You are on page 1of 71

MARK FINLEY

MARK FINLEY
Este libro es diferente de muchos de los más
de setenta libros que ha escrito Mark Finley. En
esta obra, expone los principios de la ganancia de
almas que ha descubierto durante más de medio
siglo de compartir el amor y la verdad de Cristo
en países de todo el mundo. A lo largo de las dé-
cadas, aprendió que testificar no es complicado,
que ciertamente no es la función de unos pocos
superdotados espirituales y que la testificación
no es uno de los dones espirituales enumerados

AMISTADES PARA DIOS


en las Escrituras.
Testificar es la función de cada creyente.
Cuando vamos a Cristo y somos transformados
por su gracia, y redimidos por su poder, no po-
demos quedarnos callados. Anhelamos contar la
historia del Cristo viviente a otros. Nuestro co-
razón arde dentro de nosotros para compartir lo
que Jesús hizo en nuestro favor. Testificar es el
resultado natural de conocer a Jesús.
Al leer este libro, andemos en los pasos de Je-
sús y descubramos los principios universales de
cómo compartir nuestra fe.

Mark Finley es un evangelista reconocido internacionalmen-


te. Fue vicepresidente de la Asociación General entre 2005 y
2010. Después de retirarse del empleo de tiempo completo, se
convirtió en asistente del presidente de la Asociación General.

AMISTADES
PARA DIOS
Este libro es diferente de muchos de los más
de setenta libros que ha escrito Mark Finley. En
esta obra, expone los principios de la ganancia de
almas que ha descubierto durante más de medio
siglo de compartir el amor y la verdad de Cristo
en países de todo el mundo. A lo largo de las dé-
cadas, aprendió que testificar no es complicado,
que ciertamente no es la función de unos pocos
superdotados espirituales y que la testificación
no es uno de los dones espirituales enumerados
en las Escrituras.
Testificar es la función de cada creyente.
Cuando vamos a Cristo y somos transformados
por su gracia, y redimidos por su poder, no po-
demos quedarnos callados. Anhelamos contar la
historia del Cristo viviente a otros. Nuestro co-
razón arde dentro de nosotros para compartir lo
que Jesús hizo en nuestro favor. Testificar es el
resultado natural de conocer a Jesús.
Al leer este libro, andemos en los pasos de Je-
sús y descubramos los principios universales de
cómo compartir nuestra fe.

Mark Finley es un evangelista reconocido internacionalmen-


te. Fue vicepresidente de la Asociación General entre 2005 y
2010. Después de retirarse del empleo de tiempo completo, se
convirtió en asistente del presidente de la Asociación General.
AMISTADES
PARA DIOS

Mark Finley

Asociación Gral. José de San Martín 4555, B1604


Casa Editora CDG Florida Oeste, Buenos Aires,
Sudamericana República Argentina
Amistades para Dios
Mark Finley

Título del original: Making Friends for God, Pacific Press Publishing Assosiation, Nampa ID, EUA,
2019.

Dirección: David Flier


Traducción: Rolando Itin
Diseño de tapa: Nelson Espinoza
Diseño del interior: Nelson Espinoza
Ilustración: Lars Justinen

Libro de edición argentina


IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina

Primera edición
MMXX – 6M

Es propiedad. Copyright de la edición en inglés © 2019 Pacific Press® Publishing Association,


Nampa, Idaho, USA. Todos los derechos reservados. Esta edición en castellano se publica con
permiso del dueño del Copyright.
© 2020 Asociación Casa Editora Sudamericana.
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-798-091-2
Finley, Mark
Amistades para Dios / Mark Finley / Dirigido por David Flier / Ilustrado por Lars
Justinen. - 1ª ed. - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2020.
160 p. : il. ; 19 x 13 cm.

Traducción de: Rolando A. Itin.


ISBN 978-987-798-091-2

1. Vida cristiana. I. Flier, David, dir. II. Justinen, Lars, ilus. III. Itin, Rolando A.,
trad. IV. Título.
CDD 248.4

Se terminó de imprimir el 28 de febrero de 2020 en talleres propios (Gral. José de San Martín 4555,
B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su


manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios,
sin permiso previo del editor.
-111265-
CONTENIDO

Introducción................................................................................................ 7
Capítulo 1: ¿Por qué testificar?........................................................... 9
Capítulo 2: El poder del testimonio personal..........................20
Capítulo 3: Ver a las personas con los ojos de Jesús.............31
Capítulo 4: Interceder por otros.......................................................41
Capítulo 5: Testificación con el poder del Espíritu...............52
Capítulo 6: Posibilidades ilimitadas.............................................63
Capítulo 7: Compartir la Palabra.................................................... 74
Capítulo 8: Ministrar como Jesús..................................................85
Capítulo 9: Desarrollar una actitud ganadora........................96
Capítulo 10: Una manera emocionante de involucrarte......107
Capítulo 11: Compartir la historia de Jesús.............................121
Capítulo 12: Un mensaje digno de compartir......................... 132
Capítulo 13: Un paso de fe.................................................................144

5
INTRODUCCIÓN

A
veces me preguntan: “¿Cuánto tiempo le lleva es-
cribir un libro?” Por supuesto, eso depende de una
cantidad de factores, como el tema, la longitud del
libro y la investigación necesaria para confirmar los he-
chos. También depende de la audiencia a la que está di-
rigido: las personas que han de leer el libro. Este libro es
diferente. Me llevó 53 años escribirlo. Es correcto; no es un
error tipográfico: cincuenta y tres años.
Este libro es diferente de muchos de los más de setenta
libros que ya he escrito. En él expondré los principios de
la ganancia de almas que he descubierto en más de medio
siglo de compartir el amor y la verdad de Cristo en países
de todo el mundo. A lo largo de las décadas, he aprendido
que testificar no es complicado, que ciertamente no es la
función de unos pocos superinteligentes gigantes espiri-
tuales, y que la testificación no es uno de los dones espiri-
tuales enumerados en las Escrituras.
Testificar es la función de cada creyente. Cuando vamos
a Cristo y somos transformados por su gracia, y redimidos
por su poder, no podemos quedarnos callados. Anhelamos
contar la historia del Cristo viviente a otros. Nuestro cora-
zón arde dentro de nosotros para compartir lo que Jesús
hizo a nuestro favor. Testificar es el resultado natural de
conocer a Jesús. Así, acompáñenme en esta jornada mien-
tras caminamos en los pasos de Jesús y descubrimos los
principios universales de cómo compartir nuestra fe.

7
Capítulo 1

¿POR QUÉ TESTIFICAR?

E
n lo profundo del corazón de Dios hay un deseo de
que todas las personas sean salvas en su Reino. An-
hela que cada uno de sus hijos experimente el gozo
de la salvación y la vida eterna. Él ha liberado todos los
poderes del cielo para redimirnos. Sin ti, habría un espa-
cio vacío en el cielo, y por eso nada es más importante
para el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo que tu salvación.
El apóstol Pablo deja esto bien en claro cuando afirma:
“Esto es bueno y agradable delante de Dios, nuestro Salva-
dor, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y ven-
gan al conocimiento de la verdad” (1 Tim. 2:3, 4)1 . ¿Captas
la importancia de esta declaración? Dios tiene un anhelo
intenso, un deseo profundo, un propósito supremo en todo
lo que hace. Él quiere que tú y yo seamos salvos y vivamos
a la luz de esta verdad. Pedro declara que Dios no quiere
“que ninguno perezca” (2 Ped. 3:9). La salvación del hombre
es la prioridad del cielo. Jesucristo, el eterno, coexistente,
sabio y todopoderoso Hijo de Dios es nuestro Abogado. A su
orden, los ángeles vuelan desde las cortes celestiales para
hacer retroceder las fuerzas infernales que batallan contra
nosotros cada día. Diariamente, el Espíritu Santo impresio-
na nuestra mente y conduce nuestra vida.
A menos que se indique lo contrario, las referencias bíblicas corres-
1

ponden a la versión Reina–Valera 1960.

9
Amistades para Dios

Para llevar a cabo nuestra salvación, Jesús vino a esta


tierra a revelar el inmensurable amor del Padre por la hu-
manidad. Él vivió la vida perfecta que nosotros debería-
mos haber vivido, soportó la condenación por nuestros
pecados, y murió la muerte que nosotros debíamos morir.
En Cristo vemos el carácter del Padre. Jesús destruye el
mito de que Dios no nos ama. Hace mucho tiempo, Luci-
fer, un ser de deslumbrante brillo, tergiversó el carácter de
Dios. Sus mentiras distorsionaron la imagen de Dios ante
el universo entero (Juan 8:44). Jesús vino para corregir la
información, demostrando que Dios no es un juez venga-
tivo o un tirano lleno de ira. Él es un Padre amante que
desean reunir todos sus hijos en su casa.

El centro de toda testificación


Contar la historia de la redención es la misión de la
testificación. Esta comienza con una declaración de la fi-
delidad de Dios y termina con el triunfo de su amor. Por
medio de los creyentes, Dios alcanza a sus hijos perdidos.
En nuestras vidas y palabras, la gente ve su carácter lleno
de gracia. Nuestra testificación a otros llega a ser el mayor
gozo de la vida. Al crecer más a la semejanza de Jesús, el
servicio resulta de forma natural, y el egoísmo muere por
falta de cultivo. Cuanto más compartimos su amor, tanto
más crece nuestro amor a él.
Pero muchos hacen preguntas lógicas acerca de la tes-
tificación. ¿No está haciendo Dios todo lo que él puede
para salvar a las personas sin mi testificación? ¿Por qué
debería compartir mi fe? ¿Hace alguna diferencia la testi-
ficación en la salvación de un individuo?
En respuesta a la primera pregunta, es cierto que Dios
no está limitado a la testificación de los seres humanos. Él
se ha revelado de diversas maneras. David nota las mara-
villas de la creación:

10
¿Por qué testificar?

Los cielos cuenta la gloria de Dios,


Y el firmamento anuncia la obra de sus manos.
Un día emite palabra a otro día,
Y una noche a otra noche declara sabiduría.
No hay lenguaje, ni palabras,
Ni es oída su voz
(Sal. 19:1, 2).
El diseño, el orden y la simetría del universo revelan un
Dios diseñador de inteligencia infinita.
Además, el ministerio del Espíritu Santo en nuestro
corazón crea un deseo de conocer a Dios. Este anhelo de
eternidad dentro de nosotros es evidencia convincente de
la existencia de Dios (Ecl. 3:11). Y, por supuesto, hay pro-
videncias especiales que nos llevan a reflexionar sobre la
realidad de la presencia de Dios. Cada vez que experimen-
tamos un amor inmerecido o una bondad inesperada so-
mos testigos de una revelación del carácter de Dios. Él es
persuasivo, procura atraernos a sí mismo.
Si esto es cierto, ¿por qué testificar? ¿Por qué no dejar
que Dios haga su obra y la concluya? El desafío de depender
de la naturaleza como testigo involucra el problema del pe-
cado. Arruinada por el mal, la naturaleza plantea mensajes
confusos. Aunque revelan el diseño de Dios, también reve-
lan destrucción y devastación. Huracanes, inundaciones,
incendios forestales, tifones y otros desastres naturales
azotan nuestro planeta. Miles de personas mueren repen-
tinamente. ¿Qué dicen estas tragedias acerca de Dios y la
gran controversia entre el bien y el mal? Esta pregunta sin
duda complica el testimonio de la naturaleza. La belleza y
la destrucción están juntas. El mundo natural incluye am-
bos aspectos de nuestra realidad; no obstante, no alcanza a
revelar la razón por la cual el bien y el mal son coexistentes.
La naturaleza y nuestra experiencia de vida envían
mensajes cruzados acerca de la bondad de Dios. En esto

11
Amistades para Dios

reside la razón para nuestra testificación. La historia de


Jesús, como aparece en la Biblia, reconcilia las incongruen-
cias de la naturaleza y nuestras luchas internas. Aunque la
naturaleza y las providencias de la vida presentan eviden-
cias de la existencia de Dios, no describen claramente su
carácter amante. Su testimonio es incompleto. Dios siem-
pre ha entendido este vacío, y planificó cuidadosamente
para que la más clara revelación de su carácter se pudiera
encontrar en la vida de Cristo, como se revela en la Biblia.
Cuando compartimos la verdad acerca de Jesús con otros,
les ofrecemos la mejor oportunidad de conocer y compren-
der el amor de Dios por ellos. En el conflicto cósmico entre
el bien y el mal, la Escritura presenta las respuestas finales
a las preguntas más importantes de la vida.
Además de esta verdad fundamental acerca de la testi-
ficación, contamos la historia porque sabemos que testifi-
car es el medio del Cielo para traer gozo al corazón de Dios
y capacitarnos para crecer espiritualmente. Cuanto más
lo amemos, tanto más compartiremos su amor, y cuanto
más compartamos su amor, tanto más lo amaremos. Al
compartir la Palabra de Dios con otros, somos atraídos
más cerca de él. La Palabra que transforma la vida no solo
cambia a aquellos con quienes estudiamos la Biblia, sino
también nos cambia a nosotros.
Hay un pasaje muy poderoso en El camino a Cristo que
analiza la relación entre la testificación y nuestro propio
crecimiento espiritual:
Si trabajas como Cristo ideó que sus discí-
pulos trabajen, y ganas almas para él, sentirás
la necesidad de una experiencia más profunda
y un conocimiento mayor de las cosas divinas,
y tendrás hambre y sed de justicia. Abogarás
con Dios, tu fe se robustecerá y tu alma beberá

12
¿Por qué testificar?

en abundancia de las corrientes que fluyen de


la fuente de salvación. El encontrar oposición
y pruebas te llevará a la Biblia y a la oración.
Crecerás en la gracia y en el conocimiento de
Cristo, y desarrollarás una rica experiencia.
El espíritu de trabajo desinteresado por
otros da al carácter profundidad, estabilidad
y amabilidad como las de Cristo, y trae paz y
felicidad a su poseedor. Las aspiraciones se
elevan. No hay lugar para la pereza o el egoís-
mo. Quienes así ejerciten las gracias cristianas
crecerán y se harán fuertes para trabajar por
Dios. Tendrán claras percepciones espirituales,
una fe firme y creciente, y un acrecentado po-
der en la oración. El Espíritu de Dios, que mue-
ve su espíritu, pone de manifiesto las sagradas
armonías del alma en respuesta al toque di-
vino. Los que así se consagran a un esfuerzo
desinteresado por el bien de otros ciertamente
están obrando su propia salvación.
El único modo de crecer en la gracia es ha-
ciendo desinteresadamente la obra que Cristo
ha puesto en nuestras manos: ocuparnos, en
la medida de nuestras capacidades, en ayudar
y beneficiar a quienes necesitan la ayuda que
podemos darles. La fuerza se desarrolla por
medio del ejercicio; la actividad es la misma
condición de la vida.2
Este pasaje penetrante ofrece cuatro lecciones sobre la
ganancia de almas:
2
Elena de White, El camino a Cristo (Buenos Aires: ACES, 2014), pp.
67, 68.

