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Huellas en La Piel
Huellas en La Piel
la Piel”
…Somos la mueca de lo que soñamos ser…
Enrique Santos Discépolo
PERSONAJES
MUJER
PEPITA
ADA
SELVA PLACERES
AZUCENA – SUSI
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HUELLAS EN LA PIEL
ESPACIO ESCÉNICO
Salón decorado con varios espejos, que según la ubicación del público, les permitirá ver
diferentes perfiles de los personajes. Hay un par de mesas y sillas. Todo parece abando-
nado desde hace bastante tiempo y presenta un aspecto deplorable, triste y decadente,
aunque algo, no sabríamos definir muy bien qué, todavía nos hace contener la respira-
ción. Es de madrugada. Todo está en silencio. Nada sucede, sólo se oye, desde lejos, un
murmullo o quizás, un tango, que no se sabe muy bien, si lo cantan o se escucha en una
gramola. Un tiempo después se hace de nuevo el oscuro. Durante toda la obra, se transi-
tan a su vez por dos espacios temporales. Uno de ellos sucede durante los años 20’, en
Rosario, Argentina, en algún cabaret de poco monta, pero con todo el glamour y esteti-
cismo recargado de la época, en pleno funcionamiento dentro del submundo de dicha
ciudad. El otro espacio se desarrolla más de una década después, en el mismo lugar,
pero ya es sólo la ruina que queda de él. Se juega, con la incertidumbre constante de si
lo que sucede en ésta época, es real o es una fantasía de LA MUJER, que va en la bús-
queda de una historia que perdió hace años y necesita recuperar. El perfume de la esce-
na, cambia. Todo tiempo pasado fue mejor. Aquellas escenas que pueden estar surgiendo
de las fantasías de LA MUJER, tiene un aire nostálgico, triste y solitario.
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ESCENA PRIMERA
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SELVA.- La apuesta.
(ADA se acerca al grupo que forman las tres mujeres. Toma primeros planos con su cá-
mara. Tanto PEPITA como SELVA, crean poses ridículas cuando se sienten protagonis-
tas de la instantánea.)
ADA.- Señoras y señores, como ustedes ya saben, mi nombre es ADA. En este maravillo-
so, pequeño gran mundo del espectacular cabaret rosarino y en una noche mágica del
Chantecler, cuna y símbolo de belleza, glamour y éxitos, tengo el honor de presentar a una
de las artistas más cotizadas y bellas; en la ciudad, donde entre tangos y champagne, un
hombre puede perder algo más que la cabeza.
(Tomando un plano de SELVA.)
Ya sin más...
(No recuerda el nombre y se lo pregunta, casi en señas.)
¿Tu nombre?
PEPITA.- ¿Cuál de ellos?
SELVA.- ¡Callate arpía!, no ves que están hablando conmigo.
(Aquí tienen dos puntos de diálogo, uno entre ellas, íntimo y en aparente pelea cómplice y
otro hacia el supuesto público que inventan. Este último, debe de estar recargado de gla-
mour y extravagancia, es demasiado exagerado, lo percibimos y llega a ser casi cómico.)
¡¡Selva Placeres!!
ADA.- Sugerente... Luego lo comprobaremos personalmente…
PEPITA.- (A ADA.) Muy apropiado para la ocasión. (A SELVA.) Pero tan falso como
cualquier promesa tuya.
SELVA.- ¡¡Si no cerrás el pico ahora mismo te doy un squiaffo!!
ADA.- Cada noche se reúne aquí la elite de la elite de la sociedad.
PEPITA.- (Por lo bajo.) Lo dice por el inglés.
SELVA.- Y no es casual. Saben lo que buscan. Y dónde lo van a encontrar.
ADA.- Por este escenario han pasado los mejores intérpretes nacionales y del mundo.
SELVA.- El tango nació en Buenos Aires y se trasladó al Chantecler.
PEPITA.- (Mirando a AZUCENA que ahora le alisa el pelo.)
Y… quien nace en el fango, muere en el fango….
ADA.- Pero toda historia tiene su lado oscuro. Tranquilos no nos marcharemos sin averi-
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guarlo. ¡¡Les aseguramos que además de música, mujeres hermosas, éxitos y diversión,
también tendrán secretos!! Oscuros secretos…
PEPITA.- (A SELVA.) Te pillaron. No estás en forma, querida. Ya no engañas a nadie.
SELVA.- (Propinándole un severo empujón a PEPITA. Con ese tono jocoso que va sien-
do habitual entre ellas.)
¡¡Ah, no!! ¡¡Yo no he venido a eso!!! A mi los secretos me los dejan bien guardaditos que
bastante tengo con esconderlos. Para eso son los secretos. ¿No? Mirá si ahora voy a tener
que ventilar los trapos sucios. ¡Nada, nada! Mejor que cuente los suyos, que todos sabe-
mos que son muchos… Y que no me tiren de la lengua que…
ADA.- Y ya que hablamos de secretos, no hay que olvidar los rumores que circulan de
que este cabaret, últimamente, esta siendo visitado por gangsters y mafiosos…
SELVA.- Usted misma lo acaba de decir. Rumores. Habladurías. A la gente le encanta
hablar… La puerta está abierta para todo el que traiga dinero y quiera divertirse.
