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Aproximación A La Antropología Del Documento de Aparecida
Aproximación A La Antropología Del Documento de Aparecida
La presente es un pequeño ensayo presentado con ocasión del estudio del Documento que el clero
de la arquidiócesis de San Salvador realizara en julio de 2007. El aporte que pueda contener
estriba simplemente en ser explicitación de algunos elementos de la antropología que contiene el
Documento Conclusivo de los Obispos en Aparecida que, sistemáticamente no ha tratado el tema
pero en el que su visión del hombre está supuesta en el conjunto de dicho Documento. De dos
conceptos somos deudores como se ha hecho referencia: uno de V. Codina, “crisis de Galilea” que
esconde la clave hermenéutica basada en la “debilidad de la fe” (cfr. DI 2) denunciada por el Papa
en el cristianismo latinoamericano y, “totalitarismo del mercado” de P. Trigo. Sobre la temática
específica no parece haberse escrito nada al momento.
Creo que es importante para lo que pretendemos, decir una palabra sobre alguna clave
hermenéutica que sirva de interpretación para todo el Documento que estudiamos y una sobre el
método que ahí se sigue.
La crisis y debilitamiento de la fe cristiana en América Latina puede ser establecida como la pauta
de interpretación del documento. Durante mucho tiempo la Iglesia latinoamericana ha sido
considerada como el “continente de la esperanza”, la que tiene el mayor número de católicos, ha
sido vista como la “reserva oxigenante del catolicismo”. Pero América Latina parece haber entrado
en una situación de crisis: no sólo es el continente cristiano con mayores desigualdades sociales,
sino que se percibe una debilidad en la fe, hay un gran divorcio entre la fe y la vida, falta formación
cristiana, disminuyen las vocaciones, hay poco sentido de pertenencia eclesial y del ser discípulos y
misioneros, la rica religiosidad está muy al margen de la Iglesia institucional, crecen la indiferencia
religiosa y el agnosticismo, muchos dejan la Iglesia católica para hacerse miembros de comunidades
cristianas, etc. Pues bien, ante esa realidad, Aparecida olvidando diferencias ideológicas y
doctrinales en sus partícipes, ha decidido profundizar en la identidad cristiana de las y los
bautizados para que lleguen a ser verdaderamente discípulos y misioneros de Jesucristo para que
nuestros pueblos “en Él tengan vida”.
Como en la “crisis de Galilea”[1], ante el escándalo y abandono de muchos seguidores, que lleva a
Jesús a concentrarse en formar más a sus discípulos y en constituir una comunidad para lo cual se
aleja hacia territorios paganos, así pareciera la Iglesia tender a replegarse sobre sí misma[2] a fin de
profundizar en su identidad y misión con la esperanza de fortalecer la fe cristiana en el “continente
de la esperanza”.
En cuanto al método del Documento y más precisamente del que puede descubrirse en su
antropología, nos merece una palabra. Como es sabido, no se renunció al método de ver,
juzgar y actuar; ciertamente con una especie de declaración de fe antes del primer paso que aún
cuando supuesta en el modo tradicional de emplearlo fue mucho más evidente después de que en
el Discurso Inaugural resultaran explícitas y que en palabras del Papa rezaba: sólo quien reconoce
a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano[3].
Una de las primeras constataciones que los obispos hacen de la mujer y del hombre latinoamericano
tiene que ver con el modo como éstos están percibiendo la realidad que se ha
vuelto opaca y compleja[4]. Se trata del modo cómo perciben pero a su vez cómo se experimentan y
perciben a sí mismos en la realidad. Los cambios vertiginosos que se producen en el
denominado cambio de época cuya causa se encuentra en el desarrollo científico y tecnológico y
cuyo resultado más palpable se percibe en el avance de las comunicaciones, han llevado aparejado
un sentido de desubicación en el hombre al constatar la dificultad de asimilar, comprender y
manipular la realidad en los distintos significados con que se le presenta. Los nuevos avances ponen
de manifiesto la complejidad de la realidad en la constatación de la parcialización y fragmentación
de la misma en sus contenidos analíticos como en la interpretación de conjunto sobreacentuado
desde perspectivas particulares que de ella se hace. La demanda de información es urgida si la
persona ha de ser significativa en su quehacer pero constata la limitación para poder percibir la
unidad de todos los fragmentos dispersos que resultan de la información[5] que se recolecta.
