estaría bien, pero claramente no lo
estaría porque desconocíamos lo mucho que había cambiado el exterior, más aún si los monstruos
habían llegado lejos.

Solo nos quedaba averiguar qué tan peligroso era, qué tan peligroso eran ellos, y si nosotros
sobreviviríamos.

Sí algún día tendríamos vidas tranquilas.

(...)

Las vibraciones del vehículo de guerra en el que nos colocaron eran rotundas, sacudían nuestros
cuerpos detenidos por un grueso cinturón que se abrazaba a nuestro vientre ligeramente, y no era
por la carretera sino por el conductor que manejaba sin cuidado, como si estuviese apresurado a
llegar a su objetivo. Sentí pavor a causa del movimiento acompañado de los inesperados
estruendos de una tormenta en el cielo que apenas comenzaba.

No había siquiera un cinturón que me brindara seguridad así que solo pude buscar la mano de Rojo
y apretarla: un agarre en el que apenas él me correspondió. Todo el cuerpo de Rojo estaba tenso,
permanecía duro como una piedra en su asiento y no era por el estruendo en el nublado cielo o las
sacudidas del helicóptero sino por los soldados que se mantenían frente a nosotros, a un metro de
distancia abrazando sus armas despreocupadamente mientras nos observaban.

Nos habían separado en cuatro grupos que repartieron en cuatro vehículos del mismo tamaño,
cada uno con un número de soldados rusos para mantenernos vigilados. Eso era lo que esos
soldados frente a nosotros estaban haciendo en este momento, vigilándonos, reparando también
en el aspecto físico de Rojo y el resto de los experimentos repartidos a nuestros lados.

Todo había pasado muy rápido desde el momento en que subimos nuestros brazos en rendición y
los soldados llegaron a nosotros. Lo primero que ellos hicieron fue recoger nuestras armas y revisa
que no tuviéramos una escondida, o que claramente no estuviéramos contaminados. Muy apenas
los experimentos se dejaron revisar, a excepción de algunos que no dejaron si quiera que los
soldados se les acercaran. Y después de eso comenzaron a subirnos en los camiones bajo una
petición.

Y aunque el silencio a nuestro alrededor había vuelto a hacerse desde el momento en que subimos
y nos sentamos, pronto fue acallado por uno de los soldados que parecía ser el que estaba a cargo,
además que de pude reconocerlo.

—Soy el soldado Jon al mando de ustedes. Tendrán muchas preguntas y el camino al refugio es
largo, ¿por cuál empezaran? —Le reconocí de inmediato, aunque su voz en este momento tenía
menos fuerza que en el megáfono, pero era él. El hombre que nos ordenó bajar las armas—. Los
otros que salvamos ya nos contaron lo suficiente del laboratorio y de lo acontecido, así que solo
podemos responder sus dudas.

Miró a cada uno de nosotros, hice lo mismo, en tanto todas las dudas comenzaban a emerger en
mi cabeza, todas construyendo respecto al refugio, a todos ellos y a lo que en estas semanas había
sucedido en el exterior.

Quería saber que tanto habían destruido, hasta donde habían llegado. Quería saber si no habían
llegado hasta Moscú, esa era la ciudad en donde mi familia vivía. No estaba muy lejos de Kolonma,
ese era el pueblo en el que se ocultaba la planta eléctrica. En todo este tiempo que estuvimos en el
laboratorio muchas cosas pudieron haber sucedido en la superficie. Ni siquiera sabía en qué
momento esas monstruosidades comenzaron a salir, así que no sabía hasta donde habían podido
llegar.

Sí llegaron a Moscú... podría soportarlo.

— ¿Ninguna pregunta? —Arqueó una ceja, dándole una pisca de diversión a esa mirada grisácea.

—Sí—la respuesta surgió al unísono entre Adam y yo, un sonido que hizo que incluso
compartiéramos una mirada corta, muy corta en la que vi la forma en que él levantó un poco su
mentón antes de apartarse y hablar:

— ¿Qué estaban haciendo en la planta eléctrica? ¿Iban a destruirla? —preguntó, sin darme
oportunidad a mí de hacerlo.

—Algo así—la respuesta brotó de los labios de uno de Jon—. Estábamos por enviar a un grupo de
soldados al subterráneo para colocar bombas luego de buscar sobrevivientes, pero nos sorprendió
su aparición. Por el numero de localizadores que comenzó a iluminarse en la pantalla de uno de los
sobrevivientes, creímos que eran más contaminados, así que nos pusimos en alerta.

— ¿Hasta dónde han atacado los monstruos? ¿Han llegado a la ciudad o a otras zonas? —me
aventuré a preguntar enseguida, sintiéndome repentinamente un poco sofocada con el corazón
acelerado en mi pecho cuando esa mirada carmín se colocó sobre mí. Rojo seguramente sabía por
qué estaba preguntando, le había contado sobre mi familia, sobre mis hermanos pequeños. Sabía
que vivían en una ciudad nombrada Moscú.

— Toda Kolonma1 fue destruida y contaminada, fue una masacre, algo terrible—empezó, tragué
con fuerza el nudo que sus pocas palabras habían construido en mi garganta, rompiendo
enseguida el agarre entre la mano de Rojo y la mía solo para tallar mis palmas sobre los muslos. Un
acto que Rojo atisbó, hundiendo un poco su entrecejo—. Menos de la mitad de la población que
habitó el pueblo sobrevivió, pero aun la mitad de los que sobrevivieron estaban contaminados. No
pudimos hacer nada por ellos.

Eso me estremeció, imaginando lo que había sucedido.


— ¿Han llegado a Moscú? —repetí mi pregunta, mi voz amenazó con temblarme. El hombre se
estiró un poco hacía atrás, recargando su espalda en el respaldo del asiento de madera. Con calma
me miró, una calma que quise arrancarle de su cuerpo.

Nadie tomaría estas cosas con calma.

—Tomamos las precauciones medidas cuando fue destruida, en cada ciudad o pueblo que rodeaba
a kilómetros este, enviamos soldados armados. No sabemos si esas cosas que matamos eran las
únicas en la superficie, por eso nos dividimos en varios grupos y enviamos una orden de alerta
hasta a la marina para cazar a estas criaturas— replicó—. Los hemos estado cazando en las afueras
de Kolonma1, no por sus localizadores, sino por el desastre que han dejado en su camino. Pero si
hubiesen atacado en la ciudad o en otras áreas a las que hemos enviado la alerta, estaríamos
informados, y hasta entonces no ha habido informe—detalló, y solo hasta que dejó de hablar pude
soltar una larga exhalación que relajó mi cuerpo. Mi menté se despejó, eso quería decir que mi
familia seguía con vida, a salvo, ¿cierto?

No habían atacado a Moscú... Ni a ningún otro lugar, aunque el lugar más cercano al pueblo
después de miles de kilómetros, era Moscú.

— ¿Qué planean hacer con nosotros? —Rojo esfumó la pregunta, y por ese segundo su mano
cubrió una de las mías, por encima de mi muslo para volver a entrelazar sus dedos con los míos.

Noté la forma inquietante en que el soldado al mando estudiaba en silencio a Rojo. Estirando una
mueca solo del lado derecho de su rostro, torciéndolo en tanto lo observaba.

—Nada—resopló con sencillez, una respuesta que nadie esperó—, sabemos lo que hacían en el
laboratorio y sobre los experimentos como ustedes, no hay nada más que queramos saber hasta
entonces—pronunció, y quedé confundida, ¿en verdad sabía para qué habían sido creados
realmente los experimentos? Los únicos que lo sabían eran los malditos que provocaron este
infierno y ellos habían muerto, ¿o acaso habían capturado a uno?

—¿Qué tanto saben de los experimentos? —proseguí a preguntar.

—Sus dones, por decir así, y que su ADN esta hecho a base de una gran variedad de reptiles, la
mayoría de ustedes pueden ver temperaturas, el resto vibraciones, olfato bien desarrollado al igual
que su audición. La razón por la que los crearon realmente no nos interesa, solo buscamos a los
responsables de este caos y terminar con los contaminados, el resto no nos concierne a nosotros—
respondió con lentitud, y casi parecía como si hubiese repasado antes sus diálogos por la
naturalidad en que lo soltó—. Estarán cansados así que solo les darán una cama y algo de comida,
al día siguiente les tomarán muestra de sangre solo por precaución, y listo.

¿Eso era todo? Sentí que no, que no era todo, que había algo más que no quería decirnos. Era muy
poco, ¿no tenían interés en los enfermeros o los experimentos con mucha fuerza muscular?
Aunque deseaba que no tuvieran interés en ellos, su respuesta era para desconfiar.

— ¿Una muestra de sangre y es todo? —inquirió Adam, él también sospechaba.

—Sí, ¿qué esperaban? Si hay más se los dirán por la mañana—dijo, soltando una fuerte exhalación
y lanzando una mirada a las pequeñas ventanas con barandales del vehículo que se encontraba
sobre nosotros—. Esto es todo lo que me corresponde decirles.

— ¿Quiere decir que nos dejaran libres después de que esto termine? —tartamudeé a la mitad de
la pregunta con temor a tener una mala respuesta.

—Eso no me corresponde decidirlo, señorita— ni siquiera dudó en responder—. Vienen de un


laboratorio subterráneo donde se sintieron dioses y crearon nueva vida reptil, soltarlos, así como
así, no será tan sencillo.

— ¿Qué quiere decir con eso? —pedí que me explicara, porque en serio no estaba entendiéndolo.
¿Hablaba que nos mantendrían encerrados? ¿Se llevarían a Rojo y a los demás con ellos?
¿Entonces ese experimento nos mintió?

— ¿Nos encerraran? — Adam preguntó.

—No, y no me corresponde decidirlo, pero...— pausó para aclarar, para inclinar su cuerpo sobre
sus rodillas y acomodar sus codos sobre estas mismas—. Imaginen lo que terminaría sucediendo el
día que estos experimentos caminen por las calles de una ciudad, las personas se volverían locas.
Un caos volvería acontecer. Sin embargo, el gobierno estaría proporcionándoles un lugar seguro
para que vivan y crezcan. Pero me estoy adelantando, todavía tenemos que exterminar a esas
cosas, por lo tanto, se quedaran con nosotros.
Quedé pensando en lo que dijo con simpleza, procesando cada palabra, aunque no había mucho
en qué pensar porque todo lo que dijo era cierto. Él tenía razón, incluso yo tardé en aceptar a los
experimentos. La primera vez que vi a Verde 13 quedé estupefacta, en shock, no pude hacer nada
los primeros días por estar observándolo, estudiando todo de él porque era nuevo para mí, pero al
final, después de todo lo acepté.

Los experimentos podían ser aceptados, Rojo podía ser aceptado, ¿no es así?

No. Ese hombre tenía razón, pensarlo o decirlo era más sencillo que hacerlo o ver que sucediera. A
nosotros nos pagaban por entender a nuestro experimento, por comunicarnos con él y
relacionarnos con él, formar un lazo. Sé que el resto de los examinadores se sintieron igual que yo
cuando conocieron al experimento que cuidarían por años, y aun así la mayoría de los
examinadores no aceptó a los experimentos.

Los miraban como animales, no como personas.

No les gustaba, no los querían, les daban asco...

Sería muy complicado, e incluso, comenzaría un nuevo caos.

Y el vehículo se detuvo para mi sorpresa, sacándome de mis pensamientos e inyectando una bola
de nervios en mi estómago cuando en ese segundo hasta los soldados se levantaron con sus armas
preparadas, con las miradas puestas sobre todos nosotros.

—Arriba, hemos llegado.

Era extraño, no duramos más de una hora en el vehículo, ¿y ya habíamos llegado? Rojo se levantó
del asiento, tirando levemente de mi mano para que hiciera lo mismo, y lo hice sin inmutar, viendo
como los soldados abriendo esas puertas metálicas para dejarnos apreciar lo poco que se podía en
el exterior a causa de la oscuridad de la noche. Pronto, varios soldados comenzaron a bajar, y los
experimentos los imitaron sin chistar.

Por otro lado, mientras ellos saltaban del vehículo a la tierra sin problema, miré todo lo que pude
del exterior solo para saber que el refugio se trataba de un campamento. Un enorme campamento
con cientos de tiendas de acampar acomodadas en seis líneas largas.
Cada esquina del campamento alumbradas por enormes farolas colgadas en torres de madera
acomodarse a lo largo de la reja de púas metálica que rodean todo el campamento. Esas torres
estaban ocupadas por soldados armados, estaban bien equipados atentos a cualquier anomalía
alrededor de un bosque que les rodeaba.

—Pym— Salí de mi trance, reaccionado al ver la mano de Rojo extendida frente a mí. No me di
cuenta del momento en que bajo del vehículo, colocándose frete a mi cuerpo, esperando a que yo
hiciera lo mismo.

Aunque no hacía falta, tomé su mano rápidamente para bajar de un pequeño salto a la tierra
húmeda en la que se hundió mi calzado. Emprendimos camino apartándonos de los otros
vehículos estacionados en el interior del campamento. Volví a echar una mirada alrededor
encontrando pronto que los otros sobrevivientes y los experimentos que antes estaban con
nosotros ya estaban siendo repartidos a las tiendas de la tercera fila por otro soldado. Por la lejanía
en la que estaban, apenas pude reconocer al experimento de orbes platinados invitando a un par
de niños a entrar en una de las tiendas en compañía de otro experimento.

Se miraba tan tranquilo, tan confiado y seguro, ¿realmente nosotros también debíamos sentirnos
confiados y seguros?

—No podrán salir de sus tiendas hasta el amanecer, solo por precaución, ¿entendido? —pareció
más una advertencia. No volteó a vernos, solo nos llevó hasta la cuarta fila de tiendas donde
pronto comenzamos a recorrer el pasadizo abierto—. Uno de mis hombres les llevará un poco de
suministros para que pasen la noche.

— ¿Este lugar es seguro? —la pregunta había sido de uno de los experimentos que nos
acompañaba, su mirada repleta de un colorido miel intenso, estaba clavada en las torres junto a la
cerca de púas.

—Eso es una ofensa—resopló el hombre uniformado, dándole una mirada al experimento —.


Reforzamos la cerca, cualquier animal o cosa que se acerque se electrocuta.

Instantáneamente miré hacía la tierra que mis pies pisaban con cada paso que daba. Esos
monstruos eran inteligentes, si no podían penetrar la cerca, buscarían otra entrada. La tierra podía
ser su entrada.
— ¿Nos llevaran a otro lugar? —tuve la duda. No quería estar aquí rodeada de tanta naturaleza,
era peligroso. No estábamos seguros a pesar de que había demasiados soldados armados.

—Lo más seguro es que se los lleven a la base por la mañana.

— ¿Dónde está la base? —continué.

—La primera base está del otro lado Moscú. Si tienen familia podrán pedir verla— Con esas
palabras una chispa de emoción y ansiedad se encendió en mi interior. Yo quería ver a mi familia.

— ¿Podremos contactar con nuestras familias llegado a la ciudad? —Miré la media sonrisa que
dibujó en sus delgados y largos labios antes de detenerse junto a una de las tiendas cuyo interior
se ocultaba detrás de unas cortinas verdes, y girar en torno a mí.

—Sí. Una vez que los acomoden podrán contactarlos—respondió, instalando un cosquilleo en mi
estómago, una sensación de alegría y angustia que me apretó las manos. Volvería a ver a mi
familia, por lo menos, eso no nos lo iban a impedir—. Ahora, se terminan las preguntas...— se
detuvo, pasando de verme a ver a los otros en tato ese cosquilleo se intensificaba en mi interior—.
Uno de ustedes dormirá en esta tienda, ¿quién lo hará?

—Nosotros—Su grave y ronca voz crepitó en mi pecho, un estremecimiento se añadió en mi piel


cuando la mano de Rojo rozó suavemente la mía con el propósito de que le mirara después de
decir aquello. Jon nos observó desvaneciendo un poco esa media sonrisa, antes de estirar su brazo
y tomar la primera cortina que terminó extendiendo solo para echar una pequeña mirada al
interior.

—Es una cama muy pequeña—comentó, Rojo no tardó en revisar, aunque desde nuestros lugares
podía ver casi todo lo que había dentro de esa tienda, y con todo me refería a esos trapos
extendidos en el suelo y una almohada tan pequeña como el tamaño de mi antebrazo, además de
una lámpara de vela encendida a medio metro de la camilla —, pero supongo que harán lo posible
por caber en ella.
—Es suficiente para los dos—esta vez hablé yo, y de imitar a Rojo que ya estaba adentrándose al
interior de la tienda, la mano de Adam me detuvo en seco, me hizo girar y encontrar esa mirada
marrón opaca y sería.

—Cuiden sus espaldas—demandó, unas palabras que abrieron mis labios, unas palabras que
hicieron que Jon ladeara el rostro con la mirada clavada en Adam—. Túrnense si van a dormir.

— ¿Esta dudado de nosotros, señor...? —soltó la pregunta, remarcando más la última palabra
como si esperara a que Adam dijera su nombre. En realidad, eso último es lo que estaba esperando
mientras reparaba en su aspecto.

—Adam—respondió con sequedad, soltando mi muñeca enseguida—. Y alguien que diga que no le
interesa saber de los experimentos no es de mucha confianza.

— ¿Debe haber una razón para que nos interesen estos experimentos, señor Adam? —inquirió Jon,
dando un paso para acortar la distancia entre ambos —. No todos somos como las personas del
subterráneo, preferimos pelear por nosotros mismos para ganar los honores que dejar que otros lo
hagan por nosotros, eso sería una verguiza.

Adam apretó los labios en tanto Jon arqueaba una ceja, por ese momento parecían retarse con la
mirada.

—Espero que sea así—fue lo único que él dijo antes de entornar su mirada hacía mí... mejor dicho,
hacía Rojo—. Cuiden sus espaldas, cualquier cosa ocuparé la tienda de al lado—y con eso, Adam ni
siquiera dio una mirada a Jon para comenzar a caminar, guiándose solo en el camino hacia la
tienda junto a la nuestra.

—Ya quiero ver cómo le queda la cara por la mañana cuando se dé cuenta de que no es así—
repuso Jon tras el suspenso que dejó los pasos de Adam cada vez más alejándose—, en fin. Dentro
de una hora les traerán comida y agua. No salgan de sus tiendas, es una orden—repitió la última
frase haciéndome preguntar por qué razón no quería. Podía deberse a que no era seguro por la
noche, o no lo sé. Nos dio la espalda tras un suspiro de fastidió, esta vez mirando al resto del grupo
—. Caminen, les daré a ustedes también una tienda.

Y sin más, no pude adentrarme a la tienda hasta ver que ellos se apartaban por el ancho y largo
corredizo abierto, notando mientras se alejaban como Jon tiraba una mirada a la tienda en la que
Adam había entrado sin invitación.
Entré a la tienda sin esperar más, dejando que la cortina resbalara de mis manos para que
cubrieran el alumbrado exterior. Me quedé quieta, sin moverme de mi lugar viendo como la única
luz de la tienda creaba sombras negras en las cortinas que veía, mientras pensaba en que todo
esto era demasiado bueno para ser verdad.

Parecía un sueño que saliéramos vivos del laboratorio sin ser atacados por una monstruosidad.

Jon hablaba con una normalidad que era incapaz de sospechar de él y el resto de los soldados,
pero Adam también dijo algo cierto, ¿ellos no estaban interesados en los experimentos? Estaba
segura de que ya le habían dicho sobre los experimentos enfermeros y de los otros cuya fuerza era
sorprendente, estaba segura que ya sabían que los experimentos fueron creados para la guerra.

Con pocas gotas de la sangre de un experimento enfermero, tu herida sanaba y tu fuerza


regresaba, era imposible que no sintieran curiosidad o interés por ellos. Tal vez lo tenían y no
querían decirlo, pero la pregunta era saber si ese interés era bueno o malo.

—Estás preocupada por tu familia— Su crepitante voz me sacó de mis pensamientos. Reaccioné
dando media vuelta para asentir, encontrando como Rojo observaba las sabanas de diferente color
acomodadas en un rincón del suelo.

Me pregunté sí él también sentía que todo esto era solo un sueño.

—Pero que no hayan recibido informes de que atacaron Moscú, me tranquiliza— respondí con
sinceridad encontrando enseguida como su cuerpo se inclinaba para dólar sus rodillas contra el
suelo, pronto movió sus brazos y comenzó a desdoblar un poco más los cobertores hacía su lado
—. En esa ciudad es donde vive...

—Tu familia— terminó diciendo, al mismo tiempo incorporándose con su enorme figura después
de agradar un poco más la cama en la que nos recostaríamos. Estaba segura de que no podría
pegar un ojo por pensar en lo que acontecería al amanecer —. Recuerdo muy bien lo que hablaste
de ellos, sobre todo de tus hermanos menores.

Sentí una sacudida en mi pecho y una fuerte opresión se adueñó rápidamente de mí. En todo el
tiempo que estuve en el laboratorio no dejé de pensar en mi familia, en lo mucho que trabajar en
el laboratorio les había ayudado a mis padres para darles una vida mejor a mis hermanos. Así que
no estaba arrepentida de trabar en el laboratorio estos tres años a pesa de que muy pocas veces
pude contactarme con ellos por teléfono, muy pocas veces pude escuchar sus voces...

Al fin volvería a verlos, esta vez no más por teléfono, sino cara a cara, vería cuanto habían crecido
Michaell y Gael, mis hermanos pequeños de diez años.

—Van a estar bien, Pym—Inesperadamente las manos de Rojo rodeándome por detrás,
deslizándose lentamente por toda mi cintura, me estremeció, y todos mis huesos se ablandaron
cuando en la cima de mi cabeza sentí sus labios brindándome un beso.

Todo mi cuerpo suspiró entre sus cálidos brazos.

—Eso espero—exhalé las palabras. Solo podía confiar en eso, en que estarían bien y que volvería a
verlos.

Presentarle a Rojo, no imaginaría lo mucho que conocer a un hombre con estas características
físicas les afectaría a mis padres, por supuesto que les afectaría, los dejaría en shock, ese sería otra
de las cosas con las que cargaríamos, pero era menos importante comparadas con todas las
demás.

— No confío en estas personas, creo que los míos tampoco lo hacen.

—Yo tampoco confío en ellos, pero espero equivocarme, hemos pasado por tanto que nos
merecemos estar tranquilos.

Solté otro largo suspiro en el que los músculos de mi cuerpo se relajaron al fin, dejando que mi
espalda descansará sobre el duro y caliente pecho desnudo de Rojo. Sus brazos me apretaron un
poco más a su cuerpo, me sentí nuevamente protegida, anhelada por él.

Todo había pasado muy rápido desde que desperté en el área, pero lo recordaba todo a la
perfección, desde el momento en que la puerta 13 se abrió y Rojo y yo salimos al corredizo repleto
de humo. Todo lo que se desarrolló desde ese instante nos llevó a terminar en la superficie, los
dos, al fin, y yo esperando un hijo suyo. Me pregunté cómo se sintió Rojo cuando al fin salió del
laboratorio, no pude ponerle de toda atención cuando esos soldados aparecieron.

— ¿Cómo te sientes ahora que estas en el exterior? —curioseé.

Una vez mientras aún era su examinadora, le hablé sobre la superficie, sobre la ciudad de la que
provenía, cómo era Moscú, cómo eran las personas que lo habitaban e incluso mi familia, y él me
contó lo mucho que deseaba conocer mi ciudad, ver lo grande y espacioso que era el exterior. Y
aunque las condiciones ahora no eran nada seguras, al final pudo ver un poco de nuestro mundo.

—Que el laboratorio ya no es tu hogar—añadí, llevando mis manos suavemente sobre las suyas
que de inmediato se deslizaron más abajo, sobre la cremallera de mis jeans... sobre mi vientre.

—El laboratorio nunca fue mi hogar— aclaró para mi sorpresa, repartiendo besos en mi hombro
desde atrás—, tú lo eres, Pym.

Inevitablemente de mis carnosos labios se alzó una sonrisa de felicidad, algo se revoloteó por todo
mi cuerpo erizando las vellosidades de mi piel, esa había sido una sensación tan emocionante que
rompí el abrazó y giré sobre mis talones para tenerlo de frente, subir mucho el rostro y contemplar
esa feroz mirada carmín.

—Lo soy—sostuve. Mis manos deslizándose por la estructura marcada de su abdomen, escalando
cada pequeña fibra de su piel hasta sus pectorales, hasta ese lado izquierdo de su pecho donde
recordaba firmemente que una bala le había atravesado. No dude nada en colocarme en puntitas
para besar esa zona de ardiente piel que de inmediato endureció su cuerpo, le hizo a él jadear,
pero no había sido con otro propósito mi beso, más el de demostrar lo mucho que quería estar con
él—. Me dijiste que te lo dijera una vez saliéramos del laboratorio—recordé, acariciando con
dulzura y delicadeza su pectoral izquierdo—. Estamos en la superficie ahora, a salvos por el
momento, y aunque no sabemos qué ocurrirá mañana, y no es el momento para confesar, te lo
haré saber.

En su mirada una chispa de sentimientos lo iluminó, un segundo antes de oscurecer esos orbes
diabólicos y sensuales que desde el primer momento en que los vi, me capturaron por completo.

Rojo era el hombre que amaba.


Sí, un hombre y nada más que eso.

—Te amo, Rojo—sinceré bajo un estremecimiento que lo contagió a él también. Sus carnosos
labios húmedos se separaron, su endurecido pechó dejó de inflarse, estiré un poco más mis pies,
levantando y torciendo hasta mi rostro hacía el suyo para que la distancia entre nuestros labios
fuera la mínima hasta rozarse.

La primera vez que lo llamé Rojo, no fue cuando salimos del túnel de agua, sino cuando le hice el
amor. Cuando lo tuve tan dentro de mí, abrazado por mi interior, que toda mi alma lo llamó en un
fuerte gemido que solté contra su boca. Nuevamente, como aquellas veces el tiempo se detuvo
solo para apreciar la carnosa estructura de sus labios temblar, era como si quisiera sonreír, una
sonrisa que no pudo completarse.

—Es como sentirme vivo otra vez— Su aliento cálido abrazó mis labios. De un segundo a otro, esa
distancia se acortó cuando él empujó su cabeza para poseer mi boca, devorar la carne de mis
labios en tanto sus manos apresaban mis caderas y las pegaba a las suyas. Besos en los que tuve
motivos para volverlos más profundos y apasionados, besos en los que me impedí saborear su
deliciosa piel porque sabía que no era el momento. No era correcto.

Rojo disminuyó la velocidad en la que saboreaba mi boca, disminuyó los movimientos de sus labios
juguetones sobre los míos para romper con el contacto, juntar nuestras frentes y suspirar.