(Pausa breve.)
Al final, somos eso. ¿No? Diversión… Ningún hombre que trate a una puta como a una
dama y sepa alagar su belleza, acariciar su piel y cargarla de bellos regalos, puede ser to-
mado por gangster, al menos, para mí, es un total caballero. ¡¡Vamos!! ¿Qué esperan que
hagamos?: ¿Preguntarles de donde sacan la guita?! ¡¡¡Qué nos importa!!! De esas cosas
que se preocupe la pasma, que si es por eso, también dicen que nosotras somos indignas,
¿y qué? ...¿Tú te consideras indigna?
(Ríen y empieza a juguetear con PEPITA.)
Mi niña indigna…
(Bebe de una botella y le ofrece a PEPITA.)
Desde pequeña, dicen que soy indigna… ¿Y qué?! Gangsters, ya les gustaría a ellos…
PEPITA.- Si lo dice “Selva Placeres”, que de eso sabe un rato.
(A AZUCENA, que trata de desenredarle el pelo.)
Lleva más cuidado, Susi. Vas a dejarme calva.
AZUCENA.- Te avisé. No hiciste caso. No te quejes ahora.
PEPITA.- (Tirando de la enagua de SELVA.) Date prisa Susi, que acaban de llegar los
muchachos de La Galiffi.
SELVA.- (A ADA.) Aquí no tenemos nada que ocultar.
PEPITA.- Por eso andamos medio desnudas.
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(Risas generalizadas. ADA se retira a su rincón sin dejar de buscar diferentes ángulos
para la fotografía. SELVA regresa al juego con PEPITA, esta vez descubrimos en sus
gestos un velado punto de deseo que antes no había. AZUCENA escucha y no se da por
aludida.)
SELVA.- (Por AZUCENA.) Sigue sin soltar prenda.
PEPITA.- Cantará.
SELVA.- No afloja la lengua de ninguna manera.
PEPITA.- Y eso que lo está deseando.
SELVA.- Tendrá miedo de que si nos cuenta, le hagamos la competencia con el inglés.
PEPITA.- Debe ser eso.
SELVA.- No me lo puedo creer.
PEPITA.- Hombres así no abundan. (Por AZUCENA.) Son los años.
(AZUCENA le amaga una bofetada a propósito.)
En la cara no, que deja marca.
(Pausa breve.)
¿Por qué será que a mí nunca me regalan nada?
SELVA.- Te confundís. Hay una gran diferencia entre un regalo y un trofeo.
PEPITA.- ¿Trofeo?
SELVA.- Sí. Son como esos objetos que una acaba trayéndose, no sabe muy bien por qué,
cuando sale de viaje: toallitas de los hostales, ceniceros del restaurante…
PEPITA.- (Corrigiéndola.) Recuerdos.
ADA.- Vosotras decid lo que queráis, sólo yo sé, realmente, de donde salen mis objetos.
SELVA.- Con la verdad se va a todas partes.
PEPITA.- Pues para terminar aquí ya podríamos haber mentido, aunque sea sólo un po-
quito… a ver si cambiaba la suerte…
SELVA.- No querida. Para mí, esto es un paraíso. No imagino otro destino.
ADA.- Qué raro... En todo el día no os oí mencionar una sola palabra a cerca de vuestro
querido Ricardo.
SELVA.- (A PEPITA.) ¿Me parece o trata de desviar la conversación?
PEPITA.- Manías tuyas.
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SELVA.- Serán.
ADA.- Linda mujer la que trajo. ¿Os fijasteis?
PEPITA.- Yo no.
ADA.- Es la primera vez que la veo por aquí.
PEPITA.- Debe ser extranjera, como nosotras y casi todos los de por aquí en estos tiem-
pos.
SELVA.- ¿A qué viene eso ahora?
ADA.- Llevaba un vestido precioso.
PEPITA.- A la última moda de París.
SELVA.- Contestá.
ADA.- Seguro que se lo habrá elegido él mismo. Tiene buen gusto. Eso hay que recono-
cerlo. Aunque en asunto de mujeres...
SELVA.- ¿A dónde querés ir a parar?
ADA.- Y clase.
PEPITA.- Que se lo digan si no a Gardel.
ADA.-No tienes más que observar como anda.
PEPITA.- Parece su vivo retrato.
ADA.- A los hombres se les cala por el paso. Hazme caso. No te fíes de los que los dan
cortos.
SELVA.- Dejate de tanto rodeo... Vos con tal de no hablar sobre vos misma, sos capaz de
meter cualquier cizaña.
ADA.- Yo sólo repito lo que se comenta entre las mesas.
SELVA.- ¿Y qué se comenta?
ADA.- Cosas.
SELVA.- ¿Qué cosas?
ADA.- Que es mucho el dinero que maneja. Que contrajo deudas por negocios ruinosos,
apuestas, una vida de lujos, derroches... Y...
SELVA.- ¿Y?
PEPITA.- ¿Y?
ADA.- ¿Y?... Con el fallecimiento del suegro se han resuelto todos los problemas. Sospe-
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choso. ¿No?
SELVA.- ¡¡Ya llegaste donde querías!!
(Pausa breve.)
PEPITA.- Dicen que fue un accidente.
ADA.- Dicen.
