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Alonso Schökel, Luis - Esperanza (Meditaciones Bíblicas para La Tercera Edad)
Alonso Schökel, Luis - Esperanza (Meditaciones Bíblicas para La Tercera Edad)
ESPERANZA
M ed ita cio n es b íb licas
para laT ercera Edad
Colección «EL POZO DE SIQUEM
45
Luis Alonso Schókel
ESPERANZA
M editaciones bíblicas
para la Tercera Edad
(2.a edición
corregida y aumentada)
Prólogo................................................................................. 9
Llamados a vivir-morir-Vivir .............................................. 11
PRIMERA PARTE
MEDITACIONES DE SALMOS
— 5 —
Salmo 27: Contra el miedo, la esperanza .......................... 49
Salmo 30: Sacaré más gusto a la vida ............................... 53
Salmo 31: En tus manos están mis azares .......................... 56
Salmo 32: La dicha de estar perdonados............................. 59
Salmo 33: Un cántico nuevo, sin hastío ............................. 61
Salmo 34: Hay sentidos que no se embotan ..................... 65
Salmo 36: ¡Qué inapreciable es tu lealtad! ....................... 67
Salmo 37: Venga tu reinado de justicia ............................. 69
Salmo 38: Estoy agotado, Señor.......................................... 72
Salmo 41: Red de solidaridad ............................................. 75
Salmo 42-43: Mal de ausencias........................................... 78
Salmo 44: Con la Iglesia perseguida................................... 82
Salmo 45: De boda ............................................................ 86
Salmo 47: Bajar para subir ................................................. 90
Salmo 49: Rescatados ......................................................... 93
Salmo 55: Suavemente en paz ............................................. 98
Salmo 57: ¡Inaugura el día sin ocaso! ........................ . — 101
Salmo 62: El peso real de mi v id a ...................................... 104
Salmo 63: Mi garganta tiene sed de Ti .............................. 108
Salmo 65: Mi Padre sigue trabajando.................................. 112
Salmo 67: Invocamos tu bendición ..................................... 116
Salmo 71: Mirandoatrás y adelante ....................................... 117
SEGUNDA PARTE
VIÑETAS BIBLICAS DE ANCIANOS
— 6 —
TERCERA PARTE
PAGINAS DE EJERCICIOS
— 7 —
PROLOGO
Al profeta Jeremías le dice Dios en una ocasión: Que
ellos se conviertan a ti, no te conviertas tú a ellos. Y, algo
más adelante, añade: Si apartas la escoria del metal pre
cioso, estarás a mi servicio y serás mi boca.
No teniendo yo vocación profètica, he meditado esas
palabras. En cuanto a lo primero, me atrevo a adaptar el
texto pensando en mis coetáneos, peregrinos que han reco
rrido gran parte del camino de la vida. Me dirigiré a ellos,
para que ellos se dirijan a la palabra de Dios en la Biblia.
Pero, si la Biblia es el metal precioso, temo no vayan a ser
mis palabras la escoria; en tal caso habría que retirarlas
para dejar escueto el texto bíblico. Ahora bien, la tradición
de la Iglesia me enseña que es legítimo y conveniente explicar
el texto bíblico de tal modo que el cristiano pueda entrar en
contacto personal con él. Sabiendo que, si doy nada más
referencias numéricas, el lector no va a consultarlas en su
Biblia, he preferido citar los textos pertinentes o resumir su
contexto.
Aunque el libro puede ser leído, está pensado y escrito
para la meditación y contemplación. Prefiero sugerir a de
sarrollar; no temo repetir si el texto bíblico repite; busco un
estilo de frase breve, aunque a veces resulte sacudido; dejo
caer aforismos para ser subrayados y asimilados sin prisa.
El que medita podrá repasar el libro o algunas meditaciones
9 —
que encuente más apropiadas o gustosas. Pero lo más im
portante es que pueda volver directamente a los textos bí
blicos.
La preferencia por el Antiguo Testamento me viene de
mi dedicación especial; pero procuro siempre que desem
boque en el Nuevo Testamento. Si algún tema domina estas
páginas, es la Esperanza, una de las virtudes teologales. Y
si debo escoger una frase como lema, la tomo de la liturgia:
Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección:
¡ven, Señor Jesús!
San Francisco, California
fiesta de S. Ignacio 1990
— 10
Llamados a vivir-morir-Vivir
Meditación programática
— 11 —
VIVIR. Quitad la tercera pieza, y la vida es una atroz de
cadencia (Aleixandre decía que la vida es la juventud y una
larga decadencia). San Pablo nos dice que el hombre querría
saltarse la segunda etapa; cosa imposible. Adelantar la tercera
etapa en la conciencia, con convicción, es base de la espe
ranza. Nos acercamos o se nos acerca el punto de intersección
en que una vida, salvación en proceso, va a desembocar en
otra vida, salvación definitiva. Hay que salvar la vida y salvar
la muerte, para ponerse finalmente, definitivamente, a salvo.
Las cosas creadas cada vez nos sirven de menos. Una
especie de indiferencia psicológica nos va invadiendo. Quizá
sea desinterés, más que indiferencia. Una indiferencia como
libertad y superioridad puede dar paso a una indiferencia
como apatía. Apatía (=apatheia) es falta de pasiones, em
botamiento de emociones.
Ejercicios espirituales para ordenar la vida o para re
formarla periódicamente. Ejercicios espirituales para ordenar
o reformar la muerte. ¿Se puede reformar, ordenar la muerte?
Se puede ordenar por anticipado. Para realizarla más que
padecerla. Es verdad que prepararse «para bien morir» puede
tener una versión piadosa, noblemente devota; no es menos
cierto que ordenar la muerte puede dar contenido y sentido
a los últimos años.
Recuerdo a Saúl (1 Sm 28) a quien acaban de anunciar
su muerte, en el campo de batalla, el día siguiente. Se in
corpora de su posición yacente, ensayo final del morir, y
come para recobrar las fuerzas. Para representar heroica
mente el último acto de su existencia.
Y no olvidemos el aviso de San Juan de la Cruz: «por
la tarde os examinarán en el amor».
Se muere de golpe o se muere por etapas, y estamos en
la recta final. La muerte ¿se padece como violencia extrínseca
o es el último acto vital que da la última definición a la
existencia? Yo he visto un anciano desahuciado que parecía
que no lograba morir, como si no tuviera fuerzas para dar el
último salto, como si ni siquiera pudiera dejarse caer. Se diría
— 12 —
que la vida concentra sus últimas fuerzas para pronunciar:
«está consumado». Esa línea que ha ido trazando nuestro
perfil, definiéndonos, manifestándonos, busca su conclusión
en la muerte. Como en los dibujos infantiles que siguen la
línea de puntos, al morir se juntan los dos cabos y el perfil
queda completo: tales fuimos, tales somos. Dice Jesús ben
Sira, el Eclesiástico (11,28): «Antes de que muera, no de
clares dichoso a nadie: en el desenlace se conoce al hombre».
El refrán castellano reza: «Antes que acabes, no te alabes».
La última etapa puede ser lenta o vertiginosa, puede
discurrir vacía o podemos llenarla. Podemos dejamos resbalar
hacia atrás, contemplando el paisaje que se nos escapa y se
aleja por delante. Como cuando viajamos de espaldas al mo
vimiento, en el descansillo del último vagón, en la popa del
barco. Las líneas paralelas de los raíles corren a juntarse en
la lejanía, la estela que trazamos va sorbiendo nuestra exis
tencia.
«Que la vida se tome la pena de matarme, ya que yo
no me tomo la pena de vivir» dijo un día Manuel Machado.
No sea así. Hay que ordenar la muerte; no basta deslizarse
por la pendiente, suave o escarpada, de la tercera edad.
Al contrario, hay que emprender una marcha ascenden
te, como la de Jesús según Lucas 9,51: «Cuando iba llegando
el tiempo de que se lo llevaran a lo alto, se encaró decidido,
camino de Jerusalén». Ir a Jerusalén es subir; desde donde
seguirá subiendo, ascendiendo. Para ello hace Jesús un gesto,
adopta un ademán enérgico, «endurece el rostro». Nada de
dejarse resbalar. Es verdad que Jesús no alcanza la tercera
edad, porque quiere morir joven. Pero en la anticipación
consciente de la muerte, en la decisión de ascender, es tam
bién nuestro modelo.
¿Hacia dónde ascendemos? Abro la ventana, y entra con
el aire el paisaje; abro la puerta de casa y salgo al corral;
abro el portal del corral y salgo al descampado. Abro la puerta
del planeta y salgo al espacio (que es como un descampado
de nuestra poblada tierra). Abro la última puerta del espacio
y salgo a... Morir es como un viaje ultraplanetario, dejando
— 13 —
atrás este espacio y este tiempo. Hay que hacer preparativos
para el viaje: ejercicios para ordenar la muerte.
San Ignacio nos ofrece otra meditación fundamental,
que titula del Llamamiento: «el que quiera vivir conmigo».
Podemos sustituir «llamamiento» por llamada o vocación (de
vocare). Como hay una llamada para vivir, hay una llamada
para morir. También morir puede ser una vocación.
En el vacío del no ser, en el cóncavo caos del no existir,
donde no éramos ni existíamos, resonó una voz que nos
llamaba a vivir, y respondimos existiendo. «El Dios que da
vida a los muertos, y llama a la existencia a lo que no existe».
(Romanos 4,17). Vivir es una vocación. Lo de Jeremías vale
analógicamente para todos: «Antes de formarte en el vientre,
te escogí» (Jr 1,5).
Si el puro vivir es una vocación, dentro de nuestra vida
surgen otras vocaciones: ingeniero o fontanero, inventor o
mecánico. Vocación es ser cristiano y también «vivir con
El». Pues no menos vocación es morir. ¿No es el morir
cristiano escuchar una llamada? «Venid, benditos de mi Pa
dre» (Mateo 25,34). Es el mismo verbo de la vocación de
los apóstoles: «venid a ver». Sí, morir para venir, cerrar los
ojos para ver. «Al despertar me saciaré de tu figura» (Salmo
17,15).
«El que quiera morir conmigo...» Toda muerte es vio
lenta, es la gran y última violencia contra la vida. Aunque
morir fuera un acto vital, sería violento, uno de los más
violentos. La vejez —o tercera edad— anticipa astutamente
esa violencia. Violencia física de enfermedades y el declinar
las fuerzas. Violencia social del retiro forzado, pasar a se
gundo plano, quedarse con papeles secundarios, convertirse
en comparsa. Violencia espiritual de perder la memoria y el
interés. Sentirse inútil, más aún, una carga. Esta violencia
puede resultar más sutil y penetrante que una persecución
desatada o una furia martirial. No permite la satisfacción de
sentirse héroes; no provoca la reacción airosa y esforzada del
inocente calumniado y condenado. De alguna manera, el
14 —
anciano es culpable: culpable de su enfermedad, porque gastó
la salud; culpable de la debilidad, porque apuró las fuerzas;
culpable del desvío ajeno, porque se ha vuelto irritable; cul
pable del olvido, porque no es necesario. Si vivir es un
derecho, haber vivido dos edades parece un delito. Si «el
delito mayor del hombre es haber nacido», parece que «el
delito mayor del viejo es haber vivido». El que entra en la
tercera edad sufrirá la pena merecida.
He ahí algunas violencias a las que se ve expuesto,
sometido, el anciano. Pido prestada la voz de un poeta del
siglo XVII: «Vivo muriendo en brazos de la vida... vida
prestada que en morir se emplea» (Antonio Enríquez Gómez).
Pues bien, la violencia que Jesús sufrió anticipada y concen
trada en unas cuantas horas, el anciano la ha de vivir y tolerar
espaciada y casi rutinariamente. ¿Podrá convertir la rutina en
fortaleza?, ¿podrá llegar al heroísmo sostenido? «El que quie
ra vivir conmigo, el que quiera morir conmigo...»
Por si fuera poco sufrir tales violencias, el hombre de
la tercera edad tiene que enfrentarse con sus demonios in
teriores. En el desierto de los años canos, le sale al paso un
Satán, también viejo y tentador, solapado o descarado. Le
susurra el deseo, la pretensión de que su aridez pétrea sea
tenida por jugosa y nutritiva: «Que los otros te escuchen y
celebren tus salidas, que admiren tu saber acumulado». Ya
que no se encuentra en forma para saltar deportivamente del
pináculo del templo, su Satán a la medida le sugiere que
cuente sus increíbles acciones del pasado: «Cuando yo era
joven... recuerdo que una vez...» O le induce a adquirir y
conservar posesiones, aun sin usarlas, imaginando que suplirá
con poseer lo que le falta de ser.
Otro día el Satán de tumo le enseña a denigrar los tiem
pos presentes. El renombrado Eclesiastés, un maestro que en
la tercera edad conservó la sensatez en medio del desencanto,
aconseja a un joven: «Acuérdate de tu Hacedor durante tu
juventud, antes de que lleguen los días aciagos y alcances
los años en que dirás: No les saco gusto» (Ecl 12,1). No dice
— 15 —
que los tiempos son malos, sino que no les saca gusto. Lo
que está malo es su paladar. Algo parecido le responde Bar-
zilay a David cuando éste le invita, en pago de sus servicios,
a pasar la vejez en la corte:
«Pero ¿cuántos años tengo para subir con el rey a Je-
rusalén? ¡Cumplo hoy ochenta años! Cuando tu servidor
come o bebe, ya no distingue lo bueno de lo malo, ni tampoco
si oye a los cantores o cantoras. ¿Para qué voy a ser una
carga más de su majestad? Pasaré un poco más allá, acom
pañando al rey, no hace falta que el rey me lo pague. Déjame
volver a mi pueblo, y que al morir me entierren en la sepultura
de mis padres. Aquí está mi hijo Quimeán: que vaya él, y
lo tratas como te parezca bien» (2 Samuel 19,35-38).
Contra los demonios interiores tiene el anciano ángeles
a su servicio. ¿Por qué a los ángeles los representan siempre
jóvenes y al diablo viejo? Suena a discriminación. Tendrá
que haber ángeles especiales para la tercera edad. Los que
aconsejan: contra el afán de poseer, desprendimiento, anti
cipando el desprendimiento final; contra vano honor, silencio
o discreción, aliento y apoyo a los jóvenes; contra irritación,
comprensión y tolerancia.
A propósito: el gran aliado de la Muerte es el diablo,
mientras que los ángeles son aliados de la vida. «Por envidia
del diablo entró la muerte en el mundo» (Sabiduría 2,24);
«el diablo fue asesino desde el principio» (Juan 8,44). Dicen
que hay también un ángel de la muerte: es el que nos conduce
a realizar nuestra muerte, más que a padecerla o dejarla venir.
Muerte como llamada, vocación personal.
Hace más de setenta años escribió Rilke una página que
vale la pena copiar aquí:
«Este selecto hotel es muy antiguo: ya en tiempos de
Clodoveo se moría aquí en varias camas. Ahora se muere
en quinientas cincuenta y nueve camas. Naturalmente, en
serie. Con tan enorme producción, cada muerte aislada no
queda tan bien elaborada, pero no se trata de eso. Lo que
importa es el número. ¿Quién da hoy algo por una muerte
bien elaborada? Nadie. Incluso los ricos, que, sin embargo,
16 —
se podrían permitir morir con todo detalle, empiezan a ha
cerse descuidados e indiferentes: el deseo de tener una muerte
propia se hace cada vez más raro. Un poco más, y se hará
tan raro como la vida propia. Dios, todo está ahí. Se llega,
se encuentra una vida hecha, no hay más que ponérsela. Uno
quiere marcharse o está obligado a ello, entonces ningún
trabajo: Voilà votre mort, Monsieur. Se muere a medida que
se llega; se muere la muerte que corresponde a la enfermedad
que se tiene (porque, desde que se conocen todas las enfer
medades, se sabe también que los diversos desenlaces letales
corresponden a las enfermedades y no a las personas; y el
enfermo, por decirlo así, no tiene nada que hacer).
En los sanatorios, donde se muere con tanto gusto y
con tanto agradecimiento hacia médicos y enfermeras, se
muere una de las muertes preparadas por el establecimien
to...» (Los apuntes de Malte Laurid Brigge. Traducción de
J. M. Valverde).
El cristiano ha de cultivar una relación personal con
Jesucristo. Los ejercicios de San Ignacio son en gran parte
el cultivo concentrado de esa relación. La relación se esta
blece y mantiene con el Señor resucitado y glorificado, pre
sente en la Iglesia y en nuestra vida; pero se articula pro
yectándose a la vida terrena de Cristo, a los «misterios de la
vida de Cristo». Pues bien, la relación entre dos personas se
define también por la edad de ambos: de niño a niño, de
joven a adulto, de anciano a niño, etc. La relación con Jesús
entra necesariamente en ese dinamismo. Un niño siente a
Jesús infantilmente; un joven, juvenilmente; un adulto, ma
duramente. ¿Un anciano? No quiero pronunciar la palabra
«senilmente».
El poeta argentino Luis Bemáldez repite en un villancico
este estribillo: «Dios mío, Dios mío, hoy eres hijo mío». Es
decir, hijo de la Humanidad. El poeta en ese momento se
siente hombre y padre como tantos otros; siente que su pa
ternidad es participación en la gran fecundidad humana, don
de la infinita fecundidad divina, «de quien procede toda pa
ternidad» (Efesios 3,15). En la multitudinaria paternidad y
maternidad humanas se inserta el «hijo de la humanidad», y
en cierto modo el poeta es su padre: «Hoy eres hijo mío».
— 17
Han pasado los años, me encuentro en edad y afectividad
de abuelo. El abuelo siente reflorecer su carne en el nieto,
se siente padre vicariamente. Afectivamente, a veces es más
padre el abuelo. También ser abuelo es una forma de pater
nidad. ¿Me atrevo a decirlo? «Dios mío, hoy eres nieto mío»;
y dejo fluir dulce y melancólicamente los afectos propios de
la edad.
El abuelo se está retirando: o es inútil o estorba. Pero
llega el nieto, y el abuelo comienza de nuevo a ser útil en
algunos servicios sencillos: cuidar, asistir. Y, sobre todo,
envolviendo en un afecto que el niño siente y aprecia y asi
mila. «Dios mío, hoy eres nieto mío». Cuando al abuelo le
toque marcharse, quedará Jesucristo: hijo y nieto de todas
las generaciones de las que se hace contemporáneo.
Un día Moisés tiene que despedirse de la tierra y de la
vida. De la tierra prometida, adonde no podrá entrar; de la
vida, que parece truncada. Sube a la montaña a contemplar
desde lejos, desde arriba, la tierra prometida. También desde
la altura de sus años de anciano. Antes de morir se le llenan
los ojos de aire marino, de luz gloriosa, de paisaje rendido:
«duermen cumbres y valles su costumbre». Y además se llena
de futuro. Sobre la cumbre de la montaña, soberbio pedestal
para su figura gigantesca, contempla Moisés el comienzo de
una nueva era. Y acepta la muerte.
Siglos más tarde, un anciano se acerca a la muerte. Antes
sube al monte del templo «más alto que todas las montañas»
(Isaías 2,2). Allí se encuentra con una madre y un niño. Lo
toma en sus brazos y siente un peso infinito y dulcísimo:
todo el futuro está en sus brazos. E invoca sereno la muerte.
El Mesías tiene que crecer, Simeón, el Antiguo (viejo) Tes
tamento, se retira para dar paso al Nuevo.
Cuando yo me retire definitivamente, seguirá naciendo
y creciendo Jesucristo, niño con los niños, joven con los
jóvenes y con los adultos y con los ancianos. «Dios mío,
Dios mío, hoy eres nieto mío».
— 18 —
PRIMERA PARTE
MEDITACIONES
DE
SALMOS
ADVERTENCIA PRELIMINAR
— 21
daron los salmos definitivamente marcados. Rezando los sal
mos, Jesús abre un nuevo capítulo de prosopología y apro
piación. Los comentaristas antiguos apuran las distinciones
preguntando: ¿En nombre de quién habla? —En nombre pro
pio, de la Iglesia, de los que sufren, de los que piden perdón.
Al apropiarme yo el salmo, entro en el juego de la
prosopología, de algún modo me vuelvo personaje, aunque
no ficticio, y aporto mi personalidad. Ni quiero ni puedo
prescindir de ella. Puedo rezar en nombre propio, de la Igle
sia, en nombre del hermano perseguido o afligido. Siempre
hago mío el salmo y necesariamente le imprimo el tono de
mi voz, el aliento de mi emoción. Supongamos que ahora
me toca rezarlo como anciano en el seno de la Iglesia. Pues
bien, unos cuantos salmos están explícita o implícitamente
pronunciados por ancianos. Otros cobran una modalidad se
mejante al pronunciarlos nosotros. No estamos continua
mente pensando en la edad; la vivimos tranquilamente sin
necesidad de restregarla en la conciencia. Un buen comen
tario a los salmos servirá a cualquiera que lo estudie y maneje.
Lo que pasa es que en estas páginas intento ofrecer algo
específico para la tercera edad, y por eso tengo que ponerme
un poco pesado. (Hago constar que, mientras redacto estas
páginas, se está imprimiendo un comentario mío, amplio, a
los salmos 1-72). Podemos decir sencillamente: aquí estoy
ante Dios; no hace falta aclarar cada vez: aquí está este an
ciano ante Dios.
— 22 —
*
Salmo 1: Un camino y un destino
— 23 —
Aunque el destino está cerca, nos queda un tramo. Por
tanto, según los Proverbios,
4,25 Que tus ojos miren de frente
y tu mirada se dirija hacia adelante.
— 24 —
Salmo 4: Horizonte dilatado
— 25 —
Tú que en el aprieto me diste holgura, no permitas que
ahora me someta de nuevo a la estrechez. Dame tu holgura,
que se vaya dilatando sin término. Sean mis dimensiones «la
anchura y largura, altura y profundidad» de Jesucristo (Ef
3,18). Largura que nunca acabaremos de recorrer, anchura
que nunca abarcamos, profundidad del misterio, altura del
destino. Sé tú mi espacio, en el cual «yo viva y me mueva y
exista» (Pablo en el Areópago, Hechos 7,27).
El segundo símbolo es el sueño. El sueño es, curiosa
mente, ambivalente. Es descanso, pero nos deja inactivos;
nos cierra los ojos y nos abre la fantasía; es alivio presente,
pero imagen y premonición de la muerte; es liviano y puede
convertirse en pesadilla. Tú, Señor, me haces vivir tranquilo;
me infundes una paz que me hace dormir enseguida, sin
preocupaciones, libras mi sueño de pesadillas. ¿Y dónde dejo
la imagen de la muerte? Jeremías amenaza en 51,57: «dor
mirán un sueño eterno sin pesadillas». Yo confío que no será
así. Cuando me llegue el último sueño, tú vendrás a velarme
hasta que despierte a la mañana sin término, a la realidad
que superará todos mis sueños.
— 26 —
Salmo 5: Me quedo aguardando
— 27 —
Salmo 6: Pon a salvo mi vida
— 28 —
Salmo 8: Admirados ante el hombre
— 29 —
haya explotado hace setenta mil años, ¿no produce el vértigo
de la distancia? El universo estelar que nosotros conocemos
es mucho más maravilloso que el que observa el niño ig
norante o el antiguo autor del salmo 8. Si puedo contemplar
extasiado, anodadado, puedo alabar a Dios con boca de niño.
Y puedo preguntar con más lucidez y gratitud:
5 ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él,
el ser humano para que te ocupes de él?
— 30 —
Salmo 12: Palabras auténticas
— 31 —
La publicidad halaga a todos los sentidos juntos, elevados a
potencia por la imaginación, para persuadir a comprar el
producto; a veces utiliza el halago subliminar, del que es
difícil defenderse. Artistas y deportistas se glorían de ser los
mejores, alegando méritos reales o ficticios. Y por encima
de todo, los medios de comunicación como instrumento de
poder. Quien controla los medios de comunicación, controla
el mercado y la opinión pública: la lengua es nuestro poder.
Es dificilísimo defenderse del asedio. Somos ciudadanos ase
diados en sociedades que se dicen libres. Y es tan difícil
defenderse del poder externo, porque somos cómplices del
enemigo. Los asediantes cuentan con una quinta columna,
los defensores de la no resistencia. ¿Por qué se recurre con
tanta desfachatez al engaño? Porque el hombre quiere ser
engañado: homo decipi vult. ¿Por qué resulta tan eficaz la
mentira disimulada y medida? Porque la gente la cree. ¿Por
qué, engañados una y otra vez, no acaban de aprender? Por
que quieren, necesitan creerlo. No todo es así, desde luego:
hay informadores honestos y críticos. Su ayuda es preciosa
para quien quiere recibirla. Pero sucede que no es fácil re
conocerlos.
En el Antiguo Testamento, al socaire del profeta autén
tico surge el falso profeta, pesadilla de profetas como Mi-
queas, Jeremías o Ezequiel. Jeremías los denuncia en su
invectiva del cap. 23:
14 adúlteros y embusteros que apoyan a los malvados
para que nadie se convierta de la maldad.
21 Yo no envié a los profetas, y ellos corrían;
no les hablé, y ellos profetizaban;
22 si hubieran asistido a mi consejo,
anunciarían mis palabras a mi pueblo
para que se convirtiese del mal camino.
16 No hagáis caso a vuestros profetas, que os embaucan:
cuentan visiones de su fantasía,
no de la boca del Señor.
Ezequiel analiza el fenómeno y descubre casos en que
el falso profeta llega a creerse el producto de su fantasía y
espera que se cumpla:
— 32 —
13.6 Visionarios falsos, adivinos de embustes,
que decían «oráculo del Señor»
cuando el Señor no los enviaba,
esperando que cumpliera su palabra.
Volvamos al salmo 12, que con sus enunciados gené
ricos y simplificados es plenamente actual. ¿Qué nos ofrece,
en cambio? Algo simple y categórico:
7 Las palabras del Señor son palabras auténticas,
como plata limpia de ganga, refinada siete veces.
La palabra de Dios que se nos ofrece en los libros sa
grados, Antiguo y Nuevo Testamento, y la palabra del Es
píritu que nos habla por dentro.
Entonces, ¿por qué multiplico yo mis palabras en vez
de dejar hablar directamente a la Biblia? No sería mejor
callarse y entregar el libro de los salmos para el rezo y la
meditación? Quizá sirvan nuestras palabras para conducir de
la mano al lector hasta el santuario de la Palabra. Si es así,
nuestras palabras cumplirán su destino cuando cesen, cuando
llegue el momento de la verdad, es decir, cuando el lector o
meditador se quede solo y en silencio con la palabra de Dios.
Que no ceje hasta experimentar él mismo que «las palabras
del Señor son palabras auténticas». En una ocasión dramática
confiesa Jeremías:
15.6 Cuando recibía tus palabras, las devoraba;
tu palabra era mi gozo y alegría.
A Ezequiel le manda Dios en una visión comer el rollo
con el mensaje escrito que debe proclamar: 3,3 «Lo comí y
me supo en la boca dulce como la miel». Que el lector no
escuche más lo que yo digo, que coma y saboree la palabra
de Dios. Sin olvidar el final enérgico de este salmo 12:
8 Tú nos guardarás, Señor,
nos librarás para siempre de esa gente,
9 de esos malvados que merodean
como sabandijas en tomo a los hombres.
— 33 —
Salmo 13: ¿Qué impaciencia?
— 34 —
No me libres, Señor del sueño, no me libres de la muerte.
Líbrame de un sueño mortal, de una muerte que me desva
nezca como un sueño. No me libres de soñar contigo ni de
una muerte maciza, túnel o puente hacia tu reino. Líbrame,
con tu sueño, de mis ensoñaciones, líbrame con la muerte
de mi mortalidad,
6 pues yo confío en tu lealtad,
mi corazón se alegra con tu salvación,
y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho.
— 35 —
Salmo 16: Intimidad
— 36 —
Y del futuro ¿qué será? El orante da un salto prodigioso,
que parece trasladarlo al contexto del Nuevo Testamento, o
pronuncia palabras que dicen más de cuanto él piensa o ba
rrunta. Palabras que nosotros vamos a pronunciar con pleno
derecho y sentido. Pues el que ha vivido en intimidad con
Dios no podrá ser ciudadano perpetuo del reino de la muerte:
— 37 —
gozo perpetuo en tu presencia, Señor, es todavía futuro para
mí. Pero la esperanza anticipa una menuda participación, que
se infunde por dentro y colma el corazón, se desborda y se
derrama en la carne. Porque me colmarás, Señor, y yo lo
sé, ya me estás colmando. El gozo futuro y próximo es
incomparable, pero mi capacidad actual es limitada y necesita
menos para colmarse. Cuando recorra hasta el fin el sendero
de la vida, tendrás que ensanchar mucho mi capacidad para
que me quepa tanto gozo a tu derecha.
— 38 —
Salmo 17: Me saciaré de tu semblante
— 39 —
«El que me come tendrá más hambre; el que me bebe tendrá
más sed» (Eclo 24,21).
Al despertar, dice el salmo. Pablo nos amonesta:
Rom 13,11 Ya es hora de despertar del sueño,
porque ahora tenemos la salvación más
cerca que cuando empezamos a creer.
12 La noche está avanzada, el día se echa encima;
dejemos las actividades
propias de las tinieblas
y pertrechémonos para actuar en la luz.
— 40
Salmo 19: ¿Culpable? ¿Inocente?
— 41 —
al que no queremos bajar ni asomamos, no lo dejamos ilu
minar. Nuestra conciencia vigila las puertas para que no sal
gan y suban a visitamos nuestros fantasmas. Tenemos miedo
a ver y confesar lo que hay debajo de nuestra conciencia. Y
si algo asoma, conocemos el mecanismo para neutralizarlo:
racionalizándolo, es decir, buscando razones para justificarlo
o disculparlo; sublimando, es decir, disfrazándolo de nobleza
y altruismo. Un proverbio dice: «La conciencia humana es
lámpara del Señor que sondea lo íntimo de las entrañas»
(Prov 20,27). Reconozcamos al menos globalmente lo que
se nos oculta, lo que a Dios no se oculta, y pidamos: «Ab
suélveme de lo que se me oculta».
Tercero, es el pecado a sabiendas, arrogándose el de
recho a decidir contra la autoridad de Dios. Arrogarse es
atribuirse una autoridad que no le compete a uno: en este
caso, una autoridad contra la de Dios. Con lo cual nos de
claramos señores y nos hacemos esclavos. Porque el pecado
es una potencia que quiere dominamos (Gn 4,7). Y Juan dice
que «quien comete pecado es esclavo del pecado» (Jn 8,17).
Al final de la primera carta de Juan leemos:
5,16 Si uno se da cuenta de que su hermano peca en algo
que no acarrea la muerte, pida por él, y Dios le dará vida.
Digo los que cometen pecados que no acarrean la muerte.
Hay un pecado que acarrea la muerte; no me refiero a ése
cuando digo que rece. 17Toda injusticia es pecado, pero hay
pecados que no acarrean la muerte.
— 42 —
Salmo 23: Mi pastor y anfitrión eres tú
— 43 —
Camino-hospedaje-nuevo camino-morada: es fácil pro
nunciar estos versos en cualquier coyuntura de la vida, porque
estamos siempre en camino. Breves paradas para comer y
beber, como Elias, para reposar y fortalecemos con una un
ción. No podemos tiramos rendidos en el camino; no po
demos en estos parajes hacer definitivo nuestro hospedaje.
Aunque el Señor sea nuestro anfitrión, que nos agasaja con
su mesa y su copa, aunque nos ofrezca su protección frente
a los enemigos, todavía no estamos definitivamente en la
casa del Señor.
Queda camino por recorrer. Puede ser que quede toda
una etapa nueva, y eso puede depender de nosotros. Supon
gamos que ha cambiado nuestra situación en el trabajo, en
la familia; que disponemos de más tiempo, que tenemos me
nos responsabilidades. ¿Qué hacemos con nuestro tiempo y
cualidades?, ¿con los conocimientos acumulados y las ha
bilidades adquiridas, con la experiencia? Sería el momento
de sentarse a planear para el futuro. Quizá no haga falta una
nueva educación ni un reciclaje. Vamos a planear lo que
podemos hacer para nosotros y para otros. Para nosotros,
tantas cosas que no pudimos hacer por falta de tiempo. Tam
bién para otros. En nuestra cultura actual, especialmente en
la vida urbana, uno de los bienes más preciosos, por escasos,
es el tiempo: cuántas cosas nos negamos a nosotros y a los
demás por falta de tiempo. Gran parte de ese tiempo precioso
se nos va en traslados y esperas; y en el poco tiempo libre
de que disponemos sólo tenemos ganas de relajamos y dis
traemos. Pues bien, empieza una etapa en que vamos a ser
ricos de tiempo, más ricos que los demás. Nos queda más
de medio mundo por descubrir y conquistar. Vamos a mirar
a Elias. Perseguido a muerte por la consorte real, Jezabel,
huye hacia el sur, alcanza la frontera de la vida urbana y el
desierto, deja a su criado, se adentra en la soledad, sigue
adelante y pide a Dios morir: está cansado, hastiado de vivir:
— 44 —
Dios le envía un ángel que le lleva pan y agua; el profeta
come y se duerme. Pero el ángel lo despierta y le manda
seguir, porque le queda un largo y arduo camino. Le falta lo
mejor y más difícil: la subida a la montaña para encontrarse
con Dios. Como en el salmo 23, la parada ha sido tan sólo
un alto en el camino para cobrar fuerzas y emprender la
nueva, la gran etapa.
Voy a emprender una nueva etapa, Señor. Que sienta
tu presencia y el toque de tu vara si el camino es oscuro.
Que tu Bondad y Lealtad me escolten todos los días de mi
vida. Aunque me falten muchas cosas, nada me falta, porque
tú vas conmigo. Aunque mi cabeza esté cana y mi vida sea
gris, tú me recuestas en verdes praderas. Aunque el senti
miento y la ilusión aridezcan, tú me llevas a fuentes tran
quilas. Si tengo hambre, me sientas a tu mesa; si tengo sed,
me alargas tu copa. Después de visitarte puedo comenzar una
nueva etapa: la penúltima. Porque la última será habitar en
tu casa por años sin término. (Véase también el Salmo 84).
