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En nuestro estudio de las diversas formas en que, como los habitantes de una isla

del Pacífico, podemos ser moldeados por el ambiente de la Biblia, comenzamos obser-
vando el efecto moldeador de vivir en el Gran Relato que la Biblia nos cuenta, y acabamos
de considerar cuán profundamente influyen las metáforas en nuestro pensamiento y en
nuestra práctica, así como el papel que juegan, en particular, las metáforas bíblicas.
Ahora analizaremos cómo podemos ser moldeados por los modelos de enseñanza
que encontramos en la Biblia. Cuando era niño, quería crecer y ser como los héroes de los
relatos de vaqueros y aventuras que leía. Como adolescente, quería ser como mis juga-
dores de rugby preferidos. Yo no quería ser como mi padre. Pero esto cambió radical-
mente cuando llegué a tener algo más de veinte años y me di cuenta de que sentía un
nuevo respeto hacia mi padre como persona cuyo ejemplo había influido en mí y me había
moldeado profundamente. Hoy veo con mucha claridad cómo mis dos nietos son como
sus padres, no únicamente en su apariencia física, sino en pequeños gestos y expresiones.
También es evidente que el más pequeño, que solo tiene dos años, se esfuerza por pare-
cerse a su hermano que es cinco años mayor que él. Las vidas y prácticas de quienes están
cerca de nosotros sin duda nos moldean como personas y modelan inconscientemente lo
que hacemos y también conscientemente, en la medida en que buscamos ser como ellos
y seguir su ejemplo. Los modelos tienen un profundo efecto moldeador sobre nosotros
como personas.
Entonces, ¿qué ocurre con los modelos bíblicos de educación y enseñanza? Aunque
no había escuelas como las nuestras del siglo XXI en la época de la Biblia, hay muchos
ejemplos de maestros y discípulos. Entre ellos sobresale, por supuesto, Jesús el Maestro
a quien se dirigieron, como Rabí y Maestro, más de cincuenta veces en los registros de los
evangelios, y quien también fue Aprendiz, de quien se dijo que como niño "siguió
creciendo en sabiduría" (Lucas 2:52) y como persona adulta "aprendió a obedecer"
(Hebreos 5:8).

Los modelos bíblicos, como el de Jesús el Maestro, pueden conformar nuestro minis-
terio educativo. Y no se trata de que simplemente lo copiemos de modo mecánico o
deduzcamos principios sobre qué y cómo enseñar y los apliquemos automáticamente,
sino que nos dejemos moldear por la exposición a su ejemplo y actuemos con el mismo
espíritu que obraron.
Espero que muchos lectores de este libro hayan prestado atención, en un momento
u otro de su vida, al modo en que Jesús enfocaba su trabajo como maestro. Quizás elabo-
raste una lista de cosas que le caracterizaban como tal. ¿Cuáles de las siguientes habrías
incluido en tu lista?
En primer lugar, la enseñanza de Jesús estaba conectada con la vida cotidiana, con
la vida de aquellas personas a quienes estaba enseñando, con sus experiencias diarias,
referida a objetos y hechos cotidianos como lámparas y bodas. Contaba relatos, no úni-
camente a niños, sino también a personas adultas, y eran relatos de la vida cotidiana sobre
las semillas de mostaza, las higueras, las vides, las fiestas de boda, el pastor buscando a la
oveja perdida. Vivía lo que enseñaba -quizás visualizado de modo supremo cuando lavó
los pies a los discípulos- no solo en su enseñanza ofrecida en contextos de la vida
cotidiana, sino en su vida cotidiana.
En segundo lugar, la enseñanza de Jesús era apropiada para quienes quería enseñar
y, por lo tanto, diferente para Nicodemo, la mujer en el pozo, el joven maestro de la ley,
los saduceos, etc. Comenzaba donde estaban las personas, con los temas que les inte-
resaban y las preguntas que planteaban.
En tercer lugar, la enseñanza de Jesús promovía el pensamiento. Le preocupaba
conseguir que las personas pensaran; no simplemente darles respuestas, sino que bus-
casen las respuestas por sí mismas. Se dirigió a ellas, las desconcertó con parábolas para
distinguir aquellas personas que querían llegar más lejos de aquellas que no. Utilizó un
lenguaje sencillo pero con distintos niveles de significado. "El que se humilla como este
niño será el más grande en el reino de los cielos." Las palabras son sencillas y fáciles de
entender, pero lo que significan es algo en lo que puedes pensar y seguir pensando,
descubriendo siempre significados más profundos. Como hace cualquier buen maestro,
Jesús planteó constantemente preguntas clave para hacer que las personas pensaran con
él, en vez de enfrentarse a ellos directamente. El teólogo de Cambridge, Derek Kidner,
comenta este dicho así: "Con este modo de proceder, la verdad puede echar raíces pro-
fundas en la mente". (A propósito, encontré un breve artículo de Derek Kidner Jesus the
Teacher [Jesús el maestro] que me resultó muy útil cuando estaba empezando a pensar
en Jesús como maestro y muchas de las ideas que estoy incluyendo aquí fueron sugeridas
por la lectura de lo que él escribió).
En cuarto lugar, la enseñanza de Jesús era fácil de recordar. ¡Esto no se puede negar!
Utilizó frases cortas, ritmo, repeticiones, simbolismos vivos que provocaban imágenes en
la mente, humor, exageraciones o hipérboles y adivinanzas. Derek Kidner escribe (p. 11):

