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“Huellas en

la Piel”
…Somos la mueca de lo que soñamos ser…
Enrique Santos Discépolo

Autores: Yanina Marini y Antonio Cremades Cáscales

* PREMIO DE AUTORIA TEATRAL


“EDUARD ESCALANTE CIUDAD DE VALENCIA 2005”
* PUBLICADO POR “ÑAQUE”, 2007
HUELLAS EN LA PIEL

PERSONAJES
MUJER
PEPITA
ADA
SELVA PLACERES
AZUCENA – SUSI

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HUELLAS EN LA PIEL

ESPACIO ESCÉNICO

Salón decorado con varios espejos, que según la ubicación del público, les permitirá ver
diferentes perfiles de los personajes. Hay un par de mesas y sillas. Todo parece abando-
nado desde hace bastante tiempo y presenta un aspecto deplorable, triste y decadente,
aunque algo, no sabríamos definir muy bien qué, todavía nos hace contener la respira-
ción. Es de madrugada. Todo está en silencio. Nada sucede, sólo se oye, desde lejos, un
murmullo o quizás, un tango, que no se sabe muy bien, si lo cantan o se escucha en una
gramola. Un tiempo después se hace de nuevo el oscuro. Durante toda la obra, se transi-
tan a su vez por dos espacios temporales. Uno de ellos sucede durante los años 20’, en
Rosario, Argentina, en algún cabaret de poco monta, pero con todo el glamour y esteti-
cismo recargado de la época, en pleno funcionamiento dentro del submundo de dicha
ciudad. El otro espacio se desarrolla más de una década después, en el mismo lugar,
pero ya es sólo la ruina que queda de él. Se juega, con la incertidumbre constante de si
lo que sucede en ésta época, es real o es una fantasía de LA MUJER, que va en la bús-
queda de una historia que perdió hace años y necesita recuperar. El perfume de la esce-
na, cambia. Todo tiempo pasado fue mejor. Aquellas escenas que pueden estar surgiendo
de las fantasías de LA MUJER, tiene un aire nostálgico, triste y solitario.

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HUELLAS EN LA PIEL

ESCENA PRIMERA

(Desde la oscuridad, se escuchan risas apagadas de mujeres, que van in crescendo. Al


irse iluminando, poco a poco, el centro de la escena, con una tenue y cálida luz de color
ámbar, se distinguen cuatro mujeres, tres de ellas, más jóvenes y la cuarta de edad madu-
ra. Todas están en ropa interior de la época, algunas más provocativas que otras, vistien-
do diferentes tipos de calzones con volados o gomas, enaguas, portaligas y medias, bata
de cierta transparencia, grandes corpiños, un poco rígidos, etc. La escena estará habita-
da por una gran carga de ironía y juego, entre sus protagonistas, que les permite transi-
tar situaciones trágicas de una manera pintoresca, único modo de sentirse vivas. AZU-
CENA, La MADAMA, está maquillando a PEPITA, que no deja de moverse, todo el tiem-
po, como respuesta a las continuas provocaciones de las que es objeto por parte de SEL-
VA PLACERES. Ambas se hayan inmersas en un juego casi de colegialas donde abundan
las risas, las miradas cómplices y un continuo contacto físico que se traduce, unas veces,
en caricias y otras muchas, en bruscos empujones y pellizcos. Por como se comportan,
deducimos que es un trato habitual entre ellas, casi un rito. ADA, desde uno de los latera-
les, intenta encontrar diferentes encuadres para tomar fotografías de dicha escena, como
parte del juego. La vemos girar en la búsqueda de un ángulo preciso, de una toma impo-
sible.)

AZUCENA.- (Tratando inútilmente de perfilarle la raya de los ojo a PEPITA.) ¡Quieres


quedarte quieta un segundo! Acabaré sacándote un ojo. Luego te quejarás.
PEPITA.- (Con ironía) Bueno...Parece que Susi está muda hoy. ¿No?
SELVA.- ¿Es que no pensás contarnos?...
PEPITA.- Estamos ansiosas...
SELVA.- No seas mala, compartilo con nosotras, que para eso son los hombres…. Dale,
Susi, danos detalles… ¿Cómo lo hace? No, no, no, mejor decinos, que te pedía que le
hicieras, que siempre es más entretenido…
(Risas)
PEPITA.-Si, eso. ¿Qué te pedía? Seguro que cosas raras, es que estos ingleses… ¡¡¡Ven-
ga ya!!! ¡¡Dinos algo!!
(AZUCENA no se da por aludida.)
SELVA.- ¡Ay! ¡¡¡Cómo le gusta hacerse rogar!!!

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HUELLAS EN LA PIEL

PEPITA.- Tú insiste que a ésta se lo sacamos todo, seguro…


SELVA.- ¿Y esos pechos? Seguro que los tenes vendados, como siempre. ¡Qué manía
nena, con no querer mostrar nada! Vení para acá…
(Le saca las vendas y le coloca la ropa interior para el espectáculo, mientras se distrae al
ver los pendientes de Azucena.)
Que bonitos son los pendientes que lleva hoy, “Madame Azucena”… ¿De dónde los habrá
sacado?...
PEPITA.- Se los regaló él, seguro. ¿Te gustan?
SELVA.- ¿Son de oro?
PEPITA.- Oro y rubí. ¡Qué pensabas!
(SELVA trata de comprobar la autenticidad de la joya. AZUCENA la frena con tan solo
una mirada. ADA desde uno de los laterales toma fotografías.)
AZUCENA.- Selva… (Con actitud de poder y estirando la mano para que le devuelva la
joya)
SELVA.- Tenés que portarte muy bien ahora, a ver si no vuelve, o se te va con otra…
PEPITA.- ¡¡¡Pero cómo se te ocurre!! Una es una experta manejando hombres...
SELVA.- Maduritos, ricos y con falta de cariño, diríjanse al Paraíso y pregunten por Ma-
dame Azucena, o Susi, para los amigos…
(Pausa breve.)
PEPITA.- ¿No te fijaste?
SELVA.- ¿En qué?
PEPITA.- Esta vez no vino solo.
SELVA.- Cierto.
PEPITA.- Trajo un amigo.
SELVA.- Decí más bien un contrincante.
PEPITA.- ¿Contrincante?
(SELVA asiente con la cabeza Por AZUCENA.)
¿Ella era el premio?
SELVA.- No.
PEPITA.- Entonces...

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HUELLAS EN LA PIEL

SELVA.- La apuesta.
(ADA se acerca al grupo que forman las tres mujeres. Toma primeros planos con su cá-
mara. Tanto PEPITA como SELVA, crean poses ridículas cuando se sienten protagonis-
tas de la instantánea.)
ADA.- Señoras y señores, como ustedes ya saben, mi nombre es ADA. En este maravillo-
so, pequeño gran mundo del espectacular cabaret rosarino y en una noche mágica del
Chantecler, cuna y símbolo de belleza, glamour y éxitos, tengo el honor de presentar a una
de las artistas más cotizadas y bellas; en la ciudad, donde entre tangos y champagne, un
hombre puede perder algo más que la cabeza.
(Tomando un plano de SELVA.)
Ya sin más...
(No recuerda el nombre y se lo pregunta, casi en señas.)
¿Tu nombre?
PEPITA.- ¿Cuál de ellos?
SELVA.- ¡Callate arpía!, no ves que están hablando conmigo.
(Aquí tienen dos puntos de diálogo, uno entre ellas, íntimo y en aparente pelea cómplice y
otro hacia el supuesto público que inventan. Este último, debe de estar recargado de gla-
mour y extravagancia, es demasiado exagerado, lo percibimos y llega a ser casi cómico.)
¡¡Selva Placeres!!
ADA.- Sugerente... Luego lo comprobaremos personalmente…
PEPITA.- (A ADA.) Muy apropiado para la ocasión. (A SELVA.) Pero tan falso como
cualquier promesa tuya.
SELVA.- ¡¡Si no cerrás el pico ahora mismo te doy un squiaffo!!
ADA.- Cada noche se reúne aquí la elite de la elite de la sociedad.
PEPITA.- (Por lo bajo.) Lo dice por el inglés.
SELVA.- Y no es casual. Saben lo que buscan. Y dónde lo van a encontrar.
ADA.- Por este escenario han pasado los mejores intérpretes nacionales y del mundo.
SELVA.- El tango nació en Buenos Aires y se trasladó al Chantecler.
PEPITA.- (Mirando a AZUCENA que ahora le alisa el pelo.)
Y… quien nace en el fango, muere en el fango….
ADA.- Pero toda historia tiene su lado oscuro. Tranquilos no nos marcharemos sin averi-

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HUELLAS EN LA PIEL

guarlo. ¡¡Les aseguramos que además de música, mujeres hermosas, éxitos y diversión,
también tendrán secretos!! Oscuros secretos…
PEPITA.- (A SELVA.) Te pillaron. No estás en forma, querida. Ya no engañas a nadie.
SELVA.- (Propinándole un severo empujón a PEPITA. Con ese tono jocoso que va sien-
do habitual entre ellas.)
¡¡Ah, no!! ¡¡Yo no he venido a eso!!! A mi los secretos me los dejan bien guardaditos que
bastante tengo con esconderlos. Para eso son los secretos. ¿No? Mirá si ahora voy a tener
que ventilar los trapos sucios. ¡Nada, nada! Mejor que cuente los suyos, que todos sabe-
mos que son muchos… Y que no me tiren de la lengua que…
ADA.- Y ya que hablamos de secretos, no hay que olvidar los rumores que circulan de
que este cabaret, últimamente, esta siendo visitado por gangsters y mafiosos…
SELVA.- Usted misma lo acaba de decir. Rumores. Habladurías. A la gente le encanta
hablar… La puerta está abierta para todo el que traiga dinero y quiera divertirse.
(Pausa breve.)
Al final, somos eso. ¿No? Diversión… Ningún hombre que trate a una puta como a una
dama y sepa alagar su belleza, acariciar su piel y cargarla de bellos regalos, puede ser to-
mado por gangster, al menos, para mí, es un total caballero. ¡¡Vamos!! ¿Qué esperan que
hagamos?: ¿Preguntarles de donde sacan la guita?! ¡¡¡Qué nos importa!!! De esas cosas
que se preocupe la pasma, que si es por eso, también dicen que nosotras somos indignas,
¿y qué? ...¿Tú te consideras indigna?
(Ríen y empieza a juguetear con PEPITA.)
Mi niña indigna…
(Bebe de una botella y le ofrece a PEPITA.)
Desde pequeña, dicen que soy indigna… ¿Y qué?! Gangsters, ya les gustaría a ellos…
PEPITA.- Si lo dice “Selva Placeres”, que de eso sabe un rato.
(A AZUCENA, que trata de desenredarle el pelo.)
Lleva más cuidado, Susi. Vas a dejarme calva.
AZUCENA.- Te avisé. No hiciste caso. No te quejes ahora.
PEPITA.- (Tirando de la enagua de SELVA.) Date prisa Susi, que acaban de llegar los
muchachos de La Galiffi.
SELVA.- (A ADA.) Aquí no tenemos nada que ocultar.
PEPITA.- Por eso andamos medio desnudas.