13
Amistades para Dios

1. Ganar almas nos conduce a sentir la necesidad de una


experiencia espiritual más profunda.
2. Ganar almas nos conduce a suplicar a Dios hasta que
nuestra fe se fortalezca.
3. Ganar almas nos da una profundidad, estabilidad y
amabilidad semejantes a las de Cristo.
4. Ganar almas nos da percepciones espirituales claras,
una fe estable y creciente, y un acrecentado poder en
la oración.
Además de llevarnos más cerca de Dios, la bendición de
la testificación es doble: provee un medio para que otros
sean salvos y alimenta nuestras almas debilitadas.

La testificación y el corazón de Dios


La motivación para la testificación proviene de apre-
ciar la pasión de Dios por salvar a los perdidos. Ningún
capítulo de la Biblia ilustra mejor esto que Lucas 15. Aquí,
el autor evangélico corre la cortina para mostrar el cora-
zón de Dios y revela tres fotografías de su amor. Él es el
incasable pastor que busca la oveja perdida hasta que la
halla. Es la mujer triste quien, sobre sus rodillas, busca la
preciosa moneda perdida de su dote. Es el ansioso padre,
que escruta el horizonte esperando el regreso de su hijo
perdido., En cada relato, cuando se encuentra lo perdido,
hay un gozo tremendo. Todo el cielo se regocija cuando
los hombres y las mujeres aceptan la salvación que Cristo
compró en el Calvario.
En la primera historia, la de la oveja perdida, Jesús en-
seña tres lecciones significativas. Primera, el amor de Dios
busca con afán al perdido. Lucas 15:4 declara que el pastor
va por la oveja perdida. Dios nunca se cansa de buscar a
sus ovejas. Él no deja fácilmente que sus ovejas se pierdan.
Él procura encontrarlas dondequiera que estén vagando.
Con amor incansable, él las busca. Segunda, notamos que

14
¿Por qué testificar?

el pastor busca a la oveja hasta que la encuentra. El amor


de Dios persevera. No renuncia fácilmente. No podemos
cansarlo. Él nunca abandonará su búsqueda. En los tiem-
pos de Cristo, si un pastor del Antiguo Cercano Oriente
perdía una de sus ovejas, se esperaba que él devolviera el
rebaño con la oveja perdida, o con el cadáver del animal
perdido. Tenía que demostrar que él había hecho todo lo
posible para encontrarla. Cada oveja era valiosa para el
pastor. Él conocía su rebaño tan bien que se daba cuen-
ta de inmediato cuando faltaba una oveja. Para Cristo, no
somos una masa de humanidad sin identificación; somos
individuos creados a su imagen y redimidos por su gracia.
Finalmente, cuando encuentra la oveja perdida, el pas-
tor lo celebra. “Gozaos conmigo, porque he encontrado mi
oveja que se había perdido” (vers. 6). El buen pastor no des-
cansa hasta que encuentra su oveja perdida, y cuando la
encuentra, hay un gozo tremendo. Este tema del gozo es
consistente con todas las parábolas de Lucas 15. Cuando
encuentra la moneda perdida, la mujer exclama con gozo:
“Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que
había perdido” (vers. 9). Cuando regresa el hijo pródigo, su
padre grita de gozo y prepara una fiesta (vers. 22-24). Cada
una de estas parábolas concluye dramáticamente con el
gozo de encontrar lo perdido. Aunque muchas cosas en-
tristecen a Dios y traen lágrimas a sus ojos, su corazón se
llena de gozo cuando nosotros participamos en la ganan-
cia de almas. Cuando nos unimos a él en esta búsqueda
franca de encontrar a los perdidos, su corazón se llena de
un gozo indescriptible.
¿Has pasado horas para encontrar un regalo apropiado?
Tal vez el que buscas es para un cumpleaños, un aniversa-
rio, o un regalo de Navidad. Cuando finalmente encuen-
tras el regalo perfecto, estás emocionado. Es apropiado
para la persona y el evento. Apenas puedes esperar para

15
Amistades para Dios

compartirlo. Con gran expectativa, llega el día, el regalo es


desenvuelto y esa persona especial queda encantada. Sin
premeditación, arroja sus brazos a tu alrededor y te dice:
“¡Muchísimas gracias!”
¿Quién tuvo la alegría mayor? ¿Tú o quien lo recibió?
Por supuesto, ambos quedan entusiasmados, pero hay
una satisfacción excepcional cuando damos algo valioso
a otra persona. Un presente generoso crea un lazo sólido y
singular entre las personas.
Cuando compartimos el regalo más precioso de todos,
Jesucristo, un gozo puro llena nuestros corazones. Hay
una satisfacción profunda en saber que hemos marcado
una diferencia eterna en la vida de alguien. Elena de Whi-
te describe esa experiencia en El camino a Cristo:
El más humilde y el más pobre de los discí-
pulos de Jesús puede ser una bendición para
otros. Pueden no darse cuenta de que están
haciendo algún bien especial, pero por medio
de su influencia inconsciente pueden derra-
mar bendiciones abundantes que se extiendan
y profundicen, y cuyos benditos resultados ja-
más se conocerán hasta el día de la recompen-
sa final. Ellos no sienten ni saben que están
haciendo alguna cosa grande. No se les exige
cargarse de ansiedad por el éxito. Sólo tienen
que seguir adelante con tranquilidad, hacien-
do fielmente la obra que la Providencia de Dios
indique, y su vida no será inútil. Sus propias al-
mas crecerán cada vez más a la semejanza de
Cristo; son colaboradores de Dios en esta vida,
y así se están preparando para la obra más ele-
vada y el gozo sin sombra de la vida venidera.3
3
Ibíd., pp. 70, 71.

16
¿Por qué testificar?

Sigue siendo una verdad eterna que “más bienaventu-


rado es dar que recibir” (Hech. 20:35).

Tu círculo de influencia
Piensa en alguien de tu esfera de influencia que podría
estar dispuesto a conocer más acerca de Jesús. Un hijo o
una hija, tal vez un cónyuge, un compañero de trabajo, un
vecino, o un amigo. Imagínate el rostro de esa persona, y
pídele a Dios que genere una oportunidad para que pue-
das conducir la conversación en una dirección espiritual.
No creas que tienes que crear una oportunidad si esta no
aparece. La misión es de Dios. Nosotros no creamos opor-
tunidades, él lo hace. Nuestra función es ser sensibles a
las oportunidades y cooperar con él para entrar por las
puertas que él abre.
Una historia que escuché recientemente ilustra el valor
de interesarse especialmente por alguien. Marilyn Hellen-
burg enseñaba Inglés en el Instituto Estatal Universitario
Kearney. Un semestre ella tuvo un estudiante llamado
Kwan. El día de comienzo de las clases, ella les pidió a los
alumnos que escribieran un breve párrafo acerca de ellos
mismos. Kwan escribió: “Pienso que Inglés es latoso. Mi en-
tretenimiento principal es molestar a los profesores ton-
tos, y los profesores de Inglés son los más tontos de todos”.
Kwan estuvo molestando toda la hora de la clase. No
le importaban en lo más mínimo los sentimientos de los
demás estudiantes. Mientras Marilyn oraba esa noche, se
sintió impresionada profundamente de que debía ver a
Kwan a través de los ojos de Dios. Él fue creado por Dios,
era valioso para él, y Dios lo amaba. Ella oró pidiendo que
ella pudiera ver a Kwan como lo veía Cristo.
A medida que el semestre avanzaba, la profesora He-
llenburg trató de todas las maneras posibles hacer que
Kwan se sintiera aceptado en la clase. Pero ninguno de

17
Amistades para Dios

sus intentos dio resultado. Él seguía con su beligerancia


y sus molestias.
Un día, antes de leer un poema, ella le anunció a la cla-
se: “Kwan, este poema te lo dedico a ti”. El poema era “Más
listo que tú”, escrito por Edwin Markham.

Él trazó un círculo y me dejó afuera:


Hereje, rebelde, despreciable.
Pero el Amor y yo tuvimos ingenio para ganar:
¡Trazamos un círculo que lo incluyó!

Un día, después de clase, Kwan se quedó para hacer una


pregunta: “¿Por qué no me deja tranquilo?” Antes de que
Marilyn pudiera responder, él siguió: “No puedo permitir
que la gente se acerque demasiado. Mi deporte es tratar de
herirlos antes de que me hieran a mí. He sido rechazado
tantas veces, que no lo soporto más”.
En su composición final, Kwan escribió: “Hay tres cla-
ses de profesores. Los que son interesantes pero tontos, lo
que son inteligentes pero aburridos, y los que son tanto
aburridos como tontos, como mi profesora de Inglés”.
Cuando Marilyn leyó esta composición final en la quie-
tud de su oficina, estalló en lágrimas. “Señor, he tratado de
alcanzar a este muchacho, y ya no puedo más. Mis esfuer-
zos han sido vanos. He gastado tanta energía emocional
en él; estoy exhausta”.
Al devolverle su trabajo final, ella le dijo un último pen-
samiento: “Kwan, yo no puedo jugar deportes mentales
contigo. Me intereso en ti porque Dios te creó. ¡Tú eres su
hijo!”. Sin más comentarios, ella se dio vuelta y entró en su
oficina, puso la cabeza entre las manos y comenzó a sollo-
zar. Unos momentos más tarde, alguien golpeó la puerta.
Era Kwan, que se había emocionado por ese corazón bon-
dadoso. Simplemente dijo: “Nadie nunca se había preocu-

18
¿Por qué testificar?

pado por mí; si esto tiene algo que ver con su Cristo, quiero
saber más de él”.
¿Qué marcó la diferencia? La profesora Marilyn He-
llenburg creía profundamente que cada uno de sus alum-
nos fue creado a la imagen de Dios y que tenían, a la vista
de él, un potencial ilimitado. Ella creía en el potencial de
Kwan, lo vio a través de los ojos de Cristo y oró por él.
La gente en crisis o transiciones a menudo está abierta
a las realidades espirituales. Tal vez se les diagnosticó una
enfermedad seria, experimentaron la ruptura de una rela-
ción o perdieron el trabajo. Estas encrucijadas presentan
oportunidades de dar un testimonio personal acerca de la
fidelidad de Dios, de compartir una promesa de su Palabra
u ofrecer una breve oración. Estos gestos sinceros edifi-
can amistades y, como siempre ha sido el caso, ganamos a
nuestros amigos para Cristo, no a nuestros enemigos. Pri-
mero ocurre una amistad, luego un compañerismo cris-
tiano y, finalmente, resulta un amigo adventista del sépti-
mo día. Cuando esa es la meta de tu vida, Dios te guía en
una jornada excitante de descubrir perdidos y conducirlos
a una relación de salvación con él.

19
Capítulo 2

EL PODER DEL
TESTIMONIO PERSONAL

P
epe fue criado en un hogar adventista del séptimo
día. Asistió a la iglesia durante toda su niñez, pero
durante su adolescencia se apartó. Aunque desarro-
lló una carrera exitosa como comerciante, algo faltaba
en su vida. Había una carencia en su alma, un vacío que
no se podía llenar con dinero o cosas. Ahora, al llegar a
los cuarenta años, estaba buscando algo más, algo mejor
que lo que tenía. Desafortunadamente, él no sabía qué
era eso.
Al percibir su lucha interior, su madre le dio un ejem-
plar del libro El camino a Cristo. Mientras leía el primer
capítulo, “El amor de Dios por el hombre”, el Espíritu Santo
tocó su corazón, y él comenzó a ver a Dios con nuevos ojos.
Aquí había alguien que lo amaba más de lo que alguna
vez había podido imaginar. Aquí había un Dios que mira-
ba más allá de sus faltas, sus pecados y los errores de su
vida pasada. Un Dios que satisfacía sus necesidades más
profundas. Por primera vez en su vida, el plan de salva-
ción llegó a ser real. Quebrantado por su vida descarriada,
descubrió perdón, gracia, y ausencia de condenación en la
Cruz. En pocas palabras, Pepe fue hecho un hombre nue-
vo en Cristo. La Biblia llegó a ser un testamento precioso

20
El poder del testimonio personal

del amor de Dios. La oración pasó a ser una conversación


significativa con un Amigo que se interesaba en él. Todo
era nuevo.
Aquí está lo maravilloso. Pepe no se podía quedar quie-
to con el gozo recién encontrado en Cristo. Lo compartió
con su esposa. Sus asociados en el trabajo notaron el cam-
bio, también, mientras contaba alegremente la historia
de su conversión. Cuando Cristo llena el corazón, la vida
cambia, y el convertido no puede guardar silencio. En rea-
lidad, el testimonio más significativo y más persuasivo en
favor del evangelio es una vida transformada.

El poder del testimonio personal


Hay un poder increíble en un testimonio personal.
Cuando una persona acepta a Cristo, su vida cambia dra-
máticamente, y la gente lo nota. Algunas conversiones
son repentinas e instantáneas. Sin duda, habrás oído de
conversiones sorprendentes: drogadictos que aceptan a
Cristo; alcohólicos transformados por la gracia; líderes
en el mundo de los negocios, materialistas y egocéntricos
transformados por el amor de Dios; o adolescentes rebel-
des convertidos. Pero, muy a menudo, el Espíritu Santo
obra suave y gradualmente sobre el corazón humano.
Muchos criados en hogares piadosos tienen preciosas
historias para contar. Aunque pueden nunca haberse re-
belado abiertamente contra Cristo, tampoco estuvieron
completamente entregados a él. El vacío de su corazón
percibe la obra del Espíritu Santo, y se entregan totalmen-
te a Dios. Estas conversiones silenciosas son exactamente
tan poderosas como las historias más dramáticas de con-
versión. Ninguno nace como cristiano porque, como nos
recuerda claramente Jeremías, “engañoso es el corazón
más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”
(Jer. 17:9). El apóstol Pablo repite como un eco la triste con-

21
Amistades para Dios

dición humana: “Por cuanto todos pecaron, y están desti-


tuidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23).
Si consideramos que cada uno de nosotros es pecador
por naturaleza y por elección, todos necesitamos la gracia
de Dios. La conversión no es para unos pocos elegidos. Es
para todos. A esto sigue que toda persona salvada por la
gracia tiene su historia singular para contar. Tu historia
no es mi historia, y mi historia no es la tuya. Cada uno
de nosotros, redimidos por la gracia de Dios y encantados
por su amor, tiene un testimonio personal para compartir
con el mundo. Te puedes preguntar: “¿Qué hay tan notable
en mi testimonio?” Esta es una pregunta razonable, y la
respuesta involucra tu testimonio. La historia de tu con-
versión puede parecerte insípida, pero se conectará con
alguien que Dios pone en tu vida. Tu testimonio atraerá
a nuevos creyentes a la paz, el perdón y la certeza que has
experimentado.
La Biblia muestra que Dios actúa dramáticamente,
pero también describe un progreso diario de acercarse
cada vez más a Jesús. Elena de White describe hermosa-
mente este proceso de conversión en El camino a Cristo:
“Una persona puede ser incapaz de decir el tiempo o lugar
exactos, ni poder reconstruir toda la cadena de circuns-
tancias del proceso de su conversión; pero esto no prueba
que no se haya convertido”.1
Como Nicodemo, la experiencia de tu conversión puede
haber sido un proceso gradual, una suave insistencia del
Espíritu Santo. O, como el ladrón en la cruz, pude ser dramá-
tica, un cambio milagroso en un momento clave en tu vida.
Cualquiera fuera el caso, hay una historia para contar: una
historia de salvación gratuitamente ofrecida por Cristo. Su
poder para transformar vidas es un tema destacado en el

1
Elena de White, El camino a Cristo, p. 49.

22
El poder del testimonio personal

Nuevo Testamento, y cualesquiera que sean las circunstan-


cias, una vida nueva en Jesús es profunda y duradera.

