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V.

ASPECTO ANTROPOLÓGICO

a) La dignidad de la persona.

“El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo,
es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la
búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada.” (EVANGELII
GAUDIUM)

La humanidad en nuestros días se encuentra atrapada en una dinámica materialista


que promueve el placer, el consumo y la individualidad como máxima aspiración
para la realización personal. Esta dinámica deja de lado la promoción de la dignidad
y plenitud de las personas, no le interesa reconocer al otro como cohabitante, ni
busca el bien común. La propuesta de Aparecida: “La vida se acrecienta dándola y
se debilita en el aislamiento y la comodidad” resulta contraria a la propuesta que
rige a nuestra sociedad, atrapada por un sistema económico-financiero generado
básicamente por el capitalismo neoliberal.

Esta práctica amoral excluye automáticamente a unos, -la gran mayoría- y permite
que los beneficios sean administrados solamente por unos cuantos. Esta práctica
promueve además una concepción de las personas como medios para obtener
ganancias de todo tipo, y convierte en desechables a los que ya no necesita para
obtenerlas. La visión del hombre como un ser digno, con derecho a la vida y al bien
común, en igualdad de circunstancias, se contrapone rotundamente.

Pero nuestra sociedad actual se encuentra en crisis en más de un aspecto. La


desigualdad social y la debilidad en la vivencia de fe, se hace patente en un divorcio
entre fe y vida. Lo que en otros tiempos unía a la comunidad, ahora la divide, como
resultado de un agnosticismo o vivencia espiritual individualista.

La persona se encuentra inmersa en un caudal de información, la mayoría


superficial, que no sustenta su sentido de vida, causada por las nuevas tecnologías
y redes sociales, produciendo seres humanos superficiales en sus relaciones
personales marcadas por la insatisfacción, la ansiedad, angustia y frustración. Un
ser humano marcado por la incertidumbre y la fragilidad del tejido social al no
disponer de un sentido unitario, al no tener un eje firme de realidad que armonice
la vida en su sociedad.
A esta crisis de sentido tendríamos que sumarle el debilitamiento de otros factores
que hasta hace poco constituían una fuente de unidad social, las tradiciones
culturales fuertemente impregnadas de sentido religioso, que han comenzado a
desvanecerse y erosionarse. Las tradiciones culturales ya no se transmiten de una
generación a otra, lo que constituye un hecho desconcertante. Sin embargo, se
observa un conflicto de la persona que se incomoda ante estas situaciones,
situaciones que lo llevan hacia una búsqueda, sin embargo, se constata que su
búsqueda sucumbe y se rinde ante actitudes y realidades más bien efímeras
postuladas en la distracción, la fantasía, el espectáculo y entretenimiento. Se dice
que uno de los mayores pecados de nuestra sociedad es encontrarse distraída,
entretenida en la superficialidad.

La globalización, que marca el ritmo actual de nuestra sociedad se muestra


ambivalente; por una parte, potencia el poder material teniendo como soporte la
orientación a determinados fines de la razón instrumental, la ciencia y la
tecnología, y por otra parte promueve al individuo. Sin embargo, la manera en que
ha promovido ambos factores ha producido lo que podríamos expresar como el
totalitarismo del mercado y la sobrevaloración de la subjetividad individual. De ahí
resulta que más que ver a la persona como seres humanos, la ve como posibles
consumidores en donde terminan las mercancías, o aún peor, como simples
mercancías.

La globalización va generando entonces, una cultura del consumo; estimula el


deseo y genera la avidez del mercado que descontrola el deseo. Lógicamente,
justificando que los deseos se vuelvan felicidad, se va creando de esta manera, un
modo de ser del hombre en que la satisfacción hedonista es privilegiada sobre
cualquier otra aspiración. La vida humana, por tanto, se pone en función del placer
inmediato y sin límites con lo cual el sentido de la vida se oscurece y más aún, se
degrada.

De este modo se ha ido gestando una sociedad que si bien trata, por lo menos en
teoría, de reconocer la libertad y dignidad de la persona, se da una tendencia hacia
la afirmación exasperada de sus derechos individuales y subjetivos, con lo que, el
sentido de comunidad, del bien común y sus procesos va siendo depreciado pues,
lo que verdaderamente cuenta es la satisfacción de los deseos de los individuos en
los que frecuentemente se impone no los legítimos sino arbitrarios derechos
individuales. Esta cultura termina promoviendo que lo que verdaderamente cuenta
es lo que es útil y funcional para mis intereses, y las aspiraciones profundas del
hombre van siendo moldeadas en o hacia un individualismo pragmático narcisista.
El mercado, el consumo, la utilidad y la satisfacción son los verdaderos objetivos
abanderados en las aspiraciones y deseos humanos. En ella encuentra su base la
lógica y la industria del divertimiento, del show, del espectáculo y las sensaciones.
Persona y sociedad se centran en el producir, consumir, disfrutar y desechar; y el
mercado copa los espacios de la vida humana.

