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La iglesia jesuánica: una propuesta para construir una

eclesiología desde las juventudes.


Según el Fondo de Población de las Naciones Unidas1 (UNFPA, siglas en inglés)
aproximadamente 1,804 millones de personas alrededor del mundo tienen entre 15 y 29 años, es
decir, casi la cuarta parte de la población mundial es joven. En cierto sentido, este dato nos
denota la cierta “distancia epocal” que existe entre las población adulta y las juventudes ya que se
habla de generación de cristal, jóvenes sensibles, que no tienen valores o que están influenciados
por la mal llamada identidad de género.
Este discurso es uno de tantos que podemos escuchar dentro de la Iglesia no solo de parte
de los feligreses, catequistas, religiosos y religiosas o algunos jóvenes, también de parte de
muchos pastores (clérigos y obispos), haciendo de la iglesia institución un lugar donde parte de
las juventudes no encuentran lugar, se sienten rechazados o expulsados porque lo que viven no
congenia con la “sana doctrina”. En este sentido, la propuesta eclesiológica que se ofrece
actualmente en muchas comunidades continúa siendo una propuesta no dialógica con la realidad,
sigue siendo un adoctrinamiento donde los jóvenes se tiene que resignar a aceptar y acreditar en
todo lo que hay en el magisterio.
Muchas pastorales juveniles están centradas en las prácticas devocionales y de repetir
todo lo que la Tradición eclesial ha establecido sin acceder al conocimiento de ese Jesús que tiene
como horizonte el Reino de Dios, quien practicó la compasión, la misericordia, la solidaridad, la
inclusión, ese Jesús que nos enseñó a relacionarnos con Dios desde la cercanía, el amor y el
perdón e inclusive de poder llamarlo Papá.
Por ello, el planteamiento que Pedro Casaldáliga hace entorno a una Iglesia mas centrada
en el Reino de Dios se me hace interesante pues es una crítica hecha por una persona que se
siente y se vive como parte de esta, Él ama a la Iglesia y por ello alza su voz para que cambiemos
nuestro horizonte y, además, caigan aquellas cosas que hemos absolutizado y no nos dejan
continuar con la misión que el propio Jesús nos ha dejado.
Se me hace interesante que Pedro parta de la figura de Jesús y de su Reino para
devolvernos esa mirada eclesial que va más allá del Magisterio, una Iglesia que forma parte de la
1
https://mexico.unfpa.org/es/topics/adolescenciayjuventud#:~:text=Actualmente%20cerca%20de
%201%2C804%20millones,parte%20de%20la%20poblaci%C3%B3n%20mundial. Acceso el 17 de junio
de 2023.
triada: Jesús-Reino-Iglesia y no colocada en el centro, por eso considero que esta idea es una
propuesta que se puede hacer a los jóvenes hoy.
En uno de sus poemas, Pedro nos recuerda algo muy importante: si la Iglesia no tiene
como categoría central de su misión el Reino de Dios entonces será una iglesia que divida 2 pues
se llenará de tantas estructuras como el clericalismo, el legalismo, fundamentalismo, etc., que
olvidará que la propia Iglesia es la comunidad, es el Pueblo de Dios y no la institución en sí
misma.
Con ello, parece importante tener la claridad que la Iglesia jerárquica, la iglesia romana
que está asociada al poder y en las cuáles ha títulos o valores que reflejan actitudes antirreino es
la crítica que muchos jóvenes realizan a la iglesia institución pues el contexto juvenil ahora habla
de términos de igualdad de derechos, de autenticidad y de fraternidad, valores que encontramos
en la teopoesía de Casaldáliga.
Considerando la triada anteriormente señalada, descubrimos que Jesús nos muestra el
significado del Reino y nos lo anuncia, no desde la cosmovisión Judaica de un Dios abstracto o
lejano a la humanidad, donde no siquiera es posible llamarlo como tal sino anuncia a un Dios que
es Padre, que es cercano y concreto: es el Dios del Reino, un Dios que es compasivo,
misericordioso y fiel. En Jesús conocemos a Dios y en Dios conocemos a su Hijo, por eso en la
persona de Jesús nos es revelado el camino a la vida plena (cf. Jn 14,5-11). Por eso Pedro va a
comprender que ese Dios se da a conocer en Jesús y con Él nos muestra que la salvación ha
llegado al mundo.
Así, hablar de la persona de Jesús a los jóvenes me parece crucial para un proceso de
Evangelización pues sería centrar el discurso eclesial desde un Jesús que fue cercano con la
gente, que asumió la causa de los excluidos de su contexto, que lucho por defender la vida de
aquellos que estaban agredidos en su dignidad. Mostrar a un Jesús que pasó haciendo el bien es
un acierto para comunicarlo a los jóvenes pues ellos nos reflejan su preocupación (quizás a su
manera de entender la propia vida) por las situaciones indignantes en las que están millones de
personas o de seres vivos.
Compartirles a un Jesús que no tenía un discurso de odio, de marginación o de juicio ante
los actos humanos sino una persona que se acerca al enfermo, al estigmatizado social como los
leprosos o prostitutas es mostrarles un camino eclesial fundante que realizaron las primeras

