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MOMENTOS CLAVE DE LA tbs Luna Los golpes militares (1930-1983) LA NACION E balance de los golpes De estas resefias de los golpes militares que afligieron al pals desde 1930 caben sefialar algunas reflexiones muy sintéticas. En primer lugar, hay que destacar que estas infracciones al orden constitucional estuvieron generalmente rodeadas de un cierte apoyo de la opinién publica. O hubo sectores diviles que los alentaron previamente o existié una adhesién posterior. Nunca se produjeron sin algtin tipo de aliento civil, En segundo lugar, llama la atencién que, salvo el caso de Ia revoluci6n de 1943, que tres afios mds tarde entregé el Poder constitucional a uno de los suyos, los gobiernos = ea 8 Golpesmitares militares no pudieron instrumentar politicamente una secuela afin a sus propésitos. Es notable, también, fa creciente “ilegalidad” de los regimenes de facto. Asi, la dictadura de Uriburu se limitd, al menos en las palabras, a fos atributos que tradicionalmente gjercia el poder Ejecutivo; los golpes posteriores, en cambio, funcionaron basdndose en “decretos-leyes” y sustituyeron a los integrantes de la Corte Suprema. Otro aspecto de interés tiene que ver con una suerte de “politica-ficcién”. Analizando los factores que operaban previamente a los golpes militares, se advierte que cierta flexibilizacién de! poder civil acaso fos hubiera evitado. De modo que la incapacidad de rectificacién de! pocer civil se vio compensada, por asi decirl, con la decisién militar de llevar adelante el golpe. Finalmente habria que registrar el hecho de que los golpes militares ocurrieron dentro de una circunstancia de descreimiento generalizado en la democracia. O no se la consideraba apta para que el Estado Ilenara sus fines (1930) 0 estaba viciada por el fraude (1943) 0 por ef despotismo (1955) 0 por la supuesta ineficacia funcional (1966) 0 por la, violencia (1976). En todo caso, en esos momentos, no sdlo las Fuerzas Armadas sino gran parte de la opinién publica habia perdido Ia fe en la democracia. Estas reflexiones, que apenas se dejan sugeridas aqui, son titiles para entender mejor la triste secuencia de los golpes militares que, felizmente, se ha clausurado, abarentemente para siempre, con el retorno a Ia democracia acaecido en 1983, EL La dictadura de Uriburu La tremenda decisién de interrumpir el proceso democratico ha sido analizada por los historiadores, y aun por algunos de sus protagonistas, como una catdstrofe institucional. Nadie tuvo Ia fortaleza civica de proponer que los errores de! partido gobemante fueran corregidos mediante los mecanismos republicanos. Se cred una atmédsfera proclive al derrocamiento de Yrigoyen, exagerando las fallas de su administracién, describiendo al presidente como un anciano incapaz 0 pintandolo como un tirano. 10 Golpes militares Los responsables fueron aquellos que adherfan a las ideologfas autori- tarias que comenzaban a circular por el mundo, y también sinceros patrio- tas, convencidos de que el golpe mi- litar era indispensable para evitar que el pafs se hundiera definitiva- mente. Elepisodio inauguré medio siglo de inestabilidad institucional e ini- cié la costumbre de ciertos sectores civiles de recurrir a los militares ca- da vez que se presenté una crisis de dificil resolucién en el marco cons- titucional. También las Fuerzas Ar- José F Uriburu y Agustin P justo en maniobras en Campo de Mayo. madas se constituyeron en una fuet- za de reserva, encargada de salir a la calle cada vez que los civiles no po- dian resolver una situaci6n critica. Las memorias de algunos partici- pantes de la conspiracién, como el general José Maria Sarobe —que in- cluyen un extenso aporte del enton- ces capitan Juan Perén—, han servi- do para esclarecer los pasos que se fueron dando hacia el derrocamien- to de Yrigoyen. Su jefe, el teniente general José Félix Uriburu, habfa si- do inspector general del Ejército y estaba retirado desde hacia dos afios. Diputado conservador en 1914, ad- miraba a Alemania, y desde su