Deviene así una indiferencia por el otro y el rechazo a la ideología del esfuerzo y
compromiso; se abandona el esfuerzo e ilusión por cambiar el mundo y la realidad,
dado que dicho esfuerzo es insignificante ante el ansia de “tener para ser alguien”.

Sin embargo, existe un sustrato social que resulta ser el más afectados en esta
vorágine. No podemos ignorar a quienes resultan ser los que más sufren y padecen
en la aldea global, la otra cara del individualismo: los rostros de los pobres y
excluidos.

De inicio esta dinámica produce exclusión de todos aquellos no suficientemente


capacitados e informados y mantiene en la pobreza a multitud de personas,
afectando negativamente a los sectores más pobres que es la inmensa mayoría de
la población. Hoy más que nunca somos testigos y comúnmente víctimas de la
exclusión social. Segmentos de la población, y no sólo los pobres participan
directamente y sufren este fenómeno, la pertenencia a la sociedad en la que se
vive ha quedado afectada en su misma raíz, pues, ya no se está abajo, en la
periferia o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son solamente
“explotados” sino “sobrantes” y “desechables”.

Esta manera de interacción, tan materialista y pragmática ha hecho emerger entre


nosotros, nuevos rostros de pobres y a su vez, amenaza y pone en peligro no sólo la
identidad sino la propia existencia de pueblos y personas diferentes. Tenemos un
nuevo rostro humano que evidencia la visión de hombre que se esconde en la
dinámica que experimenta la globalización en su dimensión principalmente
económica. El individualismo, el totalitarismo del mercado, la unilateralización de
la persona con sus correlatos en la cultura del consumo y el hedonismo a la par que
los excluidos mismos, muestran la visión del ser humano que se ha ido fraguando
en los últimos tiempos.
Reina el individualismo como ideología de fondo y propicia procesos que terminan
en la indiferencia por el otro, hasta llegar a verlo como alguien a quien no necesita,
del cual no es responsable, de quien se puede prescindir sin miramientos en el
momento que no sirva para alcanzar los fines; la persona, como objeto que se
puede cambiar o simplemente desechar.

Existe una lucha, intentos verdaderos de dotar de significado y sentido a lo que es


la persona en esta etapa histórica, promovida desde diferentes sectores e
instituciones sociales. Avocándonos a la concepción promovida desde nuestro
centro religioso se concibe a la persona, en su misma esencia, como aquel lugar de
la naturaleza donde converge la variedad de significados en una única vocación de
sentido trascendental. Una persona que busca saciar su necesidad de sentido, con
una visión de mundo capaz de unir y generar a su vez sentido comunitario, en el
que la persona se reviste de originalidad dentro de la identidad y participación
comunitaria, y se viste también de dignidad y dignifica al hermano con quien
comparte vida; una persona y una comunidad que juntos buscan trascender hacia
horizontes más allá del espejismo económico.

Hablamos de estratos sociales y económicos diversos que convergen alrededor de


nuestra Iglesia Catedral y su dinámica participativa pastoral con una visión
diferente que dignifica, en la medida que sus procesos lo permiten, a la persona y a
la comunidad. Personas y comunidades con vocación de sentido, con un gran
necesidad y compromiso de proclamar la dignidad de la persona. El trabajo que se
realiza en nuestra Iglesia enfrenta el reto, no solamente de promover la dignidad
de la persona, sino sustentarla en la realidad; para lo cual es necesario hacerla
verdaderamente centro de toda la vida social y cultural.

El sentido divino de la dignidad y vocación de la persona humana es la que sustenta


y garantiza el valor y ultimidad que en sí misma significa la persona y
complementariamente la que satisface el sentido religioso susceptible de promover
una visión de conjunto de la realidad y superar la fragmentación. No simplemente
la dignidad de la persona humana sin más; su sentido divino y el alto grado de la
vocación supuesto e implícito en la unidad total de su ser es donde encuentra la luz
que aclara su verdad y la de la realidad. No es el hombre, sin más, el criterio y
fuente de valor supremo de cuanto existe.

La experiencia histórica ha mostrado que dejar de lado a Dios o ponerlo entre


paréntesis, teórica o prácticamente, en la construcción social de ahí derivada, no
termina sino en recetas destructivas y en caminos equivocados justamente al
olvidar, falsificar o cercenar el fundamento de la misma realidad.