Los primeros misioneros


Aquí están las preguntas para el acertijo bíblico de hoy:
¿a quién envió Jesús como su primer misionero? ¿Fue a
Pedro, o tal vez a Santiago y Juan? ¿Tal vez sea Tomás, Fe-
lipe, o alguno de los otros discípulos? La respuesta puede
sorprenderte. No fue ninguno de los nombrados arriba. El
primer misionero que Cristo comisionó fue un exposeído
por un demonio, transformado por su gracia. Este testigo
improbable tuvo un fuerte impacto en Decápolis, las diez
aldeas a la orilla oriental del Mar de Galilea. El endemo-
niado había estado poseído por un demonio durante años.
Aterrorizaba la región, metiendo miedo en el corazón de
los aldeanos locales. Pero, en lo profundo de su corazón,
tenía un anhelo de algo mejor, un ansia que todos los de-
monios del infierno no podían apagar.
A pesar de las fuerzas demoníacas que mantenían en
esclavitud a este pobre hombre, Marcos 5 registra que,
cuando vio a Jesús, “corrió, y se arrodilló ante él” (Mar.
5:6). La Biblia dice que este hombre estuvo atormentado y
poseído por una “legión” de demonios. De acuerdo con la
Biblia de Estudio con datos Arqueológicos, una legión era
“la mayor unidad militar en el ejército romano [...]. Una
legión completa consistía en unos seis mil soldados”.2 En
el Nuevo Testamento, el término representa un número
grande, enorme. Jesús nunca perdió una batalla con los
demonios, no importa cuántos fueran. Cristo es nuestro
Señor victorioso y todopoderoso. Las fuerzas del infierno
tiemblan cuando se acerca el Rey del universo.

2
NIV Archaeological Study Bible [Biblia de estudio arqueológica, Nue-
va Versión Internacional] (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2005), p. 1.633.

23
Amistades para Dios

Una vez que el endemoniado fue liberado, lo encontraron


“sentado, vestido y en su juicio cabal” (Mar. 5:15). ¿De dónde
consiguió la ropa? Es posible que los discípulos compartie-
ran sus mantos exteriores con él. Ahora estaba atento, sen-
tado a los pies de Jesús, escuchando sus palabras, ansioso
de verdades espirituales. Estaba íntegro física, mental, emo-
cional y espiritualmente. Su único deseo ahora era seguir a
Jesús. Él anhelaba llegar a ser uno de los discípulos de Jesús.
En el versículo 18 de Marcos 5, el evangelio registra que
“le rogaba” a Jesús que le permitiera entrar en la barca y
viajar con él. Rogaba es una palabra fuerte. Indica un deseo
apasionado. El vocablo original puede ser traducido tam-
bién como imploraba, suplicaba, o clamaba. Es algo lleno de
emoción. Es pedir con intensidad. Es una insistencia persis-
tente. El endemoniado transformado deseaba solo una cosa:
estar con aquel que lo había librado de las garras del malig-
no. Podía cantar con el autor cristiano: “Sublime gracia [...].
Mis cadenas rompió, así me libertó”.3
La respuesta de Jesús a la conversión del endemoniado
es sorprendente. Jesús sabía que el endemoniado, converti-
do, transformado, podía hacer más en esa región que él o
sus discípulos. El prejuicio contra Cristo era grande en esta
región gentil, y los ciudadanos estarían tal vez más dispues-
tos a escuchar a uno de ellos, especialmente a alguien con
la reputación de este endemoniado. Aunque las personas
se pueden alejar de la enseñanza bíblica más explícita, es
mucho más difícil resistir al testimonio de una vida trans-
formada. Cristo sabía que, después de que los habitantes de
Decápolis oyeran el testimonio del endemoniado transfor-
mado, ellos estarían listos para recibir su mensaje cuando él
volviera más tarde.

3
Stan Roto Walker, David Prichard-blund, Christ Tomlin y Louie Gi-
glio, “Amazing Grace” [Sublime gracia].

24
El poder del testimonio personal

Y así, Jesús dijo: “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales


cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha te-
nido misericordia de ti” (Mar. 5:19). La respuesta del hombre
fue inmediata. Él “se fue, y comenzó a publicar en Decápolis
cuán grandes cosas había hecho Jesús con él; y todos se ma-
ravillaban” (vers. 20). La palabra griega que se tradujo como
“publicar” es kerysso, y puede ser traducida como “procla-
mar” o “pregonar”. En el breve tiempo que el endemoniado
pasó con Jesús, su vida fue transformada tan radicalmente,
que él tenía una historia para contar. Tenía un testimonio
para dar. Tenía una experiencia increíble para compartir.
Solo podemos imaginar el impacto de su testimonio sobre
los miles de habitantes en la región de Gadara.4 Cuando Je-
sús regresó unos nueve o diez meses más tarde, la mente de
los habitantes de esta población mayormente gentil estaba
lista para recibirlo.
Esta historia enseña una verdad eterna que no debe ser
pasada por alto. No debería ser ensombrecida por la con-
versión dramática, milagrosa, sensacional y un tanto dra-
mática del endemoniado. Cristo desea usar a todos los que
vienen a él. El endemoniado no tuvo la ventaja de pasar
tiempo con Jesús, como la tuvieron los discípulos. No tuvo
la oportunidad de escuchar sus sermones o presenciar sus
milagros, pero tuvo el ingrediente indispensable para expe-
rimentar una vida transformada: el conocimiento personal
del Cristo viviente. Tenía un corazón lleno de amor por su
Señor. Esta es la esencia de la testificación del Nuevo Tes-
tamento. Como lo declara apropiadamente Elena de White:
Nuestra confesión de su fidelidad es el agen-
te escogido por el Cielo para revelar a Cristo al
mundo. Debemos reconocer su gracia como fue
Elena de White, El Deseado de todas las gentes (Buenos Aires: ACES,
4

2014), pp.306-308.

25
Amistades para Dios

dada a conocer por los santos de antaño; pero


lo que será más eficaz es el testimonio de nues-
tra propia experiencia. Somos testigos de Dios
mientras revelamos en nosotros mismos la obra
de un poder divino. Cada persona tiene una vida
distinta de todas las demás, y una experiencia
que difiere esencialmente de la suya. Dios desea
que nuestra alabanza ascienda a él marcada por
nuestra propia individualidad. Esos preciosos
reconocimientos para alabanza de la gloria de su
gracia, cuando están respaldadas por una vida
semejante a la de Cristo, tienen un poder irresis-
tible que obra para la salvación de las almas.5
Los creyentes del Nuevo Testamento testificaron de
Cristo por medio de la singularidad de sus propias perso-
nalidades. Sus encuentros distintivos con Cristo los lleva-
ron a compartirlo con entusiasmo con otros. Las circuns-
tancias de sus conversiones pueden haber sido diferentes,
pero los resultados fueron los mismos: corazones trans-
formados por el amor de Dios. Cuando Cristo cambia tu
vida y eres transformado por su gracia, no puedes guardar
silencio. Lleno del amor de Cristo, Juan, el discípulo ama-
do, testifica: “Lo que era desde el principio, lo que hemos
oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos
contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo
de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos vis-
to, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna)” (1 Juan
1:1, 2). Aquí está lo que Juan quiere decir: los discípulos no
estaban proclamando algo teórico. Estaban compartiendo
a un Cristo a quien conocían personalmente, el Cristo de
las relaciones. Su encuentro personal con el Cristo viviente
era el poder de la testificación del Nuevo Testamento.
5
Ibíd., p. 313.

26
El poder del testimonio personal

Considera la experiencia de las mujeres que fueron a


la tumba para embalsamar el cuerpo de Cristo. Lo último
que habían visto de Jesús era su cuerpo sangriento que
fue bajado de la Cruz. Piensa en la desesperación y chas-
co que deben haber experimentado en ese momento. Las
horas del sábado deben haber sido las más miserables que
alguna vez hubieran pasado. Con sus propios ojos, habían
visto sus sueños destrozados.
Ahora, con corazones temerosos y ansiosos por el fu-
turo, fueron hacia la tumba, esperando poder pasar más
allá de la guardia romana y ungir el cuerpo de su Señor.
Todavía no tenían idea de cómo moverían la roca que ta-
paba la entrada a la tumba, pero de alguna manera su
temor no paralizó su fe. No sabían cómo ocurriría, pero
creían que la piedra sería quitada. Sencillamente hacían
lo que se necesitaba hacer y confiaban que Cristo bende-
ciría su misión.
Al llegar a la tumba, se sorprendieron. Los soldados ro-
manos no estaban, no se los veía por ninguna parte. La
piedra había sido quitada y, para su sorpresa, la tumba
estaba vacía. Sobresaltadas por un ser angélico, queda-
ron mudas, escuchando su anuncio: “Ha resucitado [...]. Id
pronto y decid a sus discípulos” (Mat. 28:6, 7). El registro
afirma: “Entonces ellas, saliendo del sepulcro con temor y
gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípu-
los” (vers. 8). Y mientras corrían para contar su historia, el
Señor resucitado se encuentra con ellas y exclama: “¡Sal-
ve! [...] id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan
a Galilea, y allí me verán” (vers. 9, 10). Como ven, las buenas
noticias son para compartir. Los corazones llenos de la
gracia de Dios y encantados con su amor no pueden guar-
dar silencio. En la presencia del Cristo resucitado, la tris-
teza se cambia en gozo. Sus corazones rebozan de alegría.
No pueden esperar para contar la historia de su Señor re-

27
Amistades para Dios

sucitado. Han sido transformadas para siempre. El Cristo


resucitado se les ha aparecido, y ellas tienen que contar
la historia. Desde ese momento en adelante, el tema re-
currente en el Nuevo Testamento es el de la testificación.
Los apóstoles y los discípulos testificaron acerca del Cris-
to que habían conocido, y a quien habían experimentado
personalmente.
No eran testigos falsos. Suponte que fueras llamado a
un tribunal legal como testigo de algún accidente o cri-
men. Supongamos, además, que no estuviste presente en
la escena e inventaste una historia para ayudar a un ami-
go. Podrían mandarte en la cárcel por mentir ante el juez.
El juez y el jurado solo están interesados en testigos que
hayan experimentado personalmente los eventos. Quie-
ren testigos genuinos y no impostores.
Solo el cristianismo auténtico y genuino puede captar
la atención de esta generación. A menos que tengamos
una experiencia real y personal con Jesús, nuestra testi-
ficación caerá en oídos sordos. No podemos compartir un
Cristo que no conocemos.
Pedro, Juan y otros creyentes del Nuevo Testamento
hablaron con convicción desde corazones convertidos:
“Porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y
oído” (Hech. 4:20). Antes de la Cruz, Pedro era un discípulo
vacilante, aunque seguro de sí mismo. Después de la cru-
cifixión y la resurrección de Cristo, fue un hombre trans-
formado. Antes de la Cruz, Juan era uno de “los hijos del
trueno”, un joven impetuoso y obstinado. Después de la
resurrección, él también fue un hombre transformado, y
que contaba la historia de la gracia transformadora.
La verdad del poder de la gracia transformadora nos
presenta un punto importante. Nuestro testimonio no se
centra en nuestra bondad o maldad anteriores a nuestro
encuentro con Jesús. Es todo acerca de Jesús. Es acerca de

28
El poder del testimonio personal

su amor, su gracia, su misericordia, su perdón y su poder


eterno para salvar. El apóstol Pablo nunca se cansaba de
testificar acerca de lo que Cristo había hecho por él, pero
no se concentraba en cuán malo era. Se concentraba en
cuán bueno era Dios. Él se regocijaba en las buenas noti-
cias del evangelio. Se dice que un renombrado predicador
dijo que el evangelio “le dice a los hombres rebeldes que
Dios está reconciliado; que la justicia ha sido satisfecha;
que el pecado ha sido expiado; que el juicio de los culpables
puede ser revocado, cancelada la condenación del pecador,
borrada la maldición de la ley, cerradas las puertas del in-
fierno, abiertos de par en par los portales del cielo, some-
tido el poder del pecado, sanada la conciencia culpable,
consolado el corazón quebrantado, deshecha la tristeza y
la miseria de la caída”.6
La esencia de todos los testimonios del Nuevo Tes-
tamento es la buena nueva de la salvación por la gracia
tan libremente ofrecida en Cristo. El apóstol Pablo nos
amonesta a mirar a Jesús, “el autor y consumador de la
fe” (Heb. 12:2). ¿Qué vemos cuando lo miramos a él? Vemos
al Jesús que nos redimió. Él perdonó nuestros pecados. Él
nos quitó la culpabilidad. Él silenció la voz acusadora en
nuestra mente. Vemos al Jesús que le dijo a la mujer halla-
da en adulterio: “Vete, y no peques más” (Juan 8:11). Vemos
al Jesús que le dijo al ladrón moribundo: “Estarás conmigo
en el paraíso” (Luc. 23:43). Vemos a Jesús, muriendo en la
Cruz, clamando al Padre: “Perdónalos, porque no saben
lo que hacen” (vers. 34). Vemos al Jesús que transformó a
Pedro de un pescador fanfarrón en un poderoso predica-
dor. Vemos al Jesús que libertó a los endemoniados de su
esclavitud. Vemos al Cristo, suficiente para todo, que nos

6
A. B. Simpson, The Christ of the 40 Days [El Cristo de los 40 días]
(New Kensington, PA: Whitaker House, 2014), p. 58.

29
Amistades para Dios

libra tanto de la penalidad como del poder del pecado. En


él tenemos paz, libertad y esperanza.
Este encuentro personal con Cristo es el que nos cam-
bia de espectadores pasivos a testigos activos. La gracia
transformadora de Dios es la que brilla desde nuestras vi-
das para iluminar la oscuridad de este mundo. El amor que
fluye de la cruz del Calvario rebosa en nuestro corazón,
hacia otros. Las buenas nuevas son para compartir. Como
declara Elena de White en El camino a Cristo: “Cuando el
amor de Cristo es atesorado en el corazón, al igual que la
dulce fragancia no puede ocultarse. Su santa influencia
será percibida por todos aquellos con quienes nos relacio-
nemos. El espíritu de Cristo en el corazón es semejante a
un manantial en un desierto, el cual fluye para refrescarlo
todo y despertar, en los que ya están por perecer, ansias
de beber del agua de la vida”.7 El agua de vida ha saciado
nuestra alma sedienta y no podemos seguir en silencio.
Tenemos una historia que contar, un testimonio que dar y
un mensaje que compartir.
¿Ha transformado Cristo tu vida? ¿Has experimentado
personalmente su abundante gracia? ¿Estás asombrado
por su amor? ¿Por qué no le pides que te guíe a una aven-
tura en misión? Será el viaje más excitante de tu vida. Hay
alguien en tu esfera de influencia que él puede alcanzar
por medio de ti. Puede ser un miembro de tu familia, un
compañero de trabajo, un amigo o una persona que has
conocido, pero si tu vida está abierta a la influencia del Es-
píritu Santo, te emocionarás por las oportunidades que se
presentarán. Las puertas se abrirán milagrosamente. ¿Por
qué no pasar unos minutos, ahora mismo, para considerar
el increíble amor de Cristo por ti? Pídele que traiga a tu
vida alguien con quien compartir su amor.