SELVA.- ¡Fue un accidente!
ADA.- Tantas cosas dicen.
PEPITA.- Todas sabemos que él no sería capaz de algo así.
ADA.- Había mucha guita de por medio y ya se sabe que por dinero baila el mono.
PEPITA.- Aún así.
ADA.- Piensa lo que quieras.
SELVA.- ¡Es lo que estás haciendo vos!
PEPITA.- El asunto le viene grande. No se puede pasar de un día para otro de ser un em-
baucador a un asesino sin escrúpulos.
ADA.- Siempre tiene que haber una primera vez para todo.
PEPITA.- No. Fue un accidente.
ADA.- (Burlona.) Dicen que el tipo que conducía confundió el acelerador con el freno.
(Encogiéndose de hombros, como si la frase encerrase la evidencia de la solución.)
Eso fue al menos lo que declaró ante el Juez.
(Pausa breve. Enfocando con su cámara a AZUCENA que ha permanecido atenta a la
conversación.)
Estás muy callada.
AZUCENA.- Quita esa cámara de ahí.
ADA.- Si mi memoria no me falla estuviste con ellos en la mesa aquella noche.
AZUCENA.- ¿Quién te dio permiso para hacerme fotos?
ADA.- Obligatoriamente tuviste que oír algo.
SELVA.- ¿No tenés ya suficiente miel para las moscas?
ADA.- Se le informa a la testigo que esta Sala sólo busca el esclarecimiento de los hechos.
Y que encubrirlos es un delito.
PEPITA.- Fueron los diarios quienes lo movieron todo. Esos periodistas que inventan
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ESCENA SEGUNDA
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ESCENA TERCERA
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ADA.- ¡Ay, niña! Eso es porque a muchos hombres, les pone toquetear a un varoncito y si
de vez en cuando, se deja ver, al menos en el escenario, lleno de plumas y lentejuelas,
mucho mejor…
Bueno, sigamos con el baile… Saca las manos de los tiradores. Déjalas sueltas, suaves,
arriba. Cadera… Suavemente hacia la derecha, gira, media vuelta. De nuevo…
(Repiten la coreografía y en un momento, ADA la mira y comprueba que es muy desagra-
dable el modo en que pone las manos.)
A ver, pon las manos más naturales, como si acariciaran, con gracia, muéstranos con ellas
lo que eres…
(PEPITA, va cambiando posiciones y cada una es peor que la anterior.)
No, mira, mejor, déjalas en los tiradores. Sí, mejor ahí. Y ahora, cadera, giro y media
vuelta. De nuevo… ¿Mejor?
PEPITA.- Creo que sí.
ADA.- Es muy sencillo.
PEPITA.- Para ti.
ADA.- Lo pide la canción. Sólo tienes que dejarte llevar por el discurso de las notas.
(Pausa breve.)
Ahora levanto la rodilla, sostengo… si ves que te vas a caer, apoya.
PEPITA.- ¡¡¡Pues claro que me voy a caer!!
(PEPITA realiza de nuevo la coreografía sin ningún convencimiento.)
ADA.- Bueno, antes de caerte, apoyas y listo. Repetimos. Levanto la rodilla, sostengo,
pongo la mano en la cara, tiro un besito y luego giro hacia el otro lado. Saco culo. Lo
muevo un poquito…
(PEPITA la imita y no le sale nada bien.)
¡¡¡Insinuante!!! Ponemos una mano en un cachete, la otra en el otro… Así… y volvemos
adelante. Movemos el pecho, hacia los lados… ¡¡¡No!!! El cuerpo tiene que estar tieso, lo
que se mueven son las tetas. Suave y zigzagueando y saludamos con la estola de plumas.
¿Entiendes?
PEPITA.- Sí, claro que entiendo. Creo que esta vez, me salió mucho mejor.
ADA.- (Haciendo un gesto de sorpresa e ironía por lo que acaba de oír. Pausa breve.
Por las vendas.)
¿No te duele?
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ADA.- ¿Merito?
PEPITA.- No he conocido a nadie más derrochador que él.
ADA.- No sabe pedir, por eso compra.
(PEPITA descubre en el suelo la pitillera dorada que en algún momento se le cayó a ADA
y la recoge.)
ADA.- ¿Qué haces con eso?
PEPITA.- La encontré por ahí.
ADA.- (De pronto su rostro se contrae en un gesto nervioso.) Trae aquí.
PEPITA.- (Jugando a quedársela.) ¡No!
(La abre con cuidado y extrae un cigarrillo.)
¿Tienes fuego?
(Ríe imitando a ADA burlonamente.)
ADA.- (Forcejeando con PEPITA.) ¡Que me la devuelvas te he dicho!
PEPITA.- (Trata de protegerla con su cuerpo.) La encontré yo. ¡Es mía!
ADA.- (Un tanto violenta.) ¡¡¡Que me la des te digo!!!! Y deja ya de hacer la idiota. No
tiene ninguna gracia.
PEPITA.- (Ofreciéndole con sorna.) ¿Un pitillo?
