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Los Límites de La Femineidad en Sor Juana Inés de La Cruz Estrategias Retóricas y Recepción Literaria
Los Límites de La Femineidad en Sor Juana Inés de La Cruz Estrategias Retóricas y Recepción Literaria
Universidad de Navarra
Editorial Iberoamericana
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ÍNDICE
INTRODUCCIÓN .................................................................................... 11
CAPÍTULO PRIMERO
La mujer y la retórica en el siglo diecisiete ......................................... 17
CAPÍTULO SEGUNDO
La estructura retórica de la Respuesta a Sor Filotea ........................... 25
CAPÍTULO TERCERO
Las «filosofías de cocina» de Sor Juana Inés de la Cruz ....................... 43
CAPÍTULO CUARTO
Género y voz narrativa en la poesía lírica de Sor Juana ...................... 71
CAPÍTULO QUINTO
La situación enunciativa del Primero sueño ...................................... 85
CAPÍTULO SEXTO
De la excepcionalidad a la impostura: Sor Juana Inés de la Cruz
ante la crítica (1700-1950) ............................................................. 93
La reducida biblioteca .................................................................. 97
La rareza de Sor Juana ............................................................... 104
Sor Juana en nuestros días ........................................................... 114
CAPÍTULO SÉPTIMO
La recepción del Primero sueño (1920-40) ............................................ 129
CAPÍTULO OCTAVO
Dorothy Schons y Cía.: Las pioneras de la crítica sorjuanina .............. 137
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En la historia de México hay tres figuras en las que encarnan, hasta sus últimos
extremos, diversas posibilidades de la femineidad. Cada una de ellas representa un
símbolo, ejerce una vasta y profunda influencia en sectores muy amplios de la nación
y suscita reacciones apasionadas tanto de adhesión como de rechazo. Estas figuras son
la Virgen de Guadalupe, la Malinche y Sor Juana.
Rosario Castellanos, «Otra vez Sor Juana» (p. 22)
***
¿Cómo, en una civilización de hombres y para hombres, puede una mujer, sin
masculinizarse, acceder al saber?
[La «masculinidad» de Sor Juana] convive con la más intensa feminidad. Si hay
un temperamento femenino, en el sentido más arrebatador de la palabra, ése es el de
Sor Juana. Su figura nos fascina porque en ella, sin fundirse jamás del todo, se cru-
zan las oposiciones más extremas
Lo que sorprende en [la poesía de Sor Juana] es, precisamente, la conciencia agu-
da de su feminidad, que en unos casos va de la coquetería a la melancolía y en otros
se presenta como un desafío a los hombres.
Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz
o Las trampas de la fe (pp. 95, 160, 604)
***
INTRODUCCIÓN
1
He publicado en varias revistas literarias y en recopilaciones de ensayos so-
bre Sor Juana lo que en la mayoría de los casos vienen a ser selecciones o nú-
cleos de varios capítulos de este libro. Quisiera dejar constancia aquí de estas pri-
meras entregas y expresar mi agradecimiento por la autorización para
reproducirlas. Las enumero en orden cronológico: «La estructura retórica de la
Respuesta a Sor Filotea», Hispanic Review, 51, 1983, pp. 147-58; «La situación enun-
ciativa del Primero sueño», Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, 11, 1986, pp.
185-91; «Las “filosofías de cocina” de Sor Juana Inés de la Cruz», en Y diversa de
mí misma en vuestras plumas ando: Homenaje Internacional a Sor Juana, ed. Sara Poot
Herrera, México, Colegio de México, 1993, pp. 349-54; «Sor Juana Inés de la
Cruz ante la crítica», en Mujer y cultura en la colonia hispanoamericana, ed. Mabel
Moraña, Pittsburgh, Biblioteca de América, 1996, pp. 273-78 (también recogido,
aunque sin corregir, con el título de «De la excepcionalidad a la impostura», en
Memoria del Coloquio Internacional Sor Juana Inés de la Cruz y el Pensamiento
Novohispano 1995, Toluca, Estado de México, Instituto Mexiquense de Cultura,
1995, pp. 331-39; «La recepción del Primero sueño», en Sor Juana Inés y las vicisi-
tudes de la crítica, ed. José Pascual Buxó, México, UNAM, 1998, pp. 233-42; «Las
voces femeninas en la poesía lírica de Sor Juana Inés de la Cruz», en Sor Juana
Inés de la Cruz y sus contemporáneos, ed. Margo Glantz, México, UNAM y
Condumex, 1998, págs. 201-13 (primeramente publicado en inglés: «Female Voices
in the Poetry of Sor Juana Inés de la Cruz», en Estudios sobre escritoras hispánicas
en honor de Georgina Sabat-Rivers, ed. Lou Charnon-Deutsch, Madrid, Castalia,
1992, pp. 246-53); «La recepción de Sor Juana en la primera mitad del siglo XX»,
en Memorias del Congreso Internacional Sor Juana y su mundo, coord. Carmen Beatriz
López Portillo, México, Universidad del Claustro de Sor Juana-UNESCO-FCE,
1998, pp. 360-63.
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INTRODUCCIÓN 13
2
En algunas obras de Sor Juana se trasluce una inquietud notable frente a las
precisiones que se le hacían o pedían con relación a su género sexual. No hay
más que recordar su respuesta al «Caballero del Perú» (romance 48), donde el yo
lírico le recuerda al anónimo corresponsal que «a mí no es bien mirado / que
como a mujer me miren» (vv. 101-102). En más de una ocasión, mientras pre-
paraba este libro, me acechó la duda de si estaría bien mirado que yo como mu-
jer mirara a Sor Juana. He llegado a entender que sí, que ahora que la obra de
la monja jerónima está a salvo de cualquier opinión que quisiera desvirtuarla por
haber sido escrita por una mujer, puedo, sin temor de ofender a la escritora, to-
marme la libertad de trazar el perfil de su vacilante relación con el ser y el ser vis-
ta como mujer.
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INTRODUCCIÓN 15
CAPÍTULO PRIMERO
1
Refrán popular que cita Juan Nicasio Gallego en su prólogo de 1841 al
tomo primero de las Obras literarias de la señora doña Gertrudis Gómez de Avellaneda,
para justificar el olvido en que se encontraba la poeta Luisa Sigea, autora de va-
rios poemas latinos.
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2
Grafton y Jardine, 1986, pp. 32-33.
02-primero 29/3/04 11:23 Página 19
3
Kristeller, 1961, pp. 93-94.
4
Bizzell y Herzberg, 1990, p. 469.
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Así que en su carta Fernández de Santa Cruz, como Bruni casi dos
siglos antes, afirma que la retórica no es apropiada para su interlocu-
tora, y trata de disuadirla en su empeño de seguirla estudiando. Esta
recomendación de limitar los estudios de retórica y de los clásicos a
los textos éticamente recomendables, dejando a un lado los menos
provechosos, es actitud de larga tradición que se agudiza al aplicarla
ahora a una mujer, pero que tiene vigencia general, como lo expresa
sobre todo el opúsculo A los jóvenes sobre el provecho de la literatura clá-
sica de San Basilio de Cesárea. No estaría de más recordar que ésta fue
la primera obra de Basilio que apareció en la imprenta en 1402, pre-
cisamente en una versión latina (no en su original griego) de Leonardo
Bruni, y que el éxito fue notable, sucediéndose muchas ediciones des-
pués de 1500 y convirtiéndose en texto escolar en la época huma-
nística. Allí dice Basilio, por ejemplo, que en lo que se refiere a las
obras de los poetas «no debe nuestra mente volver su atención hacia
todos ellos indistintamente, sino que hay que acogerlos de buen gra-
do y emularlos cuando nos presentan las acciones o las palabras de
hombres excelentes» y que debemos seguir el ejemplo de las abejas,
que «no se dirigen de forma indiscriminada a todas las flores, ni pre-
tenden llevarse todo de aquellas en las que se posan, sino que toman
cuanto de ellas les es provechoso para su elaboración y renuncian a lo
restante» (pp. 34, 37). Con esta misma frase de San Basilio, el P. Diego
de Heredia se refiere a la Respuesta en su aprobación a la Fama, di-
ciendo que en ella se ve manifiesta «como una luz detrás de un vi-
drio muy diáfano la solidez con que supo ciencias tan muchas y nin-
guna enseñada; propiedad que de la abeja ponderó, en frase de San
Basilio, en los proverbios el Espíritu Santo» (ed. facsimilar, p. 14).
Sor Juana en su respuesta a la carta del obispo defiende el estudio
y empleo de la retórica, precisando que considera fundamental su es-
tudio porque le permite acceder a «las figuras, tropos y locuciones» de
la Sagrada Teología (líneas 319-20). El interés por la retórica, e inclu-
sive el estudio de la misma, posiblemente le llegó a Sor Juana a tra-
vés de su estudio del latín. Como observa Ignacio Osorio, «en la cla-
se de gramática solían estudiarse textos que, generalmente, eran
recomendados para el curso de retórica»5. Varias de las obras de Sor
Juana que siguen a la Respuesta, como observaremos después, mues-
5
Osorio, 1976, p. 199.
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ra, formal y limpia, con que en sus silogismos distribuye sus términos al
argüir la madre Juana (p. 27).
La retórica raudales
exhale de monte a monte
pues Juana con su elocuencia
atrasó a los Cicerones. (pp. 194-95)
fenómeno «Sor Juana» llevan a sus comentaristas en los siglos que si-
guen.
Ángel o mujer, es claro que Sor Juana, como lo indica el grabado
que aparece en la Fama, donde se ve a la «Décima Musa» pluma y li-
bro en manos, rodeada de una lira, una trompeta y dos libros, en un
conjunto que representa Poesía, Fama y Erudición, tuvo el alcance, en
su acepción de ‘capacidad física, intelectual o de otra índole que per-
mite realizar o abordar ciertas cosas o acceder a ellas’ (DRAE), para
manejar sabia y públicamente el desde entonces y ya para siempre no
tan varonil arte de la retórica.