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HUELLAS EN LA PIEL

(Risas generalizadas. ADA se retira a su rincón sin dejar de buscar diferentes ángulos
para la fotografía. SELVA regresa al juego con PEPITA, esta vez descubrimos en sus
gestos un velado punto de deseo que antes no había. AZUCENA escucha y no se da por
aludida.)
SELVA.- (Por AZUCENA.) Sigue sin soltar prenda.
PEPITA.- Cantará.
SELVA.- No afloja la lengua de ninguna manera.
PEPITA.- Y eso que lo está deseando.
SELVA.- Tendrá miedo de que si nos cuenta, le hagamos la competencia con el inglés.
PEPITA.- Debe ser eso.
SELVA.- No me lo puedo creer.
PEPITA.- Hombres así no abundan. (Por AZUCENA.) Son los años.
(AZUCENA le amaga una bofetada a propósito.)
En la cara no, que deja marca.
(Pausa breve.)
¿Por qué será que a mí nunca me regalan nada?
SELVA.- Te confundís. Hay una gran diferencia entre un regalo y un trofeo.
PEPITA.- ¿Trofeo?
SELVA.- Sí. Son como esos objetos que una acaba trayéndose, no sabe muy bien por qué,
cuando sale de viaje: toallitas de los hostales, ceniceros del restaurante…
PEPITA.- (Corrigiéndola.) Recuerdos.
ADA.- Vosotras decid lo que queráis, sólo yo sé, realmente, de donde salen mis objetos.
SELVA.- Con la verdad se va a todas partes.
PEPITA.- Pues para terminar aquí ya podríamos haber mentido, aunque sea sólo un po-
quito… a ver si cambiaba la suerte…
SELVA.- No querida. Para mí, esto es un paraíso. No imagino otro destino.
ADA.- Qué raro... En todo el día no os oí mencionar una sola palabra a cerca de vuestro
querido Ricardo.
SELVA.- (A PEPITA.) ¿Me parece o trata de desviar la conversación?
PEPITA.- Manías tuyas.

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HUELLAS EN LA PIEL

SELVA.- Serán.
ADA.- Linda mujer la que trajo. ¿Os fijasteis?
PEPITA.- Yo no.
ADA.- Es la primera vez que la veo por aquí.
PEPITA.- Debe ser extranjera, como nosotras y casi todos los de por aquí en estos tiem-
pos.
SELVA.- ¿A qué viene eso ahora?
ADA.- Llevaba un vestido precioso.
PEPITA.- A la última moda de París.
SELVA.- Contestá.
ADA.- Seguro que se lo habrá elegido él mismo. Tiene buen gusto. Eso hay que recono-
cerlo. Aunque en asunto de mujeres...
SELVA.- ¿A dónde querés ir a parar?
ADA.- Y clase.
PEPITA.- Que se lo digan si no a Gardel.
ADA.-No tienes más que observar como anda.
PEPITA.- Parece su vivo retrato.
ADA.- A los hombres se les cala por el paso. Hazme caso. No te fíes de los que los dan
cortos.
SELVA.- Dejate de tanto rodeo... Vos con tal de no hablar sobre vos misma, sos capaz de
meter cualquier cizaña.
ADA.- Yo sólo repito lo que se comenta entre las mesas.
SELVA.- ¿Y qué se comenta?
ADA.- Cosas.
SELVA.- ¿Qué cosas?
ADA.- Que es mucho el dinero que maneja. Que contrajo deudas por negocios ruinosos,
apuestas, una vida de lujos, derroches... Y...
SELVA.- ¿Y?
PEPITA.- ¿Y?
ADA.- ¿Y?... Con el fallecimiento del suegro se han resuelto todos los problemas. Sospe-

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HUELLAS EN LA PIEL

choso. ¿No?
SELVA.- ¡¡Ya llegaste donde querías!!
(Pausa breve.)
PEPITA.- Dicen que fue un accidente.
ADA.- Dicen.
SELVA.- ¡Fue un accidente!
ADA.- Tantas cosas dicen.
PEPITA.- Todas sabemos que él no sería capaz de algo así.
ADA.- Había mucha guita de por medio y ya se sabe que por dinero baila el mono.
PEPITA.- Aún así.
ADA.- Piensa lo que quieras.
SELVA.- ¡Es lo que estás haciendo vos!
PEPITA.- El asunto le viene grande. No se puede pasar de un día para otro de ser un em-
baucador a un asesino sin escrúpulos.
ADA.- Siempre tiene que haber una primera vez para todo.
PEPITA.- No. Fue un accidente.
ADA.- (Burlona.) Dicen que el tipo que conducía confundió el acelerador con el freno.
(Encogiéndose de hombros, como si la frase encerrase la evidencia de la solución.)
Eso fue al menos lo que declaró ante el Juez.
(Pausa breve. Enfocando con su cámara a AZUCENA que ha permanecido atenta a la
conversación.)
Estás muy callada.
AZUCENA.- Quita esa cámara de ahí.
ADA.- Si mi memoria no me falla estuviste con ellos en la mesa aquella noche.
AZUCENA.- ¿Quién te dio permiso para hacerme fotos?
ADA.- Obligatoriamente tuviste que oír algo.
SELVA.- ¿No tenés ya suficiente miel para las moscas?
ADA.- Se le informa a la testigo que esta Sala sólo busca el esclarecimiento de los hechos.
Y que encubrirlos es un delito.
PEPITA.- Fueron los diarios quienes lo movieron todo. Esos periodistas que inventan

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HUELLAS EN LA PIEL

noticias donde no las hay.


ADA.- Resulta curioso que se cerrase el asunto al poco tiempo sin tan siquiera haberse
tomado la molestia de investigar la responsabilidad de Ricardo.
AZUCENA.- Todo fue una broma del “Gordo”.
PEPITA.- A ése ni lo nombres.
SELVA.- Una broma de mal gusto que se le escapó de las manos.
PEPITA.- El muy cerdo me prometió una audición en su teatro.
AZUCENA.- Luego el destino se encargó de unir las piezas.
PEPITA.- Todavía sigo esperando que me llame.
AZUCENA.- Cada cual que saque sus conclusiones.
PEPITA.- Yo tengo otra versión.
ADA.- No nos interesa.
PEPITA.- Me da igual. Pensaba contarla de todos modos.
SELVA.- ¿Qué versión?!
PEPITA.- La que asegura que fue el propio suegro quien se plantó delante del coche para
implicar a su yerno en la maniobra.
SELVA.- Tonterías.
AZUCENA.- (A PEPITA.) Levántate.
ADA.- Cara le salió la jugada.
PEPITA.- Por lo visto no era la primera vez que lo amenazaban de muerte.
SELVA.- ¿Por qué no lo denunció?
AZUCENA.- Más rumores.
ADA.- Yo también escuché algo.
PEPITA.- Y dicen que recibió anónimos en los que se le exigía el pago de cierta cantidad
de dinero a cambio de su vida.
(Pausa breve.)
SELVA.- Déjense de inventar historias.
ADA.- Eso dicen.
(Pausa breve.)
AZUCENA.- (A PEPITA.) Date la vuelta.

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HUELLAS EN LA PIEL

(PEPITA obedece. AZUCENA le coloca la boa de plumas y los guantes.)


PEPITA.- (A SELVA. Volviendo a su habitual juego.) ¿Qué tal estoy?
SELVA.- ¡Horrible!
PEPITA.- ¡Un espejo! ¡Rápido! ¡Necesito un espejo!
ADA.- (Acercándose a PEPITA y enfocándola con la cámara.)
¡Señoras y señores! Esta noche El Chanteclear tiene el honor de presentarle a ustedes a la
incomparable, exuberante y maravillosa artista del tango, Pepita Amiral, que acaba de
regresar de su triunfal gira por Europa y que hoy deleitará los oídos más exigentes.
SELVA.- (Empujando a PEPITA y sacándola de encuadre.)
Yo soy la única artista de esta casa. Exijo que se me reconozca. El tango nació y no fue
tango hasta que se hizo carne en el cuerpo de la “Placeres”.
(Pausa breve. PEPITA devuelve el empujón a SELVA y entre risas acaban las dos abra-
zadas en medio de un baile físico y provocador. Suena a lo lejos, acompañándolas, un
bandoneón. En algún giro PEPITA tropieza y caen sobre la cámara de ADA que estaba
muy cerca, la coge y SELVA se la quita.)
AZUCENA.- (A PEPITA.) Para esto me he tirado yo toda la tarde arreglándote. (Recom-
poniendo las plumas.)
Todo lo que rompas te lo descontaré de las copas de esta noche.
SELVA.- (Cogiendo la cámara.) ¡No tiene carrete!!
ADA.- (En el suelo.) La cámara. (Trata de arrebatársela.) Trae aquí... ¡Que me la de-
vuelvas te digo!
SELVA.- ¡La hija de puta ha estado todo el tiempo fotografiándonos con la cámara sin
carrete!
ADA.- ¿Y qué quieres que encima de quedarme con la cámara, le pida que me compre el
carrete?
(Retornan las risas. Segundos después se oye el chirriar de una puerta al abrirse. Expre-
sión de alerta en las mujeres que rápidamente desaparecen de escena. La luz decrece en
el centro dejando paso a otra más blanca y fría en los laterales que ilumina las mesas
vacías del local.)