(ADA pierde los nervios y con el envés de la mano la abofetea arrancándole de los labios
el cigarrillo. PEPITA se queda inmóvil, mirando fijamente a ADA sin decir nada, como si
tuviera costumbre de ser golpeada. Transcurren unos segundos tensos, poblados de silen-
cios, hasta que ADA con un ambiguo gesto trata de acercarse a PEPITA quien la rechaza
lanzándole la pitillera y ocultando su rostro entre las manos, como si la sostuviera con
vergüenza. Sin un llanto, sin una lágrima en los ojos, abandona la escena por el lateral
izquierdo. ADA queda sola en escena. Mira la pitillera, la hace girar entre sus manos.
Saca un cigarrillo y lo enciende. Da una profunda calada lanzando el humo con rabia.)
ADA.- (Con una sonrisa congelada en los labios.)
¿Que si conozco a Ricardo?
¿De qué Ricardo me habla?
¿Del que imita a Gardel con la intención de poder robarle el talento además del porte?
¿Del caprichoso niño grande que juega a arruinarse apostando, una y otra vez, al caballo
perdedor?
¿Tal vez se refiera al candidato a Diputado?
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¿O de ese otro que es capaz de hacerle trampas a la muerte apostando 50.000 pesos por un
accidente familiar con gratas consecuencias para su persona?
¿A cuál de todos esos Ricardos quiere encontrar, señora?
¿Cuál de todos ellos ha robado el alma de estas mujeres, tan diferentes entre si y la suya
propia, hasta el punto de encerrarse en sus recuerdos para no ver?
(Pausa breve. Mira a su alrededor como si buscara a alguien o estuviera acompañada.
De pronto comienza a actuar como si fuera una diva del escenario y la rodearan sus ayu-
dantes. Quizás recuerda la sensación de otras épocas.)
Tengo la boca seca. ¿Podría alguien traerme una copa de champagne?
(Otra breve pausa.)
Mejor pregúntele a cualquiera de ellas si pretende que le digan lo que quiere oír.
Todavía no se cansaron de ser cuerpos de tránsito.
Consulte a Selva y se quitará un peso de encima. Aunque no lo quiera reconocer, anda
deslumbrada con la imagen del triunfador.
O a Pepita que imita al imitador con su porte tanguero.
Interrogue a Azucena que compartió con él algo más que una cama revuelta. Tal vez ella
pueda darle razones de esa hija a la que hace quince años que no ve.
(Pausa breve.)
Ricardo.
¿Quién, alrededor de la costa del Plata, no tuvo tratos con “alguno” de esos Ricardos? Lo
difícil es verlos a todos a la vez, o mejor aún, ver que sólo es uno.
(Arroja el cigarrillo al suelo y lo aplasta con el pie, casi con rabia. Al rato saca de entre
su ropa interior un puñado de fotos en blanco y negro. Las mira con detenimiento. En su
rostro algo ha cambiado.)
(Esta frase encierra un tono tierno y de reproche a la vez.)
Todos somos víctimas del deseo del otro. ¿No es cierto, mamá?!!
(Comienza a sonar de fondo, muy bajo al principio, el tango “La última grela” de Astor
Piazzolla y Horacio Ferrer. ADA canta alguna de las estrofas.)
“Del fondo de las cosas y envuelta en una estola
de frío, con el gesto de quien se ha muerto mucho...”
¿Por qué te fuiste mamá?!! ¿Por qué te atreviste a dejarme sola sin enseñarme nada? Na-
da. “Aprende a cantar y a bailar y ya verás como tu mami te convierte en una estrella.
¡¡¡Serás una estrella!!!! ¡¡¡La joyita Argentina!!!! Con esa voz de ángel, el mundo entero
se rendirá a tus pies apenas te oiga cantar, apenas vean mover ese hermoso cuerpecito.
Mamá te enseñará, ya verás…” Pero no lo hiciste mami. No me enseñaste. Me abandonas-
te cuando ya era demasiado grande para aprender algo más y demasiado chica para saber
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vivir sin la fantasía que me habías creado. “Una estrella. Ada es mi estrella. Su voz brilla,
su rostro brilla, su cuerpo se mueve como los ángeles...” ¡¡¡¡Sí, soy una estrella!!! ¡¡¡Una
estrella!!!!!
(Pausa. Risas. Pausa. Consternación.)
Una estrella estrellada.
¿Por qué nunca me preguntaste mamá? Yo solo quería ser una niña normal. Tener una
infancia como las otras, ir a la escuela, aprender a cocinar, a coser, a bordar y de mayor,
decidir, si quería ser ama de casa o dependienta en la cooperativa del pueblo. Conocer a
un hombre. ¡Conocer el amor! Dejar el trabajo, casarme. Tener hijas y enseñarles a ser
niñas normales, con infancias normales. Enseñarles a cocinar, a coser, a bordar y de ma-
yores, que puedan decidir, si quieren ser amas de casa o dependientas en la cooperativa
del pueblo, hasta que se hicieran con un hombre, un trabajador, un hombre que les asegu-
rara un futuro mejor, sin necesidades. Un hombre conveniente. Entonces puedan dejar de
trabajar y se casen y tengan hijas… Pero no. Tu te empeñaste en que yo debía tener una
vida mejor, llena de posibilidades y de placeres. Y aquí estoy. Un día me dejaste… y no
sabía ni cocinar, ni coser, ni bordar, ni ser ama de casa, ni dependienta. Ya había conocido
a muchos hombres… y me había enamorado una vez, pero del hombre de otra. Que ade-
más no era trabajador sino músico y con una mujer dispuesta a todo, a todo, con tal de que
me fuera lejos, incluso a matarme. Y no supe qué hacer para quedarme, así que me fui…
Una vez más hice lo único que sabía, lo que me decían que hiciera… Pero, ¿a dónde ir?…
¡A dónde voy mamá!!!??? ¿A dónde???... ¿Qué hago para vivir, mamá??!