7
White, El camino a Cristo, pp. 65, 66.

30
Capítulo 3

VER A LAS PERSONAS


CON LOS OJOS DE JESÚS

M
e encontré con Enrique una tarde hace más de
cuarenta años en un pequeño pueblo del nores-
te de Massachusetts, Estados Unidos. Estaba
visitando a la gente de puerta en puerta, animándolos a
estudiar la Biblia. Enrique expresó interés en estudios bí-
blicos futuros y me invitó a regresar la semana siguiente.
Al comenzar con las lecciones semanales, Enrique dejó en
claro una cosa: aquel era su hogar y él haría lo que quisie-
ra durante nuestros estudios bíblicos. A menudo, durante
las primeras jornadas, Enrique encendía un cigarrillo. A
veces, bebía su cerveza favorita. Si alguna vez hubo un in-
teresado en estudiar la Biblia que parecía que difícilmente
respondería, ese era Enrique. No obstante, en lo profundo
de su corazón, anhelaba algo mejor. Al avanzar con los es-
tudios, el Espíritu Santo actuó en forma poderosa en su
vida. Llegó el día en que abandonó el cigarrillo y la bebida.
Después de algunos meses, aceptó las verdades de las Es-
crituras, comenzó a asistir a la iglesia y con el tiempo fue
bautizado. Durante años, Enrique permaneció como un
fiel cristiano adventista del séptimo día. Jesús a menudo
nos sorprende, y los interesados más improbables llegan a
ser los cristianos más comprometidos.

31
Amistades para Dios

El tema de este capítulo, ver a las personas con los ojos


de Jesús, se concentra en la importancia de ver a todos
como alcanzables para Cristo, no importa sus circunstan-
cias. Jesús veía a la gente no como era, sino como podía
llegar a ser, refinada y ennoblecida por su gracia. Veía
su potencial para el Reino de Dios. Percibía los anhelos
divinos en el corazón de cada persona. Creía que ningu-
no estaba más allá de la gracia de Dios. Jesús no miraba
simplemente a las personas; percibía sus necesidades, sus
tristezas y sus anhelos más profundos.
Cuando vemos a las personas con los ojos de Jesús, las
vemos como alcanzables para Cristo porque fueron crea-
das a su imagen. A pesar de las circunstancias de sus vi-
das, ellas tienen un deseo interior de conocerlo. Este deseo
estaba presente en la mujer samaritana, el eunuco etíope,
el ladrón en la cruz, el centurión romano y una hueste de
otros buscadores del Nuevo Testamento. Hay un vacío en
el alma sin Cristo. Hay una aridez de espíritu sin Jesús. La
vida tiene poco sentido aparte de él. Él es el Pan de Vida
que satisface nuestro corazón hambriento. Él es el Agua
de Vida que apaga la sed de nuestra sedienta alma. Él es la
Roca sólida que forma el fundamento de nuestra fe. Él es
la Luz que ilumina nuestra oscuridad. Él es quien nos lle-
va de la desesperación a las delicias del discipulado. Él es
el omnipotente y todopoderoso Hijo de Dios, quien puede
transformar radicalmente cualquier vida.
Reconocer esta verdad eterna nos capacita para ver a
las personas con nuevos ojos. Tanto si ellas lo perciben o
no, tienen un vacío con la forma de Dios en su vida. Más
allá de sus necesidades autopercibidas, tienen un anhelo
eterno de conocer a Dios, un hambre oculta en el alma que
solo Dios puede satisfacer. Los hombres y las mujeres del
siglo XXI están desfalleciendo de hambre por falta del co-
nocimiento de Dios.

32
Ver a las personas con los ojos de Jesús

Es el plan de Dios que cada uno de nosotros aproveche


las oportunidades que nos rodean y conduzcamos a nues-
tros amigos a Jesús. Muchas personas nunca irán a su en-
cuentro, a menos que las llevemos a él. En el Nuevo Tes-
tamento, más de la mitad de los milagros de curación que
hizo Jesús fue hecha para personas que fueron llevadas a
él por otra persona. Dios se deleita en usar a las personas
para alcanzar a otras personas.
A veces, nuestro prejuicio se interpone en el camino de
nuestra testificación. Nuestras ideas preconcebidas acer-
ca de los otros limitan nuestra capacidad de alcanzarlos.
Pero no pienses que la gente que te rodea no tiene interés
en cosas espirituales. Pon ese mito a un lado y compren-
de que la gente está interesada genuinamente en asuntos
espirituales. Como Jesús, considera a la gente como alcan-
zable, y ve cómo responden al Espíritu Santo.

Jesús sana al ciego en Betsaida


Para comprender mejor la idea de considerar a las perso-
nas como “ganables”, consideremos la curación en dos eta-
pas que hizo Jesús en favor del ciego en Betsaida. Primero,
es importante notar la ubicación de esta sanación. Aunque
se debate sobre la ubicación exacta, se cree que Betsaida se
encontraba en la orilla norte del Mar de Galilea. La ciudad
se menciona con frecuencia en los evangelios, junto con Je-
rusalén y Capernaum. Allí fue donde Jesús llamó a Felipe,
Pedro y Andrés para que fueran sus discípulos. El nombre
Betsaida se traduce como “casa o morada de peces”. Jesús
llamó a sus primeros discípulos en una aldea pesquera a
orillas del Mar de Galilea, precisamente, para ser pescado-
res de hombres. Y, en la curación del ciego de Betsaida, Je-
sús revela compasión por el sufrimiento humano.
En Marcos 8:22, la narración evangélica registra: “Vino
luego a Betsaida; y le trajeron un ciego, y le rogaron que le

33
Amistades para Dios

tocase”. Nota que el hombre fue llevado por sus amigos.


Siendo ciego, no podría haber encontrado a Jesús por sí
mismo. Deambulando en la oscuridad, él no tendría idea
de en qué dirección ir. Hoy, muchas personas están en la
misma situación, vagando en oscuridad espiritual, y nece-
sitan que alguien los guíe a Jesús. Lo segundo que hay que
notar acerca de este texto es que los amigos de este ciego
“rogaron” a Jesús que lo sanara. La palabra griega tradu-
cida “rogaron”, parakaleo, es una palabra fuerte. Significa
pedir con pasión, suplicar fervientemente, o apelar con vi-
gor. Los ganadores de almas exitosos ven a las personas
como alcanzables (“ganables”) y cooperan con el Espíritu
Santo al llevarlos a Jesús.
Jesús sanó a este ciego en dos etapas por razones im-
portantes. Dado que es la única vez en los evangelios que
el milagro de Jesús no fue instantáneo, debe haber algu-
na significación especial en este milagro que no se ve en
otros lugares de las Escrituras. Primero, un estudio cui-
dadoso de los detalles de la historia revela la preocupa-
ción especial de Jesús por las personas. ¿Has salido de una
habitación oscura a otra con luz muy fuerte? Por un mo-
mento, quedaste ciego. Tomó un tiempo para que tus ojos
se acomodaran a la luz si habías estado en la oscuridad. Si
fueras ciego, el brillo repentino de la luz afectaría aún más
tus ojos. Jesús sanó al hombre en dos etapas de modo que
sus ojos se ajustaran gradualmente a la luz. Jesús está lle-
no de gracia. Él comprende nuestra condición y ministra
con todo amor nuestras necesidades.
Además de su compasión por este ciego, puede ser que
Jesús estaba enseñando lecciones más profundas a sus
discípulos con respecto a la testificación efectiva. Él de-
seaba que ellos reconocieran que había muchas personas
necesitadas alrededor de ellos, las cuales se abrirían al
evangelio si se atendieran primero sus necesidades físi-

34
Ver a las personas con los ojos de Jesús

cas. El método de Cristo de ganar almas era atender las


necesidades percibidas de las personas de modo que sus
mentes se abrieran a las realidades divinas.
Cuando compartimos la luz de la verdad de Dios con
nuestros amigos, es bueno recordar que “la senda de los
justos es como la luz de la aurora, Que va en aumento
hasta que el día es perfecto” (Prov. 4:18). Así como el sol
se levanta gradualmente, dispersando la oscuridad, así la
luz de la verdad de Dios gradualmente ilumina nuestras
mentes hasta que caminamos a su luz plena. Sin embargo,
la luz puede tanto enceguecer como iluminar. Recordarás
que Jesús les dijo a sus discípulos: “Aún tengo muchas co-
sas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero
cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la
verdad” (Juan 16:12, 13). Un principio eterno de la ganan-
cia de almas es revelar la verdad bíblica gradualmente, no
más rápido de lo que las personas puedan captarla. Jesús
entendió este principio y, en la curación en dos etapas de
este ciego, dejó a sus discípulos un ejemplo vívido de cómo
presentar la verdad.
También es posible que Jesús deseara revelar a sus
seguidores que cada uno de nosotros necesita un segun-
do toque. Demasiado a menudo estoy parcialmente cie-
go. Veo a la gente como “árboles, pero los veo que andan”
(Mar. 8:24). Cuando el Espíritu Santo haga caer las esca-
mas de nuestros ojos, veremos claramente a quienes nos
rodean. En forma significativa, Marcos nota que Jesús
“le puso otra vez las manos sobre los ojos, y le hizo que
mirase; y fue restablecido, y vio de lejos y claramente a
todos” (vers. 25). La palabra griega traducida “claramente”
es telaugos, que se traduce mejor como “radiantemente” o
“a plena luz”. Cuando Cristo sana nuestra ceguera espiri-
tual, vemos a los demás como Cristo los ve a la plena luz
de su amor.

35
Amistades para Dios

El segundo toque es la unción del Espíritu Santo, de


modo que veamos a todos los seres humanos como alcan-
zables para Cristo. Cada individuo es un candidato para el
Reino de Dios. Todos son ciudadanos potenciales del cielo.
Por medio de la cruz del Calvario, Jesús ha redimido a toda
la humanidad. Nuestro rol es compartir esta maravillosa
gracia de modo que la gente pueda aceptar la salvación
que él ofrece gratuitamente. Dado que Cristo ve a toda la
humanidad a través de los ojos de la compasión divina, él
nos invita a verlos a través de las lentes de su gracia.

Jesús ministra a la mujer samaritana


Con divina compasión, a través de los lentes de la gra-
cia, Jesús vio a la mujer samaritana. La animosidad entre
los judíos y los samaritanos en esa época era muy alta, y la
mujer era una candidata muy poco probable para el Reino
de Dios. Intencionalmente, Jesús eligió su ruta a través de
Samaria, el camino más directo de Jerusalén a Galilea. Por
causa de su aversión a los samaritanos, los judíos evitaban
ese camino. Regularmente tomaban la ruta más larga y
con muchas vueltas a través del valle del Jordán. Juan 4:4
afirma que a Jesús “le era necesario pasar por Samaria”.
No perturbado por la intolerancia de los judíos, él “nece-
sitaba” ir a Samaria porque tenía una cita divina junto al
pozo con una mujer samaritana, una cita que marcaría
una diferencia eterna en la vida de ella.
Jesús deseaba quebrantar los muros de prejuicio entre
los judíos y los samaritanos. Él quería mostrarles a sus dis-
cípulos que los samaritanos estaban abiertos al evangelio.
Observó a esta mujer afligida a través de los ojos de la com-
pasión divina, notando que ella venía al pozo al mediodía,
la parte más calurosa del día. La hora del mediodía era ex-
traña para ir a sacar agua. Las mujeres de la aldea iban en
las primeras horas de la mañana. Allí se reunían, sociali-

36
Ver a las personas con los ojos de Jesús

zando mientras sacaban agua para el día. Evidentemente,


esta mujer quería evitar a las otras mujeres, prefiriendo no
escuchar sus comentarios acerca de su estilo de vida.
Probablemente ella se sentía avergonzada. Su vida li-
cenciosa la convertía en paria. Era bien conocida y quería
evitar el contacto tanto como le fuera posible. Su único
deseo era recoger rápidamente el suministro de agua que
necesitaba y volver a su casa. Preocupada por su misión,
se sorprendió de ver a este judío galileo extraño junto al
pozo. Más sorprendida quedó cuando él le habló. Los ju-
díos no tenían trato con los samaritanos, y cuando Jesús
le pidió un favor, ella no pudo rehusarse a concederlo. En
las tierras áridas del Cercano Oriente todavía se cree que
el agua es un don de Dios. Negar un vaso de agua a un
viajero cansado es una ofensa contra el Todopoderoso.
Suavemente, aunque en forma imperceptible, Jesús
derribó las barreras de prejuicio que los separaban. Ganó
la confianza de ella, y luego apeló directamente a sus an-
helos interiores, de estar libre de culpabilidad y gozar la
promesa de vida eterna. Ella reconoció a Jesús como un
hombre justo, aceptando que él era más que un maestro
religioso. Mientras el Espíritu Santo despertaba impulsos
divinos dentro de su alma, ella sintió que Jesús tenía que
ser el Mesías (vers. 11, 15, 19, 25).
Entusiasmada por este encuentro casual, ella se ol-
vidó de la razón de su ida al pozo y corrió para contar
la historia de su conversación con Cristo. Su testimo-
nio produjo un reavivamiento espiritual en toda la zona
(vers. 39-41). Cuando los discípulos regresaron de su ex-
cursión para comprar alimentos, Jesús les dijo que los
samaritanos estaban abiertos y receptivos al evangelio.
Para los discípulos, esto era casi increíble y, como es fácil
de conjeturar, lo mismo ha permanecido como un desa-
fío para cada generación. La naturaleza humana no está

37
Amistades para Dios

inclinada a creer que Dios puede manifestarse a todos


los pueblos y todas las culturas. Pero mantén tus ojos
abiertos y verás la operación providencial del Espíritu
Santo en la vida de aquellos que quizá tú no esperarías
que recibieran el evangelio (vers. 35-38). A menudo hay
personas a tu alrededor que están abiertas a las buenas
nuevas de la salvación.

Recoger fresas y ganar almas


La idea de que el evangelio es para todas las personas
está hermosamente ilustrada por un sueño fascinante
dado a Elena de White. La noche del 29 de septiembre de
1886, ella tuvo un sueño acerca de cosechar fresas y ganar
almas.1 Junto con un grupo grande de jóvenes, fueron en
un carruaje a un lugar donde había matorrales de un tipo
de arándanos. Esas pequeñas frutas son rojas o azul oscu-
ro y son bastante deliciosas. Además, son saludables, pues
tienen muchos antioxidantes.
Elena notó los arbustos llenos de frutas cerca del ca-
rruaje y comenzó a recogerlas. Pronto había llenado dos
baldes. Los otros del grupo se esparcieron por todas par-
tes y volvieron después de un tiempo con los baldes va-
cíos. Ella los reprendió, diciendo que habían estado bus-
cando las frutas lejos del carro cuando cerca de él había
muchas; las habrían visto si hubieran abierto sus ojos. El
mensajero celestial impresionó su mente con la idea de
que su sueño contenía una lección vital acerca de ganar a
otros para Cristo. Ella explicó el significado del sueño con
estas palabras: “Deben ser diligentes, recoger primero la
fruta que esté más cerca, y luego buscar la que está más
lejos; después pueden volver y trabajar de nuevo cerca, y

1
Elena de White, Servicio cristiano (Buenos Aires: ACES, 2014), pp.
59-62.

38
Ver a las personas con los ojos de Jesús

así tendrán éxito”.2 A la luz de este consejo, pide a Dios que


te dé ojos iluminados divinamente para ver a la gente en
tu esfera de influencia, gente lista para recibir la verdad
de Dios.