—Te amo mucho, Pym—confesó, dejando pasear sus manos por toda la curva de mi cintura—.
Haré hasta lo imposible para que tengamos una vida... juntos.

Nada nos separará.

NADA NOS SEPARARÁ

*.*.*

Estaba acurrucada entre sus enormes y cálidos brazos, acomodada contra su palpitante pecho que
se inflaba y desinflaba a un ritmo encantador, relajado. Rojo me pidió que descansara después de
que dos soldados llegaran para darnos agua y unos sándwiches, pero aun teniéndolo recostado
junto a mí, utilizando su pecho como almohada y sus brazos como cobija, no pude pegar un solo
ojo.

Mi mente me martillaba con cientos y miles de pensamientos sin aclarar, todos repletos de
preguntas sin respuestas, imaginaba esas posibles respuestas, y no me gustaba el resultado.
Tampoco dejaba de lanzar miradas a los alrededores cada que las paredes de tela se sacudían a
causa del viento en el exterior, creando sombras a causa de la única vela que alumbraba. A pesar
de que Rojo dijo que estaría vigilando mientras yo dormía, era inevitable sentir que algo
atravesaría tarde que temprano nuestra tienda.

Cada minuto silencioso que pasaba a nuestro alrededor, era aterrador, este lugar y esos soldados
eran aterradores. Cualquier cosa podían hacer con nosotros ahora que nos tenían rodeados y
separados unos de otros. Esa sensación de que ellos entrarían y encerrarían a los experimentos
estaba atormentándome desde que llegamos a este campamento.

Mordí mi labio inferior con mucha fuerza. Solo quería que todo esto terminara, que acabaran con
los monstruos y nos dejaran vivir en paz. Que nos dejaran hacer una vida era todo lo que pedía.

—No puedo dormir—musité, dejando de ver el techo en movimiento para dejar que la mirada
cayera sobre el abdomen marcado y sudado de Rojo que se inflaba con cada una de sus lentas
respiraciones. Dejé que mi mano se recostara sobre él, sobre esa caliente piel que empecé a
acariciar con delicadeza. Hacía mucho calor, pero no sabía si su sudor se debía al clima o a su
tensión, aunque no había pasado 48 horas desde la última vez que intimamos para disminuirla.
Aun así, tuve ese temor y pregunté: —. ¿Te duele algo?

No tuve ninguna respuesta más que la de su lenta respiración. Ese silencio y el suspenso que dejó
mi voz me levantó la cabeza para observar su rostro y darme cuenta de lo que sucedía. Las
comisuras de mis labios se levantaron en una leve sonrisa entre más reparaba en su atractivo
rostro, en esas facciones blandas y relajadas, en esos carnosos labios húmedos entreabiertos y en
esos parpados que ocultaban su enigmática mirada carmín.

Estaría pensando que él estaba revisando que no hubiera temperaturas en el techo, pero era muy
obvio que eso no estaba sucediendo. No, no, Rojo... mi Rojo se había quedado dormido.

Profundamente dormido, ya que otras veces cuando hablaba— aún —en voz baja frente a él
durmiendo en su pequeño cuarto, se despertaba, pero en este momento no lo hizo.
No me molestaba que durmiera, desde que su corazón reaccionó y él despertó lo había notado
muy cansado, agotado. Debía estarlo después de todo por lo que pasó. Que descansara en este
momento era lo mejor para recuperarse mientras no hubiera peligro.

Lo más sigilosamente me aparté de su cuerpo, levantándome un poco del suelo solo para poder
contemplarlo más, sus brazos se deslizaron un poco alrededor de mi cintura y por ese instante
pensé que se despertaría. Pero no lo hizo, solo movió un poco su cabeza, dejando que un par de
sus mechones oscuros resbalaran por su frente masculina.

Solo verlo plácidamente descansando, y reparar en las molduras de su rostro me hizo sentir
melancólica, todos esos recuerdos volvieron a mí reproduciéndose en mi cabeza en tanto le
miraba, tantos meses juntos, y se sintió como si solo fuesen días. Días enteros que pasaron a prisa,
pero todos esos momentos los recordaba con exactitud como si hubiesen sucedido ayer.

Llevé mi mano con lentitud hasta la parte izquierda de su pecho en donde estaba recostada mi
cabeza, dejé que mis dedos se posaran con delicadeza, acariciando su piel, acariciando por encima
de su areola. Era suave y dura la piel de Rojo, sin duda una piel perfecta. Perfecta como él.

Cada vez que lo bañé en la sala 7, tocarlo, dejar que mis manos repasaran su piel y cada parte de
su cuerpo marcado era como acariciar una escultura hecha por las manos más suaves de los
ángeles. Tal vez exageraba, pero sin duda la piel de Rojo era la piel más suave, cálida y dura que
hubiese tocado en mi vida.

Daesy me dijo que la piel de los experimentos maduraba una vez que las escamas les salían en su
última etapa adulta, pero para ser franca, la piel de Rojo— desde que fui su examinadora suplente
—, siempre había tenido esa misma suavidad.

Seguí acariciando su pecho, levemente subiendo hasta su clavícula la cual fue repasada por mis
dedos, un hueso más duro y marcado que el mío.

Las yemas de mis dedos tocaron su cuello, esa manzana de Adán que se marcaba en el camino la
acaricie, sintiendo enseguida su movimiento de vaivén. De golpe, subí la mirada de su cuello a su
rostro asustada de que ese toque provocó que él despertara, pero solo hallé a sus labios en un leve
movimiento como si tragara saliva.
Permanecí quieta unos segundos, sin dejar de contemplarlo antes de permitirme — al ver que él
no movió sus labios más— bajar mi mano. Mis dedos rozaron su abdomen plano y marcado, mi
interior se sació con su calor y la manera en cómo su estómago se inflaba debajo de la palma de mi
mano.

Aquella primera vez que lo bañé, había encontrado una extraña marca rosada en su abdomen,
tenía la forma de unos labios. Los labios de Erika habían dejado huellas en la suave piel de Rojo, al
principio no supe como sentirme al saber que su examinadora besaba hasta sus muslos o su
espalda. Sin duda eso era algo que no estaba escrito en el reglamento permitido, los besos solo
podían ser en el cuello, y las caricias podían ser, además de esa parte, en el estómago y a la mitad
de los muslos, pero nada más, no más, no debíamos propasarnos, esa era la advertencia. Y ella lo
hizo con Rojo.

Todavía recordaba ese momento horripilante en el que se suponía que me tocaba cuidar de él,
pero cuando entré al cuarto la encontré a ella y a Rojo... Había sido tan inesperado y perturbador
que todo mi cuerpo al instante se congeló, un escalofrío rasgó toda mi espina dorsal y la carpeta
que llevaba entre mis brazos estaba a punto de resbalar y caer al suelo cuando reparé en la escena
una y otra vez. Ella besando esos carnosos labios, esas delgadas manos repartidas en diferentes
partes del cuerpo de Rojo. Una en su cadera, la otra en su en su abdomen.

Lo estaba acariciando. Lo estaba besando.

El rostro de Rojo, la forma en que contraía sus facciones como si no le gustara del todo, era algo
que no olvidaría jamás.

Sabía que Erika hacia esas cosas para liberar a Rojo, era un repugnante trabajo, pero lo que no
sabía era que a él no le gustaba. Y no entendía por qué él no la apartaba o le decía que quería
liberarse por si mismo, ya que esa era también una opción para ellos y a la cual tenían derecho de
tomar, pero entonces supe que ella nunca le mencionó esa opción, ese derecho. Estaba enferma,
esa maldita mujer estaba enferma, ¿cómo habían sido capaz de darle trabajo a una mujer así de
enferma?

La piel me ardía, mis puños se apretaban, me sentí tan estúpida y tan imponente en ese instante, y
no pude hacer nada.

—Debí golpear a Erika—musitaron mis labios, presa del recuerdo.


Desde ese momento, a pesar de que Erika me regañó por entrar sin autorización al cuarto, no
quise regresar de nuevo, después de cómo me sentí no quise averiguar más porque sabía que si lo
hacía, iba a enloquecer, iba a estallar con todo tipo de insultos, a golpear a puños a Erika hasta
destruirle la cara. No podía creer que ese tipo de personas trabajaran en el laboratorio y más saber
que a pesar de que rompieran las reglas, el laboratorio no hacía nada para castigarlos o
despedirlos. Nada.

Fui a la oficina central del laboratorio donde recibían quejas laborales o del personal, y me
multaron por levantar falso testimonio. ¡Me multaron! Quizás había sido porque esa mujer se las
había ingeniado para mentir, pero debieron preguntarle al experimento sobre lo que le hacía que,
por suerte, no lo había violado...

Porque repentinamente ella desapareció. Renunció, o eso fue lo que me notificaron antes de
enviarme la carta en la que se solicitaba que fuera examinadora a tiempo completa para Rojo 09
en los meses que le quedaban antes de ser enviado al bunker.

Aun así, me había molesta el hecho de que me multaran por decir una maldita verdad, porque
estaba segura que Erika no era la única enferma que manoseaba a los experimentos más de lo que
se debía para excitarlos.

El maldito laboratorio era un infierno, siempre había sido un fraude en el que jugaron a ser dioses
creando otra forma de vida que maltrataron y despreciaron. Y al final, esta forma de vida se volvió
contra ellos, tomando venganza de una bacteria caníbal que inventaron para matar a los
experimentos.

Creí que el laboratorio mantenía su ética, reglas y castigos firmes en todo momento y con cada uno
de sus trabajadores, de hecho, hubo un tiempo en qué así era, pero después del primer año que
estuve en ese lugar, las cosas comenzaron a cambiar hasta este punto.

Los maltrataron, les hicieron tanto daño como pudieron hasta convertirlos en monstruos y ahora
Chenovy y más de la mitad de los que trabajaron en el laboratorio estaban muertos. Y me satisfacía
que Chenovy estuviera muerto, porque esto que ocurrió había sido provocado por él, y esperaba
que también esas personas que le financiaban obtuvieran su castigo.

Que creara a los experimentos con ese propósito, con el propósito de que su sangre fuera vendida
como fármacos y su organismo creado para clonar órganos y venderlos también, era de monstruos.
Era de monstruos que merecían sufrir mucho más.
Ahora el laboratorio ya no existiría más, y solo esperaba que no volviera a existir. Que a nadie más
se le ocurriera maltratar a estos experimentos.

Quería dedicar mi tiempo a proteger a Rojo, amarlo, cuidarlo, crear todo tipo de momentos junto a
él y tener una familia. ¿Eso podía ser tan difícil? Que nuestro cuento tenga un final feliz, ¿podía
suceder eso?

— ¿En qué estás pensando?

Su inesperada voz ronca me hizo respingar, rápidamente sentí su abrazo desvanecerse solo para
deslizarse por mi espalda, un movimiento suficiente para estremecerme y alzar mi mirada de sus
carnosos labios que se habían movido, a esos orbes enigmáticos que echaron una rápida mirada
detrás de mi hombro. Yo también hice lo mismo, torciendo mi cuello y observando la entrada de la
tienda que se mantenía en movimientos ondeados a causa del viento.

—No hay nadie cerca—informó, le devolví la mirada de inmediato—. Dijiste que debiste golpear a
Erika—recordó, moví otra vez uno de sus brazos para dejar que su mano descansara sobre mi
mejilla—. ¿Por qué lo dijiste?

—Nunca te pregunté lo que ella te hacía, pero tampoco hice nada cuando vi que a ti no te gustaba
ella te liberara, y solo me fui—lo último lo solté en un hilo de voz, me arrepentía no haber
estampado al menos uno de mis puños en sus chupadas mejillas.

No hice nada para proteger a Rojo en ese momento. Nada.

—Me calmó saber que no hiciste nada —dijo sin apresurarse. Pestañeé abrumada por sus
palabras, sintiendo como sus dedos traviesos se deslizaban de mi mejilla hasta mi mentón donde
su pulgar comenzó a acariciar mi labio inferior—, si lo hacías no te volvería a ver. Ella hablaba muy
mal de ti, solo estaba esperado a que hicieras algo mal para cambiarte por otra cuidadora.

Eso último no lo sabía. Pero al parecer el odio era mutuo, había comenzado desde que me ordenó
que no le enseñara nada más a Rojo, que no lo tratara como si fuera una persona, entre otras
porquerías más que se atrevió a decir de él, y yo le alcé la voz, algo que a ella le disgustó tanto que
dejó de informarme sobre las fechas en que cuidaría de Rojo. En vez de ser ella fue la secretaria
quien comenzó a enviarme mensajes de los días que debía asistir a la sala 7.

—No lo hice.

—Hiciste todo bien— suspiró, su pulgar jaló un poco mi labio inferior para soltarlo—, más que bien
fue perfecto.

—No lo fue—negué, dejando que mi mano que no había dejado de acariciarle el estómago subiera
hasta su costilla derecha—, te lastimé mucho e incluso te lastimé más al perder la memoria.

—Me lastimaste cuando dejaste a ese experimento en mi cuarto y te marchaste. Me lastimaste


cuando dijiste que no podíamos estar juntos después de hacer el amor—sostuvo ronco, detenido
el palpitar de mi corazón—. Me lastimaste, Pym... cuando me preguntaste dos veces quién era yo...

El dolor de sus palabras se encajó en mi pecho, quedé muda sin saber que decir o como acallar el
silencio que dejó a nuestro alrededor cuando tras sus palabras esos orbes carmín habían pasado a
contemplar con un extraño deseo mis labios.

Era cierto, todo era cierto, y era con la culpa que cargaba.

—Lo siento— tan solo murmuré aquello, sus manos se movieron, una de ellas se enredó entre
todos mis cabellos mientras que la otra tomaba parte de mi sien y oreja para atraerme hasta él en
un inesperado movimiento, cortando la distancia entre nuestros rostros lo suficiente para que sus
labios se apoyaran sobre los míos en un beso pequeño.

Un beso que tembló cada uno de mis huesos.

— Entendí el por qué dijiste que no podíamos estar juntos, también el por qué llevaste a ese
experimento femenino a mi cuarto, ellos te lastimaron a ti obligándote a apartarte de mí por mi
bien. No tenías elección—susurró rozando sus carnosos labios contra mi boca, traté y enserio traté
de no caer, no cerrar mis ojos al sentir esa caria y sentir el efecto de sus feromonas y mis
sentimientos combatir contra mi razón—. Yo no tenía salida... Pero el parasito nos dio una.

—Rojo...
Iba a susurrar algo cuando sus labios volvieron a besarme con ternura, entonces comencé a
temblar más, sintiendo ese remolineo de sensaciones consumiendo mi interior. Mi mano se
endureció contra su pectoral derecho cuando sentí su lengua entre besos, saboreándome.

— No fue tu culpa, mucho menos que perdieras la memoria, aunque eso me lastimó más que
ninguna cosa—me interrumpió, se alejó apenas unos centímetros para hacerme suspirar
entrecortadamente, abrir mis ojos y ver que él estaba observadme, contemplando cada porción de
mi rostro—. Me trataste lo mejor que pudiste, Pym, y al final te tuve entre mis brazos otra vez, y
todavía no me recordabas.

—Porque me protegiste—mi voz salió en susurró cuando nuevamente su carnosa y deliciosa boca
alcanzó la mía en un beso que corte—. Po-porque me trataste tal como lo hiciste desde el primer
momento en que nos conocimos. Me enamoraste... otra vez.

La forma en que me protegido sin inmutar, sin chistar y quejarse, la forma en que me tocaba o la
manera en que me contemplaba. Todo lo que me decía, y lo que se sacrificó por mí, todo eso me
enamoró.

Volvió a contemplarme con profundidad, con una intensidad tan penetrante capaz de enviar
corrientes eléctricas por todo mi cuerpo. Creó por segunda vez el abrumador silencio que hizo
estremecer mi vientre cuando sentí las yemas de sus dedos acariciando mi nuca. Estaba
contemplándome de esa misma forma que había hecho antes, como si me admirara.

— Cuando me sacaste de mi incubadora no sabía lo que estaba ocurriendo, pensé que era alguna
prueba que nos pusieron, pero cuando vi a ese experimento deforme supe que no era así—exhaló
las palabras con calma, sin dejar de verme de esa manera. Si no dejaba de mirarme así, seria yo
quien lo besara esta vez—. No importó que ya no me recordaras, más me importaba que
estuvieras a mi lado, así nada malo te pasaría.

Me sentí tan inquietantemente atraída por sus palabras, por ese ápice de seriedad que hubo en su
voz. Lo único que pude pensar era en la suerte que tuvimos de llegar hasta aquí, a la superficie,
juntos. Al fin juntos.

Yo también lucharía por tener una vida juntos, costara lo que costara.
—Nadie trataría de hacerle daño a la mujer que amo—Así sin más se volvió a inclinar hacia mí,
clavando sus orbes en mis labios antes de tomarlos con delicadeza entre los suyos y hundirme en
un profundo beso que me hizo suspirar.

Su tacto cálido, sincero y lleno de cariño, y la forma tan sencilla de construir un muro que nos
apartara de la realidad me llevó a cerrar los ojos, guiarme por sus sentimentales besos que no eran
voraces, esta vez cada movimiento se apreciaba con delicadeza, llenas de sensaciones creciendo en
nuestros cuerpos.

El calor se proyectó rápidamente en nuestra piel y por ese instante ni la tienda en la que
estábamos recostados existió.

Nada más que nosotros, éramos lo único que importaba.

Aumentó la velocidad de sus besos, sintiendo como su larga lengua empezaba a adentrarse a mi
interior para colonizaron. No tarde en darle la bienvenida con leves cariocas de mi lengua, algo que
le encantó a él haciéndolo atrayendo más mi rostro para tener más acceso al interior de mi boca.

Sabía bien, él era tan delicioso, peligrosamente esquicito. Jamás me cansaría de besarlo así, era
insaciable.

Mi mano que se apoyaba en sus costillas se paseó por todo su torso desnudo, construyendo su
cuerpo con las yemas de mis dedos, logrando que con esas caricias que llegaron hasta un poco más
bajo de abdomen, él se estremeciera.

Jadeó en mi boca. Un sonido esquicito que, a pesar de contraer mi vientre, estuvo a punto de
amenazar con descontrolar mis caricias, guiar mi mano a la cremallera de su pantalón. Y tan solo
toqué esa pieza y mis dedos al extenderse rozaron con un bulto duro oculto debajo de toda esa
tela del pantalón, una pulsada de alerta en todo mi cuerpo estalló, algo quiso iluminarse en mi
cabeza, algo que no sucedido cuando...

Gemí inesperadamente en su boca al sentir una de sus manos pasado de estar ahuecando mi
mejilla a deslizarse suavemente debajo de mi sudadera, en la curva de mi cintura hasta la cima de
mis costillas sensibles que me removieron el cuerpo, tocando apenas el inicio de la prenda interior
que ocultaba mi pecho apretado. Sus dedos se pasaron por toda la franja delgada de ropa hasta los
pequeños seguros en mi espalda. Los quitó todos en un solo segundo sin dejar de devorarme con
su boca, saboreando cada rincón de esta con su larga lengua.

Por otro lado, mi razón estaba pérdida para detenerme y mi mano comenzó desabotonar sus jeans,
bajando esa cremallera al instante. Y cuando repentinamente Rojo movió nuestros cuerpos,
recostando mi espalda contra el montón de cobertores del suelo, y cuando sus piernas se
acomodaron velozmente debajo de las mías para empujarse necesitadamente aun vestidos, esa
alerta en mi cuerpo volvió con mucha más fuerza. Demasiada como para abrir mis ojos de golpe y
romper los besos hambrientos de Rojo.

—No podemos—solté sin aliento, había sido más una súplica. Abrí mis ojos cuando lo sentí alejarse
un poco, pero no lo suficiente como para sentir el calor de su vientre penetrar mis jeans. Vi esa
penetrante y oscurecida mirada que me observaba tal como lo hacía un depredador a su presa —.
Ellos pueden ser peligroso.

Lo noté desorientado, como su pecho se inflaba agitadamente.

—Es verdad y no confió en ellos— exhaló, llevando su mano a restregar sus húmedos mechones de
cabello que se pagaban a su frente. Estiró para mi rotunda sorpresa una sonrisa medio torcida y
abierta. Un intenso calor floreció en todo mi rostro y envió corrientes hacia todo el resto de mi
cuerpo—. Siempre que te beso pierdo la cabeza.

Estaba a punto de sonreír con las mejillas calentadas por sus palabras y decir algo más cuando
hubo algo en él que llamó repentinamente mi atención. Haciendo temblar mis comisuras en tanto
pestañaban mis ojos para reparar en él. Antes había notado un poco su sudoración, pero ahora
Rojo estaba transpirando mucho, su rostro bañado en sudor, y no hablar de su torso desnudo, y no
era solo eso. Sus labios habían perdido el color rodado, estaba pálido.

Me sentí desorientada, ¿tenía la tensión acumulada? Hasta donde sabia, la tensión lograba
acumularse alrededor de las 48 horas, lo que vendría siendo dos días, los síntomas empezaban
horas antes pero no eran una gravedad sino hasta que pasaban más de las horas permitidas. Sin
embargo, a pesar de que no sabía qué hora era ahora mismo y mucho menos la hora que era
cuando hicimos el amor en el bunker de los soldados, estaba segura de que no habían pasado ni
dos días desde ese momento.

— ¿Te sientes mal? — pregunté, mi mano se alzó de los bordes de sus pantalones para tocar un
poco de su frente y darme cuenta de lo caliente que estaba.
Hacía calor, pero no tanto como para que Rojo sudara de esta forma. No era normal, de alguna
forma verlo así me preocupó.

—Tienes fiebre —confesé paseando mi mano de su frente hasta su mejilla—. ¿Tienes la tensión
acumulada?

—Creo que sí, me siento alterado y tenso desde hace un rato, aun así, puedo controlarme hasta
que lleguemos a la base— dijo, y la verdad no parecía ser así cuando se mordió el labio con fuerza.

— ¿Estás seguro? —quise saber.

—Sí—De ninguna manera se escuchó seguro. Me retiró la mirada de encima solo para esconder
sus parpados y revisar todo el alrededor de la tienda en tanto se apartaba de mí hasta sentarse en
el suelo—. Los soldados siguen en sus torres, no hay movimiento cerca.

Aun escuchando esa información, no pude quitarle un ojo de encima. ¿Cómo podía ser posible que
se le acumulara tan pronto? ¿Su tensión tenía que ver con que él había muerto y reanimado a la
vida? Maldición no lo sé, no era médico, no sabía nada al respecto de los experimentos rojos, solo
que cada cierto tiempo se les acumulaba la tensión y si no se les bajaba, podían morir.

Me sentí repentinamente preocupada e irritada. Sí en realidad él tenía tensión acumulada, debía


bajársela, no sabíamos cuánto tardaríamos en llegar a la base, que según Jon dijo que nos llevaría
por la mañana, nada era seguro.

Pero no podíamos hacerlo aquí, no en este lugar, no con todos esos hombres a fuera... No confiaba
en ellos, sentía que algo sucedería si me dejaba perder en Rojo... ¿sucedería algo malo?

—Descansa un poco, yo haré guardia—informó, y cuando lo vi incorporándose, toda mi espalda se


levantó del suelo para sentarme, mi mano actuó contra mi voluntad estirándose para que mis
dedos rodearan lo que pudieran de su muñeca y lo detuvieran al instante.

No tiré de su muñeca, pero sus rodillas volvieron al suelo enseguida en que esos orbes contraídos
me miraron confundidos. Ni siquiera aguardé un segundo cuando solté su mano solo para tomar
mi sudadera y sacármela frente a esa atenta mirada oscurecida, tampoco tardé nada para
deslizarme el sostén de mis pechos que ya estaba desabrochado.

—Pym— la dulce ronquera de su voz penetró mis entrañas. Me moví hacía él, acortando
nuevamente nuestra distancia hasta montarme sobre su regazo para que mis brazos esta vez
rodearan su cuello y mis labios devoraran los suyos. Pegué mi pecho contra el suyo, rozando mis
endurecidos pezones a su caliente piel provocando que su gemido ronco y largo fuera abandonado
en mis labios.

En menos de dos segundos, había despertado el deseo en él, haciendo que sus manos me tomaran
de la cintura y se deslizaran por toda mi desnuda espalda.

Estaba asustada de que algo malo fuera a suceder en el exterior, pero no iba a esperar más horas a
que los inesperados síntomas de Rojo empeoraran sabiendo lo mal que se había puesto la última
vez, así que sí, iba a hacerlo.

Iba a sacrificar este momento, solo un momento para bajar esa maldita tensión que hacía daño a
su salud.

—Quítate el pantalón —gemí contra sus labios antes de abandonarlos con un corto beso. Rojo me
obedeció en cuanto me aparté de su regazo, y cuando lo vi tomando los bordes de su pantalón
para quitárselos, no me quedé atrás, hice lo mismo con mis jeans, desnudando hasta la última
parte de todo mi cuerpo al retirar la delgada prenda interior que cubría mi zona intima frente a esa
penétrate figura cuyas manos me tomaron de la cintura para devolverme a su regazo donde
nuestros desnudas pieles se rozaron lo suficiente como para estremecer nuestros cuerpos de
placer, un placer que nos hizo gemir cuando su miembro se apretó contra mi entrada.

Me abrazó con rotunda fuerza, impidiendo que no hubiera centímetro de nosotros que no se
tocara por el otro.

Devoró mis labios como el bocado más esquicito para él, absorbiendo el sabor de mi interior con
su juguetona lengua. Sus besos voraces y hambrientos aclamaban mi interior, sus dedos
acariciaban los rincones más sensibles de mi piel proclamando mi cuerpo como suyo.

No esperé más, ni un segundo más al deslizar mis manos por toda su ancha espalda, repasándola,
bajando cada vez más hasta su cadera, hasta donde nuestros vientres se palpaban con dureza con
cada meneada que daban mis caderas. Mis dedos rodearon su hinchado miembro, trasmitiendo el
calor de inmediato a las yemas de mis dedos. Rojo ahogó un gemido duro de placer a causa del
tacto, detuvo nuestros besos solo para mirarme, para cohibirme con su placentera mirada
contraída al acariciar su miembro con mis dedos.

Levanté mis caderas un poco llevando su miembro hasta mi entrada, no me perdí de ningún detalle
de su rostro, la forma lenta e íntima en que se construía un éxtasis explosivo en la curva fruncida
de sus cejas cuando fui bajando contra su miembro, sintiéndolo entrar a mi interior, y cuando
estuvo por completo dentro de mí, sintiendo como mis músculos lo abrazaban necesitadamente,
Rojo abrió los labios, apenas un sonido delicioso que sacudió mis huesos, salió de sus labios.