(Pausa larga.)
“...y atrás de los portales sin sueño, las madamas
de trágicas melenas dirán su extremaunción.”
(Cambia de interlocutor. Besando las fotos o accionando con ellas.)
Fue como un sueño, estar en tus brazos. Cantar contigo… Cada noche era una sensación
de felicidad a la que no estaba acostumbrada.
A veces, pienso en ti, algunos días, más de lo necesario.
Abrázame… Echo de menos tus manos rozando mi espalda. Pon tu mano en mi cuello y
vuelve a recorrerme. Seguro que esta vez lo notas. Seguro que esta vez sientes el escalo-
frío en mi piel. Cada noche, sentada en tus rodillas, casi jugando a ser tu niña, me acari-
ciabas la espalda y yo me desarmaba, me derretía como el chocolate en el fuego. ¿Lo no-
tabas?... Claro que lo notabas… (Como si lo tuviera delante de él.) Cada vez que me qui-
tas las bragas y me dejas desnuda durante horas, cantando para ti, bailando alrededor de la
cama, como si te diera más placer verme que tocarme… Cuando besas mis ojos y lames
mi cara… ¿lo notas? Contesta, lo notas, ¿verdad?…
¡¡No te vayas, no me dejes!! No quiero separarme de ti nuevamente.
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ESCENA CUARTA
(Sin solución de continuidad y con ADA todavía conversando con sus fantasmas aparece
LA MUJER por el lateral derecho, que se ilumina paulatinamente con una luz irreal,
marcando una diferencia tanto temporal como espacial entre las dos mujeres en escena.
LA MUJER aparece de rodillas. De su mano derecha cuelgan las cuentas de un rosario.
A juzgar por la expresión de su rostro se haya como en éxtasis: mirada perdida, labios
contraídos, manos crispadas. Mezclando desordenadamente frases de un rezo con su his-
toria personal.)
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Ricardo.
Pronto estaré contigo.
(Retadora.)
¡Es que no me habéis oído!
¡Que abráis esta puerta ahora mismo si no queréis que la derribe a patadas!
¡No necesito más confesores!
¡Ni médicos ni psiquiatras!
Vosotros sois los que me ponéis enferma.
Vosotros y este encierro injusto.
(Pausa breve. Camina dos pasos arrodillada. Con un grito de desesperación.)
¡Ricardo!!!
¡Ricardo!!!
¡Malditas brujas!
¿Acaso se os secó el corazón de no usarlo?
Y aún os atrevéis a decir que todo lo hacéis por amor.
¿Por amor a quién?
¡Hipócritas!
¿Tan poco vale el mío que le prestáis oídos sordos?
Dios os castigará por ello.
¡Dejadme salir!
(LA MUJER cae de bruces. Por un instante coinciden los dos espacios físicos, el de LA
MUJER y el de ADA en sus mundos simultáneos, en medio de un silencio. Luego, el oscu-
ro.)
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ESCENA QUINTA
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LA FLAUTA DE BARTOLO
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ESCENA SEXTA
(Se queda pensativa, en medio de la burlas de las demás hacia ella, con respecto a su
masculinidad aludida en la canción anterior. Comienza una introspección post borrache-
ra)
Los clientes de estos garitos son iguales que los niños… Sólo quieren mirar y tocar…
(Silencio.)
Es asqueroso… Como la humedad de las mantas a la noche, cuando se entremezcla la piel
y ya no reconoces la propia de la de los demás. Los niños en mi casa olían mal. Ellos nos
decían que éramos nosotras, mi madre y yo. Que las mujeres siempre tenemos olores im-
púdicos y desagradables, como perras en celo… Pero no es cierto. Son ellos. Yo les reco-
nocía cada noche por el olor. No abría los ojos, pero sabía quienes eran. Ellos no se daban
cuenta de que estaba despierta… A veces lo extraño… un ratito... y luego me olvido de
todo. No me gustan los niños. Siempre huelen. ¿No Susi?
(En este instante AZUCENA se da por aludida, se gira, la mira y escucha.)
Huelen cuando se hacen caca, cuando sudan, cuando duermen, cuando mueren… Huelen
a humedad, a sucio… No lo quiero Susi…
(Poco a poco, AZUCENA vuelve a distraerse.)
Mi mamá siempre decía que los hombres pasaban y las mujeres se quedaban… que los
hijos dolían mucho más que los golpes a los que uno se acostumbra... No sé a qué se refe-
ría… Es verdad que me acostumbré a ellos, pero no dejan de dolerme. Odio ese dolor. Las
mujeres sólo sirven para eso, para parir y recibir golpes de esos hombres a los que no pue-
den abandonar. (Pausa breve.) Esperar. Esperar a que el hombre vuelva. Esperar a cada
hombre, a todos los hombres. Necesitamos sus “asquerosos olores”, sus golpes, sus deseos
desesperados de manosearnos, de dejarnos su sudor en todo el cuerpo. Esperar. No dejar
de esperar…Casi como si fuera el propio aliento. Es imposible vivir sin tenerlos cerca…
(Gran silencio.)