Comienza donde estás


Jesús animó a sus discípulos a comenzar a compartir el
evangelio donde se encontraban. No hay mejor lugar para
comenzar que el lugar donde estás. Los discípulos debían
compartir el evangelio primero en Jerusalén, Judea y Sama-
ria; y luego hasta lo último de la tierra. Hay personas alre-
dedor de nosotros que buscan la paz y el propósito que solo
Cristo puede dar. Jesús nos invita a comenzar a compartir
su amor en nuestras familias, nuestro vecindario, y nues-
tro lugar de trabajo, así como en nuestras comunidades.
Andrés comenzó con su propia familia y compartió el
evangelio con su hermano Pedro. En otra ocasión, desarro-
lló una amistad con un niñito. Ganó su confianza y, cuando
hubo una necesidad, este muchachito le dio su almuerzo.
Andrés, a su vez, se lo dio a Jesús, quien realizó el milagro
de alimentar a cinco mil personas. Poco, en las manos de
Jesús, es mucho; y lo pequeño, en sus manos, es grande. Je-
sús siempre comienza con lo que él tiene. Alimentó a cinco
mil personas en las colinas de Galilea con solo cinco panes
y dos peces. Andrés no era tan extrovertido como Pedro.
No tenía las mismas cualidades de liderazgo, pero conecta-
ba a las personas con Jesús. Cada vez que leemos acerca de
Andrés, lo encontramos presentando a alguien a Jesús. En
Juan 12, cuando unos griegos deseaban ver a Jesús, Andrés
y Felipe los condujeron al Salvador.
Los evangelios están llenos con historias de cómo Je-
sús compartía el amor de Dios con una persona a la vez.

2
Ibíd., p. 62.

39
Amistades para Dios

Un escriba judío, un recolector de impuestos romanos,


una mujer cananea, un líder religioso judío y un joven la-
drón, todos experimentaron su amante toque. La gracia
de Dios los transformó.
Piensa acerca de tu esfera de influencia. ¿Con quién
podrías compartir el amor de Dios? ¿Quién de tu familia
o de entre tus amigos podría ser receptivo al evangelio?
Comienza allí y pídele a Dios que te impresione con aque-
llos que lo están buscando a él. Los resultados pueden sor-
prenderte. Él abrirá puertas de oportunidad para compar-
tir con aquellos que pensaste que nunca serían receptivos.

40
Capítulo 4

INTERCEDER POR
OTROS

C
uando mi madre católica y mi padre protestante se
casaron, él le prometió al sacerdote que educaría a
sus hijos en la fe católica. Sin embargo, ocurrió que
Dios tenía otros planes. Mi padre trabajaba en el turno no-
che en una fábrica que producía engrampadoras, pareci-
das a las que se usan en las oficinas y las escuelas. El jefe
del turno diurno, Al Lyons, era adventista del séptimo día
y, con los años, desarrollaron una estrecha amistad. Cada
tardecita, cuando papá se presentaba a Al para saber cuáles
eran las prioridades para el turno de la noche, Al compar-
tía su fe con él. Después de dos años de intensos estudios
bíblicos con Al y otros, papá fue bautizado en la Iglesia Ad-
ventista del Séptimo Día. De inmediato, comenzó a orar por
su familia, y Dios respondió sus oraciones de una manera
notable. Unos pocos años más tarde, yo fui bautizado, y con
el tiempo siguieron mi madre y mis hermanas.
Desde el comienzo, las oraciones de mi padre por su
familia nunca cesaron. Cincuenta años más tarde, la ima-
gen de mi padre sobre sus rodillas, orando por mí, todavía
está vívida en mi mente. Papá amaba a su familia, y quería
que todos sus miembros estuviéramos juntos en el cielo.
Era un ferviente guerrero de oración.

41
Amistades para Dios

La oración es un arma poderosa


En el gran conflicto entre el bien y el mal, la oración
intercesora es un arma poderosa (2 Cor. 10:4, 5). No es me-
ramente una trivialidad piadosa para hacernos sentir
cálidos por dentro. Como dice Elena de White, “orar es el
acto de abrir nuestro corazón a Dios como a un amigo”.1 Es
compartir con él tus gozos y tristezas, luchas y victorias,
sueños y chascos. En la oración nos conectamos con Dios
en el nivel más profundo. Por medio de la intercesión, en-
tramos en la guerra espiritual y rogamos al Todopoderoso
por la salvación de las personas que amamos. En esos mo-
mentos tranquilos de oración, nuestro corazón se enlaza
con el corazón de Dios. Por medio de la oración, Dios nos
da la sabiduría para alcanzar a quienes nos rodean, y por
medio de la oración el Espíritu Santo actúa poderosamen-
te para influir en su vida.
Dios está haciendo todo lo que puede para alcanzar a
la gente sin nuestras oraciones, pero está lleno de gracia
y nunca viola su libertad de elección. Sin embargo, nues-
tras oraciones pueden marcar una diferencia, porque hay
reglas básicas en el conflicto entre el bien y el mal. Una de
las leyes eternas del universo es que Dios ha dado a cada
ser humano la libertad de elección. Todos los demonios del
infierno no pueden obligarnos a pecar, y todos los ángeles
del cielo nunca nos forzarían a hacer lo recto. Dios ha de-
cidido autolimitarse y respetar nuestras elecciones. Él no
usa la fuerza para motivar nuestro servicio a él.
Cuando intercedemos por alguien, permitimos a Dios
actuar de maneras que él no podría usar si no oráramos.
En el conflicto cósmico entre las fuerzas del cielo y las le-
giones del infierno, Dios honra nuestra libertad de elec-
ción de orar por otros al obrar poderosamente en favor de

1
Elena de White, El camino a Cristo, p. 79.

42
Interceder por otros

ellos. Él nunca fuerza la voluntad, pero envía su Espíritu


para actuar sobre sus corazones de maneras más podero-
sas. Él envía ángeles celestiales de los mundos distantes
para rechazar las fuerzas del infierno para que la persona
por la que estamos orando tenga una mente clara para to-
mar una decisión correcta. Bajo la inspiración del Espíri-
tu Santo, Elena de White declara la eficacia de la oración
intercesora en esta declaración notable: “Los ángeles mi-
nistradores esperan junto al trono para obedecer instan-
táneamente el mandato de Jesucristo de contestar cada
oración ofrecida con fe viva y fervorosa”.2
Mientras nuestras oraciones ascienden al trono de Dios,
Jesús comisiona ángeles celestiales para descender ins-
tantáneamente a la tierra. Les da poder para rechazar las
fuerzas del infierno que batallan por la mente de la persona
por la que estamos intercediendo. La persona tiene la liber-
tad de elegir a Cristo o a Satanás. Nuestras oraciones no
fuerzan ni manipulan la voluntad; proveen la mejor opor-
tunidad para que la persona vea los problemas claramente,
dándoles la mejor posibilidad de elegir la vida eterna.
La oración abre nuestros corazones a las influencias di-
vinas, y nuestras oraciones abren puertas de oportunidad
para que Dios actúe más poderosamente en favor de otras
personas. Él respeta nuestra libertad de elección y derra-
ma su espíritu por nuestro intermedio para influenciarlos
para su Reino. Libera los poderes del cielo en favor de ellos.
Nuestras oraciones llegan a ser canales por medio de los que
Dios influye poderosamente sobre otros para vida eterna.

Un pasaje poderoso sobre la oración intercesora


Uno de los pasajes bíblicos más poderosos sobre la ora-
ción intercesora se encuentra en 1 Juan 5:14 al 16. El pasaje

2
White, Mensajes selectos (Buenos Aires: ACES, 2015), t. 2, p. 471.

43
Amistades para Dios

comienza con la seguridad de que Dios escucha nuestras


oraciones: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si
pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye”
(vers. 14). La palabra confianza significa “fuerte seguri-
dad”. Transmite un sentido de certeza. La confianza es lo
opuesto a la duda o la incertidumbre.
Nota que nuestra confianza no está en nuestras oracio-
nes; está en Dios, quien responde a nuestras oraciones. La
promesa de Dios de contestar la oración no está sin con-
diciones. Cuando nuestra voluntad está modelada por la
voluntad de Dios, podemos tener la seguridad absoluta de
que él nos oye. Siempre es la voluntad de Dios perdonar
nuestros pecados. Siempre es la voluntad de Dios darnos
la victoria sobre los poderes del mal. Siempre es la volun-
tad de Dios de proveernos con el don de la salvación, y
siempre es la voluntad de Dios conducir al conocimiento
de su Palabra a aquellos por quienes oramos. De hecho,
aquellos por quienes estamos orando tienen la posibilidad
de aceptar o rechazar la salvación que Cristo ofrece gra-
tuitamente, pero Dios está obrando por medio de nuestras
oraciones para hacer todo lo posible por salvarlos.
Por la fe, creemos que las promesas de Dios son fieles.
Por la fe, creemos que él contestará nuestras oraciones.
Por fe creemos que él está obrando de maneras que no
podemos ver y de modos que no entendemos, procurando
salvar a aquellos por quienes oramos. Y, precisamente, 1
Juan 5:16 describe lo que sucede cuando oramos. Descorre
la cortina y nos da una vislumbre de la actividad divina de
Dios por medio de nuestras oraciones: “Si alguno viere a
su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá,
y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado
que no sea de muerte”. Aquí Juan enumera dos clases de
pecado; pecados que conducen a la muerte y pecados que
no conducen a la muerte.

44
Interceder por otros

La mayoría de los comentadores entienden que el pe-


cado que conduce a la muerte es el pecado imperdonable.
En ese sentido, Dios nos estimula a orar por las personas
que no han cometido el pecado imperdonable. Al pedir no-
sotros que Dios los salve, él nos da “vida [...] para los que
cometen pecado que no sea de muerte” (vers. 16).
¿Qué significa que Dios da a quien ora, al intercesor,
vida para otros? El Comentario bíblico adventista sugie-
re que “Cristo dará vida al cristiano que ora para que la
transmita a esos pecadores que no han endurecido defi-
nitivamente su corazón [...]. El cristiano no tiene poder si
está fuera del Salvador. Por eso, después de todo, es Cristo
el que da la vida, aunque la oración de intercesión puede
haber sido el instrumento mediante el cual se concedió
esa vida”.3 Nuestras oraciones llegan a ser el canal para
que la vida de Dios fluya hacia los corazones que anhelan
la salvación. El río del agua de vida fluye a través de nues-
tras oraciones para tocar las vidas de otros. El poder de
nuestras oraciones por otros es un pensamiento fantás-
tico. A veces apenas podemos reconocer el poder la ora-
ción intercesora. Es aún más poderosa cuando dos o tres
personas se unen para orar. Aquí hay dos declaraciones
importantes de la mensajera de Dios de los últimos días:
“¿Por qué no sienten los creyentes una preocupación más
profunda y ferviente por los que no están en Cristo? ¿Por
qué no se reúnen dos o tres para interceder con Dios por la
salvación de alguna persona en especial, y luego por otra
aún?”4 En otra parte, Elena de White cita Mateo 18:19, 20,
añadiendo un comentario importante:

3
Francis D. Nichol, ed., Comentario bíblico adventista (Boise, ID: Publi-
caciones Interamericanas, 1990), t. 7, p. 696.
4
Elena de White, Joyas de los testimonios (Buenos Aires: ACES, 2015),
t. 3, p. 90.

45
Amistades para Dios

“Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo


en la tierra acerca de cualquiera cosa que pi-
dieren, les será hecho por mi Padre que está en
los cielos. Porque donde están dos o tres con-
gregados en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos” (Mat. 18:19, 20). “Pidan, y yo responde-
ré vuestros pedidos”.
Se hizo la promesa con la condición de que
se ofrezcan oraciones unidas de la iglesia, y
en respuesta a estas oraciones puede espe-
rarse un poder mayor que el que vendría en
respuesta a oraciones privadas. El poder dado
será proporcional a la unidad de los miembros
y a su amor a Dios y los unos a los otros.5
La oración intercesora hace una diferencia. Cuando
oramos solos, Dios responde a nuestras oraciones, pero
cuando oramos juntos por otros, hay un “poder mayor”. La
iglesia primitiva experimentó este poder cuando oraron
juntos en el aposento alto (Hech. 1:13, 14).

La vida de oración de Jesús


Los evangelios detallan en términos bastante especí-
ficos la vida de oración de Jesús. Una de las facetas de la
vida de Jesús que se destaca en alto relieve son los tiem-
pos que pasaba solo con Dios en oración. El evangelio de
Lucas se concentra en la vida de oración de Jesús más
que cualquier otro libro en la Biblia. Lucas era un médi-
co gentil, dedicado a Cristo, que anhelaba compartir las
eternas verdades de la salvación tanto con judíos como
con gentiles.