— 45 —
Salmo 25: Recordar y sentirse perdonado
— 46 —
¿quién te pudiera soñar?» Digamos nosotros: «Juventud de
sorientada, ¿quién te pudiera enmendar?» De vez en cuando,
el recuerdo global de nuestros pecados, el recuerdo individual
de algunos, puede ser ejercicio de humildad y agradecimien
to. Porque no se trata tanto de sentirse pecador cuanto de
sentirse perdonado. También este sentimiento mezcla dolor
con consuelo.
El orante del salmo 25 proyecta en Dios su experiencia
humana del recuerdo y le pide que no se acuerde de los
pecados de la juventud (como si Dios fuera coextensivo con
el tiempo del hombre). Si Dios va a practicar el ejercicio de
su memoria, que su objeto no sean los delitos del hombre,
sino las exigencias de su Bondad:
— 47
4 Indícame tus caminos, Señor,
enséñame tus sendas;
encamíname fielmente, enséñame.
8 El Señor es bueno y recto
y enseña el camino a los pecadores,
9 encamina a los humildes por la rectitud,
enseña a los humildes sus caminos.
— 48 —
Salmo 27: Contra el miedo, la esperanza
— 49 —
El miedo es componente del ser humano, porque está
vinculado al instinto de conservación. Sobreponerse al miedo
es también componente humano, vinculado a la razón. En el
libro de la Sabiduría, en el episodio de las tinieblas, el autor
intenta describir y analizar el miedo: el miedo de los cul
pables:
— 50 —
En la misma vena, con el mismo estilo alejandrino,
continúa el capítulo.
Cada edad tiene sus miedos, porque el temor es com
pañero de toda nuestra vida. Con indulgencia nos reímos
ahora de aquellos miedos infantiles: el largo pasillo oscuro,
el dormitorio solitario, lo desconocido. El adolescente y el
joven tienen empeño en no sentir miedo o no mostrarlo: «Es
que tienes miedo. —¿Miedo yo? Ahora verás». Quizá el
hombre maduro logre un cierto equilibrio de señorío sobre
sus miedos, o al menos de digna convivencia con ellos. Tam
bién la vejez se topa con sus miedos. Como si lo hubieran
esperado en ese recodo tardío de la vida: «Por fin llegaste,
te esperábamos. Aquí nos tienes para acompañarte, no nos
puedes alejar» ¿Cómo vive el anciano sus miedos?
En nuestros exámenes de conciencia no solemos revisar
nuestros miedos. ¿Por qué? Examinamos y confesamos nues
tros deseos malvados: codicia, ambición, lujuria. Los deseos
son de cosas que nos parecen buenas, los miedos de cosas
que consideramos malas. Los estoicos trazaban un cuadri
látero de las pasiones: deseo de un bien que no poseemos,
miedo del mal que amenaza, gozo del bien poseído, pena del
mal padecido. En nuestra vida espiritual atendemos bastante
a los deseos: «he tenido malos deseos»; también observamos
cómo soportamos los males: «he sido impaciente»; a veces
nos queda un resquicio de atención para los gozos: «me he
alegrado del mal ajeno». ¿Para los miedos qué queda? A
Jeremías le ordena Dios: «No les tengas miedo, que, si no,
yo te meteré miedo de ellos» (Jr 1,17). En el evangelio es
cuchamos:
Mt 10,28: Tampoco tengáis miedo a los que matan el
cuerpo pero no pueden matar la vida. Una vez conocidos y
confesados, viene el esfuerzo por sobreponerse a los miedos
fundados y expulsar los infundados. Conocí a una persona
que tenía miedo de sucesos posibles; yo le argüía que hay
que temer sólo lo probable, lo bastante probable. Para so
breponemos, tenemos, sobre todo, el recurso de la oración;
y aquí entra el salmo 27: Si todavía vivían sus padres, el
— 51 —
orante sería joven o adulto; pero la referencia puede ser simple
encarecimiento:
10 Aunque mi padre y mi madre me abandonen,
el Señor me recogerá.
— 52 —
Salmo 30: Sacaré más gusto a la vida
— 53 —
¿Realmente? ¿Qué significa para siempre? Para el orante
del AT significa de por vida. ¿Y cuánto durará aún su vida?
Después del llanto viene el júbilo, tras la tarde y la noche
amanece; pero una noche se cerrará para él y no amanecerá:
«Yo pensaba muy tranquilo: No vacilaré jamás» Pensamiento
vano: para siempre significa «mientras viva», y vivir es ca
minar hacia la muerte. Esa es la dirección del movimiento
en el salmo, tal como lo rezaba el orante del AT.
Pero cuando el cristiano lo pronuncia, ha sucedido una
inversión trascendental de sentido. Cuando Cristo muere y
resucita, se consuma la gran revolución. Tras la tarde de la
muerte amanece la mañana de la resurrección, del día sin
ocaso:
— 54 —
La medicina, la higiene, la cirugía modernas hacen que
sin milagros se cumpla el designio que enuncia el salmo:
«Señor Dios mío, te pedí auxilio y tú me sanaste». El péndulo
de la vida, que estaba para detenerse y dejar de pulsar, recobra
su movimiento, lento, creciente, amplio. Y vuelve a oscilar
del llanto al júbilo, del luto a la danza, quizá con otro ritmo.
Otra vez puedo alabar a Dios y tengo un nuevo motivo para
darle gracias. Señor, me queda mucho más que agradecerte,
necesito mucho tiempo para darte gracias, necesito todo el
tiempo o una duración sin término, porque cada canción mía
en tu honor es una nueva gracia tuya. Señor, no me dejes en
el polvo, que necesito darte gracias por siempre.
— 55 —
Salmo 31: En tus manos están mis azares
-5 6 —
su puesto vacante; si ya no vale, porque los otros tienen razón.
Y sin ello, porque uno se compara con lo que fue y le duele
ser ahora inútil, una carga. ¿Queda algo más? ¿Cómo me
trata Dios en esta coyuntura?
23 Yo decía en mi ansiedad:
Me has echado de tu presencia.
— 57 —
21 en tu asilo personal los escondes
de las conjuras humanas,
los ocultas en tu tienda
frente a las lenguas pendencieras.
— 58
Salmo 32: La dicha de estar perdonados
— 59 —
5 Te manifesté mi pecado, no te encubrí mi delito.
Propuse: confesaré al Señor mi culpa;
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.
— 60 —
Salmo 33: Un cántico nuevo, sin hastío
— 61 —
1 Aclamad, los honrados, al Señor,
que la alabanza es cosa de hombres buenos.
2 Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas.
3 Cantadle un cántico nuevo
acompañando los vítores con bordones.
— 62
Al final del libro de Isaías, Dios anuncia una nueva
creación total:
65,17 Yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva.
— 63
El vidente del Apocalipsis, al contemplar la gloria de
finitiva, anuncia y entona un canto:
21,1 Vi entonces un cielo nuevo y una tierra nueva, por
que el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido,
y el mar ya no existía.2Y vi bajar del cielo, de junto a Dios,
a la ciudad santa, la nueva Jerusalén, ataviada como una
novia que se adoma para su esposo. 3Y oí una voz potente
que decía desde el trono:
Esta es la morada de Dios con los hombres:
él habitará con ellos, y ellos serán su pueblo.
Dios en persona estará con ellos y será su Dios.
4 Él enjugará las lágrimas de sus ojos,
y ya no habrá muerte ni luto ni llanto ni dolor,
pues lo de antes ha pasado.
5 Y el que estaba sentado en el trono dijo:
«Todo lo hago nuevo».
— 64
Salmo 34: Hay sentidos que no se embotan
— 66 —
Salmo 36: ¡Qué inapreciable es tu lealtad!
— 67 —
5 ¿Quién da al asno salvaje su libertad
y suelta las ataduras al onagro?
6 Yo le he dado por casa el desierto
y por morada la llanura salada.
— 68 —
Salmo 37: Venga tu reinado de justicia
— 69 —
22 los que el Señor bendice poseerán una tierra,
29 los honrados poseerán una tierra,
34 él te levantará a poseer una tierra.
— 70 —
Señor, que con los años no me acostumbre ni me resigne
a la injusticia, que no la acepte como fatalidad irremediable,
pero que no me exaspere por los malvados ni envidie a los
inicuos. Que, si no puedo trabajar directamente por la justicia,
al menos rece por ella diciendo: Venga tu reinado de justicia.
— 71 —
Salmo 38: Estoy agotado, Señor
Y Job replica:
— 72 —
Más adelante suplica:
— 73 —
10 Señor mío, mis ansias están en tu presencia,
no se te ocultan mis gemidos.
11 Siento palpitar mi corazón,
me abandonan las fuerzas
y me falta hasta la luz de los ojos.
12 Mis amigos, mis compañeros, mis parientes
por mi dolencia se mantienen a distancia.
13 Me tienden lazos los que atenían contra mí,
los que me quieren mal anuncian desgracias
y todo el día propalan calumnias.
14 Pero yo me hago el sordo y no oigo,
me hago el mudo, no abro la boca;
15 soy como uno que no oye
y no puede replicar.
16 En ti, Señor, espero,
y tú me escucharás, Señor Dios mío.
17 Esto pido, que no se alegren por mi causa,
que cuando resbale mi pie, no canten triunfo.
18 Porque yo estoy a punto de caer
y mi pena no se aparta de mí;
19 Yo confieso mi culpa,
me aflige mi pecado.
20 Mis enemigos mortales son poderosos,
son muchos los que me aborrecen sin razón,
21 los que me pagan males por bienes,
los que me atacan cuando procuro el bien.
22 No me abandones, Señor,
Dios mío, no te quedes lejos.
23 Ven aprisa a socorrerme,
Señor mío, mi salvación.
— 74 —
Salmo 41: Red de solidaridad
— 75 —
Pienso que un cristiano enmendará la petición o cam
biará el contenido de su proyecto, pues lo que merecen los
rivales es, más que nada, compasión, comprensión. Será el
mejor reproche para que aprendan la lección y no vuelvan a
hacer cálculos siniestros.
Ahora volvemos al principio del salmo: ¿qué alegamos
para obtener la salud?, ¿casi para merecerla? El salmo co
mienza con una bienaventuranza (es la tercera que encontra
mos y comentamos; las precedentes, en Sal 1 y 32):
76 —
Para el orante del Antiguo Testamento las dos cosas son
equivalentes. Sin salud no estará en presencia de Dios, por
que, vivo, no puede acudir al templo; muerto, no pertenece
a Dios. Para un cristiano las dos cosas no coinciden nece
sariamente, sino que permiten algunas variaciones. Consér
vame la salud hasta el día en que tenga que trasladarme a tu
presencia: equivale a pedir una muerte rápida, sin larga en
fermedad ni decrepitud. Consérvame la salud mental para
que pueda conocer que estoy en presencia de Dios, y la salud
física para que pueda presentarme ante Dios en actos de culto.
Consérvame la salud ahora y asegúrame que más allá estaré
en tu presencia. Para el cristiano lo más importante es la
segunda parte de la petición, pues sólo en la casa de Dios
podremos decir con plena verdad: Me mantienes siempre en
tu presencia.
— 77 —
Salmo 42-43: Mal de ausencias
— 78 —
¿Dónde está tu Dios?
11 Mis adversarios se burlan del quebranto de mis huesos,
todo el día me preguntan: ¿Dónde está tu Dios?
79 —
Dios? o, lo que es lo mismo, a ver a Dios cara a cara. Mientras
sigo ausente y en camino, que Dios me envíe su escolta, que
su luz y su verdad me conduzcan hasta su morada.
Nuestra relación profunda con Dios ha de consistir en
una tensión. Si deseamos a Dios, es que ya está presente
suscitando el anhelo; si anhelamos a Dios, es que todavía
está ausente y lo echamos de menos. Ausente y presente: la
ausencia sentida es un modo de presencia. No puede ser de
otro modo. No pensemos que podemos contar con Dios y
encontrarlo cuando nosotros decidamos; como si pudiéramos
disponer de él a nuestro gusto. Un Dios así, disponible, no
sería Dios, mi Dios. Si creo poseerlo al decir «mío», deja
de ser Dios, porque lo imagino manipulable. No pensemos
que con abrir la Biblia lo vamos a tener automáticamente
presente, o con hacer una visita al templo o con recibir la
comunión. Si pensamos de ese modo, mejor será que Dios
se sustraiga, y en esos actos nos haga sentir dolorosamente
su ausencia.
Elias tenía familiaridad con Dios, vivía en su presencia.
Un día, huyendo de Jezabel, emprendió una peregrinación
al monte Horeb, al comienzo de la alianza, la mediación de
Moisés. Dios le invita a ponerse a la entrada de una cueva,
porque el Señor va a pasar. Elias sabía las reglas de la
aparición divina, conocía los elementos clásicos de la teofanía
o manifestación de Dios. Cuando sintió un viento tempes
tuoso, lo dio por descontado: ahí viene el Señor. Pero no
estaba el Señor en el viento. Vino después un terremoto, ese
estremecimiento de la tierra cuando siente la cercanía de su
Señor; y Elias lo dio por descontado: ahí viene el Señor. Pero
no estaba el Señor en el terremoto. Entonces vino un fuego,
el elemento por excelencia de la divinidad. —Ahora sí que
se presenta el Señor—. Pero no estaba el Señor en el fuego.
Vino entonces una brisa suave, y Elias se cubrió el rostro
ante el Señor. Elias tiene que sentir primero la ausencia de
Dios allí donde solía y esperaba encontrarlo, para poder re
cibir la nueva revelación en una tenue brisa. Por su parte,
Moisés, en la cumbre de su familiaridad con Dios, sólo pudo
— 80 —
ver, desde la hendidura de la roca, el alejarse de Dios, su
espalda.
En esta vida Dios nos comunica su presencia siempre
mezclada de ausencia. Gradúa la proporción para calmamos
unas veces y excitamos otras. Nos envía como escolta de
viaje su luz y su verdad. Si se aleja, buscamos sus corrientes
de agua para saciar la sed; si se acerca, nos sentimos arro
llados por sus torrentes y su oleaje. En esta alternancia de
afectos repetimos el estribillo del salmo:
6 ¿Por qué te acongojas, alma mía,
por qué te me turbas?
Espera en Dios, que volverás a darle gracias:
«Salvador de mi rostro, Dios mío».
— 81 —
Salmo 44: Con la Iglesia perseguida
— 82 —
anclado e inmóvil en el pasado, como simple recuerdo his
tórico):
4 Porque no fue su espada la que ocupó la tierra
ni su brazo el que les dio la victoria,
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.
5 Mi rey y mi Dios eres tú,
que das la victoria a Jacob.
6 Con tu auxilio embestimos al enemigo,
en tu nombre pisoteamos al agresor;
7 pues yo no confío en mi arco
ni mi espada me da la victoria.
8 Tú nos das la victoria sobre el enemigo
y derrotas a nuestros adversarios.
9 Dios ha sido siempre nuestro orgullo,
y siempre te daremos gracias.
— 83
no lo tasas muy alto.
14 Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean...
84 —
Por eso está implicado su honor, y Dios no puede desenten
derse. Así, con el brío de esa convicción, terminamos gri
tando:
24 Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
27 Levántate a socorremos,
redímenos por tu lealtad.
— 85 —
Salmo 45: De boda
— 86 —
más fácilmente. Si no ha estado casado, que se asome a bodas
de familiares o amigos.
¿Quién es el novio del salmo? Un joven apuesto, el más
bello de los hombres, que cautiva con su modo de hablar:
de tus labios fluye la gracia. El Cantar de los Cantares lo
dice con términos más efusivos:
1,3 Tu fama es un perfume que se esparce
y enamora a doncellas.
4 Queremos festejarte, agasajarte,
ensalzando tu amor, mejor que el vino:
con razón se enamoran las doncellas.
87 —
bién es la Iglesia, que da a luz a los miembros del cuerpo
de Cristo; y, según una tradición persistente, es María, la
madre del novio, del Mesías.
¿Quién es la novia? Una princesa extranjera, preferida
y escogida, entre otras pretendientes, por su belleza. El mayor
argumento para que acepte es la autoridad y el amor del joven
rey: prendado está el rey de tu belleza. A lo cual se añaden
ventajas insignes:
— 88 —
Invitados por el salmo a las bodas del Mesías con la
Iglesia, celebrémoslas con júbilo, como nos dice el Apoca
lipsis:
19,6 Ha empezado a reinar el Señor,
nuestro Dios, soberano de todo.
7 Hagamos fiesta, saltemos de gozo, démosle gloria,
porque han llegado las bodas del Cordero.
8 La esposa se ha preparado, le han regalado
un vestido de lino, puro, esplendente.
9 Dichosos los invitados al banquete
de las bodas del Cordero.
— 89 —
Salmo 47: Bajar para subir
— 90 —
El triunfo de nuestro Señor puede ser un punto de nuestra
meditación gozosa y gloriosa. Es el triunfo de un miembro
de la familia humana, de nuestro hermano mayor. Por él y
en él una parte de la creación asciende glorificada. En ese
punto parecen culminar las montañas, los astros, las galaxias.
En ese momento parece culminar un proceso de millones de
años cósmicos. Como si dijéramos: desde la explosición ini
cial hasta la ascensión de Cristo. Al ascender Jesucristo, se
crean un cielo nuevo y una tierra nueva: cielo, por el nuevo
huésped y Señor humano que lo habita; tierra, porque se ha
llenado de su gloria. Gritos de júbilo, aclamaciones, batir
de palmas, tañer de instrumentos sean el acompañamiento
de esta ascensión.
Ahora, en silencio, pasemos al segundo punto de nuestra
meditación, la aplicación a nosotros. Hay que tomar el hecho
desde más atrás:
— 91
Fasga, desde donde contempló en visión la tierra prometida
y a él negada, donde minió.
La vejez ¿es descenso o ascenso? A veces a los ancianos
les hacen un homenaje, reconocimiento, in extremis, de sus
méritos. En la jubilación se le ofrece al colega un banquete
de honor y melancolía. (Hay quien recibe sólo un homenaje
pòstumo). Es verdad: en conjunto, la vejez es una lenta o
rápida decadencia, un resbalar sin lugar donde agarrarse. Pero
es bajar para subir, porque nos acercamos al gran salto. Sien
do lo último y decisivo la ascensión, podemos anticipar el
movimiento ascensional y transformar nuestra inevitable de
cadencia en ascensión. En la composición del evangelio de
Lucas, la ascensión comienza cuando Jesús se encara con el
futuro y comienza a subir hacia Jerusalén (Le 9), hacia la
cruz, hacia el cielo. En un cosmos circular o esférico y en
movimiento, ¿qué es bajada y qué es subida? Lo que parece
bajada puede ser en realidad parte de un movimiento ascen
dente. ¿Caemos en la sima o nos arrastra la tromba a la cima?
Mucho depende de la posición que tomemos. Incluso en
nuestro modesto mundo planetario y solar, lo que nosotros
consideramos dirección ascendente, los antípodas lo definen
descendente. Algo así en el mundo del espíritu. Ensayemos
a cambiar de posición o de punto de vista. El torbellino
succionó a Elias hacia lo alto, la fuerza de tracción superaba
a la fuerza de gravedad. Los espíritus están sometidos a una
fuerza de gravedad hacia arriba, hacia Dios (¿o está Dios en
el abismo?). A medida que un cuerpo libre de trabas es atraído
por la fuerza de gravedad, su velocidad se acelera. A medida
que nuestro espíritu se acerca a Dios, su velocidad se acelera.
Estáis en vísperas de vuestra ascensión; ya ha comenzado:
batid palmas, aclamad con gritos de júbilo, prorrumpid en
aclamaciones, tañed los instrumentos con maestría: el Señor
reina, y vosotros con él.
— 92 —
Salmo 49: Rescatados
— 93 —
de 150 años, el gato hasta veinte, el perro hasta 35. ¿El
hombre? Según el salmo 90, la media son setenta, y si uno
es robusto, hasta ochenta. Al maestro del salmo 49 no le
interesan los números, sino el hecho. Si la vida termina, no
cuenta mucho la diferencia de edad. Ni cuentan otras dife
rencias. El maestro se va a fijar en las riquezas y la sabiduría.
Pero ¿es necesario un sermón para que nos convenzamos de
ello? Al menos conviene recordarlo. Lo que más censura el
maestro es el sentido de satisfacción que pueden provocar
las riquezas acumuladas, como si ellas fueran el sentido y la
seguridad de la vida:
7 confían en la opulencia
y se jactan de sus inmensas riquezas.
— 94 —
por su vida», piensa en unos cuantos años más de vida. Por
eso el maestro añade esta visión macabra de un pueblo que
había sido comparado a un rebaño guiado y apacentado por
un Jefe, incluso por Dios:
— 95 —
El Abismo es lo mismo que la Muerte. Sus manos cercan al
hombre cuando nace y lo agarran cuando muere. ¿Hay alguien
más fuerte que se los haga soltar?
Is 49,24 ¿Se le puede quitar la presa a un soldado,
se le escapa el prisionero al vencedor?
— 97 —
Salmo 55: Suavemente en paz
13 Si mi enemigo me injuriara,
lo aguantaría;
si me adversario se alzara contra mí,
me escondería de él.
14 Pero eres tú, mi camarada,
mi amigo y confidente,
15 a quien me unía una dulce intimidad.
Entre el bullicio paseábamos
en el templo de Dios.
— 99 —
5 Se me retuercen dentro las entrañas,
me sobrecoge un pavor mortal.
— 100 —
Salmo 57: ¡Inaugura el día sin ocaso!
— 101 —
sepulcro, y es de noche en el mundo. La humanidad se acuesta
entre fieras de odio y egoísmo, entre lenguas afiladas de
engaño y falsedad. Suplica impaciente la salida del libertador,
la resurrección de Cristo. Impaciente se levanta y se incita,
toca y canta sus mejores canciones, apresura el alba, grita al
Señor:
— 102 —
esperando; otros serenos al sentirse maduros para la cosecha;
y también otros ansiosos por encontrar al fin al Señor. San
Juan de la Cruz canta su impaciencia de tal modo que la
convención del género no mitigue la sinceridad del afecto.
Citaré sólo la copla y dos estrofas, dejando al lector que lea
entero el poema y lo medite por su cuenta:
Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
En mí yo no vivo ya
y sin Dios vivir no puedo;
pues sin él y sin mí quedo,
este vivir ¿qué será?
Mil muertes se me hará
pues mi misma vida espero
muriendo porque no muero.
Estando absente de ti,
¿qué vida puedo tener
sino muerte padecer,
la mayor que nunca vi?
Lástima tengo de mí
pues de suerte persevero,
que muero porque no muero.
— 103 —
Salmo 62: El peso real de mi vida
— 104 —
puesto o para afianzarlo y ensancharlo, los hombres se de
dican a derribar al vecino. Derruir es la gran hazaña del
egoísmo:
11 No confiéis en la opresión,
no pongáis ilusiones en el robo.
— 105 —
Quizá los años nos hayan abierto los ojos para apreciar el
valor y peso real de los bienes y de la vida. Al sentimos más
pesados, apreciamos la levedad de la existencia. Vemos que
las riquezas son entretenimiento, distracción, más que lastre
- ponderoso.
Pues con el orante busquemos nuestro punto de apoyo
en Dios. El único punto de apoyo de la contingencia es el
puro ser infinito. El salmista no lo dice en estos términos;
prefiere un lenguaje más físico que metafísico:
— 106 —
su acción en el concurso. Es decir, que todo punto y momento
de ser y de obrar se apoya inmediatamente en el ser infinito.
¿Y qué decir del futuro? Aquí viene la paradoja:
6 Descansa sólo en Dios, alma mía,
porque él es mi esperanza.
— 107 —
Salmo 63: Mi garganta tiene sed de Ti
108 —
de mí. La «garganta» (nepesh) es también el alma. La sed
física es nada comparada con la sed de Dios. Tú sí que eres
mi elemento, por dentro y por fuera, Dios mío. Mi garganta
tiene sed de agua, mi alma tiene sed de Dios. Como la cierva
que busca corrientes de agua, «como tierra reseca, agostada,
sin agua». El agua es la vida, la fertilidad de la tierra: Señor,
¿qué cosecha puedo yo dar si no me riegas y empapas? Con
mis brotes agostados y mi follaje fláccido, reclamo tu riego,
Agua mía. No me basta soñar:
7 Si en el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
es que fuiste mi auxilio.
— 110
contacto de su mano, caliente y firme, y en su mano se me
comunicaba mi padre. O bien, cansado de caminar, lograba
que mi madre me tomara en brazos, y yo respiraba junto a
su pecho. Así y mucho más,
9 mi aliento está pegado a ti
y tu diestra me sostiene.
— 111 —
Salmo 65: Mi Padre sigue trabajando
— - 112 —
bendices sus brotes.
13 Coronas el año con tus bienes:
tus carriles rezuman abundancia.
13 Rezuman los pastos del páramo
y las colinas se orlan de alegría.
14 Las praderas se visten de rebaños
y los valles se visten de mieses
que aclaman y cantan.
— 113 —
colabora en nuestra actividad. Hacia fuera y hacia dentro
podemos enfocar la observación. Como el peso no es inercia,
sino fuerza de atracción siempre activa, como la luz al parecer
inmóvil es energía velocísima, así la gloria de Dios es activa:
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria en acción.
También en la historia está activo el Señor, de manera
patente o discreta:
— 114 —
conciencia y empecemos a celebrar nuestro cumpleaños, que
es aniversario del nacimiento. Correlativamente, el ocaso
significará la muerte: ¿puede llenarse de júbilo? Al menos
con la esperanza cierta:
6 Tú, esperanza del confín de la tierra
y del océano remoto.
— 115 —
Salmo 67: Invocamos tu bendición
— 116 —
Salmo 71: Mirando atrás y adelante
— 117 —
En tiempos bíblicos, gestación y nacimiento eran procesos
mucho más peligrosos que en nuestros días. La madre y el
hijo estaban amenazados por fuerzas que desconocían. Cuan
do la criatura se lograba, sentían los padres más próximo el
auxilio divino: Tú me sostenías. También el salmo 22 expresa
esa convicción:
10 Fuiste tú quien me sacó del vientre,
me tenías confiado en los pechos de mi madre;
11 desde el seno pasé a tus manos,
desde el vientre materno tú eres mi Dios.
— 118 —
bién porque, además de instruirme, me has corregido y no
me has consentido. Lo dicen los Proverbios:
— 119 —
municación. Nos cansamos de leer, no seguimos una con
versación. Nos abandona el interés por participar. Tú al me
nos, Dios mío, no me abandones. Mi vejez te recuerda toda
la actividad que has invertido en mí; al cumplir años, te
recuerdo mi nacimiento. Después de setenta años cuidando
de mí, ¿me vas a abandonar?
— 120 —
5 Fuiste mi esperanza y mi confianza,
Señor, desde mi juventud.
13 Yo seguiré esperando, redoblaré tus alabanzas.
**
— 121 —
SEGUNDA PARTE
VIÑETAS BIBLICAS
DE
ANCIANOS
ENTRADA
125 —
en desarrollo. Dios nos sigue modelando a lo largo de la vida,
también durante la vejez. Especialmente si tenemos en cuenta
que la Biblia emplea la misma raíz ysr para designar el tem
peramento y la mentalidad. El modelado no está concluido,
hay que darle la última mano. Job se quejaba a Dios desde
su terrible enfermedad:
10,8 Tus manos me formaron, ellas modelaron
todo mi cuerpo ¿y ahora me aniquilas?
— 126 —
1. Simeón
— 128 —
representa también lo mejor de Israel. Para él vale lo de Amós
3,7: «No hará cosa el Señor sin revelar su plan a sus siervos
los profetas».
También nosotros seguimos viviendo, hemos superado
los 66 años. Quizá porque nos ha tocado vivir en una época
que ha alargado considerablemente la vida media (en nuestros
países). Quizá porque una operación oportuna alejó o removió
el peligro de muerte. Quizá por herencia o constitución ro
busta: Los años del hombre son setenta y, si es robusto, hasta
ochenta (Sal 90). Son razones poco significativas. ¿No tiene
otro contenido esta etapa de nuestra vida? ¿Nada más vivir
porque sí, para seguir viviendo? Simeón nos enseña a llenar
de sentido la ancianidad de cara al futuro. Objetamos: El
Mesías ya vino hace siglos, no nos toca esperarlo. A la
esperanza ha sucedido la memoria, lo cual es también signo
de nuestra ancianidad. Por otra parte, si nos referimos al
segundo adviento o parusía, el encuentro nos llegará a su
hora: no tenemos que apresurarlo ni esperarlo con impacien
cia. Sencillamente, basta aguardarlo.
La objeción o disculpa no vale, y lo vamos a comprobar
los dos advientos. Jesús nació hace siglos; sin embargo, el
misterio de su nacimiento se repite calladamente en la his
toria. Hemos conocido ancianos que prolongaban su vida para
ver al nieto esperado, al primogénito de la hija más pequeña,
a la primera nieta después de varios nietos. Es que el naci
miento del nieto repite por semejanza el nacimiento del hijo.
En nuestra vida espiritual, quizá Cristo no ha acabado de
nacer del todo, o tiene que nacer otra vez. O bien el Mesías,
que ha nacido para nosotros, no ha nacido todavía para per
sonas de la familia, de la sociedad, y a nosotros nos toca ser
mediadores de ese nacimiento. Como si la anciana fuera
comadrona espiritual de otro nacimiento cristiano. Sócrates
pretendía hacer de comadrona intelectual alumbrando cono
cimientos en sus discípulos. El anciano que posee la fe en
Jesucristo puede todavía difundirla y comunicarla, multipli
cando así el nacimiento de Cristo; como hacía la profetisa
Ana.
— 129 —
Mirando ál otro extremo, esperamos nuestra parusía per
sonal, el encuentro definitivo con Jesucristo glorificado. Po
demos imaginar que él viene, o que nosotros vamos, o que
los dos salimos al encuentro. Para ello hay que prepararse.
Podemos llenar con los preparativos el tiempo que resta: hay
que comprar aceite para los candiles, hay que rematar el
negocio de los talentos. Para ello ¿no se nos ofrece como
consejero y confidente el Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo?
Muchos textos de la Biblia nos los tiene que explicar con
alcance personal. Tiene que cultivar en nosotros la sensatez:
— 130 —
llenando de sentido sus últimos años. Un día, pronto, se
cambiarán los papeles: seremos gloriosamente niños, hijos;
y él, robusto, nos llevará en brazos o de la mano hasta el
Padre suyo y nuestro.
Simeón pronuncia una bendición: «Ahora, Señor, según
tu promesa, despides a tu siervo en paz». Despedir al siervo
es, en el lenguaje legal del AT, manumitir, conceder la li
bertad. Así, en los relatos del Exodo y en la legislación del
Deuteronomio:
— 131 —
«Según tu promesa»: por más que nos entristezca la condición
de tener que morir, nos consuela la promesa de la futura
inmortalidad. Ahora, Señor, según tu promesa, despides a
tu siervo en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador. Jesús dijo:
Dichosos los ojos que ven lo que vosotro veis; también dijo:
Dichosos los que sin ver creyeron. No hemos visto física
mente al Salvador; la fe infundida por el Espíritu nos lo ha
manifestado, la contemplación lo ha desplegado ante noso
tros. Nuestra mirada contemplativa ha asistido a los misterios
de la vida de Cristo, nos los ha hecho presentes y activos,
nos ha metido dentro de ellos y nos ha hecho participar de
Su sustancia. Como un esclavito indigno nos hemos asomado
a la cueva de Belén; como si presentes nos halláramos, hemos
asistido a la muerte en cruz. Antes de la visión definitiva, al
otro margen, nos quedan misterios por contemplar. Nadie
puede ver a Dios y quedar con vida, decía el AT; a Dios
nadie lo ha visto, dice Juan. Con toda verdad sucederá sólo
más allá de la muerte, en la otra vida; en sentido analógico,
nuestros ojos han visto y siguen viendo a tu Salvador.
Lo has colocado ante todos los pueblos. Desde un rincón
del mundo y encerrado en un templo, Simeón tiende una
mirada universal, que supera muchas estrecheces del AT y
prolonga sus aperturas:
— 132 —
24,32 Haré brillar mi enseñanza como la aurora
para que ilumine las distancias.
— 133 —
se toma el cuidado de mencionarla. Aser significa Feliz,
porque cuando nació el antepasado, su madre exclamó: «¡Qué
felicidad! Las mujeres me felicitarán (Gen 30). ¿Tendrá algo
que ver con la escena narrada por Lucas? Ana no es una vieja
locuaz y chismosa, porque las muchas palabras las gasta en
oraciones. Lo que pasa es que la noticia no le cabe en el
cuerpo, y hablaba del niño a todos los que esperaban la
liberación de Jerusalén. Ese niño es el Mesías, ¡nada menos!
¡Qué manera tan grata de pasar de la oración al apostolado,
de comunicarse comunicando la gran noticia! Y más que
apostolado, pues Ana es una «evangelista», o sea, portadora
de buenas noticias. A las ancianas les queda todavía algo por
hacer o por decir.
— 134
2. Abrahán
— 135 —
o Gaudioso o Festivo. Sara bailaba de contento y Abrahán
sentía el gozo de una virilidad renovada. No nos asombremos
si la Biblia dice que el patriarca tenía cien años cuando nació
Isaac, que en cuestión de números el narrador bíblico sabe
ser generoso. Con ese número tan redondo, tan rotundo,
quiere exaltar la bendición divina de la fecundidad humana.
Resulta así una figura sugestiva: por la biología, padre; por
la edad, abuelo. Si un extranjero llegase y felicitase al an
ciano: «felicidades, abuelo», éste corregiría con una punta
de orgullo: «¿Qué abuelo?, ¡padre!». Y tomaría en brazos a
la criatura para sentir en sus mejillas la carne tersa y caliente,
carne suya.