Se fomenta desde nuestra Iglesia Catedral que, desde la humanidad perfecta,


Jesucristo revela plenamente lo que el hombre es, al descifrarle su sentido y
vocación en el designio de Dios y, por lo tanto, justificar su llamada y seguimiento
por parte del hombre. Seguir a Jesucristo es llegar a ser más humano, puesto que Él
en su humanidad nos revela ontológica y existencialmente lo que el hombre es.

Podemos intuir que el anuncio del misterio o del designio de Dios va ligado a la
verdad de lo que es el hombre y por lo cual, anuncio y misión y, verdad del hombre
–como tarea de la Iglesia- están estricta y esencialmente ligados y exigidos.

Las transformaciones culturales supuestas en la globalización, a pesar de las


bondades que implica, supone a su vez una amenaza, no simplemente a la cultura
sino a la vida humana porque la visión y modelo de hombre que en ella se ha ido
fraguando se muestra en la práctica cerrada a Dios y al otro, por lo que esto
demanda para todo católico actitud crítica en este escenario. Se comprende
entonces, que uno de los ejes transversales en la formación y práctica tiene que ser
precisamente “la vida” y se comprende a su vez, que la misma vida evidencie la
debilidad de la fe. De ahí la propuesta que de esta “vida”, vida plena en Jesucristo,
confronte su identidad individual y comunitaria: ser discípulos y misioneros.

No podemos negar que muchos esfuerzos de parte de la Iglesia se ven frustrados


por la apatía y por la indiferencia que esta dinámica individualista de la sociedad ha
causado, debemos sumar a esto el hecho de que la dinámica pastoral muchas
veces no responde, o responde poco, a las necesidades de la comunidad; el sentido
de vida del que hemos hablado se acota al tener una visión vertical descendente en
las decisiones, planes y acciones; es decir, se propone una planeación jerárquica,
en lugar de promover una participación transversal entre los distintos actores que
provoque que se involucren todos y que las propuestas y estrategias nazcan de las
necesidades integrales más apremiantes de la comunidad; hacer de nuestra Iglesia,
no sólo un centro religioso y espiritual vivo y dinámico, sino un centro integral que
dé a las personas y a la comunidad un sentido verdadero de vida desde una
dinámica en igualdad de participación y toma de decisiones, que responda a las
necesidades prioritarias con un eje en la fe, y lograr así que la vida tenga su centro
y gire en torno a una vivencia de fe que proporcione el sentido más profundo a la
realidad social de la persona y la comunidad.
La mujer ha demostrado ser, a lo largo de la historia, el actor fundamental,
preponderante en la generación de vida, y no hacemos referencia solamente al
aspecto biológico del término, sino que en nuestra sociedad, la mujer ha tomado el
rol de ser promotora de la vida social y comunitaria, tomando con “valor” y
responsabilidad, los retos más urgentes. Es necesario, por lo tanto, promover a la
mujer a otro nivel de participación, no tan solo invitándola a participar en la
ejecución de los planes sino en que sea gestora principal de ellos, que proponga,
que sea estratega, que tome un papel principal y abandone el papel de siempre
apoyar desde un segundo plano al hombre. Ellas se ven abatidas entre la atención
familiar y el compromiso eclesial, cuando el trabajo eclesial debería ser un puntal
muy fuerte para el desarrollo familiar que facilitara la vida y atención familiar.
Convertir nuestros templos y sus instalaciones en verdaderos centros integrales
bajo la dirección y la administración de mujeres y hombres en igualdad de
compromiso, no sólo como copartícipes en la vida litúrgica y pastoral, sino
verdaderos promotores sociales desde la vivencia espiritual cristiana.

Dinamismos:

 Existen personas que se incomodan y conflictúan ante las situaciones que


denigran el valor de la persona, situaciones que las llevan hacia una
búsqueda de la dignidad humana.
 Existe una dinámica global que, por lo menos, en teoría potencia el poder
material, la ciencia y la tecnología, y promueve al individuo.
 Existe una lucha, intentos verdaderos de dotar de significado y sentido a la
persona en esta etapa histórica, promovida desde diferentes sectores e
instituciones sociales.
 Existe vocación de sentido, con un gran necesidad y compromiso de
proclamar la dignidad de la persona.
 La mujer es actor fundamental, preponderante en la generación de vida
comunitaria.
 La mujer es promotora de la vida social y comunitaria, tomando con “valor”
y responsabilidad, los retos más urgentes.

Causas:
 Se ha ido gestando una sociedad que trata de reconocer la libertad y
dignidad de la persona.
 Estamos dotados de un sentido religioso susceptible de promover una visión
de conjunto de la realidad y superar la fragmentación.
 Se fomenta desde nuestra Iglesia Catedral que el seguimiento a la
humanidad perfecta de Jesucristo, puesto que Él en su humanidad nos
revela ontológica y existencialmente lo que el hombre es.