5
Elena de White, Manuscript Releases [Manuscritos liberados], t. 9,
p. 303.

46
Interceder por otros

El Evangelio de Lucas fue escrito a una creciente comu-


nidad cristiana alrededor del año 60 d. C. Enfatiza nuestra
relación con Dios y los unos con los otros. Significativa-
mente, se dirige a Teófilo, nombre que significa “amante de
Dios” o “amigo de Dios”. El propósito de Lucas es el de con-
ducir al lector a llegar a ser “amigo de Dios”. También es fas-
cinante notar que el evangelio de Lucas destaca la vida de
oración de Jesús. Los griegos creían que los dioses estaban
separados de la humanidad y bastante distantes de ella.
No tenían el concepto de que los seres humanos pudieran
desarrollar una relación con los dioses. En su evangelio,
Lucas presenta una idea revolucionaria. Jesús, el divino
Hijo de Dios, vivió en carne humana y, en su humanidad,
desarrolló una relación íntima con Dios en oración.
Lucas lo dice de esta manera: “Pero él se apartaba a lu-
gares desiertos para orar”. (Luc. 5:16, RVR 95). En el capí-
tulo 9, Lucas añade: “Aconteció que mientras Jesús oraba
aparte [...]” (vers. 18). Mateo describe varias veces en las que
Jesús se retiró de las multitudes para orar. Cuando el des-
tino del mundo estaba en la balanza, Jesús suplicó a Dios
en el Getsemaní pidiendo fuerzas para afrontar el enorme
desafío que tenía por delante. (Mat. 26:36-39).
El evangelio de Marcos comienza con una descripción
precisa de la vida de oración de Jesús. Después de un sába-
do agitado en Capernaum, Jesús se levantó temprano y “se
fue a un lugar desierto, y allí oraba” (Mar. 1:35). Se pueden
notar tres cosas acerca de los detalles de la vida de oración
de Jesús. Primera, tenía un tiempo para orar. A menudo, la
mañana temprano lo encontraba en tranquilos momentos
a solas con Dios. Segunda, tenía un lugar para orar. Jesús
tenía sus lugares favoritos donde podía tener comunión
con el Padre, lejos de la agitada actividad de las muche-
dumbres que con tanta frecuencia lo rodeaban. Tercera,
las oraciones secretas de Jesús no eran necesariamente

47
Amistades para Dios

oraciones silenciosas. Tres veces en la oración del Getse-


maní, el evangelio de Mateo registra que Jesús cayó sobre
su rostro “diciendo” (Mat. 26:39, 42, 44). El libro de Hebreos
registra que Jesús “ofreció ruegos y súplicas con gran cla-
mor y lágrimas al que lo podía librar de la muerte, y fue
oído a causa de su temor reverente” (Heb. 5:7, RVR 95).
En una ocasión, los discípulos oyeron orar a Cristo, y
se conmovieron tanto por sus oraciones personales que
le pidieron que les enseñara a orar (Luc. 11:1). Elena de
White añade esta declaración aguda: “Aprended a orar en
voz alta cuando únicamente Dios puede oíros”.6 Algunas
personas están preocupadas acerca de orar en voz alta
porque tienen miedo de que Satanás las escuche y des-
cubra el contenido de sus oraciones. Razonan que, como
Satanás no puede leer nuestros pensamientos, es mejor
orar en silencio. Orar en silencio en nuestra mente es cier-
tamente apropiado, pero el silencio también puede hacer
que nuestra mente divague.
Hay algo especial acerca de la oración en voz alta que
nos mantiene concentrados. Cuando tenemos un tiempo
señalado para encontrarnos con Dios y un lugar desig-
nado para ello, nuestras oraciones audibles llegan a ser
más significativas, y nuestra vida de oración mejora. No
tenemos que preocuparnos acerca de que Satanás escu-
che nuestras oraciones, porque al sonido de una oración
ferviente toda la hueste de Satanás tiembla y huye. Cuan-
do buscamos a Dios en oración, los ángeles del cielo nos
rodean. Los ángeles malos son rechazados y podemos co-
mulgar con Dios con toda confianza.
Cuando oramos por otros, nuestras oraciones se unen
con las oraciones de Cristo, nuestro poderoso Intercesor,
ante el trono de Dios. Él inmediatamente emplea todos los

6
White, Nuestra elevada vocación (Buenos Aires: ACES, 1962), p. 132.

48
Interceder por otros

recursos del cielo para influir positivamente sobre aque-


llos por quienes oramos. Jesús oró en favor de Pedro nom-
brándolo. Oró para que Pedro experimentara una conver-
sión profunda. (Ver Luc. 22:31, 32). Las oraciones de Jesús
fueron contestadas, y Pedro llegó a ser el poderoso predi-
cador del Pentecostés (Hech. 2).
El apóstol Pablo oró, por nombre, por las iglesias de los
efesios, los colosenses y los filipenses. También oraba a
menudo por nombre por sus compañeros de ministerio.
Mediante la oración, ellos estaban en su corazón y en sus
labios. Junto con Jesús, el apóstol Pablo intercedió por
aquellos con quienes trabajaba y en favor de aquellos por
quienes trabajaba.
Aunque la elección es difícil, sin duda uno de los gran-
des gigantes del Antiguo Testamento fue Daniel. Su in-
tercesión por Israel está registrada en Daniel 9 y 10. La
oración intercesora es bíblica y poderosa. Las oraciones de
Daniel, sentidas en el corazón, son un ejemplo para la igle-
sia actual del poder de la intercesión. La oración interce-
sora es parte del plan de Dios para transformar nuestras
vidas y alcanzar a los perdidos.
¿Te gustaría tener una vida oración más vibrante? ¿Te
gustaría llegar a ser un poderoso intercesor para Dios?
Aquí hay algunos pasos prácticos que puedes dar:
1. Determina un tiempo y un lugar para buscar a Dios por
la salvación de otros.
2. Pide a Dios que te señales qué personas necesitan tus
oraciones. Pasa tiempo pensando en aquellos que es-
tán en tu esfera de influencia y necesitan de tus oracio-
nes. El Espíritu Santo te impresionará con aquellos que
están luchando y tienen necesidad de oración.
3. Haz una lista de aquellos sobre los que sientes la im-
presión de orar por ellos. Sigue el método de Jesús y ora
por ellos en voz alta, por nombre.

49
Amistades para Dios

4. Mientras buscas a Dios en oración, invita a otros a unir-


se contigo en tus tiempos de intercesión. Jesús invitó a
Pedro, Santiago y Juan, a su círculo íntimo, para pasar
tiempo en oración ferviente. Orar junto con otros es
un método poderoso de mantenerte concentrado en la
oración. Nuestras oraciones se unen con las de Cristo, y
todo el Cielo responde.
Hacia fines de la década de 1980, yo estaba dirigiendo
una serie de reuniones evangelizadoras en Londres. Cada
día nos trasladábamos al centro de la ciudad con el tren,
durante una hora, desde nuestro hogar en Saint Albans.
Enseñaba en las mañanas, visitaba personas interesadas
en la tarde y predicaba cada noche. Después de la reunión,
tomábamos el subterráneo hasta el tren y viajábamos a
casa. El trabajo de días de doce horas durante semanas me
estaba dejando exhausto. Un día, estaba subiendo lenta-
mente las escaleras para comenzar otra jornada de ense-
ñanza en el Centro Nueva Galería, la sede central de nues-
tras reuniones, y observé en una sala lateral a un grupo de
mis alumnos orando. Me detuve un instante y escuché sus
oraciones. Mi corazón se conmovió. Mi alma se emocionó.
Mi espíritu se elevó mientras ellos oraban: “Querido Señor,
el pastor Mark se ve muy cansado esta semana, por favor
dale un poco de energía extra”. Sus oraciones me dieron
nuevas energías ese día y subí rápidamente las escaleras,
listo para enseñar. Es maravilloso saber que alguien está
orando por ti.
El saber que tu cónyuge está orando por ti da una sen-
sación de paz a tu vida. A los niños, saber que sus padres
oran por ellos les da estabilidad en su vida y les provee
un fundamento sólido para su fe. Tener amigos que es-
tán orando por ti te liga a ellos con las divinas cuerdas
del amor. Es algo maravilloso saber que alguien se preo-
cupa y ora por ti, pero aquí hay algo más increíble: saber

50
Interceder por otros

que Jesús está orando por ti en el cielo ahora mismo. Tu


nombre está en sus labios, tus preocupaciones están en su
corazón, y tus ansiedades, temores y preocupaciones son
importantes para él.

51
Capítulo 5

TESTIFICACIÓN CON EL
PODER DEL ESPÍRITU

S
u nombre era Nicodemo. Era un judío fariseo y miem-
bro del Sanedrín, un concilio de élite de los judíos. De-
volvía el diezmo, seguía la Reforma Prosalud, era un
aristócrata que guardaba el sábado religiosamente, pero
muy en su interior había algo que le faltaba. Había un an-
helo que toda su religiosidad no podía satisfacer. Había un
ansia dolorosa en su alma. El Espíritu Santo lo convenció
de que tal vez, solo tal vez, este predicador itinerante, Jesús
de Nazaret, tenía la respuesta que tan desesperadamente
anhelaba. El evangelio de Juan nos presenta su historia en
estas palabras: “Este vino a Jesús de noche” (Juan 3:2). Vino
de noche porque quería una audiencia privada con Jesús.
No deberíamos condenar a Nicodemo por presentarse
de noche. Dado su trasfondo judío ortodoxo, después de
todo, es un milagro que haya ido. Jesús sintió inmediata-
mente el anhelo del corazón de Nicodemo, y cuidadosa-
mente explicó el proceso del nuevo nacimiento, haciendo
esta sorprendente declaración: “El viento sopla de donde
quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni
adónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu”
(vers. 8). Aquí Cristo revela que el agente en el nuevo naci-
miento es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es quien nos

52
Testificación con el poder del Espíritu

convence de pecado. El Espíritu Santo es quien atrae nues-


tro corazón a Jesús. El Espíritu Santo es quien impresiona
nuestra mente con la verdad, y el Espíritu Santo es quien
transforma nuestra vida. Tal como el viento invisible tie-
ne efectos altamente visibles, así el Espíritu Santo tiene
un impacto dramático en nuestras vidas.

La cooperación con el Espíritu Santo


Nuestro éxito en ganar a otros para Cristo depende de
nuestra cooperación con el Espíritu Santo. Antes de que
hablemos a una persona acerca de Cristo, o antes de que
testifiquemos a ella de cualquier modo, el Espíritu Santo
ya impresionó su mente con cosas eternas. Cooperamos
con Cristo en testificar a las personas perdidas al unirnos
con él y ser dotados del poder del Espíritu Santo. Sin el po-
der y la conducción del Espíritu Santo, nuestros esfuerzos
de testificación no tienen eficacia. Podremos ser capaces
de convencer a alguien de ciertas verdades bíblicas, pero
sin la profunda acción del Espíritu Santo en su vida, ocu-
rrirán pocos cambios. Pueden cambiar sus creencias, pero
no su corazón. Puede haber una conformidad externa con
la verdad, pero no habrá una transformación que cambia
la vida a la semejanza de Cristo.
En este capítulo, estudiaremos el papel del Espíritu
Santo en la testificación y su tremendo poder para cam-
biar vidas. Nuestro estudio considerará ejemplos espe-
cíficos registrados en el libro de los Hechos que revelan
la notable obra del Espíritu Santo en la vida de los incré-
dulos. Estos incrédulos vinieron de diversos trasfondos
culturales. Sus experiencias de vida fueron diferentes.
Algunos eran educados, y otros sin educación formal. Al-
gunos fueron ricos, y otros pobres. Algunos eran judíos, y
otros eran gentiles. Procedían de diversos continentes y
cosmovisiones diferentes, sin embargo, todos fueron im-

53
Amistades para Dios

pactados por el Espíritu Santo. El Espíritu Santo no hace


acepción de personas. Él puede transformar toda perso-
na abierta a su influencia. El propósito principal de este
capítulo es el de revelar que, al cooperar con el Espíritu
Santo, nosotros también veremos este poder que realiza
milagros en las vidas de aquellos a quienes testificamos.
Antes de sumergirnos en el poder del Espíritu Santo en el
libro de los Hechos, es necesario repasar la enseñanza de
Jesús acerca del Espíritu Santo en el evangelio de Juan.

La enseñanza de Jesús sobre el Espíritu Santo


El discurso de Jesús en Juan, capítulos 14 al 16, es la prin-
cipal enseñanza del Nuevo Testamento acerca del ministe-
rio del Espíritu Santo. En el capítulo 16 de Juan, Jesús hizo
esta notable declaración a sus discípulos: “Pero yo os digo la
verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera,
el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo
enviaré” (vers. 7). Los discípulos deben haberse sorprendi-
do por las palabras de Jesús. ¿Cómo era posible que fuese
“conveniente” para ellos que Jesús se fuera y los dejara solos
en la tierra? Nota que Jesús no se refiere al Espíritu como
una cosa, sino como una persona. El Espíritu Santo es la
tercera persona de la Deidad. No limitado por el tiempo o el
espacio, él tiene todo el poder de la Divinidad. Al asumir la
naturaleza humana, Jesús podía estar solo en un lugar a la
vez, pero el Espíritu Santo podía estar presente con los dis-
cípulos con la plenitud del poder divino, dondequiera que
ellos peregrinaran en su testificación por Cristo.
El Espíritu Santo es nuestro Ayudador. La palabra grie-
ga que Jesús usa para describirlo es paraklete, que signifi-
ca “el que viene junto a nosotros”.1 El Espíritu Santo es el

1
“Paraclete”, tomado de: https://www.biblestudytools.com/dictio-
nary/paraclete/ [consultado el 13 de diciembre de 2019].

54
Testificación con el poder del Espíritu

que viene junto a nosotros para dar poder a nuestra tes-


tificación, guiar nuestras palabras y motivar nuestro ser-
vicio por Cristo. La testificación nunca se centra en noso-
tros. Siempre el foco es Jesús. El propósito del ministerio
del Espíritu Santo es “testificar” de Jesús. Nuestro Señor
expresó claramente: “Pero cuando venga el Consolador,
a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el
cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Y
vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado
conmigo desde el principio” (Juan 15:26, 27).
Nota que el Espíritu Santo da testimonio y testifica,
y nosotros también damos testimonio. Matthew Henry
afirma: “La obra del Espíritu no es reemplazar nuestra
obra, sino comprometerla y estimularla”.2 Nuestra obra es
cooperar con el Espíritu Santo en guiar a la gente a Jesús y
su verdad. La obra del Espíritu Santo es la de convencer y
convertir. Es revelar la verdad y la justicia. La obra del Es-
píritu Santo es poner dentro de nuestro corazón un deseo
de hacer lo recto y el poder para elegir rectamente.

Una explosión de crecimiento en Hechos


Cuando Jesús les dijo a sus discípulos que el poder del
Espíritu Santo vendría sobre ellos y ellos testificarían acer-
ca de él hasta el fin de la tierra (Hech. 1:8), ellos deben haber-
se preguntado cómo sería posible esto. ¿Cómo podría im-
pactar al mundo este pequeño grupo de creyentes? ¿Cómo
sería posible cumplir el mandato de Cristo: “Id por todo el
mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mar. 16:15)?
Ellos eran un pequeño grupo de creyentes, mayormente sin
educación. Tenían pocos recursos financieros y una tarea

2
Matthew Henry, Matthew Henry Bible Commentary on the Whole
Bible [Comentario de la Biblia completa de Matthew Henry] (Woods-
tock, Ontario, Canadá: Devoted Publishing, 2018), t. 5, p. 282.

55
Amistades para Dios

enorme; algunos dirían, imposible. Sin embargo, compren-


dieron que, por medio del ministerio del Espíritu Santo con
el poder de Dios, nada sería imposible (ver Mat. 19:26).
Pero los primeros creyentes oraron. Buscaron a Dios.
Confesaron sus pecados. Se arrepintieron de sus actitudes
egoístas. Derribaron barreras, y se acercaron a Dios y entre
ellos. Durante diez días en el aposento alto, fueron trans-
formados. Ahora estaban listos para el derramamiento del
Espíritu Santo. Como lo prometió, Dios derramó su Espíri-
tu en una medida abundante en Pentecostés. Tres mil se
convirtieron en un día. Hechos 4 registra que el número de
los que creyeron fue de como cinco mil hombres (Hech. 4:4).
Si se cuentan las mujeres y los niños, el número de los que
creyeron crece hasta unas quince o veinte mil personas. En
poco tiempo, el crecimiento de la iglesia estalló.
En los versículos 31 al 33, captamos una breve vislum-
bre de la experiencia espiritual continuada de los primeros
creyentes y el ministerio de la iglesia. “Cuando termina-
ron de orar, el lugar en que estaban congregados tembló; y
todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban con va-
lentía la palabra de Dios” (vers. 31, RVR 95). Nota aquí tres
hechos. Ellos oraron y buscaron fervientemente a Dios de
rodillas. Fueron llenos del Espíritu Santo, y poder de lo
alto inundó sus vidas. Y salieron del crisol de la oración y
predicaron la Palabra de Dios con confianza. El versículo
33 añade: “Y con gran poder los apóstoles daban testimo-
nio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia
era sobre todos ellos”. El verbo griego traducido “daban”
en este pasaje es apodidomi, que se puede traducir como
“entregaron lo que debían entregar”.3

3
“Apodidomi”, BibleStudyTools.com., tomado de: http://biblestudytools.
com/lexicons/greek/nas/apodidomi.html [consultado el 14 de noviembre
de 2019].