2
Cfr. Pedro Casaldáliga, Fuego y ceniza al viento, (Santander: Sal Terrae, 1984), p. 75.
comunidades cristianas y que es nuestra oportunidad de devolverle a la Iglesia: no olvidar cuál ha
sido nuestro origen y nuestra misión.
Otra cosa muy importante es que el obispo de São Félix nos enseña con su vida y sus
escritos que el Reino de Dios es una categoría fundamental pues viene de un proyecto divino que
busca la liberación y la plenitud de los seres humanos. Este proyecto también es un proyecto dado
y revelado por Jesús, quien con sus gestos y acciones nos enseña que el Reino de Dios es el sueño
y el deseo del Padre para que todos sus hijos tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10).
Con ello, sería abordar desde el ámbito juvenil que el Reino de Dios no es una realidad
que está fuera del mundo, o como si fuese un metaverso donde en la otra vida se vivirá en
plenitud, sino que es en el ahora que hay que construir una iglesia cercana, una iglesia desde y
para los jóvenes, los marginados, los excluidos de la historia. Con ello, todo discurso eclesial que
agreda a la dignidad de las personas, que rechace la pertenencia la cuerpo eclesial sería
visibilizado y denunciado, se confrontaría con el discurso y la vida que Jesús llevó: acogiendo y
no juzgando a los pequeños, al contrario, les devuelve su dignidad.
En este sentido, el poema escrito por Pedro me parece una consigna de vida para los que
trabajamos con las juventudes:
Nunca te canses de hablar del Reino,
Nunca te canses de hacer el Reino,
Nunca de canses de discernir el Reino,
Nunca te canses de acoger el Reino,
Nunca de canses de esperar el Reino.3

Que el Reino de Dios sea el discurso central de nuestra pastoral juvenil es una propuesta
novedosa para ellos mismos, pues se aleja del adoctrinamiento, de la mirada eclesiocéntrica que
tanto mal ha hecho a lo largo de la historia y nos devuelve hacia una iglesia concentrada en la
compasión, en una comunidad que es sacramento porque lleva la misericordia del padre a toda la
humanidad.
Como consecuencia de ello, se resignificaría la palabra Iglesia no como una institución
con unas estructuras definidas desde el clericalismo y el poder sino como una iglesia comunidad,
una iglesia Pueblo de Dios. Esta es la eclesiología que aborda Pedro, una iglesia que fue
propuesta en el Vaticano II: “comunidad de iguales, de creyentes, de seguidores de Jesús.” 4 Una
iglesia que es convocado por el Padre y donde se infunde el Espíritu Santo para vivir cada uno de