Causa principal:

 En nuestra Iglesia Catedral se trabaja desde con una visión de mundo capaz
de generar un sentido comunitario-eclesial, en el que la persona se reviste
de dignidad y a su vez dignifica al hermano con quien comparte vida.

Debilidades:

 La humanidad en nuestros días se encuentra atrapada en una dinámica


materialista que promueve el placer, el consumo y la individualidad como
máxima aspiración para la realización personal.
 Nuestra sociedad ha dejado de lado la promoción de la dignidad y plenitud
de las personas, no le interesa reconocer al otro como cohabitante, ni busca
el bien común.
 Se tiene una concepción de las personas como medios para obtener
ganancias y la convierte en desechables, o meros objetos de mercancía.
 La desigualdad social y la debilidad en la vivencia de fe, se hace patente en
un divorcio entre fe y vida.
 Existe un agnosticismo o vivencia espiritual individualista.
 La persona se encuentra inmersa en un caudal de información, la mayoría
superficial, que no sustenta su sentido de vida.
 Se ha producido un ser humano marcado por la incertidumbre y la fragilidad
del tejido social al no disponer de un sentido unitario.
 Las tradiciones culturales ya no se transmiten de una generación a otra.
 La persona se encuentra impregnada de actitudes y realidades efímeras,
postuladas en la distracción, la fantasía, el espectáculo y entretenimiento.
 Se ha creado un modo de ser del hombre en que la satisfacción hedonista es
privilegiada sobre cualquier otra aspiración.
 La vida humana se pone en función del placer inmediato y sin límites con lo
cual el sentido de la vida se oscurece y se degrada.
 Existe una indiferencia por el otro y el rechazo a la ideología del esfuerzo y
compromiso; se abandona el esfuerzo e ilusión por cambiar el mundo y la
realidad.
 Se ha producido nuevos rostros de pobres y excluidos amenazando la
existencia de pueblos y personas diferentes.
 Muchos esfuerzos de parte de la Iglesia se ven frustrados por la apatía y por
la indiferencia.
 La dinámica pastoral muchas veces no responde, o responde poco, a las
necesidades de la comunidad.
 No se ha logrado abandonar una visión de la mujer como alguien que apoya
desde un segundo plano.
 El laico, principalmente las mujeres, se ven abatidas entre la atención
familiar y el compromiso eclesial.

Causas:

 En nuestra sociedad se encuentra atrapada por un sistema económico-


financiero generado básicamente por el capitalismo neoliberal, práctica
amoral que excluye automáticamente a la gran mayoría y beneficia a muy
pocos.
 Nuestra sociedad actual se encuentra en crisis.
 Se han desarrollado nuevas tecnologías y redes sociales, que seres humanos
superficiales en sus relaciones personales marcadas por la insatisfacción, la
ansiedad, angustia y frustración.
 Existe un totalitarismo del mercado y la sobrevaloración de la subjetividad
individual.
 Se da una afirmación exasperada de los individuales y subjetivos, con lo que,
el sentido de comunidad, del bien común y sus procesos van siendo
depreciados donde las aspiraciones más profundas del hombre van siendo
moldeadas hacia un individualismo pragmático narcisista.
 Es común abordar la pastoral desde una visión vertical descendente en las
decisiones, planes y acciones,
 Falta participación entre los distintos actores que provoque que se
involucren todos y que las propuestas y estrategias nazcan de las
necesidades integrales más apremiantes de la comunidad que parta de una
experiencia de fe.

Causa principal:

 Una visión, planeación y compromiso deficiente de parte de las instituciones


y organizaciones sociales, civiles y religiosas, que tienen la capacidad de
promover y formar a la persona y la comunidad en su dignidad y libertad de
frente a una dinámica social injusta y excluyente.

Desafío pastoral:

Hacer de nuestra Iglesia Catedral, no sólo un centro religioso y espiritual vivo y


dinámico, sino un centro de formación integral, que dote a las personas y a la
comunidad, de significado y sentido verdadero de vida, capaz de reconstruir el
tejido social, reconociendo la dignidad y libertad de la persona, que enfrente la
realidad social con actitud crítica, impulsando a mujeres y hombres a un nivel de
participación y compromiso capaz de generar vida cristiana en abundancia para
todos, respondiendo a las necesidades más apremiantes centrada en una
experiencia de fe; una Iglesia inclusiva que, desde la humanidad perfecta de
Jesucristo, revele plenamente lo que el hombre es.

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