56
Testificación con el poder del Espíritu

Redimidos por su gracia y transformados por su amor,


los discípulos sintieron un impulso interior de compartir
su fe. No podían guardar silencio. Entregaron el mensa-
je que el mundo necesitaba. Eran deudores a la cruz de
Cristo. El apóstol Pablo lo dice con elocuencia: “A griegos
y no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor. Así que,
en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio”
(Rom. 1:14, 15). Cuando la gracia de Dios transforma nues-
tra vida, el Espíritu Santo nos convence de nuestra necesi-
dad de compartir las maravillas de su gracia y la gloria de
su verdad con otros. El Nuevo Testamento floreció porque
los creyentes del siglo I no podían guardar silencio acerca
de su relación con Cristo. Como declaró el apóstol Pablo:
“El amor de Cristo nos constriñe” (2 Cor. 5:14). El amor de
Cristo llenaba su corazón y rebosaba hacia todos los que
los rodeaban. El Espíritu Santo transformó su vida, trajo
poder a su testimonio, y cambió el mundo.
Comentando Hechos 4:33, el Comentario bíblico adven-
tista afirma: “El testimonio de los apóstoles fue presenta-
do no con su propia fuerza sino con un poder que nunca
podrían haber producido dentro de sí mismos. El que les
daba energía era el Espíritu divino”.4 El Espíritu Santo es
quien siempre empodera el testimonio auténtico y genui-
no y lo hace eficiente en los corazones de los incrédulos.
El testimonio de los creyentes del Nuevo Testamento
cruzaba las barreras culturales. Los impelía a atravesar
continentes. Los condujo a ciudades y aldeas, a traspasar
desiertos estériles, a través de mares tempestuosos y por
empinados senderos montañosos.
Llenos del Espíritu Santo, estos creyentes del Nuevo Testa-
mento plantaron iglesias (Hech. 9:31), quebraron tradiciones

4
Francis D. Nichol, ed., Comentario bíblico adventista (Boise, ID: Publi-
caciones Interamericanas, 1988), t. 6, p. 174.

57
Amistades para Dios

sociales y costumbres culturales (Hech. 10-15), y esparcieron


el mensaje evangélico por todo el mundo Mediterráneo. El
Espíritu Santo los condujo en una notable jornada de fe que
resultó en la conversión de miles que aceptaron a Jesús.
Al comentar acerca del ministerio del Espíritu Santo en
la iglesia del Nuevo Testamento, Elena de White dice:
Sobre los discípulos que esperaban y oraban
vino el Espíritu con una plenitud que alcanzó
a todo corazón. El Ser Infinito se reveló con po-
der a su iglesia. Era como si durante siglos esta
influencia hubiera estado restringida, y ahora
el Cielo se regocijara en poder derramar sobre
la iglesia las riquezas de la gracia del Espíritu.
Y bajo la influencia del Espíritu, las palabras
de arrepentimiento y confesión se mezclaban
con cantos de alabanza por el perdón de los pe-
cados. Se oían palabras de agradecimiento y de
profecía. Todo el Cielo se inclinó para contem-
plar y adorar la sabiduría del incomparable e
incomprensible amor. Extasiados de asombro,
los apóstoles exclamaron: “En esto consiste
el amor”. Se asieron del don impartido. ¿Y qué
siguió? La espada del Espíritu, recién afilada
con el poder y bañada en los rayos del cielo, se
abrió paso a través de la incredulidad. Miles se
convirtieron en un día.5

El Espíritu Santo abre y cierra puertas


Hay ocasiones en que el Espíritu Santo cierra una puer-
ta, solo para abrir otra. La providencia del Espíritu Santo

5
Elena de White, Los hechos de los apóstoles (Buenos Aires: ACES,
2009), p. 31.

58
Testificación con el poder del Espíritu

se ilustra en la vida del apóstol Pablo. En su segundo viaje


misionero, “les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar
la palabra en Asia” (Hech. 16:6).
Perplejo y preguntándose adónde lo estaba guiando
Dios, Pablo, junto con su equipo evangelizador, viajó a
través de Asia decidido a predicar el evangelio en Bitinia,
pero “el Espíritu no se lo permitió” (vers. 7). La motivación
de Pablo era solo servir a Cristo y predicar el evangelio,
pero, por otro lado, las puertas se cerraron ante sus nari-
ces. Entonces, en una visión, “un varón macedonio estaba
en pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúda-
nos” (vers. 9). En esa ocasión, Dios cerró la puerta a una
región geográfica específica en Asia, porque la puerta de
un continente entero estaba abierta al evangelio. Cuando
el Espíritu Santo cierra una puerta, abre otra.
Dios es el Dios de la puerta abierta. Una de las funcio-
nes del Espíritu Santo es abrir corazones al evangelio. Él
convence al mundo de pecado, de justicia y de juicio. El
mismo Espíritu Santo que abrió el corazón de Lidia, una
niña esclava, del carcelero romano, de un juez romano,
de Dionisio y Crispo –el alto dignatario de una sinago-
ga judía–, todavía está abriendo corazones y mentes al
evangelio en la actualidad. El mismo Espíritu Santo que
preparó una comunidad de retiro romana, Filipos, para la
testificación de Pablo, está preparando comunidades hoy
en día. El mismo Espíritu Santo que fue delante de Pablo
a Tesalónica, una comunidad de trabajadores comunes, ha
ido delante de nosotros para preparar el camino para re-
uniones evangelizadoras públicas hoy en nuestras ciuda-
des. El mismo Espíritu Santo que actuó en la sofisticada
Atenas y la Corinto decadente, todavía está actuando en
las ciudades de nuestro mundo para crear receptividad al
evangelio. El mismo Espíritu santo que actuó en tiempos
pasados anhela traer poder a tu testimonio por Cristo. Él

59
Amistades para Dios

está esperando llenar nuestras iglesias con el poder del To-


dopoderoso para testificar en sus comunidades. Elena de
White claramente afirma: “La promesa del Espíritu Santo
no se limita a ninguna edad ni raza. Cristo declaró que la
influencia divina de su Espíritu estaría con sus seguidores
hasta el fin. Desde el día de Pentecostés hasta ahora, el
Consolador ha sido enviado a todos los que se han entre-
gado plenamente al Señor y a su servicio. A todo el que ha
aceptado a Cristo como Salvador personal, el Espíritu San-
to ha venido como consejero, santificador, guía y testigo”.6
La promesa del Espíritu Santo es para nosotros hoy. To-
davía hay poder en la Palabra de Dios para transformar
vidas por el poder del Espíritu Santo. De acuerdo con el
apóstol Pedro, la Biblia fue escrita por “los santos hombres
de Dios [que] hablaron siendo inspirados por el Espíritu
Santo” (2 Ped. 1:21). El mismo Espíritu Santo que inspiró la
Biblia actúa por medio de la Palabra de Dios para cambiar
la mente y transformar la vida cuando compartimos la
Palabra. El poder de la testificación del Nuevo Testamen-
to era el poder del Espíritu Santo por medio de la Palabra
de Dios para cambiar vidas. Los apóstoles compartieron
la Palabra. Eran estudiantes de la Palabra, y su devoción
a ella permitió que el Espíritu Santo actuase por medio de
ellos con gran poder.

Mantente conectado con el poder de Dios


Se cuenta la historia de un matrimonio que encargó
un refrigerador nuevo. Todo parecía andar bien cuando
el hombre que hizo la entrega puso el refrigerador en su
lugar. Llenaron la nevera con alimentos y se fueron de la
casa para unas vacaciones de dos semanas. Cuando re-
gresaron al hogar y abrieron el refrigerador, sintieron un

6
Ibíd., p. 40.

60
Testificación con el poder del Espíritu

hedor terrible. La leche se había agriado. Las frutas y ver-


duras se habían echado a perder. Algo había andado mal.
No demoraron mucho en descubrir que se había producido
un apagón mientras estuvieron afuera. La falta de poder
había arruinado la comida, y tuvieron que tirarla.
Del mismo modo, cuando el poder del Espíritu Santo
ya no fluye a través de nuestra vida, nuestra testificación
resulta inefectiva; se echa a perder. No podemos producir
el fruto del Espíritu Santo en la vida de los incrédulos si el
fruto del Espíritu no se manifiesta en nuestra propia vida.
Si estamos “desenchufados” de Dios, no tenemos poder. Je-
sús invita a cada uno a abrir su corazón para ser llenados
con el Espíritu Santo. Esta dotación dará poder a nuestra
testificación. Sin ella, los programas de la iglesia y la pu-
blicidad serán inefectivos. Todo el dinero del mundo no
producirá resultados duraderos a menos que el Espíritu
Santo esté disponible en toda su plenitud de poder divino.
Considera cuidadosamente esta promesa: “El trans-
curso del tiempo no ha cambiado en nada la promesa de
despedida de Cristo de enviar el Espíritu Santo como su
representante. No es por causa de alguna restricción de
parte de Dios por lo que las riquezas de su gracia no fluyen
a los hombres sobre la tierra. Si la promesa no se cumple
como debiera, se debe a que no es apreciada debidamente.
Si todos lo quisieran, todos serían llenados del Espíritu”.7
Hay tres pasos sencillos para recibir el Espíritu Santo
en su plenitud: pide el Espíritu Santo (Luc. 11:13; Zac. 10:1),
arrepiéntete de cualquier pecado conocido (Hech. 2:38;
3:19) y está dispuesto a hacer cualquier cosa que Cristo te
pida que hagas (Hech. 5:32; Juan 14:15, 16). Cuando hayas
cumplido estas condiciones, Dios cumplirá su Palabra y
derramará su Espíritu en tu vida.

7
Ibíd., p. 41.

61
Amistades para Dios

Reflexiona en las preguntas siguientes y ora:


1. ¿Estás conectado con la Fuente de todo poder? ¿Qué
significa estar llenos del Espíritu Santo?
2. ¿Hay alguna barrera entre ti y alguna otra persona que
estorbaría la efectividad de tu testificación?
3. ¿Has intentado alguna vez testificar con tus propias
fuerzas en vez de hacerlo con el poder del Espíritu
Santo?
4. ¿Cuál es tu actitud hacia la testificación? ¿Crees que el
Espíritu Santo está abriendo puertas de oportunidad
en tu comunidad? ¿Está él abriendo puertas de oportu-
nidad regularmente para ti en la vida de la gente con la
que te encuentras todos los días?
5. Piensa en personas específicas en tu esfera de influen-
cia y ora silenciosamente para ver oportunidades de
compartir el amor y la verdad de Dios con ellas.

62
Capítulo 6

POSIBILIDADES
ILIMITADAS

E
ra una de esas llamadas que quedan en la memoria.
Mi amigo pastor en el otro extremo de la línea esta-
ba agitado. Durante meses, él había intentado pasar
su iglesia al “modo misión” para alcanzar a su comunidad
para Cristo. Había predicado sermones sobre la importan-
cia de la testificación y estimulado a sus feligreses a invo-
lucrarse activamente en los ministerios para ganar almas
en la comunidad. Como remate de su énfasis en la ganan-
cia de almas, culminó su serie de sermones sobre la testi-
ficación invitando a un especialista en cuanto a los dones
espirituales a dirigir un seminario de fin de semana. La
expectativa era grande.
A las reuniones de ese fin de semana asistió mucha
gente. Los feligreses respondieron positivamente a las
pruebas acerca de los dones espirituales. Cuando me des-
cribía sus esfuerzos, me preguntaba por qué estaba tan
preocupado. Entonces hizo este comentario: “Hemos des-
cubierto que los feligreses de mi pequeña congregación
tienen 26 dones del Espíritu, pero no tengo idea de qué
debo hacer ahora. ¿Puedes ayudarme? ¿Qué hago ahora?
Estoy bastante frustrado por no saber cómo seguir”. Mi
pastor amigo no está solo.

63
Amistades para Dios

Muchos cristianos tienen preguntas prácticas acerca


de los dones del Espíritu. ¿Qué son los dones espirituales?
¿Están reservados para unos pocos supercristianos? ¿Son
para todos los creyentes? ¿Cómo descubro cuáles son mis
dones espirituales? ¿Cuál es el propósito de los dones del
Espíritu? Una vez que descubra mis dones, ¿cómo puedo
usarlos en el servicio a Cristo? En este capítulo, explorare-
mos respuestas a estas preguntas y haremos sugerencias
prácticas que pueden marcar una diferencia significativa
en tu vida.

¿Qué son los dones espirituales?