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CAPÍTULO SEGUNDO
LA ESTRUCTURA RETÓRICA DE LA
RESPUESTA A SOR FILOTEA
1
Dorothy Schons se adelanta a Hiriart con su «The First Feminist in the New
World» (1925); ver también Castañeda, «Sor Juana Inés de la Cruz, primera fe-
minista de América» (1933) y Bencomo, «Sor Juana Inés de la Cruz: la primera
Feminista de Latinoamérica» (1995). Más trabajos que se ocupan del feminismo
o la feminidad de Sor Juana son, entre otros Martínez, 1951; Carlos, 1970; Queiroz,
1975; Ward, 1978; Fox Lockert, 1985; Lemus, 1985; Merrim, 1991 y su más re-
ciente y excelente estudio Early Modern Women’s Writing and Sor Juana Inés de la
Cruz (1999); la edición bilingüe de la Respuesta preparada por Electa Arenal y
Amanda Powell (1994); González Boixo, 1995; Sabat de Rivers, 1998; Martínez-
San Miguel, 1999… De hecho, en México, en 1974, se le otorgó oficialmente a
Sor Juana el título de «Primera Feminista de América». Ver la edición de la
Respuesta preparada por el Grupo Feminista de Cultura (1979, p. 19). En muchos
de los trabajos mencionados, y en otras partes, se ha debatido la aplicabilidad del
término feminista con relación a Sor Juana. Me parecen justas las palabras que apa-
recen en la edición de la Respuesta que acabo de mencionar: «Si por feminista
entendemos a una mujer que ha tomado conciencia de su opresión como mujer
y trata de influir de algún modo para transformar esta realidad, podemos decir
que Juana es feminista, en la medida en que podía serlo una mujer sola, en la se-
gunda mitad del siglo XVII». También González Boixo (1995, p. 135, n. 2) arguye
a favor de emplearlo, diciendo: «Es cierto que el término “feminismo” adquiere
su sentido a partir de los movimientos reivindicativos iniciados en el siglo XIX.
Aunque, desde esta perspectiva, aplicarlo a épocas anteriores puede considerarse
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Se debe tener presente que Sor Juana escribió esta carta con un co-
razón desbordado. No se trataba de hacer obra literaria. No se trataba de
hacer frases bonitas, eran estallidos de sus sentimientos que se producían
en forma natural, impregnados de sinceridad genuina.
8
Cuevas, 1872, pp. 178-79.
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9
Arroyo, 1992 [1952], p. 137.
10
Arroyo, 1992 [1952], p. 316.
11
En prólogo al volumen IV de las Obras completas de Sor Juana, citas que si-
guen en pp. XLII-XLIII.
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12
Chorpenning, 1977, p. 1.Ver también Crane, 1937, espec. cap. XI, pp. 162-
78. Crane también discute la Cárcel de Amor y, hablando de los discursos y cartas
que componen la obra, señala que «nearly all [are] of an oratorical nature». Con
respecto a la traducción inglesa dice que «At times a speech is simply called an
oration» (p. 167).
13
Líneas 319-20. Cito según Obras completas, ed. Méndez Plancarte y Salceda,
IV, pp. 440-75. Las citas subsiguientes de la Respuesta y otras obras de Sor Juana se
refieren a esta edición; las líneas o versos, y la numeración de los poemas, corres-
ponden también a ella. Es interesante que Francisco Cervantes de Salazar, el pri-
mer catedrático de retórica de la Universidad de México, haya publicado en 1554
una traducción al latín de unos diálogos de Juan Luis Vives que complementa con
otros suyos donde afirma, como luego lo hace Sor Juana, que la retórica realza el
mérito de las demás facultades.
14
Abreu Gómez, 1934c, pp. 342-45. Los tratadistas que Sor Juana cita con
mayor frecuencia son los mismos que Osorio (1989, p. 205) identifica como los
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Por una parte, la soltura con que Sor Juana emplea el vocabulario
retórico para formular las imágenes en el villancico habla a las claras
de la profundidad de su conocimiento. De hecho, Mauricio Beuchot
califica su exposición de «toda una lección de retórica» y «muestra de
que Sor Juana tenía un conocimiento nada despreciable de estas cues-
tiones»15. Algo semejante opinaría Ignacio Osorio, pues reproduce este
villancico en Tópicos sobre Cicerón en México como ejemplo de lo pro-
fundo que calaba el estudio de la retórica (p. 157). El interés de Sor
Juana por la retórica, como pudimos observar en el capítulo anterior,
se refleja también en su admiración por ciertos oradores de su tiem-
po, a quienes dedica varias composiciones. Entre ellas se encuentran
las décimas al desconocido autor de un sermón de la Concepción
(núm. 105), las dedicadas al «Tulio español» (núm. 106) y el soneto al
Padre Mansilla (núm. 201).
Por otra parte, las exageraciones de algunos predicadores la llevan
a denunciarlos abiertamente, como sucede con el jesuita portugués
Antonio Vieyra, famoso maestro de la oratoria sagrada. En su Carta
atenagórica (1690), Sor Juana rebate la tesis que el padre Vieyra había
16
Con relación al seudónimo escogido por Manuel Fernández de Santa Cruz,
convendría recordar que su antecesor al obispado de Puebla, Juan de Palafox y
Mendoza, había escrito en España, siendo obispo de Osma, un libro titulado
Peregrinación de Filotea al Santo Templo y Monte de la Cruz (Madrid, 1659). De él
dice Josefina Muriel: «La obra es un viaje, imaginario y místico que hace una mu-
jer, «Filotea», impulsada por la fuerza del Amor para llegar a rendir su alma al
“maestro soberano” cantando alegres alabanzas en la Cruz que ella logra alcanzar»
(Muriel, 1994, p. 164). Como observan en su edición bilingüe de la Respuesta Electa
Arenal y Amanda Powell, no sólo Palafox sino también «St. Francis de Sales, a
French bishop and reformer whom Fernández greatly admired, had used the name
to address nuns», así que Sor Juana sin duda «was well aware she was answering
to a male authority» (p. 106).
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17
La «Carta de Sor Filotea» figura en el Apéndice II del t. IV de las Obras
completas de Sor Juana, correspondiente a las pp. 694-97.
18
Las cartas familiares de Cicerón y las epístolas morales de Séneca también
fueron ampliamente utilizadas como modelos.Ver Todd, 1976, espec. pp. 21-22; y
también Thompson, 1924, cap. «Familiar Letters».
19
Crane (1937, p. 77) lo explica así: «The Renaissance treatises on letter writ-
ing were almost entirely restatements of the rules of ancient oratory, even to the
point of classing epistles as deliberative, demonstrative, and judicial. Erasmus or
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Macropedius might admit a fourth category, embracing the familiar letter; yet
they, like other authorities, did little more than repeat the formulae of tradition-
al rhetoric. All letters, according to their directions, must conform to the struc-
tural divisions of an oration». La aplicación de las teorías de la retórica clásica al
arte de escribir cartas se remonta al siglo XI, principalmente a la figura de Alberico
de Montecassino, y se ve afianzada ya a partir del siglo XII. Ver Aldo Scaglione,
Ars Grammatica (Den Haag y París, Mouton, 1970), espec. la útil bibliografía so-
bre Montecassino y las retóricas epistolares, p. 139; también Murphy, 1974, cap.
V, espec. pp. 224-25; y Thompson, 1924, p. 94.
20
Colombí, 1996, en la página web, párrafo 9.
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21
Según Cicerón (De inventione, I.XIV.20), «Exordium est oratio animum au-
ditoris idonee comparans ad reliquam dictionem; quod eveniet si eum benivo-
lum, attentum docilem confecerit».
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22
El dirigirse a Sor Filotea/obispo de Puebla al comienzo de la carta como
«Muy ilustre Señora», así como el empleo de estos adjetivos y otros casos seme-
jantes bien puede ser resabio de la tradición epistolar cristiana. Baxter explica a
propósito de las epístolas de San Agustín que la jerarquía eclesiástica determinó
el uso de ciertos títulos según el rango del corresponsal lo requería: «To a reader
unaccustomed to Christian Latin letters the use of honorific titles will appear at
first strange and cumbersome […] The title bestowed by a writer upon his co-
rrespondent depends upon the circumstances of their respective relations, the pur-
pose of the letter, and the degree of veneration and respect which the writer
thought proper to assume» (en su edición de San Agustín, Select Letters , 1930, pp.
XXXVIII-XXXIX).
23
Ver Curtius, 1955, quien lo explica así: «A menudo se vincula la fórmula
de modestia con la afirmación de que el autor sólo se atreve a coger la pluma
porque un amigo, protector o superior se lo ha sugerido, pedido o mandado» (p.
130).
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Muchísimos son los autores medievales que aseguran escribir por man-
dato de alguien; las historias de la literatura suelen considerar la afirma-
ción como moneda constante y sonante, pero por lo general no es sino
un tópico.
24
Sor Juana vuelve a hacer hincapié en esto —que su inclinación a las letras
es un don divino— dos veces más, ambas en la narración (líneas 286-87 y 498-
99).
25
Curtius, 1955, p. 130.
26
Curtius, 1955, p. 131-32. También en Rhetorica ad Herennium (I.4.7) y
Aristóteles (Retorica, III.14.9).
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Sor Filotea que concluirá su discusión para no cansarla (el llamado fas-
tidium topos, que es uno de los tópicos de modestia):
[Acabaré] por no cansaros, pues basta lo dicho para que vuestra dis-
creción y trascendencia penetre y se entere perfectamente en todo mi na-
tural y del principio, medios y estado de mis estudios (líneas 831-34).
27
Sor Juana no se limita a hacer un catálogo. Para captar la atención de su
corresponsal, actualiza la narración por medio del verbo ver, empleando la técni-
ca que Aristóteles denomina «presentar las cosas ante los ojos» (Retorica, 11.10.6):
«Veo adorar por diosa de las ciencias a una mujer como Minerva […] Veo una
Pola Argentaria […] Veo a una Cenobia» (línea 863 et passim).
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CAPÍTULO TERCERO
1
Desde la ventana, p. 115.
2
Ferré, 1985, p. 154.
3
Lecturas para mujeres, p. XIII.
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4
En otro de los cuadros más conocidos de nuestra escritora, el de Fr. Miguel
de Herrera (1732), se la observa con un volumen de sus obras bajo una mano y
en la otra un breviario cuya lectura interrumpida va señalada por el dedo índice
que la monja jerónima ha introducido entre las páginas. La misma postura de la
monja escritora se observa en dos cuadros modernos y muy distintos en la eje-
cución, los de Rafael Muñoz López (ilustración 3) y Anna Zarnecki (ilustración
4), ambos recogidos en Atamoros Zeller. Incluso en un retrato moderno y sin-
gular como «El Sueño» (1978), óleo de Alfredo Castañeda, las dos manos de la
escritora descansan sobre una mesa, y la derecha sostiene una pluma que inclina
sobre una hoja de papel. El acto de escribir no sólo queda realzado por su posi-
ción destacada en el cuadro, sino también porque ni la muerte, representada por
la cabeza cercenada que reposa sobre el tronco de Sor Juana, logra que la mon-
ja lo abandone. Esta sorprendente interpretación de Castañeda aparece espléndi-
damente recogida en el interesante volumen de Atamoros (1995) y va reprodu-
cida aquí (ilustración 5). Como ejemplo de otras representaciones modernas de
Sor Juana que también la señalan primordialmente como escritora ver la carica-
tura de Gallego (ilustración 6). Para una visión de conjunto de los retratos clási-
cos (óleos, dibujos, estampas, grabados en madera, frescos, etc.) y asequibles de Sor
Juana (a pesar de que la técnica de la reproducción es deficiente y las ilustracio-
nes están muy borrosas), ver Abreu Gómez, 1934a. También en la lujosa segunda
edición de la Autodefensa espiritual (1993) preparada por Aureliano Tapia Méndez
se encuentran reproducciones excelentes de varios retratos o grabados de Sor
Juana de los siglos dieciocho y diecinueve, además de los dos que aparecen en las
ediciones clásicas de las obras de la monja jerónima —la del segundo tomo de
1692 y la de las Obras póstumas de 1700— y otro, anónimo, que se indica es «de
la presente época» (p. 252). Con relación al óleo de Ordóñez, fue monseñor Tapia
Méndez, según él mismo me lo explicó, quien comisionó el cuadro para la pri-
mera edición de la Autodefensa.