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HUELLAS EN LA PIEL

ESCENA SEGUNDA

MUJER.- (Observando a su alrededor, tratando de ver en la penumbra, con la impacien-


cia y concentración de quien busca algo. Se toma tiempo para reconocer el espacio, ima-
ginar situaciones que pudieran haber sido vividas allí en otro tiempo. Roza las mesas con
la punta de los dedos, abriendo caminos en el polvo que acumulan. Se detiene y llama con
voz temblorosa.)
Ricardo.
(Pausa breve.)
Ricardo.
(Desde un rincón situado en el lateral izquierdo aparece la cabeza de PEPITA.)
PEPITA.- (Imitándola.) Ricardo.
MUJER.- (Dirigiendo la mirada hacia donde proviene la voz. Después de una breve pau-
sa.)
¿Eres tú, Ricardo?
ADA.- (En el otro lateral. Mismo juego.) Sí, soy yo.
MUJER.- (Volviendo la cabeza. Confundida.) ¿Ricardo?
(Un tiempo.)
No juegues conmigo, por favor. ¿Dónde estás?
SELVA.- (Apareciendo por el centro.) Aquí.
(Intercambio de risas.)
MUJER.- (Descubriendo a SELVA, pero sin atreverse a acercarse a ella.)
¿Y tú?
SELVA.- ¿Te perdiste?
(PEPITA y ADA rodean ahora a LA MUJER sin dejar de mirarla descaradamente.)
MUJER.- (Un tanto sorprendida y asustada.) ¿Quiénes sois vosotras?
ADA.- ¿Lees el pensamiento? Eso mismo íbamos a preguntarte ahora.
SELVA.- (Irónica) Este no es el lugar más recomendable para una dama. ¿Nadie te lo
dijo?

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HUELLAS EN LA PIEL

MUJER.- Vine a...


ADA.- (Violenta.)¿A qué?!!
MUJER.- Busco...
PEPITA.- Ella busca… Todas buscamos querida. ¿Y?
MUJER.-... A mi marido.
PEPITA.- (Burlona. A ADA.) Busca a su marido.
SELVA.- ¡Busca a su marido!!!
ADA.- ¿Tú también lo perdiste?
SELVA.- (A ADA.) No mientas. ¿Qué sabrás tú de perder hombres?
ADA.- (Encarándose con SELVA.) ¡Y tú que sabrás de tenerlos!
SELVA.- La verdad, poco. Yo no los poseo, los disfruto…
ADA.- Disfrutar, qué vas a disfrutar, si nunca están contigo lo suficiente para recordar tu
nombre, te llaman “La Argentina”.
SELVA.- Por lo menos, algo destaca en mí. Lo que es en vos…
ADA.- ¿Qué pasa?! Deja de meterte conmigo. Demasiado tenemos con soportar la vida
que nos toca.
SELVA.- Y la que nos buscamos, que no somos víctimas del destino, algo haremos, digo
yo…
ADA.- Qué fácil es hablar cuando se trata de la vida de los demás…
PEPITA.- (A LA MUJER.) No les haga caso. En el fondo no podrían vivir la una sin la
otra. Son como un matrimonio. Necesitan tirarse los trastos a la cabeza para luego perdo-
narse. Me llamo Pepita, pero todas aquí me conocen como “El PIBE”. Soy artista, camare-
ra y lo que se tercie con tal de sobrevivir. Ésta (Por SELVA.) es Selva Placeres, LA AR-
GENTINA, enamorada del tango como todos los de aquí (Señalando a ADA.) Y ésta es
Ada, LA OTRA, sólo su madre sabe su verdadero pasado. Si le preguntas te dirá que es
bailarina pero en realidad sólo aporrea el suelo con sus tacones, casi sin la menor gracia y
se aprovecha de todo lo que cae a su paso. Más que suficiente en este garito para ganarse
el título.
(Pausa breve. Casi como si fuera algo en privado con las chicas.)
¡Ah! Y de cuando en cuando, consigue juguetito nuevo…
MUJER.- Yo estoy aquí para...
ADA.- (Adelantándose.) Buscar a tu marido. Eso ya lo dijiste.

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HUELLAS EN LA PIEL

SELVA.- Aquí vienen muchos hombres, es difícil distinguir a uno de otro.


MUJER.- A mí sólo me interesa uno.
ADA.- Llegan con la única intención de divertirse un rato, algunos, los más afortunados,
hasta logran olvidar y luego se marchan.
(Encogiéndose de hombros.)
Ninguno se queda.
MUJER.- El mío sí. El mío quedó en algún rincón de este lugar.
PEPITA.- Los hombres son tan escurridizos… No se agobie, ya volverá. Todos vuelven
al hogar.
ADA.- No hay mujer que los amarre por mucho tiempo.
(Entra AZUCENA. Lleva un vestido oscuro, largo, con el que trata de disimular su obesi-
dad.)
AZUCENA.- (Dirigiéndose hacia donde están las mujeres.) ¿Qué ocurre aquí? ¿Es que
no tenéis nada que hacer? Os pasáis el día entero en corrillos cuchicheando como viejas.
(Por la MUJER.)
¿Y ésta?
ADA.- Anda buscando.
AZUCENA.- (A LA MUJER.) ¿Qué sabes hacer?
PEPITA.- Lo que todas.
SELVA.- Perder hombres.
AZUCENA.- ¡Demonio de mujeres! ¿Vais a dejarla hablar?
(A LA MUJER.)
Te aviso: vienes en mal momento. Esto ya no es lo que era. Pero siempre se puede hacer
un hueco si llegamos a un acuerdo...
ADA.- No, si acabará por introducirla en el negocio. Mira, si no encuentras a tu marido ya
sabes donde acudir.
SELVA.- Busca a su marido. Y se le ocurre buscarlo aquí, a la muy inocente.
AZUCENA.- (Sin entender nada.) ¿A su marido?
MUJER.- Se llama Ricardo Ríos.
(Todas se sobresaltan y se buscan con la mirada.)

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HUELLAS EN LA PIEL

SELVA.- Aquí, los hombres, no usan apellido, señora.


AZUCENA.-Mire en las piecitas del fondo. No me responsabilizo de lo que encuentre.
Igual hasta tiene suerte.
ADA.- ¡En mi camerino no se le ocurra entrar!
SELVA.- (A ADA.) Pareces boba. ¿Todavía no te enteraste? Anda buscando a un hombre.
¿A qué va a ir a tu camerino?…
ADA.- Pues, lo que es tú, no haces más que buscarme a mí…
SELVA.- Qué más quisieras vos… Me gustan más femeninas las mujeres…
AZUCENA.- Pierde el tiempo. A estas horas no queda ni la sombra de un hombre por
aquí.
PEPITA.- Ya le advertí. Pero insiste.
SELVA.- Vuelva a la noche, si quiere encontrar a un hombre…
MUJER.- Ricardo Ríos. ¿No les dice nada su nombre?
(Lanzándose de nuevo miradas de complicidad que acuerdan ocultar lo que conocen,
aunque ADA parece aceptarlo con disgusto.)
SELVA.- A veces, no sabemos sus nombres y otras veces, no hablamos de ello… ¿En-
tiende?
MUJER.- Cómo es posible que ya lo hayan olvidado...
AZUCENA.- ¿Olvidar?
MUJER.- Hagan memoria. Se lo pido como un favor. Es muy importante para mí... cono-
cer todos los detalles...
ADA.- ¿Cómo dijo que se llamaba?
MUJER.- Ricardo.
SELVA.- Después de la segunda copa todos los hombres se llaman igual.
MUJER.- Ricardo Ríos.
SELVA.- Como para acordarse.
PEPITA.- ¿No tiene ninguna marca especial en el cuerpo?
AZUCENA.- Váyase a casa.
MUJER.- ¡No!!
AZUCENA.- Pierde el tiempo. Por mucho que busque, aquí no encontrará a su marido.

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HUELLAS EN LA PIEL

MUJER.- No puedo marcharme así...


PEPITA.- ¿Así cómo?
MUJER.- Sin saber lo que pasó...
PEPITA.- Tarde o temprano aparecerá, verá como vuelve a casa como si nada hubiera
sucedido…
SELVA.- Les pierde el no saber estar solos por mucho tiempo.
ADA.- Menos mal. ¿Qué sería de nosotras si no?
MUJER.- No lo entienden.
AZUCENA.- ¿Entender qué?
PEPITA.- ¿Qué es lo que hay que entender?
SELVA.- La vida es como el tango, querida, soledad y sufrimiento, pero no se preocupe,
que muchos sobrevivimos gracias a eso…
PEPITA.- Sí, pero con lágrimas en los ojos.
ADA.- (Cáustica.) No son los tangos los que nos hacen sufrir, sino los hombres…
SELVA.- (Atravesando a ADA con su mirada.)
Pero el tango nos lleva a volver a buscarlos… cada vez…
MUJER.- Hace veinte años… ¿No se acuerdan? Tienen que recordarlo… Mi pobre Ri-
cardo… Seguro que fue aquí… Tiroteado como un perro en la mesa de un cabaret, rodea-
do de mujeres que ya lo han olvidado…
(OSCURO.)

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HUELLAS EN LA PIEL

ESCENA TERCERA

(Se ilumina paulatinamente el centro de la escena y descubrimos a PEPITA y ADA. La


primera va vestida de hombre, pantalón, tiradores y camiseta interior debajo de la que se
insinúa una venda que oprime sus pechos. ADA intenta enseñarle unos movimientos que
PEPITA imita con torpeza, generando una coreografía grotesca, por momentos, ridícula.)

ADA.- (Explicando, muy meticulosamente la coreografía, con un aire de profesor sobre-


actuado, con gran claridad y profusión de detalles, de donde vislumbramos que es profe-
sional de la danza, a diferencia de las demás.)
Afloja los brazos. Relájate. A ver, volvemos a empezar. Cadera… Suavemente hacia la
derecha, gira, media vuelta.
(Ejecutando los movimientos a medida que los describe. PEPITA los repite aunque se ven
resultados muy distintos.)
Deja los brazos suaves, arriba, un poco abiertos, como si quisieras mostrar lo que tienes
dentro, la cara hacia el público, de frente. ¡¡¡La mirada, Pepita, la mirada!! Seduce con la
mirada, búscalos uno a uno con los ojos, que crean que lo haces para ellos, para cada uno
de ellos, que se confundan, que se sientan insinuados personalmente. ¡¡¡Levanta el pe-
cho!!! Qué manía de meterlo hacia dentro… ¡¡¡Si es lo mejor que tenemos!!!
(Corta la coreografía y comienza a reñirla.)
¿Por qué esa manía de vestirte de hombre?
PEPITA.- ¿No te gusta?
ADA.- Al principio, no te voy a negar que tuviera su gracia.
(Pausa breve.)
¿Es necesario que te pongas esa horrible y ridícula venda en el pecho? Con esa pinta es
muy difícil que se te vea natural.
PEPITA.- ¿Alguna vez conociste a un hombre con tetas? Además, ¿qué hago yo con estas
cositas saltando por ahí?...
(Mientras le da un toquecito burlón a los pechos de ADA.)
De ninguna manera. Son ridículas e incómodas. Dos cositas colgando sin saber muy bien
por qué. ¡¡¡Deja, deja!!! Además nunca tuve problemas con mis clientes, ya has visto co-
mo me buscan así tal cuál soy…