Y ellos vuelven. Siempre vuelven. Todos vuelven al hogar. Tarde o temprano aparecen
como si nada hubiera sucedido… Todos… menos papá…
(Entrando en trance comienza a cantar una canción infantil, balanceándose casi como
un autista, mientras se toca los senos de una manera un tanto particular. La vemos sin
vendas, después de habérselas quitado en la escena con SELVA, quizás con la camisa
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entreabierta. Ella se toquetea, como si él o los que la manosearan fueran otros; con vio-
lencia y disimulo. Se supone que vemos a aquellos niños o adolescentes con los que se
crío, varios hermanos varones de otros padres, con los que vivía y dormía. Esta situación
la perturbaba, aunque le atraía mucho. A partir de aquellos recuerdos fue desarrollando
sentimientos fraternales y pasionales para con ellos con los que se divertía jugando. Aso-
ciaba la feminidad a la debilidad y al dolor, siendo víctima ella y su madre del poder de
los hombres.)
PEPITA.- Mi papito me hizo un arbolito, muy bonito, para navidad. Tiene luces de mu-
chos colores y un regalo para mi mamá. Y me contó que en una estrella nueva, el niño
Jesús renacerá…
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ESCENA SEPTIMA
(LA MUJER está dormida como quedó en la escena 2 y como si fuera su sueño, vemos
que recorre una casita donde jugaba de pequeña. Se oye música. Las mujeres del cabaret
se han quedado inmóviles, tal muñecas de la memoria.)
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(AZUCENA, como viene siendo habitual a lo largo de la escena, la mira sin contestar.
Entra, por el lateral derecho, SELVA con un revólver en su mano. Hasta que se indique
permanecerá expectante e inmóvil, como si no participara de la acción o estuviera inte-
grada en otro espacio paralelo.)
LA MUJER.- (Se levanta como si le pesara el cuerpo, como si dentro de ella portara una
culpa atávica y se acerca a la mesa de al lado.)
El miedo a pensar que todas esas cosas horribles que cuentan sucedieron de verdad.
(AZUCENA coge la copa.)
LA MUJER.- (Después de una breve pausa.) ¿Fue aquí?
(AZUCENA deja la copa sobre la mesa.)
LA MUJER.- (Asiéndola del brazo.) ¡Fue aquí?
(AZUCENA retira la mano de LA MUJER.)
LA MUJER.- (Aumentando la presión verbal.) ¡Responde de una vez!
(AZUCENA llena la copa.)
LA MUJER.- (Golpeando, con el dorso de la mano, la copa que cae al suelo derraman-
do todo su contenido. Con un desgarrador grito se deja caer, sin fuerza, sobre la silla.)
¡¡¡Fue en esta mesa donde lo mataron???
(Oculta su rostro entre los brazos.)
SELVA.- (Apuntando con el arma a LA MUJER.) Fue ahí. ¡¡¡Sí!!! En esa misma mesa.
(Pausa breve. LA MUJER alza la cabeza y observa curiosa y sorprendida a SELVA.
AZUCENA coge otra de las copas.)
Si no deja de joder, le pego un tiro a usted también. ¿No es a eso a lo que vino, señora?
Quizás así se deje de molestarnos con sus preguntas!!
(AZUCENA llena la copa con los últimos restos de la botella y se la ofrece a SELVA.)
SELVA.- ¿Cuándo aprenderá?... Ricardo no era suyo ni de nadie.
(Pausa breve.)
Los hombres no nos pertenecen. En todo caso, un poquito a cada una...
(Baja el arma y bebe de un trago la ginebra. La escena queda congelada durante unos
segundos. Luego un súbito apagón.)
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ESCENA OCTAVA
(Cuando vuelve la luz vemos a AZUCENA sentada en una de las mesas del cabaret como
si estuviera acompañada por algún cliente de confianza con el que a ratos charla sin que
el público la oiga, y en otros momentos, permanece en silencio. ADA también está en un
rincón u en otra mesa del mismo lateral que la anterior, en arrumacos con otro supuesto
cliente. Beben, hacen algún pequeño gesto de cariño o dan cuenta de recibir alguna sutil
caricia. No se percatarán de lo que pasa en las escenas que se van sucediendo salvo
cuando se indique. SELVA con el revolver en la mano habla dirigiéndose al público co-
mo si estuviera en medio de una multitud de seguidores. Es casi un delirio o una fantasía;
luego cambia y se humaniza. Unas veces utiliza el arma como una extensión de su mano,
otras, como una copa para brindar.)
SELVA.- Gracias, muchas gracias por sus calurosos aplausos. Todo está exactamente
igual que la primera vez que visité este hermoso escenario… el terciopelo rojo de las bu-
tacas y esos damascos en los telones… (Sigue observando a su alrededor, buscando deta-
lles.)
Los acomodadores con sus botonaduras de oro, las telas tutancamonescas en las cortinas
(A una espectadora. Con ironía.)
