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04 Inteligencia, Voluntad, Yo - NV
04 Inteligencia, Voluntad, Yo - NV
INTELIGENCIA, VOLUNTAD, YO
FACULTADES SUPERIORES
1. ¿Qué es la inteligencia?
El ser humano conoce, como los animales, por los sentidos externos e internos, pero no
agota en ellos su capacidad de conocimiento. Posee además otra facultad cognoscitiva
superior, la inteligencia o entendimiento*.
La inteligencia es como una luz que permite leer “dentro” de las cosas sensibles
(inteligencia, viene de intus-legere, leer dentro) y captar lo universal, la naturaleza
común, lo esencial, prescindiendo de lo que tienen las cosas de singular y concreto.
El ser humano es capaz de aprehender los medios como medios, no solamente puede
conocer las cosas que son medios, sino también, darse cuenta de que esos medios lo son;
ello implica que tiene capacidad de conocer el ser en todas sus dimensiones y no sólo la
finalidad práctica. Entender es conocer el ser. De ahí que pueda decirse que el animal
conoce, pero no entiende.
La inteligencia no es la totalidad del alma, sino una potencia o facultad suya, aunque,
junto con la voluntad, la más elevada. Es una facultad superior, en un plano superior a
los sentidos. La inteligencia conoce más y más profundamente que los sentidos.
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Se recogen aquí ideas y textos, con modificaciones, de Sellés, J.F.; Fidalgo, J.M. Antropología
Filosófica: La persona humana, Eunsa, Pamplona, 2018 y Polo Maragoto, V., Manual de Fundamentos
de Filosofía, Tempo, 1996.
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misma. Sin embargo, todo ello es susceptible de conocerlo cuando se activa. Esta
potencia, más que ninguna otra, se entiende por su capacidad de crecimiento. Siempre se
puede pensar más y mejor.
a) La abstracción
Dicho de otra manera: es el proceso por el cual la inteligencia conoce, a partir de las
realidades concretas, lo esencial, y elabora el concepto. El concepto entendido es distinto
de la imagen imaginada (que siempre es concreta, aunque sea esquemática). Por eso, cabe
entender algo sin imaginárselo a la vez. El concepto entendido es:
-universal: se puede aplicar a muchos objetos singulares y concretos.
-abstracto: libre de los caracteres, condiciones y circunstancias individuales, para
quedarse con lo esencial.
Se puede distinguir distintos grados de abstracción: física (se consideran separadamente
cualidades físicas: peso, color…), matemática (se considera la cantidad separadamente:
espacio, línea, número…) o metafísica (se considera el ser en cuanto ser).
-la abstracción física: la inteligencia considera las cualidades sensibles de la cosa aparte
de sus caracteres individuales; el peso, el color, las reacciones de un cuerpo en presencia
de otros cuerpos, etc. Son conceptos propios de las ciencias empíricas: física,
-la abstracción matemática: el espíritu considera la cantidad aparte de todas las
cualidades sensibles: longitud, anchura, superficie, volumen, números, etc.
-la abstracción metafísica: el espíritu considera al ser del objeto aparte de toda cantidad
y de toda cualidad: el hecho de que exista, el tipo de ser que tiene. Se considera al ser en
cuanto ser (si se considera como única ciencia posible la de lo medible, se condena toda
metafísica).
b) El juicio
Definimos el juicio como la operación por la cual la inteligencia afirma o niega como real
la relación entre dos conceptos. Puede ser reducido a la fórmula: S es P (por ejemplo, este
árbol es un álamo). Los términos son conceptos distintos; pero, por el juicio se afirma que
son idénticos en la realidad. Mediante el juicio comparamos dos aspectos de la realidad,
ya sea física o de razón, para juzgar sobre su verdad o falsedad. Este proceso supone
enlazar dos conceptos con la partícula "es" y referirlo a la realidad sensible concreta. En
el juicio siempre se hace una referencia a la realidad y sin esa referencia el juicio no tiene
ningún sentido.
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El ser humano necesita juzgar para avanzar en el conocimiento de la realidad, porque
los conceptos que utiliza no agotan el conocimiento de la realidad, no le manifiestan toda
la realidad de las cosas. Si la abstracción fuese perfecta de modo que los objetos se nos
manifestasen con toda claridad no haría falta hacer juicios.