reti- to del servicio activo se habfa todea- do de grupos juveniles de inspira- cién fascista. Uno de ellos, Carlos Ibarguren, cuenta en sus memorias que el plan de Uriburu era “hacer una revolucién verdadera, que cam- bic muchos aspectos de nuestro régi- men constitucional, modifique la Constitucién y evite el imperio de la demagogia que hoy nos desquicia”. Y Uriburu agregaba: “No haré un motin para cambiar hombres en el gobierno, sino un levantamiento trascendental y constructivo, con prescindencia de los partidos”. Sin embargo, Lisandro de la To- tre, amigo personal de Uriburu a tra- vés de afios de tertulias en el Jockey La dictadura de Uriburu W Club, relat pocos afios después de los hechos que el militar lo invité a participar “en una revolucién que preparaba con el fin de deponer al presidente Yrigoyen, reformar la Constitucién, reemplazar el Con- gteso por una entidad gremial y de- rogar la ley Séenz Pefia”. Segiin el dirigente demoprogresista, el jefe del movimiento “proyectaba la im- plantacién de una dictadura y asu- mirfa el titulo de dictador”. Las ideas de Uriburu eran abso- lutamente fascistas. No obstante, los partidos opositores, conscientes © no del pensamiento corporativis- ta y antidemocratico del militar, co- laboraron activamente en la crea- cién de la atmésfera propicia al gol- pe. El 9 de agosto de 1930 los dipu- tados socialistas independientes, los conservadores y, dias después, los antipersonalistas se constituyen co- mo grupo politico para agitar el am- biente y denunciar la crisis institu- cional, la crisis econémica y la falta de obra positiva por parte del go- bierno. Con esta intencién habrfan de “coordinar la accién opositora fuera de las Camaras en todos los distritos, para difundir en el pueblo y ante el electorado el conocimien- to de los actos ilegales del Poder Ejecutivo”. Las palabras del diputa- do del socialismo independiente, Antonio de Tomaso, planteaban s6- lo dos altemativas: la renuncia del presidente o la violencia... Los ultimos dias La solucién aparecié de modo impensado: Yrigoyen contrajo gri- pe y la enfermedad se us6 como ex- cusa para la delegacién del mando. El vicepresidente a cargo del Poder Ejecutivo decreté el estado de sitio en la Capital Federal por treinta dias y dejé entrever que se suspen- derfan las cuestionadas elecciones en Mendoza y San Juan, previstas para el dia 8. Estas decisiones satis- facfan los reclamos de la oposicién: Yrigoyen dejaba la presidencia, en Cuyo se postergaba la definicién politica, el Congreso iniciarfa las sesiones ordinarias el dfa 11. Tam- bién podia preverse que Martine formara un nuevo gabinete. Sin embargo, la oposicién habfa proba- do hasta dénde legaba la debilidad del gobierno. Ninguna solucién parcial contentaba a los conspira- dores. No podian ni querfan dete- nerse. El 2 de septiembre, La Razin afirmaba: “Nadie ignora que la re- volucién, si no est como idea en. todos los corazones, est como te- ma en todos lados”. Y Critica aguza- 12 Golpes militares ba todavia més sus armas: “La situa- cién es una bomba que no tardard en estallar”. Al dia siguiente, el 3, los estu- diantes universitarios recorren en. manifestacién las calles de la ciudad y piden la renuncia del presidente. Alfredo Palacios apoya estas exi- gencias, y el dia 4, en un tiroteo con la policfa, cae muerto un joven em- pleado bancario, que répidamente se convierte en mértir: ya no queda sino la revolucién. Mientras tanto, Uriburu conti- nuaba preparéndose, y el general Justo se acercaba a la conspiracién, rodeado de sus amigos del Ejército. PRESIDENTE ANDRES R. DOMENECH Cancién chica dedicada a Hipélito Yrigoyen Su presencia significaba ciertos re- cortes en las intenciones dictatoria- les del general Uriburu, y en princi- pio se sabe que exigié la modifica- cién del manifiesto inicial, redacta- do por Leopoldo Lugones. El apoyo de Justo hizo que las cosas se preci- pitaran también para los complota- dos; Uriburu fijé entonces el sabado 6 de septiembre como fecha para el golpe. Los momentos eran muy difi- ciles, y casi