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He de terminar, ebrio de música, con trompetas y guitarras dejadas a su suerte cual

botellas de borracho desvalido. Eclipsado por una felina enérgica que salta tocando
acordes sus 4 en el teclado descubierto al rocío señorial, el viento adormece la
luz de mis ojos. Pero sonando aún, en el silencio profundo de la oscuridad, la
bella melodía de un músico feliz, que da por terminada la tarea de estudiar a su
musa bajo el fulgor de la bella luna, hace eco de una práctica completa, de un
ritual sagrado a mi arte, por fin terminado.

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