… casualmente, idénticas al vestido de alguna señora del público… y ese caballero… sí,
sí, usted…
(Mismo juego con otro espectador.)
¡Veo que está acompañado esta noche!
(Hablándole a su supuesta esposa.)
Querida, no pasó nada, solo un par de ramos de flores y una intención nunca consuma-
da….
(Ríe burlona. Pausa breve.)
Voy a hablarles de mí, aunque no me resulta fácil. Soy una estrella. La bailarina de tangos
más seductora de América. La musa de políticos y cineastas. La única mujer en el mundo,
capaz de seducir a 100 hombres a la vez, con una frase arrabalera, con esa voz grave que
simula un susurro. Fue esa voz de arena la que me llevó de las ferias de barrio a triunfar
en la gran pantalla y a viajar por todos los países del mundo, incluso el del otro lado de
todos los mundos, Australia… Cuando Fritz dejaba su monóculo en la mesilla y me hacía
ensayar la escena del puente sobre la cama, para después, sonriendo, decirme que era úni-
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ca, que era un ser salvaje… Selva, me llamó… Selva Placeres… La brisa del mar atrave-
saba mis piernas y esa brisa se convirtió en viento, para pasar a ser un aire que de pura
felicidad, me tragué de golpe y me hizo daño. La playa se deshizo consumida por el océa-
no…
(Mira durante unos segundos el revólver.)
Jamás pude imaginar que un disparo hiciera tanto ruido. Cuando llegó la policía, me so-
metieron a mil preguntas. No pude contestar ninguna. Sólo veía sus pies tendidos sobre el
suelo, su sombrero blanco, su pañuelo de seda ceñido al cuello y ese porte tan particular
que nunca perdió. ¡¡¡Gracias Carlitos por haberle inventado!!!… Desde aquí arriba se le
veía encuadrado en una escena propia de un tango para recordar. Ricardito para los ami-
gos… Esa imagen estuvo golpeando mis sienes durante años…
(Pausa.)
Los hombres son tan cobardes…
(Se sienta en el borde del escenario. En un tono mucho más intimista. Dirigiéndose a uno
o varios espectadores.)
¿Quiere que le hable de mí?… ¿Quiere?... Por favor… ¿Quiere?
Es que estoy tan sola…
…En otro tiempo, hubo una mujer, tal vez fuera mi madre... Apenas recuerdo el olor de
su cuello; un olor a entre casa que en ocasiones busco con desesperación.
…También llevo en mi memoria un sueño… yo traía a los hombres a una gran casona
donde les daba de comer y cuando me descuidaba, desaparecían o mejor dicho aparecían
convertidos en coronas fúnebres…
…Desde niña, siempre me gustaron los hombres, los padres de los niños. Me divertía pro-
vocarlos. Los de mi edad me daban asco...
…No logro encontrar ningún momento de mi vida en que no hubiera hombres… A veces,
olvido lo que hice con ellos, hasta dónde llegaron las cosas. Sólo pasa con algunos. Hago
esfuerzos y no sé lo que sucedió…
(Pausa.)
Se han llevado tanto de mi pulso, tanto de mi tiempo apurado…
Empecino mi cintura a cualquier tacto, me escapo de los rincones en los que me puedo
enamorar.
Sólo me quedan restos, restos de ganas y de gestos.
Estoy sudada, sudada de tu sangre, sudada.
Gastaron mis motivos como si fuera yo de su saliva, de su tacto, de su piel.
Sólo me quedan trozos, trozos de mi cuerpo ocupados, ya ni sé por quién…
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HUELLAS EN LA PIEL
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HUELLAS EN LA PIEL
(De repente, se da cuenta de que está exponiendo su femineidad y busca ocultarse, aver-
gonzada. AZUCENA deja la mesa y con mucha lentitud va a recoger a PEPITA. La viste y
la lleva con ella a la mesa, la sienta en sus rodillas mientras le acaricia el pelo o la cara
y la acuna moviendo levemente las rodillas. PEPITA no acciona, ni vuelve a hablar, solo
se deja proteger.)
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HUELLAS EN LA PIEL
ESCENA NOVENA
(En la zona del público del Chantecler, AZUCENA con PEPITA y ADA.)
AZUCENA.- (Al cliente imaginario.) Las putas somos muy leales porque sabemos que no
nos darán nada más. No necesitamos esperanza. Ni tenemos ilusión. Casi vivimos con
nuestra soledad enredada entre los pies. La arrastramos en nuestro paso y no dejamos de
amar a cada hombre que nos mima, nos mira o nos acaricia, al menos un instante. No sé si
las demás lo harán, pero mis chicas y yo, sabemos amarles y por eso vuelven…
(Bebe.)
… Aunque solo sea a ratos.
(Pausa breve.)
Vuelven a llevarse algo más de nuestras, cada vez, a dejarnos un poquito más vacías.
Sin saber por qué, no se lo impedimos.
(ADA escucha lo que dice y le interroga un tanto intrigada, quizás debido a que su actitud
con PEPITA, le genera celos. Intenta ser irónica, refiriéndose a su comportamiento ma-
ternal.)
ADA.- Los hombres vienen y se van, eso es cierto. Pero, ¿por qué abandonar a una hija
por ello y después querer ser madre de todas?…
AZUCENA.- Una hija no es más que un trozo de nuestro cuerpo, una marca, sólo eso.