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HUELLAS EN LA PIEL

ADA.- ¡Ay, niña! Eso es porque a muchos hombres, les pone toquetear a un varoncito y si
de vez en cuando, se deja ver, al menos en el escenario, lleno de plumas y lentejuelas,
mucho mejor…
Bueno, sigamos con el baile… Saca las manos de los tiradores. Déjalas sueltas, suaves,
arriba. Cadera… Suavemente hacia la derecha, gira, media vuelta. De nuevo…
(Repiten la coreografía y en un momento, ADA la mira y comprueba que es muy desagra-
dable el modo en que pone las manos.)
A ver, pon las manos más naturales, como si acariciaran, con gracia, muéstranos con ellas
lo que eres…
(PEPITA, va cambiando posiciones y cada una es peor que la anterior.)
No, mira, mejor, déjalas en los tiradores. Sí, mejor ahí. Y ahora, cadera, giro y media
vuelta. De nuevo… ¿Mejor?
PEPITA.- Creo que sí.
ADA.- Es muy sencillo.
PEPITA.- Para ti.
ADA.- Lo pide la canción. Sólo tienes que dejarte llevar por el discurso de las notas.
(Pausa breve.)
Ahora levanto la rodilla, sostengo… si ves que te vas a caer, apoya.
PEPITA.- ¡¡¡Pues claro que me voy a caer!!
(PEPITA realiza de nuevo la coreografía sin ningún convencimiento.)
ADA.- Bueno, antes de caerte, apoyas y listo. Repetimos. Levanto la rodilla, sostengo,
pongo la mano en la cara, tiro un besito y luego giro hacia el otro lado. Saco culo. Lo
muevo un poquito…
(PEPITA la imita y no le sale nada bien.)
¡¡¡Insinuante!!! Ponemos una mano en un cachete, la otra en el otro… Así… y volvemos
adelante. Movemos el pecho, hacia los lados… ¡¡¡No!!! El cuerpo tiene que estar tieso, lo
que se mueven son las tetas. Suave y zigzagueando y saludamos con la estola de plumas.
¿Entiendes?
PEPITA.- Sí, claro que entiendo. Creo que esta vez, me salió mucho mejor.
ADA.- (Haciendo un gesto de sorpresa e ironía por lo que acaba de oír. Pausa breve.
Por las vendas.)
¿No te duele?

-19-
HUELLAS EN LA PIEL

PEPITA.- Casi nada. Un poco al principio. Luego ni las siento.


ADA.- ¿Por qué lo haces?
(Un amago de caricia que un movimiento de PEPITA aborta.)
Tienes un hermoso cuerpo que atraería a cualquier hombre. ¿Por qué ese afán de ocultar-
lo? No seas boba y aprovéchalo ahora que puedes.
(Se acerca a ella y le levanta la barbilla.)
Tu cara todavía guarda restos de esa inocencia infantil que tanto les agrada. Si sabes utili-
zarlo podrías sacarle un buen partido.
(Con doble sentido.)
Los hombres pueden llegar a ser muy generosos para conseguir aquello que desean…
PEPITA.- (Por la coreografía.) Es que esto es muy ridículo… Me siento forzada. Ade-
más no sé si me voy a aclarar con tanta cosa a la vez...
ADA.- Bueno, pues, hazlo como te salga, total, siempre parece gustarles tu estilo.
PEPITA.- ¿Sabes dónde está Azucena?
ADA.- Hace un momento estaba con el Juez Mondano.
PEPITA.- Últimamente, lo frecuenta mucho, ¿no?
ADA.- Anda en negocios con él.
PEPITA.- ¿Qué tipo de negocios tiene con Susi?
ADA.- Con ella ninguno.
PEPITA.- Entonces...
ADA.- Con Ricardo.
PEPITA.- ¿Es el que lleva el caso del suegro?
ADA.- Sí.
PEPITA.- Hasta el senador Ligaño salió en su defensa. Lo escuché esta mañana por la
radio.
ADA.- Desde que les paga las campañas políticas se ha rodeado de amigos muy influyen-
tes.
PEPITA.- Él sabrá lo que le cuesta.
ADA.- Un dinero que compra silencios es un dinero bien empleado.
PEPITA.- En un hombre como Ricardo tiene su mérito.

-20-
HUELLAS EN LA PIEL

ADA.- ¿Merito?
PEPITA.- No he conocido a nadie más derrochador que él.
ADA.- No sabe pedir, por eso compra.
(PEPITA descubre en el suelo la pitillera dorada que en algún momento se le cayó a ADA
y la recoge.)
ADA.- ¿Qué haces con eso?
PEPITA.- La encontré por ahí.
ADA.- (De pronto su rostro se contrae en un gesto nervioso.) Trae aquí.
PEPITA.- (Jugando a quedársela.) ¡No!
(La abre con cuidado y extrae un cigarrillo.)
¿Tienes fuego?
(Ríe imitando a ADA burlonamente.)
ADA.- (Forcejeando con PEPITA.) ¡Que me la devuelvas te he dicho!
PEPITA.- (Trata de protegerla con su cuerpo.) La encontré yo. ¡Es mía!
ADA.- (Un tanto violenta.) ¡¡¡Que me la des te digo!!!! Y deja ya de hacer la idiota. No
tiene ninguna gracia.
PEPITA.- (Ofreciéndole con sorna.) ¿Un pitillo?
(ADA pierde los nervios y con el envés de la mano la abofetea arrancándole de los labios
el cigarrillo. PEPITA se queda inmóvil, mirando fijamente a ADA sin decir nada, como si
tuviera costumbre de ser golpeada. Transcurren unos segundos tensos, poblados de silen-
cios, hasta que ADA con un ambiguo gesto trata de acercarse a PEPITA quien la rechaza
lanzándole la pitillera y ocultando su rostro entre las manos, como si la sostuviera con
vergüenza. Sin un llanto, sin una lágrima en los ojos, abandona la escena por el lateral
izquierdo. ADA queda sola en escena. Mira la pitillera, la hace girar entre sus manos.
Saca un cigarrillo y lo enciende. Da una profunda calada lanzando el humo con rabia.)
ADA.- (Con una sonrisa congelada en los labios.)
¿Que si conozco a Ricardo?
¿De qué Ricardo me habla?
¿Del que imita a Gardel con la intención de poder robarle el talento además del porte?
¿Del caprichoso niño grande que juega a arruinarse apostando, una y otra vez, al caballo
perdedor?
¿Tal vez se refiera al candidato a Diputado?

-21-
HUELLAS EN LA PIEL

¿O de ese otro que es capaz de hacerle trampas a la muerte apostando 50.000 pesos por un
accidente familiar con gratas consecuencias para su persona?
¿A cuál de todos esos Ricardos quiere encontrar, señora?
¿Cuál de todos ellos ha robado el alma de estas mujeres, tan diferentes entre si y la suya
propia, hasta el punto de encerrarse en sus recuerdos para no ver?
(Pausa breve. Mira a su alrededor como si buscara a alguien o estuviera acompañada.
De pronto comienza a actuar como si fuera una diva del escenario y la rodearan sus ayu-
dantes. Quizás recuerda la sensación de otras épocas.)
Tengo la boca seca. ¿Podría alguien traerme una copa de champagne?
(Otra breve pausa.)
Mejor pregúntele a cualquiera de ellas si pretende que le digan lo que quiere oír.
Todavía no se cansaron de ser cuerpos de tránsito.
Consulte a Selva y se quitará un peso de encima. Aunque no lo quiera reconocer, anda
deslumbrada con la imagen del triunfador.
O a Pepita que imita al imitador con su porte tanguero.
Interrogue a Azucena que compartió con él algo más que una cama revuelta. Tal vez ella
pueda darle razones de esa hija a la que hace quince años que no ve.
(Pausa breve.)
Ricardo.
¿Quién, alrededor de la costa del Plata, no tuvo tratos con “alguno” de esos Ricardos? Lo
difícil es verlos a todos a la vez, o mejor aún, ver que sólo es uno.
(Arroja el cigarrillo al suelo y lo aplasta con el pie, casi con rabia. Al rato saca de entre
su ropa interior un puñado de fotos en blanco y negro. Las mira con detenimiento. En su
rostro algo ha cambiado.)
(Esta frase encierra un tono tierno y de reproche a la vez.)
Todos somos víctimas del deseo del otro. ¿No es cierto, mamá?!!
(Comienza a sonar de fondo, muy bajo al principio, el tango “La última grela” de Astor
Piazzolla y Horacio Ferrer. ADA canta alguna de las estrofas.)
“Del fondo de las cosas y envuelta en una estola
de frío, con el gesto de quien se ha muerto mucho...”
¿Por qué te fuiste mamá?!! ¿Por qué te atreviste a dejarme sola sin enseñarme nada? Na-
da. “Aprende a cantar y a bailar y ya verás como tu mami te convierte en una estrella.
¡¡¡Serás una estrella!!!! ¡¡¡La joyita Argentina!!!! Con esa voz de ángel, el mundo entero
se rendirá a tus pies apenas te oiga cantar, apenas vean mover ese hermoso cuerpecito.
Mamá te enseñará, ya verás…” Pero no lo hiciste mami. No me enseñaste. Me abandonas-
te cuando ya era demasiado grande para aprender algo más y demasiado chica para saber