Cada pequeño trozo de mi cuerpo se grabó el momento. Me sostuve de sus hombros y lo besé con
lentitud, besos suaves y deliciosos que correspondió con la misma delicadeza. Conforme sus besos
me saboreaban, sus manos se anclaron a mis caderas para empezar a moverlas contra su firme
cuerpo de tal forma de que fuera yo la que gimiera esta vez.

Meneos lentos, pero cruelmente profundos en los que comenzamos a danzar de placer, sintiendo
los músculos de mí vientre tensarse conforme salía y entraba en mi interior. Apreté mis dedos en la
piel de sus hombros, aumentando más las embestidas extasiadas, algo en lo que él me ayudó.
Construyendo gemidos en nuestras gargantas, esbozándolos entre besos torpes en los que no
conseguíamos concentrarnos a causa del placer creciente.

—Estuvi...mos así en mi cuarto—soltó con la punta de su voz hecha placer besando esta vez mi
mentón, construyendo un camino de besos hasta mi cuello que terminé estirando para ver la
entrada de la tienda. Y a pesar de que estaba viendo esa entrada, la idea de que alguien entraría
me tenía sin cuidado—. No me dejaste quitarte la ropa.

Traté de pensar, pensar en lo que estaba hablando, a lo que se refería, pero el placer que él
dibujaba en el interior de mi cuerpo con vaivenes deliciosos, duros y lentos, me torturaba, cegaba
mis pensamientos. Era una locura fascinante, la gloria misma cuando esa boca se apresuró a besar
uno de mis pechos, saboreando mi areola, haciéndome gemir por un instante antes de sentirlo
nuevamente concentrar sus besos en mi cuello.

Me deleité con cada beso, con cada saboreo de su lengua y cada roce de sus dientes, me deleité de
él.

—Siempre quise... ¡Pym! —sus palabras se detuvieron cuando gruñó mi nombre de placer entre
sus apretados dientes en el momento en que aumenté el movimiento de nuestros vaivenes
queriendo explorar más toda esas sensaciones en las que me perdía—. Siempre quise saber por
qué te fuiste después de hacer el amor conmigo.

Lo recordé, recordé ese momento que consiguió que mis meneos se volvieran nuevamente lentos,
disminuyeran en movimiento hasta detenerme por completo. Era la primera vez que hicimos el
amor, me confesé a Rojo mientras tal y como en este momento, me meneaba contra su desnudo
cuerpo, contra su endurecido miembro dentro de mi interior. Era tonto, pero la única prenda que le
dejé quitarme había sido los pantalones de pijamas.

— Entré sin un permiso a la sala, nadie sabía que estaba ahí y no podía estarlo sin autorización o
una buena justificación—solté con el aliento entrecortado, buscando esos oscurecidos orbes
encantadores que pronto encontré, atentos en mí—, tenía miedo de que los guardias entraran a la
sala y fuera tardé para nosotros. Si nos hallaban así... No sé qué sucedería.

Y se creó el inquietante silencio a nuestro alrededor en el que solo nuestras miradas permanecían
observándose. Los pulgares de sus manos acariciaron la piel de mi cadera antes de repasar el resto
de mis muslos. Solté una corta respiración, en mi menté ese momento se reprodujo una y otra vez.
Ese día llevé un par de libros que dejé debajo de la mesa, esos libros que contenían datos
importantes eran mi justificación para cuando volviera la recepcionista de la sala 7 y me encontrara
saliendo del cuarto de Rojo.

Pero era el día en que Rojo sería regresado a la incubadora, y faltaba muy poco para que eso
sucediera, los guardias y soldados no tocaban a la puerta de los cuartos de experimento, ellos
entraban sin más. Si nos hallaban juntos, desnudos, haciendo el amor... No quería imaginar el
horror que acontecería.

Inclinó su rostro, acortando cada centímetro de la distancia entre nuestros labios donde él rozó su
boca contra la mía, estirando apenas una pequeña sonrisa que volcó mi corazón y lo sacudió hasta
agitarlo.

—Ya no hay nada que nos pueda separar, Pym— Inesperadamente se abrieron mis labios por
donde escapó un gemido que fue ahogado en su boca cuando esas manos ancladas con fuerza en
mi espalda, me giraron para recostarme en las sabanas extendidas.

Ningún solo instante pasó cuando al acomodarme y él acomodarse sobre mí cuerpo sin colocar
todo su peso en mí, me embistió. Duro, cruel. Estallando mis pensamientos en cientos y cientos de
fragmentos resplandecientes.
—Y sí lo hay...—gimió ahogado cuando me embistió—, voy a destruirlo.

Eso último lo soltó entre besos. Su voz hundida en el placer mientras me hacía suya, sin detener
sus acometidas rítmicas que no tenían aumento, eran de una misma lentitud en la que nuestros
gemidos no salieran como gritos— sabía que lo hacía para que nadie fuera nos escuchara—, y en la
que cada embestida nuestros cuerpos fueran capaces de saborear cada calambre placentero que
nos recorría hasta llenarnos. Haciéndonos delirar, desfalleciendo juntos en un gemido sonoro que
ahogamos en la boca del otro antes de sentir nuestros cuernos temblar.

En besos lentos que depositó no solo en mis labios sino en mi quijada y cuello, lo sentí moverse
sobre mí. Pronto dejó caer el peso de su cuerpo junto al mío, sin demorarse nada en alzar sus
brazos para estrecharme contra su pecho caliente y agitado, acurrucándome tal como al principio,
solo que esta vez, deslizando una de sus manos por toda mi espalda.

Un instante se convirtió todo en silencio en tanto nuestros cuerpos se reponían del éxtasis, para
luego sentir su pecho inflarse y a él suspirar:

—Hay algo que tengo que pedirte.

— ¿Qué es? —cuestioné, subiendo la mirada de su caliente pecho a ese mentón varonil, buscando
esos orbes que se hallaban observando el techo de tela sobre nosotros.

—Mañana iremos a otro lugar, y no sabemos que quieren de nosotros, así que...—pausó, tragó con
fuerza y se lamió el labio inferior—. No digas nada del bebé, no quiero que los lastimen.

Asentí sin pensar, porque eso era claramente lo que no iba a hacer. Si tan solo decía que el bebé
era de Rojo, alguien que ellos consideran como experimento, sabía que no nos quitarían la mirada
de encima.

Lo único que podía desear por el momento era no tener arcadas. No podía hacerlos sospechar

—No iba a decir nada al respecto—musité, devolviendo la mirada a su pecho donde mi mano
comenzó acariciar levemente.
(...)

No supimos que estaba sucediendo, pero Rojo y yo terminamos despertando del profundo sueño
cuando escuchamos varias voces manteniendo una extraña discusión, así como el sonido de
camionetas siendo encendidas a nuestro alrededor. Y la manera en que el cuerpo se Rojo se tensó
y se levantó con rapidez del suelo vistiendo solo sus jeans, moviéndome con mucho cuidado fuera
de sus brazos, alborotó asustadizo a mi corazón. Me hizo pensar que quizás, estaba ocurriendo
algo malo.

¿A caso habían aparecido monstruos?

—Quédate aquí, Pym—ordenó él, aproximándose con gran rapidez para bajar el cierre de la
entrada de tela, y dejar a la vista esa cegadora luz del exterior contrayendo mis ojos.

Su cuerpo cruzó esa pequeña entrada tras inclinar su espalda hacía adelante, desapareciendo de
mi vista hasta los rayos de luz cando él mismo subió el cierre de la tela.

Quise detenerlo, o eso sentí que debía hacer al sentirme nerviosa, removiéndome sobre el suelo e
incorporando mi espalda con rapidez para alcanzar mi sudadera y comenzar a ponérmela
rápidamente.

—¿Qué ocurre? —Le escuché preguntar a Rojo y como tras fondo unas pisadas se aproximaron a
él. Unas pisadas produciendo el sonido de ramas y tierra crujiendo bajo sus pies.

—Nos están alistando para llevarnos a la base militar. Pero también están reuniendo a un grupo de
experimentos termodinámicos—No reconocí esa voz, era de Adam—, para volver al laboratorio.

Y eso hundió mi entrecejo, haciéndome hasta negar con la cabeza con el peor de los
pensamientos. ¿Por qué querían regresar al subterráneo? No, ¿por qué querían a los experimentos
termodinámicos?

¿Querían ponerlos en peligro otra vez? No, no, no, no iba a permitirlo. Salí fuera del cobertor para
tomar mis jeans que había dejado acomodado junto a mi calzado, y comenzar a deslizarlos por mis
desnudas piernas.
—¿Por qué? — la voz de Rojo se había engrosado como si aquello no le agradara.

A mí tampoco me agradaba y no iba a permitirlo.

—Dicen que hay más sobrevivientes en el subterráneo— Esas palabras que definitivamente me
dejaron en shock—, niños y adultos todavía siguen ahí abajo y quieren rescatarlos.

Había creído que todos los que estaban en el grupo de Jerry eran los únicos sobrevivientes, hasta
él mencionó que había estado reuniéndolos para salir del subterráneo.

¿En serio había niños ahí abajo? ¿Niños? Se me estremeció hasta el ultimo de mis vellosidades solo
imaginarme lo aterrados debían de estar.

Y los monstruos que los perseguían...

—¿Cómo lo supieron? —Esta vez, quien había hecho aquella pregunta, fui yo, exclamando desde el
interior de la casa de acampar lo suficientemente alto como para dejarlos en silencio unos
segundos—. ¿Cómo lo supieron?

Tras repetir mi pregunta, me aproximé con rotunda rapidez hacía la salida, alcanzando el cierre
para bajarlo y apartando la tela para que toda esa luz de una mañana terminara cerrándome los
ojos por un instante antes de volver a abrirlos y dejarlos puesto esas tres figuras apartadas de la
otra, que poco a poco fueron aclarándose.

En ese instante en que salí de la casa de acampar, sintiendo la humedad de la tierra pegarse en la
planta de mis pies pude reconocer a Rojo a medio metro de la segunda figura. Esa segunda figura
que efectivamente pertenecía a la de Adam, cuya mirada marrón— esa que se dedicaba a reparar
en mi figura un momento— lucia más cansada de lo que recordé anoche, seguramente no había
conciliado el sueño.

—¿Cómo supieron de los sobrevivientes? —por segunda vez, repetí mi pregunta frente a su pálido
rostro de labios pequeños y apretados.
—El experimento amarillo habló sobre una pantalla que se conectaba a las cámaras subterráneas,
no lo sé, casi no le entendí, solo estaba hablando con los experimentos de las áreas peligrosas,
pidiéndoles acompañarlo— terminó diciendo Adam cruzando sus brazos un momento encima de
su pecho.

Vi la manera en que esa mirada miel terminó cayendo en ese solo segundo sobre mi estomago
repleto de una curiosidad a la que no le puse atención cuando lancé una mirada de inmediato a
alrededor, mirando todas esas personas fuera de las casas de acampar mirando hacía una sola
dirección que terminé siguiendo. En los limites de la cerca eléctrica que rodeaba el campamento,
donde se acomodaban las camionetas militares, se encontraban un grupo de personas que vestían
casi el mismo atuendo, mientras unos vestían uniformes verdes, el resto llevaban puestos chalecos
que les distinguía del resto de los sobrevivientes.

Eran soldados.

Sin embargo, terminé arrepintiéndome de esa conclusión cuando, en el momento en que muchos
de ellos giraron hacía nosotros, esas escleróticas negras resaltaron de la mayoría de aquellos
rostros varoniles y llamativos.

Eran experimentos también.

— Estaba muy desesperado por conseguir a los termodinámicos del área peligrosa, supongo que el
numero de sobrevivientes atrapados en el laboratorio, era muy grande—le escuché mencionar y
eso me estremeció.

Mordí mi labio sin ser capaz de retirar la mirada de todas esas miradas que comenzaron a
desaparecer de mi panorama cuando las camionetas encendidas comenzaron a retroceder del
estacionamiento y girarse para recorrer el camino hacía la salida del campamento, ese par de
cercas que pronto fueron abiertas para que las camionetas empezaran a salir una tras otra hacía el
camino al bosque.

—¿Y si es una trampa? —Esta vez, la pregunta había sido soltada por Rojo, y eso me hizo torce el
rostro en su dirección, en esa mirada carmín que se encontró con la mía.

También me pregunté lo mismo, había sido muy extraño, aunque no fuimos testigos del momento
en que el experimento amarillo apareció, según Adam, pidiendo ayuda a los termodinámicos.
Quizás era cierto, quizás querían salvar a los que todavía seguían ahí abajo con vida. Pero, ¿y si no?
¿Qué sucedería con los experimentos que se fueron en esas camionetas si su objetivo no era volver
al subterráneo?

No se podía confiar en nadie...

—Es muy extraño—musité, regresando la mirada para ver en la lejanía las camionetas.

—¡Es hora de irnos! —el grito de Jon desde el megáfono, en alguna parte del campamento me
sacudió los huesos, sobre todo ese chirrido al final que le acompaño.

Giré el rostro tras ves lar rejas del campamento cerrarse, en busca del hombre, ese que no tardé
en encontrar frente a otro montón de camionetas militares estacionados en otra parte del
campamento. Él estaba sobre una silla, con su brazo doblado sosteniendo un megáfono blanco y el
otro, alzando al aire un objeto que no pude reconocer en la lejanía.

—Es de vital importancia que los llamados experimentos utilicen los lentes de sol que se les dará
en las camionetas—ordenó enseguida, y ese chirrido molesto volvió a emanar del megáfono—. No
podemos dejarlos a la vista de los ciudadanos, por lo tanto, es una orden que no pueden romper.

(...)

Jon dijo la verdad.

El pueblo en el que se ocultaba el laboratorio y el que recorríamos en este momento, estaba


destruido. Desde el vehículo sin techo y paredes en el que nos transportaban hacia la ciudad podía
ver todo a nuestro alrededor, cada pedazo de lo que alguna vez fue un hermoso y visitado pueblo.

Estaba perturbada por lo que esas monstruosidades habían hecho. No dejaba de aferrarme al
pedazo de asiento en el que estaba dentada y ver todos esos edificios de estructuras medianas y
de ventanales con cristales rotos, con paredes agujeradas e incluso una que otra derrumbada.
Algunas paredes de humo todavía se levantaban, dándole una vista mucho más aterradora Y no
era lo único aterrador, había sangre y restos de extremidades en banquetas, y hasta en la calle por
la que el vehículo recorría.
Los soldados que buscaban en los restos del pueblo, levantando escombros en busca de
sobrevivientes o monstruos, iban armados hasta el cuello.

No podía imaginar el desastre y caos que se desató en la superficie a causa de esas deformidades.
Solo esperaba que no volvieran a atacar.

No. Esperaba que no volvieran a aparecer en la superficie. No sabría en lo que convertirían este
mundo si se esparcieran.

Mis pensamientos se esfumaron cuando el vehículo se sacudió con rotundidad. Estaba a punto de
aferrar mis manos en la madera bajo mi trasero cuando sentí el brazo de Rojo velozmente
rodeando mi cintura y apretando su mano en mi cadera para sujetarme. Al instante, mis manos
habían pasado de estar en la nada a tomarse de su muslo, conectando nuestras miradas por ese
mismo segundo. O al menos conectando la mía en los lentes de sol que Rojo llevaba puesto,
cubriendo por completo el color de sus ojos.

—No imaginé que la superficie fuera enorme— comentó bajo, acallando un poco el silencio de
voces, su mirada volvió al pueblo, clavándose en un grupo de soldados que a trote abandonaban el
interior de uno de los edificios. Pronto, volvió a observar el cielo, yo hice lo mismo, contrayendo un
poco la mirada a causa de la cegadora luz de sol.

Desde el momento en que dejamos el campamento, Rojo no había dejado de girar su cabeza, de
enviar su mirada de una parte a otra, curioso, asombrado, confundido y perturbado por todo lo
que desconocía.

Algunas cosas, como, por ejemplo, la naturaleza, los bosques, el cielo y todo su complemento ya lo
sabía, se lo había mostrado en imágenes de las historietas o revistas que llevé a su cuarto. Pero
había otras cosas que no pude contarle del exterior, así que seguramente no se imaginaba qué más
pudiera existir.

—Es aún más enorme—repuse, viendo como empezábamos a salir del pueblo para recorrer una
vacía carretera rodeada de naturaleza, arboles enormes y suelos de pastos húmedos que Rojo no
tardó en contemplar, al igual que el resto de los experimentos que nos acompañaban —. Esto solo
es una pequeña parte del mundo que desconoces.
—Sólo espero que ellos no lo tomen— Mi mandíbula se endureció de temor cuando dijo aquello.

Jon nos había dicho que cuando llegaron al pueblo a matar a esos monstruos, pusieron en
cuarentena a los sobrevivientes que habían sido mordidos, dijo que alrededor de horas más tarde
los sobrevivientes comenzaron a comerse unos entre otros. Nos contó lo aberrante y terrible que
había sido escucharlos gritar que morían de hambre, y que no podían detenerse.

Tuvieron que matarlos a todos.

A pesar de que había montones de soldados fuera y dentro del pueblo, y todavía los que estarían
en la ciudad cuidando de las personas, temía porque esas criaturas aparecieran destruyéndolo
todo.

— ¿Por dónde salieron ustedes? — aquella pregunta me tomó por sorpresa, desvíe la mirada del
grupo de soldados que salían del interior de uno de los locales, para dejarla en un hombre que,
aunque no vestía uniforme al igual que los soldados, llevaba una enorme arma entre sus manos.

—Fue por el comedor, subimos la escalerilla de los elevadores—contestó la mujer de los risos cuyo
nombre era Mila, o al menos eso escuché de uno de los sobrevivientes esta mañana en que tras
despertar y saber que un grupo de experimentos habían vuelto al laboratorio subterráneo.

El hombre ladeó su rostro y sonrió, una extraña sonrisa que dio a la mujer mientras la observaba.

—Vaya, salieron por el mismo lugar que el primer grupo al que rescatamos, pero él según grupo de
sobrevivientes que salió una semana antes de ustedes, mencionó que salieron por una oficina—su
respuesta me confundió, ¿un segundo grupo de sobrevivientes? ¿Cuántos grupos salieron del
laboratorio? ¿Qué numero éramos nosotros?

¿Y de qué oficina hablaba? ¿De qué oficina habían salido ellos? Y tenía otra pregunta palpando en
mi cabeza, ¿dónde estaban los otros sobrevivientes? Al único que había visto era a ese
experimento que Rojo dijo que pertenecía al área amarilla.

— ¿La oficina de Chenovy? —Adam escupió con sorpresa la pregunta—. Es imposible, los túneles
que daban a esa zona colapsaron. Intentamos pasarlos, pero no lo logramos.
El hombre encogió de hombros, esta vez lanzando su mirada sobre su hombro para ver los restos
del pueblo que ya empezábamos a dejar atrás.

—Dijeron que era una oficina, y mencionaron que su escalera de emergencia estaba mayormente
intacta, también mencionaron la inundación, quizás tuvieron suerte de encontrar alguna manera
de llegar a esa escalera—contó él—. Sí que tuvieron suerte— bufó —. Cuando encontramos a ese
segundo grupo, estaban siendo perseguidos por un par de esas cosas gelatinosas a varios
kilómetros de la planta eléctrica.

— ¿El pueblo estaba destruido cuando ellos salieron? — quiso saber Adam, él estaba en el último
asiento vertical del vehículo, con sus codos recargados sobre sus rodillas. Pero tan solo terminó su
pregunta, alguien más de los sobrevivientes preguntó:

— ¿Cómo supieron que esas cosas estaban en la superficie?

—Hace un poco más de dos semanas recibidos una llamada de la central de la policía en Moscú,
donde se informaba que en Kolonma habían atrapado una criatura que atacó a un hombre.
Cuando enviamos aun grupo de nosotros, se encontró que toda Kolonma estaba siendo atacada
por más de una criatura...— empezó a contar cada detalle del bosque, tal como Jon nos lo había
contado—. Dos días después de que matamos a los sobrevivientes contaminados y nos
mantuvimos vigilando la zona alrededor de Kolonma, nos dimos cuenta de que las criaturas
estaban saliendo de la planta eléctrica, ahí fue donde encontramos al primer grupo de
sobrevivientes, y una semana más tarde, al segundo, luego aparecieron ustedes.

— ¿Y dónde están esos dos grupos de sobrevivientes? —quise saber, rápidamente llamando su
atención.

—A diferencia del experimento 49, el resto de los grupos están en nuestra base del otro lado de la
ciudad—terminó hablando, pasando a mirar a Rojo y contraer un poco más su mirada—. Hay una
sobreviviente que tiene el mismo color de los ojos de tu pareja— compartió, sus dedos masajearon
su mentón, su mirada estaba clavada en Rojo—. Entonces eres del área roja. Es curioso que todos
ustedes tengan el color de ojos igual al de su clasificación.

—No todos—contradijo Rojo, pero no le miraba a él sino a las lejanas sombras de lo que fue un
pueblo.
— ¿Entonces cómo están clasificados sino es por el color de sus ojos? —su curiosidad me inquietó
—. Sé que los de ojos blancos pertenecen al área blanca, los de ojos verdes pertenecen al área
verde, eso dijo ese experimento, y los rojos a la zona roja, ¿no es así? Si no es así, ¿cómo los
clasifican? ¿Qué les hace diferente de nosotros? Y no me refiero a físicamente.

—Pensé que ya sabían lo suficiente de nosotros y que no querían saber más acerca del tema—
añadió Adam, su mirada fruncida permanecía fija en el hombre. Hasta ese momento en que
respondió recordé esa vez en que me dijo que no sabía la razón por la que crearon a los
experimentos.

Sí la sabía, la supo desde un principio. Mientras nosotros los examinadores solo seguíamos
órdenes sin saber para qué habían creado a los experimentos, los soldados y los guardias ya habían
recibido esa respuesta.

—Lo sabemos lo suficiente como para conocer con lo que combatimos, pero hay quienes guardan
un poco más de curiosidad. ¿Cómo les dieron ese empleo en el subterráneo? Imagino que les
pagaban una gran cantidad hasta para silenciarlos.

—Eso es algo que no responderemos—espetó Adam.

—Muy bien...no hay problema —apeló el hombre con un extraño mohín en sus labios, casi como si
quisiera dar a notar que saber sobre los experimentos no era tan importante. Un extraño gesto del
que sospeché.

— ¿Es verdad que podemos pedir ver a nuestras familias? —rematé con otra pregunta antes de
que iniciara con otro tema. Esa mirada gris miró con atención alguna parte del cielo antes de
asentir.

—Sí, todos tienen ese derecho—esa respuesta fue música para mi alma —, pueden pedir ver a sus
familiares una vez lleguemos, anotaran sus nombres y domicilio en donde antes vivían, y al día
siguiente podrán verlos sin problema alguna. No es una cárcel. Pero no pueden abandonar la base
hasta que todo esto se calme y den la orden de soltarlos, mientras tanto se quedarán ahí.

—¿Qué sucederá con ellos? —Y solo para que supiera a quienes me refería, hice un rápido
movimiento con el mentón hacia Rojo y el resto de experimentos que nos acompañaban con sus
gafas de sol puestas cubriendo el color de sus ojos. Todos los presentes, entre los trabajadores
sobrevivientes, permanecían silenciosamente inquietantes, aunque con sus rostros viendo hacía
diferentes direcciones.

Le eché una segunda mirada de rabillo a Rojo, antes de observar al sujeto. Le había hecho esa
pregunta porque quería saber si los dejarían en libertad, si les iban a permitir multiplicarse,
caminar por las calles... Hacer una familia. Sabía los problemas que seguramente habría, revueltas
entre las personas, pero ellos no eran peligrosos. No eran monstruos, no eran una amenaza.

—Si la pregunta es sobre si los mataran. Es un no.

—No me refería a eso —puntualice de inmediato. Él negó con la cabeza enseguida, apretando esas
delgadas piezas de carne que tenía como labios.

—Hablas de experimentar con ellos, ¿cierto? —No me gustó que apretara más esa mueca,
estirándola en casi una sonrisa de maldad. Mi corazón comenzó a revolotear al verlo ahora
meneando su cabeza—. No. Pero cuando lleguemos a la base en la que estarán, una asistente del
gobierno les responderá a todas sus dudas.

El lobo que se enamoró de la caperuza roja.

EL LOBO QUE SE ENAMORÓ DE LA CAPERUZA ROJA

*.*.*

Mi corazón en ningún momento dejó de palpitar con locura desde que miré los enormes edificios
de la ciudad de Moscú reflejados a varios metros de nuestro camino. Y aun ahora en que
recorríamos el centro de la ciudad en la que nací, mi corazón seguía agitándose, escarbando en mi
pecho con ganas de agujerearlo.

Eran tantas emociones combatiendo en mis nervios al mismo tiempo.

Volvería a ver a mi familia, volvería a escuchar las voces de mis pequeños hermanos otra vez, y
solo saber que los tendría entre mis brazos y los estrecharía con fuerza, una gran emoción floreció
en mi estómago, repleto de temor y felicidad.
La última vez que los vi mis padres seguían molestos conmigo, como les dije que había conseguido
un empleo muy bien pagado fuera de la ciudad no les pareció lo correcto, después de la dura
situación por la que pasábamos no querían perder a su hija mayor. Pero lo hice, me fui pidiéndoles
que cada cierto tiempo fueran al banco a sacar el dinero que había ganado para ellos.

También les mentí acerca de mi empleo, ¿quién iba a decirle a sus padres que trabaja para un
laboratorio secreto, siendo examinadora de un experimento que sanaba hasta la más grave
enfermedad con su sangre? Nadie. Les dije que trabajaba para una compañía que fabricaba
medicamentos, su establecimiento se encontraba fuera de la ciudad, y que por el horario que
tenía, muy pocas veces podría marcarles. Muy pocas veces lo hice...

Después de todo lo que ocurrió en el laboratorio y que ahora estamos en Moscú, no sabría qué
explicación darles a mis padres cuando los volviera a ver.

Mordí mi labio resistiendo el cosquilleo retorciéndose ansiosamente en mi cuerpo mientras miraba


todos esos vehículos militares repletos de soldados armados recorriendo las calles de la ciudad con
lentitud, observando cada rincón que sus miradas alcanzaran a ver. Mientras tanto, a su alrededor
podía notar como las personas que recorrían las calles de la ciudad andaban sin ningún gramo de
temor saliendo y entrando de los locales del centro.