El término de la operación de juzgar es que la inteligencia capte la verdad del ser; o sea,
su adecuación o correspondencia con la realidad.
c) El razonamiento
Razonar es proceder de unos juicios a otros, articulándolos, para llegar a nuevos juicios
y nuevas verdades. Con el razonamiento descubrimos nuevas verdades a partir de lo que
ya sabemos.
Puede servir la comparación con la perspectiva teológica que afirma que la perfección de inteligencia
divina consiste en que Dios no necesita razonar (proceder de unas verdades a otras, avanzar) porque
toda la verdad está presente en un solo acto de conocer que es Dios mismo.
-Razonamiento práctico: cuando tiene como fin dirigir la acción. Persigue una
actividad que sea útil para otra actividad. Su objeto es el bien como cognoscible (no
debe ser confundido con la voluntad cuyo objeto es el bien, pero como deseable).
El hábito crece en la inteligencia haciéndola capaz de más. Esa facultad crece con la
adquisición del hábito. La inteligencia nace de la esencia humana (no de la naturaleza
humana). Nace en estado potencial, no hecha o desarrollada, sino abierta, susceptible de
mejora. El crecimiento de la inteligencia según su propio modo de ser se lleva a cabo por
los hábitos. El hábito es el “premio” con que cada persona puede dotar a una de sus
potencias inmateriales. No es la misma una inteligencia sin hábitos que con ellos, ya que
con hábitos es más inteligencia.
Como hay muchos actos de la inteligencia y varias operaciones racionales, los hábitos
pueden referirse a varios campos de nuestros actos de pensar.
Los hábitos son la conciencia racional. Por ellos nos damos cuenta de que conocemos
racionalmente, inteligentemente. Sin embargo, nos percatamos de que tenemos varios
modos de conocer. Por eso hay que admitir pluralidad de hábitos. Es clásica la distinción
en la inteligencia entre dos tipos de hábitos:
Pensar que no cabe verdad (escepticismo) es contradictorio: sería mantener a su vez esa afirmación
no es verdadera. Decir que todo es relativo o subjetivo, es sostener si se es coherente que esa tesis
también lo es. Y para quien se empecine en seguir defendiendo que él admite que esa, su tesis,
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también es relativa o subjetiva cabe preguntarle si es verdad que él mantiene tal tesis, o más bien es
relativo o subjetivo que él la mantiene.
La verdad es intemporal (lo que es verdad, lo es siempre) y permite darme cuenta de que
hay algo intemporal en mí. Así se empieza a captar que el ser humano no se reduce a
tiempo; que, aunque haga historia, él no es intrahistórico.
Más aun, descubrir la verdad es notar que ésta es independiente de opiniones, gustos y pareceres
subjetivos, pues a veces la descubrimos sin querer, o descubrimos verdades que incluso nos son
molestas, y es claro que ese hallazgo nos golpea y hiere por dentro.
El que todo lo considera opinable y relativo ha pactado con la mediocridad. A esa actitud le sigue la
desesperanza, por varios motivos: Uno, porque ¿para qué se va a esforzar por alcanzar y defender
una meta intelectual si todo es opinable, si todo vale lo mismo? Otro, porque tampoco podrá esperar
encontrarse con la verdad que uno es, la que más importa. ¿Y qué le pasa entonces? Que mata su
alegría personal, porque, sin descubrir la verdad personal, es imposible la alegría profunda. En
efecto, la alegría es el afecto de la intimidad personal que nace de saber qué verdad se es, no de la
opinión que se desea o apetece ser. En rigor, quien pierde es el que no acepta la verdad, pero la peor
pérdida en ese trance es uno mismo, pues es uno el que pierde su sentido personal.
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2. ¿Qué es la voluntad?
Así como los apetitos sensibles (concupiscible e irascible) siguen al conocimiento
sensorial, análogamente la voluntad sigue al conocimiento intelectivo. La voluntad es
la tendencia hacia un bien (universal) concebido por la inteligencia.
Esto supone que el mal nunca es querido en sí mismo (en cuanto mal). Cuando se afirma que alguien
“quiere el mal” en realidad quiere algún aspecto de bondad que la realidad tiene dejando de lado
quizá otros bienes más importantes (noción de mal en sentido moral).