Como era costumbre en aquella cultura, Sara cría al niño
dos o tres años: hasta que le salen dientecillos y puede herir
a su madre. Ha superado las enfermedades y peligros de la
infancia, el niño es destetado, y el acontecimiento se celebra
con una gran fiesta que ofrece el patriarca. Mientras los
invitados participan en el banquete, el pequeño Isaac se pone
a jugar con su hermano mayor Ismael. Es el momento que
escoge el narrador bíblico: dos hermanos jugando, Abrahán
contempla, Sara observa. ¿Qué siente Abrahán? ¿Qué siente
un anciano cuando contempla jugar a los niños?, ¿qué siente
si son sus nietos? Es muy diverso contemplar el juego es
pontáneo de los niños o el deporte reglamentado de profe
sionales. El anciano observa la fantasía infantil que se des
pliega sin inhibiciones, aprecia la gracia de los movimientos,
la agilidad de los cambios, y sonríe. Al cabo de cierto tiempo,
la contemplación se convierte en participación. Mentalmente,
el anciano retoma a su infancia, saborea un gusto agridulce:
nostalgia de un pasado remoto, gozo de la vida suya que
continúa. ¿Y si no son hijos o nietos suyos? —Siempre hay
un parentesco humano entre un anciano y un niño.
La reacción de Sara es diversa: Isaac es hijo suyo, Ismael
de la concubina. Si los niños empiezan jugando juntos, la
hermandad se irá afianzando, y un día el hijo de la sierva
reclamará una parte de la herencia igual que la del hermano;
quién sabe si alegará como derecho el haber nacido antes y
— 136 —
haber sido reconocido legalmente... Sara siente celos de Is
mael, no es capaz de contemplar arrobada. El interés estran
gula el gozo, el cálculo embota la fantasía, y la madre de
Isaac exige al marido que expulse a la concubina con su hijo.
«Como, al fin y al cabo, era hijo suyo, Abrahán se llevó un
disgusto». Si Isaac continuaba el tronco paterno, Ismael era
una gran rama del árbol patriarcal.
Llega el momento de meditar para ancianos y ancianas,
pues no es cuestión de sexo, sino de edad y actitud. ¿Nos
molestan los juegos infantiles? Son ruidosos, no respetan al
«abuelito», le turban la siesta, se ponen pesados. Creo que
los juegos infantiles son una prueba polivalente para el an
ciano. Quizá no pueda o no le apetezca practicar juegos
físicos. Puede practicar juegos tranquilos y, sobre todo, puede
entregarse al juego de la fantasía, que es raíz del juego y se
despliega en él. ¿Por qué contrastamos la fantasía, que puede
ser signo de vitalidad espiritual, prenda de niñez recobrada?
¡Con qué seriedad y confianza pide el niño al anciano que
juegue con él, es decir, que entre en su mundo mágico! El
anciano acompañará la fantasía con la conciencia lúcida, ob
servando lo que hace. Cuando era niño, se entregaba total
mente y no tenía conciencia de su creatividad. Toca al anciano
realizar este último descubrimiento: algo de su vida remota,
no elaborado aún por la conciencia refleja, se proyecta en el
niño para su contemplación.
Si lo dicho no basta, demos otro paso audaz, aleccio
nados por otro texto bíblico. El libro de los Proverbios pre
senta a lá Sensatez (sophia en griego, hokma en hebreo)
personificada en la figura de una niña que asiste como apren
diz al trabajo de su padre Dios y, después de deleitarlo con
sus juegos, propone bajar al orbe de la tierra a jugar con los
hombres:
8,30 Yo estaba junto a él como aprendiz,
yo era su encanto cotidiano,
todo el tiempo jugaba en su presencia.
Jugaba en el orbe de la tierra,
disfrutaba con los hombres.
— 137 —
La tradición cristiana ha identificado esa personificación poé
tica con la persona de Jesucristo, que colabora con el Padre
en la creación, y un día baja al reino de los hombres a jugar
con ellos: el Hijo natural con los hijos adoptivos. Aunque
los evangelios no lo mencionen, es legítimo y puede ser
fructuoso imaginarse al niño Jesús jugando en su casa o con
los compañeros. Pablo insiste en que, excepto en el pecado,
se hizo del todo como nosotros. Pues bien, una cualidad del
hombre es su capacidad de jugar: se ha llamado al hombre
homo ludens. Pudo haber influido la experiencia infantil de
Jesús en el uso de aquella comparación citada por Lucas:
7,32 Se parecen a unos niños en la plaza que se gritan
unos a otros: Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos la
mentaciones y no lloráis.
— 138 —
3. Isaac
— 139 —
capítulo de mi libro «¿Dónde está tu hermano? Textos de
fraternidad en el Génesis»),
Se trata de la bendición testamentaria, que establece al
heredero legítimo en la línea principal. Con la complicidad
de la madre, el hijo menor burla al padre anciano y le saca
la bendición que correspondía al mayor. Y la madre se vale
de otra complicidad: la debilidad del marido por los guisos
de caza, la preferencia casi infantil. Seducido por el guiso
fraudulento, engañado por el. tacto, transportado por los aro
mas agrestes, el anciano ciego otorga su bendición a Jacob,
confundiéndolo con Esaú. ¿Por qué no hizo caso al oído, ya
que le faltaba la vista? ¿Por qué el timbre de la voz no vale
más que un tacto torpe y aproximativo? El anciano está con
dicionado por su conducta precedente y no se sobrepone en
este momento trascendental. Es senil, es infantil.
Así reparte dos herencias: al menor, la legítima descen
dencia, la fertilidad de los campos (aunque era pastor), el
dominio político sobre el hermano; al mayor, el campo abier
to, la espada y la lucha por la independencia, que un día
conquistará. La espada no es arma de caza, sino de guerra,
de violencia. ¿La justifica la lucha por la independencia? No
sé si Isaac hace un guiño irónico, con sabor de venganza,
cuando anuncia a Esaú que un día sacudirá el yugo (me fijo
por ahora en el tejido narrativo, prescindiendo de las segundas
intenciones del autor, importantes en otro contexto).
Tal es la herencia que deja Isaac: la sanción del engaño
como hecho consumado, dos hermanos divididos por el odio
y el deseo de venganza, un futuro político de sujeción y
violencia. En contraste, su presencia en la vida detiene y
difiere la tragedia; y cuando, al cabo de bastantes años, mue
ra, los hermanos, reconciliados, le harán honras fúnebres.
En nuestros días el problema de la sucesión y la herencia
no suele revestir carácter trascendental, como en las leyendas
del Génesis. Los asuntos se resuelven por cauces legales
bastante convencionales; es decir, los asuntos financieros,
que no son los únicos ni los más importantes. No faltan hoy
140 —
herencias dramáticas, en casos de grandes fortunas, pero son
casos excepcionales, materia de crónicas periodísticas. Lo
ordinario no es eso. Entonces, ¿la viñeta de Isaac no nos dice
nada? La herencia incluye otros aspectos, no económicos,
no menos importantes. ¿Qué herencia espiritual vamos a de
jar? ¿Una familia unida o dividida? Nuestras preferencias
seniles y caprichosas ¿no pasan como herencia a los suce
sores? Aunque estemos retirados del servicio activo, nuestra
presencia física y espiritual puede pesar en la familia y en
un círculo más amplio. Pensemos en lo que dejamos en nues
tra retirada definitiva e irreversible. No vale aquello de «des
pués de mí, el diluvio». Ni el comentario egoísta del rey
Ezequías cuando le anuncian el futuro saqueo de Jerusalén.
Se encoge de hombros comentando: Mientras yo viva, habrá
paz y seguridad (Is 39,8).
El hombre bíblico, condicionado en parte por su igno
rancia de otra vida, dejaba otra herencia preciosa: su buen
nombre, su fama póstuma:
— 141 —
asume cínicamente la responsabilidad. La consecuencia de
su acción es que, para no perder en un día a los dos hijos,
tiene que renunciar a la presencia del favorito, sin saber
cuándo lo volverá a ver. Con todo, Rebeca es una matriarca
en Israel, y su matriarcado se extiende a otro pueblo vecino
y rival.
Saltando generaciones y edades, un día vemos frente a
frente a Jesús, el judío, y a Herodes, el idumeo: otra vez
Jacob y Esaú. Se han cambiado los papeles, y un idumeo
reina sobre los judíos. Un Herodes intenta eliminar al rey
esperado y rival. Otro Herodes se sienta a juzgar, se burla y
desprecia a ese hombre con tan poco aspecto de rey. Pero el
nuevo Jacob no hace trampa, no usurpa reinos, no roba he
rencias ni bendiciones. Levantamos los ojos lo más alto po
sible: Jesús, el nueyo Jacob es el hijo predilecto del Padre,
el heredero legítimo. Viene a repartir su herencia prodigiosa
con sus nuevos hermanos. Haciéndonos hermanos suyos,
convierte a su Padre en el máximo patriarca, del que toman
nombre todas las paternidades en la tierra.
— 142 —
4. Jacob
— 143 —
5 Magia, adivinación y sueños con falsedad:
el corazón fantasea como parturienta.
6 Si no vienen como visita del Altísimo,
no les entregues el corazón.
7 ¡Cuántos se extraviaron con sueños
y, fiándose de ellos, fracasaron!
Jacob quiere comprender ese mundo arcano al que se asoma
su hijo, pero no parece que intente comprender el mundo
familiar y cotidiano.
La tensión crece hasta provocar una descarga violenta;
pero en última instancia se conjura la tragedia del fratricidio.
Vendido José como esclavo, se acabaron sus sueños, ¿o em
piezan a cumplirse? Volvamos a Jacob, anciano según los
cánones bíblicos. El pobre ha quedado atrapado en una red
de ignorancias y falsas suposiciones. Para él, su predilecto
ha muerto, despedazado a dentelladas por una fiera; lo com
prueba el traje especial y distintivo, empapado en sangre.
Falso y verdadero, porque la fiera del odio se ha cebado en
el muchacho indefenso, si bien la víctima había provocádo
la violencia de los hermanos. Aunque da por cierta la muerte
del hijo, aunque antes reflexionaba sobre sus sueños, ahora
Jacob no se detiene a estudiar las causas, porque no sabe lo
que pasa realmente en la familia. Suponiendo y aceptando
el hecho como irreparable, Jacob no se enfrenta con el futuro,
sino que se entrega morbosamente a la pena, como atizándola
para que le dé muerte. La segunda ignorancia familiar afecta
a los otros hijos, exceptuando quizás a Benjamín. Estos acu
den a consolarlo en una ceremonia de luto macabro, y Jacob
no es capaz de descubrir la farsa, con lo cual se ahorra un
nuevo dolor. Pero en realidad la familia está rota, el árbol o
el ramaje patriarcal sacudido por la tormenta. Jacob vive en
una orilla de ignorancias y falsas suposiciones al otro lado
de la realidad. Se dedica a lamerse casi gustosamente las
heridas.
Con todo, su presencia paternal sigue proyectando una
sombra benéfica o comunicando una savia activa, que con
duce a los hijos hacia la reconciliación. A lo largo de la
— 144 —
cadena de encuentros en Egipto, el padre está mentalmente
presente y actuando. Todavía se resiste a soltar a Benjamín,
por temor a perderlo; al final cede a las razones de los hijos,
que se están convirtiendo. Él también se va convirtiendo a
la razón, ya que no puede salir de sus ignorancias. Como
padre, Jacob es catalizador de la transformación de sus hijos;
pero, por su ceguera, no puede asistir conscientemente al
proceso.
En otro lugar he comentado el relato en clave de fra
ternidad; aquí me toca enfocar al anciano. En la lejanía, José
crece y asciende, se casa, tiene hijos, llega a visir de Egipto,
salva a la nación y alimenta a otros pueblos, José está maduro
y su padre es anciano. Nos invitan a asistir al encuentro.
Precede la noticia:
— 145 —
En un momento semejante se recobran o se revelan los valores
básicos: ni el poder ni el triunfo, solamente el hijo vivo. Las
lágrimas parecen disolver las penas de muchos años, el abrazo
parece compensar en un minuto años de separación. Lo daba
por muerto; es como si hubiera resucitado.
Mientras se abrazan, hagamos una parada de reflexión
contemplativa. Después de años de ausencia en esta vida
mortal, ¿qué será abrazar a Cristo nuestro hermano, hijo de
nuestra Humanidad, vivo, resucitado, glorioso? Es verdad
que hay una diferencia: nosotros no lo dábamos por muerto,
creemos en su resurrección y esperamos participar de ella.
Pero hay otra diferencia que contrarresta la anterior y la
desborda, y es el valor incomparable de ese hijo mayor de
nuestra Humanidad y su gloria indescriptible. Vamos a su
encuentro y él nos sale al encuentro. El tiempo pasa, la
distancia se acorta. Hasta quedar fundidos en un abrazo de
finitivo.
Nos queda otro encuentro del anciano: su visita personal
al faraón. Es el monarca de extenso poder, heredero de una
casi milenaria tradición, mientras que Jacob es un beduino
extranjero, un emigrante. José, el visir, hace la presentación:
47,7 José hizo venir a su padre Jacob y se lo presentó al
Faraón, y Jacob bendijo al Faraón. 8El Faraón, le preguntó:
—¿Cuántos años tienes? 9Respondió: —Ciento treinta han
sido los años de mis andanzas; los años de mi vida han sido
pocos y malos y no llegan a los que vivieron mis padres en
sus andanzas. 1DBendijo al Faraón y salió de su presencia.
— 146 —
descendencia (Gn 28,14). A la cual se añade la bendición
que Jacob arrancó, peleando, al personaje divino (Gn 32).
Dichoso el anciano que a lo largo de su vida, o en
momentos de lucha con su Dios, ha ido acumulando bendi
ciones que ahora puede repartir. Un anciano así es canal de
bendiciones en una familia o en una comunidad. Hay hijos
que no lo comprenden, pretextando quizá motivos econó
micos o sociológicos; con lo cual se privan de bendiciones
en su vida familiar y en el trabajo. Es verdad que el anciano
no debe gloriarse de sus años, aunque los confiese con mo
destia: han sido pocos y malos. A fin de cuentas, ¿qué son
ochenta o noventa años? Pocos y malos: el citado salmo 90
dice: Su afán es fatiga inútil, porque pasan aprisa y vuelan.
A pesar de todo, Jacob era depositario de bendiciones divinas,
y cualquier anciano puede serlo si sabe recibir y administrar.
Nos queda el último acto, que en el texto bíblico no se
cuenta cuándo sucede, sino que se cita retrospectivamente.
Leemos el texto en Gn 50,15-17:
Al ver los hermanos que había muerto su padre, se dijeron:
—A ver si José nos guarda rencor y quiere pagamos el mal
que le hicimos. Y mandaron a decirle: —Antes de morir, tu
padre nos encargó: Esto diréis a José: Perdona a tus hermanos
su crimen y su pecado y el mal que te hicieron. Por tanto,
perdona el crimen de los siervos del Dios de tu padre.
— 147 —
mensaje de Jacob es de perdón y reconciliación. José acogió
y ejecutó la última voluntad de su padre, y de ese modo lo
que se tramó como mal se ha convertido en bien, la vida de
un pueblo numeroso (50,20). Y vio Dios que volvía a ser
bueno y lo llamó hermandad.
En el lecho de muerte, el padre pide a su hijo que perdone
a sus hermanos culpables. En el lecho de muerte de la cruz,
el Hijo pide al Padre que perdone, «porque no saben lo que
hacen». Y la muerte violenta del hermano se convierte en
fuente de vida para un pueblo numeroso.
Ahora el que viva porque ha sido perdonado, sea joven
o anciano, debe saber perdonar: sólo así morirá en paz. Per
dona nuestas ofensas como nosotros perdonamos a los que
nos ofenden.
— 148 —
5. Moisés
— 149
remate de su misión. Sabemos que ésta concluirá cuando el
pueblo esté asentado en el territorio de Canaán. Moisés ha
conducido al pueblo hasta las puertas, al otro lado del Jordán.
Está fuerte y vigoroso, sin ninguna enfermedad, tiene intactos
y acrecidos prestigio y ascendencia. Sólo falta llamar a la puerta
y entrar. Pero la muerte se adelanta a Moisés, y él, como
confidente del Señor, recibe el aviso de prepararse a morir.
En Moisés anciano y moribundo aprendemos que una
empresa, una misión, puede ser más larga que la vida de un
hombre longevo. Que no basta poner en marcha y guiar la
empresa, sino que hace falta poner en marcha sucesores que
la continúen y rematen. ¿Puede el anciano decir: He cumplido
mi misión? ¿O debe más bien decir: he cumplido el tramo
asignado de una misión más grande que yo? Eso lo sabe hacer
Moisés cumpliendo instrucciones del Señor. En una ocasión,
Nm 11, Dios toma parte de su espíritu o carisma y lo reparte
entre setenta colaboradores para un gobierno colegial. En
otra ocasión, cuando Dios le anuncia que va a morir, Moisés
se preocupa por la continuidad. Hay que leer despacio el
texto para apreciar la grandeza del anciano Moisés.
— 150 —
asamblea, le impuso las manos y le dio las instrucciones
recibidas del Señor.
Moisés le delega parte de su autoridad, lo asocia a la tarea;
no lo pone en conserva con sólo derecho de sucesión. No
está celoso de Josué ni de su propia autoridad. Un día no
muy remoto, el Señor dirá a Josué: Hoy empezaré a engran
decerte ante todo Israel, para que vean que estoy contigo
como estuve con Moisés.
Hay ancianos que no saben asociar a un sucesor en su
empresa o misión. Son celosos de su autoridad, mantienen
el monopolio de las decisiones. Empezaron identificándose
con una tarea; acaban identificando la tarea consigo. Como
aquellos monarcas exóticos y arcaicos que sepultaban consigo
a mujeres y siervos. Sansón murió matando a sus enemigos;
éstos mueren matando a todo competidor o continuador. Y
no comprenden que en el tablado del mundo les han enco
mendado un papel, y la función continúa.
A veces imaginamos la historia como pura sucesión de
generaciones. La expresión bíblica «de generación en ge
neración» o «generación tras generación» parece invitamos
a ello. En rigor, no se da la sucesión en todo el frente, porque
las generaciones se sobreponen en un diseño particular. No
ha terminado una, está nada más madurando, cuando co
mienza la siguiente y las dos conviven, comparten un mismo
tramo de tiempo. Y mientras ellas se van alargando, surge
otra que empalma con ellas a distancia y convive con las
procedentes y las siguientes. Reina una contemporaneidad en
la sucesión. De ahí el principio de asociar en la empresa al
sucesor, sintiéndolo, haciéndolo contemporáneo. En cambio,
al que nos sucederá cuando estemos bien muertos podemos
legarle otras cosas: escritos, obras, recuerdos; no podremos
asociarlo a nuestros quehaceres. En otros términos, el anciano
no posee el monopolio de una etapa de unos años, sino qué
los comparte con otros que viven rezagados y que lo des
bordan.
Moisés no se jubila, sino que lo retirará de golpe la
muerte. Hemos conocido personas a quienes la jubilación
— 151 —
trajo o aceleró la muerte: no sabían, no querían vivir sin una
tarea que despachar. Moisés es al contrario: la muerte es su
jubilación. El narrador bíblico quiere dar grandeza dramática
a esta muerte. Dudo que haya alguna semejante en todo el
Antiguo Testamento. Se lee al final de Deuteronomio, o sea,
del último libro del Pentateuco (para los judíos, la Tora):
Dt 34,1 Moisés subió de la estepa de Moab al monte
Nebo, a la cima del Fasga que mira a Jericó, y el Señor le
mostró toda la tierra: Galaad hasta Dan, 2 el territorio de
Neftalí, Efraín y Manasés, el de Judá hasta el mar occidental.
3El Negueb y la comarca del valle de Jericó (ciudad de las
palmeras) hasta Soar, 4 y le dijo:
—Esta es la tierra que prometí a Abrahán, a Isaac y a Jacob,
diciéndoles: Se la daré a tu descendencia. Te la he hecho
ver con tus propios ojos, pero no entrarás en ella.
5 Y allí murió Moisés, siervo del Señor, en Moab, como
había dicho el Señor.
— 152
límite. Es nuestro último encuentro: no bajar, sino subir. Con
todo, tendemos una última o penúltima mirada a los nuestros
que quedan: que sea una mirada de esperanza. Quedan par
celas o tramos de historia que a nosotros no nos tocará vivir
en este mundo. Que tengan algo de tierra prometida para los
que dejamos a la puerta de nuevos espacios. Si nuestra vejez
es ascensión espiritual, a despecho de la decadencia física,
podremos ver o vislumbrar un futuro que, sin ser nuestro por
posesión, lo es porque ayudamos a prepararlo, porque con
dujimos a otros hasta la frontera de acceso.
Desde la cumbre de la cruz, antes de morir, ¿qué pa
norama contempla Jesús? ¿Cómo se le ensancha cuando as
ciende al cielo?
Jn 17,11 Ya no estaré más en el mundo; mientras ellos
se quedan en el mundo; yo voy a reunirme contigo. Padre
Santo, protege tú mismo a los que me has confiado, para
que sean uno como lo somos nosotros... 13 Ahora me voy
contigo, y hablo así mientras estoy en el mundo para que
los inunde mi alegría... 20No te pido sólo por éstos; te pido
gor los que han de creer en mí mediante su mensaje...
2 Padre, tú me los confiaste. Quiero que donde yo estoy
estén ellos también conmigo y contemplen esa gloria mía
que tú me has dado, porque me amabas ya antes de que
existiera el mundo.
153 —
6. Barzilay
— 154 —
mis padres. Aquí está mi hijo Quineán: que vaya ¿1 y lo
tratas como te parezca bien. Y todo lo que quieras enco
mendarme, yo lo haré.
— 155 —
7 . Eclesiastés
156 —
Vamos a comenzar leyendo dos unidades de sentido,
casi poemas en prosa, características del estilo del autor (del
segundo he citado varios versos al comentar el salmo 30):
1,4 Una generación se va,
otra generación viene,
mientras la tierra siempre está quieta.
5 Sale el sol, se pone el sol,
jadea por llegar a su puesto,
y de allí vuelve a salir.
6 Camina al sur, gira al norte,
gira y gira y camina el viento.
7 Todos los ríos caminan al mar,
y el mar no se llena.
Llegados al sitio adonde caminan,
desde allí vuelven a caminar.
8 Todas las cosas cansan
y nadie es capaz de explicarlas.
9 No se sacian los ojos de ver
ni se hartan los oídos de oir.
Lo que pasó, eso pasará;
lo que sucedió, eso sucederá:
nada hay nuevo bajo el sol.
— 157 —
Ahora, antes de adentramos libro adelante, dos reco
mendaciones. La primera es que este libro no es para jóvenes;
pongamos un límite mínimo de cuarenta años. Aunque lo
hayamos leído y aun estudiado antes, hagamos la prueba de
leerlo pausadamente desde el otero de nuestro edad. Lo se
gundo es más importante, porque trata de la clave de lectura.
El horizonte espiritual del autor y el nuestro son sustancial
mente diversos. Como no intentamos abdicar de nuestro ho
rizonte, la lectura será dialéctica, crítica. Así podremos llegar
a cierto acuerdo... por razones muy diversas.
Piensa el autor: la muerte lo iguala todo, nada que acabe
vale gran cosa, la muerte es el final, y nada hay después de
ella. Por tanto, la vida es vanidad de vanidades. Decimos
nosotros: la vida es limitada; termina en la muerte esta vida,
detrás viene otra incomparablemente mejor. Por lo tanto, la
vida presente es vanidad: en tiempo, un soplo; en peso, una
liviandad. En su novela de título programático, «La inso
portable levedad del ser», Milán Kundera comienza con un
breve ensayo: La vida es continua novedad de sucesos im
previsibles que, al no repetirse, no cobran consistencia. Por
esa falta de consistencia, por esa levedad, resulta la existencia
tan pesada de sobrellevar. Uno no puede establecerse y afin
carse en ella («levedad» podría ser otra traducción del hebreo
hebel). La evaluación del autor bíblico es diversa, opuesta:
la levedad de la existencia humana proviene de su repetición
monótona y de su desenlace en la muerte. En nuestra óptica
cristiana la le vedad= vanidad de la vida humana es compa
rativa, poniendo como término de comparación la otra vida
que esperamos. Ni Qohélet ni Kundera esperan algo más allá
de la muerte.
En la carta a los Romanos 8,18, Pablo sostiene que los
sufrimientos de la vida presente son cosa de nada compa
rados con la gloria que va a revelarse en nosotros. En 2 Co
4,17, dice que nuestras penalidades momentáneas y ligeras
nos producen un peso eterno de gloria que las sobrepasa.
Pablo opone en la balanza penalidades presentes a gloria
futura: unas son efímeras y leves, la otra es un peso insu
— 158 —
perable. Hagamos otra prueba complementaria: pongamos en
el platillo de acá todos los goces y dichas de esta vida: también
resultarán livianos para contrarrestar el peso de la dicha fu
tura. Tal es nuestro horizonte para una lectura crítica y sa
brosa del Eclesiástés.
Nada hay nuevo bajo el sol: 3,9. —Es verdad; com
parado con la novedad de Cristo, todo es viejo o repetido.
Y cuando renueve cielo y tierra, la novedad abarcará al sol
y no estará bajo su imperio.
Y a fuerza de trabajo comprendí que la sabiduría y el
saber son locura y necedad: 1,17. —Es verdad: comparados
con la sabiduría de Dios revelada en Cristo, comparados con
el futuro conocimiento de Dios sin enigma, cara a cara.
Después examiné todas las obras de mis manos y la
fatiga que me costó realizarlas, y todo resultó vanidad y caza
de viento... 18 Y aborrecí lo que hice con tanta fatiga bajo
el sol, pues se lo tengo que dejar a un sucesor: 2,11.18.
—Es verdad; pero hay obras que acompañan al que muere
fiel al Señor (Ap 14,13); hay obras que llamamos «merito
rias» por la virtud del Espíritu.
El autor llora también por las injusticias que otros pa
decen: En la sede del derecho, el delito; en el tribunal de la
justicia, la iniquidad: 3,16; Vi llorar a los oprimidos sin que
nadie los consolase: 4,1. Lo cual resta mucho valor a la vida
en este mundo. Pero ¿basta con lamentarlo?, ¿no se puede
hacer algo por remediarlo? A nuestra edad, quizá sólo po
damos hacer conscientes a otros, jóvenes y activos, de la
situación y del desafío que lanza.
Si suprimimos el horizonte de otra vida, tiene razón el
Eclesiástés en su balance desolado:
— 159 —
Así podríamos seguir recorriendo renglones y pasando pá
ginas de este librito mientras hacemos balance de nuestra
vida. ¿Qué sabor nos deja en la boca, qué peso en las manos,
qué melodía en el recuerdo? En nuestra vida, ¿ha habido
proporción entre gozos y penas, logros y fatigas, sueños y
realidades? Si no miramos hacia delante y hacia arriba, quizá
acabemos en el desencanto, la desilusión: vanidad de vani
dades, liviandad de liviandades. Llegados a ese punto del
balance, demos un salto. Precisamente el desencanto y la
insatisfacción nos fuerzan a mirar más alto. Entonces el Ecle-
siastés, con toda su ceniza emocional, nos espoleará en la
búsqueda y persecución de un sentido trascendente de esta
vida bajo el sol.
Antes de despedimos de este pensador inquietante, va
mos a leer en dos tiempos la última página de su libro. Primera
parte, consejos a los jóvenes: ya que la juventud es efímera,
no despreciarla, sino gozarla, con responsabilidad frente a
Dios:
— 160 —
de disfrutar, que en el contexto del libro significa un disfrute
moderado, sin excesos.
El segundo texto es la famosa descripción alegórica de
la vejez, vista como una finca y una casa que se desmorona.
A continuación del texto daré la explicación probable de las
imágenes: el lector puede consultarla o prescindir de ella o
adelantar su interpretación.
— 161 —
8. Ezequías
162 —
2 Entonces Ezequías volvió la cara a la pared y oró al
Señor: —Señor, ten presente que he procedido de acuerdo
contigo, con corazón sincero e íntegro, y que he hecho lo
que te agrada. Y lloró con largo llanto.
El Señor le escucha y le envía la respuesta por medio
del profeta, manteniendo así todo el proceso en sus manos.
El narrador nos lo hace sentir en cada etapa, de modo que
no nos salgamos de la esfera religiosa:
4 El Señor dirigió la palabra a Isaías: Ve y dile a Ezequías:
Así dice el Señor, Dios de tu padre David: He escuchado tu
oración y he visto tus lágrimas. Mira, añado a tus días otros
quince años.
Simplemente lo anuncia, añadiré, manteniendo el control,
pero sin recurrir a un milagro. No será como Naamán ba
ñándose siete veces en el Jordán para curarse de la enfer
medad de la piel. Isaías no recibe de Dios instrucciones sobre
el tratamiento de la enfermedad; al menos no lo dice el na
rrador. Al parecer, Isaías propone un remedio empírico, de
curandero de entonces:
21 Isaías ordenó: Que traigan un emplasto de higos y lo
apliquen a la herida para que se cure.
Y el narrador da por supuesto que se curó. ¿Tenía aquel
emplasto penicilina? ¿Poseerán los higos así tratados alguna
virtud natural que todavía no hemos estudiado? Isaías procede
con naturalidad y expedición, no da pases espectaculares ni
celebra una liturgia de curación. Si, por una parte, el narrador
clausura el marco religioso, por otra parte no habla de mi
lagros. Esto es lo que nos interesa hoy.
Vamos a comparar la escena precedente con la de otro
rey, también enfermo de gravedad: Ocozías, rey de Israel,
es decir, del reino septentrional. No es un caso de enfer
medad, sino de heridas producidas en un accidente:
2 Re 1,1 Ocozías se cayó por el mirador, desde el piso
de arriba, y quedó malherido.
— 163 —
Tendido en el lecho, sufriendo los dolores quizá de fracturas
y hematomas, angustiado por el futuro de su reinado: así lo
hemos de imaginar. El rey desea conocer por manifestación
sobrehumana el desenlace de su situación. Pero, en vez de
acudir al Señor Dios de Israel, recurre a adivinos de un dios
extranjero:
7 Despachó unos mensajeros con este encargo: Id a con
sultar a Belcebú, dios de Ecrón, a ver si me curo de estas
heridas.
— 164 —
religioso que interpreta los sucesos narrados. En nuestro siglo
la medicina ha progresado notablemente: combinando higie
ne, dieta, medios de diagnosticar, farmacopea y cirugía, la
vida media se ha alargado más de diez años (a Ezequías le
dan quince años más); la mortalidad infantil se ha reducido
enormemente. Enfermedades hace poco fatales, tienen hoy
un remedio casi convencional. Muchos de los que hoy han
cumplido setenta años no los habrían alcanzado el siglo pa
sado. ¡Cuántos pueden mirar atrás a un diagnóstico tempes
tivo, un tratamiento eficaz o una operación quirúrgica logra
da! Todo ello nos acostumbra a mirar los procesos como
naturales, a sustraerlos del marco religioso. La acción de
Dios se confina a los milagros.
Es ésa una manera rastrera de considerar los hechos.
Dios no está menos activo en la ciencia de los profesores,
en el trabajo tenaz de los laboratorios, en la habilidad de los
cirujanos, que cuando realiza un milagro. La diferencia es
que en el segundo caso descubre las cartas. Lo que llamamos
«natural» es mucho más frecuente que el milagro; y, si sa
bemos contemplar, no menos admirable. En vez de derrochar
milagros, Dios dota a las plantas de virtudes y al hombre de
inteligencia y curiosidad. Nuestro instinto de conservación,
que a veces nos extravía, es de ordinario un dinamismo in
fundido por Dios que nos espolea. El texto bíblico nos enseña
a levantar la mirada, a inscribir de nuevo salud y enfermedad
en su contexto religioso. El Eclesiástico (hacia el 180 antes
de Cristo), con su sensatez de vía media, nos lo recomienda
en estos términos:
38,1 Respeta al médico, que lo necesitas:
también a él lo ha creado Dios.
2 El médico recibe su ciencia de Dios,
y del rey su sustento.
3 La ciencia del médico le hace llevar alta la cabeza
y presentarse ante los nobles.
4 Dios hace que la tierra produzca remedios:
el hombre prudente no los desdeñará.
5 ¿No endulzó el agua una rama,
mostrando así a todos su poder?
— 165 —
7 Con ellos el médico alivia el dolor
y el boticario prepara sus ungüentos.
Dios concedió al hombre inteligencia
para que se gloríe con la eficacia divina;
8 así no cesa su actividad
ni la destreza de los hijos de Adán.
9 Hijo mío, cuando caigas enfermo, no te descuides;
reza a Dios, y él te hará curar.
10 Huye del delito, lava tus manos
y limpia tu corazón de todo pecado.
11 Ofrece, sí, en obsequio grasa que aplaca,
según tus posibilidades;
12 pero da lugar al médico, y no te falte,
pues también lo necesitas a él.
13 Hay momentos en que de él depende el éxito,
14 y también él reza a Dios,
para que le dé acierto al diagnosticar
y al aplicar la medicina saludable.
15 Peca contra su Hacedor
el que se hace fuerte frente al médico.
— 166 —
Dt 32,39 Yo doy la muerte y la vida,
yo desgarro y yo curo
Is 19,22 Los herirá y los curará.
Is 30,26 Cuando el Señor vende la fractura a su pueblo
y le cure la herida que le causó...
Os 6,1 Nos hirió y nos vendará la herida.
En el NT, una de las actividades de Jesús es curar en
fermos, provocando con la fe procesos naturales o dispen
sando milagros. Las curaciones pueden ser prueba de su mi
sión, como lo cuenta Lucas:
7,18 Los discípulos de Juan le contaron todo aquello.
Entonces él, llamando a dos de ellos, los envió al Señor a
preguntarle: —¿Eres tú el que tenía que venir o esperamos
a otro?