5
Varios críticos han discutido el tema de la cocina con relación a los conven-
tos novohispanos o a Sor Juana en particular. Asunción Lavrin observa que «Los
afanes de la vida doméstica, institucional o personal, sirvieron para medir la voca-
ción, la humildad y la paciencia de las religiosas» y reconoce que Sor Juana «no
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7
Lavín, 2000, p. 14. No deja de ser curioso, sin embargo, que aunque el ob-
jetivo de Sor Juana sea claramente otro, sus incursiones en la cocina, especial-
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mente lo que refiere unas líneas después (800-15), hayan provocado interpreta-
ciones como la de Ordóñez en el óleo que hemos mencionado y también la muy
semejante de Jorge Sánchez en otro retrato reproducido en el estudio de Lavín,
2000, p. 36, e incluido aquí como ilustración 7. Ambos pintan a la monja en la
cocina, atendiendo a la preparación de unos platos. Sánchez titula su cuadro
«Filosofar y aderezar la cena» basándose en las palabras que Sor Juana atribuye a
Lupercio Leonardo de Argensola casi al final de la sección de la Respuesta que
mencionamos arriba (línea 813), y en él aparece una Sor Juana tan joven como
la de Ordóñez, y también desempeñando tareas culinarias. La joven, cabizbaja y
posiblemente melancólica (en el sentido de ‘contemplación creadora’ con que
Ficino usa la palabra), revuelve distraídamente una olla con la larga cuchara que
sujeta su mano derecha. La mano izquierda, mientras tanto, parece estar a punto
de agarrar suavemente la mano del mortero, al cual rodean una cabeza de ajos,
un ají y dos huevos. En el centro, en una cazuela de barro, se fríen dos huevos a
los que la monja parece vigilar de soslayo. Al fondo se observa una pared en la
que cuelgan más enseres de cocina (dos cazuelas y dos vasijas) y, en la esquina iz-
quierda superior, figura una cartela (semejante a las que en los retratos clásicos de
Sor Juana contienen leyendas biográficas o sonetos suyos) que resume a su ma-
nera algunas partes de la Respuesta: «Refiere la madre Sor Juana Inés de la Cruz
en su Carta a Sor Filotea: que en cierta ocasión, una prelada le prohibió estudiar
en sus libros. Ella sin faltar a la obediencia hacía estudios de física cuando estaba
en la cocina.Y refiriéndose a esto, decía que bien se puede filosofar y aderezar la
cena».
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The criticism of food in Plato and the neo-Platonic tradition did not
only relate to cooking. The spirit/matter dualism provided the general
framework for a dichotomy which was largely accepted in the
Renaissance between nutrition and reflection, between the stomach and
the head.
8
Ludwig Pfandl considera reveladora la «muy específica clase de alimentos»
que él dice ser «motivo de incitante reflexión» para Sor Juana y mantiene que si
«faltan en el ámbito de este significativo material culinario la carne, el pan, la fru-
ta, el vino y otras cosas semejantes» es por «el símbolo sexual […] y la significa-
ción del signo huevo y aceite dentro de este contorno» (1963, p. 129). Para Pfandl,
entonces, la presencia de estos elementos es reflejo del «neurótico afán de cavi-
lar» y el complejo de masculinidad de Sor Juana, diagnósticos a todas luces dis-
cutibles, a los que el conocido crítico alemán llega mediante un análisis psicoa-
nalítico de los textos sorjuaninos (pp. 118 et passim).
9
Jeanneret, 1991, p. 81.
10
El pasaje reza así: «Acuérdome que en estos tiempos, siendo mi golosina la
que es ordinaria en aquella edad, me abstenía de comer queso, porque oí decir
que hacía rudos, y podía conmigo más el deseo de saber que el de comer, sien-
do éste tan poderoso en los niños» (líneas 234-38). Margo Glantz (2000, pp. 25-
26) observa que el decir esto es característico del modelo hagiográfico, donde se
recuentan las disciplinas de la vida monacal. Caroline Bynum (1987, pp. 217-22)
explica que «women’s food practices frequently enabled them to determine the
shape of their lives» y que el ayuno les proporcionaba la opción de señalarse como
04-tercero 29/3/04 11:24 Página 49
12
Líneas 955-64. El P. Feijóo emplea una comparación muy semejante en una
de sus Cartas eruditas y curiosas (tomo V, carta VI), que lleva por tema «El estudio
no da entendimiento»: «Lo mismo, pues, que a los estómagos débiles por el ex-
ceso de manjares, sucede a las débiles o cortas capacidades con la multitud de es-
pecies intelectuales, que son el alimento de las almas. Pueden digerir algunas po-
cas, pero siendo muchas, de su imperfecta cocción resulta una masa confusa, rudis
indigestaque moles, en que no aparece idea bien distinta de objeto alguno».
13
Curtius rastrea las metáforas de alimentos y las encuentra, por ejemplo, en
Píndaro, quien «alaba a su poesía porque ofrece algo de comer». Señala, además,
que la Biblia y la literatura eclesiástica en general se aprovecharon abundante-
04-tercero 29/3/04 11:24 Página 51
En el 311:
Y en el 274:
Mediante los ejemplos que hemos señalado hasta aquí se puede apre-
ciar que Sor Juana muestra una preferencia por la aplicación metafóri-
ca de los alimentos. Además, el vocabulario gastronómico en muchos
casos se emplea para aludir al proceso de composición, recurso meta-
poético que Martha Lilia Tenorio observa sobre todo en las ensaladas15.
15
Tenorio, 1999, p. 162.
04-tercero 29/3/04 11:24 Página 53
Sor Juana de nuevo logra expresar a través de textos como éstos la re-
lación apuntada anteriormente entre escribir y cocinar, sustentando y
entreteniendo de esta forma a sus lectores con una amplia gama de «pla-
tos» alegóricos.
Ahora bien, si en esos poemas, con un salto metafórico, la poeta
se torna en cocinera de sus versos, en otras composiciones ella apro-
vecha el envío —aparentemente ya no figurado— de comestibles para
acompañar sus versos. Como señala Mónica Lavín, la cocina para Sor
Juana fue un medio para lisonjear a sus benefactores e interlocuto-
res16. Margo Glantz discute esa costumbre de acompañar obsequios de
todo tipo, incluyendo los comestibles, con poemas, y subraya «la pre-
eminencia de la escritura sobre el objeto que la acompaña»17. Así, en
las «manos divinas» de la condesa de Paredes nuestra escritora pone
una décima junto con unas «castañas espinosas» (núm. 130), mientras
que, en otra ocasión, anticipando los antojos de la futura madre, le en-
vía un romance (núm. 23) acompañado de otras nueces, puntualizan-
do que Apolo las ha preparado (vv. 89-92), y es a él a quien la con-
desa tendrá que castigar, «por mal cocinero» (v. 123), en caso de que
no resultaran buenas.
Como era de esperar, también a la condesa de Galve la poeta le
envía un obsequio comestible, en este caso chocolate molido por ella,
acompañando a un romance cuyo mensaje «las ruedas del molinillo»
(núm. 44, v. 52) ayudan a guardar secreto. Sonia Corcuera de Mancera,
en su edición facsimilar del libro de Antonio de León Pinelo publi-
cado en Madrid en 1636, Cuestión moral si el chocolate quebranta el ayu-
no eclesiástico, recuerda que en sus lugares de origen y en tiempos an-
tiguos, el chocolate era bebida de regalo y calidad, pero que, con el
tiempo, se difunde tanto que se llegaba a tomar en México entre tres
y seis veces al día. Conviene recordar que la confección del chocola-
te era una penosa faena doméstica que ocupaba con frecuencia a las
monjas, como señala Pilar Gonzalbo18:
Por los amplios claustros de los conventos daban vueltas las religiosas,
de la celda al coro, del coro a la sala de costura a la cocina, donde se ela-
boraban los dulces tan celebrados y el imprescindible chocolate.
16
Lavín, 2000, p. 8.
17
Glantz, 2000, p. 69.
18
Gonzalbo, 1987, p. 10.
04-tercero 29/3/04 11:24 Página 54
19
Ramos Medina, 1997, p. 215; Lavrin, 1991, p. 69.
20
Amerlinck, 1998, p. 72.
21
Ernesto Chinchilla Aguilar observa que en los versos de Sor Juana «se re-
cuerda la dureza del trabajo de las molenderas de cacao, que han de arrodillarse
sobre los metates o piedras de moler, calentados con fuego y ardientes brasas, para
que suelte la semilla de aquel aromado fruto toda la grasa suculenta que en él se
guarda» (1983, p. 56). En época de Sor Juana, el chocolate se preciaba no sólo
por su sabor sino también por sus supuestas propiedades medicinales, recomen-
dándose, como señala León Pinelo, «para inflamaciones, quemaduras, empollas de
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viruelas y sarampión, erisipula, labios, y manos que con viento o frío se abren,
mal de encías, y otros fuegos semejantes, y aun las mujeres le usan para la tez del
rostro» (Cuestión moral, 2ª parte, opinión II, fundamento tercero, fol. 23).
22
Muriel, 1982, p. 477.
23
Las imágenes que Sor Juana emplea para describir esas «manos divinas» de
la Condesa («Dátiles de alabastro tus dedos / fértiles de tus dos palmas brotan»),
que también aparecen en las décimas del 130 que vimos anteriormente, encuen-
tran eco en otras poesías de la época. En su antología Poetas novohispanos, Méndez
Plancarte recuerda, al anotar unos versos de 1684 donde José López de Avilés
describe los «Dedos, dátiles de palmas» de fray Payo Enríquez de Ribera, tanto el
romance «Trepan los gitanos» de Góngora («Miran de la mano / la palma que
lleva / dátiles de oro; / la que no, no es buena»…) como estos otros de Sor Juana.
También señala «la identidad etimológica de dátiles y dedos (ambos, en griego, dác-
tilos) (Méndez Plancarte, 1994a, II, p. 101).
04-tercero 29/3/04 11:24 Página 56
24
Alberto Salceda añade en sus notas a la edición de la comedia que figura
en el vol. IV de las Obras completas de Sor Juana que en México la palabra mano
con frecuencia alude a la mano del metate, piedra que, como hemos visto, tam-
bién se emplea en la confección del chocolate. En el sainete segundo ya se ha
visto otro juego de palabras alusivo a la cocina cuando Muñiz, hablando de las
comedias que vienen del otro lado del Atlántico, opina «que nunca son pesadas
/ las cosas que por agua están pasadas».