Querer no es lo mismo que entender. El entendimiento tan sólo conoce el bien (lo posee
inmaterialmente) y la voluntad tiende hacia él: se adhiere, busca, quiere, se dirige hacia
el bien real que ha sido conocido. La voluntad busca bienes reales, a veces como medios
para conseguir otros bienes mayores.
El querer es una tendencia, y por ello, el bien que se quiere no está en ella, está en la
realidad que aún no se posee. Si el bien buscado no está en el buscar, radica fuera (en la
realidad). La voluntad es intención de alteridad (intención de “otro”). Además, la
voluntad es una potencia nativamente (inicialmente) pasiva: no hay nada en la voluntad
al nacer.
Lo real debe ser conocido como bueno, no sólo como verdadero, porque la voluntad
sólo sigue a lo que se conoce como bien. En consecuencia, el conocimiento del bien es
correlativo al descubrimiento de lo real.
La ignorancia es, también aquí, el peor de los males, pues si no descubrimos los bienes mayores,
nos quedaremos en los mediocres y, en consecuencia, nuestra voluntad no crece, sino que su querer
es de corto alcance, cuando no vulgar o trivial.
No podemos querer lo que no conocemos. Este axioma no hace más que expresar la
naturaleza de la voluntad como apetito racional o intelectual. El entendimiento presenta
a la voluntad el bien como fin y descubre los medios para conseguirlo; sólo después sigue
la acción de la voluntad.
Todos los demás fines los quiere la voluntad como medios para conseguir ese fin. La voluntad puede
ser engañada y tomar como fin último algo que sólo es un medio. Ese fin último es lo primeramente
querido y aquello por lo que se quiere lo demás.
Ese fin hacia al cual tiende la voluntad es la propia felicidad. El ser humano busca de
manera natural la felicidad: todas las acciones de la voluntad tienen ese fin último.
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El problema está en saber dónde está esa felicidad. ¿En las riquezas, en los honores, en la gloria,
en el poder, en el placer, en la virtud, en la ciencia, en la sociedad ideal? Se puede comprender que
sólo la posesión de un bien absoluto puede colmar voluntad humana y saciar su búsqueda. Así, al
buscar la felicidad el ser humano tiende implícitamente (aunque no se dé cuenta) hacia Dios como
bien absoluto. La teología natural nos demuestra que Dios es el Bien, es el fin último de toda criatura
y es amado implícitamente en todo lo que es amado.
La voluntad siempre está abierta a más bien, todo lo quiere en orden al fin último, que
es el bien absoluto (no limitado, no parcial ni particular). Si el bien último no fuera
alcanzable implicaría que la voluntad humana sería absurda, puesto que ¿para qué una
capacidad de querer cada vez más si no hay un bien último que sacie ese anhelo?
La felicidad humana tiene que ver con el bien mayor, con el último fin del ser humano.
Se puede preguntar cuál es el verdadero bien último, el objeto de la felicidad. Si bien y
realidad coinciden, es decir, son idénticos, a más realidad más bien. Sólo en un bien
relacionado con el ser humano –personal, por tanto– en el que no quepa mezcla de mal,
residirá la felicidad humana completa. Ese bien último sólo puede ser Dios.
La voluntad está inicialmente abierta a la felicidad, pero sin concretar todavía, es decir, que la
voluntad en estado de naturaleza desea el bien, pero no ama tal o cual bien, por eso caben errores en
las elecciones. Si media la inteligencia y se van descubriendo diversos tipos de bienes cada vez
mejores, entonces la voluntad, como tiene una capacidad de felicidad sin límite, podrá, si quiere,
crecer cada vez más en su querer (virtudes); es su crecer en orden a los bienes a los que la abre la
inteligencia.
Si la voluntad se aferra a bienes que no la llenan (ej. todos los materiales, sensibles), ya que éstos
son inferiores a ella, puesto que ella es espiritual, aparece la frustración. ¿Hay algún bien material
que la colme en esta vida? No, porque siempre se puede querer más, y mientras se vive, en la presente
situación, la voluntad no puede colmarse del todo. Pero sí hay un bien, Dios, que la llena más que
los demás ya ahora y puede además colmarla tras esta vida.
El bien no se reduce a ser mero objeto de la voluntad, pues la persona también está
implicada en el bien. De lo contrario no se podría hablar de bien y mal moral, por ejemplo.