todos cayeron en la con- fusién. Dos voces se oyeron en me- dio de tanta mezquindad y tanta mentira. Una fue la del tinico dipu- tado socialista, Nicolas Repetto, que a fines de agosto previno en la C&- mara sobre los peligros de una dicta- dura. La otra, la del jurista Alfredo Colmo, que el 4 de septiembre pu- blicé en La Nacién una nota lena de serenidad. En ella se aceptaban al- gunos de los cargos que se formula- ban al gobierno, pero se afiadfa que “la mala situacién del pais no es obra” de aquél. “La dictadura de que se pretende hablar es una superche- ria”, y advertia acerca de la amplisi- ma libertad de que podfa gozar cl ciudadano. Una dramatica adver- tencia resonarfa muchos afios des- pués: “la revolucién nos arrojarfa varias décadas atrés”. Aunque las ideas de Colmo eran muy sensatas, la revolucién ya estaba decidida. La dictadura de Uriburu La conspiracién y sus fuerzas politicas Las fuerzas conservado- ras, desalojadas en 1916 del poder (el “régimen falaz y descreido” a que hacia alusién el lider radical en oposicién a su“‘causa"), no supieron acep- tar la derrota con la caballe- rosidad que desplegaban en otros terrenost|a vida social la esgrima, Su actitud fue de oposicin y critica feroces, buscando ampliar sus alianzas politicas en campos afines, cuando no intentando gol- pear en las puertas de algu- nos militares caracterizados. No nos parece casual, por ejemplo, que el ejecutor visi- ble del golpe del 6 de sep- tiembre, teniente general José F. Uriburu, fuera unos afios antes diputado conservador por su provincia, aunque llega- se a descreer de “los poltti- cos", Siempre habria un Justo a mano para seguir manio- brando. (..) La campafia oposito- ra no hubiera podido llevarse a cabo con tanta intensidad de no haber contado con “la adhesién de la prensa respon- sable", que le brindé difusién inusitada. Al frente de los dia~ rios que incitaban abiertarnen- te al cambio violento del régi- men hay que colocar al ves- pertino Critica, dirigido por Natalio Botana, que servia de enlace entre los sectores poli- ticos del golpe y los grupos militares, A esta agitacién tam- bign se prestaron, y es justo reconocerlo, numerosos con- tingentes estudiantiles agrupa- dos en la Federacién Universi- taria, con los que mantenfan contactos frecuentes los polfi- cos, a través de hombres co- mo Roberto |, Noble, diputa- do socialista independiente, con dirigentes estudiantiles como Ratl Uranga (Derecho), que acufiarfa un agravio céle~ bre al calificar a Yrigoyen de “caudillo barbaro y senil”. Mu- chos afios después, cruzado el Jordan, Uranga seria elegido gobernador de la provincia de Entre Rios en los comicios del 23 de febrero de 1958, y no desdeAé sentirse continuador de la auténtica tradicién rad cal. Aficién ésta que perdura hasta nuestros dias. Pero la conjura abarcaba todos los centros posibles, mientras el Senado controla- do por la oposicién demora- boa visiblemente la considera cién del proyecto de ley de nacionalizacién del petrdleo, 13 aprobado en 1927 por Dipu- tados. A ello no eran ajenos los intereses petroleros impe- rialistas, que Enrique Mosconi habia sabido denunciar con valentfa. Una campafia inter- nacional difundié por todo el pas el nombre de Yacimien- tos Petroliferos Fiscales y su sigla cortante YF, y se co- ria el peligro de que las pré- ximas elecciones en Mendoza y San Juan (fijadas para el 7 de septiembre de 1930) al- terasen el equilibrio numérico en el Parlamento y se llegase por fin a aprobar el posterga- do despacho. Claro que los opositores tenian tiempo pa- ra reunirse a conspirar, como ocurrié el 5 de septiembre, en la sede de la presidencia de la Primera Cémara de Apelaciones en lo Civil, por lo que después no cabria extra- fieza alguna ante el reconoci- miento de la Corte Suprema de la Nacién (...) © para or- ganizar silbatinas y tumultos en la Sociedad Rural Argenti- na, con motivo de inaugurarse el tradicional certamen gana- dero (28 de agosto de 1930), de los que fue victima el mi- nistro de Agricuttura Fleitas. Alberto Ciria Partidos y poder