25
Franco, 1989, p. 47.
04-tercero 29/3/04 11:24 Página 58
Allí cocinaría Sor Juana sus «más sazonados platos», y de ahí que en
sus obras, donde a veces recuerda las tareas culinarias con detalle y pre-
cisión, otras veces alegorice o transforme la cocina —con lo que ella
llama «esta mi locura» (Respuesta)— en sala de estudio, en laboratorio29.
26
Platón, por ejemplo, insiste en que el alma del filósofo en busca de la Verdad
«ignores the body and becomes as far as possible independent, avoiding all physi-
cal contacts and associations as much as it can in its search for reality»; asimismo,
el filósofo-rey de su República, para escapar del todo de la prisión del cuerpo «[must]
leave behind the unruly world in which people eat» (ver Curtin, 1992, p. 5).
27
Alatorre, 1995, p. 389.
28
Leiva, 1975, p. 138.
29
La colocación de las ilustraciones de Jorge Nava Plata (ver mis ilustracio-
nes 8 y 9) en el libro de 1975 de Noemí Atamoros, intencionadamente o no,
04-tercero 29/3/04 11:24 Página 59
apoyan lo que acabo de observar. La que acompaña al apartado titulado «La co-
cina» sitúa a Sor Juana en un recinto que efectivamente parece ser un laborato-
rio, mientras que el dibujo que aparece en el apartado titulado «El saber de Sor
Juana» muestra a la monja en una amplia cocina, y cocinando. En el ovillejo sa-
tírico donde Sor Juana describe su deseo irreprimible de hacer el retrato poéti-
co de Lisarda (núm. 214), la escritora recae en la relación escritura-locura (ima-
gen que recuerda fácilmente el furor poeticus tan ansiado por los poetas griegos)
que se menciona en este pasaje de la Respuesta. El deseo de crear, como el de sa-
ber, es lo que verdaderamente la trastorna: «mas esta tentación me quita el juicio
/ y, sin dejarme pizca, / ya no sólo me tienta, me pellizca, / me cozca, me hor-
miguea, / me punza, me rempuja y me aporrea» (vv. 14-18). Sobre el tema de la
búsqueda femenina de «espacios simbólicos alternativos», como los llama Beatriz
Pastor, véase su interesante libro de 1999, espec. pp. 301-30.
30
Muriel, 1979, p. 10.
31
Martín Gaite le otorga un valor positivo a una expresión antiguamente usa-
da despectivamente, como lo demuestra el refrán que recoge Gonzalo Correas en
su Vocabulario: «A la mujer ventanera, tuércela el cuello si la quieres buena» (re-
frán 426).
32
Martín Gaite, 1987, p. 17.
04-tercero 29/3/04 11:24 Página 60
En la Respuesta, según hemos visto, Sor Juana por una parte esta-
blece la validez de la cocina, constituyéndola como espacio generador
de «secretos naturales» y, por otra, mantiene que la cocina puede ser
relevante y beneficiosa para ambos sexos. En contraste, el comer —el
no comer— le sirve a la escritora para establecer su superioridad como
individuo, la fuerza de voluntad y el deseo de saber que la distinguen
de los demás, y en especial de las demás, y le ayudan a solidificar su
33
Paz, 1982, p. 69.
34
Amerlinck, 1998, p. 73.
04-tercero 29/3/04 11:24 Página 61
where women’s own symbols did associate with self activities or cha-
racteristics that the broader culture saw as female (for example, lactation
and food preparation, weakness and fleshliness), women tended to broa-
den these symbols to refer to all people rather than to underline the op-
position of male/female.
35
Bynum, 1987, p. 292.
36
Ludmer, 1985, p. 53.
04-tercero 29/3/04 11:24 Página 62
Ilustración 9. Jorge Nava Plata, «La monja jerónima era muy solícita».
04-tercero 29/3/04 11:24 Página 70
CAPÍTULO CUARTO
Sabido es que Sor Juana fue una apasionada defensora de sus dere-
chos. Como observamos en el capítulo 2, en los años 1970 y 1980,
cuando empezaba a estar de moda ser feminista, Sor Juana fue repeti-
damente declarada como tal.Valdría la pena volver a recordar que en
México, en 1974, se le otorgó el título de «primera feminista de
América», mientras que en los Estados Unidos la revista Ms. (April
1973), que en aquel entonces era una especie de órgano oficial del mo-
vimiento feminista norteamericano, le dedicó un artículo en recono-
cimiento de su pionera participación en la causa. Aunque el artículo
contenía algunas equivocaciones1, es significativo porque marca el mo-
mento en que en los Estados Unidos Sor Juana empieza a darse a co-
nocer fuera del mundo académico.
Dejando a un lado la propiedad del término «feminista» en el caso
de Sor Juana, cuestión a la que además ya aludimos anteriormente, es
sin embargo indudable que nuestra autora defendió sus derechos de
hablar, escribir, estudiar, y que supo hacerlo elocuentemente en su
Respuesta a Sor Filotea. Pero si en esa carta Sor Juana se expresó deci-
didamente como mujer, en la mayoría de sus otras obras su voz fe-
menina no se hace tan patente. Un examen de su producción litera-
ria demuestra que con frecuencia nuestra autora se abstiene de usar
una voz específicamente femenina, optando en su lugar por una ca-
rente de marcadores genéricos. Su preferencia por este tipo de yo
enunciador se entiende perfectamente si recordamos que a Sor Juana
1
Ver Reynolds, 1974.
05-cuarto 29/3/04 11:23 Página 72
le tocó vivir en una época cuando las mujeres ocupaban un lugar se-
cundario, marginal, y que no tenían voz y—mucho menos— voto2.
Aún en las obras de Sor Juana que se enuncian desde una perspecti-
va femenina —por ejemplo, en sus famosas redondillas «Hombres ne-
cios», obra que se considera aliada a la Respuesta por su vigorosa de-
fensa de los derechos de la mujer— la escritora favorece la tercera
persona de la narración. Sólo en una ocasión, en la última cuarteta,
aparece un verbo en primera persona («fundo», o sea, ‘mantengo’),
pero nunca se marca el género de quien habla. Aún cuando el tema
de las redondillas, la enfática denuncia de la actitud contradictoria de
los hombres frente a las mujeres, no se plantea con indiferencia, la voz
que enuncia estos pronunciamientos sí es neutral. Bastaría con citar
las dos primeras estrofas para comprobarlo:
2
Gonzalbo Aizpuru, 1987, p. 117; Lavrin, 1978, pp. 24-27; Paz, 1982, p. 69.
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Nuestra autora prefiere adoptar una postura retórica sin duda más ven-
tajosa, y esto se lo provee la tercera persona del plural. Como nos dice
en su carta, «mi intento [ha sido] hablar en general» (líneas 1197-98).
Las mujeres figurarán casi siempre en su texto, entonces, como un ellas
más que un nosotras. Esto explica por qué, cuando la narradora oca-
sionalmente emplea la primera persona del plural, sus palabras no pa-
san desapercibidas. «Pero, señora» pregunta Sor Juana retórica e inten-
cionadamente ya bien entrada su carta, «¿qué podemos saber las
mujeres sino filosofías de cocina?» (líneas 811-12). La pregunta, que
como vimos en el capítulo 3, se le plantea al obispo de Puebla iróni-
camente, realzando así la impostura de su firma, asimismo le permite
a la narradora retomar el tema de la jerarquización sexual: «¿qué po-
demos saber las mujeres?», o sea, «¿qué hemos de saber», pero también
«¿qué se nos permite saber?». La carta de Sor Juana, en cierto senti-
do, podría verse como una aguda respuesta a esa pregunta. Pero el uso
del «nosotras las mujeres» es muy limitado en su larga carta. Aparte de
otra ocasión en que se refiere a «nuestras hermanas» (línea 1393), el
nosotros en el texto será mayormente genérico e impersonal (líneas
537, 544, 558-59, 759, 954, 978, 980-81, 1175, 1351, 1369, 1370, 1371,
1372). Como resultado, Sor Juana adopta una postura menos personal
pero sin duda más provechosa en su defensa de los derechos intelec-
tuales femeninos.
La vacilación de Sor Juana para identificarse con lo femenino, se-
gún lo indican las voces narrativas que hemos considerado hasta el
momento, no es sino otro ejemplo de lo que Octavio Paz ha llama-
do el afán de la escritora de «neutralizar o trascender su sexo»3. En su
muy comentado estudio de 1982, Paz descubre una contradicción fun-
damental en la monja mexicana que radica en su deseo de ser y al
mismo tiempo no ser mujer («es una decidida exaltación de la condi-
ción femenina, y, simultáneamente, expresa una no menos decidida vo-
luntad de trascender esa condición»). Si aplicamos la tesis de Paz a los
textos que hemos considerado hasta aquí, podríamos decir que a tra-
vés del tema de poemas como las redondillas o textos como la
Respuesta, Sor Juana asume abiertamente su condición femenina, mien-
tras que a través de la estructura narrativa de estos textos, de sus ha-
blantes neutros o indefinidos, ella logra expresar su deseo de trascen-
3
Paz, 1982, p. 159 y p. 232 para la siguiente cita.
05-cuarto 29/3/04 11:23 Página 74
der su condición de mujer. Pero, ¿y qué de las otras obras de Sor Juana?
¿Qué se podría decir de las voces narrativas o poéticas de esos textos?
Intentemos analizar esta cuestión, enfocándonos principalmente en el
resto de su poesía lírica.
Empecemos con un interesante grupo de poemas cuya inspiración
fue la amiga y mecenas de Sor Juana, María Luisa Manrique de Lara,
marquesa de la Laguna y condesa de Paredes, esposa del virrey de
México. Nuestra autora expresa sus sentimientos por esta mujer bella
e inteligente con tanto énfasis que desde que se publican estos poe-
mas los lectores de Sor Juana se han visto obligados a opinar acerca
de su relación con la marquesa. El editor de la primera edición de las
poesías de Sor Juana, por ejemplo, encabeza con una «Advertencia» la
primera de estas composiciones (romance 16) para así asegurarse de
que la naturaleza del amor expresado en estos poemas no se malen-
tienda:
Así que el editor insta a los lectores de Sor Juana a que no seña-
len estos poemas, o los sentimientos que se describen en ellos, no su-
ceda que el «amor con ardor tan puro» que se expresa en ellos se juz-
gue mal. El mismo impulso hace que el editor titule el romance 19,
«Puro amor, que ausente y sin deseo de indecencias, puede sentir lo
que el más profano». Una vez más, el énfasis recae en la pureza del
amor del poeta (puro amor, y no loco amor). La identidad femenina
del hablante se anuncia abiertamente en el texto (ella se compara con
«la simple amante», v. 81; o «la enamorada Clicie», v. 93), pero no has-
ta bien entrado el poema. Unos versos después el hablante de nuevo
subraya su condición femenina:
Es obvio que esta estrofa, que comienza con el verbo ser seguido
de la palabra mujer, y que termina con la palabra sexo, versa sobre cues-
tiones de identidad y de género, y plantea algunos temas importantes
a los que regresaré en breve.