Los obispos pues, ven al hombre latinoamericano medio perdido y asustado[9], inmerso en
una crisis de sentido. Lo que hasta hace poco constituía la fuente capaz de dar sentido
unitario a todos los factores de la realidad vivido desde las tradiciones culturales fuertemente
impregnadas de sentido religioso, ha comenzado a desvanecerse y erosionarse. Las tradiciones
culturales ya no se transmiten de una generación a otra, lo que constituye un
hecho desconcertante[10]. Pero a su juicio, el hombre latinoamericano no se encuentra existencial y
cómodamente instalado en dicha situación que le lleve a la proclama explícita del vacío y sin sentido
de la vida y de la realidad; él está en búsqueda sin embargo, se constata que su búsqueda sucumbe y
se rinde ante actitudes y realidades más bien efímeras postuladas en la distracción, la fantasía, el
espectáculo y entretenimiento[11].
¿Qué factores estimulan y promueven la crisis de sentido del hombre latinoamericano? Tratemos de
identificarlos en la medida en que afectando al hombre, nos dicen lo que está siendo.
Unilateralización de la persona
La simultaneidad[24], tal vez sea la innovación más patente e impactante que la globalización
implica en el ser humano como ciudadano del universo. Los contenidos analíticos que conlleva con
innegables bondades implican también discernimiento y postura crítica[25]. Pues bien, estamos en
una época en la que el espacio no está ya en función del tiempo. La percepción y vivencia del tiempo
en el humano que en Latinoamérica estamos siendo, ha cambiado. Los avances tecnológicos han
provocado un cambio en la profunda vivencia del tiempo[26]. Se concibe el tiempo fijado en el
propio presente, en la percepción y vivencia individual en el que la imaginación y la fantasía
encuentran suelo nutricio. Lo que importa es la vivencia individual, el individuo en suma y fijado en
su presente. El dinamismo que el futuro tendería normalmente a desarrollar, se desvanece porque
es incierto; más aún, si se supone sea compartido como sujeto social. Es el presente lo que cuenta y
vivido en su dimensión individual.
De este modo, la nueva cultura que va siendo gestada, podríamos decir que desde el punto de vista
antropológico, se caracteriza por la autorreferencia al individuo[27]. Si bien la libertad y la
dignidad de la persona son reconocidas, se verifica una tendencia hacia la afirmación exasperada
de sus derechos individuales y subjetivos[28] con lo que, el sentido de comunidad, del bien común
y sus procesos va siendo depreciado pues, lo que verdaderamente cuenta es la satisfacción de los
deseos de los individuos en los que frecuentemente se impone no los legítimos sino arbitrarios
derechos individuales. Aunado a la nueva vivencia del tiempo que en el sujeto tiene lugar, una
apuesta a vivir el día a día, no sólo el sentido de proyecto y programa decae sino los
apegos personales, familiares y comunitarios también sucumben. En esta lógica, las relaciones
personales y afectivas, como indicábamos llegan a ser al fin y al cabo objetos de consumo[29]sin
implicaciones comprometedoras duraderas en el tiempo.
Lo que es útil y funcional para mis intereses es lo que verdaderamente cuenta. Las aspiraciones
profundas del hombre van siendo moldeadas en o hacia un individualismo pragmático narcisista.
El mercado, el consumo, la utilidad y la satisfacción son los verdaderos objetivos abanderados en las
aspiraciones y deseos humanos. En ella encuentra su base la lógica y la industria del divertimiento,
del show, del espectáculo y las sensaciones.