20 Los hombres se presentaron a Jesús y le dijeron: —Juan
Bautista nos ha mandado a preguntarte: ¿Eres tú el que tenía
que venir o esperamos a otro?
21 Entonces mismo Jesús curó a muchos de enfermeda
des, ataques y malos espíritus, y a muchos ciegos les devolvió
la vista. 22Después contestó a los enviados: —Id a contarle
a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos
andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los
muertos resucitan, a los pobres se les anuncia la buena no
ticia. ..
Jesús comunica a sus discípulos el poder de curar, y en los
Hechos de los Apóstoles se describen algunos milagros de
este tipo. Más tarde, las curaciones milagrosas se hacen raras,
y la acción de Cristo glorificado puede discurrir por cauces
normales. Con todo, siempre estará presente el poder de
Cristo curando de modo extraordinario enfermedades físicas
y, con más frecuencia, enfermedades psíquicas y espirituales.
Él debe ser el marco de toda reflexión nuestra sobre salud y
enfermedad.
Dice Pablo en una frase lapidaria:
Si vivimos, vivimos para el Señor;
si morimos, morimos para el Señor:
en la vida y en la muerte somos del Señor.
167 —
Ensayemos una adaptación reductiva: Si estamos sanos, nues
tra salud es para el Señor; si estamos enfermos, nuestra salud
es para el Señor; en salud y enfermedad somos del Señor.
Jesús muere malherido, agotando su última sangre; la resu
rrección cura todas sus heridas, dejando huellas para el re
cuerdo. Resucitar es la curación definitiva.
— 168 —
9. Grupos de ancianos
— 169 —
tianismo cotidiano de poco aliento y poca lucidez. Aunque
encontramos a Dios en lo cotidiano personal, nos falta ho
rizonte histórico, sin fronteras. Ser testigos en este sentido
no es huir hacia el pasado, sino conducir poderosamente el
pasado hasta la coyuntura presente. En esta perspectiva los
ancianos no son invitados al silencio.
Veamos otro caso, siglos más tarde, en que los ancianos
como grupo son llamados a dar su opinión y su consejo. Lo
leemos en el primer libro de los Reyes, en el episodio dra
mático del cisma. Según el informe bíblico, Salomón había
promovido el desarrollo económico y cultural en su nación.
En tres etapas, Saúl-David-Salomón, Israel había pasado de
ser un pueblo asediado e impotente a ser un reino próspero
y estimado dentro y fuera. Muchos se sentían orgullosos de
su nación y de su rey, y el texto bíblico es testigo de ese
entusiasmo poco crítico. Porque lo cierto es que Salomón
había fomentado el desarrollo al precio de impuestos gra
vosos, de prestaciones forzadas, de lujo y esplendor corte
sano. Al entusiasmo de algunos se oponía el descontento de
no pocos. En tal situación acaece la sucesión de Salomón.
El heredero designado es Roboán. Un primer dato signifi
cativo es que Roboán tiene que trasladarse, para ser procla
mado rey, a Siquén, antiguo y clásico dentro de las tribus
situado en el centro o norte, y no a Jerusalén, la todavía
reciente capital davídica. Así pues, Roboán es proclamado
rey en Siquén (1 Re 12). Inmediatamente los representantes
del pueblo acuden al joven rey con una petición urgente y
perentoria:
4 Tu padre nos impuso un yugo pesado. Aligera tú ahora
la dura servidumbre a que nos sujetó tu padre y el pesado
yugo que nos echó encima y te serviremos.
170 —
y los jóvenes los malos, como distinguiendo por la edad entre
sensatos y necios. De lo que se trata es de una experiencia
histórica puesta al servicio de la política. En efecto, los an
cianos, algunos de ellos, han conocido los tiempos de sen
cillez y relativa austeridad de David al comienzo de Salomón,
y pueden comparar aquel bienestar simple con el esplendor
opresivo actual. Los jóvenes con quienes Roboán se aconseja
son un grupo particular: los jóvenes que se habían educado
con él, es decir, en los privilegios de la vida cortesana,
montada sobre la explotación del pueblo. Significativo que
el próximo cabecilla de la rebelión hubiera sido capataz de
las brigadas de trabajadores, sometidos a prestaciones que
hoy llamaríamos trabajos forzados. Los ancianos conocen
dos épocas y aprecian los aspectos opuestos de la situación
presente; los jóvenes consultados no conocen ni la situación
anterior ni la situación real de los proletarios. Los ancianos
aconsejan al rey que ceda:
7 Si condesciendes hoy con este pueblo, poniéndote a su
servicio, y le respondes con palabras amables, serán siervos
tuyos de por vida.
— 171 —
un grupo de jóvenes mimados, ansiosos de conservar privi
legios. La edad no es criterio que decida automáticamente.
Roboán concede a los ancianos un voto consultivo que des
pués desdeña; ellos han descargado su responsabilidad. A
todos los juzgó la historia y la palabra de Dios por el profeta,
12,24: Esto ha sucedido por voluntad mía.
La relación entre ancianos y jóvenes puede hacerse ge
neracional cuando nos acercamos o nos referimos al futuro
definitivo, escatológico. Quiero decir que entonces surge una
tensión entre grupos definidos simplemente por la edad, en
virtud de la coyuntura histórica nueva y radical. Malaquías,
el personaje protagonista de dicho libro, es considerado el
último de los profetas. Siguiendo una vieja tradición, muchas
biblias colocan el breve libro de Malaquías —tres capítulos—
en el bloque de los Profetas Menores, detrás de Daniel. En
la historia del pensamiento hebreo, Malaquías es el último
profeta, y Daniel representa algo nuevo, la apocalipsis.
Pues bien, Malaquías, el último, vuelve la mirada hacia
atrás, hacia el primer profeta, Elias: arrebatado al cielo y
conservado allí esperando una nueva misión más importante
que la primera. Las últimas palabras del libro suenan así:
3,23 Yo os enviaré al profeta Elias antes de que llegue el
día del Señor, grande y terrible. 24Él reconciliará a padres
con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar
la tierra.
Frente a la coyuntura decisiva, se supone que las generaciones
se dividen y se oponen, parecen quebrar la unidad nacional.
Los padres pertenecen al régimen antiguo, son depositarios
y guardianes de tradiciones sagradas. Los hijos se disponen
a dar el salto, a cruzar el río para entrar en la nueva etapa
histórica. Oponen a la tenacidad paterna la impaciencia ju
venil; a la solidez del pasado, la fluidez del presente. La
tensión se ha de resolver no por fractura, sino por reconci
liación; ministro de ella será Elias, el viejo y el nuevo. Ya
en su época, Elias fue viejo y nuevo, un Moisés redivivo que
se encontraba con Dios en el monte Horeb. En siglos de
— 172 —
espera inactiva se diría que ha acumulado experiencia. Ahora
lo envían para una nueva misión: salvar el pasado sin cerrar
el acceso al futuro inminente; abrir las puertas al futuro sin
cerrarlas al pasado; reconciliar a padres con hijos, a hijos
con padres. Hace falta una instancia superior y una mirada
que abarque horizontes; sobre todo, hace falta traer una mi
sión: Yo os enviaré.
Pasa quizá un par de siglos hasta que, hacia el 180 antes
de Cristo, un doctor llamado Jesús Ben Sira recoge el tema
en los siguientes términos:
Eclo 48,10 Está escrito que te reservan para el momento
de aplacar la ira antes de que estalle, para reconciliar a padres
con hijos, para restablecer las tribus de Israel.
— 173 —
Jesús es joven; jóvenes son sus amigos y compañeros íntimos;
joven era el Bautista. Frente a y contra Jesús aparece con
frecuencia un grupo llamado «los ancianos». Es verdad que
en la Biblia es más nombre de oficio que de edad; pero, de
hecho, con frecuencia se juntan ambas cosas. Además es
interesante que el oficio lleve nombre de edad. Finalmente,
estamos trazando una imagen o esquema. La confrontación
entre Jesús y los «ancianos» tiene muchas veces tonos po
lémicos. Entre una multitud, escojo unos cuantos textos en
que actúan esos ancianos (presbyteroi):
— 174 —
a jóvenes, lo viejo a lo nuevo. Pero es que Jesucristo ya vino,
y nosotros queremos ser fieles a su pasado. Jesucristo mucre
joven y resucita joven y permanece joven por los siglos de
los siglos. Los ancianos siempre tienen que reconciliarse con
su inagotable juventud y novedad. La Iglesia es el cuerpo de
Cristo, que sigue creciendo a lo largo de la historia; y hay
ancianos que quieren confinar el crecimiento de Cristo a una
etapa pretérita de la historia de la Iglesia y, en nombre de
sus rutinas, cierran la puerta a toda novedad. Hacen buena
compañía a los «ancianos» de los evangelios.
Otro uso correlativo del adjetivo «viejo» se lee con valor
metafórico en dos cartas del cuerpo paulino:
— 175 —
está terminada. Cuando al final del camino nos encontremos
a Jesús, nuestro hermano, el ejemplar perfecto, ¿nos pare
ceremos a él? Si nos toma de la mano y pregunta: ¿De quién
es esta imagen?, ¿qué responderemos? Esperamos que nues
tra vejez se transformará un día en novedad, imagen renovada
y exaltada de una creación original.
Y Dios ¿es viejo o nuevo, anciano o joven? El vidente
Daniel lo imagina así:
7,9 Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un
anciano se sentó. Su vestido era blanco como nieve, su ca
bellera como lana limpísima.
— 176 —
lo que no sabemos. Como el mundo de nuestra ignorancia
es tan inmenso, tenemos que restringir la curiosidad a unos
cuantos campos. La definición de esos campos es importante,
porque no todos merecen por igual nuestra atención, o porque
unos responden mejor que otros a nuestro temperamento y
formación. Aun definido el ámbito razonable de nuestra cu
riosidad, dejemos puertas abiertas para escapadas festivas.
La curiosidad aguza la atención. La ciencia moderna sigue
extendiendo de tal modo los conocimientos que cada vez nos
quedan más cosas por concer. Dichoso el anciano que con
serva viva la curiosidad científica, artística, histórica, por las
personas; y por las obras maravillosas de Dios. Un día cada
vez más próximo, se saciará de su Presencia.
Nos queda otro grupo de ancianos en el último libro de
la Biblia, el Apocalipsis. A pesar de las dificultades que
originan el género y el estilo de este libro, algo podemos
sacar en limpio de él. Ante todo, que los ancianos están
presentes y activos en la Biblia, desde el Génesis hasta el
Apocalipsis. No hay discriminación ni confinamiento.
El visionario del libro describe una corte celeste, y en
ella una especie de Senado. Sabemos que «senado» (senatus)
viene de senex (=anciano); es decir, en su origen señala una
edad, y más tarde designa un oficio importante. El senado
celeste consta de 24 ancianos, el número sumado de las doce
tribus y los doce apóstoles, como una representación del
Antiguo y el Nuevo Testamento; pero, en cuanto senadores,
representan a los demás. Si en el cielo hay alguna preferencia,
el autor (como corresponde a su cultura) se la concede a estos
ancianos. Un senado tiene en la tierra, de ordinario, función
rectora: delibera y decide. Veamos la actividad de este senado
celeste, especialmente en los capítulos 4 y 5. En la visión
aparece Dios como rey majestuoso sentado en su trono ra
diante:
— 177
r
10 Los veinticuatro ancianos se postran ante el que está
sentado en el trono, para rendir homenaje al que vive por
los siglos de los siglos, y arrojan sus coronas ante el trono
diciendo:
11 Tú mereces, Señor y Dios nuestro, recibir la gloria,
el honor y la fuerza, por haber creado el universo; por de
signio tuyo todo fue creado y existe.
— 178 —
sacrificio, el Cordero ha reunido un nuevo pueblo de Dios,
innumerable, universal. Sólo en el cielo se alcanza a com
prender la riqueza de la redención, y será gozo consumado
entenderla y alabarla.
A la liturgia celeste responde una liturgia cósmica. Con
lo cual, los ancianos desempeñan otra función, que es presidir
e iniciar el canto universal de alabanza a Dios: «el hombre
es creado para alabar a Dios»:
5,13 Oí entonces que todas las criaturas del cielo, de la
tierra, de bajo la tierra y el mar, todo lo que hay en ellos,
respondían: —Al que está sentado en el trono y al Cordero,
la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de
los siglos.
— 179 —
10. Pablo
— 180 —
cíente y responsable. La decadencia física y mental es patente
a su edad y está agravada por el esfuerzo continuo. Pablo
está inmerso en este mundo visible que lo rodea y en el que
actúa. Lo ve y lo toca y se comunica con él; pero su atención
se enfoca y concentra en un mundo trascendente que se ma
nifiesta a la mirada interior de la fe y la esperanza. Así se
conjugan dos movimientos: uno descendente sin remedio;
otro ascendente, día a día, peldaño a peldaño. Vencerá el
movimiento ascendente. No importan las penalidades si van
a producir un peso de gloria que desnivele la balanza. Si es
valioso lo que se ve, lo es más, sin comparación, lo que
ahora no se ve. A lo transitorio sucederá lo perdurable.
No es difícil aplicarse la enseñanza de Pablo.
En los párrafos que siguen de la carta, entrelaza Pablo
otra serie de oposiciones que pertenecen a tres campos ima
ginativos. Del vestido: desnudo-vestido-revestido; de la vi
vienda: tienda-edificio-morada; de la residencia: casa-destie
rro. Las dos primeras imágenes se mezclan y nos confunden
en el párrafo próximo. La sustancia es: Suspiramos por la
vida feliz y definitiva, pero sin que muera la que tenemos.
Querríamos que lo venidero fuera continuación suave, algo
que se añade o se pone encima, sin quitar ni destruir lo
precedente.
— 181 —
trasladarse al edificio o morada definitiva. Como los que
viven en barracas o «roulottes» después de una catástrofe. O
como si fuera un vestido que cubre al hombre. Para trasla
darse a la morada permanente hay que abandonar la tienda;
para vestirse el traje de gloria hay que desnudarse del traje
que se gasta y consume. Si suspiramos por ello, es que lo
consideramos real, porque alguien despierta nuestra concien
cia. No es casa que los hombres construyen ni vestido que
los hombres tejen. Estamos destinados a recibir la inmorta
lidad como don de Dios por la acción del Espíritu. Dejemos
al Espíritu que sople en nuestra conciencia, que encienda
nuestros suspiros, que nos vaya desnudando y disponiendo.
El tercer párrafo nos resultará más fácil. El hombre
domiciliado en el cuerpo vive desterrado de la patria; tiene
que desprenderse del cuerpo para estar con el Señor. Quien
dice «cuerpo» entiende todo lo corpóreo, incluida la mente,
condicionada por la corporeidad. Nuestra fantasía se alimenta
por los sentidos corporales; nuestras ideas y concepciones se
apoyan en las sensaciones para dar el salto, y muchas veces
tienen por objeto realidades corpóreas. Nuestros deseos se
dirigen a lo corpóreo o lo atraviesan para seguir más allá. Al
despojamos de todo eso, ¿quedaremos desnudos y en puro
espíritu? ¿Quedaremos en una intemperie de espíritus im
pasibles? Más bien nos vestirán de otra corporeidad y vivi
remos en la patria con el Señor. Mientras vivimos en este
cuerpo, tenemos una tarea trascendental, que prolonga sus
consecuencias hasta el momento decisivo y el futuro defi
nitivo.
5,6 En consecuencia, siempre estamos animosos, aunque
sepamos que, mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, es
tamos desterrados del Señor, 7porque nos guía la fe, no la
vista. 8 A pesar de todo, estamos animosos, aunque prefe
riríamos el destierro lejos del cuerpo y vivir con el Señor.
En todo caso, sea en este domicilio o en el destierro, nuestro
mayor empeño es agradarle, 10porque todos tenemos que
aparecer ante el tribunal del Mesías, y cada uno recibirá lo
suyo, bueno o malo, según se haya portado mientras tenía
este cuerpo.
— 182 —
Una frase de este tercer párrafo nos guía hacia otro pasa je
famoso de Pablo que hemos meditado en la primera parle y
que se lee en la carta a la comunidad de Filipos. En pleno
apostolado, Pablo se siente en tensión entre dos fuerzas
opuestas: tira de él hacia arriba el Señor, como fuerza de
gravedad alojada en el deseo. Tira de él la tarea apostólica
y el bien de sus encomendados. ¿Quién puede más? Flp 1,21.
No importa mucho la edad exacta de Pablo. Su enseñanza y
ejemplo valen plenamente para los ancianos.
— 183 —
11. Nicodemo
— 184 —
El narrador hace aquí que Nicodemo no entienda, paru
que nosotros entendamos mejor:
Jn 3,4 ¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Podrá
entrar otra vez en el vientre de su madre y volver a nacer?
— 185
Primera. Volvamos espiritualmente a las aguas bautis
males, como a manantial de vida, para recobrar fuerzas y
vitalidad: Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis
fuerzas: Sal 23,3. Acudir al costado de Cristo, del que brota
agua vivificante. Nacer es abrirse a innumerables posibili
dades: un niño puede aprender cualquier lengua en cuyo es
pacio crezca; es decir, todas son posibles para él, aunque no
sumadas. Posibilidades de las que realizará algunas y anulará
muchas. La lengua no es más que un ejemplo. Puede aprender
una segunda y una tercera, etc., a lo largo de la vida. Cada
etapa de la vida presenta un abanico de posibilidades. Tam
bién la vejez. A los setenta y más años muchas cosas están
todavía por hacer: conocimientos, acciones, experiencias. Si
nacer es comienzo, novedad, cada nuevo comienzo tiene algo
de nacimiento.
Gregorio de Nisa, en su obra Vida de Moisés, dice que
todo lo que está sujeto a cambio, en cierto sentido continua
mente nace. Y añade que, en cierto modo, nosotros somos
nuestros propios padres que nos engendramos al elegir libre
mente. Eso es más cierto en el reino del Espíritu: si el anciano
no puede volver a entrar en el seno materno, el Espíritu puede
entrar en el anciano.
Segunda. Es legítimo y bíblico concebir la resurrección
en el símbolo del nacimiento. La palabra griega prototokos
significa en español primogénito, primer nacido (tiktein=dar
a luz). Pues bien, Jesuscristo, que es el primogénito de la
creación, el primogénito de la humanidad, es también el
primogénito de los muertos por la resurrección. Leamos se
guidos estos textos:
— 186 —
Ap 1,5 Jesucristo, el testigo fidedigno, el primogénito de
los muertos.
— 187 —
dará vida a vuestros cuerpos mortales por medio de ese Es
píritu que habita en vosotros.
— 188 —
TERCERA PARTE
PAGINAS
DE
EJERCICIOS
1. Principio y Fundamento
— 191 —
a pensar. Te alabo por la iluminación de mi conciencia de
hombre. Te alabo por las alegrías intensas o mansas y por
los dolores que, sin saberlo yo ni comprenderlo, me iban
templando. Te alabo por mi descubrimiento paulatino del
mundo, por las clases y los juegos, los compañeros y maes
tros, por lo viajes y excursiones, por los miedos precursores
y las ansias indefinidas. Me haría falta al menos un año entero
de vejez para alabarte punto por punto de mi niñez. Y así
por la adolescencia y por la edad madura.
Te alabo, Señor, porque por el bautismo me tomaste
como hijo tuyo, me diste tu Espíritu Santo y me hiciste
hermano de Jesucristo y miembro de su Iglesia. Por la edu
cación cristiana, el catecismo y la historia sagrada; por las
misas un tanto aburridas y por las confesiones acerbas de
vergüenza infantil. Por la primera comunión apenas com
prendida, entrevista. Te alabo por la fe indistinta, por las
semillas de esperanza, por la difícil y gozosa caridad.
Al desgranar en tu presencia ese rosario de alabanzas,
sube la marea de la nostalgia y amenaza anegarme; mientras,
Tú me mantienes a flote con la seguridad de que, si la nos
talgia transfigura todo el pasado, más lo transfigura tu bondad
paternal, manantial de ese mar de mi vida. No es sólo mi
nostalgia senil, sino tu Espíritu quien acarrea a mi memoria
los recuerdos para que se conviertan en pura alabanza. No
son rosas marchitas de rosario que giran por última vez; el
recuerdo vuelve a florecer en la alabanza tuya. El hombre es
creado, el anciano vive todavía para alabar a Dios nuestro
Señor. Yo te alabo porque me concedes el gozo último de la
alabanza.
El curso de mi vida quedó en cierto modo definido al
concluir la adolescencia y primera juventud: matrimonio o
sacerdocio o vida religiosa, una carrera o un oficio. A partir
de entonces, una larga etapa dominada por el ritmo cotidiano,
animado en momentos de intensa exaltación.
Yo, casado o casada (quizá viudo o viuda), te alabo
porque el amor conyugal marcó el ritmo de mi vida que fue
192 —
madurando. Porque nos hiciste dos en uno, cada vez más
unidos, a pesar de fricciones e incomprensiones. Y te alabo
por el gozo desbordante, por el misterio casi insoportable de
la maternidad o paternidad. Amando a mi esposo o esposa,
comprendí algo del amor de Cristo a su Iglesia. Amando
irremediablemente a mis hijos, llegué a vislumbrar tu amor
de Padre. Por ello y por ellos te alabo, mi Señor. También
porque, desempeñando un oficio, no sólo gané el sustento
de mi familia, sino que contribuí al bienestar de la sociedad
que tú quieres. La familia ha crecido y se ha dispersado,
algunos faltan; el oficio se ha terminado con la jubilación.
Ahora todo se congrega en mi memoria para subir en forma
de alabanza a ti.
Yo, sacerdote, religioso o religiosa, te alabo porque me
consagraste y me acercaste a ti: Dichoso el que eliges y
acercas para que viva en tus atrios (Sal 65,5). Vale más un
día en tus atrios que mil en mi casa (Sal 84,11). Porque me
llamaste a una oración más íntima y a administrar tus sacra
mentos y a predicar tu palabra: Cuando recibía tus palabras,
las devoraba; tu palabra era mi gozo y mi alegría íntima (Jr
15,16). Te alabo por los carismas particulares de mi profe
sión, y con ellos te alabo por el don del Espíritu: La mani
festación particular del Espíritu se le da a cada uno para el
bien común... Todo eso lo activa el mismo y único Espíritu,
que lo reparte dando a cada individuo en particular lo que
a él le parece (1 Co 12,7.11).
Para este canto mío de alabanza quiero congregar a todas
tus criaturas, que he ido encontrando o conociendo en mi
vida:
— 193 —
5 Alabad el nombre del Señor,
porque él lo mandó, y quedaron creados;
6 les dio consistencia perpetua
y una ley que no pasará.
7 Alabad al Señor desde la tierra,
cetáceos y todos los océanos;
8 rayos, granizo, nieve y bruma,
viento huracanado que cumple sus órdenes
9 montes y todos los collados,
árboles frutales y cedros;
10 fieras y animales domésticos,
reptiles y pájaros que vuelan;
11 reyes y pueblos del orbe,
príncipes y jefes del mundo;
12 jóvenes y también doncellas,
los viejos junto con los niños.
13 Alabad el nombre del Señor,
el único nombre sublime.
— 194 —
debilidad su condición de criatura y puede dirigirse con hu
milde reverencia a su Creador.
Si bien Dios no está confinado a tiempo ni espacio, el
AT puede representar a Dios como el anciano de días, alu
diendo simbólicamente a su vida sin principio, anterior a
todo.
Mal 1,6 Honre el hijo a su padre, el esclavo a su amo.
Pues si yo soy Padre, ¿dónde queda mi honor?
Si yo soy dueño, ¿dónde queda mi respeto?
— 195 —
En algunas religiones antiguas se decía que la divinidad
creó al hombre como criado suyo, para poder holgar. Los
hombres trabajarían para que los dioses gozaran y descan
saran. Los sacrificios servían para alimentar, las libaciones
para calmar la sed, el culto para asegurar el ocio divino. Los
hombres eran así útiles, servían a los dioses.
Una concepción tan rastrera de la divinidad no se sos
tiene a la larga en Israel, aunque no se borren del todo sus
huellas. Si en textos cúlticos se habla de aroma que aplaca
(el aroma de la carne asada de los sacrificios), el salmo 50
corrige polémicamente toda interpretación material:
— 196 —
Quizá servir a Dios consista en colaborar en su proyecto
y en servir a otros hombres. Puesto que Dios ha creado, la
creación tiene que retomar de algún modo al Creador. El
hombre es el último y superior anillo, que por el reconoci
miento y la alabanza reconduce las creaturas al Creador. La
alabanza es, por tanto, servicio.
Además, dentro de la creación Dios tiene un proyecto
para los hombres: Quiere que todos los hombres se salven y
lleguen a conocer la verdad: 1 Tim 2,4. En la realización
concreta, histórica y metahistórica de ese proyecto, el hombre
puede prestar sus servicios a Dios. O, dicho de otro modo,
Dios toma como hechos a él tales servicios.
Cuando éramos jóvenes, ¡con qué ansia esperamos, con
qué ilusión recibimos el primer empleo!: una persona o en
tidad nos tomaba a su servicio y nos pagaba nuestros servi
cios. Servíamos de algo y nos lo reconocían. Pues bien, por
el hecho de ser hombres, Dios nos toma a su servicio: El
hombre es creado para servir a Dios. Puede haber grados
en este servicio, por cercanía o extensión. En otros tiempos
se decía que los mozos iban «a servir al rey», con lo cual se
significaba el servicio militar; los ingleses hablan de un ser
vicio civil, civil servant, a la comunidad ciudadana; también
llaman Service al culto. Los apóstoles se dedicaban casi ex
clusivamente a predicar el evangelio. Pablo reservaba algo
de tiempo al trabajo artesano para ganarse el sustento; aun
aquello era servicio al evangelio, al no ser gravoso a los
fieles; les servía sin servirse de ellos.
Hoy sacerdotes y religiosos se dedican primariamente
al servicio de Dios, lo cual no excluye el servicio activo a
los demás. Porque al evangelio de Dios se le sirve de muchas
maneras, en muchos puestos y actividades:
1 Co 12,17: Si todo el cuerpo fuera ojos, ¿cómo podría oir?;
si todo el cuerpo fuera oídos, ¿cómo podría oler? 18Pero de
hecho Dios estableció en el cuerpo cada uno de los órganos
como él quiso. 19Si todos ellos fueran el mismo órgano, ¿qué
cuerpo sería ése? 20Pero no, de hecho hay muchos órganos
y un solo cuerpo.
— 197 —
¿También los ancianos deben, pueden servir a Dios? Él
los ha tomado a su servicio y no los licencia ni los jubila.
Quizá la jubilación civil les deje más tiempo para servir a
Dios, con lo cual compensan la falta de energías. ¿Y cuándo
el anciano ya no sirve? Me han olvidado como a un muerto,
soy un cacharro inútil: Sal 31,13. Muchos hijos procuran
hoy relegar a los padres ancianos a un pisito, a un asilo o
residencia de tercera edad. Si no sirven a los hijos, a la
sociedad, ¿podrán servir a Dios? Por otra parte, muchos pa
dres y suegros, abuelos y abuelas, ven reconocidos sus ser
vicios en las familias: se ocupan de los nietos, congregan a
los hermanos, suavizan tensiones, resuelven problemas per
sonales... Cuántos servicios podrían prestar a la Iglesia mu
chos jubilados, sirviendo así a Dios... Al no ser aceptados
por la pequeña familia, sirviendo a la gran familia de Cristo,
podrían sentirse útiles unos años más:
— 198 —
y sudores, para realizar sus proyectos. También el enfermo,
por ser hombre, sufre para servir a Dios.
El niño necesita el servicio de los mayores y no se siente
humillado por ello. El anciano, especialmente si fue traba
jador y servicial, se siente humillado cuando tiene que pedir
la limosna de servicios ajenos. Verse reducido ante los demás
a la impotencia, saberse desvalido y confesarse necesitado,
es un dolor que devora calladamente:
Job 4,3 Tú que a tantos instruías
y fortalecías los brazos inertes,
4 que con tus palabras levantabas al que tropezaba
y sostenías las rodillas que se doblaban,
5 hoy que te toca a ti ¿no aguantas?,
¿te turbas hoy, que todo te cae encima?
— 199
más tradicional, distingue alma y cuerpo, según la dicotomía
griega, y se fija en la salvación escatológica, la que viene
después de la muerte. Esta lectura se puede parafrasear así:
Sirviendo a Dios en esta vida corporal, el hombre asegura la
supervivencia del alma en el cielo. Aunque el cuerpo se
pierda, se salva el alma; aunque la vida terrestre termine,
comienza una vida celeste perdurable.
La segunda lectura traduce salvar su alma por salvar la
vida. En efecto, el animal da pleno sentido a su vida sim
plemente viviéndola. Se funde con su mundo, se ajusta a su
medida temporal, desempeña sus funciones hasta el acto final
de morir y desaparecer. El hombre, en cambio, tiene que
llenar de sentido su vida, como se llena un frasco de licor
precioso o de perfume exquisito. El hombre llena de sentido
su vida desde arriba, o sea, desde la conciencia y libertad.
Dando sentido a su vida, la salva, no pierde el tiempo que
le han asignado ni deja vacía su capacidad. ¿Cuál es la medida
de capacidad del hombre? Quizá tenga cuatro dimensiones:
es física, es mental, es ética, es espiritual. Por las tres pri
meras se salva esta vida limitada; por la cuarta se asegura el
salto final hacia la plenitud de una vida con Dios. Sirviendo
a Dios enteramente, el hombre está llenando la capacidad de
sentido de esta vida presente y está ensanchando la capacidad
de plenitud futura y perdurable. Salvar el alma, salvar la
vida, tiene sentido más rico y complejo en esta segunda
lectura.
¿Qué dice a esto el anciano? En una primera lectura: ya
que no puedo salvar este cuerpo, que se me desmorona entre
las manos, salve yo el alma inmortal. Ya que he perdido
tanto tiempo en la vida, salve yo la eternidad. Me quedan
unos años para asegurarla. Procuraré ser dócil al arrepenti
miento, sujetaré mis pasiones ya debilitadas. Ha sonado el
grito de ¡sálvese el que pueda! Tal es la respuesta en el
contexto de la primera lectura.
La segunda lectura se vuelve más exigente. Si hasta aquí
he dejado mi vida vacía de sentido auténtico, ahora tengo
que empeñarme en compensar el tiempo perdido para llenar
— 200 —
el triste vacío. Si hasta aquí, con altibajos y mezquindades,
he llenado sólo a medias mi vida de sentido, en adelante
tengo que completar lo que ha quedado medio lleno o medio
vacío. Si hasta aquí, en cuanto cabe, he llenado de sentido
cristiano mi vida, en adelante apuraré el servicio para llenar
la capacidad de mi existencia.
En estos años de la tercera edad no ha de reinar el miedo
a perder lo ganado, a quedarse con el vaso vacío. Debe
dominar el deseo de llenarlo hasta los bordes. También estos
años que me quedan de vida tienen que llenarse de sentido.
Son un tramo de vida, el último, que tengo que salvar. Re
cordemos lo que dice San Juan de la Cruz: Por la tarde os
examinarán en el amor. No son las puras prestaciones hu
manas las que salvan la vida, sino el servir a Dios nuestro
Señor.
Jesús probablemente vivió poco más de treinta años. Su
corta vida está tan llena de sentido que de su plenitud se
llenan todos los demás (Jn 1). María pasó probablemente de
los sesenta —según una tradición— y tuvo una vida colmada.
No salvó el alma aparte, sino también el cuerpo por la Asun
ción. De Juan Evangelista se dice que murió anciano: su vida
estuvo llena de evangelio, y con su evangelio cuántas vidas
ha salvado. Pablo emplea una imagen deportiva:
— 201 —
El hombre vive y se realiza en este mundo en relación
con los seres de la creación. Es su destino. Si él ha de servir
a Dios, lo demás le servirá a él para, sirviendo a Dios, salvar
su alma. Su relación con los seres del mundo es múltiple:
unos los consume, otros los utiliza, otros los contempla...
Ha de dominar la tierra sometiéndose a sus leyes. Explota
los recursos de materia y energía, humaniza animales do
mesticándolos; humaniza cuanto observa transformándolo en
lenguaje. No sólo recibe las cosas creadas, sino que crea o
elabora otros muchos productos humanos: labrando campos,
fabricando instrumentos, creando obras de arte. Todo le ha
de servir, y lo que parece más inútil o gratuito, como el arte,
puede dar más sentido a su existencia. Se relaciona con otros
hombres, pero no debe servirse de ellos como medios o ins
trumentos. Se relaciona con Dios como su principio y fin.
En todo el uso y la contemplación de lo creado por Dios o
producido por el hombre, ha de instaurar el sentido ético y
religioso, para que las criaturas le sirvan en su servicio a
Dios. Dentro de este panorama, ¿dónde se sitúa el anciano?
Contemplando. Desde que empezó a descubrir el mundo
con ojos infantiles, apenas estrenados, ha viajado y ha visto:
inmediatamente, como espectador; mediatamente, por los
medios de comunicación. La televisión ha ensanchado su
campo de contemplación. Ha oído rumores y cantos de la
naturaleza y ha escuchado música; quizá sepa de memoria
muchas piezas musicales. Puede sentirse cansado: lo ha visto
todo, quedan pocas novedades. Pero, si ha desarrollado su
capacidad de observar y contemplar, podrá descubrir todavía
muchas criaturas dignas de ser contempladas. Podrá repasar
con sosiego y gozo lo ya visto. Volverá a visitar parajes y
ciudades, museos y conciertos. Quizá ahora le queda más
tiempo, aunque no tenga tantas energías. Alabando a Dios
por lo que contempla, el anciano se sirve rectamente de la
creación.
Usando. Materias de la tierra convertidas en vivienda,
calles y carreteras, banco de paseo o parque. Energía del
cosmos que le da luz y hace funcionar sus aparatos domésticos
— 202 —
o ciudadanos. Quizá esa energía compense el declinar de su
energía corporal. Quizá materias vegetales o químicas se
transformen en medicinas con que paliar sus achaques.