-22-
HUELLAS EN LA PIEL

vivir sin la fantasía que me habías creado. “Una estrella. Ada es mi estrella. Su voz brilla,
su rostro brilla, su cuerpo se mueve como los ángeles...” ¡¡¡¡Sí, soy una estrella!!! ¡¡¡Una
estrella!!!!!
(Pausa. Risas. Pausa. Consternación.)
Una estrella estrellada.
¿Por qué nunca me preguntaste mamá? Yo solo quería ser una niña normal. Tener una
infancia como las otras, ir a la escuela, aprender a cocinar, a coser, a bordar y de mayor,
decidir, si quería ser ama de casa o dependienta en la cooperativa del pueblo. Conocer a
un hombre. ¡Conocer el amor! Dejar el trabajo, casarme. Tener hijas y enseñarles a ser
niñas normales, con infancias normales. Enseñarles a cocinar, a coser, a bordar y de ma-
yores, que puedan decidir, si quieren ser amas de casa o dependientas en la cooperativa
del pueblo, hasta que se hicieran con un hombre, un trabajador, un hombre que les asegu-
rara un futuro mejor, sin necesidades. Un hombre conveniente. Entonces puedan dejar de
trabajar y se casen y tengan hijas… Pero no. Tu te empeñaste en que yo debía tener una
vida mejor, llena de posibilidades y de placeres. Y aquí estoy. Un día me dejaste… y no
sabía ni cocinar, ni coser, ni bordar, ni ser ama de casa, ni dependienta. Ya había conocido
a muchos hombres… y me había enamorado una vez, pero del hombre de otra. Que ade-
más no era trabajador sino músico y con una mujer dispuesta a todo, a todo, con tal de que
me fuera lejos, incluso a matarme. Y no supe qué hacer para quedarme, así que me fui…
Una vez más hice lo único que sabía, lo que me decían que hiciera… Pero, ¿a dónde ir?…
¡A dónde voy mamá!!!??? ¿A dónde???... ¿Qué hago para vivir, mamá??!
(Pausa larga.)
“...y atrás de los portales sin sueño, las madamas
de trágicas melenas dirán su extremaunción.”
(Cambia de interlocutor. Besando las fotos o accionando con ellas.)
Fue como un sueño, estar en tus brazos. Cantar contigo… Cada noche era una sensación
de felicidad a la que no estaba acostumbrada.
A veces, pienso en ti, algunos días, más de lo necesario.
Abrázame… Echo de menos tus manos rozando mi espalda. Pon tu mano en mi cuello y
vuelve a recorrerme. Seguro que esta vez lo notas. Seguro que esta vez sientes el escalo-
frío en mi piel. Cada noche, sentada en tus rodillas, casi jugando a ser tu niña, me acari-
ciabas la espalda y yo me desarmaba, me derretía como el chocolate en el fuego. ¿Lo no-
tabas?... Claro que lo notabas… (Como si lo tuviera delante de él.) Cada vez que me qui-
tas las bragas y me dejas desnuda durante horas, cantando para ti, bailando alrededor de la
cama, como si te diera más placer verme que tocarme… Cuando besas mis ojos y lames
mi cara… ¿lo notas? Contesta, lo notas, ¿verdad?…
¡¡No te vayas, no me dejes!! No quiero separarme de ti nuevamente.

-23-
HUELLAS EN LA PIEL

Tú no dijiste nada, me miraste, me miraste a mí y luego la miraste a ella, pero no dijiste


nada. Dejaste que me sacara de tu vida. Dejaste que me acobardase, que dudara de lo que
sentías por mí. Cuando ella amenazó con matarme si no me iba, fuiste tú el que me dejó
sola, el que no dijo nada, el que permitió que me marchara… ¡¡Por qué!?!
¡¡¿Por qué?!!
Una palabra, una mirada hubiera bastado, pero no…
“...muda y de rodillas se venderá sin ganas,
sin vida, y por dos pesos, a la bondad de Dios.”
Y salí corriendo de allí, muerta, para salvar la vida.
(Pausa breve.)
Una nunca elige.
Es el caprichoso destino que se entretiene llevándonos de un sitio para otro
Y a mí me abandonó en el Chantecler. Y acomodé mi cuerpo a la costumbre de resignar-
me.
(Otra breve pausa.)
“Que sola irá la grela, tan última y tan rara,
sus grandes ojos tristes trampeados por la suerte...”
(Sube el volumen del tango. Poco a poco, la música suplanta la voz de ella aunque ADA
no deja nunca de mover sus labios, manteniendo un diálogo emocional, in crescendo, con
las fotos. Segundos antes de que acabe el tango las aprieta contra su pecho. La luz decre-
ce sin llegar al oscuro.)

-24-
HUELLAS EN LA PIEL

ESCENA CUARTA

(Sin solución de continuidad y con ADA todavía conversando con sus fantasmas aparece
LA MUJER por el lateral derecho, que se ilumina paulatinamente con una luz irreal,
marcando una diferencia tanto temporal como espacial entre las dos mujeres en escena.
LA MUJER aparece de rodillas. De su mano derecha cuelgan las cuentas de un rosario.
A juzgar por la expresión de su rostro se haya como en éxtasis: mirada perdida, labios
contraídos, manos crispadas. Mezclando desordenadamente frases de un rezo con su his-
toria personal.)

LA MUJER.-...Oh, piadosísima Virgen María, libérame de este encierro al que me some-


ten como cruel castigo para alejarme del hombre que amo.
No lo entiendo, de verdad que no lo entiendo.
(Pausa breve. Tiene verdaderas dificultades para articular palabras. Hay una tensión,
una angustia contenida que la ahoga a cada momento.)
Es como si, de repente, todo el mundo se hubiera vuelto contra él.
Los que eran sus amigos, ahora le dan la espalda, avergonzados.
Aquellos que vivieron a su sombra, le escupen a la cara con desprecio.
Y los que aceptaron sus favores, reniegan de él, blasfemando y acusándole de cosas terri-
bles...
Él nunca hizo nada malo. Estoy segura.
Pero parece que se pusieron todos de acuerdo para hundirlo.
Y aún se atreven a insinuar que he perdido el juicio.
(Gritando, como presa de un arrebato. Acusando al público con el dedo extendido.)
¡Vosotros!
¡Vosotros sois los locos!
No yo.
¡No tenéis ningún derecho a retenerme contra mi voluntad, malditas arpías!
Vosotras fuisteis las que elegisteis apartaros del mundo.
¿Alguien pidió mi parecer?
Dejadme salir ahora mismo o me arranco las entrañas y os estrangulo una a una.
Virgen madre de las vírgenes, me atrevo a pedirte que me ayudes a encontrarlo.
Hay tantas cosas que quedaron pendientes...
(Pausa breve. Cambia el tono de voz, ahora cálido y cómplice.)
Ricardo.

-25-
HUELLAS EN LA PIEL

Ricardo.
Pronto estaré contigo.
(Retadora.)
¡Es que no me habéis oído!
¡Que abráis esta puerta ahora mismo si no queréis que la derribe a patadas!
¡No necesito más confesores!
¡Ni médicos ni psiquiatras!
Vosotros sois los que me ponéis enferma.
Vosotros y este encierro injusto.
(Pausa breve. Camina dos pasos arrodillada. Con un grito de desesperación.)
¡Ricardo!!!
¡Ricardo!!!
¡Malditas brujas!
¿Acaso se os secó el corazón de no usarlo?
Y aún os atrevéis a decir que todo lo hacéis por amor.
¿Por amor a quién?
¡Hipócritas!
¿Tan poco vale el mío que le prestáis oídos sordos?
Dios os castigará por ello.
¡Dejadme salir!
(LA MUJER cae de bruces. Por un instante coinciden los dos espacios físicos, el de LA
MUJER y el de ADA en sus mundos simultáneos, en medio de un silencio. Luego, el oscu-
ro.)

-26-
HUELLAS EN LA PIEL

ESCENA QUINTA

(Paulatinamente ha ido decreciendo la luz en la zona de LA MUJER hasta el oscuro


mientras que permanece ADA en una semipenumbra de quietud y silencio. Segundos des-
pués irrumpen SELVA y PEPITA, muy alborotadas y entre risas. Van ataviadas con ro-
pas de escenario, plumas y encajes. Con esa complicidad que ya es habitual entre ellas
miman una coreografía del baile que acaban de realizar sobre el escenario del cabaret.
Detrás de ellas entra AZUCENA con una botella en una mano y en la otra cinco copas.
Observa con una leve sonrisa en los labios el accionar de SELVA Y PEPITA. Llegan a la
altura de ADA, que permanece nostálgica y sola, rodeándola. AZUCENA después de
repartir las copas las llena generosamente. Dejándole a ADA una sobre la mesa a la que
no presta atención. SELVA y PEPITA bailan y beben alrededor de ADA. Acto seguido
brindan con AZUCENA quedando ADA en el centro del brindis. AZUCENA llena de nue-
vo las copas.)
PEPITA.- Bueno, termina de contarnos...
AZUCENA.- Primero tendría que saber dónde lo dejé.
PEPITA.- A tu llegada de Uruguay.
AZUCENA.- Fueron tiempos duros. ¿Queréis poneros tristes?
SELVA.- Dejate de vueltas y contá lo de la banda de Chicho Grande. ¿Fue el “Gordo”
quien los presentó, no?
AZUCENA.- Sí. Yo andaba de corista en uno de sus espectáculos. Al acabar me quedaba
a limpiar el local. Chicho solía ir bastante a menudo por allí. Se sentaban, hablaban de sus
cosas y bebían durante horas. No sé muy bien por qué, pero una de las veces se fijó en mí.
Me señaló con el dedo reclamándome.
(Impostando la voz.)
“Si no haces muchas preguntas tengo un trabajito para ti.”
SELVA.- ¿Qué clase de trabajo?
AZUCENA.- No hice preguntas.
PEPITA.- Vaya.
AZUCENA.- Vinieron a buscarme y me llevaron al otro extremo de la ciudad. (Pausa
breve.)
Era el hijo de un industrial gallego, joven y muy correcto.
(Sonriendo.)

-27-
HUELLAS EN LA PIEL

Siempre nos trataba de usted.


PEPITA- ¿Un secuestro? Se trataba de un secuestro.
(Apremiándola presa de la curiosidad.)
¿Llegaron a pagar? ¿Lo mataron? ¿Cuánto pidieron por su rescate?
AZUCENA.- No hice preguntas.
SELVA.- ¡Dejate ya de joder con eso y contá lo que pasó!
AZUCENA.- Yo sólo le aseaba el cuarto y le deba de comer. Tenía prohibido hablarle. Ni
una palabra.
(Pausa breve.)
Los periódicos publicaron que unos 300.000 pesos. Pero ya sabéis cómo son estas cosas.
PEPITA.- ¿Cómo?
SELVA.- (A PEPITA.) Siempre exageran.
(Pausa breve.)
PEPITA.- ¿Fue por esa época lo del Banco de la Provincia, no?
AZUCENA.- Sí.
PEPITA.- Ya me hubiera gustado a mí, vivir una historia tan inolvidable como la del tú-
nel. Todo lo bueno les pasa a las otras.
AZUCENA.- (Pausa breve. Vuelve a llenar las copas vacías.)
Fue un gran golpe, planeado hasta el más mínimo detalle. La idea era cambiar los billetes
por otro falsos que le habían encargado a un alemán.
PEPITA.- ¿Y tú qué hacías? ¿Participaste directamente en el golpe?
AZUCENA.- (Asintiendo.) Les ayudé a transportar los sacos. No os podéis hacer una idea
de lo que había.
PEPITA.- Y con tantos sacos...
AZUCENA.- Centenares.
PEPITA.- Bueno, pues...
AZUCENA.- Aquello no se acababa. Todo era ir y venir. Jamás pensé que pudiera haber
tanto dinero junto.
PEPITA.- Uno más, uno menos...
AZUCENA.- ¿Qué tratas de insinuar?

-28-
HUELLAS EN LA PIEL

SELVA.- Nadie se hubiera dado cuenta.