Hacían su recorrido sin preocupaciones, caminando con normalidad, haciendo compras y


conversando con otras personas antes de que el toque de queda comenzara en la ciudad.

Un soldado nos había mencionado del toque de queda en la ciudad y pueblos alrededor de la zona
en la que sucedió el ataque de los contaminados. Aunque hasta entonces, no había pasado nada
anormal en la ciudad, ni en ninguna otra parte.

Y esperaba que no pasara. Mejor que no pasara.

Dirigí la mirada a esos dedos que se entrelazaban con los míos, apoyando nuestras manos sobre
uno de mis muslos. Desde que salimos de la ciudad, Rojo no ha querido soltarme. Subí la mirada
por todo su torso hasta su rostro torcido. Podía ver apenas desde sus lentes de sol, esos orbes
aturdidos persiguiendo cada estructura del centro de la ciudad, sea pequeña o grande estudiaba su
complexión y color. No conocía las enormes empresas de Moscú, no le hablé de los edificios o
incluso del puente sobre el mar por el que tiempo atrás habíamos pasado. Había quedado
encandilado por el mar.
No era él el único contemplando la ciudad desde que llegamos, observando y analizando alrededor
cuando di una mirada al resto de los experimentos, el experimento blanco que había estado con 07
Negro al mando del grupo, estaba en nuestro vehículo militar, y era el más intranquilo de todos.
Fuera de su aspecto severo y peligroso, el enfermero blanco no dejaba de torcer su cuello a todas
partes, hundir su entrecejo pálido bajo su oscurecida cabellera a la que le hacía falta un corte. Sus
manos se anclaban al pequeño respaldo de nuestros asientos mientras se mantenía vigilando
abrumadoramente a las personas que poco faltaban para cortar el metro de distancia entre el
vehículo en el que estábamos.

De pronto su mirada se quedó clavada en un hombre de tercera edad que se había detenido justo
al lado del final de la banqueta para cruzar la calle que el vehículo de nosotros cruzaba. Alzando su
mirada anciana para toparse con la del enfermero blanco, oculta detrás de las gafas. Su gesto
despreocupado cambió a confusión al estudiar no solo al enfermero blanco, sino al resto de los
experimentos en nuestra camioneta. Seguramente preguntándose, ¿Quiénes éramos todos
nosotros? Pues no llevábamos puesto un uniforme militar, ni menos veníamos armados.

El suspenso me estremeció las vellosidades cuando cambió de un estado confuso a uno asustado,
palideciendo su rostro en tanto recorría por segunda vez, el resto de rostros del vehículo militar
frente a él.

Entre esos rostros que vio durante el movimiento lento del vehículo, también reparó en Rojo, y se
apartó sacudiendo las bolsas de carga aparentadas por sus puños, amenazando con soltarlas y salir
corriendo. Eso hundió mi entrecejo, preguntándome por qué parecía asustado aquel hombre si la
única diferencia que más abrumada y aterraba de los experimentos, eran sus ojos y estos estaban
ocultos. Aunque claro, había más diferencias y eran su altura y apariencia tan perfecta de los
experimentos, y esos orbes ocultos por lentes oscuros, fuera de eso, todo lo demás era idéntico a
un ser humano común y corriente.

—Será mejor que se enderecen y bajen sus rostros, no queremos llamar la atención. Créanme, es
mejor no hacerlo por ahora— soltó el soldado en un tono nada espeso.

Rojo miró por última vez sobre su hombro antes de enderezarse tal como hicieron los otros, pero,
aun así, sus miradas terminaron inclinándose detrás de los hombros de los soldados sentados
frente a ellos. Era imposible dejar de ver lo que te rodeaba cuando era nuevo para ti. Podía notar
lo mucho que a Rojo le costaba creer que era real todo lo que observaba, ¿y a quién no le costaría
creerlo? Hasta a mí me costaba, se sentía tan irreal, parecía un sueño en el que estábamos a punto
de despertar.
Sería difícil de aceptarlo, pero así era, habíamos pasado de estar en el laboratorio a estar en una
ciudad habitada. Sin muros ni pasadizo de laberintos, ni incubadoras y cámaras mucho menos un
enorme techo a punto de colapsar. Estábamos fuera.

—Tal vez en un futuro sean capaz de recorrer estas calles—mencionó él, agregando al final—, si
nada empeora.

En un futuro. Esas palabras se reprodujeron en mi cabeza y me pregunté cuanto tiempo debía


pasar para que se cumpliera...

— ¿Los experimentos también? —La pregunta de Mila fue inesperada para él. Una de sus delgadas
cejas se arqueó con elegancia en tanto se cruzaba de piernas junto al enfermero blanco, esperando
a que el hombre respondiera—. ¿Ellos recorrerán las calles en ese futuro?

—Como dije...—dejó en suspenso, mirando a todos con un extraño gesto que me inquietó—, esa
no es una pregunta que deba responder, pero supongo que también tendrán la suerte de hacerlo
junto con ustedes. No estamos tan locos como esas personas del laboratorio.

Sus palabras inyectaron en mi inseguridad, su voz había sonado dudosa, sospechosa, no pude
creerle, y no era la única que se sentía igual. El resto también sospechaba y Mila había creado una
mueca en sus carnosos labios, fijando su mirada en el hombre como si buscara que dijera algo más.

— ¿Está seguro de eso? —inquirí, seriamente esperando a que esa mirada se pusiera sobre mí, lo
cual sucedió enseguida cuando él se dio cuenta de la tensión en el grupo.

—Relájense—bufó, sonriendo a medias—, una vez llegado tendrán su propia habitación también,
será como si estuvieran en su hogar.

—Lo dudo mucho—musité, dejando que mi mirada resbalara sobre mis pies un momento antes de
clavarlas en la carretera. Una idea muy tonta había iluminado mi cabeza, pero sacudí ese
pensamiento. Saltar del vehículo no serviría de nada, solo empeoraría las cosas intentar escapar
ahora mismo. Desde un principio no tuvimos salida para esto, nos tenían acorralados, no tuvimos
elección...
Ni siquiera nos habían dado nuestras armas aún, tal como ese experimento había dicho.

—Unos minutos más y llegamos —informó uno de los soldados. Me sentí abrumada, pestañando y
viendo en todos los sentidos.

El vehículo aumentó la velocidad, haciéndonos aferrar nuestras manos al largo banco en el que nos
sentábamos. El resto de camino hubo solo silencio entre nosotros en tanto seguíamos una
dirección recta sin doblar esquinas, alejándonos cada vez más de la poblada ciudad. Solo saber que
nos estábamos alejando, incluso de las calles que llevaban a mi antigua casa, volcaron mi
estómago.

Pasaron lentamente los minutos para recorrer nuevamente una carretera vacía de estructuras o
personas. Pero solo pasó menos de una hora para que en la lejanía se alcanzaba a ver unas
enormes torres de concreto, rejillas de púas y una línea de soldados formados cuyos uniformes
poco a poco empezaron a tomar forma.

Quedé en shock cuando miré que junto a uno de las torres un pequeño camino de tierra guiaba
hacia un enorme muro de ladrillos que rodeaban un gran edificio ancho y poco alto. Súper
entonces que ahí era a donde nos dirigíamos.

Era la base de la que hablaron y en la cual nos dejarían, ¿cierto? Miré hacia el otro lado de la
carretera, tratando de alcanzar a ver lo poco que quedaba de las sombras de Moscú antes de sentí
como el vehículo giraba en torno al camino de tierra para detenerse frente a esas largas rejas
metálicas que atrajeron toda nuestra atención.

Temblequeé asombrada por la altura del muro y las torres que se acomodaban a cada lado de la
entrada frente a nosotros. Miré todos esos militares uniformados, caminando de lado al lado del
muro, custodiando el edificio, cuidando que nada ni nadie saliera sin su permiso...

El temor de saber que nos tendrían rodeados de más soldados, de cientos de militares armados
picoteo cada parte de mi cuerpo, me envolvió en una fúnebre sensación inquietante.

—Bienvenidos a su nuevo hogar temporal— escuché decir algo soldado, y tan pronto su voz
exploró poco de nuestro alrededor, las miradas de todos estaban puestas sobre él, negativas,
severas, molestas.
Ese no sería nuestro hogar nunca...

De pronto las rejas metálicas comenzaron a recorrerse mecánicamente, y el vehículo no tardó en


empezar a adentrarse.

Con los nervios en punta, la mirada quedó clavada en el perfil de Rojo. Y por como apretaba su
mano a la mía, podía notar la mucha preocupación en él, porque lo que sucedería detrás de ese
muro era desconocido. Malo o bueno, era completamente desconocido.

Una vez adentro no podríamos salir, saldríamos solo cuando ellos dijeran. Dijeron que nos dejarían
salir cuando supieran que no había más de esas monstruosidades en la superficie, y también en el
subterráneo. La pregunta que más me atormentaba era si Rojo y los demás como él, también
saldrían de estos muros. Debían dejarlos salir, debían dejarlos hacer su vida tal y como ellos
querían.

Si no los dejaban en libertad, si los volvieran a encerrar o si trataban de experimentar con ellos,
estaba segura que Rojo y los otros los matarían, no se dejarían arrastrar otra vez. Sin embargo,
ellos no serían los únicos que actuarían de inmediato si todo lo que nos dijeron resultara ser
mentira, yo también lo haría, tomaría un arma y dispararía por Rojo y mi familia.

Tan pérdida estaba en mis pensamientos que no me di cuenta de que el vehículo se había
estacionamiento junto a unos camiones militares de los que los otros sobrevivientes ya habían
bajado, y se habían quitado los lentes de sol.

Nosotros no tardamos en levantarnos de nuestros asientos, algunos experimentos saltando del


vehículo al suelo y otros apresurando sus pasos a los pocos escalones que colgaban al final del
vehículo.

Rojo y yo los imitamos, nadie en el grupo bajaba la guardia observando en miradas endurecidas
todo el entorno peligroso. Sobre todo, ese edificio a varios metros de nosotros. Era grande, no de
altura, pero sí de anchura, con muchas ventanas sin barrotes en sus tres pisos. La terminación de
su techo tenía la forma singular de un arco picudo y a sus lados dos torres pequeñas de ladrillo.

Para ser sincera, el lugar tenía forma de una iglesia y un castillo de dragones sin color ni belleza.
Tomando en cuenta que también tenían un enorme almacén junto a lo que parecía ser el
estacionamiento en donde estábamos parados. Un almacén de entrada ancha donde un par de
vehículos de misiles se acomodaban.

— ¡Gugu! — la exclamación de una voz femenina irreconocible nos giró a todos el cuello en una
sola dirección. Desde una de las puertas del edificio se apresuraban a salir tres figuras femeninas,
dos de ellas correteando a la que vestía de negro, con una falda formal hasta sus pantorrillas
delgadas y unos tacones de altura promedio. Pero ella y su cabello platinado con la cima de su
nuca oscurecida a lo largo de pocos mechones, no fue lo que llamó mi atención.

Lo que llamó tanto mi atención que hasta abrió mis labios, fueron esa endemoniada mirada
enrojecida repleta de largas pestañas que pertenecían a una delgada adolescente de al menos 14
años de edad.

Para mi sorpresa, llevaba puedo un vestido floreado y un par de sandalias blancas. Su aspecto
impecable y saludable, y ese osito de peluche abrazado hacia su estómago me hicieron pestañar.
Quedé en shock, todavía reparando en el atuendo de los que aseguraba y era la mujer
sobreviviente que dijeron que era una de las secretarias en el laboratorio. Vestía unos
pantaloncillos cómodos, y un jersey azul que resplandecía su verdosa mirada debajo de ese cabello
negro desarreglado que colgaba por encima de sus hombros.

Estudiar sus miradas de sorpresa y emoción y analizar su aspecto, solo hizo que ya no supiera que
reacción tener. Pero, ¿qué estaba esperando ver en ellas? Encontrarlas usando harapos, sucias y
mal tratadas... Sí, eso estaba esperando ver, esperando a que todo fuera una ridícula mentira con
que nos mantendrían en buen estado.

—Señorita Lidy, trajo a las chicas— soltó el hombre en una emoción falsa, algo que la mujer de
vestimenta negra ignoró, dando una forma disgustada a sus labios antes de vernos a todos
nosotros y volver a clavar la mirada en el hombre al mando.

—Llegas tarde—puntualizó, deteniéndose a tan solo medio metro de nosotros. Señalando con
exageración su reloj en la muñeca—. El camino en auto a una velocidad demandada, dura cinco
horas, no siete, Gugu.

Hundí el ceño al ver esa mueca mucho más marcada en sus labios que mantenían un color
mezclado entre el purpura y el marrón.
—Había tráfico, como en toda ciudad— respondió él, tratando de enmendar su molestia con una
extraña—. Ella es la señorita Lidy Elizabeth Kazlov la agente que el gobierno envió y que estará al
tanto de lo que harán con los experimentos, también será la que los represente.

— ¿Y qué harán con nosotros? — retomó el soldado naranja la pregunta antes de que alguien más
lo hiciera. Dio un par de pisadas lejos de la mujer pelirroja, dando un aspecto amenazador hacia la
mujer joven llamada Lidy.

—Por ahora nada— replicó ella tras estudiarlo con una rápida mirada lejos de ser de interés —.
Después se hará una junta en la que estarán presentes para saber sobre eso, por ahora solo
repartiremos sus habitaciones después de una inspección.

——¿Una inspección? — esta vez pregunté yo, llamando la atención de esos ojos azul cielo
repletos de pestañas largas y negras.

—Eso dije — recalcó en un tono áspero—. Primero los desinfectaran con un baño que deben
hacerse todos sin excepción, después les harán una serie de preguntas personales, esto no
sucederá con los experimentos, solo con los trabajadores... Por último, les repartiremos a cada uno
una habitación— continuó, sacándome apenas del tomento en mi cabeza—, serán vigilados día y
noche, pero podrán salir y recorrer alrededor cuando quieran, no están en la cárcel. Tienen
libertad solamente detrás de estos cuatro muros, ¿entendido?

Esperó una respuesta de nosotros, una que no fue respondida ni con la peor de las miradas clavada
hacia ella.

—La vigilancia esta duplicada—agregó tras un resoplido cansado llevando sus manos detrás de su
cintura—, cualquier duda que ustedes tengan pueden preguntarme a mí o a estos sobrevivientes—
señaló con un leve movimiento de su cabeza, a la mujer a su lado izquierdo y a la adolescente del
otro lado.

Esa última sonrió con emoción, una sonrisa tan sincera que me confundió, me atolondro
contrayendo mis cejas. Nadie que fuera obligado a estar aquí o que fuera maltratado por estas
personas sonreiría así. Nadie...
— ¿Están decidiendo sobre nosotros? — espetó Rojo, desbaratando el agarre entre nuestras
manos en tanto aquella mirada de Lidy de posaba en él—. Nosotros podemos hacerlo por nosotros
mismos, no necesitamos de nadie más.

Aquella mirada azul se afiló con severidad en Rojo, una rápida mira le dio al resto de los
experimentos antes de disminuir solo un poco la mueca que llevaba en sus carnosos labios para
hacerla hablar.

—Están en territorio ruso, no pueden decidir sobre ustedes cuando no tiene una identidad, no
pertenecen a ninguna parte social ni denominación, prácticamente no existen, y si decidieran por
ustedes mismos en esta zona estarían muertos o presos—sus palabras que había sido soltadas sin
titubeos y con seriedad, me hicieron tragar.

Me abrumé porque en gran parte ella tenía razón, cualquier extranjero sin permiso u otra persona
sin huellas digitales era arrestada y reportada, llevada a prisión. Pero los experimentos eran algo
más que personas sin huellas, no existían y habían sido creados contra la voluntad del gobierno.

— Nosotros les estamos dando una oportunidad de ser alguien, una vez decidido, serán
registraremos bajo un nombre y un apellido que ustedes elegirán. Su nacionalidad será la de
nosotros— No me esperé esas palabras que fueron acompañadas con el asentimiento de la
secretaria sobreviviente a su lado.

Quedé atascada entre todo lo que decía, preguntándome si era cierto o solo una trampa, una
mentira. Se sentía tan irreal, tan fantasioso. Mi razón no pudo entenderla, no pudo comprenderla,
¿estaba diciendo que registrarían los nacimientos de Rojo para hacerlo un ciudadano? ¿Estaban
diciendo que los aceptaban como personas? ¿Iban a liberarlos? ¿Los dejarían hacer una familia?
Mi cabeza estaba tan repleta de preguntas que por ese instante todo dio vueltas ante mis ojos.

— ¿Aún no nos creen? —aseveró, analizando nuestros blanquecinos rostros—. Esos monstruos
mataron personas, invadieron nuestro territorio, hay quienes no quieren que ustedes vivan en
nuestro país porque los consideran culpables de lo que pasó en Kolonma1, pero no somos
inhumanos como para matar a una especie nueva y fuerte.

— ¿Quiénes lo decidirán? —inquirí, mi tono había salido débil, tuve que carraspear ates de ver sus
orbes azules encima de mí.
—Pronto lo sabrán, ya que todos ustedes estarán presentes—determinó y suspiró—. Así que, si
quieren nuestra ayuda, tendrán que cooperar. Me acompañara para desinfectarlos y llevarlos a sus
habitaciones, ¿de acuerdo?

Nos miró con detenimiento, esperando otra vez a que dijéramos algo. Pero todos habían quedado
en blanco, pensativos, atrapados entre la duda y la preocupación.

—Queremos nuestras armas de ser así—la voz del enfermero blanco se abrió paso en el silencio
que la pregunta de Lidy había dejado.

—Sí claro, y luego podrán matarnos, ¿no? —refutó, arqueando su ceja, llevaba una sonrisa irritada
en sus labios

— ¿No estarían ustedes intentando lo mismo con nosotros? —contraatacó Rojo en casi un gruñido,
sus puños inesperadamente se apretaron. Tan solo vi como en todo su blanco cuello se marcaban
sus venas, apreté mis labios. Estaba confundido, tan confundido que le molestaba mucho.

—Dijeron que nos darían las armas de vuelta, si no nos la dan sabremos que mienten. Denos las
armas y te seguiremos—reclamó el enfermero blanco, dando un paso adelante, firme y peligroso
mastranzos sus apretad

—Escúchenme—exclamó ella—, no les daremos sus armas a menos que confíen en nosotros, si lo
hacen, nosotros confiaremos en ustedes también, como para darles sus armas. Sin confianza, no
haremos nada por ustedes. No somos estúpidos, sabemos que si les damos sus armas en una
oportunidad estarían matándonos.

— ¡Y lo haríamos! —gruñó el experimento del área blanca, respingando su voz en mis huesos.

Miré hacía el experimento adolescente, como se guardaba en su rostro un susto a causa de la


tensión en el ambiente. Saber eso, y ver cómo incluso se recorría de su lugar para acercarse Lidy y
anclar una de sus manos en su antebrazo, golpeó mi cabeza. Nos temía... Le temía a su propia
especie, o al menos las amenazantes posturas de Rojo y el enfermero blanco. Pero hubo algo más
que me dejó pensando, algo que hizo click. ¿Quién se acercaría a una persona sabiendo que esta
miente y que es peligrosa?
Ella era solo una adolescente, sí, pero en este momento su comportamiento no estaba mintiendo.
Confiaba en Lidy tanto que hasta se aferraba a ella.

— Hemos tenido demasiado obedeciendo órdenes, cayendo en trampas, siendo manipulados y


experimentados como para saber que lo que dices es una mentira—arrastró esta vez el soldado
Naranja, rencoroso, receloso ante la firmeza de la mujer que de un momento a otro había cruzado
sus brazos por encima de su pecho. Él se hallaba casi al final del grupo de sobrevivientes,
cubriendo con su enorme e imponente figura a la mujer pelirroja que sostenía el bebé esta vez en
sus brazos y no en la mochila.

—Si eso es lo que deciden y no quieren confiar—pausó, sin mueca ni gesto en su rostro dándole
una mirada al soldado naranja—, entonces no puedo ayudar a defender su existencia...

—No se preocupen— la mujer de orbes verdes junto a ella le interrumpió—. Nosotros estábamos
igual al principio, intentamos una vez escapar porque todo lo que nos decían se escuchaba
demasiado bueno para ser real. Pero si no lo fuera, negro 55 y naranja 11 no estarían ayudándolos.
Pasaron por lo mismo que ustedes, no se atreverían en meter a otro infierno a su misma especie si
estas personas estuvieran mintiendo— pareció muy convencida de lo que decía, y no era la única
convencida al ver que los dientes del enfermero blanco dejaban de apretarse con fuerza—. Solo
intenten confiar y lo sabrán.

— ¿Y cuándo eso suceda ya estaríamos encerrados otra vez? —con un tono socarrón e irritado,
Rojo soltó esa pregunta. No esperando que el soldado naranja se interpusiera con otras palabras
que lo dejaron hueco:

—Lo haremos.

— ¿Qué? —escupió Rojo. La piel de mi cuerpo se erizó al ver sus orbes diabólicos abiertos de una
forma aterradora clavándose en el par de orbes naranjas—. No voy a poner en peligro a mí...

—No tenemos elección, tampoco pienso poner en peligro a los míos—interrumpió antes de que
Rojo terminara. Y cuánta razón tenía él, estábamos atrapados, siendo observados por todos esos
soldados en lo alto del muro.
— Sí esta mujer está mintiendo...—pausó el enfermero blanco esta vez, dando una mirada a Rojo
antes de dar varios pasos rumbo a Lidy quien en todo momento permaneció firme—. Será la
primera a la que le arrancaré la piel.

Lidy arqueó una de sus cejas coloridas a la misma vez en que levantó un poco su mentón y estiró
una leve sonrisa sin miedo ni pánico cuando él se detuvo a solo medio paso de ella. Uno tan cerca
del otro que el mismo pavor se añadió a mis huesos con el miedo de que uno de los soldados
llegara a dispararle si él llegaba a tocarle un pelo a ella.

—Arrancaré trozo por trozo hasta drenar el último de tus sollozos...—sus escalofriantes palabras
escupidas en un tono engrosado y bestial no provocaron nada en ella.

—Entendido, Shakespeare—soltó Lidy sin titubeos, apartándose de él para ver al resto con
severidad—. Síganme, dramáticos— Y sin decir más, nos dio la espalda, caminando por su propia
cuenta sin siquiera detenerse a mirar si las seguíamos o no. Porque al final sabía que la
seguiríamos.

Me sentí abofeteada mentalmente, todas esas sospechas empezaban a esfumarse conforme ella
avanzaba, transformándose en preguntas. No estaba entendiendo su comportamiento, si
realmente ella estuviera mintiendo y solo quisieran a los experimentos desde cuando que nos
habrían tomado a la fuerza sin necesidad de mentirnos una y otra vez. Pero aun teniéndonos en
esta posición, rodeados por grandes muros y rodeados por cientos de soldados armados haciendo
imposible que escapáramos, seguían diciendo que ayudarían a los experimentos, que nos
liberarían después de un tiempo.

Ese hecho era desconcertante. Desde cuando que nosotros habíamos perdido la oportunidad de
escapar, de disparar y matar a muchos de ellos. Ellos tal vez... estaban diciendo la verdad.

No pasó mucho cuando el primero en seguirla fue el experimento del área blanca, dando una
rápida señal a los suyos para que hicieran lo mismo. Lo imitaron con duda, viendo hacía lo alto de
los muros una vez más. Hice lo mismo, antes de ser incitada por Rojo y su mano nuevamente
tomándome con delicadeza de la mano para caminar rumbo al edificio.

—No me gusta esto, no quiero que volvamos a estar encerrados—le escuché decir a Rojo después
de que se inclinó un poco hacía mí—. Siento que algo malo ocurrirá.
—Tal vez...— me detuve a pensar bien en las palabras que soltaría en voz baja—, quieran
ayudarnos.

Mi pregunta hizo que su entrecejo se contrajera con extrañez, sus labios se retorcieron prontos en
una mueca separada.

— ¿Por qué lo crees? — quiso saber.

—Estamos rodeados y no tenemos armas, está claro que no podríamos contra ellos si
intentáramos escapar. Entonces, ¿por qué siguen diciendo que nos ayudaran y nos liberaran? —
inquirí a voz baja y leve—. Desde cuanto que perdimos la oportunidad de escapar.

Hubo un silencio en el que desvió su mirada al umbral del edificio al que nos dirigimos y al que no
tardamos en adentrarnos. Observando un estrecho pasadizo corto con una puerta en cada lado—
cada una con nombre diferente—que llevaba a un salón amplió con una larga y grande escalera de
porcelana sin barandales. Pensé que la subiríamos, pero ella terminó cruzando de largo, pasando al
pasillo que se ocultaba en un gran espacio detrás de la escalera.

—Si crees que es así, Pym, te apoyaré, pero no dejaré que nadie te ponga un dedo encima—
terminó diciendo al final.

(...)

Al principio nos habían puesto a todos en un mismo salón enorme, dividido a la mitad por una
larga cortina gruesa, enviando de un lado a los hombres y del otro a nosotras, las mujeres.

Solo saber que no estaría junto a Rojo, me puso más nerviosa.

Nos adentraron a unas duchas que se notaban que habían sido instaladas ese mismo día, con un
umbral del que colgaba otra cortina para mantener nuestra privacidad de los otros. Sin regaderas y
coladeras, con un agujero en el centro del suelo de porcelana. Estaba bien iluminado como para
ver que habían colgado mangueras a lo largo del techo separada una de otra por más cortinas
azulejas. Mangueras que pronto fueron abiertas desde alguna parte, derramando un extraño
líquido amarillento con un olor extraño. ¿Qué era eso? Mi estómago se volcó con el aroma, tuve
que cubrirme la nariz para no olerlo.

Miré al resto de las chicas, como se mantenían observando al rededor y sobre todo el agua
amarillenta cayendo de las boquillas de las muchas mangueras acomodadas en el techo.

— ¿Qué es esto? — escupió la pelirroja para mi sorpresa, fue la primera que se atrevió a meter la
mano debajo del líquido cayendo para luego olfatearlo—. Tiene un olor muy extraño.

Mordí mi labio inferior solo recordar lo que Jerry había gritado en el laboratorio acerca de ella y los
bebés que esperaba de aquel experimento naranja...

No imaginaria lo mucho que debieron sufrir ambos cuando los perdieron.

—Sea lo que sea, quieren que nos mojemos con ella— comentó Mila, rodeando uno de los charcos
ya creados en el suelo.

—Quítense sus ropas y tallen cada centímetro de su cuerpo— la orden fue dada de una mujer que
topaba casi a la tercera edad, adentrándose a la ducha al pasar debajo de la cortina—. No traguen
esa agua, es desinfectante, puede hacerles daño.