The Humor of Christ [El humor de Cristo]

En quinto y último lugar, ¡cuán irrefutable es el hecho de que la enseñanza de Jesús


estaba motivada por el amor! Le vemos apelando a toda la persona, no solo a su mente;
no poniendo en evidencia a sus oyentes a menos que su actitud lo requiriese; una ense-
ñanza autoritativa sin ser autoritaria (un equilibrio no fácil de mantener por un maestro)
y basada en una preparación concienzuda (¡que parecía más bien ser una preparación de
sí mismo como persona que del contenido de su enseñanza!).
Habiendo dicho todo esto, no debemos ignorar el hecho de que Jesús fue y es único.
No solo no es un maestro cristiano moderno, sino que, como Hijo de Dios, está ejerciendo
un grado y un tipo de autoridad que ninguno de nosotros puede alcanzar. Como C. S. Lewis
lo expresó en Mero Cristianismo:

69). (15)
También deberíamos tener en mente que en los registros de los evangelios es
posible encontrar lo que nosotros consideramos, en nuestro contexto contemporáneo,
como buenos enfoques de enseñanza, viendo más de lo que realmente hay en ellos y
perdiendo aspectos que pueden estar presentes.
Sin embargo, parece muy plausible sugerir que hay muchas cosas que podemos
aprender del ejemplo de Jesús como maestro, quien dijo "aprended de mí" (Mateo 11:29),
y quizás aún más de la mansedumbre y humildad que él menciona en el contexto de ese
dicho.