El hombre que se adapta al bien mejora por dentro; el que se aleja de él, lo contrario. El
adaptarse a bienes menores, correlativo de la renuncia a los mayores, a los que uno está
llamado, empeora no sólo a la voluntad humana, sino que también compromete a la
persona.
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1. Conocimiento del fin: la inteligencia presenta a la voluntad el fin como bueno.
El ser humano puede darse a sí mismo el premio de la virtud, desarrolla las potencias de
su esencia. A su potencia inmaterial de querer la hace capaz de más con este premio. Con
la adquisición de virtudes la voluntad queda elevada (se podría hablar de una
“superpotencia”).
Por el contrario, sin crecimiento ¿qué se puede esperar? Solamente resultados externos (dinero,
compensaciones sensibles...), pero ¿con ellos se garantiza la mejoría, la felicidad humana?
Obviamente no.
Si el modo de ser de los vivos depende del grado de vida, una razón con hábitos y una
voluntad con virtudes están más vivas. Con hábitos y con virtudes se consigue la
progresiva humanización del ser humano.
Las virtudes de la voluntad se adquieren por repetición de actos. Sólo por medio de
pluralidad de actos alcanzamos a ser más virtuosos: templados, fuertes, justos, amigos,
etc., y nunca los somos completamente. Además, cuando ya se ha adquirido una virtud,
ésta no es fija, pues puede crecer o disminuir, e incluso perderse, pues la persona humana
puede ir contra ella.
Los hábitos teóricos de la razón son más permanentes (se consiguen de una vez para
siempre) que los hábitos prácticos y que las virtudes. Pero las virtudes de la voluntad son
más continuas durante la vida humana, porque si bien el hombre no teoriza siempre, es
decir, no siempre está pensando, en cambio, la virtud asiste siempre. ¿Por qué es esto así?
Porque la persona está más unida a su voluntad que a su inteligencia, de modo que la
voluntad humana no actúa nunca sin el consentimiento de la persona.
Los hábitos y las virtudes son un salir de uno mismo; un evitar el egoísmo y un facilitar
el servicio nobilísimo a la verdad y al bien. Si uno conoce y quiere para sí, no sale de sí.
Si refuerza el conocer y el querer abriéndolos a verdades y bienes superiores a uno,
entonces, se libera de su yo, o lo que es lo mismo, se ennoblece, porque se abre a más.
Por otra parte, mientras que los hábitos de la razón son plurales, en dependencia de las
diversas vías racionales, las virtudes de la voluntad están unidas y dada esa unión se
puede decir que la virtud es una.
Esto es así porque la voluntad sólo tiene un único fin último, y en la medida en que se
acerca a él se activa más la voluntad. Unas virtudes serán superiores a otras en la medida
en que adapten más la voluntad al fin. A la par, las superiores englobarán a las inferiores.
En efecto, no se puede ser fuerte si no se es templado; no se puede ser justo si no se es
fuerte; no se puede ser amigo si no se es justo. Hablar de distintas virtudes depende de la
mayor o menor activación de la voluntad respecto del fin último.
Por eso carece de sentido esforzarse por adquirir unas virtudes y dejar de lado otras, pues del mismo
modo que “una golondrina no hace verano”, una sola virtud no da la felicidad. La clave de la virtud
es seguir creciendo, pues sólo alcanza el fin último quien no renuncia. Porque la esencia humana
está diseñada para crecer siempre.
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consideradas las circunstancias nos decidimos por uno de ellos, aunque la elección nos
resulte más penosa y de más difícil ejecución. Entonces decimos que hemos obrado
libremente, que hemos hecho uso de nuestra libertad.
Como veremos se puede hablar de una libertad más profunda, transcendental, que equivale a la
misma persona que soy.
a) Características de la libertad:
-La libertad no es indiferencia, no es estar libre de toda influencia o decidir sin motivos.
Porque si no hay motivos, no hay acto de la voluntad. La libertad supone una deliberación
y deliberar es precisamente tener en cuenta los motivos, compararlos, sopesarlos. La
libertad supone un determinarse a sí mismo de acuerdo con motivos racionales, es lo
contrario de no comprometerse o permanecer indiferente (en el sentido de que tanto da
una cosa como la otra).