Entre sus brazos llevaba numerosas prendas de ropa que pronto dejó caer al suelo, separándolas
en más de quince prendas. En total de mujeres, tomando en cuenta a los experimentos femeninos
que también estaban con nosotras, éramos veintidós. Los hombres eran más, nos duplicaban en
número.

— Una vez terminen se pondrán estos atuendos, son tallas medianas por lo que les quedaran
grandes ya que veo que todas ustedes son mujeres delgadas. Por eso también trajimos cinturones
—señaló, levantándose del suelo para vernos a cada una —. ¿Qué están esperando a ducharse?

Una mirada nos compartimos todas, a pesar de que esa no había sido una pregunta escupida con
severidad por la mujer mayor, quedamos dudosas, desconfiadas. Por otro lado, uno de los
experimentos femeninos que pronto reconocí como rojo 23, fue la primera en acercarse a una de
las primeras mangueras del techo, despojándose de su chaleco y su camiseta negra antes de que la
cortina que se acomodaba junto a su manguera, terminara cubriendo más de la mitad de su
cuerpo cuando ella dio un par de pasos más, bajo el agua.

No paso mucho cuando el resto de los experimentos hizo lo mismo, aunque muy a su pesar verde
16 se comenzó a desnudar para ocultarse detrás de las cortinas de la segunda manguera.

Me animé a hacer lo mismo, sacando mi sudadera de un solo movimiento, frente a todas esas
miradas preocupadas, acercándome una de las tantas mangueras. No había otra opción. Bañarnos
era lo que debíamos hacer, de otro modo si nos negábamos, complicaríamos las cosas.

Dudosamente me desabroche mis jeans frente al chorro de agua amarillenta que caía de la
manguera frente a mí. Poco a poco me desnude al igual que las demás sobrevivientes. Mirando,
una vez desnuda, vientre. Quería tocarlo, dejar que mis dedos acariciaran esa parte en la que se
ocultaba un pequeño bulto que se desarrollaría y tomaría forma con el tiempo, pero no lo hice, y
no iba a hacerlo, cometer ese error dos veces seria de idiotas.

Así que me abstuve, dejando que el agua espesa resbalara por todo mi cuerpo desnudo, tuve
cuidado de que no cayera ninguna gota del líquido sobre mi rostro. Evité mirar al resto,
hundiéndome en el intenso aroma del líquido pegajoso que mantenía un olor poco similar a los
desinfectantes que utilizábamos antes de tocar los cuerpos de los experimentos infantiles. Tal vez
contenía alcohol, tal vez no, no lo sé, el olor era muy extraño.

Volví a ver mi vientre solo por un instante hundiéndome en numerosas preguntas antes de que
algo más llamara mi atención. El agua que caía ahora en el suelo y sobre mis pies había dejado de
ser amarillenta para volverse transparente y más fresco.

Confundida por lo que vi, alcé mis manos dejando que el agua cayera sobre las palmas de mis
manos para saber que esta vez era agua y no más el extraño desinfectante, y, además, ese aroma
intenso y extraño había disminuido en segundos, oliendo a nada.

No tardé en dejar esta vez que el agua cubriera toda mi cabeza y rostro apretando mis párpados
mientras tallaba cada pulgada de mis mejillas y cuello, así como cada pequeña franja de piel de
todo mi cuerpo que había quedado pegajoso a causa del líquido amarillento.

—Deben estar asustadas, no se preocupen niñas aquí no hay monstruos, y no me refiero a esas
cosas del laboratorio en el que estaban— su voz un poco rasgada recorrió todo el extremo del
salón, nadie volteó a verla, todas se mantuvieron terminando su baño.
—No estamos asustadas— esa voz perteneció a una de los experimentos femeninos que por
mucho que intenté, no alcancé a ver debido a la cortina que la cubría por completo.

—Eso es mucho mejor— soltó la mujer mayor desde la entrada, la vi recorrerse, acercarse más a la
cortina como si estuviese a punto de salir—. Ahora las habitaciones son para cuatro personas, se
dividirán en grupos para repartirles su cuarto. Estos estarán equipados con alimentos, un cambio
extra para cada una y material higiénico femenino suficiente. Será mejor que lo mantengan limpio.

El pecho se me desinfló de golpe como si sus palabras picharan mis pulmones como a un globo. La
idea fe que no estaría en el mismo cuarto que Rojo, no me gustó...

— ¿Y si tenemos pareja y queremos estar con él? —Pestañeé ante la pregunta cuya voz supe que
pertenecía a la pelirroja, ella al parecer estaba a solo una manguera lejos de mí lugar.

—Así que tuvieron tiempo de romance ahí abajo—bufó desde el umbral —. Pues entonces tú y tu
pareja compartirán cuarto con otros dos, es lo único que diré. Terminen ya su baño chicas y
cámbiense.

(...)

Volvieron a dividirnos, llevando a todos los experimentos a un salón diferente que el de nosotros.
Fue inevitable no sentirme aterrada y preocupaba preguntándome que estarían haciendo con
Rojo...

No sabía por qué motivo se los habían llevado a otra parte, pero eso si era sospechoso, no me
daba buena espina. Quería ver a Rojo de inmediato.

El lugar a donde nos transportaron estaba en el mismo pasadizo que el cuarto donde nos dieron las
duchas. El salón estaba repleto de escritorios ocupados por personas uniformadas, y frente a ellas
una siento disponible en el que nos pidieron sentarnos.

Las preguntas que me hicieron, todas tenían que ver solo con mi familia, cosas personales y de
salud, ninguna había sido respecto al laboratorio. Pensé que me preguntarían de ello, pensé que
me preguntarían cómo y desde cuando trabajé en él, que hacía o que era en el laboratorio, pero no
fue así.

Incluso la mujer que me cuestionó, me pidió el número de teléfono de mis padres para
contactarlos. Y saber que lo haría y que me dejaría hablar con ellos, hizo que se me oprimiera el
pecho.

La ansiedad me picoteo el estómago al ver que ella comenzó a marcar en el teléfono, sin dejar de
dar miradas de la hoja donde anoté el número al teclado numérico del teléfono sobre su escritorio.
Estaba marcando a mis padres, les estaba llamando.

Se llevó el auricular del teléfono a la oreja solo un instante para luego extendérmelo con una leve
sonrisa sincera.

—Está marcando—informó, dejando que todos mis nervios viajaran a medida que mi brazo se
movía y mis crispados dedos envolvían el teléfono sin cuidado. Lo acerqué a mí, acomodándolo,
escuchando ese familiar sonido de espera en la otra línea. Un sonido rítmico y lento, son cesar.

—Diles que pueden venir a verte a la base militar mañana a las 3 pm, tendrán tres horas antes del
toque de queda— me recordó algo que desde el inicio en que me senté frente a su escritorio me
dijo.

Asentí de inmediato y entonces retuve el aliento cuando del otro lado de la línea alguien contestó.

— ¿Sí? — de golpe, todos mis intestinos se hicieron nudo al reconocer esa dulce voz que no había
escuchado hace más de diez meses atrás.

—Soy Pym, mamá — escuché como arrastraba con sorpresa y emoción su respiración antes de
nombrarle por teléfono. No pude evitar sonreír a labios cerrados, escuchando lo mucho que me
extrañaba, preguntándome cuándo vendría a verlos, y ahí fue cuando la detuve contándole del
lugar en donde estaba.

Su voz había pasado de ser emoción a ser preocupación cuando le dije, pero no le hablé del
laboratorio, solo le repetí que algo había salido mal pero que estaba bien, estaba todo bien. Luego
de su histérica preocupación, le mencioné que podían visitarme mañana, siempre y cuando
firmaran un documento de privacidad que pide la base para poder ver lo que del otro lado de los
muros se ocultaba. Claro que tampoco pude explicarle de qué estaba hablando, mucho menos que
estaba embarazada, pero después de mucho aclararle que su hija mayor estaba sana y salva, sin
ningún rasguño en su cuerpo, al final logré tranquilizarla, y colgué con una corta despedida
entregándole el teléfono a la mujer de cabellera negra.

—Ellos pueden visitarte tres veces a la semana, tú eliges los días. Hay un teléfono en cada
habitación, pero solo tienen que pedir permiso para utilizarlos, ¿está bien para ti? — me preguntó,
levantando en un nanosegundo sus cenas como una señal para responderle. No tarde en asentir
en silencio, pasando de ver sus orbes grises a ver la cortina verde detrás de ella que separaba a los
experimentos de nosotros, los sobrevivientes—. Hemos terminado, puedes salir. A fuera te
repartirán tu habitación.

Mordí mi labio y sin nada más me levanté de la silla con la necesidad de salir del salón y encontrar
a Rojo. Pronto recorrí el resto de los pocos escritorios en los que aún permanecían algunas de las
sobrevivientes, y entre ellos estaba Adam, respondiendo al hombre uniformado que anotaba en un
cuaderno.

Torció su rostro y esa mirada marrón resguardada en seriedad se clavó en mí un momento, había
sido casi una conexión inquietante que se desvaneció al instante en que él se volvió al hombre.
Recordé que su familia no vivía en Moscú, pero solo sabía eso y nada más de su familia.

Hasta donde recordaba, no conca mucho de Adam...

Encontré rápidamente con la mirada la salida, estaba del otro lado del último de los escritorios,
pasando la cortina verde que no tardé en rozar con mi hombro, dando una mirada al otro lado de
la sala donde algunos experimentos estaban acomodados en pocos escritorios.

Hundí mi entrecejo cuando volví a revisar los asientos ocupados, y sentirme confundida y perdida
al no hallar entre ellos a Rojo. ¿Dónde estaba? ¿Estaba en el pasillo? Apresuré mis pasos hasta que
mi mano alcanzo la perilla que no tardé en empujar para abrir la puerta haciendo el blanco
pasadizo que por un momento me recordó al laboratorio.

Mi corazón se removió asustadizo debajo de mi pecho al recordar ese lugar. Pero un instante ese
palpitar aterrador disminuyó cuando al salir por completo al pasillo largo, ese perfil masculino fue
lo primero que vi. Le reconocí de inmediato a pesar de que estaba vestido diferente, esta vez
usando una camiseta verdosa que iluminaba su perfecta piel.
Era él, era Rojo y estaba en compañía de varios experimentos, entre ellos el soldado naranja. Los
labios de Rojo, al igual que el de algunos otros experimentos se apretaban con extrañes, todos
manteniendo clavada su mirada en una persona en específico frente a ellos.

Tan solo guíe mi mirada un poco más a su derecha, encontré a la pequeña adolescente abrazando
su oso de peluche, ella movía sus labios en dirección a los experimentos. Les estaba contando
algo... y apenas alcanzaba a escuchar esa dulce tonada aniñada que no entendí. Pero por ese gesto
entenebrecido en ella supe que estaban hablando de algo malo.

Eso hizo que me acercara a ellos logrando de inmediato que Rojo se percatara de mi presencia,
volteando a mirar y recorrer mi cuerpo vestido de unos jeans huangos sostenidos por un cinturón
pequeño y una camiseta de tirantes cuyo escote dejaba a la vista un poco de mi pecho.

Se apartó del grupo al instante en que me vio, a pasos grandes para acortar la distancia creada
entre los dos. Estiró su brazo que pronto se amoldó a mi cintura cuando los dos nos detuvimos
cerca del otro.

— ¿Te lastimaron? — quiso saber, sus cejas se mantuvieron fruncidas con preocupación.

—No—respondí, viendo de reojo sobre su hombro a la adolescente seguir hablando con el resto—.
¿Te hicieron algo a ti? — fue la primera pregunta cuya respuesta quería saber de inmediato.

—Es extraño, después de la ducha me hicieron elegir un nombre y apellido—respondió en un ápice


seriedad, sorprendiéndome, confundiéndome, contrayendo mi entrecejo y ladeando un poco el
rostro con inquietud.

— ¿Un nombre? —repetí, dudando de haber escuchado mal. Él asintió sin dejar de reparar mi
rostro con sus orbes carmín, asegurándome entonces.

—Me hicieron escribirlo, y firmar con mi pulgar que yo quería ese nombre.

Mi cabeza pareció hacer corto circuito, reiniciándose, procesando y colapsando otra vez. Le habían
pedido ponerse un nombre, y un apellido... Un nombre y un apellido, y firmar con el dedo.
— ¿No te sacaron sangre o te inyectaron algo? — insistí. A pesar de haberle dicho que creía que
ellos estaban diciendo la verdad, todavía había una profunda y pequeña parte de mí que seguía
dudando, tratando de hallan que ellos nos estaban engañando. Que todo esto era una maldita
trampa a pesar de todo.

—Solo fue la ducha, la ropa y el nombre—recalcó, antes de sentir sus dedos escalando un poco de
mi cadera a mi cintura, enviando una clase de escalofrío desde esa zona a otro el resto de mi
cuerpo—. No estoy del todo seguro, pero creo que tienes razón y ellos quieren ayudarnos. Ese
infante etapa adolescente nos contó todo, revisamos su pulso tocando su muñeca y su
temperatura para saber si mentía, y no lo hacía.

Sentí mis pulmones vaciarse al escuchar sus palabras, me sentí peor que antes sino pude procesar
por completo lo que me había dicho. ¿Cómo podían saber que por la temperatura conocerían si
ella mentía o no? Sabía que cuando se aceleraba el pulso, era porque la persona mentía, pero nada
más.

Miré de nuevo a la niña, mis labios relamidos se prepararon para preguntarle a Rojo qué tanto les
había contado, pero entonces no pude hacerlo ni mucho menos entender más cuando del salón en
el que estábamos antes salió Lidy en compañía de una mujer uniformada con el resto de los
sobrevivientes y experimentos detrás de ellas.

Y tan solo se dirigieron hacia nosotros con la intención de pasarnos de largo, la mujer uniformada
cuyo cabello se hallaba lamido en un chongo oculto tras una gorra, comenzó a ordenarnos seguirla.
Miré a Rojo y él hizo lo mismo, su mano, esa misma mano que se tomaba de mi cintura, tuvo otra
nueva dirección hacía mi mano que rodeó suavemente.

—Será mejor que empecemos—comentó al ver que otros ya las seguían. No dije nada contra eso al
ver la seguridad que él mantenía, sin preocupación esta vez. Movimos nuestros cuerpos detrás del
resto de las personas, siendo guiados por todo el pasadizo de vuelta a esa área abierta en la que
estaba la enorme escalera de porcelana. No tardamos en subirla, escalón por escalón hasta llegar a
un segundo piso.

—Cuatro personas dormirán por habitación no importa el sexo, así que vayan haciendo grupos—
exclamó la uniformada deteniéndonos al umbral de un pasillo repleto de puertas cada dos metros.
Se giró, contando en silencio el número de sobrevivientes que éramos—. Los rojos tendrán su
propio cuarto, sabemos que tienen necesidades sexuales cada 48 horas.
Me pregunté quién les había hablado de los rojos, aunque seguramente se los había dicho uno de
los experimentos que salvaron antes de encontraros, porque estaba segura que la mujer que era
secretaria no sabía nada respecto a los experimentos. No había secretarias en las salas, y hasta
donde sabía ellas eran abstenidas de informarse acerca de los experimentos y de lo que nosotros
hacíamos con ellos.

— Así que suponemos que tendrán pareja para esas necesidades—agregó Lidy con las manos
atadas detrás de su cintura. Nuevamente sentí una extraña incomodidad cuando algunas miradas
de los experimentos pararon en Rojo y en mí.

— ¿Y si no queremos pareja para intimar? — rojo 23 soltó la pregunta en un tono disgustado,


cruzando sus brazos por debajo de su pecho, haciendo que el escote de su camiseta de tirantes
fuera más pronunciado.

Ella tenía razón, un experimento no necesitaba de la ayuda de nadie más para bajar su tensión por
sí mismo. Nadie entendió eso, y sus examinadoras prefirieron ayudarlos solo para ganar más
dinero.

—Entonces podrás arreglártelas tu sola— soltó en respuesta la mujer uniformada, y sin esperar
respuesta de ella, prosiguió—: Quienes no quieran pareja para esas necesidades sexuales
ahórrenos las preocupaciones. Por otro lado, como no tienen pareja dormirán con otras tres
personas en una misma habitación, no hay otra.

«Cada habitación cuenta con dos literas, comida y un baño. Además de un vestuario añadiendo la
ropa interior para cada uno y materia higiénica suficiente para la mujer, más tarde daremos lo de
los hombres. Es una regla que mantengan limpias sus habitaciones incluyendo el baño. Podrá salir
y entrar del edificio a la hora que deseen, igual que recorrer los pasillos e ir al comedor de la
primera planta, pero está prohibido que entren al almacén y toquen los vehículos militares.

Si van a marcar a sus familiares, pidan permiso una hora antes de llamar, es una regla, quien no lo
haga no se le desbloqueara el teléfono en todo el día. Si van a entrar a una habitación o sala de
cualquier planta, toquen la puerta con su debido respeto y esperen a que les abran...»

Por un momento sentí como si pensaran que no habíamos tenido educación, explicándonos cada
cosa que podíamos y no hacer con todo y detalles pequeños. La uniformada dejó de hablar al fin, y
con eso comenzó a repartirnos en diferentes habitaciones empezando por los experimentos
rojos... Y cuando lancé una mirada hacía ellos, encontrando que solo uno de los trece
experimentos rojos estaba emparejado con otro experimento. Que para mi sorpresa era verde 16.

¿En qué momento ellos...? Recordé la vez que Jon y todos ellos llegaron a nuestro bunker, esa vez
en que Rojo me pidió buscarla solo para terminar hallándola teniendo sexo con alguien en una de
las habitaciones. ¿Era él? Debía serlo, pero en todo este tiempo nunca los vi juntos.

Se adentraron a la primer recamara del pasadizo, cerrando esa puerta para cubrir su interior y
desaparecer de nuestras vistas. Rojo apretó mi mano, me di cuenta hasta ese momento en que
comenzó a caminar que nos habían repartido la habitación frente a la de verde 16. Observé el
suelo, mis extremidades temblando metras sentía el ritmo acelerado de mi corazón martillarme las
sienes. Toda esa congestión de ansiedad en mi propio cuerpo me hizo mirar al resto de los
sobrevivientes, temerosa y confundida. Seguía en una guerra interna que obstruía mis sentidos y
llenaba mi cabeza de preguntas nuevas, mi imaginación trató de jugarme una mala broma
derrumbando todo lo que había razonado sobre estas personas, haciéndome cree que la
habitación no era más que una celda llena de barrotes.

Una broma ridícula que terminó volviéndose humo cuando cada vez más entrabamos en ese
cuarto de cuatro paredes y una enorme ventana mostraba la vista de lo que se hallaba del otro
lado de los muros.

Eso me detuvo en seco con la mirada clavada en ese limpio cristal que podía abrirse con solo quitar
un simple y pequeño seguro. Dejé de sentir que la mano de Rojo se entrelazaba con la mía,
escuchando el sonido de una puerta cerrarse detrás de mí, y aunque quería girar a ver la puerta,
no pude quitarle un ojo encima a esa vista. Era hermosa. Mis piernas no tardaron en empezar a
acercarme al marco de la ventana mientras repara en la sombra de mi ciudad que se hallaba
cruzando pequeño bosque del otro lado de la carretera fuera de los muros.

Mis pensamientos se aclararon, poco a poco comencé a procesar cuando mis dedos quitaron el
seguro de la venta para abrirla y dejar que esa mezcla de vientos frescos se adentrara a la
habitación a la que le di una rápida mirada. Estaba atrapada entre la vista y el rio de mis
pensamientos.

No nos habían atacado, estábamos rodeados de cuatro paredes y aun así dijeron que estaban para
ayudarnos. No nos encerraron en una celda y nos dieron salida al menos del edificio a toda hora.
Le pidieron a Rojo elegir su nombre y firmar, y nos dieron una habitación para los dos con comida y
agua, un par de camas bien tendidas, un baño y material higiénico. Tal vez...era cierto, nos estaban
ayudando, nos estaban protegiendo.
Eran militares, ella una agente del gobierno, si quisieran matarnos y llevarse a los experimentos
desde cuando lo hubieran hecho...

— ¿Pym? —La voz crepitante de Rojo no fue lo que me estremeció, mucho menos la brisa del
exterior extendiéndose en cada centímetro de mi cuerpo. Lo que me estremeció fueron esas
manos deslizándose por mi cintura desde atrás—. ¿Te sientes bien?

—Solo estoy pensando —musité. Su cuerpo pronto se acomodó junto a mí, entornando la mirada a
reparar en mi rostro, y no en la hermosa vista frente a nosotros.

— ¿En qué piensas? —quiso saber, girando mi cuerpo un poco con el agarre en mi cintura,
haciendo que dejara de ver la sombra de la ciudad para subir el rostro y observar su espléndida y
enigmática mirada debajo de esos mechones oscuros que se pegaban a su frente.

—En que se me hace difícil creer que estemos aquí—Y era cierto, seguía sintiendo que era un
sueño—, fuera del laboratorio y a salvo, lo dos...—cabizbaja miré mi vientre, llevando esta vez mi
mano sobre esa área para tocarla por encima de los botones de mis jeans—, los tres.

Dijeron que por meses estaríamos en este lugar, ¿qué sucedería cuando el bebé se desarrollé y
crezca con el tiempo dentro de mí? Era obvio que se me notaría el embarazo, ellos se darían
cuenta y empezarían las preguntas. ¿Qué sucedería cuando supieran que el bebé era de Rojo?

—El infante femenino dijo que eran buenas personas, la trataron bien, le dieron dulces y le
regalaron ropa y juguetes, creo que nos trataran igual que a ella y a esa mujer...

—Pero, ¿qué hay del bebé? —cuestioné, levantando de nuevo la mirada a él —. No te he hablado
de todas las etapas del embarazo, pero en dos o tres meses más comenzara a notarse que espero
un hijo tuyo. ¿Qué harán ellos cuando sepan que es tuyo?

Tal vez sí querían ayudarnos, pero si llegáramos a hacer algo que llamara su atención, sus
intenciones cambiarían. No lo sé, estaba tan confundida y asustada aún. Solo quería ir a casa, llevar
a Rojo con mi familia, y hacer una junto a ellos...
Sus oscuras cejas castañas se fruncieron, arrugando su frente un poco. Me observó
permaneciendo en silencio unos segundos. Repentinamente uno de sus brazos terminó rodeando
toda mi cintura, atrayéndome con un solo tiro mi cuerpo para chocar contra el suyo.

—Yo también estoy asustado, Pym, mi cabeza está llena de preguntas, tal vez ellos no quieren
hacernos daño y tal vez el bebé no les interese. Pero no bajaré la guardia—aclaró, inclinándose un
poco para que su aliento abrazara la piel sensible de mi rostro—. Por ahora deja de preocuparte—
pidió, dejando esta vez que sus brazos me envolvieran por completo desde lo alto de mi espalda
para acurrucarme a su caliente pecho, inesperadamente—. Uno de los míos dijo que el estrés
afecta el embarazo, y la falta de descanso y la buena alimentación también lo hacen.

—Estoy bien— suspiré tras un segundo de silencio, apenas una sonrisa cruzó por mis labios a causa
de sus palabras en tanto sentía su pecho inflarse con su respiración profunda.

Tenía razón, estar tan inversa en mis pensamientos y preocupaciones afectaba también al bebé,
era un alivio que después de todo por lo que habíamos pasado no le afectara. Pero no podía seguir
atentando contra eso, pensando una y otra vez en lo que probablemente no era cierto, solo
engaños de mi mente. No lo sé, solo esperaba que fuera así... ¿qué más nos quedaba hacer?

—Tienes razón—exhalé la palabra muy a la fuerza, dejando que mis manos se tomaran a su dura
cadera para rodearlo en un abrazo también—. Hablé con mis padres—le mencioné, mirando hacía
la puerta de la habitación que permanecía cerrada—, mañana vendrán a este lugar a las 4 de la
tarde. Quiero que... quiero que los conozcas.

Hubo silencio, un silencio que pronto él rompió.

—Soy físicamente diferente, los asustaré, ¿no lo crees así? —curioseó en un tono bajo y serio,
pegando sus labios en la coronilla de mi cabeza.

Lo pensé, si mañana venían mis padres, seguramente se asustarían por el color autentico e
inhumano de los ojos de Rojo. Sabía que no lo aceptarían a la primera y quizás a la segunda vez
que lo vieran, pero yo haría que lo aceptaran con el tiempo sin importar qué. Debían hacerlo, y
sabía que lo harían.
Lo que no sabía era cómo reaccionarían cuando supieran que todo este tiempo les había mentido
del lugar donde trabajé. Negué con la cabeza hacía su pregunta, sin alejarme un centímetro de su
pecho.

—Verte sería algo nuevo para ellos, pero nada más—no soné muy segura de lo último—. Tarde que
temprano te aceptaran.

Quería que lo conocieran, quería que supieran que Rojo era parte de mi vida. Estaba asustada con
lo que ocurriría mañana y me maldije porque no podía dejar de preocuparme por eso.

— Dime... ¿qué nombre elegiste para tú? —me animé a preguntar recordando lo que en el primer
piso me había dicho. También me animé a cortar nuestro abrazo solo para subir el rostro y ser
capaz de contemplar cada facción de su atractivo rostro.

—Me mostraron una larga lista de nombres y apellidos—mencionó, una de sus comisuras oscuras
se estiró en casi una sonrisa que disfruté ver—. Pero al final elegí Alek Petrov.

Lo miré con extrañes, en tanto ese nombre se comenzaba a reproducir sin un final en mi cabeza
con el tono grave y ronco de su voz, crepitando en mi interior. Alek era un nombre que trajo
consigo tantos sentimientos como recuerdos antes de que el parasito fuera soltada. Un recuerdo
sobre todo en el que mientras le tallaba su espalda en la ducha, le pregunté que cuál era el
nombre que más le gustaba de todos los personajes masculinos de las historias que le conté, y que
a él le gustaría ponerse. Y él respondió...

—Alek es el nombre...

—Sí—me interrumpió enseguida, alzando más esa sonrisa que pronto aleteó en mi corazón,
alborotándolo de calor —, es el nombre del hombre lobo que se enamoró de la caperuza roja—
sostuvo, esta vez contemplando mis labios, destruyendo centímetro a centímetro de nuestra
distancia—. ¿Sabes por qué lo elegí?

No lo sabía, por supuesto que no lo sabía.


— ¿Por qué lo elegiste? —sentí una profunda curiosidad de saber el porqué, aunque muy
profundo de mí, parecí saber a qué se refería.