en la Argentina moderna 1930-46 4 Golpes militares Ei dia que se quebraron las instituciones Lanoche del 5 de septiembre, un grupo de diputados opositores se reunié en la casa de Manuel Fresco, en Haedo. En la madrugada del dia 6 se dirigieron a la base aérea de El Palomar. Uriburu, vistiendo su uni- forme, salié de su refugio y entré en el Colegio Militar. Todo estaba per- fectamente sincronizado: cuando los aviones de El Palomar sobrevolaron la ciudad arrojando volantes, la sire- na de Critica anuncié la revolucin. Peto Uriburu sélo contaba con los cadetes del Colegio Militar; la guar- José Félix Uriburu. nicién de Campo de Mayo se negé a sublevarse y sdlo una seccién de Co- municaciones se plegé al movimien- to. No obstante, con la seguridad de que ningtin militar tiraria sobre los j6venes alumnos del Colegio, el jefe de la revolucién ordend emprender la marcha sobre Buenos Aires. En la Casa Rosada la situacién. era insostenible, Martinez no pudo formalizar una reuni6n de gabinete y todo terminé en discusiones y acusaciones. El vicepresidente a cargo no podfa imponerse a su pro- pio nerviosismo, y aungue algunos ministros y dirigentes partidarios lo instaron a impartir 6rdenes para detener la columna rebelde, opt por la pasividad. Mientras tanto la expedicién avanzaba, entraba en la Capital, tomaba Rivadavia y luego Gaona para continuar por Cérdoba y Callao hacia la Plaza de Mayo. Al llegar a la plaza del Congreso hubo un tiroteo que provocé unas pocas bajas. Una euférica multitud acom- pani el trayecto de los insurrectos gritando invectivas contra “el Pelu- do” y vivando a “los salvadores de la Patria”. Entre las 17 y las 18, Yrigoyen, enfermo, salfa de su casa en compa- fifa de Horacio Oyhanarte y se en- caminaba en auto hacia La Plata. Casi al mismo tiempo Iegaba Uri- La dictadura de Uriburu 15 buru a la sede de gobierno. Lo ha- bia precedido una multitud hetero- génea que, sin la menor dificultad, ocupé salones y pasillos. En la Ca- sa Rosada sdlo quedaban el vice- presidente, el ministro de Obras Publicas, José Benjamin Abalos, el teniente coronel Gregorio Pomar, edecén presidencial, y unos pocos funcionarios. Con tono terminan- te, Uriburu le exigié al vicepresi- dente su renuncia. La negativa llevé a una discu- sién en términos muy Asperos, has- ta que en algtin momento Uriburu desenfundé un revélver para poner orden en la confusién reinante. Fi- nalmente, a instancias de Matias Sanchez Sorondo, el vicepresiden- te firmé un breve texto que se im- provisé allf mismo. Mientras tanto, Yrigoyen habfa Iegado al despacho del gobernador de Buenos Aires, Nereo Croverto, y desde allf se habfa comunicado te- lefénicamente con el Regimiento 7. El jefe le notifies que tenfa orden de Uriburu para que el presidente entregara su renuncia. Yrigoyen se traslad6 al cuartel, firmé una dimi- sidn dirigida al jefe del regimiento y luego solicité descansar allf, pues —dijo— estaba enfermo y no tenfa dénde ir. Las turbas habfan saquea- do su modesta vivienda e incendia- do el Comité Nacional de la UCR, el diario La Epoca y algunos locales radicales. El destinatario de las es- peranzas reflejadas en las cifras de 1928 habia sido difamado y derro- cado sin piedad alguna. La dictadura No solamente la supresién de las instituciones marcé la historia argentina en 1930: también la re- presin signd los diecisieve meses del gobierno de Uriburu. Torturas, fusilamientos, exoneracién de jue- ces, clausura de diarios. Cientos de ciudadanos fueron detenidos, des- Uriburs en la columna que se dirige a Casa de Gobierno. 