-La libertad no es absoluta. El ser humano es un ser limitado, luego es fácil entender
que su libertad sea limitada. Es lógico que el límite de nuestro querer sea el límite de
nuestro ser. Existen muchas cosas que no hemos elegido: nuestro temperamento, nuestros
padres, nuestro país, nuestra lengua, características corporales, etc. El concepto de
libertad no va unido a un poder absoluto, sino al poder de determinarse conforme a la
razón. Sin embargo, hay que tener en cuenta que todo aquello que "hemos recibido" y no
es, por tanto, fruto de nuestra libertad, puede ser de algún modo asumido en la libertad
si hacemos de ello algo no sólo "tenido", sino "querido" por un motivo; es decir, aceptado
libremente por nosotros.
-La libertad es un proceso, una lucha, un esfuerzo por ser libre. El ser humano vive
condicionado por multitud de factores (externos e internos) que le impiden ser él mismo,
desarrollarse plenamente. Es en la lucha por no ser dominado o esclavizado por los
agentes externos (slogans, modas, etc.) ni por factores internos (instintos, tendencias,
vicios, etc.) como el ser humano se va liberando y perfeccionando.
-La libertad está orientada (porque lo está la voluntad) hacia el bien. Pero el ser humano
puede elegir algo malo y ello supone una esclavitud y un fracaso. Fuera del bien y de la
verdad el hombre no puede liberarse ni alcanzar su plenitud. El elegir el mal es una
imperfección de la libertad, cuando uno opta por algo dañino es síntoma de que ha habido
alguna deficiencia en el ejercicio de la libertad.
b) Formas de libertad
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1. Libertad "de coacción" o "de espontaneidad" o "de actuar". Es una libertad puramente
exterior. Un acto puede ser llamado libre cuando está exento de toda coacción exterior,
cuando no lo hace necesario una intervención de fuera: puede ser física (ausencia de
obstáculos físicos); civil (actuar sin que lo impidan las leyes); política, etc,
2. Libertad "de elección" o "de arbitrio" o "de querer”. En psicología, cuando se habla de
libertad, se trata de una libertad interior, libertad de la decisión o de la elección que es
la fase esencial del acto voluntario. Se trata de la libertad que posee un sujeto que no está
determinado a obrar por factores interiores a su propia naturaleza (miedo, enfermedad…).
La libertad de arbitrio puede adoptar dos formas: a) Libertad de ejercicio o fundamental
(elegir entre actuar o no actuar); b) Libertad de especificación (hacer esto o lo otro).
3. Libertad moral. Es la libertad de elegir la opción mejor entre todas las posibles, elegir
lo que considero que debo hacer frente a otras posibilidades.
-Psicoanalítico: Afirma que el obrar del hombre adulto viene determinado por los hilos
ocultos del inconsciente formado en la niñez. Cuando el ser humano cree que actúa
libremente en realidad está dirigido por represiones, sublimaciones o racionalizaciones
que esconden los auténticos motivos de sus actos. Se debe a Freud, Adler, Jung.
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4. Determinismo social. Afirma que la presión social determina todos los actos de los
individuos. De hecho, dicen estos deterministas como Durkheim, Lévy-Bruhl, la conducta
de los hombres que viven en sociedad está regida por leyes constantes que ponen de
manifiesto las estadísticas. Podríamos incluir aquí el determinismo económico, postulado
por Marx, afirma que las conductas humanas están determinadas por factores
económicos, tales como las relaciones de producción.
5. Determinismo teológico: Se llama así porque dice que la voluntad humana está
determinada por Dios. En consecuencia, nuestras decisiones voluntarias son en realidad
de Dios. Es la teoría de Lutero, Calvino y del panteísmo que identifica a Dios con el
mundo (Spinoza, Hegel). Una modalidad de este determinismo es el fatalismo o la
predestinación: Dios conoce infaliblemente todo lo que yo haré, por tanto,
necesariamente haré lo que Dios ha previsto, luego no soy libre. Además, la causa
segunda recibe el ser y la operación de la Causa Primera, siendo esto así mi libertad
depende de la voluntad divina, por consiguiente, no soy libre.