Abstenerse. La ética y la dietética le imponen todavía
renuncias poco gratas. Algunas criaturas vedadas a él pueden
estar a su servicio indirecto, en cuanto sirven a las personas
que lo rodean y ayudan y alivian.
Lo que él ha creado o producido: los alumnos que ha
formado, los libros que ha escrito, las obras de arte que ha
ejecutado, objetos de albañilería, de ingeniería, autos, sillas,
calzados, sombreros, lentes, documentos jurídicos... Han
servido a otros, ¿le sirven también a él? Recuerdo placentero,
satisfacción por lo bien hecho, efectos beneficiosos que ahora
revierten en él.
Rodeado de tantas cosas creadas, el anciano se encuentra
en una encrucijada vital: afán de acumular o desprendimiento
progresivo. Hay'ancianos que lo guardan todo, que se aferran
a sus posesiones, como si fueran tentáculos para aferrarse a
la vida. O nadan en el recuento y contento de las obras
realizadas durante la vida. El poseer es-un acto de dominio,
el recordar es operación vital. Pero el afán posesivo es pe
ligroso: multiplica objetos que se poseen sin ser usados, de
modo que las posesiones anegan al poseedor. ¿Es eso servirse
de las criaturas para servir al Creador?
En sentido contrario actúa el desprendimiento. Ir rega
lando o cediendo lo que en breve hemos de abandonar de
finitiva y totalmente. Contentarse con pocas cosas. Sea nues
tro disfrute ver cómo otros disfrutan del objeto de nuestra
renuncia; ver cómo otros saborean el bocado que nosotros
hemos respetado. Nada nos hemos de llevar, sólo queda lo
que damos.
Ecl 5,9 El codicioso no se harta de dinero, el avaro no lo
aprovecha: también eso es vanidad.
12 Hay un mal morboso que he observado bajo el sol:
riquezas guardadas que perjudican al dueño.
14 Como salió del vientre de su madre, así volverá: des
nudo; y nada se llevará del trabajo de sus manos.
— 203 —
En cuanto a las obras que hemos hecho, nuestra mayor sa
tisfacción no es haberlas hecho nosotros, sino saber que apro
vecharán a otros. Para volar muy alto hay que reducir el
equipaje. Para el último vuelo, sublime, vayamos arrojando
lastre.
— 204 —
Para escoger el camino acertado, hay que ser libres, es
decir, no esclavos de nuestras preferencias. Ser libres es ser
indiferentes al dominio creciente de las inclinaciones natu
rales. Por eso dice Ignacio que hay que hacerse indiferentes,
lo cual es una llamada a la difícil libertad. Hasta cierto punto
tenía razón Lutero cuando hablaba de «albedrío esclavo»,
haciéndose eco de Romanos 7. Si radicalmente somos libres,
nos hicimos esclavos. Tenemos que conquistar la libertad
haciéndonos indiferentes.
¿Y en la tercera edad? Quizá nos cueste menos hacernos
indiferentes en muchas cosas, en virtud de la edad. Con los
años pierden sensibilidad nuestros sentidos: no sólo vista y
oído, sino también gusto y olfato. No sé si disminuye también
el sentido físico del dolor. También pierden intensidad nues
tras emociones: una mala noticia nos impresiona menos,
nuestro gozo es temperado. Y así, por la pérdida de sensi
bilidad, nos cuesta menos hacemos indiferentes. Pero no lo
somos, tenemos que seguir haciéndonos. A nuestras pasiones
y ambiciones ha sucedido la satisfacción de unas, el desen
canto de otras. En ese nuevo clima espiritual es más fácil
hacerse indiferentes. Con tal de querer...
¿Es que con los años nos volvemos estoicos?; ¿o será
que los estoicos miraban a la vida con ojos de anciano?
Ignacio pone cuatro casos de indiferencia bastante signifi
cativos:
.. .en tal manera que no queramos de nuestra parte más salud
que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor,
vida larga que corta.
— 205 —
normal la televisión en color de alcance planetario. Vimos
los giros adolescentes del automóvil, y hoy el hombre ha
pisado la luna y enviado sondas a planetas. Medida en acon
tecimientos, nuestra vida ha sido larga. Nos la ha concedido
Dios, no la elegimos nosotros. ¿Habría sido mejor una vida
corta? ¿Será mejor que se prolongue? En vez de aferramos
a una vida que cada vez nos ofrece menos, debemos hacemos
indiferentes.
A la cuaterna de Ignacio podemos añadirle otro caso:
soledad o compañía. El que fue famoso se siente dolorosa
mente olvidado; el que era rico no disfruta de lo que posee;
el que tuvo salud sufre achaques... Una de las penas más
agudas y envolventes de la vejez puede ser la soledad. ¿Y si
por la soledad humana nos quiere atraer Dios a su cercana
compañía? ¡Por fin solos!, decían los novios terminado el
banquete, al emprender el viaje. ¿Será posible a nuestros
años fijar los ojos en Dios y decir: «por fin solos»?
En soledad vivía
y en soledad ha puesto ya su nido,
y en soledad la guía
a solas su querido,
también en soledad de amor herido.
— 206 —
2 . Pecado y perdón
— 207 —
tado de Jeremías nos enseña que, desde el principio, todo
está planteado en términos de relaciones amorosas. Aunque
otros textos explotan más bien la relación simbólica de vasallo
a soberano, la visión profètica del amor es más profunda y
empalma mejor con NT. Oseas y Jeremías utilizan también
la relación simbólica de hijo a padre, también en términos
de amor. Imagen que culmina en la parábola del hijo pródigo.
Pecador perdonado. ¡Qué bien lo sabemos al llegar a la
tercera edad! Hora es de meditarlo sin prisas. Nuestra ver
güenza de ancianos no es la vergüenza infantil, tan penosa
y difícil de superar. Nos cuesta menos confesar culpas, quizá
porque la vida nos ha enseñado a calibrar la mezquindad
humana. Mezquindad es palabra de doble filo. Lo mezquino
es despreciable, no es grande. Hemos oído o leído de alguien
que era o se confesaba «un gran pecador». Si el hombre es
tan pequeño y mezquino, ¿será grande solamente y preci
samente en el pecado? Descartemos a los grandes y siniestros
criminales de la historia y nos quedaremos con una mayoría
de pecadores mezquinos. Hasta pecando somos vulgares y
pequeños.
Pero la mezquindad no debe conducimos a minimizar
la importancia del pecado. La grandeza o gravedad del pecado
la debemos medir confrontándolo con la cruz de Cristo. ¡Te
rrible la culpa que crucificó a tal bienhechor! ¡Dichosa la
culpa que mereció tal redentor! En esta perspectiva, el pe
cado, aunque mezquino, es cosa muy seria; su mezquindad
puede ser agravante, ya que sucede en el reino del amor. En
el reino de nuestra relación personal con Dios Padre y con
Jesucristo han sucedido, hemos cometido pecados. Para siem
pre seremos los perdonados, porque imborrablemente fuimos
pecadores.
Con la pausa y la distancia, podemos hacer un repaso
de nuestra vida de pecadores perdonados. Sin bajar a detalles,
podemos observar zonas, etapas, algún punto particular. A
lo largo de tantos años de nuestra vida, ¡cuánta paciencia ha
tenido Dios con nosotros! Reiteradamente ha pedido Cristo
a su Padre: Perdónalos, porque no saben lo que hacen. Ex
— 208 —
cusando, comprendiendo, intercediendo eficazmente. Uno
que ha sido padre, quizá también abuelo, sabe la pacienciu
cariñosa con que aguantó a su hijo. Pues esa paciencia en
trañable es simple participación y reflejo de la de Dios, como
reza el salmo 103:
10 No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas...
13 Como un padre siente cariño por sus hijos,
siente el Señor cariño por sus fieles;
14 porque él conoce nuestra masa,
se acuerda de que somos barro.
Oseas hace hablar a Dios como un padre que se querella con
su hijo Israel o Efraín:
11,1 Cuando Israel era niño, lo amé;
llamé a mi hijo cuando estaba en Egipto...
3 Yo enseñé a andar a Efraín y lo llevé en brazos,
y ellos sin darse cuenta de que yo los cuidaba...
4 Con correas de amor los atraía,
con cuerdas de cariño...
8 ¿Cómo podré dejarte, Efraín, entregarte, Israel?...
Me da un vuelco el corazón,
se me conmueven las entrañas...
Jeremías presenta a Efraín contrito y avergonzado, y a Dios
que reacciona paternalmente:
31,18 Estoy escuchando lamentarse a Efraín:
Me has corregido y he escarmentado,
como novillo indómito.
Vuélveme y me volveré,
que tú eres el Señor mi Dios.
19 Si me alejé, después me arrepentí,
y al comprenderlo, me di golpes de pecho.
Me sentía corrido y avergonzado
de soportar el oprobio de mi juventud.
20 ¡Si es mi hijo querido, Efraín,
mi niño, mi encanto!
Cada vez que lo reprendo, me acuerdo de ello,
se me conmueven las entrañas
y cedo a la compasión.
— 209 —
Tengamos la valentía de confesamos como fuimos, de vemos
como somos: pecadores perdonados.
Con lo cual no pensemos que el asunto del pecado queda
atrás. Como si los años nos hubieran quitado también las
fuerzas para pecar. Sólo con la muerte moriremos al pecado
(parafraseando a Pablo: Rom 7). Lo que sucede es que los
pecados de los ancianos pueden ser diversos en sustancia o
en aspecto.
La vanidad puede acentuarse o perder sus inhibiciones.
Socialmente está mal alabarse, es feo y contraproducente
mostrar vanidad. El anciano puede verse libre de ese freno
social: a él le está permitido gloriarse en público, contar sus
hazañas o aventuras, como encajándose una aureola envidia
ble frente a los demás. Astutamente deriva la propia alabanza
hacia el grupo o generación a que pertenece; englobado en
ellos, se envanece con disimulo. Puede ser que la astucia no
le valga, y que los demás sonrían ante su pueril vanidad.
El anciano puede volverse irritable. Al faltarle la elas
ticidad para reaccionar positivamente a estímulos o contra
tiempos, reacciona con la irritación. Y la irritación se vuelve
a veces contra él mismo. Ya no es él: no le responden las
fuerzas ni la memoria ni la atención, y se irrita. Con fre
cuencia es la irritabilidad lo que más molesta del anciano;
por ella quieren a veces relegarlo a un asilo, apartado de la
familia.
Con todo lo que ha visto y vivido, el anciano debería
ser comprensivo, tolerante. ¿Lo consigue?, ¿lo intenta? Al
faltarle flexibilidad mental, porque no la practicó o porque
se le ha entumecido, no sabe comprender y aceptar formas
nuevas de vida. No se le pide que permita todo, que apruebe
todo; sí se desea que aprecie la ambivalencia de la vida
humana, su mezcla inevitable de bien y mal.
El egoísmo ingénito del hombre tomará en el anciano
formas especiales. Por ejemplo, exigiendo excesivas aten
ciones. Ya que no es protagonista actuando, intenta serlo
— 210 —
padeciendo. Cuenta y recuenta sus penalidades, inflige una
letanía de quejas, si no injustificadas, al menos indiscretas.
No se trata de hacer aquí examen detallado de concien
cia. Aunque podría ser útil compilar una descripción de ten
taciones propias de la vejez, para que los ancianos las me
ditaran pidiendo: no nos dejes caer en la tentación. Unas
tentaciones ya pasaron, otras nos esperan. Conocerlas ayu
dará a evitarlas o superarlas.
Y no perdamos de vista la cruz. Es un joven el que,
clavado, padece la tortura del odio. Entre sus enemigos hay
letrados y fariseos... y también «ancianos». Por todos su
plica, a todos perdona.
A los pecados explícitos añadamos la maraña sumergida
de nuestras motivaciones, el tenebroso desorden de unos só
tanos bajo un piso razonablemente aseado. Incluso lo bueno
o lo malo que hacemos está contaminado de cálculos, se
gundas intenciones, reservas arteras. Hagamos de vez en
cuando la prueba preguntando: ¿por qué, para qué lo hago?
Freud nos ha enseñado a contar con el autoengaño, la repre
sión, la sublimación. Antes de él, maestros espirituales ha
bían entrenado a sus dirigidos en el análisis y penetración de
sí mismos. No hablamos de doble vida como acciones ex
ternas en dos zonas separadas, sino de doble vida en dos
planos superpuestos, de acciones y motivaciones. El hombre
es el animal que quiere engañarse y nunca se cura del todo.
Nuestros pecados están perdonados. Una metáfora dice
«borrados», «cancelados»: como se borra algo escrito, una
deuda registrada, un delito en una ficha:
Is 43,25 Yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes
y no me acordaba de tus pecados.
— 211 —
Como un viento que empuja y barre las nubes hasta dejar un
firmamento límpido y luminoso. Miqueas, habla de «pisar»
o «sojuzgar», y añade una gran comparación:
7,19 Sojuzgará nuestras culpas,
arrojará al fondo del mar todos nuestros pecados.
— 212 —
perdonados. Pero, globalmente, reconozcamos también las
consecuencias de nuestros pecados. —¿Que no las preveía
mos? —Pues ha llegado la hora de mirar hacia atrás para ver
y reconocer lo no previsto.
Junto a los pecados de acción, recordemos los de omi
sión, probablemente más abundantes. A Ezequiel lo hace
Dios responsable si omite avisar a sus paisanos:
33,7 A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la
Casa de Israel. Cuando escuches una palabra de mi boca,
les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado:
¡Malvado, eres reo de muerte!, y tú no hablas poniendo en
guardia al malvado para que cambie de conducta, el mavado
morirá por su culpa, pero a ti te pedirá cuenta de su sangre.
— 213 —
3. Infierno y Purgatorio
— 214 —
escatològico de Edom, el profeta presenta un país humeante,
desolado, despoblado:
— 215 —
Los dos aspectos descritos pueden servimos para una
reflexión imaginativa, es decir, en imágenes, sobre el mis
terio del castigo final (también Ignacio trabaja con imágenes
en esta meditación), a) El aspecto objetivo del fuego que
consume nos ayudará a subrayar el aspecto definitivo del
castigo. Ya no habrá indulto ni suspensión ni interrupción
del castigo. El instrumento cumplirá su tarea hasta el final,
b) El aspecto personal nos puede ayudar a meditar sobre la
llamada pena de daño. El hombre, despierto finalmente a la
necesidad de unirse con Dios para vivir por siempre, lo en
cuentra airado, indignado, y siente con plena conciencia el
terrible desvío de Dios: su ira encendida. Ninguna relación
puede apoderarse del hombre como la relación amistosa con
Dios: muchos santos han dado testimonio en vida de esa
fuerza. El encuentro, más allá de la muerte, desnudará el
afán, dejará en carne viva el ansia, y el deseo quedará frus
trado. Será un momento de una densidad atroz, indescriptible.
La imagen del rostro airado, de la mirada indignada, nos
ayudará en nuestra meditación.
Pasemos al segundo punto, la duración. En las traduc
ciones latina y vernáculas del Antiguo Testamento recurre
con frecuencia el adjetivo «eterno», el adverbio «eternamen
te» y sus equivalentes. En hebreo, la palabra más frecuente
es colam, f Qolam, solas o en composición. El término tiene
una amplia gama de significados: puede significar «durade
ro», «vitalicio», «perpetuo», y también «definitivo». La dis
tinción se aprecia mejor en construcciones negativas: no per
petuamente = provisoriamente, temporalmente; perpetua
mente no= nunca jamás. El significado concreto depende del
sujeto, del contexto «Te alabaré por siempre» significa
«mientras viva». Pero no hay simetría en los opuestos: una
vida definitiva tiene que ser perpetua; una muerte definitiva
no será duradera. La distinción conceptual entre indefinido
y definitivo nos permitirá manejar y leer correctamente mu
chos pasajes del Antiguo Testamento.
El capítulo 20 del Apocalipsis se cierra con este párrafo:
— 216 —
14 A la Muerte y al Abismo los echaron al lago de fuego.
El lago de fuego es la segunda muerte. 15Y a todo el que no
estaba escrito en el registro de los vivos lo arrojaron al lago
de fuego.
El Purgatorio de la vejez
— 217 —
Como no trato ahora de exponer una doctrina orgánica sobre
el purgatorio, sino de meditar bíblicamente, voy a emprender
el camino de los textos. Comienzo con un texto cúltico de
Nm 31,23:
— 218 —
La vejez puede ser razón oportuna para purificarse. La
tradición bíblica nos dice reiteradamente que la enfermedad,
la tribulación, la desgracia, bien llevadas, pueden purificar
al hombre. La enfermedad hace reflexionar al hombre sobre
sus pecados y lo conduce al arrepentimiento y a la enmienda,
con lo cual se vuelve saludable. Paradoja de una enfermedad
que genera salud. Dice el proverbio:
— 219
se hizo hombre para aprender en su carne a compadecerse
de sus hermanos. Si nosotros no lo hemos aprendido antes,
quizá hayamos llegado a la vejez para aprenderlo. Compren
der y compadecerse es noble humanismo. Si se puede traducir
en actos, tanto mejor; si ya no podemos, demos una parcela
de nuestra vida emotiva participando en las penas de otros.
Eso es compadecerse.
Es verdad que podemos resistimos a la obra purificadora
de la edad. Como dice Ezequiel en el capítulo antes citado:
— 220 —
refinará y purificará como plata y oro a los levitus,
y ellos ofrecerán al Señor ofrendas legítimas.
— 221 —
4. Llamada
— 222 —
aunque se nos antoje demasiado próximo. Otros, en cambio,
habrán sentido una llamada interior, habrán vivido una re
lación especial y consciente con Dios; y han respondido. Por
nuestra vocación nos toca ahora dar gracias a Dios.
Pero el capítulo no se cierra con un recuerdo agradecido.
Una vocación específica encarrila y define toda una vida hasta
el presente, de modo que la vocación no es sólo un hecho
pasado y puntual, sino que dura hasta hoy y se ha actualizado
en una serie de llamadas menores a lo largo de la ruta. Si
respondimos en la encrucijada decisiva de nuestra vida,
¿cómo tenemos que responder hoy a lo que sigue resonando?
Muchos años de seguir la llamada han ido creando hábitos.
Los hábitos los poseemos (habeo) y nos poseen. En ese sen
tido, la vejez es continuación de lo precedente, no siempre
mejorado.
Además de esa llamada inicial y global, quizá hayamos
escuchado a lo largo de los años otras llamadas particulares:
para tareas nuevas, para una mejora importante en nuestra
vida cristiana... También esas llamadas particulares, que so
lemos llamar «inspiraciones» o «mociones», han ido defi
niendo nuestra existencia y han dejado huella de hábitos per
manentes.
Esto supuesto, ¿cómo debemos responder ahora a la
vocación global que perdura? ¿Hay una llamada especial para
este último tramo de nuestra vida? Es posible que las cir
cunstancias externas hayan impuesto un cambio: matrimonio
y alejamiento de los hijos, viudez, jubilación... Maduros de
experiencia, probablemente no esperamos una nueva llamada
espectacular a un cambio fundamental o llamativo de vida.
Hemos aprendido que la llamada inicial y decisiva puso en
marcha un proceso que discurre con relativa espontaneidad
dentro de un cauce. Hemos aprendido que la llamada pro
funda y misteriosa de Dios se hace simple y cotidiana, y hace
falta mucho entrenamiento y atención para descubrir en ac
ción la fuerza motriz de esa llamada. Por eso no esperamos
nada espectacular: la tercera edad no rompe con la segunda.
Si radical fue el paso de la primera a la segunda, silenciosa
— 223
y amortiguada es la entrada en la tercera. ¿Por qué habría de
presentarse el Señor para lanzamos su palabra imperiosa?
Con todo, no seamos sordos a su llamamiento (Sal 84).
Quizá nos llame a compensar por lo que no hicimos, a en
mendar finalmente vicios inveterados, a mejorar la calidad
de nuestras relaciones con Dios y con el prójimo. Hemos
conocido ancianos que dieron un cambio: se hicieron com
prensivos y tolerantes, se volvieron pacientes, maduraron en
sensatez y serenidad. En parte puede ser cuestión de edad,
si bien no todos los viejos dan ese cambio. Las podemos
considerar llamadas genéricas, típicas de la edad y no indi
viduales. Lo cual no excluye la posibilidad de otras llamadas
específicas, más urgentes, más exigentes. No midamos los
proyectos de Dios con nuestra mezquindad acreditada. Aun
que declinen las fuerzas corporales, pueden tensarse las fuer
zas del espíritu asistidas por la gracia (2 Co 4). No basta
dejarse llevar, dejarse resbalar lenta o precipitadamente. Lo
importante es la disponibilidad y generosidad de nuestra par
te, que a Dios le quedan llamadas todavía. Si escucháis hoy
su voz, no endurezcáis el corazón (Sal 95).
Un día habrá que componer un tratado de vocaciones
para la tercera edad. Aquí nos interesan en relación con el
evangelio y nuestra vida cristiana. Se daría una especie de
elección de estado y de oficio o profesión al jubilarse. No
sabemos lo que durará la nueva etapa. Sí sabemos que está
pendiente la última llamada, aquella que sonará así: Venid,
benditos de mi Padre, a poseer el reino. A esa llamada
responderemos con gozosa prontitud.
— 224
5. Petición
— 225 —
Jn 20,30 Jesús realizó en presencia de sus discípulos otras
muchas señales que no están en este libro. 31Hemos escrito
éstas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios,
y con esta fe tengáis vida gracias a él.
226 —
ternura que mana en su interior. Busca alguien que le res
ponda, no con regalos, sino con afecto. Es frecuente que
entre abuelos y nietos se establezca esa corriente alterna de
cariño. ¡Qué bien se entiende la primera niñez con la segunda!
Pues recordemos a San Juan de la Cruz: Por la tarde os
examinarán en el amor. Ningún ser humano se merece nuestro
amor como Jesucristo. Quien no lo ama más que a padres y
hermanos no es digno de él. No dice Juan que nos exami
nemos, sino que nos examinarán. En efecto, Jesucristo, que
nos conoce y nos ama, nos examina en el amor: ¿Me amas
más que a ésos? La vejez no agota la capacidad de amar, le
confiere tonalidades nuevas.
Cuando yo pido amar más a Jesucristo, no pido un mo
vimiento espontáneo, sino provocado. Si, por una parte, nos
parece sentir en nuestro interior un manantial de afecto que
busca salida y comunicación, por otra parte sabemos que algo
o alguien desde fuera provoca y solicita nuestro afecto. Lo
que pedimos es que él nos atraiga y nos arrastre: Atraeré a
todos hacia mí (Jn 12,32). Pido que ponga en mí su Espíritu,
que es amor. Cuando pedimos amar más a Jesucristo, pe
dimos un don, un favor; un don que puede llenar de sentido
lo que nos queda de vida.
Amar para seguir más de cerca. De un muro ruinoso
hay que mantenerse a distancia. También de algunas personas
hay que mantenerse a distancia; con otras hay que guardar
las distancias. Seguir a Jesucristo, sí, pero a cierta distancia:
tal ha sido nuestra conducta. Porque, si nos acercamos mu
cho, nos va a llevar por caminos arduos, ¿quién sabe?; incluso
nos va a hacer subir un calvario. Seguirlo es imitarlo. Lo
siguieron de cerca, cada uno a su modo, Francisco de Asís
y Francisco Javier. ¿Cuál es la distancia prudencial que yo
he interpuesto en mi seguimiento de Cristo?
Pero, si Jesucristo no fue anciano, ¿cómo imitarlo o
seguirlo en la tercera edad? Si Jesús concentra en pocos años
la experiencia humana entera y sustancial, a mí me tocará
desdoblarla y extenderla en muchas circunstancias. Lo que
— 227 —
él condensa, yo lo debo desarrollar. Por ejemplo: se me pide
paciencia conmigo y con los demás; ¿y no me dio Jesús
ejemplo de paciencia? Acaso a mi edad pueda seguirlo más
de cerca. Me piden ser razonable y sensato: ¿no es Jesús la
Sensatez paradójica de Dios? Tengo que ser comprensivo y
tolerante, no me debo encerrar en un egoísmo senil y mez
quino, debo aceptar humilde y resignadamente mis limita
ciones y la ayuda de otros, tengo que hacer esfuerzos para
no molestar más de lo imprescindible, me toca ceder en tantas
cosas...
Pero, en vez de enumerar circunstancias concretas de
mi edad, será mejor desplegar ante mí la vida de Cristo y
contemplarla con nueva perspectiva, desde la atalaya de la
vejez. Seguro que de ese modo el evangelio manará de nuevo,
revelándome nuevas riquezas. Y contemplando así el evan
gelio de Jesucristo, aprenderé a conocerlo internamente para
más amarlo y seguirlo más de cerca.
Repetición. «Repetición» es uno de los modos de oración
que recomienda Ignacio. Vamos a practicarlo aplicándolo a
la petición clásica de la segunda semana. La dividimos en
tres puntos: conocer, amar, seguir.
Conocer, En la última cena (Jn 14,9), Jesús replica a
un apóstol: Tanto tiempo como llevo con vosotros ¿y todavía
no me conoces, Felipe? Tanto tiempo de vida cristiana, acaso
de vida consagrada, ¿y ha estado realmente Jesús con no
sotros? Y si él nunca nos ha abandonado, ¿hemos estado
nosotros con él? Según el cálculo tradicional, Felipe llevaba
con Jesús unos tres años (no sabemos cuántos): ¿cuántos
llevamos nosotros? Para conocer de verdad a Jesús, hay que
conocerlo como Hijo de Dios Padre: Quien me ve a mí ve al
Padre. En su primera carta dice Juan:
2,23 Todo el que niega al Hijo se queda también sin el
Padre; quien reconoce al Hijo tiene también al Padre.
Y es que se ha hecho tan uno de nosotros, tan hijo de Adán,
que es difícil reconocerlo. El Bautista lo vio mezclado con
los pecadores que venían a bautizarse, y confesó:
— 228
Jn 1,13 Tampoco yo lo conocía. Fue el que me envió a
bautizar con agua el que me dijo: Aquel sobre quien veas
que el Espíritu baja y se posa, ése es el que va a bautizar
con Espíritu Santo. Pues yo ya lo he visto y doy testimonio
de que éste es el Hijo de Dios.
— 229 —
b) Amor fraternal. Está fundado en la iniciativa del
Padre, que lo hizo hermano nuestro:
— 230
En la fórmula de Ignacio, la petición dice: ...y más le siga.
Hay muchos modos de seguimiento, porque el misterio de
Jesucristo es inagotable. Algunos lo han seguido hasta el
martirio, otros en el apostolado; unos enseñando, otros cu
rando; unos en la oración, otros en la denuncia o la promesa.
Como son diversos los miembros del cuerpo de Cristo, así
son diversos los seguimientos. Una cosa los .unifica: se trata
de seguir a una persona. Se equivocan los que dicen que el
Cristianismo es religión de nn libro; es religión de una per
sona.
Según la enseñanza de Jesús, un componente esencial
del seguimiento se formula así:
Me 8,34 El que quiera venirse conmigo, que reniegue de
sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga.
Le 9,23 ...que cargue cada día con su cruz y me siga.
— 231 —
Cuando Jesús ya ha emprendido su viaje decisivo hacia
Jerusalén, Lucas introduce un par de anécdotas brevísimas
de seguimiento:
9,57 Por el camino le dijo uno: —Te seguiré adondequiera
que vayas. 58Jesús le respondió: —Los zorros tienen cuevas
y los pájaros nidos, pero este Hombre no tiene dónde reclinar
la cabeza.
61 Otro le dijo —Te seguiré, Señor; pero déjame primero
despedirme de mi familia. Jesús le contestó: —El que echa
mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino
de Dios.
— 232 —
6. Encarnación
— 233 —
Así sucede con nuestro primer misterio, la encamación.
También a él le aplicamos la frase paradójica: cuanto más
nos acercamos, menos sabemos de Dios. ¿No sería mejor
callar y adorar en silencio? Los maestros espirituales de nues
tra tradición han preferido decir algo, más indicando un ca
mino que mostrando una meta. San Ignacio se remonta au
dazmente. Intenta damos una panorámica del mundo desde
la altura privilegiada de la divinidad. Como en el salmo 14:
— 234 —
ción. En la visión de la depravación y perdición de la hu
manidad, la mirada de Dios nos supera. Entonces Dios decide
la redención de la humanidad.
He hablado hasta ahora de Dios, cuando Ignacio habla
de la Trinidad. Recordemos siempre el adagio de Quevedo,
tomado de los Santos Padres, de que Dios es único, pero no
está solo. La mirada de la Trinidad sobre los hombres es
unitaria y concorde; la decisión es, ¿cómo la llamaré?, co
legial. Las tres personas se aman (porque Dios es amor), y
quieren derramar su amor sobre una criatura capaz de res
ponder al mismo. El Padre se deja llevar de la misericordia,
el Hijo acepta la misión, el Espíritu realizará la empresa. La
Trinidad decide salvar a la humanidad perdida, entrando ava
salladoramente en la creación y la historia. ¿Por qué? Sólo
el amor lo explica: Tanto amó Dios al mundo que le envió
Dios a su único Hijo. ¿Y por qué ama Dios al hombre? Porque
las tres personas se aman, porque Dios es amor. La encar
nación es el acto supremo del amor de Dios a los hombres
y la máxima revelación de ese amor.
Ahora nos fijaremos en el Hijo, encargado de cumplir
la misión. Nunca entenderemos el significado, el alcance de
que Dios se haga hombre. Mirando desde abajo, desde una
humanidd individual, ¿hasta qué punto puede Dios apode
rarse de ella y arrebatarla a su esfera divina? Mirando desde
arriba, ¿hasta qué punto puede Dios salir de sí para meterse
en su creación? Con categorías metafísicas, distinguimos en
tre hypostasis, o persona, y physis, o naturaleza. La distinción
es correcta y está garantizada: ¿Cuánto comprendemos de
dicha fórmula?
La carta a los Filipenses lo dice a su manera, quizá más
inteligible para nosotros, o más meditable:
235 —
Así, presentándose como simple hombre,
8 se abajó obedeciendo hasta la muerte
y muerte de cruz.
El Hijo de Dios entra así en la historia de la humanidad:
Acampó entre nosotros (Jn 1). Más que establecerse en un
espacio fijo y limitado, planta su tienda en las arenas mo
vedizas de la historia humana. Es parte de la historia. Éste
es un hecho tan enorme, tan denso, que desequilibra toda
proporción. Nos inclinamos a considerar la historia humana
en términos temporales, como una entidad de la que forma
parte limitada la encamación. Pero, si colocáramos los dos
datos en los platillos de una balanza, el peso se inclinaría del
lado de la encamación. Al bajar profundamente el Hijo de
Dios, sube maravillosamente el brazo de la historia humana.
O bien: la encamación no es una pieza integrante más de la
historia humana, sino el centro de atracción y organización
del movimiento. Pues si toda la historia de la humanidad pesa
menos que el Hijo de Dios hecho hombre, ¿qué decir de cada
uno de nosotros? La encamación me empequeñece a la vez
que me sublima. Todos los acontecimientos de la historia,
de mi vida hasta ahora, pierden consistencia e importancia
frente al acontecimiento de la encamación; o la ganan al
relacionarse con ella. El resto que me queda de vida, ¿es un
apéndice irrelevante de mi existencia o es un acercamiento
acelerado al centro que es la encamación? Para la historia,
yo he pasado o estoy pasando; para la encamación, en la
historia estoy centrándome.
El Hijo de Dios se hace hombre, baja a lo profundo. La
carta citada lo presenta como uno de tantos. De los muchos
aspectos de su humanidad que se pueden meditar, vamos a
fijamos en dos: la ambigüedad de lo humano y la corporeidad.
Desde nuestro observatorio de la tercera edad, como en
meditaciones precedentes, miramos en tomo nuestro y al
pasado. Algunos ancianos ven el pasado luminoso, compa
rado con un presente desastrado. Otros lo ven todo negro: el
pasado, lo mismo que el presente, es la historia de la indig
nidad humana. En el juicio pesan experiencias fisiológicas y
— 236 —
psicológicas del anciano. Ensayemos nosotros el juicio de Iti
sensatez, y apreciaremos que todo es bivalente. La historia
humana es progreso y regreso: progresa en la técnica y la
vuelve contra el hombre; en el arte avanza y retrocede; lo
mismo en lo ético. Si en nuestra vida hemos experimentado
ascenso y descenso como etapas sucesivas de la existencia,
en la historia humana lo dos movimientos se superponen,
creando diseños complejos. Incluso lo más grande, el amor,
resulta ambiguo. El mérito nos envanece, la eficacia nos hace
despiadados, la ternura nos ablanda. Si algo conocemos por
experiencia de la vida humana, es su ambigüedad; si nos
distanciamos para evaluarla, sentenciamos su bivalencia.
Pues bien, Dios se ha hecho hombre, asumiendo, salvo
en lo ético, la radical ambigüedad de la existencia humana.
Lo que no ha realizado en sí, el pecado, lo ha conocido de
cerca en otros. Ha conocido amor y odio, placer y gozo,
gloria y humillación, afecto y desvío, valor y cobardía. Ahora
El conoce la masa de que estamos hechos (Sal 10), porque
se ha hecho de la misma masa. Pero no ha conocido el declinar
inexorable de la vejez. En otros lo ha conocido; en sí lo ha
concentrado todo en las horas de la pasión. Con la encar
nación del Hijo de Dios, la vida humana no ha dejado de ser
ambigua; pero contiene un factor de norma y claridad que
permite discernir y valorar lo positivo y, una vez conocido,
actuarlo.
Corporeidad. Por medio del cuerpo nos hemos relacio
nado con otros y con el cosmos. Se ha relacionado nuestro
espíritu, que tiene un modo corpóreo de existencia. El hombre
conoce y domina el cosmos por medio de la corporeidad.