Este grupo de poemas, pero especialmente la composición que aca-
bamos de discutir, siguieron interesando —o tal vez sería mejor decir
preocupando— a los lectores modernos. Cuando, a principios del 1950,
el P. Alfonso Méndez Plancarte prepara la que sigue siendo por ahora
la edición definitiva de las obras completas de Sor Juana, él —como
en su momento lo hizo el primer editor— también se siente obliga-
do a advertir que aunque el tono del romance 16 «linde con lo eró-
tico», sólo se trata de «un límpido afecto de admiración estética y de
apasionada amistad». El desasosiego que revelan los comentarios de am-
bos editores de Sor Juana —el del siglo XVII y su homólogo contem-
poráneo— merece ser comentado con más detenimiento. La crítica
contemporánea ha ofrecido opiniones diversas sobre el significado de
estos poemas. Por una parte están los que mantienen que «esas expre-
siones de ‘amor’ eran expresiones corrientes como muestra de amistad
y agradecimiento al protector y mecenas del artista, poetas en este
caso»4. Por otra están los que opinan que muchos de los poemas de la
monja «rompen los moldes de la mera alabanza» y llegan a ser «decla-
raciones de admiración amorosa»5. Algo semejante a lo que propone
Paz habrían sospechado los editores sorjuaninos cuando se vieron obli-
gados a incluir su caveat, interpretando el sentido y la intención de este
grupo de poemas. Pero ¿qué precisamente hará que estas composicio-
nes, y especialmente el romance 19, se señalen, se aparten del resto aun
cuando, como vimos que observa Sabat de Rivers, las expresiones de
amor entre mujeres no eran infrecuentes en esa época?
Una posible respuesta es que la voz poética se expresa con vehe-
mencia, hiperbólica y retóricamente, al describir sus sentimientos de
agradecimiento y admiración por la condesa. Pero Paz insiste en que
en estos poemas hay algo más, que en ellos «no sólo encontramos to-
dos los motivos de la poesía erótica tradicional transformados en me-
táforas de la relación de gratitud y dependencia que unía a la monja
con la virreina», sino que alcanzan «la intensidad que distingue a la
4
Sabat de Rivers, 1984, p. 47.
5
Paz, 1982, pp. 269-70.
05-cuarto 29/3/04 11:23 Página 76
6
Paz, 1982, p. 268.
7
González Boixo, 1995, p. 134.
8
Bergmann, 1990, p. 168 y la misma página para la cita siguiente. Ver tam-
bién Bergmann, 1993.
05-cuarto 29/3/04 11:23 Página 77
9
Merrim, 1991, p. 22 y p. 23 para la cita siguiente.
10
Jordan, 1990, pp. 136 y ss.
05-cuarto 29/3/04 11:23 Página 78
11
Sabat de Rivers, 1988, p. 124.
12
Lavrin, 1978, pp. 24-29.
05-cuarto 29/3/04 11:23 Página 79
13
Gimbernat, 1991, p. 163.
14
Moraña, 1998, pp. 92-93.
05-cuarto 29/3/04 11:23 Página 80
[Sor Juana’s] tendency to adopt the role of a male speaker or, occa-
sionally, to deny her own sex […] is to be explained, not in terms of bio-
logical necessity, but rather as a strategy or disguise which enables her to
enter a sphere in which any intrusion can be seen as an act of transgres-
sion.
15
Terry, 1993, p. 239.
05-cuarto 29/3/04 11:23 Página 81
que advierten que es una voz femenina la que enuncia el poema (por
su tono suplicante, su ternura, su resignación). Se trata de lo que
Merrim en otro contexto ha llamado «a conventionalized ‘woman’s’
voice», a través de la cual el poeta emplea «a rhetoric of humility, sub-
mission, and subordination»16.
Y sin embargo hay otros poemas que contradicen esta postura de
«humildad, sumisión y subordinación». Así ocurre en el soneto 165
(«Detente, sombra de mi bien esquivo»), donde aunque la voz del ha-
blante es femenina, según lo indica el adjetivo «penosa» del v. 4, la
postura o actitud que se manifiesta dista de ser sumisa o humilde. El
poema abre con un verbo en imperativo («Detente») que marca la
pauta del resto del poema, donde el hablante femenino se jacta de ha-
ber burlado a su interlocutor: puedes pensar que me has abandonado,
le dice, pero no es así, pues estás preso dentro de mí. En otras com-
posiciones la actitud del hablante no está tan claramente definida. En
el soneto 166 («Que no me quiera Fabio, al verse amado») la antíte-
sis, figura que define el tema del poema (amar o aborrecer), describe
también la actitud conflictiva del hablante femenino, y específicamente
su actitud hacia los hombres: se siente atormentada porque es a la vez
activa (ama a Fabio pero él no le corresponde) y pasiva (la ama Silvio,
a quien ella aborrece).
He dejado para el final uno de los últimos poemas escritos por Sor
Juana, el conocido romance «¿Cuándo, Númenes divinos» (núm. 51),
que se publica por primera vez en la Fama y obras póstumas (1700). El
editor y prologuista del volumen, Juan de Castorena y Ursúa, aclara
en un párrafo que aparece al final del poema que el romance «se ha-
lló así, después de su muerte, en borrador, y sin mano última». Esta
composición tardía viene a ser una de las pocas donde se observa con
alguna insistencia la primera persona de un hablante femenino. La voz
poética se refiere abiertamente a su condición de mujer, como en el
pasaje «¿A una ignorante mujer…» (vv. 33 y ss.), o cuando se pregunta
si no la festejan con «panegíricos gallardos» (v. 94) simplemente por
ser mujer («Si no es que el sexo ha podido / o ha querido hacer, por
raro, / que el lugar de lo perfecto / obtenga lo extraordinario», vv.
121-24). Este énfasis en la situación enunciativa (el adjetivo posesivo
mi aparece repetidas veces), en la identidad femenina del hablante, con-
16
Merrim, 1991, pp. 27-28.
05-cuarto 29/3/04 11:23 Página 82
17
Ver Castorena, en la edición de Fama, p. 162 y Méndez Plancarte, Obras
completas, I, p. 448.
05-cuarto 29/3/04 11:23 Página 83
18
Gilbert y Gubar, 1979, p. 62.
19
Paz, 1982, p. 45.
05-cuarto 29/3/04 11:23 Página 84
06-quinto 29/3/04 11:23 Página 85
CAPÍTULO QUINTO
1
Paz, 1982, p. 481.
2
Sabat, 1977, p. 129, n. 2.
06-quinto 29/3/04 11:23 Página 86
3
Los que, siguiendo a Lyons, Culler, etc., llamo aquí deícticos también se han
denominado shifters o embragues (Jakobson, Barthes). Para una definición más am-
plia del término, ver Jakobson, 1971, pp. 130-47; Benveniste, 1966, pp. 225-66;
Lyons, 1968, pp. 275-81; Barthes, 1970, pp. 145-55; Culler, 1975, pp. 164-70. En
la traducción española del trabajo de Jakobson se recoge aún otro sinónimo de
deíctico: «conmutador».Ver Jakobson, 1975, pp. 307-32.
06-quinto 29/3/04 11:23 Página 87
The [organization shifter] covers all those devices by which the wri-
ter declares a departure from or return to his itinerary, any explicit sign-
post to the organization of his own discourse.
4
Barthes, 1970, p. 146.
06-quinto 29/3/04 11:23 Página 88
5
Merrim, 1999, p. 189.
06-quinto 29/3/04 11:23 Página 92
dernos (como Octavio Paz), no parecen haber sido notados por sus
contemporáneos. El P. Calleja, por ejemplo, al resumir el argumento
del poema en su conocida aprobación al tercer volumen de las obras
de Sor Juana, no duda poner en boca de la escritora las acciones y
experiencias narradas, mostrándose así mucho más explícito de lo que
ella nunca lo fuera:
6
Aprobación a la Fama y obras póstumas. Cito por la reproducción moderni-
zada que aparece en el apéndice de la edición de Merlo de Obras escogidas.
7
Paz, 1982, p. 481.
07-sexto 29/3/04 11:24 Página 93
CAPÍTULO SEXTO
DE LA EXCEPCIONALIDAD A LA IMPOSTURA:
SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ ANTE LA CRÍTICA
(1700-1950)
1
Alatorre y Tenorio, 1998, p. 107, n. 3.
07-sexto 29/3/04 11:24 Página 94
2
Bénassy-Berling, 1995, p. 220.
07-sexto 29/3/04 11:24 Página 95
3
Bénassy-Berling, 1995, p. 220.
4
Glantz, 1995, ver pp. 19 y ss.
5
Junco, 1937a, p. 214.
07-sexto 29/3/04 11:24 Página 96
6
D. Elías Molíns también dice al comienzo de sus Poesías escogidas (1901) que
Sor Juana murió en 1691 (p. 6), pero luego, en la p. 9, trae la fecha correcta.
7
Menéndez Pelayo, 1911, p. 79.
8
H. R. Jauss explica que el concepto central horizonte de expectativas tiene la
función general de sintetizar los rasgos característicos de la disposición receptiva
del público, y lo define así: «El horizonte de expectativas de una obra que se pue-
de reconstruir así, permite determinar más fácilmente su carácter artístico por el
tipo y grado de su efecto en un determinado público. Si denominamos distancia
estética al espacio que media entre el horizonte de expectativas preexistente y la
aparición de una nueva obra, cuya recepción puede suponer un cambio de hori-
zonte al rechazar las experiencias familiares o concienciar sobre las que se mani-
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LA REDUCIDA BIBLIOTECA
Como bien se sabe, la que sería la última edición de las obras com-
pletas de Sor Juana hasta mediados del siglo veinte se publica en 1725,
en la Imprenta madrileña de Angel Pascual Rubio. En ese primer cuar-
to del siglo dieciocho también aparecen la Fama y obras póstumas de
sor Juana (1700), el comentario al Sueño del poeta canario Pedro Álva-
rez de Lugo (c. 1702) y la tercera edición del segundo volumen de
las obras de la escritora (1715). La Fama, publicada cinco años después
de la muerte de Sor Juana, demuestra claramente que sus admirado-
res fueron muchos y también que, como señala Ermilo Abreu Gómez,
el siglo XVII fue «ciego para mirar sus errores»10. Algo semejante ob-
serva Margo Glantz, explicando que desde que Sor Juana empezó a
publicar, «se le elogia con comentarios hiperbólicos, exacerbados aun
en una época en que el elogio superlativo era una de las característi-
cas de la cortesanía, los cuales son producto de la genuina admiración
que despertaba»11.
fiestan por primera vez, esta distancia estética se puede materializar históricamente
en la escala de las reacciones del público y del juicio de la crítica (éxito espon-
táneo, rechazo o escándalo, aprobación aislada, comprensión lenta o tardía», énfa-
sis suyo; ver Jauss, 1971, p. 77). Véase también la aplicación de este término en
varios de los artículos recogidos en Mayoral, 1987, especialmente «El lector como
productor» de Bernhard Zimmerman, pp. 39-58.