—Porque él era un depredador enamorado de su presa, pasó con nosotros durante un tiempo y se
convirtió en un lazo más fuerte donde luché por protegerte no solo de mí sino de los otros
depredadores—cada una de sus palabras me estremeció, me dejó encandilada como si de pronto
escuchara un cuento de hadas.

No tuve duda alguna de que era cierto.

Una típica historia para adolescentes se había hecho una realidad en nosotros, ¿quién iba a
decirlo? Sonaba a un cuento de hadas, pero con un final incapaz de ser imaginado por nosotros
mismos.

— Lo que le pasó a ese hombre lobo con su pareja, nos pasó a nosotros— suspiró contra mis
labios, dejando que parte de su nariz rozara con mi mejilla cuando él ladeó un poco más su rostro,
pestañeé de pronto cayendo en su encanto olvidándome de la puerta cerrada y de la habitación—.
Su lucha no terminó para protegerla, mi lucha para protegerte tampoco termina aquí en este lugar,
porque siempre te protegeré Pym.

Siempre te protegeré. Su voz tan enigmática pronunciando cada una de esas letras hundió mi
pecho. Rojo siempre había sido tan elocuente, sabía expresar con maravillas sus emociones y
siempre conseguía hacerme sentir tan frágil. Me hacía sentir diminuta con cada una de esas
palabras.

—No —solté, alzando un poco la mirada de sus carnosos labios a punto de rozar los míos, para ver
su encantadora mirada que se extrañó por mi negación—. Luchemos por buscarnos una vida
juntos, nos la merecemos.

Inesperadamente se mordió su labio inferior, un acto imposible de apreciar, él era encantador.

—Eso me gusta más—susurró, satisfecho.

Y me besó, un beso tan profundo y encantador en el que ambos terminamos suspirando en la boca
del otro. Sus besos siempre me hacían olvidad todo lo que nos rodeaba, la forma en que me
saboreaba, la manera en que me envolvía entre sus calientes brazos. Rojo... Alek era mi frenesí, mi
final.

Mi final. Nosotros no teníamos final, siempre sería impredecible el mañana, curiosos y dudosos de
lo que nos acontecería, no sabíamos lo que nos esperaría al cruzar cada puerta, al abrir los ojos
después de despertar. La verdad era que todo nuestro mundo era incierto. Pero al menos, lo cierto
era que estando en sus brazos me sentía protegida, y eso era suficiente para mí.

Era suficiente mientras nos tuviéramos uno al otro.

Suficiente, mientras nuestras vidas siguieran entrelazadas y no existiera ninguna otra amenaza.

o no tengo el gusto.

YO NO TENGO EL GUSTO

*.*.*

Seis meses más tarde.

Nunca dejamos de sentir miedo: nadie dejaría de sentirlo después de estar atrapados por casi tres
meses bajo tierra en un laboratorio, perseguidos por monstruos. Parecía un sueño que cada
mañana saliéramos de la habitación, recorriéramos cada blanco pasadizo y llegáramos al exterior
donde los dulces y cálidos rayos del sol terminaban acariciándonos. Sin duda era un sueño del que
Rojo y yo temíamos despertar, abrir los ojos y encontrarnos nuevamente atrapados en el área roja,
tratando de detener que las puertas se abrieran y permitieran entrar a esos monstruos.

Pero ahora éramos libres, ¿no? Y eso se sentía una mentira, una cruel fantasía que se rompería en
el momento justo en que lo aceptáramos. Por eso me rehusaba a aceptar que todo lo que esas
personas del exterior estaban haciendo por nosotros fuera cierto y sincero. Sin intenciones de
llevarse a los experimentos y experimentar aún más con ellos, sin intenciones de eliminarlos,
lastimarlos o encerrarlos.

Cada mañana que despertaba entre los brazos de Rojo, acurrucada por su calor y esos labios
acariciando la piel de mis hombros, todas esas dudas volvían a mí, la preocupación de que ese día
sería el día en que lo apartarían de mí me robaba la respiración. Más me robaba la respiración
cuando al correr la cortina de la única ventana en nuestra habitación, lo primero que veía eran
todos esos soldados bajado de sus vehículos de guerra, con sus armas puestas recibiendo órdenes.

Temía que entraran y comenzaran a dispararnos, llevándose a Rojo con ellos muy lejos de mí. Sabía
que preocuparme no estaba bien para mi salud ni para el bebé, pero tener esta vida llena de
obstáculos, siempre desconociendo lo que sucederá mañana, era imposible. Sobre todo, cuando
ellos habían dicho que nos dejaría libres después de dos meses, después de saber que esos
monstruos no volverían a aparecer, pero aunque eso no llegó a ocurrir los días comenzaron a
pasar, los soldados no dejaron de salir y entrar del lugar en el que nos tenía ocultos, y la única
explicación que recibimos era que las personas no estaban listas para aceptar a los experimentos.

Los mismos ministros del gobierno ruso se rehusaban a dar su aprobación para que una nueva
especie recibiera su ciudadanía, citando que los pondrían bajo observación para una posible
decisión... Así que había más motivos para pensar que algo muy malo ocurriría pronto.

Aunque deseaba equivocarme.

—Hoy está más grande.

Salí de mis pensamientos cuando esa voz en tonalidades roncas y grabes exploró cada rincón de mi
cabeza. Pronto, sentí esas cálidas manos deslizándose desde atrás por todo el bulto de mi
estómago marcándose debajo de la tela de mi camisón. Dejé de mirar la ventana y a todos esos
soldados para observarme el estómago y como con el simple tacto de Rojo, el bebé había empezó
a moverse.

—Sí, creció más últimamente—comenté en bajo tono sin dejar de mirar—. A veces quisiera que no
lo hiciera tan rápido— sinceré tras un suspiro—. Al menos no en este lugar.

Un mes atrás apenas era solo una pequeña inflamación que no se notaba con camisetas pegadas, y
por ese entonces llegué a pensar que algo estaba muy mal con la gestación, pero días más tarde mi
estómago había crecido perturbadoramente. Ese era otra de mis mayores preocupaciones, el bebé
que esperaba de Rojo ya no solo lo sabíamos él y yo, sino todos los que se escondían debajo del
mismo techo que nosotros.
Y estaba segura que sabían a quién le pertenecía, era muy evidente. Alguna vez tuve la esperanza
de que nos liberarían antes de que se notara el bulto, pero ahora el temor de lo que fuera a pasar
había crecido tanto para Rojo como para mí. Aunque la agente del gobierno que observaba el
comportamiento de los experimentos siempre que podía mencionaba que, si mi embarazo salía
bien, sería un punto a favor de los experimentos de que la relación entre humanos genéticamente
alterados y nosotros, no era riesgoso. No era un peligro, y que con ese punto llamaría el interés de
los ministros y el presidente para aceptarlos.

Si nacía mi bebé por muy saludable que fuera al finalizar el noveno mes, sentía que lo primero que
harían sería arrebatármelo de mis manos, lo examinarían y no me lo devolverían. La razón por la
que sentía que pasaría eso era porque no había momento en el que me pidieran hacerme los
estudios, muestras de sangre y ultrasonidos para saber cómo era el bebé, querían tener
conocimiento del pequeño ser vivo que se ocultaba en mi interior. Tenían curiosidad, interés, y eso
era lo que yo no quería que tuvieran por mí bebé...

Un punto a favor, a pesar de que quería que las palabras de la agente del gobierno sonaran
ridículas y una absoluta mentira, una gran parte de mí se las creyó completamente, y acepté.

Quería hacérmelas, en serio que quería, pero hasta yo temía que encontraran algo que estuviera
fuera de lo normal, y aunque hasta entonces no había tenido síntomas anormales o dolores a
causa de mi estrés, el peso de mí estómago—aun por su tamaño— era desconcertantemente
liviano. Ni siquiera sentía que cargaba con un bebé en el estómago, no me molestaba al caminar,
menos al levantarme de la cama o de otro lugar. ¿Había algo malo con mi bebé? Mis entrañas se
hacían nudo con la necesidad de saber si estaba desarrollándose como debía de ser, sin anomalías.

Eran genes de diferentes reptiles enlazados con el ADN de nosotros, ni siquiera sabía si este
embarazo al final resultaría. Por momentos el bebé se movía con mucha fuerza, pero había
semanas en los que ni siquiera le sentía moverse, y me hundía en el terror de que algo malo le
había sucedido.

—No te preocupes, nuestro bebé estará bien, nosotros lo estaremos, Pym—Se me estremecieron
los músculos cuando depositó un beso en la parte superior de mi oreja, cuando esas manos
rodearon cuidadosamente el estómago para abrazarme. Su calor invadiendo desde mi columna me
hizo acurrucarme, sentirme por un instante protegida.

—¿Recuerdas cuando pensaste que era un parasito? — pregunté, y me dejé desinflar en un largo
suspiro al sentir un segundo beso en mi cabeza, un beso tan delicado que me hizo romper el
abrazo y girar para ver esa enigmática mirada carmín contemplarme. Dejé que mis manos se
acomodaran en cada lado de su cadera en tanto mi enorme estómago palpaba el suyo, un tacto
que él observó con cautela, con una delicadeza que casi retuvo mi aliento.

—Quise sacártelo—recordó, estirando esa perfecta torcida sonrisa que volcó mi corazón,
acelerándolo—, no pensé que pudiera ser un bebé.

Me hizo sonreír, una sonrisa que, aunque débil era sincera. Pronto sentir sus manos nuevamente
tomarme de la cintura, dejando que una de ellas se paseara por todo mi estómago. Sus orbes se
ocultaron bajo la delgada piel de sus párpados enrojecidos, verlo revisando la temperatura del
bebé hizo que una pregunta tocara mis labios.

— ¿Puedes ver su forma? — quise saber, sin dejar de sentir como con cada caricia de su mano, el
bebé reaccionaba en pequeños movimientos. Era curioso que con su tacto se moviera como si lo
sintiera, podía tocarme el estómago todo el día y toda la semana, y el bebé ni siquiera se movería
eso lo había asegurado todos estos meses, pero con él reaccionaba así sencillamente con suaves
caricias.

Lo sentía, estaba segura que el bebé sentía el calor de su padre, por eso se movía, ¿cierto? De
alguna forma eso me comprobó que el bebé había heredado mucho de él... Eso solo me hacía
temer mucho más, cada dos días la tensión de Rojo se acumulaba, si pasaban de 48 horas los
síntomas intensificaban, se hacían más fuertes, más crueles. No quería que nuestro bebé heredara
eso, era doloroso, y estaba segura que Rojo tampoco lo quería. ¿Lo heredaría? Había tantas cosas
que me preguntaba al respecto, tantas cosas que le habían sucedido a los experimentos desde la
incubadora y varios químicos que necesitaron para desarrollarse, y que temía porque el bebé fuera
a necesitarlas.

—Aun debajo de tu temperatura puedo ver la suya— respondió, sacándome de mis temores,
dejando también que una de sus manos se acomodara en mi cadera—. Es muy pequeño y se
mueve mucho. ¿Te duele cuando golpea? —preguntó, abriendo su mirada carmín cuándo de mis
labios se escapó un leve quejido al sentir un brusco movimiento del bebé.

No era doloroso, sus golpes eran inesperados y los más fuertes solo me incomodaban
repentinamente, sí que negué

—No, pero estoy segura que si quitas tu mano dejará de patear— tan solo lo dije, él la apartó
dándome una mirada de extrañes. Ver ese gesto en el que frunció sus pobladas cejas castañas me
hizo sonreír, más aún cuando instantáneamente el bebé había dejado de moverse.
— ¿Dejó de patear? —quiso saber.

—Sí, es curioso que solo se mueva contigo—compartí, dejando que mi mano se posara en mi
estómago sin sentir ningún otro movimiento. Clavó la mirada en esa parte de mí, vi
repentinamente la preocupación que le causó mis palabras.

— ¿Eso es algo malo? — en cuanto preguntó, le negué, sin disminuir un poco la sonrisa, dejando
que mis manos se posaran en su pecho con la suave intención de acariciarle, subiendo hasta sus
anchos y duros hombros. Él apretó sus labios, soltando un largo suspiro por los orificios de su nariz.

—Es algo curioso, pero no creo que sea algo malo...—tranquilicé ante esa atenta mirada que por
un segundo se había ocultado para revisar nuevamente la temperatura en mi estómago—. Más
bien creo que serás, de nosotros dos, su preferido.

Esas comisuras negras se estiraron en una sonrisa un poco ladeada, un poco torcida, demasiado
sensual a mi parecer al iluminar esa rasgada mirada enigmática que me contemplaba con ternura.
Me sostuvo con la cintura y para mi sorpresa, dando un paso más hasta que nuestros estómagos
volvieran a palparse: un pequeño tacto que bastó nuevamente para que el bebé se moviera un
poco.

—No lo creo, eres la mujer más maravillosa, ¿cómo no serás su preferida?—repuso en un tono
bajo, inclinando su rostro. Mis labios pronto recibieron esos carnosos labios en un beso profundo y
lento que no pude saborearlo todo lo que quise cuando esos golpes a la puerta, interrumpieron,
apartando a Rojo de mi cuerpo y haciendo que él torciera el cuello para revisar con su mirada
oculta bajo sus parpados, la puerta.

—Es esa mujer—Supe a quién se refería: era la oficial que pusieron a su cargo, ella recibía a
nuestras familias y se encargaba de darnos el permiso para llamarles. Si estaba a la puerta, quería
decir que mis padres ya estaban aquí... Otra vez. Y sus palabras espetadas en una voz femenina
demasiado engrosada, me lo rectificaron:

—Pym Jones Levet, tus padres ya están en la sala médica, y es mejor decirte que ellos solo te
quieren ver a ti.
Mordí mi labio, retirando la mirada de aquella puerta blanca justo cuando Rojo hizo lo mismo para
chocar con mi mirada: una mirada que, aunque parecía sería sabía bien que ocultaba una
preocupación. Esa preocupación bastó para que me hiciera recordar la primera vez que mis padres
lo conocieran, aun cuando esta no era ni la segunda vez que venían a visitarme.

Ese día sabía lo que ocurriría, llevaba más de un año en el laboratorio y mirar el físico de los
experimentos ya era una costumbre, pero para alguien que ni siquiera se hizo una idea, sería
nuevo... y para mi pesar, espantosamente sorprendente. Espanto es lo que vi en el rostro de mis
padres. Tan solo vieron a Rojo en la lejanía y la piel de mi madre había palidecido, mi padre no
pudo quitarle la mirada de encima, reparando más que en su rostro, en esos orbes carmín.
Mientras tanto mis hermanos eran los únicos que no estaban aterrados, aunque sí sorprendidos
apuntando a Rojo en la lejanía. Cuando tan solo lleguemos a estar a solo pasos de ellos y los
saludé, fue como si la vida volviera a ellos reaccionando con sobresalto, en vez de darme un
abrazo, preguntando qué cosa era él. Y lo peor llegó tan solo un instante después de que me
pidieran hablar conmigo a solas, después de una abofeteada que recibí por mentirles con mi
verdadero trabajo.

Ese día no pude decirles que esperaba un hijo de Rojo cuando comenté que él era mi novio, mi
pareja, ellos prácticamente se volvieron locos. Más que estar felices porque su hija sobrevivió,
estaban enfurecidos por lo que les hice, y tenían todo el derecho de enojarse conmigo y
desquitarse. Pero el único derecho que no tenían era ver a Rojo como si fuera el animal más
nauseabundo y enfermizo del mundo, una rata sarnosa a la que ni siquiera querían tocar cuando él
les extendió el brazo para estrechar las manos...

La noche de ese día y todavía la noche de su segunda y tercera visita, no pude soportar ver a Rojo
tan callado, pensativo, encerrado en el baño rompiendo el espejo con sus puños, sabía muy bien
que había escuchado la conversación que tuve con mis padres a un par de metros de separación
de él, y traté de consolarlo. La verdad es que el rechazo de mis padres no iba a apartarme de él, y
esperaba que eso tampoco lo apartaran a él de mí. Y ese solo había sido la primera visita que tuve
de ellos, la segunda, la tercera e incluso la quinta, ellos siguieron rechazándolo e incluso pidiéndole
a la oficial al mando de las visitas que agregaran que solo querían verme a mí, a nadie más.

Me había molestado tanto ese hecho que por un momento no iba a verlos, pero entonces cada vez
que ellos venían a visitarme con o sin mis hermanos, les hablaba de Rojo, y esta vez sin firmar un
documento de privacidad que amenazara con sentenciarme toda la vida a la cárcel, les mencioné
todo lo que él hizo por mí, y aun así lo rechazaron clasificándolo con todo tipo de enfermedades o
síndromes. Algo realmente tonto, más tonto cuando les solté al final que esperaba un hijo suyo.

Ellos no me creyeron, y la carcajada que papá soltó había sido tan grotesca para mí que les confesé
que estaba interesada en contraer matrimonio con él una vez que aceptaran su ciudadanía— algo
que era realmente difícil conseguir. Solo bastaron algunos meses para sus próximas visitas cuando
se dieron cuenta de que hablaba en serio, estaba embarazada, esperaba un bebé de alguien a
quien ellos llamaron fenómeno, y nuevamente recibí otra abofeteada de mi padre, mi madre trató
de detener su histeria y solo no pudo hacerlo hasta el final. Había sido el momento más doloroso
escucharle decir que debía abortarlo como si fuera una decisión fácil de tomar, como si él tuviera
derecho a elegir por mí, repitiendo una y otra vez que iba a morir, que ese bebé era un fenómeno,
que nacería deforme, ¿y qué hice yo? Solo pude levantarme de la mesa y marcharme antes
aclarado que tal vez no sería una buena madre, pero que yo sí quería ese bebé.

Aquella indeseable discusión había sucedido hace tan solo dos semanas... que fue el tiempo exacto
cuando mi estómago había crecido inesperadamente de un momento a otro, dando un rotundo
cambio a mi aspecto. Y hace apenas dos días mi madre había llamado otra vez, pidiendo que nos
volviéramos a ver, que mi padre estaba arrepentido y que quería saber si el bebé estaba
desarrollándose apropiadamente. Fue por eso que decidí también hacer el ultrasonido. Pero ahora
que esa oficial estaba a la puerta de nuestra habitación diciendo que mis padres estaban aquí y
solo querían verme a mí, me hizo saber que las cosas no habían cambiado para él.

— ¿No vas a verlos? —me cuestionó al quedarme tanto tiempo quieta, con la mirada clavada en su
preciosa mirada que me capturó desde la primera vez que lo vi. ¿Cómo es qué mis padres no
podían ver a Rojo tal como yo lo vi desde la primera vez que lo conocí? No era difícil aceptarlo, su
físico, la forma en miraba, razonaba y se movía era tal y como un humano lo hacía.

Humano, eso era él, y no era difícil aceptarlo.

— ¿Tú no vas a acompañarme?

—A mí no me quieren ver, Pym—el tono con recelo en su voz me hizo morder mi labio inferior—.
Ellos solo quieren verte a ti.

—A mí no me importa si no quieren verte, no buscamos su aprobación —resoplé sin apartarme de


él, él observó la mueca en mis labios por un momento, desconcertado, antes de volver la mirada a
la puerta cuando otros tres golpes y la voz de esa mujer volvieron a escucharse—. Además, le
harán un ultrasonido al bebé— estaba a punto de agregar algo más, cuando él mismo me
interrumpió:

—Pensé que dijiste que no querías hacértela.


—No quería hacérmela, pero con Lidy y mis padres pidiéndomelo cada que pueden, y con la
preocupación que yo misma tengo sobre el bebé, quise hacerla. Con el ultrasonido podremos
saber si está desarrollando adecuadamente, ¿no quieres verlo?

Pareció pensativo, repentinamente moviendo mucho sus orbes sobre cada pulgada de mi rostro,
pasando saliva por sus carnosos labios. Sentí apenas leves caricias en mis caderas con las yemas de
sus dedos. No quería forzarlo a acompañarme, que se diera cuenta que no debía temer a las
críticas de otros, sobre todo a la de mis padres — que eran las que más le dolieron, más aún que
escuchó que no traerían a mis hermanos a este lugar, a causa de él. Quería que se sintiera como
uno de nosotros, que reaccionara como cualquier hombre molesto cuando el padre de su amante
le decía que él era poco para ella.

Demasiado dolor y horror pasamos en el laboratorio como para que en el exterior pasáramos por
algo similar, ya había sido suficiente.

—Claro que quiero verlo, preciosa, pero tu padre...

—Ignóralo—le impedí hablar, al instante plantando un beso en sus labios una vez que me empuje
sobre mis pies—, y si algo no te gusta házselo saber, que él vea que no importa lo que diga, nada te
afectara, tú tienes derecho de estar en ese ultrasonido, de estar a mi lado cada que ellos me
visitan.

(...)

La suela de mis tacones era el único sonido que resonaba en todo el pasillo conforme
avanzábamos, acercándonos cada centímetro más a esa puerta blanca. Los nervios estaban
consumiéndome no solo a mí, sino a Rojo, podía sentirlo por la forma en que apretaba su mano
sobre la mía, y también lo mucho que empezaba a sudar.

Sus orbes estaban clavados en ese umbral titulado como la enfermería a solo pasos de nosotros, y
cuando nos detuvimos frente a frente a ese mango negro y redondeado, él apretó su quijada con
fuerza. Un instante lo observé antes de suspirar y llevar mi mano al picaporte para girarlo, y tan
solo la abrí esos cuerpos tan familiares desde sus asientos levantaron la mirada para observarlo a
él con sorpresa: y una de esas miradas provenían de un par de orbes azules llenos de disgustos.
Aquel hombre de avanzada edad era mi amargado y sobreprotector padre, con su cabellera canosa
y una ligera barba que cubría una quijada desencajada con severidad. Por un instante mi corazón
me martilló la cabeza al ver esa sincera molestia que llevaba puesta, sino fuera porque aquella
sonrisa alzada en los labios de la mujer a su lado, me tranquilizó un poco.

Ella era mi madre, y había sido la primera en levantarse de su lugar, sacudiendo su melena castaña
y ondulada para acomodarla detrás de sus hombros, sus orbes grisáceos miraron un instante a
Rojo antes de apoyarse en mí, sin desvanecer ningún solo centímetro la sonrisa que por poco y
parecía sincera. Cuando vi, que venía en mi dirección con sus brazos extendidos en la necesidad de
alcanzarme, me aproximé, tirando de la mano de Rojo para que caminara a mi lado y nos
adentráramos en la enfermería.

—Mi niña, ¿cómo te sientes? —le escuché preguntar, sus manos acariciaron mis brazos, su sonrisa
se forzó más. Por otro lado, yo también había forzado una sonrisa cuando ni siquiera dio un
pequeño saludo a Rojo.

—Estoy bien, madre—respondí con educación, su sonrisa se ensanchó y cuando vi que estaba a
punto de decir algo más, decidí peguntar: —. ¿No saludaras a Alek? — Ver como su sonrisa
titubeaba repentinamente, anudó mi estómago. Soltó un leve sonriso nervioso, sobando mis
brazos un momento antes de volver a mirar hacía Rojo y estirarle la mano.

—Hola, Alek, es un gusto verte de nuevo —Que mentira más grande era esa, y sabía que Rojo se
había dado cuenta de que ella no hablaba en serio, pero aun así le estrechó la mano, sacudiéndola
levemente.

—Yo no tengo el gusto, lo siento—esfumó, áspero y severo, dichas palabras que mi madre ni
siquiera se esperó, abriendo sus ojos tan redondeados y fuera de sí como reacción.

Bien, no era el paso que quería que diera, pero al menos había demostrado que no podía
engañarle su falsa sonrisa. Sabía que mi madre no se molestaría por su sinceridad, pero se sentiría
mal al saber que él se había dado de su falsa amabilidad. Aunque, para ser franca mi madre no era
mala persona, a veces se dejaba convencer por lo que mi padre decía pero sabía que ella
entendería primero que mi padre que no cambiarían mi opinión, o incluso lo que sentía por Rojo, y
eso los haría aceptarlo tarde que temprano.

Por otro lado, mi padre de un golpe se levantó de su silla, pasos grandes y firmes para apresurarse
a llegar hasta mí. Sabía a qué venía, sabía muy bien lo que diría y no, no quería darle esa
oportunidad.
—Pym, ¿qué significa ese insu...?

—Papá no empieces—solté, al mismo tiempo que solté la mano de Rojo para alzarlas hacía él—.
Mamá dijo que no harías un escándalo hoy, solo verías al bebé y nada más, así que cumple eso.

—Solo vine para ver al bebé y verte a ti, no a esa cosa—espetó señalando a Rojo, mis puños se
apretaron, ganas no me hicieron de darle la espalda y abandonar la sala, dejándolos solos, pero
eso sería demasiado inmaduro. Esta vez Rojo no había dicho nada, pero con una mirada de reojo
podía ver lo mucho que estaba deteniéndose para soltar algo entre sus labios apretados.

—Él es el padre después de todo— recordé, tratando de que mi voz no sonara dura, no mostrara
mi enojo.

—Ni siquiera están casados—Mis dientes estuvieron a punto de castañear con su comentario—, y
no podrán estarlo Pym, ya hablamos de esto.

—Que no estemos casados no cambia el hecho de que él sigue siendo su padre. Y recuerdo
haberte dicho en esa última conversación que esta era mi vida, papá, ya puedo decidir sobre ella.
Alek tiene más derecho que ustedes de estar aquí, así que termina con esto, lo digo en serio—
advertí remarcado la última palabra, y por ese instante mi mano voló a recuperar el agarre con
Rojo, entrelazando nuestros dedos. Pero al momento en que lo hice y en que mi padre estaba a
punto de reventar nuevas palabras de su apretada boca, una cuarta presencia apareció de nuestro
lado al correr una cortina blanca que ocultaba una camilla y unas cuantas maquinas hospitalarias.

—Disculpen, pero voy a tener que interrumpirlos—Contraje la mirada ante esa nueva cara que no
reconocí pero que agradecí por haber terminado con un momento irritante. Antes no la había
visto, pero había venido a la enfermería a pedir suplemento tantas veces como para gravarme
todas las caras de las mujeres que trabajaban aquí. Ella era nueva, y eso no me agradaba. Llevaba
la bata blanca por encima de una camiseta abotonada rojiza y una falda negra que contorneaban
con sus tacones: una vestimenta formal, elegante. —. Es hora de hacer el ultrasonido de la señorita
Pym Levet.