Estamos por lo tanto, ante una visión del hombre de supuestos unilaterales la que Aparecida está
describiendo desde su enfoque existencial. Unilateralización de la persona y de la sociedad
centradas en el producir, consumir, disfrutar y desechar. El mercado copa los espacios de la vida
humana e induce a ver la realidad desde la óptica e ideología que así se genera. La constitución de la
persona como sujeto personal se ve expuesta al espejismo que de suyo produce por una parte el
totalitarismo del mercado y por otra, la fragmentariedad en la que se encuentra y le es ofrecida por
una trama de la realidad opaca y que finalmente no comprende. En realidad, la afirmación de la
subjetividad y sus derechos en la autentica construcción de la persona, ofrecidas con las
posibilidades y bondades que los medios de comunicación presentan y en las que la Internet tiene
espacio privilegiado, produce tan sólo la impresión y espejismo de construir una autentica
autonomía en el sujeto personal. En realidad, estas condiciones e ideología latente, abandonan y
empujan al individuo dejándolo a las posibilidades particulares para construir su propia
identidad[30]. Son los efectos del individualismo que naturalmente no sólo deja su huella en
el relativismo ético sino es justamente su gestor[31].
Pero estamos ante una unilateralización en la visión del hombre centrada no sólo en el producir,
consumir, desechar sino en el modo de ver la misma realidad. Qué sea primero si lo uno u lo otro, si
la visión o el efecto, no es el problema. Al final son aspectos que se retroalimentan para producir lo
que en término acuñado por Marcuse, podríamos expresar, como el hombre unidimensional. La
fragmentariedad de la realidad en la que se encuentra el hombre como un Prometeo medio perdido,
acaba por imponer una visión de la realidad de corte individualista en la que el tribunal de la verdad
está instalado en él mismo y soberanamente. La carencia o crisis de una visión unitaria que dé
sentido a la totalidad tiene por responsable distintos aspectos pero en los que el individualismo
como cultura es importante. Para el hombre individuo, su punto de vista es simplemente su tabla de
salvación para sostenerse en la trama social. Su verdad es lo que importa más allá de valoraciones
éticas, juicios, instituciones o tradiciones. Su verdad es subjetiva. La objetividad de la verdad y los
valores cuando menos ha sido eclipsada si no es que ha terminado.
De aquí estamos ante un paso hacia el postmodernismo y más al llamado pensamiento débil. No me
parece que halla en las afirmaciones de Aparecida una descripción estrictamente posmoderna en
algunos de los contornos del hombre que describe pero es evidente que en lo que se dice, podemos
vislumbrar retazos de ese hombre posmoderno o al menos, deja entrever su paso y aparición fugaz
en estas tierras. Aparecida da lugar a pensar en ello al describir la mutación de los códigos éticos y
estéticos y el desconcierto y escepticismo a los que se aluden así como en la indiferencia por el otro y
el rechazo a la ideología del esfuerzo y compromiso, porque se ha abandonado el esfuerzo e ilusión
por cambiar el mundo y la realidad, dado que dicho esfuerzo es insignificante o por la masificación y
despersonalización a la que la cultura de los medios aboca.
Pero el hombre o modelo de hombre que hasta ahora hemos ido dibujando pareciera concentrarse
en aquél que como quiera que fuese mas bien resulta ser el beneficiado por los progresos técnicos
experimentados; un ser humano envuelto y copado por la técnica y el consumo y, desconocer al que
también como quiera que sea, resulta ser el que más lo sufre y padece en la aldea global en buena
parte, por carecer precisamente de ambos. El sujeto humano así descrito, pareciera aludir
fundamentalmente a capas medias y altas de la sociedad, un sujeto en el que su problemática central
pareciera ser propiamente existencial y más aún existencialista, al ubicar la crisis de sentido como el
existencial determinante por más que se apunte también su individualismo pragmático y narcisista
que al fin y al cabo son estímulos y causas de dicha crisis. Pero, ¿qué pasa con la inmensa mayoría
de latinoamericanos en quienes su problemática es más bien vital y de
sobrevivencia? Aparecida deberá resolvernos esta cuestión.
La otra cara del individualismo: los rostros de los pobres, excluidos
No se trata ni podemos pedirle a Aparecida una descripción del hombre en términos de clases
sociales; no obstante, se da pie a pensar que en el enfoque existencial elegido, se está hablando del
mercado y del consumo en el que todos sus clientes parecerían estar en igualdad de oportunidades.
Sin embargo, el propio Documento se encarga de corregir esta apreciación.