Ahora quiero prestar atención a Jesús como maestro de un modo menos familiar:
observándole a través de las lentes del Antiguo Testamento y, en particular, a la luz de
tres modos de educación que Walter Brueggemann, en su libro The Creative Word (La
palabra creativa), identifica con las tres grandes partes del Antiguo Testamento: la Ley,
los Profetas y los Escritos. En otras palabras, en la misma estructura del Antiguo Testa-
mento pueden encontrarse modelos de enseñanza.
Nos detendremos, en primer lugar, en la Ley o Torá, y en particular en un pasaje
clave, Deuteronomio 6, donde Moisés pronuncia la Shema, la más importante de las
oraciones judías, en los versículos 4 y 5: "Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único
Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus
fuerzas". Luego, algo más adelante, en el versículo 20, leemos: “En el futuro, cuando tu
hijo te pregunte: '¿Qué significan los mandatos...'”. El niño pregunta: '¿Qué significan?' y
la respuesta no es la exposición lógica de una doctrina, sino el relato de Dios e Israel. ¿Qué
debes hacer cuando un niño te pregunta el significado de algo? Cuéntale un relato, cuén-
tale el relato que le muestre quién es él y quién es su pueblo, de dónde viene, hacia dónde
va y a quién pertenece.
La enseñanza al estilo de la Torá es una enseñanza que nos dice quiénes somos y
dónde estamos, y nos proporciona seguridad en todos los hechos inesperados que nos
ocurren. Pensamos en la Torá como Ley, como los Diez Mandamientos, como una mon-
taña ardiendo, pero el núcleo del mensaje de los primeros libros de la Biblia es que
presenta un mundo ordenado y confiable en el que el niño puede sentirse seguro, en el
que tú, yo y los niños a los que enseñamos podemos sentirnos seguros, seguros del cui-
dado del Señor nuestro Dios, quien era, quien es y quien siempre será.
Pasamos, en segundo lugar, a los Profetas y, en particular, al libro del profeta
pastor, Amós, cuando proclama a Israel: "Ruge el león; ¿quién no temblará de miedo?"
(Amós 3:8). Él no se refiere a una bestia poderosa que ha escuchado en los matorrales,
donde merodeaba buscando una presa animal o humana. ¡Este león es el Señor Soberano!
"Habla el Señor omnipotente; ¿quién no profetizará?" Después de tratar con las naciones
circundantes y con sus parientes del sur en Judá, Amós dirige su invectiva sobre Israel y
les dice que el Señor aborrece sus canciones y su adoración porque ellos niegan la justicia
a los pobres y los atropellan. Y prosigue: "¡Ay de los que viven tranquilos en Sion y de los
que viven confiados en el monte de Samaria!" (Amós 6:1).
El problema era que el pueblo tenía la Ley, la Torá, y se había apoltronado. Estaban
satisfechos de haber obrado bien. Pensaban que conocían todo lo que era importante. No
tenían nada más que aprender. Los niños y los jóvenes pueden llegar a experimentar lo
mismo; su curiosidad y ansias por aprender cosas nuevas pueden desaparecer. Los
alumnos que presentan más dificultades para enseñar no son los que se comportan mal
¡pueden suponer un reto e incluso puede resultar divertido enseñarles! ¡Los más
difíciles son aquellos que piensan que no tienen nada que aprender! La gente en nuestras
iglesias puede ser como ellos. Vienen no para aprender... ¡sino para evaluar si la
predicación es apropiada o no! Tú y yo podemos ser como ellos.
En raras ocasiones nos atrevemos a reconsiderar cómo miramos la vida en el
mundo. Raras veces ponemos en duda las perspectivas dominantes en nuestra cultura o
en nuestra subcultura eclesial. Necesitamos enseñanza profética, que nos sacuda, que nos
haga plantearnos las grandes preguntas, que nos haga mirar las cosas desde una nueva
perspectiva.
Nuestra enseñanza no debería limitarse a transmitir la verdad, a decir a nuestros
alumnos quiénes son, a ayudarles a que estén seguros de su identidad, sino también a
sacudirles, a retarles a pensar de otra manera, a ver las cosas de modo nuevo y diferente,
a cuestionarse qué piensan ellos mismos y qué piensa la gente que les rodea. Necesitamos
ayudarles a tener un compromiso firme y, a la vez, estar abiertos a aprender y a adquirir
nuevas perspectivas, y este no es un equilibrio fácil de alcanzar o mantener.
El Antiguo Testamento contiene la Ley y los Profetas, pero hay una tercera sección
que se corresponde con el tercer modo de Brueggemann. Es el modo de la Sabiduría en
los Escritos: libros como los Salmos y la Literatura de Sabiduría de Job, Proverbios y
Eclesiastés, y también en el Cantar de los Cantares y en los relatos de Rut y Ester, Esdras
y Nehemías, Daniel y las Lamentaciones de Jeremías. El tercer tipo de maestro del Antiguo
Testamento es el maestro de sabiduría, quien nos enseña cómo vivir juntos en el mundo
de Dios, cómo promover la justicia en la sociedad y cómo combatir la injusticia.
Este no es el conocimiento del espectador que mira un partido de fútbol, ni el cono-
cimiento teórico del que hablamos y hablamos, sino el conocimiento sobre qué debemos
hacer en el terreno de juego. Saber cómo hacer y decir las cosas, y cuándo hacerlas y
decirlas.
Algunos de nuestros estudiantes conocen al dedillo las teorías científicas, dominan
el estudio de la literatura, consiguen las mejores calificaciones y obtienen los más pres-
tigiosos títulos, ¡pero no saben cómo vivir, cómo relacionarse con otras personas, cómo
aplicar su conocimiento sabía y justamente, o cómo tomar decisiones acerca de lo que
deben hacer en su futuro inmediato! ¿Qué quieren saber los niños y los adolescentes?
¡Quieren saber cómo hacer amigos y cómo mantenerlos! ¡Y algunos de los que tienen más
conocimiento pueden ser los menos sabios y a quienes más les cuesta establecer
relaciones interpersonales!