AZUCENA.- ¿No descansáis nunca?
SELVA.- Tal vez no una bolsa entera, pero un buen puñado de billetes de mil pesos... No
me digas que no lo pensaste al menos...
AZUCENA.- ¡Pues claro que no!
SELVA.- Mentís.
AZUCENA.- ¡Cómo para pensar estaba yo!
SELVA.- (En un juego de complicidad con PEPITA. Entre risas.)
¿Sabes lo que en realidad le pasó a Susi?
PEPITA.- ¿Qué?
SELVA.- La muy burra se equivocó de bolsa.
PEPITA.- (Mismo juego que SELVA.) ¿Quieres decir que guardó el de los billetes...?
SELVA.- (Chocando sus copas como en un brindis.) ¡Falsos!
(Beben.)
AZUCENA.- Vosotras reíros pero no olvidéis que gracias a esta tonta tenéis trabajo y un
techo bajo el que cobijaros.
ADA.- Si hubiera que agradecérselo a alguien, ese sería el “Gordo”.
(A SELVA y PEPITA.)
Él fue quien la retiró mientras lo consolaba entre sus piernas y la colocó al frente del
Chantecler por los servicios prestado o quién sabe, cansado de oírla, un día tras otro, que-
jarse de que aquello no era vida para ella.
AZUCENA.- En eso último llevas razón. Para eso hay que nacer. Yo nunca fui mujer de
sobresaltos.
SELVA.- (Burlona.) Ella no es mujer de sobresaltos.
PEPITA.- (Continuando con el juego.) ¡Oh, por supuesto que no!
SELVA.- Por esa misma razón se lanzó desde la ventana del quinto piso de un hotel de
Montevideo la misma noche que abandonó a su marido.
PEPITA.- (Riñéndola.) No te olvides...
SELVA.- ¿De qué?
PEPITA.- Que había un hermoso y resistente toldo con florcillas donde amortiguar su
culo…

-29-
HUELLAS EN LA PIEL

SELVA.- Es cierto. ¡Qué cabeza la mía!


PEPITA.- Mejor así.
SELVA.- ¡¿¡Mejor...?!
PEPITA.- Fíjate lo que se hubiera perdido el mundo sin nuestra Susi…
SELVA.- ¿Qué?
PEPITA.- ¡Todo!
ADA.- Andar arrastrando recuerdos.
PEPITA.- Es lo que a mí me mantiene.
SELVA.- ¿Los recuerdos?
PEPITA.- No, tonta. La esperanza.
SELVA.- ¿En qué?
PEPITA.- No sé.
SELVA.- ¡Pues vaya una esperanza...!
PEPITA.- En que tarde o temprano algo tiene que ocurrir, algo bueno quiero decir, algo
por lo que merezca la pena haber esperado todo este tiempo, eso es a lo que me refiero, y
no quisiera perdérmelo por nada del mundo... Por eso creo que ese toldo no estaba allí por
casualidad...
(AZUCENA con un gesto de matriarca consentidora las deja hablar, les llena las copas y
beben después de brindar por enésima vez.)
ADA.- Fue cosa del Destino.
PEPITA.- Pues sí. Eso mismo trato de decir.
SELVA.- ¿El Destino? Hijo de puta entrometido. Si ella había decidido matarse... Estaba
en su derecho.
PEPITA.- Para darle una segunda oportunidad.
ADA y SELVA.- (Como arponeadas por una misma idea.)
¿Con Ricardo?
(Largo silencio. Todas miran a AZUCENA como esperando una respuesta que no se pro-
duce.)
SELVA.- Digas lo que digas, a mí me sigue pareciendo ridículo.
ADA.- Lo es.

-30-
HUELLAS EN LA PIEL

SELVA.- ¿Se imaginan?!


ADA.- Una burla.
SELVA.- En el momento sublime de abrazar la muerte...
ADA.- ¡Ay que ver! Es que cuando una tiene mala estrella...
SELVA.-...entre tú y el pavimento liberador, el golpe repentino y esperado a la vez…
ADA.-...hasta con su sombra tropieza.
SELVA.- (Sarcástica.) ¡Es como para morirse de vergüenza!
(Ríen todas. PEPITA, que desde hace rato tararea o silba una melodía en voz baja, se
dirige hacia uno de los espejos. Permanece unos segundos mirándose en él. Luego co-
mienza a quitarse la ropa y a vestirse con la ya habitual de varón, como si sólo así se
encontrase cómoda. Con el cigarrillo en la boca empieza a cantar insistentemente, con
doble sentido, burlón y grotesco “La flauta de Bartolo”, provocando la participación de
SELVA con los consabidos golpes, empujones y persecuciones.)

LA FLAUTA DE BARTOLO

Bartolo tenía una flauta


Con un agujero solo
Y su madre le decía
No te toques Bartolo.

Bartolo tenía una flauta


Con un agujero solo
Y todos se divertían
Con la flauta de Bartolo.

-31-
HUELLAS EN LA PIEL

ESCENA SEXTA

(Se queda pensativa, en medio de la burlas de las demás hacia ella, con respecto a su
masculinidad aludida en la canción anterior. Comienza una introspección post borrache-
ra)
Los clientes de estos garitos son iguales que los niños… Sólo quieren mirar y tocar…
(Silencio.)
Es asqueroso… Como la humedad de las mantas a la noche, cuando se entremezcla la piel
y ya no reconoces la propia de la de los demás. Los niños en mi casa olían mal. Ellos nos
decían que éramos nosotras, mi madre y yo. Que las mujeres siempre tenemos olores im-
púdicos y desagradables, como perras en celo… Pero no es cierto. Son ellos. Yo les reco-
nocía cada noche por el olor. No abría los ojos, pero sabía quienes eran. Ellos no se daban
cuenta de que estaba despierta… A veces lo extraño… un ratito... y luego me olvido de
todo. No me gustan los niños. Siempre huelen. ¿No Susi?
(En este instante AZUCENA se da por aludida, se gira, la mira y escucha.)
Huelen cuando se hacen caca, cuando sudan, cuando duermen, cuando mueren… Huelen
a humedad, a sucio… No lo quiero Susi…
(Poco a poco, AZUCENA vuelve a distraerse.)
Mi mamá siempre decía que los hombres pasaban y las mujeres se quedaban… que los
hijos dolían mucho más que los golpes a los que uno se acostumbra... No sé a qué se refe-
ría… Es verdad que me acostumbré a ellos, pero no dejan de dolerme. Odio ese dolor. Las
mujeres sólo sirven para eso, para parir y recibir golpes de esos hombres a los que no pue-
den abandonar. (Pausa breve.) Esperar. Esperar a que el hombre vuelva. Esperar a cada
hombre, a todos los hombres. Necesitamos sus “asquerosos olores”, sus golpes, sus deseos
desesperados de manosearnos, de dejarnos su sudor en todo el cuerpo. Esperar. No dejar
de esperar…Casi como si fuera el propio aliento. Es imposible vivir sin tenerlos cerca…
(Gran silencio.)
Y ellos vuelven. Siempre vuelven. Todos vuelven al hogar. Tarde o temprano aparecen
como si nada hubiera sucedido… Todos… menos papá…
(Entrando en trance comienza a cantar una canción infantil, balanceándose casi como
un autista, mientras se toca los senos de una manera un tanto particular. La vemos sin
vendas, después de habérselas quitado en la escena con SELVA, quizás con la camisa

-32-
HUELLAS EN LA PIEL

entreabierta. Ella se toquetea, como si él o los que la manosearan fueran otros; con vio-
lencia y disimulo. Se supone que vemos a aquellos niños o adolescentes con los que se
crío, varios hermanos varones de otros padres, con los que vivía y dormía. Esta situación
la perturbaba, aunque le atraía mucho. A partir de aquellos recuerdos fue desarrollando
sentimientos fraternales y pasionales para con ellos con los que se divertía jugando. Aso-
ciaba la feminidad a la debilidad y al dolor, siendo víctima ella y su madre del poder de
los hombres.)
PEPITA.- Mi papito me hizo un arbolito, muy bonito, para navidad. Tiene luces de mu-
chos colores y un regalo para mi mamá. Y me contó que en una estrella nueva, el niño
Jesús renacerá…

-33-
HUELLAS EN LA PIEL

ESCENA SEPTIMA
(LA MUJER está dormida como quedó en la escena 2 y como si fuera su sueño, vemos
que recorre una casita donde jugaba de pequeña. Se oye música. Las mujeres del cabaret
se han quedado inmóviles, tal muñecas de la memoria.)

LA MUJER.- Si pudiera permitirme un deseo


querría ser algo feliz
porque si lo fuera demasiado
tendría nostalgia de la tristeza.
(Quiebran todas y vuelven a la realidad, cuando se despierta la mujer)
LA MUJER.- (A ADA.) Ricardo. Ricardo Ríos.
(ADA la mira con tristeza.)
LA MUJER.- ¿De verdad que no les dice nada ese nombre?
(Pausa breve.)
No puede ser. No les creo. Tienen que acordarse de él...
(ADA trata de decirle algo pero antes de que de su boca salga sonido alguno es silencia-
do por un gesto autoritario de AZUCENA.)
LA MUJER.- No muy alto, pero bien parecido. Elegante y distinguido. Y ese porte tan-
guero que tanto le caracterizaba.
(ADA le entrega el vestido.)
LA MUJER.- Aunque no tuvo oportunidad de estudiar aprendió las maneras con el trato.
Galante y generoso. Amigo de sus amigos. Nunca a nadie le escamoteó una mano cuando
le fue requerida.
(LA MUJER lo guarda en el baúl.)
LA MUJER.- (A SELVA.) No comprendo el por qué de este silencio. ¿De qué tienen mie-
do?
SELVA.- (Mismo juego que ADA.)
LA MUJER.- Sé que venía mucho por aquí, que buscaba vuestra compañía. Es inútil que
lo neguéis.
(SELVA le entrega unos pendientes.)