Los dones espirituales están íntimamente conectados
con el ministerio del Espíritu Santo. La razón por la que
las Escrituras los llaman dones espirituales es porque son
dones, capacidades o talentos impartidos por el Espíritu
Santo a cada creyente para la gloria de Dios. No han de ser
usados en un exhibicionismo egoísta para mostrar cuán
talentosos somos, o para atraer la atención hacia nosotros.
Correctamente comprendidos, todos los dones impartidos
por el Espíritu Santo se dan con dos propósitos esencia-
les: nutrir o fortalecer el cuerpo de Cristo, y cumplir la mi-
sión de Cristo de alcanzar al mundo con el Evangelio. Los
dones espirituales son dones de servicio. Son dones para
bendecir la comunidad de creyentes y la más amplia co-
munidad mundial.
Cada creyente recibe dones espirituales, y estos dones
tienen diferentes funciones. En Cristo todos tenemos
igual valor, pero no tenemos los mismos roles o dones.
Esta diversidad de dones fortalece la iglesia y posibilita
su testificación al mundo. Estas diferencias son una for-
taleza y no una debilidad. El Espíritu Santo elige qué do-
nes impartirá a cada creyente basado en su trasfondo, su
cultura y su personalidad. El Espíritu Santo otorga dones

64
Posibilidades ilimitadas

que traerán satisfacción en el servicio de Cristo y mayor


bendición a la iglesia y al mundo.
El apóstol Pablo comienza 1 Corintios 12 con estas pa-
labras: “No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los
dones espirituales” (vers. 1). La razón por la que el após-
tol Pablo ocupa todo el capítulo 12 de 1 Corintios, la mayor
parte de Romanos 12, y una gran porción de Efesios 4 al
tema de los dones espirituales es porque una compren-
sión correcta de los dones espirituales es vital tanto para
la alimentación como para el crecimiento de la iglesia. Los
dones espirituales están en el corazón mismo de una efec-
tiva ganancia de almas. Son el fundamento de una iglesia
que testifica.
Respondamos primero algunas preguntas básicas con
respecto a los dones espirituales. ¿Qué son los dones espi-
rituales? ¿Cómo se diferencian de los talentos naturales?
¿Quién recibe dones espirituales? ¿Cuál es su propósito y
por qué se los da?
Los dones espirituales son cualidades divinamente
otorgadas por el Espíritu Santo para edificar el cuerpo de
Cristo y capacitar a los creyentes para ser testigos efec-
tivos en el mundo. Los dones espirituales son el canal a
través del que fluye nuestro ministerio para Cristo. Los
incrédulos pueden tener muchos talentos naturales, pero
no se los usa para la edificación del reino de Cristo. A me-
nudo se los usa para beneficiarse a sí mismo.
Por supuesto, todas nuestras habilidades, seamos cre-
yentes o incrédulos, vienen de Dios. Cada talento que
poseemos nos fue dado por Dios. Los dones espirituales
difieren de los talentos naturales de dos maneras claras:
primera, por la forma en que se usan y, segunda, por dón-
de se los usa. La motivación para usar las habilidades
naturales a menudo es el desarrollo personal. La motiva-
ción para usar los dones espirituales es siempre la gloria

65
Amistades para Dios

de Dios. Los talentos naturales a menudo se usan para


avanzar posiciones en el mundo. Los dones espirituales se
usan abnegadamente para bendecir y expandir la iglesia
de Dios. La importante diferencia entre los dones espiri-
tuales y los talentos naturales es su foco. Los talentos na-
turales pueden atraer la atención hacia la persona que los
posee. Los dones espirituales los da el Espíritu Santo para
dar gloria a Dios.
Se prometen dones espirituales a todo el que dedica su
vida a Cristo. Al analizar los dones espirituales, el após-
tol Pablo declara: “Pero todas estas cosas las hace uno y
el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular
como él quiere” (1 Cor. 12:11).
Cuando dedicamos nuestra vida a Jesús, el Espíritu
Santo imparte dones para testificar y servir. Las personas
no convertidas pueden tener talentos naturales en algún
área de su vida. Cuando se convierten, el Espíritu Santo a
menudo redirige o da un propósito nuevo a esos talentos
naturales para la gloria de Dios y el progreso de la causa
de Cristo.
También hay ocasiones en que el Espíritu Santo impar-
te a una persona dones que nunca tuvo o imaginó que po-
dría tener. Ahora, estas personas encuentran satisfacción
en usar sus dones recientemente descubiertos para el ser-
vicio de Cristo. Como parte del cuerpo de Cristo, encuen-
tran gozo en hacer su contribución en edificar la iglesia de
Cristo y participar en su misión.
De acuerdo con nuestro pasaje en 1 Corintios 12:11, el Es-
píritu Santo distribuye dones espirituales “a cada uno en
particular como él quiere”. El Espíritu Santo no imparte el
mismo don a todos, sino da dones diferentes a cada cre-
yente. No pasa por alto a ninguna persona. Cada creyente
comparte los dones del Espíritu. Elena de White subraya
esta verdad vital: “A cada persona se entrega algún don o

66
Posibilidades ilimitadas

talento peculiar que ha de ser usado para el progreso del


reino del Redentor”.1
Pienso en mi madre. Mi padre tenía el don de la ense-
ñanza. Era un excelente estudiante de la Biblia, extrover-
tido, ingenioso, y un maestro natural, pero mamá era una
persona que uno difícilmente sabía si estaba presente o
no. Mamá se sentía incómoda si alguien le pedía que le-
yera un texto bíblico en la iglesia y, ciertamente, enseñar
en la Escuela Sabática estaba fuera de su pensamiento.
Cuando mi madre llegó a ser adventista del séptimo día,
Dios le dio el talento del estímulo. Ella buscaba a las per-
sonas que se sentaban aisladas y las animaba. Ella escu-
chaba con sensibilidad las necesidades de las personas y
las atendía de acuerdo con sus posibilidades. Ella tenía un
agudo sentido para elegir las personas que necesitaban
un empujón extra y las animaba de acuerdo con esto. El
Espíritu Santo le otorgó el don del estímulo.
Como mi madre, cada feligrés ha recibido dones espi-
rituales singulares por medio del ministerio del Espíritu
Santo. Si creemos en la Palabra de Dios, podemos agrade-
cer a Dios por los dones que nos ha dado y orar para que
nos los revele, todo para su gloria. El Espíritu Santo no da
dones a unos pocos elegidos y descuida o pasa por alto a
otros que parecen ser menos talentosos. El Espíritu Santo
imparte dones de Dios a cada persona como él quiere.

El Espíritu Santo escoge los dones


Supongamos que es el cumpleaños de un amigo. ¿Quién
elige el regalo que le darás? Tú, por supuesto. Recuerdo
que, como muchacho, hacía mi lista de cumpleaños, pero
mis padres, en última instancia, eran los que elegían mi

1
Elena de White, Testimonios para la iglesia (México: APIA, 1996), t.
4, pp. 611, 612.

67
Amistades para Dios

regalo. La mayor parte del tiempo, la elección de ellos era


mucho mejor que la mía. Ellos sabían mejor que yo lo que
me haría feliz.
El Espíritu Santo sabe qué dones impartir a cada creyen-
te para glorificar mejor a Jesús en su vida. El Comentario bí-
blico adventista dice: “El Espíritu Santo distribuye sus dones
a los creyentes de acuerdo con el conocimiento que tiene de
sus facultades y de la necesidad de cada individuo. No es
una distribución arbitraria, sino que está basada en la com-
prensión y el conocimiento de Dios”.2 Esta certeza debiera
ser una fuente de mucho ánimo para cada uno de nosotros.
Tenemos la seguridad absoluta de que el Espíritu Santo ha
impartido los dones exactos que necesitamos para llegar a
ser testigos efectivos para Cristo. Los dones que tienes son
los que el Espíritu Santo ha considerado necesarios para tu
crecimiento espiritual y en la causa de Cristo.

Dones variados para el cuerpo de Cristo


Como la iglesia es un cuerpo, está formado por una
variedad de miembros, y todos contribuyen a la meta de
revelar a Cristo al mundo. Al escribir a los feligreses de
la Iglesia de Roma, el apóstol Pablo declara: “Así nosotros,
siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miem-
bros los unos de los otros. Tenemos, pues, diferentes dones,
según la gracia que nos es dada” (Rom. 12:5, 6, RVR 95). El
apóstol amplía este pensamiento en 1 Corintios 12:12: “Así
como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero to-
dos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo
cuerpo, así también Cristo”.
En los seres humanos, cada parte del cuerpo tiene una
función. No hay miembros inactivos del cuerpo. Cada uno
ha sido ubicado en el cuerpo para desempeñar un papel

2
Francis D. Nichol, ed., Comentario bíblico adventista, t. 6, p. 766.

68
Posibilidades ilimitadas

específico. Cada uno tiene una tarea singular. Cada miem-


bro del cuerpo humano contribuye al bienestar general
del cuerpo entero. Del mismo modo, la iglesia necesita
miembros activos que estén dedicados a contribuir a la
salud general de la iglesia, el cuerpo de Cristo.
En 1 Corintios 12, Romanos 12 y Efesios 4, la Biblia nos
da ejemplos de algunos de los dones que Dios ha puesto en
su iglesia. Algunos de estos dones son dones de liderazgo,
como los de apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y
maestros. El propósito de estos dones de liderazgo es facili-
tar la unidad, fomentar el crecimiento espiritual y equipar
a los miembros de la iglesia para la misión. Estos mismos
pasajes también hablan de dones que son para ministrar,
dados a cada creyente. Unos pocos ejemplos son el de hos-
pitalidad, el de liberalidad, el de ayuda, el de misericordia
y el de sanidad.
Muchos de estos dones son cualidades de un corazón
convertido. Cada uno de nosotros debería exhibir hospita-
lidad hacia otros en nuestro andar diario con Cristo. Cada
creyente es llamado a ser liberal en su forma de dar. Cada
cristiano debería ser una ayuda y un sostén para otros.
Hemos de buscar maneras de bendecir y ministrar la gra-
cia sanadora de Dios a todos los que nos rodean. Si estas
cualidades son la respuesta natural del corazón converti-
do, ¿por qué son considerados dones espirituales escogi-
dos por el Espíritu Santo para algunos y no dados a otros?
La respuesta es sencillamente esta: aunque cada creyen-
te es llamado a revelar un espíritu acogedor lleno de gracia
en su vida, no todo creyente es llamado a un ministerio
especial de hospitalidad. Aunque todos somos llamados a
ser liberales, no todos somos llamados a un ministerio en
el que la liberalidad llega a ser nuestra manera de servir
a Cristo. La conversión produce cambios en nuestra vida.
Anhelamos revelar diariamente las cualidades de una vida

69
Amistades para Dios

semejante a la de Cristo. El Espíritu Santo amplifica y ex-


pande esas cualidades, y al hacerlo, algunas de ellas llegan
a ser nuestros canales de servicio en la iglesia de Cristo. A
veces, él imparte nuevas cualidades como dones espiritua-
les, ayudándonos a descubrir nuestro rol más satisfactorio
y productivo en la iglesia. Como lo declara el apóstol Pablo,
esto hace que todas las partes “se ayudan mutuamente” y
el cuerpo “recibe su crecimiento para ir edificándose en
amor” (Efe. 4:16).
Si el Espíritu Santo imparte dones espirituales a todos
los creyentes para la edificación de la iglesia de Dios y su
testificación en el mundo, ¿cómo podemos descubrir nues-
tros dones espirituales? Aquí damos algunos pasos sen-
cillos que te ayudarán a descubrir tus dones espirituales.
Primero, pide a Dios que él te revele los dones que él
te ha impartido. La Escritura dice: “Toda buena dádiva y
todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las lu-
ces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”
(Sant. 1:17). El Dios que imparte sus dones preciosos a cada
uno de nosotros también los revelará por medio de su Es-
píritu Santo (ver Luc. 11:13).
Segundo, busca el consejo de líderes espirituales respe-
tados. Diles cómo Dios te está guiando en tu vida, y pre-
gúntales qué áreas de servicio podrían estar disponibles
para ti.
Y finalmente, comienza usando tus dones para ayudar
al cuerpo de Cristo. El propósito de los dones de Dios es el
servicio. Al comenzar a usar los dones que él te ha dado,
ellos se expandirán, y tus capacidades aumentarán. Los
dones espirituales no llegan plenamente desarrollados;
se vuelven más efectivos al usarlos. Elena de White des-
cribe maravillosamente este proceso: “El que se entregue
plenamente a Dios será guiado por la mano divina. Puede
ser humilde y sin talentos al parecer; sin embargo, si con

70
Posibilidades ilimitadas

corazón amante y confiado obedece toda indicación de la


voluntad de Dios, sus facultades se purificarán, ennoble-
cerán y vigorizarán, y sus capacidades aumentarán”.3
Al usar los dones que Dios nos ha dado, encontraremos
gozo y satisfacción. Otros confirmarán que tenemos esos
dones en un área específica, y la iglesia será bendecida.
Recuerda, los dones espirituales no llegan completamente
desarrollados. El Espíritu Santo imparte dones y los ben-
dice cuando son puestos en uso.
Aquí hay un ejemplo práctico. Yo no tenía idea de que
pudiera tener el don de la “predicación” o la “proclamación”.
Como estudiante universitario de Teología, estaba suma-
mente nervioso en cualquier ocasión que me tocara ha-
blar en público. A menudo, me perdía y no sabía por dónde
iba en mis notas, y después me sentía avergonzado de mi
presentación. Pero ocurrió algo notable. A medida que se-
guía predicando, mi nivel de confianza iba en aumento. El
don que Dios me había dado floreció. Yo sé que fue mucho
más que pasar horas estudiando la preparación de mis
sermones. Fue mucho más que practicar su presentación.
Fue mucho más que adquirir más experiencia. Aunque es-
tas cosas fueron necesarias, lo más importante fue darme
cuenta de que Dios me había dado ese don, y que él estaba
cumpliendo su promesa de equiparme para el ministerio.
Elena de White nos da esta seguridad divina: “Dios lla-
ma a su pueblo, muchos de los cuales apenas están medio
despiertos, a levantarse, y a ocuparse fervientemente en
la tarea, orando por fuerza para servir. Se necesitan obre-
ros. Reciban el Espíritu Santo, y sus esfuerzos tendrán
éxito. La presencia de Cristo es lo que da poder”.4 A medida

3
White, Los hechos de los apóstoles, p. 233.
4
Elena de White, “Power for Service” [Poder para el servicio], The
Central Advance, 25 de febrero de 1903.

71
Amistades para Dios

que usamos los dones que Dios nos ha dado, ellos crecen.
Alguien ha dicho con razón: “Si no lo usas, lo perderás”. El
corolario es: “Al avanzar, creceremos”. Al ponernos a tra-
bajar para Cristo, creceremos en nuestra capacidad para
hacer su obra. El cristianismo no es un deporte de espec-
tadores. Somos llamados a servir. El Dios que nos llama a
su servicio nos equipa para ese servicio. El Espíritu Santo
no llama a los calificados; califica a los que llama.
A lo largo de todo el libro de los Hechos, el Espíritu
Santo guía, dirige, enseña y fortalece a los creyentes en
su testificación al mundo. Dios no está buscando perso-
nas súper inteligentes o súper talentosas; busca personas
súper consagradas. Personas que dependan enteramente
del Espíritu Santo. Personas que reconozcan que, sin el
poder del Espíritu, su testimonio no tiene poder. Dios no
busca habilidades. Él busca disponibilidades. Su palabra
es clara: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi espí-
ritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6). El Espíritu
Santo es esencial para la testificación efectiva. Él prepara
un pueblo para la proclamación del evangelio, haciendo
que corazones y mentes sean receptivos a la influencia de
la Palabra de Dios. El Espíritu Santo imparte dones espiri-
tuales a cada creyente y capacita a cada uno para desarro-
llar estos dones a medida que los usa en el servicio. De este
modo, se logra un impacto duradero en las vidas de otros.
Más que cualquier otra cosa, Dios está buscando hom-
bres y mujeres, niños y niñas, jóvenes y adultos jóvenes
que estén completa y plenamente consagrados a compar-
tir su amor con un mundo perdido. Cuyos corazones estén
entretejidos con su corazón, y cuyas mentes estén al uní-
sono con la suya. Su mayor deseo es compartir su amor de
modo que la gente pueda recibir el don de la vida eterna.
Dios quiere que sus hijos estén comprometidos a usar sus
dones para el progreso de su causa.

72
Posibilidades ilimitadas

Sobre tus rodillas, buscando a Dios, ¿le has pedido que


te impresione con los dones que él te ha dado? ¿Has abierto
tu corazón al Cristo viviente, y le has pedido que te revele
tu lugar de servicio? ¿Estás dispuesto a hacer la siguiente
oración sencilla?
“Querido Señor, reconozco que, sin tus dones y el poder
del Espíritu Santo, mi testificación es ineficaz. Te agradez-
co porque has prometido dar dones a cada creyente, y me
comprometo a usar los dones que me has dado en el servi-
cio a tu iglesia y a la gente que me rodea. Humildemente
pido que me reveles el lugar donde quisieras que yo sir-
va y me des poder para usar mis dones bajo la dirección
del Espíritu Santo. Gracias por los dones del Espíritu y tu
conducción al usarlos en forma efectiva en tu causa. En el
nombre de Jesús. Amén”.

73

You might also like