16 Golpes militares pedidos de sus empleos y llevados a la carcel de Ushuaia por el delito de ser opositores, El 10 de septiembre, recién im- puesta la ley marcial, fue fusilado en Rosario el obrero catalan Joa- quin Penina, por orden del capitin Luis Sarmiento: se lo acusaba de haber mimeografiado un volante contra Uriburu. Dos afios después, en San Juan, el capitan Sarmiento fue asesinado por dos desconoci- dos. El 1° y el 2 de febrero de 1931, respectivamente, fueron fusilados en la Penitenciarfa Nacional los anarquistas Severino Di Giovanni y Paulino Scarf. El fusilamiento Severino Di Giovanni. fue precedido por un juicio militar sumatio en el que el defensor de oficio, teniente primero Franco, cuestioné la facultad que se atri- buja el tribunal castrense de apli- car la pena de muerte, eliminada por el Cédigo Penal desde 1921. Di Giovanni era el simbolo del sector anarquista que propugnaba la lu- cha armada, y su experiencia en atentados y actos “expropiadores” lo colocaba en el ojo de la tormen- ta. El teniente Franco sufrié las consecuencias de haber defendido la legalidad: fue arrestado y poste- riormente dado de baja del Ejérei- to. Pocos dfas antes otro anarquis- ta, Pedro Iscazatti, habfa sido fusi- lado en Mendoza. La aplicacién de torturas socavé la confianza que algunos pudieran haber tenido en Uribury, si bien él quiso deslindat responsabilidades, alegando que se encontraba en Sal- ta cuando se produjeron los casos més resonantes. La intolerancia an- te los opositores respondfa clara- mente al propésito de gobernar con mano dura, y el régimen de Uribu- tu tuvo el triste privilegio de ser el primero bajo el cual se aplicaron sistemticamente torturas brutales, abriendo una linea de conducta que desgraciadamente persistié en muchos perfodos posteriores. =a La politica Uriburu juré su cargo de presi- dente provisional el 8 de septiem- bre, ante una multitud reunida en la Plaza de Mayo. Si los jévenes que lo habfan rodeado en las jomnadas pre- vias creyeron en una renovacién de ideas tanto como de hombres, segu- ramente se desengafiaron al cono- cer los nombres de quienes iban a secundar al dictador. Era el patricia- do conservador que volvia en pleno, la restauraci6n del ancien régime des- plazado en 1916 por el voto popular. Los ministros del gobiemo de facto fueron Matias G. Sénchez Sorondo, La dictadura de Uriburu 17 Emesto Bosch, Enrique S. Pérez, Horacio Béccar Varela y Octavio Pico, ademas de los titulares de las carteras militares, general Francisco Medina y almirante Abel Renard. “Bran gente adinerada, ganaderos de la pampa htimeda, azucareros de Tucumén, banqueros, jueces, profe- sores y letrados de empresas extra- nacionales”, dice Horacio Sangui- netti en La democracia ficta. Igual perfil mostraban los interventores federales designados en doce pro- vincias y los funcionarios que ha- bian sido nombrados en diversas re- particiones. Previsiblemente, Uriburu, cuyo proyecto corporativo exclufa de Uriburu en el Salén Blanco de ja Casa de Gobierno el {5 de septembre de 1930. testimonios sobre el golpe José Aguirre Camara, dirt gente conservador y diputa- do nacional por Cérdoba en 1930 declard ante el Comité Nacional del Partido Demé- crata Nacional, el 31 de julio de 1946: “Nosotros contribuimos a reabrir en 1930 en el pals la era de los cuartelazos vie- 18 Golpes militares entrada a los politicos —varias ve- ces dijo en sus discursos “a politica es mala palabra”—, se rodeé de los més extremados conservadores. Es- tos, deshechos como partido tras la Ley Séenz Pefia, habfan demostra- do su ineptitud para ejercer otras formas politicas que no fueran la infiltraci6n y la divisi6n de las fuerzas adversarias, el ataque ensa- fiado y la intriga de cenéculo. Con sutil estrategia, dejaron que Uribu- tu esbozara su Estado corporativo y se deshiciera de los politicos, para finalmente neutralizarlo. EI mismo dfa de la asuncién se desencadenaron tiroteos entre la Casa de Gobierno y el palacio de Correos; un intento subversivo probablemente auspiciado por al- gunos grupos yrigoyenistas. Por la noche, el general Uriburu, como precaucién ante futuros levanta- mientos, oftecié el cargo de co- mandante en jefe del Ejército al general Justo. Este, que tenia otras aspiraciones, sélo desempefié el cargo por unos pocos dias, hasta el 24, probablemente para no apare- cer como excesivamente compla- ciente con las decisiones del go- bierno. Sin embargo, su pedido de relevo fue interpretado como un renunciamiento. Dos!

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