-34-
HUELLAS EN LA PIEL

LA MUJER.- Alguien me lo confesó antes de que me encerraran en ese maldito convento


privándome de su compañía, con la excusa de alejarme de su mala influencia.
(LA MUJER los guarda en el baúl.)
LA MUJER.- (A AZUCENA.) Desde entonces... He oído tantas cosas acerca de él... que
en algún momento... hasta me hicieron dudar.
(AZUCENA le entrega los zapatos de PEPITA que olvidó recoger.)
LA MUJER.- Lo tildaron de estafador, de corrupto, de andar metido en toda clase de ne-
gocios sucios relacionados con la prostitución, las apuestas y el contrabando; de utilizar
sin el menor rubor favores políticos, de comprar prebendas y cargos, de derrochar a manos
llenas y sin el menor criterio el dinero de mi herencia... Cuanta infamia para un solo hom-
bre.
(LA MUJER los guarda en el baúl.)
LA MUJER.- (A PEPITA.) Pero tiene que haber un error. Forzosamente tiene que haber-
lo. Ese Ricardo del que hablan, ese Ricardo ruin y sin escrúpulos no es el Ricardo a quien
yo busco.
(Unos segundos de espera.)
Mi Ricardo era un pobre chico de la calle al que un golpe de fortuna lo convirtió en millo-
nario...
PEPITA.- (Mismo juego que ADA y SELVA.)
LA MUJER.- (Acercándose a ella en actitud apremiante.)
Y eso lo desorientó, nada más... Pero nunca hizo ningún mal, estoy segura, y mucho me-
nos todas esas cosas horribles de las que se le acusa. No era capaz.
(Casi gritando.)
¡Mi Ricardo, no!
(PEPITA le entrega su tocado de plumas.)
LA MUJER.- (Con una sonrisa sarcástica y triste.) Hasta tuvieron la osadía de inculpar-
lo como instigador de la muerte de mi padre.
(Pausa breve.)
Un accidente. Fue un maldito y desgraciado accidente.
(LA MUJER lo guarda en el baúl.)
LA MUJER.- (A SELVA.) Ricardo. Ricardo Ríos. Hagan memoria.
(Otra breve pausa.)
No digo yo que no tuviera defectos... pero eso no le impedía ser un hombre intachable en
el que, sólo Dios sabe por qué, otros han querido lavar sus pecados.

-35-
HUELLAS EN LA PIEL

(SELVA le entrega su vestido.)


LA MUJER.- Recorrí un largo camino. No me iré sin una respuesta.
(ADA le coge el vestido de SELVA y lo guarda en el baúl.)
LA MUJER.- Soy su esposa. No lo olvidéis.
(SELVA cierra el baúl.)
LA MUJER.- Su memoria me pertenece.
(Pausa breve.)
Si es necesario esperaré. No tengo nada mejor que hacer. Llevo diez años aguardando este
momento. No me lo podéis arrebatar ahora.
(SELVA y PEPITA empujan desde un extremo el baúl, tratando de sacarlo de escena.)
LA MUJER.- ¿Me oís?
(ADA las ayuda. Es una maniobra lenta y pesada.)
LA MUJER.- He venido en busca de un hombre y no pienso marcharme de aquí sin él.
(Las tres mujeres desaparecen por el lateral izquierdo.)
LA MUJER.- (Mirando hacia el público.) Esta vez no.
(Baja la luz de intensidad sin llegar al oscuro. Después de unos breves pero intensos se-
gundos LA MUJER gira lentamente la cabeza y mira a AZUCENA que coge la botella de
ginebra y una copa. Acto seguido se dirige, lentamente, arrastrando su cuerpo hacia una
de las mesas, la que se haya más próxima al proscenio.)
LA MUJER.- (Pasa su mano por el respaldo de una de las sillas. A AZUCENA.) ¡Dime
dónde fue!
(AZUCENA se acerca a ella y sin intención de contestarle deja la copa sobre la mesa.)
LA MUJER.- (Sentándose.) ¡Contesta!
(AZUCENA le llena generosamente la copa.)
LA MUJER.- (Mirando la copa con un gesto de extrañeza.)
¿Fue aquí?
(Pausa. Levantando la vista y buscando los ojos de AZUCENA que le mantiene, en un
pulso, la mirada.)
¿En esta misma mesa?
(Bebiendo de un trago la ginebra.)
LA MUJER.- (Dejando la copa vacía sobre la mesa.)
No. Demasiado cerca de la puerta, ¿verdad?

-36-
HUELLAS EN LA PIEL

(AZUCENA coge la copa.)


LA MUJER.- (Levantándose y dirigiéndose hacia la mesa contigua por la que pasea la
mano como si tratara de recibir alguna vibración o mensaje oculto.)
¿Y en ésta?
(AZUCENA deja la copa sobre la mesa.)
LA MUJER.- (Sentándose en una de las sillas.) ¿Fue en esta dónde lo mataron?
(AZUCENA le llena la copa.)
LA MUJER.- Me dijeron que sus asesinos ya estaban dentro cuando él llegó. Por lo visto
aquel día se retrasó más de lo habitual.
(Pausa breve.)
Esperaron a que se sentara y pidiese una copa.
(Observando el contenido de la copa.)
¿También aquí tomaba ginebra?
(Bebiéndola de un trago.)
¿Eras tú la que descansaba en sus rodillas cuando le dispararon por la espalda?
(AZUCENA coge la copa vacía.)
LA MUJER.- (Incorporándose y dirigiéndose hacia otra de las mesas.)
¡Di! ¿Eras tú?
(AZUCENA deja la copa sobre la mesa.)
LA MUJER.- (Apoyando sus manos sobre la mesa antes de tomar asiento.)
¿Tal vez en ésta?
(Sin esperar respuesta.)
Ella lo presenció todo. Incluso debió salpicarse con su sangre. Puedo imaginar sus gritos
de terror al confundirla con la suya propia.
(Pausa breve. Dirigiéndole una segunda mirada.)
¿Tuvo tiempo de decir algo? ¿Me llamó?
(AZUCENA le llena la copa.)
LA MUJER.- No hay nada peor que el miedo.
(Apura de un trago la ginebra.)
Supongo que sabrás a lo que me refiero, ¿no es cierto?

-37-
HUELLAS EN LA PIEL

(AZUCENA, como viene siendo habitual a lo largo de la escena, la mira sin contestar.
Entra, por el lateral derecho, SELVA con un revólver en su mano. Hasta que se indique
permanecerá expectante e inmóvil, como si no participara de la acción o estuviera inte-
grada en otro espacio paralelo.)
LA MUJER.- (Se levanta como si le pesara el cuerpo, como si dentro de ella portara una
culpa atávica y se acerca a la mesa de al lado.)
El miedo a pensar que todas esas cosas horribles que cuentan sucedieron de verdad.
(AZUCENA coge la copa.)
LA MUJER.- (Después de una breve pausa.) ¿Fue aquí?
(AZUCENA deja la copa sobre la mesa.)
LA MUJER.- (Asiéndola del brazo.) ¡Fue aquí?
(AZUCENA retira la mano de LA MUJER.)
LA MUJER.- (Aumentando la presión verbal.) ¡Responde de una vez!
(AZUCENA llena la copa.)
LA MUJER.- (Golpeando, con el dorso de la mano, la copa que cae al suelo derraman-
do todo su contenido. Con un desgarrador grito se deja caer, sin fuerza, sobre la silla.)
¡¡¡Fue en esta mesa donde lo mataron???
(Oculta su rostro entre los brazos.)
SELVA.- (Apuntando con el arma a LA MUJER.) Fue ahí. ¡¡¡Sí!!! En esa misma mesa.
(Pausa breve. LA MUJER alza la cabeza y observa curiosa y sorprendida a SELVA.
AZUCENA coge otra de las copas.)
Si no deja de joder, le pego un tiro a usted también. ¿No es a eso a lo que vino, señora?
Quizás así se deje de molestarnos con sus preguntas!!
(AZUCENA llena la copa con los últimos restos de la botella y se la ofrece a SELVA.)
SELVA.- ¿Cuándo aprenderá?... Ricardo no era suyo ni de nadie.
(Pausa breve.)
Los hombres no nos pertenecen. En todo caso, un poquito a cada una...
(Baja el arma y bebe de un trago la ginebra. La escena queda congelada durante unos
segundos. Luego un súbito apagón.)

-38-
HUELLAS EN LA PIEL

ESCENA OCTAVA

(Cuando vuelve la luz vemos a AZUCENA sentada en una de las mesas del cabaret como
si estuviera acompañada por algún cliente de confianza con el que a ratos charla sin que
el público la oiga, y en otros momentos, permanece en silencio. ADA también está en un
rincón u en otra mesa del mismo lateral que la anterior, en arrumacos con otro supuesto
cliente. Beben, hacen algún pequeño gesto de cariño o dan cuenta de recibir alguna sutil
caricia. No se percatarán de lo que pasa en las escenas que se van sucediendo salvo
cuando se indique. SELVA con el revolver en la mano habla dirigiéndose al público co-
mo si estuviera en medio de una multitud de seguidores. Es casi un delirio o una fantasía;
luego cambia y se humaniza. Unas veces utiliza el arma como una extensión de su mano,
otras, como una copa para brindar.)

SELVA.- Gracias, muchas gracias por sus calurosos aplausos. Todo está exactamente
igual que la primera vez que visité este hermoso escenario… el terciopelo rojo de las bu-
tacas y esos damascos en los telones… (Sigue observando a su alrededor, buscando deta-
lles.)
Los acomodadores con sus botonaduras de oro, las telas tutancamonescas en las cortinas
(A una espectadora. Con ironía.)
… casualmente, idénticas al vestido de alguna señora del público… y ese caballero… sí,
sí, usted…
(Mismo juego con otro espectador.)
¡Veo que está acompañado esta noche!
(Hablándole a su supuesta esposa.)
Querida, no pasó nada, solo un par de ramos de flores y una intención nunca consuma-
da….
(Ríe burlona. Pausa breve.)
Voy a hablarles de mí, aunque no me resulta fácil. Soy una estrella. La bailarina de tangos
más seductora de América. La musa de políticos y cineastas. La única mujer en el mundo,
capaz de seducir a 100 hombres a la vez, con una frase arrabalera, con esa voz grave que
simula un susurro. Fue esa voz de arena la que me llevó de las ferias de barrio a triunfar
en la gran pantalla y a viajar por todos los países del mundo, incluso el del otro lado de
todos los mundos, Australia… Cuando Fritz dejaba su monóculo en la mesilla y me hacía
ensayar la escena del puente sobre la cama, para después, sonriendo, decirme que era úni-