Pero nunca es nuestra. Es de los otros. Es un poco de cada hombre que nos ha tocado.
(ADA se acerca lentamente hacia la mesa.)
Y la perdemos o entregamos a cualquiera de ellos, porque no sabemos poseer. Nos encan-
taría tener algo propio, un hombre, un hijo, una casa…
(AZUCENA repara de nuevo en ADA. Tal vez con una leve sonrisa preñada de tristeza en
sus labios.)
…cosas…
(Volviendo a su copa.)
… pero no sabemos hacerlos nuestros, sólo hemos aprendido a robarlos por un rato, a
creernos que nos ven, cuando sólo nos miran; a soñar que nos quieren y a recordarles
cuando están con otras. A confundirnos, a desearles, a celarlos y a perderlos.
(Bebe.)
A vaciarnos cada vez un poco más.
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HUELLAS EN LA PIEL
ESCENA DÉCIMA
(Antes de que se ilumine de nuevo el escenario del Chantecler, dos cenitales destacan
durante unos segundos el arma y las vendas olvidadas en el suelo. Entra LA MUJER,
coge una de las vendas y se cubre con ella los ojos. Acto seguido, con el arma en la mano
apunta hacia la silla donde SELVA le indicó que dispararon a su marido. En ese momento
aparece SELVA, aunque se la ve cambiada, durante esta escena, actúa como si fuera Ri-
cardo en el cuerpo de Selva. No se sabe exactamente si la escena es una ensoñación de
LA MUJER o si SELVA se pone en lugar del hombre que aman las dos para poder comu-
nicarse. Al pasar cerca de LA MUJER le roza la cara o le hace un gesto de cariño reco-
nocible y cotidiano, quizás hasta mecánico entre dos esposos y se sienta en la silla, de
espaldas a LA MUJER. Toma una copa de ginebra.)
LA MUJER.- (Se acerca a la silla. Por la espalda de SELVA.) ¿Quién te mató?
SELVA.- Un hombre con un arma y una venda en los ojos.
LA MUJER.- ¿Por qué?
SELVA.- Por lo mismo que murió tu padre. ¿No lo recuerdas? Porque alguien le pagó
para que lo hiciera.
(LA MUJER le huele el cuello, tratando de reconocerle sin verlo. En parte descubrimos
signos de pasión.)
(Largo silencio.)
LA MUJER.- Siempre te amé.
(Gran silencio.)
No te abandoné, me obligaron a estar lejos de ti. Me encerraron.
SELVA.- Han pasado más de veinte años… ¿Por qué te escapaste ahora?
LA MUJER.- El tiempo pasó sin que me diera cuenta, pensando que hacía todo lo que
podía y un día me fui…
(Siempre desde la espalda, le recorre la cara con las manos.)
Las calles han cambiado, ¿no?
(Largo silencio.)
¿Duele?
SELVA.- ¿Qué cosa?
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HUELLAS EN LA PIEL
LA MUJER.- Morir…
SELVA.- Por un instante el tiempo se detiene y los paisajes parecen todos iguales, como
si no se pudiera definir lo bello y lo siniestro. Me pasé la vida haciendo cosas que sabía
que hacían daño, pero que no podía evitar. Cargando culpas, tantas culpas… En realidad,
no soy un mal tipo y sólo lo supieron ver las mujeres que me amaron…
LA MUJER.- Me gustaría encontrarlas, para mirarles a la cara y verme…
SELVA.- Estas tan cerca…
(SELVA cambia de cuerpo y deja de ocupar el lugar de Ricardo, se acerca a LA MUJER
con calidez y le quita lentamente las vendas de los ojos. AZUCENA apura la copa. Suena
un tango. LA MUJER, una vez liberada de la venda tiene una expresión como de quien
descubriera el mundo por primera vez. Al mismo tiempo, deja caer el arma al suelo. ADA
saca sus otos y comienza a mirarlas, SELVA la abraza como si fuera su madre y luego
comienza a estrujarla hasta que se libera y repite acciones cotidianas, de una manera
mecánica. PEPITA pinta los labios a SELVA, luego SELVA le pinta los dedos con el
pintalabios. Acto seguido se arrodilla en el centro del espacio escénico, de espaldas, des-
nuda su torso y se expone al público. PEPITA comienza a manosear su espalda dejando
huellas con sus dedos pintados. En esta acción trabaja su memoria de la niñez. SELVA
reacciona a cada impulso. PEPITA se detiene y mira sus manos, las huellas que dejó en
la espalda de SELVA. Cesa el tango.)
AZUCENA.- (Vuelve al final del monólogo anterior, como si nada hubiera sucedido des-
de ese momento.)
¿Qué tuve con Ricardo?
Calles, risas, tangos, un Montevideo oscuro y galante que nos unía. No logro recordar
nada más. Y además…
¿¿¡¡A quién le importa las memorias de una puta!!??...
(SELVA sigue exponiéndose como una imagen religiosa. Se oye el tic-tac de un reloj y las
acciones de todas continúan al mismo nivel. De súbito se detiene el reloj y todas al uníso-
no. SELVA gira su cabeza y mira al público. APAGÓN.)
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