9
Algunos ensayos que se ocupan de estudiar con más o menos detenimien-
to la recepción literaria de Sor Juana son: Antonio Alatorre, 1994; Alatorre y
Tenorio, 1998; Bénassy-Berling, 1995; Leal, 1998; Carmen de Mora, 1995;
Olalquiaga, 1985; Rublúo Yslas, 1980; Sáinz de Medrano, 1995; Quiñones
Melgoza, 1995…
10
Abreu Gómez, 1931, p. 200.
11
Glantz, 1994, p. XXIII.
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La propia Sor Juana se queja varias veces del aclamo que recibe,
considerándolo excesivo y pernicioso. En una de sus últimas compo-
siciones (romance 51), que examinamos en el capítulo 4 y a la cual
volveremos en el próximo apartado, la voz poética a través de una se-
rie de interrogaciones retóricas delata la intensidad de su sufrimien-
to:
12
Ver Sánchez Robayna, 1990, p. 59.
13
Gutiérrez, 1865, pp. 154-55.
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14
Valga como ejemplo una opinión de la primera década del siglo veinte que
revela tanto los prejuicios contra el gongorismo como contra las mujeres. José
Escofet no sólo propone en 1910 que los «extravíos poéticos» de nuestra poeta
fueran resultado de «la mala influencia de la época en que vivió», sino también
que se deben a su condición de mujer: «las damas […] se habían mostrado tan
decididas amigas del culteranismo […] que bien es de creer que Sor Juana, has-
ta por simple afecto a su moda femenina, se diera en abusar de las metáforas y
en jugar el vocablo con mujeril entusiasmo» (Escofet, 1910, pp. 118-19).
15
Mora, 1995, p. 201.
16
Apud de la Maza, 1980, p. 381. Cita siguiente de de la Maza en p. 385.
07-sexto 29/3/04 11:24 Página 100
17
Apud Molíns, 1901, pp. 20-21.
18
Menéndez y Pelayo [1893-95], 1911, p. 84.
19
Sánchez Mármol, 1902, p. 24.
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Pocas, incompletas y malas son las ediciones que de Sor Juana se han
hecho en el siglo XIX. Sus versos corren plagados de groseros errores, en
antologías, periódicos y revistas.Y excepto la preciosa selección publica-
da por D. Manuel Toussaint (Obras escogidas, México, 1928), y la bellísima
edición de los Sonetos (México, 1931), hecha y anotada por Xavier
Villaurrutia, podía afirmarse que en volumen era desconocido para el pú-
blico de hoy el texto original, auténtico y completo de las poesías de la
Décima Musa22.
20
Paz, 1982, p. 364.
21
Mera, 1873, p. XIII.
22
González Peña, 1949, pp. 127-28.
07-sexto 29/3/04 11:24 Página 102
23
Vol. 2, p. 321. O bien Ticknor se basa en otra fuente para el dato del naci-
miento de Sor Juana, o bien incurrió en lo que, hablando de algunos eruditos,
Francisco de la Maza llama «una lectura diagonal». La segunda oración del artícu-
lo en el Seminario, de hecho, menciona que el padre de Sor Juana era natural de
Guipúzcoa, y tal vez eso explique el dato en la historia de Ticknor. De todas for-
mas, el que a Sor Juana se la pudiera considerar vizcaína no es en sí descabellado
si recordamos que ella misma dice ser «rama de Vizcaya» (ver la Dedicatoria del
segundo volumen de sus obras (Sevilla, 1692), aludiendo a su padre (Alatorre, 1980,
pp. 475-76 ha puesto en duda este dato sobre sobre el padre de Sor Juana). Juan
María Gutiérrez en 1865 se impacienta por tal confusión, observando que no sólo
Ticknor sino «Varios alemanes eruditos se han empeñado en hacerla vizcaína de
nacimiento […] Igual error han cometido también los peninsulares, y en estos úl-
timos tiempos (en 1845) los Redactores del Semanario Pintoresco, periódico de re-
putación y de gran número de lectores» (Gutiérrez, 1865, pp. 153-54). Además el
crítico argentino se sorprende que los supuestamente eruditos traductores españo-
les de Ticknor (Pascual de Gayangos y Enrique de Vedia) no hayan sabido rectifi-
carle. Para Gutiérrez todo esto no es sino una manifestación más de «la intención
o ignorancia con que se insistía en arrebatar a la América la gloria de haber dado
cuna a Sor Juana Inés de la Cruz». Aunque Ticknor por fin corrige el dato en la
cuarta edición inglesa de su historia, que aparece en Boston en 1891, las equivo-
caciones con respecto al lugar de nacimiento de Sor Juana no cesan de inmedia-
to. En el ejemplo siguiente, señalado por Elías Molíns en 1901, se la presenta como
peruana: «Equivocadamente don Manuel de Revilla y don P. Alcántara García, di-
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cio que Ticknor apoya y expresa como suyo, pero que en la revista se
atribuye correctamente al P. Feijoó. Las palabras de éste sobre Sor Juana
aparecen en dos discursos de su Teatro Crítico Universal de 1728 (dis-
curso 16 del tomo 1; discurso 6, tomo 4), y tuvieron gran repercu-
sión, especialmente su opinión sobre la escritora de que «lo menos
que tuvo fué el talento para la poesía, aunque es lo que más se cele-
bra» (discurso 16).
Estas palabras de Feijoó se interpretaron de diversas maneras.
Algunos, como Ticknor, las aceptan como prueba de la intrascenden-
cia de la producción literaria de Sor Juana. Otros prefieren recordar a
Feijoó como panegirista de la monja24. La explicación de Vigil mues-
tra claramente cómo pudo haber opiniones tan divergentes sobre el
parecer de Feijoó. Para Vigil, el erudito español afirma que aunque lo
que más se celebraba en Sor Juana era el talento poético, éste parecía
inferior al lado de sus otras dotes, y que acaso ninguno de los poetas
españoles le igualó en la universalidad de noticias de todas facultades.
En épocas más recientes la opinión de Feijoó se vuelve a entender
como desfavorable, sólo que, en vez de aceptar el fallo inequívoca-
mente, se censura. Ya vimos que Mera, quien la recoge a través de
Ticknor, la rechaza. Lo mismo hace, para citar otro caso, Francisco de
la Maza (1980), quien le reprocha a Feijóo que haga la dura y super-
ficial crítica y que haya insistido en verla más como sabia que como
poeta.
La escasez de textos o la dificultad de su acceso— la rareza de su
circulación—, también fue un motivo constante en las apreciaciones
sobre la propia escritora —la rareza de su persona— y de esto nos
ocuparemos en el apartado que sigue.
cen en la obra Principios generales de literatura español (sic), tomo II, pág. 451, que
Juana Inés de la Cruz era peruana, natural de Guipuncoa» (p. 8, n. 2). Alatorre y
Tenorio citan de la 4ª ed. de este libro (Madrid, 1898, 2, p. 439) pero traen
«Guipúzcoa» en vez de «Guipuncoa» (p. 116, n. 18).
24
Beristáin de Souza en 1816-21, quien sencillamente elimina esa oración y
cita el resto; Juan Nicasio Gallego en 1841; Juan María Gutiérrez en 1865; José
María Vigil en 1874.
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Una mujer, una americana había escrito versos a fines del siglo XVII.
Esta rareza llamó acaso la atención de M.Ticknor, más que el mérito real
de esos versos25.
25
Mera, 1873, p. IV.
26
El adjetivo rara se utilizó con frecuencia para describir el curioso fenóme-
no de una mujer con intelecto, como podemos observar en el siguiente pasaje de
La perfecta casada: «el mostrarse una mujer la que debe entre tantas ocasiones y di-
ficultades de vida, siendo de suyo tan flaca, es clara señal de un caudal de rarísi-
ma y casi heroica virtud» (cap. XXXI; énfasis mío).
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27
Pardo, 1853, p. 632.
28
Apud de la Maza, 1980, p. 393.
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29
Ver Sánchez Robayna, 1990, p. 59.
30
Cabrera y Quintero, 1846, cap. 13.
31
Carrillo y Pérez, 1790, apud de la Maza, 1980, p. 333.
32
Fray Juan de la Cruz y Moya, 1756, apud de la Maza, 1980, p. 327.
33
Apud de la Maza, 1980, p. 328.
34
Glantz, 1995, p. 30.
35
Otras contemporáneas de Sor Juana también fueron agraciadas con ese tí-
tulo. Así llama Juan Pérez de Montalbán a María de Zayas (apud Serrano y Sanz
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1903, p. 584) y a Ana Caro el editor madrileño de la Parte cuarta de comedias es-
cogidas (Serrano y Sanz, 1903, p. 179), mientras que el andaluz Luis Vélez de
Guevara califica a Ana Caro de «décima musa sevillana» en el tranco noveno de
El Diablo cojuelo.Ver Jed, 1994, donde estudia lo que ella describe como «the com-
modification of women writers embedded in their description as Tenth Muses»,
y también las abundantes referencias a «décimas musas» en Merrim, 1999, p. XLI
et passim.
36
Merrim, 1999, pp. 30-31.
37
Tadeo Ortiz (1832), apud de la Maza. 1980, p. 344.
38
Juan María Gutiérrez, 1865, p. 204. La supuesta religiosidad de Sor Juana,
o incluso su santidad, se ve recogida en una litografía de Julio Pelvilain (ilustra-
ción 11). Publicada en el periódico porteño El Correo del Domingo el mismo año
que el ensayo de Gutiérrez, y reproducida en la primera edición del libro de Clara
Campoamor (1944), la litografía muestra a la monja jerónima en una actitud de
súplica y en una especie de éxtasis místico que parece reflejar su santidad. Sus ras-
gos, inclusive, son marcadamente distintos a los que habitualmente constituyen su
retrato, y a mi ver lo único que la hace reconocible son las palabras que rodean
a la figura: «Sor Juana Inés de la Cruz, escritora americana». Años después, el li-
bro de Genaro Fernández Mac Gregor, 1932, traerá un grabado de Isidoro
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Ocampo (ilustración 12) que dibuja a Sor Juana de forma más habitual, aunque
no del todo, y con aureola, posiblemente inspirado en el título y en esa «triple
aureola de la Belleza, de la Santidad y de la Sabiduría» de la que habla Mac Gregor
(p. 117).
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39
Graves, 1953, p. 12.
40
«Thirty-two flavors», de «Not a Pretty Girl», 1995. Le agradezco a mi hija Miriam
el haber notado la aplicabilidad de estos versos de DiFranco y el haberme vuelto a
demostrar que sigue recordando la situación de Sor Juana en su medida exacta.