Aparecida nos da una visión del pobre y la pobreza desde el fenómeno de la nueva escala
humana esto es, la globalización y, evidentemente, para ser precisos, desde los presupuestos
evangélicos y cristológicos de los que no puede prescindir. Para nuestro interés nos enfocamos en lo
primero.
En este punto el Documento no se guarda medias tintas. En realidad, a pesar de las bondades
contenidas en los procesos de globalización, su actual dinámica produce la exclusión de todos
aquellos no suficientemente capacitados e informados [32] y mantiene en la pobreza a multitud de
personas. El punto es que las actuales circunstancias de Latinoamérica muestran que tal cual ha
impactado y está configurada la globalización afecta negativamente a los sectores más pobres [33]y
a la inmensa mayoría de católicos[34]. Ante los pobres y la pobreza la globalización ha puesto a las
claras un nuevo fenómeno y categoría socioeconómica que expresa una nueva realidad, la exclusión
social. Los pobres no son ya más simplemente pobres. La pertenencia a la sociedad en la que se vive
ha quedado afectada en su misma raíz, pues, ya no se está abajo, en la periferia o sin poder, sino
que se está fuera. Los excluidos no son solamente “explotados” sino “sobrantes” y
“desechables”[35].
En este sentido, la globalización ha hecho emerger entre nosotros, nuevos rostros de pobres[36] y a
su vez, amenaza y pone en peligro no sólo la identidad sino la propia existencia de pueblos
diferentes, como es el caso de los pueblos indígenas y afroamericanos[37].
Las consecuencias de la globalización y sus herramientas no han conducido a favorecer a los más
pobres como tampoco a contribuir para que las desigualdades seculares del sub-continente de
mayorías católicas hayan sido superadas. Y en este punto, la responsabilidad no queda recluida en
las estructuras sin más sino también en la falta de fidelidad a sus compromisos de muchos
cristianos[38].
Estamos pues ante la nueva cara de la visión del hombre latinoamericano que ha hecho emerger la
cultura global. No se trata simplemente del rostro de los excluidos aunque sea quienes lo patentizan
y perfilan de mejor modo. En realidad, por activa y por pasiva tenemos un nuevo rostro humano que
evidencia la visión de hombre que se esconde en la dinámica que experimenta la globalización en su
dimensión económica. El individualismo, el totalitarismo del mercado, la unilateralización de la
persona con sus correlatos en la cultura del consumo y el hedonismo a la par que los excluidos
mismos, muestran la visión del ser humano que se ha ido fraguando en los últimos tiempos. Sin
duda, no simplemente señales sino realidades sustentadas que teniendo como referencia un ser
humano, en la práctica este ser humano y este modelo de hombre se ha vuelto cerrado a Dios y al
otro[39].
Pues bien, ante este fenómeno, los obispos ofrecen su concepción de lo que es la persona, palpitante
en la situación del hombre y la mujer latinoamericanos en esta nueva etapa histórica. Y es que, en
sus palabras, la persona humana, es en su misma esencia, aquel lugar de la naturaleza donde
converge la variedad de significados en una única vocación de sentido [45]. En cada persona
humana late una irrenunciable vocación de sentido que le impulsa a la búsqueda de comprensión
que de sentido unitario a todos los factores de la realidad. La crisis de sentido que sobreviene en las
transformaciones culturales que tiende a desvanecer los puntos de referencia que permiten
orientación en la vida, no pueden apagar su vocación de sentido. La emergencia de la subjetividad
que tiene por supuesto dimensiones positivas pero más aún el individualismo, con lo de crisis que
comporta en las relaciones intersubjetivas y en las instituciones garantes de la vida humana, no
termina sino en la generación del vacío y tedio, con los múltiples males que comporta y a la postre,
en la despersonalización y atomización de la realidad y sociedad.
Pero la vocación de sentido de la persona humana –propuesta por los obispos- no se sostiene y
justifica por sí misma; es decir, no basta con sostener en el hombre su insaciabilidad en la búsqueda
por encontrar significado y sentido o con la configuración o adquisición de una visión de mundo
capaz de unir y generar sentido unitario para satisfacer a cabalidad dicha necesidad humana. Dos
principios se vuelven aquí imprescindibles para mostrar en plenitud lo que el hombre es y su
vocación de sentido; uno de carácter antropológico y el otro, diría que es teológico y epistemológico.