La crítica a este planteamiento es la siguiente: Cuando decimos que Dios “prevé” nuestros actos,
se suele entender como que “anticipa y programa”; pero aquí en el fondo subyace una mala
interpretación de la noción de eternidad de Dios. La eternidad no consiste en un “tiempo infinito”
sino en la “ausencia de tiempo” (no hay sucesión de momentos) porque “todo es ya en acto” que eso
es la vida eterna de Dios. Hablando propiamente, Dios ve en acto lo que en nuestra vida temporal
(imperfecta) es una sucesión de momentos. El hecho de que nuestro futuro y nuestras decisiones
estén para él “presentes” no impide en modo alguno que las tomemos libremente, puesto que él las
conoce como decisiones libres.
El concurso de Dios, lejos de hacer desaparecer la libertad, la fundamenta, hace que exista. Dios
efectivamente concurre en la actividad de los seres creados, pero este "concurso" respeta la manera
de obrar de los seres que ha creado: en el ser humano, el carácter libre de sus actos. Dios impulsa de
un modo natural la voluntad hacia el bien, pero deja en manos del ser humano la concreción que
dará a dicho impulso; por consiguiente, es Dios quien hace que seamos libres.
Dicho de otra manera: tenemos todo lo necesario para obrar: una naturaleza, una voluntad, una
libertad; y todo ello nos lo da Dios. Igual que Dios hace crecer, florecer y fructificar los árboles, de
modo que cada árbol crece y fructifica según su naturaleza, también hace querer al ser humano. Este
querer es del ser humano hombre, necesario en algunos casos (la voluntad del fin), libre en otros (la
elección de los medios). La libertad pertenece a la naturaleza humana, dotada de inteligencia y
voluntad. Sería contradictorio que Dios la violentase. Sería crear un ser humano que no lo fuera. Por
lo tanto, el concurso divino, lejos de suprimir la libertad la fundamenta ontológicamente.
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2. El consentimiento universal. Todos estos actos anteriores sólo tienen valor si el ser
humano se cree libre; y como en todas las sociedades se dan, podemos tener por cierto
que todos los hombres se creen libres. Desde el punto de vista psicológico: el testimonio
de nuestra conciencia de sentirnos autores y dueños de ciertos actos, nos sentimos
protagonistas activos de nuestros actos.
-Formulación 2: El ser humano, como ser racional, no actúa por instinto como los animales sino
por juicio. Ahora bien, hay un salto entre el plano de las necesidades lógicas, donde se mueve la
razón, y el plano de las situaciones particulares y contingentes en el que se mueve la acción. Nunca
la razón puede deducir rigurosamente partiendo de los primeros principios la acción precisa que
debe aplicarse “aquí y ahora”. Por consiguiente, en lo que concierne a una acción, siempre particular
y contingente, el juicio no está determinado queda como suspendido entre el sí y el no. Así pues, si
se actúa en estas condiciones será por una decisión libre.
-Formulación 3: La representación intelectual del bien es universal. Como ningún objeto particular
iguala lo universal ni lo realiza en toda su amplitud y toda su pureza la voluntad que se dirige al bien
queda indeterminada respecto de los bienes. Es así que un arquitecto, habiendo concebido una casa
en general, digamos la esencia "casa", queda indeterminado cuando debe decidir si construirá una
casa circular o cuadrada, en ladrillo o en piedra.
e) Limitaciones de la libertad
El hecho de que exista la libertad no supone afirmar que la libertad humana sea infinita o
incondicionada. La libertad tiene límites:
2. No somos libres de elegir el fin último de los actos humanos. El hombre a través de
todas sus acciones siempre quiere una misma meta: la felicidad. No somos libres de querer
otra meta distinta como fin último. Todas nuestras acciones, incluso aquellas más difíciles
o dolorosas, las elegimos libremente, pero por una razón oculta de felicidad.
3. Sólo tenemos libertad para elegir los medios que nos conducen al fin último. Se quiere
necesariamente un medio, pero libremente ese medio. De todos modos, raras veces
podemos utilizar todos los medios a la vez por lo que la libertad humana está siempre
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condicionada. Por ejemplo, si elijo para divertirme ir al cine no puedo estar a la vez
disfrutando del deporte de la natación. Es lo que se llama la paradoja de la libertad.