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41
Sánchez Mármol, 1902, p. 22.
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42
Por lo demás habría que revisar el contexto de la frase italiana, que es cita
de los vv. 18-19 del canto 26 («Il pensiero dominante») de los Canti de Giacomo
Leopardi.
43
Cit. por Eguiara y Eguren, 1936, p. 13.
44
Apud de la Maza, 1980, pp. 301-302.
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45
Pensemos, por ejemplo, en el Examen de Ingenios (1575) de Huarte de San
Juan, donde mantiene, hablando sobre las mujeres, que todo género de letras y
sabiduría es repugnante a su ingenio y que su sexo no admite prudencia ni dis-
ciplina; o en La perfecta casada (1583) de Fray Luis de León, donde éste expone
su opinión de que la mujer es de naturaleza flaca y deleznable más que ningún
otro animal (cap. XXXI). Para un recuento de las opiniones acerca de la capaci-
dad intelectual de las mujeres en el siglo XVI, ver el excelente estudio de Julia
Fitzmaurice-Kelly, 1927.
46
Paz, 1982, p. 240.
07-sexto 29/3/04 11:24 Página 113
47
Ver de la Maza, 1980, p. 300.
48
De acuerdo con Antonio Alatorre, la traducción de José Quiñones Melgoza
es superior a la de Frangos, que él considera deficiente (Alatorre y Tenorio, 1998,
p. 108), pero ambas son bastante semejantes en lo que toca a este punto: «Por
cierto, parece que este autor dudó interiormente de que tales símbolos fuesen le-
gítimos conceptos de nuestra monja, cuya erudición e ingenio, si los hubiese co-
nocido más de cerca, habría apartado lejos todo su recelo» (Quiñones, 1995, pp.
542-43).
49
Beristáin, 1947, pp. 172-73.
50
Introducción a la ed. fac. de Fama.
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51
Reyes [1948], 1960, p. 363.
07-sexto 29/3/04 11:24 Página 115
ción tan generalizada tal vez explica el amor que tantos dicen sentir
por ella. El propio Reyes lo afirma en el mismo lugar:
52
Luke, 1997, p. 4.
53
Ver de la Maza, 1980, pp. 104-106; Pascual Buxó (1993, p. 72 y passim) dis-
cute el «encendimiento amoroso [de Álvarez] por Sor Juana».
07-sexto 29/3/04 11:24 Página 116
54
Fernández Mac Gregor, 1932, p. 8.
55
Gómez Alonzo, 1956, p. 61.
56
Garrido, 1998, p. 347.
57
Paz, 1982, p. 12.
58
Pemán, 1952, p. 32.
07-sexto 29/3/04 11:24 Página 117
59
Chávez [1931], 1981, p. 76 y cita siguiente en p. 243.
60
Pinto, 1943, p. 97.
61
Schultz de Mantovani, 1951, p. 59.
62
Morgan, 1956, p. 283.
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gina una Sor Juana muy distinta al «portento» que recrean la Baronesa
de Wilson y Manuel Toussaint. El poeta mexicano le atribuye al siglo
diecisiete y precisamente a lo que él llama «la obscuridad de la épo-
ca» el que Sor Juana se haya distinguido en su momento, añadiendo
que «Si Sor Juana hubiese nacido en el siglo de las luces, acaso habría
vegetado en la sombra, sin que hiciesen de ella gran aprecio»63 (énfa-
sis suyo). En su propio siglo, Nervo afirma, la escritora mexicana tam-
poco hubiera sido lo que fue, y pasa a imaginarla de esta forma:
63
Nervo, ed. 1994, p. 43. En esto Nervo se aparta de la opinión de otros
como Garrido Estrada, quien en 1874 afirma que «la madre sor Juana Inés de la
Cruz, colocada en diferentes y más favorables circunstancias, hubiera podido ocu-
par más elevado lugar en el Parnaso» (p. 16).
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64
Los detalles de la conferencia, que Nervo dictó en la Unión Ibero-
Americana de Madrid en anticipación de la publicación de su libro, aparecen en
dos números de la Revista Moderna de México. En el primero (mayo 1910) se en-
cuentran los comentarios que figuraron en periódicos madrileños (Heraldo, El
Liberal, El Mundo), incluyendo los nombres de muchos de los afamados concu-
rrentes, en un artículo sin firma titulado «Amado Nervo en Madrid» (mayo 1910;
pp. 183-85). La referencia que doy en el texto se encuentra en la página 184. El
segundo número trae el texto completo de la conferencia, que recoge el primer
capítulo de Juana de Asbaje, incluyendo el prólogo «Al lector mexicano» (junio
1910, pp. 197-206).
65
Escofet, 1910, pp. 128-29.
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66
Apud de la Maza, 1980, p. 381. Estas apreciaciones contrastan con la de
Fernández Mac Gregor en 1932. A él lo que menos le interesa de Sor Juana es
su erudición, y asevera que «la Sabiduría es el adorno que menos sienta a la mu-
jer» (p. 118) y que «Sor Juana Inés de la Cruz, religiosa, nos liberó de Juana de
Asbaje, literata» (p. 119).Y nada de compararla con escritoras; al contrario, men-
ciona algunas de las que los otros citan, pero para repudiarlas: «¿No es verdad que
se experimenta cierta inquietud», se pregunta, anticipando el aplauso unánime de
su lector, «hasta cierto desvío, ante la mujer letrada? ¿Se concibe un amor real,
siquiera una amistad franca, por damas del calibre de Mme. Stael, o de la terri-
ble Jorge Sand?» (p. 118). Las múltiples reseñas negativas de este libro expresan
claramente sus muchas deficiencias y explican su poca difusión.
67
Vigil, 1874, pp. 49-50.
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retratada por una máquina kodak con melena corta suelta en el aire,
sweater rosa o amarillo, pedaleando aceleradamente en su bicicleta a tra-
68
Aguirre, 1980, p. 297.
69
Amézaga, 1896, pp. 24-25.
70
Gómez, 1943, p. 28.
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71
Salinas, 1941, p. 191. Salinas describe varios aspectos de su vida en Wellesley
College (1936-40) en muchas de sus cartas a su esposa e hijos. En una de ellas
habla del paisaje y las circunstancias que seguramente inspiraron su reflexión so-
bre Sor Juana: «La casa donde vivo está fuera del recinto del colegio, pero a sus
puertas mismas. Para dar clase tengo que ir al edificio central, que está a unos
diez minutos, a través de un parque hermoso. No sé como voy a hacer en el in-
vierno, con la nieve. Miro con envidia a las chicas que tienen automóvil o bici-
cleta. El recinto del colegio es estupendo: praderas, colinas, un lago, todo muy es-
pacioso […] Por todas partes perspectivas de arbolado y pradera, suaves y
tranquilas, y todo de una limpieza natural exquisita.Ya te iré mandando fotos de
todo.Y en medio de ese paisaje chicas que van y vienen, en autos, en bicicletas,
con los trajes más absurdos» (1996, p. 68).
72
Una búsqueda en Google de páginas en español que contienen «Sor Juana
Inés de la Cruz» arroja a la hora de revisar estas líneas aproximadamente 7.000
resultados. Claro que de muy variada entidad, pero la cifra es significativa.
07-sexto 29/3/04 11:24 Página 123
Para resumir lo que se ha expuesto aquí, durante los dos siglos pos-
teriores a la muerte de Sor Juana, sus obras —con excepción de las re-
dondillas— casi no se leen, y es sólo hacia finales del siglo diecinueve
cuando se inicia el renovado interés crítico en su vida y sus obras. Esta
época está marcada por una serie de lugares comunes de la crítica (la
reducida biblioteca, la rareza o excepcionalidad o impostura de Sor
Juana, Sor Juana en nuestros días) que revelan la fuerte atracción pero
también la vulnerabilidad de la figura de la monja. La «apropiación» de
Sor Juana, esa tendencia a querer asimilarla a la época del lector, o a sus
zonas de convergencia (estética, religiosa, nacional, sexual) expresan, me
parece, el asombro compartido por sus lectores al enfrentarse a una es-
critora de la altura de Sor Juana. La insistencia en su excepcionalidad,
en verla como singular, sin par, única, musa, fénix o ave rara, da pie a
la figuración imaginaria de Sor Juana, fácilmente plegable o moldeable
de acuerdo a las necesidades o la óptica de su lector. Como bien ha ob-
servado Emilie Bergmann73, la monja mexicana fue
73
Bergmann, 1994, p. 14.
07-sexto 29/3/04 11:24 Página 124
74
Merrim, 1999, p. XIII.
07-sexto 29/3/04 11:24 Página 125
75
Garrard, 1989, p. 157.
07-sexto 29/3/04 11:24 Página 126
CAPÍTULO SÉPTIMO
1
Junco, 1951 [1937], p. 12.
2
Díez-Canedo, 1944, p. 59.
08-septimo 29/3/04 11:24 Página 130
3
Abreu, 1945, p. 113.
4
Ver Schons, 1927, p.VIII.
5
En su edición de Obras escogidas, p.V.
08-septimo 29/3/04 11:24 Página 131
6
Abreu, 1945, p. 114. Convendría señalar que aunque Abreu estima que fue
su edición la que dio pie a la de Vossler, hay quienes piensan, como me lo indi-
caron amablemente Marlene Zinn y Dieter Rall, que fue Alfonso Reyes quien
ya en el 1932 le sugiere al erudito alemán que se dedique a estudiar a Sor Juana
(Janner, 1988, pp. 581-82).
7
La edición de Vossler al parecer se termina de preparar años antes, pero se
aplaza su publicación por la situación política en Alemania. Algo semejante le
ocurre a Pfandl con su libro, publicado póstumamente en 1946, pero terminado
hacia 1937, según lo explica Hans Rheinfelder en su prefacio a la edición ale-
mana: «Como este libro se ocupa de la vida y de la obra de una monja mexica-
na, y como en él se toma en serio a dicha monja y a todo auténtico monacato,
no resultará extraño para el lector —si observa además que se hace aquí uso del
psicoanálisis como método de investigación— que esta obra no pudiese aparecer
bajo el Tercer Reich» (Pfandl , 1946, p. XXIII).
8
El propio Vossler explica en una nota al pie que la introducción a su edi-
ción del poema es una refundición de «Die “zehnte Muse”», pues en aquélla se
ha limitado a acortar, corregir y suplementar su estudio anterior (Vossler, 1941,
p. 8, n. 2).
9
Por ejemplo, las traducciones de Mariana Frenk y Arqueles Vela, en
Investigaciones lingüísticas (México), 3, 1935, pp. 58-72; y en Universidad (México)
08-septimo 29/3/04 11:24 Página 132
ñol13. En el 1939 tanto Schons como Eunice Joyner Gates publican en-
sayos en prestigiosas revistas norteamericanas, y a través de ellos se acer-
can al Primero sueño (Gates cita ampliamente de la edición príncipe del
poema) para establecer, comedidamente y sin resabios decimonónicos, la
filiación gongorina del poema. Este nexo, para Gates, es precisamente lo
que justifica el valor del poema de Sor Juana: «The chief interest of the
poem is in its relationship to Góngora’s work»14. A los trabajos de estas
estudiosas regresaremos en el capítulo 8.