Jesús es el Gran Maestro, el maestro Modelo y en él encontramos los tres tipos de


maestro del Antiguo Testamento: el maestro Torá, quien nos enseña quiénes somos; el
maestro profético, quien nos enseña a pensar y a plantearnos preguntas, y el maestro de
sabiduría, quien nos enseña a vivir sabia y justamente en el mundo con otras personas.
Jesús es un maestro Torá, un maestro de la ley. Escúchale en el Sermón de la
Montaña en Mateo capítulos 5, 6 y 7. Una y otra vez, dice: "vuestro Padre en los cielos", o
"vuestro Padre celestial" o "vuestro Padre", y, justo en su parte principal, indica que
deberían orar así: "Padre nuestro que estás en los cielos...". ¡No menos de dieciséis veces
Jesús habla acerca de Dios como Padre, su Padre, el Padre de sus discípulos, nuestro
Padre! ¿Estás preocupado? No te preocupes, tu Padre conoce tu necesidad. Aquí mientras
Jesús les enseña la Ley de Dios, qué deben hacer para agradar a Dios, el núcleo central del
sermón es decirles quiénes son, que tiene un Padre que les cuida.
Jesús es también el maestro profético. Él dijo que vino a cumplir la ley, pero planteó
preguntas a la gente sobre su comprensión de la ley. ¿Están viviendo realmente de la
manera que Dios quiere que vivan? "Habéis oído que se dijo 'ama a tu prójimo y odia a tu
enemigo. Pero yo os digo; amad a vuestros enemigos y orad por quienes os persiguen"
(Mateo 5:43-44). Jesús les enseñó a plantear preguntas y lo hizo, como cualquier buen
maestro lo hace, planteando preguntas él mismo, multitud de preguntas y diciendo cosas
para que ellos pensaran, cosas que le impactaran.
Jesús también es un maestro de sabiduría. Como ya vimos, enseñó por medio de
parábolas y adivinanzas, con proverbios y dichos sabios. El lenguaje es sencillo, pero el
pensamiento es profundo. Habló acerca de hombres sabios que construían casas sobre la
roca, de camellos y ojos de agujas, de quitar una mota del ojo ajeno en vez de quitar la
viga del ojo propio. Mucho podría haber procedido del libro de Proverbios y tiene que ver
con cómo vivir en el mundo y los unos con los otros, en el hogar, con los vecinos y con los
colegas. Tiene que ver con la sabiduría, el discernimiento, la justicia y la equidad.
Necesitamos los tres modos de enseñanza en nuestras escuelas e institutos, y en
nuestras iglesias. Si solo enseñamos a las personas qué creer, les hacemos gente segura,
pero autosatisfechas, o les apagamos y les alienamos. Si únicamente les enseñamos a
plantear preguntas, entonces nunca sabrán qué creen. Cuando siempre hay preguntas y
no hay respuestas, no hay seguridad. Si solo les enseñamos lecciones prácticas de la vida,
nunca tendrán una perspectiva global del mundo de Dios y nunca se arriesgarán a
explorar más allá de su conocimiento presente.
Es como utilizar un taburete de tres patas para ordeñar. Mi padre era granjero y,
siendo yo niño, ordeñaba vacas manualmente. Él se sentaba en un taburete al lado de la
vaca con su cabeza contra su costado. El taburete tenía tres patas. Si hubiera tenido una
sola pata, no podría haberse sentado. Si hubiera tenido dos, quizás se podría haber
apoyado con la cabeza contra el costado de la vaca, pero habría sido bastante inestable.
Tenía tres patas y todas ellas eran necesarias.
En nuestras escuelas e institutos, y en nuestras iglesias, necesitamos maestros de la
Torá, maestros proféticos y maestros de sabiduría. Sigamos a Jesús ejercitando, tanto
como podamos, nosotros mismos individualmente y con nuestros colegas, los tres modos
de enseñanza en beneficio de aquellos a los que enseñamos, de aquellos con quienes
tratamos de comunicarnos.
1. Piensa qué tipo de maestros tuviste cuando eras joven, qué tipo de maestro eres
y qué tipo de maestros son tus colegas (Torá, proféticos o maestros de
sabiduría).
2. ¿Es posible que cada maestro luche por mantener un equilibrio entre los tres
modos de enseñanza? ¿Hay formas en las que los colegas de tu departamento o
equipo docente y tú podrían complementarse? ¿Cómo pueden evitar la
confusión potencial entre sus alumnos y, en lugar de ello, hablar con una sola
voz?
3. El equilibrio entre los distintos modos de enseñanza, ¿es o debería ser diferente
según las diferentes edades de los alumnos? ¿Son relevantes todos los modos en
todas las edades?

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