Con los sentidos corporales lo aprehende, después lo concibe
y lo transforma en lenguaje y en ciencia. Con la acción
corporal, valiéndose de instrumentos, lo transforma y somete
a su servicio; los instrumentos son como prolongación del
cuerpo humano. Esta corporeidad noble y efímera la ha asu
mido al encamarse el Hijo de Dios. Así se ha relacionado
corpóreamente con el universo. Ha visto, ha concebido, ha
nombrado; ha trabajado la materia con las manos y con ins-
237 —
trunientos. También en este orden la creación desequilibra
la proporción del sistema. El Hijo de Dios hecho hombre
corporal no es una partícula más en un universo incalculable.
Es el centro que da cohesión y sentido a todo.
Ahora que nuestro cuerpo se vuelve pesado, desobedece
a nuestros impulsos, nos paga con achaques, no maldigamos
de él. El hermano cuerpo es hermano del que se hizo carne
para estar con nosotros:
Col 1,15 Él es imagen de Dios invisible,
nacido antes que toda criatura,
16 pues por su medio se creó
el universo celeste y terrestre,
lo visible y lo invisible,
ya sean majestades, señoríos,
soberanías o autoridades.
Él es modelo y fin del universo creado.
17 Él es antes que todo,
y el universo tiene en él su consistencia.
— 238 —
7 . En el templo
— 239 —
representa ahora la casa de su Padre, es decir, el hogar pa
terno. Aunque vuelva a Nazaret, allí no está su casa verda
dera. También el alcance de esta relación se irá desplegando
más tarde.
Jesús vive espiritualmente en el mundo de las Escrituras.
En el templo encuentra letrados expertos en interpretar esas
Escrituras, interviene en la discusión, y todos lo que lo oían
quedaban desconcertados de su talento y de las respuestas
que daba. El poseía una clave nueva de interpretación, la
clave auténtica. Desde este punto del evangelio es posible
trazar un arco hasta el camino de Emaús.
Jesús es hijo camal de María, nacido de mujer. Por ella
está ligado físicamente a la humanidad. A María está ligado
con afecto filial, como cualquier hijo y más que cualquiera.
También tiene que respetarla como madre: lo manda el de
cálogo, lo inculcan los Proverbios:
Eclo 3,2 Dios hace al padre más respetable que a los hijos
y afirma la autoridad de la madre
sobre su prole.
— 240 —
quedan implicados, tienen que aportar su dolor y angustia a
la trama. Un dolor sin atenuantes, como infligido sin expli
caciones. Suavizar el drama sería quitarle fuerza significa
tiva. Al final esos actores principales no han acabado de
comprender el alcance de lo sucedido. Lo entenderán más
tarde. El drama se representa todo para nosotros. Al mani
festar Jesús su relación íntima con el Padre, no nos hace
partícipes inmediatos de ella, sino que se presenta como me
diador único e indispensable. Jesús, mediador nuestro hacia
el Padre, es cimiento y corona de nuestra vida cristiana. Que
el relato de Lucas nos ayude a profundizar en ello.
En nuestra vida nos vamos emancipando a medida que
crecemos. De los brazos matemos, de la mano paterna, de
los maestros de la escuela, de la patria potestad. Se puede
imaginar la jubilación como última emancipación: ¿para caer
en manos de médicos y enfermeras? De nuestra relación con
el Padre, por mediación de Jesucristo, nunca nos emanci
pamos; antes bien, crecemos y nos robustecemos en ella. El
Padre quiere ejercer sobre nosotros cada vez más su amorosa
patria potestad. Y nosotros podemos sentimos de nuevo ni
ños, niños adultos, niños cargados de experiencia, niños sen
satos. Muchos recuerdos gratos de la niñez y la adolescencia
se agolpan en nuestra mente, transfigurados a la luz de la
paternidad de Dios.
— 241 —
8. Vida oculta
Leemos en Is 45,15:
— 242 —
que Abel era pastor. De dos gemelos, Esaú era cazador y
Jacob pastor. Nemrod era un intrépido cazador, Abrahán y
los hijos de Jacob atendían a los rebaños, los hermanos de
José se presentan al Faraón como pastores. Elíseo araba el
campo, Amos explotaba una finca, David era pastor. Los
apóstoles eran pescadores, Mateo era alcabalero, Pablo curtía
pieles. Unas veces Dios los deja en su oficio para cumplir
su destino, otras veces los arranca de él para una nueva
misión.
Jesús define buena parte de su vida con un oficio: era
artesano. Ni labrador ni pastor; no se dedica al culto como
Samuel o los sacerdotes de su tiempo, no es un intelectual
como los letrados que estudian la ley. Artesano. Sus manos
han entrado en contacto con la madera y la piedra, dos nobles
criaturas de esta tierra nuestra. Sus manos han manejado
instrumentos de metal, inventados y forjados por el homo
faber, por lo cual es heredero de Tubalcaín. Con el contacto
físico, con moderación y respeto, Jesús está cumpliendo el
mandato genesíaco de someter la tierra. Frente a intelectua-
lismos y esplritualismos unilaterales, Jesús reconoce la no
bleza de la materia creada por su Padre. «Artesano» es oficio
material, aunque no materialista. La piedra y el leño, depra
vados muchas veces para fabricar ídolos (Dt 28,36; 29,16;
Is 37,19 etc.), son redimidos por la actividad del artesano.
Si la piedra y el leño tuvieran conciencia, se sentirían agra
decidos al tacto de Jesús.
El Eclesiástico (siglo II a.C) dedica varios párrafos a
los artesanos de su época: labrador, tejedor, grabador de
sellos, herrero, alfarero, y concluye con este balance:
38,31 Todos estos se fían de su destreza
y son expertos en su oficio.
32 Sin su trabajo, la ciudad no tiene caséis
ni habitantes ni transeúntes.
33 Con todo, no los eligen senadores
ni descuellan en la asamblea,
no toman asiento en el tribunal
ni discuten la justa sentencia,
243 —
34 no exponen su doctrina o su decisión
ni entienden de proverbios.
Aunque mantienen la vieja creación
ocupados en su trabajo artesano.
— 244
historia. Y muchos hombres ilustres dejan fluir buena parte
de su existencia en un cauce regular y cotidiano. A lo largo,
y también a lo ancho, la vida cotidiana de la mayoría de fine
la historia de un período, aunque los protagonistas quieran
ocupar ellos solos el escenario. Dejemos representar su drama
(o su farsa) a los grandes protagonistas, y miremos entre
bastidores la tramoya normal de la vida. Allí se encuentra
Jesús de Nazaret, protagonista oculto y desconocido, en el
ritmo cotidiano que está consagrando.
En realidad, lo cotidiano está tejido de múltiples inci
dencias, de muchos detalles significativos. Si nos acercamos
lo justo, apreciamos una superficie rugosa, un relieve narra
tivo. Y cuando topamos con la regularidad, sepamos que
también ella es significativa, porque delata constancia, per
severancia, puntualidad; que también son valores de la vida
humana y que sólo se realizan con tiempo abundante. Jesús
quiso consagrar desde dentro toda esa cotidianeidad: los múl
tiples detalles significativos, que el evangelista no registró;
la continuidad de muchos años tan llenos de sentido como
vacíos de relato; el trato cotidiano con el Padre. Tenía que
vivir la vida cotidiana de sus hermanos a la larga; saboreando
sus fatigas y satisfacciones, sus penas y consuelos:
Ecl 8,7 Come tu pan con alegría y bebe contento tu vino,
porque Dios ya ha aceptado tus obras... 0 todo lo que está
a tu alcance hazlo con empeño.
Era la voluntad del Padre que Jesús consagrase la co
tidianeidad. Quizá ahora comprendamos algo de su misterio.
Nuestra vida pasada puede haber sido de protagonistas,
al menos en algunos momentos; en gran parte habrá sido
ordinaria. Al jubilamos nos dicen que lo que hemos hecho
valía la pena. El retiro y los años nos encierran en una nueva
vida oculta, los días se vuelven más iguales, lo cotidiano se
impone. Quizá nos aburra, nos canse, nos desanime. También
nuestra cotidianeidad de ancianos ha sido consagrada por el
joven artesano de Nazaret.
Lucas añade que Jesús seguía bajo la autoridad paterna.
¿Hasta los treinta años o llegó un momento en que dirigió el
— 245 —
taller familiar? Eso sucede después del episodio del templo,
cuando Jesús afirmó los derechos sobre él del Padre celeste.
Lo cual significa que la dirección concreta del Padre pasa
ahora a través de las disposiciones de José y María; los cuales,
por su parte, también se someten a la voluntad de Dios. Jesús
renuncia establemente a la iniciativa, salvo particulares su
gerencias en el trabajo sometidas a la aprobación de José, y
salvo sugerencias domésticas sometidas a María. También
está sometido a las costumbres sociales, a las ordenaciones
políticas, a las leyes religiosas. Por ese entramado le llega
la voluntad específica del Padre. El aceptarlo en conjunto y
en detalle es su iniciativa, el cumplirlo sencillamente, es el
ejercicio de su libertad. Porque la mayoría de sus hermanos
viven sometidos a un sistema de exigencias sociales que de
ben contribuir al bien personal y de la comunidad.
Nuestra iniciativa y espontaneidad suceden y se desa
rrollan dentro de un marco que nos condiciona y nos permite
el desarrollo personal. Lucas recoge otro dato que juzga muy
importante: Jesús iba creciendo. También esto es sentido de
la vida cotidiana: crecer en estatura como una planta, crecer
en saber como ser racional:
— 246 —
así recibe del Padre saber por mediación de la competencia
humana.
Ahora bien, esa figura de aprendiz ¿puede interesar a
los ancianos? Hace mucho que terminó para ellos el tiempo
de aprender; ahora les toca desaprender: olvidar conocimien
tos y entumecer habilidades. Pero pueden mirar en tomo.
Como observan complacidos el crecimiento de nietos o pa
rientes pequeños, pueden contemplar espiritualmente el cre
cimiento del adolescente de Nazaret. Contemplándolo, lo
sentirán más próximo, más enraizado en la tierra nutricia y
en la historia anónima de los hombres. En vez de ceder a
una envidia que brota de la impotencia, el anciano puede
complacerse y disfrutar del progreso humano de los que no
considera extraños. Y nadie menos extraño en nuestra vida
que Jesús de Nazaret. Quizá el anciano pueda contemplar
con más desinterés, reviviendo en otros lo que para él es
pasado.
No sólo eso, sino que el anciano sigue siendo capaz de
otros crecimientos. Jesús iba creciendo en el favor de Dios
y de los hombres. Para imitarlo en ello no hay límites de
edad. Hemos conocido, por la historia y la experiencia, mu
chos ancianos que se ganaron o aseguraron o incrementaron
el favor o estima de los hombres. En cuanto al favor de Dios,
¿quién hurgará en el secreto del hombre? ¿Quién pondrá
límites al amor del Padre celeste?
— 247 —
9. Bautismo
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No puede Jesús confesar pecados propios; pero puede,
solidarizarse con sus hermanos pecadores con más fuerza que
Nehemías o Daniel, porque su inocencia es total, y así resulta
pura la solidaridad. Mezclándose con la carne pecadora, va
a dar un testimonio tácito: que confesar humildemente el
pecado es ir entrando en el recinto de la justicia, no la propia,
sino la de Dios, que se comunicará en forma de perdón. Su
presencia todavía anónima convalida el rito y dice que la
humildad es una forma de justicia.
Juan se resiste: no es justo que el Mesías reciba de sus
manos el bautismo. Y Jesús afirma categóricamente: ellos
tienen que cumplir con la justicia de ese modo, mostrando
que la humildad es una forma de justicia. Primero la humildad
en relación con Dios, consecuentemente la humildad en re
lación con los hombres. Juan no puede considerar un honor
bautizar al Mesías; es un acto que lo avergüenza, lo confunde.
No lo realiza vanidosamente, se somete al deseo de Jesús
humildemente. Para los dos, en este momento, es el modo
de cumplir con la justicia.
Así pues, Jesús entra en la corriente milenaria del río.
Como los israelitas antaño, atraviesa su Mar Rojo, su Jordán.
Se expone a las aguas cósmicas que han bajado del Líbano
y del cielo. Corriente de vida que puede volverse mortal.
Frontera posible de pueblos y culturas. Inmerso e inmerso.
Como antaño el arca, plantado en medio del cauce, dete
niendo imperiosamente un caudal amenazador, separando
creativamente aguas de tierra firme. Como en otros tiempos
Elias y Elíseo, atravesando señorialmcnte la corriente. Nuevo
Jonás no devorado ni por la corriente ni por el monstruo
marino, antes devuelto a la tierra para predicar el reinado de
Dios. ¡Cuántas aguas se han agolpado y apresurado para
alcanzar a tocar su cuerpo!; ¡cuántos manantiales han sus
pirado por enviarle su homenaje fluvial! Todos los ríos del
planeta querrían ser hoy Jordán para rozar su carne. Y el
humilde Jordán no sabe que hoy los representa a todos.
Un día se invertirán las funciones: él será el manantial
del cual brotarán raudales de agua viva y vivificante. De su
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vientre brotará el agua con el Espíritu, de su costado abierto.
Y el baustismo que él ofrezca será no sólo de purificación,
sino de regeneración. Nuevo Jordán de aguas o entrañas ma
ternas, fecundadas por el Espíritu.
Al salir Jesús del agua, se ve y se escucha el testimonio
conjunto del Padre y del Espíritu. El Padre declara: Este es
mi Hijo preferido, mi predilecto. El Espíritu, en figura de
paloma, baja y se posa sobre él. La revelación es doble y
correlativa: al presentarlo como Hijo, se manifiesta como
Padre. El Hijo provoca la revelación de Dios Padre; Dios se
complace en ese hombre, que es Hijo suyo. Desde ahora la
humanidad tiene algo valioso que presentar a Dios, algo que
vale la pena. Hasta ahora, todo cuanto los hombres presen
taban a Dios, lo simple y notablemente humano, era defi
ciente, manchado o mutilado. Ahora la humanidad presenta
a Dios este hijo suyo, que emerge de la corriente de las
generaciones, y Dios lo encuentra perfecto, acabado. En ade
lante, con él y por él, la humanidad podrá ofrecer a Dios
otras cosas valiosas. En tomo al hijo predilecto habrá muchos
hijos dilectos.
El testimonio del Espíritu es visual y tiene algo de acer
tijo. El Espíritu es viento que se agita y mueve: sólo mo
viéndose, el aire es viento. Pasa y no sabes de dónde viene
y adónde va, aunque le señales una dirección geográfica;
pero, a veces, como que el viento se repliega y condensa
para posarse. Así los cuatro vientos de Is 11, que se cruzan
y se posan sobre el retoño de Jesé. Pues bien, el retoño de
la dinastía davídica está ahí, confundido con los pecadores.
El testimonio humano es que se trata de un pecador de tantos;
el testimonio divino invierte el veredicto: es el único ple
namente inocente. El Espíritu= viento quiere posarse en él,
porque en el mundo es su centro.
Se posa como un ave. ¿Por qué en figura de paloma?
Insertando el texto en un contexto amplio, de Antiguo y
Nuevo Testamento, resulta un sentido nupcial probable. «Pa
loma» es el título de la novia, la amada, la esposa, en el
Cantar de los Cantares. El evangelio de Juan desarrolla su
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tilmente el tema nupcial, en el ciclo del Bautista, hasta la
declaración explícita: el que se lleva a la esposa es el esposo
(Jn 3), o sea, el Mesías, Jesús. Recordamos una parábola
evangélica que comienza: Un rey celebraba las bodas de su
hijo... Al final del Apocalipsis, en el gran diálogo nupcial
de amor, la esposa habla al unísono con el Espíritu (Ap 22).
La figura de paloma sugiere para Jesús el título mesiánico
de esposo.
Testimonio conjunto del Padre y el Espíritu acerca del
Hijo. ¿Dónde suena hoy ese testimonio? Pablo dice que Dios
ha dejado un testimonio. ¿Acudimos al evangelio, donde ha
quedado consignado? Sí, pero no basta sin más. Cada cris
tiano tiene que escuchar en su interior el testimonio del Padre
y del Espíritu acerca de Jesucristo. El testimonio es feha
ciente, exige respuesta de fe; es convincente, exige indubi
table adhesión. En nuestra vida cristiana hemos oído muchas
veces hablar de, disertar de... Es hora de escuchar en silencio
el testimonio inmediato, dirigido personalmente a nosotros.
Nada puede suplir a ese testimonio. El testimonio que daban
los mártires con su paciencia y su sangre era resonancia de
ese testimonio interior.
Lejos queda nuestro bautismo, comienzo de nuestra vida
cristiana. Es sacramento de filiación: del seno materno de la
Iglesia, fecundado por el Espíritu de Jesucristo, fuimos re
generados para Dios, que nos adoptó como hijos y hermanos
de Jesucristo. En los antiguos textos litúrgicos, el bautismo
es también nupcial; porque, empezando a ser miembro de la
Iglesia, esposa del Mesías, el cristiano es parte de ese cuerpo
nupcial. El bautismo queda lejos: ¿olvidado?, ¿puro docu
mento, «partido bautismal» en un archivo parroquial? El di
namismo de la filiación, el amor nupcial, deben seguir vivos
y crecientes. El testimonio del Padre y del Espíritu sobre
Jesucristo, al dirigirse a nosotros, testimonia también nuestra
situación cristiana. Para eso nunca es tarde. Más aún, como
los años nos hacen volver a los recuerdos infantiles, gozo y
añoranza, así pueden transportamos al recuerdo de nuestro
bautismo, gozo y esperanza.
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10. Desierto
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de la tradición humana. Dicen que en la Rusia comunista,
estando los padres alejados en su respectivo trabajo, tocaba
a los abuelos transmitir a los nietos el mensaje cristiano. La
tradición se soldaba de abuelos a nietos. Rememorar el pa
sado, ya sin traumas, puede ser gran tarea. El anciano tiene
la capacidad de calmar el oleaje: aplica una mano al pecho
serenando la pasión. En su recuerdo, el pasado se filtra y se
decanta. No sé cuándo se crearán archivos en los que ancianos
anónimos puedan registrar para la posteridad sus recuerdos
cotidianos o excepcionales (tendría que ser de modo selec
tivo). De ese modo el desierto se puebla de imágenes y
sonidos. Pero, sobre todo, se puebla de la presencia de Dios.
¿Y no sería tarea valiosa recitar el pasado teniendo presente
a Dios? ¿No ganaría en anchura y profundidad?
A lo largo de su vida, es posible que el anciano haya
hecho ejercicios espirituales más de una vez. Eran etapas
breves, intensas, de desierto. ¿Cómo deben ser los ejercicios
espirituales del anciano?
En el desierto Jesús oraba. ¿Podemos barruntar algo de
la oración de Jesús, de su alabanza y súplica, de su unión
con el Padre? El evangelio dice que Jesús oraba, y en algunas
ocasiones recoge frases brevísimas de su oración. Por nuestra
parte, ¿podemos pensar que la oración de nuestros grandes
místicos fue superior a la de Jesús? A sabiendas de que nos
quedamos muy lejos, en el margen del desierto, procuremos
pensar y sentir en silencio que Jesús está en oración. Nadie,
de toda la humanidad, ha orado como el Hijo predilecto. Nos
basta sentirlo; si pudiéramos articularlo, lo dejaríamos em
pequeñecido.
Un día Jesús nos enseñó su oración, que llamamos Padre
nuestro, oración dominical. Pues ensayemos a contemplar
por analogías cómo pronunciaría él las peticiones, cambiando
algunas.
¿Cómo decía Jesús ¡Padre!? Convoquemos recuerdos de
nuestra infancia: cuando alzábamos los ojos y las manos a
nuestro padre y nuestra madre —porque Dios es tan madre
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como padre, está por encima de la distinción englobando
todos los aspectos— ; cuando, doloridos de una caída, acu
díamos a enseñar la herida; cuando, golpeados por un com
pañero, nos refugiábamos en los brazos paternos; cuando,
reprendidos por la maestra, buscábamos alivio y comprensión
en los padres. Recordemos también los momentos en que
hemos pedido consejo competente y desinteresado, momen
tos de despedida y reencuentro. Miremos en torno a otros
hijos en relación con sus padres, hagamos de todos esos
recuerdos un ramo apretado y volvamos a preguntar: ¿cómo
decía Jesús ¡Padre!? El ha inaugurado válidamente la invo
cación y la ha llenado de sentido.
Jesús pide que los hombres reconozcan y respeten la
santidad de Dios, de su nombre y fama. Él, que posee la
plenitud del Espíritu Santo, sabe lo que es la santidad de
Dios. Pide que ese nombre no sea profanado, que su fama
no sea desprestigiada. Jesús pide que venga el reinado del
Padre. A ello va a dedicar su predicación: a anunciar y realizar
la llegada de ese reinado. Pide que se acabe el reinado del
egoísmo, del pecado y de la muerte. Pide que los hombres
se sientan felices de tener a Dios por rey. Pide que en la
tierra se cumpla la voluntad celeste, pues él ha venido a
cumplir la voluntad de su Padre. También pide para sí y para
nosotros el pan del sustento cotidiano y el pan escatológico
del banquete celeste. Siente el hambre de los hambrientos y
pide que nosotros la sintamos. Conoce otro pan más necesario
al hombre y está dispuesto a entregarse como pan. No pide
perdón de sus culpas, sino perdón para los culpables; y pide
que los hombres aprendan de él a perdonar. Pide fuerzas para
la prueba que se avecina. Pide que no triunfe el Maligno, a
quien ve avanzar con un proyecto opuesto al de Dios.
Es una oración programática, antes de comenzar su mi
nisterio. El cual se cerrará un día con la invocación al Padre,
la aceptación de su voluntad en Getsemaní, la sed, en vez
de hambre, en la cruz, el perdón de los enemigos (¡Padre,
perdónalos!), la expulsión del Maligno, la victoria del reinado
del amor. (Queden en el fondo estas sugerencias mientras
— 254 —
nos concentramos en silencio contemplando la oración de
Jesús en el desierto).
Ahora suceden las llamadas tentaciones o pruebas, que
se escenifican como confrontación dramática con el demonio.
Situación dramática, con protagonista y antagonista ocupando
toda la escena. La oración no va a ser siempre alabanza
admirada, súplica intensa, unión gozosa y sosegada con Dios.
La oración puede llevarnos a situaciones dramáticas de lucha
interna, de ser agitados por diversos espíritus, como diría
San Ignacio.
En la contemplación de la vida y doctrina de Cristo se
nos gritan exigencias que provocan nuestra repugnancia y
resistencia humana. Grandes decisiones suelen ser fruto de
grandes batallas espirituales. Incluso podemos sospechar de
una vida de oración que discurra en perfecta tranquilidad.
Pablo ha dado voz, en el capítulo 7 de la carta a los Romanos,
al drama interior de querer y no querer, querer y no poder:
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expuestos a ataques desde fuera. En nuestra situación, el
ataque exterior cuenta con una quinta columna interior.
Jesús está totalmente movido por el Espíritu, entregado
a la voluntad del Padre. Sin embargo, los evangelistas quieren
escenificar el drama patético de su misión. Las figuras de la
escenificación son dos personajes que dialogan. El asunto
podemos definirlo como el proyecto de Dios y el antiproyecto
de Satán. «Satán» es en hebreo el rival, el fiscal, el anta
gonista. Los evangelistas le prestan voz y concentran los tres
actos del drama en tres ofertas y tres réplicas. Un drama en
tres actos con cambio de escenario; tres actos condensados
en escuetos intercambios verbales. La enorme concentración
exige de nosotros una atención sin prisas. Exige, además,
que entremos en el drama como actores implicados y que no
nos quedemos fuera como espectadores neutrales. El espec
táculo que vamos a contemplar es el drama de nuestra exis
tencia cristiana y humana. Nos va mucho en él, nos va todo.
La condensación, por otra parte, permite y provoca lecturas
diversas, según los interesados.
Primer acto.
Mt 4,3 El tentador se le acercó y le dijo: —Si eres Hijo
de Dios, di que esas piedras se conviertan en pan. 4Le con
testó: —Está escrito: no de solo pan vive el hombre, sino de
toda palabra que pronuncia la boca de Dios.
A Jesús lo ha conducido el Espíritu a una situación de hambre;
a Jesús le ha concedido el Padre el poder de hacer milagros.
Pues que ensamble las dos piezas y, con un simple milagro,
satisfaga el hambre. ¿No se pueden desgranar espigas en
sábado para saciar el hambre? ¿No hará Jesús un milagro
para dar pan y pescado a una multitud? Pues que empiece
por sí mismo. Pero poder no justifica sin más el ejercicio,
porque el uso del poder está enmarcado en el proyecto con
creto de Dios. Si el alimento es necesario para la vida, más
necesario es recibir y cumplir la palabra de Dios.
Que la física o la química o la ingeniería puedan hoy
hacer milagros —en expresión popular hiperbólica— no sig
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nifica que estén exentas de una instancia ética y religiosa.
Aunque a primera vista parezca que su acción se ordena a
satisfacer alguna necesidad urgente, tiene que insertarse en
un contexto que la engloble y la regule. Pues ¿qué decir
cuando esos poderes se ejercen para satisfacer caprichos inú
tiles, respondiendo a codicias y ambiciones? ¿Puede el hom
bre explotar sin más las piedras, la tierra, so pretexto de
convertirlas en pan?
Hemos recibido de Dios dones, cualidades, poderes,
capacidad de realizar cosas; quizá dones espirituales para el
ministerio apostólico. El poder recibido no justifica cualquier
ejercicio, sino que ha de quedar sometido y enmarcado en
la voluntad concreta de Dios. También se condena la men
talidad que los italianos llaman «miracolismo»: pensar que
las situaciones y problemas se resuelven con milagros y no
poniendo los medios humanos. Podemos darle otra versión:
el hombre prescinde de la voluntad de Dios, provoca des
gracias y aun desastres, y luego invoca a Dios para que los
remedie. Como el niño que, por desobedecer, estropea el
juguete y acude a su padre para que se lo arregle.
Segundo acto:
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hago para que se manifieste la gloria de Dios»), tanto peor.
¡Abusar de Dios para glorificar a Dios!
Jesús hará muchos milagros cuando el Padre quiera:
¿convencerá con ellos a todo el mundo? Convencer es con
seguir la respuesta de la fe. Cuando el Padre quiera, Jesús
provocará una situación extrema: no acudirá a la enfermedad
de Lázaro, esperará a que muera, para que se manifieste la
gloria de Dios. Cuando Jesús esté, no en la torre del templo,
sino en el madero de la cruz, alguien le exigirá el milagro
de bajarse: ¿era gloria de Dios que bajara de la cruz?
Podemos observar otro detalle: cómo Satán tuerce el
sentido de la Escritura con su burdo literalismo y su aplicación
abusiva. Eso es volver contra Dios la palabra de Dios. Jesús
responde con otra cita de la Escritura correctamente aplicada.
Tercer acto:
8 Después se lo llevó el diablo a una montaña altísima
y le mostró todos los reinos del mundo con su esplendor,
diciéndole: —Te daré todo eso si te postras y me rindes
homenaje.
10 Entonces le replicó Jesús: Vete, Satán, porque está
escrito: Al Señor tu Dios rendirás homenaje y a él solo ser
virás.
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con éxito empresas apostólicas. Buscar prestigio y fama para
hacer convincente el mensaje evangélico. La escena de Mateo
desenmascara tales pretensiones. Abrazar los métodos del
rival de Dios no difunde ni consolida el reinado de Dios. En
el drama del evangelio, Satán descubre las cartas, para que
comprendamos nosotros el juego. En la vida de la Iglesia y
la nuestra personal, Satán esconde las cartas y repite con
reiterado éxito su trampa. ¡Con qué facilidad caemos en la
trampa! ¡Cómo resuena a lo largo de la historia la risa burlona
de Satán, el rival de Dios! Dostoyevsky lo ha plasmado en
su relato del Gran Inquisidor. El juego daría para innume
rables relatos. ¡Cuántos disfraces puede vestir Satán, cuántas
variaciones puede adoptar el tema fundamental!
El proyecto del Padre para su Hijo no es el milagro fácil,
el éxito espectacular, el dominio arrollador. El Padre propone
un proyecto de humildad, paciencia, comprensión, atracción
suave, sacrificio generoso, desprendimiento... Lo que va en
contra es antiproyecto, o proyecto del rival de Dios. El drama
del evangelio tiene para Jesús valor programático. En la ter
cera edad puede servir de criterio para el balance de una vida:
cuántas veces, hasta qué punto hemos seguido el plan de
Dios; cuántas veces hemos caído en la trampa del rival. Pero
la escena conserva todavía en la tercera edad un valor pro
gramático y aleccionador. Porque a Satán le quedan disfraces
no gastados en nosotros, porque Dios tiene su proyecto para
la última etapa de nuestra vida.
— 259 —
11. Vocación apostólica
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primer capítulo del Génesis, el hombre es señor de aves,
cuadrúpedos y peces. Ese pleno dominio ideal lo realiza ahora
Jesús: Echad las redes para pescar. Hacía falta el fracaso
precedente, de toda la noche, para establecer el contraste: lo
que no han sabido o podido pescadores avezados, lo hace
con toda naturalidad Jesús. Tal pericia demostrada servirá
para el asalto trascendental.
Simón se asusta al reconocer que Jesús es un «hombre
de Dios». Los ojos perspicaces que sorprenden el movimiento
escondido en el seno de las aguas, podrán ver también los
movimientos ocultos, quizá turbios, del corazón de Simón.
¿Qué imágenes y fantasías y deseos trazan sendas por esa
intimidad? Dios sondea corazón y riñones (Jr 11,20; 12,3;
Sal 17,3; 26,2; Prov 17,3). Y si lo sorprende, podrá atraer
el castigo del cielo; como Elias, a quien dice protestando
aquella mujer fenicia:
1 Re 17,18 ¡No quiero nada contigo, profeta! ¿Has venido
a mi casa a recordar mis culpas y matarme a mi hijo?
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resonancias ingratas, especialmente por el uso que hizo Ha-
bacuc de la imagen:
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No es en el vacío, sino en la abundancia de maldad,
donde resuena una llamada soberana: ¡Sígueme! Sólo Jesús
puede pronunciar una palabra de semejante eficacia. Casi
como la palabra creadora que sonaba en el caos, que ahora
suena en plena actividad pecadora. Sígueme. El, dejándolo
todo, se levantó y lo siguió. «Todo» es: el banco de los
impuestos, los montones de dinero estrujados a la gente, el
oficio productivo, el prestigio de clase. Lucas no entra en la
mente de Leví. Se diría que quiere concentrar la atención del
lector en el poder de la llamada: «Sígueme... y lo siguió».
«Que exista la luz, y la luz existió».
Repasemos de nuevo aquella llamada que, en la encru
cijada de la juventud, encauzó nuestra actividad. Y las otras
llamadas, suaves o imperiosas, que han ido sonando a lo
largo del camino. ¿Nos hemos encerrado y tapado los oídos
para no escucharlas? Ahora que nuestra vida declina, ¿podrá
sonar una nueva llamada? Simón está bregando en el mar,
Leví está sentado manejando dinero; Jesús los arranca de la
ocupación cotidiana para conducirlos al apostolado. Podemos
sentir y vivir la jubilación como un ser arrancados de la
actividad acostumbrada para comenzar una tarea más clara
mente apostólica. Si éramos pescadores, emprendamos un
nuevo tipo de pesca; si manejábamos dineros ajenos, admi
nistremos dineros de la Iglesia, de los pobres. En vez de
sentirnos inútiles, frustrados en una capacidad acumulada y
una energía todavía viva, escuchemos la voz amiga y po
derosa que nos invita a ser gloriosamente útiles.
Como despedida del cargo, en esa jubilación forzosa y
anticipada, Leví ofrece un banquete a sus colegas poco ho
norables y a Jesús. Éste acepta, y los fariseos se escandalizan:
¡con alcabaleros y descreídos, ni rozarse! El escándalo de
ios fariseos le sirve a Jesús para pronunciar una sentencia
programática: No necesitan médico los sanos, sino los en
fermos. No he venido a llamar a la conversión a los justos,
sino a los pecadores. Pecadores de condición lo somos todos;
de acto, en diverso grado. El que se considera justo, reniega
de su condición y se incapacita para reformarse. Simón era
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un honrado pescador que descubrió su condición pecadora.
Leví era un deshonesto alcabalero, que no necesitaba de
mostraciones. A ellos y a otros como ellos viene Jesús a
salvarlos, ante todo del pecado que los esclaviza. Y la sal
vación puede ser tan arrolladora que convierta al pecador en
apóstol de por vida. El paso de Jesús por nuestra vida no
está confinado a una época o edad.
Hay más, si nos fijamos en la llamada a Leví a seguir
a Jesús. Durante toda la vida queda pendiente el último tramo
del seguimiento: Adonde yo voy tú no puedes seguirme ahora;
me seguirás más tarde. El último viaje de Jesús es: Me voy
al Padre, su ascensión celeste. Un día pasará al margen de
nuestra vida y nos arrancará soberanamente de nuestras tareas
o fatigas o dolores, diciéndonos: ¡Sígueme! Dejaremos todo
lo que en esta vida nos entretiene y lo seguiremos hasta la
casa del Padre.
A Natanael no lo llama Jesús directamente, sino que se
vale de Felipe. Este desea comunicar a su amigo el descu
brimiento: nada menos que el anunciado y esperado en la
Ley y los Profetas (dos cuerpos del AT). Cuando su amigo
le identifica la persona del Mesías, es decir, Jesús de Nazaret,
Natanael se muestra escéptico: ¿De Nazaret puede salir algo
bueno? Felipe le contestó: Ven y verás. Así empieza el juego
del ver y ser visto.