Ezequiel Chávez, por su parte, le dedica un capítulo de su libro,
Ensayo de psicología de Sor Juana Inés de la Cruz, a la silva sorjuanina.
Como señala José Pascual Buxó hablando del libro de Chávez, «su acer-
tado y profundo análisis del máximo poema sorjuaniano inició —qui-
zá sin él proponérselo— las investigaciones serenas y cuidadosas de la
literatura mexicana colonial»15. Las apreciaciones de Chávez sobre
Primero sueño, favorables aun cuando advierte ciertas «transposiciones no
siempre felices»16 y otras salvedades, fueron muy bien recibidas por sus
contemporáneos, quienes mayormente juzgaron su libro de «extraordi-
nario» y «monumental y excelente»17. Genaro Fernández MacGregor,
en La santificación de Sor Juana, es uno de los pocos que critica a Chávez,
quien en un estudio de 1933 que no llega a publicarse hasta el 1968,
titulado Sor Juana Inés de la Cruz: su misticismo y su vocación filosófica y li-
teraria, se conduele de que el de Fernández MacGregor sea un libro en
el que «tan duros e injustificados cargos se enderezan contra Sor Juana,
y tanto se falsean mis conceptos en cuanto a ella, aunque se encubra
todo con una muy cortés ironía»18. Pero en general el Ensayo de psico-
logía de Chávez, a juzgar por sus frecuentes reimpresiones, sigue intere-
sando a buena parte de los lectores modernos (hace más de veinte años,
en 1981, Porrúa ya iba por la cuarta edición).
A los estudios hasta aquí señalados habría que añadir los del genial
Pedro Henríquez Ureña, cuyos utilísimos estudios bibliográficos de la
13
Ver la bibliografía.
14
Gates, 1939, p. 1043.
15
Pascual Buxó, 1960, p. 18.
16
Chávez, 1931, p. 59.
17
Lo primero lo dice Alfonso Junco, 1937, ver pp. 151-57. Lo segundo vie-
ne de Alfonso Méndez Plancarte en su edición de El sueño de 1951, p. LXII.
18
En este segundo libro Chávez también le dedica una amplia sección al
Primero sueño (ver pp. 107-40).
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19
Herrera Zapién, 1995, p. 21.
20
González Peña [1928], 1951, p. 126.
21
Jiménez Rueda, 1929, pp. 64 y ss.
08-septimo 29/3/04 11:24 Página 135
22
Abreu, 1931, p. 198.
08-septimo 29/3/04 11:24 Página 136
CAPÍTULO OCTAVO
1
Con este corrido Rosario Castellanos pone fin a su El eterno femenino (1975).
He creído conveniente incluirlo a modo de epígrafe al último capítulo de mi li-
bro para reconocer, como lo hace la célebre escritora mexicana, que tampoco aquí
están todas, pues las estudiosas que menciono se ofrecen como muestra —y no
catálogo completo— de la participación femenina en la crítica sorjuanina de la
primera mitad del pasado siglo.
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2
Arroyo [1952], 1992, p. 163.
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3
Manuel Toussaint reconoce en su edición de Obras escogidas. Respuesta a Sor
Filotea de la Cruz (1928) lo que ya había observado en 1916, que la edición crí-
tica de las obras de la poeta sigue por prepararse. Pero si en la primera antología
vaticina con escepticismo que el proyecto «se esperará quién sabe por cuánto
tiempo» doce años después afirma lo contrario: «No creo que esté lejano el día
en que se haga la edición definitiva de sus obras. México así lo requiere». Aunque
Toussaint no diga expresamente, como Estrada, que es labor de mexicanos, cuan-
do pocos renglones más adelante menciona a Dorothy Schons y «las ideas que
tan brillantemente sustenta la distinguida sorjuanista», no es para sugerir que ella
se ocupe de la ansiada edición crítica sino de lo que él caracteriza como «la bio-
grafía completa que hace tanto tiempo deseamos». Las apreciaciones de Toussaint
y Estrada anticipan la serie de intrigas y maniobras políticas en torno al proyec-
to de publicación de las obras completas que unas dos décadas después por fin
emprendería Alfonso Méndez Plancarte y concluiría Alberto Salceda.
4
Junco, 1937a, pp. 201-203.
5
Méndez Plancarte [1945], 1994b, p. XXV, y en sus comentarios de Obras
completas de Sor Juana, 1, p. LXII.
6
Paz, 1982, p. 366.
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Bien claro está que donde han hablado hombres como Amado Nervo,
Ezequiel A. Chávez y Manuel Toussaint, Pedro Henríquez Ureña, Ermilo
Abreu Gómez y Xavier Villaurrutia, Miss Dorothy Schons y Karl Vossler,
nada o muy poco queda por decir.
7
Abreu, presentación de Eguiara, 1936, p. 6.
8
Díez-Canedo, 1940, p. 412. A Sor Juana, como a otras de sus contemporá-
neas, también se la incluyó en más de un catálogo de hombres o varones nota-
bles, como por ejemplo en Gustavo Baz [1847], 1958, pp. 353-72. Ver también
Arróniz, 1857, pp. 131-35; Murillo Velarde, 1752, p. 220; Zúñiga, 1938…
9
Sabat de Rivers, 1985, p. 928.
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10
Janner, 1988, p. 580.
11
Delano estuvo allí de «Instructor» hasta que recibió su doctorado en 1934,
pasando entonces de «Professor» a Queens College en North Carolina, y más tar-
de a Winthrop College y a Virginia Wesleyan College.
12
Sabat de Rivers, 1985, pp. 928-29.
13
Gates se doctoró de la Universidad de Pennsylvania en 1933 y pasó la ma-
yor parte de su carrera académica en Texas Technological College, donde recibió
en rango de «full Professor» en 1945.
14
Clarke recibió su doctorado de la Universidad de California en Berkeley
en 1934 y fue profesora en esa sede durante muchos años (se la conocía por su
apellido de casada, Shadi, pero nunca usó ese apellido en sus publicaciones), su-
biendo eventualmente al rango de «Professor».
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15
Sarre inició su carrera en Barat College of the Sacred Heart de Illinois.
Finalmente logró el rango de «Professor» en el College of Women de la
Universidad de San Diego en 1964.
16
En su introducción, Schmidhuber explica que estudió los archivos perso-
nales de Schons en la Universidad de Texas, incluyendo su novela inédita sobre
Sor Juana. En la obra Dorothy, ya madura, reflexiona sobre sus problemas para
obtener la permanencia en la universidad y concluye con amargura que «Si hu-
biera sido hombre, me hubieran dado la planta en la universidad, pero únicamente
por ser mujer, se me negó por tantos años» (p. 23).
17
En un artículo que los Profs. Jerry R. Craddock y John H. R. Polt preparan
para honrar la memoria de Dorothy Clarke, dan un ejemplo que ilustra cabal-
mente lo difícil que era ser profesora universitaria en esa época: «While she was
a teaching assistant in Spanish, as she recalled in later years, a delegation of her
male colleagues informed her that they had decided she should leave, since she
was only taking a job away from a man who needed it. She did not reveal how
she answered this outrageous suggestion, but it is as hard to imagine her giving
it the reply it deserved as it is to imagine her following it. Characteristically, she
seemed to recall the incident as just an absurd annoyance» (http://dynaweb.
oac.cdlib. org:8088/dynaweb/uchist/public/inmemoriam).
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18
Como dijimos en el capítulo anterior, Gates observa en su artículo que lo
que más interesa en el Primero sueño es su relación con la obra de Góngora.
19
En la obra teatral de Schmidhuber, éste pone en boca del Director del
Departamento de Literatura de la Universidad de Texas unas palabras, no tan hi-
perbólicas como podrían parecer hoy en día, que apoyan lo que acabo de decir.
Al enterarse que la joven profesora quiere dictar un curso sobre Sor Juana, el
Director se opone terminantemente a ello, diciéndole con sorna: «A usted sí que
le gustan las causas perdidas. Mire que estudiar una mujer y de un país sin lite-
ratura. Si quiere ser especialista en literatura española tiene que dejar de leer esas
bagatelas. Concéntrese en las tres c de la literatura castellana: el Cid, Cervantes y
Calderón. Y no estudie otro país que no sea España. En Hispanoamérica se ha-
bla, pero no se escribe» (1999, p. 20).
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20
Wallace, 1944, p. 5.
21
Así lo observa Julio Llamazares en la portada trasera de la reedición que se
hizo del libro en 1983-84.
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22
Arroyo [1952], 1992, p. 164.
23
Luisi, 1929, p. 135.
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Con esto llegamos al fin de la primera mitad del siglo pasado, mo-
mento en que se preparan numerosos homenajes en conmemoración
del tercer centenario del nacimiento de Sor Juana. Es una época en
que la participación crítica masculina sigue siendo mucho más visible
que la femenina. El 11 de noviembre de 1951, en el suplemento do-
minical «México en la Cultura» del periódico Novedades, aparece un
«Homenaje a Sor Juana» encabezado por dos breves ensayos a cargo
de escritoras («Paisaje interior de Sor Juana» por María del Carmen
Millán y «Silueta de Sor Juana Inés de la Cruz» por Gabriela Mistral),
seguidos éstos de nueve ensayos por las voces intelectuales dominan-
tes, escritores como Alfonso Méndez Plancarte, Pedro Henríquez
Ureña, Alfonso Reyes, Ramón Xirau, Francisco López Cámara. Los
homenajes que aparecen dos semanas después en El Nacional y en la
Revista Mexicana de Cultura no traen ni siquiera una intervención fe-
menina entre los treinta y dos ensayos que los integran.
Hoy en día el panorama de la crítica sorjuanina es muy distinto.
El Coloquio Internacional que el Programa Interdisciplinario de
Estudios de la Mujer del Colegio de México auspició en 1991 con-
tó con una participación mayor de mujeres que de hombres, cosa que
las actas del congreso, editadas por Sara Poot Herrera («Y diversa de mí
misma…»), demuestran claramente, y cada día son más las investiga-
doras que se interesan en Sor Juana y publican sobre ella. A través de
estas páginas he querido sacar a relucir los nombres, las tribulaciones
y las contribuciones de algunas de las pioneras de la crítica sorjuani-
na ya que en ellas, como en la monja mexicana que eligieron estu-
diar, encontramos el tesón y el ejemplo de quienes en muchos casos
supieron desafiar —pero también ampliar— los complejos límites de
la femineidad.
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Trabulse, Elías 9, 14, 157, 160 Zúñiga, Horacio 140, 161
ÍNDICE DE ILUSTRACIONES