— ¿Quién es usted? —escupí la pregunta cuando calló, aunque desde mi lugar podía hallar colgado
de su bata, un gafete con su nombre—. ¿Quién la envió? Nunca antes la he visto.
—Soy Lena Volcov, tu ginecóloga de ahora en adelante, y otra testigo que les representará—Ella
sonrió, el nerviosismo se notó en el temblor de sus labios. Desconfié de ella por completo, sobre
todo cuando a me habían dicho que me trataría una de las enfermeras que nos cuidaron con
anterioridad, que no iban a traer extraños a revisarme. ¿Por qué estaban incumpliendo sus
promesas?

—El gobierno pidió traerla, Pym — La voz de Lidy me tomó por sorpresa. Ella se adentraba con su
platinado cabello suelto desde el umbral, con una tabla de hojas en uno de sus brazos y en su
mano un bolígrafo negro. Sonrió, una de sus ya acostumbradas sonrisas de suficiencia —, ella es la
mejor radióloga, ginecóloga y pediatra del país y te va a tratar estos últimos meses, y todo el
primer año de vida de tu bebé.

—Me dijiste que me trataría una de las enfermeras—recordé en un ápice de seriedad. Ella apretó
su sonrías, pasado de mirarme a mirar a mi familia—. Dijiste que no sería una desconocida.

—Tranquila, yo la conozco no te pondría en manos de cualquiera—resopló, paso a paso se acercó


hasta nosotros—. Además, firmó un documento de confidencialidad sentenciada a 50 años de
cárcel si llegará a soltar información referente a los experimentos, a ti y tú bebé. No hay nada de
qué preocuparse— soltó, y a pesar de que llevaba la misma sonrías sin ningún extraño gesto que
me hiciera dudar, hice una mueca no muy convencida aún.

En realidad, no me había gustado nada que cambiara sus palabras, que de un de repente cuando
ayer me dijo que me atendería la enfermera Tanya— quien era la mujer que nos atendió cuando
recién llegamos a este lugar—, la cambiará por una mujer que parecía su misma replica, pero con
diferente color de cabello y ojos.

— ¿Usted nos va a acompañar? —terminó preguntando mi madre, su mano indudablemente se


había extendido para estrecharla con esos delgados dedos de largas uñas con barniz rojo.

—Como dije es necesario que este aquí—suspiró la respuesta—, todo lo que yo vea debo
informárselo al gobierno, mientras vea cosas buenas más les favorecerá en un futuro a los
humanos artificiales.

— ¿Humanos? ¿Está hablando en serio? —el bufido de mi padre la hizo pestañear como una
reacción seria antes de clavarle la mirada y torcer su sonrías, algo que también hice con mi mueca
—. Tienen cuerpo humano, pero basta mirar sus ojos para saber que son reptiles, animales,
simplemente animales.
El agarre de Rojo se apretó con fuerza sobre mi mano, yo también apreté mis puños sintiéndome
imponente, las ofensas de mi padre otra vez estaban saliéndose de control, cuando dijo que iba a

—Opino que dan un terrible miedo ver sus ojos señor Levet, pero la verdad es que más del 80 por
ciento del ADN en ellos es humano, así que sí, humanos artificiales genéticamente alterados—
Hasta ese momento pude recordar cuando Adam mencionó que la mayor parte de la genética de
los experimentos era animal, aunque era obvio que no era así, no le cansaba repetírmelo una y
otra vez—. Y si el bebé resulta salir sin deformidades y complicaciones estoy segura que tendrán la
entrada instantánea a la ciudadanía.

(...)

Miré una última vez mi estómago desnudo después de quitarle el camisón y dársela a mi madre.
Me recosté tras un corto suspiro en la camilla médica en tanto Lena tomaba una clase de gel
helada de un envase blanco que pronto untó en mi abdomen, todo mi cuerpo se estremeció y mis
manos rápidamente se apretujaron en los bordes del colchón, mientras una de ellas era levemente
cobijada por el calor de la mano de rojo.

Traté de no moverme ni un poco sobre la camilla médica cuando vi a Lena apartarse, tomar el
monitor junto a la máquina y girándolo entorno a nosotros, de una forma en que fuéramos capaz
de ver cada centímetro de la pantalla del monitor. Tomó el transductor que casi tenía la forma de
un micrófono, y una vez que hizo movimiento sobre el teclado de la máquina para que esta misma
emitiera un tintineo inquietante, lo acercó sobre mi vientre.

—Empecemos—expulsó la palabra, nuevamente me estremecí cuando llevó al aparato a palpar mi


piel que incluso mi estómago se contrajo. Y rápidamente cuando lo movió un poco más debajo de
mi ombligo, una imagen reflejándose en el monitor llamó todas nuestras miradas.

Por un momento, la imagen tardó en enfocarse perfectamente pasando de ser solo unas coloridas
y numerosas rayas azuladas y negras, a centrarse en algo más grande y con curvas como para ser
capaz de detener mi corazón. No hubo ruido alguno en la habitación, ni gestos desaprobatorios ni
disgustados cuando Lena tecleó en la máquina y la imagen se alejó un poco de aquello que
buscábamos para verlo en un mejor estado.

—Ahí está—Lena sonrió satisfecha, nos dio una mirada rápida antes de volverla al monito,
nosotros, por otro lado, ni siquiera pudimos prestarle atención. No había nada más interesante
que el monitor, nada más importante que aquella imagen perfecta.
Mis ojos repasaron cuanto pudieron esa imagen azulada sin poder evitar compararla con una
habitación negra, siendo utilizada por esa pequeña figura humana que permanecía levemente
encorvada, con sus piernas dobladas y sus pies recargados en alguna parte de mí interior, sus
brazos estaban contraídos hacía esa perfectamente redondeada cabeza humana como si
estuviera...

— ¿Se está chupando el...?

—El dedo, sí— terminó la oración Lena, haciendo que esa sonrías en Lidy se reflejara con mucho
más interés—. Como podemos ver, su cabecita está en perfecto estado, tiene sus brazos formados,
y sus pies, ¿ya los vieron? —Por instinto asentí cuando ella acercó la imagen concentrándola en
esas piernas delgadas. Sentí esa opresión en mi pecho, esa sensación nostálgica y emocionante
que derrumbó toda preocupación que alguna vez tuve sobre el embarazo, sobre el bebé.

— ¿Está bien? ¿Está en perfecto estado? — Se me torció el rostro cando escuché la voz de Rojo
alzarse entre el segundo de silencio. Sus orbes carmines clavados en la mujer, esperando una
respuesta necesitada, miré ese par de cejas pobladas y oscuras levemente fruncidas con
preocupación. Busqué el rostro de Lena, ella se enfocaba en hacer movimientos con el transductor
sobre mi estómago, acercar la imagen a su cuerpo y alejarla.

—No tiene mal formaciones—recalcó, se escuchó tan segura que mi corazón se aceleró—,
definitivamente la imagen no captura alguna forma fuera de lugar, pero en un momento,
evaluaremos su corazón.

—Yo le veo la forma humana, ¿y ustedes señor Jones? No me diga que le ve una cola de lagarto —
inquirió Lidy, hasta ese segundo en que le di una rápida mirada, la encontré dejando de apuntar
algo en su tabla de hojas. Papá apretó esos labios que se había mantenido abiertos desde el
momento en que se mostró la imagen, y carraspeó, manteniendo esa firmeza endurecida que tuvo
desde el principio.

— ¿Se está burlando de mí? —Papá se escuchó muy ofendido, y ese hecho conociendo como se
ponía cada vez que se sentía atacado, me hizo morder el labio—. Puedo hablar con sus
supervisores sobre esta burla para que la despidan —amenazó. Por otro lado, Lidy arqueó una
ceja, negando con su cabeza, levemente moviendo esa cabellera lacia y platinada.
—No me malinterprete señor Jones, no me burlo de usted, pero sé que le parece asqueroso todo
acerca sobre esta nueva especie humana, y no es el único, pero... —aclaró sin desvanecer su tono
elegante de voz—, mejor es aceptar que ahora existen, y hablamos de la buena, no la mala.

Nuevamente la boca de mi padre se habló, a punto estaba de decir algo más cuando un sonido
emanando de las bocinas del monitor nos estremeció a todos el cuerpo. Por segunda vez, nuestras
miradas volvieron a la pantalla en la que se proyectaba un nuevo tipo de imagen que se
distorsionaba conforme el sonido era emitido. Lo supe solo con escuchar ese sonido comparado
con el palpitar tan armonioso del corazón de Rojo.

Un palpitar tan maravillosamente relajante.

—Sus latidos son normales, no hay ninguna afección en ellos, nada anormal—replicó sin mover su
mirada de la pantalla, sin dejar de mover el aparato sobre mi vientre—. Ahora, lo mediré para
saber la fecha exacta que tiene su bebé, y el sexo—agregó al final.

Hubo tanto silencio inquietante que mordisqueé mi labio inferior otra vez, mirando por un instante
a Rojo y a mis padres tan atentos a ella y la imagen, contrayendo por segundos sus ojos como si
trataran de ellos mismos descifrar lo que mostraba el monitor, o lo que ella empezaba a teclear
conforme acercaba y alejaba la imagen. Hice lo mismo, esperando ansiosamente una respuesta
que obtuvimos cuando ella suspiró, sonriente para mirarnos.

—Felicidades— soltó, y la mano que tocaba el teclado se apartó para apoyarla en el colchón en el
que estaba recostada—, es un niño sano de 8 meses y medio.

Pestañeé, más que emocionada me sentí desconcertada con el número de meses que mencionó.
No podían ser 8 meses, ¿cierto? Esa fecha debía estar incorrecta porque estaba segura que eran
apenas 7 meses, los conté, conté los días desde la vez que Rojo y yo tuvimos relaciones sexuales en
la oficina abandonada y repleta de cámaras, desde esa hora hasta el día en que salimos, conté
hasta la fecha más próxima y al final daban 7 meses de gestación. ¿Sería posible que el bebé se
había desarrollado con más rapidez? Eso solo me decía que había heredado el crecimiento
acelerado de Rojo en su etapa infante... ¿Lo heredó? Entonces eso quería decir que crecería con
rapidez.

Me sentí asustada. Sí era así, muchas cosas malas sucederían con el bebé, ¿no? Sobre todo, en su
desarrollo. ¿Realmente su crecimiento se desarrolló o se debía a otra cosa? Estuve a punto de
sentirme desesperada, y más que asustada horrorizada cuando pensé en Adam, pero no podía ser
él, no tuve relaciones con él en esos aproximados últimos meses antes que el parasito se
expandiera. Solo no pude dejar que sus besos y caricias sobrepasaran a algo más porque en ese
tiempo solo pensaba en Rojo, y pensar en él y saber que no era él el que me tocaba y besaba, me
bloqueaba, hacía que rompiera el toque de Adam y me apartara de él, inventando que estaba
cansada.

Repentinamente un recuerdo se vislumbró en mi mente, uno que podía explicar los meses de
gestación. Recordé ese momento de la última noche que tenía Rojo antes de devolverlo a la
incubadora para su última maduración, esa noche en que salí de mi habitación para llegar a la suya
y hacerle el amor. Le di a Rojo los condones que Adam guardaba en su cajonera, y cuando él se
corrió por segunda vez, lo sentí en mi interior, sentí ese espeso líquido hirviendo en mi interior.

¿Sería posible que su condón se había roto? Claro que era eso, y, además, ni siquiera me puse la
inyección que el laboratorio daba a las mujeres y hombres para disminuir drásticamente nuestra
fertilidad durante la eyaculación. No había otra explicación, al menos que el crecimiento del bebé
se había acelerado. Aun así, estaba segura de haberlo sentido correrse en mi interior, y por ese
instante estaba en shock, un shock que terminó colapsando cuando en mi laptop se encendiendo
la alarma alertando que debía irme, y no pude en otra cosa que huir antes de que fuéramos
descubiertos.

Ni siquiera logré imaginar en ese momento como había sido posible que se rompiera el segundo
condón, y en toda esa noche no pensé en ese hecho, no pude hacerlo al estar tan atormentada por
el dolor, sabiendo que no volvería a ver a Rojo, que él estaría con su pareja y yo sin él.

¿Sería posible que quedara embarazada desde ese entonces? Sí era así, explicaba los meses de
gestación, sino lo era y resultaba que su desarrollo se había acelerado, quería decir que,
posiblemente, cosas malas le estarían esperando a nuestro bebé.

No.

Supliqué mucho porque él naciera saludable.

Epílogo.

EPÍLOGO
Todo siempre tiene un final...

Y todo final siempre tiene un comienzo.

*.*.*

Un año más y tres meses más tarde.

Mamá siempre dijo que el hombre correcto llegaría a mi vida cuando menos lo pensara, y eso,
después de todo, ocurrió inesperadamente dentro de un laboratorio subterráneo donde una
aterradora catástrofe aconteció.

No hacía falta recordar todo lo que en ese entonces sucedió, pero no podía dejar de pensar que
tuvimos suerte de salir con vida, y sentía que fue suerte porque sabía que muchas otras personas
que estaban atrapadas en ese laboratorio, también lucharon por sobrevivir al igual que nosotros, y
como muchos otros, murieron. Incluso aquellos que experimentos del área peligrosa que, tras ser
rescatados junto con nosotros, volvieron al subterráneo para salvar al resto de sobrevivientes que
mayormente eran niños a petición del experimento amarillo clasificado como 49. Muchos de esos
experimentos que volvieron al infierno en el que nacieron, nunca volvieron a parecer... No
sobrevivieron, eso fue lo que dijeron los pocos experimentos que lograron salir con los niños
rescatados y otros adultos.

Había pasado un año entero desde que desperté sin recuerdos en el área roja. Un año en el que
liberé a Rojo de su incubadora, y en el que él me protegió con toda su vida, poniendo la suya a
toda costa por mí. Un año y medio había pasado desde que fuimos transferidos a la base militar,
encerrados por largos meses en su interior hasta que se decidiera algo sobre los experimentos.

Un año y meses desde esa aterradora pesadilla que nos había dejado marcados para siempre. Y
después de ese año, muchas cosas cambiaron para nosotros, tanto para bien, como algunas, para
mal.

Antes de decidir sobre la existencia de los experimentos, habían atrapado a los responsables
financieros del laboratorio, Esteban Coslov y Anna Morózovo que, aunque ellos mismos negaron
toda relación con German Chenovy, las mismas grabaciones que los soldados habían podido
rescatar del laboratorio subterráneo, además de la información en los archivos de las
computadoras, los evidenciaron y ahora ambos pagarían una condena detrás de las rejas. Aunque
siendo franca, sentía que tarde o temprano estas personas se saldrían con la suya y saldrían de la
cárcel, después de todo eso era lo que sucedía con las personas que tenían o habían tenido mucho
poder antes de cometer un delito muy grave, en fin.

Después de una larga espera por parte del gobierno, atrapados en la base militar con muchas
limitaciones, al fin los experimentos habían sido aceptados como una nueva especie humana para
el país ruso, pero para el resto del mundo, los experimentos no debían existir todavía.

Lidy, que era la mujer enviada por el gobierno para representar a los experimentos y defenderlos
delante de la ley y los derechos humanos que protegían la vida del ser humano, mencionó que lo
mejor sería mantenerlos ocultos al ojo del hombre, incluso para la misma sociedad hasta que el
crecimiento entre los experimentos aumentara y se expandieran sus tierras. Solo entonces, poco a
poco el gobierno ruso revelaría al país su existencia, mientras tanto, serian ocultados, pero con
más beneficios que cualquier otra persona u otro grupo de personas pudiera obtener.

Pero, siendo francos, las personas estaban dándose cuenta de la existencia de los experimentos, o
eso intentaban hacer. Meses atrás, cuando nos permitieron utilizar la internet para comunicarnos
con nuestras familias desde la base militar, se subió unas imágenes en donde aparecían las
camionetas militares con personas y niños— experimentos— usando lentes por la noche.

Si mal no recordaba, esa fotografía había sido tomada en el momento en que los experimentos que
se ofrecieron para salvar a los sobrevivientes que se habían quedado atrapados en el subterráneo,
fueron recogidos y llevados hacía la base militar en donde estábamos nosotros.

¨ ¿Por qué los niños y los hombres usan lentes a media noche? ¿Podrían estar involucrados a la
catástrofe en Kolonma1? ¿Son sobrevivientes del extraño incidente? ¨ Ese era el nombre encima
de la imagen subida a la internet que, en compañía de las imágenes que las personas tomaron a
ocultas, al pueblo destruido llamado Kolonma1, llegó a ser la noticia del año.

Una noticia que con el tiempo se pensó que se le restaría importancia cuando el gobierno no dio
explicación verídica de lo sucedido en Kolonma1, explicando que todo había sido a causa de un
misterioso incendio del que no saben su inicio. Y, de hecho, hicieron parecer que esa mentira fuera
cierta, cuando por ellos mismos quemaron las casas del pueblo y esparcieron cenizas en varias
zonas del lugar abandonado. Aun así, las personas siguieron haciendo cuestiones con lo acontecido
en el pueblo y las mentiras del gobierno ruso o lo que el mismo, ocultaba en las afueras de Moscú.
Fue a causa de esas imágenes y esa noticia, además de otras noticias que trataban de hallar el
misterio de Kolonma1 y la planta de electricidad que, debido a un fallo producido en el derrumbe
del laboratorio, dejó a toda la ciudad y gran parte de los pueblos cercanos, sin electricidad por
varios meses, el gobierno aumentó el número de meses que los experimentos seguirían ocultos en
la base militar, esa misma que habían agrandado para nuestra supuesta comodidad y obligado a los
militares —que dormían en las habitaciones junto a la de los sobrevivientes— a transferirse a otra
base que estaban construyendo no muy lejos de las afueras de Moscú.

Habían agrandado las habitaciones, adornando sus paredes y llenándolas de muebles y divisiones,
casi teniendo la misma apariencia que tenían las habitaciones del laboratorio en la que los
trabajadores dormíamos. Además de eso, dejaron que los mismos experimentos eligieran sus
propias habitaciones, viviendo solos o en compañía de su pareja, si es que la tenía.

Por otro lado, el enorme patio de la base militar, ya no era igual de gris y vacío que al principio, y a
pesar de que le habían agregado columpios y resbaladero para los niños, un medianamente grande
jardín ficticio con flores y arbustos en macetas que se podían regar a diario, y mesas de madera
donde sentarse y charlar bajo la luz del sol o bajo la luna, seguía teniendo la imagen de una cárcel
rodeada por sus grandes muros custodiados por soldados que, según esto, protegían nuestras
vidas de futuras amenazas. Las futuras amenazas se creían que serían personas que tratarían de
averiguar lo que se ocultaba en la base.

Lidy juró que, después de un tiempo más, nos permitirían transferirnos al terreno que se nos
prometió desde que aceptaron la existencia de los experimentos. Aunque mencionó que aquel
enorme terreno sin limitaciones, estaría rodeado por una alambrada eléctrica y sería vigilado una y
otra vez por los militares. Según ella, esto no significaba que estaríamos atrapados, nos permitirían
salir los días que quisiéramos a la ciudad de Moscú o a los pueblos o valles que le rodeaban.
Dejarían a los experimentos pasearse siempre que fuera en compañía de alguien más, y que
respetaran y cumplieran las reglas de llevar puestos sus lentes de sol, y que salieran al exterior
siempre que hubiera sol, así evitarían riesgos o alborotados, o algo mucho peor. A nosotros— las
personas que habíamos decidido mantener una relación amorosa con los experimentos—, nos
permitirían visitar también a nuestras familias cuando quisiéramos.

Por otro lado, si llevábamos a un experimento con nosotros para visitar a nuestras familias—esas
mismas que ya habían firmado un documento de confidencialidad con el gobierno—, debíamos
regresar al termino de 7 días.

No era la libertad que los experimentos querían y demandaban, tampoco la libertad que imaginé
que tendrían ellos, pero mi imaginación sobrepasaba la realidad de las cosas. Y debíamos ser
realistas.
Si ellos tenían esa libertad de elegir donde vivir y salir cuando quisieran, muchos de ellos estarían
siendo asesinados o secuestrados para experimentar. La gente armaría un alboroto por ellos para
su protección o para tratar de eliminarlos al sentirlos una amenaza, así que era mejor que fueran
conocidos y aceptados poco a poco, y con restricciones que los protegieran.

Lo importante era que habían decidido darles la identidad a los experimentos para hacer su vida y
tener una familia que sería sustentada por el gobierno, clasificándolos como una nueva especie
humana que podría mejorar la humanidad de alguna manera futura.

Y de cierta forma, esa mejoría surtió efecto.

—Si que lo hizo—musité, frente a la ventana en la que había perdido la vista hacía lo que mostraba
del exterior: el medianamente grande jardín ficticio en el que jugaban un par de adolescentes que
recordaba perfectamente haber visto correr en el bunker del laboratorio hace más de un año.

Dejé de mirarlos tras un corto aliento que solté, dejé de reparar en lo poco que ambos habían
crecido hasta entonces solo bajar el rostro y observar el anillo en mi mano izquierda, esa que no
tardé en extender frente a mí. Reparé ese delgado y dorado objeto metálico que adornaba mi
dedo anular, sintiendo como una sonrisa se extendía con nostalgia en mis labios ante el recuerdo
de cuando Rojo me lo puso.

Hasta el corazón se me sacudió con emoción y nerviosismo solo recordar lo que había sucedido
hace casi un año. Y es que, había pasado una semana desde que nuestro pequeño Doutzen Petrov
Levet había nacido, cuando Rojo fue llamado por Lidy, pidiéndole que bajara al primer piso.
Aunque quise saber a qué se debía esa petición, Rojo nunca me respondió y solo bajo.

Horas más tarde entró a nuestra habitación con un extraño comportamiento, por un momento creí
que era su tensión acumulándose en su cuerpo por la manera en que su rostro había palidecido y
lo nervioso en que caminaba de un lado a otro como si no supiera qué debía hacer.

Nunca esperé que, de la nada, se acercara a la cama en la que me hallaba sentada cobijando el
pequeño cuerpo del bebé.

Inesperadamente se arrodilló frente a mis piernas, una de mis cejas se había arqueado tratando de
averiguar a qué se debía su acción hasta que sacó de su bolsillo una pequeña caja negra que me
extendió y abrió.
Era un anillo.

Y no cualquier anillo.

Solo reparar en su forma y en esos pequeños diamantes adornando una parte del anillo, me di
cuenta de que se trataba del anillo de mamá. Ella se lo había dado a él para proponerme algo de lo
que creí que él no tenía conocimiento.

Él me contó que en el laboratorio ni siquiera imaginaba que la palabra matrimonio y, esposa y


esposo, existiera. Pero un día, mi madre se lo había explicado y propuesto solo si a él le parecía lo
correcto. Luego, en una de sus tantas visitas ella le dio su anillo a él para que me lo diera.

Por supuesto que dije que sí.

¿Cómo iba a decirle que no? Después de todo por lo que pasamos, habíamos logrado sobrevivir
juntos, y todavía, él se había aferrado a mí ante la perdida de mi memoria.

No iba a decirle no, al hombre de quien me enamoré.

—¿Esta todo en orden?

Estuve a punto de saltar de sorpresa ante la inesperada voz femenina junto a mí, sino fuera porque
la reconocí. En ese instante, pestañeé un momento con la mirada sobre mi anillo, antes de azar la
mirada para girar mi rostro hacía el costado y clavar la mirada en ese par de orbes grisáceos debajo
de largas e innumerables pestañas color marrón.

Me tomé solo un instante para repasar su delgado rostro con la forma de un diamante, bajo toda
su cabellera rojiza que se ataba en una clase de chongo sobre lo alto de su cabeza.

Chelsella Isaeva, si mal no recordaba ese era su nombre. Hace tan solo meses atrás habíamos
empezado a hablarnos debido a un accidente ocurrido en el jardín ficticio de la base. El bebé que
ella y el Soldado naranja cuidaban desde el laboratorio— y que al aparecer adoptaron—, había
lanzado accidentalmente una pelota a la cabeza de Doutzen...

Tal golpe que, a Rojo y a mí nos levantó de nuestros asientos, lo había hecho llorar con mucha
fuerza, patalear con sus pequeños pies sobre el pasto, y enrojecer su rostro de dolor. Poco después
Chelsella, cuando tomó al experimento 47 entre sus brazos, se acercó a nosotros con un rostro casi
horrorizado.

Desde ese momento, a pesar de que nuestras habitaciones estaban demasiado apartadas una de la
otra, hablábamos cada que nos encontrábamos... como ahora.

Sin embargo, siempre que me la encontraba, era inevitable no sentir esa opresión en el pecho y
ese vacío entre los músculos de mi estómago solo recordar lo que aquel hombre, llamado Jerry,
había dicho.

Había perdido a un par de mellizos cuyo físico imaginaba gran parecido a su padre, un par de
mellizos que aposté a que, si hubiesen sobrevividos, serían unos hermosos niños con la misma
edad que Doutzen. Serian la evidencia perfecta de que las personas normales como nosotros,
podían tener una familia con personas especiales como ellos.

Mi pequeño Doutzen sería la evidencia perfecta de que se podía mantener una relación amorosa
con los experimentos, de no ser porque se descubrió algo un poco turbio y decepcionante cuatro
meses atrás.

Hace, poco más de seis meses, se hizo saber en toda la base que una sobreviviente esperaba un
bebé de un experimento negro. Un experimento de las áreas peligrosas, aquellos humanos que
habían alimentado con más químicos que cualquier otro incubado para su maduración.

El bebé estaba desarrollándose rápidamente, pero de una manera saludable y que, incluso, no
estaba perjudicando a la salud de la mujer, cuyo nombre no recordaba con exactitud.

Y exactamente cuatro meses atrás su cuerpo comenzó a rechazarlo.

Ella abortó.
Hasta donde supe la habían examinado, le habían hecho exámenes para saber si era un problema
en ella, pero no. No era porque ella fuera incapaz de tener hijos, era fértil y su salud estaba
bastante normal, todo en ella estaba bien, estaba lista para tener hijos... con una persona común y
corriente.

No con un experimento genéticamente más alterado que los experimentos de las áreas, verdes,
blancas y rojas.

El problema era que la genética en el embrión resultaba tan fuerte y pesada como la de su padre,
que su cuerpo lo rechazaba, de alguna manera su cuerpo lo representaba como alguna clase de
virus. Un parasito que debía ser exterminado, y así sucedió.

Y tomando en cuenta el aborto que Chelsella había tenido de sus mellizos, se llegó a la conclusión
de que, con los hombres de las áreas peligrosas, había una incapacidad para tener hijos. Y dije
hombres, porque hasta entonces los experimentos femeninos adultos o los que entraban en el
periodo adulto, no eran fértiles.

—Hasta ahora parece que sí—me atreví a responder con lentitud una vez me obligué a dejar de
pensar, rogando en mi interior a que mi mirada no cayera sobre su estómago y la imaginara a ella
con meses de embarazo.