Natanael necesita ver para vencer su incredulidad, su
escepticismo, sus prejuicios. Pero, antes de ver, va a ser
visto: Jesús vio venir a Natanael y comentó... Jesús ve venir
al curioso escéptico de este momento y con su mirada se
remonta al pasado y penetra en lo íntimo. ¿Qué ve en el
pasado de Natanael? Algún secreto personal del joven lo
calizado en un lugar para él significativo; o bien su vida
cotidiana y tranquila bajo la parra y la higuera. No sabemos
de qué se trata; sabemos que Jesús ve el pasado y se lo trae
a la memoria a Natanael. ¿Qué ve en lo íntimo? Un israelita
sin falsedad, es decir, un Israel que ya no es Jacob. En la
etimología popular, Jacob suena a «falso, tramposo». Jacob
era falso de nacimiento: estafó a su hermano con un guiso
264 —
de lentejas, le robó la bendición testamentaria engañando
burdamente al padre anciano y ciego. Pero un día vio una
escala o rampa misteriosa, y otro día luchó con un desco
nocido que era Dios. Se reconcilió con su hermano y fundó
la familia de las doce tribus. Ahí está Natanael, que representa
no al Jacob falso, sino al Israel Luchador con Dios. Todo
eso ha visto Jesús en una mirada. Natanael, al verse descu
bierto por Jesús, ve también y confiesa: Tú eres el Hijo de
Dios, el rey de Israel. El israelita auténtico reconoce al rey
de Israel. Ha visto, pero le queda por ver. En el lugar de la
escala o rampa apoyada en tierra y alcanzando el cielo, se
coloca Jesús, mediador de las relaciones de los hombres con
Dios, descendentes y ascendentes: Veréis el cielo abierto y
a los ángeles de Dios subir y bajar por este hijo de Adán.
Se diría, la de Natanael, una vocación contemplativa: ser
visto y ver. La tradición ha identificado a ese Natanael con
el apóstol Bartolomé, implicando que su vocación contem
plativa se ordenaba al apostolado y culminaría en el martirio.
Ahora le toca a Natanael repetir: Ven y verás, síntesis
admirable de apostolado. No es: «déjame que te cuente y te
explique todo; sabrás que,..»; sino «ven y verás». Yo sólo
te invito, te acompaño, te pongo en contacto, te presento. El
resto es cosa tuya; «ven y verás». Siempre nos queda por
ver, hasta que llegue el momento que anuncia otro apóstol,
Pablo:
1 Cor 13,12 Porque ahora vemos confusamente en un
espejo, mientras entonces veremos cara a cara; ahora conozco
limitadamente, entonces comprenderé como soy compren
dido.
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12. Bienaventuranzas
— 266
ser. Nuestro Mesías y Salvador nos sale al paso enai bulando
su estandarte desafiante, ante el cual se dividen los bandos
y se manifiestan las actitudes fundamentales del hombre
(Le 2,35).
Ahora bien, las bienaventuranzas no terminan en el puro
enunciado, sino que añaden una cláusula que las justifica:
porque ellos.. ¿Justificación o explicación? Cada situación o
actitud arrastra una consecuencia, de algún modo por inter
vención divina. Entonces, el valor, ¿reside en la actitud o en
sus consecuencias? Vayamos por partes.
Primero, situación o actitud. En una situación se en
cuentra uno queriendo o sin querer; la actitud la adopta li
bremente. Uno puede ser desgraciado por algo que le sobre
viene; uno se aflige porque adopta una actitud compasiva.
En varias bienaventuranzas está presente el carácter de ac
titud: espíritu en la primera, corazón en la sexta; como me
táfora en la cuarta, hambre y sed; está implícito por el con
texto histórico en la tercera, desheredados o no violentos
(‘anawim), y en la octava, perseguidos; la actitud pasa a la
acción en la quinta, misericordiosos, que prestan ayuda, y
en la séptima, trabajan por la paz. En conclusión, se trata
de actitudes que gobiernan la conducta en forma de acción
o de reacción.
Segundo, ¿son valiosas por sí o por sus consecuencias?
Sigo preguntando, no para conducir una indagación técnica,
sino para encauzar la meditación. Pienso que el manifiesto
del Mesías es uno de esos textos que cada vez pueden des
prender nuevo o más sentido, y que un modo de sacar o
sonsacarle el sentido es haciendo preguntas. Con lo cual
confieso que son posibles otras muchas preguntas y respues
tas, además de las pocas que enuncio aquí. Vuelvo a la
pregunta: ¿es valiosa la actitud o su consecuencia?
Ser pobre, estar afligido, ser perseguido, no parecen
bienes en sí, pero pueden traer consecuencias útiles. Como
los dolores de una operación quirúrgica que salva la vida o
restaura la salud. ¿Es así simplemente? Distingamos entre
— 267 —
valor y felicidad para repartirlos: el valor está en la actitud,
la felicidad en la consecuencia. Participar en el reino de Dios,
ser consolado por Dios, es una dicha; la aflicción, en cuanto
camino, es un valor. Pero una ecuación tan simple no satis
face. Porque entonces trabajar por la paz no valdría en sí,
sino por el título que nos darán de hijos de Dios. Porque
entonces la pobreza valdría como camino, y queda abolida
al llegar la felicidad que trae la riqueza. El ejemplo de la
riqueza contiene una trampa, porque el evangelio habla de
bienes superiores, celestes.
Volvamos sobre el texto girando en tomo. Jesús no dice
que serán felices los afligidos cuando sean consolados, sino
que lo son porque van a ser consolados. Ya las actitudes
tienen su valor y se cargan de felicidad. Trabajar por la paz
es un valor y una dicha; lo mismo el ansia de justicia. ¿Tam
bién ser perseguidos por esa justicia es valor y felicidad, aun
prescindiendo de la recompensa anunciada? Pero estamos
dividiendo y separando cuando deberíamos unir y ver la re
lación mutua. Distinguimos valor y felicidad, actitud y con
secuencia; decimos: «aunque prescindamos de la recompen
sa». Pues bien, no prescindamos de nada, porque operamos
en el campo de la conciencia, y el manifiesto no habla de
placer, sino de felicidad.
Ya en las tribulaciones por la predicación del evangelio
se sentía Pablo inundado de dicha. Luchar por que triunfe la
justicia, comprometerse en favor de la paz, son ya una sa
tisfacción que llena de sentido la vida. He hablado de con
ciencia, y ahora tengo que hablar de esperanza. La esperanza
transforma, transfigura la conciencia. Si la situación es la
misma, la experiencia humana concreta, con o sin esperanza,
no es la misma. ¿En qué se fundan mi juicio de valor y mi
esperanza transformadora? En el anuncio, en la promulgación
de Jesucristo. Él trae una buena noticia: un sistema de valores,
un repertorio de felicidades.
Si esto es así, lo que define el talante y la vida cristiana
no es tanto el decálogo del Sinaí (algunas de sus cláusulas
están abolidas o cambiadas) cuanto las ocho bienaventuran
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zas. Y éstas se erigen en forma de vida para dirigir presente
y futuro, para evaluar el pasado. ¿Ha sido así en nuestra
vida? Quizá nos hayamos contentado con examinar nuestra
conciencia siguiendo el decálogo, añadiendo acaso los man
damientos de la Iglesia. Probablemente no nos hemos en
frentado bastante con el manifiesto de nuestro Mesías y Sal
vador. En la coyuntura de nuestra edad instalemos una pausa
para mirar atrás y adelante, a la luz de las bienaventuranzas.
Mirando hacia atrás, hacemos examen y balance: si las
hemos tomado como nuestro sistema de valores, frente a otros
sistemas demasiado humanos; si hemos procurado asimilarlas
con la práctica. También, si hemos experimentado a veces
la dicha de vivirlas; en otras palabras, si nos han revelado
su valor auténtico. Recordemos esos momentos de nuestra
vida para detenemos en ellos, porque han sido momentos de
revelación personal.
Mirando adelante, nos fijaremos primero en el aspecto
de valor. Puede ser que con los años hayan perdido fasci
nación y atractivo muchos valores que antes abrazábamos,
porque hemos descubierto su falsedad o su limitación. Si no
estamos desengañados o desilusionados, al menos estaremos
desencantados. Es la reflexión del Eclesiastés, que los anti
guos, con más acierto psicológico que histórico, atribuían a
la vejez de Salomón. Al perder fuerza otros valores, podemos
abrimos finalmente a los valores programáticos de las bie
naventuranzas.
Después nos fijamos en el aspecto de la felicidad anun
ciada: van a ser consolados, van a ver a Dios, serán llamados
hijos de Dios... En parte lo hemos sentido y lo sentimos con
más fuerza; sentirlo plenamente se acerca día a día: Ahora
está más cerca nuestra salvación que cuando llegamos a la
fe. Con la cercanía se refuerza nuestra esperanza; con la
inminencia, la esperanza se vuelve expectación. En ellas está
actuando la palabra o promesa de Jesucristo; con ellas se va
transformando nuestra experiencia humana. Nos llaman hijos
de Dios; pronto vamos a ver a Dios.
— 269 —
Y ahora nos toca recorrer las ocho, según el esquema
propuesto o dejándonos llevar del Espíritu que habla en ellas.
La primera bienaventuranza se refiere a las posesiones.
¿Consiste la felicidad en poseer y acumular? El Génesis exalta
la figura de Abrahán diciendo que era muy rico en ganado,
plata y oro (13,2), producto de su estancia en Egipto. Muchos
siglos más tarde, Job se despide del lector aureolado con la
bendición de Dios: Sus posesiones fueron catorce mil ovejas,
seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil borricas. (La
ficción presenta a Job como un viejo patriarca). Esos textos
y otros semejantes, que no escasean, vendrían muy bien para
justificar una cultura que exalta y fomenta el poseer junto
con el gastar: tener pronto mucho dinero para adquirir muchas
cosas y gastarlas pronto para adquirir otras, acumulando unas
y sustituyendo otras. Espero que nuestros años nos den la
serenidad suficiente para no confundir prosperidad con feli
cidad.
Por el contrario, la primera bienaventuranza inculca el
desprendimiento como valor y dicha: van a ser miembros o
ciudadanos del reino en que reina Dios. El capítulo 6 del
evangelio de Mateo es como un comentario libre a esta bie
naventuranza:
19 Dejaos de amontonar riquezas en la tierra, donde la
polilla y la carcoma las echan a perder, donde los ladrones
abren boquetes y roban. 20En cambio, amontonaos riquezas
en el cielo, donde ni polilla ni carcoma las echan a perder,
donde los ladrones no abren boquetes ni roban. 21 Porque
donde tengas tus riquezas tendrás tu corazón.
24 Nadie puede estar al servicio de dos amos, porque
aborrecerá a uno y querrá al otro, o bien se apegará a uno
y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.
El Dios del AT es un Dios celoso, que no admite rivales: no
puede un israelita adorar a Yahvé y tener una serie de tem
pletes o nichos para otras divinidades (como hizo Salomón).
Yahvé exige un amor total y exclusivo: es celoso. Hay un
dios del dinero que se llama en lengua semítica Mammón:
quien le dé culto, no puede tener por Dios al Padre de Jesús.
270 —
En los versos siguientes, 25-34, exhorta Jesús a no andar
agobiados por las necesidades materiales, es decir, a cultivar
la libertad y la confianza en Dios:
Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo
eso. Buscad primero que reine su justicia, y todo eso se os
dará por añadidura.
— 271 —
de Mateo en «los que se apenan, los que se entristecen».
¿Cómo y por qué? Hemos quedado en que se trata de actitud
responsable y no sólo de situación objetiva. Sentir pena por
nuestros pecados es arrepentimiento; sentir pena por el su
frimiento del prójimo es compasión; sentir pena porque Dios
es ofendido es celo; sentir pena por nuestras desgracias es
todavía ambiguo. El arrepentimiento conduce a la alegría,
como dice el salmo 51:
Anúnciame el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Devuélveme la alegría de tu salvación.
— 272 —
tencia. El salmista los invita a confiar en Dios y les promete
que «poseerán una tierra», o sea, un terreno en el territorio
patrio, según el plan trazado en el libro de Josué. Los po
demos llamar desheredados, porque les han robado la heren
cia; marginados, porque los relegan al margen de la vida
social y económica; desvalidos, porque no pueden hacer valer
sus derechos. Más tarde el concepto se desliza y gana ex
tensión: políticamente puede ser el Israel que ha perdido su
soberanía, pero sigue fiel a Dios; espiritualmente puede de
signar a un grupo de israelitas que en su desvalimiento buscan
a Dios como valedor. Con este sentido ensanchado empalma
la cita del evangelio, proponiéndonos un tipo, un modelo,
un talante.
¡Cuántas veces, con cuánta crueldad margina la sociedad
moderna a los ancianos! No pocas veces, enviar al suegro a
un asilo (llamémosle «residencia», si queremos), es un acto
de marginación. Por el contrario, no faltan iniciativas pri
vadas y públicas a favor de la tercera edad; de orden material
o cultural o espiritual (este libro intenta ser una modesta
contribución). Pues no olvidemos que se nos adelanta el evan
gelio con su tercera bienaventuranza: el anciano marginado
«va a heredar». Aunque parezca que van a heredar los hijos,
es él quien va a heredar, y pronto. El texto lo llama tierra,
porque cita el salmo 37; lo podemos llamar cielo, porque es
el lugar donde ejerce plenamente su reinado Dios.
Hemos leído la palabra griega praeis remontándonos al
probable inspirador hebreo ‘anawim. Si tomamos el griego
en sí, podemos obtener el significado de mansedumbre, no
violencia, actitud que también inculca el citado salmo. Es
lectura legítima del texto de Mateo, que nos abre otro hori
zonte de conducta. Lo apunto nada más para pasar a la si
guiente.
La cuarta bienaventuranza es: Dichosos los que tienen
hambre y sed de justicia, porque van a ser saciados. El tér
mino «justicia», especialmente en el contexto bíblico, abarca
tantas cosas que permite a la meditación explayarse en mu
chas direcciones. Justicia puede significar derecho, deber
— 273 —
cumplido, mérito adquirido; también honradez, inocencia
(incluso limosna, en textos tardíos). Tratándose de relación,
puede referirse a Dios y al prójimo, en ambas direcciones.
Que triunfe la justicia de Dios, que yo cumpla mis deberes
con Dios, que mis relaciones humanas y las de otros sean
justas; que impere la justicia en la economía, en la política,
en la ecología... Cada clase y grupo social, cada edad y
condición ha de practicar su justicia peculiar. La justicia es
una dimensión trascendente. Tener hambre y sed de ella es
creer que existe, que es posible. El evangelio nos dice que
vale la pena hambrearla y ser perseguidos por ella.
Siendo tan ancho el tema, me da miedo adentrarme en
él. En vez de ello, citaré algunos aforismos de un libro tardío
que un judío escribió en griego, acerca de la justicia de los
que gobiernan y de la sensatez que la hace posible y real. Es
el libro de la Sabiduría (primera mitad del primer siglo de
nuestra era):
— 274 —
La quinta bienaventuranza se suele traducir por «misericor
dioso», en cuanto que atiende a la actitud interna; si nos
fijamos en su exigencia de acción, podemos traducir: «los
que prestan ayuda». Lo importante es que no se reduzca a
puro sentimiento. Para prestar ayuda al necesitado, unas ve
ces hacen falta medios materiales, otras veces fuerzas, mu
chas veces imaginación, siempre un corazón misericordioso.
Es el título que lleva Dios en el AT. El salmo 136 repite
como estribillo: porque es eterna su misericordia. Nuestro
viejo catecismo distinguía siete obras de misericordia cor
porales y siete espirituales. En la sociedad moderna se podría
alargar o variar la serie; para la tercera edad habría que com
pilar una nueva: Dichosos los que aconsejan sin ser cargantes;
dichosos los que escuchan con paciencia, los que alientan
sin envidia; dichosos los que reparten buen humor y no es
catiman la risa aprobatoria; dichosos los que, en vez de mal
decir estos tiempos, procuran mejorarlos; dichosos los que
reconocen lo bueno de lo nuevo; dichosos los que sacan de
su memoria cosas útiles para compartirlas; dichosos los que
se presentan con modestia y se retiran con discreción. Di
chosos los que prestan ayuda, porque recibirán ayuda.
La sexta bienaventuranza nos lleva hacia dentro, al mis
terio de la pesona. Los hebreos llamaban «corazón» (leb) a
la interioridad, o ponían en el corazón la sede de la vida
interior consciente, recuerdos, pensamientos, decisiones. Los
hebreos habían montado un complicado sistema de pureza
ritual, amurallado de tabúes. Jesús desmonta el andamiaje y
traslada el asunto a lo interior: Dichosos los limpios de co
razón. En la denuncia de Mt 23 se leen estas duras frases:
— 275 —
Mt 15,11 Escuchad y entended: No mancha al hombre lo
que entra por la boca; lo que sale de la boca es lo que mancha
al hombre...
18 Lo que sale de la boca viene del corazón, y eso sí
mancha al hombre.
19 Porque del corazón salen las malas ideas: homicidios,
adulterios, inmoralidades, robos, testimonios falsos, calum
nias. Eso es lo que mancha al hombre; comer sin lavarse las
manos, no.
— 276
revelarse; y si está fuera, el corazón limpio hace transparente
el mundo. Dios quiere ser el íntimo de nuestra intimidad. En
tal caso, ¡qué poco vemos a Dios, qué poco vemos de Dios!
Nos hace falta un «purgatorio» para purificar el corazón.
Cuando mencionamos el corazón inmaculado de María, a
esto nos referimos; porque ella sí que tuvo perfectamente
limpio el corazón y pudo ver a Dios. Que ella sea nuestra
patrona en esta bienaventuranza.
La séptima bienaventuranza suena: Dichosos los que
trabajan por la paz, porque los llamarán hijos de Dios. La
palabra griega eirenopoioi no signfica inercia, sino actividad.
No es solamente evitar tensiones y rupturas, sino tomar la
paz como tarea. Porque la paz no nace ni se manifiesta sola,
es fruto de esfuerzos conjugados. El saludo hebreo es «paz
contigo», que expresa deseo y es oferta; negar el saludo a
uno significa no estar en paz con él. Los peregrinos saludan
a Jerusalén con deseos de paz, aludiendo a su nombre (Sal
122). El sal 85,11 imagina a dos damas que se encuentran
y saludan: Justicia y Paz se besan. Paz no besaría a Injusticia.
Lo odioso del beso de Judas es la falsedad del saludo «Paz
contigo».
Es curioso que el acaudalado fabricante de pólvora (No
bel) instituyera un premio para los artífices de la paz; y la
historia de la concesión del premio nos pasea por ámbitos
muy diversos de la vida humana. Sin embargo, la paz co
mienza en uno, se realiza en la familia, se extiende a la
sociedad. Dada la amplitud de sus dominios, no le faltarán
al anciano ocasiones para trabajar por la paz. Si no se pre
sentan solas, que salga a buscarlas.
El título «hijos de Dios» (bené ’elohim) se atribuye en
el AT a dinividades, seres celestes, sobrehumanos. En el NT
es el título de los que han sido adoptados por el Padre de
Jesucristo. Quien trabaja por la paz es como un ser divino,
pertenece a una esfera superior y procede de ella. El Padre
ha enviado a su Hijo para hacer las paces con la humanidad,
para que reine la paz entre los hombres:
277 —
Ef 2,14 El es nuestra paz; él, que de los dos pueblos hizo
uno y derribó la barrera divisoria, la hostilidad.
ICo 14,33 Dios no quiere desorden, sino paz.
Rom 5,1 Estamos en paz con Dios por obra de nuestro
Señor Jesucristo.
La paz es muchas veces perdón, reconciliación. La paz hace
de los hombres una gran familia de hijos de Dios.
La octava bienaventuranza ha quedado englobada en la
cuarta. Nos dice que sufrir por una gran causa vale la pena,
que la justicia es una gran causa. Lucha hasta la muerte por
la justicia, y el Señor peleará a tu favor (Eclo 4,28).
Y con esto hemos terminado de arañar la superficie del
manifiesto de nuestro Mesías y Salvador. Pero es difícil des
prenderse de un texto tan rico e importante, especialmente
cuando se medita. Vamos a añadir otra reflexión de conjunto.
San Ignacio nos enseña a pedir conocimiento interno de
Cristo. Pues bien, una manera de progresar en ese conoci
miento interno es contemplar cómo realiza perfectamente en
su persona las bienaventuranzas. Hemos visto que la interio
ridad está explícita en unas, implícita en otras. El que medita
puede tomarlas una por una para contemplar a Cristo pobre,
paciente, no violento, sediento de justicia, misericordioso,
limpio, artífice de la paz, perseguido por la justicia. Yo voy
a seguir otro camino o atajo, para no alargarme.
Dividamos las bienaventuranzas en dos grupos de cua
tro: uno representa el aspecto más pasivo e interior; otro, el
aspecto más activo y exterior. Los dos se complementan, en
mutua interacción. En Jesús no son norma externa, orienta
ción ideal, sino que son fuente del dinamismo de su misión.
Por un lado, observamos su pobreza como desprendi
miento de todas las posesiones y entrega confiada al Padre;
el celo por el Padre junto a la compasión por el hombre
pecador y desgraciado; su mansedumbre y comprensión.
Adentrándonos más, vislumbramos la total pureza de su co
razón, como luz esplendorosa que no deslumbra, como la
cara interna de la transfiguración.
278 —
Por otro lado, lo vemos entusiasta, ansioso de justicia,
indignado e inconciliable con la injusticia, desafiante, com
prometido hasta el martirio. Lo veremos siempre dispuesto
a acoger, a ayudar; lleno de una misericordia dinámica que
se traduce en acción. En su programa de acción está inscrita
la paz en todas sus manifestaciones. Los hombres quieren,
razonablamente, mantener la paz interna con leyes y vigi
lancia, la paz externa con tratados. A veces, algunos caen
en la cuenta de que no bastan leyes y tratados si falta la base
de la justicia; y entonces promueven campañas «a la paz por
la justicia». Jesús va al fondo: a vencer el egoísmo con el
amor, hasta las últimas consecuencias. El amor produce jus
ticia y engendra paz.
Mirando a Jesús comprobamos que su manifiesto es un
dinamismo introducido en la historia, porque penetra en los
actores y responsables de la historia. Es además una fuerza
de atracción hacia el programa y hacia la persona que lo
promulga y vive. Nos impulsa a amar más a Jesús: para que
más le ame. ¿También a seguirle? Al menos a unos deseos
que él, enviando su Espíritu, se encargará de convertir en
realidad.
— 279 —
13. Autoridad
— 280 —
2 Sm 15,4 ¡Ah, si yo fuera juez en el país ! Podrían acudir
a mí los que tuvieran pleitos o asuntos, y yo les haría justicia.
— 281
Es decir, con personas o valores o sistemas a los que reco
nocemos autoridad legal o jurídica o de costumbres, aunque
en realidad les falte la competencia. No siempre las tiranías
se imponen desde fuera por la fuerza; muchas veces es el uso
social el que crea y refrenda tiranías. En tales casos se disocia
la autoridad de la competencia; y, sin embargo, nos arrastra
con más fuerza que la autoridad de Jesús, toda embebida de
Espíritu.
Pues bien, la autoridad de Jesús tiene que ir más allá
de nuestra convicción inicial; es decir, tiene que convertir la
convicción en acción, en conducta. Y aquí encajan las frases
del sermón de la montaña. El hombre es como arquitecto o
albañil que, obra a obra, acción a acción, va construyendo
el edificio de su vida. ¿Sobre qué cimientos? La obra que yo
hago por puro egoísmo, por codicia o ambición, por vanidad
o cobardía, se funda en lo movedizo; la que hago según la
voluntad o designio de Dios, se funda en lo sólido: arena o
roca. De ahí se siguen las consecuencias, que no están enun
ciadas como castigo, sino como resultado inmanente de una
acción. Cuando venga la tormenta o la riada, el edificio mal
cimentado se derrumbará, y el edificio bien cimentado re
sistirá. En el salmo 1, la voluntad de Dios es como río que
riega y vitaliza el árbol plantado junto a la corriente; en el
sermón del monte, la voluntad de Dios es roca que da firmeza
a lo que cada hombre o cada sociedad construye.
Mt 7,24 En resumen: Todo el que escucha estas palabras
y las pone en práctica se parece a un hombre sensato que
edificó su casa sobre roca.
25 Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos y
arremetieron contra la casa, y no se hundió, porque estaba
cimentada en la roca.
26 Y todo el que escucha estas palabras y no las pone en
práctica se parece a un necio que edificó su casa sobre arena.
Cayó la lluvia, vino la riada, soplaron los vientos, embistie
ron contra la casa, y se hundió. ¡Y qué ruina tan tremenda!
— 282 —
vida, si lo ponemos en práctica. Con esta perspectiva po
demos mirar hacia atrás. ¡Cuántas cosas a lo largo de la vida
las hemos construido sobre arena, y han fracasado con el
desarrollo de los acontecimientos!; al fracasar ellas, hemos
fracasado un poco nosotros. Decimos «construir castillos en
el aire»; otro tanto es construir sobre arena. Tormentas y
riadas no faltan en la vida; no son castigo, pero sí sancionan
al que no ha sabido construir.
A nuestra edad, ¿nos queda algo por construir? ¿Po
demos reconstruir lo derrumbado? Hay casas que se dejan
reconstruir, hay conductas que se dejan enmendar. Si no
podemos construir un palacio, podemos contentarnos con una
casita modesta. Lo importante es el cimiento, consolidado
por la autoridad de Jesús.
283 —
14. Curaciones
— 284 —
46 Mientras le dure la afección, seguirá impuro. Vivirá
apartado y tendrá su morada fuera del campamento.
— 285 —
c) De donde se deriva la reinserción social, que ha de
respetar los cauces públicos establecidos. Toca al personal
del templo dictaminar sobre la curación del que estaba en
fermo; y con ese dictamen, podrá incorporarse plenamente a
la vida cúltica y social. Si la enfermedad del cuerpo impedía
las relaciones sociales y mutilaba así la función humana, la
salud recobrada incluye también la salud social.
Ahora miro yo a muchos ancianos de nuestras sociedades
industriales y adelantadas. Los veo marginados en residencias
o asilos. ¿Por qué? Enhorabuena, si en la clínica van a estar
mejor atendidos mientras dura la enfermedad. En otros casos,
¿son marginados porque se han hecho insoportables? En tal
caso serían víctimas culpables de su carácter, su irritación,
intemperancia, intolerancia. Pero ese anciano ¿es realmente
insoportable o simplemente molesto? En tal caso, es en buena
parte víctima inocente de la edad y los achaques. O la razón
es que no hay sitio ni tiempo en casa, nadie se puede ocupar
de los ancianos; más sencillo es marginarlos apelando a ne
cesidades o carencias sociales. De nuevo tenemos a víctimas
inocentes de una ordenación social. Pues bien, una ordena
ción económica y social que sistemáticamente margina a los
ancianos y los excluye del ámbito familiar no es justa, es
estructuralmente injusta. Sobre todo en los casos numerosos
en que el anciano no trae contagio alguno, antes bien, con
tribuye favorablemente a la vida familiar. En semejante si
tuación Jesús tendrá que curar no a los ancianos marginados,
sino a jóvenes y adultos marginadores. Si bien es posible
que, en épocas precedentes, los ancianos hayan contribuido
a esa injusta ordenación económica y social, ahora son víc
timas de su pasado.
El paralítico. El paralítico es un muerto en vida, la
muerte ya se ha apoderado de varios miembros y funciones.
Para la medicina de entonces la enfermedad era incurable.
El paralítico al menos no es un marginado, sino que reclama
la presencia y ayuda cotidiana de otros:
Le 5,17 Un día estaba enseñando, y estaban allí sentados
unos fariseos, y letrados, venidos de las aldeas de Galilea,
— 286 —
de Judea y de Jerusalén. El curaba con el poder del Señor.
18Se presentaron unos hombres con un paralítico en un catre
y trataban de introducirlo para colocarlo delante. 19No en
contrando por dónde meterlo, a causa del gentío, subieron a
la azotea y, separando las losetas, lo descolgaron con el catre
hasta el centro, delante de Jesús. El, viendo la fe que tenían,
dijo: —Hombre, tus pecados están perdonados.
1Los letrados y los fariseos se pusieron a pensar: —¿Quién
es éste que dice tales blasfemias? ¿Quién puede perdonar
pecados, fuera de Dios?
22 Pero Jesús, adivinando sus razonamientos, les contes
tó: —¿Qué andáis discurriendo por dentro? 23 ¿Qué es más
fácil: decir «tus pecados están pedonados» o decir «levántate
y echa a andar»? 24 Pues para que sepáis que este Hombre
está autorizado para perdonar pecados en la tierra... le dijo
al paralítico: —A ti te hablo, ponte en pie, carga con el catre
y márchate a casa.
25 En el acto se levantó delante de todos, tomó el catre
donde estaba tendido y se marchó a casa alabando a Dios.
26 Y todos quedaron atónitos y alababan a Dios, diciendo
sobrecogidos: —Hoy hemos visto cosas increíbles.
— 287 —
los fariseos se escandalizan de que Jesús se arrogue el poder
de perdonar pecados. O sea, que Jesús abre un doble frente:
a) Al paralítico lo conduce mentalmente a la fuente de
donde brota todo, porque el proceso de transformación ha de
comenzar en la médula de la existencia: Hombre, tus pecados
están perdonados. ¿Tienen que ver parálisis y pecado? No
están en relación mecánica: a pecado grave, parálisis incu
rable. Con todo, existe un parentesco y un entretejido ge
nérico de enfermedad y pecado. Con razón negamos la re
lación mecánica; sin razón nos resistimos a reconocer siste
mas de correlaciones, escondidas a primera vista, que sólo
la reflexión puede descubrir. La palabra de Jesús desvía la
atención para encauzarla hacia lo interior, donde se juega lo
último y lo primero: tus pecados están perdonados. El dolor
y la pena que se apoderan de nosotros reclaman toda nuestra
atención, incluso involuntaria. La palabra desconcertante de
Jesús gradúa el orden y la intensidad de nuestra atención:
obsesionado por tu enfermedad, no olvides tu pecado.
b) Frente a los fariseos, Jesús reafirma su poder y exhibe
la curación como prueba. En rigor, ¿es más fácil perdonar a
un pecador que curar a un paralítico? Hacer de pecador justo
es como un acto creativo: Crea en mí un corazón puro, pide
el orante en Sal 51,12. En el orden de la manifestación ins
titucionalizada, curar a un paralítico resulta excepcional: no
encaja en la institución. En parte, tienen razón los fariseos:
un pecado contra Dios sólo puede perdonarlo Dios; o quien
recibe de Dios semejante poder, arguye implícitamente Jesús.
El lo tiene, lo demuestra y lo ejerce.
El segundo acto del proceso es la curación del enfermo.
Si la parálisis es muerte en vida, la curación tiene algo de
resurrección, sólo que no es definitiva ni transfigura; es par
cial y provisoria. No deja de ser curiosa la inversión de las
funciones: hasta ahora el catre lo ha soportado y ha cargado
con él; en adelante, él carga con el catre. Si la enfermedad
ha sido paulatina, la curación es instantánea, porque Jesús
se interpone con su fuerza a un proceso natural de decadencia.
— 288
El tercer acto es la repercusión social. El paralítico cu
rado comienza una especie de liturgia de alabanza a Dios, y
la multitud corea la alabanza: es el ritmo clásico de los salmos:
— 289
Y queda lo más increíble, que vamos a sacar del texto
evangélico leído en clave simbólica. Lucas ha empleado los
verbos «estar acostado, levantarse», términos que en otros
contextos representan simbólicamente la muerte y la resu
rrección. Nos vamos acercando a la fecha prevista por Dios.
El momento de acostarse para no levantarse es la víspera
de acostarse para levantarse finalmente. Porque la muerte del
cristiano es resurrección por el mandato poderoso de Cristo:
A ti te lo digo: Levántate y marcha a la casa del Padre!
¡Paradójico, increíble! Hoy lo hemos visto y alabamos a Dios.
— 290 —
15. Pasión y violencia
1. Violencia cósmica
— 291 —
de fuerzas, en una discordia reconciliada, en una violencia
reabsorbida. Como una disonancia o apoyatura musical que
busca su resolución en el acorde perfecto de tónica.
2. Encarnación y violencia
— 292 —
ríe de penalidades cotidianas, que llamamos achaques y que
tienden a crecer hasta acabar con nosotros. En la batalla de
la vida con las fuerzas violentas y adversas llevamos las de
perder.
3. Violencia humana
— 293 —
Dn 7,3 Cuatro fieras gigantescas salían del mar... “La pri
mera era como un león con alas de águila... 5La segunda era
como un oso medio erguido, con tres costillas en la boca,
entre los dientes... 6La tercera como un leopardo, con cuatro
alas de ave en el lomo y cuatro cabezas... 7Una cuarta fiera
era terrible, espantosa, fortísima: tenía grandes dientes de
hierro con los que comía y descuartizaba, y las sobras las
pateaba con las pezuñas.
— 294 —
Cuando Caín está incubando el rencor y el odio a su
hermano, Dios lo amonesta: «el pecado está agazapado a la
puerta». Todo el ministerio de Jesús se desarrolla en un clima
de hostilidad, que un día estallará como violencia física. Es
su pasión coextensiva de su misión. Marcos ha proyectado
al comienzo el arranque de la violencia: 3,6 «Nada más salir,
los fariseos se pusieron a planear contra él con los herodianos,
para acabar con él». Y hemos visto que Mateo coloca el
arranque de la violencia ya en la infancia, en la matanza de
los Inocentes.
Al contemplar la pasión de Jesús, no olvidemos su pre
sencia en el ministerio paciente y apasionado del Mesías. A
lo largo de nuestra vida, también nuestra pasión ha estado
entretejida en el tapiz de nuestra misión, en un ritmo casi
cotidiano: «la malicia de cada día». ¿O ha sido tan tibio
nuestro empeño por el evangelio que no hemos provocado
oposición ni hemos sufrido por él? «Todos los que quieran
vivir religiosamente como cristianos sufrirán persecución»
(2 Tim 3,12). «Hijo mío, cuando te acerques a servir al Señor,
prepárate para la prueba» (Eclo 2,1).