-39-
HUELLAS EN LA PIEL

ca, que era un ser salvaje… Selva, me llamó… Selva Placeres… La brisa del mar atrave-
saba mis piernas y esa brisa se convirtió en viento, para pasar a ser un aire que de pura
felicidad, me tragué de golpe y me hizo daño. La playa se deshizo consumida por el océa-
no…
(Mira durante unos segundos el revólver.)
Jamás pude imaginar que un disparo hiciera tanto ruido. Cuando llegó la policía, me so-
metieron a mil preguntas. No pude contestar ninguna. Sólo veía sus pies tendidos sobre el
suelo, su sombrero blanco, su pañuelo de seda ceñido al cuello y ese porte tan particular
que nunca perdió. ¡¡¡Gracias Carlitos por haberle inventado!!!… Desde aquí arriba se le
veía encuadrado en una escena propia de un tango para recordar. Ricardito para los ami-
gos… Esa imagen estuvo golpeando mis sienes durante años…
(Pausa.)
Los hombres son tan cobardes…
(Se sienta en el borde del escenario. En un tono mucho más intimista. Dirigiéndose a uno
o varios espectadores.)
¿Quiere que le hable de mí?… ¿Quiere?... Por favor… ¿Quiere?
Es que estoy tan sola…
…En otro tiempo, hubo una mujer, tal vez fuera mi madre... Apenas recuerdo el olor de
su cuello; un olor a entre casa que en ocasiones busco con desesperación.
…También llevo en mi memoria un sueño… yo traía a los hombres a una gran casona
donde les daba de comer y cuando me descuidaba, desaparecían o mejor dicho aparecían
convertidos en coronas fúnebres…
…Desde niña, siempre me gustaron los hombres, los padres de los niños. Me divertía pro-
vocarlos. Los de mi edad me daban asco...
…No logro encontrar ningún momento de mi vida en que no hubiera hombres… A veces,
olvido lo que hice con ellos, hasta dónde llegaron las cosas. Sólo pasa con algunos. Hago
esfuerzos y no sé lo que sucedió…
(Pausa.)
Se han llevado tanto de mi pulso, tanto de mi tiempo apurado…
Empecino mi cintura a cualquier tacto, me escapo de los rincones en los que me puedo
enamorar.
Sólo me quedan restos, restos de ganas y de gestos.
Estoy sudada, sudada de tu sangre, sudada.
Gastaron mis motivos como si fuera yo de su saliva, de su tacto, de su piel.
Sólo me quedan trozos, trozos de mi cuerpo ocupados, ya ni sé por quién…

-40-
HUELLAS EN LA PIEL

Llevo el cuerpo demasiado poblado de pasión, de emociones, de abandonos, de otros


cuerpos que no logro arrancarme, que me ocupan, me poseen.
Tanta vida yo les di, que llevan ya, sabor a mí.
La muerte es el último país que inventé y ni siquiera ella permanece…
(Pausa breve.)
(Entra por el lateral izquierdo PEPITA.)
¿Alguien dijo que hoy no va a llover?..
(PEPITA la rodea con sus brazos en un cariñoso gesto no desprovisto de sensualidad.
SELVA la mira y sonríe. PEPITA la besa en la boca, luego se quita la venda de los senos
atrayendo ahora a SELVA hacia su pecho y acunándola como a un bebé. Decrece, lenta-
mente, la intensidad de la luz hasta el oscuro. Selva vuelve a fortalecerse y se va e escena.
Pepita queda sola y por primera vez, con su pecho desnudo. Por un momento, tararea
una canción y juega disfruta de eso, de espaldas al público, sentada sobre el baúl. )

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HUELLAS EN LA PIEL

PEPITA.- Lastima, bandoneón,


mi corazón...
tu ronca maldición maleva…..

(De repente, se da cuenta de que está exponiendo su femineidad y busca ocultarse, aver-
gonzada. AZUCENA deja la mesa y con mucha lentitud va a recoger a PEPITA. La viste y
la lleva con ella a la mesa, la sienta en sus rodillas mientras le acaricia el pelo o la cara
y la acuna moviendo levemente las rodillas. PEPITA no acciona, ni vuelve a hablar, solo
se deja proteger.)

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HUELLAS EN LA PIEL

ESCENA NOVENA

(En la zona del público del Chantecler, AZUCENA con PEPITA y ADA.)

AZUCENA.- (Al cliente imaginario.) Las putas somos muy leales porque sabemos que no
nos darán nada más. No necesitamos esperanza. Ni tenemos ilusión. Casi vivimos con
nuestra soledad enredada entre los pies. La arrastramos en nuestro paso y no dejamos de
amar a cada hombre que nos mima, nos mira o nos acaricia, al menos un instante. No sé si
las demás lo harán, pero mis chicas y yo, sabemos amarles y por eso vuelven…
(Bebe.)
… Aunque solo sea a ratos.
(Pausa breve.)
Vuelven a llevarse algo más de nuestras, cada vez, a dejarnos un poquito más vacías.
Sin saber por qué, no se lo impedimos.
(ADA escucha lo que dice y le interroga un tanto intrigada, quizás debido a que su actitud
con PEPITA, le genera celos. Intenta ser irónica, refiriéndose a su comportamiento ma-
ternal.)
ADA.- Los hombres vienen y se van, eso es cierto. Pero, ¿por qué abandonar a una hija
por ello y después querer ser madre de todas?…
AZUCENA.- Una hija no es más que un trozo de nuestro cuerpo, una marca, sólo eso.
Pero nunca es nuestra. Es de los otros. Es un poco de cada hombre que nos ha tocado.
(ADA se acerca lentamente hacia la mesa.)
Y la perdemos o entregamos a cualquiera de ellos, porque no sabemos poseer. Nos encan-
taría tener algo propio, un hombre, un hijo, una casa…
(AZUCENA repara de nuevo en ADA. Tal vez con una leve sonrisa preñada de tristeza en
sus labios.)
…cosas…
(Volviendo a su copa.)
… pero no sabemos hacerlos nuestros, sólo hemos aprendido a robarlos por un rato, a
creernos que nos ven, cuando sólo nos miran; a soñar que nos quieren y a recordarles
cuando están con otras. A confundirnos, a desearles, a celarlos y a perderlos.
(Bebe.)
A vaciarnos cada vez un poco más.

-43-
HUELLAS EN LA PIEL

(Mira a ADA detenida frente a ella.)


Como tú con tus juguetes… la cámara de fotos, la pitillera, el arma. Sólo puedes robarlas
y guardártelas en algún rincón, bien escondidas, para creerte que son tuyas. Aunque te
empapeles el cuerpo de fotos…
(ADA baja la cabeza.)
… no se convertirán en tu historia. No serán nunca recuerdos, sino sueños.
(Al interlocutor imaginario.)
No tenemos ni siquiera eso. Nunca sabemos si lo que recordamos y echamos de menos,
nuestra vida, ocurrió realmente…
(A ADA.)
Se nos confunde la realidad de tanto que tratamos de olvidar para no hacer daño, para no
comprometer a los demás.
(Pausa breve.)
¿De quién es mi hija?
Ya no lo recuerdo. Quizás nunca lo supe.
¿Qué tuve con Ricardo?
Calles, risas, tangos, un Montevideo oscuro y galante que nos unía. No logro recordar
nada más.

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HUELLAS EN LA PIEL

ESCENA DÉCIMA

(Antes de que se ilumine de nuevo el escenario del Chantecler, dos cenitales destacan
durante unos segundos el arma y las vendas olvidadas en el suelo. Entra LA MUJER,
coge una de las vendas y se cubre con ella los ojos. Acto seguido, con el arma en la mano
apunta hacia la silla donde SELVA le indicó que dispararon a su marido. En ese momento
aparece SELVA, aunque se la ve cambiada, durante esta escena, actúa como si fuera Ri-
cardo en el cuerpo de Selva. No se sabe exactamente si la escena es una ensoñación de
LA MUJER o si SELVA se pone en lugar del hombre que aman las dos para poder comu-
nicarse. Al pasar cerca de LA MUJER le roza la cara o le hace un gesto de cariño reco-
nocible y cotidiano, quizás hasta mecánico entre dos esposos y se sienta en la silla, de
espaldas a LA MUJER. Toma una copa de ginebra.)
LA MUJER.- (Se acerca a la silla. Por la espalda de SELVA.) ¿Quién te mató?
SELVA.- Un hombre con un arma y una venda en los ojos.
LA MUJER.- ¿Por qué?
SELVA.- Por lo mismo que murió tu padre. ¿No lo recuerdas? Porque alguien le pagó
para que lo hiciera.
(LA MUJER le huele el cuello, tratando de reconocerle sin verlo. En parte descubrimos
signos de pasión.)
(Largo silencio.)
LA MUJER.- Siempre te amé.
(Gran silencio.)
No te abandoné, me obligaron a estar lejos de ti. Me encerraron.
SELVA.- Han pasado más de veinte años… ¿Por qué te escapaste ahora?
LA MUJER.- El tiempo pasó sin que me diera cuenta, pensando que hacía todo lo que
podía y un día me fui…
(Siempre desde la espalda, le recorre la cara con las manos.)
Las calles han cambiado, ¿no?
(Largo silencio.)
¿Duele?
SELVA.- ¿Qué cosa?

-45-
HUELLAS EN LA PIEL

LA MUJER.- Morir…
SELVA.- Por un instante el tiempo se detiene y los paisajes parecen todos iguales, como
si no se pudiera definir lo bello y lo siniestro. Me pasé la vida haciendo cosas que sabía
que hacían daño, pero que no podía evitar. Cargando culpas, tantas culpas… En realidad,
no soy un mal tipo y sólo lo supieron ver las mujeres que me amaron…
LA MUJER.- Me gustaría encontrarlas, para mirarles a la cara y verme…
SELVA.- Estas tan cerca…
(SELVA cambia de cuerpo y deja de ocupar el lugar de Ricardo, se acerca a LA MUJER
con calidez y le quita lentamente las vendas de los ojos. AZUCENA apura la copa. Suena
un tango. LA MUJER, una vez liberada de la venda tiene una expresión como de quien
descubriera el mundo por primera vez. Al mismo tiempo, deja caer el arma al suelo. ADA
saca sus otos y comienza a mirarlas, SELVA la abraza como si fuera su madre y luego
comienza a estrujarla hasta que se libera y repite acciones cotidianas, de una manera
mecánica. PEPITA pinta los labios a SELVA, luego SELVA le pinta los dedos con el
pintalabios. Acto seguido se arrodilla en el centro del espacio escénico, de espaldas, des-
nuda su torso y se expone al público. PEPITA comienza a manosear su espalda dejando
huellas con sus dedos pintados. En esta acción trabaja su memoria de la niñez. SELVA
reacciona a cada impulso. PEPITA se detiene y mira sus manos, las huellas que dejó en
la espalda de SELVA. Cesa el tango.)

AZUCENA.- (Vuelve al final del monólogo anterior, como si nada hubiera sucedido des-
de ese momento.)
¿Qué tuve con Ricardo?
Calles, risas, tangos, un Montevideo oscuro y galante que nos unía. No logro recordar
nada más. Y además…
¿¿¡¡A quién le importa las memorias de una puta!!??...

(SELVA sigue exponiéndose como una imagen religiosa. Se oye el tic-tac de un reloj y las
acciones de todas continúan al mismo nivel. De súbito se detiene el reloj y todas al uníso-
no. SELVA gira su cabeza y mira al público. APAGÓN.)

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