No quería imaginar cuanto dolor había pasado al saber que sería imposible tener hijos con su
prometido. No, no había peor dolor que el perder un hijo que quizás ella había deseado tener.

Por otro lado, podrían intentar tener uno otra vez, ya que quizás existía una pequeña probabilidad
de tener un bebé de los experimentos de las áreas peligrosas. Si tomábamos en cuenta que, no
había muchas parejas entre experimentos y personas comunes, y de todas las que existían
actualmente, solo había una que perdió un bebé cuyos genes pertenecían a un experimento negro.

Chelsella había perdido a sus bebes, pero ella estaba en el laboratorio cuando esto sucedió, y
según contó Rojo 23, ella y el soldado naranja habían sido cruelmente atacados por un grupo de
bestias. Ella no solo había recibido varias mordidas en su cuerpo, en su interior, había una bala
entre los tejidos regenerados de su estómago. No sabía cómo fue posible que una bala estuviera
en su estómago, pero después de mucho pensarlo, esa podría haber sido la causa de su aborto,
tomando en cuenta la situación amenazante por la que ambos pasaban.
Así que quizás... Quizás ellos podrían tener un bebé, solo hacía falta internarlo.

Por otro lado, no solo había perdido a un par de mellizos provenientes con genes de un
experimento naranja, sino que su único familiar en el país había muerto.

Su padre, según contó ella, estaba en el pueblo Kolonma1 los días en que las criaturas comenzaron
a salir a la superficie. Él era uno de los sobrevivientes contaminados que habían encerrado en una
habitación bajo vigilancia, y había sido cruelmente asesinado por los soldados después de su
deformación.

Siempre quise decirle algo, pero temí que las palabras de apoyo que le soltaran fueran sobras, ya
que, hasta entonces, había pasado mucho tiempo desde esos sucesos. Así que solo me mantuve
callada.

Temerosa.

—Supe que tus padres vendrán este fin de semana— esas palabras me tomaron por sorpresa—. Lo
siento, yo también estaba en la oficina de llamadas, fue inevitable no escuchar la conversación que
tenían con tu madre hace minutos.

Eso me hizo, inesperadamente, alargar una sonrisa en mis labios. La razón por la que no me
encontraba ahora con Rojo o con nuestro bebé, era porque se me había notificado media hora
atrás, que mi madre estaba esperando a que contestara el teléfono del primer piso del de edificio.
No dudé si quiera en ir a contestar, después de todo, hacía más de tres meses que no sabía nada
absolutamente de ellos.

Aunque mamá era la única que siempre llamaba preguntándome cómo estaba Doutzen, siempre
hacía notar las enormes ganas que tenía de verlo otra vez y jugar con él.

La primera vez que lo vieron, que fue cuando él cumplió dos meses de nacido, las ganas de que lo
conocieran se me esfumaron cuando mi padre arrugó un poco su nariz y ensanchó una mueca de
disgusto. Todo porque mi bebé había heredado la mirada de su padre.

Un par de orbes carmín, preciosos, rasgados y dueños de escleróticas negras. Era como ver a Rojo
en forma de bebé, aunque con el cabello ondulado como el mío, eso al parecer, fue lo único que
heredó de mí. Eso y el pequeño lunar bajo mi labio inferior...
Desde ese momento, la única persona que llamaba y pedía ver a Doutzen era mi madre, mes tras
mes, sin falta venía con un montón de regalos para él. Mi padre era el único que no venía, y sabía
por qué.

Seguía enojado, disgustado, avergonzado y rencoroso conmigo. Rencoroso con la mentira que les
di ocultándoles el hecho de que realmente trabajaría para un laboratorio lleno de mentiras y
aberraciones. Disgustado y enojado por mi relación con Rojo, y el documento que firme para ser su
esposa y tomar el apellido que eligió él, semanas después de que me dio el anillo de mamá.

Y, avergonzado, porque al final se dio cuenta de que nuestro bebé—su nieto—, había nacido
perfectamente bien, sano y fuerte. Y que tanto Rojo como mi bebé, eran más humanos que él.

Mamá me dijo aquello tres semanas atrás cuando vino a visitarnos. Cuando yo creí que mi padre
seguiría testarudo ella me aclaró la razón por la que mi padre no se atrevía a dar la cara desde que
Doutzen nació. Porque estaba avergonzado de sí mismo, le daba vergüenza darnos la cara después
de los insultos que lanzaba hacia Rojo y los reptiles que se supieron que utilizaron para crearlo,
sobre todo las deformidades con las que nacería el bebé en mi vientre, y lo que podría provocar a
mi salud.

Era cierto que sus insultos llegaron a molestarme tanto que al final le dije que no se presentara
cuando Doutzen naciera, y no lo hizo, no se presentó, pero porque se había arrepentido de sus
palabras. Eso me dijo mi madre, que desde que Doutzen cumplió dos meses de nacido, mi padre
no dejaba de preguntarle a mi madre sobre nosotros y sobre su nieto, no dejaba de pedirle le
tomara una fotografía: algo que no podía hacer debido al reglamento.

Solo pude lanzar un largo suspiro cuando ella me lo contó, aunque contó otras muchas cosas, y
solo le dije que le mencionara que él podía venir cuando quisiera a visitar a su nieto. Después de
todo, él era su abuelo, no podía quitarle el derecho de conocer a su nieto y, además, no le
guardaba rencor a mi padre.

Sentía que tarde o temprano, lo aceptarían, y querría saber más de mi familia.

—Sí, tienen muchas ganas de ver al bebé—respondí, sintiendo una agradable calidez en mi pecho
porque decir aquello se sentía realmente bien.
—Eso es bueno—soltó, y un extraño silencio se hizo entre nosotras, uno en el que la escuché
respirar con fuerza, inflando mucho su pecho antes de lanzar la mirada al panorama que mostraba
la ventana junto a mí—. Tú bebé es hermoso, se parece a los dos, aunque muchos digan que se
parece al padre, también le veo parecido a ti...

De pronto sentí un pico de incomodidad solo ver y reparar en el perfil de su rostro y en la tonada
de su voz con la que pronunció aquello. Una tonada sincera, pero estaba llena de algo más, algo
desanimado.

—Es lamentable, ¿no es así? —esa pregunta me confundió, no entendí a qué se refería sino hasta
que dio un par de pasos hasta mí y se paró a ver más de cerca la ventana. Su mirada cristalizándose
más debido a los rayos del sol, se había detenido en dos figuras pequeñas que habían dejado de
perseguirse solo para abrazarse—. Están creciendo otra vez detrás de un limitado muro.

Su voz expresaba la misma decepción y la tristeza que su mirada mostraba conforme veía el
panorama del otro lado de la ventana.

Era cierto. A los únicos experimentos que no permitían salir de la base, era a los bebés, infantes y
adolescentes. Según esta regla, era para evitar futuras noticias en la internet, ¿cómo explicarían a
las personas por qué en la base militar vivían niños o adolescentes? A nosotros los adultos se nos
daba un uniforme militar para aparentar que éramos parte de la base. Pero que un niño o
adolescente vistiera lo mismo y saliera por las grandes puertas de la base, armaría un escándalo en
la internet.

—Les había prometido que tendrían una bonita vida, que todos juntos, dentro de unos meses más,
viviríamos en una casa... —pausó un momento solo para exhalar largo—. Algo así como una choza,
una cabaña con chimenea, pero nos mantendrán aquí otro año. Otro año mantendrán a estos
niños encerrados aquí.

Una cabaña con chimenea. Mi menté reprodujo sus palabras. Si mal no recordaba, Lidy nos había
mencionado que los hogares que el gobierno construía para nosotros y los experimentos, tendrían
una fachada igual a la de las cabañas, aunque su interior seria cálido en tiempo de frio.

—Sentarse frente a una chimenea, sería algo muy bonito— no pude evitar decir, imaginando
incluso como sería sentarse con Rojo en un sofá, frente a una chimenea encendida en tiempos de
frio, con nuestro pequeño Doutzen sobre nuestros regazos, jugando con nosotros o mordiéndose
sus pies.
—¿Crees que de verdad nos saquen de aquí? — esa pregunta me hizo dejar de ver a los niños para
encontrarme con sus orbes grisáceos y esa mueca en sus labios—. A veces me hacen pensar que
solo están alargando el tiempo porque no quieren dejarlos salir.

—También he pensado lo mismo— Aunque no éramos las únicas que pensábamos así.

Solo dejaron irse a sus casas, a los sobrevivientes que no mantenían una relación amorosa con los
experimentos. Los dejaron volver a sus antiguas vidas, o a tratar de volver a esas vidas, tras firmar
un contrato en el que debían mantenerse callados y no soltar absolutamente nada de información
que tuviera que ver con lo del laboratorio o lo ocurrido en Kolonma1. El resto, como nosotras dos,
solo se nos permitía salir de la base para visitar a nuestras familias o pasearnos con o sin nuestra
pareja, y después de tres días volver.

—Aunque quiero creer que es porque esperan que los periodistas que han tratado todo este año
de averiguar lo que sucedió en el pueblo, dejen de empeñarse en esta base militar— me atreví a
comentar.

—¿Otra vez están desconfiando de lo que hago por ustedes?

Y esa inesperada voz femenina, nos giró el rostro de golpe fuera de la ventana y sobre nuestros
hombros, sobre esa figura bien marcada debajo de una falda larga y formal pecada a sus muslos, y
una camisa de botones rosada fajada en la que apenas se le marcaba su busto

— Es por esa razón, tomando en cuenta que han tratado de sobornar a los militares que cuidan las
entradas, para dejarlos pasar—explicó enseguida, hundiendo ese par de cejas oscuras—. No
podemos transferirlos y hacer real nuestra promesa cuando cumplirla, podría poner la vida de sus
prometidos en riesgo, e incluso la de tu hijo, Pym.

Apreté mis labios ante la mirada fija de Lidy, ante la seriedad que su voz y sus palabras mostraban.

—Sé que todavía se les complica confiar en nosotros— puntualizó, y tenía mucha razón. No
confiábamos en ellos por completo—, si pasara por lo mismo que ustedes seguro que hasta yo
confiaría de esto, pero créanme cando les digo que revelar la existencia de estas personas cuando
hay gente como esos periodistas tratando por todos los medios de obtener una historia
distorsionada y peligrosa para vender, no les va a traer la vida que tanto desean.
No pude evitar compartir una mirada con Chelsella, odiando que Lidy tuviera razón. Pero era
imposible dejar de sentir inquietud y miedo de que, al final de todo, el gobierno terminara por
encerrar a los experimentos para estudiarlos.

Siempre tendríamos ese miedo, y más cuando se nos tenía rodeados por altos muros donde un
numero grande de soldados se dedicaba a recorrerlos con sus armas entre manos, listos para
disparar a cualquier amenaza, o a cualquier que intentara salir o entrar de los muros.

—Sé que les molesta estar aquí y no salir todos los días que quieran para explorar el mundo y
enseñárselos a ellos— mencionó, y la mueca que hizo arrugó un poco su rostro—, pero se trata de
una nueva especie humana. Ellos pueden ver temperaturas, escuchar a una distancia
desconcertante, tienen un olfato aterrador y ni hablar de su abrumadora capacidad para percibir
vibraciones. No es sencillo, entiéndanlo.

(...)

No supe por cuanto tiempo había estado mordiéndome el labio, pensando en las palabras que Lidy
dijo, sobre todo cuando su entrecejo se había fruncido en un gesto que fue imposible de ignorar, o
de tomar como alguna mirada falsa o llena de mentira.

Era como si le afectara que no creyéramos en lo que ella había logrado para los experimentos,
como si su esfuerzo hubiera sido en vano para que al final desconfiáramos en lo que se nos decía. Y
como si todo esto también le afectara a ella. Y no era mi intención desvalorar su supuesto esfuerzo,
pero para nosotros y, sobre todo, para los experimentos, era imposible confiar. El miedo de que
nos separaran de nuestra pareja, siempre estaría entre nosotras. El miedo de que, experimentaran
con ellos tanto como hicieron en el subterráneo, siempre estaría entre los experimentos.

Solté una larga exhalación antes de cruzar al siguiente pasillo.

Tan solo habían pasado minutos desde que aquella charla terminó, y yo seguí con mi camino por el
segundo piso de la base, en busca de la habitación agrandada que se nos había dado para vivir
mientras el alboroto en el exterior disminuía.
Quería decirle a Rojo que este fin de semana no solo mi madre vendría a visitarnos, sino mi padre
también. Quizás y no le parecería tan buena esa noticia después de todo él había dejado en claro
que no le caía bien mi padre. Pero si mi padre al fin había aceptado nuestra relación, y deseaba
conocer a su nieto, quería decir que podríamos dar otro paso como familia.

Y nuestra relación mejoraría.

La estructura de la base militar, que era de tres pisos exactamente, tenía casi la forma externa de
un castillo abandonado, pero su interior era completamente moderno, sobre todo sus largos
pasillos que meses atrás habían pintado de colores suaves y cálidos, adornado con plantas ficticias,
sofás personales y muebles, como si se tratara de un hotel moderno, muy moderno.

Y más que moderno, rotundamente silencioso.

Muy pocas veces veía salir a los experimentos de sus habitaciones o, mejor dicho, muy pocas veces
veía a los experimentos y a algunos trabajadores sobrevivientes que habían decidido quedarse con
ellos en una clase de relación amorosa, recorriendo los pasillos. La mayoría pasaba sus días en el
jardín o en sus habitaciones. Pero era un poco inquietante no escuchar absolutamente nada de
ruido, sabiendo que no todas las paredes de las habitaciones absorbían el sonido interno o
externo.

Era como si todos los experimentos se la pasaran dormidos o...

—¡Ronny!

Toda mi columna se me terminó por estremecer ante aquel inesperado gemido chillón proveniente
de la siguiente habitación frente a mí: esa a la que paso a paso estaba acercándome, y era
inevitable no pasarla, porque a tan siete habitaciones grandes más, estaba la mía...

Dejé de morderme el labio solo para torcerlos en una mueca incomoda cuando, al pisar el suelo
junto al cuarto de donde aquella vocecilla femenina había emanado, escuché ese largo gemido
masculino apenas escapando desde la puerta, y ese golpe de madera contra ella que casi me hizo
saltar de sorpresa.
Estaba haciendo sus cositas...

Sacudí ese pensamiento y aceleré mis pisadas para pasar de largo aquella habitación, tratando de
hacerme la sorda ante el segundo golpe de madera contra la puerta y ese gemido femenino otra
levantándose.

Fue inevitable que, durante todos esos segundos en que deseé llegar a mi recamara, repasara en el
nombre que aquella voz femenina había pronunciado en un gemido de placer.

Ronny, recordaba, era ese alto hombre de cabellera castaña y orbes marrones que trabajaba como
guardia de seguridad para las áreas peligrosas del laboratorio. Él había sido nombrado por
Chelsella en una de las pocas platicas que tuvimos hace mucho. Mencionando que era uno de los
sobrevivientes con los que se reencontró en el almacén de armas del que ella tanto me habló,
además de reencontrarse con el soldado naranja quien ese tiempo tenía a su pareja... que resultó
haber sido, Rojo 23.

Según tuve entendido, ese tal Ronny Óngo se había retirado de la base militar hace siete meses
atrás, cuando se les dio el permiso a los sobrevivientes que no fueran experimentos, volver a sus
antiguas vidas tras firmar el documento. ¿Había vuelto a la base? ¿Por qué había vuelto? La
respuesta me llegó a la cabeza solo recordar los gemidos de la mujer.

¿Y con quién estaba teniendo relaciones sexuales ahora mismo? Inquieta, me detuve solo un
momento para girar la cabeza sobre mi hombro y clavar la mirada en aquella puerta que ya no
recibía más golpes huecos.

Me pregunté si aquella mujer era un experimento...

Creo que debía ser un experimento, de otra forma no tendría lógica ya que los únicos
sobrevivientes que se habían quedado en la base, eran muy pocos, y esos pocos eran porque
tenían una relación amorosa con un experimento masculino o femenino. No había más.

Me pregunté a qué área pertenecía esa mujer y sí, yo la conocía.

No conocía a todos los experimentos sobrevivientes, la mayoría ni siquiera querían tener nada que
ver con las personas a las que llamaban comunes y corrientes, así que no conocía a la gran mayoría
de los experimentos que ocupaban las habitaciones de la base militar.
Otro gemido inesperado proveniente desde la misma puerta, me hizo reaccionar con nerviosismo,
retirando la mirada y moviendo las piernas para seguir caminando, cada vez más alejándome de
aquella recamara y de los golpes rutinarios en la puerta que conforme me apartaba menos se
escuchaban.

Mi mirada instantáneamente terminó puesta en una de las próximas habitaciones de la pared a mi


derecha, en una puerta en la que se colgaba un letrero con un número que reconocí.

Esa puerta que, inesperadamente terminó abriéndose ante tan solo unos cuantos metros más de
mí, dejando a mi perfecta vista, esa imponente figura ancha y enorme saliendo de la habitación. Y
solo reparar en su cuerpo, en esa masculinidad de las facciones de su pálido rostro y
perturbadoramente elegante, en esa mirada carmín llena de escalofriante intensidad que
estremecía a cualquiera y en toda esa cabellera oscura despeinada, hizo que mi corazón comenzara
a revolotear detrás de mi pecho.

Era Rojo...

Mi esposo, Alek.

Y no solo estaba saliendo de la habitación, al reparar en la manera en que su cuerpo se hallaba


encorvado y sus brazos cuyos músculos se marcaban debajo de su playera blanca, se encontraban
estirados hacía el suelo, con sus manos sosteniendo algo...

Unos delgados y pequeños bracitos pálidos que pertenecían a una criatura preciosa y llena de
amor e inocencia.

Una sonrisa estremecida y llena de nostalgia terminó estirándose con demasiada fuerza en mi
rostro, deteniéndome a mitad del camino y con la mirada repasando aquello que, hace un año,
llenó nuestras vidas de felicidad.

Una hermosa escena, se desataba frente a mí, una que no tardé nada en comenzar a grabar en mi
memoria. Repasarla a detalle, contemplar esa pequeña figurita dueña de un rostro pálido sin
cabellera y cachetón, que se encontraba cabizbajo, con su mirada clavada únicamente en sus
pequeños pies dando pisadas tambaleantes con ayuda de los brazos de su padre.
Mordí mi labio inferior solo ver esa enorme sonrisa abierta que se alargaba en sus pequeños
labios, mostrando esa dentadura mayormente chimuela, dejando a la perfecta vista esa enorme
emoción y esa felicidad que caminar le provocaba.

Aunque por supuesto, el que sostenía su peso para que el pequeño no cayera al suelo, era ese
hombre del que me enamoré hace mucho más de un año, y del que, todavía, a pesar de la lejanía
en la que estábamos ahora, provocaba ese profundo estremecimiento cada que veía como sus
oscuras comisuras se estiraban en una encantadora sonrisa retorcida.

Tuve esas tremendas ganas de apoderarme de su boca en ese instante, sino fuera porque estaba
esa pequeña bola de amor ocupando toda la atención de él.

De pronto, ese par de esclerotizas negras llenas de un par de orbes reptiles color carmín— como
los de su padre— se levantaron del suelo, solo para ponerse sobre mi rostro y lograr que esa
sonrisa en su rostro se ensanchará mucho más.

Dejó de caminar solo para comenzar saltar desde su lugar, soltando una risa de felicidad antes de
balbucear algo que, aunque no pude entender, me causo mucha ternura.

No tardé nada en aproximarme a ellos, recibir a mi bebé entre brazos y darle un beso en los labios
al padre de mi hijo, un beso que fue correspondido con intensidad y se convirtió en más de un
movimiento lento, profundo y apasionante.

—Sigo enseñándole a caminar— terminó diciendo en cuanto nuestros labios se separaron,


rozándose como una suave caricia antes de crear una distancia en nuestros rostros solo para verme
a los ojos—, pero creo que no le estoy enseñando bien.

Mordí mi labio inferior antes de negar con la cabeza.

—Lo estás haciendo de maravilla— le aclaré y no dudé en besar otra vez sus carnosos labios tras
colocarme de puntitas para alcanzarlo—, poco a poco va a empezar a cambiar solo— solté, sin
desvanecer la sonrisa en mis labios—. Y ya no falta mucho para que empiece a decir mamá y papá.
Dejé que esta vez mi mirada viajara del rostro de Rojo hacía la cabellera ondulada y desordenada
de Doutzen para, también, depositar un beso en su coronilla, logrando que esa mirada llena de
inocencia pronto se levantara y se posicionara sobre mí.

— ¿Verdad que tu padre lo está haciendo muy bien?

Un montón de balbuceos comenzaron a resbalar inentendible de la pequeña boca del pequeño en


mis brazos, balbuceos llenos de ternura en los que la baba resbalaba de sus labios por encima de
su mentón.

Al instante, ese rostro cachetón se levantó para mirarnos a ambos. Nuestro pequeño fruto de amor
extendió una sonrisa de emoción como si de pronto esa fuera la respuesta, una sonrisa que
también hizo sonreír a Rojo, llenando su mirada carmín de tranquilidad.

Era adorable, el ser más hermoso del mundo.

Estoy ansioso por escucharlo hablar—sinceró él, su mirada clavada en Doutzen—. Verlo correr tras
la pelota y pedirnos jugar con él. Solo espero que no herede mi afección.

Eso ultimo hundió mi entrecejo con sorpresa.

—Estoy segura que crecerá sano y se desarrollara bien—traté de sonar segura, pero hubo un
instante en mis palabras donde titubeé, y eso le hizo a él alargar una mueca en sus carnosos labios
—. Nacido bien, ¿no es verdad? — le inquirí, una de mis manos había volado para ahuecarse en la
mejilla de él y obligarlo a mirarme—. Sin deformaciones, sin enfermedades tal como esas personas
creyeron que nacería. Doutzen está creciendo sin necesidad de una incubadora, y está
aprendiendo como lo hace un niño normal. Y sé que seguirá siendo así.

Era verdad que estaba aprendiendo como lo hacía un niño normal. Pero había otras cosas que no
eran normales en Doutsen, y ese solo pensamiento me hizo mirar a nuestro bebé.

Desde que nació hasta entonces, nunca había llorado o derramado lágrimas, ni siquiera se había
quejado cuando tenía hambre o su pañal estaba lleno y pesado.
Y hubo momentos en los primeros meses de vida, en los que tuvimos que mantenerlo en nuestra
cama, vigilándolo mientras dormía, porque sucedía que de la nada Doutzen, dejaba de respirar.

La primera vez que me di cuenta de que Doutzen no estaba respirando, estábamos en el jardín
ficticio de la base. Me volví loca. Me puse histérica, no dejé de gritar mientras lloraba que algo
malo le estaba sucediendo a mi bebé, que no estaba despertando. Llamé la atención de todos los
presentes y hasta de los mismos soldados que no tardaron en bajar de las murallas. Y lo que nunca
esperé en ese momento en que Rojo lo había tomado con desesperación de mis brazos para
revisarlo, fue que Doutzen abriera sus ojos, y todavía sin respirar, se removió y estiró sus brazos.

Poco después, uno de los genetistas que sobrevivieron del laboratorio, mencionó que no era nada
grave, que eso se debía a que los experimentos desde bebés y hasta su etapa adulta, podían durar
varios minutos sin respirar y aun así estar vivos o despiertos, o incluso, hacer algo. Era algo que,
estaba en su naturaleza, y seguramente también en la de Doutzen.

Y otra cosa de la que nos dimos cuenta fue cuando Doutzen comenzó a gatear, una vez se quedó
frente a la puerta de nuestra agrandada habitación, con sus parpados cerrados mientras movía su
cabeza pequeña a lo largo de la pared junto a la puerta. Fue sencillo darnos cuenta de que estaba
siguiendo las temperaturas que pasaban por el pasillo, el problema fue que, cada día prefería
sentarse frente a la puerta o frente a una pared y observar las temperaturas que ponerse a jugar
con los juguetes que su abuela le traía.

Una de nuestras más grandes preocupaciones, no era su crecimiento. Nos habían dicho que
probablemente Doutzen se desarrollaría con lentitud debido a que los experimentos necesitaban
de sustancias que los genetistas y científicos preparaban para alimentar su organismo. Pero
Doutzen se había estado desarrollando bastante bien desde su gestación hasta después de nacer.
Así que nuestra preocupación y lo que mantenía a Rojo pensativo algunas veces, era la afección de
los rojos. La acumulación de su tensión en el cuerpo y la necesidad de liberarla por medio de un
orgasmo.

Al principio creímos que Doutzen había heredado solamente el físico de Rojo, pero cuando abrió
sus ojos nos dimos cuenta de que había heredado más de él de lo que no deseamos. Así que, si
heredo la termodinámica, su fuerte olfato y su audición tan aguda que cualquier ruido
pequeñísimo lo despertaba, seguramente también había heredado la capacidad de su sangre para
regenerar y, si heredó eso, la afección de los rojos también.

Esperaba que no. Esa afección era enfermiza, una carga muy cruel y dura. Sabía lo mucho que a
Rojo le enfurecía la acumulación de su tensión. Hubo un momento en el que, después del
nacimiento de Doutzen, Rojo no se dejó tocar por mí. Esa noche peleamos por cuarta vez. La
primera vez que lo hicimos fue cuando no acepté mis sentimientos hacía él antes de que se
desatara el infierno en el laboratorio. La segunda y tercera vez, fue cuando llegué a los 8 meses de
embarazo y mi cuerpo se sintió tan pesado y cansado que tener sexo o intentar tenerlo con él, era
casi imposible, pero aun así yo quería ayudarlo.

Era mi decisión y no lo consideraba una carga.

La cosa fue que, Rojo no quería molestarme con su tensión porque seguía lastimada por el
embarazo de Doutzen, mi cuerpo apenas estaba recuperándose y él no quería lastimarme más.

Al final, terminamos haciendo el amor bajo las sabanas y con demasiada lentitud y cuidado que ni
siquiera sentí nada al día siguiente, solo esa dulce calidez de sus desnudos brazos cobijando mi
cuerpo, y fue la mejor sensación.

—Tengamos otro...— Y esas palabras pronunciadas en su tono ronco y varonil, me hicieron


pestañear con sorpresa.

El apartó la mirada de Doutzen solo para clavarme la intensidad de sus orbes reptiles y
estremecerme de calor. Por un momento creí que Rojo estaba bromeando, sobre todo porque, si
mal no recordaba

— Quiero tener otro bebé contigo, preciosa—declaró, mordiendo su labio inferior—. Tengamos
uno más.

FIN.

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