3
Ibid., p. 12.
4
Pedro Casaldáliga y José Maria Vigil. Espiritualidad de la Liberación, (Quito: Verbo Divino, 1992), p. 239.
los ministerios al servicio de la comunidad ya no desde una manera vertical y desde el poder sino
desde la horizontalidad y la sinodalidad, donde cada miembro tiene voz y se es corresponsable
del caminar eclesial,5 ayudando a sentirnos todos parte de este cuerpo, es decir, se hará consciente
que cada uno forma parte de esta Iglesia comunidad.
Todo ello ayudará a comprender que la misión de la Iglesia no es exclusiva de los
ministros ordenados sino de toda la comunidad, es decir, de todo el pueblo sacerdotal. Así, la
eclesiología propuesta por Casaldáliga, eclesiología del Reino puede ayudar en la incorporación
de los jóvenes, que buscan un protagonismo dentro de la misma estructura, protagonismo que
implica el ser escuchado, dialogando con las nuevas realidades en las que están inmersos como:
diversidad sexual, género, derechos humanos, ecología y ecumenismo. Esto es posible porque la
misión de la comunidad es la liberación, necesitamos que la Iglesia regrese a la periferias
existenciales para proclamar que otro mundo es posible.
Eso es volver al origen Jesuánico, es volver al fundamento eclesial: ese Jesús que abraza
la causa del Reino, la causa de los pobres para anunciarles la buena nueva y su liberación, es
soñar y trabajar para construir una nueva manera de ser hermanos. Con ello, hasta el ser
eucarístico de Jesús se redimensionaría pues ya no se quedaría en lo sacramental sino en la
continuación de esa misa, que es la mesa compartida, un banquete donde caben todas las
personas, donde todos somos invitados a abrir nuestras personas, nuestros lugares para que entren
todos aquellos que el mundo ha dejado sin lugar.
Aquí estriba la verdadera evangelización, se trata de promover la vida del ser humano
pues fue así como Jesús verdaderamente enseñó a sus discípulos: buscando la justicia, la igualdad
y la fraternidad, siendo un auténtico discípulo aquel que sirve a sus hermanos, aquel que incluso
da la vida por los más pobres y lucha para construir una sociedad que promueva la vida digna y la
justicia para todos.
Una iglesia comprometida por el bien común es indispensable para nuestros tiempos,
donde sigue creciendo la desigualdad social, el racismo, la homofobia, los feminicidios. Donde el
discurso de odio es el pan de cada día y donde muchos jóvenes se muestran sensibles e
indignados con estos temas y por eso creen que la Iglesia no aporta pues se ha quedado con el
discurso moral que aleja a las personas, que las excluye de los templos pues no son dignos de
entrar en la “casa de Dios” por sus maneras de ser o pensar.
Esa es la propuesta eclesial que Pedro realizó en su prelatura, una iglesia comprometida
con la causa del Reino, una iglesia que ubicó su lugar de lado de los pobres, de los sin tierra, una
5
Ibid.., p. 240.
iglesia que entendió que la evangelización iba más allá del adoctrinamiento, sino que buscaba la
calidad de vida de sus feligreses, por eso las misiones que involucraba lo social, educativo, la
salud, una evangelización que en verdad ayudaba a las comunidades.
Por lo tanto, recuperar la propuesta eclesiológica de Pedro Casaldáliga para hacer una
evangelización juvenil, es reconocer en ellos primero un grupo excluido de la iglesia jerárquica,
pues aún vivimos un adultocentrismo, donde la voz del joven no vale pues no tienen la
experiencia, no saben los contenidos fundamentales de la fe cristiana, además que viven inmersos
en un cultura o medios que han “distorsionado” sus mentes y por ello hay que enseñarles qué dice
la iglesia.
Una iglesia reinocéntrica nos ayudará a compartir con los jóvenes nuevas terminologías
que, lejos de distanciarlos, los acerquen con sus propias realidades: liberación, fraternidad,
justicia y comunidad. Estos términos son los que, en sus propias vivencias, los jóvenes buscan
para su vida. Ellos quieren tener una comunidad que sea un grupo de referencia donde puedan
vivirse en autenticidad, donde sean acogidos por cómo son y piensan y donde cada uno sea
respetado por el simple hecho de ser personas.
En la pastoral juvenil que acompaño se habla mucho de espacio seguro y esa es una
terminología actual que embona mucho con la propuesta de Pedro, que nuestras Iglesias sean en
verdad comunidades que promuevan la dignidad, la seguridad física, emocional y espiritual de
nuestros jóvenes, seguridades que fácilmente se encuentra en la persona de Jesús, aquel que
asumió con su propia vida, el proyecto del Padre.

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