El primero podría ser compartido con distintas visiones pero en el que en la presentación cristiana
reviste originalidad; el segundo, es pretensión teológica que justifica su quehacer y en el buen
sentido.
Por eso los obispos pueden afirmar con el Papa que sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad
y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano [50]. Anima a los obispos y al
Papa en esta afirmación, no sólo la convicción teológica sino la experiencia histórica que ha
mostrado que dejar de lado a Dios o ponerlo entre paréntesis teórica o prácticamente, la
construcción social de ahí derivada no termina sino en recetas destructivas y en caminos
equivocados justamente al olvidar, falsificar o cercenar el fundamento de la misma realidad.
Ya no solo será vocación de sentido, pues, para Aparecida, como tampoco la dignidad de la persona
humana sin más sino vocación divina el constitutivo inherente de la realidad del hombre
garantizado desde el fundamento y principio de la realidad ubicado en Dios y manifestado en
Jesucristo, el que resuelve ontológica y existencialmente lo que el hombre es. Pero no se trata de
algo extrínseco al mismo hombre, de una luz venida de fuera. Y he aquí la fundamentación
antropológica de la comprensión del hombre que Aparecida nos presenta de inspiración y
fundamentación cristológica para aclarar la cuestión. En palabras de la Gaudium et Spes nos la
expresan los obispos: En realidad, tan sólo en el misterio del Verbo encarnado se aclara
verdaderamente el misterio del hombre. Cristo, en la revelación misma del misterio del Padre y de
su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre su altísima
vocación[51]. Se trata de una fundamentación a la sombra de Colosenses 1,15 que complementa la
descrita en Génesis 1,26 y en la que Pablo nos dice que Cristo es imagen de Dios invisible,
primogénito de toda criatura.
Lo que estamos queriendo expresar es que el homo sapiens no se explica por Cristo, que Adán no se
explica por Cristo sino que Cristo mismo explica el homo sapiens al manifestarle, restablecerle y
otorgarle en virtud de su misterio pascual, el don de su vocación divina. Desde aquí y desde un
plano estrictamente antropológico me atrevería a decir, podemos encontrar la justificación del
seguimiento y por tanto del discipulado puesto que en su humanidad perfecta Jesucristo revela
plenamente lo que el hombre es, al descifrarle su sentido y vocación en el designio de Dios y por lo
tanto, justificar su llamada y seguimiento por parte del hombre. Seguir a Jesucristo es llegar a ser
más hombre puesto que Él en su humanidad nos revela ontológica y existencialmente lo que el
hombre es.
Y desde aquí podemos al menos intuir y sospechar, cuestión que no es evidente pero que no
podemos justificar aquí, que el anuncio del misterio o del designio de Dios va ligado a la verdad de
lo que es el hombre y por lo cual, anuncio y misión y, verdad del hombre –como tarea de la
Iglesia- están estricta y esencialmente ligados y exigidos. En otras palabras, anuncio y misión de la
Iglesia está intrínsecamente ligada a la verdad del hombre y al discipulado.
Conclusión
La realidad antropológica descrita por Aparecida está pues, signada por la realidad del pecado y
esto quiere decir, sencillamente bajo el signo de la muerte. Las transformaciones culturales
supuestas en la globalización, a pesar de las bondades que implica, supone a su vez una amenaza no
simplemente a la cultura sino a la vida humana porque la visión y modelo de hombre que en ella se
ha ido fraguando se muestra en la práctica cerrado a Dios y al otro[52], por lo
que Aparecida demanda para todo católico actitud crítica[53] en el nuevo escenario. Se comprende
entonces, que uno de los ejes transversales y de lectura del Documento sea precisamente “la vida” y
se comprende a su vez, que la misma vida denuncie la debilidad de la fe que muestra el cristianismo
latinoamericano en su “crisis de Galilea”. De ahí la propuesta que de “la vida” hace el Documento,
vida plena en Jesucristo que implica en los cristianos –como otrora con los primeros discípulos-
confrontar su identidad: ser discípulos y misioneros.