4. Causas de la violencia
— 295 —
2Codiciáis y no obtenéis; asesináis. Envidiáis y no conseguís;
peleáis y lucháis y no alcanzáis, porque no pedís. 30 , si
pedís, no lo obtenéis, porque pedís mal, para gastar en vues
tros placeres. ¡Adúlteros! ¿No sabéis que ser amigos del
mundo es ser enemigos de Dios?
— 296 —
Jn 11,45 Muchos de los judíos que habían ido a casa de
María y habían presenciado lo que había hecho creyeron en
él. 46Pero algunos fueron a ver a los fariseos y les contaron
lo que había hecho Jesús. 47Entonces los sumos sacerdotes
y fariseos convocaron el Consejo y decían: —¿Qué hacemos?
Ese hombre realiza muchas señales. 48Si dejamos que siga,
todos van a creer en él, y vendrán los romanos y nos des
truirán el lugar santo y la nación.
— 297 —
Toda la página se podría incorporar en una contemplación
ancha de la pasión de Cristo. Pero habría que añadir una
corrección o precisión: Jesús no echa en cara simplemente
faltas contra la ley, sino el abuso de ella. El convertirla en
código rígido y esclerotizado; el recubrirla e invalidarla con
prescripciones añadidas; el hacer de la ley un absoluto al que
se sacrificaba la persona humana:
9Era sábado aquel día; 910*así que los judíos dijeron al que se
había curado: Es sábado, no te está permitido cargar con la
camilla. "Contestó: El que me curó me dijo que cargara con
la camilla y echara a andar. 12*Le preguntaron: ¿Quién te dijo
que cargaras con ella y echaras a andar? nEl que se había
curado no lo sabía... 15E1 hombre fue a informar a los judíos
que era Jesús quien lo había curado. 16Por eso perseguían
los judíos a Jesús, por hacer tales cosas en sábado. 17Pero
298 —
Jesús les replicó: —Mi Padre sigue trabajando, y yo también
trabajo. Por eso procuraban con más ganas darle muerte,
porque no sólo abolía el sábado, sino que además decía que
Dios era su Padre, haciéndose semejante a Dios.
— 299
la blasfemia». Se rasgan las vestiduras y rasgan el tejido de
una vida humana, inocente. Con esto pasamos a la pasión en
sentido estricto.
5. Relatos de la pasión
— 300
espigar en el Salterio. Habría que escuchar los textos relatados
o cantados a varias voces, como hacen la liturgia o los grandes
oratorios. No importa que algunos datos o detalles del Anti
guo Testamento no se apliquen a la letra a la pasión de Jesús;
se aplican a la pasión de sus siervos. Citemos, pues, con
generosidad.
Comienzo por un texto que acumula datos ofreciendo
un repertorio diferenciado: Sal 35:
— - 301
10 Han cerrado sus entrañas
y hablan con boca arrogante.
31,14 Se conjuran contra mí
y traman quitarme la vida...
19 Profieren insolencias contra el justo
con soberbia y desprecio.
38.13 Me tienden lazos que atenían contra mí,
los que me quieren mal anuncian desgracias
y todo el día propalan calumnias...
20 Mis enemigos mortales son poderosos,
son muchos los que me aborrecen sin razón,
21 los que me pagan males por bienes,
los que me atacan cuando procuro el bien.
41,11 Mis adversarios se burlan
del quebranto de mis huesos,
todo el día me preguntan:
¿dónde está tu Dios?
54, 4 Porque unos extranjeros se alzan contra mí,
y hombre violentos me persiguen a muerte
sin contar con Dios.
59, 4 Mira, hombres crueles me acechan emboscados,
sin que yo haya pecado ni faltado, Señor;
5 sin culpa mía, avanzan para acometerme.
64, 2 Protege mi vida del terrible enemigo,
3 escóndeme de la conjura de los perversos
y del motín de los malhechores.
4 Afilan sus lenguas como puñales
y disparan con flechas palabras venenosas
5 para acribillar a escondidas al inocente,
para herirlo por sorpresa y sin riesgo.
6 Se animan al delito,
calculan cómo esconder trampas y dicen:
¿quién lo descubrirá?
7 Inventan maldades y ocultan sus invenciones,
porque su mente y su corazón no tienen fondo.
86.14 Unos soberbios se levantan contra mí,
una banda de insolentes atenta contra mi vida
sin contar contigo.
— 302
140, 2 Guárdame del malvado y del violento,
3 que planean maldades en su corazón
y todo el día provocan contiendas;
4 afilan sus lenguas como serpientes,
con veneno de víboras en los labios.
5 Defiéndeme, Señor, de la mano perversa,
guárdame de los hombres violentos
que preparan zancadillas a mis pasos;
6 Los soberbios me esconden trampas,
los perversos me tienden una red
y por el camino me colocan lazos.
— 303 —
a tu vista están los que me acosan; 21la afrenta me destroza
el corazón y desfallezco».
Burlas. Gran privilegio del hombre es la risa: catarsis de
penas y tragedias, acto por el cual se relativizan pretendidos
absolutos o se reconoce lo relativo de valores aceptados,
comunicación social por solidaridad en la misma broma,
acompañamiento de festejos y celebraciones, instrumento so
cial en la sátira, forma noble de arte en la comedia y el
humorismo. Pero es terrible la risa cuando toma por objeto
al hombre débil y caído y se ensaña con él. Nuestra palabra
«sarcasmo» viene del griego sarx, que significa «carne»,
porque es un en-cami-zarse riendo; también viene de «carne»
la palabra es-cam-io.
De Jesús se burla la soldadesca jugando con el presunto
rey. Se burlan los que lo ven finalmente crucificado y de
rrotado. Otros textos bíblicos registran el tema. Job en su
desgracia comenta: 30,1 «Ahora, en cambio, se burlan de mí
muchachos más jóvenes que yo... 9Ahora, en cambio, se
sacan coplas, soy el tema de sus burlas»; el «ahora» contrasta
con el prestigio precedente (cap. 29). Los salmos dan testi
monio de esta refinada violencia que dispara la risa contra
el corazón humillado:
— 304 —
Tormentos. Los evangelistas son muy sobrios, diría lacóni
cos, al referir los tormentos: «lo mandó azotar, lo coronaron
con espinos, lo crucificaron». Dejan al lector imaginar. No
es gusto de la literatura bíblica el describir minuciosamente
torturas. Algo explícito es el segundo libro de los Macabeos,
contando el martirio de los siete hermanos y la madre. No
se pueden comparar con martirologios antiguos y modernos.
De los sufrimientos corporales habla el salmo clásico de
la pasión:
— 305 —
Con amplitud, según su estilo, desarrolla el tema el libro de
Job en el capítulo 19:
— 306 —
62,4 ¿Hasta cuándo arremeteréis contra un hombre
todos juntos para derribarlo,
como a una pared que cede
o a una tapia ruinosa?
74,3 Dirige tus pasos a estas ruinas sin remedio:
el enemigo ha arrasado del todo el santuario...
7 prendieron fuego a tu santuario,
derribaron y profanaron tu morada.
89,41 Has abierto brecha en sus murallas
y derrocado sus fortalezas.
— 307 —
sus planes son planes criminales,
destrozos y ruinas jalonan sus calzadas.
8 No conocen el camino de la paz,
no existe el derecho en sus rodadas;
se abren sendas tortuosas:
quien las sigue no conoce la paz.
— 308 —
Pero, si Jesús murió de muerte violenta, como víctima ino
cente, es porque primero el Hijo de Dios entró en un universo
en el que la muerte tenía poder. Por eso su pasión y muerte
comienzan radicalmente en la encarnación y se intensifican
cuando toma conciencia de su misión y su desenlace. Antes
de morir de hecho, aceptó la condición mortal: «me has
formado un cuerpo» (Sal 40,7, versión griega). Por eso po
demos poner en boca de Jesús el salmo 88, como los evan
gelistas pusieron el 22:
309 —
hacen entender que el Mesías entraría en ese mundo de la
historia de los hombres, donde la violencia es huésped ha
bitual, y que por su misión apuraría las consecuencias.
— 310 —
43 has alzado la diestra de sus enemigos
y has dado el triunfo a sus adversarios.
45 Has dejado que se contamine su cetro glorioso
y has derribado su trono;
46 has acortado los días de su juventud
y lo has cubierto de ignominia.
— 312 —
Al rico le pide que venda sus bienes y dé el dinero a los
pobres (Mt 19,21). A los hijos de Zebedeo, que buscan dig
nidades, les pregunta: «¿Sois capaces de beber la copa
que yo he de beber?»; y añade: «mi copa la beberéis» (Mt 20,
22s). Las condiciones para el seguimiento no son fáciles: Mt
10,37-39.
Jesús inaugura solemnemente el viaje a Jerusalén, ca
mino de la pasión, Le 9,51: «Cuando iba llegando el tiempo
de que se lo llevaran, Jesús afrontó decidido la subida a
Jerusalén». En seguida se presentan tres pretendientes a com
pañeros y se entabla el siguiente escueto diálogo:
— 313 —
de corazón y la espera angustiosa del día de la muerte...
¡cuánto afán y ansiedad y temor, pavor mortal, pasión y
riñas!» (Eclo 40,2.5). Lo importante, lo decisivo, es que todo
se padezca «por su causa». Incluso en las situaciones y es
tados más atractivos y favorables está presente la cruz: «Tam
bién entre risas llora el corazón, y la alegría termina en
aflicción» (Prov 14,13). El mensaje de Cristo nos hace com
prender con luz nueva que sin capacidad y ejercicio del sa
crificio no se conserva en armonía un matrimonio, no pros
pera una vida de familia, no cumple sus deberes el ciudadano,
no logra el hombre aceptarse a sí mismo. El mensaje y el
ejemplo de la pasión de Cristo son una llamada constante a
la necesidad del sacrificio. En ocasiones puede llamar a sa
crificios heroicos: de renuncias, peligros, incluso tormentos
y muerte:
— 314 —
La contemplación de la pasión de Cristo, en cualquier forma
que se haga, ha de desembocar en la imitación. No basta
contemplar y compadecer, hay que compartir.:
1 Pe 4,13 Alegraos de compartir los sufrimientos de Cristo,
y así, cuando se manifieste su gloria, vuestro gozo estará
colmado.
— 315 —
16. Contemplación para alcanzar amor
— 316 —
El que ama quiere escuchar del amado su confesión de amor;
y Jesús pregunta a Pedro: ¿me amas? No tendríamos poesía
amorosa, empezando por el Cantar de los Cantares, si el
amor no se expresase en palabras. Pero Ignacio habla com
parativamente: más en las obras que en las palabras.
— 317 —
Quedéme y olvidéme.
el rostro recliné sobre el Amado.
Cesó todo y dejóme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
— 318 —
Quizá sea diverso el caso del animal: un perro parece
reaccionar con algo que llamamos «afecto». En su mirada
nos parece descubrir el dolor de no saber hablar; siente celos
si el amo atiende más al hijo o a otro perro advenedizo.
Responde con una fidelidad ejemplar, se alegra cuando vuel
ve el amo... Se da un grado de comunicación que todavía
no podemos llamar «amor consciente». Distinguimos la leal
tad sacrificada del perro y el egoísmo del gato. Pero su lealtad
no es todavía amor, porque no es capaz de recibir ni devolver
nuestro amor.
Respecto a Dios, ¿somos como el perro respecto al hom
bre? (Recuérdese el poema de Unamuno «A mi perro»). Por
una parte, la distancia es mucho mayor, incobrable; por otra,
Dios nos ha hecho de una naturaleza capaz de recibir y res
ponder conscientemente a su amor. El que seamos capaces
de comunicamos con Dios de ese modo es el primer, incon
cebible y fabuloso don, que debe llenamos de estupor y
gratitud. Una realidad que llamo «conciencia», por la cual
estoy presente a mí y en la cual tengo presente a Dios. El
hombre es creado con la capacidad de relacionarse con Dios
en el orden del amor. Si Dios es amor, el hombre es imagen
y semejanza de Dios en el orden del amor. De la capacidad
brota la exigencia. Ahí está lo más grande y lo más alto de
la naturaleza humana: en esa apertura trascendental a Dios.
El salmista pregunta admirado: ¿Qué es el hombre para que
te ocupes de él? Lo has hecho señor de la creación... Nosotros
le hacemos eco: ¿Qué es el hombre para que te comuniques
por amor con él?
¿Cómo pasa esa capacidad a la acción? En nuestro con
texto cristiano, afirmamos que «por obra del Espíritu». Aun
que atribuimos a la Trinidad la frase «Dios es amor», co
municación y don mutuo total de las personas, lo atribuimos
de una manera particular al Espíritu Santo. Guillermo de S.
Thierry dijo que el Espíritu Santo es el beso del Padre y el
Hijo. Con el Espíritu recibimos el amor de Dios; él nos mueve
a amar a Dios. Hablando del conocimiento, Pablo expone
una elevada y profunda doctrina:
— 319 —
1 Co 2,10 Porque el Espíritu lo sondea todo, incluso lo
profundo de Dios. 1A ver, ¿quién conoce a fondo la manera
de ser del hombre, si no es el espíritu del hombre que está
dentro de él? Pues lo mismo, la manera de ser de Dios nadie
la conoce, si no es el Espíritu de Dios. 12 Y nosotros no
hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que
viene de Dios; así conocemos a fondo los dones que Dios
nos ha hecho.
— 320 —
la nueva unión «derecho y justicia» para actuar, «ternura y
cariño» para efectuarse, «fidelidad» para mantenerse (Os
2,21s). Es de notr que el amor de Dios toma forma conyugal
en el Antiguo y en el Nuevo Testamento.
Vamos a tomar juntos los puntos segundo y tercero de
Ignacio, apoyados en la repetición del «dando ser, vegetando,
sensando» y en la equivalencia de «animando» y «vegetan
do». En cambio, notaremos la distinción entre «habitar» y
«trabajar».
Mirar cómo Dios habita en las criaturas. La mirada es
primero cósmica, universal, después se recoge a la persona
que contempla. Lo que siente de Dios es como una presencia
envolvente, penetrante. Como el aire que me rodea en torno
y me entra en los pulmones y envía oxígeno a la última célula,
así Dios está presente, habita en el universo. «Habitar» puede
ser poco o engañoso: no es un inquilino que viene a habitar
la casa que se ha construido, ni siquiera como un propietario
que se pasea por su finca. Su presencia en la casa es más
sustancial, sin ser inmanente. Al construir un gran templo,
el peso de la piedra o la fuerza de gravedad es un factor
decisivo en los cálculos y en la ejecución; terminado el tem
plo, la fuerza de gravedad sigue presente, sustentando las
partes en el todo. El barroco puede dar la ilusión de ingravidez
aplicando la gravedad a formas de signo opuesto. Pues Dios
está en el fondo, en el cimiento del ser total y de cada forma
de ser: de un modo da y mantiene el ser de la planta, del
animal, del hombre, de la materia inerte. Cada forma de
contingencia es colindante con su presencia infinita. Así están
llenos cielo y tierra de su gloria. Pero en mí, su presencia
toma forma extraordinaria, porque habita en mi conciencia.
Como la luz de una estrella lejana, que se derrama por el
espacio cósmico y entra por un telescopio para ser observada
por unos ojos. Mi conciencia, como espejo íntimo, se apoya
en su gravedad y se alimenta de su luz. Mi libertad es un
dinamismo más prodigioso que la savia de una sequoya, que
la explosión de una supemova, que la penetración de un
— 321 —
neutrino. Es Dios quien la mantiene sin entropía. El salmo
139 canta esa presencia en categorías de saber:
5 Me estrechas detrás y delante,
me cubres con tu palma.
6 Tanto saber me sobrepasa,
es sublime y no lo abarco.
7 ¿Adónde iré lejos de tu aliento,
adonde escaparé de tu mirada?
8 Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro;
9 si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta el confín del mar,
10 allí me alcanzará tu derecha,
me agarrará tu izquierda.
A veces pensamos en la presencia de Dios como un
ejercicio que nosotros practicamos: me pongo en presencia
de Dios, es decir, lo traigo a la memoria, al pensamiento,
me ocupo de él. Es lo contrario: abrirme, dejarme, para que
su presencia me invada, se me manifieste, casi me deslumbre.
Es abrirse a lo más grande del mundo estelar, a lo más
pequeño de las partículas subatómicas, a lo más íntimo de
la conciencia, a lo más hondo del ser.
Considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas
cosas criadas. (Algo hemos dicho comentando el salmo 65).
¿Hay algún ser en el universo que no sea activo? Los
escolásticos decían, con gran acierto, que todo ser es uno,
verdadero y bueno (omne ens est unum, verum et bonum).
Quizá haya que añadir: y activo. Y a Dios ¿vamos a ima
ginarlo inerte, fuera de esa actividad? El Dios que habita en
el universo y en mí es activo, alimenta toda la actividad.
Solemos explicar que algunas culturas antiguas divini
zaban las fuerzas de la naturaleza. La fuerza que empuja la
savia en la palmera datilera era una fuerza divina, que los
mitos describían como una persona. En otros términos, la
fuerza y actividad era divinizada y personificada: fuera la
fuerza cósmica o vegetal o animal, en la lluvia o el grano o
la oveja. Desdeñamos esa visión como primitiva o pagana,
— 322 —
y no percibimos lo que tiene de válido la intuición, a pesar
de sus límites de expresión. Nosotros, secularizando empírica
o científicamente esas fuerzas, nos embotamos para no des
cubrir que cada fuerza contingente está movida por una ac
tividad infinita. Aunque la actividad infinita no es inmanente,
no es parte de la creación, la sustenta y mantiene activa.
Los millones de millones de astros que se mueven (¿en
contracción o expansión?), en un sistema complejísimo, ¿qué
fuerza los mueve y coordina? Decir «inercia» es ambiguo,
porque «inercia» significa no-acción, y la inacción no puede
ser causa de la acción. Pues en los campos gravitacional y
electromagnético y de energía débil y fuerte, está activo Dios.
El orante del salmo 8 ve unas cuantas estrellas, unos cuantos
millares en la noche tropical, y los admira como «obra de
los dedos de Dios», joyas de un orfebre. El creyente del siglo
veinte ve con sus instrumentos y sabe por sus deducciones
de billones de astros, y en ellos descubre la acción presente
de Dios.
No acabaríamos si quisiéramos recorrer, no digo todos
los seres del universo, sino todas las categorías. Por eso
vamos a detenemos en lo que nos parece más inerte fuera,
o en lo que no percibimos dentro. Asignamos un sistema
rocoso al cámbrico, al plioceno; lo imaginamos desde en
tonces inmóvil, inmutable. ¿Es así? No, sino que nuestro
ritmo de percepción no coincide con el ritmo milenario de
la roca, y nuestra mirada no penetra en el mundo atómico y
subatómico de la roca, en perpetua acción. En todo ello está
activo Dios. Observo la casi parábola de un sinclinal y anti
clinal y sé que hace millones de años, en el mapa incandes
cente, una fiierza empujó lateralmente y hacia arriba el es
trato. Ahí quedó, testimonio inmóvil de la agitación plane
taria. ¿Inmóvil? La fuerza unitaria de la gravedad,
descompuesta en varias trayectorias, sostiene activamente el
diseño orogràfico. En esa fuerza actúa Dios.
Miro un paisaje nevado. Toda la noche ha caído la nieve,
y ahora reposa en un blanquísimo letargo. El Eclesiástico la
ha visto así:
— 323 —
43,18 Sacude la nieve como bandada de pájaros,
y al bajar se posa como langosta;
su belleza blanca deslumbra los ojos
y, cuando cae, se extasía el corazón.
— 324
31 pero los que esperan en el Señor
renuevan sus fuerzas:
echan alas como las águilas,
corren sin cansarse,
marchan sin fatigarse.
— 325 —
tividad en la vida social y política; y el dar ser a la radical
e irreductible novedad de un nuevo ser humano. Y la energía
del Espíritu lo está activando todo. El «espíritu de Dios»,
como «viento impetuoso», se cernía sobre las aguas abismales
dando forma al caos (primer capítulo del AT); «El Espíritu
del Señor llena la tierra y da consistencia al universo (último
libro del AT: Sab 1,7). Podemos añadir que llena el universo
y le da actividad.
El mismo Señor desea dárseme en quanto puede, según
su ordenación divina. Volvamos al primer punto de Ignacio.
Los dones son expresión de amor, pero el don del amor es
la persona: «Mi amado es mío y yo soy de mi amado». Es
comunicación, es unión. El abrazo lo expresa físicamente.
Con menos de eso la capacidad del hombre nunca estará
colmada, satisfecha. La contemplación para alcanzar amor
siempre queda abierta, porque siempre tiene el capítulo final
pendiente. La última página de la Biblia es un diálogo de
amor ansioso y esperanzado:
Ap 22.17 Dicen el Espíritu y la esposa: ¡Ven!
Diga el que escucha: ¡Ven!
20 El que se hace testigo dice:
Sí, voy a llegar en seguida.
Amén. Ven, Señor Jesús.
— 326 —
y demostrar su amor. No existe un amor forzado, impuesto,
porque el amor es el movimiento más espontáneo y total del
ser humano.
Por eso, Señor, aceptaste el riesgo de darme la libertad,
para que pudiera amarte. Sólo así puedo ser imagen tuya y
ser tu interlocutor creado. El amor es la razón de la libertad
y justifica su riesgo.
Entonces, Señor, ¿por qué me has colocado entre tantas
creaturas amables que solicitan mi amor en rivalidad con el
tuyo? Tú mandas a Israel: «Amarás al Señor con todo tu
corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas», a la vez
que rodeas a Israel de tantos seres que piden al menos alguna
parte del corazón y del alma. Ellos se contentan con un poco,
y Tú exiges todo: ¿por qué, Señor, no te avienes a un com
promiso? El corazón del hombre es ancho y puede ensan
charse: caben en él muchos seres. Una madre tiene seis hijos,
y cuando nace el séptimo ensancha el corazón para acogerlo
con tanto amor como a los otros. ¿No podría yo dedicarte el
centro y dejar una periferia para otros seres?
Tú mismo me mandas amar al prójimo, me imprimes
dentro esa necesidad fatal de amar y ser amado, esa insatis
facción de un egoísmo complacido. Yo me abro, me pongo
al alcance, y mira cómo acuden otros seres a apoderarse de
mi amor y sujetar mi libertad. No quisiera, Señor, oponerme
a Ti, alejarme de Ti; pero es que la fuerza de atracción de
otro amor más cercano me arranca del sistema central de tu
amor. Casi iba a decir, Señor, que Tú tienes la culpa, porque
has colocado a la distancia exacta un ser intensamente amable
y una necesidad de amar intensamente. Señor, ¿por qué lo
has hecho así? ¿Por qué no desatas tu fuerza de atracción,
que contrarreste y supere todas las otras fuerzas juntas? Sin
quitarme la libertad, sin menoscabarla, Tú puedes apoderarte
suavemente o violentamente de mi amor. ¿Por qué no lo
haces? Mira que ya no me opongo, que te digo: tomad y
recibid toda mi libertad.
Tú hiciste a tu Hijo, el hombre Jesús de Nazaret, libre,
capaz de amar, destinado al amor. Ningún hombre más libre
— 327 —
que él. El te entregó toda su libertad y su amor para ser en
la tierra tu interlocutor y cumplir enteramente tu designio:
«Yo he cumplido los mandamientos del Padre y me mantengo
en su amor» (Jn 15,10). Porque te amaba, «su comida era
cumplir tu designio» (Jn 4,34). Pues, Señor, hazme semejante
a tu Hijo, de modo que mi entera libertad se emplee en amarte,
de modo que mi amor a Ti sea la consumación de mi libertad.
Yo espero que un día entraré en tu casa para siempre.
Allí, en tu compañía mi libertad no tendrá trabas y te amaré
«con todas las fuerzas»; más aún, me darás más fuerzas para
que te ame más. Pues lo que espero, lo que anticipo en la
oración, ¿por qué no me lo vas dando ya? Mira que el tiempo
pasa y el fin se acerca, y no te he amado bastante; mira que,
cuando me salgas al encuentro, quiero abrazarte con un amor
muy grande, y el que ahora tengo no me basta: Tomad mi
libertad y dadme vuestro amor.
Tomad, Señor, y recibid mi memoria. Tú me has dado,
Señor, esa extraña y maravillosa capacidad de vencer al tiem
po sin salirme de él. Por túneles subterráneos de mi con
ciencia retoman a mí sucesos pasados, y yo viajo hasta ellos.
Unas veces son ellos los que se escapan de su coyuntura
temporal y vienen a visitarme, a asomarse a un presente que
para ellos fue futuro; otras veces yo me desprendo de mi
vivir presente, para revivir emocionalmente el pasado. Unas
veces, Señor, me lleno de vergüenza, otras veces de añoran
za. Y más que poseer memoria, me parece estar poseído por
ella. Pues bien, Señor, ¿me acuerdo también de ti? Pero, si
te tengo presente, porque tu presencia me envuelve, ¿para
qué necesito acordarme de ti? Si te espero como mi destino
futuro, ¿por qué he de buscarte en mi pasado? Es que quiero
que Tú llenes mi pasado y mi presente y mi futuro, porque
Tú «eras y eres y serás» (Ap 4,8), y «Jesucristo es el mismo
hoy que ayer, y será el mismo siempre» (Hb 13,8).
Yo te doy mi memoria. Cuando ella me traslada a mi
pasado, quiero encontrarte como huésped y acompañante y
guía de mi existencia. Si me acuerdo de mi niñez, quiero
encontrarte en mi primer despertar religioso, en las palabras
328 —
de mis padres y las primeras oraciones crepusculares de la
infancia; quiero encontrarte en mi colegio, en mi ayudar a
misa, en tus primeras sugerencias y tu imperiosa llamada;
también te encuentro en mis arrepentimientos y tu reiterado
perdón; y en mi trabajo apostólico. Tú, Señor, no estás au
sente de mi pasado, y con mi memoria te encuentro allí.
Tomad mi memoria. No quiero gastarla en recuerdos inútiles,
en nostalgias paralizantes. No quiero refugiarme en los re
cuerdos para eludir mis compromisos actuales. Pero quiero
emplearla en recordar «tus proezas» (Sal 77,12s), para que
ese recuerdo me haga desearte más:
— 329 —
mi afán de conocer sea insaciable y que mi curiosidad sea
signo de juventud espiritual. «No se sacian los ojos de ver
ni ser hartan los oídos de oir», me dice el Eclesiastés; y yo
añado: ni la mente de conocer. Así ha de ser mi entendimiento
y así es como te lo doy. Porque, si lo sacio con unos cuantos
seres creados, temo que no tenga ansia de conocerte a Ti. O
quizá suceda lo contrario: que, conociendo el «límite de todo
lo perfecto» (Sal 119,96), desee conocer tu perfección sin
límites.
Te confieso, Señor, que muchas veces no me deleita
tanto conocer ya mil cosas cuanto aprender una nueva; sobre
todo si la descubro yo. Como si, al descubrirla, fuera recreada
en mi entendimiento y relumbrase con su novedad. Me gustan
los enigmas y acertijos: ¿eres Tú mi gran enigma? Haz que
yo adivine cada día, porque Tú me lo revelas, algo nuevo
de Ti. Dalila se quejaba a Sansón porque no le revelaba su
secreto: «ya no me quieres». Señor, tú me sigues queriendo,
escucha mis preguntas y revélame cada vez algún nuevo
secreto tuyo. «Ahora vemos por enigmas» (1 Co 13,12), y
yo juego a adivinarlos; acepta mi juego y entra en él. De
niño jugaba al escondite, a descubrir y ser descubierto; Tú,
Señor, toda mi vida jugando al escondite conmigo. Y cuando
«vea yo cara a cara», ¿no quedará nada por descubrir?
También me gusta conocer en profundidad, entreviendo
o atravesando. Conozco la nieve blanca, penetro en sus ejer
cicios geométricos microscópicos. Conozco la luz doméstica
de mi lámpara y la atravieso hasta las turbinas, de las turbinas
al salto de agua, del pantano a las nubes que sueltan el agua,
de las nubes al sol que levantó a pulso el agua y ahora se
mete pequeñito en mi lámpara por el escondrijo de un enchufe
y un cable. Es como si, leyendo un bajo cifrado, escuchase
mentalmente una coral; como si, oyendo una melodía, en
treoyese en contrapunto otras voces. Tú eres mi contrapunto
y mi coral. Todos los seres que conozco me incitan y ayudan
a conocerte, como si fueran soporte de una melodía infinita.
Melodía no, armonía y contrapunto y orquestación de «una
música mejor» (San Juan de la Cruz). ¿Qué conozco cuando
— 330
escucho una música que me satisface y me transporta? No
una relación matemática de vibraciones ni un placer mera
mente sensorial —como de una fruta sabrosa—. El sistema
sonoro que existe en proceso, que cada vez se hace y existe
de nuevo, mi espíritu lo trasciende y se abre a un conoci
miento superior, que tiene algo de misterio. Pues en el de
senvolverse de la creación y de mi vida, mi conocimiento
pasa más allá, te alcanza. Lo he llamado creación y creatura,
porque todo me remite a Ti, Creador. Gracias porque me
dejas conocerte, recibe, oh Señor, mi entendimiento.
También me gusta comunicar lo que conozco, y más
aún si yo lo he descubierto. Te pido que no sea vanidad lo
que me mueva, sino el afán de darte a conocer. Pero ¿qué
puedo hacer yo? Hablar de Ti, para que otros te conozcan
de oídas, de poco sirve. Hablar de Ti dando testimonio, para
que otros busquen conocerte personalmente, eso sí sería em
plear bien mi entendimiento. Pues yo te lo doy para servirte
con él, para que te sirvas de él. Decía Job al final de su
camino: «Te conocía sólo de oídas; ahora te han visto mis
ojos» (Job 42); y se refería a los ojos del espíritu. Creo,
Señor, conocerte un poco: que por mi medio otros logren un
día decir otro tanto. Porque Tú eres tan grande, que puedes
mostrarte a cada uno de forma diversa, según su capacidad
y temperamento. Por eso conocerte es asunto personal.
Cuantas más cosas sé de tu mundo creado, más campos,
océanos de ignorancia descubro; tanto que mi conocer es, en
gran parte, saber que desconozco. Cada nuevo conocimiento
de Ti que me concedes, me hace vislumbrar más de lo que
desconozco y quisiera conocer. Tomad mi entendimiento para
ensancharlo, para que me quepa más de Ti. Me alegro de
saber que no sé, porque así confieso tu misterio; pero quiero
saber siempre más de Ti. Así es como quiero que tomes mi
entendimiento.
— 331 —
Cuanto más alto se sube,
tanto menos entendía
qué es la tenebrosa nube
que a la noche esclarecía;
por eso quien la sabía
queda siempre no sabiendo
toda sciencia trascendiendo.
— 332
hombres han fabricado imágenes que te desfiguraban, hasta
las han colocado en tu puesto (aunque pienso que muchas
veces buscaban a tientas alguna presencia tuya). Otros hom
bres, con su fantasía, compusieron relatos y poemas indignos
de Ti (engañados quizá por una penumbra tuya). Con todo,
sin el auxilio de la imaginación, ¿cómo hablarían de Ti los
profetas o los salmos? Los autores inspirados te consagraron
su fantasía, el Espíritu escogió soplar en ella para avivarla.
Ahora, Señor, yo puedo imaginarte como Roca, como Fuen
te, como Luz, como Sol... Yo también quiero consagrarte
mi fantasía. Que no se emplee en imágenes perversas de
venganza o de lujuria, que no teja telarañas de falsas ilusio
nes, que no me traiga pesadillas, que no se complazca en
juegos estériles. Que me sirva para imaginarte, porque así te
iré conociendo, y que me sirva para comunicar a otros en
figuras tu misterio más allá de toda figura. Tomad, Señor, y
recibid mi imaginación.
Tomad, Señor, y recibid mi voluntad... disponed a toda
vuestra voluntad.
Ya te la he dado con la libertad, pero repito el don.
Quiero que mi voluntad coincida con la tuya. En Jesús de
Nazaret la voluntad humana, siendo diversa, coincidió to
talmente con la voluntad de su Padre, y así, por una vez, se
cumplió en la tierra tu voluntad como en el cielo. Si yo
pudiera imitar a tu Hijo, al menos acercarme a él... Hacer
enteramente mía tu voluntad sería darte toda mi voluntad:
tómala, Señor.
Veo en mi voluntad la raíz del deseo y la sede de la
decisión. El deseo es energía del espíritu: en el deseo se tensa
la voluntad como un arco; en la decisión se dispara. Lo que
el hambre al estómago, la sed a la garganta, es el deseo al
espíritu. Es verdad que hay deseos estériles, como dice Prov
21,25:
— 333
También hay deseos que Ignacio denuncia, porque no son
«quiero», sino «querría»; también denuncia esos deseos que
pasan a la decisión y después procuran ajustar la voluntad de
Dios a la propia (primero y segundo binarios); también conoce
unos «deseos de deseos», primer impulso de un dinamismo.
Yo te doy mi voluntad: líbrala de malos deseos. Del
deseo de poseer o codicia, del deseo de poder o ambición,
del deseo de aparecer o vanidad, del deseo de ser superior o
soberbia, del deseo de placer o voluptuosidad. Y de otros
muchos que no tengo catalogados. Inspírame, en cambio, los
deseos que Tú quieres; y, sobre todo, sé Tú el objeto de mi
deseo.
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Espíritu para que me enseñe cuál es tu voluntad. Sea tu
voluntad la norma de la mía; sea tu voluntad la fuerza de la
mía.
Dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta. ¿Es verdad
que me basta? Tu amor ya me lo has dado y demostrado
abundantemente: ¿por qué no me ha bastado?
Is 5,4 ¿Qué más cabía hacer por mi viña que no lo haya
hecho?
¿Por qué, esperando que diera uvas, dio agrazones?
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Colección
El Pozo de Siquem
Ilustración de cubierta:
Am brogio Lorenzetti (1280-1348),
Presentación en el templo
(G alleria degli Uffizi, Florencia)