2) Apertura a la totalidad
La inteligencia está abierta a todo lo real: puede conocerlo todo, no tiene limitaciones en
sí misma (como sí tienen los sentidos que sólo pueden conocer en unos umbrales o rangos
de cualidades). Incluso se puede conocer lo inmaterial, lo posible, etc. La voluntad, a su
vez, está abierta a querer todo lo real (material, inmaterial y espiritual), y también a lo
posible, e incluso a lo irreal. Ello es así, porque de todo lo que conocemos podemos tener
voluntad, es decir, podemos quererlo. El que se pueda conocer y querer todo, indica que
estas potencias carecen de soporte orgánico, pues esto supondría limitarlas dentro de un
marco o ámbito restringido.
Siempre se puede conocer más y querer más (pero no es posible, por ejemplo, ver
ilimitadamente más o apetecer ilimitadamente más: los sentidos y los apetitos se saturan).
Si el conocer intelectual y el querer siempre pueden crecer más, indica que son facultades
sin soporte orgánico que las limite, puesto que lo orgánico, por definición, es limitado.
4. El yo humano
La inteligencia no siempre está pensando; sólo conoce cuando es iluminada, activada, no
antes (es potencia); la voluntad no siempre está queriendo; sólo quiere cuando es activada,
no antes (potencia). Y lo mismo ocurre con las potencias sensibles. ¿Quién activa la
inteligencia y la voluntad? Las activo… yo.
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En el fondo de toda esta cuestión, está el alcance antropológico de la distinción real tomista: el
acto superior personal es el acto de ser; su yo es la esencia de aquél. La esencia (el yo) no se identifica
con el acto de ser personal. La esencia o yo depende del acto de ser, no a la inversa. Su carácter
activo es derivado del acto de ser personal, e inferior al de él.
Para evitar posibles confusiones terminológicas, se puede distinguir entre espíritu (que equivale a
acto de ser personal) y alma (que equivale al yo y a las potencias espirituales: inteligencia y
voluntad) y el cuerpo orgánico (naturaleza). El espíritu es el acto de ser humano; el alma, en
cambio, la esencia humana.
¿Cuál de las dos potencias, inteligencia o voluntad, es más activa y, por tanto, es la
facultad superior? Esto fue una gran polémica en la filosofía medieval.
Si se atiende a los actos y hábitos de estas potencias la inteligencia es más activa que la
voluntad, porque sus actos y hábitos son más activos.
La pregunta que está aquí en juego es si es posible un conocimiento del yo que no sea
objetivo. ¿Hay conocimiento “inobjetivo”? La respuesta es afirmativa, porque el yo no se
conoce objetivamente con la razón, es decir formado objetos pensados o ideas, porque el
yo es superior a la razón. La razón no alcanza a conocer al yo (la razón es una potencia
mía; pero yo no soy mi razón). Lo que precede plantea cómo conocer al yo sin volverlo
una idea. Si todo conocimiento de la razón es adquirido, ¿qué tipo de conocimiento será
el que permita conocer al yo? Desde conocimientos superiores a las operaciones
racionales, que son hábitos: el hábito de la sindéresis, el hábito de los primeros principios,
el hábito de la sabiduría…
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4.3. Yo, personalidad y persona
Suelen usarse como equivalentes las nociones de yo, sujeto, individuo, persona, etc. Sin
embargo, estas equivalencias son apresuradas, pues en el ser humano cabe distinguir el
yo y la persona:
lo más radical es la persona (el acto de ser humano): quién soy radicalmente.
el yo equivale a mi personalidad. El yo no es lo radical (mi persona es más que mi yo).
El yo es lo superior de la esencia, la raíz que activa, conoce y unifica “lo que soy”, mi
esencia. Pero la persona es superior al yo.
El yo es una dimensión activa de la persona. Esta dimensión, como todo lo real en el ser
humano es susceptible de desarrollo, perfeccionamiento, o de deterioro y envilecimiento.
A lo primero se llama maduración del yo, a la que de ordinario llamamos madurar la
personalidad, la cual atraviesa diversas fases a lo largo de la vida biográfica.
Conviene distinguir entre persona y personalidad
La felicidad personal no está en el yo. Buscar satisfacer la felicidad que pide el acto de
ser humano intentando saturar la esencia humana el yo sería un error trágico. Esa
supuesta felicidad, imposible de conseguir con tal subordinación de lo superior a lo
inferior, llevaría aparejado el abuso de la esencia humana. Con ello se produciría el
olvido del carácter personal, y la persona se obcecaría en su yo. El fin último de la persona
es personal, es decir, la apertura a otras personas.
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